Está en la página 1de 5

Las filosofías helenísticas

Los textos de los filósofos helenísticos no han corrido mejor suerte que los de los
filósofos presocráticos. Solamente conservamos fragmentos de sus obras, que es preciso
reconstruir a partir de citas y resúmenes de autores posteriores. Aun de quienes, como
Epicuro, habrían sido de los más prolíficos escritores antiguos, es muy poco el material
que nos ha llegado, que conservamos gracias a citas de escritores griegos y latinos. Este
material que es fuente para el estudio de la filosofía helenística es disperso y de calidad
variada.
Durante mucho tiempo, la filosofía helenística fue considerada una filosofía de
segundo orden, básicamente sus representantes no resistían la comparación con Platón y
Aristóteles, salían bastante mal parados, y la escasez de documentos de primera mano
contribuyó a este prejuicio. Sin embargo, esto se revirtió. Hay un interés creciente por
los planteos helenísticos en las últimas décadas. Se tiene en cuenta que estos filósofos se
enfrentaron a un escenario político muy distinto del que correspondía a sus
predecesores, lo cual explica muchas características de su pensamiento. Por lo demás,
en sus planteos hay una fuerte influencia de Platón y sobre todo de Aristóteles.
Las circunstancias históricas a las que se enfrentan estos filósofos son muy
distintas de aquellas que rodeaban a Platón o Aristóteles y han llevado, en el marco de
la periodización corriente de la filosofía antigua, a distinguir un período griego clásico
(por llamarlo así) que se inicia en el 585a.c. y llega hasta la muerte de Alejandro, en el
323 a.c., o hasta la muerte de Aristóteles un año después, en el 322. Allí se da en fijar,
convencionalmente, el comienzo del llamado período helenístico, que sigue hasta el
siglo I a.C., más exactamente hasta el año 31 a.C., fecha en que se da la batalla de
Accio, con la cual culmina un proceso de incorporación del mundo helenístico a Roma.
El período que va desde esta fecha hasta el cierre de las escuelas de filosofía llevada a
cabo por Justiniano en el 529 d.C se conoce como helenístico-romano.
Con la repentina muerte de Alejandro el imperio macedónico tiene su fin, la
lucha por el poder da origen a una guerra prolongada y a conflictos entre los generales
macedónicos más poderosos. A comienzos del siglo II los pequeños reinos están
debilitados y está surgiendo otro imperio poderosísimo: Roma. En ese momento el
mundo helenístico comienza a incorporarse a Roma. Con Alejandro de Macedonia, la
cultura griega tuvo una expansión inédita. El reino de Alejandro ocupaba prácticamente
todo el mundo antiguo que se conocía –(desde Alejandría, pasaba por toda la Hélade, se
extendía hasta Antioquia en Siria y llegaba hasta Persia y la India). Su imperio difunde
la cultura griega de manera nunca antes vista, univerzalizándola. Los macedonios se
“helenizan”, adoptan una cultura cada vez más griega y la difunden por todo el mundo
antiguo. Las ciudades fundandas por Alejandro y sus sucesores, como Alejandría,
Antioquia, siguen el modelo griego. Con todo, la polis, la pequeña ciudad-estado griega
caracterizada por su autosuficiencia, desaparece como tal en tiempos de Alejandro,
reducida a centro administrativo y civilizador de los nuevos reinos. La autonomía que la
había caracterizado y el sentimiento de unidad y de pertenencia de sus habitantes
desaparecen. La consciencia de ser miembro del estado, de ser un ciudadano en sentido
propio, se extingue. La polis cede su lugar a la cosmóplis, signo de los nuevos tiempos,
en cuyo marco se desarrolla un tipo de vida más individualista. El destino de los
ciudadanos no está en sus manos sino en las del monarca de turno, y por encima de él,
se levanta la Fortuna (Túche), más poderosa que cualquier previsión. La sensación de
