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EL MJVC Y LA NUEVA EVANGELIZACION

1. "El Padre eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y
bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de su Vida Divina y, caídos por el pecado
de Adán, no los abandonó, y les dispensó siempre su ayuda en atención a Cristo
redentor...Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia.". (L.G. 2)

Dios por su inmenso amor ha querido salvar al hombre por mediación de Cristo, pero no salvarlo
individualmente, Él ha llamado a los que creemos en Jesús a congregarnos en torno suyo como un
sólo cuerpo o pueblo, para que le conozcamos en la verdad y le sirvamos (cfr. L.G.9).

Este Cuerpo o Pueblo es la Iglesia, (Ekklesia = Asamblea), la cual es la Asamblea de todos


aquellos que creemos en Cristo, cuya unidad y fin es Dios. Es por ello que todo aquél que cree en
Jesús y lo proclama como su Señor, no puede ni debe tratar de vivir su cristianismo en forma
individual o aislada.

Dios mismo es el ejemplo de ello. Él es comunión de personas (Dios uno y trino). La Iglesia debe
ser por tanto la comunidad de creyentes. Una común-unión de los hombres en Dios, una gran
comunidad en donde el hombre vive su vocación a la Santidad.

Cada uno de los miembros de la Iglesia somos llamados a vivir individual y comunitariamente la
vida en Santidad. Es por ello que cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia necesitamos
conocer la esencia y misión de la misma.

1. ORIGEN DE LA IGLESIA.

Desde el principio Dios Padre, por su inmenso Amor y Bondad, ha querido la salvación de todos
los hombres heridos por el pecado. Dios que nos ama envía a su Único Hijo, Jesucristo, como
nuestro Salvador. Él viene a instaurar el Reino de los Cielos aquí en la Tierra; nos revela los
misterios de Dios, misterios de amor en favor del hombre, y efectúa la redención con su
obediencia. El envío de Jesús al mundo es el gran Don del Padre a la humanidad.

La Iglesia nace de la voluntad salvífica del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad. La Iglesia es un hecho de Jesús. Tiene su principio con la
predicación de la Buena Nueva.

Jesús va al encuentro de los hombres; los llama y los congrega en torno suyo. Ellos al aceptar el
llamado del Señor, le siguen sinceramente y experimentan un cambio en su corazón. Un cambio
que es conversión y vida nueva.

La Buena Nueva del Reino de Dios que se hace realidad en Jesús nos muestra el inmenso amor
de Dios al hombre, un amor que nos libera y que nos salva, que se manifiesta como una esperanza
y luz para todos nosotros: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a
los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad; a los ciegos la recuperación de la vista;
para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de Gracia del Señor". (Lc 4, 18-
19). Como núcleo de la predicación de Jesús, está la salvación del hombre; que se logra con la
muerte y resurrección de Cristo.

Consumada la obra que el Padre confió al Hijo, fue enviado el Espíritu Santo en el día de
Pentecostés para que santificara la Iglesia nacida del Costado de Cristo. Esta, enriquecida con los
Dones del Espíritu Santo, recibe la misión de anunciar el Reino de Dios, de establecerlo en medio
de todos los pueblos y constituirse en la tierra como su germen y principio.

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"recibirán el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén,
en Judea , en Samaria y hasta el extremo de la tierra." (Hch. 1, 8 ).

El fruto inmediato y más visible de toda la misión salvífica de Cristo es la misma Iglesia:

"La Iglesia es inseparable de Cristo porque Él mismo la fundó por un acto expreso de su voluntad,
sobre los doce cuya cabeza es Pedro, constituyéndola como Sacramento Universal y necesario de
salvación" (D.P. 22).

La Iglesia, Pueblo de Dios, es Santa. Es una comunidad de Fe, Esperanza y Caridad. Está al
servicio del hombre. La Iglesia es para nosotros y nosotros para la Iglesia; en ella el mismo Cristo
continúa evangelizando visiblemente. Es por ello que la Iglesia es el Sacramento de Jesús.

Por su esencia la Iglesia es sacramento de unión entre los hombres. (cfr. E.N. 75). Es una
comunidad reunida por la unidad del Padre, con el Hijo por el Espíritu Santo (cfr. L.G.4).

2. LA MISIÓN DE LA IGLESIA.

Jesús una vez constituido como Señor en el cielo y en la tierra, envía a sus discípulos a continuar
con el anuncio de la Buena Nueva, "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda
creatura" (Mc 16,15)

Al recibir la misión de Anunciar la Buena Nueva, la Iglesia es enviada a proclamar el Evangelio de


su Señor, toda ella es enviada a Evangelizar. "Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda: Ella existe para evangelizar" (E.N. 14).

La Evangelización es un proceso de vida cuya realidad rica y compleja, es resultado del anuncio
completo del mensaje de Dios. Jesús es el primer evangelizador, nos comunica el mensaje de su
Padre, lo hace con toda fidelidad " Así, pues, las cosas que yo hablo, las hablo según el Padre me
ha dicho" (Jn.12,50) Nosotros, enviados por Jesús para hacer presente este mensaje en el mundo,
tenemos que vivir la misma fidelidad. No podemos inventar un Evangelio a nuestro gusto, ni
tampoco mutilarlo. Tenemos que proclamar el único Evangelio de Jesús.

"La Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del mensaje que proclama. trata de convertir
al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, su vida y su ambiente
concreto" (E.N. 18). Sólo el amor de Dios y su Gracia puede cambiar el corazón del hombre.

En la actualidad se habla mucho de la evangelización o de evangelizar, pero en muchas ocasiones


no se tiene claro todo lo que ello significa. Algunos, al tratar de definirla dan únicamente partes de
lo que implica realmente esta misión de la Iglesia, y por lo mismo se comienza a fragmentar o
mutilar todos los elementos de la evangelización.

"Ninguna definición parcial o fragmentaria, refleja la realidad rica, compleja y dinámica que
comporta la Evangelización" (E.N. 17).

Como ya se señaló se trata de todo un proceso de vida, constituido por elementos o si se prefiere
de momentos esenciales cada uno de ellos, aunque diferentes, que hay que saber abarcar de un
solo golpe, comprendiendo toda la vida del hombre.

La iglesia mediante su dinamismo evangelizador genera este proceso.

A).-DA TESTIMONIO DE DIOS, revelado en Cristo por el Espíritu Santo que clama en nosotros
(Cfr. Gal. 4,6-7). Así comunica su experiencia de fe en DIOS.

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B).-ANUNCIA LA NUEVA BUENA DE JESUCRISTO, mediante la palabra de vida: anuncio que
suscita la fe. La predicación y la catequesis progresiva la alimenta y la educa.

C).-ALIMENTA Y HACE CRECER LA FE, DON DE DIOS NACIDA DE ESTE ANUNCIO. La


adhesión personal a Dios se manifiesta en la conversión del corazón, en la vida misma y en la
entrega a Jesucristo. Participamos de su muerte y su resurrección.

D).-CONDUCE AL INGRESO A LA COMUNIDAD DE LOS FIELES que perseveran en la oración,


la convivencia fraterna, y celebran su fe, cuya cumbre es la Eucaristía (Cfr. Hch. 2,42).

E).-ENVÍA COMO MISIONEROS A LOS QUE RECIBIERON EL EVANGELIO, con el ansia de que
todos los hombres sean ofrecidos a DIOS y que todos los pueblos le alaben (Cfr. Rom. 15,16).

Cada uno de estos elementos son complementarios y se enriquecen mutuamente Debemos


manejarlos como un todo bien integrado.

La evangelización ha de calar hondo en el corazón del hombre y de los pueblos; por su dinámica
busca la conversión personal y la transformación social.

La evangelización es por tanto un proceso complejo, dinámico, en etapas que deben cumplirse
todas pero ordenadamente. El centro y culmen de su dinamismo, debe ser una clara proclamación
de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a
todos los hombres, como don de la Gracia y de la Misericordia de Dios (cfr E.N. 26). Todo ello nos
lleva a experimentar una vivencia del Amor de Dios. Necesitamos sentirnos amados por Dios, amar
a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.

Veamos ahora algunas características de la evangelización que nos parece interesante y


queremos tratar juntos.

2.1 ALGUNAS CARACTERÍSTICAS DE LA EVANGELIZACIÓN.

Conviene aquí, para nuestra fidelidad, considerar tres características, a las cuales debe responder
la evangelización para que sea auténtica.

2.1.1 Su contenido es uno y único.

Toda auténtica evangelización se caracteriza por su fidelidad a la Tradición y al Magisterio de la


Iglesia. Esta es solamente depositaria del mensaje. Existe un sólo y único Evangelio, del cual nadie
es dueño y por lo tanto no puede cambiarlo ni adueñarse de él.

"Uno solo es el cuerpo y uno solo es el Espíritu, como también una la esperanza, que encierra la
vocación a la que han sido llamados; Un sólo Señor, una Fe, un bautismo, un Dios que es Padre
de todos, que está sobre todos, que actúa en todos y habita en todos" (Ef 4, 4-6).

Esta fe debemos de cuidarla con esmero ya que bajo la Acción del Espíritu Santo, el mensaje se
rejuvenece constantemente así como a nosotros mismos, que somos el vaso que lo contiene.

El contenido de la Evangelización es el anuncio de la persona de Jesucristo, evangelio del Padre.

Es ante todo el anuncio de Jesús como signo y realidad de la misericordia y el AMOR DE DIOS al
HOMBRE, que con su muerte y resurrección lo salva y lo libera. Jesús mismo es la donación de
Dios a la humanidad para que participe de la Misericordia Divina. Este anuncio debe realizarse
siempre íntegro y de manera clara y explícita.

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Al descubrir la persona de Jesús encontramos nuestra verdadera dignidad de seres humanos y
sobre todo, experimentamos el gran amor de Dios por el cual nos ha hecho sus hijos.

El contenido de la evangelización nos lleva a vivir una adhesión vital con Dios, la cual no se logra si
se mutila, se sustituye o cambia dicho mensaje.

2.1.2. Bajo el impulso del Espíritu Santo.

" El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión de la Iglesia" (R.M: 21)

Llegado el día de Pentecostés se proclama por primera ocasión el nombre de Jesús muerto y
resucitado para la salvación de los hombres, esto es posible gracias a la acción del Espíritu Santo
sobre los apóstoles. Con la fuerza del Don del Espíritu, Pedro es capaz de anunciar la Buena
Nueva.

El Espíritu Santo hace posible que llamemos a Dios "ABBÁ", "Padre" y a Jesús "El Señor". Él es
quien nos prepara y nos da los dones necesarios que nos capacitan para evangelizar.

"No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo...El es quien, hoy igual que
en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El,
y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar.... Puede decirse que El es el
agente principal de la evangelización" (E.N 75).

2.1.3. Es universal.

"Así pues les dijo: Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura" (Mc 16,15).

En ese mismo día de Pentecostés reunidos en Jerusalén habitantes de muchas regiones, Dios
decide manifestar la Iglesia, como símbolo de su universalidad. El mensaje de la Buena Nueva es
para TODOS los hombres. Va dirigido también a todo el hombre y toda su vida.

"Todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Este carácter de universalidad ... es un don
del mismo Señor" L.G. 13

La evangelización busca llegar a todos los hombres, en especial a los que no han descubierto el
amor y la salvación de Dios. "La Iglesia reaviva siempre su inspiración más profunda, la que le
viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda creatura! ¡Hasta los confines de la tierra!
(E.N. 50).

La Evangelización es siempre un acto eclesial, realizado en comunión de Fe y Vida con toda la


Iglesia, a través de sus pastores,

Así, estas características brotan de la naturaleza misma de la Iglesia, que por ser UNA, SANTA,
CATÓLICA y APOSTÓLICA, y tener la Evangelización como su razón de ser, orienta y define todo
nuestro esfuerzo evangelizador.

2.2 MEDIOS PARA EVANGELIZAR.

Jesús es el gran evangelizador. María es la Estrella de la Evangelización. La Iglesia, para cumplir


su misión, es decir, evangelizar al hombre y a todos los pueblos, va descubriendo y utilizando
infinidad de medios. Dócil al Espíritu Santo, discierne la fidelidad de esos medios y promueve la
búsqueda de otros nuevos.

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En la actualidad, como expresión pastoral de ella misma, encontramos en la Iglesia diversos
movimientos, tanto sacerdotales como laicales. Entre las expresiones laicales dentro del campo
juvenil, está presente el Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana.

Es importante que nuestro movimiento, el M.J.V.C., con la luz de Cristo y bajo el impulso del
Espíritu Santo, sea un movimiento Evangelizador Fiel.

3: LA MISIÓN DEL M.J.V.C.

"Es necesario que los jóvenes bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan
cada vez más en los apóstoles de la juventud. La Iglesia espera mucho de ellos" E.N. 72.

Por ser el M.J.V.C. un movimiento de Iglesia, tenemos la misma misión que ella, es decir
Evangelizar. Nuestra misión nos exige ir al joven; tenemos que evangelizar al joven por el joven.

No hay mejor apóstol del joven que el mismo joven; se puede comunicar el mensaje con mayor
claridad, debido a que podemos hablar en los mismos términos y comprender mejor la situación de
la persona a la cual se quiere evangelizar y lograr así una aceptación más comprometida con el
Evangelio. Le proclamamos el amor de Dios a un joven que al igual que nosotros está en busca de
la plenitud de su persona y que quizás hasta el momento no ha encontrado el camino.

Se trata pues de recorrer juntos el camino que da razón de nuestra esperanza; de dar testimonio a
través de toda la vida y en especial de la Jornada misma, de Aquél que nos ha liberado, nos ha
amado hasta el extremo y se ha entregado totalmente para que logremos la plenitud de nuestra
persona. Debemos de descubrir a los demás jóvenes el amor de Dios, tal vez inimaginable para
ellos, así como otro joven lo realizó con nosotros.

"El Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana es un Movimiento de Iglesia dirigido por jóvenes y
asesorado por adultos. Su finalidad es evangelizar al joven, y su instrumento principal es la
Jornada, como anuncio de la Buena Nueva en Jesús, que transforma su corazón y lo llama a vivir
en Gracia, es decir, a vivir una auténtica vida cristiana.... Tiene sentido como una expresión de
Pastoral Juvenil al servicio de una Iglesia particular."(L.B. 11).

"La jornada, para lograr su objetivo, permite ciertamente una diversidad de elementos, pláticas,
técnicas, dinámicas e instrumentos apropiados. Deben usarse siempre en la línea de la Buena
Nueva, permitiendo así la acción directa del Espíritu Santo en los muchachos y las muchachas, ya
que Él, y únicamente Él es quien impulsa a anunciar el Evangelio y quien, en lo hondo del corazón,
hace aceptar y comprender el misterio de la Gracia" (L.B. 25)

4.- EL ENVÍO

"Mi palabra no es mía, sino del Padre que me envía" Jn.14, 14

Jesús fue muy claro. Cuentan los Hechos de los Apóstoles que, una vez resucitado, Jesús dio a los
Apóstoles "muchas pruebas de que vivía y durante cuarenta días les habló del Reino de Dios"
(Hch.1,3)

"Como estaban reunidos, le preguntaron: 'Señor, ¿es ahora que vas a restablecer el Reino de
Israel?' Él les respondió: "A ustedes no les corresponde saber el tiempo y el momento que el Padre
ha fijado con su propia autoridad, sino que van a recibir una fuerza, la del Espíritu Santo, que
vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y hasta los confines de la
tierra" (Hch.1,6-8).

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"por su parte, los once discípulos partieron para Galilea, al monte donde Jesús los había citado.
Cuando vieron a Jesús se postraron ante Él, aunque algunos todavía desconfiaban. Entonces
Jesús, acercándose, les habló con estas palabras: 'Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la
tierra. Por eso vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he
encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que termine este mundo'" (Mt. 28,16-20)

Jesús es el enviado del Padre, el Testigo Fiel, y que envía a su vez a los Apóstoles. Los quiere
testigos fieles. La Iglesia hoy confía en los jóvenes. Los obispos latinoamericanos reunidos en
Santo Domingo, en Octubre de 1992, los quieren protagonistas de la historia." En una plegaria que
elevan a Jesucristo, "su única opción" afirman:

Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo

Danos la Gracia

en continuidad con Medellín y Puebla

de acompañarnos en una Nueva Evangelización

a la que todos estamos llamados

con especial protagonismo de los laicos

particularmente de los jóvenes" (S.D. 303).

Muchacha y muchacho del M.J.V.C., tu Iglesia te necesita hoy en la Nueva Evangelización.


Definitivamente sí hay para ti un lugar que únicamente tú puedes ocupar. Siéntete hoy enviado por
Cristo:

"Así como el Padre me envió, así los envío a ustedes" (Jn.20,21)

5. EL M.J.V.C. Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.

Desde hace más de 10 años, Su Santidad el Papa Juan Pablo II ha llamado a toda la Iglesia a una
Nueva Evangelización:

"La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un


compromiso vuestro, no de re-evangelización, pero sí de una Evangelización Nueva. Nueva en su
ardor, en sus métodos, en su expresión" (Haití, 1983).

"La Nueva Evangelización es ante todo un llamado a la conversión y a la esperanza, que se apoya
en las promesas de Dios y que tiene como certeza inquebrantable la resurrección de Cristo, primer
anuncio y raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana, principio de toda
cultura cristiana" (S.D. 24).

"Es también un nuevo ámbito vital, un nuevo Pentecostés, donde la acogida del Espíritu Santo hará
surgir un pueblo renovado, constituido por hombres libres, conscientes de su dignidad" (S.D. 24).

"Es el conjunto de medios, acciones y actitudes aptos para colocar el Evangelio en diálogo activo
con la modernidad y lo post-moderno, sea para interpelarlos, sea para dejarse interpelar por ellos.
También es el esfuerzo por inculturar el Evangelio en la situación actual de las culturas de nuestro
continente" (S.D. 24).

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"La Nueva Evangelización tiene como finalidad formar hombres y comunidades maduras en la fe y
dar respuesta a la nueva situación que vivimos, provocada por los cambios sociales y culturales de
la modernidad" (S.D. 26).

"La Nueva Evangelización tiene la tarea de suscitar la adhesión personal a Jesucristo y a la Iglesia
de tantos hombres y mujeres bautizados que viven sin energía el cristianismo. 'han perdido el
sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una
existencia alejada de Cristo y de su Evangelio' (RM33) " (S.D. 26).

El Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana, por ser un Movimiento Juvenil de Iglesia, quiere ser
fiel a la Iglesia y responder a este llamado de nuestro pastor. Es por eso que hemos elaborado
nuestro Manual Básico que nos ayudará a vivir nuestra fidelidad. Queremos ser testigos fieles de
Jesús, comprometidos en la Nueva Evangelización.

CAPÍTULO II:

VISIÓN GENERAL DE LA JORNADA

1.- ¿QUÉ ES UNA JORNADA DE VIDA CRISTIANA?

"El Padre eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y
bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de su Vida Divina y, caídos por el pecado
de Adán, no los abandonó, y les dispensó siempre su ayuda en atención a Cristo redentor...
Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia" (L.G. 2).

"Para el M.J.V.C., la Jornada constituye el momento esencial de la proclamación del Kerygma o


Buena Nueva de la salvación en Cristo por la Gracia"(L.B. 22).

"La Jornada constituye el momento evangelizador por excelencia, que exige una respuesta
personal a Cristo, que lleva al Padre por el Espíritu Santo. Se vive en una experiencia comunitaria
que abre a los jóvenes al compromiso social" (L.B. 22).

A través de cada uno de los elementos de la Jornada -La enseñanza, la convivencia, la Eucaristía,
la Oración, el perdón y el Testimonio de la presencia de Cristo en el Auxiliar, las exigencias del
hermano - se busca que el joven que asiste a una jornada reciba el anuncio de la Buena Nueva y
tenga un encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor Jesús de forma personal y
comunitaria.

La Jornada busca hacer realidad el llamado de Juan Pablo II hecho a los jóvenes en San Juan de
los Lagos:

"Se necesita escuchar la voz límpida de los jóvenes que han experimentado cómo el fuego del
amor de Cristo ardía en su corazón. ¡Jóvenes, ayudad a vuestros amigos a salir de la cárcel de la
indiferencia y de la desesperanza! ¡Cristo os llama a resucitar en otros jóvenes la ilusión por la
vida!" (Juan Pablo II, homilía a los Jóvenes, San Juan de Los Lagos, 1990).

2.- ¿A QUIÉN VA DIRIGIDA?

2.1 Al joven

"La jornada es la presencia del Movimiento en la Pastoral Juvenil. Su servicio específico" (L.B. 22).

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El M.J.V.C. es, pues, una expresión de la Pastoral Juvenil. Cumplimos así con una exigencia de la
Nueva Evangelización: "el joven evangeliza al joven". La Jornada es una oportunidad de vida
significativa para nuestro hermano joven. Debe ser toda ella plenamente juvenil.

2.2 Al joven con una situación concreta

Cada joven que asiste a una Jornada es una persona con una historia y una situación muy
particular, que exige del Auxiliar de Jornadas que lo vea como es, y que su trato hacia él vaya
encaminado a que descubra, desde su realidad muy específica, lo que el Señor quiere decirle a él
y qué le exige, precisamente a él, para que sea de verdad protagonista de la vida nueva en su
propio mundo.

2.3 Que tiene una inquietud propiciada y cultivada en la Pre-Jornada

Es importante que antes de Jornada, el joven se sienta atraído por conocer a Jesús. Al ir
descubriendo su propia dignidad y la de los demás y lo que Jesús significa en su vida, se despierta
en él el deseo de conocer más al Señor. Esta inquietud nace a través del trato con un Auxiliar, en
la Pre-Jornada misma o de otras varias formas que el Señor ponga a su alcance.

Sea lo que fuere, es importante que al joven se le ofrezca un momento previo que lo prepare a su
encuentro personal y comunitario con Dios en la Jornada. De esta manera, el joven, en quien
hemos despertado ya su propio sentido de búsqueda, siente necesidad de una respuesta
adecuada al sentido de su misma vida y se cuestiona sobre todo lo que lo rodea, y así queda
abierto a lo que vamos a ofrecerle en la jornada.

Por esta razón no es válido llevar al joven a la Jornada engañándolo con la promesa de tratarse
solo de un rato de diversión, o de conocer más gente. Esto, además de presentar una seria
incongruencia con el mensaje de Jesús, puede crear un rechazo a todo lo que se vive en la
Jornada. ¡Es importante que nosotros mismos creamos que el joven se sentirá atraído por la
misma fuerza del Evangelio!

2.4 Que decide vivir una experiencia seria de Dios.

El joven, pues, que asiste a la Jornada, ha decidido vivir una experiencia. Recordemos que todo
trabajo de Prejornada "tiene como objetivo preparar al muchacho y a la muchacha a tener un
encuentro personal y comunitario con Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo de tal forma que su
participación en la Jornada dé mejores frutos" (L.B. 15).

Este joven quiere abrirse al encuentro con los demás, desea encontrarse consigo mismo, pero,
sobre todo, busca el encuentro con Dios. Quizás aún no sepa bien de qué se trata, pero asiste
tocado en su corazón por la inquietud previa que hemos sembrado en él. El testimonio de otros
que luchan porque Jesús sea el Señor de sus vidas, lo anima a vivir en plenitud la experiencia de
la Jornada.

Queremos mencionar aquí que la Jornada no va dirigida directamente a jóvenes en situaciones


críticas, ya sea alcohólicos, drogadictos u otros, puesto que no se trata de un programa de
rehabilitación. El Evangelio, el anuncio de la Buena Nueva sí es para ellos, pero sabemos muy bien
que requieren una ayuda específica, tanto médica como psicológica, que pide un verdadero
proceso que garantice se les pueda dar seguimiento. Descubrir que Dios los ama a ellos y que
Jesús ha muerto por ellos, así como irse liberando de aquello que los esclaviza, requiere mucho
más tiempo del que se les puede dedicar en una Jornada.

3.- ¿QUÉ PIDE LA JORNADA?

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3.1 Conocer la realidad que viven todos y cada uno de los jóvenes.

Es preciso conocer esta realidad para que el mensaje vaya dirigido más directamente a ella.
Asimismo nuestro lenguaje y los medios empleados en la Jornada estarán respondiendo mejor a la
necesidad del grupo concreto.

"Jesucristo nos pide proclamar la Buena Nueva con un lenguaje que haga más cercano el mismo
Evangelio de siempre a las nuevas realidades culturales de hoy. Desde la riqueza inagotable de
Cristo, se han de buscar las nuevas expresiones que permitan evangelizar los ambientes
marcados por la cultura urbana e inculturar el evangelio en las nuevas formas de cultura
adveniente. La Nueva Evangelización tiene que inculturarse más en el modo de ser y de vivir de
nuestras culturas" (S. D. 30).

