Está en la página 1de 143

ISBN: 9798376161753

Sello: Independently published

Título: No cambia nada si no cambias nada


Paola Mayor© 2023

Corrección y mentoría: Alicia Moll Soluciones Literarias


(@entrelineasvalencia)
Ilustración: Gabriela Rey @ madameardent
Maquetación: Sandra García. @correccionessandrag

Reservados todos los derechos. No se permite la


reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación
a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico,
fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por
escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos
derechos puede constituir un delito contra la propiedad
intelectual. El copyright estimula la creatividad, defiende la
diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento,
promueve la libre expresión y favorece una cultura viva.
Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y
por respetar las leyes del copyright al no reproducir,
escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún
medio sin permiso.
«No hay viaje más bonito que el que te lleva de vuelta a
ti misma».

Mitta Sarova
Capítulo 1
Desaparecer

Cuando estás solo a un paso, cuando no sabes que


camino tomar, cuando un segundo puede cambiar tu vida,
nadie sabe cómo va a reaccionar. Me quedé sentada en el
coche, incapaz de moverme. Apagué la radio, su música me
había acompañado durante todo el camino, aunque no
recuerdo ni qué canciones sonaban. Si te soy sincera, tenía
la esperanza de que una vocecita me dijera qué era lo que
tenía que hacer, pero solo recordaba todo lo que había
sucedido días atrás. Algo en mí quería que saliera al nuevo
mundo que me esperaba, pero me resistía a renunciar a
quien había sido hasta ese momento.
Si cierro los ojos nos veo a él y a mí sentados en el sofá,
peleando por elegir película en Netflix. Pero no hay
palomitas. Ni rastro de complicidad. Nuestro propio The end.
Jamás pensé que tendría valor para para decirle que ya
no podía ser, que mi camino no seguía junto a él. Recuerdo
su mirada llena de dudas e incertidumbre, perdida, como si
no diese crédito a mis palabras. Aprendí que, por mucho
que duela, para ser feliz hay que pensar en uno mismo.
Un solo movimiento va a cambiarlo todo. Suspiro. Abro la
puerta y pongo el pie en el suelo. Ya estoy aquí, he tomado
una decisión y no puedo echarme atrás, aunque solo tenga
ganas de salir corriendo como Julia Roberts en Novia a la
fuga.
Te preguntarás por qué he huido y dónde me encuentro.
Estoy a punto de pasar quince días «maravillosos» en una
cabaña en la montaña. Un pueblo precioso en el Pirineo
Aragonés que encontré en Booking tan solo escribiendo:
Lugares para desconectar. Muchas personas creen que
desaparecer es de cobardes, pero yo no lo veo así. Para mí
romper con todo y empezar de cero es de valientes.
Faltan siete minutos para las cinco, justo la hora para la
entrega de llaves. Saco mi maleta roja con lunares blancos,
mi portátil y me dirijo hacia la puerta. Allí me espera una
señora mayor, no es para nada como la había imaginado,
qué malos son los estereotipos, nos incitan a emitir una idea
preconcebida que muchas veces nos aleja de la realidad.
A veces pienso que desde nuestra infancia
inconscientemente creamos arquetipos. Hoy han cambiado
mucho las cosas, pero tengo la sensación de que todas las
que crecimos en los años noventa tenemos el mismo
patrón: las princesas Disney. Nuestras películas favoritas
nos hacían creer en los finales felices, en el príncipe azul y
el amor verdadero. Por favor, hasta la Sirenita dejó a su
familia, su mundo y su voz por un par de piernas para
perseguir a un chico al que solo había visto una vez,
motivada por un felices para siempre.
Cierto que siempre surgían un montón de obstáculos, no
se lo ponían fácil. Pero esto ¿qué nos enseñó?, ¿qué
tenemos que luchar por mantener una relación imposible
porque creemos que es el amor es para toda la vida?, ¿de
verdad ese sería nuestro final feliz?
Suena extraño que me replantee todo esto cuando soy
una chica Disney con matrícula de honor, pero creo que, en
el mundo real, la Bella Durmiente se habría despertado un
día y se habría planteado si quería ser rescatada por un
príncipe o prefería levantarse, dejar de esperar y buscar su
propio destino.
La señora se llama Manuela y me explica todo detalle a
detalle. No puedo dejar de pensar en la sensación de
ternura y paz que me transmite. Mientras revisa mis datos,
observo su cabello grisáceo, su abrigo largo de cuadros y el
pañuelo marrón que lleva a modo de turbante y que
refuerza la sensación de serenidad que ya de por sí genera
el ambiente que aquí se respira. ¿Cuánto tiempo llevará
aquí?, seguro que ha tratado con cientos de personas,
quizás nos clasifique en grupos o por los colores de un
semáforo según la impresión que cada uno de nosotros le
demos. En realidad, tiene toda nuestra información, pero no
sabe quiénes somos. Y yo, ¿qué color seré? No podría estar
en su lugar, no podría ser amable con alguien que quizá no
lo merezca.
Estoy convencida de que Manuela cree que soy una chica
normal, que no se huele que, hace unas horas, mi vida se
paralizó por completo, que mis días pueden parecer
idénticos, pero que ya nada es lo mismo. Bienvenidos a mi
mundo de unicornios y arcoíris, menos mal que La Vecina
Rubia normalizó que volvieran a nuestras vidas pasados los
siete años.
Una cabaña de piedra en medio de la nada. ¿Qué hago
aquí? Es típico en mí tener sentimientos contradictorios. En
un momento puedo estar tan feliz, pensando que todo es
perfecto en mi querido mundo de las maravillas que, de
repente, bajo a la tierra y me replanteo cada instante y la
realidad me sacude de golpe.
—Adelante, Emma, pasa. Cómo ves, tu cabaña es la
número cuatro, ¿estás preparada?
Tomar conciencia de que ya no hay vuelta atrás, me deja
muda.
—Sí, por supuesto —me sorprendo al escuchar mi propia
voz.
—Nos rodea un bosque, ríos y rincones que te dejarán sin
palabras. No puedo describirlo, tendrás que descubrirlo por
ti misma. Entremos.
Noto que Manuela siente este lugar como propio. Dicen
que todos tenemos el nuestro, este es el suyo sin duda, el
mío… no lo creo.
—Haz tú los honores. —Manuela me entrega las llaves y
me dispongo a abrir la puerta.
De nuevo, vuelvo a quedarme sin palabras. Nada más
entrar hay un recibidor con una estantería llena de libros, mi
gran pasión. Una cocina y una sala de estar sencilla, pero
muy acogedora. Todas las paredes son de madera, también
hay una chimenea y una mecedora. Lo que más me
impresiona es que en un lateral no hay pared, sino una
cristalera que descubre toda la belleza del lugar.
—Como puedes ver las vistas son únicas. Si abrimos la
cristalera sales a tu jardín. Pasemos y verás lo que hemos
preparado.
Un porche con mesa y sofás. Me visualizo leyendo aquí y
pienso que quizás sí que pudiera parecerse un poco a mi
lugar.
—Solo me queda enseñarte la habitación, verás que es
muy parecida al salón, hemos seguido el mismo estilo en
toda la cabaña para crear el mismo ambiente.
Tiene razón, pared rústica, una cama enorme e inmensos
ventanales. Nos sentamos en los sofás blancos para firmar
toda la documentación, acompañadas de unas deliciosas
tazas de café.
—¿Tienes alguna duda?
—No.
—¿Seguro?, puedes preguntarme lo que quieras.
—No, tranquila.
—Perfecto, casi se me olvida, he dejado la nevera
preparada para que no tengas que preocuparte el primer
día. Céntrate en organizar tus cosas y descubrir este lugar.
Más abajo tienes una tienda donde podrás encontrar lo que
necesites. Además, te entrego un pequeño cuaderno en
blanco, nuestros huéspedes aprovechan su estancia para
poner en orden sus pensamientos y nos pareció un buen
detalle de bienvenida. Bueno, Emma, comienza tu aventura,
me despido, cualquier cosa que necesites, solo tienes que
acercarte a mi cabaña, es la número seis.
—Gracias, Manuela.
Manuela abre la puerta y desaparece por el sendero.
Ahora sí, me siento sola en un nuevo mundo. A veces es
necesario frenar para poder seguir con nuestra vida. Parar
con la intención de reencontrarnos con nosotros mismos.
Capítulo 2
M

¿Solo han pasado dos horas?, he organizado todas mis


cosas, he investigado todos los rincones de la cabaña, he
revisado uno a uno todos los libros de la estantería… ¿Y
ahora qué? Necesito hablar con Oli, estoy segura de que
estaríamos mandándonos audios y riéndonos de mi
situación, pero decidí no traer el móvil, quiero olvidarme de
todo. Es mi mejor amiga desde que tengo uso de razón,
somos polos opuestos, pero quizás eso es lo que más nos
une.
Nos conocemos desde hace seis años y puede sonarte
tópico, pero desde el primer momento en que nos vimos,
supimos que seríamos amigas para siempre. Las dos nos
mudamos a la ciudad para perseguir nuestros sueños —que
queda más dramático que confesar que fue para continuar
nuestros estudios—.
Al llegar a la residencia, ella ya estaba en la que sería
nuestra habitación. Había un montón de ropa en una de las
sillas, una maleta abierta en una posición casi imposible,
tirada por el suelo, y muchos pintauñas en lugar de libros.
—¿Eres la nueva?
—Sí.
—¿Qué se te ha perdido por aquí? —¿Ni un hola?, ¿ni un
cómo te llamas? Me sorprendía que fuera tan directa así que
utilice la misma táctica.
—Supongo que lo mismo que a ti, ¿no?
—¿Entonces tu misión es salir de fiesta y conocer todos
los tíos que hay en la faz de la tierra? —preguntó con tono
irónico.
—Con uno decente, y estudiar a ratos, me conformo.
—Vamos a hacer buenas migas, pero tengo que quitarte
esa idea de la cabeza, no puedes conformarte con uno, hay
que vivir y conocer mundo. Soy Olivia, pero puedes
llamarme Oli, ¿quieres una? —extendió su mano y me
ofreció una cerveza.
—Claro, soy Emma, pero puedes llamarme M. Encantada.
Encajamos a la perfección, si fuéramos lesbianas
tendríamos una relación de película y nos habríamos
evitado grandes quebraderos de cabeza, pero a Oli le van
más los penes que a un tonto un lapicero.
Si lo pienso bien, da lo mismo que no tenga el móvil,
ahora no contestaría a mi llamada. Me lo he ganado a pulso.
¿Escribir un diario? Debería hacerlo, pero no sé en qué
puede ayudarme. No tengo otra cosa mejor que hacer, así
que empezaré a contaros mi historia…

22 de octubre
Soy Emma, aunque suelen llamarme M. Cosas de niñas.
A mí hermana siempre le llamaban Ele y yo también quería
mi diminutivo, así que empezaron a llamarme Em. Pero yo
quería más, como nos pasa siempre con los follamigos,
decidí reducirlo a una simple M. Así seríamos como un
pequeño abecedario, L y M.
L se casó con su novio del instituto y compraron una casa
justo al lado de la nuestra. No me puso las cosas fáciles. Mis
padres tardaron tiempo en procesar y entender que no
quería estar allí, que no me conformaba con mi trabajo en la
tienda de telefonía y que aspiraba a más. Se preguntaban
por qué no podía ser como mi hermana. Así que, me fui,
dejé el nido y me trasladé a la ciudad con la esperanza de
comerme el mundo. Me matriculé en la universidad y me
licencié en publicidad. No sé cómo lo logre porque aquellos
años vivía más de noche que de día. Tras un tiempo en la
residencia, Oli y yo encontramos curro en una cadena de
comida rápida y pudimos alquilar un piso para las dos.
Hoy en día, trabajo en una empresa de marketing,
«Publish Go On», donde realicé las prácticas de la
universidad durante seis meses sin recibir un duro, claro,
pero la verdad es que me encantó y tuve la suerte de
quedarme en el departamento de eventos. Esa es mi
función: organizar actos y promociones para empresas.
Planificar es una de mis virtudes y, a la vez, uno de mis
mayores defectos; un punto a favor en mi trabajo y un
punto en contra en mi vida. Necesito tener todo organizado
y la vida no se puede planificar. A veces es necesario
dejarse llevar.
Estamos en unas oficinas que ocupan dos plantas, en el
centro de la ciudad. Somos un equipo joven y dinámico. Nos
llevamos bien, aunque siempre hay roces y alguna que otra
disputa en la toma de decisiones. Es lo malo que tiene
juntar a veinte personas completamente creativas, cada
uno con su idea en la cabeza.
Recuerdo el día de mi entrevista, no sabía qué ponerme.
Oli improvisó una tarde de shopping, risas y mojitos, las
echo de menos. Cuando llegué al portal noté como mis
piernas temblaban, pese a los quince centímetros de tacón
que me obligó a ponerme, me sentía pequeña. Subí en el
ascensor y me miré de arriba abajo en el espejo. Había
dejado mi hogar, había conseguido licenciarme y me había
enfrentado a todo lo que se me había puesto por delante
para lograrlo. Me vine arriba, iba a ser mi gran oportunidad.
—Buenos días, soy Emma Martín y tengo cita para una
entrevista.
—Hola, por favor, siéntese en la sala y enseguida le
llamaremos.
No era una sala normal, sino un recibidor en blanco y
negro con pufs y fotos de productos y eventos. Me disponía
a sentarme cuando una voz me sorprendió.
—¿Vas a ser nuestra nueva becaria?
—Eso espero —contesté sonriendo.
—Seguro que sí, soy Nico, marketing manager. Espero
que nos veamos pronto. Suerte.
—Gracias, igualmente. —Sus palabras aún me
empoderaron más.
Apenas unos minutos después, se abrió la puerta del
despacho y pronunciaron mi nombre. Era mi turno. Un
hombre de unos treinta y ocho años, alto, moreno, ojos
azules y más serio que una estatua, me invitó a pasar. Tras
un frío apretón de manos, se presentó:
—Buenos días, soy Pablo, director de la agencia. Eres
Emma, ¿verdad?
—Sí, buenos días —aquella formalidad iba a conseguir
que mis nervios afloraran otra vez, pero no lo permití.
—No tengo mucho tiempo, he revisado tu curriculum y
no tienes experiencia en publicidad, dime, ¿por qué
decidiste dedicarte a esto?
—Desde niña veo anuncios y eslóganes subliminales en
televisión. Nos incitan a comprar manipulando nuestras
mentes. Quiero corregir eso, vender y representar un
producto con una imagen, unas simples letras mostrando la
verdad y que los clientes estén satisfechos por ello, sin
engaños.
—¿Cómo pretendes conseguirlo?
—Con sinceridad, si la siembras, consigues confianza y,
por tanto, ventas y fidelidad.
—¿Y cómo te venderías con cuatro palabras?
—Planificada, organizada, creativa e indecisa.
—¿Indecisa?, ¿consideras que dudar es una virtud?
—Lo es. Reviso todo hasta estar segura de que es la
mejor versión. Replanteo la idea y la mantengo o la mejoro.
—Se te olvida añadir «franqueza» a tu descripción.
Buscamos una persona en prácticas para ayudarnos en
temas de gestión y para familiarizarse con el sector. La
jornada será continua, por el momento, de nueve a quince
horas. ¿Te encajaría?
—Sin problemas.
—Gracias por venir, Emma, si resultas seleccionada, nos
pondremos en contacto contigo en los próximos días.
Salí de allí pensando que no me contrataban ni por todo
el oro del mundo, ¿cómo se me había ocurrido decirle que
era indecisa? No puedo callarme lo que pienso, si algo me
ronda por la cabeza, por más insignificante que sea, tengo
que soltarlo. La impulsividad, es uno de mis puntos fuertes,
al menos eso fui capaz de omitirlo. ¿Y el tal Pablo? ¿Don
estatua para los amigos? ¿Quién se habría creído? Ni
siquiera me ha preguntado dónde estudié ni por mi proyecto
fin de carrera, que fue el mejor de mi graduación. Me dirigí
sin rumbo a la parada del metro, paseando entre la
multitud. Me distraje, ¿nunca os habéis fijado en alguien por
la calle y habéis imaginado cómo será su vida?, ¿qué
música escuchará?, ¿dónde irá? Cuando pienso que de mí
podrían preguntarse lo mismo, me genera inquietud, ¿qué
pensarán?, ¿qué imagen doy?
Al día siguiente recibí una llamada de Marta, la
recepcionista. Me confirmó que el puesto era mío y que
empezaba el lunes siguiente. Esa noche, Oli y yo quemamos
la ciudad, celebración histórica donde las haya. De esas de
las que no te acuerdas ni cómo llegaste a casa. Esas noches
inolvidables que, con el paso de los años, se quedan entre
tus mejores recuerdos. Antes, cualquier excusa era perfecta
para salir. Luego solo hay cafés y, como mucho, una tarde
de cervezas si alguna tiene tiempo en su agenda, los
tiempos cambian…
El primer día en la oficina fue genial, me sentía como una
niña en el día de Reyes. Una mezcla de ilusión, motivación y
nervios. Tuve la suerte de formar parte del equipo de Nico
que no solo me encomendó los temas de gestión, sino que
dejó que me involucrara en todo, era una más. Quién iba a
decirme que mi gran oportunidad laboral iba a convertirse
también en el gran desastre de mi vida…
Capítulo 3
Encontrándome

Segundo día.
Mientras desayuno en el jardín solo escucho el sonido de
los pájaros revoloteando sin parar. Esto sí que es una
maravilla. Observo el plano que me entregó Manuela. Me
canso de estar encerrada, así que voy a ir a la aventura.
Señalo un lago adentrado en el soto. Me enfundo unos
leggins y las Converse blancas, allá vamos. La orientación
nunca ha sido lo mío, pero me da igual si me pierdo, total,
ya lo estoy.
El sendero está marcado con piedras blancas y grises,
como si quisieran imitar un espacio zen. La verdad es que
las hojas de los árboles, caídas por el otoño, ayudan a crear
una estampa japonesa. No hay nadie por aquí, qué lástima
no tener mi Iphone, con lo que me gusta a mí la fotografía.
Mientras camino, imagino que aparece un ciervo y no me
da tiempo ni de echarme a correr. Me siento como
Caperucita vagando por el monte con miedo a que aparezca
el lobo feroz. Pobre, siempre hemos considerado que era el
malo de la historia sin ni siquiera escuchar su versión. ¿Y si
decidió comerse a la abuelita porque había atacado a su
manada?
Intento no pensar, pero si no mantengo la mente
ocupada, su nombre viene una y otra vez. ¿Cómo se puede
echar de menos a alguien que te ha hecho tanto daño?
A lo lejos veo un lago de un color azul brillante y
cristalino, parece una playa de Maldivas. Hay una pequeña
mesa con bancos de madera. Es el momento de sacar mi
diario…

23 de octubre
Mis días en la ciudad no tenían ni un minuto de
descanso, vivía más rápido que las agujas del reloj. Tener
todo planificado me obligaba a seguir una rutina bastante
estricta, que en el fondo adoraba. Las horas en la oficina se
me pasaban volando, como el recreo a un niño en el colegio.
Cada proyecto era absorbente y a la vez abrumador. Nico
me prohibió ser la típica becaria; no podía acercarme a la
fotocopiadora ni llevarle cafés a nadie. El primer evento en
el que me dejaron participar fue en la presentación de una
colonia. Recuerdo que hicimos una reunión donde cada uno
debía decir sus ideas, sin prejuicios, para ponerlas en
común y decidir cómo realizaríamos el evento.
—Podemos preparar un catering, y en la entrada, para
dar la bienvenida, entregamos muestras del nuevo perfume
—dijo Puri, la Marketing Manager.
—De esta forma hacemos llegar el producto a los
asistentes, pero no conseguimos darle valor ni prestarle
atención. ¿No se os ocurre nada más? —Nico dirigía la
reunión con normalidad, nos miraba con serenidad creando
un clima de confianza.
—¿Y si añadimos un desfile para demostrar que con la
colonia te sientes una top model? —comento Héctor.
—Podríamos patrocinar el desfile en redes, unirlo con una
buena firma y causar gran repercusión —señaló Carol,
Community Manager.
—Es una opción, pero no veo en qué nos diferencia de la
competencia. Tenemos que ser únicos, tienen que elegirnos
a nosotros. —A Nico no terminaba de convencerle nada de
lo que habían expuesto mis compañeros, noté cómo
cambiaba su tono sin querer.
—Debemos buscar una temática, involucrar al cliente con
el aroma del perfume —añadí en voz baja, era mi primera
intervención.
—¿A qué te refieres, Emma? —preguntó Puri con
expectación.
Me levanté y rocié un poco de perfume en mis manos.
—Los olores evocan reacciones emocionales porque los
receptores olfativos están conectados al sistema límbico
que es el generador de emociones. Debemos explotar su
aroma, recuerda a un sabor dulce y ácido, como una
manzana.
—Muy buena observación, por favor, continua. —Nico me
miraba con asombro.
—¿Lo ambientamos en Blancanieves? —Mi mundo Disney
volvía a florecer.
—Es una marca de renombre, no una colonia infantil. —
Parecía que Puri no quería apoyarme, al fin y al cabo, la
becaria no tenía por qué tener voz ni voto.
—Al contrario, podemos representar dos tipos de mujer:
malvada y poderosa o dulce y tierna. Ambientaríamos la
sala como si se tratase de un bosque encantado y las
azafatas se vestirían de la Reina Malvada y de Blancanieves.
El catering podría ser dulce, con manzanas de caramelo. A
la salida entregaríamos el perfume en un frasco rojo de
cristal con un mensaje: Atrévete a morder la manzana.
—Una ida de olla totalmente genial —aclamó Héctor.
—Me dejas sin palabras, Emma. Puri, ¿podemos
encontrar material? —Nico ya visualizaba todo en su
cabeza.
—Sí, con un par de llamadas creo que no tendremos
problemas.
—Perfecto, si estáis todos de acuerdo, trabajamos esta
opción. Preparamos una presentación para Pablo, la
necesitará en su mesa para el viernes. Reparto ideas y os
comento. A por ello.
No tenía palabras, en la primera reunión una de mis
ideas se convertía en realidad, pero una voz hizo que bajara
de la nube.
—Emma, ¿tienes planes esta tarde?, podríamos tomarnos
algo para celebrarlo.
—Claro, Nico, sería genial. —Tenía yoga a las seis, pero
no podía rechazar su invitación, había creído en mí.
Y así es como surgió mi amistad con Nico. Descubrí que
tomarse algo era sinónimo de vinito va vinito viene. Todos
los viernes, después del trabajo, comíamos juntos. Nos
encantaba cotillear y ponernos al día sacando a relucir
todos los trapos sucios de la semana. Nunca había tenido un
amigo gay, si no lo tienes, pon uno en tu vida, son geniales.
Revivir todo aquello me hace sentir especial, y a la vez,
extraña. Me derrumbo. Vuelvo a recorrer el sendero, pero
esta vez en sentido contrario. Regreso a la cabaña.
Manuela está sentada en la puerta, me espera.
—Emma, corazón, solo pasaba a saludar y a preguntarte
por tu primer día.
—Bien, he dado un paseo como me recomendaste. Unas
vistas sensacionales.
—Pues no ha causado el efecto que pretendía, tienes la
mirada perdida cuando deberías estar relajada y feliz.
—Si, bueno…
—Ay niña, cuánto te queda por aprender. Pásate un día
por casa, anímate. El mal de amores también se cura.
—¿Cómo? —Me sorprenden sus palabras.
—Nadie alquila esta cabaña, con el dineral que cuesta,
para estar solo, algo te corrompe. Yo también era así a tu
edad, piensa que ningún hombre que apague tu sonrisa
debería merecerla. Tengo que irme, pero te esperaré con
mucho gusto.
—Gracias, Manuela, lo tendré en cuenta.
Pasan las horas, no dejo de dar vueltas en la cama
abrazando la almohada. Odio cuando todo el mundo te dice
que no des importancia a las cosas, que olvides el tema o
«Next», la palabra de moda. Desde fuera lo vemos todo
muy sencillo, somos egoístas por naturaleza y pocas veces
nos ponemos en la piel de los demás. Antes de juzgar a
nadie debemos ponernos sus zapatos y recorrer su camino.
Qué pena, no aprendemos nada, en tiempos de guerra
tenían que refugiarse para subsistir. ¿Y si yo también me
escondo para sobrevivir? No me considero cobarde por no
enfrentarme a lo que no puedo soportar, verle día tras día
como si no pasara nada. Él parece que sí, o quizá se lo he
puesto fácil desapareciendo.
Se acabó, no me reconozco… Estoy gastando todos mis
ahorros en estas vacaciones, en un lugar increíble y en una
casa que no podría permitirme ni en mis mejores sueños. Lo
único que hago es estar aquí tumbada sin hacer nada. ¿En
serio? No…. No me voy a dejar vencer, si no puedo cambiar
el destino, tendré que cambiar mi actitud.
Capítulo 4
Nuestra gran mierda

