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Moderación
Carolina Shaw & EstherC
Traductoras
Arcy Briel Ms.Lolitha viggo_sanl
Bella’ Myr62 Walezuca Segundo
EstherC taywong
Kariza Tessa
Corrección
Cam9 Dopamina RRZOE
Clau V LunaPR Sibilor
Cherrykeane Molly Vickyra
dolkita reven
Lectura Final
Dopamina
Diseño
Laura A.
Sinopsis Capítulo 16 Capítulo 32
Parte I Capítulo 17 Capítulo 33
Capítulo 1 Capítulo 18 Capítulo 34
Capítulo 2 Capítulo 19 Capítulo 35
Capítulo 3 Capítulo 20 Capítulo 36
Capítulo 4 Capítulo 21 Capítulo 37
Capítulo 5 Capítulo 22 Capítulo 38
Capítulo 6 Capítulo 23 Capítulo 39
Capítulo 7 Capítulo 24 Capítulo 40
Capítulo 8 Capítulo 25 Capítulo 41
Capítulo 9 Parte II Parte III
Capítulo 10 Capítulo 26 Capítulo 42
Capítulo 11 Capítulo 27 Capítulo 43
Capítulo 12 Capítulo 28 Capítulo 44
Capítulo 13 Capítulo 29 Capítulo 45
Capítulo 14 Capítulo 30 Capítulo 46
Capítulo 15 Capítulo 31 Epílogo
La chica de al lado. Bonita. Dulce. Amable. Sumisa.
Hasta que la conocí, estaba solo con los oscuros deseos que no entendía,
que no podía conciliar. Se convirtió en mi mejor amiga, y luego se convirtió
en mucho más.
Yo: Ven.
Yo: Ojalá.
Kevin: Cuando sea que me necesites, estoy a la distancia de un
llamado. Solo pasa por esto y luego vuelve a casa, así puedo patear tu culo
en el Twisted Metal toda la noche.
Yo: Sigue soñando.
Kevin: ;)
La cena fue un desastre más grande de lo que podría haber imaginado.
Shayla estaba arreglada con un vestido de seda y tacones. Mi mamá
siempre dijo que uno debería verse lo mejor posible, pero también sabía
cómo relajarse y disfrutar de una cena familiar. Quería recordarle a Shayla
que solo era una cena y que soltará su cabello, pero no estaba segura de
que lo entendiera. Parecía un poco en las nubes.
También estaba luciendo toda la sección de joyas de la tienda cristiana
Lifeway. Un collar con una cruz de oro, aros de cruz de oro, y cuando levantó
su copa de vino, vi un anillo de cruz de oro. Eso debería haber sido todas
las advertencias que necesitaba para su próxima pregunta, pero, aun así,
de alguna manera, me desconcertó.
—Entonces, ¿te gusta ir a la iglesia? —me pregunta, mientras una
mujer caminaba alrededor de la mesa, sirviendo nuestra comida. ¿Qué era
este lugar? ¿Quiénes eran todas estas personas ayudando a manejar la
casa? Cuando nosotros vivíamos aquí, mi mamá se encargaba de todo. ¿Qué
demonios estaba pasando?—. Porque nosotros vamos a la iglesia un par de
veces a la semana.
No pude evitar las cejas elevadas que dirigí a mi papá. Él jamás fue a
la iglesia con nosotras. Viendo mi reacción, continúo.
—Bueno, yo sí. Richard viene cuando puede. Es un hombre muy
ocupado.
Es un hombre muy no-religioso. Odiaba la iglesia cuando mi mamá lo
hacía ir.
—Eh, principalmente voy para las fechas importantes, como navidad
y pascuas, ya que soy una buena católica así —digo, bromeando.
Sus ojos se apagaron un poco.
—Oh. —Apretó su cruz, preocupándose entre sus dedos.
Probablemente diciendo algunos Ave María por mí—. Bueno, nosotros
somos Baptistas, y tomamos nuestra religión muy seriamente.
Una vez más, mis ojos se movieron hacia mi padre mientras bebía de
mi copa. Él había estado callado desde que nos sentamos y me dejó lidiar
con Shayla mientras él se concentraba en cortar su filete.
—Interesante. —Fue la única respuesta que pude darle. ¿Qué
demonios se supone que debo decir?
La cena retrocedió desde ahí. La comida era grandiosa, probablemente
hecha por algún cocinero cinco estrellas que Shayla había contratado. Pero
la conversación era forzada cuando venía de mi parte o de mi papá. Shayla
hizo lo mejor que pudo para continuar durante la cena, contándome sobre
su estudio de la biblia y cómo pasó su tiempo redecorando su casa, pero a
mí no me importó. Yo solo quería terminar e irme a mi habitación. O mejor
aún, irme a casa.
A mi verdadera casa.
DÉJAME EN PAZ.
Dos semanas.
Nos tomó dos semanas caer de vuelta a nuestra rutina de la
secundaria. La única diferencia era que ya no vivíamos a lado del otro.
Comenzó como mensajes de texto el fin de semana después de la cafetería.
Simples mensajes hablando sobre nuestro día. Luego cambió a llamadas
telefónicas en las que veíamos programas o películas juntos, riendo hasta
que no podía permanecer despierta por más tiempo. Una parte de mí quería
pedirle que se quedara en el teléfono y lo pusiera en la almohada junto a
ella. Extrañaba el sonido de ella a mi lado. Pero no quería asustarla.
Demonios, estaba un poco raro por ese deseo. Bordeaba a lo largo de la línea
de ser una enredadera.
La mayoría de los días nos reuníamos para almorzar, excepto los que
pasaba con Andrew. Odiaba pensar en ellos juntos, pero no hablamos de
ello. Ana actuó al margen y evitó el tema, así que la seguí.
Intenté preguntarle sutilmente a Katelyn sobre Andrew ya que lo
conocía, pero sólo tenía cosas bonitas que decir. Lo que me molestaba más.
Por qué no podía ser un imbécil y yo podía justificadamente disgustarme,
aparte de estar celoso de su tiempo con Ana.
Tuve que dejar de hacer preguntas, porque Katelyn pensó que estaba
celoso y empezó a insinuar que se había acostado con él y me preguntó si
me habría molestado. Mi respuesta negativa la decepcionó y supe que era
hora de romper oficialmente cualquier conexión romántica que tuviéramos.
No quería engañarla y cuanto más nos acercábamos al final del año, más y
más atención me pedía. Era justo para ella.
Con Katelyn, no había celos. Pero con Ana, me quemó brillantemente,
aunque tuve que arrinconarla. Luchaba las noches en que me dijo que no
podía quedar para cenar, o las noches en que llamaba más tarde de lo
habitual porque acababa de llegar a casa.
Pero no importaba nada, oír su voz y su risa aliviaba cualquier
problema que yo tuviera. Estaba recuperando a mi amiga y eso lo superaba
todo.
Acordamos salir la noche siguiente y apenas podía esperar a recogerla
para la cena.
Se veía impresionante con unos jeans simples y un traje térmico
negro. No pude contener la sonrisa cuando vi sus familiares chucks negras.
—¿Tienes una escuela específica en la que quieres enseñar? —
pregunté mientras compartíamos una pizza en uno de mis restaurantes
favoritos.
—Me encantaría estar fuera de Cincinnati, más en los suburbios. Sólo
que tienen mejor financiación y mejor formación académica. —Tomó un
bocado de su pizza y levantó su dedo, queriendo continuar. No esperó a
terminar de masticar antes de murmurar—: Y una mejor tasa de
criminalidad. Odiaría que me disparen o me asalten en mi primer año.
—Eso definitivamente sería deprimente.
—¿Y tú? —preguntó, llevándose la copa de vino a los labios. Me tomó
un segundo responder porque la forma en que sus labios se envolvían
alrededor del vidrio me distrajo—. Kev.
Sacudiendo la cabeza, volví a centrarme en la conversación.
—No estoy seguro. Quiero quedarme cerca de casa. Espero que en
Cincinnati. Me encanta estar aquí.
—Sí, definitivamente se siente bien estar en casa. —Terminó su
porción de pizza antes de volver a hablar—. ¿Te mantienes en contacto con
viejos amigos?
—En realidad no. ¿Qué hay de ti?
—Gwen y yo nos mandamos un email. Se me echa encima por no tener
ningún medio de comunicación social, pero me imagino que si voy a ser
profesora, es mejor no tenerlos.
—Lo noté —admití.
Alzó una ceja ante eso, pero no dijo nada.
—¿Sigues hablando con Sean?
—No. —Alzando mi cerveza, tomé un largo trago, dándome tiempo
para pensar en mi respuesta. Pero luego bajé mi botella y miré hacia Ana.
Mi Ana. No tenía que pensar en mis palabras—. No mantuvimos el contacto,
y honestamente, tomé la oportunidad de ello. No había nadie alrededor que
esperara que me comportara de cierta manera como lo hacían en la
secundaria. Fue como un nuevo comienzo para mí.
—Sé que eso es lo que siempre quisiste. —Se bebió el resto del vino de
un trago—. Además, estoy segura de que es bueno no tener sus acusaciones
colgando sobre tu cabeza.
Me tomó un momento entender a qué se refería, pero viendo la forma
en que evitaba mis ojos y corría su pulgar hacia arriba y hacia abajo por la
condensación en su vaso, supe que ella quería decir todo lo que se dijo la
noche de la fiesta.
—Ana… —Me detuve, sin saber qué decir a continuación. No saber
cómo formular una disculpa lo suficientemente grande por lo que hice.
—No es nada. Siento haber sacado el tema.
—No tienes nada que lamentar. Yo soy el que lo siente. —Pensé en
decir más, pero un enrojecimiento le teñía las mejillas, y no quería que se
sintiera más incómoda de lo que estaba. En cambio, saqué mi billetera y
conté suficiente dinero para pagar la cuenta y la propina—. Vamos. Quiero
mostrarte algo.
Extendí mi mano para ayudarla desde la cabina, pero no la tomó. Me
tragué la decepción y la seguí hasta la puerta. Caminamos unas cuantas
cuadras en silencio, disfrutando del aire fresco y de una noche clara.
Cuando alguien caminó demasiado cerca de mí, tuve que aplastar su
espacio para evitar que la arrollaran, pero ella se echó para atrás tan pronto
como la acera se despejó. Solo el breve contacto, incluso a través de una
chaqueta gruesa, fue suficiente para prender fuego a mi sangre.
A pesar de todo el tiempo que habíamos pasado juntos en las últimas
semanas, no nos habíamos tocado. Había evitado toda posibilidad de
contacto y me había dado una gran oportunidad, igual que esta noche. Lo
odiaba y al mismo tiempo lo entendía. Intenté no presionar, pero sin
vergüenza aproveché cada oportunidad de caminar cerca de ella el resto del
camino.
Nos detuvimos afuera de un edificio de ladrillos de cinco pisos.
—Este es mi lugar.
Ana se volvió hacia mí con los ojos muy abiertos, el gris brillando como
plata bajo la farola.
—Kev, no sé si es una buena idea.
