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Capítulo 1

― ¡Aurora!

La voz de mi madre irrumpió en mi cuarto tan estrepitosamente que no pude


evitar caer en el colchón de mi cama en donde había estado brincando con toda la
energía que no había gastado en todo el día.

― ¿Qué pasó mamá? ― Me incorporé como pude mientras ella corría hasta
mí y me abrazaba eufóricamente ― ¿Mamá?

― Nena, necesito que me escuches, ¿bien? ― Me tomó del rostro y me besó


para luego comenzar a cambiarme el pijama por unos jeans, un jersey, la
chaqueta y unos tenis.

― ¿Vamos a salir? Creí que estabas en una fiesta.─ Logré decir mientras me
acomodaba el cabello─ ¿Kelly irá?

― No amor, la niñera ya se fue. Ahora escúchame ― abrió la puerta del


closet y al pasar su mano por la pared del fondo una pequeña compuerta apareció
frente a ellas― Debes irte por este camino, sigue derecho siempre y saldrás a las
afueras de la aldea…

― Espera ¿qué? ― Tomó la mochila que su madre le daba y la colgó en su


espalda por inercia, pero no entendía nada, no tuvo tiempo ni de asombrarse por
el portal recién abierto― ¿Por qué debo ir por ahí? ¿No vendrás tú? Si este es
uno de tus juegos… no me gusta.
― No es un juego y no tengo tiempo de explicarlo, ¿ok? Confía en mí. Te
irás por allí, ve al Bosque de las Ninfas y trata de encontrar a Mifu ― Su madre se
veía agotada, asustada y sus manos le temblaban nerviosamente al acariciar su
rostro―, él es un ermitaño del bosque; si no lo encuentras, de seguro él te
encontrará a ti, quédate con él y no regreses más.

― Mamá, me estás asustando… no sé de qué hablas. ¿Qué está pasando?

― No hay tiempo para explicártelo hija. Haz lo que te digo Aurora, sólo hazlo.
Dile a Mifu que Daas ha vuelto, y él sabrá qué hacer.

Un sonido en la cocina las distrajo y en un segundo su madre había invocado


un arco enorme de un color vino tan oscuro que a los ojos de Aurora era casi
negro. Nunca había visto algo así, ni siquiera sabía que su madre tuviera un arma,
así que eso sólo quería decir que todo esto era real, no era un juego de su madre
como los que solía hacer los domingos para pasar el rato.

De pronto, y sin previo aviso, la mujer la metió al closet y cerró la puerta con
fuerza. Sabía que ahora era su turno, que debía entrar por el pasadizo y hacer lo
que su mamá le había dicho que hiciera, pero simplemente no pudo; por alguna
estúpida razón, sus rodillas se negaron a moverse; su cerebro quería obtener
información y su cuerpo le estaba haciendo caso. Fue entonces que él entró, era
un hombre blanco, fornido, de cabello oscuro y ojos dorados atemorizantes, vestía
totalmente de negro y su rostro mostraba una sonrisa espeluznante.

Su madre veloz, como nunca la había visto, disparó tres flechas en un mismo
instante en dirección al intruso. No tuvo tiempo de gritar, pues vio cómo él hacía
un ligero movimiento con sus manos, destruía las flechas y encerraba a su madre
en una especie de esfera oscura semitransparente en la que la mujer comenzó a
dar movimientos bruscos como si le faltara la respiración.

