Está en la página 1de 80

P L A N D E FO R M AC I Ó N FA M P 2 0 2 2

ÍNDICE

1 INTRODUCCIÓN
• 1.1. INTRODUCCIÓN
• 1.2. DEFINICIÓN DE VIOLENCIA FILIO-PARENTAL
• 1.3. MODELO EXPLICATIVO DE LA VIOLENCIA FILIO-PARENTAL
• 1.4. ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
• 1.5. ¿SON LOS PADRES AHORA MENOS EFICACES EDUCANDO A SUS HIJOS?

2 CARACTERÍSTICAS DE LOS MENORES


MALTRATADORES
• 2.1. RASGOS INDIVIDUALES
• 2.2. CONTEXTO SOCIO-EDUCATIVO
• 2.3. CONSUMO DE SUSTANCIAS
• 2.4. ENFERMEDADES MENTALES
• 2.5. CONCLUSIÓN

3 CARACTERÍSTICAS DE LAS FAMILIAS


• 3.1. COMPOSICIÓN FAMILIAR
• 3.2. ESTILOS EDUCATIVOS
• 3.3. OTRAS DINÁMICAS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
• 3.4. EXISTENCIA DE PROBLEMÁTICA EN LOS PADRES
• 3.5. EMPLEO DE VIOLENCIA
• 3.6. SITUACIÓN ECONÓMICA FAMILIAR
• 3.7. CAUSAS DE LOS CONFLICTOS EN EL HOGAR

4 LOS SUCESOS VIOLENTOS EN EL HOGAR


• 4.1. ¿CUÁNDO Y POR QUÉ SE DENUNCIA?
• 4.2. FASES DE MALOS TRATOS EN EL FENÓMENO DE LOS MENORES AGRESORES EN EL
ÁMBITO INTRAFAMILIAR
• 4.3. INTERVENCIÓN EN LAS DISTINTAS FASES

1
5 EL SÍNDROME DEL EMPERADOR
• 5.1. TRASTORNO ANTISOCIAL DE LA PERSONALIDAD Y PSICOPATÍA
• 5.2. PSICOPATÍA VS TAP
• 5.3. LA PSICOPATÍA EN LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA
• 5.4. ASPECTOS GENERALES SOBRE LA PSICOPATÍA INFANTIL Y JUVENIL

6 VARIANTES DEL SÍNDROME DEL EMPERADOR


SÍNDROME DEL EMPERADOR
• 6.1. EMPERADORES Y DELINCUENTES
• 6.2. EMPERADORES Y OTROS JÓVENES VIOLENTOS
• 6.3. VARIACIONES DEL SÍNDROME DEL EMPERADOR
• 6.4. EL PSICÓPATA ENVIDIOSO
• 6.5. EL NARCISISMO

7 LA INTERVENCIÓN CON LOS MENORES


• 7.1. EN EL ÁMBITO JUDICIAL
• 7.2. EN EL SERVICIO DE SALUD MENTAL
• 7.3. EN LOS SERVICIOS SOCIALES

8 LOS PROGRAMAS DE TRATAMIENTO


• 8.1. ESTUDIOS ESPECÍFICOS SOBRE VIOLENCIA ASCENDENTE
• 8.2. CONCLUSIONES

9 PROGRAMAS DE TRATAMIENTO PARA


ADOLESCENTES QUE AGREDEN A SUS
PADRES
• 9.1. DESCRIPCIÓN DEL PROGRAMA
• 9.2. OBJETIVOS Y TÉCNICAS APLICADOS EN EL PROGRAMA
• 9.3. TRATAMIENTO PARA PADRES EN EL PROGRAMA
• 9.4. TRATAMIENTO DE FAMILIAS EN EL PROGRAMA

2
10 MEDIDAS EFICACES PARA LA PREVENCIÓN

• 10.1. PADRES MUY COMPETENTES


• 10.2. PAUTAS EDUCATIVAS
• 10.3. CONCLUSIÓN

3
1.INTRODUCCIÓN

1.1. INTRODUCCIÓN
El fenómeno de la violencia filio-parental cobra, día a día,
más relevancia en nuestro contexto social. A pesar de que en
numerosas ocasiones el foco de atención ha recaído en otras
formas de violencia intrafamiliar, parece ser, que lo casos de
menores que agreden a sus padres son cada vez más frecuentes.
Esta nueva forma de violencia tiene unas características propias,
por ello se ha ido diferenciado cada vez más de otros tipos de
violencia.

De este nuevo fenómeno, dan cuenta, precisamente, los


datos aportados por la Fiscalía General del Estado, que ya en el
año 2006 comienza a registrar de manera sistemática el maltrato
ascendente como parte de la categoría de violencia doméstica,
diferente de la violencia de género. Precisamente, en su Memoria
de 2007, del número total de procedimientos incoados, es decir,
iniciados en sus primeros trámites respecto a violencia
doméstica, un 13.30% de los mismos se referían a delitos
cometidos por los hijos hacia sus progenitores y un 2.75% hacia
sus abuelos. Además, se hizo referencia explícita en dichos
4
documentos, del incremento que este fenómeno estaba sufriendo
en los últimos años, teniendo en cuenta que las cifras reflejaban
únicamente los casos extremos que requirieron intervención
judicial, desconociéndose el número de casos que no fueron
denunciados. Sin embargo, en la Memoria de 2011 se comenta
que existe un descenso, pero no lo suficientemente relevante,
por lo que puede decirse que se produce una estabilización de
este tipo de delincuencia intrafamiliar, revistiendo el fenómeno
los mismos caracteres y complejidad puestos de relieve en
anteriores Memorias.

1.2. DEFINICIÓN DE VIOLENCIA FILIO-PARENTAL


Las primeras definiciones que se pueden encontrar sobre la
violencia filio-parental, con al menos 10 años de antigüedad, son
definiciones breves, y poco operacionalizadas. Así, Harbin y
Madden (1979) definieron el fenómeno de violencia filio-parental
como ataques físicos o amenazas verbales y no verbales o daño
físico. Posteriormente, algunos autores, utilizando el «Con flict
Tactics Scale» (CTS) (p.e., Straus, 1979) incluyeron dentro de
este tipo de violencia comportamientos violentos como morder,
golpear, arañar, lanzar objetos, empujar, maltrato verbal y
amenazas. Laurent y Derry (1999) y Wilson (1996), por su parte,
hablaban de este fenómeno como una agresión física repetida a
lo largo del tiempo realizada por el menor contra sus progenitores
(Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O., 2007).

Las definiciones más recientes, por el contrario, están


elaboradas con una mayor operacionalización y similares a otro
tipo de maltrato. Por ejemplo, Cottrell (2001) explica el maltrato
a los progenitores como “cualquier acto de los hijos que provoque
miedo en los padres y que tenga como objetivo hacer daño a
éstos”. Al igual que en el maltrato conyugal, podemos distinguir
las siguientes dimensiones:

• Maltrato físico: pegar, dar puñetazos, empujar, romper y


lanzar objetos, golpear paredes, escupir, etc.

• Maltrato psicológico: intimidar y atemorizar a los padres.

5
• Maltrato emocional: engañar maliciosamente a los padres,
haciéndoles creer que se están volviendo locos; realizar
demandas irrealistas, mentir, fugarse de casa, chantajes
emocionales amenazando con suicidarse o con marcharse
de casa sin tener realmente la intención de hacerlo, etc.

• Maltrato financiero: robar dinero y pertenencias a los


padres, venderlos, destruir la casa o los bienes de los
padres, incurrir en deudas que los padres deben cubrir,
comprar cosas que no se pueden permitir, etc.

Paterson, Luntz, Perlesz y Cotton (2002) se acercan al


fenómeno de un modo más relativista y consideran que para que
el comportamiento de un miembro de la familia sea considerado
violento, otros en la familia han de sentirse amenazados,
intimidados y controlados (Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O.,
2007).

En nuestro entorno, un reciente trabajo de Pereira (2006)


define la violencia filio-parental como «las conductas reiteradas
de violencia física (agresiones, golpes, empujones, arrojar
objetos), verbal (insultos repetidos, amenazas) o no verbal
(gestos amenazadores, ruptura de objetos apreciados) dirigida a
los padres o a los adultos que ocupan su lugar. Se excluyen los
6
casos aislados, la relacionada con el consumo de tóxicos, la
psicopatología grave, la deficiencia mental y el parricidio».

1.3. MODELO EXPLICATIVO DE LA VIOLENCIA FILIO-


PARENTAL
Cottrell y Monk (2004), basándose en otras teorías
ecológicas sobre maltrato doméstico (tanto infantil como de
género) (Belsky, 1980; Dutton, 1985), tratan de exponer un
modelo teórico que abarca los diferentes factores implicados en
la violencia filio-parental. Ellos exponen la interacción recíproca
entre cuatro grandes niveles primarios de influencia:
macrosistema, exosistema, microsistema y ontogenia.

• El macrosistema incluye los valores culturales, creencias y


el modelado social y mediático que influyen y/o legitiman la
violencia, que modelan el «poder» del varón sobre la mujer,
y el papel de «víctima» en las mujeres.

• El exosistema haría referencia a las estructuras sociales que


influyen en el funcionamiento individual y personal, creando
un contexto que potencia la violencia. Ejemplos de ello
serían el estrés financiero, el aislamiento social, el modelado
de la delincuencia, la falta de apoyos comunitarios o
intervenciones profesionales inadecuadas.

• El microsistema implica las dinámicas familiares que


contribuyen al desarrollo de conductas violentas, así como
aquellas que suponen conflictos de poder, estilos de
comunicación inadecuados y limitadas habilidades de
resolución de conflictos.

• Por último, los factores ontogénicos hacen referencia a


aquellos factores propios del joven, como la historia de
abusos, el modelado de conductas violentas, estilos de
apego problemáticos, abuso de sustancias, problemas de
salud mental o historial académico conflictivo. Entre estas
variables, la que más importancia adquiere en el desarrollo
de conductas violentas contra las personas sería el hecho de
haber sido víctima de malos tratos en la infancia.
7
Los autores reflejan en la siguiente figura la interrelación
entre las variables más relevantes de los diferentes niveles
anteriormente descritos, Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O.
(2007).

Tal y como se observa en la Figura 1, son múltiples las


variables que interactúan en el desarrollo de la violencia filio-
parental. En términos generales, es más probable que se dé
violencia filio- parental cuando están presentes numerosas
variables, siendo las variables macrosistémicas las que influyen
constantemente en las variables del resto de sistemas. No
obstante, no es necesario que se den todas las variables descritas
para que ocurra este tipo de violencia. De hecho, algunas de
estas variables (violencia intrafamiliar, enfermedad mental)
cobran mayor relevancia que otras, e incluso dándose de forma
aislada podrían favorecer el posterior desarrollo del maltrato filio-
parental.

A pesar del interés de este modelo teórico, también habría


que señalar que no está exento de limitaciones. Una de estas
limitaciones sería la dificultad para medir las influencias
macrosistémicas (valores y creencias culturales) y su
consiguiente influencia en el resto de variables. Se trata de un
8
modelo que abarca tantas variables que resulta muy complicado
diseñar investigaciones que estudien las premisas de esta teoría.
Además, una perspectiva tan amplia pue de generar que se pasen
por alto otras teorías dinámicas interpersonales que también
podrían aportar interesantes explicaciones a este fenómeno
(teorías familiares sistémicas, del aprendizaje social o del control
social). Sin embargo, no se puede negar que este modelo
explicativo puede contribuir a una mejor y más completa
comprensión de este complejo problema sociofamiliar.

1.4. ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?


¿Ha existido siempre esta violencia hacia los ascendientes,
o es un fenómeno nuevo? Desde luego, siempre ha habido padres
golpeados y extorsionados por sus hijos, pero como ya sabemos,
en los últimos años esta violencia ha tomado más protagonismo
por varias razones.

En primer lugar, porque con la perspectiva temporal de los


últimos 15 años, vemos que se han incrementado otras formas
de violencia protagonizada por los jóvenes, como es el caso de la
violencia juvenil (en particular el pandillismo y las agresiones
violentas, sexuales y homicidios) y el acoso escolar (bullying), es
decir, la violencia física y/o psíquica que, de modo habitual, unos
alumnos ejercen sobre otros. No tiene nada de extraño, por
consiguiente, que también en esta peculiar forma de agredir se
haya producido un incremento muy sustancial.

La segunda razón es que se trata de algo muy difícil de sacar


a la luz. ¿A qué padre o madre le gusta denunciar a su hijo, o
pedir el amparo de los servicios sociales? Cuando tantos casos
han llegado a los organismos públicos, es porque muchos más
padres se han visto afectados y desborda dos en comparación a
lo que ocurría antes.

Por último, muchos de estos casos se “paran” en el sistema


alternativo de la salud privada, particularmente en psicólogos
clínicos o de familia, o bien en los psiquiatras, y esto es posible
porque sólo en los últimos 15 años se ha extendido en España
esta práctica generalizada de acudir al “especialista” cuando hay

9
problemas: si esta red intermedia (entre el niño violento y la
justicia o servicios de menores) no existiera, seguramente, las
administraciones públicas todavía estarían más inundadas de
casos de esta índole, Garrido (2005).

No puede ser casual que determinados menores exhiban ese


comportamiento tan “desnaturalizado” hacia sus padres, al
tiempo que el acoso y la violencia hacia los compañeros en las
escuelas alcanza también un estado de honda preocupación. Para
el profesor Garrido (2005) ambos fenómenos están relacionados,
aunque no provengan exactamente de las mismas causas.
Muchos de los menores que son violentos en la escuela, son
violentos en sus casas. ¿Por qué? Una vez que alguien aprende a
que la dominación tiene sus beneficios, la tentación a extender
ese método exitoso es muy grande.

Por otra parte, si un joven consigue “controlar” a sus padres,


e imponerse con su amenaza o violencia de hecho, mucho más
fácil le resultará amedrentar a compañeros de su colegio y sacar
provecho de esa extorsión.

Respecto a los padres, puede ser que no quieran reconocer


la verdad, y admitir compungidos su fracaso como educadores de
sus hijos. En todo caso, es lo que piensa mucha gente en la
sociedad actual. Pero los padres no son culpables de todo.

En primer lugar, hay bastantes pruebas de que muchos hijos


pueden ser profundamente indisciplinados y violentos sin que los
padres sean los instigadores (por su dejadez o porque ellos
mismos son erráticos y violentos) de esa forma de ser. Muchos
padres se preocupan realmente por sus hijos. Otra cuestión sería
si esos padres han hecho todo lo humanamente posible para
evitar ese resultado, es decir, si no hubieran podido hacerlos
mejor caso de que hubieran contado con la asistencia y ayuda
necesarias. Esta es otra cuestión, y por supuesto la respuesta
con frecuencia tendría que ser en este punto afirmativa. Pero no
es honesto decir que los padres “tienen la culpa”, porque lo
hicieron lo mejor que supieron, y objetivamente eso que hicieron
hubiera bastando en una gran mayoría de niños para que su
formación hubiese estado libre de esos problemas.

