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SOBRE HISTORIA DEL FUTURO

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La historia del futuro


 El concepto de futuro como un tiempo homogéneo donde encajará
el presente no empezó a perfilarse hasta el siglo XVIII

 A finales del siglo XIX la novela ya se había apropiado del futuro y


había hecho de él todo un género, síntoma de su asimilación por la
sociedad

Una estampa de Jean Marc Coté dibujada a finales del siglo XIX, que muestra
cómo será el futuro
Pablo G. Bejerano
Madrid —31 de julio de 2014 20:17h
@pablogbej

Hace mil años no había futuro. El concepto de futuro que hoy está
asimilado por todos no siempre ha existido. A lo largo de la historia las
sociedades no han llegado a imaginar que el futuro sería distinto a
su presente, ni siquiera han llegado a imaginar un futuro. No es hasta
hace unos pocos cientos de años cuando se producen las primeras
incursiones en el pensamiento que abren un camino para tomar
conciencia de un porvenir común.
CINCO AVANCES ÚTILES DE LA CIENCIA QUE NO SERÍAN POSIBLES SIN LOS
ACELERADORES DE PARTÍCULAS
SABER MÁS

Hoy en día la idea de futuro está normalizada. Es habitual descubrirse


pensando cómo será la vida dentro de 20, 30 ó 100 años. Se
reflexiona en voz alta sobre ello y los medios de comunicación
contribuyen a este murmullo sobre el porvenir cada vez que se
produce un avance científico, mientras que las empresas de
tecnología corren a colgarle a sus productos la etiqueta de
revolucionarios (revolucionarán el futuro, claro).

El libro escrito por el historiador alemán Lucian Hölscher, ‘El


descubrimiento del futuro’ (Siglo XXI de España), hace un repaso a la
evolución de la idea de futuro en las sociedades, desde su inexistencia
hasta nuestros días, pasando por su consolidación a finales del s. XIX.
El concepto, tal y como lo conocemos, es muy reciente en
comparación con la historia de la Humanidad. No se forma hasta los
siglos XVI y XVII en Europa Occidental, cuando empieza a estar ligado
al devenir histórico como un proceso coherente de evolución de la
Humanidad.

Citando al libro, “siempre hubo, es cierto, acontecimientos futuros que


los seres humanos esperaban. Pero no siempre existió la idea de un
tiempo homogéneo que fuese discurriendo y en el que previsiblemente
acabarían asentándose tales acontecimientos.” La exposición teórica
del texto al principio da paso a una narración más mostrativa, sin
perder el tono filosófico. El libro va de menos a más, relatando cómo el
pensamiento horada dentro de sí para descubrir poco a poco el futuro.

La imaginación como ingrediente inseparable

‘El descubrimiento del futuro’ narra detalles reveladores en relación


con la idea de futuro. Uno de los primeros conceptos que introduce el
autor es el del continuo espacio-tiempo. Sencillamente no existía
hasta antes del siglo XIII. Por ejemplo, los vikingos creían haber
entrado en un nuevo mundo a llegar a América. Los mapamundi de
la baja edad media, como el de Ebstorf, no representaban
geográficamente el mundo, en el dibujo se mezclaban geografía y
mitología. Sin una continuidad espacio-temporal la imaginación podía
volar hacia mundos desconocidos en lugar de hacia un tiempo
desconocido, por venir.

La visión cristiana del mundo en la época medieval también supuso un


freno a la aparición del futuro. El filósofo San Agustín habla de esta
idea como de una realidad, igual que si se tratara del pasado o el
presente. El futuro eran hechos consumados, que entre otras cosas
incluían el Día del Juicio Final. En el libro, Hölscher mezcla filosofía,
historia y lingüística para explicar y desgranar poco a poco su tesis:
que el futuro es una abstracción.

La clave para el despegue del futuro es la necesidad de planificar la


vida que vendrá de forma colectiva. La Revolución Francesa marca el
gran cambio, cuando la soberanía recala en el pueblo con el derecho
a voto y –pese a las limitaciones del sufragio – afloran las promesas
electorales.