3.2 Realizarse como parte de un proceso evangelizador

La Jornada es parte del proceso evangelizador que el M.J.V.C. ofrece hoy a la Iglesia en una
Nueva Evangelización. Este proceso lo sabemos bien abarca tres etapas al servicio de la juventud:

Ø Prejornada: Inicio fuerte de evangelización del joven.

Ø Jornada: Momento en que se da al joven el Anuncio Kerigmático, el Anuncio de la Buena


Nueva

Ø Post-Jornada: Etapa de crecimiento y perseverancia

Es importante que el joven viva cada una de estas etapas, para ayudar a que esa alegría que ha
experimentado al conocer a Jesús y recibir la Vida Nueva que se le ofrece a través del Espíritu
Santo se convierta en un proceso contínuo de conversión durante toda su vida, que cale en lo
hondo de su corazón, y transforme su interior, y así pueda responder al llamado a ser Santo y al
mismo tiempo sea capaz de transformar, con su propio testimonio, ejemplo de vida y servicio, el
ambiente que lo rodea.

Es importante que la Escuela de Auxiliares promueva el que existan plataformas en su comunidad


eclesial concreta, que acojan al joven que ha vivido una experiencia de Dios, para que se pueda
fortalecer y persevere en la Fe. Sin esta plataforma, "suele suceder que este joven vivirá
forzosamente situaciones de desconcierto y de desorganización, llegando incluso a sentirse
frustrado" (L.B. 33). Por esto, si se omite alguno de los elementos del proceso evangelizador, no
tiene razón de ser la celebración de la Jornada.

Asimismo, ya que la Jornada es "el momento en que se da el anuncio kerigmático, la Buena


Nueva, que en Jesucristo muerto y resucitado se ofrece la salvación, como don de la Gracia y
Misericordia de Dios" (L.B. 14),es importante ubicar, en razón de esta Buena Nueva, el mensaje
que cada plática, dinámica y actividad, contiene. Debe buscarse siempre explicar de manera
sencilla y clara, acompañados del testimonio personal, todos los conceptos que forman parte de la
Doctrina de la Iglesia, buscando que adquieran un sentido personal y relevante para cada
asistente. El contenido debe ayudar a descubrir al joven que su historia personal está inmersa en
la Historia de la Salvación, que Dios tiene un plan maravilloso para su vida, que lo ama y quiere lo
mejor para él.

Por esto, la Jornada , más que buscar una formación doctrinal o ser una escuela de Biblia, propias
para alguien iniciado en la fe, busca suscitar, a través del Espíritu Santo, un encuentro con Jesús.

3.3 Que se celebre dentro de un Plan de Pastoral Juvenil

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Toda Jornada debe ubicarse dentro de un plan de Pastoral Juvenil de la diócesis. Debe responder
a una necesidad específica de su parroquia y de su diócesis. No deben celebrarse Jornadas tan
sólo por un motivo cualquiera, porque me gusta, porque ya es tiempo, para juntar al grupo, etc. la
Jornada debe tener una razón de ser muy clara. Por eso, celebrar una jornada que no tenga
sentido en la vida de una Iglesia diocesana, no tiene razón de ser. No se debe hacer (cfr. L.B.12)

De esta manera, participa con toda la Iglesia y como Iglesia en la misión de evangelizar.

4.- ¿CUAL ES EL MENSAJE CENTRAL?

Nosotros, Movimiento de Jornadas de Vida Cristiana que hemos sido llamados a evangelizar al
joven por el joven, necesitamos conocer el mensaje central de la Jornada. Dicho mensaje es la
Buena Nueva, la Jornada es eminentemente el anuncio del Kerygma (Buena Noticia). Dentro del
proceso evangelizador, la Jornada significa y es el MOMENTO KERYGMÁTICO.

Este anuncio que realizamos en las Jornadas tiene un contenido esencial, mismo que por sí sólo
transforma y cambia el corazón del joven que lo escucha. Dicho mensaje debe ser escuchado,
acogido, aceptado, asimilado, haciendo nacer entonces una adhesión vital a Dios en quien lo
recibe.

"En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo. Penetra
hasta la raíz del alma y del espíritu, sondeando los huesos y los tuétanos para probar los deseos y
los pensamientos más íntimos" (Hb 4, 12).

Señalemos aquí que, además del contenido esencial, la Jornada tiene elementos secundarios que
deben ser adaptados de acuerdo a la cultura y a las circunstancias propias de cada una de las
personas a las que se está evangelizando.

Pongamos ahora, para mayor claridad, el contenido esencial del Kerygma, que encontramos en la
1ª proclamación, que realiza Pedro, de la Salvación en Jesús en el día de Pentecostés:

"Israelitas, escuchen mis palabras: Dios había dado autoridad a Jesús de Nazaret entre todos
ustedes: hizo por medio de él milagros, prodigios y cosas maravillosas, como ustedes saben. Sin
embargo, ustedes lo entregaron a los malvados, dándole muerte, clavándolo en la Cruz, según el
Plan de Dios, que conoció todo esto de antemano. A Él Dios lo resucitó, librándolo de los dolores
del lugar de los muertos ya que no era posible que quedara bajo su dominio...

"A Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todos somos testigos. Y, engrandecido por la mano poderosa
de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido: hoy lo acaba de derramar, y eso es lo
que ustedes ven y oyen...

"Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este
Jesús a quien ustedes crucificaron

" ...Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el Nombre de Jesucristo, para que
sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo. porque la promesa es para
ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el Señor llame" (Hch. 2,22-39)

¿Cuáles son los elementos más importantes de la proclamación de Pedro? Sin duda alguna dos:

1) La Salvación ofrecida por Jesús, a través de su muerte y resurrección.

2) La promesa del Espíritu Santo.

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El Evangelio es, ante todo, un testimonio claro y explícito de Dios Padre revelado por Jesucristo
mediante el Espíritu Santo.

La Iglesia, fiel a su Señor, los ha recogido en sus documentos a través de la historia. En su


Magisterio reciente, encontramos estos elementos en la Exhortación Apostólica Evangelii
Nuntiandi:

"La Evangelización también debe contener siempre -como base, centro y a la vez culmen de su
dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y
resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la Gracia y de la Misericordia
de Dios." (E.N. 27).

"La evangelización comprende además la predicación de la esperanza en las promesas hechas por
Dios mediante la nueva alianza en Jesucristo; la predicación del amor hacia Dios para con
nosotros y de nuestro amor hacia Dios; la predicación del amor fraterno para con todos los
hombres- capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano- que, por
descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio" (E.N. 28).

Es necesario que en la Jornada el joven reciba el mensaje con fidelidad y tenga todos los
momentos adecuados para que exprese su respuesta y pueda convertirse plenamente al Señor
Jesús.

En la Jornada debemos entregar las siguientes grandes verdades:

4.1 El amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo

La Buena Nueva tiene como principio y núcleo central el Amor de Dios al hombre. Esa es la gran
noticia que Jesús proclama y que la Iglesia desde siempre ha comunicado a toda la humanidad.

El pueblo de Israel experimentó la realidad de un Dios amoroso que se va haciendo presente en su


tradición. Reconoce el amor a la humanidad: un amor incondicional, eterno, que perdona la
infidelidad y es para todos los hombres. Veamos en detalle:

A) Su amor es eterno. El Profeta Isaías nos dice:"Así habla tu Dios: ... mas con amor que dura para
siempre, me he apiadado de ti" (54,8). "los cerros podrán correrse y moverse las lomas; más no yo
retiraré mi amor" (54, 10).

Jeremías no es menos claro. Oigamos: "Con amor eterno te amado" (31,3)

B) Es incondicional y más grande que el de una madre: "¿Puede una mujer olvidarse del niño que
cría, o deja de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, ¡Yo nunca me
olvidaría de ti!" (Is 49, 15 ).

C) Perdona todo tipo de infidelidades, lo perdona todo: (cfr. Os 2, Os 11, Ez 16).

D) Su amor es gratuito, no es necesario hacer nada para obtenerlo. (D t 4, 37; 7,8; 10,15).

En la Nueva Alianza San Juan proclama que "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. ). La esencia misma de
Dios es el amor. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una eterna comunicación de amor.

Todo hombre está llamado a vivir y participar de este amor. Nuestro mismo nacer y nuestra propia
existencia son ya pruebas reales del gran amor de Dios. Sin embargo es necesario reconocer,

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aceptar y vivir este amor durante toda nuestra vida. Solamente así podremos alcanzar la plenitud
de nuestra persona.

Cada joven que asiste a la Jornada está llamado a descubrir en plenitud este amor de Dios hacia
su persona. Necesita saber y sentirse amado por Dios. Creer en este amor es ya comenzar a
disfrutar del mismo y entregarse todo uno a él. Necesitamos descubrir, ver este amor para en
realidad encontrar la verdadera dignidad de la persona y el sentido real de la vida.

"Desde el mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente
por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad
cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su creador" (G.S. 19 ).

4.2. Dios se hace hombre en Jesús.

Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre. Dios se hace Hombre en Jesús, lo afirma
claramente el prólogo del Evangelio de San Juan: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba
frente a Dios y el Verbo era Dios... Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y nosotros
hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo Único del Padre... (Jn 1, 1-18).

En la plenitud de los tiempos el designio maravilloso del amor del Padre alcanza su culmen en la
encarnación del Verbo. El Hijo único de Dios se hace Hombre; Dios ha visitado a su pueblo. La
promesa hecha desde antiguo por fin se cumple: el mismo Hijo amado es enviado como Salvador
de todos los hombres.

Dios es amor, lo hemos afirmado, y nos amó tanto, que envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados (1Jn 4,10). Dios se hace Hombre para salvarnos y restablecer la comunión entre
nosotros y Él. Jesús,"El, y sólo El, es nuestra salvación, nuestra justicia, nuestra paz y nuestra
reconciliación" (S.D. 16).

Jesús, siendo de condición divina, se hizo humano para que, desde nuestra naturaleza, nos
amara. "En El, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros
a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
los nuestros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado" (G.S. 22).

Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, viene a darnos los criterios de una vida nueva. Nos revela la
misma vida de Dios y nos ofrece un modelo a seguir para llegar a la santidad : "Si alguno quiere
seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga " (Mc 8,34).

Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida (cfr. Jn 14,6 ). Solamente en El nosotros podemos


encontrar la medida de nuestra dignidad y el sentido de nuestro desarrollo, ha quedado claro más
arriba y lo encontramos en el Documento de Santo Domingo (núm. 8 ). Las Bienaventuranzas, lo
sabemos, son el camino de la vida nueva (cfr. Mt 5,1-12).

4.3 Jesús muere y resucita por nosotros.

Jesús es la vida, lo sabemos muy bien. En su primera carta, el Apóstol Juan lo afirma
categóricamente. Oigamos: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos
visto con nuestros ojos. Lo que hemos mirado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo que
es Vida " (1 Jn.1,1). Jesús mismo lo dijo:"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". No podemos
dudar. Y sin embargo, Jesús muere.

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Dios, que es Padre amoroso, quiere salvarnos y reconciliarnos con El, y busca nuestra perfección
precisamente en su Misterio de Amor. Este, a su vez, es un verdadero Misterio de comunión entre
los hombres y Dios. Sabemos que, así como por la desobediencia y el orgullo de un hombre
(Adán) entró el pecado en el mundo y rompió la comunión con Dios, así también, por la obediencia
de otro hombre (Jesús), hemos sido salvados (cfr.1 Cor 15,21-23 ).

La muerte de Jesús de ninguna manera es un hecho circunstancial. Es, sin lugar a duda, el
cumplimiento de las promesas hechas por Dios de restaurar un día la naturaleza humana caída. Es
el Misterio de la Salvación Universal.

En la Sagrada Escritura, a partir del siglo VIII antes de Cristo, Isaías nos habla ya de la muerte y
resurrección de Jesús. En el comentario de la Biblia Latinoamericana al cuarto poema sobre el
Servidor de Yahvé, encontramos el siguiente comentario: "Tal vez es la revelación cumbre de la
Biblia antes de Cristo, el anuncio hecho a todos los hombres de un Salvador que muere por sus
pecados y resucita para darles vida".

'Después de sus penas, verá la luz y será colmado y le daré las muchedumbres' ".

Es útil acudir al texto de Isaías a partir del cap. 52,13 hasta el final del cap. 53. Transcribimos aquí
algunas frases que seguramente nos ayudarán a captar mejor este misterio:

Despreciado y tenido como la basura de los hombres,

hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento,

semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara,

estaba despreciado y no hemos hecho caso de él".

Sin embargo eran nuestras dolencias las que él llevaba,

eran nuestros dolores los que le pesaban

y nosotros lo creíamos azotado por Dios,

castigado y humillado.

Ha sido tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías

y aplastado por nuestros pecados.

El soportó el castigo que nos trae la paz

y por sus llagas hemos sido sanados".

Todos andábamos como ovejas errantes,

cada cual seguía su propio camino,

y Yahvé descargó sobre él

la culpa de todos nosotros.

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Fue detenido y enjuiciado injustamente

sin que nadie se preocupara de él.

Fue arrancado del mundo de los vivos,

y herido de muerte por los crímenes de su pueblo.

Quiso Yahvé destrozarlo con padecimientos

y el ofreció su vida como sacrificio por el pecado.

Por esto verá a sus descendientes y tendrá larga vida,

y por él se cumplirá lo que Dios quiere.

Después de las amarguras que haya padecido su alma

verá la luz y será colmado.

Por su conocimiento, mi siervo justificará a muchos

y cargará con todas sus culpas.

Se ha negado a sí mismo hasta la muerte,

y ha sido contado entre los pecadores,

cuando en realidad llevaba sobre sí

los pecados de muchos, e intercedía por los pecadores.

Al enviar el Padre a su Hijo, libre de todo pecado, a una humanidad caída y destinada a la
muerte, "Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros en él, lleguemos a participar de la
vida santa de Dios" (2 Cor 5,21).

Cristo logró la salvación del hombre sometiéndose a nuestra naturaleza humana, muriendo y
resucitando por nosotros. Queda claro que " Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para
nosotros, desde su encarnación 'por nosotros los hombres y por nuestra salvación' hasta su muerte
'por nuestros pecados' (1 Cor. 15,3 ) y en su resurrección para nuestra justificación (Rom 4,25 ) "
(C.C. 519 ).

Y en todo esto Dios tiene y ha tenido siempre la iniciativa del amor redentor universal. Sabemos
que " al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros
es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte : 'En esto
consiste el amor : no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y nos envió
a su Hijo como propiciación por nuestros pecados' 1 Jn 4,10 ). 'La prueba de que Dios nos ama es
que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros' (Rm 5,8)." (C.C. 604 ).

Habiendo Jesús amado al mundo lo amó hasta el extremo, y se entregó en la cruz, para cumplir así
la voluntad del Padre. Aceptó libremente su pasión y muerte por amor a su Padre y a cada uno de
nosotros. "El Padre me ama porque yo mismo doy mi vida y la volveré a tomar" (Jn 10,17). " ... sino

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más bien para que el mundo sepa que yo amo al Padre y que hago lo que me encomendó el
Padre." (Jn 14,31).

Hablemos ahora más específicamente de la resurrección. " La muerte de Cristo fue un morir al
pecado, y un morir para siempre; su vida ahora es un vivir para Dios" (Rom 6,10).

Pablo predica en Antioquía y dice:"nosotros les venimos a anunciar esta Buena Nueva. Eso mismo
que Dios prometió a nuestros padres, lo ha cumplido con sus hijos, es decir, con nosotros, al
resucitar a Jesús" (Hech 13,32).

La resurrección de Cristo es un hecho real cuyos testigos lo proclaman sin cesar. Las mujeres, por
ejemplo, que iban a embalsamar su cuerpo se encuentran con el acontecimiento de que el
sepulcro está vacío y el cadáver no está. Ellas son las primeras en encontrar al Resucitado y son
las primeras en proclamar la resurrección.

Todo lo ocurrido alrededor de la muerte del Maestro había sacudido tremendamente a los
discípulos, los cuales no aceptaron fácilmente la idea de que Jesús estaba vivo, aún cuando el
mismo se presentó a ellos. La resurrección no es un hecho inventado por su fe, por el contrario " su
fe en la resurrección nació -bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la
realidad de Jesús resucitado" (C.C. 644 ).

El culmen de la Buena Noticia de amor es el cumplimiento de las promesas de Dios de resucitar a


Jesús. La Buena Nueva consiste propiamente en la declaración de los testigos que han visto a
Cristo resucitado, y en él, el amor de Dios.

Jesús que ha muerto, resucita ahora a una nueva vida. No es, de ninguna manera una
resurrección como la de Lázaro, quien volvería a morir, sino que Cristo resucitado pasa de la
muerte a la vida llena del Espíritu Santo, pues "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya
no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él" (Rom 6,9-10).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que " la resurrección de Cristo es objeto de fe en
cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la creación y en la historia... Se realiza
por el poder del Padre que 'ha resucitado' (cfr. Hech 2,24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha
introducido de manera perfecta su humanidad - con su cuerpo- en la Trinidad " (C.C. 648 ).

La resurrección es pues objeto de nuestra Fe, lo acabamos de oír. En efecto, " Si no resucitó
Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe" (1 Cor 15,14). Tenemos la certeza
de que al igual que Cristo, también nosotros experimentaremos la misma resurrección (cfr. Rom 6).
Jesús es la resurrección y toda la humanidad participa de ella. Su plenitud está en El. En Cristo,
todos los hombres son resucitados. El es el principio y fin de nuestra propia resurrección.

Con la resurrección en el Centro del Universo y de su Historia nos encontramos ante un solo
hombre: ¡Cristo Jesús! El es el Señor del Universo y no tiene miedo de declararlo a sus discípulos
momentos antes de regresar a su Padre: "Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra " (Fil
28,18 ).

Terminemos contemplando como San Pablo resume este Misterio en un himno, que es toda una
declaración de fe, en su carta a los cristianos de Filipos. En él, Pablo propone el ejemplo de Cristo,
su trayectoria de Dios a hombre, de rico a pobre, de primero a último, de dueño a servidor.
Escuchemos:

El que era de condición divina,

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no se aferró celoso a su igualdad con Dios

sino que se rebajó a sí mismo hasta ya no ser nada,

tomando la condición de esclavo,

y llegó a ser semejante a los hombres.

Habiéndose comportado como hombre,

se humilló. y se hizo obediente hasta la muerte

y muerte en una cruz.

Por eso Dios lo engrandeció

y le concedió el Nombre que esta sobre todo otro nombre,

para que ante el Nombre de Jesús todos se arrodillen en los cielos,

en la tierra y entre los muertos.

Y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor,

para gloria de Dios Padre (Fil 2,6-11 ).

4.4 El te da vida en abundancia.

Jesús afirma: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia"(Jn 10,10). Hermosa
realidad es esta palabra del Señor, cuestionante y tremendamente exigente. Recordemos lo que
dijimos en el apartado anterior: " La vida se dio a conocer, lo hemos visto y somos testigos, y les
comunicamos la Vida Eterna" (1 Jn 1,2). Y esta Vida es Jesús.

La muerte y resurrección de Jesús forman un todo inseparable. Dentro de ese todo encontramos
las consecuencias que para el mundo tiene la Salvación en Jesús. Estamos llamados a vivir la Vida
Nueva en Cristo Jesús.

El Misterio Pascual encierra un doble aspecto: Jesús, por su muerte, nos libera del pecado, y por
su resurrección, nos abre el acceso a una nueva vida. Esta vida es, en primer lugar, la justificación
que nos devuelve la Gracia de Dios. Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado. Es nuestra
propia participación en la Vida Divina (cfr. Rom 4,25 ).

La Gracia nos descubre la Vida de Dios: "pues al ser bautizados fuimos sepultados junto con Cristo
para compartir su muerte, a fin de que, al igual que Cristo, quien fue resucitado de entre los
muertos por la Gloria del Padre, también nosotros caminemos en una vida nueva" (Rom 6.4 ). La
resurrección de Cristo es la victoria de una vez para siempre de la muerte y del pecado y la
participación de la humanidad en la Vida Divina.

San Pablo habla del hombre nuevo, de una nueva creación, en donde el pecado ya pasó y ha
quedado atrás. La muerte quedó vencida y prevalece la vida en el Espíritu, es decir, una vida llena
de Dios y de acuerdo con Su Voluntad. Vida Nueva que es reflejo del Amor de Dios y trae consigo
frutos de santidad para el mundo. Nos hace santos a nosotros.

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Al participar de la Vida de Dios nos relacionamos con las tres personas de la Santísima Trinidad:

Hijos del Padre-Hermanos de Cristo-Templos del Espíritu Santo

La vida es para todos. Leemos en San Pablo que "ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos,
han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo" (Ef 2,13). Y es cierto, Cristo establece una
Nueva Alianza con Dios; Su sangre derramada ha sido aceptada, consagrada y vivificada por el
Espíritu Santo.

Cristo gana así para nosotros, no solamente el perdón de los pecados, sino que El mismo es
principio de nuestra reconciliación. Nos llama a la santidad. San Pedro asegura que "podemos
participar en la Vida Divina por las maravillosas promesas de Dios" (cfr. 2 Pe 1,4).

La participación de la Vida Divina o Gracia es lo más importante para el ser humano. Es Don de
Dios. Se trata de un regalo, algo definitivamente gratuito para el hombre. Este no tiene que hacer
nada para ganarla o merecerla. Únicamente la Voluntad y el Amor de Dios por él hacen posible
este fantástico acontecimiento para la humanidad.

La participación en la Vida Trinitaria se nos da desde el bautismo. Pablo VI nos dice


atinadamente: "Por la gracia del bautismo 'en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo'
somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad
de la Fe y, después de la muerte, en la luz eterna"(SPF 9).

Es cierto que recibimos la gracia inicial en el bautismo, que borra nuestro pecado original, pero
también es verdad que nuestra naturaleza débil e inclinada al mal persiste en nosotros y
necesitamos mantener "un combate espiritual" para no caer en la tentación y seguir viviendo en
gracia de Dios.

La gracia es un don que nos ayuda a perfeccionar nuestro ser, a que tengamos la disposición
adecuada para obrar según la vocación divina a la que hemos sido llamados. Podemos pensar
como Dios, sentir como Dios, amar como Dios, claro, no en igualdad pero sí en proporción.

Esta Vida Nueva nos la da Cristo en abundancia, insistimos. Es el agua viva de la cual habla la
Samaritana (Jn 4,1-42 ). Es El mismo quien, por la acción del Espíritu Santo, se dona una y otra
vez, a cada corazón que desea aceptarlo y que lo reconoce como su Señor.

Jesús lo afirma: "si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y
haremos nuestra morada en él " (Jn 14,23 ).

La Gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu Santo que nos justifica y nos santifica.
Comprende también los dones que el mismo Espíritu nos concede para asociarnos a Su obra y
hacernos capaces de colaborar en la salvación de otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo,
que es la Iglesia.

La noticia más importante para nuestra vida es que sí podemos participar de la Vida de Dios. Aquél
que lo es todo, nos invita a participar de El mismo, a través de una vida en santidad. Es pues, el
gran designio de Dios, mucho antes de la creación, que seamos santos e irreprochables ante su
presencia. Además, que fuéramos hijos adoptivos del Padre en Cristo Jesús (cfr. Carta a los
Efesios ).

No olvidemos que, por la sola fuerza del mensaje que se proclama, nace en la persona que lo
escucha un deseo de conversión y una adhesión vital a Jesucristo. De aquí surge y se explica la
exigencia de una respuesta personal y la aceptación de Jesús como Dueño y Señor de todas las

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cosas en el Cielo y en la Tierra. Jesús es el Señor de la Vida y el Señor de la Historia. Jesús es la
Vida que hace Vivir.

5. ¿QUÉ IMPLICACIONES TIENE LA BUENA NUEVA?

Hemos ido avanzando y toca ahora, dentro de la Visión General de la Jornada, trabajar las
implicaciones que el Evangelio tiene para nosotros, jóvenes cristianos, En primer lugar veremos la
visión del Hombre y luego el encuentro con Jesús. De aquí resulta claro que debemos hablar de
una vida en plenitud y ésta, compartida con los demás, acompañados de María. Todo esto nos
permite captar mejor nuestra Jornada de Vida Cristiana.

5.1. VISIÓN DEL HOMBRE.

Necesitamos, en primer lugar, dejar claro lo que somos. Comprendiéndonos un poco mejor
sacaremos mayor fruto de la Jornada.

5.1.1. Dios ha creado al hombre por amor.

Al reflexionar sobre sí mismo, al cuestionar su existencia, y tratar de darle una explicación al origen
último de su ser, al tiempo que darle con ello un sentido a su vida, inevitablemente el hombre se
pregunta: ¿Quién soy? ¿ De dónde vengo? ¿A dónde voy?

