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LECTURA

EL RENACIMIENTO Y EL HUMANISMO
Panorama General
Fraile, Guillermo. Historia de la Filosofía III. Del Humanismo a la Ilustración. Madrid: BAC, 1978m p- 4-43 (selección)

El largo período designado con la denominación excesivamente genérica de Renacimiento, es


escenario de una serie de profundas transformaciones que afectan a todos los aspectos de la
cultura en el orden social, político, económico, científico, artístico, literario y religioso. A los
elementos procedentes de la Edad Media se suman otros nuevos, cuyo resultado es una
ampliación de horizontes y una profunda transformación en las condiciones de vida y modo de
pensar de los pueblos europeos.

La grandiosa idea medieval de la Cristiandad basada en la cooperación armónica entre dos poderes
supremos, el Imperio en lo temporal y el Pontificado en lo espiritual, se convierte definitivamente
en un sueño irrealizado e irrealizable. Desde el siglo XII el régimen feudal había entrado en franca
decadencia. El descubrimiento de la pólvora revolucionó el arte de la guerra, la artillería acabó con
la orgullosa inexpugnabilidad de los castillos. La ciudad prevalece sobre el campo, lo urbano sobre
lo rural, las catedrales sobre las abadías, las lonjas sobre los castillos y las universidades sobre las
escuelas de los monasterios. Las ciudades aumentan su riqueza con el desarrollo del comercio, y
compran o conquistan privilegios con que se emancipan del dominio de sus antiguos señores.
Frente a la aristocracia de la sangre se consolida la burguesía como una nueva clase social, cuyo
influjo se basa en el poder de la riqueza y el dinero. Comienza a aparecer el capitalismo,
revolucionando las antiguas estructuras económicas. Hasta los reyes y los emperadores se ven
precisados muchas veces a solicitar prestamos de los grandes banqueros, los Fugger de los Países
Bajos, los Peruzzi o los Médicis de Florencia.

Los pueblos o las naciones procedentes de la Edad Media se organizan en Estados, que tienden a
consolidar y estructurar su unidad interior, y en el exterior a conseguir la autonomía completa
respecto de cualquier dependencia civil eclesiástica. Se consolidan del poder sobre la disgregación
de la aristocracia y los señoríos feudales. El principio de jerarquía se sustituye por el del equilibrio
entre las grandes potencias, y el Imperio queda relegado a la categoría de un mito inoperante, sin
efectividad en el orden político.

A su vez, el influjo espiritual de los Papas salió quebrantado de las luchas contra el poder temporal
de los reyes y emperadores: Gregorio VII con Enrique de Alemania; Inocencia III con Federico II
Barbarroja, Juan XXII con Luis de Baviera; Bonifacio VIII con Felipe el Hermoso. Un signo de los
tiempos que se avecinan es que en las controversias entre los canonistas pontificios contras los

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legistas reales, inspirados en el Derecho romano y la Política aristotélica, no siempre llevaron la
mejor parte los primeros.

Desde finales del siglo XV se multiplican vertiginosamente los grandes descubrimientos


geográficos. La brújula, conocida desde el siglo XII por los marinos del Mediterráneo, les permitió
aventurarse en alta mar. Cristóbal Colón, navegando hacia oriente en busca de la India y las islas de
las especias, tropezó con la barrera imprevista de un nuevo continente. Murió sin conocer el
alcance de su descubrimiento, pues siempre creyó haber arribado a la India. Siguieron nuevas
navegaciones, descubrimientos y exploraciones en América, África, Asia y Oceanía. El horizonte
geográfico y etnográfico se ensancha de manera fabulosa con el conocimiento de nuevas tierras,
pueblos, razas, civilizaciones y costumbres.

El descubrimiento del Nuevo Mundo tardó un poco en ejercer influjo en el orden político y
económico. En el centro comercial se desplazó de este a oeste, del Mediterráneo al Atlántico.
Aumentaron las riquezas, pero la afluencia de oro y plata desvalorizó la moneda y desequilibró el
antiguo sistema de precios, repercutiendo en la situación de las clases sociales. Las posibilidades de
hacer fortuna rápidamente tientan a muchos, iniciándose la emigración en masa a las tierras recién
descubiertas. España, que tenía más de nueve millones de habitantes en tiempo de los Reyes
Católicos, contaba solamente cinco al morir Carlos II. Al mismo tiempo, las guerras incesantes
empobrecían a los reyes y los pueblos europeos.

Europa se convierte en la gran descubridora y exploradora de territorios desconocidos, y unas


veces por procedimientos violentos de conquista y otras por medios pacíficos de persuasión,
impone su propia cultura durante cuatro siglos en la mayor del mundo.

