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LA BÛSQUEDA DE LA IDENTIDAD

IGNACIO MARTINEZ DE PISON


Barcelone

Yo, aunque ocasionalmente practico la crftica literaria, o tal vez


precisamente por eso, no suelo fiarme demasiado de lo que dicen los
crfticos. Recuerdo uno que, con respecto a mis libros, hablaba de una
evidente tendencia a la antropofagia. Segun él las relaciones que se
establecen entre mis personajes estan basadas en un deseo de devoraci6n
mutua, una devoraci6n no s61o metaf6rica. Bueno, yo no digo ni que sf ni
que no: yo s61o digo que su diagn6stico me tuvo preocupado durante un
par de semanas. Recuerdo también que otro crftico hablaba de una
innegable pulsion parricida y que un tercero daba por supuesta la
naturaleza incestuosa de mis impulsos sexuales. Al final, como ustedes
comprenderan, opté por no dar demasiado crédito a esos comentarios.
Canfbal, parricida, incestuoso: tres defectos tan novedosos que ni siquiera
estaban registrados en el inventario de mi mujer.
Hay, sin embargo, algo en lo que han coincidido bastantes crfticos: en
que mis personajes se dedican a buscar su identidad. Supongo que es su
manera de luchar contra el vacfo. Supongo también que es uno de los
rasgos comunes a muchos de mis escritos. Un ejemplo: los protagonistas
de mis novelas son presentados en momentos decisivos para la formaci6n
de su personalidad. Otro ejemplo: en uno de mis cuentos el protagonista
acaba sometiéndose a otro personaje mas poderoso y asumiendo su
personalidad. Tercer y ultimo ejemplo: el protagonista de otra historia
trata de encontrarse a sf mismo analizando las malas relaciones que durante
afios ha arrastrado con su padre.
Pero esa busqueda de identidad que en mi caso puede aparecer como un
tema novelesco inunda el panorama literario actual. Recuerdo que, cuando

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yo empecé a publicar, se acufiô en Espafia ese término tan sobado de la


"nueva nanativa". Para mf aquello era como esos paquetes que venden de
preparado para hacer caldo: un puerro, una zanahoria, un manojo de ajos
tiernos. El puerro no sabe igual que la zanahoria, pero de lo que los
crfticos hablaban era de la suma de todos esos sabores: del caldo. Con ese
término de "nueva narrativa" se pretendiô unificar lo que en realidad no era
sino diversidad: nadie se parecfa a nadie, cada cual era hijo de su padre y de
su madre y de sus lecturas y experiencias.
El puerro querfa ser visto como puerro, y no como un ingrediente mas
del caldo. La zanahoria y los ajos tiernos, lo mismo. Cada escritor,
embarcado en esa persecuciôn de su propia identidad, reivindicaba sus
diferencias. No se trataba de hallar una identidad colectiva (novela social,
experimental) sino individual, y por eso todos los novelistas aprovechaban
la primera entrevista para darse de baja de ese club de "nuevos nanadores".
Esa actitud yo creo que es positiva: la literatura es, al fin y al cabo, un
acto individual, solitario. Sin embargo, asf como comprendo a los
escritores empefiados en reivindicar su individualidad, desconffo de quienes
en todo momento tratan de proclamar su originalidad. La originalidad suele
venir por sf misma. Corno dijo Bioy Casares, todo escritor es original por
el mero hecho de ser como es. La pregunta, entonces, serfa: "lDônde acaba
la individualidad y comienza la originalidad?" Digamos, para simplificar,
que donde acaba la ropa de todos los dfas y comienza el disfraz de
Carnaval.
La consecuencia, a grandes rasgos, fue que se pasô de una literatura de
menû a una literatura a la carta. Cosa que ocurrfa ya en el resto de
Occidente desde hacfa muchos afios: por eso en su momento se hablô de
"normalizaciôn". La palabra tiene algo de horrible: a nadie le gusta que le
digan que se ha vuelto normal o que se ha normalizado. Eso de
normalizaciôn suena a aboliciôn de las diferencias: exactamente lo
contrario de lo que ahora es "normal". Yo me imagino que con ese
término se pretendfa aludir al hecho de que la literatura espafiola, como la
propia sociedad espafiola, se habfa reincorporado a Occidente y era
susceptible de los mismos analisis a los que se sometfa la literatura
europea.
En efecto, la literatura espafiola es reflejo de una sociedad y un
momento histôrico en los que "lo espafiol" ha quedado disuelto en un
concepto mas amplio: lo europeo, lo occidental. Pero, jojo!, no estoy
hablando de cosmopolitismo, que no es sino un mito mas del