En esta búsqueda del hombre Dios sale a su encuentro y responde que El lo ha creado por amor,
sí como a todas las cosas. Dios ha creado todas las cosas.."no para aumentar su gloria sino para
manifestarla y comunicarla... Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad...
Abierta su mano con la llave del amor surgieron todas las cosas" (cfr. C.C. 293).

Dios nos ha creado a cada uno por amor, como personas únicas e irrepetibles, como alguien
eternamente elegido: alguien llamado y denominado por su nombre. Desde la creación del mundo
Dios nos consideró como la cumbre de su creación. Puso a nuestro servicio todo lo creado como
un don, una herencia que nos fue destinada y confiada para cuidar y preservar así como para
disponer de ella con responsabilidad.

5.1.2. A imagen y semejanza Suya.

"Dijo Dios:" hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...” (Gen 1,26)

" Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó" (Gen 1, 27).

El hombre ocupa un lugar único en la creación. Está hecho "poco inferior a los ángeles" (Sal 8,6). Y
al hacerlo a imagen y semejanza suya imprimió en el hombre la capacidad de solidarizarse con su
hermano, de aceptarlo incondicionalmente, de ser auténtico, congruente, de tener sentimientos
profundos en su corazón, de ser libre y construir su propia historia. por esta razón, en la medida
que somos más humanos somos más imagen y semejanza con Dios. Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza para que dominara; es decir, lo hizo señor; capaz de dominio, dotado de
poder con el despliegue existencial del ser que se define en la historia.

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"¿Quién es el hombre para que de él te acuerdes?... Y le has hecho poco menos que Dios, le has
coronado de gloria y honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto
debajo de sus pies" (Ps 8, 5-7).

5.1.3. Con una dignidad y libertad inherentes que debe desarrollar, respetar y hacer respetar.

Al mismo tiempo la imagen de Dios implica la dignidad de la persona. Implica un elemento de


grandeza y de misterio absoluto en el otro, que exige un respeto total, que impide la condena y
desprecio radical del otro, así como su manipulación.

Cuando se habla de dignidad inherente o natural de la persona humana, no se trata de aquella de


quienes conducen una vida ejemplar digna de apreciarse. Más bien debemos reconocer que se
trata de la dignidad que el hombre, prescindiendo de las características de su actuación, tiene
como hombre, y que nunca debe olvidarse, por muy dudosa que sea su conducta, ya que esa
dignidad es un don de Dios que como tal se recibe, y para el que no hay mérito o grado.

"Todo hombre y toda mujer por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza
inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin condiciones; toda vida
humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su dignificación; toda convivencia
humana tiene que fundarse en el bien común, consiste en la realización cada vez más fraterna de
la común dignidad, lo cual exige no instrumentalizar a unos en favor de otros y estar dispuestos a
sacrificar aún bienes particulares" (D.P. 317)

La raíz de una superior calidad humana esta precisamente en la condición libre del ser humano.

La dignidad está directamente vinculada con la libertad. El hombre es libre por naturaleza. la
libertad es un inmenso don; da cierta capacidad creadora a la persona, proyectando su historia a
partir de ella. El hombre al perder su libertad se deshumaniza.

"La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para disponer de
nosotros mismos (cfr. G.S. 17) a fin de ir construyendo una comunión y una participación que han
de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con
el mundo, como señor; con las personas como hermano y con Dios como Hijo" (D.P. 322).

Necesitamos hoy día descubrir la verdadera libertad. "Tiene que revalorarse entre nosotros la
imagen cristiana de los hombres, tiene que volver a resonar esa palabra en que viene
recogiéndose ya de tiempo atrás un excelso ideal de nuestros pueblos: LIBERTAD. Libertad que es
a un tiempo don y tarea. La libertad que no se alcanza de veras sin liberación integral (cfr. Jn 8, 36)
y que es, en un sentido válido , meta del hombre según nuestra fe, puesto que 'para la libertad,
Cristo nos ha liberado' (Gal 5,1) a fin de que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10,
11) como 'hijos de Dios y coherederos con el mismo Cristo' (Rm 8, 17)" (D.P.321).

5.1.4. Hombre y Mujer en igualdad de dignidad y corresponsables de la creación.

"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó" (Gen 1,27).

Dios ha querido que el hombre y la mujer, como seres humanos a quienes ha conferido una
dignidad por igual, sean corresponsables de la creación, que gobiernen el mundo en justicia y
santidad (cfr. Gen 1, 26-27); que juntos busquen orientar su propia persona, a la sociedad y al
universo entero al proyecto de Dios. vivido en común armonía y respeto mutuo,
complementándose el uno al otro desde su ser hombre y su ser mujer, aportándose cada uno la
particularidad de sus dones específicos, necesarios para realizar la tarea que Dios les encomendó.

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5.1.5. Llamado a la plenitud.

Cada hombre está llamado a la plenitud de su vida, a vivir en armonía con él mismo con su
hermano, con la creación entera, plantas, animales, la tierra y el universo mismos, gobernando y
aprovechando sabiamente aquello que Dios le otorgó bajo su dominio; pero ante todo el hombre
está llamado a vivir una relación plena, infinita, con su propio creador.

Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre, por el misterio de la encarnación y la redención,


pone de manifiesto la plenitud del hombre y le descubre la sublimidad de su vocación.

"El hombre que quiere llegar, que quiere comprenderse hasta el fondo de si mismo, debe, con
inquietud, incertidumbre, e incluso con su debilidad y pecaminosidad, acercarse a Cristo. Debe por
así decirlo, asimilar toda la realidad de la encarnación y la redención para encontrarse a sí mismo.
Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino
también de profunda maravilla de si mismo" (cfr. R.H. 10), y con ello de los demás, pudiendo
aceptar y amar a los otros como se ama y acepta a sí mismo.

Cristo nos ha mostrado que el ser humano está llamado a vivir en plenitud aún con todas sus
limitaciones.

El nos ha mostrado que la plenitud no se encuentra en los bienes ajenos al hombre sino en el
centro del hombre mismo, ahí donde sólo Dios y el hombre pueden entrar, y escudriñar para
encontrar la verdad del hombre mismo, descubrir al ser auténtico que Dios ha creado.

5.1.6. Llamado a desarrollar integralmente su potencial humano.

Dios ha dado a todo hombre desde su nacimiento un potencial bueno a desarrollar: un basamento
fisiológico; una estructura física; una capacidad cognoscitiva; una capacidad afectiva; una
dimensión espiritual; y una capacidad de relacionarse con el otro.

Dado que estas capacidades son únicas para cada hombre es necesario que éste reflexione, entre
en sí mismo, se cuestione para descubrirlas y desarrollarlas de manera integral a fin de lograr
conquistar, a lo largo de su historia personal, su propia humanidad.

Es en la actividad humana donde se plasma este potencial que Dios ha dado al hombre. Actividad
que al tiempo que transforma las cosas y la sociedad, ayuda al hombre a perfeccionarse a si
mismo, a irse descubriendo en y por el otro. Así, el hombre aprende, cultiva sus facultades, las
perfecciona, se supera y trasciende (cfr. G.S. 35).

De esta manera , el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la propia sociedad están


mutuamente condicionados. Es a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, de
diálogo con los hermanos, que la vida social engrandece al hombre en todas sus cualidades y le
capacita para responder a su vocación. (cfr G.S. 25).

5.1.7. Con un origen, un camino y un destino propio.

Cada hombre es único e irrepetible, con una historia propia, rica, con luces y sombras que le dan
forma, al tiempo que lo impulsan a buscar y forjar su propio destino, fruto de la libertad que Dios le
ha conferido.

Para llegar a él, para descubrir su ideal de vida, el hombre debe poner en juego todas sus
capacidades, desarrollarlas y estar atento a los acontecimientos diarios que le habrán de

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proporcionar un índice revelador, una pauta para descubrir en la reflexión su vocación de vida que
lo plenificará.

Al mismo tiempo que ejerce su libertad en la búsqueda de esa vocación de vida, el hombre tiene
una ley escrita en su corazón revelada por su conciencia a la cual debe obedecer , y en cuyo
cumplimiento se realiza en el amor de Dios y del prójimo. (cfr. G.S. 16)

Al descubrir su vocación, no solo descubrirá aquello que le dará un papel u oficio en la vida, sino
aquello que le llevará a trascender, crear y transformar para bien de su historia y con ello la historia
de la humanidad, para con ello ser protagonista y no solo espectador de la misma.

5.2. ENCUENTRO CON JESÚS: DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE.

"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó" (Gen 1,27).
El hombre ocupa un lugar único en la creación: está hecho a imagen de Dios; en su propia
naturaleza une al mundo espiritual y al mundo material; es creado hombre y mujer; Dios lo
estableció en la amistad con EL." (C.C. 355).

Es gracias a la naturaleza (cuerpo y alma), que el hombre participa de la dignidad de la "imagen de


Dios", es la "única creatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (G.S. 12). Sólo el
hombre está llamado a participar, por el conocimiento, de la Vida de Dios. El hombre es la única
creatura que por la razón puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro
orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por si mismo, el de la
Revelación Divina. Al revelarse a si mismo, Dios quiere hacernos capaces de conocerlo,
responderle y amarlo, al grado tal que no imaginaríamos por nosotros mismos.

Dios dispuso vivir una comunión con el hombre, al cual quiso en su "sabiduría revelarse a si mismo
y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo,
Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la
naturaleza divina" (D.V. 2).

El hombre no puede vivir la comunión con Dios, más que en la forma de libre sumisión a Dios. El
hombre debe reconocer y respetar libremente su condición de creatura. Tiene que confiar y
entregarse a su creador. "El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la
Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad" (C.C. 396).

El hombre por desobediencia rompió la comunión con su creador. Cuando el hombre se prefirió
antes que a Dios, e hizo su elección de sí mismo contra Dios, contra su propio bien, rompió con su
estado de santidad y la plena realización de su persona. Quiso obtener la divinización de su ser
que ya poseía por su creador, pero lo quería hacer "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (San
Máximo Confesor, ambig.) (cfr. C.C. 398).

Tras la caída del hombre, Dios no lo abandonó. Al contrario lo llamó y le anunció su reconciliación,
le anunció su salvación. "Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide
desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas." (C.C. 56).

5.2.1. Para que el hombre llegue a la plenitud de ser liberado.

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En la actualidad muchas veces se entiende mal lo que es la liberación, muchos pretenden liberarse
de los señalamientos de su propia conciencia y sobre todo de los reclamos de la conciencia recta;
ser hombre liberado es "vivir como uno quiere", así piensan algunas personas tristemente.

Hay otros que sólo entienden la liberación en el plano material, de modo que para liberarnos, hay
que luchar por tener lo necesario para nuestra vida corporal, luchando por una justa distribución de
las riquezas; quienes así piensan tienen, en parte, razón, ya que están buscando en el fondo es
salvar la dignidad humana, pero fallan al no tomar en cuenta la trascendencia del ser humano, para
que éste, consciente de sí, vaya tras la verdad y se comprometa en la auténtica búsqueda y
realización del sentido de su vida y pueda vivir cada momento de su existencia con plena
responsabilidad.

Para comprender la palabra liberación, es necesario y más apropiada entenderla como sinónimo
de REDENCIÓN: hay que salvar al hombre, a todo el hombre y a todos los hombres.
Importantísimo es redimir el corazón del hombre, ya que de él nacen y en él se fraguan todas las
esclavitudes en las que continuamente cae el ser humano. Cristo nos ha hecho libres.

Escuchemos lo que la Santa Iglesia en la Gaudium et Spes nos habla acerca de la libertad:

"La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, que posee un valor
que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón. Mas con frecuencia la
fomentan de manera depravada como si fuese pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que
deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el
hombre. Dios ha querido 'dejar al hombre en manos de su propia decisión', para que así busque
espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a El, alcance la plena y bienaventurada
perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y
libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la presión de
un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando,
liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y
se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana,
herida por el pecado, para dar la máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse
necesariamente en la gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal
de Dios según la conducta buena o mala que haya tenido." (G.S. 17).

A pesar del pecado, Dios siguió amando a los hombres y prometió enviarles un salvador que los
haría nuevamente hijos y amigos de Dios. Para preparar la venida del Salvador, Dios quiso formar
un pueblo y escogió para padre de ese pueblo a ABRAHAM: "Yo haré de ti un gran pueblo, te
bendeciré y engrandeceré tu nombre... Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te
maldigan. Por ti serán bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gen. 12, 1-4).

Dios le promete a Abraham que tendrá una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y
las arenas del mar. Abraham comprende que Dios lo llama y lo destina para una obra grande. Dios
le pidió fidelidad y obediencia, y Abraham lo siguió lleno de fe. Abraham es el hombre de la fe.
Acepta todo cuanto Dios le dice y manda sin maravillarse y sin oponerse; a todo renuncia por Dios,
incluso está dispuesto a sacrificar a su propio hijo. Por eso, se le llama a Abraham el "padre de los
creyentes".

La fe y la esperanza de Abraham en las promesas que Dios le había hecho se realizó plenamente
cuando Dios le concede a su esposa Sara, en su vejez, concebir y dar a luz a su hijo Isaac. Isaac
se casó con Rebeca y le dio dos hijos, que fueron Esaú y Jacob. Pero Dios tenia destinado que
fuera precisamente de la descendencia de Jacob de donde nacería el Redentor prometido.

Dios ratifica a Jacob la promesa hecha a Abraham: "Te daré una tierra donde descanses, tu
descendencia será como el polvo de la tierra, te extenderás de norte a sur y de oriente a poniente.

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Por ti y por tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo no te abandonaré
hasta que se hayan cumplido mis promesas" (Gen. 28,13-15).

Jacob tuvo 12 hijos. Uno de ellos fue José, quien fue vendido por sus hermanos a causa de la
envidia que le tenían y fue a parar como esclavo a Egipto, en donde sufrió mucho; pero después
llegó a ser poderoso. Una gran hambre que azotó Palestina hizo que Jacob y sus hijos llegaran a
Egipto; ahí encontraron a José, quien les perdonó y acogió en su casa. Dios permitió todos estos
acontecimientos para que descubrieran los caminos de su Providencia. En Egipto, se fue formando
el pueblo escogido y, un día. Dios decide liberarlos con mano poderosa de la esclavitud .

En estos acontecimientos Dios nos enseña que a veces permite males para sacar bienes en
beneficio de todos nosotros.

"Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su Pueblo salvándolo de la
esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley,
para que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez
justo, y para que esperase al Salvador prometido (cfr. D.V. 3)." (C.C. 62)

Dios sacó a su pueblo por manos de Moisés de la esclavitud de Egipto y lo cuidó en su


peregrinación por el desierto: les dio agua para calmar su sed; los cubrió con una nube durante el
día. para protegerlos de los rayos del sol; los alimentó con el maná y gran cantidad de codornices
para calmar el hambre; los alumbraba durante la noche con la columna de fuego. Dios se
comunicaba continuamente con Moisés para darle instrucciones. En el Monte Sinaí, Dios
estableció con su pueblo una alianza: Dios le dijo: "Yo seré su Dios; ustedes serán mi pueblo; y no
tendrán otro Dios fuera de mi". El pueblo se comprometió a cumplir la ley grabada en piedras, a
cumplir con los diez mandamientos, construyeron el Tabernáculo, el Arca de la Alianza y en ella
colocaron las tablas de la ley.

El sucesor de Moisés para llevar al pueblo de Israel a la tierra prometida fue Josué. Después de
varias penalidades, lograron cruzar el río Jordán, llegaron a Jericó y tomaron posesión de la tierra
prometida, no sin antes librar varias batallas con los pueblos que estaban en posesión de aquellas
tierras. Cuando el pueblo se estableció en la tierra prometida, Dios les dio como gobernantes a los
Jueces, que eran hombre elegidos por Dios para librar a Israel de sus enemigos, entre ellos a:
Gedeón, Sansón, Débora, Jefté; el ultimo de los Jueces fue Samuel, quien desde niño fue
consagrado a Dios y le sirvió en el templo; siempre escuchó a Dios e hizo su voluntad. A él le tocó,
nombrar a Saúl como primer rey de Israel.

Después de los jueces vino en Israel el período de los Reyes. Dios envió a ambos reinos a sus
mensajeros, los Profetas, para que hablaran al pueblo en su nombre. Profeta es el hombre que
habla en nombre de Dios. Recordaban al pueblo el gran amor de Dios y le reprochaban su mal
comportamiento, los invitaban a la conversión y le recordaban la promesa hecha por Dios, de un
Salvador o Redentor.

"Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una
Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cfr. Is 2,2-4), y que será grabada en los
corazones (cfr. Jr 31, 31-34; Hb 10, 16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cfr. Ez. 36), una salvación que incluirá a todas las
naciones (cfr. Is 49, 5-6, 53,11) . Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cfr. So 2, 3)
quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam,
Débora, Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la
figura más pura es María (cfr. Lc 1, 38)." (C.C. 64).

5.2.2. Dios libera integralmente al hombre a través de Jesús

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Es el plan de Salvación que Dios tenía trazado desde antiguo, un plan eterno. En la plenitud de los
tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y sometido a la Ley; todo ello para rescatar a los que
estaban sometidos a la Ley, para que así llegáramos a ser hijos adoptivos de Dios. (cfr. Gal 4,4-6).
San Pablo dirá más adelante: "ya no eres esclavo sino hijo, y tuya es la herencia por gracia de
Dios" (Gal 4,7).

Dios ha cumplido su promesa y ha enviado a su Hijo para perdón de nuestros pecados. La Iglesia
desde siempre ha confesado su fe en su Señor:

"Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en
Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero,
muerto y crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del
emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), 'bajó
del cielo' (Jn 3, 13;6, 33), 'ha venido en carne' (1 Jn 4, 2), por que 'la palabra se hizo carne, y puso
su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia' (Jn 1, 14. 16)."
(C.C. 423).

En el Evangelio de Lucas, al inicio de su ministerio Jesús declara cual es su misión, Escuchemos


este texto del Profeta Isaías que en Jesús se cumple, y es Él mismo quien nos hace esta
revelación: "El Espíritu del Señor está sobre mí, El me ha ungido para traer la Buena Nueva a los
pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir
libres a los oprimido y para proclamar el año de la gracia del Señor.. Empezó a decirles ' Hoy se
cumplen estas profecías que acaban de escuchar' ". (Lc 4, 18-21).

Así comienza Jesús su Ministerio, una "misión liberadora"; no una liberación como la esperaban los
judíos, es decir una liberación política o social. Jesús viene a LIBERAR AL HOMBRE
INTEGRALMENTE.

Ya el nombre mismo de Jesús nos revela su identidad y su misión liberadora: Jesús = Yahvé
salva". Dios salvará en Jesús, por medio de Jesús, a través de Jesús. Jesús , es entonces el gran
liberador enviado por Dios. "Es verdaderamente el Salvador del mundo" (Jn 4, 42).

"El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la persona de su
Hijo (cfr. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados.
El es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cfr. Jn 3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en
adelante puede ser invocado por todos porque se ha unido a todos los hombres por la Encarnación
(cfr. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que
nosotros debamos salvarnos (Hch 4,12; cfr. Hch 9, 14; St 2, 7) " (C.C. 432).

La Historia de la Salvación, no solo es realizada en el Pueblo de Israel, sino en toda la humanidad.


En Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, se hace realidad la liberación de Dios en favor de todos los
hombres, ya que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. (cfr. 1 Tim 3, 3-6).

San Juan en su Evangelio define a Jesús como "el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". Dicha misión Jesús la realiza al dar la vida en la cruz y recuperarla en la resurrección.
Jesús durante toda su vida pública, libera al hombre explícitamente de sus pecados. Hay un pasaje
que refleja exactamente la actitud de Jesús, él sabe que aquello que le impide al hombre ser libre,
es el pecado y de eso lo libera (cfr. Mt. 9,1-7).

Esta liberación del pecado comprende también las consecuencias innumerables que han seguido
al pecado. Liberación amplísima que abarca todas las situaciones del hombre. Es liberación como
persona individual en su espíritu, en su alma y su cuerpo, y es liberación del hombre como célula

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viva que construye la comunidad humana. Es una liberación del hombre como individuo, para
poder así, a través de los individuos liberar a toda la humanidad.

Pero no es solamente un quitarnos el pecado, sino que es una liberación de la esclavitud en la que
estamos, es decir nos capacita para ya no pecar. Es decir es un ser trasladado de una esclavitud a
una libertad, es una Pascua verdadera e íntegra.

"Con alegría testimoniamos que en Jesucristo tenemos la liberación integral para cada uno de
nosotros y para nuestros pueblos; liberación del pecado, de la muerte y de la esclavitud, que está
hecha de perdón y de reconciliación." (S.D. 123).

Es pues preciso que se dé al joven esta gran verdad: sólo Jesús puede llenar las aspiraciones más
altas y entre ellas el descubrimiento de la verdadera libertad. Así lo afirma el Documento de
Puebla:

"La juventud camina, aún sin darse cuenta, al encuentro de un Mesías, Cristo, quien camina hacia
los jóvenes. Sólo El hace verdaderamente libre al joven. Este es el Cristo que debe ser presentado
a los jóvenes como liberador integral, quien por el Espíritu de las Bienaventuranzas ofrece a todo
joven la inserción en un proceso de conversión constante; comprende sus debilidades y le ofrece
un encuentro personal con El y la Comunidad, en los sacramentos de la reconciliación y la
Eucaristía. El joven debe experimentar a Cristo como amigo personal, que no falla nunca. camino
de total realización. Con El y por la ley del amor, camina al Padre común y a los hermanos. Así se
sienten verdaderamente feliz" (D.P. 1183).

5.2.3. Jesús es verdadero Dios y Verdadero Hombre

"El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que
Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa
entre lo divino y lo humano. El se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente
Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre. La Iglesia debió defender y aclarar esta
verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que la falseaban" (C.C. 464).

En el misterio de la encarnación, Dios se hace hombre y "la naturaleza humana ha sido asumida,
no absorbida" (G.S. 22). Es decir Jesús asume la naturaleza humana completamente. El tiene
cuerpo de hombre y alma de hombre. Esto lleva a tener condiciones limitadas, tal es el caso, que
Jesús nace como toda persona humana; nace de una mujer.

Como todo hombre nace en un país concreto, con una determinada situación cultural e histórica.
Jesús debió aprender en forma experimental como todo hombre. Necesitaba ser enseñando a SER
cada día más PERSONA como cualquier otra ser humano en la tierra. En el Evangelio de San
Lucas, nos habla de como Jesús, tuvo que ir creciendo, "en sabiduría, en edad y en gracia para
Dios como para los hombres" (Lc 2, 52).Al igual que todos los hombres, de todas las épocas, Jesús
pasa por diversas etapas: la niñez, adolescencia, juventud. En cada una de ellas quiso
experimentar todo aquello que es propio de la humanidad.

Él, siendo de condición divina, se hizo uno más igual que nosotros. Dios quiso compartir todo con
el hombre, incluso su misma debilidad, en todo menos el pecado. San Pablo expresa el misterio de
la encarnación del Hijo de Dios diciendo: "El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente
el ser igual a Dios, sino que se despojó, de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre." Fil. 2, 6-7.

"El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con
manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con

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corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros,
semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado." (G.S. 22).

Jesús es la imagen del Dios invisible , Dios "que era invisible en su naturaleza se hace visible"
(Prefacio de Navidad). Posee como todo hombre un cuerpo con capacidades físicas, psicológicas y
espirituales.

Físicamente, Jesús también padece necesidades humanas: Hambre (Mt 11,18-19); Sed (Jn 4,7; Jn
19,28); Sueño (Mt 8,23-27); Cansancio (Jn 4,6), etc.

La Iglesia ha llegado a confesar la plena realización de la naturaleza humana de Jesús. es decir,


Cristo tenía una inteligencia y una voluntad de hombre. Sin embargo Cristo también es Dios, y todo
lo que hace por su naturaleza humana, también pertenece al misterio de la Santísima Trinidad.
Podríamos decir que en Cristo, Dios expresa humanamente las costumbres de la Trinidad.

La inteligencia de Cristo es como la de todo hombre pero "debido a su unión con la Sabiduría
divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud
de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cfr. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 33-34;
14, 18-20.26-30)." (C.C. 474). Toda inteligencia busca la verdad, pero la inteligencia de Jesús es la
verdad misma. Jesús es la verdad misma.

De igual manera pasa con su voluntad. En el catecismo de la Iglesia encontramos un texto que nos
habla de la voluntad firme que tenia Jesús. Cristo posee dos voluntades y dos operaciones
naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne,
en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el
Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cfr. D.S. 556-559).

" 'La voluntad humana de Cristo sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, si
no todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente' (DS 556) " (C.C. 475).

