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Capítulo I
Esa misma mañana, María murió. Gerónimo no podía creerlo, se había levantado a
las tres de la mañana para ir al baño. Cuando de repente, vio a un solemne cuerpo esparcido
en el suelo, no lo reconoció, todavía era muy temprano. No obstante, se acercaba
lentamente allí, pues el rostro de aquella persona se le hacía conocida. Los pelos de cada
parte de su cuerpo se fueron subiendo, él no lo colocó cuidado, no sabía que la oscuridad y
la muerte se acercaban con pasos cortos. Una vez reconoce que es su mamá quien estaba
allí, de inmediato trató de hablarle, despertarla, acariciarla, no hubo respuesta ninguna.
Gerónimo no entendía absolutamente nada. Pequeñas lagrimas salían de su rostro, como
cristales que le cortaban la carta a medida que pasaban por ella.
La muerte, hasta ese momento de su vida, solo se había asomado como pequeñas
estampitas. Únicamente la reconocía como un componente de los cuentos, de los relatos
que le solía contar su abuelo años atrás, Gerónimo no sabía lo que significaba morir, era
ignorante de la mortalidad del hombre… hasta ese momento. Después de realizar una
infinidad de intentos por despertar a María, Gerónimo sintió como su corazón se
desmoronaba lentamente, pero no se quedó allí. Rápidamente se paró, y buscó a su papá por
cada rincón de la casa. Abrió la puerta del baño, de la cocina, del cuarto de ellos. No había
absolutamente nadie más. Cuando vuelve a ver a su madre, se dio cuenta que, junto a ella,
había unas pastas, blancas, como la luna. La inocencia de Gerónimo, no le permitió
conectar los hechos.
Como todo mamífero, Gerónimo se quedó junto a su madre. La tapó, y él se hizo a
un ladito. Probó poner su oído junto al pecho de ella, para ver si podía escuchar los latidos
de su corazón, que lo habían acompañado desde siempre. No hubo suerte, no escuchaba
nada. Pensó que, quizás, su oído no estaba bien, así que lo intentó con el otro, tampoco. Al
instante, oyó la puerta abrirse, era su papá. Se levantó y fue con él.
– Papá, papá –exclamó Gerónimo– Mamá no se levanta
– No le ponga cuidado, mijo. Ella es así, le gusta crear shows.
– No es eso papa, hágame caso.
Gerónimo agarró a su papá para llevarlo con su mamá. Apenas siente la fuerza de
Gerónimo, Saúl lo empuja y lo tira al suelo.
– ¿Qué le pasa chino? ¿cree que soy un juguete o qué? No joda más, váyase a
dormir.
– Pero papá, es enserio, mama no está bien.
– Gerónimo. O va a su cuarto ya mismo, o le pego hasta que amanezca.
El muchacho camina a su cuarto, sintiendo como su garganta se convierte en un
nudo imposible de desatar, experimentando la manera en que su cuerpo empieza a temblar,
y en su mente solo se reproduce, infinitamente, la imagen de su mamá. Se le hacía
totalmente extraño ese sentimiento, además de que, por primera vez, su papá le respondía y
lo trataba así. Llegó a su cuarto, golpeó su cama, se estrelló contra la pared, le daba piedra
no ser capaz de entender nada y, mucho más, no entender lo que sentía. Gerónimo, por
primera vez, experimentó el sufrimiento.
Gerónimo no puede dormir, cierra los ojos y los vuelve a abrir, con la ilusión de
que, lo sucedido, sea meramente un sueño. Pero no es así, es la realidad. La realidad que
deberá enfrentar día tras día hasta el día de su muerte. Todavía es muy joven, empero
pronto entenderá cómo funciona el mundo. Cuando por fin logra conciliar el sueño, Saúl lo
despierta.
– Gerónimo, levántese, tiene que ir a estudiar.
– Pero padre, no me siento con…
– No comience, Gerónimo. Hágame el favor y se alista. En donde no vaya al colegio,
sabe bien lo que le espera.
– Lo sé, papá, pero… ¿qué le pasó a mamá? —Preguntó sin más—
– Murió.
Y se fue, así sin más. Sí, era la primera vez que el papá de Gerónimo se iba sin darle un
beso, o alguna caricia. Esa ausencia de afecto, él la sintió en el fondo de sí. Al parecer, el
dolor no se desvanecía, sino que aumentaba paulatinamente. Pero eso no era lo peor,
efectivamente, María murió.
Gerónimo se levantó, se dirigió al baño. Pero en el camino, recordó el cuerpo de su
madre en el suelo que estaba pisando. Tuvo que respirar, y agarrarse de una pared roja
carmesí ubicada justo al lado. A los pocos segundos, recobró el equilibrio y prosiguió con
la rutina. Ir al colegio era lo que menos le apetecía a Gerónimo. No obstante, si no iba, su
papá lo iba a castigar. Entró al baño, se desvistió, se retiró prenda por prenda, ingresó a la
ducha y se bañó. Sentía un alivio, el agua caliente ayuda, aunque después de unos minutos
empezó a ver borroso, puede ser que llevase más tiempo del debido. Entre lo poco que veía,
imágenes fugaces aparecían; recuerdos con su mamá, charcos del tono de la pared en la que
se sostuvo, de inmediato se asustó. Todo estaba repleto de sangre, cuando se percató, era la
herida que le había producido su papá. Se secó, limpió todo y salió del baño. Mientras se
vestía, pensó.
«¿Qué está pasando? —se cuestionó a sí mismo— no entiendo absolutamente nada.
¿Qué significa que mi mamá haya muerto? ¿no volverá? No, no puede ser ¿verdad? —Su
herida le empieza a doler, la miró fijamente— ¿Por qué mi papá actúa así conmigo? Jamás
lo había visto así. ¿Por qué no estaba cuando pasó todo? ¿qué habrá estado haciendo?
¿siempre fue así?»
Entre pensamiento y pensamiento, el tiempo pasaba. Su mente por primera vez estaba
funcionando de esa manera tan particular. Antes de lo acontecido, Gerónimo solo se
preguntaba qué comprar de onces en el descanso, a quien pedirle prestada la tarea… cosas
banales. Pero ahora, pareciera que le cortaron las alas, y tuvo que aterrizar. Pues claro,
cuando uno pierde a alguien, encara la realidad. Tanta reflexión, y cuestionamiento, le iba
salir caro a Gerónimo, pues cuando se dio cuenta, iba cinco minutos tarde a clase. Y no era
cualquier clase, justo era biología. Gerónimo no era bueno en la materia, ni mucho menos,
pero le gustaba demasiado esa asignatura. ¿Por qué? Exacto joven lector, tal cual, la
profesora que se la dictaba era la razón de su gusto.
«Voy tarde. Justo tenía que ser biología. Dios ¿por qué? Quien sabe que me vaya a
decir la profesora Ana. Entre tantas materias que veo, justo tenía que ser esa. Voy sudado,
cansado, poco dormí… pero ¿de qué me preocupo? Al fin y al cabo, no creo que ni lo
note.»
Por primera vez, a Gerónimo le daba igual algo. Uno de los tantos síntomas que evoca
lo que vivió. Es normal, al fin y al cabo, acababa de perder a la persona que más amaba.
¿Qué más se le podía pedir? Y, aun con lo sucedido, estaba enfrentando su realidad. Qué
valiente ¿no?
Llegando al salón, ve a Ana por la ventana. El corazón comenzó a cantar, no una pieza
clásica de Mozart, sino más bien una composición de Bach. Así, un conjunto de latidos
sintetizados que forman una melodía perfecta. Gerónimo, por primera vez en el día, puso
buena cara, miro su reflejo en la ventana, y se arregló la corbata. ¡Parecía otra persona!
¿Por qué será? ¿Acaso existe algo que nos afecta más que el sufrir?
Una vez llega al salón, la profesora Ana le pregunta.
– ¿Por qué llega tarde, señor Barbosa? — le cuestiona, con un tono bastante serio,
parecía casi un regaño—
Rápidamente, su cuerpo empezó a temblar, pasó del cielo al mismísimo infierno, se
parecía al de Dante, pues Gerónimo, al escuchar la pregunta, solo se acordaba del
monto de sangre en la ducha, que parecían los ríos extensos en los que enterraban a los
asesinos en aquella obra. También recordó el cadáver de su mamá, tan frio y quieto
como la noche. Pero no podía decir la verdad, no era posible.
Tartamudeando, respondió:
— Bueno, ya. Silencio todos. Gerónimo, gracias por hacer más amena la clase
«¡Me agradeció! —pensó Gerónimo— no estuvo tan mal. Fui el foco por un
instante, y en ese instante sonrió ¿Qué más da?» Pero necesito que aporte de
verdad. Así que, para la próxima clase, o sea mañana, tendrá que hacernos una
cartelera sobre las plantas heterótrofas, con ejemplos, bien bonita. Gracias.
— Per…
— ¿Ah?
— Nada, sí, sí señora.
Afortunadamente, la clase finalizó. Gerónimo no iba a ser más el centro de burla y
desgracia, a causa de sus sentimientos. Pero también, al joven le daba tristeza de que se
acabase. Pues, Anita se iba. Lo único que hizo en esos últimos instantes, fue observarla
discretamente. Fijar su mirada en esa belleza de mujer, su corazón volvía a coger impulso
cada vez que se imaginaba una cita con ella. Se le trazó una linda y noble sonrisa a
Gerónimo. Detallaba como lentamente recogía sus cosas, entre ellas, una cartuchera Totto
de diversos colores. La cual, a simple viste, se notaba que tenía una inmensidad de colores,
lápices, marcadores, entre otras cosas. No era para menos, siendo ella la luna, debe tener
una constelación perfecta de estrellas que la adornen. Gerónimo luego se percató de su
cartuchera, negra, rota, y con solo un par de lápices. Había tanta distancia entre los dos, en
todos los sentidos, que era imposible su unión.
Anita salió, Gerónimo se percató de que ella había olvidado ponerle la nota en el
observador. Tenía dos opciones, o hacer como si nada y evitarla, o recordarle y firmar. Lo
meditó unos segundos, recordando los cuentos que le decía su abuelo. Ajax, de Sófocles. Se
acordó que el gran héroe prefirió enterrarse la espalda de Héctor, antes que seguir viviendo
una vida de vergüenza y deshonor. O el gran Sócrates, que prefirió tomar una copa de
Cicuta y morir, antes que ser desterrado como Ateniense. Gerónimo no quería perder su
honor de caballero, pues era todo lo que tenía, encaró la situación. Se levantó, cogió su
esfero, y comenzó a caminar y a medida que llegaba, sentía como la presión y la angustia le
pisaban los talones, sus compañeros lo observaban, él lo sabía, pero siguió su camino. La
misma delicadeza con la que dejo el observador, lo recogió. Caminó un poco más rápido,
pues se dio cuenta que Anita se estaba alejando, como el sol antes de anochecer. La
alcanzó, con las manos sudadas le entregó el observador. Ella, sorprendida, lo miro de una
manera única, o al menos así parecía.
— Mira, profesora Anita, digo, Ana. —Ana soltó una carcajada inocente— se te
olvidó hacerme la nota.
— Es verdad, aunque ¿por qué lo trajiste? Me esperaba que lo hiciese algún
compañero tuyo… pero tú no.
— Mi abuelo me decía que lo más importante que tenemos los caballeros es nuestro
honor. No lo quiero perder. Nadie quiere a los cobardes ¿o sí?
— Tienes razón, nadie los quiere, el mundo es de aquellos que se atreven a hacer,
lo que nadie más haría. Qué romántico eres, Barbo… Gerónimo. —volvió a
reírse, con ternura, mientras lo observaba—
Gerónimo volvió a parecer un tomate, no sabía qué responder. Entre las tantas
situaciones que se había imaginado, nunca se le pasó una similar a la que estaba
viviendo.
— “Kiubo” —era su forma particular de saludar, fuera de las aulas— Joven ¿por
qué tan solo?
— Hola, profesor.
— Galo, dígame solo Galo.
— ¿Por qué no le gusta que le digan así?
— No lo sé, o bueno, sí sé. A pesar de que yo sea su profesor, no estoy en un rango
superior al suyo. Todos somos iguales, al fin y al cabo, nacimos de la misma
manera, y moriremos de la misma.
— Entiendo «¿Qué acabó de decir? No le entiendo nada —pensó Gerónimo—».
— ¿Qué hace tan solo?
— No tengo muchos amigos.
— ¿Cómo no tienes amigos? Si la amistad es lo más lindo que se puede cultivar.
Epicuro diría: La amistad es una noble virtud, que se materializa en el
sentimiento, el afecto y la entrega que se le realiza a la otra persona.
— ¿Epicuro?
— Sí, Epicuro, Epicuro de Samos. Un filósofo excelente, el siguiente año lo
veremos.
— ¿El siguiente año?
— Sí, Gerónimo, «¿Cómo sabe mi nombre?» el siguiente año vamos a ver filosofía.
¡Por fin! Qué lástima que sea hasta ese momento, cuando se les presente a
ustedes esta maravilla. Debería enseñarse a temprana edad, como otra ciencia
más.
— Profe
— No me diga profe, ya lo comenté.
— Disculpe, la costumbre…
— No se preocupe, es un síntoma más de las relaciones de poder, diría Foucault.
— Fouc… ¿Qué?
— Otro filósofo, muy interesante. Habla sobre las relaciones de poder,
especificando que, aquel que tiene poder, posee, a su misma vez, la verdad.
— Ummm ya «Este señor está muy loco, habla muy extraño».
— Bueno, déjeme decirle que no está solo. Lastimosamente, todavía no puedo ser
su amigo.
— ¿Por qué no? ¿no le caigo bien? Lo sabía…
— Nooo, para nada —soltó una pequeña carcajada— aquí no podemos ser amigos.
Estamos en una institución en donde cada uno ejerce su rol, allá afuera —señaló
la salida del colegio— sí que se puede. Además, recién nos conocimos, la
amistad es el resultado de días y días de esfuerzo, por parte de ambas personas.
— Gracias, Galo.
— ¿Por qué?
— Por sentarse al lado mío.
— No se preocupe, para eso estamos. Nadie debería estar solo, la soledad es buena,
no lo niego. Nietzsche, otro duro, dice que la soledad se debe entender como
exigencia filosófica. Pues es el momento en que usted piensa, reflexiona, y todo
esto. Pero, en exceso, si es perjudicial, ya que empieza a consumirlo poco a
poco.
«A pesar de que no le entiendo del todo, se ve que es una persona diferente a las
demás. ¿Así es la filosofía? Una ciencia distinta a los demás. Me gusta, no sé por qué, me
siento tan afinado con Galo. Puede ser la manera en que me habla, el cariño que transmite,
o su personalidad. Ni idea, quiero ser su amigo, ojalá en un futuro lo podamos ser. Nadie
antes se me había acercado de esa manera, qué lindo. ¿Será que en la filosofía hay algo
sobre la muerte? ¿le cuento la muerte de mi mamá? No, no creo que sea oportuno ¿o sí? Es
que tengo tantas dudas. ¿Qué es morir? ¿qué significa morir? ¿debemos temerle a morir?
¿Dónde están los que mueren? ¿Esto es filosofar? ¿cuestionar? Me gusta, aunque no sepa
en lo absoluto cómo responder esas preguntas».
