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Moderación
Carolina Shaw & EstherC

Traductoras
Arcy Briel Ms.Lolitha viggo_sanl
Bella’ Myr62 Walezuca Segundo
EstherC taywong
Kariza Tessa

Corrección
Cam9 Dopamina RRZOE
Clau V LunaPR Sibilor
Cherrykeane Molly Vickyra
dolkita reven

Lectura Final
Dopamina

Diseño
Laura A.
Sinopsis Capítulo 16 Capítulo 32
Parte I Capítulo 17 Capítulo 33
Capítulo 1 Capítulo 18 Capítulo 34
Capítulo 2 Capítulo 19 Capítulo 35
Capítulo 3 Capítulo 20 Capítulo 36
Capítulo 4 Capítulo 21 Capítulo 37
Capítulo 5 Capítulo 22 Capítulo 38
Capítulo 6 Capítulo 23 Capítulo 39
Capítulo 7 Capítulo 24 Capítulo 40
Capítulo 8 Capítulo 25 Capítulo 41
Capítulo 9 Parte II Parte III
Capítulo 10 Capítulo 26 Capítulo 42
Capítulo 11 Capítulo 27 Capítulo 43
Capítulo 12 Capítulo 28 Capítulo 44
Capítulo 13 Capítulo 29 Capítulo 45
Capítulo 14 Capítulo 30 Capítulo 46
Capítulo 15 Capítulo 31 Epílogo
La chica de al lado. Bonita. Dulce. Amable. Sumisa.
Hasta que la conocí, estaba solo con los oscuros deseos que no entendía,
que no podía conciliar. Se convirtió en mi mejor amiga, y luego se convirtió
en mucho más.

Deseo. Asco. Vergüenza. Dominio.


No habría sobrevivido hasta la universidad sin ella. Cuando estábamos
juntos, estaba en paz por primera vez en mi vida. Pero era demasiado
bueno para durar. Nuestro apetito por el dolor y el placer nos destruyó. Y
todas las bebidas del mundo no fueron suficientes para acostumbrarme a
echarla de menos. A punto de obtener mi título, Ana vuelve a entrar en mi
vida, con esos ojos grises y azules que aún pueden ver a través de mí.

Es la oportunidad que estaba esperando. Una última oportunidad para


superar mi vergüenza. Si fuera tan fácil.
Kevin
Diez años antes
Me fijé en ella en cuanto entró por la puerta. Su largo cabello rubio
colgaba suelto mientras escaneaba el lugar. Sus pequeños pechos
presionaban su suéter y yo la miraba fijamente como solo un chico de
dieciséis años podía hacerlo. No sabía quién era, pero quería saberlo.
—Oh, mira. Nuestras nuevas vecinas están aquí —dijo mi mamá
detrás de mí—. Vamos, Kevin. Ayúdanos a tu padre y a mí a darles la
bienvenida.
Nos movimos a través de toda la gente en la fiesta post-vacaciones que
organizamos, abriéndonos camino para saludar a nuestras nuevas
invitadas.
—Natasha, me alegro de que hayan podido venir. —Mamá se dirigió a
la mujer mayor parada junto a la chica que captó mi atención. Asumí que
era su madre ya que ambas tenían el cabello rubio y ojos azules a juego—.
Este es mi marido, Liam, y mi hijo, Kevin.
—Hola, encantado de conocerlas. —Papá extendió la mano a ambas
mujeres.
—Encantada de conocerte también. —Le estrechó gentilmente la
mano—. Esta es mi hija, Anabelle.
Anabelle. Le quedaba bien. Ofreció una pequeña sonrisa y estrechó la
mano de papá. Nuestros padres tuvieron una pequeña charla sobre el clima
y el viaje de vuelta de mi padre del Capitolio y yo me desconecté.
¿Cómo podría concentrarme en otra cosa que la chica que me
inmovilizaba con sus ojos azul grisáceos?
No tenían ninguna emoción. Sin amabilidad, sin irritación ni enojo.
Cuando miré con más atención, me pareció ver una pizca de tristeza. Quería
averiguar si tenía razón. Para quitársela y que la compartiera conmigo. En
vez de eso, me decanté por una pequeña sonrisa y un levantamiento de
mano que se suponía que pasaría como un saludo.
Soltó un suspiro, casi una risa y sus labios temblaron. No fue mucho;
solo un lado se curvó. Pero llegó a sus ojos, transformando su rostro. No era
hermosa de esa manera tan exagerada como las hijas de Stepford con las
que estaba normalmente, pero era naturalmente impresionante. Sus labios
eran carnosos, la parte inferior parecía demasiado grande para la superior,
y su nariz era casi demasiado ancha para su rostro. Pero en ella, se fundían
en un lienzo del que no podía apartar la vista, especialmente cuando se
lamió el labio inferior. No estaba siendo seductora. Demonios, ya ni siquiera
me miraba. Se había dado vuelta para concentrarse en la conversación de
nuestros padres, pero seguía atrayéndome.
Parpadeé un par de veces cuando escuché a mi madre decir mi
nombre.
—¿Eh? —Miré a la chica, Anabelle, para ver que su sonrisa había
crecido. Probablemente riéndose de lo tonto que estaba siendo.
—Ustedes irán a la misma escuela. Ella también está en segundo año.
—Mi madre se dirigió a nuestros nuevos vecinos—. Kevin tendrá que
mostrarle los alrededores y presentarle a algunos amigos. Son un buen
grupo de chicos. Conocemos a la mayoría desde el jardín de infantes.
—Oh, qué fantástico. —La madre de Anabelle giró y le apretó el
hombro—. ¿Ves, cariño? Te irá muy bien aquí. No hay necesidad de
preocuparse por la nueva escuela y no encajar.
Volví a mirar a Anabelle justo a tiempo para ver que se avergonzaba
del comentario de su madre. No podía imaginar que no encajara. Tenía un
aura, algo relajado y fresco, y los chicos se tropezarían entre ellos para
conocerla.
—Claro. Te mostraré el lugar. Es un sitio genial y todo el mundo es
muy amable —intenté tranquilizarla. Solo asintió cuando mi madre
intervino.
—Natasha, tengo que preguntarte dónde conseguiste el vestido. Es
precioso.
—Oh, esta cosa vieja. —Agitó su mano antes de apoyarla sobre el
hombro de Anabelle—. Lo compré hace unos años en una boutique de
Nashville. Ana lo sacó del fondo del armario cuando estaba eligiéndome ropa
para esta noche. Siempre me ayuda con la ropa. Diablos, me ayuda con
todo.
Mi mamá se rio de la broma, pero vi la manera en que se tensaron los
hombros de Ana y cómo forzó una sonrisa. Tuve que luchar para no agarrar
sus hombros tensos con mis manos para calmarla. Después de solo diez
minutos, quería hacerme cargo de su estrés. En vez de eso, le ofrecí una
sonrisa amistosa, esperando que… No lo sé. Solo esperaba que ayudara.
—¿Nashville? —preguntó papá—. ¿De ahí es de donde se están
mudando?
—Sí. Mi esposo y yo nos separamos hace poco y nos mudamos aquí
para estar más cerca de los amigos.
Ana tensó la mandíbula y apretó los labios, lo que me llevó a asumir
que no fue la más suave de las separaciones.
—Bueno, estamos felices de tenerlas aquí —replicó mi mamá, sin
perder el ritmo de sus años como esposa perfecta de un político—. Kevin,
¿por qué no buscan algo para beber y suben a la sala de juegos? —sugirió
mi madre antes de volverse hacia la madre de Ana—. Desafortunadamente,
es un vecindario maduro y no hay muchos chicos que se hagan compañía.
Aunque sus amigos no viven muy lejos. Será agradable tener a alguien de
su edad viviendo tan cerca.
Señalé con la cabeza hacia la cocina para que Ana me siguiera.
Agarramos unas Coca-Colas del refrigerador y subimos las escaleras.
—¿Sabes jugar algún juego de PlayStation? —le pregunté, tratando de
romper el incómodo silencio. No sabía si estaba nerviosa o no era muy
conversadora, pero estaba decidido a tranquilizarla.
—Sí, algunos. —Miró por encima de mi hombro los juegos que había
por ahí—. Me gusta Twisted Metal.
—Buena elección. —Comencé a cargar el juego mientras ella miraba
la habitación.
—Así que... —Se detuvo, dudando sobre sus siguientes palabras—.
¿Tienes algo de licor?
—¿Bebes? —pregunté, un poco sorprendido. No sabía por qué me
sorprendía. No es que no conociera a mucha gente en la escuela que bebiera.
Tal vez fue la forma en que lo preguntó, como si se le hubiera escapado
torpemente en vez de ser una pregunta natural.
—¿No beben y enloquecen todos los chicos de escuela católica? —Miró
por encima de su hombro, sin mirarme a los ojos.
No pude evitar reírme. No estaba muy equivocada. Algunos encajaban
en el estereotipo de ser ricos y aburridos y lo exteriorizaban.
—No tantos como crees.
Sus hombros cayeron mientras suspiraba.
—Sí, la verdad que yo tampoco. —Cuando no dije nada para llenar el
tramo de silencio, continuó—: Lo siento. Soy realmente mala para la charla.
—Se encogió de hombros y dejó escapar una risa nerviosa—. Tiendo a entrar
en pánico, decir estupideces y luego arrepentirme inmediatamente.
—No te preocupes. Estoy seguro de que digo cosas estúpidas incluso
cuando tengo tiempo de pensarlas. —Finalmente se dio vuelta para mirarme
y por primera vez me dedicó lo que parecía ser una verdadera sonrisa. Sus
ojos se entrecerraron cuando sus pómulos se elevaron. Y los labios que
antes parecían demasiado grandes se ajustaron perfectamente a su rostro.
Sacudí la cabeza para no mirar mucho tiempo—. Déjame preparar el juego.
Entonces podremos maldecirnos el uno al otro.
Ambos nos reímos y giró para mirar las fotos de la pared.
—¿Juegas fútbol? —preguntó, indicando mis numerosas fotos de
equipo.
—Sí, desde que era pequeño. Este año estoy en el equipo titular.
—Genial. —Asintió—. Jugaba cuando era más pequeña. Durante
unos cuantos años en realidad.
—¿Sí? ¿Por qué ya no?
—Apestaba. —Se rio—. No lo suficiente para dejar de jugar. Pero lo
suficiente para jugar solo por diversión.
—Eso no tiene nada de malo. —Le tendí el mando del juego y lo agarró
antes de sentarse en el sofá, dejando un almohadón entre nosotros—.
¿Haces algo más?
—Bailo. —Se detuvo antes de mirarme por el rabillo del ojo—. Pero eso
ya lo sabías.
Moví la mano para frotarme la nuca.
—Sí... lo siento por eso. —Puede que haya visto o no la sombra de su
figura bailando detrás de sus persianas abiertas. Había girado la cabeza
para atraparme. Se quedó mirando durante un minuto antes de cerrar
lentamente las persianas.
—No hay problema. No era como si estuviera desnuda. Eso te habría
puesto firmemente en la categoría de pervertido.
—Hago lo que puedo para no meterme en eso —respondí con firmeza—
. Entonces, ¿vas a clases o algo así?
—No he buscado ningún estudio más allá de una búsqueda en Google.
Bailaba en casa cuando era más chica y luego bailé para el equipo de la
secundaria.
—St. Agatha tiene un equipo de baile. Deberías hacer la prueba el año
que viene.
—Sí. Tal vez. —Estuvo de acuerdo sin comprometerse—. ¿Estás listo
para que te pateen el trasero?
Puse los ojos en blanco.
—Por favor, por favor. Voy a limpiar el suelo contigo.

Después de que la fiesta se calmó y Ana se fue, me fui directo a la


cama. Puede que haya dejado las persianas abiertas con la esperanza de
verla bailar de nuevo, pero la de ella permaneció firmemente cerrada. Así
que, en vez de eso, me recosté en la almohada y volví a reproducir la noche
en mi cabeza. Acabábamos de conocernos, pero había algo en ella que me
hacía sentir lo suficientemente cómodo como para ser yo mismo. Incluso los
amigos que tenía desde el jardín me hacían sentir como si siempre tuviera
que estar “activado”. Siempre tenía que ser gracioso y decir lo correcto, usar
la ropa adecuada. Por alguna razón, me imaginaba que, con Ana, podría
hacer el ridículo y usar ropa vieja y harapienta, y seguiría riéndose y
tratándome de la misma manera.
Mi teléfono sonó desde la mesita de noche. Entrecerrando los ojos
contra el resplandor de la luz, leí el mensaje.

Gwen: ¿Cómo estuvo la fiesta? ¿Aburrida? Te extrañé esta noche. <3.

Gwen. Me pregunté cómo se sentiría mi novia con respecto a la nueva


vecina; cómo se sentiría acerca de que tuviera a Ana sola en el piso de arriba
toda la noche. O cómo se sentiría sobre todos estos pensamientos y
preocupaciones que tenía por una chica que acababa de conocer.
Por mucho que traté de concentrarme en Gwen, fueron los
pensamientos de Ana los que me siguieron en un sueño incómodo.
Ana
Los nervios del primer día de clases ni siquiera arañaban la superficie
de las puras náuseas que sacudieron mi estómago. Atravesé las puertas
después de subirme la mochila más alto sobre el hombro. El balanceo de la
falda de cuadros alrededor de mis rodillas me dio algo en lo que
concentrarme mientras entraba.
Escuela Católica.
Tenía que admitir que nunca pensé que estaría allí. Toda mi vida
había asistido a la misma escuela pública con amigos que iban y venían.
Con tantos alumnos como teníamos por clase, los círculos de amistad
cambiaban todo el tiempo. Diablos, íbamos a graduarnos con casi mil
estudiantes.
St, Agatha ni siquiera tenía mil estudiantes en toda la escuela
secundaria. Eso no significaba que los pasillos fueran menos ruidosos. Traté
de ignorar las conversaciones de lo que todos hicieron durante las
vacaciones de Navidad. Me preguntaba qué iba a decir si alguien me
preguntara por las mías.
Oh, no hice nada. Mis padres, que llevaban veinte años casados,
finalizaron su divorcio y mi madre decidió mudarse más cerca de casa, a
pesar de que ya no tiene familia aquí, y desarraigar mi vida. Pero no te
preocupes, mi papá es un abogado que gana mucho dinero y está aliviando
algo de su culpa pagando para que yo vaya a una escuela privada. Quiere
que tenga la mejor educación y todo eso.
Resoplé, acercándome a mi casillero asignado. La mejor educación,
una mierda. Solo quería asegurarse de que me daba suficiente dinero para
sentirse lo suficientemente padre, a pesar de estar a cinco horas de distancia
en Tennessee. Un fuego ardía en mis entrañas cada vez que pensaba que ni
siquiera luchaba para mantenerme cerca.
Tu madre estará más disponible para cuidarte. Tendrá a sus amigos. Y
no te preocupes, cariño, encontraremos tiempo para vernos a menudo. No voy
a dejar que te vayas. Lo estás viendo mal. Nunca te dejaría ir. Las cosas no
funcionaron entre tu madre y yo. Necesita más atención de la que puedo darle.
Y desde que me hice socio, ya no tengo lo que hace falta. Eso no cambia lo
mucho que te quiero. Tu madre solo necesita a alguien que pueda ayudarla
en la vida más que yo.
A mí. Yo era esa persona. Mi padre había sido esa persona durante
veinte años y aparentemente, se había cansado de ello. Así que eso me dejó
a mí para ayudar a mi madre ahora. A mí para tomar la mayoría de las
decisiones. Yo era la que había mirado y escogido las casas para ver. Fui yo
quien tomó la decisión final.
Supongo que no era su culpa. Había sido educada para ser una
agradable ama de casa. Aparentemente agradable también significaba ser
incapaz de tomar una decisión.
Cuidaba de mí, haciendo las comidas y era todo lo que una madre
cariñosa debería ser. Pero como papá ya no estaba para tomar decisiones,
éstas recaían sobre mis hombros y ya estaba agotada por el peso.
El sonido de unas risas me sacó de mis pensamientos y cerré el
casillero después de agarrar los libros. Mirando alrededor, vi grupos de
amigos hablando y riendo. Unos cuantos me miraron, probablemente
encontrando defectos en mis gastadas Chucks y el cabello sin estilo que
colgaba suelto de mi espalda. La mamá de Kevin había dicho que todos eran
amigos desde el jardín de infantes. Luego estaba yo, la chica nueva.
Eché los hombros hacia atrás y caminé con la cabeza alta. Si querían
mirar a la chica nueva, entonces bien. Pero no mostraría ninguna debilidad.
Me senté en un asiento libre con unos minutos de antelación. Una
chica a mi lado, con el cabello rubio brillante recogido en una cola de caballo
perfectamente rizada y me ofreció una sonrisa tensa y un simple “Hola”.
Sus otras amigas, todas tan maquilladas como ella, se volvieron y me
dedicaron la misma sonrisa.
—Hola.
—Eres la nueva estudiante, ¿verdad? —me preguntó, mirándome de
arriba a abajo.
—Esa soy yo. —Traté de disimular la sensación de incomodidad que
me estaba devorando por completo. Intentaba no juzgar a estas chicas. No
quería ser esa chica crítica con un chip en su hombro tanto como no quería
que fueran perras esnobs.
—Genial. Me di cuenta por tus zapatos. Y la falta de producto para el
cabello. No conozco a ninguna estudiante de segundo año que no ponga un
poco de esfuerzo en su apariencia. St. Agatha es usualmente todo sobre las
apariencias.
Me quedé mirándola, sin saber si hablaba en serio o era una perra
engreída como supuse. No podía decidir qué era peor. Desafortunadamente,
creo que hablaba en serio.
—Umm, sí. Supongo que me gusta más dormir que alisarme el cabello.
Las otras dos chicas se rieron. La rubia solo sonrió de nuevo, con esa
sonrisa tensa.
—Tengo brillo labial extra si quieres. Nunca se ha abierto.
Me salvé de tener que responder cuando la profesora entró y pidió la
atención de todos.
Gracias a Dios.

De alguna manera, logré pasar el resto de mis clases matutinas.


Teníamos siete en un día. En las escuelas públicas, solo teníamos cuatro y
se cambiaban a mitad del año. Por lo tanto, tardé un poco en
acostumbrarme a los constantes cambios de clase. Fue un alivio entrar en
la cafetería, hasta que vi a todos en grupos en las mesas redondas.
En clase, podía concentrarme en mi trabajo y no preocuparme por si
iba a encajar o no. Pero en el almuerzo, no podría ignorar lo sola que me
sentiría si me veía obligada a sentarme sola en una gran mesa redonda. Mi
corazón se aceleró de pensarlo y solo había dado dos pasos hacia la
cafetería.
—Ana.
Escaneé la multitud en busca de quienquiera que hubiera gritado mi
nombre. Me fije en Kevin medio parado sobre una silla con el brazo en alto
para llamar mi atención. Verlo con camisa abotonada y corbata hizo que mi
corazón se agitara por una razón completamente nueva.
No lo había visto desde la fiesta, pero eso no significaba que no
hubiera pensado en él. La forma en que sus cálidos ojos color chocolate me
miraban. La forma en que su cabello oscuro le caía sobre los ojos mientras
jugábamos a los videojuegos, la forma en que constantemente lo echaba
hacia atrás. Hoy en día, estaba impecablemente peinado para mantenerlo
alejado de su rostro.
Me acerqué a él y tuve la inusual emoción de levantar la mirada para
ver su rostro. Yo era alta para ser una chica, pero él tenía que medir más de
un metro ochenta y eso me hacía sentir delicada. De alguna manera, me las
arreglé para no poner los ojos en blanco ante mis ridículos pensamientos,
pero nada iba a detener la sonrisa que curvó mis labios.
Tenía el rostro de un modelo. Perfectamente proporcionado, con labios
carnosos, cejas gruesas y pómulos afilados. No me atreví a escanear su
cuerpo más de lo que lo había hecho, para no parecer una pervertida. Pero
por lo que recordaba de sus fotos del fútbol, estaba delgado y tonificado.
Sonrió antes de dirigirse al resto del grupo sentado en la mesa.
—Chicos, esta es Ana. Es mi nueva vecina. —El grupo estaba
compuesto por chicos y chicas, cada uno de los cuales me saludó con un
asentimiento o un pequeño movimiento de mano—. Sean, agarra una de
esas sillas detrás de ti. Hagamos espacio. —Todos empezaron a acercarse
más para que yo pudiera sentarme con ellos. Estaba empezando a ver el
control que Kevin tenía entre sus amigos. Nadie se inmutó.
Me emocionó no tener que sentarme sola y que Kevin fuera el que me
hiciera sentir tan bienvenida. Solo esperaba que nadie se irritara por el
hecho de que estuviera, literalmente, restringiendo su espacio. Con diez
personas sentadas alrededor de la mesa, estábamos muy apretados.
Pero a nadie parecía importarle. Algunos almorzaban y conversaban,
mientras que otros tardaron en presentarse. Mirando alrededor de la mesa,
no pude evitar sentirme intimidada por su confianza y buen aspecto. De
verdad. Todas las personas que estaban sentadas allí podrían haber hecho
carrera como modelo.
—Hola, soy Sean. Juego al fútbol con Kevin. —Sean era
completamente opuesto a Kevin, con el cabello rubio y los ojos azules.
También estaba construido como el Increíble Hulk.
—Oh, genial. ¿En qué posición juegas? —pregunté.
—Definitivamente no es delantero —murmuró otro de los chicos en
voz baja—. No podrías correr tanto ni para salvar tu vida.
—Vete a la mierda, Josh. Solo porque tenga la contextura para
aplastar tu culo escuálido no significa que tengas que ser un idiota. —Todos
se rieron, así que supe que la broma era de buen carácter—. Soy el portero
—dijo Sean, volviendo a prestarme atención.
—Impresionante —contesté con seriedad.
—Hola, soy Gwen. —Una chica al otro lado de Kevin extendió la mano.
Me di cuenta que era la misma chica que me ofreció su brillo labial en Inglés.
No pude evitar notar la forma en que movió su otra mano para apoyarla en
forma posesiva sobre la de Kevin—. Soy la novia de Kevin.
Intenté ignorar el pinchazo en mi pecho. Ni una sola vez Kevin había
mencionado a una novia en el tiempo que pasamos juntos. Pero no es como
si hubiera surgido naturalmente en la conversación. Era preciosa, toda
rubia perfecta y con grandes ojos castaños. No me había parado junto a ella
todavía, pero sentada entre Kevin y Sean, parecía diminuta.
Me tragué el nudo en la garganta y estiré la mano para estrechar la
suya.
—Soy Ana. Encantada de conocerte oficialmente. —Intenté parecer lo
más casual posible, ya sabes, ocultando cualquier indicio de que me sentía
atraída por su novio. Esa era una complicación que no necesitaba en mi
nueva escuela.
—Bienvenida a nuestra pequeña escuela. —Sus ojos se abrieron de
par en par—. ¡Oh! Casi lo olvido. —Se agachó y empezó a rebuscar en su
bolso. Sacó algo y me lo alcanzó al otro lado de la mesa—. Toma. Es el brillo
de labios que mencioné. —Dudé, no podía creer que fuera en serio. Al menos
sabía que no había estado tratando de ser grosera antes, en clase—. En
serio. De todos modos, tengo demasiados para usar.
Se lo quité y me puse un poco.
—Gracias. Huele muy bien.
Se encogió de hombros y agarró su sándwich antes de volverse para
hablar con su amiga. Miré a Kevin, que estaba conteniendo una sonrisa.
—¿Huele bien? —preguntó.
Me reí y lo empujé con el codo.
—Cállate.

Después del almuerzo, asistí a mi primera clase de religión. No me


sorprendió mucho ya que fui criada como católica y había tomado todas las
clases para recibir mis sacramentos. Nunca había tenido una clase en la
escuela. Las escuelas públicas estaban en contra de cualquier cosa que
tuviera que ver con la religión por temor a que alguien se pusiera histérico.
Y parecía que había llegado en el momento perfecto. Estábamos
empezando la sección de sexo.
Yay.
No pude evitar acobardarme ante el viejo profesor que se puso al frente
y habló sobre la castidad, la pureza y esperar al matrimonio.
Hubo un suspiro colectivo de alivio cuando sonó la campana, pero
todos sabíamos que iba a ser un largo capítulo de cuatro semanas.
Cuando entré en estudios sociales, vi a algunas de las chicas del
almuerzo, incluyendo a Gwen. En lugar de las miradas interrogativas y las
sonrisas tensas, esta vez recibí sonrisas reales y saludos con la mano para
que me sentara a su lado. Había conocido a Jane en el almuerzo. Parecía
tímida y reservada con una voz suave y una simple cruz alrededor de su
cuello. Luego estaba Chloe, todo lo contrario de ella, que se había perdido el
almuerzo. Llevaba el mismo lazo que las otras chicas alrededor de su cola
de caballo rubia, pero tenía vetas pálidas de color rosa teñidas en todas
partes.
—Por eso no estuve en el almuerzo. Tuve que ir a la oficina para que
me hablaran de mi cabello. Uno pensaría que, si el subdirector supiera que
se la chupé a su hijo el verano pasado, me dejaría conservar el color.
Se rio al ver mis ojos muy abiertos. Me quedé sin palabras, insegura
de cómo comentar una sexualidad tan descarada. Gwen me salvó.
—Eres una especie de zorra, Chloe —dijo Gwen—. No creo que
alardear de ello con el subdirector ayude. Especialmente cuando se entere
de que le rompiste el corazón a su pobre hijo.
—Soy una mujer sexual. No voy a poner excusas por eso. Y él debería
haber sabido mejor que nadie que no tenía que encariñarse. Quiero decir,
sé que soy buena... pero no hace falta ser pegajoso.
A pesar de lo incómoda que me resultaba toda la charla atrevida,
cuando se echaron a reír, me uní a ellas. Hacían bromas de la misma
manera que los chicos en el almuerzo.
—Siempre y cuando no te filmes haciendo acrobacias sexuales con
múltiples personas, deberías llegar a la graduación sin demasiado juicio —
agregó Jane.
—Me follé a Prince y quería filmarme. Pero no soy tan tonta. Era un
idiota. —Chloe puso los ojos en blanco.
—¿Qué? —Se me escapó de los labios, muy confundida por lo que
estaban hablando.
—AJ Prince. Estuvo aquí el año pasado. Se suponía que iba a volver,
pero se grabó a sí mismo haciendo cosas raras con varias chicas y se supo.
Creo que una de las chicas lo filtró como venganza porque no se quedó con
ella.
—Se los estoy diciendo, los pegajosos son los peores —dijo Chloe,
interrumpiendo a Gwen.
—Te concedo eso. Pero una vez que se filtró, puso a su padre en el
candelero de la peor manera. Comenzaron a cuestionar sus habilidades
como padre y sus valores. Terminó renunciando a su puesto en el gobierno
y no se volvió a ver a Prince. Creo que la familia se mudó a California o algo
así.
—Maldición —dije.
—Sí. Pero aprende la lección. Nunca grabes nada que no quieras que
todos vean. No hay privacidad aquí en una escuela tan pequeña.
—Y evitar a los pegajosos —añadió Chloe, haciéndonos reír a todas.
El alivio levantó el peso que había estado asentado en mi pecho todo
el día cuando sentí que me dejaban entrar en su grupo.
A pesar de las circunstancias, parecía que aquí las cosas iban a estar
bien.
Kevin
El clima inusualmente cálido había continuado durante la semana
pasada y lo aprovechaba subiéndome al techo fuera de mi ventana. Incluso
de noche, todo lo que necesitaba era una sudadera con capucha para
mantenerme abrigado. Me gustaba estar ahí fuera. Especialmente en noches
despejadas donde podía contemplar las estrellas y relajarme en silencio.
Durante el último año, había sentido que cambiaba, queriendo estar solo
más a menudo, distanciándome de mis amigos y sintiéndome menos
cómodo con ellos. Los conocía de toda la vida, pero con el tiempo, se me
estaba poniendo en un molde en el que ya no encajaba. Estar solo en el
tejado me permitía escapar de los límites de ese molde.
El sonido de una puerta cerrándose me hizo levantarme sobre los
codos. Ana estaba bajando las escaleras de su casa en dirección a su buzón
de correo. Me incorporé, queriendo llamar su atención, pero sin asustarla.
La llamé por su nombre tan suavemente como pude, pero no funcionó.
Lanzó un grito y dejó caer los sobres que había estado sosteniendo.
—Mierda, lo siento —dije, más fuerte esta vez.
Recorrió el patio con la mirada.
—¿Dónde diablos estás?
—Aquí arriba. En el techo.
Centró los ojos en mí.
—Me has dado un susto de muerte.
—Lo siento —dije riéndome.
—¿Qué haces ahí arriba?
—Es mi escondite secreto. ¿Quieres venir a pasar el rato? Estaré
encantado de compartirlo contigo.
Examinó el patio debajo de mí y miró hacia donde estaba acostado,
con una ceja levantada.
—¿Y cómo subo hasta allí?
—Solo trepa. Te ayudaré.
Al principio la invitación a mi zona tranquila había surgido sin
pensarlo mucho, pero en lugar de lamentarlo, me gustó la idea de compartir
el espacio con ella. No esperaría que actuara de cierta manera. Ella no
vendría aquí y me obligaría a volver a ningún molde. Podría ser quien
quisiera con Ana.
—De acuerdo —contestó lentamente, sonando indecisa sobre cómo
llegar hasta allí. Dejó caer el correo en su porche y luego corrió por el césped.
—Arrastra esa silla hasta la barandilla y luego súbete a ella para poder
pararte encima. Así deberías quedar lo suficientemente alto para que pueda
tirar de ti el resto del camino.
Hizo lo que le dije y rodé sobre mi estómago para agarrar sus manos.
Tiré de ella poco a poco hasta que se elevó lo suficiente como para hacer el
resto. Todavía llevaba la falda de la escuela y se le subió, exponiendo la parte
posterior de sus muslos en el proceso. Mi polla se tensó ante su piel
desnuda. Tragué con fuerza y me obligué a mirar hacia otro lado. No quería
ser un pervertido.
Se dio vuelta, estirando las piernas hacia adelante, apoyándose sobre
sus manos.
—Bonita vista aquí arriba.
Imité su postura y miré el cielo de tinta salpicado de estrellas.
—Sí, no está tan mal. —Nos sentamos allí un rato, disfrutando del
cálido aire nocturno. La miraba de vez en cuando, pero ella parecía en paz
con la cabeza hacia atrás y el largo cabello rubio fluyendo por su espalda.
Estaba feliz de haber compartido mi techo con ella.
—¿Cómo estuvo tu primer día de clases?
—Estuvo bien. Probablemente fue mejor gracias a ti.
—¿Qué quieres decir?
—Una vez que tuve tu sello de aprobación, fui incorporada
directamente al grupo.
—Habrías estado bien sin mí. Eres una chica genial.
Se volvió hacia mí con una sonrisa.
—Gracias. Eres un tipo genial.
—Hago lo que puedo. Pero en serio, lo habrías superado
perfectamente. Puede que haya acelerado el proceso, pero tú habrías estado
bien sin mi ayuda.
No parecía convencida.
—¿Hace mucho que son amigos?
—Sí. Algunos desde el jardín de infantes.
—¿Desde cuándo conoces a Gwen?
Noté que se mordía el labio.
—Probablemente desde quinto grado.
—Oh. ¿Cuánto tiempo llevan saliendo? —Su voz sonaba tensa, como
si se sintiese incómoda con la pregunta. La parte cavernícola de mí esperaba
que le importara que estuviera saliendo con Gwen, que estuviera celosa.
Pero no debería querer poner celosa a ninguna chica que no fuera mi novia.
—Unos seis meses. —No habló durante un rato después de eso. Se
limitó a asentir y mirar el cielo.
—¿Tienes novio en Tennessee?
Resopló.
—No puedo decir que sí. Ya no hay mucho en Tennessee para mí.
Odiaba lo triste que sonaba esa admisión. Sabía que sus padres
estaban divorciados, pero tal vez no terminó bien.
—¿Hace cuánto tiempo se divorciaron tus padres?
No respondió durante mucho tiempo y estaba a punto de dejarlo ir,
pero luego habló.
—Justo antes de Navidad. Me lo dijeron en Acción de Gracias.
—Mierda, Ana. Eso apesta.
—Sí.
—¿Piensas volver a menudo de visita?
—No lo sé —contestó en voz baja.
—¿No querrá verte tu padre? ¿O va a venir aquí de visita? —La miré,
vi que apretaba la mandíbula, y supe que le había preguntado algo
equivocado. También podría haberme metido el pie en la boca y atragantado
con él.
—No lo sé. En ambos casos.
—Lo siento. No debería haberme entrometido.
Exhaló una risa y negó con la cabeza.
—No te preocupes por eso. Es solo que no he hablado de ello con
nadie. —Se volvió hacia mí con una sonrisa torcida—. Gracias por invitarme
a tu techo.
—Puedes venir aquí en cualquier momento. La próxima vez moveré la
mesa para que te sea más fácil subir. Y, Ana, siempre puedes hablar
conmigo. No se lo diré a nadie. —Hice una mímica de cerrar la cremallera y
bloquear mis labios.
—De acuerdo —se rio—. Entonces, ¿este es tu espacio especial?
—Sí. Así que siéntete súper afortunada de que te lo esté compartiendo.
—Oh, sí. —Asintió seriamente antes de volver su rostro hacia el cielo—
. Debes extrañar este lugar cuando hace mal tiempo.
—Sí. Pero entonces salgo por la parte de atrás y me estiro en una de
las tumbonas.
—El hombre tiene un plan para todo.
—Por supuesto que sí. Y eres bienvenida a pasar el rato conmigo
cuando quieras. ¿Tienes tu teléfono?
—Sí. ¿Por qué?
Extendí mi mano y esperé mientras buscaba en sus bolsillos y me
daba su teléfono. Con su ceja levantada, hice clic en la pantalla para darle
vida, programé mi número en su teléfono y luego me envié un mensaje de
texto para tener el suyo.
—Ya está —dije, devolviéndoselo—. Ahora puedes enviarme un
mensaje cuando necesites que nos encontremos aquí o en la parte de atrás.
—Gracias, Kevin.
—Cuando quieras, Ana.
Kevin
La brisa de mi ventana abierta sacudió la persiana. Me senté en la
cama y tiré de la cuerda para levantarla. Mirando a través del espacio abierto
entre mi casa y la de Ana, observé su ventana oscura y me pregunté cuándo
volvería a casa. Necesitaba una amiga que me mantuviera alejado de mis
pensamientos, pero toda su casa estaba a oscuras. Durante los últimos
cuatro meses, Ana se había convertido en la amiga en la que más me
apoyaba. Como no tenía sentido enviarle un mensaje y pedirle que viniera,
me estiré en la cama.
Acababa de llegar a casa después de pasar la noche en casa de Gwen.
Después de cenar, me había llevado al sótano para “ver una película”. En
vez de eso, terminamos con mi polla fuera de mis pantalones y ella bajando
para chupármela. Fue genial al principio.
Quiero decir, tenía mi polla en la boca de mi novia. Pero ella era tan
gentil con sus suaves lamidas y tímidos besos. Cuando se le ocurrió
arrastrar los dientes por la cabeza, gemí por lo bien se sentía. No creí que
me estuviera escuchando en absoluto, ya que solo soltó una risita y volvió a
los besos suaves. Me sentía como un completo idiota y estaba a punto de
decir que no importaba y distraerla haciéndola venir.
Pero entonces tocó un punto, raspando sus dientes a lo largo de mi
polla y me sacudí, golpeando la parte posterior de su garganta, haciéndola
amordazar. Mi sangre se encendió, quemando un camino directo a mis
pelotas. Metí la mano en su cabello rubio e imaginé que sostenía su cabeza
hacia abajo mientras empujaba hacia arriba, queriendo escuchar de nuevo
el atragantamiento y el ruido de asfixia. Con esas imágenes disparándose a
través de mi cabeza, pasé de cero a sesenta, listo para correrme.
Debo haber murmurado una advertencia porque ella se apartó y me
masturbó con una sonrisa. Bloqueé su dulce rostro cerrando los ojos e
imaginé que la sujetaba de la cabeza hacia abajo mientras me corría en su
boca, sin dejarla respirar hasta que terminara con ella. Todo mi cuerpo
estalló en escalofríos y me mordí el labio para contener un gemido por el
orgasmo que me recorría la columna vertebral.
Cuando volví a la realidad, fue como si me hubieran echado un cubo
de agua fría. Estaba tan asustado por la escena que había creado en mi
mente y por lo que quería hacerle, que cuando se subió a mi regazo, entré
en pánico e inventé una excusa para irme.
Me pasé los dedos por el cabello, apretando los mechones tratando de
darle sentido a los últimos meses. Tenía dieciséis años y llevaba mucho
tiempo masturbándome. Pero el año pasado, había sido algo más que un
par de tetas lo que me excitaba, y los pensamientos de ser rudo llegaban
más y más frecuentemente a medida que me tocaba la polla. En el momento
de masturbarme, cerraba los ojos y me imaginaba tirando a una chica en la
cama e inmovilizándola. Las imágenes llegaban tan rápido y se deslizaban
juntas como piezas de un rompecabezas que no quería admitir que
encajaban.
Pero tan pronto como me corría y el subidón se filtraba de mi cuerpo,
todo se sentía mal. La vergüenza se instalaba. La piel de gallina que se había
levantado por los escalofríos de placer comenzaba a arrastrarse con una
sensación pegajosa que me hacía sentir asqueroso y equivocado. Se me
tensaba el pecho al imaginar la realidad de hacer eso y el pánico en el rostro
de la chica cuando se diera cuenta de lo monstruoso que era.
No importaba lo bueno que fuera cuando corría hacia la meta, siempre
estaba el conocimiento que me habían inculcado, esperando para decirme
lo equivocado que estaba al excitarme con eso. Sabía que había que tratar
a una chica como a una dama, nunca ser duro con una chica, tratarla con
respeto.
No imaginarte sujetándola mientras le follabas la boca.
En caso de que eso no fuera suficiente para enderezarme, tenía el
recordatorio de un chico de nuestro equipo del año pasado, AJ Prince. Se
había filmado a sí mismo teniendo sexo con dos chicas y azotando a una.
Su padre, como el mío, había trabajado para el gobierno, y el escándalo
había sacudido a su familia. El miedo a ser diferente y a que lo aprovecharan
y arruinaran la carrera de mi padre como senador se sumó a las capas de
estrés y me hizo sentir aún peor por las cosas que deseaba.
El portazo de un auto me alejó de mis pensamientos. Gracias a Dios.
Me levanté de la cama y miré por la ventana para ver a Ana y a su
mamá entrando. Antes de que llegaran a la puerta, parte de su conversación
me alcanzó.
—Tu papá llamó y dijo que no has estado disponible para hablar con
él —dijo su mamá.
—No estoy disponible en su horario. Tal vez debería tratar de hacer
tiempo para mí —respondió Ana antes de abrir la puerta de vidrio y entrar
a toda prisa. No hablaba mucho de su padre, pero sabía que era un
problema para ella. Odiaba verla molesta. Agarré mi teléfono de la mesita de
noche y le envié un mensaje.

Yo: Ven.

Me sorprendió lo rápido que se había convertido en una amiga íntima.


Diablos, creo que incluso la consideraba mi mejor amiga, lo cual era una
locura ya que conocía a algunos de mis amigos desde que tenía cinco años.
Pero con Ana no había ninguna expectativa de quién debía ser. Éramos solo
nosotros y podría ser solo yo. Incluso en la escuela, donde se mezclaba
perfectamente con todo el mundo, cuando alguien contaba un chiste
patético que todos los demás pensaban que era gracioso, yo podía llamar su
atención y poníamos los ojos en blanco como si tuviéramos un secreto que
nadie más conociera.
De alguna manera, se había movido a la categoría de mejor amiga sin
enojar a Gwen, principalmente porque Ana era una persona muy discreta y
amigable y era difícil que no te cayera bien. Se había hecho amiga de Gwen
igual de rápido. Aunque Gwen no sabía cuánto hablábamos por la noche o
salíamos después de clase. Pero no era como si le dijera a Gwen con qué
frecuencia salía con mis otros amigos, así que no importaba. Ana y yo solo
éramos amigos.
Lo hizo fácil que viviera en la casa de al lado. Incluso cuando no
podíamos reunirnos para hablar, nos conectábamos por messenger y
chateábamos con nuestras persianas levantadas para poder seguir
viéndonos. A veces, cuando llegaba a casa del entrenamiento, la encontraba
bailando con los auriculares puestos.
Me encantaba cuando tardaba en darse cuenta de que yo estaba allí.
Se movía con tanta gracia que podía observarla durante horas. Por lo
general, cuando se daba cuenta de que tenía un mirón, pasaba al aspersor,
a la cortadora de césped, a la caminata lunar y a otros movimientos de baile
locos solo para hacerme reír.
Siempre terminábamos en mi casa porque tenía el porche envolvente,
con el techo justo fuera de mi ventana, lo que facilitaba escabullirse sin usar
la puerta principal. Mis padres nunca me preguntaron por qué había
cambiado los muebles del patio y puesto la mesa más alta debajo de mi
ventana. Ana usaba sus largas extremidades para subir y nos sentábamos
en el techo mirando las estrellas.
Mi teléfono sonó.
Ana: Está bien.

Corrí mi cortina y me abrí camino hasta el techo. Pasaron unos diez


minutos antes de que oyera un golpe bajo mientras ella subía a la mesa. Me
agaché para darle un tirón, ayudándola el resto del camino. Podía hacerlo
sola, pero me gustaba cómo se sentía el cuidarla.
No dijimos nada mientras nos estirábamos y mirábamos las pequeñas
salpicaduras de nubes que surcaban en el cielo. No sabía si ella alguna vez
rompería el silencio. Algunas noches bromeábamos y reíamos
tranquilamente. Otras noches nos sentamos en silencio, reconfortados por
la presencia del otro después de un día largo o malo. Y había noches en las
que uno de nosotros necesitaba desahogarse y el otro escuchaba, insertando
las palabras de apoyo adecuadas cuando era necesario.
En ese momento, creo que solo quería sentarse en silencio. Pero
quería que supiera que estaba ahí para ella. Siempre se contenía mucho
cuando se trataba de su padre. Yo quería conocer esa parte de ella también,
así que rompí el silencio, esperando que se abriera a mí.
—No hablas mucho de tu padre. Incluso después de cuatro meses,
apenas sé nada de él.
No la miré, pero oí su fuerte suspiro. Se quedó callada por un largo
minuto, y me preparé para dejarlo pasar cuando finalmente comenzó a
hablar.
—Pasó un mes antes de que llamara para hablar conmigo. Un mes
entero. Y el único contacto que tuve antes de eso fue un mensaje de texto al
azar diciendo que esperaba que estuviera bien. Ni siquiera intentó entablar
una conversación. Decir que había acumulado resentimiento por ese mes es
quedarse corto. Cuando finalmente llamó, fui breve con él. Cuando volvió a
llamar, dos semanas después, lo ignoré.
Cuando se detuvo nuevamente, la miré y vi su ceño fruncido
observando las estrellas como si buscara una respuesta.
—Es mi padre. Pero es como si cuando cumplí dieciséis años, lo
hubiera dejado. Se retirara completamente. No es como si antes hubiese
estado por aquí todo el tiempo, porque trabajaba un montón de horas. Pero
una vez que se convirtió en socio de su bufete de abogados hace un año, fue
como si estuviera enojado por tener que dedicar tiempo para ser padre y
esposo. Así que se detuvo y me dejó para que cuidara de mi madre, que no
sabe estar sola.
Mi pecho se agitó cuando vi que una lágrima se deslizaba por su sien
hasta su cabello.
Mierda. Nunca había visto llorar a Ana.
—Es como si no fuera lo suficientemente buena para quedarme. —
Cayeron más lágrimas y me quedé allí congelado. Se limpió bruscamente las
lágrimas con la mano—. Y ahora quiere que sea feliz con sus sobras.
Finalmente movió la cabeza para mirarme a los ojos. Sus ojos azules
parecían más brillantes, llenos de lágrimas sin derramar. Se veía preciosa
con su cabello rubio enredado debajo de la mejilla y la mandíbula
firmemente apretada. Parpadeó unas cuantas veces y las lágrimas
desaparecieron como si exigiera que no cayeran.
Mirándola fijamente, susurré palabras de apoyo, esperando que fuera
lo correcto.
—Que se vaya a la mierda.
Hubo una pausa y luego sonrió. Comenzó en sus ojos y se extendió a
sus labios donde brotó una risa.
—Sí. Que se vaya a la mierda.
No sabía que mis palabras tendrían tal efecto, pero ella volvió su rostro
sonriente hacia el cielo y continuó riéndose. Respiré hondo por primera vez
desde que se había alejado furiosa de su madre. La escuché reír hasta que
no pude evitar unirme y reí con ella.
Ana
Lo había conseguido.
Había terminado el año escolar sin problemas. Me di una palmadita
mental en la espalda mientras me abría paso entre los cuerpos que llenaban
la casa de Josh. Había sido elegido por el equipo de fútbol como anfitrión de
la fiesta de fin de año escolar ya que sus padres se habían ido el fin de
semana.
Esta era la primera fiesta a la que asistía. Mi ex-novio había intentado
arrastrarme a una, pero era cerca del momento en que debía mudarme y ya
estaba tratando de distanciarme de él. Habíamos salido un par de meses,
pero yo era joven y no sabía qué demonios estaba haciendo. Fue mi primer
novio. Todo lo que sabía era que cuando me besaba, no sentía nada excepto,
tal vez, aburrimiento. Era suave y tímido y mentalmente, me había
encontrado gruñendo de frustración. No quería que me preguntaran
constantemente si estaba bien. Quería dejarme llevar. Quería que tomara lo
que quería de mí. Pero nunca había dicho nada, porque cada vez que
intentaba formar las palabras en mi cabeza, siempre sonaba como si
quisiera que me forzara; como si le estuviera pidiendo que me violara.
El pensamiento me hacía estremecer.
Temblar por lo que podría ser su reacción.
Estremecerme por la emoción que me recorría el cuerpo, lo que me
asustaba más que su reacción.
El miedo a mis propios deseos me impidió buscar otra relación desde
que llegué a St. Agatha. Me quedé atrás y observé, haciendo amigos donde
pude. Y al convertirme en esta persona reservada y neutral, fue fácil gustarle
a la gente porque realmente no me conocían.
Excepto Kevin. Kevin me conocía. Conocía mis extremos o al menos
los que yo le había dejado ver, y aun así quería ser mi amigo. Me había visto
llorar y actuar como una tonta cuando bailaba en mi ventana. Sabía cuándo
contenía una réplica sarcástica a un comentario de alguien de nuestro grupo
y me miraba de reojo con solo un atisbo de sonrisa, sabiendo que estaba
escondiendo mi verdadera reacción detrás de una fachada fría.
Francamente, no necesitaba que a nadie más le gustara o disgustara nada
más allá de mi relajada personalidad. Así que seguí el ritmo y me dejé llevar,
haciéndome amiga superficialmente de todo el mundo. Lo que, sin duda, me
hizo la vida más fácil.
Mientras me dirigía de la sala de estar a la cocina, me saludaron casi
todos los que me cruzaba. Todavía era surrealista que tanta gente supiera
quién era, pero en una escuela pequeña, así era como funcionaba. El hecho
de ser amiga de Kevin, que era popular entre todos, ayudaba. Pero sabía que
Kevin llevaba el mismo tipo de máscara que yo. No había nada extremo en
su personalidad. Era fácil llevarse bien con él, así que nadie trataba de
profundizar.
De alguna manera, habíamos caído en una rutina cómoda en la que
podíamos ser nosotros mismos el uno con el otro. Como si tuviéramos algún
lazo en común. Se sentía natural no fingir cerca de él. Durante un tiempo,
tuve que aparentar que no me sentía desesperadamente atraída por él. Pero
entre su novia y nuestra creciente amistad, esos sentimientos se
desvanecieron y dejaron de pesarme.
—Oye, ¿quieres una cerveza? —preguntó Chloe, empujando un vaso
rojo en mi dirección.
Arrugué el rostro y negué.
—Puaj. Definitivamente, no.
Se rio y se lo pasó a uno de los tipos que pasaron por allí.
—No te culpo. Sabe horrible. Ahora, si alguien tuviera vodka y jugo de
arándano, bebería hasta la mierda de eso.
—Lo mismo digo —coincidí con una sonrisa. No sabía si lo haría, pero
lo dije solo para tener algo en común con ella. Nunca había bebido mucho
más que un sorbo de cerveza, y eso fue más que suficiente para no querer
hacerlo nunca más.
—Oye, ¿has visto a Gwen? —preguntó, estirando el cuello, mirando
de un lado a otro, más allá de la gente.
—Ummm... —Pensé por un momento—. Hace tiempo que no. Pero he
estado en la sala la mayor parte de la noche.
Justo en ese momento oímos un fuerte grito que venía de afuera.
—¿Estás bromeando?
Señalé con el pulgar sobre mi hombro.
—Suena como Gwen.
Nos dimos vuelta y salimos a la terraza. Había unas cuantas personas
allí paradas, mirando hacia el otro lado del patio. Cuando me acerqué a los
escalones, pude ver a Kevin pasándose las manos por el cabello revuelto con
Gwen frente a él. Cejas fruncidas, labios presionados y rostro sonrojado no
le conferían su mejor aspecto.
—No puedo creer que estés rompiendo conmigo. Aquí. En medio de la
fiesta. ¿Qué demonios, Kevin? —Levantó los brazos y miró a su alrededor.
Posó la mirada en mí y sus ojos se llenaron de rabia. Abrí los ojos de par en
par. ¿Qué diablos tenía que ver yo con esto?—. Es por ella, ¿no? —Me
apuntó con un dedo y, aunque estaba a más de un metro y medio de
distancia, retrocedí—. Ustedes salen todo el tiempo y dices que es tu mejor
amiga. ¿O es una mentira? —interpeló—. ¿La quieres a ella? ¿Es eso? ¿Es
por eso que ya no tienes sexo conmigo?
Mis pies estaban inmóviles. Me quedé congelada en el lugar mientras
ella seguía lanzando acusaciones, sorprendida de que pensara que yo era la
razón por la que Kevin estaba rompiendo con ella. Diablos, ni siquiera sabía
que estaba pensando en ello. Por muy cercanos que fuéramos, nunca
hablábamos de Gwen y él. Nunca quise saber detalles sobre su relación.
Pero a pesar de todo, nunca hice un movimiento con él. Gwen y yo
éramos amigas. Al menos eso creía. Sin embargo, estaba allí, gritando a
todos los que quisieran escuchar que yo era la razón por la que esto estaba
ocurriendo. Kevin giró y me miró por encima del hombro, donde seguía
congelada en estado de shock. Solo pude tartamudear en señal de negación
mientras miraba de uno al otro.
Intentó calmarla.
—Esto no tiene nada que ver con ella. No quería romper contigo aquí,
pero simplemente salió. Lo siento.
—¿Lo sientes? ¿Tú lo sientes? —Gritó—. ¡Vete a la mierda, Kevin
Harding!
Kevin levantó las manos.
—He terminado aquí. Podemos hablar más cuando te hayas calmado.
—Se alejó hacia el costado de la casa, dejándonos al resto mirando a Gwen,
que se quedó allí con la boca abierta como un pez fuera del agua. Finalmente
se recuperó lo suficiente como para apretar la mandíbula y volver a subir a
la terraza y a la casa, asegurándose de golpear mi hombro en su camino.
Luché contra el impulso de seguir a Kevin y consolarlo. Tenía que
estar dolido, pero temía que se añadiera más leña al fuego que Gwen había
iniciado.
Encorvando los hombros, no pude evitar notar que toda la gente me
miraba. Esto era más atención de la que quería y me estaba asustando.
Quería ser imparcial, neutral, como Suiza. No quería darle a nadie una razón
para sentir demasiado por mí. Y, sin embargo, ahí estaba, en el centro de
una gran discusión.
Aunque no fuera a perseguir a Kevin, era hora de irme. Con la cabeza
gacha, pasé junto al grupo de la terraza y entré para agarrar mi bolso.
Caminando por el pasillo benditamente vacío, escuché un llanto que venía
del baño. Gwen. Tenía que serlo. Presioné suavemente mi frente contra la
puerta y cerré los ojos, resignándome a lo que estaba a punto de hacer. Volví
a la cocina, agarré una botella de tequila sin abrir y tiré un puñado de limas
cortadas en una taza. Cuando llegué al baño, levanté la mano para golpear,
pero decidí no hacerlo. Intenté con la puerta, que estaba sorprendentemente
abierta.
Las luces sobre el tocador del baño blanco parecían cegadoras desde
el oscuro pasillo. Cerré los ojos contra el resplandor y miré a mi alrededor.
Gwen estaba sentada en el suelo, apoyándose en la bañera con la cabeza
inclinada sobre sus rodillas dobladas. Su cabello oscuro se derramaba sobre
sus brazos y mi pecho se apretó cuando sus hombros temblaron por los
sollozos. A pesar de su ataque de ira y sus acusaciones, seguía siendo mi
amiga, y odiaba verla sufrir.
—Gwen —susurré, sin querer asustarla ni hacerla gritar ya que no me
había oído entrar.
Resultó que no importaba.
Su cabeza se levantó al oír mi voz. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro
manchado.
—¡Fuera!
Me sobresalté, sin estar preparada para lo ruidosa que fue. Pero la
ignoré, entrando y cerrando la puerta. Me deslicé por la pared, con su
mirada fija en mí todo el tiempo.
—¿Estás sorda? Dije que te vayas a la mierda.
Le infundí un poco de vivacidad a mi voz y levanté mis ofrendas.
—No, pero tengo tequila. Y limas.
Gwen puso los ojos en blanco, pero aun así extendió la mano para
agarrar la botella. La destapó y bebió un trago, renunciando a la lima. Yo
sentí una mezcla de preocupación y un poco de impresión de que ella lo
bebiera tan fácilmente.
—Pensé que ya habrías perseguido a tu novio.
—Solo es mi amigo, Gwen. —Había decidido cuando entré al baño
para ayudarla, y eso significaba ser lo que ella necesitaba. En ese momento,
necesitaba que yo fuera una entusiasta que golpeara a los hombres y
apoyara a las mujeres—. Pero tú también lo eres. Y las chicas antes que las
pollas y todo eso.
Mi patético dicho funcionó y le arrancó una carcajada. Se limpió las
mejillas con el dorso de la mano y bebió otro trago de tequila. Mirando la
pared, sacudió la cabeza. Si ella lo necesitaba, estaba preparada para
sentarme allí toda la noche en silencio, pero no tuve que esperar mucho
antes de que empezara a hablar.
—Dios. —Ahogó otra risa sin humor—. Un año entero. Qué
desperdicio.
—Vamos. No es un desperdicio. —Me miró de reojo ante ese
comentario—. Estoy segura de que sacaste algo de ello. ¿Una lección
aprendida? ¿Te hizo un poco más sabia? —propuse—. Además, es verano.
Tendrás tres meses sin ver su estúpido rostro y todo ese tiempo para
encontrar un nuevo juguete.
Entrecerró los ojos.
—No debería ser tan difícil. —Se encogió de hombros—. Estoy muy
buena.
—Brindo por eso. —Gwen me pasó la botella, y bebí el sorbo más
pequeño del mundo y luego chupé la mierda de la lima, tratando con todas
mis fuerzas de contener el escalofrío. Tan asqueroso.
—Siento haber sido una perra ahí afuera. Eres una buena amiga por
venir a emborracharme después de todo eso.
Le devolví la botella y me encogí de hombros, aprovechando la
oportunidad para aligerar las cosas.
—Está bien. Yo también estoy muy buena. Es difícil imaginar que
alguien no me desee.
Mi plan funcionó y se ahogó con su sorbo de tequila, haciéndonos reír.
—Bien, vamos a levantarte de este piso y buscarte un aventón a casa.
De todos modos, la fiesta se está acabando. —No sabía si era así, pero sabía
que dejarla allí no era una buena idea. Estaba borracha y necesitaba llegar
a casa antes de que terminara tomando malas decisiones en su estado de
ánimo.
Una vez que separé a Chloe del rostro de Josh, pude convencerla de
que se fuera y se llevara a Gwen a casa. Ya sin la distracción de preocuparme
por ella, pude finalmente ir a ver a Kevin.
Entonces me di cuenta, casi tropezándome en la acera, que Gwen ya
no era una distracción para Kevin tampoco. Ella había sido una sólida razón
para que dejara de pensar en Kevin como alguien más que un amigo, pero
después de esta noche, ya no era una excusa válida.
Aceleré mis pasos, junto con mis latidos del corazón, a medida que
me acercaba a casa para ver cómo estaba Kevin. Originalmente, quería
perseguir a Kevin y ver si estaba bien.
Después de todo, era mi amigo.
Mi amigo ahora sin novia.
Mierda.
Kevin
Me estiré en el techo, sintiendo el polvo de las tejas clavarse en mi
espalda. Mis manos descansaban sobre mi estómago y me concentraba en
la elevación y caída de mi pecho. Tomó un tiempo, pero finalmente mi
respiración comenzó a calmarse. Escuchar a Gwen gritar así delante de
todos nuestros amigos, hacer una escena, y luego arrastrar a Ana en ello,
tuve que salir de allí. El rápido camino a casa no había hecho nada para
calmarme.
No había planeado romper con ella allí. Pero cuando llegó, pude oler
el alcohol en su aliento. Se aferró a mí durante toda la hora que había
logrado digerir su comportamiento, pero me irritaba cada vez más a medida
que sus toques se volvían más atrevidos. No debería haberme molestado que
mi novia se frotara contra mí, pero ahí estaba yo, imaginando que la alejaba.
Las cosas habían sido diferentes para nosotros en el último par de
meses. No pasó mucho tiempo después de que me asusté y salí corriendo
de su casa que pensé que tenía suficiente control sobre mi mente para
rendirme y tener sexo. Y Gwen era agresiva. Cuando quería algo, lo daba
todo hasta que lo conseguía. Una vez que se propuso que tuviéramos sexo,
hizo todo lo posible para que sucediera.
No me costó mucho; me preocupaba por ella. No importaba lo que
hubiera hecho para presionarlo, no habría tenido sexo con ella si no me
hubiera importado. Pero cuando tienes dieciséis años y tu novia aparece en
la escuela sin ropa interior y pone tu mano bajo su falda, pidiéndote que
vayas a su casa mientras sus padres no están, apareces. Sin hacer
preguntas. Había tenido el control total sobre mí mismo mientras
trabajábamos en los juegos preliminares, y realmente me concentraba en
tomar el control de mis reacciones y en cuidar de ella. Pero una vez que me
puse el condón y la penetré por primera vez, la vi hacer un gesto de dolor, y
eso fue todo para mí. Esa mueca de dolor y ese pequeño grito de dolor me
excitaron más que nada hasta ese momento. Todo lo que quería hacer era
empujar más fuerte y ver si podía obtener más gritos de dolor de ella para
alimentar el fuego que ardía dentro de mí. Luego volví a asustarme por lo
cruel que era y me preocupé por lo que haría, perdido en el momento. Cerré
los ojos y me aferré al poco control que tenía hasta que terminó.
Sólo habíamos tenido sexo otras dos veces después de eso, y la había
hecho estar arriba, sujetando mis manos a mi lado. Cuando se me hacía
difícil venirme, cerraba los ojos e imaginaba que la volteaba y la
inmovilizaba. Me había imaginado cosas horribles que un hombre no
debería hacerle a una mujer que le importaba. Después, me sentía como un
monstruo, pero en el momento en que esos pensamientos llenaban mi
cabeza, me sentía como un maestro en el control del universo. El poder
corría a través de mi cuerpo y salía inundado con un rugido mientras tenía
un orgasmo.
Algo estaba mal conmigo. Estos pensamientos no eran normales. Es
por eso que pospuse tener sexo con Gwen desde entonces.
Pero cuando siguió sobrepasando mis límites en la fiesta, tratando de
subirse a mi regazo con todos a nuestro alrededor, ya no pude soportarlo
más. Finalmente le tomé la mano y la llevé al patio, esperando un poco de
privacidad. Me siguió voluntariamente, pensando que me iba a rendir y
follarla allí mismo donde todo el mundo pudiera ver. Sí, claro. Como si
quisiera que alguien presenciara la forma en que apenas me mantenía a
raya durante el sexo.
Como si quisiera arriesgarme a que alguien viera a la bestia salvaje
que escondía dentro de mí.
Me pasé la mano por el rostro y me distraje mirando las estrellas,
tratando de encontrar el Cinturón de Orión. Cualquier cosa para dejar de
repetir la noche. Especialmente el momento en que Gwen metió a Ana en mi
lío.
Maldición, la había cagado.
No sé cuánto tiempo estuve allí, pero en algún momento escuché el
suave susurro de las pisadas en el césped y luego los familiares sonidos de
Ana subiendo al techo. Esta vez no alcancé su mano para ayudarla a
levantarse ni siquiera volteé mi cabeza para ver la expresión de su rostro.
¿Era la frustración porque de alguna manera me las arreglé para ponerla en
medio de esto? ¿Era lástima de que me hubiera golpeado delante de
nuestros amigos una chica de un metro y medio y menos de cincuenta kilos?
No quería averiguarlo.
Al principio no dijo nada, sólo se acostó a mi lado y miró las estrellas,
su presencia era un consuelo por sí sola.
—¿Estás bien? —preguntó después de un rato.
Respiré una carcajada.
—Sí. Supongo. Yo debería preguntarte eso. A ti te gritaron
innecesariamente. —Al no poder ver su expresión, volví la cabeza para
mirarla. Con el suave resplandor de la luna bañándonos, pude ver su cabello
rubio desplegado debajo de ella. Su perfil mostraba la suave curva de su
nariz y su labio inferior regordete atrapado entre sus dientes.
—Estoy bien, Kevin. —Se encogió de hombros—. De hecho, terminé
hablando con Gwen por un rato y bebiendo tequila. Por eso tardé tanto en
llegar. Tuve que arreglar las cosas y darle una hermana el apoyo por el
canalla idiota que rompió con ella en medio de una fiesta. Me aseguré de
que supiera que eran las chicas antes que las pollas.
Se volvió hacia mí con una sonrisa en sus ojos, probablemente
reteniendo una risa por la forma en que mi rostro se había estropeado.
—¿Canalla idiota?
Sus labios se abrieron en una sonrisa llena y me guiñó un ojo.
—¿Y tomaste tequila?
—Sí —se rio, mirando hacia las estrellas—. Esa mierda es asquerosa.
Puede que nunca vuelva a beber. Todo esto es asqueroso. —Se estremeció.
—Las chicas antes que las pollas, ¿eh?
Apretó los ojos y se rio.
—Eso es lo que le dije. —Su risa se desvaneció—. Quería ayudar a una
amiga, aunque ella me atacó. Y no quería exactamente que “roba novios”
colgara sobre mi cabeza durante los próximos dos años.
—No eres una roba novios.
—Lo sé. Y ahora Gwen también lo sabe. Hablar con ella suavizó las
cosas. —Mantuvo sus ojos pegados al cielo de tinta mientras yo continuaba
observándola—. De lo contrario, habría llegado antes. Sabía que tú también
estabas sufriendo y eres mi mejor amigo. Siento haber tardado tanto.
Me alegré de que no me mirara, porque habría visto una gran sonrisa
tonta en mi rostro. Escucharla llamarme su mejor amigo me calentó la
sangre. Una parte de mí se sentía como un niño pequeño porque me alegró
mucho oír que alguien me consideraba tan cercano. Nunca hablaba de sus
amigos de Tennessee y cuando lo mencioné, se encogió de hombros. Me
gustaba la idea de ser la persona en la que se apoyaba. Me hacía sentir
importante. Nunca sentía ninguna presión alrededor de Ana. Encajábamos
tan naturalmente, de una manera que aún no habíamos descubierto con
nadie más.
Una fresca brisa sopló el cabello en su rostro y tembló.
—Espera. —Entré en mi dormitorio por la ventana. Buscando algo que
la ayudara a mantenerse caliente, vi la manta en mi cama y la agarré antes
de volver a salir. Tuve que sentarme un poco más cerca de ella para que los
dos pudiéramos caber bajo la manta. La arrojé sobre nosotros y bromeando
se la metí bajo su barbilla, como si fuera una niña.
Al recostarme, pensé en cómo me llamó su mejor amigo. Quería oírla
decirlo de nuevo.
—Entonces, ¿soy tu mejor amigo? —presumí dramáticamente. Tal vez
pensaría que estoy bromeando, pero lo decía en serio.
—¿Quién más? —se rio—. No hablo con nadie de mi ciudad natal y tú
me has hecho sentir muy cómoda. Siempre estás ahí para hablar y
ayudarme a sentirme bien por ser yo. Estoy bastante segura de que esa es
la definición de mejor amigo.
Dejé que sus palabras me bañaran, haciéndome sentir más caliente
de lo que la manta podría haber hecho nunca. Mirando hacia arriba, decidí
devolver el favor y liberar las palabras en la atmósfera, esperando que la
calentaran a ella también.
—Bueno, tú también te has convertido en mi mejor amiga. No tengo
que ser nada más que yo mismo cerca de ti.
Nuestras confesiones eran sencillas e inocentes, pero se sentían más
pesadas, más profundas, como si fueran mucho más. Moví mi mano unos
centímetros hacia la izquierda y la rocé contra su suave piel, lo suficiente
para unir mi meñique con el de ella. No fue nada, pero mi corazón palpitó
cuando su meñique se apretó alrededor del mío. El punto de conexión entre
nosotros se extendió por mi brazo y mi pecho, prendiéndole fuego. No pude
evitar esperar que ella también lo sintiera y apreciara nuestra amistad como
yo lo hacía.
—Gracias por venir por mí —susurré.
—Cuando quieras, Kevin.
Ana
—Isaac me hizo sexo oral anoche —anunció Gwen durante una pausa
en la conversación.
Gracias a Dios que usaba mis lentes de sol, especialmente para cubrir
la forma en que se me deben haber salido los ojos. Un grupo de nosotras
estábamos sentadas en las tumbonas que rodean la piscina de Kevin. La
escuela comenzaría pronto, y habíamos pasado la mitad del verano tomando
el sol en casa de Kevin. Mientras que otros también tenían piscinas, nadie
tenía una como la de Kev. La suya tenía un área de quince centímetros de
profundidad en la piscina y un trampolín. La verdadera cubierta era el área
de la cocina y el bar. Su mamá dijo que valía la pena cada centavo si eso
significaba evitar que los niños entraran y salieran corriendo de la casa por
bebidas y bocadillos.
Junto al área de la piscina había un gran patio trasero con mucho
espacio para jugar al fútbol si el ambiente lo requería. Tenía que admitirlo,
hizo que el verano fuera bastante impresionante.
Durante los últimos treinta minutos, habíamos estado
intercambiando historias sobre los chicos y el papel que desempeñaron en
nuestras vacaciones de verano. Bueno, no tenía nada que decir. Había
trabajado en la biblioteca local a tiempo parcial, y cuando no estaba
haciendo eso, estaba pasando el rato con Kevin o con nuestro grupo más
grande de amigos.
Uno pensaría que después de todo este tiempo, me habría
acostumbrado al exceso de información, pero aun así se las arreglaban para
atraparme con la guardia baja. Y no escatimaban en detalles sobre sus
vidas: Con quiénes estaban saliendo, qué tan pesados o ligeros eran sus
períodos, qué conquistas sexuales habían tenido. Nada era sagrado.
Sin embargo, todavía me sentía demasiado nueva para contar mis
secretos a un grupo que habían sido amigos durante más de diez años.
Normalmente me sentaba y lo asimilaba todo. Sus audaces confesiones
fueron algo que tomé como señal de su confianza.
—Adora el suelo por el que camino —continuó Gwen. No le había
llevado mucho tiempo pasar a otro tipo de nuestro grupo. Era como si ella
le hubiera señalado con el dedo, considerándolo aceptable, y él cayó a sus
pies en agradecimiento. Era bastante impresionante. Las otras dos chicas
suspiraron mientras miraban a Isaac de pie con los otros chicos alrededor
de la cocina al aire libre.
Mis ojos se fijaron, como siempre, en Kevin. Llevaba un traje de baño
azul y estaba inclinado sobre el mostrador, apoyándose en los dos codos,
escuchando a Sean, que estaba contando una historia.
Kevin había cambiado durante el verano. Diablos, todos los chicos lo
hicieron. Era como si hubieran llegado a un punto mágico y hubieran
empezado a llenar los cuerpos largos que habían adquirido en la pubertad.
Pero no pude evitar mirar los abdominales de Kevin cuando se contrajeron
de risa. Siempre había sido alto, de más de un metro ochenta, pero un poco
flaco, aunque comía como un caballo. Luego, sus bíceps comenzaron a
crecer a juego con su pecho. Y Dios, ni siquiera me hagas empezar con la
cresta profunda a cada lado de su abdomen.
No era de extrañar que todas las chicas se sentaran allí a contener la
baba. Comenzaba a preguntarme qué demonios pusieron en el agua que les
dieron a los jugadores de fútbol.
Mi mirada desvergonzada de los músculos de Kevin se detuvo cuando
Chloe dijo mi nombre.
—¿Han visto la forma en que Sean ha estado mirando a Ana? —
Susurró.
—¿Verdad? Se la ha estado follando con los ojos estas dos últimas
semanas —agregó Jane.
—¿A m-mí? —Cuando lo miré, me sonreía. En mi conmoción, sentí
que mis ojos se abrían de par en par, y era difícil imaginar cómo estaba mi
rostro. Debe haber sido suficiente para Sean, porque me hizo un guiño antes
de volver a la conversación.
»No. —Sacudí la cabeza, sin saber qué más decir.
—Son esas increíbles tetas que tienes. —Las palabras de Gwen me
hicieron mirar mi pecho. Kevin no fue el único que creció este verano. De
alguna manera, salté de una copa A a una copa C.
—Están bien, supongo. —Encogiéndome de hombros, traté de ocultar
el rubor que se arrastraba por mis mejillas. No quería que supieran lo
incómoda que me sentía con todas ellas mirándome el pecho.
—Mejor que las mías —murmuró Gwen. Era muy pequeña en todas
partes. Sobresalía a ella.
—Lo que sea —resoplé—. Eres sexy y lo sabes.
—Tienes razón. Estoy muy buena. —La confianza de Gwen
compensaba con creces su pequeña estatura, y la hacía más hermosa y
deseable que un par de pechos grandes. Las chicas pasaron a otra
conversación y me distraje, esta vez mirando a Sean en vez de a Kevin.
Era imposible no compararlos. Sean era mucho más claro de color,
con el cabello rubio y ojos azules. Era más bajo que Kevin, pero tenía una
complexión más gruesa.
Mirando más de lo necesario, admití que me gustaba la idea de que
me mirara. Él era caliente y agradable... y no permanentemente encerrado
en la categoría de amigo. Eso era suficiente para dejar volar mi imaginación
con la idea de que le gustaba a Sean. Habíamos estado juntos en el grupo,
pero nunca solos. Me hacía sonreír con sus historias. No sabía si se las
había inventado o no, pero no me importaba porque eran divertidísimas.
Sí. Podría imaginarme pasando el rato con Sean a solas.
—Yo quiero a Ana —gritó Kevin, después de que los chicos decidieran
jugar a las gallinas.
—No es justo —se quejó Josh—. Ustedes son la combinación más alta.
Ana es la que tiene más alcance.
—Cuanto más altos son, más fácil se caen —agregó Sean. Arrugó el
rostro y levantó dos dedos, señalando primero sus ojos, y luego los míos,
haciéndome saber que me estaba observando. Me encogí de hombros sin
querer. Pero cuando me volví, contuve una sonrisa, disfrutando de su
atención en mí.
Se me escapó un aullido cuando de repente fui arrastrada a los brazos
de alguien. Kevin me sonreía, de una forma traviesa.
—¡Kevin! —Grité—. No lo hagas... —Mis palabras fueron
interrumpidas por mi profunda inhalación antes de sumergirnos bajo el
agua. Me las arreglé para liberarme de su agarre y empujé a la superficie—
. ¡Idiota! —Jadeando por aire, me quité el cabello mojado del rostro. Me
limpié los ojos y lo miré con ira mientras se reía. Cuando se rio un poco más,
le salpiqué con una enorme ola de agua, lo que le hizo chapotear.
Todavía se estaba riendo cuando me alcanzó en el extremo superficial
donde todos los demás se habían refrescado en el agua por su propia
voluntad. Le di una palmada en el hombro para que se comportara.
—Oh, vamos, Ana. No querrás herir a tu compañero antes de que
empecemos. ¿De qué otra manera vamos a patearles el trasero a todos?
—Podría valer la pena —murmuré.
Se movió hacia mí y me envolvió los brazos alrededor de los hombros
antes de acercarme para un abrazo agresivo, retorciéndonos de lado a lado
para hacer olas.
—Sabes que me amas.
—Tal vez —admití, piel de gallina ondulando a lo largo de mi piel.
Quería hundirme en él y quedarme allí.
—¿Han terminado con sus juegos previos? ¿Podemos jugar ahora? —
dijo Isaac, bromeando.
Kevin y yo estábamos juntos todo el tiempo y nos sentíamos cómodos
con el contacto del otro. Nunca había pensado en ello cuando me envolvía
con un brazo, porque siempre me ofrecía consuelo. Al menos, había tratado
de no hacerlo, pero en el fondo, no se podía negar la emoción que hacía que
mi corazón se estremeciera cuando nos tocábamos.
—Pareces muy ansioso por ser vencido, Lowell —se burló Kevin.
—Sí, ya veremos —dijo Isaac—. Puedes ir primero contra Gwen y
contra mí.
Kevin se agachó bajo el agua y empujó su cabeza entre mis piernas
antes de ponerse de pie. Tragué con fuerza al sentir sus largos dedos
agarrándose a mis muslos. Mi corazón latía en mi pecho a un kilómetro por
minuto. No importaba que tan a menudo jugáramos a la gallina, nunca me
acostumbré a tener su cabeza entre mis piernas. ¿Y eso no evocaba una
gran imagen? Esperaba que todos culparan al sol caliente por el hecho de
que mis mejillas se estaban poniendo rojas.
Este era mi amigo.
Mi mejor amigo.
No alguien con quien dejar mis pensamientos vagar. Normalmente.
—¿Estás lista, A? —preguntó Kevin.
Respirando hondo, despejé mi mente.
—Atrapémoslos.
Kevin se lanzó hacia adelante y una de mis manos agarró su cuero
cabelludo mientras la otra extendía la mano para empujar a Gwen. Cuando
finalmente estábamos lo suficientemente estables como para soltar la
cabeza de Kevin, usé ambos brazos para agarrarme a Gwen. Ella tuvo un
buen empujón que casi me derriba, pero Kevin agarró mis muslos de forma
más fuerte, enterrándose profundamente. El dolor era agudo y ondulaba por
mis piernas sacando de un “ow” de mí.
—Lo siento, A.
Pero el dolor agudo me causó quemaduras en la piel por otra razón.
No pude evitar mirar sus dedos agarrando la suave carne de mis muslos y
preguntarme si mañana habría un moretón.
Otro empujón me devolvió al juego y necesitaba terminarlo y bajarme
de los hombros de Kevin antes de hacer el ridículo. Unos minutos más de
risa y finalmente logré derribar a Gwen. Nos enfrentamos a todos, pero Kevin
y yo salimos victoriosos cada vez.
Estábamos chocando los cinco cuando Sean se acercó.
—Muy bien, veamos si eres tú o ella quien tiene más habilidad. Ana,
te reclamo como mi compañera.
Sus ojos escanearon mi rostro, sólo cayendo sobre mi pecho durante
unos segundos antes de mirar hacia arriba y sonreír. Supo que lo atrapé
mirándome las tetas y se encogió de hombros en vez de disculparse. Puse
los ojos en blanco, un poco impresionada por su falta de disculpas.
Jane saltó a la piscina desde su lugar en la cornisa.
—Seré la compañera de Kevin —dijo moviéndose hacia él.
Sean se sumergió bajo el agua y se deslizó entre mis piernas. Sus
manos agarraban suavemente mis muslos, a diferencia del agarre firme que
Kevin había usado. La emoción de estar en una posición como ésta con él
por primera vez seguía siendo muy grande. Pero no la misma emoción que
sentí cuando imaginé que Kevin me magullaba con su agarre.
—Definitivamente soy yo el que trae toda la magia al equipo —dijo
Kevin.
—Lo que sea, es sólo un chico guapo sosteniendo todo lo increíble que
soy. —Me burlé en respuesta.
Sean se unió.
—No te preocupes, cariño. Puedo aguantar todo lo increíble en ti y los
derribaremos.
Nos enfrentamos y dimos una buena pelea. Me impresionó lo mucho
que duró Kevin porque Jane apestaba. Habría muerto por su cuenta, pero
Kevin se las arregló para mantenerla ahí arriba. Pero finalmente, cayeron y
Sean empezó a correr por la piscina cantando “Somos los campeones”. Me
aferré al camino y me reí todo el tiempo. Me sentía bien al sentir las
mariposas volar en mi estómago con alguien que no era Kevin.
Tantas veces como me había dicho a mí misma que éramos amigos,
siempre había ese pequeño parpadeo de emoción que iba más allá de la
amistad cuando pensaba en él. Tal vez Sean fuera el tipo que desviaría mi
atención y realmente me hiciera dejar de lado cualquier atracción que
tuviera hacia Kevin.
Valía la pena intentarlo y sería una idiota si no lo intentara con el
guapo rubio que actualmente me llevaba de un lado a otro como una reina.
Kevin
—Hombre, Ana está buena —me murmuró Sean mientras
agarrábamos bebidas y palomitas de maíz para la película. Todos los demás
se instalaron en la sala extra.
Escuchar a Sean confiar en mí sobre Ana me irritó. No es que debiera,
ya que era lo que siempre hacíamos, hablar de las chicas y lo que
pensábamos de ellas. No debería haber sido diferente con Ana. Pero lo era,
porque me sentía protector con ella. No me gustó la forma en que la había
mirado las últimas semanas. El traje de baño de Ana este verano acentuaba
sus nuevas tetas. Amigo o no, se hacía cada vez más difícil desviar mi
atención de las tetas perfectas que parecían haber crecido de la noche a la
mañana.
Pero, aun así; tuve que estirar mi cuello para aliviar algo de la tensión
que sentía al escuchar a Sean, especialmente después de verlos coquetear
toda la tarde. Parecía que Sean había decidido ir a matar esta noche, y Ana
no lo rechazaba. Mientras tanto, Jane me hablaba, y apenas escuché algo
de lo que dijo porque estaba vigilando a Ana.
Porque era mi amiga y quería asegurarme de que estaba a salvo.
—Quiero decir, le crecieron las tetas de la noche a la mañana y
parecen un puñado perfecto. —Sean levantó las palmas de las manos como
si estuviera tratando de imaginar cómo cabrían alrededor del pecho de
Ana—. Me pregunto qué clase de pezones tiene. Sabes que soy un hombre
de tetas. Me encanta todo de ellas —dijo divagando. Le tiré la bolsa de
palomitas más fuerte de lo que necesitaba. Y apunté a su cabeza en lugar
de a sus manos—. Maldición, amigo.
—Estás hablando de mi amiga. Muéstrale un poco de respeto.
—Le mostraré todo tipo de respeto —agregó, moviendo sus caderas
para hacerme enojar aún más. Luego, le tiré una botella de agua.
La atrapó, riéndose.
—Está bien, está bien. Sólo estoy bromeando. Calma tus tetas.
Lo miré fijamente y me volví para subir las escaleras. Sean me siguió
y se sentó al lado de Ana, incluso arrojando un brazo sobre la parte de atrás
del sofá detrás de su cabeza. El sofá se sumergió a mi lado, apartando mi
atención. Jane sonrió y se sentó más cerca de lo necesario. Pensé en irme,
pero cambié de opinión. ¿Qué demonios...? Me vendría bien la distracción.
Jane era una buena chica, pero no era alguien con quien quisiera
involucrarme.
Uno: era amiga de Gwen, y aunque Gwen y yo habíamos superado
cualquiera de nuestros problemas, no quería estar tan cerca de tenerla
involucrada en ninguna de mis relaciones. Se sentía un poco incestuoso.
Dos: Jane era agradable. Dulce y suave. Esa combinación me asustaba
porque mis deseos de ser rudo, duro y controlador aún me dominaban, y no
quería estar con nadie que encontrara algún indicio de eso repugnante. Jane
parecía el tipo de chica que necesitaba ser tratada con guantes de seda y
ese saldría de mí incluso cuando esté bajo control.
Sí, alejarme de Jane era la decisión más inteligente.
Honestamente, no tenía ningún deseo de tener una novia. Había
pasado la mayor parte del verano con mis amigos, y cuando no estaba con
ellos, estaba con Ana. Aunque no teníamos ninguna interacción sexual, eso
no hacía que nuestra relación fuera menos satisfactoria. Nos reímos y
hablamos y siempre me sentía bien conmigo mismo después de estar con
ella.
A lo largo de la película, mis ojos se dirigieron hacia Ana, observando
la progresión del brazo de Sean desde el sofá hasta alrededor de sus
hombros antes de tirar de ella para envolverla. No podía ignorar la opresión
en mi pecho cuando trataba de imaginarme a Ana teniendo novio. Tal vez
ella no sentía la misma satisfacción de nuestra amistad. Lo cual estaba bien.
Estaba seguro de que, a diferencia de mí, ella tenía deseos normales, que no
venían miedo involucrado.
Al final, supe que estaba siendo irracional y egoísta al querer todo el
tiempo de Ana para mí. Apreciaba nuestra amistad tanto como yo, pero aun
así me preocupaba que su acercamiento a Sean significara menos tiempo
para nosotros.

