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Más letal que los saurios: técnica y extinción en el fragmento “Crítica de la filosofía de la

historia” de Adorno y Horkheimer

¿Pueden aportarnos algo Adorno y Horkheimer para pensar la catástrofe ecológica que
estamos viviendo? Vetlesen, en su artículo contenido en “Teoría critica y nuevos
materialismos” sostiene que el problema de la naturaleza en la primera generación de la
escuela de Frankfurt no llega a poder pensar la devastación ecológica y el daño antrópico
a la tierra.1 Dentro de la escuela crítica, el interesante descubrimiento de la dominación de
la naturaleza, se suele traducir en la denuncia de la dominación de la naturaleza en el ser
humano. Esto vuelve a la idea potencialmente no dicotómica “dominación de la
naturaleza” un repertorio más del vocabulario de la teoría social. Muy probablemente
esto sea en buena medida verdad. Pero me resulta interesante explorar, partiendo de
algunos textos que considero no han sido suficientemente estudiados, la posibilidad
contraria, desarrollando de manera experimental lo que podría llamarse la ecología
política (tomamos el concepto de Bennet) de Dialéctica de la ilustración. Sin la pretensión
de explorar de forma holística y completa esta ecología, quiero llamar la atención sobre el
fragmento “Critica a la filosofía de la historia,” pues presenta algunos problemas y
formulaciones decisiva al respecto.

Una especie con cabeza grande

“La especie humana no es, como se ha dicho, una desviación de la historia natural, una
formación lateral y defectuosa resultante de la hipertrofia del órgano cerebral. Esto vale
solamente para la razón en determinados individuos y acaso, en breves periodos, también
para algunos países en los que la economía dejó espacio a la existencia de tales individuos.
El órgano cerebral, la inteligencia humana, es lo bastante estable y vigoroso como para
definir toda una época de la historia de la tierra. La especie humana, incluidas sus
máquinas, sus productos químicos y sus fuerzas organizativas -¿por qué no habría que
considerarlos como partes suyas, lo mismo que las zarpas son parte del oso, cuando sirven
al mismo fin y funcionan mejor?-, constituye en esta época le dernier cri de la adaptación.
Los hombres no solo han superado a sus inmediatos predecesores, sino que los han
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exterminado de forma tan radical como pocas veces una especie más moderna lo ha
hecho con la especie anterior, sin excluir a los saurios carnívoros.”

Desde el comienzo, este curioso fragmento pone en escena la relación que, según
chakrabarty, el antropoceno nos obliga a destacar: el vínculo entre la historia y la historia
natural, entre nuestro pasado humano y el tiempo profundo no humano en el que existe.
Para articular este encuentro, Adorno y Horkheimer discuten contra la idea de que el
Homo sapiens pueda ser pensado como una “desviación” de la evolución biológica. En
buena medida la flamante antropología filosófica alemana (Gelen, Plesner, etc.) desarrollo
variantes de esta idea básica. En vez de ser una desviación, la inteligencia humana, su
órgano cerebral, es el último grito de la moda en materia evolutiva. Desde esta
perspectiva, sorprendentemente ya anuncian que la capacidad adaptativa humana,
anclada en la potencia de su cerebro, es capaz de definir una nueva época de la historia de
la tierra, lo que resuena sugerentemente con la idea contemporánea del antropoceno y
acaso con la idea de la época antropozoica formulada por Antonio Stoppani. De esta
manera, la especie humana marca un umbral límite del desarrollo evolutivo, pues
mediante su técnica se hace capaz de llevar el dominio de la naturaleza hasta el grado
paradójico del aniquilamiento total de la vida. Esto, sin embargo, no resulta de cierto
carácter disruptivo de la humanidad en el curso de la evolución, sino más bien de llevar la
lógica evolutiva hasta sus últimas consecuencias. Porque la técnica no es vista ni como un
instrumento, ni como un complemento, sino como una parte de la humanidad, sugiriendo
una relación biológica de integración, una simbiosis humano-maquina. Como el dinosaurio
tiene sus dientes y garras, el humano tiene sus máquinas y sus productos químicos. Estos
les permiten imponerse de manera definitiva sobre el resto de los seres. Y hacerlo a la
vieja usanza de los depredadores, aniquilándolos. Todo por aquella hipertrofia del órgano
cerebral. Si existiera una autentica desviación, como la que desde el comienzo se sugiere,
esta solo puede ser débil y minoritaria. Impotente frente a las grandes fuerzas de la
evolución. Y sin embargo su posibilidad persistirá lo largo de todo el texto, aunque quizás
nunca sepamos del todo a donde nos podría llevar esa desviación. Sin embargo, luego se
irá precisando el sentido de esta desviación. Es la de la razón pura, liberada de sus
ataduras prácticas, liberada de la idea rectora del dominio del a naturaleza, capaz de
atender a razones no instrumentales como la justicia el bien ético. Pero estas razones
aparecen como locura, como insensatez y falta de sentido práctico. Por esto: “de ahí que
el auténtico pensamiento, la razón en su forma pura, adquiera rasgos de locura, que los
arraigados siempre notaron. Si esa razón lograra en la humanidad una victoria decisiva, la
supremacía de la especie se vería en peligro, la teoría de la desviación terminaría por
resultar verdadera.” Demasiado sentido de la justicia podría impedir hacer lo que hay que
hacer para sobrevivir. Pero persiste la pregunta ¿podría la teoría de la desviación “resultar
verdadera,” vale decir, que Homo sapiens pusiera la robustez de un órgano cerebral en
función de algo distinto que el sometimiento y la aniquilación en masa de biosfera?

