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HERIDAS
SIMBOLICAS
LOS RITOS DE PUBERTAD
Y EL MACHO ENVIDIOSO
EARRAL
*w
*****
Bruno Bettelheim nació en Viena, donde comenzó su carrera
intelectual como especialista en estética, disciplina en la que se
doctoró antes de interesarse profundamente por la psicología, que
estudió más tarde bajo el magisterio de Sigmund Freud.
Emigrado a los Estados Unidos en 1939, publicó en esa fecha su primer
libro, Individual and mass behavior in extreme situations, basado en su
experiencia de los campos de concentración. Durante veintidós años
ha sido director de la escuela ortogénica para niños gravemente per-
turbados que depende de la universidad de Chicago, en la que es
igualmente profesor de psicología y de psiquiatría. Entre sus libros
más importantes se cuentan, The empty fortress (La fortaleza vacía),
libro capital sobre el autismo infantil, Social change and prejudice, The
informed heart, Truants from life, Love is not enough, The children of the
dream (basado en la observación de niños en los kibbutz israelíes).
Diálogos con las madres de niños normales (Barral Editores, 1973) y el
presente. Heridas simbólicas.
Digitized by the Internet Archive
in 2012
http://archive.org/details/isbn_8421102893
HERIDAS SIMBOLICAS
Los ritos de la pubertad y el
macho envidioso
BRUNO BETTELHEIM
HERIDAS SIMBOLICAS
Los ritos de la pubertad y el
macho envidioso
BREVE
BIBLIOTECA DE RESPUESTA
BARRAL EDITORES
1974
Título de la edición original:
Symbolic Wounds
Traducción de
Patricia Grieve
9
3
10
ralelo es tan sólo más aparente en los jóvenes esquizofrénicos
11
que inspira grande actualmente, que muchos hombres
es tan
se refugian en la homosexualidad abierta o inconsciente.
En resumen, lejos de «amontonar sin distinción a todos
los pueblos primitivos», poseo el convencimiento de que ellos
comparten con nosotros ciertas necesidades y deseos básicos
de la humanidad. Estas emociones son tan básicas que, mien-
tras más variada sea la sociedad, mayores serán las vicisitudes
que deberán experimentar; en ciertas sociedades ellas son ela-
boradamente reprimidas, negadas y encubiertas; en otras, ellas
son transformadas en pautas sociales, en una forma igualmente
elaborada, y en otras, por último, suceden ambas cosas a la
vez. Estos deseos, repitiéndolo una vez más, son primitivos
no en el sentido de pertenecer a personas o sociedades primi-
tivas, sino en el sentido literal de ser primarios, originales, y
no derivados. De este modo, mi libro no se refiere al hom-
bre primitivo (concepto que encuentro inaplicable), sino a
lo primitivo en todos los hombres (lo cual me interesa enor-
memente).
No planteo ninguna objeción a aquellos etnólogos y antro-
pólogos que temen que, al ponerse demasiado énfasis en aque-
llo que es común a todos los hombres, se oscurezcan las vastas
diferencias existentes entre tribus y costumbres que, sin em-
bargo, pueden ser muy semejantes en lo externo. La suya es
una posición correctiva ante un etnocentrismo que trató de
evaluar las costumbres según su mayor o menor semejanza
a las nuestras. Ciertamente, el psicoanálisis se dedica al estudio
de las formas únicas en las cuales cada uno de nosotros ma-
neja las necesidades y ansiedades primitivas que compartimos
con todos los hombres. El desacuerdo, si es que realmente lo
hay entre mis críticos y yo, consiste en que yo creo que los
ritos de pubertad se refieren a algo tan primitivo que es com-
partido por todos los hombres; ellos, o no aceptan esta te-
sis,o simplemente se interesan más por saber cuán diferen-
temente es experimentada esa tendencia en las diferentes
culturas.
En mi opinión, el desarrollo científico es a menudo un pro-
ceso dialéctico, al menos en aquellas ciencias cuyo objeto son
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los seres humanos y sus interacciones: las vastas generaliza-
ciones constituyen la tesis; el estudio de las diferencias espe-
cíficas constituye la antítesis, la cual hace explotar a las anti-
guas generalizaciones (o a la inversa). En el caso de los ritos
lugar tales debates nos será posible llegar a una síntesis más
completa.
Bruno Bettelheim
13
HERIDAS SIMBOLICAS
UN ANTIGUO ENIGMA
17
2
Pero, cualquiera que sea su origen y significado, ambos
deben surgir de profundas necesidades humanas, ya que pare-
cen haber aparecido independientemente en muchos pueblos,
aunque en diversas formas. Frazer, quien estudió casi todos
los ritos y mitos, concluyó que éstos constituyen «el misterio
1
central de la sociedad primitiva ». Más aún, la circuncisión,
que desempeña una parte prominente en muchas ceremonias
de iniciación, es una de las costumbres humanas más exten-
didas. Parece que únicamente los pueblos indo-germanos, los
mongoles y los pueblos de habla fino-húngara la desconocie-
2
ron totalmente antes de los tiempos modernos .
18
características extrañas, e incluso tenebrosas, éstos han atraído
Grandemente la atención de los científicos sociales y psicólogos
modernos.
Aunque se ha escrito mucho acerca de ellos, básicamente
se han presentado tan sólo dos tipos de explicaciones respecto
a su naturaleza y significado. Uno de ellos proviene de la antro-
pología, y el otro del psicoanálisis. El primero generalmente
interpreta los ritos como un fenómeno total; el segundo más
frecuentemente selecciona una característica específica, a me-
nudo la práctica de la circuncisión, y explica los ritos a partir
de esa base.
Interpretaciones antropológicas
19
vo grupo; otros piensan que el propósito de ciertas caracterís-
ticas importantes es instruir al iniciado en el saber tribal. Spei-
ser, por ejemplo, aunque buscando una explicación psicológica,
ve la iniciación meramente como un esfuerzo para acelerar al
joven en su camino hacia la adultez, transmitiéndole la «ener-
4
gía vital» de previas generaciones . El no nos dice por qué
esto debe cumplirse mediante la extracción de un diente, o
por o subincisión.* Consciente de que esta ex-
la circuncisión
20
mecanismo antes que otro. Malinowski, por ejemplo, ha escrito
considerablemente acerca de la función que la iniciación tiene
para la sociedad, como en el siguiente párrafo:
«Presentan, a través del amplio espectro de su ocurrencia,
ciertas asombrosas similitudes. Así, los novicios deben atra-
vesar un período más o menos prolongado de reclusión y pre-
paración. Luego viene la iniciación propiamente dicha, en la
cual el joven, pasando por de pruebas, es finalmente
una serie
sometido a un acto de mutilación corporal: en su forma más
leve, éste puede consistir en una ligera incisión o la extracción
de un diente; o, más severamente, en la circuncisión; o, verda-
deramente cruel y peligroso, en una operación tal como la sub-
incisión practicada por ciertas tribus australianas. La prueba
está asociada generalmente a la idea de muerte y resurrección,
la cual es a veces actuada en una representación mimética.
21
cadas a los rituales de pubertad, podría emerger una visión
diferente de las ceremonias.
Interpretaciones psicoanalíticas
22
positivos del varón hacia las figuras femeni-
y sentimientos
nas; y la ambivalencia de chicos y chicas, originada
en fija-
ciones pregenitales, acerca de la aceptación de los roles
sexuales
23
pecialmente cautivados por la circuncisión, uno de sus ragos
sión infantil.
Si, en vez de esto, hubieran partido del hecho de que la
24
desnudo», son en realidad esfuerzos desesperados del yo
a
25
personalidad humana es la resultante de la continua interac-
ción de las tres instituciones de la mente. Los fenómenos so-
ciales no sólo reflejan una institución, el ello (en este caso
el padre castrador), sino también el super-yo y, sobre todo, el
26
bien verse como el resultado de los deseos más constructi-
siguiente:
«El primer recinto sagrado de la era primordial fue pro-
bablemente aquel en el cual la mujer dio a luz... El lugar
del parto no es solamente el lugar sagrado de la vida feme-
nina en todas las culturas tempranas y primitivas; obviamen-
te, también se sitúa al centro de todos los cultos dedicados
27
tamente durante mi trabajo con niños esquizofrénicos de la
28
REABRIENDO EL CASO
29
en otro sexo, con una libertad mayor que si no vivieran en
algo semejante a una sociedad de edades.
Por ejemplo, sin ninguna iniciativa por parte de los adul-
tos, las chicas que viven en la institución (mucho más que
30
nes) — eran siempre intensas, llenas de colorido y altamente
inventivas.
El grupo consistía de dos chicos y dos chicas, todos los
cuales podían ser clasificados como esquizoides, si no esqui-
zofrénicos. Un tercer chico se unía a sus planes por breves
períodos, pero la primera chica era la más activa de los
cuatro. Ella había empezado
menstruar, y esto intensificaba
a
sus antiguos temores acerca del sexo, los cuales eran agra-
vados por un fuerte rechazo de su femineidad. Tanto a ella
como a los dos chicos les gustaba actuar, y lo hacían bas-
tante bien; ellos vivían sus pretendidos papeles más allá de
lo que lo haría cualquier chico normal.
La segunda chica se encontraba algo más cercana al resta-
blecimiento. Pero en cuanto hubo empezado a menstruar fue
activada en ella una gran hostilidad, la cual dirigió princi-
palmente contra los chicos, por los que se sentía perseguida.
Uno de los dos muchachos poseía una fuerte identifica-
ción femenina, lo cual le producía gran ansiedad y temor de
las mujeres. Conscientemente, él odiaba la idea de ser un
sionalmente no parecían
prueba suficiente de la
constituir
maduración. En antes como después
varias ocasiones, tanto
del episodio descrito, los muchachos nos confiaban su envi-
dia de las chicas, quienes eran por lo menos capaces de
saber, por el comienzo de la menstruación, que habían ma-
durado sexualmente. Los hombres, ellos pensaban, nunca po-
dían poseer esa certeza.
31
Inicialmente, fueron sólo la primera chica y los dos mu-
chachos quienes empezaron a efectuar planes acerca de sus
vidas futuras. Para ellos, esto equivalía a convertirse en acto-
res o comediantes, en parte, de la vida nocturna de excita-
ción y placer representada por Hollywood y Broad-
sexual
way. Luego surgió el problema de cómo asegurarse el ingreso
a este mundo fascinante. La primera chica tuvo una idea:
formarían una sociedad secreta que les ayudaría a llegar a pe-
sar de la resistencia de los adultos. Su plan consistía en que
los miembros del grupo, tanto hembras como varones, debe-
rían cortarse una vez al mes y mezclar su sangre. Esto, ella
insistía, sería como un encantamiento capaz de asegurar el
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quien veía a una compañera víctima del sangrar menstrual)
con orgullo acerca de su plan para hacer sangrar a los hom-
bres todos los meses y del poder que adquirirían todos si
mezclaban su sangre regularmente.
La segunda chica, aunque menos activa, nos comunicó más
tarde haber pensado que algo debía hacerse a fin de que los
muchachos lleguen a sangrar como las chicas.
Menstruación
33
3
poder para hacerlos sentir incómodos, cuando no angustiados;
y esto, no a través de un acto deliberado, sino únicamente
mediante una función normal de sus cuerpos, mediante su
femineidad. Esto les parece magia, porque es esta misma fe-
mineidad lo que hace temblar a los muchachos, y no algo
específico que puedan haber realizado para adquirir tal poder.
Pero todo lo que confiere poder es también potencialmente
peligroso. Lo que puede angustiar a los demás es un poder po-
tencialmente destructivo; y si puede dañar a los otros tam-
bién es capaz de destruir a su dueño. La chica que experimenta
así su menstruación no ha llegado a aceptarla o a dominar
emocionalmente la función, sino que permanece parcialmente
a su merced. Ella no controla su «brujería», sino que es a lo
más una «aprendiz de bruja» que en cualquier momento puede
llegar a verse prisionera de su propio poder.
De esta forma, así como algunas chicas son más bien cons-
picuas en la exhibición de sus períodos, otras pervierten deli-
beradamente esta función, asociada a la transmisión de vida,
en la dirección opuesta, convirtiendo el flujo menstrual en un
potente veneno. Se preocupan obsesivamente con el proble-
ma de deshacerse de las toallas higiénicas usadas, elaborando
complicados rituales para ello; están convencidas de que el
flujo menstrual es tan poderoso que sería capaz de envenenar
a la población entera de una ciudad.
Muchas mujeres normales, incluso aquellas que no consi-
deran la menstruación como una «maldición» —
una maldi-
ción relacionada a lo sobrenatural y, por consiguiente, pode-
roso y misterioso — la ven como algo un poco agorero, y su
actitud hacia ella es ambivalente, una mezcla de fascinado
interés y repugnancia. Su fascinación es tal que no pueden
separarse de ella y, como algunas de nuestras pacientes, se
sienten imposibilitadas de deshacerse de sus toallas sanitarias
usadas, y las guardan como símbolos de sus poderes secre-
tos. Las precauciones que toman al guardarlas
y ocultarlas
llegan a ser tan elaboradas como aquellas asumidas por nues-
tras chicas, quienes idean complejos rituales para desecharlas.
Los sentimientos negativos con relación a la femineidad y
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la menstruación presentes en las chicas se combinan fácilmente
con la hostilidad hacia los muchachos, concretamente hacia el
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tarse el hueso de dedo. No era una parte de su cuerpo lo que
quería ver herido y sangrante, sino el pene de un muchacho.
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cho más allá. Una de ellas, en la Escuela, que no podía acep-
tar su femineidad, odiaba su clítoris y lo sentía como algo
que deshonraba su cuerpo. Ella creía que si era capaz de
eliminarlo lograría llegar a ser enteramente femenina, y recién
entonces podría aceptarlo.
Como debía reprimir su deseo de un pene, y ya que su
clítoris, particularmente cuando era estimulado, le hacía re-
Este deseo llegaba a ser tan grande que la chica tenía que
tomar elaboradas precauciones para evitar su actualización. Lo
que temía no era la masturbación en sí, puesto que solía mas-
turbarse libremente haciendo correr agua sobre su vulva, ajus-
tándose los pantaloncitos, o frotando sus piernas entre sí.
