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CURSO 3: COMPETENCIAS PARENTALES

CAPITULO 2: Competencias vinculares

La primera de las competencias parentales es la competencia vincular, que se define como aquel

conjunto de conocimientos, actitudes y prácticas de crianza cotidiana que favorecen aquella

conexión psicológica y emocional con los niños y niñas permitiéndonos regular su estrés y su

sufrimiento, organizar su vida psíquica y proteger así su salud mental. Todo lo cual busca de alguna

manera promover un estilo de apego seguro y un adecuado desarrollo socioemocional a lo largo de

su vida. Estos procesos de crianza que están relacionados a lo vincular, históricamente han sido

muy enfatizados y relacionados con la primera infancia, pero gradualmente la investigación nos ha

demostrado que cobra relevancia en todas las etapas del desarrollo. Es importante entonces entender

que aunque la constitución de un apego seguro es un aspecto muy relevante para el desarrollo, la

parentalidad positiva y las competencias vinculares son mucho más que un apego seguro.

Al hablar de sensibilidad parental nos referimos a esta capacidad que tienen los adultos de poder

leer las señales comunicativas que están dando los niños y niñas y poder interpretar de la manera

más benévola, adecuada y positiva las señales del niño y por último poder ofrecer respuestas

acordes, sensibles y contingentes a esas necesidades. Esta capacidad qué fue descrita por Mary

Ainsworth será entonces la columna vertebral de todas las competencias parentales.

Ahora bien las competencias vinculares, según lo planteamiento de Gómez tienen 5 componentes,

el primer componente es la observación y conocimiento sensible, que se define como esta capacidad

para poder prestar atención y leer esas señales comunicativas en la experiencia inmediata con los

niños y también por otro lado poder conocer y reconocer actualizando constantemente ese

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conocimiento que tenemos sobre los niños y niñas, entonces la observación sensible va a suponer en

primer lugar este estado mental de apertura y disponibilidad para poder ver al otro. Como plantean

Mary Ainsworth y también Pía Santelices la observación sensible es uno de los elementos

fundamentales de la sensibilidad parental ya que implica poder visibilizar esa necesidad

comunicada por el niño o niña en el aquí y el ahora, descubriendo o abriendo la puerta para otros

elementos como es, no cierto, la interpretación y la posterior respuesta. Incluye también entonces el

proceso más largo que supone conocer al propio hijo, qué es lo que le gusta, que no le gusta, que

sueña, qué juguete es su favorito, etcétera y también actualizarse permanentemente en ese

conocimiento, ya que a lo largo del transcurso de la vida los niños van cambiando de intereses, de

deseos, etcétera. La observación entonces es un proceso recursivo y de corto y largo plazo, se y que

está, se insuma constantemente en la experiencia cotidiana, en el aquí y el ahora, pero también

alimenta esta información a largo plazo que se va a ir modificando y por lo tanto, también va ir

afectando a las respuestas que nosotros damos. El segundo componente de las competencias

vinculares es la interpretación sensible, que está descrita por autores como Fonagy, Steele, Moran,

etcétera, como esta capacidad parental de poder interpretar el comportamiento de los niños

mediante esta atribución de estados mentales, o sea creencias, actitudes, deseos, etcétera, respecto a

la conducta que yo observó de los niños y de las claves del contexto. Esta capacidad para mentalizar

por un lado favorece la respuesta sensible ya sea mediante esta regulación del estrés o la promoción

de una exploración y por otro lado también permite poder progresar en la propia comprensión que

tienen los mismos niños de sus estados mentales y de esa manera también poder hacer que ellos

eventualmente entiendan los estados mentales de los demás. Un tercer componente es la regulación

del estrés qué se refiere a esta capacidad de poder acompañar, modular y calmar los estados

emocionales sobre todo de estrés y de sufrimiento psicológico que experimentan los bebés, niños y

niñas, favoreciendo de esta manera una transición a un estado de mayor equilibrio, donde el

