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“21 Recuerden que hace mucho tiempo Moisés dijo: No maten, pues si alguien mata a otro, será
castigado. 22 Pero ahora yo les aseguro que cualquiera que se enoje con otro tendrá que ir a juicio.
Cualquiera que insulte a otro será llevado a los tribunales. Y el que maldiga a otro será echado en
el fuego del infierno. 23 Por eso, si llevas al altar del templo una ofrenda para Dios, y allí te acuerdas
de que alguien está enojado contigo, 24 deja la ofrenda delante del altar, ve de inmediato a
reconciliarte con esa persona, y después de eso regresa a presentar tu ofrenda a Dios. 25 Si alguien
te acusa de haberle hecho algo malo, arregla el problema con esa persona antes de que te
entregue al juez. Si no, el juez le ordenará a un policía que te lleve a la cárcel. 26 Te aseguro que 1
no saldrás de allí sin que antes pagues hasta la última moneda que debas. 27 Moisés también dijo:
No sean infieles en su matrimonio. 28 Pero ahora yo les aseguro que, si un hombre mira a otra
mujer con el deseo de tener relaciones sexuales con ella, ya fue infiel en su corazón. 29 Si lo que
ves con tu ojo derecho te hace desobedecer a Dios, es mejor que te lo saques y lo tires lejos. Es
preferible que pierdas una parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. 30 Si
lo que haces con tu mano derecha te hace desobedecer, es mejor que te la cortes y la tires lejos.
Es preferible que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo se vaya al
infierno.31 También hace mucho tiempo Moisés dijo: Si alguno ya no quiere vivir casado con su
mujer, dele un certificado de divorcio. 32 Pero ahora yo les digo que el hombre sólo puede
divorciarse si su esposa tiene relaciones sexuales con otro hombre. Si se divorcia de su esposa por
otra razón, la pone en peligro de cometer ese mismo pecado. Si esa mujer vuelve a casarse, tanto
ella como su nuevo esposo serán culpables de adulterio”. 33 En ese mismo tiempo, Moisés también
enseñó: No usen el nombre de Dios para prometer lo que no van a cumplir. 34 Pero ahora yo les
digo a ustedes que, cuando prometan algo, no hagan ningún juramento. No juren por el cielo,
porque es el trono de Dios, 35 ni juren por la tierra, porque Dios gobierna sobre ella. Tampoco
juren por Jerusalén, pues esta ciudad pertenece a Dios, el gran Rey. 36 Nunca juren por su vida,
porque ustedes no son dueños de ella. 37 Si van a hacer algo digan que sí, y si no lo van a hacer
digan que no. Todo lo que digan de más viene del diablo.”
Esta es la Palabra del Señor. [Sal. 119: 1-8; Dt. 30:15-20; I Co. 3:1-9; Mt. 5: 21-37].
sentidos dobles, la sagrada verdad es diluida en la abundancia de palabras vanas, los hombres la
convierten en confusión entre las audiencias, se desvanece en discursos viciados donde muchos
se extravían y son arrastrados por el ímpetu de la tormenta e intereses y muchos abrazan el
engaño, por no estar debidamente cimentado en la verdad. Según Cristo, no hay argumento
existente en algún lugar cercano o lejano que sustituya la solidez de la verdad de los hombres, a
la cual todos somos convocados para tomar parte en este reinado de Cristo. El hombre libre,
nuevo, regenerado, ilumina con su vida en el estrato de confianza de su palabra. De Cristo dice
el Apóstol: “… Cristo nos ha dado ejemplo, pues sufrió por nosotros. Él no pecó nunca, y jamás
engañó a nadie” [I Pd. 2:21-22] Además, su redención nos otorga una especial gracia para
conducirnos por la senda de la vida verdadera. Continúa diciendo: “…cuando venga el Espíritu
Santo, Él les dirá lo que es la verdad y los guiará, para que siempre vivan en la verdad. Él no 3
hablará por su propia cuenta, sino que les dirá lo que oiga de D el Padre…” [Jn. 16:13]. Al igual
que su honorable y eterna Palabra, la cual nunca carece de valor y en ella nos muestra su
inmutabilidad; también nos habla: “… Desde el principio tú afirmaste la tierra; tú mismo hiciste
los cielos, pero estos se irán gastando, como la ropa, y un día dejarán de ser. Pero tú te
mantendrás firme; siempre serás el mismo, y tus años no tendrán fin.” [Sal. 102:25-28]
OREMOS: Oh D, fortaleza de los que ponen su confianza en ti: Acepta con misericordia nuestras
súplicas, y puesto que, por nuestra flaqueza, no podemos hacer nada bueno sin ti, danos el auxilio
de tu gracia y tu Espíritu verdadero; para que, al guardar tus mandamientos, te agrademos, tanto
de voluntad como, de hecho; por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo y el Espíritu
Santo, un solo D, por los siglos de los siglos. Amén.