10
Aclarada esta cuestión, no hay duda de que muchos padres
son negligentes, o simplemente no saben cómo educar a sus
hijos. El profesor Garrido (2005) piensa que la tiranía de muchos
de estos hijos se puede deber a que sus padres no saben muy
bien cómo proceder cuando éstos son difíciles en su trato. Sin
embargo, opina que la responsabilidad de los padres es menor
cuanto más profunda y precoz es la violencia de los hijos, con la
excepción de aquellas familias que maltratan a sus hijos o los
desatienden gravemente, y son los clientes habituales de los
servicios sociales. En tales casos, se ve que la violencia se
trasmite a través de las generaciones: unos padres que no
deberían haber tenido hijos (por su incapacidad para llevar una
vida de provecho, alejados del alcohol, los robos o las drogas)
tienen hijos que reproducen esos mismos patrones de
marginación y delincuencia. Aquí los padres incompetentes
tienen hijos violentos, sin duda.

1.5. ¿SON LOS PADRES AHORA MENOS EFICACES


EDUCANDO A SUS HIJOS?
Hoy en día hay muchos factores que dificultan la educación
de los hijos por los
padres; no es
simplemente que los
padres no quieran educar,
o que no hayan aprendido
a hacerlo. Se debe echar
un vistazo a la sociedad
actual, por una parte, y a
la filosofía educativa que
preside la acción
educativa de los padres y
de la sociedad, por otra.

El profesor Garrido (2005) tiene seis argumentos de peso


que explican esta cuestión:

11
El avance tecnológico y la economía ha elevado de modo
extraordinario la comodidad y seguridad de los ciudadanos, eso
se ha visto acompañado por un desarrollo brutal de consumismo
y del deseo de obtener los bienes de ese consumo y las
satisfacciones de modo inmediato. Además, el éxito y el prestigio
social se han puesto en la cantidad y rapidez con que las familias
y los individuos pueden acceder a ese consumismo.

En segundo lugar, nunca había existido una sociedad como


la actual donde fuera más obvia la senda para desviarse, donde
las tentaciones para vivir con la filosofía “carpe diem” y del libre
albedrío fueran tan abundantes. Sexo, drogas, alcohol,
glorificación de la violencia, etc. todo está al alcance de la mano,
en múltiples rincones de las grandes ciudades, en televisión e
Internet. Delinquir hoy es mucho más fácil que antes: hay más
dinero, más bienes que son “imprescindibles”, y a esto se añade
que “pasarlo bien” huyendo de la responsabilidad es también
mucho más fácil (alcohol y drogas).

En tercer lugar, y en relación con los niños, cada vez la


sociedad ha retrasado el momento en que éstos deben de
contribuir al bien común, adoptando roles de responsabilidad.
Esto en parte ha sido exigencia del propio proceso de formación
actual, que exige mayor tiempo para el aprendizaje de los
conocimientos y habilidades necesarios para desempeñar un
trabajo en el mercado. El problema es que este mensaje no es
una buena idea cuando se aplica a muchos chicos que tienen un
temperamento difícil, o a padres más ocupados o estresados de
lo que resultaría aconsejable. Estos chicos no aprenden a
controlarse, no desarrollan normas morales que les obliguen a
ser responsables y optan por la tiranía con sus padres, por el
abuso de compañeros de colegio, y muchas veces por el consumo
de alcohol o drogas de modo regular.

En cuarto lugar, los padres muchas veces tienen un


panorama menos alentador que el que ofrece sus títulos
académicos o sus trabajos. Estos padres tienen una presión en
sus trabajos que antes no existía. En efecto, sólo hace quince o
veinte años, el mundo laboral era mucho más estático y pre
decible. Ya nadie puede sentirse seguro, es necesario estar alerta

12
y preparados para competir con mayor fuerza si no queremos
perder nuestro empleo.

El quinto argumento se centra en los roles que han de


cumplir, ya que no son claros. En una sociedad donde hay que
moverse mucho para llegar a fin de mes ¿quién se tiene que
ocupar de los niños?, ¿cómo conciliar el papel de madre y de
trabajadora, cuando el suelo de ella es necesario para pagar un
precio desorbitado por la vivienda? La tasa de divorcio crece, y
los matrimonios demuestran no saber cómo hacer frente a tantas
presiones.

Por último, lo que se considera en parte resultado de todo


lo anterior, y por ello la idea principal acerca de por qué los
padres han perdido la capacidad como educadores, es que la
sociedad ha perdido el objetivo principal de toda educación
humana: crear conciencia, desarrollar un fuerte código moral
acerca de lo que está bien y lo que está mal. La conciencia, el
sentimiento de responsabilidad y de culpa vinculado a un
desarrollo pleno de las emociones morales, ha pasado de moda,
metido en el paquete de lo “obsoleto”, de lo “trasnochado”. Y
obrando de esa manera, se está cometiendo un error.

13
2. CARACTERÍSTICAS DE LOS MENORES
MALTRATADORES

Uno de los objetivos de las investigaciones científicas, en


cuanto a las características de los menores maltratadores, es
descubrir aquello que les define en comparación a los menores
no agresores de familiares. En este sentido se han descubierto
diferentes aspectos que aparecen marcando significativamente
una línea de separación entre jóvenes no maltratadores y
jóvenes que sí lo son.

Los jóvenes denunciados por violencia contra los


progenitores presentan más problemas escolares, más
violencia fuera del hogar, más consumo de sustancias, más
trastornos psicológicos y menor nivel de empatía, autoestima y
tolerancia a la frustración que otros menores infractores.

2.1. RASGOS INDIVIDUALES


Una de las diferencias más notables a nivel individual que
se observó en el estudio de Cuervo y Rechea (2010) fue la
puntuación obtenida en la escala de evaluación de los
precursores de la psicopatía en la infancia y la adolescencia
APSD. Esta escala considera aquellos criterios característicos de
la psicopatía que podrían presentarse durante la
infancia/adolescencia. Consta de 20 ítems que miden tres
dimensiones conductuales: La primera es la insensibilidad
emocional (IE); la segunda es el Narcisismo (NAR) y la tercera
es la Impulsividad (IMP), como se muestra en el cuadro 1.

La APSD está pensada para ser utilizada en niños de entre


6 y 13 años y contestada por el padre/madre y un
educador/profesor del niño. A pesar de que la APSD se creó de
forma concreta para evaluar los rasgos precursores de la
psicopatía previos a la adolescencia (Garrido, López, Silva,
López, & Molina, 2006), también se utiliza de forma extensa en
adolescentes.

14
Los ítems que la componen son calificados en una escala
de 3 puntos: Totalmente Falso (TF), Algunas veces Verdadero
(AV) y Siempre Verdadero (SV), contestados por personas del
entorno del adolescente, quienes conocen su actividad
psicosocial, en la mayoría de los casos padres y profesores
(Loeber, Green Lahey y Stouthamer-Loeber, 1991).

Volviendo a los resultados del estudio de Cuervo y Rechea


(2010), a pesar de la inestabilidad de las características de los
adolescentes, ya que éste es un periodo de transición donde los
cambios físicos, psicológicos y contextuales interaccionan de tal
manera que una modificación en uno de esos niveles provoca
cambios en los otros dos, hay que tener en cuenta que algunos
autores defienden que estos rasgos medidos por la APSD
podrían mantener cierta continuidad a lo largo del tiempo
pudiendo estar presentes en la adolescencia y persistir en la
edad adulta (Hare, 2003). Por este motivo, aunque no nos
enfrentásemos a futuros psicópatas, es necesario intervenir

15
sobre estas características de personalidad que se asocian a la
violencia y que podrían perdurar.

A este respecto se observó en los resultados ofrecidos en


dicha investigación que los sujetos maltratadores ya
presentaban conductas problemáticas en el hogar a edades
tempranas. Estas conductas no distan mucho de las mostradas
por estos menores en los años de la adolescencia, aunque a
otro nivel.

Es decir, en la actualidad, cuando el menor no obtiene


aquello que desea o se opone al establecimiento de pautas de
control de la conducta en el hogar, reacciona de forma violenta,
mientras que a edades tempranas reaccionaba con “pataletas”
intensas, desobediencia extrema y gran oposicionismo ante las
mismas causas. Se podría trazar una línea de continuidad entre
los comportamientos de estos menores en los primeros años de
vida y los que emiten en estos momentos hacia sus padres,
donde la evolución sería meramente cuantitativa y donde los
motivos de los conflictos que generan las respuestas
problemáticas permanecen estables. Este tipo de conductas
podrían utilizarse como un indicativo que ayudase a la detección
temprana de este tipo de sujetos maltratadores, algo que, sin
duda alguna, es de gran importancia para maximizar los
recursos de prevención (Cuervo y Rechea, 2010).

Este tipo de comportamientos problemáticos no deberían


pasar desapercibidos, ya que existen evidencias de que estas
dificultades en niños de corta edad predicen problemas
posteriores en edades más avanzadas. Por ejemplo, las
conductas “difíciles” durante la infancia fueron señaladas por
Moffitt (1993) como una de los rasgos característicos de los
delincuentes adolescentes que persisten en sus conductas
disruptivas en la edad adulta. Sin defender una evolución
inexorable desde los problemas de conducta a edades
tempranas hasta la delincuencia adolescente y adulta, ya que la
evidencia criminológica ha relacionado los comportamientos
disruptivos emitidos en esas distintas etapas vitales (infancia,
adolescencia y edad adulta), se debería tener en cuenta a
aquellos menores que presentan problemas de comportamiento
a edades tempranas para la aplicación de estrategias de
16
prevención no solamente sobre los malos tratos en el hogar,
sino también sobre otras formas de conducta delictiva (Cuervo
y Rechea, 2010).

Además, los jóvenes maltratadores poseen una menor


autoestima y menor nivel de tolerancia a la frustración en
comparación con otro tipo de jóvenes infractores. Si bien la baja
autoestima ha sido frecuentemente relacionada con las
conductas violentas de los adolescentes en general, resulta
interesante destacar que este rasgo es todavía más
pronunciado en los jóvenes que delinquen por violencia filio-
parental.

En el estudio de Calvete et al. (2011) sobre este tipo de


violencia en el ámbito de la población general encontraron que
los jóvenes que agredían a sus padres se caracterizaban por
tener una baja autoestima, un estilo impulsivo de resolución de
conflictos y conducta delincuente. Además, se comprobó que los
jóvenes que agredían a sus padres mostraban un apego más
débil hacia éstos (Agnew y Huguley, 1989; Paulson, Coombs y
Landsverk, 1990), y a su vez en las relaciones de apego
inseguras con los progenitores los hijos se caracterizan por
tener una baja autoestima y baja capacidad de empatía
(Huntsinger y Luecken, 2003; Simons, Paternite y Shore,
2001).

2.2. CONTEXTO SOCIO-EDUCATIVO


Atendiendo al contexto socio-educativo, los estudios
previos indican que los hijos que presentan conductas violentas
hacia sus padres, se caracterizan por conductas disruptivas en
el aula durante la infancia y/o adolescencia, dificultades de
aprendizaje en la adolescencia (Howard y Rottem, 2008; Ibabe,
Jaurequizar, Díaz, 2007), así como problemas de rendimiento
escolar (González-Álvarez, Gesteira, Fernández-Arias y García-
Vera, 2010). Además, estos jóvenes tienden a relacionarse con
grupos de iguales que también ejercen conductas violentas
dentro y fuera de sus hogares (Agnew y Huley, 1989; Cuervo,
Fernández y Rechea, 2008). Este perfil violento no sólo se ha
hallado en estudios con muestras clínicas o judiciales; las

17
investigaciones que han analizado la violencia filio-parental en
la población general también han hallado que los jóvenes que
agreden a sus padres se caracterizan por presentar conductas
delictivas en general (Calvete, Orue y Sampedro, 2011;
Jaurequizar e Ibabe, 2012).

Sobre la actuación de estos sujetos en el medio escolar, la


única variable que se muestra distintiva en los menores
maltratadores es el rendimiento académico. Este tipo de rasgo es
característico de la delincuencia juvenil, aunque no son
solamente los menores agresores los que presentan fracaso
escolar. En este caso, la desmotivación y la ausencia de
responsabilidades que se hallaron en los estudios anteriores en
los sujetos agresores, podrían causar ese fracaso académico.
Ambas características, han aparecido en otras ocasiones sobre
este mismo tipo de población (Ibabe, Jaureguizar y Díaz, 2007;
Garrido, 2007).

Por lo tanto, los menores denunciados por violencia filio-


parental presentan más dificultades escolares que los menores
infractores sin denuncias de ese tipo. Diversas investigaciones
han destacado la relación entre la violencia filio-parental y las
dificultades escolares (González-Álvarez et. Al ., 2010; Howard
y Rotterm, 2008). Del mismo modo, Pagani et al. (2003, 2004)
verificaron que, concretamente, las conductas agresivas en el
contexto escolar predecían las conductas agresivas de los
adolescentes contra sus madres, mientras que Calvate et al.
(2011) encontraron una asociación entre el absentismo escolar
y la violencia filio-parental. De este modo, parece que las
dificultades para controlar las tendencias agresivas se
manifiestan desde una edad muy temprana también en el
contexto escolar, y pueden culminar en conductas agresivas de
mayor calado contra los progenitores.

Por último, y en relación a las características de los


maltratadores en el medio social, hay que destacar que uno de
los rasgos significativos de estos sujetos en comparación a los
menores no maltratadores, es que la mayoría también son
violentos fuera del ámbito familiar (peleas, hurtos y venta de
drogas). Además, estos sujetos se relacionan con otros

18
menores problemáticos, suelen vivir en zonas con cierto índice
de delincuencia que los no maltratadores.

2.3. CONSUMO DE SUSTANCIAS


Otro aspecto de especial interés sería el consumo de
sustancias, que requiere un estudio en profundidad. Hay
evidencias empíricas de la relación entre el consumo de alcohol
y/o drogas y la violencia filio-parental (Ellickson y McGuigan,
2000; Evans y Warren-Sohlberg, 1988; Ibabe y Jaurequizar,
2011; Pagani, Tremblay, Nagin Zoccolillo, Vitaro y McDuff,
2004, 2009). Por el contrario, Walsh y Krienert (2007) hallaron
que en su muestra judicial el comportamiento violento de los
jóvenes hacia sus padres habitualmente no se producía bajo los
efectos del alcohol o las drogas, ya que en un bajo porcentaje
de los adolescentes (menos de un 4%) indicó estar bajo la
influencia de alcohol o drogas cuando cometió el asalto, lo cual
significa que en la mayoría de las agresiones contra los padres
no había relación directa entre el consumo de tóxicos y la
conducta violenta.

Los resultados sobre el abuso de sustancias no son


consistentes, tal vez debido a las diferencias culturales, al tipo
de muestra y a los diferentes aspectos del consumo de drogas
evaluados (consumo regular de sustancias, abuso de
sustancias, tendencia al consumo antes de cometer la
agresión), por lo que esta cuestión requeriría mayor
investigación.

En general, las investigaciones relacionadas con el


consumo de alcohol y drogas no han llegado a resultados
concluyentes sobre el papel del consumo de sustancias en la
violencia filio-parental. En el estudio de Pagani et al. (2009), se
halló que el uso problemático de sustancias doblaba la
probabilidad de que los adolescentes digieran comportamientos
violentos tanto de índole física como verbal hacia sus padres
varones. Sin embargo, en un estudio anterior centrado en la
violencia hacia las madres (Pagani et al., 2004) solamente se
encontró una asociación predictiva significativa para la violencia
verbal hacia ellas. El consumo de alcohol y drogas podría ser un

19
factor agravante de la situación de conflicto familiar pero no
necesariamente el causante del mismo.

