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Alfredo Torero
A Domingo, mi padre,
en sus 87 affos finales
(*) La ·sección referente a la deidad Huari y el mapa que acompañan este artículo fueron pre-
sentados eiiel II coloquio Internacional de Estudios Andinos, Aix-en-Provence, diciembre de
1989, y ap:h-ecerán en sus correspondientes actas.
A lo largo del litoral del Pacífico, sin embargo, la vía marítima ha debido
desempeñar un papel vehiculizador similar al de los ríos navegables (o mejor,
"canoables") de la selva.
En cuanto a potencialidad de recursos alimentarios, en el estadio pre-
agrícola los grupos humanos tuvieron en el litoral del Pacífico sur una fuente
virtualmente inagotable de peces, mariscos, mamíferos marinos y aves; en la
sierra, algunos lagos, en particular el Titicaca, ofrecieron recursos similares, mas
no en tan gran escala; la cordillera, en sus altiplanicies y vª1Jes interiores, sumi-
nistró caza abundante. Por su parte, la Amazonía mostró igual riqueza silvestre
en peces, aves y fauna terrestre diversa en sus ríos principales y medianos y en
las riberas de éstos, pero mucho menor en los ríos pequeños, en los afluentes
altos o en los territorios interfluviales.
Iniciado el proceso neolítico, tanto en la costa como en el interior andino,
la economía mixta, de cultivo y pesca o cultivo y pastoreo, según el caso, abrió
rápido camino a la sedentarización a base principalmente de la agricultura, que
se fortaleció con las tecnologías del riego y el abonamiento. La selva, en cambio,
brindó escasas posibilidades de sedentarización plena, puesto que la gran ma-
yoría de sus suelos no son apropiados para el cultivo intensivo, salvo las franjas
riberefias llamadas de várzea, que inunda anualmente por unos meses la creciente
de los ríos, fertilizándolas con limo -como el Amazonas Central y Bajo y el
Ucayali Central-, o en ciertas sabanas también inundables y luego drenadas por
obra humana, como los Llanos de los Mojos.
Es comprensible, por ello, que en la Amazonía las franjas de várzea y las
llanuras bajas estacionalmente inundables soportasen la mayor concentración de-
mográfica, con extensas aldeas pennanentes, en tanto que en los montes inter-
fluviales y en las vertientes altas la población fuese escasa y dispersa, confor-
mada por agricultores seminómades o cazadores-recolectores nómades (Denevan
1980:3-41).
Sin embargo, la limitada cantidad de las tierras cultivables de várzea y
llanuras inundables (únicamente el 2% de la selva amazónica) debe haber oca-
sionado con frecuencia muy fuertes tensiones sociales e interétnicas y consiguien-
tes expulsiones de población a causa de los crecimientos demográficos relativa-
mente excesivos o de trastornos climáticos -de modo semejante a lo que ocurre
casi periódicamente en el altiplano del Collao. Además, los habitantes de esas
franjas fértiles de la selva tuvieron que enfrentar permanentemente intentos de
otros pueblos por desalojarlos de su situación privilegiada.
Un estímulo importante para el desarrollo y el ingreso a la civilización
en América -y por ende, para la difusión de ciertas lenguas sobre vastas regiones-,
fue la existencia de variadas condiciones geográfico-ecológicas a distancias re-
lativamente próximas, que, una vez roto el aislamiento aldeano, permitieron un
valioso intercambio de bienes y experiencias entre los grupos ya adaptados a
ambientes distintos. Tales condiciones se evidencian notoriamente en las áreas
"mesoamericana" y andina, dentro de las cuales los recursos diversos del mar y
de los valles costeños, las cordilleras, sus altiplanos y cuencas interiores, y las
selvas tropicales, pudieron ser objeto de trueque sin necesidad de enormes reco-
rridos.
Es probable que la mayor parte de las hablas desplazadas por los idiomas
centroandinos que se expandieron haya estado emparentada con éstos o con los
de otras áreas, como la contigua selva sudamericana, y que su desaparición haya
implicado la pérdida de eslabones lingüísticos intermedios que, de haber sobre-
vivido, habrían facilitado el reconocimiento de parentescos. En la selva de
Sudamérica, la conservación de gran parte del tejido dialectal ocurre todavía con
las grandes familias arahuaco, tupí, caribe o la propuesta pano-tacana, porque en
sus territorios no alcanzó a establecerse de manera general un neolítico pleno, o
porque, donde éste se dio y fue inclusive superado hasta el nivel de excedentes
intercambiables y de jerarquización social -como en las zonas de várzea del
Amazonas y el Ucayali Central, o en las llanuras aluviales de Mojos-, la centrali-
zación económica y política no se produjo con la estabilidad y magnitud sufi-
cientes.
