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Bruno Revesz
ECONOMIA Y POLITICA
(1) A seis años de su publicación, O ' Donnell, Schminer y Whitehead (eds.) 1986, es todavía la mejor obra
de referencia.
contra del poder injusto se apoya sobre identidades ciudadanas autónomas. No se puede con-
fundir el rechazo instintivo a lo intolerable y la rebelión en contra de la violencia con el res-
peto del pluralismo y la voluntad de proteger derechos y libertades con mecanismos políticos
y jurídicos precisos. Además, a pesar de los sucesos de la plaza Tien an men, China -como
siempre- sigue su curso propio mientras que permanecen activos los populismos de orienta-
ción fundamenlalista que rigen a las socie.dades musulmanas. Al mismo tiempo, irónicamen-
te, la ola de globalización se acompaña de la preocupante proliferación de afirmaciones
identitarias, étnicas, lingüísticas, religiosas, generadoras de nuevas segregaciones y de conflictos
de lealtad entre comunidades particulares y colectividades nacionales que conjuntamente con
el repliegue sobre los valores locales y la diseminación de la violencia privada cuestionan los
antiguos monopolios de la representación política y minan los fundamentos cívicos de las vie-
jas democracias del norte.
Sin embargo, por primera vez, el fulgurante contagio democrático parecería dar cuerpo
al suei'lo del "Wilsonismo": Grecia, Portugal, España en los 70, los Estados Burocráticos-Au-
toritarios del Cono Sur latinoamericano en los 80, regímenes despóticos del Africa Sub-
Sahariana y antiguos países comunistas más recientemente, se presentan como signos inequí-
vocos de descomposición de los tolalitarismos y de retroceso de los sistemas autoritarios. El
wilsonismo es esta ideología que después de la Primera Guerra Mundial afirmaba que el
"autoritarismo y el espíritu de dominación no podrían ser conjurados más que por la aplica-
ción integral de la democracia y de la protección de las minorías" (Lavau 1990: 36). Como es
bien sabido, otra historia se impuso desvaneciendo dicha esperanza, y no sólo porque el nazismo
derrotó a la República de Weimar, sino porque prevalecieron en el debate intelectual y en las
decisiones políticas las tesis del desarrollo desde arriba tanto en el caso de la atrasada Rusia
como en el de las naciones del tercer mundo. La creciente intervención del Estado en la regu-
lación de la economía de los países más industrializados, los éxitos (o la propaganda) de los
primeros planes quinquenales soviéticos y -después de la Segunda Guerra Mundial- las pre-
siones de los países en vías de desarrollo, interpretadas en el contexto de la guerra fría, con-
vencieron a muchos demócratas que la privación de libertades por regímenes que más allá de
algunos signos formales de parlamentarismo no pretendían respetar las mínimas exigencias
de la democracia era algo perdonable e inevitable en provecho de las transformaciones econó-
micas y sociales que se debían impulsar. No hace mucho tiempo que Sartre se refería al mar-
xismo como el horizonte insuperable de nuestra época y que los Estados Unidos se mostraban
más que indulgentes con los militarismos institucionales y modernizadores chilenos y brasilei'los
sin hablar de su respaldo directo a las dictaduras de su patio caribei'lo (Nicaragua, Santo Do-
mingo, Guatemala).
Además no es necesario invocar a los herederos de la democracia Madisoniana o a la
izquierda europea. No porque esté menos de moda el viaje a la Cuba de Castro, patriarca ase-
diado, debemos olvidar la simpatía o el entusiasmo que tuvieron por dicho régimen "no-de-
mocrático" grandes figuras de nuestra cultura, desde el Vargas Llosa de la juventud hasta el
García Márquez de la madurez. Lúcidos en cuanto a la ausencia de fundamentos éticos de la
economía de mercado sobre la base de una escala de valor que privilegiaba el espíritu de ab-
negación y el ascetismo en detrimento del escepticismo y del hedonismo, supieron valorizar
positivamente las prioridades dadas a la salud, a la educación, a la lectura, a la movilización
ideali.sta de la población, a la erradicación de la corrupción y de la prostitución.
más la lógica extremadamente competitiva de la economía global y cuando los países más
ricos atrapados en sus propios problemas están menos dispuestos que en el pasado a brindar
el apoyo requerido. Para los nuevos regímenes, a las presiones de la competencia que se pro-
ponen emprender se añade la internalización de los costos políticos del ajuste impuesto por el
veto internacional a seguir financiando el endeudamiento.
Vale la pena resaltar que en América Latina y en ausencia de este espacio público que
Habermas nos invita con tanta insistencia a constituir, el método con el cual se definen y se
aplican las políticas de shock reüeva más de la inercia política que de la invención democrática
(Almeida 1991). Las reformas institucionales en curso no nacen de procesos de negociación
entre actores múltiples o de estn1tegias de concertación y de cooperación entre organizaciones
representativas sino directamente del ejecutivo presidencial, cuando éste asume por decretos
las medidas elaboradas en secreto por un puñado de tecnócratas. En este sentido la liberalización
económica no se articula directamente sobre la abertura democrática
Sin embargo, el hecho de que este tipo de políticas anti-crisis hayan sido adoptadas y
mantenidas desmiente el axioma según el cual las nuevas democracias por su vulnerabilidad
frente a las presiones populares tendrían necesariamente menor capacidad que los regímenes
autoritarios para enfrentar situaciones económicas críticas (Remmerl990), y también por veri-
ficar las afirmaciones que renunciando de arranque a diferenciar legitimidad de un orden polí-
tico y performance socicxconómica de un determinado gobierno, postulan que la sobrevivencia
de estas jóvenes democracias dependería estrictamente de la obtención de beneficios econó-
micos inmediatos por la población. En realidad la presuposición de la identidad del centro
político con los intereses manifiestos del pueblo fuente de legitimidad y por lo tanto el consenso
sobre el carocter intolerable de la pobreza no es un atributo específico de la democracia liberal
sino una característica común a todos los sistemas políticos modernos. En las circunstancias
actuales y tomando en cuenta el apoyo popular que reciben diversos mandatarios (Menem,
Fujimori) parece plausible considerar que el "pueblo" encontró más promisorio para disminuir
la pobreza el énfasis dado a la innovación, a la dinamización de las empresas y a la acumulación
(actividades generndores de desigualdad) que la conservación de un sistema de redistribución
de beneficios asociado al estancamiento de la economía y a la violencia social.
María Isabel Remy al enfocar -a la luz de la intensidad y de la radicalidad de los cam-
bios que nuestra sociedad ha vivido en las últimas décadas- el carocter moderno de los movi-
mientos campesinos de los años 60, llama nuestra atención sobre estos momentos privilegiados
en que los actores de la sociedad rural "manifiestan su disconformidad con el sistema vigente,
o con la forma como cambia, o con el hecho de que cambie, expresan así una lectura sobre las
condiciones de su presente y expresan igualmente sus perspectivas de futuro. Implican situa-
ciones de cambio; sea que ellos lo promuevan, sea que ellos lo sufran" (Remy 1990: 80-81).
Aunque de manera más difusa y casi subterránea se podría afinnar analógicamente que la
existencia cotidiana de la pluralidad diferenciada de los que viven en el espacio socio-históri-
co andino está explícita y activamente insertada en estas complejas operaciones de concilia-
ción de intereses, de emancipación, alianza y autonomización que son en definitiva las transi-
ciones democráticas.
MODERNIZACION Y ETNOCENTRISMO
cumbre (Alemania, Japón) y la modernización de tipo comunista, inaugurada por las revolu-
ciones campesinas de Rusia y China (Moore 1966).
En las sociedades islámicas o las marcadas por el hinduismo y que rechazan toda
disociación de lo espiritual y de lo temporal y la idea misma de lo laico, el Estado no puede
institucionalizarse como organismo especializado, diferenciado, distinto de la sociedad civil.
Una religión monista como el Islam que subordina la acción política a la voluntad de Dios no
facilita el reconocimiento de la soberanía popular. Sin embargo, la persistencia de este tipo de
tradición cultural no implica el rechazo de toda innovación. Según Bertrand Badie el desarrollo
político del Islam contemporáneo estaría confrontado a tres opciones: la modernidad conser-
vadora; la modernización revolucionaria, la contra-modernización. En el primer caso, los gru-
pos en el poder buscan imponer el juego político desde la continuidad. En la segunda opción,
las formas existentes del poder político son consideradas como ineficientes e injustas; se pri-
vilegia la solución de continuidad "modernización rima con revolución". En la tercera op-
ción, el radicalismo islámico milita para un regreso a la tradición. En su funcionamiento coti-
diano "cada una de estas tres prácticas contiene un esfuerzo de innovación, es decir, muy sim-
plemente de adaptación y de actualización: su difícil apuesta es de llegar, más allá de lo que
parece a menudo la conciliación de los contrarios, a la invención empírica de un modelo de
modernización propio al modo contemporáneo" (Badie 1986: 200).
El caso de América Latina es distinto de las sociedades de Africa o Asia. Pertenece "de
pleno derecho, por lo menos por el origen y la cultura de sus elites, al área cultural europea"
(Guerra 1992:50). No es recientemente, sino desde los inicios del siglo XIX que fueron adop-
tadas la soberanía nacional como principio de legitimidad y la república representativa como
forma de gobierno. En adelante los principios invocados no serán cuestionados. A pesar de
sus limitaciones y defectos, de las irregularidades que afectan su forma, sus resultados y el
plazo constitucional de su realización, las elecciones -tarde o temprano- resurgen como funda-
mento único de la legitimidad.
Después de la independencia, sin verdadero centro político y sin otros aparatos admi-
nistrativos que los concebidos en la colonia para favorecer a la dominación metropolitana, el
derecho no corresponde a la realidad. La redacción de las constituciones tiene por función no
sólo definir las nuevas sociedades sino inscribir un signo de modernidad, manifestar que las
elites locales pertenecen "a una civilización europea distinta de la representada hasta este mo-
mento por la presencia de una España considerada como oscurantista y cuya ideología se re-
sumía demasiadas veces a la imposición de censuras teológicas (Gourdon, 1992: 270).
En realidad como lo demuestra Fran~ois-Xavier Guerra (1992), ya en 1812-1813 las
referencias políticas modernas se habían impuesto en España A una concepción de la nación
como producto de la historia (Las Cortes como restauración de las comunidades de Antiguo
Régimen con sus cuerpos privilegiados y una representación de los tres órdenes) se había sus-
tituido una concepción de la nación como asociación voluntaria formada por individuos igua-
les (Las Cortes como asamblea única de representantes de la nación). Sin embargo, en el mundo
hispánico (peninsular y latinoamericano) la adopción de un régimen representativo no impli-
có la construcción de un sistema democrático: "Para las elites hispano-americanas de una buena
parte del siglo XIX, el verdadero pueblo no existe todavía El pueblo ideal no puede ser con-
fundido con el pueblo de la ciudad o los campesinos ignorantes del campo, particularmente
cuando son indígenas" (Guerra 1992:64). En este aspecto, América Latina está muy próxima
de la Europa del siglo XIX donde prevalecía el sufragio censitario, discriminando los ciuda-
danos entre pasivos (no electores) y activos (electores no elegibles y electores elegibles).
No es el lugar de analizar cómo a pesar de la similitud de inspiración en la filosofía de
las Luces de un lado y otro del Atlántico, difieren las estructuras políticas y los modos de
dominación(2): la identidad criolla se fundó a escala continental simultáneamente en el rechazo
de la hegemonía de los españoles peninsulares y en el mantenimiento de la subordinación de
los indios y de los esclavos. Entre caudillos y parlamentos oligárquicos, reforzada por el desa-
rrollo de las estructuras latifundistas, imperó en el Perú la dominación patrimonial y la apro-
piación privada del poder, la ciudadanía jerarquizada, la nacionalidad fraccionada, el desprecio,
la represión.
Con la lenta penetración del capitalismo y el auge del patrón de exportaciones agrario-
mineras, se reestructura -en ciertas regiones se disloca- el espacio social sin que las clases do-
minantes logren (suponiendo que tal fuera su propósito) unificar "la población y el territorio
mediante una efectiva centralización estatal para erradicar la fragmentación cultural existente
entre las clases y sus concomitantes étnicos, favoreciendo la constitución de una identidad co-
lectiva, la nación peruana" (Cotler 1980:13). Sin embargo, se transforma la existencia mate-
rial de la sociedad y se incrementa la unificación cultural: extracción de los excedentes no por
medios directamente políticos sino por el juego del mercado articulado a las comunidades pri-
marias, movilidad ocupacional, mayor división del tr.:1bajo, desarrollo de saberes tecnológicos.
Bajo otrdS formas se renueva cierta comunidad de cultura y proximidad histórica con las so-
ciedades de Europa occidental que conforma una verdadera co-tr.:1dición: la escuela riega todo
el territorio; se multiplican las movili;r.aciones sociales; comunicación y préstamos cultur.:tles
se densifican. En el cielo de las ideologías, al catolicismo ancestr.:tl se suma ahora las esperan-
zas de la ciencia y nuevos actos de fe ¡Etidarios, el sufragio se extiende hasta volverse universal.
En estas condiciones y después de siglos de una hibridación forzada entre lo occidental
y lo no occidental iniciada como lo recuerda Macera en el momento en que "una sociedad
universal en término de Toynbee como lo andino fue interrumpida en su desarrollo autóno-
mo" ( 1991 :6) ¿tiene sentido querer contraponer políticamente lo andino a la modernidad como
dos realidades extrínsecas?, ¿será cierto que "el Perú de fines de los años ochenta vive en me-
dio de un enfrentamiento entre el mundo andino y occidente que en este caso, equivale a mo-
dernidad, capitalismo y progreso" (Flores Galindo 1987)?, ¿No sería una forma de neo-
orientalismo proponer como programa societal un andinismo ecológico?, como lo hace Gerardo
Ramos quien en su mensaje a las juventudes de los pueblos andinos llama a "volver a fundar
nuestra sociedad como hicieron una vez Pachacutec y otra vez Pizarro, pero para vivir en ar-
monía con nosotros mismos y con la naturaleza" (1991a:19) o Luis Lumbreras cuando aboga
por el camino autónomo de la reindigenización: "Sí, es posible una reindigenización, restable-
cer las relaciones coherentes entre nuestra sociedad y sus condiciones materiales de existencia"
(1991:12).
(2) Entre los trabajos recientes sobre las relaciones entre Estado y Sociedad en el siglo XIX se puede con-
sultar con provecho los artículos de Paul Gootenberg y María Isabel Remy en Revista Andina 12, di-
ciembre de 1988.
En las referencias andinistas que acabamos de citar y en los textos afines, lo andino no
se presenta como un concepto sino como un término polisémico que no logra unificar una
realidad fragmentada social y temporalmente: lo Andino designa a veces una huella arqueoló-
gica, un territorio geográfico, un sistema de representación mental, la herida de lo colonial,
otras veces determinadas prácticas culturales y técnicas, una capa social (el campesinado), una
referencia simbólica para la acción, una constelación de actores de nuestra sociedad. Al mis-
mo tiempo la utilización política de lo andino como categoría cultural e histórica reifica de
manera rígida nuestra relación con un pasado complejo: el pasado lejano (lo andino como pre-
occidental y pre-moderno, o sea la evolución histórica andina autónoma hasta el siglo XVI);
el pa<;aclo intermedio (la irrupción sangrienta del occidente, la destrucción de la matriz andina
y la fuerza modernizante de la colonización); el pasado próximo (la arúculación a partir del
siglo XIX de la nueva colectividad nacional conformada por criollos, mestizos e indios con
los centros internacionales de poder y con el capitalismo industrial).
Este reviva/ culturalista refleja dificultades recurrentes de las elites peruanas en enfren-
tar desde la periferia occidental y cara al futuro la reinvención de lo político asumiendo sin
pavor ni amnesia las divisiones e identidacles heredadas de la historia. El derrumbe en las so-
ciedades latinoamericanas de las expectativas nacional-populistas de construir la ciudadanía
desde el Estado y las incertidumbres, las restricciones, los obstáculos y las frustraciones gene-
radas por la magnitud de la transformación del entorno y de la regulación del orden económico
internacional en los últimos 20 años, exacerban las dificultades de pensar lo nuevo sin anhelo
conservador ni huida hacia adelante.
La modernidad política en los países andinos como en otras sociedacles del tercer mun-
do se instauró por un efecto de combinación entre factores endógenos y factores exógenos.
En América Latina, estrucwras, mecanismos, tecnologías políticas y fórmulas de legitimación
de la modernidad occidental -impuestas por la dominación externa o importadas por elites
modcrnizantes- no hicieron de la sociedacl receptora una reproducción de otra sociedad(3). La
reapropiación de estas importaciones por un sistema de actores que en función de sus intereses
y códigos culwrales las rechazan o las adaptan, se hace dentro de un proceso de hibridación
que puede generar bloqueos y tensiones pero también recreación e invención.
CIUDADANIA Y DEMOCRACIA
(3) Es lo que se niega a admitir Vargas Llosa (1989) cuando en forma clásica de la utopía reivindica a
"los países europeos, que son los países modernos, que son los países libres como en el que quiero
convertir al Perú".
tes en el mundo moderno". Aunque la democracia no sea la única posibilidad en esta éJX)Ca
de crisis, el camino a seguir -no sólo para la reconstrucción del Estado sino par,1 la "construcción
de nuevas sociedades nacionales"-, es el de la construcción de la democracia política entendi-
da como el "conjunto de instituciones a través de las cuales se puede llegar a decisiones legíti-
mas, válidas para toda una comunidad" (Weffort 1990:27, 65).
La ciudadanía moderna vinculada al concepto de democracia pluralista y social es ge-
neralmente concebida como si incluyera, junto con otros rasgos éticos y culturales, un estatu-
to jurídico que más allá de la variedad de las situaciones empíricas confiere al individuo debe-
res y obligaciones para con la colectividad política. Concretamente, para los teóricos de las
transiciones democráticas, el principio de la ciudadanía que ha de guiar a la democracia, im-
plica a la vez el derecho para cada ser humano de ser tratado por los otros como iguales en lo
que concierne a la formación de las decisiones colectivas, y la obligación de parte de los go-
bernantes de ser igualmente responsables frente a todos los miembros de la sociedad política;
inversamente, dicho principio implica obligaciones para los gobernados, en particular la de
respetar la legitimidad de las decisiones deliberadas entre iguales, y confiere a los gobernantes
el derecho de actuar de manera autorizada para promover la implementación de estas decisio-
nes y pard proteger la comunidad de las amenazas que afectarían su existencia(4).
Esta definición tiene la ventaja de marcar en una per~-pectiva weberiana tres de las ca-
racterísticas que diferencian la democracia de otras formas de dominación: la posibilidad dada
a IOdos independientemente del modo de constitución de la jerarquía social de compartir el
gobierno de la sociedad; el reconocimiento del carácter simultáneamente conl1ictivo y legítimo
de la participación política; la noción de seguridad como fundamento de la participación y de
la obligación política. En primer lugar, ni la ciudadanía ni la democracia existen cuando la
sepamción entre sujetos y gobernantes es permanente y total. La ciudadanía lejos de ser un
atributo general de la existencia social es una forma específica de división del tr<1bajo político
que permite incorpordf a las clases subalternas en la actividad política. El hecho de que no
sean necesarios los costos de una revolución para renovar periódicamente los gobernantes ex-
presa un msgo fundamental de la democracia pluralista, su indeterminación; abertura permanente
sobre un porvenir incierto que motivó en la historia reciente de América Latina tantas tenta-
ciones antidemocráticas. En segundo lugar, la ciudadanía moderna reúne en un Estado y sin
relación con la división del trabajo social, grupos e individuos que no tienen los mismos inte-
reses ni los mismos fines, ni son inmediatamente solidarios. Por último, los ciudadanos lo son
en la medida que está garantizado el derecho de tener derechos.
Ahora bien, la ciudadanía contemporánea no se reduce al elemento polí).ico de partici-
pación en el ejercicio del poder político en calidad de miembro de una instancia de aulOridad
política o como participante de su designación. En la célebre "secuencia Marshall" sobre el
(5) T.E. Marshall (1965). Sobre la conferencia dada en 1949, en el marco de la "Alfred Marshall Lecture"
de la Universidad de Cambridge (Inglaterra), ver Leca (1985) y Hirschmam (1991).
cómoda de una naturaleza social "suave para los fuertes y dulce para los débiles"(6). Sin em-
bargo, el resultado de las experiencias populistas de incorporación selectiva de sectores popu-
lares y de reforma de la sociedad desde el Estado no logró según toda evidencia la elimina-
ción de la desigualdad social, como lo ilustra con tanta claridad la columna de la derecha del
cuadro de doble entrada dibujado mentalmente por Carlos Franco. Más bien es posible argu-
mentar que la asignación de derechos sociales de manera selectiva por el Estado en función
de su sola competencia a determinados individuos y grupos, introdujo la discriminación -le-
galmente arbitraria- en el seno de las clases trabajadoras: la reforma agraria peruana anexó el
sector reformado, separándolo del resto del campesinado, eventuales, comuneros, minifundistas
(Remy 1991); el sistema estatal de protección social del trabajador creó, en forma análoga a
los sufragios censitarios del siglo XIX, dos grupos de ciudadanos: la minoría de los activos
que tienen un estawto privilegiado, relativamente protegidos de las altas y bajas del mercado
y la mayoría de los pasivos, vasto mundo de la informalidad, de los desempleados, del campe-
sinado.
La movilización o la anexión de la sociedad por el Estado no es la única manera de
vaciar la ciudadanía de su contenido cultural y universal. El neoliberalismo que ve en el Estado
el mal y en la sociedad el bien promueve una ciudadanía privada, civil más que cívica, y do-
minada por las leyes del mercado. Renunciando a su capacidad de intervención en lo socio-
económico, el Estado abandona la sociedad concebida como enfrentamiento de intereses par-
ticulares, a condición de que ésta consienta a respetar la ley y el orden, la policía y el ejército.
Es el Estado "nomocrático" soñado por F.A. Hayek que podría llevar a las sociedades latinoa-
mericanas al caos y a la desintegración(?).
No basta el restablecimiento del Estado de derecho para que la ciudadanía sea cons-
ciente de sí misma. La ciudadanía moderna para desarrollarse necesita, entre la esfera estatal
y el ámbito de lo privado, de un espacio público en que las relaciones sociales encuentren una
mediación en el reconocimiento de los derechos y la afinnación de identidades diferentes, donde
la medida de lo justo y de lo injusto sea el objeto de negociación permanente y donde el plura-
lismo social de los intereses particulares esté vinculado a los intereses estratégicos de la co-
munidad política y a las exigencias de su integración y cohesión.
En los últimos acápites, hemos definido la ciudadanía como una forma específica de
racionalización de la existencia social, cultural y política, creadora de derechos subjetivos, se-
ñalando los efectos negativos sobre ella del exceso (anexión o abandono) del Estado e indicado
la importancia mediadora de la sociedad civil. Al término de esta breve indagación teórica se
impone preguntar si todo eso "tiene sentido" en el contexto peruano. La respuesta no puede
ser un sí o un no. El punto crucial en este asunto no es tanto la afirmación o la negación de la
ciudadanía como realidad en el Perú de hoy: existe en ciertos aspectos y en ~eterminadas cir-
(6) Ver Leca (1985). Por otra parte Gourdon (1992) sostiene que el populismo no debe ser evaluado sólo
en función de sus perversiones sino también en relación con las carencias del sistema cerrado de las
oligarquías partidarias y de la pobreza del modo de institucionalización latinoamericana cuya contra-
parte es la fusión latente de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial en la unicidad de la función
presidencial.
(l) Leca (1985:188) lo caracteriza como conductor de la "ciudadanía negativa". Ver Jaguaribe (1993).
cunstancias. Se trata mas bien de validar la "indecisión" como categoría analíúca frente a las
razones que impiden responder posiúvarnente por un sí o por un no(S).
Sin aludir, ni por asomo, a las zonas de exclusión (guerra senderista. jerarquías raciales,
pobreza críúca, corrupción, etc.) menciono tres factores que justifican esta indecisión:
a)Escogiendo entre las mil y unas definiciones de la sociedad civil, la de Shils "el con-
junto de las insútuciones por las cuales los individuos prosiguen sus intereses comunes y or-
ganizan así la división del trabajo social sin interferencia del Estado"(9), el problema no es el de
su existencia sino de su frágil consútución y de su fragmentación en espacios periféricos.
b)En una sociedad como la nuestra, tan o más importante en los hechos que la conver-
sión del individuo en ciudadano -y más todavía en la periferia que en el centro-, es la conver-
sión del individuo en persona, miembro de una familia, de un sistema de alianza, de una red
de relación. Una persona es alguien. Una persona úene más derechos que un individuo y las
más de las veces, más que un ciudadano anónimo. Como lo analiza Da Matta (1983:191) a
propósito del hombre brasileño: "Estamos fundamentalmente mucho más determinados por
los roles que jugarnos que por una idenúdad abstracta remiúendo a las leyes generales a las
cuales debemos sometemos, lo que es la caracterísúca principal de la idenúdad del ciudadano".
c)Es un hecho que la debilidad de la cultura democráúca en nuestra sociedad se alimen-
ta de que muchos no tuvieron la oportunidad de aptender que el Estado puede a veces ser el
garante de los derechos y de las reglas de la coexistencia social. Pero el problema no se agota
en el establecimiento del Estado de derecho, pasa por la eficiencia del Estado a secas. A pesar
de su bulimia legislativa y del horror fantasmal que inspira a los neo-liberales privaúzadores,
el Estado peruano no ha probado su capacidad de establecer su base de eficacia, y en primer
lugar, de edificar una burocmcia capaz de poner en ejecución y de hacer aplicar la políúca del
centro a la periferia del sistema políúco y de la sociedad civii(IO). La contraparte de la incon-
sistente penetración de la sociedad por la autoridad políúca es la debilidad de su base propia
de legitimidad, es decir las dificultades que encuentra para integrar sus sujetos como ciudadanos.
Quizás, observar los actores de la periferia social y política, ni tradicionales ni moder-
nos, ni holistas ni individualistasO I), nos permiúrá percibir por qué si bien, democracia rima
con modernidad política, en el Perú liberalización políúca no rima mecánicamente con demo-
craúzación.
(8) Roberto Da Mana nos presentó en 1990 en el Kellogg Institute, observaciones pertinentes sobre este
punto.
(9) Shils 1963, "On the Comparative Study of the New States", en Geertz, C., Old Societies and New Slale,
Glencoe, Free Press.
(10) Ver sobre este punto, nuestro comentario al artículo de Evelyne Mesclier en: Revista Andina, nº 21, ju-
lio de 1993, pp. 47-49 y Revesz (1992a).
( 11) Sobre la definición de estas categorías en la obra del Louis DumonL Ver Revesz (1992b:107).
en parte oculta cuando predominaba el antiguo orden oligárquico fundado en la alianza entre
grandes terratenientes y burguesía urbana. El agotamiento del patrón de acumulación, los efectos
perversos de la enorme migración hacia Lima, polo de la modernidad devoradora de los dóla-
res producidos por las exponaciones mineras, la descomposición del control social ejercitado
por el régimen de hacienda, la explosión de la violencia terrorista, la expansión ilegal del cultivo
de la coca en los márgenes de la selva, confluyeron para desvelar la debilidad del centro esta-
tal, inestable en sus valores y encerrado en sí mismo, frente a una periferia multiforme que se
le escapa por todas partes.
A distancia de la escena oficial bloqueada en su proceso de invención y de la clase polí-
tica más propensa a proponer el plan de reorganización desde arriba hacia abajo y como es
usual, de un sector preocupado por la administración antes que en cuestionar sus prácticas y
sus costumbres, la periferia no está vacía. En ella los modos populares de acción política defi-
nen cotidianamente el modo de vida y construyen circuitos de autoridad que regulan el juego
social(l2)
Los individuos y los grupos que no se resignan a la participación pasiva son múltiples y
diversificados. Entre la voluntad natural y la voluntad racional, entre la arcaica solidaridad
mecánica enfocada por nuestra visión de la tradición y la ideal solidaridad orgánica que asocia
libremente los individuos en la definición de sus intereses, son múltiples las variantes que
constituyen la riqueza misma de la cultura, de la historia y de las prácticas sociales.
Son las asociaciones de migmntes, estos Caballos de Troya de la provincia y de los An-
des, las que reestructuran subterráneamente la gran metrópoli. Son las Rondas Campesinas de
Cajamarca o de Piura las que a escala regional establecen redes pam cazar y entregar a la justicia
a los abigeos. Es una ciudad entera a las puertas de la capital la que durante un tiempo logró
subordinar la actividad municipal a la práctica de la autogestión comunitaria agrupando cuadra
por cuadra el conjunto de su población. Es posible que en el seno de la enorme diversidad de
la economía informal, artesanía, pequeños talleres, ambulantes, pluriactividad, se gesten algunos
de estos semilleros de empresarios schumpeterianos celebrados por De Soto. Pero estos traba-
jadores informales movidos por los beneficios individuales que les brindan el mercado son
también hombres y mujeres que tienen un nombre propio y un origen, que se reconocen en
las relaciones colectivas de la familia y del vecindario con los cuales comparten la miseria de
la salud y de la alimentación y con quienes invaden terrenos y construyen su casa. En Catacaos,
en la costa norte del Perú, son los mismos comuneros con yanques quienes consultan en la
memoria de sus calculadoras coreanas la cotización de la fibra de algodón en Liverpool, com-
parten la chicha precolombina y pasean los Santos de su cofradía (Revesz 1992d). Modernidad
y tradición se compenetran y se redefinen sin tregua, sin olvidar que no es necesario invocar
las notas de Walter Benjamin para descubrir en lo cotidiano que el mito del progreso no ha
cumplido sus promesas y dejado -del trauma de la conquista al actual desplazamiento del
campesinado andino por las transnacionales del agro alimentario- su cortejo de horror y de
muerte.
Estos migrantes, estos ronderos, estos constructores clandestinos, estos productores de
algodón han de organizarse para vivir y sobrevivir, defenderse, esperar, existir. Tienen asam-
(12) Retomamos en las páginas siguientes parte del análisis presentado en Revesz (1992c).
bleas, convocan reuniones, preparan programas, presentan el balance de sus actividades, pu-
blican comunicados. Debaten, discuten y consignan sus acuerdos en Libros de Actas. Eligen
dirigencias que los representan frente a la sociedad y al Estado. Su representatividad, fruto de
la elección es garante de su acción y de su eficacia. Dan un cuerpo a la democracia que expe-
rimentan.
No hay catastro unificado y actualizado de esta geografía de la micro-democracia. En
ella existen militancias, cívica, social, religiosa, política que favorecen el despertar, la acción
o la consolidación de muchas de estas asociaciones, y a veces las manipulan. Pero de manera
más global la solidez de su asentamiento está suspendida, como diría Clifford Geertz "en las
telas de la significación tejidas colectivamente en la larga historia de restricciones, de desas-
tres, de resistencia y de opresión".
El sentido del compromiso mutuo en el intercambio de la palabra dada es ciertamente
uno de los códigos de estas conductas simbólicas y materiales. Se cumple con las ánimas,
estos vivientes que la muerte cegó y que tenemos que vigilar y coronar por la anamnesis, las
miríadas de cruces que inscriben en el borde de las carreteras el lugar del accidente, las flores
sobre el ataúd blanco de los inocentes, estos niños que preceden a los ancianos y al nombre de
los cuales otros niños recibirán el Jueves Santo la miel y el pan, los millares de velas que
iluminan los cementerios en las noches de noviembre. Se cumple como compadre y comadre
cuando después de la comida del bautismo -ya evaporada el agua rápidamente echada por el
sacerdote apurado y desbordado por estos flujos de incontinencia espiritual- se retiran los padres
pard con una seriedad extrema tomarse la palabra para significarse la obligación del respeto y
de la solidaridad hasta la muerte. Es para cumplir un compromiso que los nuevos miembros
de las doce cofmdías jurddas de Catacaos renovadas año tras año; se reúnen cada domingo
para prepamr la Semana Santa donde culminará su mandato, debatir y hacer sus cuentas. En
este caso su cargo no proviene de la elección, se trasmite; pero este tipo de práctica ha formado
más organizadores que cualquier escuela de cuadros.
La religión popular donde se escribe y se simboliza este deber de compromiso mutuo
es una de las grandes fuentes de aprendizaje para este para-sindicalismo multiforme de repre-
sentación y de acción que estructura enormes sectores de la periferia social. No es la única.
Desde hace siglos y en todos los rincones del territorio, las comunidades indígenas, hoy cam-
pesina<;, arreglan sus litigios de tierras o de personas, debaten y deciden, escogen sus represen-
tantes, ejercen autoridad y establecen normas que ordenan su territorio. Los comités de mujeres
que en las barriadas distribuyen el vaso de leche financiado por la Cooperación Internacional
o hacen hervir la olla común donde cada una mezcla sus ínfimos recursos, no tienen otro terri-
torio que el hambre de los niños que reúnen y alimentan. Pero ellas también eligen sus repre-
sentantes y dirigentes.
Cuando todo falta, cuando el Estado prevé poco y mal, muchos trámites son necesarios,
y el dirigente podría poco si no fuem reconocido en su calidad de representante. En las perife-
rias de la sociedad peruana, el procedimiento de la elección no es una simple formalidad: des-
encadena pasiones, suscita rechazos, funda de nuevo el grupo y la unión de las voluntades
para resistir o anticipar el imprevisto, la escasez, lo arbitrario, los prejuicios raciales que neu-
tralizan al individuo.
A veces el partido se presenta como una herramienta de socialización. Por él se tiene
acceso al aporte de profesionales, a informaciones legales y técnicas, a un sistema de relacio-
nes que pennite abrir las puertas, presionar a la administración. El representante de las organi-
zaciones de base debe actuar en sociedad. Para él, los partidos no son solamente una mística o
un proyecto político sino la red que protege del aislamiento e incrementa la eficacia. Sin em-
bargo, más allá de estas necesidades y ventajas prácticas, queda el hecho que los actores de la
representación popular inscriben su experiencia democrática dentro de una esperanza de
cambio, en la necesidad de combatir el racismo, la pobreza, la exclusión. No reducen la orga-
nización democrática a un puro ejercicio de convivencia, respetando el statu quo económico, la
inscriben también como una reinvindicación de poder.
Estos representantes y sus mandatarios caminan mucho para forzar las puertas del siste-
ma institucional o de sus defecciones. Las mujeres para obtener el vaso de leche, los pequeños
algodoneros para reclamar la rectifiaK:ión de impuestos a la exportación que no toman en cuenta
las altas y bajas de los rendimientos, los ronderos a trdvés de la noche para rendir su justicia,
los constructores para invadir los terrenos que acordaron acondicionar. El debate y el voto no
agotan la participación que a veces se cristaliza en las marchas de sacrificio o al contrario en
los paros, no simple huelga sino parálisis de la circulación, bloqueo de las calles y de las pistas.
Bruscamente la esencia de lo democrático, si debía existir, parece disolverse en la vio-
lencia callejera, como el código de los juristas lo era por el juicio de los ronderos expeditivos
en el uso del látigo sobre las costillas del acusado. Esta ilegalidad creadora, esta participación
conflictiva, cuestionadora del orden social y de la violencia económica que no les ofrece recursos
ni oportunidades, busca, pese a ello sin tregua el reconocimiento del sistema institucional y
político y lucha por la protección de sus derechos y de sus esperanzas por los gobernantes de
la democracia
A diferencia de la ciudadanía negativa de la automarginalización o de la ciudadanía de
substitución en la nueva patria ideológica ofrecida por Sendero Luminoso, estas múltiples ex-
periencias de participación colectiva y de representación frente a sí mismos y frente al Estado,
muchas veces sancionadas por los procedimientos de la elección, constituyen una reserva de
ciudadanía
Son conocidas las tesis de Huntington y de otros politicólogos norteamericanos que ha-
cen del consenso pasivo, de la apatía de la gran masa de la población una condición del man-
tenimiento del orden democrático concebido como poliarquía, a fin de prevenir la tensión entre
las exigencias de igualdad vinculados por la movilización y la lógica de la economía mercantil.
A la inversa, en el caso peruano el dinamismo colectivo y conflictivo de las organiza-
ciones microsociales y micropolíticas y sus despla;,.amientos continuos entre lo privado y lo
público facilitaron la transacción entre los imperativos de la regulación de una sociedad
desigualitaria y los imperativos de legitimización del orden social (Jobert 1985:111). No es
exagerado considerar que las invenciones políticas de la representación popular y la masiva
participación ciudadana en las elecciones organizadas por el centro estatal a fin de refundar
periódicamente su legitimidad, se conjugan ofreciendo a la sociedad peruana uno de sus últimos
recursos para luchar contra la desintegración, mantener un orden y defender su existencia.
Bruno Revesz
CIPCA
Apartado 305
Piura, Perú
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COMENTARIOS
asociación tiende a desgastarse en tanto el desa-
Julio Cotler rrollo del mercado se hace a costa de los derechos
Instituto de Estudios Peruanos ciudadanos y la democracia.
Horacio Urteaga 694 En estas condiciones cabe preguntarse ¿es in-
Lima 11 - Perú evitable el conflicto entre liberalización económi-
ca y política? Como se decía antes ¿dicho conflicto
El derrumbe de las viejas certezas, la insatis- está inscrito en la tendencia? o, más bien, ¿esta-
facción con las ideologías en boga y las nuevas mos frente a un dilema cuya solución es política?
manifestaciones de la desarticulación social y po- Las huidas hacia adelante, la violencia sangui-
lítica reflejan y avivan el estado de desconcierto naria y las propuestas utópicas han evadido este
y pesimismo. La importancia del artículo de Bruno dilema. Ellas han ahondado dramáticamente las
Revesz radica en que, aunque a brochazos, revisa fracturas del país y postrado las débiles institucio-
cuestiones fundamentales sin dejar de reconocer nes creando sentimientos de impotencia y limitan-
la existencia de muchas áreas de incertidumbre. do las posibilidades para encarar los nuevos pro-
Como se repite de modo insistente, las trans- blemas.
formaciones que en todo orden de cosas se expe- Pero, como "no hay mal que por bien no ven-
rimenta en el mundo han planteado una nueva re- ga", pareciera haber un generalizado aprendizaje
lación entre economía y política. que se traduce sobre la necesidad de abandonar todos esos actos
en las tensiones entre el mercado, la democracia irresponsables -porque no responden a las expec-
y el rol del Estado. tativas sociales y, también, porque no toman en
A diferencia de los años setenta. cuando se cuenta sus consecuencias- y enfrentar política-
consideraba necesaria la implantación de dictadu- mente el reto de reorganizar las relaciones entre
ras burocrático-autoritarias como condición del mercado, democracia y Estado.
crecimiento económico capitalista. hoy se estima Para ello, se hace necesario fundar un pacto
que la liberalización de los mercados sólo puede democrático alrededor de un sistema de partidos
asegurarse si va de la mano con la liberalización y regulado por el Estado como instancia relativa-
política. Para lo cual, el Estado como entidad mente autónoma de intereses particulares. De esta
reguladora y fiscalizadora. de naturaleza relativa- manera, el recurso a la democracia se constituiría
mente autónoma, constituye pieza esencial. en la forma de canalizar los conflictos sociales. De
Es en este cruce de condicionamientos donde lo contrario, el frágil tejido peruano podría seguir
se encuentra viva la tensión intelectual y política el ejemplo de la ex-Yugoslavia...
del momento. El llamado "consenso de Washing- Pero, en el Perú es más fácil decirlo que ha-
ton" refleja esta cuestión; y, para no ir más lejos, cerlo . Huntington afirmaba que la reforma políti-
los debates y los resultados del referéndum-ple- ca tenía más probabilidad de éxito si se hacía paso
biscito del 31 de octubre también dan cuenta del a paso, "one soul at a time"; lo que dadas las cir-
mismo problema. cunstancias, no parece un consejo válido . En
En efecto, si la mundialización de la economía efecto, hoy en día se hace urgente reconstruir, a la
dirigida por los gobiernos y las empresas hege- vez, la economía y la "sociedad civil"; las repre-
mónicas es una realidad ineludible, el empobreci- sentaciones políticas y el Estado. Tareas por de-
miento y la exclusión política que acarrea en el más difíciles.
"tercer mundo", como en el "primero", constitu- A este respecto, y como bien lo afirma Revesz
yen una constante amenaza a la estabilidad y con- "la periferia no está vacía", pero ¿ella es articulable
tinuidad institucional. y representable políticamente? ¿Las viejas y nue-
Estas contradicciones han desembocado en si- vas dirigencias partidarias que surjan estarán dis-
tuaciones de ruptura, y la identificación entre efi- puestas a la conciliación, a fin de soldar las frac-
cacia tecnocrática y legitimidad política. El 5 de turas del país? Por último, ¿cuáles serán los lími-
abril en el Perú, el apoyo a Fujimori y la disolu- tes que la internacionalización de la política im-
ción del parlamento por Yeltsin son algunos pondrá a la construcción del Estado?
ejemplos de esta situación. Pero, como lo mues- Estas y otras cuestiones colocan al Perú y a
tran los sorprendentes resultados del 31 de octu- América Latina ante un desafío monumental que
bre, así como el de las elecciones en Polonia. dicha convoca a las peores muestras de pesimismo. Por
eso mismo, hoy más que nunca estamos "conde- Revesz hace hincapié en los peligros que repre-
nados a ser optimistas". sentan -para las frágiles democracias de América
Latina- las mutaciones institucionales elaboradas
Georges Couffignal por los grupos de burócratas de los cuales se rodea
Director todo presidente apenas es elegido. La ausencia de
lnstitut des Hautes Études de l'Amérique "espacio público", nos dice, es un peligro mayor
Latine que deben afrontar las sociedades latinoamericanas
28, rue Saint GuilÚJume en su deseo de implantación de la democracia. Tal
75007 París - Francia vez oscurece demasiado el panorama cuando afir-
ma que esas reformas emanan exclusivamente del
La problemática del Estado aparece constan- ejecutivo presidencial y escapan a cualquier pro-
temente en la rica reflexión que nos entrega Bruno ceso de negociación con "actores múltiples" u or-
Revesz sobre las evoluciones recientes de las ganizaciones representativas". Además de que es
complejas imbricaciones economía-sociedad-sis- contradictorio afirmar, primero, que no hay espacio
tema político en Latinoamérica. Esto se ve clara- público y deplorar, enseguida, que las reformas no
mente en las mutaciones económicas que conocen sean negociadas (lo que supone la existencia de tal
actualmente todos los países latinoamericanos. Al espacio), no nos parece que la realidad de muchos
abrirse a "la economía mundo", éstas consisten en países sea tan contrastada. Es cierto que los acto-
efectuar una espectacular retracción del Estado res son débiles. Sin embargo existen, y la última
respecto al cumplimiento de la mayoría de sus ta- parte del articulo muestra claramente que en el
reas tradicionales, aquellas que hacían de agente Perú -esto es válido también para otros países- "la
económico directo, en la línea de las teorías de la periferia no está vacía".
CEP AL y del modelo de desarrollo de sustitución Sin embargo, nos parece que lo más importan-
de importaciones. te debe buscarse en los resultados electorales de
B. Revesz recalca que el objetivo de esta re- países como Perú, México, Chile, Argentina. Los
tracción del Estado es estimular a los agentes poderes instalados se han asentado a pesar de los
económicos privados y suprimir las rentas de si- enormes costos sociales de las mutaciones econó-
tuación o los innumerables parasitismos que se micas. ¿Se debe esto únicamente a que "el pueblo
habían desarrollado en esas sociedades. Si toma- encontró más promisorio para disminuir la pobre-
mos en cuenta sólo los parámetros económicos, los za el énfasis dado a la innovación, a la
efectos de las "curas de adelgazamiento" estata- dinamización de las empresas y a la acumulación"?
les, por el momento no han sido despreciables: el Es tal vez dar demasiada importancia a la
control de la inflación -con la notable excepción racionalidad económica en el momento de la de-
de Brasil- se ha más o menos realizado en todas terminación de las opciones electorales.
partes, los déficits de las finanzas públicas, que En todo caso se puede formular otra hipótesis,
agravaban el endeudamiento y abrumaban cual- que por lo demás no es contradictoria con la de B.
quier política económica voluntarista, han sido Revesz:¿los éxitos electorales antes mencionados
vencidos en casi en todas partes, los capitales ex- no serían consecutivos al esfuerzo de los dirigen-
patriados retoman masivamente, gracias a las tes de esos países para restaurar la idea de Estado,
privatizaciones, pero también gracias a las atrac- aun cuando este último había perdido toda
tivas tasas de interés que ofrece la región. El re- legitimidad?¿Restauración de su autoridad y de su
sultado es que el año 1993 termina con una tasa eficacia en el ámbito de la seguridad (Perú),
de crecimiento positiva, tal como en los tres años instauración de políticas públicas que apunten más
anteriores. Esto merece ser subrayado, no sólo con directamente a los problemas (políticas sociales en
respecto al empobrecimiento de la "década perdi- México, en Chile, en Argentina), esfuerzo de des-
da", sino también con respecto a la morosidad centralización para la toma de decisiones en cuanto
general de la economía mundial desde hace dos a la utilización de los recursos públicos y la deter-
años. En definitiva, América Latina tendría más minación de los sectores de intervención, etc.? A
bien tendencia a superar sus dificultades mejor que la inversa, las desventuras de Fernando Collor de
las otras regiones del mundo. Mello en Brasil y de Carlos Andrés Pérez en Ve-
Por lo tanto, ¿significa esto, que haya que ala- nezuela ¿no serían el resultado del rechazo de la
bar -a semejanza de los adeptos del "neoli- población al ver cómo se perpetúan prácticas de
beralismo"- los efectos benéficos de esta retracción apropiación privativa por parte de pequeños gru-
del Estado y querer cada vez "menos Estado"? B. pos del Estado o de algunos de sus segmentos?
todo interesadas por reglas estables enfrentados a usos actuales una connotación fuerte de alternati-
la "catarsis de la hiperinflación" así como por va institucional. No pueden imbricarse regímenes
priorizar la dinamización de las empresas y la políticos manejando diversos tiempos históricos y
acumulación -según el autor medidas propicia- pensando a partir de esta condicionalidad en pro-
doras de desigualdad- para evitar los callejones sin cesos de larga duración. La cultura en este plano
salida de la estagnación y la violencia. se asocia con formas de interpretar y de apropiar-
El desenlace más probable en este contexto se se de instituciones y no a la defensa de irtnovacio-
asocia a la instauración del autoritarismo. El hecho nes irresponsables que despojan a vastos sectores
que no se desaten mayores niveles de represión populares de los derechos y libertades propios de
responde a presiones internacionales y la genera- la construcción democrática.
lizada aceptación que recibe el gobierno de la Este convencimiento no niega la existencia de
opinión pública. En cambio, no existen garantías valores, aspiraciones, símbolos, expresiones de
que ante síntomas de desgaste no se produzca un comunicación propios de estas sociedades andinas
vuelco y se ejerzan mayores niveles de control o sino considera la tensión irresuelta y creadora en-
persecusión, tanto contra la oposición política tre normas universales y el respeto por las dife-
como respecto al movimiento social. Revesz des- rencias y las particularidades.
taca la ausencia de un espacio público en la histo- Esta preocupación recorre las últimas páginas
ria de América Latina. Habría que agregar que las del artículo de Revesz. La ciudadanía se encuen-
transformaciones recientes restringen aún más este tra asociada a derechos y obligaciones tanto como
espacio público como aspiración o como utopía. a dimensiones de participación y de seguridad.
La incapacidad de regulación del Estado propicia Pero estarnos hablando de procesoso y no de una
el desentendimiento de vastos sectores populares suerte de respuesta ontológica. El autor tiene la
en lo relativo a los asuntos del gobierno. Queda lucidez de situarse desde esta perspectiva a salvo
así abierto un amplio campo de acción para medi- de las lecturas inocentes de otros sociólogos de
das que, contradictoriamente, sean excluyentes y nuestro medio que encuentran en el concepto de
aceptadas. El autor destaca una alusión de Remy ciudadanía la llave de la historia como antes se
sobre los movimientos campesinos de los años pasearon alegremente por el clasismo, el
sesenta y sus complejas prácticas de negociación, protagonismo popular o la identidad y el conoci-
emancipación, alianza y autonomización, como si miento de los pobres.
ellas mantuvieran vigencia en los días presentes. En efecto, el contenido formal del concepto de
Ahora funcionarían "de manera más difusa y casi ciudadano no resuelve la consolidación democrá-
subterránea". No conocemos suficientemente el tica en países como el nuestro en que se llega a
tema pero una relación sostenida en estos térmi- extremos en exclusiones raciales o de clase. Tam-
nos entre gobernantes y gobernados, régimen y bién deben evitarse los peligros para la autonomía
ciudadanos quedaría desprovista de los requisitos individual de una ciudadanía social definida corpo-
de transparencia y publicidad necesarios para que rativamente por los gobiernos o desde una posi-
emerjan nítidamente las dimensiones de coopera- ción -sólo contraria en apariencia- atribuirles a las
ción y autonomía. organizaciones populares virtudes de las que ellas
En el capítulo de modernización y etnocen-
carecen o que poseyéndolas, no consiguen dar res-
trismo se discute con acierto los equívocos de los
puestas en lo que se refiere a la plasmación de un
intentos de refundación de un orden político que
orden social alternativo.
se inspire o recoja la tradición histórica peruana
para hacer coherentes modelos de sociedad y Nuestras sociedades requieren de las garantías
condiciones de existencia, alternativa preconizada del Estado de Derecho. Sin embargo, éstas son un
por Lumbreras. Desde el siglo XIX influyen en punto de partida. El reconocimiento de la condi-
nuestros países los cambios ocurridos en España ción de ciudadano no es suficiente o quizás sólo
en donde se definen conceptos de soberanía y re- podemos perisarlo reconociendo este concepto y en
presentación que, como señala Guerra, comparten el mismo momento intentar trascenderlo, hasta
el modelo general de democracia censitaria (si bien llegar a la idea de persona con capacidad de des-
a través de razonamientos y procesos que no pue- plegar múltiples opciones y referencias.
den transferirse sin atender a matices y particula- El pluralismo, como creemos advertir en la
ridades respecto a otras realidades europeas). En propuesta de Revesz, exige para su advenimiento
contraste, la polisemia de la idea de lo andino que de una radical transformación de nuestra matriz
destaca con agudeza Revesz, no tiene entre sus cultural antes que pensarlo como resultado gradual
que fomentan y obstaculizan la conformación de dernidad, estado y ciudadanía. Hasta aquí nos
una "comunidad de ciudadanos" en este nuevo transrrúte lo que han escrito otros autores repecto
contexto. Revesz destaca los grupos periféricos y a estos grandes y polérrúcos temas. Por eso, creo
las múltiples y abigarradas formas en que buscan que la riqueza mayor de su texto está en el senti-
insertarse en una comunidad nacional. El estudio do de las reflexiones de la última sección. Allí
de la combinación de diferentes elementos puede donde el autor deja en suspenso la teoría para de-
contribuir a la comprensión del orden democráti- cirnos: miremos a nuestro alrededor, cómo en la
co como una constelación, evitando así defmicio- práctica cotidiana de los peruanos que son la ma-
nes abstractas y construcciones rígidas. Ello re- yoría se construye, se crea, se inventa, se lucha.
quiere empero, explorar en la diversidad de la so- se obtiene. Túnidamente todavía, sugiere más que
ciedad peruana las mediaciones que configuran afirma: así se construye la ciudadanía, por aquí
una articulación. En caso contrario, persistirá un pueden estar los caminos de la democracia; es po-
"archipiélago" en lugar de una sociedad plural. sible hacer algo, hay muchos que están haciendo
3. Toda reflexión sobre la democracia en el algo cada día.
Perú debe hacerse cargo de la debilidad del siste- Quizá para quienes estén habituados a enmarcar
ma de partidos. Con mi última observación deseo sus razonarrúentos y conclusiones siempre dentro
llamar la atención sobre un aspecto que considero de las categorías dadas por los esquemas teóricos
decisivo: la transformación de la política. Los ya establecidos, el tono anti-teórico del artículo de
grandes cambios econórrúcos y culturales a nivel Bruno Revesz pueda resultar incómodo. Y su ne-
mundial conllevan una transformación de la pro- gativa a situar sus reflexiones finales dentro de las
pia política. El avance del mercado y la extensión categorías esbozadas por él mismo pueda apare-
de su racionalidad a ámbitos no-económicos así cer ftasta contradictoria. Sin embargo, simpatizo
como, por otra parte, la crisis de los mapas ideo- con este tipo de posturas -que invitan antes que
lógicos y, en general, la erosión de los códigos concluyen- por más de una razón.
interpretativos con que estructuramos y ordenamos Primero, porque creo que la tendencia a inter-
la realidad social, todo ello socava el ordenamiento pretar la realidad bajo el prisma de los "modelos
existente, altera las solidaridades y los lúnites so- ideales" de sociedades democráticas, o en función
ciales, cuestiona las identidades constituidas, mo- de oposiciones dicotómicas ("andino" contra "oc-
difica las fronteras entre lo público y lo privado, cidental", "moderno" contra "tradicional") puede
en fin, afecta el espacio, la organización y el sig- llevamos a soslayar la riqueza de las mutaciones
nificado mismo de la política. A modo ilustrativo, que se vienen produciendo a nivel principalmente
basta ver el impacto de la televisión sobre la ima- de la cultura, en el caso peruano, y sus elementos
gen que nos hacemos de lo político y sobre las más constructivos e integradores, algunos de los
formas de hacer política. Ello no invalida el com- cuales han sido presentados elocuentemente en el
promiso con la democracia como principio artículo de Bruno Revesz{l).
universalista de nuestra época. Sin embargo, nos El esquema dicotómico se plantea con claridad
exige avanzar en la indagación acerca de las en el discurso de la "utopía andina". Simplifican-
"condiciones de posibilidad" de la democracia en do, diremos que quienes asumen el discurso de la
nuestros países. Los procesos de transición hacia utopía andina, tal como lo plantea el historiador
la democracia no tienen un punto de llegada co- Manuel Burga en su libro El nacimiento de una
nocido y asegurado. Estamos participando, activa uJopía: muerte y resurrección de los Incas, y en
o pasivamente, de una transformación de las for- conferencias públicas, suponen una historia cuyo
mas de concebir y de hacer política que determi- hilo conductor es un estado de permanente "resis-
nará la democracia posible en el Perú. tencia", militar y cultural, de indios contra espa-
ñoles ("andinos" contra "occidentales"); este dis-
curso exalta y tiñe de cargas valorativas los inten-
Cecilia Méndez tos de la unificación nacional" bajo la figura mítica
Arturo Aguilar 195
Lima 33 - Perú
(l) Hemos sugerido algunas pistas para seguir los po-
En las primeras tres cuartas partes de su artí- sibles cauces integradores de la sociedad peruana
culo "Ciudadanos Periféricos y Demos dividido", actual, en Cecilia Méndez, "Música integradora",
Bruno Revesz presenta una serie de reflexiones "Revista", suplemento cultural de El P~ru.an.o, 26 de
teóricas sobre los conceptos de democracia, mo- mayo de 1992, pp. 4-5.
del inca. Y allí donde esta "resistencia" no ha po- asume como juez dictaminador y censor del rum-
dido ser habida (o inventada) opta por la expul- bo que debe tomar la "identidad nacional" (que él
sión de dichos periodos o sujetos históricos de la supone en crisis). Este intelecrual se sitúa arriba,
cronología (¿de la historia?). dando directrices, no siempre inteligibles, en tan-
No deja de ser preocupante que un sector de to no existe un acuerdo entre estos neoindigenistas
intelecruales peruanos se haya propuesto diferen- sobre lo que significa "lo andino". Idealizando
ciar lo andino (¿de lo occidental?, ¿del resto de la glorias pretéritas, permanece ajeno e incapaz de
sociedad?, ¿de sí mismos?), en el preciso momento entrar en armonía con los cambios que se vienen
en que lo que muestra la realidad es un produciendo; reacio a siruarse él mismo en ningu-
incontenible proceso de fusión cultural, en el que no de los dos polos en los que ubica su discurso
la migración y las comunicaciones juegan un rol (se habla de "andinizar" el Perú; pero, ¿cómo se
preponderante, y en el que los "andinos", enten- "andiniza" él mismo?). Es en este sentido que el
didos como los pobladores de la sierra (otrora in- discurso de la "utopía andina" deviene en un ra-
dios o campesinos) son cada vez, y por propia zonamiento profundamente conservador y
voluntad, menos diferenciables de los "limeños", escapista.
o de quien quiera preciarse de su background oc- Pero existe otro discurso histórico, que con ser
cidental. Preocupado por seguir el rastro de los distinto al de la "utopía", coincide en su diagnós-
mitos y sueños de célebres intelecruales y revolu- tico pesimista sobre el presente. Aunque con an-
cionarios de nuestra historia, Alberto Flores tecedentes en el pensamiento peruano de comien-
Galindo, de lejos, el más conspicuo de los inte- zos de siglo, este discurso se articuló mejor en la
lecruales de la "utopía andina", desestimó los mi- década de los setenta, bajo el influjo de las cate-
tos y sueños de los "andinos" contemporáneos, gorías marxistas de análisis histórico y de la teo-
más preocupados, como bien señaló Carlos lván ría de la dependencia. En su eje central, este dis-
Degregori, por la educación y el progreso mate- curso percibe la historia peruana como una suce-
rial que por el lnkarrí. Así, paradójicamente, el sión de fracasos y oportunidades perdidas. en la
intelecrual que con mayor enrusiasmo nos moti- base de estos "fracasos", del subdesarrollo y de la
vó, infatigablemente, a pensar la historia en fun- "incapacidad" del Perú para convertirse en una
ción del presente, difícilmente rescató él mismo los nación, estaría la inexistencia de una burguesía con
elementos constructivos que pudieran estarse intereses nacionales. O la "incapacidad" de las
gestando en este presente. Flores Galindo era clases dominantes para convertirse en clases diri-
profundamente pesimista frente a la realidad pe- gentes, para decirlo en términos de Macera(3). En
ruana acrual. El resultado de esta concepción pe- su momento, este discurso tuvo un sugestivo tono
simista fue justamente la controvertida utopía, que de denuncia: se contraponía una historia oficial de
oscilaba entre el pasado y el futuro. Pocas veces, tonos triunfalistas e interesada en limar los con-
como algo vivo, el presente(2). flictos sociales. Pero hoy, este discurso, amplia-
Uno de los mayores riesgos del discurso de la mente rebatido por cada vez más numerosos estu-
utopía andina es que coloca al intelecrual que lo
(3) Los textos marxista -dependentistas que mejor
(2) Hemos desarrollado más ampliamente estas ideas en ejemplifican la hi storia de las "oponunidades per-
Cecilia Méndez, "Entre el mito y el objeto perdido: didas", y que tuvi eron mayor impacto en nuestro
¿dónde está 'lo andino'?, Razón Diferente. Lima, medio son Heracli o Bonilla, Guano y burgues ía en
junio de 1992, año 2, n25, pp. 12-13. La idea de la el Perú, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1974,
utopía andina ha recibido importantes críticas des- y Julio Cotler, Clases, EstadtJ y Nación en el Perú,
de la historiografía. Una de las mejor fundamenta - Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 1978. La idea
das es la de Thierry Saignes, "¿Es posible una his- de una " sociedad sin sa lida", y la consig uiente re-
toria chola en el Perú?, Allpanchis 35/36, vol. II. criminaci ón a una ari stocracia poco nacionalista
Desde la antropología, Marisol de la Cadena, " De vuelve a repetirse en Al beno Flores Galindo, Aris-
utopías y contrahegemonías: El proceso de la cul- tocracia y Plebe, Mosca Azul , Lima, 1984.El di s-
tura popular", Revista Andina, n2 15, 1990. Otros curso reprobato rio de las cl ases dominantes perua -
sugestivos debates al respecto, Deborah Poole, nas tiene sin embargo claros orígenes en el pensa-
"Entre el milagro y la mercancía: Qoyllur Rit ' i", miento de Riva Agüero, como el propio Flores
Márgenes, año II , N 2 4 , 1988 y Thomas Galindo lo admitió, en un texto posten or: "Inde-
Abercrombie, "La fiesta del carnaval postcolonial pendencia y clases soc iales", en Flores Galindo
en Oruro: Clase, etnicidad y nacionalismo en la (compilador), Independencia y revolución, In stituto
danza folklórica", Revista Andina, n220, 1992. Nacional de Cultura, Lima 1987.
dios, y cuestionado también los propios cambios mundial, la "indecisión como categoría analítica"
que se vienen produciendo en la realidad social de que el autor postula, resulta saludable. Aunque yo
los últimos lustros, resulta insuficienteC4). Por un preferiría hablar, antes que de "indecisión", de una
lado, porque una interpretación que quiere aten- actitud de apertura a las posibilidades de lo nue-
der a la complejidad histórica de un país como el vo. El momento actual es demasiado rico como
Perú no puede resistir el monismo de la causa (por para encasillarlo en viejos esquemas y categorías;
no decir que la causa enunciada pueda ser cues- menos aún para congelar el dinamismo de la rea-
tionada en sus fundamentos empíricos). Pero ade- lidad bajo el engañoso prisma de las dicotomías.
más porque la insistencia en lo que no se tuvo, no
se logró o se perdió, dice más de las frustraciones
y expectativas del autor frente a un modelo ideal Víctor Pera/Ja
esperado, que de la propia historia. Constata una Centro Bartolomé de Las Casas
negación, no es suficiente como argumento expli- Apartado 14-0087
cativo. Lima 14 - Perú
El problema no está en la inutilidad de los
modelos. Ninguna interpretación, a decir verdad, Mientras en el país no se tome en cuenta las
prescinde de ellos: desde el momento en que in- invenciones políticas de la representación popular
terpretamos la realidad y esbozamos definiciones, será imposible avanzar en la construcción de un
estamos partiendo de referentes en la historia uni- orden democrático. Ese es el mensaje central del
versal y en las teorías, y estos referentes son arúculo de Bruno Revesz. Y en eso coincidimos
nuestros modelos. El problema está cuando nues- totalmente. Pero el problema está en saber de qué
tro interés por hurgar en la realidad se detiene en modo se comienza a procesar, e interioriza esa pre-
el momento que se cree haber constatado el cum- condición social de la práctica democrática en apa-
plimiento (o más bien el incumplimiento) de un riencia tan simple y sencilla. De las cuatro entra-
modelo. Un modelo no se ha cumplido. Está bien. das a la discusión que Revesz se propone rescatar
Pero ¿por qué esperar ver procesos concluidos allí en el tono de una reflexión provocativa, interesa
donde recién se gestan posibilidades? ¿Por qué no aquí el que tiene que ver con la modernización y
buscarlas, escudriñarlas?. ¿Por qué no dejar por un la ilusión del etnocentrismo. Tal vez porque atrae
momento nuestros "ideales esperados", para aten- más a un historiador, al recordarnos el ya viejo
der los de aquellos que caminan en múltiples di- debate sobre particularismos y generalizaciones.
recciones tratando de hacer cumplir los suyos?. Es Quizás también debido a que, específicamente,
probable que desde esta perspectiva se constate la aborda un tema bastante sensible para la histo-
existencia de muchos abismos. Pero se encontra- riografía reciente: el discurso de la utopía andina.
rán, igualmente, inesperadas convergencias. Hace bien Revesz en recordarnos que no se
Quizá lo más valioso del arúculo de Bruno puede confundir la centralización política moderna
Revesz es precisamente que su reflexión apunta en con el Estado occidental de origen europeo. Eso
esta última dirección. Creo que en una etapa de es cierto si se considera que las diversas trayecto-
tantos cambios, no sólo a nivel peruano, sino rias europeas hacia el asentamiento de la doctrina
de la soberanía del pueblo y la consolidación de
un Estado moderno fueron, indudablemente, dis-
<4> El más contundente ensayo critico con respecto a tintas al sentido otorgado a la representatividad
las visiones derrotistas en la historiografía peruana
le corresponde a Magdalena Chocano, "Ucronía y
política y la idea de nación por parte de las repú-
frustración en la conciencia histórica peruana", blicas criollas latinoamericanas. Pero lo que resulta
Márgenes, año 1, n"2, Lima 1987. Véase también poco convincente es una reflexión que surge como
Cecilia Méndez, Incas sí, indios no: apuntes para corolario de lo anterior que sigue sustentando, casi
el estudio del nacionalismo criollo en el Perú. como un lamento generacional, en que "si hubie-
(Documento de Trabajo, en prensa). Instituto de ra" ocurrido una efectiva centralización estatal la
Estudios Peruanos, 1993. Los estudios alternativos integración nacional hoy sería otra. Esas ucronías
a la historia de las "oportunidades perdidas" y a las están bien cuando se contextualizan dentro de una
interpretaciones marxista-<lependentistas citadas, son
tantos que no tendrían cabida en este pequeño es- realidad innegable. Pero como probabilidades en
pacio. Entre los más sólidos destaca Paul Gooten- sí mismas las ucronías se convierten en escapismos
berg, Between Si/ver and Guano: Commercial y no sirven para aportar elementos de juicio váli-
Policy and the Sta/e in Post-lndependence Peru. dos. Es pensando así como se originan las lecturas
Princeton University Press, 1989. populistas e indigenistas que terminan convirtien-
do, respectivamente, al "hombre andino" y al Es- pios valores culturales, recreándolos en contacto
tado en sujetos históricos de indudable corte continuo con los aportes europeos. Tal vez los in-
mesiánico. En el caso concreto del discurso dígenas hicieron progresivamente suyo el "otro
indigenista más reciente se propone la posibilidad occidente" menos conflictivamente que los criollos
de revitalizar "lo andino" como un combate polí- y mestizos a pesar de estar más subordinados a un
tico y cultural en contra de la modernidad o el le- sistema basado en exacciones y prebendas perso-
gado occidental. Y en este tipo de reflexión hay nales continuas.
que ser bastante claros: en ninguna de sus acep- Los ciudadanos periféricos en el Perú de hoy,
ciones cabe definir "lo andino" como lo no occi- conformado por el conjunto de los agrupamientos
dental. No debe ya extrañar las constantes recla- urbanos y rurales desplazados de la política oficial,
maciones en pos de una reindigenización del país han sido el resultado de un largo contexto histórico
como reconciliación y paso previo a una expiación donde las discusiones acerca de una idea de nación
de culpas. Porque hoy se sabe que quienes así suplantaron la construcción real de la misma. Los
piensan no hacen sino traer al recuerdo esa cons- gobiernos republicanos a pesar de asumirse como
tante búsqueda de un inca que a Jo largo de la his- sistemas representativos, paulatinamente, des-
toria muchos criollos usaron como sustento de sus montaron todo vestigio de las tradicionales formas
identidades. Pero lo que sí resulta a veces peligroso de participación poblacional. En su lugar se impuso
es escuchar a un sector de la historiografía exage- la exclusión y la segregación política a quienes no
rar el particularismo andino en su afán de mostrar probaron tener ninguna cuota económica de sus-
su permanente originalidad. A Bruno Revesz no tento para ejercer el poder. Aquí no estaríamos
le falta razón cuando observa, en la mayor parte realmente ante la herencia colonial, usable para
de los casos, que quienes han usado "lo andino" explicar a veces todo y nada, porque aquello fue
como categoría cultural histórica han tendido a una práctica que imitó más bien la invención de
encerrar el objeto de su investigación dentro de sus la política que impulsaron los regímenes románti-
pre-condicionamientos mentales. En esta visión cos europeos del siglo XIX. Esta marginación de
mesiánica de "lo andino" a modo de un tiempo las mayorías de la política fue irreversible y conti-
cíclico, es lógico que ocurra una total despreo- nuó siéndolo en el siglo XX a pesar de los surgi-
cupación del investigador indigenista por proble- mientos tanto de los partidos de masas como de
mas como la reinvención de la política, la forma- la concepción populista del Estado. A la luz de
ción de esferas públicas y la participación demo- estos hechos, de lo que se trata ahora en el país es
crática de la ciudadanía. de pensar en una transición y consolidación de-
Para auspiciar una renovación tanto en la his- mocrática que restituya la representatividad y par-
toria como en la política será necesario preguntar- ticipación de la población en la política nunca
se, en algún momento, si el pasado y el presente implementada de modo completo en nuestro me-
peruano se relacionan mejor con un concepto dio. La historia, si quiere seguir sirviendo para
como el "otro occidente". Durante trescientos años algo, deberá comprometerse y apoyar esa re-
el virreinato peruano no sólo perteneció al área flexión.
cultural europea sino que la aprehendió en parte
como suya. Los criollos y mestizos otorgaron
sentido a sus vidas e historias en función de lo que José Luis Sardón
ocurría en la metrópoli. Pero los indígenas tam- Universidad del Pacífico, Lima.
bién interiorizaron otra realidad y otras reglas de A v. Salaverry 2020
juego que demarcaron en adelante sus comporta- · Lima I I - Perú
mientos. La participación indígena en el mercado
no se produjo a fines del siglo XIX, sino dos siglos
antes en pleno esplendor colonial. Su concepto de Brian Barry, en su libro Los Economistas, los
soberanía local y regional, asimismo, encontró Sociólogos y la Democracia, resalta, con agude-
sustento en una legislación de la cual se interiorizó za, la filiación espiritual romántica de la sociolo-
la restitución de justicia y la rebelión en contra del gía contemporánea. Según Barry, la perspectiva
ejercicio tiránico de un cargo público. Los cabil- sociológica se caracteriza por realizar una aproxi-
dos de indígenas mal que bien fueron los génnenes mación holística, totalizante y sintética a la reali-
de espacios públicos donde el ejercicio del debate, dad social. Esta perspectiva teórica contrasta con
la elección y la representación fue practicado. Ellos la perspectiva económica que es más bien racio-
finalmente aprendieron a hacer respetar sus pro- nal lógica y analítica.
