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«Dedicado a la musa, la estrella de

mi universo, el vergel de mi jardín, numen de


mi amor. Bueno, ya, dedicado a Diana Villa».

Capítulo I
Esa misma mañana, María murió. Gerónimo no podía creerlo, se había levantado a
las tres de la mañana para ir al baño. Cuando de repente, vio a un solemne cuerpo esparcido
en el suelo, no lo reconoció, todavía era muy temprano. No obstante, se acercaba
lentamente allí, pues el rostro de aquella persona se le hacía conocida. Los pelos de cada
parte de su cuerpo se fueron subiendo, él no lo colocó cuidado, no sabía que la oscuridad y
la muerte se acercaban con pasos cortos. Una vez reconoce que es su mamá quien estaba
allí, de inmediato trató de hablarle, despertarla, acariciarla, no hubo respuesta ninguna.
Gerónimo no entendía absolutamente nada. Pequeñas lagrimas salían de su rostro, como
cristales que le cortaban la carta a medida que pasaban por ella.
La muerte, hasta ese momento de su vida, solo se había asomado como pequeñas
estampitas. Únicamente la reconocía como un componente de los cuentos, de los relatos
que le solía contar su abuelo años atrás, Gerónimo no sabía lo que significaba morir, era
ignorante de la mortalidad del hombre… hasta ese momento. Después de realizar una
infinidad de intentos por despertar a María, Gerónimo sintió como su corazón se
desmoronaba lentamente, pero no se quedó allí. Rápidamente se paró, y buscó a su papá por
cada rincón de la casa. Abrió la puerta del baño, de la cocina, del cuarto de ellos. No había
absolutamente nadie más. Cuando vuelve a ver a su madre, se dio cuenta que, junto a ella,
había unas pastas, blancas, como la luna. La inocencia de Gerónimo, no le permitió
conectar los hechos.
Como todo mamífero, Gerónimo se quedó junto a su madre. La tapó, y él se hizo a
un ladito. Probó poner su oído junto al pecho de ella, para ver si podía escuchar los latidos
de su corazón, que lo habían acompañado desde siempre. No hubo suerte, no escuchaba
nada. Pensó que, quizás, su oído no estaba bien, así que lo intentó con el otro, tampoco. Al
instante, oyó la puerta abrirse, era su papá. Se levantó y fue con él.
– Papá, papá –exclamó Gerónimo– Mamá no se levanta
– No le ponga cuidado, mijo. Ella es así, le gusta crear shows.
– No es eso papa, hágame caso.
Gerónimo agarró a su papá para llevarlo con su mamá. Apenas siente la fuerza de
Gerónimo, Saúl lo empuja y lo tira al suelo.
– ¿Qué le pasa chino? ¿cree que soy un juguete o qué? No joda más, váyase a
dormir.
– Pero papá, es enserio, mama no está bien.
– Gerónimo. O va a su cuarto ya mismo, o le pego hasta que amanezca.
El muchacho camina a su cuarto, sintiendo como su garganta se convierte en un
nudo imposible de desatar, experimentando la manera en que su cuerpo empieza a temblar,
y en su mente solo se reproduce, infinitamente, la imagen de su mamá. Se le hacía
totalmente extraño ese sentimiento, además de que, por primera vez, su papá le respondía y
lo trataba así. Llegó a su cuarto, golpeó su cama, se estrelló contra la pared, le daba piedra
no ser capaz de entender nada y, mucho más, no entender lo que sentía. Gerónimo, por
primera vez, experimentó el sufrimiento.
Gerónimo no puede dormir, cierra los ojos y los vuelve a abrir, con la ilusión de
que, lo sucedido, sea meramente un sueño. Pero no es así, es la realidad. La realidad que
deberá enfrentar día tras día hasta el día de su muerte. Todavía es muy joven, empero
pronto entenderá cómo funciona el mundo. Cuando por fin logra conciliar el sueño, Saúl lo
despierta.
– Gerónimo, levántese, tiene que ir a estudiar.
– Pero padre, no me siento con…
– No comience, Gerónimo. Hágame el favor y se alista. En donde no vaya al colegio,
sabe bien lo que le espera.
– Lo sé, papá, pero… ¿qué le pasó a mamá? —Preguntó sin más—
– Murió.
Y se fue, así sin más. Sí, era la primera vez que el papá de Gerónimo se iba sin darle un
beso, o alguna caricia. Esa ausencia de afecto, él la sintió en el fondo de sí. Al parecer, el
dolor no se desvanecía, sino que aumentaba paulatinamente. Pero eso no era lo peor,
efectivamente, María murió.
Gerónimo se levantó, se dirigió al baño. Pero en el camino, recordó el cuerpo de su
madre en el suelo que estaba pisando. Tuvo que respirar, y agarrarse de una pared roja
carmesí ubicada justo al lado. A los pocos segundos, recobró el equilibrio y prosiguió con
la rutina. Ir al colegio era lo que menos le apetecía a Gerónimo. No obstante, si no iba, su
papá lo iba a castigar. Entró al baño, se desvistió, se retiró prenda por prenda, ingresó a la
ducha y se bañó. Sentía un alivio, el agua caliente ayuda, aunque después de unos minutos
empezó a ver borroso, puede ser que llevase más tiempo del debido. Entre lo poco que veía,
imágenes fugaces aparecían; recuerdos con su mamá, charcos del tono de la pared en la que
se sostuvo, de inmediato se asustó. Todo estaba repleto de sangre, cuando se percató, era la
herida que le había producido su papá. Se secó, limpió todo y salió del baño. Mientras se
vestía, pensó.
«¿Qué está pasando? —se cuestionó a sí mismo— no entiendo absolutamente nada.
¿Qué significa que mi mamá haya muerto? ¿no volverá? No, no puede ser ¿verdad? —Su
herida le empieza a doler, la miró fijamente— ¿Por qué mi papá actúa así conmigo? Jamás
lo había visto así. ¿Por qué no estaba cuando pasó todo? ¿qué habrá estado haciendo?
¿siempre fue así?»

Su mente se llenaba de preguntas sin respuesta. Por primera vez, en su vida, se


cuestionaba tanto de su alrededor. Así es, el sufrimiento produce reflexión, el sufrimiento
evoca introspección. Sin ser consciente, Gerónimo estaba abriendo la puerta de la realidad.
Aquella puerta que su mamá tanto tiempo intentó cerrarle, pero que ahora no estaba para
ello.
El muchacho se alistó, se colocó el uniforme. Comió lo que su papá le había dejado en
la mesa, y prosiguió su camino hacia el colegio. No era muy lejos, vivía a uno veinte
minutos caminando. Desde hace unos meses, lo dejaban ir solo. María se negaba
profundamente, pues temía que algo le pasase a Gerónimo. Pero Saúl, en una de sus tantas
discusiones, logró convencerla. Algo había raro en Gerónimo, no caminaba como solía
caminar, ni tampoco miraba su alrededor como lo hacía antes. Su vecina, Elena, lo saludó.

— Hola, mijito. ¿Ya para el colegio?


— Sí, sí señora.
— ¿Por qué tan serio mijo? ¿pasa algo? Vea que la vida es muy linda, y está
haciendo un sol tan precioso. No se amargue
Gerónimo, al escuchar lo que le decía, le surgió una nueva pregunta en su mente: «¿La
vida es linda realmente?»

— No, no pasa nada. —le respondió Gerónimo—


— Está bien, apenas puedas dile a tu mamá que mañana nos vemos temprano para
ir al médico.
Un par de microsegundos después de oír eso bastaron para que nuevamente el mundo
se empezara a comer a Gerónimo. Quedó pálido, no supo que decir, simplemente hizo un
gesto de haber recibido la información. Comenzó a acelerar su pasó, y junto a este, su
pensamiento.
«¿Cómo así? ¿mi madre iba al médico? ¿padecía algo? ¿por qué jamás supe nada?
No, no puede ser. ¿Desde cuándo desconozco tanto mi alrededor? ¿en dónde viví todo
este tiempo?».

Entre pensamiento y pensamiento, el tiempo pasaba. Su mente por primera vez estaba
funcionando de esa manera tan particular. Antes de lo acontecido, Gerónimo solo se
preguntaba qué comprar de onces en el descanso, a quien pedirle prestada la tarea… cosas
banales. Pero ahora, pareciera que le cortaron las alas, y tuvo que aterrizar. Pues claro,
cuando uno pierde a alguien, encara la realidad. Tanta reflexión, y cuestionamiento, le iba
salir caro a Gerónimo, pues cuando se dio cuenta, iba cinco minutos tarde a clase. Y no era
cualquier clase, justo era biología. Gerónimo no era bueno en la materia, ni mucho menos,
pero le gustaba demasiado esa asignatura. ¿Por qué? Exacto joven lector, tal cual, la
profesora que se la dictaba era la razón de su gusto.
«Voy tarde. Justo tenía que ser biología. Dios ¿por qué? Quien sabe que me vaya a
decir la profesora Ana. Entre tantas materias que veo, justo tenía que ser esa. Voy sudado,
cansado, poco dormí… pero ¿de qué me preocupo? Al fin y al cabo, no creo que ni lo
note.»

Por primera vez, a Gerónimo le daba igual algo. Uno de los tantos síntomas que evoca
lo que vivió. Es normal, al fin y al cabo, acababa de perder a la persona que más amaba.
¿Qué más se le podía pedir? Y, aun con lo sucedido, estaba enfrentando su realidad. Qué
valiente ¿no?
Llegando al salón, ve a Ana por la ventana. El corazón comenzó a cantar, no una pieza
clásica de Mozart, sino más bien una composición de Bach. Así, un conjunto de latidos
sintetizados que forman una melodía perfecta. Gerónimo, por primera vez en el día, puso
buena cara, miro su reflejo en la ventana, y se arregló la corbata. ¡Parecía otra persona!
¿Por qué será? ¿Acaso existe algo que nos afecta más que el sufrir?
Una vez llega al salón, la profesora Ana le pregunta.
– ¿Por qué llega tarde, señor Barbosa? — le cuestiona, con un tono bastante serio,
parecía casi un regaño—
Rápidamente, su cuerpo empezó a temblar, pasó del cielo al mismísimo infierno, se
parecía al de Dante, pues Gerónimo, al escuchar la pregunta, solo se acordaba del
monto de sangre en la ducha, que parecían los ríos extensos en los que enterraban a los
asesinos en aquella obra. También recordó el cadáver de su mamá, tan frio y quieto
como la noche. Pero no podía decir la verdad, no era posible.
Tartamudeando, respondió:

— M-me quedé dormido, pr-profe. L-lo siento.


— Muy bonito ¿no? Me hace un favor, traiga el observador.
Gerónimo quedo como una estatua de hielo, recién hecha. Petrificado, era como si
hubiese visto algunas serpientes de medusa. «¿Por qué? ¿por qué?» era lo único que
pasaba por su mente.

— P-pero es la primera vez —le respondió—


— Nada, vaya.
Nuevamente, volvió a la vida. El encanto de medusa había acabado. Pero, cuando se
percató en el alrededor, solo veía un montón de rostros riéndose, parecía un cuadro lleno de
bufones. Gerónimo agacho la mirada, pues pensaba que así iba a pasar menos vergüenza.
Salió del salón, nuevamente miro por la ventana a Ana, y pensó:
«¿Cómo puede ser tan cruel, pero tan bella?»
Por fin llegó a secretaría, recogió el observador. Mientras volvía al salón, recordó
una y otra vez el diálogo previo que tuvo con Ana. Cayó en cuenta que le dijo Barbosa, lo
cual le hizo cuestionarse:
«¿Sabrá mi nombre? ¿les dirá así a todos los estudiantes? Al final creo que me sonrió
¿o no?» Era lo único que se le pasaba por la mente.
Gerónimo había olvidado la humillación, y volvió a pensar en lo linda que se veía ese
día. Era lunes, como no, y, por tanto, tenía un vestido formal lo más de bello. Un tono
oscuro carmesí, como su pelo. Una y otra vez, el joven recordaba la mirada que le robó, fue
bello, así fuese para un regaño. Robar el foco de atención de una Diosa, así fuese para
castigo, en el fondo era motivo de orgullo para todo héroe.
Llegó al salón, pero antes de entrar, sintió una presión enorme, como el payaso que
está a punto de salir al escenario, a ser abucheado por el público. Sabía que los comentarios
y las risas iban a seguir, ¿Quién iba a hacer algo al respecto? Nadie, porque ya no tenía a
nadie que lo defendiese. Estaba solo, intentando iluminar la oscuridad. Como la luna, que
trata de mostrar luz en cada noche.
Una vez entra, Ana le dice:

— Barbosa, coloque el observador sobre la mesa, y regrese a su asiento


«¿Por qué me sigue diciendo así? —pensó Gerónimo—, me llamo Gerónimo, no es el
nombre más bonito, pero en griego significa nombre sagrado. ¿La profe lo sabrá? Nah,
quien sabe ese tipo de cosas. Yo de milagro lo sé, porque mi mamá me lo recordaba
siempre. Ay mamá…»

— ¡Gerónimo! —gritó Ana— ¿me está oyendo?


Esas palabras llegaron al fondo de Gerónimo. Pues significaron que sí se sabía su
nombre. Tal como un navío que recibe un fuerte viento para seguir, se sintió el joven.
Sonrió, y lentamente se acercó a la mesa del profesor, con suma delicadeza dejo el
observador en la mesa. Sabía que todo el mundo lo estaba viendo y, probablemente,
todos se estuvieran riendo, pero no le importaba. Él ya había ganado por hoy.
Mientras se devolvía a su puesto, pensaba:
«No me hizo firmar frente a todos. Eso quiere decir, después de clase tendré unos
minutos con ella a solas, mientras ella redacta la falla, y me pide la firma. ¡Sí! Un
momento, pero no tengo firma. Debo practicar una».
Gerónimo destapó su maleta, sin hacer mucho ruido, cogió la cremallera y lentamente
la movió. Sacó su cartuchera, y cogió un lápiz. Una vez lo agarró, pensó:
«No, un lápiz no. —pensó— La gente grande como ella solo usa esfero
¡Arriesguémonos!»
Agarró el esfero lentamente. Se percató de lo bien que estaba hecho, y lo nuevo que
estaba. Nunca antes había usado uno, pues tenía miedo a equivocarse. Ese era su mayor
problema. Pero, en ese momento, se decía a sí mismo ¿qué más da equivocarse? Empezó a
escribir en las últimas páginas de su cuaderno de biología. Allí se encontraban sus
profundos secretos. Corazones, mensajes lindos, todo estaba en ese lugar. Era su guarida, su
rincón, en donde escribía lo que se le ocurriera.
Ana, muy atenta y perspicaz, se dio cuenta de lo que estaba haciendo Gerónimo. Se veía
claramente que él no estaba prestando atención a clase. Y pensó:
«Ay no, Gerónimo si tiene es huevo. Se queda dormido, llega tarde a clase, y se dedica
a escribirle mensajitos a la novia. ¡El colmo!»
De inmediato. Paró la clase y nuevamente enfocó su mirada en Gerónimo, era una
mirada fría, como la de aquella persona que está a punto de matar a otra. Así, tal cual.

— Lo siento muchachos. Pero no puedo continuar la clase —comentó— si quieren


saber por qué, háganme el favor y miren hacia atrás. Su amigo Gerónimo, solo
se la ha pasado dibujando corazones, y escribiendo mamarrachos toda la clase.
Cuéntanos, Gero, ¿Quién es la afortunada?
Medusa nuevamente asechó. De una manera tan inesperada, que apenas oyó su nombre
Gerónimo no sabía si alegrarse o llorar. Pues le había dicho “Gero”. Lastimosamente, era
para algo malo, muy malo. El joven le devolvió la mirada a Ana, sintiendo que su corazón
era una orquesta sin director, estaba bombeando a una cantidad inigualable. Sus manos
empezaron a sudar, y su rostro se coloreó tal tomate. Ante la pregunta, no sabía qué
responder.
Después de unos segundos, contestó tartamudeando por los nervios:
—N-nadie profe. Discúlpeme, en verdad. No volverá a suceder.
—No, es enserio, Barbosa. «No, otra vez no —pensó Gerónimo— el Barbosa no».
Cuéntenos, quien es, pues debe ser muy especial, para que le dedique tanto tiempo. Pues lo
único que ha hecho es revisar ese cuaderno, y muy de vez en cuando me coloca atención.
—Yo coloqué atención «No me deje en ridículo —volvió a imaginarse—, Anita. Anita, si
supiera la verdad. No, no coloqué atención, pero tenga piedad de este pobre mortal. Que no
me pregunte na…»
Gerónimo ni terminó de pensar, cuando enseguida Ana le dijo:
—¿Ah sí? ¡Entonces me estoy inventando todo! —No, tampoco es así —respondía
Gerónimo— Respóndame, Gerónimo ¿qué son las plantas heterótrofas?
—Pues profe, son aquellas plantas que…. Bueno, pues tienen como… —Lo estamos
esperando —dijo Ana—, tenemos toda la clase — No, pues profe… hetero… diferente,
trofo… tronco. ¡Ya! Las plantas que tienen diferentes troncos.
Apenas terminó de “responder” la pregunta. Gerónimo ya no veía a los demás como los
bufones, sino a él mismo. Su trabajo, al parecer, era divertir toda la clase, en esa mañana de
lunes. Todo el mundo comenzó a reírse en tonos demasiado altos, incluso ella, sí. Ana
disfrutó mucho poniendo a Gerónimo en esa situación. Fue satisfactorio. Pero Anita, si
supieras la verdad, no estarías así. Bueno, puede que algún día lo sepas.

— ¡Por enamorado! ¡Iluso! ¿No le da vergüenza? — fueron algunos comentarios de


sus compañeros—
Gerónimo sentía nuevamente los ríos de sangre, sentía que su mundo se destruía con
lentitud. Las chuzadas en el alma se hacían más fuertes, pues volvió a recordar lo sucedido.
No se lo podía creer. Lo único que lo salvaba, era la sonrisa de Anita. Siempre es bueno ver
feliz a tu musa, así sea con tu ignorancia. Pero la fiesta acabó, Ana, al parecer, iba a seguir
la clase. Gerónimo solo se enfocó en ella, observó con detalle cada poro de su piel. Revisó
con detalle la sonrisa que le había trazado. Sus ojos color café. Diría Joyce Prado: Café que
quita el sueño, que produce desvelos.

— Bueno, ya. Silencio todos. Gerónimo, gracias por hacer más amena la clase
«¡Me agradeció! —pensó Gerónimo— no estuvo tan mal. Fui el foco por un
instante, y en ese instante sonrió ¿Qué más da?» Pero necesito que aporte de
verdad. Así que, para la próxima clase, o sea mañana, tendrá que hacernos una
cartelera sobre las plantas heterótrofas, con ejemplos, bien bonita. Gracias.
— Per…
— ¿Ah?
— Nada, sí, sí señora.
Afortunadamente, la clase finalizó. Gerónimo no iba a ser más el centro de burla y
desgracia, a causa de sus sentimientos. Pero también, al joven le daba tristeza de que se
acabase. Pues, Anita se iba. Lo único que hizo en esos últimos instantes, fue observarla
discretamente. Fijar su mirada en esa belleza de mujer, su corazón volvía a coger impulso
cada vez que se imaginaba una cita con ella. Se le trazó una linda y noble sonrisa a
Gerónimo. Detallaba como lentamente recogía sus cosas, entre ellas, una cartuchera Totto
de diversos colores. La cual, a simple viste, se notaba que tenía una inmensidad de colores,
lápices, marcadores, entre otras cosas. No era para menos, siendo ella la luna, debe tener
una constelación perfecta de estrellas que la adornen. Gerónimo luego se percató de su
cartuchera, negra, rota, y con solo un par de lápices. Había tanta distancia entre los dos, en
todos los sentidos, que era imposible su unión.
Anita salió, Gerónimo se percató de que ella había olvidado ponerle la nota en el
observador. Tenía dos opciones, o hacer como si nada y evitarla, o recordarle y firmar. Lo
meditó unos segundos, recordando los cuentos que le decía su abuelo. Ajax, de Sófocles. Se
acordó que el gran héroe prefirió enterrarse la espalda de Héctor, antes que seguir viviendo
una vida de vergüenza y deshonor. O el gran Sócrates, que prefirió tomar una copa de
Cicuta y morir, antes que ser desterrado como Ateniense. Gerónimo no quería perder su
honor de caballero, pues era todo lo que tenía, encaró la situación. Se levantó, cogió su
esfero, y comenzó a caminar y a medida que llegaba, sentía como la presión y la angustia le
pisaban los talones, sus compañeros lo observaban, él lo sabía, pero siguió su camino. La
misma delicadeza con la que dejo el observador, lo recogió. Caminó un poco más rápido,
pues se dio cuenta que Anita se estaba alejando, como el sol antes de anochecer. La
alcanzó, con las manos sudadas le entregó el observador. Ella, sorprendida, lo miro de una
manera única, o al menos así parecía.

— Mira, profesora Anita, digo, Ana. —Ana soltó una carcajada inocente— se te
olvidó hacerme la nota.
— Es verdad, aunque ¿por qué lo trajiste? Me esperaba que lo hiciese algún
compañero tuyo… pero tú no.
— Mi abuelo me decía que lo más importante que tenemos los caballeros es nuestro
honor. No lo quiero perder. Nadie quiere a los cobardes ¿o sí?
— Tienes razón, nadie los quiere, el mundo es de aquellos que se atreven a hacer,
lo que nadie más haría. Qué romántico eres, Barbo… Gerónimo. —volvió a
reírse, con ternura, mientras lo observaba—
Gerónimo volvió a parecer un tomate, no sabía qué responder. Entre las tantas
situaciones que se había imaginado, nunca se le pasó una similar a la que estaba
viviendo.

— ¿Estás bien? Te noto algo nervioso.


— Sí —les desvió la mirada, pues sentía que, si la seguía, la flecha de cupido se iba
a enterrar en lo más profundo de su noble corazón, rápidamente señaló con su
dedo índice el salón— solo tuve que correr mucho para llegar acá.
— Ummm ya, está bien. ¿Sabes? Te salvaste, pequeño caballero, no te voy hacer
firmar. «¿M-me acaba de decir pequeño caballero? No puede ser —pensó
Gerónimo— es el mejor día de mi vida»
Para algunos, les puede parecer exagerado el pensamiento y el comportamiento de
Gerónimo. Para aquellos, se nota que no saben lo que es para un caballero, que su dama le
reconozca como tal. Si Don Quijote hubiera encontrado a Dulcinea, y ella le hubiera
reafirmado su valentía y coraje, perfectamente, Don Quijote podría haber muerto de
felicidad. Anita era la dama de Gerónimo, lo sé, es algo raro, pero ¿qué se puede hacer?
¡Así es el amor!
—Aunque, no te salvas de la exposición. —le comentó Anita— yo veré esa cartelera,
bien bonita. Si lo haces como te dije, puede que te ganes unos puntos extra. No me falles.
Anita miró su reloj, un pequeño y corto reloj, que siempre cargaba en su muñeca
izquierda. Era curioso, pues a la luz del sol, todo su centro, era azul. Azul como el cielo,
que cada vez que Gerónimo lo mira, piensa en Anita. Pues, así de distante la siente, al igual
que a su mamá. Eran escasos los encuentros entre Gerónimo y Anita, pues claro. Uno
apenas estaba en séptimo, y vivía encarcelado en su salón, mientras que Anita, Anita era
libre como un conejo, saltaba de salón en salón siempre, pues daba clases en todas partes.
Veía tantos rostros a diario, que era increíble que se acordará de Gerónimo, y que le
dedicase unos minutos a solas.
Después de observar la hora, se dio cuenta que iba a tarde a su siguiente clase.
Rápidamente dijo:

— Adiós, Gerónimo. Regresa a clase, te deben estar esperando.


Gerónimo, desde hace unos minutos, se había perdido en su mirada. Era tan cálida,
tan tierna, tan perfecta. No creía que esos ojos fuesen realidad. La manera en que movía sus
cejas, delineadas y claritas, era increíble. Toda una mujer. Apenas vio que Anita se
comenzó a distanciar, volvió a la realidad.
—Anita, adiós. ¡Nos vemos mañana!
Ana había empezado a caminar, pues vio que Gerónimo no le había contestado, pensó
que andaba distraído, con su alrededor. Cuando lo oyó, volteó su mirada, y con una tierna
sonrisa se despidió. Una sonrisa que atravesó la armadura de nuestro caballero, y lo dejo
totalmente desarmado.
«Es increíble todo lo que acaba de pasar. Simplemente, no me lo creo. ¿Quién lo
diría? Llegar tarde fue lo mejor que pude haber hecho hoy. —comenzó a caminar al salón
mientras miraba al cielo— Ay, mamá. Ojalá estuvieras para poder contarte, aunque me
debes ver desde allá ¿verdad? —una fuerte corriente de viento pasó, las hojas de los arboles
empezaron a volar y a caer, como si fuese una lluvia— Gracias por responder. —exclamó
Gerónimo—»
Y así pasó el resto del día. Gerónimo lo único que hacía clase tras clase, era recordar
el episodio vivido con Anita. En su mente repetía una y otra vez, los diálogos, volvía a
retratar el rostro de Ana, su sonrisa, sus gestos. Comenzó a dibujar en sus cuadernos un
montón de corazones, aunque, de vez en cuando, el amargo recuerdo de su mamá, lo
atormentaba. Pues claro, no se supera de ningún la muerte de un ser tan amado, en tan poco
tiempo. El sentimiento doloroso había vuelto, desapareció, por unos instantes, pero volvió
justo en el momento que Anita partió ¿casualidad? No lo creo.
En una de esas decaídas, Gerónimo le tuvo que decir lo siguiente a su profesor de
inglés:
—Profe, no me encuentro nada bien. ¿me permite ir al baño?
—In english, please —respondió el profesor—
«No me haga esto profe, ¿por qué todos son así? No tengo mente ni para formar una
simple oración como esa. No quiero, no quiero estar más acá».
Una pequeña lagrima salió de sus ojos, recorrió cada segmento de su cara, y
finalmente cayó en la hoja del cuaderno. El profesor de inglés se percató de ello, y de
inmediato se dirigió donde Gerónimo, flexionó sus piernas para estar a su misma
altura, y le comentó:

— Ve, Gero. No te preocupes.


Gerónimo alzó su vista, tratando de quitarse las lágrimas con sus manos, pero era
obvio que no estaba bien. Sus ojos lo delataban. Lastimosamente, no siempre podemos ser
fuertes, la vida se hace demasiado pesada en algunos momentos. Se levantó, cubriendo su
rostro para tratar de ocultar lo que sentía a los demás, no quería que nadie le preguntase qué
tenía. Quería ser invisible por unos minutos, quería no pensar por unos instantes, quería
estar en paz, absoluta paz. Caminó lentamente hacia la salida, una vez llegó, se quitó las
manos del rostro, y miró hacia adelante. Se dirigió al baño, pensaba que allí al menos
podría llorar en paz, sin que nadie se percatara de ello. Hasta los más valientes, necesitan
un espacio donde liberar su tristeza.
Abrió la puerta, sintió el olor a mierda al instante. No importaba, era el único lugar en
donde podía estar solo, así fuera por unos minutos. Encendió la luz, se percató que ninguno
de los bombillos funcionaba, al parecer, había un corto allí. También, de inmediato,
escuchó las llaves del agua abiertas «¿Por qué somos así?» fue la cuestión que murmuró,
mientras cerraba las llaves «Definitivamente, nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.
Me imagino la cara de todos, cuando llegue el día en donde no haya más agua que
consumir. Sentirán el mismo dolor que estoy sintiendo, por la partida de mi querida madre.
No, cualquiera preferiría perder la vida, antes que a su madre».
Sí, tal cual lo leen. El sufrimiento estaba penetrando el alma de Gerónimo, se lo
estaba empezando a devorar en trozos pequeños. Al parecer, ese dolor era más grande que
cualquier otra cosa ¿o no? Puede que haya algo en el mundo, que tuviese la misma fuerza.
Empero, ese algo estaba ausente en ese momento. Gerónimo estaba solo, se cerró en un
baño, se sentó en la tasa, y comenzó a llorar. Pero a llorar en silencio, a los caballeros no
les gusta que nadie los oiga en ese momento crítico. Se recostó en la puerta que lo cubría, lo
cubría de los ojos de los demás, lo cubría de que alguien en su alrededor, se diese cuenta
que no estaba bien. Cerró sus ojos por un momento, trato de poner su mente en blanco, pero
era imposible.
De manera imprevista, oyó a Anita decir:
—Por favor, chicos de grado octavo. Hagan la fila, tenemos que ir al almorzar.
Inmediatamente, se levantó. Salió de donde estaba, y se miró en el espejo. Notaba que
sus ojos estaban más pequeños y oscuros de lo normal. Sí, nuestro caballero no tenía los
ojos claros de Anita, sino unos más bien opacos, parecía como si alguien les hubiera
arrebatado el color en algún momento. Se lavó la cara, y cuando la volteó, vio a Ana cruzar
con los muchachos. Claramente, ella no lo vio a él, Gerónimo estaba en un baño picho, y
sin ninguna luz que lo iluminase. Verla por los segundos, le dio la luz que necesitaba, así
fuera por un momento.
«Es tan linda ¿no? ¿cómo le habrá ido en clase? ¿habrá encontrado otro caballero?
Puede ser, al fin y al cabo, soy chiquito. Ella, toda una mujer, no se fijaría en alguien así».
Por más ilusionado y enamorado que estuviera Gerónimo, sabía que su amor con
Anita era un sueño. Al igual que Don Quijote, siente a su dama cada vez más lejos.
Gerónimo regresó al salón, hizo la fila con sus compañeros, y almorzó. ¿En dónde? En el
rincón de una mesa, solo. La verdad es que no tenía muchos amigos, pues no era muy
sociable. Le daba pena todo, aunque tenía momentos en que se transformaba. Cada vez que
el amor tocaba su puerta, Gerónimo pasaba de ser un silencioso y somnoliento árbol, que
cuyas ramas parecían un hilo vacío y delgado, y su floema estaba defectuoso, pues no
disponía de ningún conductor que le transportase nutrientes, a ser un vergel cuyos
pigmentos se acumularon en cada pétalo, y le brindaron un color digno de admirar a su
corola. Rojo, podría ser ¿por qué? Bien lo debes saber, querido lector. Un vergel bello,
cuyos órganos volátiles le asignaron un olor único, atrayente. Así, con un poco de suerte,
un polinizador podría ser atraído.
Gerónimo comenzó a jugar con los cubiertos, los deslizaba con sus dedos de un lado
a otro, así, sin más. No le apetecía comer, pues le habían servido remolacha y, como la
mayoría de personas a su edad, no le gustaba en lo absoluto. De un momento a otro, sintió
que alguien se estaba acomodando al lado suyo. No, lastimosamente no era Anita. Ella
estaba en otra mesa, con los patricios, mientras Gerónimo hacía parte de los plebeyos. Galo,
el profesor de filosofía, fue quien se sentó junto a él. Un tipo carismático, sincero, con un
pelo un poco alborotado, una barba extravagante, al igual que su personalidad. Era un tipo
único, Gerónimo lo conocía, pero nunca había tenido la oportunidad de hablar con él, pues
hasta el momento, no le dictaba ninguna clase.

— “Kiubo” —era su forma particular de saludar, fuera de las aulas— Joven ¿por
qué tan solo?
— Hola, profesor.
— Galo, dígame solo Galo.
— ¿Por qué no le gusta que le digan así?
— No lo sé, o bueno, sí sé. A pesar de que yo sea su profesor, no estoy en un rango
superior al suyo. Todos somos iguales, al fin y al cabo, nacimos de la misma
manera, y moriremos de la misma.
— Entiendo «¿Qué acabó de decir? No le entiendo nada —pensó Gerónimo—».
— ¿Qué hace tan solo?
— No tengo muchos amigos.
— ¿Cómo no tienes amigos? Si la amistad es lo más lindo que se puede cultivar.
Epicuro diría: La amistad es una noble virtud, que se materializa en el
sentimiento, el afecto y la entrega que se le realiza a la otra persona.
— ¿Epicuro?
— Sí, Epicuro, Epicuro de Samos. Un filósofo excelente, el siguiente año lo
veremos.
— ¿El siguiente año?
— Sí, Gerónimo, «¿Cómo sabe mi nombre?» el siguiente año vamos a ver filosofía.
¡Por fin! Qué lástima que sea hasta ese momento, cuando se les presente a
ustedes esta maravilla. Debería enseñarse a temprana edad, como otra ciencia
más.
— Profe
— No me diga profe, ya lo comenté.
— Disculpe, la costumbre…
— No se preocupe, es un síntoma más de las relaciones de poder, diría Foucault.
— Fouc… ¿Qué?
— Otro filósofo, muy interesante. Habla sobre las relaciones de poder,
especificando que, aquel que tiene poder, posee, a su misma vez, la verdad.
— Ummm ya «Este señor está muy loco, habla muy extraño».
— Bueno, déjeme decirle que no está solo. Lastimosamente, todavía no puedo ser
su amigo.
— ¿Por qué no? ¿no le caigo bien? Lo sabía…
— Nooo, para nada —soltó una pequeña carcajada— aquí no podemos ser amigos.
Estamos en una institución en donde cada uno ejerce su rol, allá afuera —señaló
la salida del colegio— sí que se puede. Además, recién nos conocimos, la
amistad es el resultado de días y días de esfuerzo, por parte de ambas personas.
— Gracias, Galo.
— ¿Por qué?
— Por sentarse al lado mío.
— No se preocupe, para eso estamos. Nadie debería estar solo, la soledad es buena,
no lo niego. Nietzsche, otro duro, dice que la soledad se debe entender como
exigencia filosófica. Pues es el momento en que usted piensa, reflexiona, y todo
esto. Pero, en exceso, si es perjudicial, ya que empieza a consumirlo poco a
poco.
«A pesar de que no le entiendo del todo, se ve que es una persona diferente a las
demás. ¿Así es la filosofía? Una ciencia distinta a los demás. Me gusta, no sé por qué, me
siento tan afinado con Galo. Puede ser la manera en que me habla, el cariño que transmite,
o su personalidad. Ni idea, quiero ser su amigo, ojalá en un futuro lo podamos ser. Nadie
antes se me había acercado de esa manera, qué lindo. ¿Será que en la filosofía hay algo
sobre la muerte? ¿le cuento la muerte de mi mamá? No, no creo que sea oportuno ¿o sí? Es
que tengo tantas dudas. ¿Qué es morir? ¿qué significa morir? ¿debemos temerle a morir?
¿Dónde están los que mueren? ¿Esto es filosofar? ¿cuestionar? Me gusta, aunque no sepa
en lo absoluto cómo responder esas preguntas».

— Pr-profe ¿para usted qué es la muerte?


— El fin de la vida.
— ¿Y ya? ¿no representa nada más?
— No, nada más. Ni la vida es tan buena, ni la muerte tan mala.
— ¿Cómo así? ¿La muerte no es mala?
— Para nada, es eso. El fin de un ciclo más.
— ¿Por qué la vida debe tener fin?
— Porque así cobra sentido ¿no cree?
— No, sería genial vivir siempre ¿no?
— Para nada. Volvería a la vida monótona y aburrida —miró a Gerónimo, y le
preguntó— ¿Por qué tan interesado con el tema?
— No, nada. Tenía esas preguntas.
— ¿Seguro?
«¿Debería decirle? No… ¿o sí? Creo que con alguien debo compartirlo. Siento que es
una carga demasiada grande. Al fin y al cabo, es el único amigo que tengo, así lo niegue».

— Mi madre murió el día de hoy


— ¿Qué ¿cómo así Gerónimo? ¿por qué no me había dicho?
— Es difícil, Galio.
— Entiendo. Bueno, gracias por contarme. Lo mejor es que comience a ir donde la
psicóloga del colegio.
— No… no creo que sea necesario.
— Sí que lo es. Era su mamá, y un duelo así es muy pesado para usted. ¿Qué le dijo
su papá?
— Nada…
— ¿Cómo así que nada? Dígame la verdad
— ¡Se la estoy diciendo! —comenzó a alzar la voz mientras cogía su bandeja—
¿sabe? Olvídelo, prof… Galo, como sea. Adiós.
«Qué pereza, disque ir a donde la psicóloga. Como si estuviese loco ¿cree que no soy
capaz de sobrellevar las cosas? Pfff —De un momento a otro, Ana pasa al frente
suyo, mientras pasa al lado de Gerónimo, ella lo voltea a mirar, y le sonríe
nuevamente— ¿Me sonrió? No puede ser, de seguro se acordó de algo. ¡De nuestra
conversación? ¿será? Ay no, ella lo es todo, definitivamente».
Galio se quedó mirando atentamente a Gerónimo. Se percató de su manera de
caminar, la forma en que su rostro se moldeaba, subía las cejas, bajaba la mirada. Notó que
sus manos comenzaban a temblar, y sus piernas se enredaban entre ellas mismas. Claro, era
por el enojo, aunque no del todo. Pues luego contempló su rostro cuando Ana pasó frente a
él, y le sonrió. El rostro de Gerónimo pasó de un extremo a otro en segundos. Galio se dio
cuenta de, lo enamorado que estaba Gerónimo.
Después de eso, se quedó pensando y reflexionando:
«Gerónimo, a simple vista, se le ve destrozado. La muerte de toda madre es dura para el
hijo, y aún más a su edad. Pobre joven, pero bueno, al menos tiene una razón para vivir.
Ana, Anita. No sé si sea posible, pero al menos el enamoramiento lo tiene vivo. No voy a
tratar de predecir, pues en el amor no hay reglas, ni nada escrito. Diría Platón en el Fedro:
El amor es locura divina».
Gerónimo, después del cruce con Ana. Simplemente dejo su bandeja, y se fue al
salón. Como les dije, no tenía muchos amigos y, por tanto, la mayor parte del tiempo
estaba solo. Pero la soledad nunca le había afectado tanto, como ahora. Siempre le había
parecido divertida, había aprendido a vivir con ella. Aunque ahora era distinto, pues su
cabeza se estaba transformando en su peor enemigo. No solo con los recuerdos que
fugazmente cada rato aparecía, sino por la creación de preguntas y más preguntas,
preguntas que no tenían ninguna respuesta. Y que, tal como un pájaro carpintero, le
taladraban todo el tiempo. Pero él no era consciente, pues había algo más. Ya que, su
propósito cuando iba al salón, no era seguir reflexionando, sino preparar la exposición del
día de mañana. Porque sí, querido lector, Gerónimo quería hacer la mejor cartelera de este
mundo, con un solo propósito, sorprender a Anita. Nada en el mundo tenía más
importancia, su amor era lo único que le motivaba a hacer algo, a no quedarse triste en un
rincón. Galio tenía toda la razón, cuando dijo que el enamoramiento era su salvación.
«Bueno ¿y ahora qué? Tengo apenas para la cartulina, puede que alcance para un marcador
negro. Claro, el precio fue no haber comido onces en el descanso. Pero nada, como sea, esa
cartera debe ser lo mejor que haga, cueste lo que cueste».
Gerónimo fue a la tienda. Compró un pliego de cartulina y un marcador negro, exacto lo
que tenía en el bolsillo. Se dirigió al salón, en donde se acomodó, y empezó a colocar el
título: Plantas heterótrofas. Le quedó un poco chueco, la verdad es que Gerónimo para los
trabajos manuales, era como Kant a la poesía. Pero bueno, no importa. Prosiguió con su
nombre, se ubicó al lado derecho, así le quedaba más fácil escribir para su zurda. Gerónimo
Barbosa. ¡Qué belleza! Lo mínimo que debe quedar claro, en toda obra, es el nombre del
autor ¿no? Bueno, ahora sí. ¿Qué son las plantas heterótrofas? Descartamos que sean
plantas con diferentes troncos. Así que Gerónimo reviso su cuaderno de biología, y se dio
cuenta que, efectivamente, no tenía nada sobre ese tema. Bueno, ni de ese, ni de alguno
otro. Lo que sí tenía, eran un montón de corazones, y uno que otro verso. Sí, versos.
Gerónimo era un poeta, un novato todavía, pero algo de bueno había en ellos. Entre los
primeros que alcanzó a leer decía:
Ana, que tu sonrisa vislumbra,
un atardecer, el cual quiero contemplar;
y en tus brazos quedar,
como en el cielo, una estrella
Eran sencillos, simples, cortos. Pero, no me nieguen que tiene algo mágico. Era un
talento para explotar, pues nadie promovía la poesía, a excepción de Galio. Gerónimo se
quedó contemplando este primer poema, y comenzó a recitarlo en voz baja. Se imaginaba la
escena en que Anita estuviese al frente. Sostenido en una rodilla, dedicándole verso por
verso, viéndola a los ojos, y agarrándole la mano. Bonita escena ¿no? Aunque la realidad
era diferente. Gerónimo estaba recitándole el verso a la pared, aunque, de repente. Oye lo
siguiente:
—Bonitos versos, Gerónimo.
Gerónimo sintió un vacío que le comió el corazón por un segundo. Quedo
completamente perplejo y congelado. Tenía miedo de voltear el rostro y darse cuenta de
quién era. Pues, debido a que estaba concentrado, no pudo escuchar con claridad el tono de
la voz. Cuando lo hizo, se dio cuenta que era Galio. Exactamente, por pura casualidad, él
tenía vigilancia cerca al salón. Y parte de las reglas, es que ningún estudiante esté en el
salón, oyó a Gerónimo recitar, así que fue allá con esa excusa. No obstante, su verdadera
intención, era corroborar lo que estaba pasando. Pues no se creía que alguien, a la edad de
Gerónimo, hiciese ese tipo de cosas. En general, ya es difícil que alguien lo haga, pero ¿un
niño prácticamente? Fascinante. Cuando llegó, no quiso mostrarse inmediatamente. Se
quedó tras la pared, oyendo parte por parte. Trató de analizar si el poema era de alguien
más, se quedó tras la pared. Pero de inmediato supo que no era de alguien más, pues tenía
el nombre mágico, el nombre clave: Ana, Anita. En ese momento, Galio confirmó el
enorme interés de Gerónimo, sintió compasión, se acordó cuando tenía su edad, y era
exactamente igual.

— ¿En serio cree que son bonitos?


— Sí, lo son. La verdad me sorprende ¿los hizo usted?
— Sí, sí señor.
— ¿Y quién es la afortunada?

Gerónimo tuvo un recuerdo fugaz, en la clase de Ana, pues ella le había preguntado
exactamente lo mismo. ¿Galio sabía? ¿Cómo lo supo? Gerónimo no se acordaba que, en el
mismo inicio de la estrofa, lo decía. Miro nuevamente su poema, y al releerlo, se dio cuenta
que decía claramente: Ana. No había más, pensó en decirle que era otra Ana, pues temía
que alguien del colegio supiera, era su amor. Nadie más necesitaba saberlo, ni ella.
Gerónimo lo volvió a mirar, vio como una sonrisa se resaltaba en su rostro, no podía
ocultarlo, Galio iba a terminar sabiendo todo de él. ¿Y si ahora lo llevaba a la psicóloga por
enamorarse de la profesora? No, por favor no. Eso ya le debió haber pasado a alguien más
¿no?

— Usted sabe ¿no?


— Sí, pero quiero que lo admita.
— No lo haré.
— Pensé que era verdadero.
— ¿Qué?
— Su amor por ella.
— Lo es.
— ¿Entonces por qué no lo puede afirmar?
— No lo sé —desvió la mirada— me da pena.
— ¿Le da pena amar? Entonces no ame.
— ¿Por qué no debería amar?
— El amor requiere de valentía, coraje.
— ¿Cómo un caballero?
— Bien por la referencia. Sí, tal como un caballero.

El joven pensó, y tenía razón Galo. Gerónimo creía ser un caballero, incluso se lo
afirmó a Ana. Pero en realidad no, pues su valentía tenía limite, tenía fin. Un caballero de
verdad, admitiría el amor por su dama ante cualquier persona. No tendría miedo en lo
absoluto, pero Gerónimo sí, demasiado.

— Yo estoy enamorado de ella.


— ¿De quién?

Después de unos segundos, Gerónimo pensó


«¿Dar el paso hacia ser caballero? O seguir callando, y negando el amor que me
mueve, que me transforma, que me inspira. El amor que me mantiene vivo. No lo sé, es
difícil. Tengo miedo, miedo de lo que piensen los demás, que me consideren como un
bobo, o un tonto por enamorarme de Anita. —recordó la conversación que tuvieron en la
mañana— “Nadie quiere a los cobardes” se lo dije ¿no? Y lo que estoy haciendo en este
momento, es lo que haría uno. Negando mi amor por ella… no, no puede ser así más».
Galo se quedó esperándolo unos segundos, pero vio que Gerónimo solo estaba
leyendo su poema, una y otra vez. Así que decidió retirarse, lentamente empezó a caminar.
Gerónimo, después de unos minutos, volvió a la realidad. Vio que Galio se estaba alejando,
como Anita al final de la clase, así que decidió ir tras de él.
Una vez, lo alcanzó, le dijo:

— Profe Galo, digo, Galo, ay —suspiró— como sea. ¡Estoy enamorado! ¡Estoy
enamorado de Anita!
Galo le respondió con un noble guiño, dirigió sus ojos a los de Gerónimo. En ellos,
veía la ilusión de un enamorado, se veía a sí mismo. Le produjo nostalgia, y lo único que
iba a hacer, de ahora en adelante, era apoyar a Gerónimo, lo iba a dirigir, y le iba a mostrar
una parte del sendero de aquellos que se hacen llamar “Románticos”. Pero solo una parte,
pues parte del secreto, es que cada uno diseñe su propio camino.
— Ahora sí, está enamorado Gerónimo.
— Lo sé, sé que lo estoy. ¿Usted cree que debería decírselo ya? ¡Tengo ganas de
confesarlo!
— No, no exagere Gerónimo. Todo a su tiempo, pero buen primer intento. Ojalá
tenga las mismas ganas en unos años. Yo sé que lo puede lograr.
— ¿En serio?
— Sí.
— Pero ella es grande, es toda una mujer. Ya tiene su vida, sus cosas, sus sueños
— ¿Y?
— Pues nada, que…
— Pues nada —le arrebató la palabra— Eso no impide que, algún día, estén juntos.
— ¿Qué hago para conquistarla?
— Lo que está haciendo, está bien.
— ¿Cómo así?
— Pues sí, sígale escribiendo poemas, sígale dibujando corazones. Cada día, al
menos una vez, véala, así su alma sentirá un respiro. Por el momento solo eso,
en unos años, en mi clase, aprenderá una que otra cosita más.
Galo, antes de despedirse, le entregó un papel enrollado a Gerónimo.

— ¿Qué es esto, Galo?


— Ábralo, cuando sienta que no puede más. Yo sé por qué se lo digo.
Galo se fue, dando paso lento. Se acordó que tenía que ir a vigilar a los muchachos,
se fue así sin más, sin despedirse, ni nada. Dejándole una nota a Gerónimo, pues sabía que
se aproximaban tiempos difíciles. Sabía sus más profundos secretos, y reconocía que la
muerte de la mamá seguía, y seguirá ahí, en su corazón. Galo era consciente que, una vez el
joven llegase a casa, la tormenta iba a asechar el cielo, e iba a buscar derrumbar el barco de
nuestro pequeño. ¿Qué decía la nota? No lo sé, toca esperar a que Gerónimo la abra.
«Allá va, Galo. Definitivamente, mi único amigo, así él no piense lo mismo. ¿Qué
habrá en esa nota? ¿la veo? —pensó unos segundos— No, los caballeros siguen los
acuerdos. Hasta que sea el momento, lo haré. Ay no —recordó— ¡la cartelera!, ya casi se
acaba el descanso, tengo que organizar todo.
Gerónimo corrió nuevamente al salón. Vio que su cartelera, carecía de todo, se puso
triste. Pues sabía que no iba a tener colores para llenarla, ni información tampoco. La
situación estaba jodida, tenía que pedirle el favor a alguien. ¿A quién? Con muy pocos del
salón tenía contacto, la verdad. Aunque puede que existiese esa persona, su nombre era
Felipe, un muchacho moreno, un poco loco. Su amistad con Gerónimo era rara, pues a
pesar de que eran amigos, casi no compartían en los descansos. Puede ser, porque a Felipe
le gustaba mucho el basquetbol, era bueno, incluso entrenaba, así que, en todo descanso,
Felipe solo jugaba. Mientras que, Gerónimo, daba paseos cortos, hablaba con profesores, se
acostaba y se ponía a pensar en un nuevo poema. Así era Gerónimo. Ahora ¿Cómo se
conocieron? En la ruta. Como les dije en un inicio, hasta hace poco, Gero iba solo al
colegio, pero antes, lo recogía y dejaba una ruta. En esa ruta, todas las mañanas y tardes, su
compañero era Felipe. Hablaban, molestaban, lo normal. Incluso, uno que otro fin de
semana, salían juntos. Era una amistad basada en el bien, diría Aristóteles, pues ambos
sentían un aprecio por el otro, pero uno especial. A pesar de que no compartieran siempre,
Gerónimo sabía que contaba con Felipe, y al revés. Hasta el final.
¡Por pura casualidad no más! Felipe llegó al salón, casi cojeando. Con una bolsa de
hielo en la rodilla, había dejado un reguero enorme en todo su trayecto. No agarra bien la
bolsa siquiera, era por eso. Al parecer, le había pasado algo jugando, y se había dirigido al
salón a descansar un rato.
Apenas vio a Gerónimo, le dijo:

— ¿Qué más? Gerónimo


Gerónimo tardó en responder, pues seguía pensando en cómo arreglar esa cartelera.
Lo único que tenía era el nombre y el título. Qué desastre. No obstante, apenas oyó la
voz de Felipe, pensó:
«¡Mi salvación!».
Volteó el rostro, y contempló a Felipe. Estaba hecho un desastre, de milagro podía
caminar. Tenía las manos sucias, la rodilla ni se diga, estaba destrozado, qué cagada.
Pedazos de tierra esparcidos, como la bolsa de semillas de un diente de león. Sangre,
también había sangre, aunque no tanta, la verdad. No podía creerlo Gerónimo, se preocupó
y se acercó lentamente.

— Hola, Felipe. ¿Qué le pasó?


— Nada, usted sabe, los riesgos del oficio.
— ¡Pero le tocó el peor de los riegos!
— Sisas. Lo sé, pero nada que un par de días no solucionen. ¿Qué hace acá?
— ¿Yo? No mucho, adelantando la cartelera.
— Aaaaaa verdad. A usted si le tocó el peor de los riesgos —soltó una carcajada—
— Lo sé, no me lo recuerde.
— Ana como que se fija mucho en usted ¿no?