Era un martes como otro cualquiera. Sentada en mi mesa


repasaba los temas pendientes de mi agenda. Tenía todo a
medias, no suelo meter la pata, pero el día anterior me
había cubierto de gloria. Prometí a Nico terminar una
invitación para una exposición fotográfica, pero mi teléfono
no paró de sonar, el correo echaba humo y, pese a mi
planificación, me olvidé.
—Emma, no he recibido el diseño ¿ocurre algo? —me
preguntó Nico nada más entrar en la oficina.
—Ocurrir, ocurrir, no…Nico, se me pasó. —Aparté la
mirada, no podía mentirle.
—¿Motivos?
—Trabajo, llamadas… No tengo excusa.
—Envíamelo antes de las diez.
—En media hora como muy tarde es todo tuyo.
Así fue, acabé el boceto en un abrir y cerrar de ojos.
Sentí rabia porque no soporto fallar. Me consuelo pensando
que las equivocaciones son parte de la vida, las
necesitamos para aprender y mejorar, pero, aun así, me
generan siempre una sensación de angustia que tarda en
irse. Una visita inesperada me interrumpió. Alcé la mirada
sorprendida. ¿Marta en mi mesa?
—¿Qué tal, Emma? —preguntó mientras revisaba mi
mesa llena de pos-it y cuadernos Mr. Wonderful.
—Hola, Marta, bien ¿y tú?
—Pablo quiere reunirse contigo. Te espera mañana a las
doce en su despacho.
—¿Para qué?
—No tengo ni idea, solo soy una recadera.
—De acuerdo, allí estaré.
—Gracias.
Me quedé en schock. ¿Qué querría Don Seriedad? No
teníamos ningún tipo de relación. Tan solo le veía en las
reuniones matinales donde repasaba nuestros proyectos,
coordinaba y puntualizaba lo que no le parecía bien.
¿Tendría algo que ver mi cagada con Nico? No podía
preguntarle, el horno no estaba para bollos.
«Perri, ¿cenita en mi casa?”». Leí en la pantalla de mi
móvil. Oli tiene el don de la oportunidad.
«Ganas mil. Asco de día».
«Luego me cuentas, he quedado con David». Añadió un
gif de una chica saltando con las palabras «oh yeah».
«La perri entonces eres tú, me paso al salir. Kiss».
Estaba inquieta, no conseguía concentrarme. ¿Y si me
despedía? En la reunión mensual había comentado que los
resultados no alcanzaban el objetivo marcado por los
inversores. ¿Y si solo quiere darme un toque de atención por
no haber entregado el trabajo a tiempo?
Salí directa a casa de Oli con la esperanza de no
encontrarla con pelos de mal follada.
—¿Y Nico?
—Un ¿qué tal tía? no estaría mal de vez en cuando —
contesté mientras me quitaba el abrigo.
—No seas así, te tengo más vista que las stories del
Duque. ¿Tinto o blanco?
—Blanco. ¿Qué tal con David?
—Poca cosa, me invitó a jugar una partida de ajedrez.
—¿Ajedrez?, ¿así lo llaman ahora?
—Tenía un tablero en su mesa la última vez que
quedamos. Me vino a huevo para romper el hielo después
de que me hiciera un dedo en el sofá. —Sonó el timbre y
recibió a Nico con efusión. —¿Así te parece mejor? —dijo
con ironía.
—Más pava y no naces.
—Es un empotrador en toda regla. Me ha reventado, he
hecho bien en no ir al gimnasio hoy.
—¿Otra vez David o tienes nuevo crush? —preguntó Nico.
—Nuevo no, nuevos. No puedo bajar el listón.
—Cabrona. No me das envidia, yo también tengo mucho
que contaros. ¡He encontrado al amor de mi vida! —
exclamó con ilusión.
—¿De esta o de otras? Porque ya llevas unos cuantos. —
Oli nunca puede callarse.
—Se llama Ángel. Lo conocí en Grindr hace dos semanas,
no paramos de hablar y la semana que viene, por fin,
hemos quedado.
—¿Foto? —Intenté interesarme y ver si se le había
olvidado mi descuido laboral.
—¡Es muy mono, campeón! —exclamó Oli mientras se
reía—. ¿Y la foto polla?
—¿Por quién me habéis tomado? —contestó ofendido.
—Yo prefiero que me la manden. No vaya a ser que la
tenga pequeña y pierda la oportunidad de meterme otra
más grande.
—¿Y tú qué?, apenas te he visto el pelo en la oficina.
—Estaba liada. Se me olvidó entregarle un trabajo al
imbécil de mi jefe.
—Sin faltar, señorita. Menos mal que eres tú, si no, te
habrías enterado de lo que vale un peine.
—¿Un peine? Hijo, tan anticuado para unas cosas y tan
moderno para otras. A la hora de buscar nabos bien que te
van las nuevas tecnologías. —Oli siempre tan comedida.
—Pablo me ha citado en su despacho.
—¿Pablo?, ¿a ti? —Nico me miró descolocado.
—Sí. No sé qué narices quiere. Marta no me ha
concretado los detalles.
—Igual quiere mambo.
—Tía voy a prohibirte ver a David, te quedas más salida
que el pico de una mesa.
—¡Qué pasa! Lo único que comentáis de él es que es un
amargado. Así se le pasaría y podríais dejar de llamarle Don
Seriedad.
—Nico, ¿tú sabes algo?
—¡Qué va! Primera noticia que tengo.
—¿Tiene que ver con mi cagada de hoy?
—¿Cómo le voy a decir que me lo has entregado tarde?
¿Estás tonta? Que sea gay y tengamos fama de malvadas
no significa que vaya a darte una puñalada trapera a la
primera de cambio.
—¿Por eso estás rayada? Cambia esa cara y no seas
petarda. Ya te dirá lo que sea, no adelantes
acontecimientos. —El pasotismo de Oli hizo acto de
presencia.
—¡Te montas cada película! Cualquier día la compra HBO.
¿Os cuento ya lo de Ángel o vais a seguir ignorándome?
—Vamos a brindar primero, no me bebéis nada.

Las gilipolleces que surgían, copa tras copa, hicieron que


me olvidara de todo. Compartir tiempo con personas con las
que tenemos plena confianza nos ayuda a relativizar, es tan
necesario como ir de compras una vez al mes. Nos
encantaba juntar nuestras mierdas y hacer una más grande.
Nuestra gran mierda, así se llamaba nuestro grupo de
WhatsApp. Como imaginarás, lleno de risas, memes,
lágrimas y tonterías que nos acompañaban día tras día. Y
como diría Oli: «¡Y muchos tíos!». Mañana será otro día y,
como suele decirse, esperemos que mejor.
Capítulo 5
La reunión

Abro los ojos y miro mi Iphone desorientada, creyendo


que aún quedan un par de horas hasta que suene la alarma.
¡Mierda! Son las ocho, ¿cómo me he podido dormir? Justo
hoy. Tengo media hora para llegar a la oficina. Las noches
con mis chicos son geniales, pero hoy va a pasarme factura.
Me pongo en pie de un salto y me dirijo al armario. ¿Qué
narices me pongo? Cojo unas medias y un vestido rojo de
punto, buena elección. Me doy una ducha rápida, no tengo
tiempo para lavarme el pelo así que tengo que improvisar.
Busco una goma y me hago un moño despeinado, salvada
por la campana. Hace unos años solo nos los poníamos para
los domingos de pijama, ahora cuantos más pelos se
descuelguen, más cool te sientes. Me cuesta más de quince
minutos maquillarme. Las ojeras me delatan, ni con el mejor
corrector del mundo puedo disimularlas. Me miro al espejo y
no me convence nada cómo me queda el vestido, no me
siento yo. Vuelvo a revolver todo el armario y tiro mil
conjuntos encima de la cama. Lo que me faltaba, tener que
recogerlo todo cuando vuelva a casa. Me pruebo unos
vaqueros con una camisa blanca, al final lo sencillo suele
ser lo más acertado. Me preparo un café, total, no voy a
llegar a tiempo ni de coña y necesito cafeína para el día que
me espera. Un par de tragos y salgo cagando leches.
Mancha a la vista, no se pueden hacer las cosas deprisa y
corriendo, ya lo decía mi madre. ¿Y ahora? Vuelvo al look
inicial, parece que en vez de ir a una reunión me estoy
preparando para un sábado noche. Salgo de casa y veo el
autobús de fondo marchándose en mi cara. ¿Algo más?
Entro sigilosa en la oficina esperando que Marta no se dé
cuenta de la hora que es.
—Emma, te recuerdo que Pablo te espera a las doce, no
vaya a ser que también llegues tarde.
—Gracias, Marta —contesto con ironía, siempre tiene que
meterse en todo.
Llego a mi mesa y suspiro. Por fin. Dicen que siempre hay
que ver el lado bueno de las cosas, si no me hubiera
dormido, habría tenido demasiado tiempo libre para
comerme la cabeza con la reunión y ponerme de los
nervios.
—¿Se te han pegado las sábanas? —Nico aparece para
meter el dedo en la llaga.
—Hoy no es mi día —respondo malhumorada.
—Pues te espera el jefe, ¿o es que los vinitos de anoche
han hecho que se te olvide?
—Hasta donde recuerdo, tú acabaste peor que yo.
—Anda, vente, que te invito a un café, a ver si cambias
esa cara de zombi que pareces salida de The Walking Dead.
Entre que he llegado tarde y que mi café con Nico ha
durado más de lo normal, sin darme cuenta apenas quedan
diez minutos para la reunión. ¿Llevo mi cuaderno? No sé si
coger algo para anotar o presentarme allí sin más. Como me
diga que me despide voy a quedarme con cara de gilipollas.
Mejor no llevo nada, que sea lo que Dios quiera. Gracias a
Marta, todo el mundo se ha enterado de lo impuntual que
soy, así que acudo a la sala de espera cinco minutos antes
para compensar. Me siento en el mismo puf que el día de mi
entrevista, cómo pasa el tiempo. Hace dos años buscaba mi
primera oportunidad y hoy no sé qué me deparará el futuro.
—Adelante, Emma, pasa. —Pablo sale a buscarme, qué
raro que su secretaría méteme en todo no esté por aquí. —
Siéntate.
No puedo ni mover la silla. Empiezo a sentirme asustada,
como una niña cuando sabe que ha hecho algo malo y sus
padres van a castigarle.
—López Miranda se puso ayer en contacto conmigo. Ya
sabes que es uno de nuestros principales clientes y no
puedo rechazar su petición.
—Si, por supuesto —contesto con el mismo tono de
seriedad al que Pablo nos tiene acostumbrados.
—Su editorial va a lanzar una nueva revista y quieren
contar con nosotros para su presentación.
—Es una buena noticia. —¿Y para esto tanta
parafernalia? Nico coordinará el proyecto y será un trabajo
más.
—No me estás entendiendo bien. Quieren contar con
nosotros, pero quieren que seas tú la persona que se
encargue de todo el evento.
—¿Yo? —¿Perdona? No daba crédito a sus palabras.
—Soy bastante claro y directo, no entiendo por qué te
sorprende tanto. —Vuelta a la realidad, Don Seriedad en
estado puro. —Voy a pasarte por correo toda la
documentación, necesito una presentación para mañana.
—Perfecto, sin problema. —Joder, ¿mañana? Apenas
consigo mantener los ojos abiertos, como para ponerme a
pensar en eventos.
—Es una gran responsabilidad, apenas tenemos dos
semanas para sacarlo adelante, por lo que te pido
dedicación exclusiva.
—De acuerdo, me pongo a ello ahora mismo. —O cuando
me tome dos cafés más, le habría dicho si no tuviera miedo
a que me despidiera por querer dar un toque de humor al
asunto.
—Gracias, espero no equivocarme contigo.
Cierro la puerta de su oficina. ¿Ni siquiera dando una
buena noticia puede ser cordial? En vez de alegrarse o tener
algún gesto amable conmigo, me dice que espera no
equivocarse. ¿Se puede ser más estirado? Al final va a tener
razón Oli cuando dice que le hacen falta un par de polvos.
Voy corriendo a la mesa de Nico para contarle el plan de
nuestro querido superior.
—¡Qué fuerte tía! Tienes que irte a casa ya y ponerte con
ello.
—No sé por qué te alegras tanto, más que una
oportunidad, parece un castigo. Tendrías que haber visto
cómo me hablaba, ni siquiera me miraba a la cara y su tono
era despreciativo.
—Menos drama y más ganas. ¡No seas exagerada! Ya
sabes cómo es, en vez de darle importancia a eso, dedica
tus energías a crear el proyecto.
—Tienes razón, pero es que es superior a mis fuerzas, me
saca de quicio la gente así. Te voy a hacer caso y me voy a
casa, seguro que allí me cunde más.
—Esta noche te llamo a ver cómo vas, venga, ¿a qué
estás esperando?
Cojo mis cosas y salgo de la oficina. Hace un sol
estupendo, y con la noche que me espera, es mejor que
vaya paseando y me dé un poco el aire para despejarme. Un
pensamiento aparece de repente, Oli me va a matar.
Habíamos quedado con dos chicos que conocimos en
Strange, un antro de mala muerte donde acabamos el fin de
semana anterior. Por supuesto, estaba convencida de que
iban a ser el amor de nuestras vidas, como os dije, típico de
chicas Disney. Quizás sea más de princesas modernas,
¿príncipe azul en una discoteca? No sé en qué estaría
pensando…
Así es, Oli se ha cogido un rebote de narices. Encima,
tengo que recoger todo el desastre de esta mañana. Sin
ganas, es lo primero que hago nada más llegar.
Acompañado de una ducha fría, pijama y otro buen café.
Abro mi portátil y extiendo todos los papeles sobre la mesa
del salón. Abro el correo y allí está su email.
«Emma, mañana espero tu presentación»
¡Será subnormal! Quiere todo para mañana y encima con
exigencias. Estoy bloqueada, mi cabeza tiene muy claro lo
que quiere hacer, pero no soy capaz de plasmarlo en el
papel.
Está siendo la noche más larga de mi vida, no me inspiro.
Enciendo la radio con la esperanza de que suene alguna
canción motivadora. No es así, suena «Can´t Hold Us de
Macklemore», pero, por lo menos, me transmite energía.
Cuando por fin estoy a full, oigo mi móvil de fondo. Son las
doce de la noche, la melodía lleva el nombre de Nico. Tengo
ganas de contestar, pero, por otro lado, no sé cómo decirle
que no doy pie con bola.
—¿Cómo lo llevas, señorita?
—¿Realidad o ficción? —digo con descaro.
—Si vas a decirme que no se te ocurre nada, elijo ficción.
—Pues tengo todo terminado. Me he inspirado en la
antigua Edad Media y sus clases, destacando el público
objetivo al que va dirigida la nueva revista. —No sé por qué
se me ha ocurrido semejante gilipollez, pero a la vez una
bombilla se enciende en mi cabeza. —¡Eso es!, ¡lo tengo!
Nico, te cuelgo, gracias por tu llamada.
—Vale, vale. Estas como una cabra, en fin. Que te sea
leve la noche.
—Mañana te cuento.
La inspiración por fin se ha dignado a visitarme.
Antiguamente la sociedad se dividía en clases: nobles,
siervos, eclesiásticos… Hoy en día, ¿qué clases
distinguiríamos? Estamos en una era donde la tecnología y
las redes sociales mueven el mundo. Todo se difunde y
cuantos más likes obtienes, mayor fama. Pero ¿alguien
destaca esta labor y el tiempo que conlleva transmitir esa
información? Tenemos que reunir influencers, premiarles y
darles las gracias por todo lo que publican. Consiguiendo a
la vez que su reconocimiento repercuta en publicidad para
nuestra revista. «Inside», la revista de los influencers. Nadie
destaca su función y el simple hecho de reconocerlo hará
que retransmitan todo en sus perfiles.
Plasmo todas las ideas en un esquema, garabatos y
tachones que, pasadas cuatro horas, se convierten en un
Power Point de más de treinta páginas. Pese a estar
durmiéndome, detallo cada idea, le doy mil vueltas y a las
cuatro y media de la mañana envió todo a Don Seriedad sin
saber que aquí empezaría todo.
Pablo y yo comenzábamos unos de los proyectos
laborales más importantes de la agencia. Quién iba a
decirme que también iba a convertirse en mi nuevo
proyecto personal.
Capítulo 6
El día después

Vuelve a sonar la alarma, menos mal que es viernes.


Bendito viernes, llevo esperándote desde el lunes. Solo he
dormido tres horas, mis ojeras me delatan, si ahora me
viese un oso panda seguro que se enamoraba. Por lo menos
hoy no voy tarde y no tengo que aguantar el desplante de
Marta al llegar a la oficina. Mientras estoy en la ducha
escucho mi móvil de fondo. ¿Quién será a estas horas? Dejo
que suene, ya contestaré. Termino de arreglarme y, antes
de ir a la cocina, miro de quién se trata. ¿Oli?, ¿a las siete y
media de la mañana? O le ha pasado algo muy heavy o salió
anoche, sigue ciega, y llama para continuar nuestra
discusión.
—¿Te he despertado?
—El día que saludes con un hola o buenos días vamos a
tener que hacer una fiesta.
—No empieces, que no tengo el chichi pa’falorillos. ¿A
qué hora entras?
—A las nueve, ¿por?
—¿Te recojo en quince minutos y desayunamos?
—¿Qué ha pasado?, ¿aún vas pedo?
—¡Qué va! Cómo mi querida amiga me dio plantón en el
último momento, fui a casa de David.
—No me digas más. Cuando estés abajo, avísame.
Abro mi portátil y espero a que Oli pase a buscarme.
Reviso mi correo, Don Seriedad no se ha dignado en
contestar. Paciencia ven a mí. Suena el WhatsApp, cojo mis
cosas y bajo.
—Si que has madrugado —digo al montarme en su
coche.
—Acabo de salir de casa de David. ¿Vamos a la pastelería
cuqui que hay detrás de tu oficina?
—La de los muffins, ¿no? Bien, pero a las nueve en punto
tengo que estar allí, no tengo ganas de historias.
—Tranquila, que no te quitaré ni un minuto más.
—Sí que estás encabronada, ¿qué pasa?
—Lo de siempre, M, que soy subnormal. Como me
dejaste tirada, solo se me ocurrió plantarme en su casa.
—¿Estaba con otra?
—Parecido. Pedimos sushi para cenar y, ya sabes, una
cosa llevó a la otra. Sin darme cuenta me había quitado la
ropa y me la estaba metiendo doblada.
—Oli, ¡tía!, que no son ni las ocho y media.
—Joder, no seas puritana. ¿Qué culpa tengo de que folle
tan bien? No puedo evitarlo, es verlo y mis bragas se
deslizan solas hasta los tobillos.
—Bueno, ¿y entonces? —pregunto mientras bajamos del
coche.
—Vamos a por el café primero, lo necesito.
Nos sentamos en una mesita verde mint y pedimos dos
muffins de vainilla para acompañarlo.
—Por dónde íbamos… Cuando acabamos se metió en la
ducha y, mientras recuperaba la respiración, oí como
empezaron a llegarle mensajes. Ya sé que no debería
haberlo hecho, pero cogí su móvil. Una tal Leticia escribió:
«Entonces, ¿repetiremos pronto? Me muero de ganas».
—¿Y te sorprende?
—Ya sé lo que vas a decirme, que no somos nada, que es
puro sexo. Pero me sentí una gilipollas de manual.
—Oli, llevas tres años así. Tan pronto David es
maravilloso como de repente estás hecha una mierda. Me
canso de repetirte siempre lo mismo. ¿Cuándo vas a darte
cuenta?
—¿De qué?
—¡De que estás pillada hasta las trancas! Y por mucho
que te duela, debes tener claro que él no quiere
complicaciones, solo sexo, y con cuantas más, mejor.
—Yo también soy así, M.
—No, asúmelo. Si te diera igual, no estaríamos aquí en
pleno comité de crisis. Quedarías con otro esta noche y si te
he visto no me acuerdo. Tienes que pasar página, Oli.
—Como odio tener que darte la razón, pero no sé qué
hacer.
—¡Nada! No le llames, bloquéalo, deja que se hunda
poco a poco en el olvido. Vente a comer hoy conmigo y con
Nico, te vendrá bien distraerte.
—No puedo, curro hasta las seis.
—Vale, pues salimos esta noche. Te lo debo y seguro que
conocemos a otro gilipollas con el que entretenerte.
—Vale, paso por donde estéis al salir. ¿Puedes dejar de
mirar el reloj?
—Perdona, me quedan diez minutos y no me apetece
nada. He dormido una mierda por entregar la puñetera
presentación y el señor jefazo ni se ha molestado en
contestarme.
—¡Ese tío sí que es lo puto peor! Plántate en su despacho
y pídele un poquito de educación. No sé quién se cree que
es, pero déjale claro quién eres tú.
—¡Esta es mi chica!, ¡así te quiero ver! Ojalá pudiera,
pero no tengo ganas de irme directa a la cola del paro. Me
marcho ya, nos vemos cuando salgas.
—Que sí, tranquila. Esta noche se me pasa.
Orgullosa, subo a la oficina antes de lo habitual.
—Buenos días, Marta —saludo con cierta ironía.
—Buenos días, Emma.
Cómo se nota que es la secretaría de Don Seriedad,
cortados por el mismo patrón. Me dirijo a mi mesa y
enciendo el ordenador. Reviso mi email, sigo sin tener
respuesta. ¿Tantas prisas para esto? Me pide dedicación
exclusiva y ni siquiera me dice qué le parece mi idea. Reviso
mi agenda y aprovecho para cerrar temas pendientes. No
dejo de actualizar el correo, pero por mucho que abra y
cierre la ventana, no hay novedades.
—Anoche me dejaste con la palabra en la boca.
—Perdona, Nico, me inspiré y tenía que acabar el trabajo
para tu querido jefe.
—Y, ¿qué tal ha ido?
—Dímelo tú. Encima de que he estado toda la noche
trabajando, ni se ha dignado en articular palabra.
—Exclamó ofendida la dramática por excelencia. Tendrá
otros mil temas, ya sabes cómo funciona esto.
—Oli me ha dicho que me plante en su mesa y le ponga
los puntos sobre las íes. Por cierto, esta noche salimos,
David ha vuelto a hacer de las suyas.
—¿Otra vez el mismo cuento? Bueno, con un par de
chupitos se le pasa la tontería.
—¿Sabes que te digo? Me voy a su despacho. Son más de
las doce, esto ya me parece una falta de respeto…
—No tendrás valor…
—¡Cómo que no!, ¡allá voy! Nos vemos luego para comer.
No lo pienso dos veces y voy directa a la recepción. Me
da igual lo que diga Marta, voy a entrar sí o sí. Paso rápido
el hall, respiro profundamente y, sin pensar en las
consecuencias, llamo a la puerta de su despacho. Doña
impulsividad entra en acción…
Capítulo 7
Lluvia

Me despierta el sonido de la lluvia. El día es triste y el


cielo está gris, como yo, y eso me alivia, porque siento que
al menos algo se solidariza conmigo. Me levanto y voy a la
cocina. Preparo una taza de café caliente, con espuma. Me
siento en la silla que hay delante de la cristalera del jardín,
no pienso en nada, solo miro cómo se deslizan las gotas
sobre las hojas que el otoño ha dejado caer. Vuelvo a la
habitación y me meto de nuevo en la cama, me relaja ver el
paisaje.
No sé el rato que ha pasado, tengo ganas de llorar, pero
ya no me quedan lágrimas. O he cubierto el cupo o es que
Pablo ya no se merece ni una más. No me reconozco y es lo
que más me duele. Estoy en un lugar maravilloso y no tengo
fuerzas para hacer nada. Suenan de fondo las campanas de
la iglesia. Tengo la sensación de que estoy sola en este
lugar, es como si el mundo se hubiera detenido conmigo.
Recuerdo lo mucho que me gustaban los días de lluvia
cuando era pequeña. Me ponía las botas de agua azules con
estrellitas. Podía saltar en todos los charcos y jugar con mi
paraguas verde que imitaba a una rana. Extraño esa
felicidad.
Sigo en pijama, me pongo en pie y vuelvo a la cristalera
del cuarto de estar. Descalza, abro la puerta y me asomo al
jardín. Por un segundo, me quedo inmóvil en el porche.
Cuando reacciono estoy bajo un árbol, sonrío por primera
vez en mucho tiempo.
Entro en casa empapada, estoy helada. Enciendo la radio
y me meto en la ducha. ¡Qué bien se está bajo el agua
calentita! Suena una canción que hace años que no
escucho, El 28 de la Oreja de Van Gogh. Me pongo a cantar
como si estuviera dando el concierto de mi vida. Lo hago
fatal, pero me siento como una estrella del pop
internacional. Cuando llego al estribillo, una frase hace que
me quede en silencio: «Y paseé por mi mente y encontré
aquel rincón que te dejé, donde guardo los momentos que
no olvidé». Es como si fuera un mensaje revelador, palabras
que hacen que algo en mí se despierte. No tengo que
olvidar a Pablo, tengo que aprender a vivir sin él, tengo que
intentar recordarlo de una forma diferente.
Llega el momento que más odio, secarme el pelo. Lo que
más me gusta del verano es que no tengo que perder
tiempo con ese zumbido que acaba poniéndome dolor de
cabeza. Cuando termino, cojo el diario y me siento en el
sofá del porche. No escribo, no quiero pensar en todo lo que
ha pasado una vez más. Hago una lista que título «Rutina
diaria». Pienso en tareas y actividades que puedo realizar
estando aquí, tengo que dar el primer paso para poder
continuar.
—Por las mañanas desayuno en el jardín, paseo y
momento MasterChef. Cada día intentaré una nueva receta,
vamos a sacar provecho de todo esto.
—Después de comer toca sofá, mantita y un buen libro.
—Una horita de yoga a media tarde, ducha y cena.
Para empezar, no está nada mal.
Prometí a Manuela que pasaría por su casa. Me decido a
hacerlo, me vendrá bien un poco de compañía. Cojo mi
paraguas y paseo hasta su casa. Llamo a la puerta despacio
y espero que Manuela me abra.
—Emma, ¡qué sorpresa! Pasa, pasa. Que con el día que
hace no es para estar en la calle.
—Gracias, Manuela, la verdad es que hace un día de
perros, pero a mí me parece precioso.
—¿Precioso? —me pregunta sorprendida.
—Sí, me encanta la lluvia. Por culpa de las películas la
asociamos a tristeza y no debería de ser así.
—Qué razón tienes, hija. Por eso no tengo televisión, no
hacen más que engañarnos y distorsionar la realidad. Pero
no te quedes ahí, pasa y siéntate. ¿Cómo va todo?
—Bien, me encanta la cabaña, no tengo ninguna queja.
—No sabes lo que me alegra oírte decir eso, ayer te noté
un poco perdida y temía que no estuvieras a gusto aquí.
—Para nada, es un lugar muy acogedor. Me siento una
privilegiada.
—Acababa de poner una cafetera, ¿te apetece un café?
—Si no es mucha molestia…
—Por favor, otra cosa no, pero en este pueblo es
tradición tratar como se merecen a nuestros invitados. No
tenemos muchas visitas por aquí.
—Quería preguntarte por los horarios de la tienda, quiero
comprar un par de cosas.
—Solo abre hasta las dos. Por las tardes, José, que es el
dueño, se dedica a trabajar en sus tierras.
—Vaya, se me ha echado el tiempo encima. Me pasaré
mañana entonces.
—¿Necesitas alguna cosa?
—No, tranquila. —Mi plan MasterChef tendrá que esperar.
—Ya llevas aquí varios días, si has pasado a verme no
creo que sea solo para preguntarme esto. ¿Te aburres
mucho aquí?
—Bueno, necesitaba un poco de conversación la verdad.
—Has venido al lugar indicado, con los años que tengo,
puedo contarte historias para no dormir.
De repente escucho el sonido de unas llaves girando en
la cerradura. Me sorprende ver aparecer a un chico, más o
menos de mi edad. Alto, castaño, muy despeinado. Lleva
unos Levis rotos y un jersey de lana azul marino.
Casualidad, parece que también le van las Converse.
—Marcos, ¡no te esperaba hoy por aquí! —le dice
Manuela cuando se acerca al salón.
—Perdona, abuela, salí antes del trabajo y pasé para ver
qué hacías.
—Mira, te presento a Emma. Está alojada en la cabaña
cuatro.
—Hola, ¿qué tal? Soy Marcos.
—Hola, encantada. — Joder, aparece un buenorro de
repente y yo con estas pintas.
—Emma, mi nieto vive aquí al lado, en Aínsa, el corazón
de nuestro valle. Sus padres se trasladaron allí cuando eran
jóvenes, pero yo me resistí a abandonar este lugar. Es tan
buen nieto que casi todas las tardes se acerca un rato a
verme. ¿Quieres un café, cariño?
—No quiero molestaros, os dejo con vuestras cosas.
— ¡No digas tonterías! Ahora mismo te traigo uno
calentito —insiste Manuela.
—Solo pasaba para ver si te hacía falta algo —dice
Marcos mientras se sienta.
—A mí no, pero ¿podrías llevar a Emma al
supermercado? Necesita alguna cosa de la tienda y no sabía
que por las tardes está cerrada.
—Claro, abuela.
—Vale, por mí bien. —No tengo otra opción, si no quiero
quedar como una maleducada.
—Venga, pues me tomo ese café y nos vamos.
Nos montamos en su coche, un Golf blanco nuevecito
que parece de carreras. Sin proponérmelo he pasado de
estar echa una mierda a tener una cita con un completo
desconocido. ¿Qué narices me pasa por la cabeza? No tengo
término medio, algún día asumiré que no todo es blanco o
negro, también existe el gris. Me asomo por el retrovisor,
ha parado de llover y a lo lejos se ve un arcoíris en la
montaña. Dicen que cuanto mayor sea tu tormenta, más
brillante será tu arcoíris. ¿Será una señal?
Capítulo 8
Una noche para olvidar

