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"quechua costeño"
Rodolfo Cerrón-Palomino
O. INTRODUCCION
de las citas quechuas contenidas en los procesos y visitas sobre idolatrías publi-
cados por Duviols (1986). En todas ellas se asume, sin mayores comentarios, la
unicidad dialectal del quechua de los textos con la variante moderna del cuzqueño,
pasando por alto la naturaleza pluridialectal y plurilingüe del discurso de Guamán
Poma, los problemas de identificación de la variedad empleada en el manuscrito
huarochirense, así como la circunstancia de estar ante un texto único correspon-
diente a un dialecto central, como es el caso de los pasajes registrados en las
visitas cajatambinas de idolatría. Afortunadamente, para el manuscrito huaro-
chirense contamos ahora con las versiones de Taylor (1980, 1987), que son el
producto de una paciente y laboriosa tarea de interpretación lingüístico-filológica.
Trabajos como los de este autor (cf. también Taylor 1985)(1), así como los
mencionados de Landerman y Mannheim, sientan las bases de una naciente
filología quechua que promete ser fructífera en los años venideros(2). Sobra
decir que una aproximación a los textos en los términos delineados por tales
autores contribuirá a una comprensión más exacta de las manifestaciones cultu-
rales y artfsticas del pueblo quechua. Muestra de esto último nos la proporciona
también el reciente debate en tomo a la lectura, interpretación y rctranscripción
de los poemas quechuas recogidos por Murúa: contrasta, en este sentido, la
ligereza de Beyersdorff (1986) frente al análisis mucho más cuidadoso de Itier
(1987).
En las secciones siguientes esbozaremos una hipótesis sobre el llamado
"quechua costeño" en base al examen lingüístico-filológico de la obra del primer
estudioso del quechua: el sevillano Fray Domingo de Santo Tomás.
2. EL QUECHUA COSTEÑO
Como se sabe, en la costa centro-sur peruana, en un territorio com-
prendido entre los actuales departamentos de Lima e lea, se hablaba una variedad
quechua hoy extinguida. Los límites precisos de tal territorio no se conocen con
exactitud. El cronista Cobo ((1653] 1956: Cap. VII, 301), refiriéndose al valle
del Rfmac, escribe:
"Antes de la venida de los españoles a esta tierra estaba este valle y comarca
muy poblado de indios, como lo muestran las ruinas de sus pueblos; eran dos
las naciones que lo habitaban, con lenguas distintas, las cuales aún conservan
los pocos que quedan de ambas. Los naturales de Caraguayllo y sus términos
eran de la una nación, cuya lengua corre desde allí adelante por el corregi-
miento de Chancay y banda del septentrión; y desde el mismo pueblo de
Caraguayllo hasta el de Pachacamac habitaba la otra nación" (subrayado
nuestro).
De acuerdo con la cita, el límite norte del quehua costeño -o "marítimo",
según expresión del mismo Cobo- abarcaría hasta la cuenca del río Chillón; aquí
empezaría el te}'fitorio de la otra lengua, que habría sido la quingnam, en su va-
riante llamada "la pescadora" (cf. Torero 1986). Este dato contradice en parte,
otros. De allí que sea hasta cierto punto correcto el comentario que el Lexicón
le merece a Guamán Poma ((1615] 1936: 1079) al caracterizarlo como un"[ ... ]
libro de bocabulario de la lengua del cuzco chinchaysuyo quichiua todo rrebuelto
con la lengua española [... ]". Siendo así, sólo en virtud de un examen interno
cuidadoso podría intentarse un deslinde que permita aislar los rasgos atribuibles
al costeño propiamente dicho, separándolos de aquellos pertenecientes a otras
variedades. Es muy probable que muchos de tales atributos, incluyendo los
primeros, hayan correspondido también a la llamada "lengua general", cuya
caracterización apenas ha sido entrevista (cf. Taylor 1985, Cerrón-Palomino
1987a). En las secciones que siguen intentaremos una tipificación parcial del
costeño, desde el punto de vista de su consonantismo, precisando y ampliando
las hipótesis avanzadas hasta el momento (cf. Torero 1964 y Parker 1969: 167-
168). No nos detendremos en la consideración del régimen acentual, tan minu-
ciosa y magníficamente descrito por el sevillano (cf. Santo Tomás (1560] 1951a:
Cap. 25), y que, como bien observa Torero (1964: 461), posiblemente constituya
uno de los rasgos más conservadores de la variedad en cuestión.
Como se puede apreciar, de los once lexemas listados, los siete primeros
muestran la solución digráfica para representar a un segmento que aparece escrito
en condiciones semejantes (salvo el último) en GH, y que responden a una
laringalizada en el cuzqueño moderno. Los cuatro restantes, por el contrario,
presentan duplicación que no se corresponde (a excepción del primero) con la
ofrecida por el jesuita cacereño. Como se ve, DST en este caso, a diferencia de
aquél, marca el segmento no afectado por la modalidad laringalizada. De todas
maneras los lexemas en cuestión portan dicha propiedad.. hecho que es relativa-
mente consistente en GH, salvo algunos lapsus ~orno mate y chuppa. Por lo
demás, se advierte igualmente la naturaleza variable de la notación del sevillano.
En vista de los datos presentados, ¿hasta qué punto puede decirse que el
costeño conocía la serie de aspiradas y glotalizadas? Al respecto, creemos que
la respuesta es negativa, por tres razones fundamentales: (a) el escaso número de
ejemplos críticos que recoge DST, reduciéndose casi exclusivamente a los ofre-
cidos en la lista; (b) el carácter variable en la representación de los mismos (con
y sin duplicación de grafías), que, aun cuando ello no es infrecuente en GH, de
todos modos éste resulta casi siempre consistente en su notación; y (c) la dupli -
cación inadecuada del segmento involucrado en la modalidad, que podría estar
indicándonos el afán del autor por representar pronunciaciones ajenas a la varie-
dad descrita. Pero además, hay otra razón que invalida la sugerencia planteada
inicialmente: el recurso a la doble grafía no obedece necesariamente en DST a
la necesidad de representar las laringalizadas. Las instancias de (2) corroboran
este hecho.
(2) DST GH CZMOD
appo - apo
chuppa - chupa
apu
chupa
e Pu
cupa
'señor'
'rabo'
llappa - llapa llapa tapa 'todo'
yppa ypa *ipa 'tía'
atti - ali- ati- ati- 'vencer'
cono - coto ccoto qutu 'bocio'
guatha- huata- wata- 'atar'
chacca - chaca chaca caka 'puente'
pucca - puca puca puka 'rojo'
das es muy estrecho como para ser producto de una mera coincidencia. Opina-
mos, más bien, que tales formas delatan el intento de Fray Domingo por repro-
ducir pronunciaciones propias de otras variedades, específicamente de la cuzquei'ia.
No debe olvidarse, por lo demás, que ésta debió actuar como norma super-
estraústica por encima de los dialectos locales.
Volviendo a los casos de (2), ¿hasta qué punto puede decirse que dichas
formas registraban en efecto una laringalizada no presente en sus cognadas
cuzqueñas? Recordemos que el registro de dicha modalidad no es constante no
sólo entre el cuzqueño y el boliviano, sino incluso al interior de tales variedades,
tal como lo demostró Stark (1975). Sin embargo, aun cuando ello hubiera sido
así, y admitiendo por consiguiente el debilitamiento del argumento auxiliar
esbozado en base a dicho material, opinamos que el recurso a la doble grafía sólo
buscaba reproducir una pronunciación que se apartaba de la "más común", y que
en la mayoría de los casos acusaba una fuente pluridialectal.
Aparte del doblamiento consonántico, parecería que el dominico consig-
nara igualmente otro indicio de la presencia de laringalizadas, esta vez de natu-
raleza eyectiva. Se trata, en este caso, del registro de lexemas que muestran lo
que originariamente fue una [h] protética. Como se sabe, el cuzqueño-boliviano
tiene una regla de carácter superficial en virtud de la cual un lexema de vocal
inicial que contenga una consonante glotalizada desarrolla automáticamente, a
modo de anticipación, una aspirada inicial. Ahora bien, la lista ofrecida en (3)
muestra lexemas con [h] protética:
(3) DST GH CZMOD
De las dos africadas que poseía el PQ, atestiguadas ampliamente por los
3.3. Sonorización
De la obra del dominico se desprende que el quechua descrito poseía
como rasgo característico la sonorización de las oclusivas tras nasal. Los ejem-
plos que siguen ilustran el fenómeno, donde las consonantes involucradas son
/p,t,k/, e incluso /q/, cuya realización aproximada sería [g], es decir una espirante
(cf. sección 4). ·
(4a) /p/ ~ [b]
chimba 'orilla opuesta de un rfo'
tumba- 'acusar'
(4b) /ti ~ [d]
indi 'sol'
randi- 'comprar'
(4c) /k/ ~ [g]
pungo 'puerta'
pungui- 'hinchar(se)'
(4d) /q/ ~ [g]
songo 'corazón'
congori- 'arrodillarse'
tan patentes en la obra del dominico(8). Será Landennan (1982) quien llamará
la atención sobre el primero y Mannheim (1983: Cap. 6, 206) hará lo propio en
relación con el segundo.
dígrafo, diferente de <hs> (ver 3.5); de otro lado, resulta interesante destacar que
una forma como -chuan se registra aún en la variedad puneña, alternando con
-suan (según datos de Rufino Chuquimamani, en comunicación personal).
Finalmente, encontramos también en el Lexicón la frase cochap
pochcquen "aguas vivas en la mar". En realidad éste sería el único caso de
aparente violación de la regla de desgaste. Sin embargo, el segundo término del
compuesto aparece en el Vocabvlario de González Holguín como ppokcheqquen
"auas viuas o lo que reuierte hiruiendo, o rebosando y las olas del mar" (cf.
también el Anónimo [1586] 1951, quien consigna pocchequen). No hay duda
entonces que se trata de una errata en el dominico y, por consiguiente, el cambio
de lenición resulta enteramente regular.
Como se ve, el producto del fenómeno parecen ser una dental relajada
en la forma de una [th] aspirada, y a diferencia de la lenición de /e/, distaba de
ser un proceso concluido. Ello se deduce no sólo a través de las alternancias ofre-
cidas en (8) :
(8) patpa pathpa 'pluma gruesa'
catma cathma 'liza'
hutquo huthco 'algodón'
matca- mathca- 'dar coces'
chutqui- xuthqui- 'descalzar'
Con todo, que en este y los demás casos la pronunciación "común" era
con <s - ss> = Is/, nos lo indica el hecho de que el Lexicón, al par que incluye
una larga lista lexemática en la sección <s> = Is/, apenas consigna 13 entradas
principales bajo <x> = /s/, de las cuales 6 muestran alternancia con <s> en la
misma lista y 2 (sullull y supullu 'ampolla') fuera de ella. Descontados el
vocativo xay - xe (¿con monoptongación ancashina?), la voz onomatopéyica
xacapa - qacapa 'cascabel' y el lexema xuthqui- 'descalzar', que, según se vio,
alterna con chutqui- (cf. 3.4.2, lista 8), sólo quedan xamu- 'venir' y xuti 'nombre'
Del mismo modo, <x> varía con <~.z>, como en xacapa - <;acapa
'cascabel', cuxcachi- - cuzcachi- 'emparejar' y vixcacha - vizcacha. Y por lo
menos dos lexemas aparecen mostrando variación triple: sullu- - xullu- - <;ullu-
'abortar' y misqui - mixqui.- mizque 'dulce'. El caso de ussia- - uxia- - ocia-
'mejorar el tiempo' gueda reducido a dos, una vez corregida uxia-, según indi-
cación del autor.
Los ejemplos mencionados parecen indicar, bien los cambios /s/~[s] o
/s/~[s] en proceso, o bien que las formas con /s/ provenían de un dialecto
diferente a los dos tipos de variedades principales advertidas. Incidentalmente,
que el cambio de deapicalización se gestaba ya en el cuzquefio nos lo hace saber
indirectamente González Holguín (( 1608] 1952: 325), a propósito de la pronun-
ciación de la pillabra ssecssehuanmi, que significa "tengo comezón". Al lado de
la glosa agrega el cacereño: "Vease cec cec, y cec cihuan con(~) pocos lo dizen
primera observación en sentido opuesto (cf. Parker 1963), concluía que uno de
los cambios característicos registrados por la variedad mencidllada habría sido
"la coalescencia de la oclusiva postvelar con la velar". Llegaba a esa conclusión
tras haber emprendido un somero examen interno del Lexicón, aplicando lo que
hemos denominado en otro lugar (cf. Cerrón-Palomino 1987: Cap. VI, sección
6.1.11) el test de la prueba vocálica".
Formulado en términos muy sencillos, el diagnóstico aludido se basa en
el comportamiento regular de algunos dialectos quechuas. modernos en relación
con el tratamiento de sus vocales, sobre todo altas, en contacto con un segmento
postvelar. Según esto, toda vocal alta precedida ·o seguida de aquél se abre,
realizándose como [e -&l y [o - ~]. Normalmente los alófonos de timbre medio-
abierto aparecen tras el segmento, al par que los medios lo hacen delante del
mismo. Ello es cierto, por ejemplo, en el cuzqueflo: instancias como [weqf:]
'lágrima' y [poq::ij 'maduro' ilustran ambos casos. Los alófonos medios pueden
aparecer igualmente cuando entre la vocal y el segmento condicionante media
una consonante de naturaleza "transparente": tal los casos de [senxa] 'nariz',
[sonx::>] 'corazón', y [perxa] 'pared', [orx::>] 'cerro', en el ayacuchano (cf., en el
jaujino, [wihi], [puhu], [sinha], [sunhu], [pilha] y [ulhu], donde se produjo el
cambio */q/>h).
Ahora bien, como quiera que aquí se está frente a un fenómeno de
naturaleza asimilatoria (los rasgos [-alto, +posterior, -bajo], que caracterizan a
/q/, atraen a la vocal, tomándola [-alta]), frecuente en las lenguas que manejan
segmentos de articulación postvelar (tal los casos del aru, el nootka, el esquimal
y el árabe, por citar unos ejemplos), nada impide suponer que el PQ, o cualquier
variedad quechua extinguida, hayan registrado semejante fenómeno de coarticu-
lación. De otro lado, también es cierto que tanto el escribiente moderno como el
de la colonia, sin ser necesariamente lingüistas, interpretan los alófonos abiertos
como si fueran la /e,o/ castellanas. Y aun cuando no sólo tales alófonos sino
incluso otros no condicionados por /q/ y sus reflejos son a menudo percibidos y
eventualmente representados como aquéllas, en el último caso advertimos mucha
inconsistencia, la misma que alcanza también a las instancias de contacto indi-
recto con /q/ (así, vacilaciones del tipo pirqa - perqa son comunes)(l2).
Pues bien, es dicha regla, aplicada a la práctica escrituraria del dominico,
la que es usada como diagnóstico por Parker(l3). Un rápido conteo de las raíces
que comienzan por que, qui, co y cu, le permite ver que tanto que y co como
qui y cu responden a una forma etimológica *qi y *qu, respectivamente, con un
abrumador dominio de co (18 raíces) en vez de cu (sólo 2 ocurrencias); entre que
(5 veces) y qui (7 instancias), en cambio, predomina la última. Pero, además, las
mismas secuencias representan formas originarias con *ki y *ku, aparte de algunas
inconsistencias que muestran alternancia entre que - qui y co - cu. El hecho
de que muchas raíces (que comparadas con sus cognadas modernas portan /q/)
aparezcan comenzando por qui y cu, por un lado, y el que se registren casos de
que y co que nunca parecen haber sido reflejos de *[qi] y *[qu], sino más bien
de *ki y *ku, respectivamente, condujo probablemente a Parker (él no es muy
Con el correr del tiempo habría ido configurándose adoptando los rasgos atribuibles
al QIIB-C, pero siempre en estrecha relación no sólo con el QUA, ya desmem-
brado, sino incluso con el QI de las serranías vecinas. Más tarde, prefigurado
como QIIB, habría partido hacia el Ecuador, en tanto que, constituido como
QIIC, se expandiría en dirección del sureste.
Pues bien, tal desarrollo ininterrumpido entra ahora en abierta contradic-
ción con la conclusión de Parker y Torero respecto del costeño: la pérdida de
la oposición velar-postvelar supone que aquél habría sido una variedad impuesta
a partir de un foco originario de expansión que no podría haber sido sino la
serranía inmediata que, como se sabe, constituye un verdadero cruce idiomático
en el que se dan cita formas transicionales entre QI y QII. Como consecuencia
de ello, la hipótesis perturba en parte el esquema difusor invocado para la
procedencia del QIIA. Esta subrama, como se sabe, registra el segmento postve-
lar, aunque, en su variante septentrional, presenta la sonorización típica del costeño.
El mismo esquema, sin embargo, reforzaría la proveniencia del ecuatoriano-
colombiano, así como la de la variedad peruana del Oriente, en la medida en que
estos dialectos muestran, conjuntamente con aquél, tanto la pérdida de la distin-
ción velar-postvelar como la sonorización. De manera que, aun cuando puedan
formularse reparos a la explicación sustratística responsable de la eliminación de
*/q/ en el quechua periférico del norte y del oriente, queda la hipótesis del
entronque con el costeño como alternativa de interpretación. Finalmente, la tesis
de la difusión del chínchay por el sureste andino tropieza igualmente con la
realidad de los hechos: la variedad sureña maneja sistemáticamente la distinción
velar-postvelar. Por lo demás, dado el sustrato aru sobre el que se asentó, que
ignoraba la sonorización pero que conocía la postvelar, podría pensarse en un
reacomodo en el caso del primer fenómeno (después de todo, los préstamos del
castellano pasan por el filtro del ensordecimiento, como en inkaíía-<engaíia-
'engañar', watztira<bandera, etc.), pero la sola idea de que el mismo sustrato le
hubiera "devuelto" a la variedad chinchana de la sierra la posibilidad de reintro-
ducir la oposición eliminada no tiene el menor asidero. A menos que ella, a
diferencia de la hablada en Lima y alrededores, hiciera efectivamente dicha
distinción. Pero entonces la descrita por el dominico no sería la chinchana, como
parece sugerirlo Torero (1964: 475), sino la correspondiente a la del litoral
central. Lo que, a su tumo, implica reubicar la procedencia del quechua colombo-
ecuatoriano en términos espaciales así como en relación al período de su difu-
sión.
Como se ve, postular la indistinción velar-postvelar en el costeño fuerza
a la reconsideración de los esquemas interpretativos sostenidos a la fecha en re-
lación con la fragmentación y las fases expansivas de la lengua ancestral. Sin
embargo, como quiera que la hipótesis aludida no nos parece convincente,
quisiéramos intentar demostrar, en lo que sigue, que el corpus lingüístico ma-
nejado por el qpminico da pie como para postular la oposición velar-postvelar
hecha por la variedad que describe.
e 19 = 48.71 o 65 = 84.41
20 = 51.28 u 12 = 15.58
CUADRO I
Como puede apreciarse, la presencia de <o> es mucho mayor que la de
<u> en contacto con */q/ (84.41 % versus 15.58%); no ocurre así en el caso de
<i>, pues la frecuencia de ésta es ligeramente superior a la de <e> (51.28%
contra 48.71 %). Dado el alto porcentaje de <o>, la presencia de <u> podría
explicarse como efecto de una simple inconsistencia, la misma que asoma también,
aunque esporádicamente, en el Anónimo y en GH. No puede decirse lo mismo
de la vocal anterior, pues aquí la distribución de <e> - <i> es casi pareja. La
situación cambia, sin embargo, cuando desglosamos las ocurrencias de <i> -
<e> y <u> - <o> de acuerdo con los contextos seleccionados. EL CUADRO II
registra la presencia de las vocales según los ambientes estipulados (donde el
asterisco ante */q/ indica su naturaleza probable) .
CUADRO II
Puede observarse ahora cómo la predominancia de <i> es sensible al
contexto: ella se da mayormente tras */q/ inicial, viéndose favorecida por la
presencia de una /ti siguiente (68.42% contra 31.57% a favor de <e>). Luego de
*/q/ intermedia, en cambio, la presencia de <e> es mayor (77.77% versus 22.22%
para <i> ); incluso ante */q/ se advierte la preponderancia de <e>, si bien ligera
(54.54% contra 45.45%), donde el efecto de apertura parece inhibirse cuando la
postvelar actúa, como elemento trabante seguida de /s/ (cf. también dicha tenden-
cia en el Anónimo y en GH). En relación con /u/, <o> predomina en todos los
43. Conclusión.
Las consideraciones señaladas en las secciones precedentes llevan a la
conclusión que el quechua del litoral conocía la distinción velar-postvelar. La
alta frecuencia de la presencia regular de vocales abiertas en contacto con los
reflejos de */q/ constituye una indicación que apoya la hipótesis. En tal sentido,
creemos que la interpretación en favor de la fusión de dicho contraste fue el
resultado de una análisis algo apresurado del fenómeno, a partir de la aplicación
del test de la "prueba vocálica" en su versión "normalizada" y practicable, en
todo caso, al quechua sureño, específicamente el cuzqueño.
Ahora bien, como se recordará, el hecho de que el Lexicón mostrara
indicios del registro de Jaringalizadas (cf. sección 3.1.) fue atribuido al intento
del dominico por consignar modalidades de pronunciación propias de otras
variedades, principalmente la cuzqueña. Siendo así, ¿en qué medida podriamos
decir que en esta oportunidad la coaparición de <o> y <e> con */q/ obedece
igualmente a la fuente polidialectar de que se sirvió DST? Pensamos que aquí
se está frente a una situación diferente pues, en contraposición a lo que ocurría
frente a las laringalizadas, la frecuencia de la ocurrencia del fonémeno no sólo
es muy alta sino también más sistemática. Fuera de ello, y más importantemente,
la hipótesis de la fusión se contradice abiertamente con la tendencia universal del
cambio regular de */q/ en el quechua. Lo contrario significarla aceptar, como se
dijo, un cambio abrupto, que sólo parece ocurrir en situaciones de contacto
idiomático, teniendo al quechua como L . Como es sabido, el principio de la
naturalidad aplicado a los menesteres de la reconstrucción nos obliga a postular
formas y etapas anteriores que no contradigan las propiedades sincrónicamente
observables de las lenguas.
Aceptada la hipótesis de la preservación de la distinción velar-postvelar,
queda en pie el cuadro interpretativo formulado en relación con el foco de
difusión y las etapas expansivas del PQ y de sus estados intermedios. De esta
manera, tanto el PQIIB como el PQIIC habrian partido en dirección opuesta
portando la oposiciqn velar-postvelar. Ya en tierras ecuatorianas, se habría
prefigurado el QIIB fusionando la distinción como efecto de su aprendizaje
como L2 por parte de hablantes que no hacían uso funcional de la articulación
postvelar. Como se ve, el problema de la distinción o indistinción de la oposi-
ción */k/ - */q/ tiene profundas consecuencias para entender la evolución y
distribución de las variedades quechuas actuales. La hipótesis de la fusión,
analizada en términos de la naturalidad de los cambios, constituía un serio estorbo
dentro del pano'tama interpretativo propuesto a los efectos de una cabal compren-
sión de la historia de la evolución de la lengua.
APENDICE A
Tratamiento de fil
APENDICE B
Tratamiento de /u/
l. En posición inicial absoluta (*##q-)
\..._
3. En posición anterior a postvelar (*-q)
APENDICE C
.,,.
\
APENDICE D
Vocales abiertas en contacto con /k/
NOTAS
(1) La interpretación fonológica del quechua huarochirense que hace Taylor plantea todavía
una serie de problemas relacionados con las sibilantes, la distinción o indistinción de /k/ -
/q/, así como la normalización de la(s) africada(s) en final de sílaba. En su momento nos
referiremos a ellos, conforme los vayamos tocando.