Cuando la película terminó, todos se levantaron para irse. Una parte


de mí esperaba que Ana se quedara, tal vez ver otra película como habíamos
hecho otras noches.
En vez de eso, Sean la envolvió con su brazo.
—Déjame acompañarte a casa.
Sus ojos se abrieron de par en par, pero luego sonrió.
—Claro. —Al mirarme, sacudió las cejas, compartiendo su emoción.
Porque era mi amiga y eso es lo que hacían los amigos. Los amigos se
alegraban cuando el otro estaba alegre—. Hasta luego, Kev —dijo por encima
de su hombro antes de salir con Sean. Una parte de mí quería pararme en
mi escalinata y asegurarme de que llegara bien a casa, pero reprimí mi
necesidad irracional de vigilarla.
Jane me agarró de la mano, lo que me ayudó a distraerme de los
pensamientos de Ana.
—Gracias por el un buen rato, Kevin. Tal vez podamos hacerlo de
nuevo alguna vez, pero solos. —Me sorprendió dándome un beso en la
mejilla—. Adiós. —Con un pequeño saludo, se fue con todos los demás.
Cerré la puerta y me dirigí a la sala de estar, arrojándome en una silla
frente a mis padres. Mi papá tenía las gafas posadas en el borde de la nariz
y levantó la vista del periódico.
—¿Noche divertida?
—Sí. Pero estoy cansado.
—Todo ese sol y la natación te harán eso —dijo mi mamá, bajando su
crucigrama—. Jane parece una buena chica.
Me costó mucho no poner los ojos en blanco. Odiaba cuando mi madre
intentaba hablar de chicas.
»Vemos a sus padres en la iglesia de vez en cuando. Se ve como que
no sería tan.... salvaje como Gwen. —Escogió con cuidado sus palabras. Mi
madre nunca diría nada malo de nadie. Pero siempre veía lo abiertamente
afectuosa que era Gwen, y sabía que le molestaba. Era una madre genial,
pero definitivamente más conservadora. No podía imaginarme lo que diría si
se enterara de que su hijo quería someter a una chica a cuando estaba
teniendo sexo con ella—. Parece una dama.
—Dale un respiro al chico, Allison —gruñó mi padre—. Tal vez quiere
algo un poco salvaje.
Nada podía detener la vergüenza de mis padres discutiendo
abiertamente sobre el tipo de chica que me gustaría tener y por qué.
—Liam —jadeó—. Nuestro hijo es un caballero —mi papá se rio y no
pude evitar unirme—. ¿Qué? ¿Qué es tan gracioso?
—¿Necesitas que te consiga un collar de perlas para cuando actúes
tan sorprendida?
—Oh, detente —dijo, agitando su mano. Pero también empezó a reírse
de lo ridícula que sonaba—. No está bien reírse de una anciana.
—Apenas vieja, cariño. —Mi papá la miró y le guiñó un ojo—. Todavía
lo suficientemente salvaje para mí.
Y esa era mi señal para irme.
—Buenas noches, chicos.
Abriendo la puerta de mi dormitorio, mis ojos se dispararon a mi
ventana. Al ver que la luz de Ana estaba encendida, me dirigí a la ventana y
la vi sentada en su cama mirando su teléfono.
Saqué el mío de mi bolsillo trasero y la llamé. Sonó una vez, me miró
y contestó.
—Hola.
—¿Te besó?
Se me escapó. Ni siquiera sabía de dónde venía. Claro, estaba flotando
en mi cabeza, preguntándome si él la acompañaría a su puerta y le daría un
beso de buenas noches, pero no había planeado preguntarle. Me paré en la
ventana y pude ver desde el otro lado del espacio entre nuestras casas que
su rostro estaba confundido. No la culpaba. Yo también estaba confundido.
—¿Qué? ¿Por qué quieres saberlo?
Mi cerebro voló a través de miles de respuestas, tratando de cubrir mi
error.
—Porque apuesto a que fue asqueroso.
Se rio y preguntó:
—¿Crees que tú estarías mejor?
—Claro que sí —dije, con la intención de continuar con las bromas.
Pero algo sobre el día y la forma en que la vi prestarle tanta atención
a Sean, me hizo querer que me la devolviera.
Nos paramos en nuestras ventanas, uno frente al otro, la oscuridad
de la noche extendiéndose entre nosotros y las luces de nuestro dormitorio
iluminando nuestros cuerpos. Estas eran mis noches y tal vez por eso me
pasaba de la raya.
Tal vez fuera porque me sentía cómodo con Ana, y ella me aceptaba
por mí. Tal vez porque pensé que se alejaría de mí por Sean, quise compartir
un secreto con ella que nos acercaría más. Tal vez quería ser un poco
honesto con ella sólo para ver su reacción.
»Te besaría tan fuerte. Presionaría mis labios contra los tuyos y te
empujaría contra la pared para que no tuvieras adónde ir, ni dónde
esconderte. —Hice todo lo que pude para mantener mi tono de voz ligero,
para hacer de cuenta que era una broma si las cosas salían mal, pero
visualicé mis palabras y mi voz se hizo más profunda como si fuera una
necesidad que me atravesaba—. Agarraría tus muñecas y las clavaría sobre
tu cabeza para que no pudieras empujarme y me apropiaría de tus labios.
De ti.
El silencio se extendió, y empecé a entrar en pánico. Mi mente se
apresuró a volver a convertir la conversación en chistes, pero otra parte de
mi mente me instó a que la dejara ser; que mi honestidad se estableciera
donde pudiera.
No podía ver los detalles de su rostro, pero me di cuenta de que no
estaba arrugada por la repulsión y que no me había colgado. Deseaba que
estuviera de pie frente a mí sin todo el espacio entre nosotros, para poder
mirar sus ojos y poder leer su honesta reacción. El silencio se extendió
demasiado. Necesitaba decir algo. Pero me quedé ahí parado, esperando a
que ella diera el siguiente paso.
Sin embargo, parecía que iba a ignorar lo que había dicho. Habló con
suave vacilación mientras cambiaba de tema.
—¿Estás listo para ir a la escuela la semana que viene?
Tragándome el miedo de que me llamara asqueroso, lo dejé pasar.
—Supongo. Quiero decir ya he comprado material escolar y tengo
todos mis suministros. Voy a extrañar el verano y a pasar el rato con todos
en la piscina.
Ni siquiera podía oír su respiración, y me imaginé que estaba
conteniéndola, preguntándome si dejaría caer más declaraciones audaces.
—Yo también. Especialmente cuando voy a morir en química.
—No estoy segura de estar lista para esa clase.
—Sí, eso me va a patear el trasero. Prométeme que sufriremos juntos.
—Acuné el teléfono contra mi hombro y levanté mis manos como si estuviera
rezando.
Se rio.
—Prometo arrastrarte a través del infierno conmigo.
—Oye, ahora que a Sean le gustas, ¿significa que va a llevar tus libros
por ti? —digo bromeando.
—Más vale que lo haga.
Me quedé encorvado y aliviado.
—Gracias a Dios, me estaba cansando tanto de hacerlo el año pasado.
—Lo que sea —resopló—. Nunca llevaste mis libros.
Ambos nos reímos hasta que un fuerte silencio llenó la línea.
Mirándola de frente, tuve que preguntarme qué era lo que más me
preocupaba.
—Tendremos tiempo para pasar el rato, pase lo que pase.
—Siempre. —Su suave sonrisa y su fácil respuesta me tranquilizaron.
Levanté la mano y la presioné contra el cristal de la ventana. Ella hizo
lo mismo con la suya.
—Buenas noches, Kev.
—Buenas noches, Ana.
Ana
Sus labios presionaron suavemente los míos. Apenas se rozaron entre
sí, llenos de dudas. Lo que fue una locura desde que nos besamos hace un
par de meses. Quería inclinarme y presionar mis labios firmemente contra
los suyos, agarrar su camisa en mis manos y hacer que me empujara contra
la puerta del auto. Sentir las curvas del plástico clavándose en mi espalda
mientras me tomaba. Tal vez incluso morderme los labios. La idea de pedir
o presionar por más hacía que mis mejillas se ruborizaran. Especialmente
cuando imaginaba que sus ojos se abrirían de par en par y su labio se rizaría
de asco. En cambio, me instalé y me resigné.
Era como besar una nube. No como si me llevara al cielo, sino como
si no estuviera besando nada. Era suave, aireado y apenas se veía.
—¿Está bien esto? —preguntó Sean cuándo descansó su mano sobre
mi cuello, acercándome un poquito más. Era la tercera vez que preguntaba.
Cada movimiento que hacía tenía que ser aprobado por mí. Tenía que tomar
más decisiones y estaba cansada de ello. Pero me gustaba Sean y disfrutaba
de mi tiempo con él. Me encantaba la forma en que me hacía reír y siempre
me prestaba su atención.
Aunque meses después, no podía olvidar las palabras que Kev me
había dicho esa noche por teléfono sobre cómo me habría besado. Su voz
profunda, las vibraciones que de alguna manera se transmitieron a través
del espacio entre nosotros y me sacudieron hasta la médula. Había estado
bromeando, por supuesto, pero no podía evitar imaginarme la descripción
aproximada cada vez que Sean me rozaba los labios con suavidad, pidiendo
aprobación.
La mano de Sean deslizándose por mi muslo, apretando un poco la
falda de mi vestido, me trajo de vuelta al momento. Su pulgar rozó una parte
expuesta de piel y gimió. Realmente gimió. Un pequeño parpadeo de
esperanza resplandeció en mi pecho cuando apretó con más fuerza sus
labios contra los míos. Su lengua se metió en mi boca y me abrí, dejándole
tomar lo que quería de mí. Cuando su gran mano agarró con fuerza mi
muslo, gemí, queriendo más.
Pero se echó para atrás, respirando pesadamente.
»Lo siento mucho. Me pasé de la raya.
—No —dije con una desesperación apenas enmascarada. Dos meses
era mucho tiempo para ir con besos suaves y gentiles, nada más. Alcancé a
través de la consola y traté de tirar de él hacia mí—. Está bien. —Traté de
tranquilizarlo.
—No, no. —Presionó la espalda contra el asiento del conductor y
respiró hondo, recobrando la compostura que me gustaría que soltara.
Sabía que había perdido la batalla cuando sopló un fuerte aliento y se volvió
hacia mí con una sonrisa, alcanzando mi mano—. Deberíamos entrar.
Tenemos reservaciones.
—Sí. —Estuve de acuerdo, preguntándome si podía oír la decepción
en mi voz.
Entramos en el elegante restaurante italiano. Sean siempre me llevaba
a algún lugar bonito en las citas. Me llevó a uno de los restaurantes más
valorados de Cincinnati para mi decimoséptimo cumpleaños a principios de
este mes. Dijo que merecía lo mejor. Era uno de esos tipos de St. Agatha que
no estaba allí con una beca o subsidio. Sus padres eran médicos y Sean
nunca trabajó por nada. No es que mostrara quién era como persona. Era
amable, humilde y siempre agradecido por sus experiencias. Realmente era
un buen tipo que me trataba muy bien. No era lo que esperaba. Había
asumido que sería el tipo de persona que presionaba para que una relación
más sexual tuviera una muesca en el poste de la cama y me contuve un
poco al principio. Pero no me había mostrado nada más que respeto; quizás
demasiado, y paciencia. Alrededor de todos los demás, tenía un exterior duro
y me imaginé que habría sido más directo conmigo. La tímida vacilación
había sido una sorpresa.
Pero era fácil salir con él porque estaba en nuestro grupo de amigos.
No hubo muchos cambios en la forma en que todos pasamos el rato, excepto
que Sean me tomaba de la mano y me sentaba a su lado en el almuerzo en
lugar de al lado Kevin. Al menos cuando no podía evitarlo. Siempre traté,
egoístamente, de tener a los dos chicos a mi lado en el almuerzo. Kevin
seguía siendo mi mejor amigo, a pesar de pasar menos tiempo juntos que
antes.
Había dedicado más tiempo a ver a Sean, pero aun así miraba por la
ventana cada noche, con la esperanza de conseguir al menos una sonrisa
de buenas noches de mi amigo. Incluso si no estábamos juntos todo el
tiempo, seguíamos estando juntos cuando era necesario.
Cuando salíamos, Kevin no hablaba de Sean en absoluto. Así que
decidí seguir su ejemplo y no decir nada tampoco. Por otro lado, nunca
hablaba de las chicas con las que salía. Era como si el tiempo que pasamos
juntos fuera nuestro y nadie más pudiera entrar en nuestra burbuja.
—No puedo esperar al Día de Acción de Gracias. —Sean interrumpió
mis pensamientos.
—Yo tampoco. Aunque falte un mes.
—Es algo por lo que esperar. Será bueno tener una semana completa
de descanso de las prácticas de fútbol.
—Te vi corriendo el otro día. Te veías bien —dije. Y así era, corriendo
en pantalones cortos y sin camisa. Había estado parada en el
estacionamiento, lista para volver a casa cuando Gwen y yo nos detuvimos
a babear un poco. Habíamos visto a todo el equipo corriendo alrededor de la
pista con el sudor goteando por sus cuerpos. Sean siempre me llamó la
atención con su cuerpo asesino. Muchos de los chicos tenían músculos
magros, pero Sean era voluminoso y marcado.
—Gracias, cariño. El entrenador me ha hecho correr más. Apesta,
pero se está volviendo más fácil. Todos los demás idiotas me dan mierda por
lo lento que soy, pero les recuerdo que puedo inmovilizarlos cuando menos
se lo esperan. —La forma en que los chicos se tiraban entre ellos siempre
me entretenía. Era atractivo para mí ver a Sean tomarse todo con calma—.
Además, ser más grande significa que puedo intimidar al otro equipo cuando
intentan marcar y bloquear más de la meta.
—Aquí tienes. Qué manera de ver el lado positivo —dije con una
inclinación de cabeza exagerada.
—Deberías venir alguna vez a la práctica.
—No quisiera interferir.
—Tonterías, me encantaría tenerte allí. Me daría una razón para
presumir y esforzarme más.
—De acuerdo, pero sólo si prometes que hay una posibilidad de que
me inmovilices. —Era un comentario directo que oculté dentro de una
broma, pero sólo quería tratar de ver si podía hacer que reaccionara.
—Veré qué puedo hacer —dijo, pasando una mano por su cabello.
Honestamente, evitaba las prácticas porque no quería correr el riesgo
de que me atraparan mirando a Kevin. Estaba dando lo mejor de mí para
que funcionara con Sean porque Kevin y yo éramos amigos, y nunca iría
más allá de eso. Estaba bien y era lo que quería. Pero eso no detuvo la
atracción que sentía por él. Así que, en vez de eso; intenté concentrarme en
Sean. Pero con ambos haciendo alarde de sus cuerpos, no quería averiguar
cuál de ellos me llamaba más la atención, con todo el mundo mirando.
Además, Sean y Kevin eran amigos íntimos, pero me di cuenta de que
Sean estaba un poco preocupado por lo íntima que era con Kevin.
Casualmente me preguntaba cuánto hablaba con él o si alguna vez salíamos
juntos ya que vivíamos cerca. Había decidido ser vaga; no entrar en detalles
sobre la frecuencia con la que nos encontrábamos en las tumbonas junto a
su piscina o en el tejado para hablar de nuestros días. Era menos que antes,
por lo que se podía considerar que no era mucho.
Ignoré la vocecita en mi cabeza que me llamaba mentirosa.
Sean empezó a contarme una historia sobre cómo los chicos le
hicieron una broma a Isaac y le escondieron su ropa mientras estaba en la
ducha, y me recordé a mí misma lo bueno que era sentarse allí y reírse con
alguien que era demasiado bueno para mí. ¿Y qué si no prendía fuego a mi
mundo? ¿Y qué si habían pasado dos meses y seguimos besándonos
suavemente como si fuera nuestra primera vez? Me gustaba Sean y había
más en una relación que mis deseos.

Sean me acompañó a mi puerta y me dijo buenas noches con un beso


casto en la mejilla. Me paré en la escalera y le despedí con la mano mientras
se alejaba. Una vez que dobló la esquina, corrí a casa de Kevin. Habíamos
hablado antes y dijimos que necesitábamos tiempo para ponernos al día esta
semana. Habíamos tenido exámenes parciales además de todo lo demás y
decidimos ver una película y pasar el rato en su sala extra. Dijo que sus
padres no estarían en casa y que dejaría la puerta abierta para mí.
Girando la perilla, me sorprendió encontrarla cerrada, pero me encogí
de hombros y agarré la llave de debajo de la maceta en el patio lateral. Puse
la llave en su sitio y desbloqueé la puerta. De pie en el vestíbulo, escuché
dónde estaba. Subí las escaleras cuando oí la música que venía de su
habitación. Cuando llegué arriba, me quedé paralizada.
El corazón me latía en el pecho y dejé de respirar. O tal vez respiraba
demasiado fuerte y demasiado rápido, porque mi visión nadaba. Pero
ninguna cantidad de mareos podía ocultar lo que vi más allá de la puerta a
medio abrir de la habitación de Kevin.
Kevin tenía los pantalones a la mitad de los muslos. Eso era todo. Sin
camisa. Sin ropa interior. Sólo su suave y grueso pene descansando sobre
la cintura de sus jeans.
Parecía que todo el momento estaba congelado, ninguno de nosotros
moviéndose una vez que me vio.
Y me quedé ahí parada mirando.
Kevin
No fue hasta que los amplios ojos de Ana se levantaron hacia los míos
que me puse en acción y finalmente fui capaz de moverme.
—Mierda —murmuré, subiéndome los jeans y metiendo mi polla. Me
tomó un minuto ajustarlo después de subirme la cremallera ya que estaba
empezando a ponerme duro por tener su mirada fija en mí tan intensamente.
Ana finalmente bajó los ojos al suelo y comenzó a mirar en cualquier
lugar menos a través de mi puerta. Sabía que vendría, pero no sabía que
llegaría tan temprano. Cambió su peso de un pie a otro, probablemente
tratando de averiguar cómo proceder. No todos los días veías las partes
privadas de tu amigo. Una parte de mí quería bromear y decir que dado que
vio el mío, necesitaba mostrarme el suyo, pero no quería asustarla más de
lo que parecía en ese momento.
—Lo siento, Ana. Pensé que tu cita tardaría más. —Levantó la vista y
dio un cauteloso paso adelante, seguido por otro hasta que se quedó en mi
dormitorio y evitó mi mirada—. ¿Estás asustada? —pregunté, pero contesté
antes de que ella pudiera—. Estás asustada.
Finalmente me miró, y pude ver las ruedas girando mientras trataba
de decidir cómo reaccionar. No sabía por dónde iría. Sus ojos cambiaron
primero, pasando de cautelosos a sonrientes y yo incliné la cabeza,
preguntándome qué iba a salir de su boca.
—No estoy asustada —dijo encogiéndose de hombros—. Estaba
pensando que he visto mejores.
—Ah, ¿sí? —me burlé, aliviado de que no se hubiera echado a correr—
. Bueno, seguro que no era de Sean porque lo he visto en las duchas.
—¿Estás mirando las pollas de todos los chicos en la ducha, Kev? ¿Es
eso lo que te gusta?
Oh, demonios, no.
—Te mostraré lo que me gusta. —La agarré por la cintura antes de
que pudiera dar un paso atrás.
—¡No! ¡Detente! —Gritó, aunque yo ni siquiera había empezado mi
asalto.
La arrastré más cerca y la envolví con mis brazos en un abrazo de oso,
clavando mis dedos en sus costillas. Se retorció y empezó a reírse,
rogándome que me detuviera. Me concentré en la tarea de hacerle cosquillas
y hacer todo lo posible para ignorar la forma en que sus suaves tetas
presionaban contra mí.
—Di que tengo la mejor polla que hayas visto —exigí—. Dilo.
—No —jadeó entre risas—. Nunca. Es tan pequeño que me sorprendió
que pudiera verlo desde tan lejos.
—Oomph —gruñí cuando un pequeño puño cayó sobre mis costillas.
Se las arregló para retorcerse, pero mis largas piernas se comieron el
espacio, y la arrastré de espaldas y la arrojé a la cama, cayendo encima de
ella para tratar de sujetarla—. Dilo. Di “Kevin tiene la polla más magnífica
de todo el mundo”.
Ella estaba dando una gran pelea y se las arreglaba para retorcerse
porque también sabía dónde estaban mis cosquillas. Y sus piernas eran tan
fuertes por el baile que me empujaba con ellas. Mi altura era la única ventaja
que me ayudaba a mantenerla a mi alcance.
—Bien. —Suspiró. Me detuve para verla y disfrutar de mi victoria—.
Kevin tiene la más… minúscula polla. —Me empujó hacia atrás con sus
piernas, casi tirándome de la cama.
—Eso es todo. —Cuando se fue a rodar, la agarré e inmovilicé ambas
manos bajo mis muñecas y caí con todo mi peso sobre ella, inmovilizándole
las piernas e inutilizándolas. Abrí la boca para exigir más, pero cuando miré
hacia abajo, ella había terminado de sacudirse el cabello del rostro y me
sonrió, quitándome el aliento.
De repente, no había más aire en mis pulmones. Habíamos luchado
antes, pero normalmente era en la piscina y nunca con tanto contacto. O en
una cama. Todo esto me golpeó y sentí que mis pulmones se colapsarían por
la presión del momento. Su sonrisa se desvaneció, notando mi tensión, y
tragó. Vi la forma en que su delicada garganta se movió hacia arriba y hacia
abajo con el esfuerzo.
Cuando su lengua rosa se escabulló para lamer su labio inferior, perdí
mi batalla. Ni siquiera intenté controlar mis acciones, presioné mi boca
contra la suya con dureza, tomando lo que quería.
Una voz en mi cabeza me gritaba que me detuviera, pero estaba
ahogada por el rugido del deseo que consumía todos mis sentidos. Empujé
mi lengua entre sus dientes y se abrió sin pelear. Nuestras lenguas se
rozaron entre sí, la mía con dominio y la suya con un toque tímido.
El gemido que salió de su garganta se filtró en mí, y me lo tragué
entero, alimentándome de él.
Le gustaba. Ese pensamiento se repitió como un tambor en mi cabeza.
Le gustaba la forma en que la besaba. Le gustaba mi pérdida de control.
Tantas emociones estaban emergiendo a través de mí, pero cuando
me retiré y mordí su exuberante labio inferior y ella lloriqueó, la sensación
de volver a casa se asentó en mi pecho haciendo sentir que mi corazón iba
a estallar. Por supuesto que sí. Era Ana, quien aceptó cada parte de mí.
Desde el momento en que mis labios tocaron los suyos, no se me pasó por
la cabeza esconder quién era yo. Mi cuerpo me instó a empujar más, más,
más, más, y lo hice.
Una vez más, la voz intentó atravesar la niebla y hacer que me
detuviera. En vez de eso, moví ambas muñecas a una mano, saboreando la
sensación de su suave piel dentro de mi mano. Me apretujé alrededor de sus
frágiles huesos y me tragué su jadeo por la presión. Usando mi mano libre,
la deslicé por su cuerpo y agarré su lleno culo, moviéndola para poder
meterme más firmemente entre sus muslos, desnudos por su vestido
subiendo.
Probando mis límites, me metí en ella, moliéndome en ella. Me alejé y
vi como el deseo se encendía en sus ojos. Necesitaba más, bajé la cabeza y
mordí su cuello, completamente opuesto a los suaves besos que le hubiera
dado a cualquier otra chica. Me di a ella.
Cada mordida provocaba un grito de sus labios separados y mis
músculos se tensaban. Apreté sus muñecas de nuevo, queriendo recordarle
que estaba atrapada debajo de mí, bajo mi control. La idea de que mis manos
podrían haber dejado una marca para mañana me hizo empujar mi polla
más fuerte dentro de su núcleo. Sus bragas húmedas comenzaron a
empapar mis jeans y mi control se desenvolvió un poco más.
Pronto, mi boca estaba en su clavícula y se movía hacia abajo, hacia
sus gordas tetas. Su pezón duro rozó mi barbilla a través del fino material
de su brasier y vestido y me alejé para admirarlo. No podía esperar a verlos,
a probarlos. Se han estado burlando de mí durante meses. No dijo nada
cuando la miré. Sus ojos azules brillaban con confianza y deseo mientras
bajaba mi boca hasta su cima y lo mordí. Sus caderas se clavaron en las
mías cuando un grito cayó de ella. Un gruñido retumbó en lo profundo de
mi pecho y fuego ardió a través de mis extremidades.
Moví la boca al otro pezón cuando se cerró la puerta principal.
Inmediatamente, su cuerpo se endureció debajo de mí. Me senté sobre mis
talones y la vi subirse y ajustarse el vestido.
—Mierda —murmuró—. Mierda, mierda, mierda —repitió con sus
manos temblorosas corriendo a través de su cabello.
Inhalé profundamente, tratando de recuperar la compostura. La voz
que había estado tratando de abrirse paso finalmente lo hizo. Su grito
resonando en mi cabeza. Esta vez sí que la cagaste.
—Lo siento, Ana. Completamente mi culpa.
Levantó su mirada ante mi confesión. Sus ojos azules se llenaron de
confusión y de los últimos restos del deseo. Pero cerró los labios y movió los
hombros hacia atrás, fortificándose.
—No lo sientas. Eres mi mejor amigo, Kevin —dijo, como si explicara
lo que había ocurrido en mi cama—. No lo sientas.
Parpadeé un par de veces tomando en cuenta sus palabras.
—Bien. —Estuve de acuerdo con un ligero asentimiento, no estando
seguro de creerlo.
Se inclinó y me dio un beso en la frente.
—Voy a salir por la ventana para evitar a tus padres. Dejemos lo de la
película para otra noche. —Su voz era sólida y fuerte, como si no hubiera
pasado nada fuera de lo común, pero la conocía, y aún podía oír el ligero
temblor bajo el acero.
—Sí. De acuerdo. —Estaba reducido a respuestas simples hasta que
la sangre se redistribuyera de mi polla.
Una inclinación de cabeza más y luego se escabulló en la noche,
regresando a su casa.
Cuando mi mamá gritó que estaban en casa, le dije que pasaría la
noche en mi dormitorio. Apagué la luz, me quité los jeans y caí de nuevo en
mi cama. Cerrando los ojos, traté de querer dormirme a pesar de que eran
solo un poco más de las nueve. Pero las imágenes empezaron a pasar por
mi mente. Me imaginé que si se hubiera quedado, ¿qué habría pasado?
Intenté controlarlas, alejarlos, pero la sangre estaba palpitando a
través de mi cuerpo hasta llegar a mi pene y se hizo imposible ignorarlos.
Solo esa noche. Justo esa noche me rendiría.
Mi mano se movió bajo las cobijas y agarraron el eje de mi pene,
apretando fuertemente antes de tirar hacia arriba y volver a bajar. Mi
velocidad aumentó a medida que las imágenes se hacían más rápidas. Me
imaginé que la volteaba mientras peleaba conmigo, y le arrancaba las
bragas. Quería controlar su cuerpo y agarrar sus caderas mientras
empujaba dentro de ella. Sus gritos resonaron en mi mente mientras
pensaba en golpearla una y otra vez. Tomarla.
Justo a tiempo, volteé la sábana y flexioné mi trasero mientras el
orgasmo salía de mí, salpicando contra mi pecho. Parecía que continuaba
para siempre mientras aflojaba el agarre mortal que tenía en mi polla y salía
de las olas de éxtasis que rodaban a través de mi cuerpo.
Pero una vez que el fuego se desvaneció, mi piel estalló en escalofríos
y mi estómago se acalambró mientras pensaba en lo que acababa de hacer.
No solo me había masturbado pensando en mi amiga, sino que me había
masturbado con pensamientos de atacarla. Ni una sola vez me imaginé
haciendo el amor suavemente con alguien que me importara más que nada.
En vez de eso, me imaginé que la follaba, duramente y ahogándola en sus
llantos mientras la forzaba.
La idea de que ella luchara bajo mi mando hizo que el impulso fuera
más intenso. Mi estómago volvió a tener calambres y después de limpiar el
semen de mi pecho, me acurruqué en una bola, con la esperanza de que
aliviara el dolor.
Curvando mis manos juntas, le recé a Dios para que me ayudara a
apartar los pensamientos. Que me ayudara a ser normal.
Ana
Carajo. Carajo. Carajo.
Las palabras eran un canto en mi cabeza mientras corría por el césped
y entraba por mi puerta principal, cayendo contra ella una vez que estuvo
cerrada.
—Hola, cariño, ¿cómo estuvo tu cita? —preguntó mi mamá desde el
sofá. Se echó hacia atrás, acunando una copa de vino y viendo la televisión—
. ¿Cómo está Sean?
—Bien. —Me tomé un minuto para recuperar el aliento—. Bien. Él es
bueno. Estoy bien. Estoy bien. La cita fue buena.
Entrecerró los ojos, probablemente preguntándose por qué seguía
tartamudeando “bien”.
—¿Todo está bien? —preguntó lentamente.
—Sí. Seguro. ¿Por qué?
—¿Además del hecho de que entraste a la casa como si te estuvieran
persiguiendo? —Hizo una pausa y me dio tiempo para explicarme. No se me
ocurrió una excusa válida, así que solo sonreí—. ¿Todo bien con Sean?
Con Sean, sí. Todo fue genial con Sean. Aparte del hecho de que tenía
la peor novia del mundo. Sin embargo, las cosas con Kevin estaban en un
caos salvaje y yo todavía estaba atrapada en un movimiento en espiral,
incapaz de procesar nada. Respiré hondo y traté de calmarme lo suficiente
para tranquilizarla.
—Sí, mamá. Las cosas están muy bien. Sean me llevó a cenar y fue,
como siempre, muy agradable.
Eso pareció apaciguarla.
—Bien. Me alegro de que lo hayas pasado bien. Es un buen chico.
Ustedes dos tienen suerte de haberse encontrado. —Levantó su copa hasta
los labios y yo aproveché la oportunidad para ir a mi dormitorio. Abrí la
puerta sin encender la luz y miré por la ventana de Kevin. Las luces estaban
apagadas.
La tristeza me golpeó de que no sería capaz de dar las buenas noches
como lo hacíamos la mayoría de las noches. Pero el alivio siguió porque no
sabía lo que sentía y ni siquiera estaba segura de poder levantar la mano y
saludarlo después de lo que acababa de suceder.
Dejando las luces apagadas, me quité el vestido y me puse un
camisón. Mi corazón se aceleró cuando caí en mi cama, sin disminuir ni
siquiera después de quince minutos. Mirando el techo, llevé mis manos a
mis labios hinchados. Hacían cosquillas por la fuerza con la que me había
besado.
Mis manos comenzaron a evaluar cómo se sentía mi cuerpo en los
lugares donde me había tocado. Una vez que terminaron con mis labios, se
movieron a mis muñecas. Me preguntaba si encendía la luz, si podría ver
marcas rojas de donde me había agarrado tan fuerte.
Bajaron por mi cuello hasta donde me mordió. Me mordió. Todavía no
podía creerlo. Mi dulce amigo Kevin, mi mejor amigo, me había mordido el
cuello y me había besado de una manera con la que solo había soñado
cuando me tocaba yo misma. Dolía de una manera en la que solo había
pensado en la oscuridad de la noche, donde era más fácil quedarse dormida
que pensar en lo sucia que me sentía imaginando cosas que una dama
normalmente no imaginaba.
Pero lo había hecho. Kevin me había inmovilizado y tomado lo que
quería. Cuando mis dedos llegaron a mi pecho, el golpe de mi corazón los
saludó. Golpeaba por miedo a lo que la noche significaba para nosotros.
Pero, sobre todo, latía de excitación.
Mis pezones se asomaban bajo mi camisón, recordando su boca sobre
ellos, mordisqueando, chupando, mordiendo, sus ojos nunca se apartaron
de los míos, casi como si me estuviera desafiando a intentar detenerlo. Me
preguntaba hasta dónde habría llegado si sus padres no hubieran vuelto a
casa. Sentí su dureza moliendo contra mí, haciéndome mojar. Mis dedos
llegaron a mis bragas, y acaricié el suave algodón, imaginando que sentía la
humedad filtrándose en sus pantalones.
No necesitaba usar mi imaginación para ver cómo era, las imágenes
de su pene grueso descansando sobre sus pantalones se grabaron para
siempre en mi mente. Mis dedos se movieron bajo mis bragas y frotaron a
través de mi coño resbaladizo, levantándose para frotar mi clítoris.
¿Qué me habría hecho?
¿Me habría arrancado las bragas? ¿Me habría tomado? ¿Y si hubiera
intentado luchar contra él? ¿Me habría seguido inmovilizando, dejando
marcas en mi cuerpo mientras mantenía mis caderas en su sitio y me
follaba? ¿Habría ido despacio? ¿O habría empujado de golpe, tragándose
mis gritos mientras me follaba de la manera que parecía querer, sin
preocuparse por mi placer?
Me froté más rápido, dando vueltas cerca de mi brote, mordiendo mi
labio para contener mis gritos. Mi otra mano viajó de regreso hacia arriba
por mi cuerpo, pellizcando mis pezones y tirando hasta el punto del dolor,
extendiéndolos hasta donde podían llegar.
Lo imaginé volteándome y empujando mi rostro en la almohada para
esconder mis gritos de dolor mezclados con éxtasis mientras me follaba. Casi
podía oír el crujido de su mano contra mi culo, la fantasía era tan real detrás
de mis ojos.
Y me vine. Mis dedos clavándose en el colchón, pellizcando las
sábanas entre ellos, flexionando mi trasero, montando el orgasmo rugiendo
a través de mí. El agarre que tenía sobre mi pezón se aflojó y mis dedos en
círculo se ralentizaron, bajando de mi clímax.
Pero nada podía frenar la caída. Mientras el latido de mi corazón
menguaba, volví a la realidad y me sentí envuelta en un océano de
vergüenza.
Kevin era mi amigo. ¿Quién hacía eso? ¿Quién se follaba a su amigo?
¿Quién se imaginó las cosas asquerosas que yo imaginé? ¿Quién quería eso?
Prostitutas. Ese es quien. Estrellas porno y putas. Me tragué el gran
bulto obstruyendo mi garganta mientras imaginaba que alguien sabía qué
cosas sucias pasaban por mi mente.
Pero a Kevin le gustó.
Sacudiendo la cabeza y apretando los ojos contra la quemadura,
aparté el pensamiento. Kevin probablemente estaba atrapado en el
momento. Y solo porque me mordiera un poco, no significaba que me
tomaría así. Era dulce y cariñoso y nunca me trataría así. Dios, debe haber
pensado lo fácil que era yo. No necesitaba un espejo para darme cuenta de
lo rojo que debió haber estado mi rostro, arrastrándose por mi cuello y
quemando mis mejillas.
Sean.
Mierda. Sean. Todas las razones por las que la noche fue un gran error
solo se mantuvieron golpeándome, una tras otra. No sabía qué hacer con
Sean. No sabía qué hacer con Kevin. No sabía qué hacer conmigo misma.
La primera lágrima se deslizó por mi mejilla y me acurruqué en mi
costado, rezando por dormir para poder escapar de mi mente pervertida y
de todo lo que estaba mal con ella.
La escuela fue un desastre. Todo el maldito día. Había evitado a Kevin
mientras estaba cerca de él. Cuando lo miraba, él me miraba con cejas
fruncidas y yo volvía a mirar para otro lado de inmediato. Cuando nos
sentamos a almorzar, me aseguré de que hubiera al menos dos personas
entre nosotros. Hice todo lo que pude para no hablar con él porque no sabía
qué decir. Y cuando era inevitable, era incómodo y complicado.
Con Sean a mi lado, mi cuerpo estaba rígido y tenso. Se merecía
mucho más de lo que yo había hecho. Pero no sabía cómo manejarlo.
Sentado en la mesa redonda, casi me ahogo con mi sándwich cuando
Gwen habló.
—¿Qué diablos pasa con ustedes? —preguntó señalando con el dedo
entre Kevin y yo—. No se han hablado en todo el día. ¿Tuvieron una pelea?
Dejé caer mi barbilla sobre mi pecho, esperando que mi rostro no me
traicionara, y me burlé.
—No. Kevin... —Mi garganta se cerró sobre su nombre y lo intenté de
nuevo—. Kevin y yo no tenemos que hablar todo el tiempo.
—Lo sabemos. —Se metió Chloe—. Nunca dejan de hablar.
—Ana y yo nunca peleamos. —La voz profunda de Kevin se extendió
por toda la mesa y me instó a que lo reconociera. Dudosa, lo hice y me
encontré con su mirada suplicante. Sabía que debe haberle dolido que lo
hubiera evitado, pero no sabía cómo actuar con normalidad.
—Bueno, si alguna vez lo hacen, sabes que te cubro las espaldas,
cariño. puedo patear el culo de Kevin. —Sean puso su mano sobre la mía y
se inclinó para besar el costado de mi cabeza. Con sus labios apretados
contra la piel de mi sien, sostuve la mirada de Kevin, tratando de descifrar
las emociones que rodaban a través de sus ojos oscuros. Su pecho se levantó
con una profunda respiración antes de liberarme de su mirada, su fácil
máscara deslizándose en su sitio.
—Puedes intentarlo, imbécil.
Sean mordió el anzuelo y la mesa llena de nuestros amigos cayó en
sus bromas habituales. Me las arreglé para evitar a Kevin el resto del día.
No miré a los campos de fútbol cuando las otras chicas hablaron de que los
chicos corrían sin camiseta otra vez mientras caminábamos hacia nuestros
autos. Me puse los anteojos y me fui a casa.
Sentada en el escritorio de mi dormitorio, miré la ventana de Kevin en
lugar de concentrarme en mi tarea. Pensar en la noche anterior me dio
escalofríos de adrenalina en el cuerpo y en lugar de alejarlos, los recibí con
la esperanza de que de alguna manera me harían inmune cuando pensara
en la forma en que me había besado.
Me quedé mirando su cuarto oscuro e imaginé que nuestra amistad
terminaría por un estúpido incidente. Pensé que no tendría más charlas
nocturnas con él. Cómo cada mirada se llenaría de dolor por todo lo que
perdimos por un estúpido beso que se salió de control por una estúpida
pelea de cosquillas.
Solo me tomó unos quince minutos decidir que tenía que hacer lo que
fuera necesario para arreglar esto. Kevin era mi mejor amigo y nada, nada,
era más importante que eso. Ni siquiera ser besada de una manera que se
sintiera como volver a casa.
Agarré mi sudadera con capucha y salí corriendo de mi casa,
dirigiéndome a su patio trasero para esperarlo junto a la piscina, como
hacíamos la mayoría de las noches después de la práctica. Me había sentado
allí durante una hora antes de oír la puerta de un auto. Cinco minutos más
tarde, oí la puerta corrediza de cristal y el arrastre de zapatos en el
pavimento. No lo miré mientras se acercaba. Mis ojos permanecieron en el
cielo cuando se acercó a la tumbona y se acostó. Su suspiro decía más
palabras de las que yo estaba dispuesta a decir, así que me quedé en
silencio, disfrutando de su presencia a mi lado.
—Hola —susurró.
Su única palabra fue todo lo que se necesitó para romper el dique en
mis pensamientos. No quería perder el tiempo en conversaciones inútiles.
—No dejemos que esto cambie nada. Eres mi mejor amigo y nada es
más importante que eso.
Estaba demasiado oscuro para leer sus ojos lo suficientemente bien,
pero parpadeó y me pareció ver cómo se estremecía. Pero no lo refutó ni
trató de disuadirme. Llegó al otro lado del espacio entre nosotros y enlazó
su meñique con el mío, dándome una palabra que me liberó del pánico de
perderlo.
—De acuerdo.
Kevin
A pesar de nuestro acuerdo de no dejar que esa noche afectara
nuestra amistad, no pude evitarlo. Parecía ser mi propia confusión interna
porque ella siguió adelante como si nada hubiera pasado. O tal vez era tan
buena como yo para esconderlo. Pero por mucho que traté de convencerme
de que no era diferente, lo fue. Siempre había notado lo hermosa y
asombrosa que era Ana, pero esa noche había añadido una nueva capa a
nuestra relación. O tal vez había quitado las anteojeras que había usado
alrededor de ella. De cualquier manera, la nueva revelación de cómo se
sentían sus labios y cómo sabían sus jadeos de placer parecía afectar cada
decisión que tomaba.
Empecé a salir con más chicas, diciéndome a mí mismo que no estaba
pensando en Ana. Era como si tuviera algo que probar. Que si podía estar
con otra persona, entonces estaba bien. Comencé a evaluar cada mirada
que Sean me daba, preguntándome si tal vez ella se lo había dicho o si él
había sido capaz de percibir la tensión que se irradiaba en mí cuando yo
estaba cerca de Ana.
Ignoré la forma en que mi corazón corría un poco más rápido que
antes mientras volvía a casa de la práctica, con la esperanza de terminar la
noche hablando con ella. Ya sea por teléfono o acostado a su lado en el patio
con nuestros meñiques enlazados.
Estaba en el infierno tratando de mantenerme al día con el caos que
se desataba en mi interior, tratando de representar un frente normal.
Después de un mes, decidí que era suficiente y me obligué a tomar el largo
camino a casa, en lugar de apresurarme a verla. Planeaba ir directamente a
la sala extra y tal vez incluso dormir allí, así que no estaría tentado de mirar
por la ventana y ver si ella estaba en casa. Necesitaba espacio si quería
sobrevivir.
Pero cuando llegué a casa, me había ido a mi dormitorio porque estaba
seguro de que necesitaba algo, y por casualidad miré por la ventana al otro
lado del patio. Mi corazón se congeló. Luego golpeó más y más fuerte, mi
pecho apenas lo contenía en su intento de alcanzar a Ana.
Estaba sentada en su cama, encorvada y mirando su teléfono. Sus
hombros estaban temblando, y cuando levantó la mano para limpiarse la
mejilla, lancé mi plan para evitarla por la ventana y agarré mi teléfono.
Yo: Ven aquí.
Su cabeza se movió hacia mí de pie en mi ventana e, incluso a lo lejos,
pude ver sus ojos rojos y sus labios hacia abajo. Me dolía el pecho al verla
sufrir. No sabía lo que había pasado, pero me dolía por ella y quería hacer
todo lo que estuviera en mi poder para mejorarlo.
Cuando asintió, corrí hacia la puerta principal y esperé. Estaba
lloviendo, así que sabía que no subiría al patio. Abrí la puerta y la subí
apresuradamente para evitar a mis padres. Cuando entramos en la sala
extra, la senté en el sofá y la miré de frente, poniendo mis manos sobre sus
mejillas mojadas y levanté su rostro para que verla.
—Ana... —Escapó en un susurro lleno de dolor. Mi amiga estaba
sufriendo y yo odiaba—. ¿Qué pasó?
Sorbió y respiró profundamente, tratando de detener el flujo de
lágrimas.
—Aparentemente, mi papá tiene una nueva novia y habló con mi
mamá. —Me estremecí, sabiendo que todo lo que tenía que ver con su papá
era duro para ella. No podía imaginar cuánto dolía oír que tenía novia—. Voy
a pasar la Navidad con ellos este año para poder conocerla. No tengo elección
en este asunto. Mi mamá dijo que necesitaba pasar tiempo con mi papá ya
que solo lo había visto un par de veces en el último año. Lo que no dijo es
que iba a poder ir a un crucero con unos viejos amigos una vez que me
fuera.
Su voz se tambaleó durante todo el camino, pero mi fuerte Ana se
mantuvo firme.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté.
—Las dos semanas enteras.
Maldición. Iba a echarla de menos. Era una mierda y no había mucho
que decir para mejorarlo. No me molesté en ofrecerle un vacío “Lo siento”.
Así que en vez de tratar de encontrar las palabras correctas en una situación
de mierda, me moví a su lado en el sofá y la tiré a mis brazos.
Al diablo con mantenerse alejado. Era mi amiga y me necesitaba. Eso
triunfó sobre todo lo demás que podía sentir.
—Buen intento, imbécil —bromeó Sean cuando fallé un tiro.
—Como mucho, fue un intento a medias. Un niño de dos años podría
haber detenido ese gol.
Nos quedamos sin aliento cuando alguien le preguntó a Sean sobre
Ana.
—¿Ya lo has tocado, Hearst?
Rio y se encogió de hombros.
—Todavía no, hombre.
—Eres un maricón —se burló alguien más. Mis músculos se tensaron
al hablar de Ana.
—Ningún maricón aquí —argumentó Sean—. Solo porque no estemos
follando, no significa que no estemos haciendo otras cosas. —Guiñó el ojo.
—¿Vas a hacer los movimientos en las vacaciones de Navidad?
Mierda, ¿no se daban cuenta de que yo estaba ahí, escuchándolos
hablar de follar a mi amiga? Y que se vaya a la mierda Sean por permitirles
hablar así de ella.
—No lo creo. Ha estado muy callada la semana pasada. Cuando trato
de hacer planes, me rechaza o cambia de tema. —Se pasó una mano
frustrada por el cabello—. No sé si me está evitando o qué, pero es una
mierda. Quiero ver a mi chica en Navidad. Si sabes a lo que me refiero. —
Los chicos rieron de su significado y yo ya estaba harto.
—Es porque lo está pasando con su papá en Tennessee. No quiere
hablar de ello porque está enojada —dije, sin siquiera levantar la vista por
cerrar la cremallera de mi bolsa. Cuando me puse de pie, fue para callar y
miré a mi alrededor, mis ojos aterrizando en el rostro confundido de Sean.
—¿Por qué te lo diría a ti y no a mí? —Su pregunta fue baja y llena de
frustración.
—No lo sé, ¿le preguntaste? —Me sentí un poco protector de Ana
después de escucharlos. Y quizá me enorgulleció el hecho de que me lo dijera
a mí y no a él—. Tal vez se sienta más cómoda conmigo.
Me pasé de la raya. Lo supe cuando Sean apretó la mandíbula. Era
uno de mis mejores amigos, pero una parte de mí estaba llena de celos. Este
era el tipo que me estaba robando el tiempo con mi mejor amiga. Pero Sean
también era mi amigo, y no debí haberme burlado de él. Era su novio,
aunque fuera un imbécil.
—Confía en mí, Harding, satisfago todas sus necesidades, y seguro
que se siente lo suficientemente cómoda como para dejarme. —Entró en mi
espacio y yo mantuve mi posición, manteniendo su mirada. Se acercó un
poco más, golpeando mi pecho con el suyo—. ¿Celoso? —susurró.
—¿De lo que haces con tu pequeña polla? Nah. —Me encogí de
hombros.
No estaba preparado para el empujón y casi me caigo de culo.
—Solo porque hayas tenido una erección por Ana y nunca hayas
actuado no significa que puedas venir a buscarla ahora —gruñó, viniendo
hacia mí otra vez.
Mi resentimiento por todas las noches que no había estado con Ana;
los últimos dos meses en los que había estado atormentado por el tacto de
su piel y el sonido de su placer salieron a la superficie. Sentimientos que
había suprimido para mantener mi amistad con ella como si siempre
hubiera salido a la superficie, buscando una salida.
—¿Asustado, Hearst? ¿Miedo de que no tengas lo que se necesita para
mantenerla?
—Vete a la mierda. Tuviste tu oportunidad. —Me empujó de nuevo,
pero yo estaba listo y no tropecé esa vez y le devolví el empujón. Lo siguiente
que supe es que estábamos atrapados el uno en el otro—. Sé cómo le miras
el culo, pero es mía. —Se ahogó a pesar de mi brazo alrededor de su cuello.
Pateó mi espinilla y me tiró al suelo. Golpeé mi hombro contra su estómago
y lo empujé hacia atrás mientras envolvía sus brazos en mi cintura desde
arriba. Estaba esperando el momento en que la lleváramos al suelo cuando
más manos se acercaron y empezaron a separarnos.
Ambos estábamos sudando y respirando pesadamente, frunciendo el
ceño mientras nuestros compañeros de equipo nos mantenían separados.
Qué maldito desastre. Sean se salió de su agarre y agarró su bolso. Empezó
a caminar hacia atrás fuera del campo, con el dedo apuntando hacia mí.
—Aléjate de mi chica.
Ana
—Hola, cariño. Solo te llamo para avisarte que ya aterricé.
—Odio no poder verte —dijo Sean. Otra vez.
—Lo sé. Yo también. Confía en mí, este es el último lugar donde quiero
estar. Y lo siento de nuevo que no te lo dije antes.
—Está bien. Sé que es difícil para ti hablar sobre tu papá.
Pero él no lo sabía. La única razón por la que lo sabía era porque
aparentemente, Kevin se lo dijo. Lo cual era mi culpa. Simplemente no
quería cargar a Sean con mis problemas y no sabía cómo mencionarlo y aun
así evitar cualquier pregunta que él hubiera tenido. Y yo había tenido a Kev
para poder hablar. Pude sacar esto de mi pecho con él y soltar todo. En el
momento, contárselo solo a Kev no se sintió como algo importante. Hasta
que Sean llamó, enfureciendo sobre que no quería que yo volviera a hablar
con Kevin.
Me reí al pedido tan absurdo, pero el silencio del otro lado de la línea
me dijo que yo era la única que encontraba esto gracioso. Tragué con miedo
su silencio mortal. ¿De alguna manera él descubrió que besé a Kevin?
¿Kevin se lo dijo? Me las arreglé para tartamudear un “¿Por qué?” a través
de mis labios entumecidos, y me preguntó por qué no le había contado sobre
mi papá. Su respuesta me había arrojado por un bucle, porque esa no era
la respuesta que yo esperaba. Para el final de la conversación, me sentí tan
aliviada de que no se hubiera enterado de nuestro beso, nunca volví a
preguntarle por qué no quería que hablara con Kevin. Y que gracioso que
estaba preparada para explicar esa noche como un simple beso.
Qué mentirosa era.
Cuando vi a Kevin más tarde esa noche, le pregunté qué pasó, pero él
simplemente se encogió de hombros diciendo que era un montón de
testosterona fuera de control. De cualquier manera, tuve que tomarme unos
días para tranquilizar a Sean y hacerle saber que nada estaba pasando entre
Kevin y yo, y que no me estaba alejando de él. También me mantuve firme
en el hecho que no iba a dejar de hablar con Kevin y le prometí ser más
abierta con él. También le prometí llamarlo todos los días que me iba.
—Te extraño —canturreó a través de la línea.
—Yo también. Escucha, debo ir por mi bolso y encontrar un taxi. ¿Te
llamo luego?
—Está bien, cariño. Que te diviertas.
Riendo, guardé mi teléfono. ¿Diversión? Sí, claro.

Estacionar en mi antigua casa se sintió raro. No había regresado


desde que nos mudamos. La única vez que vi a mi papá fue cuando él estaba
viajando a Cincinnati o a un lugar cerca de ahí que pude ir a encontrarme
con él. Mirando la gran fachada de estuco, ya no se sentía como casa.
Parecía una prisión, y ese pensamiento apretó mi pecho. El chofer del taxi
descargó mis maletas y se fue, ya que mi papá le había pagado.
Una rubia alta abrió la puerta, mientras yo estaba subiendo mis
bolsos por la acera. La mire de arriba abajo, observando sus pantalones
negros y su suéter de cachemira, completando con un collar de perlas y una
sonrisa emocionada. No pude evitar sentirme aún más desconectada de la
casa cuando ella se sentó en el marco de la puerta como si fuera la reina de
la mansión.
Esta ya no era mi casa. Esta ahora era su casa, y yo solamente una
invitada.
—Bienvenida, Anabelle. Es un placer conocerte finalmente. Escuché
mucho sobre ti. Tus fotos no te hacen justicia. Fuiste bendecida con tanta
belleza.
Congelada. Estaba congelada en el lugar con una mirada perpleja
congelada en mi rostro. Nada salió de mi boca mientras me paré a tres pasos
de ella, parpadeando como una sordomuda.
—Anabelle. —La voz de mi papá resonó a través de la puerta abierta
antes de que apareciera—. Hola dulzura, estoy alegre de que llegaste bien.
¿Tu vuelo estuvo bien? —Mi mirada se fijó en la de él, y aún solo podía ser
capaz de asentir con mi cabeza—. Bien, bien. Vamos a acomodarte. —Agarró
mis bolsos y los movió hasta el vestíbulo donde un ama de llaves los llevo
arriba—. Ana, quiero que conozcas a Shayla —dijo él, señalando a la rubia
efervescente.
Vacilante, extendí mi mano y murmuré un simple:
—Hola.
—Tonterías. —Apartó mi mano y me jaló en un abrazo. Yyyyyyyyyyy
nos estábamos tocando. Creo que mis manos palmearon su espalda. Quizás.
Debió haberla tranquilizado, porque me hizo retroceder y me miró—. ¿Por
qué no vas arriba y te acomodas? Cenaremos en un par de horas. Ya no
puedo esperar para hablar contigo.
Mi papá palmeó en mi hombro mientras pasé caminando,
dirigiéndome hacia las escaleras.
—Tengo algo de trabajo que hacer. Te veré en la cena. Bienvenida a
casa.
—¿Quieres que te muestre el camino? —se ofreció Shayla con
entusiasmo.
Haciendo una pausa en el segundo escalón, giré lentamente y hablé
con una voz seca.
—No, Shayla. Creo que puedo encontrar mi camino. —Giré y me dirigí
a mi dormitorio.
¿Casa? Sí, claro. Esta ya no era mi casa.
Entrando por la puerta de mi viejo dormitorio, miré a mi alrededor.
Ahora era una habitación de huéspedes, despojada de todo lo que alguna
vez tenía algo de mí. La mayoría de las cosas me las había llevado a Ohio, y
supuse que el resto fue empacado. Demonios, quizás Shayla las tiró cuando
decoró su casa.
Saqué mi teléfono del bolsillo y me dejé caer en la cama.

Yo: Secuéstrame. Por favor.


Kevin: ¿Tan malo es?
Yo: Peor que eso.
Kevin: Voy en camino.

Aun cuando su respuesta me hizo reír, hizo que me doliera más el


pecho. Extrañaba mi casa. Extrañaba a Kevin.

Yo: Ojalá.
Kevin: Cuando sea que me necesites, estoy a la distancia de un
llamado. Solo pasa por esto y luego vuelve a casa, así puedo patear tu culo
en el Twisted Metal toda la noche.
Yo: Sigue soñando.
Kevin: ;)
La cena fue un desastre más grande de lo que podría haber imaginado.
Shayla estaba arreglada con un vestido de seda y tacones. Mi mamá
siempre dijo que uno debería verse lo mejor posible, pero también sabía
cómo relajarse y disfrutar de una cena familiar. Quería recordarle a Shayla
que solo era una cena y que soltará su cabello, pero no estaba segura de
que lo entendiera. Parecía un poco en las nubes.
También estaba luciendo toda la sección de joyas de la tienda cristiana
Lifeway. Un collar con una cruz de oro, aros de cruz de oro, y cuando levantó
su copa de vino, vi un anillo de cruz de oro. Eso debería haber sido todas
las advertencias que necesitaba para su próxima pregunta, pero, aun así,
de alguna manera, me desconcertó.
—Entonces, ¿te gusta ir a la iglesia? —me pregunta, mientras una
mujer caminaba alrededor de la mesa, sirviendo nuestra comida. ¿Qué era
este lugar? ¿Quiénes eran todas estas personas ayudando a manejar la
casa? Cuando nosotros vivíamos aquí, mi mamá se encargaba de todo. ¿Qué
demonios estaba pasando?—. Porque nosotros vamos a la iglesia un par de
veces a la semana.
No pude evitar las cejas elevadas que dirigí a mi papá. Él jamás fue a
la iglesia con nosotras. Viendo mi reacción, continúo.
—Bueno, yo sí. Richard viene cuando puede. Es un hombre muy
ocupado.
Es un hombre muy no-religioso. Odiaba la iglesia cuando mi mamá lo
hacía ir.
—Eh, principalmente voy para las fechas importantes, como navidad
y pascuas, ya que soy una buena católica así —digo, bromeando.
Sus ojos se apagaron un poco.
—Oh. —Apretó su cruz, preocupándose entre sus dedos.
Probablemente diciendo algunos Ave María por mí—. Bueno, nosotros
somos Baptistas, y tomamos nuestra religión muy seriamente.
Una vez más, mis ojos se movieron hacia mi padre mientras bebía de
mi copa. Él había estado callado desde que nos sentamos y me dejó lidiar
con Shayla mientras él se concentraba en cortar su filete.
—Interesante. —Fue la única respuesta que pude darle. ¿Qué
demonios se supone que debo decir?
La cena retrocedió desde ahí. La comida era grandiosa, probablemente
hecha por algún cocinero cinco estrellas que Shayla había contratado. Pero
la conversación era forzada cuando venía de mi parte o de mi papá. Shayla
hizo lo mejor que pudo para continuar durante la cena, contándome sobre
su estudio de la biblia y cómo pasó su tiempo redecorando su casa, pero a
mí no me importó. Yo solo quería terminar e irme a mi habitación. O mejor
aún, irme a casa.
A mi verdadera casa.

Kevin: Quizás la próxima vez ella te arrastre a la iglesia donde puedas


rezar por alguna clase de intervención divina y no tengas que ir.
Yo: Habría tomado un final apocalíptico por sobre hoy.
Kevin: ¿Tan malo es?
Yo: Me habló sobre su VIDA SEXUAL. Su. Vida. Sexual. Con mi padre.
Kevin: No me estoy riendo. Lo juro.
Yo: ¡Puf! ¡Muérete! Buscaré un amigo nuevo cuando llegue a casa.
Kevin: ¡Ja! Sí, claro.
Kevin: Está bien, puede que me arrepienta, pero la curiosidad me está
matando. ¿Qué historias tortuosas de anciana te contó? ¿Ella tiene un
columpio? Dime que ella tiene un columpio sexual.
Yo: Te odio.
Kevin: Aguafiestas.
Yo: Bien, está bien. Te enviaré fotos de ella en ropa interior. Estoy
segura de que verás una teta de anciana.
Kevin: Me quedaría ciego. Bien. Tú ganas.
Yo: Siempre gano.
Kevin: ¿Cuándo llegas?
Yo: Cambié mi vuelo, así que ahora me voy justo después de navidad,
en lugar de quedarme durante todas las vacaciones. Dije que quería pasar el
año nuevo con mis amigos.
Kevin: Eso es increíble.
Yo: Así que, me voy en dos días y tengo el vuelo más temprano de aquí,
estaré en casa antes de la cena.
Kevin: No puedo esperar para verte. Te extraño, A.
Yo: Yo también te extraño.
Kevin: Feliz navidad.
Yo: Feliz navidad.
Kevin: ¡Hoy vienes a casa!
Yo: Alabado sea Jesús. Aleluya.
Kevin: ¿Shayla te lavó el cerebro con todo eso de la iglesia?
Yo: Ja, ja. Qué sueñe. Salva a mi pobre alma católica.
Kevin: Pagana. Apuesto a que ella rezó por ti todas las noches. Qué el
diablo salga de su cuerpo.
Yo: Ja, ja.
Yo: Jamás vuelvas a repetirlo, pero no estuvo tan mal. Aún la odio por
tomar el lugar de mi mamá en la vida de mi papá. Pero creo que esta vez, ella
no estuvo mal.
Kevin: Mamá es la palabra.
Kevin: ¿Estás bien?
Yo: Sí. Solo lista para irme a casa.
Kevin: ¿Alguien en particular te recogerá en el aeropuerto?
Yo: Mi mamá.
Kevin: ¿Qué tal si voy yo? Y le evito el viaje.
Yo: No tienes que hacerlo.
Kevin: Quiero hacerlo.
Yo: Está bien. Gracias. Se lo diré.
Yo: Voy a darte un abrazo derribándote como la mierda.
Kevin: Me aseguraré de prepararme.

Yo: Cambio de planes, ¡hoy vuelvo a casa!


Sean: ¡Hola, nena! Eso es grandioso, ¿a qué hora llegas?
Yo: Debería estar en casa antes de la cena.
Sean: Genial. Quizás podamos reunirnos antes de que las clases
empiecen. Tú sabes cómo se pone. Super ocupados con la familia por las
vacaciones. Pero haré tiempo para mi chica.
Yo: Gracias. Y me encantaría verte.
Sean: Te extraño.
Yo: Yo también te extraño.
Kevin
El comienzo del año parecía pasar volando. Ana y yo habíamos salido
la noche que regresó de Tennessee, pero desde entonces había sido
esporádico. En Nochevieja, mi familia había viajado a Columbus para
pasarla con mi tía y su familia. Fue divertido, pero toda la noche había
echado de menos a Ana.
La tensión que había aumentado antes de las vacaciones de Navidad
con Sean se había calmado. Vino antes de que la escuela empezara a hablar
y a pasar el rato. Habíamos manejado nuestros problemas como hombres y
los habíamos discutido en la PlayStation. Al final de la noche, sacamos un
par de cervezas del refrigerador y las bebimos mientras comíamos pizza.
Desde entonces, todo había vuelto a la normalidad. Gracias a Dios, ya
que la temporada de fútbol había comenzado de nuevo y necesitábamos
concentrarnos en ser un equipo.
—Buen tiro, Harding —gritó Sean desde la portería—. Me sentía mal
por los otros tres que te perdiste, así que lo dejé entrar.
—No podrías haberlo evitado si te hubiera dicho lo que estaba
haciendo antes de hacerlo. Y los otros tres eran solo para calentar para la
paliza que te acabo de dar.
—Lástima que necesites calentarte. Estoy recién salido de la prensa.
Solo pregúntale a Ana.
Dejé que el comentario se me saliera de la espalda porque en nuestra
conversación anterior me hizo saber que las cosas se estaban moviendo
lentamente con Ana. No había mucho “caliente” cuando estaban juntos.
Corrí de regreso, hacia el centro del campo y le saqué el dedo medio.
—Vete a la mierda, Hearst.
—Ya quisieras. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo, Harding?
¿Estás tan desesperado como para dejar que un hombre haga ese trabajo
para ti?
—Si lo fuera, no vendría a tu pequeño culo de mariquita.
—Ya basta, muchachos —interrumpió nuestro entrenador desde la
banca—. ¿Vamos a jugar al fútbol o a pelearnos entre nosotros?
Sin embargo, Sean no estaba equivocado. Hacía tiempo que no me
acostaba o no tenía nada de acción. Era abril y la última vez que me enrollé
con alguien fue en marzo. Había sido el primer partido de la temporada y
ella era de la escuela del equipo contrario. Pensé que no tendría que volver
a verla.
No había ido bien. Ni siquiera había empezado bien. Dejé que pasara
porque ella vino agresivamente y yo estaba deprimido viendo a mis
compañeros de equipo emparejarse. No había visto a Ana en toda la semana
y allí estaba ella en el partido, prestando toda su atención a Sean. Qué era
lo que se suponía que debía hacer desde que él era su novio. Eso no me
había impedido estar celoso.
Así que, cuando esta chica sexy se me acercó, tirando de su camisa
de corte bajo y me susurró al oído que le encantaba la forma en que jugaba,
le pedí que viniera a la cafetería local con algunos amigos después. Su mano
había estado pegada a mi muslo durante toda la comida y su meñique se
aventuraba más alto en cada barrido. Casi salté de mi asiento cuando tuvo
el valor suficiente y acunó mi pene sobre mis pantalones. Se había reído y
se había inclinado:
—Llévame a tu auto y déjame ver qué se siente tan bien bajo mi mano.
Me apresuré a excusar a los muchachos y conduje hasta un parque
cercano. Era audaz, y tal vez me dejaba llevar un poco demasiado y
disfrutaba la sensación de tanta atención, pero a mitad de camino, le apreté
las caderas, amando la forma en que su suave carne cedía bajo mis dedos.
Hasta que gritó de dolor y me niveló con una mirada acusadora que me dio
un puñetazo en el pecho. Debió pensar que era un monstruo. Un abusador.
La ola de repulsión en mí mismo me bañó, haciéndome ablandarme.
Necesitaba salir de ese auto y alejarme de la chica. Terminé fingiendo un
orgasmo, haciéndola tener el suyo con mi mano y la llevé a casa. Me dio su
número, pero no tenía intención de llamarla. Dejó una marca duradera en
mi confianza en mí mismo. No necesitaba otra oportunidad.
Además, solo me había rendido ante ella porque iba a otra escuela. Si
se hubiera sabido algo de mí y de cómo me había comportado con ella,
tendría la oportunidad de que no se propagara como un reguero de pólvora
el hecho de que el hijo del senador fuera un imbécil raro y abusivo. Ya
habíamos tenido suficiente escándalo en nuestra escuela. No había querido
añadir nada más.
—Oye, las chicas están aquí. —La voz de Isaac me distrajo de mis
pensamientos. Miré hacia las gradas y vi a Jane, Gwen, Chloe y Ana mirando
el juego. Le hice señas a Ana y traté de no decepcionarme cuando
rápidamente se fijó en Sean. Él era su novio y parecía feliz. Si fuera un buen
amigo, me tragaría mis celos y apoyaría a mis dos amigos más cercanos. En
cambio, apreté los puños y me obligué a volver al juego.
Era un maldito desastre.
Hicimos tres asaltos más antes de que terminaran los entrenamientos.
Cuando me acerqué a la banca para recoger mi bolso, escuché a uno de los
chicos del equipo hablar con Sean.
—¿Se lo vas a pedir?
—Claro que sí, lo estoy. —Sean limpió el banco de metal, empujando
el equipo y las mochilas al suelo y luego se subió a él.
—Ana —gritó—. Mi osito de peluche. La manzana de mi ojo. Sol en mi
cielo. El latido de mi corazón. El jarabe para mis panqueques.
—Eso ni siquiera tiene sentido —murmuró Isaac debajo de él.
Sean le dio un empujón con el pie antes de continuar.
—¿Me harás el mayor honor de ir al baile conmigo?
Ana se rio junto con las otras chicas.
—Eres un desastre, Sean.
—¿Eso es un sí? Creo que es un sí. —Miró a quienes estábamos a su
alrededor—. Chicos, ¿lo han oído? —Se puso la mano sobre el pecho y
gritó—: ¡Ha dicho que sí!
Ana sacudió la cabeza.
—Sí, Sean. Es un sí.
Saltó desde la banca e hizo una vuelta de victoria alrededor del campo,
moviendo los brazos como un lunático. Hasta yo tuve que reírme.
No podía enfadarme con él por tomar su tiempo, porque era un buen
tipo y siempre se las arreglaba para hacernos reír a todos. Ana se merecía
tener un buen tipo como ese.
No alguien como yo.
—Jane, ¿vas a ir a nuestro baile de graduación con tu novio o su baile
de graduación? —pregunté, después de que las chicas dejaron las gradas
para unirse a nosotros en el campo. Todos se emparejaron, excepto Jane y
yo, ya que éramos los únicos sin pareja en el grupo.
—Rompimos el mes pasado.
—Oh. Lamento oír eso. —Aunque para ser honesto, no parecía muy
afectada por ello.
—Las cosas pasan. Tengo diecisiete años. No es como si fuera a
casarme con él. —Su respuesta me hizo preguntarme si pedirle que fuera al
baile de graduación podría funcionar. No parecía muy apegada, como que,
si le preguntaba, asumiría que estábamos saliendo o algo así. ¿Qué
demonios...? Al menos si fuera con ella, no tendría que estar solo.
—¿Quieres que vayamos juntos al baile? Quiero decir, no es una
proposición loca como la de Sean, pero pensé que podríamos ir como amigos.
Apenas había pronunciado las palabras antes de que aceptara.
—Demonios, sí.
No había perseguido a Jane porque estaba en nuestro grupo de
amigos, y cuanto más me atormentaba este deseo enfermizo, más temía que
alguien se enterara. Dios no quiera que salga con Jane y nos metamos en
líos y yo meto la pata, la asusto, y ella le dice a todo el mundo que soy un
psicópata. ¿Y luego qué? Probablemente todos me acusarían de ser un
imbécil abusivo. Ya era bastante malo que ya hubiera perdido el control con
Ana.
Los vi a ella y a Sean caminando hacia el estacionamiento, con su
brazo alrededor de su hombro.
Ana era mi mejor amiga, y por error o no, nunca se lo diría a nadie.
Ana
—Mamá, basta de tomar fotos.
Toma al menos trece fotos más antes de que pudiera escapar.
—No puedo evitarlo. Mi bebita se ve hermosa. Tan crecida. —Se cubre
la boca mientras las lágrimas llenan sus ojos.
—Mamá —me reí de lo emocional que se estaba poniendo—. Basta.
—Está bien. Está bien. Me voy a preparar para cenar con mis amigas,
pero voy a tomarte fotos a ti y a Sean antes de que te vayas. Ahora vete. —
Me echó por la puerta.
—Está bien. Te amo, mamá.
—Yo también te amo.
Me dirigí a la casa de Kevin donde todos nos reuníamos para que la
limusina nos recogiera. El SUV de Issac estaba en el camino de la entrada,
lo que significa que los chicos ya estaban allí. Entré y fui saludada por Kevin
bajando por las escaleras. Verlo usando un esmoquin con su cabello
peinado hacia atrás, me hizo detener con la mano congelada en la puerta
abierta.
—Hola —susurró, mirándome de arriba abajo. Sus ojos se sentían
como una caricia mientras raspaban mi pecho casi expuesto. Mi vestido era
pálido, casi de un color rosado, con una falda de gasa hasta el suelo y una
blusa ajustada que tenía la cantidad de brillo necesaria. La línea escote en
V mostraba solo la cantidad justa de escote, pero en la parte de atrás, era
tan profundo, que podías ver casi toda mi columna. No se había sentido
demasiado atrevido hasta quedé envuelta por la mirada de Kevin.
El silencio se estiró entre nosotros mientras nos mirábamos. Incapaz
de poder soportarlo más, cerré la puerta y lancé una broma.
—Creo que tú servirías.
Él bajó el resto de las escaleras y se paró frente a mí. Incluso usando
tacones, tenía que mirarlo hacia arriba. Estábamos solo a un paso de
distancia, pero sentí un tirón, como si estuviera luchando para no
acercarme un paso más o caería en su pecho.
—¿Yo serviría? —preguntó, arqueando una ceja, con voz baja y
profunda.
—Eso creo. —Quizás si diera un paso más cerca, respirara
profundamente y dejara que mi pecho rozara contra el suyo, podría haber
fingido que fue un accidente. Simplemente un pequeño roce para aliviar el
tirón entre nosotros. Sus dedos largos rozaron mi mejilla mientras metía un
mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Los escalofríos se extendieron
desde el punto de contacto hasta mi columna.
Mordiendo mi labio, lo respiré. Su aroma, todo un chico clásico con
un toque de colonia, me llamó para acercarme a él, para que me apoyara
contra él. Solo un paso más cerca.
—Ahí está mi chica. —Sean salió con velocidad de la cocina por el
pasillo—. Fuera de mi camino, Harding. —Empujó a Kevin a un lado y me
levantó en un abrazo, besando mi sien antes de bajarme y llevarme dentro—
. Ardiente. Maldición. Tendré a la chica más ardiente del baile de
graduación. Soy un bastardo con suerte.
Sean hizo maravillas por mi autoestima. A pesar de que habíamos
estado saliendo por casi un año y lo máximo que hicimos eran algunos
manoseos.
Pero eso no era importante.
No.
Sean me tomó en sus brazos justo cuando la puerta se abrió y el resto
de las chicas entraron en un torbellino de brillos y perfume. No pasó mucho
tiempo antes de que estábamos fuera tomando más fotografías.
Gwen e Issac parecían haber podido estar en una revista con su
apariencia de foto perfecta. Sean me levantó y reímos a través de nuestras
fotografías, sin importar cuántas veces mi mamá pidió por una pose seria.
Chloe se veía casi aburrida con su cita, pobre chico. Y Jane se aferró a Kevin
como una sanguijuela. Ignoré la manera en que se pasaba agarrando su
mano y presionándola en la parte baja de su espalda.
Ella había estado intentando estar con él durante el último año y eso
me hizo sentir… no lo sabía. Sacudí eso de mí porque no debería hacerme
sentir nada. Me salvé de hundirme demasiado en mis pensamientos cuando
la limusina se detuvo.
—Bien chicos, disfruten de la fiesta posterior —dijo el papá de Kevin.
Este año, hubo una fiesta temática de Las Vegas que comenzó
inmediatamente luego del baile de graduación para incitarnos a no salir a
beber e ir de fiesta. Funcionó, porque teníamos dinero falso para apostar y
muchas opciones para mantenernos ocupados, desde mirar películas hasta
jugar en inflables—. Y por favor no hagan nada que pueda meterme en
problemas en la oficina el lunes. Nada de videos. —Señalo a todos los chicos.
—¡Papá! —Dijo Kevin, claramente avergonzado.
—¡Eh! Un escándalo sexual en video es suficiente para el gobierno de
Ohio.
—Lo prometemos, señor Harding. Ninguno de nosotros, los caballeros
destacados, estamos en esas cosas raras como lo estaba Prince —dijo Issac,
levantando tres dedos—. Palabra de niño explorador.
Sean golpeó la mano de Issac hacia abajo.
—Esa es la seña de las niñas exploradoras, amigo.
El papá de Kevin puso sus ojos en blanco por las payasadas del chico.
Él sabía que no tenía que advertirnos, pero aun así lo hizo.
—Kevin —llamó su madre por detrás de nosotros mientras nos
metíamos en la limusina—. Llámanos si surge algo. Volveremos en la
mañana.
Tomamos cerca de quinientas fotografías más dentro de la limusina,
y durante la cena, la cual fue increíble. La única cosa no tan increíble fue
como Sean había sido distraído por su teléfono. Intenté captar su atención
durante la cena, pero seguí perdiéndolo. En un momento, puse mi mano en
su rodilla y lentamente la moví hacia arriba antes de que él se sacudiera y
detuviera mi progreso con su mano. Moviéndola hacia arriba de la mesa.
—¿Qué? —pregunté inocentemente.
—Es el esmoquin, ¿cierto? —Él tiró de su chaqueta y me guiñó el ojo—
. Irresistible.
—Eres simplemente tú, cariño.
Se inclinó y me dio un beso suave en la mejilla. Siempre suave.
Una parte de mí quería levantarse, derribarlo y besarlo hasta el
infierno viviente, pero me contuve, recordando la única vez que intenté
animarlo. Él me había besado despidiéndose y medio en broma le dije que
tirara de mi cabello y tomara lo que él quisiera. En lugar de eso, se alejó, me
miró como si yo hubiera perdido la cabeza, y luego se había echado a reír.
Dolió, y había dejado una marca.
Cuando llegamos al centro de convención donde se celebraba el baile
de graduación, agarramos una mesa y pusimos nuestros bolsos. De
inmediato todas las chicas fueron a la pista de baile. Muy a menudo, había
girado para encontrar a Sean mirando fijo su teléfono o mirando alrededor
de la habitación. Cuando sentimos calor y estábamos cansadas, volvimos a
la mesa para comer algunos bocadillos de la fiesta y beber.
Repetimos el mismo proceso por otra hora. Algunas de las chicas
hasta lograron que los chicos se pongan de pie y bailaran con ellas. Jane
parecía que estaba realizando un baile privado para Kevin en el centro de la
pista. Mis entrañas se encogieron viendo que directa era ella, pero el resto
de las chicas la animaron. Ella siempre parecía tan callada y tímida, pero
estaba haciendo todo lo posible para llamar la atención de Kevin.
Incluso yo logré que Sean se pusiera de pie y bailara un baile conmigo.
Era un bailarín horrible, pero lo compensó con euforia, saltando arriba y
abajo y dando todo de él. Quizás estaba siendo dura con él, y realmente no
estaba tan distraído. Pero a la próxima canción, él volvió a la mesa.
Bailé con Gwen y Chloe, y entonces, necesitando otro descanso, volví
para unirme a mi cita. Él me tiró sobre su regazo.
—¿Te estás divirtiendo? —preguntó él.
—Siempre es divertido estar arreglada y bailar con mis amigos. —Moví
su mano hacia mi cadera—. Y tener un hombre apuesto a mi lado. —Le
susurré al oído. Quizás me estaba desesperando por su atención. Cuando
se escuchó una canción lenta, me incliné y besé apenas sus labios antes de
preguntarle—: ¿bailas conmigo?
Abrió su boca para contestar, pero su teléfono volvió a sonar y giró
para ver la pantalla.
—Quizás la próxima canción, cariño. Déjame ir por algunas bebidas
—dijo sin siquiera mirar hacia arriba. Me dio unas palmaditas en la cadera
y luego me movió al asiento de al lado antes de irse.
Un ardor comenzó en el fondo de mis ojos por el menosprecio.
Tragando el nudo en mi garganta, me recosté en la silla y miré bailar a las
otras parejas. Una canción se fundió en dos… luego en tres y cuatro. Aun
así, Sean no había regresado. Un par de veces Kevin llamó mi atención y me
hizo gesto de que fuera a bailar con él, pero yo rechacé su oferta. Cuando él
intentó sacudir sus hombros en mi dirección para atraerme, me reí. Pero me
dolió, apretando más allá el dolor de tener a mi cita dejándome sola allí.
Me levanté y fui al baño, matando el tiempo mientras esperaba por mi
cita desaparecida. Desde el vestíbulo fuera del salón de baile, pude ver que
Sean todavía no había regresado a nuestra mesa, así que decidí llamarlo.
Me apoyé contra la pared y esperé que él contestara. Escuché el sonido de
la llamada en mi oído, enderezándome cuando también escuché el sonido
de la llamada viniendo de detrás de la puerta a la escalera a mi lado. Cuando
el sonido de la llamada cesó, llamé otra vez pensando que la primera vez era
solo una coincidencia. Otra vez, el sonido de la llamada hizo eco detrás de
la puerta.
Abrí la puerta lentamente, a pesar del sentimiento en mi estómago
que nada bueno iba a pasar del otro lado.
Mi corazón se hundió. En realidad, no se hundió. Se desplomó y se
estrelló a mis pies, llevándose mis pulmones con él, lo cual explicaría por
qué no podía respirar.
—Sí… así —Sean gruñó, animando a la persona arrodillada delante
de él, con la cabeza inclinada sobre los pantalones desabrochados de Sean.
La puerta se cerró con un clic detrás de mí, y los ojos de Sean se abrieron
de golpe al verme de pie allí, congelada en el lugar.
—Ana. Carajo. —Él alejó al chico, sí, un chico, y comenzó a cerrar sus
pantalones.
Corre. Vete. Ve. Mi mente me gritó que me fuera de allí, pero mis pies
habían echado raíces en el lugar. Los últimos meses pasaron por mi mente
mientras buscaba pistas de que Sean había estado engañándome; de que él
era gay.
El chico se inclinó hacia atrás y se pasó el dorso de la mano por sus
labios, sin verse para nada molesto por ser atrapado. Perra.
—Ana. —La voz aguda de Sean cortó a través de la neblina—. Di algo.
—No pude. Él se pasó las manos por el cabello—. Carajo, Ana. No es lo que
parece. —Mis cejas se elevaron altas cuando dijo eso, porque era
malditamente claro lo que parecía esto—. Bien, sí es lo que parece, no quería
que esto pasara. Lo intenté contigo. Realmente sí, pero simplemente no
pude, y no quería que tú lo descubrieras. No quería que nadie lo descubriera
—divagó— por favor no se lo digas a nadie, por favor. —Él se movió hacia
mí, y eso me puso en marcha.
Me giré y empujé la puerta solo para encontrar que estaba cerrada. El
hecho de que mi escape estuviera bloqueado fue la gota que colmó el vaso,
y las lágrimas comenzaron a quemar la parte de atrás de mis ojos.
Necesitaba salir antes de desmoronarme. Él se paró a un pie de distancia,
cuando giré, sus manos extendidas en un gesto de súplica.
—¡Vete al carajo, Sean! —Le di una bofetada y tomé el momento de su
sorpresa para correr bajando por las escaleras, rezando por encontrar una
puerta abierta.
La puerta de abajo cedió cuando empujé y el aire frío de la noche me
invadió, enfriando mis mejillas mojadas, y tomé mi primera respiración
profunda desde que me arrancaron las entrañas. Afortunadamente, había
llevado mi bolso al baño y tenía todo conmigo. Llamé a un taxi y fui
bendecida con un conductor silencioso, ni un poco interesado en mis
sollozos.
El auto de mi mamá estaba en el camino de entrada, pero era tarde y
lo más probable es que estuviera en la cama. No podía lidiar con un
interrogatorio, así que me metí a hurtadillas en mi dormitorio y me
acurruqué en una bola en mi cama, finalmente dejando que la realidad de
todo se hundiera y me llevara en un mar de miseria.
Sean era gay. Y él me uso como una pantalla. Él me había engañado.
Era demasiado. El hecho de que él fuera gay era irrelevante. Me había
engañado, y eso dolía más que nada. Me había usado. Yo me había ocupado
de él, y él me usó.
Como si se repitiera, el pensamiento golpeó mi corazón ya golpeado y
resonó en mi cabeza hasta que lloré quedándome dormida.

