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7 el templo

… Algunos días después...

… Un rayo de luz que entra por una pequeña ventana cerca del techo de la
habitación, le ilumina el rostro.

Intenta abrir los ojos, pero los párpados todavía algo hinchados solo le
permiten distinguir la claridad.
Tampoco el resto del cuerpo responde a su intento de incorporarse. Sus
brazos están apretados por vendajes y solo el pensamiento de moverse genera un
fuerte dolor que lo recorre de arriba abajo.

Estremecido otra vez por el temor, se pregunta:

¿Qué ocurrió?

¿Dónde estoy?

¿Estaré soñando?

La pérdida de sangre y la fiebre lo debilitaron tanto, que yace sobre un


camastro sin poder comprender que ha sucedido.
Aún delira, pues extrañas escenas configuran el pasado reciente: se
mezclan sus recuerdos con la presencia de los pequeños elementales y la de los
dioses; los que desde planos sutiles le ayudaron a resistir y llegar al lugar donde
recibió ayuda.

La amada diosa Isis...cubierto el rostro con siete velos le tiende las manos.

La imagen de los escalones y una puerta vienen a su mente, mas no


recuerda nada de la batalla sutil ni de las manos diligentes y expertas que le
quitaron las ropas ensangrentadas que lo cubrían.
A pesar de que fue tratado con mucho cuidado, su cuerpo dolorido; intentó
varias veces escapar de esa manipulación. Las expertas manos fueron limpiando y
desinfectando, con esencias y aceites, las heridas llenas de sangre y arena.

Todo ahora le parece irreal, pero le duele lo poco que recuerda:


¿Estoy soñando?

¿Estaré muerto?

¿No será mi alma rebobinando el pasado, siguiendo algún ritual sagrado?

El dolor intenso termina siéndole una bendición, pues lo lleva nuevamente a


la inconciencia...

Lavar y coser las heridas de sus brazos llevaron tiempo a quién lo recogió
frente a las puertas de este lugar; en apariencia; ruinoso.
Bien entrada la noche el anciano quedó conforme con la cura que hizo del
cuerpo malherido. El cansancio se reflejaba en su rostro después de su ardua labor.
Había acomodado en su propio camastro al herido, canturreando oraciones
sagradas mientras lo atendía, intentando que el sueño que el paciente tuviera fuera
reparador. Al terminar la tarea se arrodilló diligente dando gracias a los dioses que
le permitieron dar ayuda y volvió a repetir las oraciones de cura.
Después; humildemente; se recostó en un camastro al lado y se cubrió con
una manta gruesa para reponerse y mantener vigilado al joven.
En su convalecencia Gizeh tuvo chispazos de conciencia en los que alcanzó
a percibir pasos furtivos y manos que lo tocaban levantando su cabeza tratando
que entreabriera los labios para verter en ellos, unas veces agua, otras un caldo
tibio o brebajes medicinales. Pero pronto volvía a la inconciencia.
Pasaron muchos días hasta hoy, en que el rayo de luz que le ilumina el
rostro lo despierta.
En este día comienza a manifestar mejoría. Los párpados ya casi están
normalizados y siente en la frente la frescura de un paño húmedo que le ayuda a
disminuir su fiebre.
Distingue al lado a un ser que viste ropas muy gastadas. Una cara cubierta
de una barba blanca y rodeada por largos cabellos blancos más cuidados que los
del anciano del desierto, se hace visible y su mirada encuentra unos ojos
anhelantes que lo miran con muestras de temor.

El ser tiende las manos para cambiar el paño húmedo de su frente y es


entonces que pregunta:

--“¿Tú quién eres? ¿Dónde estoy?”

--“Estás a salvo hijo -responde el hombre-, aunque te debatiste muchos días


entre la vida y la muerte, esperaba que lograras sobrevivir. Quédate tranquilo y no
hagas movimientos que puedan acrecentar tu dolor. Mucho he rogado a la divina
Madre; a quien delirando llamabas con insistencia; pidiendo por tu vida y a pesar
de que la diosa me tranquilizaba asegurando que sanarías, hubo días en que la
duda atormentaba mi corazón creyendo que te perdía, después de haber esperado
por ti durante tanto tiempo.”

¿Esperarme… hace tiempo? Quiere preguntar al anciano que quiso decir


con esa última frase, pero se duerme nuevamente. Su rostro luce tranquilo, el
anciano mirándolo dulcemente lo deja dormir, ya habrá tiempo para las
explicaciones...
Aunque el cuerpo dolorido no está en condiciones de dejar el lecho, la
mente ha comenzado a tener lucidez, no delira y los momentos de conciencia se
hacen cada vez más largos.
Despierta con una sensación de bienestar y ganas de conversar con el
anciano, quien prudentemente lo ha dejado solo, permitiendo que reflexione sobre
lo sucedido y que vaya adaptándose al nuevo entorno.

Cuando el anciano entra en la habitación recibe un saludo afectuoso:

“¿Dime anciano... tú quién eres? ¿Qué hacías en medio del desierto?”

Tiene mil preguntas bullendo en la mente, mientras el anciano le sonríe


bondadosamente.

--“Sosiégate hijo mío, contestaré todas tus preguntas, una por una. Me llamo
Saofis, soy sacerdote en este templo que el tiempo se ha encargado de deteriorar.
Desde joven vivo aquí, cuido lo que guardan estas ruinas.
Cuando te encuentres repuesto podré darte más explicaciones, pero tómalo
con calma, aún estás débil. Como ya te dije, unos cuantos días antes tu presencia
me había sido anunciada, pero los días fueron pasando sin que llegaras.
Mi gran pena es haberte encontrado casi muerto, con esos grandes tajos.
Gracias a los dioses te has ido recuperando y cuando estés como para poder
caminar, te guiaré a un lugar donde espera por ti una revelación.
El tiempo ha convertido el templo en estas ruinas y eso nos ha salvado y
también salvó nuestra herencia que permanece esperando a quién debe recibirla.
Los hermanos que vivieron conmigo fueron muriendo uno a uno, por eso vivo casi
solo.
Todo tiene su tiempo y su lugar. He aguardado mucho manteniendo vivos
conocimientos sagrados y como llevas colgado en tu pecho un medallón especial
creo que eres por quién espero. Ellos te permitirán despertar la sabiduría que
necesitarás para poder cumplir con tu futura tarea cualquiera que ella sea. Hay
otros sacerdotes en otros lugares que también esperan por ti, ya los conocerás
cuando estés pronto.

Pasarás conmigo un largo período durante el cual repondrás totalmente tus


fuerzas y yo seré tu primer maestro.
Te ayudaré a que aprendas a despertar los registros sagrados de otras vidas
y así puedas hacer florecer la sabiduría que los dioses te han entregado, en ésta y
en anteriores vidas; cuando tomaste la decisión de realizar tu tarea.
Tú mismo elegiste este camino antes de nacer; cuando hiciste el programa
de tu vida.”

Gizeh cree estar delirando, no puede abarcar todo el contenido de las


palabras del sacerdote. Pero piensa que tal vez ahora sea el tiempo de comenzar a
desmadejar sus secretos. Las enseñanzas del anciano quizás puedan aclararle el
porqué de los sucesos de su vida.
Piensa en su madre y en el momento en que; con los ojos cegados por las
lágrimas; le dijera: Ve hijo, pues ha llegado la hora de cumplir con tu destino. No
pienses en nada más que en llegar a la meta que los dioses han impuesto.

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