2.4. ENFERMEDADES MENTALES


En cuanto al perfil psicopatológico de los jóvenes violentos
con sus padres, Nordstrom y Gunnar (2003) señalan que son
pocos los adolescentes que sufriendo una enfermedad mental
grave como la esquizofrenia, trastorno bipolar o depresión
mayor tiendan a agredir a sus padres. No obstante, en un
reciente estudio en el que se compara una muestra judicial de
jóvenes
denunciados por
violencia filio-
parental con
otro tipo de
infractores, se
halló que los
jóvenes que
agredían a sus
padres
mostraban
mayores tasas
de
hospitalizaciones
psiquiátricas, de intentos de suicidio y de medicación
psicotrópica (Kennedy, Edmonds, Dann y Burnett, 2010). En el
contexto español, estudios basados en muestra clínica y judicial
han confirmado que aproximadamente la mitad de los menores
presenta algún trastorno psicológico, siendo la categoría
diagnóstica más frecuente el déficit de atención y
comportamiento perturbador (Cuervo et al., 2008; Cuervo y
Rechea, 2010; González-Álvarez et al., 2010).

2.5. CONCLUSIÓN
Es obvio que las causas o factores que influyen sobre los
menores que maltratan en el ámbito familiar son múltiples. Un
adolescente que maltrata a sus padres puede hacerlo bien por
20
su temperamento agresivo, por trastornos psicológicos que no
han sido adecuadamente tratados, por los modelos de
comportamientos violentos que se transmiten en la sociedad
actual y por la “impunidad” que en ocasiones se observa en
ellos, por la influencia negativa de los estilos educativos de sus
padres o por la violencia que se ejerce dentro del sistema
familiar (violencia de hijos a padres, violencia marital, etc.), o
probablemente, por la interacción de éstos y muchos otros
factores.

21
3.CARACTERÍSTICAS DE LAS FAMILIAS

El fenómeno que estamos tratando en este tema se


desarrolla en el ámbito privado del hogar familiar, por ello
debemos conocer las características de los sujetos violentos, así
como las características de estas familias y descubrir aquello que
las caracteriza en contraposición a aquellos hogares que no
presentan este tipo de problemas. En este tema vamos a
describir los aspectos relativos a la composición familiar de los
hogares de los menores, el estilo educativo recibido por estos
jóvenes, la relación de los hermanos con los sujetos objeto de
estudio y con sus padres, la posible existencia de otras dinámicas
de violencia familiar, la aparición en algún momento de
problemática en estos padres, la actitud de los padres ante el uso
de la violencia y la situación económica de la familia.

3.1. COMPOSICIÓN FAMILIAR


En la investigación de Cuervo y Rechea (2010), se observó
que el porcentaje de menores no maltratadores que convivían
con ambos padres era casi el doble del hallado en el grupo de
maltratadores. Del mismo modo, el porcentaje de menores
agresores que vivían en hogares monoparentales con la madre
era superior al porcentaje observado en las familias de menores
no agresores. De todas formas, los análisis estadísticos más
profundos mostraron que la relación entre la composición familiar
y el tipo de muestra no era significativa, por lo que se puede
concluir que una familia monoparental no presentaría más
probabilidades de tener por hijos a menores agresores de
familiares.

3.2. ESTILOS EDUCATIVOS


Cuando se hace referencia a las familias donde ocurren
malos tratos a manos de menores, son muchas las voces que
mencionan los estilos educativos que reciben estos jóvenes como
la principal causa del problema de violencia que protagonizan los
22
hijos. Según las investigaciones, el estilo educativo que reciben
los menores agresores por sus padres es inadecuado,
prevaleciendo los patrones inconsistentes y permisivos.

También se ha observado como los estilos de crianza en


estos hogares han evolucionado de adecuados a inadecuados, a
causa de las conductas violentas de maltrato por parte de los
menores. Es decir, las pautas se endurecieron en algunos casos
y se suavizaron en otros. No es de extrañar que los jóvenes
adolescentes presenten dificultades de control de la conducta
durante esos años, pero estos menores maltratadores parecen
presentar más problemas ya que incluso los padres, que siempre
han sabido utilizar estrategias educativas normalizadas, se
equivocan ante la imposibilidad de llevar a buen fin los propósitos
de crianza con sus hijos. Es necesario por lo tanto que a la hora
de afrontar los consejos sobre las pautas de actuación de los
padres hacia los hijos se tenga en cuenta que se trata de
adolescentes especialmente complicados cuyos progenitores no
están totalmente carentes de habilidades parentales.

Aun así, no todos los menores maltratadores reciben


patrones de crianza inadecuados, ya que un 17,6% de estos
educa de forma correcta (Cuervo y Rechea, 2010).

3.3. OTRAS DINÁMICAS DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR


Una de las teorías que tradicionalmente ha caracterizado a
la Criminología para explicar la adquisición de conductas
violentas ha sido la que postula que el ser víctima y/o testigo de
malos tratos en el hogar propicia la repetición de esas conductas
con posterioridad (Widom, 1989). Basándonos en esta teoría
criminológica clásica, se ha estudiado la existencia de otro tipo
de dinámicas de violencia familiar, considerándose pertinente
examinar esta característica en las familias de menores no
maltratadores para así constatar la coincidencia o ausencia de
ella de una historia de malos tratos distinta a la que ejercen los
menores en ambos tipos de familias.

En la mayoría de las ocasiones es el padre el que aparece


en todas las situaciones de maltrato halladas en las

23
investigaciones. En una ocasión concreta (Cuervo y Rechea,
2010), la madre y el compañero sentimental de la madre también
ejercieron malos tratos, siendo este un caso especialmente grave
ya que además del menor agresor, existen tres maltratadores
más.

Los padres agresores de los menores maltratadores suelen


ejercer, sobre todo, violencia hacia su pareja, ya que bien en
solitario bien acompañada del hijo es la víctima en todas las
ocasiones.

3.4. EXISTENCIA DE PROBLEMÁTICA EN LOS PADRES


En el estudio realizado por Cuervo (2010), el porcentaje de
los padres de los menores maltratadores con problemas era
mucho más e levado (41,2%) del encontrado en el grupo de no
maltratadores (5,9%). Aun así, dentro de la muestra de
agresores se podía comprobar que la proporción de padres sin
problemas representaba más de la mitad de la muestra (58,8%).
Como se suponía, la correlación entre la existencia de problemas
y la pertenencia a uno u otro grupo de menores se mostró
significativa, siendo más probable que los jóvenes agresores de
familiares pertenecieran a familias donde el padre sufría algún
tipo de problema (salud, psicológico, adicciones, etc.).

Dentro de aquellos padres que presentaban problemas de


algún tipo, se pudo comprobar que la dificultad hallada en el
padre que pertenecía a la muestra del grupo de no maltratadores
era de salud, mientras que en el grupo de los menores
maltratadores los problemas de aquellos con algún tipo de
problemática, se suceden entre psicológicos, de adicciones, de
salud y delictivos. Los problemas de adicciones y psicológicos
aparecían en casi todos los padres problemáticos, en un
porcentaje de 71,5%. La proporción de padres con problemas de
salud también era elevada ya que lo sufrían un 42,9%, mientras
que el problema que aparecía en menor proporción era el
delictivo que lo hacía con un 14,3%.

Al igual que ocurría con los padres, las madres de los


menores maltratadores presentaron más problemas que aquellas

24
cuyos hijos no eran violentos en el ámbito familiar. De hecho,
ninguna de las madres del grupo de menores no maltratadores
se vio afectada por problemática alguna. La relación entre el
grupo al que pertenecen los menores y la existencia de
problemática en la madre resultó ser significativa, por lo que es
más probable que la madre de un menor maltratador presente
algún tipo de problema.

3.5. EMPLEO DE LA VIOLENCIA


El aprendizaje social de las conductas también podría
justificarse por el hecho de que los padres de estos menores, a
diferencia de los padres de los sujetos no maltratadores, aceptan
el uso de la violencia en algunas ocasiones, al igual que hacen
los jóvenes maltratadores. Pero yendo más allá en los modelos
de los que se pueden aprender las conductas y actitudes positivas
hacia la violencia, no se debe olvidar que estos sujetos se
relacionan con otros menores problemáticos que pueden estar
influyendo notablemente en las actitudes de estos maltratadores
incluso más que los padres. No debe olvidarse que, por una parte,
éstos últimos justifican la violencia para defenderse a sí mismos
o a alguien que está siendo dañado, mientras que muchos de
estos jóvenes lo hacen para obtener sus objetivos. Además, la
toma en consideración del grupo de iguales suele ser más alta
durante la pubertad que durante las etapas vitales anteriores
(Palacios y Oliva, 2005). Por lo tanto, se observan dos factores
familiares que podrían influir en el aprendizaje del uso de la
violencia como técnicas lícitas de obtención de objetivos y
resolución de conflictos: el ser víctima y/o testigo de malos tratos
en el hogar y la exposición a consideraciones favorables a la
violencia.

3.6. SITUACIÓN ECONÓMICA FAMILIAR


Se ha escrito mucho sobre el hecho de pertenecer a una
familia económicamente desfavorecida como factor de riesgo
para la delincuencia. Aunque hoy día son menos las voces que
defienden su importancia como factor facilitador (Rutter y otros,
2000). En el estudio de Cuervo (2010) se demostró que no existía

25
una relación significativa entre ser maltratador o no serlo y la
situación económica de la familia a la que se pertenece.

3.7. CAUSAS DE LOS CONFLICTOS EN EL HOGAR


En el estudio de Cuervo et al. (2008) se descubrió que los
motivos por los que se inician los conflictos familiares que
culminan en una respuesta violenta por parte de los menores, no
parecen diferir en mucho de los que suelen ocurrir entre cualquier
tipo de adolescentes y sus padres.

En posteriores investigaciones (2010) se concluyó que los


motivos que inician los conflictos en los hogares de las familias
de la muestra son comunes en ambos grupos. Los temas
conflictivos en estas familias parecen ser los clásicos entre
adolescentes y sus padres: imposición de normas, las malas
notas, que el menor no obtenga lo que desea de sus padres, etc.
El único motivo que aparece presente en el grupo de
maltratadores y que no aparece en el grupo de no maltratadores
es el absentismo escolar.

Por último y para finalizar las consideraciones sobre las


familias donde se producen malos tratos a manos de menores de
edad, se debe señalar que significativamente los padres de los
jóvenes agresores presentan problemas de algún tipo, aunque en
la mayoría de los casos, cuando sufren problemas psicológicos
estos surgieron a raíz del problema que viven con los hijos.

26
4. LOS SUCESOS VIOLENTOS EN EL
HOGAR
4.1. ¿CUÁNDO Y POR QUÉ SE DENUNCIA?
¿Por qué unos padres denuncian a su hijo maltratador y
otros no? Los resultados del estudio de Cuervo y Rechea (2010)
demuestran que aquellos que ponen en conocimiento de la
justicia el problema de malos tratos que están sufriendo lo
hacen tras haber sido víctima de varios o muchos episodios de
violencia.

Al igual que ocurre con los estilos educativos, que a veces


varían en un intento desesperado de provocar un cambio de
actitud en el menor, la denuncia no se aborda como un castigo,
sino que se toma como el último recurso disponible para
solucionar el problema de malos tratos. Estos padres han
probado distintas estrategias y han esperado durante mucho
tiempo un cambio positivo en el patrón conductual de sus hijos,
pero la ausencia de resultados y la desesperación ante este
hecho les lleva a denunciar a los menores con la esperanza de
que así, se solucione el problema de malos tratos que están
viviendo.

Otro motivo mencionado por los progenitores de estos


jóvenes para la denuncia, es la búsqueda de ayuda para el
sujeto. Es decir,
además de
buscar una
solución para la
situación
desesperada
que viven, se
persigue
reparar un
“problema”
que sufre el
menor y que éste no puede solucionar por sí mismo y que ellos

27
se sienten incapaces de resolver; esto es, parece existir cierto
sentimiento de justificación y protección hacia el hijo (Cuervo y
Rechea, 2010).

Quizá éste sea uno de los motivos principales por los que
la denuncia tarda en producirse o no se llega a producir nunca,
porque se considera al menor como un ser que no puede
controlar sus actos. Precisamente este sentimiento de
protección también aparece en las respuestas de los padres
cuando explican por qué no denunciaron nunca o no lo hicieron
con anterioridad, ya que disculpan al menor además de
nombrar el miedo hacia el hijo y los sentimientos propios de
vergüenza y culpa al ser responsables de la educación del
mismo.
Ya Harbin y Madden (1979) cuando explicaron el concepto
de “Velo de la negación” hicieron referencia a que es en los
momentos inmediatos al episodio de violencia cuando los
padres pueden llegar a denunciar, pero que transcurridos esos
primeros instantes aparecen las actitudes de merma de
gravedad hacia los hechos desencadenándose así, una actitud
de privacidad y rechazo hacia la ayuda externa o la denuncia
(citado en Gelles, 1997).

Otro de los motivos que alegan los padres para no


denunciar los malos tratos, según diferentes investigaciones,
son la desconfianza hacia la justicia y el miedo hacia el proceso
judicial. Además del temor hacia e l menor por las posibles
represalias que pueda tener. Los padres no perciben la justicia
como facilitadora de soluciones sino como perjudicial para la
evolución familiar. Y es que en general, la opinión pública, en
muchos casos influenciada por los medios de comunicación,
considera que las medidas que reciben los menores infractores
son laxas y que por lo tanto no propician modificaciones
positivas en los delincuentes juveniles.

En relación a las consecuencias de los malos tratos de los


menores en sus víctimas, estas suelen sufrir problemas de tipo
psicológico a causa de la situación de malos tratos que viven.
Los progenitores no sólo tienen problemas psicológicos a corto
28
y largo plazo, sino que además aparecen los sentimientos de
humillación, miedo, impotencia e incluso problemas físicos.

En definitiva, nos encontramos bien ante padres que son


reticentes a la denuncia pero que llegan a ella tras haber
probado todo tipo de estrategias de cambio, o padres que aun
así prefieren no poner en conocimiento de la justicia su
situación familiar, por miedo, culpa, vergüenza, desconfianza y
protección hacia el menor. Además, son personas que viven en
un estado de gran sufrimiento emocional. Ante la situación de
desamparo que parecen vivir estos padres, se recomienda una
inversión en esfuerzos hacia las estrategias de apoyo a los
mismos no solo en las tareas educativas de unos hijos que
resultan especialmente difíciles, sino también en un apoyo
psicológico que parece destacablemente necesario.

4.2. FASES DE MALOS TRATOS EN EL FENÓMENO DE LOS


MENORES AGRESORES EN EL ÁMBITO
INTRAFAMILIAR
Uno de los objetivos principales que se han planteado en
las investigaciones criminológicas relacionadas con este tema,
es el descubrimiento de distintas fases en el maltrato de
menores hacia familiares, de este modo, una vez que se hayan
identificado, se podrán plantear distintas estrategias de
intervención adecuadas a cada periodo.