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Cada uno de estos chicos declaraba repetidamente, inde-
pendientemente del otro y a diversas personas, creer que el
hecho de no tener vagina constituía un «truco» y una «tram-
pa». Hacían comentarios como éste: «Ella se cree algo es-
pecial porque tiene vagina», o «¿Por qué no puedo poseer
una vagina?». Refiriéndose a la infelicidad de otro niño,
uno de ellos dijo: «Sé por qué llora, porque quiere una va-
gina.» Sin embargo, el deseo obsesivo de tener genitales mas-
más persistente que el deseo
culinos y femeninos a la vez era
de poseer órganos femeninos. Decían: «¿Por qué no puedo
tener ambos?» Decepcionados al no cumplirse esto, y envidio-
sos de las mujeres porque ellas, pensaban, tienen órganos
sexuales superiores, ambos chicos expresaban el deseo de
arrancar o cortar las vaginas de niñas y mujeres.
Un tercer esquizofrénico, de siete años, ritualizaba dra-
máticamente su deseo de tener órganos sexuales tanto mascu-
linos como femeninos. Podía cambiar casi instantáneamente de
un papel a otro. Como varón, se sentaba en el inodoro mi-
rando hacia adelante, exponiendo libremente su pene; como
hembra, lo ocultaba, y se sentaba con la cara hacia la pared.
Por un tiempo largo no orinó de pie; esto hubiera constituido
un compromiso demasiado profundo con su papel masculino.
Como varón, se masturbaba libre y abiertamente únicamente
el pene; como hembra, practicaba sólo la masturbación anal,
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nos tan violenta como la de los chicos que desean poseer
vaginas. Aunque muchachos no dicen desear órganos
estos
sexuales femeninos, tienen muchas fantasías acerca de cortar
y arrancar senos y vaginas. Ciertos chicos extremadamente per-
turbados casi no han hablado (o más exactamente, gritado)
durante meses de otra cosa que no fuese este intenso deseo.
Más benigno, pero a menudo igualmente persistente, es
el deseo, presente en muchos chicos, de poder dar a luz, y el
ham mostrando los extremos a que llega esta envidia en los hombres.
Un paciente, imitando la menstruación, sufría tan intensamente que
cada cuatro semanas debía pasar varios días en cama; un muchacho
de quince años simuló un embarazo que parecía auténtico 2 Recientemen- .
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Un que formulaban con frecuencia era: «¿Cuál es
acertijo
la cosa más mundo?» Y nunca dejaban de dar la
fuerte del
respuesta: «Un sostén, porque sujeta dos montañas y una
fábrica de leche.» Las chicas nunca parecieron interesarse
mucho por la adivinanza, pero los preadolecentes perturbados
emocionalmente no dejaban de mostrarse fascinados por ella.
Circuncisión
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mente, debido a las adherencias, había sido parcialmente do-
lorosa. Resumió sus sentimientos de esta manera:
«Caray,
ahora puedo hacer de todo.» La circuncisión le mostró la
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linos me han comunicado sus experiencias de adolescentes:
cómo formaban espontáneamente grupos para probarse a ellos
mismos y entre que habían llegado a la madurez sexual,
sí
42
debido a la fimosis. Pero si después de una semana el chico
era capaz de descubrir el glande se le consideraba fuerte y
masculino y entraba a formar parte del grupo; si no lo lograba
se le excluíapermanentemente.*
Aquí tenemos, entonces, una contraparte, en muchachos
occidentales normales, de la sociedad de iniciación que surgió
espontáneamente entre los chicos de la Escuela Ortogénica.
Estos muchachos normales asumieron voluntariamente la ma-
nipulación de sus genitales a fin de probar que habían lle-
gado a la madurez sexual, puesto que la prueba de madurez
consistía en la demostración del glande liberado del prepucio.
Transvestismo
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no siguen necesariamente este patrón. Aquellos que han es-
tado con nosotros durante varios años y se han hecho capaces
de usar su relativa libertad a fin de expresar sus deseos de-
sarrollan una conducta muy diferente. Las chicas tienden a
disfrazarse de muchachos muy masculinos o atractivos sexual-
ras. Si se visten de chicos, ellas evidencian sus deseos al agregar
pistolas, espadas, cañas de pescar, dagas y otros implementos
masculinos u objetos de formas fálicas como parte importante
de sus disfraces.
A los muchachos, empezando alrededor de los once años,
y sobre todo a los doce o trece, les gusta vestirse como niñas
o mujeres, poniendo énfasis en los senos (para lo cual utilizan
las más grandes almohadas como relleno). Algunos llegan in-
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Estas son, entonces, algunos de las observaciones de com-
portamiento espontáneo y libremente elegido, realizadas por
nosotros entre niños modernos en edad puberal o prepuberal,
con perturbaciones emocionales.
45
DESAFIANDO A LA TEORIA
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cisión sirven entonces para explicar tanto la ansiedad acerca
del sexo como el temor y la sumisión al padre por parte del
niño. Es este temor, el cual liga la circuncisión al complejo
de Edipo, una de las principales construcciones teóricas de la
teoría psicoanalítica.
Freud mismo no parece haberse sentido muy seguro, por
momentos, de la validez de su teoría. Describiendo cómo ha-
bía llegado a sus especulaciones acerca del padre primigenio,
escribió: «Agregando a esto la hipótesis de Danvin de que
los hombres vivían primitivamente en hordas, cada una de las
cuales se hallaba bajo el dominio de un único macho, fuerte
48
sumisión a la voluntad paterna (véanse los ritos de la pubertad
4
de los pueblos primitivos).»
La mnémicas como factor contri-
referencia a las huellas
buyente parece sugerir que Freud no se encontraba completa-
mente convencido de que la propia experiencia del niño las —
amenazas de los padres, la interferencia de éstos con la mas-
turbación, su desaprobación del interés sexual demostrado por
el niño,o incluso de su interés por observar los genitales del
sexo opuesto —
sea suficiente para explicar el temor «extra-
ordinariamente terrible» a la castración.
Es esta estipulada vinculación entre la angustia de castra-
ción y la circuncisión en los ritos de pubertad lo que hace
que la iniciación sea importante a los ojos de la teoría psico-
49
4
particularmente significativasi constituye la única forma de
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padres puedan efectuar. Surge entonces un conflicto entre las
necesidades y deseos de dependencia del niño por una parte,
y sus deseos hostiles en contra de aquellos de
los cuales de-
51
Después de Freud
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ferente. Este paciente no veía de ninguna forma su circun-
cisión como una castración inflingida por su propio padre,
sino que la experimentaba más bien en relación con su madre, o
con las mujeres en general. Tenía muchos sueños en los cua-
9
les Respecto de esto, Nunberg comenta
mujeres lo castraban .
53
analítica oficial sobre la circuncisión, referente a las especula-
ciones acerca del hombre primigenio realizadas por Freud.
Al igual que Nunberg, muchos de los seguidores de Freud
restan importancia a sus propias observaciones y aceptan las
teorías de aquél acerca de la castración, la circuncisión y
los de iniciación como hechos establecidos, no suscep-
ritos
tibles de ser cuestionados. Con el paso de los años, esta acti-
tud parece enraizarse más profundamente, como si la validez
de una teoría fuera confirmada por su repetición. Fenichel
ilustra claramente la manera superficial cómo la conexión en-
tre estos fenómenos un problema solucionado.
es considerada
En la declaración de mayor amplitud en la teoría psicoana-
lítica, él afirma que «los ritos de iniciación prometen privi-
legiosy protecciones bajo condición de obediencia, y refuerzan
13
esta condición mediante la castración simbólica ».
No critico a Fenichel, porque su afirmación es sólo inci-
dental dentro de una obra de gran alcance. Ella no repre-
senta tanto el propio punto de vista de Fenichel como un
ejemplo característico de la teoría predominante.
Otra psicoanalista, Bonaparte, en una interpretación de
la obra de Poe, escribió: «Este temor de la peor mutilación
54
porque se originaron con Freud, no es ciencia sino mitología.
Así como el psicoanalista siente, con toda razón, que debe
primero escuchar las verbalizaciones de su paciente para saber
con toda certeza lo que sucede dentro de la mente de éste,
nosotros deberíamos ser igualmente escépticos antes de atri-
buir pensamientos a nuestros primitivos antepasados.
Dudas crecientes
55
En el grupo que describimos, por el contrario, eran las
chicas y no los chicos quienes trazaban los planes; y el temor
de los muchachos respecto a sus madres todopoderosas fue
un elemento importante en su aceptación de las propuestas
de las chicas.
Si era una castración simbólica lo que preparaban, eran las
56
psicoanalistas) nos tentaban a buscar una explicación a partir
de esa base. Pero al hacerlo nos encontramos con que negába-
mos la importancia de ciertos hechos, a la vez que distorsio-
nábamos ligera pero efectivamente aspectos de nuestro cono-
cimiento de los chicos, y explicábamos eventos de acuerdo
a la teoría en lugar de usar la experiencia a fin de probar la
validez de la teoría. En resumen, lo que hacíamos era tratar
de extraer la comprensión de la teoría, y no de los hechos
mismos.
Cuando hube empezado a estudiar la literatura antropoló-
gica sobre la iniciación, encontré que las observaciones de
campo parecían apoyar mis crecientes dudas acerca de la va-
lidez de la teoría psicoanalítica. A la luz de su relación con
la conducta de los púberes, estos informes de campo sugerían
nuevas hipótesis. Sobre esta base, revisé muchas otras obser-
vaciones que había realizado acerca de niños (algunas de las
cuales fueron mencionadas en el capítulo anterior) y estos
tipos de comportamiento empezaron a ser más comprensibles.
Nuevas hipótesis
57
3. Un propósito de los ritos de iniciación masculinos podría
consistir en afirmar que también los hombres pueden dar
a luz.
jeres.
cisión masculina.
58
tura psicoanalítica que contradiga mis hipótesis. Las contra-
dicciones que puedan encontrarse no son imputables a
la
59
cambiar la realidad externa — entonces habrían desarrollado
sociedades tan complejas como
aunque probablemen-
la nuestra,
te diferentes. Sus sociedades, sin embargo, han permanecido
pequeñas y relativamente inefectivas en dominar el medio
ambiente. Una de las razones de esto podría encontrarse en
la tendencia de estos pueblos a solucionar los problemas me-
diante la manipulación autoplástica, y no aloplástica, esto es,
alternando sus cuerpos o comportamiento, y no el ambiente
físico.
60
lias de los aborígenes australianos? Si esta diferencia no se
encuentra en el desarrollo, por parte de uno de los grupos,
de una estructura de personalidad más compleja, a partir de
una base común a ambos, entonces me gustaría saber qué otra
explicación es posible. De otra forma, regresaríamos a la creen-
cia en una diferencia básica de capacidad intelectual entre los
diversos grupos humanos, creencia que espero se halle rele-
gada entre aquellos prejuicios que hemos ido desechando a
medida que nos desarrollábamos racionalmente y en la com-
plejidad de nuestra estructura de personalidad.
En vista de que mis comentarios fueron mal compren-
didos por dos diferentes eruditos, debería sentirme obligado
a defenderme. Desgraciadamente, por ahora sólo puedo pre-
sentar un alegato ad judicium, ya que se trata de un asunto
del cual poco se sabe, aunque hacemos lo posible por com-
batir esta ignorancia. Por razones obvias, presentamos un
ejemplo tomado de la relación entre padre e hijo, la cual
ocupa un lugar tan importante en este libro.
En condiciones más primitivas que la nuestra, el sexo
puede estar menos oculto por el secreto, pero todo lo demás
lo está en mayor medida debido a la ignorancia permanente.
Esta ignorancia puede tomar la forma de extrañeza acerca de
cómo son concebidos los niños o de las causas de la secuencia
de las estaciones o la lluvia en las regiones secas, hechos tan
importantes para la regeneración de las plantas, y con ello la
disponibilidad de alimentos (ya que, a falta de lluvias, los
niños de sociedades más primitivas pueden pasar hambre por
un año, o incluso morir de ello). El niño moderno puede
saber menos acerca del sexo, y del origen de su alimentación,
que su contraparte de sociedades más primitivas. Después de
todo, el niño urbano moderno sabe que, a pesar de lo que
le cuentan los adultos, no es el granjero quien le da sus ali-
61
moderno está rodeado por más misterios que tendrá que desci-
frar.Pero él sabe, y he aquí lo importante, que potencialmente
puede llegar a conocer la verdadera causa de la impregnación,
de cómo se gana el dinero, y de por qué el granjero vende
comida a cambio de dinero. Es esta convicción la de que —
uno puede saber en cuanto haya adquirido suficientes conoci-
mientos —lo que proporciona al niño moderno el ímpetu
para desarrollar una estructura de personalidad más compleja.
El niño de las sociedades preletradas no recibe un desafío
tan poderoso que lo incite a desarrollar su raciocinio. Y ya
que los secretos que despiertan mayor curiosidad en el niño,
a saber, el sexo y las relaciones sexuales, no son para él tales
62
golpearse a sí mismo o estrellar su cabeza contra el suelo;
él no se detiene a razonar si la frustración tuvo su origen en
el mundo externo o en sus emociones. De igual modo, las
personas de las sociedades preletradas actúan a menudo como
63
frénicos. Fenichel, por ejemplo, llega incluso a afirmar que
«en la esquizofrenia “el inconsciente es consciente ”» y pro-
18
64
cisión, mientras que ella apoya algunas de mis conjeturas acer-
65
5
que debilita sino como algo que confiere extraordinarios po-
deres mágicos puede hacer más aceptable la sexualidad genital.
El nuevo poder hace que los hombres parezcan menos envi-
diables y peligrosos, y que la relación sexual con ellos no sea
tan arriesgada. Todo esto facilita a la chica el abandonar las
tendencias pregenitales, pre-edípicas, que Freud fue el pri-
66
una operación que forma parte de los ritos de iniciación fe-
meninos en varias tribus. Aunque ella es llevada a cabo ge-
neralmente por mujeres, y no hombres, la creencia general
sostiene que esta costumbre ha sido impuesta en las mujeres
por los hombres. Los deseos de nuestros niños pequeños su-
gieren, sin ninguna duda, que algunos hombres extirparían
parte de los genitales femeninos si se les permitiera hacerlo.
Pero el ejemplo de la niña que tuvo que forzarse a no cortar
su propio clítoris nos hace preguntarnos si incluso esta muti-
lación extrema no estará reforzada en parte por deseos espon-
táneos en las mujeres.
El ritual de «iniciación» de nuestros adolescentes, especí-
ficamente el requerimiento de cortar los genitales masculinos,
fue originado por una chica. Queda por ver si los ritos de
los pueblos preletrados, en los cuales se lleva a cabo una ope-
ración análoga en los genitales masculinos, pudiera tener orí-
genes semejantes.
