Está en la página 1de 8

Q

Ivan García

Publicado: 2015
Categoría: Cuento, ficción.

Colección: Cuentos cortos para ver la lluvia


en la ventana.
Estaba entre dormida y despierta, los ojos
entreabiertos y no alcanzar a ver nada, solo
escuchaba su reloj despertador con melodía de
cajita de música, música elástica rebotando en el
espacio pequeño de la habitación, en el cosmos
sostenido por la nada donde la bailarina eterna era
el centro de la gravedad, manos no gravitatorias
que no encontraban el botón de apagado. Quiso
despertar por completo, pero algo se lo impedía,
sueño tal vez, pensó. La voz de su madre comenzó
a escucharse, venía a levantarla, la tomó de los
hombros y la sacudió mientras le hablaba en un
idioma que ella pensó no conocer, quizás francés.

Sus ojos se abrían lentamente, pero seguía sin poder


ver nada, todo estaba tan distorsionado, como si
necesitara anteojos para ver... sí los necesitaría.

Su madre sale de la habitación dejando una


advertencia que ella no puede comprender por lo
difuso del ambiente. Se pone de pie, el suelo está
demasiado cerca, como si hubiese crecido un poco
más, como si lo hiciera cada segundo, intenta
caminar apoyándose en la pared, su habitación
parece más pequeña, no puede ver nada, en su mente
se encuentra el sonido de electricidad recorriendo
cada rincón de su imaginación, todo lo ve
distorsionado, baja las escaleras y en el último
escalón casi cae, pero logra sostenerse.

Llega hasta la cocina, está su madre de espaldas, está


preparando algo para desayunar, pero no lo sabe con
seguridad, le hace un pregunta, pero no le contesta,
como de costumbre.
Donde estaba el refrigerador, ahora se encuentra una
máquina tan grande que no se pude ver dónde
termina, está totalmente hecha de metal y de ella
salen hojuelas de cereal que caen en un plato, una
por una caen por un pequeño tubo, pero tan
lentamente que parece que el plato nunca se llenará.
Toma el plato y lo sirve con leche, se sienta en la
silla, la única que esta puesta en la mesa redonda de
madera; coloca sus piernas en posición de loto,
comienza a comer, una por una, todas las hojuelas.
Fija su ojo en la parte trasera de la cuchara y se
percata de que está sola en la enorme cocina blanca,
solo ella y la máquina de cereal están ahí.

Todo comienza a dar vueltas, como si esa habitación


se moviese por voluntad propia, como carrusel de
circo, por fuera se pueden ver los caballos.

Ella, cierra los ojos, toma fuerte la cuchara,


comienza a escuchar los sonidos que se producen,
terribles disonancias que van tomando forma de
melodía, pero solo la escucha.

Abre los ojos, ahora puede ver la música, como si


fuese parte del oxígeno que la rodea, marcando el
aire de colores. La cuchara suena azul, la maquina
igual, la silla suena verde, la mesa igual, ella no
suena, todavía no ha hablado.

La cocina deja de dar vueltas, ella deja la cuchara en


la mesa, puede verse a ella misma sentada en la silla,
ahora ella es otra persona, se ve observando el suelo,
como si estuviera a punto de dormirse; ahora puede
ver el suelo, vuelve a ver con sus ojos, levanta su
cara y se percata de que ya no está sola, ahí esta otra
persona que no conoce mirando por la ventana.

No siente cuando se levanta ni cuando camina, solo


sabe que está al lado de esa persona que mira
atentamente por la ventana.

- ¿Qué es lo que miras?

-A los niños jugar en el parque- Ella estira sus ojos


con sus manos y los asoma por la ventana para poder
ver si es mentira lo que afirma ese sujeto y lo que
alcanza a ver, no es a lo niños jugando, sino que está
lloviendo.

-Está lloviendo.

-Todos estamos llorando.

Se inclina y comienza a expulsar por su boca varios


tornillos de color negro y mucosidad verde que caen
en el fregadero que estaba abajo, ella no hace nada
hasta que un sonido que logra ver la asusta y sale
corriendo a la puerta, lo único que logra tomar son
sus tenis Converse rojos tipo botín, mojados, que
había dejado la noche anterior, de la cual no recuerda
nada, como si hubiese sido la última noche del
mundo. Tal vez si lo había sido.

Sale de su casa, todas las calles están vacías, el cielo


nublado y ese sonido, electricidad nuevamente en su
cabeza. Cae al suelo y cierra los ojos.

