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AUTORA: MARIANA ENRIQUEZ

Fragmentos de entrevistas aparecidos en distitnos medios de comunicación

M.E.: Es muy distinto. Exige otra dedicación, en primer lugar, otra inmersión. Yo
apenas recuerdo a los personajes de los cuentos, por ejemplo; en los relatos en general
tengo una idea, muy concreta o más climática, más abstracta, y la desarrollo, pero los
personajes son muy leves. También el cuento es más técnico, más parecido a una
canción a lo mejor; me preocupa que funcione, que sea difícil de olvidar. En mis
novelas mandan los personajes, la historia es de ellos, y en el caso de Nuestra parte de
noche, además, exhibo una constelación de mis obsesiones y preocupaciones: la
política, los poderosos, los cuerpos y su fragilidad, la juventud, el ocultismo, el género
de terror, la poesía… un despliegue que técnicamente es imposible en un cuento.
Además, la novela es un proceso de mayor inmersión, es vivir dentro de un mundo
paralelo durante mucho tiempo, una experiencia para mí mucho más potente.
A.D.: Te he escuchado hablar sobre tus influencias literarias, escritores de lengua
inglesa y de origen norteamericano, como Stephen King, H.P. Lovecraft, Shirley
Jackson, etc. ¿Cuál es la importancia de la tradición norteamericana de terror en tu
obra? ¿Cómo se siente ver tus propios textos, a veces influenciados por estos autores,
traducidos al inglés y publicados en Estados Unidos?
M.E.: Es que la tradición del terror en español es muy errática. Diría que no hay una
tradición. Quizá sí el gótico, pero el terror como género popular y definido casi no
existe. Cortázar escribió cuentos de terror, pero dentro de una obra muy diversa. Y así
pasa con la mayoría. Recién aparece en los últimos años una tendencia, pero aún es
leve. No sólo la tradición de EE.UU.: también la inglesa, la anglosajona diría. Pero
cuando hago terror, trato de que sea latinoamericano. Reimaginar los temas de acuerdo
con nuestras realidades, incluir mitologías indígenas, leyendas urbanas propias,
santorales paganos, asesinos propios, violencias que vivimos, problemas sociales que
padecemos. Así como en Carrie se habla de bullying y una masacre escolar y fanatismo
religioso, problemas que no existen en esa escala en América Latina, no porque no
existan, sino porque cada sociedad tiene sus particularidades, yo hablo de violencia
institucional, creencias populares, la pobreza, la incertidumbre económica. Trato de
reimaginar los tópicos, desde el horror cósmico hasta la historia de fantasmas, con
contenidos propios de mi historia y mi cultura. En realidad, creo que estoy intentando
aportar otro punto de vista al género de terror, desde otra mirada y otra forma de releer a
esos autores.
A.D.: Es elocuente la diferencia entre la lectura que la academia hace de tus libros y
la que se publica en revistas y medios literarios. En la academia se repite una lectura
más política; sin embargo, la crítica periodística tiende a destacar mucho más tus
aportes como escritora de género. ¿Qué piensas de estas distintas lecturas? ¿Te
parece que una literatura como la tuya necesita de una crítica que asuma en primer
lugar —y quizás como punto de partida para otras reflexiones— las convenciones del
género del horror para entender los aportes e innovaciones de tu trabajo como
escritora?
M.E.: Yo no escribo sólo género —mis primeras novelas no son de género, y también
escribo no ficción—, pero decididamente escribo horror. Entiendo que a la academia le
interese más lo político porque creo que esa es la mirada estándar para pensar en
América Latina y también porque aún hay cierto prejuicio o cierta imposibilidad de
pensar que ambas cosas pueden estar juntas.
A.D.: Algo que se aprecia de tus libros es cómo tocan realidades políticas a través de
códigos propios de la literatura de terror, para que el lector reconsidere
comportamientos aparentemente normales, sin moralizar o recetar soluciones. Con la
crisis del COVID-19, muchas publicaciones han presentado la pandemia a través de
los códigos del terror, o de géneros relacionados: la distopía, el apocalipsis, las
películas de zombis, etc. ¿Cómo vives estos tiempos de pandemia? ¿Cómo una
escritora como tú pasas la cuarentena?
M.E.: Pésimo, como todo el mundo, y en absoluto como escritora, sino como ciudadana
preocupada por las consecuencias de la pandemia en un país en crisis económica y con
un sistema sanitario frágil. No estoy pensando en literatura en este momento y creo que
hay momentos en los que la literatura pasa decididamente a un segundo plano. Este es
uno.
El hilo conductor que conecta todos tus cuentos es la amenaza de un peligro de
ultratumba que termina removiendo el presente de los personajes.

