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Calatambo Albarracín, el hombre que


convirtió al desierto en canción
A punto de cumplir 94 años falleció el autor de piezas como “El cachimbo de
Tarapacá” y la cueca “Caliche”, pionero en la divulgación de la música del norte de
Chile. “Fue el primero que la llevó a Santiago”, dicen quienes lo conocieron.
Rodrigo Alarcón L.

  Sábado 8 de septiembre 2018 9:17 hrs. 


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Al desierto. Ahí volverá Calatambo Albarracín, fallecido en la tarde del
pasado miércoles en la casa de reposo donde vivía hace poco más de dos
años, en Peñaflor. Sus restos fueron cremados el viernes y sus cenizas
serán llevadas al norte, como si volviera a la antigua oficina salitrera Santa
Laura, donde nació hace casi 94 años: el 21 de septiembre de 1924.

“Nací en la sal”, dijo Calatambo Albarracín en una entrevista concedida hace


cinco años a Radio Cooperativa. “Cuando llegué a Santiago y vi llover, salí a
mojarme. No tenía idea lo que era la lluvia”.

Freddy Albarracín Iribarren tenía un abuelo boliviano y una abuela argentina


y también tenía otros diez hermanos. Conoció como testigo directo el mundo
de las salitreras, creció escuchando y cantando boleros y corridos mexicanos,
pero cuando llegó a Santiago a comienzo de los años 50, lo hizo como un
emisario de un territorio semidesconocido.

En la capital se quedó para el resto de su vida, pero lo hizo con otro nombre:
en lugar de Freddy (“un nombre gringo por donde lo miren y yo de gringo no
tengo nada”), usó la denominación de una zona que todavía se encuentra en
los mapas, al interior de Pisagua: Cala, piedra; tambo, posada. Calatambo es
“posada de piedra” en aimara, pero en Santiago fue un personaje.

“Era un pampino que hizo el desplazamiento de una cultura que este país no
conocía. La construcción de chilenidad todavía no dialogaba con el mundo
del Norte Grande. Calatambo hizo un puente entre ese mundo y Santiago y
eso fue un hito”, dice el musicólogo Rodrigo Torres.

Antes de la Nueva Canción Chilena, antes del auge de la música andina,


antes que recopiladoras como Margot Loyola y Violeta Parra viajaran al
norte, fue Calatambo Albarracín el que llegó a la capital: “Fue una aventura
que de algún modo sigue una saga que antes hizo alguien como Pablo
Garrido, que no era un pampino pero abrió ese camino con su experiencia
de ir a las fiestas y hacer una película que tenía que ver con la Fiesta de
La Tirana”, matiza el profesor de la Universidad de Chile. “Fue un larguísimo
proceso que el país se reconociera culturalmente con ese espacio y él hizo
un gesto muy contundente”.

El Conjunto Cuncumén es uno de los grupos que grabó “Caliche”.

“Fue como un embajador plenipotenciario nuestro”, añade desde Iquique el


sociólogo Bernardo Guerrero, que conoció a Calatambo Albarracín en la
Festividad de San Lorenzo, que se realiza cada año en Tarapacá.

“Con su conjunto Los Calicheros de Sierra Pampa, que también eran Braulio
Mamani y Ciriaco Gómez, recorrieron toda la bohemia santiaguina
mostrando los bailes y trajes nuestros, que llamaban mucho la atención.
Para el centralismo de esa época, básicamente ellos eran indios que
mostraban este tipo de expresiones musicales”, explica el académico de la
Universidad Arturo Prat.
En el Bim Bam Bum
Contador de día, cantor de la pampa de noche. Junto a su grupo, Calatambo
Albarracín llegó a actuar incluso en el capitalino Teatro Ópera, sede del Bim
Bam Bum, y le mostró instrumentos como quenas y zampoñas a los
santiaguinos.