El comienzo del socialismo y el auge de los nacionalismos alimentan


la idea de un futuro mejor, que genera eco gracias a la difusión de la
prensa. Las corrientes políticas surgidas en el siglo XIX envuelven su
bandera en promesas colectivas. Pero también los descubrimientos
científicos alimentan la idea. A ello contribuye la prensa, pero también
las novelas.

La ficción en el siglo XIX se empapa de la idea de futuro y escarba en


ella para anticipar cómo serán las maravillas que nos reserva el
porvenir. Julio Verne, el socialista estadounidense Edward
Bellamy o H.G. Wells escriben utopías técnicas, que con frecuencia se
convierten en anticipación del futuro por lo rápido que progresan los
avances. Más adelante el género de la utopía se volverá del revés y
será la distopía o antiutopía la que concentre las proyecciones
literarias sobre el futuro.
Hasta las marcas aprovechan comercialmente el tirón que tiene la idea
del futuro. Destaca la serie de dibujos Comment vivron nos arrière-
neveux en l’an 2012 (Cómo vivirán nuestros sobrino-nietos en el año
2012) para promocionar los chocolates Lombart. Tampoco tienen
desperdicio las postales presentadas en la Exposición Universal de
París en 1900 y realizadas por Jean Marc Côté entre otros artistas.
Ambas series muestran aparatos voladores en las ciudades, viajes de
turismo a la Luna, la mecanización del campo y hasta una
rudimentaria videoconferencia.

Hacia el año 1900 se hace necesario renovar las ciudades para


albergar las nuevas infraestructuras labradas en el siglo XIX. El futuro
explota en el pensamiento y literalmente lo hará en dos guerras
mundiales, ambas anticipadas colectivamente. Hölscher deja clara una
cosa en su ensayo: la capacidad de proyectarse en un futuro no es
antropológica sino el resultado de un proceso histórico. Termina
apuntando que no sabemos si desaparecerá ni cuándo lo hará (si lo
hace).

Imágenes: Dominio público


Publicado el
 
31 de julio de 2014 - 20:17 h
 

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https://journals.openedition.org/mcv/8415?lang=pt

48-2 | 2018
Conexiones imperiales en ultramar
Actualité de la recherche
Débats. Tiempos y temporalidades en Historia

El futuro, ¿un nuevo dominio del tiempo histórico?


Carlos Navajas Zubeldia
https://doi.org/10.4000/mcv.8415
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 1 KOSELLECK, Reinhart (2013), Esbozos teóricos. ¿Sigue teniendo utilidad la
historia?, Madrid, Escol (...)

1En su obra Esbozos teóricos, Reinhart Koselleck sostenía que faltaba


«completamente» una teoría que diferenciara a la historiografía de las
que tenían las demás ciencias sociales: una «teoría de los tiempos
históricos», subrayaba por dos veces. Aparte de distinguir entre esta
teoría de una mera cronología, Koselleck tampoco apuntaba mucho más
en este texto acerca de cómo entendía que debería ser dicha teoría de
los tiempos históricos (en plural)1. Sin embargo, su obra sí que nos
aporta algunas pistas, pues, por ejemplo, se trata de uno de los pocos
historiadores que ha reflexionado sobre el futuro o acerca de la
prognosis.

2Desde nuestro punto de vista una teoría del tiempo histórico (¿o de los
tiempos históricos en plural?), debería abarcar los tres dominios
temporales que tradicionalmente conforman la noción de tiempo, esto
es, el pasado, presente y futuro o, una vez más, los pasados, presentes
y futuros.