Insistente, volví a llamar a la puerta. Esa situación me


estaba poniendo de los nervios. Quizás no estaba y como
una subnormal estaba esperando en valde que contestara.
Tenía la misma angustia que nos genera quedar con un tío
la primera vez, me sentía igual de gilipollas revisando el
correo cada dos minutos esperando noticias suyas. No
vuelvo a intentarlo, mi cabreo aumentaba por momentos. Di
media vuelta para volver a mi mesa, pero cuando me dirigí
al hall me interrumpió su voz.
—Emma, ¿querías algo?
—Pues sí, ¡me pegué toda la noche preparando la
presentación y ni siquiera te has molestado en contestarme!
—exclamé ofendida.
—Pasa —me contestó más serio que nunca—. No he
podido avisarte antes porque acabo de cerrar las
condiciones del contrato. Les ha encantado.
—¿En serio?
—Sí, la idea encaja perfectamente con el perfil de los
clientes a los que quieren dirigirse. Tenemos dos semanas
para poner todo en marcha, van a ser duras porque hay que
preparar todas las invitaciones, vestuario, ambientación…
—Como habrás visto en el documento, tengo todo
planificado —añadí con ironía.
—Lo sé, no hace falta que uses ese tono. Los clientes no
se deciden con un solo documento, hay que vendérselo. Eso
es en lo que he estado trabajando toda la noche desde que
recibí tu correo. Deberías tener un poco de paciencia la
próxima vez, no me gustan las prisas.
—Perdona, estaba nerviosa. —Mi tono cambió por
completo. Apenas podía mirarle a la cara.
—Tampoco me gustan los nervios, aprende a controlarte.
—De acuerdo, lo tendré en cuenta. —Encima de que no
pego ojo, tengo que aguantar sus estupideces.
—Empieza a contactar con los proveedores y a buscar
espacios para el evento. El jueves que viene nos reuniremos
con López y sus asesores para cerrar todos los detalles.
Repito, necesito dedicación exclusiva.
—Sin problema, tendré todo preparado. —Avergonzada,
me levanté para salir de allí lo antes posible.
—Por cierto, eres la primera persona del equipo que se
digna en reprochar mi actitud. Si te parece, pásate todos los
días a las diez y coordinamos, así evitamos estos
malentendidos.
—Me parece bien, gracias.
Salí de su despacho y una sonrisa victoriosa se dibujó en
mi rostro. Acababa de conseguir que Don Seriedad bajase
un peldaño de su pedestal, ¡tendría que haberlo grabado!
Antes de pasar por mi mesa, me acerqué a ver a Nico.
—¿Ya te han despedido?
—Qué va, ¡les ha encantado! Y a tu querido jefe también,
aunque ni siquiera lo reconozca.
—¡Olvídate! Lo importante es que lo has conseguido, el
resto qué más da… Tu otro querido jefe dice que esto hay
que celebrarlo, así que coge tus cosas y vámonos ya a
comer.
Salimos media hora antes de lo previsto y fuimos al
italiano que hay al final de la calle y del que somos asiduos
todos los viernes. Nos encanta el risotto de setas, pero nos
encanta aún más la sangría de cava que preparan. Tras dos
jarras y una botella de lambrusco, apenas nos teníamos en
pie. Cogimos un taxi para acudir al centro y esperar a que
Oli saliese de trabajar. Entramos en un pub nuevo que
habían abierto en la avenida, era muy cool, hacía tiempo
que no veía un local así. O estaba desactualizada o volvían
a llevarse las luces de neón.
—¿Has visto al rubio que está en la barra? —dijo Nico
emocionado.
—¡Ya empezamos! Te recuerdo que es a Oli a la que
tenemos que animar.
—Eso hago, examinar el ganado para cuando venga.
—¡No seas payaso! No creo que a Oli le haga mucha
falta.
—Te recuerdo que estoy inmerso con Ángel. Venga,
ponte, vamos a mandarle una foto, ya tiene que estar a
punto de llegar.
—Madre mía, ¡qué pintas! Borra eso ahora mismo.
—Ja, ja, pareces recién salida de una película de terror.
—¡Idiota!, ¡bórrala, en serio!
—¿Qué tiene que borrar? —nos interrumpió Oli mientras
intentaba quitarle el móvil.
—¡Hombre! Ya está aquí el alma de la fiesta —gritó Nico
efusivo. No le sienta nada bien el alcohol, menos mal que
dio por ser amable, porque cuando le da por ponerse a
contar sus penas, no hay quien lo aguante.
—¿Qué tal chicos? M, ¿qué tal te ha ido con el estirado?,
¿novedades?
—¡Ha conseguido el trabajo! Y, además, ¡le ha plantado
cara! —contestó Nico sin dejarme hablar.
—¿Por una vez me has hecho caso?, ¿vas pedo o tienes
fiebre? —Parece que Oli ha vuelto a su ser y ha dejado a
David a un lado.
—No he hecho nada, solo le eché en cara que no me
respondiera.
—Bueno, le ha estado bien, a ver si así tiene un poquito
más de consideración.
—Oli, ¡objetivo a la vista! Gírate a tu izquierda… —Nico
seguía con su tema.
—¡Madre del amor hermoso!, ¡qué pibón! —contestó Oli
mientras se bebía la copa casi de un trago.
—¡Te ha mirado, tía!
—Cómo no la va a mirar si tiene el disimulo en el culo —
dije partiéndome de risa.
—Ale, mover el culo. Vamos a dar una puti vuelta…—Oli
nos levantó y nos dirigimos a la pista.
Bailamos, lo dimos todo. Perdí la cuenta de las copas que
tomamos y apenas tengo el vago recuerdo de arrastrar a
Nico a por un taxi cuando Oli empezó a liarse con el famoso
rubio. Lo que parecía una noche memorable se fue al garete
en menos que canta un gallo.
—Venga, Nico, ¡vámonos! O vienes o me doy el piro.
—Está bien, bombón, no te enfades. ¡I love youuuu! —
Nico me abrazaba más pegajoso que un chicle en el zapato.
—Yo también, venga…
—M, M…
—¿Qué te pasa ahora? De verdad, Nico, yo me voy —dije
desesperada.
—¡Ese de ahí es Ángel!
—¿Estás seguro?, mira que hace un rato has confundido
al camarero con una Drag Queen.
—¡Que sí, que es él! —gritó mientras iba directo a hacia
él.
—¡Espérame! —dije mientras intentaba alcanzarle, pero
mis tacones me lo impedían.
Cuando Nico estaba a punto de saludarle, vimos como el
supuesto Ángel empezaba a comerse la boca con el chico
que estaba a su lado. Nico se giró, me miró con cara de
cordero degollado y no hizo falta que le insistiese más en
irnos. Nos montamos en un taxi y no pronunció ni una
palabra en todo el camino. Paramos primero en mi casa, no
podía dejarle así.
—Vamos, sube, te adopto como animal de compañía.
En un solo instante todo puede cambiar para siempre. La
que íbamos a recordar como una noche épica había pasado
a ser la noche del chasco número quinientos uno de Nico.
Nunca hablaremos de las risas, bailes y tonterías que nos
acompañaron esa noche. Dicen que los buenos momentos
se convierten en recuerdos y los malos en grandes
lecciones. A veces necesitamos tropiezos para seguir
adelante.
Capítulo 9
Marcos

Sigo embobada mirando por el retrovisor. Deseo que se


desate una tormenta para que tengamos que dar media
vuelta. ¿A quién se le ocurre decir que sí? Y todo por no
quedar mal con la señora Manuela. Esta situación empieza a
parecerme demasiado incómoda. Tengo que romper el hielo.
Debería entablar conversación, pero no se me ocurre qué
decir. ¡Tierra trágame!

—Así que no eres de por aquí… —afirma Marcos


rompiendo el silencio que nos acompaña.
—No, he venido a pasar unos días.
—Perdona que mi abuela sea una méteme en todo,
¡cualquiera le dice que no!
—Bueno, no pasa nada. No tenía nada mejor que hacer,
así conozco un poco más este lugar.
—¿Nunca habías estado?
—No, es mi primera vez.
—Hay mil sitios mejores para visitar que el
supermercado. Lo mejor de este valle es la cantidad de
rincones ocultos y mágicos que esconde. Ya casi estamos
llegando.
—Seré rápida, solo voy a coger un par de cosas para
cenar.
—¿Te gusta cocinar?
—La verdad es que se me da fatal, pero quiero
aprovechar estas vacaciones para practicar.
—Ya hemos llegado, el supermercado está ahí enfrente.
Te acompaño, yo también quiero comprar algo.
Las casas de nuestro alrededor son preciosas. Sus
fachadas son de piedra, con ventanas y puertas
recuadradas con pintura blanca o azul aragonés, que las
anima y destaca. Sobre los tejados se elevan enormes
chimeneas, algunas rectangulares, otras circulares,
concluidas por un remate cónico y algún espantabrujas.
Parecen recién salidas de un cuento. Entramos en el
supermercado y hacemos la compra por separado. Nos
encontramos en la caja y ni siquiera nos dirigimos la
palabra. Paso delante de él, recojo todo en las bolsas y le
espero en la entrada. Llueve a mares, las calles están
encharcadas.
—Menos mal que solo iban a ser un par de cosas —dice
Marcos con ironía.
—Ya que hemos venido hasta aquí, he aprovechado. No
como tú que apenas llevas una bolsa.
—¿Y a ti qué más te da? Venga, vamos, que tengo mil
cosas que hacer.
—¿No ves cómo llueve?, ¿cómo quieres que lleguemos al
coche con la que está cayendo?
—Pues mojados. ¡A mí qué me cuentas! Ya he perdido
bastante tiempo trayéndote, date vida.
Me quedo en shock. Nadie le ha obligado a traerme, no
me quedan más narices que repetir la operación Cantando
bajo la lluvia. Ni siquiera me espera, salgo corriendo detrás
de él. Guardo las cosas como puedo en el maletero ya que
ni siquiera se ofrece a ayudarme.
Empapada, me monto en el coche, ¡ahora solo falta que
se queje por mojarlo!
—¡Madre mía cómo cae! —comento para relajar el
ambiente.
—Es lo que tiene el otoño.
— Sí, el tiempo está loco. Bueno y ¿a qué te dedicas?
—Voy a dejarte las cosas claras: que mi abuela se haya
empeñado en que te acercara, no significa que tengamos
que hacernos amigos, ¿no crees?
—No era mi intención, solo pretendía ser amable.
—No hace falta que te esfuerces.
—Tranquilo, que ya no hablo más.
—A ver si es verdad.
Alucino, voy de mal en peor. ¿Otro arrogante más? Puto
mimado, tan amable delante de su abuelita y resulta que a
engreído y maleducado no le gana nadie. A lo mejor tengo
un imán oculto que no hace más que atraer a todos los
bordes del planeta. Llegamos a la cabaña y para en la
puerta.
—No hace falta que salgas, puedo coger las cosas yo
solita. Nos vemos.
No espero ni a que me diga adiós, ¿para qué? Entro en
casa y dejo las bolsas en el suelo. Me quito el abrigo y voy a
la cocina a colocar todo. Me doy una ducha caliente y pongo
la lavadora; mis Converse han pasado a ser marrones color
barro. Seguro que, si fuera famosa, crearía tendencia.
No dejo de pensar en Marcos, qué hipócrita. Si le cuento
a Manuela cómo es de verdad seguro que le daba un
disgusto enorme.
Menuda tarde, al final mi arcoíris lleno de unicornios en
vez de una señal solo era un pequeño rayo de esperanza
para recordarme que, a veces, la soledad, es la mejor
compañía.
Capítulo 10
Nico

Abro los ojos con la esperanza de que todo haya sido una
pesadilla, pero no es así. La imagen de Ángel besando a
aquel chico no para de repetirse en mi cabeza. Amanezco
en el sofá de Emma, destapado y con ganas de llorar. Tengo
que aguantarme, estoy cansado de ser el pobre Nico, el que
nunca tiene suerte en el amor. Me ilusiono una y otra vez,
pensando que será la definitiva y cada intento es peor que
el anterior. De fondo escucho ruidos, huele a tostadas recién
hechas. Me levanto, cuento hasta tres y me dirijo a la
cocina.
—¡Buenos días, dormilón!, ¿qué tal has amanecido?
—Me va a estallar la cabeza, el garito sería muy fashion,
pero dan un garrafón…
—¿Y los cuatro Jäger que te tomaste no tienen nada que
ver?
—¡Cabrita! Y más que tendría que haberme tomado si
hubiera sabido lo que iba a pasar.
—¡No exageres! Venga, te he preparado un desayuno
especial: tostadas con fresas y nocilla, café bien cargadito y
zumo de naranja para acompañar —dice con acento francés
para sacarme una sonrisa.
—¡Que buena pinta! ¿Sabes algo de Oli?
—Nada, ¿tú?
—He pasado de mi móvil, lo apagué anoche para evitar
hacer una estupidez.
—Tranquilo, ya nos contará con pelos y señales, ya sabes
que no se corta.
—Que aproveche, para una que puede…
—Pues sí, a ver si así se quita a David de la cabeza.
—A ver si se nos pega algo porque últimamente no nos
comemos una rosca, y eso, señorita, va por ti también.
—A mi déjame tranquilita, que bastante tengo con el
nuevo proyecto.
—¡No puede ser! —exclamo al encender mi teléfono.
—¿Y ahora qué pasa?
—Aluciflipo. ¡Ha tenido la jeta de mandarme un mensaje
preguntándome qué tal la noche! Será descarado...
—¿Le vas a contestar?
—Ya lo he hecho: «No tan bien como tú, estuve en el
Number…»
—¡Ahí, ahí, creando tensión… no ves que no merece la
pena! Te está prometiendo la luna a ti, al de ayer y a saber
a cuántos más...
—Tendré que defenderme, ¿no? Si se piensa que soy
gilipollas, va listo…
—Lo único que consigues es darle protagonismo, si ni
siquiera habéis quedado y empieza así, creo que te ha
dejado todo claro. ¿Qué planes tienes hoy?
—Sofá, peli y siesta.
—¿Te quedas a comer?
—No, ya te he molestado bastante esta noche.
—¡Molestia ninguna! ¿Pensabas que te iba a dejar tirado
como una colilla?
—Ay, mi chica, no sé qué haría yo sin ti.
—¿Achuchoni?
—¿Seguro que estás bien?
—Que sí, pesada, un par de pelis de Jennifer Aniston y se
me pasa.
—Si cambias de opinión, solo tienes que llamarme. ¿Ha
contestado?
—No, ni lo hará —digo mientras cojo mi americana y me
preparo para irme.
—No entres al trapo, borrón y cuenta nueva. A la tarde te
llamo.
Cuando cierro la puerta siento alivio. Releo su mensaje
esperando el ascensor y unas lágrimas se derraman por mis
mejillas. Cojo un taxi, quiero llegar a casa cuanto antes.
Espero que Alfonso no esté. Forma parte de mi grupo de
reinonas, cuando lo dejó con Paul, le invité a quedarse en
casa unos días. Días que se convirtieron en seis años, que
son los que llevamos viviendo juntos. Nos compaginamos
bien, es tranquilo, sereno, todo lo contrario a mí. Cuando
llego no hay ni rastro de él, es sábado, supongo que tendrá
planes.
Menos mal, necesito soledad. Me doy una ducha con la
lista más depresiva que encuentro en Spotify. Pido una
Burger por Globo, necesito calorías y no tengo ganas de
cocinar. Me tumbo en el sofá y pongo una de mis pelis
favoritas, El diario de Noah. Dejo mi móvil en la mesa, sé
que no va a contestar, pero no puedo evitar mirar su última
hora de conexión cada cinco minutos. Este comportamiento
se convierte en una obsesión y paso toda la tarde
revisándolo de forma masoquista mientras confirmo lo que
mis instintos me dicen, vuelvo a ser el chico al que dejan en
visto. Cada vez que WhatsApp confirma mis sospechas me
hundo, se conecta una y otra vez, supongo que para
contestar a su amiguito de anoche. En cambio, a mí, nada.
Alfon abrió la puerta y no se sorprendió al verme así.
—¡Holis!, ¿mucho desfase anoche?
—No estuvo mal.
—Lo suponía, como no viniste a dormir…
—Me quede con M, fue una noche dura.
—¿Más de lo mismo? —pregunta mientras se sienta a mi
lado.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Helado acompañado de Allie y Noah?, no es buena
señal.
—Me encontré con Ángel, estaba en el mismo garito que
nosotros. Le vi con otro.
—¿El de la App?
—Sí, ya ves, he pasado a otro nivel. Ahora pasan de mí
antes de hora.
—No me extraña —comenta con seriedad.
—¿Que no te extraña? —contesto ofendido.
—¿No ves que no sale nada bueno de esas aplicaciones?,
van a lo que van. En vez de buscar al hombre ideal en
internet, deberías abrir los ojos y fijarte en lo que tienes
alrededor.
— ¡Como hay tantos gays en mi entorno!
—Quién sabe, igual te sorprendes si buscas dentro del
armario.
—¿Ves? En línea y nada…
—Cri cri, cri cri —dice Alfon riéndose.
—¡No tiene gracia!
—¡Anímate, va! ¿Voy a por el kit para momentos
depresivos? Elige: lambrusco o gofres de chocolate, ¡con
toppings!
—¡Chocolate, por favor!
Me tumbo en su regazo y terminamos de ver la película
sin dirigirnos la palabra. Aquella noche aprendí que los
amigos que pasan contigo las noches más oscuras, son los
que merecen pasar contigo tus días más brillantes.
Capítulo 11
Seriedad enmascarada

Sigue lloviendo. Tras la cristalera del salón veo el reflejo


de la luna. Cuánto tenemos que aprender de ella, a pesar de
estar siempre sola, nunca deja de brillar. Me siento en la
cama con las piernas cruzadas y me tapo con el edredón.
Abro el diario, es el momento de continuar mi historia.

24 de octubre
Sin darme cuenta llegó el día de la presentación. Fueron
dos semanas de trabajo intenso, veinticuatro horas al
doscientos por cien; no había descanso. De casa al trabajo,
y al regresar, más trabajo aún. Oli y Nico no existían, solo
éramos Pablo y yo. Su formalidad desaparecía poco a poco
y, a veces, dejaba al descubierto facetas que nunca había
visto en él. Me encantaba su forma de planear y tener todo
bajo control, pese a estar desbordado, sabía en todo
momento en qué andábamos liados cada uno de nosotros.
Aunque fuera en pequeñas dosis, descubrí una persona
totalmente diferente. Era creativo, luchador, con las ideas
claras. Apoyaba todo lo que decidía y, si modificaba alguna
de mis ideas, me explicaba la mejora y el porqué. Recuerdo
una de las veces que nos reunimos en su despacho. Los dos
sentados en sus sillones negros rodeados de bocetos
extendidos por su mesa. Tras más de tres horas inmersos
entre ideas, noté cómo empezaba a saturarme, me
bloqueaba y hubo un momento en el que comencé a
revolver los papeles sin saber si quiera cuál de todos
buscaba. Él se dio cuenta. Mis nervios se dejaban ver a la
legua, más que la expresión de Oli cuando encuentra su
presa un sábado por la noche. Me miró fijamente, extendió
su mano sobre la mía y la paró con delicadeza. Su tacto era
suave, como cuando acaricias un bebé, no sentí ninguna
imperfección, solo serenidad. Se formó un nudo en mi
estómago, mi gran oportunidad e iba a cagarla en el primer
momento de tensión.
«Voy a pedirle a Marta un par de cafés, nos sentarán
bien. Después seguimos». Fue muy extraño, pero en cuanto
oí su voz, el nudo se deshizo, la tensión se esfumó y localicé
el boceto.
En cuanto acabamos los cafés, volvió su seriedad.
Entraba a escena, de nuevo, su nivel de exigencia, como si
no hubiera sucedido nada. Pero su forma de tenerlo todo
organizado y controlado me apasionaba. Es cierto que
estaba agotada, pero no me permitía ni un minuto de
desconexión.
Dicen que la vida está llena de pequeños momentos que
pasan desapercibidos y que con el tiempo son los que de
verdad se quedan en nosotros.
Una noche estaba sentada en la cama pasando a limpio
todas las tareas pendientes para la mañana siguiente. De
repente recibí un WhatsApp, a medianoche solo podía ser
Oli, ¡había salido seguro! Me hubiera gustado ver mi cara
cuando leí su nombre en la pantalla.
«Necesito para mañana un censo de todos los gastos que
llevamos acumulados en el proyecto».
Ni siquiera me había saludado, ni se había excusado por
las horas. A las doce de la noche me encargaba trabajo para
la mañana siguiente sin un ápice de delicadeza. Indignada,
tiré el móvil contra la almohada; no contesté. Desesperada
fui a la cocina y me preparé un té caliente, necesitaba un
minuto para calmarme, centrarme y ponerme en acción. Al
día siguiente, el odio y el cabreo todavía corrían por mis
venas cuando me dirigía a su despacho. Abrí la puerta y no
me senté, me quedé frente a él y mi impulsividad se
apoderó de mis palabras.
—¿Te parece normal pedirme un descargo a altas horas
de la noche? Por si no lo sabías, tengo la manía de dormir.
—Buenos días, Emma. —Aquel tono irónico aún me
encendió más.
—Serán para ti, otras no hemos pegado apenas ojo.
—Otros tampoco. Acabe preparándolo yo, como no
contestaste daba por hecho que no habías visto el mensaje.
—¿Cómo?
—Te doy la razón, tendría que haberlo hecho yo desde un
primer momento. Pero tampoco fue acertado tu
comportamiento, contestar cuando te escribe tu jefe nunca
está de más.
—¡Aún tendré yo la culpa! —exclamé indignadísima de la
vida.
—No estoy buscando culpables, solo soluciones. Si yo no
te hubiera pedido nada, y si tu hubieras contestado, uno de
los dos podría haber descansado.
—Y ahora qué, ¿nos flagelamos y ya está?
—Ja, ja, ja. —Por primera vez escuché su risa. Me pareció
insignificante en aquel instante, pero es obvio que me
marcó. —Hasta que no me disculpe no vas a parar, ¿verdad?
—No quiero una disculpa, solo quiero que lo tengas en
cuenta la próxima vez.
—De acuerdo, ¿y tu podrás dignarte en contestar a los
WhatsApp? Es muy fácil, se lee el mensaje, se escribe y
luego se pulsa a la flechita para enviar. Toma, deberías
empezar a practicar cuánto antes. —Abrió su cajón para
darme un paquete que aún estaba dentro de un sobre de
correos.
—¿Qué es esto?
—Déjate de tanta pregunta y ábrelo.
—¡No puede ser! ¡Un IPhone 14! —grité sorprendida.
—No me ha dado tiempo a configurarlo, es tu teléfono de
empresa.
—¿En serio?
—Pero ¿por quién me tomas? En el lateral está el número
y Marta te preparará unas tarjetas para que puedas
entregarlas a tus clientes.
—¡Gracias!, ¡estoy flipando!
—¿Podemos empezar ya? Tenemos bastantes temas que
revisar.
—Vale, pero no te pienses que con un regalo se me va a
pasar el enfado.
—Ni se me había pasado por la cabeza. Venga,
empecemos…
Y así eran nuestros momentos. Intensos, inapropiados,
irónicos, pero que hacían que una chispa se fuera
encendiendo, poco a poco, en mi interior.
Tengo que dar la razón a todos aquellos que dicen que no
nos dejemos llevar por la primera impresión porque, a
veces, nos equivocamos, y empezaba a pensar que Pablo
era mucho más que Don Seriedad.
Capítulo 12
Oli

