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Universidad Nacional de Tres de Febrero

Seminario de Historia Política I:


Historia del fascismo italiano. Desde la marcha sobre Roma hasta la República Social.

FASCISMO ITALIANO:

“DISTINTAS INTERPRETACIONES
DEL FACISMO EN EL SIGLO XX”

Carrera: Licenciatura en Historia.


Año:2022
Apellido y Nombre: Oliva Fuentes Celeste
Introducción:

Luego de las traumáticas experiencias asociadas a la Primera Guerra Mundial y al


derrumbe económico con la crisis de 1929 originada en Estados Unidos y que ocasiono
como un efecto domino las crisis económicas, sociales y políticas en todo el mundo
capitalista, se dio el escenario propicio en el que prosperaron los movimientos englobados
bajo el debatido concepto de fascismo. Extendiéndose por casi toda Europa solo dos
llegaron al gobierno: el Partido Fascista encabezado por Benito Mussolini, el Duce, en
Italia, y el Partido Nacionalsocialista liderado por Adolfo Hitler, el Führer, en Alemania.

Ambos comparten como denominador común la oposición radicalizada al comunismo y al


liberalismo, sin embargo, no cuestionan al capitalismo. En ambos, en Italia como en
Alemania, antes de llegar al poder tanto Mussolini como Hitler lograron constituirse como
representantes políticos para diferentes grupos sociales, pero sobre todo de la clase media
urbana y rural, apuntaron a la juventud y ex combatientes.

En Italia el descontento de los nacionalistas por las insuficientes adquisiciones territoriales


luego de la primera guerra y donde formaban parte del bando ganador origino una corriente
crítica y revanchista del nacionalismo hacia Gran Bretaña y Francia, originando un clima de
tensión y violencia.

Fueron dibujados por los vencedores de Versalles las fronteras de aquellos nuevos estados
nacionales y las poblaciones sin tener en cuenta el principio de autodeterminación de los
pueblos, enunciados por el presidente Wilson resultaron repartidos. A ello hay que sumarle
que el atraso económico engloba en un mismo estado a diferentes grupos nacionales que
contaron con arraigadas adhesiones. Es Mussolini quien va a capitalizar mejor la injusticia
de los tratados de paz para Italia.

Tanto Italia como Alemania abandonaron la democracia y evolucionaron hacia el


totalitarismo, aunque en el caso italiano los pactos iniciados de Mussolini con las fuerzas
liberales le impidieron desmantelar totalmente el estado de derecho y tuvo que buscar un
compromiso entre este y la ideología fascista. Es así como la Italia fascista fue más
totalitaria en ideología e intención que en la realización efectiva de un programa. El
fascismo fue un “hijo de la Guerra” que se presentó como una tercera vía política frente a la
alternativa de la democracia liberal y el bolchevismo.
1-Origen del concepto del fascismo
En la Antigua Roma, la palabra fasces se refería a un arma que consistía en un haz de varas
de madera, que a veces rodeaba un hacha. Utilizada por las autoridades romanas para
castigar a los infractores, la fasces llegó a representar la autoridad del Estado. En el siglo
XIX, los italianos empezaron a utilizar la palabra para designar a grupos políticos unidos
por objetivos comunes.
Mussolini estaba cada vez más convencido de que la sociedad no debería organizarse según
la clase social o la afiliación política, sino en torno a una fuerte identidad nacional. Creía
que solo un dictador "despiadado y enérgico" podría hacer una "limpieza" de Italia y
regresarla a su potencial de "promesa nacional".
2-Del ascenso del fascismo a la marcha sobre roma
Los fascistas van a adquirir cada vez más fuerza, las squadre d´Azione y los fasci di
combatimento se enfrentan a piquetes socialistas y atacan a municipios gobernados por
socialistas. El Gobierno en vez de poner fuera de la ley a los fascistas, disuelve los
municipios gobernados por los socialistas, es la quiebra de la democracia, el Gobierno no
castiga a los culpables, sino que hace la vista gorda y golpea a las víctimas, para muchos la
democracia ya no tiene credibilidad. A partir de 1922 Mussolini cuenta con la simpatía del
gran capital, la patronal italiana, Cofindustria, aporta dinero para subvencionar a los grupos
fascistas que utilizan, sin apenas disimulo, material del ejército. Por si fuera poco, la
justicia se muestra benevolente con sus acciones violentas. Ante el anuncio de huelga
general del 1 de agosto de 1922, Mussolini lanza un ultimátum al Gobierno y a los
huelguistas, el partido fascista se muestra como la garantía del orden público, algo que no
puede garantizar el Gobierno. En octubre de 1922 el Consejo Nacional Fascista, máximo
órgano del Partido Fascista, reunido en Nápoles, propone la marcha sobre Roma para
“convencer” al rey Víctor Manuel III para que entregue el poder a Mussolini. El rey, poco
partidario del parlamentarismo y temeroso del avance de la izquierda, encarga a Mussolini
formar gobierno el 29 de octubre de 1922, Mussolini ha llegado al poder.

