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“Revisión Bibliográfica sobre la Salud Mental en el Perú” 

Introducción

La salud mental es definida como un estado de bienestar emocional, psicológico y

social (MedelinePlus, 2021). En añadidura a este concepto, su influencia no solo es percibida

de forma individual, pues las repercusiones psíquicas influyen en el desenvolvimiento de toda

una comunidad e indican el grado de bienestar en el que esta se encuentra.

Teniendo ello en cuenta, hablar de salud mental en el Perú es un asunto en el que se

integran diversas aristas de estudio, aunque para efectos de este ensayo, optaremos por

centrarnos en tres puntos esenciales: La estructura de la Salud Mental en el Perú; la cultura

peruana en consideración con la salud mental y el posicionamiento y jerarquización de los

agentes de la salud mental.

Creemos que a través de estos tres ámbitos se puede realizar un acercamiento a la

realidad sobre lo que hoy conocemos sobre la salud mental; no obstante, también se pretende

revisar su evolución conceptual y legal, pues las repercusiones de las reformas y modelos de

intervención han revalorizado la idea sobre lo que significa este concepto.

Siendo lo mencionado el proceso estructural para este ensayo, es necesario aclarar que

todo lo desarrollado se centrará en aspectos fácilmente reconocibles, pues la realidad es que

la Salud Mental en el Perú es un tema controversial, el cual se enraíza entre contradicciones y

estereotipos que yacen en el desconocimiento popular y que no solo han afectado a la labor

de los profesionales de la salud mental a tal punto de desvalorizarlos y excluirlos de las

decisiones para las cuales han sido formados; sino que también, mantienen a una nación con

diversos trastornos psicológicos, los cuales se han incrementado durante estos últimos años

con la llegada del COVID-19, en un entorno cíclico, en donde los estereotipos, la deficiente

calidad de la atención y las reformas y reglamento incongruente les impiden concretar el


bienestar individual y establecer comunidades en el que la salud mental se sostenga

adecuadamente.
Desarrollo

La historia de la integración de la salud mental en la atención pública fue un proceso

paulatino cuya discusión se remonta desde 1980 y los primeros años del gobierno de Alberto

Fujimori. No obstante, debido a la falta de organización producida por el bajo presupuesto

asignado en aquellos tiempos, retrasaron las reformas hasta el año 2013. Durante esa fecha,

se logró el alcance de la cobertura del Seguro Integral de Salud sobre las actividades para la

Salud Mental (Diagnóstico y Rehabilitación); gracias a ello, los gastos familiares se vieron

reducidos en un 62%, siendo un promedio del 32% de los gastos destinados a la salud mental

a nivel nacional por familia.

Sin embargo, a pesar de darle seguimiento al proceso de implementación y los

“beneficios económicos” posterior a lo acontecido, la realidad es que el servicio público para

la salud mental es bastante deficiente, no solo en las áreas administrativas, sino también

desde los apartados inmobiliarios y legales; áreas que se han visto limitadas y trasgredidas

durante el periodo de la pandemia COVID-19; la cual obligo a la mayoría de empresas a

realizar un proceso de transformación digital para su funcionamiento, pero que, debido a la

estructura del sistema de salud público, la implementación de los servicios de atención virtual

en el área psicológica no fueron muy bien recibidos. Criterios como la estabilidad en la

conexión, la confidencialidad, el manejo de las crisis, la comunicación y entre otros aspectos

delimitaron la interacción del profesional con los pacientes. La presencia de reactividad era

evidente, pero la necesidad de atención se vio sumamente superada, siendo que el personal

encargado era insuficiente; según Minsa (2022), en el año 2021 se realizaron más de 100 mil

llamadas por la línea de atención 113, reportándose diversos síntomas de ansiedad, depresión

y estrés; no obstante, las congestiones en las llamadas también sucedieron, reportándose

quejas en las redes sociales por la falta de atención.