Desistí. Acabe hasta el toto, sí lo que lees. ¡Hasta el


santo toto! Desde que el gilipollas de Pablo, y debería decir
GILIPOLLAS en mayúsculas, le encargó el famoso proyecto
de la revista, todo cambió. No había forma de que M
quisiera salir de casa o de que sacara un triste minuto para
hablar con su amiga del alma. Nunca entenderé qué narices
pasó, éramos inseparables y ahora parece que tengo que
darle las gracias si no me deja en visto. La echo de menos,
pero ¿para qué voy a perder el tiempo en llamarla? Pondrá
cualquier excusa de mierda, solo le falta decirme que tiene
que pasear a su unicornio. ¿Y Nico?, ¡otro que tal baila! No
sé qué mosca le pico ni qué se lleva entre manos, pero esta
missing total. Desde que M le conoció, me he sentido la
apegada, como si fuera la invitada en este trío.
Y lo peor de todo es que no dejo de pensar en David.
¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza?, ¿estaré
enamorada? Ni de coña, yo no me monto películas en las
que él viene corriendo, tras de mí, bajo la lluvia,
persiguiéndome para decirme que soy la mujer de su vida y
acabamos besándonos y formando una familia. No espero
mensajitos empalagosos de buenos días, solo echo de
menos aquellos en los que me decía que quería follarme
contra la pared. Me molesta que hayan pasado dos meses y
no sepa nada de él. Echo de menos nuestros polvos, echo
de menos que me empotre como si no hubiera un mañana,
echo de menos su polla. Sí, su perfecta polla, grande,
gruesa, que hacía que me derritiese de placer. Solo
recordarla hace que vaya directa a por mí Satisfayer. Abro
una birra y me tumbo en el sofá para ponerme manos a la
obra. Lo enciendo y empiezo a masajear mi clítoris
despacio, pero no puedo seguir. Quiero que el que me haga
llegar al éxtasis sea él. ¿Por qué cojones le bloquearía?,
¿qué más da si se acuesta con otras? No tenemos ningún
compromiso más allá que el de disfrutar. Por lo menos nos
divertíamos, ahora estoy jodida, sin planes y acompañada
de una cerveza que solo sabe a soledad.
No quiero que pienses que soy una creída, pero tíos no
me faltan, si tirara de agenda, harían fila en mi portal. Pero
ninguno es él, ninguno consigue que sienta esa conexión,
esa que hace que solo con mirarnos mis bragas se deslicen
hasta las rodillas sin darme cuenta. Necesito sentirle,
necesito tocarle, necesito que me lleve al cielo una vez más.
¡Se acabó!, ¡esta no soy yo! Jamás he conocido la
vergüenza y no pienso dejar que se apodere de mí ahora. Si
le escribo, ¿sería caer muy bajo? Nunca me ha importado el
qué dirán, siempre he ido a mi puta bola y así voy a seguir.
Total, si no digo nada, nadie tiene porqué enterarse.
Además, a quién se lo voy a contar si estos pasan de mi
culo.
«¿Te pasas por mi casa?».
Así, sin más, ¡directa al grano! Dejo el móvil encima de la
mesa y de un trago me acabo la rubia. No tarda ni dos
segundos en contestar.

«Llego en diez minutos».


¡Toma!, ¡crisis resuelta!, ¿o no? Por un segundo siento
que la historia está destinada a repetirse; vendrá y me
joderá. Nunca mejor dicho, y por partida doble, porque
cuando acabemos, volverá a irse y el ciclo de los follamigos
volverá a comenzar. Cuando tenga un rato, y ganas, Oli
siempre estará ahí, negando que solo es la chica con la que
pasa un rato. Ya sabes, de la que solo se acuerda cuando se
aburre y no tiene nada mejor que hacer. Me siento y me
fumo un piti mientras le espero. Suena el timbre, suspiro y
abro la puerta.
—Pasa —digo sin mirarle a los ojos.
—¿Qué tal? —contesta mientras deja su chaqueta encima
de la mesa del salón.
Me quito la camiseta y dejo mis pechos al descubierto,
bajo mis pantalones quedándome semi desnuda frente a él,
solo queda mi culotte de encaje negro. Le miro a los ojos y
comienzo a hablar.
—Me he desnudado cientos de veces frente a ti, pero
esta es la primera vez que lo hago de verdad. Mírame, esta
soy yo, confundida, deseando que me penetres, pero
muerta de miedo. Miedo porque no quiero que nos
acostemos y desaparezcas, miedo porque no quiero que te
vayas y te lo montes con el resto de las tías del planeta,
miedo porque quiero que solo lo hagas conmigo. No quiero
una relación en sí, te quiero a ti, quiero lo que tenemos.
Quiero que compartamos momentos, que cenemos,
durmamos juntos y hagamos lo que mejor se nos da, follar,
pero quiero que sean nuestros momentos y los de nadie
más.
Levanta sus dedos hasta sus labios indicándome silencio,
coge mi mano y me agarra fuerte de la cadera. Besa mi
cuello y con su mano empieza a tocarme con suavidad por
encima de mis bragas. Minutos después están húmedas y se
han deslizado hasta mis tobillos. Dejo atrás mis miedos y
gimo, el deseo se apodera de mí. Sus movimientos cada vez
son más rápidos y sigo su ritmo derritiéndome de placer. Me
corro. Apoyo mi cabeza en su hombro mientras recupero la
respiración. Me tumba en el sofá y baja sus pantalones.
Pone su polla en mi boca, la rodeo despacio con mi lengua
hasta que la succiono y puedo sentir como disfruta mientras
la chupo cada vez con mayor intensidad. Para y empieza a
acariciar mis pechos. Se pone de rodillas, me acerca y abre
mis piernas. Tapa mi boca impidiéndome gemir, y aquello
aún me excita más. Me mira fijamente mientras entra en mi
interior. Me dejo llevar, se deja ir.
Cuando terminamos, nos miramos y no hace falta decir
nada más. Se levanta y se viste mientras mis piernas aún
tiemblan.
—Lo pensaré. —Cierra la puerta y se marcha sin mirar
atrás.
Vuelvo a quedarme en silencio, sola, sin saber qué
pensar. Me siento frágil, pequeña, vulnerable y solo quiero
que suene el timbre y vuelva para decirme que sí. Al
parecer sí que me monto películas, a mi manera, pero
dignas de presentar a los Oscar. Al parecer a mi manera,
esto sí que es amor.
Capítulo 13
Después de la tormenta

Dicen que, después de la tormenta, llega la calma, y así


es. Esta mañana el cielo está soleado y no hay ni rastro de
las nubes grises que lo envolvían ayer. Me preparo el
desayuno y me siento en el porche. Corre una suave brisa
que hace que me levante a por una sudadera. Aun así, se
está de maravilla. Me distraigo mirando el vuelo de los
pájaros, felices, en libertad… les envidio. No quiero pensar,
si lo hago, entro en bucle. Pablo por un lado, el subidito de
Marcos por otro. ¿Por qué no puedo estar tranquila por un
día?
Es hora de recoger; enciendo la radio y comienzo una
sesión de limpieza. Me relaja, por lo menos mi cabeza no da
vueltas a nada más. Cuando termino, me doy una ducha y
me siento en la mecedora del salón. ¿Y ahora qué? Voy al
armario de la cocina y rescato el libro de recetas, ya que
estoy aquí, hagamos algo productivo.
¡Madre mía!, ¿cómo voy a decidirme? Que la suerte me
acompañe; cierro y abro el libro sin mirar. ¡Conejo al ajillo!,
¿es broma? No puedo evitar reírme, me acuerdo de Oli,
seguro que si estuviera aquí, habría soltado alguna de las
suyas. Anoto los ingredientes en un pos-it, ¿merkén?, ¡qué
narices será eso! No solo tengo que ir a la tienda, sino que
también debería empezar a ver MasterChef. Me visto, creo
que sabré llegar, no era tan complicado. Me monto en el
Micra y un escalofrío recorre mi cuerpo, recuerdo la
sensación que tuve el primer día, me visualizó inmóvil en el
coche y, por un momento, la fragilidad se apodera de mí.
Por fin arranco y me dirijo hacia la carretera de Aínsa; el
trayecto se me pasa en un abrir y cerrar de ojos. Por culpa
de la incomodidad en el coche de Marcos apenas disfrute
del paisaje de tonos verdes y marrones que reflejan un
otoño de película. Consigo encontrar la tienda a la primera,
Nico siempre dice que parece que llevo un GPS pegado en el
culo. Entro y, aunque me sienta un poco patética, me decido
a preguntar por el dichoso merkén.
«Al fondo del pasillo a la derecha, donde las especias».
Bueno, tampoco ha sido para tanto. Cojo la cesta, saco la
nota y me adentro hasta el final del local. Mientras la busco
en el especiero, una voz me sorprende.
—¿Tanto te gustó la tienda?, ¡ni que fuera un centro
comercial! — exclama Marcos con ironía.
¡Mierda!, ¡no puede ser!, ¿ni aquí puedo estar en paz?
—Ya ves, mucho mejor que el Zara de Preciados.
—¿No tienes bastante con lo que compraste ayer?
—Si tuviera bastante, no habría venido.
—¿Y este es tu plan para hoy?
—¿Cómo?
—Que si tus planes consisten en venir a comprar y jugar
a las cocinitas.
—¿Y a ti que más te da?
—Venga, date vida que nos vamos.
—¿Qué nos vamos?
—No puedes venir hasta aquí para estar encerrada en
una cabaña, por muy confortable que sea.
—Está bien, deja que pille un par de cosas y termino.
Acepto su invitación sin rechistar, no tengo nada mejor
que hacer. Me extraña su amabilidad, quizás la haya
heredado de su abuela y la demuestre en escasas
ocasiones. Nos dirigimos a su coche, está aparcado un poco
más lejos que ayer, por eso no lo vi al llegar.
—No acostumbro a montarme en coches de
desconocidos —digo con sarcasmo.
—¿Te recuerdo como viniste ayer hasta aquí? Ya verás
como te gusta.
Dejamos el coche a la entrada de un camino. Marcos
coge una bolsa del maletero y se adentra por el sendero.
Sigo tras él hasta llegar a un puente de piedra en una
arboleda. El rio pasa por debajo, fluye despacio, transmite
tranquilidad.
—Tengo que reconocerlo, este sitio es único.
—Ves como sabía que te iba a gustar… Venga, siéntate
—insiste. Saca una cerveza y me la acerca.
—Gracias. ¿Vienes mucho por aquí?
—A menudo, cuando siento que no puedo más. Por eso
pensé que te gustaría.
—¿Tengo cara de no poder más?
—No, pero tus ojos reflejan tristeza.
—Bueno…—no sé qué decir, para un rato que desconecto
me tiene que sacar el temita.
—¿Qué te ha traído por aquí?
—Es una larga historia...
—Déjame que lo adivine, lo has dejado con tu novio.
—Parecido.
—¿Novia?
—No, ¡tonto! —me río mientras le pego en el brazo.
—¿Entonces?
—Te ha faltado añadir que era mi jefe y que fue un
cabrón integral.
—Y por eso has pedido vacaciones, para no verle.
—No son vacaciones, me despedí antes de venir. No
soportaba tener que verle todos los días.
—Todo pasa por algo, créeme.
—Es muy fácil decirlo…
—Todos tenemos nuestra cruz. ¿Por qué crees que mi
abuela quería que nos fuéramos juntos?
—Porque sabía que estaba sola…
—¡Qué va! Sabe que te pasa algo y que podía ayudarte
hablar conmigo.
—¿Contigo?
—Si, ya te dicho que todos pasamos por momentos
difíciles.
—¿También lo has dejado con tu pareja?
—Parecido, me dejo de verdad, se fue.
—¿Como que se fue?
—Falleció. Me quedé viudo hace un par de años.
—¿Viudo? —pregunto sorprendida—. Perdona, no me lo
esperaba.
—Ana y yo llevábamos juntos desde los dieciséis. Hace
tres años le diagnosticaron un tumor cerebral. Me casé
porque era su sueño y porque quería estar con ella hasta el
final.
—Me dejas sin palabras.
—No pasa nada, el pasado hay que dejarlo atrás. Tú
deberías hacer lo mismo.
—Ya lo sé, pero no es fácil.
—Claro que no es fácil, ¡a mí me lo vas a decir! ¿Sabes
por qué me gusta venir aquí?
—¿Por la calma que se respira?
—No solo por eso, sino por lo que representa. El río
nunca va a la inversa, siempre sigue su curso, no se detiene
ante las rocas.
—Buena lección.
De repente, empieza a llover. Corriendo, volvemos al
coche y regresamos a por el mío.
—Gracias por la excursión —menciono mientras bajo y
abro el maletero para coger mis cosas.
—No ha sido nada. Ya me invitarás a cenar un día.
—Cuando quieras, ya sabes dónde encontrarme —
contesto con la esperanza de que no se lo tome al pie de la
letra.
—Te tomo la palabra, ¿te parece bien el viernes?
Mierda.
—Vale, nos vemos entonces —digo intentando recordar a
qué santo he de rezar para no matar a nadie por
envenenamiento.
Arranco y vuelvo a la cabaña. Entro en casa y apoyo las
bolsas en el suelo. No dejo de pensar en Marcos, en su
historia. Tiene que haber sido muy difícil para él y, aun así,
aún le quedan ganas de vivir y sonreír. Nadie se cruza en tu
camino por casualidad, dicen que siempre es por una razón
que desconocemos y quizás Marcos sea el soplo de aire
fresco que necesitaba.
Capítulo 14
Pretty Woman

25 de octubre
Sin darme cuenta, llegó el día de la presentación. Fueron
dos semanas de trabajo intenso, veinticuatro horas al
doscientos por cien; no había descanso. De casa al trabajo,
y al regresar, más trabajo aún. Oli y Nico no existían, solo
éramos Pablo y yo.

Nico fue mi estilista para la gran ocasión. Estaba


histérica, y que me ayudara con aquello, me relajó. No
paraba de pensar en modelitos, parecía un pollo sin cabeza
dando vueltas por casa sin dar un paso en firme. Hizo que
mis nervios desaparecieran por completo, cuidó hasta el
más mínimo detalle para que fuera un día especial. Cuando
llegó a casa, me sorprendió con un par de frappes con
sirope de chocolate, ¡mi favorito! Desayunamos con
tranquilidad y nos pusimos manos a la obra. Nico abrió el
armario y empezó a tirar todo encima de la cama,
clasificando la ropa por colores y posibles outfits. Tuve que
probarme más de diez vestidos hasta que elegimos uno
negro de palabra de honor. Llamativo pero discreto, ceñido,
con encaje, y que se deslizaba hasta mi rodilla. Tocó repetir
la misma operación con los zapatos; unas sandalias rojas
con tacón de aguja de veinte centímetros fueron las
ganadoras. Y no nos olvidemos del bolso, hasta que no me
convenció con que me pusiera uno rojo de lentejuelas de
hace cuatro nocheviejas, no paró.
—¡Estás divina! —exclamó a punto de llorar.
—¡Nico, no empieces!
—Lo siento, es que te veo así y no puedo evitar
emocionarme. Voy a pedir unos noodles para comer.
¿Quieres?
Me chiflan los noodles, ya sé que llevan más hidratos de
carbono que otra cosa, pero solo se vive una vez. Además,
se compensan con las deliciosas verduritas al wok que los
acompañan.
—Vale, pero del chino de siempre, no ese tan fashion que
te gusta y que apenas ponen cuatro fideos.
—¿Puedes dejar de quejarte de una vez? ¡Estás
insoportable!
—Perdona, tienes razón. Te lo compensaré.
—¡Más te vale! Mañana quiero ser el primero en saber
todo con pelos y señales.
Cogí un par de radlers y nos sentamos en la terraza
esperando a que llegara el rider para comer. Tardó veinte
minutos que se me hicieron eternos. No dejaba de pensar
en la presentación, Pablo me obligó a apagar el móvil del
trabajo. No quería que estuviera pendiente de nada más,
según él ya estaba todo hecho, solo quedaba el paso final,
pero estar desconectada me hacía sentir intranquila por si
surgía algún inconveniente y no me enteraba. Ver cómo los
fideos se resbalaban hasta la camisa de Nico y cómo se
ponía a chillar histérico, me distrajo.
—¿Un cafelito y seguimos?
—Sí, déjame un ratito más tranquila, anda.
—¿Qué vas a hacerte en el pelo?
—¡Alisármelo, no tengo tiempo para jugar también a las
peluquerías!
—¿Cómo qué no? —dijo mientras sonaba el timbre —. Ya
abro yo, espérame aquí, no te muevas.
—¿Has pedido algo más?
—¡Sorpresa! —gritaron Nico y Alfonso a la vez.
—¿Alfonso? ¿Qué haces aquí?
—Nico me ha contado que esta noche tienes un evento
super importante, así que vengo para peinarte.
—¿En serio?
—¡Y maquillarte! De algo tiene que servir que mi
compañero de piso trabaje para Maybelline. Voy a preparar
unas copas de cava que la ocasión lo merece.
—Solo te falta poner de fondo Pretty Woman… —contestó
Alfonso.
—¡Buena idea! Vosotros a lo vuestro, yo me encargo de
todo.
La verdad es que estaba impresionante, tuve que darles
la razón a los chicos; Alfonso me había hecho unas ondas de
agua muy marcadas en el pelo que me conferían cierta
belleza inocente y con el maquillaje había conseguido
eliminar mis ojeras. Parecía otra, las cosas como son. Me
miré en el espejo antes de salir y no pude reconocerme, era
como si una nueva versión de mí misma estuviera a punto
de salir a la luz. Me sentí extraña, como si algo —no sabía si
bueno o malo— fuese a suceder. Temía que fuera por el
evento, pero algo en mí me decía que nada podía ir mal,
había trabajado muy duro y estaba todo bajo control. ¿Por
qué tenía ese cosquilleo en el estómago? Volví a mirarme y
suspiré, cogí el bolso y abrí la puerta para que mis chicos
dictaran el veredicto.
—¡Mamma mía! —gritó Alfonso mientras aplaudía.
—¡Estás cañón!, ¡hoy follas fijo!
—¡No seas bruto, Nico! —le reprochó Alfonso.
—Tienes razón, perdona —dijo Nico mientras cogía mis
manos—. Estoy muy orgulloso de ti, es tu noche, te lo
mereces.
—¡Chicos, parad!, ¡me vais a hacer llorar!
—Sentimentalismo a un lado, vamos, a ver si vas a llegar
tarde.
Nos montamos en el Mini de Alfonso y nos dirigimos al
hotel. Había más tráfico de lo normal, no podía dejar de
mirar el reloj, la hora se nos echaba encima y no quería
aguantar a Pablo por llegar tarde. Solo faltaba cagarla en el
último momento y que me amargara la noche con uno de
sus discursitos.
—Ya hemos llegado —dijo Nico con ilusión.
Bajó del coche y me abrió la puerta; así deben de
sentirse las novias, como auténticas princesas bajando de
su carroza. Pablo estaba en la puerta, esperando junto a un
grupo de invitados, dándoles la bienvenida. Noté cómo me
miraba de arriba a abajo, con expectación, como cuando te
encuentras a tu ex por la calle y sientes rabia porque está
mucho más fabuloso que tú. Le sonreí, no pude evitarlo,
hizo que toda mi inseguridad se quedará dentro del Mini. Me
acerqué hacía él mientras seguía repasándome con la
mirada.
—Buenas noches, Emma, casi no llegas tiempo.
¡Será imbécil! Ni siquiera en un momento así era capaz
de dejar a un lado su faceta controladora y exigente.
—¿Podemos tener la fiesta en paz?
—Es tu noche, tú mandas. ¿Estás preparada? —tendió su
mano invitándome a entrar.
Como siempre, me descolocó. Nunca sabía qué esperar
de él. Cogí su mano y me dispuse a seguirle. Me encantaba
su tacto suave, por un momento sentí que no quería soltarla
nunca. Me quede parada en la puerta, sabía que en el
momento en que la cruzara nada volvería a ser igual. A
veces, tienes que dar medio paso atrás para dar dos pasos
adelante.
Capítulo 15
Alfon

Llevo media hora despierto, Nico sigue a mi lado y no


puedo dejar de mirarle. No recuerdo la cantidad de veces
que he soñado con este momento, me parece increíble que
se haya hecho realidad. Sé que no significa nada, que solo
es por interés porque han vuelto a romperle el corazón.
Nos conocemos desde hace más de diez años y ya hace
seis que somos compañeros de piso. Recuerdo a la
perfección el primer día que le vi. Yo estaba histérico porque
Paul, mi querido ex, por fin iba a presentarme en sociedad.
Llevábamos saliendo un año e, inocente de mí, pensé que si
me presentaba a sus amigos era porque realmente se sentía
cómodo conmigo. ¡Era un gran paso! Pero por mucho que el
universo nos envíe señales, no todas tienen que ser para
bien.
Nico estaba apoyado en la barra y al verme exclamó: ¡El
famoso Alfonso, por fin! Su saludo hizo que me relajara, su
look llamó mucho mi atención; nunca había visto unos
pitillos de cuero tan ceñidos. Si no hubiera estado tan
cegado con Paul, habría descubierto sus intensos ojos
verdes, esos en los que ahora me encantaría perderme.
Congenié a la perfección con el resto del grupo y, a partir
de ese día, todos los sábados quedábamos para cenar e ir a
la discoteca gay más cool de toda la ciudad donde, al
entrar, nos llevaban a nuestro reservado.
Paul y yo éramos completamente diferentes. Dos polos
opuestos que se atraen. Hasta que al final, acaban
repeliéndose.
Y así fue, después de cuatro años saliendo juntos y un
mes conviviendo bajo el mismo techo, un domingo, me
desperté y Paul no estaba. De la noche a la mañana, me
dejó. Y no lo hizo de la forma más cordial, vale que no hay
una forma idónea para dejar a nadie, que siempre duele,
pero que te dejen una nota después de tanto tiempo jode.
Pensé que se habría ido al gimnasio o que ya se había
levantado y estaba en el salón, pero en vez de esperarme
un desayuno con diamantes, me encontré con un papel
apoyado sobre la encimera en el que me pedía que me
marchara, que esa vida no era para él, que ya no me quería.
No daba crédito a lo que estaba pasando. No le merecía, o
quizás, él no me merecía a mí. Aguanté carros y carretas, le
perdoné sus infidelidades y me creí sus remordimientos, al
fin y al cabo, todo daba igual si él seguía a mi lado. Pero
vivir juntos y perder su libertad, hizo que también yo le
perdiera a él.
En el fondo sabía que aquel momento, tarde o temprano,
iba a llegar. Me preparé un café mientras releía su nota una
y otra vez. Bajo un llanto desgarrador, la rompí, me levanté
y comencé a recoger mis cosas. Abrí mi maleta y, mientras
guardaba toda mi ropa, no me permití pensar en todo lo que
dejaba atrás. No sabía adónde ir, había dejado mi piso para
mudarme a su ático y, un mes después, mi vida se resumía
en dos maletas y cuatro tristes cajas de cartón. Me monté
en el coche, puse la música a tope y conduje sin rumbo
hasta que en la pantalla vi reflejado el nombre de Nico. No
sabía si atender su llamada, dudaba que Paul hubiera tenido
narices a contarle a nadie lo que iba a hacer.
—Hola, Nico, dime.
—Holis, ¡pero si estáis vivos!
—¿Cómo?
—¡Llevo toda la mañana intentando localizar a Paul y ha
tenido la desfachatez de dejarme en visto! ¡No contesta a
mis llamadas! En fin, hemos quedado a comer, Sebas ha
conseguido mesa en La Vie est Belle.
—Perdona, Nico, no creo que podamos ir.
—Ya sé que es todo muy precipitado, ¿pero sabes lo que
cuesta conseguir una mesa allí? ¡Hasta a la Georgina le
hacen apuntarse a la lista de espera!
—Nico, yo tampoco sé dónde está Paul —contesté con
seriedad.
—¿Qué quieres decir?
— Me ha dejado.
—Pero ¡qué me estás contando!, ¿qué ha pasado?
—Me ha pedido que me marche del piso, se acabó.
—¡No puedo creerlo!, pero ¿y ahora?, ¿dónde estás?,
¿estás bien?
— Sí, tranquilo, voy a buscar un hostal.
—De eso nada, vente para aquí ahora mismo. No voy a
permitir que estés solo y menos que duermas en cualquier
antro.
—Tranquilo, estoy bien, de verdad.
—¡Que no! He dicho que vengas, nos apañaremos.
Y seis años después, aquí seguimos. Si no hubiera sido
por él no sé cómo lo habría superado. Nunca volvimos a
saber nada más de Paul, fue como si la tierra se lo hubiese
tragado y, sin duda, fue lo mejor que pudo pasarme. Nico y
yo siempre nos habíamos llevado bien, pero, poco a poco,
me fui enamorando de él de tal forma que consentí
convertirme en su paño de lágrimas. Es difícil amar a un
amigo, aunque quisieras que fuera algo más, algo en tu
interior te dice que «no puede o no debe ser». Sigo
mirándole mientras duerme, conformándome con esta
noche, conformándome con haber dormido abrazado a él y
sabiendo que nunca le podré tener.
Capítulo 16
La gran noche

