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Pontificia Universidad Católica de Chile

Seminario Filosofía de la Mente


Segundo Semestre 2017

Daniela Rivera Riquelme


Prof. Sebastián Sanhueza

La «relación» y la «definición» en el problema mente-cuerpo


Consideraciones en torno al criterio objetivo y al criterio subjetivo del dilema de la mente

La filosofía de la mente se encarga de la reflexión acerca de lo mental bajo una orientación


que excede el tratamiento que la ciencia otorga a dicha noción. En este sentido, esta área de
la filosofía se encarga de una serie de problemas que emergen tanto de la definición de los
términos en cuestión, como de la relación de los mismos. En efecto, no se trata únicamente
del estudio de las estructuras, desarrollo y función del sistema nervioso central, sino más
bien de la clarificación de las propiedades, exclusividad y relevancia causal de lo mental.
En este sentido, la filosofía de la mente formula preguntas tales como ¿cuáles son las
propiedades específicas de lo mental? ¿qué condiciones ha de cumplir una estructura para
que se le pueda atribuir una mente? ¿cómo afecta lo mental al dominio de lo físico? De este
modo, a la luz de tales interrogantes, surge un dilema que subyace a dichas preguntas y que,
a la vez, ha guiado el desarrollo histórico de esta área de la filosofía, a saber, el problema
mente-cuerpo.

El interés por esclarecer los elementos que hacen del ser humano una unidad se
remonta a los orígenes de la filosofía. En efecto, ya desde Platón y Aristóteles – y
probablemente con anterioridad a ellos – es posible observar la concepción del ser humano
como una unidad compuesta de cuerpo y alma. A través de la tradición, la reflexión en
torno al alma ha devenido en distintas teorías, concepciones y denominaciones de la
misma, sin embargo, la inclinación a postular un alma, espíritu, o bien, una mente, emana
de una intuición preliminar, a saber, que el ser humano, además de poseer un cuerpo con
atributos físicos, posee también la capacidad de pensar, percibir, sentir y desear. El
problema surge, por ejemplo, con la simple constatación de que el golpearse un pie es
diferente, en algún sentido relevante, a la sensación de dolor que le sigue. Frente a lo
anterior, surgen algunas ideas preliminares que, si bien son aparentemente plausibles,
pronto se manifiesta su incompatibilidad. En este sentido, la intuición general respecto a la
injerencia que posee la mente sobre el cuerpo es difícilmente rebatida, sin embargo, pronto
se cae en la cuenta de que la naturaleza de lo mental o espiritual, al menos en un sentido
preliminar, se diferencia sustancialmente del dominio de lo físico. Frente a esta
incompatibilidad, ¿cuál es la relación entre el dominio de lo físico y el dominio de lo
mental? ¿Bajo qué términos se da dicha relación, si es que ella fuera plausible?

Diferentes posiciones se han instaurado a partir de esta pregunta, las cuales transitan
desde tesis monistas, hasta posturas dualistas. Si bien el debate sobre la relación entre la
mente y el cuerpo tiene un inicio consistente en las Meditaciones Metafísicas de Descartes,
no es sino hasta mediados del siglo XX que se instaura la disciplina de la filosofía de la
mente propiamente tal. En relación a ello, resulta imperante señalar que dicha disciplina se
origina en compañía de los avances científicos que se dieron en las áreas de la neurociencia
y la psicología cognitiva, lo cual, como se sugerirá en este ensayo, influye y direcciona la
pregunta sobre la relación en cuestión.

En la primera mitad del siglo XX, para la ciencia psicológica, el conductismo –


tanto lógico como metodológico – constituyó la respuesta a la búsqueda por la explicación
de la vida mental interior. Dicha corriente, en favor de su objetivo científico, otorga a lo
mental una explicación únicamente conductual. La razón es sencilla: el espectro de la
introspección mental no tiene capacidad de verificación fuera del análisis conductual. Sin
embargo, bajo los criterios de la comprobación empírica, el conductismo termina por
relegar buena parte de lo mental.