inseguridad que esto crea genera, coinciden en afirmar varios estudiosos, un creciente
individualismo. Suele decirse que las filosofías helenísticas no se dirigen tanto a los
ciudadanos sino a los individuos, personas aisladas en un universo inabarcable. La
eclosión del helenismo trae consigo la sensación de convivir en un espacio ilimitado
En este período helenístico se produce así un profundo cambio cultural en el
mundo griego: las pequeñas ciudades-estado griegas (poleis) ceden su importancia y
funcionalidad a una gran monarquía que se gobierna desde una capital lejana; la ciudad
helenística es una ciudad de súbditos gobernados por funcionarios, antes que una
sociedad de ciudadanos interesados en la vida pública. No interesa tanto la ciudad,
como la propia autarquía. Como contrapartida, surge un nuevo espíritu cosmopolita, que
hace que las personas cultas se consideren «ciudadanos del mundo» y comienzan a caer
las barreras y los prejuicios racistas entre griegos y bárbaros. Por su parte, la
universalización de la cultura griega paga el impuesto de tener que mezclarse con las
culturas locales, y Atenas deja de ser el centro del saber: Pérgamo, Rodas y sobre todo
el Museo de Alejandría ocupan su lugar.
Aclaremos que la ciencia griega, que tuvo sus orígenes con la filosofía de los
primeros jonios, florece de un modo espectacular durante el s. III y mediados del II a.C.,
en torno al Museo de Alejandría. El período alejandrino de la ciencia helenística es de
gran esplendor, continúa el del Liceo y se hace eco del impulso que Aristóteles había
dado a la filosofía de la naturaleza y a la biología, ya que algunos sabios peripatéticos se
trasladan de Atenas a Alejandría para hacerse cargo de la actividad científica del Museo,
el mayor centro de la investigación científica en el mundo conocido. En el Museo, las
investigaciones se orientaron por especialidades: matemáticas, astronomía, mecánica,
geografía, ingeniería, medicina, filología, zoología y botánica. Los sabios helenistas se
especializan en sus respectivas investigaciones teóricas, y recurren a la observación y a
la experiencia. El desarrollo de las matemáticas fue excepcional en Grecia también en
este período, y las ciencias empíricas llegaron durante el período alejandrino a su mayor
brillo.
Las filosofías que florecen en esta etapa exhiben diferencias importantes con
respecto a las que habían sostenido Platón y Aristóteles. En Atenas, poco después de la
muerte de Aristóteles, surgen las nuevas escuelas filosóficas que conviven con la
Academia y el Liceo. Son posiciones corporeístas, descreen de la existencia de
entidades suprasensibles y hacen hincapié en el saber práctico, al que asignan un lugar
privilegiado por encima del saber teórico. El bienestar espiritual (eudaimonía) que
hasta entonces se consideraba alcanzable en el marco del estado-ciudad, ahora se
considera que depende del individuo mismo. Ya no cuenta la búsqueda del saber por el
saber mismo, que en muchos manuales –con apoyo en algunos pasajes del libro I de la
Metafísica de Aristóteles, que allí privilegia la perspectiva especulativa, desinteresada,
propia de la sabiduría– se menciona como uno de los rasgos característicos de las
filosofías anteriores (esto es materia opinable, dado que nunca la filosofía griega ha
disociado teoría y praxis, la más alta calificación teórica con la perfección moral más
elevada). Lo que cuenta para las filosofías del llamado período helenístico son las
consecuencias provechosas que este saber acarrea para la vida humana, en ese sentido la
vida teorética está subordinada a la praxis, el sistema de saber en su conjunto se
subordina a lo ético. El filósofo se identifica con el sabio,1 aquel que gracias al saber