Ahora bien, la preservación en la selva de buena parte de los eslabones
de las redes dialectales de varios troncos lingüísticos, suministra material abun-
dante no sólo para los estudios comparativos y las reconstrucciones de protolen-
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ubicado hoy en la frontera entre Venezuela y Brasil, en las ~rcanfas del río
Branco. Migliazza, consecuentemente, postula sucesivos desgajam1entos del tronco
pano-tacana: del proto-tacana hacia 2,600 antes del presente, y del proto-yano-
mama cien años más tarde; a su tumo, el proto-pano, centrado en el Ucayali y
el Alto Yurúa, se movió hacia el oeste 2,000 años antes del presente, en di-
rección -dice Migliazza- de la cordillera andina (Migliazza 1982: 510-513).
Los fechados de tiempos mínimos de expansión o desplazamientos del
proto-pano suministrados coincidentemente por d 'Ans y Migliazza, y los acon-
tecimientos que, no lejos del Ucayali, se vivían por· entonces en los Andes Cen-
trales, en pleno tránsito del Formativo Tardío a los Desarrollos Regionales,
sugieren un marco de explicación: pueblos de habla proto-pano y economía
agraria, que rendían culto al sol=wari, habitaban la región de Chavín y Huánuco-
Huallaga en el milenio anterior a nuestra era, pero fueron más tarde quechuizados,
si bien conservaron la adoración a una divinidad de nombre Huari. El Ucayali
Central estaba a la sazón igualmente ocupado por hablantes de protopano, o lo
fue aproximadamente en la misma época por colonización o invasión; la influen-
cia andina en el Ucayali Central se habría expresado por la presencia hacia el
siglo sétimo a.n.e. de rasgos "Chavín" en el estilo cerámico local Shakimu
Temprano, definido por el arqueólogo Donald Lathrap (1970: 92-94). La elimi-
nación del proto-pano "andino" por avance del proto-quechua, en esta hipótesis,
estaría incidiendo en los fechados glotocronológicos, haciéndolos rendir una
profundidad temporal menor que la real en la medición de la divergencia interna
de la familia pano.
En todo caso, queda sin explicación la ocurrencia de la cerámica nomi-
nada Cumancaya por Donald Lathrap, llegada al Ucayali Central hacia 810 de
nuestra era, y, en opinión de este arqueólogo, antecesora de la alfarería de los
actuales panohablantes. D' Ans conjetura que por entonces se produjo una "ola
ideológica" que trajo consigo, a un pueblo panohablante, la agricultura intensiva,
el nuevo estilo cerámico, un rápido crecimiento poblacional y, como consecuen-
cia de tensiones en las sociedades panos del Ucayali Central, la expulsión hacia
la periferia de numerosas tribus y el apoderamiento de la zona de várzea ucaya-
lina por los hoy shipibos y conibos (d 'Ans 1973: 13-17).
En lo que toca al área andina, sin embargo, los datos consignados en las
páginas precedentes parecen respaldar la hipótesis de que fue el movimiento de
expansión del proto-quechua el que llevó consigo por la sierra central peruana,
a principios de nuestra era, el culto a Huari, una divinidad solar cuya denomi-
nación se adoptaba de una lengua ajena, a la que, contemporáneamente, se eli-
minaba de la escena lingüística andina.
2.2. Cama-/kama-1
"
a citar, nos remitimos a Cestmír Loukotka (1968); a G. Kingslex Noble (1965);
y sobre todo, al excelente artículo de Robert Shafer "Algumas ecua~oes fonéticas
em Arawakan" (1959). En cuanto al puquina y sus cotejos con uruquilla y
callahuaya, enviamos a Torero 1987 (363-370).
"abeja", "miel", "cera":
Arahuaco: *mapa "abeja" y "miel".
Quechua (Domingo de Santo Tomás): mapa "cera que labran las avejas".
Aymara (Bertonio): mapha "cera de abejas". -
"agua", "lluvia":
Arahuaco: •une "agua".
Quechua cusqueño: unu "agua".
Aymara: uma "agua".
Callahuaya: inu "lluvia".
"dormir", "fornicar":
Lenguas arahuacas: campa maqa- "dormir"; chamicuru u-maki "yo duermo".
Callahuaya: meja- "dormir".
Puquina: miha- "dormir", "fornicar".
Aymara (Bertonio): meca- "fornicar".