El ensayo de Bruno Revesz "Ciudadanos el Perú no sea una nación como Francia y Suiza.
Periféricos y Demos Dividido" se inscribe clara- El problema está en que los peruanos no constru-
mente en la perspectiva sociológica que señala yeron su propia idea de nación. de lo que el Perú
Barry. Revesz desarrolla una línea de pensamien- puede ser como nación. Y creo que cuanto más se
to que resulta difícil seguir, puesto que no está discuta alrededor de conceptos como identidad,
claro cuál es la tesis central que defiende en este tradición inca, república quechua, etcétera, mucho
trabajo. Ello no obstante, no deja de hacer, a lo menos lo harán".
largo de estas páginas, sugestivas observaciones Si es que lo más importante es qué queremos
sobre un amplio registro de diversos temas. ser en el futuro, no tengo duda alguna que el pro-
Más que una tesis, este ensayo contiene una yecto nacional empieza por alcanzar la prosperi-
preocupación -la de si el reconocimiento del lla- dad. Si hay algo de lo cual el país debe sacudirse
mado mundo andino podrá lograrse en el contex- es de la penosa situación económica a la cual nos
to internacional presente, caracterizado por la condujeron. entre otras cosas, las políticas econó-
globalización de la economía y los mercados. Se micas derivadas de los nacionalismos defensivos
trata de una de las cuestiones más trajinadas en la y malentendidos. Especialmente, las del gobierno
agenda de estudio de las ciencias sociales: ¿en qué anterior.
forma debe replantearse la idea de nación, a la luz Los peruanos no debemos renegar de la idea
de la experiencia del "fin de la historia"? misma de "nación", tal como lo ha hecho recien-
Luego del derrumbe del mundo socialista, el temente Mario Vargas Llosa. No debemos, por
Estado-nación moderno ha entrado en una pro- supuesto, endosar un cosmopolitismo vacuo, ne-
funda crisis a Jo largo y ancho del planeta. Dicha cio y descolorido. Sin embargo, tampoco debemos
crisis tiene un doble origen: por un lado, una fuena segúir dando vueltas en tomo a "la utopía andina"
centrífuga de índole económica; y, por otro, una y las demás construcciones teóricas demasiado
fuerza centrípeta de índole espiritual. Los Estados- audaces que tejieron en la década pasada algunos
nación parecen amenazados tanto por los proce- historiadores.
sos de integración económica como por el El hecho de que el Perú salga a la conquista
surgimiento de ultranacionalismos exacerbados. de los mercados mundiales no tiene por qué sig-
nificar la destrucción de nuestra identidad nacio-
El Perú no es ajeno a la acción de estas dos nal. Todo lo contrario. El contacto con todos los
fuerzas. Los peruanos tenemos una conciencia demás pueblos del mundo debe permitir el descu-
clara de que sólo podremos alcanzar el desarrollo brimiento claro de nuestra peculiar herencia cul-
en la medida que orientemos nuestra economía tural. En la práctica de la vida económica, se po-
hacia el logro de una participación activa en los drá ir afirmando esa identidad que las teorías so-
mercados mundiales. Sin embargo, no deja de ciológicas han intentado vanamente de desbrozar.
existir tampoco entre nosotros una preocupación Por otro lado, no debemos cegarnos a las lec-
por la integración del llamado mundo andino. ciones del derrumbe del mundo socialista. Cuan-
La manera en que plantea estos problemas do Revesz dice que Fidel Castro es un "patriarca
Revesz sugiere que él está más contagiado por la asediado" o indica "la ausencia de fundamentos
segllllda de estas fuerzas. Más que preocuparse por éticos de la economía de mercado" se evidencia
la integración del Perú a la dinámica de la econo- que no ha prestado atención suficiente a uno de los
mía mundial, Revesz está interesado por el Jugar mayores eventos del siglo XX. El Perú no puede
que ocupará el llamado mundo andino en dicho insistir en el camino sin salida del socialismo
proceso. Sin embargo, ¿es conveniente el tipo de estatista.
soluciones que Revesz sugiere a este problema? Para que los peruanos tengamos un rol activo
Lamentablemente, creo que este ensayo no en la nueva expansión de la economía mundial (o,
plantea las cosas de la mejor manera. Por lo pron- al menos, latinoamericana) el Estado debe brindar
to, pienso que los peruanos debemos centrar orden y seguridad, proteger la propiedad privada
nuestra preocupación en lograr una participación y promover la libre competencia, brindar una ad-
importante en la actual expansión del comercio ministración de justicia eficiente y atender a la
mundial y no dejar que el temor a la pérdida de pobreza extrema. Esa tarea ya es inmensa por sí
una vaga identidad nacional nos impida asumir un misma, suficiente como para comprometemos a
rol activo o incluso de liderazgo en dicho proceso. todos.
Recientemente, el historiador Ruggiero Ro- Sin embargo, lo que no debe hacer el Estado
mano ha indicado, "El problema no radica en que es reemplazar la iniciativa individual como eje del
desarrollo económico. El rol del Estado en la eco- En definitiva, pienso que el ensayo plantea un
nomía es absolutamente esencial. El estado debe tema inquietante. Sin embargo, no lo hace de la
ser el jinete que conduz.ca el coche de la econo- mejor manera. Tanto la inquietud nacionalista que
mía nacional, pero no puede (ni debe) tratar nue- se trasluce en sus páginas como el entusiasmo
vamente de tomar él mismo el papel de los caba- melancólico por el socialismo que endosa su au-
llos que tiren de ella. Ese es el rol de los ciudada- tor no son las vías más apropiadas para que la
nos particulares. promesa de la vida peruana pueda encontrar pronto
espacio entre nosotros.
RESPUESTA
sus dominios financieros y mi comadre Josefa
Bruno Revesz Mena, alias "la Chepa", comunera de Catacaos,
CIPCA tienen de veras la misma "conciencia clara" de las
Apartado 305 mismas cosas, el mismo modo de vivir y de rela-
Piura-Perú cionarse, los mismos ingresos para satisfacer sus
necesidades materiales? La prosperidad para ma-
La necesidad de responder a los comentarios ñana ¿cómo y para quiénes? ¿La prosperidad para
recibidos me permite explicar a posteriori lo que todos o para algunos en detrimento de otros?
el titulo de mi artículo tenía de inútilmente elíptico. Plantear las cosas así de simple es querer taparse
No tanto la expresión "ciudadanos periféricos", los ojos y huir frente a la exigencia de pensar den-
objeto de la cuarta "entrada" (V. Peralta) y centro tro de nuestro contexto histórico-social lo que sig-
del interés de Cecilia Méndez, sino la mención de nifica fundar un orden democrático. Por un lado,
la palabra griega derrws, este "pueblo" del cual en el hecho de que "América Latina tendría más bien
las ciencias sociales no se sabe siempre muy bien tendencia a superar sus dificultades mejor que las
cuándo pertenece al orden de lo real (un objeto otras regiones del mundo" (G. Couffignal) no au-
empírico, una constelación específica de actores) tori1..a a afinnar que la prosperidad general pueda
y cuándo remite al orden del conocimiento (un ser alcanzable a corto o a mediano plazo. Por otro
tipo-ideal construido intelectualmente para enten- lado, como nos lo recuerda Norbert Lechner con
der lo real). El pueblo es el soberano moderno, no el vigor de la concisión, el "mercado por sí solo
sólo el fin y el fundamento del Estado moderno, no genera ni sustenta un orden social. Por el con-
sino también el que permite a la nación moderna trario, el funcionamiento de una economía capita-
afirmar su soberanía en contra de las intromisiones lista de mercado depende de su inserción en un
extranjeras. Salvo en fórmulas retóricas como la marco normativo-simbólico adecuado". Los tec-
de Lincoln (la democracia es el gobierno del pue- nócratas del FMI o del Banco Mundial están en
blo, por el pueblo, para el pueblo), este derrws está su ley cuando, interesados en que su mensaje des-
dividido. Dividido por estratificaciones sociales, tinado indiferentemente a los gobiernos de Angola,
por diferenciación entre su centro y su periferia, Perú o Filipinas sea percibido de manera clara,
por antagonismos entre determinados grupos de ponen todos sus dedos en un guante de box para
actores, etc. afinnar de manera contundente que la única cosa
Estas divisiones nos incitan, por lo tanto, a la que cuenta es la urgencia de la reforma económi-
prudencia o al escepticismo frente a la extrema ca. Pero de la Universidad se podría esperar que
ingenuidad de expresiones que, como las de José tuviera por lo menos dos manos y diez dedos para
Luis Sardón, de la Universidad del Pacífico, pa- tocar su concierto "racional, lógico y analítico"
recen excluir la posibilidad de un pluralismo de (J.L. Sardón) sobre un teclado teórico un poco más
opiniones o de conflictos de intereses entre desarrollado. Si la Universidad ha de seguir ence-
miembros de una misma comunidad política, "los rrada en lo que Basadre denominaba el Lima-
peruanos (sic) tenemos una conciencia clara... ", centrismo, dando la espalda a la realidad nacional,
"para que los peruanos tengamos un rol activo ...", sin percibir las fracturas y la fragmentación de la
y el broche de oro: hay que empezar "por alcan- sociedad peruana, esta periferia social y política tan
zar la prosperidad". ¿Estos peruanos quiénes son? móvil, tan viva, tan ágil y tan activa no encontra-
¿Rodríguez Pastor o Kuczinsky, efímeros minis- rá en su centro las elites que merece, y resurgirá
tros de Belaúnde made in USA y reexportados a la "recriminación reprobatoria" marxo/riva-
agüerista criticada por Méndez en la tercera de sus cielos narran la gloria de Dios". En cambio Pascal
notas de pie de página. no tuvo que esperar el advenimiento del
Rechacé en mi primera "encrada" la facilidad Aufkli:irung para escribir que "el silencio eterno de
con la cual Carlos Franco proponía recurrir a la estos espacios infinitos me asusta". En el presente
intervención del "príncipe ilustrado" (G. artículo mi punto de partida es diferente: la mo-
Couffignal). Pero es importante reconocer que dernidad política como cambio en la
Franco tenía razón en preocuparse de que ideolo- fundamentación del poder. Con la modernidad (y
gías democráticas o modernizantes oculten grados la disociación enlre sociedad y sistema político)
críticos de desigualdad. La exclusión social y desaparecen fundamentos ttascendentes y leyes
económica de capas crecientes de la población es absolutas enraizadas por ejemplo en los valores de
un problema real, políticamente ineludible. No es una palria carnal o en la ttadición de un linaje. En
difícil objetar a C. Franco que el Estado-nación la modernidad el ejercicio del poder político no
nace de la disociación progresiva del ejercicio de tiene olra justificación que el acuerdo del pueblo
las funciones políticas y de la estructura social o (o de sus representantes) constituido en nación.
como lo indicaba Polanyi de la separación mo- Pero no basta que el poder que proviene del pue-
derna entre lo político y una sociedad civil fo- blo (el demos) sea legítimo, ha de ser racional. Es
mentada por el rol unificador del mercado. En este precisamente lo que está en juego cuando la rela-
sentido, el individuo ciudadano constitutivo del ción del Estado con el ~eblo soberano se establece
Estado es también constituido por él: es precisa- y se ejerce dentto de la racionalidad democrática.
mente la igualdad de derechos frente a la ley co- La separación moderna de la sociedad civil y
mún que lo emancipa abstractamente de las anti- del Estado, correlativa de la institucionalización del
guas redes particulares de dominación. Sin em- mercado (los mercados de trabajo, capital y bie-
bargo, el fenómeno nuevo de la exclusión de la nes) inscrita en el derecho privado, aclara por qué,
ciudadanía social de hombres y mujeres que ya a diferencia de las sociedades del antiguo régimen,
habían adquirido su incorporación a la ciudadanía vulnerables al impulso de las revoluciones, es la
política plantea problemas inéditos para la repre- violencia de las crisis de regulación (la interrup-
sentación de la sociedad en tanto que orden co- ción del proceso de acumulación y de crecimien-
lectivo articulado sobre una pluralidad de volun- to económico) que amenaza desintegrar las for-
tades individuales (el demos) y por lo tanto para la maciones sociales modernas. De una sociedad a
institucionalización práctica nunca definitiva de la otra, de la tradición a la modernidad, la forma de
democracia. Lástima que ningún comentarista la deslribución desigual y sin embargo legítima de
haya lratado frontalmente la provocación de Car- la riqueza socialmente producida cambia. "No
los Franco y evaluado la pertinencia o imperti- existe correspondencia entre el ámbito político y
nencia de mis críticas en relación con él.
económico pero tampoco indiferencia" (N.
Lo dicho hasta ahora ayudará quizás a enten-
Lechner): es precisamente lo que manifiesta el es-
der mejor que lo que motiva mis cuatro "entradas"
es la cuestión de la modernidad política en gene- tablecimiento de las democracias que ofrecen a los
ral y en América Latina en particular. Henrique pobres y a los desposeídos la oportunidad de co-
Urbano, con la versatilidad y la inconsecuencia rregir la dislribución de recursos que le es desfa-
que se le conoce, después de omitir reclamarme vorable mediante la implementación de políticas
para la publicación de uno de sus abigarrados co- públicas conformes a las preferencias colectivas de
loquios un trabajo presentado en el coloquio los ciudadanos. Es también lo que rechazan los
"Tradición y modernidad en los Andes" realizado ideólogos del neoliberalismo para quienes los go-
en Cochabamba en 1991, me solicitó hacer un ar- biernos no pueden ni deben emprender acciones
tículo sobre la base de dicha ponencia para un nú- contrarias a los intereses de los dueños privados
mero de esta Revista, anunciado bajo el título "La de los medios de producción. Esta divergencia de
tradición en pos de la modernidad". En Cocha- intereses y de opiniones hace problemática la aso-
bamba, había analizado el cránsito a la moderni- ciación, tan fácilmente postulada hoy día, entre
dad en tanto que revolución simultáneamente democracia política y libertad absoluta del merca-
científica y cultural: la unidad simbólica de un do . Mientras tanto, los Estados latinoamericanos
cosmos del cual el hombre es el mediador da lu- han de enfrentarse a las exigencias modernas y
gar a un mundo dividido en el cual el hombre se- contradictorias, de la integración al mercado in-
parado de la naturaleza ttatará de descubrir las le- ternacional lrastornado por la globalización de la
yes del universo físico. El salmista del Antiguo crisis de regulación y de la integración nacional de
Testamento no tenía problema en cantar que "los una realidad social crecientemente fragmentada.
En realidad, el texto que se me solicitó debía En esta perspectiva, las breves referencias al
acompañar, en esta sección de debate, otro artícu- Islam en el artículo tenían por objeto hacer resal-
lo sobre el siglo XIX, a fin de que las dos contri- tar por contraste la fuer.ra del anclaje del mundo
buciones volvieran a abrir conjuntamente la dis- andino en la tradición (moderna) política del oc-
cusión modernidad/tradición. Al no concretarse cidente. La noción europea de nación, utilizada por
dicha posibilidad, diversos historiadores invitados la mayor parte de los comentaristas, no es aplica-
con anticipación a integrar el grupo plural de los ble en cualquier contexto. Tahsin Béchir, antiguo
comentaristas y menos motivados por mis propios consejero político del Presidente Sadat, dijo que
apones prefirieron, con cierta razón, retirarse del "en el Cercano Oriente no existe más que una sola
juego, mientras que otros más intrépidos, como nación, Egipto. Las otras son tribus con banderas".
Cecilia Méndez o Víctor Peralta, se mostraron in- El vocabulario político del mundo árabe dispone
teresados e hicieron el esfuerzo de leer detenida- de la palabra watan (patria) distinta de la oumma
mente un texto escrito sobre la base de presupues- (comunidad, en el sentido religioso del término),
tos epistemológicos no necesariamente confluen- sin embargo, en los hechos, las dos se distinguen
tes con los suyos y lo comentaron con talento, muy mal. Bemard Lewis, uno de los más destaca-
abriendo perspectivas de reflexión sugerentes. No dos orientalistas anglosajones, observa, a propósi-
tengo dificultad en conceder que sobre la historia to de un accidente en la calle, que la prensa
andina (parte de mi segunda "entrada") -pero so- otomana del siglo XIX escribía "un musulmán ha
lamente sobre este punto- mis aportes sean fallecido", y comenta "aquí, diríamos un hombre.
"brochazos" (como los califica un poco impru- Para el lector era importante saber si se trataba de
dentemente Julio Cotler) más que "reflexiones un musulmán, de un griego o de un armenio". ¿A
teóricas" (C. Méndez). De cieno modo encuentro qué apuntamos cuando decimos un "aymara", un
casi excesivas la indulgencia y la comprensión tan "aguaruna", un "otavalo" o un "mapuche"?
abierta de estos historiadores profesionales. Por Mencioné una formulación impropia de Al-
cieno reitero con firmeza que encuentro ilusorio berto Flores Galindo que lo encerraba en el "en-
pretender refugiarse dentro de una identidad cul- gañoso prisma de las dicotomías", pero no quisie-
tural ya constituida, inmutable, aislada de la so- ra que un lector mal informado o distraído infirie-
ciedad global y cuya promesa se agotaría en su ra erróneamente del comentario de Cecilia
reproducción mecánica en nombre de un pasado Méndez, que el calificativo de "conservador" uti-
prestigioso. El problema es no borrar o minimizar lizado por ella en relación al discurso de la utopía
las especificidades políticas, étnicas, culturales que andina fuera aplicable a su persona y a su obra.
insertan la tradición en el proyecto nacional. La De hecho, Flores Galindo lamentaba el proceso de
alternativa a la substantificación de una identidad destrucción de la sedimentación histórica y del
andina inmóvil no es la pérdida de sí en el potencial cultural del campesinado andino. A Flo-
anonimato de la modernización técnica donde lo res Galindo, al igual que a Max Weber, le preocu-
propio de una determinada sociedad sería disuel- paban profundamente las consecuencias del
to bajo la generalidad de relaciones de producción "desencantamiento del mundo", este fruto de la
y de conflictos socioeconómicos cada vez más modernidad. Pero le apasionaba también la visión
articulados al entorno internacional. Muchas cosas, de los narodniki, los populistas rusos, próximo en
por lo tanto, han de ser desarrolladas en tomo a la eso a Vera Zasulich, cuyas canas sobre el paso
relación tradición/modernidad que no estaban a mi directo de la comunidad campesina al socialismo
alcance enfocar, entre otras cosas, porque, como impresionaron tanto a Marx, el iconoclasta y el
lo recalca elegantemente Norbert Lechner, mi anúconservador por excelencia. No por casualidad
propósito era ya suficientemente "ambicioso, in- Flores Galindo se interesó en la disidencia de
cluso por razones de espacio". Existen diversas Mariátegui para con las normas del Komintern.
visiones modernas del mundo (hubo varias etapas Para superar las tentaciones de las "propuestas
en las revoluciones de la modernidad) que se ani-- utópicas", de "la violencia sanguinaria" o de "las
culan con diferentes tradiciones. Además, cada hu ídas hacia adelante", Julio Cotler aboga a favor
individuo (o cada grupo social) puede ser moder- de un "pacto democrático alrededor de un sistema
no en diversos grados en las diferentes esferas de de partidos" (regulado por el Estado). La compe-
conocimiento y de actividad donde se inscribe su tición entre una pluralidad de intereses y de valores
existencia (es frecuente encontrar científicos o inherente al Estado de derecho remite a una visión
economistas modernos en su profesión, pero tra- del mundo donde pueden legitimarse acuerdos
dicionales en el terreno religioso). poliárquicos entre elites representativas en diver-
sos grados de demandas sociales específicas. Los periferia abigarrada donde múltiples microor-
arquitectos intelectuales de la Transition from ganizaciones inventan cada día modos populares
Aworilarian Rule afirman -en contra del deter- de acción política no configura como conjunto una
minismo de un enfoque macrosociológico que sociedad plural sino un archipiélago. La debilidad
privilegia los prerequisitos estructurales de la de- del control social ejercido por el Estado y la debi-
mocracia- que el éxito o el fracaso de los proce- lidad de la institucionalización política del control
sos de democratización no están inscritos de una cotidiano de las acciones del gobierno obstaculi-
vez por tcxlas en las condiciones del pasado y de- zan conjuntamente la conformación de una verda-
penden de las decisiones alternativas de acción de dera comunidad de ciudadanos. En este contexto,
los diferentes actores. En esta perspectiva valori- de verificarse, la sugerente hipótesis de Couffignal
zan el pacto político defmido como "un acuerdo sobre la demanda de Estado bajo el disfraz de las
explícito pero no siempre interpretado o justifica- grandes maniobras del neoliberalismo, cobraría
do públicamente entre un conjunto determinado de tcxla su importancia.
actores en base a la garantía recíproca de los inte- No creo, sin embargo, que de las carencias de
reses vitales de cada parte" (O'Donnell y Schmitter integración social y política se pueda deducir que
1986, IY:37-38). En última instancia el pacto po- algo comparable a lo de Yugoslavia está en ger-
lítico implica que cada actor acepta no utilizar, o men. Ya Femando Rospigliosi, cuando era asis-
por lo menos subutilizar su capacidad de perjudi- tente de Cotler, profetizó al igual que Luis Pásara
car gravemente la autonomía organizativa o los sobre la libanización del Perú; otros presentan a
intereses vitales de los otros. Abimael Guzmán como un Poi Poto un Ayatola.
El pacto político supone no sólo renunciar a Esta propensión a identificar problemas concretos
considerar que una victoria incompleta equivalga con situaciones exóticas no hace avart2ar mucho
a una derrota total, sino que la confianza estable- el análisis y el debate, más bien introduce
cida entre los principales conjuntos de actores es- malentendidos y confusiones.
tratégicos (los que disponen de capacidad de Terminaré esta respuesta con dos breves ob-
movilización y de coerción) sea suficiente para que servaciones a las disgresiones de Sardón en su pa-
tcxla oferta política substancial no sea percibida por pel de Gran Inquisidor. "Patriarca" puede signifi-
los otros como una amenaza intolerable a las reglas car tanto "anciano" como "jefe de una Iglesia se-
de la competición democrática. parada de la Iglesia Romana": en buen cristiano
Es posible que en el Perú los partidos sean "cismático o herético". Sobre la ausencia de fun-
ahora suficientemente sensibles al riesgo como damentos éticos de la economía de mercado (y de
para estar convencidos de que mostrar algo de in- los granos de verdad del socialismo) raciocinaron
dulgencia recíproca forma parte de sus intereses, tanto León XIII en Rerum Novarum como Juan
quedando por otra parte bien claro que en demo- Pablo II en su última entrevista en La Stampa (re-
cracia los intereses de nadie pueden estar garanti- producida en El País). No entiendo en nombre de
zados para siempre. El problema es que con una qué lógica Sardón se empeña en descubrir en tcxlo
izquierda atomizada, el APRA envejecido y Ac- esto algo que evoca el "entusiasmo melancólico"
ción Popular el cual, con su tendencia a desapare- por el "socialismo estatista". Por otra parte, la
cer cuando no Je convienen las condiciones de la metáfora que propone Sardón del Estado-jinete y
competición, se parece más a una montonera que de los caballos-ciudadanos me parece no sólo tri-
a una estructura organizacional, la consistencia del vial sino peligrosa. El problema no es sólo del
"sistema de partidos" parece seriamente cuestio- control del "coche de la economía nacional" por
nada. Si tal tipo de protagonistas no está en con- el Estado (la herencia de Keynes tan cuestionada
diciones de responder a las demandas de partici- hoy) sino (lo que preocupaba ya a Tocqueville) del
pación política, de proponer objetivos simbólicos control del Estado por los ciudadanos.
a la opinión pública y de hacer reconocer y arti- P.S. El texto de esta respuesta ha sido ya re-
cular intereses legítimos el pacto por sí solo no mitido a la Revista y diagramado (por Jo tanto no
puede ser la solución, tampoco su perspectiva puede ser mcxlificado), cuando recibo el comen-
transformar la "organización y el significado mis- tario de Romeo Grompone. Felizmente los edito-
mo de lo político" (N. Lechner) tan fuertemente res, cuya paciencia y generosidad agradezco, me
erosionada por los cambios en curso, ni fundar el autorizan a hacer un añadido. Tendrá tres puntos.
"orden" normativo-simbólico requerido. 1.Si mal no recuerdo, Sartre dividía su breve
Efectivamente, como lo subraya Norbert autobiografía de 1964 (Les Mots) en dos partes.
Lechner, el déficit de mediaciones hace que esta Uno: leer. Dos: escribir. Ahora y aquí la estrate-
gia de la Revista Andina me hace recorrer el ca- es otro asunto). ¿Se restringe el espacio público
mino inverso. Uno, escribir (el artículo): el placer como "aspiración o como utopía"? Dejemos la
de escribir, no por el erotismo del texlO (Roland palabra a Carlos Fuentes cuando, en lugar de inte-
Banhes) sino simplemente para "conocer" a fin de rrogarse o interrogarnos, opina (en El espejo en-
no estar -como decía Hegel- en "la noche en que terrado): "En medio de la crisis, la América Lati-
todas las vaca5 son negras": Los latinoamericanos na se transforma y se mueve, creativamente, me-
no podemos dejar de seguir interrogándonos ... diante la evolución y la revolución, mediante
Dos, leer (los comentarios): el placer de ser leído elecciones y movimientos de masas, porque sus
detenidamente, lentamente (por Grompone, hombres y mujeres están cambiando y moviéndo-
Méndez, Lechner y otros); privilegio insólito para se. Profesionistas, intelectuales, tecnócratas, estu-
los científicos sociales acostumbrados por oficio diantes, empresarios, sindicatos, cooperativas
a leer y ser leídos apresuradamente. agrícolas, organizaciones femeninas, grupos reli-
2.Lo que dice R. Grompone sobre lo que se giosos, organizaciones de base y vecinales, el
afirma y se relativiza vale también para esta res- abanico entero de la sociedad, se están convirtien-
puesta. do rápidamente en los verdaderos protagonistas de
3.¿Estamos naciendo o estamos muriendo? Lo nuestra lúsLoria, rebasando al Estado, al ejército, a
seguro es que por su movilidad, apertura y cami- la Iglesia e incluso a los partidos políticos tradi-
nos de incertidumbre, la sociedad peruana es mu- cionales. A medida que la sociedad civil, portado-
cho más moderna (ver la referencia de Grompone ra de la continuidad cultural, incrementa su acti-
a mi cita de Remy) que una sociedad excluidora vidad política y económica, desde la periferia hacia
como la japonesa, donde la jerarquía de las edades el centro y desde abajo hacia arriba, los viejos sis-
predomina sobre la jerarquía de los talentos (que temas, centralizados, verticales y autoritarios del
Japón sea una gran potencia y que su industria fa- mundo hispánico, serán sustituidos por la
brique productos electrónicos de lujo a precios horizontalidad democrática".
menores que los de Europa o de Estados Unidos
Rossana Barragán
Sinclair Thomson
INTRODUCCION
Hace diez años, empeñados en construir las series de diezmos en los obispados perua-
nos , L. Huertas y N. Camero llamaron la atención sobre la "multivalencia" de esta fuente his-
tórica (L. Huertas y N. Camero, I 983b:50). A pesar de haber sido una importante preocupa-
ción de la administrJción secular y eclesiástica en la colonia, y no obstante la significativa
documentación sobre diezmos y la abundante historiografía europea tan apta para el análisis
comparntivo, existen pocos estudios al respecto en los Andes. Distintos factores pueden explicar
esta escasez. Para empezar, las series sobre diezmos en América colonial no son tan comple-
tas y consistentes como en el caso europeo, impedimento que conlleva otrns dificultades
metodológicas para la historia económica. El complejo aspecto técnico al que se añaden las
vicisitudes y peculiaridades de la legislación diezmal han contribuido también a su reputación
de aridez y enredo.
Quisiérnmos volver a insistir, sin embargo, en que la complejidad de los diezmos encu-
bre su verdadern riqueza. Dentro de la propia historiografía europea, se ha enfatizado el aspecto
de los diezmos como indicador económico indirecto más que su plena "multivalencia" social.
Generdimentc las investigaciones europeas han utilizado los diezmos para medir las tendencias
de evolución en la producción agrícola y los precios, dentro de un marco más amplio de aná-
lisis de las relaciones entre población, producción, consumo e ingresos, y los cambios en estas
relaciones a través del tiempo(!). En los Andes se podrían abordar con gran beneficio muchos
otros campos, además de la producción agrícola, examinando los diezmos como principal fuente
de ingresos de la Iglesia, escenario de competencia entre los poderes seculares y eclesiásticos,
y ejercicio de poder económico y político de las elites locales y provinciales(2).
En este trabajo, nuestro interés apunta hacia los conflictos sociales entre productores
comunitarios y las esferas seculares y eclesiásticas vinculadas a la apropiación de los diezmos.
Si en términos formales los diezmos sólo remiten a un impuesto eclesiástico sobre la producción
agrícola y pecuaria, ellos nos permiten aproximarnos al sistema colonial en su conjunto y en
toda su evolución. En nuestra investigación, los complejos conflictos sociales en tomo a los
diezmos han constituido una "ventana" hacia procesos y dinámicas coloniales de primera im-
portancia, como intentaremos demostrar. El trabajo tiene una cobertura "macro-regional", el
surandino colonial, y un enfoque de larga duración, desde fines del siglo XVI hasta principios
del siglo XIX(3).
Además de enfatizar la rica dimensión social de los diezmos, esperamos contribuir a la
aclaración de un tema notoriamente enredado. Hemos identificado en este trabajo algunos de
los problemas centrales de los diezmos y avanzamos algunas hipótesis para su explicación.
Sin embargo no pretendemos que a nivel historiográfico se pueda dilucidar el tema totalmente.
La misma documentación refleja las "dudas y controversias" que confrontaban las autorida-
des eclesiásticas, las de la Audiencia, y los mismos "sujetos diezmales". Estas "dudas y con-
troversias", como se las designa en los documentos, provienen no sólo del surgimiento de si-
tuaciones nuevas no contempladas en la legislación como es el caso de la expansión del sistema
de arrendamiento o la presencia de fomsteros y agregados, sino también de una serie de luchas
y negociaciones inmersas en la trama de los intereses económicos y políticos de la Corona, de
la Iglesia, de las elites locales, y de los propios comunarios y arrenderos.
La problemática de los "diezmos" está por lo tanto mucho más lejos de lo que estrechas
definiciones legislativas nos pueden evocar y sugerir a primera vista. Los diezmos represen-
tan un "nudo" en tomo al cual enconttamos otros innumerables "nudos" que constituyen en
conjunto una parte importante del khipu y registro colonial. De este enmarañado khipu, he-
mos detectado claramente dos planos coyunturales en el conflicto sobre diezmos. La primera
coyuntura perduró a través de todo el periodo colonial, emergiendo desde fines del siglo XVI.
En ésta planteamos que los conflictos tuvieron su origen.por una parte, en las transformacio-
nes (fundamentales que estaba conociendo) de la estructura agraria especialmente en el
surgimiento de arrendatarios tanto en haciendas españolas como en territorios de comunidadPor
otra parte, los conflictos resultaron también de la lucha de la Iglesia que intentaba no sólo
actualizar sino ampliar su sistema impositivo aprovechando los "vacíos" legislativos y las
transformaciones agrarias, demográfico-poblacionales y económicas de la sociedad colonial.
Este plano está entonces analizado en la primera parte de este trabajo donde la Iglesia y las
comunidades fueron los principales protagonistas. El segundo plano, sobrepuesto al primero,
está marcado por la agudización y multiplicación de los conflictos relacionados esta vez con
la coyuntura de la época colonial tardía. En esta etapa la Iglesia ya no fue directamente la
protagonista sino los diezmeros cobradores. El análisis coyuntural de este período, desde me-
diados del siglo XVIII hasta principios del XIX, permite aproximamos a la notable prolifera-
ción de documentos sobre diezmos y a los conflictos sociales con que nos hemos topado en
esta fase. Finalmente, en una tercera parte, se sintetiza la evolución del conflicto a largo plazo
analizando los criterios utilizados por los distintos sectores involucrados en la lucha.
(4) Para el sistema de administración y distribución eclesiástica de las rentas decimales en el Obispado de
Cusco, ver L. Huertas y N. Camero, 1983b.
(5) Un panorama general de la legislación sobre diezmos en las Indias se encuentra en S. Dubrowsky, 1989.
pagara una (10% ), sobre los productos agrícolas establecidos como el trigo, cebada, maíz, avena,
lentejas, garbanzos, cacao, frutos, uva, aceitunas, hortafüas, miel, cera, seda, algodón, etc. El
impuesto debía pagarse sobre toda la producción sin excluir las semillas y otros gastos.
Respecto al ganado sujeto al diezmo, se señalaba a los corderos, cabritos, lechones, pollos,
becerros, potros, muletes, borricos, aves, etc. Se incluía también a los derivados de la ganade-
ría como la leche, la manteca, el queso y la lana, llamados esquilmos. Como en el caso de la
producción agrícola, el impuesto atañía incluso a la producción para el autoconsumo. La regla
para el ganado era la misma que para los productos agrícolas: de l Ocabezas se debía una y de
cinco sólo media cabeza. En este caso se debía entregar al cobrador el importe del medio.
Generalmente, tanto la producción agrícola como ganadera debían pagarse en especies (Ley
2. Tit. 20. Tomo. I. En: Recopilación ... 1681-1973 fs. 83-85). De estas primeras leyes se des-
prende que ni los productos nativos (salvo el maíz)(6) ni el ganado nativo estaba sujeto al
diezmo. Además, en 1557, Felipe II expidió una provisión estipulando que los indios no pagaran
diezmo del ganado, trigo y cebada. Para establecer con mayor claridad las reglas de cobran-
za decimal, un auto de la Real Audiencia expedido el 7 de Septiembre de 1612 señaló que la
población indígena se encontraba exenta de pagar el diezmo de los "productos de la tierra"
(nativos). Sin embargo, para compensar esta exención, debía pagar el impuesto llamado
veintena, sobre los productos agrícolas y ganado de Castilla, es decir provenientes de Europa
(ANB EC 1714 No. 33). La veintena consistía en el pago de una medida agrícola o una cabe-
za de ganado por cada 20 medidas o cabezas, lo que equivale al 5%. Por el ganado doméstico
(pollos, gallinas, huevos, conejos y cerdos) se debía además pagar un real por familia, im-
puesto llamado wa.si-veintena en el surandino.
Ahora bien, si estas leyes establecidas en el transcurso del primer siglo de la domina-
ción colonial podían corresponder a la realidad económica-social de la época.muchos pleitos
y juicios, a principios del siglo XVII y mucho más agudamente en el siglo XVIII, revelan un
desfase entre las leyes y la situación agraria en general. Este desfase estuvo marcado por una
dinámica de intereses en la que la Iglesia no sólo se readecuaba a la nueva realidad, sino que
intentaba también, reinterpretando y manipulando las leyes, conseguir mayores beneficios. Entre
los interesados, tanto los cobradores del tributo espiritual como los productores, la dinámica
se caracterizó inevitablemente por conflictos y alianzas coyunturales, por éxitos y también es-
fuerzos fracasados.
En nuestra investigación hemos podido detectar diversas modalidades en el acceso a la
tierra que provocaban justamente conflictos sociales en tomo a la cancelación de los diezmos.
C.S. Assadourian, refiriéndose al surgimiento de una nueva estructura agraria colonial, señaló
que el estado español realizó "un profundo reordenarniento del suelo". Esto implicó no sólo
la redistribución de tierras a los ayllus indígenas, sino también la adjudicación de las restantes
a la Corona, su posterior concesión a los españoles y también el empleo de la energía campesina
en las empresas agrarias (1982: 301-303).De acuerdo a la historiografía, tierras de repartimiento
o comunidades, por una parte, y tierras en poder de españoles con mano de obra permanente
(6) No sabemos las razones por las que este producto prehispánico fue sometido al diezmo, cuando otros
no lo fueron. En todo caso, la legislación colonial no era siempre clara al respecto. Ver ALP EC 1801
C. 32E. 39.
de los yanaconas, por otra, constituirían entonces las dos variantes de la tenencia de la tierra:
la primera comunitaria, la segunda privada El panorama parece ser sin embargo mucho más
complejo y estamos aún lejos de poder esbozarlo en su totalidad. T. Saignes, en su trabajo
sobre migraciones, ha señalado otras formas de acceso a la tierra como el caso de los llactarunas
(migrantes temporales), de los forasteros asentados en ayllus que prolongaban de alguna for-
ma a los mitimaes y de los forasteros "inestables" o arrendiris (1987: 44-48). Al igual que las
migraciones, los conflictos sociales en tomo a los diezmos, veintenas y primicias nos revelan
la compleja situación agraria, resultado de la propia evolución histórica del sistema colonial.
En esta dinámica, la Iglesia consideró de manera interesada las diversas formas de acceso a la
tierra, antiguas y nuevas, como "arrendamientos". Arrendamientos no sólo de tierras españo-
las o de haciendas a indígenas, sino también de tierras comunales a otros indígenas, a españoles,
mestizos y mulatos.
Los trabajos de B. Larson han mostrado que e1 arrendamiento de las tierras de hacien-
da, analizado para el caso de los valles centrales de Cochabamba, se fue generalizando en el
siglo XVIII (1988). Según la autora, la contracción del mercado interno obligó a los propieta-
rios a arrendar sus tierras para liberarse de los riesgos de la producción y comercialización.
Sin embargo, no por ello debemos considerar al arriendo como una forma tardía de tenencia
de la tierra. Los conflictos sociales en tomo a los diezmos (en su sentido amplio, es decir
veintenas,primicias,wasi-veintenas,etc.) así como otro tipo de documentación muestran que el
arrendamiento existió desde fines del siglo XVI. N.S. Albornoz, hace ya más de una década,
señaló la relación entre arriendo y formación de haciendas (1978: 110)(7).
Las tierras indígenas cedidas a españoles, a cambio de un pago en efectivo, constitui-
rían la práctica rentista más antigua, desarrollada en este caso para poder enfrentar el pago
de los tributos. Pero la situación inversa, el arrendamiento de tierras españolas a indígenas,
se fue desarrollando paulatinamente. En este proceso, la visita y composición de tierras rea-
lizada por el Obispo de Quito Fray Luis López, sentó las bases para el surgimiento de este
tipo de arrendamientos. Al asignar tierras definidas y "reducidas" a las comunidades, mu-
chas otn1s pasaron a la Corona Real, vía composición, para ser vendidas. El territorio adjudi-
cado a las comunidades no fue siempre suficiente y no es casual que la práctica de estos
rJl " .. .El arriendo de bienes comunales es sin embargo una figura más frecuente de lo esperado.. " (Sánchez
Albornoz 1978: 111). Existen múltiples casos de esta situación. En la región de Mizque por ejemplo,
la estancia Bacas, próxima a la laguna de Parcococha, había sido cedida en arrendamiento a mediados
del siglo XVII. Su beneficiario, un español, no había cancelado su importe en dinero durante 32 años
(ANB AM 1682 No.14 fs. 22- 22v). En el caso de los valles cercanos a Sucre, la modalidad fue ligera-
mente distinta: a través de los censos. Se fijaba entonces el monto del censo (el principal) y en base a
él se cobraban los réditos (intereses) anuales que beneficiaban así a los ayllus ayudándolos a enfrentar el
pago de los nibutos. Fue el caso de las tierras de Turuchipa y Ti paca que pertenecían a ayllus de Yotala
(ANB EC 1653 No. 3, EC 1595 No.6) o las tierras de Ayoma de Moromoro (ANB EC 1615 No.13).
(8) antes no las necesitaban arrendar ni comprar por tenerlas muy sobradas" (AGI Charcas 387
" ... porque
f. 7v.).
(9) "Cesa el privilegio de la persona que los toma en arrendamiento ... como si el dicho D. Alonso las hu-
biera sembrado....porque las tierras son decimales" (AGI Charcas 387 f. 23).
(10) Este "recuerdo" nos hace suponer que se trataba de arrenderos relativamente estables, situación un tan-
to distinta a la de los forasteros arrendiris del valle de Cochabamba a mediados del siglo XVII (f.
Saignes 1987: 48).
tierras españolas (Ibid. fs. 9-11, 17-18)01). Al margen de esta polémica respecto al pago o no
de los diezmos y veintenas, es importante señalar que estos arrenderos, ''yanaconas de Su
Magestad", no guardan relación con la imagen que teníamos de los yanaconas, lo cual debe
conducimos a tener mayor cuidado cuando estamos frente a categorías fiscales y ocupacionales.
Estos yanaconas, por ejemplo, no parecen ser exclusivamente arrenderos. Señalaron que sus
tierras eran estériles y de puna y que recurrían a sembrar en tierras proporcionadas por "sus
amigos"(?) (AGI Charcas 387 f.29v)02). En el argumento desplegado por el Protector, escu-
chamos la voz de estos yanaconas, Andrés Aneo, Juan Alonso, Juan Chambi y Diego Coma.
Desde su perspectiva, la exención era "personal y general" sin relación con la "condición de
las tierras"(l3). Pero algo más, ¿por qué pagarían ellos diezmos ya que erogaban tasa y doc-
trina que no lo hacían los españoles? De ser así resultarían más "cargados" que los españoles
y éso sí ¡no se podía admitir! Eran por tanto los dueños de las chacras quienes debían pagar el
diezmo como lo hacían los encomenderos (AGI Charcas 387 f. 32).
Remitiéndonos a una fuente de fines del siglo XVII, los testigos citados de distintas
provincias afirmaron que muchos originarios, ausentes en las haciendas de los valles, se en-
contraban en calidad de arrenderos o jornaleros. Fue el caso en los corregimientos de Pacajes,
Omasuyos, Chucuito, Carangas, Paria, Cochabamba, Chayanta, Sicasica y Cochabamba04).
Frente a los continuos litigios que suscitaba él cobro de diezmos a arrenderos indíge-
nas, la Audiencia dictaminó un auto de 7 de Septiembre de 1612 que ordenó que hasta que no
se aclararan los criterios para la exención de los diezmos, la Catedral y los diezmeros debían
conformarse con el cobro de la veintena (AGI Charcas 387 f. 47). Gran oposición de la Iglesia,
como era de esperarse, y en este momento sale a luz que los yanaconas de San Sebastián y San
Lázaro no habían pagado cosa alguna durante 50 años, es decir desde 1562! (AGI Charcas
387 f. 50).La Iglesia buscaba por lo tanto no sólo "readecuarse" a nuevas condiciones, co-
brando la veintena, sino extender el sistema impositivo cobrando el diezmo entero. Pese al
(11) Aquí las autoridades de la Catedral parecen no distinguir bien entre diezmos y veintenas ya que sabe-
mos que los indígenas debían veintena de los efectos de Castilla pero no de la tierra ¿Se están refi-
riendo con el nombre general de "diezmo" a la veintena? ¿o es que pretenden convertir la veintena en
diezmo? No lo sabemos con precisión, pero esto nos muestra, por una parte, los intereses de la Iglesia
que marcarían la evolución de los impuestos y, por otra, las dificultades que suscitaba la existencia de
arrenderos en tierras españolas frente al pago del diezmo.
(12) "Hemos sembrado así en nuestras tierras como en las ajenas de sementeras y cosas de Castilla desde
que se pobló esta tierra de españoles" (AGI Charcas 387 f. 29v).
(13) Poco después, algunos miembros de las mismas parroquias de San Lázaro y San Sebastián, -que se
autoti rularon también yanaconas- afirmaron haber comprado tierras de españoles (ANB EC 1626 No.11
s/f. p.16). Estamos entonces ante un estatus que está lejos de la acepción clásica de los yanaconas
como trabajadores adscritos a las haciendas. Su situación suscitaba un conflicto similar al anterior. En
estos casos estaríamos por lo tanto frente a dos tipos de yanaconas: unos que sí gozaban de tierras pro-
pias, pero por tenerlas sólo en la puna buscaban complementar sus recursos recurriendo a sembrar como
arrenderos; y otros que eran propietarios de tierras que pertenecían antes a españoles. Hay que añadir
estas variaciones a la figura de los yanaconas de cerca del Lago Titicaca que se alquilaban temporal-
mente y que recibían también el nombre de "arrenderos" en Omasuyos (T. Saignes, 1987b: 124).
0 4) Información testimonial tomada por el Corregidor de Potosí en 1690 reproducida por N. S. Albornoz
1978 : 113-151.
apoyo provisional logrado por la población arrendera, la Audiencia tuvo que revocar el auto
del 7 de septiembre de 1612 y volver a poner en vigencia el de julio de 1611.
Mayor información, esta vez sobre la pretensión de la Iglesia de asimilar a los yanaconas
como arrenderos, la tenemos en el caso de la ciudad de La Paz. Aquí, los mismos vecinos
denunciaron en la década de 1720 que se cobraba diezmos de los yanaconas que :
"no tienen obligación de pagar cosa alguna porque los dueños de las chacras donde ellos
están lo pagan y así se usa en esta provincia y querer introducir ésto es contra toda
razón ... Es causa que los yanaconas desamparen las chacras y que los dueños de ellas no
tengan aprovechamiento" (ANB EC 1714 No. 33)
Para los hacendados la pretensión de la Iglesia constituía un elemento en contra del control
que podían ejercer sobre su mano de obra. Pese a ello, los yanaconas fueron asimilados a la
condición de arrenderos ya que el mismo Cabildo Eclesiástico había rematado el arrendamiento
de los diezmos de todos los yanaconas de La Paz (ANB EC 1714 No. 33). Según la Iglesia,
la categoría de yanaconas encubría a arrenderos. ¿O es que la diferencia entre ellos fue su-
primida por la Iglesia "interesadamente" a fin de sujetarlos a los diezmos? Es posible que
esto hubiera ocurrido pero también creemos -aún como hipótesis- que la diferenciación entre
yanaconas y arrenderos era en realidad fácilmente franqueable si consideramos que el acceso
a la tierra determinaba, en ambos casos, obligaciones hacia el propietario que podían ser en
especies, productos y trabajo. La frontera entre ambas formas no era entonces claraCIS).
La ambigüedad de los yanaconas y su similitud con arrenderos en La Paz se puede
apreciar por un par de referencias. Un testimonio de fines del siglo XVIII señaló que:
"los forasteros (son) los que no disfrutan (de la tierra) y se mantienen agregados a aque-
llos (ayllus) o a haciendas de españoles con más o menos pensiones hasta tocar la clase
de yanaconas" (ALP EC 1797b f. 19v).
(15) T. Saignes remarca en este sentido que "la identidad andina es relacional y abierta: postula un cierto
continuum entre el hatun-runa o jaque de los ayllus y las categorías migratorias (el forastero como
'yerno' o 'sobrino' que incluye hasta el mestizo, el caratullca, este pariente algo 'pálido'). En el am-
biente colonial, estos estatutos se vuelven más flexibles, incluso reversibles: el paso de mitimaes a
llactarunas, de natural a forastero, arrendire o yanacona, es relativo y contextual" (T. Saignes, 1987b:
145).
Otra situación comparable, en que la Iglesia quiso confundir "forasteros" con arrenderos,
nos proporciona la provincia de San Antonio de Lípez. Los diezmeros intentaron cobrar (por
1779) no sólo veintena de los productos de Castilla sino también de los carneros, así como
diezmos de los supuestos "fornsteros" asentados en aquellos territorios. El cocique de los dos
curntos de Lípez, Don Bias Quispi, logró obtener una real provisión parn no pagar veintena de
los animales. Esta situación no duró mucho, volviéndose a entablar el problema años después.
De acuerdo a la Iglesia, estos comunarios eran "forasteros": "arrendatarios en tierras españo-
las y parte en tierras baldías y realengas no de comunidad, agregados de diversas partes que
con la falencia de españoles azogueros y destrucción de minas" se habrían "imaginado due-
ños de las tierras" (ANB EC 1805 No. 72 f. 23). Ellos sostuvieron sin embargo, que eran ori-
ginarios y que con la pérdida de sus documentos se pretendía negarles su condición.
Paralelamente al cobro de estos impuestos a los yanaconas-arrenderos y a los "foraste-
ros" -arrenderos, los curas rectores de La Plata reclamaron en 1664 el cobro de las primicias.
La primicia ern un impuesto de 1(2 fanega que debía pagar cualquier propietario cuya produc-
ción agrícola sobrepasara las 6 fanegas (Recopilación 1681-1973). Las autoridades eclesiásti-
cas insistieron en que resultaban perjudicadas por la práctica del arrendamiento. Desde su
perspectiva, si se dividía una chacrn entre varios pr09uctores, lógicamente cada uno debía pa-
gar primicia En la medida en que al arrendero se le debía considerar en la práctica "como
dueño de la tierra", éste debía pagar primicia también. Los representantes de la Iglesia apro-
vecharon sutilmente la oportunidad de cobrar a un mayor número de productores, apoyándose
en las variaciones regionales y extendiendo el sistema impositivo a los lugares donde antes no
se efectuaba el cobro. Señalaron que los arrenderos en diferentes partidos y doctrinas, aunque
fuernn indígenas, ya pagaban la primicia de trigo, centeno, maíz, cebada en berza y grnno,
garbanzos, frijoles, papas, ocas, ollucos y otras semillas (ANB EC 1678 No. 36)06).
Para la Iglesia, los "arrenderos" en tierras españolas constituían por lo tanto un grupo
heterogéneo: arrenderos formalmente reconocidos como tales, yanaconas de "Su
Magestad" ,yanaconas adscritos a haciendas y forasteros cuyos derechos a la tierrn fueron
cuestionados. En todos estos casos, el arrendamiento podría describir aproximadamente esta
realidad o podía encubrir bastante ambigüedad. Existían sin embargo otras situaciones más
complejas todavía, constituyendo otros "nudos" de la trama de conflictos sociales en tomo a
los diezmos.
(16) Los lugares donde se cobraban primicias en el Arzobispado de La Plata en 1648 eran : Pitantora,
Moromoro, Poroma, Guañoma, Uro y Carassi, Guaycoma, San Francisco de Micani, San Pedro de
Buenavista, Corregimiento de Chayanta, Pocpo y Cucuri, Copavilque, Santiago del Curi, Siccha,
Guanipaya, Chuqui Chuqui, Mojotoro, Cano Cano, Paccha, Quiquijana, Quadras de La Plata: San Lázaro
y San Sebastián, Guatta, Yotala, Quilaquila, Mollescapa, Soroche, Alcantari, Oroncota Alta y Baja,
Pocopoco, Tarabuco, Arabate, Sopachuy, El Villar, Pilcomayo, Mataca Alta y Baja, Usti, Potobamba,
Taco, El Terrado, Tinquipaya, Salinas de Yocalla, Tarapaya Alta y Baja, Porco, Chaqui, Ocororo, Guari
Guari, Tambo Quemado, Puna, Caiza, Toropalca, Yucra, San Lucas Paacollo, Santiago de Cotagaita,
Talina, Calcha, Minas de Tupiza, Cinti, Chichas.
(17) Se volvió a insistir sobre la no obligación de pagar primicias en auto de mayo de 1677 (ANB EC 1772
No. 131 fs. 8-9).
(!8) Esta última disposición, sobre diezmos, fue reconfumada en marzo de 1667 (ibid. fs . 8-9).
medios a través del cual se llegó a la ¡x>sesión efectiva y definitiva en manos de arrendatarios,
muchas veces descendientes de los linajes cacicales(l9). Sin embargo la propiedad y estatus de
las tierras no eran siempre tan claramente definidos como deseaban las autoridades eclesiásti-
cas y los diezmeros.
Llegando a este punto es im¡x>rtante hacer un paréntesis sobre el problema del cobro de
la veintena, presente también en muchos litigios. Hasta fines del siglo XVII, la Audiencia res-
petó en cierta medida la exención de pagar veintenas sobre las semillas de la tierra. Pero los
intentos de demandar veintena sobre estos efectos continuaron a pesar de la dis¡x>sición de
1664. Dos años después, el 9 de julio de 1666, y a raíz del litigio que opuso a la Catedral de
La Plata contra la ¡x>blación indígena del Arzobispado, se volvió a estipular la prohibición del
cobro de la veintena sobre los efectos de la tierra. Pero parece que tampoco estaba claro sobre
qué cantidad pagar la veintena. El auto de un año después, de 25 de Junio de 1667, señaló
entonces que los indios debían pagar veintena de todo lo que "cogieren y hubieren cogido y
criaren en el discurso del año conforme a la calidad de las tierras". Se estipuló finalmente que
el pago debía ser en especies o en plata a elección de los indios y no de los diezmeros como
pretendía la Iglesia Catedral (ANB EC 1772 No. 131 fs. 6v y 9).
En esta lucha entre Iglesia e indígenas, la primera logró, ¡x>r autos de junio y agosto de
1667, que si éstos no debían veintena del ganado doméstico y de Castilla que no llegara a 20
cabezas, debían pagar l real ¡x>r familia incluyendo los derivados como la leche, queso, requesón
y demás frutos. El pago de esta wasi-veintena se volvió a confinnar un siglo después, en real
cédula de 22 de abril de l 7(JJ (ibid. fs. 8 y 11 v).
Cerrando este paréntesis, volvamos a señalar otro ejemplo de la aparente asimilación de
asentamientos indígenas -ligados a los núcleos altiplánicos de los antiguos señoríos- a la con-
dición de arrendamientos. Tal es el caso de la "hacienda" Tacovilque cuyo dueño era Don
Francisco Xavier Choqueticlla (EC 1772 No. 131 f. 10)(20). Es probable que estas tierras hu-
bieran pertenecido tradicionalmente a los mitimaes de los Quillacas y Azanaques y que fueran
compradas ¡x>steriormente ¡x>r el cacique a fin de mantenerlas como sucedió por ejemplo con
la hacienda Timusí en Larecaja, adquirida por Don Gabriel Femández Guarachi (T. Saignes,
1985: 223). Choqucticlla se quejó de que la Iglesia pretendía cobrar veintenas a sus arrenderos.
Aquí nuevamente no sabemos si la cobranza de este impuesto pretendía realizarse no sólo sobre
los productos de Castilla sino también sobre los de la tierra. En todo caso había una clara
ruptura de la "costumbre", la que dio origen al pleito.
Tenemos un caso similar de "arrenderos" indígenas en tierras de repartimiento para las
tierras de Bombo pertenecientes a la parcialidad de los Chullpas del pueblo de Chayanta. Los
residentes de Bombo, al este del Lago Poopó en la provincia de Paria, pagaban arrendamiento
(19) Para el caso de Quillacas ver: A.Q. No. 11 o 24-1-3; A.Q. No. 12; A.Q. No. 24 o 3-123-128. Estos
documentos se encuentran en poder de las autoridades de Quillacas, a las que agradecemos por haber-
nos permitido su consulta Pudimos tener acceso a estos expedientes por intermedio de Ramiro Molina
Rivero.
(20) Por otros documentos consultados en Quillacas sabemos que Francisco Choqueticlla "hacendado en
esta (provincia) de Chayanta, jurisdicción del pueblo de San Pedro de Buenavista... tiene las tierras
nombradas Tacovilque, Tomata y Tomasilla ...compuestas con Don Pedro Sores de Ulloa. .. en 200 pe-
sos ensayados ..." (A.Q. 11-1-28, fs. 191 v-192).
a los Chullpas del norte de Potosí, tributo en Oruro y dependían de la doctrina de Poopó. El
gobernador y cacique de los Chullpas junto con los residentes de Bombo se quejaron, en 1752,
de las extorsiones de los diezmeros que cobraban veintena y wasi-veintena de las semillas y
ganado de la tierra (siendo así que la veintena se aplicaba sólo a los productos de Castilla. EC
1754 No. 104). De sus cameros les demandaban 2 reales por cada cabeza y también delga-
nado de Castilla aunque su número no llegara a 20. Señalaron que el importe del diezmo (en-
tiéndase veintena y wasi-veintena) era importante dada su especialidad ganadera Solicitaron
entonces no pagar por los cameros de la tierra y dar sólo 1 real por los becerros que no llega-
ran a 20 y no pagar por el queso, leche, requesón y demás "frutos" (ANB EC 1752 No. 103).
Similar demanda estipularon para el caso del ganado doméstico que no llegara a la cantidad
de 20 (corderos, cabritos, gallinas y pollos). Finalmente pidieron no pagar por las semillas de
la tierra como maíz, papas y oca. El diezmo y la primicia sólo se podían cobrar si se sembraba
en tierras decimales arrendadas de españoles (ANB EC 1754 No. 103)(21).
Frente a estas demandas, la Real Audiencia recordó las disposiciones de 1664 (cf. Anexo)
y ante estas ordenanzas, que respetaban la costumbre y las demandas de los indígenas, las
autoridades eclesiásticas reclamaron a su vez, llegándose a dictar nuevos autos. Se modificó
entonces la decisión de no cobrar por el ganado que no llegara a 20 cabezas, imponiéndose el
pago de 1 real por unidad (1667)(22).
Finalmente tenemos otro ejemplo, esta vez de mitimaes asentados en los valles, de los que
se pretendía también cobrar diezmo, primicia y aumentar la wasi-veintena. Se trata de los tri-
butarios de Toledo que residían en el anexo de Sicaya en Cochabamba (ANB EC 1776 No.
235).
Otros grupos que poseían tierras "indígenas" y que fueron asimilados también a la con-
dición de arrendatarios, distintos sin embargo a los anteriores, fueron los agregados y foraste-
ros en tierras de comunidad o de repartimiento. En el caso de Pocona y Mizque, los foraste-
ros inmatriculados en los ayllus aparecen censados en 1642, creciendo constantemente en el
segundo caso (Barragán 1984). Para la región de Larecaja T. Saignes observa su presencia
en 1645, con una estabilidad numérica durante todo el siglo XVII (Saignes 1987: 45). El in-
forme de 1690, al que ya nos referimos, atestigua también la presencia de esta práctica en las
provincias de Pacajes y Cochabamba. En el caso de Pacajes, el Capitán enterador de la mita
atribuía al caracter foráneo de los caciques la ausencia de los comunarios y el arrendamiento
de tierras a indios forasteros bajo el pretexto de ayudarse en sus tasas. En el caso de Cochabamba
se menciona también la existencia de tierras arrendadas a indios forasteros en el pueblo de
Sipesipe (Sánchez Albornoz 1978:117,137). Las diferenciaciones tributarias dentro de lasco-
(21) Respecto a las semillas de Castilla pedían que se pagase 1 fanega JX>r 20 fanegas; 1 carga JX>T 20 car-
gas; 1(2 carga JX>T 20 medias cargas y si no se llegara a 20 absolutamente nada ANB EC 1754 No.
103 f. lv. Ver también TNC Padrones 1847, 210a "Expediente de los indios de Chullpas de la pro-
vincia de Chayanta"; y T. Plan, 1982: 44.
(22) Se estableció que del ganado de Castilla se debía pagar una cabeza JX>T cada 20 y de los frutos y semi-
llas de Castilla que llegaran a 20 una, prorrateándolas en fanegas, cargas y medias cargas : de 20 fane-
gas 1; de 20 medias cargas 1/2 carga. En el caso de las especies de Castilla que no JX>dían tener divi-
sión como en el caso de las gallinas, mulos, becerros, etc., se pagaría según el precio y valor que tuvie-
ran en la localidad siguiendo el mismo criterio (ANB EC 1752 No. 103 fs. 7-8).
munidades plantearon también conflictos respecto a los diezmos. En 1772, por ejemplo, al
este de Sucre en San Lucas y Quilaquila, los forasteros que sembraban en tierras de la comu-
nidad se quejaron del cobro de diezmos. Las autoridades señalaron que estos forasteros arren-
daban sus tierras y que, viendo algunos logros alcanzados por los originarios en contra de los
gravámenes y extorsiones de los diezmeros, pedían ser asimilados a la condición de los origi-
narios (ANB EC 1789 No. 13). Los indígenas reclamaron porque sus tierras no eran
"diezmales". ¿Por qué entonces pagar diezmo? La pregunta planteada por los forasteros de
Quilaquila removió el aparato legal en la Audiencia, la que estaba ya consciente de los conti-
nuos "enredos" que existían, señalando "que la variedad de autos acordados y alguna diferen-
cia que en ellos se encuentra ocasiona no poca confusión". Aconsejó entonces "desanudar"
los problemas, adoptando un solo reglamento fijo y normativo. Consecuentemente, el auto de
6 de Julio de 1772 ordenó que los originarios no debían efectivamente pagar diezmo ni primi-
cia ni veintena de los productos nativos en tierras propias. Si bien se había ya definido en el
auto del 15 de Abril de 1756 que las tierras de origen eran las otorgadas por repartimiento, la
novedad del auto de 1772 radicó en la clara distinción entre los estatus tributarios:
"este privilegio .... debe entenderse sólo para los indios originarios y no con los indios
forasteros y agregados quienes, aunque siembren y recojan los frutos en tierras arrenda-
das de comunidad, no deben gozar del privilegio como no lo gozan los originarios que
cultivan tierras arrendadas de españoles o que de ellos hubiesen comprado y adquirido
de nuevo" (ANB EC 1789 No. 13 fs. 1-lv).
Este auto nos demuestra por consiguiente que se había llegado a excluir de la exen-
ción a los agregados y forasteros por ac;imilarlos a la categoóa de arrenderos. Paralelamente
se recordaba que se debía en cambio pagar diezmo y primicia de cualquier semilla en tierras
diezmales arrendadas de españoles (ANB RC 17(1..) No. 2083/2088 fs. 38-39)(23). Para el pago
de la veintena se recordó la obligación a la que estaban sujetos los indios originarios respecto
a las semillas y ganado de Castilla. Finalmente se volvió a insistir en el cobro de la wasi-
veintena ordenada por una provisión despachada en Aranjuez el 22 de abril de 17(1..) (ANB
RC 1760 No. 2083/2088 f. 37) que consistía en el pago de 1 real por lo "que cada indio o
persona cabeza de familia hubiese criado, vendido o comido en su casa por los pollos, galli-
nas, huevos, conejos y cerdos que crian como animales domésticos quedando con esta cantidad
compensada la veintena que de estas especies debian satisfacer" (ANB EC 1789 No. 13 f. 2).
Posteriormente, el auto del 6 de Diciembre de 1773 parece contradecir el de 1772 res-
pecto a la situación particular de forasteros y agregados frente a las imposiciones eclesiásti-
cas. El auto de 1773 ordenó, en efecto, que los forasteros y agregados que disponían de algunas
tierras de comunidad, que estaban sujetos a la mita de Potosí y "otros servicios de los origina-
rios", y que contribuían con 7 pesos debían "reputarse indios originarios" sin diferencia con
(23) Por tierras diezma.les la Audiencia señaló que debían entenderse las : "que cultivaren y trabajaren los
indios ... no sólo de las que tubieren arrendadas de españoles, sino también las que de ellos hubiesen
comprado y adquirido de nuevo" (ANB EC 1772 No. 131 f. 11).
los que pagaban ligeramente más(24). El intento de equiparar la situación de los forasteros con
tierras a la de los originarios correspondía al interés fiscal de la Corona. Dentro de esta lógica
estatal de incremento de los ingresos tributarios hay que situar el artículo 57 de la Ordenanza
de Intendentes de 1782 :
" Y los de dicha segunda clase [terrenos baldíos o realengos] se distribuirán ... a los in-
dios casados que no los tuvieren propios ... pues mi real voluntad es que todos aquellos
naturales gocen una competente dotación de bienes raíces ... " (Sánchez Albornoz 1978:
181).
Vemos aquí que los intereses de distintos sectores de la sociedad colonial dominante no
siempre coincidían. Si para la Corona el borrar ciertas diferenciaciones tributarias podía signi-
ficar en algunos casos un aumento de los ingresos por tributos y un mayor control sobre la
población forastera, para la Iglesia el interés era distinto y contrario. Mayores recaudaciones
de los espacios "comunitarios" podían estar ligadas más bien a una fijación de las diferencias:
los agregados y fordSteros pagaban el doble que los originarios. En esta dinámica de intereses
entrecruzados, un nuevo auto de 15 de Abril de l 774 volvió a reafirmar los términos de 1772,
eximiendo de los diezmos únicamente a los originarios. Por originarios no debían entenderse
"los mingas ni los que cultivan las tierras, awique sean de comunidad, en arrendamiento" (ANB
EC 1805 No.72 f. 9v)(25). Para ello se estipuló que los corregidores extendieran boletas a los
originarios, que certificarían su condición frente a los diezmeros.
Todas estas contradictorias disposiciones del último tercio del siglo XVIII, poco con-
sistentes entre sí, no lograron resolver en la práctica los numerosos conflictos locales. En 1780
por ejemplo, los indios de Mohoza representados por los principales e hilacatas señalaron la
costumbre de los agregados de sólo pagar veintenas de las tierras que los originarios les pro-
porcionaban. Constataron que en su doctrina se había establecido una "rara" costumbre: los
agregados(26) pagaban diezmos y no veintenas, como los originarios, siendo así que cumplían
con la mita y otras "pensiones", sin tener la cantidad de tierras de los originarios. Cuestiona-
ron por lo tanto la lógica del sistema. Si los agregados cumplían con todo y tenían menos
tierras, ¿por qué se les exigía más? Describieron entonces a los diezmeros como a "lobos
hambrientos llenos de ambición y codicia" (ANB EC 17% No. 22 fs. 5-6). El pleito duró
muchos años. En 1796, los mohozeños denunciaron que los diezmeros utilizaban el "frívolo"
pretexto de distinguir a los originarios de los forasteros y agregados, haciendo que unos paga-
ran sólo veintena y los otros "indefensos" diezmos y primicias como en tierras de españoles
(ANB EC 1796 No. 22 f. 24). La distinción para los comunarios era por lo tanto ya superfi-
(24) Este tipo de forasteros existía en Omasuyos ya en el siglo XVII donde T. Saignes señala que recibían
el nombre de "yernos" y "sobrinos" (T. Saignes, 1987b: 141).
(25) Tenemos entonces una nueva categoría: los mingas, esta vez agrarios. Su nombre nos hace pensar que
se trata de una mano de obra libre (E. Tandeter, 1980) y temporal, posiblemente jornalera.
(26) El caso de Mohoza nos muestra que es posible que la distinción entre agregados y forasteros sea preci-
samente ésta: agregados mucho más relacionados e "insertos" en la comunidad, cumpliendo obligacio-
nes hacia ella y la Corona; forasteros por otra parte, que pueden ser migrantes más recientes y menos
vinculados a la comunidad.
Esta modalidad ern sin duda alguna una de las menos frecuentes y conducía en gran
parte de los casos a la posterior enajenación de la propiedad comunitaria. En 1690, los testi-
gos de la información tomada por el corregidor de Potosí señalaron la existencia de arrenderos
mestizos casados con las indias del lugar en Carangas y Cochabamba (Sánchez Albornoz
1978:113-151 ). Los valles parecen haber sido un lugar privilegiado para la aparición de estos
nuevos grupos sociales en tierras consideradas comunitarias, como sucedió por ejemplo en el
partido de Tapacarí a fines del siglo XVIII (ibid. Cap. 4). En 1787, los jueces de la Real
Junta de Diezmos, recordando las disposiciones sobre la cobranza de los diezmos en su sentido
amplio, señalaron que la exención de los indígenas de este pago en tierras de repartimiento no
debía aplicarse a los mulatos y mestizos que vivían en tierras comunitarias. Se intentaba por
lo tanto equiparar su situación a la de los españoles (A.C. 1757 T. 45 f. 423). Posteriormente,
y para la región cocalera de Chulumani, se señaló que los "españoles, cholos, mestizos y mu-
latos que poseen tierras de comunidad en arrendamiento con el nombre de sayañas, dando un
tanto de arriendo bajo del titulo de tasa o tributo", debían pagar el diezmo correspondiente
(A.C. 1794 T. 100 f. 156). Este testimonio demuestra que el arrendamiento servía como una
alternativa para que los no indígenas evitaran el pago de los impuestos exigidos por la Iglesia.
Al mismo tiempo representaba una ayuda efectiva para las comunidades ya que estos sayañeros
pagaban un monto correspondiente al tributo. Sugiere también que las tierras comunitarias
eran lo suficientemente extensas como para permitir el arrendamiento.
Los conflictos en tomo a los diezmos en lo que hemos denominado el primer nivel co-
yuntural nos han revelado una realidad que es importante remarcar. Se trata de una trama de
conflictos que se tejieron alrededor del acceso diferencial y muy variado a la tierra, descrito
en términos globales como "arrendamiento". Al final de cuentas estamos frente a una curiosa
coincidencia histórica y simbólica-doctrinal: el problema de los arrendamientos de tierrdS en-
cuentra su correspondencia en la concepción del diezmo no solamente como tributo a Dios el
Señor Soberano, sino como renta espiritual. Los hombres, como arrenderos de Dios el Patrón
o Propietario Supremo, debían una porción - "la parte de Dios" según el derecho canónico -
del producto agrícola, a cambio del usufrutuo y beneficio terrenal.
Si el problema de los arrendamientos se convirtió en el telón de fondo durante todo el
período colonial, existió sin embargo otro nivel coyuntural: una fase de conflictos mucho más
concentrados y violentos a partir de 1750. Desde entonces es como si varias tramas se hubie-
ran superpuesto unas a otras en un mismo tejido. Además del persistente problema de los
"arrendamientos", asistimos ahora a un asalto frontal y agresivo contra las comunidades indí-
genas encabezado esta vez por las elites locales y ya no directamente por la Iglesia. Esta
ofensiva implicó para las comunidades una severa amenaza económica y política, provocando
su reacción y tenaz oposición.
