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Néstor Medrano

Santo Domingo

Andrés L. Mateo es un intelectual terminado que ha descollado como nadie en la novelística, con
una valiosa obra ensayística y una prosa que derrama en artículos periodísticos ácidos, poco
complacientes con el sistema, porque, como los escritores comprometidos, con garra y linaje,
está muy lejos el ideal de estar conforme.

En este diálogo, Andrés L. Mateo muestra la vastísima cultura de quien conoce el oficio más allá
de su tiempo y de su época. Forjado con una formación humanística que le permite desentrañar
las interioridades de los distintos ciclos de la creatividad y las urgencias de los tiempos
modernos.

Por primera vez, públicamente, se queja de la falta de solidaridad de la intelectualidad


dominicana y las posiciones arrodilladas y sumisas ante el poder de muchos de ellos, a propósito
de una de las coyunturas difíciles que ha debido enfrentar en su vida:
"Solo que la miseria moral y la miseria material han franqueado todos los escrúpulos, y los
intelectuales, en particular, se han visto obligados a tener dos vidas, y las dos falsas. ¿Cómo es
posible que una “comisión de intelectuales” haya ido a “desagraviar” a Leonel Fernández;
mientras Félix Bautista usaba ese mismo poder para llevarme a la justicia, y no dijeran
absolutamente nada a mi favor, que soy un colega, que no tengo más arma ni más poder que la
palabra? ¿Hay mejor ficción que esa?
Hoy más que nunca se siente más novelista, más ensayista, con la proclama de construir una obra
en la que lo primordial es el respeto al lector:
“Incluso cuando hago un artículo, de esos que tú llamas “ácidos”, hago literatura. Respeto a mis
lectores, escribo cuidadosamente, pulo, trato de sacarle a la lengua todas sus posibilidades. Y no
publico todo lo que escribo”, afirma.
En esta entrega hay un Andrés L. Mateo que fluye con sus temas consustanciales, que es un
constante inquisidor que se autoproclama de proletariado académico y que dice, quizá con un
dejo de frustración que los intelectuales dominicanos no se leen entre sí.
“Un grave problema de la intelectualidad dominicana es que no se leen entre sí, y no hay juicio en
qué sustentar la valoración. Los egos ciegan. Sé lo que digo. Estoy obligado a leer a muchos
autores dominicanos porque soy profesor, y como además soy del proletariado académico, es un
imperativo ético hacerlo. En toda cultura, en toda literatura, hay opción de goces estéticos
diferentes y se puede encontrar de todo como en botica. Nuestras posibilidades son las mismas
de cualquier país con un nivel de educación tan deficiente como el nuestro, y con una censura
estructural difícil de superar”, reflexiona.
Andrés L. Mateo. La Entrevista:
Andrés L. Mateo, un novelista, ensayista, creador de grupos literarios como La Isla, autor de
novelas leídas y reconocidas a nivel nacional e internacional, ¿es el mismo autor de Pisar los
dedos de Dios, que concibió en esa novela una visión renovadora de la ficción, con
sus sueños y utopías o el discurrir de un país con una problemática social profunda
ha opacado esa ilusión?
ALM: Solo en ese sentido soy el mismo. Puede que mi cuerpo entre ya en el crepúsculo, soy casi
viejo; pero conservo la ilusión de la justicia que caracterizó mi generación. Uno puede engañarse,
olvidar, pero si pierde su esencia es ya otro. Ahí es donde está mi orgullo, y hasta mi diferencia
con los demás: para mí un intelectual, un escritor, no es un querubín deslucido.
Cuando escribí “Pisar los dedos de Dios” hacía literatura ancilar con toda conciencia. Usaba los
recursos del arte salvando la especificidad de la obra literaria, que es lo fundamental, porque uno
es escritor, no otra cosa. La novela no es un panfleto, es una historia que yo viví en el colegio San
Juan Bosco, y a la caída del régimen de Trujillo tenía derecho de irritarme, preguntar, hundirme
en las delicias de la melancolía, en el áspero placer del resentimiento.
