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RENÉ DESCARTES (1596-1650)

ÍNDICE

1. Contexto histórico, cultural y filosófico


1.1. Contexto histórico
1.2. Contexto cultural
1.3. Contexto filosófico
1.4. Biografía de Descartes

2. Objetivo de la filosofía de Descartes

3. Las razones para un nuevo método → Epistemología

4. La respuesta cartesiana al problema del escepticismo: cogito ergo sum → Gnoseología


4.1. Las implicaciones del cogito

5. Ontología de Descartes. Metafísica de la sustancia

6. Antropología de Descartes. Dualismo

7. Influencias en el pensamiento de Descartes

8. Proyección y repercusiones de la filosofía de Descartes en la historia

9. Cronología

1. CONTEXTO HISTÓRICO, CULTURAL Y FILOSÓFICO

1.1. Contexto histórico

El siglo XVII es un período de crisis en Europa: La consolidación de los Estados modernos, sus afanes
imperialistas y la lucha por la hegemonía entre Francia, España, Holanda e Inglaterra, provocan grandes
enfrentamientos entre ellos.

A partir del siglo XV comienza a surgir en Europa un nuevo modelo de organización política y territorial
denominado Estado-Nación que viene a sustituir los antiguos reinos basados en feudos. Se camina así hacia
un modelo más centralizado y mejor administrado que otorga al Gobierno mayor control sobre su territorio,
población y riquezas. El problema estará en basar esa centralización del poder en la unidad nacional del
Estado, de modo que territorios que abarcan poblaciones de diferentes etnias, culturas o religiones empiezan
a sufrir la represión, la exclusión (e incluso la expulsión del país) y la imposición de un tipo de cultura
específica al resto con la intención de acabar con el multiculturalismo. Este fenómeno de diversidad cultural
era visto como una amenaza interna para el poder central del Estado que aspiraba a ser absoluto. De esta
forma podemos entender un poco mejor también nuestra propia historia española. Fueron los reyes católicos
los primeros en dar los pasos hacia la unificación cultural cuando expulsaron de la península a los judíos y
moriscos, dando por finalizada una convivencia religiosa de siglos entre las tres religiones. Por otro lado, fue
el rey Felipe V de Borbón quien acabó con los fueros y leyes especiales de los diferentes reinos Aragón,
Navarra, Cataluña o País Vasco, e impuso una legislación uniforme en toda España.

Una vez que los monarcas europeos afianzan su poder central a través de los Estados-Nación se embarcan a
la conquista del resto del mundo, entrando en contiendas no solo en territorio europeo, sino también en el
americano y el africano. El colonialismo no sólo se realizará de forma militar, sino también será un
colonialismo cultural y epistémico. El control de las principales vías de comercio y el acceso gratuito a las
materias primas tan cotizadas del nuevo mundo eran los puntos principales para conseguir la hegemonía (el
poder, control, influencia) sobre el resto de potencias europeas.
En esta lucha por la hegemonía europea la religión ocupa un papel central. Existía una alianza y conexión
muy fuerte entre el poder político y el poder religioso. Una vez Lutero comienza su Reforma, diversos reinos
centroeuropeos ven en este cisma religioso la oportunidad para escapar también del dominio político del
Emperador. De manera que bajo una excusa de disputa religiosa entre los católicos y los protestantes, se lleva
a cabo una serie de rebeliones por parte de aquellos que querían zafarse del poder político que ejercía sobre
ellos el Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y el Papa de Roma. La tolerancia religiosa
supondría también la aceptación de una especie de independentismo político que de ninguna manera estaban
dispuestos a tolerar los grandes Estados de Europa. Es por ello que la libertad de pensamiento y de credo será
un tema muy trabajado por la filosofía de esta época.

Una buena parte de la vida de Descartes coincide con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) entre los
estados católicos y protestantes del imperio alemán que concluye con la Paz de Westfalia. Esta guerra
enfrentó a las grandes potencias europeas con el odio religioso como trasfondo, fue una fase negra de la
historia de Centroeuropa en la que cerca de cinco millones de personas, mayoritariamente civiles, perdieron
la vida. Francia, al igual que el resto de las grandes naciones europeas de la época, se organiza como una
Monarquía Absoluta, que llegará a su apogeo con Luís XIV y la identificación entre el monarca y el Estado.

1.2. Contexto cultural

Desde el punto de vista cultural el tiempo de Descartes es el Barroco. Nace en Europa en un momento de
coexistencia difícil entre una visión armoniosa del mundo, que fue la del Renacimiento, y una nueva
sensibilidad hecha de pasión y de angustia suscitada por las profundas convulsiones sociopolíticas acaecidas
a finales del siglo XV. Por eso se dice que el tono general de esta época es pesimista. A este pesimismo
contribuye en gran medida la confrontación teológica entre católicos y protestantes de la que hemos hablado
antes y en la que Descartes participó.

La Contrarreforma impulsada a partir del Concilio de Trento (1545-1563), intentó refundar la autoridad
absoluta del papa en materia religiosa y la necesidad de mediación de la Iglesia en las relaciones entre Dios y
los hombres. Del mismo modo, fe y razón se presentan como principios contrapuestos e
irreconociliables. Nadie niega la certeza de las verdades de fe, lo que se cuestiona es el uso de la razón en
ellas, uso que para algunos es perjudicial y contrario a la verdadera virtud. El fideísmo es común en estos
autores. No hay preámbulos racionales para la fe, y muchas de las cuestiones de la Metafísica se toman como
asuntos aceptados por fe, y no deducibles por la razón: demostración y atributos de Dios, inmortalidad del
alma, e incluso la distinción entre sustancia y accidentes.

Desde el punto de vista socio-económico, se produjo un fuerte desarrollo de la burguesía vinculada al


capitalismo mercantilista, favorecido por la expansión del comercio marítimo y colonial. El activo comercio
y colonización de América y otras zonas geográficas por parte de los países europeos aporto el conocimiento
y la descripción de numerosos lugares, rutas y antecedentes de culturas exóticas desconocidas hasta esa
época.

La sociedad del siglo XVII era una sociedad escindida: la nobleza y el clero conservaron tierras y
privilegios, la burguesía comenzaba a amasar grandes fortunas y a reclamar derechos de propiedad, y
mientras los campesinos sufrían en todo su rigor las crisis económicas. La jerarquización y el
conservadurismo social dificultaban el paso de un estamento a otro y sólo algunos burgueses lograron
acceder a la nobleza.

Otro rasgo cultural interesante de esta época es la invención y desarrollo de la imprenta. Este invento
permite, entre otras cosas, que el ámbito de la cultura salga fuera de los círculos eclesiásticos (Monasterios,
catedrales) haciéndose accesible a personas ajenas a la religión. De ahí también que el latín comience a no
ser la lengua culta en exclusiva y se publiquen muchos libros en las lenguas nacionales. Hasta ese momento
el acceso al saber y la cultura permanecía celosamente custodiado por la autoridad de los clérigos, que
ostentaban en sus bibliotecas y escuelas el monopolio de la lectura, como si solo ellos tuvieran la clave de la
proporcionalidad entre Dios y las cosas. Precisamente contra ese monopolio del saber se había alzado la
Reforma Protestante en el siglo XV, abanderada por teólogos de nuevo cuño como Lutero, Tomás Moro o
Erasmo de Rotterdam. Según ellos, la relación entre Dios y el hombre debía ser replanteada para facilitar el
acceso individual a Dios; todo aquel que quisiera consultar las Escrituras debía poder hacerlo sin pasar por
la mediación de una Iglesia corrupta.

De ese espíritu de querer enfrentarse a la Naturaleza sin mediación de autoridad alguna comenzaron a
resurgir prácticas y teorías pseudocientíficas que anunciaban una Nueva Alianza entre lo divino y lo
humano, tales como la magia, la astrología o la alquimia. Estas viejas concepciones esotéricas del saber
estaban dispuestas a descubrir nuevas e inopinadas relaciones entre los hechos mas dispares y a recombinar
los elementos para dar lugar a mezclas mas puras. Cada objeto del mundo se ofrecía como un rostro
enigmático presto a ser descifrado, y la única prueba de error era el aislamiento, la incapacidad de relacionar
algo con la trama que lo vinculaba con el Todo. Así, el ser humano obtenía directamente de la naturaleza
la potencia universal de la divinidad. Sin embargo, conforme esta concepción rebosante de la Naturaleza
se fue extendiendo, se fue haciendo más palpable que lo esotérico y lo oculto funcionaban más como un
símbolo del rechazo a la autoridad y un anuncio del nuevo mundo (como una ficción provisional) que como
un sistema de pensamiento apto para ese nuevo mundo del capitalismo. Entre las clases emergentes y
profesiones liberales, la simpatía por lo esotérico era más un modo de aglutinar el anticlericalismo que
de ofrecer la alternativa consistente a lo viejo (la escolástica de Tomás de Aquino) que el nuevo mundo
demandaba.

Pero al mismo tiempo, en medio del clima liberal renacentista, algunos estudiosos habían aprovechado para
mirar directamente al mundo sin pasar por la biblioteca y encontrar en sus fenómenos, especialmente en los
movimientos de los astros, patrones y proporciones de tipo matemático. De estas operaciones nació el
heliocentrismo de Copérnico (que postulaba el movimiento de la Tierra alrededor del Sol), y poco después,
la observación de la Luna con telescopio por parte de Galileo, que constató que en ella había valles y
montañas, tumbando veinte siglos de tajante división aristotélica entre cielo y tierra. Los descubrimientos
científicos y astronómicos, ponen en cuestión la cosmogonía de un mundo cerrado, del que la Tierra
era el centro. Así, entremezclados frecuentemente con esa fiebre renacentista por leer el libro de la
Naturaleza sin mediaciones, aparecieron las semillas de lo que posteriormente llamaríamos “ciencia
moderna”, cuyos protagonistas y padres fundadores fueron Copérnico, Bacon, Galileo, Kepler o Newton.

Descartes se rodeaba de los grandes matemáticos de su tiempo: Fermat, Gassendi, Roberval, Beaugrand y
el niño prodigio Blaise Pascal (a la postre rival de Descartes en el terreno filosófico). Un compañero de La
Flèche, Marin Mersenne, teólogo aficionado a las matemáticas, destacó por tratar de cribar la nueva física
matemática de todo poso esotérico de magia, cábala o alquimia. Debido a ello, se convirtió en el azote del
pensamiento renacentista que daba sus últimos coletazos a principios del siglo XVII. Descartes y él sostenían
una opinión similar: la nueva ciencia era compatible con el catolicismo e incluso debía ser
promocionada desde él a fin de separarla de todo reducto oscurantista y herético. A fin de que la Iglesia
tolerara esta nueva concepción responsable de la ciencia, era necesario separar claramente la física de la
teología, justamente lo que no ocurría en el pensamiento esotérico, en el que se mezclaba continuamente lo
natural con lo sobrenatural en un retorno al dinamismo y al animismo antiguos. Mersenne representaba la
cara amable de la Iglesia católica hacia la nueva ciencia. Tanto Mersenne como Descartes entendieron que la
manera de combatir la Reforma y el estallido anticlerical ya no podía ser un retorno a Aristóteles. Solo así se
explica que fuera en este círculo católico donde se difundieran las nuevas ideas, incluyendo entre ellas el
atomismo, el heliocentrismo y el mecanicismo. Todavía no se ha culminado, pero la Revolución Científica
está en todo su apogeo en esta época. Todos los nuevos descubrimientos pondrán en jaque los conocimientos
tenidos por verdaderos hasta le fecha, lo cual producirá una crisis escéptica en el pensamiento moderno.