En la investigación de Cuervo y Rechea (2010) se


descubrieron distintas fases en el maltrato de menores hacia
familiares en cuanto a su gravedad. Esta tarea se acometió en
base a dos criterios: la frecuencia de las agresiones en los
pasados cinco años y el número de tipos de maltrato ejercido.
Es decir, se tuvieron en consideración la frecuencia y la
diversidad de los episodios de violencia. Se basaron en la
frecuencia de las agresiones y en el tipo de violencia ejercida,
distinguiéndose tres fases: la fase de inicio, la fase intermedia
y la fase álgida. El interés de esta distinción reside en las
expectativas de evolución y en los esfuerzos de intervención
necesarios para cada momento.
29
• Fase 1: De Inicio: Es la fase inicial del maltrato, en la que
los sujetos cometen uno o dos tipos de maltrato (violencia
física y psicológica), pero aún no han llegado a cometer los
tres tipos posibles (físico, psicológico y económico). La
gravedad de los malos tratos es baja habiéndose producido
de una a 10 veces en los pasados cinco años.

• Fase 2: Intermedia: En el periodo intermedio del maltrato,


donde la presentan sujetos cuya conducta maltratadora
comprende dos o tres tipos de maltrato ocurriendo, en
algunos casos con una frecuencia baja (de 3 a 10 veces en
los pasados cinco años) y, en otros con una alta frecuencia
(de 11 a 20 veces durante el mismo periodo), o bien
dándose todos ellos en pocas ocasiones (de 3 a 5 veces) en
ese mismo periodo de tiempo. Estos sujetos maltrataron
física, psicológica y económicamente en la mayoría de los
casos.

• Fase 3 Álgida: Es la fase más tardía y más grave, donde


los sujetos agreden ejerciendo dos o tres tipos de
maltrato, pero con una frecuencia muy elevada en los
últimos cinco años, es decir, son sujetos cuya conducta
violenta ha superado los veinte ataques.

La mayoría de los menores detectados se encuentran en


la Fase Intermedia de maltrato, lo que corrobora el hecho, ya
señalado, de que los padres denuncian tras haber sufrido la
violencia intrafamiliar a manos de sus hijos durante un tiempo.
Lo que también indican estos resultados es que cuando los
progenitores acuden a los Servicios Sociales Básicos con la
esperanza de solucionar su problema, también lo hacen tras
haber sufrido varios episodios de violencia y ven más débil su
situación frente a la violencia de sus hijos.

Se desea destacar que no muy lejana a la cifra de menores


en la Fase 2, se encuentran aquellos que ya han alcanzado la
Fase 3, lo que significaría que un gran número de menores
agresores se encuentran en un momento avanzado de su
30
problema de malos tratos, siendo más difícil la intervención en
estos casos.

4.3. INTERVENCIÓN EN LAS DISTINTAS FASES


La intervención no debe ser igual en todos los casos, se
debe estudiar y analizar en qué fase se encuentra el menor
maltratador, para que, de esta forma, se haga una intervención
adecuada con él.

• Fase de Inicio: Es la que necesitaría una intervención


menos agresiva al ser la menos grave, y por este motivo,
sería la que presentaría un pronóstico más favorable.

• Fase Intermedia: En esta fase se necesitaría de un


mayor esfuerzo de intervención.

• Fase Álgida: Esta fase se recomendaría la maximización


de los recursos de actuación.

Estos esfuerzos podrían variar tanto en la frecuencia de la


actuación del profesional a cargo del caso de malos tratos, como
de la supervisión de la evolución del mismo.

Además, sería interesante conocer si se produce una


progresión inevitable desde la fase de inicio a la fase álgida o
si, por el contrario, llegar a uno de los puntos de gravedad no
significa el salto inexorable al siguiente. También si, en caso de
producirse una evolución, se atraviesan todas las fases en
orden o por el contrario puede suceder que se eviten ciertos
momentos intermedios.

En resumen, se puede concluir que existe toda una serie


de características individuales, relativas al medio social y al
medio escolar además de familiares en los menores
maltratadores en el hogar que los distinguen de aquellos que
no cometen malos tratos hacia familiares (como hemos visto
en los temas anteriores). En vista de las diferencias halladas en
esta investigación entre menores que ejercen malos tratos y
menores que no lo hacen, y a raíz de las características de los

31
episodios de violencia y sus consecuencias, se proponen tres
líneas de tratamiento para este problema. La primera, a nivel
individual, en la que se podría actuar sobre ciertas
características de personalidad, sobre las consideraciones
morales respecto al uso de la violencia y sobre el problema de
drogas si es que este existe. La segunda línea se podría aplicar
directamente sobre los padres proporcionándoles ayuda
psicológica y consejo sobre estrategias de respuesta hacia sus
hijos. Y por último a nivel familiar, donde se podrían trabajar
las relaciones entre padres e hijos de forma aplicada a través
de ensayos.

32
5. EL SÍNDROME DEL EMPERADOR

Los jóvenes con una psicopatía que maltratan (o incluso


asesinan) a sus padres representan el extremo de lo que el
profesor Vicente Garrido denomina el síndrome del emperador:
el modo de ser caracterizado por una profunda ausencia de
conciencia y un comportamiento oriento a explotar y abusar de
sus progenitores.

No todos los que padecen este síndrome son psicópatas,


como veremos en el tema siguiente, pero sí los casos donde se
manifiesta más persistencia y violencia en el abuso. El “poder”
del emperador se pone de relieve cuando el joven es contrariado,
entonces ha de vengarse y castigar a los que han osado incumplir
su voluntad.

5.1. TRASTORNO ANTISOCIAL DE LA PERSONALIDAD Y


PSICOPATÍA
Muchos profesionales de la salud mental denominan a la
condición que se caracteriza por la ausencia de una conciencia
como Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP). Su
diagnóstico exige que la persona en particular posea al menos
tres de las siguientes características:

• Incapacidad para cumplir con las leyes y normas de la


sociedad.

• Engaño y manipulación

• Impulsividad, actuar sin pensar en las consecuencias.

• Irritabilidad y agresividad.

• Despreocupación temeraria por la propia seguridad o la de los


demás.

33
• Irresponsabilidad, huida de las obligaciones.

• Falta de remordimientos o sentimientos de culpa por haber


hecho, maltratado o dañado de alguna forma a otras
personas.

Sin embargo, la personalidad antisocial llega a ser mucho


más peligrosa si se acompaña de rasgos que son propiamente
descritos como pertenecientes al trastorno conocido como
psicopatía.

La psicopatía es un trastorno de la personalidad que se


define por una serie de conductas y rasgos de la personalidad
significativos, la mayoría de los cuales son mal vistos por la
sociedad. El psicópata nos presenta una imagen de una persona
preocupada por sí misma, cruel y sin remordimientos, con una
profunda carencia de empatía y de la capacidad para relacionarse
con los demás de manera natural. Lo que destaca de él es que
están ausentes las cualidades esenciales que permiten a los seres
humanos vivir en sociedad. (Hare, 1999).

Las características que diferencian a los psicópatas del resto


de personas son las relacionadas con los factores interpersonales
y afectivos. Cuando manifiestan sus afectos se irritan con
34
facilidad, carecen de empatía, sentimiento de culpabilidad y
remordimientos, además son incapaces de establecer fuertes
vínculos con los demás. A nivel interpersonal, son manipuladores,
egocéntricos, altivos, insensibles, superficiales y dominantes.
Estos rasgos se asocian con un estilo de vida antisocial que
contiene comportamientos impulsivos y una tendencia a
transgredir las normas sociales y legales.

5.2. PSICOPATÍA VS TAP


Farrington (2000) considera que la clasificación del TAP
muestra criterios que se centran más en la conducta antisocial
que en el rasgo de personalidad, cuando debería ser al contrario.
Hare (2003) afirma que la psicopatía es un trastorno de la
personalidad definido por unas conductas determinadas y unos
rasgos de personalidad característicos que socialmente no se
consideran positivos. La psicopatía y el TAP no son constructos
semejantes. La diferencia reside en que la psicopatía es definida
por un conjunto de rasgos de personalidad y conductas
socialmente desviadas, mientras que el TAP se refiere
principalmente a un grupo de conductas delictivas y antisociales,
con lo que muchos delincuentes no psicópatas podrían incluirse
en este último.

Mientras que la mayoría de los psicópatas cumplen criterios


de TAP, únicamente una parte de los individuos que cumplen
criterios de este trastorno son psicópatas. Gran cantidad de
delincuentes encarcelados tendrían un diagnóstico de TAP, sin
embargo, menos de la tercera parte de ellos podrían ser
diagnosticados de psicópatas. El resto de psicópatas que no están
en prisión son los delincuentes de “cuello blanco” 1 y los
psicópatas con éxito. Estos quizás sean los más peligrosos,
porque son capaces de relacionarse con naturalidad en su
entorno; además cuanta más inteligencia posean más
probabilidades tendrán de no entrar en prisión (ver cuadro 1). El
cuadro también nos hace ver que los psicópatas constituyen un
subgrupo característico de personalidades antisociales
caracterizado por un riesgo muy alto de violencia y reincidencia
delictiva.

35
CUADRO 1: RELACIÓN ENTRE PSICOPATÍA Y TAP EN
UNA MUESTRA DE PENADOS VARONES

*Torrubia & Cuquerella, 2008

1 Aunque en el cuadro se habla de delincuentes de “guante blanco” en realidad se refiere a


delincuentes de “cuello blanco”; personas de elevado status socioeconómico que transgreden las
leyes, engañan y manipulan a aquellos que pueden facilitarles dinero o poder.

Los criterios diagnósticos de TAP y los de psicopatía de Hare


aparentemente comparten el objetivo de delimitar la misma
entidad clínica. Sin embargo, se trata de dos constructos muy
diferentes que en ningún caso pueden ser utilizados
indistintamente.

El TAP se fundamenta en conductas delictivas y antisociales


y no le presta mucha atención a los factores interpersonales y
afectivos del trastorno. Por el contrario, los criterios de Hare
incluyen una combinación de rasgos afectivos e interpersonales
y de conductas antisociales.

36
5.3. LA PSICOPATÍA EN LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Para Cleckley (1996), el trastorno emocional típico de la
psicopatía está presente desde el nacimiento, si bien puede darse
en distinto grado en personas diferentes (Patrick, 2002).

Está demostrado que la psicopatía no aparece en la


adolescencia sin haberse pronunciado previamente, debido a que
los síntomas comienzan pronto a ser evidentes. Asimismo, este
trastorno se puede diagnosticar con una cierta fiabilidad la
adolescencia empleando diferentes herramientas.

Para muchas personas, utilizar el concepto “psicopatía


infantil” es inconcebible, se sienten incómodas aplicando este
término a niños pequeños. Se habla de conflictos prácticos y
éticos, haciendo hincapié en lo que significa para un niño llevar
tal etiqueta. Pero la evidencia científica y clínica indica que la
mayor parte de las personas diagnosticadas como psicópatas
comienzan a manifestar rasgos de personalidad característicos de
este trastorno a una edad muy temprana. La psicopatía no surge
de repente, sin “avisar”, en la edad adulta. Las características
que la definen, descritas en anteriores apartados, se muestran
en los primeros años de vida (Hare, 2003).

Para los incrédulos sobre la existencia de la psicopatía en


niños, se podrían comentar algunos estudios, como el realizado
por dos clínicas de orientación infantil en Alabama y California
(EE.UU). Los niños de esta investigación fueron ingresados
debido a problemas emocionales, comportamentales y de
aprendizaje, la mayoría eran varones con edades entre 6 y 13
años (citado en Hare, 2003). Basando su trabajo en el PCL, los
investigadores, dirigidos por Paul Frick (1994) evaluaron a cada
niño a partir de la existencia de los rasgos de la personalidad y
de los comportamientos característicos de la psicopatía. Los
científicos identificaron a un subgrupo de niños con rasgos
característicos de los psicópatas adultos.

Estamos de acuerdo en que aplicar etiquetas a niños o a


adultos no es algo baladí. Quizá, lo peor de todo esto sea la
cuestión de la “profecía auto cumplida”, a través de la cual el niño

37
que ha sido etiquetado se convierte en aquello que se le sugirió
que era. Las personas que tiene en su entorno pueden reforzar
ese proceso transfiriendo inconscientemente sus expectativas
negativas.

Pero, aunque no lo queramos ver, estos niños son diferentes


al resto, más complicados en sus relaciones interpersonales,
traviesos, mentirosos, agresivos, susceptibles a las órdenes y, a
menudo, desafían los límites de la tolerancia social.

5.4. ASPECTOS GENERALES SOBRE LA PSICOPATÍA


INFANTIL Y JUVENIL
Es de gran importancia que los padres aprendan a detectar
este fenómeno, ya que pensamos que una educación
especializada puede, al menos, paliar las manifestaciones más
graves de su desarrollo. Aunque ya hemos nombrado algunas de
las conductas características que presentan los niños con este
trastorno, vamos a comentarlas más extensamente (Garrido,
López, Silva, López, & Molina, 2006; Garrido, 2000 y Hare,
2003).

A. Egocentrismo Persistente.

Aunque todos los niños son egoístas, los que tienen


predisposición a desarrollar una psicopatía adulta se mostrarán
más egocéntricos, inflexibles en sus exigencias ante sus padres
o el resto de personas. No cederán porque sí, lo harán
presionados por una amenaza de castigo, aunque siempre
intentarán salirse con la suya. Este egocentrismo se incrementará
conforme crezcan.

B. Coléricos y agresivos.

A causa del destacado interés en su propia persona, estos


niños tienen cantidad de explosiones coléricas y ataques de rabia.
No soportan que les contradigan, de hecho, cualquier oposición
que les hagan se la tomarán como una amenaza intolerable hacia
ellos. Cuando su fuerza sea mayor, no dudarán en enfrentarse a

38
su opositor sin importarles que éste, posteriormente, quiera
venganza.

C. Incapaces de comprender puntos de vista y emociones


ajenas.

Conforme a las teorías actuales, las emociones innatas o


primarias como la sorpresa, la ira, el miedo, la curiosidad, etc.
son evidentes desde el nacimiento (Plutchick, 1980). Los niños
más pequeños son capaces de mostrar sus emociones; de este
modo, la ausencia de éstas puede interpretarse como una
predisposición al desarrollo de la psicopatía.

Los niños aprenden la empatía a través del proceso de


socialización. Los padres y otros adultos hacen que el menor vaya
observando de qué modo sus acciones afectan a los demás. No
obstante, estos niños parece que tienen muchas dificultades para
admitir que los sentimientos ajenos deben de tomarse en cuenta.
Cuando se les reprocha la ausencia de estos sentimientos no
logran entender dicha amonestación.

D. Crueldad y Reactividad Emocional Anestesiada.

Esta falta de empatía de la que hemos hablado en el


apartado anterior es la puerta hacia la crueldad. Pueden torturar
a los animales domésticos, y molestar a sus amigos y/o
hermanos menores. Se entiende que, realmente, no les importa
lo que les pueda suceder a los demás, incluyendo a sus “seres
queridos”.

Así, si están frustrados, pueden pagarlo con sus madres, sin


que les importe que hayan estado trabajando todo el día y ellas
no sean responsables la situación. Por otro lado, si en alguna
ocasión los descubrieran mintiendo, carecerían de nerviosismo e
incluso lo negarían todo.