3Para los historiadores decimonónicos, academicistas, del sentido común


y tradicionales, el primer dominio temporal es consustancial al tiempo
histórico. ¡Cuántas veces hemos leído que la historia (mejor, la
historiografía) es el estudio el pasado! Un dominio que, además, pocas
veces iba más allá del pasado del sentido común, no de un pasado
histórico. En consecuencia, cabría preguntarse: ¿cómo debería ser el
pasado histórico, aquel que forma parte integral del tiempo histórico?
Como ya hemos tenido ocasión de explicar en más de una ocasión, la
noción de pasado se subdivide en al menos tres subconceptos: el pasado
real, el pasado recordado y el pasado histórico, a los que podríamos
agregar otros como el pasado mítico y el cronológico.

4El pasado real es que el existió en una ocasión, pero ya no lo hace en


la actualidad (o en la sucesión de actualidades que conforman la
historia). Del pasado real nos quedan restos o huellas que nos sirven
para reconstruirlo con mayor o menor certeza, dando forma en
consecuencia al pasado histórico, por así decirlo la punta del iceberg del
pasado real.

5El pasado recordado entronca con el presente histórico, aunque esta


afirmación pueda parecernos contraintuitiva. El presente histórico es el
tiempo de las generaciones vivas y su memoria es una fuente más (el
«segundo archivo») de los historiadores presentistas.

 2 BLOCH, Marc (1988), Introducción a la Historia, Madrid, Fondo de Cultura


Económica, p. 22.

6El pasado histórico no es idéntico al pasado real, pero se basa en él. A


raíz de lo que acabamos de afirmar y a partir de lo que decía
clarividentemente Marc Bloch, el pasado histórico es aquel que no es
contemporáneo a nosotros2. Sin embargo, consideramos que al hablar
del pasado histórico y también del presente histórico se produce una
paradoja, pues tanto el uno como el otro, que han sido reconstruidos por
los historiadores y sus obras, son por así decirlo eternos, siguen estando
vivos gracias a la historiografía y se proyectan sobre el futuro de la
humanidad.

 3 GADDIS, John Lewis (2004), El paisaje de la historia. Cómo los historiadores


representan el pasado(...)

 4 KOSELLECK, Reinhart (2001), Los estratos del tiempo: estudios sobre la


historia, Barcelona, Paidós (...)

7Como se acaba de ver, los tres dominios temporales se entrecruzan, en


especial cuando nos hemos referido a la relación existente entre el
pasado recordado y el presente histórico. Justamente, el dominio del
presente también es plural, al igual que nos sucedía en el caso del
pasado. Aparte del presente histórico, en este dominio podemos
distinguir la tradicional distinción que se ha hecho entre el presente
delgado (¿el que podríamos asociar al presentismo?) y el espeso. Éste
entronca con otro presente propuesto curiosamente por los
prospectivistas o futuristas (otro entrecruzamiento): el extendido. El
presente delgado puede serlo tanto como el lapso de tiempo transcurrido
entre el tic y el tac de un reloj. Es esa clase de presente que se ha
asociado a expresiones tales como «singularidad», «embudo» y
«agujero de gusano» (Gaddis)3 o «punto de intersección», «punto cero
imaginario» y «momento que continuamente se escapa» (Koselleck)4.
Sin embargo, el presente delgado también puede tener una mayor
duración, como puede ser, por ejemplo, el presente de un día, tal vez el
presente periodístico por excelencia. Sin desdeñar este último presente
delgado, del que nos nutrimos los historiadores (estoy pensando en el
uso de la prensa como fuente histórica), consideramos que son, el
presente espeso y en especial su —más o menos— equivalente el
extendido, los que requieren una mayor atención por nuestra parte.
Efectivamente, el presente extendido es la versión más elaborada de lo
que acabamos de denominar presente espeso. Aquél comprende no sólo
el presente como un filo (el ahora), sino también el pasado reciente (con
sus recuerdos, con su memoria) y el futuro próximo (con sus
anticipaciones, previsiones o imaginaciones). Un nuevo cruce de
dominios temporales.