Por otro lado, si retomamos los inicios de la integración de la salud mental en el

sistema de salud público, las perspectivas que se tomaron en un inicio para el tratamiento de

los problemas psicopatológicos se centraron en la internalización de los individuos con

padecimientos en los hospitales psiquiátricos; estableciendo un vínculo codependiente entre

la psiquiatría y la salud mental. Si bien, este enfoque buscaba la rehabilitación y

funcionalidad del sujeto a través de la práctica psiquiátrica y la prescripción de fármacos, esta

actividad era económicamente desalentadora y poco accesible. Además de que la asignación

unilateral psiquiátrica hacia la salud mental es una característica que desestima a las demás

disciplinas implicadas; ya que, además de verse integrados aspectos funcionales individuales,

también lo hacen elementos externos al individuo como la sociedad, la familia y su entorno

de trabajo.

Debido a ello, las perspectivas en torno a la atención de la salud mental han ido

cambiando con el paso del tiempo, integrando nuevos conceptos como los modelos de Salud

Mental Comunitaria. Respecto a esto, en una revisión sobre resultados iniciales y la

sostenibilidad de los servicios de salud mental en el Perú, se indica que “la promoción de los

modelos de SMC se ha realizado desde hace más de cincuenta años, desplazando la

predominancia de los hospitales psiquiátricos a equipos interdisciplinarios y miembros de la

red social comunitaria” (Castillo-Martell & Cutipé-Cárdenas, 2019); siendo evidente el rol

activo-pasivo de la sociedad frente al tratamiento de las psicopatologías y, dentro de un plano

global, al fortalecimiento de la salud mental entre los miembros que conforman la

comunidad. Destacando especialmente este concepto, pues los procesos de rehabilitación y

reinserción no están exentos de recaídas, sobre todo cuando el individuo no es consciente de

su posición con su comunidad y su funcionamiento en esta; es decir, si el individuo le da una

valoración positiva a su individualidad dentro del sistema comunitario el podrá agruparse con

mayor facilidad ya que aquello le permite contribuir con su mejoría. No obstante, para que
aquello funcione con eficacia, la comunidad debe mantenerse en un estado de bienestar,

puesto que la integración del individuo en un ambiente patológico lo hará más propenso a

recaer en las actividades que le han permitido desarrollar aquellas patologías. Entonces, se

puede decir que los Centros de Salud Comunitarios no son más que un sistema de

organización de servicios y prestaciones humanas en el que se integran diversos profesionales

y pobladores para poder convivir en un estado de bienestar, siendo que este estado permite a

los individuos que las conforman reducir las patologías y, en caso de desarrollarlas, convivir

junto a un apoyo, para rehabilitarse y mantener una adecuada funcionalidad.

Lo dicho anteriormente parece ser alentador en torno al futuro de la rehabilitación y

reinserción de los pacientes con psicopatologías en la sociedad; no obstante, la realidad es

que la Salud Mental también se enfrenta a estigmatizaciones culturales. Y es que las etiquetas

y estereotipos son una recurrencia común en pacientes que acceden al sistema de salud por

causas psicológicas; razones por las que los no diagnosticados evitan o se atemorizan frente a

la idea de ser etiquetados después de la atención. En una revisión sobre la percepción de la

recuperación de enfermedades mentales y el estigma, se llegó a la consigna de que mientras

más severo era el problema mental, mayor la estigmatización y el rechazo hacia estos

individuos (Chávez, 2019). Sin embargo, este problema no solo se limita a la influencia de la

sociedad y su percepción basada en el desconocimiento de la patología de un individuo, sino

que también está presente en los miembros encargados de la atención en el primer nivel,

afectando colateralmente al paciente, puesto que la mejoría de estos suele ser más lenta y

deficiente. El problema con las etiquetas patológicas es la falta de la comprobación del

comportamiento teórico asignado a la misma, es decir, el individuo que se ve encasillado en

la patología podría o no corresponder con todos los criterios establecidos en los manuales de

diagnóstico o con las creencias asociadas culturalmente; la hiperactividad, por ejemplo, suele

tener algunas asociaciones con la agresividad, aunque no necesariamente puede ir


acompañado de esta. No obstante, la asignación de la etiqueta no solo puede desequilibrar

aspecto social y laboral del individuo, sino también a el mismo internamente, ya que puede

generarle problemas en la autoestima, el autoconocimiento y el desarrollo emocional;

afectando en mayor medida a su funcionalidad como si de un efecto en cadena se tratase.