26 de octubre
No puedo describir aquella noche con palabras, desde el
momento en que Pablo me tendió su mano, me quede
muda. Todo el mundo nos esperaba en la recepción, que
habíamos decorado con una gran alfombra roja. Al vernos,
comenzaron a aplaudir. Supuse que él estaba acostumbrado
a estos recibimientos, pero yo me ruboricé, no sabía cómo
reaccionar. De repente me soltó y se hizo a un lado.
Comenzó a aplaudirme, como si fuera uno más y la emoción
se apoderó de mí. Más de doscientas personas celebrando
mi éxito y solo podía fijarme en él. ¿Qué me estaba
pasando?
El evento fue espectacular, todo salió a la perfección, tal
y como habíamos planificado. El duro trabajo de esas dos
semanas mereció la pena. La esencia de mi idea se
plasmaba con todo detalle, influencers retransmitiendo en
directo, sintiéndose protagonistas y enlazando la publicidad
subliminal que buscaba. Lopez y sus asesores dejaron que
fueran ellos quienes dieran el discurso de inauguración de
Inside. Los likes y streaming se dispararon, ¡fuimos top
trending en casi todas las plataformas!
La noche se me pasó en un abrir y cerrar de ojos y, sin
darme cuenta, llegó el brindis final. Cuando me dispuse a
levantar mi copa, Pablo se acercó lentamente y me susurró
al oído:
—Gracias por dejarme confiar en ti. —No podía
contestarle, sentir sus labios tan cerca hizo que mi piel se
erizara—. Vamos a despedirnos, aquí ya hemos acabado por
hoy — dijo con el tono serio que le caracteriza.
—De acuerdo —contesté mientras le seguía.
Fuimos a recoger nuestros abrigos y saque mi móvil para
solicitar un Uber.
—¿Te reclama tu novio?
—¿Perdona? —contesté con indignación.
—¿No viene a recogerte?
—No creo que esa información sea de tu incumbencia,
solo buscaba un taxi para volver a casa.
—¿Ya quieres irte? Es pronto, solo son las dos.
—Mañana tengo que trabajar, el arrogante de mi jefe ni
siquiera ha tenido el detalle de darme fiesta.
—No piensa en los detalles, ¿verdad?
—Muy poco, le iría mejor si fuera un poco más humilde.
—Y a ti si no fueras tan impulsiva, todavía te queda
mucho por aprender.
—¿Cómo? —La conversación empezaba a molestarme y
aquella pulla me picó hasta el punto de empezar a
amargarme la noche más importante de mi carrera y no
pensaba tolerarlo…
—Que hoy haya sido todo un éxito no significa que ya lo
hayas aprendido todo o que no vayas a fracasar nunca más.
—Gracias, lo tendré en cuenta. —Me enfadé y me di la
vuelta para marcharme.
—Pero ¿dónde vas ahora? —preguntó mientras me
seguía—. ¿Puedes parar?
—¿Me machacas y pretendes que me quede aquí
escuchándote?
—¡No era mi intención, lo decía para bien!
—Pues no lo parece.
—Señorita, tiene usted una linda carrera por delante —
comentó con sarcasmo—. ¿Te parece mejor así?
—No me apetece escuchar tonterías, será mejor que nos
vayamos.
—Venga, olvídalo. Ven conmigo —dijo mientras me
detenía y cogía mi mano—. Confía en mí como yo lo hice en
ti.
Le miré a los ojos y por una vez me pareció ver un poco
de modestia, me moría de ganas de soltarle e irme a casa,
pero algo en mi interior no podía decirle que no. No
contesté, solté su mano y le seguí.
—Vamos, hay un garito aquí al lado que te gustará.
—¿Garito?, ¿esa palabra forma parte de tu vocabulario?
—Pero ¡quién te piensas que soy!, ¿podemos tener la
fiesta en paz?
—Perdón, ¡es que no te pega nada!
—¿Te digo yo lo que no te pega?
—¿Volvemos a la carga?
—No sabes lo que me gusta vacilarte —contestó
mientras una pequeña sonrisa asomaba en su rostro—. Es
aquí, ya hemos llegado.
El local no tenía nada que ver con los antros que
frecuento con Oli, todo era lujo y glamour. Saludó a uno de
los camareros que nos llevó a un pequeño reservado en la
parte de arriba donde la intimidad y dos gin tonic se
convirtieron en nuestros únicos acompañantes. No
hablamos de trabajo, estuvimos comentando como dos
quinceañeros todas las anécdotas del evento, descubrí otra
faceta que no esperaba de él, ¡¡sabía bromear!! Sin darnos
cuenta habían pasado dos horas. Me levanté para ir al baño
y noté cómo me miraba. Las dos copas de más que
habíamos tomado hicieron acto de presencia y no pude
contenerme cuando regresé.
—Bonito culo, ¿verdad? —Pensé que se quedaría
pasmado, pero se me olvidaba que Don Seriedad tenía
contestación para todo.
—Un poquito respingón para mi gusto, pero bonito, sí.
Demasiado bonito.
—Ya te gustaría catar uno así. —¡Dios no sé cómo pude
decir eso!, ¡la mala influencia de Oli tenía que salir por
algún lado!
—No voy a decirte que no la verdad. Es tarde,
deberíamos irnos.
Salimos del pub y cogimos un taxi. Me acompañó hasta
la puerta de casa.
—Gracias por esta noche, Emma.
—Gracias a ti por darme esta oportunidad. —Con timidez,
le di un beso en la mejilla y me dirigí hacia el portal.
—Espero que tu novio no se enfade porque llegues tan
tarde. —Escuché que decía de lejos.
—Lo dudo, no tengo —contesté mientras sacaba las
llaves del bolso.
—Mejor, así ese culito será todo para mí.
Cuando me dispuse a contestar fue demasiado tarde, el
coche ya estaba en marcha. Me miré en el espejo del
ascensor y me sentí diferente, algo estaba cambiando en mi
interior y sabía que él era el culpable. Entré en mi cuarto y
tiré el bolso y los zapatos en el suelo. Me tumbé en la cama.
Ni siquiera saqué el móvil ni me puse el pijama, no podía
dejar de pensar en él y en esa última frase. No pude
resistirme, abrí la mesilla, cogí mi vibrador y me corrí
pensando en él. Me quedé dormida arropada por las
mariposas que revoloteaban en mi estómago y el calor de
un gran orgasmo. Aquella noche marcó un antes y un
después. A veces, el corazón tiene razones que la razón no
entiende y Pablo se había convertido en una de ellas.
Capítulo 17
Pablo

Voy de camino a la oficina, mi gran momento de libertad


antes de enfrentarme al caos diario del trabajo. Me gusta
poner la radio y escuchar las noticias, es uno de esos
instantes donde conecto con el mundo exterior y me
encuentro de golpe con la realidad… pero hoy, no puedo.
Desde que la dejé anoche en su portal, Emma invade todos
mis pensamientos. Esto es una locura, soy su jefe directo,
tengo ocho años más que ella y una mujer esperándome en
casa. ¡Dios!, y solo quiero volver a escuchar esa risa tímida
que ayer me ofrecía tras la inauguración.
Alicia y yo somos pareja desde el instituto, siendo
honesto, al principio pensé que no llegaríamos muy lejos,
pero las cosas no siempre son como uno cree. Nuestra
relación era divertida, especial, hasta que, de repente, la
rutina se apoderó de nuestro encanto. Ella siempre estaba
ahí, aguantando mis largas horas en el trabajo, mi carácter
ofuscado, mis ascensos, mis viajes… Pasaban los años y la
comodidad prevalecía a nuestra felicidad. Ella tenía su
espacio y libertad y yo podía dedicarme plenamente a la
empresa. Había soportado tanto por mí que se lo debía, así
que nos casamos por todo lo alto, cómo no. No recuerdo la
última vez que vimos una película juntos o fuimos a cenar.
En cambio, anoche, volví a sonreír, volví a notar complicidad
con alguien, volví a ser yo.
Puedo parecer egoísta, pero quiero más. Solo es una
distracción, nada más. Además, hace años que no
encuentro a alguien con tanta creatividad, ¿qué hay de
malo en tomar un café con ella de vez en cuando si mejora
mi empresa?
Me detengo en un semáforo y la incertidumbre me
acompaña. ¿Le escribo?, me siento como si tuviera quince
años. Avanzo diez metros y paro en doble fila. Cuando abro
el WhatsApp lo primero que hago es mirar su foto de perfil,
me encandilo con su mirada y los tirabuzones rubios que se
deslizan por su hombro.
«Buenos días, M, ayer me dejaste sin palabras, el evento
fue espectacular y no habría sido posible sin ti, nos vemos
en un rato, disfruta de tu éxito», ya está, enviado. Quizás no
sea lo correcto, pero algo en mi interior me obligaba a
hacerlo.
Arranco y espero impaciente la notificación en mi
pantalla. Mierda, lo ha leído y no contesta, ¿para qué
crearían el dicho tick azul?, quizás me he excedido…Llego
diez minutos antes de lo habitual y decido entrar al bar de
la esquina a tomar un café. Suelo salir con tiempo porque
vivo en las afueras, en una zona residencial. Cuando Ali y yo
discutimos por mis largas horas fuera de casa, algo que
cada vez es más habitual, me dan ganas de contestarle que
cómo cree que podemos permitirnos la vida que llevamos.
Pero tengo que callarme, todo se complicaría mucho más.
Sujeto la taza en mi mano y miro el reloj, han pasado
cinco minutos y sigue sin contestar. ¿Por qué tengo este
nudo en el estómago? Mando más de ochenta correos al día
y nunca me ha preocupado tanto una contestación, ¿me
estaré volviendo loco?
Termino el café y subo en el ascensor sin apartar mis ojos
del móvil. Me gusta llegar antes que los demás y dar una
vuelta por toda la oficina, necesito controlar todo. No está
en su mesa. Enciendo el ordenador y ciento veinte correos
sin leer me esperan en la bandeja de entrada para darme la
bienvenida. No puedo concentrarme, lo he estropeado todo,
debe pensar que soy inapropiado por dirigirme a ella así.
«Debo dártelas yo a ti, por apostar y confiar en mi
trabajo, sin eso no hubiera sido posible. Gracias, Pablo».
Uf, por fin. Es muy cordial, no tiene que ver con la chica
que me sorprendió anoche en el pub, puede que le haya
molestado. La mayoría de los emails son felicitaciones por la
presentación de Inside. Voy a enviarle todo, voy a hacer que
se sienta especial.
Pese a pensar que está fuera de lugar, le reenvío todos
los correos, y en el último escribo: «Me parece que te has
ganado un café, te veo a las ocho en el Irish pub».
Vuelvo a tener esa sensación, los nervios y las dudas se
apoderan de mi sensatez. Su respuesta es inmediata.
«¿No había un antro peor? Prefiero una cerveza, tengo
mucho trabajo atrasado por culpa de mi jefe y me espera un
día de locos».
«Una, dos o tres, las que quieras. Voy a tener que hablar
con ese jefe tuyo empieza a molestarme su actitud».
«Pues si hablas con él recuérdale que pretender el culo
de sus empleadas no es algo muy profesional».
«No es muy profesional, no. Pero la verdad que tengo
que alabar su gusto».
«Pues vaya defensor me he buscado. Luego nos vemos».
Ahora solo queda esperar que llegue la hora. Necesito
volver a estar con ella, esa desconexión, esa paz…
Escribo a Alicia: «Cariño, lo siento, tengo trabajo, no me
esperes a cenar».
Capítulo 18
Casualidades

Es viernes, son las nueve de la noche y acabo de salir de


trabajar. Llevo tres días hecha una auténtica mierda. No es
porque esté hundida, bueno, un poco, lo reconozco, pero la
verdad es que me siento humillada. Siempre me ha dado
igual lo que los demás piensen, nunca me ha importado el
rechazo, pero esta vez, duele. ¿Cómo pude plantarme
delante de él y decirle todo lo que sentía? ¡Esa no soy yo!
Conozco a David desde hace tres años y sabía que esto iba
a pasar, iba a desaparecer, a esfumarse, como cuando mis
chicos hacen una bomba de humo en la discoteca sin que
me dé cuenta. Ya sé que debería aplicarme el slogan de
Shakira “Una loba como yo no está pa' tipos como tú”, pero
ni escuchándola en bucle, me consuelo.
He llamado a M varias veces, pero no consigo localizarla.
Supongo que estará liada con el curro, parece que no tiene
tiempo para nada más, aunque podría dignarse en
contestar.
Paseo sin rumbo, necesito airearme. Busco la parada del
metro más cercana y, si no fuera porque hasta la semana
que viene no cobro, ¡me metía en la primera discoteca que
se cruzase en mi camino! Paso por delante de un Aloha y
decido pillarme un poke para cenar, por lo menos esto
puedo permitírmelo. Voy a cruzar de acera para bajar a la
boca del metro, pero un taxi se detiene delante mis narices
y tengo que esperar, ¡qué oportuno! Del coche baja una
pareja que comienza a besarse mientras mis ojos no dan
crédito.
—¿Emma?
—Oli, ¡qué haces aquí!, ¡qué casualidad!
—Ya veo por qué no tienes tiempo para contestar a mis
llamadas.
—Te dije que tengo mucho lío en el curro últimamente.
—Si, ya veo en qué tipo de trabajitos andas metida, ¿te
piensas que nací ayer?¡Pensaba que nos lo contábamos
todo! En fin, que os lo paséis bien —digo ofendida mientras
me dispongo por fin a cruzar.
—¡Oli, espera!, ¡puedo explicártelo! —grita M.
—No tienes nada que explicarme, está todo clarísimo.
Bajo corriendo por la boca del metro y me monto en el
primer vagón que veo vacío. ¡No puede ser verdad!, ¡qué le
pasa al mundo!, ¡pero si lo odiaba con toda su alma! Paso
de largo mi parada y bajo en la más cercana a casa de Nico,
incrédula, me planto en su portal.

—Nico, abre, soy Oli.


—¿Oli?
—Sí, ¡abre de una vez!
Subo y Nico me espera sorprendido en la puerta.
—¿Qué se te ha perdido por aquí?
—¿A qué estáis jugando? —digo mientras entro chillando.
—¿Cómo?
—No te hagas el tonto, ¿puedes decirme de qué vais?
—De qué va ¿quién?, ¡no entiendo nada!
—Pues mira, ya somos dos.
—¿Puedes calmarte y decirme qué te pasa?
—¿Que me calme?, ¡solo faltaba!
—¡Ya vale, tía! No puedes plantarte aquí como una loca y
encima pretender que averigüe lo que te pasa por la
cabeza. ¿Puedes sentarte y comportarte como una persona
civilizada?
—No, no puedo —digo mientras las lágrimas empiezan a
derramarse por mi rostro.
—Oye, no llores, pequeña —dice mientras me abraza.
—Tú lo sabías, ¿verdad?
—Oli, en serio, me estás empezando a dar miedo.
Cálmate, voy a coger un par de cervezas y hablamos
tranquilamente, ¿vale?
—Mejor whisky.
—¡Esta es mi chica! —Consigue sacarme una sonrisa—.
Venga, dime, ¿qué ha pasado?
—He visto a M.
—¿Y?
—¿De verdad no sabes nada?
—¡Suéltalo ya!
—Estaba con Pablo.
—¿Con Pablo?, ¿dónde?
—Besándose.
—¡Qué! —exclama Nico con cara de póker.
—Sí, los he pillado bajando de un taxi.
—¿Con el jefe?, ¡no puede ser cierto!
—¡Estoy segurísima de que era él! Era idéntico al tipo
que nos cruzamos aquella vez en la esquina de vuestra
oficina. ¿Ahora entiendes mi cabreo?
—Pero ¿qué ha dicho?
—¡Excusas!, no tenía ovarios ni para mirarme a la cara!
—¡Madre de dios!
—Pensaba que lo sabías.
—¡Qué voy a saber!, últimamente apenas hablamos en la
oficina.
—¿También está distante contigo?
—Sí, pensaba que se le estaba subiendo el éxito a la
cabeza, pero ya veo que lo que le pasa por la cabeza es otra
cosa. ¡Qué fuerte!
—Por la cabeza y por el chirri porque seguro que se lo ha
cepillado.
—En su despacho, ¿te imaginas?
—Prefiero omitir esa imagen, no entiendo cómo ha
podido caer tan bajo y, mucho menos, ocultarnos algo así.
—Es incomprensible, ¡no entiendo nada!
—Tenías que haber visto mi cara
—¡Has hecho un Phoebe!
—¿Eing?
—Como en Friends cuando pilla a Mónica y Chandler.
«¡Mis ojos, mis ojos!».
—Parecido, ja, ja, ja. Y, ahora, ¿qué hacemos?
—Esperar, tendrá que dar el paso y decirnos algo, ¿no?
—En esta vida parece que todo se resume en esperar.
—¿Y eso a qué viene?
—Porque la he liado, Nico.
—A ver si acierto, ¿de nuevo David?
—Me declaré, le dije que quería estar con él.
—Ya era hora de que admitieras lo que sentías. ¿Y qué
dijo?
—¡Nada!
—¿Cómo que nada?
—¡Se marcho sin decir ni una palabra!
—Y se marchó y a su barco… —comenzó a cantar
haciendo el payaso.
—¡Serás gilipollas!
—Bonita, ese tío no sabe lo que se pierde. Brillas con luz
propia y si no sabe verlo, ¡que se ponga gafas! ¿Te apetece
otra?

Y así, en estado de shock por todo lo que había pasado y


acompañados de muchas risas, pasamos la noche. A veces
cuando las cosas parecen estar derrumbándose, puede que
más bien se estén colocando en su lugar. Y, aunque no
entendíamos nada, aprendimos que todos los grandes
cambios vienen precedidos por el caos.
Capítulo 19
Masoquismo emocional

Han pasado dos semanas desde el famoso encontronazo


con Ángel. Todo sigue igual, la única diferencia es que mi
ilusión se desvaneció en un instante. Muchos creen que la
ilusión es una fantasía, pero sin ella, la vida pierde su color,
todo se vuelve gris y nada tiene sentido. El problema viene
cuando nos adelantamos a aquello que deseamos, para
motivarnos, o yo qué sé. El caso es que disfrutar del
momento antes de que llegue puede hacer que nos demos
la gran hostia de nuestra vida. Y yo cada vez que conozco a
alguien creo que es el amor de mi vida. Conmigo la frase de
«la vida es lo que pasa de hostia en hostia» tiene sentido.
Intentó ponerse en contacto conmigo en varias
ocasiones, como si nada hubiera pasado, pero nunca
contesté. Ya sabes, lo que no te mata, te manda mensajes
una vez lo has superado. Parece que cuánto menos interés
muestras a una persona, más le atraes, creo que es culpa
de nuestro masoquismo emocional.
Dicen que un clavo saca a otro clavo, con Oli siempre
funciona, si Mahoma no va a la montaña, la montaña se
toma cuatro cervezas y a otra cosa mariposa. Pero borré la
aplicación, no tenía ganas de más desengaños por el
momento.
Es domingo, Alfon se ha ido a una convección de
maquillaje por lo que tengo la casa para mí solito. Desayuno
unas tostadas acompañadas de un smothie depurativo. La
primera vez que me saltaron en Insta pensé ¡qué cosa más
asquerosa! Pero lo cierto es que están deliciosos. Pongo los
Back a todo volumen y al ritmo de Everybody me afeito y
realizo mi ritual de belleza; me encantan las mascarillas de
carbón, son pringosas, pero dejan el cutis como el culo de
un bebé. Sí, aparte de vintage, soy presumido, pero si no
me cuido yo, ¿quién va a hacerlo? Cuando termino voy al
salón y de lejos veo la luz azul de notificación en mi móvil.
¿Quién será ahora?
«Echo de menos nuestro rollazo. Cuídate».
¿Nuestro rollazo?, ¿ves cómo mi teoría nunca falla?
Cuando por fin estás bien, ¡ahí llega el WhatsApp bomba!
Me senté en el sofá y tiré el móvil a mi lado. ¿Y si he
exagerado todo? Llevo días aplicando la ley del hielo y, aun
así, se molesta en contactarme. ¿Y si estoy creando yo todo
este drama? Siempre me quejo de que todos los tíos me
tratan mal y que merezco algo mejor. Desde luego, algunas
veces tengo razones de sobra, pero no es muy probable que
todos los hombres de la faz de la tierra tengan el propósito
de hacerme sentir fatal. Quizás, por una vez, debería
controlar mi destino, él es el que baraja las cartas, pero
nosotros somos quienes las jugamos. No pierdo nada por
intentarlo, lo único malo es que me lleve otro chasco y, a
eso, por desgracia, ya estoy acostumbrado. ¡Tiremos las
cartas!, ¡me la juego!

«Hola, Ángel, perdona, he estado muy liado. Si te va


bien, quedamos y hablamos».

«¿Qué tal esta tarde?».


¡Mamma mía!, ¡qué rapidez! ¿Esta tarde? Pues claro que
me va bien, pero quizás debería hacerme un poquito de
rogar. Menos mal que nadie puede verme hablando solo en
voz alta.

«Perfecto, puedes pasarte por mi casa después de


comer».

¡Directo al grano!, ¡sí señor!, luego me quejo, pero en el


fondo me meto yo solito en la boca del lobo.

«Ok, acudo sobre las 16:00. Mándame número de puerta


y ubicación».

¿Y ahora qué hago?, ¿qué me pongo? Tengo dos horas


para prepararme. Voy directo a mi armario, elijo un polo azul
marino de Ralph Lauren y unos vaqueros, sencillo pero
divino. Por comer algo, me preparo una ensalada; los
nervios se han apoderado de mi estómago y no me entra
nada. Para matar el tiempo llamo a Oli, llamaría a M, pero
no está el horno para bollos ¡tengo que contarle la buena
nueva a alguien!

—¡Qué pasa caraculo!


—¡Holis!, ¡tengo novedades!
— ¿Te ha llamado M?
—¡Qué va! Ni siquiera le he dicho que estuve contigo la
otra noche. ¿A ti?
—Tampoco, debe de estar muy ocupada con la seripolla.
—¿Seripolla?
—De don seriedad, así la llamará, ¿no?
—¡No tienes remedio!
—Seguro que la tiene enorme, otra explicación no
encuentro para que no tenga tiempo para nada más.
—¡Oli, que es mi jefe!, ¡para!
—Chico, eres más soso que un micropene. En fin, ¿qué
me cuentas, entonces?
—¿A qué no sabes con quién he quedado?
—¡Sorpréndeme!
—¡Con Ángel!
—¿Y eso?, ¿no fuimos a su funeral hace dos semanas?
—Ha renacido de entre los muertos.
—Para echarte un buen polvo, entiendo.
—¡Dios te oiga! Hemos quedado en mi casa para hablarlo
todo.
—Ve sacando el lubricante y déjatelo a mano.
—¡Tía!, ¡no desfogarte con David te está afectando! Por
cierto, ¿sabes algo?
—Nothing de nothing.
—Casi que mejor, eso no iba a ningún sitio.
—¡Mira quién fue a hablar!
—Tengamos la fiesta en paz. Te dejo, tiene que estar ya a
punto de llegar.
—¡Que folles mucho y bien!, ¡hablamos!
—Gracias, amore, ya te contaré.

Y sus presagios se han cumplido. Al principio, se podían


cortar cristales en el ambiente, pero una vez nos hemos
relajamos y hemos hablado tranquilamente, no he podido
evitar caer en la tentación. En el fondo, Ángel tiene razón.
Solo nos estamos conociendo y él es libre de hacer lo que le
dé la gana. Y eso mismo he hecho yo, me he dejado llevar y
hemos pasado una tarde de pasión descontrolada. Quién
me lo iba a decir a mí esta mañana, puede que las mejores
cosas sucedan sin ser planeadas. La vida consiste en vivir el
momento sin saber qué pasará después.
Capítulo 20
Dejarse llevar

Me encanta tomar café, su olor me evoca desconexión,


una sencilla taza y un libro me aportan una tranquilidad que
rara vez consigo de otra manera. Aunque desde que llegué
a la cabaña, mi diario se ha convertido en mi nuevo aliado.

27 de octubre
Me asomo al jardín, cada día que pasa esta más bonito.
El suelo se está cubriendo de pequeñas hojas; su tono verde
empieza a desvanecerse y deja paso a los tonos amarillos y
anaranjados que caracterizan al otoño. Dicen que es una
etapa de transición, los días son más cortos, hay menos
horas de luz, la climatología es más adversa y que, todo
ello, repercute en nuestro estado de ánimo. Sin duda es la
estación que mejor simboliza el cambio, pero para
conseguirlo, tengo que afrontar mis miedos, no es tarea
fácil, pero tampoco imposible. Tengo que enfrentarme a
Pablo. Si no dejo de pensar en él, nunca acabará esta
historia.
Recuerdo el día que me pidió tomar algo después del
trabajo, ojalá lo hubiera pensado bien, pero no, como
siempre, mi impulsividad se apoderó de mí. Admiro a las
personas que piensan en las consecuencias antes de actuar.
Desde pequeña me he dejado llevar por la emoción del
momento y esto es un punto a favor en mi trabajo, ya que
mi creatividad se dispara, pero en la vida personal, me ha
llevado a cometer muchos errores que podría haber evitado,
dejando enfriar un poco la mente antes de tomar una
decisión.
Llegué al Irish Pub y me quedé paralizada en la puerta,
los nervios me impedían entrar. Sentí una corazonada que
me decía: «M, no abras esa puerta», pero, a la vez, me
moría de ganas.
Cuando entré, la taberna me sorprendió, hacía años que
no estaba en un irlandés. Se pusieron de moda en mi
adolescencia, recordé el verano en el que abrieron uno en
mi pueblo y fue lo más de lo más. Nos encantaba sentarnos
en las mesas con bancos de madera y pasar la tarde junto a
unas Guinness. Pude verle al fondo, esperando junto a una
copa de vino blanco. Me acerqué despacio y le saludé con
timidez.
—Buenas. —No sabía qué decir.
—¿Qué quieres tomar?
—Un vino está bien, gracias. —Se levantó y trajo mi
bebida.
—¿Qué tal el día? —me preguntó para romper el hielo.
—Saturante, tengo trabajo atrasado.
—Pensaba que estarías más eufórica.
—¿Por qué?
—¿No has leído todas las felicitaciones?, ¡deberías estar
orgullosa!
—Si, bueno.
—¡Cómo que bueno! Brindemos, ¡esto hay que
celebrarlo!
Acercamos nuestras copas y nos miramos a los ojos.
—Hacía años que no trabajaba con una persona tan
creativa como tú, que sepas que es una cualidad muy difícil
de encontrar.
—Gracias, Pablo. La verdad es que me sale solo.
—Aunque sigo sin entender porque me dijiste que eras
indecisa.
—¿Yo?
—Sí, en tu entrevista.
—¡Cómo puedes acordarte!, ¡han pasado casi dos años!
—Por qué es imposible olvidar la primera vez que vi esos
ojos verdes.
—¿Pedimos otra? —pregunté para desviar la
conversación.
—Me parece bien, pero no te pongas roja.
—¡No estoy roja!
—¡Pero si pareces un tomate!, ¡ayer no te pusiste así
cuando insinuaste que te miraba el culo!