Gerónimo tuvo un recuerdo fugaz, en la clase de Ana, pues ella le había preguntado
exactamente lo mismo. ¿Galio sabía? ¿Cómo lo supo? Gerónimo no se acordaba que, en el
mismo inicio de la estrofa, lo decía. Miro nuevamente su poema, y al releerlo, se dio cuenta
que decía claramente: Ana. No había más, pensó en decirle que era otra Ana, pues temía
que alguien del colegio supiera, era su amor. Nadie más necesitaba saberlo, ni ella.
Gerónimo lo volvió a mirar, vio como una sonrisa se resaltaba en su rostro, no podía
ocultarlo, Galio iba a terminar sabiendo todo de él. ¿Y si ahora lo llevaba a la psicóloga por
enamorarse de la profesora? No, por favor no. Eso ya le debió haber pasado a alguien más
¿no?
El joven pensó, y tenía razón Galo. Gerónimo creía ser un caballero, incluso se lo
afirmó a Ana. Pero en realidad no, pues su valentía tenía limite, tenía fin. Un caballero de
verdad, admitiría el amor por su dama ante cualquier persona. No tendría miedo en lo
absoluto, pero Gerónimo sí, demasiado.
— Profe Galo, digo, Galo, ay —suspiró— como sea. ¡Estoy enamorado! ¡Estoy
enamorado de Anita!
Galo le respondió con un noble guiño, dirigió sus ojos a los de Gerónimo. En ellos,
veía la ilusión de un enamorado, se veía a sí mismo. Le produjo nostalgia, y lo único que
iba a hacer, de ahora en adelante, era apoyar a Gerónimo, lo iba a dirigir, y le iba a mostrar
una parte del sendero de aquellos que se hacen llamar “Románticos”. Pero solo una parte,
pues parte del secreto, es que cada uno diseñe su propio camino.
— Ahora sí, está enamorado Gerónimo.
— Lo sé, sé que lo estoy. ¿Usted cree que debería decírselo ya? ¡Tengo ganas de
confesarlo!
— No, no exagere Gerónimo. Todo a su tiempo, pero buen primer intento. Ojalá
tenga las mismas ganas en unos años. Yo sé que lo puede lograr.
— ¿En serio?
— Sí.
— Pero ella es grande, es toda una mujer. Ya tiene su vida, sus cosas, sus sueños
— ¿Y?
— Pues nada, que…
— Pues nada —le arrebató la palabra— Eso no impide que, algún día, estén juntos.
— ¿Qué hago para conquistarla?
— Lo que está haciendo, está bien.
— ¿Cómo así?
— Pues sí, sígale escribiendo poemas, sígale dibujando corazones. Cada día, al
menos una vez, véala, así su alma sentirá un respiro. Por el momento solo eso,
en unos años, en mi clase, aprenderá una que otra cosita más.
Galo, antes de despedirse, le entregó un papel enrollado a Gerónimo.
Gerónimo se quedó tieso viendo a Felipe después de esas palabras, pues pensó:
«¿Qué? ¿Cómo así que ella se fija en mí? ¿De qué manera? ¿Cómo no me di cuenta?
No, qué va, es imposible. Puede que se fije en mí sin intención, por pura casualidad, como
cuando nos quedamos viendo un punto estático sin saber por qué. ¿Qué tendría yo para
capturar esos ojos de manera intencional? Nada, lastimosamente nada».
Felipe trató de sentarse, lentamente acercó su cola al asiento, flexionando sus piernas y
sintiendo un dolor indescriptible. Fue tanto, que no pudo ocultarlo en su rostro y expresión.
Parecía una obra de arte trágico. Gerónimo se acercó, y le colaboró.
Gerónimo caminó hacia donde se encontraba la cartelera. La dobló, tal como el pintor
dobla su obra de arte recién terminada. Solo que, en este caso, era un tipo de arte abstracto.
Un tipo de pintura especial, que solo contenía un nombre, y un título escrito de manera
horrorosa. Sintió pena, era vergonzoso. No llevaba nada, y ya le había quedado mal. Se
dirigió donde Felipe, sabía cuál iba a ser su reacción, y la de cualquiera que viese eso.
Cuando llegó allí, nuevamente extendió la cartelera con sus dedos, lentamente destapaba el
frasco de la vergüenza, poco a poco dejaba ver su inutilidad, desnudaba perfectamente su
gran defecto.
— Hola, Gerónimo.
— Buenas tardes, profesora Lucia.
— ¿Por qué no llegaste temprano? Casi siempre lo haces.
— Me quedé dormido.
— ¡Qué va! —soltó una carcajada— no me hagas reír. Cuéntame, nunca te pasaría
algo así.
«¿Qué? ¿Por qué no se cree la excusa? Ay, Lucia. ¡Las cosas de ser buen estudiante!».
— Es enserio.
— Gerónimo, te conozco. Se nota que estás mintiendo ¿qué pasó?
— Es difícil de explicar.
— Cuéntame ¿vamos a otro lado?
— P-por fav…
— Límpiate, Gerónimo.
— Gracias, profe Lucía.
— Bueno, cuéntame. ¿Qué pasa?
— Ay, es complejo de comentar.
— Lo sé, poco a poco. Con confianza, no pasa nada.
— Sí pasa algo. El día de hoy…
— Nada, profe Anit-Ana «No, otra vez no». Cosas que se salen de las manos.
— Entiendo, bueno. Sabes que cuentas conmigo ¿no?
El corazón de Gerónimo no sabemos si iba a poder aguantar más. Apenas oyó sus palabras,
le llegaron hasta el fondo de sí. Pues, de cierta manera, estaba reafirmando que existía un
lazo entre ambos. Por la manera tan cálida, y sincera en que se lo dijo, se nota que su
interés por el hecho de que Gerónimo estuviera bien, era más allá de que fuese un simple
estudiante. Algo había, por más pequeño que fuese.
— Murió, se fue.
Felipe no entendía absolutamente nada. Estaba confundido, tenía la mente en blanco,
pero se alegraba que ya Gerónimo estuviera volviendo a la vida. Aun así, le preguntó:
Gerónimo sacó su cuaderno de biología, pasó a las últimas páginas, allí donde se
encontraban los vestigios de su amor, de su tierno amor por Ana. Se veían un montón de
estrofas, versos sin completar, algunos tachones, parecía un revuelto de letras, un huracán
de versos. Entre tanto desorden, por fin se vio algo distinto. Ese era, su poema, el cual
recitó:
«Ana, que tu sonrisa vislumbra,
un atardecer, el cual quiero contemplar;
y en tus brazos quedar,
como en el cielo, una estrella».
Era el mismo que recitó cuando Galo se acercó en el descanso. Ese era su único
poema, no tenía nada más, era el mejor resultado de su inspiración. Lo sé, es corto, y no
tenía mucha cosa, pero para Gerónimo era perfecto, no saben cuánto se tardó en hacerlo, no
era fácil. Él no era muy creativo, le costaba expresarse, y más aún, pensar en ese modo de
poeta romántico.
Gerónimo se quedó pensando, quieto en su silla. Empezó mirando a Felipe, veía que en
sus ojos solo mostraba sinceridad, acompañado de un gesto serio, oyó hasta el final de sus
palabras. Recorrió su mirada por cada parte de su alrededor, en donde examinaba
absolutamente todo. Lo blanco que eran sus paredes, los cuadros indios de elefantes, los
palos de madera fina que tenía en la sala, juntados en una esquina, aglomerados pues
estaban en la misma base. Jamás había entendido el sentido de eso. Empezó a imaginarse el
momento en que le diera el libro, y solo eso, hizo que sus ojos oscuros volvieran a tener
color, que su corazón volviera a reconstruirse, y que en su mente todavía existiese
esperanza. Tenía un buen motivo para al menos graduarse, darle un detalle que reflejara su
amor por Ana, y que ella, así fuera por un instante, pensara en estar con él. Ahora tenía más
ganas que nunca, de seguir haciendo poemas.
— Bueno, ya está, falta la información. Revise en mis apuntes qué dice, Gerónimo.
— Listo.
Gerónimo abrió el cuaderno de Felipe, pasó lentamente página por página, se dio
cuenta que era bastante organizado, y claro, a comparación de él. Una vez llegó al tema,
comenzó a pronunciar las primeras cosas que veía:
— Listo, ahora, con una flecha curva, agregue: inflorescencia. Y abajo, coloque
como ejemplos: plantas parasitas.
— Espere, tampoco, no abuse. Por partes.
Felipe hizo una flecha similar a la anterior, y copió lo que alcanzó a oír.
— ¿Inflore qué?
— Inflorescencia
— ¿Y eso qué es?
— Según lo que entiendo, es como la estructura de ramas de donde salen las flores.
Felipe terminó de copiar. Luego agregó abajo, el subtítulo de: Ejemplos, acompañado
de plantas parasitas.
Felipe agarró su cuaderno, y empezó a copiar los dos nombres científicos que tenía:
Cytinus hipocistis y Cynomorium coccineum. Luego de ello, se fijó en las imágenes que
tenía pegadas en el cuaderno, y empezó a calcarlas en la cartelera. En el caso de la primera,
empezó haciendo la raíz, acompañada luego de unos tallos floríferos y, finalmente, sus
flores. Utilizó el marcador rojo, y amarillo, para rellenar su dibujo. La segunda tenía una
apariencia peculiar, similar a un banano, sino que con un color rojo oscuro. Al igual que la
anterior, también le hizo sus raíces, su tallo, y pequeñas hojas. Estaba quedando muy linda.
Gerónimo, por su parte, solo se quedó observando la manera en que Felipe trazaba cada
cosa, dibujaba cada planta, y quedaba sorprendido. Además de que continuó escribiendo,
empezó ponerle los hábitats también a las dos especies que habían puesto de ejemplo.
Gerónimo lo tenía claro, Felipe era su mejor amigo. Cuando él termino, le dijo:
Saúl le dio un beso en la frente, y se fue lentamente. Gerónimo quedo ahí, recostado, le
conmovió mucho lo que le había dicho su papá. Por su mente, empezó a pensar:
«Papá y Mamá confían en mí, qué lindo ¿no? Los amo un montón, a los dos. Siempre
los llevo en mi mente, pase lo que pase. Papá dijo que soy una estrella, y hoy afirmé que
Anita también lo es. Y, como los dos somos estrellas, podríamos formar una constelación…
sí que se podríamos». A los pocos minutos, quedo dormido, ahora sí, de manera definitiva.
Durmió alrededor de unas cuatro, cinco horas, no me acuerdo bien. Ustedes ya saben la
rutina de Gerónimo: se levantó, se duchó, se cambió, y se sentó a comer. Esta vez, iba
temprano, pues no quería llegar tarde para su misma presentación. Nuevamente, biología
era a primera hora. La prioridad, demuestra la importancia. Cuando se dirigió a comer, se
dio cuenta que su papá se había ido, aunque Gerónimo entendía que era por trabajo, igual le
dolió, hace bastantes días que no compartían ninguna comida juntos. Así que, se sentó en la
esquina del comedor, y empezó a comer melancólicamente cada trozo de fruta que le había
dado su papá. Existían momentos en los que Gerónimo se sentía tan solo, y esa sensación le
producía una impotencia, unas ganas inmensas de ponerse triste. Pero ese día no podía
ceder a su voluntad, tenía que hacer una buena exposición, tenía agua aromática que
sorprender a Anita. Terminó de comer, agarró la crema para peinar, y duró unos minutos
arreglándose. Se veía bien, hace tiempo que no se arreglaba tanto. Finalmente, se echó un
poco de su colonia. Nuestro caballero estaba listo, enrolló la cartulina, agarró su maleta, y
se fue.
Empezó a caminar, pausado, sereno, y como siempre, con una mirada seria. Se fijaba
en los detalles de su alrededor, era un bonito día, aunque tenía frio, siendo sinceros,
siempre tenía frio. Gerónimo era una persona bastante peculiar, como ya sabrán por cada
cosa que he contado. Conjugándolas todas, podemos concluir, que Gerónimo era único. Al
cabo de un rato largo, llegó al colegio, sin afán, se dirigió al salón, pero antes, fue a
recepción, colocó su cartelera a un ladito, sacó un envase de plástico, lo colocó debajo del
dispensador, y oprimió el botón para que saliese agua aromática. Cuando fue a agarrarlo, se
dio cuenta que estaba muy caliente, lo suficiente, para haber tenido que soltar al instante el
desechable. Estaba frente a un gran problema, no sabía de qué manera transportar su agua
aromática. Se quedó ahí, pensando, menos mal no había nadie a esa hora, o eso creía, pues
de repente, oyó pasos de alguien bajando las escaleras. Gerónimo se quedó observando el
trazo final de la escalinata, cuando menos se lo esperaba, vio ese pelo rojo, ese rostro
inigualable, acompañado de una sonrisa. Era ella, Anita, Gerónimo empezó a tener una de
sus tantas taquicardias, no sabía a donde mirar, qué decir, era muy temprano para saberlo.
Ella, se quedó mirándolo, y se fue acercando, cuando estaba al lado de Gerónimo, le dijo:
— Ya está, fácil.
— Muchas gracias, Anita.
— No pasa nada. Me tengo que ir a dirección de grupo, nos vemos ahorita ¿no? —
le preguntó con una sonrisa cautivadora—
— Sí, obvio que sí, quedarás vislumbrada «No, ¿por qué le dije eso? — pensó al
instante— se me escapó, lo juro».
— Uy, qué profundo, Gerónimo. Bueno, puede ser, ya lo veremos… prepárate.
— Está bien, tampoco es que haya mucho tiempo para ello —soltó una risa—
— Es verdad, bueno, ya nos vemos.
— Vale.
Anita siguió su camino, con una sonrisa más linda que en un inicio ¿habrá sido por su
comentario? Puede ser. Por otra parte, el agua aromática ya se había enfriado, Gerónimo se
la tomó de un sorbo, recogió su cartulina, y se dirigió al salón. Una vez allí, se encontró con
Lucía, que apenas lo vio, le preguntó:
— Buenos días a todos. El día de hoy, les voy a exponer sobre las plantas
heterótrofas, que no son aquellas que tienen diferente tronco, como dije ayer. —
Todo el mundo se rio, incluyendo a Anita— Sino que, tal como se ve, son
aquellos organismos que no pueden producir su propio alimento, y, por tanto,
recurren a otras fuentes alimenticias. Pero es importante aclarar el por qué, pues
como todo en la vida, hay una justificación —sonrió, y miró a Anita. El mago
estaba haciendo su mejor truco, el de las indirectas, no saben lo importante que
fue después— y es que las plantas heterótrofas, no cuentan con la estructura
corporal necesaria para hacer fotosíntesis. Tal como lo pueden observar, cuentan
con apenas una estructura para sus flores, que vendría siendo la inflorescencia
—tomó un respiro largo, el show continuaba—. Ahora, a manera de ejemplo,
puse dos especies de plantas parasitas. La primera, tiene el nombre científico de:
Cy-Cytinus Hipocistis. Esta, tiene la peculiaridad de sus colores: rojo, y
amarillo. Si se dan cuenta, el rojo resalta más, pues es un color atractivo,
encantador ¿no? —asechó con su mirada a todos, incluyendo a Anita— Bueno,
esta especie vive principalmente en matorrales, donde puede parasitar a otras
especies de plantas. Por el otro lado, tenemos a la especie Cy-Cyn-norium
coccineum, la cual tiene una apariencia un poco extraña, pero también adornada
de un rojo oscuro, bastante lindo. Finalmente, esta especie habita en suelos
arenosos, y saladares. Creo que eso sería todo, muchas gracias.