Por otra parte, centrándonos en el aspecto social de la aceptación de la atención

psicológica, la docente de la UPN, Kathia Olórtegui resalta el desinterés cultural y sistémico

por el bienestar emocional. Asimismo, menciona las consecuencias post COVID-19, entre

ellas resaltando al estrés y la ansiedad, las cuales se encuentran presentes en la mitad de la

población limeña. Si bien las cifras Post COVID podrían dar indicios de un problema reciente

cuyo causante ha sido el confinamiento, esto no ha sido más que una revelación sobre una

constante en la población, y es que la falta de consideración sobre los problemas de salud

mental es evidente, sobre todo cuando revisamos las gestiones y asignaciones de otros países

frente al tratamiento de esta.

En primer lugar, la plana profesional en Perú es escasa y la integración en los puestos

de trabajo del personal de salud mental es incongruente, no solo en el sentido de los

profesionales graduados y las vacantes asignadas; sino también por el desconocimiento de

roles específicos y funciones internas; es decir, si bien el profesional en psicología tiene una

labor determinada con la salud mental dependiendo del área de especialización, las normas y

los criterios establecidos en ciertas empresas privadas y a nivel nacional parecen

descontextualizar la labor del mismo, existiendo periodos bastante limitados para el ejercicio

de la psicología, tanto en los procesos de diagnóstico, planificación, rehabilitación y

tratamiento de la información o, en otros casos, llegando a traspasar los fines profesionales o

aspectos éticos propios de la formación académica.


En segundo lugar, existe una falta de especialización y conocimiento de los sectores

por parte de muchos profesionales de la salud mental; además de haber una tendencia a la

inversión dentro del sector organizacional que acapara a la mayor parte de estos. Ante la

presencia de aquel problema, se halló solución en la psicología en itinerancia, un concepto

que parece un retroceso de los avances de modelos comunitarios durante su aplicación. Y es

que los psicólogos itinerantes son profesionales cuya estancia se encuentra limitada,

distribuyéndose en diversos sectores bajo la rotación de sus puestos de trabajo. La desventaja

de estos psicólogos es que apenas logran establecer las bases del diagnóstico situacional; que,

si bien es parte del proceso para la identificación de los problemas psicosociales, el corte

abrupto de sus funciones y los traspasos hacia otros no permite un avance coherente, puesto

que las metodologías entre profesionales son distinguibles.

Lo dicho anteriormente nos proyecta una imagen de cómo son visualizados los

problemas psicosociales en el Perú y los medios utilizados para su abordaje. Y es que las

estrategias propuestas son poco efectivas porque están gestionadas desde una perspectiva

ajena o indiferente a la labor psicológica. La crítica hacia estas estrategias yace justamente en

eso, en la indiferencia, es decir, es de conocimiento común la existencia de los problemas

psicosociales, sin embargo, se les resta importancia (usualmente por connotaciones culturales

o administrativos) o no se establecen correctas estrategias por el poco conocimiento del

alcance psicológico, siendo apreciada esta afirmación en diversas instituciones en donde la

calidad de atención es deficiente debido a planificaciones que tratan de adaptarse a la

mecanicidad de otras disciplinas, acciones que repercuten negativamente en la población,

puesto que el tratamiento de la salud mental no mantiene un régimen de mejoría estimado y

suele ser variable, tomando un largo plazo, dependiendo de las condiciones favorables o

desfavorables del entorno en el que se trabaja. Por ello, las medidas descontextualizadas y la
presencia de limitaciones durante la pandemia son contribuyentes en el incremento de cifras

registradas sobre el deterioro de la salud mental de la población peruana.