—¡Ya vale con el temita! —contesté avergonzada.


—No puedo evitarlo, no tengo la culpa de que me
encante. Además, dijiste que no tenía dueño.
—¿Y eso a qué viene?
—Me preocupo por mis empleados, sin más.
—Más bien metes las narices donde no te llaman.
—No me creo que no se rifen a una chica como tú.
—No sé qué contestarte, Pablo, no te entiendo. Un día
eres el más borde del mundo y, al siguiente, parece que
quieres ligar conmigo. Lo siento, pero no me van estos
juegos.
—Entonces, si no quieres jugar conmigo, ¿por qué has
aceptado mi invitación? Te contradices.
—Como tú.
—¿Jugamos? —me preguntó mientras cogía mi mano y
mi mundo comenzaba a temblar.
Aceró su silla junto a la mía y se sentó a mi lado.
—No sabes las ganas que tenía de verte hoy —me
susurró al oído mientras se atrevió a acariciar mi pierna con
su mano.
Mis mariposas revoloteaban sin control, el deseo nos
acompañaba y podía notarse en el ambiente. Acabamos
nuestras copas y me invitó a cenar a un italiano. Un
restaurante pequeño, muy discreto pero lleno de encanto.
La noche se me pasó en un abrir y cerrar de ojos. Todo era
perfecto, él y yo bajo la cálida luz de la luna paseando hacia
mi portal.
—Gracias por esta noche —dijo nada más llegar.
—¿No querías jugar? —las copas de vino y mi
impulsividad se pusieron de acuerdo para hablar en mi
lugar.
—¿No has tenido bastante por hoy?
—Quiero más —contesté mientras me mordía los labios.

Me miró sorprendido, agarró mi cintura y nos besamos.


Saqué las llaves de mi bolso y nos montamos en el
ascensor. Besó mi cuello y deslizó su mano de nuevo
suavemente por mi pierna. Entramos y comenzó a subir mi
camiseta, sus caricias hacían que me derritiese de placer.
Algo ardía en mi interior, un deseo incontrolable que nunca
había sentido. Me miró mientras desabrochaba sus
pantalones y empecé a tocarle despacio la polla. Desnúdate
para mí —dijo mientras comenzaba a acariciarse sus partes,
descubiertas y cada vez más erectas. Me cogió con sus
manos y me dio la vuelta contra la pared. Mis piernas se
abrieron esperando con ansia sentirle dentro de mí. Empujó
tan fuerte que sentí como entraba hasta el final. Gemí una y
otra vez hasta que el éxtasis puso fin a nuestro momento.
Desde entonces nos volvimos inseparables, todos los
días, después del trabajo, quedábamos en mi piso o nos
veíamos en el Irish, nuestro lugar.
A veces, aparece esa persona que nos hace perder el
norte, nuestra brújula se estropea y se desorienta. Las
mariposas recorrían mi cuerpo sin control, ya no podía hacer
nada ante ellas, su aleteo hacía que no dejase de pensar en
él, estaba perdida.
Me deje llevar, estaba segura de que Pablo sentía lo
mismo, nuestra complicidad era algo que nunca había
tenido con nadie. Solo con mirarnos sabíamos que pensaba
el otro, era como Oli pero en versión masculina. Pero la vida
es como un puzle, no debemos insistir en poner piezas
donde no terminan de encajar…
Capítulo 21
Señales

Son las doce y acabo de venir de dar mi paseo matinal.


Hoy, como hice ya hace una semana, cambié de rumbo. He
descubierto un nuevo sendero rodeado de pinos que, junto
al reflejo del otoño, parecía de película. He encontrado una
ermita de piedra blanca. En la fachada estaba el acceso
entre pilastras situado bajo un entablamiento sencillo; en
alto, se abría una ventana de perfil rebajado, encuadrada
junto a un pequeño campanil. No he podido entrar a verla
porque estaba cerrada, pero me ha generado curiosidad.
Voy a ir a casa de Manuela, quiero llevarle unas gingerbread
que preparé ayer siguiendo mi reto MasterChef y, de paso,
le preguntaré por la ermita. Cojo mi abrigo y mi bufanda,
hoy hace más frío de lo habitual. Bajo el camino hasta la
cabaña número seis y llamo a la puerta.
—¡Buenos días, Manuela!
—Emma, cariño, ¡qué sorpresa! Pasa, no te quedes ahí.
—Vengo a traerte unas galletas que he preparado —
contesto mientras entro y dejo mis cosas.
—Tengo que controlarme con el azúcar, pero por un dulce
no creo que pase nada. ¿Te apetece una taza de té?
—Sí, por favor, pero a la próxima invito yo.
Le ayude en la cocina y nos sentamos en la mesita del
salón.
—¡Qué bien te veo!
—Estos días de descanso me están sentado muy bien.
—Me alegro. ¿Escribiste en tu diario?
—Sí, me he saltado algún día, pero me ayuda a ver las
cosas de otra manera.
—Aquí parece que el tiempo se detiene y ya sabes que
este todo lo cura.
—Caminando esta mañana he encontrado una ermita.
¿Qué representa?
—¿Junto la senda que baja al río?
—Sí, creo. Era blanca y tenía un campanar.
—¡Ah! Es Santa Margarita, que la lluvia más que dar,
quita. Se construyó como refugio en 1911 durante la guerra
y más tarde se convirtió en capilla.
—Tiene que ser preciosa.
—Ya le diré a Marcial que nos abra una tarde, así podrás
ver su capilla adosada y cómo entra la luz por medio de sus
pequeñas ventanas adinteladas.
—Cuando quieras.
—¿Has visto a Marcos estos días?
—Me crucé con él en el super.
—Seguro que luego se pasa a verme un ratito. Es muy
buen chico. Te lo digo por si quieres esperarle.
—¡No seas casamentera!
—Sé que habéis quedado un día para cenar, me lo ha
chivado un pajarito.
—Pues más vale que ese pajarito deje de piar, no vaya a
ser que se quede sin invitación. Bueno, tengo que irme, se
está haciendo la hora de comer. —No me parecía apropiado
hablar de lo borde que es su nieto y quitarle la ilusión.
—Gracias por pasarte, cariño, si necesitas cualquier cosa,
ya sabes dónde estoy.
Llego a casa y me pongo manos a la obra en la cocina.
La receta del día es: ¡espaguetis negros con langostinos y
verduras! Los acompaño con un poco de alioli y qué quieres
que te diga, ¡están buenísimos! Me está empezando a
gustar la cocina y eso que mis dotes culinarias son escasas
o, al menos, lo eran. Recojo todo y me dispongo a escribir
en mi diario, es el momento de desconectar.

28 de octubre
Pasaron varios meses desde la presentación de Inside y
llegó el día de mi cumpleaños. Aquella noche no pude
dormir, los nervios me invadían como cuando tenía cinco
años y sabía que iban a regalarme la película de La Sirenita.
Cuando me desperté, cogí corriendo mi móvil de la mesilla,
pero mis ilusiones se desvanecieron en un abrir y cerrar de
ojos. No había ningún mensaje, su felicitación no estaba.
¡No podía creerme que Pablo se hubiera olvidado! Piensa
mal y acertarás. No quiero entrar en polémicas, pero me
reconocerás que la mayoría de las mujeres somos mal
pensadas por naturaleza o, quizá, suene mejor, que
tenemos un sexto sentido en esto de relacionarnos con los
hombres, como un chivato que nos dice que esta actitud no
cuadra o que la ausencia de mensaje de felicitación indica
algo y no muy bueno… Y, también, es el encargado de que
nuestros pensamientos se disparen a mil por hora.
Cuando llegué a la oficina, tuve que tragarme mis
palabras al ver que encima de mi mesa había un ramo de
rosas. Nunca me habían regalado flores, siempre había
pensado que era algo estúpido, pero ese día descubrí el
valor de aquel detalle. Si alguien nos las regala significa que
no solo le inspiramos amor, sino también un intenso deseo.
No había tarjeta, pero a su lado encontré un pequeño tarro
de cristal, el típico que tenían nuestras abuelas en la cocina
lleno de bombones y con una nota en su interior:
«Felicidades, M, gracias por dejarme celebrarlo a tu lado,
paso por tu casa a las ocho».
Aquello significó para mí mucho más que las rosas,
aunque no podía dejar de mirarlas y de disfrutar el olor que
desprendían. Cómo cambian las cosas, hoy me siento como
una de esas flores recién cortadas, llena de vida, pero al
mismo tiempo, tan muerta.
Esa noche no fuimos a ningún sitio especial, no me
pareció extraño que me propusiera cenar en casa y pedir un
Globo sin más. No vi raro que, con lo sibarita que era, no me
llevará a ningún sitio de lujo, daba por hecho que sabía que
esas cosas no me iban. ¿Dónde estaba el chivato? Vimos
una película e hicimos el amor hasta altas horas de la
madrugada. En la ducha, en el sofá, en la cocina…Nuestro
deseo era tan inmenso que no podíamos controlarnos,
siempre queríamos más.
No se quedó a dormir, nunca lo hacía, pero no me
sorprendió. Al día siguiente había que trabajar.
Si pedimos señales al universo, deberíamos creer en
ellas cuando aparecen. Cada uno ve lo que quiere ver, pero
eso no significa que lo que vemos, sea de verdad. Y yo, ni
creí ni miré más allá.
Capítulo 22
Si tú me dices ven, lo dejo todo

Es viernes, he quedado con Marcos a cenar. No lo


considero una cita, si te soy sincera, le dije que sí por
Manuela, se ha portado tan bien conmigo que no quería
disgustarla. Aunque esté inmersa en mi plan de convertirme
en chef no voy a preparar nada fuera de lo normal, no
quiero que haya malentendidos. Con una pizza, unos nachos
y algo de picoteo, ¡sobra! Termino mi rutina de yoga, recojo
la esterilla y voy directa a la ducha. Mientras el agua se
derrama por mi espalda no puedo evitar sentirme orgullosa
por estar cumpliendo con mis nuevos propósitos. Ya hace un
año que dejé de practicarlo, Pablo se empeñó en que no
servía para nada, me convenció de que tiraba el dinero en
las clases y de que eran una auténtica gilipollez. Cuando
estamos en pareja, nos esforzamos por agradar al otro, nos
adaptamos a sus planes y renunciamos a cosas por pasar
más tiempo con la persona amada. Pasan los meses y, de
repente, un día, una pregunta te surge con fuerza: ¿Cuántas
cosas he dejado de hacer por mi pareja? Y en ese mismo
punto me encontraba yo. Es cierto que, a veces, me sentía
mal por no quedar con mis chicos, pero como dice la Falcó,
los remordimientos me duraban menos que un
nanosegundo en el metaverso, solo me importaba él. No
podía permitirme el lujo de quedar con ellos y que Pablo
estuviera disponible. ¿Cómo iba a salir de casa sabiendo
que él podría dejarse caer en cualquier momento? Poco a
poco dejé mi vida a un lado. Me compensaban los pocos
momentos que él se dignaba a regalarme. Seguí el dictado
de mi corazón, pero dejarlo todo por alguien tiene sus
consecuencias y, la mayoría de las veces, casi todas son
negativas. Dejé de lado a las dos personas más importantes
de mi vida: Oli y Nico; a mi familia, mis compañeros, mi
círculo social, dejé de salir, de relacionarme con otra gente,
me perdí a mí misma y ahora toca volverse a encontrar. Ya
he dado el primer paso, admitir que la cagué, que lo que
empezó como una noche de sexo casual se convirtió en un
juego obsesivo que me llevó al límite y me hundió en el
caos.
Salgo de la ducha y me pongo lo primero que pillo, unos
leggins con un jersey granate. Me ato un moño, quiero
parecer informal, que hayamos quedado no significa nada.
Ya son casi las nueve, Marcos tiene que estar a punto de
llegar. Preparo la mesa y meto una botella de frizzante a la
nevera. Cuando estoy sacando los nachos y el guacamole,
suena el timbre y me dirijo a la puerta para abrirle.
—Hola, Marcos, ¡pasa! —exclamo intentando que no se
me note incómoda.
—¿Qué tal rubia? —dice mientras se adentra por el
pasillo.
—Mi nombre es Emma, por si no lo recuerdas —contesto
con tono serio.
—Tranquila, ¡cómo te pones!
—¿Qué quieres tomar? —pregunto para romper el hielo.
—Una birra.
—Estoy enfriando una botella de vino si prefieres —digo
mientras le acerco una cerveza.
—Con esto va bien. ¿Cómo llevas la cena?
—Bien, he preparado unos nachos y ahora voy a meter
una pizza al horno.
—¿Ya has dejado tu plan cocinitas de lado?
—No, ¿por qué?
—Te pedí que me invitaras porque me esperaba algo más
currado.
—Si te parece mal ya sabes dónde está puerta. —Será el
mejor nieto del mundo, pero tiene unas contestaciones que
no las aguanta ni su madre.
—¡Echa el freno!, ¡solo estoy bromeando!
—Pues no me hace ninguna gracia.
—¿Cuánto le queda?
—¿A la pizza?
—Sí, claro, ¿a qué va a ser?
—Diez minutos, ¿por?
—Por nada, no puedo quedarme mucho rato, tengo cosas
que hacer.
—¿Pero de qué vas? Encima que te invito, tienes la
desfachatez de venir a mi casa y comportarte como un
auténtico maleducado.
—Te recuerdo que esta no es tu casa.
—¡Ya vale!, ¡estoy intentando ser amable contigo, pero
me sacas de mis casillas! —chillo enfadada, no puedo
aguantarme más.
—Perdona, tienes razón. Es que estoy muy agobiado con
el curro.
—¿Y yo qué culpa tengo?
—No es excusa, lo sé. ¿Empezamos de cero? —dice
mientras se levanta del sofá y se dirige a la puerta—. Hola,
Emma, gracias por la invitación, ¿puedo pasar?
—Pasa —contesto riéndome, todo el mundo merece una
segunda oportunidad.
—¿Qué te pasa con el curro?
—Tengo que preparar la fiesta de Halloween del colegio y
no tengo ni idea de por dónde empezar.
—¿Colegio?, ¿eres maestro?
—Sí, de primaria. Normalmente me encargo de los
eventos deportivos pero este año no he tenido escapatoria.
—¿Y qué tienes que hacer?
—Ambientar el gimnasio, organizar juegos, no sé, lo que
se me ocurra, y ese es el problema, que no tengo ni idea.
—Pues me parece, amigo, que hoy es tu día de suerte.
—¿Suerte?
—Sí, además de cenar una de mis especialidades: la
auténtica pizza napolitana, creo que voy a poder ayudarte
—digo con tono italiano haciendo el payaso.
—E come hai intenzione di aiutarmi?
—¿Hablas italiano?
—Hay muchas cosas que no sabes de mí.
—Pues más vale que me lo traduzcas porque no he
entendido ni una palabra.
—Que cómo vas a poder ayudarme.
—Señorito, yo también guardo muchos ases bajo la
manga.
—¿Qué tal si abrimos esa botella y me cuentas?
—¡Hecho!
Cojo la botella y saco la pizza del horno, nos sentamos a
cenar.
—Tienes ante ti a una auténtica organizadora de
eventos.
—¿Ese es el famoso trabajo que dejaste por tu ex?
—¡Equilicuá!
—¡Pues sí que es mi día de suerte!, ¡brindemos!
La noche transcurrió con normalidad, las borderías se
quedaron a un lado y fue una velada encantadora. Me
sorprendió, dicen que nunca se deja de conocer a las
personas y que cada encuentro es una oportunidad para
aprender algo más sobre ellas. En esta ocasión, así fue.
Pude ver a un Marcos más cercano, preocupado y
agradecido de que le tendiera mi mano para ayudarle sin
esperar nada a cambio. La fiesta no era gran cosa, consistía
en preparar una pequeña merendola para los niños y
ambientar la sala en la que se realizaría. Le convencí para
realizar algo diferente, tipo un túnel del terror, con unas
telas negras, unos disfraces y algo de decoración sería
suficiente. Quedamos al día siguiente para ir a comprar los
materiales y visitar el colegio, solo teníamos dos días para
prepararlo todo y, aunque fuéramos a contrarreloj, estar
distraída me iba a venir bien.
Durante los momentos más oscuros hay que
concentrarse en ver la luz, y si estás atravesando uno,
debes seguir caminando y tener claro que lo malo es el
momento, no tú.
Capítulo 23
Pesadilla

29 de octubre
Todo era perfecto, como si de un cuento de hadas se
tratase, pero, por desgracia, los cuentos, cuentos son. Oli
siempre dice que si pierdes un zapato a medianoche, no
pienses que tu príncipe azul va a aparecer en la siguiente
discoteca, tan solo te has tomado unas cuantas copas de
más.
Me encantaba estar en la oficina, sentada en mi mesa.
Recuerdo que era un día lluvioso. Escuchar el sonido de las
gotas al golpear la ventana, me relajaba y me ayudaba a
concentrarme. De repente, todos se giraron, susurraron y se
asombraron. Yo no entendía su reacción. Al volverme, pude
ver a una chica alta con unos largos rizos rojos. No me fijé
mucho ya que sus Manolos Blahnik captaron toda mi
atención. Me recordaron a Carrie Bradshaw y no pude evitar
acordarme de los deliciosos muffins que tomaba en
Magnolia Bakery.
Me entró hambre y decidí que era mi momento kit kat,
así que me dirigí a la sala de descanso para tomar mi
cappuccino de avellana. Me encontré con Puri y Héctor que
no paraban de hablar de la chica pelirroja.
—¿Cómo puedes ser tan simple? ¿Aparece una tía mona
y ya tienes tema de conversación para dos semanas? — le
dije a Héctor mosqueada.
—Emma, ¿no sabes quién es? —preguntó Puri extrañada.
—Pues la verdad es que no, ¿viene para firmar algún
contrato importante?
—¡Qué va!, es Alicia, la mujer de Pablo. Nunca viene por
aquí, pero cuando lo hace, nos alegra el mes entero —dijo
Héctor emocionado.
Menos mal que no había cámaras de seguridad en la sala
porque si alguien buscara la grabación y viese mi cara, acto
seguido, pedía el siguiente capítulo. No sabía dónde
meterme, me quedé paralizada, ¿mujer?, ¿está casado?, ¿mi
Pablo? Cogí el café, ni siquiera me importó que quemase, y
me fui directa al baño sin pronunciar una palabra. Me
encerré, no daba crédito a lo que estaba pasando.… Me
senté en el suelo. Volví a pensar en Carrie y en una de sus
míticas frases: «Yo temía que, llegado el momento, me
rompería el corazón de nuevo». Y así era, el mío no solo
estaba roto, se desvanecía en pedazos. Empecé a llorar en
silencio, no quería que nadie me oyera. Todo lo que
habíamos vivido era una mentira y, por mucho que esta
avance, la verdad la alcanza en un solo día. ¿Cómo podía
haberme engañado así? Por mucho que lo intentara, no
tenía fuerzas para levantarme. Sabía que no podía
comportarme como una niña pequeña, si alguien notaba
algo, sospecharía, así que me miré en el espejo, sequé mis
lágrimas y me limpié los chorretones negros que el rimmel
había derramado por mis mejillas. ¡Qué lástima, justo ese
día había usado el más caro de mi colección!, ¡vaya
desperdicio! Como el tiempo que había perdido con él.
Volví a mi sitio y decidí que ya había trabajado suficiente.
Solo necesitaba salir de allí. Cinco meses después, no iba a
ver encuentro en mi casa, no iba a desconectar después del
trabajo escuchando su voz, no íbamos a contarnos
anécdotas del día en el Irish ni reírnos de cosas que solo los
dos entendíamos. Cogí mi bolso y salí de la oficina, sin
rumbo. Seguía lloviendo, por lo menos tenía suerte en algo,
la tristeza del día se acompasaba con mi desgracia. Ni
siquiera abrí el paraguas, me daba igual mojarme, todo se
había desmoronado en un instante.
Me senté en un banco cerca del río. ¡¡Está casado!! ¿Por
qué me ha ocultado algo así? Nunca me había hablado de
ella, sí que hablamos de relaciones anteriores, de lo que
queríamos y lo que no, lo que buscábamos y que
esperábamos cada uno. Teníamos claro que era mejor que
nadie supiera nada por el momento e ir poco a poco. ¡Cómo
puede tener tanto morro! ¿Qué quería de mí? Claro, por eso
siempre nos quedábamos en mi piso o íbamos a el Irish, que
se había convertido para mí en el mejor lugar del mundo,
nuestro lugar. Pero, en realidad, íbamos porque Alicia y sus
Manolos nunca se habrían asomado por allí. Por eso nunca
íbamos a su casa, no evitaba que nos viera alguien de la
oficina, evitaba que ella pudiera enterarse.
Me quedé horas allí sentada, sin pestañear, perdida en
un mar de dudas, buscando sin éxito un barco que pudiera
rescatarme. No fui capaz de enviarle un mensaje a Oli
diciéndole que mi mundo se acababa de derrumbar, tenía
que explicarle todo lo que había pasado y encima tendría
que aguantar su enfado por no haberle contado nada hasta
que la había necesitado. No tenía fuerzas para ello, además,
tenía la esperanza de que, si no se lo contaba a nadie,
quizás solo tenía que despertar y ver que era una pesadilla.
Decidí irme a casa, lo extraño es que no pude derramar ni
una sola lágrima más, puede que ya hubiera llorado tanto
por los hombres que mi reserva se hubiera agotado.
Puesto que el día me había llevado a pensar en mi
querida Carrie, decidí que el mejor plan para evadirme de
todo era, sofá, manta y revivir Sex and the city. Así que, me
puse el pijama rosa «Tengo pelazo y cerebro debajo» de mi
querida Vecina Rubia, y abrí una bolsa de palomitas. Me
apetecía más un buen helado de chocolate, pero encima del
disgusto que me había llevado, ¡lo que me faltaba era coger
kilos de más! Apagué mi móvil y me olvidé del mundo.
¿Qué iba hacer cuando lo viera al día siguiente?, ¿me
estaría esperando como siempre o se habría ido con su
querida mujercita a las mejores boutiques de la ciudad? La
verdad es que me daba igual, me sentía traicionada, estaba
viviendo una mentira y no estaba dispuesta a ser el
pasatiempo de nadie. Si desde el principio me hubiera dicho
que estaba casado, al menos las cartas hubieran estado
sobre la mesa y habría sido libre de elegir si quería
lanzarme o no a la piscina. Pero salté sin saberlo y solo
quería hundirme para ahogar en ella mis pensamientos. Me
sentía como si estuviera en una montaña rusa de
emociones, pasaba de la rabia y la ira, a la tristeza,
frustración y desesperación por haber sido engañada. Pero
lo peor era que, pese a todo, le echaba de menos.
Capítulo 24
Negar lo evidente