Gerónimo se quedó tieso viendo a Felipe después de esas palabras, pues pensó:
«¿Qué? ¿Cómo así que ella se fija en mí? ¿De qué manera? ¿Cómo no me di cuenta?
No, qué va, es imposible. Puede que se fije en mí sin intención, por pura casualidad, como
cuando nos quedamos viendo un punto estático sin saber por qué. ¿Qué tendría yo para
capturar esos ojos de manera intencional? Nada, lastimosamente nada».

— Qué habla, no sea bobo.


— Es enserio ¿no me cree?
— En lo absoluto.
— Bueno, allá usted.

Felipe trató de sentarse, lentamente acercó su cola al asiento, flexionando sus piernas y
sintiendo un dolor indescriptible. Fue tanto, que no pudo ocultarlo en su rostro y expresión.
Parecía una obra de arte trágico. Gerónimo se acercó, y le colaboró.

— Todo bien, Gerónimo. Usted siempre ha sido un buen amigo, la verdad.


— ¿En serio lo cree?
— Sí, obvio que lo creo. No le diría mentiras, como lo de que Ana se fija en usted.
— No sea idiota, eso de la profesora Ana no se lo cree nadie.
— Si es terco usted ¿no? Pero bueno, dicen por ahí, no hay mayor ciego que el que
no quiere ver.
— No hay mayor idiota que el obrero patriota.
— ¿Qué habla?
— Nada, solo lo quiero joder.
— Bueno. ¿Y qué? muéstreme su cartelera, vislúmbreme pues.
— No espere mucho, usted sabe cómo soy con las manualidades.
— Uy no, hasta allá no llego Gerónimo —soltó una carcajada—.
— No sea marica, enserio.
— Solo lo quiero joder, así dice ¿no?... Deje ver, pues.

Gerónimo caminó hacia donde se encontraba la cartelera. La dobló, tal como el pintor
dobla su obra de arte recién terminada. Solo que, en este caso, era un tipo de arte abstracto.
Un tipo de pintura especial, que solo contenía un nombre, y un título escrito de manera
horrorosa. Sintió pena, era vergonzoso. No llevaba nada, y ya le había quedado mal. Se
dirigió donde Felipe, sabía cuál iba a ser su reacción, y la de cualquiera que viese eso.
Cuando llegó allí, nuevamente extendió la cartelera con sus dedos, lentamente destapaba el
frasco de la vergüenza, poco a poco dejaba ver su inutilidad, desnudaba perfectamente su
gran defecto.

— No sea marica —exclamó Felipe—.


— ¿Qué?
— Escribió dos vainas, y ya la cagó. Se pasa.
— ¿Mucho?
— Demasiado, huevón.
— No me joda.
— Preste y le ayudo.

De repente, sonó el timbre. Se había acabado el almuerzo, hora de clase.

— Maldición —exclamó Gerónimo


— No maldiga, bobo.
— ¿Entonces qué hago? ¿no ve que eso está una porquería?
— Lo está, para qué le digo que no. Pero fresco, acá está su amigo, en la salida
vemos si puedo ir a su casa, o usted a la mía, algo nos inventamos, yo no lo dejo
morir. No le puede salir con una vaina así a la profe.
— Tiene razón, gracias.
— Todo bien.
Gerónimo rápidamente comenzó a enrollar nuevamente su vergüenza. Se iba a asegurar
de guardarla, en donde nadie la pudiera ver. Solo llevaba un título y un nombre, pero
parecía un dibujo de un niño de cinco años. Es que sí, la verdad es que Gerónimo en ese
tipo de cosas, parecía más bien, uno de cuatro.
Cuando terminó de guardar la cartelera, Gerónimo pensó:
«Felipe me considera su amigo, y yo también creo que lo es. Qué lindo, en verdad. Nos
jodemos y todo, pero estamos para el otro. No me deja morir, él mismo lo dijo. ¡Sí! Vamos
a hacer la mejor cartelera del mundo. Para ti, Anita, para ti. ¿Será verdad lo que dice de que
se fija en mí? No le creo hasta allá, pero bueno, algo tendrá de cierto. Ay Anita, no sabes lo
feliz que sería, si en mi algo encontraras que te gustara».
Se los dije. Felipe y Gerónimo eran amigos, no compartían todo el tiempo, pero eso no
es estrictamente necesario para poder cultivar y desarrollar una amistad. Los dos le tienen
un aprecio infinito al otro, pues es la persona con la que, desde hace unos años, llevan
compartiendo. Independientemente el contexto, la situación, o lo que sea. Gerónimo
siempre estaba para Felipe, y al sentido contrario. Aristóteles, sin lugar a duda, calificaría
esta amistad, como aquella que se basa en el bien. ¡La más linda de todas! ¿Cómo no?
Ambos estaban conducidos por la virtud y la bondad. No estaban con la otra persona por
algún placer o interés específico, eran amigos porque sí.
Nos vamos a saltar la última clase ¿por qué? porque quiero. Una vez finalizó sociales,
una materia no muy divertida, y más a las últimas horas. Enserio ¿por qué dejan las
materias más cansonas de últimas? Nadie lo sabe, es uno de los tantos secretos del colegio.
¡Era imposible concentrarse! El salón se convertía en un horno con el sol, y si le sumamos
los olores corporales de los estudiantes que estuvieron jugando durante el descanso, ni se
imaginan. Era literal como una cámara de gas, que funcionaba con olor humano.
Cuando por fin se acabó el martirio. Era momento de empacar las cosas e irse a hacer
la cartelera. Pero antes, tocaba dirección de grupo. Exacto, ese momento que, en la mañana,
Gerónimo capó por llegar tan tarde. ¿Quién sabe que le iba a decir su directora grupo? Su
nombre era Lucía, era la profesora de literatura. Era linda, no tanto como Anita, pero lo era.
Además de carismática y muy pila. Genial ¿no?
Una vez ella llegó al salón, llamó a Gerónimo y le dijo:

— Hola, Gerónimo.
— Buenas tardes, profesora Lucia.
— ¿Por qué no llegaste temprano? Casi siempre lo haces.
— Me quedé dormido.
— ¡Qué va! —soltó una carcajada— no me hagas reír. Cuéntame, nunca te pasaría
algo así.
«¿Qué? ¿Por qué no se cree la excusa? Ay, Lucia. ¡Las cosas de ser buen estudiante!».

— Es enserio.
— Gerónimo, te conozco. Se nota que estás mintiendo ¿qué pasó?
— Es difícil de explicar.
— Cuéntame ¿vamos a otro lado?
— P-por fav…

Nuevamente, la garganta se encogía, y poco a poco se le hacía más difícil hablar a


Gerónimo. Sentía que se asfixiaba en su tristeza. No podía mentirse más, estaba mal.
Bajaba la mirada, poco a poco se transformaba en el somnoliento árbol, sentía como
cada cosa buena se le desprendía de sí. La cabeza le empezaba a doler: tantas cosas,
tantos recuerdos, tantos sentimientos, que era imposible procesar absolutamente todo.
Tenía un límite, era solo un pobre niño que había perdido a su mamá para siempre. Tal
como lo había pensado Galo, se avecinaban momentos difíciles, en los que Gerónimo
debía enfrentar al más grande rival del Homo Sapiens Sapiens: el dolor.
Empezó a caminar de manera pausada, sabía que detrás suyo iba la profesora Lucia.
Ella iba con una expresión constante de preocupación, pues presentía que algo grave
había ocurrido. No era normal el comportamiento de Gerónimo, se le arrugaba el
corazón verlo tan triste. Él trataba de disimularlo, pues su intención no era preocupar a
nadie, pero tal igual que un vaso lleno de agua, se termina regando. Literalmente, pues
cuando por fin llegaban a la cancha —un espacio, que, a ese momento del día, estaba
totalmente solo— comenzó a llorar nuevamente. Ay Gerónimo ¿Cuántas veces no has
llorado hoy? Pero qué se puede hacer, así también se combate al dolor. Lucia le pidió
que se sentase en el pasto, junto a ella. Se percató que estaba llorando, así que también
le dio un pedazo de papel para que se sonara y limpiase. Blanco, como la nieve, suave,
como el pelo de Anita. Así era.

— Límpiate, Gerónimo.
— Gracias, profe Lucía.
— Bueno, cuéntame. ¿Qué pasa?
— Ay, es complejo de comentar.
— Lo sé, poco a poco. Con confianza, no pasa nada.
— Sí pasa algo. El día de hoy…

Nuevamente el nudo en la garganta, comenzó a bajar la voz, un montón de lágrimas


empezaron a salir, puede que provocase un charco de las tantas que eran. Estaba
destrozado, sentía como las partes se regaban, y no sabía por dónde empezar. Solo quería
que lo succionase la tierra, quería apagar su cerebro por un segundo, y dejar de pensar,
apagar su corazón —sistema límbico—, y dejar de sentir. Aunque no, tampoco quería dejar
de sentir ese amor por Anita. Era lo único que lo consolaba, lo único que le daban ganas de
vivir. Después de unos minutos angustiosos, por fin se tranquilizó. Tomó aire, y lo dijo, así,
sin pausas, de corrido, se atravesó la espada de Héctor sin pensar.

— Mi madre murió en la mañana


Apenas terminó las palabras, algo pasó. El cielo comenzó a ponerse más oscuro, el
viento sopló más fuerte, la lluvia se aproximaba. Algo se rompió, algo se apagó. Un
silencio eterno, fue la condena después de lo dicho. Lucía quedo fría, anonadada, no sabía
qué hacer, ni cómo reaccionar. Eso no estaba en el manual de cómo ser profesor. No podía
ocultar su parte humana, empática. Le dolió, como si fuese a ella la que le ocurrió eso. No
lo creía, tuvo que tomarse unos minutos para asimilarlo. Entre todas las cosas que se le pasó
la cabeza, la muerte de su mamá era la última, ni estaba en la lista, no existía probabilidad
para ello.
Gerónimo miro al cielo. Pensaba que allí pudiera estar, se quedó en esa posición por
bastante tiempo. Mientras su cerebro seguía trabajando, procesando pensamientos e ideas.
Aunque no sabía la verdad qué hacer ¿irse? Se acordó que tenía que cuadrar con Felipe la
cartelera del día de mañana. Se levantó, y comenzó a caminar. Lucía al poco tiempo se dio
cuenta, estaba totalmente desconectada, aun no creía lo ocurrido.

— Gerónimo ¿A dónde vas?


— Tengo que irme, profe. Felipe me necesita.
— No, pero espera.
Lucía se levantó y le dijo:

— Voy a citar a tu papá el día de mañana. Para que sepas.


— ¿Por qué?
— ¿Cómo así que por qué? Es necesario empezar un caso serio.
«Problemas y más problemas» Fue lo único que pensó Gerónimo. Hizo mala cara, más
mala cara. Pero sabía que era lo mejor, no podía solo. Así que simplemente hizo un clásico
gesto de aceptación, y siguió su camino. Cuando llegó a la esquina, se tropezó con alguien,
no sabía quién, pues andaba muy distraído. Solo vio la manera en que unas agendas se
desplomaban, de inmediato se puso a recogerlas, sintiendo una vergüenza enorme en el
interior. Recogió todas las agendas, una por una, las organizó en una hilera. Cuando fue
subiendo la mirada, vio el pelo rojo, el vestido blanco. No podía creerlo, su corazón no
aguantaba más cosas, no aguantaba más pausas, su mente no podía con más emociones.
Pero… ¿cómo no sentir ese amor? Era imposible. Era ella, justo ella. Ana, Anita. La
profesora más linda de todas. Ella se quedó viendo la manera en que Gerónimo arreglaba su
desastre, le pareció noble y tierno. «¡Es un caballero!». Pensó ella durante ese instante.
Gerónimo quedo mudo, no le salían palabras, ni nada. Aún tenía sus ojos llorosos, por
eso evitaba mostrarle su rostro por completo a Anita. Trataba de desviarle la mirada,
aunque en el fondo sabía que estaba siendo irrespetuoso. El caballero, ante su dama,
siempre debía quitarse su casco, en símbolo de respeto. En este caso, Gerónimo solo estaba
buscando la manera en que ella no se preocupase. Además, el hecho de llorar, él pensaba
que era símbolo de debilidad. Ojo, Gerónimo es quien cree eso. Si me preguntan, para nada.
Es la manera de expresar algunos sentimientos, y emociones. Eso también lo creía Anita.
Pues claro, después de unos segundos, se percató de lo que estaba pasando. Gerónimo
estaba cargando las agendas hasta su oficina, pues se ofreció a ello. Pero le dio la espalda
constantemente a Anita, una vez entraron a recepción, hay un vidrio que, junto a la luz,
muestra el reflejo claramente. Ana, pudo ver que algo en él no estaba bien, fue fugaz el
reflejo, pero tenía buena vista. No era como Gerónimo, que tras de todo, usaba gafas, pues
era bastante astigmático. Ana se quedó pensando, a medida que subían las escaleras, trataba
de enfocarse más en él. Una vez llegaron, vio que Gerónimo dejo rápidamente las agendas,
y ya se iba a ir. Ana, ante esto, comentó:

— ¿No te vas a despedir?


— Lo siento, profesora Anita.
Tenía que hacerlo, el honor, recuerda Gerónimo. Si toca que la dama te vea en esas
condiciones, pues se hace. Pero no puedes irte así sin más, Gerónimo recapacitó, y se dio
cuenta que, si hubiera seguido derecho, luego no se iba a perdonar a sí mismo el no haberse
despedido, y no haberle dado la cara a Anita. Todo esto, sucedió en cuestión de segundos.
De inmediato, volteó la cara, sabiendo que la luz iba a enfocar su rostro, y se iba a poder
detallar lo destrozado que estaba. Sentía su pulso desorganizarse, estaba empezando a sentir
vergüenza. Pero era necesario, ¿no era un valiente? Pues era momento de demostrarlo. Así
fue, con sus ojos cafés oscuros, miró directamente a Anita, gracias a luz, por fin ella supo
de qué color eran. Estaba desnudo ante ella, su sufrimiento y dolor habían llegado muy
lejos. Ella, una vez detallo que efectivamente había llorado, le preguntó:

— ¿Pasa algo, Gerónimo?


Gerónimo pensó qué podría responderle. No se le ocurría nada, algo estaba claro, no iba a
decirle la verdad. No quería que sintiese lastima por él, debía conservar su imagen de
caballero fuerte. Por tanto, respondió:

— Nada, profe Anit-Ana «No, otra vez no». Cosas que se salen de las manos.
— Entiendo, bueno. Sabes que cuentas conmigo ¿no?
El corazón de Gerónimo no sabemos si iba a poder aguantar más. Apenas oyó sus palabras,
le llegaron hasta el fondo de sí. Pues, de cierta manera, estaba reafirmando que existía un
lazo entre ambos. Por la manera tan cálida, y sincera en que se lo dijo, se nota que su
interés por el hecho de que Gerónimo estuviera bien, era más allá de que fuese un simple
estudiante. Algo había, por más pequeño que fuese.

— Sí, profesora Ana.


— Vale, que te vaya bien. Nos vemos mañana en clase, yo veré esa exposición. —
soltó una pequeña carcajada
«¡La exposición, verdad! Ay no, Felipe, espero que me hayas esperado.
Discúlpame»
— Chao, profe. Espero tenga una linda tarde.
Gerónimo se quedó mirándola unos segundos, contemplando por última vez su lindo
rostro. Era como si volviese a la vida, quería que esos momentos junto a ella fuesen
eternos, que no existiese tiempo alguno que los limitase. Lastimosamente, ya era tarde,
y Felipe ya estaba cansándose de esperar a Gerónimo en el salón. Menos mal se
acordó, si se tardaba más tiempo, simplemente se hubiera ido. Cuando llegó Gerónimo
al salón, con su cara de enamorado, Felipe le comentó:

— Espero tenga una buena excusa, llevo esperándolo 15 minutos ¿sabía?


— Lo sé, perdóneme, es que estaba con… olvídelo.
— ¿Con quién? Viendo esa cara que me trae, no me sorprendería que hubiera sido
Anita.
«¿Cara de enamorado? ¿Se me nota tanto? ¿será que Anita se percató de ella? ¿por eso
rio?» Fueron algunas de las preguntas que le surgieron a Gerónimo ante las palabras de
su amigo. Era claro que estaba enamorado, se notaba en su sonrisa, en el brillo de sus
oscuros ojos, comúnmente Gerónimo era serio, un poco antipático, pero cuando llegaba
Anita, era otra persona.

— No, fue con… —se quedó pensando—


— No me mienta. Asúmalo, recuerde, es el primer paso.
— Bueno, sí. Estaba con Anita.
— ¿Si ve que puede? —le golpeó suavemente el hombre— buena, tigre, así es que
es.
— ¿Eh?
— Nada, camine pues. Mis papás me dejaron ir a su casa, me recogen tipo seis de
la tarde.
— Listo, vamos.
Gerónimo terminó de empacar sus cosas. Sacó la cartulina del lugar en donde la escondió, y
fue caminando con Felipe. Una vez salieron del colegio, comenzaron a charlar. Hace
bastante tiempo no compartían un momento de esos. Entre diálogo y diálogo, Felipe le
preguntó:

— ¿Qué se siente estar enamorado?


— ¿Ah? ¿Quién le dice que lo estoy?
— No se haga el marica. ¿No se ha visto en un espejo?
— No.
— Debería. Bueno, respóndame la pregunta.
— Es extraño ¿sabe? Es algo inexplicable, uno siente muchas cosas, demasiadas.
En su gran mayoría, agradables.
— ¿Cómo así? ¿No todo es bueno?
— No, Felipe. Al menos en mi caso, en ocasiones me estrello duro contra la
realidad, y me percato de la imposibilidad de estar junto a ella.
— ¿Cómo se atreve a decir eso? ¿No ve como ella lo mira?
— No lo sé. Me cuesta pensar que tiene un sentido más allá de regañarme,
dirigirme la palabra, o como un punto de atención.
— No sea tan pesimista, hombre. Póngale fe, más bien, alégrese de que ya casi
llegamos a su casa. Su mamá prepara unas onces muy ricas ¿si le dijo que iba?
Volvía a tocar la puerta la muerte. Otra vez, los nubosos pensamientos aparecían.
Gerónimo se detuvo, se agacho, fue como un chuzo profundo en su alma. No podía
controlar su cuerpo, su respiración, sus latidos, nada. Sentía que se derrumbaba. Felipe,
de inmediato, trato de levantarlo, después de un gran esfuerzo, lo logró. Lo sentó en el
andén gris y sucio que tenían al lado. Tuvo que quitar unas coletas de cigarros que
había por ahí, lo consiguió. Vio que Gerónimo poco a poco volvía a la normalidad.

— Gerónimo, hermano. ¿Qué le pasa?


No hubo respuesta a la pregunta, Gerónimo poco a poco abría los ojos, trataba de
vocalizar, pero no le salían las palabras. Únicamente hizo un gesto de que ya estaba
mejor. Después de unos minutos de silencio y angustia, en los que Felipe solo se
preguntaba qué hacer con Gerónimo, por fin Gero pronunció algo:

— Murió, se fue.
Felipe no entendía absolutamente nada. Estaba confundido, tenía la mente en blanco,
pero se alegraba que ya Gerónimo estuviera volviendo a la vida. Aun así, le preguntó:

— ¿Quién Gerónimo? ¿Quién se murió?


— Mi m—mamá
Como si le hubieran tirado un baldado de agua fría, así lo recibió Felipe. No se lo
podía creer, ahora el que estaba perdiendo el equilibrio era él. Se tuvo que sentar con
Gerónimo, lo abrazó, temblando un poco. Conectó los eventos, que después de haber
preguntado por la mamá de Gerónimo, él haya tenido ese enorme bajón. Soltó unas
pequeñas lágrimas, y le dijo:

— Lo siento, parcero. Yo no sabía…


— Lo sé. Por eso, no se preocupe, vamos.
Comenzaron a caminar nuevamente, pero esta vez, acompañados de un silencio
gigante. Ninguno se atrevía a decir nada. Felipe, en ocasiones, contemplaba el rostro de
Gerónimo, y le sorprendía lo distinto que era al de hace unas horas. Tenía una mirada
fría, un rostro serio, no emitía ningún tipo de emoción. De milagro parpadeaba. Y se
preguntaba una y otra vez:
«¿Cómo hizo para no desmoronarse el día de hoy? ¿Cuándo se murió? ¿Por qué en
ciertos momentos del día parecía como si no le pasase nada? ¿Es esto normal?».
Seguían caminando, ya casi llegaban. Felipe se acordó que tocaba comprar unos
materiales. Menos mal cerca de la casa había una papelería. Don Antonio era el dueño,
un tipo muy querido y servicial. Llevaba alrededor de 8 años con su local, siempre
atendía con una sonrisa que era contagiosa. Pero ese día, en ese momento, ni Antonio
era capaz de subir el ánimo de Gerónimo. Una y otra vez pasaba por él ese recuerdo, el
cuerpo frio y tieso de su mamá, la imagen de él tratando de oír sus latidos, tenía el
corazón roto, profundamente roto.
Una vez pasaron por la papelería, Felipe dijo:

— Gerónimo, espere. Toca comprar una cartulina, y unos marcadores.


— ¿No tenemos esta cartulina? —apuntó a la cartulina enrollada que traía—
— Deje esa para otra cosa. Hagamos las cosas bien desde un inicio ¿no le parece?
— Sí. ¿no? Lo que mal empieza, mal acaba…
— Exacto.
— Pero no tengo ni un peso. Me lo gasté todo.
— Fresco, yo se lo regalo.

Gerónimo se quedó contemplando el rostro de Felipe, y no se creía lo que estaba


pasando. Puede que parezca una bobada, pero le hecho de que él estuviera haciendo
incluso un esfuerzo económico, para colaborarle en una cartelera que Gerónimo
tenía que hacer, le llegó al mismo corazón, y lo comenzó a reparar.

— M-Muchas gracias, Felipe. No sé cómo pagarle.


— Poniendo buena cara, hermano. La misma que le pone a Anita, sé que es difícil,
pero es necesario.
— Está bien.
Mientras Felipe compraba las cosas para la cartelera, Gerónimo se había quedado
sentado en la acera, mirando un charco que tenía al pie. Veía su reflejo, un poco
distorsionado debido a la refracción de la luz, pero ahí estaba él. Se quedó contemplando
cada detalle, que el mismo charco le dejaba ver. No era el mismo chico de antes, estaba
claro. Notó la profundidad de su mirada, tiesa, recta, y fría. El movimiento de sus cejas, se
había percatado de que, a raíz de moverlas tanto, ya se le formaban pequeñas arrugas en la
frente. Su cabello, totalmente desnutrido, y sin volumen. Pero eso último no era solo por lo
que creíamos, estaba lloviendo.
Roto, sentía que paulatinamente se convertía en fragmentos, en piezas que nunca se
iban a poder juntar. Perdía la consciencia de la realidad, sentía que su visión se nublaba, y
se deslizaba lentamente en el agua. No quería absolutamente nada, solo que las gotas de
lluvia penetraran hasta el fondo su cuerpo. Atravesaran tejido por tejido, hasta que llegaran
al miocardio y lo perforaran también, así su corazón dejaría de bombear sangre. Pero no era
así, solo sentía frio, y que poco a poco pequeñas punzadas lo empezaban a joder. De
repente, sintió un movimiento brusco, era Felipe, que por fin había terminado de comprar
las cosas.
—¿Qué hace? Levántese y corra hasta su casa.
Gerónimo, de inmediato, empezó a correr detrás de Felipe, sentía como cada rincón de
su cuerpo estaba mojado, sentía la manera en que el agua se escabullía por absolutamente
todo lado. No eran agradables las sensaciones, y poco a poco volvía a perder el aliento.
Estaba cerca, un esfuerzo más, corría como el navío que se hace camino a pesar de la
tormenta, sintiendo que sus velas se rompían a causa de la fuerza del viento, y la proa
desboronaba trataba de dar estabilidad cuando simplemente era restos de madera. Llegaron,
por fin. Estaba al frente de su puerta, temblando del frio empezó a buscar dentro de su
maleta, no encontraba las llaves, tuvo que abrir bolsillo por bolsillo, sintiendo la manera en
que todo estaba absolutamente mojado. Sentía una presión inmensa, pues nada que las
encontraba, su estrés empezó a subir, más cuando Felipe le dijo:

— Gerónimo, sea serio, vea que nos estamos mojando. Apúrele


Segundos después, las encontró, por fin. Rápidamente las sacó, trato de mirar por
encima cuál era la correcta, no podía ver muy bien, sus lentes estaban más empañados que
los vidrios de un carro después de hacer el amor. Intentó con la primera, nada, intentó con
la segunda, tampoco, no tenía suerte, parecía un juego de azar, en donde estaba apostando
su cartelera, intentó con la tercera llave, y fue esa, después de ver que entró, hizo la
maniobra con el dedo índice y el pulgar, no salió, era porque sus dedos temblaban, a la
siguiente, salió, se sintió como el mago que después de intentarlo miles de veces, el truco le
sale. Una vez abierta la puerta, quito las llaves, entraron, y volvieron a cerrar la puerta. Se
sentaron, Felipe dejo las cosas compradas en la mesa, las había metido en un plástico
impermeable, funcionó.

— ¿Prefirió guardar las cosas en su impermeable, que a usted mismo? —preguntó


Gerónimo—
— Sí, claro. Mire, aquí hay algo claro, vamos a hacer una excelente cartelera,
cueste lo que cueste.
— ¿Por qué me ayuda tanto?
— Lo quiero, lo estimo, Gerónimo. Para eso estamos los amigos, recuerde.
Gerónimo tuvo que voltear la mirada, y sacar la excusa que iba a la cocina, no quería
que lo viera llorar, le conmovía demasiado lo que estaba haciendo Felipe, en verdad que no
había sido un buen día, y no se sentía muy bien, pero ese tipo de cosas, eran como un
oxígeno para seguir adelante. Gerónimo cogió dos pares de panes, abrió la nevera, no sintió
nada cuando metió su mano, eso se debía a que él también estaba frio. Cogió unas tajadas
de jamón y queso, y preparó dos sándwiches. No había jugo, ni nada hecho, así que sirvió
dos vasos con agua, y llevó todo al comedor donde estaba Felipe. Allí, puso todo en la
mesa, mientras le decía:

— Mire, debe tener hambre. Disculpe que le sirva agua, pero…


— No se preocupe —le interrumpió—, muchas gracias, Gero.
Los dos empezaron a comer, mientras planeaban lo qué iban a poner en la cartelera.
Para ello, Felipe sacó su cuaderno, y revisaron los apuntes que tenía sobre las plantas
heterótrofas, hicieron un borrador, colocando las ideas más importantes que iban a plasmar.
Durante el proceso, intercambiaban carcajadas, se acordaban de otras anécdotas, era un
lindo momento para despejarse de todo, lo fue.

— Oiga ¿será que Anita va a pedir imágenes? —preguntó Gerónimo—


— Sí, claro.
— ¿Qué haremos? No tengo impresora, ni nada…
— Relajado, yo se las dibujo.
— ¿En serio?
— Ay, no comience Gerónimo. Sí, obvio, entienda que yo soy su amigo, y que le
ayudaré en todo lo que pueda, para que esté bien.
— Gracias, es sorprendente.
— ¿Sabe qué es realmente sorprendente? Su valentía. —le exclamó Felipe—
— ¿A qué se refiere?
— Sí, hoy dio la cara a pesar de lo que pasó. Incluso se inventó la excusa ¿no? Eso
de haberse quedado dormido, no era muy cierto.
— Lo sé, pero ¿qué más decía?
— Nada, es que no se lo digo a mal, todo lo contrario, bien, usted es un verraco… y
un enamorado.
— Ay, no me la vaya a montar otra vez.
— Es verdad, Gerónimo, desde siempre usted ha sido un man de buenos
sentimientos, sígalos cultivando.
— ¿Y cuando lleguen los tiempos de sequía?
— Con más sacrificio debe cuidarlos.
Felipe organizó las cosas, desplego lentamente la cartulina, sacó unos marcadores que
había comprado. Apenas Gerónimo vio que, entre estos, había uno rojo, le preguntó:

— ¿Por qué el marcador rojo?


— No sé, es bonito ¿no?
— Sí, claro, lo es… —dijo con una actitud pensativa—
— Además de que es el color del pelo de su novia… ¿no? —miró directamente a
los ojos de Gerónimo—
— No es mi novia, ya quisiera.
— Algún día lo será, si se esfuerza.
— ¿Usted lo cree?
— Obviamente, usted tiene lo suyo, solo no se descuide, y tenga paciencia, paso
por paso.
— ¿A qué se refiere?
— Ay, nada. Usted solo pregunta, yo creo que va a terminar siendo filósofo.
Gerónimo se acordó fugazmente de Galo, de la conversación que tuvieron, y de las
cosas que le había enseñado en cuestión de minutos. Se acordaba que había nombrado unos
filósofos, y unas ideas bastantes interesantes. No obstante, se acordó de la carrera que,
desde hace unos años, ya se había proyectado.

— Qué va, quiero ser ingeniero ambiental.


— No me haga reír, ni le gusta las ciencias, ni se interesa por la naturaleza…
— Claro que lo hago. —respondió condescendientemente Gerónimo—
— Por eso no tiene apuntes en el cuaderno…
— ¿Eh? Usted sabe bien el por qué.
— Enamorado.
— Más bien, mire este poema.
— ¿Este qué? —replicó—
— Poema.
— Qué va ¿o sí? ¿usted hace poemas?
— No me joda, quiere oírlo ¿o no?
— Sí, claro, adelante, señor poeta.
— No sea exagerado.

Gerónimo sacó su cuaderno de biología, pasó a las últimas páginas, allí donde se
encontraban los vestigios de su amor, de su tierno amor por Ana. Se veían un montón de
estrofas, versos sin completar, algunos tachones, parecía un revuelto de letras, un huracán
de versos. Entre tanto desorden, por fin se vio algo distinto. Ese era, su poema, el cual
recitó:
«Ana, que tu sonrisa vislumbra,
un atardecer, el cual quiero contemplar;
y en tus brazos quedar,
como en el cielo, una estrella».
Era el mismo que recitó cuando Galo se acercó en el descanso. Ese era su único
poema, no tenía nada más, era el mejor resultado de su inspiración. Lo sé, es corto, y no
tenía mucha cosa, pero para Gerónimo era perfecto, no saben cuánto se tardó en hacerlo, no
era fácil. Él no era muy creativo, le costaba expresarse, y más aún, pensar en ese modo de
poeta romántico.

— Me gusta. Me esperaba algo peor.


— Gracias.
— Es joda, haga más. Luego los escribe todos en un libro, y se los da.
— ¿Eh? ¿Cuándo?
— Cuando se gradué.
— Usted está loco.
— Yo no soy el que está enamorado de la profesora de biología.
— Se pasó.
— Lo sé. Pero hágame caso.
— ¿Por qué debería?
— Es la única manera que tenga un chance.

Gerónimo se quedó pensando, quieto en su silla. Empezó mirando a Felipe, veía que en
sus ojos solo mostraba sinceridad, acompañado de un gesto serio, oyó hasta el final de sus
palabras. Recorrió su mirada por cada parte de su alrededor, en donde examinaba
absolutamente todo. Lo blanco que eran sus paredes, los cuadros indios de elefantes, los
palos de madera fina que tenía en la sala, juntados en una esquina, aglomerados pues
estaban en la misma base. Jamás había entendido el sentido de eso. Empezó a imaginarse el
momento en que le diera el libro, y solo eso, hizo que sus ojos oscuros volvieran a tener
color, que su corazón volviera a reconstruirse, y que en su mente todavía existiese
esperanza. Tenía un buen motivo para al menos graduarse, darle un detalle que reflejara su
amor por Ana, y que ella, así fuera por un instante, pensara en estar con él. Ahora tenía más
ganas que nunca, de seguir haciendo poemas.

— Está bien, lo haré —afirmó Gerónimo


Felipe lo miró, y le sonrió. Estaba empezando a escribir sobre la cartelera. Ahora sí, el
título: Plantas Heterótrofas, en cursiva, y al lado: Gerónimo Barbosa, también en cursiva.
Estaba empezando a dibujar en el borde de toda la cartelera. Agarró el marcador verde y
café, y empezaba a deslizarlos por cada rincón, formando pequeñas lianas, que se
entrecruzaban de una manera particular, similar a los corazones de Anita y Gerónimo
cuando se encontraban.

— Bueno, ya está, falta la información. Revise en mis apuntes qué dice, Gerónimo.
— Listo.
Gerónimo abrió el cuaderno de Felipe, pasó lentamente página por página, se dio
cuenta que era bastante organizado, y claro, a comparación de él. Una vez llegó al tema,
comenzó a pronunciar las primeras cosas que veía:

— Las plantas heterótrofas son aquellas que no pueden producir su propio


alimento.
Lentamente Felipe agarró el marcador rojo, hizo una ele mayúscula color carmín, luego
cambió al marcado negro, empezó a escribir lentamente lo que decía Gerónimo. Como era
la definición, iba en el centro, en el punto medio de los extremos.
— Ponga una flecha hacia abajo, pues aquí se hace la explicación. Ponga: Esto se debe
a que no pueden realizar fotosíntesis, debido a la estructura corporal de su organismo.
Felipe cogió nuevamente el marcador verde, hizo una flecha como una hoja, empezó
por el peciolo, formando el contorno, después de eso, con una técnica, empezó a hacer las
arruguitas, que vendrían siendo las nervaduras, así, empezó a tomar forma, y terminó
dibujando el haz, pues es ahí donde finaliza la hoja. Después, copió lo que Gerónimo había
dicho, con el marcador negro.

— Listo, ahora, con una flecha curva, agregue: inflorescencia. Y abajo, coloque
como ejemplos: plantas parasitas.
— Espere, tampoco, no abuse. Por partes.
Felipe hizo una flecha similar a la anterior, y copió lo que alcanzó a oír.

— ¿Inflore qué?
— Inflorescencia
— ¿Y eso qué es?
— Según lo que entiendo, es como la estructura de ramas de donde salen las flores.

Felipe terminó de copiar. Luego agregó abajo, el subtítulo de: Ejemplos, acompañado
de plantas parasitas.

— ¿Tiene algunos nombres científicos de ese tipo de plantas?


— ¿Nombres qué?
— Increíble usted, solo vea si hay nombres raros por ahí.
— Sí, acá hay unos: Cy-Cytinus Hipo-hipocistis.
— Ay, preste para acá.

Felipe agarró su cuaderno, y empezó a copiar los dos nombres científicos que tenía:
Cytinus hipocistis y Cynomorium coccineum. Luego de ello, se fijó en las imágenes que
tenía pegadas en el cuaderno, y empezó a calcarlas en la cartelera. En el caso de la primera,
empezó haciendo la raíz, acompañada luego de unos tallos floríferos y, finalmente, sus
flores. Utilizó el marcador rojo, y amarillo, para rellenar su dibujo. La segunda tenía una
apariencia peculiar, similar a un banano, sino que con un color rojo oscuro. Al igual que la
anterior, también le hizo sus raíces, su tallo, y pequeñas hojas. Estaba quedando muy linda.
Gerónimo, por su parte, solo se quedó observando la manera en que Felipe trazaba cada
cosa, dibujaba cada planta, y quedaba sorprendido. Además de que continuó escribiendo,
empezó ponerle los hábitats también a las dos especies que habían puesto de ejemplo.
Gerónimo lo tenía claro, Felipe era su mejor amigo. Cuando él termino, le dijo:

— Muchas gracias, Felipe.


— No hay de qué. Sí le gustó que haya puesto lo del hábitat ¿no?
— Obvio.
— Bueno, eso sería todo, solo falta que mañana la exponga con su tono romántico
— soltó una carcajada—
— Qué va.
— En verdad, lo hará muy bien, créame.
— ¿Y si pregunta quien me ayudó?
— No sé, diga su papá. Pero no se le ocurra nombrarme.
— Está bien.
«Papá ¿en dónde estarás? Volverás hoy a casa ¿no? Espero que sí» Fue lo que
pensó apenas termino de oír a su amigo. En verdad que estaba preocupado, pues su papá se
había ido muy raro, y no tenía certeza si al menos iba a llegar para cenar, o algo. Mientras
tanto, el tiempo se pasó volando. Ya eran las cinco de la tarde, y Felipe tenía que irse. La
camioneta blanca de sus papás ya estaba afuera. Así que, Felipe prosiguió a despedirse:

— Ya me toca irme, nos vemos mañana.


Gerónimo fue tras de él, y lo abrazó, mientras le decía:
— Muchas gracias, en verdad. No sé qué hubiera hecho sin usted.
— No pasa nada, para eso estamos. Recuerde, usted no está solo. Mañana la va a
romper, créame. Ahí le dejo también los marcadores, puede que le sirvan. Al fin y al
cabo, tiene un libro qué hacer ¿no?
— Claro que lo haré. Poco a poco le iré mostrando los poemas que vaya haciendo.
Pero no se burle.
— Usted sabe que es jodiendo, en el fondo lo admiro, y me da hasta envidia. Ya
quisiera yo tener ese talento, eso no es para cualquiera, créame. Y más hoy en día.
— Es verdad.
Cuando terminó de hablar, el claxon de la camioneta volvió a sonar, esta vez duró más.
Es decir, que ya tenían afán. No era muy ameno el sonido del pitido, aunque siendo
sinceros ¿qué bocina suena bien?
— Adiós, Gero.
— Chao, Felipe.
Felipe abrió la puerta, salió, y la volvió a cerrar. Gerónimo quedo allí, en la sala de su
casa, solo. Sentía que nuevamente la tristeza iba a atacarlo, pero esta vez se iba a defender,
pues ya tenía un propósito: graduarse, y darle un libro de poemas a Ana. Así que
rápidamente encendió las luces de su hogar, que la oscuridad se desvaneciera, lavó los
platos que usó, apagó la luz de la sala, y se fue a su cuarto. Cuando pasó por el pasillo,
recordó a su mamá, no pudo contener las lágrimas, pero siguió adelante, tenía que ser
fuerte, es lo que quisiera ella. Se sentó en su escritorio, abrió un cuaderno que tenía, y que
nunca había usado. Mientras hacía todo eso, pensó en que no solo debería ser un libro de
poemas, podía ser también un diario. Un diario en el que describiera día a día, lo qué
pasaba, no solo fenomenológicamente, sino también su forma de pensar, la manera en que
se desarrollaba su amor por ella. Un pensamiento por cada luna, me dijo un romántico
alguna vez.
Cogió su esfero, y empezó a escribir de manera pausada, pues así la letra le quedaba
más linda.
“Te quiero, Anita. 28/Octubre/2014
Desde el día de hoy, representaré mis pensamientos diarios en este cuaderno. Cada
página, es un día distinto. En donde quiero que contemples la manera en que voy creciendo,
y no solo yo mismo, también mi amor. Sé que aún faltan unos años para graduarme, y que
probablemente no escriba absolutamente todos los días, pero esa es la idea. Un cuaderno de
100 hojas no bastará, lo sé, pero si es necesario darte cinco cuadernos, te los daré. Es lo más
lindo que puedo hacer por alguien, y lo quiero hacer por ti. Sera difícil, pero no hay nada
imposible para un enamorado. Además, encontrarás uno que otro poema, dedicado
especialmente para ti. El del día de hoy, es el siguiente:
«Ana, que tu sonrisa vislumbra,
un atardecer, el cual quiero contemplar;
y en tus brazos quedar,
como en el cielo, una estrella»”.
«¿Será que escribí muy poco? —comenzó a pensar— No lo sé. Ay, no, qué pena.
No quiero que desgaste su tiempo leyendo esto. Mentiras, sí quiero, quiero que disfrute de
cada palabra, cada expresión, cada cosa que le ponga. Falta tiempo ¿no? Será hasta 2018, el
momento en que ella pueda saber lo que siento. Pero bueno, toca mantenernos firmes,
trataré de ser lo más cumplido, y cada día escribir algo. Será lindo, ya lo creo».
Cerró su nuevo diario. Se quedó minutos enteros recostado sobre su cama, pensando
y pensando sobre lo que había pasado ese día. En realidad, había sido muy loco, pocos días
en la vida son así. El recuerdo de su mamá lo seguía persiguiendo, como sirena al marinero.
Era imposible dejar de pensar en ello. Seguía doliendo, como nunca. Y por eso, Gerónimo
decidió ir un momento a la cocina, traer los fósforos, y encender una vela en su habitación.
Poco a poco, la vela otorgaba luz, solo tocaba ser pacientes. Así es todo ¿no? Cuando vio
que su flama había crecido, apagó la luz. El silencio se estaba convirtiendo en el mejor
aliado de Gerónimo. Cerró sus ojos, y empezó a pronunciar en voz alta:
—Mamá, espero que estés ahí. Siempre lo estuviste, al fin y al cabo. Quiero
agradecerte por todo lo que hiciste en mi vida. Aunque estoy seguro que seguirás haciendo
cosas, siempre serás mi inspiración. Así no pueda verte, así no vuelva a escucharte, así no
pueda abrazarte —poco a poco, le era más difícil hablar, sentía que su cuello se retorcía—
así no pueda darte un beso. Seguirás dándole a mis días color, seguirás acompañándome a
todo lado. ¿Y sabes? Serás siempre la primera a la que le dedique todo lo que logre. No sé
qué tan lejos llegue, solo soy un adolescente con doce años. Sabes que bien sueño con
graduarme, con estudiar lo que ame, y con estar junto a la persona que me robe el corazón.
No es por nada, pero siento que ya encontré esa mujer. Me puedes llamar loco, o lo que sea,
pero es mi profesora de biología. Yo sé lo difícil que es, y los obstáculos que existen. No
obstante, por alguna extraña razón, tengo fe en este amor. Si supieras lo que hace con una
mirada, con unas palabras… Ay mamá. ¿Crees que pueda lograrlo? —abrió los ojos, y miró
la vela por segundos— claro que crees. Eres mi mamá.
Gerónimo se levantó, rápidamente encendió la luz, y apagó la vela. Lo intentó varias veces,
pues la flama era bastante fuerte. El olor a ceniza empezó a desprenderse por cada rincón
de la habitación, abrió la puerta, y se fue al baño. Allí, se comenzó a ver en el espejo,
prosiguió a tomar su cepillo de dientes, agarró la crema dental, y sacó una línea corta,
perfecta, empezó a restregar lentamente el cepillo por su dentadura, formando un ángulo de
cuarenta y cinco grados con sus encías. Después, de manera circular, empezó a pasar el
cepillo por todas las partes. Cuando fue a escupir, se dio cuenta que salía un poco de
sangre, su cepillada había sido muy fuerte. Al cabo de unos segundos, enjuagó su boca, y
volvió a escupir, se limpió con una toalla, y volvió a estar frente al espejo, frente a sí
mismo. En ese momento, se dijo a sí mismo:
—Siempre he sido un cobarde, nunca he corrido un arriesgo. Pero quiero apostar en lo que
siento, así que, Gerónimo del futuro, de dieciséis años, no vayas a correr, sé valiente, y
muéstrale tu amor a Anita. Al menos inténtalo, por favor.
Se lavó la cara, y se miró por última vez. Se dirigió a su cuarto, todavía Saúl no llegaba.
Gerónimo quería esperarlo, pero estaba cansado, ni se acordaba que tenía la ropa mojada,
así que se la quitó, la puso en un cesto, ubicado al lado del escritorio. Se puso un pijama, sí,
los caballeros también lo hacen, y en este caso, Gerónimo se transformaba en un pequeño
ternero. Prosiguió a apagar la luz, y se fue a dormir.
Había quedado profundo, estaba exhausto, fue un día difícil, el cual no empezó muy bien,
pero terminó mejor. Sus últimos pensamientos, fueron Anita, suspiró varias veces.
Recordaba la clase de la mañana, su mirada, la manera en que se reía, que le hablaba. A
medida que más pensaba, más se enamoraba. Anita era muy hermosa… lo sigue siendo,
claro que sí. Después, se acordó que el día de mañana tenía la exposición, quería hacer una
excelente presentación, no por la nota, o por los puntos extras, solo quería mostrarle a Anita
de lo que era capaz.
Y ahí quedo, dormido, se veía hasta tierno. De vez en cuando, le daban unos espasmos, un
poco raro nuestro caballero, pero así lo queremos. Horas después, sintió el contacto de
alguien con su rostro, abrió los ojos, era su papá, que se estaba despidiendo, había llegado
tarde, pero no por eso, se iba a ir a dormir sin desearla una buena noche.

— Buenas noches, Gerónimo, duerme.


— Gracias, papá —le dirigió la mirada— te extrañé.
— Yo también —comenzó a acariciarle lentamente la mano— discúlpame, no fue
un buen día, pero aquí estoy para ti.
— Lo sé, eres el mejor.
— No, no lo soy. Lamento haberte pegado en la mañana, y haberte dicho las cosas
que dije. Tú si eres el mejor, mi pequeño.
— Soy grande, papá.
— Lo sé, pero me cuesta admitirlo. Tu mamá siempre decía que eras su pequeña
estrella.
— ¿Crees que lo soy?
— Claro que lo eres —no pudo sostener más la mirada— confiamos en ti.
— ¿Confiamos?
— Sí, tu mamá y yo, siempre lo hicimos, siempre lo vamos a hacer.
— Gracias.
— Descansa, linda cartelera, lamento no haber podido ayudarte. Te quedo linda.
— Felipe me ayudo.
— Bueno, les quedo muy bonita. Ojalá te vaya bien. Descansa, adiós.
— Chao, padre.

Saúl le dio un beso en la frente, y se fue lentamente. Gerónimo quedo ahí, recostado, le
conmovió mucho lo que le había dicho su papá. Por su mente, empezó a pensar:
«Papá y Mamá confían en mí, qué lindo ¿no? Los amo un montón, a los dos. Siempre
los llevo en mi mente, pase lo que pase. Papá dijo que soy una estrella, y hoy afirmé que
Anita también lo es. Y, como los dos somos estrellas, podríamos formar una constelación…
sí que se podríamos». A los pocos minutos, quedo dormido, ahora sí, de manera definitiva.
Durmió alrededor de unas cuatro, cinco horas, no me acuerdo bien. Ustedes ya saben la
rutina de Gerónimo: se levantó, se duchó, se cambió, y se sentó a comer. Esta vez, iba
temprano, pues no quería llegar tarde para su misma presentación. Nuevamente, biología
era a primera hora. La prioridad, demuestra la importancia. Cuando se dirigió a comer, se
dio cuenta que su papá se había ido, aunque Gerónimo entendía que era por trabajo, igual le
dolió, hace bastantes días que no compartían ninguna comida juntos. Así que, se sentó en la
esquina del comedor, y empezó a comer melancólicamente cada trozo de fruta que le había
dado su papá. Existían momentos en los que Gerónimo se sentía tan solo, y esa sensación le
producía una impotencia, unas ganas inmensas de ponerse triste. Pero ese día no podía
ceder a su voluntad, tenía que hacer una buena exposición, tenía agua aromática que
sorprender a Anita. Terminó de comer, agarró la crema para peinar, y duró unos minutos
arreglándose. Se veía bien, hace tiempo que no se arreglaba tanto. Finalmente, se echó un
poco de su colonia. Nuestro caballero estaba listo, enrolló la cartulina, agarró su maleta, y
se fue.
Empezó a caminar, pausado, sereno, y como siempre, con una mirada seria. Se fijaba
en los detalles de su alrededor, era un bonito día, aunque tenía frio, siendo sinceros,
siempre tenía frio. Gerónimo era una persona bastante peculiar, como ya sabrán por cada
cosa que he contado. Conjugándolas todas, podemos concluir, que Gerónimo era único. Al
cabo de un rato largo, llegó al colegio, sin afán, se dirigió al salón, pero antes, fue a
recepción, colocó su cartelera a un ladito, sacó un envase de plástico, lo colocó debajo del
dispensador, y oprimió el botón para que saliese agua aromática. Cuando fue a agarrarlo, se
dio cuenta que estaba muy caliente, lo suficiente, para haber tenido que soltar al instante el
desechable. Estaba frente a un gran problema, no sabía de qué manera transportar su agua
aromática. Se quedó ahí, pensando, menos mal no había nadie a esa hora, o eso creía, pues
de repente, oyó pasos de alguien bajando las escaleras. Gerónimo se quedó observando el
trazo final de la escalinata, cuando menos se lo esperaba, vio ese pelo rojo, ese rostro
inigualable, acompañado de una sonrisa. Era ella, Anita, Gerónimo empezó a tener una de
sus tantas taquicardias, no sabía a donde mirar, qué decir, era muy temprano para saberlo.
Ella, se quedó mirándolo, y se fue acercando, cuando estaba al lado de Gerónimo, le dijo:

— Buenos días, Gerónimo.


— Buenos días, pr—profesora Anita —no era capaz de sostenerle la mirada, era
demasiado difícil—
— ¿Cómo estás?
— Bien, muchas gracias ¿y tú? —la miró por un instante—
— Bien, qué amable. ¿Pasa algo? Te veo embolatado.
— No, nada…
— ¿Seguro?
— Bueno, es que, está muy caliente el agua, y no puedo sostenerlo.
— Ay no —soltó una carcajada— tranquilo, es fácil, ponle otro vasito desechable,
y ya. Mira.
Estaba al lado de Gerónimo, se sentía el olor a perfume de ella, era encantador, al igual
que ella. Gerónimo solo podía verla, y enamorarse más y más, era imposible no hacerlo.
Suspiraba en silencio, y pensaba en el momento en que por fin pudiera decirle la verdad
sobre sus sentimientos. Anita, también sintió el olor de la loción de Gerónimo, le gustó,
pero no se lo comentó, creía que no era conveniente. Así que, simplemente le ayudó
colocándole otro desechable al agua aromática, y volvió a dirigirle su hermosa, pero
penetrante mirada.

— Ya está, fácil.
— Muchas gracias, Anita.
— No pasa nada. Me tengo que ir a dirección de grupo, nos vemos ahorita ¿no? —
le preguntó con una sonrisa cautivadora—
— Sí, obvio que sí, quedarás vislumbrada «No, ¿por qué le dije eso? — pensó al
instante— se me escapó, lo juro».
— Uy, qué profundo, Gerónimo. Bueno, puede ser, ya lo veremos… prepárate.
— Está bien, tampoco es que haya mucho tiempo para ello —soltó una risa—
— Es verdad, bueno, ya nos vemos.
— Vale.
Anita siguió su camino, con una sonrisa más linda que en un inicio ¿habrá sido por su
comentario? Puede ser. Por otra parte, el agua aromática ya se había enfriado, Gerónimo se
la tomó de un sorbo, recogió su cartulina, y se dirigió al salón. Una vez allí, se encontró con
Lucía, que apenas lo vio, le preguntó:

— Hola, Gerónimo. ¿Me prestas tu agenda?