La relación delirante entre la menstruación y el pene, tal
como fue demostrada por una de nuestras chicas, encuentra
un paralelo en ciertas creencias de los australianos con res-
pecto a los penes subincisos. Así como esta chica solía fan-
tasear que en la menstruación un pene, los abo-
ella adquiriría
67
te liberado podría haber servido tan bien como la menstrua-
ción en asegurarle de haber alcanzado la madurez sexual.
Paralelo a la envidia de las mujeres es el deseo de los
hombres de poseer genitales femeninos además de los propios.
Los niños que deseaban esto con intensidad eran considerable-
mente menores que los adolescentes que participaban en los
planes de «iniciación». Pero la diferencia de edades puede no
ser especialmente significativa, ya que hemos observado de-
seos similares, aunque expresados con menos franqueza, en
muchachos adolescentes. Los yos de los dos chicos menores
eran poco desarrollados, y ambos presentaban reacciones mu-
cho más primitivas que los cuatro adolescentes. Incapaces de
relacionarse o de formar amistades con adultos u otros niños,
ellos no podían manifestar un comportamiento finalista o in-
cluso jugar por un tiempo más o menos largo. No hubiera
sido necesario emplear la fuerza para hacerlos cambiar sus
cuerpos y adquirir aberturas semejantes a vaginas. De no
hacerlos contenido nosotros, ellos habrían sido capaces de
practicarse amputaciones análogas a la subincisión.
Estos niños estaban menos preocupados que los adolescen-
tes por la madurez sexual y la menstruación. Ellos deseaban
ser de los como
dos sexos, tener vaginas —
y por consiguiente
ser como —poderosas, temidas, amadas y odiadas muje-
las
res. Concomitantemente con este deseo estaba la poderosa
necesidad de extirpar los órganos sexuales de las mujeres. En-
tonces, el deseo de poseer una vagina podría representar una
identificación con las mujeres, mientras que el deseo de ex-
traerla parece resultar del odio y la ansiedad generados por
las mujeres y del deseo de ser más poderoso que ellas.
Los rituales de muchos pueblos preletrados parecen repre-
sentar una gratificación de ambos deseos: mediante la subinci-
sión los hombres efectúan una operación en el pene a fin de
que se asemeje a la vulva. En la, así llamada, circuncisión de
las niñas se extrae el clítoris y ocasionalmente los labios.
Otro punto de semejanza está en el deseo presente en
los hombres de parir hijos y participar en otras funciones fe-
meninas. Los sentimientos hostiles de los niños hacia los ge-
68
nitales femeninos eran violentos y hostiles, antes que cons-
tructivos. El deseo de dar a luz es más positivo, e incluso
podría ser considerado constructivo, cuando es expresado por
los niños y combinado con envidia de las mujeres por ser
ellas capaces de realizarlo. Aunque pocos chicos llegan a ac-
69
dia y a permitirles vivir en paz consigo mismos. Sin embargo,
su manera de llevar a cabo esto es obviamente destructiva y no
conduce a una mejor integración.
Resolviendo antítesis
70
cen haber sido creados para ayudarles a aceptar el rol adulto
de su sexo y a vivir exitosamente de acuerdo con él.
Como las acciones espontáneas de los niños observadas
por nosotros, las ceremonias de iniciación pueden ser útiles
para fomentar la un período
integración personal y social en
ser entendidas como
difícily de transición. Ellas deberían
esfuerzos por parte del joven, o de la sociedad, para resolver-
las grandes antítesis entre niñez y adultez y entre masculino
deseos infantiles y el rol
y femenino; en resumen, entre los
adscrito a cada sexo según la biología y los valores de la so-
ciedad. Si logran o no realizarlo, es otra cuestión.
En este sentido, lo que el psicoanálisis hasta ahora ha con-
siderado como originado principalmente en el inconsciente o
en y como expresión de tendencias destructivas y des-
el ello,
integradas, puede ser mucho más una expresión del yo, el cual
trata, mediante el ritual, de traer orden a los caóticos deseos
y temores instintivos.
El velo androcéntrico
71
más fácilmente reconocida; según el consenso, es más desea-
ble ser hombre. Esto hace que la envidia de los hombres por
las mujeres pase a un segundo plano, ya que es contraria a
los valores profesados y, por consiguiente, considerada como
algo no natural e inmoral.
Si un investigador, educado en una sociedad en la cual
existe esta condición, estudia una tribu de propensión similar,
la propensión de la tribuy del investigador se reforzarán mu-
tuamente; él puede reconocer fácilmente la envidia de las mu-
jeres por hombres, pero el reverso de la moneda puede
los
ser menospreciado o minimizado distorsionadamente. Podría-
mos preguntarnos si una de las razones por las cuales los ritos
de iniciación de los muchachos son generalmente mucho más
complejos que aquellos de las chichas consiste en que en
muchas sociedades las mujeres pueden expresar abiertamente
su envidia de los hombres, mientras que la envidia compara-
21
sido expresada con anterioridad por Chadwick Klein co- .
72
dedicó un artículo a un análisis de los deseos en los chicos de
poder parir hijos, mencionando el hecho de que entre sus pa-
cientes masculinos ella tuvo «ocasión de observar... una in-
73
La necesidad de estas reinterpretaciones ha sido reconocida
y comentada ampliamente en la literatura. Zilboorg opinaba
que el auténtico rol bio y psico-sociológico de la mujer no
ha sido enteramente comprendido por el psicoanálisis, seña-
lando también que, aunque Freud fue consciente de este pro-
blema en casi todos sus estudios, su labor no dejó de ser inter-
27
ferida por una predisposición masculina Agrega: «No cabe
.
74
LOS VENDAJES DEL NARCISISMO
76
estéril yeventualmente puede llegar a bloquear, en lugar de
ayudarnos a comprender. Los sistemas teóricos, por consi-
guiente, pueden ser calificados como útiles únicamente en
cuanto permanecen abiertos a modificaciones constantes bajo
la luz de observaciones nuevas y cuidadosas.
77
vitalidad de la observación psicoanalítica directa de los pacien-
tes, pero la interpretación de las observaciones muestra algu-
nos signos de intromisiones de la teoría. El análisis hecho por
Nunberg del caso en el cual se basa principalmente el libro no
parece haber sido influido por predisposiciones o prejuicios
suyos. Los sentimientos del paciente que eran contradictorios
a la teoría psicoanalítica fueron incluidos y discutidos con gran
conocimiento e intuición. Pero en sus razonamientos especu-
lativos acerca de la historia de la humanidad, Nunberg fue in-
fiel a su propio material, pues aceptó como algo comprobado
la relación entre la circuncisión y la castración por el padre.
78
ha escrito acerca de la tendencia de Freud, en sus tratados so-
ciológicos y antropológicos, a desdeñar partes importantes de
la literatura o a poner énfasis únicamente en los hallazgos que
Prejuicios en el observador
79
sociedad preletrada, debemos saber con qué actitudes se apro-
xima a ella. En cuanto se afirma que la circuncisión activa an-
80
libertad sexual para los niños en una sociedad, e inhibición
sexual en puede ser contenido de un complejo
otra, ¿cuál
el
Entre
los aborígenes australianos, cuya sociedad es una de
lasmás primitivas conocidas, y cuyos ritos de iniciación son
muy elaborados, el comportamiento sexual no constituye un
tópico oculto en deliberada oscuridad o ignorado virtualmen-
te por la comunidad. Las relaciones físicas entre hombre y
mujer son comentadas libremente, excepto en la presencia de
ciertos parientes tabú, sin ninguna vergüenza y con placer evi-
dente, incluso delante de los niños. Desde una edad muy tem-
prana, los niños nativos están familiarizados con el coito. El
sexo es considerado como un factor normal, natural e impor-
81
6
tante en la vida humana. Ningún aspecto de él es mantenido
11
en secreto ante los jóvenes .
82
mente adecuadas y disponibles para convertirse en esposas su-
yas. La estrechez emocional de la familia occidental moderna,
con sus restricciones en lo referente a limpieza, movimiento,
ruido, y contacto —
factores que predisponen a la angustia
de castración — se hallan ausentes.
Así como las deidades australianas inspiran menos temor
que Dios del cristianismo y el judaismo (aunque esa imagen
el
83
con la circuncisión, sino sugerir que es concomitante a otros
deseos psicológicos.* Lo cual meramente nos hace preguntar-
nos una vez más en qué consiste de la angustia de
la esencia
84
Relevancia de la estructura social
85
es más fácil reconocer al subordinado. Sus miembros parecen
depender del permiso o aceptación de sus superiores para la
satisfacción de sus deseos instintivos. Los superiores imponen
limitaciones en el ello, sientan ejemplos para la formación del
super-yo, decretan qué actividades constituyen sublimaciones
aceptables, etc. Esto queda claramente demostrado en la pe-
queña subsociedad que es la familia moderna. Allí los padres,
a la vez que disfrutan de gratificaciones instintivas, tienen el
poder para deprivar a los niños de ellas. A menudo los padres
imponen no sólo las demandas de sus propios super-yos, sino
incluso patrones más rígidos que los que ellos mismos obe-
decen.
Si aplicamos un análisis similar a muchas sociedades pre-
letradas, sin embargo, el status superior de los ancianos se
hace incluso más dudoso. Estudios tales como los de Kaberry
y los Berndt indican que los niños aborígenes australianos son
al menos tan libres como los adultos en gratificar sus deseos
orales, sexuales y kinestésicos, y en descargar sus tendencias
20, 21
agresivas . Las demandas del super-yo impuestas sobre ellos
en forma de valores sociales son, en algunas tribus, menos
la
86
la circuncisión también surge del propio chico, él puede par-
ticipar en el comienzo de la ceremonia, pero rehusar ser cir-
cunciso. No es coaccionado, y la ceremonia debe detenerse has-
24
ta que haya reunido suficiente coraje .
87
es interpretada como un medio de asegurar la obediencia a
los preceptos tribales mediante amenaza de la castración.
la
88
des emocionales profundas, tanto de los iniciadores como de
los iniciados, y no el deseo de enseñar y aprender. Pero in-
cluso si aceptamos la teoría según la cual en ellos se imparte
una lección importante, ello no implica que la experiencia es,
por consiguiente, enteramente progresiva o inhibidora.
Entre los antropólogos, los ritos de iniciación son consi-
derados predominantemente como fenómenos progresivos.
Para el psicoanalista, ellos pueden ser descritos como regresi-
vos, o como motivados por el ello. Probablemente son todo
esto. Algunas partes de los rituales, tales como el aprendizaje
de costumbres pueden tener significados principalmen-
tribales,
89
de muy bien satisfacer los deseos hostiles de unos pocos (vie-
jos o mujeres), pero debe también satisfacer ciertos deseos de
muchos más. El masoquismo del adolescente, o su deseo de
identificarse con las mujeres, o con los hombres adultos, pue-
den contarse entre aquéllos. Obviamente, una institución pue-
de servir a los deseos constructivos de un grupo y a los de-
seos destructivos de otro; puede servir a las tendencias del yo
en algunas personas, los deseos del ello en otras, y las deman-
das del super-yo en un tercer grupo; puede servir a las nece-
sidades conscientes de un grupo, y a las necesidades incons-
cientes y reprimidas de otro.
A mi parecer, el examen de cualquier institución humana
debe empezar con la idea a priori de que en cierta forma ella
sirve a todas las partes de la sociedad. Unicamente después
de haberse probado la falsedad de esta suposición es posible
llegar a la conclusión de que la institución beneficia a un solo
segmento. La idea de que los rituales de iniciación tanto mas-
culinos como femeninos (rituales de extensión mundial y con
una antigüedad de muchas generaciones) están relacionados
sólo o especialmente con los intereses de los hombres, o del
pequeño grupo de hombres mayores, parece violar esta pre-
misa.
Sin embargo, a pesar de lo mucho que difieren las inter-
pretaciones antropológicas y psicoanalíticas de los ritos de ini-
ciación, ambas están de acuerdo en que su propósito es refor-
zar lo que podríamos denominar demandas del super-yo. Que-
da sin ser resuelto el problema de qué reacciones por parte
90
influencia de dos instituciones de la mente mismo tiempo:
al
ello y super-yo; y es así como debe ser, puesto que estos hom-
bres actúan como seres humanos, y los seres humanos nunca
pueden estar motivados por una sola institución.
¿Pero qué sucede con aquellos que son iniciados? ¿Cuá-
les constituyen los atractivos positivos para sus instintos, en
ceremonias que supuestamente plantean demandas tan fuertes
a sus super-yos o a sus habilidades para integrar experiencias?
Según ciertos estudiosos, éstos se encuentran en el hecho de
que los jóvenes adquieren libertad sexual mediante la inicia-
ción. Sin embargo, en los pueblos que han desarrollado los
ritos de iniciación más elaborados, los niños disfrutan de tal
libertad desde el nacimiento, y los ritos no agregan nada en
este sentido.
Un análisis de los rituales hace dudar de que sólo las de-
91
,
92
único resultado del supuesto trauma de circuncisión consis-
tiese en que los chicos lleguen a temer y obedecer a los
mayores de la tribu y a evitar el incesto, podríamos esperar,
con toda razón, que la educación de esfínteres haga que todos
los niños sean idénticamente entrenados y compulsivamente
limpios. Quizá los resultados serían mucho más variados, ya
que cabo cuando el chico es mayor.
la iniciación es llevada a
93
Usando una vez más el ejemplo de la enseñanza de la
limpieza: La criatura humana parece tener escaso interés en
volverse limpio. Su ambivalencia haciala educación de esfín-
94
desarrollo biológico. Quizás algunas de nuestras especulacio-
nes antropológicas han sido influidas por este mismo narci-
sismo. Podría ser muy doloroso descubrir que, a pesar de
todos sus otros avances, el hombre moderno inspira más
temor en sus niños que los padres de las sociedades pre-
letradas, y que su Dios es más punitivo que muchas de las
deidades primitivas.
También podría ser motivo de pesar para el psicoanalista
darse cuenta de que algunas de las construcciones teóricas
básicas para su trabajo con neuróticos modernos construc- —
ciones que tuvo que desarrollar en contra de la resistencia
de la sociedad y de un super-yo que deseaba negar la exis-
tencia del inconsciente — tienen una aplicación limitada. En
mayor medida que la lógica, el narcisismo puede habernos
conducido así a la conclusión de que algo tan terrible como
95
el niño es forzado a obedecer y se siente terriblemente ame-
nazado debido a que es incapaz de cuidarse a sí mismo
cuando desobedece. Por consiguiente, el niño está expuesto
a enterarse de su circuncisión en una época en la cual sus
padres se le aparecen como más exigentes y más amenaza-
dores que en ningún otro período de su vida.