― ¡Qué tonta has sido, Regina! ―El tono de voz que usó estaba tan lleno de
desprecio que Aurora sintió miedo, ese de ahí ¿quién era? ― Pudiste hacerlo de
la manera fácil, pero preferiste esto.
La esfera se rompió y el cuerpo cayó inerte en el suelo, Aurora nunca había
visto los ojos de su madre tan vacíos, tan rotos, tan muertos como los veía ahora
por las rendijas de la puerta del clóset. Observó en silencio cómo el hombre se
llevaba el cuerpo de su mamá como si fuera un saco vacío. No sabría ella misma
decir cuánto tiempo se quedó ahí arrodillada encerrada en el clóset, sin asimilar ni
un ápice, nada de lo que estaba pasando; esto debía ser un sueño, una pesadilla
tétrica. Sólo tenía 10 años, su mente podía jugarle sucio e imaginar cosas
extrañas en sus sueños, pero todo era tan real que no podía hacerse ilusiones.
Cuando volvió en sí, el reloj de su muñeca mostraba las diez de la noche. Se
metió en el pasadizo y una hora después estaba ya mirando los muros de su aldea
desde las afueras, frente a ella el Bosque de las Ninfas se extendía como un vasto
imperio desconocido, pero con la mayor valentía que podía tener para su corta
edad se encaminó con pasos fuertes hacia lo desconocido y terrorífico del bosque,
en busca de una persona que jamás había visto, que no sabría si podría
encontrarlo y que, si no lo lograba, entonces él, supuestamente, la hallaría a ella.

No sabía cómo lo haría, pero encontraría a Mifu; aunque a diferencia de lo


que su madre le dijo, ella sí volvería y ese hombre pagaría por lo que hizo.
Capítulo 2

El bosque siempre había representado para Aurora lo místico, lo


desconocido, pero al mismo tiempo le atraía más de lo que su madre hubiera
querido, así que siempre fue un lugar prohibido para ella, ahora que podía
disfrutarlo estaba tan asustada y desconcentrada que era incapaz de hacerlo.
Caminaba por instinto, sus pensamientos giraban una y otra vez en torno a los
últimos minutos dentro del clóset. Se habían llevado a su mamá luego de haberla
herido con esa magia tan oscura y extraña, había sido como si dentro de esa
esfera el oxígeno se hubiera destruido.

La luz de la luna la guiaba por un camino imaginario, ya llevaba más de dos


horas caminando tratando de encontrar un buen lugar para pasar el resto de la
noche, pero sin éxito, hasta que vio un gran árbol fácil de escalar para ella y con
unas ramas perfectas para recostarse y estar libre del suelo y sus bichos
nocturnos. Subió al árbol sin mayor problema y cuando se sintió segura en una
rama se permitió relajar su cuerpo… y ahí fue cuando todo se le aglomeró en la
mente y en el corazón.

¿Quién era ese hombre?

¿Su mamá había muerto?

¿Se encontraría realmente con ese tal Mifu?

Y lo más certero: Ella estaba totalmente sola.

Sintió cómo sus ojos le escocían y su corazón le dolía tan fuerte, que la vez
cuando su perrito murió no tenía comparación a cómo se sentía ahora. Y lloró,
lloró sin poder controlarse. ¿Qué se supone que haría ahora? Lo único que sabía
del bosque y de sobrevivir en él, era lo que leía en los libros de supervivencia que
su madre siempre le regalaba, pero una cosa era la teoría y otra muy distinta la
práctica. ¿Por qué su madre no se fue con ella? Si su mamá estuviera aquí sería
totalmente distinto, ella siempre sabía qué hacer. Y además no estaría sola y de
esa manera quizás no sentiría miedo… odiaba sentir miedo. Lloró hasta que se
quedó dormida repitiéndose a sí misma que esta sería la última vez que lloraría,
pues debía ser fuerte, aunque todo esto fuese demasiado para ella.

La luz del sol dio de lleno en su rostro haciéndola pestañear una y otra vez
despertándose completamente después de un largo bostezo. Su mente hoy
estaba mucho más clara, tenía una misión que lograr y debía moverse para eso.
Bajó del árbol al escuchar el sonido del agua corriendo, y luego de caminar un rato
lo encontró, era un riachuelo que corría hacía el interior del bosque, no era muy
ancho pero el agua siempre varía.

― Seguiré por aquí ― se habló a sí misma, en este momento el silencio no


era su mejor compañero― si Mifu es tan inteligente vivirá cerca del agua, así
debería ser capaz de encontrarlo ¿No?