— Hola, profe —saludó mientras abría lentamente su maleta, y le pasaba su agenda
—¿por qué?
— ¿No te acuerdas de la reunión con tu papá? —comentó mientras pasaba las
páginas lentamente de la agenda—
«No, no me acordé de decirle —pensó mientras Lucía llegaba a la hoja de hoy—
Estaba tan cansado, y llegó tan tarde… espera, esa es la firma de mi papá ¿no?».
— Muy bien, Gerónimo, tu papá escribió que hoy a las 10:00 a.m llegaba para la
cita.
— V-vale —le dijo mientras recogía nuevamente su agenda—
Cuando empezó a dirigirse a su puesto, nuevamente pensó:
«Gracias papá, eres el mejor»
Se sentó en el puesto, empezó a recordar la información que iba a exponer dentro de un
rato. Poco a poco, la presión se acercaba a Gerónimo, la ansiedad empezaba a acariciarlo,
como el lienzo de un artista a su obra. Sentía la manera en que, paulatinamente, sus manos
empezaban a sudar, comenzó a restregarlas con sus pantalones, mientras seguía practicando
en su mente. De repente, sintió que alguien lo miraba, se fijó con detalle, era Felipe, que
recién acababa de llegar. Con una sonrisa, lo saludó, él hizo lo mismo. La espera se hacía
eterna, ya no sabía qué hacer. Así que, decidió escribir, se le ocurrió una estrofa:
“Ana, mujer de ensueño,
cuando te acercas, no sé qué hacer,
cuando me sonríes, me siento en un sueño,
el mismo cielo, me haces ver”
Una vez finalizó, volvió a mirar al frente, y venía ella justamente. Una presencia
inigualable, el cielo se abría a donde ella fuera. Cerró su cuaderno, tomó el último respiro, y
se dedicó a contemplarla nuevamente. Todavía seguía Lucía, así que Anita esperaba afuera,
se veía tan linda, ya tenía puesta su bata, blanca, como su tono de piel. Los nervios
empezaban a comerse a Gerónimo, ya casi llegaba el momento de la verdad. Lucía se fue, y
enseguida entró Anita, diciendo:

— Buenos días, chicos.


Todos se levantaban, Gerónimo también, y respondían al saludo:

— Buenos días, profesora Ana.


Gerónimo, en particular, lo hizo sonriéndole, era lo único que sabía hacer, para ocultar
el nerviosismo y la ansiedad que lo asechaban. Anita los miró a absolutamente todos, y les
respondió también con una sonrisa. Qué lindo es sonreír ¿no? Es la manera más fácil de dar
luz a los demás. Una vez dejo sus cosas, Anita les dijo:

— Bueno, chicos. Antes de comenzar la clase, recordemos que tenemos la


exposición de su compañero Gerónimo, así que adelante, Gero.
El mundo, a sus pies, así se sintió Gerónimo por ese instante. Era el centro de la clase,
el eje donde todo rota, la flecha en el blanco, el todo de la nada. Se levantó, tomó un último
respiro, como si fuera el gladiador que se enfrenta al león, agarró su cartelera, y lentamente
se acercó al frente del escenario. Anita lo veía permanentemente, al igual que sus
compañeros. Una vez allí, pidió la ayuda de dos personas, para que sostuvieran ambos
extremos de la cartelera. Felipe, y Santiago, fueron aquellos que levantaron la mano. Era
obvio el primero, pero el segundo no tanto, su amistad con Santiago era rara, más cuando se
volvió novio de Tatiana, pero bueno, esa es otra historia. Ambos se levantaron, y le
colaboraron a Gerónimo, era momento de brillar. El nerviosismo, y la intranquilidad,
seguían tocando la puerta, pero no había sitio para más huéspedes, que no fueran la
confianza, y la seguridad.

— Buenos días a todos. El día de hoy, les voy a exponer sobre las plantas
heterótrofas, que no son aquellas que tienen diferente tronco, como dije ayer. —
Todo el mundo se rio, incluyendo a Anita— Sino que, tal como se ve, son
aquellos organismos que no pueden producir su propio alimento, y, por tanto,
recurren a otras fuentes alimenticias. Pero es importante aclarar el por qué, pues
como todo en la vida, hay una justificación —sonrió, y miró a Anita. El mago
estaba haciendo su mejor truco, el de las indirectas, no saben lo importante que
fue después— y es que las plantas heterótrofas, no cuentan con la estructura
corporal necesaria para hacer fotosíntesis. Tal como lo pueden observar, cuentan
con apenas una estructura para sus flores, que vendría siendo la inflorescencia
—tomó un respiro largo, el show continuaba—. Ahora, a manera de ejemplo,
puse dos especies de plantas parasitas. La primera, tiene el nombre científico de:
Cy-Cytinus Hipocistis. Esta, tiene la peculiaridad de sus colores: rojo, y
amarillo. Si se dan cuenta, el rojo resalta más, pues es un color atractivo,
encantador ¿no? —asechó con su mirada a todos, incluyendo a Anita— Bueno,
esta especie vive principalmente en matorrales, donde puede parasitar a otras
especies de plantas. Por el otro lado, tenemos a la especie Cy-Cyn-norium
coccineum, la cual tiene una apariencia un poco extraña, pero también adornada
de un rojo oscuro, bastante lindo. Finalmente, esta especie habita en suelos
arenosos, y saladares. Creo que eso sería todo, muchas gracias.
Los aplausos empezaron, se los había ganado, incluso los de Anita. Era una simple
presentación de castigo, pero expuso como si fuera la definitiva del periodo. Gerónimo se
sentía tranquilo, contento, lo había hecho bien, los gestos de su profesora lo mostraban.
Volteó a mirar a Felipe, también lo acogió con un aplauso, Gerónimo tenía más que claro
que, la mayor parte del éxito, se debía a él, no solo porque hizo la cartelera, sino fue quien
lo motivó siempre, y creyó en él. Así que, con una sonrisa, le mostró su agradecimiento.
Después de los aplausos, Anita dijo:

— Muy bien, Gerónimo. Fuiste claro, y se nota que te esforzaste por hacer una
buena presentación. Me sorprendió bastante tu cartelera ¿Quién te la ayudó a
hacer?
— Mi papá —le dijo mientras veía de reojo a Felipe, se acordó de la conversación
que tuvieron, y en lo que habían acordado—
— Bueno, me parece muy bien, pensé que te había ayudado María, tu mamá.
Y así, el cielo se empezó a nublar, y las nubes negras a juntar, la sonrisa de Gerónimo
se fue desvaneciendo, como las hojas de los árboles en otoño. No pudo evitar hacer un
gesto de tristeza, pero a los segundos reaccionó, sabía que no podía destrozarse frente a su
público, tenía que intentar volar con las alas rotas. Así que, después de unos segundos,
respondió:

— No, llegó muy tarde anoche.


Después de eso, vio a Felipe, él lo abrazo, todos creían que era por su excelente
presentación, pero en verdad lo hizo porque sabía, que la pregunta de Ana le dolía.
Lentamente se acercó a su oído, y le susurró:

— Bien hecho, campeón.


Santiago no sabía qué ocurría, así que simplemente enrollo la cartelera, y se la entregó
a Gerónimo. Los tres, se dirigieron a su puesto, Gerónimo, con una mirada seria, daba paso
tras paso, respiraba profundo, mientras reflexionaba sobre lo sucedido.
«Anita no tiene la culpa, ella no sabe nada, lo hizo sin intención. No puedo evitar no
ponerme mal, sigue siendo duro. Pero nada, toca seguir dando la mejor cara, eso es lo que
madre quisiera ¿no?».
Ana se había percatado de que algo raro había ahí, pero no quiso meterse de lleno en
ese momento, sabía que era algo que tocaba abarcar a solas con Gerónimo. Así que, siguió
su clase. Ya habían terminado todos los temas, así que iba a hacer un repaso. Empezando
por revisar las plantas autótrofas. Gerónimo, por su parte, empezaba a escribir en su
cuaderno, como siempre. Anita estaba pendiente de Gerónimo, vio que estaba algo
desconcentrado, así que le preguntó:

— Gerónimo, una fácil. Ya que nos expusiste las plantas heterótrofas ¿Cuáles
serían las autótrofas?
«¿En serio, Anita? —pensó mientras escuchaba la pregunta— Bueno, ya qué».

— Aquellas que pueden hacer fotosíntesis, y así, se autoalimentan.


— Muy bien —le dijo sonriendo—
Esa sonrisa, fue un salvavidas en medio del naufragio. Gerónimo respondió con una
sonrisa también, solo ella podía tener semejante poder. Le subía el ánimo de cualquier
manera, lo rescataba del frio invierno, y lo llevaba a la floreciente primavera, con una
mirada, una risa, con cualquier cosita. Gerónimo era feliz en esos momentos, en los que se
sentía el centro de atención de su dama. Lo era todo, se sentía como el todo.
La clase siguió con la misma dinámica, Anita le iba a preguntar estudiante por estudiante,
una pregunta de repaso. Como Gerónimo ya había respondido, entonces ya no tenía de qué
preocuparse. Prosiguió a escribir, quería hacerle otra estrofa al poema que hizo en la
mañana. La poesía era compleja para Gerónimo, no le fluía de una manera tan fácil,
necesitaba de bastante tiempo para saber qué escribir y cómo rimar cada verso. De esa
manera, mientras les prestaba atención a sus compañeros, y a la clase, también trataba de
ver en su alrededor algo que lo inspirase, y que pudiera relacionar con Anita. De repente,
oyó a Anita preguntarle a Felipe:

— ¿Qué significa que una planta sea herbácea, Felipe? Además, ofrécenos un
ejemplo.
— Ummm si no estoy mal, es una planta que tiene aspecto a hierba.
— Sí, muy bien, y el ejemplo…
— El girasol, puede ser.
— Bien, ahora Santiago: Ya que estamos hablando de girasoles ¿qué significa el
heliotropismo?
— Está difícil, profe. Le hizo una pregunta más fácil a Gerónimo, que no se note el
favoritismo —lo dijo entre risas, Gerónimo, se quedó mirándolo—
— Sobretodo. Si fuera el favorito —miró un momento a Gerónimo, y señaló la
cartelera enrollada— no hubiera tenido que hacer una exposición. En fin,
cuéntame.
— Creo que era el conjunto de movimientos que hacen las plantas, para dirigir sus
hojas y flores al sol.
— Muy bien, súper.

Gerónimo estaba prestando atención, y empezó a escribir sus versos, quería tratar de
hilar el girasol, y sus propiedades, con Anita. Era un buen reto, y lo quería hacer. Así
empezó:
“Anita, al igual que un girasol,
da pasos hacia el sol;
solo esa sería la explicación,
de tu brillantez, en cada acción”
Sin lugar a duda, uno de los rasgos que más le llamaba la atención a Gerónimo de
Anita, era su inteligencia. No había otra persona con tantos conocimientos, no sabía
absolutamente todo, pero su seguridad, y confianza, reflejaban la imagen de ello. Además,
su pasión al conocimiento, y a la misma enseñanza, le otorgaban un valor único,
inigualable. Gerónimo solo quería reflejar esa percepción de ella, en esa noble estrofa.
Cuando se dio cuenta, ya se había acabado la clase, pues el timbre sonó. Tenía tantas ganas
de que Anita leyese lo que escribió, pero bueno, cada vez faltaba menos. La persiguió con
su mirada, observando la manera en que recogía sus útiles, y se iba lentamente del salón.
Ay, siempre era algo melancólico tener que ver ir a la mujer que te gusta. Pero bueno, nada
podía hacer. Aunque, de repente, vio que se le quedaron sus marcadores en un borde que
tenía el tablero. De inmediato, se paró, los agarró, fue tras ella. El caballero nuevamente
tenía que servir a su dama. Felipe lo alcanzó a ver, y sonrió, pues sabía que su amigo, poco
a poco, estaba logrando su cometido.
Cuando Gerónimo la alcanzó, le dijo:

— Profesora Anita, mira, se te quedaron tus marcadores.


— ¡Es verdad! muchas gracias, Gerónimo, muy lindo de tu parte.
Gerónimo se estaba enrojeciendo, todavía era muy débil para aguantar sus encantos.

— No es nada, profe, tranquila.


— Lo es, para mí lo es. Te felicito, muy buena exposición. Me sorprendiste.
— ¿En serio?
— Sí, la verdad es que sí. Sigue así. ¿Me podrías dar tu cartelera?
— ¿Por qué la quieres?
— También me encantó, y quisiera tenerla como recuerdo. Ya casi se acaba el año,
y no te daré más biología, será hasta noveno que nos veamos, con una materia
de investigación.
— ¿En serio, Anita? —dijo con una mirada baja, le había dolido, como si le
hubieran atravesado el corazón—
— Sí, y los voy a extrañar «¿Los? — Gerónimo pensó— Verdad, a mis
compañeros también…». Son un grupo bueno.
— Yo también te voy a extrañar… digo, nosotros —Tuvo que desviar la mirada, no
quería que lo viese tan rojo— Ya vengo, no te vayas, te voy a traer la cartelera.
— Vale, aquí estaré.

Esas fueron las palabras de Anita, las cuales dijo, mientras se reía, no sabía por qué se
ponía así Gerónimo. Un chico que, aparentemente, era tan serio, y callado, era extraño que
se pusiera todo nervioso cuando hablaba con ella. Además, vio que después de que le contó
la triste noticia, su cara denotaba tristeza. Algo había ahí, pero Anita no sabía qué era.
Gerónimo fue al salón, se calmó, bebió un poco de agua del frasco que llevaba en su
maleta, agarró la cartelera, y fue al mismo punto. Allí, se lo entregó. Ambos, se despidieron
con una tierna sonrisa. La de Gerónimo, un poco más tímida, claramente, le costaba sonreír,
pero con ella, no tanto.
Al volver al salón, se dio cuenta que tenía descanso, así que agarró sus onces, y se fue
a caminar un rato. Se dirigió a un parque, repleto de zona verde, le gustaba ir allá, pues no
había absolutamente nadie. Como he recalcado, a Gerónimo le gusta la soledad. Allí, se
empezó a comer la fruta que le había empacado su papá.
«Padre ¿a qué hora hiciste todo esto? Pensé que simplemente te habías despedido de
mí. Pero no, te tomaste la molestia de ver la agenda, de empacarme las onces, pues sabes
que comúnmente se me olvida. ¿Te hará falta mamá? Ya lo creo, pero eres fuerte, valiente.
Mi modelo a seguir» —fue lo que pensó Gerónimo una vez se sentó—
Estaba solo, pero se sentía acompañado por sus pensamientos. Ellos nunca lo dejaban
solo, siempre iban a estar para hacerlo reflexionar, para hacer que viera de distintas
maneras las cosas. Ese era el secreto de su madurez. Pues desde pequeño, siempre había
sido así. Cuando María estaba viva, se la pasaba trabajando hasta noche, al igual que su
papá. Nadie le decía nada, nadie le recodaba nada. Fue la autonomía, y la responsabilidad
de Gerónimo, parte de los motores que le permitían ser siempre un buen estudiante.
Reconocía que su educación era una prioridad, y valoraba la importancia que tenía
aprender. Compartía, de cierta manera, la pasión por el conocimiento de Anita.
Obviamente, en menor medida, pero era una gran potencia, que, en algún momento, iba a
volverse acto. Finalmente, su último secreto para ser buen estudiante, era siempre
reconocer el esfuerzo de sus papás, y saber que día tras día, ellos trabajaban para permitirle
estudiar. Gerónimo siempre supo, que lo menos que podía hacer, era ser el mejor
estudiante. Esa siempre fue forma de agradecerles. Hacerlos sentir orgullosos, era uno de
los cimientos de su vida. Y ahora que había perdido a María, con más ganas quería
mostrárselo.
Ahí seguía Gerónimo, sentado en el pasto, terminando de comer un sándwich,
pensando y pensando. Cualquier persona, podría pensar que era un individuo con
problemas, pues era bastante asocial, y parecía encapsulado en su mundo permanentemente.
Pero no es cierto, el único problema que tenía Gerónimo, era no poder parar las preguntas,
y cuestiones que se le venían a la mente en todo momento. Desde que murió María, tenía
un montón de preguntas, y poco a poco, eran más: “¿la muerte tiene algo de bello?” ¿qué
significa que todo tenga un fin?” “¿cuál es la relación entre el cielo, y la muerte?” eran
algunas de las preguntas que azotaban su mente, y que quería responder, pero no sabía
cómo. Así que, básicamente, continuaba pensando en ellas, con la fe que mágicamente
apareciera una respuesta.
Sintió que alguien se acercaba, pero le daba pereza voltear a ver, creyó que era una
persona más que iba a seguir derecho. Así que no se preocupó por saber quién era, lo sentía
cada vez más cerca, pero seguía con el mismo pensamiento, cuando lo sintió al lado, no oyó
más pasos, la persona se había quedado quieta. Ahora sí, iba a voltear a ver, cuando lo hizo,
se dio cuenta que era Galo, otra vez.

— Hola, Gerónimo ¿qué hace por acá?


— Qué más, Galo. Nada, pensar, mientras como mis onces.
— Se ve interesante ¿y qué piensa?
— Sobre la muerte.
— Ya veo, me gusta ese tema. Ayer lo abarcamos un poco, pero si quiere, le
explico un poco más. Si me permite acompañarle.
— Claro que sí. ¿Quiere una uva? Me queda una.
— ¿Por qué me da su última uva? —preguntó Galo mientras se sentaba junto a
Gerónimo—
— Porque es mi amigo.
— Ojo, recuerde que…
— Lo sé, lo sé, pero bueno, así yo lo veo a usted, si usted no me ve como un amigo,
está bien.
— Vale. ¿Qué cosas piensa sobre la muerte?
— Preguntas, tengo varias preguntas.
— Bueno, pues cuéntemelas, todavía tenemos tiempo.
— Usted me dijo que la muerte era bella ¿qué tipo de belleza tiene?
— Buena pregunta. La muerte, al igual que la vida, es bella. Todo inicio, es bello,
pero también lo es su fin. Pues es la última firma, el último suspiro, que será
recordado eternamente por los demás.
— Profe, usted es muy complejo.
— Galo, recuerde, no profesor. No soy complejo, el mundo lo es —Anita pasó
frente a los dos, con sus onces, los saludó a los dos, y ambos sonrieron
saludándola también— Al igual que el amor ¿no?
— Ummmm —fue lo que dijo, acompañado de un gesto de aceptación—
— Tiene un poder sobre usted ¿no?
— ¿Quién?
— Bien lo sabe.
— Puede ser.
— Qué bonito ¿qué ha pensado hacer?
— Un libro.
— ¿De qué?
— Le digo, pero me esconde el secreto —volteó a mirar los ojos de Galo—
— Está bien.
— Poemas, y las memorias de cada día.
— ¿Cuándo se lo piensa entregar? —le dijo mientras pensaba: «Definitivamente, es
un romántico».
— Cuando me gradué.
— Bien, me gusta ¿y luego qué?
— No lo sé, tampoco he pensado hasta allá.
— Eso está aún mejor.
— ¿Por qué? —le preguntó Gerónimo —
— Porque no todo debe estar planeado. Gran parte de la vida, es espontaneidad.
— ¿Cree que lo logre?
— Eso depende de usted.
— Entiendo.

Sonó el timbre, era momento de volver a clase.

— Bueno, creo que el tiempo se nos acabó. Tendremos que seguir la conversación
después.
— Sí —reafirmó Gerónimo —
— Adiós, Gerónimo.
— Chao, Galo.
Gerónimo recogió sus cosas, y se fue. Cuando de repente, oyó una voz, parecía que lo
llamaba. Miró atrás, y efectivamente, era su papá. Que había llegado para la reunión. Al
momento, a Gerónimo se le hizo raro, pues no recordaba la cita, a los pocos segundos, se
acordó. Se le acercó, y le dijo:

— Padre, voy a ir al salón, dejo las cosas, y ya nos vemos en recepción. Timbra ahí,
para que te abran.
— Está bien, mijo.
Gerónimo se fue al salón, allí, guardó su lonchera. Luego, volvió a salir, Felipe que
estaba viniendo, le preguntó:

— ¿A dónde va?
— Tengo cita con la psicóloga por lo de ya sabe… dígale al profe cuando vuelva
¿sí?
— Listo, mucha suerte.
— Gracias.
Se dieron un abrazo, Gerónimo despeinó a Felipe, en símbolo de afecto. Nuestro
caballero siguió su camino, sabía que no iba a ser un encuentro fácil, y agradable. Pero
tenía que hacerlo, sabía que no podía solo. Él era consciente de su debilidad, y por eso, dejó
de ver la reunión con malos ojos, y pasó a verlo como una oportunidad para crecer. Cuando
llegó a recepción, vio a su papá. Se dieron un cálido abrazo, Gerónimo lo miró a los ojos, y
le dijo:

— Gracias por venir, papá. También por revisar la agenda.


— No es nada, hijo.
Gerónimo estaba nervioso, no sabía qué le iban a preguntar, cómo iba a ser. Jamás había
estado con una psicóloga. Sentía una presión extraña en su pecho, pero no le colocó mucho
cuidado, respiraba lento, sentía la manera en que el aire inhalado por su nariz, pasaba por
cada parte de su cuerpo, llegando a sus pulmones. Sus manos, como era usual, empezaban a
parecer un deslizadero. Muchos pensamientos aparecían de repente en la mente de
Gerónimo. Veía el cielo, estaba claro, y despejado, de seguro María estaba ahí. Sintió un
poco más de tranquilidad, al saber que, de cierta manera, ambos papás estaban con él. La
secretaría le dijo al papá de Gerónimo:

— Ya pueden subir.
El momento había llegado, le era difícil respirar profundo, ahora estaba más agitado.
Se repetía muchas veces en la mente: «Todo saldrá bien, no estoy solo» Y así era. Cuando
Saúl se percató que su hijo estaba ansioso, lo agarró del hombre, y lo tranquilizó. Así fue,
ya estaban listos para entrar. Cuando ingresaron a la oficina, la psicóloga, que se llamaba
Laura, les pidió que se sentasen. Obedecieron, Laura se levantó, y cerró la puerta con
seguro. Sabía que todo lo que se dijera allí, no podía ser escuchado por nadie más. Existe
algo llamado privacidad, y debe respetarse. Más aún, cuando se relaciona con un tema
personal, como la muerte de un familiar.

— Buenos días a los dos, el día de hoy se quiere iniciar un proceso, pues la
institución lo considera necesario. La salud mental de Gerónimo, siempre será
prioridad, y sé lo mucho que le puede llegar a afectar la muerte de su madre. Por
tal motivo, quisiera empezar preguntándole a Gerónimo ¿qué sientes cuando
piensas en la muerte de tu mamá?
Gerónimo tenía la mente en blanco. Los nervios lo estaban asechando, empezó a perder
la confianza, y dudaba de absolutamente todo. Le habían preguntado algo, y tenía que
responder. Hizo su mayor esfuerzo, respiró profundo, y contestó:
— No existe una sensación específica. Es difícil de explicar, al inicio claramente
me afectaba siempre negativamente. Pero poco a poco lo voy asimilando,
también voy entendiendo la muerte un poco más. Antes vivía en una burbuja, y
este evento me ha abierto los ojos a la realidad.
Saúl, y Laura, se quedaron anonadados. Partes de su respuesta, vislumbraban la
brillantez de su mente.

— Y según tú ¿cómo es la realidad ahora?


— Un mundo en donde todo tiene un final.
— ¿Por qué crees que todo tiene un final?
Poco a poco, la mente de Gerónimo se llenaba de colores, de pensamientos, de ideas.
Sintió un aire, un aire inexplicable. Podría haber sido María ¿Quién lo sabe? Lo importante
es que estaba listo para responder.

— De esa manera, todo cobra sentido.


— ¿A qué te refieres? —preguntó Laura, mientras anotaba en su libreta—
— Así. Si nada tuviera fin, sería eterno, y la eternidad condena al aburrimiento.
Galo, su principal inspiración, pues en unos pocos encuentros, le había hecho cambiar
de pensamiento totalmente. No sabía por qué. Pero bueno, digamos que es el poder de la
filosofía.

— ¿Cómo has llegado a esas conclusiones?


— Pensando, y reflexionando.
— ¿Sientes lejana a María?
— En ocasiones sí, pero en otras, la siento tan cerca como si estuviera viva.
— ¿En qué momentos la has sentido cerca?
— En este, por ejemplo. —De un momento a otro, se le cortó la voz, y lágrimas
empezaron a salir—
Saúl, y Laura, se quedaron en silencio. Gerónimo, por su parte, había empezado a
llorar, por justamente una imagen que apareció fugazmente. Cuando Gerónimo iba a
cumplir seis años, sus papás lo llevaron a Santa Marta. Un día, en una villa, Saúl les tomó
una foto a María, y Gerónimo. La cual, se conformaba de un montón de flores rosadas
adornando atrás, María con un vestido amarillo hermoso, y Gerónimo con una camiseta
blanca que le quedaba grande, le llegaba un poco más alto de las rodillas, además, apareció
con unas gafas para bucear, que le habían comprado sus papás, y que no se las quitaba, por
nada del mundo. El detalle final de la imagen, era la linda, y tierna sonrisa de su mamá, que
no tenía comparación con nada, y las lágrimas que salieron de su rostro, eran producto de
no poderla ver una vez más.
— Lo siento —dijo Gerónimo, con la mirada baja, y tratando de limpiar los restos
de su llanto—
— No pasa nada, hijo —le dijo Saúl, mientras lo abrazó. Durante el abrazo, Saúl
también lloró, Gerónimo levantó su mirada un momento, y contempló su lloro.
No se lo creía en lo absoluto, era la primera vez que lo veía llorando. No le dijo
nada, solo se dedicó a disfrutar de su abrazo—
Laura, se quedó conmovida con lo que estaba viendo. Reconocía que existía un lazo
fuerte entre ambos, también, sabía que Gerónimo era un chico distinto, la manera en que
respondió sus preguntas, la valentía que asumió aceptando la responsabilidad de empezar
un proceso terapéutico, y su sinceridad, ante todo. Estaba satisfecha, en definitiva. Después
de unos minutos, Saúl se separó de Gerónimo, y ahora él fue quien trataba de ocultar su
tristeza. Ambos, se quedaron mirando a Laura, pues querían saber qué seguía.

— Bueno, creo que eso es todo por la primera sesión. Tengo lo necesario para
empezar, cabe resaltar que la excelente fluidez de la sesión, se debió a
Gerónimo. Su sinceridad, y valentía por decir lo que piensa, es algo que no
todos los muchachos tienen, y es lo que dificulta muchas veces el mismo
proceso. Pero bueno, eres un caso especial, Gero. Felicitaciones. Nos vemos
pronto, estaré en contacto con ambos.
— Muchas gracias, Laura —dijeron Saúl y Gerónimo—
Los dos salieron de la oficina, bajaron las escaleras, y en la recepción, Gerónimo se
despidió de su papá con un cálido abrazo.

— Muchas gracias, papá.


— No hay de qué. A ti, estoy orgullo de ti.
Gerónimo sintió esas palabras en el fondo de sí. Era la recompensa más linda que podía
haber, claro, después del reconocimiento de su misma dama. Con una sonrisa, nuestro
caballero se fue a pasar el resto de día. Saúl, por su parte, también se tenía que ir a trabajar.
Algo curioso que pasó en todo esto, fue que Anita, desde su oficina, había oído algo, y
también observó a Gerónimo y a su papá de lejos. Le pareció raro, pues él era un buen
estudiante, y no entendía por qué se le había citado junto a su papá. Así que, una vez vio
que finalizó todo, fue donde Laura, y le preguntó:

— ¿Pasó algo con Gerónimo?


— Pues Ana, es complejo….
— ¿Por qué?
— Pero aquí entre nos ¿no?
— Sí, por supuesto.
— La mamá de Gerónimo falleció ayer.
Ana no se lo creía, quedo tiesa, sin palabras. Miró a la ventana, justo estaba pasando
Gerónimo, le entraban ganas de llorar. A los pocos segundos, respiró lentamente, y se
calmó. Lo único que pudo decir fue:

— Qué duro.
— Lo es —respondió Laura— pero ese chico tiene algo especial
— ¿Por qué?
— Hoy tuvimos la primera sesión, y lo hubieras oído. Asimila las cosas de una
manera muy peculiar, en buenos términos. Comentó lo importante que es la
muerte, y por qué es necesaria para que todo tenga un sentido.
— ¿En serio?
— Sí, bueno, Anita, te dejo, tengo otra cita. Nos vemos más tarde.
— Listo.
Anita se fue a su oficina, tenía varias cosas que hacer, pero no podía dejar de pensar.
«Ayer murió la mamá de Gerónimo. Y casualmente, él llegó tarde, cuando nunca antes
había pasado eso. No creo que se haya quedado dormido. Entiendo que haya mentido,
supongo que no es fácil, y menos a su curso completo. Pero hemos tenido varias
oportunidades para hablar, y no me ha dicho nada. Al contrario, siempre trata de sonreír, de
estar bien. Qué raro ¿por qué no me dijo lo que estaba pasando? Y pues claro, ya sé por qué
esta mañana se puso así. Le dije que pensaba que le había ayudado su mamá en la cartelera,
y me respondió otra mentira. Lo entiendo, no lo juzgo, pero… ¿por qué no me dijiste
Gerónimo? Sabes que te quiero un montón».
Lo que no sabía Anita, es que Gerónimo sentía cosas muy lindas por ella. Y, a raíz de
ello, solo quería mostrarle lo bueno que era él, en ningún momento le iba a mostrar las
razones de su sufrimiento, o tristeza. El caballero debe actuar con valentía, y por más
desmoronado que esté por dentro, dar buena cara a su amor. Gerónimo no le decía nada a
nadie, porque no le gustaba mostrar lastima, no quería que nadie lo infravalorara. Pero
bueno, al final del día, la verdad aparece, y nada se puede hacer. Muchas personas ya
sabían la muerte de María, Gerónimo solo le quedaba confiar en esas personas. Aunque ya
empezaron mal, pues Gero no quería que, por nada del mundo, Anita lo supiera, ya que
sabía que lo iba a ver de una manera distinta.
El día prosiguió de la misma manera. Clase tras clase, Gerónimo era víctima de
múltiples pensamientos, los de siempre: María, y Anita. Pero bueno, le tocaba colocar
atención a las clases, pues se aproximaban los exámenes finales, y debía cumplir con sus
obligaciones. Enamorado, y todo, pero tenía que sacar también el año adelante. Obviamente
lo iba a lograr, era él. La estrella, según sus papás, estaba condenado a brillar. Durante el
almuerzo, como siempre, almorzó solo. Durante el descanso, se dedicó a reflexionar, y
pensar, sus actividades favoritas, aparte de escribir. En las últimas horas de clase, de
milagro prestó atención. Sociales, y ciudadanía, Gerónimo nunca entendió el propósito de
colocar clase a las últimas horas. Todo el mundo estaba re cansado, hasta los mismísimos
profesores. Pero bueno, tocaba. Al final del día, durante la dirección de grupo, Lucia le
preguntó a Gerónimo:

— Hola, Gerónimo ¿cómo te fue con la psicóloga?


— Bien, todo salió bien.
— ¿Cómo te sientes?
— Un poco mejor.
— Me alegra, esa es la idea.
— Lo sé.

Gerónimo empacó sus cosas, se despidió, y se fue a su casa. Caminaba lento, pausado,
pues sabía que se venía la parte más difícil del día. En el colegio, mal o bien, se distraía,
molestaba… en fin. Pero en su casa, sabía de antemano que papá no iba a estar, y mamá no
lo iba a estar nunca más. Trataba de respirar profundo, así se liberaba de los pensamientos
negativos. Pero eso no era suficiente, la tristeza nunca se rinde, y seguía persiguiéndolo,
como si fuera su misma sombra. La soledad, sabía conllevarla hasta cierto punto, pero
también le aterrorizaba. Gerónimo tenía miedo, miedo de sí mismo. Cuando fue a cruzar la
avenida, lo hizo sin ver absolutamente nada, estaba muy agitado, y angustiado. Una vez
llegó a la doble línea de la carretera, observó un camión pasar a toda velocidad, a tan solo
milímetros de él. Su corazón empezó a acelerar, no sabía lo que estaba pasando. Trató de
estabilizarse, pero esta vez no tenía a nadie que lo ayudase. Abandonado, así se sintió. Con
un poco de esfuerzo cruzó la carretera por completo. Lo había visto todo por segundos,
pero de milagro, sobrevivió. Entre lo que pasó por sus ojos, estaba Anita, María, Saúl, y
Felipe. Eran su vida, sin ellos, Gerónimo era solo un somnoliento árbol, que se desplomaba
de la tristeza. Pero entre todos, quien más milisegundos permaneció, fue Ana, con su pelo
rojo, su sonrisa. Era su dama, definitivamente.
Estaba cerca de su casa, y ya estaba más tranquilo. Pasó por la iglesia del parque
central, se quedó un par de minutos al frente. Trataba de encontrar paz, de la manera que
fuera. Ingresó, y frente a una estatua de Jesús crucificado, soltó las siguientes palabras:

— Cuida de María, por favor.


Salió, y un fuerte viento lo despeinó, y le puso los pelos de punta. No sabía bien el por
qué, o bueno, sí, pronto iba a llover. Vio que el cielo se ponía cada vez más oscuro. Caminó
los últimos trazos, el momento casi llegaba. Puso las manos en sus bolsillos, empezaba a
hacer frio. A los pocos minutos, había llegado, estaba al frente de la puerta de su casa.
Abrió su maleta, agarró las llaves, hizo la maniobra con su dedo pulgar e índice, entró,
quitó las llaves, y cerró nuevamente. Dejó todas sus cosas en la sala, menos su diario. Se
fue a su cuarto. Encendió la luz, y se acostó. Quería escribir, pero no sabía qué. Tenía su
mente en blanco, y su corazón pausado. Así que, se sentó en su escritorio, frente a su diario.
Pensó, y pensó. Después de unos minutos, empezó a recordar a alguien. Ya sabes quién,
querido lector. La única, capaz de inspirar, hasta en los momentos más difíciles. Así,
empezó:
“Hola, Anita. 29/Octubre/2014
Desde el inicio, estuviste ahí. Yo simplemente fui a tomar un agua aromática, por el
frio inmenso que estaba sintiendo. Y, sin quererlo, apareciste, qué linda sorpresa. Siempre
me dejas quieto, lleno de nervios, no puedo hacer una conversación normal. Me intimidas,
tu belleza lo hace.
Poco después, llegó mi presentación. Espero te haya gustado, al parecer sí, pues no
hiciste mayor observación, que tú misma felicitación. Fue con el mayor amor de este
mundo, mira que me cuesta hablar en público, pero como estabas tú, todo se me despejo al
instante. No sé qué tienes, Anita, pero quisiera ser la versión que se encuentra contigo, toda
mi vida. Soy una persona insegura, triste, callada, entre otras tantas cosas… pero no sé qué
pasa, cuando estás tú, solo siento mariposas en el corazón, y unas ganas inmensas de
sonreír.
Es por eso, que me puse triste cuando me dijiste que no nos ibas a dar clase el próximo
año. Sentí mi corazón romperse, pero no quería tampoco que me vieses así. Me avergüenzo
de mi debilidad. Y sé que, a las chicas como tú, les gustan los hombres grandes, fuertes, y
valientes. O al menos eso me decía mi abuelo años atrás. No sé qué tan grande llegue a ser,
ni qué tan fuerte, pero al menos valiente intentaré ser.
Te extrañaré, mucho. Espero que en los descansos sigamos hablando. Serán dos años
eternos, hasta volverte a ver en clase. Para ese momento, deseo ser más inteligente, más
seguro, y así poder seguirte mostrando quien es Gerónimo. El muchacho, al que le
arrebataste su pequeño corazón”.
A los pocos minutos de terminar, comenzó a oír truenos. Efectivamente, había
empezado a llover. Había cumplido su tarea ya, aunque le faltaba agregar las dos estrofas
que hizo en clase. Pero bueno, eso lo haría más tarde. Se recostó en su cama, y cerró sus
ojos. Haber escrito, le trajo una paz increíble, se sentía más tranquilo, y aliviado. No podía
parar de recordar esos cruces con Anita, esas miradas perdidas. Era increíble lo que estaba
sintiendo este joven a su corta edad.
Se quedó profundo, se envolvió en el sonido producido por las gotas de lluvia al chocar
con su tejado. Era una sensación placentera, así cualquiera puede dormir. Su corazón latía
tranquilo, su mente estaba bien. Sin lugar a duda, Gerónimo no tenía estabilidad emocional,
pero era normal, por lo que había ocurrido. Además, de su misma edad. Esos momentos de
paz, eran necesarios aprovecharlos al máximo. A las pocas horas, se levantó, vio que todas
las luces estaban apagadas, lo cual significaba que su papá todavía no había llegado. Eso, le
empezó a dar tristeza, pues se empezaba a sentir muy solo. Pero bueno, volvió a colocarse
frente al escritorio, y empezó a escribir el poema del día:

“Ana, mujer de ensueño,


cuando te acercas, no sé qué hacer,
cuando me sonríes, me siento en un sueño,
el mismo cielo, me haces ver.

Anita, al igual que un girasol,


da pasos hacia el sol;
solo esa sería la explicación,
de tu brillantez, en cada acción”.
Dos estrofas, sencillas, pero lindas. Poco a poco, su poesía se volvía más bella. No solo
porque cada día aprendía más cosas, sino que, también, Anita le inspiraba más y más
sentimientos, que le impulsaban a hacer mejores versos. Después de terminar de escribir el
poema. Comió algo, y se volvió a dormir, esta vez, por el resto de la noche. Estaba cansado,
y no quería que los monstruos lo invadiesen.

Capítulo II
Dos años (y un poco más) después, Gerónimo estaba en noveno. Seguía siendo el
mismo chico, aunque ahora estaba más solo que antes. A Saúl, le tocó irse a Yopal a
trabajar hace año y medio. Por tanto, Gero vivía con su abuela, Elena. Era un amor de
persona, siempre trató a Gerónimo como si fuera su mismo hijo. Gerónimo también le tenía
un profundo amor, veía en ella, a su mamá. Siempre creyó, que Elena había sido el regalo
del universo, para que continuase fuerte, y valiente. Y la verdad es que así era, su abuela
comenzó a ser parte de sus vínculos más cercanos, pero en realidad, el principal factor que
le permitió atravesar todo obstáculo, fue su amor por Anita. ¿Todavía sigue enamorado? Se
puede llegar a preguntar, apreciado lector. Y la realidad es que sí, seguía enamorado.
¿Recuerda el diario? Pues, efectivamente, seguía escribiendo. Ya iba por cuatro cuadernos
de cien hojas. Setecientos treinta y ocho días habían pasado, desde que decidió empezar la
aventura de contar su día a día, y la manera en que su sentimiento por Anita evolucionaba.
Setecientos treinta y ocho días distintos, setecientas treinta y ocho páginas distintas. La
locura de los románticos, definitivamente.
De manera silenciosa, callada, sin hacer mucho ruido, Gerónimo se convertía en un
buen estudiante. Aprendiendo de sus errores, levantándose de las caídas. Sus amigos
seguían siendo los mismos, solo que, ahora sí, se podía afirmar que Santiago lo era.
Tuvieron buenas experiencias juntos, que los acercó más. Felipe, Santiago, y Galo, ese era
su círculo social, no había más, pero tampoco faltaban más. Como había dicho, eran dos
años exactos desde la última vez. Es decir, era octubre del dos mil dieciséis. Estaban en el
tramo final del año. Un año muy bueno, pues además de que tuvo el placer de volver a ver a
Anita en el aula, también la tuvo como directa de grupo. Cada mañana, tenía la oportunidad
de contemplarla, así fuera por unos minutos. Ahora, ¿cómo le fue con la materia de Anita?
Una maravilla, Gerónimo tenía potencial en la investigación. En cada clase, no participaba
siempre, pero cada vez que lo hacía, era con un trasfondo increíble. Gero no decía lo
primero que se le venía a la mente, siempre pensaba la respuesta correcta, y cuando alzaba
la mano, era porque estaba seguro de que lo era. Pero todavía no se puede cantar victoria,
aún faltaba un examen final. El día en que me ubico, es cuando tiene que presentarlo. El
penúltimo día de colegio, así es.
Gerónimo se levantó motivado, pues sabía que era el último reto. Fue al baño,
agarró su teléfono, un Nokia verde pequeño, que había soportado una caída desde dos
pisos. ¿Cómo pasó? Respuesta: Felipe. Agarró el altavoz, y lo conectó, puso su canción
favorita: Do I wanna know? De Arctic Monkeys. Se quitó la ropa, y se metió en la ducha.
¿Por qué era su favorita? Sinceramente, no sé, aunque lo más probable, es que haya sido
porque le recordaba a Anita. Después de bañarse, agarró sus cosas, y se fue al cuarto. Allí,
se vistió, se puso su uniforme. Fue a la mesa, Elena ya le había preparado el desayuno. Se
lo comió rápidamente. Se cepilló los dientes, y se peinó. Agarró su maleta, recogió parte de
la mensualidad para sus onces, y sacó su cicla. Tal cual, su papá, hace un año, le había dado
una bicicleta BMX, de color morado, un bello color, definitivamente. Se despidió de su
abuela, con un tierno beso, y antes de irse, ella le dio la bendición. Se montó, y comenzó a
pedalear, sentía el viento chocar con su rostro, y era agradable la sensación. A medida que
se esforzaba más, su corazón latía un poco más rápido, cruzó la avenida, ya casi llegaba.
Eran cuestión de minutos, lo que se tardaba desde su casa, hasta el colegio. De un momento
a otro, ya había llegado. Entró, se bajó y caminó con su cicla hasta el sitio donde la podía
dejar. Una vez la ubicó, se dirigió por un agua aromática, pues tenía frio, como cada
mañana. Allí, colocó dos vasos desechables, y se sirvió. Sintió la presencia de alguien, no
colocó atención. Empezó a tomar su agua aromática, hasta que, oyó su voz. Era Anita, que
lo estaba saludando.

— Buenos días, Gerónimo.


— Hola, Anita.
— Veo que seguiste mi consejo de hace tiempo, muy bien. —le dijo con una risa
encantadora—
— Sí, en verdad funciona.
— ¿Estás listo para el examen? Dile a tus a compañeros, que nos vemos en
informática a las ocho y cinco. Hoy no haré dirección de grupo.
— Sí, lo estoy. Listo, Anita, yo les digo.
— Me alegra, ya nos vemos.
Gerónimo quedo impactado, no se lo esperaba, en absoluto. Además, que fue extraño,
pues era prácticamente la misma situación, que había vivido años atrás. Al menos esta vez,
le respondió con mayor fluidez, y seguridad. Anita, día tras día, se volvía más bella. Ese día
llevaba una chaqueta de cuero, acompañada de un jean, y unos tenis. De cualquier manera,
era linda. No había forma alguna, en que Gerónimo no sintiera nada por ella. Era fiel
espectador, del espectáculo de su belleza. Lo tenía hechizado. Gero se fue al salón,
pensando, y pensando:
«Ay Anita. Me encantas demasiado. Siempre el destino se encarga de ponernos frente
a frente, no sabes cuánto quisiera decirte lo que siento. Pero bueno, ya falta menos. Ahí vas,
con tu alta presencia, y tu sonrisa inigualable. Soy un pobre peón, que quiere a la reina.
Pero bueno, la fe es lo último que se pierde, dicen por ahí. Haré mi mayor esfuerzo en ese
examen, como siempre, quiero vislumbrarte, y demostrarte que, este peón, algún día puede
ser rey».
Como se puede apreciar, su pensamiento cada era más complejo, sus metáforas
también. Se notaba que ya había visto dos cursos de filosofía, y literatura. Ambas materias,
lideradas por Galo, quien le mostraba la maravilla del mundo, y del ser humano. Galo había
germinado en Gerónimo la semilla del romántico. En cada clase, en cada trabajo, trataba de
desafiar al caballero, para ver qué tan lejos podía llegar por amor.
Gerónimo llegó al salón, y se sentó en su pupitre. Todavía era temprano, y no había
llegado todo el curso. Así que, sacó su diario, quería escribir algo:
“Anita, inundas mis mañanas de sonrisas,
Mira que es difícil, pues mi alegría es imprecisa;
Pero contigo, todo es fácil, incluso llegar al cielo,
cielo que se plasma, en tus ojos cafés caramelo”.
Gero siempre intentaba hacer una estrofa cada mañana, aprovechar su inspiración
temprana, proveniente de Anita. Comúnmente, edificaba sus versos después de la dirección
de grupo. Ya que, después de observar a su numen, sentía la necesidad de escribir. Y ese
día no fue la excepción, no tuvo dirección de grupo, pero sí un encuentro corto, que fue lo
suficientemente largo para producir poesía. Cuando menos se dio cuenta, ya habían llegado
todos. Se levantó, y les dijo:

— Muchachos, la profesora Ana me dijo que fuéramos a las ocho y cinco, a sala de
informática, pues allá era el examen de fundamentos.
Todos lo miraron, y con un gesto, transmitían que habían entendido la información.
Felipe llegó donde Gerónimo, y le dijo:

— Uy, ya usted es hasta el mensajero de Ana.


— No me moleste, solo me la encontré en la mañana.
— ¿Y qué tal?
— Linda, como siempre.
— Lo supuse, se le nota mucho ¿sabe? No sé cómo ella no se ha percatado.
— ¿Qué? —cuestionó Gerónimo—
— Pues que a usted le gusta, le encanta —respondió Felipe—
— Bueno, ya. Supongo que no termina siendo tan obvio, o sí, en fin, no tiene
sentido pensar en ello. ¿Si está listo para el examen?
— Obvio, más bien me preocupo por usted, ojalá se pueda concentrar teniendo a su
amor tan cerca.
— No exagere. Vamos, pues.
Los dos salieron, mientras seguían conversando:

— ¿Todavía sigue escribiendo el diario?


— Sí.
— ¿Cuánto llevas?
— Casi cuatro cuadernos enteros.
— Mis respetos. Yo no pensé que fuera llegar tan lejos.
— Aún no he llegado lejos, todavía faltan dos años más.
— Pero ya lleva la mitad del camino ¿no?
— Es verdad.
— Tengo una corazonada, de que todo ese esfuerzo, tendrá su recompensa.
— ¿En serio lo cree?
— Obvio que sí. Desde el primer día lo creí, y hasta el día de hoy, lo sigo haciendo.
Es difícil, pero no imposible.
— Lo sé.
Ya habían llegado a la sala de informática. Ana los ubicó a cada uno, en un sitio
distinto. Además, les comentó:

— No hagan nada, mientras llegan sus otros compañeros.


Los dos hicieron el mismo gesto, tratando de afirmar que habían entendido la
instrucción. Poco a poco, fue llegando el resto del curso, Ana los iba acomodando, hasta
que, por fin, ya estaban todos. Una vez los contó, y confirmó que no faltaba nadie, dio
inicio a la prueba:

— Bueno, no hay nada raro. Tienen todo para desarrollar el examen, es decir, el
programa para analizar los datos que se les brinda, y sacar las cosas que se le
piden. Espero les vaya bien, cualquier duda, estaré por acá. Recuerden, esta es la
parte conceptual. El día de mañana, es la práctica, que será con sus exposiciones
finales.
Todos empezaron a trabajar. No estaba tan difícil, aunque para Gerónimo, sí que lo iba
a estar. Fueron los nervios o la ansiedad, los responsables de que la mente de Gerónimo
estuviera en blanco. Trató de hacer los puntos que se sabía, pero era obvio que iba a
necesitar ayuda. Pasaban los minutos, y lo único que aparecía por el pensamiento de
Gerónimo era:
«¿Será que pregunto? —pensó Gerónimo— No creo que me vaya a responder, y no
quiero quedar en ridículo».
Los minutos pasaban, y nada se le ocurría a Gerónimo. Solo pensaba, una y otra vez, la
misma cosa. Veía a su alrededor, la manera en que sus compañeros casi estaban terminando
¿y él? Reflexionando si preguntar, o no. En ocasiones, el miedo a lo qué pensarán, es lo
más estúpido de este mundo. Gero solo estaba perdiendo el tiempo, de manera absurda. Se
acordó de un par de cosas más, así que pudo medianamente seguir su examen. Pero no iba a
alcanzar, pues por cinco pasos que retrocedía, daba uno adelante. Estaba condenado a un
jaque mate. No tenía piezas que mover, o bueno, solo una, pedirle ayuda al juez.
Ana estaba calificando, y adelantando unas cosas. Pero por encima, los veía a todos.
Pero Gerónimo le llamó la atención, pues se fijó en su rostro de confusión, le parecía raro,
pues él era de los mejores estudiantes. Así que se levantó, y se acercó a él.

— ¿Pasa algo? —le preguntó Anita—

— No, no señora.
Ana, no le creyó, así que miró la pantalla del computador. Se dio cuenta que estaba
muy colgado Gerónimo. Y le cuestionó:
— ¿Entonces por qué todavía te falta más de la mitad?
— Es que… no lo sé.
— ¿Cómo no vas a saber? Si eres de los mejores…
— No lo sé, se me borró todo.
— Quien sabe en quien estará pensando…
«En ti —pasó por su mente— Anita».
— No es eso, solo no puedo —respondió Gerónimo—
— Haz tu mejor esfuerzo, y si algo, nos quedamos un rato después de la hora
acordada ¿listo?
«¿Esto es un sueño? —seguía pensando— ¿Por qué eres tan misericordiosa con este
mortal? ¿Qué hice? Ay no, ahora sí que menos podré avanzar».

— Sí, claro que sí Anita — le respondió Gerónimo—


Gerónimo contaba con la ventaja, de tener una buena imagen en la mente de Anita.
Ella sabía que él sabía todo, y que había aprendido. Desde sus aportes, hasta sus talleres,
incluso en los ejercicios de clase. Se acordó, que, en parejas, tenían que hacer una
investigación, y aplicar unos conceptos estadísticos. Santiago, y Gerónimo, fueron los
ganadores. Su premio fue un bono en Crepes, que nunca fue reclamado, pues Gerónimo
prefirió conservarlo. Él era muy raro, definitivamente. Pero bueno, el caso, Ana sabía que
podía ayudarle, y no le estaba haciendo un mal, ni lo iba a pasar porque sí. Reconocía lo
disciplinado que había sido, y aún más, reconocía también que hay días de días, y puede
que ese sea uno de esos, en los que, sin querer, a uno no le salen las cosas.
Pasó el tiempo de limite, y todos, a excepción de Gerónimo, ya habían acabado.
Cuando todos se fueron, Anita se levantó, agarró una silla, y se hizo al lado de Gerónimo.
Él, seguía concentrado, y no se había percatado de su presencia.