Unas manos rozaron mi frente y rodé mi rostro hacia esos dedos


callosos. Cuando la niebla se disipó, la noche regresó rápidamente, y me
levanté bruscamente, esperando que no fuera Sean o algún ladrón.
—Shh. Soy yo —susurro Kevin. Lo mire fijamente con los ojos abiertos
intentando procesar que demonios estaba pasando. ¿Cómo había llegado
allí? ¿Qué hora era? Mirando el reloj vi las once cincuenta y cinco brillando
hacia mí—. Vine tan pronto como me enteré que te fuiste.
Se sentó en el borde de mi cama y mis hombros tensos se encogieron,
dejando que el dolor se filtrara de nuevo.
—Ana… —Su tono suave rompió cualquier resistencia que hubiera
tenido en contra de desmoronarme. Mis hombros se sacudieron por mis
sollozos, y él me jaló hacia su pecho, haciendo lo mejor posible por
consolarme mientras me desmoronaba—. Lo siento mucho, A. Lo siento
mucho.
No supe cuánto tiempo estuvimos sentados allí, pero cuando me alejé,
su camisa tenía una mancha de mojado considerable. Me limpié los ojos y
dejé descansar mi cabeza en su hombro ancho mientras él nos mecía para
adelante y para atrás.
—Ni siquiera tuve la oportunidad de tener un baile lento. —No sabía
por qué eso fue lo primero en lo que pensé, pero lo fue. Quizás porque era
la cosa más segura para decir, y lo absurdo de lo estúpido que eso era me
hizo reír. Kevin rio vacilante, probablemente esperando que yo estallará en
lágrimas una vez más.
Besó la corona de mi cabeza.
—Espera —De pie, miro alrededor de mi dormitorio. Las luces aún
seguían apagadas, pero mi escritorio y el suelo estaban iluminados por la
luna llena que brillaba a través de las cortinas abiertas. Él agarro mi iPad y
los auriculares de mi escritorio y giró hacia mí—. ¿Tu mamá está en su
dormitorio?
—Sí, probablemente.
Se desplazó a través de mi iPad, presionó algunos botones, y luego
extendió su mano.
—¿Me concedes este baile?
La confusión se contrajo en mi rostro.
—¿Qué?
Agarrándome la mano, me sacó de la cama y levantó los auriculares
poniendo uno en su oído y el otro en mi oído. Presionó otro botón y sonó la
canción Fall For You de Secondhand Serenade. Kevin levantó mis manos
alrededor de su cuello y se acercó, apoyando sus manos en la parte baja de
mi espalda.
Me estaba dando mi baile lento.
Más lágrimas quemaron mis ojos, pero lo eran porque estaba
increíblemente agradecida de haber sido bendecida con un ser humano tan
increíble. Fue difícil mantener todo el enojo que había sentido antes cuando
Kevin me abrazó tan cerca y me meció para adelante y para atrás. Apoyé la
mejilla en su pecho y dejé que el latido de su corazón llenara mi otro oído.
Las puntas de mis dedos se arrastraron por su cuello y jugaron con las
hebras más larga que rozaban su cuello, mientras dejaba que su amabilidad
juntara los pedazos de mí que habían sido rotos en esa escalera.
—Te ves hermosa esta noche. —Las palabras contra mi oído desde su
pecho—. Sean es un estúpido por perderse de esto, por no apreciarte. No sé
en qué demonios estaba pensando él al elegir otra chica sobre ti.
Me aparté con el ceño fruncido. Me tomó un minuto procesar que
Kevin no sabía que Sean era gay. Que él me había engañado con un chico.
Una parte de mí quería divulgar el secreto de Sean; gritarlo desde los techos
y lastimarlo tanto como él me lastimó. Quería eso, pero no lo haría. El contar
ese secreto era asunto de Sean, y no importa cuánto lo odiaba en ese
momento, yo no me rebajaría a su nivel, causando a otra persona, o incluso
a él, tanto dolor.
Kevin confundió mi silencio con la duda, y bajó su cabeza para
asegurarse que lo miraba a los ojos.
—Tú eres perfecta, y él no te merece.
Él habló con tanta convicción que yo quería creerle.
—Tú simplemente dices eso porque debes hacerlo como mi amigo.
—Soy tu mejor amigo. Siempre seré honesto contigo y te diré cuando
parezcas un desastre. —De alguna manera, se las arregló para hacerme
reír—. ¿Pero esta noche? Esta noche eras la chica más hermosa allí.
Mirándolo fijo, busqué el chiste detrás de sus ojos. Pero él
simplemente me miro fijo con sinceridad antes de inclinarse y posar un beso
suave en mis labios. Solo un beso suave.
Luego se alejó y dejó que suene la siguiente canción, abrazándome
cerca mientras bailábamos.
Ana
El final del año escolar pasó borroso a pesar de los cambios en las
relaciones. Kevin y Sean dejaron de hablarse durante un mes, excepto por
el fútbol. Incluso cuando terminó la temporada, las conversaciones fueron
mínima. Creo que Sean se arrepintió más de sus acciones porque perjudicó
su amistad con Kevin que por perjudicarme a mí. Mi amistad con las chicas
se vio afectada cuando me enteré de que Chloe sabía que Sean me
engañaba. Me costó todo lo que tenía para morderme la lengua y no desatar
un torrente de insultos sobre su estúpido, maldito e idiota, rostro de imbécil.
Era tan egoísta y tonta que ni siquiera vio nada malo en lo que hizo, o dejó
de hacer, cuando casualmente anunció que lo sabía, pero que no consideró
que le correspondía decírmelo.
Perder esa confianza con mis amigas fue deprimente y me encontré
extrañando Tennessee por primera vez desde que me mudé. Pensé que
encajaba y que era una del grupo, pero a la hora de la verdad, sus lealtades
residían en otra parte. Era una realidad difícil de aceptar. Luego, por
supuesto, estaba Jane, que hacía muy poco por ocultar su amargura por el
hecho de que Kevin la abandonara para perseguirme.
Todos éramos un desastre.
El almuerzo fue súper incómodo ya que todos nos sentamos en la
misma mesa, fingiendo que no sucedía nada. Actuamos como si el silencio
entre nosotros fuera normal. Al menos éramos civilizados el uno con el otro.
Incluso nos las arreglamos para tener otra fiesta de fin de año. Esta vez sin
nadie llorando en el baño. Aunque no me importaría que Sean llorara. Tal
vez de una rápida patada en las pelotas. Pero guardé esos impulsos para mí.
Pero a medida que el verano avanzaba, el dolor y mi enojo disminuía.
Conforme me alejaba del incidente, me di cuenta de que no estaba tan
interesada en Sean. Me hizo feliz y me hizo reír, pero tuve que pasar por alto
muchas cosas que hubiera preferido en una relación. Con la aceptación llegó
el alivio. Y lo recibí con los brazos abiertos.
Una vez que comenzó el verano, tuve mucho tiempo para
concentrarme en mi amistad con Kevin. Pasábamos casi todos los días en
su patio trasero, tomando el sol y disfrutando la compañía del otro.
Ocasionalmente, me reunía con Gwen, pero no con tanta frecuencia, ya que
todavía me costaba sentirme cómoda con Chloe y Jane.
Pero en su mayor parte, Kevin y yo éramos inseparables.
Como lo estaríamos de nuevo esta noche. Mi mamá salió temprano a
una reunión en una organización benéfica en la que colaboraba y yo decidí
ir a casa de Kevin temprano también. Me enganché el bolso con mi traje de
baño y una muda de ropa y salté por el césped.
Fui a abrir la puerta y la encontré cerrada. Cuando fui a buscar la
llave de repuesto, me golpeó una ola de dejá vu recordando la última vez que
llegué temprano para saludar a Kevin. Abrí la puerta y subí las escaleras.
En planta superior, fui recibidas con gemidos y gruñidos apagados.
Por un momento, mi mente se llenó de imágenes de Kevin con una chica. Se
me revolvió el estómago y mi rostro se calentó. Consideré echarme atrás,
ignorando toda la experiencia para no tener que enfrentarme a la chica que
tuviera en su dormitorio.
Pero no lo hice.
La palma de mi mano alcanzó la fría madera de la puerta y lentamente
la abrí. El latido de mi corazón casi ahogó los ruidos procedentes de su
habitación. Con la puerta lo suficientemente abierta, pude ver a Kevin
recostado en la silla de su escritorio. La manga de su camisa apretada
alrededor de su bíceps, que se tensaba al sacudirse con la fuerza de su mano
que se movía sobre su regazo.
Mierda. Mierda
Kevin se estaba masturbando. Debí cerrar la puerta y echarme atrás.
Iba a hacerlo. Pero cuando me moví para dar un paso atrás, pude ver la
pantalla de su laptop. Una chica estaba de rodillas, desnuda, con el rostro
apretado contra el suelo, adolorida mientras un hombre parado detrás de
ella, la follaba sin piedad.
Mi cuerpo se sacudió cuando la mano del hombre golpeó la mejilla de
su culo desnudo, dejando una sólida huella roja de su mano.
—Puta de mierda. Voy a usar este coño hasta que termine. —Más
gruñidos y lamentos de placer—. ¿Te gusta eso, puta?
El gemido de Kevin me llamó la atención. Me cautivó el rápido
movimiento de su brazo y la tensión en los tendones de su cuello. El calor
se extendió sobre mi pecho, bajó a través de mi estómago y se asentó entre
mis piernas. Apreté mi centro, tratando de aliviar el dolor que formaba allí.
Debajo de la palpitación y el dolor que crecía a cada segundo, otra
sensación se asentó.
Alivio. Dulce alivio de que Kevin observara y se excitara con algo tan
crudo y violento. Algo tan sucio.
Tal vez eso era lo que él también necesitaba de una relación. Tal vez
por eso nunca lo veía con chicas. Tal vez nadie quería las mismas cosas que
él. Tal vez estaba tan asustado como yo de intentar algo que la mayoría
consideraría incorrecta.
Tal vez no estaba tan sola.
La única vez que nos besamos, pensé que quizás no me equivocaba
tanto en lo que quería que me hiciera. Pero al final, me convencí a mí misma
de no hacerlo, dejándolo como el calor del momento.
No debería haber estado ahí, mirándolo. Debí haberme alejado y
permitirle su privacidad. Pero la emoción se apoderó de mí. El latido sexual
me instó a abrir la puerta de par en par. Los nervios rodaban por mi
estómago y electrificaban el latido de mi corazón, haciéndolo errático.
No me di cuenta de lo mal que podría resultar hasta que miró por
encima de su hombro y sus ojos se abrieron de par en par con pánico. Se
sacudió y trató de cerrar la computadora mientras simultáneamente se
metía la polla en los pantalones. Pero tropezó y la computadora cayó, la
pantalla aún abierta. Los urgentes gemidos de la mujer y las crueles
palabras del hombre nos rodearon, llenando el impactante silencio.
Mis ojos estaban pegados a la pantalla mientras Kevin tartamudeaba
una disculpa.
—Mierda, Ana. Lo siento.
—¿Es eso lo que te gusta? —La pregunta salió a borbotones. Luché
con un estremecimiento al preguntar algo tan personal, pero necesitaba
saberlo. Latió en mi interior, implacable en la desesperación de saber que
no estaba sola—. ¿Es eso lo que te excita? —pregunté en voz baja. Apartando
mis ojos de su laptop, vi su cabeza caer avergonzada. No dije nada, solo
esperé una respuesta. Sus tensos hombros se elevaron y cayeron con una
profunda respiración.
—No —gruñó antes de balbucear más respuestas—. Sí. Quiero decir,
mierda. Mierda. Quiero decir, simplemente apareció. Hacia clic y no presté
atención. Era… —Su respuesta se desvaneció cuando me miró, su rostro
fruncida por el dolor.
—Pensé que yo era la única —susurré, confesando mi secreto,
esperando que él hiciera lo mismo.
—¿Qué?
El video debió terminar porque en la habitación no se escuchó más
sonidos que nuestra respiración.
—Pensé... pensé que era la única que imaginaba eso. —Señalé al
laptop que yacía en el suelo.
Kevin pasó una mano por su cabello y se giró, caminando unos pasos
a la vez.
—Mierda, Ana. Quiero decir... Lo que era... —Kevin comenzó por lo
menos cinco oraciones más, tratando de procesar mi confesión e inventar
excusas al mismo tiempo. Al final, se detuvo y dejó caer sus brazos a los
costados. Su manzana de Adán subió y bajó antes de escuchar su propia
confesión—. Pensé que yo también era el único.
—Pensé que algo andaba mal conmigo.
Se movió rápidamente por la habitación y me abrazó.
—No. Nunca. Nada podría estar mal contigo. —Retrocediendo, puso
sus manos en mis mejillas y elevó mi rostro—. Nada —susurró de nuevo.
Sus ojos de color chocolate me recorrió el rostro y el espacio entre nosotros
crepitó con tensión y palabras sin pronunciar. Pero cuando mi lengua se
deslizó sobre mis labios él gimió, e inclinándose, estrelló su boca contra la
mía.
Hacía casi un año que no sentía los labios de Kevin sobre los míos,
pero podría haber sido ayer por lo familiar que resultaba. Mi cuero cabelludo
hormigueaba donde sus largos dedos se clavaban en mi cabello mientras me
estrechaba, atacando mi boca, exigiendo la entrada con su lengua.
Mi cuerpo se perdió en sus brazos, rogando que hiciera conmigo lo
que quisiera. Ya no quería estar sola en este deseo. Enterré mis dedos en
los músculos de su espalda, liberándome de su boca.
—Comparte esto conmigo —supliqué—. No quiero estar sola en esto
nunca más, Kevin.
—Ana —jadeó, intentando recuperar el aliento—. No podemos. No
puedo. Eres mi amiga.
No es que él no quisiera. Sino que era su amiga. La razón por la que
yo quería hacer esto con él.
—Confío en ti —dije, tratando de convencerlo para que cediera—.
Tómame, Kevin.
Apenas pronuncié su nombre antes de que sus labios estuvieran en
los míos, devorándolos de una manera con la que solo soñé en las partes
más oscuras de la noche en las que nadie me hubiera juzgado. Mi corazón
cayó cuando dio un paso atrás, seguro de que se detendría y me dejaría con
el deseo y la desesperación que me rodeaba.
—Ponte de rodillas —ordenó.
—¿Qué? —Luché para entender lo que me decía en la neblina de
emoción y decepción de que dejara de besarme.
—Dije que te arrodillaras —repitió.
Mi corazón se estremeció ante el profundo tono de mando. Un sonido
que soñé que usaban conmigo. Tratando de controlar las respiraciones que
salían a través de mis labios entreabiertos, me arrodillé.
Kevin
Mierda. Mierda. Mierda.
La mezcla de emociones que me invadían me crispaban los nervios.
Sentía demasiado y mi cuerpo temblaba por dentro. Ana, mi Ana, arrodillaba
ante mí, mirándome con la misma lujuria y nervios que me consumían. Pero
había algo más que brillaba detrás de sus ojos azules. Algo que reconocí.
Alivio.
Alivio de haber encontrado a alguien que entendía las partes
antinaturales de nuestro cuerpo. Alivio de que no estuviéramos solos en
nuestros deseos. Si ha sufrido lo mismo que yo, quería darle esto tanto como
lo quería para mí.
Mierda, mierda, mierda.
Pero necesitaba aclararme la mente. Si vamos hacer esto, necesito
concentrarme. Solo sabia en parte lo que hacía; guiado por los videos porno
y por instinto. No podría arruinar esto. Me tragué el nudo en mi garganta
que intentaba ahogarme. Ana mantenía la cabeza alta, Mostrando un frente
valiente. Pero sabía que tenía que estar tan nerviosa como yo.
Cuando levanté mi mano hacia su rostro, ambos notamos el temblor.
Dudé, cerrando las manos para controlar el temblor.
—Kevin, solo...solo hazlo. —Se detuvo, tratando de controlar el
temblor en su voz. Su tono suave, suplicante—. O lo que sea que veías en la
laptop. No quiero pensar o tomar decisiones más allá de querer esto. Por
favor.
Mirando fijamente sus desesperados ojos azules, expresé mi mayor
miedo.
—¿Qué pasa si me excedo, Ana? —Tuve que aclararme la garganta
para continuar—. Lo que está dentro de mí... Con lo que fantaseo... no es
normal.
—Entonces, lo que no es normal en ti, tampoco lo es en mí. —Sus
palabras me calaron hondo y me tranquilizaron. Siempre era capaz de
tranquilizarme—. Y siempre puedo decir que no.
Se equivocó. Me sentí como un monstruo apenas retenido por una
cuerda ya desgastada. Como si me aferrara al borde de mi control. Pero era
Ana, mi Ana. Nunca la lastimaría. Tenía que creerlo.
Cerrando los ojos, tomé un par de respiraciones profundas y busqué
el movimiento correcto. No sabía si era el correcto, pero en este momento lo
sentía así. Especialmente cuando abrí mis ojos y vi los suyos llenos de
lágrimas. Pensó que me retrataría. Y mirándola, viendo la aplastante
decepción llenando sus ojos, supe que no podía.
Al diablo las consecuencias.
Tanteando el terreo, metí mi mano en su largo cabello rubio y tiré de
su cabeza hacia atrás. El jadeo que escapo de sus labios entreabiertos fue
toda la confirmación que necesitaba. Acercándome, repetí el movimiento de
su cabeza y di mi primera orden, de alguna manera haciendo que mi voz
fuera clara y dura.
—Desabróchame los pantalones.
Su pecho se agitó debajo de su franela de manga larga, bajando,
atrayendo mi atención a sus pechos, pero mi vista se bloqueó cuando sus
manos comenzaron a hurgar apresuradamente en mis jeans. Cayeron
inmediatamente alrededor de mi trasero, ya que nunca tuve la oportunidad
de volver a subirme la cremallera en mi pánico por ser atrapado.
Ana me miró para el siguiente pedido, sus manos descansando sobre
mis muslos tensos.
—Sácame la polla.
Sus dedos delgados agarraron mis boxer y tiró, con sus ojos fijos en
los míos. Mi polla la golpeó en la barbilla cuando salió de los confines de mis
boxer. Ella se echó hacia atrás para mirarme y yo apenas me contuve
cuando su jadeante respiración se apreció en la cabeza de mi polla.
Mladicion, explotaría en dos segundos.
—Chúpame —le dije, con los nervios sacudiendo mis cuerdas vocales.
No dudó y un gemido salió de mi pecho cuando finalmente me vi
envuelto en su boca caliente y húmeda. Nada de besos burlones, ni tiernos
lametones, solo largas y fuertes succiones. Exactamente como ordené. Ana
no mintió cuando dijo que no quería tomar ninguna decisión. Estaba a
merced de cada una de mis órdenes y esa idea envió una descarga de deseo
por mi espina dorsal y directamente a mis bolas.
Disfruté la vista de sus pestañas rozando el brillo de sus mejillas. La
forma en que sus mejillas se ahuecaban cada vez que retrocedía hacia mi
sensible cabeza. Mi orgasmo comenzó agestarse.
Quería marcarla. Estampar mi propiedad sobre ella. Dejando de lado
el miedo de ir demasiado lejos, me rendí a mis deseos y esperé no estar
cometiendo un error.
—Quítate la blusa. Muéstrame tus tetas.
Los ojos de Ana se dirigieron a los míos y los nervios se reflejaron en
ellos, pero quedó oculto por el deseo. Llevo sus temblorosos dedos hacia sus
botones y comenzó a desabrocharlos uno a la vez, sin dejar de menear la
cabeza. Una vez abierto, todo lo que quedaba era su brasier de encaje
blanco.
—Todo, Ana.
Metió la mano entre sus suaves y cremosos pechos y dio un tirón al
cierre delantero, soltando las copas y separándolas para mostrarme sus
pálidos y rosados pezones, endurecidos.
—Grrrr —gruñí. Apreté mi mano en su cabello e impulsé mi cadera
hacia adelante, presionando la parte posterior de su garganta. Se atragantó,
luchando contra la intrusión. El sonido me excitó y me asustó por haber ido
demasiado lejos. Había tenidos chicas que se retiraban en ese momento y
me miraran con irritación. La parte temerosa de mí, esperaba que ella lo
hiciera a pesar del agarre que tenía en su cabello.
No me preparé para el gemido que recorrió mi polla. Me impulsó a ser
más audaz y me perdí en las sensaciones. Ignoré el miedo que me arañaba
y, en cambio, cedí a lo que quería, perdido en el fuego que me recorría las
venas. Me convertí en el hombre controlador que soñé ser.
—No dejes de chupar. Voy a usar tu boca para correrme. —Sacudió
sus caderas de lado a lado y apretó sus muslos. Demonios, estaba tan
encendida como yo—. Pon tus manos detrás de la espalda.
Lo hizo y apreté mi agarre en su cabello y empecé a empujar mi cadera
más rápido, viendo cómo mi brillante polla salía de sus labios solo para
volver a entrar. Cada nueva embestida, golpeaba la parte posterior de su
garganta y gemía por el agua que llenaba sus ojos. Pero nunca presioné
demasiado lejos. No quería lastimarla. Me esforzaba por leer las señales que
me daba, pero temía ir demasiado lejos.
Cuando volvió a gemir, yo había terminado. La electricidad me recorrió
las bolas y salí bruscamente de su boca justo cuando comencé a disparar
un semen blanco y pegajoso sobre sus perfectas y redondos tetas. Sujeté su
cabeza para que pudiera verme marcarla, ver como mi semilla se derramaba
por su pecho. Una vez que el rugido desapareció de mi cerebro, me aseguré
de limpiar los restos de semen pegados a la punta en su pecho, empleándola
como un trapo. Usándola y ella me lo permitió.
Se sentó sobre sus talones, su pecho agitado, mirándome con
asombro y un fuego ardiendo en sus ojos. Brillaban en un azul oscuro y
sabía que tenía que darle más.
Una gota de semen goteó hasta la punta de su pezón. Bajé el dedo
para acariciar la punta endurecida, recogiendo el semen y llevándolo a sus
labios. Se inclinó y chupó todo mi dedo sin dudarlo.
Saqué mi dedo de su boca con un estallido
—Sube a la cama.
Ana se recostó en mis sábanas azul marino y me acerqué, quitándome
la ropa antes de ocuparme en quitarles los pantalones. Gracias a Dios que
llevaba leggins, porque no tenía la paciencia para quitarle los jeans
ajustados de sus curvas. Sus tetas me provocaban, rebotando con cada tirón
fuerte de sus leggins. Una vez liberados sus pies, los arrojé al suelo y agarré
la parte posterior de sus muslos, empujándolos hacia fuera y hacia su
pecho, exponiendo completamente su coño, su coño desnudo.
—Kevin —gimió, atrayendo mis ojos a su rostro, arrugada por la
preocupación, con los dientes clavados en el labio inferior. Podía sentir la
tensión en los músculos de su pierna como si estuviera luchando por la
forma en que la abrí.
—¿Esto te hace sentir incómoda, Ana? ¿Nerviosa?
Apenas asintió. Una parte de mí quería detenerse, no incomodar a
una mujer tan increíble. Otra parte recordó que ella quería que yo tomara
el control y que no me ha dicho que no. Me sentí como un monstruo por
disfrutarlo, pero estaba tan excitado que no me importaba.
Sosteniendo su mirada, bajé la cabeza y deslicé mi lengua por sus
labios vaginales antes de depositar un suave y apenas perceptible beso en
su clítoris. Gimió, pero no apartó la mirada.
—Bien. Tu incomodidad me excita.
Fue difícil sostenerle la mirada después de eso, porque no sabía cómo
lo tomaría. Pero me encendió, porque significaba que me complacía a pesar
de salir de su zona de confort. Significaba que confiaba lo suficiente en mí
como para tomar la iniciativa.
Era toda la confirmación que necesitaba antes de sumergirme y
arrastrar mi lengua desde el fondo de su abertura hasta la parte superior y
chupar con fuerza su clítoris. Sus jadeos se convirtieron en fuertes gemidos
que escapaban de sus labios apretados. Quería escucharla perder el control.
Quería abriera los labios y dijera mi nombre, que lo gritara.
Unas cuantas caricias más con mi lengua y tuve mi deseo.
—Kevin. Kevin —grito.
Escuchando mi nombre deslizarse más allá de sus labios en un
gemido, apreté mis músculos y agarré sus suaves muslos con fuerza,
profundizando en los tendones y músculos, queriendo dejar mi marca allí
también. Quería dejar mi marca por todas partes. Sus piernas se
estremecieron cuando alcancé un punto sensible, pero su gruñido y la
tensión de su coño confirmaron lo mucho que le gustaba.
Queriendo sentir su interior, solté un muslo y dejé que mi dedo medio
acariciara su abertura antes de meterlo cuidadosamente. Se tensó,
luchando contra la intrusión, pero moví mi pulgar para presionar
directamente sobre su clítoris y explotó. Fuertes gritos escaparon de su boca
cuando su coño se apretó en mi dedo. Seguí recorriendo su clítoris,
dejándola disfrutar del orgasmo mientras bebía todo su dulce y sabroso
flujo.
Sus gritos disminuyeron y saqué mi dedo de ella antes de trepar entre
sus piernas. Apoyé mi polla contra su cálido coño y húmedo coño, empujé
varias veces y me incliné, besándola, dejándola probar su sabor.
Cambiando mi peso, mordí sus labios y me aparté para mirar sus ojos
vidriosos.
—Voy a follarte ahora. —Sus ojos azules se abrieron de par y par y
traté de tranquilizarla—. Todavía puedes decir que no. Podemos detenernos
aquí.
Sus piernas se apretaron alrededor de mis caderas.
—Necesitamos un condón —susurró.
Mi Ana fue tan valiente. Mi mejor amiga estaba debajo de mí, dándome
todo lo que soñé y lo hizo con tanta belleza y gracia y no podría haber
imaginado compartir este momento con nadie más. Solo esperaba estar
dándole la misma liberación perfecta que ella me dio a mí.
Después de que me puse el condón, alineé la cabeza de mi polla en su
húmeda abertura.
—Soy virgen —me soltó.
Una pizca de emoción burbujeó en mi pecho. Cómo Ana tenía casi
dieciocho años, era tan hermosa, y seguía siendo virgen me sorprendió, pero
no lo cuestioné. El orgullo se apoderó de mí al saber que sería el primero.
Solo otra forma de reclamarla. Mi cavernícola interior se golpeó su pecho
con un gruñido. Pero todo lo que dije fue:
—Iré despacio.
—No —exigió ella.
Apretando la mandíbula, traté de controlar a la bestia que pedía a
gritos ser liberada para devorarla. Solo porque ella no quería que fuera
despacio, no suponía que pudiera penetrarla como un animal. En cambio,
me acerqué a su abertura, dejando que su coño rodeara mi cabeza y empujé
hasta que sentí una resistencia.
Hice una pausa, dejando que el momento de anticipación aumentara.
Dejé que se preguntara si sería gentil o tomaría bruscamente su virginidad.
Me aparté lo suficiente y empujé mis caderas hacia adelante, desgarrando
su himen, inclinándome para reclamar sus llantos como míos. Me aparté y
empujé de nuevo y gritó de nuevo. Una voz en mi cabeza me pedía a gritos
que parara, que fuera más despacio, pero no podía. No hasta que vi las
lágrimas cayendo de sus ojos. Mi corazón tartamudeó hasta detenerse.
Esto fue todo. Mi peor pesadilla se desarrolló ante mí en el momento
en que fui demasiado lejos. La lastimaría y ella me odiaría. Me temblaron
los brazos, incapaz de sostenerme con el pánico que me recorría. Comencé
a retroceder.
Sus brazos se cerraron alrededor de mi cuello, deteniendo mi retirada.
—No, no. Por favor, Kevin. —Apenas entendí las palabras que salían
de sus hinchados labios. Impulsado por el arrepentimiento, la sangre me
golpeó en la cabeza hasta ser casi ensordecedora.
—Por favor, Kevin. Más. Haz que duela.
¿Más? Más. Sí, escuché eso. Haz que duela.
Respiré para recuperar la compostura y comencé a darle los “más”
que estaba pidiendo.
Empecé despacio, pero con fuerza. Dilatando antes de volver a
empujar con fuerza. Sus gritos se mezclaron con el choque de nuestra carne.
Como acababa de correrme, fui capaz de alargarlo. El sudor goteaba
por mis sienes. Me perdí en el ritmo, perdido en la sensación de su apretado
coño aferrado a mí. Estaba tan perdido en el placer y en el momento de
realizar por fin todos mis deseos con ella, que las palabras salieron sin
pensar.
—Zorra —grite—. ¿Eres una zorra, Ana? ¿O prefieres que te llame
puta? Dejándome follarte. Tomando tu virginidad.
—Sí, sí —gritó ella.
Su respuesta disolvió poco pánico que sentí al escucharme pronunciar
esas sucias palabras en voz alta. Me sentí como si me hubiera ganado la
lotería al ver que se deleitaba con las sucias palabras que le decía; que me
aceptaba de buen grado. Quererme. Que quisiera lo que estábamos
haciendo.
—Fóllame. Tómame, Kevin.
—Dilo. Di que eres una puta. Mi puta.
—Sí. Soy tu puta.
Toda mía.
Me perdí. Comencé a penetrarla sin ritmo, solo tratando de mantener
el latido de mi corazón. Murmurando palabras que ni siquiera tenían sentido
la mitad del tiempo.
—Mira esas tetas, Ana. He soñado con esas tetas y ahora puedo
tenerlas rebotando debajo de mí mientras me follo a mi puta.
Incoherentes gemidos salieron de sus labios y cerré los ojos, dejando
que me rodearan en un capullo. Cuando los abrí, miré hacia abajo para
encontrar a Ana tirando y retorciendo sus pezones, convirtiendo el rosa
pálido en tono rojizo. Míos. Le aparte la mano de golpe.
—Esas son mis tetas para jugar. —Bajando la cabeza, tomé un pezón
entre mis dientes y lo mordí. Ana se arqueó debajo de mí mientras su
apretado coño se acoplaba a mi alrededor.
Se quedó en silencio mientras estiraba todo su cuerpo, se arqueó con
la cabeza echada hacia atrás hasta que se le escapó un fuerte grito. Se
repitió una y otra vez, igualando la sensación de su coño apretado. Verla
perderse en el placer me sumergí en ella y por segunda vez en la noche, me
corrí, inclinándome para gemir en su cuello, manteniéndome dentro de ella.
Se me puso la piel de gallina cuando el aire que nos rodeaba enfrió mi
cuerpo.
Jadeando en su cuello, mi único pensamiento fue que jamás me sentí
tan feliz.
Tan libre.
Ana
Apenas pasó un momento con el cuerpo laxo de Kevin recostado sobre
mi pecho, antes de que sus hombros se tensaran.
—Mierda —murmuró mientras se alejaba de mí, dejándome dolorida
y vacía—. Ana, lo siento.
Miré hacia abajo y vi el condón, estirado sobre su grueso pene,
cubierto de sangre mezclada con mi flujo. Me mordí el labio para sostener
la risita que amenazaba con salir, pero no sirvió de nada. Kevin levantó la
cabeza, y enarco las cejas.
Probablemente pensó que perdí la cabeza.
—Ummm... ¿Ana? ¿Estás bien? —La confusión y la preocupación
surcaron en su rostro.
Estiré mi cuerpo deliciosamente adolorido.
—Estoy genial. Me siento genial.
—De acuerdo. —Se levantó de la cama—. Voy a tirar esto. Enseguida
vuelvo.
Me tumbé allí, esperando, saboreando los músculos doloridos,
anticipándome a lo mucho que lo sentiría al día siguiente. Antes de que
volviera, me metí bajo sus mantas y esperé.
Kevin entró serio y se dejó caer al borde de la cama con los hombros
encorvados.
—Ana … Yo...
—No —dije, interrumpiéndolo. Levantó la cabeza para mirarme—. No
digas que lo sientes. Fue más de lo que jamás soñé y si te disculpas,
desaparecerá todo eso.
Su rostro se suavizó. Aparto las sábanas y se deslizó a mi lado. Subió
su dedo para acariciar mi mejilla sonrojada.
—Entonces no lo siento.
—Bien. —Le di un suave beso en la barbilla. Nos quedamos ahí
tumbados, sin decir nada. Probablemente porque ninguno de nosotros sabía
qué decir. Éramos amigos y, sin embargo, allí estábamos, tumbados
desnudos en los brazos del otro a mediodía, escuchando circular los autos.
¿Qué se supone que debíamos decir? Seguro que no conocía las reglas.
Me di cuenta de que Kevin quería decir algo. De vez en cuando detenía
su mano mientras me acaricia la espalda, y su respiración se detenía como
si quisiera hablar. Eventualmente encontraría las palabras. Hasta entonces,
disfrutaría de la comodidad de los brazos de mi amigo.
—Ana —dijo finalmente, solo para detenerse una vez más. Giré mi
cabeza para mirarlo. Sus dientes mordisqueando su labio inferior, su ceño
fruncido.
—Kevin, soy yo. Podemos hablar de cualquier cosa. Esto no cambia
nada.
Se mojó los labios y miró un punto más allá de mi cabeza.
—Ya sabes... Sabes que cuando te llamé... esos nombres. No me
refería a ellos. Sabes que no pienso eso de ti. Estaba atrapado en el
momento, sin analizar mis acciones. Lo siento muchísimo.
Me pregunté cuanto luchó Kevin con este lado de sí mismo. Me dolió
verlo tan nervioso y lleno de dudas mientras tartamudeaba una disculpa
innecesaria. Poniendo mi mano sobre su pecho, sentí que su corazón latía
demasiado rápido. Sus mejillas se tiñeron de un rubor rojizo y me dolió
calmarlo. Sabía por mis propias dudas sobre la vergüenza que lo acosaba.
Pero en sus brazos, no tenía vergüenza. Quería lo mismo para él. Quería que
supiera que me tenía.
—¿Qué dije sobre las disculpas innecesarias? —No dijo nada, pero
una tensa sonrisa frunció sus labios—. ¿Debo disculparme por las cosas
que dije o pedí? —Eso llamó su atención y sabía que negaría, pero no había
terminado—. Puede que te haya pedido que tomes el control esta noche,
pero en cualquier momento, sabía que podría haber dicho que no y tú
habrías parado. No hay nada malo contigo, Kevin.
—No soy normal, Ana —susurró.
—Entonces yo tampoco lo soy.
Me miró fijamente, aún sin convencerse.
—Mírate, ahora mismo. Abrazándome, tranquilizándome. Este eres
tú, Kevin. Este hombre dulce y cariñoso a mi lado, que sé qué haría
cualquier cosa por mí. Este eres tú. Solo porque te excites con algo, no te
convierte en un monstruo.
—Pero es el hecho de que me excita. ¿Qué pasa si libero este lado mío
y empiezo a lastimar mujeres en contra de su voluntad y abusar de ellas
para excitarme?
—Entonces pégame. Abofetéame y empújame. —Llamé la atención por
sus insensatos pensamientos.
—¿Qué? —Se echó hacia atrás con sorpresa y asco.
—Vamos. Me abofeteas y luego me follas. Ya que te calientas tanto con
eso.
—Ana... Detente. Sabes que nunca te pegaría.
—Entonces, ¿cómo es tu completo disgusto ante la idea de herirme,
de herirme de verdad, es igual que lo que acabamos de hacer?
—Yo... No lo sé.
—Exacto —golpeé su esternón—. Tú, Kevin Harding, no eres abusivo.
Tienes cosas específicas que te excitan. No eres diferente a otros tipos a los
que les gustan las tetas grandes o las rubias. Así que, cállate.
Su pecho se levantó con un fuerte suspiro que me recorrió el rostro.
—Tal vez es solo una fase —murmuró, la esperanza tiñendo su tono.
—¿Alguna vez te emocionas sin eso? —pregunté, no que refutara su
idea de que se trataba de una fase, sino porque tenía una verdadera
curiosidad. Era la primera persona que conocía con la que sentí que podía
hablar de mis deseos similares, que hasta entonces me parecía mal.
—No realmente —admitió a regañadientes—. Nunca he actuado en
consecuencia, pero normalmente pienso en ello para excitarme. ¿Qué hay
de ti?
—Bueno, nunca he estado con nadie, pero... —Dudé, me sentía
incómoda admitiendo que me masturbaba, pero quería ser honesta—. Pero
cuando estoy sola, me cuesta un poco. Pero soy igual. Pienso en que me den
órdenes, en dejar que alguien me controle, y eso ayuda. —A pesar de mi
esfuerzo por ayudar a calmarlo, mi corazón se me acelero. Puse mi rostro
más tierno mientras me sinceraba sobre mis secretos más oscuros, a pesar
de que todavía tenía miedo de ser juzgada. Tenía miedo de equivocarme y
decir algo que fuera demasiado. Pero mirando a Kevin y viendo sus ojos
suaves que me acogían mientras confesaba mis pensamientos más íntimos,
sabía que no había nada que pudiera decir para alejarlo.
Nos quedamos abrazados en silencio, cada uno perdido en nuestros
pensamientos por un tiempo más. No volvimos a tener relaciones sexuales,
ambos quedamos agotados por la liberación física y mental para siquiera
intentarlo. Era una sensación extraña. Para mí, era casi como si estuviera
en estado de shock mientras estaba allí, tratando de procesar lo que sucedió
entre nosotros.
Eventualmente, a medida que pasaban los números del reloj, nos
levantamos y nos vestimos antes de que sus padres regresaran a casa. Kevin
me pidió que me quedara, pero pensé que ambos necesitábamos tiempo a
solas para pensar. Yo sabía que sí. Me acompañó hasta la puerta principal
y me dio un beso en la mejilla.
—Ana. —Respiró profundamente—. ¿Estamos bien?
Su pregunta hizo que se me oprimiera el pecho.
—¿Qué quieres decir? —No consideré que no estaríamos bien. Todo
se sentía tan maravilloso y fácil, pero supongo que atravesar su puerta
dejaría eso atrás y tendríamos que averiguar dónde nos dejaba al otro lado.
—Yo solo... Yo... Solo quería asegurarme de que estamos bien. Que tú
estás bien.
La tensión aumentó. Quería detener la posible caída de lo que
acabamos de hacer y aliviar la presión en mi pecho. Así que forcé una
sonrisa y le dije lo que quería que fuera verdad, lo fuera o no.
—Por supuesto que estamos bien. Estoy más que bien.
—Bien. —Sus tensos hombros se relajaron y sonrió—. Bien. Llámame
esta noche, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Ver su alivio estimuló el mío y pude respirar
profundamente. Mi sonrisa se hizo más fácil, se sintió más natural cuando
salí por la puerta.
Mirando hacia atrás mientras cruzaba el césped, se paró en la puerta
y me saludó de la misma manera que lo hacía siempre.
Las cosas iban a ir bien.

Pero no estaban bien.


