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SOBRE LA FELICIDAD

En cierta ocasión, durante un taller para matrimonios, le preguntaron a una esposa: “¿Tu
esposo te hace verdaderamente feliz?”

El esposo alzó ligeramente el cuello en señal de seguridad, pues sabía que su esposa
diría que sí, ya que ella jamás se había quejado durante su matrimonio.

Sin embargo, la esposa respondió rotundamente: “No. No me hace feliz… Yo soy feliz.
El que yo sea feliz no depende de él, sino de mí”.

Y continuó diciendo: “Yo soy la única persona de quien depende mi felicidad. Yo


determino ser feliz en cada situación y en cada momento de mi vida, pues si mi
felicidad dependiera de alguna otra persona, cosa o circunstancia sobre la faz de la
tierra, yo estaría en serios problemas”.

“Todo lo que existe en esta vida cambia continuamente: el ser humano, las riquezas, mi
cuerpo, los amigos, el clima, mi jefe, los placeres… y así podría decir una lista
interminable”.

“Por eso cada día decido ser feliz… A lo demás lo llamo “experiencias”: olvido las
pasajeras y vivo las que son eternas: amar, perdonar, ayudar, compartir, comprender,
aceptar, consolar…”.

“La gente dice: hoy no puedo ser feliz porque estoy enfermo, porque no tengo dinero,
porque hace mucho calor, porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de
amarme, porque alguien no me valoró”.

Y yo digo: “SÉ FELIZ, aunque haga calor, aunque estés enfermo, aunque no tengas
dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque alguien no te ame o no te valore”.

“La felicidad no depende de los demás, sino de ti, de la decisión que tú tomes cada día”.

SER FELIZ DEPENDE DE NOSOTROS

Esta enseñanza pertenece a un filósofo estoico llamado Epícteto, quien vivió gran parte
de su vida como esclavo. Su amo era uno de los hombres más reconocidos e influyentes
en el Imperio romano. Todos los que conocieron a Epícteto reconocían la sabiduría de
este hombre, que a pesar de su mala fortuna, siempre se mostraba con muy buen
semblante e irradiaba una felicidad interior muy poco comprendida por la mayoría.

Epícteto aseguraba que hay cosas que dependen de uno, como la veracidad, el honor, la
dignidad, el respeto, el amor, la justicia, etc., pues el cultivar estas virtudes solo es
posible por voluntad propia y no por imposiciones.
Sin embargo, decía que hay muchas cosas que no dependen de nosotros, como la
fortuna, la fama, el prestigio, el éxito, el poder, que podemos tener en algún momento
pero que tarde o temprano se escapan de nuestras manos tan rápido como vinieron.
Decía que cuando el hombre vive este tipo de felicidad y se aferra a ella, pensando que
tiene que durarle para toda la vida, es grande el dolor que siente cuando la pierde.

La verdadera felicidad –enseñaba– se alcanza por la vivencia y el desarrollo de las


virtudes, que solo dependen de la fuerza de voluntad del hombre. Esta felicidad se
mantiene tanto en el éxito como en el fracaso, en la alegría o en la pena. Es decir, es una
felicidad que no depende del mundo exterior, sino que depende de uno mismo y, por
ello, puede ser más profunda y duradera.

PERO ¿QUÉ ES LA FELICIDAD?

Aristóteles pone la felicidad en conexión directa con el bien. Platón dice que la idea del
Bien, la idea suprema, está más allá de la sustancia o esencia. Según Aristóteles vivir
bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz.

«Todos los hombres aspiran a la felicidad». Esta frase que encontramos en la ética de
Aristóteles podría ser firmada sin muchos reparos por cualquier filósofo que pretenda
reconocer una de las aspiraciones más dignas de todo ser humano, la de vivir «en
plenitud».

Pero los problemas comienzan cuando empezamos a determinar en qué consiste esta
plenitud y cómo lograr que nuestra vida esté a rebosar, pues vivir «en plenitud» no es
solo vivir satisfecho, sino estar a punto de desbordar los límites de nuestra propia
existencia. En este «rebosar», que supera estar contento, consiste la desmesura de la
felicidad.

Con el término «felicidad» traducimos el vocablo griego eudaimonía. Aristóteles lo


empleaba para designar el fin (telos) de todas las acciones, llegando a ser el bien
supremo al que aspiramos como hombres. Al ser la felicidad ese fin que se persigue,
entonces nos hallamos ante un sistema filosófico que recibe el nombre de
eudemonismo.

Aunque el término «felicidad» sea el que más se aproxime al significado originario, hay
otras palabras como «bienaventuranza» o «contento» que también designan lo que
Aristóteles pretendía.

Ese bien, fin último, que no se desea por ninguna otra cosa, sino que se desea por sí
mismo es, según Aristóteles, la felicidad.
¿HAY TAMBIÉN “CRISIS” DE FELICIDAD, DE PERSONAS FELICES?

Hay personas con buena salud, buenas relaciones y riqueza, felices y desgraciadas. Y
personas sin salud, sin pareja y pobres, felices y desgraciadas.

La felicidad está dentro y, para expresarla, tiene que salir de dentro, no se busca afuera:
personas, objetos, circunstancias, sino que se expresa. Por eso no depende más que de
TI.

Científicamente, en las dos últimas décadas, se han realizado avanzados estudios acerca
del “nivel básico de felicidad” genético; de los neurotransmisores y sustancias químicas
de la felicidad e incluso dónde se hallaría la felicidad en el cerebro, definiéndola como
un estado fisiológico medible por la actividad cerebral, el ritmo cardíaco y una química
corporal específica. Y sí, todo eso puede, junto a las circunstancias que para nosotros
son ideales y queridas, ayudarnos a expresar felicidad, pero no basta para que sea
auténtica.

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