Para explicitar la profusión de conflictos en este segundo nivel coyuntural resulta in-
eludible referimos al contexto económico global de la zona colonial surandina. Sin embargo,
(27) Futuras investigaciones en otros arclúvos locales ayudarían a matizar el marco geográfico y coyuntural
aquí esbozado.
las limitaciones de la historiografía sobre la economía andina del siglo xvm no penniten aún
una visión completa y coherente. Algunos historiadores conciben una "crisis" para la época
colonial tardía (Cajías 1987), mientras que otros plantean más bien un crecimiento (Burga,
1987), un boom "frágil y limitado" (Klein 1982: 69), o una "recuperación desigual" (Larson
1988: 115). Obviamente sería rebasar el propósito de este trabajo el dedicamos a examinar
las discrepancias latentes y no debatidas en la historiografía. Nos limitaremos por lo tanto a
formular nuestra propia hipótesis sobre los conflictos en tomo a los diezmos, refiriéndonos
también a otros estudios perúnentes, especialmente al análisis de Brooke Larson para el caso
de Cochabamba.
La premisa inicial de nuestra explicación se basa en lo que podemos designar como la
declinación de la empresa agrícola en la zona rural surandina durante el siglo XVIII(28). Esta
declinación estuvo ligada a la caída secular de la minería potosina desde mediados del siglo
XVII hasta mediados del XVIII. Con la caída de la minería, el mercado interno surandino
tuvo una contracción. Las oportunidades comerciales disminuyeron para los dueños de ha-
ciendas debido a la reducida demanda minera-urbana y a los bajos precios de los productos
agrícolas. Y si bien la modesta recuperación minera de 1750 a 1800 generó un alza limitada
en la demanda potosina, ésta pudo satisfacerse con la producción del hinterland cercano, per-
sistiendo así la tendencia deflacionaria de los precios: Paralelamente, en ciertas regiones (como
Cochabamba y tal vez Chayanta) surgió una agricultura campesina competitiva que rompió el
monopolio comercial de los hacendados. La comercialización de los excedentes campesinos
ocasionó que los precios locales bajaran. Por otra parte, el comercio y trueque intra-étnico
permitía que los indígenas más pobres y los afligidos por malas cosechas (especialmente de la
puna) tuvieran cierto control sobre los términos del intercambio. Los cultivos "indígenas" como
la quinua y el chuño servían como sustitutos en períodos de crisis agrícola y de elevados precios
del maíz y trigo. Estos cultivos fijaban efectivamente un precio-base para el mercado de granos
y bloqueaban, cuando existía escasez, la especulación y extorsión de precios por parte de los
hacendadosC29). A lo largo del siglo, las deudas de los hacendados y las hipotecas sobre sus
tierras se acumulaban. Las leyes españolas de herencia divisible contribuían también a debili-
tar la base en tierras de las elites regionales profundizándose la fragmentación de las propieda-
des. Las catástrofes climáticas continuaban amenazando la empresa agrícola y podían asestar
el golpe de gracia para las ya débiles o hipotecadas haciendas.
Las oportunidades comerciales se veían también frustradas con el alza de los costos de
transporte. Ya en la década de 1770, el auge económico de Buenos Aires implicó que el con-
trol sobre las zonas proveedoras de mulas de Salta y Córdoba pasara de manos de los hacen-
dados del norte a los mercaderes del sur. Con la legalización del comercio trans-Atlántico
con Buenos Aires, las importaciones europeas ingresaron por el sur de los Andes y los textiles
extranjeros abatieron a la manufactura textil regional. Desde la década de 1770, crecidos im-
(28) Refiriéndonos al surandino, nos interesa la sierra y los valles particulannente. Una recuperación de la
empresa agrícola en la costa peruana en este período no implicaría, por lo tanto, una revisión de nues-
tra premisa Donde sí se dio un caso excepcional de auge para el surandino fue en los Yungas cocaleros
de La Paz.
(29) Ver Tandeter y Wachtel 1984: 59.
puestos sobre ventas y tránsito (alcabala) restringían también las ganancias comerciales. La
descapitalización de las propiedades durante la insurrección andina representó otro golpe para
las fortunas de los terratenientes a principios de la década de 1780 (Larson 1988: Cap. 6).
La decadente condición de los hacendados cochabambinos encuentra su paralelo en
Ollantaytambo (Cuzco). Allí, Glave y Remy (1983) describen la quiebra de la empresa agrí-
cola debido al estancamiento persistente de los precios, la escasez de capitales, las hipotecas
sobre las propiedades, los mercados estrechos y las crisis de sobreproducción. Al igual que
en el caso cochabambino, la hacienda comercial se orientó entonces hacia una agricultura
arrendataria y de subsistencia Como lo señala B. Larson, las nuevas estrategias de acumulación
de los terratenientes incluían no sólo el arrendamiento de la tierra sino también la especulación
sobre los diezmos.
Nuestra aproximación a los conflictos sobre diezmos debe situarse, entonces, en esta
quiebra de la empresa agrícola surandina que empujó a los hacendados fuera de la esfera de
producción y hacia formas rentistas y especulativas de acumulación local a costa de la población
campesina. En la especulación con los diezmos, el rematador no sólo evitaba los riesgos de la
producción sino que obtenía también ganancias de dos maneras. La primera y más rentable
consistía en arrendar los diezmos en un afio de bajos rendimientos, aprovechando así la escasez
(y el hambre) para vender los productos en precios altos. Según B. Larson, la tasa de ganancias
de los diezmeros era muy superior a las tasas para préstamos (5%) o para las empresas agóco-
las (pocas veces más del 4% a 5% en Cochabamba). La misma autora cita el informe de un
oficial de la Real Hacienda en 1774 que indica tasas de ganancias del 50% al 60% (ibid.: 229).
La segunda forma, aún más drástica, consistía en exigir más productos de los acostumbrados
o permitidos para compensar, mediante la comercialización, el costo del arrendamiento. La
ganancia de los diezmeros se realizaba en la esfera del intercambio, aprovechando las fluctua-
ciones en los precios.
Hemos encontrado una confirmación inicial de la nueva importancia que adquióa la es-
peculación sobre los diezmos en algunas evidencias que revelan una mayor competencia para
arrendar la posición de diezmero(30). Es pertinente, por ejemplo, el edicto temible, aunque
irónico, del insurgente Nicolás Catari que amenazó en Pitantora (Chayanta) a "todos los mo-
zos espai'loles, los que son muy amantes de comprar veintenas y primicias" (ANB EC 1781
No. 47 f. 1).
El resultado de la competencia para arrendar el puesto de recaudador de los diezmos
fue un alza en el precio del remate eclesiástico(3I). Esto obligó al diezmero a extraer a su vez
mayores excedentes de los productores, es decir "de resarcir a costa de los infelices indios la
(30) Además de los ejemplos citados , nuestra hipóiesis se basa en la revi sión de los documentos sobre re-
males en la región de La Paz. Ver al respecto la serie de Expedientes Coloniales y Remate de Diez-
mos en el Archivo de La Paz.
(31) Sobre el tema de la competencia, B. Larson señala para Cochabamba que la nueva especulación sobre
diezmos tuvo consecuencias contradictorias para la clase terraieniente. Por una parte, los hacendados
adinerados que tenían con qué especular (poseyendo tierras libres de hipoieca para asegurar las fian zas
obligatorias) cerraron sus filas , conformando un club reducido con control so bre la recaudación. Por
otra parte, hacendados de menos fortuna quedaron excluidos de la especulación. El resultado habría
sido una diferenciación entre los terralenientes (B. Larson 1988: 230).
crecida cantidad en que se le remataron los diezmos", como se expresó en el caso de Sicaya,
anexo de la doctrina de Capinota, en 1776 (ANB EC 1776 No. 235 f. 4v). Allí el diezmero
aumentó sus exacciones desde la veintena hasta el diezmo y la primicia, subiendo también el
precio de la wasi-veintena para los residentes y originarios que tributaban en el pueblo de
Toledo, en la provincia de Paria. Se supone que el diezmero habría justificado los nuevos
cobros por considerar a estos antiguos mitimaes como arrenderos en las tierras de comunidad
del valle.
Otro caso de excesos por parte de los diezmeros se dio en Tomina en 1804, donde el
Subdelegado opinó:
"Por lo que mira al segundo punto de excesos, tengo entendido que este mal es irreme-
diable, aunque en cada doctrina hubiesen muchos encargados que sólo velasen sobre la
conducta de los diezmeros. Pues si hay uno u otro timorato de los principales
rematadores, sus dependientes y mayordomos no guardan regla ni sujeción porque
siempre aspirnn a acreditar con el mayor aumento que indebidamente exigen. Otros
que son de mala conciencia que se ven clavados por su inconsiderado calor en los re-
mates, o que por tener en que entretenerse sub-arriendan de los grueseros en más cantidad
de lo que puede rendir la doctrina o partido no se detienen en cometer toda especie de
excesos ..." (ANB EC 1804 No. 91 fs. 18-18v)
1770 el cacique Blas Quispe había ganado un juicio por lo que la Audiencia ratificó la cos-
tumbre de la comunidad de no pagar diezmo ni veintena por sus llamas. Esta victoria legal
fue posterionnente negada por los diezmeros utilizando el subterfugio (robando al cacique los
documentos de la Audiencia) y la fuerza bruta (ANB EC 1805 No. 72).
Este conflicto sobre diezmos y otros similares llegaban a la corte de la Real Audiencia.
Como hemos visto anterionnente, en 1772 la Audiencia de Charcas intentó abolir de una vez
por todas las frecuentes "controversias" relativas al pago de diezmos. La interpretación de la
proliferación de los conflictos fue fundamentalmente legalista.
"La variedad de autos acordados y alguna diferencia que en ellos se encuentra ocasiona
no poca confusión de que resulta que por la malicia o natural rusticidad de los indios y
partes interesadas en la cobranza de diezmos se promuevan frecuentemente dudas y
controversias." (ANB EC 1790 No. 182 f. 7)
go plazo. ¿Pero cómo explicar la emergencia coyuntural del conflicto en la dé.cada de 1750,
creciendo en las décadas de l 7f:IJ y 1770?(32)
La agudización de los conflictos a partir de la década de 1750, prolongándose hasta
principios del siglo XIX, coincide en general con la periodización de B. Larson de una deca-
dencia agraria para los hacendados cochabambinos (aunque sólo habla de un "deterioro agu-
do" alrededor de 1780). Existe incluso mayor correlación con la detallada periodización pro-
puesta por L.M. Glave y M.I. Remy sobre la crisis de la empresa agrícola en Ollantaytambo
que empeoró justamente en 1770. En el análisis de Glave y Remy, los precios son esenciales
para entender y periodizar las fortunas decadentes de los hacendados: "los precios llevan
consigo en su caída a la empresa mercantil" (L.M. Glave y M.I. Remy 1983: 518). En el
contexto de un descenso de precios a largo plazo, su agudización a partir de 1770 habría des-
alentado las esperanzas de los hacendados de lUlll recuperación comercial.
Es significativo también constatar que nuestra periodización concuerda aún más con el
análisis de E. Tandeter y N. Wachtel sobre los precios de Potosí y Charcas en el siglo
XVIII(33).En una periodización de los precios agrícolas en Potosí, los autores sefialan la si-
guiente secuencia:
l. 171(6)-1758: alza(?).
2. 1759-1789 : baja.
3. 1790-180(5): alza.
Nosotros hemos encontrado también evidencias de esta estrategia para reducir la competencia entre
terratenientes. En Ambaná a mediados del siglo XVIII se declaró que "entre los españoles corre como
de tumo el remate de diezmos" (ANB 1750-1754 Minas L127 No. 6/Minas Cal No. 1517 f. 29). Por
el año de 1825, un funcionario de Cochabamba observó, no sabemos si respecto a Cochabamba o más
bien a La Paz, que "se reunen los ocho o diez vecinos que subsisten de esta especulación y secreta-
mente convienen en las cantidades que han de contener sus cédulas de posturas. Y luego que sacan los
diezmos en sola una cabeza, se distribuyen entre todos por doctrinas o por veredas" (ALP Gaveta No.
6 f. 412). Sin embargo, como las elites no siempre podían superar sus diferencias internas ni suprimir
por completo la competencia, consideramos que nuestra hipótesis sobre el mayor interés en torno a los
arrendamientos es todavía válida
(32) Anticipamos que futuras investigaciones en archivos locales deberán confirmar la periodización gene-
ral aquí sugerida Aun si se descubren disputas puntuales en distintas regiones antes del surgimiento
que situamos en la década de 1750, creemos que ellas serían compensadas por la preponderancia de
casos posteriores.
(33) Sin embargo, nuestro trabajo conduce a ciertas observaciones metodológicas respecto a la utilización
por E. Tandeter y N. Wachtel de los diezmos como índice de la producción agricola (ver apéndice).
compensar la tendencia de declinación desde 1759 que coincidió con la emergencia de con-
flictos sobre diezmos. Esta correlación general entre las tendencias de los precios agrícolas y
el conflicto sobre diezmos fortalece la explicación que hemos propuestoC34). Con el descenso de
los precios, los hacendados se trasladaban fuera de la esfera de producción destinada al mercado
para entrar en actividades e~lJCCulativas como el arrendamiento de los diezmos, buscando así
una acumulación directamente a costa de los productores campesinos locales. Se supone, al
mismo tiempo, que los bajos precios habrían reducido las ganancias de los diezmeros que in-
tentaban comercializar los productos cobrados. Esto, a su vez, habría impulsado a los diezmeros
a estrujar aún más a los productores, implicando un proceso de acoso e intensificación en la
extracción de excedentes. La particular combinación de factores que definieron la coyuntura
de fines de la década de 1750 requiere sin embargo de un mayor análisis.
Además de la mayor frecuencia y violencia de los conflictos en tomo a los diezmos en
esta segunda fase, hay que señalar también el cambio ocurrido en cuanto a los sujetos del con-
flicto. Anteriormente las disputas se suscitaban entre la misma Iglesia (Arzobispado de La
Plata u Obispado de La Paz) y los productores locales. En la segunda mitad del siglo XVIII ,
las pugnas involucraron por lo general a diezmeros locales y comunidades indígenas(35). En
1798, por ejemplo, los diezmeros intentaron imponer el diezmo sobre el ganado de la tierra de
una comunidad, la de Chocaya en el Partido de Chichas, contra la costumbre local y sin nin-
guna justificación legal. En defensa de la comunidad, el subdelegado de Chichas arguyó que
no existía fundamento para la crecida exacción, puesto que los diezmeros siempre habían hecho
postura sobre el ganado de Castilla exclusivamente y que esta renta había satisfecho a la Iglesia.
Aludiendo a Santo Tomás de Aquino y "muchos otros doctores", reconoció que un incremen-
to sería legítimo si la Iglesia tuviera necesidad para sufragar sus gastos y mantener "el susten-
to decente" del clero. Pero en este caso el incremento serviría únicamente a los intereses pri-
vados de los diezmeros (ANB EC 1798 No. 48 f. 8v).
(34) Habiendo llegado a este punto es preciso hacer una aclaracion metodológica. Al observar una estrecha
correlación entre tendencia económica y conflicto social, no suponemos una causalidad directa
(economicista). El conflicto sodal debe entenderse en términos de las movedizas relaciones de clase y
etniddad, de poder y política colonial y de formas de acumulación económica En el caso de los con-
flictos sobre diezmos, hemos intentado una explicación que enfoca los intereses económicos de la Igle-
sia y las elites locales además de la capaddad comunaria para la auto-defensa (ver abajo) en condicio-
nes coloniales cambian tes.
(35) Generalmente la Iglesia remataba los derechos de cobrar los diezmos directamente a las elites locales,
es dedr a los hacendados y vecinos de los pueblos. Sin embargo se dieron también casos de remates
"en grueso", de toda una provincia por ejemplo, y luego un conjunto de arreglos privados entre el
arrendatario original y los vecinos locales. Estos arreglos eran a veces sub-arrendamientos. Otras ve-
ces los diezmeros empleaban cobradores particulares (conocidos en algunos documentos generalmente
como "mozos") para la recaudadón. La violenda contra productores indígenas podía provenir entonces
de parte de estos cobradores, "empleados" del mismo arrendatario. En sus quejas, las comunidades
atribuían los abusos tanto a "diezmeros" como a "cobradores". A pesar de su interés intrínseco, aquí
no entraremos en detalle sobre la identidad más específica de estas "elites locales": por ejemplo la
relativa importanda que tenía para ellos la propiedad de tierras y las actividades comerdales, sus vín-
culos con las dudades o sus mecanismos para acceder al crédito o a fianzas para el arrendamiento; o
los frecuentes e interesantes casos de curas y cadques rematadores. En este trabajo nos referimos a
"diezmeros" para indicar tanto a los arrendatarios como a sus cobradores dependientes.
(36) Para algunos ejemplos ver ANB EC 1771 No. 41; ANB EC 1796 No. 22; ANB EC 1804 No. 91 ; ANB
EC 1805 No. 72.
(37) Ver los ejemplos de Chulumani, AC Tomo 100 - 1794, fs. 112-113, 155-156; de Guancané, ANB EC
1771 No. 41 ; y de Oruro, ANB EC 1790 No. 182.
mente desde 1756. S. O'Phelan critica acertadamente el énfasis de Gólte sobre el reparto y
describe un período de "revueltas menores, locales y desarticuladas entre sí" (ibid.: 135).
Nuestro análisis de los confliclOs sobre diezmos parece concordar tanlO con J. Gólte
como con S. O'Phelan. La legalización, su creciente volumen y la consecuente acumulación
de deudas en el pago del reparto habrían aumentado la competencia entre las elites locales por
la extracción del excedente comunitario (fenómeno que ya intentamos explicar en el marco de
las transformaciones económicas del surandino), aumentando el peso económico para los pro-
ductores campesinos. A nivel local, la competencia entre elites y la presión hacia la comuni-
dad habrían agravado las tensiones, ya sea que se expresaran al final en un conflicto sobre
diezmos u otros problemas, ya sea que se manifestaran en acciones contr.1 los diezmeros y
otras autoridades (cura, cacique, corregidor). Esta visión corresponde con la noción de S.
O'Phelan respeclO a la existencia de revueltas "diversificadas", evitando a la vez el privilegiar
la legalización del reparto como causa primaria (J. Gólte) o "subyacente" (S. O'Phelan 1988:
143). Cabe señalar que en ninguno de los casos relativos a conflictos sobre diezmos se señala
al reparto como base para el acoso a la comunidad.
Aunque consideramos que ciertas tendencias económicas identificables o un peso eco-
nómico hipotético no permiten una explicación adecuada del conflicto social (ver nota 34), sí
vemos en el aumenlO de confliclOs sobre diezmos una señal de la acumulación de tensiones
locales así como de las condiciones económicas que estructuraron la coyuntura insurreccional
de principios de la década de 1780. De hecho, el análisis de conflictos sobre diezmos nos
permite apreciar los efectos locales de las tendencias económicas con mayor validez que esa
clásica correlación entre "peso económico" y "rebelión". El confliclO local, que muchas ve-
ces demuestra poca o ninguna violencia abierta, es muy difícil de desentrañar, pero los conflictos
sobre diezmos nos permiten una aproximación. El diezmo era una imposición local sobre la
producción económica específicamente y una resistencia a ello podía prepararse con relativa
facilidad a través de la petición legal. La proliferación de casos legales revela un auge de los
conflictos locales más que el estallido de una "rebelión" en la medida que ésta constituye una
respuesta mucho más riesgosa y difícil de organizar. Al mismo tiempo, aunque las pugnas
sobre diezmos se originaban en una imposición económica directa, no queremos minimizar el
contenido político e ideológico del conflicto comunidad-elite (ver má<; adelante). Tampoco
pretendemos que las disputas constituyan una medida directa del "nivel" o "peso" de la ex-
plotación comunitaria.
Cabe señalar también, puesto que J. Gólte ni S. O'Phelan lo mencionan, que los con-
flictos sobre diezmos constituyeron parte de los causales que condujeron hacia la coyuntura
insurrecciona!. La campaña de los diezmeros en contra de las exenciones indígenas corresponde
a un solo proceso de extensión del sistema impositivo durante el siglo XVIII. Esta campaña
fue lanzada a fines de la década de 1750 y principios de la de 1760, después de una anterior
revisita del Virrey Castelfuerte (1724-1736) para aumentar el tributo y la mano de obra mitaya,
provocando descontenlO en todo el VirreinalO (S. O'Phelan 1988:75-116). Posteriormente, en
la década de 1770, la administración colonial aumentó la tarifa de la alcabala del 2% al 4% y
otra vez del 4% al 6%, estableciendo también, a través de la red de aduanas, un control más
estriclO sobre el comercio.Los indígenas debían gozar supuestamente de la exención de no
pagar alcabala, como en el caso de los diezmos;sin embargo los aduaneros, asemejándose a
los diezmeros, lograron imponer gravámenes sobre la circulación indígena. En este sentido
podemos afinnar que la progresiva restricción de la exención indígena en cuanto a los diez-
mos fue similar y generalmente se anticipó a la restricción en el comercio, perjudicando di-
rectamente a la sociedad nativa impulsándola hacia la abierta protesta anticolonial(38). Am-
pliando nuestra imagen de esta etapa "racionalizadora" del sistema impositivo colonial para
incorporar el conflicto sobre los diezmos, podemos apreciar el ala eclesiástica de la ofensiva
reformista, normalmente vista sólo como proyecto estatal-borbónico, y luego sus irnplicancias
extensivas y locales, y no sólo administrativas-fiscales.
Tomemos un ejemplo. En 1755, el cura de la Villa de Puno y vicario de la provincia de
Paucarcolla, Dr. Juan Valentín de Gamboa y Nurvena, propuso a la Mesa Capitular de la Ca-
tedral de La Paz nuevas reformas para el sistema de arrendamiento y cobranza que podrían
aumentar los ingresos de 3,000 pesos a 4,000 pesos para toda la provincia. Aconsejó entonces
que se cobrara del ganado de Castilla en proporción a las ovejas madres porque de otra manera
los diezmeros no se daban cuenta de todos los multiplicos. Los recaudadores tenían dificultades
en registrdf todo el ganado porque las madres parían en distintos períodos del afio y los indígenas
vendían o comían las crías, salvo las más pequeñas (ANB EC 1755 No. 58 fs. 3-4v). Esta
cobrdOza en base a la enumernción de ovejas madres suscitó frecuentes protestas de la pobla-
ción indígena, como en el caso de Mizque (ANB EC 1764 No. 149), Chucuito (ANB EC 1795
No. 154), Carabuco (ANB EC 1802 No. 48), y Toinina (ANB EC 1804 No. 91). Pero esta
práctica llegó a ser aprobada implícitamente por la Real Audiencia en su Provisión a favor de
Baltasar Chumasero, diezmero de Calcha, en la provincia de Chichas, en 1766 (ANB EC 1766
No. 54).
Un segundo ejemplo de la cobranza más estricta y "racionalizada" en este período pro-
viene de lrupana En 1767 un comisionado del Cabildo Eclesiástico de La Paz visitó esta ju-
risdicción c<;>calern para informarse sobre la<; recaudaciones de los diezmos. Interrogando a
los anteriores rematadores, averiguó la cantidad e identidad de todos los productores obligados
a pagar el impuesto "así de las haciendas y arrenderos y yanaconas como de mestizos de la
comunidad de los indios"; "los hacendados, arrenderos, chiquiñeros ... y los yanaconas y agre-
gados". Un rematador anterior, el vecino Marcos Ramírez, declaró "si pagan conforme deben
pagar, diera mucho más de coca, por haber muchos arrenderos de los cuales los más se resisten.
Efectivamente la Iglesia y los diezmeros controlaron mucho más cuidadosamente la
producción cocalera en este período y, a pesar de ser la coca un cultivo nativo supuestamente
eximido de impuestos tanto eclesiásticos como comerciales, introdujeron una capitación para
los comunarios de Chulumani, Chupe y Yanacache (4 reales pagaban los casados y 2 reales
los solteros) por auto del virrey de Lima en 1764 (AA 1771 I No. 510). Mientras tanto conti-
nuaban en su intento de cobrar la veintena En un documento sobre el remate de diezmos de
Coroico, hemos encontrado una referencia a la veintena impuesta sobre la producción comu-
nitaria de coca mediante un auto de 9 de Junio de 1766 (ALP EC 1768 C.89 E.35 f. 2). En
1768 el diezmero de Chulumani se quejó de que los comunarios se negaban a pagarle veintena.
En consecuencia el Obispo de La Paz exhortó a que "le satisfagan ... los indios la veintena
(38) No podemos explorar aquí los interesantes paralelos entre los diezmos y los impuestos comerciales (la
alcabala y la sisa). Estos también suscitaron "dudas y controversias", y hasta conflicto abierto, en
complejos procesos de reducción de la exención indígena.
correspondiente a todos los que produjeren sus sementeras y cocales" (AA 1771 I No. 51 O fs.
1-1 v de la 2da. foliación)(39).I.a campafia para cobrar la veintena fue suspendida (aunque como
lo veremos sólo temporalmente) por el auto de 16 de octubre de 1768 que reiteró que no se
tenía que satisfacer la veintena por productos de la tierra (AC 1757 T. 45 fs. 406408v). No
obstante, el control cada vez más riguroso y los nuevos gravámenes sobre la producción cocalera
iban aumentando junto con las nuevas imposiciones sobre la circulación indígena de la coca
en las décadas de 1760 y 1770.
Acercándonos ahora a la experiencia comunaria, lo primero que podemos observar, to-
mando en cuenta también que estos relatos se prestaban a exagerdCiones, son las indudables
astucias que se empleaban para reducir las cantidades transferidas a los recaudadores. En contra
del pleito de las autoridades comunarias de Caquiaviri, el cobrador Carlos Quiquincha protes-
tó que:
"lejos de dejarse engañar, engañan mác; bien al diezmero ocultando y vendiendo la ma-
yor parte de ganados cuando llega el tiempo de las cobranzas" (ALP EC 1789 C.113)(40)
"debiendo pagar ciento, sólo pagan el que más temeroso cincuenta, con la seguridad de
que los diezmeros no averiguen la verdad por la prisa y aceleración con que caminan en
sus cobranzas, lo que tengo prudentemente averiguado; como también que entre los ga-
nados de dichas haciendas de espafioles se ocultan muchos de indios, y que estos ocultan
los más de sus ganados para no pagar veintena, y ya extn1viándolos fuera de la jurisdic-
ción de la provincia y ya remontándolos a los par-djes más ocultos, o pasándolos de noche
a los diezmales y territorios ya diezmados, o cerrándolos en casas tapiando con piedras
las puertas, de modo que el indio que tiene quinientas ovejas ocultando de alguno de
los modos dichos, las trecientas apenas deja y manifiesta doscientas. Y de éstas los
mozos, que llevan los diezmeros pagándoles sus salarios, procuran por lo general com-
ponerse con los duefios para que sólo lleven cien ovejas al diezmal, y por las otras cien-
to les dan los indios alguna cosa corta menos del impone de la veintena. De donde con
evidencia se infiere que los diezmeros no hurtan ni roban como dice el vulgo, antes sí
los espafioles, los indios y toda la gente que llevan para diezmar roban y hurtan a los
diezmeros y a la Mesa Capitular" (ANB EC 1755 No. 58 fs. 1-1 v).
(39) En este caso, la Iglesia intentó argumentar que la costumbre de pagar una capitación de 4 reales sólo
correspondía a la wasi-veintena y que en realidad los indios debían la veintena entera por su produc-
ción de coca ANB EC 1768 No. 20, fs. 8-9v. Agradecemos a A. María Lema por facilitarnos este
documento.
(40) Este expediente de 19 fojas, relativo a conflictos sobre diezmos en Caquiaviri, no tiene número; la cita
es de la penúltima foja suelta.
Finalmente, según el mismo informe, los pagos en especie lo harían de los corderos más
pequeños, cojos, tuertos y de mala lana por lo que se vendían en menor precio (ibid. f. 2).
Suponemos que estas tácticas siempre se empleaban y con relativo éxito. Pero la opo-
sición desplegada en contra de los diezmos no era siempre una resistencia defensiva sino que
tuvo, a veces, una gran capacidad ofensiva con carácter muy político. Larecaja, por ejemplo,
fue escenario en la década de 1750 de un abierto y agudo conflicto que causó un trauma en la
jerarquía eclesiástica paceña. Como provincia marginal dentro del es¡ncio económico surandino
y alejada de las sedes político-administrativas de la Plata y Lima, la estructura de poder en
Larecaja, más que en otras provincias de Charcas, era de carácter muy local y personal. En la
zona de Ambaná el personaje de mayor peso político a principios de la década de 1750 era el
Dr. Martin de Landaeta, cura de la doctrina, propietario de la "muy cuantiosa" hacienda de
Tuntunari, y "Diezmero Perpetuo" (ANB EC 1753 No. 60 f. 1). El antagonismo en Ambaná
se remontaba a 1749 cuando los indígenas de la estancia de Chuani, parcialidad Anansaya,
enjuiciaron al Dr. l..andaeta. Este inició interrogatorios para condenarlos, y, según testigos, se
iba prepardl1do una sublevación. En 1750 la disputa se agravó porque los de Chuani se negaron
acudir a la refacción de la casa parroquial, obra que había sido ordenada incluso por el virrey.
A fines de 1750, por iniciativa de l..andaeta, cuya autoridad superior había sido rechazada
simbólicamente, un juez comisionado de la Iglesia investigó los cargos contra los indígenas.
Estos fueron acusados de no pagar tributos, no cumplir con los servicios obligatorios en el
pueblo y no reconocer la autoridad judicial y cacica!. Sin embargo, los cargos principales
apuntaban al poder y función eclesiásticos: no pagar diezmos, no asistir a misa y confesión,
no satisfacer derechos parroquiales, no enterrar a sus muertos en el cementerio de la iglesia
sino en las apachetas y caminos de sus estancias, no servir y reconocer al cura Con su des-
obediencia, representaciones de quejas y otras medidas de presión, habían obligado además a
salir del pueblo a los cuatro doctrineros anteriores. Detrás de todo estaba la amenaza de su-
blevación, una "universal alteración que hubiera sido difícil sosegar" (ANB 1750-1754 Minas
T. 127 No. 6/Minas Cat. No. 1517 f. 6).
En 1753, muerto el primer comisionado eclesiástico y convertido el Dr. Landaeta en
canónigo de la Catedral de Nuestra Señora de La Paz, se volvió a retomar la investigación.
Pero los indígenas de Chuani iniciaron también su propia causa contra el teniente del pueblo,
Diego Cristóbal Gcmio, por abusos incurridos especialmente en el cobro de los diezmos (ANB
EC 1753 No. 60). Como lo afirmó el Oidor de la Real Audiencia, el Dr. l..andaeta aprovechó
su influencia en la zona logrando que el corregidor colocara a Gemio en el cargo de adminis-
trndor de justicia (ibid. f. 2v). Este último cobraba entonces excesivamente y con violencia,
sin que los indígenas tuvieran recurso judicial en el pueblo. A Melchor Mamani, por ejemplo,
le quiso cobrar seis borregos grandes por treinta borregas madres así como una manta por
"diezmo de las gallinas" aunque no las tenía en su casa (ibid. f. 30v). A pesar de la gran
distancia y su vulnerabilidad ante Gemio, Diego Palli y Diego Cutili viajaron hasta la Plata
para conseguir una provisión de la Audiencia que los protegiera. Les fue concedida pero a un
precio extremo como descubrieron posteriormente. Diego Palli fue castigado severamente,
"dejándolo hecho un monstruo" (ibid. f. 27v), tanto por su viaje como por no estar de acuerdo
en que se quemarnn las provisiones reales para que nunca se presentarnn en juicio. Se le en-
carceló en un obraje con la sentencia de cien azotes públicos y seis años de detención, propo-
niéndose luego que su sentencia sea perpetua (ANB 1750-1754 Minas T. 127 No. 6/Minas
Cat. No. 1517 f. 42). Los compañeros y familiares de Palli anduvieron prófugos. Gemio em-
bargó sus víveres para que no tuvieran alimento y finalmente rindieran sus vidas o quedaran
expulsados de la wna. Cuando los ministros y mozos de Gemio no pudieron encontrar a Diego
Cutili, apresaron a su mujer y a sus dos hijos mayores(41).
Poco tiempo después, en 1755, el cura de Mocomoco escribió alarmado porque los in-
dígenas de su pueblo y los de ltalaque se negaban a pagar la veintena, y "conmovidos con no
sé que provisiones reales, se defienden con armas". Informó que los diezmeros no se atrevie-
ron a recaudar ese año por el riesgo a sus personas. Solicitó un remedio urgente "antes que la
que es repugnancia en este y otros pueblos pase a ser general insolencia" (ANB EC 1755 No.
58 f. 5).
Fue en esta misma época tumultuosa cuando el Dr. Juan Valentín de Gamboa y Nurvena,
el cura de Puno en la provincia de Paucarcolla, entregó su informe sobre el lamentable estado
del Obispado(42). Con todas las prácticas de defraudación a la Junta de Diezmos, el problema
más perjudicial, desde su perspectiva, radicaba en "los revoltosos". La relación de Gamboa
que presentarnos refleja no sólo la situación de la provincia de Paucarcolla sino también la de
la vecina Larecaja(43). Con las provisiones obtenidas de la Real Audiencia
"los expresados indios muy contentos se vienen a sus pueblos e internan y pasan toda la
provincia dando parte a todos pidiendo aplauso y recompensa, por ser redentores de la
Patria contra las tiranías de los diezmeros y sacando en cada pueblo y en toda la provin-
cia dos mil tantos de dicha provisión se vuelven a sus pueblos y cuando el diezmero
empieza a cobrar la veintena le presentan guerra civil desenvainando 200 provisiones ...
y les dan lo que quieren como limosna... y si se recurre al corregidor o cacique lo reci-
ben con otro tanto de la real provisión y que guarde observe su contenido amenazándo-
le con que será castigado" (ANB EC 1755 No. 58 f. 2v)
Esta relación y su tono frustrado revelan la sofisticación y relativo éxito de las comuni-
dades, además de la importancia de la resistencia contra los diezmos para la organización y
liderazgo comunario en general. Es fácil imaginarse la entusiasta acogida a Diego Palli cuan-
do volvió de La Plata como héroe, exponiéndose a temibles y rigurosos castigos, con la provi-
sión de la Audiencia que en la esperanza comunaria permitiría romper con el poder local do-
minante(44).
(41) En 1768 se renaudaron las quejas contra Diego Cristóbal Gemio por abusos en el cobro de diezmos en
Ambaná (ALP EC 1768 C. 89 E. 4).
(42) El cura Gamboa tenía sus propios motivos para escribir el amargado informe. Había sido acusado de
abusos en la cobranza de diezmos cuando ejercía el curato de Moho en 1752 (ANB EC 1752 No. 24 ).
El caso de conflicto con los diezmeros en Moho persistió unos años después (ANB EC 1755 No. 10;
ALP EC 1756 C. 77 E. 9).
(43) Esto lo podemos comprobar por la similitud entre su descripción y los sucesos de Ambaná y por cier-
tas expresiones utilizadas que encontramos anteriormente en los documentos sobre Ambaná, en parti-
cular la referencia a los "redentores de la patria". Además por la proximidad geográfica entre el pue-
blo de Moho (ver nota anterior) y los de Ambaná, Mocomoco e ltalaque, suponemos que la extensión
del ejemplo de insubordinación no fue casual, como advirtió el cura de Mocomoco.
(44) La acumulación de experiencia táctica a través de largas pugnas comunitarias contra los diezmeros está
representada, por ejemplo, en la figura de don López Ignacio Pascual Choque que encabezó exitosamente
las campañas legales de Mohoza en 1743 y de nuevo en 1780 (ANB EC 1796 No. 22).
El caracter político de los conflictos sobre diezmos en esta radicalizada época está ca-
balmente expresado en esta relación: los líderes se convertían en "redentores de la Patria".
Los rebeldes en Ambaná manejaban de hecho un discurso libertario. Recaudaban dinero en
las haciendas con claro apoyo de los labradores, asegurando que con esta derrama "podrían
recabar todos la libertad necesaria para ellos". La vitalidad de la memoria histórica de una
autonomía anterior a la Conquista se manifiesta en la declaración de que su fin era "restaurar-
les la libertad". De acuerdo a la percepción de los rebeldes, la libertad política coincidía con
la libertad religiosa Cuando Pascual Palli, hermano de Diego y alcalde indígena en 1750, sa-
lió con su bastón a impedir que fueran a misa algunos de la estancia, afirmó que los indígenas
habían sido "libertados" de la asistencia de doctrina. En este mismo sentido se consideraban
"libres" del cargo del diezmo (ANB 1750-1754 Minas T. 127 No. 6/Minas Cat. No. 1517 fs.
5v-6, 11 v)(45).
Esta oposición politizada a los diezmeros e incluso a la institución del mismo diezmo
alcanzó su máxima expresión, por ser la más generalizada, en 1781. El líder insurgente de
Chayanta, Nicolás Catari, emitió un edicto especial que liberaba a todos los tributarios del
pago de las veintenas o primicias, amenazando la vida de cualquier "mozo español" que espe-
culara codiciosamente sobre la recaudación (ANB EC 1781 No. 47)(46). En sus informes so-
bre las causas de la sublevación, varios curas del Arzobispado de La Plata señalaron a los
diezmos. Para el Dr. Bernardo Ocampo, cura de la parroquia de San Lázaro de la ciudad de
La Plata, la causa
"son repartos, a que agrega extorsiones de hacendados y violenta exacción e injusta saca
de los diezmos... quitándoles indebidamente mucho más de lo correspondiente a lo que
cosechan, despues que los estrechan a esto a fuerza de golpes ... (AGI Buenos Aires 321
No. 13, "Informe del Arzobispo de La Plata al Virrey", 14 enero 1782 fs. 13-15v)(47).
(45) El testimonio del cacique Lorenzo Corina comprueba sin lugar a dudas el contenido político del pro-
yecto de los de Chuani que pretendían "acabar o dominar los Viracochas" y que "ellos son redentores
del pueblo y que a fuerza de rigor harán vencimiento a todos, y aun los de la provincia, porque a ellos
les toca mandar" (ANB 1750-1754 Minas T.127 No. 6/Minas Cat. No. 1517 f. 35v).
(46) De acuerdo a un testigo español de la época, los insurgentes de Chayanta proyectaban publicar un auto
"a fin de que todos los indios de (Chayanta) fuesen a invadir la ciudad de La Plata y para que no paga-
sen tributos, diezmos, etc." (AGNA Sublevación de Oruro 1781 leg. 3 no. 8 f. !Ov; IX 7-4-4). Cabe
recordar que Túpac Amaru ordenó continuar con la recaudación de diezmos: "Mandamos que ningu-
na de las personas dichas pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos, y sólo se
deberá tener todo respeto al sacerdocio, pagándole el diezmo y la primicia, como que se da a Dios
inmediatamente, y el tributo y el quinto a su Rey y Señor Natural" (Pedro de Angelis, Colección de obras
y documentos para la hisloria antigua y moderna de las provincias de Rio de la Plala, Tomo V: 105,
Buenos Aires, 1836). Pero esta orden propone una reforma significativa: el diezmo se pagaría al cura
directamente y ya no a un diezmero secular con intereses de especulación privada
(47) El criterio de los curas y el caracter neurálgico de los diezmos están corroborados por otro informe del
Regente Presidente de Charcas, Gerónimo Manuel de Ruedas:"En muchas, o las más de (las provin-
cias), ni hay administración de justicia, ni recaudación de reales tributos, ni los curas pueden cumplir
con las obligaciones de su ministerio, resistiéndose aquellos [indios] y aun oponiéndose, no sólo a la
debida sujeción y obediencia, si (no) igualmente a la justa oblación aun de diezmos, primicias y
obvenciones en tanto extremo que basta descubrir en las personas blancas, o de su misma naturaleza
"promoviendo artículos impertinentes, sin que fuesen del caso, como es el de la legiti-
midad y justa posesión que han mantenido [los indígenas] como originarios el inmemorial
tiempo desde sus autores, cuyos documentos estaban existentes en los archivos que en
aquella época en que estaba la provincia con arreglo en poder de los corregidores y jus-
ticias mayores, hasta el tiempo de la general sublevación de cuyas resultas empezaron a
claudicar todas las costumbres, sin que se encontrase documento alguno hasta el día,
para la defensa y arreglo de los naturales, y escudados los cobradores de este principio
hacen extorsiones, y ponen nuevos gravámenes a su satisfacción porque encuentran in-
defensos a los indios (ibid. fs. 51-51 v)
alguna intervención o afecto hacia estos intereses para tratarlos con ... crueldad" (AGI Charcas 594 No.
28, "Informe del Regente Presidente de Charcas al Ministro Galvez", 15/IV/1781 f. 1).
(48) Un eclesiástico y hacendado en la jurisdicción de Guarina describió una situación semejante. El diez.rrero
con sus mozos y alcaldes andaba por la wna "abusando... de la indefensión de los naturales que con la
próxima extinguida rebelión han quedado aterrorizados y anonadados" (ALP EC 1784 C.104 E. sin
número f. 8). Para otra evidencia de la ofensiva por parte de los diezmeros después de la rebelión, ver
el caso de Mizque. Alrededor de los años 1786-1788, empezaron a cobrar por las crías de ganado
hasta la edad de dos, tres, o incluso cuatro años (AN 8 EC 1799 Nº 92).
Parece que los cruciales documentos perdidos, a los que hacen referencia, hubieran cer-
tificado sus derechos a la tierra; pero es posible también que se refieran a la real provisión
robada de las alforjas del cacique Bias Quispe que protegía a la comunidad contra cualquier
cobro sobre las llamas (ibid. f. 21v).
Nuestra explicación del conflicto sobre los diezmos a fines de la época colonial se ha
extendido desde los nuevos intereses de las elites locales hasta incluir la situación de las co-
munidades indígenas. Al inicio de este período cuando la competencia sobre la extracción del
excedente aumentaba, coincidiendo con la legalización de los repartos y la "racionalización"
de los "privilegios" indígenas, la resistencia también se fortaleció. Pero la derrota del proyec-
to insurrecciónal nativo dejó disminuidas las defensas comunarias y la ventaja pasó más que
nunca al campo de los diezmeros.
CONCLUSIONES
En la evolución de los conflictos sobre diezmos nos parece importante señalar, en pri-
mer lugar, que la forma de cobranza muestra una importante diferenciación regional : en un
lugar no se cobraban primicias, en otro sí, aquí los arrenderos pagaban diezmo, allá no... Esta
variedad de situaciones fue el resultado de constantes negociaciones durante el período colonial
y la legislación sólo logró asimilarlas y sistematizarlas parcialmente. En este sentido, es posible
pensar que los grupos fuertemente cohesionados y estructurados podían lograr acuerdos menos
onerosos tanto para la economía de las unidades domésticas familiares como para la comunidad.
Los intereses de la Iglesia estaban dirigidos, por una parte, a extender las formas de cobranza
de las regiones que les proporcionaban mejores ingresos hacia las que proporcionaban menos,
y por otra parte, a adecuarse a la continua dinámica de la estructura agraria, en particular la
extensión de los arrendamientos y la proliferación de forasteros y agregados. Pero en la medida
en que el uniformizar las cobranzas para su mayor provecho o ampliarlas constituían expre-
siones de un juego de poder y capacidad de oposición, los conflictos surgidos en torno a ellas
reflejaban la más palpable realidad de la dinámica colonial de enfrentamiento y resistencia.
De los ejemplos que hemos visto, es posible pensar, muy de grosso modo, en una diferencia-
ción inicial entre altiplano y valles. En éstos la situación era más compleja, por una parte
porque se trntaba en muchos casos de antiguos enclaves de mitimaes, y, por otra parte, porque
el régimen de haciendas fue mucho más intenso, evolucionando precisamente hacia los arren-
damientos. Todo este panorama implicó negociaciones y reajustes continuos.
Dentro de la política de ampliación del sistema impositivo y de forma paralela a los
intentos de uniformización, la Iglesia aprovechó de la expansión del sistema de arrendamien-
to. Esta forma de acceso a la tierra no estaba prevista en la legislación inicial ya que no se
trataba de tierras españolas con propietarios españoles ni tampoco de tierras indígenas perte-
necientes a comunarios. El arrendamiento constituía así una combinación de ambas estructu-
ras. La población indígena en propiedades españolas comenzó a estar sujeta a la veintena
sobre todos los productos llegándose incluso a imponer el diezmo mismo en la medida en que
se trataba de tierras que tradicionalmente proporcionaban ingresos diezmales a la Iglesia. La
cobranza en esta forma específica de arrendamiento fue extendiéndose paulatinamente hacia
situaciones parecidas, por lo menos desde la perspectiva de la Iglesia, como en el caso de los
forasteros o agregados en tierras indígenas. Sin embargo, bajo esta denominación se vislum-
bra una multitud de situaciones que no necesariamente se enrriarcarian dentto de la lógica propia
al arrendamiento. El mismo fenómeno se dió en el caso de las primicias. Si una propiedad se
dividía entre varios arrendatarios, la Iglesia buscó multiplicar sus ingresos considerándolos
entonces como a "verdaderos" dueños y cobrándoles a todos el mismo impuesto.
Finalmente, otra manera en la que se expresaba la extensión del sistema impositivo, fuera
del ámbito de los arrendamientos, se daba a través del prorrateo y ligado a él la cobranza de la
llamada wasi-veintena, impuesta a los animales domésticos.
La exención de los indígenas de pagar diezmo se iba por lo tanto reduciendo
significativamente y ya no estaba ligada solamente a su condición étnica sino también a la
tierra. Un claro ejemplo de esta situación fue la que se dio entre el arrendador de diezmos
Don Manuel Arancibia y los indios de San Lucas y Quilaquila. La pregunta que suscitó el
arrendador de diezmos revela que la discusión de la época era clara. ¿El no pagar diezmo se
basaba en su condición personal o en sus tierras? Es decir, "si los indios son los que gozan de
este privilegio o las tierras de comunidad" (ANB EC 1772 No. 131 f. 16v). Para el Protector
de Indios la pregunta era innecesaria ya que la exención supuestamente se aplicaba "a los
indios ... pudiéndose decir que si las tierras gozan [de exención] es por ellos" (ibid f. 17).
Pero el argumento del diezmero habría de prevalecer. Si el impuesto fue un gravamen a
la tierra, el peligro consistía en que un español sembrando en tierras de indígenas pretendería
no pagar diezmo; si era una capitación personal, la población indígena en tierras españolas se
liberaría de este pago. Para el diezmero, y ése pareciera que fue el criterio adoptado a fines
del siglo XVIII, la exención era mixta " una capitación tanto personal como a la tierra" (ibid.
f. 21). Doble criterio que hacía que el cobro del diezmo estuviera sujeto a los intereses de la
Iglesia y los diezmeros.
Pero existía también otto criterio, la "costumbre", presente tanto en el reglamento de la
Audiencia como en la contestación local. Cuando las leyes del Reino se refirieron al tema de
los diezmos, reconocieron y respetaron la variedad regional:
"en cuanto a la cantidad, hay variedad en algunas provincias de las Indias, y... por esta
causa no se deberá hacer novedad por ahora, debiéndose guardar y observar lo que en
cada provincia estuviera en costumbre" (Ley 13, titulo 16, libro 1 de la Recopilación)
Esta interpretación encuentta sustento en algunos datos etnográficos de Platt (1987) para
los Macha y K'ulta. En su descripción de la fiesta de Corpus, celebrada en San Marcos de
Miraflores (pamx¡uia de valle en la provincia de Charcas), los vecinos (llamados "mozos"
justamente como los cobradores de diezmos) participan en los ritos como animales salvajes
que atacan a las llamas del alférez y después a los mismos indígenas disfrazados de llamas,
ovejas y cabras. En estos ritos están representadas las fuerzas salvajes y peligrosas que existen
fuera de la comunidad y de "las leyes", en conttaste con las fuerzas domesticadas y cristianas
de la comunidad (la grey). Parece que una simbología similar estuviera vigente en el escrito
de la comunidad de Mohoza al intendente en 1794. La descripción etnográfica nos recuerda
también los repetidos intentos de los diezmeros en gravar a las comunidades por sus rebaños
de ganado de la tierra, con violencia y contta toda ley(49).
Aunque la costumbre servía como una de las defensas indígenas más comunes, hemos
visto también como el Obispado de La Paz revirtió este criterio en contta de la comunidad de
Chulumani. Por lo menos diez años después de que los diezmeros habían impuesto la veintena
sobre la producción cocalera, en una secuela de la insurrección, la Iglesia sostuvo que ésta era
ya la costumbre local y por ley no se podía alterar<SO). La comunidad insistía aparentemente en
que no debía pagar más de la capitación de 4 reales para casados y 2 reales para solteros tal
como se había fijado en un despacho del Supremo Gobierno de Lima y real provisión conse-
cutiva de 1764. A pesar de que aun este cobro era ostensiblemente injusto - porque en princi-
pio la comunidad estaba eximida de cualquier impuesto sobre los frutos de la tierra - era de
todas maneras una costumbre establecida preferible a la veintena entera. El caso de Chulumani
revela las intensas maniobras, tanto por comunidades como por diezmeros con apoyo de la
Iglesia, en la interpretación de las diversas situaciones locales. Es así que la "costumbre" como
criterio legal constituía objeto de contestación constante. Y como práctica local fue determi-
nada o alterada por la negociación y el conflicto violento, dependiendo de las fluídas fuerzas
de los partidos enfrentados(SI).
(4 9)Platt muestra cómo estas categorías no quedan a nivel de un dualismo absoluto como en la teología
cristiana, y tal como están manejadas en el escrito de 1794, sino que se interpenetran dentro de una
conce¡x:ión religiosa andina Por supuesto no siempre seria necesario o conveniente revelar este otro
aspecto de la concepción andina a las autoridades eclesiásticas, como tampoco a un Intendente en 1794.
(50) Además, entre varios de sus argumentos a favor de la imposición de la veintena, el Obispado mencio-
nó una bula pontificia y una real cédula del 23 de diciembre de 1796 en la cual "se revocan, cesan y
quitan todas las excepciones de no pagar diezmos concedidas por privilegio general o especial y que
provengan de costumbre inmemorial" (AC 1794 T. 100 f. 112v). La Real Hacienda y la Junta de Diez-
mos de La Paz mencionaron también estas disposiciones en sus argumentos para justificar el cobro de
maíz en Ayata (ALP EC 1801 C. 132E. 39 fs. 23, 26v). En realidad esta real cédula se referiaa Durango,
en la frontera de Nueva España, y de ninguna manera atañía a la República de Indios. El Rey volvió a
aclarar este punto en otra real cédula en 1801 (ANB CR No. 851).
(51) Aunque no hemos podido profundizar en un estudio comparativo, señalemos que la naturaleza del con-
flicto en Charcas y su larga evolución muestran una similitud llamativa con respecto a algunas otras
regiones. J. A. Alvarez Vásquez, por ejemplo,comenta sobre el problema de la "costumbre" y las pug-
nas en España peninsular (siglos XVI-XIX) y en Nueva España : "La costumbre, elevada a prueba
definitiva en cuanto costumbre Inmemorial, era el gran caballo de batalla en los diezmos peninsulares. Y
los lugares presentaban contra detenninados diezmos la costumbre de no pagados ... con lo que los
eclesiásticos solían hacer la aplicación más restrictiva de la legislación decimal para evitar todas 'las
"Lo único que pueden decir es que así lo hacen por ser costumbre inmemorial, según lo
que han declarado tres o cuatro testigos de la información con que el citado Moscoso
instruye su posición. Fuera de que estos declarantes son amigos y dependientes suyos...
se debe tener presente que ésta no se puede denominar costumbre, sino corruptela, como
opuesta a toda razón, al origen de los mismos diezmos, y a lo que en repetidas provi-
dencias tiene declarado este Superior Tribunal.
A que se agrega que no hay, ni puede haber absolutamente semejante costumbre. To-
dos saben que son frecuentes y de todos tiempos las continuas altercaciones y disputas
entre los diezmeros y los naturales sobre el modo de la cobranza, y que si algunas y las
más veces vencen los diezmeros es sólo por la ley del más fuerte y por la indefensión
de los pobres indios. Y como esto no sea ni se pueda llamar costumbre legítima o ra-
cional, se vé lo débil del refugio a que se acoje el predicho Moscoso" (fs. 20-20v)(52).
La extensión del sistema impositivo no fue por lo tanto una inocua adaptación "neu-
tral" o "racionalizadora" del reglamento a las circunstancias históricas cambiantes. Tampoco
vemos una mera corrección técnica de las lagunas del reglamento. La tendencia era siempre
costumbres en contrario' que siempre significaban menores ingresos. Y al final 'la costumbre de pa-
gar los diezmos' resultaba prácticamente la razón más efectiva para el cobro de los mismos, más efec-
tiva que todas las alegaciones jurídicas y predicaciones salvíficas" (J.A Alvarez Vásquez, 1984: 32-33).
J.Scott, refiriéndose a conflictos parecidos en Francia (siglos XVII-XVIII) y Malasia hoy en día, exa-
mina una situación distinta: el paulatino derrumbe del diezmo (y su equivalente musulmán, el zakat)
carcomido por la cotidiana resistencia campesina (J.Scon, 1987). Para el caso inglés, ver EJ. Evans,
1976.
(52) Los comunarios de Ayata argumentaron, respecto al cobro por el maíz que les fue impuesto después
de la insurrección y justificado luego como costumbre: "No tienen otra disculpa que es costumbre
para afligirnos y que la costumbre tenía fuerza de ley que así nos respondió el año pasado el diezmero
que fue don José Nuñez. Pues para. .. decir que la costumbre tenía fuerza de ley, eso debía entenderse
cuando una costumbre fuera en bien común... y no cuando es en perjuicio de tercero como es esta cos-
tumbre que dicen perjuicio de toda una República y Comunidad que hacemos nosotros" (ALP EC 1801
C. 132 E. 39 f. 1v).
hacia una regulación más estrecha y rigurosa. A nivel legal se daba una restricción desigual
pero paulatina en la definición del "privilegio" indígena. Este proceso no obedecía a ningún
principio lógico o jurídico intrínseco, hecho sobre la base de criterios establecidos, ni mucho
menos a un principio ético o teológico. Reflejaba más bien la constante batalla sobre los inte-
reses económicos de las distintas fuerzas sociales. Hemos visto la motivación subyacente del
interés económico en toda la evolución del conflicto con la respuesta eclesiástica a la exten-
sión del sistema del arrendamiento agrícola y al crecimiento del sector de forasteros, agrega-
dos y yanaconas. En la segunda fase, el conflicto surgió debido especialmente a las nuevas
necesidades de las elites locales y a la consecuente presión para las comunidades. Y ambos
partidos en pugna se dirigían al interés económico de la administración colonial mediadora.
Según las comunidades, crecidas exacciones eclesiásticas implicaban una reducida capacidad
para satisfacer sus obligaciones tributarias al Real Haber. Según la Iglesia, mayores exacciones
significaban un incremento del ingreso real en la categoría de los novenos, sustraídos para la
Corona de las rentas diczmales.
A nivel local, si bien la ofensiva de los diezmeros provocó una resistencia tenaz que
condujo hacia la gmn insurrección anticolonial, logrando incluso la breve abolición del siste-
ma, al final las comunidades se vieron obligadas a retirarse. Aunque la campaña no consiguió
de ninguna manera una victoria fácil ni ubicua, el resultado paulatino y general, especialmente
después de la resistencia exitosa esta vez de los espai'\oles en 1781, favoreció a las elites colo-
niales.
Nuestro estudio del conflicto en tomo a los diezmos nos conduce a comentar breve-
menLe un importanle debale en la historia económica del siglo XVIII. Algunos historiadores
han utilizado los ingresos eclesiásticos de los diezmos como índice de los movimientos de la
producción agrícola, mostrando específicarnenle un auge de la producción al final del período
colonial (Ver E.Tandeter y N.WachLel sobre Charcas; M. Burga sobre el Perú central; y A.
Ouwencel y C. Bijleveld, además de sus comentaristas, para el caso mexicano). Retomando
el debate metodológico en la historiografía mexicanista, nuestra aproximación plantea nuevas
consideraciones que parecen complicar la hipóLesis de un crecimiento en la producción agrícola,
por lo menos en el caso de Charcas. El auge en los ingresos por diezmos reflejaría parcialmente
los aumentos provocados por la compeLencia especulativa (que hacía subir el precio del rema-
te de diezmos) así como la exLensión sisLemática en las fonnas de cobranza de los diezmos.
La hipótesis del crecido volumen agrícola y la nueva imagen historiográfica de un desarrollo
económico a fines del período colonial en los Andes, basada parcialmenle en la hipótesis de
los ingresos provenientes de los diezmos, quedarían como posibilidades aún por explorar.
¿Cómo podemos suponer que el auge en los ingresos de diezmos (demostrado por E.
TandeLer y N. Wachtel) refleje un crecimiento agrícola 1) si la historiografía apunta hacia la
decadencia geneml de la empresa de los hacendados, 2) si la producción del sector comunita-
rio fue sólo parcialmente incorporado al sisLema de recaudaciones debido a las exenciones
estipuladas por ley 3) si existen distorsiones en los ingresos por las razones señaladas en este
apéndice? Quizás una de las respuestas a esta pregunta, y la clave para comprobar la hipóte-
sis del crecimiento agrícola, la encontremos en otro tema examinado aquí: el arrendamiento
de tierras. Futuras investigaciones locales podrían establecer si los arrenderos medianos y
pequeños genemron de hecho mayores rendimientos y, como consecuencia, mayores ingresos
diezmales.
Rossana Barragán
Sinclair Thomson
Casilla 3370
La Paz - Bolivia
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Tristan Platt( 2)
"Un maniqueo diría: que el genio del mal en lucha, ha triunfado contra el genio del bien, y que
los demonios malos presididos por el infernal Ahriman han derrotado en Bolivia a los ánjeles
buenos del celestial Oromaza; pero ese genio maléfico, ese Ariman de los maniqueos, no es otro
que nuestro desatino mercantil..."(3)
(1) Este texto está basado en materiales recogidos durante un proyecto de investigación (Assadourian et al.
1980) sobre «Minería y espacio económico en los Andes» (1980-1983, auspiciado por el Instituto de
Estudios Peruanos (Lima) y el Arclúvo Nacional de Bolivia (Sucre), con el financiamiento del Inter-
American Foundation. Fue desarrollado en el contexto del Proyecto Anglo-Francés sobre «Control es-
tatal y respuesta social en los Andes, siglos XVI-XX» (1985-1987), financiado por la ESRC y el CNRS
(con Thérese Bouysse, Olivia Harris y Thierry Saignes). Recibí útiles sugerencias en la Conferencia
celebrada en SL Andrews sobre «Conceptos del Mercado» (1991), y estoy especialmente agradecido a
Roy Dilley por sus comentarios. Durante la revisión final me sirvieron de mucho las discusiones en St
Andrews con Luis Javier Ortiz, de la Universidad Nacional de Colombia (Medellín). La traducción ha
sido realizada por Gabriela Ramos en base al texto en inglés publicado como «Divine protection and
liberal damnation: exchanging metaphors in 19th century Potosfa, en Roy Dilley (comp.), Contesting
Markets: Analyses of ldeology, Discourse and Practice. Edinburgh University Press, 1992.
(2) Tristan Platt trabaja actualmente como profesor invitado en el Departamento de Historia Medieval,
Moderna y Contemporánea de la Universidad de Salamanca.
(3) Archivo Nacional de Bolivia (Sucre), M 809, Tratado sobre las medidas de proteger la industria en
Bolivia (? 1854 ).
INTRODUCCION
Los conceptos sobre el mercado deben ser entendidos en relación con los contextos his-
tóricos y representaciones en los cuales se reproducen y transfonnan. Pero esta no es una ta-
rea que se puede hacer en un solo paso; por lo tanto, mi aproximación a los mercados sud-
americanos en el siglo XIX puede presentarse con una pregunta. Si es cierto que cada pers-
pectiva etnográfica es tan válida y contemporánea como cualquier otra, entonces naturalmen-
te esta idea debería hacerse extensiva a diferentes épocas históricas, donde el otro se proyecta
en el tiempo, sin conocimiento de aquellos que puedan después asignarle un lugar en una ge-
nealogía temporal. Los esfuerzos en este proceso tele-empatético son los equivalentes
historiográficos del trabajo de campo. ¿Pero qué pasa cuando, como en el caso del liberalis-
mo, se está en búsqueda de lo otro en un período o espacio tan cercano que es incluso parte
de la propia vida? y de lodos modos, ¿acaso la razón para buscar lo otro en primer lugar no es
la oscura intimación que, al hacerlo uno se reconocerá mejor a sí mismo?
Las fuentes sobre los mercados en Sudamérica durante el siglo XIX evocan a los espíri-
tus liberales entonces dominantes que todavía condicionan nuestras posibilidades bajo dife-
rentes disfraces. La alteridad de estos espíritus está por lo tanto tocada con un sentido de reco-
nocimiento íntimo, y es esta incómoda identificación lo que hace que el manejo de las fuentes
sea tan difícil. El Libre Comercio es, después de lodo, parte del pensamiento de la Nueva De-
recha, y el argumento referente a las virtudes de la intervención pública contra aquellos que
favorecen la iniciativa privada se hará más intenso en los próximos años. Los acentos
triunfalistas de algunas formulaciones neoliberales están acompañadas de un miedo casi
apocalíptico del espectro del proteccionismo: la fragmentación inminente del "mercado mun-
dial" en bloques comerciales está siempre en algún lugar de la agenda liberal.
El tono de este liberalismo, que mezcla la agresión con una desesperación característica
del que está convencido de su propia verdad , se expresó en un número de The Economist
(Die 8 de 1990), cuya editorial discutía el posible fracaso de la Ronda Uruguay de las conver-
saciones del GA Tf(4). En la carátula, un cuadro de estilo romántico que representa un bote
salvavidas del siglo XVIII en medio de mares tonnentosos mostraba el rescate de la tripula-
ción de una goleta que se hundía. Al lado de esta ilustración se leía la leyenda: "Un bote sal-
vavidas para el comercio"(S). En las páginas interiores, el editorial afirmaba que, de todas las
tareas que enfrentaban los líderes occidentales en el presente, la más importante era "mante-
ner y extender el orden posterior a 1945 propio del libre comercio". El otro lado de la moneda
se invocaba discretamente, sin mencionar la obscena palabra "protección" (Borges bromeaba
alguna vez: "en una adivinanza cuyo tema es 'el ajedrez', ¿cuál es la única palabra prohibi-
(4) Cuando escribía este artículo, la CEE contemplaba aceptar las demandas de los EE.UU. de que los
subsidios concedidos a los pequeños agricultores europeos fueran sacrificados a los «principios econó-
micos» liberales, lo cual coincide muy claramente con los intereses de los grandes agricultores capita-
listas en tanto que deja a los pequeños agricultores a merced de este campo de poder que imaginamos
como «el mercado».
(5) La metáfora clásica de la "Nave del Estado" ya se había volcado hacia el intercambio comercial en la
Inglaterra del siglo XVII.
(6) Jorge Luis Borges, Ficciones, «El jardín de los senderos que se bifurcan». Alianza Editorial, Madrid
1991 (p.114).
(l) Por ejemplo Dalio Femández, Subprefecto de la Provincia de Chayanta. Ver Informe del Subprefecto de
Chayanta al Prefecto de Potosi, Potosí 1889 (p.18).
(8) Una percepción similar subyace a la corriente neo-proteccionista del pensamiento "nacional-económi-
co", ejemplificado por el Hamiltonismo al cual Friedrich List dio expresión teórica Su obra titulada
Sistema Nacional de la Economía Política (1841-44) defendía la necesidad de una Unión Aduanera
Alemana a fin de alcanzar el objetivo nacional (ver Hobsbawm 1990).
esta variedad de discursos que se empujaban entre sí, uniéndose y diferenciándose de acuerdo
con las cambiantes realidades políticas en los niveles locales, regionales, nacionales e interna-
cionales. En vez de prejuzgar algunos discursos y suprimir otros, propondré que las metáforas,
racionalidades y formas rituales de expresión andinas ofrecen una perspectiva igualmente vá-
lida sobre el proceso secular por el cual los ideólogos del Libre Comercio trdtaron de imponer
su voluntad en una sociedad que no marchaba al mismo paso de los intereses económicos del
Atlántico Norte.
Smith discute el problema del mercado interno en el Libro IV de La Riqueza de las Na-
ciones. En verdad, la famosa metáfora de la "mano invisible"(9) se encuentra inmersa en una
extensa polémica con el mercantilismo, donde Smith sostiene que la libertad asegurará
automáticamente un grado suficiente de protección para el mercado interno. Es interesante se-
fialar que él acepta la protección en asuntos de defensa militar (cf. el asunto Westland) o como
una venganza contra aquellos que no desean dar libertad de acceso a sus propios mercados
nacionales (las amenazas de los Estados Unidos contra Europa o Japón). También acepta que
los gobiernos pueden decidir incrementar sus ingresos poniendo gravámenes sobre las impor-
taciones. Pero éstos son todos corolarios de su idea centrdl consistente en que la libertad para
el intercambio sin restricciones asegurará que el mercado local esté abarrotado antes que la
expansión al exterior pueda empezarOO).
Aunque raras veces preocupado por los países cuyos principales productos son el oro
y la plata (que él considera principalmente como fuentes proveedoras de barras de metal pre-
cioso y moneda para los países manufactureros y agrícolas del norte), Smith observa (IV.v.a.19)
la futilidad de los esfuerzos de Espafia y Ponugal que trntan de detener la fuga de metales
preciosos, ya que inevitablemente esa cantidad de metales preciosos permanecerá en estos países
sólo en tanto puedan emplearlos en monedas, vajilla, dorados y otros ornamentos. El resto
debe necesariamente salir al exterior. Smith sostiene que el proteccionismo establece una
abundancia de metales relativamente baratos que eleva el precio de las manufacturas, desalen-
tando por lo tanto a la industria local e incentivando las importaciones. Recomienda la aboli-
ción del impuesto y la prohibición: esto provocará una caída en el valor nominal de los bienes
y un alza en el valor real del oro y la pla~ una pequefia cantidad de la cual cubrirá las necesi-
dades de acufiación y circulación. El metal exportado traerá a cambio "materiales, herramientas
y provisiones, para el empleo y el sustento de la gente industriosa".
Esta crítica a los intentos espafioles de restringir la exportación de metales preciosos
parece haber provisto todo un modelo a los bolivianos defensores del libre comercio. En el
(9) Ver Heinz Lubasz (1992) sobre el trasfondo providencialista de esta tan frecuentada frase.
(10) Smith atribuye esto a factores tales como los incontrolables riesgos en el extranjero, los costos del
transporte, y la falta de agentes de confianza. Aunque posiblemente sea cierto en lo que respecta a la
conducta de muchos capitalistas británicos de los siglos XVIII y XIX, el argumento era de poco con-
suelo (como lo señaló Rae) para aquellas sociedades cuya industria nacional estaba siendo destruida
por el capital extranjero.
libro primero leemos que la moneda acuñada debería idealmente mostrar en su superficie su
verdadero contenido en metálico, es decir, su peso, y que debería circular a su precio de mer-
cado. Esta idea es la razón del escándalo de los librecambistas bolivianos que insistían en que
toda la moneda acuñada, aunque se tratase de unidades de baja denominación, debían estar
avaluadas según su precio en el mercado mundial. En realidad, como lo sabían otros econo-
mistas bolivianos, durdrlte el siglo XIX esta práctica no fue seguida por naciones tan capitali-
zadas como Suiza, Gran Brelaña, los Estados Unidos o Chile, cuyas monedas de baja deno-
minación se acuñaron con un valor intrínseco menor que su sello, pero que se intercambiaron
internamente a su valor nominal por las denominaciones mayores donde se suponía que exis-
tía una coincidencia más precisa entre los valores intrínsecos y nominales (Santibáñez 1862).
Finalmente, el argumento es inaplicable para el caso boliviano, donde no existía tal re-
lación mecánica entre la devaluación monetaria y la inflación, como pronosticaron muchos
defensores del libre cambio. Ya que, como lo señaló el economista potosino Tomás Frías en
1871, una suficiente demanda de medios de intercambio mostraba lo innecesario de cualquier
reducción en el precio del dinero (calculado en especie) que podía tenninar por precipitar las
alzas de precios entre otras mercancías (Platt 1986). Debemos recordar este lúcido rechazo
criollo de cualquier extrapolación ingenua de las ideas liberales hacia una realidad foránea.
Sin embargo, los ecos de la ilustración escocesa resuenan entre las líneas de los pronun-
ciamientos liberales bolivianos. Por ejemplo, Smith deduce la división del trabajo de lo que él
llama la "propensión humana al intercambio": el alcance de la división del trabajo depende
del alcance del intercambio, esto es, del "mercado". Smith quiere por tanto decir que donde
no existe intercambio, no puede haber una verdadera humanidad. De modo que cuando el co-
misionado de tierms boliviano Narciso de la Riva (1885) sostiene, 110 años después de la
publicación de La Riqueza de las Naciones, que la propensión al intercambio se reduce a su
mínima expresión en el ca"o de los indígenas bolivianos, puede inmediatamente llegar a la
conclusión que los indígenas son por tanto irracionales y salvajes. Una vez más, cuando Adam
Smith sostiene que un "mercado más grande dará origen a una mayor división del trabajo y
por lo tanto a la industrialización", la conclusión a la que se llegó en Bolivia es que, en tanto
los indígenas parezcan resistir a las demandas del mercado minero, puede también pensarse
que obstaculizan el crecimiento de la división del trabajo y por tanto la industrialización del
país. De aquí proviene directamente la noción de que los indígenas son una especie de piedra
de molino atada alrededor del cuello de la nación, que le impide moverse a tono con el pro-
greso. Estas posiciones pueden parecer ingenuamente racistas, pero detrás de ellas subyace un
texto canónico.
