Está en la página 1de 390

1

Querido CosmicLover ♥ esta es una traducción de Fans


para Fans, la realización de está traducción es sin fines
monetarios. Apoya al escritor comprando sus libros ya sea
en físico o digital.
TE DAMOS LAS SIGUIENTES
RECOMENDACIONES PARA QUE SIGAMOS
CON NUESTRAS TRADUCCIONES:
1. No subas capturas del documento a las redes sociales.
2. No menciones a los grupos o foros traductores en tus
reseñas de Goodreads, Tiktok, Instagram u otros sitios
de la web. 2
3. Tampoco etiquetes a los autores o pidas a ellos la
continuación de algún libro en español ya que las
traducciones no son realizadas por editorial.
4. No pidas la continuación de un libro a otro grupo o foro
de traducción, ten paciencia ya que el libro será
traducido por quién te brindo las primeras partes.
Queremos que cuides este grupo para que nosotros
podamos seguir llevándote libros en español.
Sin más por el momento…
¡DISFRUTA EL LIBRO Y NO OLVIDES
RECOMENDARLO A TUS AMIGOS!
Índice
Staff Capítulo 13 Below Zero
Sinopsis Epílogo Prólogo
Under One Roof Stuck With You Capítulo 1
Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2
Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3
Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4
Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 3
Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6
Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7
Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8
Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9
Capítulo 8 Capítulo 9 Epílogo
Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo Extra
Capítulo 10 Capítulo 11 Ali Hazelwood
Capítulo 11 Capítulo 12 Cosmos Books
Capítulo 12 Epílogo
Staff
Traducción
Supernova
Atenea

Corrección
4
White Demon
Scarlett
Atenea

Revisión Final
Scarlett

Diseño
Seshat
Sinopsis
Under One Roof
Una ingeniera medioambiental descubre que los científicos nunca
deberían cohabitar cuando se encuentra atrapada con el compañero de
piso del infierno: un detestable abogado de las grandes petroleras que
no dejará en paz el termostato.

5
Stuck With You
Una ingeniera civil y su némesis llevan su rivalidad y su amor al
siguiente nivel cuando quedan atrapados en un ascensor de Nueva
York.

Below Zero
El corazón congelado de una ingeniera aeroespacial de la NASA se
derrite mientras yace herida y varada en una estación de investigación
remota del Ártico y la única persona dispuesta a emprender la peligrosa
misión de rescate es su rival de toda la vida.
Under One Roof
Una científica nunca debería cohabitar con su
némesis irritantemente caliente: conduce a la
combustión.
Mara, Sadie y Hannah son amigas primero, científicas siempre.
Aunque sus campos de estudio puedan llevarlos a diferentes rincones
del mundo, todos pueden estar de acuerdo en esta verdad universal:
cuando se trata de amor y ciencia, los opuestos se atraen y los rivales te
6
hacen arder...
Como ingeniera ambiental, Mara sabe todo sobre la delicada
naturaleza de los ecosistemas. Requieren equilibrio. Y dejando el
termostato solo. Y no robar la comida de otra persona. Y otras reglas de
las que Liam, el detestable abogado de su compañero de habitación, no
sabe nada. Está bien, claro, técnicamente ella es la intrusa. Liam ya
estaba atrincherado en la casa de su tía como un gigante gruñón ceñudo
cuando Mara se mudó, con sus grandes músculos y su boca besable
simplemente sentado en el sofá tentando a los científicos respetables al
lado oscuro... pero Helena era su mentora y Mara no está dispuesta a
mudarse, salir y renunciar a su herencia sin pelear.
El problema es que vivir con alguien significa llegar a conocerlo. Y
cuanto más descubre Mara sobre Liam, más difícil es odiarlo... y más
fácil es amarlo.
Prólogo
Presente
Miro la pila de platos en el fregadero y llego a una dolorosa
conclusión: lo tengo mal.
En realidad, borra eso. Ya sabía que lo tenía mal. Pero si no lo hubiera
sabido, esto sería un claro indicio: el hecho de que no puedo mirar un

7
colador y doce tenedores sucios sin ver los ojos oscuros de Liam
mientras se apoya contra el mostrador, con los brazos cruzados sobre el
pecho; sin escuchar su voz severa pero burlona preguntándome:
—¿Arte de instalación posmoderno? ¿O simplemente nos quedamos
sin jabón?
Usualmente ese momento sucede justo después de haber llegado
tarde a casa y darme cuenta de que dejó la luz del porche encendida para
mí. Eso… oh, eso siempre hace que mi corazón se acelere de una manera
mitad encantadora, mitad desgarradora. ¿Algo que también provoca
que mi corazón se acelere? Que pueda recordar apagar la luz una vez
que estuve dentro, cosa muy poco habitual en mí, lo que posiblemente
sea una señal de que el lodo de semillas de chía que me prepara para el
desayuno en las mañanas mientras corro tarde al trabajo en realidad está
haciendo que mi cerebro sea más inteligente.
Es bueno que haya decidido mudarme. Lo mejor. Estas
irregularidades cardíacas no son sostenibles a largo plazo, ni para mi
salud mental, ni cardiovascular. Solo soy una humilde principiante en
todo este asunto de la nostalgia, pero puedo afirmar con seguridad que
vivir con un chico al que solías odiar y del que de alguna manera
terminaste enamorándote no es un movimiento inteligente. Confía en
mí, tengo un doctorado.
(En un campo totalmente ajeno, pero aun así).
¿Sabes lo que tiene de bueno sentirse nostálgica? La energía nerviosa
constante. Me hace mirar la pila de platos y pensar que limpiar la cocina
podría ser una actividad divertida. Cuando Liam entra en la habitación,
tengo la inesperada necesidad de cargar el lavavajillas tanto como sea
posible. Lo miro, noto la forma en que casi llena el marco de la puerta y
le ordeno a mi corazón que deje de palpitar tan rápido. Lo continúa
haciendo de todos modos, incluso agrega un latido extra por si acaso.
Mi corazón es un idiota.
—Probablemente te estés preguntando si un francotirador me está
obligando a lavar los platos a punta de pistola. —Le sonrío a Liam sin
esperar realmente que me devuelva la sonrisa, porque… es Liam. Es casi 8
imposible de leer, pero hace tiempo que dejé de tratar de ver su
diversión, y simplemente me permito sentirla. Es agradable y cálido, y
quiero bañarme en él. Quiero hacerle mover la cabeza, y decir «Mara»
en ese tono suyo, y reírse contra su buen juicio. Quiero ponerme de
puntillas, extender la mano para arreglar el oscuro mechón de cabello
en su frente, enterrarme en su pecho para oler el olor limpio y delicioso
de su piel.
Pero dudo que él quiera nada de eso. Así que vuelvo a enjuagar un
tazón de cereal escondido debajo del colador.
—Pensé que estabas siendo controlada mentalmente por esas esporas
parásitas que vimos en ese documental. —Su voz es baja. Rica. Lo
extrañaré mucho, mucho.
—Esos eran percebes… Mira, sabía que te quedaste dormido a
medias. —Él no responde. Lo cual está bien, porque es Liam. Un hombre
de pocas sonrisas y muchísimas menos palabras—. Entonces, ¿conoces
al cachorro de los vecinos? ¿El bulldog francés? Debió escaparse durante
un paseo, porque lo acabo de ver correr hacia mí en medio de la calle.
Correa colgando de su cuello y todo. —Alcanzo una toalla y mi mano
choca con la de él. Está parado justo detrás de mí ahora—. ¡Uy! Lo siento.
De todos modos, lo llevé a casa y era tan lindo…
Me detengo. Porque, de repente, Liam no está solo parado detrás de
mí. Me aprieta contra el fregadero, el borde de la encimera presionado
contra los huesos de mi cadera y hay una pared alta de calor pegada a
mi espalda.
Ay dios mío.
Él… ¿Se tropezó? Debe haber tropezado. Esto es un accidente.
—¿Liam?
—¿Está esto bien, Mara? —pregunta, pero no se aleja. Se queda justo
donde está, con su frente presionado contra mi espalda, las manos 9
contra el mostrador a cada lado de mis caderas, y… ¿Es esto una especie
de sueño lúcido? ¿Es este un evento cardiovascular generado por todo
el tiempo que mi corazón lleva latiendo aceleradamente? ¿Mi cerebro
está convirtiendo mis fantasías nocturnas más vergonzosas en
alucinaciones?
—¿Liam? —gimoteo, porque él está acariciando mi cabello. Justo
encima de mi sien, con su nariz y tal vez incluso con su boca, y parece
deliberado. No es un accidente. ¿Está él…? No. No, seguro que no.
Pero sus manos se extienden sobre mi vientre, y eso es lo que me
indica que esto es diferente. Esto no se siente como uno de esos roces
accidentales de brazos en el pasillo, esos con los que me he estado
diciendo que deje de obsesionarme. No se siente como esa vez que
tropecé con el cable de mi computadora y casi me tropiezo con su
regazo, y no se siente como si él sujetara suavemente mi muñeca para
comprobar cuánto me quemé el pulgar mientras cocinaba en la estufa.
Esto se siente…
—¿Liam?
—Shh. —Siento sus labios en mi sien, cálidos y tranquilizadores—.
Todo está bien, Mara.
Algo caliente y líquido comienza a enrollarse en el fondo de mi
vientre.

10
Capítulo 1
Hace seis meses
—Francamente, se llevan como una casa en llamas es el dicho más
engañoso en el idioma español. ¿Cableado defectuoso? ¿Mal uso de los
equipos de calefacción? ¿Sospecha de incendio premeditado? No evoca
la imagen de dos personas que se llevan bien en lo más mínimo. ¿Sabes
lo que una casa en llamas me tiene imaginando? Bazucas. Lanzallamas.
Sirenas en la distancia. Porque nada está más garantizado para iniciar 11
un incendio en una casa que dos enemigos quemando la posesión más
preciada del otro. ¿Quieres desencadenar una explosión? Ser amable con
tu compañero de cuarto no lo va a lograr. Encender un fósforo encima
de su edredón hecho a mano empapado en queroseno, por otro lado…
—¿Señorita? —El conductor de Uber se da vuelta, luciendo culpable
por interrumpir mi perorata pre-apocalíptica—. Solo un aviso: estamos
a unos cinco minutos de su destino.
Sonrío a modo de agradecimiento y vuelvo a mirar mi teléfono. Las
caras de mis dos mejores amigas ocupan toda la pantalla. Luego, en la
esquina superior estoy yo: más ceñuda que de costumbre (lo cual está
justificado), más pálida que de costumbre (¿es eso posible?) y más
pelirroja que de costumbre (debe ser el filtro, ¿no?).
—Esa es una opinión totalmente justa, Mara —dice Sadie con una
expresión desconcertada—, y te animo a que envíes tus, um, quejas muy
válidas a Madame Merriam-Webster o a quien sea que esté a cargo de
estos asuntos, pero… Literalmente solo te pregunté cómo estuvo el
funeral.
—Sí, Mara, ¿cómo fue el funeral? —La calidad de la llamada de
Hannah es lamentable, pero es lo normal.
Supongo que esto es lo que sucede cuando conoces a tus mejores
amigas en la escuela de posgrado: en un minuto estás feliz como una
almeja, agarrando tu brillante y nuevo diploma de ingeniería, riéndote
tontamente mientras tomas una quinta ronda de Midori sour. Al
siguiente estás llorando, porque todos van por caminos separados.
FaceTime se vuelve tan necesario como el oxígeno. No hay cócteles de
color verde neón a la vista. Tus monólogos ligeramente trastornados no
suceden en la privacidad del departamento que comparten, sino en el
asiento trasero semipúblico de un Uber, mientras estás en camino a tener
una conversación muy, muy extraña.
Mira, eso es lo que más odio de la adultez: en algún punto, uno tiene
que empezar a actuar como uno. Sadie está diseñando elegantes
edificios ecosostenibles en la ciudad de New York. Hannah se está 12
congelando el trasero en una estación de investigación del Ártico que la
NASA instaló en Noruega. Y en cuanto a mí…
Estoy aquí. Me mude a DC para comenzar el trabajo de mis sueños:
científica en la Agencia de Protección Ambiental. Sobre el papel, debería
estar en la luna. Pero el papel se quema muy rápido. Tan rápido como
las casas en llamas.
—El funeral de Helena fue… interesante. —Me recuesto contra el
asiento—. Supongo que esa es la ventaja de saber que estás a punto de
morir. Tienes la oportunidad de intimidar a la gente un poco más. Les
dices que si no tocan
“Karma Chameleon” 1mientras bajan tu ataúd, tu fantasma perseguirá a
su progenie durante generaciones.
—Me alegro de que hayas podido estar con ella en sus últimos días —
dice Sadie.
Sonrío con nostalgia.
—Ella fue la peor hasta el final. Hizo trampa en nuestra última partida
de ajedrez. Como si no me hubiera ganado de todos modos. —La echo

1 Canción de Culture Club


de menos desmesuradamente. Helena Harding, mi asesora de
doctorado, consejera y mentora durante los últimos ocho años, era mi
familia de una manera en que a mis fríos y distantes parientes de sangre
nunca les importó ser. Pero también era anciana, sufría mucho y, como
le gustaba decir, estaba ansiosa por pasar a proyectos más grandes.
—Fue muy amable de su parte dejarte su casa en DC —dice Hannah.
Debe haberse mudado a un mejor fiordo,2 porque en realidad puedo
entender sus palabras—. Ahora tendrás un lugar donde estar, pase lo
que pase.
Es cierto. Todo es verdad, y estoy inmensamente agradecida. El regalo
de Helena fue tan generoso como inesperado, ha sido lo más amable que

13
alguien haya hecho por mí. Pero la lectura del testamento fue hace una
semana, y hay algo que no he tenido oportunidad de decirles a mis
amigas. Algo muy relacionado con ese dicho de las casas en llamas.
—Sobre eso…
—Oh no. —Dos juegos de seños fruncidos me devuelven la mirada—
. ¿Qué pasó?
—Es… Complicado.
—Me encanta lo complicado —dice Sadie—. ¿También es dramático?
Déjame ir a buscar pañuelos.
—No estoy segura todavía. —Tomo un aliento fortificante—. La casa
que Helena me dejó, resulta que en realidad no era… de su propiedad.
—¿Qué? —Sadie aborta la misión de los pañuelos para fruncir el ceño
aún más.
—Bueno, ella era la dueña. Pero solo un poco. Solamente… de la
mitad.

2 Un fiordo es un valle excavado por la acción erosionadora de un glaciar que posteriormente ha


sido invadido e inundado por el mar.
—¿Y a quién le pertenece la otra mitad? —Confíe en Hannah para
acercarse al quid del problema.
—Originalmente, el hermano de Helena, quién murió y se lo dejó a
sus hijos. Luego, el hijo menor compró su parte a los otros y ahora es el
único propietario. Bueno, junto a mí. —Me aclaro la garganta—. Su
nombre es Liam. Liam Harding. Es un abogado de poco más de treinta
años. Y actualmente vive en la casa. Solo.
Los ojos de Sadie se agrandan.
—Vaya mierda. ¿Helena lo sabía?
—No tengo ni idea. Lo supondría, pero los Harding son una familia

14
muy rara. —Me encojo de hombros—. Dinero viejo. Montones de este.
Son como los Vanderbilts o los Kennedy. ¿Qué sucede incluso dentro de
los cerebros de las personas ricas?
—Probablemente monóculos —dice Hannah.
Asiento con la cabeza.
—O jardines topiarios3.
—Cocaína.
—Torneos de polo.
—Gemelos para camisas.
—Espera —nos interrumpe Sadie—. ¿Qué dijo Liam Vanderbilt
Kennedy Harding sobre esto en el funeral?
—Excelente pregunta, pero: él no estaba allí.
—¿Él no se presentó al funeral de su tía?

3El arte de la topiaria es una práctica de jardinería que consiste en dar formas artísticas a las
plantas mediante el recorte con tijeras de podar.
—Realmente no se mantiene en contacto con su familia. Mucho
drama, sospecho. —Toco mi barbilla—. ¿Tal vez son menos como los
Vanderbilts, y más como las Kardashians?
—¿Estás diciendo que él no sabe que eres dueña de la otra mitad de
su casa?
—Alguien me dio su número y le dije que me pasaría por allí. —Hago
una pausa antes de agregar—: Por mensaje de texto. Todavía no hemos
hablado. —Otra pausa—. Y realmente no… ha respondido tampoco.
—No me gusta esto —dicen Sadie y Hannah al unísono. En cualquier
otro momento me reiría de su mente de colmena, pero hay algo más que
todavía no les he dicho. Algo que les gustará aún menos.
—Dato curioso sobre Liam Harding… ¿Recuerdan que Helena era la 15
Oprah de la ciencia medioambiental? —Me muerdo el labio inferior—.
¿Y ella siempre bromeaba diciendo que toda su familia era, en su
mayoría, académicos de tendencias liberales que querían salvar al
mundo de las garras de las grandes corporaciones?
—¿Sí?
—Su sobrino es abogado corporativo de FGP Corp. —Solo decir las
palabras me dan ganas de hacer gárgaras con enjuague bucal. Y usar hilo
dental. Mi dentista estará encantado.
—FGP Corp, ¿la gente de los combustibles fósiles? —Una línea
profunda aparece en medio de la frente de Sadie—. ¿Grandes ligas en el
asunto de las petroleras?
—Sí.
—Oh, Dios mío. ¿Él sabe que eres una científica ambiental?
—Bueno, le di mi nombre. Y mi perfil de LinkedIn está a solo una
búsqueda de Google. ¿Crees que la gente rica usa LinkedIn?
—Nadie usa LinkedIn, Mara. —Sadie se frota la sien—. Jesucristo, esto
es realmente malo.
—No es tan malo.
—No puedes ir a reunirte con él sola.
—Estaré bien.
—Te matará. Tú le matarás a él. Se matarán el uno al otro.
—Yo… ¿quizás? —Cierro los ojos y me apoyo en el asiento. Llevo
setenta y dos horas convenciéndome a mí misma de que no debo entrar
en pánico, obteniendo resultados mixtos. Ahora no puedo echarme
atrás—. Créeme, él es la última persona con la que quiero compartir la
copropiedad de una casa. Pero Helena me dejó su mitad, y la necesito.
Debo mil millones en préstamos estudiantiles, y DC es increíblemente

16
caro. ¿Quizás pueda quedarme allí por un tiempo? Así puedo ahorrar
en alquiler. Es una decisión fiscalmente responsable, ¿no?
Sadie pone cara de circunstancias justo cuando Hannah dice
combativamente:
—Mara, eras una estudiante de posgrado hasta hace diez minutos.
Estás apenas por encima del umbral de la pobreza. No dejes que te eche
de esa casa.
—¡Tal vez ni siquiera le importe! De hecho, estoy muy sorprendida de
que viva allí. No me malinterpreten, la casa es bonita, pero… —Me
detengo, pensando en las fotos que he visto, las horas que pasé en
Google Street View desplazándome y volviendo a desplazarme por los
marcos, tratando de controlar el hecho de que Helena se preocupaba por
mí lo suficiente como para dejarme una casa. Es una hermosa propiedad,
sin duda. Pero es más bien una residencia familiar. Para nada lo que
esperaría de un abogado experto que probablemente gana el PIB anual
de un país europeo por hora facturable. ¿No viven los abogados de alto
nivel en lujosos áticos del piso cincuenta y nueve con bidés dorados,
bodegas de brandy y estatuas de sí mismos? Por lo que sé, apenas pasa
tiempo en la casa. Así que voy a ser honesta con él. Explicarle mi
situación. Estoy segura de que podemos encontrar algún tipo de
solución que…
—Aquí estamos —me dice el conductor con una sonrisa. Se la
devuelvo, un poco débil.
—Si no nos envías un mensaje de texto dentro de media hora —dice
Hannah en un tono muy serio—, voy a asumir que Big Oil Liam te tiene
cautiva en su sótano y llamaré a la policía.
—Oh, no te preocupes por eso. ¿Recuerdas esa clase de kickboxing
que tomé en nuestro tercer año? ¿Y esa vez en el festival de la fresa,
cuando le pateé el trasero al tipo que intentó robarte el pastel?
—Era un niño de ocho años, Mara. Y no le pateaste el trasero, le diste
tu propio pastel y un beso en la frente. Envía un mensaje de texto en
treinta minutos o llamo a la policía.
La fulmino con la mirada. 17
—Suponiendo que un oso polar no te haya asaltado mientras tanto.
—Sadie está en New York y tiene a la policía de DC en marcación
rápida.
—Sí. —Sadie asiente—. Configurándolo ahora mismo.
Empiezo a sentirme nerviosa en el momento en que salgo del auto, y
empeora a medida que arrastro mi maleta por el camino: una pesada
bola de ansiedad se acurruca lentamente detrás de mi esternón. Me
detengo a mitad de camino para tomar una respiración profunda. Culpo
de ello a Hannah y Sadie, se preocupan demasiado y aparentemente son
contagiosas. Estaré bien. Todo saldrá bien. Liam Harding y yo
tendremos una conversación agradable y tranquila y encontraremos la
mejor solución posible, una que sea satisfactoria para…
Observo el jardín de principios de otoño a mi alrededor, y mi tren de
pensamientos se desvanece.
Es una casa sencilla. Grande, pero sin nada de esa mierda de jardines
topiarios, ni cenadores rococó o esos gnomos espeluznantes. Solo un
césped bien cuidado con algún que otro rincón ajardinado, un puñado
de árboles que no reconozco y un gran patio de madera amueblado con
piezas que parecen cómodas. A la luz del sol de la tarde, los ladrillos
rojos dan a la casa un aspecto acogedor y hogareño. Y cada centímetro
cuadrado del lugar parece espolvoreado con el cálido amarillo de las
hojas de ginkgo.
Inhalo el olor a hierba, corteza y sol, y cuando mis pulmones están
llenos, dejo escapar una risa suave. Podría enamorarme tan fácilmente
de este lugar. ¿Es posible que ya lo esté? ¿Mi primer amor a primera
vista?
Tal vez por eso Helena me dejó la casa, porque sabía que formaría una
conexión inmediata. O tal vez el solo hecho de saber que ella me quería
aquí, me tiene lista para abrirle mi corazón. De cualquier manera, no

18
importa: este lugar se siente como si fuera su hogar, y Helena vuelve a
ser su yo entrometido, esta vez desde el más allá. Después de todo, ella
siempre hablaba y hablaba sobre cómo quería que yo realmente
perteneciera.
—Sabes, Mara, puedo decir que te sientes sola —me decía cada vez que
pasaba por su oficina para conversar.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque las personas que no se sienten solas no escriben fanfiction de la
franquicia de The Bachelor en su tiempo libre.
—No es fanfiction. Son más bien metacomentarios sobre los temas
epistemológicos que surgen en cada episodio y, ¡mi blog tiene muchos lectores!
—Escucha, eres una joven brillante. Y todo el mundo ama a las pelirrojas.
¿Por qué no sales con uno de los nerds de tu séquito? Idealmente uno que no
huela a abono orgánico.
—¿Porque son todos idiotas que siguen preguntando cuándo dejaré los
estudios para ir a obtener un título en economía doméstica?
—Mmm. Esa es una buena razón.
Tal vez Helena finalmente se dio cuenta de que cualquier esperanza
de que me estableciera con alguien era una causa perdida y decidió
canalizar sus esfuerzos para que me estableciera en algún lugar. Casi
puedo imaginarla, riéndose como una bruja satisfecha, y eso me hace
extrañarla un millón de veces más.
Sintiéndome mucho mejor, dejo mi maleta justo al lado del porche
(nadie la va a robar, no estando cubierta con pegatinas frikis que ponen:
MANTÉN LA CALMA Y SIGUE RECICLANDO, y LOS PLANETAS HABITABLES SON
DIFÍCILES DE ENCONTRAR, CRÉEME, SOY INGENIERA MEDIOAMBIENTAL). Paso
una mano por mis largos rizos, con la esperanza de que no luzcan
demasiado desordenados (probablemente lo estén). Me recuerdo a mí
misma que es poco probable que Liam Harding sea una amenaza, solo
un hombre rico y mimado con la profundidad de una tabla de surf que
no puede intimidarme, y levanto mi brazo para tocar el timbre. Excepto
que la puerta se abre antes de que pueda llegar a ella, y me encuentro de 19
pie frente a…
Un pecho.
Un pecho amplio y bien definido debajo de una camisa abotonada. Y
una corbata. Y una chaqueta de traje oscuro.
Dicho pecho está pegado a otras partes de un cuerpo, pero es tan
amplio que por un momento es todo lo que puedo ver. Luego me las
arreglo para desplazar mi mirada y finalmente me fijo en el resto:
Piernas largas y musculosas llenando lo que queda del traje. Hombros y
brazos que se extienden por millas. Mandíbula cuadrada y labios
carnosos. Cabello corto y oscuro, y un par de ojos apenas un tono más
oscuros.
Están, me doy cuenta, fijos en mí. Estudiándome con el mismo interés
ávido y confuso que estoy experimentando. El hombre parece ser
incapaz de apartar la mirada, como si estuviera hechizado en algún nivel
básico y profundamente físico. Lo cual es un alivio, porque yo tampoco
puedo apartar la mirada, no quiero
Es como un puñetazo en mi plexo solar, lo atractivo que me resulta.
Confunde mi cerebro y me hace olvidar que estoy parada frente a un
extraño. Que probablemente debería decir algo. Que el calor que estoy
sintiendo probablemente sea inapropiado.
Se aclara la garganta, luciendo tan nervioso como yo me siento.
Sonrío.
—Hola —digo, un poco sin aliento.
—Hola. —Suena exactamente igual. Se humedece los labios, como si
su boca estuviera repentinamente seca, y guau. El gesto realmente se ve
bien en él—. ¿Puedo…? ¿Puedo ayudarte? —Su voz es hermosa.
Profunda. Rica. Un poco ronca. Podría casarme con esa voz. Podría
revolcarme en esa voz. Podría escuchar esa voz para siempre y

20
renunciar a cualquier otro sonido. Pero tal vez debería responder
primero a la pregunta.
—¿Tú, um, vives aquí?
—Creo que sí —dice, como si estuviera demasiado asombrado para
recordar. Lo que me hace reír.
—Estupendo. Estoy aquí para… —¿Para qué estoy aquí? Ah, sí—.
Estaba buscando, um, a Liam. Liam Harding. ¿Sabes dónde puedo
encontrarlo?
—Soy yo. Soy él. —Se aclara la garganta de nuevo. ¿Se está
sonrojando? —Es decir, soy Liam.
—Vaya. —Oh, no. Oh no… No, no. No—. Soy Mara. Mara Floyd. La…
amiga de Helena. Estoy aquí por la casa.
El comportamiento de Liam cambia instantáneamente.
Cierra brevemente los ojos, como lo haría uno ante una noticia trágica
e insuperable. Por un momento parece traicionado, como si alguien le
hubiera dado un precioso regalo solo para robárselo de las manos en el
momento en que lo desenvolvió. Cuando dice:
—Eres tú. —Hay un tinte amargo en su hermosa voz.
Se da la vuelta y comienza a caminar por el pasillo. Dudo por un
momento, preguntándome qué hacer. No cerró la puerta, así que quiere
que lo siga. ¿Verdad? Ni idea. De cualquier manera, soy dueña de la
mitad de la casa, ¿así que probablemente no sea culpada de
allanamiento? Me encojo de hombros y me apresuro tras él, tratando de
seguirle el ritmo a sus piernas mucho más largas, sin captar casi nada de
mi entorno hasta que llegamos a una sala de estar.
La cual es impresionante. La casa está llena de ventanales y pisos de
madera, oh Dios mío, ¿eso es una chimenea? Quiero hacer s’mores4 en
ella. Quiero asar un lechón entero. Con una manzana en la boca.
—Estoy tan contenta de que finalmente podamos hablar cara a cara —

21
le digo a Liam, un poco sin aliento. Finalmente me estoy recuperando
de… lo que pasó en la puerta. Jugueteo con el brazalete en mi muñeca,
observándolo escribir algo en una hoja de papel—. Siento mucho tu
pérdida. Tu tía era mi persona favorita en todo el mundo. No estoy
segura de por qué decidió dejarme la casa, y entiendo que este asunto
de copropiedad esté un poco fuera de lugar, pero…
Me interrumpo cuando dobla el papel y me lo entrega. Es tan alto que
tengo que levantar conscientemente la barbilla para mirarlo a los ojos.
—¿Qué es esto? —No espero su respuesta y lo despliego.
Hay un número escrito en él. Un número con ceros. Muchos de ellos.
Miro hacia arriba, confundida.
—¿Qué significa esto?
Él sostiene mi mirada. No hay rastro del hombre nervioso y vacilante
que me saludó unos momentos antes. Esta versión de Liam es fríamente
guapa y segura de sí misma.
—Dinero.

4Un s'more es un postre tradicional de Estados Unidos y Canadá, que se consume habitualmente
en fogatas nocturnas como las de los exploradores y que consiste en un malvavisco tostado y una
capa de chocolate entre dos trozos de galleta.
—¿Dinero?
Asiente.
—No entiendo.
—Por tu mitad de la casa —dice con impaciencia, y de repente me doy
cuenta: está tratando de comprar mi parte
Miro el papel. Es más dinero del que he tenido en mi vida, o del que
tendré. ¿Ingeniería Ambiental? Aparentemente, no es una elección de
carrera lucrativa. Y no sé mucho sobre bienes raíces, pero supongo que
esta suma está muy por encima del valor real de la casa.
—Lo siento. Creo que hay un malentendido. No voy a… yo no… —
Tomo una respiración profunda—. No creo que quiera vender. 22
Liam me mira fijamente, sin expresión.
—¿No crees?
—No quiero… venderla, eso es.
Él asiente una vez, cortante. Y luego pregunta:
—¿Cuánto más?
—¿Qué?
—¿Cuánto más quieres?
—No, yo… yo no estoy interesada en vender la casa —repito—.
Simplemente no puedo. Helena…
—¿Es suficiente el doble?
—Doble, ¿Pero qué…? ¿Tienes cadáveres enterrados debajo de las flores
del jardín?
Sus ojos son bloques de hielo.
—¿Cuánto más?
¿Me está escuchando siquiera? ¿Por qué está siendo tan insistente?
¿Dónde se ha ido su lindo rubor juvenil? En la puerta, parecía tan…
Lo que sea. Estaba claramente equivocada.
—Simplemente no puedo vender. Lo siento. ¿Pero tal vez podamos
resolver algo más en los próximos días? No tengo un lugar para
quedarme en DC, así que estaba pensando en mudarme aquí por un
tiempo…
Exhala una risa silenciosa. Entonces se da cuenta de que hablo en serio
y niega con la cabeza.
—No.
—Bien. —Intento ser razonable—. La casa parece grande y… 23
—No te vas a mudar.
Tomo una respiración profunda.
—Entiendo. Pero mi situación financiera es muy precaria. Voy a
empezar mi nuevo trabajo en dos días, y está muy cerca. Incluso puedo
ir a pie. Este es un lugar perfecto para vivir por un tiempo, hasta que me
recupere.
—Acabo de entregarte la solución a todos tus problemas financieros.
Me estremezco.
—Realmente no es tan simple. —O tal vez lo sea. No lo sé, porque no
puedo dejar de recordar las hojas de ginkgo sobre las hortensias y me
pregunto cómo se verían en la primavera. Tal vez Helena hubiera
querido que yo viera el jardín en todas las estaciones. Si hubiera querido
que vendiera, me habría dejado un montón de dinero. ¿Verdad?—. Hay
razones por las que preferiría no vender. Pero podemos encontrar una
solución. Por ejemplo, ¿podría, um, alquilarte temporalmente mi mitad
de la casa y usar el dinero para quedarme en otro lugar?
De esa manera, todavía estaría aferrada al regalo de Helena. Estaría
fuera del camino de Liam y por encima del umbral de indigencia. Bueno,
un poco por encima. Y en el futuro, una vez que Liam se case con su novia
(quien probablemente sea una directora ejecutiva de Fortune 500 que
puede enumerar el Dow 30 por capitalización bursátil y tenga un
artículo favorito en el boletín de Goop), se mude a una McMansion en
Potomac, MD, y comience una dinastía político-económica, podría
volver a visitar este lugar. Mudarme, como Helena parece haber
querido. Si para entonces obtengo un aumento de sueldo y puedo pagar
la factura del agua por mi cuenta, claro.
Es una propuesta justa, ¿verdad? No. Porque la respuesta de Liam es:
—No. —Vaya, le encanta la palabra.
—¿Pero por qué? claramente tienes el dinero…
—Quiero que esto se resuelva de una vez por todas. ¿Quién es tu 24
abogado?
Estoy a punto de reírme en su cara y contarle una broma sobre mi
“equipo legal” cuando suena su iPhone. Comprueba el identificador de
llamadas y maldice en voz baja.
—Necesito atender esto. Quédate quieta —ordena, demasiado
mandón para mi gusto. Antes de salir de la sala de estar, me mira
fijamente con sus ojos fríos y severos y repite una vez más—: Esta no es
y nunca será tu casa.
Y eso, creo, es todo.
Es esa última frase la que lo remacha. Bueno, junto con la forma
condescendiente, dominante y arrogante con la que me habló en los
últimos dos minutos. Entré a esta casa completamente lista para tener
una conversación productiva. Le di varias opciones, pero se cerró y
ahora me estoy enfureciendo. Tengo tanto derecho legal como él para
estar aquí, y si se niega a reconocerlo…
Bueno. Muy mal por él.
Ira burbujeando en mi garganta, rompo el cheque que Liam me dio en
cuatro pedazos y lo dejo caer sobre la mesa de café para que lo encuentre
más tarde. Luego vuelvo al porche, recupero mi maleta y empiezo a
buscar un dormitorio sin usar.
¿Adivinen qué? Le envío un mensaje de texto a Sadie y Hannah. La
Doctora Mara Floyd acaba de mudarse a su nueva casa. Y
definitivamente está en llamas.

25
Capítulo 2
Hace cinco meses, dos semanas
No tengo tiempo para esto.
Voy tarde al trabajo. Tengo una reunión en media hora. Todavía tengo
que cepillarme los dientes y el pelo.
Realmente no tengo tiempo para esto.
Y, sin embargo, como la tonta en la que me he convertido, cedo a la 26
tentación. Cierro la puerta del frigorífico, me doy la vuelta para
apoyarme en él, cruzo los brazos tan amenazadoramente como puedo y
miro a Liam a través de la cocina de concepto abierto.
—Sé que has estado usando mi crema para el café.
Es energía desperdiciada. Porque Liam simplemente está de pie en el
costado de la isla, tan impasible como el granito de la encimera, untando
tranquilamente mantequilla en una tostada. No se defiende. Ni siquiera
me mira. Continúa con su mantequilla, sin molestias, y pregunta:
—¿Eso crees?
—No eres tan sigiloso cómo piensas, amigo. —Le doy mi mejor
mirada asesina—. Y si esto es algún tipo de táctica de intimidación, no
está funcionando.
Asiente con la cabeza. Sigue sin inmutarse.
—¿Has informado a la policía?
—¿Qué?
Encoge sus estúpidos y anchos hombros. Lleva un traje, porque
siempre lleva un traje. Un traje de tres piezas gris carbón que le queda
perfecto, y sin embargo no del todo, porque en realidad no tiene el físico
de malvado hombre de negocios corporativo. ¿Quizás durante su
entrenamiento obligatorio de Matar a la Tierra hizo una pasantía como
perforador de plataformas petrolíferas?
—Este presunto robo de crema para café parece angustiarte mucho.
¿Le has dicho a la policía?
Respiraciones profundas. Necesito tomar respiraciones profundas. En
DC, el asesinato puede ser castigado con hasta treinta años de prisión.
Lo sé, porque lo busqué el día después de mudarme. Por otra parte, si el
jurado fuese medianamente razonable nunca me condenaría, no si
expusiera los horrores a los que he sido sometida en las últimas

27
semanas. Seguramente considerarían la muerte de Liam como defensa
propia. Incluso podrían darme un trofeo.
—Liam, lo estoy intentando aquí. Realmente tratando de hacer que esto
funcione. ¿Alguna vez te detienes y te preguntas si tal vez estás siendo
un imbécil?
Esta vez levanta la vista. Sus ojos son tan fríos, todo mi cuerpo
tiembla.
—Lo intenté. Una vez. Y justo cuando estaba al borde de un gran
avance, alguien comenzó a reproducir la banda sonora de Frozen a todo
volumen.
Me sonrojo.
—Estaba limpiando mi habitación. No tenía idea de que estabas en
casa.
—Mmm. —Él asiente y luego hace algo que no esperaba: se acerca. Da
unos cuantos pasos pausados, abriéndose camino a través de la hermosa
combinación de electrodomésticos ultramodernos y muebles clásicos de
la cocina hasta que se eleva sobre mí. Me mira como si fuera un
problema de hormigas del que creía haberse librado hace tiempo. Huele
a champú y a telas caras, y aún sostiene el cuchillo de la mantequilla.
¿Puedes apuñalar a alguien con eso? No lo sé, pero parece que Liam
Harding sería capaz de asesinar a alguien (es decir, a mí) con una pelota
de playa—. ¿No es tu crema de apoyo emocional mala para el medio
ambiente, Mara? —pregunta, en voz baja y profunda—. Piensa en el
impacto que tienen los alimentos ultraprocesados. Los ingredientes
tóxicos. Todo ese plástico.
Es tan condescendiente que podría morderlo. En lugar de eso, cuadro
los hombros y me acerco aún más.
—Hago algo de lo que probablemente nunca hayas oído hablar: se
llama reciclaje.
—¿En serio? —Deja el cuchillo en el mostrador y mira a mi lado, a los
contenedores que instalé después de mudarme. Están desbordados,
pero solo porque he estado demasiado ocupada para llevarlos al centro. 28
Y él lo sabe.
—No hay recogida de basura en el barrio. Pero planeo conducir hasta
el… ¿Qué estás… —Las manos de Liam se cierran alrededor de mi
cintura, sus dedos son tan largos que se juntan en mi espalda y sobre mi
ombligo. Mi cerebro tartamudea hasta detenerse. ¿Qué diablos está
haciendo?
Me levanta hasta que estoy flotando sobre el suelo, luego me mueve
sin esfuerzo unos centímetros hacia el lado del refrigerador. Como si
fuera tan ligera como una caja de Amazon, de esas gigantes que, por
alguna razón, solo tienen una barra de desodorante dentro. Farfullo tan
indignada como puedo, pero él no me presta atención. En cambio, abre
la nevera, toma un tarro de jalea de frambuesa y murmura:
—Entonces será mejor que te pongas manos a la obra —dice con una
última mirada larga e intensa.
Vuelve a su tostada y yo vuelvo a no existir en su universo.
Encantador.
Gruño mientras salgo de la habitación, medio nerviosa y con ganas de
cometer homicidio, todavía sintiendo las palmas de sus manos
presionando mi piel. Mientras duerme... Juro que voy a matarlo mientras
duerme. Cuando menos lo espere. Y luego lo celebraré arrojando botellas vacías
de crema sobre su cadáver.
Diez minutos más tarde estoy sudando de rabia, camino al trabajo
mientras estoy en una videollamada de emergencia con Sadie. Ha
habido muchas de esas en las últimas semanas. Muchas.
—…ni siquiera bebe café. Lo que significa que tira la crema por el
inodoro para fastidiarme o la bebe como si fuera agua y, sinceramente,
no sé qué escenario sería peor, porque, por un lado, una porción
equivale a seiscientas cuarenta calorías y Liam todavía se las arregla
para tener solo un tres por ciento de grasa corporal, pero por otro lado,

29
tomarse un tiempo de su apretada agenda para privarme de mi crema es
un gesto de crueldad sin precedentes que nadie debería hacer… —Me
detengo cuando me doy cuenta de su expresión desconcertada—. ¿Qué?
—Nada.
Entrecierro los ojos.
—¿Me estás mirando raro?
—¡No! No. —Ella niega con la cabeza enfáticamente—. Es solo que…
—¿Solo que, qué?
—Has estado hablando de Liam sin parar durante —levanta una
ceja— ocho minutos seguidos, Mara.
Mis mejillas arden.
—Lo siento mucho, yo…
—No me malinterpretes, me encanta esto. Escucharte despotricar en
contra de alguien acaba de convertirse en mi postre favorito, diez de
diez, lo recomendaría. Siento que nunca te había visto así, ¿sabes?
Vivimos juntas durante cinco años. Por lo general, estas metida hasta las
narices en el compromiso mutuo y la armonía y predicando sobre lo que
canta John Lennon en Imagine.
Trato de no vivir mi vida en un estado perenne de ira ardiente. Mis
padres eran el tipo de personas que probablemente no deberían haber
tenido hijos: desinteresados, poco cariñosos, impacientes porque me
mudara para poder convertir el dormitorio de mi infancia en un armario
de zapatos. Sé cómo convivir con los demás y minimizar los conflictos,
porque lo he estado haciéndolo desde que tenía diecisiete años, hace
diez años. Vive y deja vivir es un conjunto de habilidades cruciales en
cualquier espacio de vida compartido, y tuve que dominarlo
rápidamente. Y todavía lo domino. Realmente lo hago. Solo que no estoy
segura de querer dejar vivir a Liam Harding.
—Lo estoy intentando, Sadie, pero no soy yo quien sigue bajando el
maldito termostato a cero. ¿Quién no se molesta en apagar las luces
antes de salir? Nuestra factura eléctrica es una locura. Hace dos días, 30
llegué a casa después del trabajo y la única persona en la casa era un tipo
al azar sentado en mi sofá que me ofreció mis propios Cheez-Its. ¡Pensé
que era un asesino a sueldo que Liam había contratado para matarme!
—Ay dios mío. ¿Era un asesino a sueldo?
—No. Era Calvin, el amigo de Liam, quien trágicamente es un millón
de veces más amable que él. El punto es que Liam es el tipo de
compañero de piso de mierda que invita a la gente cuando no está en
casa, sin decírtelo. Además, ¿por qué diablos no puede saludarme
cuando me ve? ¿Y, es psicológicamente incapaz de cerrar los armarios?
¿Tiene algún trauma de raíz que lo llevó a decorar la casa
exclusivamente con estampados de árboles en blanco y negro? ¿Es
consciente de que no tiene que dar un portazo cada vez que sale? ¿Y es
absolutamente necesario que sus estúpidos colegas/amigos vengan
todos los fines de semana a jugar videojuegos en el…? —Termino de
cruzar la calle y miro la pantalla. Sadie se está mordiendo el labio
inferior, pensativa—. ¿Qué está sucediendo?
—Estabas realmente perdida en tus divagaciones y no parecías
necesitarme, así que hice algo.
—¿Qué hiciste?
—Busqué en Google a Liam.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque me gusta poner cara a las personas de las que hablo durante
varias horas a la semana.
—Hagas lo que hagas, no hagas clic en su página en el sitio web de FGP
Corp. ¡No le des clic!
—Demasiado tarde. Vaya… realmente se ve…
—Como si el calentamiento global y el capitalismo hubiesen tenido
un hijo ilegítimo que está pasando por una fase de culturismo.

31
—Em… Iba a decir lindo.
Resoplo.
—Cuando lo miro, todo lo que puedo ver son todas las tazas de café
sin crema que he estado bebiendo desde el día que me mudé. —Y tal vez
a veces, solo a veces, rememoro esa mirada aturdida y asombrada que
me dio antes de saber quién era yo. Tengo un extraño sentimiento de
pérdida al pensar en ello. ¿Pero a quién estoy engañando? Debo haberlo
alucinado.
—¿Ha intentado comprarte otra vez? —pregunta Sadi.
—Realmente ni siquiera se digna a reconocer mi existencia. Bueno,
excepto para mirarme de vez en cuando como si fuera una cucaracha
que ha infestando su prístino espacio vital. Pero su abogado me envía
correos electrónicos con ofertas de compra ridículas cada dos días. —
Puedo ver mi edificio de trabajo, a cien pies de distancia—. Pero no lo
haré. Me quedaré con lo único que me dejó Helena. Y una vez que esté
en un lugar mejor financieramente, simplemente me mudaré. No
debería llevar mucho tiempo, unos meses como máximo. Y mientras
tanto…
—¿Seguirás a base de café negro?
Suspiro.
—Mientras tanto, estaré bebiendo un café amargo y repugnante.