8Y, finalmente, nos queda el futuro. ¿Qué hacemos con él? ¿Lo
obviamos? Creo que no, pues desde el momento en el que los
historiadores hemos recuperado el presente histórico para la
historiografía, algo tenemos que decir sobre el futuro y en particular el
futuro histórico. Además, cualquier reflexión sobre el presente-presente,
sobre el hoy, sobre la actualidad, nos aboca necesariamente al futuro, al
menos al próximo; aunque, en muchas ocasiones estas aproximaciones
al futuro inmediato se realizan de una manera meramente literaria o,
incluso, intuitiva.

9El futuro también es plural. En este sentido, habría que volver a


recordar que normalmente el objeto temporal de esa «indisciplina» que
es la prospectiva o los Estudios de los Futuros (Future Studies) es el
futuro próximo, esto es, desde el presente-presente hasta los próximos
cincuenta o, a lo sumo, cien años. Un futuro que está comprendido en el
lapso vital de algunas de las generaciones vivas en el día de hoy, por lo
que bien podríamos denominarlo futuro contemporáneo. ¿O es que las
generaciones vivas sólo tienen pasado o sólo viven en el presente-
presente? Sería absurdo afirmarlo.

 5 CHRISTIAN, David (2004), Maps of Time. An Introduction to Big History,


Berkeley – Los Ángeles – Lo (...)

 6 STAGER, Curt (2012), El futuro profundo. Los próximos 100.000 años de vida
en la Tierra, Barcelona (...)

10Sin embargo, la prospectiva o los Estudios de los Futuros no es la


única disciplina que tiene el futuro como objeto temporal. Hay una
especialidad histórica, relativamente reciente, la Big History, que en su
afán por analizar y explicar la historia natural y la historia humana se
proyecta también sobre el futuro. Así, uno de los máximos exponentes,
David Christian, distingue entre un futuro próximo (el de los próximos
cien años), un futuro medio (los próximos siglos y milenios) y un futuro
remoto (el futuro del sistema solar, la galaxia y el universo)5. El futuro
medio de Christian está ligado con el «futuro profundo», es decir, el
futuro de las predicciones climáticas que, sin embargo, se vuelve a
entrecruzar con una parte del pasado y con la totalidad del presente
históricos. En efecto, desde la perspectiva de la historia de la Tierra, la
Edad Contemporánea coincide con la Era de los Humanos (o la época del
Antropoceno) y ésta va a tener unas consecuencias a larguísimo plazo
en la historia de nuestro planeta, de hasta 100 000 años, según Curt
Stager6.

11Además de todo lo anterior, los historiadores y en particular los


contemporaneístas deberíamos tener en cuenta que los sucesivos
presentes de la humanidad han tenido también sus propios futuros (o,
dicho tal vez con más precisión, sus futuribles), aunque al final sólo uno
de esos futuros terminó convirtiéndose en el futuro. Desde esta
perspectiva, los historiadores deberíamos investigar también esas
bifurcaciones que existen en cualquier época histórica, al igual que
ocurre en el presente, aunque en este caso los futuristas o
prospectivistas utilizan otro término en vez de bifurcaciones: el de
escenarios. Dicho de otra manera, el futuro está contenido
evidentemente en el pasado y presente históricos.

 7 Estas últimas palabras están inspiradas en el título de libro de HÖLSCHER,


Lucian (2014), El descu  (...)
12En definitiva, creemos que la famosa definición de la historia (o
historiografía) como «ciencia de los hombres en el tiempo» realizada por
Marc Bloch debería transformarse en una ciencia de los seres humanos
en todos los tiempos, extendiendo la pluralidad introducida en la idea de
hombre por este autor al propio tiempo histórico que, además, habría
terminado descubriendo el futuro7.

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NOTAS

1 KOSELLECK, Reinhart (2013), Esbozos teóricos. ¿Sigue teniendo utilidad la historia?, Madrid,


Escolar y Mayo, p. 72.

2 BLOCH, Marc (1988), Introducción a la Historia, Madrid, Fondo de Cultura Económica, p. 22.

3 GADDIS, John Lewis (2004), El paisaje de la historia. Cómo los historiadores representan el
pasado, Barcelona, Anagrama, p. 53.