— Vas bien.
Sintió un vacío, y volteó su mirada. Ahí estaba, ella, tan linda, tan dulce, y siempre
apareciendo, cuando menos se le espera.

— Gracias —le dijo con una pequeña risa—


— Espera, te muestro algo. —Por impulso, ella colocó su mano en el ratón del
computador, pero ahí ya estaba la de Gerónimo. Mano tras mano, una
edificación bella, Gero sintió su calor. Se sintió a gusto, tranquilo. La miro, ella
también lo hizo—
— ¿Si viste? Así consigues de manera sencilla lo que te piden en ese punto. —
retiró su mano, y fue como si le hubieran quitado las cobijas en una noche fría—
— Entiendo. Anita, tengo varias preguntas…
— Cuéntamelas.
— ¿Así están bien tabulados los datos? —señaló la pantalla—
— Sí, bien.
— ¿Y están bien estas expresiones estadísticas?
— Lo están, correcto.
— Es que trato de seguir el mismo procedimiento en otros ejercicios, pero no me
da.
— Bueno, miremos —nuevamente Anita agarró el ratón, pero esta vez no estaba la
mano de Gerónimo. Le dio miedo, y la retiró segundos previos antes de
contestarle—
— No copiaste todos los datos como era. Mira, esta parte la omitiste —señaló el
monitor—
— Es verdad.
— Y así quedaría entonces.
— ¿Eso es lo que se pide?
— Sí, claro.
— Gracias, Anita, en verdad.

Anita revisó el otro punto que le faltaba. Y había cometido el mismo error en un inicio.
Lo corrigió, y le mostró el procedimiento. Aunque no hizo el último paso, se lo dejo a él.
Lo hizo bien, como era.

— Esto es todo ¿verdad? terminé el examen —exclamó Gerónimo—


— Terminamos —dijo Ana, acompañado de una risa—
— Es verdad, muchas gracias, en verdad.
— No es nada. Aunque bueno, creo que me gané una chocolatina ¿no? Mentiras —
nuevamente, soltó una tierna, y corta carcajada—
— ¡Claro que sí!
— No te molestes. Más bien, prepara esa exposición.
— Está bien. Me tengo que ir, tengo que empezar el examen final de literatura.
Gerónimo se levantó de la silla, se acercó a Anita, y le dio un abrazo. No pudo
resistirse más, llevaba dos años queriendo hacer eso. Por fin, tenía una excusa para hacerlo.
Deslizó cuidadosamente sus manos por los hombros de Anita, terminando en su cintura, y
volviendo a subir a la parte baja de su espalda. El movimiento del romántico. Por otra parte,
Anita también se había levantado de la silla, y empezó extendiendo sus brazos hacia él,
hasta envolverlos alrededor de su cuello y hombros. Duraron segundos enteros en esa
posición, se veían lindos. Anita alcanzaba a sentir la manera en que el corazón de
Gerónimo latía, y le conmovió. Sonrió, de una manera distinta, especial, única, aprovechó
que no la podía ver. Cuando por fin se separaron, Gerónimo vio que Anita se había vuelto a
sentar, aprovechó, y le dio un beso en un poco más arriba de su frente. Ella quedó
anonadada, él no alcanzó a sentirlo, pero su corazón también hizo un tic tac distinto.
Gerónimo lentamente se fue, mientras caminaba a la puerta, Ana se quedó viéndolo, cuando
se percató que él iba a voltear su mirada, cambió la suya, hacia el computador. Y así fue,
Gerónimo, antes de salir, la vio unos instantes. Le parecía tan bella, y no se creía nada de lo
que había pasado. A los pocos segundos, salió, y cerró la puerta.
Gerónimo empezó a caminar hacia el salón. Tratando de respirar lentamente, para ver
si calmaba su corazón encantado. Así fue, pero seguía sin creerse lo que había ocurrido. No
solo por lo del examen, que ya había sido bastante, sino también, por ese momento tan
lindo que formaron juntos. Se acordó años atrás, aquella noche en la que había dicho: “Papá
dijo que soy una estrella, y hoy afirmé que Anita también lo es. Y, como los dos somos
estrellas, podríamos formar una constelación… sí que se podríamos”. Después de ese
momento con Ana, se sintió más seguro que juntos podrían ser una constelación hermosa.
Llegó al salón, observó que todo el mundo estaba concentrado escribiendo, así que
no hizo mucho ruido. Se acercó donde Galo, y le dijo:

— Discúlpeme, estaba con Anita terminando un examen.


— Me encanta oír eso. Siga, tiene que hacer una carta a su amada, teniendo en
cuenta los conceptos vistos en clase, y, además, el libro: las penas del joven
Werther.
— Qué trágico ¿no?
— De vez en cuando, toca serlos. Hágale pues, de usted espero más que todos, es el
más enamorado, al fin y al cabo.
Gerónimo le sonrió, y se fue a su puesto. Sacó su esfero rojo, y colocó como título:
“El último intento, la última bala, la última mancha de tinta”
Así era, al parecer, Gerónimo le iba a escribir a su amante, una última carta, siguiendo
el ejercicio propuesto por Galo. Esto, porque era muy similar al final de la obra, en que se
tenía que basar. Recordemos que Werther, antes de suicidarse, también le escribe una carta
a su amada, en donde se despide básicamente de ella. Y así iba a ser el intento de
Gerónimo:
“Ana
Aún me acuerdo la vez que te conocí, yo era un tibio y somnoliento árbol que había
perdido sus hojas en el invierno de la pesadumbre. Me interesaba únicamente buscar en mi
alrededor unas flores que, con sus pétalos y tallos, le dieran vida a este esqueleto
nauseabundo. Anhelaba profundamente encontrar aquel amanecer que desvaneciera este
ocaso.
Caminando en un sendero hundido de melancolía, encontré tus luminosos ojos, capaces
de dispersar cualquier tiniebla. Similar a una vela que se enciende en medio de un cuarto
oscuro para dar luz a lo que este contiene, de esa forma pensé que podrías llegar a
vislumbrar mi interior.
En tus pupilas me perdí, cayendo en un vacío que estaba compuesto por la infinidad del
amor, fue como si estuviera pasando por el mismísimo infierno, el calor de tus besos y de
tus caricias, me hacían sentir la forma en que estaban atravesando el frio de mi corazón, y
la lúgubres de mi alma. Te agradezco por hacer arder este cadáver insensible.

Lastimosamente, creo que es la última penumbra de este poeta, ya que me estoy


percatando de que mi cordura se está empezando a perder en este laberinto de caricias.
Amada mía, permíteme cubrirte con mis tenues ramas por última vez, debido a que una vez
mis pestañas cubran mi vista, emprenderé un viaje hacia el firmamento. Anhelo que quizás
en el otro lado del mar, nuestros navíos se puedan volver a encontrar, aunque lo dudo, pues
no creo que siga navegando por estas aguas.
Le agradezco al hado por hacer trizas mis versos y despedazar en pequeñas porciones
toda fantasía que vagaba por mi mente, soñaba con agarrar tu mano frente a la alborada, y
presumirle nuestro amor al sol y la luna, estoy seguro de que hubieran muerto de envidia.
Pero nada de eso fue posible, solamente queda un corazón roto, un cúmulo de lágrimas
absurdas que se derraman lentamente por mi rostro, y este pobre escrito que no tengo
certeza si algún día podrá ser visto por esa mirada penetrante y maravillosa, que me
cautivó.
Tuvimos la posibilidad de escribir el mejor capítulo de nuestras vidas, pero derramaste
la tinta en las mareas de un océano de desconcierto. Ahora estoy solo, vacío, y con un amor
tan puro como un alma, pero sin ningún cuerpo que poseer. Aunque al final pudo ser culpa
mía, por intentar darle el amanecer a quien quizás buscaba un ocaso. Me cansé de tener la
fe de que algún día volvieses, no soy capaz de soportar más la incertidumbre, y el terror que
me ataca. Lo siento, pero este caballero es ahora un siervo que quiere un instante de
tranquilidad, y por eso, decidió morir, antes que estar sin ti”.
Hora y media después, cuando terminó, sintió un terror profundo azotar su piel. Era
demasiado trágico, y por nada del mundo, Gerónimo quería que eso pasase con su amor. Al
inicio, se lo había dirigido a Anita. Pero después, sentía que estaba ensuciando su linda,
armoniosa, y cálida historia. Así que, para fines prácticas, tachó el nombre de Ana del
inicio, y puso el primer nombre que se le ocurrió: Laura. Después, se levantó, y le dio la
hoja a Galo, diciéndole:
— Muy buen ejercicio, en verdad que costó.
— Esa era la idea —le dijo Galo—
— No quisiera estar en los zapatos de Werther, debe ser duro ¿no?
— Claro que lo debe ser. Hay amores de amores, que, sin ellos, uno lo pierde todo,
hasta su razón de vivir.
— Ya casi no se concibe esa idea ¿no?
— Para nada. Todos buscan lo fácil, lo viable, y lo que cuesta, simplemente lo
dejan, las personas no saben amar. Los románticos, a cambio, saben qué es, y
cuando se da el amor verdadero, y apuestan absolutamente todo, así no tengan
nada. Lo que pasa, es que, no siempre se gana, ya nos lo muestra la obra.
— ¿Por qué Werther no esperó? Puede que en el futuro se pudiese.
— Quien sabe, creo que eso es lo que haríamos todos. Pero recuerde que, cuando se
besaron, ella le pidió que se fuese. Era un rechazo definitivo, ya había un
hombre en el corazón de Lotte: Albert. Que encima, era amigo del mismo
Werther. De esa manera, el muchacho ya lo había perdido todo, no tenía nada
qué hacer.
— Tiene razón. El poder del amor.
— Lo tiene, uno puede tener absolutamente el mundo entero, pero si no está
persona, es como si uno no tuviera nada.
Gerónimo se quedó viéndolo, no se creía las respuestas de Galo. Eran brillantes,
siempre aprendía algo, incluso en la última clase. Sonó la campana, era descanso. Aunque
ya no había nadie en el salón, pues ya todos habían acabado el examen. Como siempre,
Gerónimo había sido el último. Aunque, por el momento vivido con Ana, y la conversación
con Galo, es bastante eficiente ser la última ficha del tablero.

— Galo ¿quiere que lo acompañe a reclamar los onces?


— No, no hace falta. Me toca irme temprano hoy, tengo que hacer unas cosas.
— Vale.
Gerónimo se fue a su puesto, agarró el dinero recogido en la mañana, y su diario, junto
a un lápiz, salió del salón, y se dirigió a la tienda. Después de un rato haciendo fila, se
compró un chocorramo, y un jugo. Con sus onces, se fue al lugar de siempre, el parque que
lo acompañaba, y le inspiraba. Se recostó, y comenzó a destapar su chocorramo, le quitó
lentamente la envoltura, pues era la parte que más se disfrutaba, aparte del primer
mordisco, claro está. Que lo dio una vez desnudó su ponqué. Y así fue, lo iba comiendo, a
medida que pensaba el poema que iba a escribir hoy. Al cabo de unos minutos, ya se lo
había acabado. Se entristeció, pues estaba demasiado rico. Pensó en comprar otro, pero
luego recordó una de las clases de Epicuro con Galo, que tuvo a lo largo del año. Todo en
exceso, termina siendo malo, es necesario moderar el placer. Tenía que aplicar lo mismo
Gerónimo, parte del secreto, de que sea tan placentero comerse uno, es que lo hace de vez
en cuando. Si lo hiciera siempre, le terminaría incluso cansando el producto. Agarró su
jugo, y se lo tomó, veía a los profesores pasar, a los demás estudiantes hablar, jugar, le
fascinaba contemplar la cotidianidad de las personas. Se acabó el jugo, y se puso manos a la
obra. Empezó a pensar, a recordar ese momento en que abrazó a Anita. Suspiró, agarró su
esfero, y empezó a deslizarlo por la página en blanco.
“El primer abrazo, nunca se olvida,
fugaz, y especial, la ataraxia dormida,
quisiera repetirlo, por el resto de mi vida,
me quitas el aliento, la belleza florecida”
Y así fue, su primera estrofa. Se quedó revisando palabra por palabra, quería ver si
podía mejorarla, de alguna manera. Pero le gustó como quedo, era bello, de los más lindos
que había hecho en todo este tiempo. Le dio por revisar otros que había hecho en este
tiempo. Le llamó la atención uno en específico, era de la fecha ocho de mayo, del dos mil
diecisiete.
“Ana, los lunes cobran sentido,
Cuando de repente, completo tu rostro,
Me iluminas como aurora,
y cuando te vas, mi alma llora”.
A medida que avanzaba la lectura, recuerdos se le aproximaban a la mente. Siempre es
bueno recordar, hace parte del día a día. Sonrió, pues se había acordado que había sido un
día no muy bueno, pues era el cumpleaños de su mamá, pero que Anita lo había arreglado
con su presencia. Es que, con ella, no hay espacio para la tristeza, pues ocupa todos los
espacios de su corazón, con su alegría, bondad, entre otras tantas cosas que refleja. Como
siempre, el somnoliento árbol, colorea paisajes enteros cuando siente la presencia del vergel
más lindo: Anita.
Escuchó la campana nuevamente, se había acabado el descanso. Se levantó, botó el
empaque del chocorramo, y el envase de su jugo. Alzó su diario, y caminó al salón. Lento,
y sereno, pues sabía que había terminado los exámenes finales. Solo le faltaban dos
exposiciones, que eran el siguiente día: análisis de la cultura, y su proyecto de fundamentos
de la investigación. Incluso, a medida que entraba al salón, se acordó que ese día, salían
temprano, y que mañana, como era el último día, tenían una pequeña celebración en la
tarde. Se empezó a cuestionar qué iba a ponerse, se acordó que el profesor de análisis les
había aclarado, que tenían que presentar con traje. Duda resuelta, iba a utilizar su traje, que
utilizó en la primera comunión, año y medio atrás. Todavía le quedaba bien, algunas
ventajas de no crecer tanto. Se sentó en su pupitre, y vio que todos estaban alistando sus
cosas, y estaban saliendo nuevamente del salón. Apenas vio a Felipe, le preguntó:

— ¿A dónde van?
— ¿No se acuerda de lo que nos dijo ayer Ana?
— ¿Eh?
— Que, en este espacio, fuéramos a informática a terminar la presentación del
proyecto.
— Es verdad —dijo Gerónimo mientras recordaba el momento en que Ana dijo
dicha información. Se acordó de sus botas negras, acompañadas de un pantalón
rosado, que combinaba con un blazer negro, junto a su bata, claramente, nunca
podía faltar. Se veía hermosa, como siempre. Le había llamado tanto la atención,
que ni le prestó cuidado a lo que había dicho—
Gerónimo salió con Felipe hacia la sala de informática. Allí, donde Gero vivió una
experiencia única, irrepetible. Que sabía que iba a recordar, apenas entrara. Y así fue,
apenas llegó, se hizo en el mismo puesto, en el mismo computador, suspiraba en silencio,
quería volver a repetir ese abrazo. Pero bueno, tenía que trabajar. Durante las siguientes
horas, trató de adelantar lo que más pudo de su proyecto, que era sobre contaminación
hídrica. Ya tenía casi todo completo, solo era necesario retocar algunas cosas, y configurar
la parte estética. Siempre, Gerónimo tenía una obsesión con hacer presentaciones bonitas, y
esta, que se le iba a presentar a su dama, no iba a ser la excepción. Una vez transcurrido el
tiempo asignado, era momento de ir a almorzar, e ir a casa. Fue al salón, dejo sus útiles.
Almorzó con Felipe, rara vez ocurría eso, pero bueno, tocaba aprovechar cuando se daba el
chance. A lo lejos, vio a Ana, almorzar junto a los directivos. Solo podía pensar en ella.

— Disimule —le dijo Felipe—


— ¿Eh?
— Sí, camine, más bien.
Felipe se levantó, y Gerónimo fue detrás. Fueron por sus maletas, agarraron sus ciclas,
y salieron del colegio. Como dije, salían temprano ese día. Se montaron en ellas, y se
fueron hasta la avenida principal. Allí, se despidieron. Gerónimo siguió su camino, pasó la
calle principal. Pasó por la iglesia, en donde decidió parar un momento. Sabía que tenía que
persignarse, su abuela le decía eso. Con la mano derecha, se hizo una cruz, empezando por
la frente, deslizándola hacia el pecho, y cada hombro, empezando por el de la izquierda.
Dejó unos segundos de silencio, sintiendo ese viento extraño que siempre aparecía, cerró
los ojos, los volvió a abrir, miró al cielo, y suspiró, diciendo:

— Te extraño, madre.
Se montó en su cicla, agarró el volante con sus dedos, y emprendió su último tramo
hasta la casa. En el camino, sintió un escalofrió, que le evocó un desequilibrio, justo pasó
por un bache, no tuvo los reflejos para evitar la caída, y se cayó. En el suelo, se quedó unos
segundos, no entendía nada. Su mirada al cielo, luego trató de mover su cuerpo, y observó
su cicla, soltó una risa, y se dijo a sí mismo:

— Qué hueva.
Se levantó, vio que se había raspado las rodillas, y los dedos. Vio a su alrededor, casi
no ve sus lentes, los levantó, y vio que se habían rayado también. Alzó su cicla, y decidió
terminar lo que faltaba caminando. Le dolía su cuerpo, había sido una caída tonta, pero
dolorosa. Hizo una parada, en una tienda que tenía cerca a su casa, entró, y con lo que le
había sobrado, compró una chocolatina. Después de eso, llegó a su hogar, como siempre,
abrió la maleta, sacó las llaves, agarró la qué era con su dedo pulgar e índice, e hizo el
movimiento secreto. Abrió la puerta, entró la cicla, sacó la llave, y volvió a cerrar. Cargó la
cicla hasta el patio. Después, decidió bañarse, con el fin de aliviar un poco el dolor que
sentía. Así fue, abrió la puerta del baño, se vio en el espejo unos segundos, acercó su rostro,
y lo volvió a alejar. Entró a la ducha, se limpió cada parte de su cuerpo con el agua caliente
que penetraba cada parte de su cuerpo. Agarró jabón, y también se lo aplicó. Al cabo de
unos segundos, salió de la ducha, y se fue a su cuarto. Se puso el piyama, se sentó en su
escritorio, y escribió:
“Gracias, Anita 24/Noviembre/2016
Si no hubiera sido por tu ayuda, Ana, hoy sería de los peores días de mi vida. Pues no
hubiera perdonado haber perdido el examen, con el esfuerzo hecho a lo largo del semestre.
No hubiera pasado por alto, el hecho de haberte fallado, y no conseguir ser el estudiante
que me propuse ser, para ti. Pero gracias a tu generosidad, terminó siendo de los mejores
días de mi vida. Estaba perdido, en blanco, sin ninguna esperanza, pero llegaste tú, y me
rescataste del naufragio, dándome un navío, en donde seguir mi viaje, al lado tuyo, por
unos minutos.
Terminé dándote un abrazo, que desde hace tiempo quería darte, no sabes lo lindo que
se sintió, fue maravilloso. Segundos de adrenalina pura, de extrema felicidad. Quisiera
repetirlo, una y otra vez. Gracias, nuevamente”.
Después de escribir esto, Gerónimo se dirigió a la cocina, abrió uno de los tantos
cajones, y agarró un paquete de galletes. Luego destapó la nevera, y se sirvió un vasado de
leche. Una vez acabó, miró televisión un rato. Volvió a su escritorio, repaso los poemas que
había escrito ese día, le encantaron. Finalmente, se recostó. Elena no estaba, se había
quedado donde la hermana. Así fue, cuando la soledad volvía a atacar, en silencio, como
mejor sabía. Gerónimo intentó dormir, pero le era difícil conciliar el sueño. Recuerdos
fugaces, emociones distintas. Un desbalance total su estado emocional, como siempre había
sido. Se sintió triste, y le seguía doliendo el cuerpo. No sabía qué hacer. Recordó a su
mamá, nuevamente, lloró, como siempre. Pase el tiempo que pase, hay cosas que nunca
cambian. El sufrimiento, jamás lo había abandonado desde aquella vez. Era su amigo, su
compañero fiel, con quien se recostaba siempre. El espacio que siempre existía cada vez
que comía o se dormía, era ocupado por el dolor. Al principio huía de este, pero poco a
poco, Gerónimo lo aceptaba. Esto, lo consiguió también gracias al amor por Ana, que lo
volvía más fuerte, más valiente, intrépido. La mejor versión de Gerónimo, estaba con ella.
Después de horas enteras dando vueltas, luego de secarse las lágrimas, una y otra vez,
cuando por fin, su mente lo dejo en paz, pudo dormir.

Sonó la alarma, una, y otra vez. Gerónimo no se levantaba, fue hasta que le dio un
palpito de que iba tarde, lo que le hizo despertar. Observó el reloj, y se calmó, pues eran
apenas las seis de la mañana. Se tenía que preparar en treinta minutos. Así que, se puso las
gafas, tendió la cama, pasó al armario, sacó el traje, era el día, preparó su camisa preferida,
que era de color azul oscuro. Acompañada de una corbata, con escarcha gris, de tono azul
oscuro también. Era peculiar, pero elegante. Extendió el blazer, con su chaleco, también, el
pantalón, y los zapatos. Caminó al patio, agarró una toalla naranja, era su preferida. ¿Por
qué? por el naranja, el mismo naranja que adorna las hojas de otoño, el color de las
zanahorias que comen los conejos a diario, y el tono que identifica a su animal preferido,
los Zorros. Agarró su celular, y el altavoz, como cada mañana. Puso una canción única:
Time of our lives. A los pocos minutos, se desvistió, se percató nuevamente de sus heridas
por la caída, pero no le puso cuidado, hasta que sintió el agua caliente en cada una de ellas,
y ese ardor que le producía un dolor inmenso. No estaba muy bien, pero no era excusa,
tenía que dar lo mejor de sí. Salió de la ducha, se pasó el desodorante, para luego colocarse
una camiseta blanca por debajo, después la camisa. Con suavidad, se abotonó, no tenía
afán, o bueno, un poco sí. Se acordó que no había terminado la presentación en su
computador, así que le iba a tener que pedir prestado a Felipe el suyo. Se puso los
interiores, junto a los pantalones, flexionó las rodillas para agarrar los zapatos, y casi se
cae, no estaba bien. Al final pudo, se los colocó, y amarró, agarrando cada extremo del
cordón con sus dedos, haciendo una equis, creando dos orejas, y cruzando una por debajo
de la otra, para así, solo apretar. Estaba casi listo, abrió el tercer cajón del armario, ahí
estaba su cinturón negro, se lo puso al pantalón, y lo apretó. Comió algo ligero, un ponqué,
con un vaso de yogur. Volvió al cuarto, se puso la corbata, y el blazer. Se dirigió al baño
para ultimar detalles, agarró la crema de peinar, y se hizo su copete típico. Agarró el cepillo
de los dientes, le puso crema, y durante unos minutos empezó a pasarlo por cada rincón de
su boca. Se limpió la cara, por último, agarró su loción, y se la esparció por todo su cuerpo.
El caballero, ahora sí, estaba listo.
Se fue caminando, pues le era imposible llevar la bicicleta por el mismo traje, y las
raspaduras de la caída. De milagro podía caminar, sentía ese dolor a medida que daba un
paso. Tenía que parar cada cierto tiempo, tomar aire, y volver a caminar. Reviso su celular,
iba bien de tiempo. Pasó por la iglesia, miró al cielo, y bajó la mirada. Tenía que ser fuerte.
Antes de cruzar la avenida, se quedó quieto por unos segundos, miró cada a ambos lados,
nuevamente, respiró profundo, y la cruzó. Le dolían mucho las piernas. Pero bueno, poco a
poco, se iba acostumbrando. Después de unos minutos más de sufrimiento, había llegado.
Estaba en la puerta del castillo, listo para entrar, y enfrentar sus últimos dos desafíos. Se
abrió paso hasta el salón, sabía que el alrededor lo estaba viendo. Al fin y al cabo, solo su
curso iba de traje. Pasó por recepción, ese día no iba a tomar agua aromática, tenía que
terminar la presentación Llegó a salón, se sorprendió, no era usual ver tanta elegancia.
Buscó a Felipe, y lo encontró, el único que no estaba formal, pues tenía su traje en el
casillero, desde hace más de dos meses. Así era él. Se le acercó, y le dijo:

— ¿Qué más? ¿me presta su computador? —preguntó Gerónimo—


— ¿Terminar la presentación?
— Sí
— Hágale, pero rápido, yo también lo necesito.
— Listo.

Agarró el computador de Felipe, abrió su presentación del proyecto desde el correo. Se


tardó unos minutos, el internet no era muy rápido. Comenzó a editarla, combinó cada parte
de su presentación, de tal manera que el espectador se deleitara. No tenía mucho tiempo, así
que tampoco pudo hacer todo lo que quiso. Finalmente, le agregó unas transiciones, y
animaciones a cada diapositiva.

— ¿Qué tal? —le preguntó Gerónimo a Felipe—


— Bien, me gusta. Se nota que se le presenta a Ana.
— ¿Por qué?
— Usted comúnmente no le mete tanta vaina a eso.
— Es verdad —respondió con una risa—
— ¿Qué pasó ayer que se quedaron juntos?
— Le digo más tarde ¿en el descanso puede?
— Sí, creo que hoy nadie jugará en la cancha, todos están con sus vainas. Sabe que
en la tarde hay como una celebración por fin de año ¿no?
— Algo así había oído ¿qué será?
— No sé, dicen que es un baile. Apenas para que saque a Anita.
— No sea bobo, no llego a tanto.
— Confíe ¿por qué no? es una buena oportunidad, piénselo —dijo Felipe, mientras
se cambiaba—
Gerónimo se imaginó por un momento el caso en que eso fuese posible. Le dieron
nervios al instante, no creía que fuera capaz, era siempre muy miedoso para todo. Además,
no sabía cómo lo iba a tomar ella, puede que le pareciera hasta incómodo. A los pocos
instantes, se acordó que tenía la presentación de análisis, y que era durante las primeras
horas. Iba a ocupar todo el primer bloque, de esa manera, su otra presentación, era después
del descanso. Pensó en escribir, pero no, tenía que concentrarse, ya después iba a tener todo
el tiempo de este mundo para ello. Después de unos minutos, llegó el profesor. Como
siempre, intimidante, lo primero que reviso, fue verificar que todos estuvieran elegantes,
efectivamente. Ahí, dio paso al orden de las presentaciones. Las organizó por orden de lista.
Gerónimo estaba nervioso, ya lo estaba desde hace rato, bien se sabe por qué. Le sudaban
las manos, movía la pierna derecha involuntariamente. Tenía que hacer una presentación,
pero sin presentación propiamente. Era, más bien, un tipo de actuación, en donde se
suponía que era un experto de un tema, y tenía que proponer un proyecto con relación a
ello. Gerónimo, por esos años, seguía ciegamente el deseo de ser ingeniero ambiental. Así,
decidió ser un experto en el tema de conservación del medio ambiente. En su cuaderno,
estaba el guion de la presentación. La verdad, lo había hecho tiempo atrás, en clase. Y
recordaba muchas cosas, como siempre, hijo de la improvisación, y del momento. Al fin y
al cabo, las mejores cosas pasan sin planearlas ¿no?
Por suerte, o desgracia, Gerónimo era de los últimos de la lista. Así que solo le
quedaba esperar su turno. En momentos le daban ganas de ser de los primeros, ser el
sacrificio, y salir de esa presión de una vez. Pero no tenía opción, solo podía esperar. Los
segundos se volvían eternos, y su corazón no aflojaba los latidos intensos que estaba dando.
Al menos, con Ana, de cierta manera sentía con tranquilidad. Pero con Gustavo, su
profesor, era todo lo contrario. Su mirada cortante, y cada que cometía un error, lo anotaba,
era demasiado. Y si no fuera suficiente, grababa cada presentación, para luego dedicarse a
detallar cada cosa dicha. En definitiva, estaba muy difícil. Aunque el caballero, debe estar
preparado para cualquier batalla. Y por más difícil que parezca, tener la certeza que puede
superarlo. Similar a David contra Goliat, un clásico, para demostrar que mientras exista un
mínimo de posibilidad, se puede luchar, y salir victorioso. Eso siempre lo había aplicado
Gerónimo, incluso en su mismo amor. Reconocía, y aceptaba la imposibilidad, pero
también era consciente que podía existir una pequeña margen que le diera chance, de ser la
persona que se ganara el cariño de su dama.
Después de una hora y media de espera, por fin. Gustavo llamó a Gerónimo, sintió ese
vacío por algunos segundos. Se levantó, tomó un respiro, y frente a todos, comenzó a
exponer. A medida que hablaba, se notaba el desgaste, y el nerviosismo. Pero bueno, ahí
iba:
“Hello, today I’m going to propose a project based on a satellite application. In that
way, it allows to measure the carbon stock in the rural areas. It is important because the
atmospheric carbon as methane and carbon dioxide forms has proven to be the main driver
of global warming. The development of this system could help to solve environmental
problems, giving important information about the state of the ecosystems. There are several
ways to measure de the carbon stock, but the most profitable, and effective, is through
geographic information system mapping….”
Así fue el inicio de su exposición. Siguió un rato más, pero la verdad, eso era como lo
principal. Como siempre, cometió unos cuantos errores de pronunciación, y gramática, pero
la idea era buena, y tenía futuro. Gerónimo se había basado en un grupo de estudiantes de la
universidad de tecnología de Auckland. Le pareció interesante su proyecto, e intento sacar
las cosas más relevantes, e involucrarlas en su propuesta. Lo hizo bien, bastante bien. El
profesor se sorprendió, pues era algo innovador, y que podría llegar a ser viable en un caso
hipotético. Además, Gerónimo mostró un dominio conceptual bastante bueno en el resto de
la presentación. Era consciente de lo que hablaba, y eso también fue otro punto clave para
que le fuera bien.
Una vez finalizada la presentación, sintió la manera en que se le desprendía una carga
inmensa. Había terminado su primer desafío, y de qué manera. Los aplausos fueron
bastantes, incluso por parte del mismo profesor. Se devolvió al puesto, sintiendo los aires
de héroe, una vez se sentó, sintió el dolor en las rodillas nuevamente. Hizo un gesto de
dolor, que nadie miro, a excepción de Felipe, que se había quedado mirándolo. Pero no le
dijo nada, por el momento. Siguieron sus demás compañeros, por fin había vuelto a la
normalidad. No por mucho tiempo, pues dentro de un rato, tenía la siguiente presentación.
Al cabo de unos minutos, habían terminado todas las presentaciones. Gustavo, se retiró del
salón. Y junto a él, empezaron a salir poco a poco todos los estudiantes. Entre ellos, Felipe
y Gerónimo, los dos fueron a la tienda. El primero, compró un salchichón junto a una
gaseosa, mientras Gerónimo, unas papas, con un jugo.

— ¿A dónde vamos? —cuestionó Felipe—


— Al parque —respondió Gerónimo—
— Pero allá no va nadie.
— Por eso.

Los dos se dirigieron al parque, el lugar donde Gerónimo pasaba la mayoría de sus
descansos. Allí, se recostaron sobre el césped, y empezaron a comer sus onces. Felipe, por
un lado, le quitó el envoltorio a su alimento, y se lo fue comiendo. Gerónimo, por el otro
lado, abrió el paquete, y también prosiguió a comer. Después del primer mordisco, Felipe le
preguntó a Gerónimo:

— ¿Entonces? ¿qué pasó ayer?


— De las mejores cosas que he vivido, pasó.
— ¿Ah sí? Esto se pone interesante, cuente pues.
— Pues, no sé qué me pasó, pero ayer presentando ese examen, se me olvidó todo.
— Yo sí sé que le pasó, está enamorado, y al tener tan cerca a la chica, pues paila.
— Puede ser… en fin, estaba muy mal, póngale que cuando ustedes ya llevaban la
mitad de la prueba, yo apenas iba en el primer punto. Entonces, no sé, supongo
que Ana me vio, y fue hasta mi puesto. Allí, me preguntó sobre cómo iba, y no
tardo en percatarse de la tragedia que estaba sucediendo…
— Bueno, eso demuestra algo, le importa a ella.
— ¿Por qué?
— Pues por lo que usted dijo. Ella, por sí misma, fue hasta allá, siquiera usted la
llamó, cobarde.
— No sabía, puede que quedara en ridículo.
— Deje la estupidez, y no piense en cómo reaccionaran los demás. Piense en usted,
y lo que quiere usted. Ahí, se salvó, pero si no hubiera ido ella ¿qué? se echa
eso.
Gerónimo se quedó viéndolo, oyó sus palabras atentamente. Cuánta razón tenía, era
verdad. Uno de sus mayores defectos, era ese. Aunque había excepciones, como lo
sucedido el día previo, que estaba a punto de contar.

— Es verdad, Felipe. Aunque bueno, digamos que ayer, cuando nos quedamos
solos, ese defecto se desvaneció, por unos segundos.
— ¿Qué pasó?
— Ella me terminó de ayudar con unas cosas del examen. Cuando lo acabamos, le
di un abrazo, pero no uno cualquiera, uno muy especial. Me levanté de la silla, y
ella, al ver mi intención, también lo hizo. Fue mágico.
— Ya lo creo que fue. Sus ojos brillan más de lo normal, y se le enmarca una
sonrisa única, cuando habla de ella ¿sabía?
— No, realmente no.
— Ahí le dejo el dato.
Ambos terminaron de comer. Felipe estaba pensando acerca de la vivencia que recién
le contó Gerónimo. Se alegraba un montón por él. Más que nadie, merecía una persona así,
única. Reconocía lo que había sufrido, y que llevaba dos años en silencio, cultivando su
sentimiento, ya era hora, de que se dieran sus primeros frutos. Luego lo observó
detenidamente, y vio que cuando Gerónimo se levantó a botar el paquete, le costó hacerlo.
— Le pasa algo en las piernas ¿no?

— Sí, ayer me caí de la cicla.


— ¿Dónde?
— Llegando a mi casa.
— Se le ve mal, debería ir donde Ana, y que le intente hacer una curación.
— No, no es necesario.
— Sí que lo es, no sea terco.
— Deme hasta el almuerzo ¿sí? Donde siga así, le prometo que yo mismo voy y se
lo pido.
— Está bien.
Los dos destaparon sus jugos, y se lo bebieron lentamente.
— Y hoy es el último día juntos en el colegio… —dijo Felipe—
Como una lanza en el pecho, se sintió la noticia. Gerónimo no lo esperaba, en absoluto.
Sabía que había una posibilidad, pues él se lo comentó hace tiempo, pero creyó que se
había quedado en eso, pues no había vuelto a hablar de ello. Gerónimo quedo mudo, sin
palabra alguna. Lo observó por segundos, pero le costó mantenerle la mirada, así que la
bajo, y se dedicó a arrancar pedazos de pasto. Después de unos minutos de silencio,
Gerónimo dijo:

— ¿Se va finalmente?
— Sí, a Estados Unidos.
— Ya veo. ¿Hoy vamos por una pizza? Invitamos a Santiago.
— Si quiere, no le veo problema —respondió Felipe, un poco melancólico—
— Desde cuarto juntos. Lástima no poderme graduar con usted.
— Así es.
— Muchas gracias por todo, Felipe, en verdad. Usted siempre estuvo ahí, firme.
— No fue nada. Aunque prométame algo.
— ¿Qué sería?
— Que va a conquistar a Anita, y dará hasta su último esfuerzo.
— ¿Por qué?
— Yo sé lo que le digo. Esa mujer es única, especial. Veo que todo va por buen
camino, así que no desista estos años. Así yo no esté, siga su causa.
Gerónimo no aguantó la emoción, y lo abrazó, mientras le decía:

— Lo haré.
El timbre sonó, se había acabado el descanso. Era momento de volver al salón, a
presentar la última exposición. Felipe se levantó, y ayudó a Gerónimo a levantarse también,
pues sabía que no le era fácil. Botaron el envase del jugo, y se dirigieron al salón. Allí,
juntaron sus puestos, y revisaron sus presentaciones. Todo estaba en orden, todo estaba
listo. Poco a poco, los demás llegaban. El nerviosismo empezaba a crecer, era el mejor
depredador de Gerónimo. Se acercaba lentamente, y aguardaba el momento para asechar.
Al cabo de unos minutos, llegó Ana. Como siempre, fantástica, con un vestido blanco,
que la hacía parecer un ángel. Con su libreta, y cartuchera, llegó.

— Buenos días muchachos.


Todos se levantaron, Gerónimo un poco después por el dolor de sus piernas, y le
respondieron el saludo, y se volvieron a sentar. Enseguida, Ana preguntó:

— ¿Alguien me hace el favor de traer el proyector de recepción?


Tenía que ser él, no importaba cuanto doliese. Era una oportunidad más, para ganarse
su cariño. Gerónimo respiró profundo, y levantó la mano.

— Gracias, Gero. Qué amable.


Felipe miró a Gerónimo, y le sonrió, él no se dio cuenta, pues estaba agarrando
nuevamente aire para tratar de caminar lo más normal posible. Le funcionó, pero solo hasta
que salió del salón. Después de ahí, nuevamente volvió a cojear. Pero bueno, había
cumplido su objetivo, no alarmar a nadie. Fue hasta la recepción, pensando una y otra vez
en Ana. Se veía tan linda, tan maravillosa. Él también, no en la misma magnitud,
obviamente. Entró a recepción, y pidió el proyector, mientras se lo traían, recordó a Anita
bajar por las escaleras, y encontrársela esas dos mañanas mágicas. Le conmovió, agarró el
proyector, y se volvió a ir al salón. Durante el camino, se acordó de Felipe, le iba a hacer
mucha falta, definitivamente. Tantas vivencias juntos, años enteros de amistad, pero bueno,
tenía la fe de que, sin importar la distancia, iban a seguir en contacto. También se acordó de
la promesa que le hizo, y la iba a cumplir. Daría hasta lo último, para estar con Ana.
Antes de entrar al salón, volvió a agarrar un aire, y así poder caminar lo más normal
durante unos segundos. Alcanzó a entregar el proyector, pero cuando fue hasta su pupitre,
si se notó que algo andaba mal. Ana, como siempre, se percató, pero sabía que no era el
momento para preguntarle. Así que, lo que hizo, fue, dejarlo de últimas en las
presentaciones. Pues ella, durante la ausencia de Gerónimo, les había comentaba que, a
medida que iban presentando, se podían ir a hacer cualquier otra cosa. De esa manera, sabía
que, si dejaba de últimas a Gerónimo, nadie más iba a estar, y le iba a poder preguntar al
respecto.
Gerónimo, apenas supo que iba de últimas, sintió ansiedad, pues era bastante tiempo.
Pero bueno, al menos podría preparar mejor las cosas en su mente, organizar las ideas, y
hacer una buena exposición. No obstante, le pareció raro, no entendía el motivo para ser el
último. Pues él creía que nadie se había dado cuenta de su malestar. Y empezaron a pasar
las presentaciones, una tras otra, se volvía todo más aburrido. Además, Gerónimo veía que,
poco a poco, el salón estaba más vacío. Le costó entender la dinámica, una vez entendió, se
le hizo más extraño lo que había hecho Ana.
¿Quiere estar a solas conmigo? ¿para qué? ¿será más exigente? Fueron algunas de las
cosas que pasaron por su mente. El tiempo pasaba, y se hacía eterno. Presentación, tras
presentación. Un montón de proyectos había visto, y ni se acordaba, solo sabía que unos
eran de artes, otros de psicología, otros del medio ambiente. Gerónimo no prestaba
atención, tenía inquietudes más importantes en la mente. Cuando menos se dio cuenta, no
había nadie. Solo Anita y él.

— Presenta, Gerónimo. Adelante.


— Vale —respondió Gerónimo—
Tomó un aire, se levantó, fue hasta el pupitre de Felipe, sacó el computador, y lo
conectó al proyector. Él había presentado hace rato, y Gerónimo sabía que no había lio en
que lo usara. Abrió el correo, y abrió la presentación. Cuando caminaba hasta el tablero,
cojeó nuevamente.

— Y después de presentar, me vas a decir por qué no puedes caminar bien.


Gerónimo quedó frio, no respondió absolutamente nada. Después de unos segundos
incomodos, empezó a exponer:
— Bueno, el día de hoy voy a exponer mi proyecto de fundamentos de investigación. Este,
gira alrededor de la contaminación hídrica en el rio Bogotá. Es por ello, que la pregunta
problema que se busca resolver, es la siguiente: ¿De qué manera las comunidades
pertenecientes a los municipios localizados en las afueras de Bogotá (Soacha, Chía,
Tocancipá, Sopo y Cota) y que tienen una relación directa con el rio Bogotá, se ven
afectadas por la contaminación hídrica de esta? Ahora, su hipótesis es que las poblaciones
intervienen directamente con esta fuente hídrica, y se pueden ver afectadas en varios
aspectos como la sanidad. Además, debido a la contaminación, no se puede realizar ningún
tipo de actividad productora allí. Con base en esto, se tienen los siguientes objetivos. El
general, es analizar cómo influye la contaminación hídrica sobre el bienestar físico de los
habitantes. Hay dos específicos, el primero, es calcular el nivel de impacto de la
contaminación hídrica del Rio Bogotá en las comunidades poblacionales mencionadas
previamente. Finalmente, el segundo, es evaluar las variables que resultan damnificadas por
la contaminación hídrica.
La principal herramienta que se va a utilizar, para conseguir la información al
respecto, son diferentes tipos de encuestas —vio que Ana estaba escribiendo bastante en su
libreta, le preocupaba por montones, pues no sabía si era bueno, o malo— esto, con el
objetivo de estudiar socialmente a las comunidades, y poder revisar con detenimiento la
influencia de la contaminación sobre ellos. Es por esto, que, en las cosas más relevantes del
presupuesto, que bien se puede observar —apunta al tablero con su dedo índice izquierdo—
está el número de fotocopias que se van a imprimir. Pues es necesario consultar
personalmente con cada familia. De esa manera, la información recibida va a ser más
asertiva. Las otras cosas que tiene el presupuesto, es lo esencial, como un equipo para
recolectar datos, asistentes para abarcar los diferentes puntos programados, entre otras
cosas.
Su presentación continuó durante un tiempo más. Pues tenía que también explicar el
cronograma. A juzgar por la cara de Ana, lo estaba haciendo bastante bien. Gerónimo
trataba de disimular el nerviosismo siempre, aunque era imposible, se trababa bastante al
hablar, y le costaba pronunciar ciertas palabras.
Una vez finalizada la presentación, Anita le dijo:

— En general, me pareció una buena exposición. En el escrito como tal, fuiste


bastante claro, y lo que hizo la presentación, fue quizá aclarar ciertos puntos. No
obstante, sigue existiendo algunas cosas por mejorar. «Nada es tan bueno —
pensó Gerónimo—ojalá no sea mucho». En el caso de los objetivos, pienso que
uno, en particular, el primer específico, los podrías resolver parcialmente usando
la metodología propuesta. Esto se debe, a que tiene un ámbito científico-práctico
también. Pues uno puede evaluar el nivel de impacto, con otras metodologías. El
proyecto busca estudiar las sociedades que tienen contacto con el rio Bogotá, y
ver su influencia. Por tanto, se quedaría corto para cumplir ese objetivo que te
comento. De resto, está bien, pues claramente se pueden hacer unos ajustes al
presupuesto, y al cronograma. Pero bueno, no pasa nada.
— Entiendo, muchas gracias por los apuntes, profesora Ana.
— No es nada. Buen trabajo.
Ana terminó de escribir en su libreta, un par de cosas más. Una vez finalizó, volvió a
mirar a Gerónimo, y le dijo:

— Ven para acá, Gerónimo.


El momento había llegado, no sonaban agradables esas palabras. Era hora de que el
caballero, le dijera a su dama la verdad frente a su vulnerabilidad, y debilidad. Gerónimo no
quería hacerlo, pero no tenía escapatoria alguna. Estaban solos en el salón. Lo estaba
mirando fijamente, él lo sentía, en un inicio, la estaba evitando. Sin embargo, una vez
pasados algunos segundos, la vio, y se acercó lentamente. Tratando de caminar normal,
como si no pasase nada, pero era demasiado tarde. Cuando llegó, Ana le dijo:

— ¿Qué te pasó? ¿por qué estás caminando así?


«No quiero que te preocupes por mí, Anita —pensó en su mente, Gerónimo, mientras
oía las preguntas de Ana— ¿Por qué siempre vives tan pendiente de lo que me pasa?
No sé qué hice, para merecer tanta atención tuya»

— Nada, solo me caí ayer de la bicicleta.


— ¿Estás bien? ¿te hiciste alguna curación?
— Cada vez estoy mejor.
— Camina, vamos a enfermería.
— ¿Cómo?
— Sí, quiero ver tu herida. Pero primero acompáñame a dejar las cosas.
— Está bien… —le respondió Gerónimo, mientras empacaba el computador de
Felipe—
Gerónimo no entendía nada. Pero bueno, no le incomodaba en lo absoluto pasar tiempo
con Anita. Ya había acabado todo, podía dedicarse a seguirla por donde ella quisiese. Al
final, había sido hasta bueno que se haya caído, al menos fue una excusa para pasar un rato
juntos, a solas. Ella adelante, como siempre, y él la seguía, haciendo un esfuerzo enorme
por seguirle el paso. No quería perderla, nunca la iba a querer perder. Pues mujeres como
ella, hay pocas en el mundo.
«¿Serás así con todos los estudiantes, Anita? —volvía a pensar Gerónimo, siguiendo
los pasos de Anita— Tan atenta, tan preocupada, tan linda… ¿o seré la excepción? No lo
sé, realmente, y tampoco quiero preguntarte. Se vería muy raro, definitivamente. Podría
seguirte hasta el final del mundo. Así, cojo, herido, me da igual, estando al lado tuyo, todo
está bien».
Llegaron a recepción, Ana dejó el proyector, y le pidió a Gerónimo que subiese
despacio hasta su oficina. Escalón por escalón, el caballero sentía que su armadura quedaba
en pedazos, era difícil disimular el dolo que estaba sintiendo, en ese momento. Tuvo que
parar unos segundos, para volver a tomar fuerza, y seguir subiendo. Al final, lo logró. Entró
a la oficina, Anita cerró la puerta. Sentía que, en su corazón, los latidos estaban de
concierto. No escuchaba casi su alrededor, era más lo que producía su interior.
— Siéntate en la camilla —le ordenó Anita, mientras guardaba su libreta, y cartuchera

Gerónimo caminó, con más dificultad, hasta la camilla. Subió los dos escalones que
tenía, y se sentó allí. Vio a Anita, y un pequeño suspiro salió, se veía tan linda. Aún no se
creía lo que estaba pasando. Se sentía la persona más afortunada de todo el mundo, estando
con ella, así fuera solo por un momento. Ella volteó su rostro, hacia él, y rápidamente
Gerónimo desvió la mirada. Sentía que se acercaba lentamente. Su corazón no daba más, el
espectáculo de latidos más longevo que había tenido. Existía mucha tensión en el ambiente,
Gerónimo no sabía qué seguiría.

— Bueno, muéstrame la herida —dijo Anita—


— Es en las rodillas, creo.
— Por eso, quítate el pantalón para ver qué puedo hacer.
Su mente quedó en blanco. Se quedó mirándola con timidez.

— Dale, no seas bobo, si quieres no veo —le volvió a decir mientras soltaba una
pequeña risa, y volteaba la mirada—
Gerónimo se desabrochó el cinturón, y se retiró lentamente el pantalón. Le temblaban
las manos, era normal, jamás había estado antes en una situación así. Respiraba lentamente,
era consciente que así su cuerpo se iba a calmar. La miraba, y sonreía en secreto.

— Listo, profesora Anita.


Ana volvió a verlo, y se fijó en sus rodillas. Una estaba medianamente bien, pero la
otra, para nada.

— ¿Con qué rodilla amortiguaste el golpe?


— La izquierda, creo.
— Se nota, está muy mal, Gerónimo. No te echaste nada ¿verdad?
— No.

La cara de Ana estaba cambiando con el paso de los segundos. Pasó de estar feliz,
sonriente, y alegre, a estar enojada. Eso no era bueno, aunque, de cualquier manera, se veía
linda. Gerónimo era fiel admirador de ella. No importa el clima, quien es amante del cielo,
lo verá siempre.

— Toca desinfectarte eso, va a doler, ya te lo adelanto.


«El amor duele —pensaba mientras veía a Ana traer isodine, gasa, esparadrapo y suero
fisiológico— en ocasiones, literalmente»
Primero le lavó la herida con suero fisiológico. Gerónimo, lo único que hacía, era
respirar profundo. Cerró los ojos, y pensaba en que, bajo ninguna circunstancia, iba a
acobardarse. Tenía que ser valiente, actual como tal. Pasados algunos minutos, no sentía
nada, abrió los ojos, y es que Ana ahora le iba aplicar la gasa con isodine. Se venía el
problema realmente serio, sabía el dolor que iba a ser capaz de sentir. Así que, nuevamente,
se alistó para tal. Trataba de llenar su mente de cosas bonitas, no quería imaginarse más el
dolor. Se quedó viendo a Anita, era su fuente de inspiración. La razón por la que sería
capaz de hacer cualquier cosa en el mundo.
— Bueno, ahí voy.
Gerónimo no respondió. Solo respiraba. En cuestión de segundos, sintió la manera en
que sentía su herida arder, y el dolor que eso traía. No podía más, pero tenía que resistir.
Hizo un montón de gestos, menos mal que Ana no lo podía ver. Parecía eterno, no acababa,
y Gerónimo perdía la valentía. Respiraba, cada vez más fuerte. Al cabo de unos minutos,
había terminado. Anita levantó la vista, y soltó una risa tierna. Ya había vuelto a la
normalidad, parecía que el haber hecho a sufrir a Gerónimo le había satisfecho.

— No seas exagerado, Gerónimo —le dijo mientras se seguía riendo, él solo la


miró con ternura, y le respondió con otra risa—
— Espérame un momento, te pongo una gasa limpia.
Y así fue, Anita le terminó colocando otro pedazo de gasa, sostenida con esparadrapo.