“De cada 100 peruanos, 20 ya sufrían un trastorno mental, del que no escapaban

incluso lo más pequeños de la casa” (Garay, 2020), son las palabras con las que inicia el

artículo periodístico: “Pandemia agravó los problemas de Salud Mental que ya existían en el

país”, en el diario Andina; este articulo también nos desvela el comportamiento de la

población en torno al cuidado de su salud mental, siendo que en Lima se centraliza la mayor

cantidad de personas quienes acceden a atención con un 30% o 35%, mientras en provincias

el panorama se desbalancea con un 5% y 10% de individuos con el acceso a la atención. Estas

cifras son alarmantes, pues nos permite establecer un alcance sobre la prestación de los

servicios para la salud mental, además de otros factores involucrados.

¿Pero por qué, a pesar de que la situación amerita de una mayor implicación de la

labor psicológica, el sistema se ve tan contrariado con el desarrollo de este? La respuesta

puede yacer en los principios de la implementación del sistema de salud mental en el Perú, la

cual tiene raíces en el abordaje psiquiátrico y al parecer sus reformas están fuertemente

ligadas a sus funciones; esta hipótesis tiene sustento en la salida de la Ley de la Salud Mental

en el 2019 N°30957; el cual devalúa toda la labor psicológica y la pone en un segundo plano

al servicio de la labor psiquiátrica, a pesar de las competencias y aptitudes adquiridas para el

diagnóstico y tratamiento.

Haciendo una conjunción de todo lo anterior, podemos reafirmar el hecho de que el

sistema de salud pública para la salud mental es precario, poco organizado y con deficiencias

para establecer metodologías adecuadas para cubrir la salud mental; sin embargo, centrarnos

únicamente en el sistema de salud es inadecuado, puesto que la población estigmatiza los

trastornos psicosociales y margina o es intolerante con los que lo padecen; incluso, dentro del
propio sector de salud, ya que existen estereotipos que conllevan una atención de baja

calidad; llevando el problema más allá de la red salud hacia un aspecto cultural.

Lo mencionado no es más que desalentador; pues involucra a la salud mental de toda

una nación. Y el proceso parecer ser cíclico y sin un punto de retorno, en donde el camino se

cierra entre confusiones y limitaciones. Añadido a esto, los medios periodísticos también

influyen en esta caótica red de confusiones, pues el tratamiento de la información

psicológica, muchas veces se ve sesgada o es entregada muy resumidamente, sin la presencia

de un profesional que reafirme la epistemología de este. Este traspaso de información a veces

viene acompañado de connotaciones publicitarias o mercantiles, que no solo desvían el

propósito de esta, sino que también pierde veracidad incluso en su aplicación. En añadidura,

en los últimos años se ha visto un boom sobre la salud mental en redes sociales, y se han

presentado “gurús”, informadores o capacitadores de vida, los cuales entregan información

simplificada o reinterpretada con la finalidad de autopromocionarse para crecer en sus redes

de difusión; no obstante, como la información suele ser sesgada, las interpretaciones sobre

estos términos suelen tener otras connotaciones, contribuyendo en esta red de elementos que

distorsionan la finalidad y los medios para construir un buen estado de salud mental.

A pesar de las características existentes, las cuestiones sobre la salud mental son un

problema de la población en general; no obstante, los psicólogos deberían ser los principales

promotores de ello, deberían revalorizar y categorizarse dentro del mercado, definiendo sus

roles y funciones y, sobre todo, deberían tener espacio para reivindicarse como especialistas,

no solo en la teoría para mejorar la calidad del contenido informativo en los diversos canales

de difusión, sino también como practicantes y promotores de la salud mental, de la cual se

han visto delimitados y son, incluso en la actualidad, desestimados culturalmente por su

labor. El empoderamiento de los profesionales de la salud mental no solo sirve para

contribuir en mejores políticas y dar espacios para el conocimiento de las funciones


psicológicas, sino también para establecer un estado de bienestar en donde las prácticas y

estrategias sean posicionadas adecuadamente y sirvan para mejorar la salud mental de la