La historia vuelve a repetirse, ha pasado una semana y


no sé nada de Ángel. Los dos primeros días me hice el
interesante y esperé a que él se dignará a dar el primer
paso. Fue en vano, nunca me escribió. La incertidumbre
pudo conmigo y acabé mandándole un mensaje, tampoco
obtuve respuesta.
Estoy sentado en el Starbucks de debajo de mi casa,
esperando a que llegue Oli. Hemos quedado para abordar el
tema M, estos días apenas se ha dignado en aparecer por la
oficina y seguimos sin saber qué narices hacía con Pablo la
otra noche. No puedo entender como la gente cambia de
parecer de la noche a la mañana, últimamente parece que
todo el mundo cambia más de opinión que de bragas. Doy
un sorbo a mi frapuccino favorito y veo de lejos a Oli
acercarse a mi mesa.
—¡Calorías a tope, sí señor! —exclama mientras se
sienta.
—¿Algún día serás capaz de saludar como una persona
normal?
—No te quejes tanto, ¡encima que me he levantado
pronto para venir!
—¡Pero si son las once!
—Ya, pero salí anoche y me dieron las mil.
—¿Y eso?
—Me fui con dos compañeras y ¡fue una noche épica!
—Sorpréndeme…
—¡Conocí un pibonazo que flipas!
—Hija, qué bien, cómo te lo montas.
—Y eso que aún no he entrado en detalles.
—No sé si quiero saberlos.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan puritano?
—Está bien, cuenta.
—Estaba a nuestro lado, bailando, tenía unos brazos más
marcados que los de Chris Hemsworth en Thor.
Comenzamos a hablar y cuando me fui al baño ¡vino
conmigo! Entramos como dos fugitivos, ¡no veas qué
morbo! Y lo mejor fue ¡que me hizo la mayor comida de
coño de la historia!
—¿En serio?
—¡Tal cual! Te juro que elevé una oración al cielo cuando
su lengua se detuvo en mi clítoris. ¡Fue brutal!
—¿Y cómo se llama?
—¡Y yo qué sé! Cuando salimos cada uno fue a su bola,
ya me conoces.
—Oli tía, ¡eres la hostia!
—¿Qué pasa? No voy a estar todo el día llorando por las
esquinas por David, ¡déjame vivir! ¿Y tú qué?, ¿qué me
cuentas?
—Lo mismo de siempre, para variar, Ángel ha pasado de
mi culo.
—¿Otra vez?, ¿en serio?
—Sí. Le he mandado varios mensajes y ni ha contestado.
Creo que me ha hecho un ghosting en toda regla.
—¡Ala, exagerado! Estará liado seguro.
—¡Qué no, tía! El último WhatsApp ni siquiera le ha
entrado, creo que me ha bloqueado.
—¿Cómo va a bloquearte?, eso es muy cruel.
—Mira, ¿ves cómo ni siquiera le llega? —digo
enseñándole la conversación.
—¿Y si no tiene cobertura?
—¿Tres días sin teléfono?
—¿Quieres salir de dudas?
—¿Cómo?
—Dame su número, vamos a probar una cosa.
—A ver locatis, ¿qué se te ocurre?
—Le escribo desde el mío para ver si es verdad que está
apagado.
—No sé si es buena idea.
—¿Y qué prefieres?, ¿estar todo el día lamentándote y
dándole vueltas?
—Venga va. —Nervioso, le doy el número para
comprobarlo.
Oli escribe el mensaje y efectivamente, al instante, se
marca el tick azul.
—¡La leche!, ¡será cabrón! —exclama Oli perpleja.
—¿Lo ves?, lo sabía.
—Mierda, ¡está escribiendo!
—¿Qué dices?, ¿y ahora qué hacemos?
—Déjame a mí, ¡se va a cagar!
Ángel:
«¿Quién eres?».
Oli:
«Tu peor pesadilla».
Ángel:
«¿Cómo?».
Oli:
«Se te debería caer la cara de vergüenza por ser tan
fantasma. En esta vida, no hay nada más cobarde que tirar
la piedra y esconder la mano».
—¡Oli, para ya!, ¡va a saber que soy yo!
—Vale, le bloqueo, pero por lo menos nos hemos
quedado a gusto.
—¿Cómo puedo tener tan mala suerte?, si la cita en mi
casa estuvo genial.
—Ya, cariño, pero te lo he explicado mil veces, la peña en
esas aplicaciones va a lo que va. Créeme, no sale nada
bueno de ahí.
—No aprenderé jamás. En fin, cambiemos de tema, no
quiero afligirme más. ¿Has sabido algo de M?
—Nada y la verdad es que tampoco me he molestado en
llamarla, visto lo visto.
—Esta semana apenas la he visto en la oficina,
acercarme a ella es más complicado que abrir los nuevos
buzones bluetooh de Amazon. ¿Qué podemos hacer?
—Pues, ¿sabes que te digo? ¡Que me la bufa! Ella es la
que nos está mintiendo y pasando de nosotros.
—Ya, Oli, pero no es como un tío con el que follas una
noche cualquiera y te da lo mismo. ¡Estamos hablando de
M!
—¿Y qué? A ver si espabilas de una vez, te repito que ella
es la que anda por ahí montándoselo con Pablo a
escondidas.
—¿Y si no ha podido contárnoslo? Quizás tenía miedo de
que su mujer se enterara.
—Perdona, ¿qué mujer?
—Él está casado.
—¡Esta sí que es buena! Ahora sí que me dejas todo
clarinete, si ella ha querido complicarse así la vida, ella
sabrá qué es lo que tiene que hacer.
—Intentaré hablar con ella esta semana.
—Luego te quejas de que siempre te pasa lo mismo, ¡no
puedes ser tan buenazo! Acéptalo, ¡pasa de nosotros!
—Una cosa no tiene que ver con la otra.
—Nico, no quiero discutir, pero tienes que espabilarte.
—Bueno, no perdemos nada por intentarlo.
—¡Haz lo que te salga de la polla!
—Vale, pero no te pongas así. ¿Me acompañas a pillar
algo para comer?
—No puedo, entro de tarde, me voy directa al curro.
Nos despedimos y entro al McDonald’s de enfrente.
Recojo mi pedido y subo a casa, me esperaba una tarde de
mantita y sofá.
—¡Alfon! Pensaba que trabajabas.
—No, hoy libro, ya era hora de que me tocase fiesta un
domingo.
—Iba a picar algo, pero ya veo que te has subido comida.
—Si, no tenía ganas de hacer nada.
—¿Y eso?
—Más de lo mismo.
—¿Qué pasa?
—Pues que al final quedé con Ángel, nos acostamos y
ahora ha desaparecido de la faz de la tierra.
—Mira, Nico, paso. No quiero que me cuentes más
historietas. Siempre acaba pasando lo mismo, te consuelo y
luego haces lo que te da la gana. Me he cansado de ser tu
paño de lágrimas.
—¡Tampoco es para ponerse así!
—Pero ¿es que no te das cuenta?
—¿Cuenta, de qué?
—Nada, déjalo.
—No quiero, ¿vas a decirme qué te pasa?
—Joder, Nico, hay que estar muy ciego para no verlo.
—¿Ver el qué?, ¡no entiendo nada!
—¡Coño, que estoy enamorado de ti hasta las trancas!
No paro de mandarte señales día tras día y lo único que
haces es despreciarlas y hundirme cada vez que me
cuentas cómo te lo montas con otro.
No pude contestarle, me dejó sin palabras. Y lo peor es
que tenía razón. A veces no vemos más allá de lo evidente.
Alfon siempre estaba ahí, siempre me apoyaba y se
preocupaba por mí y yo no tenía ni idea de sus
sentimientos. Puede que el amor este delante de nosotros y
no sepamos verlo. Como dicen, no hay mayor ciego que el
que no quiere ver.
Capítulo 25
Sin versión

La he cagado, estoy seguro de que lo he estropeado


todo. ¿Por que qué narices ha tenido que venir Alicia a la
oficina? Con llamarme para decirme que hoy cenaba con
sus padres era suficiente. ¿La habrá visto Emma? No quiero
ni imaginármelo. Solo ha estado diez minutos, sería mucha
casualidad que se hubiera enterado de algo.
Esta situación va a acabar conmigo, no puedo dejar a
Alicia, mis padres montarían en cólera, sus padres me
harían la vida imposible, no lo quiero ni pensar. No somos
felices, pero nos hemos acostumbrado, ella tiene su vida, yo
la mía, y de vez en cuando, toca cumplir con nuestro papel.
En cambio, M, ella lo es todo. Hace unos meses la única
motivación en mi vida era cerrar contratos y colaboraciones
importantes. Ahora es que llegue la hora de reunirme con
ella al terminar la jornada. Su sonrisa, su mirada, su forma
de ver el mundo, lo es todo, ella lo es.
No puedo concentrarme, seguro que ella no se ha
enterado de nada, pero esto no puede seguir así, no quiero
hacerle daño, aunque si le cuento la verdad es probable que
desparezca de mi vida. Si sigo callándome y no le digo
nada, soy un capullo integral, y si se ha enterado hoy en la
oficina, soy un capullo integral. No hay escapatoria. Tengo
que admitirlo, ¡lo soy!
Ya son casi las seis, en un par de horas estaremos
riéndonos y será como si no hubiera pasado nada, pero
tengo que decirle la verdad. Se merece saberlo. Sí, es mi
decisión, hoy le contaré todo: quién es Alicia, que nuestro
matrimonio es pura conveniencia, que no siento nada por
ella y que lo de que de verdad quiero es despertarme cada
día a su lado, aunque, de momento, las circunstancias me lo
impiden. Lo entenderá, tiene que entenderlo, no puedo
renunciar a ella.
Pasan diez minutos de las ocho y, como de costumbre,
espero en el Irish pub. Qué raro, no me ha avisado de que
se retrasa y tampoco está en su mesa. Voy a llamarla, ya
son casi y veinte. Su teléfono está apagado, esto sí que es
nuevo, siempre lo tiene a mano y contesta al minuto. Me
estoy volviendo loco, ¿por qué no lo enciende?, ¿dónde
está?
Mierda, ¿y si se ha topado con Alicia o alguien le ha dicho
algo? Joder, por qué habrá tenido que venir, todo esto es
culpa suya. ¡Pero seré cabrón! Que no seamos felices no
significa que sea la culpable, lo soy yo por no haberle
contado esto antes a M.
Ha pasado una hora, llevo tres cañas y voy camino de la
cuarta. Le he llamado más de quince veces y sigue sin dar
señales de vida. Tiene que haber una explicación, si hubiera
conocido a Ali me habría dicho algo, ¿no? Estoy seguro, su
impulsividad le habría delatado, la conozco y sé que no
habría podido callarse.
Alicia no está en casa, me da igual, aunque estuviera, es
la persona que menos ganas tengo de ver en estos
momentos. Voy a ir a su piso, M tiene que estar allí. ¿Y si no
me abre? No importa, esperaré toda la noche hasta que
pueda hablar con ella. Pido un Uber y salgo para allí. La
necesito conmigo más que nunca.
Sigue lloviendo, me quedo inmóvil dentro del coche
frente a su portal. Cuando por fin consigo ponerme en pie,
pruebo a llamarle de nuevo, pero sigue teniendo el teléfono
apagado, quizás debería pillar la indirecta y dejarla en paz.
Me siento un cobarde, algo dentro de mí me dice que suba
corriendo a por ella, pero, por otro lado, si es verdad que lo
sabe, he tenido que hacerle mucho daño. Todos hemos
herido a alguien alguna vez, incluso por omisión. No existe
nadie con tanto autocontrol como para no haberse
equivocado nunca en su trato, en su actitud o en sus gestos.
A veces es inevitable hacer daño a quien apreciamos, a
pesar de que el cerebro humano está programado para
empatizar con las personas queridas. Pero esta vez, me he
pasado.
Bajo la cabeza avergonzado, hundido, y retiro el dedo del
timbre. Me marcho, no tengo valor para subir y dar la cara
ante ella. Hay que ser muy cobarde para huir cuando
quieres quedarte. Lo único que podía hacer era esperar a
que pasara la tormenta.
Ahora me arrepiento de no haber sido valiente y haber
bailado bajo la lluvia.
Capítulo 26
Siempre vuelven

Los tíos son como las modas, siempre vuelven. Parece


que tienen un chivato y su alarma se dispara cuando por fin
sigues con tu vida y empiezas a olvidar lo que te ha hecho
tanto daño, es matemático. ¿No me crees?, ¿qué me dices
de aquel novio que terminó la relación diciéndote que no
quería verte ni en pintura y, meses después, llamó a tu
puerta como si nada hubiera pasado?
Sea cual sea la razón por la que un tío decide volver,
tendríamos que recordar que ya tuvo la oportunidad de
estar a nuestro lado y que no la aprovechó. Deberíamos
pensar dos veces si merece la pena intentarlo otra vez. Se
nos olvida que el pasado no tiene nada nuevo que
ofrecernos. Y cuando digo que se nos olvida, es porque
cuando vuelven, por mucho que hayamos sufrido, nuestros
sentimientos prevalecen y volvemos a caer pensando que
han cambiado o que esta vez sí funcionará porque ya sabe
lo que puede perder. Eso mismo ocurrió el día que David,
decidió regresar.
Estaba tirada en la cama escuchando la radio sin hacer
nada. Tenía una resaca de campeonato y ni siquiera pude
levantarme para tomarme un café. Cuando sonó mi móvil y
vi su número en la pantalla, no podía creerlo. Habían pasado
casi dos meses desde «el incidente». Así decidí llamar al día
en que mi dignidad se perdió. No contesté y apenas pude
reaccionar porque, acto seguido, volvió a llamar. Suspiré
mientras descolgaba el teléfono.
—¿No se te había comido la lengua el gato? —pregunte
irónicamente, si pensaba que iba a actuar como si nada, la
llevaba clara.
—No te hagas la dura.
—¡Ni la dura ni hostias!, ¿qué cojones quieres ahora?
—Verte, han pasado muchas cosas y quiero que
hablemos.
—¡Pero tendrás jeta! ¿Ahora quieres hablar? Mira, tío, si
piensas que puedes hacer conmigo lo que se te antoja estás
muy equivocado. Así que, si no te importa, no vuelvas a
llamar.
Colgué. Sentí cómo la humillación que me había
acompañado desde aquella tarde se esfumaba. Apagué el
teléfono, solo quería dormir y olvidar que esto acababa de
pasar. Pero no me dio tiempo ni a girarme hacía el otro lado
de la cama, cuando sonó el timbre y tuve que levantarme
para abrir.
—¿Qué haces aquí?, ¿no te ha quedado claro que no
quiero saber nada de ti?
—Oli, perdóname, tenías razón. Yo también quiero estar
contigo. A nuestra manera, sin agobios, sin ataduras, pero
solo tú y yo —dijo mientras se puso de rodillas en la puerta.
—¿Y has tardado dos meses en darte cuenta? Qué pasa,
que Leticia te ha dejado, ¿no?
—No habido nadie más en este tiempo, tienes que
creerme.
—¡Esa sí que es buena!
—Olivia, igual que tú te sinceraste conmigo, estoy
intentando hacerlo yo ahora contigo. Dame la oportunidad
de demostrártelo, solos tú y yo. Nadie más.
Y todos mis perjuicios quedaron atrás. Le besé, no pude
evitarlo. Algo en mi interior sabía que aquello estaba
abocado al fracaso, pero era él, y no podía quedarme con la
duda. Aquel día no hicimos el amor, no hubo sexo como de
costumbre, solo dormimos abrazados. Las personas solo
cambian cuando se dan cuenta de las consecuencias de no
hacerlo y puede que esta vez David fuera sincero y se
mereciera una nueva oportunidad. Al fin y al cabo, quien no
arriesga, no gana.
Capítulo 27
Perdonar

30 de octubre
Desayuné sentada en el taburete de la cocina, no tenía
valor para encender mi móvil. Esperaba que Pablo se
hubiera dado por aludido, no quería saber nada más de él.
Solo lo justo y necesario, no olvidemos que era mi superior.
Me daban ganas de dejar el trabajo, pero no quería
renunciar a algo que me apasionaba por su culpa. Debía
ceñirme y ser clara, a partir de ese momento, no nos unía
nada más que una estricta relación laboral. Se acabó, todos
los momentos que vivimos habían sido una farsa, todavía no
podía creer que me hubiera engañado así. ¿Cómo pude
estar tan ciega? Parecía un príncipe azul y resulta que se
destiñó en el primer lavado. Llevábamos cinco meses de
relación, ¡cinco meses viviendo una mentira! No tenía ganas
de ir a trabajar, pero, aunque estuviera hundida, lo hice con
la cabeza bien alta. Yo no era la que había jugado con sus
sentimientos y mucho menos se había comportado como
una falsa de mierda. Cogí el bolso y suspiré antes de abrir la
puerta, solo esperaba que no tuviera la cara de querer
darme explicaciones, no podía soportar mirarle a los ojos
después de todo lo que había pasado.
Cuando bajé al portal ahí estaba él, esperando, dando la
sensación de que no ha pasado nada. No sabía qué hacer,
quería salir corriendo, necesitaba huir, no podía
enfrentarme a él, pero, por otro lado, la rabia se apoderaba
de mis entrañas y tenía ganas de decirle unas cuantas
cosas.
—Emma, por favor, no te vayas —dijo mientras intenté
pasar de largo a su lado.
—¿No tendrías que estar con tu mujer?
—Puedo explicártelo, déjame hablar contigo.
—No tenemos nada que decirnos, creo que lo tengo todo
bastante claro.
—Por favor, Emma —suplicó mientras cogió mi brazo e
hizo que me detuviera—. Solo te pido que me escuches, te
debo una explicación.
—No tengo tiempo, voy a llegar tarde al trabajo y ya
sabes cómo es mi jefe. O no, quizás te pase como a mí y
descubras, después de tanto tiempo, que no tienes ni idea
de cómo es.
—¡Emma!, ¡te lo ruego!, ¡escúchame!
—¡Eres un fraude! —exclamé mientras las lágrimas
comenzaron a derramarse por mi rostro.
—No soy un fraude, ¡soy un cobarde! —contestó
mientras me abrazó lentamente.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —pregunté mientras
me separé de sus brazos.
—Hazme caso, subamos a casa y hablemos. Diez
minutos, no te robaré más tiempo, y si después de esa
conversación quieres que me marche, lo haré.
Accedí, subimos y nos sentamos en el salón, de repente
parecíamos dos extraños. Tenía la misma sensación que el
día que nos conocimos, estábamos uno enfrente del otro sin
saber quiénes éramos en realidad.
—Tenía que habértelo contado antes, lo sé. Quería
hacerlo, pero no pude. —El remordimiento se reflejaba en
sus ojos, apenas pudo levantar la mirada del suelo.
—¿Por qué me has mentido?
—No tenía otra opción.
—¿No pensaste en el daño que podías hacernos?
—M, me dejé llevar. Por una vez en mi vida no hice lo
correcto, ¡joder! Seguí mi corazón, ¡solo deseaba estar
contigo!
—No hace falta que te pongas en modo romántico
porque no te pega nada.
—¿Puedes dejar de ser tan borde? Quiero contarte la
verdad, aquí y ahora. Alicia y yo llevamos juntos desde que
éramos adolescentes, nos conocimos en el instituto y es mi
novia de toda la vida. Llevamos casados tres años, los
mismos que llevo ejerciendo de director en la compañía.
Nuestro matrimonio es pura conveniencia, ella tiene todo lo
que quiere: libertad, lujos y la vida que siempre ha soñado.
Y yo a cambio puedo desempeñar mis funciones en la
empresa, es un quid pro quo. ¿Entiendes?
—No entiendo qué tiene que ver todo eso con que nos
engañaras así.
—¡Porque no estoy enamorado de ella, estoy enamorado
de ti! No somos felices, nuestra unión fue un puro contrato
de intereses.
—Vaya por dios —dije con ironía.
—Tienes que creerme, joder. No me imagino pasar ni un
minuto sin tenerte a mi lado.
—Pues déjala y demuéstramelo.
—No puedo, Emma, de verdad que no puedo.
—¿Lo ves?, los tíos casados siempre dicen lo mismo.
—Si te digo que no puedo, ¡es que no puedo! Sus padres
son los dueños de Publih, si lo hiciera, lo perdería todo.
—Pero a mí sí que te da igual perderme, ¿no?
—Te juro que nunca he sentido por nadie lo que siento
por ti, eres como ese rayo de esperanza que hace que mis
días cobren sentido. Te lo suplico, dame un tiempo, pondré
todo en orden, pero no me dejes, por favor, pensaremos
juntos cómo hacerlo.
—Y mientras tanto, sigo siendo tu querida, ¿no?
—Emma, voy a decírtelo por última vez, ni eres el
segundo plato ni he estado jugando contigo. Todo lo que he
hecho ha sido porque lo sentía de corazón. No solo necesito
estar contigo, es que ya no sé vivir sin ti. —Se levantó
llorando y se dispuso a marcharse.
—Pablo, espera.
Le creí, jamás vi tanta sinceridad en sus ojos como la que
desprendían aquella mañana. Cuando alguien a quien
quieres te hace daño, puedes aferrarte a tu enojo, a tu
dolor, a tu rencor o elegir el perdón. Pero perdonar no
significa olvidar ni buscar excusas para el daño que te han
hecho, perdonar da la paz necesaria que te ayuda a
continuar con tu vida. No sabía si sería capaz de enterrar el
hacha de guerra en el olvido, pero sí que era consciente de
que yo tampoco podía vivir sin él. A veces el amor nos hace
perder la cordura, pero existen amores tan bellos que
justifican todas las locuras que podamos cometer.
Capítulo 28
Al rescate

Estoy sentando en la oficina esperando a que M se


levante. Son casi las tres, tiene que estar a punto de
recoger sus cosas y marcharse. Veo como coge su bolso y,
sigiloso, me acerco a su mesa.

—¿Ya te marchas?
—Sí, ya he terminado por hoy.
—¿Te apetece que comamos?
—No puedo, Nico, tengo planes.
—¡Qué pena!, hace mucho que no nos juntamos, habría
estado bien.
—Me organizo para otro día, ¿vale?
—Vale, te tomo la palabra.
Saco mi móvil y escribo a Oli, ¡comienza nuestra
operación rescate! Llevamos días planeándolo y pensando
cómo podíamos hacerlo. Sabíamos que quedar con ella iba a
ser prácticamente misión imposible así que ideamos un
plan.
Nico:
«3,2,1… ¡operación activada!».
Oli:
«¿Ha salido ya?».
Nico:
«Ahora mismo, como preveíamos me ha dado largas para
comer».
Oli:
«¡Qué novedad!, ¿cómo quedamos?».
Nico:
«Paso por tu casa en media hora, lo que me cueste
llegar».
Oli:
«Ok, avísame y bajo».
Llego puntual a casa de Oli, me está esperando en la
puerta. Cogemos el primer taxi que pasa y nos dirigimos a
casa de M. Nos da igual lo que diga, ¡tenemos que poner
remedido a esta situación! No llamamos, esperamos a que
salga un vecino y subimos directamente. Tocamos el
timbre, la operación rescate continua su curso.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunta sorprendida.
—¡No hace falta que te alegres tanto por vernos! —dice
Oli cabreada.
—Emma, queremos hablar contigo —intento mediar para
suavizar las cosas.
—¿Hablar de qué?, ¡ya te he dicho que tenía planes!
—Pues precisamente por eso, ¡tienes planes, pero nunca
son con nosotros!
—Estás así por el gilipollas de tu jefe, ¿verdad? —Pese a
que yo lo intento, no puedo contener a Oli.
—¿Todo esto viene por nuestro encontronazo del otro
día? Os jode que no os haya contado nada, ¿no?
—¡No! Lo que sucede es que no entendemos por qué
pasas de nosotros de la noche a la mañana.
—¡Yo no paso de nadie!, ¡os estáis montando una
película!
—Pero ¿cómo puedes tanto morro, tía?, ¿qué no pasas?
No contestas a nuestras llamadas y hace más de cuatro
meses que no quedamos los tres. ¿Te parece normal? Me la
suda con quién te acuestes la verdad, pero me parece
alucinante que encima tengas la jeta de no reconocerlo.
—Oli, te dije que tenía mucho trabajo, no me pasa nada
más.
—Claro y por eso solo tienes tiempo para que él te la
meta doblada, ¿no?
—¡Si no te importa deja de hablar así de él!, ¡no lo
conoces de nada!
—¡Chicas, ya vale! Pablo no es el motivo por el que
estamos aquí. Hemos venido por ti y por nosotros, no
queremos que las cosas se enfríen más de lo que están. M,
puedes contar con nosotros, somos los mismos de siempre y
te echamos de menos.
—¿De qué vais?, si de verdad os importara entenderíais
que es una oportunidad para mí, están contando conmigo
para grandes proyectos y solo estoy intentando mejorar.
—¿Y por qué cuenta contigo?, ¿porque después de
trabajar le haces dos mamadas para que duerma a gusto?
—¡Ya vale!, no voy a permitir que me faltes al respeto
así. Como ya os he dicho, tengo cosas que hacer, así que, si
no os importa, hablamos en otro momento.
—¿Te da igual que luego se vaya a casa con su mujer?
—Creo que ese tema no es de tu incumbencia.
—¡Pero qué dices!, ¿no te das cuenta de que esta no eres
tú?, ¡estas renunciando a tu vida por él!
—¡No os pongáis así!, ¡vamos a aclarar las cosas como
personas adultas!
—Dudo que un adulto te hable con tan poca educación.
Nos vemos chicos —dice mientras nos cierra la puerta en la
cara.
Y así, nuestra operación rescate se convirtió en el mayor
desastre de la historia. Parecíamos tres desconocidos, ni
siquiera nos dejó entrar en su casa. Intentamos aclarar las
cosas para que todo volviera a ser como antes y lo único
que conseguimos fue complicar todo mucho más. No
pretendíamos discutir por tonterías cuando podíamos estar
riendo por estupideces como siempre hemos hecho. Dicen
que nadie pierde a un amigo por decirle lo que piensa, pero
en esta ocasión no lo teníamos tan claro. Solo nos quedaba
confiar en que M supiera que siempre seremos sus estrellas
y, aunque ahora no quiera vernos, siempre vamos a estar
ahí.
Capítulo 29
Truco o beso

Hoy es la fiesta de Halloween. Han sido unos días


intensos con Marcos, decidí ayudarle con los preparativos y
sentirme realizada me ha sentado genial. Ayer estuvimos de
compras toda la mañana. No teníamos mucho presupuesto,
al fin y al cabo, es un evento escolar, pero conseguimos
todo lo que necesitábamos para decorar la escuela. Fuimos
a varias papelerías en busca de materiales y a una nave a
las afueras de Aínsa en la que había un gran bazar. Pese a
que hacía un frio que pelaba, me convenció para hacer un
picnic en el puente. Es un lugar mágico, no sé qué poder
curativo tiene el sonido del río, pero ahoga todas mis penas.
Nos pegamos toda la tarde preparando manualidades, pese
a que algún ala no nos quedará simétrica, ¡los murciélagos
de cartulina daban el pego! Lo malo es que esta noche
apenas he pegado ojo ya que he estado entretenida
preparando tarjetas con pruebas para realizar una yincana
terrorífica. Llevamos más de cuatro horas en el colegio
preparando todo, ¡pero está quedando espectacular! En la
entrada hemos puesto un cartel para dar la bienvenida a los
pequeños, un arco de globos naranjas y negros que viste la
puerta, y a Manolito, que es como hemos bautizado a un
esqueleto al que se le encienden los ojos y da bastante mal
rollo. Todas las paredes del hall están cubiertas con telas
negras simulando una cueva. Del techo se suspenden
telarañas, murciélagos y fantasmas. Adrián y Silvia, dos
compañeros de Marcos, se han encargado de preparar un
picoteo y poner una lista de Spotify que Marcos ha creado
para la ocasión. Para ser sinceros le ha ayudado un amigo
que tiene una discomóvil y, además, le ha dejado un cañón
de humo que es la leche y nos viene genial para asustar a
los niños en el túnel. Queda el último paso, ¡disfrazarnos!
No teníamos mucho para elegir en el chino así que tuve con
conformarme con un disfraz de bruja piruja.
—¡Pero si solo te falta la escoba! —dice Marcos cuando
se gira y ve mi atuendo.
—¡Pues doy más el pego que tú!, ¡pareces el conde
Drácula de Barrio Sésamo!
—¡Qué graciosa eres!, ¡venga, vamos a sacar los
caramelos, no nos va a dar tiempo a terminar! —exclama
Marcos nervioso.
—¡Cálmate! Ya están en la mesa de la puerta para
cuando lleguen.
—¿Y cómo se los damos?
—¡Que no cunda el pánico! Adrián y Silvia mismamente.
—¿Pero ellos no están escondidos en el túnel?
—Sí, esa es la idea.
—¿Y por qué no los entregas tú?
—¿Yo? —Una cosa es ayudar y, otra, formar parte de la
película.
—¡Claro!, los esperas en la puerta para darles la
bienvenida con Manolito.
—¿En serio? No sé si es buena idea, los niños no se me
dan demasiado bien.
—¡Pues mejor! No te conocen y pensarán que eres una
bruja de verdad.
—¿Me estás llamando fea?
—¡Déjate de tonterías, lo vas a hacer genial!
No me queda más remedio y acabo repartiendo
chucherías casi toda la tarde. La fiesta es un éxito, los niños
lo están pasando genial jugando, bailando… y las pruebas
para encontrar el libro mágico les están encantando.
Terminamos y recogemos todo entre los cuatro, nos damos
prisa porque Marcos quiere invitarnos a tomar algo en un
bar para celebrarlo. Entramos y todos se ríen al ver a dos
vampiros acompañados de dos brujas, ¡causamos
sensación! Jugamos al futbolín y tomamos unas cervezas,
¡hacía tiempo que no lo pasaba tan bien! Son casi las dos
cuando me deja en la puerta de la cabaña.
—Bueno, pues ya está, ¡prueba superada!
—No sé cómo darte las gracias por todo.
—¡Ha sido un placer! Me lo he pasado en grande.
—Asustando a los chicos en la puerta, ¿no?, ¡y eso que
no querías!
—Sí. Hacía tiempo que no me divertía tanto.
—Y yo, aunque tienes que reconocer que eres malísima
jugando al futbolín.
—¡Qué va, pero si he metido dos goles!
—¡Porque me he dejado!, ¡me dabas pena!
—¡No seas soberbio!, si vas a empezar con tus borderías
será mejor que demos por zanjada la noche por hoy.
—Espera, Emma, de verdad, gracias —dijo cogiendo mi
mano.