2.3 Con
El mito del dios Con nos remite ciertamente a un dios del agua. Fue
recogido originalmente, según demuestra Marce! Bataillon, por Rodrigo Lozano,
uno de los primeros espafioles llegados al Perú y afincado en la entonces recién
fundada ciudad de Trujillo, en la costa norte peruana (Bataillon 1961:48); pero
su propia versión nunca ha sido hallada, sino las que tomaron de él los cronistas
Agusún Zárate y Francisco López de Gómara (Bataillon 1963).
Si bien en el relato que transcribe López de Gómara, y que acogemos,
el propio Con se decía "hijo del sol", sus atributos y sus movimientos no son los
de una divinidad solar, sino de un "dios hidráulico": vino al principio del mundo
de la región septentrional; no tenía huesos; bajaba la altura de los cerros y alzaba
la de los valles; henchió la tierra de hombres y mujeres a los que dio lo necesario
para la vida; más tarde, enojado con ellos, convirtió la buena tierra de la costa
en arenales secos y estériles donde nunca más llovió, pero dejó los ríos para que
los hombres se mantuvieran con regadío y trabajo. Tiempo después apareció un
nuevo dios, Pachacama, hijo del sol también y de la luna, quien lo venció y
desterró, convirtió en monos a sus criaturas e hizo una nueva humanidad.
El mito tiene todos los visos de un origen yunga, por la alusión directa
a los secos arenales y al cultivo por regadío que los ríos permiten. Además, el
ser Lozano uno de los fundadores de la ciudad de Trujillo y vecino de ella hasta
su muerte, nos da la certidumbre de que obtuvo la versión original en Trujillo
y el valle de Moche o en valles cercanos.
Sin embargo, ignoramos si el vocablo con existía en el quingnam, el
idioma de "los llanos" de Trujillo. Pero sí se lo encuentra, como coff o qon, y
el significado de "agua", y por extensión, "río", en el idioma culle, que se habló
en las sierras de Huamachuco, directamente a espaldas de los valles trujillanos
(Torero 1989: 249).
Para la.¡_región misma de Huamachuco, sin embargo, no se ha dado cuenta
de algún dios denominado Con; en ella, la "huaca" más reverenciada era Cate-
quil. cuyo culto desbordaba las fronteras lingüísticas culles. 1,',ro obstante, el
santuario de esa divinidad se hallaba en un alto cerro llamado Porcón, topónimo
que contiene el sonido en estudio. Además, el segmento cat(e)-, en Catequil, sig-
nificó posiblemente "agua" en una lengua distinta del culle, pero que se extendió
por Huamachuco como "lengua general" de la sierra norteña antes que penetrara
allí el quechua (Torero 1989).
Abona en favor del origen norteño del nombre Con -coincidente con el
origen "septentrional" del dios según el mito- su naturaleza monosilábica, ex-
traña a las lenguas del sur, en especial al quechua y al aymara. En un examen
de la lista de 43 voces castellanas con sus equivalentes en ocho idiomas del norte
peruano que elaboró Baltazar Martínez Compañón, obispo de Trujillo, a fines del
siglo XVIII, el porcentaje de monosílabos correspondiente a cada lengua es:
quechua, 0%; castellano, 11.62%; sechura, 18.42; hivito, 20%; culle, 20.51 %;
catacaos, 22.86%; colán, 28.57%; cholón, 31.7%; mochica, 47.37% (Torero 1986:
527).
En todos los autores señalados, las versiones sobre Viracocha -con o sin
el nombre "añadido"- lo presentan como un personaje que salió del lago Titi-
caca, en un mundo que era entonces oscuro, y que, en la misma isla de Titicaca
o en el pueblo de Tiahuanaco, según la narración de Betanzos, "allí improviso
dicen que hizo el sol y el día y que el sol mandó que anduviese por el curso que
anda y luego dicen que hizo las estrellas y la luna" (Betanzos 1880: cap. 1).
Formó, allí mismo, las generaciones de gentes y las envió a poblar costas, sierras
y selvas. Luego marchó hacia el noroeste y se perdió en el mar.