4 KOSELLECK, Reinhart (2001), Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona,
Paidós, p. 116.

5 CHRISTIAN, David (2004), Maps of Time. An Introduction to Big History, Berkeley – Los Ángeles –
Londres, University of California Press, pp. 467-472.

6 STAGER, Curt (2012), El futuro profundo. Los próximos 100.000 años de vida en la Tierra,
Barcelona, Crítica.

7 Estas últimas palabras están inspiradas en el título de libro de HÖLSCHER, Lucian (2014), El
descubrimiento del futuro, Madrid, Siglo XXI.
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PARA CITAR ESTE ARTIGO

Referência eletrónica
Carlos Navajas Zubeldia, «El futuro, ¿un nuevo dominio del tiempo histórico?», Mélanges de la
Casa de Velázquez [Online], 48-2 | 2018, posto online no dia 05 outubro 2018, consultado o 19
junho 2021. URL: http://journals.openedition.org/mcv/8415; DOI:
https://doi.org/10.4000/mcv.8415
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AUTOR

Carlos Navajas Zubeldia
Universidad de La Rioja

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DIREITOS DE AUTOR

La revue Mélanges de la Casa de Velázquez est mise à disposition selon les termes de la Licence


Creative Commons Attribution - Pas d’Utilisation Commerciale - Pas de Modification 3.0 France.
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RESEÑA

El descubrimiento del futuro


Lucian Hölscher
El futuro es una de las cosas en las que más pensamos y que más llenan de inquietud,
desasosiego y esperanza a los hombres. Nuestro futuro es parte de lo que, quizás, algún
día llegaremos a ser y alcanzar pero también es parte de nuestro inerradicable
desconocimiento e incertidumbre en el mundo. El futuro no es presente, ni pasado, y por
lo tanto todavía no ha tenido lugar. El futuro es un permanente no tener nunca lugar. Por
eso los seres humanos, no dotados de la «clarividencia» (aunque sí de una gran
imaginación y de cada vez mayores medios de medición y «predicción»), nunca podemos
conocer el futuro. A pesar de que somos conscientes, al menos hasta cierto punto (aunque
no por ello dejamos de resistirnos a esa realidad), de nuestra completa incapacidad para
predecir el futuro, éste se encuentra siempre presente en nuestros pensamientos e ideas.
Nuestro anhelo inquisitivo sobre el futuro, como individuos y como especie, pertenece a
ese gran conjunto de temas, de preguntas sin respuesta posible, que sin embargo (al igual
que sucede con otras grandes cuestiones de nuestra existencia, como la de Dios, el alma o
el libre albedrío) no dejamos de plantearnos una y otra vez a lo largo de nuestras vidas aun
sabiendo que somos incapaces de responderlas completamente.

¿Es posible una «historia del futuro»? Esa es, a mi juicio, la pregunta fundamental que late
tras el libro El descubrimiento del futuro escrito por el autor alemán Lucian Hölscher. La
pregunta es muy compleja y para comprender su respuesta es preciso seguir toda una
serie de elementos que se detallan en el libro. Como no estamos ante una novela de
misterio, donde haya que mantener la intriga de principio a fin hasta conocer la identidad
del asesino, podemos adelantar la respuesta: mientras que el futuro (como espacio
temporal) nos es desconocido y por lo tanto no resulta susceptible de un verdadero
conocimiento histórico, la historiografía, sin embargo, es perfectamente capaz de
acercarse, con ciertos visos de veracidad, a lo que han sido las «ideas de futuro» de los
hombres a lo largo de la historia. Y en buena medida, esta «historiografía de las ideas de
futuro», mezclada con un tratamiento de la filosofía de la historia (muy influido por autores
como Reinhart Koselleck, al que Hölscher cita en varias páginas y notas), es el objeto del
libro que nos ocupa.
Empecemos por el principio. Hoy, y aunque nos pueda resultar extraño que no siempre
fuese así, estamos muy familiarizados con la idea de futuro, o de lo futuro. El autor, sin
embargo, nos advierte de que esta intuición es en realidad muy reciente. La idea de futuro,
al menos tal como en nuestros días la conocemos, no aparece en el continente europeo
hasta mediados del siglo XVIII por lo menos. Esto no significa que antes de dicha fecha las
personas no tuviesen interés o pensamiento alguno por aquello que estaba por venir. Tal
preocupación o interés ha existido siempre, pero no es hasta el siglo XVIII cuando
podemos reconocer verdaderamente la presencia de genuinas «ideas de futuro».