(2) Por lo demás, los beneficios que puede obtener el lingüista histórico del examen filoló gico
de la documentación escrita saltan a la vista en trabajos como los de Campbell (1973, 1974,
1978), aplicados a las lenguas del subgrupo quiché del maya.
(3) Decimos que en tales casos la <h> parece haber sido enteramente muda, puesto que en
ningún dialecto moderno que preserva la /h/ inicial (tanto la proveniente de */h/ como la de
origen protético) se registra dicha aspirada. No obstante ello, en su proemio al lector, DST
señala, como una variación dialectal, la alternancia <h> - <{i>. Dice textualmente (cf. Santo
Tomás [1560] 1951b: 14): "[ ... ] La, h, vnas vezes la dexa, como (Yema) por hicrna, Orno
por, horno, Orna, por horna, Arnaota, por harnaota [... ]" (subrayado nuestro). Para el
asunto que nos interesa, sin embargo, el único ejemplo pertinente es el último, es decir la
variación <hamaota> - <amaota> 'sabio' (cf. <amauta> - <hamauta> en GH, y harnawt'a
en el cuzqueño moderno), donde la <h> tenía en todo caso un origen protético. Por lo
demás, siendo DST puntilloso en la percepción y consignación de la <h> inicial, debe
descartarse la posibilidad de que haya pasado por alto otros casos de [h] protética: si sólo
registra las formas de (3) fue seguramente porque únicamente ellas mostraban pronunciación
sureña.
(4) De paso, en otro lugar cuestionamos una insinuación hecha por Mannheim (1983: Cap. 3,
50) en relación con el supuesto carácter probatorio de la presencia de glotalizadas en el
ayacuchano a partir de la existencia de lexemas con [h] protética originaria (cf. Cerrón-
Palomino 1987c: Cap.6, sección 6.21.1).
(5) Incidentalmente, Mannheim (1983: Cap. 6, 188; 1986: nota 9) pone en duda esto último,
aduciendo que el dominico retomó de España el mismo año en que el Inca llegaba a dicho
país (1561). Sin embargo, el mismo Porras (1951a) señala que el regreso de fray Domingo
se realiza en mayo de 1562. Se sabe, por otro lado, que el lnca llega a España en 1560, y
es posible que en su trayecto de Lisboa a Montilla (Córdoba} pudiera haber, en efecto,
conocido al quechuista.
(6) Sería interesante averiguar quién o quiénes pudieron haber sido los que introdujeron la varia-
ción notacional en el texto de Avendaño . Se nos ocurre que tal vez fue Avila (1646), que
en el proemio a su Tratado aboga por una escritura similar a la que encontramos en los diez
primeros sermones del extirpador limeño, con una notoria preocupación por destacar la /q/
en final de sílaba, es decir <-ce>. Otro "innovador" de la misma época fue Molina ([1649)
1928), aunque éste sólo se esmera en llamar la atención sobre el carácter "gutural" de /q/,
representada en todos los contextos, pero con las inconsistencias inevitables, por medio de
<ce> - <qqu>.
(7) Esta palabra, registrada también por de la Calancha ([!638] 1977) bajo la forma de <tumi>
(cf. Zevallos Quiñones 1946), parece más bien propia del mochica si no del quingnam, par-
ticularmente de su variante "pescadora". De igual procedencia vendría a ser la voz <guaxme>
'pescador' consignada por el dominico.
(8) Incidentalmente, nosotros mismos caúnos en la trampa de hacer disquisiciones sobre la natu-
raleza fónica de la consonante final de la partícula <ñahx> (cf. Cerrón Palomino 1987c: Cap.
VII, sección 7.3.5), cuando en realidad se trataba de -~<-c<*-c 'conjetural' .
(9) De hecho, la espirantización de /e/ originaria, así como la proveniente de */e/, está amplia-
mente atestiguada en el manuscrito de Huarochirí. En dicho texto (cf. Taylor 1987; cf.
también Taylor 1985), la fomrn lenizada de la africada aparece representada como <h> -
<he> e incluso con la añadidura de un punto o un apóstrofe: <h.> - <he'>. Son ejemplos:
<pihca> - <pihcca> - <pich.ca> 'cinco', <ahca> - <ahcca> 'mucho', etc., provenientes de
*picqa y *acka, respectivamente; y <pahya-> - <pahcya-> 'reventar', <vihca-> 'encerrar',
<muhca> 'mortero', <quihcqui> 'estrecho', <ñahca> -<ñahcca> -<ñahc'ca> 'casi', <ymanc>
'¿qué será?, <pihc>, '¿quién será?', <ñah> 'tal vez ya', etc., provenientes de *paé'ya-, *wic'qa-
• *mueka, *kié'ki, *ña-c-qa, *ima-e, *pi-f y *ña-c, respectivamente. Lo propio ocurre
también con el sufijo condicional sintético -lwan (que parece provenir de *-cwan): así,
<rihuan> 'iríamos' <ricohhuan> 'veríamos', <ñihuahhuan> 'nos dirían', etc. Todas ellas
muestran también, aunque en menor medida, la forma más conservada con <ch>. Existen
indicios, por lo demás, que en muchos casos dicha <ch> fue restituida tanto dentro del texto
como al margen del mismo (cf., por ejemplo, Taylor 1987: 412, 504). En todos estos casos,
a excepción de unos pocos cuya etimología resulta incierta (cf., por ejemplo, el topónimo
<sullcpah,ca> (352, 388) y las voces <canahyauri> (368) y <vihco> (382)), Taylor (1987:
84, nota 6), asumiendo que "la combinación he representaba sin duda a la africada /cf' (cf.
también Taylor 1980: 23), restituye, etimológicamente, ya sea /e/ o ¡e¡. Ahora bien, la razón
por la cual Taylor postula dos africadas no obstante sostener que el quechua empleado en
el manuscrito es básicamente "la variante costeña de la Lengua General" (la misma que
habría fusionado /e/ con /e/) obedece a que, según su interpretación, tanto la variante local
del quechua como el aru de la zona manejarían la africada ¡e¡, siendo ésta una manifestación
sustratística de la lengua del manuscrito. Admitiendo que ello hubiera sido así, queda sin
embargo en pie el problema de la identificación de la africada en final de sílaba: ¿también
(10) Como señalan Landennan (1982) y Mannheim (1986), frente a la gran consistencia que ob-
servan en la distinción de las dos sibilantes el dominico, el Tercer Concilio (1584-1585), el
Anónimo (1586), Gerónimo de Oré (1598, 1607), González Holguín (1607, 1608), Pérez
Bocanegra (1631) y Avendaño (1648), entre otros, llama la atención la anarquía reinante en
el manuscrito huarochirense, la Relación de Santa Cruz Pachacuti (1615), las oraciones de
Cristóbal de Molina "El Cuzqueño" (1575), documentos éstos encontrados entre los papeles
de Avila. Este mismo autor no es coherente en la distinción de los mencionados segmentos
(cf. Avila 1648) como no Jo es el cronista indio Guamán Poma ([1615] 1939). No es fácil
encontrar una explicación al problema: seguramente convergen en él fenómenos que tienen
que ver con el inicio de la neutralización de la distinción, la generalización del seseo sevi-
ll;mo (deapicalización) y también el desconocimiento de la ortografía castellana de la época.
Por lo que toca al manuscrito huarochirense, asombra en él la tendencia a escribir con <s>
aquello que debía representarse con <9>. Como anota Mannheim, es posible que aquí se esté
frente a una discrepancia meramente ortográfica antes que el reflejo de un cambio en proceso,
toda vez que dicha mutación tuvo una direccionalidad contraria, es decir de /si a /s/, o sea
de <s> a <<;:>. Esto último parece advertirse, en efecto, en Avila, donde hasta el sufijo de
primera persona de futuro aparece a veces como <-<;:ac> (cf. en Guamán Poma <uanazacmi>
'escarmentaré'). Nótese igualmente que a este respecto Taylor (1987), en su lectura e inter-
pretación del manuscrito, sólo reconoce una sibilante: la dorsal, manteniendo intactos los
pocos lexemas (fundamentalmente nombres propios) que registran <x>, como el del grupo
émico muxica. La normalización fonológica que hace Taylor no va en línea con su posición
adoptada en relación con la distinción de dos africadas, aunque en el caso anterior segura-
mente primó la observación hecha por el mismo autor en el sentido de que el espacio
huarochirano presentaría, respecto de las sibilantes, el mismo problema que ofrece el área
dialectal yauyina: aquí /s/ y /s/ varían de un valle a otro (cf. Taylor 1984).
(11) A decir verdad, sin embargo, bajo la letra LI se registra ia entrada laura- 'encender', alter-
nando con raura-. Por lo demás, recuérdese que aquí tratamos únicamente el cambio */r/>
/]/. De otro modo, es posible encontrar en el Lexicón algunos casos del proveniente de
*/t/, como <aleo> *atqu 'perro', <paltay> *pa1tay (cf. GH: <palltay>), e incluso la rectifi-
cación de quimra- por quimla- 'guiñar los ojos' <*qimhi- (cf. "Errores del Vocabulario",
p. 17).
(12) Sobra decir que la i-egla de distribución alofónica esbozada al comienzo sólo fue formulada
en tiempos modernos, aunque ya el franciscano Molina ((1644] 1928) la barrunta al referirse
a la "letra O", en los siguientes términos: "[ ... ] pocos nombres o verbos vienen con esta letra
al principio; pero advierto un gran privilegio que tiene heredado de sus antepasados esencial
a este idioma, que tocando a sus puertas la C [es decir la /q/, RC-PJ al principio, medio
y fin de nombres y verbos, siempre hay gutural, [.. .]" (subrayado nuestro).
(13) De paso se¿¡. dicho, el mismo diagnóstico es empleado por Albó y Layme (1984: XLVIl-
XLVIIl), esta vez para interpretar la ortografía ambigua de Bertonio ((1612] 1984), que
hipodiferencia la distinción velar-postvelar.
(14) Marginalmente, se advierte un cambio similar en las hablas de Antonio Raimondi y Huari
(Ancash), a estar por el tratamiento de los sufijos independientes -taq X:ontrastivo' y -raq
'estativo', que devienen -ta: y -ra:, respectivamente (cf. Parker 1976: 147, 149), posible-
mente a través de una fase intermedia •-ta? y *-ra?, como ocurrió en las hablas huancas más
innovadoras.
(15) A decir verdad, sin embargo, los mismos autores informan sobre cambios en la otra di-
rección, es decir */q/>/k/. De hecho, un buen número de lenguas mayas registran dicha
mutación, así como la de */q'/>/k'/ (cf. Campbell 1971: 300). Al-Ani (1973), a su tumo,
la consigna igualmente para el árabe de Bagdad, siendo además qU"e la confluencia postvelar-
velar, a favor de la última, se da en el hebreo. Ahora bien, el hecho de que el maya-quiché
ilustre predominantemente el cambio postvelar>velar, sin que haya habido una causación
externa aparente, significa que el fenómeno postulado para el quechua no puede ser una
tendencia universal absoluta. De allí que, al igual que en el caso de la apertura vocálica (ver
4.2), tengamos que otorgarle lUl estatuto universal-particular. Por Jo demás, en relación con
los datos mencionados por AI-Ani, los ejemplos proporcionados son ciertamente esporádicos
(cita sólo 4 items), y, en cuanto al hebreo, habrá que recordar su carácter de lengua revitali-
zada, es decir reaprendida por hablantes de lenguas indoeuropeas fundamentalmente.
(16) De paso, en sus anotaciones a la Historia de Gómara, que acertadamente han sido señaladas
como la partida de nacimiento de los Comentarios, el Inca, en su esfuerzo por llamar la
atención sobre la diferente articulación de dichos segmentos, se vale de una comparación a
la vez ingeniosa y pintoresca. Dice el cronista mestizo: "[ ... ] me pareció compararlas [las
tales pronunciaciones] a las que hazen la urraca y el cuervo en sus graznidos: que la urraca
pronuncia afuera en el paladar y el cuervo dentro en las fauces, pues pronunciando como la
urraca [huaca] significa ydolo y pronunciado como el cuervo significa llorar" (cf. Porras
Barrenechea 1948). Sobra decir que la pronunciación a la manera de la urraca prevalecerá,
como uno de los mecanismos adaptatorios "naturales" del castellano, en la asimilación de los
quechuismos que contuvieran /q/.
(17) Agradecemos a Campbell (1988, en comunicación personal) por haber llamado nuestra aten-
ción sobre el nootka y el maya. De otro lado, para ver casos que ilustren la neutralización
de los efectos de apertura en algunos dialectos quechuas, ver Parker (1976: 47-49) y Solís
(1979), en dos variedades del ancashino, y Esquive] (1979), en el huancavelicano.
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1am.bién que los cambios de postvelares a frica- contacto con /q/. Esto no sucede con la vocal
tivas o a oclusión glotal son de baja frecuencia posterior, que siempre tieno. realización media
en la familia mayance (Cerrón-Palomino men- [o] en contacto con /q/. Entre los factores que
ciona el caso del jacalteco). En quechua, la co- favorecen la realización alta de /i/ figura tam-
incidencia de *q y *k requiere una explicación bién la presencia de consonantes palatales, como,
que abarcaría no solamente a los dialectos ecua- por ejemplo, en qimchi- "guiñar" (para más
torianos y colombianos, sino también a las detalles ver Adelaar 1977: 38).
variedades de San Martín y Amazonas . La La costumbre de acordar una realización
posibilidad de una inlluencia de substrato no ligeramente abierta a las vocales altas se encuen-
quedaría por lo tanto descartada. Sin embargo, tra también en el quet:hua tarmeño, en el que la
sería indicado preguntarse si es adecuado supo- fricativa resultante de *q ha perdido su carácter
ner que sólo las lenguas prcquechuas del Ecua- postvelar distintivo y, por lo tanto, su función
dor hayan ejercido tal influencia. En el manus- condicionante. Muy a menudo los hablantes de
crito de Huarochirí no se distingue entre oclusi- dicho dialecto perciben las vocales Ji/ y /u/ de su
vas velares y postvelares, lo que es evidente por quechua como medias, escribiendo, por ejemplo,
la libertad que su autor observa en el uso de las ronto para /runtu/, tendencia que parece con-
vocales contingentes, que podrían indicar tal cordar con la práctica observada en la obra de
oposición. Sin embargo, en nombres de perso- Domingo de Santo Tomás.
nas y etnias, como Colli, Collquiri, Concha, En otros aspectos podemos señalar también
Cupara, la ortografía es fija. Esta situación un paralelismo entre el quechua de Santo Tomás
parece indicar que la lengua local de la zona, y la variedad tarmeña. En ambos se observ a la
sea o no sea una variedad del quechua, conser- sonorización de oclusivas -aunque ésta se da en
vaba la distinción entre oclusivas velares y cada uno de los dos casos en ambientes prác-
postvelares, mientras que el dialecto en el que ticamente opuestos, detrás de nasal en el caso
fue red actado el manuscrito la desconocía . primero y en posición prevocálica interior menos
¿Cómo se debe entonces relacionar este dialecto detrás de nasal en el segundo- y en ambos el
con las otras variedades del quechua, ecuatori- proceso no parece haberse generalizado. Las dos
anas y norperuanas, que han sufrido la velari- interpretaciones ofrecidas en el artículo que co-
zación de *q? Notamos también ciertas par- mentamos (proceso no acabado y extracción dia-
ticul aridades léxicas entre el quechua utilizado lectal distinta de los informadores) no parecen
en la redacción del manuscrito huarochiriense, aplicarse, sin embargo, a la situación tarmeña,
que parecen unirlo con los dialectos del Ecua- donde podemos encontrar, por ejemplo, un
dor y del norte del Perú (la ausencia de llapan, contraste como aquel entre wataguna "años" y
por ejemplo, reemplazado por tukuy). watakuna "algo con el que se suele amarrar".
En ·cuanto a la influencia de substrato, que La oposición se basa en el hecho de que el sufijo
habría permitido la conservación de la oclusiva pluralizador *-kuna participó en el cambio pero
postvelar en el quechua de Santiago del Estero, no el reílexivo *-ku -.
es factible identificarla. El léxico del quechua El descubrimiento de la existencia de dos
santiagueño tiene al menos tres palabras de sibilantes, z, e, e; contra s, ss, en el quechua
origen no-quechua que contienen consonantes cuzqueño colonial ha venido a ser uno de los
postvelares, ochoGo, una especie de ave, mis- logros más importantes y menos esperados de la
hoGa, una cactácea, y wajjalu, una especie de investigación filológica quechua de estos años .
hormiga (Nardi 1962: 248). El símbolo G repre- Rowe (1950) observó por primera vez la distin-
senta una fricativa postvelar sonora, jj una fri - ción. La problemática en tomo a la identifica-
cativa postvelar sorda. Oclusivas postvelares ción de los sonidos respectivos y su ubicación
forman lam.bién parte del inventario fonémico dentro del marco de los dialectos quechuas ha
de lenguas vecinas como el toba (Martirena sido tratada por Landerman (1982) y, en un
1977) y el vilela (Lozano 1977: 93). momento más reciente, por Mannheirn (1988).
Las observaciones de Cerrón-Palomino en La distinción encontrada opone una /s/ dorsal
tomo al comporlam.iento de vocales en contacto (escrita z, e, e;) a una /si apical (escrita ) y
con *q en el idioma descrito por Santo Tomás corresponde históricamente con la oposición
se ven apoyadas por el dialecto quechua I de entre /s/ dorsal y /s/ palatal (escrita x en fuentes
San Pedro de Cajas, donde la realización alta de coloniales), que sigue vigente en los dialectos
la vocal anterior [i] se conserva a menudo en norteños y centrales de la actualidad. Dicha
de Huacho, de cuyos habitantes era el idioma sino el vocablo ac;uca "lobo marino", al que el
propio, nos es testimoniada, a su vez, por una Anónimo no caracteriza c'Qmo chinchaysuyo.
"Información secreta" de 1622, dirigida a eva- Ahora bien. DST, a su vez, no registra ac;uca o
luar la obra de los extirpadores de idolatrías forma similar, y en la entrada castellana corres-
(forero, 1974: 144). pondiente a "lobo marino" en el Lexicón sólo
El trabajo de Cerrón en cuanto a la distin- consigna thome (p. 159). De otro lado, el que
ción velar-uvular, desemboca, en buena cuenta, existiese en el quingnam no impediría, en modo
en una "limpieza" léxica del vocabulario de DST, alguno, que fuese un vocablo compartido con el
para despejar voces foráneas. Esta tarea, efec- quechua yunga; tal situación no haría más que
tuada por comparación con los vocabularios confirmar las estrechas relaciones sostenidas en
cuzqueños tempranos le permite descartar· co- la época prehispánica por los pueblos del litoral.
rrectamente que el quechua yunga hubiese La aniculación de <lh> como [e] en posición
poseído laringalizadas, y dar explicación a inicial de sílaba movería también a interpretar
algunos casos, aislados, pero turbadores, que como */acá(q)/ la interjección athác que, con el
parecieran sustentar lo contrario. Uno de estos significado de "ojalá", aparece abundantemente
casos es el de thome "lobo marino", palabra en el Arte como introductora de todas las con-
que el fraile dominico registra al lado de tome jugaciones del "modo optativo".
"cuchillo, navaja", en lo que cabría tomar por Por lo dicho arriba, me inclino a reconocer al
un par mínimo (p. 365). Cerrón halla, en la quechua de DST el manejo de la oposición
Crónica Moralizada del agustino Antonio de fonológica /c/ # fe/, en una revisión reclamada,
la Calancha, la forma tumi "lobo marino". Esta ya desde 1968, por el reconocimiento de esa
misma forma es consignada en un documento oposición en el dialecto de Chachapoyas (Ama-
de extirpación de idolatrías relativo al pueblo de zonas), cercanamente vinculado con el quechua
Huacho que publicó Pierre Duviols (Duviols, de DST dentro del subgrupo quechua IIB (To-
1976: 47-48) y que debe haber sido la fuente rero 1968: 295).
informativa de Calancha, quien también la re- Es obvio que el fraile dominico no se preo-
fiere a Huacho (Calancha, Libro II, cap. XII). cupó por distinguir gráficamente la africada
Ahora bien, Middendorf recogió a fines del siglo retroflexa, que normalmente escribió con el
pasado un vocablo mochica indudablemente dígrafo <ch>, aplicado también para la africada
vinculado, chommi "der Seehund" ("foca o lobo dorsopalatal. Sin embargo, su recurso gráfico
marino") (Middcndorf, 1892: 60). para deslindarla como fonema se da en el par
Queda por dilucidar qué sonido quiso repre- *
mínimo ya aludido, tome thome (/tumi/ */
sentar DST con el grupo <lh>, y si thome era cumi/), en el cual parece contraponerse más bien
o no un vocablo del quechua costeño. Cerrón a /t/, tal vez porque en la búsqueda de la no-
sugiere que se trataba de la africada retroflexa, tación más apropiada de /e/, primó la percepción
[e]. y que el término peneneció a una lengua no del momento oclusivo de la africada, similar a
quechua: al quingnam o al mochica. La caracteri- la dental [t), aun cuando de articulación algo
zación de <lh> como [c) me parece acenada, más interior. Qui:r.á por este camino se pueda
pero no el descarte de thome como quechua explicar la forma huachana escrita tumi en la
costeño. Mochica no fue, si, como sabemos, esta crónica de Calancha y en el documento publi-
lengua no conocía el fonema /e/ (forero, 1986: cado por Duviols.
530-531 ), por lo que posiblemente la forma Habiendo mencionado los fuertes contactos
chommi que recoge Middendorf es en ella un habidos entre pueblos y lenguas del litoral, haré
préstamo acogido con cambio de la africada una digresión para referirme al artículo
retroflexa en dorsopalatal, /e/. Quingnam pudo "Quechuismos en el Mochica" de Rodolfo Cerrón
haber sido, si no es descaminada la atribución (Cerrón 1988: 41-48), en cuya nota 3 el autor
de [c] a ese idioma que hice a propósito de mi discrepa de la interpretación de velar palatalizada,
reconstrucción de */wacml/ "pescador" (como fkY/, que yo hago "sin aportar -dice- mayores
otro nombre de quingnam) y del topónimo pruebas", de la grafía doble <cy> (c+h inver-
Huanney (forero, 1989: 228-229). tida) que utilizó Fernando de la Carrera en su
Que no lo conoció el quechua general en su Arte de la Lengua Yunga (Mochica), de 1644
variante sureña lo evidencia el hecho de que el (forero 1986: 530-531). R.C., por su pane, se
Vocabulario Anónimo y González Holguín inclina "tras una lectura cuidadosa de Midden-
registren, no una forma relacionada con thome, dorf', a interpretarla como "prepalatal africada
tostado y molido, mezclado con azúcar. que las fallas de aquel estudio de "reconstruc-
Lo dicho a propósito de las africadas vale en ción" de las sibilantes (y las laringales) pro-
parte para */t/ implosiva: la criba fonética y toquechuas más confundían que estimulaban.
fonológica del castellano trastorna la percepción Lo preocupante es que R.C. continúe adu-
de Domingo de Santo Tomás y contraría sus ciendo, él también, que en proto-quechua, o al
intentos de establecer una graficación estable menos en el quechua cuzqueño, no había una
para los morfemas quechuas. De otro modo no dorsopalatal, porque tanto González Holguín
se entiende que en el Arte y en el Lexicón (1608) como el Inca Garcilaso (1609) hicieron
escriba de modo tan caótico el vocablo quechua la advertencia "de que esta variedad no regis-
equivalente a "forastero, estrangero, que está de traba <x> (es decir /si)". Pues bien, lo que esos
asiento" o "advenedizo": mitma, mithma, antiguos autores quisieron decir no fue que en el
mitimac, mithima, mithyma (Arte, p. 161; quechua no había /s/, sino que no había /jota/,
Lexicón, pp. 53, 138, 321). puesto que, si bien manteniendo su viejo ropaje
En descargo de Domingo de Santo Tomás, de <x>, esta grafía ya no representaba en el
debemos señalar que, ya en su época, los fone- castellano de la época de González Holguín y
mas castellanos /d/ y /t/ se habían neutralizado Garcilaso a una dorsopalatal, (s], sino una frica-
en posición implosiva y que el arquifonema tiva velar o algo parecido a nuestra actual "jota",
resultante, reducido en su función fonológica, la cual no existía efectivamente en el quechua
se ajustaba a la calidad sonora o sorda de la cuzqueño ni en otros dialectos. De otro lado, no
consonante que le seguía y, además, se debili- escapará al articulista que también los demás
taba articulatoriamente. De otro lado, en cuanto investigadores tuvimos que acudir a las fuentes
al quechua, el dominico no podía contar aún escritas, antiguas y modernas. En cuanto a mí,
con la "asesoría" de criollos y mestizos cuasi lo indico claramente en "Los dialectos quechuas":
perfectamente bilingües, que, en cambio, ya "En nuestro intento de reconstrucción del
existían numerosos en tiempos de González quechua antiguo y de algunos estados de la
Holguín e, inclusive, del Tercer Concilio evolución de los dialectos recurrimos también al
Limense que dispuso y vigiló la edición del examen de documentos históricos: gramática~.
