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LA PLENITUD EN LA VIDA

Hace algún tiempo, me contaba un amigo que, hallándose de


vacaciones en las Bahamas, vio cómo se congregaba en el muelle del
puerto gran cantidad de gente. Tras inquirir el motivo de aquello, se
enteró de que el objeto de tal interés lo constituía un joven que estaba
ultimando los preparativos para un viaje en solitario alrededor del
mundo en una embarcación que él mismo se había construido. Todas
las personas que se hallaban en el muelle, sin excepción, expresaban
abiertamente su pesimismo, y todas se esforzaban activamente en
hacerle ver al arriesgado marino la infinidad de dificultades que habría
de afrontar: "El sol te achicharrará.... ¡Te quedarás sin víveres!.... Tu
barco no resistirá los envites de una tormenta..... ¡Nunca lo
conseguirás!..."

Cuando mi amigo oyó todas aquellas desalentadoras advertencias,


sintió un irresistible deseo de infundir ánimos y optimismo al
emprendedor joven. Y cuando la pequeña embarcación empezó a
alejarse del muelle, rumbo al horizonte, mi amigo corrió hasta el
extremo del muelle y se puso a agitar enérgicamente los brazos como
si fueran semáforos que deletrearan la palabra "confianza". Y gritaba:
“Bon Voyage” ¡Eres valiente! ¡Estamos contigo! ¡Estamos orgullosos
de ti! ¡Buena suerte, hermano!

A veces tengo la sensación de que existen dos clases de personas:


las que se sienten obligadas a decirnos todo lo que puede salirnos mal
cuando nos disponemos a adentrarnos en las desconocidas aguas de
nuestra irrepetible existencia (Espera y verás, amigo, lo que te espera
en este frío y despiadado mundo... Haz caso de lo que te digo...) y las
que, de pie en el extremo del muelle, no dejan de animarnos y de
tratar de contagiarnos su confianza: "Bon Voyage".
La historia de la psicología está llena de verdaderos sabios que, en su
trabajo con los enfermos, han tratado de descubrir las causas de su
enfermedad y de prevenirnos a los demás acerca de lo que puede
fallar en nosotros. Todos ellos han estado animados de buena
intención, y sus esfuerzos nos han beneficiado a todos,
indudablemente. Sin embargo, en esta historia de la psicología hay
que reservar un lugar de honor al "padre de la psicología humanística",
el desaparecido Abraham Maslow, cuyo principal interés no lo
constituyeron los enfermos ni las causas de su enfermedad, sino que
consagró la mayor parte de su vida y de sus energías al estudio de los
sanos (self-actualizing people, personas capaces de autorrealizarse),
preguntándose por las causas de la salud. "Abe" Maslow pertenecía
sin duda al tipo de los que te desean un buen viaje. Le interesaba más
lo que puede ir bien que lo que puede ir mal, y estaba más
preocupado por llevarnos a las fuentes de una vida humana plena que
por advertirnos de los golpes que podemos recibir mientras tratamos
de avanzar por el camino de la vida.

Siguiendo la tradición de la psicología humanista de Maslow, quisiera


empezar por ofrecer una descripción de las personas que viven
plenamente, además de una serie de observaciones acerca de lo que
les permite estar sanas.

A modo de descripción general, digamos que las personas plenamente


vivas son aquellas que utilizan todas sus facultades, capacidades y
dotes humanas, y que las utilizan al máximo. Estos individuos hacen
un uso exhaustivo de sus sentidos externos e internos. Se sienten a
gusto y están absolutamente abiertos a la plena experiencia y
expresión de todas las emociones humanas y son personas
vibrantemente vivas de mente, de corazón y de voluntad. En mi
opinión, la mayoría de nosotros sentimos un miedo instintivo a viajar
con nuestras máquinas a todo gas. Por razones de seguridad,
preferimos tomarnos la vida a pequeñas e inofensivas dosis. La
persona plenamente viva, en cambio, "viaja" con la certeza de que,
uno está vivo y explota plenamente todas sus dotes y facultades, el
resultado será la armonía, y nunca el caos.

Las personas plenamente vivas lo están en todos sus sentidos, tanto


externos como internos. Ven un mundo maravilloso; escuchan su
música y su poesía; aspiran la fragancia de cada nuevo día y
saborean el gusto de cada momento. Por supuesto que sus sentidos
también se sienten ofendidos por lo feo y lo fétido. Estar plenamente
vivo significa estar abierto a toda la experiencia humana. Subir una
montaña requiere un gran esfuerzo, pero la vista que se divisa desde
la cima es verdaderamente espléndida. Las personas plenamente
vivas poseen una imaginación sumamente activa y un depurado
sentido del humor. Y están igualmente vivas por lo que se refiere a sus
emociones. Son personas capaces de experimentar toda la gama de
sensaciones y sentimientos: admiración, reverencia, ternura,
compasión, agonía y éxtasis.