Lavó su rostro y su reflejo en el agua la distrajo un poco, su cabello largo y


castaño estaba enmarañado, sus párpados un poco hinchados y su piel
aceitunada se veía tan pálida que parecía enferma. Respiró hondo, lavó su rostro
un poco más, peinó su cabello con las manos y lo amarró en una cola alta.
Recordó de pronto su mochila ¿cómo era posible que se le olvidara? Se sentó y
sacó todo lo que llevaba: algo más de ropa, una linterna, barras de fibra, dulces,
manzanas, una navaja, y una caja de banditas para heridas pequeñas. Resistió las
ganas de llorar pues cada una de esas cosas las había guardado su madre sólo
para ella hacía unas horas atrás. Guardó todo de nuevo excepto una manzana y la
navaja, y siguió su camino con una más fuerte determinación.
.

El camino al lado del rio serpenteaba demasiado, había momentos en los


que se alejaba tanto del agua que a veces le asustaba dejar de verla por
completo, si eso llegara a pasar estaría totalmente perdida; pero gracias al cielo
siempre lo volvía a encontrar. Al atardecer del siguiente día, ya no le quedaban
guarniciones, su cabello era un nido de ramitas y hojas húmedas del bosque, su
ropa estaba sucia y con rasguños que habían llegado hasta su delicada piel y que
cubría con las banditas que tenía en su mochila. No sabía ya qué más hacer, Mifu
no había aparecido y ya estaba empezando a creer que nunca lo haría.

Se estremeció del frío, arrumada en el tronco de un gran árbol de dura


corteza. Respiró hondo por enésima vez y tomó un poco de agua, su estómago
rugió como un animal moribundo y ella sintió el golpe de veinte toneladas de
fuerza que le propinaba el hambre. Las lágrimas querían aparecer, pero
rápidamente las empujó lejos de ella, lo había prometido y lo cumpliría… no
lloraría más.

Un ruido distrajo sus pensamientos y elevó su mirada hacia el frente, lo que


vio sólo le hizo pensar que su suerte era cada vez peor. Un lobo azul enorme
estaba frente a ella, con su mirada congelada y sus afilados dientes
extendiéndose por toda su cavidad bucal. Aurora tragó saliva lo más
silenciosamente posible, trató de levantarse, pero sus piernas ya no tenían ningún
tipo de fuerza y sólo pudo quedarse ahí, esperando a que el lobo decidiera saltar
hasta ella y comérsela tal como el cuento de la Caperucita Roja. Sacó la navaja y
la sujetó a un lado con la determinación que le quedaba; moriría, pero ese lobo se
llevaría un recuerdo sangrante y doloroso de su parte.

Y el animal saltó…

Aurora presenció el salto más precioso que había visto realizar a un animal,
irónico pensar que ese salto acabaría con ella, pero aun así no pudo evitar
maravillarse. Fue entonces que todo se distorsionó, sintió los colmillos del lobo
apenas rozándole el hombro derecho, movió la navaja en dirección al animal, pero
el estruendo de algo hizo que trastabillara y se golpeara tan fuerte que su visión se
tornó oscura, lo único que logró mirar antes de desmayarse fue al animal siendo
lanzado varios metros lejos de ella, y la figura de una persona que se acercaba
con un bastón en su mano.

Despertó de golpe, como si le hubiesen arrojado un enorme cubo de agua;


su respiración era entrecortada, y su rostro estaba cubierto de una fina capa de
sudor. Lo primero que sintió fue el escozor en su hombro, lo miró y estaba
vendado y olía como a ensalada podrida, supuso que debía haber una pasta de
hierbas bajo la tela blanca. Observó luego a su alrededor y detalló varias cosas:
estaba en una habitación algo pequeña, las paredes eran hechas de troncos
delgados que dejaban pasar pequeños rayos de luz del exterior, había un montón
de frascos con contenidos diversos que Aurora no distinguía, más troncos y tantas
otras cosas que sólo lograban que la habitación se encogiera mucho más.

