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Literatura Argentina II

Guía de lectura nº 1
22 de abril de 2020

Perspectivas teóricas y críticas sobre el espacio


Elena Donato y Aníbal Jarkowski

Como verán al leerlo de manera completa, el texto de Slawinski tiene un defecto más
o menos grave donde, sin embargo, radica su mayor virtud. Si, por un lado, es notoriamente
esquemático y en cierta forma reduccionista; por otro, tiene el mérito de ser una herramienta
útil para quienes no están habituados al análisis de la representación de los espacios en las
obras literarias (particularmente las narrativas). Algo más: es breve, pero no por eso sencillo.
En primer lugar, Slawinski señala lo evidente y con frecuencia olvidado: el espacio es
un “objeto de análisis” significativo en la medida en que es compuesto, “creado” por el texto
y significa, “funciona” dentro de él (y no como “tema” sobre el que se pronuncian los
personajes o el narrador).
En ese sentido, la constitución del espacio representado se da en 3 planos:
a) la descripción;
b) el escenario;
c) los sentidos añadidos.

a) Plano de la descripción: se realiza a través de las “oraciones descriptivas” (lo que parece
una mera tautología, aunque no lo es tanto: señala que el espacio no es un implícito sino una
construcción que, por ejemplo, da respuesta acerca de dónde ocurren los hechos narrados:
¿dónde está el personaje?, ¿qué ve?, ¿qué lo rodea?) que desarrollan “descripciones
localizantes”.

1
En este plano, por ejemplo, también se relevan los nombres de lugares y territorios y
su valor como “focos semánticos” que concentran significados, sentidos.

b) Plano del escenario: remite a “totalidades semánticas” ya consolidadas en el imaginario o


en la tradición literaria que determinan sistemas de relaciones y oposiciones
(nativos/extranjeros; el barrio/el centro; la calle/el interior de las casas). Los personajes
recorren, cruzan o evitan espacios, territorios que entran en relación (de coincidencia, de
oposición, de pertenencia, de ajenidad) con sus cualidades, sus atributos y su función dentro
de un relato. También se relevan espacios que son indicadores de la trama narrativa
(“caminos”; “territorios”; “fronteras”; “puentes”; “puertos”).

c) Plano de los “sentidos añadidos”: se refiere a los “significados adicionales” (previos al


texto) que ingresan y se añaden a la representación del espacio (el espacio como equivalente
de los “estados emocionales” de los personajes; la oposición entre espacios “reales” y
“fantásticos” o entre el “caos urbano” y la “Arcadia pastoril”; el “bosque” como proyección
espacial del inconsciente, el “camino” como figuración espacial del perfeccionamiento
espiritual, o las implicancias de desviarse, etc.).

Nuestro interés primordial al indicar la lectura del trabajo de Slawinski es ofrecer una
estrategia para el análisis y la elaboración de hipótesis de lectura sobre los textos literarios
que vamos a estudiar en las distintas unidades; pero también resultará valioso para la mejor
comprensión de la bibliografía crítica incluida en esas unidades, donde esos “planos” que
Slawinski separa, distingue, en los textos críticos casi siempre aparecen superpuestos,
imbricados.
Ustedes leerán, por ejemplo, el ensayo de Noé Jitrik “Los desplazamientos de la culpa
en las obras ‘sociales’ de Manuel Gálvez”, donde se dice: “aquí aparece otra vez esa
ambigüedad, peculiar y constante en la obra de Gálvez. ¿Resulta tan sólo de la aplicación de
un procedimiento deficiente -o de la deficiente aplicación de un procedimiento- o de sus
reservas y evasivas frente a la necesidad de “compromiso” a la que lo obliga -y él mismo se
obliga- la militancia realista? Ambas cosas, me parece, se conjugan”.
En función del tema de nuestro programa -la representación del espacio-, la evaluación
de Jitrik debe ser confrontada con el análisis de las estrategias puntuales que se aplican a la