E. Impulsividad e Irresponsabilidad permanente.

Las personas con bajos niveles de activación, normalmente


se sienten insatisfechos, aburridos y buscan estimulación para
alcanzar el nivel adecuado de sus sensaciones. La impulsividad,
39
la evitación de la monotonía y la búsqueda de estímulos son
síntomas asociados con el comportamiento delictivo y antisocial.
Esta impulsividad se puede detectar a edades tempranas y es
posible evaluarla en la infancia (Farrington, 1995; Russo, Lahey,
Christ y Frick, 1991).

La investigación criminológica ha demostrado que las


puntuaciones de “osadía” y “baja ansiedad” en los niños son
buenos predictores de delincuencia a la edad de 14-16 años
(Farrington y Hawkins, 1991).

Sabemos que las conductas irresponsables en los psicópatas


adultos hacen referencia al fracaso del cumplimiento de las
obligaciones en el ámbito profesional, familiar, social, etc. y,
aunque es difícil, no es imposible identificar estos
comportamientos en los niños. Además, es factible que esta
variable funcione como un marcador temprano de la psicopatía,
dado que la asistencia a la escuela y el esfuerzo por hacer bien
las cosas pueden ser medido en los niños (Hare, 2003).

En los adultos no psicópatas se suelen corregir las acciones


erróneas que desarrollamos cuando vemos las reacciones de los
demás. Pero los psicópatas deben fingir que saben actuar de
buena manera, debido a su carencia para detectar las emociones
y sentimientos reales (Garrido, López, Silva, López, & Molina,
2006).

F. Mentiras y Manipulación.

Desde muy pequeños comienzan a mentir, engañar y


manipular. Además, realizan estas conductas con mucha
convicción.

En una revisión de diversas publicaciones Stouthamer-


Loeber (1986) analizó los estudios empíricos sobre la mentira
infantil. El resultado fue que el 75% de los padres y profesores
informaban como mínimo de un incidente relacionado con la
mentira cuando los niños tenían 4 años de edad. La mayoría de
instrumentos que evalúan la psicopatía consideran la mentira
persistente, a lo largo de todo el desarrollo infantil, como un
síntoma importante de este constructo.
40
Desde muy pequeños estos niños comienzan a manipular a
sus compañeros, gracias a la inteligencia adecuada y picardía que
poseen.

G. Adolescencia Tiránica y Desconcertante.

La situación se complica conforme crecen. No soportan el


colegio, copian en los exámenes y se sienten encarcelados en su
propio hogar.

La adolescencia es el periodo de manifestación de la


psicopatía. Aquí, los padres comienzan a comprender que a su
hijo le pasa algo ya que no se comporta como los demás.

Es indudable que los progenitores, sin ser conscientes,


pueden influir en el carácter y personalidad de su hijo. Aunque
los psicópatas no son el resultado de una mala educación o de
experiencias traumáticas en la infancia, Hare (2003) cree que
éstas juegan un importante papel en el desarrollo de
determinadas disposiciones naturales claves. Los factores
sociales y la actuación de los padres influyen en la forma en que
el trastorno se desarrolla y se expresa en forma de
comportamiento.

Así, los sujetos con rasgos psicopáticos que crecen en una


familia estable y además les rodea un ambiente social y
educacional positivo pueden convertirse en estafadores o en
criminales de cuello blanco o quizás financieros o profesionales
peculiares. Y otros, con muchos de los mismos rasgos de
personalidad, pero, en un ambiente trastornado, pueden
convertirse en criminales violentos.

41
6. VARIANTES DEL SÍNDROME DEL
EMPERADOR

En este tema vamos a ver cuáles son las posibles variantes


existentes entre los hijos que tiranizan a sus padres.

6.1. EMPERADORES Y DELINCUENTES


Una primera cuestión que tenemos que saber diferenciar es
que muchos de los que tiene el síndrome del emperador no son
delincuentes comunes, no proceden de la marginalidad o el
desamparo. En procesos de adopción, sí puede darse con mayor
frecuencia este origen de miseria y desestructuración familiar,
porque estos niños precisamente están a merced de estados
empobrecidos que necesitan la ayuda extranjera para atenderlos
(sin olvidar que la inmensa mayoría de ellos serán perfectamente
educables ya que la psicopatía afecta aproximadamente a un 2%
de la población).

Los delincuentes comunes no suelen tiranizar a sus padres


(aunque hay excepciones), porque hace tiempo que no viven con
ellos, o sus propios padres no tienen mayor interés o energía para
soportarlos. No obstante, la relación entre padres e hijos suele
ser conflictiva, y las disputas y actos de desatención son
recíprocos.

Por otra parte, cuando el delincuente juvenil habitual


también desarrolla una personalidad antisocial o una psicopatía,
su violencia y ganas de explorar (y de explotar) el mundo para
comprobar sus “posibilidades”, le suele llevar lejos de casa
pronto. Es posible que el joven y su familia hayan tenido algún
encuentro duro, pero no hay que olvidar que muchos de los
padres de estos delincuentes tienen también estos rasgos, con lo
que se iguala la situación.

42
6.2. EMPERADORES Y OTROS JÓVENES VIOLENTOS
Debemos distinguir al joven que padece el síndrome del
emperador del joven violento que, sin ser tampoco un
delincuente habitual, ataca a su familia. Serían los casos de
jóvenes con enfermedades mentales o trastornos adictivos.

El perfil del hijo que tiraniza a sus padres es el de un joven


de clase no marginal (aunque puede ser humilde) que mientras
vive en su casa extorsiona a sus padres para obtener cosas o
privilegios, mediante el empleo de amenazas explícitas o veladas,
o bien se hace servir de una violencia verbal explícita e incluso
física para lograr su objetivo. Con el tiempo, y en los casos de
mayor gravedad (que son los psicópatas), si el menor consigue
tener el control de la situación su comportamiento puede estar
más motivado por el mero hecho de disfrutar del control y del
dominio de la situación. Es decir, si bien el síndrome del
emperador se manifiesta porque el joven se cree con derecho a
imponer su voluntad sobre unos padres que considera que son
“indignos” de cuidarles, y busca con ello no estudiar, disponer de
dinero o de coche o moto, y tener los privilegios que desea, la
propia manifestación del poder y del odio pronto alcanza una
relevancia incluso mayor. Este joven ejercita en el seno de su
familiar lo que intentará hacer luego fuera de casa, con miras
más amplias y con desconocidos (Garrido, 2005).

43
6.3. VARIACIONES DEL SÍNDROME DEL EMPERADOR
Como ya se ha comentado, el tipo más grave de hijo tirano,
el que representa con mayor pureza el síndrome del emperador,
es el hijo psicópata, integrado dentro de la familia. Siendo su
cualidad esencial la falta de conciencia, su grave carencia de
emociones morales que le impiden establecer relaciones
verdaderas con los demás, inclusive con sus propios padres. Por
suerte, no todos llegan a este nivel. Las posibilidades son muy
variadas, dependiendo del grado en que muestren las
características que aparecen en el gráfico siguiente.

44
Existe un círculo central sin número (núcleo) y varios
círculos satélites, con un número cada uno. La intensidad del
síndrome en lo que respecta a la violencia desplegada (círculo 2)
vendrá dada por el grado en que manifiesten los rasgos que
aparecen en el núcleo. En efecto, cuanta menor conciencia moral
tenga, cuanto más difícil sea considerar “humano” a la gente que
le rodea, cuanto más lejano esté el eco del vínculo filial en su
corazón, más fácil es que se presente síntomas de violencia y
explotación.

Esta combinación (núcleo + 5 y 6) es la que más ha tendido


a caracterizar al joven que resulta inteligente, que no va mal en
la escuela y que procura no ofrecer un frente especialmente duro
en su casa. Muchas veces negocia, aunque sus demandas y
trampas son tan habituales que los padres resultan agotados y
confundidos, con el espíritu por los suelos.

Otra razón de sus éxitos en la manipulación radica en


nuestra dificultad en verle: mientras que nosotros tenemos
muchos problemas en identificar a una persona que no tiene
conciencia, una persona así no tiene ningún problema a la hora
de reconocer a alguien que es decente y confiado. Como el lógico,
el resultado de esa combinación es una gran ventaja para sus
intereses.

También hemos hablado de la combinación de la psicopatía


y la delincuencia (núcleo círculo 3). Esta asociación incluye con
muchísima frecuencia el abuso de drogas, hábito que se
incrementa notablemente por el mundo descontrolado de la
delincuencia. También se ve muy apoyada por un rasgo
destacado de falta de temor y por la necesidad de vivir
sensaciones muy excitantes (círculo 4). Algunos hijos tiranos que
al fin “liberan” a sus padres lo hacen porque deciden vivir “a salto
de mata”, cometiendo robos y tomando drogas, viviendo sin
tener que dar explicaciones a nadie, hasta que se cansan y
deciden volver para tomar aire (Garrido, 2005).

45
6.4. EL PSICÓPATA ENVIDIOSO
El psicólogo Theodore Millon, describe a un tipo de psicópata
al que denomina “envidioso”, que busca dañar a personas que le
rodean porque tienen cualidades (belleza, inteligencia, éxito,
etc.) que él no posee. Su motivo para actuar así es conseguir que
esos otros agraciados no puedan disfrutar al menos de esos
bienes. En palabras de Millon “aquí el placer está en quitar, y no
en poseer”.

Esta clase de joven tirano piensa que la vida le ha estafado,


que le ha privado de las cosas y cualidades que tienen otros a los
que él ve y trata, y que esa situación es intolerable y ha de ser
corregida, despojando a los privilegiados de esos dones.

Las acciones que realiza el psicópata envidioso son tan


disparatadas y tan gratuitamente perversas, que rehusamos
creer que son producto de su intención, o incluso que en realidad
llegaron a producirse. De este modo, su auténtica naturaleza
permanece invisible frente a los demás, escribe Marta Stout.

Muchos de los acosadores más dañinos en la escuela se


ajustan a este tipo. Aunque la policía desechó que el suicidio de
una joven de Elda (Alicante) en mayo de 2005 fuera debido al
acoso que había sufrido y denunciado meses atrás, los padres
comentaron que sabían que la habían acosado porque era una
chica que estudiaba y sacaba buenas notas.

Hasta tal extremo que, según declaraciones de sus padres,


suspendió los dos últimos exámenes para que no se metieran con
ella, y ser como las otras.

6.5. EL NARCISISMO
Otra variedad es la del hijo narcisista. El narcisismo es,
hablando metafóricamente, la mitad de la condición del
psicópata. Incluso los narcisistas diagnosticados como tales son
capaces de sentir la mayoría de las emociones con la misma
intensidad que cualquiera, desde la culpa y la tristeza hasta el
amor. En cambio, lo que está ausente en el narcisista es la
46
capacidad de entender cabalmente lo que la otra gente está
sintiendo. El narcisismo no supone un fracaso de la conciencia,
sino de la empatía, la capacidad de sentir y actuar ante la
emoción que está experimentando la otra persona. Además, a
diferencia del psicópata, el narcisista muchas veces sufre
psicológicamente, y puede llegar a buscar ayuda especializada
para aliviar su dolor, algo que nunca hace de modo sincero un
psicópata.

Este tipo de personas pierden a la gente que les importa


porque no son capaces de responder ante las necesidades
emocionales de los que les rodean, y éstos, hartos de sufrir a
alguien incapaz de ponerse en su lugar, los abandonan. Por el
contrario, los psicópatas, que no se preocupan por nadie, no
echan de menos a los que les abandonan, salvo por los beneficios
que puedan percibir. Es por esta razón que los psicópatas
mienten a sus parejas cuando se casan con ellas (porque no las
aman) y no cuidan a sus hijos, aunque hagan ver lo contrario
cuando pelean su custodia en los juzgados cuando se tramita su
divorcio (Garrido, 2005).

Así pues, es esta otra variedad en la que se puede presentar


el síndrome del emperador: los hijos tiranos pueden ser en
extremo narcisistas, como muchos padres desesperados han
comprobado en infinidad de ocasiones.

47
7. LA INTERVENCIÓN CON LOS MENORES

7.1. EN EL ÁMBITO JUDICIAL


El nacimiento de la violencia de los hijos contra sus padres
en la Administración de Justicia ha sido un fenómeno que ha
seguido un recorrido temporal paralelo a la vida de la Ley
Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la
responsabilidad penal de los menores. En ella no se recogía
ninguna prevención específica respecto de este tipo de
conductas. Sin embargo, la Ley Orgánica 8/2006, que modificó
sustancialmente la LO 5/2000, contempla de una manera
específica este fenómeno delictivo, al incluir en el catálogo de
medidas aplicables la prohibición al menor infractor de
aproximarse o comunicarse con la víctima o con aquellos
familiares u otras personas que determine el juez. Naturalmente,
esta medida es semejante a la contemplada en el Código Penal
para los supuestos de violencia de género o violencia doméstica.

En la actualidad, y desde la entrada en vigor de la ya


mencionada LO 5/2000, a los menores se les exige
responsabilidad penal a partir de los 14 años. Por debajo de esa
edad las situaciones de desamparo o de riesgo serán abordadas
desde las instituciones de protección (Ley 1/1996, de Protección
Jurídica del Menor).

La exigencia de responsabilidad penal a partir de los 14 años


es una cuestión relativamente reciente, ya que, con anterioridad,
en el marco de la aplicación de la LO 4/1992, la franja de edad
para la responsabilidad de menores se situaba desde los 12 a los
16 años. El Código Penal de 1995, que elevaba la mayoría de
edad penal conforme al Código Penal a los 18 años,
equiparándola con la mayoría de edad civil, y la LO 5/2000,
vinieron a homologar y estandarizar una serie de desequilibrios
que se estaban produciendo hasta entonces. La LO 5/2000, y las
consiguientes reformas que ha tenido, desarrolla el específico
procedimiento penal a seguir con los menores infractores y las

48
medidas de carácter sancionador-educativo aplicables. Al igual
que en cualquier otro supuesto delictivo, los menores que han
realizado alguna conducta de violencia dentro de la familia
habrían de someterse a dicho procedimiento y a las medidas
judiciales que correspondan (Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O.,
2007).

A. Procedimiento judicial en el derecho penal de


menores. Tras la interposición de una denuncia, se inicia una
intervención sancionadora-educativa:

En primer lugar, la Fiscalía de Menores ha de decidir si incoa


o no expediente al menor, en función de la gravedad de los
indicios que observe en la propia denuncia, y de determinadas
circunstancias del menor. Una vez incoado el expediente,
siguiendo el artículo 19 de la LO 5/2000, se puede contemplar el
sobreseimiento del expediente por conciliación o reparación entre
el menor y la víctima. Así, la ley en el Art. 19.1 establece dos
requisitos para que el Ministerio Fiscal pueda autorizar la
mediación:

 Que el hecho imputado al menor constituya un delito


menos grave, sin violencia o intimidación grave.

 Que el menor se haya conciliado con la víctima o haya


asumido el compromiso de reparar el daño causado a la víctima
o subsidiariamente de participar en una actividad educativa
propuesta por el Equipo Técnico en su informe.