32
Capítulo 3
Hace cinco meses, una semana
Estimada Helena,
Esto es raro
¿Esto es raro?
Probablemente sea raro.
Quiero decir, estás muerta. Y yo estoy aquí, escribiéndote una carta. Cuando 33
ni siquiera estoy segura de creer en el más allá. La verdad es que dejé de pensar
en temas escatológicos en el bachillerato porque me ponían ansiosa y me hacían
brotar urticaria en la axila izquierda (nunca en la derecha, ¿qué pasa con eso?).
Y no es como si alguna vez fuera a descifrar un misterio que eludió a grandes
pensadores como Foucault o Derrida o ese tipo alemán incomprensible con
patillas pobladas y sífilis.
Pero estoy divagando.
Ya hace más de un mes que te fuiste, y todo sigue igual. La humanidad
todavía está en las garras de las cábalas capitalistas; todavía tenemos que
encontrar una manera de frenar la catástrofe inminente que es el cambio
climático antropogénico; siempre que salgo a correr uso mi camiseta de «Salva
a las abejas y cobra impuestos a los ricos.» Lo normal. Me encanta el trabajo que
estoy haciendo en la EPA (muchas gracias por esa carta de recomendación, por
cierto; estoy muy agradecida de que no hayas mencionado esa vez que nos
sacaste a Sadie, a Hannah y a mí de la cárcel después de esa protesta contra las
represas. Al gobierno de EE.UU. no le hubiera gustado eso). Existe el pequeño
problema de que soy la única mujer en un equipo de seis, y que los tipos con los
que trabajo parecen creer que mi blando cerebro femenino es incapaz de
comprender conceptos sofisticados como… ¿la esfericidad de la Tierra,
supongo? El otro día, Sean, el líder de mi equipo, dedicó treinta minutos a
explicarme el contenido de mi propia disertación. Tengo fantasías muy vívidas
sobre golpearlo en la cabeza y colocar su cadáver debajo de mi bañera, pero
probablemente ya sepas todo esto. Probablemente te sientas en una nube todo el
día siendo omnisciente. Comiendo Galletas. De vez en cuando tocando el arpa.
Vaga perezosa.
Creo que la razón por la que escribo esta carta que nunca jamás leerás es
porque desearía poder hablar contigo. Si mi vida fuera una película, caminaría
penosamente hasta tu lápida y desnudaría mi corazón mientras una sinfonía de
dominio público en re menor suena de fondo. Pero te enterraron en California
(¿un poco inconveniente?, pues sí, la verdad), lo que hace que escribir esta carta
sea la única opción factible.
Todo esto es para decir: Primero: Te extraño. Un montón. Un puto montón.
34
¿Cómo pudiste dejarme aquí sin ti? Qué vergüenza, Helena. ¡Una vergüenza!
Segundo: Estoy tan, tan agradecida de que me hayas dejado esta casa. Es el
mejor y más acogedor lugar en el que he vivido, sin duda alguna. He estado
pasando mis fines de semana leyendo en la terraza acristalada. Honestamente,
nunca pensé que pondría un pie en una casa con un vestíbulo sin ser escoltada
fuera de las instalaciones por seguridad. Yo solo… Nunca antes había tenido un
lugar que fuera mío. Un lugar que va a estar allí pase lo que pase. Un puerto
seguro, por así decirlo. Siento tu presencia cuando estoy en casa, incluso si la
última vez que pusiste un pie aquí fue probablemente en los años 70 cuando
volvías de alguna marcha por la liberación de la mujer. Y no te preocupes,
recuerdo con cariño tu odio por todas las cosas cursis y casi puedo oírte decir:
«Corta esta mierda.» Así que lo haré.
Tercero, y esto es menos una declaración y más una pregunta: ¿Te importaría
si matara a tu sobrino? Porque estoy muy cerca de hacerlo. Condenadamente
cerca. Básicamente lo estoy apuñalando con un pelador de papas mientras
hablamos. Aunque ahora se me ocurre que tal vez eso sea exactamente lo que
querías. Nunca mencionaste a Liam en todos los años que te conocí, después de
todo. Y él trabaja para una empresa cuyo principal producto son los gases de
efecto invernadero, así que tal vez lo odiabas. Tal vez toda nuestra amistad fue
una larga estafa que sabías que terminaría conmigo vertiendo líquido de frenos
en el té de tu pariente menos favorito. En cuyo caso, bien hecho. Y te odio.
Podría darte una lista completa de sus horrores (ya he creado una en mi
aplicación de Notas), pero me gusta castigar a Sadie y Hannah a través de Zoom.
Yo solo… Supongo que desearía entender por qué me pusiste en el camino de
uno de los idiotas más idiotas del país. Del mundo. De toda la maldita Vía
Láctea. Con solo la forma en que me mira, la forma en que no me mira.
Claramente puedo decir que piensa que está por encima de mí, y…
El timbre suena. Me detengo a mitad de la frase y corro hacia la
entrada. Lo que me toma como dos minutos enteros, probando mi punto
de que esta casa es lo suficientemente grande para dar cobijo a dos

35
personas.
Ojalá pudiera decir que Liam Harding tiene un gusto de mierda en lo
que a decoración se refiere. Que abusa de las calcomanías con citas
inspiradoras, que compra frutas de plástico en Ikea, o que pega esas
luces de neón típicas de los bares por todas partes. Lamentablemente, o
bien sabe cómo montar el interior de una casa y que el resultado sea
bastante agradable, o su dinero de sangre de FPG Corp pagó para
contratar a alguien que lo hace. El lugar es una elegante combinación de
piezas tradicionales y modernas; estoy casi segura de que quienquiera
que lo haya amueblado puede usar correctamente las palabras «paleta de
colores» en una oración, y que la forma en que los rojos profundos, los
verdes bosque y los grises suaves complementan los pisos de madera es
algo más que accidental. También está el hecho de que en todas partes
se ve tan… sencillo. Con una casa tan grande como esta, estaría tentada
a llenar cada habitación con mesas, aparadores y alfombras, pero Liam
de alguna manera se limita a las necesidades básicas. Sofás, algunas
sillas cómodas, estantes llenos de libros. Eso es todo. La casa es
espaciosa, llena de luz, escasamente decorada en tonos cálidos, y aún
más hermosa por ello.
—Minimalista —me dijo Sadie cuando le di un recorrido en video—.
Muy bien hecho, también. —Creo que mi respuesta fue un gruñido.
Y luego está el arte en las paredes, el cual, muy a mi pesar, me está
comenzando a gustar. Imágenes de lagos al amanecer y cascadas al
atardecer, bosques espesos y árboles solitarios, terrenos congelados y
campos en flor. Algún que otro animal salvaje haciendo su vida, siempre
en blanco y negro. No sé por qué, pero últimamente me sorprendo a mí
misma mirándolos con atención. El encuadre es simple, el tema
mundano, pero hay algo en ellas. Como si el que tomó esas fotos
realmente se conectara con los escenarios. Como si hubiera intentado
capturarlos verdaderamente, para llevarse a casa un pedazo de ellos.
Me pregunto quién es el fotógrafo, pero no puedo encontrar ninguna
firma. Probablemente sea algún graduado muerto de hambre de MFA
de Georgetown, de todos modos. Alguien que vertió su alma en la serie
con la esperanza de que una persona que aprecie el arte la comprase y, 36
en cambio, aquí está. Propiedad de un completo idiota. Apuesto a que
Liam ni siquiera los eligió. Apuesto a que solo fueron una compra
deducible de impuestos para él. Tal vez pensó que, a la larga, una buena
colección es tan buena como los dividendos en acciones.
—Voy a necesitar una firma —me dice el chico de UPS cuando abro la
puerta. Masca chicle y aparenta unos quince años. Me siento decrépita
por dentro—. No eres William K. Harding, ¿verdad?
William K. Es casi lindo. Lo odio.
—No.
—¿Está en casa?
—No. —Afortunadamente.
—¿Es tu marido?
Me río. Entonces me río un poco más. Me doy cuenta de que el chico
de UPS me mira con los ojos entrecerrados como si fuera la Bruja
Malvada del Oeste.
—Humm no. Lo siento. Él es mi… Compañero de piso.
—Bien. ¿Puedes firmar por tu compañero de piso?
—Por supuesto. —Alcanzo el bolígrafo, pero mi mano se detiene en el
aire cuando noto la insignia de FGP Corp en el sobre.
Los odio. Incluso más de lo que odio a Liam. No solo me hace sentir
miserable en casa cortando el césped a las siete y media de la mañana en
el único día de la semana en que puedo dormir, sino que además añade
un insulto a la injuria al trabajar para una de mis némesis profesionales.
FGP Corp es uno de esos enormes conglomerados que siguen
provocando desastres medioambientales: un grupo de tipos
sobreeducados con trajes de 7,000 dólares que diseminan biotoxinas por
todo el mundo con total desprecio por los pelícanos marrones (y por
todo el futuro de la humanidad, pero personalmente estoy más unida a
los pelícanos, que no han hecho nada para merecer esto).
Observo el grueso sobre de burbujas. ¿Liam recibiría un sobre de la
37
EPA en mi nombre? Lo dudo. O tal vez lo haría. Luego lo ataría a los
globos rojos que le proporcionó su amigo Pennywise y lo vería
desaparecer en la puesta de sol. Ya estoy un 73 por ciento segura de que
ha estado escondiendo mis calcetines. Me quedan cuatro pares iguales,
por el amor de Dios.
—En realidad. —Doy un paso atrás, sonriendo, deleitándome con mi
propia mezquindad. Helena, estarías muy orgullosa—. Probablemente no
debería firmar por él. Apuesto a que es un delito federal o algo así.
El chico de UPS niega con la cabeza.
—Realmente no lo es.
Me encojo de hombros.
—¿Quién puede afirmarlo?
—Yo. Es literalmente mi trabajo.
—El cual estás realizando admirablemente —expreso—. Pero aun así
no voy a firmar. ¿Te gustaría una taza de té? ¿Una copa de vino? Unos
Cheez-Its?
Él frunce el ceño.
—¿Estás segura de que no lo harás? Este es envío exprés. Alguien
pagó mucho dinero para que la entrega se realizara el mismo día.
Probablemente sea alguna mierda realmente urgente que William K.
necesitará tan pronto como llegue a casa.
—Cierto. Bueno, eso suena como un problema de William K.
Él silba.
—Eso es frío. —Suena admirado. O simplemente asustado—.
Entonces, ¿qué hace el pobre William K.? ¿Deja el asiento del inodoro
levantado?
—Tenemos baños separados. —Lo reflexiono. Pero estoy segura de

38
que sí. En la remota posibilidad de que termine usando el suyo.
Él asiente.
—Sabes, cuando mi hermana estaba en la universidad solía tener un
compañero de piso al que odiaba. Estoy hablando de tenían montada
una guerra entre ellos. Se gritaban el uno al otro todo el tiempo. Una vez
escribió una lista completa de todo lo que odiaba de él en su teléfono y
se colapsó su aplicación de Recordatorios. Era así de larga.
Guau. Eso suena familiar.
—¿Qué pasó con ella?
Cruzo los dedos para que la respuesta no sea. Está cumpliendo cadena
perpetua en un centro penitenciario cercano por afeitarle el cabello mientras
dormía y tatuarle «Soy una mala persona» en el cuero cabelludo. Y, sin
embargo, lo que acaba diciendo el chico de UPS es diez veces más
inquietante.
—Se casarán el próximo junio. —Sacude la cabeza y se da la vuelta
con un movimiento de la mano—. Imagínate.
***
Estoy soñando con un concierto, uno malo.
Más ruido que música, en realidad. El tipo de basura electrónica
alemana de los años 70 que Liam posee en forma de vinilo y que a veces
reproduce cuando uno de sus amigos viene a jugar videojuegos de
disparos en primera persona. Es ruidoso, desagradable e irritante, y
continúa durante lo que parecen horas. Hasta que me despierto y me
doy cuenta de tres cosas:
Primero, tengo un dolor de cabeza horrible.
Segundo, es la mitad de la noche.
Tercero, la música/ruido es en realidad solo ruido normal y proviene
de abajo.

39
Ladrones, creo. Entraron a la fuerza. Ni siquiera están tratando de ser
silenciosos, probablemente tengan armas.
Tengo que salir, llamar al 911. Tengo que advertir a Liam y
asegurarme de que él…
Me siento con el ceño fruncido.
—Liam. —Pero por supuesto
Me levanto de la cama y salgo de mi habitación a toda prisa. Estoy a
medio camino de las escaleras cuando me doy cuenta de que mis rizos
están desordenados, que no llevo sujetador y que mis pantalones cortos
ya eran demasiado pequeños hace quince años, cuando mi instituto me
los dio gratis como parte de mi uniforme de lacrosse. Bueno. Qué pena.
Liam tendrá que lidiar con eso y con mi camiseta de «No hay planeta B.»
Podría enseñarle algo.
Para cuando llego a la cocina, estoy considerando comprar un
megáfono para acercarme sigilosamente a él mientras duerme todas las
noches durante los próximos seis meses.
—Liam, ¿sabes qué hora es? —Hago erupción—. ¿Qué demonios
estás…?
No estoy segura de lo que esperaba. Definitivamente no esperaba
encontrar el contenido del refrigerador abarrotando cada centímetro del
mostrador; definitivamente no esperaba ver a Liam empeñado en
sacrificar un tallo de apio como si le hubiera robado su lugar de
estacionamiento; definitivamente no esperaba verlo desnudo, muy
desnudo, de cintura para arriba. El pantalón de pijama a cuadros que
lleva puesto tiene la cintura baja.
Muy baja
—¿Podrías ponerte algo, por favor? ¿Cómo un abrigo de piel de cría
de foca o algo así?
No deja de picar su apio. No me mira.
—No. 40
—¿No?
—No tengo frio. Y vivo aquí.
Yo también vivo aquí. Y tengo todo el derecho a no mirar esa pared
de ladrillos a la que él llama pecho en mi propia cocina, que se supone
que es un entorno relajante en el que puedo digerir la comida sin tener
que mirar pezones masculinos al azar. Aun así, decido dejar pasar el
asunto y apartarlo de mi mente. Para cuando esté lista para mudarme,
necesitaré terapia, de todos modos. ¿Qué es un trauma más con el que
lidiar? Ahora mismo, solo quiero volver a dormir.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto.
—Mi declaración de impuestos.
Parpadeo.
—¿Qué?
—¿Qué te parece que estoy haciendo?
Me pongo rígida.
—No estoy segura de lo que parece, pero suena como si estuvieras
golpeando las sartenes una contra otra.
—El ruido es un desafortunado subproducto de que esté haciendo la
cena. —Debe haber terminado con el apio, porque pasa a cortar un
tomate en rodajas, ¿es ese mi tomate?, y vuelve a ignorarme.
—Oh, y eso es totalmente normal, ¿no? ¿Cocinar una comida de cinco
platos a la una y veintisiete de la mañana un día entre semana?
Liam finalmente levanta sus ojos hacia los míos, y hay algo
inquietante en su mirada. Parece tranquilo, pero sé que no lo está. Está
furioso, me digo. Está muy, muy furioso. Sal de aquí.

41
—¿Necesitabas algo? —Su tono es engañosamente cortés, y mi
autoconservación claramente se quedó dormida en la cama.
—Sí. Necesito que dejes de hacer ruido. Y más te vale que ese no sea
mi tomate.
Se mete una rodaja en la boca.
—Sabes —dice tranquilamente mientras mastica, arreglándoselas
para hablar con la boca llena y aun así parecer el producto aristocrático
de varias generaciones de riqueza—, por lo general no tengo la
costumbre de estar despierto a la una y veintiocho de la mañana.
—Qué casualidad. Yo tampoco la tenía, antes de conocerte.
—Pero hoy, es decir, ayer, todo el equipo legal que dirijo acabó
teniendo que trabajar hasta pasada la medianoche. Debido a algunos
documentos faltantes muy importantes.
Me tenso. No puede estarse refiriendo a…
—No te preocupes, los documentos fueron encontrados.
Eventualmente. Después de que mi jefe nos pateara el culo a mí y a mi
equipo. Parece que algo salió mal cuando se entregaron. —Si pudiera
incinerar a la gente con láseres en los ojos, estaría achicharrada hacía
mucho tiempo. Está claro que lo sabe todo sobre mi pequeño ataque de
despecho vespertino.
—Escucha. —Tomo una respiración profunda—. No fue mi momento
de mayor orgullo, pero no soy tu asistente personal. Y no veo cómo se
justifica que golpees todas las sartenes de la casa en medio de la noche.
Mañana tengo un largo día, así que…
—Yo también. Y como puedes imaginar, he tenido un largo día hoy.
Y tengo hambre. Lo que significa que no voy a dejar de hacer ruido. Al
menos no hasta que haya cenado.
Hasta hace unos diez segundos estaba enojada de una manera fría y
razonable. De repente, estoy lista para quitarle el cuchillo de la mano a
Liam y cortarle la yugular. Solo un poquito. Solo hasta hacerlo sangrar. 42
No lo haré, porque no creo que prospere en la cárcel, pero tampoco voy
a dejar pasar esto. Traté de tener respuestas mesuradas cuando se negó
a dejarme instalar paneles solares, cuando tiró mi salteado de brócoli
porque olía a «pantano» cuando me dejó fuera de la casa mientras corría.
Pero esta es la última gota. Se acabó. Es la gota que derramó el vaso.
—¿Estás bromeando?
Liam vierte aceite de oliva en una sartén, rompe un huevo y parece
volver a su estado predeterminado: olvidarse de que existo.
—Liam, te guste o no, yo vivo. Aquí. ¡No puedes hacer lo que te dé la
gana!
—Interesante. Parece que estás haciendo exactamente eso.
—¿De qué estás hablando? Estás haciendo una tortilla a las malditas dos
de la mañana y te estoy pidiendo que no lo hagas.
—Cierto. Aunque está el hecho de que si hubieras lavado los platos
esta semana, no tendría que lavarlos tan ruidosamente…
—Oh, cierra el pico. No es que no dejes tus cosas regadas por toda la
casa constantemente.
—Al menos no amontono basura encima del bote de basura como si
fuera una escultura dadaísta.
El sonido que sale de mi boca casi me asusta. Dios.
—Dios. ¡Es imposible tenerte cerca!
—Eso es una lástima, ya que estoy aquí.
—¡Entonces solo múdate de una puta vez!
Cae el silencio. Un silencio absoluto, pesado, muy incómodo. Justo lo
que ambos necesitamos para repetir mis palabras una y otra vez en
nuestras cabezas. Entonces Liam habla. Despacio. Cuidadosamente.
Enojado de una manera aterradora y helada.
—¿Disculpa? 43
Me arrepiento inmediatamente. De lo que dije y de cómo lo dije. Alto.
Vehemente. Soy muchas cosas, pero cruel no es una de ellas. No importa
que Liam Harding haya mostrado el rango emocional de una nuez, dije
algo hiriente y le debo una disculpa. No es que particularmente quiera
ofrecerle una, pero debería hacerlo. El problema es que no puedo evitar
continuar.
—¿Por qué estás aquí, Liam? La gente como tú vive en mansiones con
muebles beige incómodos y siete baños y obras de arte caras que no
entienden.
—¿La gente como yo?
—Sí. La gente como tu ¡Gente sin moral y con demasiado dinero!
—¿Por qué estás tú aquí? Me he ofrecido a comprar tu mitad unas mil
veces.
—Y dije que no, así que podrías haberte ahorrado unos novecientos
noventa y nueve de ellos. Liam, no hay razón para que quieras vivir en
esta casa.
—¡Esta es la casa de mi familia!
—Era la casa de Helena tanto como la tuya, y…
—Helena está jodidamente muerta.
Toma unos momentos para que las palabras de Liam se registren por
completo. Abruptamente apaga la estufa y luego se queda allí,
semidesnudo frente al fregadero, con las manos apretadas alrededor del
borde del mostrador y los músculos tan tensos como cuerdas de
guitarra. No puedo dejar de mirarlo, esta… esta víbora que acaba de
mencionar la muerte de una de las personas más importantes de mi vida
con tanta rabia y desprecio.
Voy a destruirlo. Voy a aniquilarlo. Voy a hacerlo sufrir, a escupir en
sus estúpidos batidos, a romper uno a uno sus vinilos.
Excepto que Liam hace algo que lo cambia todo. Aprieta los labios, se 44
aprieta la nariz y luego se pasa una mano grande y exhausta por la cara.
De repente, algo hace clic dentro de mi cabeza: Liam Harding, parado
justo frente a mí, está cansado. Y odia esto, todo esto, tanto como yo.
Oh Dios. Tal vez mi salteado de brócoli realmente apestaba, y debería
haberlo puesto en un Tupperware. Tal vez la banda sonora de Frozen
puede ser un poco molesta. Tal vez podría haber recibido ese estúpido
paquete. Tal vez tampoco reaccionaría bien si alguien viniera a vivir bajo
mi techo, especialmente si no tuviera voz en el asunto.
Presiono las palmas de mis manos en mis ojos. Tal vez yo sea la idiota.
O al menos, una de ellos. Dios. Oh Dios
—Yo… —Me devano los sesos buscando algo que decir y no
encuentro nada. Entonces se rompe un dique dentro de mí y las palabras
estallan—. Helena era mi familia. Sé que no te llevas bien con tu familia,
y… tal vez la odiabas, no lo sé. De acuerdo, ella podría ser realmente
gruñona y entrometida, pero ella… ella me amaba Y ella era el único
hogar real que he tenido. —Me atrevo a mirar a Liam, medio esperando
una mueca de burla. Un comentario sarcástico sobre Helena que me hará
querer golpearlo de nuevo. Pero él me está mirando, atento, y me obligo
a apartar la mirada y continuar antes de que pueda cambiar de
opinión—. Creo que ella lo sabía. Creo que tal vez por eso me dejó esta
casa, para que tuviera algún tipo de… de algo. Incluso después de que
ella se fuera.
Mi voz se rompe en la última palabra, y ahora estoy llorando. No lloro
a pleno pulmón como cuando veo El Rey León o los primeros diez
minutos de Up, sino lágrimas silenciosas, escasas e implacables que no
tengo esperanzas de detener.
»—Sé que probablemente me veas como… una usurpadora proletario
que ha venido a apoderarse de la fortuna de tu familia, y créeme, lo
entiendo. —Me limpio la mejilla con el dorso de la mano. Mi voz está
perdiendo su tono iracundo cada segundo que pasa—. Pero tienes que

45
entender que mientras vives aquí porque estás tratando de probar algún
punto, o para algún tipo de concurso de meadas, esta pila de ladrillos
significa el mundo para mí, y…
—Yo no odiaba a Helena.
Miro hacia arriba con sorpresa.
—¿Qué?
—Yo no odiaba a Helena. —Sus ojos están en su tortilla a medio hacer,
todavía chisporroteando en la estufa.
—Oh.
—Cada verano se marchaba de California por unas semanas. ¿A
dónde crees que iba?
—Yo… solo dijo que pasaba los veranos con su familia. Siempre
supuse que…
—Aquí, Mara. Ella venía aquí. Dormía en la habitación contigua a la
tuya. —La voz de Liam es entrecortada, pero su expresión se suaviza en
algo que nunca antes había visto. Una leve sonrisa—. Ella afirmaba que
era para mantener un ojo sobre mis planes de contaminación mundial.
Sobre todo, me regañaba por mis elecciones de vida entre cada una de
sus reuniones con viejos amigos y la siguiente. Y me pateó mucho el
trasero en el ajedrez. —Él frunce el ceño—. Estoy seguro de que hacía
trampa, pero nunca pude probarlo.
—Yo… —Debe estarse inventando todo esto. Seguramente—. Ella
nunca te mencionó.
Su ceja se levanta.
—Ella nunca te mencionó a ti tampoco. Y, sin embargo, estabas en su
testamento.
—Pero… Pero espera. Espera un momento. En el funeral… ¿Pensé que
no te llevabas bien con tu familia?
—Oh, no lo hago. Son imbéciles pretenciosos, críticos y performativos,
y estoy citando aquí a Helena. Pero ella era diferente, y me llevaba bien 46
con ella. Me preocupaba por ella. Muchísimo. —Se aclara la garganta—
. No estoy seguro de dónde sacaste la idea de que no lo hacía.
—Bueno, que no vinieras al funeral me engañó.
—Conociendo a Helena, ¿crees que le hubiera importado?
Pienso en mi segundo año. La única vez que organicé una pequeña
fiesta sorpresa para el cumpleaños de Helena en el departamento, y ella
simplemente… se fue. Literalmente. Gritamos ¡Sorpresa! y tiramos un
puñado de globos. Helena nos echó una mirada mordaz, entró en la sala,
cortó un trozo de su tarta de cumpleaños mientras la mirábamos en
silencio, y se fue a su despacho a comérsela sola. Y luego se encerró en
él.
—Está bien. Ese es un buen punto.
Liam asiente.
—¿Sabes por qué me dejó la casa?
—No lo sé. Al principio pensé que era algún tipo de broma. Uno de
sus caóticos juegos de poder. ¿Como cuando te hacía sentir culpable y
te hacía ver viejos programas con ella?
—Dios, ella siempre escogía…
—The Twilight Zone. A pesar de que ella ya sabía todos los finales
inesperados. —Él rueda los ojos. Entonces su expresión cambia—. No
sabía que su salud había empeorado tanto. La llamé dos días antes de
que muriera, exactamente dos días, y me dijo que… No debería haberle
creído.
Mi corazón se hunde. Yo estuve ahí. Sé exactamente a qué
conversación se refiere Liam, porque escuché la versión de Helena. La
forma en que respondía las preguntas y minimizaba las preocupaciones
de la persona al otro lado de la línea. Mintió a lo largo de una hora de
charla: era obvio que estaba contenta con la llamada, pero no fue honesta

47
sobre lo mal que se habían puesto las cosas, y me sentí incómoda por el
engaño. Por otra parte, ella hizo eso con todos. Habría hecho lo mismo
conmigo si no fuera yo la que la llevaba a sus citas médicas.
—Desearía que me hubiese permitido estar allí para ella. —El tono de
Liam es impersonal, pero puedo escuchar lo que no se dice. Lo doloroso
que debe haber sido que lo mantuviera en la oscuridad—. Pero no lo
hizo, y fue su decisión. Al igual que dejarte la casa fue su decisión, y…
No estoy feliz por ello. No lo entiendo. Pero lo acepto. O al menos, lo
intento.
Por primera vez, me doy cuenta de cómo debe haber sido mi llegada
a DC desde la perspectiva de Liam: una chica de la que nunca había oído
hablar, una chica que había tenido el privilegio de estar con Helena
durante sus últimos días, apareciendo de repente y metiéndose a la
fuerza en su casa. Su vida. Mientras intentaba aceptar su pérdida y llorar
al único pariente al que se sentía cercano.
Tal vez actuó como un imbécil. Tal vez nunca me hizo sentir
bienvenida o no fue particularmente agradable, pero estaba sufriendo,
al igual que yo, y…
Qué desastre total. Qué idiota obtusa he sido.
—Yo… siento lo que dije antes. No quise decir nada de eso. No te
conozco en absoluto, y… —Me quedo en blanco, sin saber cómo
continuar.
Liam asiente rígidamente.
—Yo también lo siento.
Nos quedamos allí, en silencio, durante largos latidos. Si vuelvo a mi
habitación ahora, Liam pedirá una pizza y podré conciliar el sueño sin
tener que buscar mi alijo de tapones para los oídos. Casi me voy para
hacer precisamente eso, pero se me ocurre algo: las cosas podrían ser
mejores. Yo podría ser mejor.

48
—Tal vez podríamos tener una… una especie de ¿tregua?
Levanta una ceja.
—Una tregua.
—Sí, quiero decir... Yo podría… Supongo que podría dejar de subir el
termostato a veinticinco grados tan pronto como te das la vuelta. Usar
un suéter, en su lugar.
—¿Veinticinco grados?
—Soy una científica. En realidad no usamos la escala de Fahrenheit,
ya que es ridícula y... —Me está mirando con una expresión que no
puedo descifrar del todo, así que rápidamente cambio de tema—. ¿Y
supongo que podría dejar de lado las bandas sonoras de Disney?
—¿Podrías?
—Sí.
—¿Incluso la de La Sirenita?
—Sí.
—¿Qué pasa con Moana?
—Liam, realmente lo estoy intentando, aquí. Si pudieras, por favor…
—Estoy lista para salir corriendo de la cocina cuando me doy cuenta de
que en realidad está sonriendo. Bueno, más o menos. Está sonriendo con
sus ojos. Dios mío, ¿era una broma? ¿Él sabe cómo bromear?— No eres
tan divertido cómo crees.
Él asiente y no dice nada por un momento o dos. Luego:
—Las bandas sonoras de Disney no son tan malas. —Suena dolido—.
Y trataré de ser mejor, también. Regaré tus plantas cuando estés fuera
de la ciudad y estén a punto de morir. —Sabía que dejaría morir mi
pepino a propósito. Lo sabía—. Y tal vez haga un sándwich para la cena,
si tengo hambre pasada la medianoche.
Levanto mi ceja.

49
Liam suspira.
—¿Pasadas las diez de la noche?
—Eso sería perfecto.
Cruza sus enormes brazos sobre su igualmente enorme pecho aún
desnudo, y luego se balancea un poco sobre sus talones.
—Bien entonces.
—De acuerdo.
El silencio se alarga. De repente, esta situación se siente… tensa.
Pegajosa. Un borde de algún tipo. Un punto de inflexión.
Creo que es un buen momento para que me vaya.
—Voy a… —Señalo hacia las escaleras, donde está mi dormitorio—.
Que tengas una buena noche, Liam.
No me doy la vuelta cuando dice:
—Buenas noches, Mara.
Capítulo 4
Hace cuatro meses, tres semanas
Hay muchas cosas que no esperaría que Liam Harding hiciera cuando
entra en la cocina.
Por ejemplo, es poco probable que saque unas castañuelas y se ponga
a bailar flamenco en la isla. Que se ponga a cantar un éxito de Michael

50
Bolton de los años 80. Que me venda un soplador de hojas y me reclute
en alguna empresa de MLM de herramientas de jardinería. Todos estos
son eventos muy improbables, y sin embargo ninguno de ellos me
sorprendería tanto como lo que realmente hace. Que es mirarme y decir:
—El clima es… agradable afuera hoy.
No es que no lo sea. Es, de hecho, es muy agradable. Inusualmente
cálido. Es porque la Tierra se está muriendo, por supuesto. El aumento
de las temperaturas promedio globales está asociado con fluctuaciones
generalizadas en los patrones climáticos, y es por eso que todavía
usamos chaquetas livianas, aunque estamos a fines de noviembre en DC
y los árboles de Navidad han estado apareciendo desde hace semanas.
Hace unos años, Helena escribió un artículo sobre la forma en que la
acción humana está aumentando la periodicidad y la intensidad de los
fenómenos meteorológicos extremos. Se publicó en Nature Climate
Change y tiene un millón de citas.
Podría decirle todo esto a Liam. Podría ser mi yo más desagradable y
darle una disertación sobre el tema durante horas. Pero no lo hago, y la
razón es que incluso a través de su tono cortante y vacilante y su mirada
actualmente baja, puedo reconocer una rama de olivo cuando me la
arrojan.
Lo cual, en este momento, es lo que está sucediendo.
Han pasado unas dos semanas desde que me di cuenta, por primera
vez, que Liam es capaz de sentir emociones humanas. Y resulta que estar
en una tregua mientras vivimos juntos equivale a tener
significativamente menos peleas a gritos, pero aun así no hace que
encontrar temas de conversación sea más fácil. Lo cual está bien. La
mayor parte del tiempo. Es una casa grande, después de todo. Pero en
las contadas ocasiones en que nuestros horarios se superponen y
acabamos juntos en el salón o en la cocina…
Resulta extraño.
Como la mierda.
—Sí. —Asiento tan entusiastamente que es probable que termine con
una torcedura en el cuello—. Es agradable. Tener este buen tiempo, 51
quiero decir.
Liam también asiente (rígidamente, pero tal vez solo estoy
proyectando), y así, volvemos al punto de partida: silencio.
Me muerdo la uña del pulgar. Aparentemente no dejé de hacer eso
cuando cumplí catorce años. Necesito algo que decir. ¿Qué digo? Rápido,
Mara. Piensa.
—Em… Así que…
Ni un pensamiento asoma. Mi cabeza se encuentra vacía.
Dejo que mi frase cuelgue como un fideo demasiado cocido y me doy
la vuelta para tomar… ¿Qué? ¿Una espátula? ¿Una tostadora? ¡Un
bocadillo! Sí, tomaré un bocadillo. Creo que compré porciones
individuales de Cheez-Its. Tratando de recortar y todo eso. Excepto que
no puedo encontrarlos en el armario. Hay una caja familiar. Otra. Una
tercera, con sabor a queso cheddar, Jesús, tengo un problema. Pero las
bolsitas con las porciones individuales no están… Oh, ahí están. En el
estante más alto, por supuesto. Recuerdo tirarlos allí, pensando que no
sería un problema para la Mara del Futuro.
La Mara del Futuro lo intenta, pero no puede alcanzarlo. Entonces
mira hacia atrás para pedirle a Liam que alcance una para ella, y su
corazón se hunde.
Está mirando donde mi camiseta se subió en la parte baja de mi
espalda, es decir, mi trasero.
Bueno no. Él es William K. Harding nunca se rebajaría tanto, y la idea
de que miraría voluntariamente mi trasero flacucho es ridícula. Pero él
me está mirando, ahí, con los labios entreabiertos y la mano suspendida
en el aire, lo que probablemente significa que está… ¿horrorizado? Por
mis pantalones deportivos de ocho años, puedo apostar. O por la
explosión de pecas en mi piel. O por… Dios, ¿qué bragas tengo puestas?

52
Por favor, que no sean los que tienen la cara de Jeff Goldblum que
Hannah me compró el año pasado ¿y cuántos agujeros tienen? Me va a
denunciar a la policía de la ropa interior. Seré ejecutada por la mafia de
Victoria’s Secret y…
Se aclara la garganta.
—Permíteme. —Valientemente supera su disgusto y viene a pararse
detrás de mí. Él es simplemente enorme. Tan grande que bloquea por
completo la luz del techo. Por un microsegundo siento calor, y un
extraño hormigueo. Luego deja caer una bolsa al lado de mi mano sin
que yo tenga que preguntar y dice—: ¿Debería moverlos a un estante
más bajo para ti?
Su voz es un poco grave. Tal vez se esté resfriando. Espero no
contagiarme.
—Um, eso sería genial. Gracias. —Le toma alrededor de medio
segundo. Entonces los dos regresamos a nuestra posición original, yo
con mi café, Liam con su té, y me doy cuenta de que en las aventuras
levemente mortificantes del último minuto, olvidé pensar en un tema de
conversación decente para corresponder a su rama de olivo. Fantástico.
Así que espeto:
—A los Nationals5 les está yendo bien esta temporada. —¿Creo?
Escuché a un tipo decirlo en el autobús. Liam siempre está jugando
videojuegos con sus amigos. Probablemente también le gusten los
deportes.
—Vaya. Eso es… bueno. —Liam asiente.
Asiento con la cabeza.
Más asentimientos incómodos y luego silencio. Otra vez.
Bueno. Esto es demasiado incómodo. Voy a instalar sensores de
movimiento en todas las habitaciones de la casa para asegurarme de que
nuestros caminos nunca se vuelvan a cruzar.
—¿Puedes decirme a qué deporte pertenece ese equipo? 53
Levanto la vista del café que estoy revolviendo furiosamente.
—¿Mmm?
—Los Nationals. ¿Qué deporte?
—¡Ah!… —Miro alrededor de la cocina, en busca de pistas. Encuentro
un gran total de ninguna—. No tengo ni idea.
Liam sumerge una bolsita de té en su taza, con un brillo de diversión
en sus ojos.
—Yo tampoco.
Salimos de la habitación por puertas opuestas. Me pregunto si es
consciente de que casi nos sonreímos.

5 Washington Nationals es un equipo de béisbol


Capítulo 5
Hace cuatro meses, dos semanas
Miro por la ventana, tratando de usar mi título de ingeniera para
aproximar cuántos metros de nieve cayeron durante la noche. ¿Uno?
¿Diecisiete? Lamentablemente, en mi plan de estudios de la escuela de
posgrado no había ningún curso en el que te enseñaran a calcular cuánta
nieve ha caído, así que me rindo y miro mi teléfono.
No hay forma de que pueda llegar al trabajo, y todo mi equipo en la 54
EPA está en la misma situación. El auto de Sean está atascado en su
camino de entrada. Alec, Josh y Evan ni siquiera pueden llegar a sus
entradas. Ted está en su quinto chiste sobre fenómenos meteorológicos
extremos. El canal de Slack suena con algunos mensajes más que
maldicen todas las formas de precipitación, y luego Sean toma la
decisión de que todos deberíamos trabajar desde casa. Acceder al
servidor seguro desde nuestras computadoras portátiles emitidas por la
EPA. Lo cual para mí es un poco problemático.
Así que le envío un mensaje de texto a Sean:
Mara: Sean, no tengo mi computadora portátil emitida por la EPA en
casa.
Sean: ¿Por qué?
Mara: Todavía no me has entregado una.
Sean: Ya veo.
Sean: Bueno, entonces puedes tomarte el día para responder correos
electrónicos y cosas así. Solo vamos a tratar de solucionar el problema
del rociador electrostático hoy, por lo que realmente no te necesitamos.
Sean: Y la próxima vez asegúrate de recordarme que aún no tienes
una computadora portátil.
¿Qué tan pasivo-agresivo sería reenviar a Sean el correo electrónico
de recordatorio que le envié hace dos días? Mucho, me imagino.
Suspiro, envío una rápida respuesta con un «Lo haré» y trato de no
rechinar los dientes por el hecho de que me encantaría dar mi opinión
sobre el tema del rociador electrostático. En realidad, está estrechamente
relacionado con mi trabajo de posgrado, pero ¿a quién engaño? Incluso
si yo estuviera presente, Sean actuaría como siempre hace: tararearía
cortésmente mis contribuciones, encontraría una razón trivial para
descartarlas y, quince minutos después, las parafrasearía y las

55
reafirmaría como si fueran sus propias ideas. Ted, mi aliado más cercano
en el equipo, me dice que no me lo tome como algo personal, porque
Sean es un idiota con casi todo el mundo. Pero sé que no me estoy
imaginando que su comportamiento más atroz siempre está dirigido a
mí («Me pregunto por qué», reflexiono para mis adentros, acariciando
mi barbilla de mujer que trabaja en el área STEM6). Pero Sean es el líder
del equipo, así que…
¿Dije que me encanta mi nuevo trabajo en la EPA? Tal vez mentí. O
tal vez me encanta, pero odio más a Sean. Es difícil de decir.
Me paso el día haciendo el trabajo que puedo sin acceso a información
clasificada, es decir, muy poco. Hablo brevemente por FaceTime con
Sadie, pero ella tiene una fecha límite para un proyecto ecosostenible
hippy-dippy («No he dormido en treinta y ocho horas. Por favor, átame
un yunque al cuello y arrójame al mar de los Sargazos»), ni siquira
puedo entrar en contacto con Hannah (probablemente está retozando
con las morsas en un bloque de hielo) y… Eso es todo. Realmente no
tengo otros amigos.
Probablemente debería trabajar con base a eso.

6El término STEM (por sus siglas en inglés) es el acrónimo de los términos en inglés Science,
Technology, Engineering and Mathematics (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas)
A la una de la tarde estoy mortalmente aburrida. Tomo una siesta; Veo
un video de YouTube sobre la disposición de las placas del estegosaurio.
Me pinto las uñas de un bonito color rojo mate. Escribo una publicación
a medias para mi blog sobre The Bachelor, acerca mis expectativas para
la próxima temporada. Practico trenzar mi cabello en una corona. Me
pregunto si soy una adicta al trabajo, decido que probablemente lo soy.
No recuerdo la última vez que me quedé en casa todo el día. Siempre
he sido un poco inquieta, un poco demasiado inquieta. Demasiado activa,
decían mis padres mientras trataban de inscribirme en todos los
deportes de equipo posibles para mantenerme ocupada. No son malas
personas, pero dudo que hubiesen querido tener descendencia para
empezar, y estoy segura de que no eran fanáticos de los cambios que mi
llegada trajo a su estilo de vida. Probablemente sea la razón por la que 56
nunca fueron grandes fans de mi persona. Hablamos tal vez una o dos
veces al año ahora, y siempre soy yo quien llama.
En fin...
Apoyo la frente contra el frío cristal de la ventana, sintiendo una
extraña sensación de aislamiento, como si estuviera desconectada del
mundo entero, envuelta en una capa blanca amortiguada.
Debería empezar a tener citas de nuevo.
¿Debería empezar a tener citas de nuevo?
Sí. Debería. Excepto que… hombres. No gracias. Soy muy consciente
de que #NoTodosLosHombres son idiotas condescendientes como Sean,
y he tenido mi parte de novios perfectamente amables que no sintieron
la necesidad de corregirme con un «En realidad» cuando traté de tener
una conversación. Pero incluso en sus mejores momentos, todas mis
relaciones románticas se sentían como un trabajo. De una manera en que
mi relación con Sadie, Hannah y Helena nunca se sintió. De una manera
en que el trabajo real nunca se sintió. ¿Y para qué? ¿Sexo? El jurado aún
no sabe si puede considerarse un elemento importante.
Tal vez debería saltarme las citas y simplemente visitar a Sadie en
New York tan pronto como mejore el tiempo. Sí, eso es lo que haré.
Dedicaremos un fin de semana entero para ello. Patinar sobre hielo.
Probar ese chocolate caliente congelado del que ha estado hablando sin
parar, el que insiste no es solo un batido renombrado. Pero mientras
tanto sigue nevando y yo sigo atrapada aquí. Sola.
Bueno, no sola, sola. Liam está cerca. Bajó las escaleras esta mañana,
su mano grande rozó la suave barandilla de madera, luciendo… no del
todo desaliñado. Pero no se molestó en ponerse su traje habitual. Los
vaqueros descoloridos y la camiseta desgastada le hacían parecer más
joven, una versión más humana de su personalidad distante y severa. O
tal vez era el cabello, oscuro como siempre, pero un poco levantado en
la parte de atrás. Si nos odiáramos un poco menos, me habría acercado 57
y se lo habría arreglado. En cambio, lo vi dirigirse a la espaciosa entrada
hasta que ya no se sintió tan espaciosa. Ningún techo es lo suficientemente
alto cuando alguien tan grande como Liam se para debajo de él,
aparentemente. Lo miré medio hipnotizada por unos momentos, hasta
que me di cuenta de que él me estaba mirando. Uy. Luego miró por la
ventana, suspiró profundamente y volvió a subir las escaleras. El
teléfono ya estaba en su oído mientras daba instrucciones tranquilas y
detalladas sobre un proyecto que probablemente tiene como objetivo
liberar al planeta de las garras malvadas de las plantas fotosintéticas.
No lo he visto desde entonces, pero lo escuché. Risas aquí. Pasos
descalzos allí. Madera crujiendo y el pitido del microondas. Nuestras
habitaciones están a un pasillo y medio de distancia. Sé que tiene una
oficina en casa, pero nunca he estado allí, algo así como una especie de
situación tácita de no ir al ala oeste, muy al estilo de La Bella y la Bestia.
He considerado husmear cuando no está en casa, pero ¿y si tiene
trampas por ahí? Me lo imagino volviendo a casa y encontrándome
llorando, con mi tobillo enredado en una de ellas. Probablemente me
dejaría allí para que muriera de hambre.
Además, no sale mucho. Están ese par de amigos suyos que vienen a
hacer cosas sorprendentemente nerds (lo que me recuerda demasiado a
mí, a Sadie y a Hannah haciendo brownies para un maratón de Parks and
Rec, que a su vez es vagamente doloroso, así que finjo no pasa). Sus días
de trabajo parecen ser de dieciséis horas, incluso cuando no estoy siendo
un gremlin mezquino que se niega en redondo a recibir sus paquetes,
pero eso es todo. Me pregunto si él sale. Me pregunto si él mete a
escondidas a una chica diferente en la casa cada noche y le dice Shh,
cállate. Mi compañera de cuarto pelirroja y fastidiosa dañará mi tocadiscos si
hacemos demasiado ruido. Me pregunto si simplemente no me doy cuenta
de las orgías enmascaradas que tiene en la cocina todos los fines de
semana mientras estoy metida debajo de mi edredón de abuela,
redactando cuidadosamente las publicaciones de mi blog.
Me pregunto por qué me estoy preguntando todo esto.
Cuando bajo las escaleras para cenar, la casa está oscura y silenciosa.
58
Y fría. Honestamente, ¿cómo es que Liam no se está congelando? ¿Son
los más de treinta kilos de músculos? ¿Se cubre con grasa de cría de foca?
Sacudo la cabeza mientras subo el termostato y caliento más comida de
la que necesito comer (pero, lo más importante: no más comida de la que
puedo comer).
Hay algunas salas de estar y salones en el primer piso, pero mi
favorita es la que está conectada a la cocina. Tiene un sofá grande y
cómodo que probablemente cueste más que mi educación de posgrado,
una alfombra suave que me gusta acariciar sigilosamente cuando estoy
sola en casa, y la atracción principal: un televisor gigante. Muevo mis
(muchos) recipientes de comida a la mesa de café de nogal y me dejo
caer en el sofá.
Por razones que no entiendo, Liam paga la televisión por cable y unos
quince servicios de transmisión diferentes que nunca le he visto usar. De
ninguna manera estoy por encima de explotar el dinero sangriento de
FGP Corp, así que encontré una repetición de un episodio de la
temporada doce de The Bachelorette. No es mi favorito, por razones que
expliqué extensamente en mi blog (no me juzguen), pero es decente, así
que me instalo.
Diez minutos más tarde, un idiota con una obvia adicción a las camas
de bronceado está peleando a puñetazos con un idiota que claramente
inhala proteína en polvo, todo bajo los ojos encantados de una chica, es
decir, la premisa del programa. Pero me doy cuenta de que no todos los
ruidos vienen del televisor. Cuando lo silencio, puedo escuchar otra
pelea. Desde arriba. En la voz de Liam.
No es lo suficientemente fuerte como para distinguir lo esencial, pero
me las arreglo para escuchar las palabras ocasionales. Mal. Poco ético
¿Oposición, tal vez? Nos firmes, pero eso es todo. Después de un breve
momento, los sonidos vuelven a amortiguarse. Otro minuto, y una
puerta se cierra; escucho el sonido de pies bajan rápidamente los
escalones.
Mierda.
59
Considero cambiar rápidamente a una película de Lars Von Trier,
pero Liam llega antes de que pueda engañarlo haciéndole creer que soy
una intelectual. Levanto la vista de mi rollo de huevo y él está allí, en la
parte de la cocina que puedo ver desde el sofá, luciendo como si…
estuviese a punto de cometer asesinato.
Es decir: más de lo habitual.
Mi primer instinto es aplanarme contra el sofá, seguir viendo mi
programa basura y comiendo mi excelente comida. Pero se da la vuelta,
nuestros ojos se encuentran, y no tengo más remedio que saludarlo
vacilante. Él responde con un breve asentimiento, y… se ve melancólico
y oscuro, como si hubiera tenido diez minutos terribles, tal vez un día
terrible. Peor aún, parece que está listo para desquitarse con la primera
persona que encuentre en su camino, que, dadas las condiciones
climáticas, lamentablemente seré yo. Parece que necesita una
distracción, y una idea muy estúpida me viene a la cabeza.
No lo hagas, Mara. No lo hagas. Te vas a arrepentir.
Pero Liam está apretando los dientes visiblemente. La forma en que
mira el refrigerador abierto sugiere que le gustaría estrangular todos y
cada uno de los frascos de salsa tártara (por razones desconocidas, tiene
tres). Puede que el kétchup también esté en riesgo de ser estrangulado.
La línea de sus anchos hombros está tan tensa que podría usarla como
un nivel de burbuja y…
Ah, a la mierda.
—Así que. —Me aclaro la garganta—. Ordené mucha más comida de
la que necesito. —Resisto el impulso de cubrir mi incomodidad con una
risa nerviosa. Probablemente pueda oler mi terror abyecto—. ¿Quieres
un poco?
Cierra lentamente la puerta del frigorífico y se da la vuelta.

