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― ¡Aurora!
― ¿Qué pasó mamá? ― Me incorporé como pude mientras ella corría hasta
mí y me abrazaba eufóricamente ― ¿Mamá?
― ¿Vamos a salir? Creí que estabas en una fiesta.─ Logré decir mientras me
acomodaba el cabello─ ¿Kelly irá?
― No hay tiempo para explicártelo hija. Haz lo que te digo Aurora, sólo hazlo.
Dile a Mifu que Daas ha vuelto, y él sabrá qué hacer.
De pronto, y sin previo aviso, la mujer la metió al closet y cerró la puerta con
fuerza. Sabía que ahora era su turno, que debía entrar por el pasadizo y hacer lo
que su mamá le había dicho que hiciera, pero simplemente no pudo; por alguna
estúpida razón, sus rodillas se negaron a moverse; su cerebro quería obtener
información y su cuerpo le estaba haciendo caso. Fue entonces que él entró, era
un hombre blanco, fornido, de cabello oscuro y ojos dorados atemorizantes, vestía
totalmente de negro y su rostro mostraba una sonrisa espeluznante.
Su madre veloz, como nunca la había visto, disparó tres flechas en un mismo
instante en dirección al intruso. No tuvo tiempo de gritar, pues vio cómo él hacía
un ligero movimiento con sus manos, destruía las flechas y encerraba a su madre
en una especie de esfera oscura semitransparente en la que la mujer comenzó a
dar movimientos bruscos como si le faltara la respiración.
― ¡Qué tonta has sido, Regina! ―El tono de voz que usó estaba tan lleno de
desprecio que Aurora sintió miedo, ese de ahí ¿quién era? ― Pudiste hacerlo de
la manera fácil, pero preferiste esto.
La esfera se rompió y el cuerpo cayó inerte en el suelo, Aurora nunca había
visto los ojos de su madre tan vacíos, tan rotos, tan muertos como los veía ahora
por las rendijas de la puerta del clóset. Observó en silencio cómo el hombre se
llevaba el cuerpo de su mamá como si fuera un saco vacío. No sabría ella misma
decir cuánto tiempo se quedó ahí arrodillada encerrada en el clóset, sin asimilar ni
un ápice, nada de lo que estaba pasando; esto debía ser un sueño, una pesadilla
tétrica. Sólo tenía 10 años, su mente podía jugarle sucio e imaginar cosas
extrañas en sus sueños, pero todo era tan real que no podía hacerse ilusiones.
Cuando volvió en sí, el reloj de su muñeca mostraba las diez de la noche. Se
metió en el pasadizo y una hora después estaba ya mirando los muros de su aldea
desde las afueras, frente a ella el Bosque de las Ninfas se extendía como un vasto
imperio desconocido, pero con la mayor valentía que podía tener para su corta
edad se encaminó con pasos fuertes hacia lo desconocido y terrorífico del bosque,
en busca de una persona que jamás había visto, que no sabría si podría
encontrarlo y que, si no lo lograba, entonces él, supuestamente, la hallaría a ella.
Sintió cómo sus ojos le escocían y su corazón le dolía tan fuerte, que la vez
cuando su perrito murió no tenía comparación a cómo se sentía ahora. Y lloró,
lloró sin poder controlarse. ¿Qué se supone que haría ahora? Lo único que sabía
del bosque y de sobrevivir en él, era lo que leía en los libros de supervivencia que
su madre siempre le regalaba, pero una cosa era la teoría y otra muy distinta la
práctica. ¿Por qué su madre no se fue con ella? Si su mamá estuviera aquí sería
totalmente distinto, ella siempre sabía qué hacer. Y además no estaría sola y de
esa manera quizás no sentiría miedo… odiaba sentir miedo. Lloró hasta que se
quedó dormida repitiéndose a sí misma que esta sería la última vez que lloraría,
pues debía ser fuerte, aunque todo esto fuese demasiado para ella.
La luz del sol dio de lleno en su rostro haciéndola pestañear una y otra vez
despertándose completamente después de un largo bostezo. Su mente hoy
estaba mucho más clara, tenía una misión que lograr y debía moverse para eso.
Bajó del árbol al escuchar el sonido del agua corriendo, y luego de caminar un rato
lo encontró, era un riachuelo que corría hacía el interior del bosque, no era muy
ancho pero el agua siempre varía.
Y el animal saltó…
Aurora presenció el salto más precioso que había visto realizar a un animal,
irónico pensar que ese salto acabaría con ella, pero aun así no pudo evitar
maravillarse. Fue entonces que todo se distorsionó, sintió los colmillos del lobo
apenas rozándole el hombro derecho, movió la navaja en dirección al animal, pero
el estruendo de algo hizo que trastabillara y se golpeara tan fuerte que su visión se
tornó oscura, lo único que logró mirar antes de desmayarse fue al animal siendo
lanzado varios metros lejos de ella, y la figura de una persona que se acercaba
con un bastón en su mano.
