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1: Modernidad y contemporaneidad
___________________________ 4.1: Modernidad y contemporaneidad

Contextualización

El siguiente apunte trata sobre los últimos quinientos años vividos por el Occidente hasta la actualidad.
Divididos en dos periodos históricos: la Edad Moderna, entre los siglos XVI y XVIII d.C., y la Edad
Contemporánea, entre los siglos XIX y XXI d.C., hasta llegar a la actualidad, aunque de esta solo
abordaremos su primera parte.
Recordemos que, a fines del siglo XV, la sociedad europea sufría varios procesos de transformación.
El encuentro entre el mundo occidental y el americano generó un nuevo escenario político y económico
en ciertos lugares, mientras que en otros la propia cultura se transformaba rápidamente para adaptarse
a las nuevas condiciones de la colonización europea.
Por otro lado, la toma de Constantinopla por los turcos seldyúcidas hizo desaparecer el último vestigio
del Imperio Romano, su parte oriental, lo cual provocó migraciones a Occidente, en especial a la
península itálica. Aquí se recuperó buena parte de la herencia griega, mientras que Oriente, en un
proceso de sincretismo entre el mundo islámico y el occidental, se definió como la frontera definitiva
entre el mundo occidental y el oriental.
También el mundo occidental se transformó tras el encuentro con América y algunas islas que
conforman hoy Oceanía. Aunque España poseía el control sobre buena parte de las colonias
americanas, dependía de otros países para el abastecimiento del nuevo mundo. Por otra parte,
Portugal ocupaba un territorio principalmente costero en torno al Amazonas -actual Brasil-, e Inglaterra
y Francia establecieron pequeñas colonias en el norte del continente. Las colonias suministraban
riquezas a sus imperios, pero exigían un alto coste para sus potencias, más aún si estas dependían
del aprovisionamiento desde otras naciones.
Este encuentro tuvo efectos positivos al mejorar las condiciones de vida en Europa. Tanto la
integración de nuevos alimentos, como la papa, como la mejora de las condiciones agrícolas -
maquinaria y uso de fertilizantes- mejoraron la alimentación en varios países.
En el ámbito del pensamiento, por otro lado, apareció una nueva corriente: el humanismo que se
origina a partir del pensamiento científico, que hundía raíces en la racionalidad griega. Es en las
ciudades -especialmente en las italianas durante los siglos XV y XVI- donde floreció esta corriente de
pensamiento en los ámbitos universitarios caracterizados por un ejercicio racional moviéndose desde
un teocentrismo centrado en la teología a un antropocentrismo, que hizo del ser humano su centro de
estudio. De ahí el nombre de humanismo. Obviamente, la invención de la imprenta cambió la relación
con las fuentes escritas, sobre todo clásicas, al permitir una difusión de textos, enciclopedias y tratados
mucho mayor que cuando se conservaba solo en los monasterios.
Se continuaba el desarrollo de las disciplinas ya presentes de la antigüedad clásica, financiado
principalmente por los mecenas. El mecenazgo era el sistema de auspicio y patrocinio de artistas y
científicos residentes en casas de la aristocracia y los más ricos mercaderes en las ciudades-Estado
italianas del siglo XV, como símbolo de estatus social. El renacimiento estuvo fuertemente marcado
por este tipo de relaciones, que fueron muy normales entre la burguesía, la clase media de mercaderes
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y artesanos, que vieron la cultura y, sobre todo, las artes como el mejor medio de reconocimiento
social. También en este ámbito se plasmaba la visión humanista.
En el mundo de la ciencia y el arte, el humanismo introdujo cambios en el pensamiento y en la
metodología de trabajo. La que había sido una disciplina teórica hasta entonces, la medicina, se
transformará en un estudio práctico sobre el ser humano y su mundo. Tanto las ciencias como las
artes se centraron en el ser humano, bien explorando y corrigiendo los órganos del cuerpo o bien
construyendo, pintando y esculpiendo para y sobre el hombre. Las condiciones mercantiles
favorecieron el desarrollo de la cultura.
La unidad que la cristiandad había generado en toda Europa sufre entonces un quiebre. En el siglo
XV Martín Lutero publicó sus tesis contra algunas prácticas en la Iglesia católica y se generó una
separación, llamada reforma protestante, porque los reyes que siguieron a Lutero protestaron contra
el emperador católico. Además de no reconocer la autoridad de Roma, postulaban la libre
interpretación de la Biblia y el rechazo de la doctrina de los sacramentos. Al traducir la Biblia a las
lenguas locales, esta se acercó más a los files y, por otro lado, con el tiempo generaron multitud de
iglesias en tono a un pastor con su propia interpretación de la Palabra de Dios, a diferencia de la
Iglesia católica, que mantenía su unidad en torno al magisterio del sucesor de Pedro y la tradición de
la fe de 15 siglos. La Reforma protestante provocó, como reacción, la contrarreforma católica de los
siglos XV y XVI, en la que destacaron grandes santos y maestros de literatura como Teresa de Ávila
y el fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola. En ese momento, además de la Iglesia
Católica y la Protestante, en la que destacan luteranos -norte de Alemania- y calvinistas -en centro
Europa-, aparece la Anglicana, que se desgaja de la unidad católica al hacer de la corona británica su
autoridad espiritual.