No se trata solamente de que durante la Edad Media e incluso buena parte de los inicios
de la Edad Moderna no existiese una conjugación verbal del tiempo «futuro» en muchas
lenguas no derivadas del latín (es particularmente destacado el caso de la lengua alemana).
Tener una forma verbal futura no es el único rasgo necesario para la elaboración de una
idea de futuro (aunque desde luego, ayuda) pues son, además, necesarias una serie de
transformaciones mentales y conceptuales para que el futuro llegue a ser lo que nosotros,
los hombres contemporáneos, entendemos como tal. Nociones que eran ajenas a la
conciencia del hombre medieval, por ejemplo. Aunque Hölscher en su libro menciona
algún elemento más, me centraré en dos de las principales transformaciones de carácter
conceptual necesarias para poder desarrollar esas ideas de futuro.

La primera de ellas es la concepción del futuro como una especie de «lugar» en la línea
temporal. Siendo este argumento metafísicamente cuestionable, lo cierto es que
representa una poderosa imagen que nos permite presentar una visión coherente. Sin este
«espacio» no habría lugar a un «todo» en el que las acciones de los sujetos y los diversos
fenómenos experimentados tuviesen una cierta unidad e integración. Para imaginarnos
una verdadera idea de futuro es preciso que podamos percibir esa intuición como espacio
en una línea temporal por venir.

La segunda de las nociones importantes


que supone un cambio con respecto a la etapa anterior es la del sujeto activo en la historia.
Aunque en el pasado hubiese ideas sobre el «Destino» o el «Fin de la Historia», el hombre
las esperaba de manera pasiva: eran acontecimientos por venir, en los que los seres
humanos no jugaban un papel activo. Solo cuando los individuos (y la humanidad) son
concebidos como dueños de su propio destino -todo lo condicionado que se quiera- y
actores fundamentales de la historia pueden emerger dichas concepciones. Será entonces
cuando el ser humano empiece a ser entendido como un actor que labra su propio futuro.

Tras estas y otras consideraciones más entroncadas con lo que se ha llamado «filosofía de
la historia», el autor nos presenta las ideas de futuro desarrollas a lo largo de estos últimos
siglos. Un desarrollo que abarca desde su tratamiento por parte de los filósofos,
pensadores y literatos hasta el denominado «imaginario popular», para el que la idea de
futuro termina por estar muy inserta. Resulta interesante apreciar cómo Hölscher
reconoce una serie de «ciclos largos» de auge y declive de las ideas de futuro. En total
identifica cuatro ciclos que se producen aproximadamente cada sesenta años: el que va de
1770 a 1830, el correspondiente al periodo comprendido entre 1830 y 1890, el que abarca
entre los años 1890 y 1950, y por último el que se desarrolla entre los años 50 y principios
del siglo XXI.