Ella estaba en el suelo sobre un montón de mantas debajo y sobre ella, se


las quitó como pudo y se sentó, fue entonces que el hambre reapareció. Se sentía
débil, mareada y con una jaqueca que amenazaba con explotarle el cerebro.

― Veo que ya despertaste ― la puerta se abrió y un hombre alto y de barba


casi imperceptible entró en la habitación con una bandeja en su mano que
depositó al lado de Aurora― supongo que tienes hambre, y no es para menos.
Come despacio ― le advirtió al notar cómo la niña devoraba el pan con el queso
de cabra― si lo haces así de rápido te arderá el estómago. Bebe un poco de leche
y come más tranquila, en la cocina hay más de todas maneras.

Se rió como si hubiera contado un gran chiste y luego se quedó tan serio en
cuestión de segundos que Aurora casi se atraganta por el cambio de humor tan
repentino. La observó por un rato, luego se levantó y volvió con más pan, queso y
unas frutas, se las dio a ella quien siguió comiendo esta vez más pausadamente.
― Tengo grandes dudas, pequeña. ¿Qué hacías en el bosque? No es un
buen lugar para una niña. ¿Dónde están tus padres?

― Mi madre ― Aurora respiró hondo antes de continuar, quería responder


rápido para saber si este hombre era Mifu ― no sé si está muerta o no, alguien se
la llevó. Y antes de que eso pasara, me pidió que viniera al Bosque de las Ninfas a
buscar a una persona quien es el único que puede ayudarme.

― ¿A quién? Quizás lo conozca.

― A un tal Mifu. Nunca lo he visto, no sé quién es. No sé por qué debo ir con
él, no sé por qué ella no vino conmigo. No entiendo nada.

― ¿Mifu? ― El hombre buscó un pequeño asiento hecho de madera y se


sentó frente a ella― Yo soy Mifu.

― ¿Eres tú? ― La niña lanzó un suspiro de descanso y sus hombros se


relajaron mientras tomaba un sorbo de su vaso y comía un trozo de fruta, el
hambre aún no la había dejado del todo― Al fin, creí que no te encontraría. Bueno
tú me encontraste, pero eso dijo mamá que pasaría.

― ¿Quién es tu madre? ¿Quién eres tú, pequeña?

― Mi nombre es Aurora, mi madre es Regina. ¿La conoces?

― ¿Regina? ― Mifu se sorprendió, esto era algo que no esperaba para


nada― Claro que la conozco… espera, ¿dices que alguien se la llevó y no sabes
si está muerta o no? Explícame, qué sucedió.

― Ni yo misma lo sé bien. Ella me escondió, apareció un hombre, le hizo


daño y se la llevó. Ella sólo me dijo que te buscara y me quedara contigo. Ah y
que Daas había vuelto. No sé si el que se la llevó era ese tal Daas o no, pero lo
que sí sé es que era muy fuerte y malvado.

― Sí, Aurora, ese era Daas. Y sí, es muy fuerte y malvado. No esperé que
volviera tan pronto. Tu madre aún está viva, él la necesita.
― Pero, ¿por qué? ¿Quién es él? ¡Hay que rescatar a mi madre!

― Me temo que aún no es tiempo para eso. Por ahora descansa, y haz lo
que tu madre te dijo que hicieras.

― Pero…

Aurora observó cómo Mifu se levantaba de su asiento, dejándola con la


oración a medio comenzar, y salía de la habitación con cara apesadumbrada. Se
tiró de nueva cuenta en la cama improvisada, masticando lo que le quedaba de
una manzana y sin entender lo más mínimo de todo lo que estaba pasando. El
último pensamiento que se le vino a la mente antes de quedarse dormida fueron
los abrazos de su madre y las ganas inmensas que tenía de acabar con Daas. Lo
haría, no sabía cómo ni cuándo, pero lo haría.
Capítulo 3