—No tenemos que entrar. Sólo confía en mí.
Tras una pausa, asintió ligeramente, lamiéndose los labios. El edificio
no tenía ascensor y subimos por las escaleras, pasando mi puerta en el
cuarto piso. Cuando llegamos a la cima, abrí la puerta metálica que llevaba
a la azotea. Tomó los bancos, las mesas de picnic y las tumbonas sobre la
grava.
—No es una terraza en la azotea, pero todos en el edificio son muy
amables al compartir el espacio.
—Es increíble.
La llevé a dos sillas de piscina similares a las que había en mi viejo
patio trasero, en las que nos habíamos acostado tan a menudo. Dejé que
Ana se instalara primero antes de arrastrar la mía junto a la suya. No
hablamos, sólo miramos el cielo nocturno y las estrellas centelleantes. Si
hubiera cerrado los ojos, casi podría haber vuelto hace cuatro años.
—Dios, he extrañado esto —susurró Ana.
—Te extrañé —confesé, los recuerdos del momento demasiado para
ocultar mis emociones. La extrañaba tanto, y necesitaba que lo supiera.
Esperaba que pudiera oír el arrepentimiento en mis palabras. Cuando ella
no respondió, me volví para mirarla y vi sus ojos apretados y cerrados. Su
pecho se levantó al respirar profundamente antes de hablar.
—No hablemos de eso esta noche. Disfrutemos el uno del otro.
Quería sujetarla al asiento y hacer que me escuchara. Escuchara mis
disculpas y viera mi dolor, hacer que me perdonara. Pero no quería
presionarla. No quería que la noche terminara.
—De acuerdo
Casi me trago la lengua cuando volvió a hablar, haciendo una
pregunta más peligrosa que la disculpa que quería imponerle.
—¿Has encontrado a alguien más? ¿Alguien como nosotros?
Sus palabras susurradas chuparon el aire de mis pulmones, y yo
luché por formular una respuesta. Sabía exactamente lo que estaba
preguntando. Y tal vez se sintió valiente en la oscuridad de la noche. Tal vez
se sintió valiente al hacer la pregunta en la familiaridad de la situación. No
lo sabía, pero no rechazaría la oportunidad de acercarme a ella. Quería
compartir mis secretos de nuevo, para que ella pudiera compartir los suyos.
—No. En realidad, no —Pensé que en los últimos tres años.
Especialmente después de que mi padre se retiró de la política, aliviando la
presión de ser descubierto y causando un escándalo. Me reí pensando en
ese año.
—¿Qué es tan gracioso?
—Nada. Sólo pienso en el año después de que mi padre se jubiló. Sentí
una libertad que antes no tenía y realmente miré... esa parte de mí mismo.
—¿Cómo es eso?
—Encontré un club de sexo.
—¿Un qué? —Se levantó en su asiento y me miró fijamente.
Me reí.
—Cálmate. Fue... una experiencia interesante. Y una que encontré no
era para mí. En realidad fue más esclarecedor que cualquier búsqueda en
Internet que pudiera haber hecho.
—¿Cómo es eso? —preguntó, recostada.
—Bueno, no me gustan los látigos y todas las herramientas que vienen
con el típico BDSM. Estoy bastante seguro de que fui un ciervo en los faros
la mayoría de mis visitas, viendo a la gente usar el equipo —Me reí de nuevo
de lo ingenuo que me sentía al caminar por el club—. Era un lugar genial, y
conocí gente interesante, pero no mi escena. Me gusta más la privacidad.
No me gusta atar a alguien a una cruz y azotarlo tanto como controlar a
alguien y... —Lo dejé, sintiendo esa vieja vergüenza volver a mi pecho.
Mirando hacia atrás, asimilé a Ana y me recordé que se trataba de Ana. Mi
Ana. Podría decirle cualquier cosa—. Y degradación. Me gustaba ver lo lejos
que alguien estaba dispuesto a llegar para complacerme. Ese era mi
problema. Así como algunos otros aquí y allá. pero no lo suficiente como
para tener que unirse a un club. —No tuve que mirarla para saber que mis
palabras la afectaban. Podía oír su corta y entrecortada respiración y se fue
directo a mi pene. Cambié sutilmente mi mano sobre mi regazo, esperando
que no notara que la erección estiraba mis jeans—. Pero me dejó a flote de
nuevo. De vuelta al principio, tratando de encontrar a alguien a quien no
asustaría. Supongo que me avergoncé menos de lo que era y de las formas
de evitarlo.
Esperaba que me comentara todo lo que acababa de confesar, pero se
quedó muda, mirando al cielo. Odiaba preguntarlo, pero necesitaba saberlo.
—¿Qué hay de ti, Ana? ¿Alguna vez encontraste a alguien?
Estuvo callada tanto tiempo, que no esperaba que respondiera.
Cuando habló, todo estaba tranquilo y doloroso y sabía que no me iba a
gustar lo que iba a decir.
—Conocí a un chico en mi segundo año. Era un tipo de último año,
muy agradable. Salimos durante un año, y casi me mudo con él cuando se
graduó. —Se detuvo y yo no hice ningún comentario, sino que me concentré
en relajar mi mandíbula apretada, preparándome para el resto de la
historia—. Esperé mucho tiempo para tener sexo con él. Él presionó, pero
yo estaba asustada. ¿Y si no me gustaba? ¿Y si nos arruina? —Su resoplido
me dio un puñetazo en el estómago—. No fue genial cuando tuvimos sexo.
Él se dio cuenta y yo me culpé. Parecía tan preocupado, tan ansioso por
mejorarlo.
Tuve que apartar la mirada de ella cuando noté que una lágrima se
deslizaba por su sien. Mierda. Debí impedir que hablara. No creí que pudiera
escucharla.
—Confiaba en él. Así que, una noche le hice una cena agradable y
traté de que fuera una noche romántica, preparándome para decírselo.
Quería complacerme, así que aunque estaba nerviosa, le creí… no fue tan
bien.
—Ana, no tienes que decírmelo. —Tal vez fui yo siendo un cobarde,
tratando de darle una salida. Pero debería haberlo sabido mejor. Mi Ana era
fuerte y no se echó atrás.
—No, está bien. Eres tú, y siempre he podido hablar contigo. Siempre
me he sentido segura contigo. —Tragó y continuó—. Se horrorizó cuando le
dije que quería que me azotaran, o que me retuvieran y me obligaran. Estaba
demasiado nerviosa para mirar su rostro le dije que cuando escuché
silencio, seguí adelante, poniéndolo todo frente a él. Cuando levanté la vista,
supe que había cometido un error. Me miró de arriba a abajo y me preguntó:
¿Quieres que te violen? Me sorprendió, porque no esperaba que él asumiera
eso. No sabía qué decir, y él siguió adelante. Dijo que yo no era la mujer que
él creía que era y que era repugnante. Intenté interrumpirlo y corregirlo,
pero se enfadó y...
Se ahogó con las últimas palabras y tuve que morder el gruñido en mi
garganta. Quería averiguar su nombre e ir a Nashville y arruinar su vida.
Acabar con él, carajo. Quería tirar de ella hacia mí y abrazarla y rogarle que
se detuviera, porque mientras estaba sentada allí con valentía, me sentía
débil e incapaz de escuchar más. Quería retroceder tres años y cambiar todo
sobre cómo llegamos a este punto.
—Se puso tan nervioso —continuó ella—. Terminó diciendo que me
daría lo que quería. En ese momento, no quería hacer nada. Yo quería salir.
Y cuando se me acercó, me enfrenté a él. Sólo se rio y dijo que era lo que yo
quería. Kevin —se ahogó con mi nombre y eso destrozó mi corazón—. No era
lo que yo quería. Dije que no y lo dije en serio.
Ana empezó a sollozar, y yo ya había terminado con la distancia. Moví
mi silla justo al lado de la suya y la metí en mi pecho, dejando que se la
sacara. ¿Alguien lo sabía? ¿Era la primera vez que hablaba de ello?
—¿Se lo dijiste a alguien?
Sacudió su cabeza contra mi pecho.
—No. ¿Qué habría dicho? Admití que me gustaba el sexo rudo y
forzado y mi novio me lo dio. Me habrían mirado de la misma manera que él
y habrían dicho que me lo merecía. Y en cierto modo, supongo que lo hice.
—Cierra la boca —gruñí, sacando su cabeza de mi pecho y haciendo
que me mirara—. Nunca digas eso. Hay una diferencia entre estar de
acuerdo consensuadamente con esas cosas y ser forzado a hacerlas. Lo que
hizo estuvo mal, y no quiero oírte decir que te lo mereces otra vez. —Asintió
y yo le agité los hombros—. No. Dilo. Di que lo entiendes.
—Entiendo.
Le limpié las lágrimas y me miró de la misma manera que cuando
bailamos en su dormitorio después de lo que Sean le hizo en el baile de
graduación. Como si yo fuera su héroe.
Me dio una sonrisa de labios apretados y giró la cabeza para besar la
palma de mi mano que le acunaba la mejilla. La puse de espaldas en su silla
a mi lado, pero no la dejé ir. Até mi meñique a través del suyo y dejé que se
recuperara. Al mismo tiempo, tuve que recomponerme. Escucharla decir
que se lo merecía me destrozó y mis ojos estaban ardiendo con el esfuerzo
de contener las lágrimas.
—No hace falta decir que no lo he intentado con nadie más desde
entonces. Ni siquiera una cita. —Respiró una risa que no tenía sentido del
humor—. Después de un tiempo, decidí que quería una vida normal. No
quería seguir queriendo eso. Me negué a reconocer ese lado de mí misma.
Pensé, voy a ser profesora y Dios no permita que nadie se entere de eso.
Yo quería normal. Un hombre normal con el que podría ser feliz. Cada
una de sus palabras me golpeó como cuchillos en el pecho. Mi Ana. La
persona con la que siempre había compartido esto, me decía que quería ser
normal, y yo no sabía qué hacer con eso. Me dolió y sentí como si estuviera
perdiendo algo importante. —Pero entonces mi madre fue diagnosticada, y
tomé la decisión de volver a vivir aquí. Ni siquiera tuve la oportunidad de
intentar ser normal. Pero estando aquí, quiero centrarme en ella y no
tomarme nada demasiado en serio.
No estaba seguro de si estaba hablando, o si me estaba advirtiendo
que era diferente, y que no se encariñara o esperaba demasiado de ella. No
pregunté. La dejé caer en un silencio y mantuve mi dedo meñique ligado al
suyo, apretando para hacerle saber que la escuché y la apoyaba. Aunque no
lo entendiera.
El tiempo pasó borroso, y no sabía cuánto tiempo estuvimos allí,
mirando las estrellas, pero finalmente se sentó, estirando sus largas
extremidades.
—Se hace tarde y debería irme a casa.
—¿Puedo llevarte a casa?
—No, conseguiré un Uber.
—Está bien. ¿Quieres que nos volvamos a ver el próximo viernes?
Desvió sus ojos a la grava bajo nuestros pies.
