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Tres tesis sobre el futuro

Tesis 1: todo futuro tiene un índice temporal que lo hace afín a un cierto pasado.

Durante miles y miles de años algo así como una forma circular configuró la manera humana de
experimentar el tiempo: todo lo que pasará, tiene un correlato en lo que ya paso. Para los
Yanomami, según explica el chamán Davi Kopenawa cielo se va a caer, pero también ya se cayó
antes y eso fundó nuestro mundo. Para Aristóteles quizás sus nietos estarán más cerca de la
guerra de Troya pues “Igual que en el movimiento del cielo y de cada uno de los astros se describe
un círculo ¿qué impide que también el nacimiento y la muerte de los seres perecederos sea tal que
estos nazcan y perezcan de nuevo?” Problemas. El futuro entonces, parece ser una invención
relativamente reciente, algo que quizás tenga como fecha de nacimiento el siglo XVI, poco antes o
poco después, y está profundamente ligado a una concepción de la existencia humana. Y parece
requerir ciertas condiciones: que suceda algo que no haya sucedido ya, e incluso, en la versión de
Koselek, que ese algo que sucede no se fugue hacia el fin de los tiempos.

Pero tampoco los futuros (modernos) están necesariamente contrapuestos a los pasados. Incluso
en sus figuraciones modernas, los futuros tienen una poderosa afinidad electiva con ciertos
pasados. Pensemos en las utopías como formas paradigmáticas de un “futuro deseado:” estas casi
siempre recuperan un momento perdido e idealizado de la historia, piensan lo que quieren que
sea creando una cierta imagen de lo que fue. Platón tenía en mente a la comunidad espartana,
More a los primeros cristianos, incluso el marxismo, en buena medida crítico de los discursos
utópicos, llego a pensar que el comunismo futuro tenía su antecesor en un comunismo primitivo.
Paradójicamente, incluso en la modernidad, es difícil pensar un futuro, más aun un futuro deseado
y querido, que no sea un lugar al que se “vuelva.” Pero quizás la clave está en que significa volver
en este contexto. Porque puede que en realidad lo que hagan es recuperar “futuros perdidos,”
como en la arqueología del futuro (Jameson),o del porvenir (Bisset), se intenta volver no a algo
que existió, sino a lo que pudo haber sido y no fue, aquellas promesas que el pasado podría haber
cumplido y sin embargo dejo vacantes. “puedes volver al punto de partida” dice Shevek en Los
desposeídos, la novela utópica de Ursula Le Guin “siempre y cuando comprendas que el punto de
partida es un lugar en el que nunca has estado.”

Tesis 2: a la estéril querella entre lo local y lo universal puede oponérsele la solidaridad entre lo
compartido y lo singular
En tanto es el fundamento de las ideas como lo moderno, el progreso o la revolución, la nocion de
futuro dio forma al mundo occidental moderno y fue progresivamente imponiéndose mediante el
colonialismo y la conquista, en el resto del mundo, sincronizando todas las diversas
temporalidades humanas en un solo eje que avanza hacia un solo futuro. Occidente no solo liquido
la biodiversidad, la etnodiversidad o la tecnodiversidad, la noodiversidad, sino incluso
“cronodiversidad.” Por eso Hui reclama que hay que fragmentar el futuro. Volver a recuperar la
diversidad de cosmotecnicas, la riqueza de las formas locales de temporalidad, siempre imbricadas
con formas situadas de la técnica y sus correspondientes concepciones del cosmos. Sin embargo,
otros dudan de que lo local y su diversidad pueda ser una herramienta lo suficientemente
poderosa como para arrebatarle al capitalismo globalizado el monopolio del futuro. Acá hay varios
problemas juntos. Quizás el capitalismo globalizado nos prive de forma absoluta de la dimensión
del futuro, sea esta universal y única o local y múltiple. Como dicen los Sex Pistols: no hay futuro.
Guy Debord afirmaba que el tiempo del espectáculo contemporáneo es un “presente perpetuo”
amnésico del pasado e incapaz de pensar algo distinto que el eterno retorno de la producción y el
consumo capitalistas. También puede pensarse que la crisis climática y la crisis de la deuda han
devorado todo posible futuro. Por esto, teóricos como Williams y Srnicek parece que quieren
inventar el futuro universal para la humanidad, apostando por la automatización, la inteligencia
artificial y otras tecnologías de avanzada que, arrebatadas a la irracionalidad de la ganancia
capitalista, pueden ser una vía de transición a un futuro de posescacez, el “reino de la libertad” del
que ya hablaba Marx. Por mi parte, creo que elegir por una u otra variante, por lo local o lo
universal, fragmentar el futuro o inventarlo, es desconocer que lo universal y lo particular siempre
funcionan el uno en relación al otro. Pensemos en La internacional proletaria, una agrupación
universalista que pretendía liberal al “género humano”. Difícilmente encontraremos una
organización más diversa y colorida, llena de tradiciones locales y posiciones enfrentadas que lejos
están de aplanarse en la homogeneidad de una sola receta para todos los contextos. Su
universalismo es el universal de la solidaridad, de apoyar materialmente las luchas locales allí
donde se den. Sus límites son difusos, circula como un común del cual cualquiera puede
apropiarse. Las críticas al universalismo, creo, olvidan a veces que este no solo fue el proyecto
capitalista de imponer un modo de vida único, sino también el proyecto proletario de solidarizarse
con todes les “condenados de la tierra.” Contra un mundo donde cada vez más nos sumimos más
en la somnolencia de lo particular e incomunicable, solo poseído por nosotres y aquellos que son
como nosotres, lo universal podría ser un despertar al mundo común que nadie puede poseer y
por eso todes pueden disfrutar, un mundo abierto a cada une en su singularidad. No lo
contrapuesto a una política folk, sino un poderoso aliado de las luchas locales, que les permite
retroalimentarse, solidarizarse y volverse composibles en su diversidad y especificidad. Un
herramienta para construir “un futuro donde quepan muchos futuros”