Ese Bernardo Puig de la novela existió, se lo llevaron los calieses del régimen frente a nuestros
propios ojos, desapareció para siempre. Y no había a quién preguntar, la vida y la palabra se
habían polarizado de tal manera que nuestro signo era el silencio. Es lo que caracteriza al poder
dictatorial. Tan pronto tuve la oportunidad, hice una novela. Yo creo que si no preservara esa
ilusión, ni siquiera podría escribir.
Para mí las palabras son la quintaesencia de las cosas, y es sobre ellas que cabalgan la memoria y
la imaginación. Es en ese sentido que soy el mismo. Todo lo demás puede cambiar en mi vida.
Desde La Otra Penélope hasta la Balada de Alfonsina Bairán y El violín de la adúltera o Mito y
Cultura en la era de Trujillo, ¿ha habido más novelista en Andrés L. Mateo, o el
ensayista y articulista crítico ácido de muchos aspectos político-sociales de su país
se llevó por delante al autor de ficciones?
ALM: Hay más novelista y más novelas. Más ensayista y más articulista. Ya lo dije, descubrí toda
mi idea de la existencia a través del lenguaje. Incluso cuando hago un artículo, de esos que tú
llamas “ácidos”, hago literatura. Respeto a mis lectores, escribo cuidadosamente, pulo, trato de
sacarle a la lengua todas sus posibilidades. Y no publico todo lo que escribo. Tengo una novela
que podría haber entregado al editor, pero soy quisquilloso; hay que jugar a la pasión para sentir
la literatura, no soporto a muchos que sus actos se transforman en gestos. Me repugna hundirme
en la impostura.
El nuestro es un país en el que la verdad y la fábula son la misma cosa. Incluso escribir
cotidianamente sobre la realidad dominicana es como la presencia carnal del discurso ficcional.
¿Hay mejor novela que ésa que dimana de la práctica vulgar de nuestros políticos? Todo cuanto
yo describo en mis artículos es el pleno despliegue de la realidad más absurda. Ni “La náusea”, de
Jean Paul Sartre, ni “El extranjero”, de Albert Camus, pueden albergar mayor relación con el
discurso del absurdo que la realidad dominicana. Es como llevar la locura hasta el extremo y ser
tragado por ella. Solo que la miseria moral y la miseria material han franqueado todos los
escrúpulos, y los intelectuales, en particular, se han visto obligados a tener dos vidas, y las dos
falsas.
¿Cómo es posible que una “comisión de intelectuales” haya ido a “desagraviar” a Leonel
Fernández; mientras Félix Bautista usaba ése mismo poder para llevarme a la justicia, y no
dijeran absolutamente nada a mi favor, que soy un colega, que no tengo más arma ni más poder
que la palabra? ¿Hay mejor ficción que esa? Esa es la novela. Dos reales y los “pensantes” le
enseñan la luna al amo; una botella, un sueldo, y acaban por mostrarles el trasero. Quizás en mis
artículos hay más ficción que en mis novelas. Quizás lo que se ha llevado por delante la realidad
tan degradada que estamos viviendo es el respeto ritual que la pequeña burguesía sentía por sí
misma en otros momentos épicos de la historia contemporánea, y que ahora es sumisión y
desencanto, un mundo a la medida de su comercio.