El problema planteado por Lutero primero y más tarde por Calvino es el problema de encontrar un criterio
de verdad para nuestras creencias: ¿Cómo sabemos que un juicio determinado se corresponde con la realidad?
Todos aceptaban que las Sagradas Escrituras eran la revelación de la palabra de Dios, pero a su vez también
aceptaban que se necesitaba una interpretación de ella, puesto que las contradicciones y los pasajes oscuros
abundaban. Y puesto que se trataba de llegar a saber qué era lo que Dios decía exactamente, era necesario llegar
a una sola verdad y tener por tanto un criterio que garantizase que esa y no otra era la verdad.

Lutero estableció un nuevo criterio religioso, el de que la conciencia está obligada a creer aquello que ella misma
se dicta. La consecuencia es que si la lectura de la Biblia lleva al lector a sacar conclusiones que divergen de las
ofrecidas por la Iglesia católica, su deber será seguir su propia conciencia, pues ésta es el único criterio seguro
de verdad. Para la Iglesia católica esto era inaceptable porque minaba su autoridad y su papel como
intermediaria entre Dios y los hombres. Además, pensaban que con ello se introducía la anarquía religiosa,
destruyendo cualquier norma de verdad, porque todo aquello que a una conciencia le pareciese verdadero tenía
que ser verdadero. Muy pronto este problema iba a ser planteado en el ámbito de la filosofía en términos no
religiosos sino escépticos: ¿cómo sabemos que aquello en lo que creemos es verdadero?

Un problema de índole eminentemente religioso paulatinamente se fue transformando en un problema de


epistemología. Era el problema de cómo saber cuál de entre varias teorías incompatibles entre sí, pero
compatibles con la evidencia disponible, era la verdadera. Todo esto se planteaba de forma científica y
políticamente activa con el problema de las nuevas teorías astronómicas y físicas y el juicio al que fue sometido
Galileo. Este debate no era meramente académico. La cárcel y la hoguera también jugaban un papel.

1.3. Contexto filosófico

Si a algo cabe llamar con rigor “modernidad” en filosofía (ese período cuya extensión abarca desde el
Renacimiento hasta los intentos de superación e inauguración de una nueva etapa que comienzan a
materializarse a finales del siglo XX) es precisamente el giro epistemológico, al hecho hasta entonces
insólito de preguntarse cómo es posible conocer, cuáles son las condiciones de posibilidad de nuestro
acceso a las cosas, y a ubicar esta pregunta en el centro y en el origen de la reflexión acerca del mundo.
Modernidad es desplazar la cuestión de la ontología (qué es, qué hay) a la epistemología (qué puedo
saber), o del mundo tomado como objeto (y nosotros en él) al mundo visto a través de un sujeto. Los
modernos entendieron que este giro aportaba numerosas ventajas: además de alejarnos de especulaciones
vanas acerca de objetos de dudosa certeza que a menudo no traían más que discordia (los dioses, los ángeles,
la forma del universo o sus componentes últimos), solo así era posible liberar un terreno autónomo para la
razón, que aparecía hasta entonces supeditada a poderes y realidades más eminentes (como el intelecto
divino) o soberanas (como el designio del rey o el tirano de turno). Desde la modernidad, aquello a lo que
tengo acceso de forma inmediata es a mi pensamiento, mi conciencia, y es a partir de él (solo a partir
de él) como accedo al mundo exterior y como el mundo exterior penetra en mí. Somos en primera
instancia, por tanto, sujetos pensantes, no hijos de Dios o compuestos de átomos. El pensamiento es algo que
debe ser puesto lo primero, si es que no se quiere renunciar a entenderlo más tarde.

La vida de Descartes coincide con el final del Renacimiento. Desde el punto de vista filosófico, podemos
decir que ya hacía algún tiempo que Dios había dejado de ser el centro de la preocupación filosófica,
como ocurría en la Edad Media. El hombre se convierte en el objeto principal de la filosofía y,
especialmente, los temas relacionados con el conocimiento. La escolástica medieval basada en el realismo
aristotélico entra en crisis principalmente por causa del Nominalismo de Ockham que supone la ruptura
definitiva entre fe y razón. Este es el terreno en el que Descartes es considerado fundador y principal
representante: la corriente racionalista. Esta corriente toma como referencia la ciencia moderna
(Galileo, Bacon, Kepler) y como modelo el método matemático. Además, como el propio nombre indica,
conceden a la razón, el conocimiento teórico, una importancia radical, aceptando el innatismo de los
principios esenciales del conocimiento y despreciando el conocimiento sensorial como fuente fiable.

Durante el siglo XVI y XVII se sucedieron una serie de descubrimientos científicos que provocaron un
cambio radical de mentalidad en la época. Hasta la fecha seguía vigente el modelo aristotélico para entender
el cosmos y en general, la física, pero el tipo de explicación mecanicista que se desarrollaba con los nuevos
descubrimientos fue sustituyendo el antiguo modelo finalista, orgánico y jerárquico que había establecido
Aristóteles muchos siglos atrás. Por mecanicismo se entiende, grosso modo, la consideración de la
naturaleza como una inmensa máquina desprovista de alma (y por tanto ajena a la moral) cuya explicación se
reduce enteramente al movimiento de unas partes sobre otras, y que en consecuencia puede ser entendida y
modificada a nuestro favor. Será Descartes quien formule explícitamente esta nueva visión del universo y la
naturaleza que tanto influyó en la eclosión de numerosas esferas de la vida moderna, no solo la científica,
sino también la artística, industrial, recreativa o política. Al punto que el símbolo elegido durante siglos para
definir esta nueva época fue el reloj, ejemplo predilecto para ilustrar el funcionamiento del mundo material.

Además de esto, la explicación de fenómenos naturales que realiza la nueva ciencia (denominada ciencia
clásica, en contraposición a la actual ciencia cuántica contemporánea) sustituyó a los antiguos conceptos
abstractos de los que partía la ciencia antigua, basándose ahora en la observación, la experimentación y la
medida, tomando las matemáticas como apoyo fundamental. Todo este desarrollo científico contribuyó a
que, poco a poco, avanzase la mentalidad racionalista y a que se llegase a un cambio de la concepción del
mundo. Con los avances científicos, la filosofía de esta época se olvida del estudio de la naturaleza y se
centra en el problema del método, la validez, la posibilidad y el alcance del conocimiento humano.

Leibniz, Spinoza y, por supuesto el propio Descartes son los principales representantes del Racionalismo.
Históricamente, el Racionalismo encuentra su oposición en el Empirismo británico de Locke y Hume. Ellos,
y especialmente Hume, representan la oposición radical a la filosofía cartesiana (de Descartes) fundando una
corriente que rechaza la existencia de ideas innatas y pone en la información sensorial, la fuente y el límite
del conocimiento humano.

Por tanto, tenemos que la filosofía de la Edad Moderna la constituyen dos modos de pensamiento que
transcurrieron durante lo siglos XVII y XVIII, racionalismo y empirismo, que desembocaron en la
Ilustración (su autor estrella será Kant). Ambas corrientes de pensamiento dieron una importancia
fundamental a los problemas del conocimiento y a la teoría política, debido a su conexión con la
Revolución científica y con el desarrollo de la sociedad burguesa. Las dos corrientes se plantearon la
filosofía como un saber reflexivo sobre el conocimiento, tomando como punto de referencia el modelo de la
ciencia. El racionalismo destacó el papel prioritario de las matemáticas a la hora de garantizar la validez y
la certeza del conocimiento, mientras que el empirismo dio más importancia al componente empírico del
conocimiento científico. Para el racionalismo, la razón humana será entendida como un agente válido y
autónomo para establecer su propio criterio de conocimiento sin más orientación y guía que el método
que ella misma se ha impuesto para lograr un correcto saber y obrar. El modelo del método lo
constituirá el ideal matemático.

El racionalismo lo componen varias filosofías del siglo XVII y XVIII, Descartes, Malebranche, Spinoza y
Leibniz, para quienes todo conocimiento proviene de la razón, la cual está dotada de ideas innatas, como los
principios matemáticos. Dichas filosofías tuvieron en común las siguientes características:

a) La preocupación constante por un método ideal de conocimiento que ofreciese resultados exactos en
todas las ciencias y en la filosofía.

b) El modo de conocimiento era la intuición intelectual, es decir, la captación directa e inmediata de


conceptos en la misma razón, que es el fundamento de la deducción; para los racionalistas ambas, tanto la
intuición como la deducción, componen el saber. De esta manera, el racionalismo considera que la única
facultad de conocimiento es la razón, por lo que se desestima considerablemente el valor de la experiencia
sensible. De ahí que, para los racionalistas, las cosas reales no son el verdadero objeto de conocimiento,
sino que este se encuentra constituido por las ideas. La consecuencia de ello es que el sujeto se convierte en
el fundamento de toda la metafísica y de todo el saber, lo cual acarreará una serie de problemas. Si el
conocimiento versa sobre las ideas y no sobre las cosas reales, entonces hay que descubrir cuál es la
validez de esas ideas a la hora de explicar la realidad sensible. Para el racionalismo, no habrá otra salida
que afirmar que la garantía de validez de nuestro conocimiento está en la veracidad de Dios, que no permite
que las ideas nos engañen.

c) La realidad del mundo de las cosas sensibles es entendida como un conjunto de sustancias. Ser es ser
sustancia.

CARACTERÍSTICAS DE LA FILOSOFÍA DEL RACIONALISMO


FILÓSOFOS CARACTERÍSTICAS
Descartes • La razón como única fuente de conocimiento válido y su garantía es Dios.
Malebranche • El conocimiento parte de la intuición intelectual, no por la experiencia.
Spinoza • Explica los conceptos universales a partir de las ideas innatas.
Leibniz • La realidad del mundo sensible es entendida como un conjunto de sustancias.
Nociones importantes para el tema:
Escepticismo: corriente de pensamiento que establece la
imposibilidad de fundamentar el conocimiento, de modo
que resulta imposible demostrar la verdad acerca de nada.
1.4. Biografía de Descartes

René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, una pequeña aldea de la provincia de Turena,
cerca del valle del Loira, en el centro de Francia. A los nacidos en esa localidad, a partir de la Revolución
francesa de 1789 se les llama descartoises.

El pequeño René tuvo una infancia poco reseñable, con el componente traumático de haber perdido a su
madre, víctima de un parto complicado, cuando solo tenía un año de edad. Su padre, un distinguido jurista,
formó pronto una nueva familia, dejando a sus anteriores hijos a cargo del tío materno, un político tolerante
acostumbrado a mediar con éxito en los conflictos entre católicos y hugonotes (como se conocía a los
calvinistas franceses, partidarios de la Reforma Protestante). Descartes creció beneficiándose de las
comodidades de una familia católica de clase media alta, compuesta por médicos y juristas, aunque aquejado
de una fragilidad corporal (manifiesta por su inseparable tos seca) que solo empezaría a superar a partir de
los veinte años.

A los diez años ingresó en la flamante escuela de La Fléche, gestionada por la orden católica jesuita. Se
trataba del centro de estudios más avanzado de la Europa cristiana. Los jesuitas se veían a sí mismos como la
vanguardia de la Contrarreforma: un ejército de eruditos que debían mostrar las virtudes pedagógicas y
tutelares de la Iglesia de Roma frente a la “barbarie” separatista. Sus técnicas educativas eran
asombrosamente modernas: la tutela era personalizada, se motivaba al alumnado con frecuentes premios y
actividades participativas y se fomentaba su autonomía. Descartes permaneció allí hasta los dieciséis años,
donde recibió una formación extendida en matemáticas, física y metafísica, que se añadían a las
reglamentarias lenguas clásicas, literatura, gramática y retórica. Sin embargo, cuando termina estos estudios
expresa su necesidad de salir de los libros para completar su educación con algo que ni la mejor escuela
podía proporcionarle: el contacto con el mundo. Esta actitud ya refleja el moderno desplazamiento del foco
de interés de la biblioteca (donde estamos a merced de la autoridad tutelar) al “teatro del mundo” (donde
debemos valernos de nuestro sentido común).