Tesis 3: la utopía puede imaginarse como una pintura china que, lejos de excluir el vacío, se nutre
de él.

Por ultimo quiero detenerme en el siguiente fragmento de la entrada de Ezequiel: “El concepto de
Futuro ha oscilado, y quizás lo siga haciendo, entre perspectivas que enfatizan su apertura y su
necesaria contingencia y aquellas que pugnan por algún tipo de predicción o gobierno
anticipatorio.” Me gustaría pensar el estatuto de las imágenes utópicas dentro de esta tensión. En
principio pareciera que caen en la segunda perspectiva: dan un norte a seguir, intentan gobernar
el caos de lo posible orientándolo hacia un futuro deseable. El futuro-proyecto podría
contraponerse a lo que podemos llamar futuro-acontecimiento (pensando en le uso que hacen de
este concepto Badiou y Ranciere), aquel que subvierte el presente y presentando lo que parecía
impresentable, hace aparecer algo nuevo e inanticipable. Como dice Ezequiel, hay un futuro que
no llego, ni hace rato ni nunca, y que no puede llegar. Algo como el futuro puro, que nunca será
presente, del que habla Deleuze en Diferencia y repetición, una fuente inagotable que corroe y
socaba todo lo que podemos esperar o anticipar. Hamacher tiene un lindo concepto para pensar
esto: lo aformativo, aquello que a diferencia de lo performativo, no da forma anticipadamente
sino que deshace y desdibuja toda forma consolidada. Sin embargo, y corregirme Ezequiel si me
equivoco, creo que la idea de futurizacion, articulada en torno a los conceptos deleuzianos de
virtual y actual, nos permiten aflojar un poco la dicotomía entre futuro-proyecto y futuro-
acontecimiento. Pues los vectores de actualización de determinadas virtualidades no agotan a lo
virtual, siempre hay, como dice Bryant, “otros sentidos que podrían haberse actualizado.”
Partiendo de este par conceptual se puede pensar planes lo suficientemente indefinidos y
borrosos como para que contengan en sí la posibilidad de improvisar, modificarse y dejar ser a las
posibilidades insospechadas. Y quizás algo de esto haya ya en ciertas figuras utópicas. Benjamin
dice de la utopía de Fourier (el falansterio) que posee un elemento cómico, como si quisiera decir
que la mejor manera de leerla es no tomándosela del todo en serio. Efectivamente, Fourier
ameritó la burla de muchos al decir que un trabajo bien organizado crearía nuevas lunas,
amansaría a los leones salvajes o haría de los hombres gigantes anfibios que pueden respirar agua.
Si utopía tiene afinidad con la comedia, es quizás porque puede ampliar, tomándole el pelo a las
constricciones actuales de lo posible mediante sus figuras fantásticas y poco creíbles, el horizonte
de posibilidades. Incluso, en un sentido afin, podemos pensar utopías que se imaginen como Dong
Yuang, pintor chino del periodo de las cinco dinastías y los diez reinos, pintaba sus paisajes. Según
Francoise Jullien estos expresan a la perfección la idea taoísta de que “la gran imagen no tiene
forma,” pues “los paisajes de Dong Yuan que ‘emergen-se sumergen’, que se situan ‘entre el hay y
el no hay,’ nos apartan igualmente de ambos: tanto del milagro (de la presencia) como del pathos
(de la ausencia)…” Pintar futuros utópicos (o pos-utópicos) que no eliminen el vacío, sino que se
nutran de él como la fuente de su vitalidad, como un espacio necesario para la maniobra. Porque
solo un perfil no del todo definido permite a la forma integrarse en el fondo. El futuro como fondo,
como vacío nunca agotable, puede ser la fuente de donde nuestras imágenes de futuros deseables
extraigan el potencial para su realización.

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