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PSICOMOTRICIDAD PSM VII

(INTERVENCIÓN PSM) LIC. PAOLA ALVAREZ

ESTIMULACIÓN TEMPRANA VS ACOMPAÑAMIENTO DEL DESARROLLO

¿Estimular o acompañar? ¿Están reñidas o se pueden complementar? Hoy


veremos las diferencias. Para empezar vamos a intentar comprender qué
entendemos por cada una:

La ESTIMULACIÓN TEMPRANA es un sistema de estímulos previstos y


organizados para activar la curiosidad de los niños y niñas, desarrollar sus
habilidades para resolver problemas y ayudarles a establecer lazos afectivos
con otras personas. A través de actividades, acciones y materiales se trabaja,
básicamente, al área psicomotora, sensorial y del lenguaje. Es decir, en la
estimulación temprana, es la intervención de la persona adulta la que tiene el
protagonismo y de la que depende en parte la evolución de los progresos
alcanzados.
Además, como hemos dicho, están programados por lo que pretenden
conseguir unos objetivos en cierto periodo de tiempo. Normalmente, estas
actividades suelen realizarse desde el nacimiento hasta los tres años de edad.
En Internet podemos encontrar infinidad de actividades para realizar con las
criaturas en esta etapa que van desde “ofrecerle juguetes de colores llamativos
y que tengan sonidos alegres para motivarlo a levantar la cabeza” hasta “invitar
a que se toquen cada parte de su cuerpo mientras vas recitando sus nombres”.
Bajo mi punto de vista, la estimulación implica que un sujeto, en este caso el/la
bebé, no sea capaz por sí mismo/a y necesite de un agente, la familia o sus
educadores/as para estimular, para hacer que su desarrollo avance. De hecho,
es para lo que surgió en un primer momento la estimulación temprana, para
atender a esos niños que tienen algún problema de desarrollo que les impide
su avance autónomo. Pero su uso se ha extendido por la creencia de que
cuanto antes y en más cantidad, mejor. Queremos que nuestros hijos e hijas
sean los mejores, sean perfectos, que sean muy listos y que no les falte de
nada.
Como explicamos en el post anterior, entendemos por ACOMPAÑAMIENTO
RESPETUOSO el acto de seguir, ESTAR, permanecer al lado, acompañar los
procesos madurativos y de desarrollo de la infancia. Acompañar es permitir ser,
respetar ritmos, intereses, emociones, pensamientos, juegos, aprendizajes,
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descubrimientos… para que puedan conectar con ellos/as mismos/as. Es


confiar en sus capacidades, es facilitar su autonomía, es dar seguridad
emocional y física. Es observar, es amar incondicionalmente. Acompañar es un
concepto complejo y amplio que nos permite estar para ser y dejar ser.
Una de las premisas de la educación activa es la confianza en los niños. Esta
confianza no es ciega, sino que surge de la comprensión de los procesos de
maduración de cada etapa de la vida. Sabemos qué es lo que corresponde a
cada momento, a cada edad, pero esto no es suficiente. Debemos comprender
a fondo como es cada niño/a, conocer su contexto, comprender sus ritmos, su
sistema emocional… De esta manera aprendemos a respetar a cada cual como
es, sin preocupaciones ni prisas por su aprendizaje, interviniendo únicamente
cuando lo solicitan (en el caso de los más mayores, por ejemplo, intervenimos
si tienen un interés concreto, ofreciendo materiales educativos, experiencias de
aprendizaje, talleres…) o si vemos que realmente tiene una carencia o bloqueo
que precisa de nuestra ayuda. También es en el ambiente, donde se incluyen
elementos que no llegan por interés propio o que complementan sus avances y
aprendizajes.
En los primeros años de vida, los niños y niñas conocen el mundo primero
desde sí mismo/a, desde su mamá y desde los objetos cotidianos que les
rodean, sin más necesidad. Por lo tanto, los materiales que se les presentan
desde el acompañamiento son objetos simples, cotidianos que no necesiten de
una persona adulta para su utilización (una cuchara de madera, un trozo de
tela, un sonajero…).
En contraposición a la programación de la estimulación temprana, en el
acompañamiento respetuoso se mantiene como principio el no establecimiento
de expectativas por parte de las personas que acompañan. De este modo, no
utilizamos nuestro papel adulto para forzar los procesos para que se alcancen
esos objetivos. Por ejemplo, si no me pongo como meta que ande a los 12
mese exactos, permitiré que siga su proceso natural, que siga su ritmo, y que
yo, como adulta, no me frustre si este no se consigue tal y como lo planifiqué.
Por eso la observación es fundamental en esta metodología que empodera a la
infancia. La observación es un instrumento precioso y muy valioso que permite
entrar en sintonía con ellos y entenderlos para poder responder a las
manifestaciones de sus necesidades. Observar al niño es estar atentos a sus
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periodos sensibles, es decir, ver en qué momento se encuentra, qué es lo que


le crea más fascinación, que le interesa, por qué situaciones tiene más
bloqueo.
La observación es un proceso activo, que requiere mucha concentración y
entrenamiento. No significa que estemos pasivos. La concentración es un
elemento muy importante durante el acompañamiento, tanto para los niños y
niñas en sus actividades, como para las personas adultas en la observación.
En conclusión, los tres primeros años de vida, etapa donde se lleva a cabo la
estimulación temprana, son vitales para la adquisición, entre otras muchas
cosas, de la autoestima y la seguridad emocional. Permitir a los niños y niñas
descubrir, aprender por sí mismos, desarrollar su autonomía… crea en ellos/as
un sentimiento de capacidad y valía difícil de desmontar a posteriori. Dejemos
la intervención en manos de los/as profesionales, como los/as terapeutas
ocupacionales, cuando sea estrictamente necesario.

“CUALQUIER AYUDA INNECESARIA ES UN OBSTÁCULO


PARA SU DESARROLLO”

MARÍA MONTESSORI

“CUANDO EL NIÑO ACTÚA POR SU PROPIA INICIATIVA


E INTERÉS, ADQUIERE CAPACIDADES Y
CONOCIMIENTOS MUCHO MÁS SÓLIDOS QUE SI SE
INTENTA INCULCARLE DESDE EL EXTERIOR ESTOS
MISMOS APRENDIZAJES”

EMMI PIKLER

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