El repertorio que dejó, poblado de referencias a su tierra natal,


incluye canciones que se han vuelto parte de la tradición, incluso más
conocidas que su propio autor: “El cachimbo de Tarapacá”, el “Trote
tarapaqueño”, la cueca “Caliche” o piezas como “Ay, Iquique, “Camanchaca”,
“Cueca de San Lorenzo” y “Trote del burrito” llevan su firma.

“Margot Loyola también divulgó, pero ella recogió e investigó como


folclorista. Calatambo fue un productor y lo grande que hace es ponerle letra
a ‘El cachimbo de Tarapacá’, que era solo instrumental. Así, divulga el
cachimbo en todo Chile, a tal punto que Rolando Alarcón escribe uno para él,
‘El negro cachimbo’. Porque además, Albarracín es un apellido
afrodescendiente”, apunta Bernardo Guerrero.

“No hay duda -escribe Nano Acevedo en su libro Contra el olvido  (2010)- que
esos cachimbos que originalmente tocaban bandas de bronces de
regimientos y sin texto, cobraban singular vida en la voz de este hombre
jovial, moreno y entusiasta que golpeaba riendo y bailando su tambor de
cuero”.

Su música se puede rastrear entre nombres ilustres de la música chilena.


Rolando Alarcón todavía dirigía el Conjunto Cuncumén cuando incluyeron la
cueca “Caliche” en su LP El folklore de Chile vol. IX (1962), donde también
participan Víctor Jara y Mariela Ferreira, entre otros. La misma pieza se
puede encontrar en Chacabuco (1975), el registro clandestino de Ángel Parra
junto a los presos del campo de concentración homónimo; y en el primer
álbum de Curacas, de 1970. Dos años más tarde, el Cuarteto Chile que dirigía
Gastón Soublette incluyó tres piezas informadas por Calatambo Albarracín
en su obra Chile en cuatro cuerdas. 

Parte de estas historias se pueden conocer hoy en el Archivo de Música de la


Biblioteca Nacional, que en 2015 recibió una donación con partituras, discos,
cassettes, correspondencia y otros documentos. “Él sabía que fue el primero
que llevó la música del norte a Santiago, sabía que su trabajo tenía valor y
gracias a Dios le dieron premios y reconocimientos en vida”, dice Leticia, una
de las cinco hijas e hijos que tuvo Calatambo Albarracín en dos matrimonios.

Uno de los manuscritos que conserva el Archivo de Música de la Biblioteca Nacional.


Calatambo Albarracín fue reconocido por la SCD como Figura Fundamental de la Música
Chilena. El premio se lo entrega Nano Acevedo.

Organista titulada en la Universidad de Chile y discípula de músicos doctos


como  Miguel Letelier y Carlos Botto, Leticia recuerda desde España -adonde
viajó para hacer un curso de perfeccionamiento- cómo empezó a tocar el
acordeón con su padre: “Yo podía porque sabía piano, pero él no quería que
su hija estuviera ahí, parece que no le gustaba el tipo de gente”, dice
soltando una pequeña risa. “Lo que pasó fue que la persona que tenía que
tocar no pudo, entonces me llamó para el ensayo general de una ‘Navidad en
el desierto’, algo que hacía siempre, y me la fue cantando un poquito en el
ensayo general. Eso debe haber sido como el año 74 y después seguí, estuve
en muchas cosas. Siempre que escuchas el acordeón, soy yo”.

Según ella, cuando Calatambo Albarracín comenzó a tocar en Santiago,


incluso los nortinos le reprochaban que hiciera la música de la pampa o de
fiestas como La Tirana: “Se sentían avergonzados y mi papi tuvo problemas
en ese tiempo, cuando cantaba con mi mamá (Leticia Reyes) y usaban unos
sombreros con plumas largas”.
Es que lo que hacía en aquella época era como una declaración, como si
dijera: “Acá estamos los nortinos, estos son nuestros ritmos”, concluye
Bernardo Guerrero. “Este es un país al que le cuesta mucho entender el
Norte Grande y en una canción dice: soy del norte de Chile, caliche de mi
corazón. Es una señal de identidad y es decir que este no es un país
homogéneo, no es una cultura uniforme. Ese es un tema siempre vigente”.

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