— Listo, tu rodilla ya está bien. La otra no tenía nada más que un raspón.
— Gracias, Anita. En verdad.
— A ti, eres un paciente muy juicioso. Ve a almorzar, supongo que tendrás hambre.
— Sí, lo haré. Adiós —le dijo Gerónimo—
— Chao. Nos vemos ahorita —respondió Ana—

Gerónimo se fue, sintió un alivio, aunque seguía cojeando, pero no tanto. Mientras
bajaba las escaleras, empezó a pensar:
«Dijo que nos veíamos ahorita. Es decir, va a estar en el evento —sonrió— la podré
seguir viendo. Ay, Ana, si supieras todo lo que siento cuando estoy contigo. No me importa
nada más en el mundo, son momentos únicos, que siempre quedarán en mi mente».
Salió de recepción, y se dio cuenta que estaban entregando el almuerzo por otra parte.
Supuso que, tocaba comer en los salones, pues estarían preparando el evento en donde
siempre se comía. Miró la extensa fila, y le dio tanta flojera almorzar. Comenzó a caminar
hasta el final. De repente, sintió que alguien lo estaba llamando. Volteó a mirar, y era
Felipe, que estaba con Santiago. Ambos, le dijeron que fuese con ellos.

— Venga, hágase detrás de nosotros.


— ¿En serio?
— Obvio ¿o quiere hacer toda esa fila?
— Qué va, gracias, muchachos. De la que me salvaron.

Los tres recogieron su almuerzo, y se fueron a comer cerca a la cancha. No


necesariamente tenían que estar en los salones, solo importaba que no estuviesen en el lugar
del evento. Hicieron un triángulo, cada uno ocupando un extremo. Los tres mosqueteros,
así se podrían definir. Alejandro Dumas pudo haberse inspirado en ellos perfectamente,
para hacer su obra maestra. “Todos para uno y uno para todos” Es un buen lema ¿no? Así
era la amistad entre estos tres muchachos. Santiago se ganó la amistad de Gerónimo y
Felipe, con su incondicionalidad, y nobleza.

— Es el último almuerzo de los tres, estando en el colegio ¿no? —Felipe comentó



— Sí —respondieron Santiago y Gerónimo—
— ¿Finalmente se va Santiago? — preguntó Gerónimo—
— Así es, a mi hermano lo van a cambiar de colegio, y yo me voy con él.
Después de la respuesta, un silencio los ató. Era el último almuerzo de los tres juntos, y
el último día estando los tres en el colegio. Gerónimo era el único que iba a permanecer, ni
se imaginaba cómo iban a ser los siguientes años sin ellos. Anita, era la única que le
quedaba, y Galo, si todo salía bien.

— Los voy a extrañar, muchachos, en verdad que sí —dijo Gerónimo—


— Yo también, fue un placer —siguió Santiago—
— Ni más faltaba, igual yo. Aunque bueno, Gerónimo queda en buenas manos.
Los tres se rieron. Santiago ya sabía de su amor con Anita, Gerónimo le contó a finales
del año anterior. Tenía razón, no podían dejar a su amigo, con mejor persona que no fuera
Anita.

— Ya lo creo —dijo Santiago— se preocupa bastante por usted ¿no?


— Sí, es verdad, aunque no entiendo por qué.
— Ahí hay algo, siempre se lo he dicho —comentó Felipe—
Terminaron de comer, y los tres llevaron las bandejas hasta la cocina. Después,
siguieron hablando. De todo un poco, como siempre. Algo estaba claro, y es que todos
tenían un pequeño nudo, que no querían desatar. Es difícil decir adiós, y aún más a
amistades verdaderas, que uno sabe que no volverá a encontrar.
Ya casi era la hora del evento. Los tres fueron al salón, a ultimar detalles. Santiago se
fue un momento al baño, Felipe se le acercó a Gerónimo, y le dijo:

— Estaba con Ana ¿no?


— Sí.
— ¿Y eso?
— Me hizo una curación en la herida.
— ¿Le dijo?
— No.
— ¿Entonces?
— Ella se dio cuenta.
— ¿Hay algo que no haga bien ella?
— Todo lo hace bien, es increíble.
— Yo veré.
— ¿Qué?
— Ahorita, lo que hablamos.

Terminaron de alistarse. Gerónimo, se volvió a abotonar la camisa hasta lo más arriba,


se colocó la corbata. Felipe, como siempre, sorprendiendo, pues había traído su colonia en
la maleta. Ambos se echaron, y acabaron peinándose frente a la ventaja del salón, que
mostraba el reflejo de cada uno. Sonó la campana, y era momento. Los tres mosqueteros,
caminaban hacia su última batalla. No tenían más armas, que sus mismos corazones. No era
París, pero el romanticismo iba a abundar esa tarde. Llegaron los tres en fila, y se fueron a
un rincón. Allí, observaban paulatinamente cada persona que llegaba. Después de varios
minutos, se había acabado la espera. Con su vestido blanco, sus botas negras, y su fiel
sonrisa, así llegó Ana. Gerónimo no podía dejar de verla, se veía demasiado linda. Ella se
hizo en el otro rincón, tan distantes estaba el caballero de su dama. Pero no se preocupen,
que eso no quedaría así. Llegó el grupo de música, y empezaron a tocar. A medida que
pasaban las canciones, más personas se animaban a bailar. Felipe, y Santiago, ya habían
caído en las primeras rondas, con compañeras que les llamaban la atención. Gerónimo, por
su lado, seguía esperando el momento adecuado. Hasta que, por fin. Observó que Ana solo
había bailado un par de piezas, y se había quedado sentada desde hace un buen rato ya. Era
momento, no había nada más qué pensar. Oía los compases finales de la canción que estaba
sonando, y empezó a acercarse lentamente. Don Quijote estaba cabalgando hacia Dulcinea
para pedirle la mano, en lo que podría ser la última pista de la noche.
Estaba al frente de ella, el silenció había llegado, pues se había acabado la canción.
Tenía tan solo unos segundos Gerónimo, respiró con suavidad, y le preguntó:

— ¿Quisieras bailar conmigo?


Ana no lo creía. Entre todas las personas que imaginaba que la podían sacar a bailar,
nunca creyó que el estudiante callado y tímido, se fuera atrever a tanto. No le molestó, para
nada. Por el contrario, le respondió con una sonrisa, y enseguida se levantó de la silla.
Gerónimo la agarró de la mano, y fue de los momentos más lindos que había vivido. A
medida que la llevaba, ella le preguntó:

— ¿Si puedes bailar?


— Así no pudiera, lo intentaría, con tan solo bailar contigo.
Perpleja quedó Ana. No se esperaba una respuesta de ese calibre. Fue como una bala,
que penetró en su cálido pecho. La bala del romántico, en quien se estaba convirtiendo
Gerónimo. Por primera vez en su vida, él estaba siguiendo los latidos de su corazón, y no le
prestaba atención a nada más. Felipe, y Santiago, a lo lejos, observaron lo que estaba
sucediendo, y con una mirada entre ellos, sonrieron. Sabían que el objetivo de esa tarde, se
estaba cumpliendo, y era una dicha poder apreciarlo.
Comenzó la canción, era una bachata. Lentamente, Gerónimo colocó su mano derecha
en su espalda, y la izquierda seguía enredada con la mano de Ana. Ojalá ese nudo nunca se
desatara. El corazón de Gerónimo, nuevamente estaba de fiesta. Pero no era el único, el de
Anita también. Ella seguía pensando en las palabras de Gerónimo. Pues mostraban que, en
ese chico, existía un montón de afecto por ella. Con pasos laterales, y una que otra vuelta,
continuaban bailando. Gerónimo no era bueno, pero estaba haciendo su mayor esfuerzo. Le
dolían las rodillas, pero no importaba. Nada importaba en ese preciso instante, solo Ana.

— No lo haces mal —comentó Ana—


— Hago mi mayor esfuerzo —respondió Gerónimo—
Disfrutaron de los últimos segundos de la canción, intercambiando un par de miradas
junto con unas cuantas sonrisas. Un día para no olvidar, definitivamente. Una vez finalizada
la canción, con mucha tristeza, Ana retiró su mano, y se despidió de Gerónimo. Él, se
quedó en el mismo lugar, mudo, solo pudo hacer un gesto de despedida, pues las palabras
no le salían. Lo había logrado, fue mágico. Los mejores minutos de su existencia. Felipe, y
Santiago, llegaron por detrás, y le susurraron:

— Excelente, muy bien.


Gerónimo seguía viendo a Ana, la manera en que se alejaba más, y más. Todo pasó tan
rápido, no se lo creía. Parecía todo un sueño, pero era real, había sucedido. Los tres jóvenes
salieron, y se dirigieron al salón. Una, y otra vez, Gerónimo repetía en su mente, lo que
había acabado de vivir. Estaba en otro mundo, Felipe y Santiago le hablaban, y
simplemente no los oía. Estaba tan enfocado en lo suyo, estaba tan contento, que no tenía
espacio para nadie más, que no fuera Anita y él. Cuando llegó a su pupitre, y revisó en la
maleta, se dio cuenta que todavía seguía la chocolatina que había comprado la tarde
anterior. No sabía si iban a tener dirección de grupo, así que salió nuevamente. La rodilla
izquierda lo limitaba, pero su corazón lo empujaba. Llegó a recepción, subió las escaleras, y
tocó la puerta de su oficina. Ella, desde su escritorio, dijo:

— Pase.
Abrió la puerta, y ahí se encontraba ella. Nuevamente juntos, Gerónimo ya había
perdido la cuenta de las veces que lo habían estado ese día. Un día para nunca olvidar, para
tatuar en el alma. Gerónimo se acercó con una mano detrás, pues ahí tenía su detalle.
— Lo siento, profesora Anita. Solo quería darte esto —mostró su mano izquierda, y
le entregó su chocolatina Kinder Bueno, no merecía menos—
Nuevamente, Anita no esperaba ese detalle. Se acordó de lo que había dicho el día
anterior, creyó que había quedado claro que era una broma. Le conmovió, se levantó, le
recibió la chocolatina, y le dio un fuerte abrazo. Gerónimo solo cerró los ojos, y disfrutó el
momento. A los pocos segundos, se separó de ella, pues sabía que, si se quedaba más
tiempo, se podía mal interpretar.

— Gracias, Gero, no debiste molestarte —le dijo Ana—


— No fue una molestia. Es solo un detalle, para decirte que te agradezco mucho lo
que hiciste.
— Para eso estamos.
Después de ese cruce de palabras, Gerónimo se despidió. Salió de la oficina, y lo único
que hizo Anita, fue mirarlo como nunca antes lo había mirado. La magia no solo se repartió
para un lado, los dos habían sido víctimas de ese hechizo. La mente de Ana, durante toda la
tarde, solo repetía esos encuentros con Gerónimo, y el hecho de recordarlos, la hacía
enormemente feliz.
Llegó al salón, ya no había nadie. Se acercó a su pupitre, agarró su maleta. Reviso su
casillero, no había nada. Se había llevado toda la semana anterior. Se quitó la corbata, y se
desabotonó el botón de la misma. La guardó en la maleta, y se fue. Se le hizo extraño que ni
Santiago, o Felipe, estuvieran. Pero bueno, tampoco era la despedida definitiva. En
vacaciones, se podrían reunir una última vez.
Caminando a su casa, no podía parar de pensar. Su mente se había vuelto esclava de los
recuerdos con Ana. Se le marcaba una sonrisa de manera inconsciente. Absolutamente todo
se le olvidaba, cuando estaba con ella. Amor, amor del bueno. Cruzó la avenida, sin mayor
problema, pasó por la iglesia, como cada tarde, y por primera vez, lo único que hizo fue
sonreírle al cielo. Estaba contento, y nada, ni nadie, lo iba a bajar de la nube en que estaba
montado. La vida son esos momentos, esas vivencias que quedan para la eternidad. Llegó a
su casa. Como siempre, sacó las llaves, agarró la que era con el dedo índice y pulgar. Hizo
la maniobra, y la abrió. Entro, sacó las llaves, y cerró. Dejó la maleta en la sala, y procedió
a entrar al cuarto de Elena. Abrió la puerta con delicadeza. Asomó su rostro, y la vio
durmiendo. Le conmovió un montón, y se alegró que ya estuviese de vuelta. Sin ella en
casa, Gerónimo se sentía la única estrella en el cielo, que no tenía suficiente luz para
iluminar la oscuridad que la rodea, y se sentía devorada por la misma. Pero con ella,
cualquier desavenencia puede ser iluminada.
Se fue a su cuarto, y procedió a quitarse el blazer, y la camisa. Desabrochó el cinturón,
y se quitó el pantalón. Le dolió un poco, pero bueno, no era tanto como en la mañana.
Contempló por segundos la gasa que le puso Anita, se acordó del momento, y sonrió. Los
zapatos, también se los quitó, y se colocó su piyama. Se acostó, y procedió a seguir
recordando. Quedó dormido, a los pocos minutos. Se veía tan contento, que era difícil
creerlo. El poder de Ana, definitivamente. Nada, ni nadie, había logrado llenar de tanta
emoción a este muchacho.
Se levantó dos horas después. Abrió los ojos, y sintió el rugido de su estómago, se
acordó que no había comido nada recién llegó. Así que se levantó, sintió un ligero dolor, y
prosiguió a la cocina. Agarró un paquete de galletas, y se sirvió un vaso de yogurt. Fue a la
mesa, y comió allí. Mientras tanto, revisaba su celular. Una vez finalizó, botó el empaque,
lavó el vaso, y se devolvió a su cuarto. Pasó un momento a la sala, y sacó su diario. Se lo
llevó hasta el cuarto, y lo puso encima del escritorio. A continuación, agarró un esfero, y
empezó a escribir:
“Día inolvidable, por ti 25/Noviembre/2016
Sin palabras, no tengo forma alguna de describir lo que siento. Hoy básicamente fue un
día perfecto, que voy a recordar siempre. Desde un inicio, todo coincidió, pues me fui de
una manera muy particular, pocas veces me has visto en traje, y justo hoy pude presentarte
de esa manera. Además, me disté el privilegio de ser el último, y te pude exponer
personalmente. Espero no haberlo hecho tan mal, sabes que me pongo nervioso cuando
estás tú. No quiero fallarte, nunca lo he querido hacer.
Después, me hiciste una curación, dolorosa, pero no importa, pues estaba contigo.
Traté de ser lo más fuerte, créeme. Aunque al final se notó el dolor que estaba sufriendo.
Hasta te reíste de mí por eso. Pero bueno, haría lo que fuera necesario, para que siempre
sonrieras. Créeme que sí. Al cabo de unas horas, tuvimos la oportunidad de estar en el
evento, y cómo no, me arriesgué, y te saqué a bailar. No sé realmente qué habrá pasado por
tu mente durante esos minutos. Espero que nada malo, creo que no, pues tu cara mostró que
te sorprendió, y gustó la propuesta.
Ay Ana, ojalá yo haya bailado bien, al menos me dijiste que no lo hacía mal, eso ya es
ganancia. Fue mágico, tan mágico, que no podía concentrarme del todo, es difícil no
perderse en tu belleza, en tu encanto, en todo lo que eres. ¿Qué habrás sentido? No lo sé.
Por las miradas, y sonrisas, algo bueno, supongo. Y si no fuera poco lo que ya he escrito, te
busqué al final del día, y te di la chocolatina que me pediste. Sé que fue en broma, pero te
la quería dar. Espero te haya gustado el saber, a mí al menos sí.
Gracias, Anita, por sacarme de la cruda, y asfixiante realidad, y darme un nuevo aire.
Así sean por minutos, me sirve demasiado, no sabes cuánto. Pero bueno, en fin, hoy se
acaba un año escolar, pero ya casi empieza otro. Falta poco, para que sepas lo que te tengo
preparado”.
Después de escribir, se volvió a recostar. Prendió su computador de mesa, quería
distraerse por un rato. Se puso a ver Naruto un rato, le gustaba bastante. Reflexionaba
bastante respecto al personaje principal. Alguien que vivió en soledad, que no tuvo a sus
papás para crecer, sino que tuvo que hacerse su propio camino, en compañía de las
personas que iban apareciendo con el transcurso del tiempo. Se sentía bastante identificado.
Una vez vio un par de capítulos, quiso volver al escritorio. Allí, escribió la siguiente
estrofa, debajo de lo que había hecho tiempo atrás.
“Quisiera invitarte a bailar,
en la pista de mi vida,
que seamos víctimas del azar,
y nos enamoremos día a día”.

“En el juego de miradas,


siempre sales victoriosa,
pues con tus tiernos ojos,
destapas cualquier cerrojo”
Los leyó nuevamente, le gustaron. Cerró su diario, y siguió viendo Naruto por unas
horas más. Al cabo de un tiempo, nuevamente se cansó, y se fue acostó. Aunque esta vez, le
fue complejo difícil dormir. Su papá no le había escrito en todo el día, lo cual era raro.
Puede que no le haya pasado nada, pero esto evocó que lo sintiera más lejos de lo normal.
Pequeñas lagrimas escurrieron de su rostro. Tenía que ser fuerte de cualquier manera, así
que se las limpió, e intentó dormir. Ese segundo intento, sí salió.
Capítulo III

Al cabo de dos años, un poco menos, desde ese último día mágico. Gerónimo se
encontraba en once, este tiempo no habría sido nada fácil para él, pues tuvo que enfrentar la
soledad en la misma institución. Sus amigos, efectivamente se habían ido. Y en su curso,
con nadie compartía, bueno, con una persona, pero jamás confío del todo en ella, pues no le
daba muy buena espina. Sabía, en el fondo, que era de esos individuos que caminan con
una máscara, que en cualquier momento se puede quitar, y desvanecerse al instante.
No obstante, por cosas de la vida, le tocó hacer un proyecto junto a esta persona, era
uno de los requisitos para graduarse. Este, se basaba en el medio ambiente, pues Gerónimo
seguía creyendo que iba a estudiar algo relacionado con este campo. Y, justo en el día en
nos encontramos, tenían una feria en el parque principal. En este evento, se iban a exponer,
y sustentar, los proyectos involucrados en el P.R.A.E del colegio. Entre ellos, estaba el de
Gerónimo.
Gerónimo se levantó un poco más tarde de lo usual, pues la feria empezaba hasta las
ocho de la mañana, y no tenía clase, ya que era un día dedicado a los profesores de la
institución. Sin embargo, tenía que llegar antes, para alistar todas las cosas que se iban a
poner en el puesto del mismo evento. Apagó la alarma del celular, y se dirigió al baño. Se
contempló en el espejo por segundos, y dijo:

— Supongo que toca afeitarme, es un día importante.


Se echó la crema de afeitar, y enseguida agarró la cuchilla. Comenzó a afeitarse con
delicadeza, pues no quería cortarse por nada del mundo. Pasaba la maquina tres veces, la
golpeaba contra el lavabo, y nuevamente la pasaba. Ese era el ciclo, el cual duró un buen
rato. Lo había conseguido, pero tenía en el rostro bastante espuma, así que decidió bañarse
de inmediato. Volvió al cuarto por su altavoz, y celular. Colocó la canción: Bedless. Se
quitó el piyama, y procedió a ducharse. Sentir el agua caliente siempre era un placer, era la
mejor forma de empezar el día. Aunque claro, se sabía que afuera lo iba a invadir un frio
terrible, capaz de hacerlo temblar. Después de unos minutos, salió de la ducha, se puso la
toalla, y llevó sus cosas nuevamente al cuarto. No sabía qué ponerse, abrió el armario, y al
final optó por irse parcialmente formal. Un saco negro, que tenía un cuello interesante,
acompañado de una camisa oscura, un pantalón negro, y unos zapatos negros. ¡Todo de
negro! Se parecía al cielo de esa mañana. Eran grandes las probabilidades de que lloviera.
Por esa razón, decidió apurarse un poco más, pues no quería mojarse.
Se colocó la ropa, y se fue a la cocina. Elena le había preparado unos huevos revueltos
con salchicha, perfecto. Acompañados de un jugo de naranja, y una picada de fruta.
Gerónimo empezó a comer, mientras veía su celular. No había nada nuevo en sus redes
sociales, así que optó por ver videos de cualquier cosa, solo quería distraerse mientras
terminaba su desayuno. Una vez finalizó, llevó los platos a la cocina. Se dirigió al cuarto,
miró su escritorio, y estaban los siete cuadernos que conformaban su diario. Sabía que no
iba a estar ningún estudiante, además de sus compañeros expositores, y que Ana
probablemente estuviera libre. Era una buena oportunidad para entregárselos, eran finales
de octubre, y una ocasión bajo las condiciones nombradas, iba a ser muy difícil de
conseguir después. Ya que se aproximaban exámenes finales, recuperaciones, las
presentaciones de los proyectos, un montón de cosas.
Después de reflexionar durante algunos minutos, decidió empacarlos, igual no perdía
nada. No tenía que llevar nada más, al fin y al cabo, pues los carteles los llevaba su
compañero. Antes de partir, se dirigió al baño, se bañó los dientes y, no podía faltar, se
peinó con su crema. Se puso la maleta, y agarró su bicicleta. Se despidió de Elena, y ella,
como siempre, le dio la bendición. Empezó a montar su cicla, y a pedalear lo más rápido
que podía, pues sabía que, en cualquier momento, la lluvia podía aparecer de repente. Pasó
en frente de la papelería de, y en sus vidrios, se puso observar por escasos segundos, sonrió,
pues parecía el caballero de la noche. La oscuridad lo había invadido, aunque fuera
únicamente en su ropa. Pasó por la iglesia, y como siempre, vio al cielo un momento. María
seguía presente en su corazón, y era el momento del día en donde le mandaba un beso al
más allá. Aunque, cuando el cielo está negro, no se sabe si llegue. Continuó su camino,
cruzando la avenida, y solo podía pensar en el caso que le diera los cuadernos ¿qué le diría?
¿cómo se lo justificaría? No sabía qué hacer, y eso le producía cierta ansiedad. ¿Era
necesario aguardar hasta que se acabara completamente el año? No quería, realmente, pues
le apetecía más bien, que, para final de año, ya hubiera leído gran parte de sus escritos, y
comprendiera los sentimientos que tenía por ella, y así, pudiera deliberar en darle una
oportunidad, o no. Así que, con el paso de los minutos, estaba más seguro que ese día, iba a
contener el momento que llevaba esperando desde que estaba en séptimo. Llegó al colegio,
y pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer, no pintaba muy bonita la mañana, no sabía
realmente siquiera si se iba a poder llevar a cabo el evento. Pero le daba igual, él tenía un
objetivo más allá.
Entró al colegio, y llevó su cicla al sitio donde colocaban las demás. La estacionó, y se
dirigió al salón. Apuró el paso, cada vez eran más las gotas que caían desde el cielo. A lo
lejos, se veían luces fugaces, de seguro eran rayos. Cuando llegó al salón, vio que nadie
había llegado. Se sentó en el pupitre, estaba aburrido. Empezó a mover la pierna derecha,
no sabía qué hacer. Los minutos pasaban, se acordó de que cuando llegó, estaba el carro del
rector. Es decir, que Anita ya estaba. Por algunos minutos, en su mente pasaban los
siguientes pensamientos:
«¿Será que voy? O se verá muy intenso. No lo sé».
Después de deliberar, decidió ir. Se llevó su maleta, sabía que ahí se encontraba su
tesoro más preciado, y no lo iba a dejar en cualquier lado. Nuevamente, caminó debajo de
la lluvia, sentía la manera en que su peinado se desboronaba. Ya qué, llegó a recepción, y
subió a la oficina de Ana. Estaba ahí, frente a la puerta, no sabía todavía qué hacer. Le
sudaban un poco las manos, y estaba bastante mojado, le dio pena. Pensó en devolverse,
estaba a punto de bajare las escaleras, luego pensó en lo que les había prometido a Felipe, y
Santiago, hace dos años. No iba a dejar que el miedo lo atormentara más. Así que devolvió,
tomó un leve respiro, y tocó la puerta. No oyó nada, al parecer, no había nadie. Todo lo que
pensó, para que terminase así. Empezó a bajar escalón por escalón, con la mirada baja. Se
iba a tener que mojar más. Cuando de repente, se encuentra con alguien de frente. Alzó su
mirada, y paulatinamente, se aseguraba que era ella. Lo confirmó cuando vio su pelo rojo,
no lo podía creer. Se quedó mirándola, Anita también, y le sonrío. Después, le dijo:

— Hola, Gerónimo. Qué madrugador ¿qué hacías arriba?


Gerónimo no supo qué responder al instante, se quedó pensando por algunos
milisegundos. Esto, porque no quería parecer intenso. Tenía que responder, ya se estaba
poniendo incomoda la situación. Así que, optó por la sinceridad, no había más.

— Hola, Anita… emm, quería saber si estabas ahí.


— ¿Ah sí? ¿y eso?
— Quería hablar contigo ¿te incomoda?
— Para nada. Ven, vamos a la oficina.

Anita tomó la delantera, Gerónimo simplemente la siguió. Había salido bien, no lo


creía, pero bueno, ahí iba. Ella abrió la puerta, él siguió, y terminó cerrando la misma. Ana,
como siempre, estaba linda, tenía un abrigo negro, acompañado de un pantalón del mismo
tono. Ambos se habían vestido igual ¿casualidad? No lo sé. Ana se sentó al frente de su
escritorio, Gerónimo también. Estaban los dos, solos. Se asomó por la venta, y solo veía
que cada vez llovía más y más. Eso quería decir, que iban a estar un buen rato ahí.
Gerónimo estaba muy emocionado, pues sabía que tenía también su regalo en la maleta,
que dejo al pie de él.

— ¿Te alcanzaste a mojar verdad? —preguntó Ana—


— Sí, creo que se nota un poco —le respondió, con una risa— ¿no?
— Tienes razón.
Gerónimo no sabía qué hacer, ni qué decir. Era muy malo creando conversaciones,
sabía que estaba quedando mal, pero no se le ocurría nada. Empezó a mirar a su alrededor,
desviaba la mirada constantemente, esperaba un milagro, una idea, o algo. Cuando de
repente, observa que ella saca su celular. «Se está aburriendo un montón, definitivamente»,
fue lo único que pensó. Al cabo de unos segundos, Ana lo miró, y le preguntó:

— Deberías darme tu número de celular.


Gerónimo la miró, intentó disimular los nervios, y simplemente respondió:

— ¿Para qué?
— No sé, estar en contacto. Ya casi te gradúas.
Se sintió conmovido, querido. Algo lindo había entre ellos, definitivamente.

— Claro, ya te lo paso.
Una vez le dio su número, se comenzaron a escribir:
-Hola Nico.
-Hola.
-Cambia de foto por favor.
Ese mensaje lo sintió como un golpe bajo. No era una foto mala, bueno, sí, tenía un
filtro raro, junto a una mirada extraña. Tenía razón, aunque le pareció raro, porque para
decirle eso, se debió haber fijado mucho entonces en él. Eso le motivó a seguirle el hilo.
-Bueno.
-Se puso una foto más linda. Se la había tomado un sábado en la tarde, en su cuarto.
Después de llegar al pre-icfes, un curso que estaba haciendo por aquella época. Tenía
un saco gris, y una camina a blanco y negro. Se le veía la oscuridad de sus ojos, puede que
eso haya sido el detalle que más le gusto a Anita, pues apenas la cambió, le escribió:
-Esa está mejor, me gusta.
Gerónimo alzó la mirada del celular, y le sonrió. Ella también lo hizo, se rieron. Se
veían tan lindos, no existen palabras para definir la conexión que existe entre los dos. Se
entendían muy bien, sin un claro por qué. Tenían una afinidad única, siempre que
compartían un momento de este tipo, disfrutaban al máximo entre risas, miradas e incluso
silencios. Ninguno quería irse, ojalá que lloviera todo el día. Así tenían excusa para estar
juntos. Gerónimo miró su maleta, no sabía qué momento era adecuado para darle su detalle.

— Bueno, finalmente ¿qué vas a estudiar? —preguntó Ana—


— No lo sé. Durante mucho tiempo creí que ingeniería ambiental, pero ando
dudando.
— ¿Con qué otra?
— Filosofía.
Ana sonrió, y comentó:

— Me gusta, podríamos ser colegas.


— Es verdad —respondió Gerónimo con una risa— sería lindo.
— Claro que sí. ¿Por qué quisieras estudiarla?
— Además de que me gusta leer, y escribir. Se me hace interesante el estudio
reflexivo que hace frente absolutamente todo. No se especifica en un solo
campo, sino que, por lo contrario, cuestiona y propone en muchos ámbitos.
— Es verdad. Aunque no sea práctica.
— Lo sé, pero bueno, digamos que ese no es mi fin. También entiendo los
riesgos… sin embargo, no sé, prefiero estudiar lo que me gusta por pasión, a
algo por un motivo económico.
— Sí, está bien que tengas claro las ventajas, y desventajas. Pero bien, Gero, suenas
motivado, e interesado. No fue algo repentino.
— No lo ha sido, digamos que he tenido una relación con la filosofía lenta, pero
bonita. Tuve los primeros acercamientos desde que estaba en séptimo, y poco a
poco me fui interesando, y encariñando más. A pesar de que no entendía todo,
me esforzaba por hacerlo, y era raro, porque casi ninguna materia me motivaba a
eso.
— Pocas ¿no? pero entre esas estuvieron siempre las mías —dijo riéndose—
— Claramente. Por eso siempre traté de ser lo más comprometido, y responsable.
— Es verdad. Podías participar más, pero no hacía falta, se notaba que pensabas las
cosas antes de decirlas.
— Sí. No me gusta equivocarme.
— Ojo con eso, debes aprender a manejar la frustración. Será importante el día de
mañana.
— Ya lo creo, me cuesta, bastante.
— Lo entiendo, es normal.
— Galo siempre dice que, gracias a él, tienes pensado estudiar eso.
— En parte sí, confío en mí, y siempre me motivó. Desde años pasados lo ha
venido haciendo. Encima, en este año, me dio la oportunidad de ir al congreso
en La Sabana. Realmente fue única la experiencia.
Para Ana, era un placer poder conversar con Gerónimo. A pesar de su buena relación
todo este tiempo, de cierta manera, lo sentía distanciado. Le alegraba ver que, poco a poco,
se acercaba más ella, y se abría en todos los sentidos.

— Ya lo creo. Debió ser un momento lleno de emociones.


— Lo fue, no esperaba quedar entre los mejores. Aunque resalto que hice un buen
ensayo. Le coloqué el mayor de los esfuerzos. Leí varias veces el texto en que
tocaba basarse, y lo hice bien, al parecer.
— No lo dudo.
— Sí, fue algo loco. Pero bueno, ya hablamos mucho de ti. Cuéntame más de ti,
Anita.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Por qué estudiaste biología?
— La verdad no lo tenía muy claro, me gustaba bastante la música, pero era difícil
salir adelante. La ciencia siempre me gustó, y digamos que vi un fin, que era el
colegio. Incluso mi papá me motivó para ello.
— Me gusta.
— ¿En serio?
— Sí, me parece que eres muy buena, y se te nota la pasión.
Nuevamente, la conmovió

— Me alegra que se refleje mi interés por el campo, y por la misma enseñanza.


— ¡Claro que sí! De las mejores profesoras. Ojalá hubiera podido tener más clases
contigo.
El corazón de Anita se arrugaba, no se imaginó la posibilidad de que Gerónimo le
dijera todo eso. El caballero estaba enamorando a su dama, a su manera, discreta, indirecta,
pero muy eficiente. Gerónimo sabía que tenía que involucrarse, para luego hacer su paso
final, que se encontraba en ese detalle que bien sabemos.

— Ojalá yo hubiera tenido la oportunidad de tenerte en más clases.


— ¿Por qué?
— Lo que te decía, eres un estudiante único. Puede que, a lo lejos, parezcas un
poco apático, pero cuando uno se acerca, y te va conociendo, se encuentra con
algo totalmente distinto.
— ¿Con qué se encuentra?
— Con un muchacho reservado e inteligente, que persevera ante las adversidades, y
siempre trata de dar lo mejor de sí.
— Supongo que sí. Somos únicos en nuestros roles ¿no?
— Sí, creo así es.
Lastimosamente, la lluvia empezaba a desvanecerse, y un tierno sol asomaba. Al
parecer, sí iba tocar ir a la feria, y eso a ninguno de los dos les gustaba, más en ese preciso
instante. Los dos estaban empezando a tirar, y aflojar, similar a un juego. En donde ambos
se empezaban a involucrar fuertemente en el otro, denotando los sentimientos que existían
por ambas partes.

— Ya casi está escampando —dijo Ana—


— Es verdad.
— Ve preparando las cosas, supongo que ya casi nos vamos.
Gerónimo no quería ir, bajó la mirada un momento. Había perdido todas las ganas de
exponer, solo le apetecía estar con Ana. A los pocos segundos, recordó que era su
obligación, y tocaba cumplir.

— Sí, ya lo creo. Aunque bueno, no hay mucho qué preparar, el otro integrante del
proyecto trae las cosas.
— Entiendo, pues vamos bajando al carro. Las otras personas que van a exponer, no
han llegado, así que supongo que llegarán allá.
— Dale.
Gerónimo sonrió, pues iba a tener la oportunidad de seguir estando con Ana, a solas.
Estaba pensando en qué preguntarle. Agarró su maleta, y empezó a bajar las escaleras junto
a ella. La veía a lo lejos, era tan linda. Estaba haciendo las cosas bien, tuvieron una
conversación distinta, linda. Se sentía cómoda, pues Gerónimo se fijaba constantemente, y
se le iluminaban los ojos de vez en cuando. Reía constantemente, y seguía la conversación
también.
Mientras Ana terminaba de cuadrar unas cosas, él la esperó afuera, cerca al carro.
Empezó a vagar por su mente:
«Ay, Ana. Me ganaste el corazón pidiéndome el número. Jamás pensé, que fueses a
hacer algo así. Siempre me sorprendes, para bien. ¿Será para mantener la amistad? Ya lo
creo, pero también tengo el presentimiento que puede ser porque te gusto, y quieres
mantener el contacto. No lo sé, es difícil, puede que este enloqueciendo. No entendería, en
el caso que fuese así, qué te haya atraído. Hoy me di cuenta que soy bastante aburrido, y no
sé ni cómo iniciar una conversación. Pero bueno, algo habrá, pues no me has dejado de
hablar desde años atrás. Y cada año, te reinventas, y haces algo lindo por mí. ¿Harás lo
mismo con todos los estudiantes? No lo creo».
Anita salió de recepción, se fijó en ella. Le hizo una seña para que entrase en el lugar
del copiloto. Así fue, ya estaban los dos en el carro. Gerónimo se sentía la persona más
afortunada, de poder compartir tanto con ella. Ana encendió el carro, y empezó a manejar.
Al cabo de unos minutos de silencio, Gerónimo le preguntó:

— ¿Y si no llegan?
— Me escribes, y te recojo.
— Qué linda eres.
— ¿Eh? Gracias.
— No. Es decir, en ese sentido también, pero en lo que haces por mí —dijo Gerónimo,
mientras se ponía rojo, y nervioso—
— Lo sé, lo sé —le dijo mientras se reía—
«Ya tardaba en embarrarla» —pensó Gerónimo—

— Démosles una hora. Mientras tanto, supongo que podrás ver las exposiciones que
ya están ahí. Puede que aprendas algo bueno ¿no es así?
— Ya lo creo. Es verdad. ¿Te vas? ¿no te da pesar dejarme solo? —le preguntó, con
una carcajada—
— Claro que sí. Pero no me puedo quedar, tengo que terminar unas cosas. Hoy mi
papá no fue al colegio, entonces me toca estar a cargo de un montón de casos.
— ¿Por eso no estaba en la mañana? Pasé por la oficina, y no lo oí, ni nada.
— Exactamente, hoy me tocó ir al colegio sola, y devolverme también. Pero bueno, el
caso, igual sabes que estoy súper pendiente a pesar de lo que tenga que hacer.
— Como siempre —dijo en voz baja Gerónimo—
— ¿Eh? No te escuché.
— Nada.
— Dime —exclamó Ana—
— No fue nada, créeme.
— Vale.

Ya habían llegado al parque. Seguía lloviendo, pero era momento de irse. El caballero
tenía que enfrentar un nuevo desafío, sin su querida dama. Pero bueno, ella iba a estar
pendiente de cualquier cosa.

— Me escribes, Gerónimo.
— Sí señora. Nos vemos. Muchas gracias.
— ¿Por?
— Por todo.
— No es nada, siempre con el mayor gusto.

Gerónimo agarró su maleta, e iba a salir del carro. Anita lo agarró de la mano, y le dijo:

— ¿Te llevas la maleta? Déjala, no va a pasar nada.


Gerónimo la miró, contempló que lo había tomado de la mano. Fue lindo, sabía que en
su maleta tenía el tesoro más lindo, pero confiaba en que ella no lo iba a abrir. Así que la
soltó, y la dejo en su puesto. Abrió la puerta, salió y, antes de cerrarla nuevamente, le dijo:

— Anita, eres única, definitivamente.