De alguna manera Kevin y yo nos mantuvimos alejados todo el fin de
semana y solo intercambiamos mensajes sencillos llenos de razones para
mantenernos separados. Lo vi por primera vez cuando pasé junto a él en el
pasillo de la escuela. El timbre a punto de sonar y todo lo que dejamos salir
fue un “hola” mientras caminábamos en direcciones opuestas. Pero en el
fugaz momento en que nuestros ojos se encontraron, vi las mismas
preguntas y confusión que yacía en los míos.
¿Estuvimos realmente ocupados este fin de semana?
¿Nos evitábamos?
¿Las cosas iban a ser raras?
¿Deberíamos actuar de forma diferente?
¿Metimos la pata?
¿Fue todo un error?
¿No estábamos bien como dije que estaríamos?
Cada pensamiento era más aterrador que el anterior y el hecho de que
probablemente no estuviera sola en ellos no me hacía sentir mejor.
Apenas escuché algo en mis clases matutinas, escuchando las
preguntas que rodaban mi cabeza, elevando mi ansiedad cada minuto que
pasaba sin hablar con Kevin. ¿Por qué no habíamos hablado más del tema?
¿Realmente nos alejamos el uno del otro con un beso y nada más?
En retrospectiva demostró veinte y veinte y todo eso.
Cuando nos sentamos a almorzar, fue incómodo, pero bien disimulado
bajo las conversaciones emocionadas de todos sobre lo que hicieron durante
el verano. Chloe contó que estuvo de vacaciones en Jamaica con su familia,
mientras que Gwen compartió historias sobre su semana en Londres. Sean
aprovechó la oportunidad para saludarme, y decidí que, para mi último año,
quería olvidarlo y le devolví el saludo.
Apenas recordaba el dolor que sentí por lo que Sean me hizo. Me
pareció insignificante cuando mi mejor amigo se sentó a mi lado como un
extraño con el que no sabía cómo hablar.
Recibimos algunas miradas del grupo, pero por supuesto Sean, siendo
el tipo ruidoso y sin restricciones que era, fue el primero en mencionarlo.
—¿Qué pasa con ustedes dos? ¿Follaron durante el verano y ahora ya
no son amigos? —se rio de su propia broma incluso antes de que terminar.
Me atraganté con mi Gatorade y empecé a reírme con él. Por supuesto,
el mío fue más por histeria que por diversión, pero enmascaraba mi pánico.
—Lo sé, lo sé. Acostarse con Harding es muy gracioso. ¿Estoy en lo
cierto, Gwen?
Gwen puso los ojos en blanco.
—Eres un idiota, Sean. —Pero también se reía. Me asustó lo incesante
que se sentía la mesa. A medida que mi risa maníaca se calmaba, me di
cuenta de lo rígido que estaba Kevin a mi lado. No decía nada ni se movía,
sentado allí como la persona más culpable que hubiese visto. No era que no
quisiera que la gente supiera que Kevin y yo tuvimos sexo. Era que ni
siquiera teníamos la oportunidad de hablar de ello y no quería que fuera
diseccionado y bromeado por las masas.
Además, no quería que nadie supiera de mi vida sexual.
Golpeé mi rodilla contra la de Kevin para que reaccionara. Su cabeza
se movió hacia mí, y me miró fijamente con los ojos muy abiertos. Le golpeé
la rodilla de nuevo y levanté mis cejas tratando de transmitirle algo.
Se aclaró la garganta y sonrió a Sean.
—Solo estás celoso por haber perdido la oportunidad, Hearst.
—Ooh —y— arde —murmuraron ante la repuesta de Kevin. Sean se
rio y siguió el juego. —Muy bien, Harding. Finalmente me convenciste de
que te dé una oportunidad. Pero puedo ser la cuchara grande.
—Dios, puedo mirar —rogó Chloe, sus ojos pegados a los chicos—.
Todo ese calor de hombre a hombre. Sí, por favor.
—Yo le daría una oportunidad a Kevin —dijo Jane, saltando—. Estoy
segura de que no hay nada gracioso en lo que él hace.
Aparentemente, se volvió mucho más atrevida durante el verano. O
desesperada.
—Todo es negocios serios por aquí. —Estuvo de acuerdo Kevin.
Mi pecho se tensó ante su coqueta respuesta. ¿Tenía derecho a estar
celosa? Mierda. No lo sabía. Y no me importaba. Ver a Jane babeando sobre
él y se ofrecía prácticamente en bandeja de plata empezaba a arder en mi
pecho. El solo hecho de verla lamerse los labios ante él y continuar con las
bromas hacía que el calor subiera por mi cuello.
¿Y luego ver a Kevin responder al coqueteo, estando yo a su lado?
Tuvimos sexo hace tres días. ¿Qué demonios pasaba?
Mi mente estaba en espiral descendente, junto con mi autoestima.
Tuve que respirar profundamente de forma sutil para controlarme. Cuando
sentí que el calor disminuía, miré a mi alrededor para ver que todos pasaron
páginas. Miré a Kevin por el rabillo del ojo y hablaba de fútbol con Isaac,
nada enfocado en Jane.
Me sentía como una tonta. Conocía a Kevin, y sabía que nunca
coquetearía con una chica a mi lado después de lo ocurrido. Diablos, nunca
coqueteó con chicas cerca de mí, punto.
También sabía que tenía que sacar tiempo para hablar con él.
Teníamos que averiguar qué demonios sucedía.
Traté de no perderlo de vista mientras caminaba hacia el
estacionamiento, pero cuando llegué allí, su auto ya no estaba. Tampoco
estaba en su entrada cuando llegué a casa.
Tratando de ignorar a dónde podría haber ido y todos los
pensamientos de que tal vez realmente me evitaba, entré en mi casa. Mi
mamá estaba en la cocina con unas diez muestras de pintura, todas
ligeramente diferente diferentes entre sí.
—Hola, cariño. ¿cómo estuvo tu primer día de escuela?
—Estuvo bien. Lo mismo de siempre.
—Bien, bien. Estoy pensando en pintar la cocina, pero no puedo
decidirme por un color. ¿Qué te parece?
Realmente no me importaba. Solo quería ir a mi dormitorio y esperar
a que Kevin llegara a casa, pero pensé que era una buena distracción.
Haciendo a un lado los colores más oscuros, dejé un bronceado claro y un
verde suave.
—Me gustan estos dos.
—Oh, no me hagas esto. Sabes que odio tomar decisiones. Solo escoge
uno.
Apenas pude contener mi suspiro. Yo también odiaba tomar
decisiones, pero de alguna manera, era la que siempre lo hacía. Mi mamá
era una perfecta ama de casa, siempre y cuando le dijeras cómo hacerlo.
Hacía cenas y decoraba habitaciones, pero tú tenías que sugerir el menú
que querías y el estilo de habitación que creías que funcionaría mejor. Mi
papá le elegía la ropa cuando salían en una cita. Era arcaico, pero le
encantaba. Dijo que siempre supo que vestía lo que él encontraba atractivo
y que eso la hacía estar segura de que él siempre la quería.
Aparentemente, no era lo que él quería desde que decidió el divorcio.
Desde entonces, me convertí en quién tomaba las decisiones. Era agotador.
Quería a mi madre. Era grandiosa, cariñosa, severa y en general, justo lo
que necesitaba. Pero odiaba tomar decisiones. Solo quería relajarme y que
alguien tomara decisiones por mí porque me conocían tan bien que podían
hacerlo.
¿Cómo cuando Kevin me dio placer y exactamente lo que necesitaba sin
pedirlo?
Un escalofrío bajó por mi columna vertebral ante el recuerdo.
Sacudiéndolo, volví a mirar las muestras de pintura.
—El verde se verá bien.
—¡Buena elección! Sabía que me ayudarías. —Recogió las otras
muestras de pintura y las arrojó en su bolso. Seguía de espalada a mí
cuando lanzó su bomba.
—Tu padre llamó. Dijo que quiere que te inscribas en Vanderbilt.
—¿Qué? —Fruncí el rostro confundida—. ¿Por qué?
Continuó evitando el contacto visual, ocupándose de algo en su bolso.
—Porque quiere estar más cerca de ti y verte. Si vas a la universidad
allí, le dará esa oportunidad. Y Vandy es una gran universidad.
—¿Como si hubiera querido verme en Navidad el año pasado y
estuviera por ahí cuando yo estaba presente?
No había forma de que se le escapara la amargura de mi tono. No
quería dejar Cincinnati. Especialmente para volver a Nashville. Quería
quedarme cerca de casa. Por ella. Y por Kevin.
—Cariño, él se esfuerza al máximo —dijo, tratando de defenderlo.
—Bueno, su mejor esfuerzo apesta. —Sabía que sonaba como una
niña petulante, pero enojaba que pasara por ella para acorralarme.
Mamá se volvió hacia mí con una sonrisa triste y coloco el cabello
detrás de la oreja.
—Solo tienes que hacer la solicitud. No tienes que hacer ninguna
promesa. Por favor.
Para que no hubiera duda de lo molesta que estaba, emití un suspiro
más dramático.
—Bien —murmuré.
Se marchó y me dejó con la frustración de que mi padre quisiera
entrar y salir de mi vida cuando le diera en ganas. Él nos dejó. Nunca llamó.
No pasó el tiempo conmigo cuando estuve allí. Solo pensar en los cuatro
años de eso pesaba en mi pecho. Dejar a Kevin y estar a solas con mi padre,
al que no le importe una mierda en los últimos años. No, gracias.
Cuanto más lo pensaba, más me enojaba. Me arremolinaba en un
pozo de ira, pensando en todas las veces que no aprovechó la oportunidad
de verme. Y las únicas veces que me vio fue cuando me doblegué para
cumplir su horario. La quemadura detrás de mis ojos coincidía con el dolor
en mi pecho, y parpadeé para contener las lágrimas.
El portazo de la puerta de un auto me sacó de mi pozo de
desesperación y corrí hacia la ventana para ver a Kevin caminando hacia su
casa. Impulsada por la adrenalina de mi ira, salí corriendo por la puerta
principal. Cualquier incomodidad de los últimos días se borró cuando corrí
hacia mi amigo. Se giró para verme justo a tiempo mientras me abalancé
contra su pecho, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura.
Cuando sus brazos me devolvieron el abrazo, me rompí. Me rompí
porque todo el día pensé que perdí este tipo de consuelo. Me rompí por el
estrés de la petición de mi padre. Me rompí porque estaba de vuelta en el
refugio de los brazos de Kevin.
—Oye, oye. —Sostuvo mis temblorosos hombros con fuerza, haciendo
todo lo posible para mantenerme unida—. Ana, háblame. ¿Qué ha pasado?
—Solo te necesito —murmuré en su pecho.
Kevin no dudó.
—Está bien. Estoy aquí. Vamos arriba. —Me tomó de la mano
mientras íbamos a la sala extra y nos sentamos en el sofá—. Háblame —
dijo, empujándome el cabello hacia atrás y limpiándome las mejillas
mojadas.
Lo miré fijamente, respirando hondo.
—Mi papá quiere que vaya a la universidad en Vanderbilt. O al menos
aplicar. —Su mandíbula se tensó, porque entendía lo mucho que me iba a
molestar esa petición—. No quiero ir, Kevin.
Se quedó callado mientras procesaba y formulaba una respuesta.
Finalmente, regresó con la respuesta más simple y perfecta. Una que pase
por alto en mi ira. Demasiado simple para pensar en ello bajo presión.
—Entonces no vayas. Aplica para hacerlo feliz, pero no vayas. No le
debes nada.
—Lo sé. Odio que me lo haya pedido.
—¿Eso es todo? Te desmoronaste aquí, y se necesita mucho para que
lo hagas. ¿Qué está pasando?
Esa era mi oportunidad de hablar de lo que pasó y ahora que tenía la
oportunidad, me quedé inmóvil. ¿Qué le dice uno a su amigo con el que
tuviste sexo y compartiste tus deseos oscuros y no sabía adónde iría desde
allí?
Traté de mantenerlo simple.
—¿Estamos bien? —susurré sin mirarlo.
Se puso rígido.
—¿Qué quieres decir?
—Hoy se sintió mal. —Después de eso, la presa se rompió y las
palabras salieron a borbotones—. No hablamos en todo el fin de semana y
luego en la escuela fue raro, y estuve celosa de la forma en que Jane
coqueteaba contigo, luego pensé que me estabas evitando y entonces
empecé a tener pánico de que te había perdido como mi amigo...
—Wao, wao, wao. Ana, más despacio. —Sus manos subían y bajaban
por mis brazos, tranquilizándome—. Nunca me perderás como amigo. Siento
que las cosas estuvieran raras hoy. Es como que me apagué. Sé que no
hemos hablado de ello, pero me asusté, y empecé a temer que me dijeras
que estaba loco, y dudé en llamarte porque no quería oírlo. No quería que
me dijeras que ya no somos amigos. Que después de tener tiempo para
pensarlo, me dijeras que te asusté.
Ambos nos reímos de nuestras confesiones similares.
—Al menos ambos sabemos que no queremos perder la amistad del
otro —dije.
—Sí. Supongo que el sexo realmente complica las cosas.
—Sí —contesté torpemente. Nos sentamos allí, dejando que eso se
asimilara. Me agarro ambas manos y vi cómo sus pulgares se movían por el
dorso de mis nudillos. Pensando todo el día, llegué a una conclusión que me
asustaba decir en voz alta.
—Kevin…
—Ana…
Nos reímos de nuevo y lo animé a que hablara primero.
Sus palmas apretaron las mías.
—Tal vez hagamos de nuestra amistad lo más importante. Y ponemos
todo lo demás a un lado. —Sus palabras fueron lentas y titubeantes.
Y era exactamente lo que yo iba a decir.
Aun así, no disminuyó la reacción visceral de aferrarse a lo que
encontramos en el otro. Incluso cuando sabía que era lo mejor para nuestra
amistad, odiaba la idea de no volver a tenerlo nunca más. Incluso cuando
no quería repetir la duda de hoy, me dolió.
Pero lo dejé a un lado y asentí, estando de acuerdo con él.
—Me encantó todo lo del viernes. Todo. Especialmente porque fue
contigo —dijo.
—A mí también.
—Pero tal vez no lo hagamos de nuevo porque tengo mucho miedo de
que esto arruine nuestra amistad. —Tragó—. Y, Ana… no puedo perderte.
—Yo tampoco puedo perderte. —Sentía que perdía una parte de algo
especial ahora, pero perder eso era mejor que posiblemente perderlo todo.
No sobreviviría.
Su fuerte exhalación alejó mi cabello de las mejillas.
—¿Estás molesta?
—No. —Le apreté las manos para tranquilizarlo, para tranquilizarlo a
él, para tranquilizarme a mí misma—. No. Estoy de acuerdo al cien por
ciento. Pero... —agregué, deseando mantener abierta nuestra nueva
conexión y tener un lugar seguro para hablar entre nosotros sobre nuestro
secreto—. Vamos a estar el uno para el otro. No quiero sentirme sola, y no
quiero que tú te sientas solo en.… por lo que hicimos. Así que, si
necesitamos hablar de algo, podemos hablar entre nosotros. No tenemos
que fingir que nunca pasó nada.
Sus ojos recorrieron la habitación, evitando la mía. Me asalto la duda
de que tal vez él luchó con esta decisión tanto como yo. Seguí la forma en
que su manzana de Adán se balanceaba en un pesado trago antes de que
finalmente me mirara.
—Trato hecho.
A pesar de mis dudas y reservas, mis mejillas se estiraron en la
primera sonrisa que tuve desde el viernes y se sintió perfecta. Tan pronto
como se solucionó, sin perder el ritmo, volvimos a ser los de siempre.
—¿Quieres jugar PlayStation? —preguntó.
—No lo sé. ¿Quieres que te pateen el trasero?
Kevin
—¿Ya empezaste a llenar las solicitudes para la universidad? —
preguntó Ana.
—Sí. Y es un dolor.
—¿Adónde? —Dejó el lápiz en el suelo e hice lo mismo antes de
recostarme en mi silla. Llevábamos una hora en la biblioteca estudiando
para un examen de matemáticas y estaba listo para un descanso.
—Universidad de Cincinnati, por supuesto. —Casi todo el mundo se
inscribió en la Universidad de Cincinnati—. Esa es mi primera opción. Es
mi casa y me gusta estar aquí. ¿Qué hay de ti?
—Lo mismo. Quiero estar cerca de mi madre, y no puedo imaginarla
sin mí. Lo que es tonto porque es una adulta, que lucha por tomar
decisiones, pero; aun así, una adulta. —Puso los ojos en blanco y suspiró—
Y luego, por supuesto, Vanderbilt, ya que estoy tratando de apaciguar a mis
padres.
—Sería genial ir juntos a la universidad. Los dos en la Universidad de
Cincinnati. —Solo la idea de permanecer cerca de Ana me hizo vibrar.
—¡Sí, por favor! Por favor, no me dejes sola en la universidad. —Apoyo
la cabeza sobre la mesa, su cabello rubio desparramado sobre nuestros
libros, sus palabras amortiguadas por la madera—. Nunca sobreviviría.
Me reí.
—¿Muy dramático?
Ana levantó la cabeza lo suficiente como para dejar que su cabello
cayera a un lado y levantó sus ojos azules hacia los míos.
—Disculpe, señor Popular. No todos tienen la habilidad de hacer
amigos como tú. Eres como una máquina de hacer amigos y todos quieren
estar cerca de tu asombrosa aura.
—Uno: eso es bastante descriptivo. Dos: haces amigos fácilmente.
Ana puso los ojos en blanco.
—Por ti. Te lanzaste y me presentaste a tus amigos. Estoy bastante
segura de que hubiera sido un pez tambaleante sin ti.
—Oh, cállate —discutí. Cometí el error de poner mi mano sobre la de
ella e inmediatamente un fuego me subió por los brazo hasta mi pecho. Hice
lo que pude para no tocar a Ana más de lo necesario después de tener sexo.
Porque, no importa cuánto lo intentaba, todavía fantaseaba con ella. Era
todo lo que imaginé y más. Aunque no me arrepiento de centrarme en
nuestra amistad, no significa que mi cuerpo no recordara los momentos más
asombrosos de mi vida. El momento más liberador que he tenido en mucho
tiempo.
Pero al mirar mi mano contra la suya, pequeña y pálida, me encendió
y me olvidé de mi hilo de pensamiento. Así que me retiré y cambié de tema.
—De cualquier manera, la universidad juntos será increíble y estoy
entusiasmado de no ir sin ti. Si puedo llegar a la Universidad de Cincinnati
—agregué.
—¿Qué quieres decir?
—Mis padres quieren que aplique a Stanford y Carolina del Norte
porque son las mejores con programas de fútbol.
—No suenes muy emocionado —dijo. Pero frunció su rostro como si
fuera tan infeliz como yo por la idea de estar separados.
—Yo no... —Dudé, no habiéndoselo dicho a nadie todavía—. No creo
que quiera jugar al fútbol en la universidad. Me ha definido mucho en la
escuela secundaria, y quiero respirar y explorarme. Quería ingresar indeciso
a la universidad y descubrirlo sobre la marcha. —Me pasé un mano
frustrado por el cabello y miré la veta de la madera antes de continuar—:
Entiendo que mis padres han sacrificado mucho tiempo y dinero. Pero no
me siento emocionado por ello. Me emociona hacer algo diferente y
desconocido.
Los ojos de Ana eran suaves y comprensivos cuando finalmente
levanté la mirada.
—Kev, estoy segura de que sería difícil alejarse de algo tan familiar. Y
sé que sería difícil para tus padres aceptarlo. Pero es tu vida, no la de ellos.
Y tienes que hacer lo que necesites. Es tu futuro sobre el que estás tomando
decisiones. Si no ves el fútbol en él, tal vez no debería estar ahí. —No sabía
por qué tardé tanto en decírselo a Ana. Había estado sentado con la idea de
no jugar al fútbol desde el verano y no sabía cómo lidiar con ello. Por
supuesto, Ana calmó la incertidumbre dentro de mí. Siempre lo hacía—.
Mientras me veas en tu futuro, no tendremos que cambiar ningún plan.
Porque te perseguiré, Harding.
Su mirada me hizo reír.
—Hagamos un pacto. —Extendí mi mano para que me diera su mano.
Deslizó sus delgados dedos alrededor de mi palma y la sujeté fuerte—.
Enviemos las solicitudes donde nuestros padres quieran que las solicitemos,
pero iremos juntos a la Universidad de Cincinnati. Nos aseguraremos de
vivir en los dormitorios en el primer año y luego conseguiremos un
apartamento juntos en el segundo año. —Su sonrisa iluminó su rostro y mi
corazón latía a un millón de kilómetros por minuto ante la emoción que se
desataba entre nosotros—. Hagamos esta aventura juntos.
—Demonios, sí. —Estuvo de acuerdo, sacudiendo con fuerza mi
mano. Incluso después de la sacudida, aguantamos un poco más. No
hablamos de por qué ninguno de los dos se soltó, pero no importaba. Si no
hablábamos de ello, no existía. ¿Verdad?
Pero nuestras manos se separaron cuando Gwen y Jane se acercaron
a nuestra mesa.
—Esto parece íntimo —bromeó Gwen.
Me senté y le di mi habitual sonrisa relajada.
—No, solo estaba pateando el trasero de Ana en la lucha de pulgares.
Aunque todos sabíamos que era mentira, Ana no pudo resistir el
desafío.
—Lo que sea, te patearía el trasero.
Gwen se rio y se puso cómoda en nuestra mesa. Jane se acercó para
instalarse a mi lado. Cada año que pasaba desde que compartió su interés
por mí, se ponía un poco más atrevida. Tal vez sintió que se le acababa la
presión del último año. Aunque no estaba seguro de por qué Jane lo hacía,
normalmente hacía lo mejor posible para ignorarla.
Pero ese día, le seguí el juego porque me gustó la forma en que Ana
frunció el ceño cuando vio a Jane tocándome el hombro y se reía de una
tontería que le dije.
Pero, como dije, no hablamos de la razón por la que Ana estaría celosa,
porque no existía.
¿Verdad?
No.
Ana
—¿Crees que alguna vez encontrarás a alguien que quiera las mismas
cosas que nosotros? —preguntó Kevin desde la tumbona contigua a la mía.
Era el último día de clases antes de las vacaciones de Navidad, pero el cielo
se encontraba despejado y estábamos decididos a situarnos al fondo y
disfrutar de las estrellas. Tomamos mantas y nos sentamos durante diez
minutos antes de comenzar a temblar e idear el plan de acercarnos y
compartir cobijo. Los recuerdos de la última vez que nos juntamos bajo las
mantas, me calentaron más rápido que la tela.
Su pregunta me sorprendió. Acordamos que podíamos hablar
libremente entre nosotros sobre nuestros mutuos deseos para no tener que
sentirnos solos, pero nunca lo mencionó antes. Ambos asumimos el plan y
evitábamos discutir cualquier cosa sexual, a pesar de la intensidad que nos
rodeaba. Para sacar el tema, debió cuestionarse durante algún tiempo si
encontraríamos a alguien. Sabía que tenía que estar nervioso para
preguntarme.
—Bueno, te encontré —me burlé.
Mi broma cayó como una pesa de plomo y Kevin se puso rígido a mi
lado. Mierda.
—Bromeo, Kev. —Pero, ¿lo estaba? Por mucho que ignoráramos lo
sucedido y que no habláramos de ello, pensaba en esa noche todo el tiempo.
Era imposible no mirarlo y recordar cada momento de ese día. Su cuerpo,
sus palabras, la forma en que me hizo sentir.
Amigo, gritó mi mente. Éramos amigos. Eso era todo lo que necesitaba.
—Aunque desconozco si encontraremos a alguien sin una búsqueda
activa. ¿Y tú?
Observé su rostro brillar bajo la luz de la luna y sus dientes hundirse
en su labio inferior antes de que respondiera.
—No sé si quiero.
Las palabras aterrizaron como un fuerte golpe en mi pecho. No pude
evitar tomármelo como algo personal. El dolor no tenía sentido porque
decidimos no ser esa persona para el otro. Pero se sintió como una admisión
de que no me querría, aunque lo intentáramos. Y eso dolía.
—Se siente como una carga. Me preocuparía constantemente que
alguien se enterara y entonces sería el hijo del senador que causó un
escándalo sexual. Al igual que el tipo de la escuela que hizo un video intimo
que se descubrió después. No podría hacerle eso a mi padre. Se siente como
una enfermedad que tendría que informarle a la chica con la que deseara
acostarme.
Empleó una profunda y falsa voz, diciendo:
—No, no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual, pero me
gustaría azotarte y llamarte puta. Quizás amordazarte un poco. Solo para
que lo sepas.
Odiaba oírlo ser tan negativo.
—Kevin, nadie se enteraría. No es como si quisieras documentarlo. Y
si encuentras a alguien como nosotros, no tendrás que explicar nada.
—Pero, ¿cuántas se irán asqueadas antes de que eso suceda? —Gruñó
con frustración.
Moví la mano, uniendo mi meñique con el suyo y repitiendo lo que le
dije antes:
—No hay nada malo contigo, Kev. —Gimió con desgana, pero dejó su
meñique ligado al mío—. ¿Has...? —Tartamudeé, no sabía si quería la
respuesta a la pregunta. Pero seguí adelante porque no se trataba de mí.
Estaba ahí para mi amigo—. ¿Lo has intentado con alguien más?
—No desde ti. —Su admisión liberó una banda que había estado
apretando mi pecho—. Pero antes… no realmente. No con intención. Me
encuentro demasiado asustado. Siento que detrás de la fantasía está el
miedo de ver su rostro cuando se entere, y se me escape una palabra sucia,
que empuje muy duro o agarre demasiado fuerte.
No pretendía que sus palabras me afectaran, pero lo hicieron. Solo
escucharlo describir lo que deseaba me calentó por dentro. Sin saber qué
decir, tan consumida por mi acelerado corazón, dejé que el silencio se
extendiera y se llenara con mi pesada respiración, incapaz de controlarla.
Cuando Kevin giró la cabeza para mirarme, estábamos tan cerca que
imaginé que podría escuchar el salvaje latido de mi corazón. Mirando sus
labios, le susurré una verdad que ya debería haber sabido.
—Bueno, entonces, están locas. Si te aman, entenderán lo dulce que
eres y que nunca las dañarías. Confiarían en ti.
Me pregunté si recordaba cómo me arrodillé ante él, mirándole y
admitiendo cuánto confiaba en su persona. ¿Era eso con lo que comparaba
a otras mujeres? ¿O ya ni siquiera se le pasaba por la cabeza?
Tragué con fuerza y me humedecí los labios. Sus ojos siguieron el
movimiento de mi lengua, y sentí su meñique apretarse alrededor del mío
antes de acercarse un poco más. Mi respiración era tan profunda que estaba
segura de que la sentía rozando sus labios carnosos. Quería que se acercara
y me besara de nuevo. Recordar cómo se siente que tomen el control sobre
ti. Quería que lo tomara.
Mis párpados se cerraron al acercarme, y la luz del patio trasero se
encendió. Apartamos la cabeza y miramos hacia la puerta. Me preguntaba
si él luchaba tanto como yo para mantener un semblante inocente, en lugar
de uno lleno de deseo.
Un segundo después, su madre salió.
—¿Qué hacen aquí? Hace mucho frío —anunció incrédula.
¿En serio? Porque yo me consumía en llamas.
—No te preocupes, mamá —gritó Kevin en un tono relajado—. Nos
cubrimos con mantas. Soy así de listo.
—Un chico inteligente estaría dentro. —Retrocedió. Amaba a sus
padres. Eran tranquilos y siempre bromeaban—. ¿Qué tal si entran y
preparo un poco de chocolate caliente?
—Demonios, sí —grité antes de que Kevin pudiera responder—. Si él
no quiere entrar, también me beberé el suyo.
—Qué manera de abandonarme en el frío —se quejó entre risas.
Su mamá se volvió hacia la puerta, sacudiendo la cabeza por nuestras
discusiones. Antes de entrar, preguntó por encima del hombro:
—Kevin, ¿cuándo serás realmente listo y conquistarás a Anabelle?
Ella bromeaba, pero contenía algo de verdad. Formé parte de su
familia en los últimos años y su madre y yo nos llevábamos muy bien. Nunca
le importó que nosotros fuéramos más que amigos después de la primera
noche en su casa. Subió para encontrarnos hablando basura el uno del otro
y dijo que no había oído palabras tan crueles ni siquiera con sus amigos
varones, y me convertí en uno de los chicos ante sus ojos.
Que equivocada estaba, en su mayor parte.
—Le pregunto por la mañana, tarde y noche, mamá. Sigue rechazando
a tu bebé. —Kevin se agarró el pecho desconsoladamente.
Su madre resopló.
—Sí, claro. Tal vez porque es una chica inteligente.
Reímos y empezamos a recoger las mantas para entrar.
El momento se rompió, pero con cada roce de nuestras manos
mientras doblábamos las frazadas, se sumaba a la tensión anterior.
Sentíamos como si estuviéramos tirando de una banda elástica entre
nosotros, intentando mantener distancia en el espacio apropiado. Pero no
podía evitar pensar que cuanto más tensáramos, más posibilidades había
de que volviéramos a estar juntos.
Kevin
—Uh, ¿Kevin? ¿Qué película es esta? —preguntó Ana con
incredulidad.
—No sé. Buscaba y vi a Diane Lane. Es caliente —respondí, mirándola
mientras movía mis cejas de arriba a abajo. Me recompensó con una
almohada en el rostro.
—Especialmente cuando está en medio de una escena de sexo —dijo
sin expresión.
No tenía la intención de elegir esa película, pero en aquel momento
me debatía entre el arrepentimiento y el hecho de sentarme a ver cómo se
follaban a la actriz, con una incómoda Ana a mi lado.
—Seguro que no molesta.
Llevábamos en casa toda la mañana con planes para ver películas el
resto del día, ya que Ana no tenía que trabajar en la biblioteca y nuestros
padres laboraban. Era prácticamente la rutina normal desde que empezaron
las vacaciones navideñas. Ella se negó a ir a casa de su padre este año, y no
podía decir que me entristecía eso. Especialmente cuando comenzó a
retorcerse en su lugar cuando el personaje de Diane Lane luchaba contra
su amante, solo para que él tomara el control y se lo entregara. Al verlo
abrirse camino por su cuerpo a base de mordiscos, calculaba una manera
de llevar una almohada a mi regazo sin llamar la atención sobre mi creciente
polla.
Para la segunda escena sexual donde la pareja folla bruscamente en
un baño, me las arreglé para cubrirme con éxito. Gracias a Dios, porque
escuchar los gemidos provenientes de la televisión me recordaba los gemidos
de Ana.
Hice todo lo posible para no pensar en lo que pasó entre nosotros y
centrarme en nuestra amistad, pero ella era la única chica con la que
experimenté mi verdadero ser. Solo odiaba admitir que me masturbaba con
su recuerdo. Era un millón de veces mejor que cualquier fantasía que
pudiera haber ideado con una mujer sin rostro.
La tercera escena de sexo se asemejó demasiado a la segunda y yo
llegaba a mi punto de quiebre. La fuerte respiración de Ana era difícil de
ignorar. Me provocaba, mezclándose con los gruñidos que salían de los
altavoces.
—Di que quieres que te folle —dijo el hombre mientras arrancaba los
pantalones de la mujer—. Dilo.
Ella se resistió a medias, pero cedió. Mirando a Ana, la atrapé
lamiendo sus labios y rodando las caderas. Tomó todo lo que tenía para
luchar contra el retumbante gemido que intentaba escapar de mi pecho, solo
imaginar lo que experimentaba y cómo yo también quería sentirlo.
Su pecho agitado atrajo mis ojos, y al verla jadear mientras asimilaba
la escena, había malditamente terminado.
Terminé de pretender que no estaba tan duro como una roca bajo la
almohada.
Terminé de fingir que ella no estaba encendida por lo mismo que yo.
Terminé de simular que no deseábamos hacerlo de nuevo.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho cuando decidí correr un gran
riesgo. Si fallaba, podría echarle la culpa a toda la sangre acumulada en mi
polla. Pero si funcionaba, entonces eso era todo lo que importaba.
Tragándome los nervios, me acerqué más y me incliné hacia Ana. Todo
su cuerpo se tensó por mi proximidad y pareció dejar de respirar. Usando
mi mano derecha, le quité el cabello del cuello, disfrutando del escalofrío
que sacudió su cuerpo y le susurré al oído:
—Lucha conmigo.
Giró la cabeza tan rápido para mirarme que su cabello azotó contra
mi mejilla. Sus grandes ojos, llenos de deseo, se posaron en los míos y luego
cayeron a mis labios.
—¿Qu… qué?
Esperé a que me mirara de nuevo los ojos para ayudar a transmitir lo
que quería y repetí mi orden:
—Lucha. Conmigo.
Dejé que las palabras se hundieran, ahogándome en sus grandes ojos.
Un pequeño asentimiento fue lo que obtuve de ella. Era todo lo que
necesitaba. Presioné mis labios contra los suyos con fuerza, tomando lo que
negué que había deseado durante demasiado tiempo. Pasaron menos de diez
segundos antes de que se diera cuenta y comenzara a empujar. Sus puños
se estrellaron contra mi pecho tratando de apartarme, pero fácilmente los
capturé y, enviándola de nuevo al sofá, los inmovilicé. Igual que en la
película, luchó contra mí a pesar de que me deseaba. Igual que en la
película, la dominé y tomé lo que quería.
Abriéndome paso entre sus muslos, le extendí las piernas y me apreté
contra su centro, gimiendo mi deseo en sus labios entreabiertos. Sus
piernas se agitaban a mis costados intentando tener agarre para resistirse
a mí, pero fue inútil. Era más grande, más fuerte y el poder rugía a través
de mi cuerpo, incendiándome. Tomando sus pequeñas muñecas con una
mano, usé la otra para quitarle los leggings. Cuando llegué a sus bragas, no
perdí tiempo y se las arranqué del cuerpo. Su gemido alcanzó mi pecho y
oprimió mis pulmones, haciendo que fuera difícil respirar.
Quitarme los pantalones se volvió casi imposible cuando cada
movimiento de mi mano la hacía chocar con el calor húmedo que fluía de
entre sus piernas. Se estremecía cada vez que rozaba su coño y en un
momento despendió mi boca de la suya. Cuando volví a aproximarme,
mordió mis labios y lengua. Cada punzante mordisco me empujaba más y
más cerca del borde.
En cuanto logré deslizar mis pantalones por debajo de mis caderas y
liberar mi polla, mordí con fuerza sus labios y me incliné para darle un duro
mordisco en el pezón que se apreciaba a través de su camiseta y del fino
brasier.
—Oh —jadeó. Alcé la vista para verificar cómo se encontraba, pero me
detuve cuando levantó las caderas y conectó su núcleo a mi miembro
desnudo, usando sus resbaladizos jugos para deslizarse por mi polla. Las
estrellas brillaron ante mis ojos y tuve que recuperar el control de la
situación. Necesitaba enseñarle una lección. Iba a follarla hasta convertirla
en un caos sollozante.
Soltando sus muñecas, me senté en cuclillas y agarré sus caderas,
girándola sin ceremonias. Cuando su redondo culo se presentó ante mí, llevé
mis manos sobre cada mejilla y apreté. Mis oscuras manos contra su piel
pálida e intacta me proporcionaron una idea. Retiré una mano y la dejé caer
con un fuerte golpe. Nunca había azotado a nadie, pero seguro que quería
hacerlo. No cuestioné cada movimiento tal como lo hice la primera vez que
me solté con Ana. Me entregué al monstruo dentro de mí y no dudé.
Su grito debido al shock fue como una canción erótica para mis oídos.
Otorgándole un momento para que me dijera no, retiré mi mano de nuevo y
solo contemplé la huella perfectamente roja que cubría su deliciosa nalga.
Mierda. Aterricé otro golpe y me encontré con otro grito. Repetí el proceso
con la otra nalga hasta que cada una brilló de un rojo intenso y ella gimió
desesperadamente en el cojín del sofá, girando sus caderas hacia atrás para
recibir más.
—Voy a follarte ahora. ¿Quieres eso? —pregunté mientras extraía un
condón de mi billetera. Su amortiguada respuesta no fue suficiente y
pregunté de nuevo—. ¿Quieres que te folle, Ana?
Giró su rostro y me miró de reojo.
—Puedes intentarlo —murmuró y se echó hacia atrás, haciendo un
último esfuerzo de lucha.
Me reí. Reí porque esa era mi Ana, siempre desafiándome y jamás
cediendo. Reí de lo fácil que era empujar su pecho a los cojines y envolver
su cintura con un brazo, levantando su dulce coño hasta el lugar perfecto
donde podía empujar mi polla dentro de ella a la primera.
Su culo se movió, tratando de liberarse cuando retrocedí, casi
consiguiéndolo, pero la sujeté con fuerza por la cadera y me metí de nuevo
en su interior. Repetí el proceso despacio y luego con rapidez, pero siempre
duro y tan profundo como pude hacer que me aceptara. Su calor era similar
a volver a casa. Sus gritos, apenas audibles desde el lugar en el que su rostro
se enterraba en el sofá, eran como mi himno. Llenó mi alma y me hizo sentir
como un hombre. El agarre de su coño arrastrándose contra mi eje fue mi
ancla para recordarme quién era yo, incluso al margen del salvaje que solo
dejaba libre con ella.
La electricidad recorrió mi columna hasta alcanzar mis bolas, rogando
que se me soltara. Pero quería hacerla venir, y sabía que estaba cerca, sus
gritos se aproximaban.
—Vente, Ana. Sé que lo quieres —gruñí. Su cabeza se movió en señal
de rechazo, pero seguí insistiendo—. No me lo niegues. Puedo sentir tu
humedad goteando fuera de ti, cubriendo mis pelotas. Como una puta.
Me aventuré a correrme, aceleré el paso con rápidas y duras
embestidas. Podía sentir las vibraciones de sus gemidos a través de su
espalda. Seguí golpeando en su contra hasta que su culo se arqueó tanto
que pensé que me saldría. Agarró el brazo del sofá con tanta fuerza que sus
nudillos se pusieron blancos.
—Dámelo a mí, Ana. Es mi orgasmo y lo quiero—. Sus muslos
temblaban a mis costados, y clavé la mirada a la forma en que lucía mi polla
saliendo de ella, cubierta por su humedad—. Tan mojada —murmuré.
Inclinándome, cubrí su espalda con mi pecho y gruñí en su oído—: Solo una
puta se mojaría tanto al dejarse inmovilizar a voluntad y ser follada.
Los espasmos apretaron mi polla, casi sacándola. Queriendo escuchar
su orgasmo, aflojé mi agarre sobre su espalda para que pudiera levantar el
rostro cuando lo alcanzara. No me decepcionó, su clímax la destrozó
mientras gritaba su liberación. Era más de lo que podía manejar. Me deje ir
en un sinfín de descargas que salían de mi polla hacia el condón. Mi visión
se volvió borrosa y todos mis sentidos se centraron en la forma en que mi
miembro se sentía apretado por su estrecho coño.
Una vez que mis sentidos regresaron, colapsé y rodeé hacia un lado,
sujetando el preservativo mientras salía de ella. Su cuerpo se estremeció y
me incorporé, intentando ver su rostro, preocupado por haberla lastimado.
Tan pronto como el fuego salió de mi cuerpo, posterior al orgasmo, surgió la
duda sobre lo que hice.
—Ana. ¿Estás bien?
Sus hombros temblaron y comencé a sentir pánico. Mierda, mierda,
mierda. Estaba demasiado perdido en el momento, le hice daño y no lo sabía.
Mis ojos comenzaron a arder mientras tartamudeaba una disculpa:
—Carajo, Ana. Lo siento. Lo siento tanto, tanto., tanto.
—¿Por qué demonios lo sientes? —preguntó, volviendo su rostro
sonriente hacia mí.
—Espera, ¿estás sonriendo? —Parpadeé rápidamente tratando de
comprender lo que creía que estaba sucediendo y lo que realmente ocurría.
Ana reía.
—Después de eso, ¿por qué diablos no lo estaría?
—Mierda, pensé que llorabas —admití, desplomándome de alivio
contra el sofá y tirando de ella a mis brazos. Su piel húmeda pegada a la
mía y fue maravilloso. Mi brazo se deslizó entre sus tetas, aún cubiertos por
su camiseta y brasier, disfruté la sensación de su acelerado corazón. El
ritmo me calmó y la vergüenza que había comenzado a crecer se disolvió con
la misma rapidez. Con Ana, no debería existir vergüenza por lo que éramos,
solo aceptación.
A medida que la adrenalina disminuyó, pude sentir el aire fresco
contra mi piel. Alcancé detrás de nosotros una manta. Su suspiro pesado y
satisfecho fue tan bueno como sus gritos de pasión y dolor. Escucharlo fue
como una luz encendida. Nos estuvimos negando el placer que solo
podíamos encontrar en los brazos del otro. ¿Por qué nos resistíamos?
Podríamos hacerlo funcionar.
Inclinándome, deposité un rastro de besos suaves en su hombro y
decidí soltarlo todo, con la esperanza de que aceptara.
—No paremos. Seamos amigos y lo que sea esto. Eres mi mejor amiga
y no puedo imaginar compartir estas experiencias con nadie más. Demonios,
nunca podremos experimentar esto de nuevo.
—Kevin...
Intentó girarse en mis brazos, pero estaba demasiado asustado para
ver la negativa en sus ojos.
—De acuerdo —dijo finalmente. Dos palabras. Pero fueron las mejores
palabras que había escuchado.
—Nuestra amistad sigue siendo lo primero. No importa qué. Prometo
que eso nunca cambiará —dije, apresurándome asegurar.
—De acuerdo —repitió. Enseguida levantó mi mano y me besó la
palma antes de recostarse contra mí.
Debemos quedarnos dormidos un tiempo. Cuando me despertó un
fuerte estruendo proveniente de la televisión, me sobresalté buscando la
hora. Me preocupaba que mis padres estuvieran junto a nosotros,
preguntándose qué demonios pasaba.
Pero cuando vi que aún teníamos un par de horas, decidí aprovechar
nuestra nueva faceta.
—Ana. —Se arqueó, empujando el culo contra mi creciente polla—.
Ana —dije de nuevo, profundizando mi voz. Había algo en usar un tono
autoritario con ella que hacía que mi sangre bombeara un poco más fuerte.
A ella también pareció gustarle. Cuando se dio la vuelta para mirarme,
todavía sentí la necesidad de volver a consultarle, a fin de rendirme ante el
monstruo que pedía ser liberado.
Sus grandes ojos aún mostraban rastros de sueño y me miró con
confianza y aceptación. Apartando su cabello hacia atrás, le indiqué:
—Quiero que me chupes la polla de nuevo. No pude dejar de pensar
en ello desde la última vez que me envolviste con esos labios carnosos.
Sus ojos se oscurecieron y no dijo una palabra, simplemente asintió.
—Ponte de rodillas en el suelo, de espaldas al sofá. —Obedeció sin
vacilar—. Quítate la camiseta. Quiero ver tus pezones rosados cuando me
corra—. La mano le temblaba mientras pasaba la prenda por su cabeza. Una
vez que fue arrojada a un lado, permaneció sentada esperando mi siguiente
orden—. Mantén las manos sobre tus muslos. Quiero el control total de tu
boca.
—Sí —exhaló. Su vista se mantuvo pegada a mi polla cuando la envolví
con mi mano y comencé a acariciarla.
—¿Deseas esto? ¿Quieres chuparme y tragarte mi semen?
Observé su garganta moverse como si estuviera practicando para
tragar antes de decir:
—Sí.
Era todo lo que necesitaba. Cuando me acerqué, abrió la boca,
dándole la bienvenida a la cabeza de mi polla. Me burlé de ella, solo
introduciendo más allá de la cresta. Pero cuando empujé más y vi la forma
en que sus mejillas se ahuecaban al succionar, perdí el control. Enterré mi
mano en su cabello y empecé a empujar más y más fuerte. Un rayo se
disparó a través de mis bolas cuando golpeé su garganta, causando que se
atragantara. Una parte de mí me advirtió que tuviera cuidado y retrocediera,
pero cuando me acerqué de nuevo, ella avanzó un poco y volvió a tener
arcadas, desapareciendo cualquier advertencia mía.
Manteniendo mis ojos pegados a sus labios envolviéndome, follé su
rostro, presionando más allá de su garganta y muriendo cada que se resistía
a la intrusión. Una y otra vez, empujé hacia adentro, provocando su reflejo
nauseoso, hasta que no pude soportarlo más.
—Voy a correrme. Traga. Trágatelo todo.
Incluso cuando el semen comenzó a brotar de mi polla por su
garganta, seguí follando su rostro, disfrutando de la forma en que el fluido
se juntó en sus labios y goteaba su barbilla. Rugiendo ante la manera en
que la marqué. Apreté el culo mientras empujaba más, arrastrando hasta el
último vestigio de mi placer.
Sentí que mis rodillas cederían y retrocedí para soltar su cabello. Ana
usó una mano para limpiarse la barbilla y la otra para secar las lágrimas
que goteaban de sus ojos.
—Maldición, lo sien...
—Para de malditamente disculparte. —Su tono agudo me trajo de
vuelta a la Tierra desde mi orgasmo más rápido que cualquier otra cosa—.
Tengo dos manos y siempre sé que puedo hacer que te detengas. Nunca me
empujarías más de lo que quisiera que me empujaran. Te conozco Kevin. Sé
que nunca me harías daño. Si vamos a hacer que esto funcione, entonces
tienes que dejar de disculparte. De lo contrario, tendré que hacerlo yo por
ser una zorra sin cerebro.
—Anabelle —reprendí. No iba a tolerar que se llamara así. Era
completamente diferente a cuando le hablaba sucio—. Nunca...
—¿Ves? No es fácil oír a la otra persona pensar o decir cosas malas
sobre sí misma. Entonces, deja de disculparte por quién eres cuando me
gusta tanto.
Ana. Mi Ana. Nunca debí dudar de su fuerza o habilidad para decirme
que no. Y nunca más lo haría después de escucharla reprenderme, sentada
desnuda sobre sus rodillas con semen en la comisura de la boca.
—Caliente, maldita sea, eres la mujer perfecta —murmuré antes de
atacarla, besándola, probándome en sus labios.
—Lo sé —dijo, riendo.
—Cállate y recuéstate. Estoy a punto de follarte tan fuerte con mis
dedos, te preguntarás si toda mi mano está dentro de ti. Y cuando te des
cuenta de que no, rogarás que lo esté.
Sus ojos se agrandaron, pero también se llenaron de calor.
—¿Cuánto porno ves? —preguntó, acertando en cómo obtuve la
mayoría de mis ideas.
—Lo suficiente para hacerlo bien.
Ana
—Ana —dijo Gwen desde el otro lado de la mesa—. El viernes haremos
una noche de chicas y queríamos saber si deseas venir.
—Sí. Definitivamente —acepté sin dudar. Desde el verano, las cosas
se habían puesto difíciles entre el grupo de niñas con las que hice amistad.
Tenía a Kevin, pero también fue solitario sin su presencia. A veces había
cosas de las que una chica solo necesitaba hablar con otra, y por mucho
que pudiera hablar con Kevin de todo, no significaba que quisiera hacerlo.
El verano fue el más duro. Gwen seguía saliendo conmigo, pero
dudaba en estar cerca de Chloe y Jane, ya que no querían estar conmigo.
Tendía a no recibir invitaciones para salir en grupo.
—Dios, me urge una noche de chicas —suspiró Chloe a mi lado—.
Entre las visitas a la universidad y el tipo con el que me acosté durante el
descanso, necesito relajarme.
—¿Sigues hablando con un tipo que se acostó contigo hace dos
meses? —preguntó Isaac con incredulidad—. Es raro en ti.
—Está en la quinta etapa de pegajoso y es bueno en la cama. Es una
combinación difícil de manejar. —Chloe se encogió de hombros, sin parecer
demasiado preocupada—. Además, me acosté con Josh, y todavía hablo con
él.
Josh agachó la cabeza, luciendo realmente interesado en su
sándwich. Todos los ojos se dirigieron a él. Aparentemente, esta era
información nueva.
—Eso significa que si me acuesto contigo ¿dejarás de hablarme? —
comentó Sean.
Los chicos se rieron y Chloe le mostró el dedo medio. Todos estaban
tan concentrados en las idas y venidas de Sean y Chloe, que nadie se dio
cuenta de que salté cuando la mano de Kevin se posó sobre mi rodilla
desnuda bajo la mesa. No notaron que casi me ahogo con mi yogur a medida
que su mano subía por la parte interna de mi muslo y alzaba mi falda de
cuadros con ella. La cafetería se tornó borrosa y la charla se convirtió en
ruido blanco al anticipar lo lejos que llegaría.
Su meñique alcanzó mi braga y se metió bajo el elástico. Pensé que
aplastaría mi botella de agua mientras su dedo se arrastraba por la línea de
mi coño.
—¿Cuáles son tus planes para el fin de semana, Kevin? —preguntó
Jane junto a él. Su mano detuvo su avance y se situó a la altura de la mesa.
Maldita sea, Jane. Pero se aseguró de chuparse el dedo antes de
responderle. Provocador.
—Solo pasar el rato. Tenemos partido el sábado y luego nada.
—Tal vez podamos ir al cine alguna vez —sugirió y tuve que luchar
contra el “no” que se me escapaba de la boca.
—Sí, quizás algún día —respondió Kevin con falta de compromiso.
Jane nunca pareció entender la indirecta, pero tenías que admirar la
determinación de la chica. Vio una fecha límite, y a medida que se acercaba,
se volvía más feroz en sus movimientos para conseguir lo que quería.
Si ella supiera que la mano de Kevin estuvo en mis muslos hace un
momento. Si hubiera sabido que anoche me folló en el asiento trasero de su
auto. O la forma en que me hizo hacerle una mamada en el tejado la semana
pasada.
Pero nadie lo sabía. No es que quisiéramos mantenerlo en secreto,
pero Kevin y yo, tan atrevidos a la hora de follar; no hacíamos
demostraciones públicas. Y como nuestra amistad fue tan cercana todos
estos años, no existía nada diferente para ver. Actuábamos igual que antes.
Solo que ahora sabíamos cómo lucíamos desnudos, a qué sabíamos, como
nos sentíamos. Funcionaba para nosotros, sin tener ojos entrometidos en
nuestra relación. Entonces nadie indagaba demasiado del por qué tenía
moretones en las muñecas o costras en las rodillas.
Era nuestro secreto y se sentía aún más sucio por ello. Mi cuerpo se
estremecía cada vez que su meñique rozaba la oscura marca que quedaba
en mi antebrazo, para recordarme cómo llegó allí. Si alguien me preguntaba
si tenía frío, tenía que contener una risa porque en realidad ardía de deseo.
Cuando sonó la campana al final del almuerzo, empacamos nuestras
cosas y nos fuimos a clase. Kevin y yo teníamos un período de estudio, pero
en diferentes áreas de la escuela. Me acompañó a la biblioteca y antes de
alejarme, agarró mi bíceps y me jaló hacia él para poder susurrarme al oído.
—Nos vemos en el teatro, detrás del escenario.
Volviendo a mi lugar, asentí, capturando su sonrisa y sus ardientes
ojos que miraban mis piernas desnudas. Comencé a usar faldas a pesar de
que era invierno porque me encantaba la forma en que lo torturaba o su
manera de tocarme con sutiles roces que parecían accidentales. Pero ambos
lo sabíamos.
Sentándome durante el tiempo justo para instalarme, me levanté para
salir.
—¿Puedo ayudarla, señorita Montgomery? —preguntó la bibliotecaria.
—Solo un descanso para ir al baño.
—No tardes mucho. Nada de vagar por los pasillos —advirtió. Asentí
e hice una nota mental para ingresar por la puerta trasera cuando volviera,
y evitar que se diera cuenta de cuánto tiempo permanecí fuera.
Al entrar al teatro, observé los asientos vacíos y me dirigí al escenario.
Tras el telón, el material de la última obra llenaba el área. La oscuridad
dificultaba la visión, y tuve cuidado de no tropezarme con un accesorio o
cable. Moviéndome hacia las alas, casi grité cuando un brazo me rodeó la
cintura y una mano la boca, acercándome a un cuerpo duro.
—No grites. No te muevas —gruñó en mi oído.
—Diablos, Kevin —espeté una vez que liberó mi boca—. Me diste un
susto de muerte.
—Bien. —Pasó su mano por la parte externa de mi muslo y luego por
debajo de mi falda, alcanzando mi braga. Empuñó la pretina y tiró hacia
abajo.
—¿Qué demonios haces? —Mi respiración entraba y salía de mi pecho,
sintiéndome expuesta con el encaje negro rodeando mis rodillas. No
respondió, pero sentí su mano desabrochando sus pantalones y rozando mi
trasero—. Kevin... —dije otra vez, pero me levantó la falda y usó el brazo que
envolvía mi cintura para elevarme un poco más y ponerme en contacto con
su duro pene antes de romper el envoltorio de un condón.
—Te voy a follar, Ana.
Palpitaba, me dolía. Dios, la forma en que se acercó sigilosamente y
empezó a quitarme la ropa del camino. La forma en que no preguntó, solo
me movió donde él quería. El hecho de que estuviéramos en la escuela,
donde cualquiera podía atraparnos. Todo eso incendiaba mi cuerpo.
—Sé buena chica y no hagas ruido. —Movió las caderas y, sin avisar,
entró en mí de un solo empuje.
Gemí, incapaz de contener cada sonido. Estaba lubricada, pero era
grande y no me preparó de ninguna manera, así que ardía. Y me encantó.
Apenas retrocedió antes de volver a empujar. Sus embistes eran rápidos y
profundos. El ritmo frenético que marcaba, sumó a la intensidad de la
excitación.
—Tócate —susurró—. Vente para mí. No tenemos mucho tiempo.
Una de mis manos se extendió sobre su muslo, sujetándose, y la otra
se movió entre mis piernas para frotarme el clítoris. El teatro se encontraba
tan silencioso que nuestra pesada respiración y tenues gemidos, sonaban
como gritos. Sentí como si desafiáramos a alguien a venir a mirarnos.
Creí que sacaría sangre por morderme los labios cuando su mano
pellizcó bruscamente mi pezón por debajo de la camiseta, haciéndome
contener el grito. No hubo alivio, se aferró a mi punta y apretó, la quemadura
disparándose directamente a mi palpitante núcleo.
Me pregunté qué aspecto tendríamos para alguien que se topara con
nosotros. Entrelazados, con su cuerpo pegado a mi espalda encorvada
mientras se movía contra mí como un animal en celo. Sus dedos se anclaban
a mi pecho y mi mano se movía furiosamente entre mis piernas.
El simple pensamiento, la creación de la imagen en mi cabeza; me
encendió.
—Ke… Kevin —grité en un jadeo, desesperada por permanecer callada
mientras me arqueaba sobre mis pies y dejaba que las olas de placer se me
invadieran. Presionó su mano sobre mis labios entreabiertos para
amortiguar los gritos de mi orgasmo y hundió su cabeza en mi espalda,
dejando que sus gemidos vibraran a través de mi pecho.
Todo mi cuerpo tembló cuando bajé de mi euforia. Nos inclinamos
mientras nuestros pechos se elevaban en sincronía por el esfuerzo que se
requería para follar tan rápidamente.
Kevin depositó un ligero beso entre mis hombros y se deslizó fuera de
mí, sosteniéndome para que no me derrumbara en el suelo. Me di la vuelta,
subí mis bragas por las piernas y lo vi quitarse el condón. Mi coño se apretó.
Un momento tan íntimo que me excitaba solo el verlo tirando del fino trozo
de látex de su pene ablandándose. Sin pensarlo, me agaché y chupé la punta
de su polla, queriendo saborearlo. Empuñó mi cabello y embistió
profundamente, gimiendo antes de alejarme y levantarme para darme un
beso.
Me encendía que no le importara probarse a sí mismo. Diablos, todo
lo que Kevin hacía me excitaba. Cosas que ni siquiera pensé o consideré me
estimularían. Casi todos los días descubríamos más y más, me sentía segura
y emocionada al hacerlo con él. Mi mejor amigo. Me miró y sonrió mientras
se abrochaba los pantalones.
—Eso fue bastante arriesgado. Podrían habernos atrapado.
—Y eso es lo más emocionante —respondió. Meneando la cabeza,
suspiré tratando de entenderlo—. Relájate, puse un taburete junto a la
puerta. De esa manera, si alguien entraba, lo oiríamos.
Se acercó y me besó suavemente en los labios. Nunca me cansaba de
la sensación de plenitud que sentía al presionarlos con los míos.
—Conozco cómo eres. —El hecho de que se arriesgara tanto conmigo,
envió una ráfaga de adoración a través de mi cuerpo.
Pasó una mano por su cabello, soltando un suspiro. El mayor temor
de Kevin era que lo atraparan. O no necesariamente ser atrapado, sino la
idea de que la gente descubra sus intereses. Siempre me dijo que pensaba
que la gente lo llamaría abusivo y repugnante. Entonces, debido a la
posición de su padre en la comunidad, se corriera la voz y arruinara la
reputación del señor. Comprendí su miedo de que la gente se enterara y que
eso perjudicara a su papá. Pero odiaba la idea de que aún pensara que algo
andaba mal con él.
Ya habíamos tardado bastante y no quería presionar nuestra suerte
ni permanecer fuera demasiado tiempo. Agarré su mano y lo arrastré hacia
la salida.
—Vamos, trepador. Tenemos que volver a clase.
—¿Trepador? —preguntó, riendo mientras salíamos por la puerta.
—Sí, te me acercaste sigilosamente como una enredadera.
—Mientras no pienses que soy un rastrero.
—Bueno... —dije, arrastrando la palabra, tratando de sacarle los
nervios de encima. Se abalanzó sobre mí y clavó sus dedos en mis costillas
y grité. Tropezamos en el pasillo, riendo, mientras luchaba contra él. Estaba
a punto de alcanzar su entrepierna cuando alguien gritó nuestros nombres,
y nos congelamos.
—Kevin, imbécil. Deja a la chica en paz —dijo Isaac, riéndose de
nuestras payasadas.
Pero ya no me reía, estaba segura de que mi rostro se tornaba rojo por
la vergüenza. Miré a Kevin para ver que tragaba con fuerza antes de forzar
una risa falsa.
—Oye, hombre, ella se lo buscó.
Isaac se rio y se volvió hacia mí.
—Cuando quieras vengarte de este idiota, avísame.
—Sí. Seguro. —Mis respuestas fueron cortas al intentar calmar mi
ritmo cardíaco y la cantidad de sangre que fluía por mis mejillas—. Bueno,
chicos, es hora de que regrese. Nos vemos.
Lanzando un saludo por encima de mi hombro, me largué de allí.
Antes de doblar la esquina, miré de nuevo a Kevin y lo vi asentir
nerviosamente.
Aquello estuvo demasiado cerca para ser cómodo.
La noche de chicas comenzó con nosotras devorando tres pizzas. Una
vez que terminamos con eso, nos pintamos las uñas y vimos Gilmore Girls,
discutimos a muerte sobre a quién debía elegir Rory. Yo era Team Jess de
principio a fin. Me hacía pensar en Kevin.
No me extrañó que Jane, también fuera Team Jess.
En algún momento entre el segundo y tercer episodio, Gwen saqueó
el gabinete de licores. Dijo que sus padres tenían tanto alcohol que nunca
notaban lo que faltaba, siempre que no fuera de los buenos. Para cuando
terminó el cuarto capítulo, cada una de nosotras había tomado al menos
cuatro tragos. Me preocuparía por el pequeño cuerpo de Gwen manipulando
tanto alcohol si no supiera que la chica podía beber lo que la mayoría de los
chicos por debajo de la mesa. Pero fue suficiente para que todas fuéramos
valientes y cruzáramos la línea de la embriaguez.
—Juguemos verdad o reto —gritó Jane desde su lugar en el suelo. Nos
habíamos amontonado en la sala extra de Gwen al otro lado de la casa. Y lo
de casa era decirlo a la ligera. Era más bien una mansión con sus ocho
dormitorios. Gracias a Dios por la distancia entre nosotras y el dormitorio
de sus padres porque Gwen y Chloe soltaron un fuerte “sí”, empezaron a
aplaudir con emoción. Tomé otro gran trago de mi vodka con arándano, y
luego me senté, decidida a seguir la corriente.
—Iré primero —anunció Chloe antes de golpear suavemente los dedos
contra sus labios y mirar a cada chica como si buscara un secreto que
descubrir. Se centró en Gwen—. ¿Verdad o reto?
—Ummm. Comencemos bien este juego. Reto.
Chloe soltó un fuerte “¡Yujuuuuu!”.
—Bien. Te reto a que te tomes dos shots sin usar las manos. —Cuando
Gwen arqueó una ceja por su simple desafío, Chloe encogió sus hombros—
. No quiero volverme demasiado salvaje, tan pronto.
Gwen completó su tarea y se volvió hacia Jane.
—¿Verdad o reto?
—Verdad.
—Si Kevin entrara ahora mismo, ¿te lo follarías, pase lo que pase,
incluso con nosotras en la habitación? —Se me revolvió el estómago ante la
imagen, pero disimulé tras mí vaso mientras tomaba otro largo trago. Eché
un vistazo a Jane, que me miraba de reojo—. Oh, a Ana no le molesta —dijo
Gwen, agitando la mano hacia mí como si no importara—. Ella es solo su
amiga. Pero lo que sucede en la noche de chicas, se queda en la noche de
chicas —agregó, señalando a cada una de ellas.
—Amén —coincidió Chloe previo a vaciar su copa.
—Claro —dije. No es como si le comentara algo a Kevin de todos
modos. Estas eran mis amigas, estuviéramos o no en una mala racha.
—En ese caso, demonios, claro que sí, lo haría —admitió Jane, incluso
añadiendo un pequeño estremecimiento con su sonrisa acalorada.
Bebí otro poco hasta que se me acabó el alcohol. Me levanté para
mezclar otro y la habitación giró bajo mis pies, sin embargo, me las arreglé
para volver al sofá sin derramar nada.
—Ana —me llamó Jane—. ¿Verdad o reto?
Consideré los pros y contras de cada uno y tomé otro trago. Decidí ser
valiente.
—Reto.
—Te reto a que nos enseñes tus tetas.
Mi cuerpo se estremeció y fruncí el rostro con incomodidad. Pero el
desafía fue recibido con gritos y vítores. ¿Qué demonios? Eran solo tetas y
todas las teníamos. Tomé la parte inferior de mi camiseta e incluso hice un
lento giro de vientre al ritmo de la música de fondo, fingiendo que les hacía
un striptease. Entonces, lo más rápido que pude, subí y bajé la prenda.
—Whooooooo. ¡Sí, nena! —El grito de Gwen mezclado con el aullido de
Chloe.
—Siempre me pregunté cómo eran las tetas pequeñas —dijo Jane
encogiéndose de hombros antes de beber de su vaso. Me tragué la amarga
réplica. Ella quería que pareciera una broma, pero sabía que yo no le
agradaba, y que estaba celosa de mi cercanía con Kevin.
—Oye —gritó Gwen—. Sus tetas son mucho más grandes que las
mías. No te metas con el club de las tetas pequeñas. No es que pertenezca a
él. Quiero decir, ¿qué son? ¿Una talla C? Jane tiene que tener al menos una
doble D. ¿Y Chloe, eres una A?
—Copa B, perra. No reduzcas el tamaño de estas chicas malas. —Rio
mientras se agarraba las tetas. De alguna manera, caímos en un debate
sobre el tamaño de los senos, así que decidí seguir adelante con mi turno.
—Chloe. ¿Verdad o reto?
—Verdad.
Pensé en ello por un minuto, queriendo darle algo de qué hablar.
Intentaba ganarme a las chicas esta noche y sabía que a Chloe le encantaba
hablar de sí misma.
—¿Qué es lo más loco que has hecho con tu conquista más reciente?
Se quedó en silencio durante un momento, mordiéndose los labios
pensativamente.
—Un parque infantil —dijo.
—¿Qué? —preguntamos las tres.
—Un. Parque. Infantil. —Como si dividirlo en tres palabras nos
ayudara a entenderlo. Cuando aún la mirábamos fijamente, puso los ojos
en blanco—. Follamos en un túnel del área de juegos.
Gwen cayó de costado y se rio, agarrándose a su tembloroso estómago.
Jane y yo la mirábamos con semblante confuso.
—Hay algo moralmente mal en eso —murmuró Jane—. Los niños
juegan allí.
—¿Cómo se llega a un parque infantil para tener sexo? —pregunté.
—Conducíamos y empecé a hacerle una paja, pero era tan buena que,
por supuesto, tuvo que detenerse y nos encontramos junto a un parque. No
podíamos follar en el auto porque era de dos asientos y porque no queríamos
que la gente pasara y nos viera. Así que tuve una brillante idea para ir a los
juegos. Terminamos follando en el túnel.
Lo dijo tan casualmente como si me estuviera dando instrucciones
para llegar a su casa. No sabía si me encontraba conmocionada o
impresionada. Sobre todo impresionada. Tenías que admirar a alguien que
tenía tanta confianza como Chloe.
Una vez que Gwen superó su ataque de risa, hicimos más rondas de
verdad o reto. Me empezó a doler el estómago por no parar de reír. Podría
deberse también al alcohol, porque una hora más tarde la habitación giraba
mientras estaba sentada y nuestras verdades eran mucho más sinceras. Los
retos también se volvían más intensos. El último terminó con Chloe tomando
un shot del cuerpo de Jane. Optó por un espectáculo completo y se montó
a horcajadas sobre Jane e incluso al final, juntaron sus labios cuando chupó
el limón que tenía entre los dientes.
—De nada, Janey-baby. Acabas de conseguir lo que todos los chicos
anhelan. —Jane yacía en el suelo donde Chloe la había dejado, temblando
de risa.
—¡Ooooh! Tengo una idea. Compartamos nuestros deseos más sucios
—dijo Gwen con dificultad. Su sugerencia fue recibida con alegría y se giró
hacia mí—. Ana, tú primero. ¿Cuál es tu fantasía más profunda y oscura?
Cerré los ojos y no tuve que pensar demasiado para recordar a
principios de semana.
—Que un extraño se me acerque por detrás, me inmovilice y me folle.
Que me controle. Me ate y me azote fuertemente. —Tomé otro sorbo y reí en
mi vaso antes de continuar con mi confesión—. Me encantaría pelear con él
y sentir el ardor de su mano sobre mí. Que me diga nombres sucios y que
tome lo que quiera.
Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, rememorando lo que sentí
cuando Kevin se metió dentro de mí con un fuerte empujón. Me mordí el
labio y miré a las chicas, tomándome un momento para enfocar sus
asombrados rostros. Verlas a todas mirarme después de la forma en que
Chloe admitió follar en un parque y luego montarse en Jane, me hizo reír.
Una vez empecé, no pude parar. Las otras se unieron lentamente, pero al
final todas nos reímos.
—Eso es muy intenso, Ana —dijo Gwen.
—Y detallado —añadió Chloe.
—Sí. ¿Hablas por experiencia o por una fantasía? —preguntó Gwen.
—Una dama nunca besa y cuenta. —Hice la mímica cerrando los
labios.
—Oh, vete a la mierda. Una dama siempre comparte los detalles
sucios —me retó Jane.
—Dios, ¿qué sitio porno estás viendo? Porque necesito comprobarlo
—murmuró Chloe, lo que nos hizo volver a reír. Dios, éramos un grupo de
gallinas cacareando.
Cuando llegó el turno de las otras chicas, fueron mucho más tímidas
de lo que esperaba y se encontraron con réplicas.
—Oh, nunca lo harías con dos tipos, Gwen —dijo Jane.
—Tienes razón, no lo haría.
Cuando Chloe dijo que quería hacerlo en la posición de misionero en
una cama con un hombre al que ama, hubo un silencio momentáneo antes
de que Jane escupiera su bebida por la risa.
—¡Oye! Es una locura para mí —se defendió Chloe—. No todos
podemos ser Ana con su sucia vida sexual.
Y la atención volvió a recaer sobre mí. Incluso en mi estado de
ebriedad, no pude ignorar la forma en que Jane me miraba con ojos
perspicaces. No sabía lo que veía en mi rostro, sobre todo porque no podía
sentirla, pero no parecía feliz con mi confesión. Fantástico.
—Lo dice la chica que tiene sexo en un juego infantil —respondí.
Chloe se encogió de hombros.
—Tienes razón. No todas pueden tener una loca vida sexual como la
mía.
Siguieron más confesiones, pero ya había compartido bastante por
esta noche. Me senté y disfruté de las historias, sintiéndome cansada por
todo el alcohol. Mientras cerraba los ojos, solo para darles un respiro,
escuchaba sus ideas y marcaba las que ya había hecho con Kevin y las que
quería recrear con él más tarde.
Como siempre, era lo último en lo que pensaba antes de dormir. No
era nada diferente a como fue en los últimos dos años.
Kevin
Las vacaciones de primavera finalmente llegaron y no podría estar
más feliz por la semana que Ana y yo tendríamos básicamente a solas. Nos
escabullimos durante los últimos meses, entre los entrenamientos y
nuestros padres, no teníamos mucho tiempo para nosotros. Sin embargo,
cuando lo conseguíamos, lo aprovechamos. Y siempre me aseguraba de que
nunca nos atraparan, aunque permanecía la ilusión de ello. Que alguien
nos pillara y que lograra tomar una foto del hijo del senador, sería el final
de todo.
Pero lo único que importaba era que confiaba en mí. Esa confianza le
permitía la libertad de disfrutar de la emoción y el placer. Cada pequeña
parte de su entrega alimentaba mi necesidad. Me hacía sentir como el rey
del mundo.
Por eso, tener tanto tiempo durante las vacaciones colmaba mi pecho
hasta casi estallar. Golpeé con los dedos mi escritorio sabiendo que Ana
aparecería en cualquier momento, ya que la había visto salir de su
dormitorio. Antes de que llegara, me apresuré a abrir mi computadora y
puse el video que estuve viendo antes.
Así era cómo trabajábamos. Nos sentábamos juntos y buscábamos
videos en los sitios, obteniendo ideas para las cosas que queríamos probar.
Ver porno siempre fue un momento tranquilo en la oscuridad, con mi
corazón acelerado, esperando que nadie lo descubriera. Pero con Ana, era
un mundo completamente nuevo y me excitaba verla reaccionar a las cosas
depravadas que descubríamos. En nuestras búsquedas de Google, nos
topamos con interminables sitios web dedicados a otros que disfrutaban
algunas de las cosas que hacíamos. Consultar los foros liberó el malestar
que rodeaba mi pecho desde que tuve mi primera fantasía.
Y no me encontraba solo.
Sabía que no lo estaba porque la tenía a ella, pero existía toda una
comunidad frente a mí que me mostró que no era el único y que no era algo
por lo que sentirme tan asqueado. Algunos sitios eran más extremos que
otros, pero en nuestras búsquedas, Ana y yo aprendimos mucho.
Encontramos palabras clave que nos ayudaron a entendernos a nosotros
mismos y al otro. Sin embargo, mi alivio solo llegó hasta cierto punto.
Cuando descubrimos las palabras que describían nuestros intereses, la
definición de sadismo provocó un temor en mí.
Sadismo: tendencia a obtener placer, especialmente satisfacción
sexual, infligiendo dolor, sufrimiento o humillación a otros.
Me quedé mirando las palabras hasta que se desdibujaron. Una
simple definición para explicarme, quería gritar "¡No!" eso no era yo. Nunca
lastimaría a nadie. Pero entonces miré a Ana para ver la marca roja que
quedaba en su pecho debido a mis dientes y sentí la sacudida de mi polla
en mis pantalones al recordar su grito, y supe que era verdad.
El malestar que había sido liberado, volvió con más fuerza que antes,
y si no fuera porque Ana se encontraba allí calmándome, habría tenido un
ataque de pánico en ese mismo momento. Repitió sus palabras habituales,
recordándome quién era yo como persona y que mi ser no se definía por mi
placer. Me lanzó el hecho de que ella era una masoquista y me dijo que, si
alguien intentaba hacerle daño sin su consentimiento, los mataría. El fuego
en sus ojos me hizo reír y alivió mi conciencia, aunque solo fuera un poco.
Sus pasos me regresaron a la pantalla frente a mí. Sabía que se
encontraba en mi puerta, pero no me giré para saludarla ni para decirle
nada, solo me senté allí y observé la escena.
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó en voz baja. Pero fue en la
tranquilidad que escuché la emoción, la esperanza de que así fuera.
Sin responder, extendí el brazo y la invité a sentarse en mi regazo.
Una vez que se acomodó, me incliné y arrastré la nariz por su cuello para
morderle la mandíbula, luego me recosté para mirar con ella. La pantalla
mostraba a una mujer, desnuda y de rodillas, con un cinturón alrededor del
cuello. El hombre lo usó como correa para aferrarse mientras la follaba
desde atrás.
—Te perdiste la parte donde lo chupó mientras le invadía el culo —le
susurré al oído, observando la piel de gallina que se extendía por su cuello.
No respondió, solo tragó saliva y mantuvo los ojos pegados a la pareja.
Amando la forma en que luchaba por controlar su respiración con largas y
profundas inhalaciones y exhalaciones, decidí ver si podía romper su
control.
Puse mi mano bajo su falda y arrastré mis callosos dedos hasta su
firme muslo. No cambió su respiración, pero sí apretó las piernas y tuve que
reprimir una carcajada por sus esfuerzos. Introduciendo mi dedo índice en
el suave tejido, la oí romper por primera vez la regularidad de su respiración
y le separé las piernas, continuando mi viaje.
Cuando alcancé el calor húmedo que empapaba sus bragas, deslicé
mi dedo sobre su clítoris, haciéndola estremecerse en mi regazo. Froté más
y más fuerte cuando los gritos de la mujer llenaron el dormitorio y el aliento
de Ana salía de sus labios entreabiertos. Se encontraba a punto de venirse,
pero no estaba listo para que terminara.
—Levántate —le ordené. Se paró ante mí con las manos apretadas
frente a ella y contemplé su belleza. La belleza de su confianza en mí, la
belleza que se pusiera delante mío y me diera todo lo que siempre quise. Me
honró, me permitió una libertad que no creía que existiera. Era en esos
momentos cuando me cuestionaba si estaba haciendo lo correcto, si iba
demasiado lejos. Pero al mirar sus ojos llenos de un fuego ardiente que me
rogaba que me soltara, sabía que podía confiar en ella a cambio—.
Desnúdate.
Se mordió el labio y se quitó la camiseta amarilla para revelar el
sujetador de encaje blanco que insinuaba sus pálidos pezones. A
continuación, se despojó de la falda y gemí ante las sencillas bragas blancas
de algodón con un punto húmedo que ayudé a colocar allí. Los tiró a un lado
y rápidamente se quitó la ropa interior con cierta vacilación que casi me
avergüenza admitir que me había encendido.
—Toda esa gloriosa y suave piel es de mi propiedad. —Asintió
rápidamente pero no dijo nada. Tragando, inicié la escena que elegimos,
esperando que fuera todo lo que deseamos—. Inclínate y toca los dedos de
tus pies. Quiero echar un buen vistazo a lo que tengo.
Se le agitó el pecho debido a su respiración nerviosa, pero hizo lo que
le dije y fui recompensado con la vista más asombrosa de su húmedo y
rosado coño, ubicado bajo su roseta apretada.
—Quiero tomarte del cuello —gruñí. Las palabras aún eran tan
nuevas y, a veces, se sentían como un libreto que no entendía
completamente. Pero se sentían bien y las dije con una confianza que no
siempre sentía.
Al verla desnuda frente a mí, tan abierta, no podía controlarme. Me
paré detrás de ella, arrastrando un dedo desde su clítoris, a través de la
humedad de su abertura y hasta su estrecho agujero. Sus mejillas se
tensaron cuando la acaricié con la punta de mi dedo.
—Por aquí, aún no. Pero algún día —le prometí—. Levántate.
Se puso de pie y su espalda conectó con mi frente, donde permaneció
mientras me desataba el cinturón. El tintineo de la hebilla explotó en el
tranquilo dormitorio, mezclándose con nuestra pesada respiración.
Sabíamos lo que significaba ese sonido. Ana sabía lo que haría y la emoción
era casi ensordecedora.
—Date la vuelta. —Apenas pronuncié las palabras alrededor del nudo
nervioso en mi garganta—. Arrodíllate —dije una vez que me enfrentó—.
Ahora quítame los pantalones y luego pondré esta correa alrededor de mi
propiedad. No quiero que huyas.
Sus labios se curvaron antes de ponerse a trabajar para liberar mi
polla, que se tensaba contra la tela. Cuando mis pantalones cayeron a mis
pies, salí de ellos y agarré su barbilla, levantando y exponiendo su cuello.
Arrastré el cuero a lo largo de la suave piel y lentamente deslicé el material
en la hebilla, tomándome mi tiempo para apretarlo. Cuando estaba lo
suficientemente suelto como para meter dos dedos, lo cerré.
—Ahora, chúpame. —Sosteniendo con fuerza el extremo del cinturón,
no quité mis ojos de ella cuando se inclinó y envolvió sus labios en mi pene,
bajando hasta el fondo. Mi brazo comenzó a tirar del cinturón, guiando su
cabeza mientras clavaba sus uñas en mi muslo al empujar dentro y fuera
de su boca. Cuando estuve cerca, me salí y di un paso atrás—. Necesito
follarte —exhalé.
—Por favor. Por favor, Kev. —Sus mejillas estaban enrojecidas y sus
pezones en punta, rogando por mi atención. Me acerqué a darles un fuerte
pellizco para luego moverme a tomar un condón. Cuando me di vuelta, Ana
ya había caído de rodillas, esperando que le diera lo que quería.
De nuevo, agarré el extremo del cinturón y lo envolví alrededor de mi
puño y me arrodillé detrás de ella. Asegurándome de que estaba lo
suficientemente húmeda, arrastré mis dedos a través de su hendidura para
encontrarla lista para mí. Sujeté mi pene y la alineé con su coño, empujando
hasta que mis bolas descansaron en su contra, disfrutando la manera en
que sus gritos se mezclaron con mis gemidos.
—Por favor, Kevin —suplicó. No pude negarle nada. Sin ninguna
delicadeza, comencé a follarla con abandono, empujando dentro y fuera,
escuchando el golpeteo de nuestros cuerpos al chocar con la fuerza de mis
embestidas.
Cerré los ojos y me concentré en la sensación de mi polla aprisionada
por su coño, la forma en que gritaba cada vez que tocaba fondo en su
interior. Más y más duro, me perdí en el momento. Me encontraba tan
perdido, que casi me pierdo las palmadas en mis piernas y el ruido sordo en
el suelo. Tan perdido, que me costó salir de su estrecho calor para abrir mis
ojos y encontrarla aferrándose a su garganta, mirándome con pánico a la
vez que su boca abierta emitía sonidos ahogados.
Mi mundo se inclinó sobre su eje, una punzante y dolorosa descarga
de adrenalina atravesó mi cuerpo, impulsándome a la acción. Mis dedos
temblaban increíblemente fuerte mientras luchaba por aflojar el cinturón.
De alguna manera, el pestillo se deslizó en un orificio más cerrado y ahora
me encontraba con piel prensada. Con delicadeza, intenté apretarlo más
para desplazarlo lo suficiente, pero Ana se sobresaltaba cada vez.
El tiempo transcurría tan rápido y, sin embargo, se prolongaba en mi
peor pesadilla, me parecían horas mientras tanteaba y no lograba aflojar el
cinturón.
Las piernas de Ana patearon, golpeando el marco de la cama y mis
muslos a causa del pánico. Dirigí la mirada hacia sus amplios ojos azules
que me rogaban que me diera prisa, mientras observaba su rostro rojo y las
lágrimas que se deslizaban por sus sienes. Maldición. A la mierda todo esto.
Me ardieron los ojos e intenté respirar, traté de pensar lo más rápido posible.
Podía sentir el tiempo escapándose y cada segundo golpeaba más fuerte en
mi pecho haciendo que fuera imposible respirar.
No había otra manera. Sabiendo que iba a lastimarla, alcancé la
hebilla del cinturón y la apreté con más fuerza, bloqueando la forma en que
su pecho vibraba con un gemido de dolor. El pestillo plateado tiró un poco
más y observé, esperando que se liberara. Sangre goteó donde le pellizcó la
piel. Finalmente, se soltó y aflojé el cinturón, quitándolo completamente y
arrojándolo a un lado.
Ana se desplomó en el suelo, aferrándose a su garganta y respirando
tan profundamente como podía. Inclinándome sobre ella, la envolví en mis
brazos, estrechándola, dejando que mis manos vagaran por su cuerpo para
recordarme que se encontraba bien. La sostuve tan fervientemente que
podía sentir el latido de su corazón contra mi pecho.
Esto. Esta era la razón por lo que nunca quise ser como era. Se
desarrollaba mi peor pesadilla ante mis ojos, por lo que, si alguna vez creí
sentir vergüenza y auto desprecio, no era nada comparado con el diluvio de
dolor que me llenaba entonces. Enterré mi cabeza en su hombro y lloré como
un bebé. Como si yo fuera quien se asfixiaba hace un momento.
Pero bien pudo serlo. Ana era mi vida y me odiaba por lo que había
sucedido.
—Lo siento. Lo siento. Lo siento mucho, Ana. —Una y otra vez dije las
palabras, hasta que sentí su mano acariciando mi espalda y moviéndose por
mi cabello. Cuando finalmente oí el calmado "Shh-shh", que provenía de mi
mejor amiga. Hasta que me di cuenta de que me mecía, sosteniéndome en
sus brazos en lugar de que yo la consolara.
—Shh-shh. Está bien, Kevin. Fue un accidente. No pasa nada. Me
encuentro bien. —Por cada disculpa que salía de mis labios, me decía que
estaba bien. No se sentía para nada bien, mientras permanecía sentado y
desnudo en medio de mi dormitorio, llorando en los brazos de la chica a la
que realmente herí.
—Lo siento, Ana —dije de nuevo mientras me recuperaba, se alejó un
poco y sostuvo mis mejillas, limpiando mis lágrimas con sus pulgares.
Depositó suaves besos en todo mi rostro, calmándome gradualmente con
cada toque tierno.
—Deja de disculparte. Me encuentro bien. Fue un accidente. Estamos
aprendiendo y los incidentes van a suceder. Creceremos a partir de ellos.
Al retroceder, examiné su cuello y me estremecí ante las marcas rojas
y los cortes donde se pellizcó la piel, así como la sangre que se había
derramado en su clavícula.
—No estás bien.
—Lo estoy —dijo con fiereza, mirándome fijamente, exigiendo que le
creyera—. Yo. Estoy. Bien. Fueron solo unos segundos y aunque admito que
dio miedo, siempre tuve fe en que me ayudaras. Confío en ti, Kevin.
—Tal vez no deberías. —Me liberé de su agarre, pero ella no se dejó
intimidar. Se movió hasta sentarse a horcajadas en mi regazo y poder
sostenerme de nuevo.
—Siempre confiaré en ti porque te conozco. No permitas que esto
arruine el día. —Se movió, alineando su núcleo contra mi blando pene.
—Ana... quizás no deberíamos… no debería hacer esto. —Me dolió
decirlo, pero perdí cualquier deseo que hubiera tenido antes. La fuerza que
me había impulsado se desvaneció, dejándome cansado y débil.
Me ignoró y unió sus labios con los míos, deslizándose arriba y abajo
sobre mi eje, presionando sus tetas contra mi pecho. A pesar de las horribles
acciones que acababan de ocurrir, podía sentir mi sangre bombeando de
nuevo en mi ingle. Me aparté, tratando de resistirme, pero Ana se limitó a
inclinar la cabeza para mordisquearme la boca con los dientes.
Me desafiaba y nunca rechacé un desafío suyo. Con un gruñido,
agarré su culo y nos puse de pie. En lugar de tirarla sobre la cama, como
usualmente lo haría, puse una rodilla en mi colchón y la tendí lentamente,
con suavidad. Puede que ella no necesitara ir despacio, pero yo sí.
Necesitaba mimarla y demostrarle que podía ser amable y cuidarla.
Necesitaba demostrármelo.
Entonces me puse a trabajar, empezando a deslizar mis manos por
sus muslos y abriéndola para mí. Besé y mordisqué hasta llegar a su centro,
donde lentamente pasé mi lengua por su hendidura. Verla retorcerse me
puso tan duro como si la hubiera tenido luchando contra mí. Aún poseía el
control de su placer. Podría alargado o hacerla explotar en cualquier
momento.
Con un último movimiento de mi lengua en su clítoris, subí por su
cuerpo hasta la curva inferior de su pecho, donde succioné duramente, con
la intención de dejar una marca mientras mis dedos pellizcaban sus rosados
pezones hasta convertirlos a un rojo rubí. Retirándome, admiré mi trabajo
y asumí que esa marca estaría allí por el resto de la semana. Nadie lo sabría,
excepto nosotros. Cada vez que se quitara la ropa recordaría la forma en que
tuvo mi boca sobre ella.
Para cuando arrastré mis besos por su cuello, estaba jadeando. Tuve
que tragar un nudo cuando conseguí el enrojecimiento en su piel. Necesité
detenerme y controlar la dura opresión de mis pulmones mientras miraba
el rastro de sangre que se había filtrado y secado.
—Kevin —susurró desesperadamente—. Estoy bien. Pero no lo estaré
si no dejas de torturarme.
Me incliné, arrastrando mi lengua sobre la sangre seca,
preguntándome si la asustaría, pero todo lo que sentí fueron las ráfagas de
su pesada respiración a lo largo de mi frente. Mordiéndose el labio inferior,
la miré fijamente a los ojos y me alineé con su abertura. Arrastré la punta a
través de su humedad, provocándonos a ambos con lo que vendría.
—Por favor —rogó contra mis labios.
Al percibir el consentimiento brotando de sus ojos azules, entré en
ella, un centímetro a la vez, saboreando la forma en que su húmedo calor
me envolvía, me daba la bienvenida. Entrando y saliendo de su interior,
establecí un ritmo lento, observando su rostro para detectar cualquier dolor.
Tenía miedo y era imposible esconderlo. Ana se impacientó ante compás y
me clavó las uñas en los hombros, usando sus pies para impulsarme.
—Kevin —gruñó en mi cuello—. No me harás daño. —Quería creerle.
Realmente lo hacía, pero cada vez que cerraba los ojos, veía sus frenéticos
ojos y vacilaba—. Por favor, Kev. Sabes que lo necesito.
Ambos lo hacíamos. Por increíble que se sintiera estar dentro de ella,
para nosotros, no era suficiente. Necesitábamos ese adicional bocado, esa
dosis extra de rareza para llegar allí. Comprometiéndome, mantuve mi ritmo
lento, pero me moví más fuerte. Empujé bruscamente solo para arrastrarme
hasta la punta y repetir el proceso, observando cómo rebotaban sus tetas y
oyendo sus gemidos en cada embestida. Utilicé los pulgares, clavándolos en
la suave piel de sus caderas y la vi retorcerse de placer por el dolor.
Sentía que el corazón se me salía del pecho, como si explotara. Este
sexo era diferente a cualquier otro que hubiéramos compartido. Las otras
veces fueron rudas y llenas de una energía acelerada que nos gritaba que
folláramos. Esto, mi cuerpo entrando y saliendo de ella mientras sus gritos
resonaban en el dormitorio, era diferente. Esto, me di cuenta, era lo más
cerca que había estado de hacer el amor y no podría haber imaginado un
momento tan íntimo con nadie más que con Ana.
Éramos nosotros conquistando el miedo y aceptándonos uno al otro a
pesar del error, a pesar de lo equivocado. Esto nos hizo disfrutar de nuestra
singularidad y devolviéndola al otro.
Desplacé mi mano y froté mi calloso pulgar alrededor de su clítoris
antes de moverlo de un lado a otro.
—Juega con tus pezones, Ana. Muéstrame cómo te gusta.
Sus ojos permanecieron pegados a los míos cuando sus dedos
apretaban y tiraban. Aumenté el ritmo, empujando un poco más fuerte y
elevé sus caderas, así que la penetré más profundo. Sabía que la lastimaba,
pero sabía que le gustaba.
Entreabrió los labios en un grito sin palabras y su cabeza hundió en
la almohada a medida que su coño me apretaba con tenacidad,
arrancándome mi propio orgasmo. Dejando que tomara el control, caí sobre
su pecho y gemí de placer mientras continuaba embistiéndola más y más
profundamente, tratando de alcanzar un nuevo lugar dentro de ella.
Mi cuerpo se debilitó y ella me sostuvo contra sí, acariciando mi
cabello, calmándome y sacándome del borde. Una vez que el estruendo cesó,
sus palabras finalmente se registraron entre besos fríos en mi sudorosa
frente.
—Gracias. —Beso—. Muchas gracias. —Beso—. Es todo lo que
siempre deseé, y lo quiero contigo. —Beso—. No permitas que nada nos
cambie. —Beso—. Por favor.
Saliéndome de ella, besé su pecho y luego me levanté sin decir nada
para deshacerme del condón antes de arrastrarme de nuevo en la cama para
abrazarla. No pasó mucho tiempo antes de que nuestra pesada respiración
nos adormeciera.

El timbre de mi alarma nos despertó. La configuré para que tuvimos


varias advertencias antes de que mis padres regresaran a casa. La apagué
y me giré para estrechar a Ana de nuevo.
—No quiero dejar tus brazos —gruñó en mi cuello al depositar besos
en mi oreja.
—Tampoco quiero que te vayas.
Se levantó y se colocó sobre mí con una satisfactoria sonrisa.
—Una vez más antes de que tengamos que vestirnos. —Era insaciable
y me encantaba.
—Mierda, Ana. Me vas a matar.
—Tal vez, pero qué manera de morir.
Ana
Kev continuaba reservado un mes después. Nos mostrábamos
nerviosos con cada nueva cosa que intentamos cuando recién empezamos,
y luego del incidente con el cinturón, nos regresó al inicio. Al comenzar una
escena él tartamudeaba cuando me daba una orden. Sus manos temblaban
cuando se acercaba a tocarme. Lo odiaba y lo empujaba para que siguiera
adelante y dejara atrás el recuerdo.
La cicatriz que quedaba en mi cuello hacía que fuera más difícil de
olvidar. Pero una vez superado ese miedo y que la lujuria se apoderaba de
nuestros cuerpos, caíamos en lo que ambos ansiábamos. El sexo se volvía
desesperado, rudo, crudo. Increíble.
No tuvimos tanto tiempo como hubiéramos querido debido a los
finales y a la organización de la graduación. Los padres de Kevin lo hacían
visitar otras universidades, a pesar de que ya había sido aceptado en la
Universidad de Cincinnati. La emoción que ambos sentíamos cuando
fijamos nuestro futuro juntos, envió un hormigueo por mi espalda. Sabiendo
que me sumergiría en la loca vida universitaria con mi mejor amigo al lado,
alivió algo del miedo. Me preguntó si ya había rechazado Vanderbilt o sí se
lo hice saber a mi padre. Le dije que seguía ignorando sus llamadas y todo
lo que tuviera que ver con Tennessee. Mi futuro estaba en Cincinnati y ese
era mi enfoque.
Y lo hicimos. Asistimos juntos al baile, como debimos hacerlo cada
año desde que nos conocimos. Kevin sobrevivió al breve encuentro cuando
mi progenitor realizó el viaje completo a Cincinnati. Superamos todo lo que
este año nos puso, y fuimos recompensados con una fiesta de fin de curso
celebrada por Isaac, como siempre. Sus relajados padres y la céntrica
ubicación lo convirtieron en el lugar perfecto. Entrar en la fiesta se sintió
igual a la primera vez y al mismo tiempo tan diferente. Todos lucíamos
mayores, más maduros, y sin embargo éramos los mismos chicos
despreocupados disfrutando de los últimos momentos antes de la
universidad.
—Quizás pueda follarte en el baño un poco más tarde. —Kevin se
inclinó por detrás de mí y susurro en mi oído. Fue una oferta valiente
considerando las oportunidades de ser atrapados, pero también
peligrosamente tentadora. Que él estuviera dispuesto a hacerlo por mí, a
pesar de sus miedos, calentó mi pecho.
Nos paramos en la cocina tomando bebidas, observando a la multitud
mezclarse entre sí. Unos se encontraban sentados en la mesa riendo de los
recuerdos e historias. Una pareja se besuqueaba en un rincón mientras otra
se veía a punto de discutir.
Y yo, tenía al mejor chico de la habitación detrás de mí susurrando
todas las sucias palabras que quería escuchar. Giré y lo miré a los ojos con
una sonrisa en el rostro.
—Tal vez —respondí—. Pero primero tienes que bailar conmigo. —
Sosteniendo su mirada, bebí el resto de mi cerveza y tire el vaso a un lado.
Él hizo lo mismo y me siguió mientras me dirigía al salón chocando con
algunas personas en mi camino. Al ver a Gwen. Isaac, Chloe, Sean, y Josh
bailando en medio de la sala, me acerqué a ellos y me uní.
Bailé, salté, sonreí, y me contoneé con cada canción que sonaba.
Bailamos con todos y solos. Bailamos hasta que nuestros costados ardieron
por el esfuerzo, jadeando y sudando a causa de los cuerpos que se frotaban
entre sí, generando más calor del que la casa podía enfriar. Había una
sensación de desenlace mientras miraba alrededor, sonriendo y sabiendo
que podría ser la última vez que vería a alguna de estas personas. Chloe se
dirigía a Nueva York. Isaac decidió seguir a Gwen a Chicago. Solo algunos
pocos quedarían, e incluso entonces, sería diferente. La vida cambiaba y
nosotros cambiábamos con ella.
Cuando finalmente nos agotamos, Kevin y yo tropezamos hasta la
cocina y llenamos nuestros vasos con más cerveza. No transcurrió mucho
tiempo antes de que la fiesta comenzara a apagarse, nuestro grupo era uno
de los pocos que quedaba. Desde que la casa se sentía tan caliente, salimos
para tomar aire fresco al patio trasero.
—Juguemos, yo nunca, nunca — sugirió Gwen emocionada.
—Me apunto —aceptó Isaac. Él aceptaría incluso si Gwen nos hubiera
sugerido saltar de un puente. Todos decidieron participar así que iniciamos
el juego.
—Yo voy primero —lanzó Josh—. Que sea algo que haga que todos
beban en la primera ronda. Para comenzar el juego de manera correcta. —
Lamió sus labios y miró las brillantes estrellas en el cielo—. De acuerdo. Yo
nunca he salido con alguien sentado aquí.
Todos nos quejamos, pero llevamos las copas a nuestros labios.
—Yo nunca he probado drogas —dijo Isaac.
Chloe se encogió de hombros y bebió antes de murmurar:
—Mojigatos.
—Nunca he roto un récord —dijo Sean. Todos los chicos se rieron y
bebieron.
—¿De qué se ríen? —pregunte, codeando a Kevin.
Negó.
—Un infierno de año en el campo de futbol. —Los chicos levantaron
sus vasos de nuevo en señal de saludo antes de tomar otro trago. Las chicas
rodaron los ojos y continuaron.
Gwen sonrió y miró directamente a Jane y Chloe.
—Nunca he besado a una chica.
Todos los chicos bebieron, pero casi se ahogan cuando Chloe y Jane
también bebieron.
—¿Qué?
—Maldición. Sí.
—Necesitamos detalles
Todos hablaron al mismo tiempo, pero Chloe hizo el gesto de cerrar
sus labios
—Nunca he fantaseado con alguien de aquí —mencionó Josh.
Cuando Jane no levanto su copa, Gwen bromeo:
—Jane, asegúrate de beber. —Se rio. Asintiendo y señalando con su
cabeza a Kevin y codeando mi hombro. Me encontraba cayendo
directamente a la zona de embriaguez y no pude evitar resoplar. Jane me
miró fijamente mientras bebía. Aparentemente, no le hizo gracia.
El cambio de sus labios apretados a una malvada sonrisa debieron
advertirme que algo malo estaba a punto de suceder, aun así quedé
sorprendida cuando habló, mirándome fijamente.
—Nunca he participado o fantaseado con ser forzada a tener sexo y
que me azoten. —Se detuvo dejando que el silencio se asentara a nuestro
alrededor—. Suena como una violación, ¿no es cierto? —Nadie bebió—. ¿No
deberías tomar un trago, Ana? Digo, confesaste en la noche de chicas. Que
te gusta rudo, ¿verdad? Incluso dijiste que querías ser atacada —detalló
para asegurarse de que todos lo entendieran.
Fue como si me hubieran volcado un cubo de agua fría, lo que me hizo
recuperar la sobriedad rápidamente. Mi piel se sintió demasiado tensa, como
si me apretara, esperando a que estallara. Mi corazón latía tan fuerte, que
era la única cosa que podía escuchar. Especialmente, desde que nadie más
hablaba.
—Yo no dije que…
—En la noche de chicas, no parabas de contar acerca de cómo te gusta
lo rudo. Queriendo ser inmovilizada por un extraño y que te folle como a
una puta.
No dije eso. Pude estar ebria, pero yo nunca, nunca diría eso.
—Jane, lo que pasa en la noche de chicas, se queda en la noche de
chicas. Es el código —pronunció Gwen, advirtiéndole.
—Estás exagerando —hablé por encima de Gwen, defendiéndome,
pero las lágrimas de vergüenza llenaron mis ojos.
—Quizás se refiere a alguien de aquí —dijo Josh, lentamente.
—Una vez, la vi salir de los bastidores del teatro con nuestro chico
Kevin —apuntó Isaac, obviamente pensando que todo era una gran broma.
—¿Qué? ¡No! —Negó Kevin vehementemente, interviniendo por
primera vez.
—¿Qué? —Mi cabeza se giró hacia él, asombrada por su completa
negación. Nunca le dijimos a nadie que estábamos juntos, pero tampoco lo
negamos. Sabía que no quería que la gente supiera lo que hacíamos, pero
¿hasta qué punto? Nunca pensé que reaccionaría tan intensamente a
alguien lo descubriera. ¿Qué demonios estaba pasando? Mi respiración se
entrecortaba en mi pecho, sintiendo los primeros punzadas de abandono.
Sin embargo, él no lo haría. Kevin era mi mejor amigo. No me abandonaría.
—Oh hombre. —Sean rio—. ¿Te gusta obligar a las chicas? Sé que es
difícil para tu feo rostro tener sexo, pero maldición.
Todos pensaron que era broma y empezaron a comentar. El momento
se convirtió en una bola de nieve y aceleró hasta que se estrelló contra mí,
como una avalancha.
—No. Yo nunca —negó Kevin de nuevo, enfadándose.
—Lo siguiente será que lo atrapen teniendo un trio como Prince, y su
padre cagará ladrillos y perderá su trabajo o algo —bromeó Isaac, dándole
una palmada a Sean—. Jane podría unirse. Probablemente haría cualquier
cosa para tener una oportunidad con Kevin. Oye, Chloe, ¿alguna vez has
tenido un trío? —Se giró en su dirección y movió las cejas. Ella solo lo evadió.
—Vete a la mierda —gruñó Jane—. No soy un fenómeno como Ana.
No es de extrañar que Kevin no quisiera acostarse conmigo —dijo,
resoplando.
—¡Cállate! —La ira de Kevin atrajo la atención de todos hacia él—. No
me interesa eso. Ana y yo somos amigos, y nunca me involucraría en algo
así. Tampoco soy ningún bicho raro. —Sus palabras me golpearon como un
mazo en el pecho. Pero aún no terminaba—. Eso es asqueroso.
Asqueroso. Asqueroso. Asqueroso.
Se repitió en mi cabeza como un martillo golpeando un clavo,
resonando las crueles palabras a través de mi cuerpo. Todo en mí se apagó.
Me sentí entumecida y hueca, pero con mucho dolor al mismo tiempo. Miré
su perfil mientras él observaba su vaso como si pudiera salvarlo. Mi mejor
amigo me llamó asquerosa. La persona que estuvo a mi lado por casi tres
años en las buenas y en las malas, la persona con la que comenzaría una
nueva aventura, se negó a encontrarse con mis ojos. Se rehusó a
defenderme, a defendernos. Sabía que tenía pánico de que algo saliera a la
luz, por cómo lo verían y lo que le causaría a su padre. Pero fue mezquino,
cruel y cortante con su negación.
Y yo, había terminado.
Terminado con todo eso. Ya no podía continuar allí e intentar
defenderme. ¿A quién le importaba? Acababa de perder a la persona más
importante porque me negó frente a todos. Él estaba equivocado. No éramos
solo amigos. No éramos nada.
—Maldición, Kev, Relájate. De acuerdo. —Sean levanto sus manos,
aplacándolo. Pero todavía no había terminado con su chiste—. Solo es Ana
quien está en la mierda rara. —Me pareé no queriendo escuchar más—. Oye
Ana —gritó a mi espalda—. ¿Por eso nunca me dejaste follarte? Podría
hacerlo ahora… justo aquí. ¿Te encendería tener a todos observando? —
Josh e Isaac se rieron y animaron. Kevin seguía sentado en silencio.
—Cállate, Sean —gruñó Gwen, saliendo en mi defensa. Pero era muy
tarde. El daño estaba hecho.
De alguna manera, me las arreglé para caminar a la puerta principal,
pero tan pronto como mi pie tocó el pavimento, corrí. Corrí todo el camino a
casa, jadeando por aliento mientras las lágrimas se derramaban por mis
mejillas y mi corazón hacia su mejor intento por escapar de mi pecho. Me
precipité en la casa desplomándome contra la puerta entre sollozos. Mamá
se levantó de su lugar en el sofá y corrió hacia mí, sosteniéndome en sus
brazos mientras yo caía al suelo.
Me sostuvo en su regazo, y me aferré a ella como si fuera lo único
manteniéndome unida, cuando todo lo que quería era sumergirme en el piso
y nunca salir.
—Nena, shh. —Intentó calmarme mientras acariciaba mi cabello—.
Cariño, por favor para. Shh. —Podía escuchar las lágrimas obstruyendo su
garganta. Esa era mi madre, ella sentía todo conmigo, y sabía que le dolía
que yo estuviera herida. Sin querer que se derrumbara conmigo, recogí lo
último de mis reservas y respiré profundamente para lograr detener las
lágrimas—. Por favor Ana. Por favor, háblame.
Mi cabeza se agitó en negación.
—No puedo, mamá. Simplemente no puedo. Te lo suplico, no me
obligues esta noche. Lo hare algún día, pero no esta noche. —Se me escapó
otro sollozo y no pude detenerlo. Me sostuvo a través de la tormenta hasta
que me calmé.
Con su mano acariciando mi espalda, tome una decisión. Fue
precipitada, sin embargo, era lo que necesitaba hacer.
—Cambie de opinión. —Levanté la cabeza de su hombro—. Quiero ir
a Vanderbilt. Las cosas han sido difíciles el último año y esta noche me hizo
ver que necesito un nuevo comienzo. Lo siento, mamá. No quiero dejarte,
pero…
—Silencio —detuvo mis entrecortadas palabras y limpio las lágrimas
de mis mejillas con sus pulgares—. Llamaré a tu padre y le informaré. —Su
voz firme me dijo que se haría cargo de la situación. Por su puesto, ella lo
haría. Era mi madre—. Cuidar de ti es lo más importante, y sabes que te
apoyo sin importar qué. Estaré bien.
Lamí la sal de mis labios y asentí.
—Me quiero ir mañana. A primera hora.
—De acuerdo, nena. —Sus ojos se ampliaron en sorpresa, pero no me
cuestionó. Continuó sólida y apoyando lo que yo necesitaba.
—Debería ir a empacar. Solo lo esencial para así poder irme mañana,
después buscaré el resto. —Me incorporé con su ayuda debido a mis piernas
temblorosas e hice mi camino a las escaleras. En el primer escalón, me
giré—. Si alguien viene, no los dejes entrar.
Odié vislumbrar la preocupación en sus cejas fruncidas.
—Pero Kev…
—Especialmente Kevin
Kevin
Mierda, mierda, mierda.
El patio ondulaba frente a mí. Mi estómago se revolvió, mezclándose
con las ácidas palabras que había escupido. Mierda. Me entró el pánico.
—Están todos borrachos y terminé con esta mierda —gruñí y me
levanté de mi sitio. Agarrándome del marco de la puerta de la casa, tuve que
estabilizar mis pies. Aparentemente, bebí más de lo que pensaba. Tal vez
esa era la razón por la que mi cerebro actuaba tan lentamente y la causa de
que las únicas palabras que salieron de mi boca fueran inducidas por el
pánico, carentes de todo pensamiento racional.
Pero lo sabía. Todo era una excusa, y me antepuse como un idiota.
Prioricé a mi familia. Pero Ana era mi familia, y la dejé con los lobos; le di la
espalda a mi mejor amiga. Mierda.
Salí tropezando. Sentí que me tomó una eternidad llegar a casa
mientras me concentraba en mantener el pavimento delante de mí y no
derrumbarme en el césped. El aire fresco de la noche comenzó a despejarme
y, una vez que llegué, me detuve y miré hacia el dormitorio de Ana. Quería
correr hasta allí y derribar su puerta, exigirle que me escuchara, que me
perdonara, pero el mundo seguía tambaleándose bajo mis pies por lo que
las palabras que llegaron tan rápido a primera hora de la noche, comenzaron
a desdibujarse, y ya ni siquiera estaba seguro de lo que se dijo. No podía
dejar que su madre me viera así. Nuestros padres eran comprensivos, pero
si llegara tambaleándome de borracho a su puerta después de medianoche
exigiendo ver a Ana, su mamá me arrastraría de la oreja hasta mi casa y me
empujaría para que mis padres me castigaran.
Sin embargo, me lo merecía. Tal vez debería dejar que pasara de todos
modos.
Mis ojos se fruncieron y traté de recordar exactamente cómo se
derrumbó todo. Mi mente se apagó, entrando en modo supervivencia. ¿Qué
tan maldito fue que el modo de supervivencia no incluyera salvar a la mejor
persona de mi vida?
¿Qué demonios había hecho?
Todo lo que sabía era que necesitaba disculparme. Mirando alrededor
del patio, busqué la manera de llegar a Ana, ya que cruzar la puerta
principal estaba prohibido. Vi las piedras bajo su ventana en el jardín
lateral, recogí algunas antes de tirarlas al cristal. Me sentía representando
una película de los ochenta.
Quince piedras y no hubo ni un solo movimiento. Mis hombros
cayeron y mi corazón se desplomó al saber que no llegaría a ella hasta
mañana. Arrastré los pies en dirección a mi dormitorio, tropezando con el
último escalón y dejando caer el teléfono frente a mí. Por supuesto, mi
teléfono. Cuando entré en mi dormitorio, mis ojos se desviaron a su ventana
para ver si algo había cambiado, pero permanecía oscuro. Así que tomé el
teléfono y esperaba que al menos leyera mis mensajes.

Yo: Por favor, habla conmigo.

Las letras se tornaron borrosas, pero persistí.

Yo: Lo siento mucho. Me entró el pánico.


Yo: Por favor, Ana. Eres mi mejor amiga.

No conseguí nada y al final me acosté sobre la cama preguntándome


cómo había ido tan mal la noche.
Porque eres un maldito imbécil. ¿Realmente habría perjudicado la
carrera de tu padre? ¿Era asunto de alguien?
No. Se me pasó por la cabeza una hora demasiado tarde. Prince la
cagó muchas veces antes del incidente del video. Las murmuraciones sobre
mí y los chismes no harían ninguna diferencia. La retrospectiva era perfecta
y me estaba propinando una rápida patada en las pelotas por ser un idiota.
Dándole vueltas a las diferentes respuestas que pude haber dicho, acabé
por quedarme dormido, tratando de decidir si las náuseas que causaban
estragos en mi estómago se debían al alcohol o si mi cuerpo sabía lo que
perdí antes de que mi mente estuviera lista para ceder a lo inevitable.
La próxima vez que abrí los ojos, una brillante luz se derramó del
exterior intentando partir mi cráneo. La cabeza me latía mientras yacía
contra la almohada, tratando de recomponer los fragmentos de anoche.
Ana.
Me incorporé de un tirón, arrepintiéndome del rápido movimiento en
el momento en que los latidos se multiplicaron por diez. El reloj marcaba las
doce y diecisiete, no logaba recordar la última vez que dormí hasta tarde.
Esperando poder hablar con Ana, me tambaleé desde mi cama y miré por la
ventana. Quizás me esperaba. Cuando me acerqué, me congelé al ver que
sus persianas se encontraban cerradas. Ella rara vez corría las persianas y
no pude evitar pensar que eso significaba algo más que un poco de
privacidad.
El corazón me retumbó en el pecho al notar todas las implicaciones
de lo que podría significar. Tal vez se vestía. Tal vez bloqueaba la luz porque
tenía tanta resaca como yo. Mis pulmones trabajaron para ponerse al día
con mi cuerpo moviéndose más rápido de lo que debería. Bajé rápidamente
las escaleras e ignoré el llamado de mis padres desde la sala. Abrí la puerta
bruscamente y no miré hacia atrás para comprobar si se cerraba antes de
correr por el césped y empezar a golpear la puerta de Ana.
La señora Montgomery abrió y me dirigió una mirada que parecía que
me prendería fuego.
—¿Qué? —preguntó de forma brusca. No un “hola” o “cómo estás” o
“déjame buscar a Ana”. Simplemente “Qué”.
—¿Está Ana en casa? —me atraganté.
Me miró fijamente, observando la manera en que me apoyaba en el
revestimiento mientras me quedaba sin aliento portando la misma ropa de
ayer.
—La llevé al aeropuerto esta mañana. Se fue a Nashville, donde
asistirá a Vanderbilt en el otoño —dijo con voz hueca, como si no estuviera
destrozando mi mundo.
—¿Qué? —Era todo lo que podía decir. Fue lo único que me pasó por
la cabeza. ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? Una y otra vez hasta que el “No” se hizo cargo.
La vehemente negación no hacía nada para cambiar el hecho.
No. No. No. No.
Ella registró mi tambaleante cabeza y sus ojos brillaron. No por
compasión. No. Sus labios fruncidos me dejaron saber lo disgustada que
estaba conmigo, y me pregunté cuánto le contó Ana. Sabía que se había ido
por mi culpa y le dolía haber perdido a su hija por culpa de la escoria que
tenía delante.
—No sé qué le hiciste —espetó en voz baja—. Pero más vale que ella
esté bien. Que logre recuperarse de la forma en que la vi anoche.
Y con eso me cerró la puerta en la cara. Mi mandíbula se desencajó al
quedar abierta por el shock. El fuego quemaba detrás de mis ojos y se
acumulaba. Intenté quitar la humedad con un parpadeo, pero se me
escaparon un par de lágrimas. Jesús. Permanecí de pie en su porche,
después de haberla ahuyentado en un momento de completa y absoluta
idiotez provocado por el pánico, y lloré.
Mi mano resbaló y, justo cuando giré para irme, la puerta se abrió de
nuevo. La mamá de Ana me empujó un sobre blanco mientras se limpiaba
las lágrimas del rostro.
—Toma. Te dejó esto.
Tan pronto como mis dedos tocaron el papel, lo soltó y volvió a dar un
portazo. Me quedé mirando la suave letra cursiva que deletreaba mi nombre,
escuchando el clic del cerrojo. El sol brillaba y los pájaros cantaban en los
árboles, burlándose de mí. Al tragar saliva, aferré la carta con la mano y
regresé a casa. Mis padres seguían en el mismo lugar con los ojos muy
abiertos, sin decir nada.
Bajé la vista sintiéndome demasiado decepcionado conmigo mismo
como para mirarles o tratar de explicar la horrible mierda que era. En vez
de eso, subí a mi dormitorio y me metí en la cama para abrir la carta.
El desgarre del sobre pareció resonar con una horrible finalidad. El
trozo de papel se sentía como si fuera lo último que tendría de ella. Mi
corazón latía y mis dedos temblaban mientras una parte de mí coreaba para
que lo abriera, y la otra parte me rogaba que lo dejara, sabiendo que lo que
estuviera escrito sería el golpe final.
Lo abrí.

DÉJAME EN PAZ.

Tres palabras. Tres. Simples. Palabras. Cuando se decían solas, eran


inofensivas. Nada. Podían significar cualquier cosa. Pero unidas de esa
manera, eran como una guillotina que cortaba la parte más importante de
mí. La realidad de lo mal que lo hice me miraba fijamente en esas tres
palabras. No había excusas ni rincones para esconderse. La había cagado,
y la lastimé más de lo que jamás pude imaginar.
Me odiaba a mí mismo más de lo que nunca creí.
Tomé mi teléfono y busqué su nombre. Un mensaje de texto. Solo uno
y le daría la paz que me pedía. Solo necesitaba que ella lo supiera.

Yo: Te amo y lo siento mucho.