El joven salió de La Flèche con dieciséis años y a los veinte se licenció en Derecho. Entretanto, además,
ejerció como aprendiz de médico en el pueblo de su padre. Ya licenciado, decide incorporarse al ejército. En
los doce años que siguen a su graduación, Descartes aparece en los lugares críticos de Europa en los
momentos precisos en los que se deciden los acontecimientos que inician y orientan la guerra de los Treinta
Años, es por ello que algunos estudiosos recientes sugieren la hipótesis de que Descartes fue un espía. Un
agente doble empleado durante doce años por los servicios de inteligencia de los Austrias, cuya causa era
asesorada directamente por los jesuitas. La hipótesis no parece descabellada. Los espías abundaban en una
época de intrigas palaciegas y conspiraciones a gran escala. Aunque solo hubiera sido como observador o
informante, el joven daba el perfil requerido: docto, discreto, conocedor del latín, apreciado en altas esferas
jesuitas y necesitado de algún dinero para costear su ocioso estilo de vida.

En 1626, dando por finalizada su vida como viajante (o espía), trató sin mucho éxito de encontrar puesto
como jurista similar al de su padre en su pueblo natal. Descartes era un tipo impaciente, y al ver que los
trámites se alargaban decidió asentarse tres años en París, donde permaneció hasta 1628. Durante esa época,
mientras Europa central se sumía en la guerra, Francia disfrutaba de una época de tolerancia religiosa
favorecida por el difunto rey Enrique IV. Descartes vivió la “época libertina”, caracterizada por un auge sin
precedentes de nuevas ideas ajenas al dogma eclesiástico. Esta ola de progresismo tuvo su origen en 1619,
cuando un profesor de filosofía y medicina llamado Vanini fue quemado por ateísmo y homosexualidad. Un
gran sector de la población francesa se rebeló contra los métodos de censura eclesiástica, y convirtió a Vanini
en el símbolo de una apertura intelectual que desbordaba los viejos esquemas de Reforma versus
Contrarreforma. Sin embargo, en todo este ambiente cundía, como es habitual cuando un paradigma
ideológico entra en crisis, un gran eclecticismo. Las ganas de cambio iban muy por delante de la concepción
clara de una alternativa.

Descartes decidió abandonar súbitamente París a finales de 1628, bajo la hipótesis del espionaje, fue avisado
de que el poder sabía de sus manejos con el enemigo (los Austrias) y que los jesuitas ya no podían garantizar
su seguridad por más tiempo en Francia. Ello explicaría el exilio autoimpuesto (ya no volvería a vivir más en
su país) y el cambio obsesivo de residencia (al menos 18 veces durante los siguientes 15 años) durante su
estancia en Países Bajos, en donde residió durante veinte años. Descartes se inscribió como oyente en las
universidadesde Franeker y Leiden para ampliar sus conocimientos sobre astronomía y medicina. También se
intereso por la química y la anatomía, además de profundizar en sus reflexiones sobre la metafísica (en la
distinción cuerpo-alma y la naturaleza de Dios). A nivel técnico, estaba obsesionado con la fabricación de
lentes que no falsearan el comportamiento de la luz. Por esta época, ya con 32 años, Descartes había
empezado a sistematizar por escrito sus hallazgos. Su labor intelectual de juventud se puede clasificar en tres
grandes dominios:
a) Sus investigaciones matemáticas, que le habían llevado a idear una fusión de álgebra y geometría según la
cual era capaz de describir de forma muy sencilla cualquier curva en relación a unos ejes de coordenadas.
b) Sus estudios en física a partir de la resolución de problemas que le proporcionaban sus amigos del círculo
matemático. En este ámbito, sus intereses se fueron desplazando desde la geometría de los sólidos al estudio
de la óptica, donde descubrió la ley de refracción (trayectoria geométrica de los rayos de luz en su paso de un
medio a otro).
c) Sus indagaciones acerca de un “método universal” de conocimiento que, inspirado en su descubrimiento
de la geometría analítica, trataba de dar unas pautas aplicables a cualquier campo del saber. Estas
indagaciones cristalizaron en las Reglas para la dirección del espíritu.

Esta época fue la más feliz de su vida y la más prolífera. Disfrutaba de su anonimato, estudiaba, escribía y
dormía a pierna suelta. En 1635 tuvo su primera y única hija con una doncella. Sin renunciar a su habitual
discreción la bautizó en una iglesia protestante bajo pseudónimo y la trataba como a su sobrina delante de
sus invitados. Descartes hizo vida en familia con ambas durante largos períodos. Por desgracia, cuando la
pequeña contaba con solo cinco años y su padre empezaba a hacer gestiones para enviarla a las mejores
escuelas de Francia, murió súbitamente de escarlatina, una enfermedad infantil por entonces letal. Para
rematar la tragedia, la madre habría muerto apenas unas semanas antes debido a una alta fiebre. Según el
biógrafo oficial de Descartes, la muerte de su hija en sus propios brazos fue de lejos el mayor pesar que
experimentó Descartes en toda su vida.

En 1637 publicó un ensayo que cambiaría la historia de la filosofía para siempre: Discurso del método. En él
se desvelaban de golpe y con claridad mediana no uno, sino dos rasgos definitorios del pensamiento
moderno: el racionalismo (afirmación de la razón como criterio fundamental de la verdad y fuente principal
del conocimiento) y el idealismo (descubrimiento de la conciencia como realidad primera y punto de partida
de la filosofía). Pese a no introducir ninguna novedad sustancial, las Meditaciones Metafísicas, publicadas en
1641, son consideradas por muchos como la obra maestra de Descartes. En ellas desarrolla lenta y
cuidadosamente todo el aparato epistemológico y metafísico del Discurso, desde la duda hasta la existencia
del mundo material, pasando por las pruebas de la existencia de Dios. Afirmaba que la obra podía ser
entendida por cualquiera, pues él proclamaba abiertamente la igualdad de las inteligencias 1.

En la década de 1640 comenzó a escribirse con la princesa Elisabeth de Bohemia, con la que mantenía una
relación de admiración mutua. La joven respondía al mejor perfil intelectual de la época, siendo una suerte
de alma gemela de Descartes: no estaba adoctrinada en el tomismo, conocía seis lenguas, despuntaba en
matemáticas y había renunciado al matrimonio a favor del estudio. Además, había leído atentamente la obra
publicada de Descartes. Las cartas con Elisabeth son un encuentro intelectual de primer orden. Algunos de
los pasajes más significativos y profundos de Descartes, incluyendo el tratado Las pasiones del alma (1649),
nacen de esta correspondencia que le fuerza a explorar las regiones menos claras de su pensamiento para
buscar en ellas mayor precisión. El origen de esta obra está en una carta en la que Elisabeth le exige una
definición rigurosa de las pasiones a fin de entender cómo, siendo tan distintos la mente y el cuerpo, pueden
interactuar. Las respuestas del filósofo (“experimentamos su interacción, y Dios sabrá cómo funciona),
incluyendo su célebre recurso a la glándula pineal, ponen de manifiesto que nadie hasta entonces le había
exigido rigor sobre ese punto, seguramente porque era aquel donde las respuestas se apartaban del suelo
teológicamente firme, pero también porque, más que un problema, Descartes se había inclinado a ver en esa
distancia una solución. En este sentido, la cuestión de la franja oscura y confusa entre lo claramente
distinguido aventuraba dificultades que caracterizarán a toda una época (que todavía es, en buena medida, la
nuestra).

1 Algunos de los primeros tratados feministas modernos, como De la igualdad de sexos (1673), de François Poulain de la Barre,
fueron escritos por cartesianos. Apoyándose en principios como la separación cuerpo-mente o el rechazo de los prejuicios y la
tradición, promovían el acceso de las mujeres al sacerdocio, la judicatura, el poder político, las cátedras universitarias y los altos
cargos del ejército. Todo ello debía cimentarse sobre una educación plenamente igualitaria.
En septiembre de 1649 Descartes parte a Estocolmo tras aceptar con mucha reticencia el puesto en la corte
que le ofreció la reina Cristina de Suecia, prima de Elisabeth. Pero las cosas empezaron con muy mal pie. De
entrada, Descartes tardó tanto en llegar (seis semanas) que a la reina ya se le había pasado el interés por la
filosofía y andaba intrigada con la historia de la Antigua Grecia, la cual a Descartes siempre le había
parecido fastidiosa. Además, cometió el error de en la primera reunión que tuvo con Cristina hablarle
maravillas de su prima. Según los biógrafos, Cristina era una persona celosa, y especialmente de la bella e
inteligente Elisabeth. Cuando Descartes le dijo que él no sabía nada de Grecia, Cristina le ofreció ir de viaja
a conocer Suecia, a lo que él se negó: había ido allí a enseñar. No contenta con ello, le mandó entonces
componer la música para un espectacular ballet con el que se celebraría la Paz de Westfalia. Descartes se
volvió a negar, pero no tuvo más remedio que aceptar escribir el libreto de la función con todos los
pormenores. Para su desdicha, la obra fue un éxito y el público exigió que el filósofo de moda escribiera un
drama de amor con princesa, tirano y amante. René pasaba los días lamentando haber ido a Suecia. Cuando
apenas llevaba dos meses allí le dijo a un amigo que no aguantaba más, este amigo se lo contó a la reina, que
pareció tomárselo como un ultimátum y accedió a recibir lecciones, pero con una condición: tendrían lugar
tres veces por semana a las cinco de la madrugada en el enero más frío que se recordaba en un siglo. Se
intuye que, conocedora de los hábitos de descanso del filósofo, la reina quiso poner a prueba su vocación.
Descartes obedeció, pero a las pocas semanas había contraído un resfriado que derivó en neumonía. Además
de atravesar las calles de noche y caminar a través de un viento helado por el puente de palacio, la biblioteca
era una estancia gélida. A principios de febrero había empeorado notoriamente, y pese a una leve mejoría tras
ceder a que lo trataran sufrió un desmayo mortal justo cuando pedía ser retirado de la cama. Falleció el 11 de
febrero de 1650. Habiendo planeado llevar a los cien años, apenas alcanzó los 53.

Ahí no acabó la bochornosa peripecia sueca de Descartes. Consternada por su responsabilidad en la muerte
prematura del genio, la reina proclamó que le daría funerales de estado y que su tumba estaría entre la de los
reyes de Suecia. Sin embargo, por lo pronto no había más remedio que enterrarle en un nicho de madera
reservado a los no bautizados en el protestantismo, junto a los huérfanos y prisioneros de guerra. Teniendo
sin duda cosas más importantes que hacer, Cristina olvidó sus planes y la tumba se pudrió. Hubieron de pasar
17 años para que el pequeño cadáver fuera penosamente exhumado, despojado de su calavera (vendida varias
veces antes de terminar en el Museo del Hombre de París) y enviado a Francia, donde tuvo distintos sepelios
bastante discretos hasta descansar, ya sí, en la iglesia de St-Germain-des-Prés.