El agua del rio estaba extrañamente cálida, era perfecta para durar allí todo
el santo día, y eso fue lo que Aurora precisamente hizo. Se restregó una y otra vez
la suciedad que tenía acumulada; cuando se vistió con una muda nueva de ropa,
decidió caminar un poco para desentumecer sus piernas. Había visto la casa de
Mifu desde fuera y le pareció una cabaña acogedora, hecha totalmente de
madera; pero no quiso verla a detalle sino que caminó hacia el lado opuesto. No
se había alejado tanto de la casa cuando escuchó unos ruidos muy fuertes como
de ramas chocando con gran fuerza. Trató de localizar el sonido y al no ver nada
se subió a un árbol cercano y lo que vio la dejó sin habla. Ahí estaba Mifu
luchando contra un árbol enorme que tenía rostro humano, un rostro de un
anciano arrugado y sabio. El ermitaño frenaba los golpes con un enorme escudo
hecho como de raíces entrelazadas una con la otra.

─ Esto ─ Aurora habló casi en un susurro, sólo por la costumbre─ no parece


una batalla real.

En ese instante el árbol sabio la miró, fue tan rápido que hizo trastabillar a la
niña, logrando con ello que quedara colgando de una rama. Aurora bajó de un
salto cuando escuchó que Mifu la llamaba con voz casi juguetona, y en una
carrera ya estaba delante de él y el intimidante árbol.

─ Así que nos has visto. ¿Qué te ha parecido nuestro entrenamiento?

─ Pues… al principio creí que era una batalla de verdad, pero al ver tu
escudo supuse que era un entrenamiento. ¿Eres usuario de Magia de Madera?
¿Tú invocaste al árbol?

─ Que perspicaz eres, Aurora. Pues sí ─ se sentó frente a ella mientras


tomaba un sorbo de su cantimplora de cuero─, soy un Usuario de Magia de
Madera. Y este chico ─señaló al árbol con un dedo─ es mi compañero de
entrenamiento. Además, estamos conectados a cada árbol que está plantado a
este bosque.

─ ¿Quieres decir que cada árbol es un espía para ti?

─ Sí. Te vi en cuanto te subiste a ese árbol tu primera noche en el bosque.

─ Ya veo ─ se sentó también y se recogió el cabello en un moño─ así que


por eso fue que me encontraste antes cuando el lobo me atacó. Me había
recostado a un tronco.

─ Sí, exacto. Entonces, ¿qué harás ahora? ¿Continuarás viendo el


entrenamiento o seguirás explorando los alrededores?

─ Nada de eso. Yo quiero entrenar contigo ahora.

─ No creo que sea bueno, ─Mifu se rascó la cabeza arrugando el entrecejo y


viéndola de reojo─ eres muy pequeña.

─ No soy tan pequeña como para no saber lo que se necesita para entrenar
y no morir en el intento.

─ Deja que la pequeña niña entrene conmigo ─ la voz que salió del árbol era
suave, queda, como si no hubiera apuro entre una palabra y la siguiente. ─ Quiero
ver de qué es capaz.

─ ¡Genial!

─ Sí, pero este entrenamiento ─el árbol habló cuando la niña se apresuraba
a tomar una rama como arma─ será sólo para defenderte. Cuando logres esquivar
efectivamente mis ataques podrás empuñar la espada. Por ahora trata de tocar mi
rostro.

─ ¿Qué? Bueno, bueno, está bien. Hagamos esto.


Y así, el primer entrenamiento empezó. Aurora sabía que el árbol no atacaría
con todo su poder, pero al ver que sus ramas se extendían sobre ella y golpeaban
con rudeza el suelo, sintió un poco de temor. Aun así, tragó saliva, separó sus
piernas y se lanzó hacia adelante. Trataba de seguir con la vista las ramas que se
alargaban y venían en su dirección, pero eran m uy rápidas, cuando lograba verlas
ya chocaban contra el suelo y ella sólo podía caerse hacia atrás o de un lado a
otro. Este árbol anciano era muy fuerte y rápido. El tiempo se perdió en su mente,
sólo sentía los pinchazos de las ramas en su piel y los duros golpes que se llevaba
al caerse al suelo.