Kevin
Cuatro años atrás

—El último semestre de la universidad, hombre. Lo juro, nunca pensé


que llegaría aquí —les dije a mis amigos.
—Después de tu primer año, tampoco estaba seguro de que fueras a
llegar aquí —murmuró mi amigo Jason en su cerveza.
—Hablen por ustedes mismos, idiotas —gruñó Will.
—Oye, no todos nosotros somos superdotados en busca de un título
de medicina —le devolví el disparo.
Will se encogió de hombros y tomó un largo trago de su bebida.
Estábamos a sólo un par de días del nuevo año y habíamos decidido ir de
bar en bar con algunos amigos antes de que las clases volviera a comenzar.
—Tengo que admitir que beber en un bar se siente mucho mejor que
cuando nos emborrachamos y nos desmayamos en el césped de cualquier
fraternidad en la que estuviéramos —dijo Jason.
—Salud por eso —dijo Will. Respondimos haciendo sonar nuestros
vasos.
El bar era más bien un pub con el interior de madera y Journey
sonando de fondo. Seguramente habíamos recorrido un largo camino desde
las fiestas de la fraternidad y luego los clubes y bares más ruidosos tratando
de ligar con chicas. Quiero decir, aun así, lo hacíamos, pero esta noche era
más sobre salir con amigos.
Will y Jason habían sido mis compañeros de cuarto desde el segundo
año. Nos conocimos en los dormitorios como estudiantes de primer año,
congeniamos y nunca miramos atrás. Fueron los amigos que me cuidaron
cuando perdí la cabeza un poco ese primer año. Ir a la UC era un
recordatorio constante de que estaba allí sin Ana. Que estaba viviendo mi
vida sin ella. Había perdido una parte de mí e hizo falta mucho alcohol y
auto odio para acostumbrarme a echarla de menos.
Durante los últimos tres años, he tratado de buscarla en Facebook,
Twitter, Instagram, o en cualquiera de las otras mil plataformas de medios
sociales en las que todos estaban. Pero nunca la encontré. Fue lo mejor. Su
carta me perseguía. Y no estaba seguro de que hubiera podido cumplir con
su petición si hubiera encontrado un vínculo con ella.
Así que, seguí adelante y luché durante mi primer año, lentamente
haciendo amigos y aceptando lo que había pasado. Después del primer año,
pasé de estar indeciso a tener una especialización en marketing que se
centraba en los deportes. Nunca volví a jugar al fútbol, lo que frustró a mis
padres hasta el infinito, pero finalmente lo aceptaron. Especialmente
después de que mi padre completara su último mandato como senador.
Decidió tomarse un descanso y llevó a mi mamá de viaje por todo el mundo.
Traté de llegar a casa cuando ellos estaban allí también, esperando
ver a Ana si alguna vez volvía de visita. Pero incluso después de todo ese
tiempo, nunca me la encontraba. En el primer año, su mamá me hizo saber
que estaba bien. A veces era un poco más que un asentimiento a través del
césped. Si tenía suerte, ella me hablaba. Cuando me dijo que Ana estaba
mejor, mi corazón se expandió aliviado y apretado por el dolor, sabiendo por
lo que debía estar pasando. Saber que estaba mejorando fue el mayor
impedimento para cazarla en Nashville. No quería causarle más dolor del
que ya había hecho.
Eso no significaba que no me acostara en la cama por la noche y
pensara en lo que le diría, si tenía la oportunidad. Sobre todo, me imaginé
de rodillas disculpándome, suplicando perdón. Tan pronto como los
pensamientos comenzaron, se convirtió en una reacción en cadena. Me llevó
a recordar nuestros momentos íntimos. En noches especialmente duras, me
convencía de que todo era culpa mía. Que la había arrastrado a todo esto.
En el sadismo y el sexo duro. A veces la parte más racional de mi mente me
decía que estaba equivocado, pero el veneno supuraba a pesar de intentar
apagarlo.
—Hola, semental —susurró en mi oído una suave voz mientras brazos
se deslizaban alrededor de mi cintura—. ¿Me llevarás a casa esta noche? —
Miré los grandes ojos grises de Katelyn. Presionó su cuerpo contra el mío y
tomé su rostro de duendecillo y sus labios llenos, tratando de decidir si
quería hacerlo. Katelyn y yo nos conocimos hace un par de años y en
realidad no salíamos tanto como teníamos sexo cuando era conveniente. No
le importaba el sexo duro, así que nunca sentí la necesidad de rechazarla.
Ella no sabía el alcance total de mis deseos de herir mientras follaba ya que
había decidido guardármelo para mí. En vez de eso, cerraba los ojos e
imaginaba todo lo que quería hacer.
La mayoría de las veces era más fácil simplemente abstenerse que
tratar de determinar si una chica podía tomárselo con más calma y seguir
gustándole. Katelyn lo hizo, así que funcionó para nosotros. Podía ser un
poco pegajosa, pero yo había dejado claro lo que éramos y lo que no éramos.
Quería creer que ella lo aceptaba, pero a medida que se acercaba la
graduación, parecía que se estaba encariñando demasiado.
—Hola, Katelyn. —Me incliné y le di un beso en la frente. Era casi un
pie más baja que yo y no podía negar que se sentía bien metida en mi
costado. La envolví con un brazo y me incliné hacia su oreja—. Tal vez si
eres una buena chica.
—¿Y si no lo soy? —resopló antes de morderse el labio, sus ojos
brillando de emoción. Jugábamos a este juego a menudo.
No respondí, sino que le di una palmada en el culo con la mano. Gritó,
pero sus labios inclinados me hicieron saber que le gustaba. De puntillas,
me dio un suave beso en el cuello, susurrándome: “Voy a tomar una copa”
y se alejó.
Nos quedamos en el pub hasta que Will recibió una llamada de otro
amigo pidiéndonos que nos reuniéramos con él en otro bar que tenía una
banda tocando esa noche. Nos tomamos nuestras bebidas y nos fuimos.
—Hagamos otra ronda de tragos —gritó Jason una hora después.
Había perdido la cuenta de cuántas habíamos hecho en ese momento. Pero
la noche todavía era joven y yo obedientemente tomé mi vaso y bebí el líquido
ámbar. Mirando por encima de la barra, el reloj se nubló, pero pude ver que
era poco después de medianoche. Necesitaba ir más despacio si quería llegar
a casa, así que pedí una cerveza y agua.
—Marica —gritó Jason, señalando mi agua.
—Se necesita uno para conocer a otro.
Me sacó el dedo medio y se volvió hacia la chica del otro lado de él.
Nuestro grupo formaba una gran multitud en la esquina alrededor de la
parte superior del bar. Incliné mis codos hacia atrás y lo asimilé todo.
Algunos jugaban a los dardos y otros se reían de las historias de las
vacaciones de Navidad. Estaba bien. Yo estaba bien. Me llevó mucho tiempo
llegar allí, pero estaba bien. Finalmente.
Me alejé de nuestro grupo, mirando al resto de los clientes. Me llevé
la cerveza a los labios y me congelé. La botella casi se me escapa de los dedos
cuando la vi junto a las mesas de billar.
Ana.
Santo cielo. Ana.
Ana, Ana, Ana, Ana.
Su nombre resonó en mi cabeza. Se puso la bebida en el pecho
mientras un tipo la hacía girar en círculo. Dio un paso atrás y giró sus
caderas, bailando lejos de él.
Todo mi cuerpo se congeló mientras contenía la respiración
mirándola. Cuando inclinó la cabeza hacia atrás y se rio, exponiendo su
largo cuello, fue como si un choque eléctrico me hubiera sacudido el cuerpo
y me hubiera dado una patada en el corazón. Había pasado horas besando,
chupando y mordiendo ese cuello. Mi corazón martillaba en mi pecho,
tratando de mantener el ritmo de mis pulmones, que estaban haciendo todo
lo posible para combatir la hiperventilación que mi pánico estaba
induciendo. Me quedé quieto, sin moverme, mientras todo mi cuerpo ardía
con la necesidad de correr hacia ella y envolverla en mis brazos. Nada más
que un zumbido sonó en mis oídos, todo el bar desapareció, hasta que una
fuerte ovación desde detrás de mí hizo erupción, perforando mi burbuja.
Todos en el bar se giraron para mirar lo que sea que causó el ruido.
Todo el mundo. Incluyendo a Ana. En cámara lenta, su rostro sonriente se
volvió hacia mí y como si yo hubiera tirado de ella, sus ojos se posaron
directamente sobre los míos. Su sonrisa se le escapó. Cerró los ojos y
sacudió la cabeza. Cuando los abrió, yo todavía estaba allí. Sus brazos
cayeron a sus lados y se quedó ahí parada, mirándome fijamente mientras
yo la miraba.
Era como si fuéramos las únicas personas en el bar. A pesar de la
distancia, reconocí los ojos gris-azules que perseguían mis sueños. Incluso
desde lejos, todavía podía leerlos.
Mi corazón dio un latido cuando sus hombros se levantaron con un
suspiro fuerte y un lado de sus labios se inclinó hacia arriba. Le devolví la
sonrisa, justo cuando alguien me golpeó y me sacó de nuestro momento.
Mis brazos se envolvieron inmediatamente alrededor de la pequeña fuerza
que casi nos derriba a ambos y chocó con los ojos vidriosos de Katelyn.
—Hola, guapo —. Arrastró las palabras.
Sin responder, levanté la mirada y vi que Ana seguía mirando con el
ceño fruncido antes de que el tipo que la había hecho girar llamara su
atención. Dijo algo y Ana asintió. Dejó su bebida y comenzaron a llegar a la
puerta, que estaba detrás de mí.
Mi mundo comenzó a inclinarse y no sabía si era por el alcohol o por
el hecho de que había dejado de respirar mientras veía cómo se acercaba.
Cuando se acercaron lo suficiente, Katelyn habló, haciéndome saltar,
después de haber olvidado que todavía estaba colgada de mí.
—Hola, Andrew. Cuánto tiempo sin vernos.
El tipo con la mano en la parte baja de la espalda de Ana se detuvo y
reconoció a Katelyn.
—Oh, hola, Katie. Qué casualidad verte aquí. —Se acercó a nosotros.
Katelyn respondió, pero yo no la escuché. Mis ojos, todo mi enfoque,
permanecieron únicamente en Ana.
Vi su garganta moverse arriba y abajo mientras tragaba antes de que
sus labios se abrieran.
—Hola —susurró. La palabra me envolvió y se hundió dentro de mí
con el consuelo que sólo Ana podía darme. Ésta era mi mejor amiga. La
persona con la que compartí todo. La persona que extrañé más que nada.
Pensé que estaba bien, pero con sólo esa palabra me hizo sentir mejor de lo
que me había sentido en tres años.
—Hola, Ana.
Katelyn y Andrew hablaban animadamente a nuestro lado mientras
estábamos parados congelados, viéndonos el uno al otro. Era más hermosa
de lo que recordaba. Era una chica en mis recuerdos, pero ante mí había
una mujer. Sus ojos tenían más experiencias que cuando me dejó, y me
sentí desesperado por escucharlas todas. Sus ojos estaban casi a la altura
de los míos mientras usaba un par de tacones, lo que acercaba su cuerpo
de un metro setenta y cinco a un metro ochenta. Llevaba medias gruesas y
un vestido blanco que la abrazaba y mostraba sus pechos. No podía dejar
de mirar.
Pero entonces el olor de la vainilla me golpeó. Puramente Ana. Lo
inhalé y se me hundió en el cerebro, evocando recuerdos que comenzaron a
estrellarse sobre mí. Su cuerpo desnudo debajo de mí, entrelazado con el
mío. La forma en que su suave y delicada piel se sentía bajo mis dedos, la
forma en que se sentía bajo mis dientes. Su sonrisa mientras yacía a mi lado
en la tumbona compartiendo los detalles de su día, su meñique entrelazado
con el mío. Todo esto era demasiado y no era suficiente.
—Hola Kevin, este es Andrew —la voz de Katelyn interrumpió mis
pensamientos y me trajo de vuelta al presente. No quería apartar la mirada
de Ana, pero las habilidades sociales arraigadas por mi madre me obligaron
a volverme y prestarle atención a Andrew. Ofreció su mano y la tomé a
regañadientes—. Hemos tenido algunas clases juntos. Sobrevivió al inglés
hace dos años. Brutal.
Ambos se rieron y me pregunté qué tan bien se conocían Andrew y
Katelyn. Todavía tenía su brazo alrededor de mí, pero mostraba una
familiaridad con Andrew como lo hacía conmigo. Como si supiera cómo
follaba.
—Hola, Kevin. Encantado de conocerte. Esta es...
—Ana —interrumpí. No necesitábamos presentaciones. No sabía
desde cuándo la conocía, pero no podía conocerla como yo. No sabía cómo
era su sabor, cómo se reía, o cómo se veía cuando luchaba contra las
lágrimas porque estaba tratando de ser demasiado fuerte para llorar. No la
conocía como yo.
—¿Ustedes dos se conocen?
—Fuimos juntos a la secundaria —explicó Ana.
Una explicación muy simple. Demasiado simple para lo que éramos.
Ana era la mejor y la peor parte de lo que yo fui. Y se paró frente a mí,
recordándomelo todo. No pude evitar preguntarme qué vio cuando me miró.
¿Podría ver la diferencia entre el niño y el hombre? ¿O sólo vio el pasado y
cómo la lastimé? Era demasiado para asimilar, dado el estado de mi cerebro
infundido de alcohol.
Entre la excitada conmoción de ver a Ana y el alcohol ardiendo por
mis venas, luché para encontrar las palabras que decir. Quería decir
cualquier cosa para mantenerla allí, pero mi lengua se sentía espesa y mi
cerebro lento.
—Déjame... Déjame invitarte a una copa.
—En realidad, estábamos a punto de salir —dijo Andrew, declinando
por ella.
Diablos. Que se vaya a mierda Andrew. Mi cerebro se esforzó para
idear un plan diferente, pero se tropezó consigo mismo, incapaz de funcionar
más allá de mirar fijamente a Ana.
—Qué lástima —dijo Katelyn—. Tal vez podamos reunirnos alguna
vez.
—Definitivamente. —Andrew puso su brazo alrededor de la cintura de
Ana, me detuve y miré. Sabía cómo se sentía esa cintura entre las palmas
de mis manos. Cómo mis pulgares descansaban justo fuera de su ombligo
mientras la sostenía por encima de mí, empujándola hacia arriba. Sabía lo
que se sentía cuando la abrazaba mientras bailábamos. Sabía a qué sabía.
Me quedé indefenso, demasiado sorprendido como para hacer otra
cosa que no fuera mirar fijamente. El alcohol confundió mi cerebro y ella
levantó su mano para decir adiós. No tenía la intención de que viera cómo
temblaba, pero lo hice.
—Nos vemos, Kev.
Sus ojos no dejaron los míos cuando pasó junto a mí, sólo los soltó
cuando llegó demasiado lejos. Pero incluso entonces, miró hacia atrás antes
de salir por la puerta.
Verla desaparecer a través de la puerta me dejó un montón de
recuerdos. En el que me senté en el patio de Isaac y la vi desaparecer en la
casa, sin saber que sería la última vez que la vería. Su nota pidiéndome que
la deje en paz. Todo me golpeó con una ráfaga de hielo, congelándome en el
lugar. Se ha ido. Mi estómago se apretó, el pasado atado en nudos.
No sabía cuánto tiempo miré a la puerta, pero cuando me llamaron,
Katelyn se había ido y la cerveza que me llevé a los labios estaba caliente.
—Tierra a Kev. —Will me hizo un gesto con la mano delante de mi
rostro y parpadeé para concentrarme—. Amigo, ¿estás bien? Parece como si
hubieras visto un fantasma.
Lo había hecho. El fantasma de mi pasado. Me perseguía.
¿Por qué estaba allí? ¿De visita? Nunca la había visto antes cuando
volvió a casa. ¿Cuánto tiempo se quedaría? ¿Dónde se estaba quedando?
¿Por qué no había hecho ninguna de esas preguntas?
¿Por qué no me he disculpado?
¿Qué pasaría si no tuviera otra oportunidad de pedir perdón como la
que había estado pensando en hacer durante tres años?
Mi vaso golpeó la barra con un golpe seco y mis piernas se movían
antes de que me diera cuenta de lo que estaba haciendo. Moviendo y
retorciéndome me abrí paso entre la multitud lo más rápido posible, con la
esperanza de que ella estuviera todavía afuera. Mis piernas estaban
entumecidas y flojas, el suelo se balanceaba frente a mí.
El aire frío me golpeó cuando salí por la puerta, pero no me detuvo.
Mirando de lado a lado, no la vi. No pude encontrar su cabello rubio o su
vestido blanco. En una decisión de fracción de segundo, giré a la izquierda
y empecé a correr por la calle con la esperanza de atraparla. Una farola tras
otra, escudriñando cada calle lateral hasta que mi dedo del pie cortó el
pavimento desigual, lo que me hizo tropezar. Alcanzando el poste de luz, me
estabilicé.
Mi aliento entraba y salía de mi pecho, grandes bocanadas de aire
liberándose en la fría noche. Girando en un círculo completo, clavé mis
dedos en mi cabello escaneando cada banca, mirando tan lejos como la luz
me lo permitía.
La gente miraba fijamente al loco que tropezaba por las calles después
de la medianoche con ojos de pánico. No me importaba. Necesitaba toda mi
atención para enfocar mi mirada borrosa y encontrarla.
Tenía que verla.
Tenía que verla.
Tenía que verla.
Tenía que disculparme. Necesitaba saber cuánto lo sentía. Cuánto me
arrepentí de cada error de esa noche hace más de tres años.
Un escalofrío me destrozó el cuerpo y el frío finalmente comenzó a
asimilar mi atención. Frotándome los brazos, volví a mirar a mi alrededor y
me di cuenta de que había conseguido llegar a estar a cinco manzanas del
bar.
—¡Mierda! —grité, enterrando otra vez las manos en mi cabello y
tirándolo—. Mierda. —La gente me estaba dando un amplio margen en caso
de que yo fuera un psicópata. Me sentía como uno. Arrastrando la mano por
la cabeza, la corrí sobre mi boca y admití la derrota.
¿Y si no la hubiera visto? ¿Y si pierdo mi única oportunidad de hacer
lo correcto, de recuperar a mi amiga? Mi cuerpo se hundió, el alcohol me
cansaba.
De alguna manera, me las arreglé para volver al bar. No miré a nadie
mientras tropezaba y me colocaba la chaqueta. Afortunadamente, nadie se
fijó en mí ni me detuvo para preguntarme qué diablos pasaba.
Llamé a un taxi y llegué a casa, sólo para caerme en mi cama y repetir
la noche una y otra vez, castigándome por todas las cosas que podría haber
hecho de otra manera.
Su susurrado “hola” se repitió hasta que, finalmente, mi cuerpo se
rindió y me quedé dormido.
Ana
—¿Has tenido algún problema para orientarte en el campus? ¿Hice un
buen trabajo al darte el recorrido? —preguntó Andrew cuando me
acompañaba a clases.
—Lo estoy haciendo bien. Probablemente porque tuve el mejor guía
que la universidad podía ofrecer.
Se echa sobre el hombro su cabello imaginario.
—¿Qué puedo decir? Tal vez estoy perdiendo mi vocación como guía
para convertirme en abogado.
—¿Qué hará el mundo sin ti? —me burlo.
—Perderse. —Se ríe y pone una mano en mi espalda mientras nos
acercamos al edificio donde es mi clase—. Aunque haré tiempo para ti. —
Nos habíamos detenido en las escaleras y nos mirábamos a los ojos. Observé
su mano acercarse a mi rostro y peinar mi cabello detrás de mi oreja. Nos
habíamos conocido cuando me dio el recorrido de bienvenida y luego me
pidió almorzar. Andrew me hacía reír, y yo disfrutaba su compañía. Podía
sentir la atracción entre nosotros, pero él había sido todo un caballero para
presionar por más.
Aparentemente, hasta este momento.
Se inclinó, y yo lamí mis labios antes que conectará sus labios con los
míos.
Fue suave y dulce, acariciando mi mejilla con su pulgar. Sus labios
eran delgados y gentiles, pero el recuerdo de labios llenos devorando los
míos me hizo retroceder y terminar el beso. No quería seguir besando a
Andrew cuando mi mente lo comparaba con Kevin.
Desde que me topé con él hace dos semanas, había estado en mi
mente a pesar de mis mejores esfuerzos de no pensar en él.
Me había perseguido mucho ese primer año de universidad y, poco a
poco, la vida se hizo más fácil. Me preguntaba si se había ido a la UC como
había planeado, o si había cambiado de opinión después de que me fui y se
convirtió en una estrella del fútbol. Ya no tenía que adivinar.
—¿Nos vemos luego? —El aliento de Andrew me rozó los labios y
asentí. Puso otro suave beso en mis labios y se alejó, dejándome revivir
nuestro primer beso. Fue... agradable. No estaba lleno de pasión, pero
estábamos en el medio del campus, y fue... agradable.
Sacudiéndolo, continué hacia mis clases. Miré alrededor de la sala y
me dirigí a la parte de atrás, asegurándome un asiento en una esquina,
sacando los libros y manteniendo la cabeza agachada. Estaba reescribiendo
algunas notas cuando sucedió lo inevitable.
—Hola, Ana.
Su voz profunda me envolvió como siempre. Ya no era la voz del niño
que había sido mi mejor amigo, sino la voz de un hombre que todavía me
hacía cosquillas en la columna vertebral. Las clases habían comenzado a
principios de semana y mi corazón se había alojado en mi garganta cuando
lo vi entrar en mi clase de cálculo. Afortunadamente, yo había estado en la
parte de atrás y él no me había visto. No es que no quisiera que me viera.
Creo. Solo necesitaba tiempo para procesar el tenerlo tan cerca.
Mi cabeza me golpeó y mi cerebro se volvió loco con una mezcla de
recuerdos y posibilidades que me producían hormigueos en las
extremidades, convirtiéndome en una tonta torpe.
El tiempo para procesar el estar cerca de él no había ayudado. Estaba
tan nerviosa y temblorosa como la primera vez que lo vi entrar a clase.
—Hola Kev. —Mirando hacia arriba, vi sus piernas vestidas de jeans
y su Henley de manga larga. De alguna manera, se las arregló para ser más
grande de lo que recordaba, más ancho y más alto. ¿No se suponía que había
dejado de crecer? Cuando llegué a su rostro, vi su garganta moviéndose
sobre una pesada golondrina, insinuando que quizás estaba tan nervioso
como yo.
—No pensé que volvería a verte después de encontrarme contigo en el
bar. Y, sin embargo, aquí estás, escondida en la parte de atrás. —Nos
miramos fijamente y vi cómo sus ojos escudriñaban mi cuerpo y me acogían.
No creía que hubiera cambiado mucho. Tal vez mi rostro se había
adelgazado, pero me pregunté qué veía cuando me miraba.
Ninguno de nosotros habló, dejando que el silencio se extendiera, no
corriendo a llenarlo. La clase se hizo más ruidosa a medida que más y más
gente entraba, y él señaló hacia el asiento de al lado.
—¿Asiento ocupado?
Agité la cabeza y dije:
—Adelante.
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó una vez que se
acomodó en el asiento que era demasiado pequeño.
—Un par de minutos. —Estaba siendo deliberadamente obtusa,
evitando el tema.
—Ja. Ja. Me refería a casa. ¿Cuánto tiempo llevas en casa?
Casa. Todavía quería decir unos minutos. A pesar de cómo todo había
terminado entre nosotros, estando a su lado, en su presencia, todavía se
sentía como en casa. Pero yo no diría eso.
—Desde antes de Navidad.
Frunció el ceño, pensando en la línea de tiempo.
—¿Te transferiste en el último año?
—Mi mamá tiene can… —Mi voz se rompió por la palabra, y tuve que
aclararme la garganta e intentarlo de nuevo—. Mi madre tiene cáncer.
Quería estar más cerca de ella.
—Ana —susurró mi nombre y me reconfortó de una manera que no
esperaba—. Lo siento mucho.
Mis ojos ardían y parpadeé rápidamente. Kevin siempre me había
hecho sentir lo suficientemente cómoda para expresar mis emociones y fue
lo mismo incluso después de todo el tiempo que estuvimos separados. Pero
justo antes de la clase no era el momento de desmoronarse.
—Gracias.
—¿Te quedas en casa?
—No, comparto un apartamento cerca del campus con una chica que
casi nunca está. Originalmente quería quedarme con mi madre, pero ella
quería que yo tuviera una experiencia universitaria completa. —Hice
comillas al aire en eso último—. Al final, acordamos que aceptaría que una
ayudante de enfermería viniera a ver cómo está.
Asintió, pero el profesor entró para comenzar la clase y detuvo su
respuesta. Hice lo mejor que pude para tomar notas y escuchar lo que decía
el profesor, pero tener a Kevin a mi lado era demasiado grande para
ignorarlo. Me sorprendió no haberme desmayado porque apenas pude
regular mi respiración durante toda la clase. Cuando el profesor finalmente
nos liberó, no perdí el tiempo empacando mi bolso mientras trataba de evitar
mirar a Kevin.
Arrojando mi mochila sobre mi hombro, me quedé de pie, lista para
huir.
—Nos vemos, Kev.
—Almuerza conmigo —dijo ante mi retirada—. Por favor.
Me tomó un momento considerar todas las opciones, pero fue difícil
encontrar una negativa cuando todo mi cuerpo me gritaba para decir que
sí. Solo giré lo suficiente para mirarlo por encima de mi hombro.
—De acuerdo.
Su sonrisa me iluminó e hizo que mi pecho se sintiera como si fuera
a explotar y colapsar de golpe.
—Tengo clase, pero tal vez en dos horas. ¿La cafetería del Centro
Universitario?
—De acuerdo. —La palabra apenas salía de mi boca antes de que me
preguntara en qué demonios estaba pensando.

Abriendo la puerta al Centro Universitario, mantuve la cabeza baja y


murmuré una charla de ánimo para mí misma sobre cómo todo estaría bien.
La gente me dio un amplio espacio ya que parecía una lunática, pero no tuve
tiempo de preocuparme por los demás. Calmar mi corazón acelerado y mis
dedos temblorosos tuvieron prioridad sobre la aceptación social.
Respirando profundamente por última vez, estreché las manos y
levanté la vista, alzando la barbilla y sin miedo antes de entrar en la
cafetería. Mis ojos inmediatamente buscaron a Kevin y su todavía perfecto
cabello de chocolate. Dios, estaba celosa de lo fácil que se pasaba las manos
por el cabello y se quedaba ahí, perfectamente, esperando a que yo hiciera
lo mismo.
Concéntrate, Ana.
Poniendo una sonrisa en mi rostro, di un paso hacia atrás y me
congelé.
La chica que se aferraba su lado en el bar salió del pasillo trasero y
aterrizó en su regazo. Mi mandíbula se apretó, y la frialdad se asentó en mi
pecho al ver su fácil sonrisa y la forma en que sus manos sostenían la
cintura de ella.
La odiaba.
El pensamiento me sorprendió con lo fácil que se formó. ¿Qué era lo
que me pasaba? ¿De dónde había salido eso? Conocía bien el sentimiento
desde la secundaria. Celos. ¿Pero por qué ahora? No tenía razón para estar
celosa de con quién pasaba Kevin su tiempo. Habíamos hablado durante
diez minutos en los últimos tres años, y cómo había terminado no gritaba
"espérame".
Sin importar la racionalidad de ello, el sentimiento todavía se
estableció a mi alrededor, y me dolió. Mirando hacia otro lado, me acobardé
y decidí esperar a que se fuera. Para cuando pedí una bebida, ella ya se iba.
Kevin le besó la mejilla pero no dejó que sus ojos la siguieran mientras ella
se alejaba. Empezó a mirar hacia abajo en su libro, pero se detuvo, en vez
de eso levantó la cabeza para mirar a la multitud como si estuviera
buscando a alguien, como si supiera que yo ya estaba allí.
—¿Café negro, señorita? —El camarero me llamó la atención de nuevo
al mostrador.
—Sí. Gracias. —Tomé mi café y miré hacia atrás para encontrar a
Kevin mirándome fijamente, con los labios apenas levantados. Vi la sonrisa
en sus ojos y la familiaridad me golpeó en el pecho. ¿Cuántas veces había
encontrado sus ojos brillando con la misma felicidad que yo sentía por
dentro con sólo verlo? Las lágrimas quemaron la parte de atrás de mis ojos,
y miré hacia abajo hasta que las tuve bajo control.
Esto era demasiado. Al volver a casa, sabía que mis posibilidades de
ver a Kevin aumentaban, pero pensé que podría evitarlo. Evitar mis
emociones sobre cómo habíamos terminado las cosas. La mayor parte de mi
mente estaba consumida por mi madre y por estar ahí para ella. La
transferencia me tomó tanto tiempo que no había tenido mucho para pensar
en las posibilidades.
Cuando me permití, pensé que me enfadaría y lo rechazaría. Ante la
realidad, me di cuenta de que solo quería volver a estar en su presencia.
Nunca tomé en consideración que los viejos sentimientos serían más
prominentes que el dolor. La fuerza completa de mis emociones centradas
en Kevin hizo imposible procesar nada con él mirándome fijamente.
De cualquier manera, los empujé hacia abajo y me dirigí a él. Siempre
el caballero, se puso de pie y sacó mi silla. Ignoré la forma en que la jaló
alrededor de la mesa hasta que yo estaba prácticamente a su lado, en lugar
de quedar frente a él. Me senté y jugueteé con mi taza de café, girándola en
círculos, esperando a que hablara.
—No voy a mentir, no estoy seguro por dónde diablos empezar. —Su
honestidad permitió que los músculos de mis hombros se relajaran,
sabiendo que no estaba sola con mis nervios. Siempre fue tan bueno
retratando la calma que no sabía qué pensar. En el pasado, vi más allá, pero
muchas cosas habían cambiado. Fue estúpido asumir que aún podía
leerlo—. Honestamente, todo lo que se me ocurre decirte es cuánto lo siento.
—Mi corazón se detuvo. No. No, no, no, no. No quería enfrentarme a esto
todavía—. He querido decirlo... —Se detuvo cuando notó que sacudía la
cabeza—. ¿Qué?
—Está bien. No tenemos que hacer esto. De verdad. Vamos solo a...
a... —¿Solo qué? Yo no lo sabía. Inhalé tan profundamente como pude,
exhalando la presión que se acumulaba allí y recogí mis pensamientos—.
No lo hagamos ahora mismo.
Kevin asintió lentamente, sus cejas juntas.
—Ah, de acuerdo. —Tragué el bulto en mi garganta, calmando ni
acelerado corazón—. ¿Qué tal si iniciamos con lo simple? ¿Cómo estás?
¿Simple? Ja. Nerviosa, ansiosa, asustada, abrumada y feliz. Todas son
acertadas. En cambio, digo:
—Estoy bien. ¿Cómo estás tú?
Sus ojos escanearon mi rostro y su sonrisa se amplió más.
—Estoy genial, Ana. Mejor de lo que he estado en un tiempo.
—Bien. —Ver el brillo en sus ojos hace que mis mejillas ardan. Resultó
que no importa cuánto tiempo habíamos estado separados, yo aún podía
leer la mirada en sus ojos y saber que estaba feliz de verme. Habría
reconocido esa mirada aunque hubiésemos estado separados un millón de
años.
—Bueno, eso no duró mucho. —Se rio—. ¿Cómo estuvo Vanderbilt?
—En su mayor parte, arrogante. —Volvió a reír y el sonido se asentó
en mis huesos, haciéndome sentir ingrávida. Me encantaba hacerlo reír. Era
como si hubiera ganado una recompensa por ser yo—. No todo el mundo.
Hice buenos amigos, pero no siempre encajé bien. Ya sabes lo que pienso de
la música country.
—Oh, sí. Vivir en la capital de la música country debe haber sido
increíble para ti.
—Es como el setenta y cinco por ciento de todas las estaciones de
radio ahí abajo. Tuve que invertir en Pandora.
—Pobrecita. —Jadeó, acercándose la mano al pecho.
Asentí con la cabeza.
—Simplemente horrible.
—¿Seguiste enseñando, como lo habías planeado originalmente?
—Lo hice. Ya finalicé mis estudios en Tennessee, así que sólo tengo
unas pocas cosas que terminar aquí. ¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tu
especialidad?
—Para consternación de mis padres, dejé el fútbol y finalmente me
decidí por el marketing con un enfoque en el marketing deportivo.
—Eso te queda bien.
Una larga pausa cayó sobre nuestra mesa. El brillo de sus ojos se
desvaneció en tristeza mientras miraba mi rostro. Miré hacia otro lado
mientras tomaba un trago de mi café. Mis manos temblaban y se formó un
nudo en mi garganta.
Yo podría hacer esto. Podría mantenerlo ligero. Estuvo bien.
Podía hacer esto.
Las palabras repetidas no hicieron nada para evitar que el dolor se
extendiera por mi pecho. Necesitaba que la conversación volviera a empezar,
algo que desviará la atención de cómo ambos estábamos tan obviamente
recordando el pasado. Mi mente se agarró a una cuerda para aferrarse a
ella.
—¿Cómo están tus padres? —pregunté finalmente.
—Están bien. Papá se retiró en mi segundo año, así que han estado
viajando mucho.
Sonreí, recordando todas las veces que su madre hablaba de lo que
harían una vez que convenciera a su padre para que se retirara.
—Me alegro de que finalmente consiguiera lo que quería.
—Sí, se está divirtiendo. —Tragó con fuerza antes de hacer su propia
pregunta—. ¿Cómo fue vivir con tu padre? O mejor aún, ¿su novia?
—Oh, ¿te refieres a su esposa? —Asentí mientras sus cejas se alzaban
en cuestión—. Sí, tuvimos una pequeña ceremonia el año pasado. Dijo que
no necesitaba mucha gente o una gran boda, mientras Jesús estuviera allí.
—Interesante.
—Seguro que lo fue. Pero ¿sabes qué? —Respirando hondo, admití
algo que me llevó un tiempo aceptar—. Me aferré a culparla por tomar el
lugar de mi madre, pero se desvaneció. No era tan mala. Era fácil burlarse
de ella por toda su rareza y sus palabras de Jesús, pero también era difícil
que me desagradara por lo buena que era. Especialmente después de decirle
que ya no iría a la iglesia con ella.
—¿Ah, sí? ¿Cómo se lo tomó?
—Estuvo bien. Dijo que rezaría por mí y que con suerte se reuniría
conmigo para almorzar después. Decidí que era un punto intermedio
aceptable para nosotras. Fue agradable, ya que mi padre no estaba por ahí.
Demasiado ocupado con el trabajo. Así que, era una compañera decente
mientras yo estaba allí.
—Siento que tu padre no estuviera más por aquí. Sé cómo lo
extrañaste. Estoy seguro de que esperabas que estar allá te permitiera
acercarte más.
Por supuesto que lo hizo. Sólo otra cosa que hizo que me diera cuenta
de lo bien que me conocía. Nos sentamos uno frente al otro y fingíamos que
éramos viejos amigos y nos poníamos al día.
Pero la realidad era que éramos los mejores amigos que se
desmoronaron de la peor manera. Este hombre me conocía mejor de lo que
yo me conocía a mí misma y, incluso después de tres años, probablemente
todavía lo hacía. Habíamos compartido nuestras vidas juntos y aunque
pudimos dejar eso de lado por un tiempo, estaba claro que volvería a surgir.
No estaba lista para ese día.
Así que, me olvidé de eso.
—Sí, estuvo bien. Lo mismo de siempre. —Encogiéndome de hombros,
me preparé para salir—. Bueno, mejor me voy. Necesito hacer los deberes y
pasar a ver a mi madre.
—Por cierto, ¿cómo está? —preguntó con preocupación, viéndome
arrojar mi mochila sobre mi hombro mientras estaba de pie.
—Ella está... —¿Cómo le explicaba? El sólo intentarlo causaba un
pellizco en mi pecho—. Ella está bien. Aún es tratable, y pronto
empezaremos con la quimioterapia y la radiación.
—Lo siento, Ana —. También se puso de pie y apoyó una mano sobre
mi hombro. Era la primera vez que nos tocábamos y envió una chispa
ardiente por todo el cuerpo. No podía hacer que mi lengua formara palabras.
En vez de eso, me las arreglé para sonreír y asentir.
—Escucha, disfruté verte. Realmente lo disfruté. —Su garganta se
agitó cuando tragó—. ¿Puedo darte mi número? Podemos mantenernos en
contacto. Sabes que si necesitas ayuda con cálculo…O yo lo hago. —Se rio.
Asentí y saqué el teléfono de mi bolso con manos temblorosas. Esto
era más que una reunión para charlar. Estaba pidiendo reavivar nuestra
amistad. Me tomé un momento para evaluar los sentimientos que se
apoderaban de mí, tratando de diferenciarlos. Había duda y dolor. Pero
también había esperanza y necesidad. Yo quería esto.
Me dio su número y le envié un mensaje.
—Ahí. Ahora tú también tienes el mío. —Sonrió y guardó mi contacto
en su teléfono.
—Hagámoslo de nuevo, pronto. —No era una pregunta y con la orden
me miró a los ojos, permitiendo que más de una sugerencia pasara entre
nosotros. Necesité toda mi fuerza de voluntad para desviar mis ojos y hacer
retroceder los recuerdos de todas las otras órdenes que me había dado en el
pasado.
—Sí. —Mi garganta se atascó en la palabra y carraspeé, intentándolo
de nuevo—. Sí. Eso suena bien. Te veré por ahí.
Salí corriendo y no miré atrás. Pero no necesitaba hacerlo. Podía sentir
sus ojos sobre mí hasta que salí. Parecía que todo ese tiempo fuera no había
roto la conexión que habíamos formado antes, y eso me emocionó y me
aterrorizó.
Kevin
Ana: Creo que nunca lograré pasar cálculo. Es una estúpida maldición
y lo odio.
Yo: Bueno, tal vez si dejaras de mirarme durante las clases y
comenzaras a escuchar, no sería tan malo.
Ana: Ja. Ja.
Yo: No te culpo. Soy hermoso.
Ana: Eres algo.
Yo: ¿Qué soy Ana? *Acaricia* mi ego.
Ana: Eres un alborotador.
Yo: Estoy para ti.
Yo: ¿Sigue en pie la cena de mañana?
Ana: No la perdería por nada.

Dos semanas.
Nos tomó dos semanas caer de vuelta a nuestra rutina de la
secundaria. La única diferencia era que ya no vivíamos a lado del otro.
Comenzó como mensajes de texto el fin de semana después de la cafetería.
Simples mensajes hablando sobre nuestro día. Luego cambió a llamadas
telefónicas en las que veíamos programas o películas juntos, riendo hasta
que no podía permanecer despierta por más tiempo. Una parte de mí quería
pedirle que se quedara en el teléfono y lo pusiera en la almohada junto a
ella. Extrañaba el sonido de ella a mi lado. Pero no quería asustarla.
Demonios, estaba un poco raro por ese deseo. Bordeaba a lo largo de la línea
de ser una enredadera.
La mayoría de los días nos reuníamos para almorzar, excepto los que
pasaba con Andrew. Odiaba pensar en ellos juntos, pero no hablamos de
ello. Ana actuó al margen y evitó el tema, así que la seguí.
Intenté preguntarle sutilmente a Katelyn sobre Andrew ya que lo
conocía, pero sólo tenía cosas bonitas que decir. Lo que me molestaba más.
Por qué no podía ser un imbécil y yo podía justificadamente disgustarme,
aparte de estar celoso de su tiempo con Ana.
Tuve que dejar de hacer preguntas, porque Katelyn pensó que estaba
celoso y empezó a insinuar que se había acostado con él y me preguntó si
me habría molestado. Mi respuesta negativa la decepcionó y supe que era
hora de romper oficialmente cualquier conexión romántica que tuviéramos.
No quería engañarla y cuanto más nos acercábamos al final del año, más y
más atención me pedía. Era justo para ella.
Con Katelyn, no había celos. Pero con Ana, me quemó brillantemente,
aunque tuve que arrinconarla. Luchaba las noches en que me dijo que no
podía quedar para cenar, o las noches en que llamaba más tarde de lo
habitual porque acababa de llegar a casa.
Pero no importaba nada, oír su voz y su risa aliviaba cualquier
problema que yo tuviera. Estaba recuperando a mi amiga y eso lo superaba
todo.
Acordamos salir la noche siguiente y apenas podía esperar a recogerla
para la cena.
Se veía impresionante con unos jeans simples y un traje térmico
negro. No pude contener la sonrisa cuando vi sus familiares chucks negras.
—¿Tienes una escuela específica en la que quieres enseñar? —
pregunté mientras compartíamos una pizza en uno de mis restaurantes
favoritos.
—Me encantaría estar fuera de Cincinnati, más en los suburbios. Sólo
que tienen mejor financiación y mejor formación académica. —Tomó un
bocado de su pizza y levantó su dedo, queriendo continuar. No esperó a
terminar de masticar antes de murmurar—: Y una mejor tasa de
criminalidad. Odiaría que me disparen o me asalten en mi primer año.
—Eso definitivamente sería deprimente.
—¿Y tú? —preguntó, llevándose la copa de vino a los labios. Me tomó
un segundo responder porque la forma en que sus labios se envolvían
alrededor del vidrio me distrajo—. Kev.
Sacudiendo la cabeza, volví a centrarme en la conversación.
—No estoy seguro. Quiero quedarme cerca de casa. Espero que en
Cincinnati. Me encanta estar aquí.
—Sí, definitivamente se siente bien estar en casa. —Terminó su
porción de pizza antes de volver a hablar—. ¿Te mantienes en contacto con
viejos amigos?
—En realidad no. ¿Qué hay de ti?
—Gwen y yo nos mandamos un email. Se me echa encima por no tener
ningún medio de comunicación social, pero me imagino que si voy a ser
profesora, es mejor no tenerlos.
—Lo noté —admití.
Alzó una ceja ante eso, pero no dijo nada.
—¿Sigues hablando con Sean?
—No. —Alzando mi cerveza, tomé un largo trago, dándome tiempo
para pensar en mi respuesta. Pero luego bajé mi botella y miré hacia Ana.
Mi Ana. No tenía que pensar en mis palabras—. No mantuvimos el contacto,
y honestamente, tomé la oportunidad de ello. No había nadie alrededor que
esperara que me comportara de cierta manera como lo hacían en la
secundaria. Fue como un nuevo comienzo para mí.
—Sé que eso es lo que siempre quisiste. —Se bebió el resto del vino de
un trago—. Además, estoy segura de que es bueno no tener sus acusaciones
colgando sobre tu cabeza.
Me tomó un momento entender a qué se refería, pero viendo la forma
en que evitaba mis ojos y corría su pulgar hacia arriba y hacia abajo por la
condensación en su vaso, supe que ella quería decir todo lo que se dijo la
noche de la fiesta.
—Ana… —Me detuve, sin saber qué decir a continuación. No saber
cómo formular una disculpa lo suficientemente grande por lo que hice.
—No es nada. Siento haber sacado el tema.
—No tienes nada que lamentar. Yo soy el que lo siente. —Pensé en
decir más, pero un enrojecimiento le teñía las mejillas, y no quería que se
sintiera más incómoda de lo que estaba. En cambio, saqué mi billetera y
conté suficiente dinero para pagar la cuenta y la propina—. Vamos. Quiero
mostrarte algo.
Extendí mi mano para ayudarla desde la cabina, pero no la tomó. Me
tragué la decepción y la seguí hasta la puerta. Caminamos unas cuantas
cuadras en silencio, disfrutando del aire fresco y de una noche clara.
Cuando alguien caminó demasiado cerca de mí, tuve que aplastar su
espacio para evitar que la arrollaran, pero ella se echó para atrás tan pronto
como la acera se despejó. Solo el breve contacto, incluso a través de una
chaqueta gruesa, fue suficiente para prender fuego a mi sangre.
A pesar de todo el tiempo que habíamos pasado juntos en las últimas
semanas, no nos habíamos tocado. Había evitado toda posibilidad de
contacto y me había dado una gran oportunidad, igual que esta noche. Lo
odiaba y al mismo tiempo lo entendía. Intenté no presionar, pero sin
vergüenza aproveché cada oportunidad de caminar cerca de ella el resto del
camino.
Nos detuvimos afuera de un edificio de ladrillos de cinco pisos.
—Este es mi lugar.
Ana se volvió hacia mí con los ojos muy abiertos, el gris brillando como
plata bajo la farola.
—Kev, no sé si es una buena idea.
—No tenemos que entrar. Sólo confía en mí.
Tras una pausa, asintió ligeramente, lamiéndose los labios. El edificio
no tenía ascensor y subimos por las escaleras, pasando mi puerta en el
cuarto piso. Cuando llegamos a la cima, abrí la puerta metálica que llevaba
a la azotea. Tomó los bancos, las mesas de picnic y las tumbonas sobre la
grava.
—No es una terraza en la azotea, pero todos en el edificio son muy
amables al compartir el espacio.
—Es increíble.
La llevé a dos sillas de piscina similares a las que había en mi viejo
patio trasero, en las que nos habíamos acostado tan a menudo. Dejé que
Ana se instalara primero antes de arrastrar la mía junto a la suya. No
hablamos, sólo miramos el cielo nocturno y las estrellas centelleantes. Si
hubiera cerrado los ojos, casi podría haber vuelto hace cuatro años.
—Dios, he extrañado esto —susurró Ana.
—Te extrañé —confesé, los recuerdos del momento demasiado para
ocultar mis emociones. La extrañaba tanto, y necesitaba que lo supiera.
Esperaba que pudiera oír el arrepentimiento en mis palabras. Cuando ella
no respondió, me volví para mirarla y vi sus ojos apretados y cerrados. Su
pecho se levantó al respirar profundamente antes de hablar.
—No hablemos de eso esta noche. Disfrutemos el uno del otro.
Quería sujetarla al asiento y hacer que me escuchara. Escuchara mis
disculpas y viera mi dolor, hacer que me perdonara. Pero no quería
presionarla. No quería que la noche terminara.
—De acuerdo
Casi me trago la lengua cuando volvió a hablar, haciendo una
pregunta más peligrosa que la disculpa que quería imponerle.
—¿Has encontrado a alguien más? ¿Alguien como nosotros?
Sus palabras susurradas chuparon el aire de mis pulmones, y yo
luché por formular una respuesta. Sabía exactamente lo que estaba
preguntando. Y tal vez se sintió valiente en la oscuridad de la noche. Tal vez
se sintió valiente al hacer la pregunta en la familiaridad de la situación. No
lo sabía, pero no rechazaría la oportunidad de acercarme a ella. Quería
compartir mis secretos de nuevo, para que ella pudiera compartir los suyos.
—No. En realidad, no —Pensé que en los últimos tres años.
Especialmente después de que mi padre se retiró de la política, aliviando la
presión de ser descubierto y causando un escándalo. Me reí pensando en
ese año.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada. Sólo pienso en el año después de que mi padre se jubiló. Sentí
una libertad que antes no tenía y realmente miré... esa parte de mí mismo.
—¿Cómo es eso?
—Encontré un club de sexo.
—¿Un qué? —Se levantó en su asiento y me miró fijamente.
Me reí.
—Cálmate. Fue... una experiencia interesante. Y una que encontré no
era para mí. En realidad fue más esclarecedor que cualquier búsqueda en
Internet que pudiera haber hecho.
—¿Cómo es eso? —preguntó, recostada.
—Bueno, no me gustan los látigos y todas las herramientas que vienen
con el típico BDSM. Estoy bastante seguro de que fui un ciervo en los faros
la mayoría de mis visitas, viendo a la gente usar el equipo —Me reí de nuevo
de lo ingenuo que me sentía al caminar por el club—. Era un lugar genial, y
conocí gente interesante, pero no mi escena. Me gusta más la privacidad.
No me gusta atar a alguien a una cruz y azotarlo tanto como controlar a
alguien y... —Lo dejé, sintiendo esa vieja vergüenza volver a mi pecho.
Mirando hacia atrás, asimilé a Ana y me recordé que se trataba de Ana. Mi
Ana. Podría decirle cualquier cosa—. Y degradación. Me gustaba ver lo lejos
que alguien estaba dispuesto a llegar para complacerme. Ese era mi
problema. Así como algunos otros aquí y allá. pero no lo suficiente como
para tener que unirse a un club. —No tuve que mirarla para saber que mis
palabras la afectaban. Podía oír su corta y entrecortada respiración y se fue
directo a mi pene. Cambié sutilmente mi mano sobre mi regazo, esperando
que no notara que la erección estiraba mis jeans—. Pero me dejó a flote de
nuevo. De vuelta al principio, tratando de encontrar a alguien a quien no
asustaría. Supongo que me avergoncé menos de lo que era y de las formas
de evitarlo.
Esperaba que me comentara todo lo que acababa de confesar, pero se
quedó muda, mirando al cielo. Odiaba preguntarlo, pero necesitaba saberlo.
—¿Qué hay de ti, Ana? ¿Alguna vez encontraste a alguien?
Estuvo callada tanto tiempo, que no esperaba que respondiera.
Cuando habló, todo estaba tranquilo y doloroso y sabía que no me iba a
gustar lo que iba a decir.
—Conocí a un chico en mi segundo año. Era un tipo de último año,
muy agradable. Salimos durante un año, y casi me mudo con él cuando se
graduó. —Se detuvo y yo no hice ningún comentario, sino que me concentré
en relajar mi mandíbula apretada, preparándome para el resto de la
historia—. Esperé mucho tiempo para tener sexo con él. Él presionó, pero
yo estaba asustada. ¿Y si no me gustaba? ¿Y si nos arruina? —Su resoplido
me dio un puñetazo en el estómago—. No fue genial cuando tuvimos sexo.
Él se dio cuenta y yo me culpé. Parecía tan preocupado, tan ansioso por
mejorarlo.
Tuve que apartar la mirada de ella cuando noté que una lágrima se
deslizaba por su sien. Mierda. Debí impedir que hablara. No creí que pudiera
escucharla.
—Confiaba en él. Así que, una noche le hice una cena agradable y
traté de que fuera una noche romántica, preparándome para decírselo.
Quería complacerme, así que aunque estaba nerviosa, le creí… no fue tan
bien.
—Ana, no tienes que decírmelo. —Tal vez fui yo siendo un cobarde,
tratando de darle una salida. Pero debería haberlo sabido mejor. Mi Ana era
fuerte y no se echó atrás.
—No, está bien. Eres tú, y siempre he podido hablar contigo. Siempre
me he sentido segura contigo. —Tragó y continuó—. Se horrorizó cuando le
dije que quería que me azotaran, o que me retuvieran y me obligaran. Estaba
demasiado nerviosa para mirar su rostro le dije que cuando escuché
silencio, seguí adelante, poniéndolo todo frente a él. Cuando levanté la vista,
supe que había cometido un error. Me miró de arriba a abajo y me preguntó:
¿Quieres que te violen? Me sorprendió, porque no esperaba que él asumiera
eso. No sabía qué decir, y él siguió adelante. Dijo que yo no era la mujer que
él creía que era y que era repugnante. Intenté interrumpirlo y corregirlo,
pero se enfadó y...
Se ahogó con las últimas palabras y tuve que morder el gruñido en mi
garganta. Quería averiguar su nombre e ir a Nashville y arruinar su vida.
Acabar con él, carajo. Quería tirar de ella hacia mí y abrazarla y rogarle que
se detuviera, porque mientras estaba sentada allí con valentía, me sentía
débil e incapaz de escuchar más. Quería retroceder tres años y cambiar todo
sobre cómo llegamos a este punto.
—Se puso tan nervioso —continuó ella—. Terminó diciendo que me
daría lo que quería. En ese momento, no quería hacer nada. Yo quería salir.
Y cuando se me acercó, me enfrenté a él. Sólo se rio y dijo que era lo que yo
quería. Kevin —se ahogó con mi nombre y eso destrozó mi corazón—. No era
lo que yo quería. Dije que no y lo dije en serio.
Ana empezó a sollozar, y yo ya había terminado con la distancia. Moví
mi silla justo al lado de la suya y la metí en mi pecho, dejando que se la
sacara. ¿Alguien lo sabía? ¿Era la primera vez que hablaba de ello?
—¿Se lo dijiste a alguien?
Sacudió su cabeza contra mi pecho.
—No. ¿Qué habría dicho? Admití que me gustaba el sexo rudo y
forzado y mi novio me lo dio. Me habrían mirado de la misma manera que él
y habrían dicho que me lo merecía. Y en cierto modo, supongo que lo hice.
—Cierra la boca —gruñí, sacando su cabeza de mi pecho y haciendo
que me mirara—. Nunca digas eso. Hay una diferencia entre estar de
acuerdo consensuadamente con esas cosas y ser forzado a hacerlas. Lo que
hizo estuvo mal, y no quiero oírte decir que te lo mereces otra vez. —Asintió
y yo le agité los hombros—. No. Dilo. Di que lo entiendes.
—Entiendo.
Le limpié las lágrimas y me miró de la misma manera que cuando
bailamos en su dormitorio después de lo que Sean le hizo en el baile de
graduación. Como si yo fuera su héroe.
Me dio una sonrisa de labios apretados y giró la cabeza para besar la
palma de mi mano que le acunaba la mejilla. La puse de espaldas en su silla
a mi lado, pero no la dejé ir. Até mi meñique a través del suyo y dejé que se
recuperara. Al mismo tiempo, tuve que recomponerme. Escucharla decir
que se lo merecía me destrozó y mis ojos estaban ardiendo con el esfuerzo
de contener las lágrimas.
—No hace falta decir que no lo he intentado con nadie más desde
entonces. Ni siquiera una cita. —Respiró una risa que no tenía sentido del
humor—. Después de un tiempo, decidí que quería una vida normal. No
quería seguir queriendo eso. Me negué a reconocer ese lado de mí misma.
Pensé, voy a ser profesora y Dios no permita que nadie se entere de eso.
Yo quería normal. Un hombre normal con el que podría ser feliz. Cada
una de sus palabras me golpeó como cuchillos en el pecho. Mi Ana. La
persona con la que siempre había compartido esto, me decía que quería ser
normal, y yo no sabía qué hacer con eso. Me dolió y sentí como si estuviera
perdiendo algo importante. —Pero entonces mi madre fue diagnosticada, y
tomé la decisión de volver a vivir aquí. Ni siquiera tuve la oportunidad de
intentar ser normal. Pero estando aquí, quiero centrarme en ella y no
tomarme nada demasiado en serio.
No estaba seguro de si estaba hablando, o si me estaba advirtiendo
que era diferente, y que no se encariñara o esperaba demasiado de ella. No
pregunté. La dejé caer en un silencio y mantuve mi dedo meñique ligado al
suyo, apretando para hacerle saber que la escuché y la apoyaba. Aunque no
lo entendiera.
El tiempo pasó borroso, y no sabía cuánto tiempo estuvimos allí,
mirando las estrellas, pero finalmente se sentó, estirando sus largas
extremidades.
—Se hace tarde y debería irme a casa.
—¿Puedo llevarte a casa?
—No, conseguiré un Uber.
—Está bien. ¿Quieres que nos volvamos a ver el próximo viernes?
Desvió sus ojos a la grava bajo nuestros pies.
—No puedo. Tengo otros planes.
Andrew. Sabía a qué se refería y no le pregunté por ello. No quería
oírlo. La acompañé y me aseguré de que entrara bien en el auto. Viendo
cómo se alejaba, no pude evitar preguntarme si Andrew era el tipo de
persona normal que estaba buscando. Si es así, ¿dónde me dejaba eso?
Hacía mucho tiempo que no sentía una fuerte aversión por mis
deseos. Pero sabiendo que ya no era lo que Ana quería, o al menos diciendo
lo que no quería, lo sentí entonces.
Ana
Me tropecé en mi hermoso vacío apartamento y colapse en el sofá, sin
siquiera molestarme de encender las luces. Tan cansada como estaba,
incluso saludar a mi compañera de cuarto hubiera sido demasiado
socializar. Era viernes y debería estar esperando el fin de semana libre, pero
en vez de eso estaría visitando clínicas de cáncer con mi mama. Pasaría todo
el fin de semana buscando nuestras opciones y tratando de encontrar a la
mejor enfermera para ayudarla, como el doctor había recomendado más
temprano esta semana.
Etapa dos de cáncer de ovario.
Seis simples palabras que desgarraron mi mundo. No ayudo cuando
el doctor dijo que en la etapa temprana y que serían agresivos con el
tratamiento. Nos enteramos de su diagnóstico en el verano, y regrese a casa
para ayudar a cuidarla cuando le extrajeron los órganos femeninos del
cuerpo.
Los doctores parecían esperanzados ya que ella tenía una visión tan
positiva en la vida y se cuidaba bien. Ellos hacían chistes que ella era uno
de los únicos pacientes que usaba rímel y labial solo para sentarse en una
sala de hospital sola. Pero esa era mi mama, la perfecta esposa Stepford con
un corazón de oro.
Ellos intentaron medicación después de la cirugía, pero cuando
descubrieron otro bulto justo antes de navidad, dijeron que era tiempo para
quimioterapia y radiación. Mama sonrió y palmeo mi mano.
—Gracias a Dios que tengo mi Annabelle para cuidar de mí.
Y me tenía. Siempre me tuvo, pero ahora más que nunca. Tenía que
reír cuando pensé que elegir pinturas y planear comidas para toda la
semana era agotador. Como me gustaría volver atrás a eso en vez de tener
que escoger el mejor hospital y doctores para mantener a mi madre viva y
cómoda. Este era su futuro, descansado en mis temblorosas manos. Y era
pesado y yo estaba cansada.
Ser un adulto era agotador.
Mi teléfono sonó y apenas pude moverme para sacarlo de mi bolsillo,
sin querer pararme o rodar para llegar a el.
—Hola —respondí en un suspiro.
—Ana, ¡Oye!
—Hola Andrew. Lamento tengo que cancelar esta noche
—Esa es la cosa…ven a pasar el rato. Sé que estas cansada y tuviste
un día duro lidiando con lo del cáncer, pero sentarte sin hacer nada no
lograra nada. Ven y déjame liberar tu mente de eso. —Suspire pesado, sin
gustarme la idea de salir del sofá—. Vamos Ana-banana.
Su apodo me hizo reír. Acepte porque me sentía un poco loca y Andrew
era estable y me hacía reír. Podía usar algo de risa en mi vida.
Agarré mis llaves y me dirigí donde Andrew. Caminando a su
condominio de dos pisos, ya me sentía mejor. El tiempo que pasábamos
juntos era fácil, y podía usar un poco de eso también. El abrió la puerta
antes de que si quiera tuviera la oportunidad de tocar y me jalo por un
abrazo.
Él era un tipo algo flaco y musculoso, pero más alto que yo. Era
tranquilizador que encajara perfecto bajo su barbilla.
—Te sientes muy bien en mis brazos. —Murmuro contra mi cabello
antes de dejarme ir. Se inclinó y presiono un ligero beso en mis labios, pero
no presiono por más, y lo apreciaba desde que estaba exhausta.
No sentía pasión por Andrew. Él era atractivo con casi cabello chino y
negro y brillantes ojos azules. Pero no evocaba ese fuego dentro de mí. Hasta
ahora no hemos ido más allá de algunas sesiones de besos y toqueteos, y
siempre me detienen antes de que me caliente demasiado.
Me ayudo con mi chaqueta, siempre un caballero, y la colgó en su
perchero.
—Me alegra que vinieras
—A mí también. Siempre me siento mejor después de pasar el rato
contigo.
—Debería ser mi nuevo trabajo. Soy un experto en acurrucar.
—Oye, hay mercado para eso.
—Lo tendré en mente en caso de que toda la cosa de abogado no
funcione. —Rio.
—No te olvides de mi
—Puedes ser mi represéntate y cliente número uno.
—Vendido.
—Así que, ¿qué quieres comer? —pregunto desde atrás de su
mostrados de la cocina donde estaba sacando menos. Viendo las cinco o
seis opciones presentadas por él, me tense. Odiaba tomar decisiones, y se
sentía como todo lo que había estado haciendo últimamente. No quería venir
a su casa solo para tener que tomar más. El fragmento de relajación que
había sentido en mis brazos se evaporo, en su lugar, estaba llena de
irritación con irritación.
—Lo que sea que quieras —murmure.
—Dime, Ana. —No vio mi irritación y comenzó a mover los menús
alrededor como abanicos, continuando la broma de antes. Estaba siendo
una perra, pero no podía evitarlo.
—No me importa —deje salir. Su sonrisa se desvaneció y el dejo caer
los menús en el mostrador—. Lo siento —intente retroceder—. Es solo que
ha sido un largo día. ¿Qué tal sushi?
Me dio una mirada compasiva para acompañar su sonrisa.
—Está bien. ¿Qué clase de sushi recomiendas?
Lo bueno que estaba mirando el menú y no me vio rodar los ojos.
Después de que elegí la comida para ambos, el cambio a través de los
canales, dejándome decidir que ver. También escogí que vino beberíamos
con nuestro sushi. Dios, estaba tan cansada de elegir.
Sorprendentemente, para la hora que terminamos de comer, me había
comenzado a calmar. Nos sentamos lado a lado en el sofá, riendo de los
episodios de The Office. Otra palomita en la columna de Andrew de las cosas
que teníamos en común. Teníamos un sentido del humor similar, veíamos
los mismos shows, disfrutábamos las mismas películas. En la comida,
competíamos el uno con el otro para ver quién podía tener la conversación
más larga solo con frases de películas o televisión. Una vez lo hicimos solo
con frases de Friends. Él era bueno, un chico normal. Tal vez la clase de
normal que le había dicho a Kevin la semana pasada.
Observe a Andrew limpiar después de nuestra cena y trate de imaginar
dejar ir las cosas más lejos entre nosotros. Imagine sentir más que un ligero
cosquilleo cuando nos besamos. Me pregunto si los besos de Kevin aun me
prenderían en fuego.
Parpadee, sacándome de ese tren de pensamiento. Kevin y yo
habíamos tenido un poco de progreso de nuevo en nuestra amistad, una que
aprecie y no podía arruinar debido a nuestra atracción física.
No. Lo quería normal. Alguien como Andrew.
Se sentó de nuevo el sillón, esta vez jalando mis pies en su regazo.
Envolvió sus largos dedos alrededor de mi pie, presionando sus pulgares en
mi empeine. Siguió con el proceso en cada pie mientras veíamos más
episodios, excepto que no podía evitar notar el modo en que sus ojos seguían
aterrizando en mí y no la televisión, como si el tuviera algo que decir. Trate
de ignóralo, sin querer arruinar el increíble masaje que me estaba dando,
pero era inevitable cuando los créditos salieron, y finalmente me dejo saber
que estaba pensando.
—Me gustas Ana
Mi cuerpo completo se congelo y me gire para mirarlo. Había
comerciales en la pantalla, y no había duda de que lo había dicho en voz
suficientemente alta para que lo escuchara. No tenía otra opción más que
reconocer sus palabras.
—Me gustas, también. —Confesé. Lentamente
—Pero… —Sintió que había algo más.
Mordiendo mis labios, escogí mis palabras cuidadosamente, sin
querer herir sus sentimientos.
—Pero tengo mucho pasando ahora mismo. Me acabo de mudar aquí,
y solo estoy tratando de sacar mi último año. Cualquier atención extra que
tengo es para mi madre. —Y Kevin, mi mente agrego.
—Entiendo. —Asintió, su ceja fruncida mientras el procesaba lo que
dije.
—Gracias
—¿Qué tal esto? Qué tal que salir conmigo, me dejas llevarte a citas
ocasionalmente. Podemos tomarlo lento, nada de presión para nadie.
—Andrew. No puedo hacer ningún compromiso contigo.
—Sin compromisos —agrego—. Si quieres salir con otras personas,
entonces hazlo. No tenemos que ser exclusivos. Vamos solo a disfrutar el
uno del otro cuando podamos.
Sonaba simple y difícil de resistir. Y no quería hacerlo. Ya disfrutaba
su compañía.
—Suena bien.
—Bien
Un infomercial salto a la pantalla, y tome un descanso entre episodios
para aprender más sobre él.
—¿Has tenido muchas citas? —Pensé sobre esa chica en el bar
pasando el rato con Kevin.
Ella parecía demasiado amistosa con él. No es que me importara, solo
una observación.
—Algo. Mas cuando era joven y comenzaba la universidad. —Su mano
se detuvo de frotar mi pie y descanso en la piel desnuda de mi pantorrilla,
dejaba de la abertura de mis pantalones. Era agradable, nada más.
Solo agradable.
—¿Qué hay de ti? ¿tuviste muchas citas en Vanderbilt?
—No mucho. Había un chico, pero termino. —Trague esos malos
recuerdos y gire la conversación de vuelta a el—. Así que, ¿que buscas en
una chica?
-Hmmm. —Sonrió en mi dirección—. Alguien de alrededor de uno
setenta, con cabello rubio y ojos azul-gris a quien le guste Friends.
Le pegué con mi pie y me reí.
—Además de mí, gracioso. ¿Cómo con qué tipo de persona te ves?
¿Qué clase de futuro?
—No lo sé. Siempre me he visto a mí mismo casándome y teniendo
una vida normal, tu sabes, niños, una cerca blanca.
Normal. Ahí estaba esa palabra de nuevo. Agarrando mi copa, tomo
un largo sorbo de mi vino y lo acune en mi regazo, poniéndome más valiente
y curiosa con mis preguntas. ¿Cómo luce su normal?
—¿Cómo es tu esposa de ensueño? Además de mí, por supuesto
—No lo sé. Tu eres un sólido número uno. —Guiño—. Pero si tuviera
que escoger, además de ti, supongo que la palabra que usaría es…una
dama. Un ejemplo para mis hijos. Alguien que me ame. —Mi pecho dolió
cuando dijo la palabra dama. No podía evitar recordar mi anterior novio y
como me dijo cuanto yo no era una dama—. Mi familia hace mucho con la
caridad, desayunos en el club, esa clase de cosas. Tan típico de familias
ricas, supongo. —Dado el modo que rodo sus ojos, sabía que estaba
bromeando—. Pero alguien que pudiera ser parte de eso, estar activo en ese
rol.
Lo que describió sonaba fácil y simple, pero era duro imaginarme ahí.
Tomar el cargo de algo no me hacía pensar en mi misma. Recordé el
calendario de mi mamá, lleno de eventos sociales y ella tenía que enfocarse
se ser la perfecta esposa Stepford. Nunca me imaginé en ese rol. Sin
embargo, escucharlo describir a esa mujer, esa vida, me hace quererlo. Yo
debería querer eso.
—¿Qué hay sobre ti? ¿Cómo te ves en el futuro?
Mi mente salto a Kevin, y recordé el modo que su mano golpeo contra
mi culo, la manera en que sus palabras vibraban a través de mi cuerpo,
controlándome. Quería a alguien para tomar las decisiones por mí. Alguien
que me posea y encienda mi cuerpo en fuego con pasión. Apenas contuve la
risita tratando de salir de mis labios, imaginando decir eso en voz alta. Ya
hice eso una vez, y seguro como en infierno que nunca volvería a hacerlo.
Me decidí.
—Alguien que me ame.
Andrew asintió, pareciendo impresionado con mi respuesta. Terminé
con esa conversación por esta noche, vacié mi copa y me moví del sillón.
—Debería irme. Es tarde.
Me llevo a la puerta y me ayudo con mi chaqueta. Esa vez cuando el
envolvió sus brazos a mi alrededor, era para prepararme para su beso. Lo vi
venir mientras sus manos descansaban en mis caderas, y bajo su cabeza
lentamente para que yo lo pudiera empujar. No lo hice. Deje que sus labios
se frotaran contra los míos, lo deje tomar su tiempo e incrementar la presión.
Cuando su lengua cepillo contra mis labios, lo deje entrar. Nuestras leguas
se tocaron y su gemido vibro a través de mí.
Una pequeña chispa se encendió, e intente enfocarme en ella, pero se
desvaneció muy rápido como para aferrarme a ella, solo había alegría y no
importaba si me quedaba o me iba. Andrew era un buen chico. ¿Por qué no
podía sentir más por él?
Se alejó con un último beso y me encamino hacia afuera.
—Te veré pronto.
Un corto tiempo después, cuando camine por la entrada de mi
apartamento, note una bolsa enfrente de mi puerta. Emocionada y
confundida por lo que podría ser, la lleve dentro y rompí para sacar la nota.

Mi Ana,
Sé que hoy fue duro y tú no harás esto por ti. Deje una botella de vino,
Moscato, porque es tu favorito, y sales de vainilla porque amo ese olor en tu
piel. Cuida de ti misma. Sírvete una copa de vino y toma un largo y caliente
baño.
Kevin.

Mordiendo mi labio inferior, no pude retener mi sonrisa. El me conocía


tan bien. Solo ver la prueba física de eso envió un montón de mariposas a
través de mi pecho. Sin querer esperar un segundo, descorche el vino y tomé
una copa, me dirigí al baño.
Una vez que me asenté en el agua cálida. Tome mi primer sorbo de
vino justo cuando mi teléfono vibro en la mesita a mi lado.

Kevin: Envía fotos así sé que seguiste mis ordenes


Kevin: Desnudos opcional ;)
Me reí y el calor crepito en mi pecho con su último comentario. ¿Qué
haría Kevin si le enviara una foto de mis pechos? Probablemente vendría a
tirar mi puerta. El pensamiento me emociono y mi corazón tartamudeo de
imaginarlo.
Tentador, pero no está lista para eso. Aun así, decidí presionar sus
botones. Sosteniendo la cámara arriba, tome una foto de mis labios y la
curva de arriba de mis pechos, el resto escondido en el agua turbia.
Kevin: -gruñidos-
Kevin: Provocadora