Fuente: https://www.euroxpress.es/noticias/europa-paralizada-por-la-division-entre-norte-y-sur
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La Contrarreforma católica supuso una respuesta a las nuevas necesidades y exigencias religiosas
del momento, pero en estas divisiones se mezclaron también temas políticos, como en el caso de
protestantes y anglicanos. Frente al rey Enrique VIII, que buscó por todos los medios repudiar a su
legítima esposa, Catalina, hija de los Reyes Católicos, apareció la figura del gran humanista y político
católico Tomás Moro, que murió decapitado por no secundar los deseos del rey. Este escenario dio a
la tradición humanista un tinte progresivamente más laico y racionalista.
La corriente racionalista, liderada por Descartes, siglo XVII d.C., asumió elementos de la escolástica
y de la tradición filosófica grecorromana para resaltar al ser humano y su misión en el mundo.
Acentuando el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, propondrá un método, al estilo
del científico, para lograr certezas en el conocimiento. Uno de sus presupuestos fue la separación de
fe y razón al suponer que la realidad era accesible por la sola razón, mientras que la fe respondía a
otro campo. Esta visión irá tomando espacios antes iluminados por la fe.
La política sufrió grandes cambios en esta época. Aunque culturalmente seguía manteniendo sus
raíces, Europa se iba dividiendo internamente: sus naciones se iban diferenciando entre sí, las
dinastías, antes unidas por parentescos, diferían en sus estilos de gobierno y en su vinculación con
los intereses económicos y del pueblo. Así, los ingleses disfrutaron de la economía más sólida de siglo
XVII, mientras que los españoles resguardaban sus colonias y disfrutaban de los recursos que
provenían del nuevo mundo. Pero empezaban a aparecer problemas económicos y de gobierno, que
asumieron la Ilustración y el pensamiento científico.
Podríamos considerar, entonces, que la Modernidad configuró un nuevo orden social que sustituyó al
feudalismo. Ese proceso puede explicarse por las transformaciones religiosas, tecnológicas, socio-
políticas y culturales:
a) Progresivo quiebre del orden social al cuestionar las bases del régimen político de gobierno
de las monarquías en aras de otro con mayor presencia y protagonismo de los mismos
ciudadanos.
b) El humanismo hace al hombre el principio del orden, en torno al cual todo debe girar, cosa
que le da un protagonismo moral y una progresiva autonomía de la cristiandad y los valores
de la fe.
c) Absolutización del concepto de razón, progreso y modernidad, marcado por la
industrialización y la racionalidad científica.
d) Ruptura con el pasado, minusvaloración del desarrollo cultural anterior, especialmente la
actividad y logros filosóficos realizados durante la mayor parte de la Edad Media por su
vinculación con la fe, pero realzando, por lo contrario, a los autores clásicos.
La Ilustración, de mediados del siglo XVIII d.C., fue el primer movimiento cultural y filosófico que se
desarrolló en territorios coloniales americanos, especialmente los de la corona británica. Pretendía
superar la ignorancia y pretendida superstición de la fe por medio de la luz de la razón, que dará
nombre a su tiempo como el Siglo de las Luces. Fue entonces cuando se divide la historia en los
periodos de antigua, media y moderna, y se les etiquetó a cada uno así: la primera fue el periodo de
esplendor grecorromano; el segundo, un tiempo intermedio, oscuro entre dos periodos de esplendor,
sin nuevos progresos en el conocimientos porque se veía en la religión una rémora, visto así por los
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defensores del método científico; y el último de esplendor y renacimiento para la cultura y la