—No puedo. Tengo otros planes.
Andrew. Sabía a qué se refería y no le pregunté por ello. No quería
oírlo. La acompañé y me aseguré de que entrara bien en el auto. Viendo
cómo se alejaba, no pude evitar preguntarme si Andrew era el tipo de
persona normal que estaba buscando. Si es así, ¿dónde me dejaba eso?
Hacía mucho tiempo que no sentía una fuerte aversión por mis
deseos. Pero sabiendo que ya no era lo que Ana quería, o al menos diciendo
lo que no quería, lo sentí entonces.
Ana
Me tropecé en mi hermoso vacío apartamento y colapse en el sofá, sin
siquiera molestarme de encender las luces. Tan cansada como estaba,
incluso saludar a mi compañera de cuarto hubiera sido demasiado
socializar. Era viernes y debería estar esperando el fin de semana libre, pero
en vez de eso estaría visitando clínicas de cáncer con mi mama. Pasaría todo
el fin de semana buscando nuestras opciones y tratando de encontrar a la
mejor enfermera para ayudarla, como el doctor había recomendado más
temprano esta semana.
Etapa dos de cáncer de ovario.
Seis simples palabras que desgarraron mi mundo. No ayudo cuando
el doctor dijo que en la etapa temprana y que serían agresivos con el
tratamiento. Nos enteramos de su diagnóstico en el verano, y regrese a casa
para ayudar a cuidarla cuando le extrajeron los órganos femeninos del
cuerpo.
Los doctores parecían esperanzados ya que ella tenía una visión tan
positiva en la vida y se cuidaba bien. Ellos hacían chistes que ella era uno
de los únicos pacientes que usaba rímel y labial solo para sentarse en una
sala de hospital sola. Pero esa era mi mama, la perfecta esposa Stepford con
un corazón de oro.
Ellos intentaron medicación después de la cirugía, pero cuando
descubrieron otro bulto justo antes de navidad, dijeron que era tiempo para
quimioterapia y radiación. Mama sonrió y palmeo mi mano.
—Gracias a Dios que tengo mi Annabelle para cuidar de mí.
Y me tenía. Siempre me tuvo, pero ahora más que nunca. Tenía que
reír cuando pensé que elegir pinturas y planear comidas para toda la
semana era agotador. Como me gustaría volver atrás a eso en vez de tener
que escoger el mejor hospital y doctores para mantener a mi madre viva y
cómoda. Este era su futuro, descansado en mis temblorosas manos. Y era
pesado y yo estaba cansada.
Ser un adulto era agotador.
Mi teléfono sonó y apenas pude moverme para sacarlo de mi bolsillo,
sin querer pararme o rodar para llegar a el.
—Hola —respondí en un suspiro.
—Ana, ¡Oye!
—Hola Andrew. Lamento tengo que cancelar esta noche
—Esa es la cosa…ven a pasar el rato. Sé que estas cansada y tuviste
un día duro lidiando con lo del cáncer, pero sentarte sin hacer nada no
lograra nada. Ven y déjame liberar tu mente de eso. —Suspire pesado, sin
gustarme la idea de salir del sofá—. Vamos Ana-banana.
Su apodo me hizo reír. Acepte porque me sentía un poco loca y Andrew
era estable y me hacía reír. Podía usar algo de risa en mi vida.
Agarré mis llaves y me dirigí donde Andrew. Caminando a su
condominio de dos pisos, ya me sentía mejor. El tiempo que pasábamos
juntos era fácil, y podía usar un poco de eso también. El abrió la puerta
antes de que si quiera tuviera la oportunidad de tocar y me jalo por un
abrazo.
Él era un tipo algo flaco y musculoso, pero más alto que yo. Era
tranquilizador que encajara perfecto bajo su barbilla.
—Te sientes muy bien en mis brazos. —Murmuro contra mi cabello
antes de dejarme ir. Se inclinó y presiono un ligero beso en mis labios, pero
no presiono por más, y lo apreciaba desde que estaba exhausta.
No sentía pasión por Andrew. Él era atractivo con casi cabello chino y
negro y brillantes ojos azules. Pero no evocaba ese fuego dentro de mí. Hasta
ahora no hemos ido más allá de algunas sesiones de besos y toqueteos, y
siempre me detienen antes de que me caliente demasiado.
Me ayudo con mi chaqueta, siempre un caballero, y la colgó en su
perchero.
—Me alegra que vinieras
—A mí también. Siempre me siento mejor después de pasar el rato
contigo.
—Debería ser mi nuevo trabajo. Soy un experto en acurrucar.
—Oye, hay mercado para eso.
—Lo tendré en mente en caso de que toda la cosa de abogado no
funcione. —Rio.
—No te olvides de mi
—Puedes ser mi represéntate y cliente número uno.
—Vendido.
—Así que, ¿qué quieres comer? —pregunto desde atrás de su
mostrados de la cocina donde estaba sacando menos. Viendo las cinco o
seis opciones presentadas por él, me tense. Odiaba tomar decisiones, y se
sentía como todo lo que había estado haciendo últimamente. No quería venir
a su casa solo para tener que tomar más. El fragmento de relajación que
había sentido en mis brazos se evaporo, en su lugar, estaba llena de
irritación con irritación.
—Lo que sea que quieras —murmure.
—Dime, Ana. —No vio mi irritación y comenzó a mover los menús
alrededor como abanicos, continuando la broma de antes. Estaba siendo
una perra, pero no podía evitarlo.
—No me importa —deje salir. Su sonrisa se desvaneció y el dejo caer
los menús en el mostrador—. Lo siento —intente retroceder—. Es solo que
ha sido un largo día. ¿Qué tal sushi?
Me dio una mirada compasiva para acompañar su sonrisa.
—Está bien. ¿Qué clase de sushi recomiendas?
Lo bueno que estaba mirando el menú y no me vio rodar los ojos.
Después de que elegí la comida para ambos, el cambio a través de los
canales, dejándome decidir que ver. También escogí que vino beberíamos
con nuestro sushi. Dios, estaba tan cansada de elegir.
Sorprendentemente, para la hora que terminamos de comer, me había
comenzado a calmar. Nos sentamos lado a lado en el sofá, riendo de los
episodios de The Office. Otra palomita en la columna de Andrew de las cosas
que teníamos en común. Teníamos un sentido del humor similar, veíamos
los mismos shows, disfrutábamos las mismas películas. En la comida,
competíamos el uno con el otro para ver quién podía tener la conversación
más larga solo con frases de películas o televisión. Una vez lo hicimos solo
con frases de Friends. Él era bueno, un chico normal. Tal vez la clase de
normal que le había dicho a Kevin la semana pasada.
Observe a Andrew limpiar después de nuestra cena y trate de imaginar
dejar ir las cosas más lejos entre nosotros. Imagine sentir más que un ligero
cosquilleo cuando nos besamos. Me pregunto si los besos de Kevin aun me
prenderían en fuego.
Parpadee, sacándome de ese tren de pensamiento. Kevin y yo
habíamos tenido un poco de progreso de nuevo en nuestra amistad, una que
aprecie y no podía arruinar debido a nuestra atracción física.
No. Lo quería normal. Alguien como Andrew.
Se sentó de nuevo el sillón, esta vez jalando mis pies en su regazo.
Envolvió sus largos dedos alrededor de mi pie, presionando sus pulgares en
mi empeine. Siguió con el proceso en cada pie mientras veíamos más
episodios, excepto que no podía evitar notar el modo en que sus ojos seguían
aterrizando en mí y no la televisión, como si el tuviera algo que decir. Trate
de ignóralo, sin querer arruinar el increíble masaje que me estaba dando,
pero era inevitable cuando los créditos salieron, y finalmente me dejo saber
que estaba pensando.
—Me gustas Ana
Mi cuerpo completo se congelo y me gire para mirarlo. Había
comerciales en la pantalla, y no había duda de que lo había dicho en voz
suficientemente alta para que lo escuchara. No tenía otra opción más que
reconocer sus palabras.
—Me gustas, también. —Confesé. Lentamente
—Pero… —Sintió que había algo más.
Mordiendo mis labios, escogí mis palabras cuidadosamente, sin
querer herir sus sentimientos.
—Pero tengo mucho pasando ahora mismo. Me acabo de mudar aquí,
y solo estoy tratando de sacar mi último año. Cualquier atención extra que
tengo es para mi madre. —Y Kevin, mi mente agrego.
—Entiendo. —Asintió, su ceja fruncida mientras el procesaba lo que
dije.
—Gracias
—¿Qué tal esto? Qué tal que salir conmigo, me dejas llevarte a citas
ocasionalmente. Podemos tomarlo lento, nada de presión para nadie.
—Andrew. No puedo hacer ningún compromiso contigo.
—Sin compromisos —agrego—. Si quieres salir con otras personas,
entonces hazlo. No tenemos que ser exclusivos. Vamos solo a disfrutar el
uno del otro cuando podamos.
Sonaba simple y difícil de resistir. Y no quería hacerlo. Ya disfrutaba
su compañía.
—Suena bien.
—Bien
Un infomercial salto a la pantalla, y tome un descanso entre episodios
para aprender más sobre él.
—¿Has tenido muchas citas? —Pensé sobre esa chica en el bar
pasando el rato con Kevin.
Ella parecía demasiado amistosa con él. No es que me importara, solo
una observación.
—Algo. Mas cuando era joven y comenzaba la universidad. —Su mano
se detuvo de frotar mi pie y descanso en la piel desnuda de mi pantorrilla,
dejaba de la abertura de mis pantalones. Era agradable, nada más.
Solo agradable.
—¿Qué hay de ti? ¿tuviste muchas citas en Vanderbilt?
—No mucho. Había un chico, pero termino. —Trague esos malos
recuerdos y gire la conversación de vuelta a el—. Así que, ¿que buscas en
una chica?
-Hmmm. —Sonrió en mi dirección—. Alguien de alrededor de uno
setenta, con cabello rubio y ojos azul-gris a quien le guste Friends.
Le pegué con mi pie y me reí.
—Además de mí, gracioso. ¿Cómo con qué tipo de persona te ves?
¿Qué clase de futuro?
—No lo sé. Siempre me he visto a mí mismo casándome y teniendo
una vida normal, tu sabes, niños, una cerca blanca.
Normal. Ahí estaba esa palabra de nuevo. Agarrando mi copa, tomo
un largo sorbo de mi vino y lo acune en mi regazo, poniéndome más valiente
y curiosa con mis preguntas. ¿Cómo luce su normal?
—¿Cómo es tu esposa de ensueño? Además de mí, por supuesto
—No lo sé. Tu eres un sólido número uno. —Guiño—. Pero si tuviera
que escoger, además de ti, supongo que la palabra que usaría es…una
dama. Un ejemplo para mis hijos. Alguien que me ame. —Mi pecho dolió
cuando dijo la palabra dama. No podía evitar recordar mi anterior novio y
como me dijo cuanto yo no era una dama—. Mi familia hace mucho con la
caridad, desayunos en el club, esa clase de cosas. Tan típico de familias
ricas, supongo. —Dado el modo que rodo sus ojos, sabía que estaba
bromeando—. Pero alguien que pudiera ser parte de eso, estar activo en ese
rol.