No sé cómo paso, estaba despidiéndome frente a él


cuando noté cómo sujetaba mi mano y, sin darme cuenta,
sus labios se acercaron robándome un beso. Fue algo
inesperado y —no puedo negarlo— emocionante. Me
sonrojé y entré en la cabaña, cerré la puerta y me quedé
apoyada tras ella. Suspiré, aunque me sentía especial, no
podía dejar de fustigarme porque aquellos labios no eran los
de Pablo.
Capítulo 30
Escapar

1 de octubre
No puedo evitar sentirme culpable por el beso que
Marcos me dio ayer. Sé que lo mío con Pablo se acabó y que
debo seguir adelante, pero sentir unos labios que no son los
suyos ha tenido un efecto desgarrador en mí, es difícil
olvidar a alguien que te dio tanto para recordar. No paro de
pensar en aquella fatídica mañana, habían pasado cuatro
meses desde que Pablo y yo nos dimos una segunda
oportunidad. No habían cambiado mucho las cosas, ya casi
ni aparecíamos por el Irish y solo nos veíamos en mi casa
cuando a él le venía bien. Me daba igual la existencia de
Alicia, sabía que él no la quería y tenía la esperanza de que,
tarde o temprano, la dejara atrás. Éramos felices, a nuestra
manera, pero lo éramos. Estaba sentada en su despacho,
decidí trabajar allí para evitar a Nico, después de nuestro
encontronazo no sabía muy bien cómo actuar con él.
De repente, llamaron a la puerta y Alicia hizo su
aparición.
—Perdonad, no sabía que estabas reunido.
—¡Ali!, ¿qué haces aquí?
—Solo pasaba a saludarte y comentarte cómo me había
ido en el médico.
Entonces fue cuando me giré y lo vi, ¡Alicia estaba
embarazada! El mundo volvió a derrumbarse ante mis pies
y los pedazos rotos que había conseguido pegar con
pegamento meses atrás, volvían a separarse.
—Tranquila, pasa, yo ya me iba. Enhorabuena, por cierto
—dije mirando a Pablo fijamente a los ojos.
Aquellas fueron las últimas palabras que le otorgué. No
hizo falta decir nada más, esta vez lo nuestro había llegado
a su fin. ¿Para qué iba a pedirle explicaciones?, ¿para qué
iba a dármelas? Pensaba que estaba enamorado de mí y
que seguía con ella por interés, pero dudo que por
conveniencia decidas tener un hijo con alguien. Cerré la
puerta y, al levantar la cabeza, vi como Nico estaba fuera
esperándome. Me abrazó, no tuve que darle explicaciones ni
me las pidió, solo me sujetó en sus brazos y aquello fue lo
más reconfortante que había sentido en meses. Me fui
andando a casa, cuando subí apagué mi móvil y me senté
en el sofá. No me quité el abrigo, ni encendí la televisión,
creo que seguía en estado de shock. Me tumbé y me quedé
mirando a la nada, hacia el reloj que, dos días atrás, él
había colgado en la pared. Me quedé dormida escuchando
el sonido de sus agujas. Eran las dos de la mañana cuando
abrí los ojos, mirara donde mirara, todo me recordaba a él.
Necesitaba huir, necesitaba salir corriendo de allí, donde
fuera, me daba igual. Busqué en Booking lugares para
desconectar y fue cuando encontré la cabaña, reservé y, sin
pensarlo, fui directa a mi habitación para preparar mi
maleta roja de lunares. No pegué ojo, cuando terminé de
preparar las cosas, encendí mi ordenador y me puse a
escribir. Preparé dos cartas, una para la empresa donde
presentaba mi dimisión y, otra, dirigida a mis chicos, donde
no solo les contaba todo lo que había pasado, sino que
también les pedía perdón por haberlos apartado de mi vida.
A la mañana siguiente me presenté en casa de Nico, dejé
el Micra en doble fila y subí un momento para entregárselas.
—M, ¿cómo estás?
—Pues mal, ¿cómo quieres que esté, Nico?
—Lo sé, venga, pasa, tomemos un café y hablemos.
—Te lo agradezco, pero no puedo, he dejado el coche en
doble fila, solo vengo a darte esto —dije mientras sacaba
del bolso los dos sobres.
—¿Qué es?
—Léela con Oli, porfa, y la otra entrégasela directamente
a Marta. Tengo que irme.
—¡Emma, espera!, ¡no te vayas!
—Nico, necesito irme, me marcho fuera un tiempo,
necesito pensar.
—¡Cómo que fuera!, ¡Pablo ha hecho que pierdas la
cabeza!, ¿y el trabajo?
—Nico, lo entenderás todo al leer mi carta, tengo que
irme.
Me monté en el coche, puse el GPS y encendí la radio.
Huir de los problemas es una carrera muy difícil de ganar,
puede que no sea la mejor opción, pero, a veces, es el
camino más corto. Que no exista una buena razón para
quedarse, es una buena razón para irse.
Capítulo 31
Un final

20 de diciembre
Hace casi dos meses que regresé de la cabaña. Por fin
soy la misma de siempre, aunque ya no la de antes. Saber
lo que no quiero era todo lo que necesitaba para comenzar
una nueva aventura, una hoja en blanco en la que nada está
escrito. Todo se remonta a dos días después de mi beso con
Marcos, me encontraba en el salón, escribiendo en mi diario
mientras una tenue luz se dejaba asomar por la cristalera
del jardín. ¡Cómo echo de menos aquel paisaje! Estaba
inquieta, intentaba no pensar en ello, pero el recuerdo de
sus labios, rozando con suavidad los míos, no desaparecía
de mi cabeza. Y no solo me sentía incómoda porque no
sabía cómo actuar al verle de nuevo, lo peor era que me
sentía culpable por haberlo hecho. No me malinterpretes,
¡claro que me gustó! Pero fue algo más inesperado que el
retorno de los pantalones de campana. De repente llamaron
a la puerta, pensé que sería él, pero para bien o para mal, la
vida nunca deja de sorprendernos. Cuando abrí, Pablo
esperaba al otro lado. Miré sus ojos y, por primera vez, noté
que mis mariposas ya no revoloteaban, el engaño no solo
había acabado conmigo, también con su aleteo. El silencio
habla cuando las palabras no pueden y ojalá hubiera sido
así, pero mi impulsividad le hizo frente y le venció.
—¿Qué haces aquí?, ¿cómo me has encontrado?
—Me lo ha dicho Nico. Necesito que hablemos.
—Este cuento ya me lo sé, no tenemos nada que
decirnos —dije mientras cerraba la puerta despacio.
—¡Por favor, Emma!
—¿Vas a decirme más de lo mismo?, ¿te piensas que voy
a volver a creerme tus mentiras y perdonarte como si nada?
—¡No seas así, por favor!
—Vete, Pablo, no quiero verte más.
—¿Ni siquiera me vas a dejar entrar?
—Lo siento, pero no.
—Por favor, M, he venido hasta aquí por ti —dijo
arrodillado en las escaleras frente a mí.
—¡Yo también estoy aquí por tu culpa!
—Podemos arreglarlo, de verdad. ¡Somos tú y yo, joder!
—Tú, Alicia, un bebé y yo. ¡Menuda cuarteto! —exclamé
irónicamente.
—¡Sabes de sobra que ella no significa nada!
—¿Vas a decirme que es como la virgen María y que se
quedó embarazada de la nada?, ¡venga, por favor!
—¡Fue un error!, ¡una sola noche, te lo prometo!
—¡Pues sí que tienes puntería! Yo que tú me apuntaba a
un club de dardos, se te daría fenomenal.
—Te quiero, M. ¡No me hagas esto! —Vi como unas
lágrimas caían despacio por su mejilla.
—Y yo también a ti, pero ¿sabes qué te digo? ¡Que me
quiero más a mí! No quiero volver a dejar de ser quien soy
por estar contigo, porque sin ti por fin soy yo. Así que, si no
te importa, te pido, por favor, que te marches.
Cerré la puerta y lo dejé ahí, ni siquiera miré por la
ventana para ver si se había ido o no, solo quería dejarle
atrás. Tuve que huir de mi mundo porque aquella persona
que creía conocer y querer por encima de muchas cosas,
me decepcionó una y otra vez. Fue mi culpa por darle la
capacidad de mantener mí felicidad a la altura de sus
intenciones, como si el cupo no pudiéramos llenarlo con
nuestras propias manos. Fue mi culpa dejar todo a un lado
por alguien que no se lo merecía. Me elegí a mí, y así, Pablo
pasó a la historia.
No voy a mentirte, fue muy duro volver a la realidad.
Aunque solo pasara dos semanas en la cabaña, la paz y
armonía de aquel lugar hicieron que me parecieran meses.
Mi escapada no fue suficiente para que mis heridas
cicatrizaran, pero me sirvió para empezar a curarlas.
Recuerdo el día que llegué con mi maleta roja llena de
inseguridades, pensaba que sin Pablo nada tendría sentido y
resulta que era él quien hacía que nada lo tuviera. Sabía
que les debía una disculpa a mis chicos, pasé de ellos por
un falso caballero andante que mentía más que Pinocho.
Pero los amigos de verdad son como las madres, pase lo
que pase, siempre están ahí. Me entendieron y un abrazo
sirvió para que todo, poco a poco, volviera a ser como
antes. Aunque muchas cosas habían cambiado.
Nico y Alfonso están juntos, llevan poco tiempo, pero
cuando estás con ellos ¡parecen un matrimonio de los de
toda la vida! Es alucinante como, a veces, el amor está
delante de nuestras narices y no somos capaces de verlo.
Nos empeñamos en conseguir un ideal y no somos
conscientes de que lo mejor no está por llegar, si no que ya
nos acompaña día a día. Son felices y hacen una pareja de
diez, ¡me encantan!
Aunque te sorprenda, ¡Oli y David también siguen
juntos!, a su manera y con una relación diferente a lo
convencional, pero les va bien. La palabra «novio» sigue
produciéndole urticaria a David, pero, el respeto y la
libertad son la base de su éxito; cada uno tiene su tiempo y
su espacio. Han conseguido darse así la oportunidad de
desarrollarse como seres humanos independientes y, a la
vez, ser uno cuando están juntos. Les admiro.
Y yo sigo sola. Cuando encendí el móvil del trabajo, que
no pienso devolver a Don Seriedad, tenía un montón de
mensajes con llamadas de Lopez, el fundador de Inside. Se
había enterado de que ya no trabaja en Publish porque
había contactado con ellos para encargarme un evento. Me
ofreció ser la nueva directora de marketing de la revista y,
como comprenderás, ¡dije que sí! De manera que he vuelto
al caos del día a día, pero, esta vez, con una nueva ilusión y
con veinte personas a mi cargo. Es un reto difícil, estresante
y, en ocasiones, desquiciante, pero ¡me encanta!
Marcos se ha convertido en un buen amigo y ha venido
varios fines de semana a visitarme. Fui sincera con él tras la
visita de Pablo y entendió que, en aquel momento, no
estaba preparada para nada más. Dicen que un clavo saca a
otro clavo, pero creo que primero debemos estar bien con
nosotros mismos para poder volver a ser junto a alguien.
Todas las tardes llamo a Manuela, nuestro ritual de café
acompañado de una buena charla es la mejor de las
medicinas. De hecho, en nochevieja, nos vamos todos allí,
tengo tantas ganas que mi maleta lleva preparada desde
hace una semana. Volveré a mi cabaña y mis chicos
conocerán el lugar donde pude encontrarme conmigo
misma de nuevo.
Si algo he descubierto durante esta experiencia es que,
cuando las cosas no surgen, lo mejor es no forzarlas, porque
así, no funcionan. He aprendido que primero tengo que
saber quién soy, qué es lo que me importa y hacia dónde
quiero ir. No se busca a alguien para completarse, sino para
que te acompañe y camine a tu lado. Puede que esperaras
un final de cuento de hadas o un comieron perdices y fueron
felices para siempre, pero este es mi final y, aunque el
príncipe azul viniera a rescatarme, me elegí a mí, y no por
ello, deja de Hace casi dos meses que regresé de la cabaña.
Por fin soy la misma de siempre, aunque ya no la de antes.
Saber lo que no quiero era todo lo que necesitaba para
comenzar una nueva aventura, una hoja en blanco en la que
nada está escrito. Todo se remonta a dos días después de
mi beso con Marcos, me encontraba en el salón, escribiendo
en mi diario mientras una tenue luz se dejaba asomar por la
cristalera del jardín. ¡Cómo echo de menos aquel paisaje!
Estaba inquieta, intentaba no pensar en ello, pero el
recuerdo de sus labios, rozando con suavidad los míos, no
desaparecía de mi cabeza. Y no solo me sentía incómoda
porque no sabía cómo actuar al verle de nuevo, lo peor era
que me sentía culpable por haberlo hecho. No me
malinterpretes, ¡claro que me gustó! Pero fue algo más
inesperado que el retorno de los pantalones de campana.
De repente llamaron a la puerta, pensé que sería él, pero
para bien o para mal, la vida nunca deja de sorprendernos.
Cuando abrí, Pablo esperaba al otro lado. Miré sus ojos y,
por primera vez, noté que mis mariposas ya no
revoloteaban, el engaño no solo había acabado conmigo,
también con su aleteo. El silencio habla cuando las palabras
no pueden y ojalá hubiera sido así, pero mi impulsividad le
hizo frente y le venció.
—¿Qué haces aquí?, ¿cómo me has encontrado?
—Me lo ha dicho Nico. Necesito que hablemos.
—Este cuento ya me lo sé, no tenemos nada que
decirnos —dije mientras cerraba la puerta despacio.
—¡Por favor, Emma!
—¿Vas a decirme más de lo mismo?, ¿te piensas que voy
a volver a creerme tus mentiras y perdonarte como si nada?
—¡No seas así, por favor!
—Vete, Pablo, no quiero verte más.
—¿Ni siquiera me vas a dejar entrar?
—Lo siento, pero no.
—Por favor, M, he venido hasta aquí por ti —dijo
arrodillado en las escaleras frente a mí.
—¡Yo también estoy aquí por tu culpa!
—Podemos arreglarlo, de verdad. ¡Somos tú y yo, joder!
—Tú, Alicia, un bebé y yo. ¡Menuda cuarteto! —exclamé
irónicamente.
—¡Sabes de sobra que ella no significa nada!
—¿Vas a decirme que es como la virgen María y que se
quedó embarazada de la nada?, ¡venga, por favor!
—¡Fue un error!, ¡una sola noche, te lo prometo!
—¡Pues sí que tienes puntería! Yo que tú me apuntaba a
un club de dardos, se te daría fenomenal.
—Te quiero, M. ¡No me hagas esto! —Vi como unas
lágrimas caían despacio por su mejilla.
—Y yo también a ti, pero ¿sabes qué te digo? ¡Que me
quiero más a mí! No quiero volver a dejar de ser quien soy
por estar contigo, porque sin ti por fin soy yo. Así que, si no
te importa, te pido, por favor, que te marches.
Cerré la puerta y lo dejé ahí, ni siquiera miré por la
ventana para ver si se había ido o no, solo quería dejarle
atrás. Tuve que huir de mi mundo porque aquella persona
que creía conocer y querer por encima de muchas cosas,
me decepcionó una y otra vez. Fue mi culpa por darle la
capacidad de mantener mí felicidad a la altura de sus
intenciones, como si el cupo no pudiéramos llenarlo con
nuestras propias manos. Fue mi culpa dejar todo a un lado
por alguien que no se lo merecía. Me elegí a mí, y así, Pablo
pasó a la historia.
No voy a mentirte, fue muy duro volver a la realidad.
Aunque solo pasara dos semanas en la cabaña, la paz y
armonía de aquel lugar hicieron que me parecieran meses.
Mi escapada no fue suficiente para que mis heridas
cicatrizaran, pero me sirvió para empezar a curarlas.
Recuerdo el día que llegué con mi maleta roja llena de
inseguridades, pensaba que sin Pablo nada tendría sentido y
resulta que era él quien hacía que nada lo tuviera. Sabía
que les debía una disculpa a mis chicos, pasé de ellos por
un falso caballero andante que mentía más que Pinocho.
Pero los amigos de verdad son como las madres, pase lo
que pase, siempre están ahí. Me entendieron y un abrazo
sirvió para que todo, poco a poco, volviera a ser como
antes. Aunque muchas cosas habían cambiado.
Nico y Alfonso están juntos, llevan poco tiempo, pero
cuando estás con ellos ¡parecen un matrimonio de los de
toda la vida! Es alucinante como, a veces, el amor está
delante de nuestras narices y no somos capaces de verlo.
Nos empeñamos en conseguir un ideal y no somos
conscientes de que lo mejor no está por llegar, si no que ya
nos acompaña día a día. Son felices y hacen una pareja de
diez, ¡me encantan!
Aunque te sorprenda, ¡Oli y David también siguen
juntos!, a su manera y con una relación diferente a lo
convencional, pero les va bien. La palabra «novio» sigue
produciéndole urticaria a David, pero, el respeto y la
libertad son la base de su éxito; cada uno tiene su tiempo y
su espacio. Han conseguido darse así la oportunidad de
desarrollarse como seres humanos independientes y, a la
vez, ser uno cuando están juntos. Les admiro.
Y yo sigo sola. Cuando encendí el móvil del trabajo, que
no pienso devolver a Don Seriedad, tenía un montón de
mensajes con llamadas de Lopez, el fundador de Inside. Se
había enterado de que ya no trabaja en Publish porque
había contactado con ellos para encargarme un evento. Me
ofreció ser la nueva directora de marketing de la revista y,
como comprenderás, ¡dije que sí! De manera que he vuelto
al caos del día a día, pero, esta vez, con una nueva ilusión y
con veinte personas a mi cargo. Es un reto difícil, estresante
y, en ocasiones, desquiciante, pero ¡me encanta!
Marcos se ha convertido en un buen amigo y ha venido
varios fines de semana a visitarme. Fui sincera con él tras la
visita de Pablo y entendió que, en aquel momento, no
estaba preparada para nada más. Dicen que un clavo saca a
otro clavo, pero creo que primero debemos estar bien con
nosotros mismos para poder volver a ser junto a alguien.
Todas las tardes llamo a Manuela, nuestro ritual de café
acompañado de una buena charla es la mejor de las
medicinas. De hecho, en nochevieja, nos vamos todos allí,
tengo tantas ganas que mi maleta lleva preparada desde
hace una semana. Volveré a mi cabaña y mis chicos
conocerán el lugar donde pude encontrarme conmigo
misma de nuevo.
Si algo he descubierto durante esta experiencia es que,
cuando las cosas no surgen, lo mejor es no forzarlas, porque
así, no funcionan. He aprendido que primero tengo que
saber quién soy, qué es lo que me importa y hacia dónde
quiero ir. No se busca a alguien para completarse, sino para
que te acompañe y camine a tu lado. Puede que esperaras
un final de cuento de hadas o un comieron perdices y fueron
felices para siempre, pero este es mi final y, aunque el
príncipe azul viniera a rescatarme, me elegí a mí, y no por
ello, deja de ser un final feliz.

Fin
Biografía

Soy Paola Mayor y vivo en Zaragoza, por lo que puedes


imaginar que estoy acostumbrada a que la mayoría de los
días el cierzo despeine mi flequillo. Vivo entre letras
rodeada de mis libros. Soy adicta a la comedia romántica y
a visitar librerías donde puedo pasarme horas perdida entre
páginas e historias acompañada de una buena taza de café.
El resto del tiempo lo dedico a mi trabajo, soy jefa de ventas
en una importante cadena de supermercados. Creo en los
finales felices, aunque, en ocasiones nos hartamos de
comer perdices o el príncipe azul se te destiñe. Los sueños
están para cumplirse y con mi primera novela, el mío, por
fin, se ha hecho realidad.
Agradecimientos

Érase una vez, una niña que en vez de jugar a las


muñecas prefería pasar las horas en su cuarto simulando
que tenía una biblioteca. Érase una vez, una niña que desde
muy pequeña aprendió a leer y le gustaba perderse entre
las historias que sus libros le descubrían. Érase una vez, una
niña que se hizo mayor y hoy, nerviosa, está escribiendo los
agradecimientos de su primera novela.
He escrito, borrado y vuelto a escribir estas palabras mil
veces. No quiero ponerme sentimental y espero no dejarme
a nadie por el camino, pero en estos momentos solo puedo
decir una palabra: «Gracias».
Gracias, Alicia, por tu ayuda, por tus consejos y por
acompañarme desde el principio hasta el final. No cambies
nunca, tus ganas de vivir y el buen rollo que transmites son,
sin duda, la clave de tu éxito.
Gracias, Gabriela, no solo por tus ilustraciones, también
por tu complicidad, con la que has conseguido que me
sintiera cómoda y plasmar todas mis ideas sin apenas darte
indicaciones. Tienes un don y un estilo que me enamoró
desde el primer instante.
Gracias, Sandra, por tu maquetación, interés y
amabilidad. Solucionaste todas mis dudas y sin tu ayuda no
habría sido posible llegar hasta aquí.
Gracias, mamá, por enseñarme desde pequeña el valor
de un libro y por cuidar siempre de mí. No hay palabras para
describir el amor que siento por ti.
Gracias, Alex, por dejar intactos mis libros y romper solo
las piernas de Rosaura cuando éramos pequeños.
Gracias, Yaya, porque sigas con nosotros noventa y un
años más.
Gracias, Yayo, no dejes nunca de brillar allí donde estés.
Gracias, Elena & Lucía, por creer en mí y enseñarme
que la amistad es mucho más que una palabra. Los amigos
son la familia que uno escoge y vosotras siempre formaréis
parte de la mía.
Gracias, Puri, por escucharme siempre y ser mucho más
que una compañera.
Gracias, Geisel, porque a pesar de que nuestros ritmos
de vida sean diferentes, siempre estemos ahí.
Gracias, Carol, porque no solo eres mi prima, desde
pequeñas eres siempre como una hermana mayor para mí.
Estoy segura de que Guillermo tiene la mejor mamá del
mundo.
Gracias, Noelia, por ser la primera en descubrir a Emma.
Si algo hemos aprendido juntas durante todos estos años es
que la distancia no existe cuando una amistad es
verdadera.
Gracias, Alfonso, porque sigamos compartiendo risas,
lágrimas y mil momentos más. Espero que sigamos
sumando recuerdos a nuestra amistad.
Gracias a ti, por leer mi historia y hacer que se convierta
en realidad.
Pero en especial, tengo que dar gracias a la persona que
comparte mis días, cree en mí y consigue que mi mundo
cada día sea un lugar mejor. Puede que llegases tarde a mi
vida, pero desde que lo hiciste, descubrí lo que es ser feliz.
Gracias, Sergio, porque sigamos compartiendo juntos
muchos sueños más. Te quiero.
Si quieres conocerme un poquito más y estar al día
de todas mis novedades, sígueme en:

@ tell_me_books
@ paolamlazaro

También podría gustarte