El silencio que rodea al concepto de "protección" en el discurso político y económico
reciente es por lo tanto sospechoso. Durante la mayor parte del siglo XIX en Bolivia, fue en
realidad el liberalismo antes que el proteccionismo lo que estaba asociado frecuentemente con
la furia destructiva de la naturaleza(I I). Ya que el proteccionismo era apoyado por todos aque-
(11) Un intercambio de insultos a fines de siglo entre los partidos Liberal y Constitucional ilustra este pun-
to. En 1890, los Constitucionalistas sostuvieron que el insulto "conservadores" les había sido espetado
por el partido Liberal como muestra del resentimiento por haber sido llamados «demoledores,. por el
gobierno (la Industria, Año IX, n°1058, 4 de enero de 1890) para no mencionar «darwinistas sociales,.,
llos que estaban en condiciones de ganar de la consolidación y expansión del mercado inter-
no: fabricantes de tejidos, productores de alimentos y combustibles, vendedores minoristas de
productos domésticos, productores de vinos y aguardientes (singam), vendedores de chicha y
coca y pequeñas compañías mineras en contratos de "aparcería minera" con su fuerza de trabajo
(caccheo), así como la mayoría de los indios tributarios. Para éstos, el asalto liberal era perci-
bido como la amenaza del caos frente al orden. De ahí el predominio de las políticas fiscales
derivadas de las aplicadas por el estado colonial tributario, que había buscado asegurar un
mercado interno con un potencial para la acumulación de capital en períodos de producción
campesina y crecimiento minero florecientes (Assadourian 1982; Platt 1982, 1986, 1987c;
Anninoetal. 1987; Langer 1988, 1990).
Durante la República, el monopolio legal del Estado para la compra de plata no acuña-
da se mantuvo hasta 1872, cuando el contrabando de barras de plata fue finalmente legaliza-
do(l2). ¿Hasta qué punto la sobredeterminación liberal de Sudamérica durante el siglo XIX -
"ideológica" en la terminología originalmente acuñada en un contexto educacional por el
ideólogo oficial de la república boliviana, Destutt de Tracy (Mesa y Gisbert 1976, Tomo 11: 15
ff.; cf. Kennedy 1978) -fue en realidad negada desde una posición proteccionista igualmente
trans-Atlántica? Los escritores de la temprana república boliviana citan a Smith, Say, Flores
Estrada, Yumandreau, así como a Sismondi y a Colbert (Dalence 1848); y el ejemplo de
Hamilton es visible en los textos del período(13). Pero la investigación histórica debe aún esta-
blecer si las ideas de List y de la escuela alemana de la Política Económica Nacional no habrían
llegado al Altiplano antes del triunfo liberal de 1872.
2. LA PLATA EN CIRCULACION:
ALIMENTO PARA EL ORGANISMO SOCIAL
La mercancía más importante en la Bolivia del siglo XIX era por lo tanto la plata, sea
esta "cruda" o "acuñada" (como expresa sugestivamente Olivia Harris la manera andina de
lo cual era ciertamente verdad (ver Démelas 1980; Langer 1988). En un mundo salvaje dominado to-
davía por el liberalismo de la Gran Bretaña victoriana, muchos bolivianos sentían que la "naturaleza
humana", o Jo que Adam Smith había llamado la 'propensión al intercambio' necesitaba de restriccio-
nes y regulación; de lo contrario, Bolivia sería demolida completamente.
(12) La ley de 1872 fue anunciada por la adopción del sistema decimal para la moneda (1862) y por la
apertura de Melgarejo hacia el trigo y los productores chilenos de granos, altamente capitalizados
(Grieshaber 1977, Plan 1982, 1986), en nombre de la unidad americana Se ha sostenido que los pro-
ductos chilenos podían penetrar el mercado andino debido a que sus costos de producción habían sido
reducidos a través de econonúas de escala Sin embargo, la noción del precio ventajoso es insuficiente
para explicar el éxito de los productos importados donde los competidores locales son indios tributa-
rios dispestos a vender a cualquier precio con la finalidad de juntar el dinero para el tributo. En reali-
dad, la blancura de la harina chilena parece haber atraído las preferencias de un cierto tipo de consumi-
dor. El simbolismo racial se confirma por la existencia en Sucre, de la que aún se tiene rremoria, de
una hogaza hecha de harina nativa integral rrezclada con la harina blanca chilena, conocida como pan
mestizo. Debemos por tanto dejar abierta la posibilidad de que las preferencias de los consumidores
estuvieran alentando y limitando la "penetración" de las harinas importadas en el mercado boliviano.
(13) Ver el Anónimo de 1854.
contrastar el metal precioso en barras y el acuñado). Harris (1987) empieza su análisis sobre
las ideas andinas acerca del dinero con la oposición entre las visiones "románticas" con res-
pecto al efecto disolvente que ejerce el dinero sobre la colectividad, y las visiones "liberales"
que consideran el dinero y el crecimiento del intercambio como parte del proceso de la civili-
zación. Luego busca rastros de ambos en el discurso de los campesinos de Laymi(I4), antes de
sostener que, para ellos, el dinero en circulación está predominantemente asociado con la fer-
tilidad cósmica y el aumento orgánico.
La noción de fertilidad cósmica sugiere una posible convergencia entre las ideas andinas
y las que están asociadas con los fisiócratas europeos de la pre-Ilustración (Gudeman 1986).
Tales convergencias son claras en otros contextos. Una actitud romántica, por ejemplo, estaba
también presente entre los criollos, y fue desechada burlonamente por el ministro de Finanzas
de Santa Cruz, el Dr. José Maóa de Lara, en 1831: "Los que se alimentan de quimeras dicen
que ... la prosperidad se halla, en que cada labrador posea una porción de terrenos propios, un
par de Bueyes para ararlas, veinte o cien obejas ...y no necesitar de comprar su sustento; ...pero
no perdamos tiempo formando paraysos"05). En el otro extremo, la utopía liberal permaneció
como un referente importante para muchos espíritus apasionados entre los líderes blancos de
la nueva nación (el liberalismo latinoamericano fue de muchas maneras muy romántico). Ya
que el auténtico antagonista político-económico del libre comercio no era el romanticismo sino
el proteccionismo.
Podría argumentarse por cierto que el proteccionismo tiene como premisa una nostalgia
romántica (y profundamente conservadora) por el Antiguo Régimen. Fue precisamente para
evitar la auto-decepción sobre este punto, que los trotskistas bolivianos rehusaron posterior-
mente condenar la apertura de Bolivia al mercado mundial, ya que esto permitiría que el pro-
letariado minero emergiera como una fuerza para el futuro (Lora 1967-80). Sin embargo, tal
argumento no entiende la naturdleza del proyecto proteccionista, que no implicaba simplemente
regresar al orden colonial tardío, sino que contara con los esfuerzos derivados del Hamiltonismo
y la experiencia práctica para construir, a partir del mercado interno heredado del imperio,un
proceso interno de acumulación de capital.
Las posiciones liberales y proteccionistas divergían de manera decisiva en lo que respecta
a la política monetaria. Hasta enero de 1873, el procedimiento legal por el cual los mineros
podían disponer de su producto consistía en venderlo a un precio fijo al Banco Nacional Minero
en Potosí(l6). El banco lo volvería a poner en venta a la Casa Nacional de Moneda, luego de
reducir la plata a barras. Esta pagaría por las barras de plata provenientes del banco con mo-
nedas hechas con plata comprada anteriormente, y el banco pondría entonces el dinero en cir-
culación a través de diferentes rutas. La plata podría retornar a los mineros como pago por sus
productos; ellos lo usarían entonces para pagar a sus trabajadores, y comprarían alimentos e
(1 4 ) El ejemplo del "romanticismo" laymi dado por Harris es ambiguo: los mineros que no tenían dinero
con qué comprar el producto de los campesinos puede parecer menos abusivo, no debido a que se con-
sidera que el dinero disuelve la solidaridad, sino porque no tienen la base para iniciar una transacción.
(15) Ministerio de Finanzas, Memorias e Informes, 1831 (p.9).
(16) Para una descripción más completa del sistema ver Assadourian 1982; Milre 1981, 1986; Plan 1986
(también publicado en Annino et al. 1987).
insumos industriales. Por otra parte, los pagos serían hechos directamente a las casas
importadoras para proveer a la industria de la plata con consignaciones provenientes del ex-
tranjero consistentes en mercurio y hierro, o para proporcionar armamento extranjero para el
ejército.
De una forma u otra, la moneda acuñada se dividiría en dos corrientes diferentes. La
primera, compuesta por especies de mayor denominación con un alto contenido de plata, sería
exportada por su valor "intrínseco" (es decir, del mercado mundial) para pagar por las impor-
taciones; la otra, compuesta por las denominaciones menores y con una liga de cobre más
alta, facilitaba el proceso de intercambio sobre un área bastante más amplia que el territorio
nacional de Bolivia, desde Ecuador a Buenos Aires y desde los campos de salitre de la costa
del Pacífico hasta las minas de oro de Cuiabá, Brasil (Mitre 1986).
Mi interés aquí se refiere principalmente a este segundo flujo, y específicamente, a los
caminos espaciales, sociales y temporales seguidos por una parte importante de aquél. En la
Bolivia del siglo XIX los "indios tributarios"(l7) conformaban una porción considerable de la
población. La mayoría de éstos cultivaban la tierra entregada colectivamente por el Estado
sobre la base de concesiones hechas durante el período colonial temprano (repartimientos),
los cuales a su vez se derivaban de las divisiones étnicas y territoriales de los períodos Inka y
pre-inka (Platt 1982, 1987b). A cambio, los duenos colectivos de la tierra pagaban al Estado
la tasa (tributo indígena). Desde el siglo XVI, ésta se entregaba dos veces al ano a través de
una jerarquía étnica, regional y estatal de cobmdores en medio de elaboradas ceremonias que
tenían lugar en las fiestas de los solsticios de San Juan y Navidad. Pero el dinero procedente
del tributo sólo podía adquirirse a tr.:wés de la venta de trabajo o de bienes. En este sentido,
las demandas tributarias del Estado funcionaban como una bomba de presión, forzando la cir-
culación de moneda a través de intercambios sociales sucesivos hasla que llegaba una vez más
a Potosí para ser depositada en el Tesoro Público. Aquí estaba lisia para la reemisión en for-
ma de pagos fiscales al ejército o a los funcionarios y administradores públicos que, junto con
los mineros, serían los principales compradores de los productos indígenas.
Los defensores del libre comercio denunciaban la injusticia de este sistema: los produc-
tores de plata tenían que vender su metal en bruto por un precio fijado por el banco varios
puntos por debajo del precio que alcanzaría en el mercado «libre» (es decir, internacional).
Ellos sostenían que, sea cual fuere su denominación, en lo que tocaba al comprador extranjero,
la plata acunada era simple metal, y que siempre alcanzaría una suma calculada en relación
con la cotización en el mercado de metales de Londres. Como el único comprador legal de
plata a un precio fijado por la ley por debajo de los niveles del "mercado libre", el Banco
Nacional ejercía un monopolio que impedía el desarrollo de la industria minera.
Provistos de capitales a través del ejercicio del comercio (Mitre 1981 ), los nuevos mineros
liberales también sostenían (resuenan los ecos intertextuales con Adam Smith) que la moneda
feble traería consigo la ruina del crédito nacional en el extranjero, por tratarse de una moneda
(17) La palabra 'indio' se usa en este trabajo básicamente como una categoriafiscal (indio tributario), aun-
que esto no niega que las comunidades tributarias (o grupos étnicos) tenían cada una una identidad
social y cultural específica cuyas similitudes sostenían la noción criolla del siglo XIX de una "Casta
Indígena" (o "Oase") en la base trabajadora de la sociedad boliviana.
que tenía una denominación más alta que su "valor inherente". En esta situación, grandes can-
tidades de moneda sin acuñar salían clandestinamente al extranjero antes de 1873, como pago
por productos que podrían entonces ser vendidos al por menor por los mineros de la plata.
Los defensores del libre cambio sostenían (y los historiadores liberales lo repiten) que tal con-
trabando era inevitable, el resultado lógico de las duras leyes de la oferta y la demanda, y que
la ley de 1872 era simplemente el resultado histórico de la necesidad y de los costos compara-
tivos de producción, la expresión política de la falta de cualquier autonomía boliviana posi-
ble(l 8). Una interpretación alternativa (que no seguiré aquí, aunque es esencial para una críti-
ca de la visión Whig de la historia boliviana) podría sostener que los barones de la plata y sus
políticos manejaron las cosas a fin de conseguir la ley a través del parlamento justo a tiempo
para no caer bajo el control del ejército boliviano estacionado en los asientos mineros.
En Bolivia como en otras partes entonces, la discusión sobre el mercado va de la mano
con la discusión de las formas de autoridad política (Hart 1986). Era claramente imposible
separar el tema del mercado del Estado, como lo pedían los defensores del libre comercio.
Por otro lado, el sistema tributario del estado boliviano era percibido por sus adherentes como
uno que permitía un proceso de acumulación de capital a través del mercado interno, en un
contexto de suficientes medios de circulación, "comercialización fonada"(l9) y tarifas protec-
toras. Nuestro próximo objetivo, por lo tanto, debe ser examinar la naturaleza del intercambio
y del tributo dentro de una sociedad andina empeñada en restringir el comercio externo con
ultramar.
Como los análisis antropológicos del dinero y los mercados van más allá de la vieja
dicotomía formalista/sustantivista, y el rol de lo político se reconoce en cualquier referente
posible de la palabra «mercado», la búsqueda de nuevos conceptos ha estado acompai'lada por
una renovada atención a otras formas para representar la naturaleza del intercambio. Las ideas
evolucionistas, que vinculan el crecimiento del dinero y de los mercados con el triunfo del
individualismo calculador sobre la economía moral del pasado, han sido reemplazadas por una
aproximación más abierta, con una atención mayor hacia las preferencias de los consumidores
como vectores del cambio económico, y una búsqueda de nuevos grupos de ideas comparativas
en tanto que las antiguas desaparecen. Se ha mostrado también una mayor preocupación por
metáforas culturales alternativas empleadas para representar diferentes perspectivas sobre la
naturalei.a del intercambio.
Algunos han tratado de superar la oposición establecida por Mauss entre los conceptos
occidentales que contrastan la entrega de regalos y las transacciones de dinero, y aquellas pro-
pias de las "economías primitivas", donde la diferencia entre ambas no existe: en estas visio-
(18) No solamenie los liberales afinnaron esto, sino también, como ya se ha señalado, los trotskistas. Ver
Lora 1967-80, Dunkerley 1980.
(19) Esie concepto (Kula 1974; cf. Plan 1978, 1987b) apenas cubre la participación indígena mínima en los
mercados que necesitaba el Estado Tributario Andino.
nes, las mercancías capitalistas son "re-fetichizadas" como dueñas de un espíritu, y el inter-
cambio de dones se convierte en presa del cálculo racional (Appadurai 1986). Debemos en-
contrar alguna utilidad para esta visión, que también califica la distinción marxista tradicional
entre formas de intercambio capitalistas y precapitalistas(20). Además de la "re-animación" de
las mercancías, Appadurai sostiene que las cosas pueden moverse a través de varias fases en
su "vida" intercambiable en la medida en que toman y dejan la condición de mercancía. Los
estudios sobre la circulación monetaria en Potosí dan algún sustento a esto también, como
veremos.
Appadurai señala, además que las mercancías pueden dejar sus canales previos de cir-
culación en un espíritu de iniciativa empresarial (abriendo así nuevos canales que entonces se
vuelven "normales" para propósitos la su futura reproducción) -una metáfora sugerente para
el sistema siempre en proceso de crecimiento de transacciones monetarias que se expande por
los Andes desde la industria productora de dinero establecida en Potosí. Puede también carac-
terizar momentos de expansión del sistema de productores establecidos en distintos pisos
ecológicos, cuyo maíz y sal, trigo y papas tiene cada uno sus espíritus femeninos a los que se
les atribuye la realización de intercambios en el valle. Sin embargo, estas tr.msacciones deben
también ser afectadas por la elección del agricultor establecido en el valle, que se siente atraí-
do por el diseño de un costal en vez de otro: ya que los costales tienen diseños mágicos que
hacen referencia al origen social, éulico y ecológico de una persona, gar.mtizan la duración
del producto, cifr.m referencias al tipo de intercambio «espiritual» que se espera realizar en el
valle, y miden el contenido de los costales (Torrico 1990).
MientrdS tanto, otros han insistido en la necesidad de situar todas las formas de inter-
cambio dentro de los ciclos de producción y reproducción que forman su contexto estrdtégi-
co. Aquí, los círculos de reproducción social a largo plazo son contrastados esquemáticamen-
te con círculos a corto plazo donde predomina el interés individual (Parry y Bloch 1989). Un
caso del siglo XIX boliviano puede ajustarse muy bien a esta dicotomía (Platt 1987b). Los
pastores de llamas de la provincia potosina de Lípez seguían un riguroso calendario económi-
co. En él, la demanda minera por el transporte en llamas a fin de «bajar» el mineral desde la
mina al ingenio sólo era atendida durante un par de meses al año. Dur.mte este período, los
pastores de llamas preferían cobrar altas tarifas, variando sus servicios de una mina a otra se-
gún los pagos ofrecidos. Pero desde mayo hasta octubre cada año abandonaban el sector minero
y se dedicaban al intercambio de sal por maíz, por tasas de intercambio cuidadosamente cal-
culadas, con socios residentes en los lejanos valles cálidos. Durante estos meses no importaba
lo que los mineros hicieran -" ...ni ofreciéndoles los mismos víveres que el viaje les proporcio-
na, y mas una ganancia cuatro veces mayor que el valor de ellos alcanzada con menor trabajo
y en igual tiempo al que ellos emplean ..."(21)_ los haría regresar al transporte de minerales. La
primera racionalidad parecería, entonces, basarse en el cálculo privado de corto plazo; la se-
(20) Es significativo, sin embargo, que Appadurai rehúse buscar las consecuencias que trae el tratar el tra-
bajo como mercancía de modo tal que hubiera estado revestida de un "espíritu". Si lo hubiese hecho,
simplemente se verla a sí mismo confrontado con el individuo «libre» que, en el marco de una econo-
mía política clásica, presenta su trabajo a cambio de un salario pagado por el dueño de los medios de
producción- un resultado que puede aparecer tristemente como pre-marxista.
(21) Compañía Esmoraca, Segunda Memoria, Sucre 1886 (p.9).
gunda en el ciclo de largo plazo de reproducción social que involucra a ambas partes en el
intercambio.
Pero esta dicotomía realmente no le hace justicia a la situación. Omite el papel que
cumplen la división del tiempo en meses y el calendario andino-católico en la distribución de
las diferentes actividades sociales, incluyendo el intercambio monetario, a lo largo del año en
relación con los dos períodos semestrales cuando se esperaban los ingresos provenientes del
pago del tributo al Estado. Los indios de Lípez dedicaban el tiempo comprendido entre octu-
bre y diciembre a la caza de vicui'las, vizcachas, chinchillas y i'landúes, para venderlos en la
costa del Pacífico o en la feria de Huari; al mismo tiempo sus llamas descansaban mientras
esperaban que las lluvias renovaran los pastos. En diciembre, con la llegada de las lluvias, los
pastores de llamas llevaban sus animales para ocuparlos en el transporte del mineral hasta fe-
brero. Después regresaban para inmediatamente celebrar sus primeras ceremonias anuales de
pago de tributo correspondientes al solsticio de Navidad. Luego de esto, recogían llullucha
(algas de agua dulce) antes de viajar a los salares del Altiplano para recoger sal. Posterior-
mente regresaban a casa en Semana Santa antes de migrar a los valles. Desaparecían por tres
o cuatro meses, llegando incluso a lugares tan lejanos como el Chaco, intercambiando sal y
llullucha directamente por maíz, o trabajando a cambio de granos. Luego de esta diáspora,
regresarían al Altiplano justo a tiempo para celebrar en septiembre la ceremonia de pago del
tributo correspondiente a San Juan y asistir a la gran feria comercial en Colcha ese mismo
mes. Aquí podría gastarse el dinero excedente en productos llegados allí tanto desde ambos
lados de la cordillera como importados desde el extnmjero. Finalmente dejaban descansar a
sus llamas y regresaban a cazar (Plau 1987b).
Adviértase que, en este calendario, se distribuyen mensualmente diferentes racionalidades
económicas entre una misma población, en vez de que sirvan para contrastar diferentes pobla-
ciones. Una de estas está basada en una relación individual de corto plazo con el minero que
paga más, mientras que el otro se realiza sobre una relación social más extendida en el tiem-
po. Pero el proceso reproductivo beneficia a la totalidad del grupo, que es duei'lo corporativo
de las tierras: el pago del tributo es un asunto social, y el calendario está disei'lado para permitir
que todas las unidades domésticas tengan la posibilidad de abastecerse de moneda, paguen el
tributo colectivo y adquieran las subsistencias necesarias para su sobrevivencia. El ritmo de
las actividades de pastoreo es parte de dos ciclos tributarios más extensos. Ambas formas de
racionalidad tienen por tanto su lugar dentro de las estrategias colectivas de reproducción so-
cial de los grupos étnicos implicados.
Aquí, otra de las propuestas de Appadurai es útil para compararla con la situación en
Potosí. Los dueños de las minas consiguen a veces que estas tropas de llamas hagan pequei'los
desvíos, en formas que sugieren los "impedimentos" para el "flujo de las mercancías" (en este
caso, tracción animal) analizado por este autor. Nuevamente, veamos lo que pasa La migración
estacional de los pastores de llamas toma tres o cuatro meses (de mayo a septiembre) de su
calendario anual. Este movimiento fue observado por el gran patriarca de la plata Félix Avelino
Aramayo como un fenómeno "instintivo" (Aramayo 1862) del mundo natural; en verdad, era
casi como si se tratara de ingenieros hidráulicos tratando con los flujos gravitacionales de una
"economía nalllral" que las compañías mineras, desesperadamente necesitadas de animales para
bajar el mineral de la cancha-mina al ingenio, organizaron un desvío de las tropas de llamas
que descendían hacia un apartadero. A los pastores de llamas se les ofrecían tentadores prés-
tamos y créditos, y luego se les impedía que partieran hasta que pagaran las deudas contraídas
con su trabajo. Finalmente, la compañía minera expedía certificados que decían que cada pas-
tor era libre para viajar al valle con un número específico de llamas. Los pastores retomaban
entonces su viaje con dirección a los distantes valles productores de maíz.
Sería idealista sugerir aquí (con Appadurai) que la mercancía por sí misma está buscan-
do nuevos canales de intercambio. Pero no es necesario abandonar la metáfora "animada" para
referirse a la naturaleza de la mercancía. El desvío a través de un bloque institucional, organi-
zado por el capitalista minero, puede también ser visto como una "trampa" a la cual son con-
ducidos con engaños los trabajadores indígenas para facilitar que estén a disposición del sec-
tor minero, antes de 'liberarlos' para que retomen a ocuparse del mantenimiento de las relaciones
familiares y caseras de largo plazo con los socios de intercambio establecidos en el valle. La
conceptualización del intercambio como una "trampa" es, por supuesto, muy conocida a par-
tir del estudio hecho por Taussig (1987) sobre los discursos y deudas en las orillas del Putumayo
dunte el boom del caucho que se produjo en Colombia a fines del siglo XIX.
¿Cuáles fueron las consecuencias para la economía tributaria rurc:ll? A veces se supone
que la expansión del sector mercantil implica automáticamente un crecimiento del intercam-
bio monetario (Parry y Bloch 1989). Pero en Bolivia (como se espera de la aplicación de la
economía liberal en un país productor de metales preciosos), el comercio al exterior, que se
expandía a los márgenes más recónditos del país, absorbía toda la plata existente, incluyendo
la moneda acuñada, a cambio de una lluvia de productos imponados, llevando así a la fuerLa
a la mayoría de la población -incluyendo a los indios tributarios- al otro lado de estos márge-
nes(22). En muchas áreas rurc:lles, el intercambio tradicional sobre la base de equivalencias no
monetarias creció, en tanto el proceso de desmonetización y la reorientación de la demanda
minera en el exterior alcanzaron un mismo ritmo(23). El crecimiento del liberc:llismo produjo
entonces lo contnuio de lo que se buscaba: el mercado interno se contrajo, las actividades in-
dustriales fueron sacrificadas en beneficio de las extn1ctivas, y hacia fines de siglo una suma
relativamente trivial de tributo había devenido en un problema casi insuperable para la mayo-
ría de los hogares campesinos bolivianos.
(22) He sugerido en otro trabajo (1986) que esta situación puede ser conceptualizada como una inversión
de la proposición (asociada con el asesor financiero de Isabel de Inglaterra, Thomas Gresham) que dice
que "la moneda débil ahuyenta la moneda buena" donde ambas comparten una esfera de circulación y
exceden la necesidad pública de medios de intercambio (cf. Fener 1932). En el Potosí del siglo XIX,
encontramos que el país se incorporaba crecientemente a la esfera de la circulación de la plata como
mineral, mientras que las denominaciones más 'débiles' son expulsadas hacia los márgenes internos
del país donde continúan circulando por su valor nominal. La situación refleja la continua necesidad de
medios de intercambio a ni ve! local, pero también el creciente control político sobre la mayor parte del
país de los intereses comerciales y mineros librecambistas.
(23) Una expresión clave de esto fue el colapso de la industria nacional de refinerías en tanto los ferrocarri-
les hicieron más beneficiosa la exportación de mineral no refinado (Mitre 1981 ).
valor nominal, refiriéndose así a la función de la moneda como medio de circuloción; el otro,
que muestra el rostro del soberano, presidente o jefe de Estado, evoca las relaciones jerárqui-
cas entre la gente que la usa y el Estado que la emite (Knapp 1924, citado en Bradby 1982).
Esta segunda cara(24) nos lleva a la reloción tributaria existente entre los indígenas y el Estado
boliviano (Platt 1982), una relación que implica tanto una dimensión de socrificio como algo
de obligoción controctual, en tanto ejerce una influencia que afecta estrictamente al intercambio
de mercancías, en la medida que el trabajo o los productos son vendidos con el objeto de ob-
tener el tributo en moneda (Platt, id., 1983). Por lo tanto, allí donde Gose (1986) contrasta los
objetos sacrifi.ciales (el tributo) coo mercancías de propiedad individual (intercambio), debo una
vez más rechazar las dicotomías simplistas, prefiriendo mostrar la manera como ambos as-
pectos están presentes en las ceremonias de pago del tributo.
Las ceremonias de pago del tributo se celebraban, como hemos visto, dos veces al año
en las fiestas de San Juan y Navidad. En cada ceremonia(25) se entregaba el tributo en moneda
en manos del representante del Estado, en cantidades que reflejaban la extensión de las tierras
y el grado de seguridad que se tenía sobre su propiedad (Platt 1982). Al mismo tiempo, las
autoridades indígenas mencionaban en voz alta los nombres de los campos por los que se pa-
gaba el tributo. Estas ceremonias, celebradas con chicha y hojas de coca, eran las más impor-
tantes de una serie de obligociones impuestas sobre las comunidades andinas(26), y el estrecho
vínculo existente entre tributo y tierra se enfatiza por el uso de la misma palabra, tasa, para
referirse a ambas. De esta manera, la moneda tomada de la circulación por los indios tributarios
retomaba formalmente al Estado, despachándose a lomo de mula para el tramo final de su
viaje, de regreso al Tesoro departamental en Potosí.
Surge ahora una primera imagen para caracterizar a la moneda en su papel tributario. El
peso de plata es conocido hoy coo el mismo nombre indígena que tenía en el siglo XVI: uj sara,
'una mazorca de maíz'. Aparentemente, la referencia tiene que ver con las grandes plantaciones
de maíz hechas para el lnka en Cochabamba por los mitayos de la sierra (Wochtel 1980). Las
implicancias de esto son muy amplias: la producción de maíz para el Estado lnka, que enton-
ces lo redistribuía como chicha al ejército y a quienes participaban en los trabajos públicos
(incluyendo los campos estatales de maíz en Cochabamba) (Murra 1975), ha servido a los
indios como modelo para interpretar y legitimar la producción y redistribución de la plata y la
moneda entre los participantes en el mercado interno.
La fecha de la ceremonia de la recolección del tributo variaba de acuerdo a cada calen-
dario éuiico, el cual organizaba las actividades anuales en relación con la secuencia de las
fiestas religiosas católicas. Las ceremonias podían ser pospuestas hasta tres meses si los es-
fuerzos requeridos para conseguir el tributo en moneda no coincidían con la fecha del solsticio.
Si los tributarios de Lípez no pagaban su tributo correspondiente a junio hasta inicios de sep-
(24) Existe también una tercera cara, cuya existencia generalmente se olvida: los lemas patrióticos a veces
se inscriben en los rebordes del peso de plata de alta calidad, el cual es en realidad un cilindro en vez
de un disco (cf. Bumen 1986). Todo se suma al lema: Estado, patria y circulación.
(25) En quechua, estas ceremonias se llaman kawiltu, del español «cabildo,..
(26) Otras consistían en el servicio de correos, el trabajo en los canúnos y las núnas, en las refinerías y la
Casa de la Moneda, y la aceptación por turno de otras tareas políticas y fiscales para la Iglesia, el Esta-
do y el ayllu.
(27) En lo que respecta a otras fechas de pago del tributo en Chayanta, ver Platt 1991 (1984].
(28) Por ejemplo, a través de un "accidente" en la mina, ver Nash 1979; Taussig 1979; Plan 1983; Salazar
1987; Sallnow 1989.
tatal. La aptitud de las metáforas andinas para expresar los procesos económicos se hace nue-
vamente manifiesta: el inka sujeta a las indefensas "mariposas" que de otro modo volaóan
para metamorfosearse de flor en flor en un retomo natural a la circulación. De este modo el
Estado interviene para restringir la propensión al intercambio de estas formas vivientes decir-
culación monetaria
Sin embargo, al mismo tiempo el Estado confirma su valor nominal reconociéndolo en
la contabilidad tributaria: la crisis provocada por los liberales a fines del siglo XIX estuvo
marcada por el reclamo de los tributarios para que se les permitiera utilizar las viejas tasas, en
vez de aceptar la devaluación que siguió a la lenta transformación posterior a 1862 cuando los
antiguos pesos de ocho reales fueron reemplazados por el peso boliviano de 100 centavos (Platt
1986, 1990). Más aún, la demanda del Estado por moneda procedente del tributo fue en sí
misma un factor que contribuyó a que la moneda feble de menor denominación circulara en
su valor nominal, forzándola a través del sistema tributario con una rapidez tal que mantenía
el ritmo de las transacciones a la velocidad necesaria para evitar la inflación. En este sentido,
la ceremonia de pago del tributo convalida ambos aspectos del dinero y representa la culmi-
nación y destino final del dinero como medio de intercambio.
El sacrificio del dinero también refleja la autoridad del Estado paternal como fuente de
justicia. El pago del tributo es un mecanismo importante por el cual se legitimaba la autoridad
del Estado. El aspecto devocional de esta pieza de tradición colonial puesta en el escenario
republicano debe ser contrastado con la presión hacia el abuso y la práctica ilegal inherente a
un sistema basado en el remate público de los puestos administrativos.
Es como parte de esta perspectiva devocional que podemos entender la reforma del sis-
tema de recolección del tributo propuesta en 1855 por el más extremo de los regímenes pro-
teccionistas del siglo XIX, el de Manuel Isidoro Belzú (1848-1855). Aquí, el estado tributario
boliviano revela su interés en la forma teatml de autorepresentación común a muchos estados
(Geertz 1980; Hobsbawm y Ranger 1983). Se creó un nuevo cargo, el de Recaudador Estatal,
con la finalidad de eliminar abusos y prácticas ilegales del gobernador provincial. Cada Re-
caudador debía llevar una medalla de plata en una cadena alrededor de su cuello, y usar un
bastón de mando plateado. Este funcionario tenía también poderes para nombrar a sus agentes
indígenas dentro de cada cantónC29). No sabemos qué diseño estaría estampado en la medalla,
pero podemos suponer que se trataría de algún símbolo de autoridad estatal (Bumett 1986). El
bastón de mando es claramente una transformación republicana de los bastones coloniales de
diferentes tamaños que todavía se pueden ver en manos de las autoridades indígenas en la
actualidad. En este sentido, la medalla del Recaudador Estatal y el bastón de mando legitima-
ban el vínculo existente entre la moneda acuñada y la autoridad estatal (Platt 1991)(30).
Tales intentos por legitimar la autoridad del Estado deben contrastarse con las oportuni-
dades de corrupción ofrecidas por el sistema tributario, ya que el tributo en moneda todavía
podía reingresar a la circulación por muchas rendijas después de culminada la ceremonia de
pago del tributo pero antes de alcanzar el Tesoro Departamental en Potosí. Podía incluso fun-
cionar como un capital productivo en las minas privadas del recaudador durante el intervalo
entre su depósito por los indios y su entrega final al Tesoro (Plau 1987b). Dado que los car-
gos fiscales eran puestos públicos rematados al mejor postor, contaban entonces con poderes
para tratar de recuperar el valor del remate y obtener una ganancia en el negocio. El dinero
procedente del tributo era por tanto un "sacrificio" de medios potenciales de intercambio desde
la perspectiva de los indios tributarios, pero también servía como crédito industrial y como
fuente potencial de ganancia para las autoridades locales.
En este contexto, la noción de "deseo" introducida por Appadwai (1986) expresa la
inserción de la ventaja y el interés personal en la estructura de la administración pública, con
un crecimiento inevitable de las oportunidades para la corrupción. El propósito de este arre-
glo, desde el punto de vista del Estado, era utilizar el interés personal como un motor para
asegurar la recaudación de ingresos públicos. Representa una situación que está a medio ca-
mino entre el modelo tributario puro y la utopía liberal; en verdad, confirma lo que sostenía
anteriormente, que el espíritu liberal estaba presente dentro del proyecto proteccionista, el cual
simplemente insistía en hacer un uso conciente de los controles que estaban a disposición del
Estado a fin de asegurM el fortalecimiento de la producción nacional para el mercado interno.
El caso de Potosí nos hace por tanto reconocer las diferentes comprensiones que pue-
den tener cada una de las partes interesadas en la relación tributaria: lo que puede ser visto por
una parte de la transacción como un sacrificio tributario aparece al fiscal intermediario como
una fuente de crédito y enriquecimiento personal. No tiene sentido tratar de imponer dicotomías
sobresimplificadas en situaciones que en su verdadera naturaleza son cambiantes y ambiguas:
la realidad de la situación radica en las instituciones políticas y los discursos en los cuales se
llevan estas negociaciones constantes entre tributarios, la autoridad fiscal y los empresarios
privados sobre la naturaleza y significado del dinero que se reunía en las ceremonias de pago
del tributo.
caudador complementaría el mensaje del las monedas atesoradas reafirmando la disposición del Esta-
do para proteger la reproducción de la moneda acuñada
(31) Aunque esta furia alcanzó un clímax Juego de 1872, los términos del debate fueron constantes durante
inicios del siglo XIX y se remontan al periodo imperial (ver Tandeter 1975).
este debate, la noción del "principio del libre mercado" está sujeta a una vigorosa cólica po-
pular a la luz de la realidad política e institucional del mercado andino local.
A diferencia de las sociedades amazónicas (Overing 1992), los campesinos andinos han
intervenido en el mercado durante siglos, y consideran perfectamente razonable que un inter-
mediario consiga una ganancia (Platt 1987a, Harris 1987). La idea de la redistribución de bie-
nes y servicios ha ganado legitimidad en los Andes desde tiempos prehispánicos (Murra
(1955]1980). En las fuentes del siglo XIX, el término guaque (waki en Aymara= "ganancia
justa, porción, parte") se encuentra con el significado de "ganancia comercial": derivado del
vocabulario de la redistribución no monetaria, su transformación semántica sugiere que la
redistribución de los bienes todavía era vista en el pensamiento andino como una actividad
legítima, tanto en la jerga mercantil como en términos no propios del mercado(32).
En el siglo XIX, el waki era visto como una ganancia del precio final puesto por las
mujeres del mercado (gateras), así como por administradores de la cancha municipal o casa de
abastos. El debate sobre la mejor forma de abastecimiento a los pueblos y ciudades se vio
afectado, entonces, por los intentos de las autoridades para controlar a las gateras a fin de con-
vertir esta ganancia en un impuesto fiscal.
a) Un mercado en formación
El argumento puede ser observado claramente a mitad de siglo, cuando una repentina
oleada de especulación introdujo una renovada racionalidad capitalista en varios campos mi-
neros dentro del marco proteccionista establecido por Belzú. Hasta entonces, Carguaycollo,
lugar de las más ricas de estas especulaciones de mitad de siglo, había permanecido abandonado
en manos de los cacchas. Sin embargo, en 1852 el corregidor José Bacarrega pintó un cuadro
muy intenso(33):
«Desde la rejeneración de este asiento mineral, los oriundos y los consumidores habían sido víc-
timas de la denodada violencia, del monopolio erijido en industria, de las trampas y del latrocinio.
uis abastecedores que se escapaban de las crueles garras de los forsadores de víveres en los
caminos al precio y plazo que les agradaba, ya de la insolente turba que a tropel los atacaba
desordenadamente al entrar a la Población, con notable pérdida de sus intereses, cuando menos
de sus costales, o ... bajo el tiránico dominio de astutos posaderos .. .los que después de ser obse-
qui ados con un buen regalo al primer saludo, y exijiéndoles el derecho de dos reales de romaneaje
en cada dies cargas, usaban de infinidad de ardides para comprarles sus bastimentos en precio
ínfimo a fin de revenderlos después alsando de precio; o especialmente los arineros se alojaban
en las calles o estramuros, a merced de los ladrones y de los que les sacaban al fiado para nunca
pagarles ... »
(32) Una versión más temprana de estas ideas fue presentada en Plan 1987a.
(33) Archivo Histórico de Potosí, Prefectura Departamental (Correspondencia) 701 nº 16, 17, 21 el al.
a visitar el pueblo en búsqueda del tributo. Anteriormente he sugerido que las negociaciones
en el mercado sobre el "precio justo" pueden haber sido interpretadas en términos derivados
de la guerra ritual andina (Platt 1990). Sin embargo hay indicios de que aun en esta situación
algunos compradores fueron exceptuados de manera preferencial por los productores a través
del ofrecimiento de un "regalo", como si se tratara de una búsqueda de las precondiciones
para la renovación de una organización pacífica del intercambio. Estos eran los posaderos que
podían ofrecer a cambio un techo protegido para pasar la noche(34).
¿Cómo hacían las gateras (aunque no siempre eran mujeres) para imponerse sobre los
productores indígenas (los que no siempre eran hombres)? Cuando el productor está lejos de
casa, muchos trucos pueden ser efectivos. Este no siempre quiere demorar su regreso; no tie-
ne tiempo para ir de puerta en puerta; no quiere enfrentar a los administradores en la Casa de
Abastos. Los proveedores de alimentos suelen contentarse con poder vender toda su mercade-
ría al contado, aunque gane menos ofreciéndola a un intermediario que asumirá la onerosa
tarea de vender los productos a los consumidores finales. Los productores directos pueden
permanecer como vendedores ambulantes: entonces hacen sus propias compras, y comienzan
la jornada de regreso. El campesino puede sentirse a salvo sólo cuando se encuentra nuevamente
en casa: entonces puede quejarse en confianza ante su familia y amigos sobre la conducta de
las gateras y los bajos precios que le han 'forzado' a aceptar.
El tiempo empleado en el viaje, incluyendo todos los recorridos que deben ser hechos
antes de que se venda tcxia la carga, se calcula por tanto muy cuidadosamente, y lo que se
ahorra en este "costo de realización" provisto por la gatera es una razón parn aceptar los bajos
precios que ofrece. Avanzado el siglo, las gateras prefieren buscar al productor en su propia
casa. Aquí los precios son aún más bajos para cubrir el tiempo de viaje y los gastos en los que
incurre directamente la gatera La lógica de la situación permitió así que el intermediario pre-
sione los precios de compra hacia abajo, en tanto que fuerza la subida de los precios de reventa,
al mismo tiempo que intercepta al productor aún más lejos de las puertas de la ciudad, para
aparecer finalmente en la misma comunidad parn comprar la cosecha del próximo año antes
de que las tierras hayan sido sembradas. En este conflictivo espacio abierto por sus esfuerzos,
un modesto potencial acumulativo se encuentra en manos de los intermediarios, si están dis-
puestos a invertir dinero y capital en el proceso.
Para Bacarrega, la única manera de tratar con tales mafias era a través de la centralización
de las transacciones en una Casa de Abasto Municipal:
«Es de mucha antigüedad la pugna sobre cual de los sistemas sea preferible al servicio útil del
Público, si aislar los víveres en una casa de abasto, o dejar libre su introducción para su espendio.
Las capitales de los Departamentos y de las Provincias han resuelto el problema a favor de Jo
primero».
(34) El impuesto del romaneaje ya existía en cualquier caso en muchos pueblos (en Sacaca, el "puerto seco"
de Chayanta para los granos y las harinas que se vendían a La Paz y al sur del Perú, servía para finan-
ciar a la escuela local). Ver Platt 1990. cf, para una nueva convergencia con el discurso criollo, Traiado
sobre las medidas de proteger la industria ... (p.27): «El comercio es una verdadera batalla -el mercado
librees el campo de Marte- los permutadores son los beligerantes -i la victoria está al lado del que ofre-
ce mejor y mas barato. ¿Y es fácil...ofrecer bueno i barato... ? ¡No Señor! se necesitan diferentes cir-
cunstancias para ello... ,.
De modo que el concejo municipal de Carguaycollo ordenó que los víveres fueran lle-
vados a la plaz.a del pueblo donde las transacciones eran realizadas bajo la vigilancia de la
Policía Los "regalos" (reconceptualizados como "extorsión", estaban prohibidos y el romaneaje
fue reducido a 1 real por peara Pero el problema subsistió: los proveedores no tenían otro
lugar para dormir, y continuaban yendo donde los posaderos. En tanto algunos intermediarios
pudieran ofrecer a los indios un techo a cambio de los favores recibidos, las funciones del
mercado ausente gravitarían por tanto hacia el tambo.
De este modo el trndicional "regalo" para el dueño del tambo era tomado por la munici-
palidad en forma de un "impuesto". Los proveedores estaban aparentemente convencidos y la
situación se alivió:
« ... se a observado abundancia de subsistencias, en términos que no ha faltado pan de mas de dos
onsas y media cada uno(35) ...los monopolios ban desapareciendo, los abastecedores abundan cada
día mas y mas, por que ya conosen de las garantías que gosan, del abrigo y comodidad de ellos
y bestias de carga... no se les ultraja, ni se les roba ni una soga: los consumidores se surten de
primera mano: los contratos son libres y no forsados».
Sin embargo, la respuesta de los intermediarios, que pugnaban por mantener el control
sobre su clientela indígena, fue denunciar que las Casas de Abasto interferían con la libertad
de comercio:
" ... se oyen rumores sordos acerca de que la Casa de Abastos es un obstaculo a la afluencia de
los mantenimientos, y que auyenta a los vivanderos por las noticias que corren de pagarse im-
puestos o alcabalas. Este es un nombre especioso dado en el caso de la oscuridad al derecho de
tambaje ...Son la chusma monopolista que han difundido tales voses falsas".
Nótese que el lenguaje empleado usualmente por los liberales contra el "yugo feudal"
del Antiguo Régimen eslá dirigido aquí contra los mismos partidarios del Libre Comercio.
Los intereses comerciales "libres" son denunciados como "oscurantistas"; son "monopolistas",
porque acaparan las provisiones antes de que éstas lleguen al pueblo y fijan los precios entre
ellos; y la misma libertad de contrato se representa como algo que sólo puede ocurrir bajo
protección. Por otro lado, la confusión entre las alcabalas y el tambeaje muestra que los
librecambistas se vengaban por la pérdida del waki acusando al corregidor de reintroducir los
impuestos coloniales, en tanto el corregidor insisúa en que se cobrara una tasa justa por el
alojamiento. Tales inversiones son evidencia de un confuso campo de batalla semántico alre-
(35) Como en Potosí, el precio del pan era constante, y el peso era controlado por una escala movible en
relación al precio de la harina
dedor del waki entre la municipalidad y la empresa privada: las autoridades proteccionistas
republicanas buscaban reemplaz.ar los tradicionales "intercambios de regalos" por los impues-
tos municipales denunciando el waki como un signo de "corrupción", mientras que ellas mis-
mas eran acusadas por sus rivales librecambistas de interlerir con la "libertad" y el derecho a
la ganancia al reintroducir una "extorsión" colonial. Mientras tanto, los mismos proveedores
indígenas, inmersos en la "economía moral" del Antiguo Régimen, parecen haber estado con-
formes con el pago del waki a cualquiera, dado que ofrecían el favor recíproco de ofrecer
condiciones seguras en las cuales podían adquirir dinero para el tributo a 'precios justos'(36).
El correlato político de la disputa se clarifican más a través de la siguiente observación
de Bacarrega:
"[A la chusma monopolista] han apoyado algunos descontentos que no faltan en los pueblos,
que intentan destruir sin reedificar, sin dar una idea, un proyecto útil en fabor del probenir y en
beneficio del aciento mineral".
Los "descontentos" (cf. los 'demoledores' de la nota 11) son obviamente los partidarios
del rival liberal de Belzú, José María Linares (Presidente entre 1857-1861). La batalla entre el
Libre Comercio y el proteccionismo a nivel nacional e internacional se articula aquí a nivel de
las bases con una competencia local en lo que respecta a la organización del aprovisionamiento
de los asentamientos mineros.
Esta secuencia de eventos ilustra las fisuras ideológicas que subyacen al argumento sobre
los abastecimientos. Los desacuerdos en tomo a la conveniencia de los principios del "libre
mercado" encuentran aquí su expresión pragmática en las dificultades para formar un mercado
local donde los productores verdadernmente negocien con los consumidores. La escala e in-
tensidad de la polarización política (así como la naturaleza profética del debate con respecto a
la conmoción ideológica actual se vio confinnada en 1865, cuando el régimen de Belzú fue
denunciado por las autoridades liberales como "comunista"(37)...
Es en la misma ciudad de Potosí donde nuestras fuentes nos permiten observar con más
claridad el funcionamiento de una Casa de Abasto. Como ocurría con las autoridades locales
de las que se habló en la sección previa, el cargo de administrador era arrendado al mejor
postor, que podía entonces guardarse todos los fondos recaudados por concepto de los im-
(36) Ver E.P. Thompson con respecto a las protestas del pan en la Inglaterra de fines del siglo XVIII. Plan
(1982, 1987b) y Rivera (1984) aplican el concepto en el contexto andino (cf. Scott 1976 para el caso
del sudeste asiático). Tandeter y Wachtel (1983) han mostrado cómo, para el indio tributario, los "pre-
cios justos" tendían a ser precios de vendedores antes de que compradores: así, los precios bajos con-
tribuyeron a precipitar la insurrección andina de 1780, en vez de los precios altos de la harina identifi-
cados por Thompson (1971) para Inglaterra y los estudiados por Labrousse (1973) para Francia como
elementos que contribuyeron a las protestas y a la revolución respectivamente.
(37) Archivo Histórico de Potosí, Prefectura Departamental (Correspondencia) 1140 n"20, José M. Esteves,
Subprefecto de la Provincia de Porco al Prefecto, Puna 1/4/1865.
puestos pagados por los proveedores con la esperanza de cubrir los gastos del arrendamiento
del cargo y también conseguir una ganancia. El administrador, o canchero, era entonces otro
especulador, bien ubicado para fomentar los abusos que según la descripción de su función,
debía prevenir.
En Potosí el propósito de la Casa de Abasto también era centralizar todos los productos
en un lugar donde su venta pudiera ser supervisada por las autoridades municipales. Según un
reglamento de 1845, todos los bienes que ingresaban a la ciudad por cualquiera de las cuatro
vías de ingreso debían ser interceptadas por los celadores y las cantidades registradas en los
cuadernos. Luego de su venta bajo supervisión en la Casa de Abasto, el administrador debía
dar un vale a cada proveedor, el cual podía ser revisado por los celadores en el momento de la
partida, confrontándolo con su propio registro. Esto asegrnaría que las ventas no se habían
llevado a cabo fuera de la Casa de Abasto. Según las regulaciones de 1845, los consumidores
podían hacer sus compras a precio de costo directamente de los proveedores entre las 7 u 8
hasta las 11 de la mafiana; después, hasta las 3 de la tarde los tenderos y otros intermediarios
podían comprar a estos mismos precios para a su vez venderlos en las pulperías. Los consu-
midores que habían comprado mercaderías en las tempranas horas estaban prohibidos de ven-
derlas. Todas las ventas en la casa de abasto debían ser producto de acuerdos "libres" entre
los compradores y los vendedores, y el administrador no debía tocar o separar bienes para sí
mismo, ni venderlos a clientes privados a fin de conseguir una ganancia (waki)(38).
Todas estas prohibiciones obviamente reflejan hasta cierto punto una práctica. Un caso
que ocurrió en 183()(39) muestra a la intermediaria María Moscoso poniendo un pleito contra
las autoridades municipales y sus subordinados. En su Cuestionario dirigido a los testigos, nos
dice que
" ...cuando llegan y descargan vi veres en la cancha, ocutan las mas de ellos en viviendas
separadas ...hasta que pase la venta general, y luego las reparten a las Gateras con el aumento de
dos reales, sobre su precio legítimo, los que se pagan con el nombre de Guaque y se de en be-
neficio de[l canchero]".
" ...habiendo ido ... a la Cancha de Monaypata ahora tres meses vió que el hijo de(] canchero] tomó
de un Yndio un quintal y cinco libras de sebo, capujandole al declarante la compra de dos arrobas:
(38) Archivo Histórico de Potosí, Prefectura Departamental (Correspondencia) 544, n<r/, ReglamenJo para las
Canchas de Abasto, Mariano Terán, Junta de Propietarios, Potosí, 29n/I845.
(39) Archivo Histórico de Potosí, Prefectura Departamental (Expedientes) 209, f.4r-v (1830).
que el dicho hijo de(] canchero] vendió el cebo al Dr. Garrón [minero y funcionario del Banco
de Rescates] en dies y seis pesos, cuyo importe manifestó al declarante, y después pagó al due-
ño del cebo quince pesos dos reales, utilisando seis reales, sin haber dado al dueño antes un solo
medio ... "
" ... no haya quien se aloje en [la Casa de Abasto], así que los vivanderos se ban a las casas parti-
culares de los estramuros y no pagan los Canchajes. De consiguiente las panaderas introducen
abucibamente a sus Casas las arinas de trigo, resistiendo a pagar el Canchaje: asimismo los
matanceros introducen el Ganado bacuno que se consume en el pueblo y que tampoco pagan;
del modo que yo soy la que he sufrido este perjuicio pocitivo, ocacionado por los contrastes de
la rebolución, y por la licencia de algunos vecinos especulistas, ya hace como seis meses desde
el remate, y no he cobrado ni veinte pesos''(40).
Aquí entonces, la rueda había dado la vuelta completa: los proveedores habían regresado
donde los "monopolistas" privados, vendiendo productos y "dando waki" a cambio de aloja-
miento a fin de escapar de los impuestos en la Cancha de Abastos.
Lo que daba lugar a la ambigüedad entre los indígenas inspiraba el debate entre la pren-
sa criolla En tanto la moneda y las barras de plata salían del país a cambio de productos im-
portados, desde 1873 en adelante se organizó a nivel local una acción para cubrir la retirada
en la lucha frente al libre comercio. En 1872, teniendo como tema en el tapete el libre comercio
de metales preciosos, encontrarnos a la oposición del periódico El Obrero señalando los efec-
tos del libre comercio en los mercados locales como un argumento contra el principio mismo:
"El Libre Tráfico -ya empieza a producir sus efectos, pues las papas han subido a tres pesos
sin motivo alguno, la carne se vende escasísima, lo mismo que los demás artículos; porque sien-
do libre el tráfico, tienen los traficantes la libertad de pedir lo que quieran y de traficamos a su
gusto. Si la autoridad no toma una medida que alivie el pueblo, va a sufrir las plagas de Ejipto,
con las locuras de la ciencia moderna.
(40) Manuela Mayora de Jiménez, al Teniente Coronel Gobernador de la Provincia de Porco (Puna, 5(2/
1858), con respecto a su renta de la Administración de la Casa de Abastos. Es interesante que la arren-
dadora aquí sea una mujer, y no hay duda que ella misma era una experimentada "intermediaria"'según
el modelo anteriormente descrito. En este documento, la palabra "contrabandistas", comúnmente utili-
zada para nombrar a aquéllos que exportaban ilegalmente plata no acuñada, es utilizada por la Sra
Mayora para referirse a todos los proveedores que evadían el pago de impuestos buscando en los pue-
blos vías de salida privadas para su producto. Archivo Histórico de Potosí, Prefectura Departamental
(Expedientes) 4663.
"Las pobres indias, que viven del pan que fabrican en Yotala, pagan a las cancheras, al introdu-
cirlo a la ciudad, una contribución tan fuerte que mata su industria Las cebolleras pagan otra
igual que hace subir el artículo al precio de la botica, el sic de ceteris. ¡Qué bueno es el libre trá-
fico! Cuanto ganará con el pueblo consumidor! Que bien están aplicando el principio los padres
economistas"(41).
En este ocalorado momento, casi parece como si "Ahriman" mismo, cobrando la for-
ma de un toro de cornamenta negra, está a punto de irrumpir en las calles y los mercados bajo
el estímulo "salvaje" del libre comercio, que disuelve los controles sobre las fronteras cósmicas
entre los mundos de arriba y de abajo.
CONCLUSIONES
Los aspectos referenciales y poéticos de la metáfora se resaltan en este recuento del de-
bate liberal/proteccionista y sus consecuencias para las formas andinas de intercambio. Las
frustraciones del capitalismo de fines del siglo XX han desplazado el interés de los analistas
por las estructuras político-económicas hacia las estrategias discursivas a través de las cuales
se habilitan estas estructuras. Las fronteras entre la "ciencia económica" y los "modelos nativos"
pueden por tanto ser cuestionadas y subvertidas -sin duda, se trata de una tardía respuesta aca-
démica a las necesidades de la gente que durante mucho tiempo se ha preguntado por la auto-
ridad de "los economistas". Es posible reconocer la forma en la cual las políticas económicas
están inmersas y controladas a través del discurso: el triunfalismo rampante de la Nueva De-
recha, como el liberalismo en la Bolivia del siglo XIX y la historiogrc:lfía asociada a ella, es
sólo un ejemplo de esto. De manera más general, la economía neo-liberal puede ser confron-
tada con muchos otros discursos que no pretenden que la política económica y social pueda
deducirse simplemente de "la natural propensión humana hacia el intercambio".
En la Bolivia del siglo XIX, el grupo proteccionista convergía con un contradiscurso
andino sobre !ajusticia tributaria y los correlatos sociopolíticos del intercambio bajo la protec-
ción divina. Si el discurso del Libre Comercio abrumaba a la alternativa proteccionista, esto
no era debido a que fuera más eficiente o beneficioso, sino porque consiguió dejar detrds a su
rival al invocar la autoridad de los textos y al manipular la política parlamentaria con el fin de
atraer capital extranjero y reinvertirlo en una industria minera intemacionali:zada. Por otra parte,
la política monetaria proteccionista no produjo una inflación necesaria, como lo denunciaban
los partidarios del libre comercio, porque la demanda de medios de intercambio en los Andes
-intensificada por las demandas tributarias del Estado- aseguraban una velocidad y volumen
de circulación suficientes para que ello no ocurriera (Tomás Fóas). Este fenómeno es un índi-
ce del tamaño potencial del mercado regional. Para la oposición proteccionista, la libertad ne-
cesitaba protección. Es en este punto donde puede comenzarse una historia moderna de la de-
mocracia boliviana
La demanda indígena por dinero estuvo condicionada, en primera instancia, por las pre-
siones tributarias: se integraron racionalidades diferentes en los ciclos tributarios organi:zados
según los calendarios étnicos. Los pagos del tributo desaf'ian cualquier análisis simple porque
éstos eran percibidos de manera diferente por una variedad tal de perspectivas políticas. Des-
de el punto de vista indígena, el dinero funcionaba como un recibo por el trabajo y los pro-
ductos llevados a las minas (los recibos y los títulos de propiedad, así como los billetes de
banco, pueden a veces ser representados por los campesinos andinos como "flores", símbolos
de reproducción). Se ofrecía en sacrificio al Estado solar en la celebración de otro ciclo com-
pletado como medio de cambio. Ambos aspectos (tributario/circulatorio) se influenciaron re-
cíprocamente: el separarlos implica distorsionar la forma en que son representados. En las
metáforas tributarias andinas, la "mariposa" se sujetaba con el peso de una piedra inka, en
tanto que las mazorcas de maíz eran presentadas al Estado concebido como la fuente de los
medios de circulación y fertilidad.
Los indios tributarios de los Andes conceptualizaban la justa ganancia comercial como
"una parte equitativa" para el intermediario o el administrador de la Casa de Abasto. Las quejas
en contra de un mercado "libre" parecen proceder particularmente de consumidores cansados
de los acuerdos tomados por el cartel de intermediarios, pero los productores indígenas también
objetaban las condiciones salvajes que prevalecían en muchos pueblos. En los sitios donde
dominaban tales condiciones (como en Carguaycollo en 1852), los proveedores andinos in-
tentaron manejarlas en términos morales a través del ofrecimiento de "regalos" a los tamberos.
Tales "regalos" fueron crecientemente reconceptualii:ados por las autoridades como "extor-
siones": para la naciente estructura liberal de autoridad, eran un eufemismo de la corrupción
del Antiguo Régimen. Pero, al mismo tiempo, la percepción del tributo como un "regalo-sa-
crificio" se transformó en "extorsión" a través del uso de la violencia pública por el Estado.
En estas condiciones, el recurso por los indios a la Ley Republicana y a los Derechos del Ciu-
dadano comienzan a alternar y a complementar la perspectiva moral y del derecho consensual
del Estado tributario, en el cual los "regalos" dados a los intermediarios del mercado, el Esta-
do o la Iglesia pueden ser legitimados en términos de favores recibidos recíprocamente (Platt
1990).
Los modelos político-económicos pueden ser reconocidos a través de las metáforas
andinas por las cuales se expresan. La sacralización de la moneda andina como producto de la
tierra estaba complementada por la naturalei:a teocrática del Estado (simbolizada por las me-
dallas de plata de los recaudadores de Belzú). He sugerido que la liberación de las exportacio-
nes de plata a fines de siglo aparecería para muchos como una catástrofe cósmica, en la cual
las fueri:as opuestas que salen del interior de la tierra fueron soltadas en la superficie. Una
variante potosina de la comprensión andino-cristiana de las transiciones históricas (Bouysse y
Harris 1987; Harris 1982, 1987; Platt 1987a, 1987d, 1991) puede subyacer en el significado
de la canción de Carnaval de 1875, donde el "toro negro" sugiere la inminente aparición del
"demonio" subterráneo de las minas. Fue a través de tales metáforas y representaciones que
los bolivianos de todas las culturas pudieron comprender e interpretar ocertadamente los efectos
de la "ilustración comercial".
En una lectura criolla de Adam Smith, el discurso liberal era entonces, contra todas sus
expectativas, responsable de la destrucción del mercado interno, la desmoneti7.ación del país,
la internacionali7.ación del capital minero, y la creoción de una forma de dependencia econó-
mica dominada por el sector exportador/importador que ha continuado crucificando al país
durante la mayor parte del siglo XX. Tales temas de la historiografía boliviana adquieren un
significado adicional hoy en día, cuando los intereses capitalistas dominantes en el mundo oc-
cidental -que reagrupan, diversifican y expulsan a la fuerza de trabajo frente a una decreciente
tasa de ganancia, mientras que muestran un triunfalismo cínico frente al colapso del "socialismo"
de Europa del Este- fallan cada vez más al tratar de legitimarse a través del lema historicista
propio del liberalismo del siglo XIX, el cual afima con Margaret Thatcher que "no hay Otro
camino".
Tristan Platt
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situarse el caso que presentamos, y que se centra en el Quito de los años 30-40 del siglo XVIII.
Nuestra principal fuente es la pesquisa abierta contra su Presidente, el limeí'lo José Arauja y
RíoO), quien había comprado el cargo el 9 de abril de 1732 mediante la entrega de 26.000
pesos, tomando posesión del puesto de Gobernador y Capitán General el 28 de diciembre de
1736, y del de Presidente de la Real Audiencia al día siguiente.
Desafortunadamente desconocemos las rawnes concretas que impulsaron al limeí'lo José
de Arauja a negociar en la Corte la presidencia, gobernación y capilanía general de Quito,
pero sí que sabemos que el nuevo mandatario no era un total desconocido en el área. Efecti-
vamente, su mujer, María Rosa de Larrea, era de familia quiteña; su cuí'lado Victorino Montero
-corregidor de Piura a la entrada de Araujo- tenía negocios en Quito a través de su corresponsal
José de Barba, y el propio Arauja tenía amistad o relación con varias personas con tradición
en el ámbito quiteí'lo, entre ellos el obispo de la diócesis. Este conocimiento de gentes del ámbito
de su gobierno fue sin duda la causa de que su actuación se iniciara sin vacilaciones y de forma
tajante, y también de que desde el mismo momento de su toma de posesión en 1736, salieran
hacia Lima y Madrid una variada serie de denuncias que iban fmnadas por un amplio abanico
de gentes: desde el Presidente saliente, a cargos municipales, pasando por el Diputado del Co-
mercio quiteí'lo (Ramos Gómez 1986: cap. 111).
Desde nuestro punto de vista, las denuncias entonces cursadas no deben interpretarse
como un ataque personal contra el Presidente Arauja y su forma de gobernar, sino como un
episodio más de la pugna por el poder local establecido en Quito entre dos grupos rivales,
integrddo uno y otro por quiteí'los y foráneos, tanto europeos como criollos, pugna que se reavivó
con la entrada de Arauja a fines de 1736. Efectivamente, su llegada produjo un vuelco en la
estructun1ción del poder local hasta entonces existente, ya que -dejando aparte las eternas
acomodaciones- el nuevo Presidente apoyó -y fue apoyado- por una serie de gentes mal si-
tuadas con Dionisia de Alcedo, el Presidente saliente, las cuales de inmediato comen:z.aron a
desplazar de los puestos claves a aquellas que habían rodeado y se habían visto favorecidas
por el anterior mandatario. Esta es la causa de que el enfrentamiento que se produjo en Quito
en esos momentos estuviese protagonizado no tanto por individuos aislados como por gentes
corporativamente unidas o agrupadas en tomo a las dos grandes e interrelacionadas bobinas
de las que salían los hilos con los que estaba tejida la tela del poder quiteí'lo: por una parte la
de las relaciones de parentesco, y por otra la de las actividades económicas, palpables éstas a
través de los préstamos, los avales, la articulación de compañías mercantiles o la preferencia
en actividades relacionadas con campos de la Real Hacienda, como el cobro de alcabalas y de
tributos, o la conducción del Real Situado a Cartagena y Santa Marta.
Las gentes que habían apoyado y en las que se había apoyado Alcedo mientras fue pre-
sidente, quedaron en diciembre de 1736 sin cabeza visible en los organismos dirigentes del
espacio quiteí'lo; sin embargo poco duró esa situación, porque a fines de enero de 1737 ese
(!) Este proceso tiene concentrado el principal de su información en la sección Escribanía de Cámara del
Archivo General de Indias, legajos 914 a, by c; 915 a y b; y 916 a y b, si bien también hay elementos
importantes en las secciones de Indiferente General y Audiencias de Quito y Lima
De este poco utilizado pleito se ocupó ya Federico González Suáres (1969-70, pp. 1007 y sigs.), y no-
sotros mismos en cuatro trabajos ya publicados (Ramos Gómez 1985: vol. l, 1989, 1991 y 1993).
grupo aparece claramente agrupado en tomo a la figura del fiscal de las Audiencia, el vizcaíno
Juan de Valparda(2), quien en septiembre de 1737 incluso casaba con una hija del cesado pre-
sidente, siendo la principal cabeza del grupo opositor hasta que murió en septiembre de 1743.
Si a este bloque encabezado por Valparda le vemos actuar a través de diversas personas del
Cabildo, Audiencia, Caja Real o comercio, y podemos identificar rápidamente a sus compo-
nentes porque ellos son los firmantes de quejas y denuncias, al "otro", al que ahora pasa a
ocupar el poder, es más difícil diseccionarle, porque muchos de sus miembros están tapados
por la figura del presidente Arauja, que en ocasiones aparece como el único protagonista, pero
que ciertamente ni está solo ni actúa en solitario. Mientras aquéllos -los de Valparda- están
asfixiados por el poderoso contrario y se ven obligados a plantear a las lejanas autoridades
superiores de Lima o de Madrid las quejas y denuncias que han llegado hasta nosotros, los
segundos -los de Araujo- actúan "en casa" sin generar en principio ninguna documentación
"quejosa" que nos pennita su inmediata identificación, si bien sus nombres aparecen en las
acusaciones del contrario o en las disposiciones que a su favor hizo el Presidente.
Pero afortunadamente no son éstas las únicas pistas que tenemos para la identificación
de unos u otros, ya que también contamos con los datos que nos proporcionan las declaraciones
que los componentes de ambos bandos hicieron en las muchas informaciones que entonces se
abrieron en Quito, así como los testimonios que prestaron en el proceso abierto en 1743 contra
José de Arauja.
El enfrentamiento entre ambos grupos tiene como elemento más llamativo la serie de
acusaciones elevadas contra José de Arauja en 1737, y a las que podemos agrupar en dos blo-
ques interconectados: por una parte el de las relacionadas con el enriquecimiento del Presidente,
y por otra el constituido por las disposiciones dadas para controlar la estructura sociopolítica
quiteña. Entre las primeras -las relativas al enriquecimiento del Presidente- debemos mencio-
nar el haber introducido diversas mercancías al efectuar su entrada en Quito con el fin de co-
merciar con ellas, actividad que se dice que continuó desarrollando en años posteriores; el or-
ganizar y pennitir en su casa el juego, cobrando a los participantes, el aceptar sobornos, o el
perseguir al contador con el fin de que personas de su círculo comerciasen con los fondos de
la Real Hacienda. Entre las segundas -las relacionadas con el control de la estructura
sociopolítica- debemos enumerar la de mezclarse en las elecciones de alcaldes, incluso con-
firmando a sus candidatos aunque no fuesen los más votados; la de haber perseguido a los
regidores que no votaron a sus candidatos, desterrando al regidor decano; la de destituir del
puesto de corregidor interino a persona contraria; la de haber removido al Colector General
de Rentas Decimales para nombrar a persona de su facción; la de haber levantado una compa-
ñía de doce soldados, o la de haber prohibido la libre circulación de correos.
(2) El fiscal aparece claramente señalado en contra del presidente Araujo en el incidente de fines de enero
entre éste y Jorge Juan y Antonio de Ulloa; en concordancia con ello, el primero de febrero, los alcal-
des de Quito nombrados por Araujo en contra de la voluntad del Cabildo abrieron una información
contra Valparda sobre temas relacionados con su vida pública y privada (Ramos Gómez 1989: 123).
La sola enumeración de estos hechos demuestra que la vida en el Quito de 1737 fue
ciertamente muy tensa, aplacándose en parte al asentarse el nuevo grupo que rodeaba a Araujo
y al intervenir el virrey limeño en el restablecimiento del orden. Pero no fue el de Lima el
único poder que intervino, ya que también actuó Madrid, el otro destinatario de las quejas
salidas de Quito, y así el 14 de agosto de 1738 el Consejo de Indias, tras considerar la situa-
ción quiteña, elevó al rey la correspondiente consulta, proponiendo que se abriese una pesqui-
sa al presidente Araujo. Al parecer del Consejo se plegó el Rey el 5 de septiembre, fechándose
el 31 de diciembre de 1738 la pertinente Real Cédula, que conllevaba la separación de Araujo
del puesto y su reemplazo por el juez pesquisidor, el oidor de Quito Pedro Martínez de Arizala.