Los aplausos empezaron, se los había ganado, incluso los de Anita. Era una simple
presentación de castigo, pero expuso como si fuera la definitiva del periodo. Gerónimo se
sentía tranquilo, contento, lo había hecho bien, los gestos de su profesora lo mostraban.
Volteó a mirar a Felipe, también lo acogió con un aplauso, Gerónimo tenía más que claro
que, la mayor parte del éxito, se debía a él, no solo porque hizo la cartelera, sino fue quien
lo motivó siempre, y creyó en él. Así que, con una sonrisa, le mostró su agradecimiento.
Después de los aplausos, Anita dijo:
— Muy bien, Gerónimo. Fuiste claro, y se nota que te esforzaste por hacer una
buena presentación. Me sorprendió bastante tu cartelera ¿Quién te la ayudó a
hacer?
— Mi papá —le dijo mientras veía de reojo a Felipe, se acordó de la conversación
que tuvieron, y en lo que habían acordado—
— Bueno, me parece muy bien, pensé que te había ayudado María, tu mamá.
Y así, el cielo se empezó a nublar, y las nubes negras a juntar, la sonrisa de Gerónimo
se fue desvaneciendo, como las hojas de los árboles en otoño. No pudo evitar hacer un
gesto de tristeza, pero a los segundos reaccionó, sabía que no podía destrozarse frente a su
público, tenía que intentar volar con las alas rotas. Así que, después de unos segundos,
respondió:
— Gerónimo, una fácil. Ya que nos expusiste las plantas heterótrofas ¿Cuáles
serían las autótrofas?
«¿En serio, Anita? —pensó mientras escuchaba la pregunta— Bueno, ya qué».
— ¿Qué significa que una planta sea herbácea, Felipe? Además, ofrécenos un
ejemplo.
— Ummm si no estoy mal, es una planta que tiene aspecto a hierba.
— Sí, muy bien, y el ejemplo…
— El girasol, puede ser.
— Bien, ahora Santiago: Ya que estamos hablando de girasoles ¿qué significa el
heliotropismo?
— Está difícil, profe. Le hizo una pregunta más fácil a Gerónimo, que no se note el
favoritismo —lo dijo entre risas, Gerónimo, se quedó mirándolo—
— Sobretodo. Si fuera el favorito —miró un momento a Gerónimo, y señaló la
cartelera enrollada— no hubiera tenido que hacer una exposición. En fin,
cuéntame.
— Creo que era el conjunto de movimientos que hacen las plantas, para dirigir sus
hojas y flores al sol.
— Muy bien, súper.
Gerónimo estaba prestando atención, y empezó a escribir sus versos, quería tratar de
hilar el girasol, y sus propiedades, con Anita. Era un buen reto, y lo quería hacer. Así
empezó:
“Anita, al igual que un girasol,
da pasos hacia el sol;
solo esa sería la explicación,
de tu brillantez, en cada acción”
Sin lugar a duda, uno de los rasgos que más le llamaba la atención a Gerónimo de
Anita, era su inteligencia. No había otra persona con tantos conocimientos, no sabía
absolutamente todo, pero su seguridad, y confianza, reflejaban la imagen de ello. Además,
su pasión al conocimiento, y a la misma enseñanza, le otorgaban un valor único,
inigualable. Gerónimo solo quería reflejar esa percepción de ella, en esa noble estrofa.
Cuando se dio cuenta, ya se había acabado la clase, pues el timbre sonó. Tenía tantas ganas
de que Anita leyese lo que escribió, pero bueno, cada vez faltaba menos. La persiguió con
su mirada, observando la manera en que recogía sus útiles, y se iba lentamente del salón.
Ay, siempre era algo melancólico tener que ver ir a la mujer que te gusta. Pero bueno, nada
podía hacer. Aunque, de repente, vio que se le quedaron sus marcadores en un borde que
tenía el tablero. De inmediato, se paró, los agarró, fue tras ella. El caballero nuevamente
tenía que servir a su dama. Felipe lo alcanzó a ver, y sonrió, pues sabía que su amigo, poco
a poco, estaba logrando su cometido.
Cuando Gerónimo la alcanzó, le dijo:
Esas fueron las palabras de Anita, las cuales dijo, mientras se reía, no sabía por qué se
ponía así Gerónimo. Un chico que, aparentemente, era tan serio, y callado, era extraño que
se pusiera todo nervioso cuando hablaba con ella. Además, vio que después de que le contó
la triste noticia, su cara denotaba tristeza. Algo había ahí, pero Anita no sabía qué era.
Gerónimo fue al salón, se calmó, bebió un poco de agua del frasco que llevaba en su
maleta, agarró la cartelera, y fue al mismo punto. Allí, se lo entregó. Ambos, se despidieron
con una tierna sonrisa. La de Gerónimo, un poco más tímida, claramente, le costaba sonreír,
pero con ella, no tanto.
Al volver al salón, se dio cuenta que tenía descanso, así que agarró sus onces, y se fue
a caminar un rato. Se dirigió a un parque, repleto de zona verde, le gustaba ir allá, pues no
había absolutamente nadie. Como he recalcado, a Gerónimo le gusta la soledad. Allí, se
empezó a comer la fruta que le había empacado su papá.
«Padre ¿a qué hora hiciste todo esto? Pensé que simplemente te habías despedido de
mí. Pero no, te tomaste la molestia de ver la agenda, de empacarme las onces, pues sabes
que comúnmente se me olvida. ¿Te hará falta mamá? Ya lo creo, pero eres fuerte, valiente.
Mi modelo a seguir» —fue lo que pensó Gerónimo una vez se sentó—
Estaba solo, pero se sentía acompañado por sus pensamientos. Ellos nunca lo dejaban
solo, siempre iban a estar para hacerlo reflexionar, para hacer que viera de distintas
maneras las cosas. Ese era el secreto de su madurez. Pues desde pequeño, siempre había
sido así. Cuando María estaba viva, se la pasaba trabajando hasta noche, al igual que su
papá. Nadie le decía nada, nadie le recodaba nada. Fue la autonomía, y la responsabilidad
de Gerónimo, parte de los motores que le permitían ser siempre un buen estudiante.
Reconocía que su educación era una prioridad, y valoraba la importancia que tenía
aprender. Compartía, de cierta manera, la pasión por el conocimiento de Anita.
Obviamente, en menor medida, pero era una gran potencia, que, en algún momento, iba a
volverse acto. Finalmente, su último secreto para ser buen estudiante, era siempre
reconocer el esfuerzo de sus papás, y saber que día tras día, ellos trabajaban para permitirle
estudiar. Gerónimo siempre supo, que lo menos que podía hacer, era ser el mejor
estudiante. Esa siempre fue forma de agradecerles. Hacerlos sentir orgullosos, era uno de
los cimientos de su vida. Y ahora que había perdido a María, con más ganas quería
mostrárselo.
Ahí seguía Gerónimo, sentado en el pasto, terminando de comer un sándwich,
pensando y pensando. Cualquier persona, podría pensar que era un individuo con
problemas, pues era bastante asocial, y parecía encapsulado en su mundo permanentemente.
Pero no es cierto, el único problema que tenía Gerónimo, era no poder parar las preguntas,
y cuestiones que se le venían a la mente en todo momento. Desde que murió María, tenía
un montón de preguntas, y poco a poco, eran más: “¿la muerte tiene algo de bello?” ¿qué
significa que todo tenga un fin?” “¿cuál es la relación entre el cielo, y la muerte?” eran
algunas de las preguntas que azotaban su mente, y que quería responder, pero no sabía
cómo. Así que, básicamente, continuaba pensando en ellas, con la fe que mágicamente
apareciera una respuesta.
Sintió que alguien se acercaba, pero le daba pereza voltear a ver, creyó que era una
persona más que iba a seguir derecho. Así que no se preocupó por saber quién era, lo sentía
cada vez más cerca, pero seguía con el mismo pensamiento, cuando lo sintió al lado, no oyó
más pasos, la persona se había quedado quieta. Ahora sí, iba a voltear a ver, cuando lo hizo,
se dio cuenta que era Galo, otra vez.
— Bueno, creo que el tiempo se nos acabó. Tendremos que seguir la conversación
después.
— Sí —reafirmó Gerónimo —
— Adiós, Gerónimo.
— Chao, Galo.
Gerónimo recogió sus cosas, y se fue. Cuando de repente, oyó una voz, parecía que lo
llamaba. Miró atrás, y efectivamente, era su papá. Que había llegado para la reunión. Al
momento, a Gerónimo se le hizo raro, pues no recordaba la cita, a los pocos segundos, se
acordó. Se le acercó, y le dijo:
— Padre, voy a ir al salón, dejo las cosas, y ya nos vemos en recepción. Timbra ahí,
para que te abran.
— Está bien, mijo.
Gerónimo se fue al salón, allí, guardó su lonchera. Luego, volvió a salir, Felipe que
estaba viniendo, le preguntó:
— ¿A dónde va?
— Tengo cita con la psicóloga por lo de ya sabe… dígale al profe cuando vuelva
¿sí?
— Listo, mucha suerte.
— Gracias.
Se dieron un abrazo, Gerónimo despeinó a Felipe, en símbolo de afecto. Nuestro
caballero siguió su camino, sabía que no iba a ser un encuentro fácil, y agradable. Pero
tenía que hacerlo, sabía que no podía solo. Él era consciente de su debilidad, y por eso, dejó
de ver la reunión con malos ojos, y pasó a verlo como una oportunidad para crecer. Cuando
llegó a recepción, vio a su papá. Se dieron un cálido abrazo, Gerónimo lo miró a los ojos, y
le dijo:
— Ya pueden subir.
El momento había llegado, le era difícil respirar profundo, ahora estaba más agitado.
Se repetía muchas veces en la mente: «Todo saldrá bien, no estoy solo» Y así era. Cuando
Saúl se percató que su hijo estaba ansioso, lo agarró del hombre, y lo tranquilizó. Así fue,
ya estaban listos para entrar. Cuando ingresaron a la oficina, la psicóloga, que se llamaba
Laura, les pidió que se sentasen. Obedecieron, Laura se levantó, y cerró la puerta con
seguro. Sabía que todo lo que se dijera allí, no podía ser escuchado por nadie más. Existe
algo llamado privacidad, y debe respetarse. Más aún, cuando se relaciona con un tema
personal, como la muerte de un familiar.
— Buenos días a los dos, el día de hoy se quiere iniciar un proceso, pues la
institución lo considera necesario. La salud mental de Gerónimo, siempre será
prioridad, y sé lo mucho que le puede llegar a afectar la muerte de su madre. Por
tal motivo, quisiera empezar preguntándole a Gerónimo ¿qué sientes cuando
piensas en la muerte de tu mamá?
Gerónimo tenía la mente en blanco. Los nervios lo estaban asechando, empezó a perder
la confianza, y dudaba de absolutamente todo. Le habían preguntado algo, y tenía que
responder. Hizo su mayor esfuerzo, respiró profundo, y contestó:
— No existe una sensación específica. Es difícil de explicar, al inicio claramente
me afectaba siempre negativamente. Pero poco a poco lo voy asimilando,
también voy entendiendo la muerte un poco más. Antes vivía en una burbuja, y
este evento me ha abierto los ojos a la realidad.
Saúl, y Laura, se quedaron anonadados. Partes de su respuesta, vislumbraban la
brillantez de su mente.
— Bueno, creo que eso es todo por la primera sesión. Tengo lo necesario para
empezar, cabe resaltar que la excelente fluidez de la sesión, se debió a
Gerónimo. Su sinceridad, y valentía por decir lo que piensa, es algo que no
todos los muchachos tienen, y es lo que dificulta muchas veces el mismo
proceso. Pero bueno, eres un caso especial, Gero. Felicitaciones. Nos vemos
pronto, estaré en contacto con ambos.
— Muchas gracias, Laura —dijeron Saúl y Gerónimo—
Los dos salieron de la oficina, bajaron las escaleras, y en la recepción, Gerónimo se
despidió de su papá con un cálido abrazo.
— Qué duro.
— Lo es —respondió Laura— pero ese chico tiene algo especial
— ¿Por qué?
— Hoy tuvimos la primera sesión, y lo hubieras oído. Asimila las cosas de una
manera muy peculiar, en buenos términos. Comentó lo importante que es la
muerte, y por qué es necesaria para que todo tenga un sentido.
— ¿En serio?
— Sí, bueno, Anita, te dejo, tengo otra cita. Nos vemos más tarde.
— Listo.
Anita se fue a su oficina, tenía varias cosas que hacer, pero no podía dejar de pensar.
«Ayer murió la mamá de Gerónimo. Y casualmente, él llegó tarde, cuando nunca antes
había pasado eso. No creo que se haya quedado dormido. Entiendo que haya mentido,
supongo que no es fácil, y menos a su curso completo. Pero hemos tenido varias
oportunidades para hablar, y no me ha dicho nada. Al contrario, siempre trata de sonreír, de
estar bien. Qué raro ¿por qué no me dijo lo que estaba pasando? Y pues claro, ya sé por qué
esta mañana se puso así. Le dije que pensaba que le había ayudado su mamá en la cartelera,
y me respondió otra mentira. Lo entiendo, no lo juzgo, pero… ¿por qué no me dijiste
Gerónimo? Sabes que te quiero un montón».
Lo que no sabía Anita, es que Gerónimo sentía cosas muy lindas por ella. Y, a raíz de
ello, solo quería mostrarle lo bueno que era él, en ningún momento le iba a mostrar las
razones de su sufrimiento, o tristeza. El caballero debe actuar con valentía, y por más
desmoronado que esté por dentro, dar buena cara a su amor. Gerónimo no le decía nada a
nadie, porque no le gustaba mostrar lastima, no quería que nadie lo infravalorara. Pero
bueno, al final del día, la verdad aparece, y nada se puede hacer. Muchas personas ya
sabían la muerte de María, Gerónimo solo le quedaba confiar en esas personas. Aunque ya
empezaron mal, pues Gero no quería que, por nada del mundo, Anita lo supiera, ya que
sabía que lo iba a ver de una manera distinta.