A la ampliación del horizonte terrestre por los descubrimientos geográficos vino a sumarse otra
semejante en el orden cósmico, sugerida por las teorías astronómicas de Copérnico y Galileo.
Tanto una como otra repercuten en la psicología. La audacia de los descubridores y conquistadores
se contagia a los pensadores. De la misma manera que se descubrían nuevas tierras y nuevos
astros, podían también descubrirse nuevos mundos en el orden del pensamiento. Luis Vives confía
optimistamente en las fuerzas del ingenio humano. Hasta el nominalista Juan Mair participa de
este espíritu de ampliación de horizontes. Si se descubren nuevos mundos, ¿por qué no han de
poderse también descubrir nuevas ideas?

En el aspecto científico, en los centros universitarios oficiales se prolongan las escuelas filosóficas y
teológicas que hemos visto formarse y consolidarse a partir del siglo XIII: tomismo,
bonaventurismo, escotismo, averroísmo. Durante los siglos XIV y XV prevalece la corriente

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nominalista, y aunque decae a principios del XVI, no será sin que muchas de sus doctrinas más
características, y sobre todo su espíritu y su orientación, se transmitan al racionalismo cartesiano y
al empirismo inglés, prolongando su influjo, más o menos larvado, pero real y efectivo en la
filosofía moderna hasta Kant y en muchos aspectos hasta nuestros mismos días.

A las corrientes culturales procedentes de la Edad Media vienen a sumarse otros factores nuevos.
Uno de ellos es el potente MOVIMIENTO HUMANISTA, que salta al primer plano a mediados del
siglo XV, constituyendo, dentro de su carácter un poco difuso e indefinido, un nuevo clima
espiritual, un ambiente muy distinto del anterior.

El movimiento humanista –como después sucederá con la Ilustración- no nace propiamente en las
universidades, anquilosadas en sus viejos programas de estudios, sino más bien al margen de ellas,
promovido y alentado por una minoría de individualidades selectas, dispersas o agrupadas en
academias y protegido por la generosidad de mecenas particulares. Algo semejante hay que decir
de las ciencias naturales, las cuales, más que en los centros oficiales, se desarrollarán en virtud del
esfuerzo de personalidades aisladas y de aficionados, con independencia y, a veces, sufriendo la
hostilidad de la enseñanza reputada tradicional.

Es también importantísima la revolución que en este tiempo se realiza en el orden religioso. Sus
antecedentes son un poco remotos. Podemos remontarlos hasta la irrupción de la filosofía griega y
musulmana en el siglo XII, con sus consecuencias en forma de aristotelismo heterodoxo y
averroísmo; las luchas entre las distintas corrientes doctrinales dentro de la escolástica; los
conflictos entre el poder civil y el eclesiástico, la anarquía de los Estados pontificios, el destierro de
Aviñón, el cisma de Occidente, el conciliarismo y la decadencia interior de la Iglesia.

La recuperación de la cultura antigua abrió el camino para lo que se ha llamado el “descubrimiento


del hombre”; es decir, para una consideración puramente naturalística de la realidad, cada vez más
desligada de los dogmas cristianos y de toda clase de religión positiva. Una confluencia de factores
muy variados dio origen a la revolución protestante, que brota dentro del campo cristiano como
una reacción contra la corrupción interior y con el pretexto de un retorno a un cristianismo más
puro, más íntimo y espiritual, revalorizando la “palabra de Dios” frente a las “opiniones de los
hombres”, prescindiendo de la pompa exterior de los ritos y ceremonias desligándose de las
trabas del régimen eclesiástico. Sin embargo, su resultado, en lugar de una verdadera reforma fue
la escisión de la Cristiandad en una multitud de sectas hostiles, que rompieron la unidad religiosa
medieval y acabaron por disgregar la unidad espiritual de Europa con su secuela de luchas
doctrinales y políticas, muchas veces sangrientas.

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Sería un error identificar el Renacimiento con el movimiento humanista, y mayor aún atribuir al
humanismo el papel de comienzo de la filosofía moderna, ni en su sentido de recuperación de la
cultura clásica ni siquiera en el más concreto del sentimiento naturalista del “descubrimiento de la
naturaleza y del hombre. […] En el ambiente y en el nuevo espíritu que se define en la Europa del
siglo XIV y XV brota un conjunto de corrientes muy diversas y hasta opuestas, pero todas confluyen
a una profunda mutación en las condiciones de vida y pensamiento de los siglos posteriores. Con
Humanismo o sin él, la marcha del pensamiento moderno habría seguido un desarrollo muy
parecido. [lo mismo podríamos decir del desarrollo de la literatura…]

Limites cronológicos. Es difícil señalar la línea divisoria y marcar el punto exacto en que termina la
Edad Media y comienza la Moderna. En las cronologías más restringidas el Renacimiento abarca un
par de siglos, del XIV al XVI, y en algunas naciones se prolonga hasta entrado el XVII. No es posible
establecer una neta demarcación de límites cronológicos ni ideológicos entre dos épocas
estrechamente vinculadas entre sí. No se trata de un salto brusco. En muchos aspectos, el
“Renacimiento” es la culminación de la Edad Media, la etapa final de un largo proceso de
desarrollo. Pero al mismo tiempo entran en función otros factores que abren el comienzo de una
nueva era.