Lo que describió sonaba fácil y simple, pero era duro imaginarme ahí.
Tomar el cargo de algo no me hacía pensar en mi misma. Recordé el
calendario de mi mamá, lleno de eventos sociales y ella tenía que enfocarse
se ser la perfecta esposa Stepford. Nunca me imaginé en ese rol. Sin
embargo, escucharlo describir a esa mujer, esa vida, me hace quererlo. Yo
debería querer eso.
—¿Qué hay sobre ti? ¿Cómo te ves en el futuro?
Mi mente salto a Kevin, y recordé el modo que su mano golpeo contra
mi culo, la manera en que sus palabras vibraban a través de mi cuerpo,
controlándome. Quería a alguien para tomar las decisiones por mí. Alguien
que me posea y encienda mi cuerpo en fuego con pasión. Apenas contuve la
risita tratando de salir de mis labios, imaginando decir eso en voz alta. Ya
hice eso una vez, y seguro como en infierno que nunca volvería a hacerlo.
Me decidí.
—Alguien que me ame.
Andrew asintió, pareciendo impresionado con mi respuesta. Terminé
con esa conversación por esta noche, vacié mi copa y me moví del sillón.
—Debería irme. Es tarde.
Me llevo a la puerta y me ayudo con mi chaqueta. Esa vez cuando el
envolvió sus brazos a mi alrededor, era para prepararme para su beso. Lo vi
venir mientras sus manos descansaban en mis caderas, y bajo su cabeza
lentamente para que yo lo pudiera empujar. No lo hice. Deje que sus labios
se frotaran contra los míos, lo deje tomar su tiempo e incrementar la presión.
Cuando su lengua cepillo contra mis labios, lo deje entrar. Nuestras leguas
se tocaron y su gemido vibro a través de mí.
Una pequeña chispa se encendió, e intente enfocarme en ella, pero se
desvaneció muy rápido como para aferrarme a ella, solo había alegría y no
importaba si me quedaba o me iba. Andrew era un buen chico. ¿Por qué no
podía sentir más por él?
Se alejó con un último beso y me encamino hacia afuera.
—Te veré pronto.
Un corto tiempo después, cuando camine por la entrada de mi
apartamento, note una bolsa enfrente de mi puerta. Emocionada y
confundida por lo que podría ser, la lleve dentro y rompí para sacar la nota.
Mi Ana,
Sé que hoy fue duro y tú no harás esto por ti. Deje una botella de vino,
Moscato, porque es tu favorito, y sales de vainilla porque amo ese olor en tu
piel. Cuida de ti misma. Sírvete una copa de vino y toma un largo y caliente
baño.
Kevin.
Más tarde esa noche llegamos a casa y nos establecimos en una rutina
que habíamos formado durante la semana pasada. Kevin me dejó
prepararme en el baño primero y luego me siguió, cambiándose el pijama,
saliendo presentable. Excepto que esta vez, salió del baño sin nada más que
sus bóxers, y yo casi me trago la lengua mientras patinaba y me detuve en
sus pisos de madera dura.
—¿Qué? —preguntó, con las cejas arqueadas.
—Um, uh... nada —tartamudeé como una idiota. ¿Estaba mi boca
cerrada? ¿Estaba babeando? Dios, sus abdominales eran tan duros. Y si
hubiera mirado lo suficiente, podría haber visto el contorno de la cabeza de
su pene a través del algodón negro aferrado a él.
—¿Te gusta lo que ves, Ana? —Levanté los ojos y fruncí el ceño ante
su sonrisa. El imbécil sabía lo que hacía y lo disfrutaba.
—He visto mejores. —Me encogí de hombros.
—Cuidado con esas palabras. La última vez que dijiste eso, te
inmovilicé en mi cama y te metí la lengua por la garganta.
Un zing me atravesó el corazón y aceleró mi ritmo, mientras recordaba
hace años, cuando compartimos nuestro primer beso. Respiré hondo y me
eché a reír.
—Ya quisieras. —Lancé las palabras sobre mi hombro mientras
caminaba hacia el dormitorio. Kevin me dejaba dormir en la cama y tomó el
sofá, permaneciendo fiel a su palabra de que me estaba quedando en su
apartamento como una amiga.
Pero más tarde esa noche, cuando salí a hurtadillas a tomar un trago
de agua de la cocina, me arrepentí de haber dejado que me convenciera de
hacer el arreglo. El destello del televisor iluminó su largo cuerpo en el sofá
con los pies y la mitad de sus pantorrillas colgando del brazo. Se movió no
menos de cinco veces en solo unos segundos. No podía dejar que siguiera
durmiendo en el sofá, pero conociendo a Kevin, no me dejaría dormir allí.
A la mierda. Éramos adultos y habíamos establecido los límites entre
nosotros. Agarrando mi vaso de agua, me acerqué a él y miré sus rasgos en
el resplandor de la televisión.
—Ven al dormitorio, Kev.
Su cabeza se sacudió abruptamente.
—Ummm... —arrastró, tratando de procesar mis palabras.
—No así —reí—. Te ves miserable aquí afuera, y me siento como una
perra tomando tu cama. Sé que no me dejaras dormir en el sofá, y es una
cama king size. Estaremos bien compartiéndola.
—¿Estás segura? —preguntó, aunque ya estaba de pie y agarrando su
almohada.
—Sí. —Pero aun así tragué cuando lo miré en ropa interior y entrando
al dormitorio—. ¿No puedes usar pantalones?
Una risa estalló desde lo profundo de su pecho y pareció alcanzar a
través del colchón y acariciar entre mis piernas.
—Tienes suerte de que no duerma desnudo como siempre. ¿Por qué?
—preguntó, girándose para mirarme mientras estábamos uno frente al otro
a cada lado de la cama—. ¿No crees que serás capaz de resistir esto? —Giró
las caderas y, por mucho que quisiera mirar cómo se movían, me obligué a
poner los ojos en blanco. Cuando rio, me arriesgué y le lancé una almohada.
Me burlé.
—Eres tan engreído.
Nos acomodamos en nuestros lados de la cama y susurró.
—Buenas noches, Anabelle.
—Buenas noches, Kev.
Me llevó una eternidad quedarme dormida. Seguí esperando a que se
moviera o se diera la vuelta, pero parecía que su respiración se había
calmado antes que la mía. Al menos eso pensé. Antes de que el sueño me
reclamara, nos las arreglamos para acercarnos. Su brazo rodeaba mi cintura
y su pecho presionaba mi espalda. No dije nada y fingí estar dormida, a
pesar de la forma en que mi corazón golpeaba mi pecho. Pensé que tal vez
estaba dormido y no quería despertarlo.
Pero la realidad era que no quería responsabilizarme de lo cerca que
estábamos ni de lo mucho que me gustaba. Tuve la oportunidad de alejarme
y decir que no, pero no lo hice.
Y cuando enterró su nariz en mi cabello y besó mi cuello, no me moví.
No dije nada cuando me preguntó en un susurro si abrazarme estaba bien.
Fingí dormir y dejé que pasara. Porque sabía que, si abría la boca, tendría
que admitir que estaba despierta y alejarme. No estaba lista para admitir lo
mucho que pensaba en estar con Kevin. No estaba preparada para admitir
lo cansada que estaba de intentar ser otra persona y luchar contra mis
verdaderos sentimientos, mis deseos. No estaba preparada, y fui una
cobarde por estar aliviada de que no hubiera sacado el tema a colación o no
hubiera presionado el tema.
Luchaba todos los días para no caer en las posibilidades de lo que
podríamos ser. ¿Estaba lista para estar con él? ¿Acaso importaba si lo
estaba? No importaba lo que quería o deseaba, necesitaba recordar las
posibles consecuencias de tener marcas en mí que no podía explicar.
Pero envuelta en sus brazos, no quería estar en ningún otro lugar. Si
hubiera hablado, nunca habría sido capaz de admitirlo. Así que, en silencio,
me acurruqué más cerca. Negué que la verdad retumbaba en mi cabeza y
dejé que el sueño se apoderara de mí.
Ana
Dos semanas después, sabía que era hora de irme.
Kev y yo habíamos empacado todas las pertenencias de mi madre y
las habíamos llevado al almacén. Incluso me ayudó a encontrar un agente
inmobiliario y poner la casa en venta. Sabía lo difícil que era para mí vender
la casa y había intervenido cuando podía.
Me había tomado el tiempo que él estuvo en el trabajo para ver los
apartamentos por mí misma. Ninguno de ellos se sentía bien. Los comparé
todos con el de Kevin y a todos les faltaba lo único que estaba buscando,
Kevin. Odiaba la idea de irme y volver a estar sola. Era más feliz en casa de
Kevin.
Nos aferramos a la regla de solo amigos y nos divertíamos tanto como
cuando éramos adolescentes. Incluso había salido a comprar el nuevo juego
Twisted Metal para su PS4 para que pudiéramos jugar por la noche. Aun
así, le pateé el trasero y me burlé de él todo el tiempo.
Algunas noches pedía la cena, pero también había noches en las que
trabajábamos juntos en la cocina. Tomábamos vino y nos burlábamos de la
forma en que cocinaba el otro. Había encendido la música y bailado a su
alrededor mientras él luchaba por no quemarse con la grasa de tocino una
mañana. A veces nos pasábamos la noche viendo películas.
A pesar de todo, encontraba la forma de tocarme. Sujetando mi
cintura mientras me apartaba en la cocina. Empujando mi hombro cuando
yo ganaba un partido. Frotando mis pies mientras veíamos la televisión.
Rozándose contra mí cuando nos cruzábamos en el pasillo. Cada vez
enviaba un cosquilleo a través de mi cuerpo, calentando mi piel.
Y por la noche, se las arreglaba para abrazarme. A pesar de nuestros
esfuerzos de quedarnos dormidos en lados opuestos, siempre terminábamos
enredados por la mañana. Ambos parecíamos hacer caso omiso de la
erección mañanera que se apretaba contra mi culo cuando nos
despertábamos. Si él no iba a señalarlo, entonces yo tampoco lo haría.
No quería irme y cuando puse mi pasta de dientes en mi bolsa de
artículos de tocador, su voz pareció hacer eco de mis pensamientos.
—Quédate —dijo Kevin detrás de mí.
Miré al espejo y lo encontré apoyado en el marco de la puerta con los
brazos cruzados sobre su pecho.
—¿Qué? —Respiré con una carcajada.
—Quédate conmigo. Deja de buscar apartamentos. —Descruzó sus
brazos y dio un paso adelante. Me giró para que lo mirara, dejando sus
fuertes manos sobre mis hombros y mirándome fijamente con sus ojos
suplicantes—. No tienes que estar sola. Me gusta tenerte aquí. Te he echado
de menos y tenerte cerca me ha hecho más feliz de lo que he sido en cuatro
años.