El día prosiguió de la misma manera. Clase tras clase, Gerónimo era víctima de
múltiples pensamientos, los de siempre: María, y Anita. Pero bueno, le tocaba colocar
atención a las clases, pues se aproximaban los exámenes finales, y debía cumplir con sus
obligaciones. Enamorado, y todo, pero tenía que sacar también el año adelante. Obviamente
lo iba a lograr, era él. La estrella, según sus papás, estaba condenado a brillar. Durante el
almuerzo, como siempre, almorzó solo. Durante el descanso, se dedicó a reflexionar, y
pensar, sus actividades favoritas, aparte de escribir. En las últimas horas de clase, de
milagro prestó atención. Sociales, y ciudadanía, Gerónimo nunca entendió el propósito de
colocar clase a las últimas horas. Todo el mundo estaba re cansado, hasta los mismísimos
profesores. Pero bueno, tocaba. Al final del día, durante la dirección de grupo, Lucia le
preguntó a Gerónimo:
Gerónimo empacó sus cosas, se despidió, y se fue a su casa. Caminaba lento, pausado,
pues sabía que se venía la parte más difícil del día. En el colegio, mal o bien, se distraía,
molestaba… en fin. Pero en su casa, sabía de antemano que papá no iba a estar, y mamá no
lo iba a estar nunca más. Trataba de respirar profundo, así se liberaba de los pensamientos
negativos. Pero eso no era suficiente, la tristeza nunca se rinde, y seguía persiguiéndolo,
como si fuera su misma sombra. La soledad, sabía conllevarla hasta cierto punto, pero
también le aterrorizaba. Gerónimo tenía miedo, miedo de sí mismo. Cuando fue a cruzar la
avenida, lo hizo sin ver absolutamente nada, estaba muy agitado, y angustiado. Una vez
llegó a la doble línea de la carretera, observó un camión pasar a toda velocidad, a tan solo
milímetros de él. Su corazón empezó a acelerar, no sabía lo que estaba pasando. Trató de
estabilizarse, pero esta vez no tenía a nadie que lo ayudase. Abandonado, así se sintió. Con
un poco de esfuerzo cruzó la carretera por completo. Lo había visto todo por segundos,
pero de milagro, sobrevivió. Entre lo que pasó por sus ojos, estaba Anita, María, Saúl, y
Felipe. Eran su vida, sin ellos, Gerónimo era solo un somnoliento árbol, que se desplomaba
de la tristeza. Pero entre todos, quien más milisegundos permaneció, fue Ana, con su pelo
rojo, su sonrisa. Era su dama, definitivamente.
Estaba cerca de su casa, y ya estaba más tranquilo. Pasó por la iglesia del parque
central, se quedó un par de minutos al frente. Trataba de encontrar paz, de la manera que
fuera. Ingresó, y frente a una estatua de Jesús crucificado, soltó las siguientes palabras:
Capítulo II
Dos años (y un poco más) después, Gerónimo estaba en noveno. Seguía siendo el
mismo chico, aunque ahora estaba más solo que antes. A Saúl, le tocó irse a Yopal a
trabajar hace año y medio. Por tanto, Gero vivía con su abuela, Elena. Era un amor de
persona, siempre trató a Gerónimo como si fuera su mismo hijo. Gerónimo también le tenía
un profundo amor, veía en ella, a su mamá. Siempre creyó, que Elena había sido el regalo
del universo, para que continuase fuerte, y valiente. Y la verdad es que así era, su abuela
comenzó a ser parte de sus vínculos más cercanos, pero en realidad, el principal factor que
le permitió atravesar todo obstáculo, fue su amor por Anita. ¿Todavía sigue enamorado? Se
puede llegar a preguntar, apreciado lector. Y la realidad es que sí, seguía enamorado.
¿Recuerda el diario? Pues, efectivamente, seguía escribiendo. Ya iba por cuatro cuadernos
de cien hojas. Setecientos treinta y ocho días habían pasado, desde que decidió empezar la
aventura de contar su día a día, y la manera en que su sentimiento por Anita evolucionaba.
Setecientos treinta y ocho días distintos, setecientas treinta y ocho páginas distintas. La
locura de los románticos, definitivamente.
De manera silenciosa, callada, sin hacer mucho ruido, Gerónimo se convertía en un
buen estudiante. Aprendiendo de sus errores, levantándose de las caídas. Sus amigos
seguían siendo los mismos, solo que, ahora sí, se podía afirmar que Santiago lo era.
Tuvieron buenas experiencias juntos, que los acercó más. Felipe, Santiago, y Galo, ese era
su círculo social, no había más, pero tampoco faltaban más. Como había dicho, eran dos
años exactos desde la última vez. Es decir, era octubre del dos mil dieciséis. Estaban en el
tramo final del año. Un año muy bueno, pues además de que tuvo el placer de volver a ver a
Anita en el aula, también la tuvo como directa de grupo. Cada mañana, tenía la oportunidad
de contemplarla, así fuera por unos minutos. Ahora, ¿cómo le fue con la materia de Anita?
Una maravilla, Gerónimo tenía potencial en la investigación. En cada clase, no participaba
siempre, pero cada vez que lo hacía, era con un trasfondo increíble. Gero no decía lo
primero que se le venía a la mente, siempre pensaba la respuesta correcta, y cuando alzaba
la mano, era porque estaba seguro de que lo era. Pero todavía no se puede cantar victoria,
aún faltaba un examen final. El día en que me ubico, es cuando tiene que presentarlo. El
penúltimo día de colegio, así es.
Gerónimo se levantó motivado, pues sabía que era el último reto. Fue al baño,
agarró su teléfono, un Nokia verde pequeño, que había soportado una caída desde dos
pisos. ¿Cómo pasó? Respuesta: Felipe. Agarró el altavoz, y lo conectó, puso su canción
favorita: Do I wanna know? De Arctic Monkeys. Se quitó la ropa, y se metió en la ducha.
¿Por qué era su favorita? Sinceramente, no sé, aunque lo más probable, es que haya sido
porque le recordaba a Anita. Después de bañarse, agarró sus cosas, y se fue al cuarto. Allí,
se vistió, se puso su uniforme. Fue a la mesa, Elena ya le había preparado el desayuno. Se
lo comió rápidamente. Se cepilló los dientes, y se peinó. Agarró su maleta, recogió parte de
la mensualidad para sus onces, y sacó su cicla. Tal cual, su papá, hace un año, le había dado
una bicicleta BMX, de color morado, un bello color, definitivamente. Se despidió de su
abuela, con un tierno beso, y antes de irse, ella le dio la bendición. Se montó, y comenzó a
pedalear, sentía el viento chocar con su rostro, y era agradable la sensación. A medida que
se esforzaba más, su corazón latía un poco más rápido, cruzó la avenida, ya casi llegaba.
Eran cuestión de minutos, lo que se tardaba desde su casa, hasta el colegio. De un momento
a otro, ya había llegado. Entró, se bajó y caminó con su cicla hasta el sitio donde la podía
dejar. Una vez la ubicó, se dirigió por un agua aromática, pues tenía frio, como cada
mañana. Allí, colocó dos vasos desechables, y se sirvió. Sintió la presencia de alguien, no
colocó atención. Empezó a tomar su agua aromática, hasta que, oyó su voz. Era Anita, que
lo estaba saludando.
— Muchachos, la profesora Ana me dijo que fuéramos a las ocho y cinco, a sala de
informática, pues allá era el examen de fundamentos.
Todos lo miraron, y con un gesto, transmitían que habían entendido la información.
Felipe llegó donde Gerónimo, y le dijo:
— Bueno, no hay nada raro. Tienen todo para desarrollar el examen, es decir, el
programa para analizar los datos que se les brinda, y sacar las cosas que se le
piden. Espero les vaya bien, cualquier duda, estaré por acá. Recuerden, esta es la
parte conceptual. El día de mañana, es la práctica, que será con sus exposiciones
finales.
Todos empezaron a trabajar. No estaba tan difícil, aunque para Gerónimo, sí que lo iba
a estar. Fueron los nervios o la ansiedad, los responsables de que la mente de Gerónimo
estuviera en blanco. Trató de hacer los puntos que se sabía, pero era obvio que iba a
necesitar ayuda. Pasaban los minutos, y lo único que aparecía por el pensamiento de
Gerónimo era:
«¿Será que pregunto? —pensó Gerónimo— No creo que me vaya a responder, y no
quiero quedar en ridículo».
Los minutos pasaban, y nada se le ocurría a Gerónimo. Solo pensaba, una y otra vez, la
misma cosa. Veía a su alrededor, la manera en que sus compañeros casi estaban terminando
¿y él? Reflexionando si preguntar, o no. En ocasiones, el miedo a lo qué pensarán, es lo
más estúpido de este mundo. Gero solo estaba perdiendo el tiempo, de manera absurda. Se
acordó de un par de cosas más, así que pudo medianamente seguir su examen. Pero no iba a
alcanzar, pues por cinco pasos que retrocedía, daba uno adelante. Estaba condenado a un
jaque mate. No tenía piezas que mover, o bueno, solo una, pedirle ayuda al juez.
Ana estaba calificando, y adelantando unas cosas. Pero por encima, los veía a todos.
Pero Gerónimo le llamó la atención, pues se fijó en su rostro de confusión, le parecía raro,
pues él era de los mejores estudiantes. Así que se levantó, y se acercó a él.
— No, no señora.
Ana, no le creyó, así que miró la pantalla del computador. Se dio cuenta que estaba
muy colgado Gerónimo. Y le cuestionó:
— ¿Entonces por qué todavía te falta más de la mitad?
— Es que… no lo sé.
— ¿Cómo no vas a saber? Si eres de los mejores…
— No lo sé, se me borró todo.
— Quien sabe en quien estará pensando…
«En ti —pasó por su mente— Anita».
— No es eso, solo no puedo —respondió Gerónimo—
— Haz tu mejor esfuerzo, y si algo, nos quedamos un rato después de la hora
acordada ¿listo?
«¿Esto es un sueño? —seguía pensando— ¿Por qué eres tan misericordiosa con este
mortal? ¿Qué hice? Ay no, ahora sí que menos podré avanzar».
— Vas bien.
Sintió un vacío, y volteó su mirada. Ahí estaba, ella, tan linda, tan dulce, y siempre
apareciendo, cuando menos se le espera.
Anita revisó el otro punto que le faltaba. Y había cometido el mismo error en un inicio.
Lo corrigió, y le mostró el procedimiento. Aunque no hizo el último paso, se lo dejo a él.
Lo hizo bien, como era.
— ¿A dónde van?
— ¿No se acuerda de lo que nos dijo ayer Ana?
— ¿Eh?
— Que, en este espacio, fuéramos a informática a terminar la presentación del
proyecto.
— Es verdad —dijo Gerónimo mientras recordaba el momento en que Ana dijo
dicha información. Se acordó de sus botas negras, acompañadas de un pantalón
rosado, que combinaba con un blazer negro, junto a su bata, claramente, nunca
podía faltar. Se veía hermosa, como siempre. Le había llamado tanto la atención,
que ni le prestó cuidado a lo que había dicho—
Gerónimo salió con Felipe hacia la sala de informática. Allí, donde Gero vivió una
experiencia única, irrepetible. Que sabía que iba a recordar, apenas entrara. Y así fue,
apenas llegó, se hizo en el mismo puesto, en el mismo computador, suspiraba en silencio,
quería volver a repetir ese abrazo. Pero bueno, tenía que trabajar. Durante las siguientes
horas, trató de adelantar lo que más pudo de su proyecto, que era sobre contaminación
hídrica. Ya tenía casi todo completo, solo era necesario retocar algunas cosas, y configurar
la parte estética. Siempre, Gerónimo tenía una obsesión con hacer presentaciones bonitas, y
esta, que se le iba a presentar a su dama, no iba a ser la excepción. Una vez transcurrido el
tiempo asignado, era momento de ir a almorzar, e ir a casa. Fue al salón, dejo sus útiles.
Almorzó con Felipe, rara vez ocurría eso, pero bueno, tocaba aprovechar cuando se daba el
chance. A lo lejos, vio a Ana, almorzar junto a los directivos. Solo podía pensar en ella.
— Te extraño, madre.
Se montó en su cicla, agarró el volante con sus dedos, y emprendió su último tramo
hasta la casa. En el camino, sintió un escalofrió, que le evocó un desequilibrio, justo pasó
por un bache, no tuvo los reflejos para evitar la caída, y se cayó. En el suelo, se quedó unos
segundos, no entendía nada. Su mirada al cielo, luego trató de mover su cuerpo, y observó
su cicla, soltó una risa, y se dijo a sí mismo:
— Qué hueva.
Se levantó, vio que se había raspado las rodillas, y los dedos. Vio a su alrededor, casi
no ve sus lentes, los levantó, y vio que se habían rayado también. Alzó su cicla, y decidió
terminar lo que faltaba caminando. Le dolía su cuerpo, había sido una caída tonta, pero
dolorosa. Hizo una parada, en una tienda que tenía cerca a su casa, entró, y con lo que le
había sobrado, compró una chocolatina. Después de eso, llegó a su hogar, como siempre,
abrió la maleta, sacó las llaves, agarró la qué era con su dedo pulgar e índice, e hizo el
movimiento secreto. Abrió la puerta, entró la cicla, sacó la llave, y volvió a cerrar. Cargó la
cicla hasta el patio. Después, decidió bañarse, con el fin de aliviar un poco el dolor que
sentía. Así fue, abrió la puerta del baño, se vio en el espejo unos segundos, acercó su rostro,
y lo volvió a alejar. Entró a la ducha, se limpió cada parte de su cuerpo con el agua caliente
que penetraba cada parte de su cuerpo. Agarró jabón, y también se lo aplicó. Al cabo de
unos segundos, salió de la ducha, y se fue a su cuarto. Se puso el piyama, se sentó en su
escritorio, y escribió:
“Gracias, Anita 24/Noviembre/2016
Si no hubiera sido por tu ayuda, Ana, hoy sería de los peores días de mi vida. Pues no
hubiera perdonado haber perdido el examen, con el esfuerzo hecho a lo largo del semestre.
No hubiera pasado por alto, el hecho de haberte fallado, y no conseguir ser el estudiante
que me propuse ser, para ti. Pero gracias a tu generosidad, terminó siendo de los mejores
días de mi vida. Estaba perdido, en blanco, sin ninguna esperanza, pero llegaste tú, y me
rescataste del naufragio, dándome un navío, en donde seguir mi viaje, al lado tuyo, por
unos minutos.
Terminé dándote un abrazo, que desde hace tiempo quería darte, no sabes lo lindo que
se sintió, fue maravilloso. Segundos de adrenalina pura, de extrema felicidad. Quisiera
repetirlo, una y otra vez. Gracias, nuevamente”.
Después de escribir esto, Gerónimo se dirigió a la cocina, abrió uno de los tantos
cajones, y agarró un paquete de galletes. Luego destapó la nevera, y se sirvió un vasado de
leche. Una vez acabó, miró televisión un rato. Volvió a su escritorio, repaso los poemas que
había escrito ese día, le encantaron. Finalmente, se recostó. Elena no estaba, se había
quedado donde la hermana. Así fue, cuando la soledad volvía a atacar, en silencio, como
mejor sabía. Gerónimo intentó dormir, pero le era difícil conciliar el sueño. Recuerdos
fugaces, emociones distintas. Un desbalance total su estado emocional, como siempre había
sido. Se sintió triste, y le seguía doliendo el cuerpo. No sabía qué hacer. Recordó a su
mamá, nuevamente, lloró, como siempre. Pase el tiempo que pase, hay cosas que nunca
cambian. El sufrimiento, jamás lo había abandonado desde aquella vez. Era su amigo, su
compañero fiel, con quien se recostaba siempre. El espacio que siempre existía cada vez
que comía o se dormía, era ocupado por el dolor. Al principio huía de este, pero poco a
poco, Gerónimo lo aceptaba. Esto, lo consiguió también gracias al amor por Ana, que lo
volvía más fuerte, más valiente, intrépido. La mejor versión de Gerónimo, estaba con ella.
Después de horas enteras dando vueltas, luego de secarse las lágrimas, una y otra vez,
cuando por fin, su mente lo dejo en paz, pudo dormir.