En historia universal suelen señalarse como acontecimientos destacados la invención de la


imprenta (1443), la caída de Constantinopla y el fin del Imperio Bizantino (1453), e descubrimiento
de América (1492), la rebelión de Lutero (1517), la apertura del Concilio de Trento )1545). En la
historia particular, cada nación vincula su Edad Moderna a algún suceso de trascendencia:
Alemania al advenimiento de la casa de Austria (1438), Francia al de Luis XI (1461), España al de los
Reyes Católicos (1474) o la conquista de Granada (1492), Inglaterra al de la casa Tudor (1485),
Nacimiento de William Shakespeare (1564), Nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra (1547).
[…] las primeras manifestaciones literarias del humanismo se inician con Petrarca un siglo antes, en
la corte pontifica de Aviñon, y que la labor de recuperación de los documentos literarios y
filosóficos de la antigüedad estaba prácticamente terminada en la fecha en que muere el cardenal
de Cusa (1464).

[…] Renacimiento y Edad Media. El Renacimiento tiene dos vertientes. Por una parte es el término
y la culminación de la Edad Media, y por otra el principio y el pórtico de la Moderna.

Edad Media y Renacimiento son dos cosas distintas. Pero no debemos establecer entre ambos una
zanja demasiado profunda ni esforzarnos por encontrar criterios tajantes para separarlos, y menos
aun para contraponerlos excesivamente. […]. La Edad Media aparece como un largo período de

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formación, fermentación y desarrollo de muchos elementos –buenos y malos- que determinan el
nacimiento de la cultura moderna. […]

El Renacimiento no es una ruptura completa con su pasado inmediato, ni un salto brusco, ni menos
una resurrección, sino el resultado de un proceso histórico, cuyas raíces más hondas y auténticas
hay que buscarlas en suelo medieval. Puede considerarse como definitivamente establecida la
estrecha vinculación entre Renacimiento y Edad Media, la cual cierra y termina en un sentido
mientras que en otro abre las puertas a los tiempos modernos.

La continuidad entre Edad Media y Renacimiento debe entenderse en sentido de evolución. Algo, o
mucho, permanece. Pero también cambian muchas cosas. Nuevos elementos irrumpen con fuerza
incontenible, ya desde el “otoño” de la Edad Media. Los hombres del Renacimiento tienen
conciencia de que hay en ellos algo nuevo que los separa y distingue de sus inmediatos
antecesores de las postrimerías de la Edad Media. En palabras de Marsilio Fisino, “Este siglo es un
siglo de oro, el que ha puesto nuevamente a la luz las disciplinas liberales casi extinguidas, la
gramática, la escultura, la música, el arte de cantar con la antigua lira de “Orfeo”; y todo esto en
Florencia”. Sienten que con ellos comienza un modo nuevo de vivir. Ven las mismas cosas, pero de
un modo nuevo, con otros ojos y con un espíritu muy distinto.

El Renacimiento, incluso en su aspecto literario, filológico y artístico, significa mucho más que un
simple retorno a la antigüedad clásica. Sería excesivo considerarlo como una especie de “Edad”
interpuesta entre la Media y la Moderna. Pero tampoco se le puede reducir al menguado papel de
una época de transición entre esas dos edades. Dos siglos largos son demasiada transición. Son dos
siglos de vida intensa, tumultuosa, trepidante, de vigor juvenil muchas veces violento, en que
fraguan valores propios, extraordinarios en el aspecto artístico, político y social, y en que se abren
fecundos caminos en nuevas ramas científicas desconocidas en la Edad Media. Nadie regatea al
Renacimiento sus méritos indiscutibles en el campo del arte, la literatura y la filología. Pero no se le
conceden con alta generosidad en el de la filosofía. Sin embargo, si, como hemos repetidas veces,
no hay motivo para distinguir las “ciencias” de la “filosofía”, es innegable que el Renacimiento
contribuye de manera poderosa a desarrollar, y en muchos casos a crear, ramas importantísimas
de la ciencia desconocidas o a lo más iniciadas en épocas precedentes. Dejando a un lado lo que
significó su labor en el campo de las ciencias filológicas, basta hacer un balance final de sus
resultados en física, matemáticas, biología, astronomía, derecho, política, literatura, etc., para ver
la importancia extraordinaria que este fecundo período tiene para la historia del pensamiento. […]

