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… Un rayo de luz que entra por una pequeña ventana cerca del techo de la
habitación, le ilumina el rostro.
Intenta abrir los ojos, pero los párpados todavía algo hinchados solo le
permiten distinguir la claridad.
Tampoco el resto del cuerpo responde a su intento de incorporarse. Sus
brazos están apretados por vendajes y solo el pensamiento de moverse genera un
fuerte dolor que lo recorre de arriba abajo.
¿Qué ocurrió?
¿Dónde estoy?
¿Estaré soñando?
La amada diosa Isis...cubierto el rostro con siete velos le tiende las manos.
¿Estaré muerto?
Lavar y coser las heridas de sus brazos llevaron tiempo a quién lo recogió
frente a las puertas de este lugar; en apariencia; ruinoso.
Bien entrada la noche el anciano quedó conforme con la cura que hizo del
cuerpo malherido. El cansancio se reflejaba en su rostro después de su ardua labor.
Había acomodado en su propio camastro al herido, canturreando oraciones
sagradas mientras lo atendía, intentando que el sueño que el paciente tuviera fuera
reparador. Al terminar la tarea se arrodilló diligente dando gracias a los dioses que
le permitieron dar ayuda y volvió a repetir las oraciones de cura.
Después; humildemente; se recostó en un camastro al lado y se cubrió con
una manta gruesa para reponerse y mantener vigilado al joven.
En su convalecencia Gizeh tuvo chispazos de conciencia en los que alcanzó
a percibir pasos furtivos y manos que lo tocaban levantando su cabeza tratando
que entreabriera los labios para verter en ellos, unas veces agua, otras un caldo
tibio o brebajes medicinales. Pero pronto volvía a la inconciencia.
Pasaron muchos días hasta hoy, en que el rayo de luz que le ilumina el
rostro lo despierta.
En este día comienza a manifestar mejoría. Los párpados ya casi están
normalizados y siente en la frente la frescura de un paño húmedo que le ayuda a
disminuir su fiebre.
Distingue al lado a un ser que viste ropas muy gastadas. Una cara cubierta
de una barba blanca y rodeada por largos cabellos blancos más cuidados que los
del anciano del desierto, se hace visible y su mirada encuentra unos ojos
anhelantes que lo miran con muestras de temor.
--“Sosiégate hijo mío, contestaré todas tus preguntas, una por una. Me llamo
Saofis, soy sacerdote en este templo que el tiempo se ha encargado de deteriorar.
Desde joven vivo aquí, cuido lo que guardan estas ruinas.
Cuando te encuentres repuesto podré darte más explicaciones, pero tómalo
con calma, aún estás débil. Como ya te dije, unos cuantos días antes tu presencia
me había sido anunciada, pero los días fueron pasando sin que llegaras.
Mi gran pena es haberte encontrado casi muerto, con esos grandes tajos.
Gracias a los dioses te has ido recuperando y cuando estés como para poder
caminar, te guiaré a un lugar donde espera por ti una revelación.
El tiempo ha convertido el templo en estas ruinas y eso nos ha salvado y
también salvó nuestra herencia que permanece esperando a quién debe recibirla.
Los hermanos que vivieron conmigo fueron muriendo uno a uno, por eso vivo casi
solo.
Todo tiene su tiempo y su lugar. He aguardado mucho manteniendo vivos
conocimientos sagrados y como llevas colgado en tu pecho un medallón especial
creo que eres por quién espero. Ellos te permitirán despertar la sabiduría que
necesitarás para poder cumplir con tu futura tarea cualquiera que ella sea. Hay
otros sacerdotes en otros lugares que también esperan por ti, ya los conocerás
cuando estés pronto.