Si bien en esta ocasión el Consejo había obrado rápidamente, sin embargo de nada valió
la medida tomada, ya que no pudo cumplimentarse por haber profesado en la orden franciscana
la persona encargada de acometer tan delicada tarea<3), y no haberse tenido la normal precau-
ción de haber designado suplentes; pero la situación se complicó aún más por la inhibición
del virrey de Lima, que nada comunicó a Madrid a o Santa Fe, capital del virreinato de la
Nueva Granada, al que pasó a pertenecer Quito desde el 20 de agosto de 1739. Ciertamente la
pesquisa ordenada podría haber quedado en suspenso de por vida si el 10 de enero de 1742 el
Consejo de Indias no hubiese retomado el tema proponiendo al Rey que se llevase a efecto la
pesquisa bajo la mano de Don Manuel Rubio de Arévalo, oidor de Quito hasta 1740 y a la
sazón de Santa Fe, si bien permanecía en aquella ciudad al tener a su cargo la visita de la Real
Caja(4); el Rey aceptó la opinión del Consejo, siendo nombrado él y sus dos suplentes el 22
de abril de 1742. Los cargos que debía considerar este juez pesquisidor eran no sólo los co-
rrespondientes a las denuncias de 1737, sino también los que se le hubieran hecho a Araujo
con posterioridad o los que se le hicieran entonces, circunstancia que nos permite conocer
nuevos episodios proiagonizados por el Presidente y su~ partidarios con posterioridad al mo-
mento álgido de 1737.
Tan grave orden como la reseñada se recibió en Quito el 29 de mayo de 1743, y de
inmediato se puso en ejecución, pues el primero de junio era suspendido Araujo, y tras ser
detenido y secuestrados sus bienes, salía desterrado hacia Tumbes el día 14 para evitar que su
presencia interfiriera en la pesquisa. Se iniciaba así la parte central del proceso contra el pre-
sidente Araujo, que se compone de la presentación por los acusadores de los cargos, testigos
y pruebas oportunas; del interrogatorio del pesquisado; de la articulación de los cargos y del
descargo del acusado, quien presentó sus testigos y pruebas; de la enumeración por las partes
de las tachas de los testigos contrarios para intentar anular sus testimonios, y de la elevación a
definitiva de las conclusiones, todo lo cual se produjo entre junio de 1743 y marzo de 1745,
mes en el que la pesquisa quedaba vista para sentencia.
Como fácilmente puede deducirse de lo dicho, la documentación entonces generada es
tan amplia como compleja, y gracias a ella contamos con una serie de datos que nos permiten
aproximarnos con detalle a la estructura interna de los grupos de poder existentes en el Quito
(3) No podemos descanar que el elemento que decidió finalmente la profesión del oidor fuese , precisa-
mente, el encargo de esta misión, de la que pudo enterarse por sus conexiones en el Consejo. Fuese o
no fuese ésta la causa. el hecho es que Pedro Martínez de Arizala, que consideraba su ingreso en la
orden seráfica desde 1731, profesó entonces en Pomasqui, como escribió al Rey el 25 de abril de 1739.
(4) Esta visita había comenzado enjulio de 1740.
de esos momentos, a sus mecanismos y a los campos por los que se pugnó. Algo de ello he-
mos tocado en otros artículos nuestros (Ramos Gómez 1991 y 1993), a los que remitimos,
pretendiendo en el presente ocuparnos de un tema más concreto, pero igualmente ilustrativo:
el de cómo "el poder" se rodeó de soldados para hacer más palpable su fuerza y presencia, y
arbitró medidas con las que enriquecerse él y adelantar a sus partidarios, utilizando en todo
ello el pretexto de actuar en servicio del bien público.
(5) Ciertamente la existencia de una fuerza de este tipo no era una total novedad en Quito, pues ya había
existido en tiempos de la presidencia de Don Juan de Sosaya, si bien desconocemos cuáles eran los
fines entonces perseguidos.
(6) AGI, E.C. 914 a, primer cuaderno, fols. 35v a 38v. En ella Valparda no sólo acusó a Araujo de levan-
tar indebidamente una compañía de soldados, sino también del sistema de financiación arbitrado, he-
chos ambos de los que se hizo eco el Rey en la orden de pesquisa contra Araujo de 31 de diciembre de
1738, uno de cuyos cargos era "si ha levantado una tropa y puesto una gabela a todos los que tienen
tienda con trato de pulperías" (AGI, Indiferente General 555a, fol. 119 v).
CJl En ella dice el Presidente que "por falta de ministros ... se ha originado la frecuente desobediencia a
los mandatos de los jueces, y aún la extracción de los presos, violando las cárceles", lo que le obligó a
"formar un cuerpo de doce alguaciles, con el nombre de soldados, que sirvieran de acompañar en las
rondas a los jueces de esta ciudad y en los demás casos necesarios para la administración de justicia"
(AGI, Quito 133, fol. 339).
Pero no sólo no estaba de acuerdo el fiscal Valparda con esta visión de la Audiencia -
decía en su escrito "no ser necesario este auxilio para mantener el respeto y la autoridad de
los tribunales, como se ha experimentado"-, sino con la legalidad de la medida arbitrada por
Araujo, ya que señalaba que sin haber contestado el Rey a la antigua petición de la Audiencia
sobre la creación de ese cuerpo armado, "no haber sacado la subordinación al superior gobier-
no del Virrey, ni haberse ofrecido caso extraordinario que requiera la formación de alguna
tropa, Don José de Araujo y Río, presidente de esta Audiencia, a [los] pocos días de haber
tomado la posesión de este empleo mandó acuartelar una bandera y reclutar una compafiía de
hombres para su guardia".
En el escrito de Valparda quedaba claro que el levantar una compañía de soldados era
una decisión personal de Araujo, hecho que el mismo Presidente reconocía sin tapujos en un
auto fechado el 14 de febrero de 1737 que fue remitido por el Fiscal en su carta del primero
de marzo, en el que Araujo declaraba que había obrado de esa forma "por la facultad que
reside en sí en servicio de Su Majestad en beneficio de la pública utilidad", aludiendo indirec-
tamente a su cargo de Gobernador. A esta misma línea de competencia -y responsabilidad-
personal, aunque basada en otro de sus empleos -en el de Capitán General-, se ajusta una
muy posterior declaración de Araujo al ser interrogado sobre el tema en junio de 1744, ya que
entonces dijo que "por guarnecer el respeto de su empleo como Capitán General, mandó po-
ner una bandera a la puerta de su casa para que ocurriesen los que quisiesen alistarse, de los
que entonces entresacó hasta el número de 12, con un tambor, y nombró por capitán a Don
Pedro de Larrea, a quien le dio un pliego de papel con algunos apuntes para que advirtiera el
cumplimiento de su obligación a dichos soldados"(8).
De los testimonios cilados se desprende que estamos ante una actuación personal de
José de Araujo que no fue contradicha oficialmente en Quito por inutilidad, temor o -más
probablemente- por estrategia del fiscal, quien prefirió atacarle en Lima o Madrid por ser es-
pacios menos controlados por el mandatario. La maniobra de Valparda se vio coronada por el
éxito, pues tanto Madrid(9) como Lima consideraron la medida de Araujo como no ajustada a
derecho, si bien antes de que el "superior gobierno" limeño interviniese hacia agosto de 1737(10),
(8) AGI. E.C. 915a, 4° cuaderno, fol. 35. Esta justificación la ampliará y la reafinnará Araujo el 23 de
marzo de 1745 en su respuesta al segundo cargo (E.C. 915b, 91 Cuaderno, fols. 59-68), donde señala
que fue un hecho legítimamente ejecutado en virtud de Real facultad como fué el de los referidos doce
soldados de guardia, pues por una Real Cédula de S.M., su fecha en Segovia a 20 de mayo de 1717,
dirigida al Sr. Virrey del Perú, se Je ordena que con ninguno pretexto ponga embarazo ni dificultad a
los presidentes de Quito para que ejerzan la capitanía general de aquel distrito, sino que antes bien
contribuya y facilite el que se les guarden los honores, prerrogativas y facultades que gozan los presi-
dentes de Chile y Panamá; es así que los Presidentes de Chile y Panamá gozan de los honores y prerro-
gativas de tener soldados de guardia (lo que no necesita de prueba por ser público y notorio), Juego los
Presidentes de Quito pueden tener soldados de guardia, y por consiguiente los que yo tuve fué con
Real facultad".
(9) No hemos localizado una orden explícita dada por Madrid, aunque sí una prueba de que la actuación
de Araujo no era legal, pues uno de los cargos que figuran en la orden de pesquisa contra el Presidente
de 31 de diciembre de 1738, era el de "si ha levantado una tropa y puesto una gabela a todos los que
tienen tienda con trato de pulperías" (AGI, Indiferente General 555a, fol. 119v).
(10) Ningún dato concreto tenemos de Jo arbitrado por Lima, si exceptuamos una serie de referencias que
se hacen en la pesquisa abierta a Araujo sobre que el virrey ordenó el fin de la compañía de soldados
hacia el mes de agosto de 1737.
el Presidente de Quito -posiblemente alertado desde Lima- quiso protegerse recurriendo a que
la Real Audiencia pidiese el beneplácito de la Corona para el levantamiento de la compañía
de soldados.
Así, el 8 de agosto de 1737, estando presentes los oidores José Llorente, Manuel Rubio
de Arévalo y Pedro Gómez de Andrade, José de Araujo señaló "la gran falta que [él] experi-
mentaba de ministros subalternos o ejecutores con quien pudiese obrar lo mucho que se ofrecía
en su gobierno, y que esta propia la conocía este Tribunal para ejecutar sus órdenes y las pro-
videncias de Justicia . .. y que para evitar uno y otro daño tenía por conveniente el nombrar
seis(!!) hombres, o los que pudiese mantener a su costa, para ocurrir al remedio de aquellos
daños". Esta medida fue claramente apoyada por la Audiencia, quien señaló que escribiría al
Rey -como lo hizo el 16 de agosto de 1737- para que "informado de las justas causas que
han deliberado esta providencia, resuelva lo que sea de su mayor agrado y servicio" (AGI,
E.C. 914b, 52 cuaderno, fol 280).
Pero no sólo buscó Araujo este camino para obtener la autorización de la Corona, pues
también solicitó el permiso como Capitán General(l2), vía a la que responde la carta escrita al
Rey el 4 de octubre de 1738 en la que suplicaba "se digne de concederme, como a Capitán
General que soy de esta provincia, el tener doce soldados en mi casa para que estén prontos a
las órdenes de todos los jueces de esta ciudad en las ejecuciones de justicia, y al mismo tiempo
sirvan de centinela a la puerta de la Caja Real, que al presente se halla sin custodia" (AGI,
Quito 133, fol. 329).
De poco valieron los intentos de Araujo para conseguir institucionalizar la compañía de
soldados levantada en febrero de 1737, porque a la postre ésta no pudo mantenerse, muriendo
de forma parecida a como había nacido: sin perfiles definidos ni en cuanto a causa y momento,
o al menos así se de~-prende de la documentación que hemos localizado en el Archivo General
de Indias. Con respecto a la razón de su desaparición, nosotros creemos que se debió a órdenes
superiores emanadas de Lima, hecho que se refleja en el punto noveno del interrogatorio que
Simón Alvarez de Monteserín presentó el 8 de septiembre de 1744 en la pesquisa sobre Araujo,
donde pidió que los testigos declarasen sobre "si saben que los soldados se mantuvieron desde
el principio del gobierno de dicho señor Don Joseph el discurso de once meses en la forma
referida hasta que vino orden del Excelentísimo Señor Virrey para que los quitase" (AGI, E.C.
914 b, 62 cuaderno, fol 3).
Con respecto al momento de su fin, las noticias que tenemos son contradictorias, pues
si bien Simón Alvarez de Monteserín habla de once meses -de febrero a diciembre de 1737-
José de Araujo, al contestar al segundo cargo en marzo de 1745, dará como fecha del fin la
inconcreta de "por octubre de 1737, y duró dicha guardia de soldados ocho meses" (AGI, E.C.
(11 ) El número inicialmente levantado por Araujo fue el de doce, si bien esa cifra no se mantuvo siempre;
si a comienzos de junio seguía existiendo ese número (escrito de Araujo al Rey de 3 de agosto de 1737,
AGI, Quito 133, fol. 267), a comienws de julio se había reducido, pues en un auto de 6 de julio de
1737 -remitido por Araujo el 4 de octubre de 1738-, el escribano Domingo López de Urquía declara-
ba que por el coste de su mantenimiento, "se va deshaciendo de dichos soldados de aquel número que
deseó el celo de su señoría establecer" (AGI, Quito 133, fol. 339).
(12) Sin duda Araujo cursó también esta petición al superior gobierno de Lima, si bien no hemos encontra-
do huella de este hecho en la documentación manejada en el AGI.
915 b, 911 cuaderno, fols. 59-68), sei'lalando directamente a septiembre al contestar al cargo de
haber sido interesada la prohibición del aguardiente de caña (AGI, E.C. 915 b, 92 cuaderno,
fols. 129-134).
(13) AGI, E.C . 915 b, 9' cuadernos, fols 59-68, respuesta al segundo cargo (23 de marzo de 1745). Esta
misma tesis figuraba como punto octavo del interrogatorio que presentó Araujo el 17 de agosto de 1744.
(14) Ciertamente esta argumentación del Presidente no sólo no es consistente, sino tampoco válida, ya que
si los dos marinos se habían acogido a sagrado el 31 de enero de 1737, el día 7 de febrero lo abandona-
ba Jorge Juan para acudir a Lima en demanda de Justicia, de donde retomó hacia el 20 de junio, si bien
Afortunadamente estos argumentos expuestos por Arauja para defender la medida por
él tomada no son los únicos que tenemos para aproximamos a todas las razones que movieron
al Presidente a actuar como acUJó, pues también contarnos con algunos datos sobre las misiones
que desarrollaron los soldados. Así, si por una parte Arauja alude en la documentación manejada
a la protección del convento de San Francisco en el capíwlo de 1737, a la ayuda a algún ministto
en la detención de reos, a la mayor seguridad en la ciudad, a acompañar al viáúco y a ser el
brazo ejecutor en la guerra que entonces se abrió contra el aguardiente de caña -tema del que
nos ocupamos en este mismo artículC>-, por otra reconoce que su misión estaba también rela-
cionada con la protección y el realce de la figura del Presidente y su esposa, para lo cual no
sólo se les había aposentado en el zaguán de su morada -las casas de cabildC>- sino que como
declaró el propio Presidente en su descargo de 1745 "me habían de acompañar éstos siempre
que mi esposa o yo salíamos de casa, porque la guardia es personaJ"(IS).
Como vemos, los soldados no sólo estaban para auxiliar a la Justicia, sino también para
mostrar la fuerza del Poder.
Pero no todo consistió en levantar una compañía de doce soldados y darles unas órdenes,
pues también había que aposentarles, dotarles de armas, vestuario y alimentos, y, por supuesto,
pagarles; cienamente al no poder recaer las sumas necesarias sobre la Real Hacienda ni existir
organismo o institución que pudiera afrontarlas, Arauja se vio obligado a arbitrar diversas
medida<; para obtener el dinero necesario, recurriendo posiblemente también a su bolsillo06).
El alojamiento lo consiguió del cabildo de la ciudad, que controlaban sus fieles desde
enero de 1737 (Ramos Gómez 1989), institución que el 15 de febrero de 1737 ordenó desocupar
un locaJ(l7) sito en los bajos de las Casas del Cabildo, donde moraba el Presidente, para con-
vertir la pieza en cuartel, cambiando la puerta que daba a la calle por otra que se abrió al zaguán.
La financiación de las armas -rejones- y vestuario -uniforme verde y amarillC>-, así como la
de parte de la alimentación de los soldados, la obtuvo de instituciones o personas fieles, entre-
ya antes, en concreto el 7 de marzo, Ulloa podía moverse libremente por Quito, pues en esa fecha co-
bró su sueldo de los Ofie,iales Reales. Por tanto, si la razón dada hubiera sido la causa del levantamien-
to de la compañía de soldados, al desaparecer aquélla habría tenido que disolverse ésta.
<15 ) El fi scal Juan de Valparda en su escrito al Rey de primero de marzo ya habló de una función personal
de la compañía de soldados con respecto al presidente Araujo, ya que decía que eran "para su guar-
dia".
(16) El primer dato que tenemos sobre esta financiación personal procede del auto de Domingo López de
Urquía el 6 de julio de 1737, donde al hablar de la paga de los soldados señala: "la cual me consta la
hace y ha hecho su señoría ... a expensas de su propio pecunio, manteniendo a dichos soldados hasta el
presente" (AGI, Quito 133, fol. 339); por otra parte en el Real Acuerdo de 8 de agosto de 1737 se
declara que el Presidente "tenía por conveniente nombrar seis hombres a su costa" (AG, E.C. 914 b, 5°
cuaderno, fol. 280). En este mismo sentido irán las diversas declaraciones y escritos de Araujo, quien
siempre habló de que los pagó de su pecunio.
<17 ) En este local ejercía su oficio de escribano Enrique Capilla, perdiendo por tanto la ciudad ese ingreso,
cantidad a la que había que sumar los gastos del acondicionamiento de ese espacio.
gando 200 pesos tanto el Cabildo como el Obispo en fecha que no hemos podido concretar.
Pero estas aportaciones del Cabildo no fueron las únicas, pues para pagar el sueldo del capitán
de los soldados, el 16 de febrero de 1737 éste decretó la venta de unos propios en Añaquito,
medida que finalmente no se llevó a efecto por las intensas gestiones del regidor Simón Sánchez
de Monteserín, destacadísimo componente del grupo opuesto a Araujo.
Pero no sólo contó Araujo con estas aportaciones de individuos o instituciones, ya que
también arbitró otros medios para mantener en su pie la compañía de soldados, como fueron
las obligadas contribuciones de pulperos y truqueros.
La carta escrita por Valparda al Rey el primero de marzo de 1737 en la que denunciaba
el levantamiento de una compañía de soldados, iba acompañada de una orden de Arauja fechada
el 14 de febrero de 1737, en la que señalaba "a dicha guardia y soldados el salario convenien-
te para la manutención de los sobredichos", el cual debían cobrar "sin ... perjuicio de la repú-
blica"; pero por "república" sólo entendía Arauja la Real Hacienda, porque según el auto re-
mitido por Valparda, el Presidente "debía mandar y mandó que todos los pulperos que [se]
comprenden en el circuito de la ciudad con tiendas públicas contribuyan cada uno de por sí,
de cualesquiera esfen1s que sean, cuatro reales en cada mes, sin escusa ni réplica alguna, por
ser como es esta [contribución] prorrata y pensión moderada y de menor cantidad"08).
Este sistema de financiación lo había decidido e impuesto el Presidente sin tener ningu-
na atribución para ello, siendo denunciada la medida a Lima y a Madrid por el Fiscal de la
Audiencia el primero de marzo de 1737; pero no sólo hacía saber Valparda este hecho, sino
también una consecuencia -creemos que inexacta, pero útil para sus fines- que afectaba a un
ramo de la Real Hacienda: "que a fin de relevarse los pulperos de la contribución del número
impuesto, han cerrado muchos las tiendas menoscabándose considerablemente el ramo del in-
dulto y composición de pulperías [-que era de 30 pesos anuales-] que pertenece al Real Haber
de Vuestra Majestad"(l9).
(18) La referida orden era hecha pública el mismo 14 de febrero, cuando el escribano Diego Arias Allamirano
lo notificó "a los pulperos que [se] comprenden desde la esquina de Sanla Catarina, San Agustín para
arriba, con los demás pulperos que están al circuito de la plaza San Bias y Sanla Bárbara, sacada sóla
la tienda que está debajo del balcón de Don Bal1asar de Cuellar", y el día 15 de febrero, se comunicó
"a los pulperos de la esquina de San Marcos, Santa Calalina, San Bias y San la Bárbara hasla el circui-
to de la plaza, en sus personas" (AGI, E.C. 914 a, primer cuaderno, fol. 100 v).
(19) No hemos localizado ninguna referencia que pruebe esta consecuencia de la contribución impuesla por
el presidente Araujo, a quien le preocupó sobre manera el tema En su defensa argumentó que Valparda
no especificó este extremo en el interrogatorio que presentó el 4 de agosto de 1743, y que en su lecho
de muerte -fallecería en septiembre de ese ai\o- declaró querer rectificar su acusación, lo que según él
no pudo hacer lanto por presionarle el resto de los acusadores como porque "hubo un teólogo que le
dijese no estar obligado a firmar dicho instrumento, y que bastaba el que hubiere omitido en el
interrogatorio la circunstancia que hizo agravante esta acusación, pues no había articulado lo de que se
cerraron las tiendas de los pulperos, ni el menoscabo de los derechos reales, ni lampoco la exacción de
los cuatro reales por mes, como se reconoce en el interrogatorio" (AGI, E.C. 915 b, 9° cuaderno, fol.
62 v).
(20) El juez pesquisador Rubio de Arévalo, a este respecto señalará en el extracto de los autos "que no hay
ley, ordenanza ni estatuto que constituya a los pulperos la obligación de concurrir a los actos de justi-
cia ni a su ejecución, sino que es una corruptela introducida por los jueces que precisan a estos misera-
bles tal que vez a la concurrencia de lo que no es de su obligación" (AGI, E.C. 8° cuaderno, fol. 177).
(21) Araujo había incluido en el interrogatorio que presentó el 17 de agosto de 1744 una pregunta al respec-
to, de cuyas contestaciones había obtenido esta conclusión que transcribimos.
(22) Este testimonio fue remitido a la Corona con carta de 4 de octubre de 1738 (AGI, Quito 133, fol. 340),
y con él estará conforme la parte acusadora
(23) El referido documento reza: "Recibí del señor Don Nicolás de Sierra, mayordomo de la Cofradía de
las Benditas Animas, dos pesos por el truco de las benditas ánimas por un mes que se cumplió a pri-
mero de abril de setecientos treinta y siete" (AGI, E.C. 914 a, primer cuaderno fol. 98).
Si bien la legitimidad de este recibo es aceptada por todos, sin embargo menor credibilidad tiene la
declaración del sexagenario Gregorio de Cárdenas, quien el 16 de octubre de 1744 declaró que se le
habían cobrado 4 pesos mensuales por dos mesas de truco que tenía, y que había pagado la cantidad
total de 44 pesos. (AGI, EC 914 b, 6° cuaderno, fol. 98).
(24) Lo dicho por Araujo en su declaración se corresponde en cierta medida con la pregunta décima del
interrogatorio que él presentó el 17 de agosto de 1744, donde se lee: "y si saben que los truqueros
no, que la existencia de esos soldados era necesaria para que el Presidente pudiese aplicar una
medida(25) que le interesaba particulannente a él y quizá a determinadas personas de su grupo,
que aún no hemos localizado, las cuales o pretendían hacerse con el control de la elaboración
del aguardiente de caña o bien dañar los intereses de los contrarios(26).
Araujo nos dice que desde que había llegado a Quito, había apreciado que el consumo
de esta bebida provocaba, especialmente entre los indios(27), muertes repentinas por beberla con
exceso, "con peligro manifiesto de la salvación de sus almas y consunción de los dichos indios",
fallecimienlOs que "al presente con más exceso [ocurren], por ... [la] mala calidad" del pro-
duclO, ya que se mezclaba "con cabuya y otros ingredientes que la hacen más nociva", por lo
que decidió prohibirla apoyándose en una Real Cédula de 16 de agoslO de 1714. En esta reso-
lución, el Rey, buscando "la pública universal salud de los vasallos de los reinos del Perú y la
Nueva España", ordenaba bajo graves penas que no se tolerase ni a seglares ni a eclesiásticos
la fábrica ni la venta o uso secreto o público del aguardiente de caña, el cual debía ser derramado
y rolOs los útiles con los que se fabricaba "de forma que no queden en estado de poder volver
a servir", vendiéndose el instrumental en provecho de las justicias que los hubieren aprendido
(Muro Orejón 1969: documenlO 275).
Así, el 23 de febrero de 1737, el Presidente Araujo llevó al Real Acuerdo la referida
Real Cédula, prohibiéndose en el terrilOrio quiteño "vender en público ni en secrelO, en mucha
ni en poca o más leve cantidad, de la dicha bebida; ni que persona alguna de cualesquier estado,
calidad o condición que sea ose fabricar ni se fabrique con ningún motivo causa ni pretexlO
dicho aguardiente de caña, ni vender caldos que lleven en su naturaleza esta destilación en sus
trapiches, ora sean de seculares o de eclesiá<;ticos, ni [en las] casas particulares de la ciudad o
sus barrios, con apercibirnienlO [de] que se derramará el que se hallare en ser en cualquier
parte en que se encontrare, y que se romperán sus materiales y se venderán sus instrumenlOs
de su fábrica y las mulas que lo condujeren para aplicar su produclO a las justicias que lo
aprendieren, y dar la cantidad de veinte pesos a la persona que lo denunciare". Con respecto a
la multa que se impondría a los transgresores, se reservaba "su señoría en sí la asignación de
tienen crecidas utilidades de las coymas sin pagar derecho alguno a S.M., y que se les cobraron a algu-
nos dos pesos al mes para mantener dichos doce soldados, lo que duró muy poco tiempo, [por]que
apenas se cobraron ocho o diez pesos, y porque se resistían a pagar mandé no se cobrasen más" (AGI,
E.C. 914 b, 7 9 cuaderno, fols. 14 a 18).
(25) José de Araujo puso en relación a la compañía de soldados con la erradicación de la fabricación y ven-
ta del aguardiente en carta al Rey de 3 de agosto de 1737, donde señala que el éxito obtenido en uno y
otro tema se deben "a la buena diligencia y pronta ejecución de 12 soldados que en los cuatro primeros
meses de mi gobierno mantuve de mi caudal" (AGI, Quito 133, fol. 267).
(26 ) En este momento sólo estamos en condiciones de plantear esta hipótesis, que esperamos poder demos-
trar con posteriores investigaciones.
(27) El Cabildo Eclesiástico de Quito, en carta al Rey de 3 de octubre de 1738 es más exacto al respecto,
indicando sobre este tema que el uso del aguardiente de caña era importante "no sólo entre los indios,
sino también entre los mestizos y demás gente de esta especie ... viéndose cada día tantas desastradas
muertes de esta miserable gente que ya por la destemplanza con que lo bebían ocasionaban su propia
ruina, y ya porque en otros se originaba un gran furor para acometer a los que se hallaban inmediatos a
ellos; de todos modos no había cosa más frecuente en esta ciudad que [las] muertes de estos misera-
bles" (AGI, Quito 133, fol. 325).
(28) El 26 de marzo escribió José de Araujo a Villagarcía comunicándole lo hecho, lo que aprobó el viney
en carta de 8 de mayo de 1737.
(29) Así se desprende del testimonio del escribano receptor "Joaquín Guerrero, quien dio fe de que el 2 de
marzo de 1737, en cumplimiento de la Real Cédula "y por la comisión dada por su señoría al capitán
Don Manuel de La Cerda para la pesquisa y celo de los alambiques que tienen [los vecinos] para sacar
dichos aguardientes en las casas de esta ciudad y sus barrios, salió el dicho capitán Don Manuel en
compañía de mí, el presente escribano y de Manuel de Andrade y Ventura Aldas, soldados de la guar-
dia de su señoría".
(30) En las alegaciones hechas por los acusadores de Arauja el 8 de febrero de 1745 en la afirmación de los
cargos, se dice sobre este último punto que en casa de "Doña María de Luna, viuda de Don Eugenio
Chiriboga, y suegra de Don Tomás Guerrero (-uno de los alcaldes propuestos por Araujo al Cabildo
en 1737 y nombrados por él a pesar de no haber obtenido el mayor número de votos-], Don Juan y
don Clemente Sánchez, Don Diego Donoso y Don Cristóbal de Jijón .. . se hallaron cinco aposentos
que habían servido de alambiques y aún dos de éstos instrumentos en poder de dicha Dña María [Pero]
por una leve disculpa que dió, se los dejaron en [su] ser, no habiendo sido suficiente para con las otras
personas la ciencia del escribano de que estaban aplicadas las paylas a otros ministerios"; por lo seña-
lado debe inferirse "la coligación que tiene y ha tenido dicho señor Don José con la familia de Doña
María de Luna" (AGI, E.C. 915 b, 8° cuaderno, 154-159).
Pero no fue éste el único golpe dado por la Justicia en relación con el aguardiente de
caña, ya que se persiguió también su venta, como se ordenaba tanto en la Real Cédula de 10
de agosto de 1714, como en el bando publicado por José de Araujo el 23 de febrero de 1737,
(3!) Araujo fue acusado de que uno de los alambiques tomados se dedicaba a la elaboración de tintes y otro
a la fabricación de chicha, afirmaciones que desestimó el Presidente.
(32) Según declarnron algunos testigos de la acusación, las piezas que salieron a subasta estaban práctica-
mente tal cual fueron requisadas, por lo que podían ser utilizadas sin problemas por los adquirientes.
Lógicamente los testigos de la defensa señalan lo contrario.
(33) Aunque esto era lo ordenado en la Real Cédula de 16 de agosto de 1714, no perdió Araujo la posibili-
dad de transfonnar el texto de la orden para rodearse de una aureola de generosidad y desprendimien-
to, renunciando a aplicarse la cantidad que le correspondía por tener "pane en ello, como se le concede
por la referida Real Cédula, respecto de atender más su señoria a la manutención del respeto debido a
la Real Justicia y ejecución de las reales órdenes de su Majestad, que a su propio interés".
campo del que sólo tenemos un caso mencionado y otro detallado. El primero fue protagoni-
zado por Ignacio Sánchez, alias "El Espadero", pulpero de la plazuela de Santo Domingo, a
quien se le siguió causa por el alcalde Tomás Pérez Guerrero el 25 de marzo de 1737 por
haber vendido aguardiente de cai'la después de la prohibición.
El hallazgo de la mercancía prohibida le significó al pulpero y a su esposa la inmediata
prisión, él en la cárcel y ella en el Recogimiento de Santa Marta. Allí permanecieron mientras
se subastaban los productos de la pulpería, que alcanzaron la suma de 130 pesos(34), si bien el
monto había sido calculado en 327 pesos 2 reales según la suma de los productos que apare-
cen en el inventario efectuadoC35), sin contar las tijeras y navajas que en ella había y los cua-
dros colgados en sus paredes.
Pero en esta ocasión, y a diferencia de lo que había ocurrido con el remate de los ele-
mentos de los alambiques, la suma obtenida no fue a parar a los soldados, sino devuelta
misericordiosamente por Arauja al pulpero o a su mujer, según atendamos a la documenta-
ción -fechada el 29 de marzo de 1737- aportada por el Presidente en su descargo, o a la de-
claración de la hermana de la esposa del pulpero de 28 de octubre de 1744. Según la primera
fuente, a los dos días de efectuada la subasta, Arauja, "informado... ser el susodicho [pulpero]
un pobre hombre cargado de mujer e hijos y ser la cortedad de dicho aguardiente con que se
(34) La mercancía la compró José Bravo, quien ofreció de salida 11 O pesos, y al no presentarse nadie subió
a 130 con tal que se rematase a la hora, como sucedió.
Estos datos se complemenlan con la declaración de la hermana de la esposa de Ignacio Sánchez de 28
de octubre de 1744, hecha el 28 de octubre de 1744, quien dice que la tienda la "sacó por hacer bien a
dicho su cuñado un amigo suyo llamado Tomás Bautista en precio, según se quiere acordar, de dos-
cientos pesos, sin entrar en ese precio las muchas prendas que tenía la dicha tienda por los fiados en
que las habían empeñado, cuyas cobranzas hicieron aparte el alcalde, escribano y ministros que concu-
rrieron a dicha venta, siendo la importancia de dicha pulpería según se lo dijo su cuñado a esta testigo,
de quinientos pesos y más, por estar surtida aún de cosas ajenas que le habían puesto para vender, dejando
a dicho su cuñado del todo inhábil y adeudado" (AGI, E.C. 914 b, 6° cuaderno, fol. 170).
(35) Si bien el inventario de la tienda se efectuó con detalle, valorándose además la mercancía, resumimos
el mismo indicando sólo los diversos renglones, que son los siguientes: 12 pesos en reales de a dos,
sencillos y medios; 19 pesos y cuatro reales, en reales de a cuatro y un doblón "que dijo Micaela de
Benavides mujer legítima de Ignacio Sánchez tocar y pertenecer a Maria Cabezas de Córdoba, mujer
de José Ramírez, que los dejó en cargo para acudir al convento de Santo Domingo por semanas"; ve-
las; puñales grandes y pequeños, uno con cabo y contera de plata y los otros ordinarios"; ocho navajas,
cuatro de destajar plumas y una de barbero; dos baleros; tijeras viejas; rapaduras; vino; aceite; aguar-
diente de uva; dulces; polvos azules; clavo de comer, pimienta de castilla; almidón de trigo; almidón
de papas; azafrán de Castilla; arroz de Castilla; coquitos de Chile; yerba; jabón negro; alusema; ajonjo-
lí; jabón de valles en limpio; sal limpiacayapas; mazos de tabaco; cigarros; badanillas; cinchones de
cabuya y cinchas; jarcia; aventadores; escobas de yumbos; fagulas; saquillos; tablas de toacasto; pilares;
tacones de madera; rodela bordada de hieno; pescado negro; tabaco en polvo criollo; pita torcida; piezas
de cintas de reata; peines de cuero; achote; frascos de frasquera; cuerda gruesa. En el casco de la tienda
se hallaron "siete láminas pequeñas de distintas advocaciones, con sus marquitos dorados ... un sitial
pequeño de raso, con su santo Cristo de bulto de madera ... lienzo sin moldura de más de vara de
largo".
A estos bienes hay que añadir, si hacemos caso de la declaración de la hermana de la esposa del
"Espadero", de 28 de octubre de 1744, "un altar de nacimiento primoroso" que se lo llevaron a casa
del Presidente, si bien por intercesión del padre misionero apostólico fray Femando de La Rea, se lo
devolvieron, "aunque muchas cosas se han perdido de él".
Je cogió del rezago, y no nuevamente comprado ni fabricado después del bando general que
se publicó", decretó su perdón, ordenando que se le entregase la canúdad por la que fue rema-
tada la pulpería, recibiendo el pulpero 107 pesos(36). Sin embargo, según la declaración de la
hermana de la esposa del pulpero, la devolución -por cierto de 120 pesos- tuvo Jugar varios
afios después, por su intervención ante el Presidente, quien "se compadeció y le promeúó a la
tesúgo que en saliendo de los ejercicios [espirituales] a que se iba, daría providencia", lo que
se efectuó un día antes de que "El Espadero" muriese loco, y cuatro días antes de que fallecie-
se su esposa, quien por cierto fue quien recibió la suma (Declaración de Gregoria Benavides
de 28 de octubre de 1744; AGI, E.C. 914 b, 62 cuaderno, fol. 170).
No fue esta la única aprensión de aguardiente, ni la única sanción económica impuesta,
ni el único perdón misericordioso de Araujo, ya que según declaró en su descargo de marzo
de 1745, "otra multa impuse a un pulpero, que ni me acuerdo de su nombre ni de la canúdad
(aunque sería corta), y sólo si hago memoria [de] que el alcalde ordinario Don Joaquín Laso,
en fuer7..a del encargo que le tenía hecho de que celase el aguardiente de cafia, vino a informarme
de que tenía un pulpero porción de aguardiente, por cuyo informe puede que se le sacase una
multa, la que se me trajo viniendo al mismo úempo el pulpero. Informado de la corta canúdad
que se Je halló y que 1enía reservada para los remedios de su casa, y que no la había comprado
después del bando, usando de conmiseración y piedad le mandé volver la multa" (AGI, E.C.
915 b, 92 cuaderno fol. 129-134).
Ciertamente o los pulperos obedecieron a pies juntillas el bando y se desprendieron del
aguardienle, o hubo una conspiración de silencios para ocultar la bebida.
Dos aguardientes eran los que se venían consumiendo en el ámbito quiteño, el de uva,
que no se producía en la zona por lo que había que importarlo, y el de cafia, que era de elabo-
rnción local. Tanto en la Real Cédula de 16 de agosto de 1714 como en el bando publicado
por Araujo el 23 de febrero de 1737, sólo se prohibía el aguardienle de caña, no el de uva, que
a partir de entonces era el único que podía consumirse. Aunque pudiera ser una casualidad,
ciertamenle nos resulta muy sospechoso que a este tráfico no fuese ajeno el Presidente de Quito,
quien tenía acceso al producto a través de su cuñado Victorino Montero, arrendador desde el
26 de agosto de 1735 de la mina de brea de Amotape (Lohmann 1976: 272), a cuya cabeza
había colocado al hermano de Don José: a Francisco Araujo y Río. De esta forma los dos
hermanos aparecían en el extremo de una cadena cuyo senúdo nos da el propio Victorino
Montero en carta escrita al Presidente de Quito el 11 de octubre de 1737, donde señala que la
brea de Amotape "se vende en El Callao y Pisco a cambio de aguardientes, y [de] éstos sólo
se sale de ellos enviándolos a Panamá, Valles y Quito"(37).
(36) La diferencia entre los 130 pesos del remate y los 107 recibidos creemos que se debe al descuento de
los 20 pesos que debía recibir el denunciante y a los gastos del remate.
(37) AGI, Quito 134, fol 138; carta remitida por José de Araujo en su escrito al Rey de 4 de febrero de
1740.
Araujo era pues "la conexión quitei'ia", y el producto a distribuir el aguardiente de uva,
cuyo mercado resultaba muy ampliado al prohibir el Presidente la elaboración, distribución y
consumo del de cai'ia; este hecho creemos que explica la "extraña rapidez" con la que Araujo
se dio cuenta de los fallecimientos que el aguardiente de caña producía y con la que obró para
"buscar remedio", que lógicamente no fue el de perseguir a quienes adulteraban el aguardien-
te de cai'ia, sino el de prohibirlo y obligar a consumir sólo el de uva.
Aunque los quitei'\os no se percataron exactamente de la entidad de la maniobra, sí que
sospecharon que la prohibición del aguardiente de cai'ia no sólo redundaba en beneficio de la
salud de los vecinos, sino también en la de los bolsillos del Presidente. Así, en el cargo que el
12 de agosto de 1743 (AGI, E.C. 915 a, 8° cuaderno, fol. 116) presentó Don Simón Alvarez
de Monteserín, éste acusó a Araujo de que "la prohibición de dichos aguardientes no fue más
que un estudiado ardid de dicho sei'\or", treta que sólo relacionó con ''poder vender con repu-
tación y con excesiva ganancia los [aguardientes] que introdujo a esta ciudad en las cargas
que condujo al tiempo que vino a servir su presidencia"(38), argumentando que "en cuanto
acabó de expender los que había introducido ... después volvieron a correr los de la tierra sin
embarazo alguno, como hasta hoy se hallan corrientes".
Aunque la sospecha de Alvarez de Monteserín estaba bien encaminada al afirmar que
algo se escondía debajo de la prohibición del aguardiente de caña, sin embargo fallaba al buscar
las causas, pues aunque Araujo introdujese en QuiLO, al momenLO de su llegada, mucha mayor
cantidad de las cuatro botijas de aguardiente de uva declarada'>, esa acción no puede explicar
una medida como la que LOmó. Pero Alvarez de Montescrín plantea en su acusación otro hecho
que no debemos dejar de pa<;ar por alLO: el del ténnino de la prohibición, que si bien él une al
agotamiento de la mercancía introducida por Araujo, éste la pone en relación con la
desmovilización de los soldados; efectivamente, en el punto 25 del interrogatorio presentado
por el Presidente el 17 de agosto de 1744, se lee: "Y si saben que dicha prohibición de los
aguardientes de caña fue por el año treinta y siete en tiempo que hubo soldados, y no hasta
que se acabasen de vender las botijas de aguardiente que suponen traje yo de Lima, y que
aunque encargué este cuidado a las justicias, por defecLO de ministros dejaron de celarlo" (AGI,
E.C. 914 b, 7º cuaderno, fol. 14 y sigs.).
Aunque este párrafo es revelador, debemos aclarar que está incluido en un contexto que aparentemente
deja a Araujo libre de cualquier sospecha Sin embargo es preciso señalar que estarnos ante un hábil
montaje puesto en marcha por el Presidente quiteño para apartar de sí la acusación de estar relacionado
con el comercio, para lo cual remitió al Rey un testimonio con una serie de supuestas cartas de Victorino
Montero a su corresponsal en Quito y a él mismo. El detonante que provocó esta actuación fue un
vale que cayó en manos del fiscal Valparda y en el que Araujo reconocía el 16 de mayo de 1738 que
había recibido de Juan de Zumárraga "2.000 pesos que por hacer una merced me ha prestado, los cua-
les entregaré a su disposición cuando me los pida, o se irán satisfaciendo del producto de 40 petacas de
jabón, 19 botijas de aguardiente y 15 fardos de cordobanes que pongo a su disposición para que la
persona que señale venda estos géneros y le entregue el producto".
(38) Araujo, en su entrada en Quito se presentó con un impresionante volumen de equipaje entre el que
aparecía un considerable botijambre, que según el Presidente estaba formado por "48 botijas de vino y
vinagre, 18 de aceitunas, 4 de aguardiente, [y] 10 arrobas de aceite en 28 botijuelitas", todo lo cual era
para gastos de su casa (Interrogatorio presentado por José de Araujo el 21 de julio de 1739, AGI, Quito
134, fol. 83 ).
Es posible que esta explicación dada por José de Araujo sea cierta, pero no podemos
dejar de planteamos la posibilidad de que el cese de la persecución del aguardiente de caña no
coincidiese con la anulación de la compañía de soldados, sino con el hecho de que el mercado
ya estuviese convenientemente "saneado", tanto para el Presidente y su aguardiente de uva,
como para sus partidarios y su aguardiente de caña. Con esta última posibilidad creemos que
tienen relación dos hechos; el primero es que cuando en Quito se destruyeron los alambiques
para la fabricación de la bebida, se exceptuaron los de determinadas personas que pensamos
estaban ligadas al grupo que controlaba el poder, lo que quizá también sucediera con los de
las haciendas, de donde no tenemos datos; el segundo es el corto número de alambiques que
oficialmente se embargó y destruyó frente a los muchos que parece que se tomaron, hecho
que quizá no se deba al ansia de enriquecimiento de Araujo, como pensó Rubio de Arévalo,
sino a la voluntad de eliminar de la producción a personas no gratas e incentivar la de las
amigas, a quienes fueron a parar los alambiques tomados.
5. RECAPITULACION
En febrero de 1737 José de Araujo tomó la decisión personal de levantar una compañía
de soldados que, entre otras fuenas, contó con el apoyo inmediato del Cabildo y de la Au-
diencia, que no recurrió la medida. Pero no todo fueron aplausos o silencios, pues en marro
de ese año el fiscal de la Audiencia, José de Valparda, denunció a Lima y a Madrid el exceso
cometido por el Presidente, no por celosa vigilancia de la legalidad, sino por a'>Í convenir a
los intereses de la parcialidad con la que se había alineado al menos desde fines de enero de
ese año de 173 7, y que era contrnria a la del nuevo mandatario.
Aunque la razón invocada por Araujo en 1737 para la creación de una compañía de
soldados fue la de dotar a la Justicia de ministros ejecutores, en realidad estamos ante un claro
caso de afirmación del propio poder, pues los soldados dependían de él como Capitán Gene-
ral, residían en su casa y dos de ellos, "discretamente" vestidos de verde y amarillo y armados
con rejón, le acompañaban a él o a su esposa en sus salidas. Si el que el poder se rodee de una
fuerza armada para garantizar su tranquilidad y el cumplimiento de sus disposiciones guber-
nativas, no es un hecho excepcional, tampoco lo es el procedimiento arbitrado por Araujo para
su financiación, que según él no debía recaer sobre la "república", aunque a la hora de la verdad
intentó que sobre ella recayera, como hemos visto.
Pero el levantamiento de una compañía de soldados no fue la única medida arbitrada
por Araujo con el pretexto de atender a la felicidad de los quiteí'los, ya que también intentó
evitar los males que producía el consumo de aguardiente de caña adulterado, lo que hizo no
de la fonna que parecía lógica: saneando el producto, sino prohibiendo su fabricación y consumo
al poner en vigor una cédula de 1714, ya en desuso. Si bien inicialmente la medida arbitrada
por Araujo sólo podría calificarse de excesiva, en realidad el calificativo que le cuadra es otro
bien distinto, pues estamos ante una hábil operación comercial camuflada con la invocación
al "bien común" y a la voluntad del Rey (que por cierto también fue interesada).
Nosotros creemos que lo que en realidad pretendía Araujo era por una parte el colocar
en el mercado el aguardiente de uva que distribuía su cuí'lado Victorino Montero, y por otra
destruir la infraestructura que para la producción y distribución del aguardiente de caña tenían
las gentes del grupo contrario, refommdo al mismo tiempo la de las propias.
Aunque la recluta de la compañía de soldados y la prohibición del aguardiente de caña
aparentemente son dos medidas independientes que sólo tienen en común su proximidad en el
tiempo y el responder supuestamente al "bien común", en realidad creemos que están
emparentadas, y que la segunda estaba condicionada por la puesta en marcha de la primera.
Nosotros creemos que no es casual que los soldados aparezcan en todos los episodios de la
aplicación de la prohibición del aguardiente de caña, siendo la causa de ello el temor a la protesta
de quienes lo fabricaban o más bien de quienes lo consumían; sin la existencia de esa fuerza
militar, ¿se habría atrevido Arauja a aplicar la cédula de 1714? Creemos que no.
Llegando a relacionarse el fin de la prohibición con el término de la bandera levantada
por el Presidente
BIBLIOGRAFIA
1989 "Un ejemplo de la lucha por el poder en Quito [la elección de alcaldes del año de
1737]". Cultura, Revista del Banco Central del Ecuador, vol. 24 A. Quito.
1991 "La estructura social quiteña entre 1737 y 1745 según el proceso contra Don José
de Araujo y Río" Revista de Indias, vol. LI, NV 191. Madrid.
1993 "La pugna por el poder local en Quito entre 1737 y 1745 según el proceso contra
el Presidente de la Audiencia José de Araujo y Río". "Revista Complutense de
Historia de América", Nº 18, Madrid.
Jean-Pierre Tardieu·
"Gallinaw no canta en puna, y si canta es por fortuna". Este refrán peruano parece li-
mitar el impacto de la esclavitud en los Andes. Desde luego no se puede equipararla con la
mita que provocó tantos estragos entre los indios. Los esclavos nunca rivaliz.aron con la mano
de obra barata proporcionada por los naturales, mejor adaptados al trabajo en estas tierras.
Sin embargo la presencia de los negros en la sierra, aunque no llamó la atención de mu-
chos estudiosos, no era nada desdeñable. Incluso daba lugar a un comercio que dejó numerosas
huellas en los registros notariales del Cuzco.
Para un estudio detallado de este comercio, cabía escoger un período no muy largo y
bastante representativo, en que estuviera bien asentado en la capital andina Además era preciso
disponer de un "corpus" sin rupturas demasiado amplias. Por eso escogimos los libros de la
escribanía de Lorenzo Messa Andueza entre los muchos que se encuentran en el Archivo De-
partamental del Cuzco. Revisamos los registros que van de 1655 a 1682. En ellos están incluidos
los testimonios de casi treinta ai'los de la vida cuzquefla
Cada afio consta de dos libros semestrales, aunque de vez en cuando falta uno. En estos
cuarenta y un registros, apuntamos doscientos quince contratos de compra-venta, con un total
• Agradezco la ayuda prestada en Lima por el Instituto Francés de Estudios Andinos para la elaboración
de este estudio y la amable atención del personal del Archivo Departamental del Cuzco.
CuadroN21
F.sclavos vendidos en la escribanía de
Lorenzo M~ Andueni 1655 - 1682
J. LA MERCANCJA
Como lo veremos más adelante, los esclavos eran una mercancía sometida a las normas
vigentes en el derecho comercial de aquella época. Sin embargo, por tratarse de una mercan-
cía "humana", los contratos se refieren a una serie de datos que definen con cierta precisión
sus carocterísticas esenciales.
CuadroN92
Compra-venta de esclavos criollos
Origen geográfico
Esta definición se aplica de un modo general no sólo a los negros nacidos en todas las
Indias Occidentales, sino también a los mulatos y a los zambos, hijos de negros y de indias o
vice-versa. El 21 de septiembre de 1648, el capitán Juan Gómez Ortíz compró a Lucrecia,
"negra o zamba... criolla de la ciudad de los Reyes". Ocho años más tarde, Juan Esteban de
Ardaya y su mujer adquirieron a una mulata "criolla desta ciudad" (25-9-1656). En el cuadro
2 incluimos a dos mulatos procedentes de España (15-2-1668 y 2-4-1674).
(1) La cédula del día 11 de mayo de 1526 prohibía el paso a las Indias de los esclavos «criados con mo-
ros» (Recopilación 1947, !ex XVIII, De los pasajeros). Tardieu 1988:318-321. Lockhart consagra al-
gunas líneas a la situación de los moriscos (1982:251-253).
(2) Respecto al origen étnico de los esclavos bozales, Sandoval 1987:110-111. Ver también Aguirre Beltrán
1972 y Bowser 1987:84.
De un modo general, los esclavos pertenecían a una gran variedad de grupos éblicos, a
veces emparentados los unos con los otros. A pesar de lo escueto de las referencias tribales,
los documentos analizados muestran que había en el Cuzco varios representantes de las tres
grandes áreas determinadas más arriba. En el cuadro 3 se nota la preponderancia de los angolas.
Probé en otro estudio sobre los esclavos en el Pení virreinal que los negros angolas consti-
tuían un alto porcentaje de la mano de obra servil en la segunda mitad del siglo XVII, debido
al desarrollo de la trata portuguesa en Angola (Tardieu s/f).
Sin embargo, no se puede afirmar rotundamente que los esclavos vendidos con dichas
apelaciones pertenecían con certeza a las etnias evocadas. Es bien sabido que se les daba muy
a menudo como patronímico el nombre del puerto o de la región de embarque. Los "minas"
pues no corresponden forzosamente al grupo étnico mina, y la denominación "guinea" es muy
vaga.
Tengamos en cuenta también que, a veces, ciertos esclavos criollos heredaban el gentilicio
de origen émico de sus padres. Así el día primero de abril de 1665, Luis Núñez vendió a Joseph
Angola, criollo del Cuzco.
No faltan algunas alusiones al camino seguido por los bozales hasta el Cuzco. Unos
dueños adquirieron a sus negros directamente de los "cargadores de esclavos". Para el virreinato
del Pení, Cartagena de las Indias era el gran puerto de reparto de las "piezas de ébano". El 26
de enero de 1675, Bemardino de Veintemila, en nombre del doctor don Diego del Corro
CarrdSCal, presidente de la Real Audiencia de Quito, vendió al licenciado don Joseph Santiago
de la Barca, presbítero, un esclavo "de nación mina", comprado por el funcionario en la ciudad
de Cartagena "a un cargador de esclavos". En el contrato finnado el 23 de marzo de 1671, el
mercader Antonio Cola'>O Carneyro declaró que había comprado a Domingo, de edad de 25
años, "en la ciudad de Panamá, en una partida de negros". Según parece, estas ventas no res-
petaban siempré las normas jurídicas: el mercader confiesa que no tiene los títulos de propiedad
"por no usarse haser escrituras en dicha ciudad".
CuadroN!l 3
Compra-venta de esclavos bozales
Origen geográfico
H M
Guinea
Yolofo 1
Caboverde 3
Mandinga 1
Guinea 1 2
Costas de
SaoThomé
Arará 2
Mina 1
Caravalí 1 1
Grupo bantú
Congo 6 1
Angola 17 13
Malemba 1
Sin precisar
En este puerto, los mercaderes limei'los solían adquirir grupos de esclavos para vender-
les con un sustancial rédito en la capital virreinalC3). Miguel Hemández Ambite compró a uno
de ellos la negra Catalina cuya hija Margarita traspasó al limei'lo don Félix Joseph de Agüero
el 12 de abril de 1656.
Pero no todos los negros seguían la ruta del Pacífico. Era mucho más provechoso diri-
gir las cargazones de bozales al puerto de Buenos Aires, aunque lo prohibía la legislación por
miedo al contrabando y a las protestas de los mercaderes de Portobelo y de PanamáC4). Allí el
capitán don Joseph de Oquendo compró para su hennano don Miguel a la negra María de
casta angola Este le cedió el 3 de enero de 1665 a don Dionisia de Ugarte, vecino del Cuzco.
Las partidas de negros se internaban, legal o ilegalmente, hasta Córdoba y Tucumán, en
busca de compradores. Así María, "de tierra angola" llegó en manos del capitán Juan Ramires,
quien la compró en Córdoba y la vendió el 11 de enero de 1656 al doctor don Cristóbal de
Roa Albarracín, canónigo de la catedral del Cuzco.
(3) Bowser (1987:89-114) estudia en su libro el comercio negrero de uno de los más prominentes merca-
deres de Lima, Manuel Bautista Pérez, «identificado por el Santo Oficio en 1631 como el «capitán
grande,. de los judíos limeños,..
(4) Para el comercio y las rutas por Buenos Aires hasta el Alto Perú (Córdoba, Tucumán, Potosí), véase
Peralta 1979:33-41.
Llevados de la sed de lucro, los negreros se atrevían hasta la Villa Imperial de Potosí,
adonde llegaban algunas partidas de esclavos. A una de ellas pertenecía el negro Gregorio,
adquirido allí por Pedro Rubio y vendido en su nombre en el Cuz.co el 9 de agosto de 1660.
Así pues hacia el Cuzco convergían esclavos desembarcados en todos los puertos del
virreinato, añadiéndose a los criollos. Nos extrañaría su gran movilidad geográfica de no ser
inherente a este tipo de comercio. Además ciertos dueños, mercaderes, funcionarios de la Co-
rona o sacerdotes, eran muy andariegos y aprovechaban las oportunidades para adquirir a los
esclavos a quienes necesitaban o pensaban vender después con algún beneficio.
CuadroN14
Ratio criollos-bozales
Núm. %
CRIOLLOS 174 76,99
BOZALES 52 23
Guinea8 3,53
Costas de Sao Thomé 5 2,21
Grupo bantú 38 16,81
Total 226
En los siglos XVI y XVII siempre se planteó el problema acuciante de la presencia fe-
menina entre los esclavos. Mostré en otra parte cómo el poder intcnLó imponer normas legis-
lativas para exigir el embarque por las costas africanas al menos de una tercera parte de muje-
res, con el fin de posibilitar el casamiento de los negros y lograr así la "pacificación" de las
tierras donde alcanzaban una gran densidad (Tardieu 1988: 393). La poca rentabilidad de las
mujeres en los sectores esenciales de la producción (agricultura, minería) hacía que nunca se
acataran las cédulas al respecto, dados en particular el contrabando y la vigilancia relajada de
los funcionarios reales.
En tal caso, los porcentajes arrojados por los cuadros 5 y 6 no dejan de ser llamativos.
CuadroNº 5
Ratio hombres y mujeres/ conjunto de los esclavos
T % H % M %
Total 226 143 63,27 83 36,72
CRIOLLOS 174 76,99 108 47,78 66 29,20
Negros 111 49,11 69 30,53 42 18,58
Mulatos 54 23,89 35 15,48 19 8,40
Zambos 9 3,98 4 1,76 5 2,21
BOZALES 52 22,56 35 15,48 17 7,52
CuadroN06
Ratio hombres y mujeres/ grupo racial
T H % M %
CRIOLLOS 174 108 62,06 66 37,93
Negros 111 69 62,16 42 36,93
Mulatos 54 35 64,81 19 35,18
Zambos 9 4 44,44 5 55,55
BOZALES 52 35 67,30 17 32,69
El porcentaje global de mujeres dentro del conjunto de los esclavos adquiridos sobrepa-
sa la cifra mínima impuesta por la legislación a los negreros. Esta tendencia de la compra-
venta en el Cuzco corrobora lo antedicho: se trata principalmente de esclavas de casa.
El sitio ocupado en la economía doméstica por las negras criollas acarreaba como con-
secuencia la miscigenación entre dueños y esclavos que evidencia el porcentaje de mulatas
propuestas a la venta. En cambio las zambas son poco numerosas. La mayor parte de ellas
escapaba de la esclavitud por ser hijas de indias. Sólo se integraban en la mano de obra servil
a los hijos de indios y de esclavas. Además se adaptaban menos fácilmente al mundo de los
dueños.
La gran distancia obstaculizaba el abastecimiento de bozales, entre los cuales otra vez
encontramos una fuerte presencia de mujeres que rondan alrededor de la tercera parte.
Del cuadro 6 se deduce que en la zona del Cuzco las exigencias de los dueños llevaban
como consecuencia práctica un mejor equilibrio sexual entre los esclavos de cualquier com-
ponente racial.
Otro criterio, de mucha importancia para el precio, era la edad. De ahí que cada contra-
to intente fijar la del esclavo.
Las escrituras sólo presentan una estimación de la edad del esclavo ("más o menos"), lo
que se entiende fácilmente para los bozales. En cuanto a los criollos, los dueños no disponían
de las partidas de bautismo necesarias porque no hacían al caso. La apariencia física, al fin y
al cabo, corregía la apreciación para evaluar el valor mercantil.
El cuadro 7 muestra que la gran mayoría de los esclavos comprados tiene entre 16 y 40
años (o sea el 80,80%). El alto porcentaje de adolescentes corresponde perfectamente a la
economía doméstica en que ya eran rentables, cuando en la economía rural se descartaba a los
jóvenes desprovistos todavía de la fuerza física necesaria para las duras faenas agrícolas.
A la progresión bastante regular de las ventas entre el nacimiento y los quince años se
opone la ruptura consecutiva a los cuarenta años. Los dueños estimarían que, pasada esta edad,
el esclavo ya no era capaz de satisfacer sus exigencias. Entre los motivos que incitaban a la
compra de esclavos ya mayores, estaba sin duda el deseo de adquirir a siervos baratos y aptos
todavía para trabajos de poca fuerza y cierta experiencia.
Según los cuadros 8 y 10, la edad útil es más amplia para los negros criollos que para
los bozales. Para los mulatos (c.9), las preferencias van estrechándose aun más (de 16 a 20
afios). Pertenecían de una manera evidente a la clase de los esclavos de prestigio.
¿Intervendría un factor de índole sexual? Ya se conoce el papel desempeñado por la
mulata en la sociedad peruana. Sin embargo sólo contamos a 3 mujeres entre los 16 esclavos
comprados en esta clase de edad.
Mediaban otros datos en la estimación del esclavo. Aunque no era precisamente un cri-
terio de valoración, nos referimos primero a las marcas impuestas a algunos por sus dueños
para disuadirles del cimarronaje.
Al vender al negro Pedro, el 18 de octubre de 1673, Juan de Solórzano declaró que es-
taba "herrado en el rostro con una ese y un clavo". Los mu latos Juan de la Feria (14-10-1656)
y Bartolomé (16-6-1671) llevaban la misma marca. La mulata Andrea la tenía en "ambos ca-
rrillos" (29-10-1671). Juan Antonio, en "los carrillos y frente" (23-8-1660); Bemabé de Are-
nas, "en el rostro y en la frente" (29-10-1661). Los dos eran del mismo grupo racial que los
precedentes. Estos estigmas vergonzosos delataban el estado del zambo Nicolás, criollo de
Nueva España (18-6-1661).
Los contratos de venta aludían a los defectos físicos. Tenían efectivamente una inciden-
cia en los precios de los esclavos, si tenemos en cuenta los promedios presentados más abajo.
La negra criolla Manuela, de 24 afios de edad, tuerta de un ojo, sólo alcanzó el valor de 500
pesos (25-8-1657). A su congénere Joseph, de 18 afios de edad y de espalda corcovada, se le
traspasó por tan sólo 600 pesos (9-8-1661). El mulato Joseph Ramírez, de la misma edad y
con el mismo achaque de Manuela, fue vendido por 550 pesos, precio que nos parecería bas-
tante alto, si no fuera el dicho esclavo oficial cargador y perchero (9-12-1673).
Los contratos ofrecen pocos detalles respecto a las cualificaciones de los esclavos. Po-
niendo aparte el ejemplo precedente, sólo encontramos dos casos. El negro Juan, criollo de
Lima, a los 26 afios, sobrepasa con mucho el promedio de su casta y de su edad con un valor
estimado a 770 pesos (24-3-1656). Era oficial carpintero. En cambio don Martín de la Riva y
Herrera dio sólo 500 pesos por el negro limeño Jacinto, oficial herrador de 32 afios de edad
(14-4-1663). ¿No tendría este esclavo un defecto que rebajara su valor? Aparentemente pues,
los dueños de esclavos dotados de algunos conocimientos técnicos no solían separarse de ellos
muy frecuentemente: eran una fuente de pingües ingresos. Sólo un motivo extraordinario po-
día justificar su alienación.
Las escrituras se referían además a la situación familiar de los esclavos. La legislación
religiosa no dejaba lugar a dudas a este respecto. La Iglesia hizo lo que puedo para oponerse a
la separación de los cónyuges por dueños poco respetuosos de los textos conciliares (fardieu
1988: 396-404; 792-825).
Ním. % Núm % Num % Núm % Núm.% Núm. % Núm. % Núm.% Núm. % Núm. %
N
E H 1 0,44 3 1,33 7 3,12 26 11,60 16 7,14 11 4,91 11 4,91 2 0,89
e G
R
o
M 1 0,44 3 1,33 3 1,33 4 1,78 9 4,01 6 2,67 8 3,57
I Mu
H 1 0,44 2 0,89 3 1,33 13 5,80 7 3,12 3 1,33 4 1,78 1 0,44 1 0,44
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Artículos, Notas y D o c u m e n t o s - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Se presentaban tres casos. Se podía vender una pareja al mismo comprador, sin romper
los lazos del matrimonio. El día 3 de enero de 1668, el licenciado Marco AnLonio Femández
de Antesana, canónigo de la catedral del Cuzco, adquirió al negro Andrés y a su esposa, la
negra Magdalena, ambos de 40 años de edad, por 1300 pesos, precio normal por tales esclavos.
De vender a un esclavo casado, el vendedor había de precisar la identidad étnica y el
estado del cónyuge para que el comprador no separase a quienes la Iglesia había unido por el
sacramenlo del malrimonio. El dueño de recuas Diego de Alarcón Lenía la posibilidad de alejar
del Cuzco a su esclava recién comprada la mulata Andrea, criolla de Oropesa: su marido, por
ser indio y disfrutar de la libertad de movimiento, podía seguirle (29-10-1658).
Por el contrario, el doclor don Alonso Merlo de la Fuente, deán de la catedral, no goz.aba
del mismo privilegio después de adquirir al negro mandinga Baltazar el día 20 de diciembre
de 1661: estaba casado con una negra esclava. De ahí la cláusula muy significativa pese a su
concisión: "y se lo vendo por cassado con una negra esclava". La conclusión que había de
sacar el nuevo propietario era obvia
2. LA COMPRA-VENTA
El dueño cuzqueño, como Lodos sus parecidos, tenía la libertad de enajenar a sus esclavos
cuando se le anlojaba Sin embargo, a través de los contraLOs se manifiestan tres grandes moti-
vos.
2.1.l Causasjurúlicas
Los más objetivos, si se puede decir, eran de carácter jurídico. No eran siempre volun-
tarias: el propietario se veía a veces compelido a separarse de un esclavo.
Lo hacía más fácilmeme, claro está, cuando se trataba de una herencia. El día 30 de
julio de 1668, Diego de la Coba vendió al general don Luis Ibáñez de Peralta y Cárdenas un
negrilo de 14 años de edad. Se lo imponían las circunstancias, ya que el verdadero dueño, su
hermano Bernardo de la Coba, había fallecido abimestado, dejando ipso faclo como herederos
a todos sus hermanos. No insistiremos en este caso bastante clásico: la muerte de los dueños
era una de las primeras causas de enajenación, aunque se añadían muy a menudo otros aspecLOs
de los cuales hablaremos más adelante.
Otro motivo jurídico era el divorcio de los dueños. Emplearnos esta palabra con el sentido
de aquella época, es decir de separación "quoad Lhorum et mensam", sin disolución del sacra-
menLO del malrimonio. Después del trámite normal en tal caso, doña Gerónima Ladrón de
Guevara, vecina moradora del Cuzco y mujer legítima de Diego Pacheco el mozo, se salió
con la suya. El doctor don Antonio de Cartagena Santa Cruz, provisor y juez eclesiástico de la
diócesis, pronunció el 18 de marzo de 1664 el divorcio de los dos esposos. Esto llevaba como
consecuencia la separación de bienes. Se le mandó al marido que devolviera a su mujer sus
"bienes dotales", entre los cuales estaba la negra Josepha de la Cruz, nacida en casa de los
padres de doña Gerónima Previa exhibición de la sentencia, se vendió la esclava al alférez
don Juan Calleja de Contreras el día 10 de abril de 1665, o sea un poco más de un año después
del fallo(S).
A veces el interés del esclavo se añadía al del dueño para justificar la venta (Tardieu
1988: 790-825). Para reunirse con sus cónyuges unos esposos solían escapar, lo que aminoraba
su rentabilidad. Entonces algunos propietarios aceptaban facilitar la vida matrimonial de la
pareja traspasando su esclavo al dueño del cónyuge, a cambio de una compensación económica
adecuada. El 13 de julio de 1666 Fray Antonio Camargo, "provincial" del convento de la
Merced desembolsó 7W pesos por la negra angola Isabel, de 40 años de edad, casada con un
esclavo suyo. Si nos referimos al cuadro por precios presentado más abajo, la sobrestimación
es manifiesta, tanto más cuanto que Antonio de Salazar vende a Isabel "por simarrona porque
al presente está huyda".
Aún más evidente es el beneficio que saca Miguel Hernández Arnbite de semejante
transacción el 12 de abril de 1656. Exige de don Félix Joseph de Agüero, vecino de Lima, la
cantidad de 1000 pesos para cederle a la negra cuzqueña Margarita, de 25 años de edad, espo-
sa de Domingo de Agüero su esclavo. No se olvida de aludir a la posible existencia de lazos
sentimentales, arguyendo que se había criado en su casa dicha esclava desde la edad de dos
años y medio.
Como acabamos de verlo, estas causas jurídicas no carecían de cierto aspecto pragmáti-
co, que intervieri.e de una manera más sugestiva en otras ventas.
(5) La vallé (1986). Lockhart (1982:200) llama la atención sobre el hecho que "una dote también podía ser
una forma de protegerse contra endeudamientos futuros".
de Arbides, presbítero, el negro Ambrosio, criollo de Oropesa, confiesa que "se me a huído
muchas beces" (1-6-1667). Ocurre que la venta se verifique durnnte la fuga del esclavo, como
parn el negro criollo Bartolo, de 20 años de edad (13-9-1670). A veces hasta se sabe dónde ha
parndo. La india María Panti está segura de que su esclavo Gaspar, nacido en su propia casa,
"anda huydo en los yungas" (14-2-1658). Don Cristóbal de Roa AJbarracín, al finnar el con-
trato de venta de la negrn Dominga con Martín Lopes de Paredes, escribano público, declara
"se la vendo por huida al presente y ausente de mi poder... " Acusa a dofia Ana Panti, otra
india de "avérsela llebado y tenerla oculta" (8-5-1659). Juan Antonio de Muzquia y Ascano
asegura a Juan Martínez Despijo que su mulato Bias Martínez "se le huyó en la ciudad de
Arica" (30-1-1675). El 23 de septiembre de 1667, el licenciado Marcelo de Salcedo y Rochas,
curn de Caracoto, dio poder a don Antonio de Salmas, residente en el asiento de Laycacota,
para vender al negro Francisco, de 18 años de edad: "a tenido noticia que al presente está en
la dicha ciudad del Cuzco" (11-10-1667). En cuanto al mulato Juan Francisco, criollo de Tacna,
el ayudante Francisco de Sosa, duefio de recuas, admite todos los defectos de que se suele
acusar a los esclavos: "se lo bendo por borracho, ladrón, simarrón, huydor", insistiendo con
pesadez: "y por el más malo que ay en esta ciudad". Por eso le tiene "con prisiones" (18-10-
1673).
Por delito de cimarronaje se encierra a los esclavos en la cárcel pública hasta su venta.
Del negro Simón, dice Jacinto de Ojeda que "al presente está preso en la cárcel pública desta
ciudad por tal simarrón" (7-6-1668). En condiciones idénticas se encuentran el negro Andrés
de Aliaga (15-10-1664), el mulato Marcos (17-9-1668), el mulato Joseph (15-11-1668) y el
negro Tomás (5-12-1668).
Entre los huidos y los presos por cimarronaje, son bastantes esclavos, por lo menos 12,
o sea un porcentaje de 5,28% de los vendidos. Su situación tiene una incidencia notable en la
venta: las dos tercerdS partes de ellos se venden por una cantidad muy inferior al promedio
abonado por esclavos de semejante condición. Re~-pecto a los casos restantes, dos compradores
obtienen un plazo de pago de cuatro meses (15-10-1664 y 11-10-1667) y uno se compromete
en pagar siete meses más tarde con azúcar del ingenio paterno (1-6-1667). Sólo uno de los
cimarrones presos, el mulato Juan Francisco sobrepasa el promedio sin ninguna cláusula res-
trictiva (8-10-1673).
Se traspasa a algunos esclavos por no corresponder ya a nuevas necesidades. don Luis
de Torres, hacendado de Paucartambo, nos presenta un caso ejemplar. Como tutor y curndor
de don Isidro de Otalara, le parece acertado vender al negro Pascual, esclavo de su protegido.
No es de ningún provecho y está "a riesgo de morirse o huirse". Más vale venderle para pagar
los gastos del colegio de San Bernardo donde estudia el joven, antes que enajenar otros bienes
de mayor interés (27-9-1668).
En su testamento, el general don Martín de la Riva y Herrera adoptó una actitud ¡mecida
parn mejor socorrer a sus hijas, monjas en un convento de la ciudad. Sus dos mulatas no son
aptas parn el servicio dentro de la clausurn. La una está casada con un moro que está a su
servicio desde hace muchos años: la otra tiene un crío. Lo mejor entonces es vender a esta
última con su hija para comprar una negra capaz de servir a las monjas (4-8-1665).