—Kevin, no puedo quedarme. —Rompí el contacto visual y sacudí la
cabeza, tratando de encontrar todas las razones por las que su idea era
ridícula—. Tengo una vida a la que necesito volver.
Me quitó el cabello de los hombros y me levantó la barbilla.
—No te vayas, Ana. Quédate conmigo. Deja que me ocupe de ti.
Déjame darte lo que necesitas.
Bailamos alrededor de nuestra atracción todo el mes. Ahora me
apretujaba, empujando más fuerte.
Y estaba lista para ceder.
Su pulgar subió y bajó por mi cuello. Mi cabeza se inclinó hacia un
lado, invitándolo a llevar su boca a mi piel. Sus labios contra mi frágil piel
eran tiernos, aunque sabía lo ásperos que podían ser.
Tal vez podría intentarlo. Había estado sola tanto tiempo y allí estaba
él, succionándome besos en el cuello, queriendo cuidar de mí de una manera
que nadie más que él sabía cómo hacerlo.
»Quédate conmigo, Ana —susurró en mi oído, antes de morderme el
lóbulo, el dolor que me atravesaba, directo a mi corazón—. Sé que tienes
miedo, y no te he presionado. Quería que estuvieras lista, y creo que ambos
lo estamos. Deja de huir de nosotros. Acompáñame. Danos una
oportunidad.
Había razones para huir. Había cosas que necesitaba recordar. Sabía
que las estaba bloqueando, pero lo había deseado tanto durante tanto
tiempo. Con sus labios bajando por el escote de mi camisa, con cada bocado
en mi tierna piel, olvidé cuáles eran esas razones. Perdí mi voluntad por la
suya. Cuando sus dedos presionaron en los suaves huecos de mis caderas,
el dolor casi doblándome por la mitad, sometí mi voluntad a la suya
libremente.
Mi cuerpo se hundió en su abrazo, un gemido tropezando de mis
labios y supo que había cedido. Sabía que me tenía donde quería. Donde los
dos queríamos estar.
Con un último pinchazo en el labio inferior, se echó hacia atrás y se
puso de pie a toda su altura.
—Desnúdate —ordenó.
No perdí el tiempo. Mantuve su mirada, y con manos temblorosas me
pasé la camisa sobre la cabeza y me deslicé mis pantalones por las piernas,
pateándolos a un lado. Nunca tuve que preguntarme si mi cuerpo le
satisfacía, porque incluso después de todos estos años y los cambios por los
que había pasado, me miraba como si apenas pudiera contenerse de
devorarme por completo. Una oleada de poder me bañó, dándome la
confianza que necesitaba para desabrocharme el sostén y quitarme las
bragas.
Agarró mis meñiques y me llevó al dormitorio.
—Sube a la cama y déjame mirarte.
Me subí y me apoyé en mis manos, pero me volteó hacia mi estómago
y mantuvo mi cabeza hacia abajo mientras levantaba mis caderas, situando
mis rodillas debajo de mí. Estaba completamente expuesta a todo lo que él
quería hacer. Esperé excitada y temerosa de lo que vendría después. Intenté
observarlo, pero fue detrás de mí y oí el chirrido de la silla cuando se sentó
en ella.
En el silencio que siguió, luché para no retorcerme, para apretar bien
las piernas para aliviar el dolor y posiblemente esconderme un poco de mí
misma. Cuando oí el crujido de su cremallera, giré la cabeza lo más que
pude para ver lo que estaba haciendo. Su mano agarraba firmemente su
polla erguida. Lentamente acarició la piel hacia arriba y hacia abajo, su
pulgar rozando la cabeza en la parte superior.
No podía luchar contra el apretón de mi coño y sabía que él lo veía por
la intensidad con la que me miraba.
—¿Te gusta lo que ves, Ana?
—Sí —apenas susurré la palabra.
—Bien, ahora mira hacia adelante y déjame disfrutar de la vista.
Me volví y presioné mi frente contra el edredón frío. Mi rostro se
calentaba de vergüenza al ser usada tan descuidadamente. Avergonzada de
que me gustaba.
—¿Estás avergonzada? —preguntó, leyendo mi mente.
—Sí —me quejé.
—Bien —gruñó. Su respiración se hizo más trabajosa y las caricias de
su puño al hacer contacto con su piel aumentaron más rápido, entonces se
ralentizaron. Eventualmente me hablaba, diciéndome cosas sucias,
raramente necesitando una respuesta.
—Una pequeña puta tan perfecta dejándome usar tu cuerpo para mi
propio placer, y gustándote. Ni siquiera tengo que tocarte y puedo ver tu
dulce crema formándose en tu coño. Aunque no quisieras esto, podría
obligarte. Lo haría. Te ataría y tomaría lo que quisiera. No necesito tu
permiso. —Sus palabras se burlaban de mí, sin necesidad de una
respuesta—. Tal vez debería haber invitado a algunos amigos. Dejarlos
disfrutar de la vista.
Me sobresalté con ese comentario, no me gustaba la idea de ser vista
por nadie más que por Kevin. Pero sus palabras continuaron excitándome
más y más, sin importar cuánto me perturbaba pensar en ello. Porque me
perturbaba.
—¿No te gusta eso? Bueno, eso es una lástima. Soy el dueño de ese
coño y tú harías lo que te dijera, te guste o no. Porque eres una buena puta
y quieres complacerme. ¿Verdad?
No quise responder, pero cuando volvió a preguntar, susurré a
regañadientes:
—Sí.
—Buena chica.
La silla volvió a chirriar y las suaves pisadas en la alfombra me
hicieron saber que Kevin se estaba acercando. Se movió justo delante de mí
con la polla en su mano y la apuntó a mis labios.
—Chúpamela.
Y lo hice. Después de escucharle tocarse durante los diez minutos
anteriores, abrí la boca con avidez y lo llevé hasta donde pude llegar. Empujó
dentro de mi boca una y otra vez, empujando tanto que me invadió el reflejo
nauseoso. A través de todo esto, me distrajo inclinándose sobre mi cuerpo y
recibiendo fuertes golpes en cada mejilla y en la parte posterior de mis
muslos, incluso tomando tiempo para abofetear mi coño expuesto,
asegurándose de golpear mi clítoris.
Una y otra vez hizo llover golpes al azar, nunca supe dónde iban a
caer. Mientras sus caderas se aceleraban, traté de concentrarme en chupar
más fuerte y usar mi lengua para girar alrededor de su cabeza. Empujó más
rápido y se inclinó hacia atrás, arrastrando sus uñas cortas por mi espalda,
enterrándolas con fuerza mientras empujaba hasta la parte posterior de mi
garganta y se vino, gimiendo mi nombre.
Puede que haya disparado su semilla dentro de mí y me haya usado
como un juguete, pero escuchar su placer me empoderaba. Era una mujer
hermosa que podía complacer a un hombre tan fuerte y dominante, y eso
me hacía sentir la más poderosa en mi sumisión. Tragando lo último de su
liberación, me concentré en el dolor punzante a lo largo de mi espalda,
apretando mi coño con fuerza, tan cerca del borde.
—Detente —ordenó Kevin con voz grave—. Te vendrás cuando yo te dé
placer. No por tu cuenta. ¿Está entendido?
—Sí —respondí, avergonzada de que me atrapara.
—Bien. —Me levantó de rodillas y luego se recostó en la cama,
descansando su cabeza sobre las almohadas—. Ahora ven a sentarte en mi
rostro.
—¿Qué? —Mis ojos se abrieron de par en par. Nunca había hecho eso
antes y aunque quería la lengua de Kevin sobre mí, no quería tener tanto
control sobre ella.
—Dije, siéntate en mi rostro. Pon cada uno de esos deliciosos muslos
a cada lado de mi cabeza y monta mi boca.
—Kevin... —Levantó una ceja, pero no respondió. Tragando mis
nervios, me arrastré hasta su cabeza, me agarré a la cabecera y levanté mi
pierna. La atrapó en el aire con una mano y me sostuvo en su lugar.
—Un coño tan perfecto. Y todo mío —añadió, arrastrando un dedo
desde mi clítoris hasta mi apertura. Me movió, dejando que mi pierna cayera
al colchón y me senté allí con los ojos cerrados, sin saber qué hacer después.
No tuve que preocuparme, metió sus dedos en la parte superior de mis
muslos y me empujó hasta su expectante boca.
Gemidos ininteligibles salieron de mis labios cuando su lengua se
metió dentro de mi abertura. Empujó hacia adentro y hacia afuera, tomando
tiempo para mover su cabeza y morder mis muslos, chupar la piel allí
mientras empujaba tres dedos gruesos dentro de mí.
Era demasiado, el doloroso pellizco que ponía a prueba mi fuerza para
permanecer erguida. Luego se concentró en mi manojo de nervios y giró su
lengua a su alrededor antes de golpearlo con fuerza y rapidez. Cambió
repetidamente, a veces golpeándome con los dedos y luego dejándolos
quietos.
Duró para siempre y no lo suficiente. Me perdí en el placer, porque
incluso conmigo encima de él, frotando vergonzosamente mi coño por toda
su boca, él tenía el control total de mí y me encantaba. Cuando mantuvo su
ritmo, se volvió demasiado. El fuego me atravesó el cuerpo y el coño dio un
espasmo tan fuerte que luché para sacar sus dedos de mi abertura. Mis
muslos temblaban a ambos lados de su cabeza, temblando con el placer y
el dolor de lo grande que era el orgasmo que me destrozaba el cuerpo. Mi
cabeza se inclinó hacia atrás y gemí hacia el techo, incapaz de aguantar los
gritos.
Una vez que mi cuerpo comenzó a calmarse, parpadeé y Kevin empujó
mis caderas hacia atrás hasta que me senté sobre su pecho. Me solté de la
cabecera y me dolían los dedos por haberme agarrado tan fuerte.
—Maldita sea, mujer. Esa fue una de las cosas más calientes que he
visto en mi vida. —Kevin me sonrió y luego me tiró sobre mi espalda,
rodando encima de mí—. Ahora, dame otro porque estoy duro de nuevo
después de ver ese espectáculo de fuegos artificiales.
Me penetró con fuerza, deslizando sus manos por mi caja torácica,
pasando por delante de mis pechos, y clavándome las manos sobre la
cabeza. Me folló duro, como un salvaje en celo en un ritual de apareamiento.
No le importaba mi placer, sólo me usaba y todo eso me excitaba más. El
hecho de que yaciera debajo de él y me convirtiera en una vasija inútil que
sólo se utilizaba para sus deseos, provocó un calor dentro de mí que me
había perdido con cualquiera que no fuera él.
No me miró mientras arrastraba sus manos por mis brazos y
presionaba sus pulgares en los puntos blandos a lo largo de mis costados y
costillas, sacando de mis labios gritos y gemidos de dolor, dejándolos unirse
con la bofetada de carne que llenaba la habitación. Kevin gruñó mientras
me mordió los costados de los pechos, moviéndose metódicamente a lo largo
del exterior antes de entrar y succionar mis pezones en su boca.
