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Rosa Amairany Camargo Hoffner

Relaciones Internacionales
Estructura Económica de México
Control de lectura #8
30/10/2019
Calificación 9

El tercer mundo y la revolución


Eric Hobsbawm
Fue un historiador británico, de los más prestigiosos en el ámbito de la historiografía contemporánea
de orientación marxista. La aplicación de su visión marxista contribuyó a la construcción de la
disciplina de la historia social, que aspiraba a enterrar la tradición historiográfica victoriana, orientada
a los grandes personajes. Centró sus estudios en el desarrollo de las tradiciones, la crítica hacia las
invenciones de las élites y los contextos de la construcción de los modernos estados-nación,
señalando asiduamente las conexiones entre el devenir político y sus causas económicas. Su
materialismo histórico alcanzó una influencia muy notable en los ámbitos académicos de todo el
mundo occidental durante el siglo XX y se especializó en el estudio de la historia contemporánea.
Entre sus libros destacan La era de la revolución (1962), La era del capitalismo (1975), La era del
imperio (1987), Historia del siglo XX (1994), Sobre la historia (1998) y Guerra y paz en el siglo
XXI (2007). (Biografías y Vidas, s.f.)
En la lectura, el autor destaca la transformación de las revoluciones en cuanto a su esencia, siendo
esa la idea central. Comienza describiendo el panorama de inestabilidad social y política que se vivió
en el tercer mundo, provocada, en gran parte, por la rivalidad entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética, y va dejando pistas a lo largo de la lectura donde señala los cambios que se dieron en las
revoluciones durante todo el período de la guerra fría.
Menciona que la URSS siguió la estrategia marcada por la Comintern en 1930, que consistía en
utilizar métodos alternativos a la vía armada para lograr la meta socialista; acción que fue
considerada por muchos como una traición a la causa original (la revolución de octubre). (2012, p.
435)
De acuerdo con el autor, lo que más sorprendió tanto a los revolucionarios como a los opositores, fue
que, después de 1945, la guerra de guerrillas se convirtió en la táctica más común de la lucha
revolucionaria. Especialmente en aquellos países coloniales que durante los años cincuenta lucharon
por su independencia. (2012, pp. 436-437)
La revolución cubana comenzó a alentar insurrecciones, por lo que en toda América Latina grupos de
jóvenes intelectuales entusiastas procedentes de las clases medias se lanzaron a la lucha de
guerrillas que, según el autor estuvieron destinadas a fracasar desde el inicio. A excepción de
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América Central y Colombia donde gracias al viejo apoyo campesino pudieron mantenerse con cierto
éxito.

Acorde con esta época de revoluciones, simultáneamente, se propagaron por todo el continente
dictaduras militares de corte neoliberal instauradas por la fuerza, apoyadas (e incluso organizadas)
por Estados Unidos, demostrando que el liberalismo político y la democracia no son compañeros
naturales del liberalismo económico. (Hobsbawm, 2012, p. 441)
La vía guerrillera había sembrado éxitos en América Latina, Asia y África, pero no tenía sentido en los
países desarrollados, sin embargo, el tercer mundo sirvió de inspiración a los jóvenes rebeldes y
revolucionarios o, mejor dicho, a los disidentes culturales del primer mundo. La empatía y la imagen
de los guerrilleros de tez oscura en medio de la vegetación tropical fue, tal vez, la mayor inspiración
de la radicalización del primer mundo en los años sesenta. (Hobsbawm, 2012, pp. 441-442)
En los países donde el capitalismo industrial floreció nadie volvió a creer en la posibilidad del retorno
de la revolución social clásica (la insurrección y la acción de las masas), sin embargo, entre 1968 y
1969, una ola de rebelión sacudió diversas partes de los tres mundos, encabezada esencialmente por
la nueva fuerza social de los estudiantes. Según Hobsbawm, los estudiantes del primer mundo no
eran auténticos revolucionarios ni era probable que acabaran siéndolo, pues rara vez se interesaron
en el derrocamiento y la toma del poder. Fue más una revolución cultural, un rechazo a los valores de
la generación anterior. (2012, pp. 442-443)
Las revueltas estudiantiles de finales de los sesenta fueron el último vestigio de la revolución en el
viejo mundo. Había sido una revolución, pero no en el sentido en el que la generación de 1917 lo
había entendido. Ya nadie esperaba una revolución social en el mundo occidental. (Hobsbawm, 2012,
p. 445)
Aunque la tradición de una renovación al estilo de la revolución de octubre de 1917 estaba agotada,
la inestabilidad social y política que generaban las revoluciones proseguía. Las revoluciones de los
setentas formaron un mosaico geográfico y político dispar; al final de la década, la oleada
revolucionaria apuntó directamente a Estados Unidos pues sus áreas de influencia incuestionable
(Centroamérica y el Caribe) parecieron virarse hacia la izquierda. Además, los fenómenos
revolucionarios fueron peculiares, ya que las insurrecciones se vieron apoyadas e incluso dirigidas
por sacerdotes católicos marxistas. (Hobsbawm, 2012, pp. 447-450)
En la región del medio oriente se produjo un cambio ideológico: las revoluciones islámicas.
Casi todos los fenómenos revolucionarios habían seguido la tradición, la ideología y el discurso de las
revoluciones occidentales desde 1789; y al ser la revolución iraní la primera realizada y ganada bajo
la bandera del fundamentalismo religioso y la primera en reemplazar al antiguo régimen por una
teocracia populista, significó un antes y un después. (Hobsbawm, 2012, p. 53)