Sonó la alarma, una, y otra vez. Gerónimo no se levantaba, fue hasta que le dio un
palpito de que iba tarde, lo que le hizo despertar. Observó el reloj, y se calmó, pues eran
apenas las seis de la mañana. Se tenía que preparar en treinta minutos. Así que, se puso las
gafas, tendió la cama, pasó al armario, sacó el traje, era el día, preparó su camisa preferida,
que era de color azul oscuro. Acompañada de una corbata, con escarcha gris, de tono azul
oscuro también. Era peculiar, pero elegante. Extendió el blazer, con su chaleco, también, el
pantalón, y los zapatos. Caminó al patio, agarró una toalla naranja, era su preferida. ¿Por
qué? por el naranja, el mismo naranja que adorna las hojas de otoño, el color de las
zanahorias que comen los conejos a diario, y el tono que identifica a su animal preferido,
los Zorros. Agarró su celular, y el altavoz, como cada mañana. Puso una canción única:
Time of our lives. A los pocos minutos, se desvistió, se percató nuevamente de sus heridas
por la caída, pero no le puso cuidado, hasta que sintió el agua caliente en cada una de ellas,
y ese ardor que le producía un dolor inmenso. No estaba muy bien, pero no era excusa,
tenía que dar lo mejor de sí. Salió de la ducha, se pasó el desodorante, para luego colocarse
una camiseta blanca por debajo, después la camisa. Con suavidad, se abotonó, no tenía
afán, o bueno, un poco sí. Se acordó que no había terminado la presentación en su
computador, así que le iba a tener que pedir prestado a Felipe el suyo. Se puso los
interiores, junto a los pantalones, flexionó las rodillas para agarrar los zapatos, y casi se
cae, no estaba bien. Al final pudo, se los colocó, y amarró, agarrando cada extremo del
cordón con sus dedos, haciendo una equis, creando dos orejas, y cruzando una por debajo
de la otra, para así, solo apretar. Estaba casi listo, abrió el tercer cajón del armario, ahí
estaba su cinturón negro, se lo puso al pantalón, y lo apretó. Comió algo ligero, un ponqué,
con un vaso de yogur. Volvió al cuarto, se puso la corbata, y el blazer. Se dirigió al baño
para ultimar detalles, agarró la crema de peinar, y se hizo su copete típico. Agarró el cepillo
de los dientes, le puso crema, y durante unos minutos empezó a pasarlo por cada rincón de
su boca. Se limpió la cara, por último, agarró su loción, y se la esparció por todo su cuerpo.
El caballero, ahora sí, estaba listo.
Se fue caminando, pues le era imposible llevar la bicicleta por el mismo traje, y las
raspaduras de la caída. De milagro podía caminar, sentía ese dolor a medida que daba un
paso. Tenía que parar cada cierto tiempo, tomar aire, y volver a caminar. Reviso su celular,
iba bien de tiempo. Pasó por la iglesia, miró al cielo, y bajó la mirada. Tenía que ser fuerte.
Antes de cruzar la avenida, se quedó quieto por unos segundos, miró cada a ambos lados,
nuevamente, respiró profundo, y la cruzó. Le dolían mucho las piernas. Pero bueno, poco a
poco, se iba acostumbrando. Después de unos minutos más de sufrimiento, había llegado.
Estaba en la puerta del castillo, listo para entrar, y enfrentar sus últimos dos desafíos. Se
abrió paso hasta el salón, sabía que el alrededor lo estaba viendo. Al fin y al cabo, solo su
curso iba de traje. Pasó por recepción, ese día no iba a tomar agua aromática, tenía que
terminar la presentación Llegó a salón, se sorprendió, no era usual ver tanta elegancia.
Buscó a Felipe, y lo encontró, el único que no estaba formal, pues tenía su traje en el
casillero, desde hace más de dos meses. Así era él. Se le acercó, y le dijo:
Los dos se dirigieron al parque, el lugar donde Gerónimo pasaba la mayoría de sus
descansos. Allí, se recostaron sobre el césped, y empezaron a comer sus onces. Felipe, por
un lado, le quitó el envoltorio a su alimento, y se lo fue comiendo. Gerónimo, por el otro
lado, abrió el paquete, y también prosiguió a comer. Después del primer mordisco, Felipe le
preguntó a Gerónimo:
— Es verdad, Felipe. Aunque bueno, digamos que ayer, cuando nos quedamos
solos, ese defecto se desvaneció, por unos segundos.
— ¿Qué pasó?
— Ella me terminó de ayudar con unas cosas del examen. Cuando lo acabamos, le
di un abrazo, pero no uno cualquiera, uno muy especial. Me levanté de la silla, y
ella, al ver mi intención, también lo hizo. Fue mágico.
— Ya lo creo que fue. Sus ojos brillan más de lo normal, y se le enmarca una
sonrisa única, cuando habla de ella ¿sabía?
— No, realmente no.
— Ahí le dejo el dato.
Ambos terminaron de comer. Felipe estaba pensando acerca de la vivencia que recién
le contó Gerónimo. Se alegraba un montón por él. Más que nadie, merecía una persona así,
única. Reconocía lo que había sufrido, y que llevaba dos años en silencio, cultivando su
sentimiento, ya era hora, de que se dieran sus primeros frutos. Luego lo observó
detenidamente, y vio que cuando Gerónimo se levantó a botar el paquete, le costó hacerlo.
— Le pasa algo en las piernas ¿no?
— ¿Se va finalmente?
— Sí, a Estados Unidos.
— Ya veo. ¿Hoy vamos por una pizza? Invitamos a Santiago.
— Si quiere, no le veo problema —respondió Felipe, un poco melancólico—
— Desde cuarto juntos. Lástima no poderme graduar con usted.
— Así es.
— Muchas gracias por todo, Felipe, en verdad. Usted siempre estuvo ahí, firme.
— No fue nada. Aunque prométame algo.
— ¿Qué sería?
— Que va a conquistar a Anita, y dará hasta su último esfuerzo.
— ¿Por qué?
— Yo sé lo que le digo. Esa mujer es única, especial. Veo que todo va por buen
camino, así que no desista estos años. Así yo no esté, siga su causa.
Gerónimo no aguantó la emoción, y lo abrazó, mientras le decía:
— Lo haré.
El timbre sonó, se había acabado el descanso. Era momento de volver al salón, a
presentar la última exposición. Felipe se levantó, y ayudó a Gerónimo a levantarse también,
pues sabía que no le era fácil. Botaron el envase del jugo, y se dirigieron al salón. Allí,
juntaron sus puestos, y revisaron sus presentaciones. Todo estaba en orden, todo estaba
listo. Poco a poco, los demás llegaban. El nerviosismo empezaba a crecer, era el mejor
depredador de Gerónimo. Se acercaba lentamente, y aguardaba el momento para asechar.
Al cabo de unos minutos, llegó Ana. Como siempre, fantástica, con un vestido blanco,
que la hacía parecer un ángel. Con su libreta, y cartuchera, llegó.
— Dale, no seas bobo, si quieres no veo —le volvió a decir mientras soltaba una
pequeña risa, y volteaba la mirada—
Gerónimo se desabrochó el cinturón, y se retiró lentamente el pantalón. Le temblaban
las manos, era normal, jamás había estado antes en una situación así. Respiraba lentamente,
era consciente que así su cuerpo se iba a calmar. La miraba, y sonreía en secreto.
La cara de Ana estaba cambiando con el paso de los segundos. Pasó de estar feliz,
sonriente, y alegre, a estar enojada. Eso no era bueno, aunque, de cualquier manera, se veía
linda. Gerónimo era fiel admirador de ella. No importa el clima, quien es amante del cielo,
lo verá siempre.
— Listo, tu rodilla ya está bien. La otra no tenía nada más que un raspón.
— Gracias, Anita. En verdad.
— A ti, eres un paciente muy juicioso. Ve a almorzar, supongo que tendrás hambre.
— Sí, lo haré. Adiós —le dijo Gerónimo—
— Chao. Nos vemos ahorita —respondió Ana—
Gerónimo se fue, sintió un alivio, aunque seguía cojeando, pero no tanto. Mientras
bajaba las escaleras, empezó a pensar:
«Dijo que nos veíamos ahorita. Es decir, va a estar en el evento —sonrió— la podré
seguir viendo. Ay, Ana, si supieras todo lo que siento cuando estoy contigo. No me importa
nada más en el mundo, son momentos únicos, que siempre quedarán en mi mente».
Salió de recepción, y se dio cuenta que estaban entregando el almuerzo por otra parte.
Supuso que, tocaba comer en los salones, pues estarían preparando el evento en donde
siempre se comía. Miró la extensa fila, y le dio tanta flojera almorzar. Comenzó a caminar
hasta el final. De repente, sintió que alguien lo estaba llamando. Volteó a mirar, y era
Felipe, que estaba con Santiago. Ambos, le dijeron que fuese con ellos.
— Pase.
Abrió la puerta, y ahí se encontraba ella. Nuevamente juntos, Gerónimo ya había
perdido la cuenta de las veces que lo habían estado ese día. Un día para nunca olvidar, para
tatuar en el alma. Gerónimo se acercó con una mano detrás, pues ahí tenía su detalle.
— Lo siento, profesora Anita. Solo quería darte esto —mostró su mano izquierda, y
le entregó su chocolatina Kinder Bueno, no merecía menos—
Nuevamente, Anita no esperaba ese detalle. Se acordó de lo que había dicho el día
anterior, creyó que había quedado claro que era una broma. Le conmovió, se levantó, le
recibió la chocolatina, y le dio un fuerte abrazo. Gerónimo solo cerró los ojos, y disfrutó el
momento. A los pocos segundos, se separó de ella, pues sabía que, si se quedaba más
tiempo, se podía mal interpretar.
Al cabo de dos años, un poco menos, desde ese último día mágico. Gerónimo se
encontraba en once, este tiempo no habría sido nada fácil para él, pues tuvo que enfrentar la
soledad en la misma institución. Sus amigos, efectivamente se habían ido. Y en su curso,
con nadie compartía, bueno, con una persona, pero jamás confío del todo en ella, pues no le
daba muy buena espina. Sabía, en el fondo, que era de esos individuos que caminan con
una máscara, que en cualquier momento se puede quitar, y desvanecerse al instante.
No obstante, por cosas de la vida, le tocó hacer un proyecto junto a esta persona, era
uno de los requisitos para graduarse. Este, se basaba en el medio ambiente, pues Gerónimo
seguía creyendo que iba a estudiar algo relacionado con este campo. Y, justo en el día en
nos encontramos, tenían una feria en el parque principal. En este evento, se iban a exponer,
y sustentar, los proyectos involucrados en el P.R.A.E del colegio. Entre ellos, estaba el de
Gerónimo.
Gerónimo se levantó un poco más tarde de lo usual, pues la feria empezaba hasta las
ocho de la mañana, y no tenía clase, ya que era un día dedicado a los profesores de la
institución. Sin embargo, tenía que llegar antes, para alistar todas las cosas que se iban a
poner en el puesto del mismo evento. Apagó la alarma del celular, y se dirigió al baño. Se
contempló en el espejo por segundos, y dijo:
— ¿Para qué?
— No sé, estar en contacto. Ya casi te gradúas.
Se sintió conmovido, querido. Algo lindo había entre ellos, definitivamente.
— Claro, ya te lo paso.
Una vez le dio su número, se comenzaron a escribir:
-Hola Nico.
-Hola.
-Cambia de foto por favor.
Ese mensaje lo sintió como un golpe bajo. No era una foto mala, bueno, sí, tenía un
filtro raro, junto a una mirada extraña. Tenía razón, aunque le pareció raro, porque para
decirle eso, se debió haber fijado mucho entonces en él. Eso le motivó a seguirle el hilo.
-Bueno.
-Se puso una foto más linda. Se la había tomado un sábado en la tarde, en su cuarto.
Después de llegar al pre-icfes, un curso que estaba haciendo por aquella época. Tenía
un saco gris, y una camina a blanco y negro. Se le veía la oscuridad de sus ojos, puede que
eso haya sido el detalle que más le gusto a Anita, pues apenas la cambió, le escribió:
-Esa está mejor, me gusta.
Gerónimo alzó la mirada del celular, y le sonrió. Ella también lo hizo, se rieron. Se
veían tan lindos, no existen palabras para definir la conexión que existe entre los dos. Se
entendían muy bien, sin un claro por qué. Tenían una afinidad única, siempre que
compartían un momento de este tipo, disfrutaban al máximo entre risas, miradas e incluso
silencios. Ninguno quería irse, ojalá que lloviera todo el día. Así tenían excusa para estar
juntos. Gerónimo miró su maleta, no sabía qué momento era adecuado para darle su detalle.
— Sí, ya lo creo. Aunque bueno, no hay mucho qué preparar, el otro integrante del
proyecto trae las cosas.
— Entiendo, pues vamos bajando al carro. Las otras personas que van a exponer, no
han llegado, así que supongo que llegarán allá.
— Dale.
Gerónimo sonrió, pues iba a tener la oportunidad de seguir estando con Ana, a solas.
Estaba pensando en qué preguntarle. Agarró su maleta, y empezó a bajar las escaleras junto
a ella. La veía a lo lejos, era tan linda. Estaba haciendo las cosas bien, tuvieron una
conversación distinta, linda. Se sentía cómoda, pues Gerónimo se fijaba constantemente, y
se le iluminaban los ojos de vez en cuando. Reía constantemente, y seguía la conversación
también.
Mientras Ana terminaba de cuadrar unas cosas, él la esperó afuera, cerca al carro.
Empezó a vagar por su mente:
«Ay, Ana. Me ganaste el corazón pidiéndome el número. Jamás pensé, que fueses a
hacer algo así. Siempre me sorprendes, para bien. ¿Será para mantener la amistad? Ya lo
creo, pero también tengo el presentimiento que puede ser porque te gusto, y quieres
mantener el contacto. No lo sé, es difícil, puede que este enloqueciendo. No entendería, en
el caso que fuese así, qué te haya atraído. Hoy me di cuenta que soy bastante aburrido, y no
sé ni cómo iniciar una conversación. Pero bueno, algo habrá, pues no me has dejado de
hablar desde años atrás. Y cada año, te reinventas, y haces algo lindo por mí. ¿Harás lo
mismo con todos los estudiantes? No lo creo».
Anita salió de recepción, se fijó en ella. Le hizo una seña para que entrase en el lugar
del copiloto. Así fue, ya estaban los dos en el carro. Gerónimo se sentía la persona más
afortunada, de poder compartir tanto con ella. Ana encendió el carro, y empezó a manejar.
Al cabo de unos minutos de silencio, Gerónimo le preguntó:
— ¿Y si no llegan?
— Me escribes, y te recojo.
— Qué linda eres.
— ¿Eh? Gracias.
— No. Es decir, en ese sentido también, pero en lo que haces por mí —dijo Gerónimo,
mientras se ponía rojo, y nervioso—
— Lo sé, lo sé —le dijo mientras se reía—
«Ya tardaba en embarrarla» —pensó Gerónimo—
— Démosles una hora. Mientras tanto, supongo que podrás ver las exposiciones que
ya están ahí. Puede que aprendas algo bueno ¿no es así?
