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Lander – Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos

Hoy vamos a desarrollar el texto del autor Edgardo Lander. Este texto se inscribe dentro de
una obra que tomó cierto estatus de referencia: hacia el año 2000, este intelectual, junto a
unos cuantos autores como Aníbal Quijano, Arturo Escobar, Enrique Dussel, Santiago Castro-
Gómez, Walter Mignolo o Rita Segato, que aparecen dentro de esta compilación; esta obra
viene a coronar un proceso que se había dado en la década del 90’ del siglo XX. Este proceso
había comenzado con el giro que el año 1992, el quinto centenario de la conquista de América,
que al calor del intento más hispánico de celebrar el quinto centenario, se desató una contra-
lectura mucho más poderosa que la lectura oficial, que celebraba y legitimaba la conquista, y
se generó una ola de visibilización y denuncia sobre las consecuencias negativas de la
conquista. Entonces, en ese marco, muchos autores provenientes de las ciencias sociales en
general y que venían con distintos recorridos –del marxismo, de la filosofía de la liberación, de
las teorías críticas, de la etnografía, de la crítica literaria, etc.–, nucleados por el interés de
proponer una teoría que muestre que no es suficiente la ruptura jurídica-política respecto de
una metrópolis, sino que se mantienen las situaciones de dependencia económica, de
colonialidad cultural y falta de soberanía política. Entonces, dentro de ese cuadro, la década dl
60’ y 70’ es muy rica en movimientos que reivindican la idea de “tercer mundo” y de centro-
periferia. Entonces, desde ese momento, proliferan una serie de estudios y que diagnostican
con mayor precisión el estatus de lo que aparentemente, en términos formales, era una
situación de igualdad jurídica, pero en términos económicos, culturales y políticos continuaban
siendo relaciones de subordinación y de dependencia de distintos pueblos y comunidades de
todo el mundo respecto de ciertos centros de poder globales. Esto va decantando en lo que se
va a llamar el grupo Modernidad/colonialidad, que integran todos los intelectuales nombrados
anteriormente junto a otros más; justamente, se va a llamar Modernidad/colonialidad porque
van a aparecer dos grandes ideas: por un lado, la idea de que la modernidad y la colonialidad
están intrínsecamente ligadas, y que, justamente, la condición colonial de América a partir del
siglo XV y XVI no va a ser una consecuencia de un espíritu moderno que irremediablemente
tiene que subyugar a otros pueblos, sino que más bien es al revés: la conquista es la condición
de posibilidad, tanto material como simbólica, de la modernidad. Es decir, sin conquista no hay
ni recursos ni ese umbral de civilización forzada que imprime la modernidad. Entonces, la
condición colonial es la consecuencia del despliegue necesario de un espíritu moderno, sino
que la conquista posibilita esa afirmación de un pueblo, que en ese momento era uno entre
tantos. Esto contribuye a desmontar la idea eurocéntrica de que Europa es, por naturaleza, el
eje histórico y geográfico de la humanidad, y que su despliegue es necesario, irremediable y
virtuoso; por el otro lado, la otra idea es que esa colonialidad sigue generando sus efectos,
tanto en el ámbito material (económico-social) como en el ámbito simbólico (cultural-de las
ideas-pedagógico). Entonces, buena parte del esfuerzo de estos intelectuales se centra en
evidenciar la continuidad de un conjunto de ideas que legitiman un estado de cosas, en favor
de un grupo/clase/conjunto de poderes dominantes. A partir de esas plataformas, lo que se va
a conocer como las teorías des-coloniales son las que van a recuperar todas estas tradiciones
del post-marxismo, de los estudios post-coloniales, de los estudios culturales, de la
antropología y de la filosofía política para tomar la tarea de des-colonizar las ciencias sociales y
los saberes humanísticos; de algún modo, una suerte de “cura” de auto-conocimiento dentro
de la propia intelectualidad latinoamericana, para que todo proyecto de ruptura con esas
dominaciones primero necesita, por un lado, ser visibilizado, y construir herramientas, tanto
de diagnóstico como de acción, que estén depuradas de la marca de la colonialidad que le
imprimieron las ciencias sociales eurocéntricas y la tradición filosófica occidental.
El texto de hoy está cargado de argumentos, interpretaciones e informaciones. Al principio, en
el marco del año 2000 y de lo que venían siendo las críticas políticas al neoliberalismo, muchos
de los teóricos económicos y de las ciencias sociales han fracasado en criticar al
neoliberalismo, porque lo han visto como una teoría económica, cuando en realidad es la
síntesis de un modelo civilizatorio, heredero de muchos siglos y de la idea de que la sociedad
liberal es un estado natural de cosas. Entonces, el punto de partida es que el fracaso
intelectual de las críticas al neoliberalismo ha venido de la mano de pensarlo meramente como
una teoría económica, cuando en realidad es la síntesis de un modelo civilizatorio que propone
la primacía del mercado y de que el capital sea el sustento organizador de la vida social.