Quienes conocen la obra de Andrés L. Mateo, su arraigo académico y su amor por la
academia quisieran saber de él si existe una oportunidad para República
Dominicana, si sus intelectuales tienen la certeza de los enormes desafíos que se
avecinan y si hay esperanzas para la Cultura dominicana a través de sus distintas
manifestaciones, literatura, pintura, políticas culturales…
ALM: Nuestro gran problema es que no existen ya proyectos sociales, y los intelectuales en
nuestro país no constituyen un núcleo definido enfrentado a la tarea de desmontar la subversión
aguda de las relaciones cívicas; como en la Francia del siglo XIX y principios del XX. No creo, por
lo tanto, que esa certeza pueda brotar de la nada. Hay un libro de Guillermo Francovich llamado
“El odio al pensamiento”, dedicado a analizar las formas desmitificadoras del pensamiento que
proliferaron en Francia después del mayo de 1968. En la República Dominicana hay una
tradición muy arraigada de odio al pensamiento, históricamente todas nuestras propuestas de
regeneración social provenientes del pensamiento dominicano han sido desechadas, humilladas,
por la tradición conservadora; y desde Núñez de Cáceres a Juan Bosch, pasando por Juan Pablo
Duarte, Bonó, Hostos, Ulises Francisco Espaillat, etc; lo que ha triunfado ha sido la tentación
totalitaria. Ahora mismo la tentación totalitaria está presente. Pero no creo que haya una certeza
de ello por parte de los intelectuales, y a la mayoría no creo que les importe. Como decía
Pangloss, el personaje de Voltaire, cada quien cultiva ahora su pequeño jardín.
Lo que no quiere decir que no exista una expresión cultural que muy a menudo surge a pesar de
todas esas condiciones adversas. Repujamos una cultura, expresamos una individualidad
espiritual que tiene su correlato en las manifestaciones artísticas. Somos lo que nuestra expresión
artística es. De manera que es mucho más que una esperanza, es un siendo perpetuo, una
realidad.
¿Existe en la actualidad una creación literaria en el país que permita la
perdurabilidad o trascendencia que haga posible superar la posteridad, o solo
existe una creación light, sin compromiso, cuyas páginas están condenadas al
zafacón, en el oficio de los escritores de hoy?
ALM: Tenemos ambas cosas, es así como funciona la realidad del mundo espiritual. Nadie se
imagina las miles de obras que se escribieron bajo la influencia del Postumismo en nuestro país.
¿Y qué quedó? Los versos de Domingo Moreno Jiménez, y el impulso liberador de su Manifiesto
en lo que respecta a la métrica y al descubrimiento de todo lo “poetizable” de la inmediatez. No
todos los integrantes de “La Poesía Sorprendida” quedaron enmarcados como grandes creadores.
Muchos se perdieron en el olvido. Sucedió en el pasado, sucederá de nuevo.
Lo que ahora leemos del mundo griego fue lo que se coló de la selección de las Letras latinas. Los
griegos dominaron a sus dominadores por el poder de su arte y su pensamiento; pero los
romanos únicamente usaban lo que les servía. Esa es la dinámica, así sucederá. La generación
del 98 español no era solo Unamuno. Y la del 27 no era tan solo Lorca.
Las Vanguardias europeas constituían un modo de apropiarse en el arte de las nuevas realidades
del mundo tecnológico, a finales del siglo XIX y principios del XX; traducían una nueva
sensibilidad, y eran tantos… ¿Qué quedó? Unos pocos. Esa decantación es inevitable, en todo en
la vida.
¿Tenemos los dominicanos la posibilidad de construir una presencia intelectual, en
la que el escritor o la escritora dominicana sean referentes en el continente?
ALM: La hemos tenido, la tendremos. Mucha gente olvida que la variable de romanticismo que
se cultivó en América privilegió las expresiones temáticas de las minorías culturales. “Martín
Fierro”, de Hernández, es un buen ejemplo. El indigenismo también. La mejor novela indigenista
fue “Enriquillo” de Manuel de Js. Galván. Y el peso intelectual de Pedro Henríquez Ureña es
indesterrable de la tradición de alta cultura del mundo americano. Es imposible hablar de la
periodización de la historia de la literatura en el continente sin el aporte de Pedro Henríquez
Ureña, y mucho menos concebir el proceso de autopercepción a través de la cultura, y lo
específico de la cultura americana, sin las agudas reflexiones y los hallazgos de sus
investigaciones y propuestas. Bastaría citar un libro como “Seis ensayos en busca de nuestra
expresión”, que liquidó el debate sobre “Civilización y Barbarie” que había paralizado,
empinándose sobre el eurocentrismo, toda idea de la identidad americana.