2. OBJETIVO DE LA FILOSOFÍA DE DESCARTES

Que las cuestiones científicas envuelven cuestiones filosóficas es lo que Descartes nos permite apreciar con
meridiana nitidez. Considerado sin discusión uno de los padres de la ciencia moderna, Descartes no deja de
insistir en que, a fin de construir sólidamente el edificio del saber, le es preciso remontarse a los
principios filosóficos sobre los que aquel deberá apoyarse. Si somos modernos a partir de Descartes es
precisamente porque sabemos que nuestra ciencia, de la que con razón nos sentimos orgullosos, exigió un
replanteamiento filosófico de primer orden. Un giro epistemológico que ubicaba al sujeto de
conocimiento, y ya no a la materia o a Dios, en el comienzo de todas las explicaciones.

La filosofía cartesiana puede resumirse de forma sencilla. A grandes rasgos, parte de una cuestión
epistemológica que nunca abandona: “¿qué me es posible saber con certeza?”, para derivar en seguida, sobre
la ruta trazada, hacia tres cuestiones metafísicas: la constitución del universo que pretendo conocer, la
relación entre sus diferentes dominios (pensamiento y extensión) y si es necesario postular la existencia de
un ser perfecto.

Descartes sabe que los sueños de una doctrina del saber entregada de una vez por todas a los hombres por la
divinidad ya no retornarán. En esa medida, tendremos que empezar a acostumbrarnos a pensar sobre una
cierta ausencia (la del Libro Sagrado, la de la autoridad incuestionable), sobre un vacío insaturable que se
corresponde, no obstante, con la buena noticia de que somos libres.

Descartes es el filósofo que mejor asume el cúmulo de problemas planteado por los retos de la nueva
ciencia y el auge del nuevo escepticismo, y el que ofrece una solución más interesante, y si bien en ningún
momento acaba con la discusión sí que la eleva y abre en ella nuevas vías. Su pensamiento es especialmente
significativo para la historia de la filosofía porque generalmente se considera que con él comienza el
pensamiento auténticamente moderno. El aspecto más relevante y novedoso del pensamiento cartesiano es la
importancia que otorga al sujeto como punto de partida para la reflexión filosófica. A partir de entonces, el
papel central de la subjetividad pasará a convertirse en la característica de la filosofía moderna, marcando
una diferencia fundamental con la orientación del pensamiento anterior.

Como hemos visto, el siglo XVI contempló el resurgimiento de los movimientos escépticos de la antigüedad, la
duda sobre la validez y verdad de nuestras creencias se había apoderado de la mayoría de pensadores jóvenes de
la época y por eso Descartes se propone rebatirla. Tratando de superar esa incertidumbre reinante en su
época, Descartes defiende que la ciencia solo podrá avanzar de manera firme y segura si somos capaces de
encontrar un punto de partida absolutamente indudable sobre el cual no pueda haber ninguna duda ni
controversia. Por eso, el primer objetivo del pensamiento cartesiano consiste en hallar estas verdades
seguras e indudables que son como los cimientos sobre los que edificar todo lo que podemos conocer.

Descartes inaugura en la historia del pensamiento el racionalismo. Esta corriente filosófica afirma que los
sentidos no son fuentes fiables de conocimiento objetivo. La razón, por sí sola, prescindiendo de los
sentidos y concentrándose sobre sí misma, puede llegar a descubrir en su interior ideas innatas,
absolutamente seguras e innegables. A partir de esas verdades o primeros principios, se puede llegar al
descubrimiento de la realidad auténtica mediante el uso exclusivo de la razón. Descartes pretendía
aplicar a la filosofía la misma certidumbre de la matemática y, para ello, partió de la duda y se dirigió a su
propia razón, para encontrar el principio indudable desde el cual pueda reconstruir el edificio entero
del conocimiento humano. Este es el yo pienso, que es el primer modo de existencia real que descubre
Descartes.

El principal objetivo del pensamiento de Descartes consistía en encontrar un camino adecuado para
alcanzar verdades firmes e indudables. Así, Descartes en su Discurso del método (1637) elabora un
método compuesto por una serie de reglas claras y sencillas que pretendían servir de orientación para el
trabajo de los científicos y filósofos. El método de Descartes se presenta como un poderoso procedimiento
lógico-epistemológico que se desarrolla como respuesta a una exigencia de certeza y confiabilidad que,
según Descartes, el saber de la Escolástica no había logrado. En lugar de basarse en la autoridad de los
antiguos, el método cartesiano se fundamenta en el uso sistemático de la razón, que considera la única
fuente fiable para encontrar la verdad.

Desde el método, con sus elementos procedimentales y su fuerte carácter científico-matemático, asistimos a
la necesidad que desde la teoría del conocimiento lleva a Descartes a recurrir a la metafísica para
poder fundamentar y garantizar tanto el valor cognoscitivo como la realidad efectiva de aquellas
verdades que la razón alcanza mediante la rígida aplicación del método. Como veremos más adelante,
Descartes se verá obligado a dar el paso desde el Discurso del método (teoría del conocimiento) a las
Meditaciones metafísicas (metafísica), publicada en 1641.

Por eso el término “método” en Descartes es susceptible de distintos enfoques:


- Conjunto de hábitos metodológicos (se verá en el punto 3). Estas serán las reglas del método (entendido
como pautas o pasos a seguir en una investigación) correcto para la investigación científica.
- Autofundamentación del saber mediante el ejercicio de la razón (se verá en el punto 4). Descartes usará la
duda como método (entendido como herramienta) para alcanzar una verdad indudable y, por tanto,
absolutamente cierta.

El texto de selectividad que se presenta es el Discurso del método. El libro en realidad se llamó el Discurso
para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. Esta obra es la principal referencia
de la filosofía moderna y la base del movimiento filosófico racionalista. En la primera parte del libro hace un
análisis de las enseñanzas de la Escolástica para criticarlas. Expone que el único conocimiento fiable y
verdadero son las matemáticas y que cualquier tipo de conocimiento que se quiera preciar de lo mismo debe
seguir este modelo de conocimiento. A lo largo de esta obra trata de construir un edificio filosófico cierto
y seguro desde el que poder emprender el camino verdadero para todo tipo de conocimiento. La obra la
escribió en francés, al contrario de la costumbre de la época, que solía ser el uso del latín como idioma culto
para la ciencia. Esta innovación permitió que salieran a la luz, en distintas lenguas nacionales, muchas obras
de pensadores que no dominaban el latín y que ahora veían la posibilidad de presentar sus trabajos haciendo
uso del lenguaje cotidiano.
3. LAS RAZONES PARA UN NUEVO MÉTODO

Antes de comenzar a explicar la teoría de Descartes, cabría preguntarse por qué hace falta un método para
buscar y acceder a la verdad de las cosas, ¿por qué elaborar un método para descubrir la evidencia cuando
personas mucho más sabias han vivido y pensado antes que nosotros, y aún hoy lo siguen haciendo, o cuando
la propia vida, a base de caricias y golpes, nos hace finalmente aprender lo importante? La respuesta de
Descartes es muy precisa, y ya propiamente filosófica: hace falta un método porque existe una
desproporción entre nuestro entendimiento y nuestra voluntad. No basta con tener buen
entendimiento, lo principal es aplicarlo bien. El método existe porque no basta con la posibilidad de tener
ideas adecuadas ni con la mera intención de tenerlas, es necesario aplicar bien la razón para alcanzar un
juicio verdadero. Pero la mente humana se encuentra habitualmente ante cuestiones o dificultades que son
mezclas confusas, susceptibles de verdad o falsedad, entre las que se ve permanentemente atrapada. Los
seres humanos partimos, por tanto, de una situación desafortunada y penosa: hace falta investigar a fin de
descomponer lo confuso y alcanzar la evidencia, y la forma de hacerlo será servirse de un método.
Siendo seres finitos, podemos sin embargo compensar en cierto modo nuestra imperfección y acceder a un
conocimiento fundado, a condición únicamente de que sigamos el camino de la certeza.

René Descartes, queriendo desde joven alcanzar la Verdad bajo la forma de un conocimiento cierto y seguro,
se confiesa decepcionado por su formación humanística, incapaz de proporcionarle una herramienta potente
e inefable mediante la cual razonar y solucionar toda clase de cuestiones. En esta crítica a la tradición
humanística, Descartes declara inútil el estudio de las humanidades en su totalidad, ya que sus escasos
logros son incapaces de progresar hacia la solución de los problemas principales de le época moderna
(que son básicamente el resurgimiento del escepticismo). En su Discurso del método, publicado en francés
en 1637, Descartes se dedica a criticar el saber de la tradición escolástica. La insatisfacción de Descartes al
terminar sus estudios de enseñanza secundaria en el prestigioso colegio francés jesuita de La Flèche es un
síntoma patente de la exigencia de cambio que, tras el dominio intelectual de la filosofía escolástica, se
vuelve inexorable en el camino hacia la Edad Moderna. Sin embargo, respecto de la teología su actitud es sin
duda más moderada. Descartes tenía presente la condena por parte de la Inquisición a Galileo en 1633. El
miedo a la censura provoco que en su Discurso evitara cualquier confrontación con la teología, declarando
por un lado la clara superioridad de su ámbito y de sus verdades con respecto a las del entendimiento, y por
otro lado aclarando que la tarea cognitiva no es de suyo garantía de salvación, la cual pertenece
exclusivamente a la doctrina cristiana.

Descartes se enfrenta muy pronto al problema suscitado por la crisis de autoridad imperante en materia de
conocimiento: los marcos del viejo orden crujen y se quiebran junto a las estructuras categoriales que habían
ordenado el mundo durante siglos. El problema para él es cerciorarse de que la alternativa al cosmos
medieval no resulte sospechosa de imponer ninguna otra falsa autoridad. En este sentido, es necesario
asegurarse de que se parte de un estado de ruina total del conocimiento para elevar el edificio desde
cero, sin ningún prejuicio adquirido. De ahí el efecto que nos producen sus escritos: su autor parece querer
pensar como si fuera la primera vez.

Las exigencias a las cuales debe responder la nueva fundamentación del saber que emprende Descartes
son tres:
1) Encontrar un procedimiento (método) que constituya el criterio para decidir con
certeza sobre la verdad de las proposiciones.
2) Tomar como modelo a las ciencias matemáticas.
3) Búsqueda de un saber unitario en el que se unifiquen todas las ciencias → la filosofía.
Se asemeja al árbol de las ciencias, cuyas raíces representan la Metafísica, el tronco a la
Física y las ramas simbolizan las demás disciplinas particulares. Por eso, el método de
investigación de cada una de las distintas ciencias puede ser el mismo para todas, ya que
en el fondo todas las ciencias son aspectos diversos de un mismo y único saber. La
filosofía es la única que puede garantizar la validez de este método que van a usar las
distintas ciencias. El método necesita una ciencia que lo justifique y esa es la Filosofía.

Descartes define al método como: “unas reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe
exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y no empleando inútilmente esfuerzo alguno de
la mente, sino aumentando siempre gradualmente la ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todas
aquellas cosas de que es capaz”. Por tanto, el objetivo del método buscado es no juzgar precipitadamente
acerca de todas esas cuestiones que nos asaltan en la vida cotidiana y ampliar nuestro conocimiento de forma
indefinida.

El método resulta de la interacción de cuatro normas fundamentales y de dos facultades cognoscitivas.


Esas dos facultades constituyen las dos acciones principales del conocimiento: son la intuición y la
deducción. Son las dos operaciones que la razón puede emplear para adquirir conocimientos.