Tantas opiniones tan diversas pueden, sin embargo, coordinarse en unas cuantas conclusiones: 1.
Humanismo y Renacimiento son dos cosas distintas. El Humanismo es un episodio dentro del

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Renacimiento, de carácter predominantemente literario, filológico y erudito, cuyo interés se centra
sobre todo en la recuperación e imitación de las bellas letras de la antigüedad. Recuperación e
imitación que, de suyo, no tenía nada de anticristiano, aunque algunos de sus representantes no
hayan sido precisamente modelos de virtudes cristianas. 2. Pero el Renacimiento es mucho más
que una restauración de las bellas letras. Es un largo período de profundas transformaciones en
todos los aspectos sociales, artísticos, políticos e ideológicos. Es una transición, pero con carácter y
valores propios. 3. Es superfluo insistir en la contraposición entre Renacimiento y Edad Media. Son
dos épocas distintas, pero entre las que existen lazos y relaciones más profundas de las que
descubre una consideración superficial. En el aspecto religioso son dos etapas sucesivas del
proceso creciente de naturalismo iniciado en el siglo XII y en el filosófico, la continuidad de la Edad
Media resulta cada vez más patente cuando se examinan las raíces remotas de donde proceden los
movimientos ideológicos modernos.

EL HUMANISMO

Etimológicamente, “humanismo” proviene de “humano”, lo mismo que sus similares “humanidad”,


“humanidades”, “humanitas”. La palabra “humanitas” aparece ya en Aulio Gelio y Cicerón.
“Humanistas” y “humanidades” se empleaban corrientemente en los siglos XV y XVI- Pero en
cuanto a su sentido real, el “humanismo” se presta a una doble interpretación.

1. Sentido filológico y literario. Si la relacionamos con su correlativa “humanidades”, la palabra


“humanismo” es heredera directa de las humaniores litterae o los studia humanitatis de los
romanos, que correspondían a las artes liberales (artes libero dignae). En este sentido, el
humanismo significa ante todo el movimiento de retorno a la cultura antigua, el cultivo de las
“humanidades” y la literatura greco-latina. A la vez, en los primeros humanistas, lleva implícita
la contraposición cristiana entre letras humanas y divinas, es decir, la Sagrada Escritura y la
teología. En este sentido lo entendió Erasmo.

El movimiento de estima hacia la cultura de la antigüedad comienza con Petrarca en la corte


pontifica de Aviñon, de donde los Papas retornan a Roma en 1377. se desarrolla brillantemente
en la Italia del siglo XV, y se extiende rápidamente por Francia, Alemania, Inglaterra, Países
Bajos y España en el siglo XVI.

Pero las humanidades adquieren muy pronto un sentido más restringido que el que había
tenido de la antigüedad romana. No abarcan el estudio y el cultivo de todas las artes liberales,

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sino que quedan reducidas a las disciplinas propias del trivio medieval, con preponderancia de
la gramática y la retórica sobre la dialéctica. Los humanistas eran ante todo los gramáticos y
filólogos que conocían el latín y el griego y podían saborear las bellezas literarias de la
antigüedad en sus propios textos.

2. Sentido naturalista. En los historiadores de mediados del siglo XIX, la palabra “humanismo”
adquiere un sentido que sus correlativas “humanidades” y “humanista” no habían tenido en el
Renacimiento. según Michelet, en este tiempo tiene lugar “el descubrimiento del mundo y del
hombre”. Buckhardt y Voigt señalan como notas características del Renacimiento no solamente
la recuperación de la cultura clásica y el cultivo de las letras greco-latinas, sino la exaltación de
la naturaleza. Desde entonces se da el “humanismo” un sentido puramente naturalista,
derivándolo directamente de la palabra “humano”, haciendo resaltar la contraposición entre el
nombre puramente natural frente al concepto sobrenaturalista cristiano y medieval. Este
concepto tiene un fondo de verdad, en cuanto que ya desde el siglo XIII puede apreciarse el
despertar de un nuevo modo de ver las cosas muy distinto del cristiano y una tendencia a
entender la vida y el hombre en sentido naturalista. Pero en realidad no corresponde al
“Humanismo” histórico, tal como efectivamente se entendió y desarrolló entre 1350 y 1550.