Lágrimas caían por mis sienes, una mezcla de placer, dolor y alivio al
ser liberada. Volando en lo más alto de un lanzamiento que me había
perdido por tanto tiempo. Era demasiado y no suficiente. Se recostó sobre
sus caderas y apretó mis muslos contra mi pecho, agarrándome con
demasiada fuerza y sin detener su ataque.
—Mi coño. Todo mío —gruñó Kevin, mirando fijamente cómo su polla
desaparecía dentro de mí—. Puedo hacerte lo que quiera, porque eres mía.
Dime que eres mía.
—Por favor. Por favor —me quejé, tan cerca de desmoronarme debajo
de él. Necesitándolo para empujarme más fuerte, romperme, sólo para
recomponerme. Cualquier cosa por él.
—Dilo, Anabelle. Dime que eres mía. Qué puedo hacer lo que quiera
porque eres mía.
Abrí los ojos y miré fijamente a los suyos, sintiendo que su voluntad
me presionaba.
—Sí, Kevin. Soy tuya.
Soltó una pierna y me pellizcó el pezón, agarrándome fuerte mientras
me montaba. Arqueé mi espalda, desesperada por la tormenta que se
avecinaba dentro de mí. Se sentía más grande que yo y quería perderme en
ella. Lo retorció más fuerte y luego soltó la punta. El dolor punzante llegó a
mi centro y apreté su polla con fuerza mientras me desmoronaba. Mi visión
se nubló, pero a través de ella, vi su cabeza caer hacia atrás. Los tendones
de su cuello se tensaron. Sus gritos se aferraron a mí a medida que fui
absorbida por completo.
Después de sentirme como si me hubieran arrojado en un mar caótico,
volví en mí, con el aliento jadeante de mi pecho, apenas capaz de moverme
con el peso de una montaña sobre mí.
Kevin gimió y besó mi cuello antes de levantarse, nuestros cuerpos
haciendo un sonido de succión por todo el sudor. Se detuvo y me miró a los
ojos, la suave mirada de mi amigo, mi amante, mirándome fijamente. Sonrió
y me dio un suave beso en los labios.
—Voy a buscar una toalla para limpiarnos —dijo, poniéndose de pie y
caminando desnudo, hacia el baño.
Dejé caer mi cabeza sobre las sábanas e inhalé el olor del sexo. El olor
de la sumisión y la dominación. El olor de Kevin. Mi olor. Nuestro olor.
Dios, lo había extrañado.
La cama se sumergió y dedos empujaron mis rodillas hacia afuera
antes de que una toallita tibia limpiara entre mis piernas. Labios suaves se
apretaron contra el hueco de mis caderas.
—Te ves hermosa con mis marcas en ti.
Sus palabras llegaron a mi cerebro y tiraron de una cuerda que había
enterrado cuando él me acorraló en el baño.
—¿Qué? —le pregunté aturdida, temerosa de lo que vería cuando mis
ojos se abrieran. Miedo de que tirara de la cuerda y sacara la alfombra
debajo de nosotros.
—Evidencia de mi propiedad.
Abrí los ojos y bajé la mirada. Kevin sostenía la toalla en mi centro y
miraba mi cuerpo con adoración. Marcas de mordeduras rojas y furiosas
cubrían mis pechos. Los moretones, cubiertos de más marcas rojas que
pronto se convertirían en más moretones, me cubrían desde las caderas,
alrededor de mis muslos. Me moví y sentí los rasguños en mi espalda desde
donde él me había marcado cuando le hice una mamada.
Mi corazón me dio una patada en las costillas, cada vez más rápido al
asimilarlo todo, recordando todas las razones por las que era una mala idea
estar con él. Por qué me negué durante años, por qué me alejé de él.
—Mierda. Mierda. —Me ardían los ojos y los cerraba con fuerza,
tratando de contener el pánico que me empujaba hacia abajo—. Mierda. —
¿Qué le diría a la gente si me vieran? ¿Qué es lo que supondrían?
Me eché hacia atrás y me acurruqué junto a la cabecera, tirando de
las sábanas conmigo. Podía sentirme exagerando, perdiendo el pensamiento
racional, pero era imparable. Cada latido de mi corazón se hacía más duro,
más fuerte, bloqueando cualquier lógica que pudiera llegar a mí.
—¿Qué, Ana? ¿Qué está pasando? Háblame. Cariño, ¿qué está
pasando? Me estás asustando. —Me suplicó la voz de Kevin llena pánico,
pero agarré mi cabeza y traté de pensar mientras simultáneamente me
golpeaba por ser tan débil.
»Ana —bajó la voz, intentando alcanzarme.
—No puedo hacer esto —dije entre dientes apretados. No quería volver
a hacer esto, pero no tenía elección. Fui tan estúpida por meter mi
razonamiento en el fondo de mi mente cuando me tocó—. No puedo tener
estas marcas en mí, Kevin. ¿Y si la gente lo ve? ¿Qué voy a decir?
Se puso de rodillas, levantando las manos como si se acercara a un
animal salvaje.
—Ana, cálmate. Respira.
—¿Calmarme? Mírame —grité, arrancando la sábana, desnudando mi
cuerpo estropeado ante él—. ¿Qué le voy a decir a la gente en el trabajo
cuando vean estas marcas? ¿Qué pensarán?
—Es verano —respondió, demasiado racional. ¿Cómo podía estar
sentado allí tan tranquilo mientras mi pecho se hundía ante la realidad de
que rendirse fue un error?
—No importa. ¿Qué tal más tarde?
—¿Quién va a ver marcas en tus caderas y pechos en el trabajo? Y no
le debes a nadie una explicación. —Su tono tranquilo empezaba a
molestarme. Sabía que no era racional, sabía que dejaba que el pánico me
tragase, me reclamara, me transformara en una banshee enojada. Pero
estaba tan cansada de explicarlo, y él debería haberlo sabido. Él, de todas
las personas, debería haber sabido lo mucho que luchaba con esto. Él, de
entre todas las personas, no debería mirarme y pedirme una y otra vez que
le explique algo tan doloroso.
No debí haber estado con él, y tener que decirlo una y otra vez me
dolía, y ese dolor estaba cambiando, deformándose en ira.
Horrible, fuera de lugar, ira irracional.
—Sí —resoplé—. Dejaré que saquen conclusiones precipitadas como
si yo fuera abusada. Eso estaría bien. Y empieza con mis pechos y caderas,
pero ¿qué pasa cuando tenga moretones en mis muñecas, piernas,
hombros? ¿O el cuello cuando quieras estrangularme de nuevo? Y te dejaré
hacerlo porque soy una puta rara a la que le gusta.
—No te atrevas a llamarte así. —Los ojos de Kevin se oscurecieron casi
hasta volverse negros e incluso en el medio de su mandato, nunca lo había
oído usar una voz tan oscura—. ¿Y realmente crees que soy tan descuidado
con tus necesidades? —preguntó. Se pasó una mano por su cabello, tirando
de las puntas.
Cada vez más alto subí en mi pánico, negándome a asumir la
responsabilidad de lo que acababa de hacer. No me detuve a pensar,
demasiado perdida en mi mente y dejé que las palabras salieran de mis
labios.
—Todo se trata de ti, Kevin, y de lo que tú quieres. Sabes que me
sometería a cualquier cosa.
—Tú sabes que no es así, Anabelle.
—¿Lo hago? —susurré—. Si lo sabes tan bien, ¿qué pasa con el
rasguño en mi espalda en la universidad? ¿Los moretones en mis brazos en
la secundaria? ¿La vez que me dejaste con los lobos después de la
graduación para poder salvarte? ¿Y qué hay de entonces? ¿Estaban
entonces mis mejores intereses en tu mente?
Con la mandíbula apretada, su rostro palideció ante mi asalto. Las
palabras eran injustas. Los recuerdos son nuestros; decisiones que
tomamos juntos. Decisiones que se tomaron cuando éramos niños y no
sabíamos nada mejor.
—Tenía dieciocho años y era hijo de un político. Borracho. Estaba
asustado y no estaba pensando. Me he disculpado una y otra vez. —El color
se elevó en sus mejillas y vi a Kevin perder su tranquila paciencia ante mis
ojos. Ya no era un hombre distante, que se dejaba llevar, el Kevin que
siempre amó a Ana. Estaba furioso y me lo merecía—. Te he rogado que
estés conmigo una y otra vez, y sin embargo, simplemente eliges alejarte.
¿Para qué? ¿Para tratar de ser normal? ¿Crees que, si te follaras a tipos
normales con la suficiente frecuencia, podrían machacarte con algo de esa
normalidad? ¿Realmente pensaste que eso funcionaría?
Su pecho se agitó después de su arrebato y miré hacia otro lado,
incapaz de responder a su rabia. Sus palabras me golpearon como una
bofetada en el rostro.
»Jesús, Ana. Asume alguna responsabilidad. Esta es la chica que me
prometió que le patearía el trasero a un tipo si hacía algo que no le gustaba.
Incluyéndome a mí. ¿Y ahora te vas a sentar ahí y actuar como si no
supieras lo que estamos haciendo? Estabas ahí conmigo y sabías muy bien
que habría parado si tú lo hubieras querido. Ya no somos niños. No somos
nuevos en esto. No te atrevas a actuar sorprendida e ingenua.
Sus manos temblaron cuando se levantó para limpiar su rostro. Su
voz vibraba a través de mí, derribando la pared que había estado
construyendo en mi pánico. Mis razones comenzaron a desmoronarse y me
estrellé. Pero aún no había terminado.
»¿Qué demonios hacemos aquí si no confías en mí? ¿Qué hemos
estado haciendo toda la vida si nunca confiaste en mí? ¿Eh? —Gritó—. ¿Por
qué diablos he estado desperdiciando mi vida tratando de demostrarte lo
mucho que significas para mí? No he hecho nada más que dejar
malditamente claro que significas todo para mí y que nunca, nunca, haría
algo que no quisieras. —Se levantó de la cama y comenzó a meter las piernas
en un par de pantalones antes de recoger el resto de su ropa. Se estaba
yendo y mi pecho se apretó, mi corazón rogándome que cayera de rodillas y
me disculpara mientras mi cabeza juntaba mis labios y lo dejaba ir.
Finalmente. —Te conozco, Ana. No eres normal, así que deja de intentarlo.
Todo mi cuerpo se sacudió con el portazo al salir.
Lo había conseguido. Finalmente le había hecho aceptar mis
decisiones y me odiaba a mí misma, sintiéndome más avergonzada que
nunca en la cama desde que descubrí lo diferente que era. Llevando mis
rodillas a mi pecho, mi frente cayó para descansar contra ellas, las lágrimas
empapando la sábana. Quería gritar la rabia que me llenaba. Quería
aplastar cosas y liberar el dolor que el portazo de la puerta liberaba.
Toda la frustración que le había dirigido cambió. Asumir la
responsabilidad, había dicho. Él tenía razón. Era una cobarde y lo culpaba
por las decisiones que había tomado a su lado. Envolví mis puños en las
sábanas y cerré mis ojos, dejando caer las lágrimas.