La intuición nos proporciona un conocimiento inmediato de las verdades infalibles que pueden percibirse
con total evidencia, de forma clara y distinta. Sin embargo, otras verdades más complejas sólo pueden
lograrse mediante un proceso indirecto que requiere seguir varias etapas encadenadas. Este segundo
procedimiento es la deducción, que también puede ofrecernos verdades firmes y seguras si prestamos la
debida atención para no cometer ningún error en la cadena del razonamiento deductivo. Mientras que la
intuición es concepción de ideas claras y distintas, la deducción es el movimiento por el cual se pasa de
unas ideas a otras con carácter de necesidad. La evidencia es la propiedad de los conocimientos claros y
distintos obtenidos por un acto de intuición o de deducción simple.

Por su parte, las normas fundamentales del método son:

1. EVIDENCIA. Consiste en no aceptar precipitada o previamente como cierto ningún conocimiento


que no resulte incuestionable. Para Descartes el criterio de verdad es la certeza, que a su vez procede de
la evidencia. La evidencia se asienta en intuición y deducción. Ninguna de ellas nos llevará a error. La
intuición es la acción racional que acepta una noción cuando ella es clara y distinta. Aquí el concepto de
verdad rehuye la confrontación con la dimensión objetiva, restringiéndose a un proceso subjetivo cuyos
criterios son la claridad y la distinción. Es un nuevo concepto de verdad: ya no consiste en la
“adecuación” del pensamiento con la realidad, sino que es una propiedad de las ideas en sí mismas: la
verdad es inmanente al espíritu. La deducción explica por qué poseemos conocimientos ciertos que no son
evidentes por la mera intuición. Tales conocimientos son ciertos en la medida en que han sido deducidos de
otros, también ciertos, de cuya verdad estamos seguros porque estos sí han sido intuidos directamente.

2. ANÁLISIS. Proviene de la exigencia de simplificación, pues sólo lo simple es susceptible de ser


evidente, y por tanto perfectamente cognoscible. Consiste en dividir la cuestión concreta que queramos
estudiar en partes más sencillas. El elemento simple que describe Descartes coincide con las ideas claras y
distintas que capta la intuición.

3. SÍNTESIS. Mismo camino que en el análisis pero en sentido inverso. Una vez que cada uno de los
distintos elementos ha sido estudiado y resuelto, es necesario recomponer de nuevo la totalidad del problema
para ofrecer una respuesta completa a la cuestión global que nos interesaba aclarar. La síntesis es aquel
conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzado por los objetos más simples para ir
ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos. La síntesis
consiste en un proceso ordenado de deducción que encadena unas ideas a otras permitiendo demostrar
claramente lo que se ha concluido (síntesis deductiva).

4. ENUMERACIÓN. Recoge la necesidad de ser exhaustivos en la búsqueda: es necesario “hacer en todo


enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviera seguro de no omitir nada”. Para
asegurarnos de que no hemos cometido ningún error en la aplicación del método es necesario repasar con
cuidado todo el proceso que hemos seguido: enumerar los diferentes pasos para comprobar que no
hemos omitido ninguno y revisar las operaciones para asegurarnos de que no nos hemos equivocado en
ningún momento. La enumeración se puede definir como relación que subsiste entre las verdades
inmediatas y las que de ellas proceden. Descartes llama a esta operación inducción, y su aplicación nos
protege de la fragilidad de la memoria.

El método va dirigido a determinar el orden en el cual la mente puede conocer adecuadamente las
cosas. Es fundamental para resolver cada dificultad reducir el fenómeno en cuestión (lo mezclado) a algo ya
conocido, y a ser posible, simple, donde no quepa error, pues no habrá juicio que valga acerca de ello.
Aclarados la estructura y los elementos del método, se hace necesaria su fundamentación. Es preciso
justificar la validez absoluta del criterio de evidencia, pues parte de una visión subjetivista. La
discriminación entre lo verdadero y lo falso depende de la reflexión que el sujeto hace sobre las ideas que
median entre él y el mundo. Ahora se trata de justificar esto último.

Hasta ahora el método podía adscribirse a un carácter científico e instrumental, pero no fundante. El método
es algo práctico, típico del quehacer científico mecanicista, que reconoce como real únicamente lo
mensurable. El interés y el compromiso metafísico llegarán en un segundo momento cuando Descartes
introduce el elemento que trasciende y funda el conocimiento objetivo del mundo, cuando mediante el cogito
se recurre a Dios como instancia fundante y garante de todo conocimiento.

4. LA RESPUESTA CARTESIANA AL PROBLEMA DEL ESCEPTICISMO: El Cogito

Para dar respuesta al problema del escepticismo, Descartes se sitúa en el campo del enemigo que quiere batir, el
escéptico. El procedimiento ideado por Descartes es verdaderamente radical. Para no correr el riesgo de
aceptar como válido algo que en realidad pueda resultar falso, lo que propone Descartes es comenzar como un
escéptico y dudar de todos los conocimientos, para ver si en ese proceso de duda hay algo que pueda
escapar de la duda y que por tanto sea absolutamente indudable (cierto). Descartes utiliza la duda tan solo
para buscar la verdad; dudar de todo es sólo un procedimiento metodológico para encontrar una verdad
indubitable. Descartes pues, no es un escéptico en ningún momento. La duda no es para él la postura mental
definitiva; ni siquiera la postura inicial: parte de la confianza en la posibilidad de alcanzar la verdad. Por
eso su duda es sólo una duda metódica. La duda se configura como el acto extremo del proyecto epistemológico
cartesiano. La duda metódica (o la duda como método) lleva a Descartes a eliminar todos los saberes y
creencias que tengan la más mínima posibilidad de ser falsos. Descartes señala que la duda puede ejercerse
allí donde hay juicio, es decir, donde algo es susceptible de ser verdadero o falso, pues el juicio requiere un
consentimiento de la voluntad que puede ser interrumpido.

Evidentemente, la fuente de error más habitual son los datos de los sentidos. Cualquiera se ha equivocado a la
hora de apreciar la distancia de un vehículo en un cruce o la existencia de un objeto lejano, si ponemos cada
mano bajo un grifo de agua caliente y fría, respectivamente, es imposible distinguir con certeza cuál es cuál. Esto
significa, para empezar, que no podemos aceptar ningún conocimiento basado en el testimonio de los
sentidos, puesto que los sentidos a menudo nos engañan. Tampoco deberíamos fiarnos del mundo que nos rodea
y que parece constituir la realidad, ya que en ocasiones lo que percibimos cuando estamos soñando también
parece ser muy real, y, sin embargo, no es más que una ilusión. ¿Cómo podemos saber, con total certeza, que lo
que vemos y tocamos ahora mismo no es producto de un sueño? Los sueños nos demuestran que, siendo una
impresión sensorial muy viva, puede ser completamente irreal. No podemos estar absolutamente seguros de
cuál es la auténtica realidad, dada la imposibilidad de distinguir con completa certeza entre el sueño y la
vigilia.

Hasta aquí podría parecer que Descartes cae en la paranoia, pero ello es absolutamente necesario en esta fase de
la duda para evitar ser acusado de elevar algún ídolo de barro. Se trata de eliminar la posibilidad de hacer de la
creencia en la realidad del mundo exterior el suelo sobre el que construir la nueva filosofía, pues se trataría de un
suelo inestable que abocaría a un realismo ingenuo. Descartes tiene muy buenas razones para introducir una
distancia prudencial entre mi representación del mundo y su existencia. Precisamente son los magos, los
astrólogos y los alquimistas, representantes de la falsa conciencia, los que confunden la intención y la
representación (psíquicas) con el hecho (físico). Por tanto, si queremos separar lo sobrenatural de lo natural, es
necesario introducir una brecha entre las cosas y mi representación de ellas, que llevan a Descartes, en función
de la duda radical, a establecer una suspensión provisional de mi creencia en el mundo exterior. Pero además
también de su propio cuerpo, pues no tiene ninguna seguridad acerca de su existencia, por no haber indicios
ciertos para distinguir el sueño de la vigilia.

Además, Descartes cree que, si buscamos certezas absolutamente seguras, ni si quiera nos podemos fiar de los
razonamientos, porque a menudo cometemos errores cuando razonamos, incluso cuando estamos convencidos
de haber discurrido correctamente. La deducción, incluso si está bien hecha, implica una diferencia de tiempo
respecto a la intuición original, que se da de forma inmediata. La manera en que yo conecto un principio simple
con una consecuencia implica, para mí, un cambio de tiempo, otra vez, porque ya no puede tener igualmente
presente el principio cuando derivo de él otro dato. Y, en esta medida, apelo a mi memoria, pero al hacerlo me es
lícito dudar de si no me estoy engañando, pues la memoria, para Descartes, es una función de la imaginación,
que conserva las figuras de las cosas en ausencia de estas al modo de imágenes. Esta limitación o caída derivada
de la finitud de mi entendimiento es lo que, de nuevo, Descartes emplea como resorte de la duda, esta vez para
cuestionar la validez de las demostraciones matemáticas. ¿Es posible creer que el resultado de 2 + 2 = 5, es
verdadero? Descares responde: podríamos, pues para el momento en que llegamos al 5, ya no tenemos
claramente presente en la mente el 2, su presencia depende de la huella que ha dejado en nuestra memoria. Y
donde hay memoria, hay juicio: tomo como verdadero un recuerdo de la cosa. Desde el momento en que el
tiempo interviene, nada asegura que lo que era verdadero deje de serlo en el instante posterior. Podría darse el
caso de que algo o alguien mucho más poderoso que yo me engañase modificando mis recuerdos.

Así es como Descartes va más allá que cualquier otro escéptico, defendiendo que debemos imaginar algo
verdaderamente extraño y singular: la posibilidad de que exista un genio maligno que nos engañe
sistemáticamente incluso en las cosas que nos parecen más ciertas y verdaderas. “Podría darse el caso de que un
genio maligno fuera quien me ha creado y falsea mis recuerdos, como si mi mente yaciera atrapada en las redes
de la suya”. Desde luego, la idea de Descartes suena como una suposición extravagante e inverosímil. Él mismo
reconoció el carácter exagerado de esta idea, a la que llega a llamar “duda hiperbólica”. Sin embargo, tenemos
que recordar cuál era el objetivo inicial de Descartes, que consistía en encontrar alguna verdad absolutamente
indudable. Se acuña así una hipótesis insólita para la matemática y la filosofía natural de su tiempo: las
evidencias pueden dejar de serlo una vez obtenidas. Si lo pensamos con detenimiento, ¿podemos estar
absolutamente seguros de que no haya un genio maligno que se dedique a confundirnos? ¿Cómo puedo saber,
con total certeza, que mi mente funciona correctamente y mi entendimiento no esta distorsionado de
forma que lo falso me parezca verdadero?

En este punto sentimos que todo se tambalea y que el conocimiento no puede hallar un suelo firme sobre el que
elevarse, pues todos los candidatos han fracasado. Solo entonces, cuando hemos caído en un escepticismo
radical y todo parece perdido, Descartes se dice a sí mismo que hay algo ante lo cual la duda hiperbólica tiene
que declararse necesariamente impotente, y ello es precisamente la actividad de la conciencia. Es justo en este
punto que Descartes nos descubre que sí hay una verdad auténticamente indudable y cierta. Si yo estoy
dudando, si me estoy haciendo estas preguntas y si estoy tratando de encontrarles respuesta, entonces, al
menos, puedo estar absolutamente seguro de que yo existo. En latín, Descartes formuló esta primera verdad
con una frase que se ha hecho celebre: “Cogito, ergo sum”, que significa ‘pienso, luego existo’. Por eso, esta
primera verdad indudable puede llamarse “el cogito cartesiano”. Mi existencia como sujeto pensante es algo
totalmente cierto e indudable, una verdad firme y segura ante la que no cabe la más mínima posibilidad de
duda. Incluso si el mundo exterior no existiese y no fuese más que un sueño, incluso si hubiese un genio
maligno que me engañase continuamente, lo que es incuestionable es que yo tengo que existir, si es que
estoy pensando. Hay, por lo tanto, una proposición de la que no puedo dudar; es imposible, desde un punto de
vista lógico, dudar de ella. Toda duda implica que existe un ser dudante (o pensante), y esto no puede
cuestionarse. No puede engañarme ningún genio maligno, pues ni siquiera él puede engañar sin haber alguien al
que engañar: debe haber una persona que sea engañada. Esa persona puede dudar de lo que piensa, pero no
del hecho mismo de pensar.