comunidad.
Conclusiones

Después de lo manifestado, podemos concluir en que la salud mental en nuestro país

es un tema muy poco entendido, razón por la que las reformas propuestas se desarrollan muy

paulatinamente y con cierta indiferencia por parte del estado; el cual debería ser un promotor

más activo al desarrollar infraestructuras para tratar los problemas de salud mental que

existen actualmente. Asimismo, si damos un vistazo a los establecimientos en Perú, nos

topamos con la existencia de 248 centros para tratar a más de 32 millones de peruanos; no

obstante, la mayoría de estos se concentran en zonas urbanas, paralelamente a la capital

peruana, siendo deficiente el alcance a zonas rurales o con baja tasa de desarrollo humano.

Una de las cuestiones más controversiales es el interés que se interpreta a partir de la

inversión del estado para cubrir las necesidades de salud mental en la población; y es

alarmante que solo un 2% se destine para cubrir un sinfín de necesidades que van desde la

compra de instrumentos psicológicos, la contratación y capacitación del personal profesional,

administrativo y de carácter legal; y, sobre todo, a la infraestructura de la salud para el control

y la prevención. Lo que también nos permite entender porque las brechas de atención entre

diversas regiones son tan marcadas, pues la realidad es que los procesos se dan muy

lentamente y son tan poco eficaces, que lo que se podría interpretar es que, a pesar de existir

el ambiente para la atención, esto no garantiza la mejoría e incluso desprestigia el ejercicio

psicológico y psiquiátrico. Después de todo, la reacción popular se concentra en las

impresiones y los resultados; por lo que muchas personas no hacen más que retirarse,

teniendo una perspectiva sobre la atención que puede resumirse en un despropósito, en una

“pérdida”.

¿Será por qué no se hizo un adecuado seguimiento? ¿Tal vez no se sintió cómodo con

la ayuda del profesional? ¿No se contó con el tiempo suficiente para realizar el proceso
psicológico adecuadamente? ¿El paciente empeoró su situación mental? O ¿Influyeron

cuestiones culturales durante la atención?

Son muchas preguntas las que como estudiantes nos hacemos cuando observamos que

un 80% de las personas, son las que necesitan que mejoren la calidad en su atención y

brinden facilidades para que accedan a ella. ¿El estado estará haciendo algo para subsanar

ello? La respuesta es sí, sin dudarlo, pero de forma inconexa, sin amoldarse tanto a la realidad

del ejercicio psicológico y la realidad social; viéndose reflejado en planes anuales que no se

concretan adecuadamente, tal vez por una básica asesoría o la idea de la mecanicidad de otras

disciplinas que son distintas al área psicológica.

Bajo la misma línea, la llegada de la pandemia, causada por el virus COVID-19, nos

hizo ver las deficiencias de la salud mental en el Perú, ya que muchos procesos y programas

de intervención simplemente cayeron ante la falta de adaptación, teniendo una transición

bastante abrupta que no pudo beneficiarse de la virtualidad; pues la realidad es que muchas

personas no solo no pueden contratar un servicio de internet de calidad, sino que, a pesar de

quererlo, la infraestructura no se encuentra adecuada, aislándolos por completo de la atención

e incluso el interés. Muchas de estas personas en tratamiento, simplemente se quedaron con el

poco o nulo avance que se había podido concretar, otros tuvieron complicaciones para

acceder a los servicios virtuales, pues las llamadas llegaron a miles, colapsando el sistema, y

teniendo que hacer colas de horas para acceder a una llamada o videollamada. Asimismo,

durante este periodo, muchos profesionales simplemente no tuvieron la adecuada

capacitación, asignando diagnósticos apresurados o brindando un acompañamiento

deficiente.

Todo lo dicho solo es una llamada de emergencia para que las reformas y las

reivindicaciones de los profesionales de la salud sean escuchadas, para que el cambio se


produzca de forma coherente y se tome la atención debida sobre un problema latente y

creciente, que en los últimos años no ha hecho más que indicarnos las vulnerabilidades de

nuestro sistema de salud para la salud mental.


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