60
—¿Disculpa? —Me mira como si le hubiera sugerido que fuéramos a
robar un banco juntos. Que nos hiciéramos amigos. Que nos
registrásemos en yoga aéreo. O que pasáramos el resto de la noche
observando polillas.
—Comida para llevar... China. ¿Quieres un poco?
Él mira a la ventana. Sí, todavía está nevando. Somos oficialmente el
Polo Norte.
—Pediste comida para llevar. —Suena dudoso.
—Hoy no. Hace dos días. Siempre pido demasiado, porque las sobras
saben mejor. Especialmente el Lo mein, realmente necesita empaparse en
la salsa para… —Me detengo y me sonrojo—. De todos modos, ¿te
gustaría comer un poco?
—Estamos en medio de una tormenta de nieve, Mara. —¿Por qué
estoy temblando de repente? Ah, sí. Porque hace frío. No porque haya
dicho mi nombre—. Deberías estar acaparando tu comida.
Sí, debería.
—Está a punto de echarse a perder. Así que estoy feliz de compartir.
Liam tarda un tiempo desmesurado en responder. Diez buenos
segundos en los que me mira con escepticismo, quizá sospechando que
soy una asesina desquiciada a la caza de compañeros de piso para
envenenar. Finalmente dice:
—Claro, por qué no.
Suena inseguro, muy cauteloso. También luce cauteloso, mientras se
dirige hacia mí. Desliza sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans
y mira a su alrededor malhumorado, y es obvio que no tiene idea de qué
hacer: sentarse en el sofá, la silla, el piso. Comer de pie en medio de la
sala de estar. Se me ocurre por primera vez que toda su personalidad
distante y severa podría esconder una pizca de incomodidad. ¿Será una
de esas personas hiperconfiadas en el ámbito profesional y todo lo
contrario en la vida social? No. Improbable.
Palmeo un lugar al lado del mío, ya me arrepiento de esto. Nunca nos 61
hemos sentado juntos antes. Hasta ahora, cada interacción entre
nosotros ha sido circunstancial. El acto de sentarse uno al lado del otro
implica intencionalidad y una mayor duración. Un nuevo territorio.
Se siente extraño.
Liam es tan pesado y alto que el cojín se hunde cuando se sienta, y
tengo que tensar mis abdominales y reajustarlos para evitar deslizarme
hacia él. Le entrego un plato y un par de palillos, fingiendo que nada de
esto es inusual. Él hace lo mismo mientras los acepta con un breve
asentimiento, sus dedos nunca tocan los míos accidentalmente.
—¿Qué estás viendo? —pregunta.
—The Bachelorette. —Ni rastro de reconocimiento—. Es este programa
estúpido e increíble. Un reality. No tienes que mirarlo conmigo. Sálvate
mientras puedas. —Sorprendentemente, Liam se queda. Todavía luce
como si quisiera destrozar toda la casa, pero su expresión es un poco
menos sedienta de sangre. ¿Un pequeño progreso?—. Sheryl, la chica
del vestido verde, la única chica, tiene algunas semanas para elegir
marido entre todos los chicos.
Liam entrecierra los ojos en la televisión por un momento.
—¿Basándose en qué? Todos me parecen iguales.
—Lo hacen, ¿verdad? —Me encojo de hombros—. La llevan a citas. Y
charlan. Hacia el final, incluso podrían tener relaciones sexuales.
¿Se está sonrojando? No. Es solo la luz.
—¿En la pantalla?
—Oye, es un programa de la cadena ABC, no de HBO. —Pongo un
rollito primavera en su plato. Luego lo miro: sus brazos llenando su
camisa, su pecho, su enormidad general, y añado dos más. ¿Cuántos
millones de calorías necesita al día? Debería averiguarlo. En nombre de
la ciencia—. ¿Ves al tipo usando anteojos que obviamente no necesita

62
con la vana esperanza de parecer menos imbécil?
—¿Camisa azul?
—Sí. A ese es al que apoyamos.
—Muy bien.
—Sí. Porque es de Michigan; y yo hice la licenciatura en la
Universidad de Michigan —explico, lamiendo una gota de salsa hoisin
de mi pulgar. Sus ojos se demoran en mis labios por un momento
demasiado largo, luego se apartan abruptamente.
—Ya veo.
—Es un sitio genial. ¿Alguna vez fuiste?
—No lo creo, no. —Todavía no me mira. ¿Quizás siente un odio
profundo e irracional por Ann Arbor?
—¿Dónde estudiaste la universidad?
Parece levemente sorprendido de que le pregunte. Es justo, ya que en
el pasado no he destacado precisamente por tomar turnos y entablar
conversaciones con él.
— Dartmouth. Luego, la Facultad de Derecho de Harvard.
—Oh. —Asiento a sabiendas—. Eso no suena… barato.
Tiene la decencia de parecer avergonzado, así que me compadezco de
él.
—¿Quieres un poco de pollo con anacardos?
—Eh... Sí, por favor.
—Aquí tienes. Puedes comértelo todo, yo ya he comido como cinco
kilos de eso.
Él asiente.
—Gracias.
Liam Harding. Siendo cortés. Guau.
—De nada.
63
Durante un par de minutos nos quedamos en silencio: Liam mira la
televisión, yo observo a escondidas a Liam mientras come vorazmente,
grandes y rápidos bocados que resultan juvenilmente entrañables.
Entonces se vuelve hacia mí.
—Mara.
—¿Sí?
—Claramente eres una especie de genio.
¿Oh? ¿Lo soy?
—¿Esto… te estás burlando de mí?
Se ve muy serio y levemente ofendido ante la idea.
—Eres básicamente una científica espacial.
—Básicamente es la palabra clave.
—Y Helena, que tenía unos estándares ridículos, te eligió a ti para
trabajar con ella. Eres obviamente extraordinaria.
Oh Dios. ¿Es esto un cumplido? ¿Me voy a sonrojar?
—Em… ¿Gracias?
Asiente.
—Lo que no entiendo es, ¿por qué alguien tan inteligente como tú está
viendo esta mierda?
Sonrío en mi arroz frito.
—Ya lo verás.
Una hora más tarde, cuando Sheryl dice:
—Creo que nuestra relación ha avanzado mucho, pero no estoy convencida
de que pueda desarrollarse más…
Golpeo mi mano en mi reposabrazos y grito: «Oh, vamos, Sheryl»

64
justo cuando Liam golpea su reposabrazos y grita: «Sheryl. ¿Qué
demonios?»
Nos volvemos el uno al otro e intercambiamos una mirada breve y
desconcertada. Te lo dije, pienso con una sonrisa. Su boca se tuerce, como
si me hubiera escuchado alto y claro.
—…En este punto, solo sé que no va a funcionar entre nosotros. ¿Puedo
acompañarte?
Liam niega con la cabeza, horrorizado.
—Esa es una muy mala decisión.
—Lo sé.
—Es el mejor de todos.
—Es taaaan estúpida, ¿verdad? Se va a arrepentir muchísimo de esto.
Lo sé, porque ya he visto la temporada. —Múltiples veces. Alcanzo una
de las cervezas que Liam sacó de la nevera hace unos minutos—.
¿Quieres otro rangoon de cangrejo? —pregunto.
Él asiente y se recuesta, sus largas piernas estiradas junto a las mías
sobre la mesa de café. La nieve afuera sigue cayendo, y esperamos a que
comience el próximo episodio.
***
Liam palea la nieve fuera del camino como si fuera su única vocación.
Tal vez sea la locura inducida por el aislamiento la que habla, pero
hay algo hipnótico al respecto. El rítmico ascenso y descenso de sus
hombros bajo su abrigo negro. La forma aparentemente sin esfuerzo en
que lo ha estado haciendo durante horas, deteniéndose ocasionalmente
para secarse el sudor de la frente con la parte posterior de la manga.
Presiono mi frente contra la ventana y solo… lo miro fijamente. Casi
puedo escuchar la voz de Helena en mi cabeza (¿Te gustaría tomar
prestados mis binoculares de observación de aves?). La ignoro alegremente.
Tal vez eso es en lo que se especializó en Dartmouth: palear nieve.
Muy bien complementado con una especialización en Músculos. Su tesis 65
seguramente se tituló: La importancia de los brazos en la excavación
ergonómica. Luego se mudó a la escuela de posgrado para estudiar la ley
de Cómo Hacer que una Tarea de Invierno Mundana se vea Atractiva. Y aquí
estoy, incapaz de apartar la vista de una década de educación superior
sobrepagada.
Esto se está poniendo raro. Me está trayendo recuerdos de la primera
vez que lo vi, cuando sus ojos oscuros y esos hombros (francamente
ridículos) me golpearon como un ladrillo en la cabeza. No es un
recuerdo que quiera volver a visitar, así que miro hacia otro lado y bajo
las escaleras para hacer el almuerzo, culpando a mi locura temporal por
haberme saltado el desayuno. Esto es lo que me pasa por quedarme
dormida tarde anoche, justo a la mitad de la final, en medio de explicarle
a Liam entre bostezos que los concursantes de The Bachelor y The
Bachelorette se someten a exámenes de detección de enfermedades de
transmisión sexual obligatorios. Eso es lo que obtengo por despertarme
esta mañana en el sofá, con una suave manta de olor celestial sobre mí.
Me pregunto de dónde vino, de todos modos. No de la sala de estar.
Estoy segura de que no había una alrededor.
No es que Liam y yo seamos amigos ahora. No lo conozco mejor que
ayer, excepto, supongo, que tiene algunas opiniones sorprendentemente
válidas en lo que respecta a los reality shows. Pero por alguna razón
imposible de analizar, cuando empiezo a trabajar en mi sopa me
encuentro haciendo suficiente para dos.
¿¡Ves!? Esta es la razón por la cual los humanos no están destinados a
ser secuestrados en casa. El aburrimiento y la soledad convierten sus
mentes en avena blanda, y comienzan a imponer su comida mal
cocinada a los desprevenidos Abogados de la Nieve. Y aparentemente
estoy aceptando mi rareza, porque cuando Liam entra, cabello oscuro
húmedo y rizado por los copos de nieve que se derriten, las mejillas
brillantes por el ejercicio, le digo:
—Hice el almuerzo. —Me mira fijamente, con los brazos colgando a

66
los costados, como si no supiera cómo responder. Así que agrego—: Para
los dos. Como agradecimiento. Por hacer eso. La paleada, quiero decir.
—Él me mira un poco más—. Si quieres. No es obligatorio.
—No, no, yo… —No termina. Pero cuando se da cuenta de que me
acerco a tomar los tazones de un estante alto, viene detrás de mí y deja
dos en el mostrador.
—Gracias.
—No hay problema. —Podría estar imaginándome esto, pero creo que
lo escucho inhalar lentamente antes de alejarse. ¿Mi cabello huele mal?
Lo lavé ayer. ¿Me ha fallado finalmente Garnier Fructis después de años
de fiel servicio? Me estoy preguntando si es hora de cambiar a Pantene
para cuando estamos comiendo cortésmente en la mesa de la cocina, uno
frente al otro, como si fuéramos una familia joven en un comercial de
Campbell.
Problema: sin la televisión encendida, se nota bastante que no
tenemos nada de qué hablar. Liam me mira cada pocos segundos, como
si el hecho de que me atiborre a comida sea algo que le gusta mirar o
algo totalmente horrible, ¿quién podría decirlo? A medida que se
extiende el silencio, una vez más me arrepiento de cada elección que he
hecho. Y cuando suena su teléfono, estoy tan aliviada que siento ganas
de levantar el puño en señal de victoria.
Excepto que no contesta. Comprueba el identificador de llamadas
(FGP Corp—Mitch), pone los ojos en blanco y luego gira el teléfono en
un movimiento desdeñoso que me hace reír.
Liam me da una mira con desconcierto.
—Lo siento. No fue mi intención reírme… Solo… —Me encojo de
hombros—. Es bueno saber que también odias a tus colegas.
Levanta una ceja.
—¿Odias a tus colegas?
—Bueno no. No los odio. Quiero decir, a veces los odio, pero… —¿Por 67
qué se trata de mí?—. De todos modos, ¿crees que haya acabado de
nevar?
—¿Por qué odias a tus colegas a veces?
—Yo no. No quise decirlo de esa forma. Es solo… —Liam ha dejado
de comer y me mira como si realmente estuviera interesado. Puaj—. Son
todos hombres. Todos ingenieros. Y los hombres ingenieros pueden
llegar a ser... sí. Soy la recién llegada, todos eran amigos antes de que
apareciera en escena. Y estoy bastante segura de que Sean, mi jefe,
piensa que soy una especie de contratación de diversidad por lástima.
Cosa que no soy. De hecho, soy una muy buena ingeniera. Tengo que
serlo, o Helena me habría masacrado mientras dormía.
Él asiente como si entendiera.
—Te habría masacrado estando despierta.
—¿Verdad? Ella no era exactamente piadosa. Y no me quejo, le debo
mucho. Realmente me ayudó a convertirme en una mejor científica, pero
todos en mi equipo me tratan como si fuera una ingeniera novata que
no sabe lo que es un ohmio y… —¿Por qué sigo hablando?—. Bueno,
todos excepto Ted, pero no estoy segura de si realmente me respeta o
solo está tratando de conseguir algo de sexo, porque ya me invitó a salir
tres veces, lo que hace que las cosas sean un poco incómodas…
El rostro de Liam se endurece instantáneamente. Su cuchara se asienta
en el cuenco con un fuerte tintineo.
—Eso es acoso sexual.
—Oh, no.
—Como mínimo, es una conducta muy inapropiada.
—No, no es así…
—Puedo hablar con él.
Parpadeo.
68
—¿Qué?
—¿Cuál es su apellido? —pregunta Liam, como si fuera una pregunta
totalmente normal—. Puedo hablar con él. Explicarle que te ha hecho
sentir incómoda y que debería dejar de…
—¿Qué? —Suelto una carcajada—. Liam, no voy a decirte su apellido.
¿Qué vas a hacer, verter un barril de petróleo en su casa?
Mira hacia otro lado. Como si fuera una opción.
—No, yo… De hecho, me agrada Ted. Él es amable. Quiero decir,
incluso he considerado decir que sí. ¿Por qué no, verdad? —¿Por qué no?
es lo que diría Helena, pero la expresión de Liam se ensombrece ante
eso. O tal vez es mi alma entera, oscureciéndose ante la idea de ponerme
delineador de ojos para salir con un chico que está perfectamente bien y
me excita tanto como las espinacas hervidas—. Es solo que… —Me
encojo de hombros. ¿Cómo explicar que nunca me inspiran los hombres
que conozco? Ni siquiera me molestaré en hacerlo. No es como si le
importara—. Gracias, sin embargo —agrego.
Parece que quisiera insistir, pero solo dice:
—Avísame si cambias de opinión.
—Um. Okey. —¿Supongo que ahora tengo una montaña de músculos
de un metro noventa de mi lado? Es un poco agradable. Debería hacer
sopa más a menudo—. Entonces, ya que te tengo aquí —y para evitar
volver a caer en un silencio incómodo—, ¿qué pasa con las fotos?
—¿Las fotos?
—Las fotos en blanco y negro de árboles y lagos y esas cosas.
Colgando literalmente de cada pared.
—Simplemente me gusta tomarlas.
—Espera. ¿Tomaste las fotos tú mismo?
—Sí.
—¿Significa que en realidad has estado en todos esos lugares? 69
Traga una cucharada de sopa, asintiendo.
—Son principalmente parques nacionales. Unos cuantos estatales.
Algunos de Canadá también.
Estoy un poco sorprendida. No solo las imágenes son buenas, de nivel
profesional, sino que también…
—Está bien —señalo el marco detrás de la mesa, un arco de Mobius
en lo que parece Sierra Nevada—, ese no es el trabajo de alguien que
odia el medio ambiente.
Me da una mirada perpleja.
—¿Yo odio el medio ambiente?
—¡Sí! —Parpadeo—. ¿No?
Se encoge de hombros.
—Puede que no haga abono con mis propias heces ni aguante la
respiración para evitar emitir CO 2, pero me gusta la naturaleza.
Estoy un poco estupefacta.
—¿Liam? ¿Puedo hacerte una pregunta que posiblemente haga que
quieras tirarme el cuenco de sopa a la cabeza?
—No será así.
—No has escuchado la pregunta.
—Pero la sopa es realmente buena.
Sonrío. E inmediatamente me siento cohibida por la oleada de calidez
que surge dentro de mí al saber que le gusta mi comida. ¿A quién le
importa si lo hace? Es un tipo al azar. Es Liam Harding. En notas
oficiales, lo odio.
—Dijiste que realmente respetabas el trabajo de Helena. Y que ella era
tu tía favorita. Y que eran cercanos. Pero trabajas en FGP Corp, y me he 70
estado preguntando…
—¿Cómo sigo vivo?
Me río.
—Más o menos.
—No estoy muy seguro de por qué me perdonó.
—Un poco fuera de lugar, ¿no?
—Escondía los cuchillos afilados cada vez que me visitaba. Pero se
centró principalmente en enviarme mensajes de texto diarios sobre todo
el mal que FGP Corp está haciendo en el mundo. ¿Tal vez iba por una
rutina lenta?
—Yo solo… No entiendo cómo amas a Helena y la naturaleza y
trabajas en una empresa que presiona para eliminar los impuestos al
carbono como si su objetivo fuera sumergir a la civilización en una
oscuridad ardiente.
Él suelta una carcajada.
—¿Crees que disfruto trabajando allí?
—Supuse que lo harías. Porque parece que trabajas todo el tiempo. —
Me sonrojo, está bien, tengo su horario memorizado, demándame, pero
a él no parece importarle—. Tú… ¿no lo haces?
—No. Es una empresa de mierda y odio todo lo que representa.
—Oh. Entonces porque… —Me rasco la nariz. Vaya. No esperaba
eso—. Eres abogado. ¿No puedes, um, ejercer en otra parte?
—Es complicado.
—¿Complicado?
La cuchara raspa el fondo del recipiente por un momento.

71
—Mi mentor me reclutó.
—¿Tu mentor?
—Fue uno de mis profesores. Le debo mucho: me ayudó a organizar
todas mis pasantías, me aconsejó durante la facultad de derecho.
Cuando me pidió que tomara este trabajo, no sentí que pudiera decir
que no. Es mi jefe ahora, y… —Se recuesta en su silla y se pasa una mano
por el cabello. Cansado. Se ve muy cansado—. Tengo muchos
sentimientos en conflicto respecto a lo que hace FGP Corp. Y no me
gusta la empresa, ni su misión. Pero al final, es bueno que esté cerca. Si
no fuera yo, otra persona haría mi trabajo igual de bien. Y al menos
puedo estar ahí para el equipo que dirijo. Y hacer de intermediario entre
ellos y mi jefe cuando sea necesario.
Pienso en las palabras que escuché anoche. Poco ético. Mal.
—¿Es él con quien estabas discutiendo? ¿Por teléfono? —Levanta una
ceja y mis mejillas se calientan—. ¡Te prometo que no estaba escuchando
a escondidas! —Pero Liam se encoge de hombros como si no le
importara. Así que sonrío, inclinándome hacia adelante sobre la mesa—
. Está bien, tal vez lo estaba. Solo un poco. Entonces, ¿cuál es su apellido?
—¿De quién?
—El de tu jefe. ¿Tal vez pueda hablar con él mientras tú hablas con Ted?
¿Algún buen y viejo acoso por poder recíproco? ¿Advertencia mutua?
¿Deja a mi amigo en paz?
Entonces me sonríe, una sonrisa plena y real. Su primera en mi
presencia, creo, y hace que el echo natural de respirar sea mucho más
difícil y la temperatura de la habitación mucho más caliente. ¿Por qué es
tan guapo? Lo miro fijamente, sin palabras, sin poder hacer otra cosa
que fijarme en el claro color marrón de sus ojos, en la forma en que se
estiran sus labios, en el hecho de que parece estudiarme con una
expresión cálida y amable, y...
Nuestros ojos se lanzan a su teléfono. Que vuelve a sonar.
—¿Trabajo? —pregunto. Mi voz es ronca. 72
—No. Es… —Se levanta de la mesa y se aclara la garganta—.
Perdóname. Vuelvo enseguida.
Mientras sale, lo escucho reírse. Al otro lado del teléfono, una voz
femenina dice su nombre.
Capítulo 6
Hace cuatro meses
Salgo de la ducha con cuidado, dejando que los dedos de mis pies se
hundan en la gruesa y suave alfombra. Resulta ser una elección
letalmente mala, porque lo hago en el mismo momento en que Liam abre
la puerta del baño para dar un paso dentro.

73
Eso me lleva a saltar. Y a agitarme. Y a gritar:
—¡Aaaaaaaaah!
—¿Mara? Qué…
—¡Aaah!
—Lo siento, yo no…
Todo mi cuerpo está resbaladizo y frenético; no es una buena
combinación. Casi pierdo el equilibrio tratando de envolver la cortina
de la ducha a mi alrededor. Luego pierdo el equilibrio y estoy segura de
que Liam puede verlo todo.
El ombligo abierto del que Hannah siempre se burla.
La cicatriz de lacrosse en forma de hoz sobre mi teta derecha.
Dicha teta derecha, y la izquierda.
Por una fracción de segundo ambos permanecemos inmóviles.
Mirándonos el uno al otro. Incapaz de reaccionar. Entonces digo:
—¿Puedes, podrías, um, pasarme esa toalla de allí?
—Ah, claro. Aquí tienes. Yo…
Extiende su brazo y gira hacia el otro lado mientras envuelvo la toalla
(su toalla, la toalla de Liam) a mi alrededor. Es esponjosa y limpia y
huele bien y, ¿quién usa toallas negras? ¿Quién los produce? ¿Dónde los
compra, Baños Sangrientos y Más?
—¿Mara? —Está parado debajo del marco de la puerta,
deliberadamente apartando la mirada de mí.
—¿Sí?
—¿Por qué estás en mi baño?
Mierda.
—Lo siento. Lo siento mucho Mi ducha no funciona, y… Creo que hay
un problema con una de las tuberías, y… No lo sé, pero llamé a Bob. 74
—¿Bob?
—El fontanero. Bueno, un fontanero. Vendrá mañana por la mañana.
—Vaya.
—Pero salí a correr antes, y estaba toda sudorosa y maloliente, así
que…
—Ya veo.
—Lo siento. Debería haber preguntado antes. Puedes darte la vuelta
ahora, por cierto. Ya estoy decente.
Liam se gira. Pero solo después de unos diez segundos de lo que
parece un debate interno bastante intenso. Sus expresiones nunca son
las más fáciles de leer, pero parece un poco nervioso.
Mucho, en realidad. Incluso más de lo que yo lo estoy.
Lo cual es extraño. Es a mí a quién acaban de ver desnuda, y
probablemente Liam esté muy acostumbrado a estar con mujeres
desnudas. Es decir, mujeres realmente desnudas. Mucho más desnudas
de lo que estoy actualmente. Seamos realistas: es probable que su ex sea
un ángel de Victoria’s Secret que recientemente dejó de modelar para
terminar un doctorado en historia del arte y convertirse en restauradora
junior en el Smithsonian. Tiene un ombligo impecable y sabe qué botón
del PlayStation apretar para lanzar una granada. ¿Dije su ex? Todavía
están saliendo, por lo que sé. Tienen una vida sexual muy atlética. Estoy
hablando de juegos de rol y juguetes. Acción a tope. Mucho oral, en el
que ambos sobresalen. Está bien, este tren de pensamientos necesita
estrellarse ahora mismo.
¿Tal vez solo siente vergüenza ajena? No es que deba estarlo. Soy
bonita. Quiero decir, creo que soy bonita. Linda, pecosa, desearía-ser-
dos-pulgadas-más-alta, un poco-consciente-de-esa-joroba-en-mi-nariz.
A veces, normalmente después de que Sadie me ha puesto delineador
de ojos, incluso creo que soy hermosa. Pero nunca seré tan atractiva
como Liam. ¿Es por eso que está haciendo esta cosa extraña, mirándome 75
mientras obviamente hace todo lo posible por no mirar?
—Siento mucho no haberte advertido. Pensé que estabas fuera de la
ciudad o algo así. Porque no viniste a casa anoche, y…
Me siento un poco avergonzada de haberlo notado. Pero ¿cómo
podría no hacerlo? Desde la tormenta de nieve, hemos entrado en este
ritmo extraño. Cenar juntos a las siete. No es que haya un acuerdo
reconocido ni nada, pero sé desde antes que él solía comer un poco más
tarde, y sé por toda mi vida que yo solía comer un poco antes, y de
alguna manera convergimos en un momento que funciona para
ambos… Tal vez estuve cerca de enviarle un mensaje de texto anoche.
Pero decidí no hacerlo, porque parecía cruzar algún tipo de línea tácita.
—No, yo solo… Tuve que quedarme en el trabajo. Por un plazo. Iba a
avisarte, pero… —¿No querías cruzar algún tipo de línea tácita? Quiero
preguntar. Pero uno no habla de cosas tácitas, así que solo voy con:
—Por supuesto. —Me aclaro la garganta—. Iré a mi habitación. A
vestirme.
—Bien.
Hago el amago de irme. Excepto que Liam sigue parado allí,
bloqueando la salida. La única salida, si no se cuenta la ventana, que
considero brevemente antes de reconocer que no es una opción factible.
No en mi actual estado de desconexión.
—Estás… —No parece entender dónde está. Le haría gestos y señalaría
para que se diera cuenta que necesita salir del camino, pero tengo que
agarrar mi toalla con ambas manos para evitar volver a impactarlo, y
—Vaya. Oh, cierto, yo… —Da un gran paso hacia un lado. Demasiado
grande, básicamente está pegado al fregadero ahora.
—Bien. Gracias de nuevo por dejarme usar tu baño.

76
—No hay problema.
Realmente debería irme ahora.
—Y tomé prestado un poco de tu champú. Bueno, robé. No es como
si alguna vez fuera a devolverlo. Pero, ya sabes.
—Está bien.
—Me encanta Old Spice, por cierto. Excelente elección.
—Oh. —Liam mira a todos lados menos a mí—. Solo tomo el primero
que veo en la tienda.
Sé en ese momento, simplemente lo sé, que Old Spice es la marca
favorita de productos de higiene personal de William K. Harding, y que
sufre una profunda vergüenza por ello.
—Correcto. Por supuesto. —Puede ser adorable, a veces—. Oye, solo
para tu información, no estoy avergonzada. Así que tú tampoco deberías
estarlo.
—¿Qué?
—No me importa que me hayas visto desnuda. Porque sé que no te
importa. Solo digo que no tenemos que ser raros al respecto. Créeme —
me río—, sé que no vas a usar las diminutas tetas pecosas de tu molesta
compañera de piso pelirroja como material para el banco de placer.
Espero que responda con una broma, como suele hacer, pero no lo
hace. Él no responde en absoluto, de hecho. Simplemente aprieta los
labios, asiente una vez y, de repente, las cosas se sienten aún más
incómodas. Mierda.
—De todas formas. Gracias de nuevo.
—De nada.
Salgo con un pequeño gesto y me doy cuenta de dos cosas: está
mirando fijamente a sus pies, y su mano izquierda es un puño apretado

77
a su lado.
Capítulo 7
Hace tres meses
No hay nada malo con la guía de ondas. Eso, lo sé con seguridad. El
transformador y el agitador también parecen estar bien, lo que me hace
pensar que el problema esté en el magnetrón. Ahora, no soy realmente
una experta, pero espero que si jugueteo con el filamento, el ensamblaje
se arreglará solo y…
—¿Esto es porque anoche vimos Transformers? 78
Miro hacia arriba. Liam, con una suave sonrisa en su rostro, está
parado al otro lado de la isla de la cocina, observando las partes del
microondas que meticulosamente coloqué sobre la encimera de mármol.
Puede que haya hecho un gran desorden.
—Era esto o escribir un fanfiction sobre Optimus Prime.
Él asiente.
—Buena elección, entonces.
—Pero además, tu microondas no funciona. Estoy tratando de
arreglarlo.
—Puedo comprar uno nuevo. —Su cabeza se inclina. Estudia los
componentes con el ceño ligeramente fruncido—. ¿Esto es seguro?
Me pongo rígida.
—¿Estás preguntando porque soy mujer y, por lo tanto, no puedo
hacer nada remotamente científico sin causar contaminación radiactiva?
Porque si es así, yo…
—Pregunto porque no sabría por dónde empezar, y porque soy tan
ignorante acerca de cualquier cosa remotamente científica que podrías
estar construyendo una bomba atómica y yo no sería capaz de notarlo
—dice con calma. Como si ni siquiera necesitara ponerse a la defensiva,
porque la idea de que yo sea una chica de cerebro insignificante ni
siquiera se le pasó por la cabeza—. Pero claramente puedes. —Una
pausa—. Por favor, no construyas una bomba atómica.
—No me digas lo que tengo que hacer.
Él suspira.
—Haré sitio para el plutonio en el cajón del queso.

79
Me río y me doy cuenta de que es la primera vez que lo hago en horas.
Lo que, a su vez, me hace suspirar.
—Es solo… Sean se está comportando como un idiota total. Otra vez.
Su expresión se oscurece con comprensión.
—¿Qué hizo?
—Lo normal. ¿Ese proyecto del que te hablé? Le estaba explicando
esta idea realmente genial sobre cómo solucionarlo, pero solo me dejó
hablar durante medio minuto antes de decirme por qué no funcionaría.
—Jugueteo con el magnetrón y empiezo a montar de nuevo el
microondas. En el momento en que ambas manos están ocupadas, un
mechón de cabello decide caer en mi ojo izquierdo. Lo soplo—. La
cuestión es que ya había considerado todas sus objeciones y encontrado
soluciones. ¿Pero me dejó continuar? No. Así que ahora vamos con un
método mucho menos elegante y… —Me aclaro. En este punto, Liam
recibe de mi parte de dos a cuatro diatribas relacionadas con Sean a la
semana. Lo menos que puedo hacer es mantenerlas cortas—. De todas
formas. Siento haberme puesto a la defensiva.
—Mara. Deberías denunciarlo.
—Lo sé. Es solo… este comportamiento de menosprecio constante es
tan difícil de probar, y… —Me encojo de hombros, mala idea, ya que mi
cabello ahora está de vuelta en mis ojos. Me siento un poco atascada.
Muy atascada.
—Entonces, ¿cuál es el apellido de Sean? —pregunta Liam.
—¿Por qué?
—Solo curiosidad. —Intenta sonar casual, pero lo hace muy mal.
Claramente es el peor mentiroso del mundo. ¿Cómo se graduó de la
facultad de derecho? Me hace sonreír cada vez.
—Tienes que practicar —digo, apuntándolo con mi destornillador.
—¿Practicar?

80
—Practicar al decir…
Mi voz se interrumpe. Porque Liam se acerca para rozar con sus dedos
mi pómulo, con una leve sonrisa en los labios. Mi cerebro sufre un
cortocircuito. ¿Qué...? ¿Él acaba de...?
Vaya. Oh. Mi pelo. Mi mechón de cabello perdido y rebelde. Lo metió
detrás de mi oreja. Solo está siendo amable y ayudando a su compañera
de cuarto pelirroja y torpe, quien a su vez se está tirando un gran pedo
cerebral. Cuanta clase, Mara. Muy elegante.
—¿Practicar decir qué? —pregunta, sin dejar de mirar la concha de mi
oreja. Probablemente esté deforme, y nunca lo supe.
—Nada. Al decir mentiras. Yo… —Me aclaro la garganta. Cálmate,
Floyd—. Oye, ¿sabes qué? —Trato de mantener mi tono ligero. Cambiar
el tema—. El comienzo de esta convivencia fue una absoluta pesadilla,
pero esto me gusta mucho.
—¿Esto?
—Esta cosa. —Comienzo a atornillar la placa trasera del
microondas—. Donde conversamos sin tirarnos sillas y tú
despreocupadamente preguntas los apellidos de los tipos que son malos
conmigo con la idea obvia de cometer actos no autorizados de justicia
por mano propia contra ellos.
—Eso no es lo que…
Levanto mi ceja. Se sonroja y mira hacia otro lado.
—De todos modos, me gusta mucho más esto. Ser amigos, supongo.
Él me mira.
—No soy tu amigo.
—Oh. —Casi retrocedo. Casi—. Vaya. Yo… lo siento. No quise dar a
entender que…
—La otra noche, Eileen le dio una rosa a Bernie y dijiste que era una
buena jugada. Eso no es algo que pueda aceptar de un amigo.
Me echo a reír.
81
—Vamos, es lindo. Es un entrenador de perros. ¡Le gusta el K-pop!
—¿Ves? La razón por la que eres mi enemiga jurada.
Sacude la cabeza en desaprobación, y me río con más fuerza, y luego
mi risa se apaga y por un segundo solo estamos sonriendo el uno al otro
y una calidez líquida desconocida se derrama dentro de mí.
—Estoy segura de que Helena habría apoyado a Bernie.
Él resopla.
—Lo dices como si fuera una ratificación. Como si no tratara
constantemente de emparejarme con gente al azar que no me interesa en
absoluto.
—¡Hacía lo mismo conmigo!
—Y cuando era adolescente, salió con un tipo que había estado en
huelga de duchas durante cuatro meses.
—Oh Dios. ¿Por qué?
—No estoy seguro. ¿El medio ambiente?
—No, ¿por qué estaba saliendo con él?
Liam se estremece.
—Aparentemente, y cito textualmente, “tenían una química carnal
asombrosa”.
Contemplo morbosamente la vida sexual de Helena hasta que Liam
rompe el silencio y pregunta:
—¿Alguna vez pensaste en cambiar de trabajo?
Niego con la cabeza.
—Es la EPA. Donde siempre quise estar. En serio, la Mara, de quince
años, viajaría en el tiempo para darme una paliza si lo dejara. —Sin
embargo, creo que capté una nota extraña en su pregunta—. ¿Por qué
preguntas? ¿Alguna vez has pensado en cambiar de trabajo? 82
Él también niega con la cabeza.
—No podría —dice. Pero estoy empezando a conocerlo, un poco.
Estoy más en sintonía con sus estados de ánimo, sus pensamientos, la
forma en que se encierra en sí mismo cada vez que considera algo serio.
Hay una especie de muro que construye entre él y todos los que intentan
conocerlo. A veces desearía que no existiera. Así que lo empujo
suavemente y pregunto:
—¿Cómo van las cosas en el trabajo?
Se queda en silencio durante un rato, con las manos apretadas contra
la isla, mirándome en silencio mientras termino de atornillar las piezas.
Mi cabello permanece escondido de forma segura detrás de mi oreja.
—Me pidió que despidiera a alguien hoy.
—Vaya. —Ya sé a quién se refiere. Mitch. El jefe de Liam. A quien odio
en privado con la intensidad de mil hornos de microondas. Es la razón
por la que Liam siente que no puede empacar sus títulos de posgrado a
precio de órgano del mercado negro y sus años de experiencia como un
malvado abogado corporativo y encontrar otro trabajo—. ¿Por qué?
—Alguien en mi equipo cometió un error realmente estúpido. Pero
reparable. Y aun así… es solo un error. Todos nos equivocamos, sé que
yo también cometo errores. —Se frota distraídamente el dorso de la mano
contra los labios—. Realmente pensé que podría disuadirlo.
Sacude la cabeza y yo frunzo el ceño. Y presiono mis labios juntos. Me
ordeno contar hasta cinco antes de decir algo, solo para evitar ser
intrusiva o agresiva. Cinco, cuatro, tres…
—Honestamente, tu jefe es una pepita de mierda que no te merece y
deberías renunciar y dejar que revuelva su propio caldo de mierda.
Liam mira hacia arriba, sorprendido. Y divertido, creo.

83
—¿Una pepita de mierda?
Me ruborizo.
—Un insulto valioso pero subestimado. Pero Liam, de verdad,
mereces tener un trabajo mejor. Y antes de que señales que es hipócrita
de mi parte decirte que cambies de trabajo cuando yo no lo he hecho,
permíteme decirte que es una situación totalmente diferente. Amo mi
trabajo, simplemente odio a las personas con las que tengo que hacerlo.
Incluyendo a Sean. Especialmente Sean. Realmente, sobre todo a Sean.
—Oh, cómo me encantaría hervir mis calcetines después de correr, hacer
una sopa con ellos y luego dársela a Sean.
—Podrías pedir una transferencia.
—Planeo hacerlo. Pero no ayudará. —Me encojo de hombros y vuelvo
a enchufar el microondas—. La EPA va a abrir una nueva unidad. Estoy
solicitando ser transferida, pero Sean El Idiota, también. —Pongo los
ojos en blanco—. Es imposible deshacerse de él. Es como un hongo
parásito en las uñas de los pies.
—¿Así que estarás compitiendo contra él por el puesto?
—Bueno no. Está solicitando ser el líder del equipo. Yo estaría entre
la plebe, una humilde miembro en dicho equipo.
—¿No puedes liderar porque no tienes suficiente antigüedad?
—Oh, no creo que haya requisitos de antigüedad.
—Entonces, ¿por qué no te postulas para liderarlo?
—Porque… —Cierro la boca y miro mi destornillador. Sí. ¿Por qué?
¿Por qué no solicitaría el puesto de líder? ¿Qué está mal conmigo? No es
que Sean sea más inteligente que yo. Solo le encanta imponer el sonido
de su propia voz a los transeúntes desprevenidos. Y tal vez no tengo
suficiente experiencia en liderazgo para saber que seré una buena jefa,
pero tengo suficiente experiencia con Sean para saber que él no lo será.
Sigue llamándome Lara, por el amor de Dios. En correos electrónicos.
Vamos, que me escribe a mi dirección de correo electrónico,
marafloyd@epa.gov. Amigo, ¿puedes literalmente copiar y pegar? 84
Miro hacia arriba. Liam me mira con una expresión tranquila, como si
esperara pacientemente a que llegara a esta conclusión exacta: soy mejor
que Sean. Porque todos son mejores que Sean, y eso me incluye a mí.
Siento un escalofrío de algo cálido que me recorre la columna, como
si me estuvieran abrazando. Lo cual es raro, ya que nadie me ha
abrazado en… Dios, meses. No desde Helena.
—Te diré algo. —Pongo mis manos en mis caderas, repentinamente
determinada—. Voy a postularme para el puesto de líder.
—Es exactamente lo que deberías…
—Solo si dejas tu trabajo.
Hace una pausa, luego exhala una carcajada.
—Si dejo mi trabajo, ¿quién mantendrá en el costoso estilo de vida de
papel higiénico de varias capas al que estás acostumbrada?
—Tú lo harás, ya que probablemente estés sentado sobre montones
generacionales de dinero antiguo de Nueva Inglaterra. Además, podrías
seguir siendo abogado de otras corporaciones un poco menos
repugnantes. Si es que existe alguna, claro está. Y si hacemos este pacto
de sangre y consigo el trabajo, habrá algo aún mejor para ti.
—¿Me dejaras sostener la cabeza de Sean en la taza del inodoro?
—No. Bueno, sí. Pero también, si obtengo la posición de líder de
equipo, estaría ganando más dinero. Y finalmente podré mudarme. —
Sin necesidad de vender mi mitad de la casa.
La expresión de Liam cambia abruptamente.
—Mara…
—¡Piensa en ello! Tú, caminando desnudo en una casa
agradablemente helada, rascándote el trasero frente a una nevera llena
de salsa tártara, cocinando tacos a las tres de la mañana mientras 85
escuchas pop industrial posmoderno en tu gramófono. Pantallas
gigantes a tu alrededor emitiendo partidas de videojuegos las
veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Suena bien, ¿eh?
—No —dice rotundamente.
—Eso es porque olvidé mencionar la mejor parte: tu molesta ex
compañera de piso se habrá ido, no se verá por ningún lado —expreso—
. Ahora, dime que no vas a amar cada segundo de…
—No lo haré, Mara. Yo… —Se da la vuelta, y puedo ver que su
mandíbula se aprieta como solía hacerlo antes, cuando mi presencia en
esta casa lo molestaba y me consideraba la ruina de todo lo bueno. Pero
su mano se aprieta alrededor del borde del mostrador una vez, y parece
recuperarse. Me estudia durante un largo momento.
—Por favor —presiono—. No aplicaré si tú no lo haces. ¿De verdad
quieres condenarme a una vida atrapada junto a Sean?
Cierra los ojos. Luego los abre y asiente. Una vez.
—No dejaré mi trabajo…
—¡Oh vamos!
—…hasta que tenga otro en mira. Pero empezaré a buscar opciones.
Sonrío lentamente.
—Espera, ¿de verdad? —No pensé que esto funcionaría.
—Solo si solicitas el puesto de líder.
—¡Sí! —Doy unas palmadas de emoción—. Liam, te ayudaré. ¿Estás
en LinkedIn? Apuesto a que los reclutadores estarían sobre ti.
—¿Qué es LinkedIn?
—Puaj. ¿Tienes al menos una foto reciente?
Me mira sin comprender.
—Bien, te tomaré una foto. En el jardín. Cuando haya buena luz 86
natural. Ponte el traje de tres piezas color carbón y esa camisa azul, te
queda genial. —Arquea una ceja, e instantáneamente me arrepiento de
haber dicho eso, pero estoy demasiado emocionada con la idea de este
extraño pacto de suicidio profesional como para sonrojarme
demasiado—. Esto es increíble. Tenemos que darnos la mano para cerrar
el trato.
Extiendo mi mano, y él la toma de inmediato, la suya es firme, cálida
y grande alrededor de la mía, y podría ser la primera vez que nos
tocamos a propósito, en lugar del ocasional roce de brazos mientras
trabajamos juntos en la cocina o el casual roce de dedos mientras
clasifica mi correo. Se siente… agradable. Y correcto. Y natural. Me
gusta, y miro la cara de Liam para ver si a él también le gusta, y… hay
mil expresiones diferentes pasando por su rostro. Un millón de
emociones diferentes.
No puedo comenzar a analizar ni siquiera una.
—Trato hecho —dice, con la voz profunda y un poco ronca.
Utiliza su mano libre para encender el microondas, que, por cierto,
está funcionando de nuevo.
Capítulo 8
Hace un mes, dos semanas
La lluvia es mi tipo de clima favorito.
Las tormentas de verano con mis favoritas, con sus fuertes vientos y
aire caliente, la forma en que me hacen sentir como si estuviera sentada
en el interior húmedo de un globo que está a punto de estallar. Cuando

87
era niña, salía corriendo tan pronto como empezaba a llover solo para
mojarme, lo que parecía indignar a mi madre a más no poder.
Pero me conformo con poco. Apenas es febrero, temprano en la noche,
y las duras gotas golpeando en el plástico de mi paraguas, simplemente
me hacen feliz. Sonrío cuando abro la puerta principal. También voy
tarareando. Camino por el pasillo, escuchando la lluvia en lugar de lo
que sucede dentro de la casa, y esa debe ser la razón por la que no los
escucho.
Liam y una chica. No: una mujer. Están en la cocina. Juntos. Él está
recostado contra el mostrador. Ella está sentada sobre este, a su lado, lo
suficientemente cerca como para apoyar su mejilla en su hombro
mientras le muestra algo en su teléfono que los tiene a ambos sonriendo.
Es lo más relajado que he visto a Liam con nadie. Claramente, un
momento muy íntimo que no debería interrumpir, excepto que no puedo
obligarme a moverme. Siento que se me hunde el estómago y me quedo
clavada en el suelo, incapaz de retroceder mientras la mujer niega con la
cabeza y murmura algo en el oído de Liam que no puedo oír, algo que
lo hace reír en voz baja y profunda, y…
Debo jadear. O hacer algún tipo de ruido, porque en un momento se
están riendo, con los brazos apretados el uno contra el otro, y al siguiente
ambos están mirando hacia arriba. A mí.
Mierda.
Intento con todas mis fuerzas no dejar que mis ojos se fijen en lo
acogedor y cómodo que luce, lo familiar y en paz que está. No se parece
en nada a lo que ocurre cuando él y yo chocamos accidentalmente en el
pasillo, a esa tensión eléctrica que parece crepitar entre nosotros cuando
olvidamos que el otro está en la misma habitación y nuestras manos se
rozan. Pero de eso se trata, ¿no? Cualquier contacto físico entre Liam y
yo es probablemente no deseado por su parte, mientras que esto...
Esto es mortificante. Quiero salir de esta habitación y nunca volver.
Comprar una bolsa térmica para el almuerzo y una estufa para acampar,
llevármelos a mi habitación y ser completamente autosuficiente.
Sin embargo, la mujer no parece tan inquieta o cohibida por el hecho 88
de que está sentada en un mueble en una casa que no es la suya, con la
falda levantada para mostrar unas piernas largas y tonificadas. Ella me
sonríe, y de alguna manera, en algún lugar, encuentro mi voz.
—Lo siento. Lo siento mucho, no quise interrumpir… Quería agarrar
algo de beber, y yo… —¿Y yo? Y ahora iré a mi habitación a tirarme por el
inodoro. Adiós mundo cruel.
—Pensé que estarías… —La voz de Liam parece más grave de lo
habitual. Me pregunto si estaban a punto de llevarse, lo que sea que
estaba sucediendo cuando interrumpí, a su dormitorio. Oh Dios. Oh Dios,
acabo de interrumpir a mi compañero de piso y a su novia. Soy una perdedora—
. Fuera. Pensé que estarías fuera.
Vaya. De acuerdo. Se suponía que yo misma tendría una cita. Con
Ted. Algo que acepté hacer el otro día bajo el ímpetu de: «meh, ¿por qué
no?» Esta mañana le dije a Liam que llegaría tarde a casa, excepto que
terminé cancelando porque… Realmente no tenía ganas de ir.
Por alguna razón.
Que aún no tengo del todo clara.
—No. Quiero decir: Sí. Lo estaba. Pero… —Hago un gesto vago en el
aire. Tan buena explicación como se me ocurre.
—Oh.
—Sí. Yo… —Realmente debería ir a mi habitación y desaparecer
dentro del inodoro. Pero es difícil, con Liam mirándome así. Mitad
curioso, mitad feliz de verme, mitad… algo más. Es la primera vez que
lo encuentro con alguien que no es Calvin u otro de sus amigos a los que
obviamente conoce desde siempre, alguien que es claramente… Bueno.
Está en una cita. Con una mujer. A punto de echar un polvo,
probablemente. Y yo interrumpí. Mierda—. Yo… Me voy a ir ahora, para
que ustedes puedan…
—No es necesario —dice una voz. 89
¿Una voz? Ah. Sí. Sí. Cierto. Hay una tercera persona en la habitación.
Una mujer hermosa con cabello largo y oscuro, que todavía está sentada
en el mostrador, mirando con interés cautivador entre Liam y yo, y…
—Estaba a punto de irme —dice ella. Pero es mentira. Definitivamente
no estaba a punto de irse—. ¿Verdad, Liam?— Ella y Liam intercambian
una mirada silenciosa y cargada que daría medio riñón por poder
descifrar.
—Oh, no. No tienes que irte —digo débilmente—. Yo…
—Por cierto, me voy a presentar, ya que Liam claramente no va a
hacerlo. —Salta hacia abajo con una gracia que solo he visto antes en
bailarinas de ballet y gimnastas olímpicas, y extiende su mano. Me odio
a mí misma por tratar de recordar si es la misma mano que envolvió el
brazo de Liam mientras su cabeza estaba sobre su hombro—. Soy Emma.
Tú debes ser la famosa Mara.
Por qué ella sabría mi nombre es un absoluto misterio. A menos que
Emma y Liam vayan muy en serio, y entonces Liam habría mencionado
a su molesta compañera de piso una o dos veces, ¿y qué crees? Parece
que simplemente no puedo soportar la idea.
—Sí. Um… Un placer conocerte.
El apretón de manos de Emma es frío y firme. Sonríe brevemente,
amable y segura de sí misma, luego se gira para recoger su chaqueta de
un taburete.
—Bien. Esto fue divertido. Informativo, también. Mara, espero que
nos encontremos muchas veces más y tu… —Se vuelve hacia Liam. Su
voz baja, pero todavía puedo distinguir las palabras—. Anímate, amigo.
No creo que estés tan condenado a una vida de suspiros como crees. Te
llamare mañana. —Ella no es muy alta y tiene que pararse de puntillas
para besarlo en la mejilla, apoyando una mano en sus abdominales para
mantener el equilibrio, y si a Liam le molesta tenerla en su espacio, no