Vocabulario Anónimo de 1586. Domingo de vocabularios, crónicas, literatura diversa" (To-
Santo Tomás escuchaba en tomo suyo mucho rero, 1964: 447) . Y en lo que toca al aludido
castellano y mucho quechua mal hablados y peor artículo de Rowe, lo estudiamos e incluimos en
oídos. la bibliografía, pero disentimos enteramente de
Es poco probable, entonces, que en el yunga sus conclusiones.
haya habido lenición de /-t/, como tampoco de Un paso estimulante para revivir el tema de
africadas. En el propio valle de Lima existe las sibilantes, que ahora comentamos, e invitar a
todavía, aunque ahora ya subterráneo, un gran reflexión, fue un artículo de Peter Landerrnan
canal de regadío cuyo nombre en el siglo XVI publicado en 1982 en el libro Aula Quechua.
era escrito indistintamente Guadca o Guatca Menciono esa contribución de Landerrnan porque
(Rostworowski, 1978: 60-67), pero Huática en nos lleva, con el caso de las sibilantes, a la parte
los primeros decenios del siglo actual (Minis- más sensible y problemática de la obra pionera
terio de Fomento. Memorias de las Comisiones de Domingo de Santo Tomás.
Técnicas de Aguas 1918-1919, Vol. JI, pp. 332, Como en los puntos anteriores, pero espe-
341). Esto es, sin lenición. cialmente en éste, es fundamental evaluar sobre
Dejando de tocar por ahora algunos otros todo la calidad y confiabilidad de la fuente
temas del artículo, paso a uno de gran interés, el informativa, el propio Domingo de Santo Tomás;
de las sibilantes en el castellano y en el quechua su capacidad de percepción y las posibilidades
del siglo XVI y principios del XVII. expresivas del material gráfico del que disponía
Antes, sin embargo, debo indicar que disiento en su época, en pleno período de la bien llamada
del reiterado elogio que Rodolfo Cerrón dirige "revolución fonética" del castellano y metido en
a John Rowe por su trabajo de 1950 "Sound el violento y bullente crisol lingüístico de las
Pattems in Three Inca Dialects", al que califica Indias, esto es, nada menos que sevillano e
de "inusitado precedente" en la filología indiano a mediados del siglo XVI.
quechua. Deploro que mi colega lamente el que En primer lugar, debe observarse que en su
no se siguiera en los años 60 el ejemplo de Rowe. habla personal, DST ya no distinguía sibilantes
Honestamente, sin embargo, él debe reconocer sonoras de sordas: escribe, por ejemplo, en
quechua huanca, donde Is/ es dorsopalatal, [s] habían confundido los dos fonemas sibilantes
en ambiente de (1/, y apical retroflexa, [s] (no provenientes del protoquec!wa.
ápicoalveolar, como Landerman supone), en am- No sería absurdo investigar hasta qué punto
bientes de lal y lu/. la igualación hispana de lsl y Is/ y la desapari-
Ante estas contradicciones, la única explica- ción de la dorsopalatal castellana, convertida en
ción que estimo plausible es que en todas las velar, influyó en la confusión de *lsl y *lsl en
ocasiones en que usó <s-, -ss-> y <x> lo que quechua del sureste, confusión que pudo partir
intentó representar el padre dominico fue la de poderosos centros hispanizantes como Huan-
dorsopalatal fs]. Sólo que su propio castellano cavelica, Ayacucho, Cuzco, Cochabamba, Po-
. ya no le facilitaba la tarea, puesto que <s-, -ss-> tosí y Sucre. Lo cierto es que la igualación en
ya no eran más que una referencia acústica de quechua sureño de *lsl y *lsl debió estar ya en
la que estaba enterado, pero no practicaba, y plena marcha a mediados del siglo XVII.
<x>, por su lado, empezaba a velarizarse. A la luz de estos hechos es que podemos
Cuando en 1586 se elaboró el denominado entender claramente la actitud contemporánea de
Vocabulario Anónimo, todo el antiguo sistema Diego de Molina en 1649 y Femando de la
de sibilantes del castellano se hallaba en América Carrera en 1644: estando muy lejano el tiempo
prácticamente liquidado, y los hispanohablantes en que se admitiría la <sh> anglosajona para [s],
americanos sólo pronunciaban una, nacida de la y hallándose en proceso la confusión en el
confluencia de <<;, c(e,i),z> y <s-, -ss->, que quechua sureño de *lsl, escrita<<;, c (e, i), z>,
articulaban o apicoalveolar, [s], o predorsoden- y *lsl, escrita <s-, -ss->, en una ápicoalveolar I
tal, (s]. Es la diferencia actual entre la articula- si que, una vez cumplida la fusión, se represen-
ción cuzqueña y la limeña de esa única sibilante taría con <s> simple, o con <-ss-> en inter-
sobreviviente. Por ese tiempo, ya <x>, <j> y vocálica, el mejor recurso para graficar la */s/
<g(e,i)> representaban fricativas más o menos que se ofrecía al quechua "del Chinchaysuyo" y
francamente velares. Y así, con <X> = <jota>, al mochica era recuperar para <x> su antiguo
se pronunciaron en adelante las palabras y los valor fonético de dorsopalatal.
topónimos que habían sido asumidos en su habla Diré fmalmente que no convengo con Lan-
por los españoles en los primeros decenios de la derman ni Cerrón en que es más plausible pos-
conquista y la colonia: los hoy escritos jalea, tular para el protoquechua una sibilante "apical"
ojota, jora, Cajamarca, Cujillo, Jauja, Jaquijahua- que una dorsopalatal por el supuesto de que una
na, Cajana, Juli, Pacajes, Mojos, etc .. Sostener "apical" pudo pasar más fácilmente a /s/ dorsal
que el quechua del Cuzco nunca conoció lsl = en "Chinchaysuyo", que no ésta a una "apical"
[s] es negarle la posibilidad de haber aportado en quechua sureño. En primer lugar, no hay que
alguna de estas palabras al castellano. El argu- jugar con las palabras: lo que el huanca realiza
mento vale también enteramente para el quechua en ambiente de /a/ y /ul no es meramente una
yunga. "apical", sino, además, una retroflexa, o, al
Por esta razón, pues, y de una manera con- menos, cacuminal, [s], de ningún modo "ápico-
vencional y normativa, *lsl=[s] protoquechua alveolar" [s]. En cambio, sí es ápicoalveolar la
pasó a registrarse como <s-, -ss->. A esta pauta actual /si cuzqueña, resultante de la confluencia
se ajustarían los escribientes "cultos" que elabo- de */s/ y lsl protoquechuas (Torero, 1964: 453).
raron el Vocabulario Anónimo y Diego González Y no es tampoco extraño que la fusión haya
Holguín. Pero los "no instruidos", como Guamán terminado en ápicoalveolar, porque en tal punto
Poma -que había aprendido a escribir hacia 1560- de articulación es donde mejor se integra con la
y los escribientes indios de los textos huaro- ápicodental */ti.
chlrienses, quedaron sencillamente desarmados. Dentro de los rasgos estructurales del pro-
Si sus dominadores hlspanos daban una misma toquechua era fonológicamente posible la exis-
pronunciación a las grafías<<;>, <c (e, i)>, <z>, tencia de tres sibilantes: articulatoriamente, [s]
<s>, <ss>, y si las antiguas grafías <x>, <j> y predorsodental, [s] dorsopalatal y [s] apical
<g(e,i) habían pasado a sonar "jota", ¿cómo, en retroflexa, respectivamente correlativas con la
adelante, deslindar gráficamente en quechua lsl oclusiva dental */ti y las africadas palatal */el y
de Is/? De allí que estos escribientes populares retroflexa */el. En tanto correlatos fonéticos de
notarán tanto su lsl como su lsl, de manera las africadas, el dialecto huanca exhibe hoy [s]
anárquica, con <s>, <ss>, <<;> o <P, y que y [s], pero meramente como variantes combina-
hoy, mirando sus textos, nos parezca que ya torias de su fonema /si, condicionadas de acuer-
RESPUESTA
tos: (a) la distinción velar/postvelar; (b) la
Rodolfo Cerrón Palomino supuesta oposición entre dos africadas: retrofleja/
Instituto de Investigaciones de n~retrofleja; (c) la lenición de las consonantes
Lingüística Aplicada en posición implosiva; y (d) la naturaleza de las
Universidad Nacional Mayor de San Marcos sibilantes. Las observaciones de Adelaar serán
Lima, Perú discutidas, siempre que toquen los puntos señala-
dos, en consonancia con el orden temático pro-
En relación con los comentarios formulados puesto. Cualquier otro aspecto tratado en los
en tomo a nuestro artículo, quisiéramos res- comentarios será abordado por separado.
ponder señalando en principio que nos complace l. Sobre la distinción velar/postvelar. En
constatar, al margen de las muestras de relación con este punto, creemos que se ha con-
apasionamiento y de los argumentos ad homi- seguido, esta vez, un consenso en favor de la
nem al parecer inevitables incluso en un dis- postulación de la oposición velar fkJ versus
curso que debe caracterizarse por ser lo más postvelar /q/ para el quechua costeño. Celebra-
objetivo posible, lo provechoso que resulta mos en tal sentido la rectificación explícita que
discutir temas como los presentados en el hace Torero en relación con su postura inicial
artículo, pues de esta manera se contribuye al (1964), que sugería lo contrario. Es más, cree-
esclarecimiento de una serie de aspectos que, de mos que aporta un dalO decisivo en provecho de
no ventilarse, quedarían en la nebulosa de las la distinción, cuando localiza en el Lexicón de
ambigüedades y los entredichos. En el presente fray Domingo de Santo tomás (DST) lo que
caso, los comentarios expuestos ayudan a pre- podrían constituir verdaderos "pares mínimos",
cisar, revisar, rectificar y replantear en forma como los de caca 'tío', pacacu- 'esconderse',
explícita algunos de los aspectos discutidos no roco~ruco 'anciano' versus ccaca 'peña', pac-
sólo en el cuerpo del artículo sino también en cacu- "lavarse la cabeza' y rocco 'almeja', res-
los argumentos proporcionados por nuestros pectivamente. Pensamos que este recurso al
comentaristas. En tal sentido, agradecemos las doblamiento consonántico para marcar la postve-
observaciones, detalles y alcances que nos hacen lar, aunque fuera únicamente allí donde su evi-
llegar Adelaar y Godenzzi, así como las explici- tamiento podía llamar a confusión con otra forma
taciones y precisiones que se ve forzado a hacer que conllevara la velar, es muy elocuente (y
Torero, obligado acaso por las circunstancias de reduce a un mirtirnum el carácter de contraejem-
comentar nuestro trabajo por escrilO, pues cuando plo que podría tener el registro de vacilaciones
lo presentamos oralmente en el XL VI Congreso del tipo puca - pucca 'rojo', etc.). De otro lado,
Internacional de Americanistas (Amsterdam, estamos convencidos de que la famosa "prueba
1988), evenlO al que alude en su comentario, vocálica" en favor de la presencia de la oposi-
manifestó, para sorpresa nuestra, estar de acuer- ción mencionada, pese a los esfuerzos que hici-
do con los puntos básicos de nuestras propues- mos para explotarla al máximo ante los datos
tas. proporcionados por DST, no tiene carácter de-
La presente respuesta está estructurada sobre cididamente probatorio, y en cambio puede
la base de los temas discutidos por Torero, cuyo conducimos a formular inferencias reñidas con
comentario es el más extenso, y que se circuns- la realidad de los hechos. Esto último, de mane-
criben fundamentalmente a los siguientes pun- ra fehaciente, tratándose del registro escrito
eso, sino incluso el cambio gradual que operó 2. Sobre la supuesta ex~tencla de la afri-
sobre la palatal no-retrofleja en su progresión cada retrofleja. Si no andfbnos equivocados,
de [ts] a [s]. Que, por lo demás, los fenómenos dos son las únicas palabras que DST representa
son diferentes lo demuestra también el hecho de con la <th> en inicial de sílaba: athac "o,
que hay dialectos, como el sureño, que habien- vergüenza" y thome 'lobo marino' (una forma
do eliminado la distinción entre las africadas como mithima no cuenta, puesto que aquí la
mantienen la oposición velar/postvelar, de vocal que sigue al dígrafo es espuria; para otros
manera que el costeño, para el que se postula la casos, ver nuestro artículo, sección 3.4.2). Sos-
fusión de ¡e¡ en favor de /e/, y al mismo tiempo teníamos entonces q11e el dígrafo en cuestión
el registro de la distinción velar/postvelar, no podría tal vez interpretarse como un intento por
constituye ninguna contradicción: el error radica representar la africada retrofleja /e/, a estar por
en juzgar los cambios por su resultado (el de la · un posible cognado como ae"acay '¡qué miedo,
fusión) sin indagar sobre su implementación. Hay qué vergüenza!' del quechua huanca. Torero en-
que recordar, además, que los casos de fusión cuentra acertada la sugerencia, al par que Ade-
de postvelar con velar se dan, sintomáticamente, laar prefiere ver en dicha representación un celo
en los dialectos periféricos, de manera exclu- por graficar el alargamiento vocálico de la
siva. primera sílaba. Pues bien, al respecto nos incli-
Por lo demás, como ya lo admitíamos en namos por esta última interpretación, ya que,
nuestro artículo (cf. nota 15), tal parece que la efectivamente, la documentación colonial regis-
hipótesis del cambio postvelar > velar como tra unánimemente el carácter alargado de dicha
resultado exclusivo de situaciones de contacto vocal (para cuyo mareamiento se recurre al punto
idiomático no puede postularse como un univer- tras ella o al acento grave o a la combinación de
sal absoluto. Si bien las lenguas malayo-polinési- éste con el agudo), describiéndose incluso su
cas parecen corroborar la mencionada hipótesis, pronunciación (cf. González Holguín [1608]
según indagaciones hechas por Adelaar, no 1952). Es más, creemos que la segunda sílaba
ocurre otro tanto con las lenguas mayances, que de la partícula exclamativa es nada menos que
constituyen el único contraejemplo conocido. el sufijo independiente -taq (cf., por ejemplo, en
Como nos lo recordaba Campbell, y según lo paq-taq '¡cuidado, no vaya a ser!'). Siendo así,
señala también Adelaar, no contamos en este la única palabra en la que la <th> resulta
caso con evidencias que apunten hacia una enigmática sería thome. Como anota Adelaar,
explicación sustratística. Lo que no quita que, a sobre la base de un solo ejemplo es difícil llegar
mayor ahondamiento en los estudios de la pro- a postular una interpretación satisfactoria de la
tohistoria mayance, bien pudieran encontrarse naturaleza fónica del dígrafo en cuestión. No
tales indicios: en este sentido la interpretación obstante ello, Torero no sólo propone que dicha
sustratística tiene un carácter "abierto" y queda grafía representaba a una africada retrofleja sino
siempre como una alternativa de explicación. que, en curiosa actitud, llega a sostener que el
Debe quedar claro entonces que nuestra posi- quechua costeño hacía la distinción entre /e/ y
ción frente al fenómeno quechua sigue siendo la ¡e¡. Señala, en favor de su hipótesis, el hecho de
misma sostenida en el artículo: en condiciones que se registre el "par mínimo" thome 'lobo
de evolución espontánea los cambios que afec- marino ' /tome 'cuchillo', donde la supuesta
tan a la postvelar son graduales y nunca de oposición no aparece manifiesta frente a /e/
naturaleza saltatoria (excepción hecha de la sim- no-retrofleja sino a /ti, puesto que, según el
plificación de haces consonánticos mencionada); proponente, en la producción y percepción del
en el último caso estaríamos frente a un efecto sonido retroflejo el dominico habría prestado
de sustrato. Contrariamente a lo que cree To- mayor atención al momento inicial de su articu-
rero, las contraevidencias del mayance no afec- lación, que estaría más cercana a la de la /ti. Por
tan al cuerpo central de nuestro artículo (como nuestra parte, creemos que la postulación de la
si todo él girara en tomo de este problema distinción africada retrofleja versus no-retrofleja
únicamente), pues en todo caso sólo restringen sobre la base de un supuesto par mínimo es a
el abarque universal absoluto que le dábamos a todas luces desconcertante, por decir lo menos.
la hipótesis del cambio interno por desgaste: Ello equivaldría a sostener que el castellano pe-
como lo hemos tratado de probar, la hipótesis ruano registra el fonema /s/ por el solo hecho de
sigue siendo válida universalmente para y que éste se encuentra en una palabra como An-
dentro del quechua. cash (es decir, [ankas], "oponiéndose" a ancas
el recurso a notaciones como las ofrecidas por qa&,a (recogida por el frlll\ciscano Ráez en la
el dominico, y que no repetiremos aquí. Al res- forma de at-rhua) y -&van, respectivamente.
pecto, diremos que asombra, por su candor, la Lo propio ocurre con el durativo-simultativo,
observación de nuestro colega quechuista En que se registra como -fka: (de paso, el cajamar-
efecto, para evitar caer en apreciaciones inge- quino ofrece un cognado semejante), no obstante
nuas, bastaba mirar, por ejemplo, los materiales darse como --cka: en la mayoría de las hablas
escritos en lengua náhuatl, idioma que registra del valle. Obsérvese ahora el enigmático sufijo
un uso prolijo de africadas (/ts, t, ti/) en final condicional -é'wan al lado del morfema
de sílaba, y que comenzó a ser escrito por lo conjetural -e . . -el ("" a). Todo ello nos inclina
menos unos cuarenta años antes que el quechua. a pensar que dicho segmento bien pudo haber
Que sepamos, y el lector puede verificarlo, jamás sido una retrofleja, con cambio esporádico a /e/
surgió en estos casos dificultad alguna en rela- en una etapa muy antigua de la evolución de los
ción con la representación de tales consonantes dialectos quechuas.
en la posición indicada. Fuera de ello, ¿acaso no 4. Sobre las sibilantes. Que el quechua lla-
estaban habituados los gramáticos religiosos con mado sureño (o chínchay, según la designación
la escritura del latín y del hebreo? Estas lenguas de Torero), al cual se agrupa el marítimo, distin-
registran (por lo menos en el nivel escrito) la guía dos sibilantes por lo menos hasta fines del
/t/ y la /t/ finales, respectivamente. ¿Debemos s. XVII es algo que nadie discute. A dicha
sostener entonces que los religiosos del norte conclusión puede llegarse no solamente a través
tenían un oído más fino o conocían mejor las de la reconstrucción histórica (aunque sin la
lenguas clásicas que los nuestros o ambas cosas? posibilidad de establecer una cronología abso-
Nada más absurdo, por cierto. luta de la fusión posterior de las mismas en un
Así, pues, debemos concluir que el argumento solo segmento) sino también, afortunadamente
de Torero carece de fundamento y responde, más en este caso, mediante la revisión de la docu-
bien, a una falsa aprensión que llega a su límite mentación colonial. Las discrepancias en tomo
cuando, sin apoyo empírico, sostiene que la al asunto surgen de las hipótesis postuladas en
misma dificultad para representar la /e/ final la la interpretación de la naturaleza fónica de los
tendrían (así, en hipotético) los bilingües segmentos involucrados. Estos, como se dijo,
castellano-quechua alfabetizados (¿los hay, en aparecen registrados de manera sistemática con
principio?), que recurrirían, para consignarla, a los alógrafos <s-, -ss->, por un lado, y <y,
expedientes gráficos similares a los empleados c(e,i),z>, por el otro, en la documentación colo-
por el dominico (¡tras más de 400 años!). En nial del cuzqueño o del quechua general (no la
fin, demostrada la deleznabilidad de las obser- lengua general), de base cuzqueña. Para la
vaciones del comentarista, elaboradas sobre la variedad cuzqueña colonial contamos además con
base de meras suposiciones, queda en pie la la advertencia expresa hecha en la primera década
hipótesis de la lenición de las consonantes en del s. XVII tanto por González Holguín como
posición implosiva como uno de los rasgos por el Inca Garcilaso en el sentido de que ella
tipificadores del quechua costeño, en los térmi- no registraba la letra <x>. Ahora bien, contra lo
nos y alcances señalados en nuestro artículo, lo que Torero cree, el dominico registra de manera
que nos exime de cualquier otro comentario en igualmente consistente tales sibilantes, pero
relación con los ejemplos específicos discutidos consigna además el empleo de <x> (y de otros
por aquél. recursos notacionales más), de manera que ésta
A propósito de la /e/ en final de sílaba, Adelaar suele alternar con la grafía <s-, -ss->. En tales
observa que la reconstrucción que hacemos de condiciones, resulta crucial la interpretación de
una *fe/ retrofleja en la palabra *qacwa 'baile' la naturaleza fónica de la <x>. Y aquí surgen las
y en el sufijo condicional sintético *-fwan se discrepancias.
ve contradicha por las evidencias dialectales Por nuestra parte creemos, y así lo subrayamos
provenientes de su tratamiento por el ancashino, en nuestro artículo, que, gracias a las pesquisas
el pacareño, el tarmeño e incluso el huanca, y de Rowe, Landerman y Mannheim, no cabe la
apunta más bien hacia una */e/ originaria, es menor duda de que dicha grafía debe ser inter-
decir los étimos serían *qacwa y *~wan, res- pretada como una sibilante dorsopalatal, es decir
pectivamente. En efecto, tal pareciera que no /s/. Siendo así, y no existiendo problema alguno
habría duda sobre ello. Sin embargo, la eviden- en interpretar la <y,c(e,i),Z> como una /si dor-
cia dialectal del huanca nos regala formas como sal, quedaba en pie sin embargo la identifica-
audición, resulta consignando una supuesta cía. Después de todo, por nQ_estra parte, como lo
oposición entre dos africadas. Siguiendo su hemos demostrado a lo largo y ancho del libro
mismo raz.onamiento, ¿no podríamos, con Rowe, Lingüística Quechua, al margen de toda hepa-
sostener que también el quechua costeño regis- titis intelectual y sin distingo de nacionalidades
traba consonantes laringalizadas? Salta, pues, a y de ideologías, procuramos practicar aquello
las claras que nuestro comentarista sólo acepta que resume el viejo adagio latino: amicus Plato
aquello que concuerda con sus plllltos de vista sed magls amica veritas.
preformulados, demostrando de esta manera una Para terminar, algunas palabras en tomo a la
postura reacia a toda revisión, sobre todo cuando nota final, inusitadam~nte nostálgica, de Torero.