Por la voluntad de Jesús, que es la misma voluntad del Padre, es posible la encarnación. Jesús es
verdadero hombre y verdadero Dios. Ya San Juan lo declara al comienzo de su evangelio:

"En el principio era el verbo y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios... Y el Verbo se hizo
carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 1.14).

Jesús es el Hijo de Dios, en quien se complace el Padre. Es el Hijo el que revela al Padre. "A Dios
nadie lo ha visto jamás; pero está el Hijo, el único, en el seno del padre: El lo dió a conocer." (Jn
1,18).

" ' La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella misma sino por su unión con el Verbo,
conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios' (S. Máximo el Confesor, qu. dub. 66).
Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios
hecho hombre tiene de su Padre (cfr. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 21, 18; 8, 55)." (C.C. 473).

Una manifestación de la divinidad de Jesús, es que él puede perdonar los pecados. Lo podemos
ver en el Evangelio de San Lucas en donde Jesús sana a un paralítico. Primero lo libera de sus
pecados. "viendo la fe de ellos, dijo 'Amigo, tus pecados te son perdonados' " (Lc 5, 20). Al ver esto
sin saberlo los fariseos declaran que Jesús es Dios, al decir: " ¿Cómo este hombre puede hablar
en forma tan escandalosa? ¿ Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?" (Lc 5,21). Jesús
al darse cuenta de sus pensamientos y como prueba de su divinidad asevera:" ¿Qué es más fácil
decir: tus pecados son perdonados, o: Levántate y anda? Sepan, pues, que el Hijo del Hombre
tiene poder en la tierra para perdonar los pecados." (Lc 5, 23-24).

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Juan el Bautista lo declara como el "Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo" (Jn 1,
29).

Otra manifestación de su divinidad, es que hacia milagros

"Jesús acompaña sus palabras con numerosos 'milagros, prodigios y signos' (Hch 2, 22) que
manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado
(cfr. Lc 7, 18-23)." (C.C. 547).

Los milagros son una respuesta de Jesús, verdadero Dios, hacia el hombre. Para responder a la
Fe del hombre, para acrecentar o para despertar la Fe en los hombres. "Por lo tanto, los milagros
fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios"
(C.C. 548). Dios libera integralmente al hombre y Jesús al ver el sufrimiento de los hombres los
libera también de la enfermedad, la injusticia, y el hambre. Pero sobre todo su misión es liberar al
hombre del pecado.

Muchas personas que han conocido a Cristo lo han proclamado como verdadero Dios, como San
Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". De hecho el mismo Jesús declara su divinidad ante
Caifás. "le preguntaron todos: 'Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? ' Les declaró: 'Dicen bien, lo soy'
". (Lc 22, 70).

Es pues Jesús hombre y Dios, no es un Hombre que se ha hecho Dios. Es DIOS que se ha hecho
HOMBRE. Esta gran verdad el Documento de Puebla nos pide que la anunciemos como un deber:

"Es nuestro deber anunciar claramente, sin dejar lugar a dudas o equívocos, el misterio de la
Encarnación: tanto la divinidad de Jesucristo tal como lo profesa la fe de la Iglesia, como la
realidad y la fuerza de su dimensión humana e histórica." (D.P. 175).

5.2.4. Es el hombre en plenitud

"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (G.S.
22)

La Iglesia debe recordar siempre que en Jesucristo se nos ha dado la verdadera y específica
imagen del hombre y de lo humano. Jesucristo es el más decisivo entre los hombres decisivos de
la historia. Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cfr. Rm 15, 5; Flp 2, 5): Es el
hombre perfecto. "En Él la humanidad tiene la medida de su dignidad y el sentido de su desarrollo"
(S.D. 8).

El mensaje de amor que trae Cristo es siempre importante, siempre interesante y siempre actual.
El mundo de hoy a pesar de los descubrimientos y avances de la ciencia y tecnología, a pesar de
que el hombre hoy más que nunca tiene todo a su alcance, está más sediento de felicidad y de
encontrar la verdad, está en busca de la alegría, pero sobre todo del amor. Y todo eso Jesús es
quien nos indica como lograrlo o encontrarlo; es más, todo ello se encuentra en Cristo y en su
modelo de vida.

"En el conocimiento de Cristo encontraréis la clave del Evangelio. En el conocimiento de Cristo


podréis comprender las necesidades del mundo. Desde el momento que El se ha hecho como
nosotros en todo, menos en el pecado, vuestra unión con Jesús de Nazaret no podrá ser nunca, y
no lo será, un obstáculo para comprender y responder a las necesidades del mundo. Y. finalmente,
en el conocimiento de Cristo no sólo descubriréis y entenderéis las limitaciones de la sabiduría y de
las soluciones humanas a las necesidades de la humanidad, sino que experimentaréis también el
poder de Jesús y el valor de la razón y el esfuerzo humanos cuando se comprenden desde la
fuerza de Jesús, cuando se hallan redimidos en Cristo." (Juan Pablo II ).

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5.2.5. Nos muestra una nueva manera de vivir

Jesús nos llamó a un estilo de vida radical. El trasciende la ley del Antiguo Testamento para
invitarnos a buscar la felicidad. Todos buscamos universalmente la felicidad, luchamos por
alcanzarla y parece que en ocasiones ésta se niega.

Jesús que conoce lo que existe en el corazón del hombre, al comenzar su predicación, manifiesta
todo un programa de vida. Un programa para ser FELIZ. Dicha predicación la realizó en lo que hoy
conocemos como el Sermón de la Montaña, cuyo centro son las BIENAVENTURANZAS.

"Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino:
Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede
satisfacer" (C.C. 1718).

Jesús comienza así su predicación, no recordando los viejos preceptos y dando algunos nuevos.
Viene a dar un cumplimiento pleno a la Ley. Viene a inaugurar la época del Reino de Dios, Reino
del cual Jesús mismo es el Rey.

Dios se ha hecho presente entre los hombres. Con esta llegada todos los hombres de aquí en
adelante podrán gozar de los privilegios de la Dignidad de los Hijos de Dios. El hombre a pesar de
las dificultades podrá recibir consuelo, obtener misericordia, poseer la sabiduría, el amor, la
paciencia y conocer la voluntad, del mismo Dios. Podrán gozar y participar de su naturaleza divina.

Jesús coloca a las Bienaventuranzas como el centro de su mensaje. "Con ellas Jesús recoge las
promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a
la posesión de una tierra, sino al Reino de los Cielos." (C.C. 1716)

Cada una de las bienaventuranzas están compuestas por dos partes, una condición moral y una
promesa. La promesa en cada una es la misma, aunque expresada de diversas formas (verán a
Dios, serán consolados, serán llamados Hijos de Dios), todas prometen el mismo Reino de Dios.

Otra característica de las Bienaventuranzas es que están ligadas y relacionadas. El cumplir una
nos lleva a cumplir el resto de las demás.

La promesa y el cumplimiento de la Felicidad, prometida en la Bienaventuranza, comienza aquí en


la tierra, en esta vida. Pero tiene el cumplimiento pleno y perfecto en la otra vida. Nadie ha
imaginado siquiera lo que Dios tiene preparado para aquellos que le aman.

"Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos
humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno
personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la
promesa y viven de ella en la fe." (C.C. 1719).

Jesús nos da los verdaderos criterios de vida, criterios de felicidad. Nos revela aspectos que por sí
solo el hombre no podría descubrir. Esta predicación de Jesús "nos coloca ante opciones morales
decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de
Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el
bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las
ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de
todo amor" (C.C. 1723).

El problema no es poseer la riqueza, el poder, la fama, etc; el problema consiste en creer que
estos son los criterios para obtener la felicidad, en poner nuestro corazón en ellos. Tal vez puedan

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producir en ocasiones un sentimiento de bienestar, pero al final lo único que se logra es aumentar
el orgullo, la vanidad, la soberbia y en ocasiones las decepciones. El anhelo de felicidad del
hombre, es infinito y no puede ser saciado con cosas finitas. Solo Jesús el hombre plenamente
feliz y plenamente maduro, puede indicar al hombre el verdadero sentido de su vida. Él se declara
como "El camino, la verdad y la vida" y por lo mismo nos da los criterios por los cuales podremos
ser realmente PLENOS Y FELICES.

"El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que
conducen al Reino de los Cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día
sostenidos por la Gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos
lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cfr. la parábola del Sembrador: Mt 13, 3-23) "
(C.C. 1724).

Lo central en el mensaje de Jesús es el Amor.

"Mi mandato es éste: Ámense unos a otros como yo los he amado. No hay amor más grande que
éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13).

Solo con amor es posible caminar por la senda de las Bienaventuranzas. Con amor se puede
hacer vida aquello:

" Ustedes saben que se dijo ' Ojo por ojo y diente por diente'. En cambio yo les digo: No resistan a
los malvados. Preséntale la mejilla izquierda al que te abofetea la derecha....Si alguien te obliga a
llevarle la carga, llévasela el doble más lejos. Dale al que te pida algo y no le devuelvas la espalda
a quien te solicite algo prestado" (Mt 5, 38-42).

¿Hasta que grado hay que AMAR?. Jesús expresa en el Sermón de la Montaña que hay que amar
a los enemigos; más adelante San Juan expresará "nos amó hasta el extremo". Jesús nos ha dado
ejemplo de esa nueva manera de vivir, la vida según el amor. Se podrá dar la vida, pero si no hay
amor de nada sirve (cfr. 1 Cor 13). Todos los cristianos estamos llamados a vivir según la Ley de
Dios, la cual encuentra su cumplimiento pleno, solo en el AMOR.

5.2.6. Es el Hijo de Dios

San Juan al inicio de su Evangelio, confiesa esta gran verdad, que Jesús es el Hijo de Dios: "Y el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros: hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo
Único cuando su Padre lo glorifica." (Jn 1, 14). Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su
Hijo, el cual nació de mujer y fue sometido a la Ley, para que así llegáramos a ser hijos adoptivos
de Dios. Dios ha querido que por medio de Jesucristo seamos sus Hijos. Cristo es el primero de
muchos hermanos. Pero Él es el Hijo único, y nosotros somos hijos adoptivos de Dios, por los
méritos de nuestro Hermano Jesucristo. Nuestra filiación respecto al Padre, es muy distinta a la de
Jesús. Él es el Hijo Único de Dios, que es uno mismo con el Padre, al participar de su Gloria y que
desde siempre ha existido.

Esta gran verdad, el mismo Padre lo expresa en momentos importantes en la vida de Cristo, como
fueron su bautismo y la Transfiguración. En ellos el Padre exclama: "Este es mi Hijo Amado" (Mt 3,
17: 17, 5).

En el Bautismo, que significaba el comienzo de la vida pública de Jesús, el Padre lo manifiesta


como el Mesías y su verdadero Hijo. En la Transfiguración, antes de la Pascua, se muestra la
Gloria del Hijo de Dios.

Es importante el testimonio del Padre en estos momentos. " En el umbral de la vida pública se sitúa
el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús ' fue manifestado el

29
misterio de la primera regeneración' : nuestro bautismo; la Transfiguración es 'el sacramento de la
segunda regeneración' : nuestra propia resurrección (Santo Tomas s. th. 3, 45, 4, ad 2 ). " (C.C.
556).

Jesús al hacerse hombre , por su muerte y su resurrección, gana para nosotros una filiación con
Dios. Ahora somos Hijos adoptivos. Sin embargo no es la misma filiación divina que la de Jesús. Él
a pesar de haber enseñado a sus discípulos a dirigirse a Dios llamándole "Padre" (Lc 11,2), sin
embargo, distingue su filiación divina de los demás hombres. Con excepción de la oración del
Padre nuestro. Jesús habla a sus discípulos del Padre, refiriéndose a "vuestro Padre" (Mt 6, 8 y
15), a "su Padre" (Mt 13, 43).

La aseveración más clara de esta distinción la encontramos en las palabras de Jesús a María
Magdalena " Anda a decirles a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes;
donde mi Dios, que es Dios de ustedes" (Jn 20, 17). Jesús ha hecho que todos sus discípulos de
cualquier tiempo participaran de la filiación con el Padre, sin embargo la filiación de Jesús sigue
siendo única. " Mi Padre puso todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre,
ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a los que el Hijo quiere dárselo a conocer" (Mt 11,
27).

Sus discípulos descubrieron esta gran verdad, conforme se revelaba la figura de Cristo. En una
ocasión en donde Jesús les pregunta "¿Y ustedes, quien dicen que soy yo?" (Mt
16,15). Inmediatamente Pedro confiesa " Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo" (Mt 16,16). Una
revelación que proviene del mismo Padre.

El mismo Jesús confiesa su divinidad y su filiación de Hijo Único. Escuchemos este pasaje en el
evangelio de San Marcos: "Nuevamente el Sumo Sacerdote le preguntó: '¿Eres tú el Cristo, el Hijo
de Dios Bendito? '. Jesús respondió ' Yo soy, y un día verán al Hijo del Hombre sentado a la
derecha de Dios poderoso y viniendo en medio de las nubes del cielo' " (Mc 14, 61-62) . Esta
confesión le costó a Jesús la vida. Pero Él, siendo la verdad misma, nuevamente declara lo que es
cierto y afirma cual es su procedencia: El mismo Padre.

Inclusive en el momento de la muerte de Jesús, el soldado romano lo reconoce: "verdaderamente


este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15, 39). Después de su Resurrección, su filiación divina aparece
en el poder de su humanidad glorificada: ' Constituido Hijo de Dios con el poder, según el Espíritu
de santidad, por su resurrección de entre los muertos' (Rm 1, 4; cfr. Hch 13, 33). Los apóstoles
podrán confesar "Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de
gracia y de verdad" (Jn 1, 14).

Así lo confesamos cada domingo "Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de
Dios....Engendrado, no creado. de la misma naturaleza que el Padre." (Credo). "El nombre de Hijo
de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: El es el Hijo único del
Padre (cfr. Jn 1, 14.18; 3, 16.18) y El mismo es Dios (cfr. Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario
creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cfr. Hch 8, 37; 1 Jn 2, 23)" (C.C. 454).

5.2.7. Nos descubre el amor de Dios hacia nosotros

Jesús se hace hombre, haciendo la voluntad del Padre, que lo ha enviado. Su presencia significa
cuánto vale el hombre para Dios. ¿Qué es el hombre Señor, para que de él te acuerdes?. Dios ha
visitado a su pueblo, enviando a su hijo amado para la salvación de los hombres. ha enviado a su
HIJO amado, por amor al hombre. La presencia de Jesús es signo inequívoco y real del amor de
Dios al hombre.

"Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, ' los amó hasta el
extremo' (Jn 13, 1) porque ' nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos' (Jn 15,

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13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y
perfecto de su amor divino, que quiere la salvación de los hombres (cfr. Hb 2, 10.17-18; 4, 15; 5, 7-
9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el
Padre quiere salvar: 'Nadie me quita la vida: yo la doy voluntariamente' (Jn 10,18). De aquí la
soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (cfr. Jn 18, 4-6;
Mt 26, 53)." (C.C. 609).

Es pues la vida de Jesús un Sacramento del Padre. Jesús durante toda su vida desde la
encarnación hasta la muerte y resurrección nos muestra la imagen del Padre. Al comenzar su
predicación Jesús, proclama la Buena Nueva

"El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado. Arrepiéntase y crean en la Buena Nueva"
(Mc 1, 15). " "Este Reino inaugurado por Jesús nos revela primeramente al propio Dios como ' un
Padre amoroso y lleno de compasión' (RM.13), que llama a todos, los hombres y mujeres, a
ingresar en él." (S.D. 4).

Cristo "es el Evangelio viviente del amor del Padre" (S.D. 8). Cada uno de sus palabras, obras,
gestos nos revelan al Padre "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 9). Es el centro
mismo del designio amoroso de Dios hacia el hombre.

Rompe con todo el esquema que tenía el Pueblo Judío del Dios lejano, del Dios de los Ejércitos.
Jesús, cuando enseña a sus discípulos a orar, les dice que se dirijan a Dios como a un PADRE.
Muchas de sus Parábolas (el hijo pródigo, la oveja perdida, etc.) nos hablan de la misericordia, la
paciencia, el amor intenso y personal que Dios tiene para cada hombre.

Jesús revela la estrecha comunión que existe entre el Hijo y el Padre: "créanme: yo estoy en el
Padre, y el Padre está en mí" (Jn 14. 11). Cristo nos pide permanecer en Él, para que el Padre
permanezca en nosotros y podamos gozar de la plenitud del amor. " Si alguien me ama, guardará
mis palabras, y mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer nuestra morada en él" (Jn 14, 23).

Después de esta gran revelación del Amor de Dios. se nos revela que el amor de Dios se atestigua
en el amor fraterno (cfr. 1 Jn 4, 20), del cual no se puede separar: 'Si nos amamos unos a los otros,
Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud ' (1 Jn 4, 12). ' Por
tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios'
(R.M. 15)" (S.D. 5).

5.2.8. Se entrega en la Cruz para reconciliarnos con el Padre y liberarnos del pecado.

Lo esencial de este punto ya lo hemos visto en este mismo capitulo, en el apartado 2.4. ¿Cuál es el
mensaje central?". Sin embargo tocaremos aquí algunos aspectos de este hecho tan importante en
la vida del hombre.

Así como la venida de Cristo es el momento culminante en la historia de la humanidad, así también
la Misión de Cristo vive sus momentos más importantes en los tres últimos días de su vida. En
ellos, en lo que conocemos como Su Pasión, Muerte y Resurrección, Jesús lleva a cabo
plenamente su misión, se somete plenamente a la voluntad del Padre para nuestra salvación. Son
los tres días más importantes de su existencia, y son también los tres días más significativos de la
historia de la humanidad, ya que en ellos Jesús consigue la salvación del mundo entero. La
Pascua constituye la fuente, el centro y la cumbre de la fe cristiana.

Dios se ha revelado en Cristo Jesús y ha querido salvar a todo hombre y todo el hombre, y lo
realiza sólo por mediación de Jesucristo. "El nombre de Jesús significa 'Dios salva'. El niño nacido
de la Virgen María se llama 'Jesús' 'porque él salvará a su pueblo de sus pecados' (Mt 1, 21); 'No

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hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos' (Hch 4,
12) (C.C. 452).

El Pueblo de Israel esperaba un liberador político. Ellos creían que Dios los iba a liberar y les daría
el poder sobre los demás pueblos. Pero Dios, que ve más lejos que el hombre, sabe perfectamente
de que tiene que liberar al mismo.

Jesús nos libera de la esclavitud del pecado, nos libera de Satanás y de sus obras. En el evangelio
de San Juan, nos narra como con su muerte en la cruz y su resurrección queda vencido Satanás y
la humanidad liberada. "Ahora es el juicio del mundo; ahora el amo de este mundo va a ser echado
fuera. Y cuando yo haya sido elevado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12, 31-32)

Jesús sube voluntariamente a Jerusalén donde, y Él sabe perfectamente va ha morir por los
pecados de la humanidad. El Domingo de Ramos festejamos este acontecimiento; ya desde aquí
se van cumpliendo como por nota cada una de las Escrituras.

Jesús, al cumplir "el mandato del Padre, se entregó libremente a la muerte en la Cruz, meta del
camino de su existencia. El portador de la libertad y del gozo del Reino de Dios quiso ser la víctima
decisiva de la injusticia y del mal de este mundo. El dolor de la creación es asumido por el
Crucificado que ofrece su vida en sacrificio por todos: Sumo Sacerdote que puede compartir
nuestras debilidades: Víctima Pascual que nos redime de nuestros pecados; Hijo obediente que
encarna ante la justicia salvadora de su Padre el clamor de liberación y redención de todos los
hombres." (D.P. 194)

Jesús celebra la Pascua con sus discípulos anticipadamente; este es ya signo de la Nueva Alianza
de Dios con su Pueblo. La Antigua Alianza ya pasó y ahora se establece una Nueva, única y eterna
Alianza con el Hombre. "Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de si mismo en la Cena
tomada con los Doce Apóstoles (cfr. Mt 26, 20), en ' la noche en que fue entregado ' (1 Cor 11, 23).
En la víspera de su pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus
Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cfr. 1 Cor 5, 7), por la salvación de los
hombres: ' Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros ' (Lc 22, 19). ' Esta es mi sangre
de la Alianza que va a ser derramada por muchos, para remisión de los pecados ' (Mt 26, 28) "
(C.C. 610)..

"La Eucaristía que instituyó en este momento será el 'memorial' (1 Cor. 11, 25) de su sacrificio.
Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cfr. Lc 22, 19). Así
Jesús instituye a sus Apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: ' Por ellos me consagro a mi
mismo, para que ellos sean también consagrados en la verdad ' Jn 17, 19; cfr. C. Trento: DS 1752,
1764)." (C.C. 611).

Así pues cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, celebra el paso de Jesús a su Padre por su
muerte y su resurrección, para la salvación del mundo. Aunque la Eucaristía sea el memorial, no
significa que el Sacrificio en la cruz se repita a cada momento. "Este sacrificio de Cristo es único,
da plenitud y sobrepasa todos los sacrificios (cfr. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios
Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con El (cfr. Jn 4, 10). Al mismo tiempo
es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cfr. Jn 15, 13), ofrece su
vida (cfr. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cfr. Hb 9, 14), para reparar nuestra
desobediencia." (C.C. 614). El Sacrificio de Jesús es también irrepetible, es definitivo. Con él trae
la salvación a todos los hombres, de todos los tiempos, no sólo a unos cuantos, no sólo a los de su
tiempo, sino a toda la humanidad. "Ningún hombre, aunque fuese el más santo, estaba en
condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por
todos. La existencia en Cristo de la Persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y
abraza a todas las personas humanas y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace
posible su sacrificio redentor por todos." (C.C. 616).

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Después de la Cena Pascual, los acontecimientos toman un rumbo trágico. Podemos decir que
dichos acontecimientos suceden en tres etapas: la Soledad de Jesús; el rechazo por parte de
todos y su adhesión a la voluntad del Padre, en la cruz.

Jesús se dirige al Huerto de los Olivos, para hacer oración. En esos momentos, como nunca antes,
expresa, de una forma tan viva, la situación emocional por la que estaba pasando. Cuando
empieza a experimentar pavor y angustia, confiesa su debilidad "Siento en mi alma un tristeza
mortal" (Mc 14, 34). Pero es ahí, en esos momentos precisos, en los que Jesús reafirma que ha
venido al mundo para cumplir la voluntad de su Padre.

El juicio hecho a Jesús comprueba que, en verdad, Cristo da la vida; nadie se la quita. La Iglesia
vive el camino de la Cruz en la piedad popular en lo que conocemos como el VIA CRUCIS. Jesús
carga con los pecados de la humanidad.

Jesús es el cordero inmaculado que quita el pecado del mundo, el cordero que con su pasión, su
dolor, su muerte y su Resurrección se entrega por nosotros.

En la Cruz Jesús consuma el sacrificio que redime a todos los hombres. Ha aceptado plenamente
su pasión, desde la última cena hasta su resurrección. Dios ha querido que en la hora del poder de
las tinieblas, el hombre se salve. En Jesús Dios nos reconcilió consigo mismo y con todos los
hombres. "me amó y se entregó por mí " (Gal 2, 20).

La primera consecuencia de la liberación que Cristo, mediante la entrega de su propia vida, obró
en los hombres es que, redimidos del pecado, hemos quedado libres para poder vivir una vida de
justicia y de santidad. "Con eso, libres del pecado, se hicieron esclavos de la Santidad" (Rm 6, 18).

Al padecer por nosotros Jesús nos dió ejemplo de lo que sus discípulos tenemos que hacer, y
hasta qué grado llega el "amar hasta el extremo". Abrió el camino donde el dolor y la muerte
adquieren un nuevo valor y un nuevo sentido.

"La Cruz es el único sacrificio de Cristo, "único mediador entre Dios y los hombres (I Tm 2, 5).
Pero, porque en su Persona divina encarnada 'se ha unido en cierto modo con todo hombre' (G.S.
22, 2), El 'ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este
misterio pascual' (G.S. 22, 5). El llama a sus discípulos a 'tomar su cruz y a seguirlo' (Mt 16 24),
porque El 'sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas' (I P2, 21). El
quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros
beneficiarios (cfr. Mc 10,39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre,
asociada mas íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cfr. Lc 2, 35)" (C.C.
618).

5.2.9. Resucita para que tengamos una Vida Nueva

Al igual que el punto anterior este tema ya lo hemos tratado en el apartado 2.4. ¿Cuál es el
mensaje central? No obstante, veremos de nuevo algunos aspectos significativos.

