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(Fragmentos de No tengo amigos, tengo amores, de

Pedro Lemebel) Editorial Alquimia Ediciones


Estos fragmentos son una especie de poética de la escritura de Lemebel,

Leerla y pensar cual sería la propia, es decir, cuales serían las ideas que podrían
sostener sus proyectos de escritura, sus deseos y comentaremos algunos nudos
centrales de los horizontes de propone Lemebel

Escribir cuentos en la dictadura era como de señora burguesa, en un intento

de blanquear el entorno terrible de aquellos años.

Los cuentos tenían la única ventaja que ya en ese momento quería decir las
atrocidades que estaban pasando en este país. Pero era muy raro porque en mí

se daba, en ese sentido, cierto descaro de escribir estos cuentos que eran muy

develadores, había una cierta intuición de lo que estaba pasando en los


subterráneos de la dictadura en ese tiempo… que yo lo escribía. Peor ese descaro

lo asumía antes de asumir la cuestión homosexual en la escritura, quizás era


como dejar mi cuestión homosexual en segundo lugar para asumir una cuestión
social más urgente, más desastrosa y colectiva. Quizás porque acá no hubo
razzia homosexuales como las que yo pude haber tenido conocimiento y esta
otra cosa era mucho más feroz.

Más allá del cambio de nombre que travistió el rótulo bautismal de Pedro
Mardones cuentista, existe una traslación de género, para abandonar la
estabilidad de la institución cuentera y poder aventurarme en la bastardía del
subgénero crónica, por cierto, más múltiple, más plural en sus combinaciones
literario-periodísticas, pero también más vacilante como ejercicio escritural, y
por lo mismo más pulsional en su gesto político. De los cuentos que escribí
entonces rescato algunos donde ya estaba potenciado el tornasol sexuado de mi
crónica.
Me muevo en los bordes escriturales, en las fronteras de los géneros. Navego
entre las fronteras sexuales y literarias. Mis escritos se tambalean y se equilibran
entre el periodismo, la literatura, la canción o la biografía. Son materiales
bastardos que pongo en escena dentro de este templo sacrosanto de la literatura
chilena, porque en Chile la literatura tiene esa aura, tiene esa mística, tiene
como un nirvana estético y más aun teniendo a todos estos próceres de la
poesía; creo que por eso no escribí poesía. Hubiera sido muy difícil trepar este
tremendo falo literario de Neruda, Nicanor Parra, Huidobro.

En mi caso, la escritura no es solo un fin en sí misma, podría ser nada más que
un apunte de memoria, también hago visualidad y por eso en mis libros se
mezclan los géneros, aparecen fotos, dibujos, trazos biográficos que guarde en
alguna grieta del cuerpo simbólico. Yo tenía un bagaje sino académico,
perceptivo, a través de contenidos que son praxis de las minorías como la
desterriotalización, el estar siempre en el deambular peligroso. Ese discurso está
en la praxis y se corporiza en esos tránsitos afilados en la urbe, en la
sobrevivencia. Yo ya tenía cierta convivencia con esa estrategia discursiva. Más
aun en una sociedad como la chilena tan homofóbica, tan hipócrita donde había
una forma de mirar transversalizada.

De ver la política con sospecha sobre los discurso oficiales, del poder desde una

situación homosexuada, proletarizada que me ponían en un lugar otro para


conseguir esas estrategias de dominación.

