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DUI

Aquí estamos, él y yo. Llevo dos días en cama, apenas he comido la asquerosa comida del hospital,
pero por fin ha aparecido, sentado a los pies de mi cama. A veces toca la puerta, o simplemente la
abre, pero hoy ha aparecido como la oscuridad de la noche. Supongo que le he atribuido el género
masculino porque siempre se presenta con un esmoquin completamente blanco que contrasta con el
color de lo que supongo que es su piel, aunque a veces parece como si se difuminara con el aire.
Nunca le he visto la cara, más porque no tiene rasgos faciales. Obviamente tampoco me ha dicho su
nombre, ni ha intentado expresarlo de ninguna forma, pero yo le llamo Dui.

Dui lleva visitándome desde hace unos meses, desde que mamá murió. Ella… Ella era… ¿Por qué
ya no me acuerdo de ella? Creo que su cabello era del color del hollín, pero realmente, no lo sé.
Desde el día que la perdí, sustituí el sucio y descuidado suelo de mi colegio por el pulcro y blanco
suelo del hospital. No estoy enferma ni mucho menos, pero desde la perdida, me falta el aire. Papá
trabaja muchísimo para pagarme los cuidados, y Dui es lo único que tengo. Con su poca expresión a
veces logro entenderlo e incluso a veces consigue emitir algún que otro gemido a pesar de su falta de
boca y lengua.

Hoy ha venido con flores, ¿será hoy el día de mi muerte? Quizás solo sea un simple detalle de
consuelo, pero no me tiende el ramo, se lo guarda en el pecho como si de su corazón se tratara.
Quizás lo sea. ¿Para qué serán? Le intento preguntar, pero no me salen las palabras, no puedo
hablar. De repente, se me entrecierran los ojos. No tengo sueño, pero me pesan los párpados, y veo a
duras penas cómo Dui se acerca. Quizás si que sea el día de mi muerte.

Abro los ojos, estoy en un parque lleno de flores, ¿acaso esto es el tan aclamado cielo? Hay un
llamativo camino de flores, pequeñas y blancas, como un edredón natural. Camino por él con
tranquilidad, a mi alrededor solo hay flores que contrastan con el color del camino. Empiezo a
distinguir el final del camino.

Una casa, no exactamente pequeña, color atardecer diría yo. La puerta está abierta, y mi cuerpo me
lleva directamente al interior de la casa. Está oscura, parece siniestra y la alegre sintonía que expresa
su exterior se apaga con suma rapidez. Tengo miedo, pero mi cuerpo no. Actúa por sí solo y camina
como si supiese por donde va. Llega un punto en el que mis piernas se paran y suena un chasquido
con el que unas lámparas viejas se encienden, y se dejan ver unas paredes claras llenas de estanterías.
Libros, vinilos, y todo tipo de artículos antiguos se extienden por toda la casa. Entre todas ellas,
destaca una gran estantería roja, en la que solo se encuentra un libro blanco. Ya puedo controlar mi
cuerpo, agarro el libro con suavidad y empiezo a pasar las páginas esperando encontrar una
respuesta.

Las primeras 138 páginas están vacías, las siguientes 47 están en morse y las siguientes y últimas
páginas están repletas de fotos. Fotos mías. No sólo estoy yo en aquellas fotos, está mi padre y una
mujer con la cara oculta por varios tachones. Supongo que es mi madre, pero sigo sin poder verla.
Escucho un crujido del suelo, seguido de esto las luces se apagan. Solo queda la claridad que entra
entre las cortinas de las ventanas y se distinguen sombras por doquier. Parecen todas copias
distorsionadas de Dui, y cada vez se acercan más. ¿Dui, eres tú? El libro se me cae, y no por obra de
mis temblosas manos. Se me es arrebatado. Las sombras empiezan a pasar las páginas. Soy yo, en el
hospital, hace simplemente unas horas, pero nadie me había visitado ¿Quién me ha hecho la foto?
Me vuelvo a encontrar mal, siento como si saliera de mi cuerpo, y de repente siento sed, hambre...
Me come el ansia de saber qué está pasando, pero antes de poder averiguarlo vuelvo a aparecer en el
hospital, pero Dui ya no está, solo las flores.

Cojo aquellas rosas tintadas de negro con rapidez. El envoltorio es blanco y tiene topos transparentes
que dejan ver los tallos y las espinas de las flores. Dentro de él hay una nota: “Lo siento. Ten
cuidado. Te observan, te vigilan de cerca. Si te descuidas, algún día no volverás. Duerme con un ojo
abierto, con la mente despierta. Volveré algún día y volveremos a ser tú y yo.”

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