90
lo demuestra. Luego hay un gesto amistoso, dirigido a mí esta vez, un
alegre: «Buenas noches». Escucho el sonido de sus tacones contra el piso
de parquet en su camino hacia la entrada, y luego…
Se ha ido.
Ese ruido es la puerta principal abriéndose y cerrándose, lo que
significa que Liam y yo estamos solos.
—Liam, lo siento mucho. No quise…
—¿No quisiste qué? —Se rasca la nuca, luciendo confundido por mi
reacción. Todavía está apoyado contra el mostrador, y no puedo
obligarme a alejarme de la entrada. No puedo obligarme a continuar y
disculparme por interrumpir su cita. Me iba a ir. Lo prometo. Podrían haber
continuado en tu habitación, Liam. No me hubiera importado. De verdad.
—¿Cómo estuvo la entrevista?
Levanto la vista de inspeccionar mis zapatos.
—¿Qué?
—¿Tu entrevista de hoy? ¿Para el puesto de líder?
—Ah. —Cierto. La entrevista. De la que me he estado quejando
durante días. La que practiqué con él ayer. Y el día anterior. La que
probablemente se sabe de memoria—. Um, muy bien. Bien. Bueno está
bien. Ha sido aceptable.
—Está empeorando con cada palabra que dices.
Me estremezco.
—Fue… Me tropecé un poco.
—Ya veo.
—¿Pero tal vez aun así lo haya hecho mejor que Sean?
—¿Tal vez?
—Probablemente.
Liam sonríe. 91
—¿Probablemente?
Le devuelvo la sonrisa.
—Casi seguro.
—Qué mejora tan rápida.
Me río, y él se aparta del mostrador y viene a pararse justo en frente
de mí. Como si quisiera estar más cerca para esta conversación. Más
cerca de mí.
—Sin embargo, podría suponer una mala noticia para ti —digo.
—¿Por qué?
—Si obtengo este puesto, tú también tendrás que dar un paso al frente
y encontrar un nuevo trabajo.
—Ah. Sí.
—Hicimos un trato.
—Un trato es un trato.
—Además, después de la entrevista nos dieron información sobre el
salario. Es un gran aumento. Definitivamente podré mudarme.
Sus ojos se endurecen, luego cambian de nuevo a una máscara neutral.
—Correcto.
—¿Qué? —Me burlo de él—. ¿Tienes miedo de no poder permitirte
comprar tu propia crema para café? —¿Para qué la usa? Todavía no lo sé.
—Solo me preocupa que tenga que ver a Eileen tomar decisiones
terribles de vida por mi cuenta.
—Eileen sabe lo que está haciendo. Como expliqué en la última
entrada de mi blog.
—Que, por supuesto, he leído. 92
Él no es gracioso. Él no es tan divertido. No estoy medio enamorada de
su extraño sentido del humor.
—No puedo creer que hayas comentado «borra tu cuenta». Eso es
acoso cibernético, Liam.
Todavía está sonriendo, y hay algo cálido desplegándose en mi pecho
ahora. Que realmente no debería estar allí, porque… porque no.
—¿Tú y tu amiga están…? —pregunto.
—¿Mi amiga?
—Emma.
—Ah.
Silencio. Me retuerzo las manos, dándome cuenta de que en realidad
no he formulado una pregunta. ¿Es ella tu… No. Demasiado directo.
¿Ustedes dos están saliendo? ¿Y qué es este salto en mi corazón mientras
contemplo la idea? Tal vez Liam nunca ha mencionado una novia. O
cualquier otra chica. Pero ¿qué me hizo pensar que…? ¿Qué estaba
viviendo en celibato? No es que sea de mi incumbencia, de todos modos.
Solo somos amigos. Buenos amigos. Pero solo amigos.
—¿Qué? —Me da una larga mirada, como si acabara de hacer una
pregunta absurda que no se basa en la realidad. La realidad de que acabo
de encontrarlos compartiendo demostraciones públicas de afecto.
—Pensé que ustedes dos…
—No. —Niega con la cabeza una vez. Luego la sacude de nuevo—.
No, Emma es… Nos conocemos desde el jardín de infantes y ella… No.
Somos amigos, buenos amigos, pero nada de eso.
—Oh. —¿Oh? ¿En serio? De ninguna manera. ¿O sí?
—Solo somos amigos —repite de nuevo. Como si quisiera asegurarse
de que lo sé. Como si tuviera miedo de que no le crea. Lo cual, para ser

93
justos, no lo hago. Mírala. Míralo—. Ella en realidad… Ella sabe que
yo… —Se pasa una mano por la cara, como siempre hace cuando está
abrumado o cansado. Es un gesto que estoy viendo más últimamente.
Porque Liam me ha dejado ver más de él. No todo es malo, los bordes
afilados y los surcos profundos de la personalidad de este hombre.
Inesperados, pero no está nada mal.
—¿Ella sabe qué?
—Que no suelo… Nunca… Bueno, casi nunca, al parecer… —Liam
niega con la cabeza, como si dijera. No importa, y sigo sin saber qué es lo
que casi nunca hace, porque no continúa y no estoy segura de querer
investigar. Además, me está mirando de una manera que no puedo
entender, y de repente siento que es hora de salir corriendo.
—Me voy a dormir, ¿de acuerdo? —Sonrío—. Tengo que madrugar,
mañana.
Él asiente.
—Claro. Por supuesto. —Pero cuando estoy casi fuera de la
habitación, me llama—. ¿Mara?
Hago una pausa. No te des la vuelta.
—¿Sí?
—Yo… Qué tengas buenas noches.
No suena como lo que originalmente quiso decir. Pero respondo:
—Tú también —y vuelvo corriendo a mi habitación.

94
Capítulo 9
Hace un mes
—Me divertí mucho esta noche.
—Bueno. Gracias. Quiero decir… —Me aclaro la garganta—. Yo
también.
Ted no es más que predecible. Me llevó al restaurante etíope que le
dije que tenía ganas de probar (excelente); planteó temas de
conversación sobre los que sé lo suficiente como para sentirme cómoda,
95
pero no tan familiares como para aburrirme durante los primeros cinco
minutos; y ahora, ahora que me acompañó a mi puerta, se inclinará y
me besará, tal como podría haber anticipado cuando me recogió hace
exactamente tres horas.
Previsiblemente, será un buen beso. Un beso sólido. Probablemente
podría conducir a un buen sexo si decidiera invitarlo a tomar una copa.
Sexo sólido. He pasado mucho tiempo sin tener sexo. Estamos hablando
de años, aquí. Helena abriría el champán y me recordaría que
desempolve las telarañas.
Y aun así.
No tengo intención de pedirle que entre. Realmente han pasado años,
pero esto con Ted no se siente… correcto.
Es un buen tipo, pero no va a funcionar, por una gran cantidad de
razones. Eso, me digo a mí misma, no tiene nada que ver con el tiempo
que Liam me miró hoy, antes de que Ted se detuviera en nuestra
entrada. O con la forma en que instantáneamente desvió la mirada
cuando lo atrapé. O con la tonalidad ronca de su voz cuando se fijó en
mi vestido y dijo:
—Yo… Estás preciosa.
Sonaba como si quisiera decir algo más. Un poco melancólico. Casi
disculpándose. Me hizo arrepentirme de pasar treinta minutos
maquillándome para salir con otra persona, un pobre chico al que ni
siquiera quiero impresionar por la sencilla razón de que no es…
Sí.
—Yo… —Respiro hondo y doy un paso atrás de Ted, cuyo único
defecto es… no ser otro chico. No puedo imaginarlo viendo The Bachelor
conmigo, lo que aparentemente es un factor decisivo. Quién lo iba a
decir, ¿eh?—. Voy a entrar ahora. Pero gracias por todo. Tuve una velada
encantadora.
Si Ted está decepcionado, no puedo decirlo. Para su crédito, duda solo 96
brevemente. Luego sonríe y se retira a su auto sin ningún te llamo luego
o un hasta la próxima que ambos sabemos que no serían más que mentiras
de cortesía. Agradezco en silencio a los dioses de la EPA por transferirlo
a otro equipo la semana pasada y entro.
Me sorprende encontrar a Liam en la sala de estar, sentado en el sofá
con una cerveza en una mano, una pila de papeles en la otra, y sus
anteojos para leer ridículamente lindos posados en su nariz. O tal vez no
lo estoy. Es sábado por la noche, después de todo. Solemos pasar las
noches de los sábados en ese mismo sofá, viendo la tele, hablando de
todo y de nada. Tiene sentido que él esté aquí, aunque yo no estuviera.
Por mi vida, no puedo recordar una mejor actividad que quedarme en
casa en pijama y pasar el rato con mi compañero de piso.
—¿Qué estás leyendo?
Se fija en mi vestido corto pero no demasiado corto, mi cabello suelto,
mis labios rojos, e inmediatamente vuelve a mirar sus papeles.
—Solo un documento de orientación para el trabajo.
—¿Cómo lograr su propio derrame de petróleo en diez sencillos
pasos?
Sus labios se curvan hacia arriba.
—Creo que solo se necesitaría uno.
—Escucha, ya hemos hablado de esto. Está bien si no quieres
renunciar todavía, pero lo mínimo que puedes hacer es no trabajar los
fines de semana. Vamos, Liam. Hazlo por el medio ambiente.
Suspira, pero se quita las gafas y guarda los papeles. Sonrío y me
acerco para agarrar su cerveza y tomar un sorbo sin molestarme en
preguntar. Liam me estudia en silencio, pero no comienza a leer de
nuevo. Cuando levanto una ceja, ¿qué? cede y pregunta:
—¿No va a entrar?
—¿Quién? 97
Liam mira hacia la entrada.
—Ah. —Cierto. También existen otros hombres. Difícil de recordar, a
veces—. No. Ted no… Se fue a casa.
—Vaya.
—Yo no… No somos… —¿Cómo decirlo?—. No hemos…
Liam asiente, aunque es posible que no haya entendido lo que acabo
de murmurar. Y luego no dice nada. Y entonces las cosas parecen
ponerse un poco raras. Hay una extraña tensión en la habitación. Como
si los dos estuviéramos ocultando algo. Prefiero no buscar dentro de mí
misma para averiguar qué.
—Debería irme a la cama.
—Está bien. —Él traga—. Buenas noches.
Puede ser que las dos copas que tomé en la cita fueran demasiado, o
tal vez nunca me acostumbré a los tacones altos. El hecho es que pierdo
el equilibrio y tropiezo justo cuando trato de pasar junto a él. Sus manos,
grandes, sólidas y cálidas incluso a través de mi vestido, se cierran
alrededor de mis caderas hasta que estoy estable de nuevo. Estoy de pie,
y él está sentado, y así soy varios centímetros más alta que él, y… Es
nuevo verlo desde esta perspectiva. Se ve más joven, casi más suave, y
mi primer instinto de borracha es ahuecar su cara, trazar la línea de su
nariz, pasar mi pulgar por su labio inferior.
Me detengo antes de hacerlo, pero mi lento y fallido cerebro no lo
hace. Me alimenta con una imagen extraña: Liam sonriendo y
sentándome a horcajadas en su regazo. Empujando entre mis rodillas.
Sus manos rozando mis muslos, colándose debajo de mi vestido,
haciéndome cosquillas en la piel, haciéndome reír. Alcanza mi espalda
baja y su agarre se intensifica, sus largos dedos deslizándose bajo el
elástico de mis bragas, ahuecando mi trasero para presionarme contra
su… Ah. Está duro. Grande. Insistente. Me coloca exactamente como me
quiere y exhalo justo cuando gime en mi oído: 98
—Cuidado, Mara.
Espera. ¿Qué?
Parpadeo fuera de lo que sea que haya sido eso, justo cuando Liam me
suelta. Y dice:
—Cuidado, Mara. —Y doy un paso atrás antes de que pueda
humillarme con algo estúpido y completamente vergonzoso.
—Gracias. —Nuestras miradas se sostienen durante lo que parece
demasiado tiempo. Me aclaro la garganta—. ¿También te vas a la cama?
—Todavía no.
—No tienes permitido leer más cosas sobre derrames de petróleo,
Liam.
—Entonces tal vez juegue un poco.
—¿Sin Calvin? —Ladeo la cabeza—. ¿No dijiste que Calvin vendría?
—Se suponía que debía hacerlo.
—¿Sabes qué? —paso una mano por mi cabello. Es una decisión de
una fracción de segundo—. En realidad, no tengo tanto sueño tampoco.
¿Quieres que juegue contigo?
Él ríe.
—¿En serio?
—Sí. ¿Qué? —Me quito los zapatos, agarro una manta, con la que me
cubrió la primera noche, la que ha estado en esta habitación desde
entonces, y me dejo caer en el sofá, justo a su lado. Un poco demasiado
cerca, tal vez, pero Liam no se queja—. Tengo un doctorado. Puedo
pretender matar a los malos usando una… ¿palanca de mando?

99
—Controlador. —Sacude la cabeza, pero parece… feliz, creo—.
¿Alguna vez has jugado un videojuego?
—No. Siendo completamente sincera, se ven horribles y no estoy
segura de por qué una persona, obviamente inteligente, con un montón
de títulos de la Ivy League que cuestan más que mis órganos internos,
podría estar tan metido en esta mierda de bam, bam, pero tengo un blog
sobre The Bachelor, así que no tengo moral para recriminarte nada. —Me
encojo de hombros—. Entonces, ¿qué le pasó a Calvin?
—No pudo venir.
—¿Jugando con alguien más?
—Tenía una cita.
Tarareo.
—Tal vez deberías haberte unido a él. ¿Emma estaba ocupada?
Me lanza una mirada que no puedo descifrar del todo. Como si
hubiera algo catastróficamente mal en lo que dije.
—Te lo dije, Emma no quiere salir conmigo más de lo que yo quiero
salir con ella.
Lo dudo. ¿Quién no querría? Además, ¿qué tan asustado estarías si te dijera
que la otra noche soñé contigo y Emma, sentados uno al lado del otro en la
cocina? Estaba triste por ello. Pero solo durante un rato. Porque después de un
tiempo ya no eran tú y Emma. Éramos tú y yo y estabas parado entre mis
piernas y pusiste tus manos en la parte interna de mis muslos y los abriste más,
para hacerte espacio y…
—Entonces podrías salir con alguien más —le espeto. Para poner fin
a lo que estaba sucediendo en mi cabeza.
—No creo que quiera hacerlo, Mara.
—Bien. —Mi corazón da un salto—. No disfrutarías de una buena
comida, una conversación agradable y echar un polvo.
—¿Así fue tu cita? —pregunta en voz baja, sin mirarme a los ojos. 100
—Solo quise decir… —estoy nerviosa—, puede que disfrutes salir con
la persona adecuada.
—Deja de intentar canalizar a Helena.
Me río.
—Tengo que mantener la tradición familiar de entrometerme en la
vida personal de las personas. —Se me ocurre algo y jadeo—. ¿Sabes lo
que es realmente impactante?
—¿Qué?
—Que Helena nunca intentó emparejarnos. Como tú y yo. Juntos.
—Sí, eso es… —Liam se queda en silencio abruptamente, como si a él
también se le hubiera ocurrido algo. Se queda mirando algún punto en
la distancia por un momento y luego deja escapar una risa baja y
profunda—. Helena.
—¿Qué? —Él no me responde. Así que repito—, ¿Liam? ¿Qué?
—Me acabo de dar cuenta de algo… —Sacude la cabeza, divertido—.
Nada, Mara.— Quiero insistir hasta que me explique a qué revelación
parece haber llegado, pero me pone un mando en la mano y me dice—:
Juguemos.
—Okey. ¿A quién se supone que debo matar y cómo lo hago?
Él me sonríe, y un millón de chispas chisporrotean por mi columna.
—Pensé que nunca lo preguntarías.

101
Capítulo 10
Hace tres semanas
Cuando Liam llega a casa, apenas puedo sentir los dedos de mis pies,
me castañetean los dientes y soy más una manta que un ser humano. Me
estudia desde la entrada de la sala de estar mientras se quita la corbata,
con los labios apretados en diversión.

102
Imbécil
Me observa durante un largo momento antes de acercarse. Luego se
agacha frente a mí, amplía el espacio entre las capas de mantas para ver
mejor mis ojos y dice:
—Tengo miedo de preguntar.
—E-es-la calefacción no funciona. Ya lo investigué, creo que se ha
fundido un fusible. Llamé al tipo que lo arregló la última vez, d-debería
estar aquí en media hora.
Liam ladea la cabeza.
—Estás debajo de al menos tres Snuggies. ¿Por qué tienes los labios
azules?
—¡Hace mucho frío! No puedo entrar en calor.
—No hace tanto frío.
—Tal vez no hace tanto frío cuando tienes seiscientas libras de
músculos para aislarte, pero me voy a morir.
—¿En serio?
—De hipotermia.
Definitivamente está presionando sus labios para evitar sonreír.
—¿Te gustaría tomar prestado mi abrigo de piel de bebé foca?
Dudo.
—¿Realmente tienes uno?
—¿Lo querrías, si lo tuviera?
—Tengo miedo de averiguarlo.
Sacude la cabeza y se sienta a mi lado en el sofá.
—Ven aquí.
—¿Qué?
—Ven aquí.
—No. ¿Por qué? ¿Estás planeando robar mi asiento? Apártate. Me
103
tomó mucho tiempo calentarlo…
No llego a terminar la oración. Porque me levanta, Snuggies y todo, y
me lleva sobre su regazo hasta que mi trasero descansa sobre sus
muslos. Lo cual…
Vaya.
Esto es nuevo.
Por un momento, mi columna se pone rígida y mis músculos se tensan
por la sorpresa. Pero es muy breve, porque él es tan deliciosamente
cálido. Mucho más acogedor que mi estúpido lugar en el sofá y su piel…
huele familiar y bien. Muy, muy bien.
—Eres tan cálido. —Dejo que mi frente caiga contra su mejilla—. Es
como si generaras calor.
—Creo que todos los humanos lo hacen. —Su nariz toca la punta
helada de mi oreja—. Es física, o algo así.
—Primera ley de la t-termodinámica. La energía no se crea ni se
destruye—. Su mano sube por mi columna hasta mi nuca, y de repente
la temperatura sube cinco o diez grados. El calor lame mi columna y se
extiende alrededor de mi torso. Mis pechos. Mi barriga. Casi lloro.
—Excepto por ti, aparentemente —dice.
—Es tan injusto.— El pulgar de Liam está trazando patrones en la piel
de mi garganta, y no tengo más remedio que suspirar. Ya me siento
mejor. Estoy brillando…
—¿Qué seas a donde el calor va a morir?
—Sí. —Me entierro más cerca de su pecho—. Tal vez mis padres son
en secreto cambiaformas de tiburones. De la variedad poiquilotérmica
de sangre fría. Se olvidaron de advertirme que heredé cero habilidades

104
de termorregulación y que nunca debería vivir en tierra firme.
—Es la única explicación posible. —Su aliento choca contra mis sienes,
y me envuelve una agradable y ligera picazón.
—¿Por mi incapacidad patológica para mantener la homeostasis
térmica?
—Por lo poco que te aprecian. —De repente me está abrazando un
poco más fuerte. Un poco más cerca—. Además de por lo poco cocido
que te gusta el bistec.
—Yo… Me gusta medio cocido. —Mi voz tiembla. Me digo que es por
el frío y no porque se acuerde de las cosas que le conté de mi familia.
—Por favor. Básicamente lo comes crudo.
—Humph. —No tiene sentido discutir con él, no cuando tiene razón.
No cuando su mano sube y baja por mi brazo; un gesto cálido y
tranquilizador, incluso a través de las mantas—. ¿Crees que podrá
arreglar el fusible esta noche?
—Eso espero. Si no, iré corriendo a la tienda y te compraré un
calentador.
—¿Harías eso?
Se encoge de hombros. Hay alrededor de diez capas entre nosotros
(Liam subestimó enormemente los Snuggies que puedo usar a la vez)
pero se siente tan cálido y sólido. Hace unos meses, lo creía frío, en todos
los sentidos posibles. Cuando solía creer que lo odiaba.
—Se siente menos trabajo que llevarte a la sala de emergencias para
que recibas un tratamiento por congelación. —Su mejilla se curva contra
mi frente.
—No eres tan cruel cómo crees, Liam.
—No soy tan cruel cómo crees.
Me río y me recuesto para mirarlo, porque se siente como si estuviera

105
sonriendo, con una amplia sonrisa, y ese es un fenómeno raro y
maravilloso que quiero saborear. Aunque no lo está. Él también me está
mirando, estudiándome de esa forma grave y seria en que a veces lo
hace. Primero mis ojos, luego mis labios, y ¿qué es esto, este momento
de pesado y completo silencio que hace que mi corazón se acelere y mi
piel hormiguee?
—Mara. —Su garganta se mueve mientras traga—. Yo…
Unos golpes fuertes nos sobresaltan.
—El electricista.
—Oh. Sí. —Mi voz es a la vez estridente y sin aliento.
—Yo abriré la puerta, ¿de acuerdo?
Por favor, no. Quédate.
—Okey.
—¿Crees que podrás evitar entrar en hipotermia si te suelto?
—Sí. Probablemente. —No…— ¿Tal vez?
Pone los ojos en blanco de esa manera que me recuerda tanto a
Helena. Pero su sonrisa, esa que buscaba antes, aquí está. Por fin.
—Muy bien entonces. —Sin soltarme, se pone de pie y me lleva hasta
la entrada.
Escondo mi cara en su cuello, zumbando de calidez y algo más,
desconocido e inidentificable.

106
Capítulo 11
Hace dos semanas
Recibo la llamada telefónica un miércoles por la noche, antes de la
cena, pero después de haber regresado del trabajo.
Estoy notablemente serena en todo momento: Hago preguntas
pertinentes e importantes; incluso me acuerdo de agradecer a la persona

107
que llamó por compartir la noticia conmigo. Pero después de que ambos
colgamos, pierdo la cabeza por completo.
No llamo a Sadie. No le envío mensajes de texto a Hannah con la
esperanza de que tenga recepción en el vientre de cualquier cachalote
nórdico que sea su residencia actual. Corro escaleras arriba, casi
tropezando con las alfombras y muebles que han pertenecido a la familia
Harding durante cinco generaciones, y una vez que estoy frente a la
oficina de Liam, abro la puerta sin llamar.
Lo cual, en retrospectiva, no es mi momento más educado. Y tampoco
lo es el siguiente, cuando corro hacia Liam (que está hablando por
teléfono junto a la ventana), tiro mis brazos alrededor de su cintura sin
tener en cuenta lo que sea que esté haciendo, y grito:
—¡Lo tengo! Liam, ¡conseguí el trabajo!
Él no se inmuta.
—¿La posición de líder del equipo?
—Sí.
Su sonrisa es cegadora. Luego le dice:
—Te volveré a llamar —a quien quiera que esté al otro lado de la línea,
e ignora por completo el hecho de que su respuesta es «Señor, este es un
asunto urgente…» y arroja el teléfono en la silla más cercana.
Luego me devuelve el abrazo. Me levanta como si estuviera
demasiado feliz para que yo considerara siquiera detenerlo, como si esta
llamada telefónica que acabo de recibir cambiara mi vida y también la
suya, como si hubiera estado deseando esto tanto y tan intensamente
como yo. Y cuando me da vueltas por la habitación, un único y perfecto
torbellino de pura felicidad, ahí es cuando me doy cuenta.
De lo increíble y completamente perdida que estoy por este hombre.
Ha estado allí durante semanas. Meses. Susurrándome al oído,
arrastrándose hacia mí, golpeándome en la cara como un tren sobre una 108
vía de hierro. Se ha vuelto demasiado formidable y luminoso para que
lo ignore, pero está bien.
No quiero ignorarlo.
Liam me pone sobre mis pies. Sus manos se demoran en mí antes de
dar un paso atrás, una mano arrastrándose por mi brazo, la otra
empujando un mechón de cabello más allá de mi sien, detrás de mi oreja.
Cuando me suelta, quiero seguirlo. Quiero rogarle que no lo haga.
—Mara, eres fantástica. Brillante.
Me siento fantástica. Me siento brillante, cuando estoy contigo. Y quiero que
tú sientas lo mismo.
—Claramente merezco elegir qué ver en la televisión esta noche.
—Tú eliges qué ver en la televisión todas las noches.
—Pero esta noche en realidad me lo merezco.
Se ríe, sacudiendo la cabeza, sosteniendo mi mirada. El tiempo se
estira. La tensión pesada y dulce se espesa entre nosotros. Quiero
besarlo. Quiero besarlo tanto, tanto. ¿Debería preguntarle? ¿Me alejaría?
¿O me empujaría hacia atrás, me presionaría contra su escritorio, me
daría la vuelta y me sujetaría con una mano abierta entre mis omóplatos
y me susurraría Finalmente, y Quédate quieta, y Celebremos, y…
No. Detente.
Jadeo.
—Oh, Dios mío, ¿qué crees que está haciendo Sean en este momento?
—Llorar en el baño, espero.
—Ojalá esté tuiteando su desesperación y escuchando una lista de
reproducción de My Chemical Romance en Spotify. Debo ir a acecharlo
en las redes sociales. Vuelvo enseguida. —Trato de salir de la oficina de
Liam tan rápido como entré corriendo. Sin embargo, él me detiene con
una mano en mi muñeca. 109
—¿Mara?
—¿Sí?
Me doy la vuelta. Su rostro feliz e inusualmente abierto se ha
transformado en otra cosa. Algo más tenue. Opaco.
—Dijiste que… Hace unas semanas, dijiste que si conseguías el
trabajo, te mudarías.
Oh.
Oh.
El recuerdo apuñala como un cuchillo entre mis costillas. Yo dije eso.
Lo hice. Pero han sido semanas. Semanas de robar comida del plato del
otro y enviar mensajes de texto a la mitad del día para discutir sobre la
vida amorosa de Eileen y esa vez que me hizo reír tanto que no pude
respirar durante diez minutos.
Las cosas… ¿No han cambiado las cosas con nosotros? ¿Entre
nosotros?
Por un momento, no puedo hablar. No sé qué decir ante el hecho de
que su primer pensamiento fue que me mudaría… No, eso es poco
caritativo. Él estaba feliz por mí. Genuinamente feliz. Su segundo
pensamiento fue que finalmente volvería a vivir solo.
Trato de hacer una broma.
—¿Por qué? ¿Tan pronto me estás echando?
—No. No, Mara, eso no es lo que yo…
Su teléfono suena, interrumpiéndolo. Liam le da una mirada de
frustración, pero cuando sus ojos están sobre mí otra vez me he
recuperado.
Si Liam quiere vivir solo, está bien. Le caigo bien. Se preocupa por mí.
Es un gran tipo, sé todo eso. Pero ser amigo de alguien no equivale a
querer pasar cada momento de tu vida con esa persona y… sí. 110
Supongo que ese es mi propio problema a resolver. Algo en lo que
trabajar una vez que me mude y esta parte de mi vida termine.
—Por supuesto que voy a buscar un nuevo lugar. —Trato de sonar
alegre. Con resultados bastante poco satisfactorios—. No puedo esperar
para caminar desnuda y atiborrarme de crema para celebrar las
excelentes elecciones de vida de Eileen y… —No puedo obligarme a
continuar, y mi voz se apaga.
Los ojos de Liam permanecen retraídos. Ausentes, casi. Pero después
de un rato dice:
—Lo que quieras, Mara —en un tono amable y gentil.
Logro una última sonrisa y salgo de su oficina cuando la primera
lágrima golpea mi clavícula.
Capítulo 12
Hace una semana
No existe un plano dimensional en el que la búsqueda de un
apartamento (más precisamente: la búsqueda de un apartamento
mientras se tiene el corazón roto) pueda ser placentera. Debo admitir,
sin embargo, que mirar Craigslist en el teléfono con mis amigas mientras
tomo un sorbo del vino tinto caro que Liam obtuvo de un retiro de FGP
Corp alivia el dolor de la terrible experiencia. 111
Sadie acaba de pasarse una hora contando con todo lujo de detalles
que hace poco tuvo una cita con un ingeniero que luego resultó ser un
completo imbécil, un problema, dado que a ella le gustaba el tipo (le
gustaba mucho, mucho). Aunque ella está siendo inusualmente esquiva
al respecto, estoy 97 por ciento segura de que hubo sexo, 98 por ciento
segura de que el sexo fue excelente y 99 por ciento segura de que el sexo
fue el mejor de su vida. Lo que parece estar alimentando sus planes de
añadir veneno de sapo al café del tipo, lo cual, si conoces a Sadie, está
bastante a la altura.
Hannah está de regreso en Houston, lo cual es bueno para su conexión
a Internet, pero malo para su tranquilidad. Se ha estado peleando con
un tipo importante de la NASA que ha estado vetando su proyecto de
investigación de mascotas sin motivo alguno. A estas alturas Hannah
está, por supuesto, lista para cometer asesinato. No puedo ver sus
manos a través de FaceTime, pero estoy casi segura de que está afilando
un cuchillo.
Hay algo tranquilizador en escuchar acerca de sus vidas. Me recuerda
a la escuela de posgrado, cuando no podíamos pagar la terapia y nos
involucrábamos en algunas quejas comunitarias saludables cada dos
noches, solo para sobrevivir a la locura. Hubo algunos malos
momentos… Corrección, era la escuela de posgrado: hubo un montón de
malos momentos, pero al final, estábamos juntas. Al final, todo resultó
estar bien.
Así que tal vez eso es lo que sucederá esta vez también. Estoy a punto
de quedarme sin hogar, mi corazón se siente como una piedra, y quiero
estar con alguien mucho más de lo que ese alguien quiere estar conmigo.
Pero Sadie y Hannah están (más o menos) aquí y, por lo tanto, las cosas
saldrán (más o menos) bien.
—Los hombres fueron un error —dice Sadie.
—Un gran error —agrega Hannah.

112
—Enorme. —Me hundo más profundamente en el sofá de la sala,
preguntándome si Liam, mi error personal, vendrá a casa esta noche. Ya
son más de las nueve. Quizás salió a cenar. Tal vez, si tiene algo que
celebrar, dormirá en otro lado. Con Emma, quizá.
—A veces son útiles. —Señala Sadie—. Como ese tipo con una
camiseta de Korn que me ayudó a abrir un frasco de rábanos en
escabeche en 2018.
—Oh sí. —Asiento con la cabeza—. Recuerdo eso.
—Sin lugar a dudas, mi experiencia más profunda con un hombre.
—En retrospectiva, deberías haberle pedido que se casara contigo.
—Una oportunidad perdida.
—¿Podría ser que hemos tenido una mala suerte excepcional? —Hay
algo de ruido en el lado de la línea de Hannah. Quizá realmente esté
afilando un cuchillo—. ¿Podría ser que las mareas cambien y finalmente
conozcamos a tipos que no merecen ser alimentados con un plato de
chinchetas?
—Podría ser —digo. Sé positiva, me decía Helena. La negatividad es para
viejos como yo—. Realmente, todo podría ser. Podría ser que seamos
seleccionadas al azar para un suministro de por vida de Nutella.
Sadie resopla.
—Podría ser que el poema surrealista que escribí en tercer grado me
haga ganar el Premio Nobel de literatura.
—Que mi cactus realmente florezca este año.
—Que comenzarán a producir helados Twizzlers.
—Que Firefly tendrá la última temporada que se merece.
Nadie habla durante unos segundos. Hasta que Hannah dice:
—Mara, rompiste el flujo. Inventa algo encantador y, sin embargo,
inalcanzable.
—Correcto. Uhm, podría ser que cuando Liam vuelva a casa me pida
que no me mude, me incline sobre el mueble más cercano y me folle
113
duro y rápido. —Cuando termino la oración, Sadie se ríe y Hannah silba.
—Duro y rápido, ¿eh?
—Sí. —Niego con la cabeza—. Absolutamente absurdo, sin embargo.
—No. Bueno, no más que lo de mi poema —concede Sadie—.
Entonces, ¿cómo va el enamoramiento no correspondido?
—No es realmente un enamoramiento. —Sin embargo, no va muy
desencaminada con la parte del: no correspondido.
—Pensé que habíamos acordado que fantasear con estar inclinado
sobre el fregadero de la cocina, de hecho, constituye un enamoramiento.
Resoplo.
—Bien. Es… bueno. Es apenas un enamoramiento, en serio. Porque
realmente no sueño despierta con tener sexo con él tan a menudo. —
Mentirosa. Qué mentirosa—. Se podría decir que aún se encuentra en la
etapa larvaria. —Está llegando a la adolescencia y es fuerte como un
toro—. Creo que un poco de distancia será buena. Tengo una pista sobre
un apartamento barato en el centro. —Extrañaré este lugar. Extrañaré
sentirme cerca de Helena. Extrañaré la forma en que Liam se burla de
mí por no poder aprenderme los botones del estúpido control de la
PlayStation. Muchisísimo.
—¿Y estás segura de que a Liam le parece bien que te vayas?
—Es lo que él quiere. —Las cosas han estado un poco raras desde la
semana pasada. Incómodas. Como si hubiésemos dado paso atrás en
nuestra amistad, pero… Estaré bien. Estará bien—. Creo que
desaparecerá. El enamoramiento.
—Correcto —Coincide Sadie, sin parecer mucho como si estuviera de
acuerdo.
—Muy pronto —agrego.
—Estoy segura. 114
—Solo necesito que… Nunca se entere de mis fantasías, las que lo
involucran a él y los muebles de esta casa —explico.
—Mmm.
—Porque haría las cosas raras para nosotros —explico—. Para él.
—Sí.
—Y no se lo merece.
—No.
—Es un buen amigo. Además, está en medio de muchos cambios en
su vida. Quiero apoyarlo. Y me gusta pasar el rato con él.
—Sí.
—Básicamente, no quiero que se sienta incómodo conmigo.
—No.
—De todas formas. —Mis mejillas se sienten cálidas. Debe ser todo el
vino—. Deberíamos hablar de otra cosa.
—Okey.
—Literalmente cualquier otra cosa.
—Bien.
—Una de ustedes debería proponer un tema.
Si estuvieran aquí en persona, Sadie y Hannah intercambiarían una
mirada larga y cargada. Tal como están las cosas, se quedan en silencio
por unos momentos. Entonces Hannah dice:
—¿Puedo contarte una historia?
—Por supuesto.
—Se trata de una amiga mía.
Arrugo la frente.
115
—¿Qué amiga?
—¡Ah… Sarah!
—¿Sarah?
—Sarah.
—No creo que la conozca. ¿Desde cuándo tienes amigas que no
conozco?
—No es importante. Entonces, hace un par de años, mi amiga Sarah
se mudó con este tipo, um… Will. E inicialmente realmente se odiaban,
pero luego se dieron cuenta de que eran más similares de lo que
pensaban, y ella comenzó a hablar de él cada vez más, en términos cada
vez más positivos. Así que Sadie y yo, Sadie la conoce también, bueno,
pensamos, Dios, ¿se está enamorando de este tipo? Y luego, una noche, mi
amiga me confesó que tenía fantasías muy sucias, que sonaban muy
elaboradas, en las que Will la inclinaba sobre la mesa de la cocina y…
—Adiós, Hannah.
—Espera —dice Sadie—, ¡no hemos escuchado el final!
—Ustedes son amigas de mierda y no estoy segura de por qué las amo
tanto. —Les cuelgo, riéndome a mi pesar. Tiro mi teléfono y me levanto
para volver a llenar mi copa de vino, pensando que cuando Hannah y
Sadie se enamoren de alguien, las molestaré sin piedad e inventaré
historias falsas sobre personas falsas, y entonces sabrán cómo se siente,
ser…
—Mara.
Liam está de pie en la entrada de la sala de estar, con la corbata en la
mano, luciendo cansado, guapo, alto y…
Oh, mierda.

116
—¿Liam?
—Hola.
—¿C-cuándo llegaste aquí?
—Justo ahora.
—Vaya. —Gracias a la mierda—. ¿Cómo estuvo tu…? La entrevista,
¿cómo te fue?
—Bien, creo.
—Vaya. Bueno.
Acaba de llegar, dijo. Es posible que no me haya oído. No he dicho
nada comprometedor en los últimos segundos. Y el cuento de hadas de
imitación de Hannah usaba diferentes nombres.
¿Por qué me mira así, entonces?
—¿Cuándo sabrás si obtuviste el trabajo?
Se encoge de hombros.
—En unos días, supongo. —Se cortó el pelo la semana pasada. No
demasiado corto, pero más corto de lo que nunca lo ha tenido. A veces,
a menudo, lo veo bajo cierta luz, o lo atrapo haciendo una de esas caras
que estoy segura que no deja que nadie más vea, y mi respiración se
entrecorta por el asombro.
—¿Tienes hambre? Hice un salteado. Hay sobras.
Me estudia y no dice nada.
—No tiene zanahorias. Lo prometo. —¿Qué haré con todo este
conocimiento que tengo de las cosas que le gustan y las que no? ¿Este
conocimiento de él? ¿Adónde irá una vez que ya no esté en mi vida?
—No tengo hambre, pero gracias.
—Okey. —Camino alrededor del sofá, buscando algo que hacer
conmigo misma, me apoyo en el marco de la puerta. A solo unos metros
de él—. Creo que he encontrado un lugar. Para mudarme, quiero decir. 117
—¿Lo has hecho? —su expresión es ilegible.
—Sí. Pero no lo sabré hasta dentro de unos días.
Silencio. Y una mirada larga y pensativa.
—Todavía no venderé mi mitad. Lo siento, sé que quieres comprar mi
parte, pero…
—No quiero.
Arrugo la frente.
—¿Qué quieres decir con que no quieres?
—No quiero.
Me río.
—Liam, has estado ofreciendo comprar mi parte durante un millón de
años.
Su boca se curva.
—Hace un millón de años la casa no existía y este lugar era un
pantano, pero no es como si fueras un científico ambiental y pudieras
saberlo…
—Oh, cállate. Todo lo que digo es, durante mucho tiempo has… —
Aunque, ahora que lo pienso, su abogado no me ha enviado un correo
electrónico en… semanas. ¿Meses, tal vez?—. Ay dios mío. Liam, ¿estás
en la quiebra? —Me inclino hacia adelante—. ¿Es el mercado de valores?
¿Te has jugado todo tu dinero? ¿Has apostado la totalidad de tus ahorros
a que el equipo masculino de fútbol de EE. UU. ganará la Copa del
Mundo y tardíamente te diste cuenta de que ni siquiera clasificó? ¿Te
has involucrado en un esquema piramidal de LuLaRoe y no puedes
dejar de comprar leggins nuevos…?
—¿Estas borracha?
—No. Bueno, tomé un poco de tu vino. Un montón. ¿Por qué?
—Te vuelves molesta cuando estás borracha. —Hay un atisbo de una 118
sonrisa en sus ojos—. Pero linda.
Saco la lengua.
—Eres molesto todo el tiempo. —Y lindo, también.
La sonrisa de Liam se ensancha un poco y se mira los pies. Luego:
—Buenas noches, Mara. —Se da la vuelta y se dirige a su habitación.
La luz amarilla de la lámpara proyecta un cálido resplandor dorado
sobre la anchura de sus hombros.
—Por cierto —lo llamo—, compré una nueva crema. Es de canela ¡La
odiarás!
Liam no responde y no se detiene al salir. No lo veo hasta la noche
siguiente, y ahí es…
Ahí es cuando sucede.
Capítulo 13
Presente
La parte más rara es lo rápido que todo cambia.
Un minuto, estoy en medio de la limpieza de la cocina,
preguntándome si la licuadora de batidos sobreviviría en un viaje por el
lavavajillas, pensando en mi añoranza continua y mi próxima mudanza,

119
en cuánto extrañaré esto: volver a casa después del trabajo, encontrar
doce tenedores y un colador en el fregadero, preguntándome cuántos de
ellos son de Liam.
Al siguiente, él está de pie detrás de mí. Liam Harding está justo
detrás de mí, a propósito, y me presiona contra el mostrador. Como si
quisiera estar aquí, cerca, tocándome, tanto como yo quiero que esté.
Estoy demasiado aturdida para hacer algo con el agua que corre por el
fregadero, pero él se inclina para cerrarla y, de repente, la habitación
queda en silencio.
Su mano se cierra alrededor de mi cadera, y no puedo pensar. No
puedo comprender lo que está pasando. Estoy respirando. Está
respirando. Estamos respirando juntos, el mismo ritmo, el mismo aire, y
por un momento sólo lo siento. Esto. Es agradable. Es bueno. Es lo que
he estado esperando.
Luego mueve mi cabello detrás de mi hombro; destapa la base de mi
garganta. Siento algo, ¿dientes, tal vez?, rozando mi piel.
—¿Liam? —Medio gimo.
—Soy yo. —Me está besando. Justo en ese punto—. ¿Esto se siente
bien?
Estoy asintiendo, sí, ¿a qué?, no lo sé. Sí, eres Liam. Sí, esto se siente bien.
Sí, estoy a punto de derretirme en el suelo.
—Hueles tan bien, Mara.
Gracias a Dios por el fregadero de la cocina por agarrarme, porque
mis rodillas están a punto de ceder. Gracias a Dios por las manos de
Liam también. Excepto que una de ellas se desliza debajo de mi camisa.
Nunca me había considerado delicada, pero de alguna manera se las
arregla para cubrir todo mi torso y su pulgar…
Está rozando la parte inferior de mi pecho y…
Oh…
Él lame el pulso en la parte baja de mi garganta, y me mortifica 120
escucharme gemir.
—Eres tan suave. —Su aliento es caliente en mi oído, y me estremezco.
Exactamente una vez—. Creo que imaginé que no lo serías. Siempre
estás corriendo, haciendo ejercicio. Siempre te ves tan fuerte, pero…
Me suelta por una fracción de segundo, y cada célula de mi cuerpo se
rebela a la vez.
No.
Espera.
Quédate.
Pero él sólo me está ajustando. Su mano presiona mi espalda baja,
inclinándome así: ligeramente hacia adelante, como… Dios, como si
estuviera a punto de…
Él está de vuelta en mí inmediatamente. Comienza a desabrochar la
cremallera de mis vaqueros, el sonido de ellos se siente como el ruido de
un tambor en el silencio. El aire sale de mis pulmones en una fuerte
exhalación.
—¿Está esto bien? —pregunta, suave, ensordecedor, y sí, está más que
bien. Incluso si mis vaqueros se deslizan por mis muslos, y nunca, nunca
me he sentido menos en control. Creo que estamos a punto de tener sexo,
pero el sexo no es así. El sexo es quitarse la ropa torpemente, negociar
posiciones y horas de juegos previos salpicados de ¿Estás seguro de que
no deberías estar arriba? y Espera, ese es mi codo. El sexo no va de cero a un
millón de esta manera. No para mí. No es agarrarme al borde del
fregadero para evitar gemir, o la necesidad de frotarme contra algo, lo
que sea, ni sentir que mis rodillas se debilitan hasta convertirse en
gelatina.
—¿Esto es lo que querías, Mara? —Desliza un dedo debajo de mis
bragas y separa mis pliegues. Un solo dedo—. Lo que… Oh.
Por un momento, entro en pánico. No es posible que ya esté mojada,
121
todavía no. Pero luego me doy cuenta de que lo estoy, y puedo sentirlo
y escucharlo, el deslizamiento resbaladizo de piel contra piel, mi propio
cuerpo ya comienza a agitarse.
Y Liam deja claro que le gusta.
—Tú —gruñe en mi oído—. No creerías las cosas que he pensado en
hacer.
—¿Las…?
—¿Es así como lo querías?
—Quería… ¿qué?
—Dijiste que querías que te follaran. Duro y rápido. —¿Había dicho
yo eso? no puedo recordar. No puedo recordar mi propio nombre, y
luego las cosas empeoran aún más: detrás de mí, se arrodilla. ¿Que
está…? —Fuera. —Liam tira de mis vaqueros y bragas hasta que se
acumulan alrededor de mis tobillos, luego los arroja al otro lado de la
habitación una vez que me los quito—. Buena chica.
Jadeo. ¿Acaba de decir eso? ¿A mí? Pero no puedo pedirle que lo
repita, ya que claramente se distrajo un poco en su camino hacia arriba.
Su mano viaja a lo largo de la parte interna de mi muslo, sus largos
dedos agarran la suave piel de mi trasero. Es en ese momento cuando
me doy cuenta de que estoy desnuda. Completamente desnuda excepto
por una camiseta endeble y un sostén aún más endeble. Y esa persona
que muerde suavemente la carne de mi trasero como si fuera una fruta
madura, esta persona es Liam Harding.
Liam. Harding. Que me toca como si ya conociera mi cuerpo. Que me
separa como si fuera un libro de derecho y entierra su rostro en mí.
Quien gime en mi carne y murmura:
—Lo siento. —Se las arregla para sonar genuinamente arrepentido
mientras se aleja para lamer y chupar la piel de mi nalga derecha—. Sé