humanidad, vinculado con las ciencias y el desarrollo del ser humano como un animal racional.
La Ilustración tuvo una fuerte dimensión política al promover las reformas nacionalistas de los países.
El primero en manifestarse nació en la colonia británica, y culminó, tras unas reformas políticas
económicas, en la formación de los Estados Unidos de América, que alcanzarán la independencia y
cuyo gobierno se inspiró en los ideales ilustrados. Otro movimiento revolucionario transformó su
gobierno al reemplazar a sus reyes por un sistema en que los ciudadanos gobernaran: la Revolución
Francesa. Unidos a estos movimientos políticos, se introdujeron los valores del liberalismo,
característico de Occidente y de nuestra sociedad actual, ideales liberales que se expandieron por
Asia y América, donde se mezcló la racionalidad científica con las propias cultura, tradición y
pensamiento. Fueron la Independencia de Estados Unidos como la Revolución Francesa los hitos que
marcaron el término a la Edad Moderna, y dando inicio a la Contemporánea.
Quienes llevaron los estandartes de los valores ilustrados y liberales a las colonias americanas fueron
los descendientes de españoles nacidos en territorios coloniales. Mientras que la aristocracia española
que vivía en los territorios coloniales se mantuvo fiel a la corona, los criollos, como se denomina a este
grupo, cuestionaron al gobierno, que les impedía acceder a los cargos más altos. La invasión
napoleónica de los territorios españoles y su mala administración, provocó, en la primera junta de
gobierno chileno, una decidida toma de postura de fidelidad hacia la removida corona española, que
posteriormente se transformó en una insurrección y una larga guerra de independencia -fenómeno
que se extendió por las colonias americanas.
Aunque no fue de carácter político, un tiempo después se produjo otra revolución en el mundo
occidental, la Revolución Industrial. La tecnología y la técnica modernas habían facilitado la producción
de bienes de consumo y un crecimiento de la economía, a mediados del siglo XVIII. La invención de
las máquinas y de los motores de vapor supuso una transformación trascendental del mundo laboral
al hacer más eficientes todos los procesos de producción, en el que solo se habían utilizado
herramientas hasta entonces.
Este crecimiento amplió la mirada de las potencias de entonces, que iniciaron nuevas colonizaciones,
esta vez en África. El proceso fue rápido, fuertemente militarizado, y sirvió tanto para la adquisición de
recursos como para la apertura de nuevos comercios. Mientras tanto, en Europa apareció un
fenómeno desconocido hasta ese entonces: la cuestión social.
La cuestión social aparece gracias a varias causas: el explosivo crecimiento demográfico de una
sociedad altamente industrializada y dependiente del capital, cuyo centro era el trabajo en fábricas
con condiciones laborales muy precarias: había alta mortandad, jornadas laborales agotadoras
también entre mujeres y niños, que eran preferidos para trabajos textiles. El crecimiento de la industria
en las ciudades vació campos y pueblos en el llamado éxodo rural, disminuyendo así la dedicación a
la agricultura, y, por otro lado, sobrepoblación, hacinamiento y condiciones de vida indignas en las
ciudades. En estas condiciones brotaron de nuevos las epidemias, pero gracias a los avances de la
medicina y a las medidas políticas sociales, se logró controlar sus efectos. Inglaterra y Alemania,
recientemente unificada en la segunda mitad del siglo XIX, fueron las potencias europeas con mayor
industrialización, junto a Estados Unidos en América y, en menor medida, Japón en Asia.
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La ruptura de la unidad fe y razón