Frente a la incapacidad por parte dela psicología de explicar el contenido mental de


los individuos, la filosofía abre una reflexión en este punto. En este sentido, la teoría de la
Identidad promete acoger aquello que la psicología conductista excluye del problema, sin
embargo, pretende seguir siendo una alternativa acorde a los criterios objetivos de la
ciencia, lo cual la convierte, una vez más, en objeto de críticas respecto a la legitimidad con
la cual concibe lo mental. En efecto, como reacción a las posturas materialistas, emergen
objeciones que apuntan en dirección de salvaguardar la conciencia y las experiencias
subjetivas de las redes de la objetividad científica, puesto que la teoría de Identidad, en su
afán por responder al problema, a la vez que mantener el criterio objetivo, concluiría en una
paradoja más que en una respuesta al problema. Ahora bien, ¿es la teoría de la Identidad
una propuesta realmente paradójica? ¿Cuál es la definición de lo mental que exige el debate
mente-cuerpo?

El presente ensayo pretende examinar el criterio de objetividad con el cual se abre


el debate en torno a la relación entre mente y cuerpo. Así, bajo el examen de la teoría
materialista de la Identidad mente-cerebro, la argumentación pretende mostrar que dicha
teoría, en un sentido relevante, sí constituye una respuesta a la relación entre mente-cuerpo
como plantea la pregunta en sus primeras formulaciones. Lo significativo de tal afirmación
será la consideración del criterio de objetividad con el cual se plantea la pregunta, y así, la
coherencia de una respuesta que responda a dicho criterio. Es por esto que, como se
mencionó anteriormente, bajo este análisis, no es del todo razonable despreciar el contexto
en al cual se abre la pregunta por la relación mente-cuerpo en el debate de mediados de
siglo XX. A raíz de esta defensa, se expondrán algunos de los puntos que sostiene el
filósofo australiano D. M. Armstrong, los cuales esclarecen el punto que este trabajo intenta
subrayar.

Frente a lo anterior, queda aún por responder a la inquietud que aqueja a los críticos
de las teorías materialistas, a saber, que hay algo primordial que la reducción materialista
olvida: la conciencia y las experiencias subjetivas. En este sentido, a la luz de las
consideraciones que el filósofo estadounidense Thomas Nagel apunta en su obra ¿Qué se
siente ser un murciélago?, se intentará sostener que la pregunta por la subjetividad dentro
del debate, excede los límites que la pregunta ha establecido en sus primeras formulaciones.
Sin embargo, esto no significa negarle importancia a la conciencia y la experiencia, muy
por el contrario, este esfuerzo pretende mostrar que si es que se ha de concebir dentro de lo
mental aquello que remite a la conciencia subjetiva, y las experiencias individuales,
entonces, probablemente la pregunta que instaura el debate mente-cuerpo en sus orígenes,
ya no podrá hacerse cargo de dicha reflexión.

La teoría de Identidad mente-cerebro como respuesta a la pregunta de la «relación»


Junto al filósofo australiano J. J. Smart, la teoría de Identidad Mente-Cerebro, o
también llamada Materialismo de Estados Centrales, instaura un punto de partida para la
reflexión filosófica sobre la mente. Así, dicha teoría posiciona las bases de su argumento en
las siguientes premisas:
i) La conciencia es un proceso en el cerebro
ii) La identidad entre conciencia y cerebro es de tipo composicional
iii) Lo anterior no constituye una definición sobre el significado de conceptos
físicos o mentales.

En relación a las premisas, la teoría de Identidad propone que los eventos mentales son
identificables con un estado cerebral. Dicho de otro modo, esta teoría sostiene que cuando
un sujeto tiene una post imagen, aquello será idéntico a tener un determinado proceso en el
cerebro, por ejemplo, la estimulación de fibras cerebrales del sistema nervioso central. En
este sentido, la teoría de la identidad afirma que tener una sensación es idéntico a tener un
estado cerebral específico. Cabe señalar acá, como lo sugiere el punto ii), que la identidad
no es necesaria, sino contingente.