122
que lo quieres duro y rápido. Solo que… he pensado mucho en este
momento. En ti. —Un latido pasa, y está de pie otra vez, con el pecho
presionado contra mi espalda. Una mano se aprieta dulcemente
alrededor de mi cadera, y empuja una rodilla entre mis piernas, hasta
que la mayor parte de mi peso descansa sobre su muslo. Escucho
sonidos vagamente obscenos: el tintineo de un cinturón, el susurro de
una cremallera y luego de la tela de lo que supongo sean pantalones
siendo deslizadas. Luego es la carne caliente siendo empujada contra la
mía y un murmullo—, ¿Está esto bien? —a la que debo haber asentido,
porque…
Lo próximo que siento es fricción.
Mi visión se vuelve borrosa en los bordes. Liam está dentro de mí.
Apenas. Solo la punta. También es enorme, se abre camino en mi
interior, implacable, encantador, magnífico. Profundo.
—Maldición, Mara. Esto es irreal.
Hay mucha respiración áspera, y un «solo un poco más» y músculos
tensos que se contraen y se relajan, pero él toca fondo, y es casi
demasiado. Sería demasiado, pero ayuda el hecho de que Liam se aferre
a mí como si soltarse lo mataría, o que sus dedos se sientan inestables
mientras aparta el cabello de mi hombro. Pero mi cuerpo parece estar
encantado con esto, hay espacios ocultos, sin usar, que de repente se
encuentran repletos y palpitando alrededor de… Dios.
Alrededor del miembro de Liam.
—No puedo pensar cuando estás cerca. —Su voz es áspera. Se
mantiene quieto dentro de mí, como si no tuviera prisa por comenzar,
pero puedo sentirlo vibrar de tensión. La base de la palma de su mano
se desliza hacia abajo para descansar contra mi clítoris—. No puedo
pensar cuando no estás cerca. Ha sido un problema. Siento que no he
formulado un pensamiento coherente en meses. Siento que no dejarás
de estar en mi cabeza y…
Solo así, todo ha terminado. Liam ni siquiera se ha movido todavía,
pero mi mente se queda en blanco. El mundo retrocede y empiezo a 123
correrme sin previo aviso, arqueándome contra él, mordiéndome el
labio para silenciar un grito. El placer se hunde en mí y soy incapaz de
detenerlo.
No sé cuánto tiempo pasa antes de que vuelva a mí misma, su
respiración aguda en mi oído.
—¿Acabas de…? —Liam suena como si estuviera dolorido—.
¿Realmente te viniste, por el solo hecho de…?
Estoy aturdida. Mis terminaciones nerviosas todavía están
hormigueando. Cierro los ojos con fuerza y asiento con vergüenza justo
cuando sus dientes se cierran alrededor de la parte carnosa de mi
hombro. Gruñe como un animal, como si estuviera desesperado por
mantener todo el control que pueda.
—Maldición, Mara, tú… ¿Puedo llevarte a la cama?
Su tono es diferente a todo lo que he escuchado de él, suplicante y un
poco crudo. Todavía está retorciéndose dentro de mí; cada pocos
segundos más o menos parece perder el control que tiene sobre sí mismo
y gira las caderas. No ayuda a mi concentración. O a su concentración.
A nuestra concentración.
A la que tal vez deberíamos aferrarnos. Esto debería parar ahora
mismo, tal vez. Tan bueno como ha sido (y acaba de redefinir el sexo
para mí), no estoy muy segura de por qué Liam quiere esto, y si es solo
un polvo improvisado que no significa nada para él, pero que tiene
reservado un corazón roto para mí… ¿Quizás deberíamos parar aquí?
—Trataré de mantenerlo rápido. —Está lamiendo el escozor que su
mordisco anterior dejó en mi hombro—. Pero déjame llevarte a la cama.
La cosa es que no quiero parar. Ya me he corrido una vez, sólo porque
se ha deslizado dentro de mí y la fricción ha sido demasiado, por la
sensación de su mano agarrando el hueso de mi cadera, un pequeño
milagro en sí mismo, ya que normalmente me lleva una eternidad. Pero

124
si dejo que me lleve a la cama, me va a destrozar. Me va a arruinar para
cualquier otra persona. Me va a destruir de todas y cada una de las
maneras posibles.
—Por favor —murmura.
Realmente no tengo elección: quiero decir que sí, así que asiento con
la cabeza. Lo que quieras, puedes tenerlo, Liam.
No es bonito, cuando se retira. Jadea de pura frustración y está claro
que lo odia. Yo también lo odio, y soy la que acaba de tener un orgasmo
que me ha cambiado la vida. Liam es el que me lo ha dado y ha tomado
muy poco para sí mismo, lo que ni siquiera me sorprende.
No me habría enamorado de un hombre poco amable.
Me quita la camiseta y el sujetador, y estoy demasiado atontada por
las réplicas de placer como para hacer otra cosa que quedarme allí y
dejarlo, verlo mirar fijamente hasta llenarse con ojos oscuros e ilegibles,
a pesar de que estoy completamente desnuda y mi ombligo sigue siendo
horrible y la cicatriz de lacrosse está allí, brillando blanca en las luces
tenues de la habitación.
—Ven aquí. Mara, tu… Mierda. Ven aquí. —Su mandíbula está tensa
mientras me carga y me lleva a su habitación. Es mi primera vez aquí,
pero conozco este lugar porque conozco a Liam. Colores oscuros.
Fotografías enmarcadas de naturaleza semihostil de los viajes que me ha
contado. Muebles escasos. Una pila de libros en su mesita de noche. Los
anteojos para leer, con los que me burlo de él, están desplegados en
medio de su escritorio. Quiero explorar cada rincón, pero no hay tiempo.
El colchón rebota debajo de mi espalda y luego Liam ocupa todo mi
campo de visión.
—¿Puedo besarte? —Su boca se cierne unos centímetros por encima
de la mía, así que presiono mis manos en su nuca y me arqueo hacia él,
besándolo yo misma.
Es lento, cálido y dolorosamente cuidadoso. Me estaba follando hace
menos de un minuto. Estaba tan dentro de mí que me sentí

125
deliciosamente partida en dos. Pero ahora hay este suave deslizamiento
de labios y lenguas, Liam mordisqueándome, sosteniendo primero mi
barbilla, luego la parte posterior de mi cabeza, y mi corazón canta por
él.
Estoy catastrófica y ruinosamente enamorada de ti.
—Me encanta besarte —suspiro en su boca.
—Mara. —Sus labios. Su voz—. Quiero besarte por todas partes. —
Retrocede, como si algo se le ocurriera en ese momento—. ¿Puedo
follarte con la boca?
Siento mis mejillas calentarse. ¿Realmente quiere?
—Solo por un minuto —agrega, y luego… Es increíble cómo ahora si
está esperando mi respuesta. Cuando hace unos minutos simplemente
me inclinó sobre el fregadero de la cocina y se deslizó dentro de mí y me
hizo correrme, pero ahora me está pidiendo permiso para comerme
como si yo le estuviera haciendo un favor.
—¿Estás seguro?
—Treinta segundos. Por favor.
—Sí. Quiero decir, si… si estás seguro de que… Oh.
Es muy hábil en eso. No… Tal vez no sea muy hábil, pero está
completamente perdido en ello, tan minucioso, tan ruidoso en su total y
asombrado disfrute del acto, de mí. Mis caderas se arquean y él tiene
que sujetarme, sosteniéndome a través del placer. Dura más de treinta
segundos. O más de tres minutos, tal vez más de diez, pero mis muslos
están temblando y mi vagina tiene espasmos y empiezo a correrme
como una ola del océano, y cuando creo que el placer finalmente está
disminuyendo, desliza dos dedos dentro de mí y mis caderas se elevan,
porque no ha terminado. Mi mundo entero da vueltas. Oficialmente he
tenido más orgasmos en los últimos veinte minutos que en el último año.
Con sus dedos todavía dentro de mí, levanta la vista, sus ojos son
suaves y serios y están completamente tragados por sus pupilas.
—Gracias.
126
Vaya.
—Creo… —Me aclaro la garganta. Mi voz sigue siendo áspera—. Tal
vez debería ser yo quien te agradezca.
Sacude la cabeza y se levanta sobre mí, en equilibrio sobre un brazo,
y mis ojos se abren de par en par. Se acaricia con la otra mano mientras
me mira los pechos con expresión de asombro.
—Esto es tan bueno, Mara. Eres tan exquisita. ¿Por qué quieres que
sea rápido? —Se inclina para besarme de nuevo, lamiendo el interior de
mi boca, mordisqueando mi garganta—. Solo quiero hacerlo durar —
gime contra mi piel.
No tengo idea de a qué se refiere. No quiero que esto sea rápido.
Nunca he dicho que lo quisiera, pero él sigue diciéndome eso…
Excepto que sí lo dije. Mierda, lo dije. Simplemente no a él.
—Me escuchaste.
Liam está demasiado ocupado para escucharme. Lamiendo uno de
mis pezones. Mordiendo suavemente. Lamiendo de nuevo. Haciendo
un trabajo fantástico.
—Me escuchaste —repito. Enrosco mis dedos en su cabello para
frenarlo—. El otro día mientras hablaba por teléfono.
Se detiene, pero no levanta la cabeza. Su aliento, cálido contra mi
pecho, me hace temblar.
—¿Recuerdas cuando te encontré en mi baño? No he dejado de pensar
en tus tetas desde entonces.
—Liam, me escuchaste contarles a mis amigas sobre… —Actualmente
vuelve a estar ocupado chupando la parte inferior de mi pecho, pero por
alguna razón no me atrevo a repetir las palabras—. Sobre lo que quería
que hicieras. Me escuchaste.

127
Él mira hacia arriba. Está sonrojado, excitado y más hermoso que
nunca.
—Puedo hacerlo, Mara. Lo puedo hacer por ti. Lo que quieras.
—Yo no… —Esto es mortificante. Lo empujo, pero apenas se mueve—
. Si esto es algún tipo de caridad, no necesito tu lástima. Soy
perfectamente capaz de…
Me coge la palma de la mano y la arrastra por su pecho, pasando por
su abdomen, hasta que su miembro está caliente en mi mano. Es enorme,
y casi automáticamente mis dedos se cierran alrededor de él. Liam suelta
un gruñido, mordiéndose el labio inferior, y de repente me doy cuenta
de que me ha estado tocando de todas las maneras posibles, pero yo no
le he tocado todavía, en absoluto. Me parece triste, injusto e
insoportablemente estúpido. Algo que hay que necesito remediar.
—¿Se siente como si te estuviera dando una follada por lástima?
No. No, definitivamente no. Pero.
—No lo sé.
Por su propia voluntad, mi mano comienza a moverse hacia arriba y
hacia abajo, movimientos simples que lo hacen jadear y cerrar los ojos.
Sus labios se abren mientras rodeo la cabeza húmeda con mi pulgar. El
brazo en el que se apoya tiembla. Visiblemente.
—Vamos, Mara. —Sus caderas están empujando, ahora. Dentro y
fuera de mi puño. Se está acercando. Más cerca de algo—. Lo tienes que
saber.
—¿Saber qué?
—Lo difícil que ha sido… mierda… mantener mis manos lejos de ti. Lo
mucho que he deseado esto, casi desde el principio.
Oh.
Oh Dios.
Sus ojos están vidriosos, los músculos tensos. Está a punto de venirse, 128
eso es obvio. Tan obvio que me sorprendo cuando sus dedos se
envuelven alrededor de mi muñeca para detenerme.
—Por favor, déjame follarte. Déjame darte lo que necesitas. Déjame
intentarlo, al menos. —Besa un lugar debajo de mi mandíbula—. Duro
y rápido.
No voy a decirle que no. No voy a decirme a mí misma que no. En lugar
de eso, sonrío y tiro de él sobre mí, con los brazos entrelazados alrededor
de su cuello mientras muevo mis labios en silencio contra la carne de su
hombro diciéndole cuánto me gusta, cuánto amo esto, y Liam nos ajusta
y se inclina hasta que está casi dentro de nuevo, caliente y húmedo y…
se me ocurre el pensamiento más molesto. Mierda.
—¡Condón! Necesitamos… ¿tú…?
Liam gime.
—Maldición. —Sus bíceps están temblando, sus nudillos están blancos
de cerrar los puños en las sábanas. Luego respira hondo y cambia de
posición, reorganizándose hasta que puede deslizar un dedo, dos,
profundamente dentro de mí, curvándolos hacia arriba para que rocen
exactamente donde lo necesito.
—¿Qué vas a…? —Dios, esto se siente increíblemente bien.
—No tengo condones. —Sus palabras son un poco arrastradas—. Solo
voy a hacer que te corras así una vez más y luego me correré. —Suena
como si estuviera haciendo la cosa más difícil de su vida y, sin embargo,
está claro que está absolutamente bien con eso. Lo cual… No, no, no, no,
no.
—Liam, ¿estás… ah… estás limpio? —Su pulgar roza mi clítoris y
gimo—. Porque estoy tomando la píldora, y…
—No tengo ni idea.
¿Cómo es que no lo sabe? Me agacho para sujetar su antebrazo. El

129
problema es que todavía puede curvar los dedos. Sus largos y hermosos
dedos.
—¿Te has hecho la prueba, desde la última vez que…?
Me preparo para todo tipo de respuestas horribles, que van desde:
«Por supuesto que no, mi última aventura de una noche fue ayer», a «Todo el
mundo tiene VPH, de todos modos». Pero lo que en realidad dice es:
—He tenido un montón de exámenes físicos anuales para el trabajo.
Yo… Mara, no importa. —Me besa en la mejilla, y un inteligente giro de
su muñeca hace que mi cerebro se quede en blanco—. Creo que puedo
hacer que te corras con mis dedos. Eso es seguro. Y no tienes que estar
aquí más tarde, cuando yo…
¿Exámenes físicos anuales? ¿Plural?
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo? ¿Puedes… ah, por
favor, por favor, dejar de hacer eso?
—No tengo ni idea. —Liam saca sus dedos. Por un segundo, la fricción
me distrae. Entonces mi vagina se aprieta en señal de protesta—. No
tengo sexo, Mara.
— Tú… ¿Tu qué?
Mira hacia otro lado. Los dos respiramos demasiado fuerte.
—No me gusta el sexo.
Miro hacia abajo. Está tan duro. Su pene es tan pesado en mi muslo.
Hay líquido pre-seminal en mi piel.
—Parece… um, parece que te gusta.
—Sí. Pero realmente no lo hago, es solo… —Él sostiene mi mirada.
Los suyos son de un marrón oscuro y hermoso—. Me gustas mucho,
Mara. Me gusta hablar contigo. Me gusta verte hacer yoga. Me gusta la
forma en que siempre hueles a protector solar. Me gusta cómo te las
arreglas para decir casi todo lo que quieres sin dejar de ser
increíblemente amable. Me gusta estar en esta casa contigo y todo lo que
hacemos aquí. —Su garganta se mueve—. No creo que sea una sorpresa
que realmente me guste la idea de follarte. 130
Oh, dios mío. Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío…
—Pero no necesito hacerlo… Estoy disfrutando esto —hace una
mueca, como si estuviera horrorizado por el eufemismo—, tal vez
demasiado, ya que casi me he corrido… en numerables ocasiones, solo
por estar cerca de ti, así que estaré más que bien si me dejas cuidar de ti
y…
No.
Empujo su hombro, su pecho, y luego sigo empujando a través de su
expresión, primero resignada, luego confusa y luego sorprendida. Una
vez que su espalda está sobre el colchón, me deja montar a horcajadas
sobre sus caderas y gime.
—¿Qué estás haciendo?
Me inclino y le susurro al oído:
—Duro y rápido, Liam.
Hay un largo momento en el que solo me mira, desorientado.
Entonces debe darse cuenta: estamos perfectamente alineados. Estoy
trabajando para llevarlo adentro, luchando un poco, porque se siente
aún más grande en esta posición. Pero ahora me estoy moviendo,
equilibrando las palmas de mis manos sobre su pecho, subiendo y
bajando y subiendo otra vez, y unos minutos más tarde, en el
movimiento descendente, está completamente encajado dentro de mí.
El ángulo es tan profundo que mi visión se vuelve borrosa. El agarre
de Liam se clava casi dolorosamente alrededor de mi cintura.
—Mara. —Está jadeando—. No voy a ser capaz de retirarme.
—Está bien. —Es perfecto—. Solo haz que se sienta bien.
Todo lo que hace se siente bien, de todos modos. El deslizamiento de
la carne, la fricción húmeda, incluso dentro del torpe desorden de

131
nuestros movimientos, cuando se desliza fuera y tiene que empujarse
hacia adentro una vez más, se siente como pura perfección. La forma en
que mira mi rostro, mis senos, el subir y bajar de mis caderas, mirando
atónito; los sonidos húmedos y sucios de nosotros moviéndose juntos;
las cosas que dice sobre lo hermosa que soy, lo preciosa, sobre todas las
veces que se ha imaginado haciendo esto, y han sido tantas.
Siento mi pulso acelerado, y le sonrío mientras me inclino hacia
adelante. Te amo, pienso. Y sospecho que tú también me amas. Y no puedo
esperar a que lo admitamos el uno al otro. No puedo esperar a ver qué sucede
después.
—Creo —gruñe contra mi garganta—. Mara, creo que me voy a correr
ahora.
Asiento, demasiado cerca para hablar, y dejo que nos haga rodar.
***
—Bien. Eso fue ciertamente rápido. —Liam aún no ha recuperado el
aliento. Su tono es ligeramente autodespectivo.
—Síp. —Delicioso. Fue delicioso.
—Puedo hacerlo mejor —dice. Estoy bastante segura de que no tiene
ni idea de que esto era mejor. Mejor de lo que alguna vez ha sido para
mí—. Creo. Tal vez con la práctica.
Ni siquiera estoy segura de que haya terminado aún. Mis
terminaciones nerviosas todavía se contraen. Todo mi cuerpo está
inundado con una especie de placer eléctrico, que ha sido arrancado de
mí y luego vertido dentro de nuevo.
—No fue tan rápido —le digo.
Liam entierra su rostro en mi cuello y se enrosca a mi alrededor,
empequeñeciéndome. Sí, fue rápido.

132
—Quiero decir —murmuro contra su pecho— que no fue demasiado
rápido. Fue… —Extraordinario. Espectacular. Trascendente—. Bueno.
Muy bueno. —Presiona un beso en mi garganta y agrego—: Pero
tampoco fue tan duro.
Él se tensa.
—Lo siento. Tú…
—Es decir, deberíamos hacerlo otra vez. —Se aparta para mirarme a
los ojos. Se ve muy, muy serio. Yo, por otro lado, me siento
considerablemente menos seria—. Y otra vez. Y otra vez. Hasta que lo
hagamos bien. Perfectamente duro y perfectamente rápido. ¿Sabes?
Su sonrisa se despliega lentamente.
—¿Sí? —Esperanzado y feliz, se ve más joven que nunca. Sonrío y tiro
de él para darle un beso.
—Sí, Liam.
Epílogo
Seis meses después
—¿Quién pone crema para café en sus batidos, de todos modos?
—La gente.
—De ningún modo.
—Mucha gente.
—Nombra uno. 133
—Yo.
Pongo los ojos en blanco.
—Nombra dos.
Silencio.
—¿Ves?
Liam suspira.
—No significa nada, Mara. La gente normal no tiene conversaciones
sobre la crema de café.
—Tú y yo ciertamente lo hacemos. ¿Avellana o vainilla?
—Vainilla.
Pongo dos botellas en el carrito. Luego me pongo de puntillas y planto
un beso en la boca de Liam, corto y fuerte. Liam me sigue un poco
cuando doy un paso atrás, como si no quisiera dejarme ir.
—Okey. —Sonrío. Últimamente, siempre estoy sonriendo—. ¿Qué
más?
Liam examina la lista que escribí hoy, sentada entre sus muslos
mientras él estaba ocupado matando a los malos en la PlayStation. Él
entrecierra un poco los ojos ante mi terrible letra, y trato de no reírme.
—Creo que hemos terminado. ¿A menos que necesites unas cuantas
cajas más de Cheez-It de tamaño familiar?
Le saco la lengua. Mi mano cae a mi costado, hasta que roza la suya.
Empieza a empujar el carrito de la compra y entrelaza nuestros dedos.
—¿Lista para irnos? —pregunta.
—Sí —respondo—. Vamos a casa.

134
Stuck With You
Nada como una pequeña rivalidad entre
científicos para llevar el amor al siguiente nivel.
Mara, Sadie y Hannah son amigas primero, científicas
siempre. Aunque sus campos de estudio los lleven a diferentes rincones
del mundo, todas pueden estar de acuerdo en esta verdad universal:

135
cuando se trata de amor y ciencia, los opuestos se atraen y los rivales te
hacen arder…
Lógicamente, Sadie sabe que los ingenieros civiles deben construir
puentes. Sin embargo, como mujer de STEM, también entiende que las
variables pueden cambiar, y cuando estás atrapada durante horas en un
pequeño ascensor de Nueva York con el hombre que te rompió el
corazón, te ganas el derecho de quemar ese puente musculoso y rubio
hasta los cimientos. Erik puede disculparse todo lo que quiera, pero para
citar a su líder rebelde, preferiría besar a un wookiee.7
Ni siquiera el más sofisticado de los rituales supersticiosos de Sadie
podría haber predicho una reunión tan desastrosa. Pero mientras se
niega a reconocer el canto de sirena de los antebrazos de acero de Erik o
la forma en que su voz se suaviza cuando le ofrece su suéter, Sadie no
puede evitar preguntarse si podría haber más capas en su némesis de
corazón frío de las que se ven a simple vista. Tal vez, posiblemente,
incluso los puentes quemados todavía se pueden cruzar…

7 Los wookiees, que ellos lo traducen como la Gente de los Árboles, eran una especie de peludos
humanoides bípedos que habitaban en el planeta Kashyyyk. Uno de los miembros más destacados
de la especie fue Chewbacca, amigo y copiloto de Han Solo, que desempeñó un papel vital en la
Guerra Civil Galáctica
Capítulo 1
Presente
Mi mundo llega a su fin a las 10:43 de la noche de un viernes, cuando
el ascensor se detiene entre el octavo y el séptimo piso del edificio que
alberga la empresa de ingeniería donde trabajo. Las luces del techo
parpadean. Entonces se va por completo. Luego, después de un tramo
que dura unos cinco segundos pero se siente como varias décadas, 136
regresa con el tinte ligeramente más amarillo de la bombilla de
emergencia.
Tonterías.
Dato curioso: esta es la segunda vez que mi mundo llega a su fin esta
noche. La primera fue hace menos de un minuto. Cuando el ascensor en
el que viajo se detuvo en el decimotercer piso, y Erik Nowak, la última
persona que quería ver, apareció en toda su gloria rubia, sólida y
vikinga. Me estudió por lo que pareció demasiado tiempo, dio un paso
adentro y luego me estudió un poco más mientras yo inspeccionaba con
avidez las puntas de mis zapatos.
Re-mierda.
Es una situación un poco complicada. Trabajo en la ciudad de Nueva
York y mi empresa, GreenFrame, alquila una pequeña oficina en el piso
18 de un edificio de Manhattan. Muy pequeña. Tiene que ser muy
pequeña, porque somos una empresa bebé, todavía estableciéndonos en
un mercado bastante despiadado, y no siempre ganamos mucho dinero.
Supongo que eso es lo que sucede cuando valoras cosas como la
sostenibilidad, la protección del medio ambiente, la viabilidad y la
eficiencia económica, la renovación en lugar del agotamiento, la
minimización de la exposición a peligros potenciales como materiales
tóxicos y… bueno, no los aburriré con la entrada de Wikipedia sobre
ingeniería ambiental. Basta decir que mi jefa, Gianna (que casualmente
es la única otra ingeniera que trabaja a tiempo completo en la empresa),
fundó GreenFrame con el objetivo de crear grandes estructuras que
realmente tengan sentido dentro de su entorno, y es agradable,
verdadera y dura al respecto. Por desgracia, eso no siempre está bien
pagado. O bien.
O en absoluto.
Así que sí. Como dije, una situación un poco complicada,
especialmente cuando se compara con empresas de ingeniería más

137
tradicionales que no se enfocan tanto en la conservación y el control de
la contaminación. Como ProBld. La firma gigante donde trabaja Erik
Nowak. El que ocupa todo el treceavo piso y el duodécimo. ¿Quizás el
undécimo también? perdí la pista.
Así que cuando el ascensor empezó a reducir la velocidad en el piso
catorce, sentí una oleada de aprensión, que ingenuamente descarté
como mera paranoia. No tienes de qué preocuparte, Sadie, me dije. ProBld
tiene toneladas de oficinas. Siempre están en expansión. Orquestando
«fusiones» y devorando empresas más pequeñas. Como la Mancha. Son
realmente la entidad ameboide alienígena corrosiva del negocio, lo que
se traduce en cientos de personas trabajando para ellos, lo que a su vez
significa que cualquiera de esos cientos de personas podría estar
llamando al ascensor. Cualquiera. No hay forma de que sea Erik Nowak.
¿Cierto? No.
Era Erik Nowak, de acuerdo. Con su presencia masiva y colosal. Erik
Nowak, quien pasó la totalidad de nuestro viaje de cinco pisos
mirándome con esos ojos azules despiadados y helados suyos. Erik
Nowak, quien en este momento mira hacia la luz de emergencia con el
ceño fruncido.
—No hay electricidad —dice, una declaración obvia, con esa voz
estúpidamente profunda que tiene. No ha cambiado ni un ápice desde
la última vez que hablamos. Ni desde esa cadena de mensajes que dejó
en mi teléfono antes de que bloqueara su número. Los que nunca me
molesté en responder, pero que tampoco me atreví a borrar. Los que no
podía dejar de escuchar, una y otra vez.
Y más.
Sigue siendo una voz estúpida. Estúpida e insidiosa, rica y preciosa,
entrecortada y baja, con propiedades acústicas propias.
—Me mudé aquí desde Dinamarca cuando tenía catorce años —me
dijo en la cena cuando le pregunté sobre su acento, leve, difícil de
detectar, pero definitivamente allí—. Mis hermanos menores se 138
deshicieron de él, pero yo nunca lo logré. —Su rostro era tan severo
como siempre, pero pude ver que su boca se suavizaba, un leve arqueo
en la comisura que se sentía como una sonrisa—. Como puedes
imaginar, hubo muchas burlas mientras crecía.
Después de la noche que pasamos juntos, después de todo lo que pasó
entre nosotros, sentí que no podía quitarme de la cabeza la forma en que
pronunciaba las palabras. Durante días me retorcí constantemente,
dándome la vuelta porque pensé que lo había oído en algún lugar cerca
de mí. Pensé que tal vez estaba cerca, aunque yo estaba haciendo jogging
en el parque, sola en la oficina, en la cola del supermercado.
Simplemente se me pegó, cubrió el caparazón de mis oídos y el interior
de mi…
—¿Sadie? —La infame voz de Erik atraviesa mis pensamientos. Tiene
ese tono, el de alguien que se repite, y quizás no solo por primera vez—
. ¿Lo hace?
—Lo hace… ¿qué? —Levanto la vista y lo encuentro junto al panel de
control. En las sombras de la luz de emergencia sigue tan… Dios. Mirar
su hermoso rostro es un error. Es un error—. Lo siento… ¿Qué dijiste?
—¿Tu teléfono funciona? —pregunta de nuevo, paciente. Amable.
¿Por qué es tan amable? No se suponía que fuera amable. Después de
lo que pasó entre nosotros, decidí torturarme preguntando por él, y la
palabra amable nunca salió. Ni una sola vez. Uno de los mejores
ingenieros de Nueva York, decía la gente a menudo. Conocido por ser
tan bueno en su trabajo como hosco. No tiene sentido, distante, huraño.
Aunque él nunca fue ninguna de estas cosas conmigo. Hasta que lo fue,
por supuesto.
—Um. —Saco mi teléfono del bolsillo trasero de mis pantalones
negros y presiono el botón de inicio—. Sin servicio. Pero esto es una jaula
de Faraday, pienso en voz alta, y el hueco del ascensor es de acero.
Ninguna señal de Radio frecuencia podrá hacer un bucle y… —Me doy
cuenta de la forma en que Erik me mira y me callo abruptamente. Bien.
También es ingeniero. Él ya sabe todo esto. Me aclaro la garganta—. Sin 139
señal, no.
Erik asiente.
—El Wi-Fi debería funcionar, pero no lo hace. Así que tal vez esto es…
—¿…un corte de energía en todo el edificio?
—Tal vez incluso toda la cuadra.
Mierda.
Mierda, mierda, mierda. Mierda.
Erik parece estar leyendo mi mente, porque me estudia por un
momento y me dice tranquilizadoramente:
—Podría ser lo mejor. Alguien está obligado a revisar los ascensores
si saben que no hay energía. —Hace una pausa antes de agregar—:
Aunque podría llevar un tiempo. —Dolorosamente honesto. Como
siempre.
—¿Cuánto tiempo?
Se encoge de hombros.
—¿Unas pocas horas?
¿Algunas qué? ¿Unas pocas horas? ¿En un ascensor que es más
pequeño que mi ya minúsculo baño? ¿Con Erik Nowak, la más
melancólica de las montañas escandinavas? Erik Nowak, el hombre que
yo…
No, no hay manera.
—Debe haber algo que podamos hacer —digo, tratando de sonar
serena. Te juro que no estoy entrando en pánico. No más que mucho.
—Nada en lo que pueda pensar.
—Pero… ¿Qué hacemos ahora, entonces? —pregunto, odiando lo
quejumbrosa que es mi voz.
Erik deja caer su bolsa de mensajero al suelo con un golpe. Se apoya 140
contra la pared opuesta a la mía, lo que teóricamente debería darme un
poco de espacio para respirar, aunque por alguna razón que desafía la
física todavía se siente demasiado cerca. Lo observo deslizar su teléfono
en el bolsillo delantero de sus jeans y cruzar los brazos sobre su pecho.
Sus ojos son fríos, ilegibles, pero hay un leve brillo en ellos que hace que
un escalofrío me recorra la espalda.
—Ahora —dice, su mirada fija en la mía—, esperamos.
Son las 10:45 de un viernes por la noche. Y por tercera vez en menos
de diez minutos, mi mundo se derrumba.
Capítulo 2
Hace tres semanas
Hay cosas peores en el mundo.
Hay, sin duda alguna, montones gigantes de cosas peores en el
mundo: calcetines mojados, síndrome premenstrual. Las precuelas de
Star Wars. Galletas de avena con pasas que se hacen pasar por chispas
de chocolate, Wi-Fi lento, cambio climático y desigualdad de ingresos,
141
caspa, tráfico, el final de Game of Thrones, tarántulas, jabón con olor a
comida, gente que odia el fútbol, horario de verano (cuando se mueve
una hora por delante, no por detrás), la masculinidad tóxica, la vida
injustamente corta de los conejillos de indias, todas estas, solo por
nombrar unas pocas, son cosas realmente terribles, espantosas y
horribles. Porque así es el universo: está lleno de circunstancias malas,
tristes, inquietantes, injustas y enfurecedoras, y yo debería saber que no
debo poner mala cara como un niño de diez años al que le falta medio
centímetro para subir a la montaña rusa cuando Faye me lo cuenta desde
detrás del mostrador de su pequeña cafetería:
—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.
Para ser clara: ni si quiera quiero un croissant. Sé que suena raro (todo
el mundo siempre debería querer un croissant; es una ley de la física, como
la paradoja de Fermi o la ecuación de campo de Einstein), pero la verdad
es que prescindiría con gusto de este croissant en concreto, si fuera un
martes por la mañana cualquiera.
Desafortunadamente, hoy es el día de la presentación. Lo que significa
que me reuniré con futuros clientes potenciales de GreenFrame. Hablo
con ellos, les cuento los cientos de pequeñas cosas que puedo hacer para
ayudarlos a gestionar proyectos de construcción sostenible a gran escala
y espero que decidan contratarnos. Es lo que he estado haciendo durante
unos ocho meses, desde que terminé mi doctorado: trato de atraer
nuevos clientes; Trato de mantener los que ya tenemos; Trato de aliviar
la carga de trabajo de Gianna, ya que acaba de tener a su primer bebé,
que, por cierto, son tres bebés. Aparentemente, los trillizos existen. Y son
adorables, pero también se despiertan en medio de la noche en una
espiral interminable de insomnio y agotamiento. ¿Quién lo hubiera
pensado? Pero volvamos a los clientes: GreenFrame se ha estado
aventurando peligrosamente cerca de un territorio que no está del todo
en el negro, y la reunión de presentación de hoy es fundamental para
mantener a raya los números en rojo.
Introduzca los croissants. Y ese otro pequeño problema que tengo: soy 142
un poco supersticiosa. Solo un poco. Solo un poco apotropaica8. He
desarrollado un complejo sistema de rituales y gestos apotropaicos que
deben realizarse para garantizar que mis reuniones de presentación se
desarrollen según lo planeado. Tengo más años de educación científica
de los que nadie jamás haya necesitado, y probablemente debería saber
mejor que nadie que el color de mis calcetines no predice de alguna
manera mi éxito profesional. ¿Pero lo creo?
Nop.
En la universidad, eran exactamente tres trenzas en mi cabello por
cada partido de fútbol (más dos capas de rímel L'Oréal si jugábamos
fuera de casa) y tenía que escuchar Dancing Queen y My Immortal antes
de cada uno. Cada final, estrictamente en ese orden. Gracias a Dios logré
graduarme a tiempo, porque el latigazo emocional comenzaba a
golpearme.
No es que este tema mío sea algo que me guste admitir ampliamente.
Sobre todo para Mara y Hannah, mis supuestas mejores amigas. Nos
conocimos durante el primer año de nuestros doctorados y desde

Apotropaico, ca: Dicho de un rito, de un sacrificio, de una fórmula, etc.: Que, por su carácter
8

mágico, se cree que aleja el mal o propicia el bien.


entonces hemos estado luchando juntas a través de las tribulaciones de
la academia STEM. En su mayor parte, tenerlas en mi vida ha sido mi
única y verdadera alegría, pero ha habido aspectos menos que
sobresalientes. Por ejemplo, el hecho de que durante los cuatro años que
vivimos juntas oscilaron entre realizar intervenciones antisuperstición y
bromear invitando gatos negros callejeros a nuestro apartamento todos
los viernes 13, (Incluso terminamos adoptando uno durante unos meses,
JimBob, hasta que nos dimos cuenta de que el gatito de los folletos de
Desaparecidos por todo el vecindario se parecía sospechosamente a él;
JimBob era, de hecho, de la Sra. Fluffpuff, y lo devolvimos en silencio,
en mitad de la noche. Desde entonces se la ha echado mucho de menos.)
De todos modos, sí: tengo mejores amigas horribles, asombrosas y que
no apoyan las supersticiones. Pero ya no vivimos juntas. Ni siquiera
vivimos en la misma ciudad: Mara está en DC en la EPA y Hannah ha
143
estado trabajando para la NASA y viajando entre Texas y Noruega.
Puedo echarme sal por encima del hombro y mirar frenéticamente a mi
alrededor en busca de madera para tocar.
¿Por qué, por qué soy así? No tengo ni idea. Solo culpemos a mi madre
agresivamente italiana.
Pero volvamos a este martes por la mañana: el quid de mi problema,
verás, es que en el invierno, antes de mi discurso de cliente más exitoso
hasta la fecha, me dio un poco de hambre. Así que entré en la cafetería
con un agujero en la pared de Faye y, en lugar de simplemente pedir el
habitual café solo castigador: sin azúcar, sin crema, solo el amargo
olvido de la oscuridad, agregué un croissant a mi pedido. Era tan bueno
como el café (es decir, a la vez rancio y poco cocido; el sabor que oscilaba
entre el almidón y la salmonella) y, para mi eterna consternación, pronto
obtuve el contrato más lucrativo que GreenFrame había visto en su joven
historia.
Gianna estaba sobre la luna. Y yo también, hasta que mi cerebro mitad
italiano comenzó a formar un millón de pequeñas conexiones entre el
croissant del infierno y mi gran victoria profesional. Ya sabes a dónde
va esto: sí, ahora siento desesperadamente que debo comer uno de los
croissants de Faye antes de cada reunión de presentación, de lo contrario
sucederá lo impensable. Y no, no tengo ni idea de cómo reaccionar ante
su amable pero definitivo:
—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.
¿Dije que hay cosas peores en el mundo? Mentí. Esto es un desastre.
Mi carrera ha terminado. ¿Son esas sirenas en la distancia?
—Ya veo. —Me muerdo el labio inferior, le ordeno que se deshaga y
me obligo a sonreír. Después de todo, no es culpa de Faye si mi mamá
me inculcó en las neuronas de bebé que caminar debajo de las escaleras
es un camino seguro hacia una vida de desesperación. Voy a terapia por
eso. O lo haré. En algún momento—. ¿Vas, um, a hacer más?
Ella mira la vitrina. 144
—Me quedan muffins. Arándano. Glaseado de limón.
Vaya. Eso realmente suena bien. Pero…
—¿Sin croissants, sin embargo?
—Y puedo hacerte un bagel. ¿Canela? ¿Arándano? ¿Sencillo?
—¿Eso es un no a los croissants?
Faye ladea la cabeza con una expresión complacida.
—Realmente te gustan mis croissants, ¿no?
¿A mí?
—Son tan, um. —Agarro la correa de mi bolso de mensajero de cuero
falso—. Únicos.
—Bueno, desafortunadamente le acabo de dar el último a Erik. —Faye
señala a su izquierda, hacia el final del mostrador, pero apenas miro a
Erik, un hombre alto, de hombros anchos, que viste traje, aburrido, demasiado
ocupado maldiciendo mi propio tiempo. No debería haber pasado veinte
minutos haciéndole cosquillas a la majestuosa belleza del rabito de
conejillo de indias de Ozzy. Ahora estoy pagando legítimamente por
mis errores, y Faye me está mirando evaluadoramente.
—Te voy a dar un bagel. Estás demasiado flaca para saltarte el
desayuno. Come más y también podrías crecer un poco más.
Dudo que finalmente logre superar el metro y medio a la avanzada
edad de veintisiete años, pero quién puede decirlo.
—Solo para recapitular —digo, en un último intento suplicante y
quejumbroso de salvar mi futuro profesional—, ¿no vas a hacer más
croissants hoy?
Los ojos de Faye se estrechan.
—Cariño, es posible que te gusten demasiado mis croissants… 145
—Aquí.
La voz, no la de Faye, es profunda y de tono bajo, y proviene de algún
lugar por encima de mi cabeza. Pero apenas le prestó atención porque
estoy demasiado ocupada mirando el croissant que apareció
milagrosamente frente a mis ojos. Todavía está entero, colocado encima
de una servilleta, algunos copos de masa sueltos se desmoronan
lentamente de la parte superior. He probado los croissants de Faye
antes, y sé que lo que les falta en sabor lo compensan en tamaño. Son
muy, muy grandes.
Incluso cuando lo entrega una mano muy, muy grande.
Parpadeo durante varios segundos, preguntándome si se trata de un
espejismo inducido por la superstición. Luego me giro lentamente para
mirar al hombre que depositó el croissant en el mostrador.
Él ya se ha ido. La mitad de la puerta, y todo lo que obtengo es una
breve impresión de hombros anchos y cabello claro.
—¿Qué…? —Parpadeo hacia Faye, señalando al hombre—. ¿Qué…?
—Supongo que Erik decidió que deberías tener el último croissant.
—¿Por qué?
Ella se encoge de hombros.
—A croissant regalado no se le miran los dientes.
Croissant regalado.
Me encojo de hombros para salir de mi estupor, tiro un billete de cinco
dólares en el tarro de propinas y salgo corriendo del café.
—¡Oye! —Lo llamo. El hombre está unos veinte pasos por delante de
mí. Bueno, veinte pasos con mis piernas diminutas. Podría ser menos de
cinco con las suyas—. Oye, ¿podrías esperar un…?

146
Él no se detiene, así que agarro mi croissant y me apresuro tras él.
Canalizo mi mejor versión de Ex-chica becaria de fútbol y esquivo a una
mujer que pasea a su perro, luego al perro, luego a dos adolescentes que
se besan en la acera. Lo alcanzo a la vuelta de la esquina, cuando me
detengo frente a él.
—Oye. —Sonrío. Y arriba y arriba y arriba. Es más alto de lo que
calculé. Y estoy más sin aliento de lo que me gustaría. Necesito hacer
más ejercicio—. ¡Muchas gracias! Realmente no tenías que hacerlo… —
me quedo en silencio Sin ninguna razón real más que por lo llamativo
que se ve. Él es así…
Escandinavo, tal vez. Al estilo vikingo. Nórdico. Como sus ancestros
retozaban bajo la aurora boreal en su camino hacia la financiación de
Ikea. Es tan grande como un yeti, con ojos azul claro y cabello rubio
pálido corto, y apostaría mi croissant de regalo a que su nombre contiene
una de esas geniales letras nórdicas. La a y la e aplastadas juntas; esa
extraña o cortada por la mitad; la gran b que en realidad son dos s
apiladas una encima de la otra. Algo que requiere mucho conocimiento
de HTML para ser escrito.
Me toma por sorpresa, eso es todo, y por un momento no estoy segura
de qué decir y solo miro hacia arriba. La mandíbula fuerte. Los ojos
hundidos. La forma en que las partes angulosas de su rostro se unen en
algo muy, muy atractivo.
Entonces me doy cuenta de que me está mirando y al instante me
vuelvo consciente. Sé exactamente lo que está viendo: la camisa azul que
metí dentro de mis chinos; el flequillo que realmente necesito recortar;
el cabello castaño hasta los hombros que también necesito recortar; y
luego, por supuesto, el croissant.
¡El croissant!
—¡Muchas gracias! —Sonrío—. No fue mi intención robarte la
comida.

147
Ninguna respuesta.
—Podría devolverte el dinero.
Todavía no hay respuesta. Solo esa mirada severa, germánica del
norte.
—O podría comprarte un muffin. O un panecillo. Realmente no quise
interferir con tu desayuno.
Número de respuestas: cero. Intensidad de la mirada: muchos
millones. ¿Él siquiera entiende lo que digo? Oh.
Ooooh
—Gracias. A ti —digo, muy, muy lentamente, como cuando el lado de
la familia de mi madre, el que nunca emigró a los Estados Unidos,
intenta hablar italiano conmigo—. Por… —levanto el croissant frente a
mi cara—…esto. Gracias —señalo al vikingo— tu. Eres muy —inclino la
cabeza y arrugo la nariz felizmente— agradable. —Él mira aún más,
pensativo. No creo que lo entendiera—. No lo entiendes, ¿verdad? —
murmuro para mí misma abatida—. Bueno, gracias de nuevo.
Realmente me hiciste un favor allí.
Levanto el croissant por última vez, como si estuviera brindando por
él. Luego me doy la vuelta y empiezo a alejarme.
—De nada. Aunque encontrarás que el croissant deja mucho que
desear.
Me giro hacia él. Blondie el Vikingo me mira con una expresión
indescifrable.
—¿A… acabas de hablar?
—Lo hice.
—¿En inglés?
—Creo que sí, sí.
Siento que mi alma se arrastra fuera de mi cuerpo para proyectarse

148
astralmente en las llamas ardientes del infierno por pura vergüenza.
—Tú… no estabas diciendo nada. Antes.
Se encoge de hombros. Sus ojos son tranquilos y serios. La
envergadura de sus hombros podría fácilmente iluminarse como una
meseta en Eurasia.
—No hiciste una pregunta. —Su gramática es mejor que la mía y me
estoy marchitando por dentro.
—Pensé… Pareció… Yo… —Cierro los ojos, recordando la forma en
que imité la palabra agradable para él. Creo que quiero morir. Quiero que
esto termine. Sí, ha llegado mi hora—. Estoy muy agradecida.
—Probablemente no lo estarás, una vez que pruebes el croissant.
—No yo… —Me estremezco—. Sé que no es bueno.
—¿Lo haces? —Cruza los brazos sobre su pecho y me da una mirada
curiosa. Lleva traje, como el 99 por ciento de los hombres que trabajan
en esta manzana. Excepto que no se parece a cualquier otro hombre que
haya visto. Parece una versión corporativa de Thor. Como Platino
Ragnarok. Desearía que me sonriera, en lugar de solo observarme. Me
sentiría menos intimidada—. Podrías haberme engañado.
—Yo… La cosa es que realmente no quiero comerlo. Solo lo necesito
para una… para una cosa.
Su ceja se levanta.
—¿Una cosa?
—Es una larga historia. —Me rasco la nariz—. Algo vergonzoso, en
realidad.
—Ya veo. —Aprieta los labios y asiente pensativo—. ¿Más o menos
embarazoso que asumir que no hablo inglés?
¿La muerte rápida y violenta de la que estaba hablando antes? La
necesito ahora.
—Lo siento mucho, mucho por eso. Yo realmente no… 149
—Cuidado.
Miro a mi alrededor para ver qué quiere decir justo cuando un tipo
casi me atropella con su patineta. Es una llamada cercana: entre el
preciado croissant sobre el que claramente me siento ambivalente y mi
bolso, casi pierdo el equilibrio, y ahí es donde interviene Thor
Corporativo. Se mueve mucho más rápido de lo que alguien de su
tamaño debería ser capaz de hacerlo y se desliza entre el chico de la
patineta y yo, enderezándome con una mano alrededor de mi bíceps.
Lo miro, casi sin aliento. Es tan imponente como una cadena
montañosa de Groenlandia, presionándome un poco contra la ventana
de la barbería de la esquina, y creo que me ha salvado la vida. Mi vida
profesional, por supuesto. Y ahora también mi vida, vida.
Oh, mierda.
—¿Qué está pasando esta mañana? —murmuro a nadie.
—¿Estás bien?
—Sí. Quiero decir, estoy claramente en una espiral descendente de
lucha y mortificación, pero…
Mantiene sus ojos y los ángulos de su hermoso, agresivo e inusual
rostro en mí. Su expresión es grave, sin sonreír, pero por una fracción de
segundo un pensamiento pasa por mi cabeza.
Está divertido. Me encuentra divertida.
Es una impresión fugaz. Permanece un breve momento y se disuelve
en el instante en que suelta mis bíceps. Pero creo que no me lo imaginé.
Estoy casi segura de que no lo hice, por lo que sucede a continuación.
—Creo —dice, su voz más deliciosa de lo que los croissants de Faye
podrían esperar ser—, que me gustaría escuchar esa larga y vergonzosa
historia tuya.