Las personas plenamente vivas son además vivas de mente. Son


perfectamente conscientes de la sabiduría que encierra la sentencia
de Sócrates de que "la vida no-refleja no es digna de ser vivida". Por
eso son personas que cultivan constantemente el pensamiento y la
reflexión. Son capaces de hacerle a la vida las preguntas apropiadas,
y son lo bastante flexibles como para permitir que la propia vida les
haga preguntas a ellos y ellas. No están dispuestos/as a vivir una vida
no-refleja en un mundo inexplorado.

Pero sobre todo, estas personas están vivas de voluntad y de corazón.


Aman mucho. Aman de veras y se respetan sinceramente a sí
mismas. Todo amor empieza por ahí y se construye desde ahí. Las
personas plenamente vivas sienten la alegría de estar vivas y de ser
quienes son. Y aman a los demás de una manera delicada y sensible.
Su actitud fundamental hacia todos es de solicitud y de amor, y hay en
sus vidas personas que les son tan queridas que la felicidad, el éxito y
la seguridad de dichas personas son tan reales para ellas como la
felicidad, el éxito y la seguridad propias. Además, son fieles y se
entregan totalmente a aquellos a quienes aman de un modo tan
especial.

Para estas personas, la vida tiene el color de la alegría y la música de


la celebración. Sus vidas no son un perenne cortejo fúnebre. Cada
mañana es una oportunidad que se espera con ilusión. Tienen una
razón para vivir y una razón para morir. Y, cuando mueran, sus
corazones están arda rebosantes de gratitud por todo cuanto les ha
sucedido, por su propia manera de ser y por haber podido vivir una
hermosa y satisfactoria experiencia. Una amplia sonrisa iluminará todo
su ser cuando pasen revista a lo que ha sido su vida. Y el mundo será
siempre un lugar mejor, más feliz y más humano por haber ellos vivido,
reído y amado en él.

La plenitud de la vida no debe confundirse con el proverbial "lecho de


rosas". Las personas que viven plenamente, precisamente por estar
plenamente vivas, experimentan, evidentemente, tanto el fracaso
como el éxito. Están abiertas tanto al dolor como al placer. Tienen
muchas preguntas y algunas respuestas. Lloran y ríen. Sueñan y
esperan. Lo único que es ajeno a su experiencia de la vida es la apatía
y la pasividad. Pronuncian un enérgico "sí" a la vida y un decidido
"amén" al amor. Sienten en su carne las fuertes punzadas del
crecimiento -del pasar de lo viejo a lo nuevo-, pero están siempre
dispuestas a poner manos a la obra, con su mente en ebullición y su
corazón en llamas. Están siempre moviéndose, creciendo, en proceso,
en constante evolución.

¿Cómo se consigue ser así? ¿Cómo podemos aprender a unirnos a la


danza y a cantar la canción de la vida en toda su plenitud? En mi
opinión, lo que hoy sabemos a este respecto puede resumirse y
formularse en cinco pasos fundamentales que, por lo general, se dan
en el orden que aquí vamos a indicar, y cada uno de los cuales
presupone los anteriores. Como se desprenderá de la descripción que
hagamos de dichos pasos, aunque cada uno de ellos presuponga los
anteriores, como ya hemos dicho, ninguno de ellos se da nunca
completamente, sino que cada uno de los pasos seguirá siendo
siempre un ideal a alcanzar. En términos de "visión" o de marco básico
de referencia, cada uno de los cinco pasos constituye esencialmente
una nueva percepción. Cuanto más profundamente hagamos dichas
percepciones, tanto más capaces seremos de descubrir la plenitud de
la vida.
Antes de describir cada uno de ellos, enumeremos brevemente esos
cinco pasos esenciales que conducen a la plenitud de la vida:

Aceptarse a sí mismo/a
Ser uno/a mismo/a.
Olvidarse de sí mismo/a en el amor.
Creer.
Pertenecer.