Es posible también que Freud y sus primeros discípulos
llegasen a las conclusiones a las que llegaron debido a que
los pacientes circuncisos analizados por ellos eran predomi-
nantemente, no enteramente, judíos; es decir, que fueron
si
96
podría conducir entonces a la angustia de castración, y no a
la libertad sexual.
Bohannan informa que «Una mujer, cuyo pequeño nieto
estaba siendo circunciso, se mantenía de espaldas a la opera-
ción y me preguntaba nerviosamente si él no era quizá dema-
siado joven: no podría todavía comprender que la verdadera
razón por la cual esto se realizaba era para permitirle con-
vertirseen un hombre, casarse y tener hijos; hubiese sido
32
mejor esperar hasta que el niño fuese un poco mayor .»
Para tales pequeños la circuncisión puede ser simplemente
algo semejante a las muchas heridas que acompañan los ritos
de iniciación en pubertad, los cuales aportan un status
la
97
7
apoyan la idea de que las razones conscientes lograron su fin,
98
su dependencia de su madre y, por consiguiente, su decep-
ción, y también su hostilidad y sentimientos de culpa. Todo
ello, y gran parte de su éxito sexual, fue experimentado por
dad sexual.
Durkheim ha señalado cómo son ejecutadas crueldades
rituales en órganos o tejidos determinados bajo la creencia de
que ello estimulará su vitalidad. Por ejemplo, en ciertas tribus
australianas se acostumbra morder severamente a los novicios
en el cuero cabelludo, a fin de hacer que el cabello crezca;
otros se inflingen pequeñas heridas en los brazos con varas
calientes para adquirir habilidad en encender fuego o la fuerza
necesaria para cargar troncos pesados; las jóvenes warramunga
piensan que mediante la amputación de parte del dedo índice
de una mano se puede adquirir mayor facilidad para encon-
33
trar el ñame .Esta creencia también puede ayudar a explicar
el deseo, así como el temor, que los iniciados manifiestan ante
lainminente mutilación. Ello sugiere cuán positivamente pue-
den apreciar la operación y sus consecuencias posteriores.
Operaciones tales como las citadas por Durkheim invisten
probablemente el órgano involucrado con una gran cantidad
de libido. Es un hecho sabido que es esto lo que suele suce-
99
der en las intervenciones quirúrgicas, y Nunberg ha puesto
34
énfasis sobre ello en relación con la circuncisión Sin em- .
100
También una elevación del status social y el
se obtienen
consecuente sentimiento de bienestar social. Al tomar post
como propter los muchachos recién circuncisos pueden supo-
ner que la inversión libidinal en los genitales, la cual podría
haberse debido originalmente al dolor, fue la causa del cam-
bio de status; y su masculinidad (o al menos la importancia
de sus penes) es destacada ante sus ojos.
Aproximándose al problema desde puntos de vista diferen-
tes, otros autores han destacado que las mutilaciones rituales
conducen a que órgano sea investido de una mayor impor-
el
101
—
36
la clase de los iniciados
privilegiada Los chicos y chicas
.
37
nandi lo anticipan igualmente con placer .
102
)
103
LA FERTILIDAD, EL RITO BASICO
105
y otros... Frotando uno de éstos, o golpeándolo con ramas y
pronunciando un encantamiento, el gunin se manifestará
y hará que se multipliquen las especies con las cuales es aso-
3
ciado .»
Esto evidencia tanto los recursos como los deseos de un
pueblo preletrado sobreviviente, en relación con la fertalidad.
Contamos con evidencias menos exactas pero sugerentes de
que el hombre paleolítico se hallaba igualmente interesado
por la procreación. Pero el objeto de nuestro mayor interés
no se reduce a saber si los ritos religiosos de épocas tem-
pranas se asociaban a un deseo de abundancia de animales
y hombres —
y, por consiguiente, a la procreación y el par-
to —y en qué medida esto era así, sino a saber si esta fun-
ción era considerada como masculina o femenina. En el An-
tiguo Testamento, donde un Dios masculino promete hacer
a los varones tan numerosos como las estrellas, ésta era clara-
mujeres y de los ritos que éstas llevaban a cabo, que sin ello
no crecerían los cultivos.
En los últimos años ha salido a la luz gran cantidad de
evidencias tendentes a sugerir que incluso en los días de los
primeros cazadores el hombre se preocupaba no únicamente
106
ejemplo, dice que entre los principales fines de las pinturas,
«además de la magia de la caza estaba la fertilidad mágica».
Menciona también dibujos en los cuales «animales que apa-
4
recen uno dentro del otro podrían representar el embarazo ».
Estos análisis relativamente recientes no nos aclaran si
es que se llevaban a cabo ceremonias — de generación u otros
tipos— y, en el caso de que ello sucediera, si éstas eran
realizadas por hombres o por mujeres. Por encima de esto
permanece el hecho incontrovertible de la ubicación de las
pinturas. Puesto que estos cazadores vivían en cavernas, es
natural que las pinturas se encuentren en las paredes de estas
cavernas. Pero ellas contienen habitaciones de fácil acceso, así
como otras a las cuales sólo se puede llegar con mucha difi-
cultad; estas últimas fueron las elegidas con mayor frecuencia
por los artistas. Muchos autores han comentado con sorpresa
el hecho de que las pinturas se encuentren generalmente en
107
res tan inaccesibles. Muchos de aquellos que han explorado
los lugares donde se encuentran estas pinturas coinciden en
afirmar que su ubicación debe haber respondido a un pro-
pósito específico. Como dijo Marett, nadie soñaría con rodear
6
una mera galería de pinturas de semejantes obstáculos .
108
.
ñala:
«En la conocida ceremonia para la reproducción del gor-
gojo la sinuosa marcha se dirige a las cavernas sagradas, en
las cuales han sido depositadas piedras que representan a este
109
que se relacionarían con los ritos para la reproducción de ani-
males llevados a cabo en las cavernas. Como parecen sugerir-
lo las estatuillas, este culto se originó probablemente entre
los aurignacianos de Europa oriental, extendiéndose hacia el
oeste, donde las figuras se encuentran en menor cantidad, pre-
10
sentado ocasionalmente una alta calidad artística .»
La importancia de las figuras femeninas en estado de gra-
videz es acentuada por el hecho de no haberse encontrado fi-
11
guras masculinas Esto es consistente con los hallazgos de
.
110
.
ble que los cambios que realizan sobre sus propios cuerpos
poseen el mismo propósito — asegurar su propia fertilidad —
La diferencia consiste en que la conversión en animal es sólo
temporal, puesto que los adornos se dejan o lavan cuando la
ceremonia llega a su fin, mientras que la transformación de sus
penes es permanente. El hecho de que en ciertas tribus aus-
tralianas la iniciación se lleve a cabo antes de la cosecha es
14
también significativo Por consiguiente, el rito de pubertad
.
111
Durante las ceremonias del culto uli de Nueva Irlanda (el
cual no es ni un rito ni una sociedad de iniciación) se talla
en madera figuras masculinas llamadas ulis. Estas, doradas de
barba y apariencia poderosa, poseen además pechos y falo de
gran tamaño, los cuales expresan el poder de la fertilidad, el
culto para el cual sirven. No son consideradas como herma-
froditas; por el contrario, se les ve más masculinas por el
112
,
113
8
dependencia en la multiplicación casual de sus fuentes de ali-
114
CIRUGIA RITUAL
La castración
115
nos de esa época constituía un castigo a los actos sacrilegos,
2
pero sólo como parte del desmembramiento total .
116
con el complejo de castración. Se refiere esta autora al «to-
117
gidos a las mujeres, quienes, por ello, les obsequiaban prendas
femeninas.*
Después de haberse castrado los devotos de la diosa ma-
dre, sus genitales y vestidos masculinos eran llevados hasta
la cámara nupcial de Cibeles. Desde entonces eran ungidos
118
El hecho de que la mutilación era elegida e inflingida por
el sujeto mismo sugiere que la motivación picológica prove-
nía de estratos más profundos de la personalidad que de haber
sido impuesto por otros. Ello indica también que los hom-
bres se encontraban dispuestos y deseosos de convertirse en
«mujeres» a fin de compartir los poderes superiores del sexo
femenino.
La circuncisión
119
las mujeres. Entre los arunta occidentales se acostumbra dar
el prepucio del novicio a la hermana de éste, la cual, luego
11
de secarlo y teñirlo con ocre rojo, lo lleva atado al cuello .
120
nos deja escasas dudas acerca de gran relación que con los
la
121
de en dirección a la morada de
los arunta, el diente es arrojado
las madres míticas; los autores interpretan esto como un indi-
cio de que en tiempos remotos los dientes eran prerrogativa
de la madre 20 .
122
creación, un don que sólo las mujeres pueden conferir, puesto
123
24
tiempos míticos . Fue únicamente cuando los antepasados mas-
culinos soñaron con ellos que los ritos pasaron a manos de
25
los hombres .
124
2
mujeres vagaron hasta encontrar un
ciclado». ** Entonces, las
órganos
lugar donde, exhaustas de tanto bailar, cayeron sus
sexuales, formando un depósito de ocre rojo. Historias seme-
de otras mujeres míticas, y «los depó-
jantes se refieren acerca
sitos de ocre rojo encontrados en diversas partes [del país]
son asociados a la sangre femenina... La tradición afirma que
las mujeres... hicieron que de la vulva brotasen grandes can-
29
tidades de sangre, formando así los depósitos de ocre rojo ».
El mito no afirma solamente que las mujeres Unthippa
inventaron la circuncisión (creencia representada actualmente
en los ritos de circuncisión), sino que también indica que fue
después de haber circuncidado a los jóvenes que ellas sangra-
ron o perdieron sus órganos sexuales. El posible significado
de esta secuencia de acontecimientos podría consistir en suge-
rir que el sangrar, o la pérdida o mutilación del órgano sexual
femenino, tal como sucede en la introcisión de las niñas, es
muchachos.
Es por eso que el ocre rojo posee una gran importancia
con relación a los ritos de pubertad. En el pensamiento de
este pueblo él no es simplemente simbólico, sino que es real-
mente los órganos sexuales o sangre genital de las mujeres mí-
ticas; por consiguiente, el ocre rojo, en su amplio uso cere-
125
do al lado de los hombres, «las mujeres, quienes habían es-
tado esperando su llegada, empezaron inmediatamente a bailar,
llevando escudos en sus manos. La razón atribuida a esto
reside en que las míticas mujeres Unthippa... también por-
taban escudos y... la ceremonia de iniciación debe empezar
con una imitación de su danza... (Roth describe a las muje-
res como decoradas a la manera de guerreros a punto de
empezar una lucha durante los inicios del procedimiento.)
A excepción de esta ceremonia, las mujeres no pueden llevar
nunca escudos, los cuales son propiedad exclusiva de los hom-
30
bres ».
«... En un momento posterior... de la ceremonia... preci-
samente antes de la ejecución de la verdadera ceremonia [de
la circuncisión] una de las mujeres... colocando su cabeza
entre las piernas [del novicio] repentinamente lo levanta so-
bre sus hombros y corre con él, como... hicieron las mu-
jeres Unthippa, pero, a diferencia de lo sucedido en el pa-
sado, los hombres alcanzan al muchacho y lo traen de re-
31
greso .»
Después de describir esta ceremonia, Spencer y Gillen
señalan que, no importa cuál fuere originalmente el signifi-
126
dice, y desde entonces han cortado de ese modo a sus hi-
33 *
jos».
He aludido ya a la insistencia manifestada por las muje-
en algunas sociedades preletra-
res respecto a la circuncisión,
das, como menos a una relación
prerrequisito al coito, o al
sexual permanente. Aquí podría añadir que Seligman y Selig-
man 34 Larken35 y Czekanowski 36 han comentado acerca de la
,
127
mujeres y no con los hombres, no se puede descartar la posi-
bilidad de que hayan sido realmente inventados por mucha-
chos u hombres e inflingidos por hombres. Un acto que la
tradición atribuye a las mujeres no tenía que haber sido in-
ventado por ellas necesariamente. En el pensamiento animis-
ta, la causa que indujo a una persona a ejecutar cierta acción
puede aparecer como el elemento que inflingió la acción sobre
él. Si el poder femenino de dar a luz incitó envidia en los
128
La subincisión ritual
129
9
ría de los seres humanos y de ciertos animales sugiere que
la posición de orinar se basa principalmente en la fisiología.
En la mayoría de las sociedades, en todo caso, después del
parto y la menstruación, las diferentes posiciones para orinar
constituyen la forma más obvia de demostrar la diferencia
entre las funciones de los dos sexos. Ciertamente, los niños
parecen darse cuenta de ella, e interesarse, casi tan temprano
como de la diferencia de los órganos sexuales.
130
que hayan pedido la circuncisión o se la hayan ejecutado ellos
mismos. Entonces, así como la operación menor en que con-
siste la circuncisión es casi siempre llevada a cabo por otros,
131
trozos de corteza a las mujeres, esta vez solamente la víctima
lanza el bumerang; este acto no parece ser puramente ceremo-
nial, sino representar básicamente un símbolo de venganza
personal o de ataque.
Spencer y Gillen quedaron intrigados por la costumbre,
aunque trataron de racionalizarla dentro del marco de refe-
rencia entonces prevaleciente, esto es, que el propósito de la
en entrar en la adultez y romper los lazos
iniciación consistía
entre madre e hijo. Sin embargo, permanecieron insatisfechos
de sus propias explicaciones y terminaron por afirmar que el
significado del lanzamiento del bumerang a la madre mítica
era difícil de ver.
Sin lugar a dudas, tal comportamiento sería incomprensi-
ble si la agresión estuviese dirigida a la verdadera madre. No
fue ella sino la madre arcaica quien, ya fuese directamente o
a través de la envidia de los hombres por las mujeres, originó
la subincisión. Si esto sugiere que las figuras maternales in-
flingieron o exigieron la operación, como prerrequisito al ma-
trimonio en los tiempos prehistóricos; o, si es que la imagen
arcaica de la madreque todo hombre lleva dentro
es aquella
de sí desde o si esta figura es la imagen infantil
la infancia:
44
cular .En lugar de ello citan a Roth, quien señala acerca de
la subincisión de los hombres «que, basándose en una especie
132
constituye la esencia misma de la vida y del vivir, y la ini-
133
Aunque los australianos sientanvagamente que el hombre
tiene alguna relación con la concepción, no pueden estar segu-
ros de ello hasta que no hayan comprendido el proceso exacto.