Me reí, apreté mis ojos cerrados y sacudí mi cabeza. Había pasado la


tarde entera con Andrew, y aun así una pequeña nota y un par de textos
intercambiados me había hecho sentir más feliz y ligera de lo que había
estado toda la semana.
Me aterraba.
Kevin representaba las cosas que no debía querer.
No si lo que estaba buscando era normal.
Kevin
En lugar de concentrarme en mi tarea de cálculo extendida sobre la
mesa frente a mí, no podía dejar de mirar a Ana. Su cabello rubio, que por
lo general colgaba por encima de los hombros, estaba enrollado en un moño
desordenado sobre su cabeza. Combinado con las ojeras debajo de sus ojos,
sabía que no estaba durmiendo mucho.
Cuidar de su madre la estresaba. Sabía que odiaba tomar decisiones,
y ahora estaba tomando todas las grandes solas. Quería ayudarla, quitarle
el peso del mundo de sus hombros. Pero mi Ana era de voluntad fuerte y a
pesar de su deseo de dejar que alguien se ocupara de ella, no le pasaba sus
cargas a nadie más. Respiró profundamente a través de los labios fruncidos
y se frotó una mano sobre su rostro. Necesitaba un descanso y quería que
hablara conmigo.
—¿Cómo está tu madre?
Levantó la mirada, retrocediendo en su asiento y mi corazón se rompió
al ver lo apagados que se veían sus ojos.
—Ella es... —Su lengua se deslizó por sus labios mientras bajaba la
mirada, pensando en sus palabras—. Ella está bien. Escogimos una
ayudante de enfermería, pero a mi madre no le gustaba. Así que, tuvimos
que encontrar una nueva. Parece que todo va bien, pero estoy esperando a
que el otro zapato se caiga y reciba una llamada de la ayudante diciéndome
que se ha quedado afuera otra vez.
Me estremecí, imaginando cómo era.
—Mis padres no volverán a viajar hasta después del verano. Estarán
justo al lado. Sabes que todavía te quieren y que estarían encantados de
ayudarte cuando lo necesites. Siempre puedes llamarlos. Llamarme a mí.
Sólo esa pequeña sugerencia la hizo sonreír aliviada. Mi pecho se
hinchó de orgullo, sabiendo que puse esa sonrisa en su rostro, por pequeña
que fuera.
—Gracias, Kevin. De verdad.
Necesitando estar más cerca, moví mi asiento hasta que estuve a su
lado. Levanté mi mano, frotando mi pulgar bajo los moretones debajo de sus
ojos.
—¿Cómo estás?
Me miró fijamente y su frente se arrugó mientras sus ojos se
nublaban. Esnifó y asintió, sin poder decir nada. La dejé tener su momento,
enjugando las lágrimas cuando lograron escapar, a pesar de su esfuerzo por
contenerlas. Cuando se detuvieron, dejé caer mi mano junto a la suya sobre
la mesa y conecté nuestros meñiques. Miró fijamente a nuestras manos y
luego levantó su mirada hacia la mía.
Quería besarla. Quería tocarla con algo más que mi meñique. Quería
enterrar mis manos en su cabello y tirar de ella hacia mí para poder morder
su arco de cupido lleno.
—Kevin. —La voz de Katelyn me sacó del aturdimiento y giré la cabeza,
observando cómo se acercaba desde el otro lado de la biblioteca, con Andrew
a su lado. Mi mandíbula se apretó cuando la mano de Ana se me escapó.
Mis muelas se apretaron con más fuerza cuando se vuelve hacia Andrew con
una sonrisa genuina.
Andrew le dio un beso en la parte superior de la cabeza y sacó el
asiento que estaba a su lado, mirándome para ver mi reacción a su
demostración de afecto. Luché para mantener un rostro neutral cuando su
mano serpenteó detrás de su silla y comenzó a masajearle el cuello.
Katelyn se sentó a mi lado y apoyó su barbilla en su mano, mirándome
con una sonrisa perezosa.
—Hola, guapo.
—Hola, Katelyn. ¿Cómo has estado?
—Extrañándote. —Prácticamente ronroneó.
—Sí. He estado muy ocupado.
Arrugó la nariz, pero cambió la dirección de la conversación.
—¿En qué están trabajando?
—Cálculo —dijo Ana—. Estábamos terminando. —Tal vez era un
deseo, pero la mirada de Ana parecía más dura y no tan amigable como
sabía que era cuando miraba a Katelyn. ¿Estaba celosa? Tuve que luchar
para no hinchar el pecho pensando que Ana estaría celosa de una chica
interesada en mí.
—¿Puedo invitarte a almorzar cuando termines aquí? —le preguntó
Andrew a Ana.
Sus ojos se fijaron en los míos mientras se cepillaba los mechones
sueltos detrás de la oreja.
—Um, claro. Eso suena bien.
—Sí, hemos hecho mucho. Pero si tienes alguna pregunta, puedes
llamarme. O incluso pasar por mi casa y podemos trabajar en ello. —Fue un
golpe bajo hacerle saber a Andrew que ella sabía dónde vivía, que
hablábamos por teléfono, que estaba lo suficientemente cómoda para venir
cuando quisiera. Pero me sentí bien al meter el pinchazo.
—Gracias. Realmente aprecio tu ayuda. Con todo. —Añadió,
mirándome a los ojos. Me estaba dando las gracias por estar allí y eso se
sintió mejor que mi primer pinchazo a Andrew.
—Cuando quieras.
—Oooo —dijo Katelyn, mirando su teléfono—. Acabo de ver en
Facebook que hay un nuevo bar y parrilla abierto la próxima semana
llamado Mulligan's.
—Me enteré de eso. Se supone que es muy bueno —dijo Andrew,
moviendo su mano hacia el hombro de ella con círculos ligeros. Idiota.
—Deberíamos ir todos juntos —dijo Katelyn.
Mi cabeza se giró hacia Ana para ver cómo reaccionaba a la idea.
Pensaba que sonaba como un desastre a punto de ocurrir.
—¿Quieres ir? —le preguntó Andrew a Ana—. O podemos hacer otra
cosa. Lo que te parezca bien.
Los labios de Ana se fruncieron y se volvió hacia mí. Por mucho que
no era fan de esta pseudo cita doble, cada vez que podía interrumpir su
tiempo con ella, quería tomarlo. Así que estuve de acuerdo, sabiendo que
estaría de acuerdo con mi decisión y no tendría que decidir por sí misma.
—Estoy dentro.
Ana asintió.
—Claro. Suena divertido.
—Genial. Estoy muy emocionada —exclamó Katelyn, poniéndose de
pie para abrazarme la cintura. El labio de Ana parecía enroscado en un
gruñido silencioso y no había manera de que pudiera contener la sonrisa.
Sí, estaba celosa y me encantaba.
Ana
Llamaban a la puerta y realmente quería ignorar a quien tocaba. El
día había sido un asco. Recibí una llamada de la auxiliar de enfermería de
mi madre informándome que lucía más cansada de lo normal. Le pedí que
me llamara con cualquier cambio, pero una parte de mí deseaba haberme
quedado en la oscuridad. De esa manera no tenía que enfrentar la realidad
de lo que mi mamá estaba pasando. Cada mensaje desgastaba mi fuerza y
la esperanza de que ella fuera capaz de vencer el cáncer. Cada mensaje me
recordaba la posibilidad de perderla y me asustaba muchísimo.
No quería lidiar con nada en este momento. Pero cuando los golpes se
hicieron más persistentes, me di por vencida, me levanté del sofá y abrí la
puerta con un tirón. Ni siquiera ver el rostro sonriente de Kevin podía
hacerme sentir mejor.
—Kevin, estoy can…
—No. —Levantó la mano—. ¿Comiste?
—No tengo hambre.
—Sí, la tienes. —Quitó mi brazo de donde sostenía la puerta y pasó a
mi lado, cerrando la puerta tras él—. Y te voy a dar de comer —anunció,
mirando alrededor de mi apartamento.
—Kevin —dije suspirando, demasiado cansada para discutir más.
—Sé que apesta, Ana. Y sé que estás cansada, pero voy a cuidarte y a
alimentarte.
La mirada seria en su rostro y las palabras suaves me irritaban.
¿Cómo se atreve a irrumpir y causar un revoloteo en mi pecho porque ha
venido a cuidarme? No debería sentir ninguna emoción por su arrogancia.
¿No quería un hombre normal? ¿Uno que me escuchara cuando dijera que
estaba cansada y no tenía hambre? No debería querer a un hombre que
ignorara mis palabras y actuara como si me conociera mejor de lo que me
conocía a mí misma; uno que supiera lo que necesitaba.
Pero Kevin me conocía.
Ignoré la voz de mi cabeza y busqué más profundamente mi irritación.
—Estoy pidiendo comida italiana y vino tinto —informó, sacando
menús de nuestro cajón de chatarra.
—¿Y si no quiero comida italiana? ¿Y si quiero vino blanco? ¿O
cerveza?
Levantó la mirada de los menús y alzó una ceja, delatándome en mi
mentira con una mirada.
—Te encanta la comida italiana. Es tu comida reconfortante favorita.
Y adoras el vino tinto con comida italiana. —Sus ojos miraron el menú—.
Así que, cállate y déjame alimentarte.
Me encantaba la comida italiana y escucharlo pedir mis platos
favoritos hacia que me ardieran los ojos. Él me conocía y dejar que ese
conocimiento se asentara me hizo sentir más apreciada de lo que me había
sentido en mucho tiempo. Me sentí como una idiota cuando comparé la
forma en que Kevin irrumpió en mi casa y ordenó mi comida favorita sin que
yo tomara ninguna decisión con respecto a la forma en que Andrew trató de
ayudar, pero había dejado la noche y todas las decisiones a mis ya
exhaustos pies. No debería compararlos como si quisiera elegir al mejor.
Ambos eran geniales a su manera.
Kevin y yo solo éramos amigos, y Andrew y yo simplemente
estábamos... ¿pasando el rato? ¿Saliendo? ¿Esperando que yo quiera más?
Era demasiado para pensarlo.
En vez de eso, regresé a donde estaba tratando de volverme uno con
mi sofá y esperé a que Kevin me diera de comer. A la mención del fettuccine,
mi estómago había cambiado de opinión sobre el hambre y gruñó,
proclamando en voz alta que Kevin tenía razón. Imbécil. Dulce, cariñoso,
imbécil. Kevin se sentó a mi lado después de colocar el canal HGTV porque
sabía que me encantaba como ruido de fondo, aunque nunca lo había visto.
Abrió la puerta cuando llegó la comida y la coloco frente a mí. Se sentó
en silencio junto a mí mientras comíamos y mirábamos la pantalla porque
sabía que, en mi estado mental, necesitaba comer sin interrupción. Lo sabía
todo sobre mí.
Una vez que dejé mi plato vacío sobre la mesita de café, Kevin preguntó
despreocupadamente sin apartar los ojos de la televisión:
—Entonces, ¿Andrew?
Me pregunté cuánto tiempo había estado considerado esa pregunta.
—Andrew y yo somos casuales.
Asintió y se giró para mirarme. Sus ojos chocolate parecían estar
indagando profundamente y buscando más detrás de mis palabras.
—¿Casual? ¿Sexo casual?
Si hubiera estado comiendo, me habría ahogado. La pregunta directa
me sorprendió y luché para encontrar una respuesta.
—N-no. No es que sea asunto tuyo.
—Soy tu mejor amigo. Por supuesto que es asunto mío. —Las palabras
eran ligeras, pero la mirada seria en sus ojos contaba una historia diferente.
Tenían un borde que me hacía saber que no le gustaba que fuera evasiva
sobre mi relación con Andrew. Gritaban que no le gustaba la idea de que
estuviera con otro hombre.
—¿Acaso, él Kevin Harding, está celoso? —Me burlé, tratando de
aligerar el ambiente.
No sonrió y ni siquiera hizo una pausa antes de contestar:
—Sí.
La palabra restringió mis pulmones y no supe qué hacer con ella. Mi
mente se apresuró a buscar una respuesta, haciendo un balance de mi
cuerpo, tratando de controlar mis pulmones y el rápido latido de mi corazón.
¿Qué hacía mi rostro? ¿Demostraba lo conmocionada que estaba o lo mucho
que luchaba por procesar su respuesta? Me aferré al primer pensamiento
en mi cabeza y lo solté.
—¿Qué hay de Katelyn?
Mierda. Su sonrisa me hizo saber que elegí la cosa equivocada para
decir. Probablemente pensó que estaba celosa porque la traje a colación
justo después de que él admitió que estaba celoso de Andrew.
—Conozco a Katelyn desde hace un par de años. —Cambió de posición
en el sofá, girándose hacia mí—. Nada serio. Solo tenemos sexo casual e
infrecuentemente.
Síp. Estaba celosa.
Escucharlo admitir que había tenido sexo con Katelyn me revolvía el
estómago y luché para no morder mi labio. Odiaba a esa perra por haber
visto a mi Kevin desnudo. La odiaba por haberlo experimentado.
No, no mi Kevin. Dios, era un desastre y no sabía cómo deshacerme
de la reacción. Ya no sabía cómo hablar. En vez de eso, asentí y miré mis
manos.
—¿Celosa?
No quería responder. Kevin era mi amigo y estábamos entrando en un
territorio que no debíamos. No, no respondí. Iría más allá y terminaría
vomitando más preguntas que también podrían haber gritado ¡claro que sí!
Era una mujer furiosa y celosa.
—¿Has tenido s-sexo casual recientemente? —Maldito sea mi
tartamudeo.
—No. No hemos tenido s-sexo casual recientemente —respondió con
una sonrisa.
—No te burles de mí. —Levanté la barbilla y lo miré fijamente.
—¿Desde cuándo tartamudeas sobre la palabra sexo? —Sus ojos
brillaban y sus labios se fruncieron como si estuviera luchando contra otra
sonrisa. El imbécil se estaba burlando de mí.
—No lo hago.
—Ah ¿sí? Pruébalo.
Nunca me echaba atrás ante un desafío de Kevin. Siempre luchamos.
Sobre todo en los juegos, pero tenía algo que demostrar.
—Sexo, sexo, sexo, sexo. ¡SEXO! —Grité al final.
Se rio y el sonido me envolvió. Se limpió los ojos y controlaba su risa.
—Una chica tan sucia.
—Lo sabes —respondí.
Sus ojos se volvieron cálidos, deslizándose sobre mi cuerpo, dejando
una quemadura en cada lugar que tocaban. Habíamos caído en un lugar
peligroso. Quería extenderme y dejar que me acariciara con algo más que su
mirada.
Y necesitábamos alejarnos de la situación.
—Vamos por un helado —anuncié, poniéndome de pie, lista para salir.
No me dijo nada por mi sugerencia al azar. Simplemente se levantó y
agarró nuestros abrigos.
Compramos helado en una tienda local y luego nos dirigimos al
cercano paseo del río. Estacionó el auto y abrió las ventanas, dejándolo
encendido para que pudiéramos escuchar música mientras nos sentábamos
en un banco y comíamos el postre. Observamos el brillo de la luna en el
agua y oímos los sonidos de la noche. Nadie más tuvo la brillante idea de
comer helado afuera al final del invierno, así que estábamos solos.
—¿Cómo está tu mamá? —preguntó una vez que terminamos de
comer.
—Está bien.
—Puedes hablar conmigo, Ana.
—Lo sé. Es difícil hablar de ello.
—De acuerdo. Intentemos algo más fácil. ¿Cómo lo está llevando tu
padre?
Me reí.
—Papá es papá. Evitarlo y ser grosero al respecto. Sé que le molesta,
pero no muestra mucha emoción. Nunca esperé que lo hiciera. Pero apoya
a su manera, ofreciéndose a ayudar con cualquier factura médica. Shayla
ha sido un apoyo molesto. Ofreciéndose para venir de visita y hornear
cazuelas. Por supuesto que reza todas las noches.
Ambos nos reímos de la imagen.
—Sería muy raro que tu madrastra cuide de tu madre. Casi quiero
que suceda.
—Dios no. —Me reí—. De todos modos la auxiliar de enfermería ayuda
a hacer todo eso. —Me detuve, queriendo apoyarme en Kevin, pero
necesitando un momento para ordenar mis pensamientos—. La auxiliar
llamó hoy y dijo que mamá estaba teniendo un mal día. Realmente débil.
Aparentemente, se torció el tobillo. Se había sentido mareada y tropezó. Pedí
actualizaciones, pero las odio. Las odio, Kevin. —Comencé a llorar y pasó
un brazo alrededor de mi hombro, llevándome hacia su pecho—. Ojalá
pudiera recibir una llamada con buenas noticias que no me quiten la
esperanza.
Me abrazó y nos sentamos a escuchar la música. Cuando sonó
Secondhand Serenade, me secó las lágrimas y me levantó.
—Baila conmigo.
Me hundí en sus brazos. Me transportaron de regreso a la noche del
baile de graduación cuando bailamos la misma canción. Él siempre había
sido capaz de recomponerme y sabía que siempre lo haría. Mi cabeza cayó
sobre su pecho y dejé que el latido de su corazón contra mi mejilla me
calmara. Sus labios se apretaron contra mi cabello y me respiró.
—Dios, te he echado de menos —susurró.
No quería decir nada que arruinara el momento. No quería hablar de
por qué me extrañaba. No podía hacerlo. Estaba demasiado perdida en las
emociones que me rodeaban. El dolor de cómo me fui, la traición que sentí
cuando no defendió quiénes éramos, la lujuria que compartíamos, el deseo
que aún sentía corriendo por mis venas, calentando mi sangre. La amistad.
El amor.
—Kevin...
Se apartó un poco y levanté la cabeza, mirándolo, perdiéndome en sus
ojos.
—Te extrañé tanto —repitió, su pulgar rozando mi mejilla.
Tragué y me pasé la lengua por los labios mientras él bajaba la cabeza.
Cuando sus labios cayeron suavemente sobre los míos, no me alejé. Me dejé
perder en los recuerdos y sentí el calor en la familiaridad de su boca con la
mía.
El beso comenzó suavemente, pero cuando su mano se hundió en mi
cabello, me sostuvo en el lugar y tomó el control, presionando más fuerte,
tirando hacia atrás lo justo para morder mis labios. Cada mordida envió una
sacudida directamente a mi núcleo.
Su lengua no rozó mis labios. Presionó en la comisura, exigiendo la
entrada, sin dejar espacio para la negación. Pero peleé de todos modos. Los
apreté más fuerte y solo cedí cuando gruñó y tiró de mi cabello. Su lengua
invadió mi boca, rozando la mía, sacando un gemido desde lo más profundo
de mi pecho.
Me llevó hacia atrás hasta que sentí la corteza áspera de un árbol
contra mi espalda. Sus labios se arrastraron hasta mi oreja, donde me
mordió el lóbulo con tanta fuerza que me pregunté si me había sacado
sangre.
—Ana. —Su aliento me rozó la oreja—. ¿Esto está bien?
—¿Qué? —Mi mente se tambaleó. Kevin nunca pedía permiso. No era
lo que hacíamos.
Se alejó para mirarme, aun empujándome contra la corteza. Sus
serios ojos me inmovilizaron en mi lugar.
—¿Esto está bien? Yo no... —Se detuvo y tragó—. No quiero herirte ni
traerte malos recuerdos.
Giré la cabeza, la vergüenza me tragó. La ira ardía en mí porque
incluso tenía que preguntar. La mano de Kevin me levantó la barbilla para
enfrentarme a él.
—No apartes la mirada de mí —ordenó, su tono profundo y duro. Fue
directo a mi coño—. Ahora somos mayores. Sabemos más. Cada uno ha
experimentado cosas que nos cambiaron. ¿Has oído hablar de las palabras
de seguridad?
Asentí. Por supuesto que sí. En mi tiempo libre, puede que no haya
tenido muchas experiencias, pero estoy segura como el infierno que lo
Googleé.
—Dame una palabra de seguridad, para que sepa cuándo parar.
—Kevin, siempre he confiado en ti.
—Me alegro, pero por mí. Por favor. Dame una palabra de seguridad
para que pueda sentirme mejor con todo.
Odiaba que necesitáramos una por mi culpa, pero lo entendía.
—Verano. —Me vino a la cabeza, recordándome las vacaciones de
verano cuando todo había empezado.
—Buena chica. —Me agarró el cabello, me jaló hacia atrás, me golpeó
la cabeza contra el árbol provocando que mis ojos ardieran. Los vio aguarse
y sonrió antes de inclinarse hacia abajo y devorar mis labios. Poseerlos.
Sus caderas empujaron contra mí y mis manos recorrieron su
espalda, cayendo sobre su trasero y acercándolo hacia mí. Nuestras manos
se volvieron frenéticas y dejé de pensar.
Su mano libre cayó sobre mis leggings y empezó a tirar de ellos. El
aire frío tocó mi piel desnuda, pero estaba demasiado lejos para
preocuparme por la temperatura. Mi mano se movió hacia el botón de sus
jeans y trató de desabrocharlos, bajando la cremallera. Solo logró liberar
una de mis piernas de mis leggins antes de que su polla saliera de sus
pantalones, golpeando mi muslo desnudo. Lo acaricié y tragué el gruñido
que soltó. Su mano desapareció lo suficiente como para alcanzar un condón
en su billetera y ponérselo. Sus dedos empujaron contra mi humedad y abrí
las piernas, gimiendo cuando su uña raspó mi clítoris. Dolía y él lo sabía.
Añadiendo al rasguño agudo que dejó atrás, lo pellizcó entre sus dedos,
haciendo que me retorciera antes de darme alivio y soltarme.
Elevó mi pierna por encima de la curva de su codo levantándola más
de lo que era cómodo antes de alinearse en mi abertura y empujar hacia
adentro. Era demasiado; dolía, ardía y era maravillosamente doloroso
mientras se hundía hasta que sus pelotas descansaban contra mi trasero.
Antes de que pudiera ajustarme, salió y volvió a empujar, más fuerte que la
primera vez.
Lágrimas salieron de mis ojos al sentir la quemadura en mi muslo
cuando lo levantó más alto, estirándome hasta el límite. Entró en mí,
frenético por acercarse mientras yo me agarraba, sintiendo cada embestida.
La fuerza me empujó más fuerte contra la corteza raspándome la espalda,
lo que se sumó a la sobrecarga total de sensación. Todo esto consumiendo
mi cuerpo y dando vueltas para encontrar mi coño donde él era mi dueño.
No dijimos ni una palabra, hablamos con gruñidos, lloriqueos, mordiscos y
arañazos.
Sus dientes se hundieron en mi hombro mientras empujaba dos veces
más antes de morder y gruñir una liberación que provocó la mía. Mis gritos
cayeron en el aire nocturno, resonando en el parque vacío. Volvió a empujar
cuando bajé de mi clímax esperando que el arrepentimiento me consumiera.
Pero no fue así.
En cambio, me sentía aliviada. Me encontré con mi regreso a casa.
Ningún pensamiento sobre lo malo que era esto. El único pensamiento que
me cruzó la cabeza fue otra vez, otra vez, otra vez. Quería más y lo quería
con Kevin. No me había permitido sentirme así en tanto tiempo. No desde la
última vez que estuvimos juntos y que él me lo diera me parecía un gran
regalo que quería abrir una y otra vez.
Se separó, evaluando mi reacción. Esperaba que pudiera ver el alivio
que sentía, como si un nudo se hubiera aflojado en mi pecho. En caso de
que no pudiera, me incliné y le mordisqueé la barbilla. Salió de mí y soltó
mi pierna, solo para agarrar mis hombros y empujarme de rodillas. Se quitó
el condón y dio su orden.
—Límpiame.
No lo dudé. Mis manos cayeron sobre sus caderas mientras dejaba
que la punta de mi lengua tocara la corona de su pene. El sabor salado de
su liberación explotó en mi boca mientras me inclinaba para envolver mis
labios y chuparle la polla. Disfrutaba la sensación de que el mantillo se
clavaba en mis rodillas y mis pantorrillas se acalambraban mientras lo
limpiaba de cada gota de su liberación.
No pasó mucho tiempo antes de que sus manos se clavaran en mi
cabello y su polla volviera a estar dura. Completamente erecto, me separó el
cabello en dos secciones y las tiró a cada lado del árbol, acorralándome entre
la corteza áspera y su pene que me empujaba mientras me follaba la boca.
Me golpeó la parte posterior de la garganta y tuve arcadas, lo que lo hacía
gemir y empujar con más fuerza.
Luego se alejó, levantándome para que me pusiera de pie, dándome la
vuelta para que mirara al árbol. Con otro condón en su lugar se hundió en
mí y me folló por detrás. Sus caderas se clavaron en mi culo y se mezclaron
con mis gemidos.
—Más. —Apenas dejé salir la palabra, pero me escuchó.
—¿Más? ¿Quieres más de lo que ya te he dado? ¿Más que como te
metí la polla por la garganta? ¿Más que la forma en que te hice limpiar mi
semen de mi polla hasta que estuviera listo para follar tu coño apretado otra
vez? ¿Más que eso? —Mi cabeza se inclinó, incapaz de tragarme las
palabras—. Que puta.
Sus palabras eran diferentes a las de cuando éramos adolescentes
descubriendo el lado oscuro de nosotros mismos. Me acariciaron la piel con
una confianza que antes no tenía. Ya no era un niño detrás de mí,
tropezando con dudas y deseos, sino un hombre que sabía cómo usar mi
cuerpo y me encantaba. Hacía mucho tiempo que no me lo permitía.
Escuché la bofetada antes de sentir el ardor en el culo. Una mano se
clavó en mis caderas, sosteniéndome en el lugar mientras me usaba,
probablemente dejando moretones. La otra llegó y me abofeteó en la parte
superior del culo desde un lado y hacia el fondo. Algunas fuertes, otras
suaves y la incertidumbre hicieron que la picadura fuera aún más
placentera.
Con mi culo ardiendo, se inclinó sobre mi espalda, dejando que su
camisa se moviera bruscamente contra la piel maltratada.
—¿Es suficiente para ti? ¿O quieres más?
—Más. Por favor. Siempre más —gemí, sintiendo vergüenza por nunca
tener suficiente. Solo aumentaba las sensaciones que me inundaban.
—Que puta. Dime que eres mi puta y tal vez te deje venir en mi pene
—me susurró al oído, mordiendo el lóbulo.
—Sí.
—Dilo, Anabelle.
—Soy una puta. Soy tu puta. —Un fuego floreció en mi pecho e inundó
mis mejillas de vergüenza al admitirlo. No me importaba.
Su mano me metió por mi camisa, debajo de mi brasier, mientras me
follaba y apenas se alejó lo suficiente antes de volver a meterse.
—Voy a correrme, puta. Quiero que te vengas conmigo. —Asentí,
aceptando todo lo que quería. Sus dedos rodearon mi pezón antes de
agarrarlo y pellizcarlo con fuerza, tirando y retorciéndolo. Fue directo a mi
coño y grité por el dolor ardiente—. Vente. Vente, Anabelle.
El orgasmo me atravesó y me mordí el brazo tratando de contener los
gritos que estaban luchando para escapar de mi garganta. Sus gemidos
vibraron contra mi espalda y sus dedos se agarraron a mi pezón mientras
me follaba a través de nuestra liberación.
Finalmente, nuestros gritos se controlaron, sus caderas se
ralentizaron antes de retroceder y su polla se deslizó fuera de mí. No podía
sostenerme todavía. Me quedé agachada, apoyándome contra el árbol, una
pierna desnuda y la otra con mis leggings amontonados alrededor de mi
tobillo.
—Es una vista preciosa —comentó. Solo podía imaginar lo que
miraba. Mi culo rojo con las huellas de sus manos, mi coño en plena
exhibición, hinchado por haber sido usado tan a fondo. Me gustaba.
Esperaba que eso fuera lo que él veía porque me sentía hermosa bajo su
mirada. Su dedo me acarició la espalda y agarró mis hombros, ayudándome
a pararme.
Me besó la frente y se arrodilló, ayudándome a volver a ponerme los
leggings. Antes de ponerse de pie, besó el ápice de mis muslos sobre el
material.
—Vamos, déjame llevarte a casa.
Condujimos en silencio. No sabía qué decir. Aún estaba procesando
la última hora y no quería dejar la neblina de placer en la que me había
metido. Todavía no estaba lista para enfrentarme a la realidad. Pero cuando
llegó a mi apartamento y me acompañó hasta la puerta, supe que tenía que
decir algo. Por mucho que haya disfrutado de la noche, no podía volver a
hacerlo. No podía comprometerme a repetir esto con él. No podía
comprometerme con nada más que con mi madre. Y no quería hacerlo
pensar que las citas regulares serían la norma de ahora en adelante. No
importaba lo bueno que fuera, necesitaba ser realista sobre mi futuro.
—Kevin…
—Shhh. —Me cepilló el cabello detrás de la oreja y lo miré a los ojos,
perdiéndome en la comodidad que me ofrecían—. Está bien. Sé que tienes
muchas cosas de las que ocuparte. Ve adentro y relájate. Disfruta de los
sentimientos ahora mismo y no te estreses —ordenó—. Solo soy yo, Ana.
Solo era Kevin y eso fue lo que me asustó. No había nada solo sobre
él.
Kevin
Katelyn: Ya conseguí una mesa. ¡No puedo esperar a verte! :*

El simple hecho de mirar el mensaje me hizo querer retirarme de esta


cita. Katelyn estaba convencida de que era una cita doble y yo solo quería
una excusa para pasar más tiempo con Ana y bloquea pollas Andrew. Al
cerrar la aplicación cuando me acerqué al restaurante, me encontré con
alguien.
—Lo sien... —Me detuve cuando los ojos de Ana se encontraron con
los míos—. Hola. —Es todo lo que conseguí decir mientras me absorbía con
su mirada.
La semana pasada había sido genial. No había incluido nada de la
incomodidad que yo esperaba que se quedara a nuestro alrededor después
de nuestra noche en el parque. Salimos pero no tuvimos tiempo a solas para
dejarlo ir tan lejos como para tener sexo. Aunque me las arreglé para meterle
el dedo debajo de la mesa en la biblioteca, susurrándole palabras sucias al
oído. Pero no hablamos de ello. Tampoco presioné, dispuesto a dejarlo pasar
y disfrutar de mi Ana.
—Hola —susurró, sus labios elevados en una sonrisa.
—¿Esto va a ser raro? —pregunté, haciendo un gesto dentro del
restaurante.
—No —contestó y luego lo repitió como si estuviera tratando de
convencerse a sí misma tanto como a mí—. No. Solo son unos amigos que
van a comer.
Me ahogué en una risa y la miré fijamente, haciéndole saber que no
me había convencido. Rio y dejó que su cabeza se inclinara hacia adelante
antes de mirarme a través del cabello que había caído en su rostro. Me
acerqué y lo cepillé detrás de su oreja, dejando que mi mano se quedara
contra su mejilla.
—Te ves hermosa.
Se acercó un poco más.
—Gracias.
—Hola chicos —gritó Andrew, acercándose al restaurante. Dejé caer
mi mano y Ana dio un paso atrás. Cuando llegó a nosotros, besó la frente
de Ana, y tuve que rechinar la mandíbula para evitar exigirle que se alejara.
Pero no era mi lugar. Eso no era lo que Ana y yo éramos, y no quería darle
una excusa para retroceder más. No importa cuánto quisiera presionarla
más.
—Katelyn tiene una mesa dentro. Deberíamos entrar —informé,
abriendo la puerta. Cuando llegamos a la mesa, Katelyn me abrazó por los
hombros, quedándose más de lo necesario. Cuando se inclinó para besar
mis labios, me moví en el momento justo para que aterrizara en mi mejilla.
Nos acomodamos y ordenamos nuestras bebidas, cayendo en una pequeña
charla, la mayoría llevada por Katelyn y Andrew. Yo estaba demasiado
consciente de toda la incomodidad como para intervenir, y podía ver que
Ana también lo estaba.
El lugar era divertido y la comida era buena. Aproximadamente a la
mitad de la noche, después de que los platos fueron retirados, una banda
de indie rock tomó el escenario. La música era genial y supe que a Ana le
encantaba cuando miré y la vi moviendo la cabeza al ritmo.
—¿Te gusta este tipo de música, Andrew? —pregunté.
—No está mal. —Se encogió de hombros—. Soy más un fan de la
música clásica o country.
Apenas reprimí una risa sabiendo lo mucho que Ana odiaba la música
country. Me salvé de una respuesta cuando Katelyn habló.
—A Kevin le encanta esta música. Nos arrastra a Warped Tour todos
los veranos. —Se giró hacia mí y añadió—: ¿Recuerdas el último año que
fuimos todos? Amigo, nos emborrachamos tanto. Kevin y Will gobernaron la
mayoría de los pistas de baile. Dijo que estaba compensando todos festivales
los que tuvo que dejar pasar en la secundaria cuando no pudo ir a causa
del fútbol.
—Esos fueron buenos tiempos —comenté—. Warped Tour es
definitivamente una experiencia que odiaría perderme.
—Sí, entonces casi te metes en una pelea cuando ese tipo trató de
meterme mano. —Me puso la mano en el hombro y se inclinó—. Mi héroe
me salvó, y lo dejé que me metiera mano más tarde. —Le guiñó un ojo a
Ana. Quería poner mi mano sobre su boca y decirle que se callara.
—El festival suena como un lugar interesante —intervino Andrew—.
A mi familia no le gusta nada además de lo clásico y Broadway. Sin embargo,
somos donantes de la Asociación de Arte de Cincinnati y obtenemos muchos
beneficios con el Aronoff Center. Mi mamá cree en apoyar las artes clásicas.
Tendrás que venir a un espectáculo de Broadway —agregó, girándose hacia
Ana.
—Eso suena muy elegante. —Fue un comentario idiota que insinuaba
que era presumido, pero no importa.
—Nada demasiado elegante —rio, haciendo un ademán con la mano—
. Mi mamá cree en dirigir organizaciones benéficas y obtener los beneficios
de ellas. Lo llama multitarea. Es buena en eso, dirigiendo sus obras de
caridad y la casa. Hace la vida de mi padre fácil.
—Suena increíble —comentó Ana.
—Lo es. Ella te amaría.
Ana sonrió y miró hacia otro lado, sonrojándose por los elogios de
Andrew. Aunque, ¿qué madre no querría a Ana?
—Es muy fácil amar a Ana —interrumpí la conversación paralela y la
mirada de amor que él le estaba enviando. Se giró hacia mí con labios
fruncidos, pero fue demasiado educado para gritarme.
—¿Hace cuánto se conocen? —me preguntó Andrew.
—Se mudó a la casa de al lado cuando tenía dieciséis años. Se
convirtió en mi mejor amiga casi instantáneamente. —No aparté los ojos de
Ana mientras respondía.
—Entonces, ¿qué pasó para separarlos tanto tiempo? —preguntó
Katelyn.
Vi a Ana encogerse y se sintió como una bofetada en el rostro,
sabiendo que estaba recordando esa horrible noche.
—La vida —respondió por fin—. Me mudé y... sencillamente la vida.
—Es lo peor —respondió Katelyn poniendo los ojos en blanco—. Perdí
el contacto con mi mejor amiga cuando me mudé a la universidad. Excepto
que ella trató de robarme a mi novio.
—Lamento escuchar eso —dijo Ana.
—Sí, fue un fastidio. Solíamos colarnos en las películas cuando
éramos más jóvenes. Ya sabes, comprar un boleto para una película y luego
quedarse todo el día, saltando de una sala a otra. Éramos una mierda.
Mientras Katelyn seguía hablando de su pérdida de amistad, colé mi
pie en el espacio entre Ana y yo debajo de la mesa y lo metí por el interior
de su pantorrilla. Sus ojos se dirigieron a los míos y sonreí cuando le di una
patada en la rodilla para poder llegar a la cara interna de su muslo. Mi
mueca se volvió una sonrisa completa cuando un rubor se formó en su
cuello y en sus mejillas.
—¿Han visto alguna de las películas en cartelera? —preguntó
Andrew—. Ana y yo hablábamos de ir a ver “The Ganster Squad”. Sé que
ama a Ryan Gosling y ha estado hablando de ello toda la semana.
Dejé caer mi pie y apreté la mandíbula. Odiaba la idea de que
estuvieran juntos en una sala oscura.
—No, no voy al cine muy a menudo.
—Dios mío, Ana —exclamó Katelyn, atrayendo la atención de esta—.
¿Has visto “Safe Heaven”?
Ana aclaró su garganta antes de contestar.
—No. No he tenido tiempo.
—Oh, tienes que verla. Es tan sexy. Juro que haría cualquier cosa por
Josh Duhamel. Incluso dejaría que me azotara.
Tuve que contener la risa viendo los ojos de Ana abrirse de par en par
en par. Me incliné hacia atrás y dejé correr la conversación.
—Muy bien, hora de la verdad. ¿A quién le gustarían las nalgadas? —
Katelyn se giró hacia mí—. ¿Kevin?
Bebí mi cerveza y me encogí de hombros sin compromiso. Katelyn
metió su hombro en mi costado. Sabía que lo disfrutaría. Aunque nunca la
había doblado sobre mi rodilla ni la había azotado, había recibido algunos
golpes en el calor del momento. Cuando no le contesté, me guiñó un ojo.
—Bueno, tal vez más tarde podamos intentarlo.
—Hmmm... —respondí, no queriendo ser grosero, pero tampoco
queriendo animarla.
Cuando Katelyn dirigió su atención a Ana esperando una respuesta,
esta tartamudeó:
—Oh... bien. No lo sé. —Levantó su copa de vino, terminándola.
—Vamos, Andrew. ¿Qué hay de ti?
Apoyó el brazo en la silla de Ana antes de contestar.
—No lo creo. Trato a las mujeres con respeto. No tengo una necesidad
arcaica de castigar a una mujer como a una niña.
Apreté la mandíbula para contener una réplica de que no debería ser
tan crítico. Odiaba ver a Ana encogerse en su silla, dejando que sus hombros
cayeran hacia adelante. Katelyn ofreció una refutación, llamando a Andrew
“aguafiestas”, y Ana murmuró un rápido “disculpen” antes de correr al baño.
Sacando mi teléfono, decidí enviarle un mensaje para asegurarme de
que estaba bien, pero tuve que pensar qué decir. Miré la pantalla en blanco
antes de ver a Andrew. No quería que se fuera a casa con ese imbécil.
Yo: Ven esta noche.

Guardé mi teléfono justo cuando Ana regresó. Se sentó y luego sacó


el teléfono del bolsillo. Sabía lo que encontraría. Observó la pantalla y luego
levantó la mirada hacia mí. La miré fijamente, queriendo exigirle que
siguiera mis instrucciones.
—Bueno, todos —comenzó Andrew—. Ha sido una noche divertida,
pero se está haciendo tarde. ¿Estamos listos para volver a casa? —le
preguntó a Ana.
—Creo que podría quedarme si alguien quiere acompañarme —
comentó Katelyn, girándose hacia mí.
—Lo siento, Katelyn. Creo que estoy demasiado cansado para
quedarme fuera más tiempo —respondí.
—Creo que también estoy lista para irme —agregó Ana, poniéndose de
pie para recoger su chaqueta.
Nos fuimos después de despedirnos de Katelyn. Una vez fuera, Andrew
se giró hacia Ana.
—¿Quieres venir a mi casa?
Me quedé helado esperando su respuesta. Ella se detuvo y miró la
pantalla negra de su teléfono, sabiendo que mi oferta estaba allí.
—Ummm no, pero gracias. Ha sido un día largo y me vendría bien
dormir un poco.
Casi le creí si no me hubiera mirado con nerviosismo. Había ganado
y la victoria tendría un sabor dulce.
—¿Puedo asegurarme de que llegues a casa? ¿Quizás darte un masaje
para ayudar a relajarte? Sé que tuviste una semana larga. —Andrew lo
intentó una vez más.
—Está bien. Es muy amable de tu parte que me lo ofrezcas, pero voy
en la dirección contraria. Me voy a desmayar tan pronto como llegue a casa.
No quería quedarme de pie y merodear, así que me despedí con un
gesto mientras me daba la vuelta para alejarme. Todavía no estaba seguro
al cien por cien de si Ana vendría, pero lo esperaba.
Una vez que llegué a mi auto, mi teléfono vibró con un mensaje.

Ana: Está bien.


Ana
Hasta esa noche, no había elegido a Kevin por encima de Andrew, pero
al llegar a su apartamento me había cuestionado el paso que estaba dando.
Me recordé a mí misma que quería ser normal. Quería querer a Andrew.
Sentir un incendio en vez de una chispa cuando me besaba. Para ser lo
suficientemente feliz con su dulce gesto de seguirme a casa y darme un
masaje, que él sabía que tanto me gustaba.
Mirarlo y no sentir el peso de un secreto que podría hacer que me
mirara con asco. Quería eso con alguien en mi futuro.
Sin embargo, no tenía que ocultarle nada a Kevin. Me conocía y me
aceptaba sin juzgarme. Ese peso no estaba ahí. Pero luego recordé cómo me
había abandonado cuando alguien cuestionó nuestros deseos. ¿Y si volviera
a pasar? ¿Me apoyaría? Quería ser profesora y si hubiera un susurro sobre
mis preferencias, nunca encontraría un trabajo. Me imaginé los chismes: Le
gusta que la controlen, le peguen y le hagan moretones. Una mujer que está
influenciando a nuestros hijos está promoviendo el abuso.
Un escalofrío bajó por mi espina dorsal, y casi me di la vuelta, hasta
que vi a Kevin parado afuera y mis ojos se encontraron con los suyos. Sentí
su atracción gravitacional y era imposible resistirse. Dejando todos los
pensamientos a un lado, salí y caminé hacia él. No dijo ni una palabra
cuando abrió la puerta y me llevó por las escaleras. Cuando llegamos a la
puerta, me empujó contra la pared y chocó su boca contra la mía.
Sus manos agarraron mi culo y me levantaron, rodeando su cintura
con mis piernas. Mi gruñido se convirtió en un gemido cuando sus dientes
se apretaron contra mi clavícula. Metí las manos en su cabello y tiré su
cabeza hacia atrás, mirándolo a los ojos con todo el fuego que había evocado
en mí. Sin decir nada, le pedí que me llevara adentro.
Me mordió el antebrazo antes de dar la vuelta y entrar en su
apartamento, pateando la puerta y cerrándola detrás de nosotros. Una luz
baja venia de algún lugar del pasillo dentro de su apartamento, pero no tuve
la oportunidad de ver a dónde conducía antes de estar contra otra pared.
Comencé a levantar su camisa mientras nos movíamos de nuevo, golpeando
mi espalda contra un ladrillo expuesto y apoyando mi trasero sobre un
recibidor.
En mi neblina llena de lujuria, me preguntaba si tal vez la parte de
atrás de mi vestido se había roto, y me hizo estremecer el poder tener una
marca de la noche.
Me temblaron las manos cuando le desabroche la hebilla, abrí el botón
y baje la cremallera. Apenas podía concentrarme en la tarea con sus manos
concentradas en los pequeños botones en la parte delantera de mi vestido.
Cuando se abrió lo suficiente para ver mi pecho, lo tiró hacia abajo y se
agarró a mi pezón, mordiendo dolorosamente fuerte a través del cordón de
mi brasier. Sus dedos no perdieron tiempo en encontrar mis bragas y
empujarlas a un lado. Toda la presión que se había acumulado durante
nuestro tira y afloja se liberó cuando él empujó hacia mí, gimiendo en mi
escote.
Me follo una y otra vez, golpeando la mesa contra la pared con fuerza.
Me agarré al borde con una mano mientras que la otra se clavó en la piel de
la parte superior de su culo, cavando debajo de la tela de sus pantalones
que habíamos estado demasiado frenéticos para quitar. Llovían chupetones
por todo el pecho mezclados con mordiscos afilados en los pezones, solo
para ser aliviados por la lengua que se arremolinaba alrededor de la tierna
punta. Cada golpe me arrastraba cada vez más cerca de mi liberación. Su
mano se levantó para envolver mi garganta y apretó lo suficiente para
hacerme saber que tenía el control. Sus largos dedos pululaban entre largos
apretones que me hacían preguntarme hasta dónde llegaría para soltarme y
dejarme jadear por el precioso aire.
Quería saborear la sensación de su cuerpo envuelto alrededor del mío,
abrazándome, pero estaba en una batalla perdida para contener mi
orgasmo. Cuando su pulgar cayó sobre mi clítoris, exploté y me mordí los
labios tratando de contener mis gemidos de placer. Mi coño se contrajo y
mis uñas se arrastraron por su espalda tratando de encontrar donde
asentarse mientras los escalofríos se extendían por toda mi piel.
Gruñó de dolor y comenzó a empujar más y más fuerte, jadeando en
mi oreja y finalmente sujetándose al suave lóbulo mientras se corría,
explotando dentro de mí. Nos quedamos quietos y recobramos el aliento
durante menos de un minuto antes de que se alejara y rozara suavemente
sus labios contra los míos, sacando su polla flácida de mi interior.
Balanceándose sobre la mesa, vi cómo se quitaba los pantalones y entraba
en una habitación frente al recibidor. Volvió a aparecer con una toallita
húmeda y no fue hasta que la apretó entre mis piernas que me di cuenta de
que me estaba limpiando porque no habíamos usado un condón.
—Mierda.
—Estoy limpio, Ana. No me acuesto con nadie más que contigo. —Su
voz baja y profunda rodaba sobre mi piel, encendiendo de nuevo mientras
sus ojos permanecían pegados entre mis piernas.
—Yo tampoco. No me acuesto con nadie más que contigo. Estoy en
control de natalidad. Y nunca he dejado de usar condón. —Sus ojos miraron
los míos con sorpresa, pero rápidamente volvió a la tarea de limpiarme.
Probablemente asumió que me acostaba con Andrew.
—Me encanta verte llena de mi semen —gruñó.
—Animal. —Me reí.
Se inclinó hacia mí e intento morderme. Grité, y nos reímos. Fue
increíble lo rápido que pudimos pasar de lo profundo y sexy a una amistad
llena de risas. Era todo lo que quería y todo lo que tenía miedo de tener.

A la mañana siguiente, la luz asaltó mis ojos, mientras me estiraba,


dándome cuenta de que no estaba en mi cama. Tomó un momento para que
la noche volviera corriendo. Me quede sin aliento en la garganta y un
escalofrío me destrozó el cuerpo. Con una sonrisa, me di la vuelta para
encontrar el espacio a mi lado vacío.
El olor a café me golpeó antes de ver a Kevin aparecer en la puerta del
dormitorio con dos tazas, desnudo como el día en que nació. Dios, era sexy,
todas las extremidades largas y delgadas. Puede que haya dejado de jugar
al fútbol, pero obviamente todavía trabajaba en su cuerpo. En todo caso,
parecía más grande. Creía que parecía un hombre a los dieciocho años, pero
a los veintidós me estaba demostrando que estaba equivocada. Me
preguntaba cómo sería en cinco años más. ¿Estaría aquí para verlo?
Se subió a la cama y me hizo saltar y reír. Una risita inmadura se me
escapó al ver su suave polla rebotar contra su muslo.
—Deberías saber que no debes reírte del pene de un hombre.
—Lo siento. No pude evitarlo.
Gruñó y arrancó el grueso y blanco edredón, dejándome cubierta con
una delgada sábana azul.
—Te haré pagar por ello más tarde. Con muchos lametazos y besos.
Por ahora, aquí tienes tu teléfono para leer o jugar. Nos quedamos en la
cama para tomar un café. Y esto, —agregó, golpeándome en el culo— es mi
mesa.
Apoyó su taza en la mejilla de mi culo y se recostó contra las
almohadas, apoyándolas contra la pared, abriendo un periódico.
—¿Qué? —grite—. ¿Qué hay de tu mesita de noche?
—Me gusta más ésta. —Ladeó la ceja antes de volver a leer—. Te
sugiero que no te muevas. El café está caliente y probablemente te quemaría
la suave piel del culo.
Miré con ira, pero tuve que girar la cabeza para ocultar la sonrisa.
Algo acerca de ser usada como un mueble me calentó más que la taza que
descansa en mi trasero. Murmuré “sádico”, pero no respondió, y no quise
darle la satisfacción de saber que me estaba excitando. Era inútil porque
cuando lo miré de nuevo, estaba sonriendo.
Desbloqueé mi teléfono y abrí la aplicación Kindle, leyendo y
disfrutando de la perezosa mañana en la cama. Ocasionalmente, levantaba
su taza para tomar un sorbo y me dejaba tomar un trago del mío, pero luego
regresaba inmediatamente el café a su lugar.
Era una felicidad sádica y doméstica. Y me encantó. Pero también
estaba confundida.
La última vez que levantó su taza, no la devolvió a mi trasero. La oí
golpear contra su mesita de noche y sentí el movimiento de la cama antes
de que un dedo solitario se arrastrara por mi espalda, tirando de la sábana
con él hasta que quedé desnuda hasta los hoyuelos en la base de mi
columna vertebral. El dedo viajó hacia arriba otra vez y la piel de gallina se
extendió. De un lado a otro, mientras mi mente giraba con preguntas.
—¿Qué estamos haciendo? —Hice la pregunta que había estado en
primera línea de mi mente desde que follamos por primera vez en el parque.
Me dijo que me relajara y lo disfrutara. Pero el consuelo de estar en la cama
con él, como si estuviéramos viviendo una vida normal, me impulsó a
preguntarme qué diablos estaba pasando.
—¿Qué quieres decir? Estamos disfrutando de un domingo perezoso
en mi cama. Estoy arrastrando mi dedo por tu deliciosa espalda e
imaginando montarte por detrás para poder mirarte mientras te follo.
—Kevin
—Ana.
—No lo hagas. No conviertas esto en algo sexual. ¿Qué estamos
haciendo? —repetí.
Detuvo su dedo y se acomodó para acostarse a mi lado, apoyando la
cabeza sobre su mano.
—Lo que quieras que hagamos. Como dije, sé que tienes mucho de lo
que ocuparte y quiero estar aquí para ti. Eres mi mejor amiga. También eres
la única mujer que me acepta y me deja follar de la forma que necesito. Pero
la amistad es lo primero. —Se detuvo y buscó mi rostro—. ¿Qué quieres
hacer, Ana?
Incline mi cabeza hacia adelante y la enterré en la almohada, dejando
que amortiguara mis palabras.
—No lo sé.
No lo sabía.
Mi cuerpo y mi mente estaban en un tira y afloja y no estaba segura
de cuál quería ganar. Tantos factores jugaban un papel en mis decisiones,
pero no parecía que pudiera conseguir que ninguno de ellos se alineara y
tuviera sentido. Quería a Andrew porque me hacía reír, relajarme y me
prometía una vida normal. Quería a Kevin porque era mi amigo. Venia sin
secretos y me iluminaba con un deseo que solo él entendía.
—Me siento como una mentirosa —confesé, girando la cabeza lo
suficiente para mirarlo.
—¿Por qué? —Sus cejas se arrugaron ante mi declaración—. ¿Por
Andrew? —Asentí contra la almohada—. ¿Has prometido ser exclusiva con
él? ¿Te lo ha pedido?
—No, pero…
—Nada de peros. —Me empujó el hombro, poniéndome de espalda y
acostándose encima de mí—. No eres una mentirosa. Eres una de las
personas más amables que conozco. No le debes nada a nadie. Ni siquiera a
mí. En este momento, estás cuidando de ti misma y haciendo cosas que te
hacen sentir bien. No deberías sentirte culpable por ello. —Se inclinó y me
besó suavemente, suavizándome con sus labios antes de bajar por mi cuello
y moverse a través de mi pecho—. ¿Esto se siente bien?
—Sí —jadeé cuando sus dientes me mordieron el pezón demasiado
fuerte.
—Entonces eso es todo lo que importa. —Su cuerpo se levantó y usó
sus piernas para abrir las mías—. Si fuera un hombre mejor, tal vez me
haría a un lado. —Sus besos descendieron a través de mi estómago—. Pero
no lo soy. —Mi corazón se apretó cuando su lengua se sumergió en mi
ombligo, una pista de hacia dónde se dirigía—. Soy un hombre que sabe lo
que necesitas y que movería cielo y tierra para dártelo.
No estaba segura de creer que no era una mentirosa, o que debía
concentrarme en mí.
Pero con su lengua dentro de mí y el doloroso y contundente agarre
que tenía en mis caderas, realmente no me importaba.
Ana
—Te gusta cuando te follo por detrás como la puta que eres —gruñó
Kevin. Su lengua golpeó mi oreja antes de morder el suave lóbulo. La aguda
picadura, unida a sus degradantes palabras, hizo que mi orgasmo se
estrellara sobre mí una y otra vez. Mis dedos se clavaron en el suave edredón
de mi cama mientras trataba de sostenerme con los brazos temblorosos.
—Dilo. Di que eres mi puta.
—Sí. —Inspiré la palabra, tratando desesperadamente de llevar
oxígeno a mis pulmones—. Sí —repetí, más fuerte.
—Mía.
—Tuya.
Su brazo me envolvió, deslizándose entre mis pechos y agarrándome
la garganta, tirando de mí hacia su pecho. Sujetándome en el lugar, sus
caderas empujaban cada vez más fuerte dentro de mí mientras su boca se
hundía en mi hombro y chupaba, dejando una marca. Mi mano se agarró a
su cadera mientras empujaba una última vez, gimiendo su liberación en mi
piel.
Caímos a la cama y él rodo sobre mí, tirando de mí hacia un lado para
que pudiera quedarme en sus brazos. Nos acostamos allí por un momento
y cerré los ojos, concentrándome en la sensación de cosquilleo por el dedo
que pasaba por mi hombro.
—Tendrás que cambiarte el vestido para cubrir mi marca.
Era imposible perderse el placer posesivo de su tono al ver el chupetón
oscuro que sobresalía en mi piel. Respiré profundamente y me levanté de la
cama.
—Maldita sea, Kevin. Me gusta este vestido.
Tenía una cita con Andrew para conocer a sus padres. El vestido era
perfecto para el clima cálido de la primavera.
—Ya que no puedes usarlo, ¿puedo arrancártelo?
Le rodé los ojos por encima de mi hombro, y me encogí. Su dorada piel
brillaba con la luz del sol que entraba por mi ventana. Arrastrándose por
encima de su duro estómago y parecía resaltar su polla flácida que yacía
sobre sus pantalones bajos, aún recubiertos y brillantes por nuestra
liberación mixta. No debería haberme excitado, pero lo hizo.
—No. Ya me has arrancado la braga. No puedes tener mi vestido
también —refunfuñé, sacando el vestido por mi cabeza y entrando en mi
walk-in closet para colgarlo de nuevo.
Revisé mi ropa, buscando otro vestido que cubriera su marca.
Mirarme en el espejo de cuerpo entero en la parte de atrás de la puerta de
mi armario me recordó más razones por las que quería una vida normal. No
me gustaba preocuparme constantemente por sí tendría cosas en mi
guardarropa para cubrir los moretones. Y si no los cubría, entonces alguien
podría tener una idea equivocada.
—Ponte el amarillo —sugirió Kevin desde el dormitorio—. Tiene
mangas cortas y hace que tus pechos luzcan fantásticos.
Saqué la cabeza del armario.
—Te das cuenta de adónde voy, ¿verdad?
—Sí. —Sonrió con una sonrisa arrogante—. Pero sé que mientras
estés usando, estarás pensando en cómo te hice usar el vestido y en cómo
estoy pensando en tus tetas perfectas. Tal vez tome una foto para
masturbarme más tarde.
—Hoy no pensaré en ti en absoluto. —Fui severa y osada, pero mi voz
salió entrecortada. Mi cuerpo me convirtió en una mentirosa cuando sus
ojos se posaron en mis muslos y sonrió al ver cómo los había estado
apretando juntos.
—Tal vez te ate a esta cama y te dé una nalgada antes de que te vayas.
Así, cada vez que te sientes, no tendrás más remedio que pensar en mí.
Me mojé los labios y tragué con fuerza. Mi mente se apresuró a buscar
una respuesta frívola, pero todo lo que podía imaginar era su mano
punzante contra mi culo desnudo. No tenía nada, así que me encogí de
hombros y volví al walk-in closet para agarrar el estúpido vestido amarillo.
—Tienes que irte —dije, saliendo del guardarropa. Sabía que tenía
planes para esa tarde, pero pasó por aquí de todos modos. Yo, siendo la
mujer débil que era, no solo lo dejé entrar, sino que permití que me
profanara antes de mi cita con otro hombre. Mierda, yo era el ser humano
más miserable. Pero luego recordé las palabras de Kevin. No le prometí nada
a nadie más que a mí misma, y si Andrew me lo pidiera, no le mentiría, y él
podría tomar su decisión. Sabía que no éramos exclusivos.
Kevin se puso de pie y se quejó, pero aun así se subió los pantalones
y se puso una camisa. Lo acompañé a la puerta una vez que se puso los
zapatos y se inclinó y me dio un beso rápido. Una vez que terminó, supe que
mis labios se verían rojos e hinchados. Imbécil. Sexy idiota.
—Nos vemos luego. —Un beso más y se fue.
Al ver que tenía más de una hora antes de que llegara Andrew, decidí
ducharme. Kevin puede haber hecho lo mejor que pudo para marcarme,
pero no quería ser tan insultante como para tener su olor en mí para mi cita
con Andrew y su familia. No había planeado almorzar con su familia. Me
había invitado a salir en lo que yo había asumido que era una cita, pero
unos días después anunció que sus padres también estarían allí.
Pasándome una mano por el cabello, suspiré. Sentía como si estuviera
viviendo dos vidas diferentes. La que yo quería, donde salía con un tipo
lentamente y me trataba con respeto. Llevábamos saliendo unos meses y
ahora conocería a sus padres. Era el tipo de relación que los padres querían
para su hija pequeña.
Luego estaba Kevin. El tipo que he conocido desde siempre, mi mejor
amigo y al que dejé que me follara, me degradara y me usara de la forma
que quisiera. La relación que parecía un abuso desde fuera, pero, para mí,
se sentía como el tipo de amor más cariñoso. Él era el que la mayoría de la
gente pensaría que era una mala elección. El que no debería querer.
Yo era un desastre.
La llamada a la puerta me salvó de seguir analizando. La abrí para
encontrar a Andrew sonriéndome. Sus ojos azules brillaban de emoción y
calor mientras me miraba, antes de inclinarse para besarme. Sus labios se
detuvieron y presionaron para conseguir más. Cuando se separó y me
mordió los labios, un golpe hizo vibrar mi cuerpo y, por primera vez, más
que una chispa se encendió dentro de mí. Andrew no solía ser tan atrevido,
pero no podía decir que no me gustara el deseo extra que hacía que sus ojos
se oscurecieran. Algo era diferente hoy y mi corazón dio un vuelco mientras
pensaba en lo que nos deparaba el día.
Se veía guapo en un polo azul claro, con pantalones grises que cubrían
sus largas piernas. Andrew era alto y un poco desgarbado, pero lo
suficientemente musculoso para que su pecho estirara su camisa.
—Te ves increíble —murmuró en voz baja, capturando mi mano en la
suya. Dejé que el consuelo se hundiera en mi piel y extendiera mis brazos.
Esperé otra toma de calor, persiguiendo la emoción de antes, pero nunca
llegó. Solo consuelo. Tal vez el deseo vuelva a aparecer más tarde. Tenía que
esperar.
—Gracias. Tú también te ves muy bien.
Abrió mi puerta cuando llegamos al auto y otra vez cuando llegamos
al club de campo. El edificio blanco me intimidó con su tamaño y prestigio.
La madera cálida y los toques rojo oscuro gritaban etilismo. Me aferré a
Andrew un poco más fuerte, necesitando que me guiara. Me presionó contra
él y antes de que entráramos, dejó caer su mano por debajo de mi cintura,
con las puntas de sus dedos rozando la parte superior de mi trasero. Con
los ojos muy abiertos, pude ver su sonrisa. Me gustaba este lado de Andrew,
juguetón y más atrevido.
Levantó la mano hasta mi cintura cuando entramos por una puerta
que daba a una gran y luminosa habitación con puertas de cristal en el patio
que daba a una terraza con vistas al campo de golf. Las onduladas colinas
captaron mi atención hasta que Andrew habló.
—Ana, esta es mi madre, Clara, y mi padre, Lincoln. Mamá. Papá. Ella
es Anabelle.
Una mujer alta y delgada que llevaba una falda maxi blanca y un top
de seda extendió su mano. Los brazaletes de oro tintineaban mientras nos
dábamos la mano. Se mantuvo erguida y orgullosa, su confianza era tan
grande que sentí que una cantidad residual se filtraba en mí solo por estar
en su presencia.
—Anabelle, hola. Es un placer conocerte por fin. —Sonrió y vi el
parecido entre madre e hijo. Tenía su nariz afilada, hoyuelos y brillantes
ojos azules.
La estatura y el cabello negro de Andrew provenían de su padre, pero
este era aún más alto. Él estaba de pie con su brazo alrededor de la mamá
de Andrew, vistiendo un traje gris claro y una corbata de coral que
combinaba con la blusa de su esposa.
—Andrew nos ha contado muchas cosas buenas de ti.
Una risa nerviosa se escapó, y baje la mirada para esconder mi rubor.
—Estoy segura de que fue muy amable. Y por favor, llámame Ana.
Por muy formal que fuera el escenario, la conversación fluyó
fácilmente. Sus padres eran tan graciosos como Andrew y me calentó el
corazón ver el amor entre ellos. Habían estado casados treinta años y todavía
se miraban como si apenas hubieran pasado treinta días. Yo quería eso.
Quería alcanzarlo y tocarlo; sentir el amor que los consumía.
Andrew agarró mi mano, y miré la forma en que la envolvía con su
mano. Me concentré en la suavidad de sus dedos mientras me acariciaban
el pulgar y sentí un deseo suave y tibio. ¿Dónde estaba el calor de antes?
—Ana, Andrew nos dijo que vas a ser profesora. ¿Qué quieres
enseñar? —preguntó Lincoln.
Deslizando mi mano de la de Andrew, bebí un sorbo rápido de mi agua
antes de responder.
—Química.
—Vaya, es una chica inteligente, Andrew —comentó Clara.
—Si lo sabré yo —respondió él.
Les hice un gesto para que se olvidaran de sus cumplidos, me alejé de
la conversación y me concentré en su madre:
—Andrew me contó que seguía los pasos de su padre para convertirse
en abogado, pero ¿qué haces, Clara?
—Oh, solo soy una madre que se queda en casa.
Su padre se rio.
—¿Solo una madre que se queda en casa? No lo creo. —La envolvió
con su brazo, tirando de ella—. Esta mujer dirige la casa y mantiene todo
bajo control. Una vez que Andrew se hizo mayor y más independiente,
comenzó a hacer obras de caridad. Se hace cargo de lo que sea que se
proponga.
—Mamá siempre ha sido una líder fuerte —agregó Andrew—.
Independiente y no necesita que nosotros los hombres cuidemos de ella.
—Por supuesto de que no —aseguró Clara. Andrew y su padre
estallaron en una carcajada.
—Siempre una fiera —comentó Lincoln—. Andrew necesita una mujer
en su vida que haga lo mismo. Ser abogado conlleva mucho tiempo, y sé que
mi hijo necesita una mujer fuerte a su lado. Puedo ver ese fuego en ti, Ana.
Es afortunado de tenerte.
¿Lo era? No me sentía como la mujer que describió. Pero quería serlo
para Andrew.
La conversación me pareció mucho más profunda de lo que había
previsto, y me escondí detrás de mí vaso de agua, casi ahogándome cuando
Andrew se inclinó hacia mi oído y me susurró:
—Me encantaría una mujer que pudiera tomar el control en el
dormitorio.
Parpadeé, intentando controlar mi expresión mientras presionaba sus
labios contra mi sien. Andrew nunca había sido tan atrevido y, aunque me
hubiera gustado tanto hablar sucio en público, esas no las palabras que
quería oír.
Cuando sentí que podía mantener una sonrisa durante el tiempo
suficiente, me giré para mirarlo y me guiñó el ojo como si me estuviera dando
el premio de mi vida. Porque ¿qué mujer no querría sentirse en control de
su vida sexual y de su hombre? ¿Qué mujer no querría exhibir el tipo de
independencia y confianza que irradiaba su madre?
Yo, esa soy yo. Yo era esa mujer.
Luché para terminar mi comida, empujándola alrededor de mi plato
hasta que llegó el momento de irme.
Andrew rara vez había empujado algo sexual entre nosotros, y asumí
que era porque respetaba mi necesidad de distancia. Pero debería haber
visto el cambio en él con el comentario que hizo durante el almuerzo.
Cuando me acompañó hasta mi puerta y se inclinó para besarme,
tirando de mí hacia su pecho, más cerca que antes, lo dejé. Quería explorar
la posibilidad de cualquier deseo real entre nosotros. Abrí mis labios y gemí
mientras su lengua rozaba la mía. Presioné mi pecho contra el suyo y hundí
mis dedos en su cabello. Jadeé cuando su mano se arrastró por mis costillas
y se posó sobre mi pecho. Empujé hacia un deseo que no podía alcanzar
cuando su pulgar me rozó el pezón ligeramente. Pero su toque ligero no fue
suficiente. Yo estaba presionando demasiado y él no lo estaba haciendo lo
suficiente. Sus besos se suavizaron y la decepción de mí misma se hundió
profundamente en mis huesos.
No tuve la energía para preguntarme si mi sonrisa era lo
suficientemente convincente antes de cerrar la puerta y decir adiós.
Mi cuerpo me había fallado, sin sentir nada cuando un hombre
increíble me tocó. No había sido lo suficientemente duro, lo suficientemente
doloroso para que yo experimentará el fuego que tan desesperadamente
necesitaba.
Mi cabeza golpeó la almohada, cuando las lágrimas comenzaron a
caer.
Kevin
—Hola, Ana —contesté mi teléfono con una sonrisa. Eso es lo que
normalmente pasaba cuando veía su nombre en la pantalla de una llamada
entrante. Se desvaneció, sin embargo, tan pronto como registré los alientos
ahogados y los tartamudeos llorosos en el otro extremo—. ¿Ana? ¿Qué es lo
que está mal? ¿Qué está pasando?
—Ke-Kev. —Eso fue todo lo que salió antes de que se le rompiera la
voz.
—¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—El hospital. Es mi m-mamá.
—Mierda. ¿En cuál? Estoy en camino. —Agarré mis llaves y salí
corriendo, rompiendo todas las leyes de tránsito para llegar a ella más
rápido. Ni siquiera le había preguntado qué había pasado, sólo había oído
su voz destrozada y sabía que me necesitaba.
Mis llantas chillaron en la última curva antes de entrar a un lugar de
estacionamiento y entrar corriendo.
—Oye —le grité a la recepcionista. No era mi intención, pero me quedé
sin aliento y el pánico hizo que mis palabras fueran más fuertes de lo que
había pensado. Levantó la vista con el ceño fruncido e irritado, y me obligué
a tomarme un respiro y recuperar mis modales—. Lo siento. ¿Mi...? —¿Mi
qué? ¿Amiga? ¿Familia? A la mierda.
—La madre de mi novia fue traída hace un rato, y me preguntaba si
podrías indicarme cómo llegar allí. —Sus labios aún estaban fruncidos—.
Por favor.
—¿Nombre?
—Natasha Montgomery.
Su búsqueda de desplazamiento duró una eternidad, pero finalmente
la encontró.
—Está en el cuarto piso de la unidad de oncología. La visita termina
en una hora —gritó a mi regreso en retirada.
El ascensor se movía a paso de caracol y me arrepentí de no subir por
las escaleras. Una vez que finalmente se abrió en el cuarto piso, salí
corriendo por las puertas, sólo para detenerme y encontrar a mis padres
sentados en la sala de espera.
—¿Mamá? ¿Papá?
Mi mamá se levantó y vino a mí con los brazos extendidos.
—Hola, cariño. —Me abrazó y se echó hacia atrás, mirándome con el
ceño fruncido—. ¿Has corrido hasta aquí?
—Vine en cuanto Ana llamó. ¿Qué demonios haces aquí?
—Lenguaje, Kevin. —Mi padre me advirtió cuando me empujó para
abrazarme con una palmada en la espalda.
—Lo siento. No esperaba que estuvieran aquí. ¿Qué está pasando?
—Natasha tuvo un derrame —contestó mi mamá—. Supongo que se
cortó antes de aterrizar y se golpeó la cabeza contra las baldosas. La auxiliar
de enfermería estaba preocupada de que tardara un momento en
despertarse y llamó a una ambulancia. Estábamos llegando a casa cuando
se detuvo y decidimos seguirla hasta aquí para que no estuviera sola. No
estaba segura de cuánto tiempo tardaría Ana en llegar aquí.
—De acuerdo. Bien —repetí, tratando de procesar la información. Mi
mano se frotó sobre mi rostro y se clavó en mi cabello mientras miraba a mi
alrededor, tratando de pensar qué hacer. ¿Llamar a Ana? ¿Me necesitaba?
¿Cómo llego a ella? Me salvaron de responder cuando se abrieron las puertas
de las habitaciones y Ana salió caminando.
Cuando sus ojos grises se fijaron en los míos, aceleró su paso,
golpeándome, agarrándose fuerte con su cabeza enterrada en mi pecho. Mis
brazos rodeaban su cuerpo tembloroso y frotaba mi mano hacia arriba y
hacia abajo en su espalda.
—Está bien, Ana. Te tengo. Está bien.
No sabía si me oía, pero apoyé mi cabeza en la de ella y la empujé
hacia mí lo más fuerte posible, como si pudiera protegerla de sus problemas.
Una vez que dejó de temblar, aflojé la mano y me incliné hacia atrás para
tratar de mirarla. Levantó la cabeza y me dolió por ella, al ver sus ojos rojos
e hinchados. Parecía cansada y asustada, y no quería nada más que
sacárselo todo.
—Gracias por venir.
—Por supuesto que vine. —Acaricié su cabello de las mejillas mojadas
y le besé la frente—. Cuando me necesites, estaré ahí. Ahora dime qué está
pasando.
Mis padres nos dirigieron a las sillas acolchadas azules de la sala de
espera vacía. Me aseguré de sentarme junto a Ana y mantener su mano en
la mía, enlazando nuestros meñiques. Mis padres no dijeron nada acerca de
cómo actuamos exactamente como lo hicimos en la secundaria, incluso
después de tres años. Mi mamá había dejado de preguntar por Ana para
cuando regresó de la universidad, pero no creo que haya perdido la
esperanza de que nos volviéramos a encontrar.
—Aparentemente, mamá estaba cocinando y tuvo un mareo. Su
quimioterapia ha sido bastante agresiva y el médico dijo que esa era
probablemente la razón de su caída. No habría sido tan malo si no fuera
porque se las arregló para cortar su brazo con el cuchillo que estaba usando
y se golpeó la cabeza lo suficientemente fuerte como para dejarla
inconsciente. Necesitaba unos puntos en el brazo y dijeron que tenía una
conmoción cerebral menor. Quieren mantenerla en observación sólo para
asegurarse de que no es otra cosa.
—Lo siento mucho, cariño —dijo mi mamá, extendiendo la mano para
apretar la rodilla de Ana—. Si hay algo que podamos hacer, háznoslo saber.
—Gracias. Cuando le dije a mamá que todos ustedes vinieron, dijo
que no le importarían las visitas antes de que terminaran las horas de visita.
Si no te importa quedarte un poco más, sé que le encantaría verte. Ya sabes
cómo es, siempre la mariposa social. —Ana se las arregló para reírse a
carcajadas.
Fue bueno oírla, incluso una pequeña, después de haberla visto
desmoronarse unos momentos antes.
No había visto a Natasha desde el verano pasado, cuando estaba en
casa de visita, y me costó controlar mi rostro al verla cuando entré en su
habitación. La mamá de Ana siempre había sido delgada, pero su rostro
estaba demacrado y pálido bajo las luces del hospital. Tenía una bufanda
de colores brillantes atada alrededor de la cabeza, que le daba los mismos
ojos azules que a Ana. A pesar del maquillaje de ojos que llevaba puesto,
pude ver círculos oscuros bajo sus ojos. Y como de costumbre, un lápiz
labial rojo resaltaba sus labios sonrientes.
—Oh, bien —dijo tan alegremente como le permitía su cansada voz.
Esperaba que se concentrara en mí con los ojos entrecerrados. La madre de
Ana tenía modales y nunca llegaría a ser grosera, pero la culpa que me echó
a los pies por la marcha de Ana nunca había sido un secreto. Pero en vez de
eso, giró hacia mí con una sonrisa, sus ojos tomando mi mano en la espalda
de Ana—. Estoy tan contenta de verlos a todos. Pensé que me vendría bien
un poco de compañía antes de quedarme sola en esta habitación esta noche.
Aunque creo que puedo convencer al enfermero de que juegue a las cartas
conmigo —dijo con un guiño. Girando hacia Ana, que se había movido para
sentarse a su lado. Ella le dio un empujón y le susurró—: Es más joven que
yo, pero creo que puedo convencerlo.
—Mamá —jadeó Ana, con la mandíbula abierta. Pero se rio y hubo
un notable alivio en los ojos de Natasha, al haber hecho sonreír a su hija—
. Ignórala.
—Quiero decir, si él se quedara, tal vez necesitarás un tercero para
las cartas esta noche —dijo mi mamá.
—Oye, vaya —interrumpió mi papá.
Me quedé gimiendo y caí en una silla vacía cerca de Ana.
—Nos encantaría tenerte, Allison. Anabelle tú también puedes venir.
—Estoy bien, mamá —dijo Ana riendo—. Gracias por la oferta. Aunque
sabes que me quedaré toda la noche si me necesitas.
—No, tienes clases mañana, y no quiero que te la pierdas. —Hizo un
gesto con la mano para rechazar la oferta de Ana y cambió de tema—. ¿Cómo
están todos? Kevin, no te he visto en mucho tiempo y siento que has crecido.
De nuevo.
—Estoy bien, señora Montgomery. Sólo intento pasar el último
semestre de la universidad. Afortunadamente, Ana regresó justo a tiempo
para ayudarme en cálculo.
Ana se burló.
—Oh, por favor. Lo estás haciendo muy bien sin mi ayuda.
—Es mucho mejor que su primer año. No estábamos seguros de que
fuera a pasar el año, y mucho menos de que se graduara —murmuró mi
padre.
—¿Qué? —preguntó Ana, sorprendida—. Kevin siempre fue tan bueno
en la escuela—. Giró hacia mí—. ¿Qué ha pasado? ¿Introducción a la música
demasiado difícil para ti?
Traté de reírme de su broma, pero recordar lo deprimido que estaba
después de perderla lo hizo imposible. Terminó saliendo más como una
mueca y cuando ella me vio luchando, su risa se desvaneció y nos miramos
fijamente el uno al otro. No quería que se sintiera culpable pensando que
era su culpa que yo estuviera tan deprimido. Todo fue culpa mía y de mis
errores. Pero al ver sus labios pellizcados, supe que estaba armando el
rompecabezas y echándose la culpa.
—Espero que no. Llegamos a la conclusión de que extrañaba tanto a
su madre que no podía concentrarse —bromeó mamá—. Siempre lo
mantuve a tiempo, e ir a la universidad me da mucha libertad.
—Lo mimaste demasiado —se quejó papá.
—Bueno, es mi bebé. Está permitido.
—Estoy de acuerdo, Allison. A mí también me encanta mimar a mi
bebé —dijo Natasha, apoyando su mano en la de Ana.
Ana se aclaró su garganta y tartamudeó a través de una broma,
tratando de romper nuestra intensa mirada.
—Es lindo que Kevin sea como un niño pequeño para su mamá.
—Claro que lo soy. Se arrepentirá cuando le pida que empaque mis
almuerzos todos los días cuando vaya a trabajar.
Papá gimió y todos nos reímos.
—Oh Ana, cómo hemos echado de menos la forma en que le das
mierda todo el tiempo —dijo mamá—. Nos alegramos de verte de nuevo, a
pesar de las circunstancias.
—Yo también he echado de menos a mi segunda familia. Y siempre
estaré aquí para poner a Kevin en su lugar.
—¿Cómo va el retiro, Liam? —preguntó la mamá de Ana a papá—.
Siento que ustedes siempre se han ido desde que finalmente dejaron de
trabajar.
—Bien. Bien. Allison sigue arrastrándome por todas partes. Dijo que
dedicó tanto de su vida a apoyarme que necesito llevarla a citas y aventuras
ahora.
—Bien. Se merece lo mejor.
—Lo hago. Hice que me comprara una casa en Florida. Justo en la
playa. Iremos de vacaciones de primavera con Kevin antes de que empiece
a trabajar.
Natasha suspiró.
—Una playa suena increíble ahora mismo.
—¿Por qué no te vienes? Es lo suficientemente grande para todos
nosotros, y tal vez te vendría bien tomar un poco de saludable, aire salado
durante un par de días. No nos quedaremos lo suficiente para mantenerte
alejada de algo importante —dijo mamá.
—No quiero entrometerme en tus últimas vacaciones familiares, y no
sé si Ana tenía planes para nosotras.
—Bueno, las dos vendrían —contestó mi papá.
Levanté la vista y vi la vacilación de Ana.
—No lo sé. Parece que está muy lejos de los médicos y todo eso. —Se
mordió el labio, mirando a su madre.
—Deberías venir, Ana. Sería divertido —dije, ya imaginándola en
bikini.
—No lo sé —dijo, cubriéndose.
—Toc, toc. —Un médico se paró en la puerta—. Necesito hacerle un
examen rápido a la señora Montgomery. Pueden regresar en un minuto.
—¿Puedo quedarme? —preguntó Ana.
—Siempre y cuando tu madre esté de acuerdo.
La mamá de Ana asintió y mis padres y yo fuimos a esperar fuera en
el pasillo.
—Tienes que convencerla de que venga, Kevin. Sería muy divertido, y
creo que sería genial para Natasha —suplicó mi mamá, sosteniendo mis
manos entre nosotros.
—Haré lo que pueda, mamá. Pero no puedo secuestrarla exactamente.
—Claro que puedes —bromeó.
Después de una breve espera, la puerta se abrió y volvimos a entrar
con una sonriente Natasha.
—Nos vamos a Florida —anunció.
Los labios fruncidos de Ana no podían ocultar su sonrisa. Ya fuera
porque íbamos a Florida o porque veíamos a su mamá tan emocionada
hablando de planes con mi mamá, no lo sabía, pero fue bueno verla sonreír
después de hoy.
Ana
Kevin me llevó a casa una vez que terminaron las horas de visita
porque había estado con mi compañera de cuarto, Jessica, en la biblioteca
cuando recibí la llamada. Habíamos compartido el auto esa mañana, así que
se ofreció a llevarme en vez de perder el tiempo con mi auto.
Mi cuerpo se hundió contra el asiento, drenado de las ráfagas de las
emociones: miedo, alivio, duda, más alivio, y más miedo. Pesaban mucho en
mis músculos, cansándolos a pesar de no haberlos trabajado. Mirando por
la ventana, observé las estrellas en el cielo, sintiendo como si pudiera flotar
lejos si no fuera por mi vínculo con Kevin. Nos habíamos subido al auto e
inmediatamente conectó su meñique con el mío, anclándome. Siempre ahí
para mantenerme en su lugar. Sabía que podría haber manejado el día de
hoy por mi cuenta, pero me alegré de no tener que hacerlo. Mi mejor amigo,
siempre estaba ahí cuando lo necesitaba.
Cuando llegamos a mi apartamento y aparcamos, vi a Andrew sentado
en mi escalinata, un ramo de flores tendido en el pavimento junto a él.
—Mierda. Mierda, mierda, mierda.
—¿Qué pasa? —preguntó Kevin.
—Me olvidé por completo de mi cita con Andrew esta noche. Mierda.
Incluso desde el rabillo del ojo, vi el rostro de Kevin y su meñique se
estremeció en el mío.
—¿Necesitas que me quede?
Respiré profundamente. Necesitaba que se fuera para poder enfrentar
mi error.
—No. —Giré hacia él porque quería que viera lo agradecida que estaba
por su ayuda y le apreté el meñique—. Gracias por todo lo de hoy, Kevin. Me
habría desmoronado sin ti.
Se rio.
—No, no lo habrías hecho. Eres una mujer fuerte, Anabelle. Hubieras
estado bien sin mí, pero me alegro de que estuviera allí para que no tuvieras
que ser fuerte sola.
Forzando una sonrisa, me bajé del auto y caminé hacia Andrew.
Afortunadamente, Kevin no se detuvo y se marchó. Cuando me acerqué a
Andrew, noté sus labios fruncidos y puños apretados. No lo culpé por estar
enojado. Especialmente desde que me presenté con Kevin. Tuvo que ser un
golpe para su ego. En lugar de explicarme en la entrada, le dije que entrara.
—Estaba preocupado por ti. No contestaste cuando te llamé y tu auto
estaba fuera, así que decidí esperarte —dijo con voz endurecida tan pronto
como entramos por la puerta.
—Lo siento mucho, Andrew. —Tiré la chaqueta en la parte de atrás
del sofá antes de girarme para mirarlo—. Mi mamá se cayó más temprano
hoy y tuvo que ser llevada al hospital. Estaba en la biblioteca y me llevaron
al hospital. Por eso mi auto seguía aquí.
—Ana. —Su tono se suavizó y empezó a caminar hacia mí—. Lo siento.
—Justo cuando estaba a punto de alcanzarme, se detuvo y ladeó la cabeza,
como si acabara de juntar las piezas de mi presencia en la biblioteca para
aparecer esta noche en el auto de Kevin—. ¿Kevin estaba contigo cuando te
enteraste?
Esto no iba a salir bien. Una pregunta llevaría a la otra y finalmente
descubriría cómo Kevin terminó conmigo en vez de con él. Tomando su
frente arrugada, sabía que no le iban a gustar las respuestas a sus
preguntas. Con mi corazón hundiéndose en mi estómago, respondí.
—No.
—¿Estaba con tu madre? Sé que sus familias son amigas. ¿Estaba
cerca de ella cuando se cayó?
Trampa. Me sentí como una tramposa. Podía oír en su voz que
esperaba estar equivocado. Y yo estaba a punto de arruinarle la esperanza.
No pude responder, así que negué con la cabeza.
—Entonces, ¿cómo estaba allí contigo? —preguntó Andrew.
La respuesta era innecesaria. Sólo quería que lo dijera. Sabía que
había llamado a Kevin en vez de a él y el dolor en su voz era como una
bofetada en su rostro.
—Lo llamé.
Mis ojos cayeron al suelo delante de sus pies porque era una cobarde.
Cuanto más tiempo se prolongaba el silencio, más apretado estaba mi
pecho. Finalmente, él susurró:
—¿Acaso pensaste en llamarme?
—Lo siento mucho, Andrew —repetí—. Es mi mejor amigo y actué por
instinto.
Se acercó a la puerta y estaba segura de que se iría. Era lo que me
merecía. Lo lastimé y no lo culparía por alejarse. A pesar de ser para bien,
pensar en él yéndose y no volviendo nunca, todavía me dolía. Me gustaba
Andrew.
Pero luego regresó, más cerca que antes y se inclinó hacia mí.
—Anabelle, me gustas mucho y sabes que estoy listo. —Me levantó la
barbilla hasta que lo miré a los ojos—. Deja que me ocupe de ti —suplicó,
dándome un beso en los labios—. Estoy listo para hacer esto exclusivo.
Sus palabras rebotaron a través de mí y me patearon el corazón. Se
ofreció a cuidarme, pero no tenía ni idea de lo que eso implicaba. Fui una
tonta al seguirle la corriente con la esperanza de que siguiera esperando
hasta que estuviera lista para concentrarme únicamente en él. Tenía que
cuidar a mi madre. No estaba lista para darle todo lo que tenía.
Saliendo de sus manos, negué con la cabeza.
—No puedo, Andrew. Tengo demasiadas cosas que hacer. No puedo.
Sus ojos se entrecerraron, escondiéndome el azul.
—Es él, ¿verdad?
—No es él —dije rápidamente. Al menos, no pensé que fuera él. No
quería que fuera por Kevin. Kevin era solamente mi amigo, y aunque me
acosté con él, no quería tener un futuro con él.
Respirando profundamente, junté mis pensamientos tratando de
explicarlos.
—Me gustas, Andrew. Me haces sonreír, me haces reír. Eres el tipo de
hombre cariñoso con el que me imagino estar. —Antes de que pudiera
terminar mis palabras, su cabeza tembló al no querer escucharlas—. No
quiero hacer promesas a nadie ahora mismo.
Su lengua se deslizó por sus labios y su mandíbula se apretó. No dije
nada y dejé que reflexionara. Sus ojos miraron la habitación. Caminaba en
un pequeño círculo, clavando su dedo en los rizos de su cabeza. Entonces
se detuvo, respiró hondo y giró hacia mí con un rostro neutral.
—¿Cómo está tu madre? —me preguntó, sorprendiéndome con el
cambio de tema.
Supongo que no quería hablar de todas las razones que yo tenía o no
reteniéndome de comprometerme con él. Y aunque fue cobarde, yo también.
Quería ignorarlo y fingir que los últimos treinta minutos no habían pasado
y que podíamos continuar como antes de que metiera la pata. Mis hombros
se hundieron en alivio, y me moví al sofá antes de contestar.
—Ella está bien. Tuvo que recibir puntos de sutura y una pequeña
conmoción cerebral. La tienen toda la noche en observación para asegurarse
de que sólo era una debilidad lo que causó su caída y no algo más grave.
Andrew se sentó a mi lado y me frotó la espalda, consolándome.
—¿Vas a volver mañana?
Me reí recordando la advertencia de mi madre de: no faltes a clase,
jovencita.
—Lo haré, pero después de mi clase de la mañana. Dijo que me
castigaría si se enteraba de que no iba a mis clases.
—Suena como una madre increíble. —Se rio.
—Es la mejor.
Se inclinó y me dio un suave beso en la sien.
—Déjame traerte algo de beber.
Mis ojos permanecieron pegados a mis dedos enredados mientras lo
escuchaba moverse por mi cocina. Volvió y puso una taza de té caliente
delante de mí.
Odiaba el té. Ni siquiera era mío. Jessica era la amante del té.
No queriendo herir sus sentimientos, tomé un pequeño sorbo,
tratando de ocultar mi resentimiento, mientras ponía la taza sobre la mesa.
—Déjame llevarte a un lugar para las vacaciones de primavera —
sugirió Andrew.
Mis hombros se tensaron hasta las orejas. Justo cuando pensaba que
habíamos dejado de lado algún tema peligroso. Tragándome los nervios,
traté de evitar la discusión que sabía que se avecinaba.
—¿Cuándo?
—Cuando sea. ¿Por qué?
Lo miré, mordiéndome el labio. Sus ojos me dijeron que sabía que
tenía que haber una razón, pero aun así intenté bailar alrededor de ella.
—Tengo planes para el primer fin de semana.
—¿Haciendo qué? —Su tono se endureció, y oí una acusación que no
estaba dispuesto a lanzarme. No contesté, sólo lo miré fijamente, esperando
que pudiera ver mis disculpas por haberlo lastimado. No fue mi intención.
Su mandíbula se apretó cuando se dio cuenta de que cualesquiera que
fueran mis planes, ellos involucraban a Kevin—. Maldita sea, Anabelle.
—Lo siento. Son vacaciones familiares, y quería llevar a mi madre a la
playa a descansar. Nuestras familias son cercanas y nos invitaron a
acompañarlos.
Negó con la cabeza ante mi razonamiento. A mí también me pareció
vacío.
—Ana, te deseo. Estoy dispuesto a esperarte y tomar lo que puedas
dar, pero siento que estoy perdiendo una batalla en la que ni siquiera se me
permite pelear.
¿No le estaba dando una oportunidad justa? Quería quererlo. Yo
quería "normal". Pero, ¿lo estaba intentando de verdad? ¿Estaba perdiendo
el tiempo mintiéndome a mí misma? Maldita sea.
Necesitaba dejarlo ir, la verdad me atrapó. Se merecía a alguien que
pudiera estar con él ahora. No alguien que lo arrastrara porque no podía
comprometerse. Se merecía a alguien normal. Alguien que no se excite con
sus deseos perversos por su amigo que una vez la abandonó. Tenía a este
hombre increíble delante de mí, y era demasiado bueno para mí. Demasiado
bueno para mí. Las palabras duelen al pensar. Era todo lo que quería tener,
pero necesitaba dejarlo ir.
Tragando mis lágrimas, empujé para sacar las palabras.
—Andr... —Me ahogué y lo intenté de nuevo—. Andrew, tal vez esto
sea un error. Tal vez soy un error. Te mereces mucho más que yo. Más que
alguien que no puede comprometerse. Tal vez deberíamos parar...
—¡No! —Su grito me cortó, haciéndome saltar.
—Andrew —suspiré, demasiado cansada para tratar de convencerlo
de que lo que teníamos no funcionaría.
—No —dijo de nuevo, más tranquilo esta vez, pero igual de feroz—.
Diré cuando se termine, y aunque esté atrasado en ganarte, quiero una
oportunidad justa para salir adelante. Dame el segundo fin de semana de
vacaciones de primavera. Sólo dame una oportunidad.
Sus ojos azules se fijaron en los míos mientras se acercaba, agarrando
mis manos. Se sentían bien, a salvo. A pesar de saber que se merecía más,
no podía negarme. Que estaba a salvo fue lo que me convenció, me recordó
que yo quería lo que él representaba. Sólo necesitaba comprometerme con
él.
Eventualmente me comprometería. Cuando pudiese pensar más y
concentrarme más. Mi mente estaba demasiado agitada como para
dedicarme a alguien más que a mi madre. Hasta entonces, necesitaba darle
una oportunidad justa. Un viaje justo para nosotros dos sería el esfuerzo
que me había estado guardando.
Andrew me dio un suave beso en la frente y se quedó allí.
—Por favor —susurró.
—De acuerdo.
Se echó para atrás con la primera sonrisa que le vi esa noche.
—Excelente. Será un gran fin de semana. Ya sé dónde quiero llevarte.
—¿Dónde? —Su emoción se extendió por mí y sonreí.
—Es una sorpresa. —Me besó la frente una vez más antes de
levantarse. Cuando fui a levantarme con él, agitó las manos—. No, siéntate
tú. Disfruta de tu té. Saldré por mi cuenta. Y por favor, llámame si necesitas
algo. Un paseo. Alguien con quien hablar. Lo que sea.
Asentí.
—Gracias.
Me dio un beso y cerró la puerta tras él.
Mi sonrisa se desvaneció mientras miraba la taza de té frío, que ni
siquiera me gustaba.
Kevin
—¿Lo estás intentando, Kev? ¿Necesitas que te la lance directamente
para que des una pelea decente? —Ana se burló de mí desde el otro lado de
la red de voleibol. No pude evitar que me distrajera más con sus tetas
rebotando apenas contenidas en la parte superior de su traje de baño.
—Sólo estoy siendo un caballero y tratando de no herir tus
sentimientos.
Mamá, papá y la mamá de Ana se rieron desde sus sillas de playa en
las líneas laterales. Me giré con las manos en las caderas, ofendido.
—¿Te estás riendo de tu propia sangre? —La acusé antes de volverme
hacia mi madre—. ¿Tu bebé, mamá?
—No te quejes con tu madre, hijo. Al menos sé un hombre porque una
chica te está pateando el trasero —dijo papá riendo.
—Gracias, papá —murmuré, volviendo para prepararme para el saque
de Ana.
—Doce a dos —gritó Ana antes de lanzar la pelota hacia arriba y
estirar su exquisito cuerpo para levantar el brazo y golpear la pelota. Caí de
rodillas justo a tiempo para devolverla a través de la red. Tuvimos unas
cuantas voleadas de ida y vuelta hasta que Ana se lanzó por el balón, lo que
me hizo que casi me tragase la lengua cuando vi que se movió la parte
superior de su bikini. No hace falta decir que perdí la pelota.
»¿Distraído, Kevin? —preguntó con una sonrisa de satisfacción.
Entrecerré los ojos y me di cuenta de su juego. Lo hizo todo a
propósito.
—Provocadora —le dije. Se encogió de hombros y volvió a servir. Oh,
ella iba a conseguirlo.
Habíamos estado en la playa durante tres días y al día siguiente
volvíamos a casa. Estar allí con Ana había sido el cielo y a la misma vez, el
infierno. El cielo porque tenía acceso constante a ella y nos acostábamos en
la cubierta todas las noches como cuando éramos niños. Se asentó una
pieza en mi pecho que ni siquiera sabía que faltaba. Sin embargo, era un
infierno porque nuestros padres estaban a la vuelta de cada esquina, y como
ahora, quería tirarla a la arena y darle nalgadas en el culo por burlarse de
mí, pero no podía con nuestra audiencia.
Tener ahí a su madre también ayudó a establecer algo en Ana. Parecía
más ligera de lo que la había visto desde que nos volvimos a ver. Ambas
mujeres tenían un bronceado que combinaba con ellas y unas sonrisas que
nunca se detuvieron. Cada vez que escuchaba la risa de Ana, quería dejar
todo para poder quedarme en la casa de Florida para siempre. Cualquier
cosa para hacerla tan feliz como lo era ahora.
Esperaba, desde que aceptó venir, que pudiera encontrar tiempo para
hablar con ella. Estaría más relajada y esperanzada en poder oírme hablar
de nuestro pasado. Se había resistido cada vez que lo mencionaba, y la dejé
porque me aferraba a mantener las cosas ligeras, sin presión. Pero a medida
que el año se acercaba a su fin y se acercaba la graduación, quería ampliar
nuestra relación y llevarla más allá. Para hacer eso, necesitaba disculparme
de verdad y profundamente, y ella necesitaba dejarme hacerlo.
Supongo que dejar que me pateara el trasero en el voleibol era un
buen lugar para empezar a ponerla de buen humor. Disfrutaba cada punto
con un poco de demasiada emoción y rebote. Qué provocadora.
—Veintiuno. Punto final. —Me guiñó un ojo antes de rebotar en sus
talones, haciendo que sus pechos rebotaran. Contuve un gruñido y vi cómo
se movían los seductores globos. Ana me sacó del trance con una pelota de
voleibol en la cabeza.
—¡Maldita sea!
—Mierda, Kev. Pensé que al menos intentarías bloquearla. —No
sonaba ni un poquito arrepentida, riendo mientras me frotaba la frente.
—Lenguaje, niños —dijo mamá, regañándonos.
—Lo siento, Kev. —Ana me dio un beso—. ¿Quieres ir con tu madre y
que te bese para que te sientas mejor?
Eso fue todo. Había tenido suficiente. Casualmente caminé hacia las
líneas laterales por nuestros padres, pero sólo para llegar al otro lado de la
red donde ella estaba caminando hacia nosotros. No lo vio venir cuando me
moví rápidamente. Sólo un fuerte chillido escapó cuando la lancé sobre mi
hombro y corrí hacia las olas azules que chocaban contra la arena.
»Bájame, Kevin Harding. —Cada grito estaba puntuado con sus
pequeños puños contra mi espalda. Con nuestros padres detrás de nosotros,
levanté la mano y finalmente le di la bofetada a su culo redondo que había
estado rogando por ello.
—Aguanta la respiración, Anabelle.
—¡Kevin! ¡No! Todavía tengo puestos mis pant… —Sus palabras
fueron interrumpidas cuando nos llevé a ambos bajo el agua. Puede que me
haya tocado o que haya pellizcado un pezón mientras estábamos bajo de
agua.
Se alejó y me salpicó el rostro.
—Idiota.
—Puedo darte un poco de polla más tarde.
—Como si quisiera eso —resopló poniendo los ojos en blanco.
Justo cuando me preparaba para volver a abordarla, mi mamá gritó
desde la playa.
—Es suficiente, Kevin Harding. Sé amable con esa jovencita.
—Sí, Kev. Sé amable conmigo.
La dejé pasar por delante de mí antes de alcanzarla, tirar hacia debajo
de sus pantalones cortos y correr a su lado riéndome. Ana gritó, pero se las
arregló para sostenerlos, así que sólo una parte de su trasero apareció. Tenía
un aspecto delicioso y no veía la hora de darle un mordisco más tarde.

