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3 el desierto

En un silencio profundo, el desierto se muestra imponente ante sus ojos. Un


paisaje de increíble y a la vez inhóspita belleza. Dunas de cobre y oro recién formadas y
no mancilladas aún por pie alguno, cobraron nueva vida con la tormenta… tal si un
pintor hubiera; en la noche; renovado sus colores. Se muestra el palpitar del desierto en
el ondear de las arenas cuando suaves brisas del aire abrasador levantan pequeños
remolinos con los granos mas finos y producen todos esos destellos que le parecen
miles de ojos mirándolo inquisidoramente e invitándolo con su encanto a caminar por
ellas.
Las palabras del peregrino resonándole en la mente le dan fuerza para
ascender y descender duna tras duna. El horizonte le parece más cercano, mientras
va cociente de las pautas dibujadas en el suelo de la carpa.
Los pensamientos mantienen ocupada su mente, tanto que termina dando
cada paso como si fuera un autómata, abstraído por completo del entorno. Cuando la
noche vuelve, está tan cansado que sus piernas se niegan a seguir sosteniéndolo.
No le quedan fuerzas ni ganas para armar la carpa, así que se derrumba sobre
la arena, cara al cielo.
Sus labios están resecos y despellejados por el sol, no siente apetito, pero si
una sed abrasadora.
A pesar del dolor de la boca toma con avidez del agua de una cantimplora,
saciada la sed y algunos dátiles, se acuesta en la arena mirando las estrellas que
parecen sonreírle mientras una suave bruma desciende y cobija su cuerpo; como una
madre cubre a su pequeño cuando éste se duerme. Aunque el frío nocturno cae sobre
el cuerpo dolorido, el cansancio puede más…

Se levanta al día siguiente con nuevos bríos para continuar su camino. Muy
pronto se encuentra nuevamente perdido en sus pensamientos que lo mantienen

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abstraídos del monótono paisaje. La mente no acompaña el devenir de sus pasos,
pero el cuerpo va poco a poco perdiendo sus fuerzas. En la tarde nota que queda
apenas una tercera parte del agua en las cantimploras.
Asustado por el hecho de que no sabe cuánto queda aún por llegar al primer
mojón del camino…y sin agua… sin agua no llegaré a ninguna parte -se repite-.
La garganta se le cierra y el temor comienza a ahogarlo, aunque se resiste a
creer que después de las vivencias tenidas hasta ahora no pueda continuar por falta
de agua.
Llega a un pedregal en el que encuentra un poco de sombra y se recuesta a
descansar en ella.
Por su mente pasan nuevamente todas las palabras del anciano: Las estrellas te
guiarán. Los elementales del desierto, aún cuando no los veas estarán contigo y
cuando los llames, vendrán en tu ayuda...
Entonces los llama en voz alta con desesperación… pero a su llamado solo
responde un silencio más profundo. Sus gritos se expanden y pierden en la
inmensidad del desierto.
El lastimoso llamado ha sido escuchado y pronto los pequeños seres acuden,
aunque sus ojos humanos no son capaces de verlos.
En la antesala del sueño en que ha comenzado a caer otra vez, alcanza a
percibir que unas pequeñas manos refrescan y acarician su rostro. Así mimado; tal
vez por su propia imaginación; va cerrando sus párpados, mientras un raro y
monótono arrullo lo acuna hasta que se duerme dolorosamente.
Mientras tanto el cuerpo le es reparado y recibe ayuda para que recupere
fuerzas y sea posible que siga andando…

Ya amaneció… los rayos del sol al caer sobre su rostro lo despiertan. Quieto,
tirado en la arena al lado del pedregal, se siente embargado por una extraña y
agradable sensación de compañía.

“Anoche estoy seguro que alguien masajeaba mi cuerpo y mis pies doloridos

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-habla consigo mismo- quitándome el cansancio. ¿Soñé o los pequeños seres
realmente acudieron en mi ayuda?”

Termina agradeciendo a Dios y a sus pequeños amigos por las fuerzas


recuperadas. Los rayos del sol comienzan a calentar llamándolo a la realidad.

Come frugalmente, ya que también le quedan pocos víveres y sigue el camino


con el corazón lleno de fe y entusiasmo.

Transcurren así dos días.

Ya no tiene alimentos, solo unos sorbos de agua y la fe; renovada antes; hoy se
ha debilitado tanto que nada lo alienta a seguir.
No está seguro de haber caminado con exactitud el recorrido que el pastor le
dibujó, a pesar de que las estrellas lo han orientado por la noche... y el dios Ra
durante el día.

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En la tarde muchas veces sus piernas ceden… una y otra vez cae de bruces. La
tarde anterior la carpa se hizo insoportable y la dejó, como ahora va dejando una tras
otra, las pocas cosas que aún carga. Quedan como mojones en el sendero que los
pasos tambaleantes marcan en la arena caliente.

“¡Qué sólo estoy!… mientras me quede vida seguiré adelante… -se repite
interiormente como decretando su aspiración-.”

Llegando el atardecer, totalmente agotado, ve; desde la cima de una gran duna
a la que apenas pudo llegar; o imagina ver a lo lejos una mancha oscura que rompe el
paisaje.
Un estremecimiento recorre su cuerpo… sabe que aquella visión puede ser
una creación de su mente atormentada, mas igualmente apura los pasos, aunque sus
piernas casi no lo sostienen. Así las más de las veces arrastrándose sobre sus rodillas,
se va acercando a la mancha en la que distingue una tonalidad verdosa.

¡Dios mío!, casi estoy ciego… ¿es un espejismo?… ¡por favor necesito ayuda!...

¿Será un oasis en donde hallaré agua?...

Está tan cerca y parece tan real, que comienza a reír como un loco, pues su voz
interior repite: ¡Estás salvado! ¡Estás salvado!

Extenuado cae y queda completamente quieto por largo rato, con los brazos
extendidos en cruz y el rostro vuelto al cielo, tratando de recobrar fuerzas.

...de pronto en esa arena caliente que tanto lo ha hecho sufrir, una de sus
manos toca algo duro, extraño.

Intrigado trata de sentarse, para ver de qué se trata. Se pone de rodillas y


comienza a escarbar. El espanto le congela la sangre…
Sus ojos ven huesos humanos, con piel y ropa aún adheridos a ellos...
su mano se había apoyado sobre el cráneo.
Sentado en la arena, sus ojos enceguecidos miran esa calavera medio
enterrada, en la que; desde sus cuencas vacías; unos ojos que ya no existen (pero que
él ve); le hacen una pregunta desesperada, que sin duda es repetición de aquella que
el ser se hizo ese en el postrer instante de su vida...

¿Por qué muero… por qué?

Ese encuentro… ¿es quizás paradigma del futuro que espera por él?...

Estando tan cerca… le fallaron las fuerzas y no pudo llegar… aquel ser tal vez
hasta intentó llorar de cara al sol alucinado… porque lentamente la vida se le
escapaba...

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Lleno de miedo y en un paroxismo de desesperación, hace un postrer esfuerzo
y huye de la proximidad de esa macabra escena, en la que se ve él mismo muriendo
de inanición y sed en esas arenas ardientes.
Tambaleando y cayendo, con el rostro surcado por una solitaria lágrima, hace
un esfuerzo sobrehumano para llegar a la verde esperanza que es límite entre la vida
y la muerte.
Trastornado, siente que el esqueleto lo persigue acuciándolo con palabras
ininteligibles obligándolo a seguir y lograr lo que él no había logrado... ¡VIVIR!

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