Entonces, lo que va a mostrar este texto en su introducción es que, al haber sido derrotadas de
manera político o militar las principales alternativas organizativas o políticas del
neoliberalismo, aparece una idea de “fin de la historia”: esta forma, como se impuso, es la
única pensable. Entonces, frente a ese estado de pesimismo de la razón que él ve en los
intelectuales críticos de fines del siglo XX, él va a proponer una estrategia de desvelamiento y
deconstrucción del sello de naturalidad, a partir de los propios argumentos, a esta ideología
como natural, inevitable e incuestionable a la sociedad liberal de mercado. Entonces, él va a
reseñar una serie de esfuerzos y trabajos que provienen de distintas tradiciones, buscando
estrategias metodológicas y políticas para mostrar como un sentido común, que se presenta
sin más como natural, no lo es.

Lander va a presentar dos tramos de su argumento: uno que denomina “Las múltiples
separaciones de Occidente” (cómo la cultura moderna occidental divide la realidad de una
manera artificial, y luego impone esas divisiones como modelo, como patrón, como deber ser y
como normalidad única a la realidad preexistente), y la otra idea fuerte es “La naturalización
de la sociedad liberal y el origen histórico de las ciencias sociales” (la naturalización del modelo
de sociedad liberal y qué rol jugaron y juegan las ciencias sociales como reproductoras y
partícipes de esa legitimación, y qué rol deberían jugar para dejar de ser reproductoras y
participes de esa naturalización de la sociedad liberal). En resumen, es la “genealogía”
(Nietzsche) de cómo la cultura moderna dividió el mundo y se lo impuso a todos, y la
“arqueología” (Foucault) de cómo las ciencias sociales son el resultado del triunfo de ese
proyecto civilizatorio. Lander también revisa algunos momentos de la filosofía: el momento
cartesiano, el momento de Hegel y de Comte. Esos tres autores aparecen leído de modo
crítico, porque cuando él habla de “separaciones”, plantea que se producen de manera muy
fuerte con el racionalismo moderno y con la ilustración, con la idea de que el mundo y el ser
humano son dos regiones inconciliables, y que el mundo adquiere sentido en función de la
razón que lo piensa. Esto es muy propio y muy paradigmático de la filosofía de Descartes; no es
que Descartes es el responsable, pero es quien hace una de las síntesis más completas de esta
idea. Y por otro lado, al interior de la propia subjetividad, el cartesianismo carga de sentido la
mente y despoja de sentido el cuerpo; es decir, todo el sentido pasa por la mente, y el cuerpo
tiene tan poco sentido como cualquier cosa que yo veo. Entonces, esto instituye una nueva
ontología dualista, ya no como Platón, sino un dualismo entre razón y mundo, ya sea entre la
mente y cuerpo propios o entre la ciencia pensante y la naturaleza que debe ser conocida. Es
decir, en todos los autores clásicos de la teoría del conocimiento moderna opera el dualismo
sujeto-objeto, y esto, lejos de ser un hecho natural, es algo que está instituido filosóficamente.
Por lo tanto, hay que hacer la historia de cómo la realidad se empezó a dividir en partes, y una
de sus particiones más fundamentales es la partición sujeto-objeto/razón-mundo/hombre-
naturaleza. Entonces, esto alcanza hacia el siglo XVIII, con la ilustración, su máximo desarrollo.
Luego, el texto repasa legitimaciones filosófico-políticas que se derivan de este principio
subjetivista moderna, como las conquistas imperiales de la modernidad. El primero de los
argumentos que revisa es el de John Locke, en donde aparece una teoría muy interesante
sobre los vacant places, lugares que están deshabitados. Este principio de Locke recupera el
principio romano de terra nullius, en el que si no explotación agropecuaria, un derecho
positivo que legisle la propiedad o una “civilización” acorde a las reglas europeas, la tierra se
puede apropiar, más allá de los habitantes o asentamientos tradicionales. De la mano de este
principio económico, aparece la idea de que las personas que preexisten a esas conquistas
tampoco reúnen condiciones para ser sujetos políticos, porque como no están organizados en
las formas políticas que deberían tener, no se le reconoce estatus político a su comunidad.