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provincianismo: la bandera que rapidamente enarbolan los clientes


ocasionales de las ofertas Politours. Estoy hablando de un fen6meno que
afecta a la sociedad espaf\ola, y no s6lo a sus escritores: la literatura
espaf\ola se ha vuelto europea porque la sociedad espaf\ola (y por tanto
todas sus formas de expresi6n) se ha vuelto europea.
Pero sigamos hablando del individuo y de la identidad. Vivimos en la
época del yo. Se acabaron las grandes gestas, las epopeyas colectivas, y
comenz6 la modesta aventura del vivir individual. Pensemos por ejemplo
en Woody Allen, a quien yo considero uno de los creadores paradigmaticos
de este fin de siglo. Su travesfa del desierto no es ya la del pueblo judfo
guiado por Moisés. La suya es la travesfa persona! de un hombre que,
entre muchas otras cosas, es judfo. No aspira, por tanto, a representar a
nadie, no se considera portavoz de ninguna raza, ninguna naci6n, ninguna
clase social, y es precisamente ese rasgo el que le autoriza a plantear sus
historias de acuerdo con un esquema bipolar en el que uno de los polos
esta siempre ocupado por él mismo: el mundo y yo, la muerte y yo, el
amor y yo... lncluso Woody Allen y yo. El yo de Woody Allen no s6lo
impregna toda su obra sino que se convierte en su asunto central, y
cualquier anécdota de su infancia contacta en el divan de su psicoanalista
adquiere de golpe una dimension y una trascendencia comparables a las de
la Revoluci6n Rusa.
Diré mas. En estos tiempos nuestros, el yo no solo lo impregna todo,
sino que lo justifica. En nombre del yo hablamos de nosotros mismos con
nuestras propias palabras. En nombre del yo contamos historias que luego
otros utilizan para diagnosticar nuestras mas oscuras inclinaciones, sean
éstas de caracter antropofagico, parricida o simplemente incestuoso. En
nombre del yo todos aspiramos a ser como Woody Allen y a poseer un yo
enfermo y problematico que sentar en el divan...
La literatura ha sido uno de los tradicionales refugios de la
subjetividad. Lo ha sido al menos desde que Rousseau escribi6 sus
Confesiones. Y ta! vez incluso antes, desde que ese prolffico escritor que
respondfa al nombre de An6nimo escribi6 el Lazarillo de Tormes. Esos
dos sef\ores, el sefior Rousseau y el sefior An6nimo, hicieron o fingieron
hacer algo muy parecido a lo que acabo de decir: hablar de sf mismos en
nombre del yo. i:.Hacfa falta otra justificaci6n?
Ahora ocurre que ese yo subjetivo ha abandonado su refugio y se ha
lanzado a invadirlo todo. Julio Cortazar comentaba que todos sus cuentos,
incluso los que estaban escritos en tercera persona, le parecfan escritos en

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primera persona. Algo asf ocurre, en realidad, con buena parte de la


literatura de este siglo. Por un lado proliferan las novelas escritas en
primera persona. Por otro, incluso las que estan escritas en tercera persona
parecen también escritas en primera. Yo, yo y siempre yo.
Se me ocurren dos observaciones con respecto a este fen6meno y a las
tendencias literarias actuales.
Primera observaci6n: lSe han fijado en que las novelas de ahora suelen
tener un unico protagonista? Frente a la novela coral poblada de
numerosos protagonistas esta la novela de protagonista unico; frente al
"ellos", el yo. La vivencia individual se ha vuelto mas importante que la
colectiva; el personaje que s61o se representa a sf mismo triunfa frente a
esos personajes que representaban a una sociedad, una clase social, una
naci6n. Debo reconocer que también mis libros tienen protagonistas
unicos o casi unicos y que también a mf me interesan los personajes
como individuos: su relaci6n con el entorno familiar, su capacidad de
reacci6n ante una situaci6n determinada. Ninguno de ellos se presenta
como exponente de una clase social o una circunstancia hist6rica
determinada. Ni siquiera de una generaci6n, pero esto tampoco es del todo
cierto porque una de las cosas que caracterizan a las ultimas generaciones
es su absoluta atomizaci6n: nadie se considera representante de su propia
generaci6n. Esa es la paradoja: la falta de caracterfsticas definidas es lo que
caracteriza y define.
Me atrevo incluso a afirmar que mis libros tratan de vivir de espaldas a
la Historia. Mis personajes, Ios protagonistas de mis historias con
minuscula, nunca pasarfan de ser secundarios en esa otra Historia, la
Historia con mayuscula, que pasa por encima de ellos casi sin rozarlos.
Pero esto no creo que sea una novedad sino mas bien uno de los rasgos
que distinguen a la novelfstica de nuestro siglo, en oposici6n, por
ejemplo, al realismo del XIX. En los Diarios de Kafka, en agosto de
1914, esta escrita una frase que mi amigo el novelista Enrique Vila-Matas
cita con frecuencia: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la
tarde fui a nadar." También mis personajes, al igual que Kafka, serfan
capaces de irse a nadar mientras a su lado estuviera estallando una guerra
mundial: secundarios en esa Historia con mayusculas, seguramente
cautivos de ella, nunca protagonistas ni héroes. Si antes he dicho que se
acabaron las grandes gestas, ahora digo que se acabaron también las
grandes palabras llamadas a cambiar el mundo, y en su lugar han aparecido