El tema del pasado como fantasma y como herencia imposible de sacarse de encima es
un tema que me interesa literaria y políticamente. Me parece que muchos de los cuentos
refieren a la dictadura argentina y eso tiene que ver con que yo crecí en ella. Ahí tengo
una mezcla de sensibilidad terrorífica que, por un lado, viene de la literatura que estaba
leyendo en aquella época y, por otro lado, del terror absolutamente real e ineludible de
aquellos años.
La época de la dictadura se vivió de manera especial en mi casa. Mis padres eran
conscientes de lo que ocurría, pero no eran militantes. Pasé mi infancia en una casa en
permanente tensión, como muchas otras. Mis padres eran muy abiertos y conversaban
sobre el tema. Por supuesto, me advertían de que no contase nada de lo que les
escuchaba decir. Aquello fue un secreto horrible que cargué durante mucho tiempo.
Sentí el horror muy cerca.
El pasado, cuando es traumático socialmente, como lo fue durante la dictadura, es
imposible sacárselo de encima. Evocar esa realidad me resultaba fácil, incluso por el
lenguaje de la propia dictadura. Para los argentinos, la dictadura es un trauma imposible
de resolver, una cicatriz que no sana.
Era un escribir por necesidad, no en busca de público.
Sí. En general yo diferencio: cuando tengo ideas es un cuento, y cuando tengo
personajes es casi siempre una novela. Me obsesiono con personajes que invento y llega
un momento en el que, como me estoy contando la historia todo el tiempo en la cabeza,
la tengo que escribir. Sigue siendo así, soy más consciente del público porque sé que
está, pero en el momento de hacerlo sigue siendo para mí.

¿Te defines dentro del género del terror?

No me molesta la etiqueta. Los libros de terror son los que mejor funcionaron, los que
mejor se vendieron y por los que la gente me conoce más. A mí me encanta el terror,
entonces que me digan que soy una escritora de terror está bien, el problema es que no
es verdad. Tengo libros que no son libros de terror, por ejemplo, una biografía
de Silvina Ocampo, La hermana menor, que para mí fue muy difícil y muy importante.
Y mi libro sobre los cementerios, Alguien camina sobre tu tumba, no es de terror, es un
libro de recoger información de manera casi antropológica, de no ficción, crónica de
viajes. De acuerdo, es de cementerios, que a veces son oscuros, pero no es para causar
miedo. Te cuento cómo son las tumbas o historias supersticiosas del cementerio, pero
no necesariamente cosas de miedo. Cómo desaparecer completamente no tiene nada de
terror. Y Bajar es lo peor  tampoco, aunque pasan cosas terribles y hay alucinaciones
muy Hellraiser, muy robado de Clive Barker. Es una novela donde la gente tiene
miedo y una perpetua sensación de incertidumbre, pero no es una novela de género.

El terror me encanta, así que la etiqueta no me molesta, aunque no es del todo cierta.
Pero no me importa, yo no corrijo a nadie: que digan gótica, que digan de terror, lo que
quieran.

Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego son
recopilaciones de cuentos. ¿Te gusta más escribir cuentos?
Me gusta, pero empecé a escribirlos para aprender a escribir terror. El cuento para el
terror es muy bueno en el sentido de mantener la tensión. Una novela es más difícil,
aunque aprendí que en una novela no tenés que mantener la tensión todo el tiempo, tiene
que tener mesetas porque el lector las pide. Y en el cuento no conocés a los personajes,
no te importan, no perdés tanto tiempo. Fue la medida justa para aprender a medir la
tensión y también a desarrollar personajes femeninos, que yo hasta ese momento no
había escrito y no sabía cómo hacerlo, me salían todas Mariana. Tenés que construir un
personaje.

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