Por las páginas del libro desfilan pensadores e intelectuales como Kant, Hegel o el
impulsor del positivismo, Auguste Comte. Encontramos también a Saint-Simon y Fourier,
así como a sus respectivos seguidores y a otros representantes menos conocidos del
llamado «socialismo utópico». Una presencia fundamental es la de Marx y los
continuadores de la filosofía de la historia marxista, así como diversos pensadores que han
reflexionado sobre el estado socialista y la sociedad comunista del futuro. También
hallaremos a importantes autores y obras del género literario conocido como «utopía
temporal», diferenciada de las utopías clásicas como la de Moro y Campanella en que no
se sitúa en un «no lugar» ubicado en un imaginario espacio del presente, sino que traslada
su escenario a un «no lugar» en un espacio real pero un imaginario momento del futuro.
De ellas podemos destacar El año 2440 del francés Louis-Sébastien Mercier, inédita en
español y destacable precisamente por ser la primera obra del género, y sobre todo la
novela Mirando atrás del periodista y escritor Edward Bellamy, mucho más conocida y
relevante (un auténtico best-seller de su tiempo), publicada en nuestro país hace no
demasiado por la editorial Akal.

Además de las concepciones de ilustrados


(como Kant o Condorcet), socialistas (como Fourier, Marx o Bellamy) y otra serie de autores
y escritores de ideología progresista, Hölscher también reseña las visiones decadentistas
sobre el futuro, presentes en las fuerzas e ideologías conservadoras. Y siendo alemán, no
podía dejar de tratar, al menos dedicándole unas cuantas páginas, al Tercer Reich como
idea de futuro (materializada finalmente en la práctica), muy presente en sectores de la
derecha alemana y finalmente puesta en práctica por los nazis como aglutinadores entre el
mito y el futuro, cargada de elementos llenos de odio y supremacismo racial. No olvidemos
que uno de los mensajes más repetidos (aunque, para el autor, no excesivamente
desarrollados en detalle en los escritos de sus defensores) de la propaganda nazi es que el
suyo sería «un imperio que durará mil años», si bien nos dice Hölscher que ni siquiera esa
duración debe ser tenida por exacta, sino como componente mitológico, muy influida por
el fenómeno del milenarismo.

El libro también incorpora las aportaciones de otros brillantes literatos (H.G. Wells o Julio
Verne) o artistas (como la propuesta de «obra de arte del futuro» del filósofo y compositor
alemán Richard Wagner), unidas al imparable desarrollo de la ciencia y la técnica. El
resultado es un vistoso y colorido paisaje de diferentes perspectivas sobre el futuro,
siempre muy marcadas por el contexto presente (por ejemplo, por fenómenos como las
revoluciones liberales y democráticas durante las décadas de los 30 y 40 en el siglo XIX, o
por la Primera Guerra Mundial y sus momentos previos de expansionismo colonial) así
como por la comprensión de todo lo acaecido anteriormente.

Estamos sin duda ante una excelente condensación en 240 páginas de elementos
históricos y filosóficos que nos permitan comprender el futuro de nuestro pasado, con la
intención de ayudarnos hoy, en nuestro presente, a construir juntos un futuro. Y es que, al
final, ese futuro está abierto, en un continuo proceso por hacer, siempre incierto y a la vez
siempre fruto de las acciones de nuestro presente. Un viaje al pasado para empezar a
elaborar nuestro futuro.

Lucian Hölscher (Múnich, 1948) estudió en Gotinga, Friburgo, Oxford y Heidelberg historia,
filosofía, sociología y ciencias económicas. Doctor en historia, desde 1991 enseña teoría de
la historia e historia moderna y contemporánea en la Ruhr-Universität de Bochum. Autor
de una vasta obra centrada especialmente en la teoría de la historia y en la cultura y la
religión de la Alemania moderna y contemporánea, entre sus publicaciones más recientes
destacan el ‘Atlas zur religiösen Geographie im protestantischen Deutschland zwischen der
Mitte des 19.  Jahrhunderts und dem Zweiten Weltkrieg‘ (4 vols., 2001), ‘Geschichte der
protestantischen Frömmigkeit’, vol. I: ‘Von der Reformation bis zum Ersten Weltkrieg’ (2005)
y ‘Semantik der Leere. Grenzfragen der Geschichtswissenschaft’ (2009).
*Publicado por la editorial Siglo XXI, octubre 2014.

Andrés Casas

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