Cuando falta el conocimiento racional,
la certidumbre dog-
134
puesto que no cambia el status de la persona. Es una mutila-
ción voluntaria, no una mutilación que el padre inflinge a su
hijo.
Sin embargo, si empezamos por tener presente el hecho
de que a la herida de la subincisión se le da el nombre de
«vulva», entonces la operación misma, y la repetida y cruenta
abertura de la herida, llegan a ser comprensibles. De este
modo, aparece que el propósito del ritual podría consistir en
reproducir simbólicamente el órgano sexual femenino, mien-
tras que la reabertura de la herida simbolizaría el fenómeno
periódico de la menstruación. Las declaraciones de las perso-
nas mismas confirman tal interpretación. Los murngin afirman:
«La sangre que emana de una incisión y con la cual los baila-
mismos y sus emblemas es algo más que
rines se pintan ellos
sangre de un hombre, es el menstruo de las viejas mujeres
Wawilak... “Esa sangre con la cual cubrimos íntegramente
aquellos hombres es la misma sangre que fluyó de la vagina
de la vieja. Ya no es más la sangre de aquellos hombres, por-
que se ha cantado y fortalecido. El agujero en el brazo del
le
hombre no es más ese agujero. Es la vagina misma de la an-
48
ciana, de la cual brotaba sangre .”»
Lommel señala también que se introduce una flor de pan-
danus rojo dentro de la herida de la subincisión, con la fina-
lidad de conservar el corte de este color después de que haya
cicatrizado
49
Y Roth afirma que en los dialectos hablados en
.
13 5
comúnmente en la convicción de que las mujeres menstruan-
tes son impuras. Mediante la mímica, los hombres repiten este
negativismo en la iniciación, y en muchos pueblos se conside-
ra sucios a los novicios, o éstos se ensucian ellos mismos. Los
Qatu (Nuevas Hébridas del
iniciados de norte) se aislaban por
un mes; permanecían sin lavarse, y al finalizar este período
52
salían negros de polvo y hollín . Entre los aborígenes de Vic-
toria, se cubría el cuerpo del joven iniciado con barro y su-
ciedades, y éste debía recorrer el poblado durante varios días
53
y noches, arrojando basura a todo el que encontrara . Es así
como los muchachos, al ser iniciados, contaminan todo lo que
tocan, como se cree que es el caso de las mujeres menstruan-
tes. En Nueva Guinea, todas las prohibiciones impuestas a las
136
bres que sangran por la subincisión y aquellos para las muje-
res menstruantes. Para apoyar aún más su suposición de que
59
los hombres desempeñan el papel de mujeres menstruantes ,
137
debe solamente «al propósito de permitir que los malos bu-
mores del cuerpo, y todos aquellos que podrían ser producidos
durante la ejecución de ciertas tareas asociadas con una gran
cantidad de poder, sean liberados y vaciados ». A mi manera
63
138
tropológlcos no sugieren que la circuncisión ritual se haya de-
sarrollado más tarde históricamente que la subincisión, y la
139
LOS HOMBRES-MUJERES
141
y Gillen se refieren muy poco al parto, o a las costumbres re-
lacionadas con él, mientras que hablan extensamente acerca de
la creencia de que tan sólo los hombres pueden encontrar es-
píritus niños, podríamos inferir que este tipo de actitud era
el prevaleciente entre los arunta, a pesar de que los informes
de Kaberry (ver página 158) sugieren la existencia de ceremo-
nias relacionadas al parto.
La couvade
142
en el establecimiento de la paternidad social a través de la
143
gicamente ella parece estar más en relación con aquello que
motiva al hijo a desempeñar el rol de padre. El hombre desea
averiguar lo que se siente al dar a luz, o demostrarse a sí mis-
mo que puede hacerlo. Para lograrlo, trata de disminuir la
importancia de la mujer; pero, al igual que el niño, copia úni-
camente los detalles externos más insignificantes, y no lo esen-
cial, lo cual, ciertamente, no puede imitar. Semejante remedo
Transvestismo
144
esa forma, recorre el poblado buscando a su «niño», pregun-
5
tando por él en voz alta y ronca (femenina ).
Es también frecuente en la iniciación que el novicio lleve
ropa y adornos del otro sexo. Eiselen habla acerca del vestido
boxwera, prenda femenina cuya elaboración y uso es impor-
6
tante en los ritos de los jóvenes bamasemola . Frazer da tam-
bién muchos ejemplos similares. Informa, por ejemplo, que
los jóvenes de Africa Oriental, después de la circuncisión, se
145
10
9
ritus poderosos y de burlar a otros ». Pero, ¿quiénes son esos
«espíritus poderosos», y por qué motivo podría agradarles el
que un sexo vista las prendas del otro? ¿Y quién es burlado,
y cuál es el propósito del engaño? ¿Quién inventó a estos
espíritus; esto es, del inconsciente de quién emergieron? ¿Son
ellos proyecciones de los hombres, de las mujeres, de los an-
cianos, o de los iniciados? ¿O son quizás, en alguna medida,
las proyecciones de todos ellos?
Frazer y otros autores informan principalmente de casos
en los cuales los muchachos visten ropas de mujer, pero el
transvestismo en la iniciación no es de ninguna manera limi-
tado al sexo masculino. Hollis narra una costumbre paralela
entre las chicas nandi, las cuales, tres días antes de su circun-
cisión, se ponen trajes de guerreros y se les da bolsas de ta-
baco (normalmente una prerrogativa masculina) y ornamentos
10
corporales masculinos Las mujeres basuto visten ropas de
.
146
cuales el renacimiento desempeña una parte importante. En
los pueblos más sofisticados toma la forma de drama abstrac-
to y simbólico. Entre otros, éste consiste en una abierta y
franca actuación del nacimiento. Como en todas las cosas re-
lacionadas con la iniciación, existe una infinita variación, pero
el siguiente relato puede ser considerado bastante representa-
tivo:
«En la parte occidental de Ceram [una de las islas indo-
147
la vida a los muchachos. Los hombres portadores de esta no-
punto de desmayarse, cubiertos de lodo, al igual
ticia llegan a
148
espíritu al devorarlos. Puesto que el espíritu del cocodrilo se
ha tragado a los novicios, éste se encuentra «en un estado de
preñez, hasta el fin de la sesión escolar [de iniciación], cuan-
do aquellos que encuentran con vida son “paridos” por
se
15
él ». Finalmente, regresan al poblado, pretendiendo haber re-
nacido, y fingiendo no reconocer ni a sus mejores y más anti-
16
guos amigos .
149
mente, reemplazan el dominio por la adquisición (el nacimien-
to simbólico) y por la demostración de su falta de temor. Tal
cambio en el comportamiento puede ser también observado
en los niños. Después de gritar «Soy más fuerte» o «Soy me-
jor»,y ver que ello no muestra resultados, se sirven entonces
de «No te temo», para indicar dominio.
Frazer, resaltando la conexión entre los ritos de iniciación
150
Es bastante arriesgado interpretar rituales a partir de la
base de su posible significado simbólico, en especial si la in-
terpretación se fundamenta en la experiencia de una cultura
extraña. A pesar de ello, el siguiente ritual parece significativo
en su reactuación de la existencia intrauterina y la emergencia
al nacer:
«Una vez que los jóvenes [nandi] se ban recuperado [de
la circuncisión] tiene lugar la ceremonia kapkiyai. Se cons-
truye una piscina en el río, utilizando para ello un dique, en
151
chos detalles, los hombres tratan a los iniciados como si fuesen
bebés que acaban de parir. Por ejemplo, los hombres cargan
a los jóvenes sobre sus hombros al igual que las mujeres car-
gan a sus niños. Se agachan sobre el fuego para permitir que
el humo entre por la abertura anal, realizando así los mismos
ritos curativos y purificadores que las mujeres deben ejecutar
después de haber dado a luz. Incluso manifiestan que, al ha-
cer que el humo penetre por el ano, hacen lo mismo que las
mujeres míticas de Wawilak cuando éstas dieron a luz a un
21
hijo .
152
como las niñas pueden sentirse entonces embarazados; llegan
incluso a comer en exceso y a desarrollar el abdomen promi-
nente, el porte y la manera de andar característicos de la mu-
jer en las ultimas etapas de la gestación. Igualmente, la náu-
sea matutina «histérica» del embarazo imaginario se encuentra
en los niños tanto de uno como de otro sexo.
Si se nos permite una vez más extraer inferencias a partir
del inconsciente de niños perturbados contemporáneos, de
aquel de personas pertenecientes a sociedades menos civilizadas
— aunque permanece la duda acerca de de tales in-
la validez
— podríamos
ferencias llegar a la conclusión de que el ini-
cio de la fertilidad en las niñas precipita en los hombres sen-
timientos similares a aquellos que el embarazo de la madre
despierta en los niños esquizofrénicos. Es por ello que los
ritos de iniciación se celebran durante la adolescencia y que
el joven debe ser parido nuevamente por un hombre.
La separación
153
mitivos a los jóvenes para borrar todo recuerdo del pasado;
en Sudáfrica muchachos xosa desechan sus vestidos e in-
los
25
vierten su lenguaje (así como el bebe llega al mundo con ca-
bello escaso o muy corto, desnudo y sin lenguaje). Los dama-
ras cuentan la edad de un hombre a partir de la fecha de su
circuncisión, sin tener en consideración los años anteriores a
26
ésta . Otra costumbre frecuente consiste en dar nuevos nom-
bres a los iniciados, acto particularmente significativo a causa
de la íntima relación existente entre una persona y su nombre,
154
lo es en la iniciación. Los estudiantes alemanes se prestaban
con entusiasmo a sufrir heridas y derramamiento de sangre,
considerando orgullos amente la experiencia del duelo como
una prueba de su masculinidad y su derecho a pertenecer al
grupo. Así como los compañeros de la misma edad africanos,
estos jóvenes que habían llegado juntos a ser hombres queda-
ban unidos para toda la vida en un grupo fraternal. Sus ritua-
les estudiantiles satisfacían simultáneamente tempranos deseos
sádicos y masoquistas, mientras que la vida en las fraternida-
des ofrecía cierta satisfacción a otras tendencias pregenitales
y homosexuales.
Otros grupos juveniles contemporáneos, a pesar de con-
tener un fuerte elemento homosexual, a menudo adquieren
su cohesión mediante una experiencia común de satisfacción
de deseos instintivos más genitales, como es el caso de las
experiencias sexuales compartidas. Entre los adolescentes de
clase media ello puede en una visita en grupo a un
consistir
prostíbulo; o en la vida de pandilla en las clases bajas, en el
coito sucesivo de todos los miembros con una mujer dispuesta
libremente o forzada por ellos. Igualmente, los miembros de
las fraternidades universitarias están unidos por la introduc-
155
un importante subgrupo o, como entre los chaga africanos, el
más importante de ellos.
Cabría incluso preguntarse si los hombres no podrían ha-
ber creado las formas mayores de sociedad a raíz de haber
fracasado en sus intentos mágicos de manipulación de los ge-
nitalescon la finalidad de ser capaces de parir hijos.*
Freud y muchos otros (como Blüher, por ejemplo30 ) pen-
saron que estas formas más complejas de sociedad se basaban
en vínculos homosexuales. El liderazgo asumido por los hom-
bres en esta área puede tener entonces sus raíces en asocia-
ciones formadas originalmente en torno a la iniciación. En
Australia central, muchos grupos tribales que viven normal-
mente separados entre sí se reúnen al término de las ceremo-
nias de iniciación, en lo que podría ser llamado una organiza-
ción societal mayor. Spencer y Gillen describen detalladamen-
te cómo en tales ocasiones se envían mensajeros para invitar
31
a los diversos grupos a reunirse ,
cómo éstos se reúnen, y
cómo durante dichas reuniones se asumen importantes deci-
siones que involucran a grupos mayores que aquellos com-
prendidos ordinariamente por las tribus.
156
rior, tanto en la paz como en la guerra. Y, lo que es más im-
portante, son los jefes de esta sociedad quienes administran
la y las pequeñas tribus liberianas quedan unidas en
justicia,
igualmente plausibles.
157
EL SECRETO DE LOS HOMBRES
159
El secreto original
160
giere que ambos podrían ser fenómenos paralelos; comparado
a ello, el paralelo entre la iniciación masculina y la femenina
161
11
nes peculiarmente femeninas y que los hombres ejecutan los
aspectos más fatigantes de la vida ceremonial. “Estos rituales”,
dijo un informante, “son como un hombre copulando con una
mujer, él realiza todo el trabajo duro para que la mujer pueda
llevar a cabo el asunto realmente importante del nacimiento”.
Esta puede ser una actitud unilateral, pero expresa adecuada-
mente el razonamiento nativo local sobre este tema ». 6
No puedo aceptar la obvia razonalización respecto a la
162
los secretos que su propia presencia o conoci-
a otros, antes
miento, lo que destruye poder de la iniciación. Tal mujer
el
163
de que no es inferior puesto que posee ciertas habilidades y
conocimientos de importancia.
Blackwood piensa también que el principal propósito de
las sociedades secretas masculinas consiste en engañar a las
mujeres. Los hombres no vacilan en matar a unos cuantos mu-
chachos a de convencer a las mujeres de que todos han
fin
Portando el upi
164
de las cuales consiste en colocar upi y la segunda en reti-
el
165
Según estos mitos, también el upi perteneció originalmen-
te a las mujeres y no a los hombres. Pero la leyenda de su
origen va más allá, estableciendo una conexión entre el upi
y los senos al hacer del primero un premio al amamantamien-
to de los niños. La leyenda, conocida en toda la región, es la
siguiente:
«Una mujer caminaba por el bosque cuando vio un urar
(fantasma, espíritu de una persona muerta pormucho tiempo)
portando un upi. La mujer miró el upi, y le gustó mucho.
Dijo al urar: ‘‘Oh, me gustas, eres mi hombre, eres un tipo
estupendo”. Entonces el urar tomó sus largos pechos y se los
dio a la mujer, tomando los de que eran muy pequeños,
ella,
166
Obstrucción del recto
167
de manera que la sangre corriese chorreando por éstas. En-
tonces quitaban y ocultaban la carne sangrienta y llamaban a
la esposa, confiando el anciano a sus cuidados. Le explicaban
cariñosamente que a su marido se le había extraído el tapón
para bien de sus hijos, y que la sangre salía cuando se sacaban
los puntos. La mujer no debería sorprenderse de que desde
entonces su marido encontrase nuevamente necesario defecar.
