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Tesis 1: Todo futuro tiene un índice temporal que lo hace afín a un cierto pasado.
Durante miles y miles de años algo así como una forma circular configuró la
manera humana de experimentar el tiempo: todo lo que pasará, tiene un correlato
en lo que ya pasó. Para los Yanomami, según explica el chamán Davi Kopenawa, el
cielo se va a caer, pero también ya se cayó antes y eso fundó nuestro mundo. Para
Aristóteles sus nietos estarán más cerca de la guerra de Troya que él mismo, pues
“Igual que en el movimiento del cielo y de cada uno de los astros se describe un
círculo ¿qué impide que también el nacimiento y la muerte de los seres
perecederos sea tal que estos nazcan y perezcan de nuevo?” El futuro entonces,
parece ser una invención relativamente reciente, algo que quizás tenga como fecha
de nacimiento el siglo XVI, poco antes o poco después, y está profundamente
ligado a una concepción de la experiencia humana. Requiere ciertas condiciones:
que suceda algo que no haya sucedido ya, e incluso, que ese algo nuevo que
sucede no se fugue hacia el fin de los tiempos, sino que sea experimentable dentro
del tiempo.
Tesis 3: la utopía puede imaginarse como una pintura china que, lejos de excluir el vacío, se
nutre de él.
Por último, quiero detenerme en el siguiente fragmento de la entrada de Ezequiel:
“El concepto de Futuro ha oscilado, y quizás lo siga haciendo, entre perspectivas
que enfatizan su apertura y su necesaria contingencia y aquellas que pugnan por
algún tipo de predicción o gobierno anticipatorio.” Me gustaría pensar el estatuto
de las imágenes utópicas dentro de esta tensión. En principio pareciera que caen en
la segunda perspectiva: dan un norte a seguir, intentan gobernar el caos de lo
posible orientándolo hacia un futuro deseable. El futuro-proyecto podría
contraponerse a lo que podemos llamar futuro-acontecimiento (pensando en el uso
que hacen de este concepto Badiou y Ranciere), aquel que subvierte el presente y,
presentando lo que parecía impresentable, hace aparecer algo nuevo e in-
anticipable. Como dice Ezequiel, hay un futuro que no llegó, “ni hace rato” ni
nunca, y que no puede llegar. Algo como el futuro puro, que nunca será presente,
del que habla Deleuze en Diferencia y repetición, una fuente inagotable que corroe y
socava todo lo que podemos esperar o anticipar. Hamacher tiene un lindo concepto
para pensar esto: lo aformativo, que a diferencia de lo performativo, no da forma
anticipadamente, sino que deshace y desdibuja toda forma consolidada. Sin
embargo, creo que la idea de futurización, articulada en torno a los conceptos
deleuzianos de virtual y actual, nos permite aflojar un poco la dicotomía entre
futuro-proyecto y futuro-acontecimiento. Pues los vectores de actualización de
determinadas virtualidades no agotan a lo virtual, siempre hay, como dice Bryant,
“otros sentidos que podrían haberse actualizado.” Partiendo de este par conceptual
se puede pensar planes lo suficientemente indefinidos y borrosos como para que
contengan en sí la posibilidad de improvisar, modificarse y dejar ser posibilidades
insospechadas. Preguntarse “cómo hacer” (o incluso “como habría que hacer” [how
it might should be done] como plantea el filósofo Idris Robinson) en lugar de la
interrogante leninista (y aristotélica) ¿qué hacer? Quizás algo de esto haya ya en
ciertas figuras utópicas. Benjamin dice de la utopía de Fourier (el falansterio) que
posee un elemento cómico, como si quisiera decir que la mejor manera de leerla es
no tomándosela del todo en serio. Efectivamente, Fourier ameritó la burla de
muchos al decir que un trabajo bien organizado crearía nuevas lunas, amansaría a
los leones salvajes o haría de los hombres gigantes anfibios que pueden respirar
agua. Si la utopía tiene afinidad con la comedia es quizás porque puede ampliar,
tomándole el pelo a las constricciones actuales de lo posible mediante sus figuras
fantásticas y poco creíbles, nuestro horizonte de posibilidades. Incluso, en un
sentido afín, podemos pensar utopías que se imaginen como Dong Yuang, pintor
chino del periodo de las cinco dinastías y los diez reinos, pintaba sus paisajes.
Según Francoise Jullien estos expresan a la perfección la idea taoísta de que “la
gran imagen no tiene forma,” pues “los paisajes de Dong Yuan que ‘emergen-se
sumergen’, que se sitúan ‘entre el hay y el no hay,’ nos apartan igualmente de
ambos: tanto del milagro (de la presencia) como del pathos (de la ausencia)…”
Pintar futuros utópicos (o pos-utópicos) que no eliminen el vacío, sino que se
nutran de él como la fuente de su vitalidad, como un espacio necesario para la
maniobra. Porque solo un perfil no del todo definido permite a la forma integrarse
en el fondo. El futuro como fondo, como vacío nunca agotable, puede ser la fuente
de donde nuestras imágenes de futuros deseables extraigan el potencial para su
realización.