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Leyenda del río Negro

Neuquén y Limay eran jóvenes fuertes alegres, hijos de caciques en tierras bravas, regiones
inmensas donde abundaban lagos de aguas frías que bajaban de las montañas andinas. El padre de
uno tenía sus tolderías en el Sur; el padre del otro hacia el Norte, en misma comarca. Las tribus
compartían dioses y territorios sin enemistades. Los jóvenes se habían hecho tan amigos que salían
juntos a cazar guanacos. Un día, mientras buscaban alguna presa en el bosque, Neuquén oyó que
una mujer cantaba:
- ¿De dónde viene esa voz?
Los amigos se acercaron a la orilla y vieron a una muchacha de belleza deslumbrante, que
cantaba con los ojos cerrados. Solo cuando terminó de cantar, un rato después, se atrevieron a
presentarse:
-Soy Limay. ¿Cómo te llamas?
Y yo soy Neuquén, hijo del cacique. Y también quiero saber cómo te llamas.
Limay, fastidiado con la presentación de su amigo, no esperó la respuesta de la muchacha:
-¿Qué pasa Neuquén? Yo también soy hijo del cacique.
-¿Y yo que dije?
-Que eras hijo de cacique.
-¿Y entonces?
-Que yo también soy hijo de cacique.

-¡Ya me dijiste eso!


-Pero es que...
La voz dulce de la muchacha lo interrumpió:
-Mi nombre es Raihué.
Y enseguida, con una sonrisa divertida, preguntó:
-Hace mucho que me estaban mirando?
-Oh, no. Llegamos recién -mintió Limay.
-Recién, hace casi nada -repitió Neuquén, atolondrado.
Raihué, como la fragancia de una flor inesperada en la esperanza, conquistó los corazones de
los jóvenes.
Se despidieron de la muchacha, con el íntimo deseo de volverla a ver. Durante el resto de la
cacería anduvieron ensimismados. Sin embargo, cada tanto un pensamiento se les hacía voz…
bueno, en realidad, era el único pensamiento que tenían en la cabeza.
- ¿Es linda Rahiué, no es cierto? -dijo Neuquén.
-Ajá- respondía Limay.
Y más tarde era Limay quien decía:
-¡Qué magnífica voz tiene es Rahiué!
-Ajá- decía, haciéndose el distraído, Neuquén.
¡Esa Raihué!
-Me gusta – dijo de pronto Limay.
-La quiero para mí – respondió Neuquén.
Y los celos hicieron lo suyo: se distanciaron. Al día siguiente no cazaron juntos. Y al otro
tampoco.
El bosque extrañaba sus risas. Andaba solo Limay y tan solo andaba Neuquén. Sus padres se
dieron cuenta, en parte porque cuando iban juntos de cacería, cazaba mejor. ¿Qué pasaba entre
ellos? Si todo lo que hacían al despertarse era decir: “Me voy al bosque con Limay”. “Me voy al lago
con Neuquén”.
Entonces los caciques consultaron a la anciana más sabia de la tribu. Y ella dijo:
-Hay un problema. Se han enamorado de la misma mujer, la hermosa Raihué.
Discretas averiguaciones les permitieron saber que Raihué no lograba decidirse por ninguno de
los dos. Y los caciques decidieron visitarla:
-¿Qué es lo que más deseas, raihué?
-¡Oh! Una cacerola.
--¿Y para qué quieres una caracola?
-Me han dicho que en ellas se guarda el sonido del mar.
-Entonces, Neuquén y Limay irán al mar y el primero que llegue con la caracola, será tu esposo.
Eso decidieron los caciques, y en seguida pidieron ayuda a los dioses para que el viaje durara lo
menos posible: era indispensable el papel de los jóvenes como cazadores, para alimentar y vestir a
su gente. Los dioses, en asamblea, convirtieron a los enamorados en ríos para que llegaran más
rápidamente al mar.
Uno partió desde el Norte y el otro desde el Sur, y comenzaron su largo viaje hacia la costa.
Cuando llegaran al mar, volverían a ser hombres para cumplir su misión: luego de conseguir una
caracola, competirían para ver quién se presentaba primero ante Raihué. Luego regresarían a las
tolderías por sus propios medios.
Mientras tanto, entre los mismos dioses también había rencillas y celos. Cüreff, el espíritu del
viento, no habla sido invitado a la asamblea y enfureció al sentirse desplazado. Por eso fue a
susurrar con malicia al oído de Raibué:
-Los dioses han convertido a Neuquén y Limay en dos cursos de agua. Serán hombres otra vez
al llegar al mar, pero allí morirán, víctimas de las estrellas que han caído del cielo. Estas tienen el
don de arrastrar a los hombres hasta las profundidades del mar. La muchacha lloró al escuchar esta
historia. Durante los días siguientes, el espíritu del viento hería sus oídos con frases terribles:

-¡No regresarán, Raihue! ¡Por tu culpa emprendieron un viaje que los perderá por siempre!
Poco a poco Raihué, la flor temprana de los lagos, dejó de canta y su ánimo alegre se fue
marchitando. Pasaba las horas enmudecida, frente a las mismas aguas donde conoció a Neuquén y
a Limay.
Una mañana sintió su ánimo tan quebrantado que se acercó al lago y le ofreció su vida al dios
supremo de los mapuches, Gneguechén. a cambio de que los jóvenes regresaran sanos y salvos.
Gneguechén aceptó la ofrenda, pero a cambio la convirtió en michay, un hermoso arbusto de flores
amarillas y frutos comestibles, que alimentarían a su gente. El espíritu del viento no tardó en
contarles lo sucedido a los enamorados. Limay y Neuquén, unidos por el más oscuro dolor, juntaron
sus cursos en un abrazo fraterno para continuar su viaje hacia el mar. Dicen que entonces alguien
vio por primera vez esas aguas oscuras y llamó a ese río, el río Negro.

Franco Vaccarini

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