Posteriormente, el significado del “humanismo” se ha ampliado todavía más, designando


simplemente el modo peculiar de comportarse el hombre en cuanto tal. pero se le aplican
adjetivos que lo diversifican en especies irreductibles y contrapuestas. Así se habla de
humanismo cristiano cuando se interpreta el hombre tendiendo a Dios; de humanismo ateo
cuando se prescinde de Dios en absoluto; de humanismo existencialista, marxista, etc.
Históricamente, el Humanismo implica muchos matices, que creemos se expresan
suficientemente en esta descripción de L. Philipart: “El Humanismo es un movimiento de
espíritu, a la vez estético [literario], filosófico, científico y religioso, que comenzó en Italia en el
siglo XIV, vivió con una vida desigualmente brillante desde el siglo XV en Francia, España, Países
Bajos, Alemania, Inglaterra, y en otras regiones de Europa, especialmente Hungría y Polonia, se
desarrolló plenamente en el siglo XVI, para agotarse, finalmente, en el siglo XVII, en una nueva
corriente de pensamiento y de arte. Preparado desde largo tiempo antes por las corrientes
sucesivas de la cultura medieval e intensificado por la difusión y el gusto de las obras griegas y
latinas, se caracteriza por un esfuerzo, a la vez individual y social, unas veces apasionado y otras
crítico, susceptible de revalorizar el hombre y su dignidad gracias a la penetración directa, real y
vivificante de la cultura antigua en la moderna”.

Esta descripción quedaría más completa si se añade el influjo que el pensamiento cristiano
medieval siguió ejerciendo, implícita o explícitamente, en muchas de las mejores

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manifestaciones del Humanismo. No se trata de una simple vuelta –imposible- a la antigüedad
greco-romana, sino del desarrollo de principios que venían preparador por muchos siglos de
cristianismo. En el concepto renacentista de la dignidad del hombre es difícil reconocer el
hombre auténticamente pagano, sino el enriquecido por otros elementos muy superiores y
específicamente cristianos.

Precursores del humanismo

Bruneto Latini (1230-1291). Natural de Florencia, donde fue maestro de retórica. Escribió en
Francés los tres libros del tesoro. […] Es la primera enciclopedia medieval en lengua vulgar, en
forma de poema alegórico-didáctico, que se desarrolla en una serie de diálogos ente el autor y
las damas Naturaleza, virtud y sus cuatro hijas y, finalmente, con el Amor, Brunnetto toma sus
materiales de Cicerón, Avicena, San Isidoro, Palladio, Solina y los bestiarios árabes. Menciona
como ciencias la astronomía, la física, la geografía, la historia, la moral y la retórica, pero no
alude a la teología. La primera de las ciencias es la política. Describe la “virtù” en un sentido muy
parecido al que más tendrá en Maquiavelo. Tradujo al italiano la Summa alexandrinorum, que
es un compendio de la Ética a Nicómaco, traducido del árabe al latín por Hermann el alemán.
Influyó en Dante, que fue discípulo suyo.

Dante Alighieri (1265-1321). Más que primer hombre moderno, Dante merece ser llamado el
“último hombre medieval”. En Petrarca se aprecia ya la proyección hacia el futuro. Dante está
todavía vinculado al pasado, al que pertenece por su formación y su espíritu, si bien preludia ya
una mentalidad y unos tiempos nuevos. […] Pero sus propósitos rebasan ya la Edad Media.
Aspira a una renovación del hombre y la sociedad mediante el retorno a sus principios. . […] La
iglesia se renovará volviendo a la austeridad primitiva, conforme al ejemplo de San Francisco y
Santo Domingo; y el Estado, retornando a la idea imperial de Roma, tal como floreció en tiempo
de Augusto. Su intención es ante todo moral, a la manera de los “Espirituales”. La Divina
Comedia es una descripción de la lucha entre lo diabólico y lo divino, la ascensión del alma hacia
Dios a través de las dificultades y tentaciones que le tienden el demonio y el pecado. Todo ello
encuadrado en un esquema de tipo neoplatónico, envuelto en la fronda exuberante de
alegorías y simbolismos creados por una imaginación de maravilloso poeta. . […] Dante se
complace en resaltar la romanidad de los dos poderes: el del imperio, simbolizado en el águila; y
el de la Iglesia, en la cruz. son independientes uno de otro, pero deben coordinarse en mutua
armonía. La monarquía universal debe garantizar la paz, la justicia y la unidad en el mundo,
como sucedió en el Imperio romano, que fue elegido por Dios para la misión providencial de
preparar el camino al cristianismo.

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Francisco Petrarca. (1304-1374). En Petrarca aparecen ya rasgos característicos del humanismo.
Propagó entre sus amigos el amor a las bellas letras y la afición a la literatura clásica, que, a
ejemplo de San Agustín, cree poder estimar sin mengua de su espíritu cristiano. Confiaba en que
la fama le vendría por sus eruditas obras latinas, fatigosamente trabajadas. Sin embargo, para la
posteridad será siempre el finísimo poeta del Canconiere, las Rimas y los Trionfi. Por estas, más
que por las primeras, sale de la Edad Media y entra de lleno en la corriente que anuncia un
nuevo horizonte en el mundo. Petrarca es un gran poeta, pero carece de pensamiento filosófico
original. En su espíritu chocan en violento contraste la naturaleza y la gracia, su fe cristiana y sus
tendencias pasionales, su vinculación medieval y su apertura hacia nuevos horizontes. Renacer,
reflorecer, revivir, retornar, son palabras que nos colocan ya en los umbrales del Renacimiento.