150
Capítulo 3
Presente
Estoy casi segura de que el ascensor se está encogiendo.
Nada dramático, de verdad. Pero calculo que cada minuto que
pasamos aquí, la cabina se vuelve un par de milímetros más pequeña.
Me acurruqué en un rincón, con los brazos alrededor de las piernas y la
frente sobre las rodillas. La última vez que levanté la vista, Erik estaba
151
en la esquina opuesta, luciendo bastante relajado. Piernas de una milla
de largo estiradas frente a él, bíceps del ancho de una secuoya cruzados
sobre su pecho.
Y, por supuesto, las paredes se ciernen sobre mí. Empujándonos más
y más juntos. Me estremezco y maldigo los cortes de energía. A los
muros. A Erik.
A mí misma.
—¿Tienes frío? —pregunta.
Levanto la cabeza. Estoy usando mi atuendo de trabajo habitual de
chinos y una bonita blusa. Colores sólidos y neutros. Suficientemente
profesional para ser tomada en serio; lo suficientemente modesto como
para convencer a los tipos que conozco a través del trabajo de que mi
presencia en cualquier reunión es para evaluar la eficacia del diseño del
sistema de biofiltración y no para brindarles, algo lindo para mirar.
Ser mujer en ingeniería puede ser muy divertido.
Erik, sin embargo… Erik se ve un poco diferente. Lleva vaqueros y un
suéter oscuro y suave que se estira alrededor de su pecho, y parece
inusual, dado que en el pasado solo lo he visto en traje. Por otra parte,
solo he visto a Erik dos veces antes, técnicamente en el mismo día.
(Es decir, si uno no cuenta las veces en el último mes que lo vislumbré
alrededor del edificio y rápidamente me di la vuelta para cambiar de
dirección. Lo cual no hago mucho).
Aun así, no puedo evitar preguntarme si la razón por la que se ve
inusualmente informal es porque hoy temprano estaba trabajando en el
lugar. Supervisando. Asesorando. Tal vez lo llamaron para dar
recomendaciones sobre el proyecto Milton, y… Sí. No voy allí.
Enderezo y cuadro mis hombros. Mi resentimiento por Erik Nowak,
el sentimiento que he estado acunando en mi bolsillo como un ratoncito
durante las últimas tres semanas, el que he estado alimentando con bilis 152
y sobras, despierta. Y, sinceramente, se siente bien. Familiar. Me
recuerda que a Erik realmente no le importa si tengo frío. Apuesto a que
tiene motivos ocultos para preguntar. Quizá quiera vender mis órganos.
O está planeando establecer un rincón para hacer pis en mi cadáver
podrido.
—Estoy bien —digo.
—¿Estás segura? Puedo darte mi suéter.
Me lo imagino brevemente quitándoselo y entregándomelo. Lo he
visto hacerlo antes en carne y hueso, lo que significa que ni siquiera
necesitaría ser creativo. Recuerdo bien la forma en que agarró el cuello
y se lo subió por la cabeza, sus músculos se flexionaron y contrajeron, la
repentina extensión de carne pálida…
Me tendía la camisa y aún estaba caliente. Tal vez incluso huela como
su piel, o como sus sábanas.
Guau. Guau, guau, guau. ¿Qué fue eso? He estado en este ascensor
durante aproximadamente nueve minutos y mi cerebro ya está
desarrollando agujeros tipo queso suizo. Aguanta, se fuerte, Sadie
Grantham. Felicidades por tu fortaleza emocional. Qué manera de estar caliente
por una persona realmente horrible.
—No es necesario —le digo, sacudiendo la cabeza demasiado
ansiosamente—. ¿Estás seguro de que deberíamos esperar? —
pregunto—. Simplemente, ¿no hacer nada y esperar?
Él asiente con calma, transmitiendo claramente que no es difícil para
él ser un buen compañero en esta situación, que la idea de quedarse
conmigo no le molesta ni un poco y que, a diferencia de algunos de
nosotros, no está tentado a enterrar su cara en sus manos y llorar.
Presumido.
—¿Y si gritamos? —pregunto.
—¿Gritar?

153
—Sí, ¿y si gritamos? Este es un edificio gigante. Alguien está obligado
a escucharnos, ¿verdad?
—¿A las once de la noche de un viernes? —Su respuesta es mucho
más amable de lo que merece mi estúpida pregunta—. ¿Mientras el
ascensor está atascado entre pisos? ¿Este ascensor?
Aparto la mirada porque tiene razón. Frustrantemente correcto. Este
ascensor maldito en el que estamos está en la parte más profunda del
edificio, junto a un pasillo por el que nadie pasaría de noche. Una
verdadera tragedia, solo eclipsada por el hecho de que también tiene la
cabina más estrecha que he visto en mi vida. Los invitados y clientes rara
vez lo usan, por lo que tiene la ventaja de ser más rápido y la desventaja
de ser pequeño.
Como en: minúsculo. Sabía que era diminuto, pero no hay nada como
darse cuenta de que este podría ser el lugar donde moriría para registrar
cuán diminuto. Si estiro los brazos, choco con Erik. Si estiro las piernas,
choco con Erik. Si me retuerzo en el suelo como deseo
desesperadamente, también me tropezaré con Erik. Qué dilema.
—¿Estás bien? —pregunta suavemente. Sus ojos también se ven
suaves. Una bola de algo que no puedo definir bien se anuda en mi
pecho.
—Sí.
—Aquí. —Rebusca en su bolso por un momento. Luego me ofrece
algo—. Ten un poco de agua.
No sé por qué acepto su botella de agua de la Liga de fútbol amateur de
Nueva York de 2019. No sé por qué mis dedos rozan los suyos por un
breve momento. Y no sé por qué, mientras bebo pequeños sorbos, me
estudia con algo que se asemeja a la preocupación.
No está realmente preocupado, porque Erik Nowak no es ese tipo de
persona. ¿Qué tipo de persona es realmente? Un traidor. Un mentiroso.
Un McMansion humano consciente que solo valora su propio éxito
profesional. Un seguidor del FC Copenhague, que, me complace decirlo,
es un equipo de fútbol mediocre en el mejor de los casos. Sí, dije lo que 154
dije.
—¿Mejor?
—Te lo dije, estoy bien. Estoy totalmente genial.
—Te ves pálida. —Su cabeza se inclina, como para observarme
mejor—. ¿Eres claustrofóbica?
—No. No me parece. —¿Lo soy, sin embargo? Eso explicaría mucho.
Las paredes cerrándose. Esta sensación grasosa y vomitiva en mi
estómago. La forma en que me encantaría arañar este lugar porque es
tan pequeño y Erik ocupa mucho espacio dentro de mi cabeza y puedo
oler su jabón y solo quiero olvidar todo sobre él y tal vez pensé que lo
había hecho pero ahora está aquí y todo vuelve y yo…
—Sadie. —Erik me mira como si supiera exactamente qué tipo de
espiral se está desarrollando actualmente en mi cerebro—. Toma una
respiración profunda.
—Lo sé. Lo estoy haciendo. Tomando respiraciones profundas, eso es.
—O tal vez no lo estaba. Porque ahora, con algo de aire en mis
pulmones, mi cerebro está un poco más tranquilo.
—¿Es tu primera vez?
Parpadeo hacia él.
—¿Respirando?
Él sonríe débilmente. Como si no le importara que vamos a morir
aquí.
—Estar atrapada en un ascensor.
—Vaya. Sí. —Lo pienso por un momento—. Espera, ¿no es la tuya?
—Tercera.
—¿Tercera?
Él asiente.
—¿Estás… maldito, o algo? 155
—Veo que tus supersticiones se están volviendo fuertes —dice,
claramente bromeando, y la idea de que cree que me conoce, el hecho de
que después de todo lo que pasó, se sienta autorizado a bromear
conmigo…
Me pongo rígida.
Y a juzgar por su expresión, Erik se da cuenta.
—Sadie…
—Estoy bien —lo interrumpo—. Lo prometo. Pero, ¿podríamos
callarnos, por favor? ¿Solo un poco? —Odio lo débil que suena mi voz.
Dejo la botella de agua y escondo mi rostro entre mis rodillas. Escucho
su exhalación aguda, el silencio tenso e incómodo que cae entre
nosotros, y trato de no pensar en la última vez que estuve con él.
Cuando nunca quise dejar de hablar, ni por un segundo.
Capítulo 4
Hace tres semanas
Tengo mi reunión de presentación en una hora, una pequeña montaña
de gigabytes de archivos para revisar, y estoy bastante segura de que
mis becarios están actualmente dieciocho pisos más arriba, tratando de
decidir si los abandoné para unirme a un culto o si he sido secuestrada
por un Pie grande urbano. Pero no puedo evitar mirar fijamente la boca 156
de Thor Corporativo mientras me dice, con total naturalidad:
—Es una fachada para lavar dinero.
—¡De ninguna manera!
Se encoge de hombros. Estamos sentados uno al lado del otro en un
banco en un pequeño parque que, como resultado, está justo detrás de
mi edificio. El sol brilla, los pájaros cantan, he visto al menos tres
mariposas y, sin embargo, sigo vagamente intimidada por su tamaño. Y
sus pómulos.
—Es la única explicación posible.
Muerdo mi labio, tratando de pensarlo bien.
—¿No podría ser Faye simplemente, ya sabes… ¿Una panadera
realmente mala?
—Ciertamente lo es. Su café también es cuestionable.
—Es muy parecido al líquido de frenos —concedo.
—Siempre pensé en el refrigerante de plasma. El punto es que ella ha
estado aquí desde hace diez años, cuando comencé a trabajar en ese
edificio, y estará aquí mucho después de que tú y yo nos hayamos ido.
A pesar de eso. —Señala el croissant que todavía estoy agarrando.
Honestamente, debería hacer un esfuerzo y tragármelo. El sudor de mi
mano no lo hará más sabroso—. No hay una razón empresarial válida
para que ella siga en el negocio.
Asiento pensativamente. Él podría tener un punto.
—¿Aparte de operaciones de lavado de dinero y vínculos con el
crimen organizado?
—Precisamente. —Está bien, su gramática puede ser perfecta, pero
estoy empezando a captar un vago acento extranjero. Quiero hacer un
millón de preguntas al respecto, un deseo en competencia directa con
mi deseo de no parecer un bicho raro. Un objetivo elevado, ya que soy,
de hecho, un bicho raro. 157
—Veo tu teoría. Pero. Escúchame. —Soplo mi flequillo fuera de mis
ojos. La expresión de Erik no se mueve ni un nanómetro, pero sé que
está escuchando. Hay algo en él, como si su atención fuera algo
físicamente tangible, como si fuera bueno para ver, oír y saber—.
Entonces, recuerdas qué te hablé sobre mi… ¿problema?
—¿El del pensamiento mágico? ¿Dónde crees que tu éxito profesional
se relaciona con los artículos que comes en el desayuno?
No puedo creer que lo admití. Dios, él ya sabe que soy un bicho raro.
Aunque, para su crédito, parece estar tomándoselo con calma.
—Está bien, escucha, sé que suena como si estuviera tontamente
agarrando los restos atávicos de la antigüedad.
—¿Suena? —Su ceja se levanta.
Podría estar sonrojándome.
—Me gusta pensar en ello como… más una forma de unirme y
celebrar las tradiciones de mis éxitos anteriores, ¿sabes? Y menos como
establecer una conexión causal empírica entre el color de mi ropa
interior y los eventos futuros.
—Ya veo. —La comisura de su boca se tuerce hacia arriba. Apenas,
sin embargo, todavía no una sonrisa. Quizá no sea capaz. Tal vez tenga
una condición médica debilitante. Smilopatía: ahora con su propio
código ICD-10—. Entonces, ¿cuál es el color de la suerte?
—¿Qué?
—De ropa interior.
—Vaya. Um… lavanda.
Parece brevemente perplejo.
—¿Morado?

158
—Más o menos, sí. —Olvidé que la mayoría de los hombres no
pueden nombrar más de cinco colores—. Un poco más ligero. Entre
morado y rosa. Como un pastel.
Él asintió lentamente, como si estuviera tratando de imaginárselo.
—Lindo —dice, y su tono es tan simple y directo como lo ha sido en
los últimos minutos. No hay absolutamente ninguna lascivia
espeluznante, como si estuviera halagando una flor o un cachorro. Mi
corazón da un vuelco, no obstante.
¿Él…? Si me viera usando mi… ¿Seguiría pensando eso?
Dios mío ¿Qué está mal conmigo? Este pobre hombre me acaba de dar
su croissant.
—De todos modos —me apresure a añadir—, tal vez hay mucha gente
comprando croissants de buena suerte, porque no estoy sola en mi…
pensamiento mágico, buena manera de decirlo, por cierto. Por ejemplo,
mi amiga Hannah trabaja en la NASA y dice que los ingenieros allí han
tenido rutinas complejas que involucran cacahuetes de Planters y
lanzamientos de misiones durante los últimos cincuenta años. Y soy
ingeniera. Básicamente, estoy profesionalmente obligada a…
—¿Eres ingeniera? —Sus ojos se abren con sorpresa.
Mi corazón se hunde con la decepción. Oh Dios. Él es uno de esos. No
puedo creer que sea uno de esos.
Frunzo el ceño y me levanto del banco, mirándolo con el ceño
fruncido.
—Para tu información, en los EE. UU., el quince por ciento de la fuerza
laboral de ingeniería está compuesta por mujeres. Y ese número ha ido
aumentando constantemente, por lo que no hay necesidad de estar tan
sorprendido de que…
—No lo estoy.
Mi ceño se profundiza.
—Seguro que parecías… 159
—Yo también soy ingeniero, y parecía una especie de coincidencia. —
Su boca se tuerce de nuevo—. Pensé que tu pensamiento mágico podría
ser divertido.
—Vaya. —Mis mejillas arden—. Vaya. —Guau. ¿Soy imbécil, Reddit?
Bueno, lo eres, Sadie—. Lo siento, no quise insinuar…
—¿Dónde estudiaste? —pregunta, imperturbable, tirando de mi
muñeca hasta que me siento de nuevo. Termino un poco más cerca de él
de lo que estaba antes, pero está bien. Está bien. Siri, ¿cuántas veces puedo
humillarme por completo en el lapso de treinta minutos? ¿Infinito, dices?
Gracias, eso es lo que pensé.
—Um, Caltech. Terminé mi doctorado el año pasado. ¿Y tú?
—NYU. Obtuve mi maestría… ¿Hace diez, once años?
Nos miramos el uno al otro, yo calculando su edad, él… No sé. Tal
vez él también esté calculando. Debe ser seis o siete años mayor que yo.
No es que sea de ninguna manera relevante. Solo estamos charlando.
Nos iremos por caminos separados en doce segundos.
—¿Dónde trabajas? —pide.
— GreenFrame. ¿Y tú?
—ProBld.
Arrugo la nariz e instantáneamente reconozco el nombre, tanto de las
placas en el vestíbulo de mi edificio de oficinas como de la vid de
ingeniería de Nueva York. Hay muchas firmas en esta área, y él trabaja
en mi menos favorita. La medusa grande que sigue expandiéndose al
comerse a las medusas más pequeñas. No es que sean terribles, están
bien. Pero son de la vieja escuela y no se enfocan en la sustentabilidad
tanto como nosotros. Sin embargo tienen un representante sólido, y
algunos de nuestros clientes potenciales incluso los eligen por eso. Puaj.
—¿Acabas de poner una cara de repulsión cuando mencioné mi
empresa? 160
—No. ¡No! Quiero decir, sí. Un poquito. Pero no lo dije de una manera
ofensiva. Simplemente no parecen adoptar un enfoque de sistemas
completos para la resolución de problemas cuando se enfrentan a
desafíos ambientales… —Sus ojos brillan. ¿Se está burlando de mí? ¿Se
burla Thor Corporativo?—. Quiero decir, ahora llego más de veinte
minutos tarde al trabajo. Siendo realistas, probablemente me despedirán
y terminaré rogándoles un trabajo.
Él asiente, los labios apretados.
—Bueno. Tengo un acuerdo con los socios.
—¿Es eso así?
—Estoy seguro de que les encantaría tenerte a bordo. Desarrollar un
enfoque de sistemas completos para la resolución de problemas cuando
se trata de desafíos ambientales. —Saco la lengua, que él ignora—. ¿Qué
nombre debo poner cuando te recomiende?
—Vaya. Sadie Grantham. —Extiendo mi mano que no tiene el
croissant. Él lo mira por un largo momento, y de repente,
inexplicablemente, tengo un miedo terrible. Ay dios mío. ¿Y si no la
acepta?
¿Sí, Sadie? Una voz sabia, mezquina y pragmática me susurra al oído.
¿Qué pasa si un extraño no quiere tomar tu mano? ¿Cómo lidiarás con el
impacto cero punto cero que tendrá en tu vida? Pero la voz es discutible,
porque la toma, y mi corazón galopa por lo bien que se siente su piel,
sólida y un poco áspera. Su mano se traga mis dedos, calentando mi
carne y los lindos y baratos anillos que me puse esta mañana.
—Encantado de conocerla, Dra. Grantham. —Mi respiración se
engancha. Mi corazón se derrite. He tenido mi doctorado por menos de
un año, así que todavía disfruto que me llamen doctora. Sobre todo
porque nadie lo hace nunca—. Erik Nowak.
Bueno. Nadie lo hace excepto Erik Nowak.
Erik Nowak. 161
—¿Puedo preguntarte algo un poco inapropiado?
Sacude la cabeza, lenta y gravemente.
—Desafortunadamente, no estoy usando ropa interior morada.
Me rio.
—No es… cuando escribes tu apellido, ¿hay letras geniales y elegantes
en él? —Dejo escapar la pregunta y al instante me arrepiento. Ni siquiera
estoy segura de lo que estoy preguntando. Supongo que me deje llevar
por la situación.
—Tiene una n y una w ¿Se consideran elegantes?
Realmente no. Bastante aburrido.
—Por supuesto.
Asiente.
—¿Qué pasa con la k? Es mi letra favorita.
—Eh, sí. Esa también es elegante. —Todavía aburrido.
—¿Pero seguramente no la letra a?
—Uh, bueno, supongo que la a es…
Su boca está crispada. Otra vez. Me está tomando el pelo. De nuevo Lo
odio.
—Maldito seas —digo sin calor.
Está casi sonriendo.
—Sin diéresis. Sin signos diacríticos. Sin Moller. O Kiærskou. O
Adelsköld. Aunque fui a la escuela con ellos. —Asiento, vagamente
decepcionada. Hasta que pregunta—: ¿Decepcionada? —y luego no
puedo evitar esconderme detrás de mi croissant y reírme. Cuando
termino, definitivamente sonríe y dice—: Realmente deberías comer eso.

162
O perderás a tu cliente y el próximo cohete de la NASA explotará.
—Correcto, sí. —Arranco un trozo. Lo sostengo—. ¿Quieres un
bocado? No me importa compartir.
—¿En realidad? ¿No te importaría compartir conmigo mi propio
croissant famoso y repugnante?
—¿Qué puedo decir? —Sonrío —Soy un alma generosa.
Él niega con la cabeza. Y luego agrega, como si se le acabara de ocurrir:
—Conozco un muy buen bistró francés.
Todo mi cuerpo se anima.
—Vaya.
—También tienen una panadería.
Mi cuerpo se anima y hormiguea.
—¿Sí?
—Hacen croissants excelentes. Voy allí a menudo.
El sol sigue brillando, los pájaros siguen cantando, ahora he visto
cinco mariposas y… el ruido de fondo se desvanece lentamente. Miro a
Erik, estudio la forma en que la sombra de los árboles cae sobre su rostro,
lo estudio tan de cerca como él me está estudiando a mí.
En mi vida, me han invitado a tomar una copa suficientes conocidos
al azar que creo que tal vez, solo tal vez, podría saber a qué está tratando
de llegar. Y en mi vida, he querido decir no a las bebidas con cada uno
de esos conocidos al azar, por lo que he aprendido a evitar que me hagan
la pregunta. Soy buena transmitiendo desinterés e indisponibilidad.
Muy, muy buena.
Y sin embargo, aquí estoy.
En un banco de Nueva York.

163
Agarrando un croissant.
Aguantando la respiración y… ¿esperando?
Pregúntame, pienso. Porque quiero probar ese bistró francés que conoces.
Contigo. Y hablar más sobre el lavado de dinero y un enfoque de sistemas
completos para la ingeniería ambiental y la ropa interior morada que en realidad
es lavanda.
Pregúntame, Erik Nowak. Pregúntame, pregúntame, pregúntame.
Pregúntame.
Hay autos en la distancia, gente riéndose y correos electrónicos
amontonándose en mi bandeja de entrada, dieciocho pisos por encima
de nosotros. Pero mis ojos sostienen los de Erik por un largo y
prolongado momento, y cuando me sonríe, noto que sus ojos son tan
azules como el cielo.
Capítulo 5
Presente
De acuerdo con la placa sobre la consola de selección de piso (que, por
cierto, no incluye un botón de emergencia; estoy redactando
mentalmente un correo electrónico escrito enérgicamente que
probablemente nunca se enviará), el elevador tiene una capacidad de
más de 600 kilogramos. El interior, calculo, tiene unos cinco metros 164
cuadrados, cuatro de los cuales están ocupados por Erik. (Como de
costumbre: gracias, Erik). Se instaló un pasamanos de acero inoxidable
en el lado más interno, y las paredes son bastante bonitas, esmalte
horneado blanco o algún material similar que tal vez fecha un poco el
auto, pero oye, es mejor que espejos Odio los espejos en los ascensores,
y los odiaría más en este ascensor. Serían tres veces más difíciles de lo
que ya es evitar vislumbrar a Erik.
En el techo, entre las dos luces empotradas de bajo consumo
(¿espero?) que actualmente están apagadas, noté un gran panel de
metal. Y eso es lo que he estado mirando durante el último minuto más
o menos. No soy una experta en ascensores, pero estoy casi segura de
que es la salida de emergencia.
Desde mi punto de vista de un metro y medio, Erik está en algún lugar
entre un metro noventa y los dos metros. En base a eso, calculo que la
cabina mide unos dos metros diez de alto. Demasiado alto para
alcanzarlo por mi cuenta y demasiado alejado de la pared para usar el
pasamanos como punto de escalada. Pero. Pero estoy segura de que Erik
podría levantarme fácilmente. Quiero decir, lo ha hecho antes. En varias
ocasiones, en el lapso de las veinticuatro horas que pasamos juntos.
Como cuando nos dio hambre a mitad de la noche: me levantó como si
fuera un gatito de dos kilos, me depositó en el mostrador de su cocina
mientras yo jadeaba con asombro ante su hermoso refrigerador lleno en
exceso, y luego procedió a inspeccionar una extensa serie de sobras
chinas antes de compartirlas conmigo. Sin mencionar esa otra vez,
cuando estábamos en su ducha y él puso una mano debajo de mi trasero
para empujarme contra la pared y…
El punto es: él podría ayudarme a alcanzar el panel. Podría
desalojarlo, salir de la cabina, y si estamos lo suficientemente cerca del
piso superior, podría abrir las puertas y salir. En ese momento, sería
libre. Libre para ir a casa y darle de comer a Ozzy, quien sin duda ahora
está silbando con todo su corazón como siempre lo hace cuando no ha
comido en más de dos horas. Me miraría como si fuera una horrible
madre roedora, pero luego aceptaría a regañadientes mi palito de 165
zanahoria y se acurrucaría en mi regazo. Y por supuesto, cuando mi
teléfono tuviera cobertura, pediría ayuda para que alguien venga a
ocuparse de Erik. Pero no me quedaría para verlo salir, porque ya he
tenido un montón de…
—No.
Me sobresalto y miro a Erik. Todavía está en la esquina opuesta a la
mía, dándome una mirada fija.
—¿No qué?
—No va a suceder.
—Ni siquiera sabes lo que…
—No vas a salir por la salida de emergencia.
Casi retrocedo, porque a pesar de mis tendencias de pensamiento
mágico, soy consciente de que leer la mente no es realmente algo que
exista. Por otra parte, también soy consciente de que esta no es la
primera vez que Erik parece saber exactamente lo que está pasando en
mi cabeza. Fue bastante bueno en eso durante nuestra cena juntos. Y
luego más tarde, claro. En la cama.
Pero en esta casa (es decir, mi cerebro) no reconocemos eso.
—Bueno —digo—, eres mucho más grande y más pesado. Así que no
puedes hacerlo. —Además, no estoy segura de confiar en que él no me
deje aquí. He confiado en él antes y lo he lamentado mucho.
—Tú tampoco, porque yo no te voy a dejar.
Arrugo la frente.
—Podría ser capaz de llegar a la salida por mí misma. En cuyo caso
técnicamente no tienes que dejarme.
—Si eso sucede, voy a impedir físicamente que lo hagas.

166
Lo odio. Mucho.
—Escucha, ¿y si nos quedamos atrapados aquí por días? ¿Qué pasa si
salir es nuestra única oportunidad?
—No hay nada que sugiera que el ascensor no volverá a funcionar en
el momento en que se resuelva el corte de energía. Llevamos aquí unos
treinta minutos, que no es nada, teniendo en cuenta que el equipo de
reparación probablemente esté trabajando en la red para reparar un
apagón en toda la manzana. Sin mencionar lo increíblemente peligroso
que sería lo que estás proponiendo.
Tiene razón. Estoy siendo impaciente e irracional. Lo que me pone
nerviosa.
—Es… es cosa mía.
Su rostro se convierte en piedra.
—¿Cosa tuya?
—Estarías a salvo aquí. Solo tendrías que esperar a que pida ayuda,
y…
—¿Crees que estaría bien si te pusieras en peligro? —Al principio,
Erik no es exactamente un tipo cálido y agradable, pero no tenía idea de
que pudiera sonar así. Engañosamente tranquilo, pero furiosamente,
heladamente lívido. Se inclina hacia adelante como para mirarme mejor,
y su mano se estira para cerrarse alrededor del pasamanos, con los
nudillos estirados y blancos. Tengo una breve visión de él partiéndolo
en dos.
Su ira, por supuesto, me da FOMO9 y me enfada igual. Así que
también me inclino hacia adelante.
—No veo por qué no.
—¿En serio, Sadie? ¿No lo ves? No entiendes por qué no estaría bien
dejarte, entre todas las personas… —Aparta la mirada abruptamente, con
la mandíbula tensa y un músculo en la mejilla. Su cabello, me doy
cuenta, es más corto que cuando lo toqué. Y creo que podría haber
perdido un poco de peso. Y no puedo, realmente no puedo soportar lo 167
guapo que es—. ¿Realmente preferirías hacer algo tan idiota e
imprudente que estar aquí conmigo por unos minutos más? —pregunta,
volviéndose hacia mí, su voz helada y tranquila de nuevo.
Por supuesto que no, casi suelto. No soy una chica de película de terror
que no llega al final y que sigue el cartel de MUERTE POR AQUÍ solo
para quedar estupefacta cuando un asesino con hacha le corta la pierna.
Por lo general, soy una persona responsable y sensata, que suele ser la
palabra clave, porque en este momento estoy un poco tentada de
encontrarme con el amoroso pecho de un asesino en serie que empuña
un hacha. Racionalmente, sé que Erik tiene razón: no estaremos
atrapados aquí por mucho tiempo, y alguien vendrá a buscarnos. Pero
luego recuerdo lo traicionada y decepcionada que me sentí en los días
posteriores a lo que hizo. Recuerdo llorar al teléfono con Mara. Llorar al
teléfono con Hannah. Llorar al teléfono con Mara y Hannah.
Estar aquí con él parece tan imprudente como cualquier otra cosa,
sinceramente. Así es como me encuentro encogiéndome de hombros y
diciendo:

9 FOMO -del inglés "fear of missing out", que en español sería "miedo a perderse algo".
—Más o menos, sí.
Espero que Erik se enfade de nuevo. Que me diga que estoy siendo
tonta. Que haga uno de esos chistes secos suyos que me hacen reír
siempre. En lugar de eso, me toma por sorpresa: aparta la mirada con
aire de culpabilidad. Luego se presiona los ojos con los dedos, como si
de repente estuviera abrumadoramente exhausto, y murmura en voz
baja:
—Mierda, Sadie. Lo siento.

168
Capítulo 6
Hace tres semanas
Tengo un gran total de cero rituales supersticiosos centrados en las
citas.
Y te prometo que no digo esto para presumir. Hay una razón simple
por la que no me he convencido de que necesito tomar un Capri Sun o
hacer siete saltos antes de salir con alguien, y es que no salgo con nadie.
169
Nunca. Solía hacerlo, por supuesto. Hace tiempo. Con Oscar, El amor de
mi vida.
Como suele señalar Hannah, es un poco engañoso para mí referirme
al tipo que conoció a otra mujer en un retiro de vinculación corporativa
de ciencia de datos y dos semanas después me llamó llorando para
decirme que se estaba enamorando de ella como el «Amor de Mi vida.»
Y lo juro, entiendo la ironía. Pero Oscar y yo nos conocemos desde hace
mucho tiempo. Me dio mi primer beso (con lengua) cuando éramos
estudiantes de segundo año en la escuela secundaria. Fue mi cita para el
baile de graduación, la primera persona que no era de mi familia con la
que me fui de vacaciones, a quien le lloré en el hombro cuando lo
aceptaron en la escuela de sus sueños en el Medio Oeste, exactamente a
siete estados de distancia de mí.
De hecho, hicimos que funcionara bastante bien durante cuatro años
de larga distancia para ir a la universidad. Y pudimos pasar los veranos
juntos, excepto cuando estaba en prácticas, que era… bueno, sí, todos
los veranos excepto el penúltimo año, y tuve ese campo de
entrenamiento de codificación en UCSB en ese entonces, así que… Sí,
todos los veranos. Así que tal vez no hubo veranos juntos, pero terminé
con un currículum excelente, y eso fue bueno. Mejor, incluso.
Cuando nos graduamos de la universidad, a Oscar le ofrecieron un
trabajo en Portland, y yo iba a seguirlo y encontrar algo allí, pero ingresé
al programa de doctorado de Caltech, que era una oportunidad
demasiado buena para dejarla pasar. Realmente pensé que podríamos
hacer cinco años más de larga distancia, porque Oscar era un gran tipo
y muy, muy paciente y comprensivo, hasta el comienzo de mi tercer año.
Hasta el día que me llamó por FaceTime, llorando porque había
conocido a otra persona y no tuvo más remedio que romper conmigo.
Lloré. Aceché a su nueva novia en Instagram. Comí mi peso en gelato

170
Talenti (trufa de caramelo salado, parfait de vainilla y frambuesa negra
y, en una noche particularmente vergonzosa, sorbete de mango
derretido en una olla de Midori sour; estoy llena de remordimientos).
Me corté el pelo corto, a lo que mi peluquero denominó el bob más largo
en la historia de los bobs. No podía soportar estar sola, así que dormí en la
cama de Mara durante una semana, porque Hannah da demasiadas
vueltas y estoy bastante segura de que cambió las sábanas dos veces en
los cinco años que vivimos juntas. Durante unos diez días tuve el
corazón totalmente roto. Y entonces…
Entonces yo estaba más o menos bien.
En serio, teniendo en cuenta que Oscar y yo habíamos estado juntos
durante casi una década, mi reacción al ver que rompimos
unilateralmente fue nada menos que milagrosa. Aprobé todas mis clases
y mi trabajo de laboratorio, pasé el verano recorriendo Europa en tren
con Mara y Hannah, y un par de meses más tarde me sorprendí al darme
cuenta de que no había revisado el Twitter de la novia de Oscar en
semanas. Eh.
—¿Podría ser que no era amor verdadero? —Me encontré
preguntando a mis amigas sobre Midori sour (sin sorbete de mango;
para entonces había recuperado mi dignidad).
—Creo que hay muchos tipos de amor —dijo Hannah. Estaba
acurrucada a mi lado en nuestro stand favorito en Joe's, el bar de
estudiantes graduados más cercano a nuestro apartamento—. ¿Tal vez
el tuyo con Oscar estuvo más cerca de la variedad de hermanos que de
algo parecido a una relación apasionada entre almas gemelas? Y todavía
están en contacto. Sabes que aún se aman como amigos, por lo que tu
cerebro sabe que no hay necesidad de llorarlo.
—Pero al principio estaba muy, muy devastada.
—Bueno, no quiero psicoanalizarte en el sillón…
—Quieres totalmente psicoanalizarme en el sillón.

171
Hannah sonrió, complacida.
—Está bien, si insistes. Me pregunto si tal vez te devastó más la idea
de perder tu puerto seguro, la persona que estuvo ahí para ti desde que
eras niña y prometió estar ahí para ti por siempre, que la idea de perder
al mismo Oscar. ¿Podría ser que él fuera una especie de muleta?
—No sé. —Toqué mi cereza de guarnición—. Me gustaba ser su novia.
Él estaba… allí, ¿sabes? Y cuando estábamos separados lo extrañaba,
pero no demasiado. Era… fácil, supongo.
—¿Podría ser que era demasiado fácil? —preguntó Mara antes de
robarme la lima.
He estado pensando en su pregunta desde entonces.
Pero no ha habido nadie después de Oscar. Lo que significa que
técnicamente aún conserva el título de Amor de mi vida, incluso si hace
dos meses recibí una invitación para su boda, una pista bastante clara
de que no soy el amor de él. Podría haber salido más, supongo,
especialmente en la escuela de posgrado. Podría haberme esforzado
más. «Cuando una puerta se cierra, otra se abre» dirían Hannah y Mara.
«Ahora puedes tener citas. Te perdiste tantos tipos calientes en los
últimos años, ¿recuerdas al chico que conocimos en Tucson? ¿O el que
siempre te invita a salir en las conferencias? Oh, Dios mío, ¿el chico de
la dinámica de fluidos que claramente estaba enamorado de ti?
¡Deberías salir con él!».
Por supuesto, cada vez que surge el tema de mi vida amorosa, y
debido a que el arrastre es una parte sacrosanta del pacto de amistad,
nunca dudo en señalar que, aunque tanto Hannah como Mara han
estado solteras en su mayoría desde que comenzaron la escuela de
posgrado, ellas apenas aprovechan sus increíbles oportunidades de
citas. Por lo general, termina con Mara murmurando a la defensiva que
está ocupada, y Hannah refutando que está en un descanso de ligar con
la gente, porque sus dos últimos compañeros de sexo fueron «¿Puedo
eyacular en tu pelo?» y «cráneo humano en la mesita de noche, chica»,
y harían desistir a cualquiera fuera del sexo. Por lo general, termina con
nosotras decidiendo colectivamente que ninguna relación podría 172
competir con nuestros trabajos, conejillos de indias o… ¿Netflix, tal vez?
Si la idea de mirar los planos me atrae más que ir al club (lo que sea que
eso signifique; ¿qué es un club, en realidad?), entonces tal vez debería
pasar el rato con los planos. No es que las cosas no puedan cambiar, ya
que Mara ahora está vergonzosa y fantásticamente enamorada de su
antiguo compañero de piso imbécil.
Tal vez los planos y yo nos unamos por ley. ¿Quién sabe?
En fin. Todo esto para decir: realmente no he tenido muchas citas, que
es la única razón por la que no he desarrollado hábitos extraños y
ritualistas en torno al proceso. O no lo había hecho. Hasta ahora.
Porque tengo unos quince minutos de la noche, y estoy pensando que
tendré que quedarme con estos jeans negros por el resto de mi vida. ¿El
suéter verde ligero que me puse? No puedo tirarlo. Alguna vez. Este es
ahora mi atuendo para la cita de la suerte. Porque en el momento en que
nos sentamos en el bistró, donde todo huele delicioso y nuestra estrecha
mesa junto a la ventana tiene la suculenta más linda en el centro, suena
el teléfono de Erik.
—Lo siento. Lo silenciaré. —Lo hace, pero no sin antes poner los ojos
en blanco. Lo cual está tan lejos de su ambiente estoico y desconcertado
habitual, que no puedo evitar estallar en carcajadas—. Por favor, no te
burles de mi dolor —dice inexpresivo, tomando asiento frente al mío.
No estoy seguro de cómo, pero sé que está bromeando. Tal vez estoy
desarrollando poderes telepáticos.
—¿Trabajo? —pregunto.
—Ojala. —Sacude la cabeza, resignado—. Cosas mucho más
importantes.
Vaya. Tal vez no estaba bromeando.
—¿Está todo bien?
—No. —Desliza su teléfono en su bolsillo y se recuesta en su asiento—
. Mi hermano me envió un mensaje de texto diciendo que mi equipo de 173
fútbol acaba de cambiar a uno de nuestros mejores jugadores. Nunca
volveremos a ganar un juego.
Sonrío al tomar el agua. Realmente nunca me metí en el fútbol
americano. Parece un poco aburrido, un grupo de tipos demasiado
grandes parados con hombreras de los 80 y golpeando sus cabezas hacia
la encefalopatía traumática crónica, pero estoy demasiado loca por el
fútbol para juzgar a los fanáticos de otros deportes. Tal vez Erik solía
jugar. Es lo suficientemente grande, supongo.
—Entonces realmente deberían invertir en ropa interior de la suerte.
Me da una mirada persistente.
—Morada.
—Lavanda.
—Correcto. Sí. —Él mira hacia otro lado, y creo que esto es agradable.
Estoy sentada frente a alguien que no es Oscar, y no me siento
demasiado nerviosa ni más rara de lo habitual. A pesar de que es una
montaña de músculos rubios y acerados, es sorprendentemente fácil
estar cerca de Erik.
—¿Cuál es tu equipo? ¿Los Gigantes? ¿Jets?
Él niega con la cabeza.
—No es ese tipo de fútbol.
Ladeé la cabeza.
—¿Es como una liga menor?
—No, es fútbol europeo. Fútbol, lo llamarías. Pero no necesitamos
hablar de…
Casi doy un escupitajo.
—¿Sigues el fútbol?
—Una cantidad digna de intervención, según mi familia y amigos.
Pero no te preocupes, tengo otros temas de conversación como
repostería. O la implementación práctica de la tecnología de fábrica
174
inteligente. O… Eso es todo.
—¡No! No, yo… —Ni siquiera sé por dónde empezar. —Me encanta el
fútbol. Como, amor, amor. Me quedo despierta hasta horas ridículas para
ver partidos en Europa. Mis padres siempre me regalan camisetas
elegantes para mi cumpleaños porque ese es, literalmente, mi único
interés. Fui a la universidad con una beca de fútbol.
Frunce el ceño.
—Yo también.
—No puede ser. —Nos miramos el uno al otro durante un largo
momento, un millón y una palabras se cruzan en el contacto visual.
Imposible. Asombroso. ¿En serio? ¿De verdad, de verdad?—. ¿Solías jugar?
—Todavía juego. Los martes por la noche y fines de semana, en su
mayoría. Hay muchos clubes de aficionados aquí.
—¡Lo sé! Los miércoles voy a un gimnasio cerca de mi casa y… El
fútbol fue mi primera opción profesional. El doctorado en ingeniería
definitivamente era mi plan B. Tenía muchas, muchas ganas de ser
profesional.
—¿Pero?
—No era lo suficientemente buena.
Él asiente.
—Me hubiera encantado ser profesional también.
—¿Qué te detuvo?
Él se ríe. Suena como un abrazo.
—No era lo suficientemente bueno.
Me rio.
—Entonces, ¿cuál es tu equipo y a quién cambiaron?
—FC Copenhague. Y se deshicieron de…
175
—No digas Halvorsen.
Cierra los ojos.
—Halvorsen.
Me estremezco.
—Sí, nunca van a ganar otro juego, ni por toda la ropa interior morada
del mundo. Pero no iban a ganar mucho con él, de todos modos.
Necesitan un mejor entrenador, sinceramente. Sin ofender.
—Mucha ofensa. —Él está mirando.
—¿También sigues el fútbol femenino? —pregunto.
Él asiente
—Orgulloso partidario de OL Reign desde 2012.
—¡Yo también! —pronuncio—. Así que no siempre tienes mal gusto.
—¿Cuál es tu equipo masculino? —Una linda y encantadora línea
vertical aparece entre sus cejas.
Descanso mi barbilla en mis manos.
—Adivina. Te daré tres intentos.
—Sinceramente, puedo aceptar a cualquier club menos al Real
Madrid.
Sigo con las manos en la barbilla, imperturbable.
—Es el Real Madrid, ¿no?
—Sí.
—Indignante.
—Solo estás celoso porque podemos permitirnos comprar jugadores
decentes.
—De acuerdo. —Él suspira y me entrega uno de los menús que ni
siquiera noté que dejó el mesero—. Voy a necesitar comida para esta
176
conversación. Y tú también.
Pasamos el resto de la noche discutiendo, y es… fantástico. Lo mejor.
Sospecho que la comida es tan buena como prometió, pero no presto
mucha atención, porque Erik tiene opiniones increíblemente incorrectas
sobre la forma en que Orlando Pride está usando a Alex Morgan y sobre
la trayectoria de Liverpool en la Premier League, y debo dedicar todo
mis esfuerzos para disuadirlo de ellos.
Fallo. Mantiene sus ideas equivocadas y se abre paso
sistemáticamente a través del pan, luego un aperitivo, luego un plato
principal, como un hombre que está acostumbrado a consumir
cómodamente siete comidas grandes al día. Al final, cuando nuestros
platos están limpios y yo estoy demasiado llena para discutir con él
sobre las reglas de sanciones por fuera de juego, ambos nos recostamos
en nuestras sillas y nos quedamos en silencio por un momento.
Estoy sonriendo. Él está… no sonriendo, pero cerca, y eso me hace
sonreír aún más.
Creo que esto podría haber sido lo más divertido que he tenido en
años. De acuerdo, falso: sé que lo es.
—¿Cómo te fue, por cierto? —pregunta en voz baja.
—¿Qué?
—En tu presentación.
—Vaya. Bien, pienso.
—¿Gracias al croissant de Faye?
Sonrío.
—Indudablemente. Y mi ropa interior lavanda.
Baja los ojos y se aclara la garganta.
—¿Quién es el cliente?
—Una cooperativa. Están construyendo un centro recreativo en
177
Nueva Jersey y buscan consultores. Es una segunda ubicación para ellos,
por lo que compraron una vieja tienda de comestibles para convertirla
en una especie de gimnasio. Están buscando a alguien que les ayude a
diseñarlo.
—¿Tú?
—Y mi jefa, sí. Aunque dos de sus hijos han tenido cólicos, así que por
ahora principalmente yo.
—¿Qué les has dicho?
—Les hablé de mis planes para la independencia energética, los
estándares de construcción ecológica, la gestión inteligente del agua y la
reducción al mínimo de los productos químicos de los gases de escape…
Esas cosas. Dijeron que querían una ventaja ecológica.
—¿Y cuáles son tus planes?
Dudo. Realmente no quiero aburrir a Erik, y he recibido comentarios
de… literalmente todos que cuando empiezo a hablar de cosas de
ingeniería, me extiendo demasiado. Pero Erik parece más que un poco
interesado, y aunque parloteo sobre las materias primas y los límites
federales y la evaluación del ciclo de vida durante más de diez minutos,
su atención nunca parece vacilar. Simplemente asiente pensativamente,
como si estuviera archivando la información, y hace muchas preguntas
ingeniosas.
—¿Así que tienes el proyecto?
Me encojo de hombros.
—Se reunirán con alguien más mañana, así que aún no lo sé. Pero
dijeron que hasta ahora somos su primera opción, así que soy optimista.
Erik no responde. En lugar de eso, solo me estudia, serio, atento, como
si fuera un plano particularmente intrigante. ¿Me hace sentir incómoda?
No sé. Debería. He salido con un chico. Por primera vez en un millón de

178
años. Y él está mirando. Uf, ¿verdad? Pero… No me importa.
Sobre todo, me pregunto si le gusta lo que ve, que es un poco
diferente. Siento, a veces, que he perdido el hábito de preguntarme si
soy bonita en favor de agonizar por otras cualidades. ¿Parezco
profesional? ¿Inteligente? ¿Organizada? ¿Alguien a quien se debe tomar
en serio, sea lo que sea que eso signifique? En general, encuentro
repulsiva la idea de que los hombres comenten sobre mi atractivo,
favorable o no. Pero esta noche, ahora mismo… la posibilidad de que
Erik pueda encontrarme hermosa se desata cálidamente en la base de mi
estómago.
Y luego se congela cuando considero que podría estar mirando por la
razón opuesta. ¿Podría estar mirando por la razón opuesta? Bueno. Eso
no es. Tengo que dejar de rumiar.
—¿Qué estás pensando? —pregunto.
Él suelta una carcajada.
—Solo me preguntaba algo.
—¿Qué?
Tamborilea con los dedos sobre la mesa.
—Sí quieres trabajo.
—Oh, todavía tengo uno. A pesar de mis esfuerzos esta mañana, en
realidad no me despidieron.
—Lo sé. Y esto es muy inapropiado, lo sé. Pero me encantaría robarte.
—Ah. Yo… —De repente, siento calor y un extraño hormigueo—. Me
gusta mi trabajo. Me pagan bien. Y mi jefa es genial.
—Te pagaré más. Di una cifra.
—Yo… ¿qué?
—Y si hay algo que no te gusta de tu trabajo actual, estaría feliz de
llegar a un acuerdo sobre tus deberes. Estoy muy abierto a negociar.