Después de decirle eso. Gerónimo cerró la puerta, y siguió su camino. Ana se dedicó a
mirarlo, y mientras regresaba al colegio en el carro, solo podía pensar en él. El don del
romántico, dirían por ahí.
Gerónimo se estaba mojando. La lluvia no se había ido del todo, estaba indecisa, como
él. Contempló a su alrededor, y solo veía un montón de carpas blancas, y un montón de
personas. No pintaba muy bien. Pero bueno, no tenía nada qué hacer. Esperar un milagro, y
si no llegaba nadie, volver con Anita. Apenas habían pasado unos minutos desde su
despedida, y ya le hacía falta. Era increíble lo que sentía cada vez que ella estaba cerca. Un
sentimiento único, inigualable.
Empezó a caminar hacia el puesto que más le llamó la atención. Había demasiados, así
que al menos se podía entretener un rato. Escuchó atentamente, mientras sentía cómo cada
gota caía en su cuerpo. Era molesto, pero después de unas cuantas, ya le daba igual.
Pensaba en Anita, en si ya habría llegado. No se quería quedar con la duda, deliberó en
escribirle, o no. Después de un rato, optó por hacerlo.
-Anita ¿ya llegaste? ¿todo bien?
Se quedó viendo el celular. No aparecía el “en línea”, así que supuso que estaría
ocupada. Trató de seguirle el hilo a la exposición, pero ya se había distraído demasiado. Así
que prosiguió a la siguiente. Minutos después, le sonó el celular, era ella. Le había puesto
como contacto: “Anita”. ¿Cómo le puso ella a Gerónimo? No se sabe.
-Sí, Gero. Gracias por preguntar ¿cómo vas?
Gerónimo no sabía si responder de inmediato, puede que se viera muy intenso. Al
final, nuevamente le dio el gusto a su deseo, y le escribió de una.
-Bien, estoy pasando por cada proyecto. Aún no ha llegado nadie.
-Vale. Ya sabes, si no llega nadie, me avisas. Tampoco la idea es que te quedes allá sin
hacer nada.
-Dale.
-Confiésame.
- ¿Qué?
- Lo que dijiste en voz baja. A mí no me engañas.
Gerónimo pensó un minuto, en si era óptimo decirle. La verdad es que pensaba
demasiado antes de escribir. Aunque, no importa muchas veces la deliberación, en la gran
mayoría de veces se opta por lo que quiere el sujeto. Así había hecho hasta el momento, y
no lo iba a dejar de hacer.
-“Como siempre” eso dije.
- ¿Cómo siempre qué?
-Me dijiste antes, que ibas a estar súper pendiente de mí. Yo respondí “como siempre”
pues lo has sido desde años atrás.
- Tienes razón. ¿Por qué será?
- No lo sé, deberías decírmelo tú.
- Yo tampoco lo sé, es raro.
- Raro, pero cálido ¿no?
- Sí, algo así ¿cómo sabes?
- Me sucede algo igual.
Ana no supo qué responder, sabía que no podía seguir con la conversación. Tenía que
trabajar, así que simplemente se despidió, y le volvió a recordar que le comentara si
llegaban sus compañeros. Se quedó mirando el celular, y releyó la conversación. Su
corazón empezaba a latir, de a pocos, en sincronía con el de Gerónimo.
Gerónimo seguía ahí, pasaba por cada exposición. Ya se estaba aburriendo, y seguía
lloviendo. No tanto, pero lo suficiente para incomodar. Vio que Anita se había despedido.
No era malo, ni bueno. Supuso que estaba haciendo lo mejor, tenía que empezar a decirle
discretamente, lo que sentía, y lo estaba consiguiendo hacer. Pasaba el tiempo, y ninguno
de sus compañeros llegaba. Tampoco escribía. Ya solo le faltaba ver unos cuantos
proyectos. El tiempo pasaba rápido, al menos. Paró de llover, en definitiva, por fin.
Mientras escuchaba a unos expositores, empezó a pensar:
«¿Cómo le voy a dar el regalo? Necesito un empaque, que se vea especial. Darle los
cuadernos, así, sin más, sería muy cutre. Es un trabajo demasiado lindo, y merece lo mejor.
Pero ¿Dónde y cuándo consigo uno? Puede ser de camino al colegio. Aunque Ana me dijo
que le avisara si no llegaba nadie, para recogerme. Si me ve el empaque ¿cómo se lo
justifico?».
Empezó a detallar su alrededor, y se dio cuenta que un puesto estaba vendiendo bolsas
reciclables. Se acercó, y compró una. Ese sería el medio para ocultar la sorpresa. Luego de
tenerla, siguió pensando:
«¿Voy ya o más tarde? No creo que lleguen los otros, la verdad. Pero aún me faltan dos
proyectos. Escuchémoslos rápido, luego me encargo de lo otro».
Gerónimo terminó de escuchar los proyectos. En general, le pareció bastante
interesante. No fue en vano, pues aprendió cosas, que podía incluso llegar a aplicar a su
proyecto. Ahora sí, se dirigió a una tienda de regalos, con el objetivo de comprar un
empaque. Cruzó la avenida, y lentamente se dirigió a la más cercana. Tenía frio, pero ya se
estaba calentando. Entró a la tienda, y le preguntó al ayudante sobre una caja para empacar.
Le mostraron varias, pero solo una le encantó. Era completamente roja, y tenía un listón del
mismo color. Le acordó tanto al pelo de Ana, le encantó apenas la vio, y claramente, se la
llevo. No sabía qué más podía meterle, además de los libros. Pensó en darle chocolatinas
similares a las de hace unos años. A juzgar por el rostro que hizo, parecía que le gustaban
un montón. Y, finalmente, le aconsejaron en la misma tienda, que le podía echar unas bolas
pequeñas de icopor, para que no se viese tan vacía la caja. Aceptó, sacó la billetera del
bolsillo, agarró un par de billetes, y pagó.
Agarró el celular, y le escribió a Anita:
- Nadie llegó, y ya acabé de ver todas las exposiciones.
Siguió su camino, mientras tanto. No sabía si le iba a responder, así que prosiguió
hacia el colegio. Cruzó la avenida nuevamente, y vio que poco a poco, volvían a caer las
gotas de lluvia. Tuvo que apresurarse, revisó el celular varias veces, no hubo respuesta por
parte de Ana. Ahora sí, estaba solo. Lo único que le preocupaba era lo que había comprado.
Por nada del mundo, se podía mojar, lo cubrió de la mejor manera posible. Llegó al colegio,
después de un rato, se dirigió rápidamente al salón, y guardo la caja en el casillero. Al final
se había salvado de que alguien le hubiera preguntado. Hasta cierto punto, había sido bueno
que Ana no hubiera respondido. Ahora sí, no sabía qué hacer, pues no estaba planeado que
llegase tan pronto, y que nadie más fuera. Revisó el celular una última vez, nada que
respondía Ana. Su última vez en línea, había sido hace horas, eso quería decir que
probablemente estuviera en una reunión, o algo similar.
Se acordó que, como le iba a entregar todo ese día, no iba a poder escribir en la tarde
en su casa. Es decir, tenía que hacerlo ya, así que abrió el último cuaderno, pasó lentamente
las hojas, hasta la página que correspondía a ese día.
“Llegamos al final, 24/Octubre/2018
Esta idea, que nació de mi mente hace cuatro años, ha llegado a su fin el día de hoy.
Espero que hayas disfrutado cada día, cada nota, cada poema, absolutamente todo. Creo
que, a partir de hoy, me verás con ojos distintos, pues sabrás por fin lo que siento por ti.
Además, podrás contemplar la manera en que, día tras día, mis sentimientos fueron
desarrollándose por ti. Pues esto no es cuestión de días, semanas, o meses, han sido años
cultivando mi amor.
Además, aquí te estoy entregando una parte importante de mí. Plasmando mi día a día,
podrás ver la manera en que he vivido durante este tiempo, así dejaré de ser tan misterioso,
y pasaré a ser alguien que reconozcas, sepas su historia, y no sé, puede que algo te guste.
Para no hacer quedar mal la dinámica, trataré de narrar el día de hoy.
Una feria fue el motivo principal para ir al colegio, pues era una responsabilidad
exponer el proyecto en que he venido trabajando dentro de la misma. Acompañado de la
lluvia, llegué al colegio, no había nadie, y no sabía qué hacer. Así que me dirigí donde
siempre encuentro dirección, en ti. Por esa razón, fue que te busqué. No estabas en tu
oficina, así que bajé las escaleras y te encontré. No sabes lo que sentí al verte, no creí que
estuvieras ahí. Como siempre, me robaste una sonrisa, y bueno, luego pudimos compartir
durante un largo rato.
Estábamos en tu oficina, y no sabía qué decir, no soy muy bueno empezando, ni
desarrollando conversaciones. Sin embargo, estabas tú, que tomaste la iniciativa, y me
hablabas. Como siempre, con mucha curiosidad, y emoción. Una de las cosas que más me
llama la atención, fue que me pidieses el número de celular. Tampoco me lo esperaba, pero
bueno, me agradaba un montón la idea de tenerte en mis contactos, y poderte hablar en
cualquier momento, sin importar donde estemos. Te lo di, un poco nervioso. ¿Quieres
permanecer en contacto conmigo únicamente? ¿o tenían una intención más allá? Quisiera la
segunda, realmente. Sé que es casi imposible, pero tengo la corazonada de que algo en mi
te haya llamado la atención, así sea en lo más mínimo.
Durante todo este tiempo, he tratado de recolectar vestigios. Entre ellos, están algunos
momentos especiales que hemos vivido, y que se lograron gracias al afecto que hay entre
ambos. Noveno fue el año donde más nos encariñamos, pues en tu clase me pude
desenvolver, y mostrar todo lo que aprendía día tras día, gracias a ti. Pues, como te lo dije
hoy, eres una maravillosa profesora, pero también persona, no hay que olvidarlo. Además,
hay varios episodios, el baile que tuvimos, la ayuda que me brindaste en el emanen, uno
que otro detalle que tuve contigo.
La prueba más importante de que, hay algo, son todas las miradas, sonrisas, y risas que
hemos compartido. Ambos sabemos que son únicas, y que traen consigo un montón de
amor. No me voy a enrolar más, voy a ser claro, y directo. Es lo menos que puedo hacer en
la última página de este proyecto. Siempre ando con metáforas, analogías, pero no será así.
Ana, me gustas un montón, me atraes como nada más en la vida. Día tras día, solo puedo
enamorarme más de ti. Han sido cuatro años en donde me dediqué a contemplarte,
observarte, y me di cuenta que eras una maravilla, una mujer espectacular.
Sé que es muy loco, y también que es poco probable que me des una oportunidad. Pero
quería intentarlo, no tenía nada que perder, al fin y al cabo. Soy consciente que soy muy
poco, que apenas tengo dieciséis años, que, a comparación tuya, soy un completo ignorante.
No obstante, lo que te digo, tengo el presentimiento que hay algo en tu corazón, que has
cultivado especialmente para mí.
Espero robarte un montón de suspiros, con este detalle. Que me vuelva tu centro de
atención, y solo puedas pensar en mí. Vas a pensar que soy un rarito, pues son como mil
quinientas páginas, mil quinientos días. Lo sé, estoy loco, pero por ti, créeme que sí. Sin
más que decir, me despido. Te quiero un montón, Anita, y quiero que me des una
oportunidad, una cita, el chance de ser algo más que tu estudiante.
Y si no quieres, está bien, entendería por qué”.
Sabía que no podía hacer un poema, pues tenía que ser claro, y directo, como lo decía
en el escrito. Esa página, era especial, pues estaba confesando su amor. Quería dejarlo así,
tal cual. Para finiquitar, colocó su firma en la esquina inferior derecha. No sabía realmente
qué iba a pasar, era consciente de lo difícil que era, pero tocaba al menos intentarlo.
Releyó lo que escribió, y recordó una clase con Galo, en que vieron a Kierkegaard. En
esta, se dedicaron a explicar una parte de Diario de un seductor, maravillosa obra, en
definitiva. Gerónimo se dirigió a su casillero, y agarró su cuaderno de filosofía, para ver
puntualmente la cita que abarcaron. Una vez la encontró, leyó en voz alta:
“Pero Cordelia no debe sentirse obligada por mi causa, hacia mí, en nada, pues es
preciso que sea libre, ya que solamente en la libertad está clamor, tan sólo en la libertad
reside el eterno pasar de las horas felices. Aunque la tenga fuertemente en mi dominio,
aunque me esfuerzo para llevarla al punto en que gravita atraída hacia mí, ella deberá caer
en mis brazos, por lo menos aparentemente, como movida por un impulse natural”.
Su última carta reflejaba perfectamente ese pensamiento, pues en ningún momento
la obliga a ser parte de su amor. Incluso, en los últimos renglones, Gerónimo aclaraba que
existía la posibilidad que no quisiese, y no había nada de malo en ello. El amor es libre, es
lo único realmente libre. Gerónimo podía estar muy enamorado, pero de ninguna manera
iba a atarla. Ana, si en alguna parte de su corazón existía algo de amor, iba a caminar con él
por voluntad propia. Suspiró, y guardó su cuaderno. Después de tanto pensar, se sintió
triste, pues este ejercicio del diario, lo había acompañado por mucho tiempo. Parte de sus
motivaciones, era llegar hasta ese día, y lo había conseguido. No podía creer que haya
podido escribir tanto. El mejor detalle que le podía dar a alguien.
Le dio por revisar su y, efectivamente, Ana le había contestado:
- Gerónimo ¿Dónde estás? Disculpa, estaba en una reunión, y se alargó un
montón. En cualquier caso, ven al colegio.
Gerónimo no contestó al instante, agarró el cuaderno, y lo puso con los otros seis.
Suspiró al verlos todos, ahí, estaban cuatro años de su vida. Se dirigió al casillero, agarró la
caja de regalo que compró, la destapó, colocó los cuadernos en orden cronológico
descendente. Así, el primero que viese, correspondía al dos mil catorce, y el último, el más
reciente. De esa manera, se podía ver el crecimiento de los sentimientos, que era su
objetivo. Vio que, efectivamente sobraba bastante espacio, así que empezó a rellenarlo con
las bolas pequeñas de icopor. A los lados, finalmente, colocó un par de chocolatinas que le
había comprado. Estaba listo, solo faltaba volver a taparlo, y amarrarlo con su respectivo
lazo. Con suavidad, hizo el nudo, era el regalo más lindo que le había hecho a alguien.
Nadie lo merecía, más que su Ana, su dama, su inspiración, su motor.
Dejó el regalo en su casillero. Antes de dejarlo, revisó que efectivamente todo
estuviera bien. Así fue. Agarró su celular, y le respondió a Ana:
- Hola, Anita. Sí, eso supuse, estoy en el salón, aproveché el tiempo y terminé
unas cosas para la próxima semana.
- Súper, si quieres pasa por tu almuerzo.
- Ok.
Gerónimo se quedó viendo el celular, no dijo nada sobre almorzar juntos. Supuso
que seguía ocupada, y le iba a tocar almorzar solo. Pocas cosas no cambian en toda la vida
de alguien, y en el caso de Gerónimo, la soledad siempre iba a estar junto a él. Desde
pequeño, la hora del almuerzo era una tortura, pues no tenía a nadie con quien almorzar.
Años después, el panorama seguía igual. Empezó a caminar hacia el restaurante, seguía
lloviznando. Debajo de la lluvia, empezó a pensar un montón de cosas. Entre esas, su
futuro, no sabía realmente qué iba a hacer, ni qué estudiar. Pues, a pesar de que la filosofía
se estaba volviendo su elección, aun dudaba de si era la correcta. Además, durante años se
dedicó a llenarle la cabeza a su papá de que iba a ser un ingeniero ambiental. No sabía si, al
cambiar de elección, lo iba a juzgar, o decir algo. Lo último que quería era darle un dolor
de cabeza más, ya estaba bastante enfermo como para seguirle aumentando las
preocupaciones. Gerónimo tenía un montón de dudas en la cabeza, no sabía tampoco si su
papá iba a mejorar. La realidad era triste, cruda, María se fue hace tiempo, y ahora Saúl
parecía que también se iba a ir. Pensó por un momento que eso sucediera, y su corazón
rompió, y unas lágrimas salieron de su rostro. Por nada del mundo, quería que lo
abandonara su papá.
Lo único bueno de que estuviera lloviendo, es que las lágrimas se camuflan. Llegó
al restaurante, y recogió su almuerzo, se hizo en una esquina. Allí estaba, solo. Empezó a
comer, mientras seguía pensando un montón de cosas más. La tristeza estaba tocando a la
puerta y, sin querer, la había dejado pasar. Era muy intensa, jamás se rendía, y terminaba
consiguiendo su objetivo. Con cada mordisco, la comida cada vez perdía más su sabor. Con
cada suspiro, respirar cada vez lo ahogaba más. Con cada pensamiento, la vida cada vez
perdía más su sentido. No es exagerado, la situación estaba bastante difícil. Junto a María,
no solo se fueron un montón de sentimientos, y emociones, parte de la estabilidad
económica también se fue. Aunque la verdad, mientras Saúl trabajó en Yopal, no se notaba
tanto, pero una vez se acabó el proyecto, y le tocó comenzar a trabajar en prácticamente
cualquier cosa, las cosas se estaban poniendo costa arriba. Por eso Gerónimo tenía muchas
dudas, no quería cambiarse de carrera, quería escoger bien, pues sabía que su papá iba a
hacer el mayor esfuerzo para darle la oportunidad. Pero primero se tenía que mejorar, eso
ya se lo había dicho Gerónimo alguna vez. Si era necesario que durante el primer año
después de graduado, trabajara para ayudar a la situación, lo iba a hacer. Lo único que
quería Gerónimo, aparte de la oportunidad de Anita, era que su papá estuviera mejor. Le
entristecía verlo en ese estado, llegar a su casa siempre era un duelo, no soportaba verlo tan
decaído. Siempre Saúl estuvo para Gerónimo, pero ahora era Gerónimo quien tenía que
estar para él. Dispuesto a hacer cualquier cosa para que estuviera mejor.
Terminó de almorzar. Se levantó de la mesa, y dejó la bandeja. No sabía qué hacer,
supuestamente ya se podría ir, pero no quería. Tenía primero que hacerle llegar el regalo a
Ana, no le importaba nada más. Empezó a caminar, dirigiéndose al salón. Cuando de
repente, pasó al lado del carro en donde se fue con Anita en la mañana. Se acercó a la
ventana, y vio que su maleta seguía ahí. Esa era su excusa. Rápidamente, sacó su celular, y
le escribió:
- Anita ¿podrías abrir el carro un momento? Para sacar mi maleta, me tengo que
ir.
Lo último, se lo agregó para que viese que es urgente. Y funcionó, al instante, le
respondió:
- Sí, claro. Pasa por mi oficina, y en mi maleta, en el bolsillo más pequeño, están
ahí las llaves del carro. No puedo ir personalmente, sabes bien que te
acompañaría.
- No te preocupes.
«¡Perfecto» —fue lo que pensó—
Todo se le estaba dando. Fue a su salón, recogió el regalo, y lo colocó en la bolsa
reciclable que había comprado. Caminó a recepción, subió las escaleras, y abrió la puerta
de la oficina de Ana. No había nadie, se dirigió a su escritorio, agarró su maleta, y buscó en
el bolsillo más pequeño que tenía. Efectivamente, ahí estaban las llaves del carro. Las
agarró, y cerró el bolsillo. Salió de la oficina. Llegó al carro, y abrió la puerta del copiloto,
sacó su maleta, y puso su regalo. Volvió a cerrar la puerta, y colocó el seguro. Subió a dejar
las llaves, había dejado la puerta de la oficina abierta, sin querer, pero bueno, no pasaba
nada. Fue a la maleta, abrió el bolsillo, y le dejó las llaves. Se iba a ir, sin más, pero se le
ocurrió una buena idea. Vio que Ana, en su escritorio, tenía hojitas de recordatorio. Agarró
una, sacó su cartuchera, y escribió con el esfero: “Espero te guste, fue con mucho cariño.
Atentamente, tu estudiante preferido”
Cerro el bolsillo, agarró su maleta, junto a la bolsa reciclada, y se fue de allí. Ahora
sí, cerrando la puerta. Bajó las escaleras, mientras sacó su celular, y le escribió:
- Listo, Anita. Deje las llaves en el mismo lugar. Pasa un lindo día, gracias por
todo.
Caminó hacia la salida del colegio, timbró, y alguien le abrió la puerta para que
saliese. Así fue, había parado de llover, pero no se confiaba Gerónimo, sabía que en
cualquier momento nuevamente gotas iban a caer de los cielos. A los pocos minutos de
salir, su celular vibró, era ella, que le había respondido.
- A ti, Gerónimo. Disculpa por no haberme despedido, en verdad que surgieron
bastantes cosas, y he estado ocupada. Pasa también un buen día, y cuídate
mucho.
Gerónimo no respondió, no sabía qué responder, básicamente. Así que siguió su
camino, cruzó la avenida, atravesó la iglesia. Y llegó a su casa, sacó las llaves de su maleta,
hizo la maniobra de siempre con el dedo índice, y pulgar, y abrió su puerta. Entró, y la
cerró nuevamente. Saludó a Elena, estaba en la cocina. Dejó la maleta, y se fue a su cuarto.
Se quitó los zapatos, y se acostó. Se quedó pensando un buen rato, sobre qué pensaría Ana
una vez viera el detalle. Después de unos minutos, pensó en escribirle. Pero no sabía qué,
así que simplemente le puso:
- Espero lo disfrutes, Anita.
Apenas envió el mensaje, sintió un alivio. El caballero le había confesado su amor a
la dama, y solamente quedaba esperar si era bien recibido, o no. Tenía muchos nervios, y
sabía que pronto no iba a recibir una respuesta, pues Ana había tenido un día ocupado, y
puede que sea hasta la noche cuando tenga el tiempo de fijarse en el regalo. Así que,
angustiarse, o esperar una respuesta pronto, era absurdo. Por tanto, simplemente cerró los
ojos, e intentó dormir. Lo logró, después de estar varios minutos intentándolo, moviendo la
cabeza, pero lo más importante, pensando y pensando. Ahí quedó, totalmente profundo.
Con la ansiedad de que sonara su celular.
Después de varias horas, se despertó, efectivamente, todavía no había respuesta.
Tenía hambre, así que se fue a la cocina. Allí, cogió un paquete de galletas, no tenía sed, así
que se fue sin más. Se sentó al frente de su computador, y empezó a trabajar. Tenía que
adelantar algunas cosas para la siguiente semana. Tecleando, y tecleando, pero pensando en
lo que estaría haciendo Anita, en lo que podría estar pensando. Poco a poco, la ansiedad
crecía más. Pero no había nada qué hacer, más allá del mensaje que escribió. Minutos
después, su celular empezó a sonar, con mucha emoción lo vio, era su papá. Contestó, y
duraron hablando un tiempo largo. Colgó, y siguió trabajando. Se alegró de haber oído a su
papá, y que ya poco a poco estuviese mejor. Tal como el árbol, nunca hay que olvidar las
raíces, pues gracias a ellas los minerales, y el agua se transportan y le permiten crecer.
Al cabo de un tiempo, ya se había hecho de noche. Elena tocó la puerta, Gerónimo
volteó a ver, y le trajo un sándwich, eso era lo mejor que estuviera ella, además de su
inmensa compañía. Que, a pesar de que no compartieran muchos diálogos, siempre estaba
ahí, y se sentía su presencia en toda la casa. Terminó de trabajar, y de comer, ya era tarde.
Agarró el plato, y lo llevó a la cocina, vio a Elena dormida en su cuarto, y siguió derecho.
En la cocina, lavó el mismo plato, y procedió a volver a su cuarto. Se cambió la ropa, y se
colocó su pijama. Apagó la luz, y procedió a dormirse. Así, sin más. A los pocos minutos,
timbró su celular, con mucha dificultad, debido a que ya se había quitado las gafas, trató de
leerlo. Era Anita, que le había escrito:
“Gracias, Gero. No me esperaba semejante detalle. Definitivamente, eres alguien
especial, en todos los sentidos. Pasa una linda noche, disculpa por escribirte tan tarde. Sigo
sin palabras. Te mando un beso, adiós”. Gerónimo, con una sonrisa de enamorado, se
durmió.
Así pasaron varias semanas. Desde ese día, las cosas habían cambiado radicalmente.
Afortunadamente, para bien. La magia se había multiplicado, y las miradas se volvían con
el transcurso de los días, más penetrantes, más atracadoras. Ambos se transformaban
cuando se veían en el colegio. Se les iluminaban los ojos cada vez que pasaba el otro al
frente de su rostro. En silencio, y con pequeños gestos, crecieron sus sentimientos durante
las siguientes semanas. Se escribían cada vez más, con más cariño, con más entusiasmo e
interés. A medida que Ana leía la colección completa de diarios de Gerónimo, sentía más
cosas por él. Pues, en definitiva, la había sorprendido, y el contenido que se encontraba día
tras día, aún más. No creía que detrás de ese chico tímido, apático, y poco sociable, se
escondiera un individuo maravilloso. No por su perfección, o por su exceso de virtudes,
sino por su humildad, nobleza, y heroísmo.
Y, de esa manera, continuó durante un buen tiempo. Sin embargo, todavía
Gerónimo no se atrevía a pedirle una cita. No obstante, poco a poco, tenía más la voluntad
de pedirlo. Quería esperar a que terminara el año, que Ana también se desocupara, y así
poder compartir sin ningún afán. Pasó un mes y medio, y por fin había llegado el día.
Gerónimo ya se había graduado, y viajado por varias ciudades con su familia. Y Ana, por
otro lado, había terminado gran parte de sus labores en las dos empresas que trabajaba.
Un catorce de diciembre, Gerónimo se encontraba en Montería, estaba con su
familia en el hotel. Era de noche, había pasado todo el día en una isla, sin señal, ni nada.
Apenas llegó, agarró el celular, y abrió la conversación, pues le había hecho una falta
enorme. A los pocos segundos, abrió el chat con Ana, y recibió un mensaje de ella:
- ¡Gero! ¿cómo estás? ¿cómo te fue hoy?
- Hola tú, bien ¿y a ti? ¿más productivo tu día con mi ausencia?
- ¡Bien! Hoy no fui a trabajar y me puse a hacer vueltas de unos trámites.
- ¿De qué?
- Te cuento después.
- Oki.
- ¿Sabes? Estuve tentada a escribirte, pero pues imaginé que estabas disfrutando
de tu viaje y no quise molestarte.
- ¡Al final caíste en la tentación!
- Jajaja sí, pero bueno, no te molesto más entonces.
- ¡Jamás molestas! Antes, se me hizo extraño el día sin estas conversaciones tan
únicas.
- Me pasó igual.
- Ya te vuelves más importante en mi día a día.
- Ay no, hice una cara de tonta al leer ese mensaje. Parece que tú también te has
vuelto…
- Ya somos dos… yo también te quería escribir, pero no quise molestar.
- Pues menos mal alguien tiene la iniciativa. Siéntete afortunado.
- ¿Acaso no eres así con todos?
- Para nada.
- Bueno, ¡qué afortunado soy!
- Es que tú eres de esas personas buenas que a uno le inspira demostrar las cosas
así no más sin pensarlo mucho.
- Eres muy linda, definitivamente.
- Contigo me desconozco ¿sabías?
- ¿Por qué?
- Pues porque soy demasiado afectuosa contigo, y te demuestro un montón de
cosas que no haría con nadie.
- Las cosas del amor ¿no?
- Sí, tienes razón.
- Admítelo, te robo hasta los suspiros.
- ¿Lo dices porque te ves reflejado en mí?
- ¿A qué te refieres?
- Pues sí, tú eres el que suspira cada vez que aparece en tu pantalla “Hola Gero,
¿cómo estás?”
- En cierta medida, sí. Me causas algo lindo y extraño. Tal cual te lo dije tiempo
atrás, solo que cada vez, es menos extraño, pues estoy seguro que es amor.
- ¿Sientes amor por mí?
- Un montón, Anita. No sabes cuánto te pienso, cuanto te extraño…
- Claro que lo sé, en tus escritos se refleja.
- ¿Ya los terminaste?
- Ya casi, me falta el de este año.
- ¡Súper! ¿Qué tal? ¿qué te han hecho sentir?
- Pues un montón de amor por ti, Gero.
- Anita…
- Cuéntame.
- ¿Quisieras salir conmigo?
El corazón de Gerónimo empezó a latir más fuerte. Había llegado el momento, era
la oportunidad para empezar a escribir con tinta real lo que alguna vez escribía, y soñaba en
su mente. Ana, al ver el mensaje, también sintió su corazón más agitado. Los dos se
pusieron nerviosos. Pero bueno, al final, contestó:
- Sí, claro ¿Cuándo?
A Gerónimo se le marcó una sonrisa en todo su rostro. Lo había conseguido, estaba
viviendo uno de los momentos más emotivos de su vida. Desde hace cuatro años, se
propuso, al menos, conseguir una oportunidad con la chica de sus sueños. Y lo había
conseguido. El esfuerzo, y las ganas, estaban produciendo frutos. El peón, había
conseguido el primer paso para llegar a ser rey.
- Yo llego el dieciséis. Si puedes, y quieres, ¿el diecisiete?
Gerónimo se quedó viendo la pantalla, y Anita también. Los dos, se sonrojaron, y
sintieron que su amor los iba acercando un poco más. Ana, procedió a revisar su agenda, en
donde colocaba las cosas más importantes que, día tras día, debía hacer. Se dio cuenta que,
el día después, no tenía gran cosa qué hacer. Así que, colocó:
“Cita con Gerónimo”.
Lo encerró con un corazón. Después, cogió con delicadeza su celular, abrió el chat
con Gerónimo, y empezó a teclear:
- Sí, puedo. ¿Te parece si nos vemos en la estación que queda cerca de mi
apartamento?
Gerónimo se quedó pensando. No sabía ni qué estación era, ni cómo llegar. Pero
daba igual, algo se iba a inventar. Además, podía preguntar ¿no?
- ¡Claro! ¿te parece vernos tipo diez?
Ana, antes de responder afirmativamente. Pensó en algo qué hacer, y efectivamente,
se le ocurrió. Fue en cuestión de minutos, que se imaginó el plan perfecto para estar con
Gerónimo.
- Sí, dale.
- Se me hará eterna la espera, Anita.
- A mí también, créeme que sí.
Siguieron hablando por un rato más. El par de enamorados podía durar horas enteras
pegadas al celular. No les importaba el tiempo, ni nada. Solo querían estar con esa persona.
Después de un rato, ambos se despidieron, y se fueron a dormir con una sonrisa. No podían
de la emoción. Los nervios empezaban a comerlos, a los dos. Gerónimo daba vueltas
enteras, se dedicó a releer la conversación. No lo creía, ahora sí, lo había conseguido.
Recordó a Felipe, la promesa que le había hecho cuando se fue. Lo consiguió. Siguió su
amor, su corazón, y contra todo pronóstico, obtuvo su oportunidad. Siempre fiel a sus
principios, y a sus ideas. Independientemente lo que pasara el diecisiete, Gerónimo ya había
ganado. A través de su esfuerzo, se reflejaron los resultados. Su lucha contra las
adversidades, fue la clave. Pues cuando más hundido estaba, fue cuando con más esfuerzo
siguió su objetivo. Parte del éxito, estuvo en su detalle, pues fue la manera por la que le
mostró a Ana lo que sentía. Cualquiera puede hacer una carta, escribir bonito, o hacer algo
así. Pero pocos, se atreven a describir su día a día, con tanta rigurosidad. Pocos, son
capaces de mostrar la crueldad, y el aburrimiento de su vida diaria. Pero, más allá de eso,
Gerónimo describía la manera en que su amor por ella, le daba color a lo que carecía de
tonalidad.
Gerónimo se levantó a las dos de la madrugada, del día siguiente. No podía dormir,
su mente no lo dejaba en paz. Ahora su cabeza era una máquina de pensamientos
completamente desenfrenada. Tenía muchas emociones revueltas. Los próximos días, se le
iban a ser eternos. Lo único que le apetecía era estar con Ana, y compartir juntos, su
primera cita. Con una sonrisa de enamorado, volvió a dormir. Y así se mantuvo durante los
días siguientes, hasta el diecisiete.
Ese día, se levantó a las seis de la mañana. Lo primero que hizo, además de
colocarse sus gafas, fue agarrar el celular, y hablar con Ana.
- ¡Hola!
- Geroooo. Dios ¿por qué te levantas tan temprano?
Gerónimo sonrió. Le gustaba el entusiasmo con el que lo saludaba.
- Bien conoces la respuesta. ¿Cómo vas?
- Bien, voy a poner juiciosa a hacer el desayuno.
- Bueno, no te molesto más.
- Tú nunca me molestas, me estás ayudando a tomar impulso para salir de la
cama.
Gerónimo quería ser coqueto, pero sutilmente. Pensó por unos segundos.
- Ay ¿por qué eres siempre lo primero que pienso?
- Porque me he vuelto importante en tu vida. Lo digo porque me pasa lo mismo.
- Siempre traté de ser, bueno, no sé. La mejor versión de mí solo para tus ojos.
- Pues algo bueno habrás hecho. En sí, ser tú.
- Aunque en un principio fuera sin intención de más. Pero al final resultó siendo
clave para bueno, tú sabes
- Me encanta como terminas las frases con un "tú sabes"
- Y a mí me encantas tú.
La bala del romántico, tan inesperada, como penetrante.
- Ayyy, Gero.
- Lo siento, no puedo contener más la verdad.
- Tan exagerado.
- Piénsame un ratico, más bien.
- ¿Sabes que llevo pensándote toda la noche? Bueno, y todo el día de ayer, y parte
de la mañana.
- Me alegra que lo hagas, linda.
- Creo que voy a hacer un lindo día.
- ¡Eso espero!
- Ya sé qué vamos a hacer.
- ¿Qué?
- ¡Es sorpresa! Solo te digo que menos mal está haciendo sol.
- No aumentes mi ansiedad.
- ¿Más? Ya de por sí eres ansioso. ¿Si lo había dicho?
- Unas cuantas veces.
Dejaron hasta ahí la conversación, pues ya se les estaba haciendo tarde. Gerónimo,
por su parte, se levantó. Y se dirigió al armario, no sabía qué colocarse. Contempló cada
prenda que tenía a disposición. Al final, optó por un pantalón negro, una camisa a blanco y
negro, y un saco gris. No estaba nada mal. Después de colocar todo en la cama, se dirigió a
al patio, por su toalla, y después al baño. Como siempre, con su altavoz, y celular. Ese día,
era uno especial, así que colocó una de sus canciones favoritas: Bulletproof Love. Un amor
a prueba de balas ¿será este parte de ese grupo? Sacó su cuchilla, y empezó a afeitarse una
vez se pasó la espuma por su rostro. Haciendo el ciclo de siempre, restregada, restregada, y
luego golpear para quitar los pelos de la misma máquina. Una, y otra vez, lo hizo. Minutos
después, se quitó la ropa, y entró a la ducha. Como cada mañana, le fascinaba sentir el agua
caliente recorrer cada parte de su cuerpo. Pero luego, cuando salió de esta. Como cada
mañana, le atormentaba el frio que lo atacaba. Recogió sus cosas, y se colocó la toalla. En
su cuarto, Elena, como siempre, con su tierna y dulce sonrisa, capaz de alegrar hasta la
misma tristeza, lo acogió. Le preparó su desayuno, y se lo comió Gerónimo. A medida que
pasaban los minutos, los nervios crecían. Creía que estaba en una nube, pues no se creía
realmente que, finalmente, háyase llegado el día. Terminó de desayunar. Eran las ocho y
pico, tenía que apresurarse. Quedaron de verse a las diez. Así que rápidamente pasó
nuevamente al baño. Se peinó, arrastrando con el peine cada parte de su pelo. Su crema de
peinar, era su mejor arma en ese momento. Después, agarró su loción, y se la esparció
detrás de las orejas, y en ambas muñecas. Para finalizar, Gerónimo se puso un reloj que
recién había comprado, con los ahorros de unos meses. Rara vez lo utilizaba, solo en
momentos especiales, y ese día no era la excepción. El caballero estaba listo para
conquistar, en definitiva, a su dama. Tenía su armadura reluciente, y completa. Solo le
faltaba algo, su maleta. Se dirigió a la sola, y con suavidad la agarró, sacó su botilito de
agua, y lo rellenó en el botellón. Ahora sí, estaba listo.
– Chao, abuelita.
– ¿Se va, mijo? —preguntó Elena—
– Sí señora, voy a salir con… Santiago.
– Está bien ¿le tengo almuerzo?
– No señora, yo creo que me tardo.
– Listo, que Dios lo bendiga.
– Gracias, abuela.
Gerónimo se despidió con un beso, abrió la puerta, y salió de su hogar. Los nervios
seguían comiéndolo, poco a poco. Empezó a caminar, sereno, no sabía si escribirle a Ana.
Al final no lo hizo, pues pensó que podía parecer muy intenso. Pasó por el parque y, como
era usual, miró al cielo. Se quedó quieto unos segundos, cerró los ojos, y oró por María
unos minutos. El sol se dejó ver un poco más inmediatamente. Era una señal de que, ella
había recibido el mensaje. Con una sonrisa, terminó la oración Gerónimo. Siguió su
camino, no tenía que cruzar la avenida, sino esperar el bus. Así fue, miró el reloj, todo iba
en orden. A los pocos minutos, una flota de color naranja con amarillo, pasó. Con un poco
de esfuerzo, se fijó en el cartes cerca al conductor, decía “Portal 80”. Esa era, extendió su
brazo, como el navegante que extiende la bandera para que le identifiquen. Paró el bus, y se
subió. Adentro, revisó el bus en pocos segundos, y ubicó una silla para una persona, en la
esquina izquierda, se sentó, con suma delicadeza, como todo lo que hacía. Abrió su maleta,
sacó sus audífonos, los conectó a su celular, y se puso a escuchar música. El trayecto se iba
a tardar un rato, así que no había nada mejor que enrollarse en las cobijas del a música.
Contempló por la ventana, había trancón, así que, con más ganas, siguió escuchando las
canciones reproducidas. Cerró los ojos, y su mente le dio cuerda a un montón de recuerdos.
Todos, junto a Ana. Sus sonrisas, y miradas en clase, sus conversaciones en las mañanas,
sus abrazos de despedida. Con un pequeño suspiro, reaccionó ante toda esa emoción.
Quedó dormido, el caballero estaba retomando fuerzas, pues sabía que ese día, tenía su
batalla más difícil. El amor, siempre había sido su inspiración, pero también su mayor
desafío. Pues para vencerlo, toca establecer un duelo consigo mismo. El cual, había
superado, y en parte fue la clave para estar ahí. Si Gerónimo hubiera continuado en el
sendero del sufrimiento, la tristeza, y la apatía, no estaría en ese contexto. Su máximo
logro, fue desafiar su amor, y haberlo hecho trascender. Sus textos, son fiel reflejo de esto,
pues prácticamente nadie, llevaría tan lejos sus sentimientos.
Se despertó, apenas iba en la mitad del camino. Los minutos pasaban, y no perdonaban.
No sabía qué hacer, así que pensó en escribirle un poema. Revisó si traía algo, y
efectivamente, trajo consigo una libreta, que había guardado días atrás para una cosa que le
tocaba hacer, junto a un esfero, que siempre dejaba por si acaso. Sacó ambas cosas, pasó su
dedo por su boca, y lo untó de saliva, pasó algunas páginas, y empezó a escribir:

“Diecisiete de diciembre, una fecha sin olvido;


el pequeño peón, llegó al final del tablero,
y tiene la oportunidad, de cambiar su sendero,
ser rey, de la reina Ana, su más fiel objetivo”.
Seguía estancado, el bus casi no se movía. No quería caer en pánico, así que se
enfocó en construir otra estrofa.

“Con un par de estrofas,


que desenvuelven crudos versos,
este caballero busca la mano de Ana,
y le propone una historia sin final”
Gerónimo seguía atrapado en las arenas movedizas del tráfico. No contaba con que
fuera tanto, realmente. Revisaba el celular constantemente, creyendo que iba a poder
modificar la velocidad del tiempo. No tenía sentido, ya era un hecho, iba tarde. Trataba de
mantener la calma, aun cuando era prácticamente imposible. A través de respiraciones
profundas, y largas, controlaba sus pulsaciones, y así, petrificar sus pensamientos. Algo así,
diría Freud. Los minutos pasaban, y sabía que cada vez era más probable que Ana le
escribiera. No sabía qué responderle en cualquier caso hipotético que pasaba adentro de su
mente.
Después de quince minutos, sintió la vibración de su celular. El mundo, se le cayó
por algunos milisegundos, sintió que su corazón había dejado de latir, y su mente de pensar.
Al cabo de otro milisegundo, había vuelto a la normalidad, parcialmente. El nerviosismo, y
la ansiedad, todavía seguían haciendo parte de la orquesta de fondo. Retiró temblando el
celular de su bolsillo, y con lentitud leyó el mensaje que había llegado.
- Papi, ¿cómo vas?
Su rostro se encogió, y su cuerpo descansó, no lo podía creer. Juraba plenamente en
que Ana había sido la causa de la vibración de su celular, al fin y al cabo, ya lo era de su
corazón. No respondió al instante, pues no sabía cómo se sentía. Lo único, es que parecía
que sus emociones se hubieran puesto de acuerdo en actuar al mismo tiempo, y en
intervalos tan cortos. Era una combinación extraña lo que estaba afectando a Gerónimo.
Quería salir corriendo, y no ir, pues temía de qué algo malo pasase, pero se moría de ganas
de verla, y pasar un tiempo a su lado, pues era lo que había soñado durante varios años.
Definitivamente, no estaba muy estable emocionalmente Gerónimo. Es normal, al fin y al
cabo, es amor. Cerró los ojos, no quería estresarse más. Efectivamente lo consiguió, por
medio del sueño. El cual, se desapareció una vez sintió nuevamente el temblor de su
celular. Con rabia lo prendió, pues sabía que era probablemente era su papá insistiendo en
que respondiera la pregunta, para comprobar que todo estuviera bien. Prendió el celular, y
ya iba a escribir la respuesta que se le he había ocurrido en esos escasos segundos, cuando
detalla en el nombre de quien había enviado el mensaje, no aparecía el “Papá” que se
esperaba. Sino que, por lo contrario, se podía leer claramente “Anita”. Una vez se percató
de ello, nuevamente sus emociones empezaron a bailar con diferentes ritmos, que eran
totalmente cambiantes, y hasta cierto punto, estresantes. Gerónimo no sabía lo qué le
pasaba, nadie le había comentado que esos eran algunos síntomas del enamoramiento.
Estaba solo en la batalla, el caballero tenía que ser capaz de encararse a sí mismo. No es un
rival fácil, ni mucho menos. Pues en ninguna batalla se puede presentar la ocasión en que
ambos rivales se conozcan tanto, ya que eso no permitiría que existiese un fin. Pues, ambas
partes, en ese caso, sabrían la manera precisa de actuar, ante cualquier ataque de su
oponente, y también eran conscientes de que, al contrario, también eso ocurría. Es decir,
existe una relación bicondicional entre los dos lados.
Bajó un poco la mirada, y leyó lo que le había escrito:
- ¿Cómo vas?
No sabía qué escribir, pero algo se le debía ocurrir, pues ella seguía en línea.
Después de unos cuantos segundos, movió sus dedos, y respondió:
- Bien, pues normal. Ahí vamos.
Se quedó viendo el celular, con el objetivo de ver la respuesta de Ana. Al poco
tiempo, llegó:
- Me alegra. Me tardo un poco, mi papá me pidió el favor de que le ayudase a
solucionar unas cosas.
Un alivio inmenso empezó a sentir. Habían sido minutos de alta tensión,
nuevamente respiraba con tranquilidad.
- No hay problema, yo también voy un poco tarde por el trancón.
- ¡Listo! Nos vemos en un ratico. Ya sabes cómo llegar ¿no?
La verdad es que no se acordaba muy bien. Sin embargo, no iba a pedirle que le
recordase, pensaba que se iba a ver mal.
- Sí, no te preocupes.
- Ok, te voy avisando.
- Listo.
Ya casi llegaba a su primera parada. Gerónimo se dedicaba a ver por la ventana, las
diferentes cosas que lo rodeaban. Desde siempre, había tenido una enorme admiración por
el mundo, y nunca había caido en las manos de la cotidianidad. Se asombraba siempre,
como un niño. Tenía un espíritu de científico, a pesar de su pasión por las humanidades.
Observaba con detalle los carros que lo rodeaban, las vías en que transitaba, la claridad del
cielo, las montañas que se encontraban al fondo de todo. Quería escribir, pero no podía,
pues en escasos minutos tenía que bajarse. Efectivamente, así fue, al cabo de unos minutos,
el bus había llegado al Portal 80. Guardó absolutamente todo en la maleta, se levantó,
agarró su billetera, y sacó el dinero del pasaje. Se dio cuenta que tenía la tarjeta del
Transmilenio. Se alegró, pues era el siguiente medio de transporte que iba a tener que usar
para proseguir con su viaje.
Se bajó del bus con delicadeza. Miró a su alrededor, y recordó las veces en que
había estado ahí con su papá, acompañándolo siempre a hacer sus cosas. Incluso, se acordó
que hace muchos años, Saúl le decía a Gerónimo que pasase por debajo de los torniquetes,
para ahorrarse un pasaje. Eran tiempos difíciles. Sacó la tarjeta, y la pasó por la máquina,
no tenía suficiente saldo, así que optó por hacer la fila en la taquilla. A medida que
avanzaba, trataba de sacar el dinero con que la iba a recargar de manera disimulada. Bogotá
era, y sigue siendo, peligrosa. Se debe tener bastante cuidado con las cosas, pues siempre
hay personas que están pendientes de cualquier tipo de descuidado, y aprovecharse de ello.
Era otra de las tantas cosas que le decía su papá siempre que salían.
Por fin llegó su turno, le entregó a la persona encargada un total de cuatro mil pesos,
pues sabía que de vuelta iba a tener que hacer la misma ruta, no había otro modo. Los pasó,
junto a su tarjeta. Una vez se la devolvieron, fue a los torniquetes, pasó por encima la
tarjeta, entró a la estación, y guardó nuevamente la tarjeta. Prosiguió, tenía que llegar a otra
estación de Transmilenio, cuyo nombre era “Carrera 47”. Trató de recordar lo que le había
dicho Ana días previos, respecto a qué Transmilenio escoger. Pasaron algunos minutos, y
Gerónimo no había logrado recordar la información. No tenía más remedio que pedir
ayuda, el problema era ¿A quien?. No quería escribirle a Ana propiamente, pues sabía que
iba a quedar mal, a sus lados, tampoco se encontraba algún funcionario que le pudiese
colaborar. Siguió pensando, y recordó que tenía nuevamente datos móviles en su celular,
así que buscó por internet. Trató de hacerse en un lugar sin mucha gente, pues sabía que en
medio de la multitud, era más probable que le quitasen el celular. Lo encendió, y con
rapidez lo buscó. Sabía que cada segundo contaba, así que se apresuró, y buscó en el menor
tiempo posible el Transmilenio que lo podía llevar a su destino. Jamás había entrado a la
pagina de internet, así que simplemente observó que el primer Transmilenio que aparecía,
entre todas las paradas, tenía la que necesitaba. Se percató que todas las paradas tenían un
circulo al lado, y que otras tenían un circulo más adentro. Pensó que era estética, o algo así,
no se fijó realmente en ello. Así que, procedió a encontrar la parte de la estación, en donde
pasaban estos articulados. Lo encontró, y empezó a esperar. No había mucha fila,
afortunadamente.
Después de unos minutos, sintió el temblor de su celular. Miró rápidamente a su
alrededor, para asegurar que podía sacar el celular, sin mayor problema. Como la primera
vez que lo hizo, trato de abrir la aplicación lo más rápido posible, y responder de la misma
manera. Observó que, tal como lo pensó, Anita era quien escribía.
- Gero, qué pena por no haberte escrito antes. Han pasado un montón de cosas
que me ha tocado solucionar. Pero bueno, ya estoy lista. Me avisas cuando
llegues.
Sintió algo acercarse, guardó su celular, y vió a sus lados. Era un Transmilenio, el
que necesitaba. Nuevamente, la fortuna le sonreía. Se subió, y se sentó en un rincón.
Procedió a responderle a Ana:
- Vale, ya agarré el Transmilenio, yo te cuento.
- Ok.
Como era usual, se dedicó a ver por la ventana. No tenía absoluta idea de por donde
iba, solo contaba cada vez que el articulado paraba. Sabía que, donde tenía que bajarse, era
en la séptima ocasión en que parase. Una, dos, tres, cuatro… las cosas no iban como
pensaba. Vio que estaba parando en solo algunas estaciones que había visto. Sacó el celular
con suma delicadeza, y detalló las estaciones. Efectivamente, el articulado solo paraba en
aquellas donde estuviera el circulo relleno. La había embarrado de una manera tremenda.
Pero bueno, al menos se había percatado de ello. Se salió del articulado en la siguiente
estación, y se puso a buscar uno nuevo que lo devolviese. Caminó de un lado al otro,
mirando en donde paraba el G22 que, según la página, paraba en la carrera 47, su objetivo.
Llegó al punto, no había nadie, así que se dedicó a mirar su celular nuevamente, los
minutos pasaban, y nada que llegaba. Se le estaba haciendo más tarde de lo normal, la cosa
no pintaba muy bien.
La espera se estaba haciendo eterna, y el miedo a que Ana enviase un mensaje
enfadada, aun más. No sabía qué hacer, pues no podía hacer más. Nuevamente, el miedo lo
había traicionado. Si tan solo le hubiera preguntado, se hubiera ahorrado toda la travesía.
Pero bueno, después de otros cuantos minutos, pasó el Transmilenio, se montó, y llegó casi
al instante. Le escribió a Ana:
- Llegué.
Lo vio inmediatamente. Y respondió:
- Sal.
El momento había llegado, después de una larga espera, por fin el caballero iba a
estar al frente de su dama. El nerviosismo aumentaba con el transcurso de los segundos,
una vez vio al fondo una chica con el pelo rojo, vestida con una camisa azul, y un jean del
mismo tono, sus manos empezaron a sudar. Era ella, no lo creía en lo absouto. Parecía un
sueño, pero no, afortunadamente, era la realidad. Las ganas de salir huyendo eran bastantes,
pero era demasiado tarde. Salió de la estación, y se acercó lentamente, con una sonrisa, se
envolvieron a tan solo unos metros. Frente a frente, se abrazaron, y se dieron un beso en la
mejilla.

— Hola, Gero.
— Hola, Anita.
— ¿Vamos?
— Sí, claro.

Los dos empezaron a caminar, la distancia que los separaba era mínimo. Cada vez
que tenían la oportunidad, se miraban, y se sonreían. Un par de enamorados,
definitivamente.

— ¿A dónde vamos? -preguntó Gerónimo-


— Es sorpresa.
— Ay, no. ¿Por qué eres así?
— ¿Así de linda? No sé.
— También -respondió riéndose-
Siguieron caminando, a Gerónimo ya le daba igual a donde fueran. Había
conseguido lo más importante, estar a su lado. A medida que el tiempo pasaba, la
conversación se ponía más profunda.

— Ya terminé de leer todos los diarios.


— ¿En-en serio?
— Sí, claro.
— ¿Qué tal?
— Están bien, pues tienen unas cosas por corregir, pero se entiende -comentó,
mientras soltaba una leve risa-
— Eso supuse, pero bueno, espero que la idea se haya transmitido.
— Sí, eso sí lo lograste a la perfección. ¿Cómo se te ocurrió?
— No lo sé, simplemente un día pasó por mi mente.
— Qué lindo.
— ¿El detalle o yo?
— Ambos, bobo.
— Solo quería que lo admitieras.
— Pues ya lo hice.

Gerónimo paró de caminar, y se hizo en frente de Ana. Quería robarle un beso, pero
se acobardó. En parte, por el gesto que ella hizo, una mezcla de confusión e incomodidad.
Así que simplemente se agachó, y le pidió unos segundos para amarrar los cordones. Así lo
hizo, tuvo que respirar lentamente para evitar que le temblasen mucho las manos, era un
momento de tensión. El primer movimiento del romántico había fallado.
Siguieron caminando, y la conversación empezó a hilarse en la vida de cada uno. Y,
cómo no, se iban a abarcar temas un poco delicados.

— ¿Cómo fue lo de María?


Gerónimo sintió un bajón apenas oyó el nombre. No le habían vuelto a preguntar
desde hace mucho tiempo. Cabe resaltar que, en ese punto, ya todo el mundo sabía de la
muerte de su mamá. Era algo que no se podía ocultar realmente. Pero, de igual manera, era
algo de lo que le costaba hablar a Gerónimo, pues casi siempre se le formaba un nudo en la
garganta que no le permitía hablar claramente. Esta no fue la excepción, tardó varios
segundos en responder.

— Complejo, Anita. Fueron días muy difíciles.


— Ya lo creo.
— ¿Quién te lo dijo?
— La psicóloga.
— Entiendo.
— ¿Alguna vez me lo pensabas decir?
— No lo sé, sabía que ya alguien te había contado. Así que no vi la necesidad
de ello. Sabes que no es algo que a uno le encante decir, o alardear.
— Sí, claro. Pero pensé que había un poco de confianza en ambos.
— La hay, y por ello te he dicho otras cosas, también personales. Un poco de
mis problemas existenciales, y eso. Solo que eso en específico, no sé, no me
atrevía a decirlo pues pensé que de pronto iba a dar pesar, cosa que no
quiero, ni quise en su momento.
— Vale, comprendo, no pasa nada. Me queda mucho más claro.
Pasaron por un parque, Gerónimo no se estaba sintiendo muy bien, así que decidió
parar, Anita también lo hizo. Había un banco cerca, así que la invitó a sentarse.

— Lo siento, no me siento muy bien.


— No pasa nada, podemos estar un rato acá.
— Dame unos minutos, sé que tienes algo planeado, y no lo quiero arruinar.
— Tranquilo, en verdad.

Gerónimo tenía una mirada baja, sentía que estaba metiendo la pata severamente. La
tristeza estaba tocando la puerta, y se rehusaba a dejarla entrar. Entre tantos momentos
posibles, justo en ese le apetecía entrar. Claro, todo tiene un por qué, y la muerte de María
fue lo que produjo todo. Ana se quedó mirándolo por varios minutos, sintió compasión, y
lentamente acercó su tierna, y cálida mano, a las frías, y tenues manos de Gerónimo.
Cuando él sintió el calor, y la caricia que le estaba ofreciendo Anita, emitió una sonrisa
única. No se lo esperaba, en lo absoluto. Le conmovió su corazón, y así lo expresó con unas
cuantas lagrimas que salieron de su rostro. No se atrevía a mirarla, pero tenía que hacerlo,
por su honor de caballero. El mismo por el que había luchado desde el primer momento. Lo
hizo, efectivamente la miró, y se destruyó en pedazos. No pudo sostenerle la mirada por
más de cinco segundos, pero antes de desmoronarse, le dio un abrazo. Aprovechó que no lo
podía ver, y lloró en silencio.

— Gracias, en verdad.
Esas fueron sus primeras palabras, una vez el nudo en la garganta se desató. Se
retiraron, y se vieron. Existía una tensión impresionante, los corazones de los dos estaban
latiendo en el mismo ritmo. Se morían por el otro, por darse un beso que rompiera con el
silencio incomodo en el ambiente, pero sabían que no podían dar todavía ese paso. Tocaba
seguir hilando las cosas, para ello. Así que, después de un rato, continuaron su camino.
— Lo siento, en verdad.
— ¿Por qué? -cuestionó Ana-
— Por derrumbarme así, no pensé que me fuera pasar.
— Es normal, no te preocupes.
— Me gustaría ser más fuerte.
— Lo eres, no debió ser fácil seguir adelante después de su partida.
— Es verdad, no fue sencillo en lo absoluto. Existe un antes, y un después en
mí. La primera experiencia con la muerte, y con ella, la primera vez que
comprendí lo qué realmente era la vida, y el mundo.
— Ya nos pusimos filosóficos.
— Un poco.
— Me gusta, aunque antes de que continúes, creo que nos va a tocar tomar un
taxi.
— Dale.
Ana alzó la mano, y un taxi llegó. Gerónimo abrió la puerta, y dejó pasar a Ana. Un
caballero, en todos los aspectos.

— Buenos días ¿para donde van?


— Al jardín botánico.
— Vea pues ¿y eso? -le dijo Gerónimo, con una mirada-
— Es un lugar lindo ¿no has ido?
— La verdad es que no.
— Bueno, eso lo hará mejor.
— Ya lo creo.

Se quedaron mirándose, entre miradas se expresaban su amor, y deseo. Las


mariposas en los estomago estaban totalmente alborotadas. Pero aun no, era necesario ser
pacientes. Después de otro silencio incomodo, Ana comentó:

— Cuéntame ahora sí ¿qué fue lo que cambió una vez María murió?
— La percepción de las cosas. Uno como que normaliza todo, y más cuando
chico, pues no eres consciente de la finalidad de las cosas, la mortalidad del
mundo.
— Es verdad…
— Sí, como que uno está todo ido ¿no? Se cree el eje del mundo, cuando no lo
es, y ciegamente cree que todos van a estar con uno, y lo estarán
eternamente. Y cuando se fue María, nada, no hay palabras que describan
algo de lo que llegué a sentir en su momento.
— Normal, creo que la muerte de una persona tan cercana, es simplemente
inexplicable. No me imagino algún evento así.
— Sí, es algo que uno no le desea a nadie. Fueron días muy difíciles, y es algo
que no se logra superar, ni mucho menos. Hasta el día de hoy, me duele un
montón. Se nota ¿no?
Ana asentó con la cabeza.

— Daría todo, por tenerla unos minutos, y poderle agradecer todo lo que hizo.
— Ya lo creo.
— Uno es muy ignorante, y no valora las personas hasta que se van de nuestras
vidas. Grave error. Pues luego se va ese individuo, y uno nunca tendrá la
oportunidad de decirle lo importante que fue, al menos no presencialmente.
— Disculpa, Gero. Aquí a la derecha, por favor.
El taxi paró, Gerónimo iba a sacar su billetera, pero Anita fue más rápida. La volvió
a esconder. Abrió la puerta, y salió. Anita, por el mismo lado, también salió del vehículo,
pues estaban en una calle amplia, y era peligroso salir por el otro lado. Los dos empezaron
a caminar, estaban en el jardín botánico. Gerónimo, tal como lo comentó, nunca había
estado ahí antes. Desde afuera, se podía apreciar la diversidad de vergeles que existía.
Gerónimo estaba fascinado, no se imaginaba un mejor lugar que allí, tampoco una mejor
compañía, pues ya la tenía.

— Ven, Gero, toca primero comprar la entrada.


— Vale.
Los dos caminaron hasta la taquilla. Con cada paso, la tensión entre ambos crecía
sin limite alguno. Eran ladrones asueldo, pues se robaban miradas cada vez que tenían la
oportunidad. Morían de amor, y apenas era la primera cita. Una vez pasaron la fila,
Gerónimo ahora fue quien más rápido sacó su billetera, y pagó la boleta de ambos. No iba a
quedarse atrás, sabía que todo tenía que ser correspondido. No hay nada más lindo que dos
personas que tienen la iniciativa, y la actitud para llevar a cabo cualquier plan.
Entraron al paraíso. Estaban en una burbuja, pues pocos espacios existen en Bogotá,
similares a donde estaban parados. Un lugar en donde no sonaban los motores de los carros,
los gritos de las personas… era la excepción de la excepción. En una ciudad donde prima la
urbanización, estar en ese tipo de lugares es algo mágico. Uno se envuelve en las ramas de
cada organismo que contempla. Así estaban este par, solo que en las ramas del amor.

— Bueno, ¿en qué estábamos?


— Te estaba contando de mis problemas, y traumas.
— No exageres, tampoco.
— Un poco sí.
— Pero solo un poco.
— ¿La extrañas?
— Sí, no sabes cuánto. Cada vez que salgo, trato de ir siempre a la iglesia, y
saludarla. Ya sea con un gesto, una mirada, un minuto de silencio, lo que
sea.
— Qué lindo.
— ¿Te parece?
— Sí, en verdad que lo es.
— Es lo menos que puedo hacer. María dio todo por mí, hasta su misma
estabilidad.
— ¿Cómo murió?
— No sé, realmente. De lo poco que he escuchado, tuvo que ver con que ingirió
una cantidad tremenda de medicamentos. Entre ellos, antidepresivos. Pero
pues no puedo asegurar mayor cosa, nunca me he atrevido a tocar el tema
con mi papá, quien fue la persona que estuvo en ese momento, junto a mi.
— ¿Estuviste cuando murió?
— Algo así. Yo solo me levanté en la madrugada al baño, como era usual, y la
vi en el suelo.
Gerónimo empezó a ver el cielo. Tan claro, tan azul, tan soleado. De seguro allí
estaba María viéndolo, y alegrándose por lo que había conseguido. Nada más, que una cita
con la mujer que le robó el corazón a su hijo. Al cabo de unos segundos, Gerónimo se
quedó observando a Anita. Se veía hermosa, sin lugar a duda. Su pelo se volvía más rojo
que una fresa, cuando se combinaba con el sol. Una estrella, en todo su esplendor. Y él, un
simple espectador.

— Te ves muy linda.


— No me mientas.
— No lo hago, ojalá te pudieras ver con mis ojos.
— Estás ciego.
— Es verdad, pero con gafas no tanto.
— ¿Qué te gusta de mi?
— Un montón de cosas.
— Bueno, puedes empezar a decirlas.
— De todo un poco, realmente. Además de que eres increíblemente bella, y
cualquiera se podría enamorar de ese pelo rojizo, y esos ojos cafes, está tu
forma de ser. Especial, además de única.
— Todos somos únicos.
— Es verdad, por eso aclaraba que también eres especial.
— ¿Por qué?
— Por todo, la manera en que ves el mundo, lo pila, curiosa, e inteligente que
eres. El cariño que siempre me transmitiste, y el amor con el que haces las
cosas.
— No exageres.
— No lo hago. Acepta los elogios, te los mereces.
— Está bien.
Siguieron caminando. Anita paraba cada vez que se encontraban con una especie de
planta distinta. Gerónimo le colocaba la mayor atención posible, aunque era difícil, como
en clase, pues su belleza era una distracción tremenda. No podía dejar de verle los labios,
tenía unas ganas inmensas de juntarlos con los suyos.
Anita mostraba nuevamente lo brillante que era. Reconocía cada planta casi al
instante, al igual que sus respectivas características. La mujer perfecta, la dama que todo
caballero quisiera tener. Gerónimo se sentía el más afortunado pues, sabía que cualquiera
daría todo por estar en su puesto. El tiempo pasaba, y la conversación seguía un hilo que
parecía no tener fin. Después de una hora caminando, optaron por sentarse en un banco.
Cada uno ya había contado un poco de su vida, sus aficiones, sus sueños… pero faltaba
algo clave, el futuro de cada uno.

— ¿Qué planeas estudiar finalmente? ¿Filosofía?


— Sí, creo que sí.
— ¿Crees?
— Pues la verdad es que no estoy muy seguro.
— ¿Por qué?
— No lo sé realmente. Es un poco la inseguridad de todo. Fueron bastantes
años los que les clavé a mi papá la idea de que iba a ser un ingeniero
ambiental, y no sé, no he sido capaz todavía de decirle.
— ¿Eh? Pero ya está tarde, Gerónimo. ¿No aplicaste a ninguna universidad?
— No, mi papá me dijo que no lo hiciera todavía.
— ¿Por qué?
— Quiere que me vaya.
— ¿A dónde?
— Estados Unidos o Inglaterra.
— ¿Solo?
— Alguna de mis tías.
— ¿Cuándo planeabas decirme? ¿Cuándo ya estuviera más enamorada?
— ¿Lo estás?
— Claro que lo estoy. ¿Sabes? Creo que esto es una mala idea.
— ¿Qué?
— Pues esto, lo que estamos haciendo.
— ¿Por qué?
— Porque sí, Gerónimo, te vas a ir, y puede que no vuelvas.
— ¿Quién dice que no volveré?
— ¿Quién dice que sí?