Juan Boccaccio (1313-1375). Es un carácter completamente distinto del de su gran amigo


Petrarca, con quien comparte la admiración por la antigüedad y las bellas letras, pero no sus
inquietudes espirituales y sus tendencias místicas. En su Decameron critica con excesivo
desenfado las costumbres de su tiempo, y en el cuento de “los tres anillos” (Jornada I, Cuento 3)
manifiesta su actitud escéptica ante la religión.

Labor de los humanistas

La actividad que desplegaron fue realmente asombrosa. En poco más de medio siglo (1350-
1405) llevaron a cabo la recuperación de los textos literarios y filosóficos de la antigüedad. A la
ampliación del horizonte geográfico con el descubrimiento de nuevas tierras se suma la del
horizonte intelectual con la recuperación de los grandes monumentos de la cultura clásica. En
este aspecto, la labor de los humanistas, aunque no se trata de un comienzo absoluto, tiene un
mérito indiscutible. Si los humanistas tuvieron la fortuna de “descubrir” numerosos códices que
yacían, más o menos olvidados, en las viejas bibliotecas monásticas y catedralicias, fue porque
en la Edad Media hubo monjes que se habían preocupado de copiarlos amorosamente, con
esmerada caligrafía y bellísimas viñetas.

La Edad Media no ignoró la antigüedad, y, por lo tanto, su “descubrimiento” no es un hecho


exclusivo del Renacimiento. Después de la invasión de los bárbaros nunca dejaron de cultivarse
del todo los estudios de latinidad, gramática y retórica, herencia de las escuelas romanas. Desde
Boecio y Casiodoro, pasando por los copistas y “antiguarii” benedictinos, hasta las escuelas de
traductores del siglo XII, toda la Edad Media es una serie continuada de esfuerzos de
recuperación de la antigüedad, o, si se quiere, una serie de “renacimientos” parciales.

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El septenario latino de artes liberales se transmitió a través de Marciano Capella, Boecio,
Casiodoro, San Isidoro, San Beda, Alcuino, etc. En Sevilla, Tarrow y Aguisgrán se leían los
“autores” clásicos: gramáticos, poetas, historiadores y filósofos. Ni los más apasionados
humanistas superaron la estima en que tenían los libros San Isidoro, San Braulio, Alcuino y Lupo
de Ferrieres. En sus obras saltan a cada paso citas de Donato, Prisciano, Plauto, Ovidio,
Terencio, Virgilio, Cicerón, etc., cuyos libros se guardaban como tesoros en las bibliotecas de los
monasterios y las catedrales.

La pulcra latinidad de un Juan de Salisbury en el siglo XII es abandonada en el siguiente. El hecho


es lamentable, pero comprensible ante la urgencia de los problemas de orden doctrinal que
planteaba el aluvión de obras griegas y musulmanas, que irrumpió en Europa a través de las
escuelas de traductores. El interés por el fondo científico de los problemas y la gravedad de las
cuestiones que planteaban inaplazablemente contribuyó al descuido de la forma que
ciertamente llegó a extremos deplorables en los escolásticos del siglo XIV, con cuyos epígonos
conviven los primeros humanistas.

Sin menoscabar el mérito extraordinario de los humanistas en la recuperación del saber


antiguo, su labor, en este aspecto concreto, representa la última etapa de una vasta serie de
esfuerzos que databan de mil años atrás, es decir, desde el hundimiento mismo del Imperio
Romano. Los humanistas recorrieron toda Europa buscando los tesoros literarios de la
antigüedad en las viejas bibliotecas medievales: Bobbio, Monte Cassino, en Italia; San Gall y
Eisiedeln, en Suiza, Fulda, Maguncia, Corvey, Reichenau, en Alemania; Cluny, en Francia,
Worcester y Glastonbury, en Inglaterra, etc., comprando, copiando o, si llegaba el caso,
saqueando , sin que a algunos, como Poggio, les remordiera demasiado la conciencia ante la
tentación de piratería. Afortunados ojeadores de piezas literarias se estremecían de gozo ante
el hallazgo de un manuscrito. Lorenzo de Medicis envió emisarios a Dinamarca, Turquía, Egipto y
Constantinopla, en busca de códices antiguos. Gianozzo Manetti dice que Nicolás V “despachó
doctos exploradores hasta los últimos confines de Alemania e Inglaterra”. De esta manera se
formaron las ricas bibliotecas renacentistas y las valiosas colecciones de códices, joyas,
medallas, estatuas y monumentos de la antigüedad.