Se termina, abre los ojos y se percata de que hay


demasiada gente que la mira, ella está en su cómoda
ropa de dormir, a mitad de la calle, un pequeño short
y una blusa ligera de tirantes, sus tenis rojos mojados
ya los tenia puestos, se pone de pie y observa a todos
los transeúntes, algunos la observan y su mirada es
de desconfianza, ella los escucha, todo comienza a
parpadear en color rojo y los sonidos se amplifican,
tanto que ella los puede escuchar envejecer, algunos
están a punto de morir.

Sigue caminando, ya no sabe dónde quedó su casa.


Va con los ojos cerrados y la cabeza a punto de
estallar, pasa por el parque y se detiene a sentarse en
una banca, mira a los niños jugar en los charcos -Tal
vez una lluvia pasajera- se imagina.

Los observa, uno de ellos cae a un charco, se


comienza a hundir, nadie lo ayuda, desaparece en las
aguas, todos lo observaron, nadie hizo nada.

Ve su reflejo en el rocío que queda en la vegetación,


el viento cruza por entre las hojas y las ramas de los
árboles, creando música, música de lo que no
comprendemos, de porqué el viento se mueve -¿Por
qué?- se pregunta, si antes ya lo había escuchado, si
antes se lo había preguntado.

Su visión se descompone, todo lo puede ver en


cuadros, por escenas y atreves de estas observa los
sonidos, siente una mano sobre su espalda, está fría,
mira hacia atrás y es una mujer, sus ojos están
vendados y viste de azul.

-¿Puedes verlos?

-No, puedo escucharlos.

-Entonces eres como yo.

-¿ Y tú quién eres?

-alguien como tú.

-Alguien que un buen día se cansó de todo y decidió


no hacer nada, despertó de lo que pareciera hubiese
sido la última noche del mundo y me ocurre esto y
no lo puedo comprender. Esa soy yo. ¿Quién eres tú?
Aquella mujer caminó hacia atrás, la vi desaparecer
en sus recuerdos futuros, sus sueños aun no escritos.
No de una manera comprensible, todo se remueve,
como si lo cortaran con tijeras y lo separaran, todo
queda en blanco, excepto ella y su banca; la
vegetación crece, los árboles se acercan, remueven
sus raíces y rodean a la pequeña, un instante
después, todo obscuro, tú ya no ves nada, ella está
sola, nuevamente, un embriagante resonar de
engranes. -¿Quizá todo esté mecanizado?- se
pregunta.

Ella pensó, pero no lo sabía.

El sol se ocultó dos veces, todo había pasado en dos


tardes de su vida, el reloj marcaba las doce de la
noche, y el resplandor de aquello que parecía nunca
se desintegraría por ser una noche cálida de verano,
era el sol de la medianoche que la llamaba.

Los arboles seguían en su secreta conversación con


el viento, todo le sonaba a electricidad y al parecer
solo ella estaba ahí. -No me gustan los cuentos, son
muy tontos- se dijo así misma, mientras seguía
enterrando sus piernas en el duro suelo, removiendo
la tierra, tal vez como un árbol, no sabe qué es lo que
quiere.

Los gusanos suben por su cuerpo, su sonido es


agradable, y no suben mucho, mueren antes de llegar
a sus rodillas. Ella mira, llora por la muerte de los
gusanos, pero no sabe por qué.

Las luciérnagas se acercan y la rodean en una ráfaga


de luz, que ella probablemente no ve, pero si
escucha, escucha su luz y se hace tan densa y tan
brillante que la ilumina por completo, en su corazón
ella brilla, ya sabe cuál es el secreto, ese que el
bosque no revela a cualquiera.

-y ¿Dónde está mi cámara? - solo ella se preguntaría


eso, solo ella.

El tiempo pasa, miles de años por segundo, ella


sigue así, tan lenta, tan eterna, todo se marchita,
sobrepasa la vida de los árboles, el bosque se acaba,
nadie está aquí, solo ella, todo vuelve a donde
pertenece, todo se divide en cuadros, fotografías
desfragmentándose que desaparecen y el panorama
vuelve a ser blanco por completo y ella sigue sentada
observando al cielo, sigue ahí. Extiende sus brazos,
ya nada la retiene entre lo que no conocemos y lo
que no queremos entender, está lista para volver,
solo ella y el sol están vivos, se eleva y va con él,
para escuchar el sensible sonido que la hace vivir,
VOlÓ al cielo, y las hojas siguieron cayendo.

eo

También podría gustarte