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Se levanta al día siguiente con nuevos bríos para continuar su camino. Muy
pronto se encuentra nuevamente perdido en sus pensamientos que lo mantienen
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abstraídos del monótono paisaje. La mente no acompaña el devenir de sus pasos,
pero el cuerpo va poco a poco perdiendo sus fuerzas. En la tarde nota que queda
apenas una tercera parte del agua en las cantimploras.
Asustado por el hecho de que no sabe cuánto queda aún por llegar al primer
mojón del camino…y sin agua… sin agua no llegaré a ninguna parte -se repite-.
La garganta se le cierra y el temor comienza a ahogarlo, aunque se resiste a
creer que después de las vivencias tenidas hasta ahora no pueda continuar por falta
de agua.
Llega a un pedregal en el que encuentra un poco de sombra y se recuesta a
descansar en ella.
Por su mente pasan nuevamente todas las palabras del anciano: Las estrellas te
guiarán. Los elementales del desierto, aún cuando no los veas estarán contigo y
cuando los llames, vendrán en tu ayuda...
Entonces los llama en voz alta con desesperación… pero a su llamado solo
responde un silencio más profundo. Sus gritos se expanden y pierden en la
inmensidad del desierto.
El lastimoso llamado ha sido escuchado y pronto los pequeños seres acuden,
aunque sus ojos humanos no son capaces de verlos.
En la antesala del sueño en que ha comenzado a caer otra vez, alcanza a
percibir que unas pequeñas manos refrescan y acarician su rostro. Así mimado; tal
vez por su propia imaginación; va cerrando sus párpados, mientras un raro y
monótono arrullo lo acuna hasta que se duerme dolorosamente.
Mientras tanto el cuerpo le es reparado y recibe ayuda para que recupere
fuerzas y sea posible que siga andando…
Ya amaneció… los rayos del sol al caer sobre su rostro lo despiertan. Quieto,
tirado en la arena al lado del pedregal, se siente embargado por una extraña y
agradable sensación de compañía.
“Anoche estoy seguro que alguien masajeaba mi cuerpo y mis pies doloridos
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-habla consigo mismo- quitándome el cansancio. ¿Soñé o los pequeños seres
realmente acudieron en mi ayuda?”
Ya no tiene alimentos, solo unos sorbos de agua y la fe; renovada antes; hoy se
ha debilitado tanto que nada lo alienta a seguir.
No está seguro de haber caminado con exactitud el recorrido que el pastor le
dibujó, a pesar de que las estrellas lo han orientado por la noche... y el dios Ra
durante el día.
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En la tarde muchas veces sus piernas ceden… una y otra vez cae de bruces. La
tarde anterior la carpa se hizo insoportable y la dejó, como ahora va dejando una tras
otra, las pocas cosas que aún carga. Quedan como mojones en el sendero que los
pasos tambaleantes marcan en la arena caliente.
“¡Qué sólo estoy!… mientras me quede vida seguiré adelante… -se repite
interiormente como decretando su aspiración-.”
Llegando el atardecer, totalmente agotado, ve; desde la cima de una gran duna
a la que apenas pudo llegar; o imagina ver a lo lejos una mancha oscura que rompe el
paisaje.
Un estremecimiento recorre su cuerpo… sabe que aquella visión puede ser
una creación de su mente atormentada, mas igualmente apura los pasos, aunque sus
piernas casi no lo sostienen. Así las más de las veces arrastrándose sobre sus rodillas,
se va acercando a la mancha en la que distingue una tonalidad verdosa.
¡Dios mío!, casi estoy ciego… ¿es un espejismo?… ¡por favor necesito ayuda!...
Está tan cerca y parece tan real, que comienza a reír como un loco, pues su voz
interior repite: ¡Estás salvado! ¡Estás salvado!
Extenuado cae y queda completamente quieto por largo rato, con los brazos
extendidos en cruz y el rostro vuelto al cielo, tratando de recobrar fuerzas.
...de pronto en esa arena caliente que tanto lo ha hecho sufrir, una de sus
manos toca algo duro, extraño.
Ese encuentro… ¿es quizás paradigma del futuro que espera por él?...
Estando tan cerca… le fallaron las fuerzas y no pudo llegar… aquel ser tal vez
hasta intentó llorar de cara al sol alucinado… porque lentamente la vida se le
escapaba...
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Lleno de miedo y en un paroxismo de desesperación, hace un postrer esfuerzo
y huye de la proximidad de esa macabra escena, en la que se ve él mismo muriendo
de inanición y sed en esas arenas ardientes.
Tambaleando y cayendo, con el rostro surcado por una solitaria lágrima, hace
un esfuerzo sobrehumano para llegar a la verde esperanza que es límite entre la vida
y la muerte.
Trastornado, siente que el esqueleto lo persigue acuciándolo con palabras
ininteligibles obligándolo a seguir y lograr lo que él no había logrado... ¡VIVIR!