Es importante señalar que esta primera verdad indudable no es producto de una razonamiento, en el sentido de
que contiene la palabra “luego” en la fórmula. Descartes precisa que la célebre sentencia no pertenece a un
silogismo encubierto cuya premisa mayor sería “todos los que piensan son”, cuya premisa menor sería “yo
pienso”, y cuya conclusión sería “luego soy”. El cogito no es en absoluto algo mediado, sino una intuición, un
único acto cognoscitivo en el cual mi existencia no es deducida de mi pensamiento. “Pienso, luego existo” no es
una deducción, sino una intuición, es decir, una evidencia inmediata, una idea clara y distinta (no un
razonamiento, en el cual podría ocultarse algún error). Que sea clara y distinta significa que es totalmente nítida
y que no es posible confundirla con ninguna otra idea diferente.

El cogito rinde un doble servicio en el cartesianismo: por un lado, nos asegura al menos el conocimiento
indiscutible de nuestra existencia en tanto seres pensantes; por otro, nos proporciona el criterio para toda
certeza posible: la claridad y la distinción. Para Descartes los límites de la mentira del genio maligno son los
límites de la autoconciencia. Yo sé que soy, y lo sé de forma clara y distinta. Luego todo aquello que sepa de
la misma forma deberá ser indudablemente verdadero. Cada hombre tiene un conocimiento seguro e
indubitable de un cierto número de proposiciones referidas a sus estados internos y a su percepción del mundo.
Para fundar la filosofía hay que basarse únicamente en evidencias absolutas, en ideas claras y distintas.

Que la percepción es clara quiere decir que la cosa es presente y manifiesta a una mente atenta, y por tanto no se
puede ocultar ni fingir que no se sabe. Claridad sin distinción sería, por ejemplo, un dolor o un sentimiento
intenso (enamoramiento, tristeza, etc), pues, siendo imposible disimularlo o dejar de tenerlo, se me mezcla con
todos los demás pensamientos a los que impregna: resulta confuso. La distinción presupone la claridad. Frente a
lo claro y distinto se encontraría lo oscuro y confuso: todo aquello que ni nos resulta manifiesto ni, en
consecuencia, puede aspirar a distinguirse con precisión de lo demás.

La duda hiperbólica evidencia, en efecto, que si bien es posible dudar de todo contenido hasta el punto de
tener que suspender el juicio, es imposible dudar del pensamiento en cuanto tal. Este signo de apertura se
concretará en el cogito como primado lógico-epistemológico capaz de representar el aspecto positivo del
proyecto cartesiano, sin el cual el ejercicio de la duda degenera en el escepticismo que Descartes considera
inaceptable. Según Descartes, una idea será verdadera si puede captarse de manera clara y distinta
mediante la intuición directa, tal y como sucede con el cogito. Ese será el criterio para comprobar la
verdad de nuestros conocimientos.

4.1. Las implicaciones del cogito


Descartes había afirmado su propia existencia como
sujeto pensante, pero no había podido garantizar que
ni su cuerpo ni el resto de lo que ve, toca o piensa
corresponda a algo auténticamente real. Descartes
había dejado al sujeto encerrado en su propio
pensamiento. Es lo que en filosofía se denomina
solipsismo: posición según la cual lo único que
existe verdaderamente es la propia conciencia; todo
lo que existe es producido en mi propia mente.

El descubrimiento del cogito como primera verdad indudable es el punto de partida firme y seguro que
Descartes estaba buscando para establecer el fundamento del conocimiento. El problema estaba en que esta
base incuestionable solo podía encontrarse en el interior del sujeto que piensa, es decir, en su conciencia.
Descartes había caído irremediablemente en el subjetivismo: la evidencia de que si pienso existo se da
sólo en el interior del sujeto (es solo mi sensación ante determinados pensamientos/ideas).

Descartes necesitaba encontrar la manera de ir más allá de la verdad del cogito. Es indudable que yo
existo, porque pienso, dudo, siento y me hago preguntas. En el “pienso, luego soy (existo)” se intuye que el
“yo” existe como sustancia cuya total esencia o naturaleza es pensar. De este modo se empieza a construir
la filosofía cartesiana a partir de esta primera verdad evidente, y utilizando un concepto fundamental: el
concepto de sustancia. Así pues, yo soy una cosa (sustancia) que piensa, una conciencia que tiene
contenidos de diferente tipo. Descartes llama ideas a estos contenidos mentales que ocupan mi conciencia.

Por eso a partir del hallazgo del cogito Descartes puede conectar inmediatamente con dos postulados ya
propiamente metafísicos que definirán su sistema de pensamiento: el de la sustancia y el del dualismo. No
solo pienso, sino que soy una cosa que piensa (sustancia), y además lo soy distinguiendo la mente de mi
cuerpo (dualismo).
Otra consecuencia que extraíamos del descubrimiento de la verdad del cogito era que las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas. El cogito garantiza la existencia de las ideas,
pues ellas son actos del pensamiento. Sin embargo, el cogito no garantiza que mis ideas sean verdaderas,
por sí sólo el cogito no puede asegurar ninguna correspondencia entre las ideas y la realidad fuera del
sujeto. El cogito me da la seguridad de que las ideas existen en mi pensamiento como actos del mismo, ya
que forma parte de mí como sujeto pensante, pero no me dan la seguridad del valor real de su contenido
objetivo, esto es, no me dicen si los objetos que representan subsisten o no en la realidad.

La única esperanza de salir de esta especie de cubículo (solipsismo) en el que se halla Descartes (Yo pienso,
Yo existo), es que, entre todas sus ideas, encuentre alguna que le ofrezca una ruta de salida del cogito
tan cierta como el hecho mismo de que la está pensando. Es decir, que revele en su mismo “ser idea” tales
características que no pueda pensarla sin catapultarme fuera de mí y reconocer la existencia de algo
diferente. Si encuentra algo de este tipo entonces podrá refutar el solipsismo. Por tanto, se precisa un puente
que garantice la correspondencia entre mis ideas y la realidad. El cogito está en una celda cuyos ladrillos son
las ideas, por eso necesita buscar entre ellas cuál puede funcionar como salida de escape. Hay, pues, que
someter a las ideas a un análisis cuidadoso para tratar de descubrir si alguna de ellas nos sirve para
romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad extramental. Al realizar este análisis, Descartes
distingue tres tipos de ideas:

1) IDEAS ADVENTICIAS. Son las ideas que provienen del mundo externo, de los sentidos. Se trata de
ideas confusas en cuanto procedentes de un mundo exterior del cual poco conocemos. No
puedo estar seguro de que estas ideas se correspondan con una realidad verdadera,
porque en este punto de mi razonamiento estoy seguro de mi propia existencia, pero no
tengo garantías de que el mundo que percibo sea auténtico. Recordemos que Descartes se
había propuesto prescindir de todos los conocimientos que no fueran absolutamente seguros.
Como no me puedo fiar de mis sentidos y tampoco tengo garantías de no estar soñando, de
momento no me queda más remedio que reconocer mi incapacidad para afirmar algo seguro
sobre las ideas adventicias.

2) IDEAS FACTICIAS. Son las ideas que mi mente ha elaborado por sí misma. Puesto que son creadas
por nuestra imaginación y fantasía, estas ideas tampoco pueden proporcionarnos verdades
firmes e indudables que nos permitan avanzar en la búsqueda de la verdad. Mi imaginación o
fantasía las ha construido yuxtaponiendo, al modo de un collage, los datos de los sentidos. Por
ejemplo, un unicornio, una sirena, un centauro, etc.

3) IDEAS INNATAS. Son las ideas claras y distintas a las que pueden reducirse todas las demás. Según
Descartes, las ideas claras y distintas son las únicas verdaderas y evidentes de por sí, mientras que todas las
demás serán siempre oscuras y confusas. Un ejemplo de ellas son: unidad, extensión, movimiento, cuerpo,
figura, magnitud, número, pensamiento, etc. Son ideas que están presente cada vez que pensamos. No
pueden percibirse con los sentidos y tampoco han sido elaboradas por mí mismo. Como su nombre indica,
estos contenidos mentales se encuentran en mi interior desde mi nacimiento. Se trata de ideas claras y
distintas que pueden captarse de manera intuitiva, como sucede con la idea del cogito, que
es la primera y más evidente idea innata. Pero, además, Descartes sostiene que existe otra idea
innata de gran importancia, la idea de Infinito.

Por tanto, las ideas son modos de pensar de origen diverso. Una idea puede ser innata, y haber existido en su
mente tanto tiempo como su mente haya existido o podría ser adventicia, y haber aparecido en su mente a causa
de un agente externo o, por último, ser facticia, el producto de la propia invención de la mente, formadas a partir
de otras ideas. Sea como sea lo que se entienda exactamente por una idea, y en particular por una idea innata, lo
que es cierto es que la posesión de una idea es algo que requiere una causa; incluso una idea innata necesita
de una causa. Pero Descartes sostiene que entre una causa y un efecto debe darse una equivalencia en
realidad, pues de lo contrario no podría ser una causa. Es decir, si A es causa de B, es preciso que toda
perfección de B esté en A, y que además A exista fuera de mi mente.

Descartes sabe que si encuentra una idea innata (ya que son las sumamente claras y distintas y que deben
tenerme a mi como causa) que no podamos aspirar a haberla producido nosotros, entonces habrá resuelto el
problema. Pero para eso necesita que la realidad objetiva de esa idea sea superior a la nuestra: es decir, que sea
algo más que una simple sustancia. La única idea innata que contiene una realidad más perfecta que la mía
a la que yo jamás podría aspirar, por lo que yo no podría ser de ningún modo su causa, es, según
Descartes, la idea de infinito. Esta idea desborda cualquier grado de perfección del que yo sea capaz, y por
tanto no podría haberla engendrado como las demás. Esta idea rebasa completamente a mi entendimiento, por lo
que es necesaria la acción de un ser realmente infinito que haya puesto en mí esa idea, que a partir de
entonces deja de ser exactamente mía. El único ser infinito es Dios, por la tanto, si Dios es quien ha puesto en
mi esa idea entonces Dios existe y ya hemos vencido al solipsismo.

La idea de Dios, según Descartes, corresponde a la de un ser infinito, perfecto, todopoderoso,


eterno y omnisciente. La intuición me permite reconocer esta idea, que está presente en mi
conciencia de manera clara y distinta. La cuestión consiste, entonces, en determinar de dónde procede
esta idea que tengo en mi interior. Podemos afirmar con seguridad que la idea de Dios no es adventicia, ya que
no es posible captar dicho ser mediante los sentidos. Pero tampoco se trata de una idea facticia, puesto que a mí
me habría sido imposible crear por mí mismo la idea de un ser infinito. Dado que Descartes supone que debe
existir una proporción entre los efectos y las causas, yo, que soy finito, imperfecto y limitado (porque dudo),
jamás habría podido producir la idea de un ser infinito y perfecto. Si existe en mi interior la idea de un ser
infinito, es necesario que el origen de esa idea proceda de una causa efectivamente infinita que exista en la
realidad. De esta manera Descartes demuestra la existencia de Dios, el ser perfecto del que procede la idea de
divinidad que hay en mi conciencia.

