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El interés por esclarecer los elementos que hacen del ser humano una unidad se
remonta a los orígenes de la filosofía. En efecto, ya desde Platón y Aristóteles – y
probablemente con anterioridad a ellos – es posible observar la concepción del ser humano
como una unidad compuesta de cuerpo y alma. A través de la tradición, la reflexión en
torno al alma ha devenido en distintas teorías, concepciones y denominaciones de la
misma, sin embargo, la inclinación a postular un alma, espíritu, o bien, una mente, emana
de una intuición preliminar, a saber, que el ser humano, además de poseer un cuerpo con
atributos físicos, posee también la capacidad de pensar, percibir, sentir y desear. El
problema surge, por ejemplo, con la simple constatación de que el golpearse un pie es
diferente, en algún sentido relevante, a la sensación de dolor que le sigue. Frente a lo
anterior, surgen algunas ideas preliminares que, si bien son aparentemente plausibles,
pronto se manifiesta su incompatibilidad. En este sentido, la intuición general respecto a la
injerencia que posee la mente sobre el cuerpo es difícilmente rebatida, sin embargo, pronto
se cae en la cuenta de que la naturaleza de lo mental o espiritual, al menos en un sentido
preliminar, se diferencia sustancialmente del dominio de lo físico. Frente a esta
incompatibilidad, ¿cuál es la relación entre el dominio de lo físico y el dominio de lo
mental? ¿Bajo qué términos se da dicha relación, si es que ella fuera plausible?
Diferentes posiciones se han instaurado a partir de esta pregunta, las cuales transitan
desde tesis monistas, hasta posturas dualistas. Si bien el debate sobre la relación entre la
mente y el cuerpo tiene un inicio consistente en las Meditaciones Metafísicas de Descartes,
no es sino hasta mediados del siglo XX que se instaura la disciplina de la filosofía de la
mente propiamente tal. En relación a ello, resulta imperante señalar que dicha disciplina se
origina en compañía de los avances científicos que se dieron en las áreas de la neurociencia
y la psicología cognitiva, lo cual, como se sugerirá en este ensayo, influye y direcciona la
pregunta sobre la relación en cuestión.
Frente a lo anterior, queda aún por responder a la inquietud que aqueja a los críticos
de las teorías materialistas, a saber, que hay algo primordial que la reducción materialista
olvida: la conciencia y las experiencias subjetivas. En este sentido, a la luz de las
consideraciones que el filósofo estadounidense Thomas Nagel apunta en su obra ¿Qué se
siente ser un murciélago?, se intentará sostener que la pregunta por la subjetividad dentro
del debate, excede los límites que la pregunta ha establecido en sus primeras formulaciones.
Sin embargo, esto no significa negarle importancia a la conciencia y la experiencia, muy
por el contrario, este esfuerzo pretende mostrar que si es que se ha de concebir dentro de lo
mental aquello que remite a la conciencia subjetiva, y las experiencias individuales,
entonces, probablemente la pregunta que instaura el debate mente-cuerpo en sus orígenes,
ya no podrá hacerse cargo de dicha reflexión.
En relación a las premisas, la teoría de Identidad propone que los eventos mentales son
identificables con un estado cerebral. Dicho de otro modo, esta teoría sostiene que cuando
un sujeto tiene una post imagen, aquello será idéntico a tener un determinado proceso en el
cerebro, por ejemplo, la estimulación de fibras cerebrales del sistema nervioso central. En
este sentido, la teoría de la identidad afirma que tener una sensación es idéntico a tener un
estado cerebral específico. Cabe señalar acá, como lo sugiere el punto ii), que la identidad
no es necesaria, sino contingente.
Ahora bien, ¿cuál es la relación específica entre el dominio mental y físico para esta
teoría? ¿Qué significa que la identidad sea contingente? La respuesta a estas preguntas
muestra cómo la teoría de la Identidad es capaz de evitar el problema de la relación. En
efecto, esta postura propone que no son distintos ítems conceptuales los que hay que
relacionar. De esta forma, la Teoría de la Identidad otorga relevancia a lo mental, con lo
cual lograría superar las limitaciones de las posturas conductistas, a la vez que permite
mantener el principio de cierre explicativo causal que exige el marco materialista. Así, si
bien se reconoce el dominio de lo mental, su explicación remite, en último término, al
dominio físico.
Frente a la explicación recientemente señalada, ¿tiene sentido reprochar a la teoría de
Identidad el intento fallido de considerar a lo mental? Probablemente, si es que hay sentido
en esto, lo tiene ya siempre fuera de la pregunta y el problema inicial.
Ahora bien, todo parece indicar que las teorías materialistas, como bien argumenta
David Armstrong en su escrito, están exentas de críticas. Sin embargo, aunque la teoría de
la Identidad elude el problema de la definición de los dominios, esto no significa que el
esclarecimiento de este punto no sea significativo. En este sentido, la argumentación como
ha procedido hasta acá, pretende mostrar que el análisis y clarificación del ámbito mental –
como sostiene Helen Steward – es un paso fundamental en el desarrollo de la filosofía de la
mente. Ahora bien, para dar inicio a tal discusión, se torna fundamental, como se mencionó
anteriormente, detenerse en que los criterios que ambas preguntas, a saber, por un lado, la
pregunta por la relación mente-cuerpo y, por otro, la pregunta por la definición de los
términos de la relación, difieren en sus exigencias. En efecto, la primera pregunta se aboca,
en sus orígenes, a un criterio objetivo, mientras que la segunda se dirige hacia un criterio u
óptica subjetiva. A continuación, se procederá a la exposición del sentido en el cual es
posible argumentar que tratamiento de la conciencia y su criterio subjetivo representa otro
enfoque en el debate sobre mente y cuerpo.
El punto central será, entonces, notar que la generalidad del problema mente-cuerpo
oculta dos perspectivas que han terminado por infectarse la una a la otra, provocando las
objeciones que han sido ya perfiladas. En este sentido, el problema mente-cuerpo abre la
pregunta, por un lado, por la relación entre los dominios, y por otro, por la definición de los
mismos. El análisis que se intenta desprender de ello, es que cada perspectiva intenta
encontrar su propio criterio en la respuesta a las preguntas. Sin embargo, en relación a la
reflexión sobre mente y cuerpo, la pregunta por la relación no se enmarca en los mismos
criterios subjetivos que sí posee la pregunta por la definición. Así mismo, la pregunta por la
definición de lo mental, no necesariamente se enmarca en los criterios objetivos que
inspiran el origen de la pregunta por la relación entre mente y cuerpo a mediados del siglo
XX.
Con todo, una teoría materialista intentará, a toda costa, rehuir las preguntas y
elementos que no puedan ser constatados de manera verificable, puesto que es el dominio
físico el fundamento último de la respuesta al dilema. Así mismo, una teoría
antirreduccionista como la de Nagel intentará mostrar que el carácter subjetivo de la
conciencia no puede ser tratado a través de la experimentación y criterios científicos que sí
estuvieron vigentes para las teorías materialistas del siglo XX.
- Smart, J. 1959. ‘Sensations and Brain Processes’, Philosophical Review 68. 141-56.