Los tiempos han cambiado, el modo de influir talvez sea otro. Las universidades norteamericanas
están llenas de dominicanos con altas calificaciones intelectuales, y hay numerosos creadores
dispersos por el mundo; Junot ganó el Pulitzer con un texto que escarba la aventura espiritual
del dominicano trashumante; Marcio Veloz Maggiolo es un arquetipo de creador y trabajador
intelectual; hubo, hay y habrá presencia intelectual dominicana que pueden ser, y son, referentes.
¿Qué opina de la identidad del dominicano, tenemos una, la tomamos prestada y la
negamos a otros?
ALM: Es claro que tenemos una identidad, y quizás un rasgo definido de lo dominicano es el
hecho de que es por esa identidad que somos lo que somos en el tiempo y en el espacio. Para
empezar, tuvimos una formación del estado-nación diferente al resto del mundo americano: nos
separamos de Haití, no de España.
Segundo, nuestra independencia es un hecho cultural, totalmente distinto del resto de países
cuyas independencias expresan un estado de la evolución económica del criollo. La
independencia dominicana es el reconocimiento de la otredad frente a Haití. Por todo ello es que
somos sui géneris. Pero, además, la identidad no es una esencia eternamente parecida a sí
misma. La identidad es un siendo permanente. Siempre hay algo que desaparece y algo que
queda. Recuerdas los versos del Pablo Neruda de los “Veinte poemas de amor”: “Nosotros, los de
entonces, ya no somos los mismos”. Ya no se puede describir la identidad con la incertidumbre de
los intelectuales latinoamericanos del siglo XIX; la identidad es muchas cosas al mismo tiempo.

Tuvimos a un Juan Bosch, un Pedro Henríquez Ureña, también a una Aida Cartagena Portalatín e
incluso, en la narrativa a una Hilma Contreras, escritores de una formación humanística
reconocida, ¿cree que los jóvenes poetas y los jóvenes narradores tienen posibilidad
de ocupar parte del espacio que legaron esos creadores?
ALM: Ese es el reto. En la tradición de la cultura dominicana hay creadores instintivos, sin
formación académica propiamente dicho; pero con una gran sensibilidad. Podríamos citar a
Domingo Moreno Jiménez, Juan Sánchez Lamouth, a Manuel del Cabral, y algunos otros.
Autores sin dudas fundamentales en la cultura nacional. Habría que preguntarse si en el mundo
actual puede surgir un gran escritor exclusivamente empinado en lo instintivo. Un Octavio Paz,
un Carlos Fuentes, un Julio Cortázar, un Carpentier, y un largo etcétera, sobresalen fundándose
en su enorme formación humanística. Quien se proponga transitar el camino de la creatividad y
el pensamiento en nuestro país, tiene que entender la etapa que le ha tocado vivir. De eso se
trata.
Muchos consideran que es usted uno de los novelistas de mayor importancia en el país, ¿sirve
para algo esa consideración, en un país con tantas taras sistémicas en el entorno
cultural?
ALM: Ni la consideración es verdadera, ni sirve para nada. Yo solo escribo. Cuando era joven
tenía la sensación de que el mundo todo era palabra, y que era apenas un intérprete que se
deleitaba nombrando las cosas. En mi libro “Al filo de la dominicanidad” escribí un artículo sobre
mi fascinación por la palabra “Ferretería”. Entraba a una ferretería y bajo ése nombre se
alojaban tantas cosas que todo aquello era mágico. En una ferretería hay de todo, clavos,
martillos, garlopas, carretillas, papel de lijas, cemento, varillas, etcétera. Una sola palabra
abarcaba tantos elementos de la realidad que yo me sentía aturdido. No sé si a todos nos ocurre
igual, pero creo que descubrí primero un orden alfabético que un orden lógico.
Me desvivía por lo que la palabra tenía como misterio. Ahora soy académico, hablo de que la
lengua es un sistema, finjo distanciarme del objeto estudiado; pero en el fondo sigo siendo el
mismo muchacho que descubrió que la lengua era un arma poderosa, una fuente de creación, un
territorio de combate. No me importa cómo me juzguen quienes leen mis novelas, mis ensayos,
o mis artículos; cada escritura es para mí un pequeño acontecimiento que me compromete
deliciosamente.