Para demostrar la existencia de Dios, Descartes también empleó otros dos argumentos. El primero de ellos
identifica a Dios como el ser todopoderoso que me ha creado. El segundo se basa en el argumento ontológico de
San Anselmo que parte de los atributos del concepto de Dios para inferir su existencia (la suma grandeza con que
concebimos a Dios exige su existencia).

La demostración de la existencia de Dios es un punto crucial en la filosofía cartesiana. La existencia de Dios


ofrece a Descartes un camino para escapar del peligroso callejón sin salida que suponía el solipsismo y
además le permite vencer definitivamente al escepticismo. Si efectivamente hay un Dios perfecto, entonces
esta claro que es bueno y que este ser infinitamente bueno no puede permitir que yo viva engañado. Dios no
puede consentir que las cosas que percibo con claridad y distinción resulten ser falsas. Esto permite a Descartes
rechazar definitivamente la hipótesis del genio maligno y afirmar con confianza que el mundo exterior no puede
ser un sueño ni una ilusión. Es sólo a través de la idea de Dios como vuelve a alcanzar el mundo externo: puesto
que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo
existe, luego el mundo existe.

Por lo tanto, puesto que Dios no puede engañar, Él es mi Creador, y yo he sido creado con la facultad de
juzgar que todo lo que es clara y distintamente concebido es cierto, entonces mi facultad de juzgar queda
garantizada. El cogito es la primera verdad, pero Descartes necesitará de Dios como garante del
conocimiento (es fuente y garantía de verdad); Dios garantiza que todo lo que concibamos de forma
clara y distinta es verdad. Dios aporta la seguridad objetiva de nuestra certidumbre subjetiva. La
necesidad de anclar el pensamiento en la realidad debe pasar por la demostración de la existencia divina, y por
esta razón la investigación epistemológica en Descartes se torna en un tratado de metafísica cuyos tonos en
cierto modo recuerdan a los argumentos escolásticos de la teología.

Es el Ser infinito el que se ocupa de garantizarnos la vinculación cosas-ideas sobre la que se fundamentará el
estudio de la ciencia empírica. Es por ello que, efectivamente, era la metafísica la que debía fundar la física
(recordemos la imagen del árbol de las ciencias). Por eso Descartes no quería ponerse a “leer el libro de la
naturaleza escrito en caracteres matemáticos” precipitadamente como otros científicos de su tiempo, sin antes
asegurarse de que esa lectura tenía lugar en condiciones de incuestionable certeza y rigor filosófico. Necesitaba
saber que el mundo exterior era creíble.

5. ONTOLOGÍA DE DESCARTES. METAFÍSICA DE LA SUSTANCIA

El elemento central de la metafísica cartesiana es el concepto de sustancia. Descartes define la sustancia como
“aquello que existe por sí mismo y no necesita de nada más para existir”. De acuerdo con esta definición,
Descartes identificó tres tipos de sustancias completamente diferentes entre sí. Cada sustancia está
caracterizada por una serie de propiedades o atributos. Además, estos atributos pueden manifestarse bajo
la forma de diversas cualidades cambiantes o modos.

Si aplicamos la definición cartesiana de sustancia con total rigor nos daremos cuenta de que Dios es el único ser
que existe por sí mismo y que no necesita nada más para existir. De hecho, en su época el concepto de Dios era
el de un ser infinito y perfecto, creador de todo cuanto existe, por lo que en realidad el resto de criaturas le deben
a él su existencia. Por eso Dios es, según Descartes, la sustancia infinita (o res infinita, en latín). El atributo
que caracteriza a Dios como sustancia es su infinitud. Dios es el ser perfecto que no experimenta cambios, por
tanto no presenta modos.

Como Dios es la única sustancia verdadera en sentido estricto, para identificar los otros tipos de sustancia que
existen, Descartes debe modificar la definición de sustancia, que resulta ahora excesivamente restrictiva.
Así, define sustancia de un modo más amplio de la siguiente forma: “aquello que existe por sí mismo y que,
aparte de Dios, no necesita de nada más para existir”. De esta forma resulta posible distinguir dos nuevos
tipos de sustancia: la sustancia pensante y la sustancia extensa.

La sustancia pensante (res cogitans, en latín) consiste en la actividad mental. También puede decirse que la
sustancia pensante es la conciencia, el yo o el alma. Todos estos términos hacen referencia a una misma
realidad, que es mi capacidad para pensar, imaginar, sentir, dudar o desear. Recordemos que la existencia de mi
propio ser como sustancia pensante es la primera verdad firme e indudable que halló Descartes en su búsqueda
de seguridades absolutas. El hecho de que yo sea una sustancia pensante, que es una realidad inmaterial
independiente de mi cuerpo, me permite asegurar que mi conciencia es una actividad mental que existe
separadamente de mi dimensión material. Esto significa que mi alma existe por sí misma y no necesita del
cuerpo para existir. Por eso mi mente es una sustancia, ya que existe por sí misma de modo independiente y
separado del resto de la realidad. El atributo que caracteriza a este tipo de sustancia es el pensamiento, que
puede manifestarse en dos modos distintos: el
entendimiento y la voluntad.

El tercer tipo de sustancia es la sustancia extensa (res


extensa, en latín), que se identifica con la materia. El
atributo que caracteriza a este tipo de sustancia es la
extensión, puesto que todo lo que es material forzosamente
ocupa algún lugar en el espacio. Los modos que puede
adoptar la sustancia extensa son la figura y el movimiento
que nos presentan los objetos del mundo material.

En virtud del dualismo estricto de las sustancias, todo lo que le hemos concedido al cogito (conciencia,
inextensión, sentido, imaginación, volición, etc) es lo que le hemos quitado al mundo. A partir de ese momento,
ya no se podrá pretender que los cuerpos poseen inclinaciones intrínsecas al movimiento o que participan de
esencias que les aportan sus cualidades, pues ello sería introducir algo extraño en su naturaleza, contaminándola
y oscureciendola. El mecanicismo de Descartes queda fundado desde el momento en que se vuelve posible
reducir todas las cualidades corpóreas a los dos modos de lo extenso: la figura y el movimiento. El mundo pasa a
ser considerado como una inmensa máquina (es decir, un conjunto de partes móviles que ejercen presión unas
sobre otras) formado por indefinidas máquinas más pequeñas.

Los avances de la ciencia en el siglo XVII, en los que el propio Descartes tuvo un papel muy destacado,
contribuyeron a difundir la idea de que la naturaleza está sometida a leyes fijas e inamovibles. De acuerdo con
esta interpretación, el comportamiento de todos los cuerpos materiales puede determinarse con total
precisión y seguridad aplicando las leyes de la física. Así, el universo entero actúa como un gran sistema
mecánico, como si fuera una enorme máquina o un reloj cuyo funcionamiento puede calcularse con total
exactitud. En resumen, todo lo material está sujeto a las leyes de la naturaleza y se comporta de forma
mecánica y determinista. De manera que, aún siendo creada por Dios, la naturaleza funciona de forma
independiente, como un reloj bien puesto en hora, lo que favorece a su vez la independencia de la ciencia
respecto a la religión (Deísmo).
Es importante señalar que el mecanicismo determinista de Descartes se extiende a
todas las cosas materiales. Esto incluye no solo a los cuerpos inanimados, como las
piedras o las plantas, sino también a los seres vivos y demás cuerpos orgánicos. De
hecho, Descartes sostenía que los animales eran seres materiales que podían
compararse a una máquina sofisticada o a un complicado autómata. No creía que los
animales tuvieran conciencia, alma o sentimientos, tan sólo se mueven por estímulo-
respuesta, pero carecen de la forma más baja de conciencia: sensación y emoción.
Para Descartes, los animales son únicamente complejos sistemas mecánicos
formados exclusivamente por materia. La contrapartida de que en el alma pueda
existir sin cuerpo es que, efectivamente, hay cuerpos que existen sin alma. El alma, según Descartes, al no
ocuparse de las funciones vitales (como si ocurría en Aristóteles), hace imposible distinguir un órgano vivo de un
pedazo de metal o de madera.

6. ANTROPOLOGÍA DE DESCARTES. DUALISMO

La distinción entre sustancia pensante y sustancia extensa es el principio en que se apoya la antropología
cartesiana. Descartes era partidario del dualismo antropológico, porque consideraba que en el ser humano
están presentes dos realidades completamente distintas. Estas dos realidades tan diferentes corresponden a
las dos sustancias que están presentes en el ser humano, que está compuesto por la unión de cuerpo y alma.

La parte material del ser humano es el cuerpo, que es la sustancia extensa. Al estar formado de materia, el
cuerpo obedece las leyes de la física y está sujeto al determinismo. Esto explica por qué sentimos hambre o
sed, por qué nos cansamos y enfrentamos o por qué envejecemos y morimos. Pero la realidad humana no se
agota en lo material, ya que en nosotros también hay un principio inmaterial que es la actividad mental
consciente, a la que también podemos llamar alma. Como el alma no es materia, esta parte de nuestro ser no
está sujeta al mecanicismo determinista. De hecho, Descartes creía que el alma humana es la dimensión
espiritual de la persona, por lo que goza de libre albedrío y puede continuar existiendo tras la muerte del
cuerpo.

La división que establece Descartes entre nuestra dimensión material y nuestra dimensión espiritual plantea el
grave problema de aclarar cuál es la interacción que existe entre estos dos principios. Si realmente el
cuerpo y el alma son sustancias distintas, que pueden existir separadamente, ¿cómo podemos explicar la
conexión que parece existir entre estas dos realidades? De hecho, lo que observamos es que cuando nuestro
cuerpo sufre un daño, nuestra conciencia siente dolor. Igualmente, cuando mi mente manda a mi cuerpo
moverse, este responde obedeciendo la orden. ¿Cómo es posible explicar esta relación entre lo material y lo
inmaterial, si realmente se trata de dos ámbitos radicalmente separados?.

El problema de la relación entre las sustancias nunca encontró una respuesta


satisfactoria dentro del pensamiento cartesiano. En ocasiones, Descartes llegó a
afirmar que nuestra auténtica y verdadera realidad es la conciencia, en tanto que el
cuerpo es tan solo un instrumento a su servicio. Sin embargo, en otras ocasiones,
parece que Descartes más bien pensaba en dos realidades separadas que podrían
conectarse a través de algún punto concreto, como la glándula pineal, que es una
pequeña protuberancia en la base del cerebro. Este sería el lugar de interacción entre
el cuerpo y el alma, allí conectarían las impresiones del cuerpo y los pensamiento del
alma.