Dejé que todo sucediera e hice la vista gorda ante las consecuencias.
Exactamente lo que hice en la universidad. Constantemente enterrando mi
cabeza en la arena y evitando conversaciones que me asustaban.
Cada realización quebró todas mis excusas. Cada uno atravesando la
pared derrumbada como un rayo de luz, brillando sobre una ruina que era
demasiado tarde para salvarla.
Nuestra relación se había construido y crecido en conversaciones
abiertas y en algún momento del camino la había descartado. Y no eran sólo
las conversaciones que había evitado. Había pasado tanto tiempo fingiendo
que esta parte de mí misma no existía, ¿y qué me había conseguido?
Dolor.
Una y otra vez me habían herido. Cuando Kevin estuvo todo el tiempo
delante de mí, siempre estaba ahí para mí. Lo había malgastado, nunca
siendo completamente honesta sobre cómo me sentía. ¿Cuántas veces mi
corazón se había derretido cuando él me había ayudado, sacrificado por mí?
¿Le había dicho alguna vez lo mucho que significaba para mí?
Nunca. Ni una sola vez.
Me limpié los ojos, tratando de controlar los sollozos que sacudían mi
pecho. No podía culparlo por haberme abandonado. Finalmente había ido
demasiado lejos.
Pero ahora que había caído de mi estado de pánico, el miedo a que
arruinara todo me dio una patada. Sus palabras tranquilas y racionales que
no habían podido penetrar antes se asentaron ante mí, tan evidentemente
obvias. La creencia a la que me aferraba, pensando que mis deseos sólo me
arruinarían, era una mentira tan obvia ahora que podía respirar. Porque
con Kevin, esos deseos me hacen ser quien soy.
Tenía razón, podíamos haberlo averiguado y hacer que funcionara
para nosotros. Tenía razón, nunca se habría arriesgado a hacerme daño a
mí o a mi trabajo. Tenía razón en todo.
Y me equivoqué.
Kevin
—¿Quieres otro? —preguntó el camarero hippie. Me quedé mirando la
cerveza asentada frente a mí, dejando anillos mojados en la madera marcada
y sacudiendo la cabeza. Me había bebido una tan pronto como entré y luego
tomé de esta durante más de una hora.
Necesitaba tiempo para pensar y caminé medio kilómetro, me instalé
en este bar y entré con la intención de emborracharme. Mierda, Ana. Que
se joda toda mi vida girando en torno a ella. Había tomado tantas decisiones
por ella para nada.
Excepto que yo la amaba. La había amado en cada momento de los
últimos diez años. Incluso cuando estábamos separados. Incluso cuando no
era el amor de pasar-juntos-el-resto-de-nuestras-vidas, había sido amor de
ella-es-mi-mejor-amiga.
Y yo sabía que también me amaba, pero oír su falta de confianza en
mí había sido doloroso. No había visto venir ese puñetazo y me había vuelto
loco. Nos basamos en la confianza y ella me la había quitado de encima.
¿Por qué? ¿Miedo? Quería entenderlo. Quería recordar cuando era niño, con
miedo a que me descubrieran, pero la cosa era que era un niño. Ya no
éramos niños. Lo sabíamos mejor. Ella tenía que saberlo mejor que nadie.
Tomé el resto de mi cerveza y la dejé en el mostrador con un ruido
sordo. Cuando se rindió cuando le pedí que se quedara, estaba seguro de
que era eso. Lo había expuesto y, por primera vez, ella también lo quería. Lo
estábamos haciendo. Habría sido el comienzo de nuestro futuro. Ya no
corría más y estaba eufórico por fin atrapando lo que sentía que había
estado persiguiendo desde siempre.
Ana era mía.
Hasta que no lo fue. Ella había expresado sus temores cuando nos
graduamos de la universidad, pero fue hace mucho tiempo, tan pronto como
salió del horrible incidente que había sufrido en Nashville.
Pero ahora, habían pasado años de descubrimientos. Incluso me dijo
que se había dado cuenta de que no era normal. Pensé que por fin íbamos
a estar juntos. Había estado tan mal preparado para los temores que aún la
perseguían.
Y sentado en ese bar, busqué fuerza, porque habíamos estado
asustados y enojados e irracionales. No estaba preparado para la discusión
y dejé que mi enojo me empujara a renunciar. Diez años y montones de
miedo que habíamos arrastrado con nosotros no nos iban a detener. No
dejaría que eso nos detuviera.
Recogí mis pensamientos en el camino de regreso al apartamento.
Pensé en las formas de hacer que funcionara, porque no podía perderla de
nuevo y nunca me conformaría con ser amigos. Necesitaba convencerla de
que podíamos trabajar, no usar el sexo y la satisfacción para convencerla.
Necesitábamos hablar.
Sabía que no estaría en el apartamento, pero de todos modos casi corrí
de regreso, ansioso por poner en práctica mi plan, preparando mis palabras.
Con suerte, el tiempo la calmará como si fuera yo, porque necesitaba
disculparme.
Abriendo la puerta, murmuré mis palabras una y otra vez,
practicándolas a la perfección. Tiré las llaves y me di vuelta, casi tropezando
con mis pies al verla sentada en mi sofá.
—Ana —susurré su nombre y se volvió hacia mí con las mejillas llenas
de lágrimas y los ojos enrojecidos.
—Lo siento. Lo siento mucho, Kevin. Entré en pánico y no pensé.
Confío en ti y sé que nunca me harías daño. Lo siento. —Se ahogó,
terminando con un hipo. Abrió los labios para decir más, pero levanté mi
mano.
—Detente. —Pasando las manos en mi cabello, intenté recuperar el
aliento. Mirándola fijamente, quise correr y tirar de ella hacia mis brazos,
besar sus miedos y su dolor lejos. Pero me recordé a mí mismo que quería
hablar con ella sin sexo ni seducción. En vez de eso, me dirigí a la cocina,
manteniéndome bajo control de espaldas a ella.
—De acuerdo. —Su suave voz se extendió por el espacio que nos
separaba—. Debería irme. Siento haberme quedado.
—¿Qué? —me di la vuelta. Pensaba que quería que se fuera—. No.
Jesús, Ana. —Caminando alrededor de la isla, me acerqué a ella con las
manos extendidas—. Deja de huir de mí. Por favor. Deja de correr. —Cuando
la alcancé, tomé cuidadosamente sus manos y conecté mis meñiques con
los de ella—. Sentémonos.
Volvimos al sofá donde ella se sentó y yo me senté en la mesa de café.
Me mojé los labios y esperé a que levantara su mirada hacia la mía. Cuando
lo hizo, quise romper mi promesa y abrazarla. En vez de eso, agarré sus
meñiques y empecé a hablar.
»Tienes miedos y lo entiendo. Esta no es una vida normal, pero es
nuestra, y pretendo terminarla de la misma manera que empezamos. —Sus
cejas se fruncieron, esperando a que se lo explicara—. Contigo. No haré esto
sin ti. —Se mordió el labio cuando tembló y seguí adelante—: Siempre
supimos que la comunicación era la clave y la perdimos el mes pasado. Así
que tienes que hablar conmigo, porque Ana, esta vez no me voy a rendir. No
puedo. Te he dejado ir dos veces y no lo volveré a hacer.
Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, pero me mantuve
firme, sin extenderme. Si ella me rechazaba, no estaba seguro de lo que
haría, no estaba seguro de que yo hubiera sido responsable de mis acciones.
Pero en ese momento, luché para quedarme quieto.
—No lo haré —se ahogó sacudiendo la cabeza.
—¿No lo harás? —pregunté, sin estar seguro de haber escuchado
correctamente o simplemente imaginado lo que necesitaba escuchar.
—No, Kev. No voy a huir. Fui una perra y lo siento. Entré en pánico y
no hablé contigo. Pero tú siempre has sido mi roca y la tiré a mis miedos.
Ya no quiero tener miedo.
—Ana, no tienes que tenerlo. Si no quieres marcas, entonces no hay
marcas. Sin arañazos, pellizcos, bofetadas, mordeduras o moretones. —
Habría prometido alejarme de mi alma si la hubiera mantenido frente a mí—
. Si el compromiso es lo que se necesita para mantenerte, entonces lo tienes.
Podemos descubrir nuestras necesidades en torno a eso. Podemos resolver
esto como lo hicimos antes. —No era demasiado orgulloso para rogar—. No
te rindas conmigo. Por favor. Puedo ser lo que necesitas.
Se cayó del sofá de rodillas, descansando nuestras manos juntas
sobre mis muslos mientras me miraba con ojos húmedos y suplicantes.
—Kevin. Shhh. Yo te amo. Siempre lo he hecho. Solo tú. —Sacó sus
meñiques y se acercó para agarrar mis mejillas, tirando de mí hasta sus
labios. La besé desesperadamente, con todas las promesas que le haría. Su
perfecto labio superior en forma de arco de cupido encajaba perfectamente
entre el mío, tal alivio después de pensar que nunca lo volvería a sentir. Ella
me amaba. Rugió como una llama a través de mí.
—Ana... —Empecé, pero ella volvió a apretar sus labios contra los
míos.
—Cállate —dijo de nuevo, tirando hacia atrás para descansar su
frente sobre la mía—. Déjame terminar. Tengo miedo, pero te deseo —
admitió, antes de reírse suavemente contra mis labios—. Siento como si
hubiéramos cambiado de papel. Empezaste asustado y ganaste confianza.
Mientras tanto, me han pasado cosas que me han asustado de este lado de
mí misma.
—Mi mejor amiga me dijo una vez que no había nada de qué
avergonzarse. Que no había nada malo en mí. —Le limpié las lágrimas de
las mejillas y me aseguré de que me mirara y me oyera—. No hay nada malo
contigo, Ana.
—Está mejor amiga suena inteligente.
—La más lista. —Sin poder resistirme, le di otro beso en los labios.
Sólo un beso. Suave, tierno, rápido—. Sé que han pasado cosas y odio eso
—gruñí, recordando el horror al que se enfrentó y odiando que yo no
estuviera allí para salvarla—. Pero puedo protegerte y hacerte feliz. Podemos
hacer que esto funcione porque yo también te amo. Demasiado, maldita sea.
—Quería decirlo una y otra vez y repetirlo hasta que perdiera la voz. Quería
que me lo dijera.
—¿Y si la gente se entera?
—No importa. Lo que hacemos es asunto nuestro y no hay nada malo
en ello. No hay que avergonzarse por eso. Siempre te cuidaré. Necesitas
saber que siempre pondré tus necesidades por encima de las mías. En todo.
—Confío en ti, Kev. Te amo.
Cuando dijo esas palabras, me sentí más hombre que cuando la
dominaba, cuando admitió su confianza. Sabía que estaba herida por lo que
había dicho antes y necesitaba hacerle saber que no nos había dañado con
su ira.
—Te rindes tan bien porque sabes que siempre te pondría primero. Sé
que confías en mí.