3-El fascismo como fenómeno


El fascismo se nutrió de ideas y de actitudes distintivas de la derecha radical de fines del
siglo XIX, recogió sentimientos de frustración al tiempo que asumió la violenta negación
de las promesas de progreso basadas en la razón enunciadas por el liberalismo y el
socialismo. Además, en el marco de la democracia de masas, las ceremonias patrias junto
con numerosos grupos, fomentaron y canalizaron mediante sus actos festivos y sus liturgias
la conformación de un nuevo culto político, el del nacionalismo, que convocaba a una
participación política más vital y comunitaria que la idea burguesa de democracia
parlamentaria.
Aunque es posible reconocer continuidades entre ideas y sentimientos gestados a fines del
siglo XIX y los asumidos más tarde por los fascistas, muy seguramente, sin la catástrofe de
la Gran Guerra y la miseria social derivada de la crisis económica de 1929, el fascismo no
se hubiera concretado.

El fenómeno fascista solo prosperó donde confluyeron una serie de elementos que le
ofrecieron un terreno propicio. En este sentido, Italia y Alemania compartían rasgos
significativos: el régimen liberal carecía de bases sólidas, y existía un alto grado de
movilización social: no solo la de la clase obrera que adhería al socialismo, también la del
campesinado y los sectores medios decididamente anti socialistas. Este escenario fue
resultado de un proceso en el que se combinaron diferentes factores. Si bien la trayectoria
de cada país fue singular, es factible identificar algunos procesos compartidos como el
ingreso tardío, pero a un ritmo acelerado, a la industrialización que dio lugar a
contradicciones sociales profundas y difíciles de manejar. Por una parte, porque la
aparición de una clase obrera altamente concentrada en grandes unidades industriales y
cohesionada en organizaciones sindicales potentes acentuó la intensidad de los conflictos
sociales. Por otra, porque la presencia de sectores preindustriales –artesanos, pequeños
comerciantes, terratenientes, rentistas– junto al avance de los nuevos actores sociales –
obreros y empresarios– configuró una sociedad muy heterogénea atravesada abruptamente
por diferentes demandas de difícil resolución en el plano político. En segundo lugar, la
irrupción de un electorado masivo, debido a las reformas electorales de 1911 en Italia y de
1919 en Alemania, socavó la gestión de la política por los notables, pero sin que las elites
fueran capaces de organizar partidos de masas: esto lo harían los fascistas. Por último, tanto
Italia como Alemania, aunque estuvieron en bandos opuestos en la Primera Guerra,
vivenciaron los términos de la paz como nación humillada.

Las condiciones que hicieron posible el arraigo del fascismo son solo una parte del
problema para explicar el éxito de los fascistas. También es preciso dar cuenta de qué
ofrecieron, cómo lo hicieron y quiénes acudieron a su convocatoria.

A través de su oratoria y sus prácticas, el fascismo se definió como antimarxista, antiliberal


y anti burgués. En el plano afirmativo se presentó –con sus banderas, cantos y mítines
masivos– como una religión laica que prometía la regeneración y la anulación de las
diversidades para convertir a la sociedad civil en una comunidad de fieles dispuestos a dar
la vida por la nación. Los fascistas italianos, presento un programa revolucionario –en parte
anticapitalistas– en los que recogía reclamos y ansiedades de diferentes sectores de la
sociedad. Al mismo tiempo, en un contexto signado por la pérdida de sentido y la
desorganización social, brindaron un lugar de encuadramiento seguro, disciplinado, y
supieron canalizar la energía social a través de las marchas, las concentraciones de masas y
la creación de escuadras de acción. El partido, además, ofreció un jefe. La presencia de un
líder carismático a quien se le reconocieron los atributos necesarios para salir de la crisis
fue un rasgo clave del fascismo.

El fascismo tuvo una base social heterogénea. Recogió especialmente el apoyo de la clase
media temerosa del socialismo, de los propietarios rurales, de los grupos más inestables y
desarraigados, de la juventud, y particularmente de los excombatientes que constituyeron el
núcleo de las primeras formaciones paramilitares; también logró el reconocimiento de
sectores de la clase obrera atraídos por sus promesas sociales.