Ahora bien, ¿cuál es la relación específica entre el dominio mental y físico para esta
teoría? ¿Qué significa que la identidad sea contingente? La respuesta a estas preguntas
muestra cómo la teoría de la Identidad es capaz de evitar el problema de la relación. En
efecto, esta postura propone que no son distintos ítems conceptuales los que hay que
relacionar. De esta forma, la Teoría de la Identidad otorga relevancia a lo mental, con lo
cual lograría superar las limitaciones de las posturas conductistas, a la vez que permite
mantener el principio de cierre explicativo causal que exige el marco materialista. Así, si
bien se reconoce el dominio de lo mental, su explicación remite, en último término, al
dominio físico.
Frente a la explicación recientemente señalada, ¿tiene sentido reprochar a la teoría de
Identidad el intento fallido de considerar a lo mental? Probablemente, si es que hay sentido
en esto, lo tiene ya siempre fuera de la pregunta y el problema inicial.

David M. Armstrong, en su obra A Materialist theory of the mind, intenta


desarticular la crítica respecto a la paradoja de la teoría de Identidad. En este sentido, el
filósofo australiano señala que la aparente contradicción de la teoría remite a la posición
que toman algunos filósofos respecto a estas premisas, los cuales desacreditan su
plausibilidad, sin embargo, desde la óptica de la ciencia psicológica y la neurociencia, la
teoría de la Identidad parece altamente satisfactoria para explicar la problemática en la que
se enmarca. Entonces, ¿a qué se debe la oposición entre las recepciones de la teoría de la
Identidad? En palabras de Armstrong:
But it is important to realice that this opinion that the Central-state theory ir paradoxical, is confined
almost exclusively to philosophers. They are usually taught as first-year University students that the mind
cannot possibly be the brain, and as a result they are inclined to regard the falsity of the Central-state theory as
self evident. But this opinion is not widely shared. (Armstrong, pág. 74, 1968).

Frente a lo anterior, parece que la objeción de la paradoja en la teoría materialista de


la Identidad olvida el origen y, sobre todo, la óptica o marco en al cual se ciñe la pregunta
por la relación entre mente y cuerpo. En este sentido, la teoría de Identidad sí otorga una
respuesta a la pregunta por la relación entre los dominios, lo cual constituye el punto central
del debate. La pregunta por la definición conceptual de los términos es una interrogante que
excede el debate que intenta instaurar el dilema en su presentación inaugural. En definitiva,
si se sostiene que la teoría de Identidad es fundamentalmente paradójica, probablemente, lo
paradójico allí es el descuido en el cual incurre la crítica misma: el olvido de los límites en
los cuales se plantea el debate de la relación entre los dominios en el problema mente-
cuerpo.

Ahora bien, todo parece indicar que las teorías materialistas, como bien argumenta
David Armstrong en su escrito, están exentas de críticas. Sin embargo, aunque la teoría de
la Identidad elude el problema de la definición de los dominios, esto no significa que el
esclarecimiento de este punto no sea significativo. En este sentido, la argumentación como
ha procedido hasta acá, pretende mostrar que el análisis y clarificación del ámbito mental –
como sostiene Helen Steward – es un paso fundamental en el desarrollo de la filosofía de la
mente. Ahora bien, para dar inicio a tal discusión, se torna fundamental, como se mencionó
anteriormente, detenerse en que los criterios que ambas preguntas, a saber, por un lado, la
pregunta por la relación mente-cuerpo y, por otro, la pregunta por la definición de los
términos de la relación, difieren en sus exigencias. En efecto, la primera pregunta se aboca,
en sus orígenes, a un criterio objetivo, mientras que la segunda se dirige hacia un criterio u
óptica subjetiva. A continuación, se procederá a la exposición del sentido en el cual es
posible argumentar que tratamiento de la conciencia y su criterio subjetivo representa otro
enfoque en el debate sobre mente y cuerpo.