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representación de los distintos espacios en los que se desarrolla la narración en Nacha
Regules. A manera de ejemplo, si nos remitimos a los “planos” que distingue Slawinski,
podemos entonces atender:

a) Plano de la descripción: la descripción de los espacios (descripción de las casas, los


conventillos, los prostíbulos; de la ciudad, de barrios y calles particulares, etc.) ¿Cuál
es la selección lexical? ¿Qué adjetivos se aplican? ¿cuáles son descriptivos y cuáles
calificativos? ¿Qué colores distinguen los espacios? Etc.

b) Plano del “escenario”: los espacios que recorren o habitan Nacha y Monsalvat (la
milonga; el departamento del Pampa Arnedo; las habitaciones de los conventillos y las
pensiones; espacios abiertos o cerrados, etc.); la relación de pertenencia/ajenidad,
comodidad/incomodidad, conocimiento/desconocimiento,
identificación/extrañamiento que establecen con cada uno de ellos.

c) Plano de los sentidos añadidos: los sentidos ideológicos, morales, estéticos que
portaban espacios de gran densidad semántica antes de ser representados en la novela
(Cabaret porteño; Pensión; Conventillo; Prostíbulo; Gran Tienda; el Barrio de La Boca y
el de Belgrano; Plaza Lavalle (Tribunales); Buenos Aires durante del Centenario, etc.);
la confirmación, consolidación, refutación, inversión de esos sentidos en la novela.

Para dar otro ejemplo del valor del trabajo de Janusz Slawinski en la elaboración de
estrategias de lectura, no sólo de los textos literarios, sino también de aquellos que integran
la bibliografía crítica, retomemos dos observaciones metodológicas que hace al pasar en la
introducción.
Una, no desprovista de ironía, por la que alerta que la temática (la relación entre
espacio y literatura) del libro en el que se incluye su contribución (ver nota al pie en el artículo
con los datos de la edición en lengua original) prueba bien la acción de un mecanismo propio
de la poética:1 “la reformulación de los problemas surgidos anteriormente en los marcos de

1
Son los años ’70 y todavía es frecuente el uso del término “poética” para designar “toda teoría interna
de la literatura”, como precisa Tzvetan Todorov en el Diccionario enciclopédico de las ciencias del
lenguaje escrito junto a Oswald Ducrot y publicado en 1979, apenas un año después del artículo de
Slawinski. Junto a Gérard Genette, Todorov –autor de una Poética de la prosa (1971)– había fundado
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otros temas de orden superior, de manera que puedan ser encajados en el dominio favorecido
en el momento” (p. 2).
Veamos el mecanismo en acción: al definir un problema como dominio de interés (el
espacio), la crítica literaria frecuentemente apela conceptos forjados en el marco de
desarrollos teóricos que exceden ese dominio (y a veces directamente exceden el campo
disciplinar). Es el caso de algunos de los textos que integran la bibliografía específica y general
de nuestro Programa, por ejemplo: “Sobre algunos temas en Baudelaire” de Walter Benjamin,
“De los espacios otros” de Michel Foucault, o Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia de
Gilles Deleuze y Félix Guattari, La Viena de fin de siglo. Política y cultura de Carl Schorske, o La
grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936 de Adrián
Gorelik. Sin dudas los conceptos que en ellos descubrimos (“metrópolis moderna”, “flâneur”,
“hombre de la multitud”, “utopía”, “heterotopía”, “territorio”, “modernización”,
“modernismo”, “urbanismo modernista”, “espacio público”, etc.) explican distintos aspectos
del espacio, de sus temporalidades y de su historia, de la historia de los modos de concebirlo
o de parcelarlo (para habitarlo, para controlarlo, para imaginarlo) o de la historia de sus
transformaciones y de las formas de subjetivación que produjo, pero ¿todos ellos fueron
creados o utilizados para analizar textos literarios? ¿O más bien estos autores recurrieron al
análisis de distintas formas de presentación del espacio en la literatura, en las artes, en la
historia del urbanismo, en la historia de las concepciones del espacio, para otra cosa?
La observación de Slawinski nos advierte la importancia de, antes de capturar un
concepto con el subrayado y salir con él, sin más, a buscar dónde hay otro de “esos” en la
novela o poema que estamos analizando (dónde hay un flâneur, dónde una heterotopía,
dónde un cronotopo), preguntarnos con qué propósito fue escrito el texto (cuáles son sus
perspectivas, sus objetos, sus conceptos, sus objetivos de análisis), qué tipo de realidad
permite analizar el concepto en cuestión, y de qué modo puede ser recuperado o tomado en
cuenta por nuestro análisis del espacio en un texto o conjunto de textos. ¿Por qué tanta
precaución? Slawinski es convincente: si olvidamos que los distintos conceptos analíticos que
resultan de las distintas perspectivas y sus propósitos investigativos (sobre el espacio, pero
vale en general) refieren y explican realidades distintas, “se disminuyen radicalmente sus