La conciliación y la reparación representarían dos


modalidades distintas de plantear la solución pacificadora entre
las partes (Cruz, 2005), bien a través de la presentación de
disculpas por parte del menor y aceptación de las mismas por
parte de la víctima o perjudicado, o bien mediante la realización
por parte del menor de actividades en beneficio de la víctima o
de la comunidad, reparación que podría entenderse como un
paso simbólico hacia la conciliación.

Ambas comparten, por lo tanto, un proceso de mediación,


entendida como una forma de intervención en un conflicto, un
49
método, que consiste básicamente en facilitar la comunicación
entre las partes afectada s que posibilite la adopción de un
acuerdo entre las mismas (Ruiz Rodríguez y Navarro Guzmán,
2004; p. 635). Será el correspondiente Equipo Técnico quien
realizará dichas funciones de mediación entre el menor y la
víctima o perjudicado.

El Equipo Técnico es un servicio público de profesionales,


con dependencia funcional de la Fiscalía de Menores, que asesora
a la Fiscalía y a los Juzgados de Menores a lo largo de todo el
proceso en todas aquellas cuestiones «no jurídicas», que tienen
que ver con las «circunstancias del menor».

En caso de que no sea posible un proceso de mediación-


reparación, porque no se cumplen los criterios antes
mencionados, se sigue el procedimiento judicial. En este caso,
tanto la Fiscalía como el abogado del menor, y eventualmente la
acusación particular, se dedicarán a recabar todas aquellas
pruebas que consideren oportunas y convenientes a sus
intereses. En ese proceso de instrucción es preceptivo el informe
del Equipo Técnico, que en este caso no intervendrá del modo
antes mencionado, sino emitiendo un dictamen técnico sobre las
circunstancias familiares, psicológicas y socio-educativas del
menor. Aún habría una oportunidad para que pudiera
implementarse el proceso de mediación-reparación. Si el Equipo
Técnico detecta que ello es posible, solicitará a la Fiscalía que lo
acepte. Si es así, dará comienzo el mencionado proceso de
mediación. En cualquier caso, si la mediación fracasa, el menor
tendrá que pasar por el proceso ordinario.

Una vez finalizada la instrucción, la Fiscalía remite el


expediente al juzgado de menores, quien señalará fecha para la
vista oral. En la vista oral estarán presentes, además del juez y
el secretario judicial, el fiscal, el letrado del menor y el de la
acusación particular —si se ha personado—, un representante del
Equipo Técnico que informará sobre las circunstancias del menor,
y en su caso un representante de la entidad pública. El menor,
con su representante legal también estará presente, así como en
determinadas ocasiones la Entidad Pública, y aquellos a quienes
se les exija responsabilidad civil. Es posible que un acuerdo
alcanzado entre las partes evite la celebración completa de la
50
vista oral. En este caso —de hecho, las sentencias que se
acuerdan por conformidad entre las partes suponen un
porcentaje muy elevado del total— el menor habrá de aceptar en
la sala la responsabilidad por los hechos cometidos, que le
deberán ser leídos, así como la medida que para él solicita la
fiscalía (fruto del acuerdo con las otras partes). En el caso de que
no sea posible este acuerdo, se celebra la vista oral. Una vez
practicadas todas las pruebas — testifical, documental, pericial e
informe del Equipo Técnico— quedará visto para sentencia y el
magistrado resolverá sobre la responsabilidad penal y civil por
medio de una sentencia. En caso de condena, la medida que se
le imponga tendrá que ser compatible con las circunstancias del
menor, de tal modo que tenga el máximo componente educativo.
La ley marca algunos límites para imponer unas medidas u otras
en función de la gravedad de los hechos declarados probados,
aunque la flexibilidad que al respecto permite la legislación penal
de menores es mucho mayor que la existente en el derecho penal
de adultos.

Cuando la sentencia ya es firme, transcurrido el plazo para


el correspondiente recurso o hay sentencia de una instancia
judicial superior, el órgano judicial ordena la ejecución de la
medida impuesta, de cuyo cumplimiento se responsabilizará la
Entidad Pública de Reforma. Durante el desarrollo de la medida,
caben cambios en función del comportamiento del menor. En
cualquier caso, el magistrado recabará la opinión de las partes
antes de tomar una decisión, además de la del Equipo Técnico y
la de la propia Entidad Pública, (Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz,
O., 2007).

B. Medidas judiciales. Las medidas que, por sentencia,


cabe imponer, brevemente expuestas, son las siguientes (para
más detalle acudir a la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero,
reguladora de la responsabilidad penal de los menores):

 Internamiento en régimen cerrado.

 Internamiento en régimen semiabierto.

51
 Internamiento en régimen abierto.

 Internamiento terapéutico en régimen cerrado,


semiabierto o abierto.

 Tratamiento ambulatorio.

 Asistencia a un centro de día.

 Permanencia de fin de semana.

 Libertad vigilada.

 Con obligación de asistir con regularidad al centro de


enseñanza correspondiente, si el menor está en edad de
escolarización obligatoria, y acreditar ante el Juez dicha
asistencia regular o justificar en su caso las ausencias,
cuantas veces fuere requerido para ello.

• Con obligación de someterse a programas de tipo formativo,


cultural, educativo, profesional, laboral, de educación sexual,
de educación vial u otros similares.

•Con prohibición de acudir a determinados lugares,


establecimientos o espectáculos.

• Con prohibición de ausentarse del lugar de residencia sin


autorización judicial previa.

•Con obligación de residir en un lugar determinado.

• Con obligación de comparecer personalmente ante el Juzgado


de Menores o profesional que se designe, para informar de las
actividades realizadas y justificarlas.
52
• Con cualesquiera otras obligaciones que el Juez, de oficio o a
instancia del Ministerio Fiscal, estime convenientes para la
reinserción social del sentenciado, siempre que no atenten
contra su dignidad como persona. Si alguna de estas
obligaciones implicase la imposibilidad del menor de continuar
conviviendo con sus padres, tutores o guardadores, el
Ministerio Fiscal deberá remitir testimonio de los particulares
a la entidad pública de protección del menor, y dicha entidad
deberá promover las medidas de protección adecuadas a las
circunstancias de aquél, conforme a lo dispuesto en la Ley
Orgánica 1/1996.

 La prohibición de aproximarse o comunicarse con la


víctima o con aquellos de sus familiares u otras personas que
determine el Juez.

 Convivencia con otra persona, familia o grupo educativo.

 Prestaciones en beneficio de la comunidad.

 Realización de tareas socio-educativas.

 Amonestación.

 Privación del permiso de conducir ciclomotores y


vehículos a motor, o del derecho a obtenerlo, o de las licencias
administrativas para caza o para uso de cualquier tipo de armas.

 Inhabilitación absoluta.

53
7.2. EN EL SERVICIO DE SALUD MENTAL

La intervención a este nivel se refiere al área más general


de intervención con familias violentas. No obstante, es de crucial
importancia desarrollar intervenciones específicas que aborden
esta problemática particular.

Los profesionales que abordan este tipo violencia coinciden


en destacar la importancia del trabajo con toda la familia, y no
sólo con el menor agresor (Gallagher, 2004). Dependiendo del
modelo teórico que siga cada profesional, la intervención se
centrará más en unos u otros aspectos (estructura,
psicopatología o modificación de conductas). Pérez y Pereira
(2006) señalan que el primer paso en el trabajo con estas familias
debería consistir en ayudar a los padres a tomar conciencia sobre
sus propios derechos, ya que en muchas ocasiones llegan al
punto de estar desorientados sobre lo que es aceptable o
inaceptable en las relaciones familiares (Ibabe, I., Jauregizar, J.
y Díaz, O., 2007).

Junto a lo anterior, la intervención familiar debería tratar de


recuperar la jerarquía familiar, para que el hijo adolescente deje
de «dominar» a sus padres. Madanes (1993), por ejemplo, centra
su intervención en este aspecto, tratando de combatir el poder
que ha adquirido el hijo agresor, sin que ello implique dañar más
a la familia. Para ello, trata de reestructurar el sistema jerárquico,
donde la parentalidad debe estar intacta, marcando las normas y
límites del hijo.

Paralelamente al trabajo con la familia, el menor agresor


también debe recibir una intervención específica. Los estudios
realizados al respecto destacan la importancia del entrenamiento
en habilidades para la adecuada resolución de problemas y para
el auto-control y manejo de emociones como el enfado o la
frustración (Stewart et al., 2005).

Por otro lado, al igual que en otro tipo de violencia


intrafamiliar, también se realizan intervenciones grupales con las
víctimas. Entre las ventajas del grupo se encuentran el apoyo que

54
se conceden los unos a los otros y la cercanía y comprensión que
ello implica. Masip (2006) señala desde su experiencia en la
intervención grupal con estos padres, que el simple hecho de
expresar sus experiencias ayuda a recobrar y reparar el
desarrollo y crecimiento intrafamiliar. Paterson y cols. (2002), en
su experiencia con este tipo de familias en Australia, señala que
la intervención grupal debe partir de la idea de que la solución de
la problemática familiar implica una intervención
multidimensional, que incluya intervenciones educativas,
terapéuticas y legales o de control social. Sugiere que los
siguientes principios pueden ser útiles a la hora de trabajar a
nivel grupal con estas familias:

 La violencia nunca es aceptable.

 La única persona responsable de la violencia es la


persona que la ejerce.

 Las familias quieren acabar con la violencia, pero no con


la relación familiar.

 Las familias pueden ayudar al joven agresor a asumir su


responsabilidad.

 La violencia es una elección.

 La violencia no es lo mismo que el enfado o el


temperamento.

 Las madres no son responsables de las conductas


violentas de sus hijos, pero sí juegan un papel importante en su
solución.

Debido al pequeño tamaño de la muestra, los resultados del


estudio de Paterson y cols. (2002) no pueden ser generalizables,
aunque los participantes en su programa de intervención
coincidieron en señalar que tuvo un impacto positivo en sus
vidas. Muchos de ellos indicaron que este contexto de
intervención fue el único en el que no se sintieron cuestionados,
ya que hasta ese momento habían recibido muy poca ayuda y

55
comprensión por parte de familiares, amigos, profesionales y del
sistema judicial (Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O., 2007).

Por lo tanto, en términos generales, existen dos limitaciones


importantes en los trabajos que describen las intervenciones con
este tipo de familias, la reducida muestra y la falta de grupos de
control, lo que dificulta el poder llegar a resultados concluyentes.

7.3. EN LOS SERVICIOS SOCIALES


Los padres tienden a negar la seriedad de las agresiones
ejercidas por sus hijos y a mantener el mito de «armonía
familiar» (Harbin y Madden, 1979).

Cuando los padres deciden denunciar a sus hijos no se trata


más que del final de un largo proceso de negación, culpabilización
y vergüenza que supone para los padres el hecho de hacer
pública una situación familiar que se ha vuelto insostenible.

A diferencia del maltrato infantil, en el que la intervención


desde los servicios sociales está encaminada a proteger a los
menores frente a sus padres, en el maltrato filio-parental, es el
hijo quien debe someterse a mecanismos de control.

Cuando el hijo es menor de 14 años (barrera de edad penal


según la ley Orgánica 5/2000), en algunos casos la
administración pública, responsable de velar por el bienestar de
la familia, sigue los mismos trámites que en los casos de maltrato
infantil: se declara al menor en desamparo, la administración
asume su tutela, y el menor es asignado a un centro de
acogimiento residencial (Ibabe, I., Jauregizar, J. y Díaz, O.,
2007).

En otros casos, la administración interviene con toda la


familia a través de los servicios asistenciales, utilizando la futura
posibilidad de competencia judicial cuando el menor cumpla los
14 años, como una «amenaza» de control, si no se rompe la
interacción violenta (Galatspoulou, 2006, p. 2).

56
Si el hijo es mayor de 14 años y los padres interponen una
denuncia contra él, el caso pasa a disposición judicial, entrando
así el menor en el circuito de reforma juvenil (Galatspoulou,
2006).

No obstante, la escasa investigación existente sobre la


violencia filio-parental y las dificultades por parte de la familia
para reconocer públicamente su problemática, obstaculizan a los
profesionales la intervención con estos casos. Los profesionales
coinciden en destacar la importancia de una intervención
específica con estas familias (Pérez y Pereira, 2006), intervención
que ha de ser multidimensional, tanto desde la salud mental,
como de otros ámbitos como e l ámbito jurídico, los servicios
sociales y el ámbito escolar (Ibabe, I., Jauregizar , J. y Díaz, O.,
2007).

57
8. LOS PROGRAMAS DE TRATAMIENTO

El objetivo de este tema es, hacer una revisión de los


tratamientos destinados o, al menos, “adaptables” a la población
de menores que agreden a sus padres para poder realizar así un
análisis de sus características clínicas y metodológicas principales

8.1. ESTUDIOS ESPECÍFICOS SOBRE VIOLENCIA


ASCENDENTES
Como ya sabemos, existe una escasez generalizada de
evidencia científica relativa a tratamientos específicos de aquellos
adolescentes que agreden a sus padres. No obstante, la revisión
realizada de la literatura especializada arroja algunas
particularidades al respecto. En primer lugar, los datos existentes
sobre el tratamiento específico de la violencia ascendente, dejan
entrever la mayor frecuencia en que estos tratamientos se
realizan de manera individual, en detrimento de la aplicación
grupal (Connolly y Wolf, 1995; citados por Bobic, 2002). Como
únicos ejemplos de una aplicación en grupo se encuentran
intervenciones realizadas en Canadá (Cottrell, 2001) y más
recientemente, en Australia (Paterson et al., 2002).

En esta sección se recogen los principales tratamientos


específicos para adolescentes que agreden a sus padres,
aplicados de manera individual y grupal, así como sus
características fundamentales.

A. Jenkins (1990); citado por Bobic (2002)

Los componentes de esta intervención son técnicas


narrativas y de solución de problemas para invitar a los
adolescentes a tener más responsabilidad en su comportamiento
violento y favorecer el hecho de que las víctimas re-editen su
vida. Como rasgo diferencial, se aborda el hecho de que los
jóvenes pueden haber sufrido injusticias como motor
motivacional de su conducta. Según este autor, entonces, una de
las dificultades principales en el tratamiento de estos
58
adolescentes es que rara vez reconocen su comportamiento, es
decir, que ellos tengan la responsabilidad de su conducta violenta
o que necesiten de un asesoramiento para el cambio. Por este
motivo, empatizar con ellos, utilizando las propias experiencias
difíciles de los adolescentes en terapia es uno de los puntos
fundamentales de este tratamiento (Jenkins, 1990; citado por
Bobic, 2002).

B. Micucci (1995)

Este autor propone un programa de tratamiento con cuatro


claves fundamentales:

 Apoyo a la patria potestad. En las familias con los


adolescentes agresivos, los padres se sienten a menudo
impotentes. Es esencial en estos casos que el terapeuta
trate de generar en los padres más confianza en su propia
competencia.

 Reparación de las relaciones. Además de apoyar el


restablecimiento de la jerarquía adecuada en la familia,
poniendo a los padres a cargo, el terapeuta también debe
organizar las oportunidades para que las relaciones
deterioradas se reparen. Este objetivo puede lograrse
mediante el fomento de la discusión sobre las formas en
que los miembros de la familia podrían ayudar a restaurar
la confianza en sí mismos.