La conciencia subjetiva y la experiencia como pregunta por la «definición» de lo mental

La conciencia es lo que vuelve al problema mente-cuerpo realmente inextricable.


Con dicha declaración Thomas Nagel comienza su trabajo titulado ¿Qué se siente Ser un
murciélago? Allí, el filósofo propone que dentro del problema mente-cuerpo, se ha dejado
de lado el aspecto más relevante de esta reflexión. Todo intento de reduccionismo implica
que la conciencia quede fuera del problema. Las reducciones que proponen las teorías
materialistas intentan pasar desde un dominio conocido, es decir, desde una realidad más
familiar a uno desconocido. Esto implica que la conciencia, la cual constituye el dominio
desconocido, se desplace por el dominio físico, el cual falla en la constatación de la
conciencia. En consecuencia, para Nagel, el desarrollo del debate mente-cuerpo implica, en
primera instancia, la definición de los dominios y, a partir de allí, en segunda instancia, se
podrá esclarecer la naturaleza de la relación en cuestión.

El punto central será, entonces, notar que la generalidad del problema mente-cuerpo
oculta dos perspectivas que han terminado por infectarse la una a la otra, provocando las
objeciones que han sido ya perfiladas. En este sentido, el problema mente-cuerpo abre la
pregunta, por un lado, por la relación entre los dominios, y por otro, por la definición de los
mismos. El análisis que se intenta desprender de ello, es que cada perspectiva intenta
encontrar su propio criterio en la respuesta a las preguntas. Sin embargo, en relación a la
reflexión sobre mente y cuerpo, la pregunta por la relación no se enmarca en los mismos
criterios subjetivos que sí posee la pregunta por la definición. Así mismo, la pregunta por la
definición de lo mental, no necesariamente se enmarca en los criterios objetivos que
inspiran el origen de la pregunta por la relación entre mente y cuerpo a mediados del siglo
XX.

Con todo, una teoría materialista intentará, a toda costa, rehuir las preguntas y
elementos que no puedan ser constatados de manera verificable, puesto que es el dominio
físico el fundamento último de la respuesta al dilema. Así mismo, una teoría
antirreduccionista como la de Nagel intentará mostrar que el carácter subjetivo de la
conciencia no puede ser tratado a través de la experimentación y criterios científicos que sí
estuvieron vigentes para las teorías materialistas del siglo XX.

A la luz de las consideraciones de Helen Steward sobre el cauce del problema


mente-cuerpo, las conclusiones que se extraen de esta exposición guardan relación con el
enfoque en el cual se presenta el dilema. En este sentido, para entrar en la perspectiva
consciente de nuestra mente, habrá que salir de una pregunta sobre la relación mente-
cuerpo que se aboca únicamente a un criterio objetivo para entrar a una que sí sea capaz de
acoger los criterios subjetivos que demanda la definición del dominio de lo mental.
Referencias Bibliográficas

- Armstrong, D. 1968. A Materialist Theory of the Mind. London: Routledge &


Kegan Paul.

- Kim, J. 1996. Philosophy of Mind. Oxford: Westview Press.

- Lowe, E. 2000. An introduction to the philosophy of mind. Cambridge: University


Press.

- Nagel, T. 1979. ‘¿Qué se siente Ser un Murciélago?’, en Nagel, T. 2000. Ensayos


sobre la Vida Humana. México: Fondo de Cultura Económica, 271-96.

- Smart, J. 1959. ‘Sensations and Brain Processes’, Philosophical Review 68. 141-56.

- Steward, H. 1997. The Ontology of the Mind. Oxford: Clarendon Press.

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