La Resurrección es un paso de la muerte a la vida. Esta vida brota de la muerte: la muerte


engendra la vida, no en el sentido de una consecuencia lógica, como después de la noche viene el
día, sino que esta vida que brota de la muerte es la resurrección, la cual no es de ninguna manera
volver a un estado de vida anterior. La muerte al pecado engendra la vida de la gracia; el hombre
viejo, una vez destruido, da nacimiento al hombre nuevo. San Pablo lo expresa muy bien en su
carta a los Romanos. "Lo sabemos: con Cristo fue crucificado algo de nosotros, que es el hombre
viejo, para destruir lo que de nuestro cuerpo estaba esclavizado al pecado. Pues morir es liberarse
del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos también que viviremos con él." (Rm 6, 6-8).

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Los testimonios en el Nuevo Testamento sobre la resurrección son tan numerosos y diversos, que
podemos afirmar que Jesús tras su muerte, demostró seguir vivo en plenitud, participando de la
Gloria de su Padre. Los testigos de este hecho lo profesaron como su resurrección de los muertos.
Nadie afirma haber visto el momento preciso de tal hecho sobrenatural. Nadie supo la hora, ni de
qué manera sucedió. Pero los discípulos creen en las palabras de Jesús que anuncia su propia
resurrección, antes de su pasión. "Luego comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía
sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley;
que iba a ser condenado a muerte y que resucitaría después de tres días" (Mc 8, 31).

Dentro de los testigos de la Resurrección encontramos dos tipos de narraciones: las que se
refieren al descubrimiento de la tumba vacía y las que tratan de las manifestaciones de Jesús
Resucitado.

" 'Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en
nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús' (Hch 13, 32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad
culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad
central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo
Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz: "
(C.C. 638).

Los cuatro evangelios narran la experiencia de las mujeres al encontrar la tumba vacía. El hecho
de la Tumba vacía no lleva a la conclusión de la Resurrección. Es un signo, que acompañó el
testimonio de las primeras personas que vieron al Resucitado.

"A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento
por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el
caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cfr. Lc 24, 3. 22-23), y después de Pedro (cfr. Lc 24,
12). 'El discípulo que Jesús amaba' (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al
descubrir 'las vendas en el suelo' (Jn 20, 6), 'vio y creyó' (Jn 20, 8). Eso supone que constató el
estado del sepulcro vacío (cfr. Jn 20, 5-7), que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido
ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el
caso de Lázaro (cfr. Jn 11, 44)." (C.C. 640).

"Ante estos testimonios es imposible interpretar la resurrección de Cristo fuera del orden físico, y
no reconocerla como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue
sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por El
de antemano (cfr. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que (por lo
menos algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los Evangelios,
lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los
discípulos abatidos ('la cara sombría'; Lc 24, 17) y asustados (cfr. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a
las santas mujeres que regresaban del sepulcro y 'sus palabras les parecían como desatinos' (Lc
24,11; cfr. Mc 16, 11.13). Cuando Jesús se manifiesta a los Once en la tarde de Pascua, 'les echó
en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto
resucitado' (Mc 16, 14)" (C.C. 643).

Los Evangelios presentan las manifestaciones de Cristo resucitado como verdaderas "apariciones",
no como visiones. Una visión sería lo ocurrido a Saulo de Tarso en Damasco. lo cual es muy
distinto a las apariciones relatadas en los Evangelios.

Una de las primeras apariciones fue a María Magdalena, la cual no reconoció a Jesús debido a que
lo imaginaba según su anterior vida terrena, y no cae en la cuenta de que Cristo, aun siendo el
mismo de antes, se encuentra de una manera transfigurada. La resurrección de Cristo no es
simplemente una reanimación, Este hecho es otra cosa; Él no se ha limitado a retornar al tipo de
vida nuestro para volver a morir de nuevo. La vida de Cristo es vida eterna.

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"Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere más y que la muerte, en
adelante nada podrá con él. La muerte de Cristo fue un morir al pecado y un morir para siempre; su
vida ahora es vivir para Dios " (Rm 6, 9-10). En su cuerpo resucitado, Jesús pasa del estado de
muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se
llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida de Dios en el estado de su gloria que su
persona divina ya gozaba desde la eternidad, pero que es toda una novedad para su persona
humana, y por consiguiente para la nuestra. Tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el
hombre celestial" (cfr. 1 Co15, 35-50).

La gloria, no del Verbo, sino del Verbo encarnado, es una ganancia de la Pascua de Jesús, que
será comunicada a todos nosotros, en la medida que, por el bautismo y una vida digna del
bautismo, seamos asociados al Misterio Pascual de Cristo." Pues, por el bautismo, fuimos
sepultados junto con Cristo para compartir su muerte, y, así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos por la gloria del Padre, también nosotros hemos de caminar en una vida nueva. Hemos
sido injertados en Él y participamos de su muerte; pero también participaremos de su resurrección"
(Rm 6, 4-6).

"Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cfr. Lc 24, 39;
Jn 20, 27) y el compartir la comida (cfr. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a
reconocer que El no es un espíritu (cfr. Lc 24, 39), pero sobre todo a que comprueben que el
cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y
crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cfr. Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este
cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo
glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad
donde quiere y cuando quiere (cfr. Mt 28, 9.16-17; Lc 24, 15.36; Jn 20, 14.19.26; 21, 4), porque su
humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del
Padre (cfr. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de
aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cfr. Jn 20, 14-15) o bajo otra figura (Mc
16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cfr. Jn 20,
14.16; 21,4.7)." (C.C. 645).

La Resurrección no es sólo un hecho extraordinario. sino, además es un misterio. Va más allá de la


historia y de sus métodos de investigación. La resurrección es un misterio que rebasa todas las
previsiones humanas, en el cual se da en plenitud toda la misericordia y la Gracia de Dios. La
intervención de Dios, que resucita a Jesús de entre los muertos, demuestra que el carácter único y
singular de Jesús de Nazareth y de su vida terrena ha sido elevado a un plano nuevo y universal.
Sin resurrección, no hay fe en Cristo. Si Jesús no hubiera resucitado, jamás habría nacido el
cristianismo. La FE Y LA ESPERANZA de los cristianos habrían quedado en el aire, y se hubieran
olvidado con el tiempo. La Iglesia tiene su origen en el anuncio de la Buena Nueva: Dios ha
resucitado a Jesús de entre los muertos. Todo el cristianismo depende de este anuncio y de esta
gran verdad. Por la Resurrección Aquél que predicaba la Fe, se ha convertido en el contenido de la
FE.

" 'Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe ' (1 Cor 15, 14). La
Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las
verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al
resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido. " (C.C.
651).

Con la Resurrección, Jesús es "constituido Hijo de Dios con Poder por obra del Espíritu Santo "
(Rm 1, 3-4). Jesús es asociado al poder y a la gloria de Dios, con todo y su persona humana
transfigurada. Jesús con toda su persona se encuentra ahora definitivamente en Dios y en medio
de nosotros de una nueva manera. Ha sido constituido como "Señor", lo cual indica una igualdad
plena con Dios.

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"La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. El había dicho: 'Cuando
hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy' (Jn 8, 28). La Resurrección del
Crucificado demostró que, verdaderamente, El era 'Yo Soy', el Hijo de Dios y Dios mismo. San
Pablo pudo decir a los judíos: 'La Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros... al
resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: 'Hijo mío eres tú; yo te he engendrado
hoy'' (Hch 13, 32-33; cfr. Sal 2, 7). La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio
de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios." (C.C. 653)

La Resurrección de Cristo se refiere ante todo a Él. Pero también tiene que ver con nosotros. En
Jesús vemos la meta final de nuestra condición humana. Una vida que desde siempre Dios ha
querido para el hombre. Es un nuevo sentido para todo el creyente y fundamenta su esperanza. La
resurrección es la expresión permanente de Dios para con el hombre. Para el creyente es creer
que Dios actúa en nosotros y por medio de nosotros con un inmenso poder que hace brotar la vida
de la muerte, lo nuevo de lo viejo y nos proyecta a una vida futura que nunca el hombre podrá
siquiera imaginar, la Gloria Celestial.

"Por último, la resurrección de Cristo -y el propio Cristo resucitado- son principio y fuente de
nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que
durmieron...; del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1
Cor 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus
fieles. En Él los cristianos 'saborean los prodigios del mundo futuro' (Hb 6, 5) y su vida es
arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cfr. Col 3, 1-3), para que ya no vivan para los que
viven, 'sino para aquel que murió y resucitó por ellos' (2 Cor 5, 15)." (C.C. 655)

Hoy Jesús te dice: "No temas nada, soy Yo, el primero y el último. Yo soy el que vive por los siglos
de los siglos, y tengo en mi mano las llaves de la muerte y del infierno". (Ap 1, 17-18).

5.2.10. Jesús es el camino, verdad y vida; ¡SÍGUELO!

Seguir a Jesús es algo que caracteriza a las personas que se han encontrado con El. Pero no se
trata simplemente de una actitud intrascendente, sino de una actitud y conducta que implica toda la
vida.

Hemos recibido la Gracia, por la resurrección de Cristo. El discípulo ha nacido a la vida nueva, pero
necesita crecer, como los niños recién nacidos. Creatura nueva, que ha nacido en Cristo, necesita
crecer hasta llegar a la estatura de Jesús. Esto significa dejarse inundar más y más por la vida de
Dios, que Él sea todo en cada uno de los discípulos. Y entonces podrá repetir como el Apóstol San
Pablo: "Ya no soy yo, sino Cristo el que habita en mí" (Gal.2,20)

Cristo es quien nos lleva a esta vida nueva y nos indica como vivirla. El es el camino a seguir, es
nuestro modelo.

"Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cfr. Rm 15, 5; Flp 2, 5): El es el 'hombre
perfecto' (G.S. 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha
dado un ejemplo que imitar (Cf Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cfr. Lc 11, 1); con su
pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cfr. Mt 5. 11-12)." (C.C. 520).

Jesús es quien ha tomado la iniciativa y llama a las personas a que lo sigan, "Síganme, que yo los
haré pescadores de hombres" (Mt 4, 19). Seguir a Jesús implica una decisión permanente , que no
admite espera ni tardanza. Se requiere de un seguimiento inmediato. No es necesario ofrecer
sacrificios o estar libre de pecado para seguirle, es más, podríamos decir que la condición para
seguirle es ser pecador. Hay dos condiciones para seguirlo: ser radical en esta opción y que
involucre toda la vida. Así lo expresa Jesús en el evangelio de Lucas.

36
" A otro le dijo 'Sígueme' Este le contestó: 'Deja que vaya y pueda primero enterrar a mi padre'
Pero Jesús le dijo: ' Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú tienes que salir a
anunciar el Reino de Dios'.

" Otro le dijo: ' Te seguiré, Señor, pero permíteme que me despida de los míos' Jesús entonces le
contestó: ' Todo el que pone la mano en el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios' "
(Lc 9, 59-62).

Duras palabras de Jesús pero que indican la condición de confianza y de abandono total a la
voluntad y misericordia de Dios. De parte nuestra es Dios el primer interesado en que el hombre
sea pleno y viva feliz, gozando de Su misma vida. Vida que Jesús nos ganó en la Cruz.

Por eso el seguir a Cristo implica también la Cruz, para compartir con Él la resurrección. Jesús es
el que llama y capacita, Su vida se puede reflejar en nosotros y Él nos puede conducir a la vida
eterna si aceptamos el llamado a seguirle.

"Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. 'El Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre ' (G.S. 22, 2),. Estamos
llamados a no ser más que una sola cosa con El; nos hace comulgar en cuanto miembros de su
Cuerpo en lo que El vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro" (C.C. 521).

Si deseamos seguir a Jesús, se nos exige cumplir sus mandamientos. También implica participar
de su pasión redentora, es decir participar con Él en la salvación del mundo. Hay que preferir a
Jesús sobre cualquier otra cosa en la vida. "Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su
padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, y aún a su propia
persona, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz para seguirme no puede ser mi
discípulo" (Lc 14, 26-27)

Seguir a Cristo implica la renuncia y el amor hasta el extremo, como Jesús mismo lo hizo. No
estamos solos: Él nos acompañará todos los días de nuestra vida y nos indicará, como a los
discípulos de todos los tiempos, el Camino a seguir para llegar a la patria celestial, a la Gloria de
Dios.

A los discípulos al preguntar a Jesús cómo conocer el camino para llegar a la felicidad, a la vida
plena, cómo llegar al Padre celestial, les responde: "Yo soy el Camino la Verdad y la Vida". (Jn
14,6).

Repitamos nosotros hoy con el Apóstol San Pablo la confianza que tenemos en el amor de Dios:

"Estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes espirituales, ni el presente,
ni el futuro, ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los abismos, ni creatura alguna,
podrá apartarnos del amor de Dios, que encontramos en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 38-
39).

5.3 VIDA EN PLENITUD

5.3.1. Jesús nos envía al espíritu santo

Durante su ministerio público, Jesús había hablado del Espíritu Santo que habrían de recibir los
que creyeran en Él, simbolizado por el Agua Viva (Jn.7,37-39; Jn.4,14), Agua que daría Vida en
abundancia (Jn.10,10)

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Antes de su muerte Jesús promete enviar a su Espíritu Santo para enseñarnos y recordarnos todas
sus palabras. (Jn.14,25-26), En efecto, convenía que Jesús regresara al Padre, para que pudiera
venir a nosotros el Consolador a rebatir las mentiras del mundo y mostrar el pecado (Jn.16,8).

Esta promesa se renueva en el encuentro con sus Apóstoles antes de su Ascensión: "Voy a enviar
sobre ustedes la Promesa de mi Padre. Permanezcan en Jerusalén hasta que sean revestidos de
la Fuerza de la Alto" (Lc.24,49). Ya antes había afirmado: "Recibirán la Fuerza del Espíritu Santo
que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines
de la tierra" (Hech. 1,5-8)

El día de Pentecostés, Cristo Resucitado derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles,
cumpliendo así su Promesa. Leemos en los Hechos de los Apóstoles:

"llegado el día. de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del
cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde se
encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que, dividiéndose, se posaron
sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras
lenguas según el Espíritu les concedía expresarse" (Hech.2,1-4)

Ese día se consuma la Pascua de Cristo con esta efusión del Espíritu Santo, que se manifiesta y
comunica como Persona Divina: Desde su plenitud Cristo, el Señor, derrama profusamente su
Espíritu (cfr. C.C. 731)

Esta promesa de poder recibir al Espíritu Santo no es solamente para los Apóstoles, sino para
todos nosotros, como la Escritura misma lo afirma:

"El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera que reciba gratuitamente el Agua de Vida" (Ap.
22,17b).

"La promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el Señor llame"
(Hech.2, 38-39).

Con la efusión del Espíritu Santo se cumple la Misión de Jesús, ya que nuestra vida llega a su
plenitud. Al enviar al Espíritu Santo Cristo completa por medio de Él nuestra salvación. Somos
liberados de la muerte, del pecado y de todo aquello que no nos permite lograr nuestra plenitud
humana. Participamos por medio del Espíritu Santo del misterio pascual. Resucitamos en Cristo a
una vida nueva. Es un nuevo nacimiento que cambia radicalmente nuestra forma de vivir:

5.3.2. Para vivir una relación plena con el Padre

Al recibir el Espíritu Santo, toda ruptura con el Padre, debida al pecado, queda eliminada. La
imagen y semejanza con Dios es restaurada, es decir, que todo aquello que Dios imprimió en
nuestros corazones desde un principio (Ver Visión del Hombre) es renovado por el Espíritu Santo.

Pero más allá de todo esto Dios nos comunica Su Vida. Recibimos la filiación divina, somos Hijos
de Dios. Por la acción del Espíritu Santo el hombre es libre de entrar a formar parte del misterio de
amor y de vida que es la realidad trinitaria (cfr. Diccionario de Espiritualidad, "hijos de Dios") en la
cual se nos hace partícipes de la naturaleza de Dios (2 Pe. 1,4)

Esta participación no es mera imaginación nuestra sino que se verifica existencialmente en nuestra
vida. Somos realmente Hijos de Dios, como lo afirma San Juan (1 Jn.3,1). se trata de la Vida en
abundancia que Cristo nos comunica por medio del Espíritu Santo (Jn.10,10). Es el agua que sacia
nuestra sed (Jn.7,37).

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5.3.3. El Espíritu Santo suscita en nosotros la fe.

Muchísimas veces hemos llamado a Jesús Señor y otras tantas nos hemos dirigido a Dios como
Padre. el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda al respecto:

"Nadie puede decir :'Jesús es Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Cor. 12,3) "Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama Abbá, Padre (Gal. 4,6). Este
conocimiento de Fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es
necesario primero haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien nos precede y despierta en
nosotros la fe ." (C.C.683)

"El Espíritu Santo con su Gracia es el 'primero' que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida
nueva que es "que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo' (Jn.17,3)"
(C. C. 684).

"El Espíritu Santo "es quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra
de Salvación" (E.N. 75) y predispone "el alma de quien escucha para hacerla abierta y acogedora
de la Buena Nueva y del Reino anunciado" (E.N. 75).

Esta fe que suscita el Espíritu Santo en nosotros no proviene de conocer una serie de preceptos
morales o principios teológicos, sino del encuentro personal con Cristo Resucitado. De esta
manera la fe es una adhesión a la persona de Jesús, a su mensaje, a su plan de salvación; es
abrirse a las promesas y al amor de Jesús y a la transformación de nuestra persona por medio del
Espíritu Santo.

5.3.4. Por el Espíritu Dios nos participa de su vida: La Gracia

Aquí llegamos al misterio más increíble del Amor de Dios en nuestras vidas, y que, hoy más que
nunca, necesita ser afirmado con toda claridad. Esta Vida abundante que Dios nos da por su
Espíritu, esta Agua Viva que derrama en nosotros, nos es otra que la Vida misma de Dios: Por el
Espíritu Santo participamos en la Vida de Dios. Dios mismo viene a habitar en nosotros: "Si alguno
me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos en él nuestra morada" (Jn.14,7) No es
una simple apariencia, sino que Dios mismo habita en el corazón del creyente y lo convierte en hijo
de Dios (cfr. Jn.1,12-18), partícipe de la naturaleza Divina (cfr. 2 Pe. 1,4) y heredero de la Vida
eterna (cfr. Jn.17,3)

San Pedro lo dice con toda claridad:

"Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria
y poder, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la religión. Y también nos ha
otorgado valiosas y sublimes promesas. para que, evitando la corrupción que las pasiones
han introducido en el mundo, SE HAGAN PARTÍCIPES DE LA NATURALEZA DIVINA." (2. Pe
1,3-4).

Dios, en su Infinito Amor, se dona a sí mismo con gratuidad a cada hombre y entra a habitar en él
por medio de su Espíritu Santo, y le participa de su vida, asemejándolo y uniéndolo a Él,
haciéndolo hermano de Cristo y coheredero del Reino (cfr. Rm.8,17) .

Esta presencia real de Dios en nosotros, esta inhabitación del la Santísima Trinidad en el creyente
es lo que conocemos con el nombre de GRACIA.

La Gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la intimidad de la Vida trinitaria.
Por el bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. La Gracia es el

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don gratuito que Dios hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma, para sanarla
del pecado y santificarla: Es la Gracia Santificante o Divinizadora, que obra en nosotros como
fuente de santificación (cfr C.C. 1997-99)

La participación de la Vida de Dios hace de nosotros criaturas nuevas: "el que está en Cristo es
una nueva creación; lo viejo pasó, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió
consigo por Cristo" (2 Cor. 5,17-18). La Gracia nos hace vivir una relación plena con el Padre;
despertar y crecer en la Fe; renovarnos y perfeccionarnos en la práctica del Amor, hacia nosotros y
hacia nuestros hermanos; y nos guía hacia esa humanidad y santidad plena que tiene en Cristo
Jesús su modelo. Por eso dice el Catecismo Universal: "La Gracia es, ante todo y principalmente,
el don del Espíritu Santo que nos justifica y nos santifica" (C.C. 2003).

5.3.5. A través de Él el Padre derrama su amor en nosotros

"El amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos dio"
(Rm.5,5).

Este amor derramado en nuestros corazones, a la vez que nos lleva a entrar en comunión íntima
con el Padre, nos permite amar tal como Dios ama. Nos abre al infinito, nos trasciende, nos permite
salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, para ir al encuentro del otro, sin alienarlo o
manipularlo. El amor de Dios nos libera y nos dignifica como seres humanos, y lejos de
infantilizarnos nos hace que tomemos en nuestras manos nuestro propio destino.

Al actuar bajo el influjo del amor de Dios atestiguamos con nuestras palabras y actos que Dios
existe y que la oferta de ese amor es real para todos los hombres. El amor de Dios que recibimos
en el Espíritu Santo, que damos y concretizamos en nuestra vida, se convierte en el principal motor
de construcción de solidaridad, fraternidad y unidad entre los hombres.

"El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar. No actúa con bajeza, ni busca su
propio interés. El amor no se deja llevar por ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se
alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. (1 Cor.13, 1-7)

El verdadero amor excluye, pues, todo orgullo, toda autosuficiencia y voluntad de imponerse por la
fuerza.

5.3.6. Por Él nacemos de nuevo a la vida de Dios en el bautismo

"El Santo Bautismo es el fundamento de toda vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu (8
vitae spiritualis inanua') y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo
somos liberados del pecado y regenerados como Hijos de Dios. llegamos a ser miembros de Cristo
y somos incorporados ala Iglesia y hechos partícipes de su misión" (C.C. 1213).

"Este sacramento es llamado también baño de regeneración, y renovación del Espíritu Santo
(Tit.3,5) porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual nadie puede
entrar en el Reino de Dios" CAT. 1215)

Por el Bautismo se nos concede poder vivir y obrar mediante la moción del Espíritu Santo mediante
los dones del Espíritu Santo (cfr. C.C. 1266): Sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor
de Dios (cfr.Is.11, 1-2)

El Bautismo siempre va ligado a la fe, como nos lo afirma el discurso de Pedro:

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"Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus
pecados sean perdonados, y Dios les dará el Espíritu Santo, porque la promesa es para ustedes y
para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el Señor llame" (Hech.2, 38-39).

Desde aquél día la Iglesia ha celebrado el Bautismo como la recepción personal del Espíritu Santo
y el cumplimiento de las promesas de Jesús para cada uno de nosotros. Siguiendo la enseñanza
de Jesús, la Iglesia ha afirmado siempre la necesidad del Bautismo para la salvación (cfr. Jn3,1ss).
Por el bautismo renacemos a la vida misma de Dios. El sacramento de la Confirmación nos da la
plenitud del Bautismo y con ello la plenitud del Espíritu Santo.

Este renacer se pone de manifiesto en toda nuestra vida, cuando como bautizados nos dejamos
conducir por el Espíritu Santo, dejando que abarque sus aspectos de luz y sombras, de victorias y
derrotas, dándole un sentido diferente, a la luz del amor de Dios, de su misericordia, para que Él
mismo nos ayude a orientar y vincular nuestro proyecto de vida con el proyecto de Dios.

5.3.7. Quita el pecado y restablece nuestra relación con el Padre y con los hombres

Desde el principio de los tiempos el pecado es una realidad dolorosa entre nosotros, nos separa de
Dios privándonos de la comunión plena con el Padre.

El origen de este pecado, y que subsiste hasta nuestros días, no es otro más que el libre y
consciente rechazo del plan que Dios ha preparado para nosotros. Esta ruptura se da cuando
confiamos más en nuestras fuerzas y nuestros criterios, cuando depositamos nuestra confianza en
ídolos falsos, como son el dinero, el poder, la imagen, y centramos alrededor de ellos nuestras
vidas.

Sucede, sobre todo, cuando rompemos la fraternidad que el proyecto de hermandad querido por
Dios nos exige y que, al no vivirla, de una u otra manera hacemos daño a nuestro prójimo "Amarás
al Señor tu Dios ... amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt. 22,37-38) San Juan especifica
bien: "¿Cómo se puede amar a Dios a quien no ve si no se es capaz de amar al hermano a quien
sí se ve?" (1 Jn.1,20).

El pecado es, pues, falta de amor hacia Dios, hacia el prójimo y para consigo mismo. Esta
ausencia de amor genera odios, injusticias, robos, abusos sexuales, asesinatos, egoísmos, orgullo,
apatía y otras muchas expresiones del ser humano que lo destruyen. Nos daña, puesto que no nos
permite crecer como personas, ser libres y plenos, y únicamente nos deja vacíos, resentidos
desilusionados, sin esperanza, y sin vida.

Para liberarnos del pecado el Padre envía a su Hijo Único, el cual se entregó en la Cruz, y con Él,
fue crucificado algo de nosotros, que es el hombre viejo, para destruir lo que de nuestro cuerpo
estaba esclavizado al pecado (cfr. Rm.6,6) Al enviar al Espíritu Santo nos hizo entrar en comunión
con el misterio pascual. por el cual hemos sido liberados del pecado y resucitados con Cristo.

"Dios es Amor" (1 Jn. 4,8,16) y el Amor que es el primer don contiene todos los demás. Este
Amor 'Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado'
(Rm. 5,5)" (C.C. 733).