ésta proviene de personas que no gozan de su Nos quiere decir allí que los temas que tratamos
simpatía. en nuestro artículo no son novedosos, y que él
Semejante actitud, nada científica, se deja ya los había dilucidado con mucha mayor an-
traslucir a lo largo del comentario del men- terioridad (hace cuarenta años). Sólo queremos
cionado quechuista. De esta manera no sólo se recordarle que no somos adivinos para saber que
les regatea méritos a quienes aportaron con su se habría quemado las pestañas trabajando sis-
trabajo antes de 1964 (fecha de aparición del temáticamente(?) en menesteres filológicos. Por
primer artículo de Torero) sino también a ventura, ¿dónde, en qué artículo se discuten los
quienes, posteriormente, y estimulados por sus problemas que hemos venido ventilando en el
planteamientos, contribuyeron a precisarlos, re- trabajo nuestro? ¿Acaso se discute, por ejemplo,
formularlos y ahondarlos. Como si los cono- el problema de las laringalizadas, el de las sibi-
cimientos quechuísticos se hubieran forjado de lantes, el de la lenición consonántica en posi-
la noche a la mañana (ex nlhilo) para estancarse ción implosiva, temas que requerían un trata-
de una vez por todas, en virtud de la labor miento urgente y explícito tras la consulta de la
demiúrgica de una sola persona. Nada de eso: fuente documental? Nada de eso, y, por el
toda ciencia es, sobra decirlo, de naturale:rn contrario, se los obvió como si dichos proble-
cumulativa y hasta los errores y deslices nos mas no existieran o simplemente no fueran
sirven de pauta para no caer en ellos posterior- considerados como tales. El lector podrá sacar
mente . Así, pues, Torero nos recrimina por sus propias inferencias al respecto. Por nuestra
elogiar "reiteradamente" a Rowe por los tem- parte decimos que, quiérase o no, fue Rowe (por
pranos aciertos que tuvo, al lado de naturales favor, al margen de su nacionalidad) quien ini -
desaciertos, en relación con la reconstrucción ció el tipo de reílexiones como las expuestas en
del llamado "inca clásico". Ya antes nos había el presente debate. Lástima que en este caso "el
endilgado el mote de "parkerista". Como To- maestro Raúl Porras" no tuviera un discípulo
rero subraya de manera especial la nacionalidad aprovechado. Y, a propósito de maestros, nunca
de los investigadores del norte, no hace falta estará de más recordar que, entre los atributos
agudizar el ingenio para darse cuenta de qué es de todo buen maestro (de manera que llllO pueda
lo que quiere decirnos finalmente. Como quiera enorgullecerse de él), el dictar clases y el orien-
que Landerman y Mannheim son también tar a los alumnos son seguramente los inex-
norteamericanos, y plantean propuestas que cusables. Estamos seguros de que Porras no
implican la revisión de algunas de las hipótesis habría descuidado tales obligaciones, al margen
del mencionado comentarista, ya puede inferir- de su declarada vocación hispanista, que le hacía
se de qué pie cojea. Es a la luz de dicho com- decir que los quipus eran cordeles que olían "a
portamiento, conocido de todos por lo demás, llama y a puna" y que la Nueva Coronica era
que debemos entenderlo cuando desliza sus producto de una behetría mental embotada por
humores respecto a nuestro volumen de Aula el alcoholismo de su autor. Sic transit gloria
Quechua, que según su opinión, se habría abi- mundi.
erto "sin las debidas precauciones de higiene".
A propósito, debemos preguntarle al comen-
tarista, ¿quién limpia a quién? Huelgan, una vez REFERENCIAS
más, los comentarios. Sólo recordemos lo peli-
groso que resulta hacer "ciencia" en función de
nacionalidades y peor aún obrar de acuerdo a CERRON-PALOMINO, Rodolfo. "Quechua y
simpatías únicamente cuando se nos sigue a pie mochica: lenguas en contacto". Lexis, XII:
juntillas, sin ningún margen para la discrepan- 1, pp. 47-68, 1989.
,.
\
Xavier Albó
l. INTRODUCCION
bilidad de que estos conocimientos ayuden a formular nuevas poJíticas en las que
el hombre andino de hoy pueda sentirse en casa en su propio país y sociedad.
En otras palabras, subrayo aquellas contribuciones que constituyan un aporte
valioso a la elaboración andina de lo que se ha dado en llamar un proyecto
histórico popular. Es inevitable que en esta selección intervengan subjetivamente
mis propias preferencias temáticas y mis limitaciones en el conocimiento de la
literatura pertinente.
En todo el planteamiento entiendo por "andinos" 11 los diversos grupos
socioculturales cuya identidad de alguna manera hace referencia a su ancestral
origen precolonial, aun cuando gran parte de sus rasgos culturales sean producto
de la sociedad colonial y moderna. Sin querer entrar de momento en mayores re-
finamientos, caben aquí tanto comunidades rurales como grupos urbanos más o
menos amestizados, grupos que expresan su identidad a través de esta referencia
y otros que la rechazan pero que mantienen importantes rasgos culturales que se
remontan a su origen étnico-histórico y que determinan que tales grupos sean
distintos de los grupos hegemónicos de la sociedad que los engloba.
La mayor parte de los trabajos de esta recensión proviene del campo de
la antropología social/cultural y de ramas derivadas tales como la etnohistoria,
entendida ésta en el sentido más amplio que abarca también los períodos poste-
riores a la invasión. Pero para dar una visión adecuada dentro del planteamiento
señalado, resulta artificial encerrarse rígidamente en la antropología. Por eso he
incluido también las referencias más significativas a trabajos de historiadores,
sociólogos rurales y -más ocasionalmente- de otros especialistas que se refieren
al mismo universo y temática.
Para estos mismos fines no resultaba en cambio necesario cubrir en
detalle todas las áreas y subdisciplinas atribuidas a la antropología, al menos
dentro de la tradición norteamericana. Por ejemplo, el lector no encontrará aquí
prác-ticamente nada sobre antropología física. En cuanto a la lengua y literatura
andinas -Lema de gran potencial con vistas a la dinamización de una futura pro-
puesta política- el área es tan amplia y especializada que exigiría un estudio
aparte.
Sólo por razones prácticas -a las que no debe darse ninguna implicación
más profunda- me limitaré a analizar el tema únicamente desde Bolivia.
Señalaré, a manera de preámbulo, los avances significativos que mere-
cen ser destacados en el campo docente e institucional.
2. INFRAESTRUCTURA INSTITUCIONAL
2.1. Docencia
Este es un capítulo sumamente breve. Hasta principios de la década de
80, Bolivia no contaba con ningún centro que se ofreciese la carrera de antro-
pología. Los pocos profesionales en este ramo se habían formado en el exterior,
salvo contadísimos discípulos del arqueólogo !barra Grasso, que pasó una tem-
porada en la Universidad San Simón de Cochabamba.
Ultimamente se han creado dos carreras en antropología en las univer-
sidades estatales de La Paz (San Andrés) y Oruro, pero aún no han egresado pro-
fesionales titulados. Ambas carreras se enfrentan a serios problemas para con-
seguir personal docente idóneo y desarrollar los demás recursos necesarios. Dada
la cercanía entre las dos ciudades, habría sido mejor empezar sólo con una
carrera, mejor dotada de recursos humanos y materiales.
Hay otras dos ofertas que, sin dedicarse estrictamente a la formación
antropológica, se abren a esta dimensión. La primera es el Taller de Historia Oral
Andina (THOA) que se ofrece en la carrera de historia de la Universidad Mayor
San Andrés de La Paz. El Taller cumple un rol importante en la capacitación
en etnohistoria y su énfasis especial es en alumnos de extracción aymara. La
segunda opción la brinda el ISET (Instituto Superior de Estudios Teológicos), en
Cochabamba, sobre todo en los departamentos de filosofía y estudios religiosos,
donde se ha presentado un número significativo de tesis sobre diversos aspectos
de la realidad indígena del país.
Finalmente, desde 1990 la sede boliviana de la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales (FLACSO) ha iniciado un diplomado en antropología andina,
concebido sobre todo para nivel de postgrado. Esta es, por el momento, la oferta
más coherente y calificada, pues ha logrado reunir a especialistas de reconocida
solvencia internacional. Pero es también la más cara. Esperemos que la propuesta
pueda consolidarse y hacerse razonablemente accesible a todos.
más facilidades. \
La institución más directamente especializada en antropológfa es el Museo
de Etnografía y Folklore (MUSEF) en La Paz que ocasionalmente ha cobijado
a investigadores para fines bastante específicos. Entre las demás cabe citar al
Centro de Estudios de la Realidad Económico-Social (CERES) en Cochabamba
(y antes también en La Paz), que ha conformado un equipo interdisciplinario en
ciencias sociales. Lamentablemente durante los últimos af'íos, dificultades finan-
cieras y de otras índoles dispersaron a muchos miembros <lel anterior equipo y
esta institución se ha visto en la actualidad obligada a reducir notablemente su
volumen de operación. El Centro de Investigación y Promoción del Campesi-
nado (CIPCA) -con oficinas en La Paz, Cochabamba y el Oriente del país- ha
producido también numerosos estudios. Su enfoque se concentra más en la in-
vestigación-acción, dentro de una perspectiva igualmente interdisciplinaria.
En La Paz hay, finalmente, dos centros cuyo origen es más político-
indianista que demuestran cierta preocupación por la investigación. Se trata del
Centro Chitakolla que publica el Boletín del mismo y del centro CADA, de
reciente fundación, que hasta ahora ha publicado la tesis de maestría de uno de
sus miembros.
El panorama de bibliotecas es un tanto más alentador. Existen, por el
momento, tres bibliotrecas que se distinguen por un nivel razonable de especiali-
zación en la problemática andina: en La Paz, las del MUSEF y del CIPCA, y la
Biblioteca Etnológica de los Padres Agustinos en Cochabamba. En todos los
casos se trata de colecciones reducidas -unos pocos miles de documentos- pero
bien seleccionadas y muy significativas dadas las pocas facilid ades existentes en
Bolivia.
En la biblioteca del MUSEF, además de las secciones tradicionales de
libros, existe una buena colección de tesis norteamericanas microfilmadas y una
sección especial de cassettes con grabaciones de eventos. En la de CIPCA se ha
computarizado la sección de libros bolivianos y latinoamericanos pero todavía
no la parte más rica y única de artículos fotocopiados y separatas, conseguidos
de diversas bibliotecas en el exterior. La tercera biblioteca, que funciona actual-
mente dentro del ISET, ha logrado recuperar también para el país fotocopias de
muchos artículos pertinentes, sobre todo a partir de bibliotecas de la Europa
central y occidental. Las dos primeras forman parte de una red de bibliote-
cas, limitada de momento al intercambio de información pero aún no al de docu-
mentos.
El estudioso deberá sin duda consultar otras colecciones empezando por
el excelente repositorio de la Biblioteca y Archivo Nacional de Sucre, tan bien
cuidado por su director, Gunnar Mendoza. Le será especialmente útil la biblio-
teca de CERES en Cochabamba y la que actualmente se está formando en
FLACSO, La Paz, así como los centros de documentación más contemporáneos
de CEDOIN (La Paz) y CEDIB (Cochabamba). Pero en ninguno de estos casos
se advierte una concentración específica en el campo de la antropología.
2.3. Publicaciones
3. EL PASADO PRECOLONIAL
atención sobre la dotación de tierras a los uru, que no serían por tanto tan
marginales. La ya publicada visita de Pocona -del siglo XVII- muestra la pos-
terior dispersión de los mitmakuna estatales de Cochabamba. Todo ello nos
ayuda a comprender mejor, incluso hoy, ciertas características distintivas del
"qhochala" (Albó 1987b).
Tiwanaku sigue siendo considerado por todos como el símbolo de la
gran unidad y los logros aymaras del pasado. Es, sin embargo, aún poco lo que
sabemos sobre este lugar. Murra (1988) sefiala que ni siquiera sabemos si sus
habitantes realmente hablaban aymara. El arqueólogo Pereira (1987) afiade:
división (urqu/umasuyu), conceptos ambos que cubren buena parte del futuro
territorio boliviano andino. Los nuevos estudios de lingüística histórica de Torero
(] 987) abren una pista complementaria que ha generado ya un encendido debate.
Existe ahora mayor evidencia de que, en medio de las semejanzas, cada
etnia posee particularidades; y hay que ser mucho más cuidadosos antes de ex-
trapolar generalizaciones a partir de un solo caso conocido como, por ejemplo,
el de los lupaqa. Hay además bastante información complementaria que aún no
se publica. Por ejemplo, cada investigador de determinada .etnia va encontrando
deficiencias en el mapa étnico divulgado por Bouysse, pero nadie ha publicado
aún otro más actualizado.
Dentro de estos conocimientos más localizados el principal vacío es
quizás la ausencia de estudios recientes sobre los pakasa (o pacajes), una de las
principales "naciones" aymaras. Y uno de los grupos hasta ahora más misterio-
sos sigue siendo el de los chuy, de los valles cochabambinos; sobre estos últimos
esperemos los resultados de las investigaciones que actualmente realiza Rossana
Barragán.
Para este período me limitaré a señalar un punto que podría ser funda-
mental para cualquier planteamiento con vistas al futuro, más las tareas inves-
tigativas prioritarias que de él se derivan. Para otros aspectos me remito a tantas
otras recensiones existentes sobre el período colonial. El punto central puede
formularse como pregunta: ¿Hasta qué punto hay continuidad entre el Tawantin-
suyu y la Colonia?
El criterio decisivo sería que durante todo ese tiempo habria persistido
un esquema dual con el Estado envolvente y "único propietario de las tierras" y
"único habilitado para traer la paz", por un lado, y las unidades inferiores (ayllu,
comunidades ... ) fundamentalmente aceptadas como tales pero reducidas a "simples
usufructuarios" de sus tierras, por el otro. El gran corte se producirla a fines del
siglo XIX con los persistentes esfuerzos estatales por suprimir las comunidades
y la creciente búsqueda de un Estado mucho más uniformizado. En cambio en
el fondo, desde la perspectiva de los oprimidos, no habria gran diferencia entre
el Estado "despótico" Inka y el posterior estado colonial. En buena medida
Tristan Plan (1982, 1988) parece adherirse a esta propuesta.
Hay ciertos fundamentos para tal análisis. Si nos colocamos en una
perspectiva andina, desde la misma comunidad, es evidente que la aceptación o
no de su propia realidad por parte del Estado es cuestión de vida o muerte que
supone, un hito importante para una periodización de su historia. Muy ligada a
este hecho está la persistencia o no de autoridades andinas (kuraka u otros
nombres locales), el mantenimiento siquiera parcial del acceso a microclimas
distantes, etc. En el nivel simbólico, la continuidad Inka-Rey (lnkari) o aquella
entre el Sol inka y el Dios cristiano apoyan también este enfoque.
No hay duda sobre la importancia de la ruptura qie se produjo a fines del
siglo XIX para marcar períodos distintos antes y después del asalto masivo del
Estado republicano tardío sobre las comunidades, herederas del antiguo ayllu.
Pero pensamos que un excesivo énfasis en la continuidad Inka-Colonia puede
llevar a desvirtuar la importancia de otros grandes cambios ocurridos.
En lo político, para empezar, hay ya un cambio muy radical entre el
ayllu precolonial y su supervivencia sólo parcial en las "comunidades" reducidas,
inspiradas en el modelo castellano; es un paso "de la filiación a la residencia",
como lo caracteriza el mismo Saignes (1978). Desde entonces, aquel cambio ha
generado una creciente desestructuración del ayllu colonial hasta el presente
(Huanca 1984).
Pero más importante es aún el cambio de una articulación entre etnias
diferenciadas y respetadas (aun con procesos de conquista y dominación), a una
sociedad totalmente dual y asimétrica de "españoles" (más mestizos y negros) en
un polo y una "india9a" indiferenciada, como casta o estamento, en el otro. Este
cambio se inició con la invasión, sobre todo a partir de las reformas toledanas,
y quedó plenamente consumado hacia medio siglo XVIII. Otros cambios en el
estilo de tributación (de la ficción de reciprocidad al señorio del Rey), en los cre-
cientes procesos de mestizaje biológico y cultural, en el rol cada vez más ambiguo
de las autoridades indígenas, o en la reducción de sus roles al área meramente
ceremonial ... se entienden mejor a la luz de lo dicho.
El abismo entre Inkanato y Colonia es aún más notable en la esfera
ideológica. Entre el conquistador Inka y los pueblos conquistados había continui-
ideológica. Pienso, por ejemplo, en los análisis de Manuel Burga sobre la evo-
lución de mitos en el siglo XVIII (en Moreno y Salomon, en prensa). Otra pista
interesante la podrían proporcionar los estudios de sociolingüística histórica.
También en esta perspectiva resulta clave el fenómeno potosino, que tiende a
borrar las distinciones que existían anteriormente entre entidades. Pero estos son
temas hasta ahora inexplorados al menos en el territorio del Charcas colonial.
Con estudios como los propuestos entenderíamos mejor, por ejemplo,
cómo la actual "nación aymara", que inspira uno de los más significativos inten-
tos autóctonos de proyecto andino alternativo, es en el fondo hechura colonial
(Albó 1987a).
En lo político
Los aspectos más conocidos del funcionamiento de tal república se refieren
a sus relaciones con la sociedad colonial, por haber generado éstas mayor docu-
mentación. Ultimamente ha existido un interés especial en el estudio de los
kurakas y demás autoridades comunales (Choque 1979, 1980, 1987, 1989; Murra
1977; Rivera 1978, entre otros), por su papel de intermediarios natos entre la
república de indios y la de espafíoles. Otro tema clásico ha sido e1 de los tributos
(Sánchez Albornoz 1978) y, de ahí, la demografía histórica (Boccolini-Jiménez
1979, Bouysse 1976, Bouysse 1976, Klein 1975). Muchos de los estudios a los
que nos referiremos en la tercera parte. de este trabajo incluyen secciones dedi-
cadas a las épocas coloniales.
Pero incluso en este aspecto de las relaciones con la sociedad global
quedan aún muchos archivos y ayllus poco tocados y persisten muchos inte-
rrogantes. Por ejemplo, aún comprendemos poco la j.erarquización existente entre
los diversos kurakas o el sentido interno comunal de las diversas categorías
fiscales (originarios, forasteros ... ).
Se ha explorado menos por la complejidad que presenta el funciona-
miento interno de estos ayllus y comunidades coloniales. Pero éste es, a la vez,
uno de los campos que podría arrojar más luz para un proyecto político andino.
Un punto particularmente importante en él es la combinación de cargos heredi-
tarios y cargos por tumo, dentro de una dialéctica entre poder y reciprocidad. ¿Se
trata sólo de diversos niveles jerárquicos? ¿Guarda correlación con la mayor o
menor influencia de las esferas superiores? Ligado al tema anterior está el de la
estratificación interna dentro de las comunidades coloniales.
En lo económico
la Guerra del Chaco (1932-35), subrayando sobre todo cómo en la región andina
proseguía entonces una guerra interna paralela a cargo de las comunidades; en
su libro incluye también una de las primeras descripciones de la rebelión de
Chayanta en 1927.
En el nivel metodológico la ya citada labor del THOA supone también
un importante salto cualitativo tanto por la incorporación de investigadores de
origen autóctono andino cuanto por su recurso combinado a los documentos de
archivos, de las comunidades y a la historia oral (ver Historia Oral 1986).
Aunque es todavía escaso el material publicado, es bueno citar el nombre de
algunos de esos noveles historiadores aymaras: Ramón Conde, María Eugenia
Choque, Carlos Mamani, Esteban Ticona... En un plano más popular pero no
menos significativo, esta reconstrucción de la cara oculta de la historia andina
reciente va dando lugar a otro tipo de materiales tales como las radionovelas
histórica~ que a su vez han generado concursos de historia oral (ver la recopi-
lación de Qhana 1986; Inda 1987).
1990; Rivera 1984, reducida al último siglo). Aunque todavía no ha podido ser
publicada (pese a una recomendación del tribunal), merece una mención especial
la tesis del sociólogo Tomás Huanca (1984) que presenta una visión global de
la evolución del ayllu a través del tiempo. El autor, de origen aymara, muestra
al mismo tiempo las transformaciones sufridas por esta institución ancestral y las
posibilidades de que todavía sirva de base para un proyecto aymara.
En estas investigaciones más cercanas en el tiempo resulta altamente
recomendable profundizar la metodología introducida sobre todo por el THOA,
donde es activa la participación de estudiosos de origen andino y de las
comunidades y zonas implicadas. Los investigadores le conceden alta prioridad
al retomo de los resultados a la misma población andina y a sus organizaciones.
Al quedar así involucrados, estos comunarios de base no sólo recuperan su
propia historia e identidad, sino que además pueden adquirir un método de análisis
estructural de su realidad y utilizarlo después en la elaboración de un proyecto
histórico propio. Estas épocas recientes, aún no tan distantes en el tiempo, son
las que mejor permiten trazar un puente entre "recuperar la historia" perdida en
las versiones oficiales y "hacer historia".
Las ya citadas autobiografías de testigos de base, sean o no protagonis-
tas, es también una metodología alternativa que funciona como contrapunto a las
versiones oficiales de la historia, la prensa y otras fuentes ordinariamente con-
troladas por los sectores dominantes de la sociedad. Este camino no pretende
sustituir a los otros, más convencionales, pero ciertamente permite relativizarlos
y complementarlos. Vale la pena continuar en esta línea en la que ya existen
buenos resultados.
6. ESTUDIOS CONTEMPORANEOS
1983, entre otros) y sobre todo la obra colectiva La fuerza histórica del campesi-
nado (Calderón-Dandler, eds. 1984, 1986) que, con su análisis de diversas situa-
ciones pasadas y presentes, nos permite ponderar mejor las viabilidades de un
proyecto alternativo para el futuro.
Tienen también un mérito muy particular el ya citado aymara pacefio
Mauricio Mamani y el quechua potosino Juan Tarrico. Ambos se iniciaron como
colaboradores de otros pero poco a poco fueron desarrollando su propia perso-
nalidad como investigadores. Mamani -que siguió asociado a Carter hasta la
muerte de este último- nos ha entregado además varios trabajos ricos por su
experiencia personal sobre tecnologías productivas aymaras (Mamani 1978, 1988;
ver Hatch, ed. 1983). tarrico -que se inició en los estudios del Consejo Nacional
de Reforma Agraria- posteriormente pasó al equipo interdisciplinario de CERES,
donde ha participado en diversas investigaciones sobre Cochabamba tales como,
por ejemplo, aquella sobre la rebelión de Ayopaya en 1947 (con Dandler, 1984).
Algo más tardíamente, sobre todo a partir de los afios setenta, ha surgido
un nuevo interés en la Bolivia andina por lo que tiene de específico precisamente
como andina. Se trata de una nueva generación, desligada ya de la problemática
de la reforma agraria e interesada más bien en aquellas regiones del país en que
mejor se mantuvieron las comunidades y ayllus. Si los primeros enfatizaban el
cambio y la adaptación a las circunstancias más contemporáneas, éstos buscan
-a través de la etnohistoria, de la historia y del análisis de lo contemporáneo- las
continuidades andinas. También les interesa la acomodación a nuevas situa-
ciones -desde la Colonia hasta hoy- pero examinando en ellas cómo funcionan
la lógica y las estructuras andinas.
