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Hay cosas que no se enseñan en la escuela, para las que no existen manuales y que tampoco se aprenden escuchando un discurso

bien hilvanado. El amor es una de ellas. Los


niños aprenden a amar cuando reciben amor durante su infancia, cuando sus padres les prodigan un cuidado sensible.

Las primeras experiencias nos marcan para toda la vida

Hace poco un estudio publicado en la revista Child Development desveló que el mejor predictor del éxito de los hijos, así como de su estabilidad emocional, no es la
estimulación temprana, la disciplina y ni siquiera la educación en valores sino simplemente la sensibilidad de los padres.

Estos psicólogos constataron que a los 30 años los niños que habían tenido a padres disponibles emocionalmente no solo habían obtenido mejores calificaciones en la escuela
sino que también eran más maduros y estables emocionalmente.

La disposición emocional de los padres no es más que saber captar las necesidades de sus hijos y satisfacerlas rápidamente, con amor. Los niños que han sido criados de esta
forma, sobre todo durante sus primeros tres años de vida, desarrollarán un apego seguro, lo cual implica que estarán más abiertos a las nuevas experiencias y que serán
personas más seguras de sí e independientes.

Nuestro crecimiento emocional dependerá de las primeras semillas que plantaron nuestros padres. Si estos sembraron las semillas de un amor incondicional, es probable que
nos convirtamos en adultos que saben amar, que no tienen miedo al compromiso y que tampoco desarrollan una dependencia emocional o ahogan a los demás con un cariño
posesivo.

Al contrario, si nuestros padres solían condicionar su amor a nuestras buenas o malas conductas, es probable que nos convirtamos en adultos dependientes de las opiniones de
los demás, personas que creen no merecer amor.

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