179
—Espera, ¿tú?
—ProBld —corrige.
Arrugo la frente. Habla de ProBld como si tuviera mucho que decir en
sus elecciones administrativas, y me pregunto si tiene un puesto
gerencial. Eso explicaría el traje. Y el hecho de que claramente vino a
cenar directamente del trabajo, a pesar de que nos encontramos a las
ocho. Lleva la misma ropa que esta mañana, aunque sin corbata ni
chaqueta, y con las mangas de la camisa abotonada arremangadas hasta
los antebrazos. Que se ven fuertes y extrañamente masculinos, y he
estado tratando de no mirarlos. Estoy a punto de preguntar cuál es
exactamente la descripción de su trabajo, pero me distraigo cuando el
mesero trae la cuenta y se la entrega a Erik. Quien la acepta de
inmediato.
¿Está pagando? Supongo que está pagando. ¿Debo insistir
cortésmente en que dividamos? ¿Debo insistir groseramente en que
dividamos? ¿Debo ofrecer pagar por los dos? Compró el croissant esta
mañana. ¿Cómo se cena en compañía? No tengo ni idea.
—Gracias —dice el mesero antes de irse—. Siempre es un placer verte,
Erik.
—Vienes mucho aquí —le digo.
Se encoge de hombros, deslizando su tarjeta de crédito dentro del
libro. Bueno. El barco de pago a zarpado. Qué mierda.
—Con grandes clientes, en su mayoría.
—Entonces, ¿no es tu lugar de cita predeterminado? —La pregunta
surge antes de que pueda cambiar las palabras en mi cabeza. Lo que
significa que no me doy cuenta de sus implicaciones hasta mucho
después de que persiste entre nosotros. Erik está mirando, otra vez, y de
repente estoy nerviosa—. No sé si… si no lo haces. No quise decir que
esta es una cita.
Su ceja se levanta.

180
—Quiero decir, tal vez solo querías… como amigos, y…
La ceja se eleva más.
Me aclaro la garganta.
—Yo… ¿Es esta una cita? —pregunto, mi voz pequeña,
repentinamente insegura.
—No lo sé —dice con cuidado, después de reflexionar por un
segundo.
—Tal vez no lo sea. Yo… —No quería hacerlo raro. Tal vez solo piensas
que soy una buena chica y quería a alguien con quien cenar y entendí mal la
situación y lo siento mucho. Es solo que creo que me gustas mucho. ¿Más de lo
que recuerdo que me gustara alguien? Es posible que me haya proyectado y…
El camarero viene a recoger la cuenta, lo que interrumpe mi espiral y
me da la oportunidad de respirar hondo. Está todo bien. Así que tal vez
no fue una cita. Está bien. Fue divertido, de todos modos. Buena comida.
Buena charla de fútbol. Hice un amigo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Levanto la vista del retorcimiento de manos que se está produciendo
actualmente en mi regazo. ¿Es si soy una acosadora necesitada y peligrosa?
—Eh, seguro.
—No sé si esto es una cita —dice, serio—, pero si no lo es, ¿irás a una
conmigo?
Sonrío tan ampliamente que casi me duelen las mejillas.

El helado de pistacho se me derrite mientras explico por qué Neuer es


mucho mejor portero de lo que parece. Caminamos alrededor de Tribeca
uno al lado del otro sin tocarnos ni una sola vez, cuadra tras cuadra tras
cuadra, el aire de la noche es suave y las luces borrosas. Mis zapatos no
son nuevos, pero puedo sentir una desagradable ampolla formándose
181
lentamente en mi talón. No importa, porque no quiero parar.
Erik tampoco, no lo creo. Cada pocas palabras inclino el cuello para
mirarlo, y es tan guapo en mangas de camisa y pantalones, tan guapo
cuando sacude la cabeza por algo que dije, tan guapo cuando gesticula
con sus grandes manos para describir una obra de teatro. Tan guapo
cuando casi sonríe y le salen arruguitas en las comisuras de los ojos, tan
guapo que a veces lo siento, físicamente, visceralmente. Mi pulso se
acelera y no puedo respirar y estoy empezando a pensar en cosas
desconcertantes. Cosas como después. Lo escucho explicar por qué Neuer
es un portero increíblemente sobrevalorado y me rio, amando
genuinamente cada minuto.
En la heladería no pidió nada. Porque, dice:
—No me gusta comer cosas frías.
—Guau. Esa podría ser la cosa menos danesa que he escuchado.
Debe ser un punto doloroso, porque entrecierra los ojos.
—Recuérdame que nunca te presente a mis hermanos.
—¿Por qué?
—No querría que formases ninguna alianza.
—Ja. Así que eres un danés notoriamente malo. ¿También odias a
ABBA?
Se ve brevemente confundido. Entonces su expresión se aclara.
—Son suecos.
—¿Qué pasa con los tulipanes? ¿Odias los tulipanes?
—Eso sería los Países Bajos.
—Maldita sea.
—Pero está muy cerca. ¿Quieres intentarlo de nuevo? La tercera es la
vencida.
182
Lo miro, lamiendo lo que queda del pegajoso pistacho de mis dedos.
Mira mi boca y luego mira hacia otro lado, hasta sus pies. Quiero
preguntarle qué le pasa, pero el dueño de la cafetería de la esquina sale
a buscar su letrero en la acera y me doy cuenta de algo.
Ya es tarde.
Muy tarde. Realmente tarde. Fin de la noche tarde. Estamos parados
uno frente al otro en una acera, más de doce horas después de
conocernos por primera vez en… otra acera; Erik probablemente quiera
irse a casa. Y yo probablemente quiera estar con él un poco más.
—¿Qué tren tomas? —pregunto.
—En realidad conduje.
Niego con la cabeza, desaprobando.
—¿Quién conduce en Nueva York?
—Personas que tienen que visitar sitios de construcción en todo el
triestado. Te llevaré a casa —ofrece, y sonrío.
—Genios. Genios amables que dan paseos. ¿Dónde estás estacionado?
Señala algún lugar detrás de mí y asiento con la cabeza, sabiendo que
debería darme la vuelta y empezar a caminar a su lado de nuevo. Pero
parece que estamos un poco atascados en el aquí y el ahora. De pie uno
frente al otro. Arraigados al suelo.
—Me divertí esta noche —le digo.
Él no responde.
»Aunque nos olvidamos de comprar croissants en el bistró.
Aún sin respuesta.
»Y estoy muy tentada a comprarte una figura de cartón de tamaño
natural de Neuer y… Erik, ¿sigues haciendo eso de no hablar porque
técnicamente no te estoy haciendo una pregunta? 183
Se ríe en silencio y mi respiración se acelera en mi pecho.
—¿Dónde vives? —pregunta suavemente.
—Los confines más lejanos de Staten Island —miento.
Se supone que es mi venganza, pero él solo dice:
—Bien.
—¿Bien?
—Bien.
Arrugo la frente.
—Es un peaje de diecisiete dólares, amigo mío.
Se encoge de hombros.
»Solo de ida, Erik.
—Está bien.
—¿Cómo está bien?
Se encoge de hombros de nuevo.
—Al menos tomará un tiempo llegar allí.
Mi corazón se salta un latido. Y luego otro. Y luego todos me alcanzan
a la vez, un lío de golpes superpuestos, un pequeño animal salvaje
enjaulado en mi pecho, tratando de escapar.
No tengo idea de lo que estoy haciendo aquí. Ni idea. Pero Erik está
parado justo frente a mí, la farola brilla suavemente detrás de su cabeza,
la cálida brisa primaveral sopla suavemente entre nosotros, y algo hace
clic dentro de mí.
Sí. Bueno.
—En realidad —digo, y aunque mis mejillas están ardiendo, aunque

184
no puedo mirarlo a los ojos, aunque estoy poniéndome de puntillas y
pensando en huir, este es el momento más valiente de mi vida. Más
valiente que mudarme aquí sin Mara y Hannah. Más valiente que la vez
que burle a ese mediocampista de la UCLA. Simplemente valiente—. En
realidad, si no te importa, prefiero saltarme Staten Island e ir a tu casa.
Me estudia durante un largo momento, y me pregunto si tal vez no
puede creer lo que acabo de decir, si su cerebro también está luchando
por ponerse al día, si tal vez esto le parece tan extraordinario como a mí.
Luego asiente una vez, decidido.
—Muy bien —dice.
Antes de que empecemos a caminar, veo que su garganta se inclina.
Capítulo 7
Presente
En teoría, debería estar satisfecha.
Después de semanas de ira intensa, a veces asesina, a menudo
deprimida, finalmente le dije a Erik que prefería arriesgarme y caerme
por el hueco de un ascensor (al estilo El emperador Palpatine en Return
of the Jedi) que pasar un minuto más con él. Lo dije, y por la forma en que
185
sus labios se apretaron, realmente odiaba escucharlo. Ahora tiene los
ojos cerrados y apoya la cabeza contra la pared. Lo cual, dados sus
reservados genes nórdicos, es probablemente el equivalente a una
persona normal que se pone de rodillas y grita de dolor.
Bien. Observo la línea de su mandíbula y la columna de su garganta,
me prohíbo recordar lo divertido que fue morder su piel áspera y sin
afeitar, y pienso, un poco salvajemente, Bien. Es bueno que se sienta mal
por lo que ha hecho, porque lo que hizo estuvo mal.
Realmente, debería estar complacida . Y lo estoy, excepto por esta
sensación pesada y retorcida en el fondo de mi estómago, que no
reconozco de inmediato, pero me hace pensar en algo que Mara me dijo
la tarde después de mi noche en casa de Erik. El extremo de la llamada
de Hannah se había oscurecido, presumiblemente cuando un
carámbano que cayó cortó cualquier cable de Internet que conecta a
Noruega con el resto del mundo, y estábamos solo nosotras dos en la
línea.
—Él trató de llamarme —le dije—. Y me envió un mensaje de texto
preguntándome si podíamos cenar esta noche. Como si nada hubiera
pasado. Como si fuera demasiado estúpida para darme cuenta de lo que
hizo.
—La maldita audacia. —Mara estaba indignada, sus mejillas rojas de
ira, casi tan brillantes como su cabello—. ¿Quieres hablar con él?
—Yo… —Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano—. No. No
sé.
—Podrías gritarle. Darle un nuevo golpe en el culo. ¿Amenazarlo con
una demanda, tal vez? ¿Es ilegal lo que hizo? Si es así, Liam es abogado.
Él te representará gratis.
—¿No hace cosas extrañas de impuestos corporativos?
—Eh. Estoy segura de que la ley es la ley. 186
Me reí húmedamente.
—¿No deberías preguntarle primero?
—No te preocupes, parece ser físicamente incapaz de decirme que no.
La semana pasada me dejó colgar campanas de viento en el porche. La
pregunta es, ¿quieres hablar con Erik? ¿O preferirías olvidarte de él y
fingir que nunca existió?
—Yo… —Pienso que estuve con él la noche anterior. Y luego, más
tarde, descubrí lo que había hecho. ¿Podría olvidar? ¿Podría fingir? —
Quiero hablar con el Erik con el que cené. Y desayune. Antes de saber
de lo que era capaz.
Mara asintió, triste.
—Podrías contestar la próxima vez que llame. Y confrontarlo. Exigir
una explicación.
—¿Qué pasa si se ríe como algo que debería haber esperado?
—Es posible que esté tratando de llamarte para reconocer lo que hizo
y disculparse —dijo, pensativa—. Pero tal vez eso sería aún peor. Porque
entonces sabrías que él sabía exactamente el daño que estaba haciendo,
pero siguió adelante de todos modos.
Creo que eso es exactamente. Creo que por eso odié él lo siento de Erik,
y por eso odio que no me haya mirado en varios minutos. Me hace
preguntarme si es consciente de que arruinó algo que podría haber sido
grandioso por codicia. Y si ese es el caso, entonces no me lo imaginaba:
la noche que pasamos juntos fue tan especial como la recuerdo, y él
todavía así la tiró a la basura al estilo Princesa Leia en A New Hope.
—Vi que Dinamarca ganó contra Alemania —digo, porque es
preferible a la alternativa. El silencio, y mis pensamientos muy ruidosos.
Se vuelve hacia mí y exhala una carcajada.
—¿En serio, Sadie? 187
—Sí. Hace dos, no, tres noches. —Bajo la mirada hacia mi mano,
rompiendo lo poco que queda del esmalte de uñas de la semana
pasada—. Dos uno. Así que tal vez tenías razón sobre Neuer…
—¿En serio? —repite, más duro esta vez. Lo ignoro.
—Aunque, si recuerdas, cuando comimos helado admití que su pie
izquierdo es un poco débil.
—Lo recuerdo —dice, un poco impaciente.
Dios. Mis uñas son simplemente vergonzosas.
—Incluso entonces, probablemente tuvo más que ver con Dinamarca
jugando excepcionalmente bien…
—Sadie.
—Y si pueden mantener ese nivel de juego por un tiempo, entonces…
Hay algo de crujido en su rincón del ascensor. Levanto la vista justo a
tiempo para ver a Erik en cuclillas frente a mí, las rodillas rozando mis
piernas, los ojos pálidos y serios. Mi corazón da un vuelco. Se ve más
delgado. Y tal vez un poco como si no hubiera tenido el mejor sueño de
su vida en las últimas semanas. Su cabello brilla dorado en la luz de
emergencia, y un breve recuerdo resurge, de tirar de él cuando…
—Sadie.
¿Qué? Quiero gritar. ¿Qué más quieres? En lugar de eso, solo lo miro,
sintiendo como si el ascensor se hubiera encogido de nuevo, esta vez en
el espacio entre mis ojos y los suyos.
—Han sido semanas, y… —Él niega con la cabeza—. ¿Podemos
hablar?
—Estamos hablando.
—Sadie.
—Estoy diciendo cosas. Y estás diciendo cosas. 188
—Sadie
—Está bien, bien: tenías razón sobre Neuer. ¿Contento?
—No particularmente, no. —Me mira en silencio durante varios
segundos. Luego dice, tranquilo y serio—: Lo siento.
Es lo incorrecto. Siento una oleada de ira viajar por mi columna, más
grande incluso que cuando me enteré de su traición. Tengo un sabor
amargo y ácido en la boca cuando me inclino hacia delante y siseo:
—Te odio.
Cierra brevemente los ojos, resignado.
—Lo sé.
—¿Cómo pudiste hacer eso, Erik?
Él traga.
—No tenía ni idea.
Me rio una vez.
—¿En serio? ¿Cómo… cómo te atreves?
—Asumo toda la responsabilidad por lo sucedido. Fue mi culpa. Yo…
Me gustó, Sadie. Mucho. Tanto es así que leí completamente mal tus
señales y no me di cuenta de que tú no lo hiciste.
—Bueno, lo que hiciste fue… —Me detengo abruptamente. Mi cerebro
se detiene con un chirrido y finalmente calcula las palabras de Erik. ¿Le
gustó? ¿Leer mal? ¿Y eso que significa?—. ¿Qué señales?
—Esa noche, yo… —Se muerde el interior de la mejilla y parece
volverse hacia adentro—. Estuvo bien. Pienso… Debo haber perdido el
control.
Me congelo. Algo en esta conversación no está del todo bien.

189
—Cuando dijiste que lo sentías hace un minuto, ¿a qué te referías?
Parpadea dos veces.
—Las cosas que te hice. En mi departamento.
—No. No, eso no es… —Mis mejillas están calientes y mi cabeza da
vueltas—. Erik, ¿por qué crees que dejé de contestar tus llamadas?
—Por la forma en que tuve sexo contigo. Estuve contigo toda la noche.
Pedí demasiado. No lo disfrutaste. —De repente, se ve tan confundido
como yo me siento. Como si ambos estuviéramos en medio de una
historia que no tiene mucho sentido narrativo—. Sadie. ¿No es esa la
razón?
Sus ojos se clavaron en los míos. Presiono la palma de mi mano contra
mi boca y sacudo lentamente la cabeza.
Capítulo 8
Hace tres semanas
No nos hemos tocado en toda la noche.
No en el restaurante. No en el coche. Ni siquiera en el ascensor que
sube a su apartamento de Brooklyn Heights, que es más grande que el
mío, pero no lo parece porque Erik está parado en él. Hemos estado
conversando como lo hicimos durante la cena, lo cual es divertido,
grandioso y un poco hilarante, pero estoy empezando a preguntarme si 190
cuando me engañé a mí misma creyendo que estaba coqueteando
valientemente con Erik, en realidad pensó que lo estaba invitando a
jugar el videojuego de FIFA. Él va a decir Vamos, quiero mostrarte algo.
Lo seguiré por el pasillo con las rodillas como gelatina, y una vez que
llegue al final, abrirá la puerta de la sala de Xbox y moriré en silencio.
Me paro en la entrada mientras Erik cierra la puerta detrás de mí,
moviéndome torpemente sobre mis pies, contemplando mi propia
mortalidad y la posibilidad de huir, cuando noto al gato. Encaramado
en la impecable mesa de la sala de estar de Erik (que no parece ser un
depósito de pilas de correo y volantes para llevar; eh). Es anaranjado,
redondo y nos mira ceñudo.
—Hola. —Doy unos pasos, extendiendo la mano con cautela. El gato
frunce el ceño con más fuerza—. ¿No eres un lindo gatito?
—Él no lo es. —Erik se quita los zapatos y cuelga la chaqueta detrás
de mí—. Agradable, eso es.
—¿Cuál es su nombre?
—Gato.
—¿Gato? ¿Como…?
—Gato —dice, al final. Decido no presionarlo.
—No estoy segura de por qué, pero te identifiqué más como una
persona de perros.
—Lo soy.
Me giro y le doy una mirada perpleja.
—¿Pero tienes un gato?
—Mi hermano lo tiene.
—¿Cuál? —Tiene cuatro. Todos más jóvenes. Y está claro por la forma
en que habla de ellos, a menudo y con ese tono medio brusco, medio

191
divertido, que son uña y carne. Mi yo de hija única «Ten este libro para
colorear mientras mamá y papá miran The West Wing» arde de envidia.
—Anders. El más joven. Se graduó de la universidad y ahora esta…
en algún lugar. En Gales, creo. Descubriéndose a sí mismo. —Erik viene
a pararse a mi lado. Él y Gato se miran el uno al otro—. Mientras cuido
temporalmente a su gato.
—¿Cuánto es temporalmente?
Aprieta los labios juntos.
—Hasta ahora, un año y siete meses. —Trato de mantener una cara
seria, realmente lo hago, pero termino sonriendo en mi mano, y los ojos
de Erik se estrechan hacia mí—. El comienzo de nuestra… relación fue
difícil, pero poco a poco estamos empezando a llegar a un acuerdo —
dice, justo cuando Gato salta de la mesa y se detiene para silbarle a Erik
en su camino a la cocina. Erik responde con algo que suena muy duro y
basado en consonantes, luego me mira de nuevo—. Lentamente.
—Muy lentamente.
—Sí.
—¿Cierras con llave la puerta de tu dormitorio por la noche?
—Religiosamente.
—Bueno.
Sonrío, él no, y nos deslizamos en un silencio no del todo cómodo. Lo
lleno mirando alrededor y fingiendo que estoy fascinada con el mapa de
Copenhague que cuelga en la pared. Erik lo hace parándose a mi lado y
preguntándome:
—¿Quieres algo de beber? Creo que tengo cerveza. Y… —Una
pausa—. Leche, probablemente.
Me rio suavemente.
—¿Dos porciento?
—Entera. Y chocolate —admite, un poco tímido. Lo que me hace reír
un poco más, Erik finalmente sonríe, y luego… más silencio. 192
Estamos holgazaneando entre la entrada y la sala de estar, uno frente
al otro, él estudiándome, yo estudiándolo mientras él me estudia, y algo
pesado me hace un nudo en la garganta. No estoy segura de lo que está
pasando. No estoy segura de lo que esperaba, pero toda la noche fue
muy fácil y esto no lo es.
—Acaso yo… ¿Entendí mal?
No pretende no saber exactamente lo que quiero decir.
—No lo hiciste. —Parece… no inseguro, sino cauteloso. Como si fuera
un científico a punto de mezclar dos sustancias muy volátiles. El
producto puede ser genial, pero será mejor que esté muy seguro. Use
equipo de protección. Tómese tiempo—. No quiero asumir nada.
El nudo se aprieta.
—Si has cambiado de opinión.
—No lo he hecho.
Muerdo mi labio.
—Iba a decir, si no quieres…
—Es todo lo contrario, Sadie —dice en voz baja—. Exactamente lo
contrario. Necesito andar con cuidado.
En ese mismo momento, bueno, tomo una decisión en una fracción de
segundo, mi segundo acto de valentía de la noche: me acerco a él, hasta
que nuestros pies se tocan a través de nuestros calcetines, y empujo
hasta la punta de mis dedos.
Lo primero que me llama la atención es lo bien que huele. Limpio,
masculino, cálido. Todo delicioso. La segunda: su clavícula es lo más
lejos que puedo alcanzar, lo que sería divertido si mi capacidad para
respirar no se viera afectada de repente. Si quiero que suceda este beso,
necesitaré su cooperación. O un equipo de escalar.
—¿Quieres…? —Me rio impotente contra el cuello de su camisa—. 193
¿Por favor?
Él no lo hará. No lo hace. No hace nada durante mucho tiempo, en
lugar de eso envuelve su mano alrededor de mi mandíbula, ahueca mi
cara, mirándome fijamente.
—Creo que esto es todo —murmura, deslizando el pulgar sobre mi
pómulo, con los ojos pensativos, como si estuviera procesando una
información trascendental. Mi pulso se acelera. Estoy mareada.
—Yo… ¿Qué?
—Esto. —Sus ojos están en mis labios—. No creo que vaya a ninguna
parte con esto.
—No estoy segura de que yo…
Se mueve tan rápido que apenas puedo seguirle la pista. Sus manos
se cierran alrededor de mi cintura, me levantan y un segundo después
estoy sentada en el estante de la entrada. La diferencia de altura entre
nosotros es mucho menos dramática y…
Es el mejor beso de mi vida. No: es el mejor beso del mundo. Por la
forma en que presiona una mano en mi omóplato para arquearme hacia
él. Por el roce de su barba en mis mejillas. Porque empieza lento, solo su
boca sobre la mía, y se queda así por mucho tiempo. Incluso cuando
envuelvo mis brazos alrededor de su cuello, incluso cuando se inclina
hacia mí y abre mis muslos para dejar espacio para él, incluso cuando
estamos pegados el uno al otro, mi corazón late como un tambor contra
su pecho, son solo sus labios y los míos. Cerca, rozando, compartiendo
aire y calor. Dolorosamente cuidadoso.
Y luego abro la boca, y se convierte en algo completamente diferente.
La suave presión de nuestras lenguas. Su gruñido. Mi gemido Es nuevo,
pero también correcto. El olor de él. La forma en que sostiene mi cabeza
en su mano. El delicioso calor líquido se esparce por mi vientre,
subiendo por mis terminaciones nerviosas. Bien. Es bueno, y estoy
temblando, y es muy, muy bueno.
—Si… —Empiezo a decir cuando sale a tomar aire, pero me detengo
194
de inmediato cuando entierra su cara en mi garganta.
—¿Esto está bien? —pregunta antes de inhalar profundamente contra
mi piel, como si mi gel de baño Target fuera una especie de droga
alucinante.
Mi «Sí» es débil, sin aliento. Cuando me muerde la clavícula, envuelvo
mis brazos alrededor de sus hombros y mis piernas alrededor de su
cintura, y el placer de estar tan cerca me atraviesa como la cuchilla más
afilada.
Está duro. Puedo sentir exactamente su dureza. Quiere que lo sienta,
creo, porque su mano se desliza hacia mi trasero y me atrae hacia él. Me
retuerzo, girando mis caderas experimentalmente, y él gime
ásperamente en mi boca.
—Pórtate bien —me reprende, severo, un poco rudo. Me agarra con
fuerza, me mantiene inmóvil contra él, e inesperadamente me
estremezco ante la orden en sus palabras.
Se intensifica rápidamente. Al menos para mí. Hay un tramo de
segundos, tal vez minutos, en los que solo nos besamos y besamos y
besamos, Erik se inclina aún más y yo sigo su ejemplo, el calor líquido
inunda mi interior. Y luego empiezo a notarlos: los suaves gemidos. El
silbido agudo cuando su pene se frota contra la parte interna de mi
muslo. La forma en que sus dedos se clavan con avidez en mis caderas,
la nuca, la parte baja de mi espalda. Alterna entre aferrarme a él tan
fuerte como puede y evitar tocarme del todo, con las manos en blanco
contra el borde de la estantería mientras pone algo de distancia entre
nosotros. Creo que está tratando de frenar esto. Regular el ritmo, tal vez.
Creo que no lo está logrando, no muy bien.
Me alejo, y sus ojos se abren lentamente. Son vidriosos, desenfocados,
un azul casi negro fijo en mis labios. Cuando trata de inclinarse para otro
beso, lo detengo con una mano en el pecho.
—¿Dormitorio? —jadeo, porque parece que podría follarme en el 195
pasillo, y tengo miedo de que con mucho gusto lo dejaría—. O si
quieres… aquí está… bien, si tú…
Pone una mano debajo de mi trasero y me lleva todo el camino por el
pasillo, como si no fuera más pesada que su gato. Cuando enciende la
luz, la cama es enorme y está deshecha, y la habitación huele tanto a él
que tengo que cerrar los ojos brevemente. Me pone de pie y estoy a
punto de preguntarle si esto es necesario, si por favor podemos hacerlo
en la penumbra, pero él ya se está desabotonando la camisa, con los ojos
fijos en mí. Mi boca se seca. Pensándolo bien, la luz está bien.
Probablemente.
Erik es una montaña. Una cúpula gigante de carne y músculos, no de
corte GQ, ridículamente definidos, sino sólidos, del tamaño de un roble,
y podría haberme quedado absorta en mirar fijamente y haber perdido
catastróficamente la noción del tiempo porque:
—Quítate la ropa —dice, no, ordena, y vuelvo a temblar. Hay algo en
él. Algo imponente. Como si su primer instinto fuera hacerse cargo—.
Sadie —repite—. Quítatelos.
Asiento con la cabeza, me quito los vaqueros primero y luego el jersey.
Busco desesperadamente el coraje para continuar cuando escucho un
bajo y ronco.
—No es morado.
Miro hacia arriba. Erik se para frente a mí, desnudo, alto, grande y
como… como una deidad menor de algún panteón nórdico, una deidad
reservada a la que le gusta mantenerse en secreto, pero que igual tendría
un par de islas del Mar Báltico con su nombre. Está gloriosamente
despreocupado por su desnudez. Yo, por otro lado, aparentemente
estoy demasiado avergonzada para quitarme la camiseta blanca sin
mangas o para mirar más abajo que su ombligo.
No es que él parezca darse cuenta. Sus ojos están vidriosos de nuevo, 196
mirando la forma en que mis bragas negras se estiran alrededor de mis
caderas como si quisiera que se grabaran en sus retinas. Estoy tentada a
volver a ponerme los jeans.
—¿Qué?
—No son morados.
—Yo no… Vaya. Fui a casa y me cambié. Y… ¿Esto se considera una
reunión de presentación? —Todavía debería haber usado algo mejor. Tal
vez un sostén a juego. El problema es que si hace cinco horas alguien me
hubiera dicho que terminaría en la habitación de Erik Nowak al final del
día, le habría echado la culpa a un sueño febril y le habría dado un poco
de Advil—. Y no es morado, es…
—Lavanda —dice con el leve esbozo de una sonrisa, y luego no tengo
que pensar mucho más porque uno de sus muslos se desliza entre los
míos y me lleva de espaldas a su cama. Hay un edredón de plumas
debajo de mi espalda, y una erección bastante intimidante que todavía
no puedo mirar contra mi estómago, y cientos de kilos de un danés
encima de mí. Erik es entusiasta, decidido y claramente experimentado.
Él gime en mi cuello, luego en mi esternón, murmurando algo que
podría ser Mierda, o perfecto, o mi nombre. La forma en que ha estado
pensando en esto todo el día durante las reuniones, todo el jodido día.
Sus manos se deslizan debajo de mi camiseta y viajan hacia arriba:
amasando suavemente, más gemidos y algunos suaves, Sadie,
maldición, un ligero pellizco en mi pezón y un mordisco codicioso a
través de la tela, y se siente perfecto, aterrador, estimulante, nuevo,
sucio, correcto, bueno, húmedo, vergonzoso, emocionante, rápido, todas
estas cosas, todas a la vez.
Luego, en el próximo aliento, todo se disuelve. Excepto un
sentimiento: miedo.
Erik ha enganchado sus dedos en el elástico de mis bragas, me las
quita. Está besando los huesos de mi cadera, sus labios carnosos

197
presionan mi abdomen, y sé exactamente lo que está planeando hacer,
pero no puedo dejar de pensar que está…
Él es realmente muy grande. Y su antebrazo está extendido sobre mi
estómago, inmovilizándome en la cama, y lo conocí, mierda, conocí a
este tipo esta mañana, y aunque lo busqué brevemente en Google para
asegurarme de que su verdadero nombre no era Max McMurderer10, no
sé nada de él y es mucho más grande y más fuerte que yo, y ¿siquiera
soy buena en esto? y podría hacer lo que quisiera conmigo podría
obligarme y siento calor, siento frío no puedo respirar y…
—¡Detente! Para, para, para.
Erik se detiene. Instantáneamente. E instantáneamente salgo de
debajo de él, arrastrándome hacia la cabecera, con las piernas levantadas
y los brazos alrededor de ellas. Sus ojos están sobre mí, una vez más de
color azul claro, una vez más viendo. ¿Qué es lo que va a hacer? ¿Qué
va a…
—Oye —dice, tirando de sus rodillas hacia atrás como para darme aún
más espacio. Su tono es suave, como si se estuviera acercando a la vida
silvestre herida y asustadiza. Una buena parte de mi pánico se derrite,
y… Ay dios mío. ¿Qué está mal conmigo? Estábamos pasando un buen

10 Murderer en inglés significa asesino.


rato, él estaba perfectamente bien, y yo tenía que ir y ser un maldito
bicho raro.
—Lo siento. Yo solo… No sé por qué me estoy volviendo loca. Eres
tan grande, y casi nunca… No estoy acostumbrada a esto. Lo siento.
—Oye —dice Erik de nuevo. Su mano se estira para tocarme. Pasa por
encima de mi rodilla. Luego parece pensarlo mejor y la retira, me da
ganas de llorar. Arruiné esto. Lo arruiné—. Está bien, Sadie.
—No. No, no lo está. Yo… creo que el problema es que solo he hecho
esto con mi ex, y yo…
—Ya veo. —Su rostro se vuelve pétreo de una manera impersonal y

198
aterradora—. ¿Te lastimó?
—¡No! No, Oscar nunca lo haría. Estuvo bien. Es solo que él era…
diferente. De ti. —Me rio nerviosamente. Espero no romper a llorar—.
No es que sea malo. Quiero decir, todo el mundo es diferente. Es solo
que…
Él asiente, y creo que lo entiende, porque su expresión se aclara. Lo
que a su vez me ayuda a sentirme un poco menos ansiosa. Como si no
necesitara estar acurrucada lejos de él como si fuera un animal rabioso
contagioso. Tomo una respiración profunda y me acerco más, hacia el
centro de la cama.
—Lo siento —digo.
—¿Por qué lo sientes? —Parece genuinamente desconcertado.
—Simplemente no pensé que esto se sentiría… aterrador. Pensé que
sería mucho más genial. Más suave, supongo.
—Sadie, tú… —Exhala y me alcanza de nuevo. Esta vez no se detiene
y empuja mi cabello hacia atrás, colocándolo detrás de mi oreja como si
quisiera ver mi rostro completo. Como si quisiera que lo viera—. No
tienes que ser de ninguna manera. No te traje aquí para que pudieras
actuar para mí.
Trago el nudo en mi garganta.
—Cierto. Me trajiste aquí porque te hice una proposición, y luego…
—Te traje aquí porque quería estar contigo. Habría seguido
caminando por la ciudad hasta el amanecer si eso era lo que querías.
Entonces, este es el trato: podemos pasar la noche follando, y no mentiré,
lo disfrutaría mucho, pero también podríamos jugar ¿Adivina quién?, o
podrías ayudarme a darle al gato de mi hermano su medicamento contra
las pulgas, ya que es un trabajo de dos, tal vez tres personas. Cualquiera
de los anteriores funciona.
De verdad, realmente no quiero llorar. En lugar de eso, me dejo caer
de nuevo en la cama, mi cabeza sobre su única almohada.
—¿Y si quisiera jugar al videojuego de FIFA? 199
—Te pediría que te fueras.
—¿Por qué?
—Porque no tengo ninguna consola de juegos.
Me río, un poco aguado.
—Sabía que eras demasiado bueno para ser verdad.
—Solía tener un Game Boy en los años 90 —comenta—. Tal vez mi
papá la guardó.
—Redención parcial. —Los dos sonreímos ahora, y mi miedo hacia él
se diluye, como la nieve al sol. Solo para helar todo de nuevo, en otra
forma: miedo de no tenerlo—. ¿Arruine esto?
—¿Arruinar qué?
Gesticulo en su dirección, luego en la mía. Nosotros, quiero decir, pero
parece prematuro.
—Esto… esta cosa.
Se acuesta a mi lado, frente a mí. A propósito, deja unos centímetros
entre nosotros, pero por su propia voluntad, como enredaderas que se
entrelazan alrededor de los troncos de los árboles, mis piernas viajan a
través de las sábanas y se enredan con las suyas. Esta vez el contacto no
da miedo, solo es correcto y natural. Todavía es grande y diferente y un
poco impresionante, pero no está encima de mí, y siento que tengo más
control. Como si pudiera alejarme cuando quiera. Y ahora sé que él me
dejaría.
—¿Tal vez pueda arreglarlo? —pregunto con esperanza.
Él suspira.
—Sadie, quiero decirte algo, pero me temo que no te gustará.
Oh, no.
—¿Qué es? 200
Una pausa.
—Eres una ingeniera brillante que conoce de memoria las estadísticas
de la Premier League de las últimas tres décadas. Físicamente, eres la
extraña combinación de todos los rasgos que he encontrado atractivos;
no, no me explayaré en eso. Y me guardaste en tu teléfono como Thor
Corporativo, incluso después de que te di mi nombre completo.
—No estaba segura acerca de la ortografía y… ¿viste eso?
—Sí. —Su mano sube para acunar mi mejilla—. Esto es todo, Sadie.
No creo que haya ninguna manera de joder esto.
Un millón de fuegos artificiales llenos de esperanza estallan en mi
cabeza. Mi corazón se aprieta en mi pecho, pesado y dulce. Bueno.
Bueno.
—¿Así que no te he ahuyentado del sexo para siempre?
Él suelta una carcajada.
—Dudo que no querer tener sexo contigo sea algo de lo que alguna
vez tengamos que preocuparnos, Sadie.
—¿Incluso si soy mala en eso?
—No lo eres.
—No lo creo. Pensé que estaba bien. Quiero decir, en el promedio.
Pero tal vez…
—Sadie. —Con una mano en mi cintura, me acerca un poco más. Lo
suficiente para que sus ojos se encontraran con los míos y para que todo
mi mundo se estrechara hacia él—. Tomémoslo con calma. Llegaremos
allí —me dice, como si supiera que esta es la primera noche de muchas.
—¿Estás seguro?
—Tengo una fuerte sospecha. ¿Te sentirías mejor si me vuelvo a poner
la ropa?
Niego con la cabeza y luego, en un impulso, corto la distancia entre 201
nosotros. Los otros besos los dirigió, los cuales me encantaron, pero con
este estoy a cargo, y es exactamente lo que necesito. Él no trata de
profundizar hasta que yo lo hago. No se acerca hasta que me muevo
hacia él. No trata de tocarme hasta que tomo su mano y la pongo en mi
cadera, e incluso entonces es gentil, sus dedos suben y bajan por mi
muslo, trazando mi caja torácica cresta por cresta, mi columna vertebral
protuberancia por protuberancia.
Siento que me relajo. Alejándome. Expandiendo y contrayendo, y
olvidando. Se vuelve húmedo y flexible, un hermoso y delicioso calor se
extiende por mi estómago. Cuando mi muslo accidentalmente roza la
erección de Erik, mi respiración se entrecorta y él hace un ruido
profundo y bajo en la parte posterior de su garganta.
—Lo siento —dice con voz áspera, arreglándome para que me dé la
espalda.
Lo detengo con una mano en su bíceps.
—Me gusta esto, en realidad.
—¿Te gusta?
—Sí. ¿Y a ti?
Él exhala.
—No tienes idea, ¿verdad?
—¿De qué?
Él no da más detalles.
—Estoy feliz de hacer esto hasta el amanecer.
—¿De verdad? —Suelto una carcajada—. ¿Estarías feliz canalizando
tu mejor yo de la escuela secundaria y solo besarnos?
Se encoge de hombros.
—Probablemente me voy a venir en algún momento. Pero puedo
advertirte. No tienes que ser parte de eso, y hay un baño al otro lado del
pasillo.
202
—¡No! No, estoy… —muriéndome de vergüenza—. Me gustaría. Ser
parte de eso, eso es. —Me aclaro la garganta—. Creo que deberíamos
intentarlo de nuevo. Lo que estábamos haciendo antes de que me
asustara.
Veo que se refleja en su rostro: una fracción de segundo de
entusiasmo, luego una máscara de insulso escepticismo.
—Creo que deberíamos esperar a eso. Tomarlo con calma. Salir unas
cuantas veces más hasta que te acostumbres al hecho de que soy… tan
grande, aparentemente.
Me ruborizo.
—Pero estaba pensando… ¿y si voy arriba? ¿De esa manera no me
sentiré atrapada?
Erik se queda quieto. Por un momento, deja de respirar. Luego
pregunta:
—¿Estás segura? —Sus pupilas están dilatadas.
—Creo que sí. ¿Te gustaría?
—Eso sería… —Él traga. Sus dedos están agarrando mis caderas como
si simplemente no pudiera soltarme—. Sí. Me gustaría. Si esa es la
palabra para eso.
No me doy cuenta inmediatamente del malentendido. Tal vez porque
estoy ocupada, primero moviéndome en el colchón y trepando por sus
caderas, luego disfruto del hecho de que estoy encima de él. Me siento
mucho mejor, de esta manera. Está bien, creo. Sí. Puedo hacer esto,
después de todo. Me encanta esto, en realidad. Me encanta sentarme a
horcajadas sobre Erik, mirar su piel pálida, trazar sus músculos. Amo
sus ojos en los lugares donde mis pezones presionan contra la parte
superior. Me encanta la sensación de mis muslos abiertos por su torso,
el vello de su camino feliz contra mis pliegues. Puedo tener sexo con él,
después de todo. Quiero tener sexo con él. Podría morir si no tengo sexo 203
con él, porque en este momento quiero que estemos tan cerca como
humanamente podamos.
Pero luego sus manos se cierran alrededor de mi cintura, y me levanta.
Y arriba. Y arriba. Hasta que mis rodillas presionan el colchón a cada
lado de su cuello, y recuerdo exactamente lo que estaba a punto de hacer
cuando nos detuvimos. Se me prende el foco. Ay dios mío. Él piensa que
quiero que él…
—Erik, yo…
Comienza con un largo golpe a través de mi centro, separándome con
su lengua. Hago un sonido animal vergonzoso que es mitad jadeo, mitad
gemido, y caigo hacia adelante, atrapándome en la cabecera. Mi núcleo
aletea. Todo mi cuerpo tiembla, eléctrico.
—Mierda, Sadie —dice guturalmente justo antes de lamerme de
nuevo, minucioso e impaciente de una manera que redefine la palabra
entusiasmo. Su lengua juega con mi entrada, empujando más allá de los
músculos apretados. El pulgar de la mano que no está enjaulando mi
trasero sube para dibujar círculos alrededor de mi clítoris. Estoy
temblando. Con espasmos. Apretando. De repente estoy
agonizantemente vacía.
—Oh, Dios mío —susurro en el dorso de mi mano. Entonces lo
muerdo, porque si no lo hago, voy a gritar. Tal vez grite de todos modos,
porque gruñe y arquea la garganta para lamerme, presionando mi pelvis
contra su boca, y los ruidos que hace, los ruidos que hacemos, son
húmedos, sucios y obscenos—. Oh, Dios mío. Yo… —Estoy fuera de
control. Mis muslos comienzan a temblar. No tengo ni idea de lo que
estoy haciendo, pero no puedo dejar de mecerme, frotándome contra su
boca, su nariz y su cara, retorciéndome por más contacto, más presión,
más fricción, queriendo estar llena…
—Lo estás haciendo muy bien, Sadie —murmura en mi interior, y las
palabras vibran por toda mi columna. Sus dedos agarran mi culo
fuertemente y es despiadado, manteniéndome quieta, inclinándome
mejor, haciéndome saber que él sabe lo que necesito, que lo deje hacer 204
su trabajo. Luego comienza a usar sus dientes en mí y me derrumbo.
Grito.
—No puedo creer que pensaras que eras mala en esto —me dice,
riendo, y siento que cada sílaba viaja a través de mí como un cuchillo.
Me obligo a respirar hondo, a permanecer erguida, a mirarlo. Y ahí es
cuando sus ojos se encuentran con los míos y comienza a chupar con
fuerza mi clítoris.
Me vengo tan fuerte que es casi doloroso. Siempre he estado callada,
en silencio en la cama, pero el placer es como una represa que revienta,
corta y abrasa y es tan violenta que mi cuerpo no tiene esperanza de
contenerlo. Sollozo y gimo en el dorso de mis manos, impotente,
confundida. Durante todo mi orgasmo, Erik está ahí, sosteniendo mis
caderas, murmurando alabanzas y gemidos contra mis pliegues
hinchados, lamiendo hasta que está del otro lado de demasiado.
Entonces sus besos se vuelven más ligeros. Amables. Se gira para
chupar el interior de mi muslo izquierdo, y me pregunto si es suficiente
para dejar una marca. Erik Nowak estuvo aquí.
—He estado pensando en comerte todo el día —dice contra mi piel,
que está pegajosa y empapada y no puedo creer que esto esté
sucediendo. No puedo creer que esto sea sexo—. Todo. El. Maldito. Día.
De alguna manera, parece saber que estoy demasiado débil para
moverme. Me vuelve a deslizar por su cuerpo, y tal vez me lo esté
imaginando, pero creo que está respirando tan pesadamente como yo, y
creo que sus manos están temblando. Quiero investigar, pero envuelve
sus brazos alrededor de mi torso y me sostiene contra su pecho hasta
que estamos lo más cerca posible. El latido acelerado de su corazón
reverbera a través de mi piel, y este, este, este momento no podría ser
más perfecto.