La antigua síntesis y armonía entre razón y fe en el modo de conocer y cumplir la finalidad del ser
humano, que fue uno de los grandes aportes de Tomás de Aquino, fue remplazada por una postura
racionalista que creía superar la razón a la fe al pensar que permitía salir de las tinieblas de la
ignorancia. El método científico propuesto por Descartes y sus sucesores buscaba objetivar la
realidad, traducirlo en leyes estables y lógicas para explicar el funcionamiento y trasformación del
mundo. Aunque este quiebre se originó ya en parte de la filosofía escolástica, fueron el humanismo,
el renacimiento y la Ilustración los que lo culminaron.
Esto tuvo consecuencias no sólo filosóficas, sino en la concepción del mundo y de sus valores. La
absolutización de la libertad quebraba la visión de comunidad y personal, y dejaba desarticuladas las
relaciones familiares, sociales y económicas: al imponerse el individualismo y la primacía del mercado,
pierde relevancia la dimensión espiritual como característica de la persona humana y su vinculación a
un origen y destino sobrenatural. La persona, al perder sus raíces metafísicas que le vinculan a su
origen último, poco a poco irá perdiendo y toda raíz y vinculación, excepto consigo mismo. La crisis
del sentido último de la vida y de los vínculos, empieza así a aparecer hasta lograr su culminación tras
las Guerras Mundiales del siglo XX.
La revolución científica y el nuevo modelo de racionalidad

El humanismo y el renacimiento -siglos XVI, XVII y parte del XVIII- también dan a luz al nuevo modelo
de las ciencias modernas. Acogidas al método científico nacido del quiebre entre fe y razón, la postura
racionalista determinó la manera de conocer, reconocer y vivir en el mundo del ser humano. Se pierde
una visión unitaria del mundo: La visión teocéntrica fue reemplazada por otra antropocéntrica; y, por
otro lado, el método científico propuso diversidad de paradigmas científicos y experimentales.
Paralelamente a esta racionalidad científica, en la sociedad fueron transformándose las clases
sociales: la nobleza, aristocracia de las naciones cercana a los gobernantes por derecho sanguíneo;
la burguesía, enriquecida por el comercio, se constituyó en una clase pudiente que pudo acceder al
gobierno; y una última clase, obrera y campesina. La esclavitud, aún presente entonces, disminuyó
notablemente en el siglo XIX, al promover los ideales de la libertad y crecer la economía, que permitía
una mano de obra libre e independiente.
La revolución industrial y la técnica moderna

La revolución industrial supuso una de las grandes transformaciones de la cultura occidental y del
mundo al automatizar la producción de bienes, particularmente textiles y mejorar los medios de
transporte marinos. Esto modificó la vida con nuevas costumbres y habilidades.
Los artesanos, especialmente del área textil, debieron buscar nuevos rubros o integrarse al mundo
industrial al no poder igualar los logros de la industria: sus funciones las asumió la automatización de
la técnica moderna.
Las ciencias, sobre todo la física y la mecánica, y su acelerado desarrollo, llevaron a desarrollar
motores cada vez más funcionales y eficientes hasta el punto de darse una nueva revolución industrial
en la segunda década del siglo XX.
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El nuevo orden político, económico y social: los ideales de igualdad y libertad

Los ideales de igualdad, libertad y fraternidad los hicieron suyos los nuevos sistemas sociales y
políticos modernos, característicos de la sociedad y cultura occidental. Los cambios generados en
Europa al descubrirse América y las relaciones coloniales que surgieron, determinadas por el
humanismo y la Ilustración, dificultaron a la larga, la continuidad de los antiguos gobiernos de reyes,
que sufrieron cambios.
La base del ordenamiento dejó de ser la autoridad recibida, para constituirse en la dignidad de cada
miembro de la sociedad, que hacía a todos iguales en derechos y deberes. Su racionalidad intrínseca,
le dotaba de derechos inherentes comunes a todos, independientemente de su clase social, que había
que salvaguardar. La promoción de la libertad también exigía ciertas condiciones para su correcto
desarrollo y una autonomía frente al destino impuesto por las circunstancias personales, aunque,
desvinculada de su ser y la finalidad dada por este, corría el riesgo de convertirse en arbritrariedad.
Las sociedades, con estos nuevos modelos, buscaban mayor independencia económica y política. La
cultura se transformaba se hizo cada vez más industrial. Con el tiempo, las ciencias fueron dejando
de lado también a las artes y humanidades porque sus conocimientos inexactos y subjetivos no
aportaban mucho al desarrollo de la humanidad y. El valor de la cultura occidental se transformaba,
también, en el valor del progreso científico.
La doctrina social de la Iglesia católica y la Dignidad de la persona