El silencio nuevamente atacó. Los dos se quedaron mirando a punto distintos. De un


momento a otro, Ana se levantó, y se despidió. Gerónimo se quedó mirándola, y al cabo de
unos segundos, se fue detrás de ella.

— Anita, ven.
No hubo respuesta alguna, Ana siguió su camino. Gerónimo tuvo que correr, y la
agarró de la mano.

— ¿Qué te pasa? Suéltame.


— No te vayas, Anita.
— ¿Por qué no?
— Porque es lo peor que podrías hacer.
— ¿Y qué es lo mejor?

Había llegado el momento. No había mejor respuesta a esa pregunta, que un beso.
Con la mano agarrada, la acercó un poco más. Estaba frente a ella, cerró los ojos, y
lentamente se acercó. Ella, también los cerró, y se dejó impulsar por su amor a
Gerónimo. El movimiento del romántico había funcionado. Sus corazones latían
como nunca antes lo habían hecho. Era simplemente fantástico, no había más. Sus
labios se complementaban como piezas de un rompecabezas. Gerónimo empezó a
mover sus manos por la espalda de Anita, y fue subiendo hasta su rostro.
El caballero lo había conseguido. La batalla más difícil, la logró superar.
Con valentía, esfuerzo, y perseverancia. Los factores claves para conseguir
cualquier cosa en la vida. Desde hace mucho tiempo, había soñado con ese
momento, y en medio del beso no se le pasaba nada por su cabeza, en blanco estaba.
Cuando se separaron, lo único que hicieron fue seguir besándose, una y otra vez,
como si no hubiese limite alguno. Anita también acariciaba a Gerónimo, solos unos
cuantos milímetros separaban sus cuerpos. Eran absolutos cómplices de la locura
del amor, no había espacio para la preocupación, la tristeza, o el quien los viera.
Solo querían exprimir hasta el final lo que sentían en sus corazones. Un montón de
dopamina fue expulsada durante ese intervalo de tiempo. Beso tras beso, la
repetición evocaba una reacción más intensa. No querían despegarse por nada del
mundo. Dulce como la miel, así fue.
Siguieron caminando, pero no podían evitar parar cada rato y volver a besarse. Era
una obsesión, traían consigo demasiadas ganas. Por cada paso, se daban un pico. Siguieron
esa dinámica por un rato. El tiempo pasaba, y ya era momento de almorzar. Anita tenía
todo planeado, así que le pidió a Gerónimo que la siguiese. Salieron del jardín botánico,
que terminó siendo similar a un laberinto, debido a su amplia extensión, pero seguían
atrapados en el amor. Una vez salieron, tomaron nuevamente un taxi, Gerónimo le volvió
abrir la puerta, y entró después de Anita. Ya estaba cansada, así que lentamente se recostó,
Gerónimo actuó de acuerdo a su instinto, y la movió a su pecho, Ana no hizo resistencia
alguna. Por el contrario, se acomodó aun más. Le dio un beso en la cabeza, y empezó a
acariciarla. Eran felices, no querían que nada, ni nadie, les interrumpieran el momento tan
maravilloso que estaban viviendo. Uno recostado en el otro, la pintura más bella de
absolutamente todas. Un retrato exquisito, en sus gestos denotaban el sentimiento tan
intenso que los estaba atravesando. El poder del amor es único, definitivamente.
Llegaron al destino: el centro comercial metrópolis. Gerónimo, nuevamente, fue
más rápido y logró pagar antes que Anita. Parecía una competencia, pero bueno, qué linda
competencia realmente. Salieron ambos del taxi, y empezaron a caminar hacia dentro. Allí,
sabían que no podían realizar las caricias, y los actos que querían, pues había bastante
gente, y era peligroso que algún conocido los viese. Así que, como si nada, empezaron a
buscar entre los restaurantes, un sitio para comer.

— ¿Qué quieres comer? -preguntó Ana-


— No lo sé ¿qué quieres tú?
— No sé.
Los dos se quedaron mirándose por unos segundos, después rieron.

— ¿Vamos a crepes?
— Dale.
Caminaron hacia el restaurante. Se sentaron, frente a frente. La mesera llegó, y
Gerónimo pidió un crepe de jamón, y queso. Si el termino “básico” tuviera tener que ser
definido con una persona, aparecería Gerónimo en portada. En realidad, lo es. Anita, por
otro lado, pidió uno de camarones. Para tomar, ambos pidieron lo mismo: limonada de
coco. Ya tenían algo en común. Mientras llegaba la orden, siguieron hablando. No se
cansaban en lo absoluto de ello.

— Gerónimo.
— Cuéntame.
— ¿En serio te vas a ir?
— No lo sé, es una posibilidad.
— ¿Cuándo sabrás?
— En unos meses.
— ¿Qué harás en este semestre?
— Es una buena pregunta. Mi papá me dijo que podía tomar un curso de inglés,
tomar un taller para presentarme a la nacional.
— ¿No te presentaste hace unos meses?
— No, se me pasó.
— Entiendo. ¿Te gustaría trabajar con mi papá?
— ¿En serio? Claro que me gustaría.
— Sí, enserio. Puede que sea una buena oportunidad, se lo voy a comentar a ver
qué piensa.
— Muchas gracias, Anita.
— De nada.
— ¿Me extrañarás?
— No preguntes bobadas, por favor. ¿Quiere verme de mal genio?
— No señora, así no se ve tan bonita.
— ¿Tan?
— Sí, tan, porque, de cualquier manera, se ve bonita.

La comida llegó a los pocos segundos. Empezaron a comer, Gerónimo estaba


nervioso, no quería hacer el ridículo, así que con suma delicadeza, y de manera muy
pausada, empezó a comer su orden. Deslizando el cuchillo, y separando con el tenedor.
Masticaba, pasaba, y volvía al inicio. Su mirada, la mayoría del tiempo, iba dirigida a
Anita. De la misma manera, en el sentido contrario. Los dos tenían bastante hambre, y así
lo mostraron, pues bastaron un corto tiempo para que ambos acabasen sus platos. La
conversación seguía, Gerónimo trataba de desviar el tema siempre, pues no quería
profundizar en su partida, y posible ida. Lo único que le apetecía, era disfrutar el momento,
conocer más Anita, y vivir una aventura a su lado. Claramente, era consciente que, durante
el proceso, Cupido lo podía flechar. Pero eso no lo hizo retroceder en ningún momento.
Terminaron de comer, y en este caso, fue Anita quien pagó la cuenta. Gerónimo se
sentía en deuda con ella, y trató de que compartiesen el valor a pagar, pero ella rehusó, y no
era bueno seguirle la contraria varias veces a Anita, pues eso la enojaba. Salieron del
restaurante, y siguieron recorriendo el centro comercial. De vez en cuando, Gerónimo le
agarraba la mano, o le robaba un beso fugaz. Ella lo disfrutaba, aunque le seguía diciendo
que no debía hacer ese tipo de cosas.

— Anita.
— Dime.
— ¿Vamos por un helado?
— Ay, sí. ¡Yo quiero!

Gerónimo había dado en el clavo. El helado era de una de las mayores debilidades
de Anita, y lo había descubierto por mero azar. Gerónimo le pidió a Anita que se sentase,
mientras él tomaba la orden.

— ¿Qué quieres, Anita?


— No sé, sorpréndeme.
— Ay, no. Mucha presión.
— No exageres. ¿Te acompaño?
— Tranquila, quédate ahí.

Comenzó a hacer la fila, y mientras llegaba su turno, lo único que hacía era
contemplar a Anita, mientras pensaba:
“Lo logré. Besé a Anita. Yo, Gerónimo, lo conseguí. No puedo creerlo todavía.
Mirala, es preciosa. Hoy está más divina que nunca. Definitivamente, me tiene loco. Nunca
me había sentido así. ¿Esto es el amor? ¡Qué maravilla!”
Pidió dos helados. El de él, con sabor a vainilla, y a ella, le pidió uno de fresa. ¿Por
qué? No lo sé, realmente, puede ser porque le recordó el color de su pelo. Su largo, suave, y
liso pelo. En cuestión de segundos, los recibió. Ahí estaba ella, sentada, mirando su celular.
De vez en cuando, levantaba su mirada hacia él, y le sonreía, Gerónimo se la devolvía a los
pocos segundos. Llegó a la mesa, y le entregó su helado a Anita.

— ¿Sí?
— Está bien.
— Bueno, me alegra.
Empezaron a comerse el helado. Gerónimo le intentaba agarrar la mano, pero Anita
no dejaba. Le preocupaba un montón que alguien los viese. Un amor clandestino, nadie
podía saber lo que estaba pasando entre estos dos individuos. No todas las personas tienen
una mente tan abierta para aceptar este tipo de relación. Anita durante toda su vida se había
preocupado un montón por ser una excelente hija, y lo último que esperaban sus papás, es
que estuviera envuelta con un egresado del colegio. Pero bueno, no hay nada más fuerte
que el amor ¿verdad?
Así lo tratara de esquivar, Gerónimo terminaba cumpliendo su cometido. Le
agarraba la mano, con delicadeza le daba un bocado de su helado. Parecían una pareja ya,
apenas en su primera cita.

— Te gusta bastante el helado ¿no?


— ¿Se nota?
— Un montón, tu rostro te delata.
— Sí, le atinaste. Es mi debilidad.
— ¿Más que yo?
— No, no tanto.
— A bueno, no me asustes. Tienes una manchita cerca a tus labios.
— ¿En serio? ¿aquí? -dijo mientras se pasaba una servilleta por su rostro-
— No te alcanzó a quitar. Espera, ven -agarró la servilleta, y se acercó
lentamente, le limpió la manchita, y aprovechó la oportunidad para darle un
pico fugaz.
— Gerónimo.
— Dime.
— No podemos, en público.
— ¿Te avergüenzo?
— No es eso, solo por ahora no.
— Vale.

Los dos se terminaron su helado, se levantaron, y botaron en una caneca las


servilletas.

— ¿Y ahora?
— Tengo que ir a mi apartamento a terminar unas cosas.
— Vale ¿te acompaño?
— No quiero molestarte.
— Para nada, vamos.

Anita sonrió. En el fondo, le pareció noble el gesto de Gerónimo, se esperaba que


simplemente se despidiera y ya. Pero no, nuevamente el caballero mostraba el por qué lo
era. Empezaron a caminar hacia la salida, estaban pasando en frente del árbol de navidad
que había allí. A Gerónimo se le ocurrió una buena idea, que le comentó enseguida:

— Anita.
— Dime.
— ¿Nos tomamos una foto?
Anita miró, y se tardó en contestar, pero al final, aceptó. Gerónimo sacó su celular,
y empezó a respirar lentamente, pues no quería que su pulso no le permitiese tomar una
bonita foto. Logró superar sus nervios, y tomó tres fotos. En cada uno, hizo un gesto
diferente, al igual que Anita. Se veían lindos, Gerónimo con su saco gris, y camisa a blanco
y negro, y Anita con su blusa azul claro. Bastaba con ver sus sonrisas para saber que
estaban pasando un momento único, y especial.
Salieron del centro comercial, y se dirigieron al apartamento de Anita. No era muy
lejos, se podía llegar a pie.

— Eres magnifica.
— ¿Ah?
— Lo que oíste.
— ¿Por qué?
— Simplemente lo eres.

Gerónimo miró al cielo, mientras le preguntó:

— Menos mal hizo sol ¿no?


— Sí. Si llovía, la cita hubiera sido un desastre.
— Es verdad. El universo se confabulo.
— Digamos que sí.
— ¿Sabes qué es lo mejor?
— ¿Qué?
— Que ya no hay nadie.
— ¿Y?

Estaban pasando por un parque, en donde no había prácticamente nadie, Gerónimo,


como buen romántico, aprovechó la oportunidad y volvió acercar sus labios contra los de
Anita. Mientras la agarraba de la cintura. Ella no se resistió de ninguna manera, siguió el
hilo que tanto tejía su alma. Sus corazones nuevamente latían sin limite alguno. Se besaban
una, y otra, y otra, y otra vez. Había una pared, Gerónimo acorraló a Anita, y seguía
besándola. Acariciando todo su cuerpo, sin ningún tipo de pudor. Estaba completamente
loco por ella, y claramente, Anita estaba completamente loca por él.
— Me encantas.
— Y tú a mí.
— ¿Será? -cuestionó Anita-
— Creo que sí. Cualquiera no te hace un poema diario durante tanto tiempo.
— Es verdad.
— ¿Si te gustaron?
— Obvio que sí. Estás muy loco.
— Lo sé.

Gerónimo le dio otro beso, mientras le agarró la mano nuevamente, y seguían


caminando. No querían llegar al destino, pues sabían que se tenían que despedir. Paraban
cada vez que podían, así fuera para verse durante unos minutos, y nuevamente darse todo
tipo de caricias.

— Gracias.
— ¿Por?
— Por la oportunidad, jamás pensé que llegaría este momento.
— No seas bobo, no es nada. Hiciste un buen esfuerzo.
— Dudé mucho, no creía que fuese suficiente.
— Claro que lo fue, demostraste que sentías cosas… lindas.
— Esa era la idea. También te agradezco por todo lo que hiciste.
— Solo hacía mi labor, Gero.
— Lo sé, pero igual, siempre lo hiciste con el mayor amor. Amor, que terminó
siendo inspiración…
— ¡Hasta rimas hablando!
— Ay, tampoco.
Paso por paso, el fin se acercaba. Huían del destino, creyendo que era posible. Pero
no lo es, al igual que lo afirmaban los estoicos. En cuestión de minutos, ya estaban cerca a
la portería. Anita paró, y Gerónimo al ver que lo hizo, también se quedó quieto.

— Creo que solo me puedes acompañar hasta acá. Mi hermana está en el


apartamento arreglando unas cosas.
— Vale, no pasa nada.
— Chao, Gero…
— Adios, Anita.
Se acercaron, y se dieron un último beso. Trataron de extenderlo lo máximo posible,
hasta que alguno se quedase sin oxígeno. Así fue. Anita empezó a caminar, algunos pasos
después, volteó su rostro, ahí estaba Gerónimo, con su sonrisa, y gesto de despedida. Ella le
respondió de la misma manera, y continuó su camino. Gerónimo empezó su camino
también, pero a los pocos pasos, decidió llamar a Anita. No le importó en lo absoluto que
alguien lo escuchase, su corazón se lo pidió, y él solo obedeció. Anita, a lo lejos, lo oyó,
nuevamente volteó su rostro, y se quedó parada. Gerónimo caminó hacía ella. Mientras
llegaba, abrió su maleta, sacó su cuaderno de poemas, y arrancó la última página que había
escrito. Una vez la alcanzo, primero le dio un beso, y después le dijo:

— Mira, se me olvidó darte esto. Un poema que escribí hoy.


— ¿En qué momento?
— En la mañana. Mientras venía.
Gerónimo le entregó la hoja, estaba un poco arrugada, pero se veía con claridad las
dos estrofas escritas. Anita lo recibió, y lo leyó, lo volvió a mirar, y le agradeció con un
beso. Con la mano libre, le acarició la mejilla.

— Gracias, Gero. Eres un poeta magnifico.


— No lo soy, solo tengo la mayor de las inspiraciones posibles.
— Ay, tampoco.
— Claro que sí. En mi evocas lo que nadie más. Gracias a ti, sobrellevé las
cosas más difíciles. Fuiste mi razón para seguir adelante cuando todo parecía
perdido. Le diste color a mi mundo, cuando todo era gris.
— Espero que tu objetivo no sea hacerme llorar.
— De la felicidad, ojalá.
— Eres muy tierno.
— Y tú muy linda.
— No quiero que te vayas.
— No te preocupes por ello, Anita.
— Está bien…

Anita miró su celular con preocupación, Gerónimo se percató de ello, y le dijo:

— Ya sé, te tienes que ir. Ve, solo quería darte ese pequeño detalle, para que
me pienses un ratico.
— Está bien, muchas gracias, en verdad.
Con un abrazo, se despidieron, ahora sí. Gerónimo empezó a caminar hacia la
estación de Transmilenio. Tenía una sonrisa de enamorado que nadie se la quitaba. Se
notaba demasiado, pues él no era mucho de andar así. Para nada, siempre andaba con un
rostro serio, inmutable. Pero ese día, todo había cambiado en él, pues le había abierto la
puerta al amor. Su sueño, se había hecho realidad. La promesa que le había hecho a Felipe
hace un montón de tiempo, la había cumplido. Con esfuerzo, y perseverancia, había logrado
estar con la mujer más linda de todas. La chica que le había robado la atención desde el
primer momento, y a quien se propuso algún día conquistar. Su dama de ensueño había
pasado a ser su dama real. Aunque bueno, no hay que apresurarse, apenas era el comienzo.
Pasó los torniquetes, agarró el Transmilenio que se dirigía al portal. Una vez dentro,
sintió la vibración de su celular. Sabia que era peligroso sacarlo, así que lo ignoro. A los
pocos minutos, nuevamente la vibración llego a sacudir su cuerpo. Esta vez, no lo iba a
dejar pasar. Saco su celular rápidamente, y de manera clandestina, empezó a ver los
mensajes que le habían llegado. Uno, era de su papa: “¿Cómo vas?”. Todo en orden
realmente, incluso el sorprendió al mismo Gerónimo, se había tardado en escribirle. Le
respondió, y revisó el otro mensaje, era de Anita:
- Muchas gracias por la cita, fue increíble.
Gerónimo sonrió, no se esperaba en lo absoluto un mensaje tan pronto de ella, y
mucho menos con esas palabras. Debía parecer un estúpido para los demás, pues sonreírle a
la pantalla es poco común. Pero nadie sabía lo qué estaba pasando por su mente, lo que
estaba sintiendo en ese instante. Ni él mismo sabía exactamente, en verdad. Después de
unos minutos deliberando una respuesta, por fin le escribió:
- A ti, por la oportunidad.
Volvió a guardar su celular. Se le estaba haciendo un poco tarde, pero nada grave
realmente. Empezó a ver por la ventana, y se acordaba de todo lo vivido junto a ella. El
primer beso, inolvidable. Bastaba recordarlo por unos segundos, para que su corazón
volviera a latir con fuerza. Era increíble.
A medida que pasaba el tiempo, el Transmilenio se llenaba más, y más. Se nota que
era hora pico, no le cabía un alma. Su teléfono empezó a vibrar, pero ahora sí le iba tocar
ser paciente, pues reconocía que era peligroso sacarlo así fuese por un minuto. Al cabo de
un rato, llegó a su destino, el portal 80. Apenas abrieron las puertas del articulado,
Gerónimo trató de salir lo antes posible, estaba fatigado de la congestión. Procedió a pasar
los torniquetes, y agarrar la buseta que se dirigía hacia su pueblo, Cota. Allí, se sentó en la
primera fila, y le escribió a su papá:
- Padre, ya agarré el bus.
- Ok. Estoy pendiente.
Se dio cuenta que Anita también le había respondido.
- No tienes que agradecer. ¿Cómo vas?
- Ya agarré el bus, no debo tardar mucho en llegar.
Al instante que terminó de responderle, volvió a guardar el celular. Conectó sus
audífonos, y dejó que la música lo atrapara en sus melodías. Mientras tanto, seguía pasando
por su mente fragmentos completos de lo que había vivido. Era impresionante, no se lo
creía todavía. Todavía pensaba que en cualquier momento se iba a despertar, e iba a estar
en su cama, y todo lo que había sucedido era un simple sueño. Cerró los ojos, y se durmió
por el resto del trayecto. Cuando los abrió, ya estaba cerca al parque principal, en donde
tenía que bajarse. Miró a su alrededor, ya se había llenado el bus. Definitivamente, el
transporte publico a las seis de la tarde era un caos total. Menos mal que faltaban solo unos
minutos, para que pudiera salir de allí. Mientras tanto, agarró su celular, y revisó si Anita le
había respondido. No lo había hecho, le pareció extraño, pero bueno, decidió entonces
volverlo a guardar. Una vez se bajó del bus, empezó a caminar hacia su casa. Sin afán, ni
prisa, fijó su mirada en la iglesia, cuando pasó al frente, se quedó allí. Como siempre, le
acordó de María. En su mente, comenzó a pensar:
“Mamá, siempre estás en mi mente. Hoy fue uno de los días más especiales de mi
vida. Jamás pensé que iba a ser tan feliz, y me iba a sentir de esta manera. No sé si encontré
el amor de mi vida, pero de lo que estoy seguro, es que Anita es una persona maravillosa.
Incluso se ofreció a darme trabajo el siguiente año. Creo que estarías orgullosa de que
estuviera con ella, lo voy a intentar. Hoy confirmé que sí”.
Gerónimo tomó un respiro lento, y siguió su camino. Llegó a la casa, abrió su
maleta, y sacó las llaves. Agarró la propia, hizo la maniobra con su dedo índice y pulgar, e
hizo la maniobra de siempre. Entró, sacó las llaves, y cerró la puerta nuevamente. Dejó su
maleta en el sofá, caminó hacia el cuarto de Elena, ahí estaba ella. Recostada leyendo la
biblia. La saludó, con una sonrisa lo recibió, acompañado de un tierno abrazo.

— ¿Cómo le fue mijo?


— Bien, sí señora ¿y a usted?
— Bien si será Dios.
— A bueno, me alegra.
— ¿Quiere algo?
— No, gracias. Yo miro si algo.
— Listo, pase una feliz noche.
— Igualmente, abuelita. La amo.
— Yo también mijo.

Gerónimo siguió su camino, llegó al cuarto, y se recostó. Estaba muy cansado,


revisó el celular, y vio que tenía varios mensajes. Su papá, y Anita, cómo no.

— ¿Ya llegaste papi?


— Sí señor, acabo de llegar.
Salió de la conversación con Saúl, y entró a la de Anita.
— Gero ¿ya estás en casa?
— Sí, ya llegué.
— A bueno, ya me estaba preocupando.
— No te preocupes, sabes que estaría bien.
— Lo sé, pero uno nunca sabe.

Gerónimo se quedó pensando un rato, no sabía si volver a pedirle una cita el


siguiente día, puede que pareciese muy intenso. Al final, siguió su corazón, como siempre
lo había hecho. Ley de romántico.

— Anita ¿quieres salir mañana?


Los minutos se volvieron eternos, Gerónimo no sabía si borrar el mensaje. No lo
hizo.

— Sí, dale. Creo que podría en la tarde sacar un ratico.


— ¡Bien! Me encantó estar contigo.
— A mi también. Me tengo que ir tempranito, voy a terminar de arreglar unas
cosas. Así que descansa. Yo creo que tipo dos de la tarde podríamos vernos,
pero te confirmo mañana.
Gerónimo se entristeció, pero no iba a reflejar dicha sensación, así que simplemente
se despidió. Procedió a quitarse la ropa, y colocarse el piyama. Estaba muy cansado, así que
optó por ir a la cocina por unas galletas, y acostarse en su cama a ver una serie. A los dos
capítulos, había quedado totalmente dormido.
Episodio IV
Pasó el tiempo, y este par de individuos se fueron enamorando más, y más. Salían
cada vez que podían, es decir, casi todos los días, y su amor creció de manera desmedida.
Una vez cumplido el primer mes, Gerónimo le pidió que fuese su novia, con un libro de
poemas en un parqueadero de un centro comercial. No era el sitio más romántico, pero el
detalle sí que lo era. Anita, al cabo de unos segundos, respondió afirmativamente a la
propuesta de Gerónimo. Y a partir de ahí, las cosas fueron fluyendo de manera
impresionante. cosas. Además, tal como se lo propuso, sucedió, Gerónimo, durante ese
semestre, trabajó con el papá de Anita en el colegio. Fue una experiencia totalmente única,
y fue la oportunidad perfecta para asegurarse que la filosofía era el campo al que le quería
dedicar la vida entera.
¿Cómo no se iban amar tanto? Si incluso, en dos oportunidades, llegaron a ser
padres. Lastimosamente, por cosas del azar, no se llegaron a concretar ninguna de las dos.
Sin embargo, siempre quedará el sentimiento que evocaron dichas situaciones. Es
imborrable, un tatuaje en el alma, definitivamente. En su momento, fue muy duro para los
dos, pues existían un montón de ilusiones. Qué difícil es perder un hijo, en verdad que lo
es. Gerónimo, al contrario de lo que se puede pensar por la edad que tenía, estaba
comprometido con la fiel causa de ser padre. Al fin y al cabo, era uno de sus principales
sueños. Reconocía que iba a tener que hacer sacrificios, que iba a tener que adentrarse a una
etapa nueva en su vida que le exigía el máximo de sí, pero nada de eso lo espantó. Por el
contrario, lo motivó a ser el mejor papá del mundo. Para Anita también fue una ilusión muy
linda, a pesar de que en un inicio le atormentaba el hecho, pues sabía que Gerónimo era
muy joven para ser papá, al final se había acoplado a la idea. ¿Algún día se dará el tan
anhelado sueño? Puede que sí. Empero, a pesar de todo, lograron tener una hija gatuna.
Anita tuvo la maravillosa idea de regalarle una gata adoptada a Gerónimo el día de su
cumpleaños. Su nombre era Mila, una gata hermosa, tan solo tenía dos meses cuando llegó
a la vida de estos dos enamorados, pero le dieron el mayor de los amores siempre. Una
bebé, de color blanco, acompañado de matices grises, y unos ojos verdes. La compañía de
Gerónimo en las noches frías, las noches solas. Tenía siempre a su lado, una pequeña que le
hacía sonreír, reír, y sentirse bien.
A pesar de todo, este par de individuos seguían amándose con la mayor fuerza
posible. Siempre, bajo el manto de la oscuridad, pues reconocían que no era momento para
que saliese a luz su relación. Y aún más, porque Gerónimo efectivamente se iba ir del país.
Así que, no tenía ningún tipo de sentido hacer oficial algo que, en teoría, tenía fecha de
caducidad. Sin embargo, aun en la sombra, brillaban como un par de estrellas. La ventaja
de juntar dos personas inteligentes es que pensaban en absolutamente todo para poder hacer
cualquier plan. Incluso, lograron viajar un fin de semana completo a Guatavita, un pueblo
cercano a donde se encontraban. Sin lugar a duda, no existen barreras para el verdadero
amor.
Cualquiera podría pensar que, si ya sabían que uno se iba a ir ¿para qué seguían
envolviéndose en la miel del amor? Esta pregunta, se responde de la siguiente manera:
Aquel que termina una relación porque uno de los integrantes se va en unos meses,
busca evitar el sufrimiento futuro. Sin embargo, no hay una razón para evitar el sufrir, al fin
y al cabo, uno se lo encontrara de cualquier manera. Al contrario de lo que muchos piensan,
el sufrimiento desarrolla la voluntad de vivir, pues es a través de los días grises, cuando
más se valoran los días soleados. Si todos los días fuesen perfectos ¿qué sentido tendría el
mundo? Gerónimo era consciente de ello, y por eso desistió de la idea de terminar la
relación antes de irse. Prefería mil veces exprimir su amor por Ana hasta el último día, y
sufrir todo lo que fuera necesario, a apagarlo tempranamente, y quedar con un sin sabor por
el resto de su vida. Esa es la diferencia entre, el cobarde frustrado que evita el sufrimiento a
toda costa, y el valiente heroico que enfrenta, y convierte su sufrimiento, en uno de sus
motores de existencia.
Faltaban todavía dos días para tomar el avión a Inglaterra, y empezar una nueva
etapa en su vida. Por el momento, iba en busca de mejorar su destreza en la segunda lengua,
y de oportunidades de cualquier tipo. La filosofía, su fiel musa, pero lastimosamente,
todavía no era momento de dedicarse plenamente a ella.
Se levantó temprano, como era usual. Era un sábado, por tanto, tenía que ir al
colegio, pues tenía el último día de capacitación con los egresados. Al menos, el último día
para él. Se puso los lentes y, como cada mañana, saludó a Anita. Prosiguió a tender su
cama, para así alistar la ropa con la que iba a salir. Reconocía que era un día especial, así
que sacó su camisa favorita, de tono negro, y un saco azul oscuro. Ambas prendas, las
colocó encima de la cama, y después puso encima un pantalón negro. Estiró sus
extremidades, volvió a revisar el celular y, efectivamente, Anita ya le había respondido:
– Buenos días, Conejita de mi vida.
– Holi, Zorrito de la mía. ¿Cómo vas?
– Bien, ya me voy a alistar. Nos vemos en un ratico.
Un Zorro, y un Conejo. Linda pareja ¿no? Gerónimo agarró el parlante, salió de su
cuarto, y fue por una toalla. Se iba a bañar, pero como siempre, no podía faltar la música.
Una maña que desde hace mucho tiempo tenía, y que probablemente jamás cambiaría.
Colocó una canción especial: Fall apart. Era momento de afeitarse, ese era el mejor regalo
que le podía dar a Ana. Primero que todo, lavó su cara, para así después aplicarse con
suavidad la espuma por cada parte en donde tenía vello. Después, agarró la cuchilla, y la
pasó por varias veces por donde había untado previamente la espuma. Se cortó, abajo del
mentón, era lo peor que podía pasar. Nada qué hacer, menos mal tenía unas curas por ahí,
pues claramente no era la primera vez que le pasaba. Sin embargo, primero entró a la
ducha, y se bañó. Pasó el jabón por todo su cuerpo, después el shampoo por su cabello. Al
cabo de unos minutos, salió nuevamente de allí. Como siempre, el frio atacaba nuevamente.
Entró a su cuarto, se terminó de secar, y se fue colocando cada pieza de ropa. Empezando
por los interiores, y finiquitando en los zapatos. Se colocó unas zapatillas negras, que su
papá le había regalado meses atrás. Pasó por la cocina, y ahí estaba Elena, como siempre.
Le preparó unos huevos, con chocolate, que comió felizmente Gerónimo. Revisó el celular,
Anita había respondido:

— Bueno, mi amor. Yo ya casi llego al colegio.


Una sonrisa se marcó en el rostro de Gerónimo, le encantaba cuando Anita le
llamaba de esa manera. En seguida, respondió:

— Vale, en un ratico ya salgo.


Terminó de comer, llevó la losa, y la lavó. Se dirigió al baño, pues se tenía que
peinar. Agarró la crema de peinar, y se la esparció, procedió a coger el peine, y hacer su
flequillo de siempre. Lo único que había cambiado a hace un tiempo, era que lo volteaba
hacia la izquierda, nada más. Detallándose en el espejo, se percató nuevamente de la
cortada, así que se puso una pequeña cura allí. Revisó el celular, y nuevamente había
respondido Anita:

— Quiero verte, no te tardes.


Nuevamente, una cara de enamorado se plasmó. Era imposible no caer en su
encanto, su amor era el hechizo más efectivo. De allí, no se puede salir, de ninguna manera.
Gerónimo estaba felizmente encantado, quería que fuese así por el resto de su vida.

— Yo también quiero verte, me haces falta, y mira que no ha pasado mucho


tiempo desde la última vez. ¿Cómo haré dentro de unos días?
No había respuesta ante esa pregunta. O bueno, sí que la hay, no se puede hacer
nada. Su viaje estaba programado para el lunes en la noche. Le quedaban días contados, y
lo único que le apetecía, era estar con Ana. Estar todo el día con ella, y a todo momento.
Nada más. Pero era difícil, pues su familia también lo quería despedir, así que no iba a tener
todo el tiempo disponible. Sin embargo, al menos ese sábado, se lo iba a dedicar totalmente
a la mujer de su vida. Anita, su chica. Gerónimo, una vez envió el mensaje, terminó de
arreglarse, y salió, pues el bus no tardaba en llegar. Tal como lo oyen, ahora tenía que
tomar bus para ir a su pueblo, pues su nuevo hogar quedaba bastante alejado de allí. Vivía
en el campo, literalmente. Era normal ver vacas en la vía, o algún otro animal. Su casa
quedaba en un barrio con un nombre un tanto curioso: El Resbalón. Así, tal cual. Ya se
imaginará cómo era.
Salió de su hogar, y lo primero que vio fue el bus pasar. No lo podía parar, pues
todavía le faltaba abrir el portón. Sin lugar a duda, de lo peor que le podía pasar, y justo
tenía que pasar ese día. Ahora, como segunda opción, tenía que caminar hasta la avenida.
Se despidió de Elena con un beso, y ella le alcanzó a dar la bendición. Agarró su maleta, en
donde llevaba su libreta, un esfero, y un tarrito de agua. Empezó a caminar, trataba de
acelerar su paso a medida que pasaban los segundos, mientras en su mente pensaba:
“Ojalá Anita se ocupe, así no se da cuenta que voy tarde. Qué pena, realmente.
Juraba que alcanzaba a agarrar el bus, por cuestión de segundos los perdí. Qué fastidio esto,
en verdad”.
Gerónimo, desde que vivía allí, se había vuelto mucho más quejón. No sé realmente
cómo lo aguantaba Anita. En definitiva, entre las tantas cosas que otorga el amor, una de
ellas, es la paciencia. Había días en que simplemente era imposible hablar con Gerónimo,
pues a parte de quejón, era malgeniado. ¡Qué dicha!
Al cabo de unos diez minutos, Gerónimo recién había llegado a la avenida, todavía
le faltaba camino por recorrer, y su celular ya estaba empezando a vibrar. Eso no
significaba algo bueno. Se sentó en el paradero, y empezó a ver si algún bus pasaba, no
había suerte. Miró el celular, y efectivamente era Anita preguntando donde iba. No sabía
qué responderle, así que siguió esperando, como la flor que espera la lluvia para poder
sobrevivir. Después de unos minutos repletos de angustia, por fin pasó el bus. Gerónimo
estiró la mano, y el bus paró. Se subió, no había lugar para ningún alma más. Le tocó de
pie, no era tan malo, solo eran unos minutos de viaje. Era tan corto el trayecto de un lugar a
otro, que ni aparecía entre las tarifas. Sacó su celular del bolsillo, y le escribió a Anita:

— Ya casi llego mi amor, discúlpame por no responder antes… problemas que


no faltan.
Se quedó un rato en el chat, observó que se puso “en línea”, y que no respondió
nada. Las cosas no pintaban muy bien, sabía que la había embarrado. Tenía que ingeniarse
algo para quitarle el enojo, una vez se vieran. Pensó, y pensó, a medida que llegaba a su
destino. Revisaba el celular constantemente, y no había respuesta por parte de ella. Siguió
pensando, y por fin se le ocurrió algo. Después de unos minutos, llegó al parque principal,
pagó el pasaje, y bajo rápidamente. No tenía mucho tiempo, realmente. Eran las nueve y
cuarto de la mañana, la capacitación empezaba quince minutos después, pero habían
quedado junto a Anita, de verse a las nueve, para compartir las onces, y verse un rato a
solas. No iba a ser posible, nuevamente, por el pequeño fallo de calculo de Gerónimo.
Empezó a caminar hacia el colegio, pero se desvió a mitad del camino hacia un
supermercado. Allí, compró un paquete de chocolatinas Kinderbueno, acompañado de otro
paquete de Quipitos. Si algo lo podía salvar del enojo agridulce de Ana, era el azúcar de los
dulces favoritos de ella. Los empacó su maleta, y siguió su camino. Apresuró el paso,
revisó el celular nuevamente, no hubo respuesta alguna. Llegó al cabo de unos minutos. En
la puerta, timbró, y le escribió a Anita:

— Bebé ¿Dónde estás?


Nuevamente, se quedó en el chat un rato. Ya le habían abierto la puerta, empezó a
caminar hacia la oficina de Anita, mientras seguía mirando el celular. Nuevamente, estaba
“en línea” pero no respondía. No le quedaban muchas posibilidades, así que decidió
insistirle:

— Anita.
— Anita.
— Anita.
— Anita.

Repitió ese mensaje unas cuantas veces más, hasta que por fin ella respondió:

— ¿Qué?
Estaba enojada, definitivamente. Pocas veces contestaba así.

— Ya llegué. ¿Estás en tu oficina?


— Puede ser, pero no vengas, nos vemos en la capacitación.
Gerónimo quedó frio, no sabía qué hacer. ¿Seguirle la corriente, u optar por la
terquedad? Optó por la segunda, claramente. Al fin y al cabo, había sido su parte necia un
factor importante que permitió desplegar su relación con Anita. No siempre se debe seguir
tal cual lo que la mujer pide, pues muchas veces, simplemente está exigiendo lo contrario a
lo que quiere. Ese caso, no sería la excepción. Subió las escaleras, se puso en frente de la
puerta, y empezó a tocarla, una y otra vez.

— Siga.
Gerónimo abrió la puerta, y entró. Apenas Ana lo vio, le hizo mala cara, y él con
una sonrisa intentó mejorarle el ánimo. Se acercó con lentitud, pues quería besarla, pero
cuando lo intentó, le esquivó. El caballero había fallado en su primer intento.

— ¿Estás brava?
— No.
— ¿Entonces?
— ¿Qué?
— Porque estás así.
— ¿Así cómo?
— Pues así, enojada.
— No estoy enojada.
— ¿Entonces?
— No sé, Gerónimo. Tú sabes, habíamos quedado en algo…
— Lo sé, discúlpame.
— No tienes por qué, de seguro no quieres verme y ya. Menos mal ya casi te
dejo en paz.
— ¿A qué te refieres? Obvio que quiero verte. Por algo estoy acá, y no digas
eso. Sabes que quiero estar a tu lado.
— No pareciera.
— Ay, Anita. No quiero estar mal contigo. Más bien, espera.
Gerónimo retrocedió hacia la puerta, para cerrarla con seguro. No quería que nadie
entrara, al menos por un rato. Abrió su maleta, mientras le dijo:

— Cierra los ojos.


— ¿Por qué?
— Solo ciérralos.
Anita cerró los ojos, Gerónimo sacó el paquete de chocolatina, lo abrió con
delicadeza, para no generar algún sonido. Retiró una chocolatina, y también lo destapó.
Apretando con el dedo pulgar e índice, de ambas manos, partió a la mitad el chocolate.

— ¿Los puedo abrir?


— No, espera.
Gerónimo se acercó, y le dijo a Anita:

— Saca tu lengua.
— ¿Por qué?
— Hazlo, por favor.
— Esto está siendo muy raro.
— Lo sé.

Ana sacó su lengua, Gerónimo le introdujo un trozo partido. Anita, de inmediato,


empezó a comerlo, y una sonrisa se produjo en su rostro.

— No se vale.
— ¿Por qué?
— Porque no.
— Dejame arreglar las cosas. ¿Ahora si me merezco un beso?
— Ummm, no.
— Qué difícil. Está bien, tendré que comerme el resto de chocolatinas yo solo.
— ¿Hay más?
— Obvio que sí, te había traído un paquete entero. Pero bueno, no pasa nada…

Ana se levantó de su escritorio, y se acercó a Gerónimo. Le comenzó a acariciar las


mejillas, y con un beso inesperado lo sorprendió. Él la agarró de la cintura, y continuó por
un rato largo el beso. La intensidad de sus caricias no había cambiado en todo este tiempo,
sino que, por lo contrario, había aumentado severamente. No podían controlar el amor que
sentían el uno por el otro. Necesitaba de un beso, una mirada, una caricia, de cualquier cosa
que los involucrara. Sin embargo, a los pocos minutos, alguien tocó la puerta. De
inmediato, se separaron, Gerónimo tenía sus labios untados del labial de Ana. La cosa
estaba difícil, y no tenían mucho tiempo para pensar. Lo único que se les ocurrió fue que
Ana abriera, como si fuera a salir, y la persona que estuviese allí, se iría con ella. Así
ocurrió, Gerónimo se quedó en la oficina solo, tratando de remover el labial de sus labios.
Le costó un montón, intentó de todo, pero al final lo consiguió. Antes de salir, le dejo su
regalo en la maleta de ella. Cerró la suya, se la colocó en la espalda, y salió con mucha
cautela de allí. Nadie se había dado cuenta, menos mal. Entró al baño más cercano, y allí
terminó de removerse el labial. Se echó agua, una y otra vez, y con una servilleta trataba de
limpiarse. No se quitó del todo, pero algo se hizo. Bajó las escaleras, y procedió a caminar
hacia el salón donde realizaban las capacitaciones. Se encontró con otros egresados, los
saludó, y conversó un rato con ellos. Nadie le había dicho algo, así que supuso que la
misión había sido un éxito.
A lo lejos, vio a Ana, junto a la psicóloga. No dudo, que fue ella quien tocó la
puerta. Sonrió, pues siempre que veía a su novia, le apetecía. Era bellísima, en todos los
sentidos. Se quedó unos segundos contemplándola, pero sabía que era necesario disimular.
Así que continuó con los demás. Al cabo de unos segundos, cada uno empezó a ingresar al
salón, agarrando una silla, y colocándola atrás del proyector. Gerónimo se hizo en primera
fila, le gustaba ver de cerca a Anita. Y a ella, le gustaba ver de cerca a Gerónimo. Sin
esperarlo, Ana entró al salón, saludó a todos, y empezó a preparar la presentación. Ese día,
iban a abarcar el tema de la didáctica, y la comprensión. Dos cosas que son de vital
relevancia en la labor del docente.
Ana aprovechaba los momentos fugaces, en los que se cruzaba la mirada con
Gerónimo, para guiñarle el ojo. Era coqueta, en verdad que sí. En ese punto, ya poco le
importaba que alguien se fijase en la química que existía entre ambos. Al fin y al cabo,
pronto se iban a tener que distanciar, y no habría más de esos momentos. Al menos no, así
tal cual lo eran. Una vez Ana terminó de organizar todo, empezó a hablar:
“Hola chicos, muchas gracias por venir. El día de hoy, es la última sesión. Como ya
saben, hay una prueba que deben resolver, con el objetivo de respaldar los conocimientos
que adquirieron a lo largo del curso. Pero antes de ello, voy a terminar un tema que nos
quedó pendiente, que es sobre la didáctica y la comprensión. Por eso estamos acá, una vez
vayamos hacer la prueba, subimos a algunos de los salones que tengan pupitres”.
Una vez oyó que todavía no iba a realizar la prueba, Gerónimo sacó su libreta
mágica, en donde se podía encontrar todo tipo de cosas. Desde apuntes, hasta poemas. Le
apetecía un montón hacer un verso, pero tenía que prestar atención, pues en cualquier
momento Ana le podía preguntar. Hay cosas que no cambian, y menos cuando se trata en el
aula de clases. Aunque sinceramente, hay cosas que no cambian, y los apuntes de
Gerónimo tampoco. Aunque había mejorado algo a comparación de años previos, seguía
siendo en esencia un desastre. No tenía ningún tipo de orden lo que escribía, ni hilo. Ver un
cuaderno de Gerónimo, era sumergirse en las aguas del desespero, y la confusión. Muy
pocos, eran capaces de entender lo que se escondía allí.
Aunque Ana hubiera postergado un rato más la prueba, el nerviosismo aumentaba,
acompañado de la ansiedad. Los minutos se hacían eternos, no podía esperar más. Comenzó
a mover su pie, y a arrastrar su mirada por cada rincón del salón. Lo único que lo calmaba
era la voz de Ana, le encantaba. Era aguda, como la palabra salmón. Pero en ella, se
acobijaba como un niño en su cama.
Ana continuó con su presentación. Al cabo de unos minutos, decidió lanzar la
siguiente pregunta.
“¿Cuál es la relación que puede existir entre comprensión, y didáctica?”
Nadie alzó la mano. Al parecer, todo se iba a definir por cuestión de azar. Aunque la
suerte no fue quien guío a Ana, pues bien sabía quien iba a ser su víctima, en el caso que
nadie se atreviera a responder. Gerónimo estaba escribiendo un verso, no se aguantó las
ganas. “Ojos que te ven” era lo único que tenía escrito, en su mente, solo pensaba:
¿qué puede seguir después de “ojos te ven”? ojos que te ven… ¿y que te enaltecen?
Sí, funciona.

— Gerónimo, cuéntanos.
Gerónimo alzó su rostro, sintió un vacío, estaba completamente desconectado de la
clase. Lo único que sabía era el verso que recién acababa. Miró a Ana, mientras los demás
lo observaban. Pareciera que eso ya lo había vivido, años atrás. Después de unos segundos
incomodos, por fin dijo algo:

— Ummmm. ¿Me puedes repetir la pregunta? Estaba tomando nota de la


diapositiva.
«Qué mañoso» -pensó Ana, mientras levantaba su ceja izquierda-

— Claro, de seguro fue eso. ¿Cuál es la relación entre comprensión, y didáctica?


— Una conlleva a la otra.
— ¿Cuál a cuál?
— La didáctica, puede llevar a la comprensión. Por eso, es importante que el
docente desarrolle su creatividad, pues así puede tener varias metodologías para
enseñar su contenido.
— ¿Y la comprensión?
— Viene después, parte de la comprensión, si no es la mayoría, es la capacidad de
extrapolar el contenido. La didáctica abre los mundos, contextos… no sé, para
ello.
«Lo salvó la pilera, como siempre, suertudo» Fue lo que pasó por la mente de Ana,
una vez terminó de oír la respuesta de Gerónimo.

— Así es, muy bien, Gerónimo.


— Nunca te decepcioné.
— Efectivamente, así fue, hasta que hiciste ese último comentario.
Las risas empezaron a sonar. Gerónimo no lo creía, nuevamente, era el bufón del
salón. Hace tiempo no se sentía así, pero bueno, por esta vez, se lo tomó con humor. Así se
lo hizo saber a Anita, con un gesto de aceptación. Ella se río, también, y aprovechó que los
demás estaban desconcentrados, para mandarle un beso. Así era ella, lo hacía quedar mal
frente a todos, y luego con un beso lo arreglaba. Lo peor, es que le funcionaba. Era su
debilidad, al fin y al cabo.
Gerónimo cerró su libreta, pues sabía que no podía continuar escribiendo, pues
probablemente sería nuevamente victima de Ana. Así que se dedicó a contemplarla, y a
escuchar cada cosa que decía. Aunque de igual manera, se desconcentraba también, pues
empezaba a detallar sus labios, y le daban unas ganas inmensas de besarlos. Subía la
mirada, y quedaba atrapado en sus ojos, ojos que brillaban cada vez que fijaba lo miraba a
él. Sus cejas, delgadas y finas, le encantaba la manera en que las movía. Su pelo rojo, que
se movía con cada movimiento que hacía, le evocaban ganas de acariciarlo, juguetear con
sus dedos, y hacerle un montón de caricias más.
De esa manera, Gerónimo terminó el primer bloque de la capacitación.
Afortunadamente, no tuvo que ser victima nuevamente de Anita. Al parecer, le había
bastado con el primer intento. Por el contrario, disfrutó de ver a sus demás compañeros
respondiendo todo tipo de preguntas. Pues, después de abarcar el tema de la didáctica y
comprensión, al igual que en las clases de biología, hizo un pequeño repaso. Así,
absolutamente todos los asistentes que no habían participado previamente tuvieron que
responder al menos una pregunta. Una vez finalizado el primer bloque, organizaron el sitio
en donde estaban ubicados. Guardando las sillas, el proyector, el portátil. Como raro,
Gerónimo se ofreció a ayudarle a Anita, quien amablemente recibió su colaboración.
Después, todos subieron al salón de noveno, que quedaba en el segundo piso de donde
estaban ubicados. Procedieron a separar los pupitres a una distancia prudente, y después los
ocuparon. Ana ya tenía las copias de la evaluación, así que, a medida que las entregaba,
comentó:
“Bueno, muchachos, ya hicimos el repaso, y terminamos de ver los temas faltantes.
Podemos realizar la prueba. No se asusten, no está tan difícil. Siquiera es tanto de saber la
teoría, los conceptos, sino que, por lo contrario, es aplicar lo que saben a diferentes
contextos. Cualquier duda, estaré en el escritorio de al frente, terminando de cuadrar unas
cosas”.
Gerónimo recibió la evaluación, y lo primero que hizo, como era usual, fue ojearla.
Se percató que era un montón de páginas, y que por ambas caras había texto. Miró a Ana, y
le hizo un gesto peculiar. No entendía en qué momento, y a qué hora, se le ocurrió hacer
semejante cosa. Tanta fue la sorpresa, que no se resistió a comentar:

— Anita, te inspiraste un montón pensando en nosotros.


— Así es, para que luego no digan lo contrario. Bueno, empiecen, tienen hasta la
una. Letra clara, solo digo, para algunos que no se les entiende nada.
De inmediato, lanzó su mirada hacia Gerónimo, era demasiado obvio para quien iba
dirigido la última parte del comentario.
Gerónimo revisó la hora, eran las diez de la mañana. Ana pretendía que en tres
horas resolviese seis paginas de evaluación, y con buena caligrafía. ¿Algo más? Solo se
imaginaba en los dulces que le dio, con el objetivo de que no se desquitara. Pero, al igual
que una maga, tenía su truco bajo la manga.
Empezó a resolver la evaluación. De primeras contestó los puntos más fáciles, con
una letra bastante buena a lo que acostumbraba. Sin embargo, con el paso de los minutos,
poco a poco dejaba de enfocarse tanto en la estética de lo que escribía, y simplemente se
dedicó a escribir. La evaluación reunía absolutamente todos los temas que habían visto.
Quedó asombrado con la obra de castigo que había hecho Anita. Seguía cuestionándose en
qué momento la había hecho, si hablaba con ella prácticamente a toda hora. Pero bueno,
volvió a concentrarse, pues vio a su alrededor, y ya había gente bastante adelantada. Volteó
a la cuarta página. La cosa no iba tan mal, hasta que se encontró con un ejercicio bastante
complejo, que lo hizo pensar:
«¿Qué se supone que haga en este punto? -alzó su mirada hacia Anita- tienes
demasiada imaginación mujer. Eres brillante, definitivamente. Yo no hubiera podido tener
tanta creatividad. Y aún faltan dos páginas más, quien sabe con qué otra cosa vaya a
sorprenderme.
El tiempo corría, y no perdonaba. Tic tac, algunos ya estaban terminando, y
entregando incluso. El sudor en las manos comenzó a aumentar, junto a un temblor en las
mismas. Gerónimo sentía la presión encima, pues sabía que no podía tardarse mucho más.
Intentaba seguir escribiendo, a pesar de las dificultades de su cuerpo. Se hacía cada vez más
difícil, tenía que respirar profundo, así podía manejar parcialmente sus manos. Pero se
notaba que le pasaba algo, el movimiento de sus pies era excesivo. Afortunadamente,
quedaba muy poca gente, y nadie se había percatado de ello. Menos Anita, como siempre,
muy atenta. Pero ella sabía que no podía ir, pues iba a parecer sospechoso. No le quitaba el
ojo de encima, le entristecía ver a Gerónimo en ese estado. La dama siente compasión
cuando ve a su caballero perder en un duelo. Solo que, en este caso, el enfrentamiento era
consigo mismo.
Solo le faltaba la última página, pero no podía más. Las líneas que había terminado
de escribir eran desastrosas. No se entendía prácticamente nada, existía un desnivel
inmenso en cómo empezó, y cómo fue terminando la evaluación. Tanto fue así, que tuvo
que levantar la mano.