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equilibrio sea fisiológico y también sea mental, donde haya seguridad física y psíquica y haya una

reconexión que le permita poder volver a explorar y poder aprender. Ahora bien el estrés tiene un

rol en la vida y hay distintos tipos de estrés, hablamos de que hay un estrés positivo cuándo es un

tipo de estrés que de alguna manera desafía los límites de la exploración y de la competencia, pero

se da en un contexto de protección, de seguridad, que permite de alguna manera hacer un motor

para aprender un poco más o para avanzar a una zona de desarrollo próximo. También hay otro tipo

de estrés que denominamos el estrés moderado, qué es un estrés que causa cierto desequilibrio y

cierto de sufrimiento pero se regula mediante una acción sensible y oportuna de figuras

significativas de apego que van a poder contener y acompañar estos procesos, siendo de alguna

manera un motor de resiliencia y de crecimiento personal, pero también existe un tercer tipo de

estrés, que dominamos el estrés tóxico, que genera efectos negativos en el desarrollo humano

alterando la citoarquitectura cerebral, configurando circuitos anómalos a nivel cerebral que dan

forma a estructuras que van a privilegiar, por una parte, por ejemplo, una interpretación amenazante

del mundo, qué van a aumentar la vulnerabilidad al estrés o que va a haber una tendencia a la

desconfianza, al temor, a la inseguridad y también nos conduce o hay mayor probabilidad a una

psicopatología futura. Otro componente es la calidad calidez emocional que se define como esta

capacidad parental para demostrar de forma consistente expresiones de afecto y de buenos tratos

hacia los niños, la calidez emocional ha sido destacada en la investigación como un componente

central de la parentalidad positiva y que se ha correlacionado significativamente con el desarrollo

socioemocional temprano. En nuestro modelo emocional, la calidez emocional tiene que ver con

esta envoltura efectiva que la figura parental logra generar en un buen trato cotidiano hacia los

niños, niñas y adolescentes y se va a expresar a través de 3 canales, por una parte este canal del

cuerpo, el cuerpo que contiene su propia lenguaje y es depositario de su propia historia, a través del

cuerpo, del tono de ese cuerpo, de la forma de pararse, de moverse, se van a ir reflejando está

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calidez y este contacto emocional que se va a dar a través de cada gesto y de cada caricia. Otro

canal va a ser la mirada, es como estos ojos se posan en los ojos de los niños y son capaces de

transmitir el orgullo, la alegría, la contención, la presencia, el estoy acá y puedes hacerlo, que estoy

contigo. Por otro lado está la voz, que nos permite a través de su tono, de su ritmo, de su volumen,

etcétera, ser un canal de contención, de expresión emocional, de regulación, de contacto cuando no

me encuentro tan cerca. De esta manera a través del cuerpo, de la mirada y de la voz se va a ir

manifestando está calidez emocional en nuestros cuidados diarios. Y por último, el quinto

componente de la competencias vinculares es el involucramiento cotidiano, qué se refiere, a esta

capacidad parental de mantenerse interesado, atento y conectado participando activamente del

desarrollo cotidiano de los niños. El involucramiento implica entonces esta experiencia inmediata

del aquí y ahora, del estar sensorialmente, corporalmente dispuesto, escuchando, mirando,

involucrándome en lo que está pasando, además en la experiencia inmediata que ver con las

actividades cotidianas, con la rutina del día a día, en que quizás no estoy directamente conectado,

pero si estoy afectando al día a día de los niños, pero por otro lado también implica un

involucramiento a largo plazo, no cierto, donde yo planificó, donde yo preparo situaciones que van

a pasar más delante y de alguna manera dando estabilidad y constancia a mi vínculo y a mi relación

con el otro.

La investigación también ha sido muy clara en señalar que el involucramiento parental en las

experiencias y actividades diarias de los niños mejora la calidad del vínculo y permite un mejor

desarrollo infantil. Vimos entonces, que una primera competencia es esta, la competencia vincular,

no cierto, que va a ser este conjunto de actitudes, conocimientos y prácticas qué van a favorecer esta

relación y este contacto cercano con los niños y qué van a permitir, no cierto, un mejor desarrollo

emocional y socioemocional. Los componentes que vimos, componen esta competencia vincular

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son la observación sensible, la interpretación sensible, la regulación del estrés, esta calidez

emocional y también esta capacidad de involucrarse y de participar activamente en la vida de los

niños. Entonces las competencias vinculares son mucho más allá que un estilo de apego seguro,

sino que es el conjunto de componentes que nos van a permitir acompañar una trayectoria más

positiva del desarrollo.

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