en 1970 Poétique, cuyo subtítulo “revista de teoría y análisis literarios” fijó una de las fórmulas que
con el tiempo se utilizarían para designar ese sentido.
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potencias explicativas. Desordenadamente mezclados, permiten a lo sumo un parloteo de
significados cambiantes” (p. 8). Tratemos de no correr ninguno de esos riesgos.
Algunos de esos textos que mencionamos (el de Deleuze y Guattari, el de Foucault, el
de Schorske, el de Gorelik entre otros que pueden descubrir en la bibliografía general)
enseñan que el espacio no es algo dado de una vez y para siempre, que no vivimos en un
espacio homogéneo y vacío, que las parcelaciones geométricas, físicas, políticas, conceptuales
con las que nos acostumbramos a pensarlo no sólo son históricas (y por lo tanto segmentan
realidades históricamente variables) sino que también condicionan nuestra concepción y
percepción del espacio presentado, creado, en un poema o una obra narrativa.
Ejemplo: en “De los espacios otros”, Foucault retoma el concepto de “heterotopía”
que ya había utilizado en el prefacio a Las palabras y las cosas (1966), donde le permitió
designar un sitio cuya existencia misma es capaz de causar tal inquietud, tal asombro, que
sacude y deja en ruinas todos los códigos fundamentales de una cultura y conocimientos
reflexivos (ciencias, filosofía, etc.) de que dispone una sociedad: ese sitio es y muestra algo
imposible de pensar (según los códigos ordenadores y las reflexiones sobre el orden que ese
sitio arruina). ¿Dónde encuentra un lugar así? Obviamente, en un ensayo de Borges. En la
enumeración de cierta enciclopedia china que cita “El idioma analítico de John Wilkins” (1942)
en Otras inquisiciones (1952). Pero ese sitio no aparece descripto, comentado ni analizado en
el ensayo, Foucault lo descubre prestando atención al modo en que Borges usa un
procedimiento compositivo: la enumeración heteróclita. La lee con tanta atención que se da
cuenta de que lo que causa una inquietud radical que muestra lo imposible del pensar no es,
en la enumeración heteróclita, la vecindad de las cosas, sino que “lo imposible es el sitio
mismo en que podrían ser vecinas”. Lo que interesa a Foucault de ese sitio hallado en un
procedimiento de Borges es la función (de negación radical del saber) porque le permite
pensar en términos espaciales las condiciones de posibilidad de los conocimientos: el sitio de
la razón donde las cosas se reparten y se dan al saber y al lenguaje como su objeto. “Las
heterotopías inquietan sin duda porque minan secretamente el lenguaje […] arruinan de
antemano la ‘sintaxis’ […] que hace ‘mantenerse juntas’ a las palabras y las cosas”. Se propone
trazar no la historia de los conocimientos sino la historia de sus condiciones de posibilidad;
ese programa y método se llamó arqueología.
“De los espacios otros”, en cambio, es una conferencia leída en 1967 en un círculo de
arquitectos de París, adonde Foucault es invitado a exponer sobre el espacio. Y entonces