— Cuéntame, Gerónimo.
— Puedo ir al baño.
— Claro que sí.
Anita no iba a negarle por nada del mundo ese permiso. Pues sabía qué estaba
pasando, era claro que no iba por necesidades, sino para tratar de calmarse. Gerónimo salió
del salón, bajo las escaleras, practicando diferentes tipos de ejercicios respiratorios. Entró,
prendió la luz, y se puso en frente del espejo. En su mirada se reflejaba a sí mismo. Una
lágrima se empezó a derramar, cerró los ojos por unos segundos. Esas lágrimas eran
vestigio de la frustración de siquiera poder controlar su cuerpo. La ansiedad lo comía, en
pedazos cortos, y ya estaba cansado. No sabía qué sería de él en el futuro, pues en cuestión
de días ya se iba a tener que despedir de las personas que más ama en el mundo, y son su
inspiración para estar mejor.
Nuevamente abrió los ojos, y no puedo evitar llorar unos minutos más. Se estresaba
de que no pudiera controlar sus impulsos. Sus manos le temblaban, y con un fuerte golpe a
la pared terminó liberando sus emociones. Al instante, se recostó en la pared, intentó
estabilizarse, y lo logró. Se lavó la cara, y se la secó después. No podía perder más tiempo,
tenía algo pendiente todavía. Después iba a haber días de sobra para deprimirse, y caer en el
encanto de la tristeza. Pero días junto a Anita, y su familia, no iban haber más.
Salió del baño, y empezó a caminar hacia el salón. Cuando llegó, se encontró con la
sorpresa de que solo faltaban dos compañeros en terminar la prueba. Miró a Anita, y ella se
la devolvió. Se percató de que los otros muchachos estaban mirando la prueba, y le hizo un
gesto a Gerónimo para que se acercase. Él llegó a su lado, y le pidió que acercara su oído,
así lo hizo.

— ¿Todo bien amor?


— Sí, mi vida.
Eso fue lo que le comentó a Ana susurrándole. Siguió su camino hacia el pupitre, en
donde se sentó, agarró su esfero, y continuó contestando la prueba. Al parecer, la última
página no estaba tan difícil. Así que pudo contestar dicha parte en un tiempo relativamente
corto. Trataba de seguir con los movimientos de respiración, le funcionaba. No quería
provocar estrés en Anita cuando lo calificase. Así estuviera en otro país, le importaba
conocer su resultado en esa prueba, y quería ser el mejor. Pues fue el egresado más
constante, y que siempre se animó a participar, y contribuir en las capacitaciones. O bueno,
así al menos él lo había considerado.
Había finalizado por fin el examen, subió la mirada, y se encontró que solo quedaba
él y otro estudiante. Anita continuaba trabajando en su computador, cuando por fin
Gerónimo terminó la prueba. Se sintió realizado, había completado uno de sus últimos
propósitos antes de irse. Se levantó, y caminó hacia el escritorio. Colocó su evaluación en
la mesa, pero su otra mano, la puso encima de una de Anita. Ella levantó su rostro, con
nervios, pero cuando lo vio, lo único que hizo fue sonreírle, le agarró la evaluación, y dio
un vistazo genera.

— Bueno, creo que es calificable -le dijo riéndose-


— Me alegra que así sea. -respondió Gerónimo-
Nuevamente se le acercó al oído Gerónimo, y le susurró:

— Me encantas, te espero abajo. Una vez termine el otro muchacho, me escribes


para subir, y ayudarte a llevar todo.
Gerónimo se dirigió a su puesto, Anita lo asechaba con su mirada, y un gesto que
era reflejo de lo enamorada que se sentía en ese momento. Le parecieron tiernas las
palabras de Gerónimo, y la conmovieron. Guardó su esfero en la maneta, y luego se la
puso. Acomodó el pupitre en un rincón, alzándolo en los extremos. Se marchó del salón,
despidiéndose:

— ¡Adiós! Pasen un feliz día.


Gerónimo caminó hacia afuera, y antes de bajar miró a Anita. Ella lo hizo también,
y con un beso a la distancia se despidió. Bajó las escaleras, y esperó a Anita recostado
sobre la pared. Todavía no se sentía bien del todo, el bajón seguía presente. Así que abrió
su maleta, y sacó la botella de agua que había llevado, La destapó, y se la tomó. Poco a
poco, se sentía mejor. Al cabo de un rato, su celular vibró. Era la una y media, cuando
Anita le había escrito que por fin la persona faltante, había terminado. Gerónimo sonrió, y
subió nuevamente las escaleras, una vez entró, primero que todo botó la botella de agua en
la caneca, que se encontraba en la esquina más cercana de la entrada. Después, prosiguió a
ir donde Anita, y besarla durante unos segundos. Ella le correspondió el beso, y le
acariciaba el rostro a medida que juntaba sus labios con los de Gerónimo. Se separaron,
pues sabían que cualquier persona podía subir en ese momento. Empezaron a recoger las
cosas. Ana le pidió a Gerónimo que le llevara el proyector, junto al portátil. Así fue.

— Mira, llévalos a recepción. Nos vemos en mi oficina ¿te parece?


— ¿Te tardas acaso? Yo te espero.
— No, pero tengo que hablar con un profesor ahorita.
— Está bien, nos vemos allí.
— Ven.
— Voy.

Gerónimo fue, impulsado por su corazón, y las ganas enormes que tenía de estar con
Anita. Nuevamente, se besaron, hasta que oyeron algunos pasos. Apenas se percataron,
Gerónimo caminó hacia su pupitre, pues sabía que salir en ese instante lo volvía más
sospechoso. Simuló que estaba terminando de empacar su maleta, cuando la persona entró
al salón. Era el profesor de matemáticas, quien seguramente era con quien Ana tenía que
hablar. Gerónimo agarró su maleta, y despidiéndose de los dos docentes caminó hacia
recepción. En su mente, solo se reproducían los episodios en donde se besaban, y
expresaban su amor de la manera más pura y real.
Allí esperó a Anita durante un rato. Mientras tanto, le escribía a su papá lo que iba a
hacer el día de hoy, así no se preocuparía. Él seguía en Villavicencio con su mamá, así que
era su deber avisarle cada cosa que hiciese. De esta manera, evitaba su preocupación. Hasta
el momento, solo se imaginaba que iba a comer con ella. Algo más allá de eso, no había.
Después de dejar el proyector y el portátil en el lugar indicado, empezó a pensar:
«¿Qué podríamos hacer después de almorzar? Aunque primero, ¿Dónde iremos a
almorzar? No podemos ir a un sitio cualquiera. Quisiera que fuera un lugar especial,
único… Lo sé. El restaurante al que fui el día de mi graduación. Es el sitio ideal, y no
queda muy lejos realmente de acá. Allá podemos estar juntos, comer rico, y pasar un rato
ameno. Y hay muchas más cosas qué hacer además de comer, pues hay un montón
animales, y actividades varias. Genial, quiero estar con ella el máximo tiempo que pueda.
Por esa razón, también quisiera ir a otro lugar después, donde pusiéramos pasar al menos
una parte de la noche. A ver, a ver, la verdad es que no se me ocurre nada»
Al cabo de unos minutos, Ana llegó por detrás y lo abrazó por su espalda. Sintió su
caricia, y su corazón se detuvo, pues no sabía quién podría estar viéndolos. Se dio cuenta
que nadie, así que volteó su rostro en dirección a Anita, y le robó un beso.

— Me encantas, mi amor.
— Tú también me encantas.
— ¿Vamos a almorzar?
— Sí corazón, yo sé que debe tener un hambre gigante.
— Algo así.
— ¿Vamos por vía a Tenjo? Justo estaba pensando en el restaurante que podríamos
ir.
— Me gusta la idea. Voy a subir por mis cosas, y ver qué va hacer mi hermana.
Que vino hoy conmigo en la mañana.
— Está bien, yo te espero. Sé que no te gusta que te acompañe
— Ay, no digas eso…
— Ve, no pasa nada.
Ana subió las escaleras, y Gerónimo se quedó en el mismo lugar. Nuevamente, tenía
que esperar. Sacó su celular, y revisó la ubicación en el lugar. Treinta minutos aparecía que
se iban a tardar, no era mucho. Quería ser lo más eficaz posible, pues quería aprovechar el
tiempo que le quedaba. Por esa mis razón, tampoco dejo que el enfado lo afectase. Lo único
que le apetecía en realidad, era estar con Ana, y no dejar que una estupidez les impidiera
estar juntos.
Ana bajó las escaleras, y junto a ella, también su hermana, con su hija. Es decir, la
sobrina de Ana. Esos múltiples pasos no le sonaron muy bien a Gerónimo, quien quería
estar Gerónimo. Pocas semanas atrás, en un encuentro peculiar, pues Gerónimo subió al
apartamento de los papás de Ana, a dejarla allí, pues no se sentía muy bien. Sin embargo,
subiendo las escaleras, se encontraron con Laura y su novio. En ese instante, el par de
enamorados tuvieron que inventarse una excusa. La cual, terminó siendo, que le había
colaborando terminando de vaciar su apartamento. Se lo creyó, y siguió su camino. Así,
Gerónimo se salvó. Afortunadamente son inteligentes, si no fuese así, quien sabe las horas
que habrían durado.

— Hola, Gero. Mira, ella es mi hermana Laura. Creo que ya se conocen -los dos
asentuaron la cabeza- perfecto. Ya le conté lo del asado en tu casa, y que por eso
necesitabas donde almozar.
¿Qué le pasa a Ana? Cómo así que un asado… -miró a Laura- supongo que por ella
fue. No podía decirle la verdad, lastimosamente no.
No se podía quedar lamentándose, pues Ana y Laura estaban esperando sus
palabras.

— No pasa nada, muchas gracias en verdad. No es fácil que sucedan ese tipo de
eventos.
— Lo sé, es una mierda. -contestó Laura-
Los tres se subieron al carro, y se dirigieron al restaurante. Durante el camino,
duraron conversando los tres. Aunque al inicio, las cosas anduvieron bastantes apagadas,
pues Laura preguntó sobre la mamá de Gerónimo. Él sabía que no había sido con intención,
pero como siempre, dolía imaginárselo así fuese por unos segundos. Las lagrimas no
faltaban, ni mucho menos. La tristeza abría la puerta cada vez que María aparecía. No
importa cuantos años pasasen, hay cosas que nunca se superan. Mucho más, cuando el
vinculo entre los dos individuos es tan estrecho, y fuerte.
Así que, por un rato, lo único que sonaba en el carro eran las canciones que estaban
colocando. No estaban nada mal, un poco de todo, literalmente. Ana no podía hacer mucho
para animar a Gerónimo, pues no le podía decir nada como si fuera su novia. Era clave no
dar vestigio alguno que sospechar ante Laura. Lo único que hacía era mirarlo con ternura, y
enviarle un beso.
Gerónimo, prácticamente todas las veces, respondía los besos a la distancia de Ana,
pero esa fue la única ocasión, en la que no lo había hecho. Estaba dolido, y algo pasaba.
Ana le hizo un gesto a su hermana, indicándole lo que debía hacer. Ella, un tanto
indispuesta, terminó haciendo caso.

— Gerónimo, disculpa, no sabía que…


— No pasa nada, soy consciente de ello. No debiste haberle dicho, Anita.
— Pensé que…
— Sí, ayudó. Lo siento chicas, por apagarme así. Solo duele, bastante.
— No soy capaz de imaginármelo
— Ni yo.

Las cosas mejoraron de ahí en adelante. La hija de Laura, Abril, se había quedado
dormido, y por eso había pasado desapercibida hasta el momento. Al rato, se levantó, y
empezó a hablar, fue la chispa que permitió explotar la dinamita de la socialización. No se
podía estar mal con un niño, pues su alegría es contagiosa. Así pasó, Gerónimo sonrió otra
vez, y empezó incluso a seguirle la conversación a Abril. Ya casi llegaban al restaurante,
Ana aceleraba cada vez que podía, pues su deseo era llegar lo antes posible. El hambre
asechaba, y el estado de animo también estaba siendo afectado.
Por fin habían llegado. Parqueó el carro al lado de otro. Con la señalización que daba
una persona. Había quedado perfecto, los dotes de Ana en la conducción eran más que
obvias. Los cuatro se bajaron, y empezaron a caminar hacia el restaurante. Abril empezó a
correr, y Laura lo único que hizo fue sacar una caja de cigarrillos, y un encendedor. Sacó
uno, y lo prendió. Le ofreció a Gerónimo, diciéndole:

— ¿Te apetece? Podría subirte el ánimo.


Gerónimo se quedó viéndola. Empezó a deliberar, volteó su cabeza, vio que Ana
estaba en su celular. Recordó que podría parecer sospechoso el movimiento que había
hecho, y que se cohibiera una vez haya visto a ella. Así que, agarró el cigarrillo con su dedo
índice, y el del medio. Le dio una calada, y nuevamente se lo pasó. Nunca le había gustado
el sabor del cigarrillo, aunque ese no estaba del todo mal.

— ¿Tiene algún sabor? -preguntó Gerónimo-


— Sí, es de mora.
— Interesante.
Laura dio unas cuantas caladas más, y terminó botando el cigarrillo. Tenía que ir
por Abril, al fin y al cabo. Gerónimo tomó una menta que tenía en el bolsillo, y fue donde
Ana.

— ¿Pasa algo amor?


— No corazón, solamente le estaba escribiendo a mis papás que íbamos a almorzar
acá.
— Vale.
Gerónimo se aseguró que nadie estuviera ahí, y le dio un beso. Ana lo siguió, pero
lo paró casi instantáneamente. Sabía que era peligroso hacer cualquier tipo de cosa en ese
sitio. Pues, a pesar de que estaba retirado de la ciudad, había bastante gente allí. Incluso,
tenían una fiesta quinceañera ese día. Así que, no tenía cupo para nadie más. Ana y
Gerónimo entraron al restaurante, y en la mesa de la esquina a su derecha, estaban Laura y
Abril. Se dirigieron allí, y se sentaron juntos. Era extraño que Laura no preguntase nada,
muchas veces era sospechoso el comportamiento de Gerónimo, y Anita, pues el
inconsciente juega, en ocasiones, malas pasadas.
Una vez sentados, el mesero llegó a la mesa, y les pidió la orden. Cada uno pidió su
plato. Gerónimo pidió carne, cómo no, acompañado de una limonada de coco. Una vez
realizaron el pedido, Abril salió corriendo, y ambas hermanas se quedaron viendo a
Gerónimo.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué me miran así?


— Ve por Abril, y juega con ella. ¿Sí? -comentó Laura-
Cuando Laura pidió el favor. Gerónimo no estaba muy convencido de ello. Pero a
los pocos instantes, Ana le habló, y se lo pidió. En esa ocasión, aceptó. Ana era su
debilidad, y no le podía rechazar cualquier favor que le pidiese. Sabía que le hacía ilusión
que estuviese con Abril, así que se levantó de la mesa, y se fue detrás de ella.

— Hermana ¿tú crees que le guste a Gerónimo?


Ana se quedó viendo a Laura, al principio hizo un gesto extraño con sus cejas, pero
a los escasos segundos reaccionó, y sabía que tenía que disimular.

— No lo sé, deberías preguntarle.


— Cómo crees. No sé, creo que no.
— ¿Por qué lo dices?
— ¿No ves su actitud? Pareciera que le incomodo…
— Él es así, no te lo tomes personal.

Y era verdad, Gerónimo no era una persona sociable. Carecía totalmente de


carisma, y actitud para desarrollar, o hilar cualquier tipo de conversaciones. Así que, su
indiferencia y seriedad, no eran consecuencias de que la persona le cayese mal, o algo por
el estilo. Simplemente, él era así, menos con Anita. Gerónimo, por su parte, estaba con
Abril jugando en el parque. Duraron un buen rato, hasta que los llamaron para volver. Así
fue, después de un esfuerzo para traerla, pues no quería, lo logró. Empezaron a comer,
Gerónimo se preocupaba bastante por comer de manera educada. Así que agarró los
cubiertos, y poco a poco fue comiendo. La verdad es que tenía un montón de hambre, al
igual que Anita. Desde hace horas que no comían, y además, en el caso del joven, había
tenido que hacer una prueba eterna.

— Gerónimo, cuéntame. ¿Qué vas a estudiar? ¿Dónde?


— Probablemente filosofía, pero no sé.
— ¿Cómo así que no sabes? ¿no estás inscrito a una universidad?
— No, el lunes me voy a Inglaterra un tiempo.

Ana bajó la mirada, le dolía recordar que iba a suceder. Laura, por su parte, quedó
totalmente sorprendida. Nuevamente, un silencio incomodo se hizo presente durante un
rato. Hasta que, por fin, se les ocurrió algo para seguir la conversación.

— ¿Cuánto tiempo?
— Un año, creo yo.
— Ya veo ¿qué harás?
Ana no decía nada, pues ya lo sabía absolutamente todo. Además, estaba triste, y no
quería que se notase. Ella se dedicó a comer, y a revisar que Abril también comiese.
Gerónimo, por su lado, se estaba empezando a sentir incómodo. Pero bueno, no tenía
muchas opciones, así que se dedicó a dejar morir la conversación, y continuar con su
comida. Después de un rato, todos habían acabado. Incluso Abril, que era la más difícil
para que terminase.
Salieron del restaurante al parque un rato. Gerónimo dejó que Laura y Abril siguieran
adelante, y se quedó con Anita. Al fin y la cabo, era la única persona con la que le apetecía
estar. Desde hace rato, se había percatado que estaba un poco decaída. Ya se suponía por
qué, estaba claro que desde que se abarcó el tema del viaje, el rostro de Ana había sido
afectado.

— Amor ¿todo bien?


— Sí.
— No me mientas.
— No lo hago, tranquilo.
— Se te nota.
— ¿Qué?
— Pues que estás triste.
— Ay, déjame, ya se me pasará.
— Está bien.
Gerónimo se quedó viéndola. Pensó en cómo subirle el anino, y al momento le agarró la
mano.

— Gerónimo, no.
— Ay, vamos al carro.
— ¿Por qué?
— Se me quedó algo…
— Te puedo dar las llaves.

Gerónimo le dio un beso, y la empezó a jalar hacia el carro. Ana no se resistió más. Una
vez llegaron, él abrió la puerta, y sacó un momento la maleta de Anita.

— ¿Qué te pasa?
— Espera, ya vas a ver.
Gerónimo abrió el segundo bolsillo más pequeño, y sacó los paquetes de dulces que le
había empacado.

— ¿Quieres alguno?
El rostro de Anita se estaba empezando a transformar. Por fin, había conseguido una
sonrisa. Metió la mano, y sacó una chocolatina. Se la empezó a comer, y a medida que se la
terminaba, su ánimo terminaba de crecer.

— ¿No vamos a elevar cometa? -cuestionó Gerónimo-


— Tienes razón.
Así es, era el último día de agosto, así que todavía había chance de elevar cometa.
Habían empacado dos en el carro, desde días atrás, pues era un plan que tenían pendiente.
Menos mal habían escogido dicho restaurante, pues tenían el espacio suficiente para poder
intentarlo. Aunque realmente, el cielo no estaba muy claro. Por el contrario, parecía que iba
a llover en cualquier momento. Pero eso no los desmotivó, así que ambos entraron al carro,
y aprovecharon para besarse, y darse una que otra caricia. El beso le supo a chocolate a
Gerónimo, e incluso quedó un poco untado. Se limpió rápido, y prosiguió a ayudar a sacar
ambas cometas. Salieron del carro, y las llevaron hacia donde se encontraban Laura y Abril
jugando.

— Ana, menos mal te acordaste. Ya se me había olvidado.


— ¿Y Abril?
— Está por allá jugando con arena. La verdad no creo que le apetezca mucho elevar
cometa.
— ¿Por qué?
— Porque no quiere salir de allá, literalmente llevo un buen rato intentándolo.
— Bueno, intentemos entre nosotros tres.
Gerónimo se quedó viendo a Ana. No tenía ni idea de cómo elevar cometa, solo sabía
que al inicio le tocaba correr como un loco. O al menos, era lo que recordaba de cuando
pequeño. La verdad no era un plan que hiciese comúnmente. Pero bueno, iba hacer su
mayor esfuerzo.
Laura se encargó de elevar una cometa con una figura geométrica rara, y Ana junto a
Gerónimo se dedicaron a hacer volar un pingüino, Lo cual significaba un reto, pues iban a
requerir de bastante impulso para conseguirlo. Efectivamente, así fue, duraron media hora
intentadolo, una y otra vez, se turnaban al correr, mientras el otro tiraba de la pita, tratando
de que se elevase, y ninguno de sus intentos lograron ser exitosos. Afortunadamente, Laura
lo había conseguido. Así que, después de intentarlo un rato más, los tres se dedicaron a
intercalarse quien sostenía la cometa. Estaba bastante lejos. Abril, como se esperaba, estaba
en su arena, jugando con su imaginación, y haciendo un infinito de constructos allí. Cada
cosa que pasaba por su mente estaba plasmada allí.
Una hora después, ya se habían cansado, así que empezaron a cortar la pita, con el
objetivo de traer la cometa del cielo. Lo consiguieron, después de unos minutos. Laura se
fue al carro a dejar las cometas. El pingüino, lastimosamente, no pudo volar. Parte de la
culpa, era su antigüedad. Ana tenía esa cometa desde hace años. Incluso, conservaba una
foto que le habían tomado años atrás elevando la misma cometa. Así que, lo más probable,
es que pingüino necesitara un recambio.
Apenas Laura se fue, Gerónimo le agarró la mano a Anita y empezaron a caminar con
Abril a la granja. Tenía todo tipo de animales, desde patos hasta caballos. Paso por paso, se
quedaban mirando el estante de cada uno. Abril era feliz, quería meterse y agarrarlos. La
pareja se quedaba un poco atrás, continuaban agarrados de la mano, pero estando pendiente
de que Laura no llegase. Una vez Ana, a lo lejos, la vio llegar, le soltó la mano. Gerónimo
de inmediato entendía el por qué, e incluso, se alejó un poco. Su mano empezó a sentir frio,
pues el calor de Ana se había desvanecido. Empezaba a hacer frio, le daban ganas de
colocarse el saco, pero todavía no lo creía necesario.

— ¿Les tomo una foto?


Gerónimo y Ana se quedaron mirándose. No sabían qué responder, les parecía bonita la
idea, pero no sabían si aceptarla. El silencio otorga, dicen por ahí, así que Laura supuso que
estaban de acuerdo. Les pidió que se sentaran, Abril estaba jugando, así que no había lio en
dejarla solo unos minutos. Así fue, Gerónimo se peinó con las manos, tratando de arreglar
su flequillo. Se acomodó la camisa azul, colocó su saco en la espalda, y con una mirada
seria finiquitó su imagen. Ana, solo se dedicó a sonreír, estaba hermosa tal como estaba. No
hacía falta nada. Laura tomó la foto, y ahí nació uno de los recuerdos más lindos de
Gerónimo. Le produjo nostalgia, pues sabía que eran las últimas fotos que iba a tener con
Ana, al menos por un tiempo.
Laura se dedicó a fotografiar a Abril después. Siempre llevaba su cámara, es una
persona apasionada con la fotografía. Todo un arte, enmarcar momentos, gestos, miradas,
paisajes… en una imagen. Una imagen que no se queda quieta, e inmóvil, sino que, por lo
contrario, es capaz de escurrir en cada mente humana, evocando diferentes interpretaciones,
y sentimientos.

— Quedamos lindos ¿no?


— Ya lo creo. Me las pasas luego…
— Lo haré.
El cielo poco a poco se oscurecía, y pequeñas gotas empezaron a caer. Gerónimo seguía
al lado de Ana, mientras Laura y Abril terminaban de pasear la granja. Menos mal solo fue
una llovizna, y pudieron estar un rato más. Abril estaba contenta, pues incluso pudo montar
caballo. Pero bueno, ya era momento de irse. Así que los cuatro se subieron al carro, y se
dirigieron a Bogotá.
Una vez Ana tomó la ruta hacia la ciudad, Laura preguntó:

— ¿No vas a dejar a Gerónimo en su casa?


Gerónimo se quedó mirando a Ana, algo se tenían que inventar. Después de unos
segundos incomodos, respondió:

— Es que están haciendo una reunión en mi casa, y la verdad no me motiva mucho ir.
— ¿Por qué?
— No lo sé, supongo que lo están haciendo porque me voy. Pero no me siento
conforme, pues la mayoría de ellos nunca han estado antes…
— Así son todas las familias, tranquilo.
— Supongo que sí.
Se habían salvado, aunque bueno, ahora la cosa era qué decir para no seguir con Laura,
y Abril. Pues Gerónimo sabía que en cualquier momento, ella le iba a proponer algo. Ana
ya había hecho su parte, días atrás le comentó a sus papás que se iba a quedar en la casa de
una amiga. Pero Gerónimo todavía no estaba libre. Efectivamente, no había ningún evento
en su casa, pues era el día siguiente…. Sin embargo, tenía que seguir suponiendo que sí, e
inventarse algo siguiendo ese hecho.
Al cabo de unos minutos, Gerónimo volteó su rostro, y vio que Laura y Abril estaban
dormidas. Miró a Ana, y ella también lo hizo. No podían hablar de la manera en que
querían, pues en cualquier momento Laura se podía despertar, y descubrir todo. Así que lo
único que hicieron, fue escribirse. Ana aprovechaba los momentos de espera que le
brindaban para responderle.

— Ahora tengo que inventarme algo para rechazar a tu hermana.


— ¿Por qué lo dices?
— Ella sabe que tú te vas, así que no tarda en proponerme que hagamos algo.
— Es verdad. ¿Qué has pensado?
— No sé, lo único que se me ocurre es como hacerme el dolido moralmente, y decir
que me devolveré, pues lo mínimo que podía hacer en algo que hicieron por mi, era
estar ahí…
— Súper, me parece.
Laura despertó, y tal como lo había dicho Gerónimo, ella comentó:

— ¿Y si vamos a cine? O cualquier otra cosa, la que gustes.


Gerónimo simuló que estaba viendo el celular, para así poder responder:

— Me encantaría, pero creo que no podré. Se pusieron intensos en mi casa, así que
creo que me tocará devolverme. Al fin y al cabo, creo que es lo mínimo que puedo
hacer.
Laura se quedó callada, y Gerónimo continuó mirando su celular. Ya casi llegaban a la
casa de Ana, así que tenía que salir ya.

— Ana, déjame por acá.


— ¿Seguro?
— Sí, no pasa nada. Muchas gracias por todo, en verdad. Adiós chicas.
— Chao -dijeron ambas-

Gerónimo salió del carro, e hizo como si fuese a pedir un carro para ir a su casa.
Cuando en realidad, estaba esperando a que pasasen, para entrar a una panadería cerca, y
esperar allí a Anita. Así fue, una vez se dirigieron hacia el conjunto donde vivían,
Gerónimo entró, pidió una gaseosa, y se quedó sentado allí. Sacó su celular, tenía veinte
por ciento de batería. Eso no era muy bueno, pero qué más da, solo quería saber el
momento en que Ana fuera por él. Mientras eso sucedía, le escribió a su papá:
– Padre, todo salió bien. Almorzamos en el restaurante donde fuimos alguna vez con
mi tio, y la abuela. Vamos a ver qué hacemos, yo creo que llegamos un poco tarde a
la cosa. No te preocupes, descansa.
– Vale, te amo.
– Te amo, padre.
Gerónimo revisó la hora, habían pasado quince minutos desde que estaba allí, y nada
que aparecía Ana. Ya se había terminado la gaseosa, y se sentía incomodo. Así que compró
un roscón, y un bom bom bum. Se comió su roscón, saboreando el bocadillo que tenía
adentro, y el azúcar también, cómo no. Le faltaba un mordisco, cuando su teléfono sonó.
Era Ana, que estaba al frente. Se levanto, pagó, y se fue hacia donde Ana. Abrió la puerta
del copiloto, entró, y la volvió a cerrar. Una vez sentado, la miró, y los dos se acercaron
deprisa, y empezaron a besarse. No pararon por un rato, las ganas que habían acumulado
durante el día eran impresionantes. Después de unos minutos, por fin se separaron.

— Tenía muchas ganas de besarte.


— Yo también, mi amor.
— ¿Tuyo?
— Sí, mío.
— Está bien.

Gerónimo se llevó las manos al bolsillo, y sacó la colombina. Se la entregó, con una
sonrisa.

— ¡Muchas gracias!
— Espero te guste. Creo que te llene de dulce hoy.
— Es verdad.
Ana destapó su dulce, y se lo empezó a comer. Quitó el freno de mano, y empezó a
manejar. Gerónimo se quedó viéndola, le sorprendía lo bella que se encontraba esa noche.
Miró por la ventana, y la luna se asomaba, en el rincón de siempre. Brillando, como era
usual, pero esa noche brilló más que nunca. De pronto sabía que era la última que iban a
compartir este par de sujetos.

— ¿A dónde vamos?
— Es una sorpresa.
— ¡Cuéntame!
— No seas impaciente, ya verás.
— Está bien. ¿Cómo te fue con tu hermana?
— Bien, se quedó allá con Abril. Yo solo entré, alisté la maleta, y me despedí de
todos.
— Qué honor que te quedes hoy en la casa.
— Es lo menos que puedo hacer.
Gerónimo se quedó mirando hacia el frente, mientras su mente le recordaba que le
quedaban horas contadas en Colombia. La nostalgia se asomaba, escondida en la noche.
Pararon en un semáforo, y lo único que se le ocurrió a Gerónimo fue besar a Anita. Ella lo
seguía, como si fuera su sombra. El semáforo se puso en verde, y los pitidos fueron los que
pararon el momento. Nuevamente, aceleró.

— Te extrañaré, Anita.
No hubo respuesta. Al cabo de unos segundos, Gerónimo volteó a ver, y notó las
lagrimas que escurrían del rostro de Ana. Con las mangas de su saco, hizo una maniobra
para limpiárselas, mientras le decía:

— No llores, reina. Lo tomaré como un sí.


Ana no era capaz de hablar. De seguro, no le salían las palabras para expresar lo que
sentía en ese preciso instante. Su mente solo representaba en pequeños fragmentos todo lo
que habían vivido, y saber que no lo iba a ver más, le destrozaba cada parte de su corazón.
Incluso, llegaba a replantearse el hecho de irse con él, pero era imposible. Tenía un barco el
cual tripular, y no podía dejarlo a la deriva.

— ¿Lo intentaremos en la distancia? -preguntó Gerónimo-


— No.
— Entiendo.
Gerónimo miró hacia su ventana, había dolido la respuesta de Ana, pero entendía los
motivos de fondo. Era un reto difícil, al que no todos están dispuestos a asumir. Ana creía
que, terminando de raíz, el sufrimiento se iría más rápido. Efectivamente, así es, y
Gerónimo no iba a interferirse en su decisión. Ambos en realidad tenían la voluntad para
intentarlo, pero sabían que el futuro era tan incierto, que ni valdría la pena.
No hablaron más en el carro. Algo se había apagado en los dos, dejaban que la
música se encargara de decorar el momento. El final estaba cerca, y lo único que les
apetecía era parar el tiempo, y estar juntos por un montón de tiempo más. Pero no era
posible, solo les quedaban los últimos trozos de su amor. Así que, después de unos minutos,
por fin volvieron a hablar.

— ¿A dónde vamos?
— ¿Quieres saber?
— Sí.
— Al centro.
— ¿A qué parte?
— La calera. Hay cosas bastantes interesantes allí. Es un ambiente diferente, pero
bueno. Ya verás.
— Está bien.
Gerónimo se quedó viendo a Anita. No podía desviar la mirada, quería disfrutar de lo
que le restaba, e invertirlo en ver a quien probablemente extrañaría durante un buen tiempo.
Ana, por su visión periférica, sabía que Gerónimo la estaba viendo. No podía responderle
mirándolo, pues tenía que estar pendiente por donde iban. Sin embargo, le sonrió, y guiñó
el ojo. Una sonrisa también se enmarcó en Gerónimo, no hace falta hablar para expresar el
lenguaje del amor.

— Gracias.
— ¿Por qué?
— Ha sido un día fantástico.
— Pero no hemos podido estar juntos como quisiéramos…
— Lo sé, pero hemos estado juntos, eso es lo más importante. Fue un gusto compartir
con tu hermana, y Abrilita.
— ¿En serio te gustó?
— Sí, quisiera haber podido vivir más momentos así.
— Puede que en un fut…
— ¿Eh?
— Nada.

Ana sabía que lo mejor era no hablar del futuro, o de lo que podría pasar. No quería
cerrarle ninguna puerta a Gerónimo, su único deseo es que fuese libre, y que escogiera lo
que a él le hiciera feliz. Sabía que lo más probable es que se quedase allá, pues confiaba en
que le iba a salir alguna oportunidad. Sin embargo, en lo más recóndito de su corazón,
guardaba la esperanza de que volviese, aunque no le gustaba tener esa ilusión. Y quería
empezar dándole fin.
Llegaron, Ana vio un parqueadero a lo lejos, en una esquina. Allí, estacionó el carro, y
por fin pudo devolverle la mirada a Gerónimo. De inmediato, él se percató, y acercó su
rostro. Empezó a besarle el cuello, con sus labios intentaba hacerse camino hacia la boca de
Ana. Paso por paso, lo hizo. Ana suspiraba con lentitud, y trató de seguirle el hilo. En
medio de suspiros, el carro se empezó a empañar. La tensión crecía, Gerónimo empezó a
besarle la boca, ella le correspondió. Con suma emoción, se dieron un beso largo. Se
agarraron el rostro, y otras partes del cuerpo.

— Bueno, ya, vamos.


— Quiero más.
— Lo sé, yo también. Pero toca ir ya, luego se nos hace muy tarde.
— No seas así.
— Vamos Gero. Sabes que luego vamos a tu casa y… bueno, en fin.
— Está bien.
Gerónimo trató de calmarse, pues necesitaba que cierta parte de su cuerpo se
estabilizara. Salió del carro, disimulando. Poco a poco, funcionaba su técnica. Ana también
salió, y apenas se juntaron, Ana le agarró la mano a Gero. Él sonrió, le encantaba que
pudiesen andar juntos agarrados de la mano. Además del calor que sentía, le reconfortaba, y
lo hacía sentir bien. Empezaron a caminar, Ana le mostró varias cosas interesantes de
donde estaban situados. Habían bastantes personas en cada rincón, de todo tipo, y origen,
pues había un montón de extranjeros, pero nativos también, claramente.
Pasaron por varios bares, y siguieron hasta un parque, en donde estaba reunido una
cantidad considerable de personas. Gerónimo se dedicó a ver cada rostro, ver lo qué
ocurría. De repente, el olor a cigarrillo y marihuana empezó a invadir. Lo cual los alejó de
aquel punto. Sin embargo, lo poco que vio, le fascinó. Habían varios grupos, cada uno
dedicado a lo suyo. Se sentía un ambiente cálido, con buena vibra. Siguieron caminando,
hasta que llegaron a un bar que le gustaba a Anita.

— ¿Entramos?
— Por supuesto, se ve cool.
Entraron, seguían agarrados de la mano. La probabilidad de que alguien conocido los
viese, era prácticamente nula, así que no les importaba en lo absoluto realizar cualquier
caricia de amor. Subieron al segundo piso, las escaleras tenían forma de caracol, era
bastante peculiar el sitio. Su estilo era único, Gerónimo nunca había visto antes un lugar
así. Había un montón de gente también allí, pero lograron encontrar una mesa. Llegó un
mesero, y les dio la carta.

— ¿Qué vas a tomar?


— No lo sé, puede ser un coctel.
— Solo uno, no quiero que te pongas mal.
— Está bien mi amor. ¿Y tú?
— Estoy viendo, claramente no será algo con alcohol, tengo que conducir un rato más.
— Qué responsable. Me encantas.
— Tú a mi.
— Ya vuelvo. Si algo, pideme este -señala la mesa-
— Dale.

Gerónimo bajó nuevamente las escaleras. Escalón por escalón, casi se cae, y eso que
aun no había tomado nada. Miró para todos lados, y no encontró el baño. Vio que una
mesera caminaba cerca.
¿Será que le pregunto donde quedan los baños? Creo que está ocupada. No, mejor no…
pero es que tengo que ir al baño. ¿Qué hago?
Así era todo el tiempo. Gerónimo se gastaba una eternidad para deliberar cosas
relativamente simples. Penoso, desde siempre. Le daba miedo hacer cualquier cosa. Pero
bueno, al menos arriesgó en lo más importante, el amor. Esa fue básicamente la clave, para
conseguir el corazón de Anita, así fuera por un tiempo. Al final dejó pasar a la señorita, y
siguió buscando. Después de un rato, por fin encontró la puerta. Entró, orinó, se lavó las
manos, y volvió a subir. No encontró a Anita, se preocupó bastante. Así que sacó el celular,
y estaba a punto de escribirle, cuando apareció:
- Amor, sal al balcón.
Caminó hacia el balcón, y a su izquierda, estaba ella. Le sonrió, mientras él se acercaba, se
sentó al frente. Se dieron un beso, y con una mirada terminaron de expresar su amor.

— Te pedí el coctel que me dijiste.


— Gracias corazón ¿y tú? ¿al fin qué?
— Un jugo.
— A bueno. ¿Te gusta más acá?
— Sí, me pareció más romántico. Apenas vi que la desocuparon, me fui para acá.
Pensé que te gustaría…
— Me encanta. Mira la noche, pareciera que se alistó para nosotros.
— Sí, está linda. Nuestra última noche…
— Así es.
Ambos bajaron la mirada, nuevamente el sentimiento de melancolía atacaba. Al cabo de
unos minutos, ya tenía cada uno su bebida. Empezaron a tomársela. Gerónimo estaba
tomando el coctel muy rápido, lo que provocó que Ana le dijese:

— No tan rápido, que terminarás mal.


— Vale. ¿Qué tal tu jugo?
— Me gusta.
— Ven, tomémonos una foto.
— Está bien.

Gerónimo sacó su celular, y se recostó en Anita. Sonrió, muy pocas veces lo hacía, pero
sabía que era una foto especial. A priori, su última cita. Anita, como era usual, también
sonrió. Era un momento único, que ambos estaban disfrutando al máximo, a pesar de la
tristeza. Terminaron de beber, Gerónimo estaba apenas “prendido” pero no más allá.
Pidieron la cuenta, se la dividieron entre los dos. Salieron del bar, y nuevamente agarrados
de la mano se dirigieron al parqueadero.

— Me gustó mucho Anita, gracias por llevarme aquí.


— No tienes qué agradecer, era lo menos que podía hacer.
— Tenemos que volver… algún día.
— Sí, algún… en fin. Vamos para tu casa ¿no?
— Sí, vamos para allá.

Gerónimo confirmó que, efectivamente, Ana no quería hablar del futuro, ni de un


posible reencuentro, así que optó por no volver a tratar el tema. La oscuridad de la noche
los envolvía en su melodía, que se afinaba con las luces amarillas de cada poste. Los
detalles en cada edificación por la que pasaban, era simplemente fascinante. Se notaba que
era un sitio especial en la ciudad. Llegaron al parqueadero, Ana pagó el parqueadero, y se
subieron al carro. Ana arrancó, mientras Gerónimo colocaba la lista de reproducción creada
por los dos. Tenían un montón de canciones ya, la empezaron cuando recién salieron. Cada
canción era especial, pues les recordaba el momento en que la agregaron. Ambos estaban
felices, no querían que el día se acabase.

— Amor, saca tu celular y pon tu casa.


— Está bien.
Uno de los defectos que tenían ambos, era que eran pesimos ubicándose. Pero bueno
menos mal la tecnología había llegado y, junto a ella, increíbles herramientas como una
aplicación en donde colocas a donde quieres ir, y ella te guía. Así llegaron a la casa de
Gerónimo. Era casi media noche, no había espacio para parquear la camioneta, así que,
jugando un poco con la suerte, la dejaron afuera. Igualmente, solo eran unas cuantas horas,
pues Ana tenía que salir temprano el día siguiente a un almuerzo familiar. Antes de bajar,
Gerónimo se encargó de nada faltase, pues era normal que Anita dejara algo allí. Sacó las
llaves, y entró con Ana. Le pidió que siguiese al cuarto, mientras él se ocupaba de algo. Fue
a la nevera, y sacó dos cervezas. Ahora sí, se fue hasta allá con ella. Estaba sentada,
mirando su celular. Se acercó, sin hacer mucho ruido, inhaló con esfuerzo, y se acercó a
ella.

— ¿Quieres?
— Por supuesto.
Los dos empezaron a beber, mientras se besaban. Gerónimo había cerrado la pueta con
llave, no quería que por nada del mundo alguien entrara. Aunque era medianoche, así que
era poco probable. Gerónimo dejó las botellas a un lado, y empezó a besar con intensidad a
Ana. Ahora, había empezado besando su boca, e iba bajando lentamente. Hizo un recorrido
por su cuerpo, pasó por su cuello, y bajó hacia su abdomen. Ana le encantaba, su rostro lo
reflejaba. Suspiraba con vigor, y eso le excitaba a Gerónimo. Empezaron a desvestirse, se
quitó el saco, y empezó a quitarle la blusa a Ana. Prosiguió a besarla nuevamente en los
labios, y ella fue desbotonando su camisa.
— No sabes cuantas ganas tenía de hacértelo.
— Ay, yo también Gero. Me tuve que contener bastante.
— Te deseo un montón.
Se quitaron los pantalones, y continuaron con sus caricias. Comenzaron a arrimarse, y a
moverse con fuerza. La ropa interior poco a poco empezó a desaparecer, y empezaron a
hacer el amor. Comenzaron lente, y paulatinamente la velocidad fue aumentando. Los
suspiros también, la dopamina que estaban expulsando sus cerebros en esos instantes era
demasiada. Parecían drogados, literalmente. Los gemidos de Ana empezaron a aumentar, y
Gerónimo trató de silenciarla colocándola cerca a sus oídos, y tratando de que la almohada
cubriera parte del sonido.
En la mente de Gerónimo pasaba de todo. Era un momento único, que no sabía
realmente lo qué estaba pasando. Pues además de lo que físicamente sucedía, recuerdos,
vivencias, y un montón de cosas más pasaron allí. Sonreía, no solo por el acto, sino por
todo lo que había pasado con Ana en ese tiempo. Ana también, se venía el momento. Ya
habían cambiado varias veces de poses, y terminaron en su favorita: de ladito.
Acabaron, al mismo tiempo. Se habían logrado sincronizar desde hace unos meses
atrás. Con el paso de los días, hacer el amor se había vuelto un arte en lo absoluto. Todo era
perfecto, pero lastimosamente, faltaban horas para decir adiós. Ambos empezaron a respirar
profundo en un lado de la cama, para calmar los latidos de sus corazones. Siguieron
tomando cerveza, mientras reían, y disfrutaban de lo que les quedaba de noche, o más bien,
madrugada. Una vez terminaron, se recostaron.

— ¿Quieres ver una película?


— Sí amor. La que quieras.
— Está bien.
Colocaron la película, y Ana puso su cabeza en el pecho de Gerónimo, y poco a poco se
fue quedando dormida. Gerónimo solo se quedó viéndola, su corazón todavía latía al ritmo
de una orquesta, pero poco a poco, también se fue tranquilizando. Le conmovió verla
dormida, y también le evocó sueño. Así que, en el transcurso de unos minutos, también se
durmió. Menos mal había programado el televisor para que se apagase en una hora.
Pasaron unas horas, y Gerónimo se levantó. Se quedó viendo a Anita, y le empezó a
acariciar el pelo, y acurrucarla junto a él. Ella se levantó, y lo primero que hizo fue darle un
beso, mientras se seguía arrunchando.

— Amor, ya son las ocho de la mañana.


— ¿En serio?
— Sí.
— Ay no, me tengo que ir.
— No te vayas…
— Sabes que tengo.
— Sí. Lo sé… ¿nos veremos?
— Te confirmo más tarde.
— Está bien. ¿No vas a comer?
— No, tengo que llegar en una hora.
— Vale. ¿Te acompaño o algo?
— No hace falta.

Ana se levantó, y se vistió. Agarró su maleta, y se fue. Antes de que saliese de la


habitación, Gerónimo la llamó, ella volteó su rostro, y él le dijo:

— Te amo.
Ana se quedó viéndolo, y cerró sus ojos. La detalló, y observó las lagrimas que se
estaban derramando. Se levantó, se puso su ropa interior, y se fue al lado de ella. La abrazó,
y ella con un nudo en la garganta le dijo:

— Yo también te amo.
Fue un abrazo largo, los dos se agarraron con fuerza, y lloraron.

— No me tienes que acompañar mañana…


— Haré lo imposible por estar ahí. Te amo, Gerónimo, y quiero estar hasta el último
momento a tu lado.
— ¿En serio?
— Así es. Adiós.
Ana salió de la habitación. Saludó a Elena, quien ya sabía de antemano que se iba a
quedar, y se despidió también. Salió de su casa, y Gerónimo quedó ahí, como una estatua.
No le apetecía nada, así que nuevamente se acostó a dormir, pues en unas horas tenía que
alistarse para el asado familiar.
Durmió unas horas más, luego se levantó por Elena, quien lo había despertado. No tenía
ánimos de nada, solo quería hundirse en la tristeza, y melancolía. Prácticamente se había
acabado su estadía con Anita. De milagro, podrían compartir un rato más el día siguiente,
pero era algo que siquiera se sabía. No andaba de humor, pero le tocaba dar la cara. Era lo
menos que podía hacer. Así que tendió la cama, preparó su ropa, agarró su amplificador, y
toalla. Entró al baño, y le dio pereza hasta conectarlo. Por primera vez en mucho tiempo, se
iba a bañar en silencio. No le apetecía tampoco oír música, solo quería que el tiempo
pasase, y por arte de magia, su tristeza desapareciera. Se quitó la ropa, y entró a la ducha.
Se quedó mirando un punto fijo durante un tiempo largo. No tenía ganas de nada. Dejaba
que el agua caliente entrara por cada poro de su piel. Así duró minutos enteros, solo quería
llorar. Lo bueno, es que se camuflaba con el demás líquido.
Salió, se secó, y después colocó la toalla en su cuerpo. Se dirigió a su cuarto, para así
vestirse. Sobre el resto del día, no hay mucho más qué decir. Simplemente estuvo con su
familia, trató de tener el mejor ánimo posible, y disfrutó, en la medida de lo posible. La
nostalgia, junto a la tristeza no lo dejaban en paz. Era tiempo de decir adiós, y todavía no
estaba preparado para ello.
Era de noche, y Gerónimo estaba alistando su maleta. Ya era hora, no tenía razón
alguna para seguir procrastinando dicha labor. Cuando de repente, su celular timbró, lo
miró de reojo, y con dificultad leyó lo que decía:
“¿Quieres que te acompañe mañana?”
Era Ana, claramente, nadie más le iba a preguntar eso. Gerónimo empezó a mirar el
montón de ropa que tenía doblada… no tenía ni idea qué responder. Le hacía ilusión, pero
sabía que iba a ser duro. No estaba preparado para una despedida así. Sin embargo, como
buen amante del sufrimiento, no dejó pasar la oportunidad, pues sabía que, de cualquier
modo, iba a doler.
Sí, me gustaría.
Apagó el celular, y se sumergió en sus pensamientos nuevamente. Muchas cosas
pasaban por su mente. Pero bueno, tenía que ser productivo, así que siguió empacando.
Agarró un saco de color rosa, y su olor le recordó a un día que fue con Ana a un humedal.
Fue un día maravilloso, el sol les otorgó el permiso de pasar un rato lindo juntos, aunque
con lluvia también hubiera pasado lo mismo. Para este par de enamorados, el mundo podía
acabarse, pero mientras estuvieran juntos, todo estaba perfecto.
Siguió, prenda por prenda, algunas con muchas memorias similares, que terminaron
provocando que las lagrimas no fueran la excepción en aquella noche estrellada.
¿Estoy haciendo bien en irme? Pensó Gerónimo No lo sé, pero creo que ya no hay
marcha atrás. Con una mirada baja, una voz rota, y arrodillado, solo se quedó recordando a
Anita. En cada cosa que vivieron, en cada cosa que sintieron, en cada momento compartido.
Suspiró, con dolor. No quería irse, o sí se iba, quería que fuese con Anita. Ella lo era todo,
realmente estaba enamorado.
Pasaron horas y horas, hasta que por fin terminó de alistar su maleta. Tuvo que dejar un
montón de ropa, era obvio, no todo su armario iba a entrar allí. Mientras guardaba el resto
de ropa, ya iban hacer las doce de la madrugada del lunes, y una aplicación le puso un
recuerdo de hace un año. Gerónimo lo vio, y era una foto con Anita, en la cima de una
montaña. Él, con un saco blanco, y ella, con uno azul. Sonriendo los dos, como siempre.
Había otra, en la que se estaban dando un beso. Nostalgia seguía llamando la puerta, y
Gerónimo no podía evitar abrirle. Sentía que su corazón se despedazaba en muchos
fragmentos. No iba a alcanzar a recogerlos esa misma noche, así que gran parte de lo que
era, se iba a quedar en ese rincón de la casa, que llamaba habitación.
Después de un rato de reflexión, se quedó dormido. Su mente por fin lo había dejado
descansar, así fueran por unas horas.

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
EXAMEN¿? YE
«No me hizo firmar frente a todos. Eso quiere decir, después de clase tendré unos
minutos con ella a solas, mientras ella redacta la falla, y me pide la firma. ¡Sí! Un
momento, pero no tengo firma. Debo practicar una».

QUE LE LEA LOS POEMAS, NO SÉ KEKW


ANIMAL FAVORITO
COLOCAR LIBROS EN LA MAÑANA
ANA DIGA QUE S E VA SOLA

No es un día cualquier el que se está a punto de narrar, fu


Por otro lado, respecto a Anita, seguía escribiendo su extenso diario. Iba ya por el
séptimo cuaderno, en verdad que era mucho.
Papel de Galo=al final

24/10/2018

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