— Ya lo creo. Es verdad. ¿Te vas? ¿no te da pesar dejarme solo? —le preguntó, con
una carcajada—
— Claro que sí. Pero no me puedo quedar, tengo que terminar unas cosas. Hoy mi
papá no fue al colegio, entonces me toca estar a cargo de un montón de casos.
— ¿Por eso no estaba en la mañana? Pasé por la oficina, y no lo oí, ni nada.
— Exactamente, hoy me tocó ir al colegio sola, y devolverme también. Pero bueno, el
caso, igual sabes que estoy súper pendiente a pesar de lo que tenga que hacer.
— Como siempre —dijo en voz baja Gerónimo—
— ¿Eh? No te escuché.
— Nada.
— Dime —exclamó Ana—
— No fue nada, créeme.
— Vale.
Ya habían llegado al parque. Seguía lloviendo, pero era momento de irse. El caballero
tenía que enfrentar un nuevo desafío, sin su querida dama. Pero bueno, ella iba a estar
pendiente de cualquier cosa.
— Me escribes, Gerónimo.
— Sí señora. Nos vemos. Muchas gracias.
— ¿Por?
— Por todo.
— No es nada, siempre con el mayor gusto.
Gerónimo agarró su maleta, e iba a salir del carro. Anita lo agarró de la mano, y le dijo:
— Hola, Gero.
— Hola, Anita.
— ¿Vamos?
— Sí, claro.
Los dos empezaron a caminar, la distancia que los separaba era mínimo. Cada vez
que tenían la oportunidad, se miraban, y se sonreían. Un par de enamorados,
definitivamente.
Gerónimo paró de caminar, y se hizo en frente de Ana. Quería robarle un beso, pero
se acobardó. En parte, por el gesto que ella hizo, una mezcla de confusión e incomodidad.
Así que simplemente se agachó, y le pidió unos segundos para amarrar los cordones. Así lo
hizo, tuvo que respirar lentamente para evitar que le temblasen mucho las manos, era un
momento de tensión. El primer movimiento del romántico había fallado.
Siguieron caminando, y la conversación empezó a hilarse en la vida de cada uno. Y,
cómo no, se iban a abarcar temas un poco delicados.
Gerónimo tenía una mirada baja, sentía que estaba metiendo la pata severamente. La
tristeza estaba tocando la puerta, y se rehusaba a dejarla entrar. Entre tantos momentos
posibles, justo en ese le apetecía entrar. Claro, todo tiene un por qué, y la muerte de María
fue lo que produjo todo. Ana se quedó mirándolo por varios minutos, sintió compasión, y
lentamente acercó su tierna, y cálida mano, a las frías, y tenues manos de Gerónimo.
Cuando él sintió el calor, y la caricia que le estaba ofreciendo Anita, emitió una sonrisa
única. No se lo esperaba, en lo absoluto. Le conmovió su corazón, y así lo expresó con unas
cuantas lagrimas que salieron de su rostro. No se atrevía a mirarla, pero tenía que hacerlo,
por su honor de caballero. El mismo por el que había luchado desde el primer momento. Lo
hizo, efectivamente la miró, y se destruyó en pedazos. No pudo sostenerle la mirada por
más de cinco segundos, pero antes de desmoronarse, le dio un abrazo. Aprovechó que no lo
podía ver, y lloró en silencio.
— Gracias, en verdad.
Esas fueron sus primeras palabras, una vez el nudo en la garganta se desató. Se
retiraron, y se vieron. Existía una tensión impresionante, los corazones de los dos estaban
latiendo en el mismo ritmo. Se morían por el otro, por darse un beso que rompiera con el
silencio incomodo en el ambiente, pero sabían que no podían dar todavía ese paso. Tocaba
seguir hilando las cosas, para ello. Así que, después de un rato, continuaron su camino.
— Lo siento, en verdad.
— ¿Por qué? -cuestionó Ana-
— Por derrumbarme así, no pensé que me fuera pasar.
— Es normal, no te preocupes.
— Me gustaría ser más fuerte.
— Lo eres, no debió ser fácil seguir adelante después de su partida.
— Es verdad, no fue sencillo en lo absoluto. Existe un antes, y un después en
mí. La primera experiencia con la muerte, y con ella, la primera vez que
comprendí lo qué realmente era la vida, y el mundo.
— Ya nos pusimos filosóficos.
— Un poco.
— Me gusta, aunque antes de que continúes, creo que nos va a tocar tomar un
taxi.
— Dale.
Ana alzó la mano, y un taxi llegó. Gerónimo abrió la puerta, y dejó pasar a Ana. Un
caballero, en todos los aspectos.
— Cuéntame ahora sí ¿qué fue lo que cambió una vez María murió?
— La percepción de las cosas. Uno como que normaliza todo, y más cuando
chico, pues no eres consciente de la finalidad de las cosas, la mortalidad del
mundo.
— Es verdad…
— Sí, como que uno está todo ido ¿no? Se cree el eje del mundo, cuando no lo
es, y ciegamente cree que todos van a estar con uno, y lo estarán
eternamente. Y cuando se fue María, nada, no hay palabras que describan
algo de lo que llegué a sentir en su momento.
— Normal, creo que la muerte de una persona tan cercana, es simplemente
inexplicable. No me imagino algún evento así.
— Sí, es algo que uno no le desea a nadie. Fueron días muy difíciles, y es algo
que no se logra superar, ni mucho menos. Hasta el día de hoy, me duele un
montón. Se nota ¿no?
Ana asentó con la cabeza.
— Daría todo, por tenerla unos minutos, y poderle agradecer todo lo que hizo.
— Ya lo creo.
— Uno es muy ignorante, y no valora las personas hasta que se van de nuestras
vidas. Grave error. Pues luego se va ese individuo, y uno nunca tendrá la
oportunidad de decirle lo importante que fue, al menos no presencialmente.
— Disculpa, Gero. Aquí a la derecha, por favor.
El taxi paró, Gerónimo iba a sacar su billetera, pero Anita fue más rápida. La volvió
a esconder. Abrió la puerta, y salió. Anita, por el mismo lado, también salió del vehículo,
pues estaban en una calle amplia, y era peligroso salir por el otro lado. Los dos empezaron
a caminar, estaban en el jardín botánico. Gerónimo, tal como lo comentó, nunca había
estado ahí antes. Desde afuera, se podía apreciar la diversidad de vergeles que existía.
Gerónimo estaba fascinado, no se imaginaba un mejor lugar que allí, tampoco una mejor
compañía, pues ya la tenía.
— Anita, ven.
No hubo respuesta alguna, Ana siguió su camino. Gerónimo tuvo que correr, y la
agarró de la mano.
Había llegado el momento. No había mejor respuesta a esa pregunta, que un beso.
Con la mano agarrada, la acercó un poco más. Estaba frente a ella, cerró los ojos, y
lentamente se acercó. Ella, también los cerró, y se dejó impulsar por su amor a
Gerónimo. El movimiento del romántico había funcionado. Sus corazones latían
como nunca antes lo habían hecho. Era simplemente fantástico, no había más. Sus
labios se complementaban como piezas de un rompecabezas. Gerónimo empezó a
mover sus manos por la espalda de Anita, y fue subiendo hasta su rostro.
El caballero lo había conseguido. La batalla más difícil, la logró superar.
Con valentía, esfuerzo, y perseverancia. Los factores claves para conseguir
cualquier cosa en la vida. Desde hace mucho tiempo, había soñado con ese
momento, y en medio del beso no se le pasaba nada por su cabeza, en blanco estaba.
Cuando se separaron, lo único que hicieron fue seguir besándose, una y otra vez,
como si no hubiese limite alguno. Anita también acariciaba a Gerónimo, solos unos
cuantos milímetros separaban sus cuerpos. Eran absolutos cómplices de la locura
del amor, no había espacio para la preocupación, la tristeza, o el quien los viera.
Solo querían exprimir hasta el final lo que sentían en sus corazones. Un montón de
dopamina fue expulsada durante ese intervalo de tiempo. Beso tras beso, la
repetición evocaba una reacción más intensa. No querían despegarse por nada del
mundo. Dulce como la miel, así fue.
Siguieron caminando, pero no podían evitar parar cada rato y volver a besarse. Era
una obsesión, traían consigo demasiadas ganas. Por cada paso, se daban un pico. Siguieron
esa dinámica por un rato. El tiempo pasaba, y ya era momento de almorzar. Anita tenía
todo planeado, así que le pidió a Gerónimo que la siguiese. Salieron del jardín botánico,
que terminó siendo similar a un laberinto, debido a su amplia extensión, pero seguían
atrapados en el amor. Una vez salieron, tomaron nuevamente un taxi, Gerónimo le volvió
abrir la puerta, y entró después de Anita. Ya estaba cansada, así que lentamente se recostó,
Gerónimo actuó de acuerdo a su instinto, y la movió a su pecho, Ana no hizo resistencia
alguna. Por el contrario, se acomodó aun más. Le dio un beso en la cabeza, y empezó a
acariciarla. Eran felices, no querían que nada, ni nadie, les interrumpieran el momento tan
maravilloso que estaban viviendo. Uno recostado en el otro, la pintura más bella de
absolutamente todas. Un retrato exquisito, en sus gestos denotaban el sentimiento tan
intenso que los estaba atravesando. El poder del amor es único, definitivamente.
Llegaron al destino: el centro comercial metrópolis. Gerónimo, nuevamente, fue
más rápido y logró pagar antes que Anita. Parecía una competencia, pero bueno, qué linda
competencia realmente. Salieron ambos del taxi, y empezaron a caminar hacia dentro. Allí,
sabían que no podían realizar las caricias, y los actos que querían, pues había bastante
gente, y era peligroso que algún conocido los viese. Así que, como si nada, empezaron a
buscar entre los restaurantes, un sitio para comer.
— ¿Vamos a crepes?
— Dale.
Caminaron hacia el restaurante. Se sentaron, frente a frente. La mesera llegó, y
Gerónimo pidió un crepe de jamón, y queso. Si el termino “básico” tuviera tener que ser
definido con una persona, aparecería Gerónimo en portada. En realidad, lo es. Anita, por
otro lado, pidió uno de camarones. Para tomar, ambos pidieron lo mismo: limonada de
coco. Ya tenían algo en común. Mientras llegaba la orden, siguieron hablando. No se
cansaban en lo absoluto de ello.
— Gerónimo.
— Cuéntame.
— ¿En serio te vas a ir?
— No lo sé, es una posibilidad.
— ¿Cuándo sabrás?
— En unos meses.
— ¿Qué harás en este semestre?
— Es una buena pregunta. Mi papá me dijo que podía tomar un curso de inglés,
tomar un taller para presentarme a la nacional.
— ¿No te presentaste hace unos meses?
— No, se me pasó.
— Entiendo. ¿Te gustaría trabajar con mi papá?
— ¿En serio? Claro que me gustaría.
— Sí, enserio. Puede que sea una buena oportunidad, se lo voy a comentar a ver
qué piensa.
— Muchas gracias, Anita.
— De nada.
— ¿Me extrañarás?
— No preguntes bobadas, por favor. ¿Quiere verme de mal genio?
— No señora, así no se ve tan bonita.
— ¿Tan?
— Sí, tan, porque, de cualquier manera, se ve bonita.
— Anita.
— Dime.
— ¿Vamos por un helado?
— Ay, sí. ¡Yo quiero!
Gerónimo había dado en el clavo. El helado era de una de las mayores debilidades
de Anita, y lo había descubierto por mero azar. Gerónimo le pidió a Anita que se sentase,
mientras él tomaba la orden.
Comenzó a hacer la fila, y mientras llegaba su turno, lo único que hacía era
contemplar a Anita, mientras pensaba:
“Lo logré. Besé a Anita. Yo, Gerónimo, lo conseguí. No puedo creerlo todavía.
Mirala, es preciosa. Hoy está más divina que nunca. Definitivamente, me tiene loco. Nunca
me había sentido así. ¿Esto es el amor? ¡Qué maravilla!”
Pidió dos helados. El de él, con sabor a vainilla, y a ella, le pidió uno de fresa. ¿Por
qué? No lo sé, realmente, puede ser porque le recordó el color de su pelo. Su largo, suave, y
liso pelo. En cuestión de segundos, los recibió. Ahí estaba ella, sentada, mirando su celular.
De vez en cuando, levantaba su mirada hacia él, y le sonreía, Gerónimo se la devolvía a los
pocos segundos. Llegó a la mesa, y le entregó su helado a Anita.
— ¿Sí?
— Está bien.
— Bueno, me alegra.
Empezaron a comerse el helado. Gerónimo le intentaba agarrar la mano, pero Anita
no dejaba. Le preocupaba un montón que alguien los viese. Un amor clandestino, nadie
podía saber lo que estaba pasando entre estos dos individuos. No todas las personas tienen
una mente tan abierta para aceptar este tipo de relación. Anita durante toda su vida se había
preocupado un montón por ser una excelente hija, y lo último que esperaban sus papás, es
que estuviera envuelta con un egresado del colegio. Pero bueno, no hay nada más fuerte
que el amor ¿verdad?
Así lo tratara de esquivar, Gerónimo terminaba cumpliendo su cometido. Le
agarraba la mano, con delicadeza le daba un bocado de su helado. Parecían una pareja ya,
apenas en su primera cita.
— ¿Y ahora?
— Tengo que ir a mi apartamento a terminar unas cosas.
— Vale ¿te acompaño?
— No quiero molestarte.
— Para nada, vamos.
— Anita.
— Dime.
— ¿Nos tomamos una foto?
Anita miró, y se tardó en contestar, pero al final, aceptó. Gerónimo sacó su celular,
y empezó a respirar lentamente, pues no quería que su pulso no le permitiese tomar una
bonita foto. Logró superar sus nervios, y tomó tres fotos. En cada uno, hizo un gesto
diferente, al igual que Anita. Se veían lindos, Gerónimo con su saco gris, y camisa a blanco
y negro, y Anita con su blusa azul claro. Bastaba con ver sus sonrisas para saber que
estaban pasando un momento único, y especial.
Salieron del centro comercial, y se dirigieron al apartamento de Anita. No era muy
lejos, se podía llegar a pie.
— Eres magnifica.
— ¿Ah?
— Lo que oíste.
— ¿Por qué?
— Simplemente lo eres.
— Gracias.
— ¿Por?
— Por la oportunidad, jamás pensé que llegaría este momento.
— No seas bobo, no es nada. Hiciste un buen esfuerzo.
— Dudé mucho, no creía que fuese suficiente.
— Claro que lo fue, demostraste que sentías cosas… lindas.
— Esa era la idea. También te agradezco por todo lo que hiciste.
— Solo hacía mi labor, Gero.
— Lo sé, pero igual, siempre lo hiciste con el mayor amor. Amor, que terminó
siendo inspiración…
— ¡Hasta rimas hablando!
— Ay, tampoco.
Paso por paso, el fin se acercaba. Huían del destino, creyendo que era posible. Pero
no lo es, al igual que lo afirmaban los estoicos. En cuestión de minutos, ya estaban cerca a
la portería. Anita paró, y Gerónimo al ver que lo hizo, también se quedó quieto.
— Ya sé, te tienes que ir. Ve, solo quería darte ese pequeño detalle, para que
me pienses un ratico.
— Está bien, muchas gracias, en verdad.