a) Literatura latina. Petrarca es el primero en quien se manifiesta el despertar del espíritu de


estima hacia los monumentos literarios de la antigüedad. En Verona copió las cartas de
Cicerón a Ático. Poseía un códice de Homero y algunos diálogos de Platón, pero aunque
recibió algunas lecciones de griego no llegó a dominarlo para poderlos entender. Bocccaccio
encontró las Historias de Tácito en Monte Cassino, Alberto Enoch de Acoli recuperó
Suetonio (De Viris Illustribus) y la Germania de Tácito. En 1389 se hallaron en Vercelli las

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Epístolas familiares de Cicerón, Geraldo Landriano recuperó en 1525 la Retórica de Cicerón.
Nicolás de Cusa, en un viaje a Alemania, enviado por Orsini, halló doce comedias de Plauto
(1428). Niccolo Niccoli fue un gran coleccionista de códices, llegando a reunir una copiosa
biblioteca- El buscador más afortunado fue Possio Bracciolini calificado de “Colón de los
archivos” por sus hallazgos, aunque quizá no le faltaba razón a Lorenzo Valla para calificarlo
de “Possio latronum ac barbarorum duce”. Yendo al concilio de Constanza (1414) escarmenó
las bibliotecas de Fulda, San Gall, Corvey, Reichenau y Weigarten.
b) Literatura Griega. En la recuperación de la literatura griega el Renacimiento marca un gran
avance sobre la Edad Media, en que el griego había llegado a olvidarse casi por completo.
Fuera de escasas excepciones (Escoto Eriúgena, Roberto Grosseteste, Guillermo de
Moerbeke, Roger Bacon), apenas había nadie capaz de leer los autores en su lengua original,
teniendo que valerse de traducciones y retraducciones, casi siempre muy deficientes. Las
recomendaciones de los concilios para que se fundasen en París, Oxford, Bolonia y
Salamanca cátedras de lenguas orientales –griego, hebreo, arameo, caldero y árabe- apenas
tuvieron eficacia ni resultados apreciables. El intercambio cultural con Bizancio comenzó
hacia 1400, antes del concilio de Ferrar-Florencia (1438). Manuel Chysoloras, llamado a
Florencia , fue el verdadero iniciador del movimiento y padre de una generación de
helenistas. Muchos italianos fueron a Constantinopla a estudiar griego y regresaron
cargados de códices. Guarino de Verona. Juan de Aurispa volvió con 238 manuscritos (1423).
Francisco Filelfo trajo entre otros muchos códices la “ética a Nicómaco (1427). Nicolás de
Cusa volvió con las obras de Juan Damasceno (1437). Antonio de Massa. Ambrosio
Traversari recuperó las obras completas de Platón. Después del concilio de Feerrara-
Florencia, muchos eruditos bizantinos se quedaron en Italia y se dedicaron a enseñar griego
y filosofía en diversas ciudades italianas. Por su parte, los bizantinos realizaron numerosas
versiones de obras griegas al latín.
c) Literatura cristiana. Los humanistas exageraron los defectos de la escolástica de su tiempo,
con la que, sin embargo, tienen más afinidades que con la del siglo XIII. pero no les faltaba
razón al tratar de remontarse a las fuentes auténticas del pensamiento filosófico y cristiano,
descuidadas por los escolásticos de la decadencia. En sus trabajos no solamente hay un
fondo de crítica negativa, sino también un deseo positivo de autenticidad, purificación,
simplificación y verdadera reforma. De esta anhelo de retorno a las fuentes no sólo se
beneficiaron los autores profanos, sino también la Sagrada Escritura y los escritores
cristianos de la antigüedad. Eugenio IV encargó a Ciriaco de Ancona (1391-1457) la revisión
de las variantes del texto griego del Nuevo Testamento y compararlo con la versión de San
Jerónimo. Benemérita fue también la labor de Nicolás V. Aparecieron numerosas ediciones y
versiones de la Sagrada Escritura (Poliglota de Alcalá, de Amberes) y ediciones cuidadosas de

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los Santos Padres. Debe destacarse la labor de Erasmo de Rotterdam, que llevó a cabo
ediciones admirables.