Había estado acostado en mi cama durante una hora, bastante seguro


de que nuestros padres se habían quedado dormidos. Fuimos a cenar y
volvimos a casa a jugar, quedándonos despiertos hasta pasada la
medianoche. Pero ahora todo el mundo estaba dormido y quería ver a Ana.
Me escabullí de mi dormitorio, caminando de puntillas por el pasillo,
asegurándome de no hacer ruido. Al entrar en su dormitorio, la encontré
vacía, pero cuando miré por la ventana de la playa, la vi sentada sola en la
arena.
Preocupado por ella, tomé una manta de su cama y me dirigí a la
playa. Se veía tan cansada en la cena, su sonrisa se cayó por primera vez
desde que llegó, mientras hablaba de todos los planes que había hecho para
su mamá. Sabía que sentía el peso de todas las decisiones sobre sus
hombros. Era irónico que Ana se sintiera débil porque quería que alguien la
cuidara. Ella era muy fuerte y sólo porque quería someterse, no significaba
que no fuera capaz de patear traseros por su cuenta.
Puse la manta sobre la arena y ella miraba directamente al agua, el
cabello rubio soplando sobre su rostro. Cuando todavía no me notó, la puse
sobre la manta.
—¿Y si quisiera estar sola? —preguntó, aun mirando las olas.
—Sé que no. Ahora ven aquí. —Con un resoplido, se acostó a mi lado
y sin dudarlo, alcancé su mano a través del pequeño espacio y conectó su
meñique con el mío.
El cielo nocturno brillaba con estrellas. Nos tumbamos allí,
reconfortados por el choque de las olas contra la orilla.
»Anabelle —susurré, preguntándome si se había quedado dormida.
—¿Sí?
Una palabra. Susurró a través de la pequeña distancia entre nosotros
y yo la deseaba. Siempre lo hacía.
—Ven aquí.
—Estoy aquí.
—Ven a mí —ordené.
Se movió hasta que estaba presionada a mi lado. Me puse de lado y la
miré por encima del hombro. La forma en que sus ojos brillaban bajo la luz
de la luna iluminaba algo dentro de mí. No había salido a tomarla, pero no
podía resistirme a probarla. Presionando mis labios contra los suyas, pasé
mi lengua por sus labios. Se separaron y me dejaron entrar. Manteniendo el
beso lento, rocé mi lengua contra la suya, tragándome su suave gemido.
Quería comer cada parte de ella y hacerla mía. Mis labios se deslizaron por
su garganta, mordieron su pecho, mordiendo los puntos duros que
presionaban contra su camiseta. Arrastré mi lengua por el centro de su
abdomen mientras mi dedo trabajaba para desabrochar el broche y la
cremallera de sus pantalones cortos vaqueros.
Tirando, bajé sus pantalones cortos y sus bragas por sus piernas y se
las quité, tirándolos a un lado. Mis manos se deslizaron por el interior de
sus pantorrillas, más allá de sus rodillas y apretando sus muslos
tonificados. Mi corazón palpitaba rápidamente contra mis costillas mientras
inhalaba, tratando de captar cualquier parte de su aroma. Pasé mi dedo a
través de su coño, llevando el dedo brillante a mis labios y probándola.
—Kevin —jadeó mi nombre, rogándome que le diera lo que sabía que
necesitaba.
Bajé mis hombros entre sus muslos y mordí la tierna carne de la cara
interna de su muslo. Su dolorido aullido me estimuló y bombeó la sangre
más fuerte a través de mi cuerpo. Necesitaba más.
Deslicé mi dedo en su abertura y presioné más y más mordiscos en
su muslo hasta que llegué a su núcleo. Sus jugos cubrían mis dos dedos
que bombeaban dentro y fuera de ella y sus gritos se mezclaban con
gemidos.
Mientras cerraba los labios alrededor de su clítoris, usé mi mano libre
para presionar mi pulgar contra el tejido blando de su ingle y sus caderas
se sacudieron. Sus manos se movieron para empujar mi mano lejos,
inmediatamente tratando de quitar la fuente del dolor, pero sabía el dolor
que ella anhelaba y el chorro de jugos que cubría mis dedos me hizo saber
cuánto lo disfrutaba.
—Kevin, Kevin. —Canturreó mientras mi lengua revoloteaba sobre su
manojo de nervios. Sus uñas se clavaron en mi muñeca, todavía tratando
de quitar el agarre que yo tenía, y también aferrándose mientras apretaba
su coño contra mis labios—. Más —me suplicó.
Saqué mis dedos de su abertura con un chasquido y moví mi lengua
alrededor de ella, tratando de juntar la mayor cantidad de posible de sus
jugos. Lentamente solté mi agarre sobre su cadera y suavicé el punto con
suaves círculos de frotamiento. —¿Quieres más, Ana?
—Sí —gimió—. Sabes que sí.
—¿Algo? —le pregunté, sumergiendo mi lengua para rozar la roseta
debajo de su coño.
—Cualquier cosa.
Con una mano presionada en el abdomen para mantenerla abajo, le
metí dos dedos en el coño, lubricándolos antes de engancharlos de nuevo
en su clítoris. Le saqué los dedos del coño y se los llevé hasta el culo. Sin
ninguna preparación, empujé ambos dedos dentro de su estrecho agujero.
Sus talones se clavaron en la manta mientras luchaba contra la intrusión.
Sus dientes mordieron su labio y detuvieron los gritos de dolor.
Más de sus jugos goteaban sobre mi barbilla mientras comía su coño
y metía mis dedos en su culo virgen. Sólo empujé hasta el segundo nudillo,
sin querer ir más lejos y hacerle daño. Quería que sintiera el ardor y se
estirara, pero no que se desgarrara.
—Sí —gimió—. Sí. Por favor.
Saqué mi lengua y la pasé rápidamente por su clítoris, moviendo mis
dedos dentro y fuera de ella, llevándola al borde. Una vez allí, la mordí y le
saqué los dedos del culo, se los metí en el coño, los metí y los saqué con
fuerza mientras cabalgaba hacia su orgasmo, sus gritos se perdieron a lo
largo del sonido de las olas.
Después de un último arrastre de mi lengua, me eché hacia atrás y
me arrastré por su cuerpo jadeante, presionando mis labios contra los
suyos. Sacó su lengua para saborearse en mis labios. Eso solo me hizo casi
sacarme la polla para follarla, pero quería darle esto y dejar que lo
disfrutara.
—Ay. —Me eché para atrás cuando me mordió el labio.
—Eso dolió, Kevin —dijo mirándome fijamente. Detrás de ella vi el
destello de placer, la verdad de que ella lo disfrutó.
—Y malditamente te encantó. —No respondió, pero levantó la cabeza
y presionó sus labios contra los míos de nuevo, calmando la mordedura,
antes de acostarse. La miré fijamente, tumbada en la manta para mi placer,
y necesitaba que supiera cuánto la había extrañado, cuánto me arrepentía
de mis acciones. Se lo merecía, aunque no quisiera oírlo.
Habíamos estado bailando alrededor de ello durante meses y traté de
respetar sus deseos de no hablar de ello, pero tenía que hacer que me
escuchara. Quería que nuestra relación continuara y creciera, y para ello
necesitaba darle algo más que una simple disculpa.
—Sé que no quieres oírlo, pero te he echado de menos.
—Kevin... —Empezó, tratando de alejarse de mí, pero me mantuve
firme.
—No. No lo hagas. Me pesa cada día lo que hice, cómo terminó. Lo
siento, Anabelle.
—Lo sé —dijo ella mirando hacia un lado.
—No, no lo sabes. Ese día, perdí a mi mejor amiga y me lo merecía,
pero eso no lo hizo más fácil. Quería encontrarte todos los días e intentaba
obedecer tus deseos de dejarte en paz. Pero miré de todos modos. Siempre
supe que te necesitaba en mi vida, pero no creo que supiera cuánto hasta
que te fuiste.
—Aparentemente, no te diste cuenta de muchas cosas hasta que me
fui —murmuró, buscando sus pantalones cortos para ponérselos.
—¿Qué?
Me empujó el hombro y se sentó.
—Tu último mensaje, Kevin. ¿Cómo pudiste?
Te amo.
Le dije que la amaba porque quería que lo supiera. Nunca supe si ella
lo vio o lo que pensó sobre ello, y yo estaba demasiado asustado para
preguntar. Aparentemente, estaba a punto de averiguarlo.
—¿Tres años y dices te amo como despedida? ¿Cuándo me estoy
alejando? ¿Cuándo ya me has aplastado? ¿Ese era el momento? ¿Lo decías
en serio o querías hacerme más daño? —Se pasó las manos por el cabello
antes de tirarlo a los lados—. Escuché tu disculpa, Kevin. Éramos niños y
tú estabas borracho y tonto. Te perdoné. Pero el mensaje. Eso es lo que más
me dolió. Esa fue la parte más difícil de superar. Ese era el argumento que
intentaba evitar. Porque ese mensaje fue enviado cuando estabas
completamente sobrio y de alguna manera aún pensabas que era lo correcto.
Clavó el clavo en el ataúd.
Sus palabras me sacaron el aire del pecho. No tenía ni idea. Sólo
quería que supiera lo mucho que significaba para mí. No tenía ni idea de
que era así como lo tomó. Mierda. Mierda, la había cagado. Nunca pensé
que ella pensaría que no lo decía en serio. Diablos, todavía lo digo en serio.
—Ana, por supuesto que yo…
—No. —Deslizó su mano por el aire y se puso de pie—. Sólo no. Tengo
el peso del mundo sobre mis hombros y no necesito esto también. Estoy
cansada —gritó—. Y ya no puedo más.
Me puse de pie y extendí mis brazos hacia ella mientras retrocedía,
suplicándole.
—Déjame ayudarte. Déjame que te cuide.
—¿No lo entiendes? —Enterró las dos manos en su cabello y tiró de
él—. No quiero que alguien me cuide. Soy una mujer independiente. No
debería necesitar a alguien que me cuide y tome decisiones por mí. No está
bien.
—Por supuesto que eres una mujer independiente. Y no necesitas que
nadie te cuide. Estás bien por tu cuenta. Pero está bien desearlo.
—¿Está bien sentir tanto placer cuando un hombre elije mi ropa? –
preguntó burlonamente—. ¿Seré el mejor ejemplo para mis alumnos si les
digo cómo dejo que un hombre elija mi comida, mi ropa, mis bebidas?
—Ana, no le debes a nadie una explicación por tu placer.
—No, pero tengo que vivir con el hecho de que soy un felpudo débil.
—No eres un felpudo.
—Cuando doy un paso atrás y miro hacia atrás, eso es lo que veo.
La mirada derrotada en su rostro me rompió. Conocía esa mirada. La
veía todos los días en el espejo en la secundaria. Todavía la veía de vez en
cuando.
Vergüenza.
Sentía vergüenza por lo que era y quería gritarle lo equivocada que
estaba.
—Anabelle, no hay nada malo en ti.
Sacudió la cabeza y miró sus pies.
—No es quien quiero ser, no quien debería ser.
Viendo sus hombros encorvados, me acerqué para consolarla, para
ayudarla y mantenerla cuerda, pero levantó su mano y me miró con ojos
cansados.
—Detente. No quiero hablar más de eso. Estoy cansada, Kevin.
Buenas noches.
Mis pies permanecieron plantados en la arena mientras se daba la
vuelta y se alejaba hacia la noche.
Mi corazón me instó a correr y perseguirla. Para hacerla ver que podía
ser quien quisiera ser, pero mi cerebro sabía que necesitaba espacio. Sólo
estaba preocupado por el espacio que tomaría.
Ana
El viaje de vuelta a casa fue largo y estuvo lleno de silencio. Mi mamá
fue con los padres de Kevin y yo fui con Kevin. Intentamos hablar y hacer
bromas, hablar sobre cómo irían las últimas semanas de la universidad,
pero las palabras fueron cortas y se sintieron forzadas. Al final nos
quedamos en silencio la mayor parte del tiempo. Cuando llegamos a mi casa,
él me ayudó a llevar mis maletas a la puerta y me dio un suave beso en los
labios. Se retiró y presionó su frente contra la mía, uniendo nuestros
meñiques.
―Lo siento― susurró antes de alejarse. Me di la vuelta y abrí la puerta
para que no pudiera ver las lágrimas deslizándose por mis mejillas.
Entré y me bañé antes de disfrutar de una pinta de Talenti, dejando
que el pasado me tragara por completo. Los últimos días habían sido tan
asombrosos, ver a mi madre relajarse, sonreír y tener color sus pálidas
mejillas. Me hizo olvidar por qué ceder ante Kevin estaba mal.
Nuestra discusión me lo había recordado.
Ni siquiera sabía lo que estaba diciendo cuando las palabras salieron
de mis labios. Sabía que lo había lastimado, pero no sabía cómo retractarme.
O si quería.
Confiaba en Kevin, pero sus acciones pasadas aún persistían y se
mezclaban con mis sentimientos hacia él.
No hablamos por el resto de la semana. O al menos no lo hice. Lo
había intentado llamándome y escribiéndome mensajes de texto, intentando
invitarme a almorzar o a cenar, pero yo era demasiado gallina para estar de
acuerdo. No quería batallar a través de nuestras conversaciones y descubrir
que no podíamos regresar. No quería enfrentar el desmoronamiento de
nuestra amistad. Entonces, lo evité.
No quería lidiar con la culpa de no decirle que me iba a un bed and
breakfast con Andrew. Se enojaría y no quería lastimarlo. Este era un tipo
diferente de culpa. Mucho más grande que cualquier cosa que sentí cuando
tuve que contarle a Andrew sobre mi fin de semana con Kevin y su familia.
Dejé de lado el sentimiento, sabiendo que necesitaba darle a Andrew
una oportunidad. Empaqué mis maletas con un borrón y cuenta nueva y
recordé las palabras de Kevin de que no le debía nada a nadie más que a mí
misma. No había hecho promesas a nadie.
Saludé a Andrew con una sonrisa y traté de sentir la emoción que
sabía que debía haber sentido. Era juguetón y no dejaba de dar pistas sobre
adónde íbamos o qué estábamos haciendo. Me encantaban las sorpresas y
me calentaba el que me diera una. Él me conocía. Tal vez no tanto como
Kevin, pero podríamos aprender más el uno del otro. Podría ser una gran
relación. Una relación normal.
¿Pero él sabría todo sobre ti? ¿Aprendería sobre todas las formas en
que necesitabas ser complacida?
No, porque no quería necesitarlo, y finalmente se me pasaría. No
necesitaría saber eso. Nadie lo haría.
Llegamos a una zona boscosa a altas horas de la noche, lo que
dificultaba ver todo. Cuando doblamos una esquina, apareció una gran
cabaña de madera moderna. Las farolas colocadas en toda la propiedad
permitían vislumbrar cabañas más pequeñas al lado de un hotel de cabañas
de madera de varios niveles.
Andrew me estaba sonriendo cuando pude sacar mi rostro de la
ventana del auto.
―Eres como un niña emocionada ―dijo, riendo.
―Estoy emocionada. ¡Este lugar se ve increíble!
―Déjame registrarnos, y nos asignarán una cabaña.
―¿Una cabaña? ―Chillé.
Se rio y se inclinó para presionar sus labios con los míos antes de que
saliéramos para registrarnos.
Cenamos en la villa principal, donde hablamos hasta tan tarde que
cerramos el restaurante. Una vez de regreso a nuestra cabaña, tomé mi
pijama y me cambié en el lujoso baño. Salí y encontré a Andrew acostado
en la cama, con las sábanas hasta su cintura, dejando su pecho desnudo
ante mi vista.
Tuve que reprimir una carcajada mientras permanecía allí observando
su esculpido pecho, dándome cuenta de que nos habíamos estado viendo
durante cuatro meses, pero nunca lo había visto con nada que no fuera ropa
normal, y aquí estaba yo a punto de dormir a su lado.
―Puedo dormir en el sofá si quieres ―dijo cuándo me vio dudar.
―No. No ―dije―. Está bien.
―Tengo pantalones para dormir si eso ayuda ―dijo bromeando.
Me reí y me subí a su lado.
―Supongo que me acabo de dar cuenta de lo importante que es este
viaje.
―¿Eso es un problema? ―No parecía molesto, solo curioso.
―No. Quiero esto. No estaría aquí si no lo hiciera.
―Bien. ―Levantó su brazo indicando que debería acurrucarme con él,
y me besó la cabeza una vez que me acomodé. Su piel calentó mi mejilla y
su brazo me hizo sentir segura, cómoda. Esperé una chispa, un deseo de
más, pero nunca llegó. De hecho, el sueño me reclamó antes que cualquier
otra cosa.

―Tengo una sorpresa para cuando regresemos a la habitación.


―Andrew me sonrió al otro lado de la mesa del desayuno en la cabaña
principal con vista al lago. El lugar era realmente precioso.
―¿Oh si? ¿Me encantará?
―Si empiezas deprimido, todo es una agradable sorpresa ―citó a John
Cusack de Say Anything.
Me reí.
―Bueno, entonces voy a bajar mis expectativas ahora.
Terminamos nuestro desayuno y las mimosas, luego caminamos de
regreso a nuestra cabaña de la mano. Fue agradable. Cuando me estremecí
por el frío del aire de la mañana, me rodeó con el brazo y me abrazó.
Al entrar en la cabaña, se volvió hacia mí y me dijo:
―Cámbiate a tu ropa de entrenamiento.
Incliné mi cabeza hacia un lado.
―Okaaaay.
Me cambié como había dicho y salí para encontrar a Andrew
esperándome, vestido con pantalones cortos de baloncesto y sin camisa.
―¿Ya vas a decirme qué está pasando?
Miró mi atuendo, escaneando mis pies desnudos, subiendo por mis
leggings, y deteniéndose más tiempo en mi top de entrenamiento que
desnudaba mi estómago. Me gustó. Por primera vez desde que llegamos,
sentí un nudo en mi pecho al ver que me miraba con una mirada acalorada.
―¿Te gusta lo que ves? ―Bromeé con un giro.
―Diablos, sí. Eres hermosa. No puedo esperar a verte toda flexible
―dijo, caminando hacia mí. Levanté las cejas y finalmente me explicó―. El
resort tiene un instructor de yoga para parejas que vendrá a nuestra suite.
Pensé que sería divertido hacerlo.
Me conocía lo suficiente como para saber que mi rostro no ocultaba
bien mis emociones, y viendo su rostro arrugarse mientras me miraba a los
ojos y mi sonrisa forzada, sabía que no estaba engañando a nadie cuando
obligué a salir a una miserable.
―Yay.
―No te gusta el yoga, ¿cierto? ―preguntó, abatido.
Odiaba estallar su burbuja, y le di otra oportunidad a la mentira.
―Es... Está bien. ―Mi voz salió un poco maníaca y aguda.
―Mierda.
―No te preocupes. Todo saldrá bien. Simplemente no te rías de mí.
―Nunca me reiría de ti. ―Se inclinó para dar un beso en mi frente―.
¿Es mejor saber que nunca he hecho yoga? Podemos viajar juntos en el
autobús de lucha.
―Oh chico. Eso lo hace mejor ―me reí.
―Mira, ya te estás riendo de mí.
Me pellizqué los labios entre los dientes y fingí que los estaba
cerrando. Cuando llamaron a la puerta, me miró con ojos serios.
―Hagámoslo.

―Esa fue la peor experiencia de mi vida ―anunció Andrew, todavía


tendido en el suelo desde donde había caído hace unos minutos, desde una
postura que el instructor llamó "la grulla".
Me senté a su lado y le aparté el cabello del rostro.
―Tengo que decir, que podría haber sido uno de los mejores de los
míos. Creo que nunca me he reído tanto.
―Sí, realmente fracasaste en contener tu risa.
―Tú también.
―Me reí de lo atrevida que eras con el instructor. Tratando de decirle
que ibas a permanecer en posición de cadáver por el resto de la sesión
cuando solo llevábamos cinco minutos.
―Sólo quería seguir con lo que se me daba bien ―dije, defendiéndome.
―No creo que te haya encontrado graciosa.
―Bueno, mientras lo hayas hecho, estoy bien.
―Pensé que eras la mejor parte de la hora ―dijo, apartando el cabello
de mi frente―.¿Qué tal si nos duchamos y hacemos una cata de vinos?
Gritando, aplaudí como una niña pequeña.
―Ahora, el vino es una sorpresa que puedo apoyar.
Después de despegarnos del suelo, nos dimos una ducha y nos fuimos
de excursión por el vino. Podríamos o no haber sacado algunas muestras
adicionales cuando pudimos y tomamos dos botellas más después en la
cena. No hace falta decir que para cuando llegamos a la puerta de nuestra
cabaña, el mundo estaba girando para los dos.
Primero me dejó entrar y el clic de la puerta detrás de mí parecía
demasiado fuerte en el silencio de la habitación. Me di vuelta y me encontré
con sus ojos, brillando en la escasa luz de la lámpara en la mesa de entrada.
Por una fracción de segundo los comparé con los de chocolate de Kevin que
se veían negros con una luz tan tenue, a diferencia del azul de Andrew, que
brillaba. Sacudiendo mi cabeza, empujé a Kevin de mis pensamientos,
recordándome a mí misma que hice este viaje para darle una oportunidad
justa a mi relación con Andrew.
Lamiendo mis labios, retrocedí, seguí observándolo, hasta que sentí
que la cama golpeaba la parte posterior de mis muslos. Cuando me alcanzó,
deslizó sus manos alrededor de mi cintura y se apretó contra mí. Mi corazón
latía con fuerza, este era el momento que cambiaría todo. Me pregunté si él
podría sentir mi corazón contra su pecho.
Primero presionó sus labios en mi cuello. Cerré los ojos, tratando de
avivar la llama de cualquier sentimiento dentro de mí. ¿Dónde estaba el
calor, el deseo de recostarme y dejarme llevar? ¿Dónde estaba la chispa de
pasión entre mis piernas? Mi respiración jadeaba entre mis labios y mi
pecho se apretaba con más fuerza con cada beso que se deslizaba por mi
cuello, pero se sentía mal.
La habitación giró cuando abrí los ojos, pero no por el vino. Traté de
concentrarme, pero vi el rostro de Kevin parpadear ante mis ojos. Los apreté
para cerrarlos y agarré las mejillas de Andrew con mis manos, levantándolo
para besarme.
Ataqué su boca y tragué su gemido. Nunca fui dominante, pero algo
dentro de mí cantaba vamos, vamos, vamos como si estuviese escapando de
la verdad que estaba detrás. Envolviendo mis brazos alrededor de su cuello,
me dejé caer sobre el colchón, llevándolo conmigo. Extendiendo mis piernas,
empujando mis caderas para frotarme contra él. Tomó la iniciativa y deslizó
su mano debajo de mi camisa, ahuecando mi pecho, rodeando ligeramente
mi pezón debajo del sujetador de encaje. Grité. No fue por placer, sino por
pánico.
Luchando contra eso, me presioné a querer esto. Querer al hombre
encima de mí, queriéndome y tratándome como a una dama. Traté de
encontrar el deseo por el hombre que me hacía reír y prometía un futuro
brillante y normal. Quería que esta noche no terminara en moretones y
marcas rojas que tuvieran que ser explicadas. Me gustaba Andrew y quería
desearlo, pero cuando su mano empezó a empujar debajo de mis leggings,
mi cuerpo me gritó que me detuviera.
―Espera, espera ―jadeé, apartando su mano―. Lo siento. Lo siento
mucho. No puedo hacer esto. ―Para mí total vergüenza, las lágrimas
quemaban la parte posterior de mis ojos, bajando por mis sienes.
―Ana, shh ―dijo, tratando de calmarme―. Está bien. No tenemos que
hacer esto si no estás lista.
Era demasiado bueno, demasiado dulce. Y mi pecho dolía porque
estaba lista y lo quería. Dios, lo quería y me mataba que no poder obligar a
mi cuerpo a ponerse al día con mi cerebro y dejar que sucediera. Cuanto
más me enojaba, más difícil era evitar que las estúpidas lágrimas se
escaparan, y más y más vergüenza se acumulaba.
Andrew se apartó de mí y me puso de costado, tirándome de mí hacia
su pecho. Respiré hondo y presioné mi mejilla contra su pecho, encontrando
calma en sus brazos. No había deseo, pero definitivamente es un refugio. No
sé cuánto tiempo estuvimos allí, cuando finalmente rompió el silencio.
―Sabes, mi mamá te ama. Dijo que podía ver a una mujer fuerte en
ti.
Quería reírme. Sentía que era todo menos fuerte. Andrew era un
hombre tan increíble, y simplemente no podía entender por qué no había
sido atrapado todavía.
―¿Por qué sigues soltero?
―Hmmm. ―Los sonidos vibraban contra mi mejilla mientras pensaba
en su respuesta―. Soy exigente. Quería una mujer que pudiera presentar a
mi familia y alguien de quién pudiera depender. ―Él se rio antes de
moverse―. Estoy seguro de que esto me convierte en un hijo de mamá, pero
quería a alguien como mi mamá. No ella. ―Se apresuró a asegurarme―. Pero
supongo, alguien que podría completarme como ella lo hace con mi papá.
Admiro su matrimonio, y es lo que quiero para mí. Mi mamá se encarga de
la casa. Ella es independiente y toma las decisiones para que mi padre no
tenga que preocuparse cuando el trabajo es abrumador. Ella se encarga de
todos nosotros. ―Dejé que sus palabras se hundieran y me concentré en el
trazo suave de su mano arriba y abajo de mi espalda―. Eventualmente, me
encantaría meterme en política, y es un trabajo exigente. Me gustaría saber
que la mujer con la que estoy puede ser independiente sin mí. El trabajo
estará lleno de grandes decisiones y será bueno saber que voy a volver a
casa a un lugar al que puedo desconectar y amar a mi familia.
Cada palabra me hizo darme cuenta de lo malo que era para mí. Pero
estaba tan emocionado, tan feliz. Quería ser la mujer de la que él pudiera
depender y alardear.
¿De qué se jactaría Kevin si yo fuera suya? Oh, ella escucha muy bien.
Cuando le ordeno que se quede quieta y sea mi mesa, ella lo hace. Un
verdadero felpudo.
Me encogí y en cambio, vi imágenes de Andrew con su brazo alrededor
de mí, presumiendo de lo bien que lo cuido a sus amigos y compañeros de
trabajo. Claro, mi sonrisa es un poco forzada en ese sueño diurno, pero la
vergüenza había desaparecido. Ignoré eso y dejé que los pensamientos de
ser una mujer lo suficientemente buena para Andrew me calmaran hasta
dormirme.
A la mañana siguiente, hicimos las maletas para regresar temprano
al campus. Pedimos servicio de habitaciones para pasar más tiempo a solas
juntos, y me disculpé nuevamente por la noche anterior.
―No, Ana. No hay nada que lamentar. Te respeto y no quiero apresurar
nada con lo que todavía no te sientas cómoda. Estoy bien con que nos
tomemos nuestro tiempo. —Se movió para llevarse un bocado de huevos a
la boca, pero luego se detuvo y dejó el tenedor, mirándome.
―¿Eres virgen?
Si hubiera estado bebiendo, se lo habría escupido por todo el rostro.
Apenas contuve la risa sorprendida por la pregunta. No pude evitar la
sonrisa en mi boca cuando negué con la cabeza.
―Mmm no.
Se rio, lo que me hizo reír.
―De acuerdo. Sólo lo comprobaba.
Con esa conversación fuera del camino, terminamos el desayuno y
nos pusimos en camino. Me hizo reír todo el camino a casa, haciéndome
jugar juegos de viaje por carretera de los que nunca había oído hablar.
Cuando sugerí jugar slug bug, sus suaves golpes en el hombro me partieron
de risa. No es que planeara que me golpeara, pero era demasiado caballero
para hacer algo más que un ligero roce. Me dolían los costados cuando
llegamos a mi apartamento, y odiaba salir del auto.
Tal vez Andrew no encendía un fuego dentro de mí, pero me hacía reír
y me hacía sentir segura. Me describió un futuro del que quería formar
parte, y con el fin de semana lejos, me dejó ver otro lado de él. Un lado que
aún no estaba lista para abandonar.
Kevin
―Ven a tomar un café conmigo ―le dije a Ana mientras empacaba su
libro de cálculo. Mantuvo la cabeza baja y no me dio su habitual sonrisa y
asintió cuando le pedí salir con ella después de clase. Sabía que nuestra
discusión aun pesaba, pero no esperaba que empezara a evitarme, así que
la presioné―. No fue una pregunta, Ana.
Eso llamó su atención. Finalmente, levantó la cabeza para mirarme
con los labios apretados. Labios que aún quería morder incluso cuando
estaban enojados conmigo.
―Bien, pero solo por un momento.
No hablamos durante nuestro paseo a la cafetería del Centro
Universitario y se paró demasiado lejos para que yo tomara su mano.
Cuando ordenamos, pagué, ignorando sus argumentos de que podía
comprarlo ella misma. Sabía que podía, pero me gustaba invitarla.
Tomé una mesa en la parte de atrás queriendo la mayor privacidad
posible. Me había dado la espalda desde que habíamos vuelto de Florida y
no me sentaba bien. Cada breve respuesta a uno de mis mensajes de texto
o llamadas telefónicas que ella ignoraba, hacía que mi pánico aumentara.
¿Estaba tratando de distanciarse de mí, o simplemente necesitaba espacio
para procesar nuestra discusión?
Bueno, le había dado las vacaciones de primavera y eso era todo de lo
que era capaz. Ella me hablaría incluso si tuviera que comportarme como
un acosador. Anabelle era mi amiga, y no dejaría que se me escapara de las
manos otra vez.
Sacudiendo mi preocupación, comencé con una simple pregunta para
romper la tensión.
―¿Cómo estuvo el resto de tu descanso? ―Al menos pensé que era una
pregunta fácil, pero noté un tinte rosado en sus mejillas antes de que ella
mirara su pulgar deslizándose por la tapa de su café.
―Bien. ―Se aclaró la garganta y luego volvió a mirar hacia arriba, sin
rubor―. No hice mucho más que ponerme al día con el trabajo de la
universidad y pasar tiempo con mi madre.
―¿Cómo está? Parecía disfrutar mucho de Florida.
―Lo hizo. Por favor, agradece de nuevo a tus padres por dejarnos ir.
―Oh, vamos, Ana. Tú eres de la familia. Diablos, puedes ir allí incluso
cuando nosotros no vayamos. Sabes que mis padres te aman.
―Quizás lo haga. Mamá parecía más despreocupada de lo que la había
visto en mucho tiempo.
―Tu madre puede que ser la persona enferma más organizada que he
conocido. Podría estar en medio de un apocalipsis y aun así encontrar algo
de maquillaje.
Ana se echó a reír y alivió la opresión en mi pecho.
―No me enseñó demasiado, pero siempre me dijo que una mujer
puede ser un desastre, pero mantenerlo todo unido con un buen lápiz labial
y rímel.
Su sonrisa se oscureció y odiaba la tristeza que perduraba alrededor
de sus ojos.
―Cena conmigo ―le pregunté por impulso. Quería, no necesitaba,
cuidarla. Sabía que me iba a dejar de plantado cuando ya no me mirara a
los ojos.
―No lo sé, Kev. Tengo mucho que hacer y mi compañera de cuarto
puede estar en casa, y pensé que podríamos pasar el rato.
―Está bien ―respondí con una calma que no sentí ante su rechazo―.
Si cambias de opinión, siempre podemos pedir pizza.
―¿Alguien dijo pizza? ―Will interrumpió―. Estoy dispuesto a
arruinarle la noche a cualquiera.
―Hola, Will. ―Ana lo saludó con la mano―. Al parecer, estás de suerte.
Kevin pedirá pizza esta noche y, como vives tan cerca de él, le vendría bien
tu ayuda para comerla.
―Cualquier cosa para ayudar a un amigo. ―Will asintió hacia mí.
―Gracias, Teddy Brosevelt.
―En cualquier momento, Marco Brolo.
―Lo aprecio, Fidel Castbro.
―Estoy aquí por ti, Pablo Picassbro.
―Oh, Dios mío, eso es suficiente ―interrumpió Ana, riendo―. ¿Qué
van a hacer ustedes dos el uno sin el otro después de la graduación?
―Bueno, Kevin probablemente tomará esa clase de Zumba que
siempre quiso probar, pero he sido demasiado varonil para dejarlo.
―Estás celoso de que no puedes hacer los dulces movimientos de baile
que tengo.
―Sí. Súper celoso de tus dos pasos. ―Will puso los ojos en blanco,
riendo mientras se volvía hacia Ana―. ¿Qué harás cuando terminen las
clases?
―De hecho, tengo tres entrevistas en diferentes escuelas. Me
ofrecieron un puesto en una escuela en la que ya he sido entrevistada, pero
quiero mantener mis opciones abiertas.
―Todos los chicos se van a morir por tomar química para estar con la
profesora sexy.
―Cuidado ―le advertí, empujando el hombro de Will―. Estás hablando
de mi amiga.
Levantó las manos, pero aun así le dio un beso a una Ana sonriente.
Intenté no darle un puñetazo por jugar a coquetear con Ana. No creía que el
chico surfista le atrajera, pero la semana pasada sentí que no conocía a Ana
en absoluto.
―¿Qué hay de ti Will? ¿Qué hay en el calendario para ti después de la
graduación? ―preguntó Ana.
―Más estudios. Iré a la universidad de medicina aquí mismo, así que
no tendré que preocuparme por mudarme y todavía puedo estar cerca de mi
mamá y tener su comida casera. ―Cerrando los ojos, se frotó el vientre plano
y canturreo.
―Hay una manera de conseguir a las damas ―bromeé―. ¿Quieres
venir a comer una comida casera cocinada por mi mamá?
―Oye. Las mamás son impresionantes ―defendió Ana―. La tuya es
genial e iría por su comida en cualquier momento.
―Sí ―estuvo de acuerdo Will―. ¿Ya decidiste dejar la tuya, niño de
mamá?
―¿Qué? ―preguntó Ana, sacudiendo la cabeza para mirarme.
Me incliné hacia atrás en mi asiento, estirando las piernas, tratando
de chocar contra Ana, pero fallando.
―Tengo dos entrevistas de trabajo, ambas en publicidad deportiva.
Una aquí y otra en Colorado.
―¿Colorado? ―preguntó Ana con voz aguda, probablemente más
fuerte de lo que pretendía ya que la bajó de inmediato―. ¿Hacia cuál te
inclinas? ¿Por qué Colorado?
Con cada pregunta, se inclinaba cada vez más en la mesa, y yo tenía
que esconder mi sonrisa ante su obvia angustia.
―Aún no estoy seguro. He hablado de ello con mis padres, y por
supuesto quieren que me quede aquí, pero entienden si quiero explorar.
Ella asintió con una mirada estoica en su rostro antes de soltar:
―Tengo que usar el baño.
Will y yo hicimos tonterías hasta que regresó. Ana se quitó la chaqueta
y la parte superior de su espalda quedó desnuda.
―Whoa, Ana. ¿Qué le pasó a tu espalda? ―Will preguntó cuándo ella
se movió y se giró para apoyar su chaqueta en el respaldo de su silla. Ella
pasó sus dedos por su piel y vi los rasguños rojos entre sus omóplatos
rodeados por moretones amarillos descoloridos. Eran de las vacaciones de
primavera cuando la llevé a un lado del condominio, empujándola con fuerza
contra el revestimiento de madera.
Un profundo rojo se deslizó por sus mejillas cuando sus ojos se
abrieron de par en par, y ella comenzó a tartamudear.
―Yo…umm…Me tropecé en mi habitación cargando mi maleta y me
caí de espaldas contra el borde de la puerta. —Su mano se balanceó frente
a ella, apartando el incidente, pero sabía que estaba entrando en pánico y
que el enrojecimiento sólo ardía con más intensidad en sus mejillas.
Mi estómago se hundió y me sentí como un idiota. La culpa me
carcomió por ponerla en esta situación. La única situación de la que ella
siempre dijo que siempre la asustaba y allí estábamos, explicando nuestro
placer. Odiaba saber que ella se avergonzaba de tenerlo allí. Era hermosa
en todos los sentidos y me convirtió en un idiota más grande porque me
excitaba saber que estaba allí por mí.
―¿En serio? Parece un moretón bastante grande. ―Will frunció el ceño
y examinó las mejillas sonrojadas de Ana―. Uh, pasó… ¿Pasó algo durante
las vacaciones de primavera? Sé que estás saliendo con ese tipo. ―Sus ojos
miraron a los míos, comprobando mi reacción. Luché para encoger los
hombros y hacer como si no supiera nada.
―No.―Ana levantó las manos y negó con la cabeza―. Nada como eso.
Realmente fue solo mi culpa. ―Su voz vaciló y cada caída me golpeó más
fuerte que la anterior.
―Sabes que siempre puedes hablar con nosotros. ―Will habló
lentamente―. Sé que solo soy el amigo de Kev, pero siempre estoy dispuesto
a ayudar a una dama.
La boca de Ana se abrió y se cerró como un pez fuera del agua y entré
para ayudar.
―Ana es bastante torpe. ―Me reí antes de dirigirle una mirada seria―.
Pero ella nunca dejaría que un hombre la lastimara. Ella es demasiado ruda
para eso.
―¿Ana es demasiado ruda para qué? ―Andrew apareció mágicamente
detrás de nosotros y vi que el rostro de Ana se encogía antes de suavizarse.
―Nada ―se rió―. Hola, Andrew.
―Ana tiene un moretón y quería asegurarme de que realmente se lo
hizo con una puerta. Kevin nos estaba recordando lo ruda que es Ana y que
no dejaría que nadie la lastimara. ―Will pronunció su resumen con un tono
serio, advirtiendo a Andrew.
―¿Te lastimaste? ¿Tienes un moretón? ―Él se inclinó y comenzó a
escanear su cuerpo, buscando la marca―. ¿Dónde?
―No es nada. En serio. ―Podía oír la exasperación en la voz de Ana.
Estaba a punto de estallar―. Me caí contra la puerta y estoy bien. Basta.
―Está bien ―dijeron Andrew y Will al unísono.
―Como, dije: ruda ―dije, tratando de apoyarla, a pesar de que era el
imbécil que la puso en esa posición.
Andrew dejó que sus ojos se entrecerraran un poco hacia mí antes de
volver a prestar atención a Ana, que se puso de pie para abrazarlo.
Imbécil.
―¿Qué estás haciendo aquí?― preguntó Ana.
―Sólo vengo a tomar un café.
―Duh. ―Ana se rio y se golpeó la cabeza con la palma de la mano.
―Bien, no te retendré ―dijo Andrew, aun explorándola con
preocupación―. Tengo una reunión a la que tengo que llegar. Me preguntaba
si querrías que nos reuniéramos esta noche.
Apreté los dientes y apreté los puños debajo de la mesa mientras lo
observaba tocar su brazo desnudo y moverla hacia un lado para hacerle su
pregunta. Me senté en silencio, esperando su respuesta. No podría ser
responsable por mis acciones si ella aceptaba reunirse con él después de
rechazarme.
―Lo siento, pero no lo creo. Estoy bastante ocupada. ¿Tal vez otra
noche?
―Definitivamente ―respondió Andrew y me miró fijamente. Se inclinó
para presionar un beso en su mejilla, demasiado cerca de sus labios para
su comodidad, y retrocedió para alejarse―. Oye, solo quería hacerte saber
que la pasé bien este fin de semana. Deberíamos hacerlo de nuevo. Conozco
un gran B&B en Indiana.
Desapareció por la puerta y todo mi cuerpo se estremeció. La rabia
burbujeaba bajo la superficie mientras procesaba que ella había pasado el
fin de semana con otro hombre. La sorpresa de que ella me había mentido
me congeló, haciéndome difícil sentir el alcance de mi ira.
―Bueno, chicos, fue bueno verlos, pero tengo que ir a la biblioteca a
estudiar. ―Ana comenzó a excusarse, sin mirarme a los ojos―. Nos vemos
luego. ―Se puso su chaqueta y tomó su bolso. Me quedé mirando,
boquiabierto, mientras ella se iba.
El timbre de la campana de la puerta abriéndose me sacó de la bruma
y mis músculos me hicieron mover antes de que tomara la decisión de ir
tras ella. La alcancé a la vuelta de la esquina del edificio y agarré su muñeca.
Ana gritó cuando la detuve bruscamente y me miró con ojos de asombro.
―¿Qué demonios, Kevin?
―¿Te acostaste con él? ―Gruñí.
Su mandíbula inferior se cerró y entrecerró sus ojos hacia mí. No me
importaba. Mi conmoción se desvaneció y sólo dejó la furia hirviente que
calentó mi piel ante la idea de que él la tocara, la follara.
―Eso no es asunto tuyo.
Eso ya lo sabía. No importaba, porque necesitaba saberlo o perdería
mi mierda.
―Tú. Te. Acostaste. ¿Con él?
Me miró de arriba a abajo, sus fosas nasales enrojecidas por sus
respiraciones irritadas, y comencé a temer su respuesta, me hizo esperar
tanto.
―No. ―Soltó la palabra a través de su mandíbula apretada.
Un alivio como nunca antes había conocido recorrió mi cuerpo, y aflojé
mi agarre en su muñeca. Ella se aprovechó y liberó su brazo. La dejé ir
furiosa, sabiendo que estaba actuando como un idiota de proporciones
épicas. Los celos incontrolables se apoderaron de mí.
Cuanto más tiempo pasaba con Ana mientras luchábamos a través de
nuestros deseos, sentía que perdía un poco más de control. Para alguien
que se enorgullecía de su control, para alguien que deseaba tenerlo siempre,
me asustaba muchísimo estar perdiéndolo.
Ana
―Terminamos cálculo. Vamos a celebrarlo.
Kevin de pie en mi puerta con rosas amarillas y una magdalena de
limón hizo que mi corazón diera un vuelco, seguido de una pesadez de la
que no podía esconderme por mucho más tiempo.
Me froté la frente, luchando contra el dolor de cabeza de la semana de
los finales.
―No estoy de humor, Kevin. Tengo tres exámenes más esta semana y
un trabajo.
Un calor se extendió entre mis piernas ante la idea de celebrar con
Kevin, negando mi mentira de no estar de humor. Estaba estresada y
cansada, pero Kevin siempre me hacía sentir más ligera.
Extrañaba estar con él.
No habíamos tenido sexo desde las vacaciones de primavera hace casi
un mes. Mi fin de semana con Andrew me había dejado más confundida que
nunca, y sabía que no podía seguir posponiéndolo. Era como si las últimas
tres semanas de universidad fueran una cuenta regresiva y el tiempo se me
cerrara, obligándome a tomar una decisión sobre dónde quería que se
dirigiera mi futuro.
La dura verdad era que no confiaba en mí misma alrededor de Kevin.
Necesitaba darme espacio para pensar sin la sensación de sus manos y
labios por todo mi cuerpo, persuadiéndome de que me sometiera.
―¿Qué está pasando, Ana? Me has estado evitando desde las
vacaciones de primavera. Los escasos almuerzos y mensajes cortos de ida y
vuelta no son suficientes. Te extraño. ―Kevin entró en mi apartamento y
envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, inclinándose para morderme el
cuello. Me incliné vergonzosamente hacia atrás para darle acceso. Sacó su
lengua para calmar el pellizco de sus dientes y me obligué a alejarme de sus
brazos.
La puerta se cerró con un clic, y mantuve mis ojos pegados a mis pies.
Mi corazón se aceleró mil millas por minuto. Necesitaba confesar.
Necesitaba terminar esto. Necesitaba tomar una decisión. Todo se me vino
encima. Mi corazón acelerado latía con fuerza en mi pecho y luchaba por
respirar.
―No puedo…. No puedo seguir haciendo esto, Kevin. ―Las palabras
apenas escaparon de mis labios antes de que las lágrimas quemaran la parte
posterior de mis ojos.
―¿No puedes hacer qué?
―Nosotros ―admití, mis manos agitándose entre nosotros―. El sexo.
No sé cómo dejar de estar contigo, así que tomé la salida del cobarde.
Evasión.
Su cabeza se inclinó hacia a un lado.
―¿Qué quieres decir?
Cerrando mis ojos, una lágrima se filtró por mi mejilla.
―Quiero ser normal, Kevin. No quiero explicar los moretones y
rasguños. Lo he estado diciendo todo el semestre y ahora quiero hacerlo. No
puedo seguir cediendo. Necesito darle una oportunidad a lo normal.
―Andrew ―gruñó Kevin, con la mandíbula apretada
―Tengo que intentarlo ―susurré.
Se dirigió a la puerta. Una pieza en mi pecho se rompió
preguntándome cuánto tiempo pasaría hasta que lo volviera a ver si salía
por esa puerta. Antes de que pudiera desmoronarme, se dio la vuelta y
regresó, frotándose el rostro con la mano. Se detuvo a solo un pie de
distancia y su pecho se agitó como si acabara de correr una milla.
―Seré tú normal.
Mis ojos se abrieron de par en par.
―Probemos algo más. Citas. Sexo normal, dulce, suave. Sin control.
Nada de sadismo. Seré tu normal. ―Puntualizó sus palabras golpeando su
pecho.
―Kevin. ―Negué con la cabeza―. No puedes, y no te pediría que
renuncies a algo que forma parte de ti.
―Eres parte de mí, Ana.
―Kev…
―¿Qué hay de ti? ―Cambió de táctica cuando vio que yo no iba a
responder como esperaba―. ¿Qué hay de cómo esto es una parte de ti? Veo
cómo te desmoronas por el peso de ocultarlo y tomas decisiones que solo
quieres que otra persona tome. Necesitas a alguien que te cuide. Puedo
cuidar de ti.
―No, Kevin. No puedo estar contigo. ―Mordiendo mi labio, luché por
las siguientes palabras para decir, sabiendo que le pedía demasiado después
de rechazarlo―. Esperaba que pudiéramos… ser solo amigos. Necesito tu
amistad.
Su risa respondió a mi sugerencia.
―¿En serio? ¿Solo amigos?
―Eres mi mejor amigo, Kev. No puedo perder eso ―le supliqué.
Se acercó y me señaló.
―Somos más que amigos. No puedo ser tu amigo y verte con otra
persona. ¿Puedes decir honestamente que podrías verme estar con otra
mujer? ―Se me acercó, inclinándose para susurrarme al oído―. ¿Sabiendo
que le estoy dando lo que quieres? ―Sus labios rozaron mi mejilla,
moviéndose para rozar la comisura de mi boca―. ¿Sabiendo que le estoy
dando lo que necesitas? ―Se retiró y contestó por mí―. No, porque nos
amamos. Te amo, Anabelle.
Como si hubiera estallado una bomba entre nosotros, explotando
desde mi pecho, tropecé hacia atrás. Negando, rechazando las palabras que
intentaban penetrar en mí. El shock de escuchar las palabras por primera
vez, me golpearon en el pecho y cayeron en mi estómago. Vibraban a través
de mi cuerpo y cuanto más intentaba procesarlas, más me enojaba. ¿Cómo
se atreve?
―No. No, Kevin. No puedes soltarme eso cada vez que me alejo. No es
justo. ―Apretando los puños, lucho para controlar el temblor. Lucho por
controlar la situación y la tormenta que se apoderó de mí. Me mantuve
erguida con la barbilla en alto a pesar de que mi voz seguía temblando―.
Eres mi mejor amigo. Eso es todo. Por favor, no me quites eso.
Vi como sus hombros caían. Me conocía lo suficiente como para saber
qué aspecto tenía cuando me ponía firme. Él supo de la derrota cuando vio
la convicción en mi rostro.
―Lo siento, Ana. No puedo.
No puedo, no puedo, no puedo. Fue lo único que escuché y tomó mi
fuerza y la rompió por la mitad. Mantuve mi columna recta, pero no significó
nada mientras mi rostro se desmoronaba y dejaba caer las lágrimas. Mi
pecho temblaba con el esfuerzo de contener los sollozos tratando de
liberarse.
―Quiero estar contigo.―Su voz tembló como si estuviera conteniendo
sus propias lágrimas―. Te amo y te deseo. Pero es todo o nada. Tienes que
elegir uno.
―Kevin, sabes que te amo. Eres mi mejor amigo, pero no puedo...
Levantó la mano.
―No contestes ahora. Piénsalo y ven a mí cuando estés lista para
decidir.
Sin darme la oportunidad de responder, dio un paso hacia mí otra vez
y presionó un fuerte beso en mis labios, haciendo todo lo posible para
presionar su voluntad en mí. Me puse de pie y lo acepté, tratando de
recordar cómo se sentía la suavidad de sus labios contra los míos. Tratando
de recordar la forma en que su labio inferior encaja perfectamente entre los
míos. Tratando de recordar hasta el último detalle y apreciar su finalidad.
Se retiró lo suficiente como para susurrar su súplica final, dejando que
rozara mi boca.
―Elígeme a mí, Ana.
Luego se dio la vuelta y se fue. La puerta se cerró con un clic y el
sonido me golpeó como una bala en la espalda. Caí de rodillas y observé
cómo las lágrimas caían en mis palmas abiertas. Quería llamarlo y decirle
cuánto lo amaba, pero no era justo porque no podía darle lo que necesitaba.
Decirle que se fuera fue la elección correcta, eso lo sabía lógicamente. Pero
en ese momento, cuando escuché el clic de la puerta una y otra vez, sentí
que todo estaba mal.
Un golpe en la puerta me hizo levantar la cabeza y me puse de pie,
levantándome usando la parte de atrás del sofá, tropezando por la
habitación. ¿Había vuelto? ¿Se había dado cuenta de que era un error
alejarse de nuestra amistad? ¿Qué iba a hacer cuando lo viera al otro lado
de la puerta? ¿Lanzarme hacia él aliviada de que hubiera vuelto?
Con una mano temblorosa, giré el pomo y me quedé sin palabras al
encontrar a Andrew al otro lado. Su sonrisa se deslizó cuando miró mi
rostro, probablemente viendo ojos rojos y rímel corrido. Traté de reponerme
y me limpié las mejillas, pero él entró, envolvió sus brazos a mí alrededor y
cerró la puerta con el pie.
―¿Qué te hizo? ―Andrew preguntó en mi cabello. Sus brazos se
sentían tan seguros como siempre, y me dejé hundir en la comodidad.
Nunca antes había oído su voz tan fuerte, y ese borde me hizo responder.
―Nada. Acabamos de tener una discusión.
―¿Te lastimó? ¿Físicamente? —Agregó. Aclarando, ya que obviamente
estaba aplastada emocionalmente.
Me aparté para que él pudiera ver mi rostro.
―No. Nunca me haría daño de esa forma.
Andrew desenvolvió sus brazos de mi alrededor y comenzó a pasearse
por el pequeño espacio en mi apartamento mientras caía en el sofá. Lo dejé
pensar, sabiendo que vendría a mí una vez que encontrara su calma.
Cuando finalmente lo hizo, se arrodilló en la alfombra a mis pies.
—Escucha, Ana. He estado evitando esto principalmente porque me
preocupaba perder en la competencia. ―Soltó una risa que no contenía
humor―. Así que, yo no presioné. Pero verte llorar por él, me mata. Así que,
ahora lo estoy exponiendo. —Se lamió los labios y apoyó las manos en mis
rodillas―. Quiero estar contigo, y quiero que estés conmigo. Sólo yo.
Sus brillantes ojos azules me rogaron que no lo engañara. Me
suplicaban que lo eligiera, tal como Kevin me había suplicado momentos
antes. Me quedé mirando, mi respiración resonando a mi alrededor.
―Andrew…
―Nunca te haría daño, y nunca te haría llorar. Te respeto y podríamos
ser felices juntos. Demonios, somos felices juntos. Nos reímos y tenemos
mucho en común. Quiero hacer de esto algo grandioso, Ana. Por favor.
Mis ojos estudiaron su rostro, tratando de encontrar mi futuro en
alguna parte. Él era lo que yo quería. Mi normalidad estaba justo frente a
mí, viniendo a mí en una bandeja dulce, cariñosa de cabello negro y ojos
azules. Todo lo que tenía que hacer era dar mi mejor sonrisa y decir que sí.
Decir que sí, quería ser parte de su algo grandioso.
Pero si esto era lo que yo quería, ¿porque sentía que estaba
arrancando mi corazón por estar con él?
Kevin
Corrí a través de la lluvia y entré por las puertas traseras del gimnasio.
Las cabezas bloqueaban mi vista en un mar interminable de birretes negras
de graduación.
—Estamos a punto de empezar. ¿Cuál es tu apellido? —me preguntó
una señora que sostenía un portapapeles y una pieza de cabeza.
—Harding.
—Oh, bien —dijo—. Estás cerca del frente. Las etiquetas de
identificación están en la pared. —Señaló los papeles blancos con nombres
impresos en ellos pegados con cinta adhesiva a los bloques de cemento
crema—. Encuentra tu nombre y quédate ahí. Saldremos en un minuto, así
que date prisa.
Me abrí camino a través de la gente y llegué a mi lugar justo cuando
las primeras personas entraron por la puerta. Busqué por encima de mi
hombro con la esperanza de encontrar a Ana y saludarla o algo así, pero no
veo nada más que las tapas negras y planas de los birretes de graduación.
La maldita lluvia había causado un accidente de tráfico y me hizo llegar
tarde. Quería hablar con ella, abrazarla.
La he echado de menos.
No había hablado con ella en toda la semana y no podía negar lo
nervioso que me había puesto, pero quería darle espacio para pensar. Le
dije que viniera a verme. Sin embargo, eso no me impidió enviarle un
mensaje ocasional.
Desafortunadamente, resultó en respuestas cortas y tal vez en un
emoticón. Mientras Ana y yo podíamos entrar en una guerra de GIF como
ninguna otra, ella raramente usaba emoticones. Decía que les faltaba
ingenio y emoción. Intenté no pensar demasiado en ello.
Nos sentamos en sillas de metal y escuchamos al orador principal
hablar sobre nuestro futuro. Mi mente se centró en encontrar la forma más
sutil de darme la vuelta y ver si puedo encontrarla. ¿Me está buscando? ¿Me
miraría a los ojos y sonreiría? ¿Compartía la emoción de la graduación y
ponía los ojos en blanco ante lo aburrido que está este discurso?
Antes de que pudiera hacer un plan, era mi turno de pararme y
caminar por el pasillo. En fila a un lado del escenario, esperando mí nombre,
escaneé a la multitud para captar su atención. ¿Está mirándome? ¿Me
desea lo mejor? Finalmente, me llamaron por mi nombre y me concentré en
no caer mientras estrecho la mano del presidente de la universidad y bajé
los escalones hacia el otro lado. Sostener el tubo que contiene mi diploma
me parece definitivo, como si mi vida estuviera a punto de comenzar. Todo
antes de ese momento fue una práctica.
Recé para que Ana estuviera a mi lado. Rechacé el trabajo de Denver
para estar cerca de ella. Tenía tanta fe en que me escogería.
Tenía que hacerlo.
Justo cuando me senté en mi lugar, la vi bajar por el pasillo unas
cuantas filas hacia atrás. Mi pecho se infló con esperanza y felicidad, como
si fuera a explotar. Se giró a tiempo para captar mi sonrisa. Hacía mucho
tiempo que no la veía y cuando me encontré con sus ojos azules, el fuego
explotó dentro de mí y luché para quedarme quieto y no correr hacia ella.
Me dio una sonrisa cansada justo cuando pasó junto a mi fila. Odiaba
que probablemente yo tuviera algo que ver con las ojeras bajo sus ojos.
Parecía tan obvio que me elegiría a mí. Éramos Anabelle y Kevin. Era mi
Ana. Siempre lo había sido y siempre lo sería.
Cuando la oradora la llamó, me aseguré de animarla al máximo,
dejando que mi amor y orgullo por ella eclipsaran al resto.
Ella era mi Ana.
Estábamos hechos el uno para el otro.

Después de verla por fin, mi cuerpo temblaba de emoción y


anticipación al final de la ceremonia. Lanzamos nuestros birretes al aire y
nos anunciaron que éramos libres. Con el mínimo de cortesía, me moví a
través de la gente hasta donde la vi sentada. Se puso de pie, se inclinó sobre
su silla, recogiendo sus pertenencias y acababa de girar cuando la alcancé.
La abracé envolviendo mis brazos alrededor de su cintura, la levanté
y la abracé, pegándola lo más cerca posible de mí.
—Lo logramos —le susurré en el oído, su cabello cayendo para
hacerme cosquillas en los labios. Quería alejarlo y besarla, devorarla, y luego
arrastrarla para celebrarlo en un baño.
Me eché hacia atrás para ver sus ojos sonrientes. Ellos brillaban con
la misma excitación que me atravesaba a mí.
—Lo hicimos —contestó.
Poniendo sus pies en el suelo, miré su genuina sonrisa. Muy diferente
de la que me dio antes. Llegaba a sus ojos y calentó mi alma. Al verlo, supe
que me elegiría, sólo necesitaba el lugar adecuado para decírmelo. La amaba
y sabía que ella me amaba. Más que amigos. Me negaba a creer en otra cosa.
Sus ojos se movieron sobre mi hombro y se apartó de mis manos.
—Hola, nena. Felicitaciones. —Andrew se acercó a Ana y se inclinó
para besarla en los labios.
Mis ojos parpadeaban rápidamente como si la visión de sus labios en
los de ella fuera a cambiar. Mi corazón se apretó, tirando hacia adentro,
tratando de protegerse del dolor que le pegaba con un martillo. Luché contra
una ola de náuseas mientras mi estómago tocaba fondo.
Nunca la había besado delante de mí y Ana nunca lo había dejado.
—Hola, Kevin. Felicidades. Finalmente se acabó —dijo Andrew,
sonriendo mientras ponía su brazo sobre los hombros de Ana. Sus palabras
tenían más significado que la ceremonia de graduación que acabábamos de
terminar.
Ana lo había elegido.
Había elegido su normalidad y su espera al costado había terminado
porque era suya. No mía.
—Sí. Supongo que por fin se acabó —respondí, manteniendo los ojos
pegados al rostro abatido de Ana. Se negaba a mirarme a los ojos, sin
importar cuánto lo quisiera. Ya no podía quedarme ahí. Necesitaba salir de
ahí—. Debería ir a buscar a mi familia.
Me había dado la vuelta y había dado tres pasos cuando una pequeña
mano envolvió mi muñeca. Volviéndome, me encontré con sus ojos
brillantes, rogándome que la perdonara. No sabía si alguna vez podría. Mi
corazón martillaba tan fuerte en mi pecho, que bombeaba por mis venas y
el zumbido era el único sonido en mi cabeza, haciendo que todo lo demás
fuera borroso. Su suave piel se deslizó por mi mano y conectó su meñique
con el mío, enviándome un fragmento de dolor. Un clavo en el ataúd de lo
que nunca tendríamos.
—Vamos a salir a comer más tarde —titubeó su voz—. Para celebrar
la graduación. Mi madre y todo el mundo. Me encantaría que vinieras.
Respirando hondo, escaneé su rostro. Su cabello rubio y ondulado
salía de su gorro y fluía sobre sus hombros. Sus cejas oscuras sobre sus
ojos gris-azules. Su larga nariz descansando sobre su perfecto arco de
cupido, el complemento perfecto para su labio inferior demasiado lleno.
Tembló cuando no dije nada.
Con un apretón final, saqué mi mano de la suya, desenganchando
nuestra conexión final.
—No lo creo. Probablemente voy a salir con Will y mis padres.
El brillo que cubría sus ojos creció hasta que se derramó, corriendo
por sus mejillas.
—Kev...
Esto era un adiós. No podía quedarme de brazos cruzados, siendo su
amigo y viendo a la mujer que amo estar con otra persona. No podía superar
la vergüenza que sentía por sus deseos, aunque nunca lo negó conmigo.
Estábamos en una encrucijada y habíamos elegido caminos
diferentes. Quería jalarla hacia mí y secarle las lágrimas. Mis ojos se fijaron
en Andrew y recordé que ya no era mi lugar consolarla.
Tragando más allá del nudo en mi garganta, me las arreglé para gruñir
una respuesta.
—Está bien, Ana. —Entonces me di la vuelta y me alejé.
Ana
Hoy en día

Estaba al frente de la fila, estrechando las manos de la gente, dando


un educado “gracias” cuando ofrecían sus condolencias. Me sentí hueca,
casi como si estuviera parada a un lado, mirando la cáscara de quien solía
ser, tratando de funcionar.
—Siento mucho tu pérdida, Anabelle. Natasha era una mujer
maravillosa.
—Gracias. Lo era.
Era, era, era, era, era.
Odiaba el pasado. Odiaba el “era”. Qué palabra de mierda.
Mi madre es una mujer increíble. Si su alma residía en su cuerpo o
no. Ella es increíble. Mi pecho tembló al mirar el ataúd, pero me ahogué al
sollozar sacudiendo su caja hueca, tratando de liberarme, y me giré hacia
la siguiente persona.
—Lo siento mucho, Anabelle.
Y así sucesivamente. Una persona tras otra. Ya ni siquiera miraba los
rostros, sino que miraba por debajo de la barbilla. Eran un borrón, y no me
importaba.
Hasta que una voz se abrió paso. Una que no había oído en cuatro
años.
—Anabelle.
Solo mi nombre.
Mis ojos se levantaron abruptamente y encontré sus ojos. Dios, los
había extrañado, no me di cuenta de lo mucho que los necesitaba hasta que
los miré fijamente. Los mismos ojos que había buscado en mis mejores y
peores momentos desde que tenía dieciséis años. Eran exactamente iguales,
pero un poco más viejos y sabios.
Dos manos fuertes envolvieron mis manos frías y temblorosas y las
sostuvieron antes de cambiar para unir sus meñiques con el mío. No dijo
nada, pero no necesitaba hacerlo, sus ojos tenían todo el consuelo que yo
había echado de menos en todas las demás personas de la habitación.
Detuvimos la fila mientras me aferraba con fuerza al salvavidas que me
había dado.
Sin preocuparme por nadie más, me tomé mi tiempo para echarle un
vistazo. Kevin se veía igual. Su cabello era un poco más corto, pero cuando
lo examiné todo, era lo mismo. Comodidad, seguridad... hogar.
Y al alcance de mi refugio, me desmoroné. El sollozo que había estado
reteniendo se rompió, y mi rostro cayó del dolor que había estado
aferrándose a mí. No queriendo sollozar mientras estrechaba la mano de
todos, me escapé. Mi padre podría tomar el mando de la línea por un tiempo.
No miré atrás para ver si Kevin me seguía, y caminé tan rápido como
pude con las piernas tambaleantes hasta el baño, encerrándome dentro. Me
dejé caer en el asiento del inodoro, me abrazaba y me mecía, tratando de
volver a unir todas las piezas.
Cerré los ojos y traté de sentir a mi mamá, traté de encontrar su
presencia a mí alrededor, pero solo pude recordar sus palabras en los
últimos momentos con ella.
—Eres tan fuerte, Ana. Me enorgullece ver lo fuerte e independiente que
eres. Pero nena... no hay nada malo en necesitar a alguien más. No hay nada
malo en apoyarse en los demás. Prométeme que no te enfrentarás al mundo
sola.
—La única persona que necesito eres tú, mamá.
—Y siempre estaré contigo. Te amo.
—Yo también te amo.
Finalmente, de pie, me dirigí al fregadero y salpiqué agua en el rostro
tratando de calmar el enrojecimiento alrededor de los ojos. Me miré en el
espejo y traté de encontrarla dentro de mí.
No sentí nada.
—Un momento —grité cuando alguien llamó a la puerta. Eso fue
suficiente escondite y necesitaba salir de allí.
No pasó mucho tiempo antes de que anunciaran que era hora de ir al
cementerio donde la enterrarían. Kevin no se había acercado a mí de nuevo,
pero eso no significaba que no sintiera sus ojos sobre mí todo el tiempo.
Desearía que se hubiera sentado en la parte delantera conmigo y
hubiera unido sus manos a las mías mientras veía cómo bajaban su ataúd
a la tierra. Deseaba que todos dejaran de mirarme como si estuvieran
esperando a que me desplomara. Ojalá estuviera tan sola como me sentía.
Tan pronto como terminó, hice que el auto alquilado me llevara de
vuelta a casa para dejar entrar a los invitados para la fiesta. Quería terminar
todo después del entierro, pero mi mamá se aseguró de pedir una fiesta en
su honor.
Me había reído, imaginando su sonrisa tal y como la escribió en su
testamento. Le encantaba una buena fiesta. Shayla había tenido la
amabilidad de ayudarme a planearla, incluso después de que yo había
perdido el control bebiendo un par de botellas de vino, y le había dicho que
nunca reemplazaría a mi madre.
Ella me susurró un simple “nunca” y continuó haciéndome la cena.
Porque por mucho que traté de odiar a Shayla por entrar en la vida de mi
padre después de que nos dejó, no pude. Había sido amable, y a mi madre
le hubiera encantado tenerla como amiga. Así que, a pesar de mi arrebato,
le había estado agradecida en cada paso del camino.
Todos se mezclaron con sus trajes negros y hablaron sobre la música
suave que se escuchaba en el fondo. Comieron los aperitivos y de alguna
manera, algunos incluso se las arreglaron para reírse. Acechaba en las
esquinas y en las habitaciones traseras, solo salía cuando alguien me
necesitaba. Estaba lleno de gente. Estaba tan cansada de estar de pie,
cuando todo lo que quería hacer era acostarme en el suelo y llorar hasta que
mi madre volviera.
Sin embargo, a pesar de todo, mis ojos siguieron encontrando a Kevin
entre la multitud, hasta que terminó ante mí con sus padres.
—¿Cómo lo llevas, Ana? —preguntó el señor Harding mientras la
madre de Kevin me envolvía en sus brazos. Me costó todo lo que tenía para
no desmoronarme en su abrazo materno. Tragando fuerte, me eché para
atrás.
—Me las estoy arreglando. —Mis ojos se dirigieron a la de Kevin y se
mantuvieron allí. Parecía preocupado, pero no dijo nada. ¿Qué había que
decir?
—Bueno, si necesitas algo, háznoslo saber. Siempre estamos en la
puerta de al lado. —Alejé los ojos de Kevin y le di la mejor impresión de una
sonrisa a la señora Harding. Sus ojos se llenaron de lágrimas y agarró mi
mano—. Tu madre siempre estuvo tan orgullosa de la hermosa joven mujer
que eres. Me lo decía todo el tiempo. La voy a extrañar mucho.
—Gracias —respondí. No sabía qué decir. Una lágrima cayó por su
mejilla y el padre de Kevin la abrazó. No podía verla desmoronarse, de lo
contrario, me uniría a ella y no estaba segura de sí dejaría de hacerlo cuando
empezara—. Debería ir a ver la comida. Me aseguraré de que haya suficiente
—murmuré mi excusa y salí corriendo, negándome a dejar que mis ojos
volvieran a mirar a Kevin. Ver su preocupación habría sido demasiado.
Sin embargo, Kevin no me dejó ir muy lejos, porque finalmente me
encontró en mi escondite, donde lavaba platos que ya estaban limpios. Pasó
por la puerta justo cuando yo estaba bebiendo de una copa de vino que
había escondido bajo el fregadero.
—Siento lo de antes —dijo en el otro lado de la isla, como si temiera
acercarse demasiado y causar otro colapso.
—No lo estés.
—¿Cómo estás?
—Bastante mal —respondí honestamente, levantando mi copa y
vaciándola.
—Ana, ¿dónde puedo poner esta cazuela? —preguntó uno de los
muchos invitados detrás de mí.
Me encogí, tan cansada de esa pregunta. Parecía que todos los
asistentes trajeron una maldita cacerola, y odiaba la idea de abrirlas más
tarde y pensar en por qué estaban allí.
—El refrigerador del garaje está bien. —Me giré con una sonrisa rápida
y educada antes de volver a Kevin.
—¿Hay… alguien aquí para ayudarte? —preguntó mirando mi dedo
anular.
—No. Solo yo. Mi padre y Shayla han estado ayudando, pero por lo
demás, solo yo. —Asintió lentamente a mi respuesta—. ¿Qué hay de ti? —
pregunté.
—¿Qué hay de mí?
—Vamos, Kev. Sabes lo que me estabas preguntando, si tengo un
novio o marido. Entonces, ¿qué hay de ti?
—Ni novio ni marido para mí —dijo, bromeando.
Una risa burbujeó por mi garganta. Se sintió tan extraño después del
mes pasado, que pensé que me iba a ahogar con él. Sonrió, complacido por
mi reacción.
—No. Solo soy yo. Sin novia ni esposa —admitió finalmente.
Asintiendo, traté de procesar lo que eso significaba y por qué una
banda en mi pecho se aflojó al pensarlo.
Finalmente se movió del otro lado de la cocina, a mi espacio. Cada
paso que daba era como si estuviera soltando las riendas que yo tenía sobre
mi control. Intenté fortificar mis muros, prepararme para sentir sus brazos
a mí alrededor. Si me hubiera quebrado antes de que él dijera mi nombre y
sosteniendo mis manos, no podría imaginar el caos que crearía si me
envolviera en el consuelo seguro de sus brazos.
Me quitó la copa de las manos y el tintineo siendo colocada en el
mostrador de granito sonó como la primera grieta de mi barrera. Viendo sus
manos moverse hacia mí e imaginando la sensación de que descansaban
sobre mis hombros hizo que la grieta creciera. Comenzó en la parte baja de
mi vientre, subiendo por mi pecho, asfixiando mi garganta.
Cuando su piel finalmente hizo contacto con la mía, el sollozo se
liberó. Deslizó sus manos por mis brazos y se levantó para envolver mis
hombros. No habría forma de correr al baño para recuperarme. Me abrazó
y me dejó desmoronarme en sus brazos, haciendo lo que él siempre hacía
mejor, dejándome romper en la seguridad de su pecho.
Me las arreglé para mantener los sollozos en silencio mientras
agarraba su chaqueta de traje y presionaba mi rostro en su camisa oscura.
Pasó la mano por mi cabello y por mi espalda, una y otra vez.
—Te tengo, Ana. Te tengo.
—Ana, ¿dónde quieres esta cacerola? —preguntó otro maldito
invitado. Mis manos se apretaron más contra la chaqueta de Kevin mientras
trataba de controlar mis emociones. Justo cuando estaba a punto de
girarme y gruñir mi respuesta a ella, Kevin me encerró en su pecho.
—Refrigerador —respondió por mí.
Escuche la puerta de la nevera abrirse y cerrarse.
—No hay lugar.
—El congelador afuera entonces —ordenó en un tono recortado.
Hacer que él respondiera en mi lugar me quito un pequeño peso en
mis hombros, y suspiré. Era bueno tener esa ayuda, aunque solo fuera por
un segundo.
Mientras él trataba con el invitado, yo me las arreglé para recuperar
la compostura. Un poco más ligera que antes, habiendo sido capaz de aflojar
la presión en mi pecho.
Alejó el cabello de mi rostro, lo metió detrás de mis orejas y usó sus
pulgares para secar las lágrimas que quedaban.
—Vamos. Esto ha estado sucediendo por demasiado tiempo. Echemos
a esta gente a patadas y limpiemos.
Kevin
Me quedé con mis padres y ayudé a Ana a limpiar antes de salir.
Cuando me dio un abrazo de despedida, me agarré un poco más de tiempo
de lo que era educado, pero luego apretó sus pechos contra mi pecho y,
como un imbécil, me puse duro. Hice todo lo que pude para combatirlo, pero
sabiendo lo que estaba escondido bajo el vestido negro que llevaba,
sintiéndola apretada contra mí después de tanto tiempo y tantas noches
pensando en ella, no pude combatirlo. Lo sintió y se echó hacia atrás,
mirándome con los ojos muy abiertos, llena de algo más que la tristeza que
había visto toda la noche. Tentando mi suerte, me incliné hacia abajo y le di
un beso “amistoso” en la mejilla, pero también me aseguré de que mis labios
tocaran la comisura de su boca. Quería tragarme el grito ahogado que dejó
escapar.
Cuando me retiré, luchó para controlar su reacción y enderezó su
espalda.
—Deberías irte —murmuró.
Pero ambos sabíamos que volvería.
Así fue como terminé en la extraña posición de ser un hombre de
veintiséis años saliendo por su ventana en medio de la noche. No importaba
lo extraño que fuera, los movimientos de alcanzar mi pie por la barandilla
mientras me aferraba al techo me resultaban familiares y me recordaban
todas las veces que lo había hecho antes en la secundaria. Me lo había
perdido.
Durante los últimos siete años, Ana no había estado al lado. Y cada
vez que me acostaba en la cama de mi infancia, pensaba en ella. Durante
los primeros tres años que pasamos separados, fue su decisión. Había hecho
un buen trabajo evitándome.
Pero los cuatro que siguieron fueron por mí. Había evitado mi casa
como la peste, con el temor de verla caminando hacia su casa en los brazos
de otro hombre. Temía que en algún momento la viera casada o embarazada.
Bloqueé toda la información sobre ella como medida de seguridad, pero me
había quedado con mis recuerdos y esos me habían hecho mucha compañía.
Cuando mis padres me dijeron que su madre había fallecido, fue un
golpe en el estómago. Me encendió la furia de que me lo ocultaran. Pude
haber estado ahí para ella y ellos me lo impidieron. Se los reclamé y me
dejaron hacerlo, sabiendo que necesitaba la salida. Me dejaron quemar el
fuego hasta que se apagara y el asco se apoderara de mí mismo. Había sido
tan inflexible para mantenerme alejado, que la dejaría sufrir sola.
Traté de sentirme mejor, pensando que probablemente tenía un
marido que la ayudara a superar esto. Pero era una mentira hueca que fue
hecha pedazos cuando la vi parada al frente de la fila sola, sin un anillo en
el dedo.
Pero yo estaría ahí para ella esta noche. Yo sería lo que ella necesitara
que fuera cuando abriera esa puerta.
Abrió la puerta principal, apoyándose en ella y miró en silencio. Mis
ojos se posaron sobre sus pies descalzos y volvieron a subir, observando sus
manos que sujetaban firmemente la botella de vino medio vacía.
—¿Cuántas de esas te has tomado?
—No lo suficiente —contestó mientras se la llevaba a los labios y
tomaba un trago.
—¿Ni siquiera te molestas con un vaso? —comenté, levantando las
cejas.
—No, papá. —Puso los ojos en blanco. Pero luego se desencadenaron
con algo más que tristeza. Se endurecieron como si se estuviera preparando
para un desafío. Yo lo aceptaría. Aceptaría cualquier otra cosa que no fuera
la derrota rota que había visto antes.
Siguiendo mi señal, resoplé y pasé junto a ella, entrando en la casa.
Ana y yo siempre discutíamos, siempre nos retábamos el uno al otro. Tal vez
necesitaba lo familiar.
—No necesito que vengas aquí y me juzgues, Kevin. —Cerró la puerta
con la cadera y tiró la botella sobre la mesa de entrada, volviéndose para
cuadrar los hombros y mirándome fijamente—. No te necesito ni a ti ni a
nadie —escupió entre su mandíbula apretada.
Seguía siendo adorable cuando se enojaba y no pude evitar sonreír.
Tal vez fui un poco condescendiente al agregar combustible al fuego.
—Sí, lo sabes. Ambos sabemos que me necesitas.
—Tienes que irte. No te necesito aquí —gritó. Se acercó a mí, puso sus
manos sobre mi pecho y me empujó, apenas moviéndome.
—No luches conmigo, Anabelle —susurré en respuesta a su grito. Otro
desafío lanzado ante su ira.
Otro empujón.
—Crees que puedes entrar aquí... —Otro empujón—. Y tomar lo que
quieras... —Otro empujón—. Después de todos estos años...
Por toda la distancia que me movió, la aceché de nuevo y la retrocedí
hasta la puerta.
—Sí.
Una palabra, y si Ana fuera capaz de arrojar fuego de sus ojos, estaría
ardiendo vivo donde estaba.
Ella tenía tantas emociones y yo estaba allí para darle una salida para
algo más que la depresión. Tal vez se encendió porque la encendí y le recordé
cosas que no quería. Tal vez sólo necesitaba enojarse, pero al ver el rubor
que se elevaba de su pecho a sus mejillas, sabía que estaba mojada. Conocía
a mi Ana. Mi Ana estaba excitada.
Levantó su dedo y me lo clavó en el pecho con cada palabra.
—Vete. A. La. Mierda. Kevin. Harding.
—Oh, eso pretendo. —Me acerqué a ella, pero alejó mi mano con una
bofetada. Carajo, eso fue excitante. Me picó y el fuego me corrió por las
venas, directo a mi polla, poniéndola más dura como una roca. Estaba mal
ser el tipo de hombre que se excitaba por una chica que se peleaba conmigo,
pero habían pasado diez largos años. Acepté esas cosas y las disfruté más
que esconderme en la vergüenza.
—Dije que no —gruñó, empujándome de nuevo.
—Y ya sabes cómo me excita eso. ¿Recuerdas, Ana? ¿Verano? —Le
recordé la palabra de seguridad que creamos en la universidad pero que
nunca usamos. Yo tampoco pensé que la necesitaríamos ahora, pero
siempre quise que ella supiera que estaba a salvo.
Le saqué los brazos y le puse sus manos encima de mis bíceps, tirando
de ella hacia mí. Luchó, abofeteando mi pecho, tratando de quitarme las
manos, pisándome los pies a pesar de que yo tenía zapatos puestos y ella
estaba descalza.
—¡No! —Gritó mientras yo estiraba una mano entre nosotros para
meterla debajo de su vestido—. Kevin. No.
—Oh, Dios, sí, Ana. Me encanta oírte gemir por mí. Ni siquiera he
llegado a tu coño todavía.
—Vete a la mierda. —Se retorció, tratando de encerrar mi mano entre
sus muslos.
—Oh, ahí está. Tan malditamente mojada. Puedes gritar todo lo que
quieras, pero tú coño me ruega que te folle. —Agarrando su braga en mi
puño, se las arranco y me las pongo en el rostro. Cerré los ojos y le di la
bienvenida a su olor, después de haberlo extrañado durante tanto tiempo.
Las bofetadas en el rostro salieron de la nada, pero debería haberlo esperado
después de bajar la guardia.
Dejando caer la tela al suelo, esquivé los golpes y traté de controlar
sus manos, pero terminé perdiéndola. Se escapó y mientras Ana era alta, yo
era más alto y sólo tuve que dar unos pocos pasos para alcanzarla. En las
escaleras, mi brazo se envolvió alrededor en su cintura y cayó hacia
adelante, agarrándose a mitad de camino.
Aprovechando la situación, la inmovilicé con mi peso y presioné su
cabeza contra el escalón, atrapando sus piernas entre las mías. Con ella
doblada, usé mi mano libre para trabajar debajo de su vestido y entre sus
piernas. Metí mis dedos directamente dentro de ella porque estaba muy
mojada. Sus segundos de sumisión y jadeo me hicieron saber lo mucho que
le gustó el juego que jugamos. Con el silencio, decidí burlarme de ella.
—Escúchate. —Retorcí los dedos y los saqué antes de volver a
meterlos, repitiendo el proceso. Estaba tan mojada que se oía cada vez que
movía los dedos—. Tan malditamente necesitada. —Su gemido se hundió
profundamente en mí mientras yo enganchaba mis dedos profundamente
dentro de ella, frotando contra su pared—. Dices que no, pero la forma en
que tu coño me aprieta cada vez que me alejo, me hace saber que sólo eres
una puta que quiere ser follada.
—Imbécil —exhaló Ana. Jadeaba tan fuerte que apenas podía hablar.
Riéndome, me apoyé más fuerte en ella y usé mi otra mano para
liberar mi polla de mis pantalones. Necesitaba ver su rostro una vez que la
volví a ver, así que la volteé, le abrí las piernas de par en par y empujé hacia
adentro. Sus ojos brillaban con un profundo plateado y se cerraron una vez
que mis bolas se apoyaron en su culo. Aprovechándome de ella, dócil y
perdida en la neblina del encuentro, me incliné para besarla.
Casi olvido el propósito de lo que estaba haciendo una vez que mis
labios tocaron los de ella. El suave y lleno labio inferior encajaba
perfectamente entre el mío, de la misma manera que lo había hecho toda la
vida, y la herida en mi pecho se alivió por primera vez en cuatro años. Me
sostuve dentro de ella mientras nos besábamos, probándonos,
recordándonos.
Pero luego me mordió fuertemente los labios y empecé a follármela. El
dulce momento terminó, bombeé dentro de ella, sabiendo que las escaleras
dolían contra su espalda, pero sabiendo que ella amaba cada empuje.
Palmeé su pecho y traté de morderle el cuello, pero ella me mordió la oreja
y me abofeteó. La sorpresa me desequilibró y empujó lo suficiente como para
sacarme de ella y huyó.
Fui tras ella y casi me caigo de bruces con los pantalones en los
tobillos. Gruñendo, los empujé y llegué a la puerta, justo antes de que la
cerrara de golpe. Golpeando la puerta con la mano, se abrió de golpe y me
acerqué, quitándome la camisa por el camino. Desnudo, duro y un poco
enojado por haber sido burlado, la empujé de vuelta a la cama, cayendo
encima de ella.
Me las arreglé para pasarle el vestido en la cabeza, pero volvió a
abofetearme.
—Vete a la mierda, Kevin. ¿Crees que quiero que me folles? No lo
quiero. No te necesito a ti. No necesito tu estúpida polla. Vete a la mierda.
—Me impresionó que pudiera mantener el comentario mientras lloraba a
cántaros, pero estaba listo para follarla y disfrutar del calor húmedo
alrededor de mi polla. Estaba listo para escucharla gritar mientras se venía.
Le pellizqué el pezón con fuerza antes de agarrar sus muñecas,
usando mi otra mano para deslizarlo alrededor de su garganta, apretando
lo justo para hacerle saber que yo tenía el control. Sus ojos se abrieron de
par en par, pero se encendieron y sentí el pesado trago bajo mi mano.
—Abre las piernas —ordené.
—Vete a la mierda.
Apreté la garganta.
—Abre. Tus. Malditas. Piernas. Puta.
Finalmente, las abrió y aflojé la mano en su tierna garganta, pero no
mucho porque sabía que disfrutaba de la falta de control. Sólo me llevó un
momento poner mis caderas entre sus cremosos muslos y entrar en ella.
Sosteniendo su mirada, empujé sólo la punta y me burlé de ella, una y otra
vez.
Sólo cuando susurró un simple “por favor”, me di por vencido y la
penetré hasta el fondo. En ese primer impulso, ella comenzó a venirse. Sus
labios se abrieron y se sacudió debajo de mí, apretando mi polla más fuerte
que un puño. Gritó mi nombre, un sonido lleno de placer y alivio. Su venida
cubrió mis pelotas mientras me sostenía sobre ella y me frotaba en su
clítoris, prolongando el efecto.
Cuando terminó, tomé mi propio placer y la follé como una bestia en
celo. Me concentré en sus tetas rebotando bajo mi mano y aun así agarrando
su garganta. Los bonitos pezones rosados que me hacen sentir un
hormigueo en la columna vertebral. El orgasmo llegó a través de mí y no
podía dejar de mirar los globos perfectos. Necesitaba marcarlos. En el último
momento, salí y me vine sobre su piel pálida, tirando cuerdas blancas de
semen a través de su estómago y hasta su cuello.
Colapsé y apenas pude rodar a mi lado para evitar aplastarla. Tirando
de su cabeza hacia mí, la besé. La besé de la manera que ambos
necesitábamos, dulce, amorosamente, llena de todo el anhelo que teníamos
el uno por el otro.
Fue la dulzura lo que la rompió, porque no mucho después de que lo
hicimos, empezó a sollozar. Cada grito desdichado de su cuerpo me rompió,
como un látigo en la espalda. La metí en mi pecho, bloqueando todo menos
lo que había dentro de ella. Necesitaba un lugar seguro para desmoronarse
y yo sería eso para ella. Se aferró a mí, a veces clavándome las uñas en el
costado, pero no le susurré ni una sola queja. El amor de mi vida me
necesitaba, así que la abracé y la calmé.
—Estoy aquí. Te tengo. —Una y otra vez hasta que se agotó y
finalmente se durmió.