Para cuando Mifu le dijo al árbol que parara Aurora se sentía a punto del
colapso. Cayó al suelo sin poder evitarlo y comenzó a ser consciente de su
cuerpo: se miró y la ropa estaba magullada y rota en varias partes, sabía por el
ardor que su piel estaba llena de rasguños hechos por las ramas, su hombro
derecho le escocía y le dolía tanto que sentía entumecido todo el brazo hasta las
puntas de sus dedos. No quería pensar en que tan enmarañado debía tener su
cabello.

─ No debí permitir este entrenamiento cuando aún no te has curado ─la voz
del ermitaño la hizo sacar un poco de su aturdimiento, mientras la levantaba del
suelo teniendo cuidado de no tocarle el brazo derecho─. Si Regina supiera esto de
seguro me mataría.

Sabía que la mención de su madre debía haberla hecho llorar, pero su


cerebro se frenó antes de siquiera pensarlo.

─ Aurora ─el árbol habló con un tono condescendiente─ asegúrate de curar


bien tus heridas. Te estaré esperando aquí. Mi nombre es Moku, no lo olvides.

La niña asintió mientras era llevada por el ermitaño. Y en su mente prometió


también que lo haría, se curaría por completo y entrenaría. Se volvería fuerte y
aprendería a esquivar esas ramas y le demostraría a Mifu y a Moku que ella era
capaz de poder usar la espada.
─ Debes tomarte las cosas con calma ─ la llevaba cargada como a un bebé y
ella estaba demasiado cansada y adolorida como para rechistar─, al lado de la
casa hay un pequeño estanque con agua mágica, te curará los rasguños leves y
repondrá parte de tu energía. Quizás no ayude mucho con tu hombro, pero te
quitará el dolor punzante y el entumecimiento que debes tener. Pero debes
quitarte las vendas y lavarte bien las heridas. Dolerá, pero es necesario.

Cuando llegaron al estanque Aurora quedó maravillada, había arbustos de


todo tipo, con flores de colores que jamás había visto. El suelo tenía surcos que se
convertían en complejos pero hermosos diseños; era un perfecto jardín zen con
rocas una sobre la otra y un bambú que se vaciaba y llenaba produciendo un
sonido tranquilizador cada vez que chocaba con el suelo.

Aurora trastabilló un poco al ponerse de pie, pero se estabilizó mientras


caminaba directo al estanque. Entró con todo y ropa, y al instante sintió cómo su
cuerpo iba relajándose. En serio el agua sí era mágica.

─ Tómate el tiempo que quieras, pero salte cuando sientas que te estás
durmiendo. No queremos que te ahogues ¿verdad? Así que por favor no te
entregues por completo. Iré a preparar la cena.

La niña vio cómo su ahora tutor entraba a la casa dejándola sola. Ella no
quería pensar en más nada, así que desató las vendas y con muchísimo dolor
limpió con fuerzas la herida quitando los restos de plantas que se habían adherido
a su piel y que ya olían horrible. Al momento sintió un alivio indescriptible y cómo
la sensación de entumecimiento iba desapareciendo. Observó el resto de su
cuerpo y los demás rasguños se iban cerrando solos, dejando un leve escozor
agradable. Aurora se hundió un poco en el agua tapando por completo su cuerpo y
aceptando lo agradable que se sentía estar ahí. Volvió a la superficie sólo para
pensar que no debía olvidar su propósito ahí. Entrenaría, se volvería más fuerte y
buscaría al fulano Daas, lo haría papilla y rescataría a su madre. Debía hablar con
Mifu, obtener más información acerca del porqué ese hombre necesitaba a su
madre y con cuánto tiempo contaba para todavía encontrarla con vida.
.

Al llegar al pequeño comedor se sentó en la mesa mientras veía cómo Mifu


terminaba de cocinar.

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