Nuevas ciencias. El movimiento humanista tiene otros aspectos sumamente valiosos en que
rindió frutos de primera calidad. No es posible hacer la historia de muchas ramas modernas del
saber sin reconocer las aportaciones debidas al esfuerzo de los humanistas. Mérito indiscutible
fue la renovación y depuración de la forma literaria, el cuidado del estilo, el buen gusto frente a
la barbarie del latín de las escuelas, el cultivo de las lenguas clásicas y orientales. Escribieron
gramáticas y diccionarios. Grandes gramáticos, entre otros innumerables fueron Juan
Malpaghini de Távena, amigo de Petrarca, que enseñó en Roma y Padua; Ángel Poliziano, Mario
Nizzolius de Módena, etc. De esta labor nacieron ciencias nuevas: la filología, la paleografía, la
epigrafía, la arqueología, la numismática, la critica textual y literaria, la geografía y la historia de
la antigüedad.

La imprenta. Pocos inventos han aparecido tan oportunamente como el de Juan de Gutenberg y
su sucesor Pedro Schofler, entre 1450-1455- Hasta entonces la enseñanza había sido oral o
difundida por los copistas de manuscritos. Pero la imprenta significó una profunda revolución. El
nuevo invento, junto con el grabado en cobre y madera, permitía la rápida multiplicación de
numerosos ejemplares a precios asequibles, y en manos de los humanistas se convirtió en un
instrumento eficacísimo para la difusión de la cultura.

Bibliotecas. Típicamente renacentista fue la pasión por los libros. Papas, reyes, universidades,
magnates, erigen suntuosas bibliotecas para dar digno alojamiento a los tesoros literarios
rescatados del olvido. Clemente V ordenó trasladar a Aviñón la biblioteca pontificia. Cosme de
Médicis fundó la de Florencia, la de San Jorge el mayor, en Venecia (1435). La de San Marcos de
Venecia se formó con la de Petrarca, que desapareció casi toda, y la de Bessarión, que contaba
900 volúmenes. La del Louvre de París, Pavía, etc.

Nuevas universidades. Muestra de la difusión de la cultura es la multiplicación de centros


docentes superiores. Solamente en España se fundan 20 Universidades nuevas entre 1400 y
1500. En 1619, entre mayores o completas (Salamanca, Alcalá, Valladolid) y menores se contaba
en España 32 universidades y 4000 estudios de gramática. En los capítulos de reforma de 1623
se trató de reducir el número de centros literarios para impedir que el campo se despoblara
ante la gran cantidad de alumnos que los abandonaban para dedicarse a estudiar. Alemania
tenia en el siglo XIV cuatro grandes universidades: Viena (1365), Heidelberg (1386), Colonia
(1388), Erfurt (1388). En el siglo XV se fundan las de Leipzig (1409), Greifswald (1456), Freiburg
(1456), etc.

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Mecenas. Papas, prelados y nobles, unas veces por amor al arte y a la ciencia y otras por
necesitar sus servicios para la redacción de documentos en bello latín, tuvieron a gala rodearse
de artistas y literatos como el ornato más brillante de sus cortes y palacios.

Asociaciones. EL humanismo, más que en las universidades, se desarrolló en numerosas


asociaciones académicas, con los nombres más pintorescos, en que se agrupaban los
aficionados al arte, a las bellas letras y a la filosofía. En Florencia, además de las academia
platónica, cuya alma fue Marsilio Ficino, existieron las reuniones en los Orti Rucellai, la
Academia della Crusca y la de los Umidi. En Roma, la academia romana de Pomponio Leto, las
de los Licaei, los Humoristi, los Fantastici, etc.

Creemos suficientes estas indicaciones para comprender la importancia del movimiento


humanista y su influjo en la elevación de la cultura europea, sin necesidad de empequeñecerlo
interpretándolo tendenciosamente en el sentido de “descubrimiento del hombre y de la
naturaleza”. En primera línea lo fomentaron los Papas y prelados, y sus representantes fueron
en su mayor parte eclesiásticos o funcionarios al servicio de la Iglesia. Si de momento el interés
se centró ante todo en el cultivo de las bellas letras y la recuperación de los monumentos del
saber antiguo, quedaban establecidas las bases que servirán para abrir nuevos campos de
investigación en otros dominios de la ciencia.

Dante, Petrarca y Boccaccio revalorizaron la lengua vulgar, perfeccionaron el italiano, dándole


categoría de lengua literaria. Algo parecido sucedió con el castellano en tiempos de Juan II. Sin
embargo, la mayor parte de los humanistas no supieron apreciar el valor de las corrientes
nacionales procedentes de la Edad Media, ya entonces muy poderosas. Incluso entorpecieron
su desarrollo, suplantándolas con una imitación anacrónica de los modelos latinos. Por fin
sobrevino la reacción, prevaleciendo las lenguas nacionales tanto en el orden literario como en
el científico, quedando el latín relegado a círculos cultos, más reducidos cada vez. Buena parte
del éxito de los libros de filosofía que comenzarán a aparecer en el siglo XVII lo deberán a haber
adoptado la lengua vulgar.

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