De manera directa o indirecta, en Bolivia el principal inspirador de esta
corriente ha sido John Murra, aunque después -dentro de este enfoque global-
cada autor haya desarrollado su propia línea teórica. Otros investigadores con-
sagrados de lo andino -como Rowe, Trimbom o Zuidema- apenas han creado
escuela en Bolivia, tal vez por el mayor interés de éstos por lo Inka y por las
variedades andinas peruanas.
Este segundo conjunto de investigadores, cada vez más numeroso, tiene
un origen más intemacionaJ que el primero y ha mantenido un interés más
permanente en el estudio de nuestra realidad andina. El primer grupo provino de
Gran Bretafia; Tristañ Plan y Olivia Harris. Después se les unieron franceses
(Nathan Wachtel, Thierry Saignes, Thérese Bouysse-Cassagne, Gilles Riviere),
norteamericanos (los esposos Roger Rasnake e Inge Harman, Thomas Aber-
crombie y Mary Dillon), chilenos (los esposos Gabriel Martínez y Verónica
Cereceda) y -por supuesto- bolivianos y bolivianizados, como el equipo de ASUR
(los dos Ramiro Malina y los citados Marúnez-Cereceda), la polifacética Silvia
Rivera, el vasc~-boliviano Xavier Izko o el catalán-boliviano Xavier Albó ...
Es también patente la influencia de este segundo enfoque más andino en
Queda un área tem ática cada vez más importante que no encaja fácil -
mente en las clasificaciones precedentes. A sabe r, las adaptaciones de lo andino
a circunstancias nuevas, poco tradi cionales, sobre todo fuera del sector rural. Me
fijaré en cuatro escenarios: el mundo minero, la ciudad, la colonización en la
frontera agrícola y la presencia de nuevas reli giones.
Mundo minero
en contextos distintos Nash (1970, 1979) -base etnográfica indirecta para las
controvertidas teorizaciones de Taussig (1980)- y Platt (1983). Nash llega a
afirmar que en esta base cultural andina, expresada en interior mina, está la raiz
de la fuerza política de los mineros; en otro contexto, Wachtel (1976) ha plan-
teado algo semejante a propósito de los "diablos" del Carnaval en la ciudad
minera de Oruro.
Los estudios antropológicos de las minas bolivianas tienen muchas
dimensiones y posibilidades. Si Nash se concentró en la gran minerla estatal, su
discípula Widerkeher (1975) muestra más bien lo que ocurre cuando dichas
empresas pierden productividad y son recuperadas por "cooperativas" mineras,
más estratificadas que cooperantes. Godoy (1981, 1988) a su vez fue el primero
en analizar a fondo lo que ocurre en minas chicas, mucho más ligadas a la vida
de los ayllus del contorno. Finalmente, Delgado (1987) logra proponer una visión
comparativa más global, aunque limitada a las minas estatales.
La ciudad
Colonización
El tercer escenario -la colonización en nuevos asentamientos de la fron-
tera agrícola- sigue siendo rural pero suele implicar una notable ruptura con el
mundo tradicional andino, tanto por los nuevos contextos y ecologías en que se
realiza como por la nueva cosmovisión que allí se fomenta.
La mayor continuidad y complementariedad con la cultura original se da
en las áreas de colonización -antigua y reciente- dentro del departamento de La
Paz. Allí los inmigrantes aymaras suelen mantener bastantes vínculos con sus
lugares de origen. La parte asentada desde antiguo -los Yungas- ya no mantiene
la fonna tradicional de acceso a varios pisos ecológicos y más bien se incorporó
desde antiguo al mercado, sobre todo de coca. De esta forma, ha desarrollado su
estilo propio de cultura aymara, el cual ha sido objeto de varios estudios (CIPCA
1976, 1977; M.B . Leons 1966). La coexistencia allí de aymaras y negros crea a
su vez fonnas especiales de relaciones sociales, mediatizadas sobre todo a través
del compadrazgo, estudiadas por William Leons (1972, 1976).
Fuera de esta región específica, la inmensa mayoría de estudios sobre
nuevas áreas de colonización suelen limitarse a aspectos socioeconómicos con
sólo alusiones muy pasajeras a la dimensión cultural(8). Las principales ex-
cepciones con Stearman (1987), centrada en las relaciones interétnicas entre
"coll as" (= andinos) y "cambas" (= cruceños) en el Norte de Santa Cruz); los
esposos Weil (1980) y Hess -interesados en las estrategias de supervivencia del
recién llegado-; y Gill (1987), uno de los pocos estudios con amplias referencias
a la sociedad global en que se inserta el nuevo colonizador.
El boom de la coca en los nuevos asentamientos del Chapare ha sido
objeto de muchos documentos y estudios sobre todo por parte de las agencias
antinarcóticos. Pero no se ha publicado hasta ahora ningún estudio que se con-
centre en los aspectos culturales del fenómeno.
Nuevas religiones
estas particularidades. El ideal es, pues, que sea cual fuere el tema, se incluya
una dimensión "etno-". En otras palabras, si se buscan investigadones realmente
útiles, éstas deberían tender a ser interdisciplinarias o -como dicen los anglo-
sajones- "hyphenated".
Esta necesidad se da en todos los campos, pues en todos ellos es nece-
sario conjugar la experiencia y la sabiduría tradicional local con los nuevos
avances llegados de otras partes, hacia la búsqueda de una nueva síntesis. El
avance de los pueblos andinos debe cimentarse en sus raíces para, desde ellas,
seguirse proyectando y abriendo a los nuevos desafí9s del futuro. Pero aquí sólo
me fijaré en algunos campos en los que la colaboración interdisciplinaria es más
prometedora y urgente.
Hasta hoy los vínculos más fructíferos en esta dirección se han dado
entre historiadores y antropólogos. Desde una y otra vertiente, han ido aumen-
tando los estudios etnohistóricos, que nos ayudan a comprender los procesos de
cambio en lo "andino". Los contactos son, en cambio, más débiles en las otras
ciencias sociales, salvo tal vez por parte de antropólogos que han incursionado
en las cercanas disciplinas de la sociología rural y la políúca campesina-india-
nista . Sin embargo, son muchas las búsquedas actuales que se beneficiarían de
un ma yor intercambio entre las diversas ciencias sociales tales como la antropo-
logía, la sociología, las ciencias políticas y el derecho.
Las páginas precedentes nos han recordado ejemplos como el vasto debate
sobre la relación entre organización sindical y comunal; o una nueva formulación
de las rel ac iones entre clase y etnia, o entre etnia, nación y estado; o -finalmente-
el futuro de una identidad cultural (étnica y nacional) ante los procesos mi gra-
torios a coloni / ación y, sobre todo, a los centros urbanos.
Otro campo importante pero virgen es el diálogo entre antropólogos y
juristas. En el diálogo académico, Bolivia está a la zaga de otros países como
México y Perú y su legislación es mucho más anticuada que la de otros países
con menor problemática indígena como, por ejemplo, Brasil. Sin embargo, este
diálogo es indi spensable tanto para una mejor comprensión de lo que los ju ristas
llaman derecho consuetudinario como para la elaboración de leyes que permitan
la incorporación propia y la plena realización de cada grupo cultural en el concierto
de países sin que ello implique la pérdida de su propia identidad.
Si consideramos la dimensión cultural de un proyecto histórico popular,
hay también un gran potencial en los estudios interdisciplinarios entre antropólo-
gos y los especialistas en ciencias religiosas, incluidos los teólogos. Se va
superando ya el debate estéril sobre qué es barniz de qué entre los elementos de
la religión andina original y los traídos por el cristianismo europeo. De esta
fonna , empieza a ser posible analizar los límites y las potencialidades del com-
ponente religioso tal como se da de hecho en los pueblos andinos actuales. Tam-
bién aquí existe la doble dimensión: comprensión de la realidad y potencial
reli gioso de la cultura andina y reconocimiento de esta religión propia por parte
de las religiones dominantes. Con frecuencia, el mundo de las creencias es uno
de los últimos baluartes del colonialismo, incluso en sectores de iglesia que, por
lo demás, se sienten muy solidarios con la causa indígena. Aunque tardíos, hay
últimamente avances en este campo pero es aún mucho el camino por recorrer
tanto en el nivel teórico y académico como en la práctica.
Pero el diálogo más difícil y a la vez el más indispensable es el que
tendría por interlocutores a la antropología (aquí, idealmente, agrupada con las
demás ciencias sociales) y a la economía (con las ciencias tecnológicas).
La base de cualquier participación sólida de los pueblos andinos, hoy
marginados, en la sociedad y el Estado es que tengan fuerza económica. Para ello
no pueden limitarse a recuperar en todo su vigor las tecnologías tradicionales,
por mucho que hubieren sido adecuadas en su momento histórico y encierren una
sabiduría y unas intuiciones aún mal aprovechadas con vistas al futuro. Tampoco
sería un camino apropiado limitarse a copiar sin más lo llegado de otras partes,
por mucho que sea el último grito de la técnica. La fórmula debe pasar por un
diálogo serio y creativo entre estas dos fuentes de conocimiento, no sólo para
cotejar y, en lo posible, compaginar dos fuentes tecnológicas sino también para
asegurar que el avance en poder económico no destruya sino más bien consolide
la cohesión e identidad de estos pueblos andinos.
la misma cultura que estudian, por lo que tienen más claves para interpretarla.
Además, en su mayor parte se interesan en su mundo para hacer nuevas propues-
tas a la sociedad propia y global. Pero suelen tener menores recursos y menor
formación académica y más dificultades para un análisis desapasionado. Des-
criben antes que analizar. Y, por su cercanía emocional, corren el peligro de ver
sólo lo que desean ver, idealizando los rasgos positivos de lo que les pertenece
y ocultando el lado negativo.
Las ventajas y las limitaciones de cada estilo podrían en gran medida
neutralizarse si se recurriera a un mayor intercambio entre los tres grupos. El re-
sultado sería una investigación inevitablemente abocada a una acción. Pero ya no
por el clásico enfoque de una "investigación aplicada" sino por un permanente
cotejo dialéctico entre las diversas perspectivas.
En realidad, sería muy oportuno agregar un cuarto participante e inter-
locutor, las propias poblaciones "estudiadas", usando para ello las diversas técni-
cas de la llamada investigación participativa, entre las que figuran historias ora-
les, autodiagnósticos, sociodramas y el retorno de los resultados para su crítica ..).
Esto rebasa los límites de la mera participación pasiva -ser interrogados u obser-
vados- o de la clásica observación participante del antropólogo. El "observado"
deja de ser tal gracias a la participación activa y se convierte en coautor pleno
de la búsqueda. De esta fomia, no sólo se superan lagunas sino que también se
modifica el disefio global y se hace que varie la asignación de prioridades. Y es
más fácil que el investigador extraño -por calificado que esté profesionalmente-
llegue por fin a ocupar su verdadero rol: el de apoyo, y no el de protagonista.
Xavier Albó
CIPCA
Casilla 283
La Paz, Bolivia
NOTAS
(1) Existen además otras bibliografías especializadas como la de Flores Ochoa (1983) sobre
pastores de auquénidos, la de Briggs (1979) sobre lengua aymara o la más antigua de Albó-
Cárdenas (1974) sobre la parte rural del departamento de La Paz.
(2) Por ejemplo, las bibliografías del Land Tenure Center de la Universidad de Wisconsin,
y Albó 1979.
(3) No faltan tampoco ejemplos del sector minero: Rojas-Nash 1976; Nash-Roca 1976; Chun-
gara-Viezzer 1977.
(4) Remito a la bibliografía para una muestra que no llega a ser exhaustiva de las contribuciones
más significativas _de estos autores.
(5) Para una visión más enciclopédica de publicaciones recientes sobre el universo religioso,
remito a Berg (1985, 1990), no sin dejar constancia explícita de la voluminosa y muy bien
presentada obra de la médico psicóloga lna Rosing (1987s) sobre el ritual Kallawaya
(6) Harris-Larson-Tandeter, eds. 1987; Stern, ed. 1987; Moreno-Salomon, eds. en prensa.
(7) Ver Albó 1989b y los recientes debates en Revista Andina: De la Cadena 1986, Izko 1986,
Cotlear 198.8, Kervyn-CEDEP 1989.
\
(8) Ver la bibliografía de Blanes-Flores 1982.
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"
\
'
Tradición
y Modernidad
en los Andes
Jean-Paul Deler
RESUMEN
Palabras claves: Análisis del espacio, Andes, Bolivia, modelo gráfico, organi-
zación del espacio.
5. Un efecto de conquista
Diversas condiciones ecológicas específicas (tales como la altura, la
sequedad recurrente, la erosión del suelo); tradiciones históricas (como el arríe-
raje virreinal, los intercambios regionales); el reciente crecimiento demográfico
y las crisis de la economía minera de los últimos
años, se combinaron para hacer de las tierras
altas de la cordillera el origen de fuertes flujos
/
migratorios. A la vieja tradición de las migra-
ciones temporales o definitivas hacia Argentina,
donde existe una fuerte diáspora boliviana, se
añadió en los últimos decenios, el éxodo de
campesinos andinos hacia las ciudades más
dinámicas y hacia las áreas de colonización,
controladas por dichos centros urbanos. A esas
fronteras de la colonización del trópico que abas-
' tecen ahora el mercado nacional, se suman las
zonas fronterizas donde una colonización más
estratégica busca un mejor control del espacio nacional , el cual continúa siendo
debilitado por perniciosas amenazas en contra de la identidad boliviana tales
como el separatismo.
/:i 1
1
.
1
1
• 1880 a 1910
• Ctclo del caucho
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1
• 1880 • 1950 ·
• Ciclo del est•ño
• POTOSI/SUCRE, La Paz • TRIN!DAO, La Paz • LA PAZ / ORURO, Potas,'
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B
• 1950 a 1980
U±J
• Años 1980
• Ciclo de los hidrocarburos • Ciclo de la cocafn•
• SANTA CRUZ, La P•z . SANTA CRUZ, La Paz, Trinidad
del archipiélago minero, para hacer de la zona el foco de Uf\ poderoso movi-
miento de emigración. "
- El departamento de La Paz -prescindiendo de la provincia baja, fores-
tal y norteña de Iturralde- junto con la franja estañífera del departamento de
Oruro y la parte minera del Norte Potosí y del Noroeste de Cochabamba, con-
fonna el cuadrante noroccidental (2) del modelo. La zona con un 35% de la
población nacional y La Paz, centro urbano de 1 millón de habitantes, que po-
lariza un espacio profundamente marcado por la realidad cultural y social aymara
ofrece una gran variedad ecológica, desde la cuenca del lago hasta las yungas y
se beneficia del mercado y polo de actividad capitalino. Sin embargo, la crisis
de la minería afecta desde hace mucho tiempo a Oruro y su región.
El departamento de Santa Cruz corresponde en lo esencial al cuadrante
sur oriental (3) del modelo. Cuenta con un 20% de la población nacional y el
muy dinámico polo urbano de Santa Cruz de la Sierra (medio millón de habitan-
tes). Especie de "Far-east" tropical, la zona aparece como un verdadero labora-
torio de las distintas fonnas de colonización agrícola, y de los diversos tipos de
inteiVención económica. Con sus recursos en hidrocarburos, el área sacó gran
ventaja de una importante renta regional. Existe además un poderoso tropismo
brasileño y, a la "sombra" del potente país vecino, florecen el contrabando y un
aprovechamiento anárquico de los recursos naturales; las FF AA juegan un papel
determinante en el control de la organización del espacio, en una zona fronteriza
que conoce de fuertes tendencias regionalistas y centrífugas. Hoy día el di-
namismo del desarrollo cruceño parece debilitado por el peso creciente de la
economía de la coca.
- El cuadrante nororiental reúne los dos departamentos del Beni y de
Pando, junto con la parte amazónica del departamento de La Paz. Agrupa sola-
mente un 6% de la población nacional y el polo urbano de Trinidad se acerca a
los 50,000 habitantes. Tanto hoy, con la ganadería, como a fines del siglo XIX,
durante la era del caucho, sigue siendo una zona de economía extensiva. Fuera
de la navegación fluvial y del transporte aéreo, las comunicaciones no facilitan
la integración regional de un espacio siempre más ligado a la región cruceña.
- Completando la división estructural en cuadrantes, el departamento de
Cochabamba, único departamento sin frontera internacional, pero sí limítrofe de
6 de los otros 8 departamentos del país, ocupa una posición de "periferia central"
(R. Laserna, 1984) en vía de integración. Cuenta con un 15% de la población
nacional y dispone con Cochabamba (un cuarto de millón de habitantes) de un
polo dinámico "equidistante" de La Paz y Santa Cruz. El piso ecológico del
valle, "intermedio" entre el altiplano y el trópico, favorece las fuertes densidades
de población, y mantiene la tradición,cte "granero". La dinámica local se bene-
ficia del desarrollo del mercado interno boliviano, aprovechando un sistema pro-
ductivo muy eficiente que combina la producción campesina con la densa red de
mercados y ferias y la organización del transporte.
Jean-Paul Deler
CEG ET-C.N .R.S.
33405 Talance Cedex
Francia
NOTAS
(1) Este artículo es una versión revisada y ampliada del artículo: L'organisation de l'espace
bolivien, essal de modéllsatlon, publicado en la revista internacional de cartografía MAP-
PEMONDE (1986/4). Corresponde a investigaciones desarrolladas en el marco del nuevo
proyecto de Geografía Universal cuya publicación en 10 volúmenes está planificada para el
período 1988-1990, por el G.I.P. RECLUS, Agrupamiento de Interés Público, dirigido por
Roger BRUNET, y financiado por Ministerios, Entidades Públicas y Colectividades locales
de Francia. El volumen dedicado a América Latina y el Caribe, preparado bajo la dirección
de Claude BATAILLON, Jean-Paul DELER y Hervé THERY, investigadores del CNRS,
cuenta con la colaboración de destacados geógrafos franceses, todos especialistas con larga
experiencia profesional y de investigación en los distintos países del área; este volumen de
la colección, el tercero, se publicará en el primer semestre de 1989. Para toda información,
dirigirse a GIP RECLUS, Maison de la Géographie, 17 rue Abbé del 'Epée, 34000 MONTPEL-
LlER, Francia.
(2) Corema (BRUNET, 1980): forma elernerital de organización del espacio, "con referencia a
la raíz griega que habla del espacio y a los elementos de la lingüística y la semiología, con
los cuales existe alguna analogía".
(3) "'Santa Cruz a}pira a ser la capital de Bolivia ... " declara en 1924 el diputado Mariano Saucedo
Villa. Citado por Jean-Pierre LA VAUD.
\
FIG. 1 FIG . 2
MOD~LO TEORICO DE ORGANIZACION DEL ESPACIO MODELO ESPECIFICO DEL ESPACIO BOLIVIANO
100 200km
IJ [I
Fuerte identiddd indi d Mestizd J e cu ltur al
Reservorio demogrdf ico Zona de colonización
Agriculturd CJmpesind . -Agfo.industrid
Pdpd, cef>JdJ, q u inod Yuca, uroz, algodón, c.tñ"d
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l. ESTUDIOS Y DIAGNOSTICO
2. LINGUISTICA Y DIALECTOLOGIA
Quechua
Aimara
Un trabajo de amplia descripción fonológica y gramatical del aimara es
el de Hardman, Vásquez y Yapita (1988). El volumen, que en su conjunto adolece
de cierta falta de unidad, integra trabajos de Briggs (1988) sobre la estructura del
sistema nominal, de Martín (1988) sobre la fonología y de England (1988) sobre
los sufijos verbales derivacionales.
Otros trabajos que destacan son el de Briggs (1987) sobre la lingüística
y literatura aimara; de Hardman (1988) sobre los "postulados lingüísticos"; de
Carvajal (1983) sobre la morfología; de Yapita (1985) sobre la estructura mor-
fológica verbal. Una presentación didáctica y dosificada de aspectos gramati-
cales del aimara se encuentra en Mejía y Herrero (1982).
El Proyecto Experimental de Educación Bilingüe-Puno (PEEB-P 1984)
confeccionó un diccionario aimara-castellano; posteriormente han hecho su
aparición otros dos, aunque menos técnicos: Ayala Loayza (1988) y Deza Gal-
indo (1989).
Una investigación sobre una variante socioprofesional del aimara es la
de Condori (1989), referida al aimara hablado por los locutores de radio en Puno.
Castellano
Después del importante trabajo de Escobar (1978) sobre las variaciones
del castellano en el Peru, disponemos de otras investigaciones en la misma
dirección. Indagaciones sobre el castellano de Lima las encontramos en Me
Lauchlan (1982) sobre el "dequfsmo" y en Caravedo (1983) sobre la variación
contextual de la sibilante.
La presencia del castellano en contextos vernáculo-hablantes ha gen-
3. SOCIOLINGUISTICA APLICADA
1989) del Taller de Nonnalización del Lenguaje Pedagógico para las Lenguas
Andinas, realizado en Santa Cruz, Bolivia; ahí se recomienda llegar a un alfabeto
panandino unificado, elaborar un manual de ortografía y puntuación para las
lenguas andinas, así como refonnular el currículo de la asignatura de ciencias
sociales sobre la base de la historia de los pueblos andinos.
situaciones que requieren el uso del castellano (mayor contacto con la población
urbana, mercado más grande, uso de la televisión).
Leonor Mendoza (1990) estudia el fenómeno de la transferencia de
conocimientos de lectoescritura, no como suele hacerse de la lengua materna
hacia la segunda lengua, sino al revés, de la segunda lengua hacia la lengua
materna. Tomando como muestra nifíos bilingües quechua-castellano, constata
que el niño que maneja dos sistemas diferentes transfiere conocimientos de una
lengua a otra de manera inmediata; que, al ensayar diferentes respuestas a la
escritura de su lengua materna (quechua), los niños elaboran hipótesis concep-
tuales lingüísticas en forma creativa y activa.
· Otro dominio de ensefíanza en la escuela bilingüe es el de las matemáti-
cas. Villavicencio (1983) hace un estudio cuyo objetivo es conocer el manejo de
nociones básicas de matemáticas y sus correspondientes expresiones lingüísticas
en las relaciones sociales de la población quechua y aimara del altiplano puneño.
Además de sus conclusiones sobre los algoritmos de las operaciones fundamen-
tales y sobre las relaciones numéricas y geométrica, figura ésta: "el lenguaje
empleado para nombrar los números se caracteriza por su logicidad como expre-
sión del sistema de numeración decimal. Esto ayudaría a la conceptualización del
valor posicional, en el proceso de aprendizaje de los niños" (p. 135). En esta
misma línea, los trabajos de Arias (1990 y 1990b) apuntan a que el uso de la
lengua materna en la enseñanza de las matemáticas favorece la capacidad de
abstracción de los niños.
La enseñanza de las ciencias naturales ha merecido también algunos
estudios. Dietschy-Scheiterle (1980: 16-22) infonna sobre los resultados de una
investigación realizada en Puno en relación con la puesta en ejecución de la línea
de ciencias naturales; constata, entre otras cosas, la diferencia entre la con-
cepción del mundo que se transmite a los niños en casa y aquella que se les
ofrece en la escuela (p. 21 ). Mayores consideraciones sobre las ciencias naturales
en la educación bilingüe se encuentran en Dietschu-Scheiterle (1987) y Minssen
(1987).