Evidentemente, todo crecimiento comienza por la aceptación gozosa


de sí mismo/a, de lo contrario, vivirá uno perpetuamente enzarzado en
una interna, dolorosa e interminable "guerra civil" consigo mismo. En
cambio, cuanto más nos aprobemos y nos aceptemos a nosotros/as
mismos/as, tanto más nos libraremos de la duda de si los demás nos
aprueban y nos aceptan. Somos libres para ser nosotros/as mismos/as
con absoluta confianza. Pero, seamos o no auténticos/as al hacerlo, al
amarnos y el vivir exclusivamente para nosotros/as nos encierra en un
mundo pequeño y mezquino. Hemos de aprender a salir de
nosotros/as mismos/as y acceder a unas sinceras relaciones de amor.
Pero, naturalmente, la sinceridad de dichas relaciones dependerá
directamente de la persona para ser auténtica, para ser ella misma.
Una vez liberados de nuestro propio "yo” por el amor, necesitamos
tener una fe. Todos hemos de aprender a creer tan profundamente en
algo o alguien que llene nuestra vida de significado y de sentido de
misión. Y cuanto más se entregue uno a ese significado y a esa
misión, tanto más desarrollará su sentido profundo y personal de
pertenencia y descubrirá la realidad de la comunidad. Pero fijémonos
más en detalle en cada uno de los mencionados pasos.

1. Aceptarse a sí mismo/a

Las personas que viven plenamente se aceptan y se aman a sí


mismas tal como son. No viven de la promesa de un mañana incierto
ni aspiran a que un día se revele en ellos/as la presencia de unas
hipotéticas y desconocidas posibilidades. Por lo general, su propia
realidad les hace sentir acerca de sí mismas emociones de afecto y de
satisfacción que todos experimentamos cuando nos encontramos con
alguien a quien apreciamos y admiramos. Las personas que viven
plenamente son muy conscientes de todo lo bueno que hay en ellas,
desde cosas tan insignificantes como su manera de sonreír o de andar
hasta aquellas virtudes que se han esforzado por cultivar, pasando por
los "talentos" con que la naturaleza haya querido dotarlas. Cuando
estas personas descubren en sí mismas imperfecciones o limitaciones,
saben aceptarlo compasivamente y tratan de comprenderse a sí
mismas, en lugar de censurarse. "Además de someterse a una sana
disciplina", dice el autor de Desiderata, "sé benévolo/a contigo mismo".
La fuente de la plenitud de la vida brota del interior de la persona. Y,
desde el punto de vista psicológico, una auto-aceptación gozosa, una
buena imagen de sí mismo/a y un adecuado sentido de la auto-
celebración constituyen el hontanar de esa fuente que salta
incontenible hacia la plenitud de la vida.

2. Ser uno/a mismo/a

Las personas que viven plenamente se ven liberadas, gracias a su


auto-aceptación, para ser auténticas y reales. Sólo quienes se han
aceptado gozosamente a sí mismos son capaces de asumir los
riesgos y responsabilidades inherentes al hecho de ser quienes son.
"¡Tengo que ser yo mismo!", repite la letra de una conocida canción;
pero a la mayoría de nosotros/as nos seduce irresistiblemente el
ponernos máscaras e interpretar papeles. Los viejos mecanismos de
defensa del yo tienen la función de protegernos de la vulnerabilidad,
pero lo que hacen es amortiguar el impacto de la realidad en nosotros,
reducir nuestra visibilidad y disminuir nuestra capacidad de vivir. Ser
nosotros mismos tiene muchas consecuencias; significa que somos
libres para tener y comunicar nuestras propias emociones, ideas y
preferencias. Los individuos auténticos pueden pensar sus propios
pensamientos y tomar sus propias opciones. Ya no sienten la continua
necesidad de contar con la aprobación de los demás ni se "venden" a
nadie. Sus sentimientos, pensamientos y decisiones no se "alquilan",
sencillamente. Su estilo de vida podría reducirse en el lema "Sé fiel a
tu propio yo".

3. Olvidarse de si en el amor

Una vez que han aprendido a aceptarse y a ser ellos mismos/as, los
que viven plenamente proceden entonces a ejercitarse en el arte de
olvidarse de sí mismos/as, en el arte de amar. Para ello aprenden a
salir de sí mismos/as interesándose y preocupándose auténticamente
de los demás. Las dimensiones del universo de una persona son las
de su corazón. Sólo podremos sentirnos a gusto en el mundo de la
realidad en la medida en que hayamos aprendido a amarlo. Los
hombres y mujeres que viven plenamente huyen del oscuro y reducido
mundo del egocentrismo, que siempre está poblado de un único
habitante, y rebosan de una empatía que les permite consentir
profunda y espontáneamente con los demás. Debido a su capacidad
de acceder al mundo de los sentimientos y emociones de los demás
-casi como si se hallaran dentro de los demás, o los demás dentro de
ellos-, su propio mundo se agranda considerablemente, a la vez que
aumenta enormemente su potencial de experiencia humana. Se han
convertido en "personas para los demás" y entre "los demás" hay
seres que les son tan queridos que han experimentado personalmente
ese sentido del compromiso y la fidelidad propio del "mayor amor"
imaginable (Jn. 15,13). Y es que están dispuestos a proteger a sus
seres queridos con su propia vida.