Los esclavos eran muy a menudo objetos de litigio, en particular entre herederos o des-
pués de ventas más o menos legales. Estas circunstancias solían acarrear la ausencia del escla-
vo. Entonces el duefio legítimo, frente a la imposibilidad de usar de su esclavo, prefería ceder
sus derechos a alguien que estuviera en mejores condiciones para recuperarle, aunque fuera
por una cantidad irrisoria. Luis Núñez vendió al capitán don Rodrigo del Valle Alvarado su
mulato Martín de 25 años, nacido en su casa. Se le raptó el capitán don Francisco Cazorla,
"quien lo tiene en la provincia del Collao en su servicio más a de seis meses". Claro es precio
pagado por el comprador, o sea 380 pesos, no corresponde ni mucho menos al valor comer-
cial del mulato (9-12-1671).
Muy pocas veces se tomaban en cuenta los intereses de los esclavos. Hemos visto más
arriba cómo intervenía la legislación religiosa a favor de los cónyuges. Poniendo aparte este
caso, no era imposible que un dueño se dejara apiadar por la situación de un esclavo suyo.
Pedro de Avilés, albacea del arcediano don Juan de Santa Cruz, consintió en vender a don
Félix Joseph de Agüero, vecino de Lima, una mulata de 12 a 13 años de edad, hija de Isabel,
mulata esclava del dicho don Félix. Dado el precio (400 pesos), no fue de ningún modo una
acción caritativa. Isabel supo encontrar las palabras capaces de convencer a su dueño (14-2-
1656).
La solidaridad se manifiesta más bien en beneficio de la clase dominante. Teniendo en
lástima a Ana María Flores de Guevara, huérfana de padre y cuya madre se había casado de
nuevo, el jesuita Hemando Ocerín, con el dinero de una obra pía, le compró a una esclava de
10 años por la exagerada cantidad de 600 pesos. Llevándole sólo cuatro años a su nueva pro-
pietaria, María podía asistirle durante toda su vida (1-5-1656).
Enrreverados con las causas expuestas aparecen motivos de aspecto más económico,
casi siempre relacionados con un cambio repentino en la situación social del vendedor.
La muerte del cabeza de familia dejaba desamparados muy a menudo a su viuda y a sus
hijos. Para mantenerse, se veían obligados a vender bienes cuya alienación no les resultaba
demasiado perjudicial. Don Pedro Daza Dávalos, en una estadía en el Cuzco, vendió por su
madre, vecina de La Plata, al mulato Roque, heredado de su marido (24-9-1660). Doña
Gerónima de Espinosa y Valdés, viuda de don Francisco de Carvajal, confesó en el acta de
venta del negro angola Ba1ta7..ar que se separaba de dicho esclavo, a quien acababa de recuperar
después de una primera venta infructuosa efectuada por el difunto, "por no tener de que valer(se)
estando viuda y pobre y ...para alimentar a sus hijas" (18-6-1655). Doña Magdalena Enríquez,
viuda de Miguel Gerónimo de Medina, evocó el mismo pretexto para justificar la venta de la
negra Perrona de Cáceres: "la qual dicha negra la bendo para pagar parte de las deudas que
dejó el dicho mi marido y para sustentarme" (9-8-1668).
La palabra "deudas" aparece muchas veces en los contratos, dejándonos entrever el drama
de aquellas familias, cuyo bienestar dependía de la especulación, después de la desaparición
del padre. Fallecida su madre doña Teresa Costilla de Vargas, don Antonio de Mendoza mal-
barató a los mulatos Antonio y Marcos, respectivamente de 18 y 12 años de edad, por 700
pesos, "para pagar con ellos las deudas que dexó(sic) los dichos mis padres" (11-1-1656).
En realidad el valor del siervo era un capital fácilmente alienable sin grave consecuencia
para el vendedor. El hecho de poseer esclavos constituía una especie de seguro en caso de
malos negocios. Antonio de Covarrubias tuvo la suerte de poder contar con la solidaridad algo
interesada de su hijo el mercedario Fray Pedro de Covarrubias, quien le ofreció 480 pesos por
la negra María Angola de 40 ai'los. El religioso entregaría 350 pesos "a la persona que le co-
municó en orden al descargo de su conciencia". Con lo restante abonaría al jesuita Hemando
de Oceón los corridos de un censo impuesto en la vivienda de su padre (12- 10-1666).
Para socorrer al doctor don Juan de Orozco, cura de P'aucartambo, incapaz de reembolsar
984 pesos y 7 reales procedidos de la venta de bulas de la Santa Cruzada, Juan de A vendaño,
hacendado en la misma provincia. ofreció a su negrita, nacida en su casa, de ocho ai'los de
edad. A los 400 pesos que valía, ai'ladióa otros 200: así el receptor de las bulas de la Santa
Cruzada en el Cuzco, Antonio de Ojeda, podría dar al cura un recibo de 600 pesos (18-1-
1656). De los 450 pesos recibidos por un zambo, Juan de Córdoba consagró 133 para librarse
de un vale que había fmnado (18-6-1661).
También se solía hipotecar a los esclavos. Estos pasaban al poder del prestamista si el
deudor no conseguía reembolsarle al cabo del plazo fijado por la escritura. Don Antonio de
Cisneros vendió de esta manera por 700 pesos al negro Juan Soberanis, hipotecado por don
Juan de Urdaye (9-2-1661). Por supuesto, se hipotecaba al siervo comprado a plazos. Cuando
queóa venderle, el nuevo dueño tenía que ai'ladir al contrato de venta una carta de pago otor-
gada por el primer vendedor. Fallándole dicho documento, Juan de Córdoba aseguró en el
acta establecida el 18 de junio de 1661 que su zambo estaba libre no obstante de cualquiera
deuda.
Al fin y al cabo, esta escritura pone de realce lo precario de la situación financiera del
dueño. Juan de Córdoba penenecía, según parece, a esta clase de especuladores mediocres a
quienes la posesión de un esclavo les permitía ponerse a flote cuando era necesario. Se adivina
pues desde ahora que, a nivel superior, el esclavo desempeñaba un papel no desdeñable en los
intercambios financieros(6).
Vector de la especulación, el esclavo se transformaba a veces en gratificación concedida
por un buen negocio. En "recompensa de unas tierras" que le vendió, el capitán don Diego
Landines Albarracín regaló el negro Femando al capitán don Rodrigo de Valle Alvarado, quien
ganó 750 pesos de su venta (2-11-1671).
Así pues, no nos equivocaríamos mucho al decir que en el Cuzco también el esclavo
era una especie de "valor refugio", sobre todo para la gente cuyos recursos económicos no le
permitían considerar el porvenir con plena seguridad, aunque penenecía a la sociedad de buen
tono.
Entre los aspectos jurídicos de la venta, ciertos eran específicos del comercio de esclavos.
A estos se añadían cláusulas particulares. También se admitían algunas modalidades prácticas
bastante corrientes.
(6) ¿No formaría parte la compra de esclavos de la "concepción cumulativa de la riqueza" que, según Lavallé
(1988), guiaba la actitud de los "potentados locales''? Estos carecían de "estrategia comercial a largo
plazo" y de una "verdadera gestión".
Debido a las circunstancias no se podía siempre establecer la escritura, único título le-
gal de propiedad. Entonces la venta se hacía "de palabra", esperando un momento favorable
para finnar el contrato. Su valor residía en el compromiso del dueño de cumplir con su palabra.
Merced al intennediario de Cristóbal de Abaranga, regidor y alguacil mayor de la Paz,
el capitán Antonio de Sea, vecino del Cuzco, remitió su mulato Marcos al capitán Juan de
Alcalá, alférez real de la villa de Oruro. Abaranga, en nombre del propietario, "hir;:o bocalmente"
la venta, ratificada el 17 de septiembre de 1668. Una parte del dinero procedido de la transacción
sirvió para cubrir los gastos de la prisión en que estaba el esclavo.
Entre la venta de palabra y la raúficación medía a veces un intervalo bastante largo.
Diego Antonio Machaco esperó dos años antes de que el dueño de recuas Alonso Pallete le
diera una "escritura de venta en forma" por la negra Blanca remitida en el asiento de San An-
tonio de Esquilache (28-3-1633).
Este lapso de tiempo servía también de prueba en que el futuro propietario evaluaba las
aptitudes del siervo. Al finnar el contrato de venta, el alférez Agustín Calleja de Contreras
afinna "del dicho esclavo (el mulato Luis) está satisfecho el dicho licenciado Cristóbal de
Mendoza por auerlo tenido en su poder más tiempo de dos años por vía de venta de palabra"
(12-10-1679).
Este procedimiento justifica el precio a veces elevado del esclavo. Para adquirir al mulato
Luis, Mendoza desembolsó 500 pesos, cantidad modesta sin embargo al compararla con los
1000 pesos que pagó Diego Antonio Machado por Blanca. En este caso nos preguntaremos
por el carácter de la prueba a que fue sometida la esclava.
Otra circunstancia que complicaba algo la venta era cuando el esclavo pertenecía a una
comunidad religiosa. En el Cuzco, quizá menos que en Lima, era un caso común, como lo
veremos más abajo (Tardieu 1988: 141-286).
Entonces el representante de la orden había de exhibir el penniso concedido por los re-
ligiosos "de consulta". He aquí el tenor de la licencia presentada por Fray Juan Copete para
vender a Gaspar:
"Fray Francisco de Mendoza Predicador del orden de nuestro Padre San Agustín y vi-
cario Prior del combento del Cuzco auiendo llamado a los Reverendos Padres de la
Consulta para ver si em combeniente que el padre Predicador Fray Juan Copete ... ven-
diese un negro, propuestos algunos motivos fueron todos de parecer unánimes y confor-
mes que lo venda" (22-4-1659).
Pasó igual para la venta del negro chileno Gaspar por el padre Fray Francisco de Villega,
prior del convento hospital de San Juan de Dios, en nombre de los demás religiosos (10-9-
1677).
El no respeto de este procedimiento acarreaba la anulación de la transacción como ocurrió
en el monasterio de monjas de Santa Clara. La abadesa doña Leonarda Lara de Guevara no
aceptó la venta de la mulata Gabriela que pertenecía teóricamente a doña Magdalena de Saldía,
"por no auer renunciado ni hecho su testamento la dicha doña Magdalena de Saldía". Como
no existía ningún documento para probar que la mulata no estaba sometida a las reglas vigen-
tes en cuanto a los bienes de las religiosas, no era válida la escritura otorgada al capitán don
Juan de Vargas y Saavedra, corregidor de Calca. Se le devolvieron los 400 pesos pagados por
él y la abadesa pudo vender de nuevo a la esclava el 6 de octubre de 1664.
La anulación de la venta se hacía a veces por consentimiento mutuo. En realidad si no
correspondía a ninguna cláusula particular del contrato, se trataba más bien de una segunda
venta. El 14 de septiembre de 1668, el capitán don Pedro de Otayra le compró al capitán don
Francisco de Egaña Lasáriaga el negro congo García a quien le había vendido quince días
antes en nombre de Santiago de Valencia Según Egaña "no le (había) contentado el dicho
esclavo por ser bozal y no estar ducho en los mandatos y ocupaciones que le (había) encarga-
do".
Los dueños que se encontraban en algún apuro de dinero estaban obligados a separarse
de sus esclavos, corno lo hemos visto. Las cosas se hacían más complejas cuando el pago se
efectuaba a plazos, circunstancia que estudiaremos más adelante.
Entonces una cláusula anuladora preveía la cancelación del importe de la primera ven-
ta. Se le concedió un mes a Francisco de Bustarnante y Salcedo para abonar al alférez Martín
Saes los 360 pesos que le quedaban por pagar de la primera venta del negro angola Simón,
tra'>'J)asado al licenciado don Manuel Melo de Torres, abogado en la Real Audiencia de Lima
(25-8-1668).
Cuando el esclavo no "parecía de presente" según la fórmula usada, el comprador solía
exigir del vendedor que se comprometiera en entregarle al esclavo dentro de un plazo limitado.
Se tr,ilaba muy a menudo de cimarrones o presos en pueblos lejanos por huidores. Al cederle
sus derechos sobre el mulato Bias Romo, Francisco Santos Gallego le prometió al capitán Pe-
dro de Oteysa entregárselo "dentro de ocho días contados desde" la fecha de la escritura (27-
2-1668).
Sin embargo, el comprador aceptaba a veces buscar por sus propios medios al esclavo
fugado. Al firmar el contrato de venta del negro Gaspar con la india María Panli, el agustino
Fray Juan Copete admite que "lo ha de buscar y prender por su quenta y riesgo". No le queda
más al religioso que contrdlar a alguien para capturar al cimarrón (14-2-1658) (Tardieu 1987).
La venta "a distancia" presentaba un obstáculo mayor, también previsto por los cont.ralos.
Cuando Diego del Corral, de paso en el Cuzco, vendió al bachiller Juan Gonzáles de Medrano
su negra María que estaba en la villa de Oruro, aceptó las condiciones del comprador. Un
arriero de la carrera de Oruro se encargaría de entregar a la esclava Los gastos correrían a
cargo del vendedor, quien se comprometía a enviar a María al Cuzco en cuanto pudiera (10-
6-1656).
El comprador podía admitir una entrega diferida, principalmente cuando unos lazos de
parentesco le unían al vendedor acosado por la necesidad. La compra, en dicho caso, no dista-
ba mucho de ser una verdadera obra de caridad. ¿Cómo no adivinar el aprieto en que se en-
contraba doña Mariana Enríquez de Abilés, viuda de Diego Flores Ladrón de Guevara, al cederle
a su hermano, Fray Juan de Avilés, su negrito Juan de Avilés, de siete años de edad, nacido
en su casa? Según una cláusula restrictiva, el religioso sólo entraría en posesión del esclavo
Poniendo aparte estas cláusulas, las escrituras encierran unos datos que aclaran las mo-
dalidades prácticas de la compra-venta, sin que hubiera normas precisas al respecto.
No pocas veces por ejemplo se vendía a los esclavos de un mismo dueño en grupo. Los
contratos no dan siempre los motivos de la venta de varios esclavos sin lazos de parentesco
por el mismo dueño. Si don Antonio de Mendoza se separa de sus dos mulatos, es, como lo
hemos visto, para pagar las deudas de sus padres (11-1-1656). En cambio no da ninguna ex-
plicación Pedro Carrasco al traspasar tres negros suyos, dos criollos y un bozal, a Diego
Gutiérrez Barrientos, quien le paga la bonita cantidad de 1800 pesos. Sólo la necesidad de
dinero puede justificar esta decisión (20-5-1656).
Pedro Rubio Onna~aval, vecino de Potosí, no es muy exigente para el precio que podrían
ofrecerle por sus dos negros, hombre y mujer, ambos angolas y de 35 años de edad. En el
poder otorgado al dueño de recuas Baltac;ar Beloso, vecino del Cuzco, le confía la misión de
venderles "a los que le paresiere y al presio que hallare", "y para que lo que prosediere de
dichos esclavos lo pueda emplear en asúcar, caxetas o otros qualesquier géneros de la dicha
ciudad del Cuzco". Por lo visto, Pedro se dedica a la especulación de poca monta, ya que sólo
recibió 800 pesos por dos piezas que valían más. Sin embargo, las mercancías adquiridas de
esta manera en el Cuzco le permitirían indudablemente obtener pingües beneficios en Potosí
(9-8-1660).
No era fácil vender a las parejas de esclavos. Ya hemos hecho referencia a la protec-
ción que les brindaba la Iglesia. Lo más cómodo desde luego consistía en cederles a un mismo
dueño. Lo hizo el licenciado don Antonio de Lorenzana, relator de la Real Audiencia de La
Plata, merced a los servicios de Domingo de Castro, dueño de recuas residente en el Cuzco.
Este logró vender los esposos Gregorio y Maria, de nación angola, al capitán Francisco Jaja,
teniente del corregidor de Potosí en los repartimientos de Tarapaya y de Tora (30-9-1656).
El canónigo cuzqueño Marco Antonio Femández de Antesana disfrutaba de los medios
necesarios para comprar a don Luis Enríquez de Monrroy, regidor de la ciudad, el negro An-
drés y su esposa Magdalena por 1300 pesos (3-1-1668).
Se intentaba a veces no separar a un niño de pocos años de su hermano mayor. Nos
preguntaremos si Antonio Ochoa de Iturmendi se dejó guiar por un sentimiento generoso o
por una consideración meramente práctica al ceder sus dos 7.ambitos, el uno de 12 años y el
otro de 4 años y medio, al mismo comprador, Diego Sánchez, vecino de Quito, por quien ac-
tuaba el alférez Diego de Lara (15-6-1663).
Por razones obvias, se solía vender al crío e incluso al hijo de pocos años con su madre.
El capitán Juan Bautista Seneriega adquirió a la negra angola Catalina con un hijo suyo, par-
do de 5 años (20-5-1680). Cuando, por decisión testamentaria, decidió el general don Martín
de la Riva y Herrera que su albacea comprara a una negra para sus hijas religiosas, le mandó a
este propósito vender a su mulata Juana con su hija de edad de mes y medio tan sólo. Tenía
ocho meses al efectuarse la venta.
Era harto difícil encontrar a familias enteras de esclavos en casa del mismo dueño. Muy
pronto les separaban de una manera despiadada las vicisitudes económicas evocadas más arri-
ba. Las familias matrifocales conseguían mantenerse unidas durnnte más tiempo, hasta que se
pudiera vender separn.darnente a sus miembros, a no ser que algún comprador aceptase cargar
con ellos. Doña Catalina de Cúellar y Santillán adquirió de la viuda Catalina Hemández de la
Borbolla a su mulata Magdalena, criolla de Sucay en el marquesado de Oropesa, y a sus dos
hijas zambas, Josepha de 5 años y Catalina de 2 años y 2 meses. Gastó tan sólo 800 pesos por
esta buena inversión (21-10-1658).
En ciertos casos, la movilidad de los esclavos se debía al trueque. Unos dueños, movi-
dos por intereses no declarados, pero sin duda alguna muy justificados, no vacilaban en
intercambiar a sus siervos. De esta manera llegó al poder del capitán Luis Bautista Manso el
negro Luis, criollo de Potosí (7-12-1669). Esto requería una escriturn. establecida en debida
fonna. Por eso el general don Martín de la Riva y Herrera y el capitán Lucas de Gamana y
Ayala, ambos vecinos del Cuzco, decidieron acudir a los servicios del escribano para legalizar
"el trueque y cambio de uno con el otro y el otro con el uno". Los objetos del trueque son la
negra Felipa, de 20 años de edad y negra Marcela, de 30 años, de un valor parecido (12-12-
1663). Por lo demás, las escrituras de trueque se parecían a las de venta. Al separarse de
Marcela, el general no deja de referirse a este documento (20-11-1666). En poco menos de
tres años, Marcela cambió tres veces de dueño.
La recompra tenía una motivación más evidente. No faltaban dueños que, pasando el
tiempo, se arrepentían de su primer movimiento. El deseo de adquirir de nuevo al antiguo es-
clavo patentizaba cuando menos cierto apego, del que la separación les había hecho conscien-
tes. La india María Panti echaba de menos a Gaspar, vendido el 14 de febrero de 1658, a los
30 años , al convento de los agustinos, después de una fuga que le defraudaría mucho si tene-
mos en cuenta que le había criado hasta ese momento. Por escritura del 22 de abril de 1659,
los agustinos aceptaron devolver a Gaspar por la misma cantidad. ¿Necesitó María Panti más
de un año para darse cuenta de su error o para convencer al prior? A veces la cristalización de
un sentimiento requiere tiempo.
Así, las escrituras no dejan de traicionar la verdadera personalidad de unos fmnantes
que no consiguieron acallar sus reacciones humanas. Para ellos, la venta de los esclavos no
era mero comercio. Incluso originaba auténticos dramas cuando la imponían circunstancias
independientes de su voluntad. Pero, si nos referimos a la frecuencia de las ventas, no todos
eran como María Panti.
Entre todos los esclavos vendidos, 33 nacieron en casa de los vendedores, o sea un por-
cent.aje de 14,53. En el comercio de los esclavos, entraba por una gran parte la reproducción
natuml, fuente de cuantiosos beneficios para los dueños, a pesar de los gastos de manuten-
ción.
CuadroN2 8
Casta y sexo de los esclavos ''nacidos en casa"
Con sólo mirar el cuadro 8, se nota la desproporción evidente dentro del grupo de los
mulatos entre el número de varones y el de mujeres. Fundándonos en ella, ¿sería exagerado
afirmar que los dueños preferían quedarse con las chicas, más aptas al servicio doméstico que
los hombres? Aunque menos patente, se nota también una desproporción en el grupo de los
negros, lo que apoya esta hipótesis. Ciertas casas mantenían a las niñas y a las jóvenes con el
fin de disponer más tarde y por un precio menor de criadas bien formadas y adaptadas a los
usos domésticos. En tal caso, se puede hablar de un verdadero aprendizaje "in situ". Era muy
normal entonces que se diera la preferencia a las mulatas, más cercanas al mundo de los dueños.
Interesa también saber cuál era la edad de los esclavos vendidos. Lo que ya habíamos
entrevisto se nota claramente en el cuadro 9: la compra-venta no perdonaba a nadie, ni siquie-
ra a los críos.
CuadroN19
Edad de los esclavos ''nacidos en casa"
Ed. 16a 17a 18a 19a 20a 22a 24a 25a 26a 30a Total
Núm. 1 2 2 1 2 1 3 3 1 2 33
m= meses; a=años.
Sin embargo, la gran mayoría de los "nacidos en casa" tenía más de 10 años (27 casos).
Se vendió a más de la tercera parte después de los veinte (12 ca<;os). Así que los dueños no se
separaban tan fácilmente de los niños criados en su hogar. A la visión uúJitaria bien podía
agregarse cierto apego forjado a través de los años. Entonces la enajenación de estos esclavos
habría de atribuirse sea al descomento provocado por su acútud, sea a la necesidad. No olvi-
demos las vacilaciones de María Panú.
En la familia del dueño se sucedían a veces varias generaciones de esclavos, sin que
lograran forjar un hogar unido, ni siquiera de aspecto matrifocal. La mulata Juana dio a luz en
casa de Luis Núñez, como lo había hecho su madre Teresa. Pero cuando se vendió a su hija
Angela, la abuela pertenecía ya al canónigo don Cristóbal de Roa Albarracín (21-1-1665).
Doña Ana María de Lescano Betanzos y su marido, al ceder a su mulato Bias, de 24
años, declararon que el joven había nacido en casa de su abuelo Rui Diez de Betanzos, regidor
del Cuzco (23-1-1663).
Cuando moría la madre esclava, ciertas dueñas se encariñaban con sus hijos: lo vimos
con doña Mariana Enríquez de Avilés. En la escritura de venta del negrito Juan de Avilés,
afirmó su voluntad de criarle, Pero no faltan ejemplos de niños vendidos muy jóvenes, después
de la muerte de su madre, como en del negrito Gregario Loro, de 8 años (22-7-1661), y el
mulato Francisco Rama, de 9 años (26-11-1670). A la rupn.ua familiar se añadía la ruptura
geográfica para Gregario trasladado de Potosí al Cuzco.
La conmiseración de los amos por estos niños tenía límites. Aun desaparecía con las
contingencias materiales que descubrían despiadadamente la realidad.
Frente a los esclavos comprados, los lazos sentimentales no aparecen claramente, aunque
intervienen de otra manera más difícil de discernir. Las escrituras de venta no traicionan los
verdaderos motivos de compra. Los testamentos revelan mejor los sentimientos de los amos
para con sus esclavos, en particular cuando se trata de las tan famosas mulatas. Sólo podemos
emitir vagas hipótesis al leer el contrato de venta de una de estas personas jóvenes. Pero lo
que sí afirmaremos es que los dueños no se separarían de esclavas que ocupaban una posición
particular en su casa, a no ser que hubieran cambiado los sentimientos de aquéllos o la actitud
de éstas.
Las escrib.lras se refieren a una primera venta para 73 esclavos de los 227 apuntados, lo
que da el alto porcentaje de 32,15. Esta cifra podría ser más elevada si no faltaran algunos
registros. La consideraremos pues como un estricto mínimo. Desde ahora sacaremos la con-
clusión que la integración de un esclavo en una familia no era muy frecuente. Se le considera-
ba como un instrumento de trabajo que daba o no daba satisfacción, y como un capital some-
tido a las fluctuaciones socio-económicas que enfrentaban los amos.
Cuadro N2 10
Frecuencia de las ventas de los esclavos
ta, sometida a las fluctuaciones del mercado esclavista, podía ocasionar una pérdida para el
vendedor acosado por la necesidad o impaciente de separarse de un esclavo. Al comprar al
mulato Miguel de Escarnilla, el día 2 de julio de 1660, don Alonso de la Peña y Cáceres, regidor
del Cuzco, desembolsó 550 pesos. Casi dos años después, el 6 de junio de 1662, cuando le
cedió a su colega regidor don Miguel Luis de Cabrera sólo recibió 500 pesos.
La venta del negro Bias por don Diego de Loayza y Zárate el 18 de noviembre de 1669
fue un mal negocio: no obtuvo más de 670 pesos. Ahora bien lo había adquirido por 800 pesos
el 20 de septiembre de 1667. En verdad lo consintió por "aser amistad y buena obra" al com-
prador, quien era su primo.
Muchos propietarios se resolvían en separarse de sus esclavos por el precio de la compra.
El licenciado Francisco de Santillán y Perea, presbítero, compró (9-5-1669) y vendió (13-11-
1669) a la mulata Cecilia por el mismo precio (400p.). Fray Juan Copete, de quien hemos ha-
blado ya, aceptó devolver al esclavo Gaspar a María Panti sin ninguna plusvalía (600p), un
año y dos meses después de comprarlo. Hasta un mercader tan conocido como Antonio de
Oquendo renunciaba al menor provecho cuando se lo imponían las circunstancias. Los 400
pesos que le dio el contador don Alonso Femández de Guevara por la negra Cecilia el 29 de
julio de 1670 correspondían al importe de la compra (26- 1-1669).
Los beneficios podían ser a veces importantes. El doctor don Alonso Merlo de la Fuen-
te, con la venta del negro Nicolás, ganó 40 pesos en poco más de mes y medio (11-10-1658;
28-11-1658). Hasta un esclavo que alcanzaba el mismo valor en varias ventas seguidas permitía
realizar ganancias. Volvamos al caso de Bias de Ovando: si el mercader Felipe del Castillo no
ganó nada vendiéndole por 575 pesos a Juan Ochoa de Aranda, en cambio éste, al cabo de
ocho meses y medio, le cedió a Domingo Hurtado de Saludo, vecino de Lima, por 650 pesos.
Muchos aspectos condicionaban los precios, desde la situación económica del dueño,
quien vendía a veces por encontrarse en un mal paso, hasta la actitud negativa del esclavo
(cimarronaje, etc.). De ser posible, un estudio de la evolución de los precios en el marco tem-
poral fijado por este trabajo no sería muy revelador. Por lo tanto, nos contentaremos con un
examen sincrónico.
Ya hemos evocado varias veces ciertos factores que intervenían en el precio del escla-
vo. No volveremos pues a este tema. Intentaremos ahora comparar los precios y determinar
las modalidades del pago.
De acuerdo a los datos que emergen de las ventas de 220 esclavos, se ha establecido el
cuadro 11.
CuadroNº 11
Precio medio de los esclavos por casta y por sexo
Negros
Bozales Criollo Mulatos Zambos Promedio
Edad H M H M H M H M H M
0-5 50 175 150 150 150 100 158
6-10 320 442 225 272
11-15 600 482 475 363 360 350 448 411
16-20 695 700 619 640 444 416 586 585
21-25 633 700 612 729 497 473 450 466 548 552
26-30 691 833 627 633 516 462 450 450 511 594
31-40 557 530 655 670 465 425 553 541
41-50 550 400 600 300 483 400
51-60 300
61-70 112
Como se había de esperar, el precio de los esclavos corresponde a su edad (véase cua-
dro 7). A pesar de lo incompleto de ciertas columnas, es de subrayar una ruptura notable a
partir de los 16 años. Es el momento en que los hombres llegan a una productividad rentable.
Pasa igual con las mujeres, quienes son entonces no sólo capaces de cargar con todos los que-
haceres domésticos, sino también de dar a luz. Estos criterios explican la caída de los precios
después de los 40 años.
Pero la ruptura no se produce de una manera idéntica para los dos sexos. Es mucho más
significativa para las mujeres, de lo cual se deducirá un aspecto lógico: en el Cuzco y su región,
la economía doméstica necesitaba más de sus servicios. No olvidemos tampoco que eran menos
numerosos que los hombres (véanse los cuadros 5 y 6 ). Los mulatos son los únicos en escapar
de esta diferencia: se les reservaban ciertos empleos de prestigio o de confianza en las mora-
das de los dueños.
Sin embargo, cuando comparamos los precios en las diferentes castas, los mulatos se
encuentran al pie de la escala y los negros bozales en lo más alto. Dejando de lado a los :zambos,
poco apreciados, hemos visto que los bozales eran minoritarios entre los esclavos vendidos,
de ahí sus altos precios, en particular para el elemento femenino que tan sólo representa el
32,65% de su grupo racial (véase cuadro 6). Su escaso número no basta para justificar la gran
diferencia de precios con los negros criollos. Se estimaba mucho a los africanos por ser más
dúctiles. No les había contaminado la mentalidad de los criollos: "de bozales salen buenos
esclabos" admitió Felipe Guamán Poma de Ayala (1980: II, 719; Tardieu 1987: 40-60)<7). El
(7) Es conocida la severa actitud de Felipe Guamán Poma de Ayala para con los negros criollos.
Estas formas de 1rueque evidencian pues la integración del comercio de los esclavos en
la economía local a ttavés de sus sectores primario y secundario. El esclavo aparece como un
ins1rumento de especulación mercantil, aspecto que no olvidaremos cuando hablemos de los
mercaderes. Desde ahora se adivina que no sólo los productores y los mercaderes se dedica-
ban a esta actividad lucrativa. No la desdeftaban los propios clérigos, como don Juan de
Solórzano.
Los plaz.os concedidos a los compradores para el pago son bastante frecuentes. En los
conttatos revisados hemos apuntado 11 casos, sin contar los lrueques. Este dato permite quizá
situar con más precisión al esclavo dentro de la sociedad cuz.quena. No era sólo un elemento
de prestigio: para algunos era tan imprescindible que no vacilaban en solicitar un crédito de
parte del vendedor, con todas las consecuencias que podía acarrear tal procedimiento.
Ciertos pagaban en varios plaz.os, merced a la "venta de palabra". Entonces se firmaba
el contrato definitivo al acabar de abonar su deuda el comprador. De esta manera vendió su
esclavo el alférez don Agustín Calleja de Contreras al licenciado Cristóbal de Mendoza, Pres-
bítero (12-10-1679).
El plazo se concedía a veces sólo para una parte del precio. El 22 de abril de 1656, el
hacendado de Vilcabarnba, Pedro del Castillo, no se opuso a que don Diego de Gamarra y
Valcárcel le diera tres semanas después los 250 pesos restantes de los 450 que le debía por la
compra de Gabriel Serrano.
Los plaz.os más largos justifican altos precios. Don Juan Peres Gallego se comprometió
el 15 de ocrubre de 1664 a pagar a los cuatro meses los 680 pesos que pedía Juan de Solórzano
por un negro criollo de 30 anos. Las exigencias de don Antonio de Salmas, del asiento de
Laycacota, por el joven criollo Francisco (18 anos), preso en el Cuzco, eran desmesuradas.
No se separaría del esclavo por menos de HXX> pesos de contado. Su representante, el clérigo
Marcelo de Salcedo, no consiguió enconttar una oferta superior a 600 pesos y ocabó por aceptar
la proposición del licenciado Germán de las Rochas, después de regatear mucho. Este le pro-
metió 800 pesos, con tal que le otorgara un plazo de cuatro meses.
No hemos encontrado casos de esclavos vendidos a plazos por un precio inferior al va-
lor medio de sus parecidos. Ni siquiera el negro angola Alexandro, de 30 anos aproximada-
mente, alienado por 570 pesos, parece un mal negocio: con unos meses más no habría supera-
do los 557 pesos (3-8-1655).
Los plazos indeterminados habían de constituir la excepción. Sólo se concedían cuando
el vendedor estaba seguro que no se prolongarían demasiado. Diego de la Coba pagaría al
capitán Manuel de Herrera los 700 pesos debidos quince días después de llegar su hermano.
Si éste cancelara su viaje o falleciera, el comprador se comprometería a pagar dentro de cua-
tro meses (9-1-1665).
De todas formas, los plazos no exceden de los ocho meses y parece que el término me-
dio rondaba alrededor de los cuatro.
Claro, la venta a plaz.os presentaba algún riesgo aunque se hipotecaba al esclavo. De no
cumplir con su promesa, el comprador tenía que devolverlo al dueno legal. Pero no lo hacía
siempre a las buenas. Dona Gerónima de Espinosa y Valdés consiguió recuperar al esclavo
cedido bajo estas condiciones por su marido a Pedro de Anaya Machuca dos anos después de
la venta. Ya había muerto el esposo (18-6-1655).
A don Miguel Navarro le costó trabajo obtener los 150 pesos que le quedaban debiendo
Gonzalo de Montalvo y su esposa doña Clara de Padilla de la compra de la mulata Paula.
Pasados doce años, mandó a un esclavo para que le raptara con un hijo suyo y les depositara
en casa de una tercera persona dispuesta a comprarles. La viuda doña Clara tuvo que pasar
por el aro, pagando no sólo el saldo sino también 150 pesos por el niño (19-8-1661). Por lo
visto, ciertos contaban con la lentitud de la justicia para dar largas al asunto, y ¡si te vi no me
acuerdo!
CuadroNº 12
Los poderes en la compra-venta
VENDEOORES COMPRAOORES
H M Entid. Relig. T % H M T %
31 4 2 37 17,20 4 1 5 2,32
(8) Jeanine Brisseau Loaisa (1977:228) señala que la prosperidad de la industria textil favoreci ó el desa-
rrollo de la aniería en los siglos XVII y XVIII, con "un amplio e intenso movimiento comercial entre
el Cuzco y el noroeste argentino que Je suministraba los millares de mulas necesarias para el transpor-
te". Este intercambio regional se añadía al tráfico general que estribaba en dos elementos : la expedi-
ción de las barras de plata de Potosí o de Cailloma hacia Lima y la importación de las mercancías
metropolitanas que necesitaban los españoles del Cuzco, de Potosí y del noroeste argentino. Además,
por el Cuzco pasaba el mercurio de Huancavelica. Véase también el mapa de las rutas del Alto Perú
(lbid:229).
(31-3-1659) y de Pedro Rubio Osmacaval, también de la Villa Imperial (9-8-1660). Más tar-
de, su colega Cristóbal Vallejo servía también de intermediario entre los vecinos y moradores
de Potosí y los escribanos cuzquei'los (14-11-1673).
Vectores insustituibles de la economía peruana, eran algo más en el comercio de los
esclavos. Participaban de él, ora como intermediarios, ora como duei'los (véase cuadro 15). En
sus viajes aprovechaban las buenas oportunidades. El 23 de octubre de 1657, el mismo Baltasar
Beloso evocado más arriba vendió a Andres de Morillas un negro que le había cedido seis
meses antes en Potosí el capitán don Juan Femández de Oquendo. No faltan ejemplos pareci-
dos. Siempre en Potosí, Bernardo Enríquez de Camacho adquirió al negro Jacinto (14-4-1663).
De Huamanga vino la negra Magdalena, esclava de Alonso Mateos de Salaz.ar (27-10-1670).
En cuanto al negrito Nicolás fue en Lima donde le compró el duei'lo de recuas Juan Francisco
Centeno (21-7-1676). Después de servirles algún tiempo de criados o de arrieros, puestos
ocupados por muchos negros o mulatos horros, como lo prueban los numerosos conciertos
que encierran los protocolos notariales de la misma época, estos esclavos pasaban a otros due-
i'los. En tales casos, nos preguntaremos si el comercio de esclavos no era una actividad acce-
soria de los duei'los de recuas.
Los mercaderes que recorrían los Andes para sus negocios, utilizando recuas de mulas
propias o ajenas, servían también de intermediarios. Se encargaban, como Antonio Ochoa
Itunnendi por ejemplo, de vender en el Cuzco a esclavos procedentes de Potosí (14-12-1661).
Agustín de Annijo representó los intereses de Rodrigo de Caravajal, del pueblo de Capacmarca,
en la provincia de los Chumbivilcas (31-5-1662). Los curas contaban con ellos, cuando no
tenían la posibilidad de ir al Cuzco: Antonio de Usuarte aceptó el poder del bachiller Sancho
López de la Reguera, cura propietario de la doctrina de Catea y Ocongate (27-8-1659). En
nombre de duei'los alejados compraban esclavos en la capital andina, de mcxio que la transacción
se hacía a veces únicamente entre mercaderes. El día 12 de julio de 1657, el mercader Cristóbal
Camacho vendió a su colega Diego Gutiérrez y Barrientos la negra María para que la remitiera
a Juan Martínez de Arvides hacendado en la provincia de Vilcabamba. Pero pronto volveremos
a esta figura de primera importancia en el negocio de los esclavos.
Los detentadores de poderes habían de respetar las condiciones expresadas en estos do-
cumentos entregados al escribano antes de firmar las escrituras de venta.
Ciertos disfrutaban de mucha libertad, como se ve en el poder otorgado por Antonio
Camacho a Bernardo de la Coba:
Rodrigo de Caravajal no quería perder dinero. Por eso exigió de Agustín de Annijo que
vendiera a la negra Mariana por 650 pesos " ... que es lo que costó...o en el mayor precio que
aliare y no en menos cantidad" (31-5-1662). Las instrucciones de don Fernando Altamirano
de Castillo a Sancho de Alcor son muy claras: venderá a Francisca " ... por el precio o precios
más subidos que hallare de contado y no al fiado" (19-5-1662).
A veces la misión confiada por el poder no se limitaba a la venta del esclavo. Al licen-
ciado Marcelo de Salcedo y Rochas, cura ínterin de la doctrina de Caracoto, le pidió don An-
tonio de Salinas que buscara a su negro Francisco. Este después de huir del asiento de minas
de Laycacota se enconttaba en el Cuzco. Con este fin, le dio su poder "para que ... pida, de-
mande, reciua y cobre judicial o exttajudicialmente de la persona o personas en cuyo poder
para un negro se esclauo". Después de la descripción del esclavo vienen las condiciones de
venta:
"y cobrado que sea el dicho negro lo pueda vender ... en precio de ...un mil pesos... de
contado y no de fiado y no hallando comprador se lo ttayga o remitta con persona segu-
ra".
El mandatario, lo vimos más arriba, no pudo saúsfacer las exigencias excesivas de su
poderdante. Al fin y al cabo, serían precauciones tomadas por el vendedor para alcanzar un
precio aceptable del esclavo preso en la cárcel del Cuzco. El cura tendría mucha estima por
don Antonio para perderse tanto tiempo regateando, a no ser que él también sacara algún be-
neficio de la venta: el comprador, el licenciado Germán de las Rochas, ¿no sería un pariente
suyo? Arguyendo la imposibilidad de mandar al esclavo a Laycacota, don Marcelo oceptó el
precio y el plazo propuestos por el comprador (11-10-1667).
Claro, cuando mucha distancia separaba a las dos partes, el vendedor no consideraba
con buenos ojos cualquier proposición de venta a plazos, posiblemente generadora de proble-
mas.
En sí mismos, los poderes originaban conflictos por su complejidad. El 23 de noviem-
bre de 1658, don Agustín Jara de la Cerda se vio obligado a declarar en una escritura aparte la
identidad del verdadero dueño del esclavo Gabriel, comprado en su nombre al capitán Bernardo
de la Reina por don Luis de Castro y Godoy. Este dio en efecto como propietario a don Agustín,
cuando no era más que el intermediario de don Cristóbal de Castilla y Lugo, quien le había
encargado la compra de dicho esclavo, lo que hizo merced a don Luis (23-11-1658). Este
ejemplo pone de realce lo peligroso que podían ser los poderes concedidos a varios niveles.
Para no enfrentarse con graves dificultades, había de contar el poderdante con la buena
fe de su mandatario. No fue lo que pasó con Juan Ortiz a quien Manuel Olivares había confia-
do su esclavo Luis en las minas de Cailloma por escritura del día 30 de abril de 1672. Olivares
se quedó mucho tiempo sin saber lo que era de su esclavo. Le fue menester pasar por un co-
nocido suyo, el capitán Juan Bautista de Uribineta para enterarse de lo sucedido. Ortiz, qui-
tándole las prisiones, se valía de Luis como si estuviera a su servicio. El esclavo hizo de las
suyas, acabando en la cárcel. De ahí las protestas de Olivares: "no es justo que yo pague el
yerro que hiso". Le rogó a don Juan Bautista que le reclamara su poder a Juan Ortiz con la
ayuda, si fuera necesario, del capitán Antonio de Lasso, amigo suyo y del corregidor de la
ciudad. El nueve de enero de 1673, Juan Ortiz consintió en entregar el siervo a Pedro de Toro
para que le remitiera a Manuel Olivares.
Así, la compra-venta de los esclavos era mucho más compleja de lo que se podía imagi-
nar, por ser ellos algo más que meras mercancías. Por mucho que se hiciera, no se conseguía
pasar por alto su condición humana. Pronto se daban cuenta de ello los dueños. Mal que les
pesaba tenían que tomar en cuenta esta realidad. Ya podemos ver má<; crtalladamente quiénes eran.
3. WSDUEÑOS
Las escrituras, incluyendo a los vendedores de ventas precedentes, se refieren a 511 in-
terventores. Desafortunadamente, no les ubican siempre con precisión, contentándose por
ejemplo con la fórmula muy vaga "estante al día en el Cuzco".
El cuadro 13 sólo determina con seguridad 218 localizaciones, algunas de las cuales
corresponden a la misma persona. A pesar de ser relativos, los porcentajes presentados permi-
ten sacar deducciones de cierto interés.
Una gran parte de los interventores, por cualquier título, residía en la antigua capital
incaica de una manera más o menos permanente. Sin embargo sus esclavos no se quedaban
necesariamente en ella: se les mandaba también a las haciendas de los valles circunvecinos.
Pero el rol del Cuzco sobrepasa los límites regionales. &ta ciudad hacia la cual conver-
gían las rutas de toda la sierra, llegó a ser el mercado andino del comercio de los esclavos.
Este mercado no distaba mucho, según parece, de funcionar en economía cerrada, con alguna
que otra aportación exterior. ¿Quiénes eran los interventores?
Cuadro Nº 13
Ubicación de los dueños
Núm. %218
Areaandina
Cuzco ciudad
vecinos feudatarios 9
vecinos moradores 100
moradores 12
residentes 48
indios 3
tl 172 78,89
Cuzco región
Paucartambo 2
Oropesa 1
Vilcabamba 4
Azángaro 2
Cotabambas 2
Aymaraes 1
Quispicanchis 1
Chumbivilcas 3
Capacmarca 1
t2 17 7,79
Abancay 6
Are.guipa 3
La Paz 1
Oruro 3
Potosí 3
La Plata 4
Puno 1
Quito 1
t3 22 10,09
T1 211 96,78
Area costeña
Lima 5
Arica 1
t4 6 2,75
Area del "Paraguay"
Tucumán 1
T2 218
CuadroN2 14
Intervenciones femeninas
Núm. %511
- como tutoras 1
- como esposas 7
- como viudas 22 4,30
- a título personal 26 5,08
- doncellas y solteras 4
T 60 11,74
Al contraer nupcias, las mujeres de familias adineradas traían a sus maridos las tradi-
cionales dotes. Estos les hacían también una donación por sus cualidades personales, equiva-
lente en teoría a una parte de sus bienes. En las Indias Occidentales, los esclavos fonnaban
parte de las arras y de las dotes.
Para pagar las deudas de su marido difunto, doña Magdalena Henríquez se separó de la
negra Petrona con quien le agasajó cuando se casó con ella Miguel Gerónimo de Medina. Es-
timada en 500 pesos por las escrituras de dote, la esclava no sobrepasó los 350 pesos (9-8-
1668).
Es claro que la estimación de las escrituras no correspondía siempre a la realidad. Por el
mulato Antonio de la Cruz, que le dieron en dote los padres de su esposa, Gregorio López de
Melgar se contentó con las dos terceras partes del valor expresado en el acta (29-10-1659).
Previendo el porvenir de su hija, los padres cuyos recursos se lo pennitían, le obsequia-
ban con varios esclavos (28-3-1682). Pero ésta no podía alienarles sin el consentimiento de su
marido, expresado personalmente (19-8-1660; 13-11-1668) o merced a su poder (21-1101676).
De hecho los esclavos, como otros bienes dotales, estaban sometidos al derecho común. Los
viudos podían venderles, a menos que tuvieran hijos, y las viudas disfrutaban de su plena po-
sesión (28-3-1682), como también las divorciadas por decisión de la justicia eclesiástica (10-
4-1665).
Las mujeres intervenían también en el comercio de esclavos a través de las comunida-
des religiosas que recibían negras y mulatas con las dotes de las monjas. Además las familias
pudientes les regalaban otras para su servicio personal (fardieu 1988: 148-153). Ya hemos
evocado las posibilidades de conflicto ocasionadas por la presencia de esclavas en las clausu-
ras. Pero ya estamos tocando el tema de los estratos sociales.
Entre los 511 interventores aludidos prece.dentemente, sólo aparece claramente la perte-
nencia social de 292. Se habría de reducir esta cifra, si consideráramos que algunas personas
intervinieron varias veces.
33.1 La Iglesia
La iglesia, a través del clero secular y regular, y de los conventos femeninos, ocupa un
puesto de primera importancia en el comercio de los esclavos. Es un aspecto que ya subraya-
mos para Lima en L'Eglise et les Noirs au Perou (XVl 0 -XVII 0 s.). Alberto Crespo, para
Bolivia (170 escrituras de venta entre 1585 y 1823) afinnó que la "iglesia fonna el sector con
mayores posibilidades de adquisición de esclavos" (Tardieu 1988: 107-286; Crespo 1977: 79).
A este respecto pues la actitud de la Iglesia en el Cuzco corresponde a la nonnalidad admitida
en todas las Indias Occidentales.
Los eclesiásticos intervenían en todos los niveles. Muchos curas de doctrinas alejadas
poseían esclavos, mujeres para los quehaceres domésticos, y varones de quienes las escrituras
no nos penniten saber si les alquilaban a jornales o les empleaban en actividades económicas
personalesC9).
Sin embargo, gran parte de estos contratantes disfrutaban de alguna dignidad. Don Pe-
dro de Ortega Sotomayor, obispo del Cuzco, aparece dos veces en las escrituras, como com-
prador (26-10-1656), y como antiguo dueño de una mulata (9-5-1669). En el Cuzco el obispo
del Paraguay, Fray Bemardino de Cárdenas, adquirió a una mulata del bachiller Juan Gonzales
Medrana, presbítero (13-3-1662). El 22 de octubre de 1660, el vicario general de los domini-
cos vendió a don Francisco Henríquez, vicario general de la diócesis, un esclavo que había
pertenecido al obispo Fray Francisco de la Cruz.
Los canónigos de la catedral representaban una buena clientela. Se manifestaron el deán
don Alonso Merlo de la Fuente como vendedor (28-11 -1658) y como comprddor (20-12-1661)
y el arcediano don Juan de Esquive! Alvarado como comprador (20-6-1676). Citaremos tam-
bién a los licenciados Juan Calvo (9-5-1669) y Juan de Solórzano (19-11-1667; 20-3-1669)
como vendedores.
Ciertos apellidos vuelven muy a menudo, en particular el del canónigo don Cristóbal de
Roa Albarracín, maestre escuela de la catedral. En un lapso de once años, las escrituras de
Messa Andueza llevan cinco veces su finna, como comprador (11-1-1656; 7-70-1659; 9-12-
1661) o vendedor (9-1-1658; 8-5-1659). En estos contratos, todos los esclavos son diferentes.
En fin su albacea vendió a otro esclavo suyo el 25 de octubre de 1666. Don Cristóbal gozaría
pues de un nivel de vida bastante alto, mejorado aun quizá por los jornales de estos siervos
entre los cuales había tanto "castas" (2 angolas, 1 jolofo) como criollos, tanto hombres como
mujeres. Pero los registros de nuestro escribano no nos indican si el canónigo sacó provecho
de estas ventasC!O).
Estos dignatarios, es verdad, podían tener una fortuna familiar, como don Juan de
Esquive! Alvarado. De muy buena alcurnia, ciertos estarían relacionados con la clase dirigente.
(9) En teoría, los curas de doctrinas no podían tener esclavas indias. Además, muchos no obedecían a los
decretos de los Concilios Llmenses que les prohibían cualquier actividad económica
(10) En 1700, en el palacio arzobispal de Lima había 20 esclavos. El doctor Diego de León Pinelo poseía
17 esclavos.
Entre los dirigentes se encontraban los "militares". No eran soldados profesionales, sino
más bien gente encumbrada que compraba grndos conforme a sus posibilidades económicas.
La escala que arroja el cuadro 18 no corresponde a una verdadera jerarquía castrense sino a la
estratificación sociereconómica En realidad estos militares se pasaban la mayor parte del tiempo
administrando sus bienes, de ahí sus intervenciones en el comercio de los esclavos, levemente
superiores a las de los clérigos, lo que valora el poder adquisitivo de éstos.
El almirante don García de Ijar y Mendoza no era ningún marinero (5-12-1668). En
cuanto a los "generales", ejercían cargos de preeminencia, comprados merced a sus recursos,
fuentes de los mayores honores y de pingües beneficios. Así Martín de la Riva y Herrera (20-
11-1666; 27-10-1671) era gobernador por la Corona del marquesado de Oropesa y ostentaba
la cruz de Santiago. Don Luis Ibáñez de Peralta y Cárdenas, también caballero de dicha orden,
había sido corregidor dcí Cuzco (30-7-1668). Don Juan de Céspedes y Cárdenas, posiblemen-
te emparentado con don Luis, era corregidor de las provincias de los Aymaraes (21-11-1676).
Pasaba igual con los maestres de campo y los capitanes, quienes eran corregidores,
regidores, alcaldes ordinarios o alguaciles mayores de otros pueblos o de la misma ciudad del
Cuzco. Estos grndos constituían de hecho la oligarquía regional, lo que justifica su estrecha
conexión con el comercio de los esclavosO l).
Bajo la rubrica "profesiones Liberales" hemos colocado por más comodidad ciertos em-
pleos muy lucrativos que daban pa'iO al estrato superior. En poco menos de un año, Domingo
Femández Quintanar compró tres esclavos (18-6-1655; 3-8-1655; 20-5-1656). Ahora bien este
personaje poseía el cargo de tesorero de la Santa Cruzada para el obispado del Cuzco. No se
trata de un título honorífico: con la venta de las bulas se manejaban caudales importantísimos.
No extrdña que el capitán Miguel de Mendoza fuera dueño de un esclavo de mucho valor
(700 pesos): era "receptor general de las reales alcabalas" y también alcalde de la Santa Her-
mandad.
Así pues el comercio de los esclavos pone de manifiesto la estructuración socio-econó-
mica no sólo del Cuzco sino también de toda la región andina Intuimos que contribuía al as-
censo de sus protagonistas.
Aunque los contratos se hacían de común acuerdo o por mediación del escribano,
no dejaban de intervenir los mercaderes en muchos casos. No sólo servían de intermediarios.
(11) B. La vallé (1988) habla con acierto de los "recursos ocultos del corregidor". El autor se refiere al prin-
cipio del siglo XVIII, sin embargo, se puede aplicar gran parte de esta descripción al final del siglo
XVII. Por cierto, todavía no se había impuesto el "reparto", "en plena expansión después de 1720" y
legalizado en 1756. Pero el corregidor empleó este mecarúsmo de racionalidad económica "desde el
tardío siglo XVII", según Scarlett O'Phelan (1987:117-118). Michele Colin (1966:66-79) cita varias
cartas de los obispos del Cuzco y de Huamanga que denuncian el comportamiento de los corregidores
(1678). Ambos describen delalladamente los mecanismos utilizados por estos administradores para ex-
plotar a los indios y enriquecerse (A.G.l., Lima 308).
CuadroN2 15
Estratos sociales de los dueños
,,, ,, Núm. %
Obispos 4
Dignatarios: Cuzco 20
Lima 1
La Plata 1
Presbíteros: Cuzco (ciudad) 33
.. (doctrinas y pueblos) 12
Clero secular Abancay 1
Huamanga 1
Arequipa 3
Potosí 2
La Paz (doctrina 1
Lima 3
' tl 82 28,08
e
,,
IGLESIA
agustinos 3
dominicos 1
Cuzco 4
Clero regular • jesuitas Potosí 1
(part., conv.) Tucumán 3
mercedarios 4
San Juan de Dios 2
Santa Catalina 2
Santa Clara 5
Monjas • Hospital de la caridad
(part., conv.) (San Andrés) 1
Otras 1
' t2 27 9,24
' T2 9 3,08
Núm. %
almirante 1
generales 6
maestres de campo 17
losa "militares" ( capitanes 49
alfereces 6
sargentos mayores 2
ayudantes reales 2
t3 83 28,42
DIRI- ( /
GENTES
corregidores 15
regidores 15
alcalde ordinario 1
mayordomo de la ciudad 1
los "cargos" < alguacil mayor de la ciudad 1
alcalde de la Santa Hermandad 1
alguacil mayor del Santo Oficio 1
familiar del Santo Oficio 1
t4 36 12,32
t5 12 4,10
mercaderes 28 9,58
dueños de recuas 13 4,45
artesanos 2 0,68
t6 43 14,72
T4 (t5+t6) 55 18,83
Su rol iba más allá de este aspecto secundario. Como vendedores o compradores actuaban
varios mercaderes entre los cuales algunos parecían interesarse más particularmente en dicho
comercio sin que fuera una actividad exclusiva.
El esclavo a quien vendió el 23 de marzo de 1671 el mercader Antonio Colaso Carneyro,
lo había comprado en Panamá en una partida de negros. Para entregarle a su nuevo propieta-
rio, Juan Francisco Tasado, residente en Potosí, le confió al mercedario Fray Gerónimo
Enríquez, quien utilizó sus servicios durante su visita de la provincia. Diez años más tarde, el
mismo Antonio Carneyro, como síndico del convento de los franciscanos representó a estos
frailes en la venta de un mulato (20-12-1681).
En 1661, en tres meses, don Juan de Contreras adquirió a dos niños (22-7; 15-10). ¿No
se habría especializado en tal mercancía? También había intercambios entre colegas. Cristó-
bal Camacho compró un esclavo a Matías Gonzales Carpio (12-8-1656) y vendió una negra a
Diego Gutiérrez y Barrientos (12-7-1657), mercaderes los dos. Entre 1663 y 1673, encontramos
cinco escrituras firmadas por Juan de Solórzano, tres de venta directa (26-1-1663; 19-10-1667;
18-10-1673), una con poder (15-10-1664) y una de compra al mercader Antonio de Oquendo.
En el mismo período un cliente encontró al esclavo que necesitaba en el negocio de Felipe del
Castillo (17-11-1667) y tres vendedores aceptaron sus proposiciones (1-2-1668; 13-11-1668;
20-6-1671).
A través de los contratos se esboza la complejidad del comercio de los esclavos que
sólo los mercaderes eran capaces de dominar. Los beneficios grnnjeados en otras actividades
se transformaban en esclavos. Eran un seguro sólido contra las fluctuaciones mercantiles(l2) y
una promesa de futuros provechos. Bastaba con e!.-perar la buena oportunidad. El esclavo era
pues un vector de la e!.-peculación financiera. En caso de necesidad, siempre había un colega
dispuesto en adquirir a un esclavo, mercancía de fácil liquidación. Para medrar en la sociedad
cuzqueña, este comercio no era de desdeñar. La progresión de Antonio de Oquendo es un buen
ejemplo.
Como otros mercaderes, Antonio de Oquendo actúa por sus clientes, utilizando sus po-
deres (23-11-1663; 15-11-1668). El día 5 de diciembre de 1668, representa los intereses del
almirante don García de Ijar y Mendoza: no era pues cualquier mercader.
En sus propias transacciones, no se interesa por esclavos costosos: los adquiridos por él
no valen más de 450 pesos (15-11-1668; 26-6-1670); 13-11-1677). Sin embargo desembolsa
800 pesos por un esclavo de los jesuitas de Tucumán (23-10-1670) que vende trece días des-
pués a su colega Francisco Camacho por la misma cantidad, como si temiera perder dinero
esperando demasiado (5-11-1670). Por cierto, algunas ventas son infructuosas (29-7-1670; 26-
1-1669). Pero una alcanza los 600 pesos (25-8-1666) y otra los sobrepasa. Esta tiene lugar el
23 de noviembre de 1663, merced a Bernardo de la Coba, dueño de recuas, a quien le había
dado el poder citado más arriba, con entera libertad sobre el precio.
¿Saca mucho provecho Antonio de Oquendo de esta actividad? Por lo menos sabe pla-
nificarla de la manera más ventajosa a través de estos catorce años (1663-1677). Las últimas
(12) Lockhart (1982: 105)nota que hasta los mercaderes más sólidos estaban algunas veces endeudados por
miles de pesos, buscando con ello que el dinero que les había sido prestado les rindiera dividendos
durante el máximo de tiempo posible antes de reponerlo.
escrituras que llevan su apellido son testimonios de su ascenso. A fines de 1670, desempeña
el cargo de "receptor general de las reales alcabalas de la ciudad y de su distrito". Siete años
más tarde luce el título de "capitán". De mercader a capitán, hay un paso: necesitó mucho
tiempo para darlo. No cabe duda que el comercio de los esclavos se integraba en su estrategia
para concretar su ambición.
¿No fonnaría parte de su familia el capitán don Joseph de Oquendo? Este había com-
prado en Buenos Aires a la negra angola María por su hennano don Miguel, de Potosí, quien
le traspasó a un vecino de esta ciudad merced al dueño de recuas Juan de Pedrasa (3-1-1665).
¿No tendría vínculos Antonio de Oquendo también con el capitán don Juan Femández de
Oquendo, caballero de la orden de Santiago, vecino de Potosí cuyo apellido aparece dos ve-
ces en las escrituras de Messa Andueza (23-10-1657; 14-12-1661)? De comprobarse estas hi-
pótesis, revelarían la existencia de solidaridades familiares siempre provechosas en los nego-
cios.
El examen de los registros de otras escribanías podría patentizar cómo la compra-venta
de esclavos participaba del éxito de mercaderes prudentes, entre los cuales Antonio de Oquendo
seóa un personaje representativo.
Para volver al comentario del cuadro 15, reparamos en las escasas intervenciones de los
artesanos. Ahora bien los estudiosos están de acuerdo en afirmar que los esclavos desempeña-
ban un papel importante en sus talleres03). Pero a este respecto, no se puede comparar el Cuzco
con Lima. Como lo señala J. Brisseau Loaisa, el rol comercial y artesanal del Cuzco era se-
cundario, comparándolo con su función administrativa. La capital andina era una ciudad de
gente de iglesia, de funcionarios y de "militares" que fonnaban la oligarquía local (Tardieu
1985: 240).
Además un artesano no se separaba de un buen oficial: le costaba trabajo y dinero for-
marlo. No era cosa de vender este precioso instrumento de trabajo sin un pretexto muy grave.
Los artesanos cuyos recursos no les permitían adquirirlo tenían la posibilidad de alquilarlo o
de fonnar oficiales libres. En los registros de Messa Andueza se encuentran "conciertos de
aprendices" concedidos por artesanos a negros o mulatos horros. Sería interesante ver cuál era
su participación en la vida económica del Cuzco.
De acuerdo a los numerosos datos presentados por los registros notariales revisados para
este trabajo, se puede afinnar que el Cuzco era la sede del comercio de los esclavos para to-
dos los Andes del sur peruano y del Alto Perú, relacionada con todas las provincias del
virreinato. Su situación geográfica y económica le predisponía a este papel. En la antigua ca-
pital incaica convergían la ruta de la costa pacífica y la de Buenos Aires que pasaba por la
riquísima Villa Imperial de Potosí04).
La clase dominante en su totalidad acudía a este comercio para abastecerse de la mano
de obra servil necesaria para sus haciendas o moradas. Por cierto no aparecen muchos escla-
vos especializados: su valor no admitía frecuentes ventas y el Cuzco era más un centro admi-
(13) Véase Bowser 1987, Lockhart (1982:127-128; Harth-Terré 1961 :3-73). La habilidad de los negros en
ciertos sectores artesanales era tal que despertaba la desconfianza de los artesanos blancos. Ver Tardieu
(1985: 106-108).
(14) Para este circuito comercial, véase el mapa n• 2 "Circuito comercial surandino", en O'Phelan 1987:109.
nistrativo que artesanal. Los mercaderes no dejaban de explotar este sector cuyos ingresos es-
peculativos favorecían indudablemente su progresión social.
El esclavo en el Cuzco no era sólo un instrumento de prestigio o de trabajo sino tam-
bién un capital precioso, un valor refugio para los dueños más modestos, un seguro contra los
altibajos financieros para la oligarquía
J.P. Tardieu
Université de la Réunion
Faculté des Lettres
et des Sciences Humaines
Départament d'études Hispaniques
15 Avenue René Cassin
B.P. 7151
97715 Saint-Denis Mes..'iag Cedex 9
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s/f «Evolución del reclutamiento de los negros bozales en la arquidiócesis de Lima (fin
del s. XVI y XVII)»
Alfredo Torero
1.1. El historiador español Marcos Jiménez de la Espada dio a conocer el siglo pasado
una anónima "Relación de la tierra de Jaén", escrita hacia 1570, en la cual se consignaban
unos pocos vocablos de siete idiomas diferentes que, además del quechua, se habían hablado
en el siglo XVI en la hoya de Jaén, en tomo del Marañón centrd.l.
Desde entonces, antropólogos y lingüistas han examinado ese breve material -de tres:=>.
cinco vocablos por cada idioma- para tratar de identificar las lenguas a que correspondían y
de precisar los sitios en que éstas se usaron.
El presente estudio está dirigido a revisar y profundizar las identificaciones que otros
autores (Jijón y Caamaño, Rivet, Métraux, Loukotka) han efectuado o intentado de tal modo,
y a sustentar, en particular, la probable pertenencia de uno de esos idiomas, el de Sácata, a la
familia arahuacaO).
(1) El artículo que presentamos es parte de un estudio más amplio sobre las lenguas del Perú septentrio-
nal, del cual ya hemos publicado lo relativo a la costa y la sierra norteñas (Torero 1986, 1989). Lo
emprendimos en 1983 durante una estada de investigador en la Universidad de Leiden y lo hemos
continuado durante 1991-1992 en el Instituto Holandés para Estudios Avanzados, N.I.A.S.
2. MATERIALES Y PROCEDIMIENTOS
diversos respectos, como la "Relación de las provincias que hay en la conquista del
Chuquimayo . .. " del capitán Diego Palomino (Jiménez, 1965: IV, 185-188) y las varias que
escribió Juan de Salinas Loyola, gobernador que fue de Loja y Yaguarsongo y Pacamuros
(Jiménez, 1965: IV, 197-232).
La información geográfica y topográfica tenía, naturalmente, un interés crítico, y no falta
en los documentos de los primeros exploradores hispanos la mención a: serranías, tierras de
montaña o de sabana, ríos infranqueables o navegables por balsas o canoas, etc. Las tierras de
montaña tomaban inutilizable el caballo, animal básico en el desplazamiento o la guerra. Por
ejemplo, únicamente el camino de Jaén permitía alcanzar por tierra -es decir, por caballos-
un punto del Marañón ya navegable; y de allí la importancia del Jaén viejo como puerta de
entrada a la Amazonía.
Es tal vez ésta la razón por la cual el sector del Marañón correspondiente a Jaén es de-
nominado "Río de las Balsas" en un interesante mapa de la hoya de Jaén que acompaña a la
ya citada relación de Palomino con el nombre de "Traza de la Conquista del capitán Diego
Palomino", reproducido por Jiménez de la Espada en la primera edición de las Relaciones
Geográficas de Indias, de 1887, pero ausente en la edición de 1965 a la que aquí nos estarnos
remitiendo.
2.2. En la tabla que sigue se disponen, en correspondencia con ocho glosas castellanas,
las voces de los siete idiomas atestiguados en la "Relación de la tierra de Jaén", sucediéndose
las columnas de acuerdo con el orden que guardaremos en la presentación de cada uno de los
idiomas.
Son, como se ha advenido, de tres a cinco vocablos, según las lenguas; dos de ellos
("agua" y "maíz") consignados en las siete; uno ("leña'') en cinco; otro ("fuego") en tres; otro
("casa") en dos, y los restantes ("ovejas", "yerba" y "ven acá"), cada uno una sola vez.
Algunas de las voces reflejan la necesidad por las huestes españolas de obtener bebida
y comida ("agua" y "maíz") y de hacer fogatas ("leña" y "fuego"). Las que ocurren dos veces
o una en lenguas aisladas parecen requerimientos u observaciones ocasionales ("casa", "ove-
jas", "yerba", "ven acá").
Como animal originario del Viejo Mundo, la oveja difícilmente tendría ya nombre pro-
pio por entonces en un idioma indígena; en este caso, la glosa castellana como traducción de
coará en patagón, debe haber sido aplicada a un animal distinto, originario del área, pero ca-
racterizado por tener abundante pelaje, tal como en regiones más frías se estaba aplicando a
un animal andino, la llama.
Demás está advenir que, aparte de eventuales errores paleográficos o de copista, o de
interferencias en la audición original, la escritura de los vocablos de la "Relación de Jaén"
refleja la percepción de individuos hechos a la fonética y la fonología del castellano y el uso
de un alfabeto no adecuado a las lenguas americanas, y ni siquiera enteramente normalizado
para el propio castellano de la época.
2.3. Es indudable que a un material idiomático de sólo unos cuantos vocablos no puede
aplicarse los principios del método histórico-comparativo, ni, por lo tanto, pretender ubicar
mediante él a una lengua dentro de la clasificación interna de una familia lingüística, o alcan-
zar detalles de su historia particular.
No por esto, sin embargo, debe dejar de intentarse la labor de comparación léxica diri-
gida a detenninar si las voces registr.1das guardan similitud con las de otras lenguas, y en qué
grado, considerando el conjunto de voces de cada idioma; y si, de hallarse semejanzas, éstas
pueden hacer sospechar relaciones de parentesco o de contacto. Aunque parciales y exiguos,
el aprovechamiento de estos materiales es indispensable en ausencia -o en espera- de una
documentación lingüística más completa.
De otro lado, en los últimos decenios se han dado a conocer estudios más cuidadosos
de un mayor número de lenguas y familias lingüísticas sudamericanas, y, en el peor de los
casos, hay algún material publicado de casi todas ellas. El examen comparativo puede, por
esto, conducir a hipótesis más confiables tanto para descartar cuanto para proponer conexio-
nes entre idiomas.
La propuesta de relación de alguna de las listas léxicas con una detenninada lengua o
familia será más plausible cuando exista proximidad geográfica o cuando la lengua o familia
sugerida haya mostrado mucha fuerza expansiva. Hay que señalar, no obstante, que esas mis-
mas condiciones acrecientan igualmente la posibilidad de préstamos.
De todos modos, en el presente estudio los resultados que la comparación vocabular
arroje (negativos o positivos en algún grado) se complementarán y corregirán con los que provea
la concertación de idiomas aún sin material lingüístico y el examen de la toponimia actual y
de la que corre en documentos antiguos, tanto para sustentar la agrupación o la separación
entre idiomas como para esclarecer el área geográfica que ocupó cada uno de ellos.
3.1. El patagón
3.2. El bagua
Los baguas eran pobladores de tierras cálidas -"yungas" según la raíz quechua pronto
asimilada por los conquistadores hispanos en el área andina. Ocupaban los valles de Bagua
(bajo Utcubamba, a 600 metros s.n.m.), de Chamaya, del bajo Tabaconas y el bajo Chinchipe,
y, seguramente, las márgenes del Marañón entre Chamaya y Bagua al menos.
Se trataba sin duda de gente "política", de acuerdo al sentido que daban a este ténnino
los españoles de la época. Diego Palomino escribe que la población del valle de Bagua es
"bien doméstica" e "impuesta a servir" (Jiménez 1965: IV, 187-188).
Sus viviendas eran mayonnente cabañas amplias y abiertas, aptas para un medio am-
biente caluroso, a estar por los dibujos que ilustran el mapa de Palomino. En su Relación dice
éste que los habitantes del valle de Bagua "tienen ramadas por casas".
Pueblo de ribera, los hombres y mujeres baguas adquirían desde niños una sorprenden-
te destreza para nadar, que suscita la admiración del capitán Palomino cuando los observa
moverse a su guisa en las corrientes de los ríos Chinchipe y Utcubamba.
Paul Rivet vinculó de manera enteramente infundada la lengua patagona con la lengua de
Bagua, llegando a denominar a ambas patagona ("patagona de Perico" y "patagona de Bagua'').
En realidad, las listas de palabras conservadas para cada uno de los idiomas tienen sólo un
vocablo en común, tuná o tuna "agua", y no se parecen o no son comparables en los restantes
ténninos, como se percibe en la tabla vocabular.