El gusto por la carne de cabrito

Adorno y Horkheimer sugieren que ha sido nuestra especie quien aniquiló a nuestros
ancestros del género Homo, de forma similar a como nos lo presenta Asimov en Big game.
En este relato corto un científico ebrio nos cuenta su viaje a la época de los dinosaurios.
Para su sorpresa, en ella descubre a unos pequeños dinosaurios cabezones con rifles de
caza. De este encuentro deduce que ellos mataron a todos los dinosaurios y finalmente se
mataron entre sí. Como el científico que intenta olvidar en la ebriedad todo el horror
propiamente cósmico que lo asalto en ese encuentro entre especies cazadoras, Adorno Y
Horkheimer extraen la sombría consecuencia:

“La capacidad destructiva del hombre promete ser tan grande, que si esta especie se
extingue un día, se habrá hecho tabula rasa. O se destroza a sí misma o arrastra consigo a
toda la fauna y flora de la tierra, y si luego la tierra es aún lo suficientemente joven, todo
el asunto deberá (…) comenzar de nuevo en un nivel más bajo.”

Al igual que lo hará Gunter Anders por esos mismos años a partir del potencial destructivo
de las armas atómicas, Adorno y Horkheimer se enfrentan al problema de la extinción.
Esta, que tiene una larga historia natural, está hoy acelerándose de forma descontrolada.
En términos generales, puede pensarse el presente como parte de una extinción masiva
de la vida sobre la tierra que encuentra otra de su magnitud recién en la gran extinción del
Cretacico-palogeno, es decir, aquella que aniquilo a los dinosaurios. Morton ha destacado
que en términos evolutivos podemos ser comparables a un asteroide. A uno que estalla en
cámara lenta, pero que no ha cesado de acelerarse. ¿Es entonces el ser humano un gran
incendio premeditado, como sostiene Sebald al final de Los anillos de Saturno, que viene
ardiendo y consumiendo el bosque desde incluso antes del neolítico y que seguirá, árbol a
árbol, rama a rama, hasta que la tierra no sea más que ceniza y polvo humeante? Algunos
pasajes típicos del trabajo de Adorno parecen ir en este sombrío sentido. En “Critica de la
filosofía del a historia:”

“El espíritu y todo lo bueno se hayan, en su origen y en su existencia, ligados sin remedio a
este horror. El suero que el medico administra al niño enfermo se obtiene mediante una
agresión a una criatura indefensa. En las palabras cariñosas de los amantes, como en los
símbolos más sagrados del cristianismo, resuena el gusto por la carne de cabrito”

En principio es necesario reconectar cualquier belleza y cualquier bien, a la cuota de


horror que la sotiene: “hasta el árbol que florece miente en el instante en que se percibe
su florecer sin una cuota de espanto” ¿Pero ahí termina todo? No. Se trata de mirar al
infierno y permanecer tranquilo, como recordará Guiligam Rouse que decía un sabio
rabino. Así podrán verse entre las cenizas y las escorias, algunas astillas de tiempo
mesiánico, los pequeños fragmentos de una débil e incierta posibilidad de redención.