Se rió como si hubiera contado un gran chiste y luego se quedó tan serio en
cuestión de segundos que Aurora casi se atraganta por el cambio de humor tan
repentino. La observó por un rato, luego se levantó y volvió con más pan, queso y
unas frutas, se las dio a ella quien siguió comiendo esta vez más pausadamente.
― Tengo grandes dudas, pequeña. ¿Qué hacías en el bosque? No es un
buen lugar para una niña. ¿Dónde están tus padres?
― A un tal Mifu. Nunca lo he visto, no sé quién es. No sé por qué debo ir con
él, no sé por qué ella no vino conmigo. No entiendo nada.
― Sí, Aurora, ese era Daas. Y sí, es muy fuerte y malvado. No esperé que
volviera tan pronto. Tu madre aún está viva, él la necesita.
― Pero, ¿por qué? ¿Quién es él? ¡Hay que rescatar a mi madre!
― Me temo que aún no es tiempo para eso. Por ahora descansa, y haz lo
que tu madre te dijo que hicieras.
― Pero…
El agua del rio estaba extrañamente cálida, era perfecta para durar allí todo
el santo día, y eso fue lo que Aurora precisamente hizo. Se restregó una y otra vez
la suciedad que tenía acumulada; cuando se vistió con una muda nueva de ropa,
decidió caminar un poco para desentumecer sus piernas. Había visto la casa de
Mifu desde fuera y le pareció una cabaña acogedora, hecha totalmente de
madera; pero no quiso verla a detalle sino que caminó hacia el lado opuesto. No
se había alejado tanto de la casa cuando escuchó unos ruidos muy fuertes como
de ramas chocando con gran fuerza. Trató de localizar el sonido y al no ver nada
se subió a un árbol cercano y lo que vio la dejó sin habla. Ahí estaba Mifu
luchando contra un árbol enorme que tenía rostro humano, un rostro de un
anciano arrugado y sabio. El ermitaño frenaba los golpes con un enorme escudo
hecho como de raíces entrelazadas una con la otra.
En ese instante el árbol sabio la miró, fue tan rápido que hizo trastabillar a la
niña, logrando con ello que quedara colgando de una rama. Aurora bajó de un
salto cuando escuchó que Mifu la llamaba con voz casi juguetona, y en una
carrera ya estaba delante de él y el intimidante árbol.
─ Pues… al principio creí que era una batalla de verdad, pero al ver tu
escudo supuse que era un entrenamiento. ¿Eres usuario de Magia de Madera?
¿Tú invocaste al árbol?
─ No soy tan pequeña como para no saber lo que se necesita para entrenar
y no morir en el intento.
─ Deja que la pequeña niña entrene conmigo ─ la voz que salió del árbol era
suave, queda, como si no hubiera apuro entre una palabra y la siguiente. ─ Quiero
ver de qué es capaz.
─ ¡Genial!
─ Sí, pero este entrenamiento ─el árbol habló cuando la niña se apresuraba
a tomar una rama como arma─ será sólo para defenderte. Cuando logres esquivar
efectivamente mis ataques podrás empuñar la espada. Por ahora trata de tocar mi
rostro.
Para cuando Mifu le dijo al árbol que parara Aurora se sentía a punto del
colapso. Cayó al suelo sin poder evitarlo y comenzó a ser consciente de su
cuerpo: se miró y la ropa estaba magullada y rota en varias partes, sabía por el
ardor que su piel estaba llena de rasguños hechos por las ramas, su hombro
derecho le escocía y le dolía tanto que sentía entumecido todo el brazo hasta las
puntas de sus dedos. No quería pensar en que tan enmarañado debía tener su
cabello.
─ No debí permitir este entrenamiento cuando aún no te has curado ─la voz
del ermitaño la hizo sacar un poco de su aturdimiento, mientras la levantaba del
suelo teniendo cuidado de no tocarle el brazo derecho─. Si Regina supiera esto de
seguro me mataría.
─ Tómate el tiempo que quieras, pero salte cuando sientas que te estás
durmiendo. No queremos que te ahogues ¿verdad? Así que por favor no te
entregues por completo. Iré a preparar la cena.
La niña vio cómo su ahora tutor entraba a la casa dejándola sola. Ella no
quería pensar en más nada, así que desató las vendas y con muchísimo dolor
limpió con fuerzas la herida quitando los restos de plantas que se habían adherido
a su piel y que ya olían horrible. Al momento sintió un alivio indescriptible y cómo
la sensación de entumecimiento iba desapareciendo. Observó el resto de su
cuerpo y los demás rasguños se iban cerrando solos, dejando un leve escozor
agradable. Aurora se hundió un poco en el agua tapando por completo su cuerpo y
aceptando lo agradable que se sentía estar ahí. Volvió a la superficie sólo para
pensar que no debía olvidar su propósito ahí. Entrenaría, se volvería más fuerte y
buscaría al fulano Daas, lo haría papilla y rescataría a su madre. Debía hablar con
Mifu, obtener más información acerca del porqué ese hombre necesitaba a su
madre y con cuánto tiempo contaba para todavía encontrarla con vida.
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