Descartes realiza un estudio de las operaciones corpóreas que subyacen a las pasiones en su última obra, Las
pasiones del alma (1649). Allí explica que el proceso comienza en el momento en el que mi cuerpo recibe una
impresión física del exterior, lo que genera una perturbación que es recogida por los músculos y nervios y
transmitida desde ellos hasta el cerebro. Esta transmisión se realiza a través de la parte más rápida y ligera de la
sangre, lo que Descartes denomina “los espíritus animales”, que la propia sangre vehicula y contiene al modo
de un “viento sutil”. Una vez llega al cerebro, la sangre sufre un colapso porque no puede entrar en su totalidad.
Esto genera una turbulencia que sacude los espíritus animales, que penetran así agitados en el cerebro, de
donde saldrán con la orden de dirigirse de regreso a los músculos y nervios y mover el cuerpo. En el resto
de animales, dado que no tienen alma, esta explicación agota toda sus operaciones. Pero en el ser humano, en ese
lapso de tiempo en el que los espíritus se deslizan por el interior del cerebro se produce la interacción
cuerpo-alma. Según Descartes, esta comunicación se debe a la inclinación de una pequeña parte del cerebro por
causa de ese viento sutil de los espíritus (es, por tanto, una forma mínima de contacto). Esa parte en forma de
punta, la más interna y la única del cerebro que no es doble, es la glándula pineal (también llamada epífisis 2). La
glándula pineal puede ser movida por los espíritus animales de formas tan diversas como diferencias
sensibles hay en los objetos. El alma siente una pasión cada vez que descifra el micro-movimiento de la glándula
y lo traduce a una figura de la imaginación, convirtiendo así lo físico en mental, y a la inversa. Todo ocurre, por
tanto, como si los torbellinos producidos en el cerebro tuvieran un ritmo que el alma puede leer y sobre el
que, a su vez, es capaz de escribir.

En realidad, estas explicaciones no resultaron nada convincentes, ya que por más que Descartes quiera progresar
hacia sustancias más ligeras y órganos más recónditos, sigue tratándose de partes materiales. Entre la glándula y
la figura de la imaginación subsiste un vacío que, aunque localizado, exige dar un salto incomprensible. De
modo que la cuestión de aclarar las relaciones entre el cuerpo y la mente siguió siendo un controvertido y
espinoso problema de la filosofía moderna. Entre la claridad de ambas dimensiones surge una inquietante zona
oscura derivada de las dificultades para concebir la comunicación entre dos sustancias manifiestamente opuestas
entre sí, una definida por lo consciente e inextenso y la otra por lo material y extenso.

Por más que lo matice o lo reelabore, la filosofía moderna ya no abandonará el dualismo entre la conciencia
personal y los estados del mundo. Descartes había cumplido con dicho dualismo el doble objetivo de su
filosofía: en primer lugar, era posible estudiar la naturaleza al modo de una máquina, lo que resultaba
religiosamente inocuo (pues se separaba la física de la teología), filosóficamente riguroso (pues se garantizaba a
ese estudio una certeza similar a la de la matemática) y técnicamente efectivo (pues ponía la indiferencia de la
naturaleza al servicio de nuestra acción); pero en segundo lugar, se salvaba nuestra libertad e independencia
moral, pues nuestros juicios quedaban a cubierto de la necesidad que rige los hechos materiales y podían ser
modificados apelando a la razón natural.

7. INFLUENCIAS EN EL PENSAMIENTO DE DESCARTES

Podemos ver en Descartes una clara influencia del platonismo tanto en el hecho de reconocer únicamente como
conocimiento verdadero el que procede de la razón y además constituido por las ideas, como en el dualismo que
establece entre cuerpo y alma para dar una explicación al ser humano. Platón entendía el dualismo como dos
sustancias separadas que se unen accidentalmente, en Descartes esa unión mente-cuerpo que se da gracias a la
glándula pineal solo la entiende plenamente y le da su sentido Dios.

Descartes no fue el primero ni el único pensador en servirse de la duda como instrumento filosófico. En la
antigüedad, la escuela escéptica elevó la suspensión del juicio (epojé) y la indiferencia (ataraxía) a aspiraciones
últimas de la filosofía. Evidentemente, la duda cartesiana se desmarcará muy pronto de la escéptica: él hace de
ella un uso sistemático y focalizado, empleándola como resorte o toma de impulso para establecer sus tesis, y
nunca como una aspiración en sí misma.

Ya a comienzos de la Edad Media, Agustín de Hipona se sirvió distinguidamente de la duda para afirmar contra
los escépticos que podemos dudar de todo salvo de que dudamos, algo que empieza a parecerse a la versión
cartesiana y es refrendado por formulaciones similares al cogito en otras partes de su obra (“Si me engaño,
existo”, dice en la Ciudad de Dios). La duda era un tema católico donde se ponía de manifiesto el libre ejercicio
de la voluntad intelectual junto a sus límites, conectando así la libertad con algunas certezas tranquilizadoras,
pero no tenía ni la radicalidad ni la carga epistemológica que tendrá en el Discurso del método. Por otra parte, el
argumento de perfección para la demostración de la existencia de Dios de Descartes también tiene un claro
referente en las teorías de San Agustín y San Anselmo, que tras Kant es denominado argumento ontológico.

2 Según la medicina actual, la epífisis se encarga de producir melatonina, una hormona que afecta a la modulación del sueño. Se trata de un órgano
extremadamente sensible a la luz, razón por la cual algunas disciplinas esotéricas la denominan “tercer ojo” y le atribuyen funciones espirituales.
8. PROYECCIÓN Y REPERCUSIONES DE LA FILOSOFÍA DE DESCARTES EN LA HISTORIA

Descartes supone una profunda crítica del conocimiento que supondrá el acta de defunción del realismo
ingenuo asociado a la filosofía antigua en virtud del cual se nos hablaba del mundo antes de establecer bajo qué
condiciones es posible acceder a él. Esta línea epistemológica conducirá, por intermediación de los empiristas
Berkeley y Hume, a la filosofía crítica de Kant y su famosa afirmación de que no conocemos las cosas en sí
mismas, sino solo en tanto fenómenos que se nos aparecen. A partir de este postulado de la finitud de la razón,
la filosofía crítica se orientará cada vez más hacia la práctica y la moral.

También hallamos en el legado de Descartes una explicación de tipo mecanicista del universo con la que se
identificará, en lo esencial, toda la ciencia natural moderna hasta finales del siglo XIX (y esencialmente la
llamada “mecánica clásica”, todavía vigente en amplios campos de estudio de la física), y cuyo principal
representante será Newton. A ella, además, se adscribirán los pensadores materialistas que, a lo largo de los
siglos XVIII y XIX, y partiendo del dualismo cartesiano, irán postulando una reducción plena de los
fenómenos de conciencia a los fenómenos físicos. Stuart Mill, Wolff o Wundt formarán parte de esta amplia
corriente que desembocará en el positivismo del siglo XIX (con Auguste Comte a la cabeza), opuesto a
cualquier conocimiento ajeno al método científico y a nociones metafísicas como las de Dios, alma o espíritu.

En esta línea, otra herencia cartesiana que ha trascendido es el ideal matemático, entendido como que todo
conocimiento científico que se precie de serlo es un conocimiento deductivo para descubrir incógnitas, y la
autonomía de la razón identificada con la subjetividad del yo, como único criterio para legitimar tanto el
conocimiento científico como el ámbito de la ética y la política.

Malebranche, Spinoza y Leibniz fueron sus más fieles seguidores racionalistas, pero los siglos XVII y XVIII
también fueron testigos de las obras de los autores empiristas, como Locke o Hume, en los que influirían
notablemente los planteamientos de Descartes. Los dos modelos filosóficos suponen dos formas diferentes de
teorizar sobre el conocer, aunque los dos constituyan una filosofía de la subjetividad, ya que ambos parten
de que todo conocimiento lo es de contenidos de conciencia y, además, coincidan en afirmar que conocer es
conocer ideas y en señalar a la intuición como único modo de conocer. Pero mientras que los empiristas se
inclinaron por la intuición sensible, los racionalistas lo hicieron por la intuición intelectual. En la segunda mitad
del siglo XVIII, Kant formuló la síntesis de las dos corrientes con su teoría del idealismo trascendental.

Cabe considerar también a Descartes como el padre fundador de la psicología moderna y como el primero de
toda una serie de grandes moralistas y maestros de la introspección en la filosofía francesa. Esta lista incluirá,
entre otros, a Pascal, Rousseau, Maine de Biran o Bergson.

Encontramos un legado de Descartes en la corriente filosófica de la fenomenología del siglo XX iniciada por
Husserl, quien se propondrá dar respuesta a la crisis filosófica del mundo contemporáneo regresando al
kilómetro cero de la modernidad, el cogito cartesiano y su noción de certeza.

Además, el dualismo antropológico que estableció Descartes será una dificultad que pasará a definir toda una era
filosófica y científica. Esta cuestión hoy se conoce comúnmente como el “probema de la interacción mente-
cuerpo”, y constituye el tema central de la filosofía de la mente, pero que también es abordado por la
neurociencia. La problemática del dualismo antropológico que nos dejó Descartes, el punto más oscuro de su
doctrina, se convirtió en la paradójica situación del sujeto moderno, quien pudiendo conocer el mundo entero
mejor que nunca, a la vez se erigía en enigma para sí mismo. Esta dramática situación será también, nos guste o
no, un rasgo que pasará a definirnos como habitantes de la modernidad.
9. CRONOLOGÍA

Vida y obra de Descartes Historia, pensamiento, cultura


1596. Nacimiento de Descartes 1597. Francisco Suárez publica Disputas metafísicas
1598. Enrique IV de Francia proclama la libertad religiosa.
1600. Giordano Bruno es quemado vivo por ateísmo.
Nace Calderón de la Barca.
1603. Aparece Hamlet de Shakespeare.
1604-1612. Ingresa en la escuela de La Flèche. 1606. Nace el maestro de la pintura barroca Rembrandt.
1609. Nueva astronomía de Kepler, donde desarrolla la hipótesis
copernicana.
1610. Galileo perfecciona el telescopio y publica sus observaciones.
Enrique IV es asesinado.
1618. Comienzo de la guerra de los Treinta Años.
1618. Se alista como voluntario para la guerra. 1620. Novum Organum de Francis Bacon, que inaugura el empirismo
británico. Invención del microscopio.
1621. Felipe II es nombrado rey de España y adopta una política
expansionista. Guerra entre España y Países Bajos.
1623. Nace el matemático y filósofo Blaise Pascal.
1628. El médico inglés William Harvey describe la circulación de la
1629. Se establece definitivamente en sangre.
Holanda. Cambios frecuentes de domicilio. 1630. Muere Johannes Kepler.
1632. Nacimiento de los filósofos Baruch Spinoza y John Locke.
1633. Suspende la publicación de El Mundo, 1633. Condena a Galileo por la Inquisición.
su manual de física por miedo a la condena. 1636. Aparece La vida es sueño de Calderón de la Barca.
1637. Publicación del Discurso del Método. 1637. Fundamentos de la geometría analítica, establecidos por
1639. Se le acusa de impiedad. Descartes y perfeccionados por Fermat.
1640. Muere su pareja y su hija. 1640. Alzamientos en Portugal y Cataluña contra el dominio español.
1641. Aparecen las Meditaciones metafísicas.
1642. La Universidad de Utrecht prohíbe 1642. Muere Galileo. Nace Newton. Pascal inventa su máquina de
enseñar la filosofía de Descartes. calcular.
1643. Luis XIV es proclamado rey de Francia a los 4 años de edad.
1644. Publicación de Los principios de la 1644. Opera geometrica de Torricelli.
filosofía. 1646. Nace Leibniz.
1647. Alzamientos populares en Sicilia y Nápoles contra el régimen
español.
1648. Paz de Westfalia, fin de la guerra de los Treinta Años.
1649. Se traslada a Estocolmo para formar 1649. Fin de la guerra civil inglesa e instauración del
parte del consejo de la corte de Cristina. parlamentarismo. Ejecución del rey Carlos I de Inglaterra.
Publica Las pasiones del alma.
1650. Fallece de neumonía.

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