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M A R Q U É S D E L A VA L D AV I A , 2 | M A D R I D | 2 8 0 1 2 | W W W . S A L E S I A N O S . E S
Como no es la primera vez que lo visitas, seguro que reconoces en él ese espacio para el
color verde, para lo auténtico, para hacer un parón en medio de la jornada. Un jardín
interior es una invitación para SER y disfrutar de la serenidad y de la paz que me otorga
dicho lugar.
Si conoces el camino a ese lugar, acude diariamente y ve cuidando ese espacio lleno de
vida con tu vida. Día a día, lo verás más bonito, con más flores, mejor regado, y es posible
que notes sus frutos en tu vida. Ellos son la Fe, la Esperanza y la Caridad.
Son los frutos que te reportará el encuentro diario con Dios en la Oración.
Comienza como siempre en presencia de Dios (señal de la cruz) y si cabe con unos
minutos de toma de conciencia del día que vas a vivir. Respira con calma, percibiendo tu
cuerpo, tus pulmones, también los ruidos cercanos. No te dejes llenar de pensamientos,
ideas, planes: deséchalos, déjalos pasar sin ponerte nervioso. Luego comienza el día en
compañía de Dios.
Durante la jornada recuerda el manantial escondido, de donde nace todo. El trabajo, las
relaciones deben beber de ese venero de vida; por eso cada tarde acudes a él. De todos
modos, deséalo durante el día : “Como la cierva busca corrientes de agua, así yo también
te busco, Dios mío”. Puedes repetirlo a lo largo del día, como motivo. También puedes
recordar el pensamiento de san Juan de la Cruz, cuando decía que:
Considera cada jornada como una ocasión para buscar la presencia de Dios en todo lo que
haces. Ve recogiendo, no obstante, aquellas cosas que te traigan la memoria, el recuerdo
de Dios a lo largo del día.
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Ø Al final del día
Como las semanas pasadas, vas a dedicar al menos 20’-30’ a resumir el día delante del
Señor. Sigue el esquema ya practicado. Para el encuentro con la palabra tienes estas
sugerencias que te ofrezco para cada día.
El relato puede ayudar a situarte en tu propio “jardín interior”. Es como el jardín de Edén
siempre y cuando vivas en armonía dentro de él, y dejes a Dios habitar en el mismo.
Hoy vas a “ritualizar tu oración”, incorporando a tu lugar de oración algún elemento que
para ti tenga un significado especial (una imagen de Jesús, una imagen de tu familia, hijos
pareja…). Al lado, si aún no lo tenías, puedes preparar una vela, una plantita, y poner en
lugar importante la Palabra de Dios. Dispón todo sin sobre-abundancia de cosas; pero que
sea tu espacio verde.
Siéntete acompañado por Dios: descansa, serénate y deja que el silencio te envuelva.
Ayer fue el jardín de Edén. Hoy te ofrezco el espacio del Templo, que David planeó
construir al Señor. Curiosamente fue un proyecto que él nunca realizó, y en el texto tienes
la explicación. Si bien los lugares son importantes; es más importante caer en la cuenta de
que Dios no cabe en ningún lugar, y que cualquier espacio puede convertirse en Templo de
Dios. Es más, San Pablo nos dirá en 1 Corintios que “somos el templo de Dios”, en donde
el Espíritu Santo habita. De ahí el cuidado de nuestro propio Ser. En primer lugar, lee el
texto despacio y haz silencio agradecido para acogerlo.
Hoy la oración puede llevarte a dibujarte como Templo de Dios. No hace falta que sea un
gran cuadro; pero puedes esbozarte por dentro. Imagina a Cristo como fundamento de
todo y tú como piedra viva asentada el Él.
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Padre nuestro que estás en el cielo, en la tierra,
en todo el universo y en todos y cada uno de nosotros.
Te alabamos y te damos gracias, Dios y Señor nuestro,
porque eres fuente y manantial perpetuo de la vida.
El niño Samuel vivía en el templo de Siló, junto al sacerdote Elí. Es un espacio sagrado, en
donde Dios vive. En el texto, tan conocido, tiene lugar este diálogo precioso entre un niño
que aún no “conocía la voz de Dios” y el mismo Dios, que busca corazones buenos que le
acojan. Mientras lees, imagina que este diálogo es un diálogo interno. Samuel está en su
espacio verde; o mejor Dios le enseña que su corazón es su “espacio verde”; que solo tiene
que dejarlo mullido para que reciba en él las mejores noticias.
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con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre. (Ch. De Foucauld)
Hoy es Jesús, el que en continuidad con una larga lista de creyentes, nos habla del “jardín
secreto”. No hay más que entrar en tu cuarto y con honestidad dejarte mirar por Dios; y
quedarte desnudo ante él. Y Jesús añade: “Y tu Padre que mora en lo escondido te
recompensará”.
Lee despacio el texto y deja silencio. Repite de memoria la frase que te llegue más al
corazón. Haz un examen de conciencia tranquilo, y preséntate tal como eres. Deja que él
te mire, pues te conoce de sobra y no hay nada que ocultar que no conozca. Siéntete
tranquilo y en paz.
Puedes rezar el Padre Nuestro, que es la oración que Jesús emplea para dirigirse al Padre.
Hoy concluimos la semana, en donde hemos sintonizado con “nuestro jardín interior”.
Hoy un creyente al que le costaba ser creyente: Nicodemo. Un maestro judío de la ley, que
buscaba la verdad y por eso acude a ver a Jesús…aunque de noche para no ser visto.
La noche es un tiempo más que un lugar; pero un tiempo lleno de gracia. Es un tiempo
para la búsqueda, para la reflexión, para el diálogo personal e íntimo. También, la noche es
el tiempo preferido por Dios para Salvar: la noche del éxodo, la noche de Belén, la noche
de Jacob y de Samuel etc.
Toma conciencia de que es de noche. Mira el exterior y si alcanzas a ver el cielo, obsérvalo
durante un rato. Luego lee el texto.
Jesús habla de “nacer de nuevo”. Nicodemo se sorprende de que un hombre pueda entrar
de nuevo en el seno de su madre. Jesús le habla de otro nacimiento, que solo el Espíritu
puede conceder.
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especie de pasión que nos lleve a romper con lo que somos, y confiar
en Dios, que puede darnos nueva identidad. Si bien esto es cuestión de tiempo y de
desasimiento personal.
Deja un tiempo de silencio, y deja que Dios haga en ti. Luego puedes recitar esta oración:
Durante el fin de semana, céntrate en el evangelio del domingo. Léelo con corazón
creyente y deja que te hable. Fíjate en las palabras que te llegan más y deja que resuenen
en tu interior. Dios se muestra a través de “mociones” (movimientos) del corazón. Siente,
dialoga, haz silencio y agradece.
Recuerda que puedes enviar tus sensaciones, o alguna pregunta o comentario a algunas
de las personas que se ofrecen como acompañantes.
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