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recurre a esa palabra, “heterotopía” para conceptualizar otro tipo de espacio, ya no abstracto
sino concreto. Sin embargo, la función y propiedades del sitio que sacude al pensamiento
descubiertas en el procedimiento de Borges, las consecuencias que de ellas extrajo, son
precisamente las que le permiten bosquejar una historia y caracterizar el modo en que ahora
(entonces, o a partir de entonces) concebimos el espacio en que vivimos: el espacio como
emplazamiento o ubicación2 que “se define por las relaciones de vecindad entre puntos o
elementos; formalmente se los describe como series, árboles, retículos”. No son sus
cualidades inherentes (como no son las de cada elemento de la enumeración heteróclita las
que definen aquel sitio imposible) las que definen al espacio en tanto emplazamiento o
ubicación sino el conjunto de propiedades y principios que regulan sus relaciones con todos
los demás emplazamientos (ubicaciones). “No vivimos en el interior de un vacío […] sino en el
interior de un conjunto de relaciones que definen ubicaciones irreductibles las unas respecto
de otras y absolutamente no susceptibles de ser superpuestas”. Sólo en este sentido Foucault
describe al emplazamiento (ubicación) como “espacio del afuera”. Si en el prefacio al libro de
1966 espacializa la “sintaxis” del pensamiento y se ocupa del momento en que esa sintaxis
revela una yuxtaposición imposible, aquí los espacios concretos en que vivimos se definen por
el tipo de “sintaxis” que los relaciona entre sí.
De todos ellos, Foucault dice interesarse por una especie muy particular: aquella que
tiene la propiedad de relacionarse con todos los demás espacios de modo tal que suspende,
niega radicalmente o neutraliza el conjunto de las relaciones que, a través de ellos, se
designan, reflejan o reflexionan. Distingue dos grandes tipos: las utopías, esencialmente
irreales; las heterotopías, lugares reales que tienen efectivamente lugar en la sociedad y sin
embargo niegan radicalmente todas las relaciones que demarcan el resto de los espacios (por
eso los llamó “espacios otros”). Cinco principios y un rasgo describen a las heterotopías: son
una constante de todas las culturas; cada una tiene un funcionamiento preciso en una
sociedad, pero en el curso de la historia puede cambiar (y son los cambios en su
funcionamiento lo que permite describirlos y analizarlos); pueden yuxtaponer en un solo lugar
real diversos espacios; funcionan plenamente cuando producen una ruptura absoluta con el
tiempo tradicional de los hombres; suponen siempre un sistema de apertura y cierre que los

2
Emplacement en el original. Las traducciones vacilan entre “emplazamiento” y “ubicación”, que es
probablemente una opción preferible. Lo que importa es que designa “lugar efectivamente ocupado
por una construcción o cosa en un conjunto.”
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aísla y vuelve franqueables a la vez: un sistema de gestos y acciones ritualizadas. El rasgo
común: todas ellas cumplen una función respecto del espacio restante.
Es difícil, al leer esos principios de funcionamiento, no pensar en la narrativa de Julio
Cortázar. Hasta en su título “El otro cielo”, publicado un año antes que esta conferencia,
parece “cumplir” todos esos principios. Verificarlo no es demasiado útil en un análisis. En
cambio, recuperar el método que permite definir los espacios otros por sus principios de
funcionamiento puede en este caso ser la vía para comprender en profundidad y revisar una
de las hipótesis críticas más perdurables sobre el espacio en la narrativa cortazariana, aquella
por la que Beatriz Sarlo definió, en una conferencia dictada en un Homenaje a Julio Cortázar
a diez años de su muerte, esa narrativa como una literatura de pasajes: “la ficción cortazariana
muestra las consecuencias del pasaje entre espacios que la percepción normalizada mantiene
escindidos”. No usar las definiciones para describirlo, sino recuperar el gesto metodológico de
Foucault como herramienta para analizar no tanto los espacios de pasaje, sino el pasaje (una
relación) entre espacios.
Otro ejemplo: el ensayo “Sobre algunos temas en Baudelaire” (1939), si bien ofrece
una serie de conceptos y un modelo de análisis para apreciar los modos en que el espacio
urbano aparece en la lírica (pero también en la narrativa) del siglo XIX, determinantes a su vez
para la literatura del siglo XX –y en el que se apoyó gran parte de la bibliografía interesada en
estudiar las relaciones entre arte y ciudad moderna–, no fue escrito con ese objetivo.
Ese ensayo, publicado en enero de 1940 en la Zeitschrift für Sozialforshung, de título
vago que no da ni una pista sobre perspectiva investigativa y conceptos analíticos, fue escrito
en 1939 como parte de un libro que Walter Benjamin ideó como tal en 1937 pero quedó
inconcluso, Charles Baudelaire. Un poeta lírico en la era del auge del capitalismo, y que
originalmente era apenas una parte de un proyecto mayor hacia el que Benjamin orientó su
trabajo desde 1927, y que desde 1935 refería informalmente en su correspondencia como Los
pasajes de París o La obra de los pasajes, y en dos resúmenes, donde expuso fundamento y
temas del proyecto, tituló París, capital del siglo XIX.
Sin conocer más que esos títulos provisorios sucesivos, se puede comprender que en
el ensayo de Benjamin leemos –como diría Slawinski– una reflexión sobre la relación entre
espacio urbano y literatura surgida en el marco de un tema o problema de mayor alcance, en
este caso, un modelo de construcción histórico-filosófica del siglo XIX. Tomando en cuenta ese
marco y propósito, podemos entender mejor por qué una de las tesis centrales del ensayo