En lo que concierne a la enseñanza de las ciencias histórico-sociales,
encontramos los trabajos de Valiente (1987 y 1989); se constata que, en los
contenidos de los textos actualmente en uso en las escuelas primarias rurales, la
sociedad andina aparece como un sistema de remanentes obsoletos, al mismo
tiempo que indaga por las maneras de integrar la historia local y regional dentro
de la historia nacional, y renovar la enseñanza de la historia, geografía y educa-
ción cívica.
En referencia a los materiales de enseñanza bilingüe, encontramos los
trabajos de Büttner (1986) y Chatry-Komarek (1987); hacen un estudio evalu-
ativo de los libros de lectura y de lenguaje en quechua punefío elaborados por
el Proyecto Experimental de Educación Bilingüe en Puno; abordan, igualmente,
los problemas que acompañan la elaboración de materiales: el alfabeto, el universo
vocabular, las re glas de ortografía y la creación de ténninos en una lengua sin
tradición escrita como es el quechua. Villavicencio (1985) da cuenta de la valí-
S. EVALUACION DE PROYECTOS
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5. Evaluación de proyectos
ANTECEDENTES HISTORICOS
(*) Anteriormente 11.an aparecido dos ensayos sobre el mismo tema: Schaedel y Shimada (1982) y
Burger (1989). Moseley (1983) publicó un resumen sobre el proceso andino.
y la conservación de los bienes del pasado, entre la política cultural del gobierno
y la identidad histórica del pueblo, entre los métodos y técnicas científicas en los
trabajos de campo y la búsqueda fácil de los testimonios por cualquier medio,
entre el trabajo cuidadoso del arqueólogo y la alegre acción de excavar y
coleccionar para los museos. Estamos, en resumidas cuentas, ante el viejo debate
entre la ciencia con ética y el simple hallazgo a como dé lugar. (Bonavia, Cárdenas,
Iriane y Matos, 1980).
En estas dos décadas se multiplicaron los proyectos individuales, prin-
cipalmente orientados a la preparación de tesis de grado. También se organizan
proyectos de gran envergadura, como el de Chanchan (Moseley y Day, 1982),
Ayacucho (MacNeish, 1969, 1971), los de la Universidad de Tokyo, en La
Pampa, Ancash, Huacaloma y Kuntur-Wasi en Cajamarca (Terada,, 1980; Terada
y Onuki, 1982), y muchos otros de menor tamaño, en términos de personal y fi-
nanciamiento.
No se podría pasar por alto el papel que ha jugado en la arqueología
peruana, la llamada "Nueva Arqueología". Esta corriente de tendencia neoposi-
tivista surgió y creció notablemente en los Estados Unidos y atrajo a muchos
investigadores principalmente entre las promociones de los años sesenta a los
ochenta (Binford y Binford, 1968; Binford, 1983; Binford y Sabloff, 1982).
Muchos libros escritos en inglés fueron traducidos al castellano, especialmente
los que tratan sobre metodología (Watson, LeBlanc y Redman, 1984). Para dife-
renciarse de la arqueología tradicional ellos reclaman para esta corriente de
"arqueología procesal", el llamado "método científico" (Hole, 1986).
Muchos seguidores de esta coniente han trabajado en el Perú en el
campo de la arqueología andina. Circunstancialmente, he sido testigo de algunos
de sus trabajos y he leído los proyectos propuestos para estudiar un sitio o un
problema. A primera vista éstos me impresionaron por sus planteamientos y el
rigor teórico de su metodología. Pero algunos años después he visto con cierta
preocupación cómo los "modelos teóricos" propuestos para interpretar los datos
se alejaban cada vez de la realidad, desarticulándose de la información empírica,
o sencillamente pasaban desapercibidos. Entre los arqueólogos nacionales de esa
corriente no han encontrado seguidores.
Tal vez por esta razón las monografías clásicas de la arqueología tradi-
cional (Hole, 1986), como las de Strong y Evans (1952), Willey y Corbett (1954),
por mencionar dos ejemplos, mantienen su vigencia, mientras que trabajos re-
cientes, a poco tiempo de su circulación, han debido rendirse ante las críticas.
En tal sentido, sería importante una reflexión sobre las contribuciones de las dos
tendencias a la arqueología andina: una corriente con soporte de datos y la otra
con datos supuestos.
Como contraparte al neopositivismo, se· desarrolló en Latinoamérica la
"arqueología como ciencia social". En el Perú el movimiento, liderado por
Lumbreras (1981), ha tenido influencia en el medio universitario. Sin embargo,
la mayoría de los estudiantes que se autodefinen como seguidores de esta co-
rriente, todavía no logran encontrar una metodología adecuada para sus trabajos,
tales sean buenas pero, por ahora, los datos son débiles todavía o sencillamente
no existen.
Lynch (1967, 1980) estudió las primeras ocupaciones del Callejón de
Huaylas. Exploró Kishkipunku y más tarde hizo excavaciones en la cueva de
Guitarrero. Aunque sus informes preliminares merecieron serias críticas (Ves-
celius, 1981), principalmente por las perturbaciones que presentaba la estrati-
grafía, el informe final ha resistido mejor a los comentarios. En Guitarrero se
encuentran los más antiguos cultivos conocidos en los Andes, consistentes en
frejoles y calabazas (8,000 A.C.). Con los datos a su alcance, Lynch postuló la
tesis de la trashumancia estacional, costa-sierra. Lamentablemente no se ha
continuado el estudio del modelo propuesto.
Lynch (1980) ha advertido también que los componentes culturales entre
las punas de Ancash, Junín, hasta Huancavelica, deben formar parte de una
misma tradición. Se trata de los primitivos cazadores y recolectores que habi-
taron las cuevas y más tarde, hacia los 3,500 A.C., se agruparon en campamentos
abiertos como Ondores (Matos, 1975), Quishkipunku (Lynch, 1967) y Ambo
(Ravines, 1965).
El empeño en la investigación sobre la costa, característico de las déca-
das pasadas, ha disminuido dramáticamente. Los proyectos sobre el precerámico
son pocos. A las investigaciones de Lanning (1965) Lanning y Patterson (1967)
en la costa central, cada uno de ellos con importante producción bibliográfica,
le siguieron algunos proyectos como los llevados a cabo por Bonavia (1982),
Chauchat (1977), Uceda (1986), Dillehay, Netherly y Rossen ( 1989) y los que
realiza el Proyecto Contisuyo en Moquegua (Watanabe, Moseley y Cabieses,
1990).
El establecimiento precerámico que asombró por la magnitud de sus
edificaciones fue El Aspero, estudiado por Feldman (1980) y considerado por él
como una arquitectura corporativa. Esto implica la diferenciación de clases sociales
y una compleja organización del trabajo. El establecimiento tiene 13 Has. de área
consuuida y el edificio central se compone de 6 plataformas.
Las Salinas de Chao, sitio estudiado por Cárdenas (1977-78) y Alva
(1978), ostenta 8 Has. de área construida. Sus edificios se suman a los conocidos
como Huaca Prieta, Río Seco y El Paraíso o Chuquitanta, estudiados hace tiempo
por Bird (1948) y Engel (1966), respectivamente. Este último sitio ha dado lugar
a que se formulen más preguntas que respuestas acerca de su naturaleza y su
antigüedad real. Quilter (1985) realizó otro estudio del establecimiento en donde
propone que el edificio es un asentamiento ceremonial, quizás coparticipante de
la "tradición religiosa Kotosh" al igual que Bandurria, El Aspero, Kotosh y otros
menores de la costa norcentral, con evidencias que suponen diferencias en la
organización social y política. Los nuevos fechados C14 para El Paraíso lo
ubican en el final del precerámico, y quizás en el Período Cerámico Inicial .
En la ~ierra, la edificación monumental del Precerámico Final es el
conocido templo de Los Nichitos en Kotosh (Izumi y Terada, 1972), al cual se
ha sumado la impresionante arquitectura de La Galgada en Ancash (Grieder,
Argentina. Por tanto, la domesticación del frijol común puede haber ocurrido en
cualquier parte de esta extensa región. Sin embargo, los especialistas postulan
la tesis de dos grandes centros de domesticación, uno en Mesoamérica y otro en
los Andes, con un tercer centro menor, posiblemente localizado en Colombia.
En esta distribución geográfica de caracteres genotípicos comunes, los valles
norteños del Perú ocuparían la ubicación central entre Mesoamérica hasta Co-
lombia y los Andes Meridionales (Gepts, 1990).
Estas nuevas observaciones a la luz de la biología molecular mediante
marcadores bioquímicos, definen mejor la diversidad genética y su distribución
fitogeográfica. La novísima metodología, al constatar la existencia de dos gran-
des centros con concentración de genes tanto de P. vulgaris como del P. lunatus,
siguiendo la norma de los indicadores, permiten concluir, que pueden haber
existido dos centros de domesticación independiente, uno en Mesoamérica y otro
en los Andes. En tal sentido, los hallazgos de frijoles en la cueva de Guitarrero,
con la antigüedad de 6,000 A.C. y los encontrados en Zaña en las excavaciones
de T. Dillehay y J. Rossen, con la misma antigüedad (comunicación personal),
pueden corresponder a las primeras especies domesticadas. Sin enfrentar a la te-
sis que sostiene la existencia de varios centros de domesticación del frijol, los
ha-llazgos hechos en los valles peruanos tanto de la costa como de la sierra,
podrian ofrecer informaciones adicionales sobre su temprana utilización en la
dieta.
Las lagenarias del género Cucurbita (zapallos y calabazas), aparecen
también en América desde fases muy tempranas (Whitaker, 1981 ). Su distribución
abarca desde el sur de Canadá hasta Argentina y Chile (Nee, 1990). Nee (1990:
57) señala que unos trece grupos de especies que tiene el género, cinco son
domesticados. Estos se habrian originado desde grupos mesoffticos y de diversos
ancestros silvestres. Una sexta especie, que fue encontrada en la costa del Ecuador
(C. equatorensis), presenta caracteres de haber sido parcialmente domesticada.
Precisar el centro, o por lo menos el área de domesticación de las
cucurbitáceas es todavía relativo. Debe posiblemente encontrarse dentro de la o
las regiones donde la diversidad de los ancestros silvestres se presenten más
concentrados. Este centro aún no ha sido detectado con precisión. Sin embargo
se supone que debe ser un área sumamente extensa y que la domesticación
podría haber ocurrido progresivamente en períodos no muy tempranos como ha
ocurrido con otras especies, · como los frijoles .
La variedad conocida como zapallo (Cucurbita maxima) es una de las
especies domesticadas más tempranamente (Whitaker, 1981). Su domesticación
debe haberse producido en cualquiera de los valles templados de Sudamérica.
Pertenece, por consiguiente, a esta parte del continente. Inclusive se sabe que su
ancestro silvestre es la C. andreana. La C. pepo tiene un mayor rango de dis-
tribución en Norteamérica, aunque aparece también en Sudamérica (Decker, 1988).
Con re~pecto a la variedad de especies de calabazas y zapallos de los
Andes Centrales, revisando la literatura especializada, nos parece que los estu-
dios han reportado un mejor avance para Norte y Mesoamérica, mientras que
para el hemisferio sur, todo indica que falta mucho por hacer. , Desde una pers-
pectiva completamente empírica, se conoce una gran variedad ele razas y espe-
cies de este género, distribuidas en los diferentes valles de la costa, la sierra y
la ceja de selva. Fuera de los análisis de Whitaker, sólo existen algunas de-
scripciones botánicas, referencias geográficas o noticias arqueológicas. Este es
un campo fértil poco trabajado.
Las Chenopodiáceas, consideradas como las plantas úpicamente andinas
en razón a que las especies cultivadas como la quinua, cañigua, achita o kiwicha,
se conservan asociadas a las comunidades marginales que habitan las punas y los
altiplanos, tienen sus parientes cercanos dispersos en muchas latitudes del mundo.
Los especialistas señalan que existen más de 120 especies y que su mutación por
selección humana habría empezado hace 15,000 años. Este proC<'¡SO se dio de
manera indirecta, por acción del movimiento de las malezas y en otros, direc-
tamente mediante la domesticación, esto es, adaptando la especie a nuevos
ambientes y provocando las hibridizaciones (Wilson, 1990: 92).
Sorprendentemente, Wilson señala que "Chenopodium quinoa Wi/ld,
que incluye a la población domesticada no es andina y tampoco lo son las
poblaciones que no son domesticadas". Después de analizar comparativamente la
morfología de las hojas y la frecuencia de allozimas, este autor señala que la
homogeneidad entre la especie doméstica (quinua) y la mostrenca (ajara) es
completa, pero que, en cambio, es diferente de las domesticadas en la costa de
Chile (quingua) y de las que libremente crecen en las tierras bajas de Argentina
(C. hircinum). Los niveles de variación sugieren que estas razas originales de
los Andes meridionales, posiblemente a partir de un progenitor silvestre y C.
hircinum, se· habrían más tarde dispersado hacia el norte de Colombia y al sur
de Chile, mientras que la población costeña aparentemente se habría mantenido
aislada (Wilson, 1990).
La investigación de la quinua con fines botánicotaxonómicos y luego
para el mejoramiento de las especies, que incluye a la genética, ha sido objeto
de excelentes estudios (Tapia, 1979; Wilson, 1990). En resumen, se conoce que
el cultivo de estas plantas, como consecuencia de desarrollos culturales inde-
pendientes, conserva su mejor expresión agrícola contemporánea en el Cuzco
(Perú), Tenochtitlán (México) y Cahokia, Illinois (EE.UU.). En cambio, en los
supuestos centros de domesticación, como los valles chilenos y las tierras bajas
de Argentina, el cultivo de estas especies no presenta el mismo cuadro, princi-
palmente si lo comparamos con el de los Andes Centrales. Este es un indicador
muy modesto que junto a la bibliografía que señala la procedencia de las muestras
analizadas, podría llamar la atención sobre la relativa escasez de colecciones
originarias de los Andes Centrales sometidas a las investigaciones bioquímicas.
La papa (Solanum tuberosum), la planta más popular y de amplia dis-
tribución entre los pueblos andinos, es otra de las especies ahora seriamente
cuestionadas en cuanto a su antigüedad y sus áreas de domesticación. Grun
(1990), profesor de citología y citogenética de la Universidad del Estado de
Pensilvania, señala que "en las primeras etapas de la evolución de la papa cul-
ancestros genoúpicos. ,
México, el sureste de los Estados Unidos y recienteménte el Pero, han
sido postulados como principales centros de domesticación del maíz. Cada una
de estas áreas ha tenido sus defensores y ha mostrado pruebas tanto arqueológi-
cas como botánicas y genéticas. Para el caso peruano, las opiniones se dividie-
ron en dos posiciones. Una sugiere que el maíz llegó a los Andes desde
Mesoamérica (Pearsall, 1978; Mangelsdorf, 1986, entre otros) mientras que
Bonavia con el apoyo de Grobman propone que en los Andes existió un centro
de domesticación independiente (Bonavia, 1982; Bonavia y Grobman, 1989).
Los recientes análisis que emplean los métodos de la biología molecular
aseguran que el teosinte es un antecesor del maíz y que a su vez, el Zea mays,
subespecie parviglumis fue el ancestro directo del maíz cultivado, Es decir, el
maíz sería una forma de teosinte domesticada. Asimismo estos análisis indican
que no existe la posibilidad de mayores cambios en la distribución geográfica del
parviglumis después de la domesticación del maíz, con lo cual, quedaría fijado
como el único o principal centro de domesticación la cuenca del río Balsas, en
el suroeste de México. Es más, Doebly (1990) y otros que estudian el problema
empleando la misma metodología, advierten que las evidencias moleculares
sistemáticas niegan la posibilidad de encontrar domesticaciones independientes
en varios centros. Rechazan también la opción de que éstas hayan ocurrido en
diferentes momentos de la historia de América Indígena, aunque obviamente
deja abierta la opción de encontrar nuevas evidencias. El mejoramiento de las
técnicas de investigación podrá también esclarecer este problema.
Después de la domesticación, el taxon del maíz no habría cambiado
significativamente, conservando sus caracteres fundamentales. Las diferencias en
las líneas fitogeográficas y en los procesos de hibridización no presentan fuerzas
predominantes en la norma evolutiva. En resumen, esto indicaría que el maíz
cultivado tuvo un solo centro de domesticación y una sola especie domesticada,
desde la cual fueron originándose otras por mecanismos de hibridización (Doebly,
1990).
Existen muchas otras plantas cultivadas en el Pero prehispánico. Algunas
muy peculiares a la ecología andina como la maca (Lepidium mejenni Walp),
que después de haber tenido amplia producción durante la historia preoccidental,
se encuentra ahora en proceso de extinción (Matos, 1979). Hay otras especies
con mayor área de dispersión entre Meso y Sudamérica. Algunas comparten las
dos áreas más importantes de domesticación en el Nuevo Mundo, como el algodón
(Gossipium hirsutum y G. barbadense), el ají (Capsicum), el manioc (Manihot
esculenta), el camote (lpomoea batatas), la papaya (Carica papaya) y un gran
número de plantas cultivadas y de cultfgenos de los valles interandinos y los de
la ceja de selva, que tuvieron notable importancia en la economía y en la alimen-
tación de los pueblos prehispánicos. Por ahora estos cultivos no han merecido
la misma atención de parte de los investigadores, aunque nadie ignora la impor-
tancia que ellos tuvieron en la vida de los pueblos.
Sobre este polémico tema de los orígenes y la evolución de las plantas
EL PERIODO FORMATIVO
DESARROLLO REGIONAL
años recientes por muchos otros (Menzel, 1964, 1968; Isbell, 1977; l 983, 1985;
Lumbreras, 1960, 1980; Cook, 1985; Topic y Topic, 1983; Schreiber, 1978;
Anders, 1986; McEwan, 1984; Benavides, 1979; etc.).
Con el propósito de hacer un balance de las investigaciones sobre este
importante período, con la coordinación de William Isbell, Dumbarton Oaks
(Washington, D.C.), organizó una reunión dedicada al tema en mayo de 1985,
invitando para ello a los especialistas más calificados del medio. Próximamente
se publicarán las actas de este evento.
Deben considerarse como positivos avances en la investigación los estu-
dios detallados de algunos establecimientos provinciales Wari. Esto ha ocurrido
con Azángaro, Wiracochapampa, Pikillacta, Jincamocco, Cerro Baúl, Uncopampa
y otros asentamientos menores. Cada uno de estos establecimientos son consi-
derados como "capitales provinciales" del creciente imperio o estado Wari (Anders,
1986; Topic y Topic, 1983; MacEwan, 1984; Schreiber, 1987; Watanabe 1984).
Otros postulan la hipótesis del desarrollo de estados regionales independientes y
por tanto niegan la existencia de un imperio panandino.
Las opiniones se dividieron entre aquellos que consideran a Wari como
una formación sociopolítica generada en Tiwanaku y como tal, una variación
centro andina del desarrollo altiplánico (Ponce, 1979, Kolata, 1982) y los que
sostienen la tesis totalmente opuesta, es decir, que Wari constituye un desarrollo
independiente de los Andes Centrales, con su centro principal en Huari, Ayacucho
y con características comparables al imperio inka (lsbell, 1983, Lumbreras, 1980).
Esta es la tesis sobre la cual muchos estudiosos de los Andes están trabajando,
reconociendo las variaciones regionales y las temporales. Este segundo grupo no
niega las relaciones iconográficas con Tiwanaku (Cook, 1985). Entre estos
investigadores existe también un matiz de opinión expresado a través de distintos
"modelos teóricos" de interpretación. Estos modelos varían desde aquellos que
encuentran evidencias de carácter religioso para la difusión de los elementos
Wari o Tiwanaku, hasta los que disponen de mejores argumentos en el aspecto
económico, los intercambios de comercio, la relación de las aldeas y ciudadelas,
los vínculos entre los productores y los consumidores, y los mecanismos que
habrían facilitado las interacciones a gran escala a distancias igualmente grandes
(Menzel, 1968; Lumbreras, 1974; Isbell, 1985; Isbell y Schreiber, 1978; lsbell y
Cook, 1986).
Concordando los datos y los modelos, los seguidores de la segunda tesis
consideran también la posibilidad de "mercaderes misioneros" que predicaban la
religión, intercambiaban sus bienes y servicios y estimulaban una mayor produc-
ción agrícola. La jerarquía superior del estamento religioso se habría encargado
de conservar la unidad de los patrones y los roles oficiales, y de difundirla por
las provincias controladas. Wari ha sido considerado también como una podero-
so estado altamente jerarquizado, con burocracia administrativa centralizada y
una consistente fuerza militar.
Todos estos argumentos, hábilmente esbozados en los modelos teóricos,
han hecho de Wari y el período que ocupa, uno de los más complejos del proceso
andino. El problema es complicado sin lugar a dudas. Por eso, creemos que la
solución no está en el diseño de más modelos, sino en las investigaciones de
campo y en el correcto análisis de los datos. Es decir, en la presentación de un
corpus empírico de datos, que apoye científicamente a las hipótesis planteadas.
La mayor parte de las investigaciones sobre establecimientos Wari fue-
ron hechas para la elaboración de tesis doctorales. Estas conforman la literatura
conocida hasta la década de los setenta y aportaron nuevas observaciones. Para
estos trabajos el esquema de cuatro "épocas" propuesto por Menzel (1964, 1968),
las dos primeras con dos subdivisiones cada una, constituyó la base para la or-
ganización de los datos (Cook, 1985; Knobloch, 1983; Schreiber, 1978). En tal
sentido, los trabajos de Uhle (1903), seguidos por Bennett (1953) y Menzel
(1964) han establecido los marcos generales del desarrollo Wari y pe sus articu-
laciones geográficas, iconográficas, sociopolíticas e incluso tecnológicas. A este
complejo cultural algunos prefieren llamarlo "fenómeno Wari".
Las mejores contribuciones sobre el discutido tema del Horizonte Medio
y el imperio Wari, en las últimas décadas, fueron hechas por los estudiantes que
trabajaban en sus respectivas tesis. Con las limitaciones que este tipo de trabajos
tienen, estas monografías constituyen el reflejo de los avances de la arqueología
andina sobre este período. Creo que es necesario señalar la participación de los
profesores que desde las aulas estimularon tales estudios, como Schaedel desde
la Universidad de Texas, Isbell desde la Universidad de Nueva York en Bing-
hamton y Lumbreras desde la Universidad de Huamanga, primero y luego desde
San Marcos. En años recientes hacen lo propio Teresa Topic y John Topic,
Moselcy, Mario Benavides, entre otros.
Ayacucho. .
En la zona de Jauja, T. Earle y sus estudiantes de entontes (C. LeBlanc,
T. D'Altroy, C. Hastorf) llevaron a cabo un programa de investigaciones de larga
duración con la participación de un numeroso contingente de alumnos, tanto na-
cionales como norteamericanos. Los resultados se han publicado en algunos ar-
tículos y en un volumen dedicado a las campaf'ías de campo de 1982-1983. El
proyecto se autodenomina interdisciplinario, por tanto, el volumen que edita los
informes (Earle y otros, 1987) incluye ensayos de etnobotánica, arqueozoologfa,
estudio de las piezas lfticas y los análisis de cerámica procedentes de las excava-
ciones. La innovación planteada por los arqueólogos de la Universidad de Cali-
fornia fue la de asignar el nombre de "wanka" a los estilos alfareros tardíos. Es
decir, cambiar la denominación de Mantaro de Base Roja (o Cla,ra) por la de
Wanka.
En el caso del Mantaro, el proyecto ha servido también para la elabora-
ción de una decena de tesis en la Universidad de California, Los Angeles. Mclissa
Hagstrum, quien formaba parte de este grupo de estudiantes, decidió estudiar
sistemáticamente a los alfareros de Aco en el valle del Mantaro, cuya tradición
de ceramistas debe ser anterior a los inka.
