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Santo Domingo
Andrés L. Mateo es un intelectual terminado que ha descollado como nadie en la novelística, con
una valiosa obra ensayística y una prosa que derrama en artículos periodísticos ácidos, poco
complacientes con el sistema, porque, como los escritores comprometidos, con garra y linaje,
está muy lejos el ideal de estar conforme.
En este diálogo, Andrés L. Mateo muestra la vastísima cultura de quien conoce el oficio más allá
de su tiempo y de su época. Forjado con una formación humanística que le permite desentrañar
las interioridades de los distintos ciclos de la creatividad y las urgencias de los tiempos
modernos.
Tuvimos a un Juan Bosch, un Pedro Henríquez Ureña, también a una Aida Cartagena Portalatín e
incluso, en la narrativa a una Hilma Contreras, escritores de una formación humanística
reconocida, ¿cree que los jóvenes poetas y los jóvenes narradores tienen posibilidad
de ocupar parte del espacio que legaron esos creadores?
ALM: Ese es el reto. En la tradición de la cultura dominicana hay creadores instintivos, sin
formación académica propiamente dicho; pero con una gran sensibilidad. Podríamos citar a
Domingo Moreno Jiménez, Juan Sánchez Lamouth, a Manuel del Cabral, y algunos otros.
Autores sin dudas fundamentales en la cultura nacional. Habría que preguntarse si en el mundo
actual puede surgir un gran escritor exclusivamente empinado en lo instintivo. Un Octavio Paz,
un Carlos Fuentes, un Julio Cortázar, un Carpentier, y un largo etcétera, sobresalen fundándose
en su enorme formación humanística. Quien se proponga transitar el camino de la creatividad y
el pensamiento en nuestro país, tiene que entender la etapa que le ha tocado vivir. De eso se
trata.
Muchos consideran que es usted uno de los novelistas de mayor importancia en el país, ¿sirve
para algo esa consideración, en un país con tantas taras sistémicas en el entorno
cultural?
ALM: Ni la consideración es verdadera, ni sirve para nada. Yo solo escribo. Cuando era joven
tenía la sensación de que el mundo todo era palabra, y que era apenas un intérprete que se
deleitaba nombrando las cosas. En mi libro “Al filo de la dominicanidad” escribí un artículo sobre
mi fascinación por la palabra “Ferretería”. Entraba a una ferretería y bajo ése nombre se
alojaban tantas cosas que todo aquello era mágico. En una ferretería hay de todo, clavos,
martillos, garlopas, carretillas, papel de lijas, cemento, varillas, etcétera. Una sola palabra
abarcaba tantos elementos de la realidad que yo me sentía aturdido. No sé si a todos nos ocurre
igual, pero creo que descubrí primero un orden alfabético que un orden lógico.
Me desvivía por lo que la palabra tenía como misterio. Ahora soy académico, hablo de que la
lengua es un sistema, finjo distanciarme del objeto estudiado; pero en el fondo sigo siendo el
mismo muchacho que descubrió que la lengua era un arma poderosa, una fuente de creación, un
territorio de combate. No me importa cómo me juzguen quienes leen mis novelas, mis ensayos,
o mis artículos; cada escritura es para mí un pequeño acontecimiento que me compromete
deliciosamente.
¿Sigue siendo República Dominicana un país de poetas y cuentistas, o la novela
rompió esos esquemas?
ALM: Seguimos siendo un país de poetas, pero la poesía es un género que cuesta mucho
dominar. Se dice que la novela es la mayoría de edad de cualquier literatura, por ser de largo
aliento y construir universos de sentidos. Muchos de nuestros grandes novelistas son autores de
un solo texto. Pero la poesía es, para mí, el más alto nivel de la expresión literaria.
Es tanto lo que se puede decir en un poema, es la máxima concreción de la subjetividad, el mayor
poder de síntesis de la expresión. Ser un gran poeta es una categoría que no todos alcanzan. Lo de
contar lo llevamos en la sangre. Lo que ocurre con la novela es que, sobre todo después de la
muerte de Trujillo, todo el mundo descubrió su propio espacio existencial, y labró el testimonio.
Había como una necesidad de contar, como un impulso. Irrumpió, entonces, el cuento y la
novela, que además tienen más salida comercial.
¿Hace falta una crítica literaria seria y objetiva o estamos bien a la libre, sin que
nadie enfile los cañones hacia la literatura dominicana?
ALM: Hace falta una crítica. Tuvimos crítica hasta los años setenta del siglo pasado. Ya nadie
práctica el ejercicio del criterio, como decía Martí. Apenas Giovanni Di Pietro se arriesga.
Debemos agradecerle.
¿Qué cree que falta en República Dominicana para que el escritor y la escritora
real, quien trabaja en un ejercicio sincero, cuente con las herramientas que
faciliten su ejercicio, tomando en cuenta un mercado editorial prácticamente
complejo cuando no inexistente?
ALM: Es un camino muy largo, porque falta de todo. Falta el público lector, el circuito de la
circulación y el mercado. No se puede ser grandilocuente, los escritores somos marginales, y no
les importamos mucho a los poderes fácticos, ni al poder político. Escribimos auto-
explotándonos, somos parias de nosotros mismos.
Usted que ha publicado con sellos internacionales de peso, ¿qué opina del desdén que se
muestra desde muchos ámbitos hacia los autores dominicanos y las preferencias de
autores del exterior sobre nuestros escritores, es cierto que esto se debe a que
tienen una mayor calidad o que se trata de una realidad impuesta por las propias
deficiencias sistémicas del país?