Con un abrazo, se despidieron, ahora sí. Gerónimo empezó a caminar hacia la
estación de Transmilenio. Tenía una sonrisa de enamorado que nadie se la quitaba. Se
notaba demasiado, pues él no era mucho de andar así. Para nada, siempre andaba con un
rostro serio, inmutable. Pero ese día, todo había cambiado en él, pues le había abierto la
puerta al amor. Su sueño, se había hecho realidad. La promesa que le había hecho a Felipe
hace un montón de tiempo, la había cumplido. Con esfuerzo, y perseverancia, había logrado
estar con la mujer más linda de todas. La chica que le había robado la atención desde el
primer momento, y a quien se propuso algún día conquistar. Su dama de ensueño había
pasado a ser su dama real. Aunque bueno, no hay que apresurarse, apenas era el comienzo.
Pasó los torniquetes, agarró el Transmilenio que se dirigía al portal. Una vez dentro,
sintió la vibración de su celular. Sabia que era peligroso sacarlo, así que lo ignoro. A los
pocos minutos, nuevamente la vibración llego a sacudir su cuerpo. Esta vez, no lo iba a
dejar pasar. Saco su celular rápidamente, y de manera clandestina, empezó a ver los
mensajes que le habían llegado. Uno, era de su papa: “¿Cómo vas?”. Todo en orden
realmente, incluso el sorprendió al mismo Gerónimo, se había tardado en escribirle. Le
respondió, y revisó el otro mensaje, era de Anita:
- Muchas gracias por la cita, fue increíble.
Gerónimo sonrió, no se esperaba en lo absoluto un mensaje tan pronto de ella, y
mucho menos con esas palabras. Debía parecer un estúpido para los demás, pues sonreírle a
la pantalla es poco común. Pero nadie sabía lo qué estaba pasando por su mente, lo que
estaba sintiendo en ese instante. Ni él mismo sabía exactamente, en verdad. Después de
unos minutos deliberando una respuesta, por fin le escribió:
- A ti, por la oportunidad.
Volvió a guardar su celular. Se le estaba haciendo un poco tarde, pero nada grave
realmente. Empezó a ver por la ventana, y se acordaba de todo lo vivido junto a ella. El
primer beso, inolvidable. Bastaba recordarlo por unos segundos, para que su corazón
volviera a latir con fuerza. Era increíble.
A medida que pasaba el tiempo, el Transmilenio se llenaba más, y más. Se nota que
era hora pico, no le cabía un alma. Su teléfono empezó a vibrar, pero ahora sí le iba tocar
ser paciente, pues reconocía que era peligroso sacarlo así fuese por un minuto. Al cabo de
un rato, llegó a su destino, el portal 80. Apenas abrieron las puertas del articulado,
Gerónimo trató de salir lo antes posible, estaba fatigado de la congestión. Procedió a pasar
los torniquetes, y agarrar la buseta que se dirigía hacia su pueblo, Cota. Allí, se sentó en la
primera fila, y le escribió a su papá:
- Padre, ya agarré el bus.
- Ok. Estoy pendiente.
Se dio cuenta que Anita también le había respondido.
- No tienes que agradecer. ¿Cómo vas?
- Ya agarré el bus, no debo tardar mucho en llegar.
Al instante que terminó de responderle, volvió a guardar el celular. Conectó sus
audífonos, y dejó que la música lo atrapara en sus melodías. Mientras tanto, seguía pasando
por su mente fragmentos completos de lo que había vivido. Era impresionante, no se lo
creía todavía. Todavía pensaba que en cualquier momento se iba a despertar, e iba a estar
en su cama, y todo lo que había sucedido era un simple sueño. Cerró los ojos, y se durmió
por el resto del trayecto. Cuando los abrió, ya estaba cerca al parque principal, en donde
tenía que bajarse. Miró a su alrededor, ya se había llenado el bus. Definitivamente, el
transporte publico a las seis de la tarde era un caos total. Menos mal que faltaban solo unos
minutos, para que pudiera salir de allí. Mientras tanto, agarró su celular, y revisó si Anita le
había respondido. No lo había hecho, le pareció extraño, pero bueno, decidió entonces
volverlo a guardar. Una vez se bajó del bus, empezó a caminar hacia su casa. Sin afán, ni
prisa, fijó su mirada en la iglesia, cuando pasó al frente, se quedó allí. Como siempre, le
acordó de María. En su mente, comenzó a pensar:
“Mamá, siempre estás en mi mente. Hoy fue uno de los días más especiales de mi
vida. Jamás pensé que iba a ser tan feliz, y me iba a sentir de esta manera. No sé si encontré
el amor de mi vida, pero de lo que estoy seguro, es que Anita es una persona maravillosa.
Incluso se ofreció a darme trabajo el siguiente año. Creo que estarías orgullosa de que
estuviera con ella, lo voy a intentar. Hoy confirmé que sí”.
Gerónimo tomó un respiro lento, y siguió su camino. Llegó a la casa, abrió su
maleta, y sacó las llaves. Agarró la propia, hizo la maniobra con su dedo índice y pulgar, e
hizo la maniobra de siempre. Entró, sacó las llaves, y cerró la puerta nuevamente. Dejó su
maleta en el sofá, caminó hacia el cuarto de Elena, ahí estaba ella. Recostada leyendo la
biblia. La saludó, con una sonrisa lo recibió, acompañado de un tierno abrazo.
— Anita.
— Anita.
— Anita.
— Anita.
Repitió ese mensaje unas cuantas veces más, hasta que por fin ella respondió:
— ¿Qué?
Estaba enojada, definitivamente. Pocas veces contestaba así.
— Siga.
Gerónimo abrió la puerta, y entró. Apenas Ana lo vio, le hizo mala cara, y él con
una sonrisa intentó mejorarle el ánimo. Se acercó con lentitud, pues quería besarla, pero
cuando lo intentó, le esquivó. El caballero había fallado en su primer intento.
— ¿Estás brava?
— No.
— ¿Entonces?
— ¿Qué?
— Porque estás así.
— ¿Así cómo?
— Pues así, enojada.
— No estoy enojada.
— ¿Entonces?
— No sé, Gerónimo. Tú sabes, habíamos quedado en algo…
— Lo sé, discúlpame.
— No tienes por qué, de seguro no quieres verme y ya. Menos mal ya casi te
dejo en paz.
— ¿A qué te refieres? Obvio que quiero verte. Por algo estoy acá, y no digas
eso. Sabes que quiero estar a tu lado.
— No pareciera.
— Ay, Anita. No quiero estar mal contigo. Más bien, espera.
Gerónimo retrocedió hacia la puerta, para cerrarla con seguro. No quería que nadie
entrara, al menos por un rato. Abrió su maleta, mientras le dijo:
— Saca tu lengua.
— ¿Por qué?
— Hazlo, por favor.
— Esto está siendo muy raro.
— Lo sé.
— No se vale.
— ¿Por qué?
— Porque no.
— Dejame arreglar las cosas. ¿Ahora si me merezco un beso?
— Ummm, no.
— Qué difícil. Está bien, tendré que comerme el resto de chocolatinas yo solo.
— ¿Hay más?
— Obvio que sí, te había traído un paquete entero. Pero bueno, no pasa nada…
— Gerónimo, cuéntanos.
Gerónimo alzó su rostro, sintió un vacío, estaba completamente desconectado de la
clase. Lo único que sabía era el verso que recién acababa. Miró a Ana, mientras los demás
lo observaban. Pareciera que eso ya lo había vivido, años atrás. Después de unos segundos
incomodos, por fin dijo algo:
— Cuéntame, Gerónimo.
— Puedo ir al baño.
— Claro que sí.
Anita no iba a negarle por nada del mundo ese permiso. Pues sabía qué estaba
pasando, era claro que no iba por necesidades, sino para tratar de calmarse. Gerónimo salió
del salón, bajo las escaleras, practicando diferentes tipos de ejercicios respiratorios. Entró,
prendió la luz, y se puso en frente del espejo. En su mirada se reflejaba a sí mismo. Una
lágrima se empezó a derramar, cerró los ojos por unos segundos. Esas lágrimas eran
vestigio de la frustración de siquiera poder controlar su cuerpo. La ansiedad lo comía, en
pedazos cortos, y ya estaba cansado. No sabía qué sería de él en el futuro, pues en cuestión
de días ya se iba a tener que despedir de las personas que más ama en el mundo, y son su
inspiración para estar mejor.
Nuevamente abrió los ojos, y no puedo evitar llorar unos minutos más. Se estresaba
de que no pudiera controlar sus impulsos. Sus manos le temblaban, y con un fuerte golpe a
la pared terminó liberando sus emociones. Al instante, se recostó en la pared, intentó
estabilizarse, y lo logró. Se lavó la cara, y se la secó después. No podía perder más tiempo,
tenía algo pendiente todavía. Después iba a haber días de sobra para deprimirse, y caer en el
encanto de la tristeza. Pero días junto a Anita, y su familia, no iban haber más.
Salió del baño, y empezó a caminar hacia el salón. Cuando llegó, se encontró con la
sorpresa de que solo faltaban dos compañeros en terminar la prueba. Miró a Anita, y ella se
la devolvió. Se percató de que los otros muchachos estaban mirando la prueba, y le hizo un
gesto a Gerónimo para que se acercase. Él llegó a su lado, y le pidió que acercara su oído,
así lo hizo.
Gerónimo fue, impulsado por su corazón, y las ganas enormes que tenía de estar con
Anita. Nuevamente, se besaron, hasta que oyeron algunos pasos. Apenas se percataron,
Gerónimo caminó hacia su pupitre, pues sabía que salir en ese instante lo volvía más
sospechoso. Simuló que estaba terminando de empacar su maleta, cuando la persona entró
al salón. Era el profesor de matemáticas, quien seguramente era con quien Ana tenía que
hablar. Gerónimo agarró su maleta, y despidiéndose de los dos docentes caminó hacia
recepción. En su mente, solo se reproducían los episodios en donde se besaban, y
expresaban su amor de la manera más pura y real.
Allí esperó a Anita durante un rato. Mientras tanto, le escribía a su papá lo que iba a
hacer el día de hoy, así no se preocuparía. Él seguía en Villavicencio con su mamá, así que
era su deber avisarle cada cosa que hiciese. De esta manera, evitaba su preocupación. Hasta
el momento, solo se imaginaba que iba a comer con ella. Algo más allá de eso, no había.
Después de dejar el proyector y el portátil en el lugar indicado, empezó a pensar:
«¿Qué podríamos hacer después de almorzar? Aunque primero, ¿Dónde iremos a
almorzar? No podemos ir a un sitio cualquiera. Quisiera que fuera un lugar especial,
único… Lo sé. El restaurante al que fui el día de mi graduación. Es el sitio ideal, y no
queda muy lejos realmente de acá. Allá podemos estar juntos, comer rico, y pasar un rato
ameno. Y hay muchas más cosas qué hacer además de comer, pues hay un montón
animales, y actividades varias. Genial, quiero estar con ella el máximo tiempo que pueda.
Por esa razón, también quisiera ir a otro lugar después, donde pusiéramos pasar al menos
una parte de la noche. A ver, a ver, la verdad es que no se me ocurre nada»
Al cabo de unos minutos, Ana llegó por detrás y lo abrazó por su espalda. Sintió su
caricia, y su corazón se detuvo, pues no sabía quién podría estar viéndolos. Se dio cuenta
que nadie, así que volteó su rostro en dirección a Anita, y le robó un beso.
— Me encantas, mi amor.
— Tú también me encantas.
— ¿Vamos a almorzar?
— Sí corazón, yo sé que debe tener un hambre gigante.
— Algo así.
— ¿Vamos por vía a Tenjo? Justo estaba pensando en el restaurante que podríamos
ir.
— Me gusta la idea. Voy a subir por mis cosas, y ver qué va hacer mi hermana.
Que vino hoy conmigo en la mañana.
— Está bien, yo te espero. Sé que no te gusta que te acompañe
— Ay, no digas eso…
— Ve, no pasa nada.
Ana subió las escaleras, y Gerónimo se quedó en el mismo lugar. Nuevamente, tenía
que esperar. Sacó su celular, y revisó la ubicación en el lugar. Treinta minutos aparecía que
se iban a tardar, no era mucho. Quería ser lo más eficaz posible, pues quería aprovechar el
tiempo que le quedaba. Por esa mis razón, tampoco dejo que el enfado lo afectase. Lo único
que le apetecía en realidad, era estar con Ana, y no dejar que una estupidez les impidiera
estar juntos.
Ana bajó las escaleras, y junto a ella, también su hermana, con su hija. Es decir, la
sobrina de Ana. Esos múltiples pasos no le sonaron muy bien a Gerónimo, quien quería
estar Gerónimo. Pocas semanas atrás, en un encuentro peculiar, pues Gerónimo subió al
apartamento de los papás de Ana, a dejarla allí, pues no se sentía muy bien. Sin embargo,
subiendo las escaleras, se encontraron con Laura y su novio. En ese instante, el par de
enamorados tuvieron que inventarse una excusa. La cual, terminó siendo, que le había
colaborando terminando de vaciar su apartamento. Se lo creyó, y siguió su camino. Así,
Gerónimo se salvó. Afortunadamente son inteligentes, si no fuese así, quien sabe las horas
que habrían durado.
— Hola, Gero. Mira, ella es mi hermana Laura. Creo que ya se conocen -los dos
asentuaron la cabeza- perfecto. Ya le conté lo del asado en tu casa, y que por eso
necesitabas donde almozar.
¿Qué le pasa a Ana? Cómo así que un asado… -miró a Laura- supongo que por ella
fue. No podía decirle la verdad, lastimosamente no.
No se podía quedar lamentándose, pues Ana y Laura estaban esperando sus
palabras.
— No pasa nada, muchas gracias en verdad. No es fácil que sucedan ese tipo de
eventos.
— Lo sé, es una mierda. -contestó Laura-
Los tres se subieron al carro, y se dirigieron al restaurante. Durante el camino,
duraron conversando los tres. Aunque al inicio, las cosas anduvieron bastantes apagadas,
pues Laura preguntó sobre la mamá de Gerónimo. Él sabía que no había sido con intención,
pero como siempre, dolía imaginárselo así fuese por unos segundos. Las lagrimas no
faltaban, ni mucho menos. La tristeza abría la puerta cada vez que María aparecía. No
importa cuantos años pasasen, hay cosas que nunca se superan. Mucho más, cuando el
vinculo entre los dos individuos es tan estrecho, y fuerte.
Así que, por un rato, lo único que sonaba en el carro eran las canciones que estaban
colocando. No estaban nada mal, un poco de todo, literalmente. Ana no podía hacer mucho
para animar a Gerónimo, pues no le podía decir nada como si fuera su novia. Era clave no
dar vestigio alguno que sospechar ante Laura. Lo único que hacía era mirarlo con ternura, y
enviarle un beso.
Gerónimo, prácticamente todas las veces, respondía los besos a la distancia de Ana,
pero esa fue la única ocasión, en la que no lo había hecho. Estaba dolido, y algo pasaba.
Ana le hizo un gesto a su hermana, indicándole lo que debía hacer. Ella, un tanto
indispuesta, terminó haciendo caso.