El olor a café me saludó cuando me desperté. Estirándome, mis pies


se movieron más allá del borde de la cama y mis manos golpearon la pared.
Mis ojos se abrieron y me encontré con carteles de bandas y paredes azules.
Se movieron a la puerta y encontraron a Ana apoyada en el marco,
sosteniendo dos tazas, completamente desnuda. Mi polla se sacudió bajo las
sábanas al ver sus perfectas tetas y su delgada cintura que se convertía en
caderas que eran perfectas para aferrarme a ellas cuando follaba.
No se había dado cuenta de que la miraba, porque estaba demasiado
ocupada mirándome. Cuando levantó la mirada y me miró a los ojos, se
sacudió y tan cuidadosa y rápidamente como fue posible, dejó el café sobre
la mesita de noche y se metió en la cama.
—Para alguien que toma café desnuda, estás actuando muy
tímidamente.
—Anoche puse el despertador y pensé que podría tomar dos tazas
antes de que te despertaras.
—Bueno, agradezco la presentación.
Se recostó contra la almohada con su taza y la sábana debajo de sus
brazos. Tomando un trago, seguí mirándola. Seguía siendo la misma chica
que siempre había conocido. No, una mujer. Su rostro más angulado, sus
curvas un poco más relajadas, como si finalmente se hubiera acomodado en
su cuerpo y se sintiera cómoda con él. Sin embargo, aun así, reconocí el
aura de inseguridad sobre quién era ella. En el momento en que actuó por
instinto, pero las consecuencias la dejaron insegura, y lo vi en sus hombros
tensos y en la forma en que se mordía los labios.
Pero sabía, incluso después de cuatro años, que ella seguía siendo mi
Ana. No pensé que ninguna cantidad de tiempo hubiera cambiado eso.
—¿Qué? —me preguntó cuándo se dio cuenta de que la miraba—.
¿Quieres que me dé la vuelta para que puedas usar mi trasero como mesa
de café? —dijo mirándome sin humor, refiriéndose a la última vez que
tomamos café en la cama. Estaba bromeando, pero sabía que habría hecho
lo que le pidiera si lo quería.
—No, prefiero esta vista por ahora —dije, extendiendo la mano para
pellizcarle el pezón a través de la sábana. Jadeó, alejándose mientras yo
sonreía al ver el rubor que se extendía por su pecho—. ¿Cómo es que sigues
soltera después de todo este tiempo?
—Podría preguntarte lo mismo.
Riéndome entre dientes, me volví para poner mi taza de café en su
mesita de noche.
—Mira, tengo este gusto en particular y no he encontrado a una mujer
dispuesta a aceptarlo. —Los dos sabíamos que era una indirecta sobre cómo
me había dejado, no queriendo aceptar lo que ambos sabíamos que
queríamos.
¿Y qué? Todavía estaba un poco amargado por eso.
—Hmmm. —Me miró fijamente sobre el borde de la taza de café
mientras tomaba un último sorbo—. Supongo que he estado un poco
ocupada el año pasado —respondió Ana a mi pregunta original.
—¿Y antes de eso? ¿Andrew?
Se deslizó por la cama hasta que se recostó de espaldas, mirando el
ventilador moviéndose en círculos lentos. Me volví a mi lado para mirarla,
esperándola. Siempre había necesitado un momento para procesar sus
palabras antes de hablar.
—Fue más difícil de lo que pensaba y me ha costado mucho aceptarlo.
No he estado lista para intentarlo de nuevo.
Me imaginé que habría sucedido, después de haber tratado de ignorar
esa parte de mí antes, pero Ana había necesitado averiguarlo por su cuenta.
Parecía que todavía luchaba con ello.
—¿Qué pasó con Andrew? —Casi me arrepiento de haber preguntado
cuando dio un fuerte suspiro que sonaba a la vez cansado y triste.
—Ambos lo intentamos. Trabajó tan duro para hacerme feliz. Y yo
estaba... más o menos —añadió, volviéndose para mirarme a los ojos—. Era
un buen hombre, pero yo nunca me sentí realizada, completa y merecía una
mujer que no le ocultara una parte de sí misma.
—Te mereces un hombre del que no tengas que esconderte —aclaré.
Sólo recibí una triste sonrisa. No tenía ni idea de cuánto se lo merecía.
—Tengo que empezar a revisar la casa. —Cambió de tema.
—¿Qué planeas hacer con ella?
—Venderla —se ahogó, se formaron lágrimas en sus ojos. Mierda.
Sabía lo que esta casa significaba para ella. Contenía los recuerdos de su
madre durante los últimos diez años. Demonios, me trajo muchos recuerdos
durante los últimos diez años. ¿Qué pasaría cuando se vendiera? ¿Volvería?
¿Tendría una razón para seguir viéndola? No podría hacer esas preguntas
todavía. La posibilidad dolía demasiado.
—¿Te quedas aquí para hacerlo?
—Sí. Hace unos seis meses mi contrato de alquiler se había terminado
y decidí volver a casa para ayudar a mamá. Trasladé un montón de cosas al
almacén y traje el resto aquí conmigo.
—¿Y te quedarás aquí sola?
—Sí. —Podía escuchar cuanto lo temía en el susurro lleno de dolor—
. Mi papá y Shayla consiguieron un hotel y se ofrecieron a dejarme quedarme
con ellos, pero eso fue un no definitivo. Honestamente he pensado en
conseguir un hotel. Sólo para no estar aquí sentada sola en mi miseria.
—¿Y si me quedo contigo? —La idea salió de mi boca tan pronto como
se formó. Sus amplios ojos se abalanzaron sobre los míos y soltó una
pequeña carcajada.
—No necesitas hacer eso. Y honestamente, he estado luchando por
dormir y no me importaría estar lejos de aquí un poco. Será bastante difícil
pasar por todo durante todo el día y luego sentarse en medio de ello durante
toda la noche. Me vendría bien un poco de distancia.
Otra idea se formó en mi cabeza, y la dejé rodar esta vez. Quería
pensar en todas las salidas posibles para ella y planear un contraataque. La
idea era una locura, pero pensé que no tenía nada que perder y todo que
ganar.
—Quédate conmigo. —Sus cejas se elevaron hasta la línea del cabello
y seguí adelante antes de que pudiera objetar—. Vivo en el centro de la
ciudad, así que aún estoy cerca. Iré contigo todos los días después de salir
del trabajo y te ayudaré con todo. Pero quédate conmigo para que no estés
sola y pueda ayudarte a hacerlo más rápido —dije rápidamente.
—Kev —se rio, pensando claramente que estaba bromeando.
—Como amigo. No te encierres aquí sola. Y no malgastes dinero en un
hotel cuando tengas un lugar donde quedarte. Puedes quedarte conmigo
como amiga. Jugaremos y hablaremos de tonterías. Como en los viejos
tiempos.
—¿Un amigo? —Levantó una ceja.
—Lo que tú quieras. O no quieras.
—No lo sé. —Se mordió el labio y volvió a mirar hacia arriba, como si
el ventilador de techo tuviera todas las respuestas a la vida—. Kev, hemos
pasado por mucho. Y ahora mismo soy un desastre. Quiero decir, acabo de
enterrar a mi madre. No estoy en condiciones de hacer más. —Su voz
temblaba por las palabras—. Y después de lo que acaba de pasar, no puedo
pedirte que seas mi amigo. Me refiero a la forma en que terminamos las
cosas antes de todo esto.
—Necesitas un amigo ahora mismo y eso es lo que quiero ser para ti.
—Habría aceptado cualquier cosa para mantenerla cerca. La deseaba,
siempre la deseaba, pero su mamá acababa de morir y no podía esperar que
estuviera lista para mí. Le daría tiempo. Sólo necesitaba estar cerca como lo
hice—. Vamos, Ana. Sólo déjame ayudarte. Quiero decir, Shayla
probablemente se ofrecerá a quedarse y ayudar si estás aquí sola, y no
tendrás una excusa para rechazarla. Entonces estarás atrapada aquí,
rezando por todo —le dije, tratando de hacerla reír. Contaba con lo sola que
probablemente se sentía y no me importaba. Quería una excusa para estar
cerca de ella.
—Ugh, tú ganas. Cualquier cosa menos la oración —se rio—. Pero sólo
como amigos. —Me señaló con una mirada seria, teñida de preocupación,
lamentando que todo estuviera bien entre nosotros.
—Bien, ¿pero puedes recordármelo cuando tus tetas no estén en mi
rostro y tu venida no esté todavía en mi polla? —No pude resistirme a
burlarme de ella.
—¡Kevin! —Me recompensó con bofetadas en el pecho.
Me alejé rodando, bloqueándola.
—Está bien, está bien. Bien.
—Sólo amigos.
Sin embargo, no había terminado con su castigo porque se puso de
pie, sin avergonzarse de su desnudez esta vez y caminó al baño. Su lucha
por contener la sonrisa, me hizo saber que disfrutaba del gemido que no
pude contener.
—Pero siéntete libre de caminar desnuda. En realidad, lo estoy
convirtiendo en una política. Mi casa es ahora una colonia nudista.
Me sacó el dedo medio, pero se volvió para sonreír antes de
desaparecer detrás de la puerta.
Ana
Solo amigos, solo amigos, solo amigos.
Solo. Amigos.
Una y otra vez, repetí las palabras mientras miraba a un Kevin sin
camisa, sudando y moviendo cajas. Sus brazos se abultan con cada
movimiento y sus abdominales se contraen con cada respiración ejercida.
Mierda, estaba caliente. Literalmente, también, con la forma en que el sudor
brillaba en su pecho, pasando por el ondulante abdomen y perdido en la
tierra de los tesoros bajo su cinturón.
Afortunadamente me salvó de las hormonas que sobrepasaban mi
cuerpo cuando giró la esquina para llevar la caja abajo, fuera de mi
dormitorio.
El calor del verano parecía más apropiado para el ecuador que para el
medio oeste. Incluso nos habíamos perdido lo peor del calor al venir por la
noche después de que saliera del trabajo. Se había ido temprano la mayoría
de los días para llegar a la casa porque no confiaba en mí para que no viniera
sola.
Me escabullí el primer día mientras él estaba en el trabajo. Me
encontró llorando en el sofá de la sala de estar y me pidió que me quedara
aquí hasta que él pudiera ayudarme. No había discutido porque no quería.
El solo hecho de tener su presencia alivió el peso de tener que limpiar la
casa sola. Las bromas y la vista sexy también ayudaban.
Cuatro años de diferencia y fue como si no hubiera pasado nada de
tiempo. Lo retomamos donde lo dejamos, como en la universidad.
Menos el sexo.
Aparte de la primera noche.
Dios, ha sido increíble. Me encantaba y lo odiaba.
Sin embargo, Kev había sabido que lo necesitaba. La salida, la pérdida
de control, la responsabilidad de mis hombros.
Era como estar en una dieta sin dulces durante años y te habías
convencido de que una papa era el postre, pero entonces tenías pastel y
sabías que eras un sucio mentiroso, porque, santo cielos, ese pastel era
mejor de lo que recordabas. Sabías que estaba mal y no deberías tenerlo
porque era malo para ti, pero era demasiado bueno para negarlo.
No me había permitido buscar a nadie después de Andrew. Habíamos
estado juntos durante dos años y él era tan paciente conmigo cuando no
podía tener un orgasmo. Lo había fingido y lo intenté sin parar después de
tantos intentos fallidos, pero él lo sabía. Cuando finalmente me sentó y me
preguntó qué necesitaba, me rogó que le dijera qué era, me atraganté con la
verdad y supe que nuestra relación había llegado a su fin. No podía seguir
mintiéndole, y él no se merecía una mujer que no pudiera ser sincera.
Casi me había mudado a Louisville para estar con él y me alegré
cuando seguí mi instinto y me mantuve a distancia. Habría sido una pérdida
de tiempo, y mi madre había empeorado solo un año después. Tendría que
haberme mudado de todos modos.
Cuando nuestra relación terminó, una parte de mí quería contactar a
Kevin, y mantuve mis ojos pegados en su casa cada vez que regresaba a
casa, pero nunca lo vi, y temí verlo con una mujer o una familia propia.
Entonces me recordaría a mí misma todas las razones por las que me fui en
primer lugar.
Enseñaba en una escuela secundaria y era feliz en mi trabajo, muy
respetado allí. No quería poner en peligro eso ni hacer que nadie cuestionara
mi carácter.
—Jesús, ¿guardaste todas las camisetas de la banda que tuviste? —
Kevin me pidió que revisara los tres cajones de abajo de mi cómoda.
—Solo mis favoritas.
—Así que, todas ellas.
Reí. Me conocía tan bien. Sabía cuánto me había encantado
coleccionar camisetas de bandas. Incluso había añadido a la colección
cuando podía para los cumpleaños y los días festivos.
—Oh, me acuerdo de esta —dijo, sosteniendo mi camisa de Coheed y
Cambria desgastada—. Demonios, no llevabas sujetador con esta camisa, y
me masturbé con esa imagen durante meses.
—Kevin —grité, sorprendida.
—¿Qué? Estabas caliente.
—Eso fue cuando me mudé a la casa de al lado. No tenía ni idea de
que pensaras así de mí entonces.
Arqueó una ceja hacia mí y frunció los labios, mirándome como si
fuera un idiota por no haberlo sabido. No tenía ni idea.
—Siempre me has gustado.
—Oh... pensé que era porque estábamos… —Me detuve a pensar en
mis palabras— estábamos en las mismas cosas.
—Ana. —Su tono serio me llamó para que dejara de mirar al suelo y
levantara la mirada hacia él—. Siempre me has gustado. Eras sexy,
divertida, me diste mierda, y eras mi mejor amiga.
—Oh, ¿también te gustaba Sean porque era gracioso, te daba mierda
y era tu mejor amigo? —bromeé.
—Ja. Ja. Ja.
—¿Sabía cuál era la forma correcta de complacerte? —me burlé más
de él, haciendo un movimiento de mamada con la mano y la boca. Sus ojos
se calentaron y soltó un pequeño gruñido.
El timbre de la puerta me salvó de ver hacia dónde se dirigía nuestra
conversación.
Bajé corriendo las escaleras y abrí la puerta a la chica rubia y sexy
que no había visto desde que volví de Tennessee hace tanto tiempo.
—Gwen —exclamé, abrazándola.
—Oye, chica, oye. —Besó mis mejillas y entró en la casa con dos cajas
de pizza—. Hola, Kevin. Cuánto tiempo sin vernos.
—Hola, Gwen. —Le dio un abrazo y le quitó las pizzas de las manos.
Me abrazó de nuevo y me dijo.
—Siento no haber podido ir al funeral.
—Está bien. Me alegro de verte ahora.
—Sí, vi tu auto en la entrada cuando salía y decidí arriesgarme a traer
pizza y arruinar tu fiesta. No sabía que llegaría a verte a ti y a Kevin. —Ella
le guiñó un ojo—. Te ves bien, Kevin.
Sonriendo, él le dio un simple “gracias”, y tuve que luchar contra el
impulso de gruñirle para que se alejara. Gwen no tenía ninguna razón para
coquetear con Kevin más que para meterse con él. Se había casado con un
tipo que había conocido en la universidad y era feliz desde entonces. No nos
mantuvimos en contacto más que con Facebook, me di por vencida y me
puse en contacto a instancias de ella.
—¿Qué habrías hecho si no estuviéramos aquí? —Pregunté.
—Entonces me comería toda esta maldita pizza yo sola.
Desvergonzadamente.
—Dios, te extrañé, Gwen —reí—. Vamos. Podemos tomar un descanso
y comer.
Caminamos hasta la cocina y recogimos platos de papel, ya que ya
había empacado los platos. Kevin corrió arriba a agarrar su camisa.
—¿Qué has estado haciendo toda la semana? —preguntó con la boca
llena de comida.
—Kevin me ha estado ayudando a empacar. Necesito poner la casa a
la venta.
—Lo siento, Ana. Sé que debe ser difícil. ¿Te quedas aquí?
—Ella se queda conmigo —interrumpió Kevin, después de haber
regresado de recoger su camisa, gracias a Dios.
—Oh, ¿en serio? —Gwen se giró hacia mí con una ceja levantada—.
Entonces, ¿están… juntos?
Mi risa salió un poco forzada.
—No, no. Solo me está ayudando para que no esté aquí sola.
—Siempre fuiste tan devoto a ella, Kev.
—¿Qué puedo decir? Es mi mejor amiga.
Tomé un bocado de pizza para ocultar la sonrisa que no pude
contener. Habíamos estado juntos por solo una semana después de mucho
tiempo separados, y me encantó que él todavía pensara de mí de esa
manera. Realmente lo había extrañado.
—Entonces, ¿qué pasa contigo, Gwen? —preguntó Kevin.
—No mucho. Haciendo toda la vida de casada. Viajando mientras
pueda por mi trabajo, arrastrando a mi marido conmigo cuando está cerca.
—Gwen es una vendedora visual independiente. Viaja a varios lugares
para ayudar a que las tiendas se vean increíbles.
—Siempre te ha gustado la ropa. No me sorprende eso.
—¿Qué puedo decir? Soy una mercancía caliente. —Gwen se encogió
de hombros.
—¿Cómo es que tú y Ana se mantuvieron en contacto tanto tiempo?
—Facebook —contestó Gwen.
—¿Qué? —Kevin me miró acusadoramente—. ¿Cuándo demonios
conseguiste Facebook?
—Oh, Dios mío. —Gwen levantó las manos—. Me llevó años
convencerla de que me hiciera la vida más fácil y que consiguiera Facebook
para poder acosar su vida. Antes enviábamos un montón de emails y
mensajes. Fue un grano en el culo.
—Bueno, tendré que buscarla ahora. —Kevin me sonrió con
suficiencia—. Así puedo acosarla también.
Puse los ojos en blanco.
—Estas son las razones por las que no tenía Facebook.
—Sí, pero ella no lo usa mucho, así que no te hagas ilusiones.
—Mientras me envíe desnudos de vez en cuando a través de
Messenger, estoy bien.
—Qué asco, Kev. —Me acerqué y le di una palmada en el pecho, pero
agarró mi mano y la sostuvo.
—Vamos, Ana. Te enseñaré el mío si me enseñas el tuyo. Mira,
podemos empezar ahora. —Movió su mano libre bajo la mesa, mientras
Gwen y yo nos cubríamos los ojos, chillando—. Bueno, eso abollaría el ego
de un hombre.
Los dos nos desmoronamos riendo. Una vez que Gwen se recuperó,
nos miró a Kevin y a mí con más seriedad.
—¿Están seguros de que no están juntos?
—Sí. De hecho, nos volvimos a encontrar en el funeral. Han pasado
unos años desde que hablamos —dije.
—Hmmm. Siempre pensé que estarían juntos. —Me señaló con el
dedo—. Me iba a enfadar si no me hubieras contado los detalles sucios.
—Sí —empezó Kevin, estirándose y frotándose el pecho—. Ella sigue
intentándolo, pero yo tengo que seguir rechazándola.
Gwen acababa de tomar un trago cuando habló y procedió a escupirlo
con una risa ahogada. No pude evitar unirme también.
—¿Qué? —preguntó Kevin.
—Tengo la sensación de que es al revés. Mi chica Ana es demasiado
buena para ti.
Kevin me miró y se mojó los labios de una manera que me calentó de
adentro hacia afuera. Afortunadamente, Gwen se había girado para mirar
un mensaje y no pudo ver el rubor que se extendía por mis mejillas.
—Eso es lo que es. —Estuvo de acuerdo Kevin—. Demasiado buena
para mí.

Más tarde esa noche llegamos a casa y nos establecimos en una rutina
que habíamos formado durante la semana pasada. Kevin me dejó
prepararme en el baño primero y luego me siguió, cambiándose el pijama,
saliendo presentable. Excepto que esta vez, salió del baño sin nada más que
sus bóxers, y yo casi me trago la lengua mientras patinaba y me detuve en
sus pisos de madera dura.
—¿Qué? —preguntó, con las cejas arqueadas.
—Um, uh... nada —tartamudeé como una idiota. ¿Estaba mi boca
cerrada? ¿Estaba babeando? Dios, sus abdominales eran tan duros. Y si
hubiera mirado lo suficiente, podría haber visto el contorno de la cabeza de
su pene a través del algodón negro aferrado a él.
—¿Te gusta lo que ves, Ana? —Levanté los ojos y fruncí el ceño ante
su sonrisa. El imbécil sabía lo que hacía y lo disfrutaba.
—He visto mejores. —Me encogí de hombros.
—Cuidado con esas palabras. La última vez que dijiste eso, te
inmovilicé en mi cama y te metí la lengua por la garganta.
Un zing me atravesó el corazón y aceleró mi ritmo, mientras recordaba
hace años, cuando compartimos nuestro primer beso. Respiré hondo y me
eché a reír.
—Ya quisieras. —Lancé las palabras sobre mi hombro mientras
caminaba hacia el dormitorio. Kevin me dejaba dormir en la cama y tomó el
sofá, permaneciendo fiel a su palabra de que me estaba quedando en su
apartamento como una amiga.
Pero más tarde esa noche, cuando salí a hurtadillas a tomar un trago
de agua de la cocina, me arrepentí de haber dejado que me convenciera de
hacer el arreglo. El destello del televisor iluminó su largo cuerpo en el sofá
con los pies y la mitad de sus pantorrillas colgando del brazo. Se movió no
menos de cinco veces en solo unos segundos. No podía dejar que siguiera
durmiendo en el sofá, pero conociendo a Kevin, no me dejaría dormir allí.
A la mierda. Éramos adultos y habíamos establecido los límites entre
nosotros. Agarrando mi vaso de agua, me acerqué a él y miré sus rasgos en
el resplandor de la televisión.
—Ven al dormitorio, Kev.
Su cabeza se sacudió abruptamente.
—Ummm... —arrastró, tratando de procesar mis palabras.
—No así —reí—. Te ves miserable aquí afuera, y me siento como una
perra tomando tu cama. Sé que no me dejaras dormir en el sofá, y es una
cama king size. Estaremos bien compartiéndola.
—¿Estás segura? —preguntó, aunque ya estaba de pie y agarrando su
almohada.
—Sí. —Pero aun así tragué cuando lo miré en ropa interior y entrando
al dormitorio—. ¿No puedes usar pantalones?
Una risa estalló desde lo profundo de su pecho y pareció alcanzar a
través del colchón y acariciar entre mis piernas.
—Tienes suerte de que no duerma desnudo como siempre. ¿Por qué?
—preguntó, girándose para mirarme mientras estábamos uno frente al otro
a cada lado de la cama—. ¿No crees que serás capaz de resistir esto? —Giró
las caderas y, por mucho que quisiera mirar cómo se movían, me obligué a
poner los ojos en blanco. Cuando rio, me arriesgué y le lancé una almohada.
Me burlé.
—Eres tan engreído.
Nos acomodamos en nuestros lados de la cama y susurró.
—Buenas noches, Anabelle.
—Buenas noches, Kev.
Me llevó una eternidad quedarme dormida. Seguí esperando a que se
moviera o se diera la vuelta, pero parecía que su respiración se había
calmado antes que la mía. Al menos eso pensé. Antes de que el sueño me
reclamara, nos las arreglamos para acercarnos. Su brazo rodeaba mi cintura
y su pecho presionaba mi espalda. No dije nada y fingí estar dormida, a
pesar de la forma en que mi corazón golpeaba mi pecho. Pensé que tal vez
estaba dormido y no quería despertarlo.
Pero la realidad era que no quería responsabilizarme de lo cerca que
estábamos ni de lo mucho que me gustaba. Tuve la oportunidad de alejarme
y decir que no, pero no lo hice.
Y cuando enterró su nariz en mi cabello y besó mi cuello, no me moví.
No dije nada cuando me preguntó en un susurro si abrazarme estaba bien.
Fingí dormir y dejé que pasara. Porque sabía que, si abría la boca, tendría
que admitir que estaba despierta y alejarme. No estaba lista para admitir lo
mucho que pensaba en estar con Kevin. No estaba preparada para admitir
lo cansada que estaba de intentar ser otra persona y luchar contra mis
verdaderos sentimientos, mis deseos. No estaba preparada, y fui una
cobarde por estar aliviada de que no hubiera sacado el tema a colación o no
hubiera presionado el tema.
Luchaba todos los días para no caer en las posibilidades de lo que
podríamos ser. ¿Estaba lista para estar con él? ¿Acaso importaba si lo
estaba? No importaba lo que quería o deseaba, necesitaba recordar las
posibles consecuencias de tener marcas en mí que no podía explicar.
Pero envuelta en sus brazos, no quería estar en ningún otro lugar. Si
hubiera hablado, nunca habría sido capaz de admitirlo. Así que, en silencio,
me acurruqué más cerca. Negué que la verdad retumbaba en mi cabeza y
dejé que el sueño se apoderara de mí.
Ana
Dos semanas después, sabía que era hora de irme.
Kev y yo habíamos empacado todas las pertenencias de mi madre y
las habíamos llevado al almacén. Incluso me ayudó a encontrar un agente
inmobiliario y poner la casa en venta. Sabía lo difícil que era para mí vender
la casa y había intervenido cuando podía.
Me había tomado el tiempo que él estuvo en el trabajo para ver los
apartamentos por mí misma. Ninguno de ellos se sentía bien. Los comparé
todos con el de Kevin y a todos les faltaba lo único que estaba buscando,
Kevin. Odiaba la idea de irme y volver a estar sola. Era más feliz en casa de
Kevin.
Nos aferramos a la regla de solo amigos y nos divertíamos tanto como
cuando éramos adolescentes. Incluso había salido a comprar el nuevo juego
Twisted Metal para su PS4 para que pudiéramos jugar por la noche. Aun
así, le pateé el trasero y me burlé de él todo el tiempo.
Algunas noches pedía la cena, pero también había noches en las que
trabajábamos juntos en la cocina. Tomábamos vino y nos burlábamos de la
forma en que cocinaba el otro. Había encendido la música y bailado a su
alrededor mientras él luchaba por no quemarse con la grasa de tocino una
mañana. A veces nos pasábamos la noche viendo películas.
A pesar de todo, encontraba la forma de tocarme. Sujetando mi
cintura mientras me apartaba en la cocina. Empujando mi hombro cuando
yo ganaba un partido. Frotando mis pies mientras veíamos la televisión.
Rozándose contra mí cuando nos cruzábamos en el pasillo. Cada vez
enviaba un cosquilleo a través de mi cuerpo, calentando mi piel.
Y por la noche, se las arreglaba para abrazarme. A pesar de nuestros
esfuerzos de quedarnos dormidos en lados opuestos, siempre terminábamos
enredados por la mañana. Ambos parecíamos hacer caso omiso de la
erección mañanera que se apretaba contra mi culo cuando nos
despertábamos. Si él no iba a señalarlo, entonces yo tampoco lo haría.
No quería irme y cuando puse mi pasta de dientes en mi bolsa de
artículos de tocador, su voz pareció hacer eco de mis pensamientos.
—Quédate —dijo Kevin detrás de mí.
Miré al espejo y lo encontré apoyado en el marco de la puerta con los
brazos cruzados sobre su pecho.
—¿Qué? —Respiré con una carcajada.
—Quédate conmigo. Deja de buscar apartamentos. —Descruzó sus
brazos y dio un paso adelante. Me giró para que lo mirara, dejando sus
fuertes manos sobre mis hombros y mirándome fijamente con sus ojos
suplicantes—. No tienes que estar sola. Me gusta tenerte aquí. Te he echado
de menos y tenerte cerca me ha hecho más feliz de lo que he sido en cuatro
años.
—Kevin, no puedo quedarme. —Rompí el contacto visual y sacudí la
cabeza, tratando de encontrar todas las razones por las que su idea era
ridícula—. Tengo una vida a la que necesito volver.
Me quitó el cabello de los hombros y me levantó la barbilla.
—No te vayas, Ana. Quédate conmigo. Deja que me ocupe de ti.
Déjame darte lo que necesitas.
Bailamos alrededor de nuestra atracción todo el mes. Ahora me
apretujaba, empujando más fuerte.
Y estaba lista para ceder.
Su pulgar subió y bajó por mi cuello. Mi cabeza se inclinó hacia un
lado, invitándolo a llevar su boca a mi piel. Sus labios contra mi frágil piel
eran tiernos, aunque sabía lo ásperos que podían ser.
Tal vez podría intentarlo. Había estado sola tanto tiempo y allí estaba
él, succionándome besos en el cuello, queriendo cuidar de mí de una manera
que nadie más que él sabía cómo hacerlo.
»Quédate conmigo, Ana —susurró en mi oído, antes de morderme el
lóbulo, el dolor que me atravesaba, directo a mi corazón—. Sé que tienes
miedo, y no te he presionado. Quería que estuvieras lista, y creo que ambos
lo estamos. Deja de huir de nosotros. Acompáñame. Danos una
oportunidad.
Había razones para huir. Había cosas que necesitaba recordar. Sabía
que las estaba bloqueando, pero lo había deseado tanto durante tanto
tiempo. Con sus labios bajando por el escote de mi camisa, con cada bocado
en mi tierna piel, olvidé cuáles eran esas razones. Perdí mi voluntad por la
suya. Cuando sus dedos presionaron en los suaves huecos de mis caderas,
el dolor casi doblándome por la mitad, sometí mi voluntad a la suya
libremente.
Mi cuerpo se hundió en su abrazo, un gemido tropezando de mis
labios y supo que había cedido. Sabía que me tenía donde quería. Donde los
dos queríamos estar.
Con un último pinchazo en el labio inferior, se echó hacia atrás y se
puso de pie a toda su altura.
—Desnúdate —ordenó.
No perdí el tiempo. Mantuve su mirada, y con manos temblorosas me
pasé la camisa sobre la cabeza y me deslicé mis pantalones por las piernas,
pateándolos a un lado. Nunca tuve que preguntarme si mi cuerpo le
satisfacía, porque incluso después de todos estos años y los cambios por los
que había pasado, me miraba como si apenas pudiera contenerse de
devorarme por completo. Una oleada de poder me bañó, dándome la
confianza que necesitaba para desabrocharme el sostén y quitarme las
bragas.
Agarró mis meñiques y me llevó al dormitorio.
—Sube a la cama y déjame mirarte.
Me subí y me apoyé en mis manos, pero me volteó hacia mi estómago
y mantuvo mi cabeza hacia abajo mientras levantaba mis caderas, situando
mis rodillas debajo de mí. Estaba completamente expuesta a todo lo que él
quería hacer. Esperé excitada y temerosa de lo que vendría después. Intenté
observarlo, pero fue detrás de mí y oí el chirrido de la silla cuando se sentó
en ella.
En el silencio que siguió, luché para no retorcerme, para apretar bien
las piernas para aliviar el dolor y posiblemente esconderme un poco de mí
misma. Cuando oí el crujido de su cremallera, giré la cabeza lo más que
pude para ver lo que estaba haciendo. Su mano agarraba firmemente su
polla erguida. Lentamente acarició la piel hacia arriba y hacia abajo, su
pulgar rozando la cabeza en la parte superior.
No podía luchar contra el apretón de mi coño y sabía que él lo veía por
la intensidad con la que me miraba.
—¿Te gusta lo que ves, Ana?
—Sí —apenas susurré la palabra.
—Bien, ahora mira hacia adelante y déjame disfrutar de la vista.
Me volví y presioné mi frente contra el edredón frío. Mi rostro se
calentaba de vergüenza al ser usada tan descuidadamente. Avergonzada de
que me gustaba.
—¿Estás avergonzada? —preguntó, leyendo mi mente.
—Sí —me quejé.
—Bien —gruñó. Su respiración se hizo más trabajosa y las caricias de
su puño al hacer contacto con su piel aumentaron más rápido, entonces se
ralentizaron. Eventualmente me hablaba, diciéndome cosas sucias,
raramente necesitando una respuesta.
—Una pequeña puta tan perfecta dejándome usar tu cuerpo para mi
propio placer, y gustándote. Ni siquiera tengo que tocarte y puedo ver tu
dulce crema formándose en tu coño. Aunque no quisieras esto, podría
obligarte. Lo haría. Te ataría y tomaría lo que quisiera. No necesito tu
permiso. —Sus palabras se burlaban de mí, sin necesidad de una
respuesta—. Tal vez debería haber invitado a algunos amigos. Dejarlos
disfrutar de la vista.
Me sobresalté con ese comentario, no me gustaba la idea de ser vista
por nadie más que por Kevin. Pero sus palabras continuaron excitándome
más y más, sin importar cuánto me perturbaba pensar en ello. Porque me
perturbaba.
—¿No te gusta eso? Bueno, eso es una lástima. Soy el dueño de ese
coño y tú harías lo que te dijera, te guste o no. Porque eres una buena puta
y quieres complacerme. ¿Verdad?
No quise responder, pero cuando volvió a preguntar, susurré a
regañadientes:
—Sí.
—Buena chica.
La silla volvió a chirriar y las suaves pisadas en la alfombra me
hicieron saber que Kevin se estaba acercando. Se movió justo delante de mí
con la polla en su mano y la apuntó a mis labios.
—Chúpamela.
Y lo hice. Después de escucharle tocarse durante los diez minutos
anteriores, abrí la boca con avidez y lo llevé hasta donde pude llegar. Empujó
dentro de mi boca una y otra vez, empujando tanto que me invadió el reflejo
nauseoso. A través de todo esto, me distrajo inclinándose sobre mi cuerpo y
recibiendo fuertes golpes en cada mejilla y en la parte posterior de mis
muslos, incluso tomando tiempo para abofetear mi coño expuesto,
asegurándose de golpear mi clítoris.
Una y otra vez hizo llover golpes al azar, nunca supe dónde iban a
caer. Mientras sus caderas se aceleraban, traté de concentrarme en chupar
más fuerte y usar mi lengua para girar alrededor de su cabeza. Empujó más
rápido y se inclinó hacia atrás, arrastrando sus uñas cortas por mi espalda,
enterrándolas con fuerza mientras empujaba hasta la parte posterior de mi
garganta y se vino, gimiendo mi nombre.
Puede que haya disparado su semilla dentro de mí y me haya usado
como un juguete, pero escuchar su placer me empoderaba. Era una mujer
hermosa que podía complacer a un hombre tan fuerte y dominante, y eso
me hacía sentir la más poderosa en mi sumisión. Tragando lo último de su
liberación, me concentré en el dolor punzante a lo largo de mi espalda,
apretando mi coño con fuerza, tan cerca del borde.
—Detente —ordenó Kevin con voz grave—. Te vendrás cuando yo te dé
placer. No por tu cuenta. ¿Está entendido?
—Sí —respondí, avergonzada de que me atrapara.
—Bien. —Me levantó de rodillas y luego se recostó en la cama,
descansando su cabeza sobre las almohadas—. Ahora ven a sentarte en mi
rostro.
—¿Qué? —Mis ojos se abrieron de par en par. Nunca había hecho eso
antes y aunque quería la lengua de Kevin sobre mí, no quería tener tanto
control sobre ella.
—Dije, siéntate en mi rostro. Pon cada uno de esos deliciosos muslos
a cada lado de mi cabeza y monta mi boca.
—Kevin... —Levantó una ceja, pero no respondió. Tragando mis
nervios, me arrastré hasta su cabeza, me agarré a la cabecera y levanté mi
pierna. La atrapó en el aire con una mano y me sostuvo en su lugar.
—Un coño tan perfecto. Y todo mío —añadió, arrastrando un dedo
desde mi clítoris hasta mi apertura. Me movió, dejando que mi pierna cayera
al colchón y me senté allí con los ojos cerrados, sin saber qué hacer después.
No tuve que preocuparme, metió sus dedos en la parte superior de mis
muslos y me empujó hasta su expectante boca.
Gemidos ininteligibles salieron de mis labios cuando su lengua se
metió dentro de mi abertura. Empujó hacia adentro y hacia afuera, tomando
tiempo para mover su cabeza y morder mis muslos, chupar la piel allí
mientras empujaba tres dedos gruesos dentro de mí.
Era demasiado, el doloroso pellizco que ponía a prueba mi fuerza para
permanecer erguida. Luego se concentró en mi manojo de nervios y giró su
lengua a su alrededor antes de golpearlo con fuerza y rapidez. Cambió
repetidamente, a veces golpeándome con los dedos y luego dejándolos
quietos.
Duró para siempre y no lo suficiente. Me perdí en el placer, porque
incluso conmigo encima de él, frotando vergonzosamente mi coño por toda
su boca, él tenía el control total de mí y me encantaba. Cuando mantuvo su
ritmo, se volvió demasiado. El fuego me atravesó el cuerpo y el coño dio un
espasmo tan fuerte que luché para sacar sus dedos de mi abertura. Mis
muslos temblaban a ambos lados de su cabeza, temblando con el placer y
el dolor de lo grande que era el orgasmo que me destrozaba el cuerpo. Mi
cabeza se inclinó hacia atrás y gemí hacia el techo, incapaz de aguantar los
gritos.
Una vez que mi cuerpo comenzó a calmarse, parpadeé y Kevin empujó
mis caderas hacia atrás hasta que me senté sobre su pecho. Me solté de la
cabecera y me dolían los dedos por haberme agarrado tan fuerte.
—Maldita sea, mujer. Esa fue una de las cosas más calientes que he
visto en mi vida. —Kevin me sonrió y luego me tiró sobre mi espalda,
rodando encima de mí—. Ahora, dame otro porque estoy duro de nuevo
después de ver ese espectáculo de fuegos artificiales.
Me penetró con fuerza, deslizando sus manos por mi caja torácica,
pasando por delante de mis pechos, y clavándome las manos sobre la
cabeza. Me folló duro, como un salvaje en celo en un ritual de apareamiento.
No le importaba mi placer, sólo me usaba y todo eso me excitaba más. El
hecho de que yaciera debajo de él y me convirtiera en una vasija inútil que
sólo se utilizaba para sus deseos, provocó un calor dentro de mí que me
había perdido con cualquiera que no fuera él.
No me miró mientras arrastraba sus manos por mis brazos y
presionaba sus pulgares en los puntos blandos a lo largo de mis costados y
costillas, sacando de mis labios gritos y gemidos de dolor, dejándolos unirse
con la bofetada de carne que llenaba la habitación. Kevin gruñó mientras
me mordió los costados de los pechos, moviéndose metódicamente a lo largo
del exterior antes de entrar y succionar mis pezones en su boca.
Lágrimas caían por mis sienes, una mezcla de placer, dolor y alivio al
ser liberada. Volando en lo más alto de un lanzamiento que me había
perdido por tanto tiempo. Era demasiado y no suficiente. Se recostó sobre
sus caderas y apretó mis muslos contra mi pecho, agarrándome con
demasiada fuerza y sin detener su ataque.
—Mi coño. Todo mío —gruñó Kevin, mirando fijamente cómo su polla
desaparecía dentro de mí—. Puedo hacerte lo que quiera, porque eres mía.
Dime que eres mía.
—Por favor. Por favor —me quejé, tan cerca de desmoronarme debajo
de él. Necesitándolo para empujarme más fuerte, romperme, sólo para
recomponerme. Cualquier cosa por él.
—Dilo, Anabelle. Dime que eres mía. Qué puedo hacer lo que quiera
porque eres mía.
Abrí los ojos y miré fijamente a los suyos, sintiendo que su voluntad
me presionaba.
—Sí, Kevin. Soy tuya.
Soltó una pierna y me pellizcó el pezón, agarrándome fuerte mientras
me montaba. Arqueé mi espalda, desesperada por la tormenta que se
avecinaba dentro de mí. Se sentía más grande que yo y quería perderme en
ella. Lo retorció más fuerte y luego soltó la punta. El dolor punzante llegó a
mi centro y apreté su polla con fuerza mientras me desmoronaba. Mi visión
se nubló, pero a través de ella, vi su cabeza caer hacia atrás. Los tendones
de su cuello se tensaron. Sus gritos se aferraron a mí a medida que fui
absorbida por completo.
Después de sentirme como si me hubieran arrojado en un mar caótico,
volví en mí, con el aliento jadeante de mi pecho, apenas capaz de moverme
con el peso de una montaña sobre mí.
Kevin gimió y besó mi cuello antes de levantarse, nuestros cuerpos
haciendo un sonido de succión por todo el sudor. Se detuvo y me miró a los
ojos, la suave mirada de mi amigo, mi amante, mirándome fijamente. Sonrió
y me dio un suave beso en los labios.
—Voy a buscar una toalla para limpiarnos —dijo, poniéndose de pie y
caminando desnudo, hacia el baño.
Dejé caer mi cabeza sobre las sábanas e inhalé el olor del sexo. El olor
de la sumisión y la dominación. El olor de Kevin. Mi olor. Nuestro olor.
Dios, lo había extrañado.
La cama se sumergió y dedos empujaron mis rodillas hacia afuera
antes de que una toallita tibia limpiara entre mis piernas. Labios suaves se
apretaron contra el hueco de mis caderas.
—Te ves hermosa con mis marcas en ti.
Sus palabras llegaron a mi cerebro y tiraron de una cuerda que había
enterrado cuando él me acorraló en el baño.
—¿Qué? —le pregunté aturdida, temerosa de lo que vería cuando mis
ojos se abrieran. Miedo de que tirara de la cuerda y sacara la alfombra
debajo de nosotros.
—Evidencia de mi propiedad.
Abrí los ojos y bajé la mirada. Kevin sostenía la toalla en mi centro y
miraba mi cuerpo con adoración. Marcas de mordeduras rojas y furiosas
cubrían mis pechos. Los moretones, cubiertos de más marcas rojas que
pronto se convertirían en más moretones, me cubrían desde las caderas,
alrededor de mis muslos. Me moví y sentí los rasguños en mi espalda desde
donde él me había marcado cuando le hice una mamada.
Mi corazón me dio una patada en las costillas, cada vez más rápido al
asimilarlo todo, recordando todas las razones por las que era una mala idea
estar con él. Por qué me negué durante años, por qué me alejé de él.
—Mierda. Mierda. —Me ardían los ojos y los cerraba con fuerza,
tratando de contener el pánico que me empujaba hacia abajo—. Mierda. —
¿Qué le diría a la gente si me vieran? ¿Qué es lo que supondrían?
Me eché hacia atrás y me acurruqué junto a la cabecera, tirando de
las sábanas conmigo. Podía sentirme exagerando, perdiendo el pensamiento
racional, pero era imparable. Cada latido de mi corazón se hacía más duro,
más fuerte, bloqueando cualquier lógica que pudiera llegar a mí.
—¿Qué, Ana? ¿Qué está pasando? Háblame. Cariño, ¿qué está
pasando? Me estás asustando. —Me suplicó la voz de Kevin llena pánico,
pero agarré mi cabeza y traté de pensar mientras simultáneamente me
golpeaba por ser tan débil.
»Ana —bajó la voz, intentando alcanzarme.
—No puedo hacer esto —dije entre dientes apretados. No quería volver
a hacer esto, pero no tenía elección. Fui tan estúpida por meter mi
razonamiento en el fondo de mi mente cuando me tocó—. No puedo tener
estas marcas en mí, Kevin. ¿Y si la gente lo ve? ¿Qué voy a decir?
Se puso de rodillas, levantando las manos como si se acercara a un
animal salvaje.
—Ana, cálmate. Respira.
—¿Calmarme? Mírame —grité, arrancando la sábana, desnudando mi
cuerpo estropeado ante él—. ¿Qué le voy a decir a la gente en el trabajo
cuando vean estas marcas? ¿Qué pensarán?
—Es verano —respondió, demasiado racional. ¿Cómo podía estar
sentado allí tan tranquilo mientras mi pecho se hundía ante la realidad de
que rendirse fue un error?
—No importa. ¿Qué tal más tarde?
—¿Quién va a ver marcas en tus caderas y pechos en el trabajo? Y no
le debes a nadie una explicación. —Su tono tranquilo empezaba a
molestarme. Sabía que no era racional, sabía que dejaba que el pánico me
tragase, me reclamara, me transformara en una banshee enojada. Pero
estaba tan cansada de explicarlo, y él debería haberlo sabido. Él, de todas
las personas, debería haber sabido lo mucho que luchaba con esto. Él, de
entre todas las personas, no debería mirarme y pedirme una y otra vez que
le explique algo tan doloroso.
No debí haber estado con él, y tener que decirlo una y otra vez me
dolía, y ese dolor estaba cambiando, deformándose en ira.
Horrible, fuera de lugar, ira irracional.
—Sí —resoplé—. Dejaré que saquen conclusiones precipitadas como
si yo fuera abusada. Eso estaría bien. Y empieza con mis pechos y caderas,
pero ¿qué pasa cuando tenga moretones en mis muñecas, piernas,
hombros? ¿O el cuello cuando quieras estrangularme de nuevo? Y te dejaré
hacerlo porque soy una puta rara a la que le gusta.
—No te atrevas a llamarte así. —Los ojos de Kevin se oscurecieron casi
hasta volverse negros e incluso en el medio de su mandato, nunca lo había
oído usar una voz tan oscura—. ¿Y realmente crees que soy tan descuidado
con tus necesidades? —preguntó. Se pasó una mano por su cabello, tirando
de las puntas.
Cada vez más alto subí en mi pánico, negándome a asumir la
responsabilidad de lo que acababa de hacer. No me detuve a pensar,
demasiado perdida en mi mente y dejé que las palabras salieran de mis
labios.
—Todo se trata de ti, Kevin, y de lo que tú quieres. Sabes que me
sometería a cualquier cosa.
—Tú sabes que no es así, Anabelle.
—¿Lo hago? —susurré—. Si lo sabes tan bien, ¿qué pasa con el
rasguño en mi espalda en la universidad? ¿Los moretones en mis brazos en
la secundaria? ¿La vez que me dejaste con los lobos después de la
graduación para poder salvarte? ¿Y qué hay de entonces? ¿Estaban
entonces mis mejores intereses en tu mente?
Con la mandíbula apretada, su rostro palideció ante mi asalto. Las
palabras eran injustas. Los recuerdos son nuestros; decisiones que
tomamos juntos. Decisiones que se tomaron cuando éramos niños y no
sabíamos nada mejor.
—Tenía dieciocho años y era hijo de un político. Borracho. Estaba
asustado y no estaba pensando. Me he disculpado una y otra vez. —El color
se elevó en sus mejillas y vi a Kevin perder su tranquila paciencia ante mis
ojos. Ya no era un hombre distante, que se dejaba llevar, el Kevin que
siempre amó a Ana. Estaba furioso y me lo merecía—. Te he rogado que
estés conmigo una y otra vez, y sin embargo, simplemente eliges alejarte.
¿Para qué? ¿Para tratar de ser normal? ¿Crees que, si te follaras a tipos
normales con la suficiente frecuencia, podrían machacarte con algo de esa
normalidad? ¿Realmente pensaste que eso funcionaría?
Su pecho se agitó después de su arrebato y miré hacia otro lado,
incapaz de responder a su rabia. Sus palabras me golpearon como una
bofetada en el rostro.
»Jesús, Ana. Asume alguna responsabilidad. Esta es la chica que me
prometió que le patearía el trasero a un tipo si hacía algo que no le gustaba.
Incluyéndome a mí. ¿Y ahora te vas a sentar ahí y actuar como si no
supieras lo que estamos haciendo? Estabas ahí conmigo y sabías muy bien
que habría parado si tú lo hubieras querido. Ya no somos niños. No somos
nuevos en esto. No te atrevas a actuar sorprendida e ingenua.
Sus manos temblaron cuando se levantó para limpiar su rostro. Su
voz vibraba a través de mí, derribando la pared que había estado
construyendo en mi pánico. Mis razones comenzaron a desmoronarse y me
estrellé. Pero aún no había terminado.
»¿Qué demonios hacemos aquí si no confías en mí? ¿Qué hemos
estado haciendo toda la vida si nunca confiaste en mí? ¿Eh? —Gritó—. ¿Por
qué diablos he estado desperdiciando mi vida tratando de demostrarte lo
mucho que significas para mí? No he hecho nada más que dejar
malditamente claro que significas todo para mí y que nunca, nunca, haría
algo que no quisieras. —Se levantó de la cama y comenzó a meter las piernas
en un par de pantalones antes de recoger el resto de su ropa. Se estaba
yendo y mi pecho se apretó, mi corazón rogándome que cayera de rodillas y
me disculpara mientras mi cabeza juntaba mis labios y lo dejaba ir.
Finalmente. —Te conozco, Ana. No eres normal, así que deja de intentarlo.
Todo mi cuerpo se sacudió con el portazo al salir.
Lo había conseguido. Finalmente le había hecho aceptar mis
decisiones y me odiaba a mí misma, sintiéndome más avergonzada que
nunca en la cama desde que descubrí lo diferente que era. Llevando mis
rodillas a mi pecho, mi frente cayó para descansar contra ellas, las lágrimas
empapando la sábana. Quería gritar la rabia que me llenaba. Quería
aplastar cosas y liberar el dolor que el portazo de la puerta liberaba.
Toda la frustración que le había dirigido cambió. Asumir la
responsabilidad, había dicho. Él tenía razón. Era una cobarde y lo culpaba
por las decisiones que había tomado a su lado. Envolví mis puños en las
sábanas y cerré mis ojos, dejando caer las lágrimas.
Dejé que todo sucediera e hice la vista gorda ante las consecuencias.
Exactamente lo que hice en la universidad. Constantemente enterrando mi
cabeza en la arena y evitando conversaciones que me asustaban.
Cada realización quebró todas mis excusas. Cada uno atravesando la
pared derrumbada como un rayo de luz, brillando sobre una ruina que era
demasiado tarde para salvarla.
Nuestra relación se había construido y crecido en conversaciones
abiertas y en algún momento del camino la había descartado. Y no eran sólo
las conversaciones que había evitado. Había pasado tanto tiempo fingiendo
que esta parte de mí misma no existía, ¿y qué me había conseguido?
Dolor.
Una y otra vez me habían herido. Cuando Kevin estuvo todo el tiempo
delante de mí, siempre estaba ahí para mí. Lo había malgastado, nunca
siendo completamente honesta sobre cómo me sentía. ¿Cuántas veces mi
corazón se había derretido cuando él me había ayudado, sacrificado por mí?
¿Le había dicho alguna vez lo mucho que significaba para mí?
Nunca. Ni una sola vez.
Me limpié los ojos, tratando de controlar los sollozos que sacudían mi
pecho. No podía culparlo por haberme abandonado. Finalmente había ido
demasiado lejos.
Pero ahora que había caído de mi estado de pánico, el miedo a que
arruinara todo me dio una patada. Sus palabras tranquilas y racionales que
no habían podido penetrar antes se asentaron ante mí, tan evidentemente
obvias. La creencia a la que me aferraba, pensando que mis deseos sólo me
arruinarían, era una mentira tan obvia ahora que podía respirar. Porque
con Kevin, esos deseos me hacen ser quien soy.
Tenía razón, podíamos haberlo averiguado y hacer que funcionara
para nosotros. Tenía razón, nunca se habría arriesgado a hacerme daño a
mí o a mi trabajo. Tenía razón en todo.
Y me equivoqué.
Kevin
—¿Quieres otro? —preguntó el camarero hippie. Me quedé mirando la
cerveza asentada frente a mí, dejando anillos mojados en la madera marcada
y sacudiendo la cabeza. Me había bebido una tan pronto como entré y luego
tomé de esta durante más de una hora.
Necesitaba tiempo para pensar y caminé medio kilómetro, me instalé
en este bar y entré con la intención de emborracharme. Mierda, Ana. Que
se joda toda mi vida girando en torno a ella. Había tomado tantas decisiones
por ella para nada.
Excepto que yo la amaba. La había amado en cada momento de los
últimos diez años. Incluso cuando estábamos separados. Incluso cuando no
era el amor de pasar-juntos-el-resto-de-nuestras-vidas, había sido amor de
ella-es-mi-mejor-amiga.
Y yo sabía que también me amaba, pero oír su falta de confianza en
mí había sido doloroso. No había visto venir ese puñetazo y me había vuelto
loco. Nos basamos en la confianza y ella me la había quitado de encima.
¿Por qué? ¿Miedo? Quería entenderlo. Quería recordar cuando era niño, con
miedo a que me descubrieran, pero la cosa era que era un niño. Ya no
éramos niños. Lo sabíamos mejor. Ella tenía que saberlo mejor que nadie.
Tomé el resto de mi cerveza y la dejé en el mostrador con un ruido
sordo. Cuando se rindió cuando le pedí que se quedara, estaba seguro de
que era eso. Lo había expuesto y, por primera vez, ella también lo quería. Lo
estábamos haciendo. Habría sido el comienzo de nuestro futuro. Ya no
corría más y estaba eufórico por fin atrapando lo que sentía que había
estado persiguiendo desde siempre.
Ana era mía.
Hasta que no lo fue. Ella había expresado sus temores cuando nos
graduamos de la universidad, pero fue hace mucho tiempo, tan pronto como
salió del horrible incidente que había sufrido en Nashville.
Pero ahora, habían pasado años de descubrimientos. Incluso me dijo
que se había dado cuenta de que no era normal. Pensé que por fin íbamos
a estar juntos. Había estado tan mal preparado para los temores que aún la
perseguían.
Y sentado en ese bar, busqué fuerza, porque habíamos estado
asustados y enojados e irracionales. No estaba preparado para la discusión
y dejé que mi enojo me empujara a renunciar. Diez años y montones de
miedo que habíamos arrastrado con nosotros no nos iban a detener. No
dejaría que eso nos detuviera.
Recogí mis pensamientos en el camino de regreso al apartamento.
Pensé en las formas de hacer que funcionara, porque no podía perderla de
nuevo y nunca me conformaría con ser amigos. Necesitaba convencerla de
que podíamos trabajar, no usar el sexo y la satisfacción para convencerla.
Necesitábamos hablar.
Sabía que no estaría en el apartamento, pero de todos modos casi corrí
de regreso, ansioso por poner en práctica mi plan, preparando mis palabras.
Con suerte, el tiempo la calmará como si fuera yo, porque necesitaba
disculparme.
Abriendo la puerta, murmuré mis palabras una y otra vez,
practicándolas a la perfección. Tiré las llaves y me di vuelta, casi tropezando
con mis pies al verla sentada en mi sofá.
—Ana —susurré su nombre y se volvió hacia mí con las mejillas llenas
de lágrimas y los ojos enrojecidos.
—Lo siento. Lo siento mucho, Kevin. Entré en pánico y no pensé.
Confío en ti y sé que nunca me harías daño. Lo siento. —Se ahogó,
terminando con un hipo. Abrió los labios para decir más, pero levanté mi
mano.
—Detente. —Pasando las manos en mi cabello, intenté recuperar el
aliento. Mirándola fijamente, quise correr y tirar de ella hacia mis brazos,
besar sus miedos y su dolor lejos. Pero me recordé a mí mismo que quería
hablar con ella sin sexo ni seducción. En vez de eso, me dirigí a la cocina,
manteniéndome bajo control de espaldas a ella.
—De acuerdo. —Su suave voz se extendió por el espacio que nos
separaba—. Debería irme. Siento haberme quedado.
—¿Qué? —me di la vuelta. Pensaba que quería que se fuera—. No.
Jesús, Ana. —Caminando alrededor de la isla, me acerqué a ella con las
manos extendidas—. Deja de huir de mí. Por favor. Deja de correr. —Cuando
la alcancé, tomé cuidadosamente sus manos y conecté mis meñiques con
los de ella—. Sentémonos.
Volvimos al sofá donde ella se sentó y yo me senté en la mesa de café.
Me mojé los labios y esperé a que levantara su mirada hacia la mía. Cuando
lo hizo, quise romper mi promesa y abrazarla. En vez de eso, agarré sus
meñiques y empecé a hablar.
»Tienes miedos y lo entiendo. Esta no es una vida normal, pero es
nuestra, y pretendo terminarla de la misma manera que empezamos. —Sus
cejas se fruncieron, esperando a que se lo explicara—. Contigo. No haré esto
sin ti. —Se mordió el labio cuando tembló y seguí adelante—: Siempre
supimos que la comunicación era la clave y la perdimos el mes pasado. Así
que tienes que hablar conmigo, porque Ana, esta vez no me voy a rendir. No
puedo. Te he dejado ir dos veces y no lo volveré a hacer.
Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, pero me mantuve
firme, sin extenderme. Si ella me rechazaba, no estaba seguro de lo que
haría, no estaba seguro de que yo hubiera sido responsable de mis acciones.
Pero en ese momento, luché para quedarme quieto.
—No lo haré —se ahogó sacudiendo la cabeza.
—¿No lo harás? —pregunté, sin estar seguro de haber escuchado
correctamente o simplemente imaginado lo que necesitaba escuchar.
—No, Kev. No voy a huir. Fui una perra y lo siento. Entré en pánico y
no hablé contigo. Pero tú siempre has sido mi roca y la tiré a mis miedos.
Ya no quiero tener miedo.
—Ana, no tienes que tenerlo. Si no quieres marcas, entonces no hay
marcas. Sin arañazos, pellizcos, bofetadas, mordeduras o moretones. —
Habría prometido alejarme de mi alma si la hubiera mantenido frente a mí—
. Si el compromiso es lo que se necesita para mantenerte, entonces lo tienes.
Podemos descubrir nuestras necesidades en torno a eso. Podemos resolver
esto como lo hicimos antes. —No era demasiado orgulloso para rogar—. No
te rindas conmigo. Por favor. Puedo ser lo que necesitas.
Se cayó del sofá de rodillas, descansando nuestras manos juntas
sobre mis muslos mientras me miraba con ojos húmedos y suplicantes.
—Kevin. Shhh. Yo te amo. Siempre lo he hecho. Solo tú. —Sacó sus
meñiques y se acercó para agarrar mis mejillas, tirando de mí hasta sus
labios. La besé desesperadamente, con todas las promesas que le haría. Su
perfecto labio superior en forma de arco de cupido encajaba perfectamente
entre el mío, tal alivio después de pensar que nunca lo volvería a sentir. Ella
me amaba. Rugió como una llama a través de mí.
—Ana... —Empecé, pero ella volvió a apretar sus labios contra los
míos.
—Cállate —dijo de nuevo, tirando hacia atrás para descansar su
frente sobre la mía—. Déjame terminar. Tengo miedo, pero te deseo —
admitió, antes de reírse suavemente contra mis labios—. Siento como si
hubiéramos cambiado de papel. Empezaste asustado y ganaste confianza.
Mientras tanto, me han pasado cosas que me han asustado de este lado de
mí misma.
—Mi mejor amiga me dijo una vez que no había nada de qué
avergonzarse. Que no había nada malo en mí. —Le limpié las lágrimas de
las mejillas y me aseguré de que me mirara y me oyera—. No hay nada malo
contigo, Ana.
—Está mejor amiga suena inteligente.
—La más lista. —Sin poder resistirme, le di otro beso en los labios.
Sólo un beso. Suave, tierno, rápido—. Sé que han pasado cosas y odio eso
—gruñí, recordando el horror al que se enfrentó y odiando que yo no
estuviera allí para salvarla—. Pero puedo protegerte y hacerte feliz. Podemos
hacer que esto funcione porque yo también te amo. Demasiado, maldita sea.
—Quería decirlo una y otra vez y repetirlo hasta que perdiera la voz. Quería
que me lo dijera.
—¿Y si la gente se entera?
—No importa. Lo que hacemos es asunto nuestro y no hay nada malo
en ello. No hay que avergonzarse por eso. Siempre te cuidaré. Necesitas
saber que siempre pondré tus necesidades por encima de las mías. En todo.
—Confío en ti, Kev. Te amo.
Cuando dijo esas palabras, me sentí más hombre que cuando la
dominaba, cuando admitió su confianza. Sabía que estaba herida por lo que
había dicho antes y necesitaba hacerle saber que no nos había dañado con
su ira.
—Te rindes tan bien porque sabes que siempre te pondría primero. Sé
que confías en mí.
Ana se movió al sofá y me tiró a su lado antes de treparse sobre mí y
sentarse a horcajadas sobre mis piernas, sonriendo.
—Entonces hagámoslo. Tendremos conversaciones y haremos esto
como empezó. Juntos. Aprenderemos juntos. Estoy cansada de estar sola y
de luchar por ser alguien que no soy.
—No deberías ser nadie más que tú, porque eres perfecta.
Ana sonrió y a pesar de intentar luchar contra la seducción, mi polla
saltó en mis pantalones.
—Está bien, pero no estoy dispuesta a comprometerme con pellizcos,
mordiscos y bofetadas. Necesito esos. Sólo en áreas escondidas.
Mi cabeza cayó contra el sofá.
—Gracias, porque me encanta la huella de mi mano en tu culo.
Kevin
—¿Estás lista para que lo saque? —Esperé su respuesta, pero en
cambio me encontré con una mirada. Tomando un bocado de mi banana,
me senté en la silla de mi dormitorio y miré el cuerpo de Ana bajo la luz de
la mañana—. No seas así, Ana.
Su mandíbula se apretó y se retorció en la cama.
Estaba un poco irritable esta mañana desde que la desperté con mi
boca en su coño, burlándose de ella. Ella tampoco estaba encantada de
tener sus manos esposadas a la cabecera, incapaz de empujarme cuando le
di tres orgasmos explosivos en menos de treinta minutos.
Para añadir sal a la herida, le había metido un tapón anal de tamaño
mediano en su apretado culo y luego me fui a desayunar.
Un hombre necesitaba recargarse.
»¿Estás lista para sacarlo, Anabelle? —Mi tono firme le hizo saber que
su silencio ya no era una opción.
—¿Finalmente vas a follarme una vez que lo hagas?
Hice un sonido de desaprobación.
—Tan descarada a primera hora de la mañana. Sabes que no debes
exigirme nada. También sabes que nunca te follaría por primera vez tu
trasero como un rapidito. Ambos tenemos que prepararnos para el trabajo
esta mañana.
Puso los ojos en blanco y rodó las caderas, soltando un gemido de
dolor. Me levanté de la silla y me acerqué a la cama, inclinándome para darle
el último bocado de la banana.
»Te lo follaré cuando esté listo.
Su agudo grito resonó por la silenciosa habitación mezclándose con el
sonido de mi mano estrellándose contra el costado de su trasero.
—Kevin —jadeó—. Por favor.
Arrastrándome sobre la cama, separé sus piernas y me abrí camino
entre ellas, sentándome sobre mis talones.
—Tan hermosa y toda mía. —Me agarré a la base del tapón y lo solté
centímetro a centímetro, pero no lo quité—. Me va a encantar follarte aquí.
Poseer todo de ti. Pero necesitas un tapón más grande antes de hacer eso.
No quiero hacerte daño.
—Sabes que me encanta cuando me haces daño. —Su voz era
entrecortada y desesperada mientras sus talones se clavaban en el colchón,
levantando sus caderas más cerca de mí.
—Sí, pero no quiero hacerte daño. Hablando de eso, ¿cómo están tus
muñecas?
Miró sus manos atadas, envueltas en capas de seda y encadenadas a
la cama con un par de gruesos puños forrados de piel y con hebillas. Los
había ordenado de un sitio interesante, junto con algunas otras cosas que
no podía esperar para probar con ella.
—Bien. Se siente como un roce. Incluso cuando jalo tan fuerte como
puedo para llegar a ti.
—Bien. —Metí el tapón de nuevo, con fuerza, inclinándome para
tragarme su grito de dolor—. Porque, aunque no te follaré el culo, disfrutaré
de lo apretado que está tu coño por el tapón mientras te follo duro y rápido.
No pudo responder. Su boca se abrió en un quejido mientras la
penetraba. No bajé la velocidad. Ambos sabíamos que necesitábamos
prepararnos para el día y no teníamos tiempo de ser lentos.
»Esto es para mí. Este maldito coño apretado es para mí. No me
importa si te hace sentir bien. Mientras pueda venirme, eso es lo único que
importa.
Le mordí el pezón, su grito bajó por mi espina dorsal y apretó mis
pelotas.
»Así que, si quieres venirte, date prisa, porque estoy a punto de
llenarte con mi semen.
Me recosté sobre mis talones, continuando mi brutal ritmo y agarré
sus muslos, mirándome fijamente a mí mismo entrando y saliendo de ella.
Miré la forma en que sus tetas rebotaban con cada empujón, la forma en
que su cabeza se arqueaba sobre la almohada y cómo sus dientes mordían
su labio. Ella estaba cerca.
Soltando una pierna, alcancé entre nosotros y rocé mi pulgar a través
de su clítoris, sintiendo su coño apretarse. Era demasiado, demasiado
apretada. Estaba tan mojada y con el grueso tapón en el culo, que la hacía
mucho más apretada. Pellizqué su clítoris entre mis dedos y lo retorcí,
pellizcándolo más fuerte, empujándola hasta su límite.
Y ella se vino. Con los labios abiertos y sin que se le escapara ningún
sonido, se vino y me arrastró con ella. Al caerme, enterré mi cabeza en su
cuello y gemí para liberarla, llenándola con mi semilla hasta que no me
quedara nada para dar.
Una vez que la ola pasó, me salí de ella y besé suavemente sus labios.
—Buenos días.
Sonrió.
—Buenos días.
—¿Ya estás lista para que te lo saque?
—Supongo.
Le quité el tapón y le quité las esposas de las manos, asegurándome
de que no tuvieran marcas. Nada. La seda y la piel habían funcionado y no
podía esperar a usarlas de nuevo.
Vivir con Ana me permitió mucho tiempo para ser creativo. Pero
siempre hablábamos de ello y ella siempre sabía su palabra de seguridad si
las cosas le parecían demasiado. Si sentía que algo estaba dejando una
marca donde no debía, me lo hacía saber y nos deteníamos.
Estábamos haciendo que funcionara para nosotros. Nos hacíamos
trabajar. Finalmente.
Vi a mi Ana, levantarse y entrar desnuda al baño, con la huella de mi
mano todavía marcada en su trasero. Dios, la amaba. Fui a preparar café
mientras ella se preparaba, y le traje un bagel y una taza después de que se
duchara.
Casi me trago la lengua cuando entré para verla aplicándose el rímel
en el espejo con nada más que bragas y un sostén puesto.
—¿Te gusta lo que ves?
—Sabes que sí.
—Gracias —dijo cuándo bajé su desayuno.
—Tu vestido está en la cama. Pensé que hoy me portaría bien y te
dejaría elegir tus zapatos.
—Oh, qué amable de tu parte. —Puso los ojos en blanco, pero sonrió.
Le encantaba cuando encontraba pequeñas maneras de cuidarla. Era una
mujer completamente independiente, pero seguía siendo Ana. Y yo seguía
siendo yo. El mismo chico que quería cuidar de ella cuando la conocí. Ahora
que por fin he podido hacerlo. Así que lo hacía cada vez que podía.
Para cuando salí de la ducha, ella estaba empacando su bolso para ir
a trabajar. Me envolví una toalla en la cintura y la seguí hasta la puerta.
Cuando estaba a punto de abrirla, la tiré hacia atrás y la inmovilicé contra
la pared.
—Asegúrate de quitarte esas bragas antes de entrar en este
apartamento esta noche.
—¿Y si no lo hago? —se burló con una ceja levantada. Ana se sometía
maravillosamente, pero se defendía siempre que podía. Sólo lo hacía mucho
más dulce cuando más tarde, me rogaba y accedía a todo cuando estaba
debajo de mí.
—Entonces cortaré cada par de bragas que tengas y tendrás que
enseñar a los estudiantes sin ropa interior.
Respiró hondo mientras una descarga se abría paso a través de sus
mejillas.
—Bien.
Al llegar a mi derecha, saqué una pequeña caja de la mesa de entrada.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando la puse en sus manos.
—No es eso. Nunca haría eso con dos segundos antes de que te vayas.
La abrió y sus cejas se fruncieron.
»Pinzas para pezones —expliqué—. Para después. Pensé que
podríamos probar algo nuevo. —Tenía que recordarme a mí mismo que ella
no tenía tiempo para más sexo cuando el rubor se extendió por su cuello.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —su voz tembló.
Dejé salir una risa.
—Oh, Ana. Tan pronto como entres por esa puerta, te voy a follar con
un tapón más grande, usando los jugos de tu coño para metértelo en el culo.
Entonces te haré la cena. Te sentarás en la isla de la cocina mientras yo
cocino y podrás tomar una copa de vino. Si encuentro un momento, te
sentaré en el mostrador y me comeré tu coño para un postre temprano. Tal
vez.
Sus pechos se elevaban por debajo del cuello de su vestido y tuve que
contenerme para no morderlos. Verla excitarse me hizo seguir adelante.
»Entonces nos sentaremos a la mesa y me dejarás alimentarte. Una
vez que terminemos allí, te llevaré al dormitorio, te pondré estas pinzas en
los pezones, te acostaré boca abajo en las sábanas y te daré unas nalgadas
que dejen rojo tu culo. Cuando estés a punto de venirte, te dejaré allí
mientras limpio la cena. Tal vez incluso tome una copa de vino.
No pude evitar tocarla. Arrastré mi dedo desde sus labios, sobre su
clavícula, hasta su pezón donde lo agarré cruelmente entre mis dedos y lo
pellizqué, besando su jadeo de dolor.
»Entonces, Ana. Sólo cuando esté listo, te quitaré el tapón y te llenaré
con mi polla. Te quitaré la última virginidad que tienes que dar.
Le solté el pezón y le di un dulce y gentil beso en sus labios separados.
—Kevin —respiró.
—Que tengas un buen primer día de escuela, nena. —Le di una
palmada en el culo y me eché para atrás, esperando que se cayera al suelo.
En vez de eso, se enderezó la columna vertebral, cerró los ojos y
respiró con fuerza. Cuando finalmente los abrió y me miró, disparaban
fuego.
—Maldito sádico.
—Te amo. —Sonreí ante su mirada—. Maldita masoquista.
Intentó mantener la mirada de enfado, pero sus labios temblaron
antes de convertirse en una sonrisa completa.
—Yo también te amo. —Agarró el bolso que se había caído al suelo y
se arregló el vestido, antes de abrir la puerta—. Mejor me apresuro a trabajar
para poder llegar antes a casa.
Casa. Ana y yo siempre habíamos sido el hogar del otro. Pero
escucharla llamar al lugar donde finalmente vivíamos juntos, hizo que todos
los años, toda la vergüenza, valiera la pena.
Fiona Cole es esposa de un militar y ama de casa
con títulos de biología y química. Por mucho que
le encanta la ciencia, decidió posponer su carrera
para quedarse en casa con sus dos hijas pequeñas,
y se sumergió en el mundo de los libros hasta que
finalmente decidió escribir el suyo propio. A Fiona
le encanta escuchar a sus lectores así que hay que
asegurarse de seguirla en sus redes sociales.

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