Entre Huancavelica, Ayacucho, Andahuaylas y Cuzco, casi no se han
llevado a cabo investigaciones detenidas. Existen noticias sobre asentamientos
ubicados en esta área. Se han realizado intentos de aproximación tipológica con
Wari o con lnka, o de nuevos estilos cerámicos, pero en términos de innovación
o de ampliación de lo que ya se sabía hasta los setenta no hubo nada especial.
Son los mismos estilos coras, arjalla, killke, etc., que fueron reportados entre las
décadas 40 y 50, los que están presentes, sin innovación alguna, en los esquemas
de la arqueología de esta parte de los Andes (Matos, 1959; Lumbreras, 1960,
Rowe, 1944).
John Murra es el andinólogoa que ha reorientado las investigaciones
sobre la cultura andina, utilizando nuevos recursos y también nuevas estrategias.
Sus sugerencias para confrontar diversas fuentes, desde las arqueológicas hasta
los archivos coloniales permitieron desarrollar estudios sobre aspectos socio-
económicos de las etnias tardías y postcoloniales. El derrotero iniciado por él,
desde las perspectiva etnohistórica, ha estimulado también la investigación
arqueológica. Sus hipótesis de trabajo sobre la organización social, económica,
política y la estructura religiosa, han venido ganando muchos adeptos entre los
estudiosos del mundo andino. El discurso empleado en sus clases y en sus publi-
caciones, ha captado una apreciable audiencia. La verticalidad, la reciprocidad,
la unidad doméstica, el archipiélago económico, la función social de los tejidos,
los señores étnicos, etc., son algunos conceptos incorporados por la etnohistoria
después de las publicaciones de Murra.
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Mario A. Rivera
l. INTRODUCCION
queológicas desarrolladas en esta parte del área andina, tendremos que partir
inevitablemente de los antecedentes inmediatos de la situación actual y nos
referiremos a la postura del gobierno militar y a la de quienes desde la disciplina
arqueológica asintieron tácitamente. Aunque más de uno creería que estas líneas
dejan traslucir algún síntoma del llamado síndrome de resentimiento, debo advertir
que no se trata de aquello. El interés que subyace es el de dejar consignada la
influencia nociva del gobierno militar durante este período porque se trazó como
meta la aniquilación del desarrollo de las Ciencias Sociales que se alcanzaría al
aplicar un plan fríamente estudiado. Tal plan contemplaba la oposición sistemática
a la existencia de estudios científicosociales en las universidades y la propaga-
ción del desprecio por los valores humanísticos que fueron suplantados por un
desarrollo maquinado del espíritu que privilegia el personalismo, el egoísmo y
el materialismo que se apoya en el éxito.
Así, después de 1973, los departamentos de Antropología de varias uni-
versidades tales como, por ejemplo, la de Concepción, la Universidad del Norte,
o la misma Universidad de Chile, fueron cerrados o reducidos a un mínimo de
actividad. En Concepción se cerró el Instituto de Antropología, un centro ac-
adémico de importancia en la formación de jóvenes profesionales. Ocurrió lo
mismo con el Instituto de Sociología y la Escuela de Servicio Social de la misma
casa de estudios. Desde entonces, la Universidad de Concepción no ha podido
recuperar el prestigio del que gozaba en este campo ni borrar el estigm a de la
persecución y desapari ción de algunos de sus más connotados profesores y de
muchos de sus alumnos. En la Universidad de Chile, el Depaitamcnto de Antro-
pología se vio forzado a dedicarse a partir de 1973 primordialmente a la arqueo-
logía y a relegar, en consecuencia, los estudios antropológicos a un segundo pla-
no. En el norte, los centros de investigación de primera línea afiliados a la pro-
fundidad de los estudios sociales en relación a comunidades actuales. En 1975,
hubo intentos de superar esta decisión, especialmente por parte de investigadores
que trabajábamos en centros de investigación tales como el Departamento de
Antropología en Arica, el Centro Isluga de Investigaciones Andinas en lquique,
el Departamento de Antropología en Antofagasta y el Museo de Arqueología de
San Pedro de Atacama. Bajo estas circunstancias, el VII Congreso de Arqueo-
logía Chilena que debía realizarse en Arica en 1975 fue cancelado intempestiva-
mente por órdenes superiores, a sólo dos meses de su inauguración. Los centros
restantes de la Universidad del Norte fueron intervenidos y reorganizados.
Así, las Universidades desempeñaron un papel nefasto, pues el gobierno
colocó a su cabeza siempre a rectores de poca experiencia y ningún interés por
la institución que dirigían. Esta facultad del gobierno de designar rectores se
conoce con el nombre de 'Rectores Delegados' y constituyó la extensión del
poder militar al ámb ito universitario. La preparación y la calidad de la jerarquía
universitario-administrativa bajo las órdenes de tales rectores fueron aun más
lamentables. Era habitual observar autorid ades mediocres, y más grave, tratar de
convi vir con algunos personajes que nad a entendían del qu ehacer académico
porque sencillamente su preparación no implicaba el paso por las au las univer-
sitarias. Aun peor fue que civiles, que habían tenido algún contacto con la
universidad y eran apenas bisofíos en estas lides, se prestaran a colaborar con
este orden de cosas. Apenas sí tenían reparos en dirigir políticas de desarrollo
que comenzaban por descalificar a aquellos académicos que, por sus anteceden-
tes y estudios, podrían representar un peligro para sus intereses mezquinos. En
el campo de las Ciencias Sociales y también en el de la antropología se desta-
caron asimismo a estos abusadores del género humano que, hasta el último
momento, desde sus puestos de rectores, vicerrectores o decanos, fomentaron tal
situación. Resulta inverosímil que hoy en día aún algunos de estos sefíores,
justificando sus actuaciones pasadas, fagociten todavía de la bondad humana.
El nuevo gobierno democrático, junto con los rectores recientemente
elegidos en varias universidades, se encuentran en el proceso de recuperar las
Ciencias Sociales. Sin embargo, esto puede llevar un largo tiempo, debido a que
la situación sociopolftica del país es bastante compleja. De alguna forma, el
régimen militar contribuyó a alterar los valores culturales del pueblo chileno,
especialmente en las dos últimas generaciones, tanto el caso de los que crecieron
en el país como en el caso de los que crecieron fuera. Como prueba de esta
situación, debo confesar que tan sólo muy recientemente en junio y julio de
1990, mientras realizaba trabajos de terreno en Pisagua, ocurría simultáneamente
que gente de la Comisión de Derechos Humanos estaba abocada a encontrar los
cuerpos de cerca de treinta "desaparecidos" a manos del régimen militar, entre
los que se contaba un distinguido joven geógrafo andino, el Sr. Freddy Taberna.
Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que esta gente obtenía muy poca
cooperación de parte de sus conciudadanos y aun de funcionarios de gobierno
que viven en un pueblo de no más de quinientos habitantes. Aquellos chilenos
que iban en busca de los restos de sus amistades y familiares eran tratados como
foráneos que hurgaran en tierras extrafías por gente que tiene información de
primera fuente como todos sabemos. Afortunadamente, por ese entonces habían
logrado rescatar ya veinte cuerpos ...
Otro de los aspectos negativos del gobierno militar fue la escasa continui-
dad y proyección de las investigaciones arqueológicas. En efecto, muchos proyec-
tos fueron cancelados y eminentes arqueólogos debieron marchar al exilio volun-
tario o involuntario. Los recursos económicos se redujeron al mínimo y, fi-
nalmente, fueron canalizados a través del favor político. A pesar de este oscuro
panorama, el investigador social chileno se ha empefíado en salir adelante, en
forma ingeniosa y porfiada. Por ello, de diversas formas, la arqueología ha
continuado su camino con mucho sacrificio.
tario. Un ejemplo basta para ilustrar este aspecto. En 1985, por diversas circuns-
tancias coyunturales que confluyeron en el norte de Chile, y particularmente en
Arica, la rectoría de la Universidad de Tarapacá, ante exigencias de la comunidad
regional e indicaciones de investigaciones serias que evidenciaban la importancia
de las ciencias antropológicas en la zona, accedió a realizar un estudio de reestruc-
turación de la organización académico-administrativa de la Universidad. El
resultado fue la decisión de poner en marcha un Programa de Postgrado en
Estudios Andinos, el que incluía especialidades en antropología, arqueología,
antropología biológica, etnohistoria y, en una segunda etapa, economía, agricul-
tura, conservación y museología, y educación. Para ello era necesario conformar
una nueva Facultad que acogiera esta actividad como objetivo principal y que
redujera al mismo tiempo la atención que se prodigaba a actividades similares
que resultaban obsoletas desde el punto de vista del interés regional. Como
resultado, se debía crear una Facultad de Estudios Andinos que incorporara al
Instituto de Antropología, al Departamento de Historia y que fusionara la antigua
Facultad de Humanidades con la Facultad de Educación, creándose así una
Facultad de Letras y Educación, con intereses y actividades afines. Desgraciada-
mente, ninguna Facultad desapareció y la nueva de Estudios Andinos, además de
servir intereses particulares, jamás cumplió el papel para el que fue creada. Así,
fueron nombradas autoridades mediocres a cargo de la nueva facultad, algunas
de ellas sin estudios universitarios. Tales autoridades estaban a cargo de depar-
tamentos que dirigía un decano de escasa preparación y menor experiencia
académica, pero de gran ambición personal. La respuesta inmediata fue el dete-
rioro del nivel académico, la deserción estudiantil, el descontrol de las activ idades
de investigación y el éxodo de profesionales, algunos de los cuales se vieron
obligados a renunciar para no desentonar con el nivel de preparación del grupo
directivo. La cúpula, representando por supuesto igualmente a gente mediocre,
un director de investigación científica que jamás había desarrollado investigación
y un rector delegado nombrado merced a coyunturas políticas más que a su real
preparación académica, terminaron por aniquilar iniciativas valiosas. Hoy día,
con un rector académico elegido, la Universidad de Tarapacá trata de enmendar
rumbos, con el fin de borrar las dolorosas señales impresas en la delicada epi-
dermis de la primaveral idiosincracia norteña.
Por otro lado, la CONICYT (Comisión Nac ional de Investigación
Científica y Técnica) , manejada durante tanto tiempo por el gobierno militar de
igual fo m1a que las universidades, amparó un tipo de política de investigación
contraproducente. Nuevamente un ejemplo ilustra esta situación. En 1988, des-
pués de varios intentos infructuosos, logramos que la CONICYT aprobara para
financiamiento un proyecto sobre Manejo Computacional de Colecciones Ar-
queol ógicas en los Muscos del Norte de Chile. Este era un pro yecto de evidente
apli cación a los muscos de similares características del área and ina. Aun más, el
mencionado proyecto, co n cinco años de trabajo intens ivo al momento de decidir
CONlCYT apoy arlo, ya había contraído toda la parte pesada de la investigación
de form a tal que la info nn ación es taba reunid a y sólo era materi a de desarroll ar
4. ALGUNAS PERSPECTIVAS
perspectiva interdisciplinaria.
Al finalizar, pensamos que se ha avanzado positivamente en el desarrollo
de una investigación de estas características, y que los años que vienen, si las
condiciones políticas lo permiten, podrían representar años cruciales para este
desarrollo. En el estado actual de nuestros países, la experiencia obtenida de
largos años de configuración del proceso andino significa un aporte que debe
medirse en el momento presente, cuando se piensa en desarrollar la región. En
este sentido, la anhelada integración de nuestras repúblicas andinas, tanto cienúfica
como política, debería tomar como ejemplo la historia pasada que fundamenta
las verdaderas bases de cualquier desarrollo. Por ello, la educación en todo nivel,
dentro de los cánones y la perspectiva genuinamente andina, desde los niveles
elementales -y en ello las lenguas andinas juegan un papel fundamental- hasta
la generación de programas de estudios de postgrado, deberían constituir no sólo
los lugares comunes donde los resultados de las investigaciones habrían de ser
aplicados sino también la preocupación fundamental de quienes de alguna manera
conducen las políticas de desarrollo. Al menos así es como concebimos la preo-
cupación fundamental de la arqueología.
Mario A. Rivera
Instituto de Antropología y Arqueología
Casilla 287
Arica, Chile
APENDICE
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vendedoras pertenecen a un sector que está embargo, cómo se producen estas diferencias.
experimentando rápidos cambios, por lo menos La presencia abrumadot.a de esas mujeres,
en términos de su composición. situadas en puntos urbanos críticos para la dis-
En mi opinión. el problema fundamental del tribución y el procesamiento de productos, afecta
libro es que adolece de falta de imaginación y al resto de la población urbana. En las ciudades,
profundidad teórico-analítica. Aunque Babb se podemos encontrar vendedoras en casi cualquier
plantea interrogantes de interés, no llegamos a parte; interactúan con vendedores y compradores,
saber, por ejemplo, si existe lo que podríamos cooperan económicamente, se comunican entre
llamar una cultura particular de las vendedoras sí, envían a sus hijos a la escuela, tocan cienos
que se defina a partir de un sistema de val ores tipos de música y, de vez en cuando, celebran
y una ideología específicos. Las investigaciones fiestas y se organizan con fines políticos. A través
en otras capitales departamentales y provincia- de la descTipción de los conflictos por pago de
les muestran que existe una cultura rica y diná- arbitrios surgidos entre vendedoras y autoridades,
mica, creada en cierta medida a partir de espa- y mediante la enumeración de las actividades de
cios compartidos entre las esferas rural y ur- los sindicatos, Babb ilustra lo que sería un análi-
bana, y construida sobre relaciones fundadas en sis que utilizase una verdadera antropología urba-
el carácter étnico, la condición de género y la na. Sin embargo, la autora depende demasiado
clase social. Estos espacios y los lazos que las del lente reductor de las explicaciones económi-
vendedoras tienden entre las esferas rurales y cas. No presta igual atención a las políticas cul-
urbanas pueden contener significados políticos turales de las vendedoras y sus acciones políti-
y culturales. Aunque se cuentan entre las perso- cas más sutiles que son, sin embargo, importan-
nas más pobres del sector informal, tales mujeres tes y que podrían constituir elementos de con-
constituyen una fu erza económica importante que ciencia de clase o de resistencia contra el Esta-
entraña ciena capacidad de desafío en el terreno do, contra la estructura de relaciones de género '
político y cultural . Ellas permiten que la econo- o de conciencia étnica existentes . Por ejemplo,
mía nacional con sus severos problemas de Babb explica el resentimiento de las vendedoras
distribución siga funci onando en favor de la más establecidas y urbanizadas hacia las vende-
poblac ión urbana. Al mismo tiempo, a pesar de doras que han llegado recientemente del campo
que carecen de representación política formal, tan solo en términos de competencia económica.
podrían constituir una amenaza de envergadura Una interpretación más compleja que la simple
para el orden político, especialmente si formaran "competencia económica" entre vendedoras
alianzas con los campesinos o si llegasen ~- "antiguas" y "nuevas" sería que cada uno de
agruparse en un frente unido. estos grupos expresa situaciones étnicas distin-
Babb ofrece una revisión completa de la bi- tas. El conflicto por intereses económicos ex-
bliografía pero poco crítica en tomo a la pro- presaría así relaciones de poder diferentes cuyo
ducción mercantil simple y el papel de las fundamento radicaría en conflictos interétnicos.
mujeres como vendedoras que carece, sin El libro, no muy especializado, se dirige a un
embargo, de perspectiva cTítica. Le falta desarro- público general. Sienta las bases para que las
llar su propio punto de vista. También muestra preguntas de Babb sean exploradas con mayor
que el género es una fuerta imponante en las profundidad.
vidas de las vendedoras. Hay una jerarquía de LJ.S.
ocupaciones que se relaciona estrechamente con
el género : los hombres ocupan los mejores
puestos en los sectores formales e informales; BAKEWELL, Peter. Plata y empresa en el
cienos tipos de productos son vendidos más por Potosí del siglo XVII. "La vida y época de
hombres que por mujeres, y los hombres y las Antonio López de Quiroga" . Excma. Dipu-
mujeres establecen distinciones entre trabajo tación Provincial de Pontevedra, 1988, 180 pp.
remunerado y trabajo no remunerado atribu-
yéndoles diferentes significados y valores. Sus
datos sugieren que estas di stinciones no se deben Los trabajos de Bakewell han constituido un
únicamente a diferencias en la formación de la aporte fund amental para la historia de la minería
identidad a panir del género; intervie nen tam- colonial americana. Luego de su estudio so bre
bién poderosas diferencias ideológicas pro- Zacatecas, el historiador inglés dedicó varios años
duc idas socialmente. Babb no nos explica, sin al análisis de la minería potosina cuyos resulta-
tocar aquí. No cabe duda de que la minería por no sólo reside en eso sino en la incorporación de
sí sola difícilmente hubiese podido llevar a cabo la temática indígena en el p¡oceso de conforma-
ni siquiera las tareas iniciales de exploración. ción de la ciudad de La Paz. Es más, la pecu-
Para el caso de México, es evidente que este liaridad de aquella urbanización no podría en-
capital fue financiado largamente (en el siglo tenderse sin la activa participación india. Eso
XVIII) por grandes comerciantes de la ciudad explica que el tema central de la investigación
de México que, a través de ciertas prácticas haya sido el de seguir la evolución de los grupos
mercantiles y del uso de enlaces matrimoniales étnicos en La Paz desde 1790 hasta 1900, inten-
con los mineros más destacados, lograron domi- tando establecer las modalidades y consecuen-
nar el mercado de capitales y, por tanto, consti- cias que tuvo su inserción en el proceso urbano.
tuirse en los mayores beneficiarios de la pro- La ciudad de La Paz ha establecido una rela-
ducción minera. Para el caso del Perú, sin em- ción dialéctica tanto con la población indígena
bargo, las formas de operación del crédito minero no urbana como con las zonas rurales adyacen-
son todavía un enigma, aunque resulta evidente tes, soportes socioeconómicos y políticos de las
que el hecho de que la Casa de Moneda es- ciudades, hecho que conduce a una heterogenei -
tuviese localizada en Potosí constituye una dife- dad social y cultural, resultado del ensambla-
rencia importante respecto del caso mexicano. miento del núcleo tradicional urbano con los te-
En este sentido, es de sumo interés la descripción rritorios de las parroquias indígenas. Eso conlleva
que hace el autor de los pormenores del escán- un doble proceso de "unificación étnica", a la
dalo de adulteración de la moneda en la década vez que un fenómeno de creación de una iden-
del 40, en donde se puede ver con claridad cómo tidad, de una "etnogénesis". La ciudad se con-
figuras como Gómez de la Rocha combinaban vierte así en un medio privilegiado para la inter-
las actividades de "aviador", mercader de plata acción entre grupos y en el espacio de tal con-
y la de funcionario de la Casa de Moneda. Las fluencia durante largos períodos que van borran-
medidas correctivas, al parecer, afectaron pro- do ciertas diferencias entre los sectores involu-
fundamente la composición de los "aviadores" crados. De alú que para la autora esta interac-
potosinos, cuyos créditos habrían sido escasos y ción no se defina como asimilación o fusión sino
caros en la segunda mitad de la centuria. Las como interferencia cultural mutua cuya hetero-
actividades de López de Quiroga como mercader geneidad le permite enfatizar la dinámica interna
de plata nos pueden ser útiles para entender las del desarrollo paceño frente a las tendencias
nuevas condiciones del mercado de capitales en historiográficas dependentistas.
Potosí luego del fraude monetario. La temática referida se aborda en cinco partes
Debemos agradecer a Peter Bakewell la apari- que contienen tanto una breve explicación de la
ción de este nuevo estudio sobre Potosí, aunque importancia económica de La Paz, de su creci-
hay que lamentar que la presente edición ado- miento demográfico y de la manera en que éste
lezca de una mala diagramación y de una deplo- se ha manifestado en su expansión urbana como
rable traducción que dificulta innecesariamente un análisis de la organización espacial y territo-
la lectura. Existe una edición en inglés (Albu- rial de las comunidades indígenas y de su pos-
querque: University of New Mexico Press, 1989) terior desaparición ante la instauración de un
para aquellos que quieran salvar este obstáculo. régimen de propiedades parcelarias. La dinámica
M.S. y la evolución de La Paz, en consecuencia, se
encuentran marcadas por la apropiación de los
territorios indígenas por parte de la ciudad y sus
habitantes. Este fenómeno, iniciado en el siglo
BARRAGAN, Rossana. Espacio urbano y XVIII, supone un debilitamiento de estructuras
dinámica étnica, La Paz en el siglo XIX. His- y grupos, como el de los campesinos indígenas,
bol, La Paz, 1990, 313 pp. y al mismo tiempo el surgimiento de otros, como
el de artesanos y comerciantes. Se produce, por
tanto, el desarrollo de un mestizaje cuyo esce-
El texto de Rossana Barragán, se centra en nario más importante ha sido el de la ciudad de
las características que asume el desarrollo ur- La Paz y del que no se puede desligar su iden-
bano paceño desde fines del siglo XVlll hasta tidad y particularidad. El crecimiento urbano
fin es del siglo XIX, abordando así un aspecto socavó la base de la estructura comunitaria, por
apenas estudiado en Bolivia. Pero su novedad lo que sus miembros se vieron obligados a trans -
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1.28. Torero, Alfredo. El comercio lejano y la difusión del quechua. El caso de Ecuador.
Comentarios de: Rodolfo Cerrón-Palomino, José Yánez del Pozo, Ruth Moya, Frank
Saloman, Roswith Hartmann
4 1984 2 367-402
1.29. Torero, Alfredo. Lenguas y pueblos altiplánicos en torno al siglo XVI. Comentarios
de: Willem Adelaar, Thérese Bouysse-Cassagne, Rodolfo Cerrón Palomino, Harriet Manelis
Klein, John Murra, Bernard Pottier, Arturo Ruiz Estrada, Ruth Shady, Nathan Wachtel
1O 1987 2 329-405
1.30. Urton, Gary. Chuta: El espacio de la práctica social en Pacariqtambo, Perú. Comen-
tarios de: John Earls, Olivia Harris, Antoinette Fioravanti, Gabriel Escobar, John Murra,
Anthony Aveni, José Sánchez-Parga
3 1984 1 7-56
1.31. Urton, Gary. La historia de un mito: Pacariqtambo y el origen de los Incas. Comen-
tarios de: Yuri Berezquin, Thérese Bouysse-Cassagne, Thierry Saignes, Richard Burger,
Pierre Duviols, Javier Flores, Ana Ma. Lorandi, Deborah Poole, José Sánchez-Parga,
Lawrence Sullivan
13 1989 129-216
2.06. Barnadas, Josep. Algunas propuestas para la definición del corpus literario de Char-
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15 1990 47-63
2.07. Bauer, Brian. Sistemas andinos de organización rural antes del establecimiento de
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9 1987 1 197-209
2.08. Bauer, Brian. Muyu Orqo y Ccoipa: Dos nuevos tipos de cerámica para la región del
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14 1989 2 537-542
2.09. Beyersdorff, Margot. Fray Martín de Murúa y el "Cantar" histórico inka.
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2.1 O. Borchart de Moreno, Cristiana. Las tierras de comunidad de Licto, Punin y Macaxi:
factores para su disminución e intentos de restauración.
2 1988 2 503-524
2.15. Caillavet, Chanta!. Una Relación geográfica inédita de 1582 sobre Ecuador: Oyum-
bicho y Amaguaña del valle de los Chillos.
12 1988 2 525-536
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tos inéditos de 1907.