"Puesto que hemos muerto, o al menos hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del Don
del Amor es la remisión de nuestros pecados" (C.C. 734)

Además el Espíritu Santo sana las heridas infligidas por el pecado, que no nos permiten descubrir
el amor del Padre y abrirnos a su perdón y su misericordia. Al mismo tiempo, nos fortalece para
poder vencer el mal en cada momento de nuestra vida.

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En efecto, si permanecemos en la Vida, gracias al Espíritu Santo, nuestra conversión entra en el
dinamismo ascendente de gratitud y ofrenda que va abonando nuestra tierra, para que la semilla
de la Palabra dé cada día más fruto en cada uno de nosotros.

Al quitar y liberarnos del pecado, el Espíritu Santo nos lleva a restablecer la relación de amor con
el Padre y los hombres, con la oportunidad de reconstruir y reconciliarnos.

5.3.8. Estamos llamados a vivir esta relación plena con el Padre y con los hermanos en la
Iglesia y como Iglesia al servicio del hermano.

La vida en el Espíritu orienta, fortalece y vivifica la relación entre los hombres y entre el hombre y
Dios. Desde un principio el proyecto querido por Dios, expresado en sus mandamientos de amor,
ha sido este: que el hombre viva en armonía con él mismo, con el hermano, con la creación entera,
pero ante todo con su creador. Y es en estos cuatro vértices, en su balance, donde se realiza la
presencia de Dios. No en alguno en particular sino en todos teniendo como centro a Cristo.

Somos pues llamados a tener relaciones de justicia y equidad, solidaridad, ayuda mutua,
edificación, servicio, aceptación y respeto a la dignidad humana con todos nuestros hermanos.
Esto es lo que agrada a Dios "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os.6,6) "Busquen la justicia,
den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda"
(Is.,1,17). Recordemos además que el Espíritu, que "nos ha injertado en la vid verdadera, hará que
demos 'el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
mansedumbre, templanza' (Ga. 5,22-23) " (C.C. 736). Todo esto lo vivimos en la Iglesia y como
Iglesia.

Sin embargo esta relación con mi hermano debe estar referida e impregnada de mi relación íntima
y plena con Dios. Es en el seno de esta relación íntima con Dios que se da la posibilidad de
reconciliación y encuentro con mi hermano, en forma plena, pues Dios mismo es quien la alimenta
y le da su verdadera dimensión...

5.3.9. Orando como Jesús oraba y nos enseñó a orar

Porque Dios nos llama incansablemente a la comunión con Él, la oración, esa "elevación del alma
hacia Dios" (San Juan Damasceno, f.o., 3,24) se convierte en una llamada constante a la comunión
con Dios.

La oración es el eje principal de la vida cristiana. Es comunicación amorosa y confiada con nuestro
Padre Celestial. Mientras más ora uno, más quiere orar. Es llenarse del Agua Viva que Jesús nos
da.

Es importante recordar que Jesús oró en los momentos importantes de su misión. Y es al


contemplar a Jesús en oración que nosotros, sus discípulos, sentimos la necesidad de orar. Por
eso, con el hecho de su oración, Jesús nos enseña a orar. Nuestro camino de oración es su propia
oración al Padre.

Al enseñarnos a orar, Jesús insiste primero en la conversión del corazón, que así aprende a orar
en la fe. Nos enseña a pedir en su nombre, con audacia y confianza, con insistencia y humildad,
con paciencia y amor.

5.3.10. Celebrando la vida en los sacramentos

Cristo glorificado sigue actuando en Su Iglesia y por medio de Su Iglesia. Es Él mismo quien nos
sigue comunicando Su Vida divina por la Acción de su Cuerpo. En la vida toda del Pueblo de Dios,

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y en particular en los Sacramentos, encontramos la Fuente de Vida que nos anima en nuestro
diario caminar y nos capacita para vivir nuestra vocación a la Santidad.

Signos eficaces de la Gracia, confiados por Cristo a la Iglesia, los Sacramentos se convierten en
Celebraciones de Vida: Vida Divina que Cristo derrama abundantemente sobre nosotros. En ellos
encontramos la Fuerza de lo Alto que nos capacita para vivir plenamente la vocación a la que Dios
Padre nos llama: La Santidad.

Cada sacramento es un encuentro con el Padre por Jesús en el Espíritu Santo; es comunión con la
Santísima Trinidad. Es también un encuentro de toda la Comunidad Cristiana, reunida en torno a
Jesús. Así, los discípulos reunidos en torno a su Señor viven del misterio de la Salvación por medio
de la acción salvífica que la Iglesia realiza en el Espíritu. Los sacramentos fortalecen la comunión
entre los cristianos y edifican paulatinamente el Cuerpo de Cristo. Hoy se nos presenta el desafío
de hacer de cada Sacramento una Celebración joven y viva de la Presencia de Jesús vivo en
medio de nosotros.

5.3.11. Comprometidos en el servicio al hermano, sobre todo al más necesitado

Sabemos por la Palabra de Dios que quien no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios
a quien no ve (cfr. I Jn. 4,20). Al descubrir nuestra dignidad trascendente y nuestra vocación divina,
descubrimos la imagen de Dios en cada hombre, especialmente en los que más se parecen a
Cristo por ser pobres y necesitados. La Gracia nos compromete a trabajar en la salvación de
nuestros hermanos y a servirlos, a ejemplo de Jesús, quien vino a servir y no a ser servido (cfr.
Mt.20,28) Esta es la prueba de nuestro amor a Dios y de que el Espíritu Santo habita en nosotros:
en que sabemos amar y servir. Encontramos en el servicio y la caridad la expresión concreta del
Amor del cual nosotros mismos somos objeto.

5.3.12. En resumen todo esto es vivir en Santidad a la cual estamos llamados todos: "Sean
perfectos como el Padre Celestial es perfecto".

Al encontrar en Cristo la plenitud de la Vida, descubrimos la auténtica vocación del hombre: la


Santidad, unión íntima con Dios por medio de la Gracia. Llamados a vivir en santidad, es decir, en
la perfección que es reflejo de la perfección del Padre, nos esforzamos en colaborar con la Gracia
Divina para alcanzar en forma cada vez más plena el ideal al que Jesús nos llama., ideal que es a
la vez Don Divino y colaboración humana por nuestro esfuerzo personal y comunitario.

5.4 COMPARTIDA CON LOS DEMÁS

Jesús que es la Vida, nos ha llamado a la Vida Nueva. No es una vida que deba llevarse aislada o
escondida lejos de otros. Es para vivirla compartida con los demás. Es una vida en comunión.

5.4.1. Esta comunión es Dios a través de los hombres

A "ser santos e irreprochables en el amor" (Ef 1,4 ) nos exhorta el Apóstol Pablo. El primer llamado
que tenemos en nuestra vida es a ser Santos. Vivir esta santidad es renacer por el Espíritu Santo
según la imagen y semejanza con Dios. Es vivir en el amor, con y para el amor, (Dios es amor). Es
reconocernos hijos de Dios, y amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo
nuestro Ser a Dios. Ahora bien, es necesario concretizar nuestro amor a Dios. No se puede quedar
en meras palabras. Tenemos que expresar nuestro amor a Él, en el reconocimiento de los demás
como hijos suyos. Hay que amarlos.

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El amor de Dios en nuestras vidas nos interpela y compromete a amar a nuestros hermanos. Jesús
lo expresa claramente momentos antes de comenzar su pasión. "Como mi Padre me amó, yo
también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandatos
permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco
en su amor... Este es el mandamiento mío: que se aman los unos a los otros como yo los he
amado. Nadie tiene más amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 9-12).

Quien dice amar a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (cfr. 1 Jn 4, 20). El Apóstol Juan
es muy duro al respecto y llega a afirmar que "el que no ama permanece en la muerte. El que odia
a su hermano es un asesino y, como saben ustedes, en el asesino no permanece la Vida eterna"
(1 Jn 3, 15).

Dios ha querido que todos los hombres vivamos formando una sola familia, puesto que todos
hemos sido creados a imagen y semejanza con Dios, tenemos un mismo origen y estamos
llamados a un mismo fin: DIOS. Nuestra vocación es compartir todos, la Gloria de Dios.

Jesús mismo que, con su muerte y resurrección nos ha traído la reconciliación con el Padre y la
reconciliación entre nosotros, es quien hace oración al Padre para que nosotros seamos uno solo,
como Él y el Padre son Uno (cfr. Jn 17, 21). Con esta oración suya, Jesús "sugiere una cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en
la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha
amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí
mismo a los demás" .(G.S. 24)

Sin la caridad el ser humano no puede llegar a vivir la plenitud de su existencia. El Papa nos
dice: "no despreciéis jamás la caridad, que es la cosa "más grande" que ha manifestado a través
de la Cruz, sin la cual la vida humana no tiene raíz ni sentido" (Juan Pablo II, Discurso en España).

Quede bien claro "si no tengo amor, nada soy" (1 Cor 13, 1-4)

5.4.2. Reunidos en torno a Jesús

Dios nos ha llamado a vivir en comunión con Él y con nuestros hermanos, lo cual lo logramos si
estamos centrados en torno a Jesús y unidos a El. Nuestra vida tiene que ser profundamente cristo
céntrica.

Jesús desde el principio y a lo largo de toda su vida publica, congrega en torno suyo a los
discípulos. Es Él quien los elige, y los llama a la unidad en Su persona. Ellos, al escuchar el
llamado de Jesús, experimentan una conversión, es decir un verdadero cambio en su vida. Esta
renovación es tan sólo el principio de un largo caminar para quien se decide seguir a Jesús. Es una
actitud que se toma una vez y debe durar. Se trata de un comportamiento constante, de una
decisión permanente.

No basta en nuestra vida con haber aceptado la Buena Nueva y ser discípulo de Cristo. No basta
con haber recibido la Gracia de Dios sino que es indispensable permanecer unido siempre a Jesús.
Estar unido a Jesús significa para uno permanecer :

√ en la caridad fraterna

√ en la enseñanza de los apóstoles

√ en la oración.

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√ en la Eucaristía.

√ en los sacramentos

Los primeros discípulos, habiendo incluso ya participado de la muerte y la resurrección de Jesús,


son capaces únicamente hasta la venida del Espíritu Santo, de poder entregar completamente su
vida al Señor. Perseveran entonces en su Fe y se congregan siempre por El, con El y para El. Al
final de cuentas, no teniendo nada o apenas algo en común, los une ahora un solo amor de
hermanos. Efectivamente, los une una sola y única persona: Jesús.

San Pablo insiste en aconsejarnos con firmeza:

"Mantengan entre ustedes lazos de paz y permanezcan unidos en el mismo Espíritu. Sean un
cuerpo y un espíritu, pues al ser llamados por Dios, se dio a todos la misma esperanza. Uno es el
Señor, una la fe, uno el bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos, que está por encima de todos, y
que actúa por todos y en todos." (Ef 4, 3-6)

Jesús sabe bien de que barro estamos hechos y El mismo nos pide que permanezcamos en su
amor, para que demos mucho fruto y no desfallezcamos. Transcribamos la parábola de la Vid que
nos señala con firmeza la exigencia de nuestra unión con Cristo.

Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador.

Si alguna de mis ramas no produce fruto, Él la corta; y limpia toda rama que produce fruto para que
de más.

"Ustedes ya están limpios. La palabra que les he dirigido los ha purificado. Permanezcan en mí y
yo permaneceré en Ustedes.

"Como la rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece en la planta, así tampoco
pueden ustedes producir frutos si no permanecen en mí.

Yo soy la vid y ustedes las ramas. Si alguien permanece en mí,

y yo en él, produce mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada.

" El que no se quede en mi, será arrojado afuera y se secará como ramas muertas...

Si se quedan en mí, y mis palabras permanecen en Ustedes,

todo lo que deseen lo pedirán y se les concederá."

(Jn 15 1-7).

5.4.3. Esta comunidad es la Iglesia. Pueblo de Dios peregrino.

Consumada la obra para la cual el Padre envío a su Hijo, a saber, la reconciliación del hombre con
Dios y la reconciliación entre los hombres mismos, y con la llegada recia del Espíritu Santo el día
de Pentecostés, Dios determinó congregar a los seres humanos para que le amasen y se amarán
en un mismo Espíritu.

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Este ha sido el designio de Dios aún desde antes de la creación. Así lo afirma el Concilio Vaticano
II al decirnos que " el Padre Eterno... estableció convocar a quienes creen en Cristo en la Santa
Iglesia...". (L.G. 2). Este llamado de Dios, lo sabemos, es para todos los hombres no importando el
país, lengua o cualquier otro factor. Es un llamado para congregarnos en torno a Jesús
convirtiéndonos en sus discípulos. "La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero"
(C.C. 752)

"La palabra 'Iglesia' [ekklesia, del griego ek-kalein, 'llamar fuera'] significa "convocación"... es el
término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la
asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios. como su Pueblo Santo. Dándose así misma
el nombre de 'Iglesia', la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de
aquella asamblea." (C.C. 751)

La Iglesia es un hecho importante en la historia del Hombre " ' El mundo fue creado en orden a la
Iglesia' decían los cristianos de los primeros tiempos. Dios creó el mundo en orden a la comunión
en su Vida Divina, 'comunión' que se realiza mediante la 'convocación' de los hombres en Cristo, y
esta 'convocación' es la Iglesia' " (C.C. 760)

La Iglesia designio de Dios "fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente
en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (L.G. 2). A ésta, seguirá una Alianza
Nueva que será eterna y definitiva.

Llegada la plenitud de los tiempos, Jesús realiza esta Nueva Alianza. El hijo cumple la voluntad del
Padre y comienza a formar su Iglesia, ya desde el mismo momento en que predica la Buena
Nueva. Jesús anuncia el Reino Dios. El mismo es el Reino de Dios.

Este anuncio suscita en los discípulos un deseo de conversión y de adhesión a El. Cristo los llama
a congregarse en torno suyo, El es la cabeza, pastor y maestro del pequeño grupo. A ellos enseña
en forma especial, les muestra una nueva manera de pensar y obrar. Forma con ellos su propia
comunidad.

Esta comunidad es el principio de la Iglesia. Cristo mismo la va edificando y la prepara. "La Iglesia
ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución
de la Eucaristía y realizado en la Cruz" (C.C. 766). En Pentecostés, el Espíritu Santo es enviado
para que guíe y santifique permanentemente a la Iglesia. A partir de ese momento la Iglesia
manifiesta la misión para la cual ha sido edificada por Dios: "Como la Iglesia es 'convocatoria' de
salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada por
Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos" (C.C. 767)

La Iglesia es al mismo tiempo el nuevo Pueblo de Dios. Enseña el Concilio que "en todo tiempo y
en todo pueblo es grato a Dios quien le teme y practica la justicia. Sin embargo, fue voluntad de
Dios el santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros,
sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente." (L.G. 9). Al
principio fue el Pueblo de Israel, ya lo hemos dicho "como preparación y figura de la Alianza nueva
y perfecta que había de pactarse con Cristo" (L.G. 9). " Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo
Testamento en su sangre, lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se
unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyese el Nuevo Pueblo de Dios" (L.G. 9).
(cfr. C.C. 781).

"El Pueblo de Dios tiene características que lo distinguen claramente de todos los grupos
religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:

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C Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido
para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: 'una raza elegida, un sacerdocio real,
una nación santa'. (1Pe 2,9)

C se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el 'nacimiento de
arriba', 'del agua y del Espíritu' (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el bautismo.

C Este Pueblo tiene por jefe (cabeza) a Jesús el Cristo (ungido, Mesías): porque la misma unción.
el Espíritu Santo, fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es 'el Pueblo mesiánico'.

C 'La identidad de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones
habita el Espíritu Santo como un templo'.

C 'Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cfr Jn 13, 34). ' Esta es
la ley 'nueva' del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5,25)

C Su misión es ser la sal de la Tierra y la luz del mundo (cfr. Mt 5, 13-16). 'Es un germen muy
seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano'

C 'Su destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido
hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección' (L.G. 9)" (C.C. 782)

El Pueblo de Dios es también un Pueblo peregrino. "Al concebirse a sí misma como Pueblo, la
Iglesia se define como una realidad en medio de la historia que camina hacia una meta aún no
alcanzada" (D.P. 254)

Este Pueblo de Dios, aún no ha alcanzado la perfección, la cual la alcanzará en la Gloria de su


Señor, cuando Este vuelva triunfante. Mientras tanto la Iglesia se sabe peregrina en este mundo:
Sabe que no es de este mundo pero que está en él. Es consciente de que Dios la ha constituido
Sacramento por el cual se ofrece la salvación a toda la humanidad.

En camino hacia el Padre "no estamos buscándolo todo. Hay algo que ya poseemos en la
esperanza con seguridad y de lo cual debemos dar testimonio. Somos peregrinos, pero también
testigos. Nuestra actitud es de reposo y alegría por lo que ya encontramos y de esperanza por lo
que aún nos falta." (D.P. 265).

"La Iglesia ' va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios'
anunciando la cruz del Señor, hasta que Él venga (I Cor 11, 26). Está fortalecida, con la virtud del
resucitado, para triunfar con paciencia y con caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas
como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que
se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos" (L.G. 8).

5.4.4. Es el cuerpo místico de Cristo.

“La Iglesia es inseparable de Cristo porque El mismo la fundó por un acto expreso de su voluntad
sobre los Doce, cuya cabeza es Pedro, instituyéndola como Sacramento universal y necesario de
Salvación" (D.P. 222). El ha decidido llamar y congregar a todos los hombres, de todas las
naciones y de todos los tiempos, a vivir en la unidad de los Hijos de Dios. " A sus hermanos,
convocados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su
Espíritu". (L.G. 7)

Gracias a esta unión a través del Espíritu, la Iglesia y cada uno de sus miembros comparten la vida
de Cristo, y así, los hombres "están unidos a Cristo, paciente y glorioso por los sacramentos, de un

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modo arcano y real" (L.G. 7). Esto es especialmente cierto en dos sacramentos, el Bautismo y la
Eucaristía.

Efectivamente, "al ser bautizados fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su muerte, a
fin de que, al igual que Cristo, quien fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre,
también nosotros caminemos en una vida nueva." (Rm 6, 4-5).

En la Eucaristía compartimos realmente el cuerpo y la sangre de Cristo. Jesús afirma


categóricamente " mi carne es comida verdadera y mi sangre es bebida verdadera. El que come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Como el Padre que vive, me envió, y yo vivo
por él, así, quien me come a mí tendrá de mi la vida." (Jn 6, 55-57). Así pues estamos en comunión
con Dios y éste nos lleva a estar en comunión con nuestros hermanos " Uno es el pan y por eso
formamos todos un solo cuerpo, porque participamos todos del mismo pan" (1 Cor 10, 17)..

La Iglesia es Cuerpo Místico de Cristo. Es una unidad, y no por serlo, pierde la diversidad de cada
uno de sus miembros. Uno solo es Cristo-Dios y muchos somos los miembros de su cuerpo. Por lo
mismo cada miembro desarrolla una relación personal con su Señor y a la vez crece en la unidad
con cada uno de sus hermanos por la acción del Espíritu Santo.

Insistimos, " Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo" (1 Cor 12, 12)

El Espíritu Santo, quien santifica a la Iglesia, derrama sobre ella sus dones tanto ordinarios como
extraordinarios, con la finalidad de que pueda ser Sacramento visible de comunión y salvación.
Estos dones están ordenados a la edificación de la Iglesia, el bien de los hombres y a responder a
las necesidades del mundo. De aquí que cada uno de sus miembros tenga una función diversa, de
acuerdo a la misión muy específica que Dios le ha dado.

"El cuerpo no se compone de una sola parte, sino de muchas. Por eso, aunque el pie diga: Yo no
soy mano, y por eso no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo...si todos fueran la
misma parte, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero hay muchas partes y un solo cuerpo." (1 Cor 12, 14.
19)

El mayor don que el Espíritu Santo ha derramado en la Iglesia, es la Caridad. San Pablo
afirma: "ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los tres es el amor
" (1 Cor 13,13). La Caridad es el gran don al que todos los miembros debemos aspirar. Por la
Caridad Dios dispone que cada uno de los miembros del cuerpo se preocupen unos por
otros. "Cuando uno sufre, todos los demás sufren con él, y cuando recibe honor, todos se alegran
con él." (1 Cor 12, 26)

Estos dones son dados gracias a los méritos de la Cabeza. En efecto, "ustedes son el cuerpo de
Cristo y cada uno en particular es miembro de él" (1 Cor 12, 27). Cristo es el principio y el fin, por
Él fueron creadas las cosas del cielo y de la tierra, lo visible y lo invisible. (cfr. Col 1)

Cristo, Cabeza de la Iglesia, sabe que estamos en un proceso de perfeccionamiento y que es


necesaria su acción para que lleguemos al Reino prometido. " Es necesario que todos los
miembros se hagan conformes a El hasta el extremo de que Cristo quede formado en ellos (Gal 4,
19). Por eso somos incorporados a los misterios de su vida, configurados con Él, muertos y
resucitados con Él, hasta que con Él reinemos" (L.G. 7).

Vivificados por el Espíritu somos hijos y podemos exclamar "Abbá, Padre" hablando con Dios.
Unidos a Cristo estamos unidos a su pasión y si "ahora sufrimos con El, con El recibiremos la
gloria" (Rm 8,17).

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Para finalizar queremos señalar brevemente una concepción de la Iglesia propuesta a los jóvenes
en Puebla y que nos parece se acopla bien con la concepción del Cuerpo Místico: la Iglesia de las
Bienaventuranzas. Los jóvenes son una parte significativa de la Iglesia y le aportan la frescura de
su fe.

Los Obispos señalan que "los jóvenes deben sentir que son Iglesia, experimentándola como lugar
de comunión y participación... en ella los jóvenes se sienten pueblo nuevo; el de las
Bienaventuranzas, sin otra seguridad que Cristo... La Virgen Madre, bondadosa, la creyente fiel,
educa al joven para ser Iglesia" (D.P. 1184). Comprendemos ahora mejor toda la riqueza que
encierra para nosotros el que "la cabeza de este cuerpo es Cristo" como lo expresa la Lumen
Gentium en su número 7.

Ante los ataques constantes que por todos lados recibe la Iglesia, los Auxiliares del M.J.V.C.
deberemos tener un cuidado especial de profundizar más y más en lo que de verdad es la Iglesia
fundada por Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre. Debemos estudiar los Documentos del
Vaticano II, en especial Lumen Gentium y Gaudium et Spes, así como el Documento de Puebla y
otros más que sin duda alguna nos ayudarán en nuestro propósito.

5.4.5. Es el germen y principio del Reino de Dios

Jesús durante su vida publica, no anuncia la venida de la Iglesia, anuncia la llegada del Reino de
Dios. Su presencia inaugura y hace presente entre los hombres, este Reino prometido por Dios.
Mismo que se manifiesta con la Palabra y las obras de Jesús. Este Reino de Dios, se da con mayor
fuerza donde quiera que Dios esté reinando mediante su Gracia y Amor.

Esta acción de reinar Jesús la desea realizar en el mundo a través de la Iglesia. Jesús envía a sus
discípulos a proclamar la Buena Nueva a todos los hombres, y la predicación de la Buena Nueva
ha sido el principio de la Iglesia. Los discípulos, al obedecer el mandato del Señor, anuncian a la
persona de Jesús y con ella están anunciado ya el Reino de Dios. No anuncian propiamente el
Reino sino a Jesús mismo.

Es más: el centro, la cabeza, el esposo de la Iglesia es el mismo Señor Jesús. Al ser la Iglesia
esposa de Dios, se une a Él con un mismo Espíritu, de tal manera que ya no son dos sino una
misma carne.

Es pues la Iglesia por la acción de Jesús Germen y principio del mismo Reino de Dios. "En ella se
manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero.
Es el lugar donde se concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de
Amor, busca solícito a los hombres, para compartir con ellos -en gesto de indecible ternura- su
propia vida trinitaria. La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres
para impulsarlos hacia su meta definitiva" (D.P. 227). Y es "germen que deberá crecer en la
historia, bajo el influjo del Espíritu, hasta el día en que 'Dios sea todo en todos' [1 Cor. 15,28]" (D.P.
228)

Hasta que llegue ese momento la Iglesia debe anunciar continuamente este Reino de Cristo, pero
necesita ser purificada, ser auto evangelizada, ser convertida y renovada continuamente para que
pueda llevar a cabo la tarea encomendada por Dios.