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Este cambio ideológico en las revoluciones no se dió del todo en Latinoamérica, donde se mantuvo la
influencia de las viejas ideologías, así como en África y en la India, aunque no con la misma fuerza, y
con el tiempo acabó por disiparse. (Hobsbawm, 2012, pp. 453-454)
De acuerdo con el autor (2012, p. 456), la novedad en la fase de las revoluciones posteriores a 1930
estriba en que fueron realizadas en el campo y, una vez alcanzada la victoria, importadas a las
ciudades. A fines del s. XX, las revoluciones surgieron de nuevo en la ciudad, incluso en el tercer
mundo. Y a finales del s. XX las revoluciones habían de ser urbanas para vencer.
Finaliza diciendo que, para él, “el mundo que entra en el tercer milenio no es un mundo de estados o
sociedades estables. (…) El mundo al final del siglo XX se halla en una situación de ruptura social
más que de crisis revolucionaria.” (2012, p. 457) Y que “el mundo del tercer milenio seguirá siendo,
muy probablemente, un mundo de violencia política y de cambios políticos violentos. Lo único que
resulta inseguro es hacia dónde llevarán.” (2012, p. 458)
A modo de conclusión, lo Eric Hobsbawm trató de señalar con la lectura fue el cambio en el modo en
que las revoluciones se hacen.
La revolución francesa de 1789 junto con la revolución rusa de 1917 (de octubre) habían marcado el
modelo a seguir y que durante el s. XX término por abandonarse para ser sustituido por otras
características, algunas nuevas y otras que tenían tiempo sin verse. Por ejemplo, el protagonista de
las revoluciones cambió, de ser los obreros pasaron a ser los estudiantes; se adoptó el modelo de
guerrillas; el campo dejó de ser el foco principal y tomaron su lugar las ciudades. Y la religión volvió a
formar parte activa de los movimientos revolucionarios en el caso de medio oriente.
Además, hoy en día podemos ver que sus predicciones sobre la continuación de la violencia fueron
acertadas, un ejemplo de ello son los acontecimientos que se están dando en varios países de
Latinoamérica, donde la gente está saliendo a protestar por diversas razones; habrá que ver si
responden a algún tipo de revolución o si son producto de la ruptura social que el autor mencionó.

Referencias:

Biografías y Vidas. Eric Hobsbawm. [en línea] [31/10/2019]. Disponible en:


https://www.biografiasyvidas.com/biografia/h/hobsbawn.htm
Eric Hobsbawm, “El tercer mundo y la revolución” (Capítulo XV), en Historia del siglo XX. 1914-1991,
Editorial Crítica, España, 2012, pp. 432-458.

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