 Contención de los conflictos. Los conflictos a menudo se


reducen cuando está presente un tercero neutral. Así, con
la participación de una tercera persona, el conflicto entre
dos partes puede enmarcarse dentro de límites aceptables.

 Descubrir y apoyar la competencia. En las familias con


miembros violentos, todos ellos tienden a sentirse
impotentes e incompetentes. Por este motivo, el trabajo del
terapeuta será también el tratar de aportar competencia a
los miembros de la familia.

59
C. Sheehan (1997)

Este autor considera que existen una serie de principios


básicos que guían su trabajo con los jóvenes y sus familias en
términos generales:

• Trabajar con respeto y de manera transparente.

• No “patologizar” el funcionamiento familiar.

• Ayudar a la gente a identificar cuándo el problema está


ausente.

• Trabajar los puntos fuertes y los recursos de las familias.

• Ayudar a las personas a asumir la responsabilidad de la


violencia que se ha generado.

En el trabajo que plantea se utilizan herramientas de la


terapia familiar narrativa y la resolución de conflictos para ayudar
a las familias a encontrar soluciones a los mismos.

Según este autor, donde la violencia está presente, es


necesario centrar la atención en primer lugar, en esto, y
específicamente sobre la seguridad de los miembros de la familia
mientras que el trabajo se está realizando. Además, la terapia
debe ser un lugar donde la familia se sienta libre para hablar
sobre lo que ha ocurrido, sin temor a la recriminación por parte
del terapeuta después dela sesión.

D. Cottrel (2001)

Este autor propone una serie de recomendaciones de cara a


la intervención:

• Los padres deben admitir el abuso y hablar de ello.

• No es conveniente centrarse únicamente en el/los


problema/s del adolescente.

60
• El terapeuta deberá ayudar al menor a que reconozca
sus conductas agresivas.

• Se introducirá a una persona no violenta en las


discusiones para que ejerza de mediador.

• Los padres deben mantener una estrecha comunicación


con las personas que forman parte de la vida del menor.

• En los casos graves, el internamiento temporal o


emancipación del menor puede ser útil.

• Una vez que la crisis inicial ha sido regulada, los padres


necesitan tiempo, espacio y apoyo para hacer frente a los efectos
del abuso.

• En ocasiones, encuentran la curación centrándose menos


en el adolescente y volviendo a conectar con los aspectos más
positivos de su vida.

E. Paterson et al. (2002)

Por último, el enfoque del trabajo de Australia llevado a cabo


por Paterson et al., (2002) se basa en un programa de
intervención grupal para madres con adolescentes violentos. El
programa se aplicó a tres grupos para favorecer su comparación.
La intervención con el primer grupo contó con 6 sesiones
semanales de dos horas de duración.

Los programas del segundo y tercer grupo se ampliaron a 7


sesiones a fin de incorporar material adicional desarrollado en
respuesta a las sugerencias de los miembros del grupo. El
tratamiento culminaba en una sesión de seguimiento llevada a
cabo seis semanas después de la aplicación del mismo.

El programa se guía por los siguientes principios:

• Crear y mantener la seguridad en el hogar.

• La violencia no es aceptable.

61
• Las sanciones legales son herramientas poderosas para
ayudar a las personas a tomar una posición contra la violencia.

• La violencia no debe ser banalizada o etiquetada como la


ira o "mal carácter".

• Las víctimas de la violencia (en este caso las madres)


prefieren un final basado en la violencia en lugar de terminar la
relación.

• La violencia se produce dentro de un contexto social más


amplio que tiene en cuenta cuestiones de género, poder,
derechos y responsabilidad.

• Las familias pueden superar la violencia en sus vidas.

• Los jóvenes son capaces de asumir la responsabilidad de


su comportamiento violento.

Por su parte, los objetivos del programa son:

• Detener la violencia.

• Incrementar el sentimiento de bienestar en las madres.

• Ayudar a las madres a hacer a su hijo responsable de su


violencia, manteniendo la relación entre ambos.

• Mejorar las habilidades de las madres en la escucha, la


comunicación, resolución de conflictos y negociación en los
mismo.

• Proporcionar un foro para el intercambio de información


sobre cuestiones jurídicas, abuso de sustancias, opciones de
vivienda, grupos de apoyo, etc.

Los temas cubiertos incluyen:

• El derecho a la seguridad.

• Definiciones de la violencia.
62
• Las creencias de las madres acerca de las causas de la
violencia.

• Desarrollo de los adolescentes.

• La construcción social de la crianza de los hijos.

• Habilidades de comunicación, asertividad y resolución de


conflictos.

• Información jurídico-legal para la creación de opciones


de seguridad.

La intervención se realizó en un formato grupal flexible en


el que se incluyeron pequeños y grandes grupos de discusión,
tratando determinados aspectos de manera didáctica y con role-
playing.

Los líderes del grupo plantean cada sesión teniendo en


cuenta los objetivos generales anteriormente mencionados, lo
ocurrido durante la sesión anterior y los intereses expresados por
los miembros del grupo. A fin de mantener una visión equilibrada
de las necesidades de las madres y sus hijos, se realizaron
reuniones periódicas y sesiones de discusión con otros miembros
del equipo de asesoramiento.

Los resultados de este estudio indican una reducción de las


conductas agresivas por parte de los menores. Sin embargo, los
niveles de depresión de las madres se mantuvieron constantes.
Si bien se logró una reducción de la ansiedad y una mayor
percepción de control por parte de éstas (Paterson et al., 2002).

Tras la revisión de cada uno de los tratamientos específicos


sobre el tema, se puede concluir que existen numerosos déficits
en el desarrollo de cada uno de ellos. En primer lugar, es
importante destacar que únicamente uno de los tratamientos (el
propuesto por Paterson et al., 2002) aporta datos estadísticos, si
bien el tamaño muestral del mismo impide una interpretación
apropiada de los mismos. El resto de las intervenciones se
basarían más bien en la aportación de ciertas recomendaciones,
63
sin que en ningún momento aparezca reflejada la puesta en
marcha y, por tanto, su eficacia.

Por otro lado, se observa, además, una ausencia


significativa de manuales de tratamiento protocolizados, de modo
que resulta sumamente complicado conocer las técnicas y
procesos intervinientes en el cambio, impidiendo la posibilidad de
medida de las variables dependientes de la intervención.

8.2. CONCLUSIONES
El tratamiento de menores que agreden a sus padres es,
como hemos visto, un elemento sumamente complejo y adolece
de algunas carencias. La primera de ellas, es, precisamente, la
falta de tratamientos específicos y rigurosos sobre un tema que
es de creciente interés en la sociedad actual. En este sentido, la
creación de protocolos de tratamiento específicos al respecto, y
el análisis riguroso de los resultados de los mismos parece hoy
por hoy, una tarea de vital importancia.

Para poder dar forma a tratamientos de este tipo, no


obstante, es importante revisar la literatura que existe al
respecto, aunque ésta, no es todo lo amplia y rigurosa que cabría
desear. En este sentido, una revisión exhaustiva sobre el tema
hace patente la necesidad de que los tratamientos sean lo más
eficaces posible, lo cual, no es solamente lo deseable, sino que
supone una obligación dentro del marco deontológico de las
ciencias de la salud. Para ello, deberán suplirse algunas de las
carencias que ya han sido referidas con anterioridad. Por
ejemplo, es fundamental rebajar la tasa de abandonos tan
elevada que presentan estos tratamientos (Borduin et al., 1995;
Kazdin et al., 1992; Redondo et al., 1999) y que, tal y como
hemos visto, parece estar relacionada con un desgaste de los
pacientes sometidos a terapia (Kazdin et al., 1992). Por eso,
muchos autores incluyen en los tratamientos mediciones de la
satisfacción con el tratamiento, tanto de los menores, como de
los padres y terapeutas (Brestan, et al., 1999; Kazdin, et al.,
1989; Kazdin et al., 1987) Además, la propuesta de una
intervención motivacional específica podría ser el instrumento
idóneo en este sentido. Por ello, parece necesaria la inclusión de

64
componentes que aumenten la motivación, asistencia y adhesión
(Nock, 2003). De hecho, en determinados estudios se ha
comenzado a incluir este componente esencial, encontrado
resultados superiores que los tratamientos que prescinden del
mismo (Thomas y Zimmer-Gembeck, 2007).

Al hilo de lo anterior, para mejorar la eficacia de los


tratamientos será fundamental examinar las variables de proceso
que explican el éxito o fracaso de las intervenciones.

Una estrategia válida para realizar dicho proceso podría


tener que ver con una evaluación continua del estado de
evolución en que se encuentran los pacientes, empleando los
instrumentos más válidos y fiables que se hayan encontrado,
siendo mejor emplear una variedad de medidas con diferentes
puntos de vista (Sherer et al., 1994). Además, Bernal et al.,
(1980) hablan de la e valuación continua por parte del terapeuta
de cada sesión, con la que se podría saber exactamente qué
componente activo del tratamiento está provocando cambios en
cada momento. De esta manera se permitiría la identificación de
los predictores, mediadores y moderadores (Eyberg et al., 2008),
y logrando pues, subsanar la ausencia de estudios controlados
sobre las variables explicativas de los tratamientos (Chamberlain
y Reid, 1998; Eyberg et al., 2008; Kazdin et al., 1992; Mytton et
al., 2006).

Por otro lado, además de la eficacia es importante tener en


cuenta la utilidad del tratamiento. Para poder generalizar los
éxitos a la práctica clínica habitual, intervenir con todos los
agentes responsables del problema (intervención con la familia)
se convierte en sumamente relevante. En este sentido, cabe
destacar que el enfoque cognitivo-conductual cuenta con
evidencias que favorecen dicha generalización

Por otra parte, con el fin de aplicar lo aprendido en la clínica


al contexto natural, sería necesario también adaptar el protocolo
a las características de diversos centros sanitarios. Por ello, es
fundamental contemplar la intervención empleando diferentes
modalidades de tratamiento (individual/grupal) y posibilitando
que sea aplicable por diferentes profesionales de la salud, con el
fin de cumplir con el objetivo de favorecer la replicación de las
65
investigaciones y el estudio de los efectos de los programas fuera
de las condiciones de laboratorio (Eyberg et al., 2008). El hecho
de que exista un manual protocolizado y una garantía de
cumplimiento convierte al tratamiento en replicable por cualquier
profesional, siempre y cuando haya una formación previa y un
seguimiento continuo de adherencia a los principios básicos de
tratamiento, promoviendo así, la aplicación coherente de los
programas (NICE, 2007).

Pero no solamente es necesario adaptarse al entorno donde


se va a desarrollar el programa de tratamiento, sino también
individualizar el mismo teniendo en cuenta las características
idiosincrásicas de cada paciente. P arece fundamental, entonces,
favorecer el proceso de individualización de las intervenciones,
facilitando además la creación de un enfoque flexible (Frick,
2001).

66
9. PROGRAMA DE TRATAMIENTO PARA
ADOLESCENTES QUE AGREDEN A SUS
PADRES

El programa de tratamiento que se presenta en este tema


se propone como una posible solución a dichos problemas
(González-Álvarez, M., Gesteira, C., Fernánde-Arias, I. y García-
Vera, M.P, 2009). Este protocolo se compone de un tratamiento
estándar que puede complementarse con una serie de módulos
específicos. Además, cabe destacar la inclusión dentro del
programa, de un protocolo de evaluación pre, inter y post
tratamiento.

9.1. DESCRIPCIÓN DEL PROGRAMA


A. El protocolo de evaluación: se compone de 2 sesiones
tanto para padres como para hijos, con una sesión extra para los
primeros de presentación y consentimiento explícito de su
participación en el programa de tratamiento. La evaluación
incluye una entrevista semi-estructurada elaborada ad hoc y la
aplicación de una serie de cuestionarios relacionados con
variables que se han mostrado relevantes en la literatura, cuya
fiabilidad, además, ha quedado sobradamente probada. La
evaluación se realiza también durante la aplicación de los
diversos módulos de tratamiento con el fin de medir las variables
proceso, así como al finalizar el mismo, contemplándose en el
programa seguimientos amplios, superiores a un año.

B. El tratamiento estándar incluye la intervención con los


adolescentes, con los padres y con el conjunto de la familia. El
tratamiento de los adolescentes incluye 16 sesiones de una hora
de duración a lo largo de aproximadamente 5 meses. Este
tratamiento está dirigido al desarrollo de recursos psicológicos
(habilidades sociales, conductas de autocontrol, empatía, etc.)
que permitan al adolescente afrontar las situaciones cotidianas
de una manera más adaptativa, manejar su ira y agresividad, y

67
resolver sus problemas interpersonales, de forma que, en última
instancia, aprenda un estilo de vida que no contemple la violencia
como respuesta adaptativa, generando así una nueva identidad
basada en el rechazo de la violencia.

Otra parte fundamental del programa, que mantiene un


enfoque integral, es la intervención con los padres. A lo largo de
9 sesiones de una hora (2 meses aproximadamente), los padres
aprenden herramientas para la gestión de situaciones conflictivas
y habilidades para mejorar la comunicación y el manejo de
contingencias.

Finalmente, la intervención con la familia da la oportunidad


a sus miembros, durante 6 sesiones de dos horas de duración,
aproximadamente, a lo largo de 2 meses, de practicar
conjuntamente todo lo aprendido en el manejo de las situaciones
conflictivas cotidianas y de favorecer el mantenimiento de los
cambios logrados a lo largo del proceso, fortaleciendo, además,
la comunicación entre todos los miembros de la familia.

El programa estándar puede adoptar tanto un formato


individual como grupal, dependiendo de las características
específicas de la población a tratar.

C. Los módulos específicos de tratamiento constituyen


un último elemento del proceso de intervención. Estos módulos
se han concebido dentro del programa de tratamiento para dar
respuesta a aquellas necesidades específicas de cada familia, de
modo que no tienen por qué ser aplicados como tratamiento
estándar, sino únicamente cuando sea preciso. Así, cuando el
terapeuta lo considere necesario, está previsto incluir un módulo
específico de intervención que responda a los problemas
planteados por los pacientes. La literatura revisada y la práctica
clínica ponen de manifiesto una serie de necesidades
relativamente frecuentes que han llevado a la inclusión en este
programa de tratamiento de módulos que den respuesta a esas
exigencias. En este sentido, encontramos módulos centrados en
el manejo de la negativa por parte del menor a acudir a terapia,
la presencia de ideación suicida o la posible presencia de
trastornos comórbidos como el TDAH o el consumo de alcohol y/
drogas, entre otros.
68
Después de numerosos trabajos previos durante la fase
piloto del programa, el plan de tratamiento definitivamente
elaborado para menores con comportamientos agresivos hacia
sus padres ha quedado detallado en tres manuales de
tratamiento: I. Manual de Tratamiento para los menores, II.
Manual de Tratamiento para los padres, y III. Manual de
tratamiento familiar (padres e hijos). En cada uno de ellos se
detallan los objetivos, contenidos y actividades de todas las
sesiones de tratamiento con los adolescentes, con los padres, y
en familia.

9.2. OBJETIVOS Y TÉCNICAS APLICADOS EN E


PROGRAMA
MÓDULO 1: “EMPEZAR CON BUEN PIE”

Sesión 1: Favorecer y fomentar la motivación al cambio a


través de entrevista motivacional.