Esto no indica que el Reino no esté presente ya en el mundo por medio de la Iglesia, que es signo
del Reino de Dios. El misterio de la Iglesia es una realidad compleja , en la que se unen lo divino y
lo humano

"Es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la
insondable presencia y fuerza de Dios trino que en ella resplandece, convoca y salva" (D.P. 230)

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5.4.6. Todos formamos parte de ella

" 'La Iglesia es en Cristo como un Sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y
de la unidad de todo el género humano' (L.G. 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los
hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la
unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad
ya está comenzada en ella porque reúne hombres 'de toda nación, raza, pueblo y lengua' (Ap 7, 9);
al mismo tiempo, la Iglesia es 'signo e instrumento' de la plena realización de esta unidad que aún
está por venir." (C.C. 775)

Todos los hombres de todas las épocas y de todas las razas están llamados ser parte de este
Sacramento de unión con Dios. La Iglesia es una y única. Así todos los hombres pertenecen a un
mismo Reino, el Reino de Dios. Este se hace presente siempre de acuerdo a las costumbres y
culturas de cada pueblo. La Nueva Evangelización recoge este gran desafío. La Iglesia de Jesús
es una Iglesia universal. Es una Iglesia Católica. Es una.

Si bien "todos los hombres, están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios" , también es
cierto que " todos los hombres están llamados a esta unidad católica del Pueblo de Dios... y a ella
pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles católicos, sea los demás creyentes en
Cristo, sea también todos los hombres en general, por al Gracia de Dios llamados a la salvación"
(L.G. 13).

5.4.7. Dentro de ella estamos llamados a vivir en plenitud.

El ser humano ha orientado siempre su trabajo y su esfuerzo a vivir mejor, ser más pleno, más
libre, alcanzar la perfección. Sin embargo, por sí solo nunca podrá llegar a la plenitud, ya que se
trata, lo hemos visto, de un camino de perfección que significa vivir la santidad.

"Todos los fieles, de cualquier condición y estado... son llamados por el Señor, cada uno por su
camino , a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre" (L.G. 11).

La Iglesia, por ser esposa de Cristo, esta unida a Él. Esta unión la santifica. Santa por Cristo, en
Cristo, y para Cristo, al mismo tiempo que es santificada ella misma, también son santificados
todos sus miembros, a través de ella.

"Todas las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir 'la santificación de los hombres en Cristo
y la glorificación de Dios' " (S.C. 10) (C.C. 824).

El Concilio enseña que la Iglesia es Santificadora ya que en y a través de ella el hombre se


santifica: "La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la
Santidad por la Gracia de Dios"(L.G. 48) es para nosotros una verdad muy firme.

La Iglesia es pues el signo de que es posible vivir la santidad aquí en la Tierra. La Iglesia es santa,
aunque todavía imperfecta. Su perfección será cuando llegue el tiempo de la restauración de todo,
cuando Jesús, como Señor que es del Universo, venga y ordene todo entregándolo a su Padre
celestial (cfr L.G. 48).

La Iglesia es la comunidad de creyentes, que reconociéndose pecadores, buscan vivir la Santidad.


Dios que conoce nuestra naturaleza nos ha dado las virtudes que llamamos teologales. Estas son

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infundidas en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como verdaderos hijos de Dios.
Vivimos en Gracia de Dios y somos así santos, capaces de poder alcanzar la vida eterna. Estas
virtudes son la garantía de la acción de Dios en el creyente. Con esto afirmamos y proclamamos
nuestra Iglesia como una comunidad de FE, ESPERANZA y CARIDAD.

5.4.7.1 Creciendo en la fe, la esperanza y la caridad

Veamos una a una las virtudes teologales mencionadas.

Ø LA FE

"La fe es ante todo, una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo, e
inseparablemente, el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado" (C.C. 150). Es creer
en Dios y en lo que nos ha revelado. Es creerle a Dios.

"La Fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El " (C.C. 153). Es posible vivirla
por la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, siendo al mismo tiempo un acto humano para nada
ajeno a la voluntad y a la inteligencia de la persona.

"En la Fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: ' creer es un acto del
entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante
la gracia"" (C. C. 155). La fe nos lleva a decir : CREO.

"La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero
la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado
la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro,
debe transmitirla a otro." (C.C. 166).

La vida de la fe pide necesariamente contacto con otras personas:

a) que trasmitan la fe.

b) Nos ayuden a crecer en la fe.

c) y a transmitirla a otros.

Recibimos y damos; compartimos y ayudamos a otros a recibir la fe y a que la acrecienten.

"Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser
sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros." (C.C. 166)

" 'Creo' (Símbolo de los Apóstoles): Es la Fe de la Iglesia profesada personalmente por cada
creyente, principalmente en su bautismo. 'Creemos' (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el
original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en concilio o, más
generalmente, por la Asamblea litúrgica de los creyentes. 'Creo', es también la Iglesia, nuestra
Madre, que responde a Dios por su Fe y que nos enseña a decir: 'creo', 'creemos' "(C.C. 167).

Recordemos que en la comunidad cristiana usamos dos fórmulas para la profesión de fe: el
Símbolo de los Apóstoles y el Credo de Nicea-Constantinopla. (cfr. C.C. 185-197).

La Iglesia es pues la primera en creer y en sostener nuestra fe. Solamente por ella somos
impulsados a decir CREO-CREEMOS. La Salvación viene de Dios, y es a través de la Iglesia, con

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y en la Iglesia que recibimos este don, que "recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el
bautismo" (C.C. 168).

" Puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre ... Porque es
nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe" (C.C. 169).

"La Iglesia, que es 'columna y fundamento de la verdad' (1 Tm 3, 15), guarda fielmente 'la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre' (Jd. 3)" (C.C. 171). A través de la fe de otras
personas, comenzando por los apóstoles y hasta hoy, la Iglesia nos ha transmitido las enseñanzas
de Jesús. " Desde siglos, a través de muchas lenguas, culturas, pueblos y naciones, la Iglesia no
cesa de confesar su única fe... " (C.C. 172).

Ø LA ESPERANZA.

"La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna
como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no
en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo." (C.C. 1817).

Corresponde al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en nuestro corazón, confiar en que Él lo va
llenar. Si tenemos pies, es por que hay un camino que recorrer; si tenemos ojos es porque hay
cosas que mirar; si tenemos ese anhelo infinito de felicidad es porque se puede llenar. Solo lo
infinito del amor de Dios lo puede saciar.

Además, la esperanza nos sostiene cuando desfallecemos y abre nuestro corazón a la espera de
la vida Nueva. Es, pues, la esperanza la virtud que nos acompaña en aquellos momentos de
prueba y por la que estamos seguros que alcanzaremos la Gloria prometida por Dios.

"Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra paciencia; la
paciencia, virtud probada; la virtud probada esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado." (Rm 5,
3-5).

"Podemos, por tanto esperar la gloria del Cielo prometida por Dios a los que lo aman (cfr. Rm 8,
28-30) y hacen su voluntad (cfr. Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la
gracia de Dios, 'perseverar hasta el fin' (cfr. Mt 10, 22; cfr. Trento: DS 15541) y obtener el gozo del
Cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo.
En la Esperanza, la Iglesia implora que ' todos los hombres se salven' (1 Tm 2,4) Espera estar en
la gloria del Cielo unida a Cristo, su esposo.(C.C. 1821).

Ø LA CARIDAD.

"La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios" (C.C. 1822.)

La Caridad es el alma de la Santidad a la que todos estamos llamados. La caridad es la gran


revelación de Jesús a nosotros. Es Jesús mismo, quien es signo y realidad del amor del Padre a la
humanidad. En el Sermón de la Montaña Cristo da un nuevo sentido a las leyes de los Judíos
insistiendo una y otra vez, que el camino de la perfección es el amor.

"La ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El sermón del monte, lejos de
abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades
ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade
preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el

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hombre elige entre lo puro y lo impuro (cfr. Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la
caridad y con ellas las otras virtudes . El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la
imitación de la perfección del Padre celestial (cfr. Mt 5, 48) mediante el perdón de los enemigos y la
oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cfr. Mt 5, 44) " (C.C.
1968).

Lejos de señalar preceptos de una Ley, Jesús, en el sermón de la Montaña, nos da consejos
evangélicos, los cuales manifiestan la plenitud de la caridad.

Este mandato de amar, Jesús lo cumple primeramente El mismo. Oigamos: "Como el Padre me
amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor" (Jn 15,9). Jesús experimenta
este amor hacia nosotros y lo vive hasta lo último. Llega al extremo dándolo todo, hasta su vida. De
igual manera nos pide a nosotros que amemos a nuestro prójimo, como El nos amó.

Este amor es fruto del Espíritu Santo, y por ello es posible hacer realidad lo que el Apóstol San
Pablo, nos dice acerca del amor:

"El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa
con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las
ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor
disculpa todo; todo lo cree; lo espera y soporta todo" (1 Co 13, 4-7)

El amor es la virtud que me lleva a la acción, que me impulsa a entregar la mejor de mi mismo a
Dios y a mi prójimo. Si hago las cosas sin amor de nada sirve: "si entrego hasta mi propio cuerpo
para ser quemado, pero sin tener amor de nada me sirve" (1 Co 13, 3). La caridad anima toda la
vida del cristiano.

"El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es 'el vínculo de la
perfección' (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y
término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La
eleva a la perfección sobrenatural del amor divino" (C.C. 1827).

Dice San Pablo:: "Ahora tenemos la Fe, la Esperanza y la Caridad, estas tres. Pero la mayor de
todas ellas es la Caridad" (1 Cor 13, 13). Esta virtud es el fundamento de la Iglesia. Es el primer
mandamiento de Jesús y lo que da sentido a nuestra vida. Nuestro corazón está hecho para amar.
Es Dios quien ha derramado la caridad en nuestros corazones, pero hay que hacer que dé fruto.
Para ello es necesario escuchar la palabra de Dios, cumplir con las obras siguiendo la Voluntad del
mismo Dios, perseverar en la oración, llevar una vida de sacramentos, especialmente la Eucaristía,
negarse a sí mismo y practicar las demás virtudes.

El mayor fruto de la caridad es la comunión; por consiguiente, la Iglesia es un misterio de caridad


por ser un misterio de comunión. El amor a Dios y al prójimo es lo que realmente distingue a los
discípulos de Jesús, lo que distingue a la Iglesia de otras realidades.

"En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la
donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen,
obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y
al servicio del prójimo. Así, la Santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como
brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia la vida de tantos Santos" (L.G. 40).

5.4.7.2. Construyendo la comunidad

La Iglesia es instrumento de salvación, medio necesario para hacer presente esta salvación entre
los hombres, germen y principio del Reino de Dios. Por lo tanto, no se puede ser un cristiano "a mi

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manera", ya que la única manera de ser cristiano, es en el seguimiento fiel de Jesús y formando
parte de su cuerpo. Nosotros estamos llamados a formar la comunidad.

Es en la Iglesia en donde se da el encuentro entre Dios y el hombre, en donde se unen lo divino y


lo humano, integrando de esta manera el cuerpo del Señor. Un cuerpo que tiene una diversidad de
funciones, que son necesarias para construir la común-unión de los hijos de Dios.

Cada uno necesita de los demás, y éstos, a su vez, de cada uno. Todos, por más pequeños,
insignificantes y poco apreciables que parezcan son necesarios. Jesús no formó discípulos
aislados o separados, sino que Él mismo forma su pequeña comunidad, el grupo de los Doce. Les
explica las parábolas, comparte su vida con ellos y los llevando a través de su pasión y muerte
hasta la realidad de la resurrección. Convertidos en Apóstoles y testigos, a ellos se debe la
expansión de la Iglesia "por todo el mundo" (Cf Mt 28, 19-20).

Al igual que los primeros discípulos, la Iglesia, y nosotros dentro de ella, estamos llamados a
formar la comunidad. Esta es un verdadero ambiente de Fe, Esperanza y Caridad, donde se hace
palpable la salvación de Cristo Jesús, como acontecía en la primera comunidad:

"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la fracción del pan y a las oraciones.

"Toda la gente estaba asombrada, ya que se multiplicaban los prodigios y milagros hechos por los
apóstoles en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían.
Vendían sus bienes y propiedades y se los repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos
necesitaba.

"Acudían diariamente al Templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu 'compartían el
pan' en sus casa, comiendo con alegría y sencillez.

"Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo; y el Señor cada día integraba a la
comunidad a los que habían de salvarse" (Hch 2, 42-47).

La comunidad eclesial se vive en una verdadera dimensión de universalidad. Primero, la gran


comunidad de creyentes que se va particularizando en la vida de las Diócesis o Iglesias
Particulares y las Parroquias, hasta llegar a la familia, Iglesia doméstica, que debe ser
auténticamente una pequeña comunidad cristiana. Los documentos del Magisterio, de tiempo para
acá, hablan de la necesidad de formar comunidades, algunas de ellas verdaderas "Comunidades
eclesiales de Base".(cfr. E.N. 58).

El M.J.V.C. y demás movimientos laicales viven su comunión eclesial al servicio de la comunidad


local.

Dentro de las diversas expresiones o niveles de la comunidad lo importante es vivir como


hermanos que han tenido ya, gracias al Espíritu Santo, la experiencia de un encuentro personal
con Jesucristo, Hijo de Dios. Este vivir como hermanos tiene como finalidad el estar unidos,
movidos y animados por un mismo Espíritu, el de Cristo Resucitado.

Formar parte de una comunidad no consiste, necesariamente el vivir juntos, pero sí vivir unidos
mediante vínculos de amor, comprensión, practicando la corrección fraterna, en el
acompañamiento de la Fe y tratando de vivir el Evangelio hasta sus últimas consecuencias, en un
camino de Santidad. No está integrada por perfectos, sino por personas que están decididas a
seguir adelante en su proceso de santificación.

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La comunidad es un fruto de la vida del cristiano. Este fruto es necesario para todo aquél que haya
nacido de nuevo a la vida en gracia y que quiera crecer en la misma. Para los recién nacidos en la
Fe es importante el ingreso a la comunidad de creyentes, en donde recibirán todo el amor, el
apoyo y el cuidado que necesitan para continuar en la Vida Nueva, de Jesús Resucitado.

Es cierto que participando en la vida comunitaria se recibe, y mucho, pero el crecimiento lo


determina la medida en que comparte su persona, es decir, cuanto es, cuanto tiene y sabe. De
esta manera se forma la verdadera comunidad, cuando todos ponen en común sus vidas y sus
dones, en una palabra toda su persona.

Un verdadero proceso de Evangelización nos lleva al ingreso a la comunidad, puesto que el


encuentro personal con Jesús nos lleva al encuentro con el hermano. Quien ama a Jesús, ama a
su Cuerpo, que es la Iglesia, y ama también a todos sus miembros.

Jesús en la Última Cena dice a sus discípulos que, los reconocerán como tales, al ver el amor que
se tengan unos a otros (cfr. Jn.13,35). Queda claro que, el verdadero vínculo de unión es el amor.
Este se manifiesta en la unidad de Fe, esperanza, de criterios y de valores que rigen el estilo de
vida. Admitiendo que cada uno tiene y manifiesta gran diversidad de dones y tareas, es claro que
siempre se manifiesta en ellos un mismo Espíritu, que une a la comunidad.

La comunidad cristiana no tiene su fin en sí misma. Es la fuente y culmen del envío de los
apóstoles. Jesús llamó a sus discípulos, los congregó y después los envió para que buscaran y
formaran a otros discípulos, quienes a su vez, se integrarían a la comunidad. Así pues la
comunidad de creyentes en sus diferentes niveles -Familia, pequeña comunidad, parroquia,
dióccesis e Iglesia Universal, debe ser una comunidad evangelizadora, que luche por anunciar la
Buena Nueva transformando el mundo, en un mundo de paz y verdad, de justicia y amor.

"El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es solamente la
prueba de que somos suyos, sino también la prueba de que El es el enviado del Padre, prueba de
credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo. Evangelizadores: nosotros debemos a los fieles de
Cristo, no la imagen de hombres divididos y separados por las luchas que no sirven para construir
nada, sino la de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales
gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la
evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia. He aquí una
fuente de responsabilidad, pero también de consuelo.

Dicho esto, queremos subrayar el signo de la unidad entre todos los cristianos, como camino e
instrumento de evangelización... Por eso, al anunciar el Año Santo creímos necesario recordar a
todos los fieles del mundo católico que 'la reconciliación de todos los hombres con Dios, nuestro
Padre, depende del restablecimiento de la comunión de aquellos que ya han reconocido y
aceptado en la fe a Jesucristo como Señor de la misericordia, que libera a los hombres y los une
en el espíritu de amor y de verdad ' " (E.N. 77).

5.4.7.3. Viviendo nuestro compromiso bautismal; profeta, sacerdote y pastor.

"En realidad, ya han gustado lo bueno que es el señor. Acérquense a Él : ahí tienen la piedra viva
rechazada por lo hombres, y sin embargo, preciosa para Dios que la escogió. Y ustedes también
son piedras vivas con las que se construye el Templo espiritual destinado al culto perfecto, en el
que por Cristo Jesús se ofrecen sacrificios espirituales y agradables a Dios. (1 Pe 2, 3-5).

Ustedes... son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un Pueblo que
Dios eligió para que fuera suyo y proclamará sus maravillas." (1 Pe 2, 4-6. 9)

55
Por el bautismo, formamos parte de este pueblo elegido por Dios, y somos "piedras vivas con las
que se construye".

Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido 'Sacerdote,
profeta y Rey'. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las
responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas. (cfr. RH 18-21)

La participación del triple oficio de Cristo, tiene su primera Raíz en el Bautismo, su desarrollo en la
Confirmación y su cumplimiento y dinámica de fortaleza en la Eucaristía. Es una participación que
se da al individuo, pero que se da en la comunidad que es la Iglesia (cfr. C.L. 14)

"Precisamente porque deriva de la comunión eclesial, la participación de los fieles laicos en el triple
oficio de Cristo exige ser vivida y actuada en la comunión y para acrecentar esta comunión" (CL
14).

Sacerdote.

"El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes
esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan
a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada de
que goza, forma y dirige el pueblo sacerdotal, confecciona el sacrificio eucarístico en la persona de
Cristo y lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios. Los fieles, en cambio, en virtud de su
sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los
sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la
abnegación y caridad operante." (LG10).

Así como Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la cruz por la salvación de los hombres, y se sigue
continuamente ofreciendo en la celebración Eucarística, nosotros laicos, que estamos incorporados
a Él desde el Bautismo, debemos ofrecernos como hostias vivas y santas que agradan a Dios;
ofrecer nuestra persona y nuestras actividades.

Hablando de los laicos el Concilio afirma que:

"Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano
trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso las mismas
pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales,
aceptables a Dios por Jesucristo (cfr. 1 Pe 2-5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen
piadosísimamente al Padre junto con la oblación del Cuerpo del Señor. De este modo, también los
laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios
" (L.G. 34)

"Todos los fieles de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios
de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
Santidad con la que es perfecto el mismo Padre." (L.G. 11).

Profeta.

56
"El pueblo santo de Dios participa de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo
sobre todo con la vida de fe y caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de
los labios que confiesan su nombre." (L.G. 12)

La participación de este oficio profético, "habilita y compromete a los fieles laicos a acoger con fe el
Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en denunciar el mal con
valentía. Unidos a Cristo el 'gran Profeta' (Lc 7, 16), y constituidos en el Espíritu 'testigos' de Cristo
Resucitado, los fieles laicos son hechos partícipes tanto del sobrenatural sentido de la Fe de la
Iglesia, que 'no puede equivocarse cuando cree', cuanto de la gracia de la palabra (cfr. Hch 2, 17-
18). Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su
vida cotidiana, familiar y social " (CL 14). También deben anunciar y dar razón de su esperanza en
las diversas situaciones que el mundo actual plantea (cfr. L.C. 14).

Pastor (Rey)

"El Pueblo de Dios participa por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza
atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cfr. Jn 12, 32). Cristo Rey y
Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo ' venido a ser servido, sino a servir y
dar su vida en rescate de muchos' (Mt 20, 28) Para el cristiano "servir es reinar" (L.G. 36),
particularmente 'en los pobres y en los que sufren'; allí descubre 'la imagen de su Fundador pobre
y sufriente' (L.G. 8). El pueblo de Dios realiza su 'dignidad regia' viviendo conforme a esta vocación
de servir con Cristo (C.C. 786).

Los fieles deben de ordenar todo lo creado al verdadero bien del hombre, a través de su actividad
cotidiana.

" Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el
servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy
diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles" (E.N. 73).

5.4.8. Con Ella tenemos la misión de evangelizar a los hombres

La Iglesia es la comunión de comuniones, en ella cada uno de los fieles se unen a Cristo, y a su
vez todos los fieles se unen entre sí. Esta comunión de personas o de creyentes, tiene una
finalidad : dar fruto. En efecto, dice Jesús " Ustedes no me escogieron a mí . Soy yo quien los
escogió a ustedes y los he puesto para que produzcan fruto, y ese fruto permanezca. (Jn 15, 16).

Hemos sido llamados para dar fruto: de hecho la comunión entre lo creyentes es el fruto más
importante de la unión con Cristo. El dar fruto significa cumplir con la tarea que Jesús nos ha dado,
es decir cumplir con la misión.

Jesús llamó a los que El quiso y después los envió a predicar. "como mi padre me envió, también
yo los envió" (Jn 20,21). Este mandato del Señor resulta más claro todavía al final del Evangelio de
Mateo: " Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado.
Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo." (Mt 28, 19-20).

"Enviada por Dios a las gentes para ser sacramento universal de salvación, la Iglesia, por
exigencia radical de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su fundador se esfuerza en
anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1).

Predicar el Evangelio es un mandato de Jesús. Se trata de la misión misma de la Iglesia. Esta


misión tiene su fin último en la participación de los hombres en la comunión que existe en el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo.

57
"La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican
mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión:
la comunión es misionera y la misión es para la comunión. Siempre es el único e idéntico Espíritu
el que convoca y une la Iglesia y el que la envía a predicar el Evangelio ' hasta los confines de la
tierra' (Hech 1,8) (C.L. 32).

La Iglesia ha recibido la misión de anunciar el reino de Cristo. (L.G. 1). La MISIÓN DE LA IGLESIA,
SU RAZÓN DE SER, SE PUEDE RESUMIR EN UNA PALABRA: EVANGELIZAR

Evangelizar constituye , en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más


profunda: Ella existe para evangelizar"(E.N. 14).

En el Capítulo Primero de este Manual Básico hemos desarrollado con mayor detenimiento el tema
de la Evangelización. No se nos olvide tener siempre muy claro cual es el contenido esencial de la
Evangelización. No podemos traicionarlo.

La evangelización recordemos aquí, es un proceso complejo, dinámico, en etapas, que deben


cumplirse todas, pero en orden, es decir, empezando por la proclamación del "nombre, la doctrina,
la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (E.N. 22), y
cumpliendo cabalmente sus objetivos

Tengamos muy presente que el contenido esencial de la evangelización es y seguirá siendo:

la Salvación ofrecida a todo hombre

en Jesús de Nazaret,

por la Gracia y misericordia de Dios.

"Por su propia misión, 'la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma
suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad humana, que debe ser
renovada en Cristo y transformada en familia de Dios' (G.S. 40). El esfuerzo misionero exige
entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los grupos que
aún no creen en Cristo (cfr. RM 42-47); continua con el establecimiento de comunidades cristianas,
'signo de la presencia de Dios en el mundo' (A.G. 15), y en la fundación de Iglesias locales (cfr. RM
48-49); se implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas de
los pueblos (cfr. RM 52-54)." (C.C. 854)

Jesús prometió a sus discípulos estar con ellos hasta el fin de los tiempos. Ha enviado a la Iglesia
para que sea principio y germen del Reino de Dios, para anunciar y ser testigo de su muerte y
resurrección hasta los últimos días

"En verdad, el imperativo de Jesús : "Id y predicad el Evangelio" mantiene siempre vivo su valor, y
está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la actual situación, no sólo del
mundo, si no también de tantas partes de la Iglesia, exige absolutamente que la palabra de Cristo
reciba una obediencia más rápida y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona;
ningún discípulo puede escamotear su propia respuesta: 'Ay de mí si no predicara el Evangelio' (1
Co 9, 16) (CL 33).

5.4.9. para que el hombre descubra en Jesús el culmen de todas sus aspiraciones

La Iglesia, en su tarea de propagar el Reino de Dios aquí en la Tierra, es apostólica, pues


permanece en comunión de Fe y de Vida con sus orígenes, Pedro y los demás apóstoles.

58
"Todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, participan de la misión de la
Iglesia, y cualquiera actividad realizada con el fin de llevarla a cabo es conocida como
"apostolado", de tal manera que la "vocación cristiana, por naturaleza, es también vocación al
apostolado" (AA2).

"El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo Cabeza.
Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la
fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado" (AA3).

"El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en
el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (AA 3).