Las condiciones de penuria y de indignidad sufridas por tantos obreros durante la revolución industrial
provocaron varias reacciones. Una de ellas fue la marxista, que victimizó al proletariado, demonizó la
propriedad privada y propuso una opción comunista y de revolución del proletariado. La concepción
materialista histórica de Marx, anulaba la libertad individual al servicio del Estado y estrangulaba las
manifestaciones de toda espiritualidad en el ser humano.
Otra gran respuesta vino de la Iglesia Católica, en concreto del Papa León XIII, que escribió a fines
del siglo XIX la primera encíclica social: Rerum novaron (De las coscas nuevas). Para afrontar la
cuestión social propuso un conjunto de principios orientadores de la política, lo social y la educación
para afrontar la crisis que se vivía en varias sociedades occidentales. La doctrina social apelaba a la
conciencia y la dignidad de cada persona, y exigió cambios sociales acordes a la misma -como salarios
dignos, condiciones de trabajo acordes al valor de cada persona, cambios en la organización de las
fábricas y en la legislación laboral, etc. El concepto de justicia social fue central ante la gran
desigualdad provocada por la revolución industrial, y así promovió la igualdad social y de
oportunidades, la disminución de la pobreza o los derechos laborales, con condenando además la
usura y las malas prácticas en el comercio. La libertad individual debía ser corregida por los principios
de la solidaridad, dignidad humana, subsidiariedad y bien común.
Desde la publicación de la primera encíclica, ha habido un progresivo avance en su propuesta de
acuerdo con las cambiantes condiciones sociales. Se ha ampliado el contenido de la cuestión social
desde la inicial situación de los obreros a otros temas, como la bioética, ecología -humana y del
ecosistema-, economía en su sentido más amplio, etc. Al dar orientaciones y principios, deja libertad
en las concreciones políticas, sociales y económicas. Pero nunca deja de recordar la responsabilidad
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del Estado en la búsqueda del bien común, que es lo que le legitima, el protagonismo de los miembros
de la sociedad civil en sus tareas propias -como la educación o la economía-, que el Estado debe
subsidiar pero sin asumir totalmente, aunque equilibrado con la solidaridad siempre que sea necesario
para la justicia social. La Iglesia apela especialmente a la responsabilidad de los fieles católicos para
que asuman las responsabilidades políticas y sociales propias de su vocación de vivir la fe en medio
del mundo, pues todos tenemos una misión que cumplir en la sociedad y la fe debe poder plasmarse
en la vida y en acciones reales.
La dignidad de cada persona es, en definitiva, el fundamento de toda acción moral, política y social.
Se puede definir como un atributo o condición propia del ser humano que recibe por el hecho de ser
animal racional y, desde una base teológica, por ser creado a imagen y semejanza de Dios. Es algo
propio del ser humano ser considerado y tratado como fin en sí mismo, y nunca utilizado como mero
medio o instrumento. Visto negativamente, actúa de límite en nuestras relaciones personales: nunca
podemos transgredir la dignidad de otro yo, igual en dignidad y “hermano” en tanto que persona -base
de la fraternidad. Todo lo que transgrede, violenta y sea perjudicial para otro, es contrario a la dignidad
humana.
Los seres humanos somos responsables de nuestros propios actos, así también como del desarrollo
de nuestra cultura y de su orientación al bien común. La dignidad de la persona constituye su principio:
la dignidad humana es inherente a la persona y no se pierde nunca, aunque no se la respete ni se
tenga conciencia. Es la base del respeto y trato afable que nos debemos entre todos.
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