Las cosas mejoraron de ahí en adelante. La hija de Laura, Abril, se había quedado
dormido, y por eso había pasado desapercibida hasta el momento. Al rato, se levantó, y
empezó a hablar, fue la chispa que permitió explotar la dinamita de la socialización. No se
podía estar mal con un niño, pues su alegría es contagiosa. Así pasó, Gerónimo sonrió otra
vez, y empezó incluso a seguirle la conversación a Abril. Ya casi llegaban al restaurante,
Ana aceleraba cada vez que podía, pues su deseo era llegar lo antes posible. El hambre
asechaba, y el estado de animo también estaba siendo afectado.
Por fin habían llegado. Parqueó el carro al lado de otro. Con la señalización que daba
una persona. Había quedado perfecto, los dotes de Ana en la conducción eran más que
obvias. Los cuatro se bajaron, y empezaron a caminar hacia el restaurante. Abril empezó a
correr, y Laura lo único que hizo fue sacar una caja de cigarrillos, y un encendedor. Sacó
uno, y lo prendió. Le ofreció a Gerónimo, diciéndole:
Ana bajó la mirada, le dolía recordar que iba a suceder. Laura, por su parte, quedó
totalmente sorprendida. Nuevamente, un silencio incomodo se hizo presente durante un
rato. Hasta que, por fin, se les ocurrió algo para seguir la conversación.
— ¿Cuánto tiempo?
— Un año, creo yo.
— Ya veo ¿qué harás?
Ana no decía nada, pues ya lo sabía absolutamente todo. Además, estaba triste, y no
quería que se notase. Ella se dedicó a comer, y a revisar que Abril también comiese.
Gerónimo, por su lado, se estaba empezando a sentir incómodo. Pero bueno, no tenía
muchas opciones, así que se dedicó a dejar morir la conversación, y continuar con su
comida. Después de un rato, todos habían acabado. Incluso Abril, que era la más difícil
para que terminase.
Salieron del restaurante al parque un rato. Gerónimo dejó que Laura y Abril siguieran
adelante, y se quedó con Anita. Al fin y la cabo, era la única persona con la que le apetecía
estar. Desde hace rato, se había percatado que estaba un poco decaída. Ya se suponía por
qué, estaba claro que desde que se abarcó el tema del viaje, el rostro de Ana había sido
afectado.
— Gerónimo, no.
— Ay, vamos al carro.
— ¿Por qué?
— Se me quedó algo…
— Te puedo dar las llaves.
Gerónimo le dio un beso, y la empezó a jalar hacia el carro. Ana no se resistió más. Una
vez llegaron, él abrió la puerta, y sacó un momento la maleta de Anita.
— ¿Qué te pasa?
— Espera, ya vas a ver.
Gerónimo abrió el segundo bolsillo más pequeño, y sacó los paquetes de dulces que le
había empacado.
— ¿Quieres alguno?
El rostro de Anita se estaba empezando a transformar. Por fin, había conseguido una
sonrisa. Metió la mano, y sacó una chocolatina. Se la empezó a comer, y a medida que se la
terminaba, su ánimo terminaba de crecer.
— Es que están haciendo una reunión en mi casa, y la verdad no me motiva mucho ir.
— ¿Por qué?
— No lo sé, supongo que lo están haciendo porque me voy. Pero no me siento
conforme, pues la mayoría de ellos nunca han estado antes…
— Así son todas las familias, tranquilo.
— Supongo que sí.
Se habían salvado, aunque bueno, ahora la cosa era qué decir para no seguir con Laura,
y Abril. Pues Gerónimo sabía que en cualquier momento, ella le iba a proponer algo. Ana
ya había hecho su parte, días atrás le comentó a sus papás que se iba a quedar en la casa de
una amiga. Pero Gerónimo todavía no estaba libre. Efectivamente, no había ningún evento
en su casa, pues era el día siguiente…. Sin embargo, tenía que seguir suponiendo que sí, e
inventarse algo siguiendo ese hecho.
Al cabo de unos minutos, Gerónimo volteó su rostro, y vio que Laura y Abril estaban
dormidas. Miró a Ana, y ella también lo hizo. No podían hablar de la manera en que
querían, pues en cualquier momento Laura se podía despertar, y descubrir todo. Así que lo
único que hicieron, fue escribirse. Ana aprovechaba los momentos de espera que le
brindaban para responderle.
— Me encantaría, pero creo que no podré. Se pusieron intensos en mi casa, así que
creo que me tocará devolverme. Al fin y al cabo, creo que es lo mínimo que puedo
hacer.
Laura se quedó callada, y Gerónimo continuó mirando su celular. Ya casi llegaban a la
casa de Ana, así que tenía que salir ya.
Gerónimo salió del carro, e hizo como si fuese a pedir un carro para ir a su casa.
Cuando en realidad, estaba esperando a que pasasen, para entrar a una panadería cerca, y
esperar allí a Anita. Así fue, una vez se dirigieron hacia el conjunto donde vivían,
Gerónimo entró, pidió una gaseosa, y se quedó sentado allí. Sacó su celular, tenía veinte
por ciento de batería. Eso no era muy bueno, pero qué más da, solo quería saber el
momento en que Ana fuera por él. Mientras eso sucedía, le escribió a su papá:
– Padre, todo salió bien. Almorzamos en el restaurante donde fuimos alguna vez con
mi tio, y la abuela. Vamos a ver qué hacemos, yo creo que llegamos un poco tarde a
la cosa. No te preocupes, descansa.
– Vale, te amo.
– Te amo, padre.
Gerónimo revisó la hora, habían pasado quince minutos desde que estaba allí, y nada
que aparecía Ana. Ya se había terminado la gaseosa, y se sentía incomodo. Así que compró
un roscón, y un bom bom bum. Se comió su roscón, saboreando el bocadillo que tenía
adentro, y el azúcar también, cómo no. Le faltaba un mordisco, cuando su teléfono sonó.
Era Ana, que estaba al frente. Se levanto, pagó, y se fue hacia donde Ana. Abrió la puerta
del copiloto, entró, y la volvió a cerrar. Una vez sentado, la miró, y los dos se acercaron
deprisa, y empezaron a besarse. No pararon por un rato, las ganas que habían acumulado
durante el día eran impresionantes. Después de unos minutos, por fin se separaron.
Gerónimo se llevó las manos al bolsillo, y sacó la colombina. Se la entregó, con una
sonrisa.
— ¡Muchas gracias!
— Espero te guste. Creo que te llene de dulce hoy.
— Es verdad.
Ana destapó su dulce, y se lo empezó a comer. Quitó el freno de mano, y empezó a
manejar. Gerónimo se quedó viéndola, le sorprendía lo bella que se encontraba esa noche.
Miró por la ventana, y la luna se asomaba, en el rincón de siempre. Brillando, como era
usual, pero esa noche brilló más que nunca. De pronto sabía que era la última que iban a
compartir este par de sujetos.
— ¿A dónde vamos?
— Es una sorpresa.
— ¡Cuéntame!
— No seas impaciente, ya verás.
— Está bien. ¿Cómo te fue con tu hermana?
— Bien, se quedó allá con Abril. Yo solo entré, alisté la maleta, y me despedí de
todos.
— Qué honor que te quedes hoy en la casa.
— Es lo menos que puedo hacer.
Gerónimo se quedó mirando hacia el frente, mientras su mente le recordaba que le
quedaban horas contadas en Colombia. La nostalgia se asomaba, escondida en la noche.
Pararon en un semáforo, y lo único que se le ocurrió a Gerónimo fue besar a Anita. Ella lo
seguía, como si fuera su sombra. El semáforo se puso en verde, y los pitidos fueron los que
pararon el momento. Nuevamente, aceleró.
— Te extrañaré, Anita.
No hubo respuesta. Al cabo de unos segundos, Gerónimo volteó a ver, y notó las
lagrimas que escurrían del rostro de Ana. Con las mangas de su saco, hizo una maniobra
para limpiárselas, mientras le decía:
— ¿A dónde vamos?
— ¿Quieres saber?
— Sí.
— Al centro.
— ¿A qué parte?
— La calera. Hay cosas bastantes interesantes allí. Es un ambiente diferente, pero
bueno. Ya verás.
— Está bien.
Gerónimo se quedó viendo a Anita. No podía desviar la mirada, quería disfrutar de lo
que le restaba, e invertirlo en ver a quien probablemente extrañaría durante un buen tiempo.
Ana, por su visión periférica, sabía que Gerónimo la estaba viendo. No podía responderle
mirándolo, pues tenía que estar pendiente por donde iban. Sin embargo, le sonrió, y guiñó
el ojo. Una sonrisa también se enmarcó en Gerónimo, no hace falta hablar para expresar el
lenguaje del amor.
— Gracias.
— ¿Por qué?
— Ha sido un día fantástico.
— Pero no hemos podido estar juntos como quisiéramos…
— Lo sé, pero hemos estado juntos, eso es lo más importante. Fue un gusto compartir
con tu hermana, y Abrilita.
— ¿En serio te gustó?
— Sí, quisiera haber podido vivir más momentos así.
— Puede que en un fut…
— ¿Eh?
— Nada.
Ana sabía que lo mejor era no hablar del futuro, o de lo que podría pasar. No quería
cerrarle ninguna puerta a Gerónimo, su único deseo es que fuese libre, y que escogiera lo
que a él le hiciera feliz. Sabía que lo más probable es que se quedase allá, pues confiaba en
que le iba a salir alguna oportunidad. Sin embargo, en lo más recóndito de su corazón,
guardaba la esperanza de que volviese, aunque no le gustaba tener esa ilusión. Y quería
empezar dándole fin.
Llegaron, Ana vio un parqueadero a lo lejos, en una esquina. Allí, estacionó el carro, y
por fin pudo devolverle la mirada a Gerónimo. De inmediato, él se percató, y acercó su
rostro. Empezó a besarle el cuello, con sus labios intentaba hacerse camino hacia la boca de
Ana. Paso por paso, lo hizo. Ana suspiraba con lentitud, y trató de seguirle el hilo. En
medio de suspiros, el carro se empezó a empañar. La tensión crecía, Gerónimo empezó a
besarle la boca, ella le correspondió. Con suma emoción, se dieron un beso largo. Se
agarraron el rostro, y otras partes del cuerpo.
— ¿Entramos?
— Por supuesto, se ve cool.
Entraron, seguían agarrados de la mano. La probabilidad de que alguien conocido los
viese, era prácticamente nula, así que no les importaba en lo absoluto realizar cualquier
caricia de amor. Subieron al segundo piso, las escaleras tenían forma de caracol, era
bastante peculiar el sitio. Su estilo era único, Gerónimo nunca había visto antes un lugar
así. Había un montón de gente también allí, pero lograron encontrar una mesa. Llegó un
mesero, y les dio la carta.
Gerónimo bajó nuevamente las escaleras. Escalón por escalón, casi se cae, y eso que
aun no había tomado nada. Miró para todos lados, y no encontró el baño. Vio que una
mesera caminaba cerca.
¿Será que le pregunto donde quedan los baños? Creo que está ocupada. No, mejor no…
pero es que tengo que ir al baño. ¿Qué hago?
Así era todo el tiempo. Gerónimo se gastaba una eternidad para deliberar cosas
relativamente simples. Penoso, desde siempre. Le daba miedo hacer cualquier cosa. Pero
bueno, al menos arriesgó en lo más importante, el amor. Esa fue básicamente la clave, para
conseguir el corazón de Anita, así fuera por un tiempo. Al final dejó pasar a la señorita, y
siguió buscando. Después de un rato, por fin encontró la puerta. Entró, orinó, se lavó las
manos, y volvió a subir. No encontró a Anita, se preocupó bastante. Así que sacó el celular,
y estaba a punto de escribirle, cuando apareció:
- Amor, sal al balcón.
Caminó hacia el balcón, y a su izquierda, estaba ella. Le sonrió, mientras él se acercaba, se
sentó al frente. Se dieron un beso, y con una mirada terminaron de expresar su amor.
Gerónimo sacó su celular, y se recostó en Anita. Sonrió, muy pocas veces lo hacía, pero
sabía que era una foto especial. A priori, su última cita. Anita, como era usual, también
sonrió. Era un momento único, que ambos estaban disfrutando al máximo, a pesar de la
tristeza. Terminaron de beber, Gerónimo estaba apenas “prendido” pero no más allá.
Pidieron la cuenta, se la dividieron entre los dos. Salieron del bar, y nuevamente agarrados
de la mano se dirigieron al parqueadero.
— ¿Quieres?
— Por supuesto.
Los dos empezaron a beber, mientras se besaban. Gerónimo había cerrado la pueta con
llave, no quería que por nada del mundo alguien entrara. Aunque era medianoche, así que
era poco probable. Gerónimo dejó las botellas a un lado, y empezó a besar con intensidad a
Ana. Ahora, había empezado besando su boca, e iba bajando lentamente. Hizo un recorrido
por su cuerpo, pasó por su cuello, y bajó hacia su abdomen. Ana le encantaba, su rostro lo
reflejaba. Suspiraba con vigor, y eso le excitaba a Gerónimo. Empezaron a desvestirse, se
quitó el saco, y empezó a quitarle la blusa a Ana. Prosiguió a besarla nuevamente en los
labios, y ella fue desbotonando su camisa.
— No sabes cuantas ganas tenía de hacértelo.
— Ay, yo también Gero. Me tuve que contener bastante.
— Te deseo un montón.
Se quitaron los pantalones, y continuaron con sus caricias. Comenzaron a arrimarse, y a
moverse con fuerza. La ropa interior poco a poco empezó a desaparecer, y empezaron a
hacer el amor. Comenzaron lente, y paulatinamente la velocidad fue aumentando. Los
suspiros también, la dopamina que estaban expulsando sus cerebros en esos instantes era
demasiada. Parecían drogados, literalmente. Los gemidos de Ana empezaron a aumentar, y
Gerónimo trató de silenciarla colocándola cerca a sus oídos, y tratando de que la almohada
cubriera parte del sonido.
En la mente de Gerónimo pasaba de todo. Era un momento único, que no sabía
realmente lo qué estaba pasando. Pues además de lo que físicamente sucedía, recuerdos,
vivencias, y un montón de cosas más pasaron allí. Sonreía, no solo por el acto, sino por
todo lo que había pasado con Ana en ese tiempo. Ana también, se venía el momento. Ya
habían cambiado varias veces de poses, y terminaron en su favorita: de ladito.
Acabaron, al mismo tiempo. Se habían logrado sincronizar desde hace unos meses
atrás. Con el paso de los días, hacer el amor se había vuelto un arte en lo absoluto. Todo era
perfecto, pero lastimosamente, faltaban horas para decir adiós. Ambos empezaron a respirar
profundo en un lado de la cama, para calmar los latidos de sus corazones. Siguieron
tomando cerveza, mientras reían, y disfrutaban de lo que les quedaba de noche, o más bien,
madrugada. Una vez terminaron, se recostaron.
— Te amo.
Ana se quedó viéndolo, y cerró sus ojos. La detalló, y observó las lagrimas que se
estaban derramando. Se levantó, se puso su ropa interior, y se fue al lado de ella. La abrazó,
y ella con un nudo en la garganta le dijo:
— Yo también te amo.
Fue un abrazo largo, los dos se agarraron con fuerza, y lloraron.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
EXAMEN¿? YE
«No me hizo firmar frente a todos. Eso quiere decir, después de clase tendré unos
minutos con ella a solas, mientras ella redacta la falla, y me pide la firma. ¡Sí! Un
momento, pero no tengo firma. Debo practicar una».
24/10/2018