1
Sabio (sophós): a partir del intelectualismo moral desarrollado por Sócrates, las escuelas
morales del período helenístico tendieron a instaurar como paradigma moral la realización del
ideal del sabio, basado en la práctica de la virtud que, según pensaban, solamente puede estar
plenamente al alcance del sabio, puesto que sólo el que es poseedor del saber puede realmente
conocer la virtud y practicarla. Con ello, la filosofía sustituye el paradigma moral del héroe (que
había sido considerado como el modelo a seguir en la época arcaica, y cuya expresión se nos da
que posee, puede afrontar con serenidad lo que se le presenta, aun lo que los hombres
comunes padecen como desgracias. El conocimiento es aquí un medio para la
consecución de la serenidad o imperturbabilidad (ataraxía), no se busca el saber sino
como medio de alcanzar este estado y arribar a alguna certidumbre. La filosofia es un
saber de salvación, un fármaco soteriológico (sotería significa ‘salvación’). La
exigencia de conocer la realidad sigue en pie, pero lo que cuenta es la adquisición de la
serenidad y la felicidad. La ataraxía es el lema del filósofo que vive en un contexto
social hostil, donde la perturbación y la falta de autonomía son una constante.2 El otro
lema es la autárkeia, la autarquía,3 que Platón y Aristóteles rehusaban al individuo.
Ahora, en cambio, una vez que la ciudad ha perdido su autonomía, ahora que el
individuo ya no se considera parte de un destino colectivo, el lema que esgrimen todas
las escuelas helenísticas será el de la autosuficiencia. Este es el ideal del sabio. Cada
escuela helenística dará una receta propia para alcanzar la imperturbabilidad, la
autosuficiencia, cada una la entenderá a su modo. Todas supondrán como principio
básico que toda acción humana tiene como fin último la eudaimonía, la felicidad o, más
literalmente, la buena fortuna. El afortunado no es tal por una oportunidad azarosa sino
porque vive bien. La vida buena es el fin, el telos, y cada escuela filosófica ofrece una
cierta fórmula para alcanzarla.