Era su deber de esposa ayudar al anciano si acaso éste se ca-
yese o se pusiese en ridículo, para impedir que los jóvenes se
15
burlen de él .
168
sus propios ritos de iniciación, se dice a las chicas que los
hombres defecan, pero tratan de mantenerlo en secreto ante
las mujeres, advirtiéndoles que no deben reírse de ello. Las
mujeres comprenden que el secreto es en realidad suyo; ellas
dicen que cuando una mujer queda embarazada, su fuente de
17
sangre es obstruida, y que es éste el tapón original .
169
las ceremonias y su conclusión, la colocación final del tapón.
Sin duda, el rasgo más importante del embarazo suscitó su
La acumulación de secretos
* Según Gutmann, fue hasta mediados del siglo pasado que los
jóvenes para ser iniciados debían permanecer en el bosque por un pe-
19
ríodo tan prolongado de tiempo .
170
Los pilagá de América del Sur, por ejemplo, creen que «la
eyaculación del hombre introduce un homúnculo completo en
la mujer, y que éste meramente crece dentro de ella hasta lle-
21
gar a ser lo suficientemente grande como para salir ». Es
también posible apreciar esta sobreevaluación contrarreactiva
en las religiones fálicas; la oración mediante la cual el hombre
judío agradece a Dios por haber nacido hombre y no mujer
puede serun remanente moderno.
De haber tenido lugar este desarrollo, es probable que en
algún punto intermedio existiera una etapa en la cual la ma-
nipulación mágica de los genitales dejó de ser suficiente. Con
los avances culturales y un mayor conocimiento de la procrea-
ción, el derramamiento simbólico de sangre puede haber re-
171
más complejo. La persona es guiada por la esperanza de llegar
a refinar el síntoma lo suficiente como para ganar finalmente
la meta para la cual fue creado. De la misma manera, quizás,
a medida que los hombres poseían una mayor comprensión
de que los ritos de iniciación no confieren poderes procreado-
res, iban insistiendo con mayor intensidad en que éstos sí con-
172
RITOS FEMENINOS
173
de los jóvenes; pero éstas suelen estar ausentes en los rituales
femeninos. No existe en los ritos, ni en los mitos relacionados
a ellos, ningún elemento que sugiera la presencia de enseñan-
zas especiales o significativas de evitaciones sexuales. Por el
Cronología natural
174
Mead ha señalado, al igual que los chicos de la Escuela
Ortogénica, cómo, a pesar del cambio gradual de la voz, el
crecimiento del vello corporal, y eventualmente, de la eyacula-
ción, no parece existir un momento exacto en el cual el joven
puede decir, «Ahora soy un hombre». Por consiguiente, una
función de la iniciación consiste en puntuar una secuencia de
3
crecimiento que carece inherentemente de puntuación .
175
,
rante los primeros dos días, ella debe sentarse encima del
hoyo sin moverse de allí; después de eso una de las ancianas
que se encuentran buscando alimentos puede sacarla. Cuando
cesa el flujo se le dice que rellene el hoyo. La chica se con-
vierte entonces en una Wunpa, regresa al campamento de las
mujeres, y poco después debe pasar por el rito de la abertura
de la vulva, siendo luego entregada al hombre al cual había
7
sido prometida ».
La chica continúa siendo wunpa hasta que sus pechos cuel-
guen, en la forma característica de las mujeres nativas que
han tenido hijos, a partir de lo cual recibe el nombre de ara-
8
kutja que designa a la mujer madura Existen entonces cua-
.
176
jóvenes arrojan y se pintan, ya que no existen equivalentes
9
femeninos a la circuncisión o Engwura de los hombres ».
Estoy de acuerdo con los comentarios de los autores acer-
ca de los dos equivalentes, y podría añadir que, aunque no
existe un paralelo obvio entre la circuncisión de los jóvenes y
los ritos de las muchachas con ocasión de la primera mens-
truación, éste podría ser también inferido a partir de la se-
cuencia de los eventos.
Lo que Spencer y Gillen no logran destacar, sin embargo,
es relación entre los ritos y los
la momentos del cambio fí-
sico. Es, a mi parecer, más plausible que los ritos de los jóve-
nes equivalen a los cambios naturales en las mujeres, y que
los ritos de las chicas son equivalentes a los ritos de los jóve-
nes. Las muchas otras ceremonias que acompañan a la inicia-
El tabú menstrual
177
12
cómo entre los pueblos preletrados, así como entre los más
civilizados, es posible encontrar una gran variedad de actitu-
des respecto a las mujeres y las ceremonias acordadas a ellas.
Es mi opinión que los ritos de pubertad de las jóvenes se
hallan más afectados por
la actitud de los hombres respecto
178
xuales, pero los hombres se sentían asustados, probablemente
debido altemor general ante cualquier pérdida de sangre.
Como reacción a ello, es posible que tratasen de suprimir su
miedo de la vagina sangrante evitando todo contacto con ésta.
Pero creo que otra explicación también podría ser correcta.
Continuando con su interpretación de los tabús, Freud seña-
la: «... el ceremonial tabú de los reyes es, en apariencia, una
179
y que éste ignora sentimientos positivos igualmente impor-
tantes.
En una acotación, Devereux observa que incluso en algu-
nas culturas populares modernas a la mujer menstruante se le
Mutilación de niñas
180
madura, dos o hombres logran llevársela sola al bosque,
tres
181
dad clitorídea, obligando así a la mujer a disfrutar tan sólo
de la sexualidad vaginal. Esta explicación ha sido aceptada
por diversos autores orientados psicoanalíticamente, incluyen-
do a Bryk. En su opinión, mediante la excisión del clítoris la
sexualidad de la joven nandi es refrenada, y es así que ella se
convierte de propiedad común en privada, propiedad exclusi-
va de su marido. Esto es, la excisión la despoja del órgano
más fácilmente estimulado, y de este modo reduce los deseos
sexuales de la joven. Solamente de esta manera, piensa este
autor, es posible forzarla a la monogamia, la cual es contraria
23
a su naturaleza Tal teoría se adhiere a la noción de la na-
.
182
En opinión de Bonaparte, tanto la excisión de la mucha-
cha como la circuncisión del joven son resultado del deseo pa-
terno de «intimidar la sexualidad» de los jóvenes. Pero tal
183
encontrar expresiones de deseos de tal mutilación aun en mis
observaciones de niñas y adolescentes esquizofrénicas. Al re-
184
te detrás de la mutilación de las jóvenes. Yo creo que la cos-
185
juguete, mayor
será el deseo de controlarlo y también de con-
servarlo.Cualquier niño adquiere cierto sentido de dominio
sobre un juguete que puede hacer marchar.
Si se me permitiese realizar una analogía con las mutila-
ciones femeninas, es posible considerarlas como esfuerzos mas-
culinos para adquirir control sobre las funciones sexuales fe-
meninas. Después de todo, estas personas, a diferencia de cier-
tos niños neuróticos, no destruyen el juguete apreciado tan
sólo porque no son capaces de hacerlo «caminar». El varón
queda satisfecho con un dominio simbólico sobre los genitales
externos femeninos, que no interfiere con la fertilidad de la
mujer, ni con su capacidad de disfrutar sexualmente.
La introcisión femenina, tal como la practican los austra-
lianos, podría representar un esfuerzo por parte de los hom-
bres para hacer sangrar a las mujeres al igual que durante la
186
ticas sin ningún aliento ni interferencia por parte de los hom-
bres; entonces, la motivación debe yacer en los deseos de las
mujeres. En Dahomey:
«Aquellas niñas que poseen entre nueve y once años
— esto es, cuyos pechos empiezan a desarrollarse — son reu-
nidas en grupos... y se dedican a... masajear y alargar los la-
bios de la vagina. Ellas se encuentran al atardecer detrás de
la casa de la mujer a cuyo cuidado han sido confiadas... Con
un trozo de madera especialmente modelado, esta mujer ma-
nipula los labios de la vagina de cada niña, tirando de ellos,
estirándolos, y pinchando levemente los tejidos vaginales en
diversos lugares. Realiza esto ocho o nueve veces con cada
una de sus encargadas durante el primer año de instrucción,
y el año siguiente las chicas se lo hacen entre sí... Esto con-
tinúa durante dos años, por lo menos, y se va añadiendo el
masaje exterior de estos “labios” para producir su engrosa-
miento y facilitar el desarrollo muscular, ya que se considera
que las mujeres de “labios delgados” son poco atractivas ». 27
A la joven luvale, de Africa, «se le enseña cómo propor-
cionar satisfacción sexual... y no hay duda de que éste es uno
de los aspectos más marcados de la instrucción... Ella apren-
de también a realizar movimientos danzarines con sus caderas
durante el coito... En el caso extraordinario de que se trate
de una virgen, se rasgará su himen con una vara o un trozo
de raíz de cazabe tallado en forma de pene. También se le
28
estiran los labios ...»
Según otra relación:
«Los maxi un cuerno [para agrandar y desa-
se sirven de
rrollarlos labios de la vagina], aunque en Abomey se usa
por igual un instrumento especial de madera y la raíz de la
planta de añil, y además de esto, hormigas... el propósito
de introducción de este irritante vegetal y de las hormi-
la
187
Entre los baganda y los suaheli se incita a la chica, antes
de la pubertad, a que agrande sus labios, tirándolos y tocán-
dolos con frecuencia, y usando ciertas hierbas u hojas espe-
30
ciales .
188
tener una oportunidad semejante para vengarse en las jóve-
31
nes por su avanzada edad .
gran mayoría de los casos los positivos son más fuertes que
los negativos.
Aquellos padres que han amado y cuidado devotamente
a su hijo, no empiezan repentinamente a actuar sus sentimien-
tos negativos menores al llegar éste a la adolescencia. Lo que
el razonamiento psicoanalítico podría indicar, sin embargo, es
que la envidia de la generación mayor hacia los jóvenes se en-
cuentra en relación directa con el grado de su frustración
sexual.
De modo, la sociedad civilizada e inhibidora del sexo
este
puede crear una envidia mucho más intensa en los padres que
aquellas sociedades en las cuales los mayores han disfrutado
de satisfacción sexual, y continúan haciéndolo todo el tiempo
que lo deseen o se sientan capaces de ello.
Sumario
189
llar una clave para averiguar cuáles tipos de manipulación
son impuestos por el otro sexo (y posiblemente por qué),
190
LA ANTITESIS BIOLOGICA
191
de la llamada angustia de castración ha sido poco reconocida.
Freud mismo reconoció el hecho de que la angustia llega
a poseer una profundidad que la influencia de los padres es
incapaz de explicar por sí sola. Buscó entonces su causa en las
huellas mnémicas raciales, concluyendo que todos nacemos
con el temor a perder nuestros órganos sexuales. A mi pa-
recer, en cambio, nuestro deseo de las características del sexo
opuesto es una consecuencia necesaria de las diferencias sexua-
les. La satisfacción de tal deseo implicaría la pérdida de nues-
192
motivados no por un deseo de destrozar la autonomía del
hombre, o de impedir su auto-realización como persona o como
miembro de su grugo social, sino por el deseo exactamente
opuesto. Creo que los ritos poseen escasa relación con cual-
quier conflicto, creado por el hombre, entre los jóvenes y los
mayores, o con asegurar el tabú del incesto o preservar la
tradición. Me inclino a pensar que ellos constituyen esfuerzos
para dominar los conflictos que surgen de los deseos instinti-
vos polivalentes del hombre, así como el conflicto entre tales
deseos y el rol que le asigna la sociedad.
Existen diversas maneras de manejar un deseo inacepta-
ble socialmente o que la persona misma, por una u otra razón,
no puede aceptar. Una de ellas consiste en que el individuo
lo dramatice, lo actúe, y mediante la satisfacción intensa pero
a la larga tan sólo simbólica, trate de destruirlo para siempre.
Otra manera, siempre en un nivel personal, consiste en negar
su existencia poniendo excesivo énfasis en aquello que no es
inaceptable.
También la mediante rituales o instituciones,
sociedad,
puede tratar tantode ayudar como de forzar al joven a solu-
cionar el problema. Ciertas sociedades tratan de librar a la
persona de tendencias adscritas al otro sexo, de modo que ésta
actúe y sienta como si estas tendencias ya no existiesen en
ella. Esta solución es vista en aquellos pueblos cuyos ritos
193
13
Aunque estos rituales son generalmente considerados como
demostraciones de aquello que es masculino o femenino, quizá
podrían ser comprendidos más correctamente a partir de su
significación negativa, esto es, la negación de tendencias que
pertenecen supuestamente tan sólo a los niños, o a los adul-
tos del sexo opuesto. Tales tendencias incluyen el temor en
los niños, y en las niñas la resistencia a dejarse vencer por las
tareas femeninas.
Otra solución puede en el rito Nozhizho de
ser apreciada
la pubertad, entre los indios omaha. El elemento más impor-
194
una mujer. Permitir que las jóvenes lleven pantalones cons-
tituye una solución pobre e insuficiente. En la sociedad pre-
letrada, con la gran importancia que ésta concede en su vida
a la procreación animal y humana, el deseo presente en los
hombres de desempeñar un papel mayor en la procreación
puede haber sido más urgente. Es también posible que en
nuestra sociedad orientada masculinamente, los valores vigen-
tes obliguen a los jóvenes a reprimir sus tendencias femeni-
nas más intensamente que a las muchachas.
Por ejemplo, la las diversas formas de
importancia de
actividad sexual no nunca serán destacadas en demasía.
coital
Incluso la envidia sexual, a pesar de ser esencialmente irre-
soluble, podría ser mitigada si la moral, y por consiguiente
su propia conciencia y auto-respeto, permitiese a hombres y
mujeres desempeñar por igual el rol activo y el más sumiso,
según sus emociones del momento lo requiriesen y no sólo —
en sus relaciones sociales, sino también en las sexuales En — .
195
a dudas, si estas actividades sexuales son asumidas con senti-
mientos de culpa debidos al oprobio social o al rechazo por
parte del individuo de sus propios deseos, nada de bueno
podrán aportarnos, ni tampoco lograrán mitigar la antítesis
biológica. Por sí mismas, ellas sólo pueden ofrecemos con-
suelo si forman parte de una relación sexual satisfactoria
entre hombre y mujer. Dentro de una relación basada en la
igualdad de derechos y responsabilidades sexuales y sociales,
y aceptada como parte de tal relación, la satisfacción de las
tendencias polivalentes contribuiría enormemente a disminuir
los efectos negativos de la antítesis entre los sexos. Me refiero,
por ejemplo, al deseo masculino de disfrutar de la sumisividad
sexual (también, y a veces), y el deseo por parte de la mujer
de gozar de la agresividad sexual (también, y a veces). Y ello
sin que el hombre se considere a sí mismo, o sea considerado
por su pareja, como débil o poco varonil, y sin que la mujer
se considere ella misma, o sea considerada por su compañero,
como una marimacho.