El golpe de (mala) suerte

Los seres humanos, expuestos a todo tipo de agresiones por parte de otras especies y las
fuerzas del planeta, desarrollaron progresivamente técnicas que intentan dominar la
naturaleza. La razón instrumental, que los autores estudian partiendo de la astucia de
Ulises en La odisea es una técnica más sofisticada pero su finalidad es la misma: la
ilustración no deja de ser mito y el mito es ya ilustración. Sin embargo en el empeño por
dominar la naturaleza los seres humanos pasan a someterse a sí mismos. Así se explica la
auto represión y el sometimiento de clases, ambos ejemplificados a la perfección en el
episodio en el que Ulises se amarra al mástil de su barco para no sucumbir ante el llamado
de las sirenas, al mismo tiempo que obliga a sus remeros a taparse los oídos. Sin embargo,
en el pasaje sobre la “Crítica de la filosofía de la historia,” el argumento da un drástico
vuelco hacia la noción de súper hombre, imaginando a este como al soldado que capaz de
fumigar a los últimos seres vivos salvajes que queden en la tierra:

“Así como el aviador que en unos pocos vuelos sería capaz de limpiar con un fumigante,
los últimos continentes de los últimos animales libres, podría ser considerado como un
superhombre en comparación con el troglodita, del mismo modo podría surgir un
superanfibio humano ante el cual el aviador de hoy parecería una inofensiva golondrina. “

El concepto de superhombre puede ser pensado en la conversión de la cantidad en


cualidad, del incremento del poder aniquilador, al cambio de estatuto ontológico. Desde
esta perspectiva imaginan una especie de extraño ciborg humano máquina, un
superanfibio humano ante el cual el aviador se verá tan inofensivo como una pequeña
ave. Resulta inquietante pensar que algunos años después de que A&H escribieran estas
reflexiones, el ejército norteamericano utilizó granes cantidades de agente naranja para
intentar asesinar la selva que daba cobijo a las operaciones del vietcom. Todavía hoy, en
los animales, en los humanos y en los arboles pueden verse las cicatrices de esta
desquiciada guerra profunda del capitalismo contra la naturaleza. Esta se perpetua en los
cultivos y plantaciones de Latinoamérica, África y el Sureste asiático, “los últimos
continentes de los últimos animales libres” roseados desde el aire con pesticidas mortales
como el glinfosato. Tal delirio asesino puede estar fundado en “lo que hay de verdadero
en el antropomorfismo.” Que “la historia natural no contaba, por así decirlo, con el golpe
de suerte que para ella fue el hombre.”

Como un perro

Un famoso pasaje de Mínima moralia2 puede ayudarnos a pensar formas alternativas en el


que este “golpe de suerte” no sea la desgracia de toda la biosfera. Para empezar, la guerra
contra la naturaleza podría pacificarse, la necesidad dejaría de ser el principio social y
económico básico. Las personas no harían las cosas por conveniencias privadas. Abría un

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gran hartazgo del desarrollo “Quizá la verdadera sociedad llegue a hartarse del desarrollo
y deje, por pura libertad, sin aprovechar algunas posibilidades en lugar de pretender
alcanzar, con desvariado ímpetu, ignotas estrellas.” El deseo y los intereses se
transforman radicalmente cuando la dominación de la naturaleza deja de continuar la
adaptación por otros medios y los seres humanos pueden organizarse como seres libres.
Curiosamente, Adorno parece sugerir que su elección sea “Rien faire comme una béte,
flotar en el agua y mirar pacíficamente al cielo, «ser nada más, sin otra determinación, ni
complemento».” La humanidad redimida, cansada ya de las fatigas del trabajo, podría
sencillamente solo querer no le tapen el sol de la mañana.

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