en la Ilíada de Homero), por el paradigma moral del sabio. Sabio es, entonces, quien es
poseedor del conocimiento y, en especial, del conocimiento dirigido a la acción moral. Tanto los
estoicos como los epicúreos, los cínicos o los escépticos, defenderán la necesidad de alcanzar
este estado que se caracteriza por la serenidad de espíritu, que unos llaman ataraxía y otros
apatía, y por la autarquía.
2
Ataraxía, término formado por el prefijo a- privativo o negador de táraxis, perturbar. Designa
la imperturbabilidad, ausencia de perturbación o paz anímica. Aunque el primero en utilizar este
término en sentido filosófico fue Demócrito (frag. 191), adquiere su significado pleno en el
ideal buscado por las filosofías de este período helenístico: la imperturbabilidad que se obtiene a
partir del dominio o extinción de las pasiones. Su uso más específico corresponde a los
epicúreos, quienes buscaban la paz por la plenitud del placer estable (la hedoné catastemática o
estable), que debe acompañarse de la ausencia de dolor físico(aponía). Los estoicos, en cambio,
hablan de apatheia, impasibilidad, y euthymía, la tranquilidad del buen ánimo, para expresar un
concepto parecido. Por su parte, los escépticos buscarán la paz y la plenitud en la calma que
proporciona no emitir juicios (epoché) respecto a opiniones y enunciados.
3
Autarquía GEN. (del griego autárkeia, término formado por autós, sí mismo y arkéo, bastar:
autosuficiencia o independencia). Aplicado a una sociedad, significa aquella que es capaz de
autoabastecerse y ser plenamente autosuficiente, sin necesidad de depender de otras. En dicho
sentido social, este ideal fue reivindicado por Platón y por Aristóteles. Sin embargo, este
concepto adquiere su pleno sentido filosófico en la filosofía moral del período helenístico. Así,
tanto para los cínicos como para los epicúreos y los estoicos, la autarquía es la forma de
autonomía que procede de la carencia de necesidades y de la indiferencia ante las riquezas y
bienes materiales y de la vida conforme a la naturaleza. La autarquía forma parte del ideal del
sabio, autosuficiente y libre, que hace su vida en función de la virtud interior y el dominio de
uno mismo, que son las condiciones para la consecución de la felicidad o eudaimonía.
Las principales escuelas filosóficas helenísticas son el epicureísmo, fundado por
Epicuro de Samos, quien instala en Atenas hacia 306 a.c. su escuela llamada «el jardín»
(kepos); el estoicismo, fundado hacia el 300 a.c. por Zenón de Citio, que ubica su
escuela en el pórtico (stoa) pintado por Polignoto, y el escepticismo, que más que una
escuela surge como una forma de pensar que difunde Pirrón de Elis (360-272 a.c.) antes
de que se fundaran las dos escuelas filosóficas anteriores. La mayoría de estas escuelas
filosóficas tienen su período romano, que alarga su pervivencia. Entre los filósofos
epicúreos se destaca Lucrecio, autor del poema De rerum natura [De la naturaleza de
las cosas], una de las obras universales de la literatura y obra también de divulgación de
las doctrinas físicas, cosmológicas y éticas del epicureísmo. En Roma florecen también
los últimos estoicos, cuya filosofía es la más difundida entre los romanos, tanto en la
época de la república como en tiempos del imperio. El escritor y político Lucio Séneca,
preceptor de Nerón, el esclavo Epicteto y el emperador Marco Aurelio, destacados
filósofos estoicos los tres, atestiguan que esta escuela filosófica se había difundido en
Roma en todos los estamentos sociales.
El esplendor de la ciencia helenística dura aproximadamente un siglo y medio.
El período grecorromano de la ciencia griega transcurre entre la mitad del s. II a.C. y el
s. II d.C., pero es un período de decadencia creciente. Alejandría continúa siento el
centro intelectual y cultural, de importancia decreciente: en el 145 a.C., se produce un
enfrentamiento de Ptolomeo Physkon con los sabios griegos, que se ven obligados a
abandonar temporalmente Alejandría; durante la campaña de César en Egipto, en el 47
a.C., se produce el incendio de la Biblioteca, que destruye buena parte de sus 700.000
libros (en realidad, rollos), y el año 30 Egipto se convierte, por obra de Octavio, en
provincia romana.
El helenismo tuvo también su encuentro con el cristianismo, y aunque a menudo
se ha hecho responsable al cristianismo de la decadencia de la ciencia griega, también se
ha pensado que es la decadencia de la ciencia griega y del espíritu científico una de las
condiciones que favorecen la aparición de las religiones. El cristianismo buscó un difícil
equilibrio con el helenismo. Por un lado, al presentarse como única religión verdadera,
tuvo que enfrentarse con las diversas filosofías helenísticas a las que se opuso también
como única filosofía verdadera. Por otro lado, el cristianismo, fenómeno religioso en
principio, por el hecho de tener que propagarse en un mundo helenístico dado a la
especulación, tuvo que revestirse de formas intelectuales y argumentos racionales para
discutir o dialogar con los helenistas. El cristianismo no sólo adoptó para sus escritos
sagrados el griego común (koiné) y las formas literarias del mundo griego, sino que
también aceptó conceptos filosóficos fundamentales (p.e. el logos de los estoicos, que se
convierte en el Verbo, o la Palabra) y también orientaciones filosóficas generales, como
el neoplatonismo, y hasta las costumbres éticas helenísticas de reglamentar la conducta
humana distinguiendo entre vicios y virtudes. De la oposición con el helenismo y de su
intercambio cultural con el mismo surgió la primitiva justificación racional del
cristianismo, embrión de la filosofía cristiana.
Dra. Graciela E. Marcos
Profesora Reg. Asociada

Material didáctico de circulación interna de Historia de la filosofía antigua, Facultad de


Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Fuentes consultadas:
Cortés Marató, J. y Martínez Riu, A., "Helenismo", "Ataraxia", "Autarquía", "Sabio", en
Diccionario de filosofía, Barcelona, Herder, 1996 (CD).
Long, A., La filosofía helenística, Madrid, Alianza Universidad, 1977: Introducción (pp.13-24)

También podría gustarte