Entonces, la única forma que tienen de tener algún tipo de entidad esos habitantes es la de
destruir sus comunidades y someterse al estatus que le asigne la conquista. Entonces, acá no
solo se trata de la imposición del más fuerte, sino también de cómo se legitima esa
intervención mediante el principio de propiedad, la ausencia de derechos políticos y la única
forma de subsistencia es la de abandonar las formas comunitarias e ingresar de manera
subordinada a los roles que le otorga la sociedad colonial; y por otro lado, la idea de que el
derecho subjetivo, de la propiedad de alguien que tiene un contrato escrito que legisla de que
ese territorio han sido adquiridos o cedidos hacia su persona, constituye el fundamento del
derecho objetivo y social. Es decir, hay una gran diferencia con el mundo romano, y ahora el
derecho social se funda en el derecho de propiedad individual. Todo esto constituye una
invención moderna del liberalismo: quién tiene el papel de que es el dueño –por cesión, por
conquista, por enajenación o por compra venta–, a partir de ahí debe construirse el derecho
social, en función del derecho de propiedad individual. La otra filosofía que él revisa es la de
Hegel, en la que aparece la idea de que el espíritu, si bien es universal, es un espíritu que
hegemoniza y es dominante en cada época; entonces, en cada época hay un pueblo o un
conjunto de pueblos, que son los que naturalmente se imponen, tanto al propio pasado como
a los otros pueblos geográficamente localizados. Entonces, el lugar que ocupan los pueblos
que son dominantes en cada época es un lugar que la historia constituye como natural y
legítimo, porque superan tanto a su propio pasado como a otros pueblos; ese pueblo
hegemónico y dominante de la época es el portador del desarrollo para todo el universo
humano. Los pueblos que no tienen esas costumbres son pueblos fuera de la historia;
entonces, la historia del espíritu es la historia del principio de libertad convertido en la forma
de Estado, en la moral jurídica y en la ciencia, que de algún modo, es la historia de auto-
legitimación de Occidente. Cuando habla de América, lo hace de una manera plagada de
prejuicios peyorativos, porque la propone como una tierra, si bien es joven, también es
patológica; o sea, tiene ríos demasiado grandes que se inundan, montañas gigantes, su
naturaleza es inmanejable y sus pueblos son débiles en el control de la naturaleza. Por lo
tanto, es una tierra en la que el ser humano es impotente, y la única forma es que el europeo
releve al americano en ese control de la naturaleza díscola.

Él se refiere, en el punto dos, a “La naturalización de la sociedad liberal y el origen histórico de


las ciencias sociales”. Acá se va a mostrar algo que ya apareció en los textos de Castro-Gómez y
Wallerstein: la idea de ciencia social es una construcción europea del siglo XIX. Para Lander no
es casualidad que esto aparezca, porque las ciencias sociales surgen sobre la situación de una
derrota de los pueblos no-europeos, pero también como una derrota de las formas pre-
modernas y tradicionales al interior de las sociedades occidentales. Entonces, ¿en qué consiste
esa derrota? La idea marxista de que la sociedad capitalista se funda en una construcción
forzada del proletariado: cuando conocemos la historia social, tendemos a pensar que el
proletariado es un producto natural que viene a emancipar al ser humano del feudalismo; en
realidad, la historia es mucho más cruenta, porque se constituye de lo que se conoce como el
cercamiento de los bienes comunes en la primer modernidad. O sea, como la acumulación de
capital financiero y comercial posterior a las Cruzadas y a los viajes del Renacimiento permiten
una explotación productivista de las tierras agrarias; entonces, se produce la expulsión de
grandes masas de población del campo, para explotar de una manera intensiva todas esas
tierras. Entonces, esta expulsión de los territorios que antes eran de la Iglesia y de los señores
feudales expulsa a las poblaciones a los únicos lugares donde se producen bienes: las ciudades.