Debemos observar, en primer lugar, que la sílaba Con-, que en estas
'"
NOTAS
(1) El antropólogo y lingüista Morris Swadesh ha propuesto que, cuando pueda procederse a
cotejos entre hablas en base al llenado de las listas de 100 vocablos "no culturales" esta-
blecidas por su método de glotocronología léxicoestadística, se establezca, en los linajes
lingüísticos, el deslinde de rango entre "lengua", "familia", "tronco" y "fílum", de acuerdo
con el valor cuantitativo de concordancia léxica encontrado, y que se estime como lengua
a un conjunto de hablas que estén separadas por un período menor de mil años (74% de
vocablos cognados); como familia a un complejo de lenguas que tengan hasta 25 siglos de
divergencia mínima; como tronco a un complejo de 25 a 50 siglos; como fílum a un grupo
internamente alejado por más de 50 siglos. Nosotros emplearemos la expresión gran familia
como equivalente de tronco. Véase M. Swadesh, Estudios sobre lengua y cultura, México,
1960; en particular los capítulos "La lingüística como instrumento de la prehistoria", "¿Qué
es la glotocronología?" y "Las lenguas aborígenes de América".
(2) El fechamiento léxicoestadístico ubica en el segundo siglo de nuestra era el tiempo de sepa-
ración entre los dos idiomas uruquillas registrados, el iru-itu del Desaguadero y el chipaya
del lago-salar de Coipasa.
(3) Durante la "visita" que, con otros "extirpadores de idolatrías", efectuó el padre José de
Arriaga al corregimiento de Cajatambo, serranías de Lima, en 1619, recogió "la fábula" de
que en tiempos muy antiguos había salido del lago Titicaca un gran gigante llamado Huari
Huiracocha, el cual, puesto en camino hacia el norte, iba convirtiendo a todas las huacas en
piedra, y que, para precaverse de él, las huacas de las provincias de Cajatambo y de Con-
chucos, edificaron en los Conchucos una casa con cierta trampa por la cual pensaban dar
muerte a la temida divinidad; pero que ésta, entendiendo el engaño, las hizo juntarse allí y
las convirtió también en piedra (Duviols 1982: 452-453 ). Asimismo, en 1656, el visitador
Estanislao Vega Bazán, cura de Cinga (Singa) en el partido de Huamalíes, descubrió " ... un
templo muy grande del dios Huari, que era común adoratorio de los Indios, todo debajo de
tierra, con unos callejones y laberintos bien dilatados, hechos de piedras muy grandes y muy
labradas ..." (Duviols 1972: 386-398).
(4) En las declaraciones de los acusados o testigos en los procesos de idolatrías se da reiterada-
mente la relación entre Huari y la agricultura de riego: " ...en esta fe estan todos los indios
que el dho idolo Guari pircó las chacras y sacó las sequias y por esto le dan todo culto y
veneración ... "; " ... antes de limpiar lasasequias para regar sus chacras juntaban ofrendas los
dichos ministros de llamas cuyes y coca y las llevaban a los malquis guaris y se las ofresian
porque abian sido los primeros que fundaron sus chacras y hisieron los estanques y allana-
ron las chacras y pusieron paredes por estribos para que no las robasen las aguas ... " (Duviols
1986: 90, 148).
(5) He colectado, durante mi trabajo de campo sobre hablas quechuas, relatos referentes a Huari
en las provincias de Oyón, Canta y Yauyos, departamento de Lima, y de Tarma y Huancayo,
departamento de Junín. No efectué indagaciones específicamente orientadas al tema; sólo
registré lo que obtuve espontánea e incidentalmente. Estoy seguro de que una labor sis-
temática mostraría la vigencia del culto a Huari, bajo diversas formas, en la sierra central
peruana.
(6) El cronista Pedro Cieza de León, que anduvo el Perú en los años 1547 a 1550, cita al "ídolo
de Guarivilca", de los Jaujas y Huancas -valle de Mantaro- en los capítulos LXXXIV de La
Crónica del Perú y XLIX de El señorío de los Incas. En el siglo XVII, los documentos de
extirpación de idolatrías mencionan profusamente al dios Huari y a los malquis huaris. El
visitador Avendaño, como se verá en el texto, establece a su vez la identificación de Huari
con Vichama, la divinidad de la costa norcentral.
(7) Sin embargo, la metátesis, una tercera tendencia fonológica del amuesha, bastante frecuente
y todavía en pleno proceso, según Wise, puede hacer ver en -por una metátesis de •rup-,
forma hipotética que se vincularía con los vocablos aymara lupl y quechua rupay "resplan-
dor del sol", y el astro mismo en los dialectos quechuas del "callejón" de Conchucos y de
Ferreñafe y Cajamarca (que no conocen lnti, el término más general para "sol" en la familia
quechua).
(8) Véase el capítulo XVIII de la versión de la crónica de Juan de Betanzos anotada y publicada
en 1880 por Marcos Jiménez de la Espada, en la cual éste compara las relaciones de los
meses según Betanzos y Diego Femández de Palencia (Historia del Perú) . Compárese con
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