Sin embargo, en su artículo de 1934, Rivet presenta un cuadro comparativo de ambas
listas, en el cual, como un ardid, pone comillas en lugar de dejar vacío o hacer un trazo nega-
tivo en los casos en que las casillas no podían ser llenadas por ausencia de infonnación (Rivet
1934: 246). De este modo, se deja la impresión de que hay cinco vocablos comparables y que
sólo uno es diferente: "maíz", anás en la "lengua patagona de Perico" y lancho en la "lengua
patagona de Bagua"; y el caso es totalmente lo contrario.
Influido indudablemente por Rivet, Loukotka coloca la lengua de Bagua con la patagona
en un "grupo P'<1tagón" del "stock Caribe" (Loukotka 1%8: 221).
Es cieno que tuna o tuná para "agua" es voz caribe, pero no lo son las demás de la lista
de Bagua, ni la existencia de una única similitud en el conjunto dice gran cosa, puesto que
puede explicarse fácilmente por préstamo desde el patagón debido a la estrecha vecindad geo-
gráfica. Por lo demás, tuna se encuentra asimismo en idioma aguaruna, de la familia jíbaro,
con el sentido de "chorro de agua", y es, aquí también, un muy probable préstamo desde el
caribe.
De otro lado, los dos documentos que nos informan más directamente acerca de los
idiomas de la cuenca de Jaén: la "Relación Anónima" y la de Diego Palomino distinguen cla-
ramente al idioma patagón y al de Bagua como lenguas diferentes. Así, la Relación Anónima
las separa explícitamente y señala los distintos sitios en que se habla cada una de ellas: la
patagona en los lugares mencionados páginas antes (Perico, Paco, Silla, etc.) y la bagua en
todo el valle de Bagua y en los puebos de Chinchipe y Chamaya (Jiménez, 1965: IV, 145).
Palomino no hace más que confirmar la distinción, precisándola de modo tajante en un caso:
cuando desde el asiento de habla bagua de Chinchipe, situado en las orillas del Chuquimayo
(actual Chinchipe), asciende a las colinas de Perico, encuentra que la lengua de este último
lugar "es diferente de la del río" (Jiménez 1965: IV, 185).
Descartada su identificación con el patagón -y, por consiguiente, su relación con la fa-
milia caribe-, la bagua queda como una lengua inclasificable por insuficiencia de datos
lingüísticos.
Por lo demás, las secuencias culturales prehispánicas del valle de Bagua, que son ahora
bien conocidas gracias a los trabajos de la arqueóloga peruana Ruth Shady, muestran un acti-
vo intercambio de los antiguos pobladores del bajo Utcubamba, desde el milenio anterior a
nuestra era, con sociedades de los Andes septentrionales y centrales y de la Amazonía (Shady,
1987).
3.3. El chirino
shapra murato
"agua" kúnku kúngu
"maíz" iwuádu i(w)wátu
"fuego" somási sumádzi
Como se advierte, en shapra y murato las formas más similares a la chirina xumás tienen
la glosa castellana "fuego", y no "leña", por rdZones fácilmente explicables -o un equívoco
en la captación plena del significado del vocablo chirino xumás por parte de quien lo recogió,
o un desplazamiento semántico efectivo, pero previsible.
El shapra y el murato, los dos idiomas candoshis actualmente existentes, se hablan en-
tre los ríos Morona, Pastaza y alto Nucuray, afluentes septentrionales del río Marañón.
Identificado el chirino como probable candoshi, se descubre por otras relaciones del si-
glo XVI que su espacio lingüístico era muy amplio y hacía de él y de sus hablas próximas "la
lengua más general" de las empleadas a la sazón entre los ríos Zamora y Santiago y el Marañón
desde algo más abajo del pongo de Rentema al de Manseriche al menos.
Es así que en la vecindad inmediata de la ciudad de Zamora, en el oriente de la actual
república del Ecuador, se empleaba una lengua que indudablemente pertenecía también a la
familia candoshi: la denominada "rabona" en dos documentos de fines del siglo XVI, la "Re-
lación de Zamora de los Alcaides", de 1582 (Jiménez 1965: IV, 136-138), y la "Relación de
la Dotrina e beneficio de Nambija y Yaguarsongo", sin autor ni fecha, pero probablemente
también de 1582, según Jiménez de la Espada (Jiménez 1965: IV, 139-142).
Aparte el hecho de que ambos documentos insisten en distinguir a la "rabona" de otras
dos lenguas que competían con ella en la cuenca del Zamora, la jíbara y la "bolona" (ésta, por
su ubicación espacial, quizá vinculada con la cañar de la sierra ecuatoriana), la última de las
relaciones mencionadas recoge un valioso material lingüístico: los nombres de dieciséis fru-
tos del lugar "en lengua de los naturales (de Zamora) y en la lengua rabona, que es la más
general, que es hasta Santiago de las Montañas y Jaén" (Jiménez 1965: IV, 141).
Ahora bien, hemos reconocido cinco de esos nombres en un léxico candoshi actual, el
Vocabulario Candoshi de Loreto de Juan Tuggy (1966), y ninguno en vocabularios de idio-
mas jíbaros u otros del área Los vocablos identificados son:
3.4. El xoroca
toponímicos, que debemos distinguir dos ramas al menos: la palta-malacata (y tal vez
cumbinamá), ya extinta, y la jíbara, de hablas sobrevivientes.
3.5. El tabancal
3.6. El copallín
La lengua de Copallín era hablada por "gente de behetría" asentada en las serranías que,
al sur del Marañón, separan las cuencas de los ríos Utcubamba e Imaza, en el actual departa-
mento peruano de Amazonas; se usaba en los pueblos antiguos, hoy desaparecidos, de Copallín
(escrito Copallén en los primeros textos), Llanque o Lanza y Lomas del Viento (Jiménez 1%5:
IV, 144, 187).
De este idioma nos quedan cuatro palabras, que no permiten establecer una relación cierta
con ninguna lengua o familia lingüística conocida.
La forma para "agua", quiet, tiene semejanza con vocablos de glosa igual o próxima en
varias lenguas andinas independientes entre sí: sechura "agua" jut; cholón "agua" y "río" cot;
hibito "agua" cachi; culle "lago" y "mar" .ID!kta; quechua y aru "lago" y "mar"quca (aymara
moderno quta).
Además, como señalamos en un artículo anterior (Torero 1989: 234-237), la final -cat(e)
(o variantes) aparece frecuentemente en la toponimia de la sierra norte peruana hasta casi la
frontera con Ecuador, al punto que hemos delimitado un área toponímica bajo la designación
de cat (Torero, 1989: 222; 1990: 245). Podemos añadir aquí que el mismo segmento
toponímico, con las mismas variantes, se encuentra en la sierra surcentral ecuatoriana sobre
las áreas en que se hablaron las lenguas puruguay (puruhá) y cañar, según los trabajos del
investigador ecuatoriano T. Paz y Miño, en particular su "Diccionario Toponúnico" (Paz y
Miño, 1946-1952). Tal segmento no aparece, en cambio, en la sierra sur ecuatoriana sobre los
territorios que poblaron paltas y malacatos.
Por otra parte, no dejamos de advertir parecidos entre las palabras quiet "agua" y chumac
"maíz" de Copallín con vocablos de idiomas arahuacos. Para hacer la aproximación corres-
pondiente, citaremos las reconstrucciones que Payne (1991) establece en protoarahuaco para
las glosas "lago" y "maíz", y algunos de los datos idiomáticos en que funda sus propuestas.
Así, para "lago" -que ponemos en correlación con quiet "agua" de Copallín-, Payne
reconstruye *kaile[sa]. Las formas de algunos de los idiomas cotejados presentan sílabas an-
tepuestas: paresí [ha]káiri, ashéninca [iN]kaare; las de la mayoría, sílabas pospuestas: achagua
kali[sa], cabishana kali[ta], yukuna *kari[sa] (una reconstrucción, a su vez, de fuentes pri-
marias que dan la forma~. etc. (Payne 1991: 409).
Para la glosa "maíz" -chumac en Copallín-, Payne (1991: 399) reconstruye en
protoarahuaco •mariki; pero registra para el ignaciano la forma amaki, que no muestra huella
alguna de la sílaba media, -ri-, de la protoforma propuesta. Por su parte, Antonio Tovar, citan-
do a Gilij, da para el maipure (lengua arahuaca hoy extinta que Payne no incluye en su com-
paración léxica), la forma yamuki (Tovar 1986: 6), en tanto que Loukotka, sin citar su fuente
de manera precisa, asigna al maipure igualmente la forma dzyomuki (Loukotka 1968: 131).
Estas aproximaciones pueden bien hacer ver en chumac una forma relacionada con las co-
rrespondientes de esas lenguas arahucas, y adquirida problablemente por préstamo.
Además, en la tabla vocabular observamos también la semejanza de chumac con la voz
umague "maíz", del idioma de Sácata, que examinaremos más adelante.
De otro lado, una secuencia mak- se ha combinado quizá con una voz caribe como anás
y variantes que hemos referido a propósito de la lengua patagona, para producir en hablas
arahuacas del alto Orinoco, el alto Río Negro y el Vaupés, las designaciones de "maíz" con
formas como baniva makanatsi, baré y uarékena makanashi, carútana makanachi -según
registra Loukotka ( 1968).
3.7. El sácata
Los habitantes de Sácata (<;acata o Sacata en los primeros documentos, Zacata, Sacata
o Sagata en ulteriores) son calificados por la "Relación de la tierra de Jaén" como "gente de
razón", que "reconocen caciques". Este rasgo sociológico, que en la hoya de Jaén sólo com-
p-drten con los baguas y la "gente del Inga", los distingue de las demás poblaciones del área
(Jiménez 1%5: IV, 145).
La localización del pueblo de Sácata está indicada en el suroeste del mapa de Diego
Palomino sobre una serranía que bordea la margen izquierda del río Marañón. La "Relación
Anónima" lo sitúa "en unos altos de tierra fría" a dieciocho leguas de Jaén y ocho de Chamaya
yendo "por tierra caliente hacia la parte de Cajamarca".
Pese a estas precisiones, la ubicación e identificación de este pueblo han sido objeto de
errores. Rivet -seguido por Loukotka- lo confunde con el casi homónimo de Sócota, que se
encuentra en la misma región (actual provincia de Cutervo, departamento de Cajamarca), pero
a unas diez leguas de distancia de Sácata y el Marañón (Rivet 1934: 245; Loukotka 1968:
156). Steward y Métraux lo desplaz.an a los Páramos de Sallique y el río Tabaconas, esto es,
hacia el Oeste y no hacia el Sur de Jaén, donde realmente está (Steward y Métraux 1948: vol.
3, 615).
También se lo ha emplazado en la ribera derecha del Marañón, adonde, efectivamente,
algunas informaciones coloniales parecen referirlo; pero este situamiento puede explicarse por
una probable ubicación del pueblo sobre ambas bandas del río al coincidir con un sector en
que vadearlo era menos difícil -tal como, por el mismo motivo, las poblaciones de Chinchipe
y de Tomepende se extendían sobre ambas orillas del Chinchipe. En el mapa de Palomino se
lee, justamente a la altura de Socata, la indicación "Pasage a Levanto" (Chachapoyas). En la
actualidad, la ruta de Sácata y Cujillo --distrito de la provincia de Cutervo, en la margen iz-
quierda, requiere salvar el río en balsa cautiva por el mismo sector.
La existencia de un Sácata en la banda derecha del Marañón parece hallar sustento en
el "Libro de la Segunda Visita pastoral" que hizo en 1598 el arzobispo de Lima Toribio de
Mogrovejo a su extensa arquidiócesis, en el cual se vincula a Sácata con los Chillaos, nombre
de una gran entidad étnica o política cuyo territorio es situado por otros documentos en las
serranías que separan la cuenca del Marañón de la del Utcubamba.
El "Libro .. . " dice que Mogrovejo visitó "la doctrina de los chillaos que es Y amor (sic)
y Zacata", y hace una relación de las estancias y gente "que están en contorno y circuito desta
doctrina de Yamor y Zocata de los Chillaos" (Mogrovejo 1920: 58-60). Inclusive, el texto alude
a "Comeca, cacique de Zacata", y Comeca aparece en el mapa de Palomino como nombre de
una localidad de los Chillaos.
Sea que el pueblo de Socata se hubiese asentado en ambas márgenes del Marañón o
que hubiera existido sólo en su banda izquierda, lo interesante en las referencias arriba anota-
das es que, a tenor de ellas, Sácata no queda como un pueblo aislado, sino incorporado en una
entidad espacial y socialmente de mayor importancia.
Al interior de esta gran entidad debió existir igualmente una vieja rivalidad entre los
pueblos de Yamón y Sácata, de la que todavía se guarda memoria: aunque el antiguo pueblo
de Sácata, hoy abandonado y en ruinas, ha tomado el nombre de Collaque y sólo unos pocos
ancianos lugareños recordaban aún hace unos años su primitiva designación(2) en ambas már-
genes del gran río se mantiene vívida, en forma de leyendas, la pugna entre Socata y Y amón,
que supuso contiendas de poderosos brujos y monstruosos animales míticos, Marañón de por
medio.
Por otro lado, el distingo entre los pueblos de Sócota y de Sácata que Rivet confunde,
así como la confirmación de la localización de Sácata en la banda izquierda del Marañón, se
encuentran especificados por el cronista Miguel Cabello Valboa cuando éste narra que, derro-
(2) Visité el sitio en 1985, en compañía de los arqueólogos Ruth Shady y Arturo Ruiz Estrada. El señor
Femún Requejo Guerrero, nacido en el lugar y que había tenido cultivos en medio mismo de las
ruinas, nos informó que " el nombre antiguo" de Collaque era Ságata. El nombre Sagata y la vaga
indicación de "Aldea, Cujillo" están registrados en el Diccionario Geográfico e Histórico de
Cajamarca de Carlos Burga Larrea. Las palabras con acentuación esdrújula como Ságata no llevan
la marca gráfica del acento en los antiguos documentos. Las ruinas de Sácata o Ságata se hallan al
borde de una elevada escarpa que mira al Marañón.
tados y huyendo de las tropas atahuallpistas, los soldados chachapoyas " ... tomaron por Cuterbo
el camino para sus tierras, y dejándose vajar por <;ocota y <;acata pasaron por Gallumba el río
grande (el Marañón) y por los Chillaos se bolvieron cada uno a su pueblo" (Cabello Valboa
1951: 449). Quizá Gallumba sea el actual pueblo de Cumba, algo al norte de Yamón.
Tomado de manera amplia, el territorio de Sácata, y del distrito de Cujillo que lo enmarca,
se sitúa entre los tramos finales de los ríos Silaco-Llaucano y Malleta, que desembocan en el
Marañón respectivamente al sur y al norte de las ruinas de Sácata.
Respecto de los vocablos sácata recogidos en la "Relación de la tierra de Jaén" -unga
"agua", umague "maíz", y chichache "fuego"-, Rivet, en 1934, se inclinaba a relacionar dos
de ellos, unga y chichache, con los idiomas candoshis chirino, murato y shapra.
Consideró, así, que quizá unga era "una forma dialectal del Chirinos yungo "agua"; y
que chichache se acercaba a las palabras tsingási del shapra y tingái6 del murato que ten-
drían el significado de "leño". Además, Rivet segmentó este último vocablo sácata como chi-
chache para decir que "parecen derivados de este mismo radical los vocablos murato pu-sáci
"ceniza" y p-sáci "humo"" (Rivet 1934: 247) (traducciones nuestras).
No obstante, si bien la forma chirina yungo puede semejarse a unga (pero más
lejanamente las testimoniadas en las modernas hablas candoshis: shapra kunku y murato
kungu), el parecido de tsingási y tingáici con chichache es ya menos evidente; y las
segmentaciones que el autor efectúa sobre las últimas formas candoshis son improcedentes.
El vocabulario candoshi de Tuggy (l 966) consigna las voces insegmentables po7.aehi, pol.áchiri
y pozchiri para "ceniza" y msaasi para "humo".
En cambio, por nuestra parte, advertirnos semejanzas consistentes de los tres vocablos
sácatas con formas de lenguas de la familia arahuaca.
Para el cotejo de formas nos valdremos particularmente del reciente estudio de David
Payne (1991), ya citado, que reconstruye 203 protolexernas arahuacos en base a la compara-
ción de los datos de veinticuatro idiomas representativos de las principales ramas de la familia
arahuaca (o maipurana, como prefiere llamarla).
La relación de unga con la forma *uni "agua" propuesta por Payne (1991 :425) nos pa-
rece de por sí suficientemente evidente, aun cuando no tengamos una explicación para su se-
gunda sílaba, -ga -excepto conjeturar que corresponde al "marcador de tópico" /-qa/ propio del
quechua que habría sido adoptado en la lengua de Sácata.
Para la voz umague, "maíz", vale lo que hemos sustentado al tratar del vocablo chumac
del copallín páginas antes: a umague se semejan las forma<; del ignaciano amaki (Payne 1991:
399) y del maipure yamuki (Tovar 1986: 6) y dzyomuki (Loukotka 1968: 131); y, probable-
mente, también las de otras lenguas arahuacas que parecen resultar de la hibridación del seg-
mento mak- y la voz caribe anatsi (o variantes). Cabría, entonces, plantear por antecedente
una forma tal como •maki, derivada de la protoforma •mariki propuesta por Payne, o alterna
a ésta.
Finalmente, la voz chichache, " fuego", puede deducirse de la protoforrna arahuaca de
igual sentido reconstruida por Payne: *dikah[~i] (Payne, 1991: 403). La precedencia de lavo-
cal i pudo en sácata palatalizar la consonante velar -ka- intermedia y tomarla africada palatal,
y haberse luego extendido la misma calidad consonántica -facilitada también por el contacto
con la vocal i- a las consonantes iniciales de las otras dos sílabas, o haberlo percibido así la
persona que anotó el vocablo.
En palicur, una lengua arahuaca del territorio brasilei'lo de Amapá, situado al norte de
la desembocadura del Amazonas en el Atlántico, el maíz se nombra tiketi (Noble 1965: 71;
Payne 1991: 403). Payne califica al palicur de idioma conservador dentro de la familia arahuaca
(Payne 1991: 487).
Geográficamente casi a mitad de camino entre el alto Marai'lón y el Amapá, otra lengua
arahuaca, hoy desaparecida, la manao, que era hablada por un activo pueblo de comerciantes
del río Negro y el Amazonas central todavía a fines del siglo XVII, la voz correspondiente a
"maíz" era ghügaty (fonéticamente tal vez [gügáti]). De material lingüístico de la manao nos
ha quedado un vocabulario no muy amplio y algunos rasgos gramaticales (Goeje 1948).
Las voces de sácata, palicur y manao para "maíz" son fonnas enteramente explicables a
partir de *dikah[~J -si bien para el sácata, y en parte el manao, no sea posible establecer las
transfonnaciones y correspondencias fonéticas en base a fónnulas regulares y sistemáticas,
como sólo un abundante material idiomático habría pennitido.
En el estado actual del conocimiento de las lenguas americanas, juzgamos óptima la
puesta en relación del sácata con el arahuaco (maipurano), por cuanto:
a) como arriba sei'laláramos, cada uno de los vocablos atestiguados del sácata exhibe
semejanzas consistentes con los correspondientes de lenguas arahuacas, incluso con la
protofonna propuesta, siendo su variación y diferencias explicables de manera natural y sen-
cilla, no objetable;
b) la comparación de esos tres vocablos con otras lenguas o familias lingüísticas de
América no arroja similitudes suficientes ni convincentes;
c) el hecho de que tales semejanzas se den en los únicos tres vocablos cotejables no
sólo descarta razonablemente el azar, sino que refuerza la caracterización del conjunto como
cognadas de fonnas arahuacas.
Estas observaciones nos conducen a considerar que la lengua sácata, o era un idioma
arahuaco - probabilidad que estimamos alta-, o había quedado fuertemente impregnada por
algún idioma arahuaco a raíz de un contacto tan intenso que la llevó a admitir términos "bási-
cos", como "agua" y "fuego", y un ténnino "cultural", "maíz", que designa una planta de mu-
cha importancia para la agricultura americana precolombina.
Dada la naturalidad de estas dos probabilidades, fundadas ambas en la transparencia con
que la serie de los tres vocablos se evidencia como emparentada con voces arahuacas, pensa-
mos que puede descartarse la posibilidad de encontrar más adelante una explicación mejor
mediante la comparación con otra lengua o familia.
La separación de la sácata respecto de las demás lenguas de la familia -en la hipótesis
del parentesco-, o la contaminación -en la hipótesis del contacto-, pudo producirse en fecha
bastante lejana, dado que es posible establecer las vinculaciones para el conjunto de sus voca-
blos desde el nivel de protoarahuaco.
De cualquier modo, no debe en principio sorprender la presencia de gente de habla
arahuaca en la cuenca de Jaén, puesto que, de un lado, esta cuenca era un territorio ambicio-
nado por sus riquezas naturales y su carácter de nexo entre la Amazonía y los Andes, y, de
otro, los arahuacos componían algunos de los pueblos americanos más extraordinariamente
expansivos desde milenios atrás, y muchos de ellos se habían movido cerca de la cordillera
andina y al parecer en conexión con ésta.
3.8. El quechua
en los dos últimos tercios del siglo XVI: el relevo para la consolidación del quechua dentro
del ex Tahuantinsuyo, e, incluso, para su extensión hacia nuevos territorios lo tomó el poder
español.
Allí donde la dinámica de la conquista, básicamente la codicia del oro y la plata, lleva-
ba a las huestes hispanas-y a los millares de "auxiliares" indios-, la "lengua general del Inga"
se expandía y devenía en el idioma mediante el cual se hacía la comunicación con y para los
propios españoles. El quechua, no el castellano, avanzaba con la espada y la pólvora.
Naturalmente que cuando se lee que el quechua fue introducido por los españoles, debe
quedar claro que lo fue por los cientos de indios de origen andino que eran fornidos a ocompañar
a cada puñado de españoles como "auxiliares" -guerreros o cargadores- y que hablaban en su
gran mayoría el quechua o estaban en proceso rápido de quechuización. Por cierto que parte
de ellos (los cociques o "capitanes" al menos) manejaba también el castellano, por lo cual podía
servir de nexo entre los conquistadores y la gente conquistada o por conquistar.
No obstante, el hecho de que la "Relación de Zamora de los Alcaides" afirme en 1582
que el quechua se extendía "con el trato y uso" con los españoles -es decir, el señalamiento,
tal vez inconciente, de una relación íntima entre la lengua quechua y la ''nación española"-,
sea la temprana expresión, a 50 años de la conquista, de una situación que habría de reinar a
fines del siglo XVIII en buena parte de los dominios hispánicos de Sudamérica, cuando el
quechua se convirtió en la lengua más usada por los descendientes de los españoles, lo~ crio-
llos, no sólo en el Cuzco, sino en las sierras desde el sur de Colombia al noroeste argentino.
ciente de los paltas y malacatos en la sierra ecuatoriana respecto de sus vecinos, nada dice, sin
embargo, acerca de la dirección que tomó el desplazamiento original del palta-jíbaro mismo.
Los copallines, por su parte, se perciben como sólidamente asentados desde antiguo en
las serranías entre los valles de Bagua e lmaza.
Los tabancales constituían probablemente también un viejo relicto en la cuenca del
Chinchipe.
En lo que toca a los baguas, si correlacionamos el panorama lingüístico de la hoya de
Jaén con los resultados de las investigaciones arqueológicas que se poseen podemos suponer
que su lengua se hallaba en el valle del bajo Utcubamba desde al menos los principios de
nuestra era (Shady 1992, comunicación personal). Refuerm al supuesto el hecho de que este
idioma fuese en el siglo XVI el más extendido en el sector oriental de la cuenca: además del
valle de Bagua, se hablaba en los del bajo Tabaconas, el bajo Chinchipe, el Chamaya y, sin duda,
en las márgenes del Marañón entre el Chamaya y el Utcubamba.
En cuanto a los sácatas, parece posible que su marcha muy antigua, quizá tanto como la
que condujo a los baguas a establecerse en las zonas más bajas de la hoya. Si lo que impulsó
su movimiento no fue la conquista misma de territorio, lo fue probablemente la búsqueda del
intercambio de productos selváticos contra productos andinos, búsqueda históricamente
milenaria que bien puede explicar el porqué los pueblos arahuacos se desplegaron fundamen-
talmente a proximidad de los Andes.
Por lo demás, los documentos coloniales reconocen por activos comerciantes a pueblos
arahuacos, como los manaos del Río Negro y el Amazonas central (Métmux 1948: 707), o
como los piros, que controlaban estmtégicamente la cuenca del Urubamba-alto Ucayali y las
nacientes del Purús y el Madre de Dios (Gade 1975).
Con el surgimiento de los estados andinos, a principios de nuestm era, acompañado ne-
cesariamente de un firme control territorial y económico, parte de los espacios primitivamente
abiertos del lado de la Amazonía a la invasión y el intercambio, cayeron bajo el control de
esos estados; los puntos de partida de los pueblos selváticos para el pillaje o el comercio tu-
vieron, entonces, que retroceder más selva adentro. No es de descartar que la formación de
tales estados hubiesen debilitado tempranamente a algunos pueblos arahuacos y facilitado así
su posterior desplazamiento por caribes y tupíes en el alto Amazonas y por panos en el Ucayali
central.
Es probable que el establecimiento de los caribes patagones entre el Chinchipe y el
Marañón, de fecha al parecer más reciente que la de los supuestos arahuacos en Sácata, res-
pondiera a tales opciones y constreñimientos, y que ellos hayan formado parte en algún mo-
mento del extremo "preandino" de una red de colonias caribes extendida con fines de comer-
cio a lo largo del Amazonas y hacia el Orinoco.
Arahuacos (y tal vez caribes) serían más tarde desalojados del alto Amazonas por una
ola de tupíes omaguas, que algún tiempo antes de la conquista española habían establecido
conexiones con la civilización andina por el propio Marañón hasta cerca de Santiago de las
Montañas y por los afluentes amazónicos del Puturnayo, Napo, Tigre, Ucayali y Huallaga.
Además de su papel como uno de los focos para la relación entre pueblos andinos y
pueblos del Amazonas y el Orinoco, es probable que -<:orno otros autores lo han sugerido- la
hoya de Jaén hubiese sido también una posta para el intercambio lejano entre los Andes sep-
tentrionales (el norte peruano y el Ecuador actual) y los Andes centrales y meridionales, a
Alfredo Torero
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Xoroca (Palta-Jíl>aro)
N2 2, diciembre 1993
Patagón (Caribe)
Bagua (aislado)
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Quechua (quechua)
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Artículos, Notas y D o c u m e n t o s - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
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El articulo de André Langevin "Las zampoñas del conjunto de Kanni y el debate sobre
la función de la segunda hilera de nibos", aparecido en esta revista (año 10, n22, 1992) recapitula
lo aportado en tomo al tema y agrega información etnográfica recogida en la región de
Quiabaya. El debate mencionado en el título de ese artículo se establece entre una explicación
acústica que postula un refuerzo armónico como función de la segunda hilera de tubos de las
flautas de pan de caña andinas y otra que ve sólo un sistema destinado a reforzar la estructura
del instrumento, sin mayores implicancias sonoras. El interés del debate, que Langevin no logra
despejar del todo, radica en que, si bien la explicación acústica es interesante pues revela un
sutil manejo tímbrico en el instrumento, aparece como poco importante o simplemente ausen-
te en ejemplos etnográficos actuales. Algunos autores citados, como Izikowitz y Schaeffner
suponen que la función acústica fue importante en el pasado y ha sido olvidada o ha pasado a
segundo término en la actualidad (ver op. cit:425-426). En este articulo entregaremos una serie
de datos basados en investigaciones en tomo a instrumentos surandinos que confinnan esta
última hipótesis, proponiendo un panorama en el que el desarrollo estético (con fines rituales)
del timbre ocupa un lugar primordial.
La explicación acústica aludida tiene que ver con una propiedad física de los tubos; la
columna de aire vibra a una frecuencia correspondiente a un tono percibido (fundamental) y a
una serie de frecuencias que son múltiplos enteros de la anterior (los armónicos), creándose
una progresión matemática de 1, 1/2, 1/3, 1/4, etc. conocida como serie armónica, cuya confi-
guración dinámica de intensidades relativas determina el timbre del instrumento. En el caso
de los tubos cerrados, debido a su geometría, esta serie consta solamente de los impares y su
frecuencia es la mitad, es decir, está una octava más abajo que el rubo abierto(!)_ Los rubos de
la primera hilera de los sikus de caña son cerrados; al agregar la segunda hilera de tubos abier-
tos, llamados resonadores, se ha postulado que esto completaría parcialmente la serie armóni-
ca. También se recurre, para lograr lo mismo, a una segunda hilera de rubos cerrados de la
mitad de tamaño(2). La respuesta úmbrica de los tubos cerrados posee una gran riqueza de
contenido armónico, especialmente en el registro grave y sobre todo a un elevado nivel de
presión de aire, como al atacar, o al soplar fuerte (Nadjar 1988:89), lo cual es aprovechado en
la práctica instrumental andina mediante el desarrollo de la técnica del "diálogo musical" (Va-
lencia Chacón 1982) que permite tocar fluidamente sólo con ataques. En los instrumentos
etnográficos se han detectado frecuentemente octavas "imperfectas" o "desatinadas" lo que
ha sido uno de los motivos para discutir la explicación acústica (ver Langevin 1992:428). Como
veremos, tanto la función acústica como los "defectos" de afinación tienen antecedentes en
otros instrumentos prehispánicos etnógraficos (actuales) de la región.
El antecedente prehispánico del resonador lo constituye un mecanismo acústico que
describe Haberli (1972:72), en un corto arúculo dedicado al estudio de doce antaras Nazca. Se
trata de un tipo de tubo especial que él denomina "tubo complejo". Al analizar sus propieda-
des acústicas descubrió que:
difieren significantemente de los tubos simples. Para los últimos el radio de frecuencia
del primer armónico a la frecuencia de la fundamental es, como esperado 3: l. Para los
tubos complejos el radio es cerca de 2: 1... Su origen y razón de uso, excepto para dar la
octava de la fundamental como primer armónico es desconocido pero sugiere experi-
mentación.
Más adelante postula que este tubo complejo cumple la misma función acústica que el
resonador, siendo su predecesor y teniendo su origen en el Sur de Perú por lo menos desde el
P.aracas tardío, hacia el S. I OC(3). Este es el único autor que se preocupa de establecer la fun-
ción acústica del rubo complejo, y de posrularlo como antecesor del resonador. De los ejem-
plos arqueológicos a la actualidad, el resonador se ha mantenido igual, asociado a instrumentos
que revelan pocos cambios a través de la historia. A diferencia de esto, el tubo complejo pa<;a
por innumerables cambios culturales hasta llegar a nuestros días. Será preciso, pues, repasar
brevemente esta historia para entender las relaciones entre las diferentes soluciones acústicas
que se han planteado en los Andes Sur desde la época Paracas y seguir su pista hasta las músicas
etnográficas de la región.
(1) En la realidad las relaciones matemáticas son más complejas, no sólo porque toman en cuenta una serie
de factores aleatorios como la presión del aire.el ángulo de soplo y otros, sino porque matemáticamen-
te se producen algunas desviaciones que pueden ser obviadas para el nivel de discusión que nos interesa
Para un detallado análisis de estas desviaciones, consultar Bensaya (1989).
(2) Dejo de lado los casos en que no existe una función ru;ústica para esta segunda serie, los cuales apare-
cen debidamente documentados en el artículo de Langevin.
(3) Para todos los fecharnientos me baso en Berenguer et al. (1988) con el fin de uniformar criterios.
(4) Bolaños no menciona la desaparición del triple diámetro, pero las fotos y datos suyos, así como los
entregados por otros trabajos indican lo mismo.
(5) Ver Sas (1938) y Bolaños (1988). El examen de material Nazca que pude reali:zar en 1991, durante
una corta visita al Museo de Nazca y al Museo Antropológico de Lima, me confirmó la preponderan-
cia cultural -ritual que este instrumento adquiere durante este período.
(6) En las páginas 20 y 42 indica que los sik.u con resonadores aparecen aproximadamente hacia el s. X, entre
los Chincha, Chancay, Pachacamac y Collao, entre otros. En la pág. 108, se desconoce si los Chincha
construyeron instrumentos con resonadores y en la pág. 19 dice que los resonadores aparecen hacia el
s. XII.
tubos), que es mucho más antiguo que la antara. Los más antiguos aparecen hacia el siglo VIII
AC en Chilca, al sur de Lima (Bolafios 1988: 17) pero alcanza un gran desarrollo, junto con la
antara Nazca, en los Andes Centrales y Norte entre los siglos II AC y IX OC (Jamacoaque,
La Tolita, Bahía, Capulí, Vicús, Moche)(7). Hacia el sur se extiende la región de Arica duran-
te el período Cabuza (siglos IV-VII DC) y más al sur se va diluyendo su presencia hacia
Antofagasta y Aguada(8). El siku perdura hasta el Inca, sin mayores modificaciones (Mena
1974:47; Grebe 1974:42) y continúa hoy con gran vigencia en el altiplano, especialmente en
la región del Titicaca Hacia el siglo X la antara parece haber sido desplazada al sur por el siku,
apareciendo en el altiplano boliviano, Atacama y Noroeste argentino (Pérez de Arce 1992).
Desconocemos los mecanismos y la forma en que se produjo este desplazamiento; la datación
de los restos arqueológicos es imprecisa, pero parece indicar que se realizó vía Tiwanacu durnnte
su época de expansión, aproximadamente entre los siglos IV-XI OC. Se trata de un instrumento
que guarda similitud con la antara Nazca en sus características acústicas (tubos complejos or-
denados en una serie descendente), pero hay diferencias formales: la cerámica ha sido cambiada
por piedra y madera, aparece un asa lateral y poseen cuatro (rnrnmente tres) tubos. Del siku
hereda los rasgos formales; su perfil escalerado y la superficie cilíndrica de sus tubos es cui-
dadosamente reproducida en la piedra o en la madera. El cambio de cerámica a piedra o madern
implica la aplicación de una tecnología totalmente diferente parn confeccionar el interior del
tubo. De un sistema moldeado(9) se pasa a un sistema perforado por taladro rotatorio o
raspajeOO). A pesar de este cambio se mantiene la intención acústica. También se mantiene su
importancia ritual y sus asociaciones con el felino y la cabe7.a cortada, como veremos enseguida.
Se trata, por lo tanto, de una antara que reúne ciertas características sonoras y rituales de la
antigua antara Nazca y ciertas características formales y rituales del siku Wari. Este modelo de
antara, que conoceremos como antara surandina, se conservará casi sin cambios hasta el pe-
ríodo Inca en una enorme extensión de territorio, desde el altiplano boliviano hasta la región
de los lagos en el sur de Chile.
El instrumento parece haber tenido grnn importancia dentro de la cultura Tiwanacu
formando parte del "conjunto emblemático" de los kuracas locales (Berenguer-Dauelsberg
1989: 172). Probablemente las amaras Tiwanacotas ernn de madera, como las atacameñas y
las del noroeste argentino, pero a diferencia de éstas no se han conservado en el altiplano, y
las de piedra son escasas. Yo conozco sólo tres: una en el Museo de Oruro, otra en el Museo
<Jl El siku Moche lo conocemos especialmente a través del registro iconográfico (ver Valencia 1982 y
Benson 1973). Sobre las otras culturns, aparecen algunos eje mplos en Pérez de Arce 1982:40, 41,51;
Ebnother 1980 y Enázuris 1975.
(8) Se han hallado dos sikus en Antofagasta (lribaren 1969:97, 103), los que corresponderían, junto con la
evidencia de una figurilla Aguada del NO argentino (Márquez Mi.randa 1946:f.142) a la dispersión
prehispánica más austral conocida parn este instrumento.
(9) Dawson 1964 y Haberli 1979:59 opinan que se utilizó la lécrtica de slip casting. En cambio, Gruszynska-
Ziokowka s/f:5 y el artesano nasquense Zenón Gallegos opinan que se hicieron en base a una pieza
cilíndrica usada como molde.
(!O) Observación personal. El interior de los tubos en todos los casos examinados muestran huellas de taladro
rotatorio en el extremo inferior del tubo, y en algunos casos el extremo superior (más ancho) muestrn
signos de raspaje. José Luis Balbuena (1980), a partir del examen de dos ejemplares de la provincia de
Jujuy opina lo mismo, añadiendo que se utilizó un barreno de piedrn.
Universitario de Potosí y otra en el Museo del Hombre de ParísCl l). Entre los siglos V y XI
Tiwanacu estableció fuertes alianzas con el señorío de Atacama y el señorío de La Aguada,
en el Noroeste argentino (Berenguer et al. 1988:276). La introducción de la antara es parte
importante de los cambios profundos que se operan: en los contextos funerarios y en la abun-
dante iconografía que nos ha llegado aparece la antara estrechamente relacionada con el
"sacrificador", con la cabeza trofeo, con el felino y con la ingestión de plantas psicoactivas
(Pérez de Arce 1992).
La antara surandina, asociada a su compleja ritualidad se expande con gran éxito hasta
la región del Norte Chico durante el período Diaguita medio (siglos XIII-XIV) y hasta el sur
de Mendoza, como lo revela la aparición de hermosos instrumentos de piedra, y fragmentos
de los temas iconográficos asociados (Pérez de Arce 1992: lám. 11). Más al sur, en Chile central,
probablemente hacia fines del período Aconcagua, hacia el siglo XV, la antara alcanza un gran
desarrollo en su calidad formal y acústica (Pérez de Arce 1988). Al extenderse hacia el sur se
hace más escasa mostrando influencias de un tipo de flauta de pan local, el piloilo o pilucahue,
cuyo origen es totalmente independiente del siku y de la antara (Pérez de Arce 1987). Desde
la región del Norte Chico hacia el sur, a partir de la hibridación entre antara y un instrumento
local, se crea un nuevo instrumento de un solo tubo, la pijilca, que hereda el tubo complejo y
muchas de las características rituales y musicales de la antigua antara surandina Posterior-
mente, tal vez durante la expansión inca en el siglo XVI desaparece la antara de todo el terri-
torio sumndino (Torres 1987:35) y, poco después, dentro del mismo siglo, la expansión europea
inicia los cambios más radicales en la cultura de la región, pero se conserva hasta hoy el siku
extendido desde el altiplano boliviano hasta los Andes norte, y la pijilca desde la región del
Norte Chico hasta la zona mapuche.
La piji/ca utilizada actualmente en Chile centraJ(I2) para los rituales campesinos y pes-
cadores es la más interesante desde el punto de vista acústico y musical; su mayor desarrollo
en este sentido coincide con lo que revela el registro arqueológico. El mayor desarrollo musical
del siku, por su parte, lo encontramos en las complejas sikuriadas de las cercanías del lago
Titicaca (Baumann 1982), zona coincidente con el corazón del gran imperio Tiwanaku. Ambos
instrumentos, siku y pifilca se interpretan insertos en sistemas rituales semejantes, compartiendo
una semejante estética del sonido, una semejante estructura musical, una semejante organización
social de la orquesta y una semejante funcionalidad músico-ritual (Pérez de Arce 1990). Po-
demos suponer que esto es signo de una cierta continuidad cultural que abarca no sólo el siku
y la pifilca actual, sino sus antecesores, el siku y la antara. Revisaremos estos lineamientos, y
luego los antecedentes arqueológicos del mismo.
(ll) S/Nº, N"318.02.6791(2805 y N"08.23.30 respectivamente. Bolaños (1988:18) cita un ejemplo que re-
vela una influencia del modelo nortino de doble siku en W, hecho que puede estar señalando lo mismo
que la antara surandina: la capacidad Tiwanacota para recoger y asimilar formas culturales diversas.
No tengo noticia de más información al respecto (Bolaños no entrega ninguna) y no parece ser un modelo
importante en el altiplano.
(12) En Chile central se les llama flautas, sencillamente. Utiliw el nombre mapuche pifilca como categoria
organológica Los datos que entrego de esta tradición provienen de una investigación FONDECYT-
MCHAP actualmente en curso, y que será publicada en el futuro.
La semejanza entre pifi.lcas y sikus se da a nivel de todo un sistema musical común que
llamaremos "annonía surandina" (Pérez de Arce 1990), el cual se caracteriza por el uso de
orquestas de flautas de timbre disonante que tocan acordes, también disonantes, mediante el
sistema de diálogo musical. Durante ciertos rituales muchas de estas orquestas tocan simultá-
neamente, evitando la coordinación mutua, y moviéndose constantemente, lo cual genera una
polifonía extendida en el espacio y en el tiempo y en que la espacialidad (reverberancia, eco,
heterogeneidad y movilidad) cobra una importancia fundamental. Este sistema musical muestra
diferencias en el énfasis otorgado a sus partes: entre los aymaras hallamos una tónica más
arraigada, un gran control del acorde y del desarrollo musical melódico, características aso-
ciadas a una mayor organización social de la orquesta. En Chile central, en cambio, el desa-
rrollo de los aspectos tímbricos y annónicos ha alcanzado un grado superlativo y es aquí don-
de hallamos el mayor conocimiento relativo al tubo complejo y su aplicación musical.
La semejanza entre el tubo complejo actual y arqueológico se da a nivel de sus propie-
dades acústicas y, aparentemente, de ciertas funciones rituales. La función que cumple el tubo
complejo en las pifilcas de Chile central es producir el sonido rajado, un especialísirno timbre
disonante de gran energía. El examen del comportamiento acústico del tubo de estos instru-
mentos revela las mismas características encontradas en los tubos Paracas por Haberli: el Sr.
Luis Brahim, analizando este sonido en los laboratorios acústicos de la Universidad de Chile
y de la Universidad Metropolitana de Santiago, ha detectado un comportamiento semejante al
tubo abierto, entregando una respuesta annónica cercana a la relación 1:2. Aparentemente el
tubo complejo se comporta como un tubo doble, en que las dos secciones actúan como tubos
independientes. La relación geométrica entre las dos secciones define la relación acústica entre
ambos, y de hecho es en esta relación donde se concentran los esfuerzos de sus constructores03J.
Los análisis que he realizado por mi cuenta revelan una gran complejidad tímbrica. Al parecer
su comportamiento es semejante al del resonador; del mismo modo que éste, su confección
busca una relación cercana a 1:2 entre las fundamentales, supliendo de este modo algunos ar-
mónicos faltantes en el tubo cerrado pero, del mismo modo también, esta relación se desvía
ligeramente de 1:2 de tal modo que produce una disonancia Se crea un timbre compuesto por
dos series armónicas superpuestas y parcialmente complementarias, pero que pueden despla-
zarse a voluntad; el desplazamiento cercano a 1:2 es el que produce el máximo nivel de
disonancia, y es en esta sutil zona donde se esfuerzan los artesanos en "afinar" su instrumento.
El sonido rajado se produce en base a esta disonancia destacada por una especial riqueza de
contenido annónico que adquiere al ser tañida sólo mediante ataque de grnn energía, mucho
mayor que la habitual en cualquier instrumento de viento. El resultado sonoro es de una gran
intensidad, lo cual, unido al tremendo esfuerzo físico, la hiperventilación y otros factores, ayuda
a provocar estados alterados de conciencia. El uso ritual de esta técnica de alteración de con-
ciencia la hemos detectado vagamente, y parece ser algo estrictamente personal en la actualidad.
Sin embargo, las características físicas del sonido rajado son tan intensas que en algunas per-
sonas, con sólo escucharlo, le provoca espontáneamente alteraciones psíquicas intensas (mareos,
vómitos, insomnio o alucinaciones).
(13) Hemos conocido la técnica del maestro Daniel Vega, de El Venado (Olmué), probablemente el que
mejor conserva esta tradición en la actualidad.
Los buenos fabricantes de flautas logran sonidos rajados de efectos extrañísimos, entre
los cuales sobresale uno especialmente apreciado que es llamado gorgoreo o ganseo, un vibrato
muy pronunciado aparentemente por batimento entre los dos tonos, y a las flautas que lo pro-
ducen, lloronas o catarras. Estas flautas son escasísimas y sumamente apreciadas, y su secre-
to de fabricación parece haberse perdido en los últimos años.
La semejanza acústica entre estas flautas y las antaras surandinas arqueológicas es muy
estrecha. La mayoóa de estas últimas están mudas debido a roturas en los tubos, y las pocas
que dan sonidos y a las cuales he tenido acceso en diversos museos a través de varios años las
he tañido procurando obtener sonidos puros, con el fin de determinar la escala, de acuerdo al
mismo patrón que han seguido todos los investigadores que han estudiado las antaras Nazca y
Paracas. Pero luego de haber conocido la técnica de tañido del sonido rajado, hemos intentado
su tañido en flautas arqueológicas de Chile Centra1(14), obteniendo, no sólo el sonido rajado
con facilidad, sino más aún, el especialísimo gorgoreo de una cataffa. Este hallazgo nos indi-
ca que la estética sonora se ha mantenido inalterable durante más de cinco siglos.
Los sikus actuales persiguen una estética sonora semejante; los resonadores abiertos po-
seen generalmente un corte oblicuo que acorta su dimensión produciendo un timbre levemente
disonante, el "error" de afinación notado por varios autores y probablemente este es el timbre
especial identificado en los ejemplos que cita Langevin (1992:430,431) como un sonido
gangoso, que destaca especialmente al tocar despacio, con chusillada. En todo caso el efecto
obtenido con el resonador es menos notable que el logrado con el tubo complejo, no existiendo
entre los sikus el sonido rajado.
La multiplicidad de entrndas relativas al concepto de afinación anotadas por Bertonio
en su diccionario de 1612 (1984) alude a la grdll importancia que para el aymara del siglo
XVII tenían este
(1 4 ) Personalmente no he podido obtener nunca este sonido, pero Claudio Mercado, arqueólogo y músico,
con quien realizamos esta investigación, lo ha logrado gracias a un aprendizaje entre sus cultores.
malo ("desafinado'). En la tradición surandina los dos términos son independientes; se con-
trola con precisión el movimiento de un sonido para lograr la máxima disonancia posible en
su relación con otro sonido. Sería de esperar que los antiguos dialectos recogieran esta dife-
rencia, y tal vez ésta se esconda en las múltiples voces aymaras citadas.
No existen descripciones de las características acústicas de los tubos complejos Paracas
y Nazca fuera de la que entrega Haberli (1972:72), que se reduce a constatar la frecuencia
"cercana a 2: l" del armónico respecto a la fundamental, pero este dato coincide plenamente
con lo que ocurre en la actualidad, en que se busca con gran precisión una relación cercana
pero no igual a 2: 1 de tal modo que provoque el sonido rajado. Dawson (1964: 108) menciona
el hecho que las uniones entre los dos diámetros en el interior de los tubos complejos fueron
suavizadas, lo cual coincide con cuidados de los cuales depende el buen sonido y que siguen
en práctica en la actualidad. Basándonos en la analogía con el tubo complejo de dos diámetros
que superpone dos series armónicas podemos suponer teóricamente que el tubo complejo de
dos diámetros de las antaras Paracas produce una superposición de tres series armónicas. Hará
falta tafier estas antaras con la técnica del sonido rajado para dilucidar este punto. Tanto
Bolaños (1988: 107) como Gruszczynska (s/f:5) coinciden en suponer que las antaras Nazca
fueron construidas por especialistas con conocimientos de cerámica y acústica avanzados.
Bolaños (1988:103) dice que la secuencia de intervalos que se encuentran en las antaras "da
la impresión de que se hubiesen construido con los intervalos de los armónicos naturales, que
existen entre su 32 y 162 sonido. Todos estos datos apuntan a señalar la existencia en Paracas
y Nazca de un conocimiento y una técnica sofisticada, propia de especialistas con una refinada
percepción y estética de los sonidos armónicos. No es de extrdñar que en este medio se hubie-
se desarrollado por primera vez el sonido rajado. Esto, por otra parte, concuerda con los tim-
bres disonantes que aparecen en las ocarinas dobles Paracas y Nazca. Tres ejemplares del Museo
Chileno de Arte Precolombino de Santiago(l5) dan acordes agudísimos que varían su grado de
disonancia según como se soplen, lográndose efectos vibrados de gran intensidad que se acer-
can al sonido rajado. Bolaños (1988:28) describe dos ejemplares con sonidos que corresponden
al mismo tipo de acorde disonante agudoC16). La búsqueda de sutiles disonancias la hallamos
presente en las flautas de los Andes desde, por lo menos, los primeros siglos de nuestra era y
no constituye por tanto algo ajeno a la estética musical loca1Cl7).
La organización musical del sonido rajado en la antigüedad nos es en su mayor parte
desconocida. Sin embargo existen ciertos datos que apuntan también a reforzar la idea de con-
tinuidad en este plano. Actualmente las pifilcas en Chile Centrnl se tocan en acordes altamente
disonantes, especies de "cluster" de gr<lll extensión, con separación entre flautas a distancias
de aproximadamente 1/4 de tono, multiplicando de este modo la disonancia de cada instrumento.
En Nazca, al parecer, la disonancia también aparece a nivel de agrupaciones instrumentales.
La determinación de intervalos disonantes a través de la bibliografía se ve dificultada por la
(15) Compuestas por dos flautas de cerámica de cuerpo globular, con aeroducto, unidas entre sí. N22535 y
N22536.
(16) Un acorde de fa3+20 y otro de mi3-15, re3+40, respecúvamente.
(17) Sería largo enumerar los ejemplos de instrumentos que cumplen con esta caracterísúca Como ejem-
plos, ver Pérez de Arce 1982:Nº85,90.
tendencia de los investigadores a eliminarla por considerarla un error: Bolaños (1988:20) in-
dica las antaras complementarias a la octava promediando la nota y evitando así lo que él
considera un error, y menciona otras flautas complementarias al 1/4 de tono, que corresponde
a un intervalo altamente disonante(IB). Rossel (1977:114) y Valencia (1982) afinnan que las
había al unísono, a la 5º y a la 8º, tal como se observa en los conjuntos de sikus actuales. En los
sikus actuales hallamos agrupaciones con unísonos, 5º y 8º todos en una relación levemente
disonante, es decir, repiten a nivel de grupo instrumental el esquema tímbrico de los instru-
mentos, lo cual confiere al sonido su particularísimo carácter (Baumann 1980:7; Keiler
1962:81).
La función social del sonido rajado puede entenderse también como una continuidad
cultural; sus efectos alteradores de conciencia, utilizados vagamente en los rituales actualmente
pueden ser interpretados como la resultante, ya muy amortiguada, de lo que ocurría en el pasado,
cuando estaba asociado al consumo de plantas psicoactivas. Si bien la evidencia respecto a
esta asociación la tenemos sólo en Atacama, es muy probable que sea muy anterior, ya que en
Paraca~ y Nazca existió el consumo ritual de cactus San Pedro, y por la etnografía conocemos
la estrechísima relación que existe entre sonido y experiencia de trance chamánico en América
en general.
CONCLUSIONES
La solución acústica del tubo resonador es similar a la del tubo complejo, y se utiliza
dentro de un mismo esquema musical. Siendo anterior este último, resulta lógico pensar que
durante la sustitución cultural entre Nazca y Wari se debió producir el traspaso del sistema
acústico desde el tubo complejo de la antara al resonador del siku. Bolaños (1988:44,20,42), si
bien no plantea esta hipótesis, opina que los Wari heredan los conocimientos alcanzados por
los Nazca en acústica (sin indicar a cuáles conocimientos se refiere) y también indica que los
sikus posteriores coinciden con las antaras Nazca en la cantidad de tubos y en las técnicas para
afinarlos con precisión, todo lo cual indica una cierta continuidad cultural. La ausencia de ins-
trumentos Wari hace imposible avanzar más en este sentido. Pero, por otra parte, la explicación
acústica para el tubo resonador del siku adquiere sentido al percibirse como un eco lejano de
una interesantísima y vigorosa búsqueda estético-musical desarrollada en esta parte del conti-
nente durante varios cientos de años. El sonido rajado ha sido el detonante de esta tradición y
su enorme difusión en el tiempo y el espacio se explican por sus propiedades acústicas, que
trnnsforman una flauta en un instrumento poderoso y vibrante que se escucha desde lejos, por
sus cualidades estéticas, que hacen de un timbre un universo musical, y por sus propiedades
elicitadordS de estados de conciencia, tema altamente apreciado en los Andes. Visto de este
modo, y teniendo en cuenta la distancia que separa el sonido rajado del sonido gangoso del
resonador, se explica la persistencia de este último, no sólo como un requisito acústico, sino,
aun en los casos en que ha perdido totalmente su función acústica, como un remanente de
(18) Este autor indica que no existen datos fidedignos de agrupaciones instrumentales de antaras Nazca de
tubos complejos, pero sí de antaras de tubos simples.
todo un universo cultural. A pesar de la enonne distancia de tiempo y espacio que separa el
origen de esta búsqueda estético-musical allá en Paracas con sus repercusiones hoy en día, no
ha perdido identidad ni vigencia, demostrando una enonne voluntad cultural a pennanecer a
pesar de las enonnes presiones a que ha sido sometida.
SIKU AN°J"ARAS
:1
1
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1
Jj
1
l1
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El fantasma de la "crisis" comenzó a merodear por España y por una buena parte de
Europa. En la década de 1950 historiadores como Trevor-Roper, Hobsbawm, Hill y Mousnier
difundieron la idea de una "crisis general" en el siglo XVII que habría afectado no sólo a Eu-
ropa, sino también áreas geográficas tan distantes entre sí como Japón, México y PerúO). Los
contenidos de esta tristesse de longue durée serían diversos: estancamiento de la producción y
contracción general de las economías; proliferación de crisis políticas marcadas por una pro-
funda escisión entre Estado y sociedad; problemas derivados de la "transición" del feudalis-
mo al capitalismo e, incluso, repercusiones de la física solar -el llamado "Maunder Minimun"-
que ocasionarían un cambio climático severo en el siglo XVII(2).
Para el caso americano, los trabajos de Borah (1951) y Chevalier (1966) para México,
y el de Chaunu (1955-59) para toda Hispanoamérica sustentaron también la idea de una crisis
a niveles demográfico, agrícola y comercial, que fue respaldada por inciertas y estimadas cifras
de producción minera y, sobre todo, por las cifras de exportación de plata americana dadas
por Hamilton. Pero tanto para el caso europeo como para el americano, el concepto de una
"crisis general" ha sido cuestionado y se ha reducido al análisis específico de problemas de
diversa índole que afectaron, a su vez, de una manera detenninada diferentes áreas geográficas.
El siglo XVII fue para España catastrófico, mientras que para los Países Bajos fue una era de
bonanza y prosperidad Las vicisitudes del tráfico mercantil entre España y América oca<.;ionaron
un duro golpe a los ingresos fiscales y al monopolio andaluz, pero propiciaron el fortalecimiento
de las elites mercantiles americanas y la posibilidad de un manejo político relativameme inde-
pendiente. Por supuesto, no todos los grupos mercantiles se vieron beneficiados de igual grndo:
los comerciantes de México y Perú, aunque de manera distinta, fueron los que sacaron las
mayores ventajas. Otros, como los mercaderes de Chile, Ecuador y Centroamérica sufrieron
las consecuencias de estar alejados de los centros de producción minera En el presente artícu-
lo intentaré analizar la respuesta de la elite mercantil de Lima frente a los cambios ocurridos
en el comercio atlántico en la primera mitad del siglo XVII.
Adoptada inicialmente como una medida transitoria, el sistema de flotas se presentó como
la mejor solución para afrontar tanto las agresiones bélicas de los estados europeos como para
garantizar la exclusiva participación de la monarquía y de sus ciudadanos de las riquezas del
Nuevo Mundo, a través de los impuestos y el monopolio. Gracias a estas necesidades impe-
riales y al hecho de que desde los primeros años de la invasión española se fijara a Lima como
* (U na versión resumida de esta sección fue presentada como ponencia en el I Simposio de Historia Ma-
rítima y Naval Iberoamericana Callao, 5 al 7 de noviembre de 1991)
(1) Trevor Aston 1983, recopiló los aportes más importantes de esta discusión. Cf. también De Vries 1980,
Parker y Smith 1985, y Lublinskaya 1979.
(2) Cf. los trabajos de Niels Steensgaard y John A. Eddy en Parker y Smith 1985.
centro político y comercial, la ciudad se vio favorecida por el privilegio de ser uno de los po-
cos puertos abiertos al comercio atlántico.
Este régimen impuso un riuno a los circuitos económicos tanto de España como del
Perú. En la península, las flotas determinaron -entre otras cosas- el funcionamiento del siste-
ma de crédito. Las ventas se efectuaban cuando se anunciaba la fecha de partida de la armada
y se pagaban las deudas al regreso de la misma. El comercio espafiol con Europa para alimen-
tar América tenía como contrapartida un movimiento enorme de letras de cambio, créditos a
la corona, pagos de juros, etc., cuyos plazos y condiciones eran fijados exclusivamente te-
niendo en cuenta el arribo de las flotas de América. Debido a la importancia económica (y
psicológica) de América, el vaivén de las flotas y de los metales que ellas transportaban fueron
un problema medular para el imperio espafiol durnnte el tiempo que funcionó el régimen de
convoyes.
El Perú como colonia eficiente debía, a su vez, imponer un riuno interno que estuviese
a la altura de las exigencias, urgencias y expectativas del erario metropolitano, por un lado, y
de los mercaderes sevillanos, por el otro. Si se mantuvo por mucho tiempo la navegación libre
en el trnmo Lima-Panamá, el ataque de Francis Drake a las costas del Pacífico obligó a imponer,
en 1581 , el régimen de los convoyes, la llamada Armada del Mar del Sur (Lohmann 1973:230).
Esta armada, por lo tanto, debía navegar en coordinación con la del Atlántico para que los
mercaderes pudiesen intercambiar sus productos en Nombre de Dios (hasta 1597) y luego en
las famosas ferias de Portobclo.
Los mercaderes exportadores del Perú, al igual que los españoles, usaban este riuno para
imponer sus plazos de pago. En el interior, los plazos eran fijados para el momento en que se
encaminasen a Lima las recuas o navíos, y es por este motivo que,junto con las remesas fiscales,
llegaba a Lima de diferentes puntos del país el dinero proveniente de actividades privadas. En
la capital, los plazos eran fijados, a<;imismo, tanto por el despacho de la Armada a Tierra Finne
y por el viaje del navío a Acapulco, como por los pagos de los tercios de San Juan y Navi-
dad(3)_ De este modo, la armada y el tributo indígena configurnban los parámetros de los pagos
en el virreinato. Los complejos mecanismos que hacían confluir en Lima el dinero de las cajas
reales y el perteneciente al comercio inevitablemente resultaban en que la partida de la Armada
hacia Panamá se hiciera en los meses de abril a junio, aunque a medida que avanzó el siglo
XVII la constante fue enviarla entre junio y septiembre. De esta manera, subordinar el ciclo
de la Armada del Sur a la del Norte -que esperaba encontrarse en Tierra Firme en marzo--
o, lo que es lo mismo, imponer al tráfico atlántico el riuno de las necesidades metropolitanas,
se convirtió en un engranaje particularmente importante en las relaciones coloniales.
Este "reloj atlántico" tenía, entonces, como finalidad recolectar los metales preciosos
de la corona y hacer que los mercaderes peninsulares hiciesen lo mismo a través del intercam-
bio de plata con productos europeos. Las ferias de Portobelo se convirtieron en sinónimo del
esplendor del sistema de flotas en la región sur del continente. Si las tempranas ferias efectuadas
(3 ) En los contratos notariales, especialmente en los deudos, obligaciones y lastos se puede ver claramente
el funcionamiento de los plazos de pago. Cobo 1882:77 también lo confirma: " ... es muy grande el bu-
llicio y tráfico del comercio, especialmente al tiempo que se despachan las armadas, para cuando sue-
len ser de ordinario los plazos y pagos de compras y ventas". Ver también Lewin 1978:75.
en Nombre de Dios eran vistas por el viajero italiano Girolamo Benzoni, en 1541, como in-
significantes, las subsiguientes en Portobelo gozaron del más renombrado prestigio. Dice
Loosley (1933), apoyado en un texto de Bernardo de Ulloa, que la existencia de las ferias
fueron el resultado de un acuerdo entre los mercaderes peruanos y españoles, confinnado por
la corona, que estableció que las compañías mercantiles debían encontrarse en Tierra Firme
sin invadir mutuamente las áreas correspondientes. Sea como fuere, el hecho es que los mer-
caderes sevillanos, durante el siglo XVI, lograron controlar y participar mayoritariamente de
los beneficios de este sistema (y por lo tanto de las ferias) gracias a sus prerrogativas
monopólicas.
El papel de los mercaderes peruanos en el sistema es más controvertido. Como el nivel
de los precios de las ferias, dicen algunos historiadores, se fijaba por el balance entre oferta de
metales y oferta de mercaderías europeas pero, sobre todo, por la escasez o no de los mercados
americanos, los mercaderes peruanos debían aceptar sin discusión los altos precios impuestos
por los sevillanos(4). Y como los limeños eran los únicos autorizados a internar las mercade-
rías en el virreinato, compensaban el monopolio sevillano con aquel que ellos ejercían al interior
del país. Los mercaderes de Lima, por tanto, reproducirían el sistema de escasez y precios
altos como una manera de neutralizar los efectos de un monopolio metropolitano inevitable.
Según Tord y Lazo, el sistema de flotas habría introducido al comerciante peruano "dentro de
un mecanismo regular de comercio compulsivo"; los limeños debían obligatoriamente asistir
a Portobelo y adquirir los productos a los altos precios de feria, incluso si el mercado americano
estaba ya saturado(5).
Esta asociación de los comerciantes de Lima como aliados y defensores del sistema
monopólico es aún más directa en el siglo XVIII. Se afirma que el poder de Lima sobre el
mercado interno era posible sólo en la medida en que España mantuviese el monopolio. La
debilidad de la metrópoli y la competencia extranjera a través del contrabando supuso la im-
posibilidad de conservar el sistema. El contrabando, entonces, habría implicado el
resquebrajamiento del sistema de flotas y la consiguiente caída de Lima como centro mercan-
liJ(6) . Los comerciantes de Lima, muchos de ellos peninsulares o de "ideología peninsular" y
escasamente ligados con el interior del país, consideraban al contrabando como un "horrendo
crimen" y, al ver amenazado el sistema, comenzaron a defender celosamente el monopoiioC7). La
penetración de mercaderías francesas, inglesas e incluso españolas por canales distintos a los
del monopolio, favoreció a los "mercados intermedios" y "periféricos", rompiendo de este modo
el abusivo aislamiento en que había mantenido Lima a las provincias. El desarrollo y compe-
tencia de ciertas regiones se hizo entonces, inevitable. Buenos Aires se convirtió en el punto
de apoyo del contrabando y en un feroz rival en el control del mercado del Alto Perú. La crea-
ción del virreinato del Río de la Plata (1776) y la instauración del llamado "Libre comercio"
dos años después, es decir, la pérdida de Potosí y de las esperanzas de recuperar el monopolio,
terminaron de arruinar por completo el poder económico de Lima. A partir de entonces, la
mayor parte del comercio atlántico se habría orientado h~ia Buenos Aires y el Consulado de
Lima se habría dedicado a escribir innumerables memoriales pidiendo la restauración del antiguo
sistema de flotas(S).
Sin embargo, este conjunto de interpretaciones tropieza con serias dificultades y se han
ido acumulando nuevas evidencias que dejan sin sostén a esta "teoría monopolista". En el úl-
timo cuarto del siglo XVIII la pérdida de Potosí fue recompensada largamente con la produc-
ción de las minas de Cerro de Paseo y Hualgayoc, y las cifras recogidas por Fisher demues-
trclll, para el mismo período, que el mercado de las costas del Pacífico (con el Callao a la cabeza)
fue mucho más importante para el tráfico atlántico que los mercados de Río de la Plata y Ve-
nezuela juntos<9). Las cifras de comercio elaboradas por García Baquero para el siglo XVIII,
por otro lado, no ofrecen dudas en cuanto a la recuperación efectiva de España y a su mayor
participación en el tráfico colonial. El siglo XVIII, por tanto, será testigo de la expansión co-
mercial de la metrópoli, que supo temporalmente imponer las reformas necesarias para competir
exitosamente con el sistema comercial inglés y, por lo mismo, ganarle la batalla al contraban-
do(IO). Por otro lado, es claro que los mercaderes de Lima estuvieron directa e indiscutible-
mente en el comercio directo y en el fraude, y que fueron precisamente ellos los que, mediante
múltiples estrategias, lograron arruinar el sistema de flotas en la primera mitad del siglo
XVIII( l l).
Estos dos ejemplos no sólo demuestran que todavía no se sabe lo suficiente acerca de
los efectos que la expansión comercial española del siglo XVIII (apoyada en el "libre comercio")
tuvo sobre la estructura social y económica del Perú, sino que también pone en evidencia que
menos aún se sabe acerca de la relación de los mercaderes de Lima con el famoso "sistema
monopólico". De hecho, el "monopolio comercial" -ese que funcionó en el siglo XVI y gra-
cias al cual Sevilla controló el tráfico atlántico- había dejado de funcionar desde inicios del
XVII. Pero el sistema del Ilotas subsistió hasta un siglo y medio después, ante lo cual cabría
preguntarse en qué nuevos términos se plantearon las relaciones entre Lima y Sevilla cuando
esta última no pudo mantener el monopolio. O, dicho de otra manera, ¿qué significó para Lima,
real y efectivamente, el sistema de flotas?
En realidad, parte de los problemas de interpretación reside en pensar que mientras fun-
cionó el sistema de Ilotas existió el monopolio comercial y viceversa. Historia conocida es
que de las duras batallas que hubo de librar España en el siglo XVII, aquella por defender su
comercio exclusivo con América fue una de las primeras en perder. La primera mitad del si-
glo XVII se podría considerar como un período del comercio colonial en donde el monopolio
(8) Cf. Céspedes del Castillo 1946; Villalobos 1961 y 1968; Váz.quez de Prada 1968; Rodríguez Vicente
en Moreyra 1955-59: tomo 11. Para una interpretación similar del caso mexicano ver Real Díaz 1959.
(9) Cf. Fisher 1981 :46-47.
(1 0) García Baquero 1976; Lang 1975:74 y ss.; Fisher 1981 ; Lynch 1989.
(11) Walker 1979 y Malamud 1986
ejercido por Espaí'la sobre América se quiebra por la creciente participación de otras potencias
europeas y de América en las ganancias de este tráfico.
El fortalecimiento de los mercaderes de Lima se consolidó en el siglo XVII. En las pri-
meras décadas de la colonización las compañías mercantiles que operaban en el Perú eran
simplemente sucursales de las casas sevillanas, y fueron probablemente las características de
la navegación Sevilla-Lima (interrumpida por el isuno de Panamá) las que marcaron la nece-
sidad de cierta especialización dentro de las compañías. Así, se reconocerían en España dos
tipos de mercaderes: los "mercaderes de Castilla", que residían en la península y comerciaban
con América directamente o a través de encomenderos; y los "mercaderes indianos", que vi-
vían en América y compraban a través de factores sevillanos, aunque algunas veces se embar-
caban hacia España para comprar para ellos y "otros amigos"02).
Esta clasificación evidenciaba que había mercaderes que cumplían diferentes funciones ,
pero no significaba necesariamente que fueran circuitos mercantiles distintos. Los mercaderes
"indianos" eran agentes de las compañías sevillanas -por lo general, unidos por lazos fami-
liares- que, una vez hecha fortuna, regresaban al terruñoC13). Por lo tanto, que se fonnara un
grupo mercantil en Lima significó no sólo que aparecieran comerciantes especializados en
comprar productos en Portobelo, transportarlos y venderlos en Lima sino, sobre todo, que
apareciera un grupo local que comenzara a controlar la producción, distribución y exporta-
ción de plata en su propio beneficio y que, por este motivo, edificara una serie de intereses
distintos y muchas veces contrapuestos a los de las compañías metropolitanas.
Este proceso no debió ser tarea fácil. Cuando en el siglo XVI el poder de los
encomenderos era aún sólido, éstos controlaban el abastecimiento de los centros mineros a
través de la comercialización del tributo indígena Incluso algunos de ellos eran propietarios
de minas y empleaban a sus indios de encomienda en las labores mineras. El papel de los
mercaderes de Lima era el de importar productos europeos para satisfacer todas aquellas esfe-
ras del consumo español que el Peru todavía no era capaz de proporcionar, desde productos
alimenticios hasta caballos y annas. Y dado que el objetivo de estas empresas era "hacer la
América", no sólo no se asentaban, sino que se oponían a hacer cualquier inversión directa en
el país04).
El boom minero de l 570, sin duda, ayudó a modificar este papel. El éxito del eje Potosí-
Huancavelica, sustentado en la diversificación productiva en gr'dil escala y en una complicada
red mercantil, pennitió que los no-encomenderos y, entre ellos, los mercaderes, pudiesen par-
ticipar y controlar más directamente la riqueza proveniente de las minas. La producción de
plata diversificó la economía, creó mercados y expandió el consumo. La ampliación, por tanto,
del tráfico con la metrópoli fue inmediata. La abundancia de plata y la escasez de mercaderías
europeas configuraron el binomio que hizo que el comerciar fuese sinónimo de riqueza fácil.
No se tuvo en cuenta ni la condición social, ni el oficio, ni el hábito, ni siquiera el cargo públi-
(15) Dice Pedro de León Portocarrero: " ... todos los mercaderes son diesttísimos en comprar, que hay tal
mercader que coge todas las memorias que salen a la plaza para se vender, y las retaza todas en poco
tiempo, y de allí escoge y compra las que mejor le parece. Con esto se puede entender lo que son los
mercaderes de Lima, y vende el bisorrey hasta el arzobispo. Todos tratan y son mercaderes, aunque
por mano ajena y disimuladamente". En Lewin 1958:61.