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Chillón durante el período prehispánico. ·
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2.24. Duviols, Pierre. El Contra idolatrlam de Luis de Teruel y una versión primeriza del
mito de Pachacamac-Vichama.
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2.30. Hampa Martínez, Teodoro. Sobre encomenderos y repartimientos en la diócesis de
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2.31. Hampa Martínez, Teodoro. Una biblioteca cusqueña confiscada por la Inquisición.
El proceso al doctor Agustín Valenciano de Quiñones, hereje reconciliado (1574-1595).
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3.09. Deustua, José. Sobre movimientos campesinos e historia regional en el Perú mo-
derno: un comentario bibliográfico.
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gráfico.
1 1983 175-218
3.17. Hurtado, Laura. Fuentes impresas regionales para la investigación histórica en el ex-
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3.18. !barra, Hernán. Monografías y guías comerciales como fuentes de historia social y
local.
7 1986 237-251
3.20. Merlino, Rodolfo y Quereilhac, Alicia C. Acerca de los estudios andinos en la Argen-
tina.
3 1984 265-282
3.23. Poole, Deborah y Harvey, Penelope. Luna, sol y brujas. Estudios andinos e histo-
riografía de resistencia.
11 1988 277-298
3.26. Rivera, Mario. Acerca de la arqueología andina del norte de Chile: Comentarios y
referencias bibliográficas publicados entre 1980-1983.
3 1984 1 283-298
3.28. Urbano, Henrique. Crónicas, papeles y autores de los siglos XVI, XVII y XVIII. Pu-
los dígitos en los índices temático y de autores que siguen a continuación, remiten al
listado anterior en que los artículos están divididos por secciones de Revista Andina y
dentro de cada una, ordenados alfabéticamente según el apellido del autor. Así, el dígito
a la izquierda del punto corresponde a la sección y los que están a la derecha a la
ubicacion correspondiente al orden alfabético.
SECCION RESEÑAS
ADORNO, Rolena (2, 1983:2); ADRIANZEN, Alberto (ed .) (11, 1988:1 ); ALCINA FRANCH,
José (7, 1986:1); ALLAIGRE, Claude (1, 1983:1); ALLEN, Catherine (13, 1989:1); AL-
VAREZ, Elena (3, 1984:1); ALLPANCHIS PHUTUÁINQA N°29/30 (13, 1989:1); ANDÉRLE,
Adam (8, 1986:2); ANSION, Juan (11, 1988:1 ); ARAMBURU,Clemencia y REMY Pilar (2,
1983:2); ARANCij31A, José y DELLAFERRA, Nelson (4, 1984:2); AVENI, Anthony y URTON
Gary (1, 1983:1); AZEVEDO, Paulo de (1, 1983:1 ); BAKEWELL, Peter (7, 1986:1 );
BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel (8, 1986:2); BEfiNEX, Nicole y GONZALES VIGIL,
José (11, 1988:1); BEYERSDORFF, Margot (3, 1984:1); BIBLIOTECA DEL V CENTE-
NARIO (6, 1985:2); BLASCO B., María Concepción y RAMOS G., Luis (7;..1986:1); BONILLA
H. y DRAKE P.W., editores (13, 1989:1); BOURLIAUD, HERVE, MóRLON y REAU (14,
1989:2); BRASKY, Osvaldo (5, 1985:1); BRAVO GUERREIRA, María Concepción (10,
1987:2); BRIGGS, L.T. (2, 1983:2); BROWN, Kendal (14, 1989:2) ; CALANCHA, Antonio
de la (4, 1984:2); CALDERON, Fernando y DANDLEA, Jorge (9, 1987:1 ); CALDERON,
Ó
Fernando LASERNA, Roberto (ed) (3, 1984:1); CAMINO, Lupa (4, 1984:2); CERRON
PALOMIN , Rodotto (15, 1990:1); CHIRIBOGA, Manuel et. al. (5, 1985:1); CHOCANO,
Magdalena (2, 1983:2); COLE, Jetfrey (7, 1986:1 ); COLLIER. George; ROSALDO, Renato
y WIRTH , John (1, 1983:1); CONTRERAS HERNANDEZ, Jesús (9, 1987:1); CONTRE-
RAS Y VALVERDE, Vasco de (1, 1983:1); COSTA, María Pía (7, 1986:1); COSTALES DE
OVIEDO, Ximena (ed.) (3, 1984:1); CUCULIZA, María Nelly (5, 1985:1); DAVIES, Keith
(5, 1985:1); DELEA Jean Paul y SAINT-GEOURS, Yves (11, 1988:1); DUMEZIL, Georges
(9, 1987:1); DURAN FLORES, Luis (9, 1987:1); DURAN, Juan Guillermo (3, 1984:1);
f=EIJOO DE SOSA, Miguel (10, 1987:2); FLOfiES GALINDO, Alberto (5, 1985:1) (7,
1986:1) (11, 1988:1); FOLADORI, Guillermo (1, 1983:1); GARCIA DE PALACIOS, Juan
(4, 1984:2); GODENZZI, Juan Carlos (6, 1985:2); GONZALES DE OLARTE, Efraín (5,
1985:1); GONZALES, José Luis y RONZELEN, Jeresa van (3, 1984:1 ); GOOTENBERG,
Paul (2, 1983:2) (15, 1990:1); GUERRA CARRENO, Vicente (2, 1983:2); GUTIERREZ, R.;
AZEVEDO P. de y VALLIN, R. (1, 1983:1); HAMPE MARTINEZ, Teodoro (15, 1990:1);
HERNANDEZ, Max et.al. (11 , 1_988:1); HÜERTAS V., Lorenzo (5, 1985:1); HUSSON,
Jean Phil ippe (8, 1986:2) ; IGUINIZ, Javier y HENRIQUEZ, Narda (2, 1983:2) ; JEREZ,
Francisco de (1, 1983:1 ); KAPSOLI ESCUDERO, Wilfredo (12, 1988:2); KICZA, John (11,
1988:1¡; KRISTAL, Efraín (14, 1989:2); LABROUSSE, Alain (8, 1986:2); LAJO LAZO,
Manue (2, 1983:2); LAJO, M.; SAMANIEGO, C. y AMES, R. (1 , 1983:1); LASERNA,
Roberto (4, 1984:2) ; LAVALLE, Bernardo (15, 1990:1); LEHMANN, David (ed) (3, 1984:1);
LENGUA, CULTURA Y REGION (11 , 1988:1 ); LIRA, Jorge (6, 198;i:2) ; LOCKHART,
James y SCHWARTZ, Stu?rt (3, 1984:1); LOPEZ, POZZI-ESC01 y ZUNIGA (15, 1990:1);
MACERA, Pablo; MAGUINA Alejandro y RENGIFO, Anton io (13, 1989:1 ); MADRAZO,
Guillermo (3, 1984:1); MALLON , Florencia (7, 1986:1) ; MANRIOUE, Nelson (6, 1985:2);
MARZAL, Manuel (3, 1984:1); MITRE, Antonio (9, 1987:1); MOLINIE FlóRAVANTI,
Antoinette (1 , 1983:1); MONEY, Mary (2, 1983:2¿; MONTOYA, Rodrigo (12, 1988:2);
MQRENO, Hugo (4, 1984:2); MO~_ LON, P.; OR OVE, B. y HIBON, A. (1, 1983:1);
MORNER, Magnus (7, 1986:1 ); MORNJ:R , Magnus y TRELLES, Efraín (6, 1985:2) ;
MOROTE BEST, Efraín (15, 1990:1); MUNOZ-BERNARD, Carmen (6, 1985:2); MURATO-
RIO , Blanca (4, 1984:2); NARANJO M., PEREYRA V., J.I., y WHITIEN N. (3, 1984:1) ;
NAVARRO D!:L AGUILA, Víctor (2, 1983:2); NUGENT, José (5, 1985:1); OSSIO, Juan Y
MEDINA, Oswaldó (7, 1986:1 ); OTIER, Elisabeth (8, 1986:2); PEREZ FERNANDEZ,
lsacio (4, 1984:2); f>IEL, Jean (1, 1983:1); PLATI, Tristan (2, 1983:2) (12, 1988:2) ;
PORTOCARRERO, Gonzalo y OLIART, Patricia (13, 1989:1); RAMIREZ, Susan (9, 1987:1);
RAMON , Galo (15, 1990:1); RAMOS ZAMBRANO, Augusto (11, 1988:1); ROCCA TO-
RRES, Lius (5, 1985:1); RODRIGUEZ REA, Miguel (5, 1985:1 ); RODRIGUEZ, Linda (11,
1988:1); RObRIGUEZ PASTOR, Humberto (15, 1990:1); RÓSING, lna (12, 1988:2);
ROSTWOROWSKI, María (3, 1984:1) (15, 1990:1); RUEDA, Marco V. (4, 1984:2);
SALLNOW, Michael (12, 1988:2); SANCHEZ, Rodrigo (9, 1987:1 ); SOfOBINGER, Juan
y GRADIN, Carlos (10, 1987:2) ; SMITH, Gavin (15, 1990:1); SOUX MUNOZ, María Luisa
(9, 1987:1); SPALÓING, Karen (5, 1985:1) ; SlECHER SHAUER, Alfredo (11, 1988:1);
STEIN, William (15, 1990:1); STERN, Steve (11, 1988:1); STOLL, David (6, 1985:2) ;
SZEMINSKI, Jan (3, 1984:1); TAMAYO HERfiERA, Jase (15, 1990:1); TANTALEAN,
Javier (3, 1984:1 ); TAUSSIG, Michael (10, 1987:2); TAYLOR, Lewis (12, 1988:2); TEJADA,
Luis (15, 1990:1); TESTIMONIO (3, 1984:1 ); TOfiRE, Carlos de la y BURGA, Manuel (9,
1987:1); TORREBLANCA, Hernando de (5, 1985:1 ); TORRES FERNANDEZ DE COR-
DOVA, Glauco (3, 1984:1); TRELLES, Efraín (2, 1983:2) ; TRUJILLO, Jorge (11, 1988:1);
URRUTIA, Jaime (3, 1984:1); USTARIZ, Germán y MENDOZA, Domingo (2, 1983:2) ;
1.03. Colmenares, Germán . La nación y la historia regional en los países andinos, 1870-
1930. Comentarios de: Marie Daniéle Demélas, Wilfredo Kapsoli, Peter Klaren, Eduardo
López Zavala, Nelson Manrique, Alexis Pérez-Torrico, Joanne Rappaport
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1.04. Cotlear, Dant el. Desigualdad, derechos de propiedad y migración en las comunidades
andinas: Un estudio de caso de siete comunidades campesinas de la sierra sur. Comen-
tarios de: Teófilo Altamirano, Luis Crouch , Epifanio Baca, José Blanes, Efraín Gonzales,
Florencia Mallon, David Lehmann ·._
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1.07. Deustua, José. Producción minera y circulación monetaria en una economía andina:
El Perú del siglo XIX. Comentarios de : Carlos Contre ras, Pi lar García Jordán , Christine
Hünefeldt, Nils Jacobsen, Nelson Manrique, Rory Miller, Jean Piel, María Isabel Remy,
Ruggiero Romano, Enrique Tandeter
8 1986 2 319-378
1.09. Flores Galindo, Alberto y Chocano, Magdalena. Las cargas del sacramento. Comen-
tarios de: Antonio Acosta, Maruja Barrig, Bernard Lavallé, María Emma Mannarelli, Gonzalo
Portocarrero
4 1984 2 403-434
1.1O. García Jordán, Pilar. Estado moderno, Iglesia y secularización en el Perú contem-
poráneo (1821-1919) Comentarios de: Andrés Guerrero, Christine Hünefeldt, Víctor Peral-
ta, Jean Piel, Alfonso Quiroz, Julio Revilla
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1.11 Glave, Luis Miguel. Trajines. Un capítulo en la formación del mercado interno colo-
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Flores Galindo, Olinda Celestino
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Comentarios de: Santiago Antúnez de Mayolo, Alejandro Raúl Isla, Alexander Grobman,
1.15. Guerrero, Andrés . Curagas y tenientes políticos: La ley de la costumbre y la ley del
Estado (Otavalo 1830-1875). Comentarios de: Erick Langer, Silvia Rivera Cusicanqui,
Charles Walker, Susan Ramírez
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Susan Ramírez
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ganización del espacio en comunidades de la sierra sur del Perú. Comentarios de: Epifanio
Baca, Osear Blanco, Manuel Glave, Efraín Gonzales, David Lehmann, Enrique Mayer,
Pierre Morlon, Elizabete Paschoal, Vidal Pino
13 1989 1 7-81
1.23. Mendaz, Cecilia. La otra historia del guano: Perú 1840-1879. Comentarios de :
Carlos Aguirre, Fred Bronner, Carlos Contreras, Wilma Derpich, José Deustua, Paul
Gootenberg, Shane Hunt, lsabelle Lausent, Juan Maiguashca, Carlos Malamud , Alfonso
Quiroz, Humberto Rodríguez Pastor, Fernando de Trazegnies, Fernando Villafuerte
9 , _ 1987 1 7-83
1.24. Remy, María Isabel. La sociedad local al inicio de la República. Cusco 1824-1850.
Comentarios de: Andrés Guerrero, Christine Hünefeldt, Víctor Peralta, Jean Piel, Alfonso
Quiroz, Julio Revilla \
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1.25. Saignes, Thierry. ¿Quienes son los kallawaya?. Nota sobre un enigma etnohistórico.
Comentarios de: John V. Murra, Luis Millones, Teresa Gisbert, Xavier Albó, Tristan Platt
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1.26. Saignes, Thierry. Borracheras andinas: ¿Por qué los indios ebrios hablan en es-
pañol?. Comentarios de: Roberto Choque Canqui, Teresa Gisbert, Penelope Harvey,
Dwight Heat, Jorge Hidalgo, Carmen Salazar
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Comentarios de: Martha Anders, Brian Bauer, William lsbell, Luis Lumbreras, Ramiro
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Saloman, Roswith Hartmann
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Klein, John Murra, Bernard Pottier, Arturo Ruiz Estrada, Ruth Shady, Nathan Wachtel
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Anthony Aveni, José Sánchez-Parga
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2.08. Bauer, Brian. Muyu Orqo y Ccoipa: Dos nuevos tipos de cerámica para la región del
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14 1989 2 537-542
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2.1 O. Borchart de Moreno, Cristiana. Las tierras de comunidad de Licto, Punin y Macaxi:
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2.15. Caillavet, Chanta!. Una Relación geográfica inédita de 1582 sobre Ecuador: Oyum-
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2.20. Contreras, Carlos y Bracamonte, Jorge. Rumí Maqui en la Sierra Cenral: Documen-
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12 1988 2 537-554
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Chillón durante el período prehispánico. ·
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2 1983 2 385-392
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11 1988 1 263-276
2.29. Guchte, Maarten Van de. El ciclo mítico andino de la Piedra Cansada.
4 1984 2 539-556
2.30. Hampa Martínez, Teodoro. Sobre encomenderos y repartimientos en la diócesis de
Lima a principios del siglo XVII.
7 1986 1 173-194
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3.28. Urbano, Henrique. Crónicas, papeles y autores de los siglos XVI, XVII y XVIII. Pu-
los dígitos en los índices temático y de autores que siguen a continuación, remiten al
listado anterior en que los artículos están divididos por secciones de Revista Andina y
dentro de cada una, ordenados alfabéticamente según el apellido del autor. Así, el dígito
a la izquierda del punto corresponde a la sección y los que están a la derecha a la
ubicacion correspondiente al orden alfabético.
SECCION RESEÑAS
ADORNO, Rolena (2, 1983:2); ADRIANZEN, Alberto (ed .) (11, 1988:1 ); ALCINA FRANCH,
José (7, 1986:1); ALLAIGRE, Claude (1, 1983:1); ALLEN, Catherine (13, 1989:1); AL-
VAREZ, Elena (3, 1984:1); ALLPANCHIS PHUTUÁINQA N°29/30 (13, 1989:1); ANDÉRLE,
Adam (8, 1986:2); ANSION, Juan (11, 1988:1 ); ARAMBURU,Clemencia y REMY Pilar (2,
1983:2); ARANCij31A, José y DELLAFERRA, Nelson (4, 1984:2); AVENI, Anthony y URTON
Gary (1, 1983:1); AZEVEDO, Paulo de (1, 1983:1 ); BAKEWELL, Peter (7, 1986:1 );
BALLESTEROS GAIBROIS, Manuel (8, 1986:2); BEfiNEX, Nicole y GONZALES VIGIL,
José (11, 1988:1); BEYERSDORFF, Margot (3, 1984:1); BIBLIOTECA DEL V CENTE-
NARIO (6, 1985:2); BLASCO B., María Concepción y RAMOS G., Luis (7;..1986:1); BONILLA
H. y DRAKE P.W., editores (13, 1989:1); BOURLIAUD, HERVE, MóRLON y REAU (14,
1989:2); BRASKY, Osvaldo (5, 1985:1); BRAVO GUERREIRA, María Concepción (10,
1987:2); BRIGGS, L.T. (2, 1983:2); BROWN, Kendal (14, 1989:2) ; CALANCHA, Antonio
de la (4, 1984:2); CALDERON, Fernando y DANDLEA, Jorge (9, 1987:1 ); CALDERON,
Ó
Fernando LASERNA, Roberto (ed) (3, 1984:1); CAMINO, Lupa (4, 1984:2); CERRON
PALOMIN , Rodotto (15, 1990:1); CHIRIBOGA, Manuel et. al. (5, 1985:1); CHOCANO,
Magdalena (2, 1983:2); COLE, Jetfrey (7, 1986:1 ); COLLIER. George; ROSALDO, Renato
y WIRTH , John (1, 1983:1); CONTRERAS HERNANDEZ, Jesús (9, 1987:1); CONTRE-
RAS Y VALVERDE, Vasco de (1, 1983:1); COSTA, María Pía (7, 1986:1); COSTALES DE
OVIEDO, Ximena (ed.) (3, 1984:1); CUCULIZA, María Nelly (5, 1985:1); DAVIES, Keith
(5, 1985:1); DELEA Jean Paul y SAINT-GEOURS, Yves (11, 1988:1); DUMEZIL, Georges
(9, 1987:1); DURAN FLORES, Luis (9, 1987:1); DURAN, Juan Guillermo (3, 1984:1);
f=EIJOO DE SOSA, Miguel (10, 1987:2); FLOfiES GALINDO, Alberto (5, 1985:1) (7,
1986:1) (11, 1988:1); FOLADORI, Guillermo (1, 1983:1); GARCIA DE PALACIOS, Juan
(4, 1984:2); GODENZZI, Juan Carlos (6, 1985:2); GONZALES DE OLARTE, Efraín (5,
1985:1); GONZALES, José Luis y RONZELEN, Jeresa van (3, 1984:1 ); GOOTENBERG,
Paul (2, 1983:2) (15, 1990:1); GUERRA CARRENO, Vicente (2, 1983:2); GUTIERREZ, R.;
AZEVEDO P. de y VALLIN, R. (1, 1983:1); HAMPE MARTINEZ, Teodoro (15, 1990:1);
HERNANDEZ, Max et.al. (11 , 1_988:1); HÜERTAS V., Lorenzo (5, 1985:1); HUSSON,
Jean Phil ippe (8, 1986:2) ; IGUINIZ, Javier y HENRIQUEZ, Narda (2, 1983:2) ; JEREZ,
Francisco de (1, 1983:1 ); KAPSOLI ESCUDERO, Wilfredo (12, 1988:2); KICZA, John (11,
1988:1¡; KRISTAL, Efraín (14, 1989:2); LABROUSSE, Alain (8, 1986:2); LAJO LAZO,
Manue (2, 1983:2); LAJO, M.; SAMANIEGO, C. y AMES, R. (1 , 1983:1); LASERNA,
Roberto (4, 1984:2) ; LAVALLE, Bernardo (15, 1990:1); LEHMANN, David (ed) (3, 1984:1);
LENGUA, CULTURA Y REGION (11 , 1988:1 ); LIRA, Jorge (6, 198;i:2) ; LOCKHART,
James y SCHWARTZ, Stu?rt (3, 1984:1); LOPEZ, POZZI-ESC01 y ZUNIGA (15, 1990:1);
MACERA, Pablo; MAGUINA Alejandro y RENGIFO, Anton io (13, 1989:1 ); MADRAZO,
Guillermo (3, 1984:1); MALLON , Florencia (7, 1986:1) ; MANRIOUE, Nelson (6, 1985:2);
MARZAL, Manuel (3, 1984:1); MITRE, Antonio (9, 1987:1); MOLINIE FlóRAVANTI,
Antoinette (1 , 1983:1); MONEY, Mary (2, 1983:2¿; MONTOYA, Rodrigo (12, 1988:2);
MQRENO, Hugo (4, 1984:2); MO~_ LON, P.; OR OVE, B. y HIBON, A. (1, 1983:1);
MORNER, Magnus (7, 1986:1 ); MORNJ:R , Magnus y TRELLES, Efraín (6, 1985:2) ;
MOROTE BEST, Efraín (15, 1990:1); MUNOZ-BERNARD, Carmen (6, 1985:2); MURATO-
RIO , Blanca (4, 1984:2); NARANJO M., PEREYRA V., J.I., y WHITIEN N. (3, 1984:1) ;
NAVARRO D!:L AGUILA, Víctor (2, 1983:2); NUGENT, José (5, 1985:1); OSSIO, Juan Y
MEDINA, Oswaldó (7, 1986:1 ); OTIER, Elisabeth (8, 1986:2); PEREZ FERNANDEZ,
lsacio (4, 1984:2); f>IEL, Jean (1, 1983:1); PLATI, Tristan (2, 1983:2) (12, 1988:2) ;
PORTOCARRERO, Gonzalo y OLIART, Patricia (13, 1989:1); RAMIREZ, Susan (9, 1987:1);
RAMON , Galo (15, 1990:1); RAMOS ZAMBRANO, Augusto (11, 1988:1); ROCCA TO-
RRES, Lius (5, 1985:1); RODRIGUEZ REA, Miguel (5, 1985:1 ); RODRIGUEZ, Linda (11,
1988:1); RObRIGUEZ PASTOR, Humberto (15, 1990:1); RÓSING, lna (12, 1988:2);
ROSTWOROWSKI, María (3, 1984:1) (15, 1990:1); RUEDA, Marco V. (4, 1984:2);
SALLNOW, Michael (12, 1988:2); SANCHEZ, Rodrigo (9, 1987:1 ); SOfOBINGER, Juan
y GRADIN, Carlos (10, 1987:2) ; SMITH, Gavin (15, 1990:1); SOUX MUNOZ, María Luisa
(9, 1987:1); SPALÓING, Karen (5, 1985:1) ; SlECHER SHAUER, Alfredo (11, 1988:1);
STEIN, William (15, 1990:1); STERN, Steve (11, 1988:1); STOLL, David (6, 1985:2) ;
SZEMINSKI, Jan (3, 1984:1); TAMAYO HERfiERA, Jase (15, 1990:1); TANTALEAN,
Javier (3, 1984:1 ); TAUSSIG, Michael (10, 1987:2); TAYLOR, Lewis (12, 1988:2); TEJADA,
Luis (15, 1990:1); TESTIMONIO (3, 1984:1 ); TOfiRE, Carlos de la y BURGA, Manuel (9,
1987:1); TORREBLANCA, Hernando de (5, 1985:1 ); TORRES FERNANDEZ DE COR-
DOVA, Glauco (3, 1984:1); TRELLES, Efraín (2, 1983:2) ; TRUJILLO, Jorge (11, 1988:1);
URRUTIA, Jaime (3, 1984:1); USTARIZ, Germán y MENDOZA, Domingo (2, 1983:2) ;