Llego al gobierno en virtud de su capacidad para recoger demandas y agravios variados, y


también porque logro convencer a los grupos de poder de que podía representar sus
intereses y satisfacer sus ambiciones mejor que cualquier partido tradicional. Los elencos
políticos a cargo del gobierno, decidieron aliarse con los fascistas convencidos de que
podrían ponerlos a su servicio para liquidar a la izquierda y preservar el statu quo. Los
grandes capitalistas, por su parte, no manifestaron una adhesión ni temprana ni calurosa a
los movimientos fascistas. Aunque el tono anticapitalista del fascismo fue selectivo y
rápidamente se moderó, el carácter plebeyo de los movimientos generaba reservas entre los
grandes propietarios. pero estos no pusieron objeciones a la designación de los líderes
fascistas como jefes de gobierno. Una vez en el poder, ni Hitler ni Mussolini cuestionaron
el capitalismo, pero subordinaron su marcha y fines, especialmente a partir de la guerra, a la
realización del “destino glorioso de la nación”. Ellos asumieron ser sus auténticos
intérpretes.

Desde el gobierno, ambos líderes avanzaron en revolucionar el Estado y la sociedad


mediante las organizaciones paralelas del partido. Estas actuaron como corrosivo de los
organismos estatales –Magistratura, Policía, Ejército, autoridades locales– y buscaron
remodelar la sociedad, desde las intervenciones sobre la educación, pasando por la
organización del uso del tiempo libre, hasta, muy especialmente, el encuadramiento y
movilización de las juventudes, para crear el hombre nuevo. Los jefes máximos nunca
llegaron a imponer sus directivas de arriba hacia abajo en forma acabadamente ordenada.
La presencia de diferentes camarillas en pugna confirió un carácter en gran medida caótico
a la marcha del régimen, sin que por eso el Duce fuera dictador débil.
El terror fue un componente del régimen, pero fue solo uno de los instrumentos para lograr
la subordinación de la sociedad; también se recurrió a la concesión de beneficios y la
integración de la población en nuevos organismos. Si bien los fascistas suprimieron los
sindicatos independientes y los partidos socialistas, su política apuntó a integrar material y
culturalmente a la clase obrera. Al mismo tiempo que subordinaba a los trabajadores
políticamente y los disciplinaba socialmente, el fascismo promovió la idea de igualdad y la
disolución de las jerarquías: el plato único nacional, la fuerza con alegría, el Volkswagen
para todos, el Frente Alemán del Trabajo, el Dopolavoro fueron manifestaciones, bastante
eficaces, del afán por crear la comunidad popular.

Los fascistas se pronunciaron a favor de un nuevo tipo de organización económico-social.


Como expresión de su vocación revolucionaria y a la vez anticomunista, el fascismo
contrapuso, al socialismo internacionalista, un socialismo nacional y autárquico que
combinaba la intervención estatal en la economía con la propiedad privada. Por lo general
defendió un sistema corporativo que integrara los distintos grupos y clases sociales bajo la
dirección del partido, y fuera capaz de acabar con la lucha de clases.

La ubicación del fascismo italiano como la expresión más lograda del fenómeno fascista no
implica desconocer importantes contrastes entre ambos: el peso decisivo del antisemitismo
genocida en el régimen nazi, que fue más tardío y menos radical en Italia; la más acabada
conquista del Estado y la sociedad por parte del nazismo; la mayor autonomía de Hitler
respecto de los grupos de poder; la política exterior más orientada hacia el imperialismo
tradicional, en el caso de Mussolini.

El fascismo fue centralmente una forma de hacer política y acumular poder para llegar al
gobierno, primero, y para “revolucionar” el Estado y la sociedad después. Desde esta
perspectiva, el fascismo se presentó simultáneamente como alternativa al impotente
liberalismo burgués frente al avance de la izquierda, como decidido competidor y violento
contendiente del comunismo y como eficaz restaurador del orden social. En la ejecución de
estas tareas se distinguió de los autoritarios tradicionales porque no se limitó a ejercer la
violencia desde arriba. Los fascismos se destacaron por su capacidad para movilizar a las
masas apelando a mitos nacionales. El partido único y las organizaciones paramilitares
fueron instrumentos esenciales para el reclutamiento de efectivos, para la toma y la
conservación del poder, y su estilo político se definió por la importancia concedida a la
propaganda, la escenografía y los símbolos capaces de suscitar fuertes emociones. Los
fascistas organizaron la movilización de las masas, no para contar con súbditos pasivos,
sino con soldados fanáticos y convencidos. Su contrarrevolución fue en gran medida
revolucionaria, aunque en un sentido diferente del de la revolución burguesa y la revolución
socialista.

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