(16) Suárez 1985:23 y ss. En el AGI Lima 144 se encuentra el "Expediente sobre la confirmación del Con-
sulado de Lima (1614-1626)", en donde se presentaron las opiniones de los distintos grupos. Un resu-
men de estas opiniones se puede encontrar en Rodriguez Vicente 1960:17-36.
(17) Cf. Chaunu 1955-59: Vlll2,2:197.
(18) AGI Contratación 5116. Carta de los O.R. de Portobelo a la Casa de Contratación. 7 VUI 1620. Cf. los
gráficos de Chaunu 1955-59:VII. La composición de las importaciones en la segunda mitad del siglo
XVII lo confirman; ver Morineau 1985:251-252 y 268 y las cifras de García Fuentes 1980:239 y ss.
En el siglo XVIII España recupera sus exportaciones agrarias e industriales, cf. García Baquero 1976:
11: gráfico 14.
de la relación entre Espafta y el Perú. Pero otra de las consecuencias fue que los mercaderes
de Lima tuvieron que penetrar profundamente en las estructuras sociales, económicas y políti-
cas del virreinato para garantizar que este comercio -basado ya no en la necesidad sino en el
gasto superfluo- siguiese siendo su fuente más segura de riqueza. La creación del Consulado
fue el primero de una serie continua de pasos que los mercaderes emprendieron para lograr
estos objetivos.
Para resolver sus propios problemas de financiación y para garanti?.ar el éxito de sus
empresas dentro de la economía interna la solución fue captar el ahorro social a través de
préstamos obtenidos en época de armada, la formación de grandes consorcios al interior del
país y la fundación de bancos públicos. En 1608 aparecieron los dos primeros bancos de Lima,
el de Juan Vidal y el de Diego de Morales. Sucesivamente, se fundaron otros, como el de
Baltazar de Lorca, Juan López de Altopica, Bernardo de Villegas y Juan de la Plaza. El banco
público más importante y el de más larga duración, el de Juan de la Cueva, comenzó a funcio-
nar en 161509). El control ejercido por los mercaderes de Lima fue más allá del hecho de
comprar y vender géneros importados y sacar grandes ganancias: fue una verdadera expan-
sión de inversiones en actividades terciarias y crediticias que determinaron que, en la primera
mitad del siglo XVII, los mercaderes capitalinos tuviesen Uunto con la Iglesia) el dominio
financiero del virreinato.
En el frente transoceánico, el fraude y el comercio directo fueron la respuesta america-
na a la imposición de un sistema comercial pensado únicamente en función de los intereses
metropolitanos. En el momento en que los mercaderes de Lima crearon los mecanismos inter-
nos necesarios para controlar la extracción de plata, el control externo ejercido por los merca-
deres sevillanos se convirtió en inaceptable. Dice Bernardo de Ulloa, en 1740, que el comercio
entre España y el Perú, efectuado a trnvés de las ferias de Portobelo, funcionó en perfecta ar-
monía hasta que "las guerr.1s del fin del siglo pasado y las del principio del presente dieron
lugar al clandestino comercio de las naciones". Esta versión idílica habla de precios fijados en
las ferias por la necesidad y no por los costos, la posibilidad de ganancias de hasta 300% y de
una sorprendente buena fe en las cuentas establecidas entre españoles y "peruleros"(20). Pero la
realidad del tráfico en el siglo XVII fue bastante distinta. Las ferias de Portobelo comen?.aron
a decaer inevitablemente desde la década de 1610 y, sin duda, el papel jugado por los merca-
deres del Perú en esta caída fue crucial.
Los "peruleros", aquellos mercaderes del Perú que evitaban las ferias y el registro legal
de los metales como una manera de evadir el monopolio y los gravámenes, aparecieron en el
tráfico atlántico desde la época de Felipe II. Según Lorenzo Sanz, se les reconocía indistinta-
mente con el nombre de "indianos", "pasajeros que vienen a emplear, "peruleros", aunque el
nombre más frecuente fue, simplemente, "pasajeros"(21). Parece que ya desde el siglo XVI los
mercaderes peruanos tuvieron una presencia importante en Sevilla. En 1592, aparecía la pri-
mera cédula real prohibiendo que se vendiesen las mercaderías fiadas a pagar en Indias, que
era una de las formas empleadas por los mercaderes de Lima para establecer contacto con las
casas extranjeras. Y ya en 1590, el Consulado de Sevilla de.claraba que ellos constituían "la
mayor parte de la flota", y no era novedad para nadie que sin sus mercaderías los derechos
reales disminuían drásticamenteC22) . Como resultado de ello, la flota de Tierra Finne comen-
zó a ser abastecida virtualmente por los propios habitantes del Pení(23) , y las ferias se limita-
ron a cubrir aquellas partes del abastecimiento que los peruleros no querían o no podían ali-
mentar.
La convivencia sevillana con los peruleros hizo crisis desde la primera década del siglo
XVII, y de allí en adelante las relaciones entre ambos grupos fueron de mutua hostilidad. Son
varias las razones que detenninaron este divorcio irreparable(24). Las causas estructurales fue-
ron la deficiencia industrial de España y la diversificoción económica del Pení, que crearon
una situación crítica en el sistema al configurar un cuadro en el cual los productos "necesarios"
para el Perú no eran producidos en España (con excepción del hierro), y los pocos productos
agrarios que Espai'la podía exportar no eran necesarios en el Pení. Esto produjo una presión
constante desde Espai'la para tratar de imponer su comercio e incluso para romper la producción
y comercialización de productos competitivos americanos, como por ejemplo los vinos perua-
nos, aunque tal vez el único resultado haya sido que agudizó aún más las diferencias. En la
segunda mitad del siglo XVII, a pesar de la importancia del mercado de Tiera Finne, el consumo
de vino espoool fue inferior al de Cuba y Venezuela juntos, y considerablemente menor al de
México(25). Lo que se creó, a final de cuentas, fue una situación absurda en la cual la función
de los mercaderes españoles era la de oponerse, por un lado, a la producción de las colonias y,
por el otro, la de servir de intennediarios del comercio entre el resto de Europa y el Perú. Y si
el grupo sevillano tenía argumentos sólidos (como la pennanencia misma del vínculo colo-
nial) para convencer a la corona de la importancia de mantener el monopolio y el sistema de
flotas, en cambio no tenía recursos para convencer a los mercaderes de Lima de que les com-
pr-ardll exclusivamente a ellos, a precios excesivos y sólo en Portobelo. Sobre todo si existían
las fonnas de evitarlo.
La compra directa de mercaderías en Espai'la, la transferencia de los pagos a América y
el fraude fueron los mecanismos usados para romper el monopolio comercial y la presión fiscal
de la corona, y no cabe duda que las confiscaciones reales y la crisis de la avería fueron los
elementos detonantes que volcaron a los limeños a rechazar de manera contundente los canales
de comercio oficiales. Hamilton calculara, aduciendo el gran riesgo y el costo del contrabando,
que las remesas exportadas a Espai'la sin registrar deberían haber estado alrededor del 10%
del valor total de las exportaciones americanas. Los datos recogidos por Lorenzo Sanz para el
siglo XVI confinnarían estos porcentajes, aunque los de Morineau para este mismo período
son ligeramente más altosC26). Pero es cierto que desde la década de 1620, y coincidiendo con
la política de confiscaciones y el aumento de la tasa de avería, el porcentaje del fraude se
(22) Carta del Consulado de Sevilla al Rey. 20 IX 1590. En Lorenzo Sanz 1979:l:108. Veitia Linaje 1945:171.
(23) Lorenzo Sanz 1979:1:108.
(24) El conflicto entre peruleros y sevillanos, fue, en realidad, la expresión de la crisis del sistema rmnopólico
mismo. Para una visión más completa de todos los factores que intervienen verLynch 1981 :U y MacLeod
1984: 371 y SS.
(25) Ver García Fuentes 1980: tabla #6: 432 y ss.
(26) Hamilton 1975:50-51; Lorenzo Sanz 1980:11:133-146.
incrementó notablemente y se mantuvo a niveles altos hasta el siglo XVIII. Las cifras de lle-
gada de metales preciosos a Europa contenidas en las gacetas holandesas entre 1629 y 1659,
arrojan diferencias con las cifras oficiales de Hamilton que oscilan entre el 25 y el 85%(27).
Según Domínguez Ortiz, la plata que se registraba era tan sólo la de "difuntos y ausentes y las
cortas cantidades que para guardar las apariencias [se] declaraban"(28). Lo cual quiere decir que
el fraude, de ser un fenómeno esporádico e individual, se había convertido en parte estructural
del sistema de flotas.
Tal vez una de las revelaciones más sorprendentes nos la den, precisamente, las cifras
de almojarifazgos y alcabalas de Panamá. Si se toman las primeras, se tiene que el valor esti-
mado de las flotas entre los años 1612 y 1622 se hallaría entre los 350 y los 900 mil pesos
ensayados. Los estimados en base a las alcabalas ofrecen sumas más altas. Así, si en 1643 los
almojarifazgos arrojan que el valor de la flota sería de 149,260 pesos, las alcabalas ofrecen,
por el contrario, un valor de l '019,700 pesos(29). Por supuesto, en ambos casos las cifras son
total y absolutamente irreales y, si a alguna conclusión hay que llegar, lo único que pueden
demostrar estos datos es el fracaso del Estado al no poder participar, a través de los impues-
tos, de los beneficios provenientes del comercio colonial.
Ciertamente el mejor ejemplo de la magnitud en que operaba el fraude en Portobelo lo
constituye la denuncia que, en 1624, hiciera el tesorero Cristóbal de Balbas. En esta ocasión,
la flota de Tierra Firme llegó a Portobelo registrando mercaderías por un valor de l '385,297
pesos de a ocho, vendió en la feria l '081,000 y los mercaderes pasaron por la Casa de las
Cruces con destino a Lima 8'259,422 pesos. Según Balbas, el valor real de la flota fue de
9'340,422 pesos y el de las mercaderías que no pagaron impuestos fue de 7'955, 124; esto
quiere decir que el 85% de las mercaderías evadieron el registro(30). Pero no fue la Real Ha-
cienda la única afectada por el fraude, sino que éste dañó profunda e irreparablemente al mo-
nopolio andaluz. El general de la flota, Tomás de Larráspuru, decía que en esa feria "hubo
tanta abundancia de ropa que ha sido la peor feria que jamás se ha visto pues aún con pérdida
de las costas no había quién las quisiera comprar"(31). Los mercaderes sevillanos no sólo ya no
podían controlar los precios en las ferias, sino que incluso las mismas ferias perdieron su fun-
ción de puerto de intercambio. En 1624 únicamente el 11.5% de las mercaderías de la flota
fueron vendidas en Portobelo y el resto pasó directamente al Perú. Y no deja de ser sorprendente
que de los 69 mercaderes envueltos en este tráfico, el 76.7% pasase al Perú y que casi todo el
fraude, el 96%, fuese realizado por ellos(32).
Si bien el bloqueo de la ciudad de Lima por el pirata de Jacques L'Hennite en este mis-
mo año tuvo un efecto distorsionador sobre la feria, los peruleros ya tenían fama, desde el
siglo anterior, de especializarse en el frnude. En 1588 alguien declaraba que "si algún oro y
plata a venido por registrar, no son los vecinos de Sevilla los que loan traydo, sino pasajeros
de los que vienen de Indias a emplear ocá". Una relación de 1567 de los tesoros llegados sin
registrar a Sevilla les atribuía el 73% del fraude a estos mercaderes(33). Sin embargo, estas
tácticas evasivas no tuvieron el grado de sofisticación que alcanzarían en el siglo XVII(34). Los
factores de las casas mercantiles limeñas pagaban en el Callao un 4% del valor de sus tesoros
a los oficiales reales para poder embarcar la plata fuera del registro; en Panamá la "tarifa"
ocordada era del 2%, y en el Boquerón y en Portobelo debían pagar algo similar<35). La razón de
la existencia de este sistema impositivo ilegal se justificaba porque tanto en Portobelo como
en España los mercaderes que vendían los géneros rehusaban correr el riesgo de aceptar plata
registrada o, si la oceptaban, entonces le rebajaban el precio. Lo cual quiere decir que existían
dos mercados monetarios en este tráfico: el de la plata registrada y el de la plata por registrar
(ilegal), cuyo valor era bastante más alto que el de aquella que entraba en los canales legales.
Dice Palata que de esta desigualdad nació también "la de las compras, porque las que se ha-
cían con plata de registro erdfl a precios excesivos, y con la de por alto se minoraba mucho, y
de unas a otras solía llegar la diferencia de un 30 o 40 por ciento"(36).
El establecimiento de este doble mercado requería no sólo del soborno a las autoridades
sino de la existencia de todo un sistema que permitiese un flujo de plata ilegal ininterrumpido.
La mayoría de los navíos sueltos que transportaban harinas a Panamá llevaban plata, de tal
manera que éstos regresaban cargados de mercaderías europeas. Este comercio directo, que
funcionaba bajo los esquemas de otro "reloj" comercial, fue el motivo de los intentos de pro-
hibir la introducción de harinas peruanas en el istmo a mediados del siglo XVII(37). Otra mo-
dalidad era registrar la plata en el Mar del Sur como si su destino fuese Panamá, cuando en
realidad era plata que pasaba directamente a las flotas o a los canales caribeños de comercio
directo(38).
De esta manera, el siglo XVII estará marcado por la pugna de la elite mercantil de Lima
por evitar el rígido sistema monopólico impuesto por el comercio de Sevilla y por el control
de las rutas. Respaldados por el acceso directo a las fuentes de producción minera, esto es,
por el control del mercado interno, los comerciantes del Perú establecieron diversas estrate-
gias para participar crecientemente de las ganancias del tráfico atlántico. Los mercaderes pe-
ruanos comenzaron a evitar las ferias de Portobelo y se embarcaron directamente a España a
Margarita Suárez
Justo Vigil 442
Lima 17
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La civilización andina ha sido materia de múltiples investigaciones desde que los euro-
peos la "descubrieron". Los enfoques empleados, los objetivos y la calidad de los resultados
variaron enormemente, pero todos los investigadores tuvieron que enfrentarse, de uno u otro
modo, a una serie de problemas que podríamos resumir con las siguientes preguntas: ¿cuál es
el marco teórico adecuado para comprender el mundo andino? ¿qué fuentes emplear? ¿cómo
leerlas? En modo alguno se trdta de preguntas fáciles de contestar, y mucho menos cuando el
tema en cuestión es uno tan difícil como la religión y la religiosidad andina Tampoco es mi
intención resolver aquí tema tan complejo sino tan sólo ayudar a plantearlo, empresa cada vez
más urgente dado el estado actual de las investigaciones, caracterizadas cada vez más por un
virtuosismo teórico y una pobreza heurística/empírica. De hecho, la situación que vivimos re-
cuerda en mucho a la que Julio Caro Baroja anotase hace ya casi dos décadas para España:
"El que escribe no cree que vive en una época en que la profundidad sea la mayor característi-
ca de la investigación histórica, en tomo a cuestiones religiosas. Las ciencias auxiliares y los
datos ahogan en muchos casos la facultad de pensar. La crítica de los documentos es a veces
muy superficial y se acepta un cliché viejo por principio" (1985: 40).
Cuando se iniciaron los estudios modernos del mundo andino, a los investigadores no
les preocupaba otra cosa que conseguir las fuentes necesarias. El marco teórico a emplear era
lo de menos. O, mejor dicho, se aceptaba que los presupuestos occidentales podían guiar las
investigaciones sin mayor reparo. Gracias a este etnocentrismo galopante fue que, por citar
tan sólo un caso, en 1902 Stanbury Hagar estudió las constelaciones incaicas en base al dibujo
cosmológico de Santa Cruz Pachacuti. Nada sorprendente, lo que hizo fue correlacionar doce
de las figuras del dibujo con ... las constelaciones del zodíaco europeo. Obviamente esto hoy
nos resulta risible -y Urton, de quien tomo el cuento (1981: 5), no oculta su ironía- pero el
problema subyacente comenzó a ser superado sólo a partir de las investigaciones de Murra y
Zuiderna, en las décadas del cincuenta y sesenta. Tras sus huellas siguieron una serie de in-
vestigadores como Duviols, Pease, Rostworowski y Wachtel, que abordaron la vieja docu-
mentación con nuevas preguntas, bt1<;eando siempre entender los Andes en sus propios términos.
Lo malo fue que nunca rompieron del todo con la concepción positivista de las fuentes, a saber,
unos repositorios de datos que esperan pacientemente a que el investigador los encuentre y
use, previa determinación de su valor mediante la crítica del documento.
Por cierto que los fundadores de la etnohistoria andina -<1e ellos venimos hablando-
no sólo eran conscientes del problema, sino que intentaron (tímidamente) ir más allá. Sabían
que no bastaba con determinar la "veracidad" de los "hechos", y que si lo que se deseaba era
entender el mundo andino(!) debían primero eliminar los filtros occidentales, o bien buscar otn1s
fuentes en las cuales la información fuese más "fría" y menos "voluntaria" (Pease 1978: 46-
65). Fue por eso que dirigieron la mirnda hacia la documentación burocrática, privilegiándose
sobre todo las visitas administrativas y las que buscaban extirpar las idolatría~. Sin embargo,
bien mirado el asunto, lo que habían hecho no era en realidad otra cosa que desplazar su atención
de un tipo de documento a otro. Lo que seguían buscando enm "hechos" con los cuales escri-
bir la historia de los Andes precolombinos. Y no se crea que se trata de una postura superada.
La colección de documentos referidos a la extirpación de idolatrías en Cajatambo, publicada
por Pierre Duviols (1986), es un ejemplo perfecto de lo que vengo diciendo. A los expedien-
tes en cuestión se les retiró todo aquello que no pudiese ser usado parn realizar una emografía
retrospectiva. Todo el complejo entramado de las diversas instancias y grupos de poder, los
distintos discursos en juego, el proceso de elaboración mismo de los expedientes vía las de-
claraciones -¿con o sin intérprete? ¿quién hacía las denuncias? y así por el estilo- fue arrumado
a un lado, olvidando que los datos emográficos que los expedientes brindan no son "inocentes",
ni mucho menos(2).
Ahora bien, esta búsqueda de hechos "discretos" con los cuales reconstruir el pasado
precolombino tuvo un corolario algo inesperado. Por algún motivo que no es del caso buscar
(1) No deja de llamar la atención que el objetivo de los etnohistoriadores fuese siempre reconstruir el mundo
prehispánico, y nada más.
(2) Algo similar sucede con las visitas administrntivas. Cotéjense, por ejemplo, la de Cajamarca, reciente-
mente publicada (1992), con las de Huánuco y Chucuito, y con los trabajos de Anders (1990), Gordillo
y del Río (1993) y el ya citado de Pease(1978).
ahora, los eu10historiadores -y, con ellos, casi todos los que nos hemos dedicado a estudiar
los Andes- a<;umieron que existía una continuidad esencial entre la cultura precolombina y la
del siglo veinte, lo que pennitía emplear indistintamente fuentes de cualquier período. Para
evitar todo tipo de malentendidos, diré que sí existe cierto grndo de continuidad, pero eso es
algo universal y generalmente se refiere a fonnas mas no a contenidos. La monarquía inglesa
es un ejemplo perfecto. Sin embargo, esto en modo alguno justifica la fonna en la cual se ha
venido ignorando la más elemental cronología Después de todo, ningún tipo de historia es
posible sin una cronología mínima que haga las veces de armazón; de lo contrario entramos
en el reino del absurdo, en donde cualquier cosa es posible -como vincular el pensamiento
moche con Sendero Luminoso<3l. Se comprenderá entonces que la aparición de cualquier tra-
bajo que ayude a plantear estos problemas será bienvenida Es por ese motivo que me parece
saludable la publicación del reciente libro de Sabine MacConnack, Religion in the Andes.
JI
(3) No exagero; véanse sino Castro-Klarén 1990, Donnan 1978, Ouviols 1973, Hocquenghem 1987 y 1984
(para la relación entre Moche y Sendero), Millones 1967, Rostworowski 1983, Szeminski 1983 y
Zuidema 1990. La lista, claro está, no es en modo alguno exhaustiva, pero prometo presentar una más
completa en otra oportunidad.
sensoriales. Sin embargo, era posible fonnar fantasmas sin ninguna percepción o, lo que es lo
mismo, podían tenerse visiones. De estas ilusiones, algunas eran inspiradas por el demonio.
La definición de cuáles eran de naturaleza demoníaca era algo culturalmente definido; para
desgracia de los hombres andinos, esta definición y la religión andina encajaban. Sería un pre-
juicio presente en todas las relaciones que los espafioles escribiesen. Pero estas relaciones no
fueron siempre iguales. Al comienzo fueron relatos más o menos factuales, en los cuales se
intentaba simplemente presentar y comprender lo que había en los Andes. Con el paso del
tiempo la pregunta a responder cambió, buscándose más bien intentar reconciliar lo nuevo con
lo viejo, la religiosidad de los nativos con la de los invasores (fue esta, dicho sea de paso, una
de las preguntas que Guarnán Poma intentó resolver en su libro). Pero todo fue en vano. Ha-
cia el final del período estudiado lo que se buscaba era la conversión total. Pero para ese en-
tonces la religión andina no era ya considerada tanto como algo de inspiración demoníaca,
sino más bien como un fracaso cultural. A los indios había, por tanto, que marginarlos inte-
lectualmente. La separación en dos repúblicas, la de espafioles y de indios, era ya un hecho, y
entre ambas "pocos intercambios culturales serían posibles" (p. 386; traducción mía).
Como se comprenderá, no es nada fácil tratar de reducir el contenido de un libro de
más de cuatrocientas páginas a un sólo párrafo, por largo que éste sea, y espero no haber sido
injusto en mi resumen. Por lo pronto, una de las cosas que no pueden ser resumidas es la forma
en que trabaja a algunos autores. Las páginas dedicadas a Las Casas, Cobo y Acosta, por
ejemplo, son sumamente interesantes. Es de destacar, además, que en todo momento
MacCormack intenta respetar la cronología, lo cual le permite matizar varias de sus afirmacio-
nes. Así pues, dada la exhaustividad del trabajo no me cabe duda que habrá de convertirse en
una introducción obligada al tema Mas a pesar de estar de acuerdo con varias de las ideas
que la autora desarrolla, su libro no me resulta del todo satisfactorio.
111
Digamos, para empezar, que antes de comenzar a leer el libro sus ilustraciones ya me
habían dejado perplejo. No era tanto que en la parte en la cual MacCormack trata de Calancha
y los agustinos aparezca un grabado de San Francisco (págs. 383-84), o que una vasija típica
de Huari haya sido etiquetada como Tiahuanaco (p. 296). Al fin y al cabo estas erratas no
afectan en nada al libro. ¿Pero qué podemos hacer con la lámina de la página 54? Se trata de
la reproducción de una página (48) de la Crónica de Cieza (Amberes, 1554), en la cual apare-
ce un grabado. Según la autora, lo que ha sido representado en el grabado es una exageración
del texto de Cieza; sin embargo, si se lee el texto de la mismísima página reproducida se verá
que el artista no ha hecho otra cosa que retratar exactamente lo que el cronista escribió.
Todos los errores presentes en las ilustraciones pueden ser atribuidos a un editor des-
cuidado(4), más no así los que se refieren al uso de las fuentes. Tomemos, por ejemplo, los
(4) Sí es, en cambio, de su entera responsabilidad lo que afirma acerca de un cuadro de Zurbarán (pág.
436). Según MacCormack, este cuadro es una muestra de que "el diablo estaba cada vez menos de
moda en el siglo diecisiete" (pág. 435). Su argumento consiste en decir que "no hay nada siniestro o
demoníaco en las damas músicos, exquisitamente posadas, cuyas melodías han distraído la atención del
expedientes de idolatrías (capítulo IX.0(5). Tras señalar los ténninos espai'loles que designa-
ban a los especialistas religiosos andinos ("hechicero", "brujo", "dogmatizador", "embuste-
ro"), MacConnack argumenta que si bien al hablar en castellano los indios se vieron obliga-
dos a usarlos por no existir otra alternativa, la valoración que ellos daban a estas palabras era
distinta:
... mientras que esta terminología transmitía a sus usuarios españoles un conjunto de
significados y valores negativos, al ser usados por los andinos estos mismos términos
iban desde la mera descripción hasta la transmisión de un contenido positivo. Al decla-
rar frente al extirpador, un chamán podía referirse a sí mismo o a sí misma con el ténni-
no simple de "hechicero", mientras que podía describir a otro chamán como un "gran
hechicero", como reconocimiento a la distinción positiva de la otra persona (p. 406, tra-
ducción mía).
La fuente usada es, obviamente, la colección de documentos de Cajatambo publicada
por Duviols (1986). Ahora bien, una de las cosas omitidas en la transcripción son los datos
referentes al lenguaje de los declarantes, por lo cual se hace necesario recurrir a los expedien-
tes originales; allí se ve que la inmensa mayoría de las veces se trataba de quechua-hablante y
que las palabrns en las cuales se basa el argumento de MacConnack fueron colocadas por el
intérprete y/o el notario. Ciertamente dudo que Alonso Ricari haya hablado de "alumbrados"
y "aturdidos". Pero incluso asumiendo que los indios efectivamente usaron esas palabras de
motu propio, sería imposible saber la valoración que les daban pues la oralidad de los expe-
dientes es mínima.
También podemos encontrar una arbitrariedad semejante en el cotejo que MacConnack
hace de Betanzos y Cieza de León. Para ella, Cieza habría buscado "contextualizar los mitos
[andinos] ubicándolos dentro de la cronología bíblica y dentro de un modelo hispano de la
evolución social", mientras que Betanzos, en cambio, se habría "considerndo a sí mismo tan
sólo como un traductor, cuya tarea era 'preservar la manera y el orden de la lengua de los
indios"' (p. 108). Prueba de ello sería que Betanzos constantemente usaba giros quechuas, como
el consabido "dicen", o "en los tiempos antiguos", el ñawpa pacha quechua (pág. 108)(6). De
este modo Betanzos habría logrndo "escuchar cuidadosamente los mitos y escribirlos sin im-
ponerles las características, fijas y definidas, del dios judeo-cristiano" (pág. 109, traducción
mía). Y aquí sí que es imposible seguir a la autorn, en primer lugar porque lo que se está plan-
teando es que no ern tanto que los mitos, las creencias y las prácticas andinas cambiasen, como
que los españoles las alternban al malentenderlas. Si algo, el mito de los Viracocha muestra
como hacían los hombres del Ande para reinterpretar su realidad y explicar la presencia de los
españoles en su mundo<7>.
santo" (pág. 437). En realidad, las diablesas que tientan al San Jerónimo de Zurbarán son tanto más
temibles por la combinación de música y belleza. No en balde los demonios tocaban las guitarras en el
lecho de los moribundos, esperando distraerlo para así poder perderlo (Mesa y Gisbert 1977: lám. 119;
Estenssoro Fuchs 1990: 11, 342-351).
(5) Digamos, de paso, que brujo en modo alguno puede ser traducido como "wizard" (pág. 406).
(6) Las frases de Betanzos las he retraducido del inglés por no tener a mano ninguna edición del libro.
(7) No deja de Uamar la atención que en un libro que trata acerca de la religión en los Andes, como reza su
titulo, no se dedique ninguna página a examinar las divinidades, y mucho menos a dilucidar el problema
de los Viracochas. La única referencia al tema es la cita que acabamos de hacer y la nota correspon-
diente, que se rerrúte al ya viejo artículo de Duviols (1977), no incluido en la bibliografía. Digamos, de
paso, que no deja de ser curioso que para este punto no se haga la más mínima referencia a los trabajos
de Henrique Urbano, quien ha dedicado al tema ya varios años.
(8) Nótese que a lo largo de todo el libro la cultura -en el sentido en que la emplean investigadores como
Edward Thompson o James C. Scott- no aparece jamás.
Debemos agradecer a Sabine MacConnack que haya vinculado los estudios andinos a
las corrientes filosóficas y epistemológicas que presidieron la elaboración de las fuentes, pero
su propuesta es también un callejón sin salida en tanto no se examine la totalidad social y no
se hagan a un lado los dualismos andino/occidental.
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aprovechada por los esclavos para entrar en con- cuestionaba y erosionaba lentamente. El segundo
flictos y obtener ventajas con los propietarios. Los -casi consecuencia del anterior- se incrementa
capítulos tres y cuatro analizan los rasgos de la gracias a las condiciones políticas inestables de
vida y trabajo de los esclavos agrícolas y urbanos inicios de la República. El bandolerismo, indica
respectivamente. Los hacendados, ante la crisis Aguirre, no representó una propuesta alternativa de
laboral, optan por adaptarse a las estrecheces del organización social; un dato importante es que las
mercado y en algunos casos reemplazan el trabajo víctimas de los atracos fueron personas de diversa
esclavo por una gran variedad de de formas labo- condición social. En el octavo capítulo, se estudian
rales compulsivas que les pennite sostener la pro- las escasas rebeliones y motines, los cuales eran
ducción agrícola. Un aspecto interesante de este restringidos y en ningún caso se fijaron el objeti-
proceso es la presencia de un número significativo vo de liquidar la esclavitud. Esto se explica por la
de esclavos jornaleros en la ciudad, los cuales de- existencia de múltiples vías para lograr la libertad
bían entregar una determinada cantidad de dinero y por estrategias existosas de resistencia. En el
a sus propietarios todos los días. Esta modalidad, capítulo noveno y final se analizan las circunstan-
si bien es cierto benefició a los segundos, a la lar- cias que llevaron a la abolición definitiva de la es-
ga se convirtió en una herramienta que permitió a clavitud en la década de 1850. Para esa fecha, la
los primeros gozar de una gran movilidad en la erosión del sistema era de tal magnitud que los
urbe (el trato cotidiano con la plebe fue importan- propietarios buscaban forma~ alternativas de tra-
te para la adquisición de nuevos valores) y acu- bajo compulsivo (importación de chinos). Así,en
mular lo suficiente para comprar en el futuro la el año de 1854, en plena lucha política entre
libertad. Echenique y Castilla, el primero en su afán de
En la segunda parte (capítulos del quinto al conseguir apoyo, decreta la abolición para aque-
noveno), Carlos Aguirre aplica al caso limeño las llos que sirvieran en sus filas por dos años. El se-
perspectivas teóricas de Edward P. Thompson y gundo, más oportunista, decreta la abolición en
las de James Scott, que rescatan las formas coti- general pero menos para los que integraban el
dianas de resistencia de aquellos sectores someti- ejército enemigo. Posteriormente, Castilla indem-
dos en una sociedad. Las largas temporadas sin nizará generosamente sólo a los grandes propieta-
rebeliones no significan pasividad, sino al contra- rios, imitando la práctica de Echenique en el asunto
rio, un toma y daca constante, en donde los secto- de la consolidación de la deuda interna.
res involucrados están en permanente conflicto. Luego de leer el sofisticado análisis de Carlos
Las rebeliones serían exacerbaciones de aquello. Aguirre, uno queda convencido de las bondades
En el quinto capítulo se reconstruye el marco del trabajo disciplinado -la revisión de fuentes es
jurídico de la esclavitud republicana y el conflic- enorme-, un buen marco teórico y el abandono de
to y las batallas legales que emprendieron los es- perspectivas provincianas gracias a la comparación
clavos para mejorar su situación. Aguirre destaca con otros procesos similares en América. Sin em-
el papel jugado por el Defensor de Menores no bargo, hubiera sido deseable encontrar el estudio
sólo como abogado de las reclamaciones de sus de otras formas de resistencia y adaptación como
defendidos, sino, por la transmisión de conoci- las culturales (La! vez más sutiles pero no por ello
mientos y Lácticas de negociación a los esclavos. menos efectivas). Las fiestas y los desfiles conti-
En este sentido, hubiéramos querido contar con un nuaron en la República y se sabe que eran aconte-
perfil social de estos defensores para poder expli- cimientos propicios para demostrar la
car sus motivaciones y actitudes. inconformidad con el sistema a través de la ironía
En el sexto capítulo, Aguirre estudia en deta- y sátira de las figuras del Estado. La música en al-
lle las diferentes formas por las cuales se accedía gunas circunstancias y ceremonias podía ser un
a la libertad. Los casos de manumisión voluntaria vehículo de expresión de las inconformidades con
representan sólo el 26.2%, mientras que los hechos el sistema. Por último, la visión de una plebe
por compra alcanzan el 73.9%. Cifras elocuentes limeña fragmentada, casi atomizada que hubiera
que desmienten cualquier imagen palernalista y impedido o hecho difícil protestas organizadas y
generosa de los propietarios, y que evidencian la rebeliones me parece discutible. Creo que tenemos
notable actividad de los propios esclavos en su esa visión por defecto, es decir, por la carencia de
lucha. A continuación, se analizan el cimarronaje análisis rigurosos de organizaciones religiosas,
y el bandolerismo como opciones posibles para festivas o gremiales que definitivamente nos da-
escapar de la dominación. El primero ejercía rían una perspectiva más completa de la sociedad
efectos negativos sobre la institución, pues la limeña de la primera mitad del siglo XIX.
sugerir una realidad mucho más compleja y diná- Son dos las preocupaciones centrales en las que
mica y de un grupo que no responde a un ámbito Durand Florez se concentra a lo largo de El Proceso
fácilmente delimitable o autónomo.La guerra y las de Independencia en el Sur Andino. Primero, busca
alianzas no constituyen tampoco elementos que desmitificar la idea que la historiografía reciente ha
unifican al mundo chiriguano, ya que se propor- dado de los criollos como sujetos políticamente
ciona evidencia suficiente sobre guerras y alianzas pasivos, y que sólo se auparon al poder cuando la
acontecidas dentro de un mismo territorio.Del independencia les llegó afortunadamente concedi-
mismo modo.la crítica que se hace a los estudios da por las expediciones libertadoras. Segundo, in-
que han sobreestimado la capacidad de resistencia tenta ampliar el concepto de sur andino, compren-
indígena a la colonización europea son criticados diéndolo no sólo como una realidad económica sino
por encubrir el origen profundamente heterogéneo como una forma de actitud política. Siguiendo esos
que constituye la identidad chiriguana. dos ejes de reflexión, Durand Florez propone que si
Más allá de la preocupación por superar visio- bien en Lima el comportamiento criollo de algún
nes estereotipadas de los chiriguanos a partir de modo se acomodó al régimen hispano, por el contra-
su origen en el siglo XVI, este trabajo constituye rio, en el sur andino las movilizaciones criollas
un aporte que enriquece las discusiones sobre for- fueron claramente anti-coloniales. En ese sentido,
mación de la identidad étnica y abre campo a fu- el Cuzco estuvo más cercano al tipo de actitud
turas investigaciones que complementen y docu- contestataria asumida por los criollos de La Paz que
menten el analisis etnohistórico y etnológico . a los de Lima.
P.M. La conspiración política tramada tanto por
Aguilar como por Ubalde para "restaurar al inca",
de quien Aguilar decía descender a partir de unos
DURAND FWREZ, Luis. El Proceso de Inde- sueños proféticos, sería un ejemplo paradigmático
pendencia en el Sur Andino. Cuzco y La Paz de la mala conciencia que siguen expresando los
1805. Universidad de Lima. Lima, 1993. 529 pp. criollos como fruto de la estela lascasiana(ll. Durand
Flores, aunque no lo dice claramente, reconoce la
Este libro completa una trilogía iniciada por el influencia de la tradición política española de Suárez,
autor con Integración e Independencia en el Plan Vitoria y otros teóricos del tiranicidio en la ideolo-
Político de Tupac Amaru (Lima, 1973) y conti- gía revolucionaria de los criollos. Tema este, por lo
nuada después con Criollos en Conflicto (Lima, demás, ampliamente desarrollado años atrás por
1985). El eje de reflexión principal de estos tres Tulio Halperin Donghi para el caso del ocaso del
estudios ha consistido en perfilar la formación de la virreinato del Río de la Plata en una coyuntura
conciencia nacional criolla en el período de las similar2l. A diferencia de la reciente explicación de
reformas borbónicas. En esta oportunidad, el autor Flores Gal indo que señala que no hubo intenciones
aborda las complejas circunstancias históricas que por parte de Aguilar y Ubalde de llevar a ejecución
rodearon a la mal conocida conspiración de José el proyecto, Durand Florez piensa que la conspira-
Gabriel Aguilar y José Manuel Ubalde de 1805 en ción estuvo en plena marcha cuando fue descubierta.
la capital cusqueña, así como sus prolongaciones y Es Lo es importan le señalarlo porque, al margen de lo
coincidencias con las asonadas de La Paz del mis- que realmente pudo haber ocurrido, se está ante la
mo año y de 1809. Para dicho análisis Durand presencia de dos modos enfrentados de ver el pro-
Florez utiliza los únicos dos documentos del pro- blema del criollismo a fines de la colonia. Flores
ceso que se conservan en los Archivos Históricos Galindo piensa que algunos criollos como Aguilar
tanto de Madrid como de Buenos Aires, los cuales y Ubalde, aunque inventaron una utopía carecieron
se completan con el importante conjunto documental de una identidad propia que les permitiera ejecutar-
publicado por Carlos Ponce Sanjinez sobre el co- la caba!menteC3l. Para Durand Florez lo que el
nato de La Paz de 1805 en el cual hay abundantes movimiento de Aguilar y Ubalde resume es el
referencias a la conexión cusqueña. A pesar de ello,
el autor reconoce, como anteriores estudiosos del
tema, que las evidencias más importantes que que- (1) Lohmann Villena, Guillermo. "Notas sobre la este -
dan para reconstruir el proceso son casi exclusiva- la de la influencia lascasiana en el Perú" en Anuario
de Historia del Derecho Español. Madrid, 1971.
mente los sueños que Aguilar dejó escritos . Esa (2) Halperin Donghi, Tulio. Tradición Politica fal)a·
limitación se trata de compensar con una larga ñola e ldeologia Revolucionaria de Mayo. Bue-
reflexión acerca del comportamiento crío llo que se nos Aires, 1985.
hace remontar hasta fines del siglo XVII, lo cual (3) Flores Galindo, Alberto. "Los Sueños de Gabriel
explica la extensión de la obra. Aguilar'' en: Buscando un Inca. Lima, 1987.
KAGAN, Richard L. Lawsults and Lltlgants In estudios existentes. Entre sus principales conclu-
Castlle, 1500-1700. Chapel Hill: University of siones, Romano destaca las peculiaridades del
North Carolina Press. 1981. movimiento de los precios de América con res-
pecto a la secuencia determinada para Europa.
MERRY, Sally Engle. "Law and Colonialism", Los siguientes capítulos corresponden a estu-
Law and Soclety, 25/4: 889-922. 1991. dios específicos y brindan una visión global del
papel desempeñado por los precios en los merca-
TRAZEGNIES GRANDA, Femando de. Clriaco dos coloniales y en el comportamiento de los pro-
de Urtecho: litigante por amor. Reflexiones ductores y consumidores. Uno aborda el caso
sobre la pollvalencla táctica del razona- novolúspano, mientras que los otros seis se ocupan
miento jurídico. Lima: Fondo Editorial de la de dar un amplio abanico de datos acerca de la
Pontificia Universidad Católica del Perú 1981. productividad en distintos espacios sudamericanos.
Richard Garner se ocupa del fenómeno de la in-
flación, y de su efecto sobre el movimiento de los
salarios y precios en México durante el siglo
JOHNSON, Lyman y T ANDETER, Enrique XVIII, siguiendo las series del maíz y otros pro-
(compiladores) Economías Coloniales. Precios y ductos agrícolas. De otro lado, José Larraín se
salarlos en América Latina, siglo XVIII. Bue- ocupa de perfilar la dimensión del "producto na-
nos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992. cional" clúleno en los siglos XVII y XVIII a partir
441 pp. del análisis de una canasta de más de una veintena
de productos agrícolas. Con su metodología, este
La lústoria económica colonial descuidó hasta autor llega a perfilar una significativa elevación de
hace poco tiempo el campo de la fluctuación de precios sólo a fines del siglo XVIII. Luego, Lyman
los precios y sus tendencias productivas y regio- Johnson realiza el perfil de la historia de los precios
nales. Fue en los años ochenta cuando esa ten- en Buenos Aires colonial, demostrando que las
dencia comenzó a revertirse, ampliándose las lla- generalizaciones de Romano sobre precios y sala-
madas historias de precios en toda América Lati- rios para Hispanoamérica al menos en la capital
na. Fue en ese contexto que Lyman Johnson y rioplatense no se cumplen. El resumen de los pre-
Enrique Tandeter, especializados respectivamente cios que Johnson reconstruye además indica una
en la lústoria de los precios de Potosí y Buenos debilidad estructural del sector agrícola, en el que
Aires, tomaron conciencia de que dicha tendencia tuvo bastante incidencia los desastres naturales.
de la investigación debía culminar en un análisis Tres de estos estudios de caso se ocupan
comparativo. El libro fruto de esa coordinación, específicamente del área andina. Kendall Brown
que ahora se comenta, apareció originalmente en se concentra en el movimiento de los precios de
inglés el año 1990. Los trece estudios compilados la ciudad de Arequipa durante el siglo XVIIl, en-
aparecen nítidamente divididos en dos partes: la contrando una estabilidad e inclusive un lento de-
perspectiva metodológica que engloba tres artícu- clive de los mismos antes de 1760. Otro descubri-
los y los estudios de casos que lo forman los diez miento importante realizado por Brown es que
estudios restantes. también el costo de vida en términos generales
Los tres capítulos que forman la primera parte disminuyó en toda la circunscripción. Seguida-
del libro sirven de marco de introducción para re- mente, en la compilación vuelven a publicarse
calcar las importantes implicaciones que para el tanto el conocido estudio de Tandeter y Wachtel
estudio de las sociedades coloniales tiene el estu- sobre precios y producción agraria en Charcas y
dio de los precios. Herberl Klein y Stanley Potosí, como el de Brooke Larson sobre precios y
Engerman, comentando el contenido de los textos conflictos sociales en Cochabamba colonial. Am-
compilados, añaden que sería muy importante que bos estudios pese al tiempo transcurrido continúan
los historiadores asumieran la importancia del ra- siendo pioneros en su metodología y proyección
zonamiento estadístico para resolver ciertos pro- analítica no sólo económica sino social y política.
blemas históricos. Asumiendo un parecer similar, La compilación de estudios de caso culmina
John Coatsworth reclama técnicas estandarizadas con dos estudios sobre problemáticas y realidades
para el análisis de los precios que posibiliten la geográficas poco conocidas en nuestro medio,
comparación. En seguida, Ruggiero Romano como los precios del cacao en Caracas colonial
arriesga la realización de una geografía compara- realizado por Robert Ferry y el precio del oro en
tiva de los precios en el continente en base a los el Brasil de fines del siglo XVII y mediados del
za. Los rasgos mentales que nutrían esta perspec- Estos temas están abiertos a la discusión y nos
tiva sin duda respondieron a una matriz colonial, motivan algunos breves comentarios. Un proceso
pero fue al fragor de los escarceos en tomo a la de "fusión cultural e integración" no nos parece tan
defurición de la nueva república que se consolidó evidente o, al menos, tan extendido, en un país que
esta ideología que propugnaba una "república sin soporta abismos culturales y de comunicación in-
indios". La visión anti-india de las élites criollas, cluso al interior de espacios sociales aparentemente
de acuerdo a la autora, no dudó en apropiarse de integrados. Tenemos nuestras dudas también res-
la retórica y el simbolismo Inca en sus afanes de pecto al eventual advenimiento de una nueva na-
legitimación. No creemos que los ejemplos y ci- ción, pero este es un tema abierto por completo a
tas ofrecidas muestren en efecto que este recurso la conjetura y no pretendemos reclamarle a la au-
("Incas sí") haya sido tan extendido o haya ocu- tora no haberse explayado sobre este asunto que,
pado un lugar prominente en la retórica criolla al como ella misma afirma, requeriría un tratamien-
lado del "Indios no". Pero al margen de ello, re- to más detenido. Concordamos en que este proce-
sulta claro que los indios contemporáneos eran so de desmontaje de la vieja normatividad
vistos como un escollo a superar o como un lastre oligárquica es positivo, quizás incluso revolucio-
a ser eliminado, nunca como miembros de esa nario, aun si, al mismo tiempo, una mirada menos
"comunidad imaginada" que debía ser el Pení. romántica a la vida cotidiana y a los valores cultu-
Dentro de este proceso, Felipe Pardo y su rales de las clases populares de hoy revela conte-
creación literaria tuvieron un rol protagónico. Uno nidos de signo contrario: agresividad, violencia,
de los méritos del ensayo es poner de relieve la autoritarismo. Por otro lado, no veo porqué el pe-
importancia de prestar atención a la creación lite- simismo tenga que ser reaccionario y
raria dentro del estudio de las ideologías. Pardo fue extranjerizante. Puede ser, con frecuencia, una ac-
un literato pero también un ideólogo, y compartió titud de saludable realismo, preferible a veces a
con muchos coetáneos una visión del mundo y un cienos optimismos sin mucho fundamento.
proyecto político que la autora desnuda en su ver- Incas sí, Indios no nos acerca a una compren-
tiente más extrovertida. El nacionalismo criollo sión más afinada de los debates políticos e ideoló-
tuvo en Felipe Pardo a su pluma más risueña y gicos de las primeras décadas republicanas, pero
sarcástica, y quizás por ello mismo, más eficaz. La también nos invita a miramos al e~-pejo y replantear
risa de Pardo, se nos dice, "refuerza el sentido de nuestros mitos, obsesiones y convicciones. No
las jerarquías. Escarnece lo que considera inferior, siempre un texto de historia lo logra con tanta sol-
lo que desprecia". Desde la literatura, Pardo con- vencia. Demás está decir, por tanto, que su lectura
tribuyó decisivamente a consolidar un discurso se hace imprescindible.
criollo sobre el indio que habría de perdurar hasta C.A.
hoy, ayudando a definir una "sensibilidad" de re-
chazo al indio como pre-requisito para delimitar
los alcances de la "nación peruana". PAGDEN, Anthony. Spanish Imperialism and
Pero sin duda la parte más provocadora del the Political lmagination. Studies In European
texto no es la que se dedica a estudiar el pensa- and Spanish-American Social and Political
miento de Pardo o el nacionalismo racista de los Theory, 1513-1830. Yale University Press, New
criollos del siglo XIX, sino aquella que precisa- Haven y Londres, 1990. 184 pp.
mente nos remite a los debates en los que se
desangra el Pení de hoy. Para la autora, de entre El libro de Pagden tiene una argumentación
el caos y la muerte que nos rodea viene naciendo interesante porque trata de analizar variados dis-
"algo nuevo y más bien positivo": "un incontenible cursos políticos del Imperio español, los cuales
proceso de fusión cultural e integración (... ) que tienen sus orígenes en la periferia del Imperio: el
parece estar marcando el nacimiento de una nue- Nuevo Mundo e Italia, excepto en lo referente al
va nación". Esta imagen se entiende mejor al re- capítulo primero dedicado a la escuela de
cordar que, poco antes, la autora se ha colocado Salamanca y su discusión sobre los Justos
explícitamente al lado de los "optimistas", criti- Títulos.En el plano temporal.el libro abarca los si-
cando -<:<>n Basadre- las actitudes pesimistas como glos del Imperio Español,del XVI al XIX, termi-
"reaccionarias", pesimismo que estaría cargado, nando con el pensamiento de Simón Bolívar.
siempre, de un "rechazo y desprecio por lo pro- Esta serie de ensayos entrelazados entre sí y
pio [y] la admiración de 'lo otro"'. que.a lavez, constituyen capítulos que tienen su
perio, sin olvidar los problemas políticos que las ñol con los países orientales, ya que según ellos
reformas borbónicas crearon.Pero, considero que ambos obstruían el progreso y el desarrollo de
Pagden debió ser más cauto al referirse al legado verdaderos ciudadanos por tener regímenes
del pensamiento español en aquél de los autores carentes de libertad tanto económica como
hispanoamericanos del dieciocho.Ello no supone política.En el caso latinoamericano podemos tejer
que el pensamiento de la Ilustración niega en su la trama entre historia de las ideas y política.ya que
totalidad la escolástica española; pero, más las reformas borbónicas implicaron un despojo
bien.que hay una serie de puntos en el pensamiento material y político del sector criollo en las "colo-
de Suárez y Vitoria que son compatibles con los nias".
de la Ilustración. Pagden,con razón.sostiene que Simón Bolívar
El lazo con una actitud pro independencia es- significó un rompimiento con el pensamiento del
taba sumergido en el pensamiento de Clavijero, dieciocho.Autores como Vizcardo o Clavijero
dando pie a que criollos buscaran una identidad querían volver a la "antigua constitución", encon-
fuera de España, tal como lo hiciera el jesuita pe- trando razón en el pasado de sus regiones. Estos
ruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán. Vizcardo, autores querían hacer una revolución a la manera
como recalca Pagden, sí rescata un pasado de los revolucionarios ingleses, en la antigua
prehispánico en el imaginario criollo para construir acepción del término: el volver a un pasado legí-
un discurso en pro de una identidad ajena a la es- timo y justo. La revolución francesa, en cambio,
pañola. La "Carta a los Españoles Americanos" es recrea el término revolución como una creación
una muestra palpable del uso del pasado que no se inspira en su pasado.De ahí viene gran
prehispánico para favorecer la independencia parte del pensamiento de Bolívar, que pensaba en
americana.Vizcardo explica que la Corona trai- una tábula rasa a partir de la cual se tenía que
cionó los altos ideales de los conquistadores al construir un nuevo Estado Nación. Bolívar no
quitarle la participación política a los criollos.Esto buscaba en el pasado americano un sustento de la
demuestra cómo un discurso criollo que otorgaba república, como sí lo hubieran hecho Sigüenza y
una identidad dentro del Imperio podía también Góngora y otros. Bolívar recurría a Europa en
ayudar a la desintegración del imperio. búsqueda de modelos al implementar la forma re-
Pagden muestra el paralelismo de discursos publicana, ya que no creía en la bondad de la mo-
europeos e hispanoamericanos, pero con una re- narquía, a diferencia de José de San Martín o
creación propia en cada espacio del imperio.De ahí Francisco Miranda. Esta actitud de Bolívar, que fue
que es interesante la comparación entre los dis- la que primó en la fundación de la república, rom-
cursos del dieciocho italiano y los de los pió una larga tradición integracionista de un len-
hispanoamericanos.ya que ambos recalcan tener guaje político compartido por todos en la colonia.
una historia propia ajena a la española, que la Co- Esta creación en un vacío sembró en parte la
rona estaba destruyendo.De otro lado, estaba la anarquía y el problema al libertador de cómo crear
noción de una constitución de imperio que la Co- una nueva praxis política en una sociedad con la-
rona no había respetado casi desde el inicio de la zos tan débiles. Al final, Bolívar tuvo que optar
colonización.Vizcardo sostiene que la Corona entre la disolución de la sociedad o el uso conti-
rompe un contrato tácito entre ella y los nuo de la coerción.
criollos.Estos discursos contractuales sostenían que Pagden considera que los mayores problemas
el gobierno se basaba en un arreglo por consenso; del pensamiento de Bolívar fueron su menospre-
pero que, en el caso específico de España.se ha- cio por la historia y el no tener en cuenta favora-
bía tomado en un gobierno arbitrario. Aún más, blemente a la población americana. Esto es claro
estas reflexiones, siguiendo el pensamiento de la en su relación con el pasado 'americano y con lo
Ilustración, p.e. Montesquieu, sostenían que el que pensaba sobre la mayoría de la población pe-
Imperio Español era un obstáculo para el progre- ruana: los indios. Bolívar consideró a la población
so por detener el desarrollo de las sociedades indígena en el papel de ciudadanos pasivos de las
comerciales.Bosquejando el cambio, el Imperio nuevas repúblicas, en las cuales los criollos iban a
Español sufrió una transformación en el discurso tener el rol protagónico de ocuparse de los asun-
europeo de ser un ente político benéfico como lo tos públicos.
sugería Campanela, a uno negativo como sostu- Finalmente, la sociedad comercial es el otro
vieron los autores del siglo de las luces, tales como gran debate de la Ilustración, en donde los intere-
Montesquieu en el Espíritu de las Leyes. Los ses privados dirigen favorablemente a la sociedad
ilustrados franceses compararon al Imperio Espa- hacia el progreso. Este punto no resulta del todo
tos que coadyuvaran al incremento de la produc- das por Restrepo. Podemos pensar en algunas au-
tividad en esas minas. toridades civiles, y seguramente miembros de cír-
Martínez Compañón habló así en una carta culos intelectuales que pudieron estar cercanos al
pastoral dirigiéndose a los indígenas: " .. .la ocio- obispo. El carácter de esta discusión y la identi-
sidad la embriaguez la envidia la mentira y la dad de quienes participaron en ella quedan toda-
adversión y horror que mostrais a los ejercicios vía por averiguar y analizar.
que prescribe la honestidad y la virtud y no menor Los proyectos de reforma de Martínez
de esa suma pobreza y desdicha en que vivís y que Compañón se orientaron también hacia el clero,
puede decirse es el único patrimonio y herencia cuya conducta y formación no pasaron desaperci-
que transmitís en vuestros desgraciados hijos" (f. bidos a su mirada crítica. Sus visitas y los infor-
I, p.202). En otra carta pastoral, se expresó de este mes que pidió lo pusieron en estrecho contacto con
modo:"Huís del comercio ... y trato de las gentes una realidad firmemente asentada en prácticas in-
que fácilmente y sin trabajo podría ilustraros y formales, que debieron resultar chocantes para sus
enseñaros, y así las ciudades más populosas se rígidos conceptos sobre la conducta que debían
vienen a convertir en soledades y desiertos para seguir los encargados de la formación cristiana y
vosotros ...", y en carta a Carlos III escrita en 1786, la administración de los sacramentos . El
dice lo siguiente:"ellos [los indios] en lo general ausentismo de los doctrineros, la carencia de una
son en mi concepto peores oy que en su gentilidad: formación adecuada, la falta de lecturas que ali-
porque han contraído unos vicios que antes no mentasen los intelectos, fueron, entre otros aspec-
conocían, y se han arraigado más en los del tiempo tos, materia de su preocupación y de las críticas
de su idolatría apoyándolas y sosteniéndolos con que escribió al respecto e intentó corregir.Criticó
nuestro mal exemplo: Y también creo que hoy es con crudeza los estilos poco sobrios de predicación
empresa incomparablemente más difícil reducir- y de conducta del clero dentro del templo. Cita
los al camino de la razón que lo havría sido al Restrepo unos autos de una visita practicada en que
tiempo de la conquista... " (f. I, p.156). Martínez Martínez Compañón "pedía al clero de Saña deja-
Compañón estaba especialmente convencido de la ran de fumar dentro de su sacristía "como si fuese
necesidad de llevar adelante proyectos educativos una chichería o establo sin tener la menor consi-
que desterraran aquéllo que estaba en la base de deración a la circunstancia del lugar y a la proxi-
lo que, en su opinión, y como puede concluirse de midad en que está el altar mayor"" (f.l, p . 309).
las frases citadas arriba, era la condición misera- Imágenes como la citada aparecen en distintas
ble de la población indígena. Restrepo cita estos partes del libro, con la debida signatura del archivo
y otros ejemplos remarcables de la posición de de donde fueron tomadas, y antecedidas por des-
Martínez Compañón frente a la situación de esta cripciones muy pormenorizadas del clero de la
gran mayoría de la población. Sin embargo, hu- diócesis de Trujillo en términos formales. Empero,
biera sido deseable que el autor tratase de integrar el autor opta por no ofrecer un examen integral
estos aspectos del pensamiento del prelado en sobre lo que tales rasgos del comportamiento de
donde, como hemos visto, se entremezclan ideas este sector, en el caso que citamos, nos pueden
y sentimientos encontrados: la condena al indio, decir sobre la idiosincracia y costumbres de un
la crítica a esa especie de "voluntad de aislamien- clero eminentemente "criollo" -en un sentido am-
to", en tanto se juzgan los resultados negativos de plio y actual del término- (esta es suposición mía)
muchos años de presencia española en el Nuevo que estaban firmemente asentados en la época de
Mundo. Restrepo se refiere a que detrás de las Martínez Compañón.
críticas y en la base de los planes reformadores de Restrepo menciona los planes de Martínez
Martínez Compañón se encontraba " .. .la concep- Compañón para la formación de seminarios, don-
ción del indio como un ser humano asimilable ...a de se contemplaba la participación de los indíge-
las pautas de comportamiento occidentales" (f.l, nas para que, según las prescripciones del Tomo
pp.156-157). Tal explicación nos parece insatis- Regio, " ...esos naturales se arraiguen en el amor a
factoria. Aunque no llegó a concretarse -debido a la fe católica viendo a sus hijos y parientes incor-
limitaciones de carácter económico, según lo in- porados en el clero" (f.l, p.325). La reforma con-
dica el autor-, el plan educativo de Martínez templaba también la restricción de las órdenes
Compañón refleja con claridad una discusión que sacerdotales a quienes no cumplieran los requisi-
seguramente el obispo debió haber llevado a cabo tos de utilidad. Con esto, se hace clara referencia
con distintos interlocutores además de los curas de a la gran cantidad de clérigos que obtenían sus in-
doctrinas que le escribían y cuyas cartas son cita- gresos de beneficios o capellanías (f.l, p.321), si-
importancia, lo que induce a una percepción par- das por D. Delaunay y Maria E Cosio-Zavala so-
cial del mundo sudamericano; y muchos autores bre la violencia que nace del rechazo de la pobla-
no logran manejar los cambios de escala que per- ción mestiza, o sobre la violencia entre los sexos
mitirían integrar los casos particulares a proble- heredada de la escasez de mujeres, y de las rela-
mática~ que juegan a escala de un continente. Va- ciones serviles, o las reflexiones de Katia de
mos a desarrollar en primer lugar estos dos pun- Queiroz Mattoso sobre las huellas que han dejado
tos, antes de retomar algunos aspectos particular- la esclavitud, hacen excepción.
mente interesantes de los ensayos que componen Por otra parte, se percibe en el libro la oscila-
el libro . ción entre la voluntad de lograr cierta cobertura
Tal vez la voluntad de descubrir las huellas del espacial y el deseo de entrar más profundamente
pasado en el presente haya motivado la selección en detalles monográficos. El estudio de las heren-
de los temas por tratar, y en particular la insisten- cias, en parte similares en Lodo el continente, pero
cia sobre las minorías raciales, indígenas o de ori- con sus matices, y con la influencia de medios fí-
gen africano, que aparecen como tema de 4 de los sicos muy diversos, debería permitir comprender
11 capítulos. Estos capítulos son de gran interés, también las similitudes y diferencias de la organi-
como se verá más adelante; sin embargo hacen zación de los espacios, regicmales y nacionales. Los
falta capítulos que hablen también del resto de las autores manifiestan por lo tanto la intención de
poblaciones, "mestizos" raciales y culturales, determinar si existe un "conjunto
campesinos que no se reconocen en ningún movi- sudamericano"(primera parte), o por lo menos si-
miento indígena (como es el caso para la mayoría militudes entre los países andinos (segunda parte),
en el Perú), capas medias, élites. Estas poblacio- o entre los países de "tierras bajas" (tercera par-
nes, con su evolución propia, también son parte te). Sin embargo, mientras ciertos autores logran
de la herencia de los siglos pasados, y también enriquecer su reílexión gracias a los cambios de
participan en la organización actual de los espa- escala, otros se limitan a un estudio de caso, sin
cios . Por cierto el primer capítulo, "Poblaciones tomar la distancia suficiente para indicar cuán
y sociedades", insiste en la variedad de los aportes generalizable son sus conclusiones a un territorio
y mecanismos que llevaron a la composición ac- más amplio. Así, C. Gros, que brinda una reílexión
tual de las sociedades. A pesar de este capítulo, interesante sobre Estado y movimientos indígenas
un lector desprevenido sobreestimará probable- en Colombia, no se presta a la experiencia de tra-
mente el peso poblacional y político de las pobla- tar de confrontar este caso con los casos de los
ciones selváticas, o serranas que se reivindican países vecinos. M. Pouyllau, sobre las caracterís-
indígenas. La imagen de esta América del Sur se ticas físicas de las "tierras bajas", J. Chonchol y
vende bien, pero no es completa. Es más, las JV Tav ares dos Santos sobre su ocupación
suertes de las poblaciones "indígenas" y "no indí- agropecuaria, yuxtaponen ejemplos sin lograr
genas" están íntimamente vinculadas: la proponer una síntesis. Para estas "tierras bajas" que
intensificación de la colonización de la selva pe- parecen haber sido agrupadas más en oposición a
ruana, para dar un ejemplo, está en gran parte li- los Andes que por su propia homogeneidad, el
gada a la pobreza y presión sobre la tierra en la ejercicio era, es cierto, difícil.
sierra, de donde surgen conflictos entre los "nati- El estilo poco acabado de la mayoría de los
vos" y pobladores serranos. capítulos, la falta de ilustraciones, mapas en parti-
Entre otros temas, se hubiese podido evocar cular, que permitirían seguir a los autores en sus
también el tema de la violencia, presente en Lodo peregrinaciones a lo largo de todo un continente,
el continente con formas que le son particulares, concurren en dificultar la comprensión del libro,
y sin duda son en gran parte herencia de la histo- y de la tentativa de los autores. Es por lo tanto
ria de la conformación del espacio suramericano. probable que este libro termine siendo utilizado
Inestabilidad de sociedades de colonos, en cons- como una compilación de artículos, más que como
tante desplazamiento, violencia de las relaciones el libro que pretende ser.
entre individuos, entre capas de la sociedad, gue- Sin embargo, si bien el libro, en esta medida,
rrillas; falta de control de los Estados sobre terri- carece de homogeneidad, varios capítulos son muy
torios inmensos y desarrollo de espacios contro- buenos "estados de la cuestión", y otros presentan
lados por el narcotráfico; son elementos económica elementos poco conocidos de la realidad de Amé-
y socialmente importantes en muchos países de rica del Sur. Resaltan como "estados de la cues-
América del Sur, que no merecieron más que al- tión", los tres primeros capítulos ("Poblaciones y
gunos pocos comentarios. Las reflexiones inicia- sociedades", "Populismos y democracia", "Las
maneras a través de las cuales la música "andina" nociones -polarizadas y romantizadas- de hege-
ha sido utilizada para forjar tanto un tipo de na- monía y resistencia y no materializa el concepto
cionalismo peruano como una identidad indígena de estado-nación ni el de etnicidad.
quechua (furino); la retórica política y la acción Urban, al observar la relación entre el uso del
entre los hablantes de tukanoa en Colombia lenguaje, la pertenencia de un grupo a una cultura
(Jackson); las políticas nacionales hacia los "in- y la identidad étnica, habla, como Abercrombie,
dios" en los estados-nación del cono sur de las "membranas semipermeables en situaciones
(Maybury-Lewis); las relaciones entre el discurso de dominancia simbólica" (p.318). Concluye que
antropológico y los "hechos" históricos, por un los individuos abordan una ideologización dife-
lado y el discurso étnico, por el otro, entre los ha- rencial bajo circunstancias particulares que resul-
bitantes de la costa atlántica de Nicaragua tan en la separación del lenguaje de otros elemen-
(Diskin); y las formas en que los Kuna de San Bias tos de la identidad cultural. Lo más interesante de
en Panamá incorporaron estratégicamente a terce- su análisis es la tensión dinámica entre las conse-
ras partes (diferentes a las que asimiló el estado- cuencias de las alianzas y la dominación políticas.
nación panameño) en la construcción de sus rela- El artículo de Adams es el único que intenta
ciones interétnicas y sus luchas por la autonomía elaborar un modelo general de estrategias de
política (Howe). sobrevivencia étnica. Su punto de partida es el
Todos los autores buscan examinar cómo la conjunto de fuerzas que se oponen a la
etnicidad sirve como un mecanismo en la defini- sobrevivencia étnica. Me parece aceptable el modo
ción de las relaciones entre los grupos indígenas como trata el asunto del tamaño de la población.
y el estado-nación. Tal vez el aspecto más difícil En tanto es verdad que las poblaciones densas lle-
de esta tarea y que ha sido abordado con menos varán lógicamente a una reproducción creciente,
destreza (aunque el problema se hace cada vez más (la llamada línea límite de los análisis darwi-
claro a medida que se prosigue en la lectura) es nianos), en términos sociopolíticos, las poblacio-
cómo defmir y delinear unidades apropiadas de nes menos numerosas pueden ser menos
análisis y luego cómo describir y analizar los vín- intimidatorias, menos amenazantes, y por lo tan-
culos entre las mismas. Finalmente, los editores to, ignoradas por las clases dominantes y/o el es-
sólo coinciden en que los términos "indios", "es- tado hasta que devienen demasiado grandes.
tados-nación" y "cultura" están "cambiando Es un mérito de los editores que los colabora-
constantemente y en proceso de adaptación y, en dores traten temas similares a lo largo del volumen.
este sentido, emergiendo" (p.12). Sin embargo, los autores se mantienen demasiado
Abercrombie, en un notable artículo funda- cerca del nivel descriptivo y la falta de generali-
mentado históricamente, plantea el problema como zaciones y de teorización se convierte en algo
la necesidad de abandonar unidades totalizantes frustrante. Al mismo tiempo, es admirable que la
para, en su lugar, ver "una pluralidad de sistemas mayoría de los colaboradores, a través de su trabajo
de significado que se interpenetran parcial y de campo y la investigación hlstórica realizada,
asimétricamente". Propone que "nos preguntemos haya elegido mantener las relaciones de diálogo y
por la formación e interacción de estos sistemas" trabajo con otras personas, pese a lo imperfectas
(p.95). Muestra cómo, en el ayllu K'ulta, Bolivia, y riesgosas que sean, en vez de huir a la seguri-
los aymaras utilizaban la religión solar cristiana, dad de la discusión teórica y abstracta sobre el lu-
una vez que ésta se convirtió en predominante, gar de la antropología y sus conceptos en la histo-
para aprovechar los poderes clónicos indígenas. De ria del colonialismo y el imperialismo.
esta manera, las cambiantes identidades de los El libro se presta a la discusión en las aulas
pueblos indígenas sólo podían ser consideradas debido a su material, rico e interdisciplinario. Es
como dotadas de tma ambigüedad permanente. Sin muy insatisfactoria la falta de atención dedicada a
embargo, desde el punto de vista mestizo o "do- una mitad del título, el "estado-nación". Final-
minante", estas identidades eran también indoma- mente, me pregunto por la utilidad de la palabra
bles. Los mestizos no percibieron la real ambi- "etnicidad" como categoría. El término ha sido
güedad de la identidad indígena sino, irónicamen- aplicado de manera tan general y en tal variedad
te, la parte de ésta que más temían, las poderes de situaciones, que ya no queda claro el poder ex-
clónicos "dominados". Del mismo modo, plicativo que el término "etnicidad" tiene como
Abercrombie muestra cómo los pueblos indígenas categoría o proceso distintivo, sea de modo subje-
"confunden" las identidades de los mestizos. El tivo u objetivo.
análisis de Abercrombie se mueve fuera de las L.J. s.
éste no dudó en decir a los hacendados que, si las memoria de la rebelión (pag.196). sino a la reivin-
circunstancias lo exijen, "restituyan cuanto antes (a dicación de la posición social perdida y, por lo tanto,
los indios) lo usurpado como manda la justicia" era una forma de "restituir" a su familia los antiguos
(p.148). Esta exhortación podría también hacer privilegios?. Y unida a las preguntas anteriores,
pensar que más que la asunción del pensamiento de ¿qué relación existió entre la actitud de Farfán de los
Las Casas predominaba en el obispo cusqueño otra Godos y la política del presidente Leguía dentro de
herencia, la "estelalascasista" descrita por Lohmann un contexto de restructuración de elites en el que el
Villena, que tanto remordimiento creó a lo largo de discurso de favorecer a los sectores populares forma
la colonia en ciertos encomenderos y luego en parte integral y constitutiva del núsmo?.
muchos criollos. Al margen del hecho de que la conducta de
Por último, atendiendo al hecho de que muchas Pedro Farfán de los Godos se inscriba o no en una
veces las posiciones progresistas responden a la política de remodelación y de defüúción de espa-
búsqueda de legitimidad de los sectores cios de poder en que la Iglesia se vio obligada a
"desclasados" (pág.196) de la elite o de las elites participar, lo cual queda como objetivo a seguir
regionales, las interrogantes son ¿cómo influyó en trabajando, el estudio de lrnelda Vega-Centeno
la conformación de la identidad individual de F arfán proporciona un material informativo imprescindi-
de Los Godos el hecho de pertenecer a un sector ble para comprender la dinámica Iglesia-sociedad
social que se encontraba en decadencia pero aún civil en un período sobre el que se desconoce casi
conservaba muchos de sus privilegios y cómo ese todo. A su vez, también es un ejemplo de cómo la
entorno intervino en el modo en que monseñor interacción entre el pasado y el presente puede
buscó legitimarse en el espacio público, ¿en qué incidir en la formación de la memoria individual y
medida la labor reivindicativa de la figura de Túpac colectiva; y de cómo el rastreo de las distintas
Amaru, desarrollada por monseñor Farfán de los memorias de una época pueden ayudarnos a recons-
Godos, no sólo obedecía al culto familiar de la truir secuencias históricas de modo interdisciplinar.
M. l. V.
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