Ana se movió al sofá y me tiró a su lado antes de treparse sobre mí y
sentarse a horcajadas sobre mis piernas, sonriendo.
—Entonces hagámoslo. Tendremos conversaciones y haremos esto
como empezó. Juntos. Aprenderemos juntos. Estoy cansada de estar sola y
de luchar por ser alguien que no soy.
—No deberías ser nadie más que tú, porque eres perfecta.
Ana sonrió y a pesar de intentar luchar contra la seducción, mi polla
saltó en mis pantalones.
—Está bien, pero no estoy dispuesta a comprometerme con pellizcos,
mordiscos y bofetadas. Necesito esos. Sólo en áreas escondidas.
Mi cabeza cayó contra el sofá.
—Gracias, porque me encanta la huella de mi mano en tu culo.
Kevin
—¿Estás lista para que lo saque? —Esperé su respuesta, pero en
cambio me encontré con una mirada. Tomando un bocado de mi banana,
me senté en la silla de mi dormitorio y miré el cuerpo de Ana bajo la luz de
la mañana—. No seas así, Ana.
Su mandíbula se apretó y se retorció en la cama.
Estaba un poco irritable esta mañana desde que la desperté con mi
boca en su coño, burlándose de ella. Ella tampoco estaba encantada de
tener sus manos esposadas a la cabecera, incapaz de empujarme cuando le
di tres orgasmos explosivos en menos de treinta minutos.
Para añadir sal a la herida, le había metido un tapón anal de tamaño
mediano en su apretado culo y luego me fui a desayunar.
Un hombre necesitaba recargarse.
»¿Estás lista para sacarlo, Anabelle? —Mi tono firme le hizo saber que
su silencio ya no era una opción.
—¿Finalmente vas a follarme una vez que lo hagas?
Hice un sonido de desaprobación.
—Tan descarada a primera hora de la mañana. Sabes que no debes
exigirme nada. También sabes que nunca te follaría por primera vez tu
trasero como un rapidito. Ambos tenemos que prepararnos para el trabajo
esta mañana.
Puso los ojos en blanco y rodó las caderas, soltando un gemido de
dolor. Me levanté de la silla y me acerqué a la cama, inclinándome para darle
el último bocado de la banana.
»Te lo follaré cuando esté listo.
Su agudo grito resonó por la silenciosa habitación mezclándose con el
sonido de mi mano estrellándose contra el costado de su trasero.
—Kevin —jadeó—. Por favor.
Arrastrándome sobre la cama, separé sus piernas y me abrí camino
entre ellas, sentándome sobre mis talones.
—Tan hermosa y toda mía. —Me agarré a la base del tapón y lo solté
centímetro a centímetro, pero no lo quité—. Me va a encantar follarte aquí.
Poseer todo de ti. Pero necesitas un tapón más grande antes de hacer eso.
No quiero hacerte daño.
—Sabes que me encanta cuando me haces daño. —Su voz era
entrecortada y desesperada mientras sus talones se clavaban en el colchón,
levantando sus caderas más cerca de mí.
—Sí, pero no quiero hacerte daño. Hablando de eso, ¿cómo están tus
muñecas?
Miró sus manos atadas, envueltas en capas de seda y encadenadas a
la cama con un par de gruesos puños forrados de piel y con hebillas. Los
había ordenado de un sitio interesante, junto con algunas otras cosas que
no podía esperar para probar con ella.
—Bien. Se siente como un roce. Incluso cuando jalo tan fuerte como
puedo para llegar a ti.
—Bien. —Metí el tapón de nuevo, con fuerza, inclinándome para
tragarme su grito de dolor—. Porque, aunque no te follaré el culo, disfrutaré
de lo apretado que está tu coño por el tapón mientras te follo duro y rápido.
No pudo responder. Su boca se abrió en un quejido mientras la
penetraba. No bajé la velocidad. Ambos sabíamos que necesitábamos
prepararnos para el día y no teníamos tiempo de ser lentos.
»Esto es para mí. Este maldito coño apretado es para mí. No me
importa si te hace sentir bien. Mientras pueda venirme, eso es lo único que
importa.
Le mordí el pezón, su grito bajó por mi espina dorsal y apretó mis
pelotas.
»Así que, si quieres venirte, date prisa, porque estoy a punto de
llenarte con mi semen.
Me recosté sobre mis talones, continuando mi brutal ritmo y agarré
sus muslos, mirándome fijamente a mí mismo entrando y saliendo de ella.
Miré la forma en que sus tetas rebotaban con cada empujón, la forma en
que su cabeza se arqueaba sobre la almohada y cómo sus dientes mordían
su labio. Ella estaba cerca.
Soltando una pierna, alcancé entre nosotros y rocé mi pulgar a través
de su clítoris, sintiendo su coño apretarse. Era demasiado, demasiado
apretada. Estaba tan mojada y con el grueso tapón en el culo, que la hacía
mucho más apretada. Pellizqué su clítoris entre mis dedos y lo retorcí,
pellizcándolo más fuerte, empujándola hasta su límite.
Y ella se vino. Con los labios abiertos y sin que se le escapara ningún
sonido, se vino y me arrastró con ella. Al caerme, enterré mi cabeza en su
cuello y gemí para liberarla, llenándola con mi semilla hasta que no me
quedara nada para dar.
Una vez que la ola pasó, me salí de ella y besé suavemente sus labios.
—Buenos días.
Sonrió.
—Buenos días.
—¿Ya estás lista para que te lo saque?
—Supongo.
Le quité el tapón y le quité las esposas de las manos, asegurándome
de que no tuvieran marcas. Nada. La seda y la piel habían funcionado y no
podía esperar a usarlas de nuevo.
Vivir con Ana me permitió mucho tiempo para ser creativo. Pero
siempre hablábamos de ello y ella siempre sabía su palabra de seguridad si
las cosas le parecían demasiado. Si sentía que algo estaba dejando una
marca donde no debía, me lo hacía saber y nos deteníamos.
Estábamos haciendo que funcionara para nosotros. Nos hacíamos
trabajar. Finalmente.
Vi a mi Ana, levantarse y entrar desnuda al baño, con la huella de mi
mano todavía marcada en su trasero. Dios, la amaba. Fui a preparar café
mientras ella se preparaba, y le traje un bagel y una taza después de que se
duchara.
Casi me trago la lengua cuando entré para verla aplicándose el rímel
en el espejo con nada más que bragas y un sostén puesto.
—¿Te gusta lo que ves?
—Sabes que sí.
—Gracias —dijo cuándo bajé su desayuno.
—Tu vestido está en la cama. Pensé que hoy me portaría bien y te
dejaría elegir tus zapatos.
—Oh, qué amable de tu parte. —Puso los ojos en blanco, pero sonrió.
Le encantaba cuando encontraba pequeñas maneras de cuidarla. Era una
mujer completamente independiente, pero seguía siendo Ana. Y yo seguía
siendo yo. El mismo chico que quería cuidar de ella cuando la conocí. Ahora
que por fin he podido hacerlo. Así que lo hacía cada vez que podía.
Para cuando salí de la ducha, ella estaba empacando su bolso para ir
a trabajar. Me envolví una toalla en la cintura y la seguí hasta la puerta.
Cuando estaba a punto de abrirla, la tiré hacia atrás y la inmovilicé contra
la pared.
—Asegúrate de quitarte esas bragas antes de entrar en este
apartamento esta noche.
—¿Y si no lo hago? —se burló con una ceja levantada. Ana se sometía
maravillosamente, pero se defendía siempre que podía. Sólo lo hacía mucho
más dulce cuando más tarde, me rogaba y accedía a todo cuando estaba
debajo de mí.
—Entonces cortaré cada par de bragas que tengas y tendrás que
enseñar a los estudiantes sin ropa interior.
Respiró hondo mientras una descarga se abría paso a través de sus
mejillas.
—Bien.
Al llegar a mi derecha, saqué una pequeña caja de la mesa de entrada.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando la puse en sus manos.
—No es eso. Nunca haría eso con dos segundos antes de que te vayas.
La abrió y sus cejas se fruncieron.
»Pinzas para pezones —expliqué—. Para después. Pensé que
podríamos probar algo nuevo. —Tenía que recordarme a mí mismo que ella
no tenía tiempo para más sexo cuando el rubor se extendió por su cuello.
—¿Qué vas a hacer conmigo? —su voz tembló.
Dejé salir una risa.
—Oh, Ana. Tan pronto como entres por esa puerta, te voy a follar con
un tapón más grande, usando los jugos de tu coño para metértelo en el culo.
Entonces te haré la cena. Te sentarás en la isla de la cocina mientras yo
cocino y podrás tomar una copa de vino. Si encuentro un momento, te
sentaré en el mostrador y me comeré tu coño para un postre temprano. Tal
vez.
Sus pechos se elevaban por debajo del cuello de su vestido y tuve que
contenerme para no morderlos. Verla excitarse me hizo seguir adelante.
»Entonces nos sentaremos a la mesa y me dejarás alimentarte. Una
vez que terminemos allí, te llevaré al dormitorio, te pondré estas pinzas en
los pezones, te acostaré boca abajo en las sábanas y te daré unas nalgadas
que dejen rojo tu culo. Cuando estés a punto de venirte, te dejaré allí
mientras limpio la cena. Tal vez incluso tome una copa de vino.
No pude evitar tocarla. Arrastré mi dedo desde sus labios, sobre su
clavícula, hasta su pezón donde lo agarré cruelmente entre mis dedos y lo
pellizqué, besando su jadeo de dolor.
»Entonces, Ana. Sólo cuando esté listo, te quitaré el tapón y te llenaré
con mi polla. Te quitaré la última virginidad que tienes que dar.
Le solté el pezón y le di un dulce y gentil beso en sus labios separados.
—Kevin —respiró.
—Que tengas un buen primer día de escuela, nena. —Le di una
palmada en el culo y me eché para atrás, esperando que se cayera al suelo.
En vez de eso, se enderezó la columna vertebral, cerró los ojos y
respiró con fuerza. Cuando finalmente los abrió y me miró, disparaban
fuego.
—Maldito sádico.
—Te amo. —Sonreí ante su mirada—. Maldita masoquista.
Intentó mantener la mirada de enfado, pero sus labios temblaron
antes de convertirse en una sonrisa completa.
—Yo también te amo. —Agarró el bolso que se había caído al suelo y
se arregló el vestido, antes de abrir la puerta—. Mejor me apresuro a trabajar
para poder llegar antes a casa.
Casa. Ana y yo siempre habíamos sido el hogar del otro. Pero
escucharla llamar al lugar donde finalmente vivíamos juntos, hizo que todos
los años, toda la vergüenza, valiera la pena.
Fiona Cole es esposa de un militar y ama de casa
con títulos de biología y química. Por mucho que
le encanta la ciencia, decidió posponer su carrera
para quedarse en casa con sus dos hijas pequeñas,
y se sumergió en el mundo de los libros hasta que
finalmente decidió escribir el suyo propio. A Fiona
le encanta escuchar a sus lectores así que hay que
asegurarse de seguirla en sus redes sociales.