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excede el análisis del espacio de la ciudad moderna en la poesía de Baudelaire, y se propone
ligar temas y ritmos de los poemas baudelairianos con un dato antropológico de la
modernidad: una modificación en la estructura de la experiencia. Los efectos del encuentro
entre la gran ciudad y la multitud le permiten verificar la alienación a la que es sometida la
experiencia del hombre de la multitud según el modelo de reificación de la mercancía. Al
mismo tiempo, en la poesía de Baudelaire descubre una mirada que, por registrar el instante
último antes de esa pérdida, expone la verdad más íntima de la experiencia en el siglo XIX y
del tipo de humanidad que la ciudad moderna produce. Ese registro tiene como condición una
fugaz restitución de la experiencia sin la cual no hay conocimiento posible.
Independientemente de la historia de discusiones sobres esa tesis, y dado que
Benjamin escribió esta versión del ensayo con el objetivo de presentar los fundamentos de su
obra, la estructuración en partes privilegia ese propósito. Pero el método crítico de Benjamin
–una perspectiva antropológico-materialista para articular el tiempo histórico- reclama una
escritura en la que la teoría y los procesos de creación se iluminan mutuamente. Por ello, y
para favorecer una lectura del ensayo que permita responder preguntas sobre los modos de
análisis del espacio presentado en las obras literarias (¿cómo leyó Benjamin a Poe, Baudelaire,
Bergson, Freud o Proust para proponer un modelo de construcción histórico-filosófica del siglo
XIX? ¿cómo lee temporalidades en el espacio?), les proponemos que lo lean, por esta vez,
comenzando por las secciones dedicadas al análisis material (V, VI, VII, VIII) en las que puede
analizarse dónde y cómo Benjamin lee lo que lee: en las descripciones del ritmo de la multitud
en las calles de la ciudad, en los ritmos distintos que la ciudad impone a los cuerpos según los
espacios recorridos, en el modo en que esos ritmos se corresponden con distintas fisionomías
(el flâneur3, el hombre de la multitud), y cada una de ellas con una mirada que es huella de un
tipo de experiencia distinto, el modo en que la ciudad moderna es un espacio en el que
conviven temporalidades heterogéneas (propuesta: hacer un registro de los matices de tipo
temporal –arcaico/moderno– sobre los que se apoya la argumentación).
Después de esa lectura, se ilumina la teoría de la modernidad que Benjamin lee en
Baudelaire y cuyas tesis desarrollan las demás secciones, aquellas dedicadas al análisis de la
modificación en la estructura de la experiencia (experiencia/ vivencia; memoria/ recuerdo;
memoria involuntaria/ memoria voluntaria) y a la forma de relación entre tiempo y espacio