En la actualidad son escasos aquellos de nuestros rituales
que permiten a los jóvenes o adultos la dramatización, o la
satisfacción al menos pardal, de tales deseos. Yo soy parti-
dario de que, en una sociedad libre, tal como la nuestra
aspira a serlo, se ofrezcan soluciones no mediante el ritual,
sino en formas personales que sean respetadas socialmente.
Pero mientras seamos incapaces de plantear soluciones acepta-
bles al problema, deberíamos al menos ser más comprensivos
196
tivo de crear vida y de poner énfasis en su contribución en
ello,y será menor su necesidad de afirmar su poder mediante
invenciones destructivas.
Lo que debe ser satisfecho es el deseo, tanto de hombres
como de mujeres, de desempeñar una parte significativa en
y prerrogativas, las actividades y pla-
los deberes, obligaciones
ceres que en nuestra sociedad son atribuidos al sexo opuesto.
Esto les permitirá encontrar la felicidad, y de este modo la
auto-realización, a pesar de la diferencia biológica entre los
sexos y de la envidia que es «consecuencia natural» de ello.
Es así como cada sexo podría lograr una mayor autonomía
interior, aceptando mejor su propio rol y el del otro, y ambos
serían capaces de convivir de un modo más satisfactorio. Se-
gún parece, en la sociedad preletrada los hombres trataban
de resolver este problema mediante el ritual. Nosotros debe-
ríamos ser igualmente serios en nuestros esfuerzos. Podríamos
buscar soluciones más racionales; soluciones que, en línea con
el ethos de una sociedad libre, serán más personales, más
efectivas socialmente y más satisfactorias en privado.
197
APENDICE
LA CIRCUNCISION INFANTIL
201
Me he referido ya en este texto a la importancia de dos
factores que modelan las reacciones emocionales al trauma
físico. Uno de ellos es la «constelación» psicológica dentro
202
dividual y realización sexual para ambos sexos puede haber
sido arrogada en su función mágica y poderosa (entrar en la
alianza con el Señor) solamente a los hombres. La exclusión
de mujeres del rito indica una vez más cómo la circunci-
las
renciados?
El uso dado por los judíos al rito de la circuncisión puede
203
noteísta cuyo dogma principal consiste en el servicio a un
dios todopoderoso no tiene necesidad de ritos que propor-
cionen al individuo un gran poder mágico, como la inicia-
ción. Los fines de un reformador como Moisés fuese él —
judío o egipcio —
podían ser mejor servidos conservando
el con todo su poder en las mentes de los creyentes
ritual
204
en la fe, y quizá el orden sagrado, tienen su contraparte en
la iniciación misma y en la admisión a sociedades religiosas
secretas que a menudo sigue a la iniciación. La comunión,
el tomar juntos alimentos que simbolizan el ritual (si no
el dios), es otra parte frecuente de la iniciación. Las prue-
bas impuestas a los iniciados, muchas de ellas dolorosas y
humillantes, pueden ser comparadas al sacramento de la
penitencia. De este modo, solamente dos de los siete sacra-
mentos quedan excluidos: el matrimonio y la extremaunción;
y, dado que la iniciación en ciertas tribus otorga el
derecho a
contraer matrimonio, éste guarda cierta relación con ella. Por
un tiempo, el proceso de civilización parece haber avanzado
paralelamente a la separación de un solo ritual en partes
constituyentes —
y, a su vez, la separación de éstas entre sí.
Tal separación tuvo lugar tan recientemente entre los
kikuyu, que puede ser recordada todavía. En este pueblo
africano, los ritos de matrimonio y muerte, tan importantes
para nosotros, son insignificantes en comparación con la ini-
3
ciación «El segundo nacimiento simbólico es quizás el más
.
206
la civilización moderna, puede haber tenido aquí una de sus
fuentes psicológicas. Quizá ciertos pueblos permanecieron «no
civilizados»por no haber sentido una necesidad psicológica
de progresar más allá del «abandonarse pasivamente»; esto es,
viviendo más o menos dependientes de aquello que la natu-
raleza mismo les provee. Pero con la psicología fálica la ma-
nipulación agresiva de la naturaleza por medio de invenciones
tecnológicas se hizo no sólo útil económicamente, sino tam-
bién atractiva psicológicamente. Cabe señalar que la etapa
fálica, con su agresividad (y, por consiguiente, su temor a la
venganza), su sobrevaloraciónpene en particular y de
del
la masculinidad en general, va también acompañada de temor
a la pérdida de éste.
En épocas históricas posteriores y en tribus más civiliza-
das, los iniciadores suelen servirse de la iniciación en parte
para imponer obediencia. Pero no me ha sido posible encon-
trar evidencia de que se haya amenazado a los desobedientes
con daños mayores en los genitales. Por el contrario, donde-
quiera que sean practicadas tanto la circuncisión como la sub-
incisión, el daño subsiguiente inflingido en el pene mediante
la subincisión no constituye un castigo, sino una recompensa,
confiriendo mayor poder y dignidad. Más aún, entre las diver-
sas tribus podemos encontrar todas las etapas del desarrollo
social.
Existen tribus que practican la iniciación, pero no la cir-
cuncisión, y otras en las cuales la circuncisión forma parte de
la iniciación, pero se encuentra libre de connotaciones de obe-
207
esfuerzos mágicos para adquirir poder según el principio de
placer, a un comportamiento más consistente con el principio
del super-yo, estarían de acuerdo con el desarrollo de una so-
ciedad progresivamente más compleja y limitadora del ello.
Podríamos concluir que lo que fue una vez dirigido por
el ello es arrogado lentamente al control del super-yo — el
208
El mito judío de la creación parece un ejemplo de tal in-
209
14
dio y su relación con las deidades maternas. Su libro contiene
referencias a muchos pasajes del Antiguo Testamento en los
cuales, a pesar de los esfuerzos aparentemente conscientes para
crear una religión dominada por un sólo dios todopoderoso,
se revelan rastros de creencias en las diosas madres. Comen-
ta, por ejemplo, aquel pasaje del Exodo en el cual una mujer
realiza una circuncisión. Ziporah, la esposa de Moisés, des-
pués de circuncidar al hijo de ambos, toca a aquél con el pre-
pucio, diciendo, «Eres para mí un marido sangriento». La
interpretación de Roellenbleck es que, según la costumbre
primitiva, un hombre sólo puede llegar a ser adecuado para
el matrimonio, y para una mujer, después de haber derrama-
210
con poderes viriles y activos, al menos en cuanto que la con-
sideraba en base a un marco de referencia religioso. Parece,
más bien, que se abandonó un rol masculino activo e ilimitado
11
en aras de un retorno hacia la pasividad ».
Tanto si la circuncisión fue instituida por hombres o por
mujeres, tanto si satisface los deseos instintivos de hombres o
de mujeres, o de ambos, ella sólo puede simbolizar a la cas-
tración en una sociedad en la cual el castigo severo, particu-
larmente en relación con el comportamiento sexual, forma
parte del marco de referencia del inviduo. Y sólo allí donde
la figura punitiva de un adulto se alza preeminentemente rea-
211
LOS RITOS AUSTRALIANOS
213
sus interpretaciones se derivaron más de Freud mismo que de
evidencias empíricas, una razón de más para regresar a las
fuentes usadas por Freud.
Las especulaciones antropológicas de Freud, en especial
aquellas acerca de la iniciación, se basaron en los escritos
de Spencer y Gillen (sobre Australia), y de Frazer. Pero el
214
un relato ceremonia del fuego que concluye la iniciación
de la
215
un punto [donde]... cavaba, cada una de un pozo poco ellas,
216
Entonces, formando un denso cuadrado, salieron del desfila-
dero por los pastos. Los [novicios] fueron conducidos hacia
el cauce del río, deteniéndose aquí y allá como si dudasen
seguir adelante... Después de una pausa final, los [novicios]
se aproximaron más a las mujeres, las primeras de las cuales
cogieron la hierba y las ramas secas, y, prendiéndoles fuego,
217
objetos sexuales. La última fase de la ceremonia da la impre-
sión de que al finallos hombres reciben abundante satisfac-
ción sexual.
«Cuando los ancianos regresan a sus campamentos y los
[hombres recién iniciados que han pasado por la ceremonia
del fuego] se dirigen al bosque, tiene lugar uno, o más, fes-
218
final de la iniciación representa un último vestigio de la cir-
cuncisión mediante fuego, y de una circuncisión o iniciación
el
219
so esta posesión era considerada tan poderosa que su conser-
vación requería un lugar central en torno al cual puede ha-
berse formado la tribu? Puesto que el fuego es generalmente
hecho por hombres y no por mujeres, es plausible que hayan
sido también los hombres quienes lo descubrieron. El encen-
der y extinguir el fuego parece proporcionar intensos placeres
fálicos. Que las mujeres hayan o no sido las encargadas de
conservar el fuego constituye algo puramente especulativo,
en especial dado que el problema de preservarlo parece haber
precedido por algún tiempo al arte de encenderlo. Pero los
relatos acerca de diosas femeninas del fuego cuyas sacer-
dotisas eran obligadas a permanecer vírgenes sugiere que éste
debía ser protegido de los hombres. Otros dioses y diosas del
fuego se encuentran entre aquellas deidades que eran servidas
exclusivamente por sacerdotisas, lo cual indicaría que quizá
eran las mujeres las responsables de proteger el fuego.
Mitos tales como aquel de los wunambal que relaciona
la subincisión con la adquisición del fuego parecen prestar
apoyo a las nociones de Freud acerca de la conexión entre el
220
Se dice a los niños que no deben jugar con cerillas pues de
lo contrario semojarán durante la noche. Fenichel se refiere
a una relación muy profunda entre el erotismo uretral y la
excitación provocada por el fuego .
11
Y yo he notado a me-
nudo la delicia experimentada por los niños al enceder foga-
taso jugar con bombas de incendio, especialmente en aquellos
que sienten grandes dudas acerca de su masculinidad.
Considerando la posibilidad de que los incendios fores-
tales provocados por relámpagos (ver el mito wunambal)
pueden haber sido las primeras fuentes que proporcionaron
fuego al hombre, la idea de su extinción mediante la orina
parece ridicula. Pero este fuego iniciado por relámpagos po-
dría haberse reservado en pequeñas fogatas, fácilmente extin-
guibles por un chorro de orina. Hemos observado cómo uno
de nuestros niños perturbados se sintió tentado a orinar en
un pequeño fuego, encendido en una chimenea abierta, y
cómo este deseo fue tan contagioso que todos los demás niños
intentaron hacer lo mismo. Semejante esfuerzo colaborativo
sería capaz de apagar con facilidad la pequeña fogata perma-
nente de una tribu.
Varios de nuestros niños neuróticos creían que la orina
era su único medio de defenderse de la destrucción por el
fuego. Durante el tratamiento, revelaban haber humedecido
sus pijamas y sábanas con la finalidad de evitar quemarse, ya
fuese por un fuego que imaginaban, o por el «fuego»
real
de sus emociones; el peligro les parecía mayor al encontrarse
ellos dormidos y, de este modo, desprevenidos.
Motivos inconscientes similares podrían explicar parcial-
mente las ceremonias del fuego comentadas anteriormente.
Habiendo sido subincisos, y, por consiguiente, abandonando
simbólicamente la habilidad de extinguirel fuego por medio
del chorro de orina, los hombres buscan protección detrás del
agua, esto es, el río. Al final de las ceremonias, ellos sien-
ten a las mujeres como seres peligrosos y poderosos (al em-
pujarlos hacia el fuego), pero también benignos, puesto que
no les ocurre ningún daño físico, y el fuego es preservado.
221
La secuencia de los cuatro ritos de pubertad de los arunta
puede ser aclarada al observador contemporáneo leyéndose en
orden inverso (si olvidamos por el momento el Engwura, el
cual es más extraño para nuestros ojos que los demás). Así
como tan sólo las tribus más primitivas practican la subinci-
sión, la circuncisión es llevada a cabo todavía en las naciones
más civilizadas, y la primera ceremonia, que consiste en lan-
zar al niño al aire, dándole luego una palmada, es, al igual
que las prácticas espontáneas de los adolescentes, conocida
en la mayoría de las sociedades modernas. En este país, ella
se asemeja a las chanzas, las cuales, así como los exámenes
finales, las graduaciones, etc., han sido comparados con fre-
222
altera la anatomía del hombre para que éste puede orinar como
las mujeres, y sangrar de una abertura genital al igual que las
mujeres; estructuralmente esta operación es bastante extrema,
pero psicológicamente, su efecto puede ser menos profundo
que aquél producido por el ritual del fuego. La interferencia
aun anterior de los genitales masculinos mediante la circun-
cisión produce un derramamiento de sangre menor y es menos
extensiva. El cubrir a los muchachos con una sustancia que
representa la sangre menstrual es puramente simbólico, mien-
tras que el lanzarlos al aire es el más leve de todos los ritos
de iniciación.
Vistos en secuencia cronológica, los ritos parecen aumen-
tar gradualmente en severidad y en hacer que los hombres
se asemejen a las mujeres, y que sean finalmente dominados
por ellas.
Es imposible determinar —
incluso en una tribu tan pri-
mitiva como los arunta, pero en un período tan tardío de su
desarrollo como el presente — si estos ritos tuvieron real-
mente su origen en mujeres. Pero Spencer y Gillen previ-
las
dición arunta tras otra, las que relatan con detalle como las
223
Los autores consideran poco probable que los aborígenes
hayan inventado estos detalles, tan contrarios a sus ideas ac-
tuales, y sugieren que las tradiciones en realidad indican que
antiguamente los hombres y las mujeres convivían en una
13
igualdad mayor que en tiempos posteriores Por razones que
.
Kunapipi
cia su aldea [y todas las mujeres salieron y] dijeron: “En verdad, has
encontrado algo muy bueno. Nos pertenece, tú lo encontraste”.