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las palabras nuestras de cada dîa, las unicas utiles para unos personajes que
se conforrnan con designar el mundo y renuncian a cambiarlo.
Y ahora la segunda observaciôn. L,No les llama a ustedes la atenciôn la
cantidad de escritores espafioles que, llegados a cierta edad, publican su
autobiograffa, sus diarios, su libro de memorias? Bueno, esto que ahora
nos parece normal no lo era hace muy pocos afios. Recuerdo que cuando
Carlos Barral publicô sus dos primeros volumenes de memorias hubo
quien dijo que ese género no formaba parte de nuestra tradiciôn literaria,
que eso estaba bien en los ingleses y en gente como ellos, pero no en los
espafioles. Se trata, en efecto, de un fenômeno relativamente insôlito, y
no puedo sino relacionar esta tendencia con esa invasiôn del yo a la que
vengo refiriéndome: esos géneros constituyen la consagraciôn del yo, la
coronaciôn de ese yo que habla de sf mismo y de sus propias experiencias.
Las cosas, ya lo he dicho, han cambiado en muy poco tiempo, y no
sôlo los escritores de cierta edad se han lanzado a publicar sus diarios sino
que también los mas jôvenes hacen algo parecido con sus dietarios. Unos
nos ofrecen su experiencia vital, otros su experiencia intelectual, y de
repente se dirfa que esa palabra, experiencia, ha pasado a erigirse en una de
las claves de la literatura actual.
En una época como la nuestra eso tampoco puede extrafiar. En una
época como la nuestra, en la que las experiencias tienden a la mas absoluta
y generalizada uniforrnidad: por las noches vemos la televisiôn; un dfa a la
semana cogemos el coche y aguantamos con resignaciôn las inacabables
colas del hipermercado; los veranos nos decidimos a hacer uno de esos
viajes unicos y apasionantes que al mismo tiempo que nosotros realizan
varios millones de turistas unicos y apasionados...
A lo mejor ocurre que, si nos interesan tanto las experiencias ajenas,
las vidas de los otros, es precisamente porque nos preguntamos cômo se
las arreglan para conferir algun sentido a su propia vida y su propia
experiencia. Ahf va una pregunta: L,Cômo se las arreglan ustedes para no
sentir el tremendo peso del vacfo cada vez que se encuentran ante el
televisor o en la inacabable cola del hiperrnercado?
Pero el auge del género autobiografico no acaba ahf, en la creciente
aficiôn de los escritores (y también de los lectores) por este tipo de libros,
y me atreverfa a decir que incluso las novelas tienden a asimilarse a ese
género. Digo esto con conocimiento de causa porque también a mf, como
novelista, me gusta moverme dentro de un tipo de ficciôn que podrfamos

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calificar de autobiografica. Ficci6n autobiografica: novelas que adoptan las


convenciones y los procedimientos propios de los libros de memorias.
Algo asf como contar en una novela una de tus muchas vidas posibles.
ltalo Calvino defini6 la imaginaci6n como el repertorio de lo que hubiera
podido ser, y a muchos novelistas actuales les ocurre (nos ocurre) que en
ese repertorio buscan sobre todo las vidas que podrfan haber sido y no han
sido. Dfganme ustedes si no les ocurre lo mismo, si de vez en cuando no
les asalta la tentaci6n de vivir una vida distinta de la que les ha tocado en
suerte. Yo, de todos modos, reconozco que con este diagn6stico ta! vez no
esté intentando clarificar el panorama literario actual sino explicarme a mf
mismo la literatura que me propongo escribir. Quiero decir que a lo mejor
ese "yo que habla de sf mismo con sus propias palabras", ese personaje
poderoso que lo justifica todo, es s6lo una figura que me he sacado de la
manga para justificar también mi propia obra.
Les hablaba, en fin, de la busqueda de la identidad como tema principal
de varias de mis historias, y en el libro La era del vacio de Gilles
Lipovetsky encuentro la siguiente frase: "Por todas partes asistimos a la
busqueda de la propia identidad." Segun él, nuestra sociedad ha instaurado
el culto a la realizaci6n persona!, a la singularidad, a la subjetividad.
Desmoronados los grandes dogmas religiosos e ideo16gicos, lo que queda
es el individuo. Ese parece ser el signo de los tiempos, el signo de este fin
de siglo, y a nadie puede extrafiar que los novelistas lo reflejemos de un
modo u otro en nuestras obras.
El novelista, a mi juicio, debe ser siempre contemporaneo. Pero es
que ademas lo es, quiéralo o no. Yo no me creo eso de los novelistas que
se adelantan a su tiempo: un buen novelista forma parte de su tiempo, esta
como atrapado por la época que le ha tocado vivir. S6lo eso le faculta para
reflejar los constantes cambios de la sociedad. Reflejar la sociedad, no
retratarla: es mas importante el espfritu de una época que los detalles que
la adornan, y quiero pensar que los problemas que afligen a mis
personajes, como los que afligen a los de otros novelistas, forman parte de
ese espfritu de nuestra época. Acaso no pueda ser de otro modo.

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