Allí, las personas ya no pueden producir lo necesario en su pequeño lugar de vivienda, sino que
tienen que comprarlo; para comprarlo necesitan dinero; para tener dinero hay que trabajar o
tener un capital; si no tenés capital, tenés que trabajar. Entonces, la clase proletaria se
construye de una manera forzada. Entonces, lo que se va a dar a lo largo del siglo XV, XVI y XVII
en Europa es ese disciplinamiento de todas las masas trabajadoras, para convertirlas en
sujetos económicos de la producción; o sea, un largo trabajo de disciplinamiento y de pérdidas
de derechos de todas esas masas para irlas convirtiendo en sujetos de mercado, que
acostumbran a trabajar para conseguir sus bienes en el mercado. Entonces, Lander dice que,
hacia el siglo XVIII en Inglaterra, se ve como el mercado de capital trata de romper todas las
costumbres tradicionales de los trabajadores y, aparentemente, los trabajadores son
conservadores. ¿Por qué? Porque dentro de esas costumbres tradicionales está, por ejemplo,
el derecho al uso de los bienes comunes, al descanso o al uso de la tierra; entonces, si todos
los bienes pasan a ser propiedad privada, ya sea por conquista o por compra-venta, se empieza
a cerrar el mundo de lo común y todo se convierte al mundo de lo mercantil. Él dice que las
ciencias sociales parten de esta derrota, y lo que hacen es algo sumamente ideológico y
naturalizado, porque piensan que este modelo de sociedad que, con tantas luchas el capital
impuso hacia el siglo XVIII y XIX, es el modelo de sociedad natural, no solo único, sino normal y
deseable para toda la humanidad. Esto lo vemos claramente en el pensamiento de Comte: la
idea de que toda la humanidad atraviesa el estado teológico, metafísico y positivo. Lander
plantea esto: cómo se normaliza la idea de que todos los pueblos pasan de lo primitivo a lo
tradicional y a lo moderno, y que esa sociedad de mercado de algunos Estados (Francia,
Inglaterra y Estados Unidos) es el punto de llegada de todo el mundo; y los que no están en esa
situación es porque son portadores de algunos caracteres idiosincráticos que los hacen menos
facultados para la sociedad de mercado liberal. O sea, la diferencia de vida, de costumbres y de
organización, ya sea de las personas que no se adaptan al mercado dentro de los Estados
modernos como de todas las otras formas de organización del mundo, quienes no progresen
dentro de esa sociedad es porque son portadores de constituciones patológicas, inferiores o
inmaduras. Entonces, quienes no tienen esa sociedad tienen que hacer lo posible para poder
tener ese grado de comunidad. Entonces, lo que se constituye es una legitimación: se borra la
historia del forzamiento que fue necesario para imponer esa sociedad, y se muestra como un
estado natural, único y normal, al cual deben llegar todos, y todos los que no están en ese
estado deben revisar porqué y deben compararse con ese modelo para hacer el diagnóstico de
cómo pueden llegar a eso. Por lo tanto, todo lo que para nosotros se constituye como el
modelo de civilización occidental, es mostrado por Lander como una formidable construcción
histórica que se impone como patrón, ya sea por la violencia o por una construcción ideológica
que lo convierte en algo normal y natural. Él habla de cómo se construyen las ciencias sociales
y de cómo a cada una le dan un pedazo de la realidad moderna: el estudio social, el estudio de
las formas políticas y el estudio del intercambio económico. Uno de los puntos más fuertes del
texto es que, justamente, en los Estados excoloniales y, en particular, América Latina, lo que
más han hecho estas ciencias –la sociología, la ciencia política y la economía– es diagnosticar
por qué no hemos llegado a esos estándares civilizatorios occidentales; es decir, cuáles son
nuestras fallas –ya sea antropológicas, políticas, sociales o económicas– que nos impiden llegar
a esos modelos sociales. Entonces, las ciencias sociales, en vez de pensar desde las
particularidades políticas, sociales y económicas de esos Estados, se centraron en mostrar por
qué no son como esos modelos que se imponen como normales; en vez de ser la historia de
sus propias prácticas sociales, políticas y económicas, lo que hicieron fue mostrar el carácter
anómalo, inferior e incompleto de su sociedad, de su política y de su economía. Esto es muy
importante, porque muestra como comienzan a proliferar estudios comparativos de patrones
de economía, política y sociedad; es decir, se proponen estándares que no provienen de la
propia dinámica y dialéctica de esas sociedades, economías y políticas, sino que son
estándares externos a los cuáles esas comunidades deben llegar irremediablemente, y al no
llegar, lo que hacen es mostrar su inferioridad, su incapacidad y su impotencia. Entonces,
claramente nos está mostrando la necesidad de des-colonizar las ciencias sociales en América
Latina; romper toda esta estructura ideológica y esta fundamentación naturalística que hay en
el pensamiento social latinoamericano, y que todo este grupo muestra los caminos
intelectuales para fundar otras prácticas políticas.

Finalmente, hacia el punto 3, habla de que, a finales del siglo XX, estamos construyendo un
paradigma alternativo, que empalmaría con la idea de paradigma emergente de Boaventura;
algunos de los aspectos son: la idea de un comunitarismo y reivindicación del saber popular; el
horizonte de la liberación política; la idea de que el investigador no tiene un lugar central ni
directivo, sino que debe reconocer la alteridad constitutiva; y el carácter relativo, inacabado y
plural del conocimiento. Como cierre, digamos que el texto nos da un marco, tanto
epistemológico como político-cultural, de la necesidad de des-colonizar el saber social, algo
que ya aparece en los textos de Castro-Gómez, Wallerstein y Boaventura; pero Lander muestra
cómo, en la legitimación del neoliberalismo, hay todo un legado por detrás que lo hace
muchísimo más fuerte que la idea puramente académica de mostrar que una teoría se
equivoca. Es decir, al neoliberalismo no se lo puede desmontar con una ponencia, sino que es
un modelo civilizatorio de muchísima densidad, que hay que desmontarlo con muchísimo
trabajo.

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