MÓDULO 2: “COMPRENDER LA VIOLENCIA Y SU POR QUÉ ”

Sesiones 2 y 3: Comprender el concepto de violencia y su


funcionalidad a través de psicoeducación

MÓDULO 3: “APRENDER A PENSAR SIN VIOLENCIA”

Sesiones 4,5 y 6: Modificar los pensamientos y creencias


que justifican la violencia a través de reestructuración cognitiva

MÓDULO 4: “EMOCIONES QUE NOS ACERCAN O NOS


ALEJAN DE LA VIOLENCIA”

Sesiones 7, 8 y 9: Mejorar el manejo emocional mediante


psicoeducación sobre emociones: Mejorar el autocontrol del
menor a través de la técnica del semáforo; Mejorar la respuesta
empática del menor mediante ro le-playing e inversión de roles.

MÓDULO 5: “UNA NUEVA FORMA DE RELACIONARSE CON


LOS DEMÁS”
69
Sesiones 10, 11, 12 y 13: Mejorar las habilidades sociales
del menor mediante role-playing, feedback y modelado; Mejorar
las habilidades de solución de problemas del menor mediante el
entrenamiento en la técnica de solución de problemas (TSP)

MÓDULO 6: “UNA NUEVA HISTORIA QUE CONTAR”

Sesiones 14, 15 y 16: Favorecer el mantenimiento de los


cambios mediante la prevención de recaídas; Favorecer el
fortalecimiento de la nueva identidad adquirida por el menor
mediante técnicas narrativas.

El programa de tratamiento con los menores tiene como


objetivo fundamental el de generar una nueva identidad al
margen de la violencia. Para ello, se plantea un trabajo inicial a
nivel motivacional con el objetivo de reducir el problema de la
elevada tasa de abandonos presente en esta población.

A continuación, el proceso terapéutico avanza haciendo un


especial hincapié en el groso de creencias y pensamientos que
justifican la violencia y que por tanto, favorecen el
mantenimiento de la conducta agresiva.

Otro elemento importante lo conforma el desarrollo de


estrategias centradas en el manejo emocional. Para ello, se
realiza un trabajo centrado en la adquisición y/o incremento de
la respuesta empática del menor así como en el desarrollo de
habilidades adaptativas de autocontrol.

Un cuarto nivel de intervención tiene que ver con el


desarrollo de conductas alternativas a la violencia, mostrando por
ello interés en la mejora de habilidades de comunicación y
solución de problemas que permitan al menor gestionar los
conflictos de manera apropiada.

Por último, y como en cualquier proceso terapéutico, se


introduce un módulo destinado a la prevención de recaídas con
el objetivo de mantener los logros adquiridos tras el proceso
terapéutico y tratando de evitar así el problema del
mantenimiento de los logros en espacios temporales amplios.
70
9.3. TRATAMIENTO PARA PADRES EN EL PROGRAMA
MÓDULO 1: “DANDO LOS PRIMEROS PASOS”

Sesión 1: Favorecer y fomentar la motivación al cambio;


Comprender el concepto de violencia y su funcionalidad a través
de psicoeducación.

MÓDULO 2: “LA IMPORTANCIA DE LO QUE SE NOS PASA


POR LA CABEZA”

Sesiones 2 y 3: Modificar los pensamientos y creencias que


justifican la violencia (reestructuración cognitiva).

MÓDULO 3: “LAS EMOCIONES Y SU RELACIÓN CON LA


VIOLENCIA”

Sesiones 4 y 5: Mejorar el manejo emocional mediante


psicoeducación sobre emociones; Mejorar el autocontrol de los
padres a través de la técnica del semáforo; Mejorar la respuesta
empática mediante role-playing e inversión de roles

MÓDULO 4: “ENCONTRANDO ALTERNATIVAS Y


PONIÉNDOLAS EN PRÁCTICA”

Sesiones 6, 7 y 8: Mejorar el manejo de contingencias de


los padres mediante técnicas operantes; Mejorar las habilidades
sociales mediante role-playing, feedback y modelado; Mejorar las
habilidades de solución de problemas mediante el entrenamiento
en la TSP.

MÓDULO 5: “UNA NUEVA HISTORIA QUE CONTAR”

Sesiones 9: Favorecer el fortalecimiento de la nueva


identidad adquirida por el menor y las habilidades aprendidas por
los padres mediante técnicas narrativas.

El programa de tratamiento para padres muestra una gran


similitud con el protocolo de menores. Lo que se pretende es

71
desarrollar en los padres las mismas habilidades que
posteriormente exigirán al menor, de manera que éstos
muestren un modelo de comportamiento adaptativo que
favorezca tal fin.

La única diferencia destacable entre ambos manuales es la


inclusión en este último de pautas para el manejo de
contingencias por parte de los padres con el objetivo de favorecer
un manejo adaptativo de las conductas agresivas de los menores.

9.4. TRATAMIENTO DE FAMILIAS EN EL PROGRAMA


MÓDULO 1: “ME GUSTARÍA DECIRTE QUE...”

Sesión 1: Proseguir con el fortalecimiento de la nueva


identidad adquirida por el menor y las habilidades aprendidas por
los padres mediante técnicas narrativas en familia.

MÓDULO 2: “PONIENDO A PRUEBA LO APRENDIDO”

Sesiones 2, 3 y 4: Fortalecer las estrategias trabajadas a


lo largo de todo el proceso terapéutico mediante la práctica
conjunta de las mismas a través del juego

MÓDULO 3: “DETECTANDO MIS SITUACIONES DE RIESGO”

Sesiones 5 y 6: Favorecer el mantenimiento de los cambios


mediante la prevención de recaídas.

El programa de tratamiento para familias tiene como


objetivo fundamental poner en práctica en sesión y bajo el control
del terapeuta, todas aquellas habilidades aprendidas a lo largo
del proceso terapéutico. El profesional planteará diversas
situaciones conflictivas con el objetivo de moldear las estrategias
puestas en marcha por cada miembro de la familia. Se trata de
plantear situaciones generadoras de conflicto aumentando
progresivamente la implicación emocional de la familia en las
mismas.

72
Un último objetivo de este programa será realizar un trabajo
conjunto de prevención de recaídas con el objetivo de favorecer
el mantenimiento de los logros.

73
10. MEDIDAS EFICACES PARA LA
PREVENCIÓN

10.1 PADRES MUY COMPETENTES


Existe una primera recomendación básica que podemos
plantear para intentar prevenir la aparición de hijos tiranos: no
se debe propiciar la insensibilidad emocional o moral. Por ello no
debemos descuidar sus necesidades emocionales tempranas,
debemos evitar que sean víctimas de abusos o de una crianza
negligente.

Pero ya hemos comentado en el temario que muchos de


estos hijos adoptan esa actitud a pensar de que sus padres los
han atendido de una forma razonable desde el principio. Lo que
esto significa es que los padres que reconozcan tempranamente
los síntomas que hemos explicado en el curso, deben de exigirse
mucho más, debes superar en esfuerzo y dedicación lo que se
considera adecuado para un joven “promedio”. El esquema 1
(adaptada del prestigioso psicólogo Lykken) nos ayudará a
explicarlo.

Existen dos ejes, cuya intersección produce cuatro áreas. El


eje horizontal representa la facilidad o dificultad que tienen los
niños para ser educados o socializados, debido a su genética y a
la biología con la que nacen. Los niños con tendencia a la
psicopatía estarían dentro de la zona inferior izquierda de ese eje,
representada con el dibujo de las esposas. El eje vertical
representa la dimensión de competencia e incompetencia de los
padres, y se extiende desde los padres muy preparados y
entregados a cuidar de sus hijos (parte superior), a los padres
negligentes y con muy pocas habilidades de crianza (parte
inferior).

Como puede verse en el dibujo que veremos a continuación,


los padres incompetentes que tienen hijos muy difíciles no van a
ser de gran ayuda. El camino de estos jóvenes suele ser la

74
delincuencia y la vida antisocial en general. Cuando se produce
la combinación contraria (padres o hijos “buenos” con padres o
hijos “malos”) es cuando realmente se puede marcar la
diferencia: cuando los niños son fáciles de educar y los padres
son incompetentes, realizar programas de intervención que
auxilien a los padres a ser mejores educadores sería de mucha
ayuda para que sus hijos pudieran crecer correctamente.

A la inversa, cuando los padres son buenos educadores


pero sus hijos son muy difíciles, facilitar para esos niños
programas complementarios a la educación paterna (mediante
servicios de salud especializados) debería ser una opción
generalizada. En los casos de que ambos sean competentes y
fáciles, no hay ningún problema, salvo que los que depare el
azar.

La cuestión es que los padres entregados a educar


correctamente a sus hijos tienen que esforzarse cuanto antes por
evitar que sus hijos desarrollen una personalidad tiránica y por
supuesto, una psicopatía. El área marcada por el signo del
75
corazón incluye a esos padres competentes que tienen a niños
con predisposición a la insensibilidad moral. Lo que se quiere
destacar aquí es que estos padres no pueden confiar en que
haciendo lo que hacen oros padres (los que tienen hijos “fáciles”:
el área de la cara sonriente) tengan éxito en la educación de sus
hijos (Garrido, 2005).

10.2. PAUTAS EDUCATIVAS


A. Estrategias para el desarrollo de la sensibilidad o
emociones morales.

No es nada fácil mejorar el nivel de desarrollo de las


emociones morales como la empatía, la compasión, el vínculo
afectivo o la capacidad de sentir culpa o arrepentimiento sincero.
En los adultos con un diagnóstico de psicopatía es algo de lo que
todavía no hay pruebas de que se haya conseguido. Sin embargo,
como hemos mencionado en el temario, la mayoría de los jóvenes
con el síndrome del emperador no son psicópatas; aunque tienen
en un grado de desarrollo variable este elemento constitutivo de
la psicopatía, como es la insensibilidad. Por ello, no podemos
renunciar a desarrollar su sensibilidad moral tanto como
podamos. En este apartado, el conocimiento necesario para que
los padres actúen tiene que ver tanto con la forma de pensar del
chico como con sus afectos. La idea principal ha de ser
proporcionar experiencias donde ellos puedan verse importantes
por las conductas positivas que puedan realizar hacia los demás.
Una cosa importante que pueden hacer los padres es darles a
entender que ellos pueden ser “niños ganadores” si son capaces
de demostrar que tienen poder ayudando a otros que son más
débiles que ellos.

Otra estrategia recomendable, para los padres, es hacer lo


posible para elevar al mayor nivel posible sus emociones morales,
por pequeño que sea. Es probable que el niño tenga más
dificultad para aprender a sentir lo que el otro siente, pero es
más fácil que esté dentro de su alcance el ayudar a comprender
cómo se siente el otro.

76
B. Estrategias para inhibir las acciones antisociales y
controlar el deseo de poder y de obtener de inmediato lo
que desea.

Detrás de la violencia y la indisciplina de los hijos tiranos


está el escaso miedo al castigo y el bajo sentido de la contención,
junto con una actitud muy favorable hacia los beneficios que se
pueden derivar de salirse con la suya.

La sensibilidad ante el castigo tiene una base fisiológica,


pero puede acentuarse mediante una disciplina firme y
consistente. A partir de los seis o siete años esto implica,
fundamentalmente, la cuestión de que los padres nunca han de
ver su autoridad como tales neutralizada por sus hijos. Los
padres tienen la importante tarea de mantener durante estos
años capitales su autoridad, ya que esto supone enseñar
importantes lecciones de disciplina y autocontrol a sus hijos:

• Mantenerse firmes.

• No responder bajo la presión del momento y focalizar la


disputa.

• Mantener un estado de ánimo positivo.

• No dejar pasar las cosas “muy importantes”

• No buscar la “comprensión” del hijo.

C. El problema de la desmotivación.

Para evitar llegar a la desmotivación en la adolescencia, es


muy importante trabajar la motivación en los años de la niñez.
Se debe adoptar desde el principio la postura indagatoria acerca
de las cosas que puedan llevar a motivar a los hijos. ¿Qué los
motiva? ¿Cuáles son las cosas o situaciones más del presente que
parecen ser importantes para ellos? Con estas preguntas se
intenta comprender su “mapa de incentivos”, así como su
capacidad para esforzarse cuando lo deseado no es algo que se

77
pueda obtener de forma inmediata o en un lapso de tiempo muy
breve (un día o dos).

Por otra parte, es fundamental en el desarrollo de cualquier


joven la motivación para realizar cosas que no son naturalmente
agradables.

Cosas como estudiar o hacer las tareas en casa no se


aprenden a hacer de modo regular si no se integra entre los
valores del niño la necesidad de esforzarse para cumplir con sus
obligaciones y mejorar su autoestima. Estos chicos necesitan,
más que cualquier otro, que sus padres, desde pequeños, no
cedan ante sus negativas a trabajar o a hacerse cargo de sus
obligaciones (Garrido, 2007).

10.3. CONCLUSIÓN
Se ha olvidado el sentimiento de culpa, la importancia de la
conciencia y, queriendo ser más “moderno”, se enseña a los niños
que lo importante es disfrutar de las cosas ahora, o al menos ese
el método que se sigue para que no se vean “diferentes” a los
otros y no atosiguen con demandas difíciles de aguantar. La culpa
ha sido sustituida por el respeto a la ley y a la democracia, y
dentro de esos márgenes, todo vale.

Pero actuando de este modo, se abren importantes agujeros


en la formación humana de los niños. En los casos de los jóvenes
con predisposición a la violencia, a creerse “emperadores” en sus
casas.

Los padres no pueden enfrentarse solos a estos niños, por


lo menos a los realmente “duros”. El estado ha de contribuir a
ayudar a las familias que tienen niños con problemas de
personalidad antisocial, trastorno disocial o psicopatía.

Debería formarse y dar instrucciones a los servicios de


protección de menores y servicios sociales en general para
proceder correctamente en estos casos, y no agobiar todavía más
a los padres que padecen este problema con escritos
reprobatorios y amenazas de sanciones.

78
Por supuesto, se debe corregir todo lo que los padres hagan
mal, y se debe expedientar a todos aquellos que con su
negligencia o malas prácticas fomentan la violencia de sus hijos.
Pero como hemos comprobado en el temario, existen casos de
padres incapaces de hacer frente a un hijo que les supera. Las
unidades de salud mental tendrían que especializarse también en
atender este tipo de casos.

Los poderes públicos podrían hacer también algo más


explicando que la conciencia y la culpa no son algo superfluo, sino
que son una exigencia de la evolución social y moral que ha
llevado a tener atributos que hoy se consideran como propios de
ser “humano”.

Es comprensible pensar que es muy difícil luchar contra todo


esto. El mercado tiene una fuerza impresionante: está lleno de
tentaciones para niños a los que les cuesta desarrollar una
conciencia. Cuando se zanja la cuestión de estos hijos tiranos
diciendo que los padres tienen la culpa porque son “permisivos”
se banaliza mucho la cuestión. La sociedad del ocio que envuelve
a esos padres permisivos ha cultivado a pulso una zafiedad que
asusta, donde la conciencia y la culpa no parecen ser relevantes
en los espacios dramáticos, sin más bien lo contrario.

79

También podría gustarte