No hay que confundir a la persona que ama con la persona caritativa,


la cual sólo ve en los demás oportunidades de practicar sus obras de
caridad, que contabiliza cuidadosamente. Para las personas que
aman, el centro de su preocupación y de su interés no son ellas
mismas, sino los demás, por quienes se preocupan profundamente. La
diferencia entre las personas caritativas y las personas que aman es la
misma diferencia que hay entre una vida que no es más que
representación escénica y una que es un acto constante de amor. El
verdadero amor no puede ser imitado. Nuestra preocupación e interés
por los demás tienen que ser auténticos; de lo contrario, nuestro amor
no significa nada. Al menos una cosa es segura: no es posible
aprender a vivir sin aprender a amar.

4. Creer

Después de haber aprendido a superar el interés puramente


egocéntrico, las personas que viven plenamente descubren un
"sentido" en sus vidas. Un sentido que reside en lo que Viktor Frankl
denomina "vocación o misión específica en la vida". Consiste en el
compromiso con una persona o causa en las que uno puede creer y a
las que puede consagrarse. Este compromiso de fe configura la vida
de las personas que viven plenamente, haciendo que todos sus
esfuerzos resulten significativos y valiosos.

La dedicación a semejante proyecto de vida les hace elevarse por


encima de la pequeñez y la mezquindad que inevitablemente corroen
y devoran las existencias carentes de sentido. Cuando la vida humana
no tiene dicho sentido, uno se ve casi necesariamente abocado a
buscar desesperadamente sensaciones, y lo único que puede hacerse
es "experimentar", buscando continuamente nuevos "placeres",
nuevas formas de romper la monotonía y el aburrimiento de una vida
estancada. Una persona carente de sentido en su vida suele perderse,
por lo general, en la selva del autoengaño químicamente inducido
(drogas, alucinógenos, etc.), en la neblina del alcohol, en la constante
urgencia de rascarse aún cuando no exista picazón. Debemos
encontrar una causa en la que creer; de lo contrario, nos pasaremos el
resto de la vida tratando de resarcirnos de su falta.

5. Pertenecer

El quinto y último componente de la vida en plenitud sería,


indudablemente, "un lugar llamado hogar", el sentido de la comunidad.
Una comunidad es una unión de personas que tienen algo en común,
que comparten mutuamente lo más valioso que poseen: ellas mismas.
Son personas que se conocen y están abiertas unas a otras, que
están al servicio de las otras, que comparten con amor su ser y su
vivir. Las personas que viven plenamente poseen este sentido de
pertenencia (a sus familias, a su Iglesia, a la familia humana...). Para
ellas hay otras personas con las que se sienten absolutamente
cómodas y a gusto y con las que experimentan un sentido de
pertenencia mutua; existe un lugar en el que se notaría la ausencia de
dichas personas y se lloraría su muerte. Cuando están con estas
personas, las personas que viven plenamente encuentran la misma
satisfacción en dar que en recibir. Naturalmente, el sentimiento
contrario, el aislamiento, es siempre reductor y destructivo y nos
conduce irremediablemente a los abismos de la soledad y la
alienación, donde no hay más alternativa que perecer. La irreductible
ley impresa en la naturaleza humana es ésa: siempre seremos
individuos, pero nunca seremos meros individuos. Ningún hombre o
mujer es una isla. Las mariposas son libres, pero nosotros
necesitamos el corazón como hogar de nuestro propio corazón. Las
personas que viven plenamente poseen esa profunda paz y contento
que sólo puede experimentarse en un hogar como ése.
Hasta aquí el perfil o retrato de las personas que viven plenamente,
cuya pregunta fundamental a la hora de encarar la vida, después de
haber dado con éxito los cinco pasos reseñados, es la siguiente:
¿Cómo puedo experimentar, disfrutar y sacarle el jugo más
plenamente a este día, a esta persona, a este acontecimiento....? Las
personas de estas características viven siempre en una ilusionada
situación de crecimiento. Sus palabras y sus obras son, por lo general,
más constructivas que destructivas, y sus actitudes son más flexibles
que rígidas. Son capaces de mantener unas relaciones constantes y
satisfactorias y se sienten relativamente libres de los síntomas físicos y
psicológicos producidos por el stress.
Se comportan y funcionan adecuadamente, en proporción a sus
talentos, y demuestran su capacidad de adaptación y su seguridad
cuando se impone el cambio o cuando tienen que tomar una decisión
que vaya a modificar el curso de su vida.
Todos querríamos ser como esas personas y, de hecho, todos
podemos parecernos a ellas. En último término, es un asunto de
visión. Son nuestras percepciones las que nos hacen ser personas
fragmentadas o personas de "una pieza". La salud es, básicamente,
una actitud interior, una visión de la vida.

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