Cristo mismo es la fuente y origen de todo el apostolado en la Iglesia, y es por eso que la
fecundidad del apostolado, depende de la unión que se tenga con Cristo. Es por la acción del
Espíritu Santo, quien distribuye sus dones según su voluntad, que los fieles de acuerdo a la gracia
recibida, la ponen al servicio de los demás, para construir el cuerpo de Cristo.

La unión íntima con Cristo se logra principalmente en los Sacramentos, de la vida de oración y
sacrificio. Es necesario que los jóvenes apóstoles participen de estos medios, que Dios nos ofrece,
para que, al cumplir como es debido las obligaciones del mundo, no rompamos la unión con Cristo
y nunca vivamos el divorcio entre FE y VIDA, que desgraciadamente se ve con frecuencia.

"Es necesario que los seglares avancen por este camino de santidad con espíritu decidido y alegre,
esforzándose por superar las dificultades con prudente paciencia." (AA 4)

5.4.10. Comprometidos con la Promoción Humana

"Puesto que la Iglesia es consciente de que el hombre -no el hombre abstracto, sino el hombre
concreto e histórico- 'es el primer camino que ella debe recorrer en el cumplimiento de su misión'
(Redemptor Hominis, 14),

"La promoción humana implica actividades que ayudan a despertar la conciencia del hombre en
todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo para ser protagonista de su propio desarrollo
humano y cristiano. Educa para la convivencia, da impulso a la organización, fomenta la
comunicación cristiana de bienes, ayuda de modo eficaz a la comunión y a la participación." (D.P.
477)

" La verdadera promoción humana ha de respetar siempre la verdad sobre Dios y la verdad sobre
el hombre, los derechos de Dios y los derechos del hombre" ((Discurso inaugural de Juan Pablo II,
S.D. 13).

la promoción humana ha de ser consecuencia lógica de la Evangelización, la cual tiende a la


liberación integral de la persona" (cfr. E.N. 29-39) (Discurso inaugural de Juan Pablo II, S.D. 13).

La Iglesia busca a través de la Evangelización, la conversión de corazón y de mente, por la fuerza


liberadora del mensaje que ella proclama : dicho cambio en la persona logra que ella misma
reconozca su dignidad y la dispone a la solidaridad, al compromiso y al servicio de los hermanos.

Estamos frente al problema de la dignidad, "dignidad que no se perdió por la herida del pecado,
sino que fue exaltada por la compasión de Dios, que se revela en el corazón de Jesucristo (Cf Mn
6, 34). La solidaridad cristiana, por ello, es ciertamente servicio a los necesitados, pero sobre todo

59
es fidelidad a Dios. Esto fundamenta lo íntimo de la relación entre evangelización y promoción
humana (cfr. E.N. 31)" (S.D. 159). No olvidemos que, "el joven con las actitudes de Cristo,
promueve y defiende la dignidad de la persona humana" (D.P. 1185)

Son pues la solidaridad y la promoción humana la consecuencia lógica entre la Fe en Dios y el


amor a los hermanos.

"Hermanos ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no lo demuestra con su
manera de actuar? ¿acaso lo puede salvar su fe? Si a un hermano o a una hermana les falta la
ropa y el pan de cada día, y uno ustedes les dice: 'Que les vaya bien; que no sientan frío ni
hambre' sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve? Así pasa con la Fe: si no se demuestra por
la manera de actuar, está completamente muerta..." Ya lo ven: son las obras las que hacen justo al
hombre y no sólo la Fe." (Stgo 2, 14-17. 24).

En los documentos de la Iglesia encontramos que la promoción humana tiene que llevar al hombre
y a la mujer a pasar de condiciones menos humanas a condiciones cada vez más humanas
configurándonos todos cada día mejor con Jesucristo, que es la medida de todo hombre.

5.5. ACOMPAÑADOS DE MARÍA

5.5.1. Madre de Jesús, Madre de Dios

Para que la plenitud del amor de Dios se manifestara entre los hombres, era necesario valerse de
una criatura. Necesitaba "formarle un cuerpo". Toda la carta a los Hebreos nos ayuda a
comprender el sentido de la humanidad de Jesús. Es a través de una Virgen donde el Verbo se
encarna por la acción del Espíritu Santo. "Y el nombre de la Virgen era María" (cfr Lc 1, 26).

Dios ha querido que precediera al Misterio de la Encarnación, la aceptación de aquella mujer, que
Dios había escogido para ser la Madre de su Hijo desde toda la eternidad. Así como por la
desobediencia de una mujer "Eva" entró la muerte, así también por la OBEDIENCIA DE LA FE
entra la nueva alianza para el hombre, se inaugura el nuevo plan de Salvación; por María se hace
presente la nueva vida para los hombres.

El saludo del Ángel Gabriel, anuncia el papel importante de María en la Historia de Salvación, Ella
es la "llena de Gracia", y era necesario que Dios estuviera totalmente presente en su persona, la
llenara de todos los dones necesarios de acuerdo a la Misión que Dios le pedía a María. Ser Madre
de Jesús, Ser Madre de Dios.

María contesta "he aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 37-38). Y a
partir de ese momento "fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con
generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno se consagró totalmente a sí misma, cual
esclava del Señor, a la persona y a la obra de su hijo, sirviendo al Misterio de la redención con El y
bajo El, por la gracia de Dios omnipotente". (L.G. 56)

La concepción de Jesús, es un hecho sobrenatural, gracias a la acción del Espíritu Santo. María ha
sido declarada desde antiguo como la siempre Virgen María. Virgen antes, durante y después del
parto. Este suceso nos manifiesta la "iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene
como Padre más que a Dios (cfr. Lc.2,48-49). La naturaleza humana que ha tomado no le ha
alejado jamás de su Padre... ; consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su
Madre en nuestra humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas (C.C. 503).

La Virgen María es la Madre de Dios, su maternidad y su virginidad son el signo de su Fe " no


adulterada por duda alguna" (L.G. 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (Cfr C. C. 506).

60
5.5. 2. Madre de todos nosotros.

La maternidad de María se extiende a todos los hombres, Cristo se ha hecho hombre para la
salvación de la humanidad, Él es el primero de muchos hermanos, al ser María Madre de Jesús,
también es nuestra Madre.

"Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de
Adopción en el Espíritu Santo por la Fe. "¿Cómo sería eso?" (Lc. 1,34; cfr. Jn.3,9). La participación
de la vida divina no nace 'de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios'
(Jn.1,13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El
sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cfr. 2 Cor. 11,2) se lleva a cabo
perfectamente en la maternidad virginal de María." (C.C. 5055).

María Madre de Cristo es también Madre de la Iglesia. Así como María dio a luz a Cristo en el
mundo, así también lo realiza en el momento de la pasión, da a luz a Cristo en la Iglesia. María es
la verdadera Madre de Dios, y Madre de todos aquellos hermanos de Cristo, de todos aquellos que
se han congregado por amor a su Hijo.

La bienaventurada Virgen María "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión


con su hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su hijo y
se unió con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su
Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como Madre al discípulo
con estas Palabras: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo'"(L.G. 58). Con estas palabras el Señor Jesús, en la
persona de Juan, nos ha entregado a la Madre de Dios, como Madre de Nosotros, la Iglesia, como
Madre de todos sus discípulos, los discípulos de Jesús.

"Jesús, al ver a la Madre, y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: 'Mujer, ahí
tienes a tu hijo'. Después dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu Madre'. Desde ese momento, el discípulo
se la llevó a su casa. (Jn 19, 26-27).

"Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre,


padeciendo con su Hijo, mientras El moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la
obediencia, la fe, la esperanza, y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural
de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la Gracia" (L.G. 61).

"Y esta Maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en
que prestó fiel asentimiento en la Asunción, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz hasta la
consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio
salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión, los dones de la eterna
salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten
entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz." (L.G.
62).

Como nuestra Madre, Ella nos cuida en todo momento y en los acontecimientos importantes de la
Historia de la Humanidad se ha hecho presente como respuesta de una Madre ante las
necesidades de sus hijos.

En la Iglesia Naciente vemos como, después de que Jesús sube al cielo, los discípulos reconocen
en la persona de María, a la criatura más parecida a su Maestro. Leemos, en efecto, en los Hechos
de los Apóstoles que "todos ellos perseveraban en la oración y con un mismo espíritu, en
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14). Es
así como estuvo presente en Pentecostés cuando Jesús derramó el Espíritu Santo y manifestó
solemnemente el misterio de la salvación humana.

61
Esto nos está indicando cómo los discípulos reconocían en ella a la Madre de Dios y Madre suya,
así como al mismo tiempo a quien era modelo del discípulo. Es por eso, sin duda alguna, que se
congregaban en torno a María.

María, madre de Jesús, ha desempeñado un papel importante y decisivo en la Iglesia. Ya en sus


principios, cuando los apóstoles trataron de recapacitar sobre todo lo que habían visto y oído,
María, único testigo de la Anunciación y de la Vida Oculta de Jesús, les ayudó a entender el
misterio de su personalidad divina y a comprender el mensaje que deberían anunciar.

En Pentecostés también esta presente la Virgen María. A lo largo de la Historia de la Iglesia, a


través de este peregrinar de la humanidad, Ella, la Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre de
cada uno de nosotros, siempre ha estado presente. Una y otra vez intercede ante su Hijo y va
dando respuesta a los diversos problemas del género humano. En parte, este es el sentido de sus
apariciones, a saber, acompañar a la Iglesia, servir a la humanidad. Veamos tres ejemplos que nos
interesan:

C Tepeyac, México.(1531) Cuando se ha descubierto un Nuevo Continente y hay confusión;


cuando se conquista, pero también se quiere evangelizar, surge la presencia de María como la
Estrella de la Evangelización. Se le presenta a un Indígena, Juan Diego, y le dice:

" ... es nada lo que te asusta y te aflige, no se turbe tu corazón, no temas a esa enfermedad, ¿No
estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿ No soy yo tu salud? ¿No estas por fortuna bajo mi protección?
¿Que más has de necesitar"

C Lourdes , Francia (1857) Cuando surge el Movimiento de la Ilustración, a saber, Ideas no


cristianas en favor de los placeres humanos, en donde se niega la existencia de Dios, María se
declara como la inmaculada concepción, y nos pide ser santos e inmaculados ante Dios.

C Fátima, Portugal. (1917) Revolución Rusa y la 1ª Guerra Mundial. Inicio del Comunismo. María
nos pide rezar el Rosario por la conversión del Pueblo Ruso.

"Su figura maternal fue decisiva para que los hombres y mujeres de América Latina se
reconocieran en su dignidad de Hijos de Dios. María es el sello distintivo de la cultura de nuestro
continente. Madre y educadora del naciente pueblo latinoamericano, en Santa María de
Guadalupe, a través del Beato Juan Diego, se 'ofrece un gran ejemplo de Evangelización
perfectamente inculturada' (Juan Pablo II, Discurso Inaugural, 24). Nos ha precedido en la
peregrinación de la fe y en el camino a la gloria, y acompaña a nuestros pueblos que la invocan
con amor hasta que nos encontremos definitivamente con su Hijo. Con alegría y agradecimiento
acogemos el don inmenso de su maternidad, su ternura y protección, y aspiramos a amarla del
mismo modo como Jesucristo la amó. Por eso la invocamos como Estrella de la Primero y de la
Nueva Evangelización" (S.D. 15).

5.5. 3. En Ella descubrimos el valor del servicio, de la sencillez, de la humildad y de la


fortaleza.

La cooperación de la Madre de la Iglesia en el desarrollo de la vida divina de las almas no se agota


en su intersección ante su Hijo. Ella ejerce además sobre los hombres redimidos otra influencia, es
un ejemplo, un modelo para el cristiano.

Dice el dicho "las palabras mueven pero el ejemplo arrastra". El ejemplo de María atrae
irresistiblemente a los fieles a la imitación del modelo divino, Jesucristo, de quien la Virgen es la
más pura y fiel imagen.

62
El Evangelio de Lucas nos narra el momento de la anunciación. El Ángel saluda a María como
"Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Estas palabras la impresionaron
mucho, no entendía qué querían decir. Dios respeta tanto la libertad del hombre, que le pregunta a
María, si quiere ser la Madre del Salvador del mundo. Tal vez en esos momentos María no
entendía nada, había un contraste entre los planes de ella y los de Dios.

Se establece un diálogo entre María y el Ángel, y al termino del mismo María se declara como la
esclava de Dios: "Yo soy la servidora del Señor; hágase en mí lo que has dicho" (Lc 1, 38). Abre su
corazón a la voluntad de Dios, acoge a plenitud su designio, es un profundo acto de humildad, de
madurez en la Fe y un inmenso amor a Dios y a la humanidad.

Escuchó, preguntó, pero se hizo la servidora de Dios. No en el sentido en que muchos piensan que
Dios no toma en cuenta a los hombres; que los usa realmente como un instrumento. María es el
ejemplo de como Dios quiere relacionarse con los hombres. Primero respeta la libertad de la
persona, y se entrega todo Él, para amar a la persona. Dios no quería un robot sin voluntad, Él
buscaba una Madre para su Hijo.

La postura de María no es una falsa humildad, es por el contrario todo un acto de abandono y
entrega a su Creador. Así es María: "La servidora". En la anunciación María se hace sierva de
Dios; ella es quien sirve en todo momento; su vida fue un continuo entregarse por amor a Dios y a
los hombres.

"La escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la circunstancia del parto, le hace
el servicio mucho mayor de anunciarle el Evangelio con las palabras del Magnificat. En Caná está
atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca la fe de los discípulos que 'creyeron
en ÉL' (Jn 2, 11) Todo su servicio a los hombres es abrirlos al Evangelio e invitarlos a su
obediencia: 'Haced lo que Él les diga' (Jn.2,5)" (D.P. 300).

Después del saludo del ángel cambia la vida de María, quien no pierde la paz interior. No se pone
soberbia, ni intenta presumir por esa gracia tan esperada por todas las mujeres de Israel y que
Dios le ha regalado a Ella. Se siente y actúa como "la Esclava del Señor". Y bien sabemos que el
esclavo es precisamente aquel que pertenece totalmente a su dueño.

María sabe que es llena de gracia y esta certeza la lleva a vivir un mayor anonadamiento, mayor
actitud de dependencia y aceptación de la voluntad de Dios.

María acoge la Palabra de Dios como algo maravilloso, porque ella ya vive para Dios. Y si El es su
dueño y ella esclava, aceptarlo y obedecerlo es lo normal. Esto ya para ella es tan habitual, que la
voluntad de Dios y la suya son una sola. Obedece sin condiciones. Por esto la asocia al Misterio de
la Redención del hombre. La Madre y su Hijo (Jesús) le obedecen al Padre con mucho amor y es
posible la liberación del hombre. Entonces, Dios deja de estar distante para estar cerca: "El Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn. 1, 14). María obedece... Dios se Encarna... el hombre es
Redimido. Vivamos así nosotros. Dios nos quiere dispuestos a obedecerle, para construir con
nosotros el Reino. María nos enseña cómo hacerlo si queremos aprender.

Imitar la fe de María es aceptar en la propia vida la persona de Cristo, su proyecto, sus criterios,
sus puntos de vista, sus cuestionamientos, su jerarquía de valores, su amor al Padre y al Hermano;
su forma de ver las cosas, su manera de juzgar y el proceso para resolver un problema o conflicto.
Imitar la fe de María es fiarnos plenamente de Dios en todas las circunstancias de la vida. Es darle
a El, como María, el primer lugar en nuestra vida, en nuestro corazón.

Como ninguna otra criatura, María AMA Señalábamos hace un momento cómo su amor a Dios lo
muestra ella en la aceptación total de su voluntad. Y si el amor a Dios es de verdad grande,
entonces es capaz de incomodarse para pensar en sus hermanos. Así, nos narra el Evangelio que,

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cuando comenzó su embarazo, partió apresuradamente para donde su prima Isabel, con quien
permaneció cerca de tres meses. (Cf. Lc. 1, 39.56). El amor siempre tiene una expresión concreta:
pensar en el otro, ser solidario, ayudar, adelantarse a sus necesidades, perdonar, tolerar, servir.
Cuantas cosas nos enseña María en su actitud de buscar al mas necesitado para ayudarlo. Santa
Isabel era persona de edad avanzada y ya tenia seis meses de embarazo (Cf. Lc. 1, 36), realmente
reclamaba ayuda y colaboración. Se adelanta para ofrecerle fraternalmente su servicio. Quien ama
sinceramente, hace lo mismo, porque el amor es ingenioso.

Tenemos otro texto del Evangelio que nos muestra a María en actitud también de verdadero amor,
las bodas de Caná. Aquí , ella advierte que se han quedado sin vino en un momento mas
importante de la fiesta (Cf. Jn. 2, 4-5). Sin hacer críticas, se acerca a Jesús para interceder. Su
confianza y seguridad en El, hacen que comience los milagros, cuando aun no había llegado la
hora. No se quedó indiferente ante la posibilidad de que los novios pasaran un mal rato. Para
María, nuestras carencias la acercan más a nosotros. Cuando algo falta, está lista para ayudarnos
a superar esos vacíos.

María es la gran servidora de la humanidad. Ofrece el servicio más grande que conoce la Historia,
porque le da Jesús al mundo. Amar como ama María, nos exige: escuchar, obedecer aceptando la
voluntad de aquél que lo puede todo y entregarnos a los hombres por amor a Dios y a ellos.

María la Madre de Dios, con un corazón generoso se consagró como la esclava del Señor. Fue un
instrumento que cooperó para la salvación del mundo por la libre fe y obediencia. Así como la
obediencia de Jesús nos trae la salvación, por María Dios quiso que la mujer también participará
de una manera muy especial en la redención, así como había participado en la caída del género
humano. Si la muerte vino por Eva, la vida vino por María.

"María, llevada a la máxima participación con Cristo, es la colaboradora estrecha en su obra. Ella
fue 'algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante ' (M.C. 37).
No es sólo el fruto admirable de la redención; es también la cooperadora activa. En María se
manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a
Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llega a ser la nueva
Eva junto al nuevo Adán. María , por su cooperación libre en la nueva Alianza de Cristo, es junto a
El protagonista de la historia. Por esta comunión y participación, la Virgen Inmaculada vive ahora
inmersa en el misterio de la Trinidad, alabando la gloria de Dios e intercediendo por los hombres"
(D.P. 293).

Su oración es constante y universal: en ella da gracias a Dios, porque ha hecho obras grandes,
porque ha mirado la pequeñez de su esclava; derribó del trono a los poderosos y elevó a los
humildes; se compadece de los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías. Agradece
que haya socorrido a Israel, su pueblo (Cf. Lc.1, 46ss).

La oración de María es un encuentro con ella misma y con Dios. Con ella misma, porque
humildemente reconoce que gracias a cuanto el Todopoderoso ha hecho con ella, todas las
generaciones la proclamaran Bienaventurada; con Dios, porque dialoga con El, de su propia
experiencia, pero también de la experiencia del pueblo; porque reconoce la misericordia en favor
de Abraham y su descendencia para siempre.

Su diálogo no se centra en los acontecimientos del día o de su pequeño mundo familiar o personal,
sino en la historia de su pueblo. Es mujer del pueblo cuando ora. Es bello reconocer a María orante
como la Esclava del Señor, así como ha vivido. Por eso su oración es coherente. Ora como vive y
vive como ora.

Como buena judía, va a Jerusalén a celebrar las fiestas del pueblo, asiste puntual a la sinagoga En
el cenáculo, cuando los apóstoles, todavía cobardes, esperaban al Espíritu Santo, María, la mujer

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del pueblo, ora con ellos; sostiene su fe débil, alimenta su esperanza y fortifica los vínculos de
fraternidad. Está en medio de ellos como la fiel creyente, para pedir la fuerza del Espíritu para el
cuerpo de su Hijo, la Iglesia (Cf. Madre del Redentor No. 26).

Descubramos en María, a nuestra Maestra de Oración. Ella es la joven que todo lo cree, todo lo
espera, todo lo alcanza; gracias a esta íntima unión que tiene con su Hijo. Ella necesitaba mucho
menos que nosotros y ora siempre. Hagamos lo mismo, porque el mundo nos necesita revestidos
también con la fuerza del Espíritu. Necesitamos la gracia de Dios, para saber rechazar el mal y la
mentira. Para sostenernos como jóvenes católicos, en el esfuerzo por construir la civilización del
amor y para superamos siempre como hijos de Dios.

Qué interesante para nosotros contemplar a María como mujer libre, cuando toma sus decisiones.
Ella decide cambiar los planes en los cuales estaba comprometida su vida afectiva y su futuro, sin
dejarse manipular por su novio y por otras circunstancias. En esa decisión fundamental, fue ella
misma. Aunque ya estaba comprometida con José, dice si a Dios, con total autonomía, sin dejarse
condicionar por su ambiente.

María es una mujer de fe y la fe es liberadora, porque Dios, en quien creemos, transforma y lleva a
la plenitud del amor y de la verdad. "Y la verdad nos hace libres" (cfr. Jn. 8, 32).

Cuando Dios entra en una persona, la transforma desde dentro, destruye en ella las raíces del mal
y la libera. Quien vive como María, destruye en si los poderes que envanecen y las fuerzas que
esclavizan. María es el modelo del cristiano, su trabajo y amor a Dios, la llevan a ser ignorada y
oculta, pero con una entrega y servicio efectivo. En el Evangelio encontramos otros textos que nos
hablan de María como modelo de otras virtudes. Veámoslas:

√ Piedad hacia Dios, pronta a cumplir sus deberes religiosos (Cf. Lc. 2, 21. 22-40. 41).

√ Gratitud por los bienes recibidos (Lc. 1, 46-49), que ofrece en el templo (Lc. 2, 22-24).

√ Fortaleza en el destierro (Cf. Mt 2,13-23); en el dolor (Cf. Jn.19, 25; Lc. 2, 34-35).

√ Pobreza y confianza en el Señor (Cf. Lc. 1, 48; 2, 24).

√ Pureza virginal (Cf. Mt 1,18-25; Lc. 1, 26-38; M.C. No. 57).

5.5. 4. En ella se cumplen las promesas de Dios: Feliz la que ha creído

María esta íntimamente ligada a su Hijo, en ella " todo está referido a Cristo y todo depende de él"
(M.C. 25). Desde el momento de la anunciación hasta la misma Ascensión de Jesús a los cielos.
Ella comparte todo con Él, para la salvación de los hombres: el dolor de la cruz y la gloria de la
resurrección. Es exaltada por su Hijo y por los hombres, reconociéndola como la Madre de Nuestro
Señor, y dándole el lugar que se merece.

María es lo más parecido a Cristo; en ella se cumple la bienaventuranza mayor: "feliz tú que has
creído" (Lc 1, 45). El Magnificat es espejo del alma de María, es un poema que ella recita, en el
cual se mira la culminación de la espiritualidad de los pobres de Yahvé y se prepara el Evangelio
de Cristo.

Celebra todo mis ser la grandeza del Señor

y mi espíritu se alegra en el Dios que me salva

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porque quiso mirar la condición humilde de su esclava,

en adelante todos los hombres dirán que soy dichosa

porque ha hecho en mí maravillas. (Lc.1, 46-48).

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice como el camino de María, es el camino de su Hijo,
camino que la Iglesia debe recorrer.

"Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su destino, no se puede


concluir mejor que volviendo la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su
Misterio, en su "peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para
la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos" (L.G. 69),
aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre:" (C.C. 972).

También el Vaticano II nos habla de la figura de María:

"Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegara a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta
que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en su marcha. Como señal de esperanza
cierta y de consuelo (cfr. 2 Pe.3,10)" (L.G. 68).

En la Virgen María la Iglesia ha llegado a su perfección, es modelo de vida y esperanza para el


creyente. Es María quien logra la máxima realización; es el culmen y resumen de las esperanzas
de la Iglesia y las promesas de Dios a la humanidad. Desde la encarnación quedó unida en Cristo
toda la humanidad. El hombre, por la encarnación, la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo,
ha sido redimido y ha recobrado la dignidad de Hijo de Dios. De esa manera María, por ser Madre
del Salvador, está íntimamente unida a la Redención del hombre y en Ella, asunta al Cielo, está la
Esperanza cierta de la gloria celestial, que Dios tiene preparada a todos aquellos que le aman.

5.5. 5. Ella acompaña y da fuerza a la evangelización.

María con su oración dio comienzo en aquél Pentecostés a la Evangelización del mundo. Desde
entonces y hasta nuestros tiempos en que el Papa nos llama a una Nueva Evangelización, siempre
ha estado acompañando a la Iglesia en esta tarea tan apremiante. En todas y cada una de las
tareas que la Iglesia realice para proclamar a su Hijo y hacer presente el Reino de Dios, María esta
ahí.

"Sea ella la estrella de la Evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del
Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza" (E.N.
81).

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