ALM: Un grave problema de la intelectualidad dominicana es que no se leen entre sí, y no hay
juicio en qué sustentar la valoración. Los egos ciegan. Sé lo que digo. Estoy obligado a leer a
muchos autores dominicanos porque soy profesor, y como además soy del proletariado
académico, es un imperativo ético hacerlo. En toda cultura, en toda literatura, hay opción de
goces estéticos diferentes y se puede encontrar de todo como en botica. Nuestras posibilidades
son las mismas de cualquier país con un nivel de educación tan deficiente como el nuestro, y con
una censura estructural difícil de superar.
¿Podemos competir desde nuestra realidad actual en un mundo editorial cada vez
más competitivo y signado por poderosas casas editoriales, que en nuestros
mundos literarios locales se desconocen los criterios de selección?
ALM: Sí, podemos hacerlo. Es sorprendente como el mundo editorial está cambiando en la
posmodernidad. Comprendo que es muy difícil el trabajo creativo en un país como el nuestro, e
incluso el trabajo intelectual. Sobrevivir es una odisea, reproducir la vida material ha llevado a
muchos incluso a la humillación. Pero si escribir, poner ideas en circulación, es tu opción de goce,
entonces todo se puede. Yo sí que sé lo difícil que es sobrevivir armado únicamente de los valores
espirituales.
¿Qué escritor o escritora dominicana lo representa y por qué?
ALM: Marcio Veloz Maggiolo significa mucho para mí. Creativa e intelectualmente es un
paradigma inevitable. Además, en lo personal, siempre he disfrutado de su cariño y orientación.
Mi primera novela tiene su prólogo, trabajé varias veces con él, lo respeto y lo quiero mucho. Me
satisface nombrarlo a él en nombre de todos los que valoro en la cultura nacional.
¿Han sido responsables los intelectuales dominicanos con su realidad, sus valores o
traidores como denuncia Manuel Núñez en su libro El Ocaso de la Nación
Dominicana, al minimizar las luchas patrióticas de la Independencia contra las
tropas haitianas?
ALM: Yo dediqué todo un libro, “Mito y cultura en la Era de Trujillo”, a analizar el papel de los
intelectuales en el sostenimiento del poder despótico en nuestro país. Fue, sin dudas, un nivel de
abyección repugnante. Pero en la intelectualidad dominicana ha habido de todo. Nuestro mundo
intelectual se ha nutrido de la incertidumbre, del miedo; proviene de la pequeña burguesía, ha
sido grandioso y traidor, valiente y canijo, refulgente y oscuro. Tal y como es la condición
humana. ¿Qué es un intelectual desprovisto de sus arreos librescos, sino un pobre hombre?
Ahora mismo lo estamos viviendo, no hay que ir más lejos.
¿Es usted nacionalista o las fronteras, en este mundo globalizado, no existen?
ALM: Existen las fronteras, incluso más que nunca; y ello entraña una de las más grandes
realidades contradictorias del mundo posmoderno. Pero yo no puedo ser nacionalista, entendido
este sentimiento como una pasión excluyente de la condición humana. Los nacionalismos
cerrados han llevado a las grandes masacres de la humanidad.
¿Qué opina de la situación actual de los escritores dominicanos? ¿Quién es escritor,
el que escribe o el que publica?
ALM: Escritor es el que escribe, porque el que publica lo hace porque escribe. Sólo que no debe
publicarse todo lo que uno escribe. Escribir es una práctica social, cuya naturaleza es el trabajo en
solitario. Nadie se salva colectivamente en la literatura, es un trabajo individual. Por ello la
responsabilidad es enteramente del autor. Se escribe para ser leído, pero no todo lo que se escribe
se debe publicar.
¿Existe la gran novela dominicana? ¿Quién la escribió? ¿Andrés L. Mateo?
ALM: La gran novela dominicana es la suma de todas las novelas dominicanas cuyo valor
estético es apreciable. Lo es para nuestra novelística como para todas las literaturas universales.
Es tan simple como eso. Quienes esperan la llegada de la gran novela dominicana se quedarán
esperando, y no hay canon que los salve.
¿Qué opina de los autores jóvenes dominicanos?
ALM: Hay una enorme diversidad de opciones ahora, se hace literatura en la actualidad de
forma muy variada. Tengo muchas esperanzas en nuestros jóvenes escritores, hay mucho talento
circulando, y de ello surgirá una mucho más robusta literatura dominicana. No doy consejos, no
soy quién para hacerlo. Pero el camino es la buena lectura. Leer los clásicos, los mejores. Un
escritor es como un gran pez, se nutre de todo lo que come a su alrededor.
Biografía activa:
Andrés L. Mateo (Santo Domingo, 1946) es poeta, novelista, educador y articulista. Tiene un
doctorado en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana y ha publicado las siguientes
novelas: La otra Penélope (1981, Premio Nacional de Novela; Alfaguara, 2011), La Balada de
Alfonsina Bairán (1991, Premio de Novela de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña) y
El violín de la adúltera (2007; ahora en Alfaguara).
Su ensayo Mito y cultura en la Era de Trujillo, de 1994, fue también Premio Nacional. Escribe la
columna “Sobre el tiempo presente” en el periódico Hoy, por la cual, en 1999 y cuando se
publicaba en Listín Diario, obtuvo el Premio a la Excelencia Periodística Dominicana. En 2004 le
fue otorgado el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.
Es miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y de la Academia de Ciencias de la
República Dominicana. Fue condecorado con la orden “Caballero de las artes y de las letras” por
el gobierno de Francia. Es Profesor Meritísimo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y
actualmente dirige el Decanato de Estudios Generales de la Universidad APEC.