3
“Flâner”, pasear sin dirección precisa y sin ningún apuro
8
en Baudelaire.
Por último, se pueden retomar esos problemas para realizar un análisis del método
crítico de Beatriz Sarlo en su lectura de poemas y ensayos de Borges, las aguafuertes y la
novela de Arlt, la poesía de Girondo y de Norah Lange, entre muchos otros textos, un conjunto
de experiencias en un periodo de la ciudad de Buenos Aires que le permiten definir un modelo
de modernidad. En la introducción a Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930,
Beatriz Sarlo explicita el propósito de su libro: “entender de qué modo los intelectuales
argentinos, en los años veinte y treinta de este siglo, vivieron los procesos de
transformaciones urbanas y, en medio de un espacio moderno como el que ya era Buenos
Aires, experimentaron un elenco de sentimientos, ideas, deseos muchas veces
contradictorios”, y también qué modelos de lectura encontró “la reconstrucción de un
mundo de experiencias a través de los textos de la cultura”: La Viena de fin de siglo. Política y
cultura de Carl Schorske (1980) y Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la
modernidad de Marshall Berman (1982).
Una pregunta para guiar la lectura es preguntarse entonces qué mundo de
experiencias reconstruye sus lecturas de los textos, en qué procedimientos y procesos
descubre las huellas y los pronósticos de las transformaciones sociales en la literatura, el arte
o el diseño urbano.
Este conjunto de textos críticos pone en evidencia que el análisis del espacio es
correlativamente un análisis de las formas del tiempo. Mijaíl Bajtín postuló desde los años los
años ’30 del siglo XX que hay una conexión esencial entre las conexiones temporales y
espaciales “asimiladas artísticamente en la novela” a la que llamó cronotopo. Antes que para
el análisis de los espacios en la obra le sirvió como filtro, como perspectiva, para trazar una
historia de las formas de la novela en función de esas relaciones de espacio-tiempo.

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Bibliografía obligatoria

Benjamin, Walter, "Sobre algunos temas en Baudelaire” (1940), El París de Baudelaire.


Traducción de Mariana Dimópulos. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012; pp. 185-241
Foucault, Michel, “Des espaces autres” (conferencia 1967). En Architecture, Mouvement,
Continuité, nº 5, octubre de 1984; pp.46-49. Reimp. Dits et écrits IV, Paris, Gallimard,
1994, pp. 752-762. [Hay diversas traducciones disponibles, entre ellas:
“Espacios diferentes”, Estética, ética y hermenéutica. Vol. 3: Obras esenciales.
Traducción de Ángel Gabilondo. Barcelona: Paidós Ibérica, 1999, pp. 431-441.
“Los espacios otros”. Traducción de Luis Gayo Pérez Bueno. En revista Astrágalo, n° 7,
septiembre de 1997.
“De los espacios otros”. <http://textosenlinea.blogspot.com/2008/05/michel-
foucault-los-espacios-otros.html>
Traducción de Pablo Blitstein y Tadeo Lima. < http://www.fadu.edu.uy/estetica-
diseno-i/files/2017/07/foucalt_de-los-espacios-otros.pdf>]
Sarlo, Beatriz, “Introducción” y “Buenos Aires, ciudad moderna”, Una modernidad periférica:
Buenos Aires 1920-1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988; pp. 7-29
—, “Una literatura de pasajes”, Espacios de crítica y producción, nº 14, agosto de 1994; pp.
16-18. Reeditado en Escritos sobre la literatura argentina, Buenos Aires, Siglo XXI,
2007; pp. 262-266.
Slawinski, Janusz. “El espacio en la literatura: distinciones elementales y evidencias
introductorias” (1978) Traducción de Desiderio Navarro. Textos y contextos, II, La
Habana, 1989; pp. 265-287. Reeditado por Criterios. Centro Teórico-Cultural. La
Habana, 2007. <https://www.institutoimago.com/pdf/0017-slawinski-el-espacio-en-
la-literatura.pdf>

Bibliografía complementaria

Bajtín, Mijaíl M., “Las formas del tiempo y el cronotopo”, Estética y teoría de la novela (1975).
Traducción de Helena S. Kriúkova y Vicente Cazcarra. Madrid, Taurus, 1989; pp. 237-
410.
—, “La novela de educación y su importancia en la historia del realismo”, Estética de la
creación verbal (1979). Traducción de Tatiana Bubnova. Buenos Aires, Siglo veintiuno
editores, 2002; pp. 200-247. [particularmente el apartado “Tiempo y espacio en las
novelas de Goethe”: pp. 216-247]

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