¿Sigue siendo República Dominicana un país de poetas y cuentistas, o la novela
rompió esos esquemas?
ALM: Seguimos siendo un país de poetas, pero la poesía es un género que cuesta mucho
dominar. Se dice que la novela es la mayoría de edad de cualquier literatura, por ser de largo
aliento y construir universos de sentidos. Muchos de nuestros grandes novelistas son autores de
un solo texto. Pero la poesía es, para mí, el más alto nivel de la expresión literaria.
Es tanto lo que se puede decir en un poema, es la máxima concreción de la subjetividad, el mayor
poder de síntesis de la expresión. Ser un gran poeta es una categoría que no todos alcanzan. Lo de
contar lo llevamos en la sangre. Lo que ocurre con la novela es que, sobre todo después de la
muerte de Trujillo, todo el mundo descubrió su propio espacio existencial, y labró el testimonio.
Había como una necesidad de contar, como un impulso. Irrumpió, entonces, el cuento y la
novela, que además tienen más salida comercial.
¿Hace falta una crítica literaria seria y objetiva o estamos bien a la libre, sin que
nadie enfile los cañones hacia la literatura dominicana?
ALM: Hace falta una crítica. Tuvimos crítica hasta los años setenta del siglo pasado. Ya nadie
práctica el ejercicio del criterio, como decía Martí. Apenas Giovanni Di Pietro se arriesga.
Debemos agradecerle.
¿Qué cree que falta en República Dominicana para que el escritor y la escritora
real, quien trabaja en un ejercicio sincero, cuente con las herramientas que
faciliten su ejercicio, tomando en cuenta un mercado editorial prácticamente
complejo cuando no inexistente?
ALM: Es un camino muy largo, porque falta de todo. Falta el público lector, el circuito de la
circulación y el mercado. No se puede ser grandilocuente, los escritores somos marginales, y no
les importamos mucho a los poderes fácticos, ni al poder político. Escribimos auto-
explotándonos, somos parias de nosotros mismos.
Usted que ha publicado con sellos internacionales de peso, ¿qué opina del desdén que se
muestra desde muchos ámbitos hacia los autores dominicanos y las preferencias de
autores del exterior sobre nuestros escritores, es cierto que esto se debe a que
tienen una mayor calidad o que se trata de una realidad impuesta por las propias
deficiencias sistémicas del país?
ALM: Un grave problema de la intelectualidad dominicana es que no se leen entre sí, y no hay
juicio en qué sustentar la valoración. Los egos ciegan. Sé lo que digo. Estoy obligado a leer a
muchos autores dominicanos porque soy profesor, y como además soy del proletariado
académico, es un imperativo ético hacerlo. En toda cultura, en toda literatura, hay opción de
goces estéticos diferentes y se puede encontrar de todo como en botica. Nuestras posibilidades
son las mismas de cualquier país con un nivel de educación tan deficiente como el nuestro, y con
una censura estructural difícil de superar.
¿Podemos competir desde nuestra realidad actual en un mundo editorial cada vez
más competitivo y signado por poderosas casas editoriales, que en nuestros
mundos literarios locales se desconocen los criterios de selección?
ALM: Sí, podemos hacerlo. Es sorprendente como el mundo editorial está cambiando en la
posmodernidad. Comprendo que es muy difícil el trabajo creativo en un país como el nuestro, e
incluso el trabajo intelectual. Sobrevivir es una odisea, reproducir la vida material ha llevado a
muchos incluso a la humillación. Pero si escribir, poner ideas en circulación, es tu opción de goce,
entonces todo se puede. Yo sí que sé lo difícil que es sobrevivir armado únicamente de los valores
espirituales.
¿Qué escritor o escritora dominicana lo representa y por qué?
ALM: Marcio Veloz Maggiolo significa mucho para mí. Creativa e intelectualmente es un
paradigma inevitable. Además, en lo personal, siempre he disfrutado de su cariño y orientación.