»Entonces se acercaron todos los hombres [y quisieron saber a qué
se debía ese alboroto. Las mujeres les dijeron, y] entonces todos los
hombres regresaron a su lado del campamento y hablaron. “Ah, debe-
ríamos conseguir ese trozo de madera, puede gritar”. Entonces los hom-
bres salieron y se lo quitaron a las mujeres y mataron... a todas, menos
a algunas niñas muy pequeñas; a ellas se les permitió vivir, porque
12
no sabían nada acerca del toro bramador ».
Estos mitos, y otros más, parecen ser paralelos a aquellos que sos-
tienen que la circuncisión fue ejecutada originalmente por las mujeres;
ambos deberían ser vistos como apoyándose mutuamente, dado que son
relativamente independientes entre sí.
224
15
recientemente Berndt le ha dedicado todo un libro. Estos
ritos se llevan a cabo en aquellas regiones de Australia donde
se practica tanto la circuncisión como la subincisión. El signi-
no está claro, pero ha sido tradu-
ficado original de Kunapipi
cido con frecuencia como «Madre» o «Vieja». (Tal como
usado en este contexto, el término «vieja» significa status y
no edad cronológica.) Pero se dice que Kunapipi posee tam-
bién otros significados, tales como «gallo silbador», refirién-
16
dose a la herida de la subincisión, y «útero de la madre».
Incluso aquellos pueblos que practican sólo la circuncisión,
225
15
a la serpiente — lo cual también es — ,
en los mitos se le des-
El mito
descansar”.
226
»La hermana mayor salió de la cabaña, dejando allí a su
bebé, y empezó a bailar. Pero su sangre, que seguía brotando
intermitentemente, atrajo aún más a la Serpiente, la cual se
acercó a ellas.
»“Ven, hermana’’, gritó la hermana mayor, “no puedo ha-
cer nada; me sale sangre, y la Serpiente la huele y se me acer-
sangre.
Tal como Berndt comentó, los eventos estimulantes del
mito los constituyen esencialmente las funciones femeninas,
como son el parto y la menstruación. Estas excitan a la ser-
piente, la cual es atraída intensamente tanto por la sangre
menstrual como por La serpiente coloca su
la del puerperio.
cabeza a la entrada de la choza, y escupe una sustancia res-
baladiza, la cual es designada por una palabra que se emplea
también para referirse al semen 19 Pero, ¿por qué devora la
.
227
no es experimentado primariamente como un acto de procrea-
ción, dado que los aborígenes poseen escaso conocimiento de
la relación entre el coito y la concepción. El acto sexual, tal
como es descrito aquí, puede constituir un medio de adquirir,
o formar parte, de las funciones sexuales femeninas. El naci-
miento tuvo lugar antes de que la serpiente fuese atraída; lo
que la despertó inicialmente fue la sangre resultante del parto.
Cuando a ello se añadió la atracción de la menstruación, la
combinación se convirtió en un estímulo tan poderoso para
ella,que tuvo lugar simbólicamente un coito. Después de todo,
es en el coito que los sexos se fusionan en una forma más
completa, tanto psicológica como fisiológicamente, y todo hom-
bre que desee adquirir las funciones sexuales femeninas debe
hacerlo mediante el coito.
Pero la pregunta de por qué la serpiente devora después
del coito a las tres mujeres queda sin ser respondida. Podría
ser que las víctimas representan las tres formas principales
bajo las que las mujeres y las funciones sexuales femeninas
aparecen ante hombre: el bebé «sin sexo», la joven púber
el
228
El rito
229
riormente, durante las ceremonias, el prepucio será extirpado
realmente, parece que fuese la serpiente, la cual incorporó o
deseaba incorporar al sexo femenino, la causa del derrama-
miento de sangre de los genitales. Si de este modo no se
llega a hacer que el brote de sangre de los genitales mascu-
linos sea directamente comparable al de los genitales feme-
ninos, por lo menos el primero parece representar la satis-
facción de un deseo suscitado por el segundo. Y la declaración
de los murngin recogida por Warner continúa: «“Esta es la
sangre que olió la serpiente al encontrarse en el interior del
pozo... Cuando un hombre lleva sangre sobre su cuerpo [ha
sido adornado ceremonialmente con ella], se hace igual a aque-
24
llas dos viejas, cuando éstas tenían sangre ”».
230
Wawilak (o...misma Kunapipi ), para representar a sus va-
la
231
REFERENCIAS
Prefacio
Un antiguo enigma
233
5. B. Spencer y F. J. Gillen: The Native Tribes of Central Aus-
tralia (Londres: Macmillan & Co., 1899), pág. 263
6. Ibid.
7. Speiser: loe. cit., pág. 198.
8. N. Miller: The Child in Primitive Society (Nueva York: Bren-
tano’s, 1928), pág. 189.
9. N. Miller: «Initiation», Encyclopaedia of the Social Sciences (Nue-
va York: The Macmillan Co., 1932), pág. 49.
10. B. Malinowski: Magic, Science and Religión and Other Essays
(Glencoe,111.: The Free Press, 1948), pág. 21.
11. M. Mead: Male and Eemale (Nueva York: William Morrow & Co.,
1949).
12. M. F. Ashley-Montagu: Corning Into Being Among the Austra-
lian Aborígenes (Londres: George Routledge & Sons, Ltd., 1937).
13. G. Bateson: Naven (Cambridge: Cambridge University Press,
1936).
14. R. M. y C. H. Berndt: Sexual Behavior in Western Arnhem Land
(Nueva York: Viking Fund Publications in Anthropology, 1951),
y R. M. Berndt: Kunapipi (Melbourne: F. W. Cheshire, 1951).
15. S. Freud: «Some Psychological Consequences of the Anatomical
ton & Co., 1949), pág. 89. («Esquema del Psicoanálisis», Obras
Completas, t. II.)
17. S. Freud: «Three Contributions to the Theory of Sex», The Basic
Writings of Sigmund) Freud (Nueva York: W. W. Norton & Co.
Inc., 1945), págs. 437 y sigs. («Una teoría sexual», O. C., t. I.)
18. O. Fenichel: The Psychoanalytic Theory of Neurosis (Nueva
York: W. W. Norton & Co., Inc., 1945), págs. 437 y sigs. ( Teoría
psicoanalítica de la neurosis Buenos Aires, Paidós, 1966).
;
Reabriendo el caso
pág. 48.
234
,
Desafiando a la teoría
8. Ibid., pág. 1.
23 5
,
236
8. A. Lommel: «Notes on sexual Behavior and Initiation, Wunambal
Tribe North-Westem Australia», Oceania, (1949), XX pág. 158.
9. H. Webster: Primitive Secret Societies (2. a ed.; Nueva York: The
Macmillan Co., 1932), pág. 43.
10. Berndt y Berndt: Sexual Behavior, pág. 16.
11. Ibid., pág. 18.
12. Ibid., pág. 21.
13. P. M. Kaberry: Aboriginal Woman, Sacred and Profane (Filadel-
fia: The Blakiston Co., 1939), págs. 66-67, 93.
14. Ashley-Montagu: Corning Into Being, pág. 24.
15. C. G. Jung: Antwort auf Hiob (Zurich: Rascher Verlag, 1952).
16. E. Durkheim: The Elementary Forms of the Religious Life (Glen-
coe, 111.: The Free Press, 1947), pág. 224. ( Las formas elementales
de la vida religiosa, Buenos Aires, Schapire S.R.L., 1968.)
17. D. Schneider: Loe. cit.
18. Schneider: Loe. cit., basándose en P. Bohannan: «Circumcision
among the Tiv», Man, 54 (1954), pág. 3.
237
34. Nunberg: Op. cit., pág. 22.
35. Durkheim: Op. cit., pág. 314.
36. M. Merker: Die Maisai (Berlín: Dietrich Reimer, 1910), pág. 62.
37. F. Bryk: Neger-Eros (Berlín: Marcus & Weber, 1928), pág. 54.
38. R. Firth: Op. cit., págs. 426-428.
39. Bohannan: Loe cit., págs. 2-3.
40. Ibid.
Cirugía ritual
238
2. Ibid., págs. 63 y sigs.
3. H. W. Roscher: Lexikon der griechischen und rómischen Nly t bo-
logie, I, pág. 2745.
4. Browe: Op. cit., pág. 63.
5. W. E. Roth: «An Introductory Study of the Arts, Crafts, and
Customs of the Guiana Indians», 38th Annual Report of the Bu-
rean of American Etbnology ... 1916-1917 (Washington: Govern-
ment Printing Office, 1924), págs. 417, 591.
6. E. Weigert-Vowinkel: «The Cult and Mythology of the Magna
Mater from the Standpoint of Psychoanalysis», Psychiatry, I (1938),
págs. 348-349.
7. Ibid., pág. 352.
8. Ibid., pág. 353.
9. Ibid.
10. P. P. Chazac: «La Religión des Kikuyu», Anthropos, V (1910),
pág. 317.
11. Spencer y Gillen: Native Tribes, pág. 251.
12. B. Spencer y F. J. Gillen: The Northern Tribes of Central Aus-
tralia (Londres: Macmillan and Co., 1904), pág. 352.
239
.
240
64. Spencer y Gillen: Native Aribes, pág. 464.
65. D. S. Davidson: The Chronological Aspects of Certain Australian
Social Institutions as Inferred From Geographical Distribution (Fi-
ladelfia: 1928).
Los HOMBRES-MUJERES
241
16
27. Laubscher: Op. cit., págs. 113, 123, 130.
28. Gutmann: Op. cit., págs. 317 y sigs.
29. R. H. Lowie: «Age Societies», Encyclopaedia of the Social Sciences,
I, pág. 482.
30. H. Blüher: Die Rolle der Erotik in der Nídnnlichen Gesellschaft
(Jena: E. Diederichs, 1921), II, págs. 91 y sigs.
31. Spencer y Gillen: Native Tribes, págs. 274 y sigs.
32. Ibid., pág. 272.
33. Harley: Loe. cit., pág. 3.
4. Ibid.
5. Ibid., pág. 55.
6. Ibid., pág. 58.
7. Harley: Loe. cit., pág. 14.
8. R. H. Lowie: Primitive Society (Nueva York: Boni & Liveright,
1920), págs. 265-266.
9. B. Blackwood: Both Sides of Buka Passage (Nueva York: Ox-
ford University Press, 1935), pág. 244.
10. Ibid., pág. 245.
11. Ibid., pág. 194.
12. Ibid., págs. 194-195.
13. Raum: Op. cit., pág. 355.
14. Ibid., págs. 318-319.
15. Gutmann: Op. cit., pág. 325 .
Ritos femeninos
242
3. Mead: Op. cit., pág. 175.
4. C. M. N. White: «Conservatism and Modern Adaptation in Lu-
vale Female Puberty Ritual», Africa, XXIII (1953), págs. 15 y si-
guientes.
5. L. Mair: «A Yao Girl’s Initiation», Man, LI (1951), pág. 60.
6. Spencer y Gillen: Native Tribes, págs. 459-460.
7. Ibid., págs. 460-461.
8. Ibid., págs. 461.
9. B. Spencer y F. J. Gillen: The Arunta (Londres: Macmillan and
Co., Ltd., 1927), I, pág. 222.
10. F. McKim: San Blas: An Account of the Cuna Indians of P'anama
(Goteborg: Etnologiska Studier, XV, 1947), págs. 79-84.
11. Freud: «The Taboo of Virginity», Collected Papers, IV, págs. 221,
231. («El tabú de la virginidad», O. C., t. I.)
12. Freud: «Tótem and Taboo», Basic Writings, pág. 831. («Tótem
y tabú», O. C., t. II, págs. 435-436.)
13. Ibid., pág. 847 (pág. 446).
14. R. Benedict: Patterns of Culture (Boston: Houghton Mifflin Co.,
1934), págs. 28-29.
15. G. Devereux: «The Psychology of Feminine Genital Bleeding»,
The Internationaly Journal of Psycho-Analysis, XXXI (1950), pá-
gina 252.
16. Ibid., pág. 252, nota 19.
17. Ibid., págs. 252-253.
18. Roth: Ethnological Studies, pág. 174.
19. Ibid., págs. 177-178.
20. Berndt: Kunapipi, pág. 67.
21. J.Mathew: Eaglehawk and Crow (Londres: D. Nutt, 1899), pá-
gina 121.
22. Kaberry: Op. cit., pág. 99.
23. Bryk: Neger-Eros, pág. 56.
24. M. Bonaparte: «Notes on Excisión», Psychoanalysis and the Social
Sciences (Nueva York: International Universities Press, 1950), II,
pág. 79.
25. Ibid., págs. 81-82.
26. Bryk: Neger-Eros, pág. 55.
27. M. J. Herskovits: Dahomey (Nueva York: J. J. Augustin, 1938),
I, pág. 282.
28. White: Loe. cit., pág. 20.
29. M. J. Herskovits: Dahomey, pág. 278.
30. Bryk: Neger-Eros, pág. 34.
31. M. Bonaparte: «Notes on Excisión», loe. cit., pág. 81.
243
La antítesis biológica
244
6. Ibid., I, págs. 297-299.
7. Lommel: Loe. dt., pág. 160.
8. Ashley-Montagu: «Ritual Mutilation», loe. cit., pág. 428.
9. Firth: Op. cit., págs. 423-424.
10. S. Freud: «The Acquisition of Power Over Fire», Collected Papers.
V, pág. 288.
11. Fenichel: Op. cit., pág. 371.
12. Blackwood: Op. cit., págs. 216-217.
13. Spencer y Gillen: Native Tribes, pág. 457.
14. Warner: Op. cit., págs. 290 y sigs.
15. Berndt: Kunapipi.
16. Ibid., pág. 16.
17. Ibid., pág. 13.
18. Ibid., págs. 20-23.
19. Ibid., pág. 25.
20 . Ibid.
21. Ibid., pág. 31.
22. Ibid., pág. 41.
23. Warner: Op. cit., pág. 261.
24. Ibid., pág. 278.
25. Ibid.
26. Ibid., pág. 287.
27. Berndt: Kunapipi, pág. 110.
28. Ibid., pág. 168.
245
INDICE
PREFACIO 9
HERIDAS SIMBOLICAS
Un antiguo enigma 17
Reabriendo el caso 29
Desafiando a la teoría 47
Los vendajes del narcisismo 75
La fertilidad, el rito básico 105
Cirugía ritual 115
Los hombres-mujeres 141
El secreto de los hombres 159
Ritos femeninos ... 173
La antítesis biológica 191
APENDICE
REFERENCIAS .
233
Impreso en el mes de enero de
1974 en los talleres gráficos
de Linomonograph, S. A.,
Riera S. Miguel, 9
Barcelona
,
^ DE RESPUESTA 89
SERIES
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