Cuando me enfrenté por primera vez a estos textos que podríamos llamar
“difíciles” como Lacan, Foucault, para mí eran chino, japonés. Pero había algo
ahí, un rumor que me interesó. Y había un interés no sólo por entenderlos sino
por identificar su proposición de mundo. En esos textos había un sonido
desafiante para mí. Y así me di el trabajo de entenderlos y de practicar esas
escrituras, pero desangrándolas hacia otros territorios ajenos a los de la crítica
cultural.
***

La gente siempre piensa que los homosexuales somos artistas. No hablo por
ellos. Las minorías tienen que hablar por sí mismas. Yo sólo ejecuto en la
escritura una suerte de ventriloquía amorosa, que niega el yo, produciendo un
vacío deslenguado de mil hablas. Tomo prestada una voz, hago una ventriloquía
con esos personajes. Pero también

soy yo: soy pobre, homosexual, tengo un devenir mujer y lo dejo transitar en
mi escritura. Le doy el espacio que le niega la sociedad, sobre todo a los
personajes más estigmatizados de la homosexualidad, como los travestis. Mi
escritura es sexuada, pero también es muchas otras cosas más, muchas otras
formas de devenir, otros devenires minoritarios. Lo étnico, lo social, lo político
son otros devenires en los que entran otras minorías. Cuando hablo de minorías
estoy hablando no de cantidad, no de sumatorias matemáticas, algebraicas o
electorales, sino de minorías en relación con el poder.

Tengo siempre un enamoramiento literario con los temas minoritarios, llámense

mujeres, etnias, jóvenes o desechos sociales arrasados por el neoliberalismo.

***

Muerdo la mano que me da de comer. De alguna manera en la misma escritura.


Pero también como el personaje. Trato de destruir ese mito trascendental del
escritor que fuma pipa y usa trajes de lino y escribe frente al mar. A mí el
horizonte me da sueño. Yo necesito el ruido de la ciudad para escribir. Me sumo
a ese murmullo, no es que hable por él. Las minorías tienen que hablar cada una
por sí sola. Yo hago una especie de ventriloquía con el discurso homosexual, el
discurso proletario, el discurso étnico. No le doy la mano a cualquiera. El cuerpo
es propio, único. Dar la mano o compartir una mesa es un gesto muy difícil para
una persona polémica. Yo puedo estar en una discusión, pero no voy a tomarme
un trago con un UDI. En ese sentido, soy a lo mejor una vieja porfiada,
cascarrabias, pegá y resentida, como me dicen, pero con ese resentimiento yo
escribo, es la tinta de mi escritura. Estoy consciente de que estoy en un lugar
peligroso, en qué momento esta perspectiva denunciante, batallante va a ser
desencontrada o va a encontrar una fórmula cómoda y conservadora. Es un
momento difícil para mí, y tengo que pensarlo muy bien, cómo entro, cómo cruzo
fronteras y logro salir sin ser detectado. Creo que la estrategia contrabandista
sigue, permanecer con cierta dignidad en estos juegos y transacciones de mi
producción literaria. Es difícil, pero a la vez me puede ofrecer un pasar tranquilo
al publicar en estas grandes casas editoriales. Por qué no, por qué debo
quedarme en la marginalidad y pudrirme ahí. Pareciera que el sistema te deja
en ese rincón. Por eso quiero cruzar fronteras culturales, de género. Incluso la
crónica que escribo es un cruzar de fronteras, del periodismo, la canción, el
panfleto. De alguna forma me he entrenado en escabullir los mecanismos del
poder. Siempre la última segregación reflota todas las negaciones anteriores. Si
bien es cierto que ya no recibo tantas humillaciones, porque la homofobia letrada
y liberal ha cambiado de actitud, ahora me leen, dicen ellos. Ahora lagrimean un

poco con mis temas de travestis masacrados y detenidos desaparecidos. Ahora

fingen integrarme a su horroroso mundo diet. Pero a mí nunca me interesó ese


mundo, me da asco ser un triste funcionario de la literatura.

Me gusta mucho ser un tránsfuga. Es fácil que te signen como el escritor o


personaje que siempre tiene que decir lo que los demás no se atreven a decir.

De eso también estoy un poquito cansado, me gusta más desapercibir,


desapercibirme tanto en las letras como en mi cotidiano también y también
provoco alergia, así, escozores con lo que escribo. Me cargaría que esta
subversión emplumada se transforme en una moda. Estoy en un lugar muy difícil
de mantener.

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