Mi primera novela tiene su prólogo, trabajé varias veces con él, lo respeto y lo quiero mucho. Me
satisface nombrarlo a él en nombre de todos los que valoro en la cultura nacional.
¿Han sido responsables los intelectuales dominicanos con su realidad, sus valores o
traidores como denuncia Manuel Núñez en su libro El Ocaso de la Nación
Dominicana, al minimizar las luchas patrióticas de la Independencia contra las
tropas haitianas?
ALM: Yo dediqué todo un libro, “Mito y cultura en la Era de Trujillo”, a analizar el papel de los
intelectuales en el sostenimiento del poder despótico en nuestro país. Fue, sin dudas, un nivel de
abyección repugnante. Pero en la intelectualidad dominicana ha habido de todo. Nuestro mundo
intelectual se ha nutrido de la incertidumbre, del miedo; proviene de la pequeña burguesía, ha
sido grandioso y traidor, valiente y canijo, refulgente y oscuro. Tal y como es la condición
humana. ¿Qué es un intelectual desprovisto de sus arreos librescos, sino un pobre hombre?
Ahora mismo lo estamos viviendo, no hay que ir más lejos.
¿Es usted nacionalista o las fronteras, en este mundo globalizado, no existen?
ALM: Existen las fronteras, incluso más que nunca; y ello entraña una de las más grandes
realidades contradictorias del mundo posmoderno. Pero yo no puedo ser nacionalista, entendido
este sentimiento como una pasión excluyente de la condición humana. Los nacionalismos
cerrados han llevado a las grandes masacres de la humanidad.
¿Qué opina de la situación actual de los escritores dominicanos? ¿Quién es escritor,
el que escribe o el que publica?
ALM: Escritor es el que escribe, porque el que publica lo hace porque escribe. Sólo que no debe
publicarse todo lo que uno escribe. Escribir es una práctica social, cuya naturaleza es el trabajo en
solitario. Nadie se salva colectivamente en la literatura, es un trabajo individual. Por ello la
responsabilidad es enteramente del autor. Se escribe para ser leído, pero no todo lo que se escribe
se debe publicar.
¿Existe la gran novela dominicana? ¿Quién la escribió? ¿Andrés L. Mateo?
ALM: La gran novela dominicana es la suma de todas las novelas dominicanas cuyo valor
estético es apreciable. Lo es para nuestra novelística como para todas las literaturas universales.
Es tan simple como eso. Quienes esperan la llegada de la gran novela dominicana se quedarán
esperando, y no hay canon que los salve.
¿Qué opina de los autores jóvenes dominicanos?
ALM: Hay una enorme diversidad de opciones ahora, se hace literatura en la actualidad de
forma muy variada. Tengo muchas esperanzas en nuestros jóvenes escritores, hay mucho talento
circulando, y de ello surgirá una mucho más robusta literatura dominicana. No doy consejos, no
soy quién para hacerlo. Pero el camino es la buena lectura. Leer los clásicos, los mejores. Un
escritor es como un gran pez, se nutre de todo lo que come a su alrededor.
Biografía activa:
Andrés L. Mateo (Santo Domingo, 1946) es poeta, novelista, educador y articulista. Tiene un
doctorado en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana y ha publicado las siguientes
novelas: La otra Penélope (1981, Premio Nacional de Novela; Alfaguara, 2011), La Balada de
Alfonsina Bairán (1991, Premio de Novela de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña) y
El violín de la adúltera (2007; ahora en Alfaguara).
Su ensayo Mito y cultura en la Era de Trujillo, de 1994, fue también Premio Nacional. Escribe la
columna “Sobre el tiempo presente” en el periódico Hoy, por la cual, en 1999 y cuando se
publicaba en Listín Diario, obtuvo el Premio a la Excelencia Periodística Dominicana. En 2004 le
fue otorgado el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.
Es miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y de la Academia de Ciencias de la
República Dominicana. Fue condecorado con la orden “Caballero de las artes y de las letras” por
el gobierno de Francia. Es Profesor Meritísimo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y
actualmente dirige el Decanato de Estudios Generales de la Universidad APEC.

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