205
Hasta que me besa. Y me besa. Besa mi boca con la misma
determinación que usó para mi centro, y mientras mi corazón se calma,
mientras mis extremidades dejan de retorcerse de placer, empiezo a
sonreír en sus labios.
—¿Erik?
—¿Sí? —Su mano se curva alrededor de mi trasero.
—¿Por qué lo compraste?
—¿Comprar qué?
—El croissant de Faye. Si sabías que era tan asqueroso, ¿por qué lo
compraste?
Él sonríe en la línea de mi hombro.
—Soy parte de eso.
—¿De qué?
—El esquema de lavado de dinero.
Me rio y lo abrazo con más fuerza mientras se hincha dentro de mí,
una oleada de felicidad y adoración y algo nebuloso, algo esperanzador
y joven que aún no puedo definir del todo. Su miembro se retuerce
contra mi muslo interior. Me eleva más para fingir que no sucedió y me
atrae para otro beso perezoso. Mmm.
Trato de moverme y estirarme entre nosotros, pero él detiene mi mano
entrelazando sus dedos contra los míos.
—¿Tú no…?
—Ignóralo —dice, frotando su cara contra mi garganta. Me muerde,
firme, juguetón, casi distrayendo. Casi.
—Pero tu…
—Shhh. Está bien, Sadie. Deberíamos dejarlo mientras vamos por
delante.
Frunzo el ceño, apoyándome para mirarlo. 206
—No estamos por delante, estoy por delante Es uno firme uno a cero.
—Probablemente más como doce-mezclando-en-uno a Cero. Sino.
Se ríe suavemente.
—Créeme, no se sintió como cero…
Cierra la boca con tanta brusquedad que puedo escuchar el chasquido
de su mandíbula. Porque me estoy deslizando hacia atrás, y su erección
está acurrucada contra mí. Primero, la curva de mi trasero. Entonces,
justo debajo de mi núcleo.
Él inhala, fuerte. Los dedos se clavan en mi cintura.
—Sadie…
—Pensé que dijiste que yo podía estar a cargo —bromeo, meciéndome
sobre su miembro como lo hice en su boca. Los labios de mi núcleo
rodean su eje, regordete e hinchado. Miramos la escena al mismo
tiempo. El sonido que deja escapar es salvaje.
—Tenemos que parar —gruñe, pero su mano se extiende sobre mi
espalda baja y presiona hacia abajo para obtener una mejor fricción.
—¿Por qué?
—Porque… —La cabeza de su miembro golpea mi clítoris hinchado,
una aguda puñalada de placer en mi columna. Erik se arquea, me abraza
más fuerte y cierra los ojos—. Mierda. Oh, maldición —balbucea—. Te
voy a follar, ¿no? —Su respiración se detiene, y estamos casi alineados.
Luego nos alineamos, él fuertemente contra mi entrada, y empujo hacia
abajo porque quiero, quiero sentir esta deliciosa e inmensa presión que
me partirá por las costuras, y se siente bien, muy bien, inundando,
drogando, abrumadoramente bueno.
—Condón —jadea en mi boca—. Si vamos a… necesitamos un
condón.
Aún. Mierda.
—Yo… —Trato de apartarme de él, pero Erik me sostiene allí mismo. 207
Todavía está un poco dentro de mí. Solo la punta—. Tú… ¿Tienes uno?
—Creo que sí. En algún lugar.
En algún lugar está justo en el cajón de su mesita de noche, debajo de
una botella de pastillas para la alergia, un cargador de teléfono y dos
libros en lo que supongo que es danés. Me tiende el condón y lo acepto
sin pensar.
La lámina es dorada. Trojan, dice. Y debajo: Magnum. Lo que tal vez
explique muchas cosas.
—¿Debería…?
Asiente. Los dos estamos sonrojados, torpes y sin aliento, y no tengo
idea de cómo ponerle un condón. Pero no quiero decir: Por favor, hazlo
tu mismo, porque mi escuela realmente no hizo la parte del plátano en
la clase de educación sexual, y mi mamá me puso en control de natalidad
en mi tercera cita con Oscar. Erik está mirando ansiosamente el papel de
aluminio en mi mano, como si fuera un regalo de mirra para el rey recién
nacido, y creo que está más que un poco interesado en la idea de que yo
haga esto por él.
Sonrío. Tengo un doctorado en ingeniería: si puedo construir
maquinaria sofisticada, puedo descubrir cómo ponerle un maldito
condón. Y hay algo de prueba y error, pero a Erik no parece importarle,
fascinado por la forma en que mis pequeños dedos trabajan sobre él.
Cuando termino, su respiración es más corta. Más forzada.
—Ven aquí. —Me atrae hacia él.
—Yo… ¿Quieres estar arriba esta vez?
—No.
—¿Está seguro? Creo que estoy bien con…
—Sadie. Quiero follarte, y necesito que te guste que te folle. Así que
estás arriba por ahora. 208
No tengo ni idea de cuáles son los parámetros para el tamaño
magnum, pero entiendo por qué lo necesita. Estoy tan relajada y
excitada como siempre, pero aún me toma un tiempo trabajarlo, con
pequeños incrementos y comienzos en falso y muchas maniobras
cuidadosas. En el momento en que está tan lejos como puede llegar,
estoy sudando y Erik está empapado. Huele delicioso, a sal y jabón y su
inmensa piel. Así que lamo el lugar de su mandíbula donde se han
estado acumulando las gotas.
—¿Puedes…? —Se arquea experimentalmente hacia mí. Ambos
soltamos un gemido.
—¿Qué quieres?
—Quiero sentir tus tetas.
—Vaya. —Me había olvidado de mi top. Me enderezo para
quitármelo, lo que implica algunos giros y rechinidos que hacen que
Erik jadee y trate de aquietar mis caderas de nuevo. No son muy
grandes, casi le advierto. Pero recuerdo algo que dijo antes. Una extraña
combinación de todos los rasgos que he encontrado atractivos—. ¿Lo decías en
serio? ¿Cuándo dijiste que soy tu tipo, físicamente?
Sus pupilas siguen el progreso de mis manos, abiertas.
—Me fijé en ti.
—¿Te fijaste en mí? —Desabrocho el broche de mi sostén. Se retuerce
dentro de mí. Su mandíbula se mueve con contención.
—En el edificio. El lobby. —Cierra los ojos. Luego los abre—. Una vez
en el ascensor.
Me quito el sostén, sintiéndome estúpida por haber estado
preocupada. Está mirando mi cuerpo como si estuviera en algún lugar
entre sagrado y completamente, deliciosamente pornográfico.
—¿Qué notaste?
—Sadie. —Su garganta se mueve—. Mucho. 209
—Y… —Empujo hacia abajo sobre mis rodillas y doy vueltas a mis
caderas dos veces, trabajándolo un poco más profundo. Una fracción de
pulgada, pero la fricción, la sensación de plenitud, mis ojos se ponen en
blanco. No sabía que algo podía estar tan dentro de mí y sentirme tan
bien. No podría haber imaginado—. ¿Y qué pensaste?
—Oh, mierda. —Un sonido desesperado sale de la garganta de Erik—
. Esto. Esto y más. —Él traga—. Muchas otras cosas, y… Sadie, vas a
tener que darme un minuto para adaptarme o voy a… —Erik suena tan
asombrado por esto como yo me siento. Sus ojos están bien cerrados, y
sus manos me agarran con tanta fuerza, y sus dientes se hunden en mi
hombro. —Sadie, estoy a punto de…
—No te preocupes. —Jadeo mi sonrisa contra su oído, revoloteando
como si estuviera a punto de hundirme—. Lo estás haciendo muy bien,
Erik.
Me corro como una avalancha, y luego él lo hace, y cuando aprieto
mis brazos alrededor de su cuello, nunca pretendo dejarlo ir.
Por la mañana, lo veo afeitarse frente al espejo solo porque puedo
hacerlo.
Usa una navaja que se parece a las que compro para mis piernas (es
decir, la más barata del supermercado). Si le importa la chica con ojos
llorosos que durmió menos de dos horas y actualmente está sentada
envuelta en una toalla en el mostrador de su baño, lo esconde bien. Pero
estoy casi segura de que no. Sobre todo, porque él es quien me puso
aquí.
—Eres tan alto —digo, un poco cansada, un poco estúpida, 210
reclinándome contra el espejo.
Su boca se tuerce.
—Tú no lo eres.
—Lo sé. A eso culpo el final de mi carrera futbolística.
—¿Crystal Dunn no es bastante baja? —pregunta, enjuagando su
navaja. Se seca las manos en los pantalones del pijama, que cuelgan
deliciosamente bajos sobre sus caderas—. Meghan Klingenberg
también. Y…
—Cállate —digo suavemente, lo que solo lo divierte más. Deja la
navaja y se acerca, sus manos se deslizan dentro de mi toalla y se posan
en la parte baja de mi espalda, cálidas e instintivas e imposiblemente
familiares. Como si fuera algo que ha estado haciendo todos los días
durante toda su vida. Como si fuera algo que planea hacer todos los días
por lo que queda de vida.
Me encanta esto. La forma en que me atrae hacia él. La forma en que
se endurece, pero parece estar contento con que esto no vaya a ninguna
parte. La forma en que su cara acaricia en mi garganta me encanta esto
pero…
—Solo creo que podrías ser demasiado alto —le digo en su clavícula—
. Preveo problemas en el cuello para los dos.
—Mmm. Probablemente necesitemos cirugía dentro de unos años. —
Su sonrisa viaja a través de mi piel—. ¿Cómo está tu seguro?
—Meh.
—El mío es bueno. Deberías contratarlo cuando… —Se detiene.
Continúa de nuevo con—: Almuerza conmigo hoy.
—No suelo almorzar —le digo—. Soy más del tipo de persona de
«gran desayuno, luego cuarenta refrigerios repartidos a lo largo del
día».
—Toma un gran desayuno y cuarenta bocadillos conmigo, entonces. 211
Me rio. Sí. Sí. Sí.
—¿Cuál es la parada de metro más cercana?
—Te llevaré al trabajo.
—Necesito irme a casa primero. Alimentar a Ozzy. Recordarle mi
amor inquebrantable por él.
—Te llevaré a casa y luego te llevaré al trabajo. Puedes presentarme
al hámster.
—Conejillo de Indias.
—Estoy bastante seguro de que son lo mismo.
Me rio de nuevo, exhausta y soñolienta y sobre la luna, y no puedo
evitar preguntarme cuán diferente sería esta mañana si Erik no hubiera
sido el que compró el croissant de Faye.
No puedo dejar de preguntarme si este es el primer día del resto de
mi vida.
Capítulo 9
Presente
—Yo no… No es eso… Ni siquiera es… Si tu… —Estoy farfullando
como una idiota, lo cual… es estupendo. Fantástico. Empoderamiento.
Soy un modelo a seguir para todas las mujeres despechadas del mundo.
Erik todavía está agachado frente a mí, como si estuviera planeando
llevar a cabo esta conversación. Me siento, enderezándome contra la
pared del ascensor, y respiro profundamente. Me repongo. 212
Voy a decir lo que pienso. Voy a decirle exactamente lo idiota que es.
Voy a desatar tres semanas de llanto en la ducha sobre él. Voy a
reprenderlo por arruinarme el helado de pistacho y los gatos naranjas.
Voy a aniquilarlo.
Pero aparentemente, solo después de hacerle la pregunta más
estúpida en la historia de las preguntas estúpidas.
—¿De verdad pensaste que el sexo no fue bueno?
Vaya, Sadie. Qué manera de dejar que el punto de todo esta charla
vuele por encima de tu cabeza.
Él resopla.
—Obviamente no lo hice.
—Entonces, ¿por qué dices que…
—Sadie. —Me estudia por un momento—. ¿De verdad?
Me sonrojo.
—Tú eres el que lo trajo a colación.
—¿En serio? Sabes qué, está bien. De acuerdo. Bien. —Su garganta
funciona. Mira… no del todo molesto, pero definitivamente es lo más
molesto que lo he visto. Danés descontento, tal vez—. Hace unas tres
semanas, estaba tomando mi desayuno habitual, bastante repugnante, y
conocí a esta mujer realmente hermosa e increíble. Dejando mis
reuniones matutinas e ignorando mi teléfono (mi equipo está así de
cerca de enviar un grupo de búsqueda) porque todo lo que puedo
pensar es en lo divertido que sería sentarme con ella en un banco del
parque cubierto de mierda de pájaro y hablar sobre… Ni siquiera lo sé.
Ni siquiera importa. Así de bueno es estar con ella. Y como
aparentemente es mi día de suerte, logro convencerla de que venga a
cenar conmigo, y no solo es encantadora, inteligente y divertida, sino
que también parece que los dos tenemos más cosas en común de lo que
creía posible, y… Bueno, es una primera vez para mí. No soy un experto
213
en relaciones, pero reconozco lo raro que es esto. Qué absolutamente
único. Quiero tomarlo con calma porque la idea de arruinar esto me
aterroriza, pero ella pide venir. —Exhala una sola risa amarga.
»Debería poner el freno, pero no tengo autocontrol cuando se trata de
ella, así que digo que sí. Pasamos una noche juntos, y follamos mucho,
y sí, Sadie, es malditamente fenomenal de una manera que cambia la
vida y nunca pensé que necesitaría dar más detalles. Es obvio que ella
no hace esto a menudo, hay algunos contratiempos, pero… sí. Tú
estabas ahí. Sabes. —Aprieta los labios y mira hacia otro lado—. Se
queda dormida y la observo y pienso: esto no se parece a nada más. Casi
aterrador.
»Pero entonces es de mañana y ella todavía está allí. Y cuando me
despido de ella, en realidad corre detrás de mí y estamos en el trabajo,
hay gente alrededor, realmente no podemos besarnos ni hacer nada por
el estilo, pero se acerca, toma mi mano y la aprieta con fuerza. Y creo
que tal vez no necesito tener miedo. Todo va a estar bien. Ella no irá a
ninguna parte. —Se gira hacia mí. Sus ojos son fríos ahora, oscuros en
las luces amarillas—. Y entonces llega la noche. El día siguiente. El de
después. Y no sé nada de ella. Nunca más.
Miro a Erik por largos momentos, absorbiendo cada palabra, cada
pequeña pausa, cada significado tácito. Entonces me inclino hacia
delante y con los dientes apretados digo:
—Te desprecio.
—¿Por qué? —Está helado, silenciosamente furioso, pero no le tengo
miedo. Solo quiero que le duela. Para lastimar tanto como él me lastimó.
—Porque eres un mentiroso.
—¿Lo soy?
—De la peor especie.

214
—Correcto. Por supuesto. —Nuestras caras están a una pulgada de
distancia. Puedo oler su aroma, y lo odio aún más—. ¿Y sobre qué
mentí?
—Vamos, Erik. Sabes exactamente lo que hiciste.
—Pensé que lo sabía, pero aparentemente no lo sé. ¿Por qué no me lo
deletreas?
—Por supuesto. —Me alejo abruptamente, apoyándome contra la
pared y cruzando los brazos sobre mi pecho—. Bien. Hablemos de cómo
me usaste para robar clientes de GreenFrame.
Capítulo 10
Hace dos semanas, seis días.
—¿Te acabo de ver con Erik Nowak?
La voz de Gianna me sobresalta y me saca del estado semicomatoso
en el que he estado durante los últimos cinco minutos, que consiste
principalmente en mirar el Megan Rapinoe Funko Pop en mi escritorio
y… suspiro.
Me siento drogada de una manera dulce y deliciosa. Por falta de 215
sueño, supongo. Y el waffle esponjoso y almibarado que Erik me compró
en el restaurante cerca de mi apartamento. Y la hilarante historia que me
contó mientras tomaba su café, de cómo hace dos semanas se quedó
dormido en su sofá y se despertó con Gato lamiendo su axila.
Quiero enviarle un mensaje de texto, quiero llamarlo. Quiero tomar el
ascensor y bajar para olerlo. Pero no voy a hacerlo. No soy tan rara.
Abiertamente, al menos.
—Me alegra ver que estás de vuelta. —Le sonrío a Gianna, que está
apoyada en mi escritorio. Ella debe haber entrado en mi oficina mientras
yo estaba en la luna—. ¿Cómo está Presley?
—Mejor. Pero ahora Evan y Riley tienen algún tipo de malestar que
involucra una cantidad superdivertida de diarrea. Pero te vi en el
vestíbulo con un tipo alto, ¿era Erik Nowak?
—Vaya. Um… —Creo que tal vez me estoy sonrojando. Realmente no
tengo una razón para hacerlo, Gianna es genial y no del tipo crítico, pero
lo que sucedió anoche se siente tan… privado. Y reciente. Ni siquiera se
lo he dicho a Hannah y Mara (si no se cuentan los emojis de berenjena y
corazón que envié en respuesta a los setenta mensajes de Como lo hizo
que encontré esta mañana en mi teléfono). Se siente raro hablar de eso
con mi jefa. Aunque mentir sobre eso sería aún más extraño, ¿verdad?—
. Sí. ¿Lo conoces?
— ¿Erik Nowak? ¿Erik Nowak de ProBld?
Ladeé la cabeza. ¿Hay otros?
—¿Sí?
—¿Son ustedes amigos?
—Nos acabamos de conocer.
—Así que no son como, amigos. —Ella parece aliviada—. De acuerdo.

216
Bien. Se estaban riendo juntos, así que solo quería asegurarme.
—Por qué… ¿Sería un problema si lo fuéramos?
—No del todo, no. Quiero decir, no se me ocurriría decirte con quién
deberías y no deberías salir. Pero ustedes dos parecían un poco…
familiares, y solo quería asegurarme… sabes. —Ella agita una mano con
desdén—. Si fueran amigos y hablaran regularmente, me gustaría
recordarte que seas cuidadosa y muy, muy discreta cuando hables de
negocios con él. Pero como solo son conocidos casuales, entonces…
—Por qué habría… —Frunzo el ceño, girando mi silla para mirarla
mejor. Esta conversación es muy extraña, y me pregunto si debería
tomar otro café antes de que continúe—. ¿Qué quieres decir con
cuidadosa y discreta?
Ella abre la boca. Luego la cierra, mira a su alrededor para asegurarse
de que ninguno de los internos está aquí y la vuelve a abrir.
—Hace un tiempo ProBld me hizo una oferta. Básicamente, querían
comprar GreenFrame y su cartera de clientes, e incorporarla como una
división de su empresa.
—Vaya. —Parpadeo. Erik no lo mencionó anoche. Por otra parte,
Gianna tampoco, nunca—. No tenía ni idea.
—Bueno, fue antes de que te contratara. ¿Hace dos, tres años? Antes
de los niños. Y para ser honesta, no fue la primera ni la última oferta que
recibí.
—Correcto. Sabía que Innovus se ofreció.
—Y JKC. Sí. Pero ProBld era una especie de… insistente. —Ella rueda
los ojos—. La razón por la que nos querían a bordo es que están
esforzándose mucho por expandirse en el mercado ecológicamente
sostenible, pero no han tenido mucho éxito en atraer a personas
realmente calificadas como… bueno, como tú. Ya que la mayoría de ellos
preferiría ir a firmas más especializadas. No me malinterpretes, han
estado contratando a algunos ingenieros prometedores, pero todavía no

217
tienen la experiencia que necesitan. Entonces me hicieron una muy
buena oferta, dije que no, gracias, que prefería ser mi propio jefe, y
durante unos meses parecía que todo iba a seguir como siempre. —Ella
hace una pausa—. Entonces comenzó.
Niego con la cabeza, confundida.
—¿Qué empezó?
—Un montón de cositas de mierda. El peor de los cuales fue apuntar
a algunos de nuestros clientes para que cambiaran a ProBld. Escuché
que algunas de sus personas también estaban husmeando en nuestros
sitios. No es exactamente algo digno.
Me pongo rígida. Esto suena malo. Realmente malo.
—Gianna, solo para que quede claro. —Tomo una respiración
profunda—. Anoche salí con Erik a cenar. Así que nosotros… Supongo
que somos amigos. Pero es genial y no haría nada como lo que
mencionaste —lo digo con más certeza de la que probablemente debería
sentir, dado que lo conocí hace exactamente veinticuatro horas. Pero es
Erik. Yo confío en él—. No sé qué están haciendo los socios y los altos
mandos en ProBld, pero estoy segura de que nunca aprobaría algo así.
—Bueno, él es un socio.
Parpadeo.
—Él… ¿Perdón?
—Erik es uno de los socios.
De repente siento frío. Y mucho, mucho asco.
—Él es un… ¿De qué estás hablando?
—Dijiste que fuiste a cenar con él. ¿Me estás diciendo que no
mencionó que es uno de los socios fundadores? —Debe leer la respuesta
en mi rostro, porque su expresión cambia a algo que se parece mucho a
la lástima—. Comenzó ProBld nada más salió de la escuela con dos de
sus amigos. Y el resto es historia.
«Me encantaría robarte… Te pagaré más. .Di una cifra… Estoy muy 218
abierto a negociar.»
—Espera, ¿tú?
—ProBld.
—¿Él sabe que eres ingeniera? —pregunta Gianna.
Me aclaro la garganta.
—Sí. Le dije que trabajaba para GreenFrame.
—¿Antes o después de que te invitara a salir?
—Yo… —Esa no fue la razón, no lo fue. No puede haber sido—. Antes.
—Oh, Sadie. —Mismo tono que antes, ahora con más lástima.
—Pero no le dijiste nada específico sobre nuestros proyectos o
estrategias o clientes, ¿verdad?
—Yo… —Masajeo mi frente, que de repente se siente como si
estuviera a un segundo de explotar—. No me parece.
—¿Preguntó sobre algo?
—No él…
Sí. Sí, lo hizo.
Puedo verlo claramente, sentado frente a mí en el restaurante. Su casi-
sonrisa. Su manera pulcra y voraz de comer.
¿Cómo te fue, por cierto?… Tu presentación.
¿Quién es el cliente?
Entonces, ¿tienes el proyecto?
—¿Sadie? ¿Estás bien?
No. No. No.
—Pienso… Me temo que mencioné algo. Sobre el proyecto Milton.
Surgió en una conversación, y yo… Sabía que era ingeniero, así que
entré en más detalles de los que debería y… —Gianna se tapa los ojos
219
con la mano y quiero que el suelo me trague por completo. El
sentimiento de confusión y éxtasis de esta mañana se ha disuelto,
reemplazado por pavor y un fuerte deseo de vomitar mi waffle por todo
el piso—. Gianna, sé que parece raro, pero no creo que Erik hiciera algo
como lo que mencionaste. Realmente nos llevamos bien anoche, y… —
Mi voz se apaga, lo cual está bien. No puedo soportar oírme hablar más.
No dijo que era socio. ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué me siento
mareada?
—Espero que tengas razón —dice Gianna, aún más de esa inquietante
compasión en sus ojos. Se aleja de mi escritorio, los tacones altos golpean
su oficina y no mira hacia atrás.
Siento que podría llorar. Y también siento que esto es un
malentendido estúpido y sin sentido del que me voy a reír. No tengo
idea de qué es lo correcto, así que trato de concentrarme en el trabajo,
pero estoy demasiado cansada, preocupada y horrorizada para
concentrarme.
A las dos de la tarde Erik me escribe:
En reuniones hasta las 7. ¿Puedo salir contigo después?
Y pienso en nuestra cena de anoche, en un restaurante donde suele
llevar clientes. ¿Soy trabajo para él?
Dos minutos después, agrega: O podría cocinar para ti.
Y luego: Antes de preguntar: no, no arenque11.
Miro los mensajes durante mucho tiempo y luego me levanto para
echar un vistazo a la fotocopiadora, que ha estado emitiendo un pitido
debido a su habitual atasco de papel. Hago una bola con la hoja ofensiva
y la tiro a la papelera de reciclaje, sin ver bien lo que tengo delante.
Contesto correos electrónicos. Llamo a un arquitecto. Sonrío a los
internos y les pido que me ayuden con la investigación. Espero por… no

220
sé qué estoy esperando. Una señal. Para que esta extraña confusión
apocalíptica se disipe. Vamos, Erik no salió conmigo como una tapadera
para algún tipo de… mierda de espionaje corporativo, o lo que sea. Este
no es un libro de John Grisham, y lo que le dije a Gianna se mantiene:
mi instinto me dice que él nunca, jamás, haría algo así.
Desafortunadamente, no estoy segura de que mi instinto no me esté
mintiendo. Creo que podría querer besarse con el hombre más atractivo
del mundo durante el medio tiempo de los partidos de fútbol.
La fotocopiadora emite tres pitidos y luego tres más. Aparentemente,
no arreglé absolutamente nada.
A las cinco y media escucho sonar el teléfono de Gianna, y diez
minutos más tarde ella sale con cautela de su oficina y se detiene frente
a mi escritorio. Los internos se han ido. Sólo somos ella y yo en la oficina.
Mis entrañas están heladas. Mi estómago cae en picada.
—Adivina qué proyecto no obtuvimos —dice ella. Su tono es suave.
Amable. Para su crédito, ni rastro de Te lo dije—. Y adivina con qué otra
firma decidió ir.

11Se llama arenque a un pez de agua salada cuyo cuerpo tiene una longitud de unos veinticinco
centímetros.
Cierro mis ojos. No puedo creer esto. No quiero creer esto.
—La gente de Milton dijo que hoy recibieron otra presentación.
Sostenibilidad similar. Sin embargo, costos más bajos, ya que es una
empresa más grande. Me preguntaron si podía igualar su oferta y les
dije que no.
Mis ojos permanecen cerrados. No los abro por mucho, mucho
tiempo. Todo está girando. Solo trato de quedarme quieta.
—Yo… Lo estropee —digo, apenas en un susurro. Estoy llorando. Por
supuesto que estoy llorando. Soy malditamente estúpida y mi jodido
corazón está roto y, por supuesto, estoy malditamente llorando.

221
—No podías haberlo sabido, Sadie.
La fotocopiadora vuelve a pitar, seis veces seguidas. Asiento con la
cabeza hacia Gianna, la veo alejarse y pienso en cosas rotas, cosas rotas
que a veces no se pueden arreglar.
Capítulo 11
Presente
Me devano los sesos tratando de recordar si durante nuestra cena Erik
alguna vez mencionó tomar clases de actuación. Quiero decir que no, y
seamos honestos, parecería un poco fuera de lugar. Y, sin embargo, si no
supiera lo que hizo, casi podría creerlo. Casi podía creer, por la forma
en que parpadea confundido hacia mí, que no tiene idea de lo que estoy
hablando.
222
Buen intento.
—Vamos, Erik.
Su ceño se frunce. Todavía está agachado frente a mí.
—¿Qué clientes?
—Puedes dejarlo.
—¿Qué clientes?
—Ambos sabemos que…
—¿Qué. Clientes?
Presiono mis labios juntos.
—Milton.
Sacude la cabeza, como si el nombre no le dijera nada. Si tuviera un
cuchillo a mano, probablemente lo apuñalaría. A través de los músculos,
directo a su corazón.
—El centro recreativo en Nueva Jersey.
Me toma un segundo, pero puedo ver un destello de reconocimiento.
—¿La presentación? ¿Por la que estabas con Faye?
—Sip.
—Tú firmaste con ese cliente, ¿no?
Aprieto la mandíbula. Duro.
—Vete a la mierda, Erik.
Él resopla con impaciencia.
—Sadie, estoy realmente perdido aquí, así que si no me das un poco
de contexto…
—Casi firmo con ese cliente. Sin embargo, cuando obtuvieron una
presentación que era casi idéntica a la mía, decidieron ir con ProBld. ¿Te
suena conocido?
223
No lo hace. Bueno, estoy segura de que debe. Pero el talento actoral
está regresando repentinamente, y Erik realmente parece estar total y
absolutamente confundido. Entrecierra los ojos y casi puedo verlo
tratando de examinar sus recuerdos.
Suspiro.
—Esto es… Realmente agotador, Erik. Gianna me contó todo. Sé que
ProBld trató de comprar GreenFrame. No sé si saliste conmigo
planeando hacerle daño a la empresa, o aprovechaste la oportunidad
una vez que se te presentó, pero sí sé que usaste lo que te dije en la cena
para dar una presentación muy parecida a la mía, porque el cliente, tu
cliente, nos lo admitió.
—No lo hice.
—Bien. Por supuesto.
—Realmente no lo hice.
—Por supuesto. —Pongo los ojos en blanco.
—No, en serio. ¿Me estás diciendo que la razón por la que dejaste de
hablarme es que casualmente terminamos con uno de tus clientes?
—Dos presentaciones tan similares no son una coincidencia…
—Deben serlo. Ni siquiera sabía que teníamos ese cliente hasta ahora.
—¿Cómo es posible que no sepas qué proyectos se están llevando a
cabo en la empresa que posees?
—No soy un empleado junior. —Puedo decir por su tono que está
empezando a frustrarse conmigo. Lo cual está bien porque he estado
frustrada con él durante semanas—. Tengo una posición de liderazgo y
manejo personas que manejan personas que manejan más personas. No
somos GreenFrame, Sadie. Superviso diferentes equipos y paso mis días
en reuniones malditamente aburridas con abogados de patentes,
topógrafos y gerentes de control de calidad. A menos que sea un
acuerdo de alta prioridad o un proyecto extremadamente lucrativo, es 224
posible que ni siquiera me informen hasta que esté bien encaminado. Mi
trabajo consiste en tomar decisiones generales y dar pautas para que…
Se detiene y retrocede físicamente. Un segundo está inclinado hacia
mí, al siguiente su espalda está recta y está pellizcando el puente de su
nariz entre el pulgar y el índice. Se queda así durante largos segundos,
con los ojos cerrados, y luego explota en un tono bajo y sincero:
—Mierda.
Es mi turno de estar confundida.
—¿Qué?
—Mierda.
—Qué… ¿Por qué estás haciendo eso?
Me mira, ni una onza de su anterior exasperación en su expresión.
—Tienes razón.
—¿Sobre?
—Fui yo. Fue mi culpa que no consiguieras al cliente. Pero no por la
razón que crees.
—¿Qué?
—El día después de que nosotros… —Se pasa una mano cansada por
la cara—. Esa mañana tuve una reunión con uno de los gerentes de
ingeniería que superviso. Me dijo que estaba arreglando un discurso
para un proyecto que había solicitado específicamente características de
sostenibilidad. No entró en detalles y no pregunté, pero como no es
nuestro fuerte, quería saber si tenía algún recurso. Le envié un artículo
académico. —Su garganta se mueve—. Fue el que escribiste.
Estoy mareada. Estoy sentada, pero creo que podría caerme.
—¿Mi artículo? ¿Mi artículo revisado por pares sobre marcos para la
ingeniería sostenible?
Él asiente lentamente. Impotente. 225
—También envié tu tesis en un correo electrónico a toda la empresa y
alenté a todos los líderes de equipo a leerla. Aunque eso fue unos días
después, después de haberla leído yo mismo.
—¿Mi tesis? —Debo haberlo oído mal. Seguramente estoy en medio
de un evento cerebrovascular—. ¿Mi tesis doctoral?
Él asiente, mirándose arrepentido.
Yo… Creo que ya ni siquiera estoy enojada. O tal vez lo estoy, pero se
diluye en el shock total y absoluto de escuchar eso.
—¿Cómo obtuviste mi tesis? ¿Y mi artículo?
—El artículo estaba en Google Scholar. Para la tesis… —Aprieta los
labios juntos—. Un bibliotecario de Caltech me envió un enlace de
descarga.
—Hiciste que un bibliotecario te enviara un enlace de descarga —
repito lentamente. Estoy habitando una dimensión paralela. Donde los
átomos están hechos de caos—. ¿Cuándo?
—La mañana siguiente. Cuando llegué a mi oficina.
—¿Por qué?
—Porque quería leerla.
—Pero… ¿por qué?
Me mira como si fuera un poco lenta.
—Porque tú lo escribiste.
Tal vez soy un poco lenta.
—¿Así que estabas tratando de… averiguar la presentación de
GreenFrame basado en mi trabajo publicado?
—No. —Su tono deja caer parte de la culpa y vuelve a ser tres partes
firme, una parte indignada—. Quería leer lo que escribiste porque me
interesa el tema, porque en la cena era muy obvio que eres mejor
226
ingeniera que la mayoría de las personas en ProBld, incluyéndome a mí,
y porque a los cinco minutos de mi jornada laboral me di cuenta que si
no iba a dejar de pensar en ti, podría ser productivo al respecto. Y
mientras leía, me di cuenta de que tu trabajo está por encima de lo
bueno, y compartirlo con todos los demás parecía obvio. No pensé que
estaba entregando tu presentación a toda mi compañía, y… Mierda.
Simplemente no pensé. —Se frota el dorso de la mano contra la boca—.
Fue mi culpa. No fue a propósito, pero asumo toda la responsabilidad.
Voy a hablar con mi jefe de ingeniería y con el cliente y… Resolveré esto.
Encontraremos una manera de asegurarnos de que obtengas el crédito
que te mereces.
Lo miro fijamente, estupefacta. Esto es… No se supone que esté
diciendo nada de esto. Se supone que debe… No sé. Retorcer. Defender
sus propias acciones de mierda. Hacer que lo odie aún más.
—Para el futuro, probablemente podamos llegar a un acuerdo. Algo
sobre no perseguir a tus clientes potenciales. No lo sé, pero lo hablaré
con Gianna.
¿Perdón?
—Dudo que tus socios alguna vez estén de acuerdo con eso.
—Lo harán cuando les explique la situación —dice, como si fuera un
asunto decidido.
—Claro, porque tú eres uno de ellos. —Mi ira está de vuelta. Bien.
Perfecto—. Otra mentira tuya, por cierto.
Esta vez, él… ¿Se está sonrojando?
—No mentí.
—Solo lo omitiste. Bonita laguna.
—Eso no es. Yo… —Por primera vez desde que lo conocí, este hombre

227
severo y dueño de sí mismo parece vagamente avergonzado, y yo… No
puedo mirar hacia otro lado—. No estaba seguro de que lo supieras. La
mayoría de las personas con las que me encuentro parecen saberlo, sí, sé
cómo suena eso. Y luego, durante la cena, me contaste lo diferente que
era trabajar para una empresa de la vida académica. Cuánto extrañabas
a tus amigos. Me imaginé que alardeando de cómo me gradué y logré
hacer esa transición con mis amigos podría esperar un par de días.
—Eso suena realmente… —Creíble, en realidad. ¿Un poco reflexivo,
aunque de una manera extrañamente fuera de lugar?—. Incompleto.
Deja escapar una carcajada.
Como si estuviera siendo ridícula.
—Incompleto.
—Yo solo… —Levanto mis manos—. ¿Por qué estamos haciendo esto,
Erik? Es obvio que tenías algún motivo oculto para invitarme a salir.
¡Incluso trataste de ofrecerme un trabajo!
—Por supuesto que sí, Sadie. Lo haría de nuevo. Lo haré ahora mismo.
¿Quieres venir a trabajar para mí? Porque esa oferta sigue en pie y…
—Detente. —Levanto mi palma, la pongo entre nosotros como el
muro más inútil del mundo—. Por favor, sólo… para esto.
—De acuerdo. —Erik toma una respiración larga y profunda. Cuando
habla, su voz es tranquila—. De acuerdo. Esto es lo que pasó, e
interrúmpeme si me equivoco: pensaste, basado en lo que te dijo alguien
en quien confiabas, que me acosté contigo para robarte un cliente y
vengarme de Gianna por no vender, lo que tal vez suene a poco
exagerado, pero… Lo entiendo. Es donde apuntaban las pistas. ¿Es eso
correcto?
Asiento, en silencio. Hay una presión pesada y espinosa detrás de mis
ojos.
—Está bien —continúa pacientemente—. Ese es tu lado de lo que
pasó. Pero te estoy pidiendo que consideres el mío. Y es que, aunque lo

228
arruiné absolutamente al enviar tu trabajo a mi equipo, no supe las
consecuencias hasta hace unos cinco minutos. Porque te llamé, pero
nunca contestaste. Y cuando subí a hablar contigo, Gianna dijo que
estaba segura de que no querías verme. Y me gusta pensar que no soy el
tipo de imbécil que seguiría llamando a una mujer que le pidió que no
lo hiciera, así que me detuve. Pero tampoco fui exactamente capaz de
dejar de pensar en ti, lo que me hizo buscar desesperadamente la razón
por la que te retiraste, hasta el punto de que he estado repitiendo lo que
sucedió entre nosotros esa noche todos los días, cada día… durante las
últimas tres semanas.
—Erik…
—No estoy exagerando. —Esto sería mucho más fácil si su tono fuera
acusador. Pero no. Tiene que sonar razonable y lógico y serio y sincero
y quiero gritar—. Desmenucé cada minuto, cada segundo de cada
interacción, y después de cortarlo todo en pedazos, la única conclusión
a la que pude llegar fue que cualquier cosa que hice mal debe haber
sucedido después de que me pediste que te llevara a mi casa, lo cual
realmente solo deja lo que hicimos allí.
—Eso no es…
—Y he tenido miedo, miedo como nunca antes, de lastimarte. —Él
levanta la mano. La curva alrededor de mi mejilla—. Que te había dejado
con algún… cualquier tipo de dolor. Que no podía enmendar. Lo cual,
déjame decirte, no es divertido cuando sabes en tu cerebro de lagarto
que estás a unos cinco minutos de enamorarte de alguien. —Cierra los
ojos—. Tal vez pasado. Realmente no puedo decirlo.
Las palabras de Erik hacen que el suelo se mueva y tiemble. Lo hacen
caer fuerte y rápido bajo mis pies, inundan mi cerebro con un destello
de luz cegador, y… Espera.
Espera.
—Ha vuelto la electricidad —digo con un grito ahogado, al darme
cuenta de que el ascensor está funcionando de nuevo. Erik también debe 229
haberlo notado, pero no parece sorprendido, ni hace ningún
movimiento para alejarse de mí. Sigue sosteniendo mi mirada, como si
esperara una respuesta mía, un reconocimiento de lo que ha dicho, pero
no puedo, no se lo daré. Me alejo de la mano en mi cara y agarro mi
bolso, deslizándome fuera de la esquina donde me atasqué.
—Sadie. —Cuando las puertas se abren en el primer piso, salgo
corriendo del ascensor. Erik está justo detrás de mí—. Sadie, ¿puedes…?
—¡Erik! —alguien llama desde el otro lado del vestíbulo, la voz
resuena en el mármol. Hay un pequeño grupo de personas charlando
con dos hombres con uniformes de mantenimiento—. ¿Estás bien?
Estoy casi segura (por la odiosa investigación a ProBld después de
nuestra pelea) de que él es otro de los socios. Un grupo que trabaja tarde,
claramente.
—Sí —dice Erik sin moverse en su dirección.
—¿Estabas atrapado en el ascensor?
—En el más pequeño. —Hay un borde impaciente en el tono de Erik.
Cambia a algo mucho más suave cuando se vuelve hacia mí y dice:
—Sadie, vamos a…
—¿Eran solo ustedes dos? —El hombre llama—. En realidad,
mantenimiento está tratando de asegurarse de que nadie de ProBld siga
atascado. ¿Puedes venir aquí un segundo?
El «Claro, ya voy» de Erik podría cortar diamantes.
Me doy la vuelta para irme, pero su mano se cierra alrededor de mi
bíceps, y siento su agarre viajar a través de cada terminación nerviosa
que poseo.
—Quédate aquí, ¿de acuerdo? Solo necesito cinco minutos para hablar
contigo. ¿Puedo tener cinco minutos? ¿Por favor? —Sostiene mis ojos
hasta que asiento.

230
Pero una vez que me da la espalda, no dudo ni un segundo. Froto el
lugar donde acaba de tocarme hasta que ya no puedo sentirlo, y luego
salgo al aire cálido de la noche.
Capítulo 12
—Espera. Espera, espera, espera, espera, espera. Espera, espera,
espera. Espera. —En el centro del monitor de mi Mac, Mara levanta
ambos dedos índices para llamar la atención de Hannah y mía. A pesar
de que ya la tenía—. Espera. Lo que estás diciendo es que todo este
tiempo hemos estado haciendo círculos de invocación semanales para
darle a este tipo verrugas genitales que desfiguran y hongos en las uñas
de los pies y esos granos subcutáneos gigantes que la gente se extirpa
quirúrgicamente en YouTube… pero, de hecho, ¿no se merecía nada de 231
eso?
Gimo.
—No. No sé. Sí. ¿Quizás?
—Pregunta relacionada: ¿cuánto tiempo estuviste en ese ascensor? —
pregunta Hannah.
—No estoy segura. ¿Una hora? ¿Menos? ¿Por qué?
Ella se encoge de hombros.
—Solo me preguntaba si esto podría ser el síndrome de Estocolmo.
Gimo de nuevo, dejándome caer de nuevo en mi cama. Ozzy se acerca
para olerme, solo para asegurarse de que no me he convertido en un
pepino desde la última vez que revisó. Luego se escapa, decepcionado.
—Está bien —dice Mara—, retrocedamos. ¿Es creíble lo que te dijo?
—No. No sé. Sí. ¿Quizás?
—Lo juro por Dios, Sadie, si tú…
—Sí. —Me enderezo—. Sí, tiene sentido. Detallé mi marco para las
propuestas de sustentabilidad en mi artículo publicado, y lo detallé aún
más en mi tesis…
—Que tal vez deberías haber prohibido —interviene Hannah,
jugando con su cabello oscuro.
—…que definitivamente debería haber prohibido, por lo que es
posible que alguien que leyó mis cosas podría haberlo usado para imitar
mi discurso. Por supuesto, cuando se trata de hacer el trabajo, no
tendrán la experiencia que tenemos Gianna o yo, pero ese es un
problema para más adelante. Supongo que lo que dijo Erik es…
concebible.
—Entonces, ¿no hay hongos genitales? —pregunta Mara—. Quiero 232
decir, parece justo, considerando que publicaste ese artículo y escribiste
esa tesis para alentar a las personas a adoptar tu enfoque.
—De acuerdo. Sí. —Cierro los ojos, deseando por decimoséptima vez
en las últimas dos horas poder desaparecer en la nada. Tal vez desde la
última vez que revisé, apareció un portal a otra dimensión en mi
armario. Tal vez pueda viajar a Sin consecuencias de mis propias
acciones—. Realmente no pensé que sería utilizado por mis
competidores directos.
—Me doy cuenta de eso —dice, con un tono que sugiere un fuerte
pero—. Pero, tampoco estoy segura de que sea culpa de Erik.
—Y se disculpó —agrega Hannah—. Además, el hecho de que haya
leído tu tesis es un poco lindo. De los chicos con los que me he acostado
¿Cuántos crees que han leído mis cosas?
—Ni idea. ¿Muchos?
—Bueno, como sabes, creo firmemente que el sexo y la conversación
no se mezclan bien, pero estimo… ¿un cero sólido?
—Suena bien —dice Mara—. Además, dijiste que se ofreció a
encontrar una manera de arreglar la situación. Y eso no parece ser algo
que él haría si no le importaras.
—De acuerdo. —Hannah asiente—. Mi voto es por no darle granos
genitales.
—Lo mismo. Estoy disolviendo el círculo de invocación mientras
hablamos.
—No, espera, que no se disuelva, yo… —Froto mis ojos con las palmas
de mis manos—. ¿De qué lado están ustedes?
—Tuyo, Sadie.
—A diferencia de ti —agrega Hannah. 233
—Yo… ¿Qué significa eso?
Intercambian una mirada. Sé que estamos en una llamada de Zoom y
es técnicamente imposible que intercambien una mirada, pero están
intercambiando una maldita mirada. Puedo sentirlo.
—Bueno —dice Hannah—, este es el trato. Te encuentras con este tipo.
Y lo follas. Y es realmente bueno follando, y Yeii. Al día siguiente,
descubres que es un imbécil, lo que te envía a una espiral descendente
de tres semanas de lágrimas y gelato Talenti que es unas doce veces más
intensa que la vez que rompiste con un tipo con el que habías estado
saliendo durante años. Pero luego descubres que todo fue un
malentendido, que las cosas podrían arreglarse y… ¿te vas? Dijiste que
quería hablar más, y es obvio que te interesa escuchar lo que dice.
Entonces, ¿por qué te fuiste, Sadie?
Observo los ojos implacables, prácticos y amables de Hannah, que van
muy bien con su voz implacable, práctica y amable, y murmuro:
—Me gustaba más cuando estabas en Laponia.
Ella sonríe.
—A mí también, por eso estoy tratando de volver allí, pero volvamos
a discutir tus terribles habilidades de comunicación.
—No son tan malas.
—Eh. De alguna manera lo son —dice Mara.
Miro a Mara también. Estoy en igualdad de oportunidades de mirar.
—¿Sabes qué? Acepto que mis habilidades de comunicación son
deficientes, pero me niego a que me avergüence alguien que está a punto
de ir de compras con el tipo al que una vez casi llamó a la policía porque
dejó un recibo de CVS en la secadora.
—Pfft, no van a ir de compras. —Hannah agita la mano con desdén—
. Apuesto a que va a recibir algún tipo de reliquia familiar. 234
—¿No tiene hermanos mayores? —pregunto—. Probablemente ya se
quedaron sin reliquias hace cuatro bodas.
—Oh sí. Tal vez habrá algunas compras. ¿Crees que nos llamará desde
algún centro comercial de DC y nos preguntará qué anillo preferiría
Mara?
—Oh, Dios mío, ¿sabes qué? La semana pasada leí en alguna parte
que Costco vende anillos de compromiso… Oh, hola, Liam.
El novio de Mara entra en la pantalla y se coloca justo detrás de ella.
En las últimas semanas se ha convertido en una especie de cuarto
informal en nuestras llamadas, una estrella invitada ocasional, por así
decirlo, que busca historias vergonzosas de la escuela de posgrado sobre
Mara y se ofrece amablemente a asesinar a nuestros colegas imbéciles
masculinos cuando nos quejamos. Teniendo en cuenta que nuestra
primera presentación con él fue Mara planeando poner una trampa en
su baño, es sorprendentemente divertido tenerlo cerca.
—¿En serio, chicas? —pregunta, todo ceñudo, oscuro y con los brazos
cruzados—. ¿ Claire’s? ¿Costco?
Hannah y yo jadeamos.
—Costco es increíble.
—Sí, Liam. ¿Qué tienes en contra de Costco?
Sacude la cabeza hacia nosotras, presiona un beso en la coronilla de
Mara y sale del cuadro. Soy un fan, debo decir.
—Está bien —dice Mara—, volviendo a tus pobres habilidades de
comunicación.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Todavía estás enojada con Erik? —pregunta Hannah—. Porque
pasaste semanas triste, furiosa y tristemente furiosa. Incluso si ahora
sabes que tus razones no eran tan válidas, siento que aún sería difícil
dejar eso. Entonces, ¿quizás ese es el problema aquí? 235
Pienso en la mano de Erik cerrándose alrededor de mi brazo en el
vestíbulo. Sobre la forma en que siguió mirándome cuando el ascensor
se puso en marcha: concentrado, atento, como si el mundo pudiera girar
el doble de rápido de lo normal y todavía no le hubiera importado, no si
yo estuviera cerca. No me permito recordar las palabras que dijo, pero
un recuerdo resurge, de nosotros riéndonos y parados en su cocina y
comiendo sobras de comida china, y no lo empujo hacia abajo. Por
primera vez en semanas, no está empapado de resentimiento y traición.
Solo la dulzura dolorosa y conmovedora de la noche que pasamos
juntos. De Erik subiendo el termostato cuando dije que tenía frío, y luego
envolviendo sus grandes y cálidas manos alrededor de las plantas de
mis pies. Esa sensación de estar justo ahí, al borde de algo.
No creo que esté enojada, ya no.
—No es eso —digo.
—De acuerdo. ¿Entonces el problema es que no le crees?
—Yo… No, lo hago. No creo que Gianna me mintiera
deliberadamente, pero no tenía todos los hechos.
—¿Entonces qué es?
Trago, tratando de insistir en la razón por la que mi estómago se siente
pesado, la razón por la que me he estado sintiendo enferma por la
decepción y el miedo desde que descubrí la verdad. Y luego me golpea.
Lo único que he estado tratando activamente de no verbalizar me golpea
justo cuando digo:
—De todos modos, no importa.
—¿Por qué no importa?
Cierro mis ojos. Sí. Eso es todo. Es por eso.
—Porque lo arruiné.
—Lo arruinaste, ¿cómo?
Ahora que puedo nombrarlo por lo que es, la horrible sensación crece, 236
ácida y amarga en mi garganta.
—Él no estará interesado en mí. Me conoció y pensó que yo era
graciosa, que tenía un montón de cosas en común conmigo, que
realmente le gustaba, y luego yo… Actué como una persona totalmente
irracional, absurda y trastornada y bloqueé su número y lo acusé de
jodido espionaje corporativo y tal vez quiera dejar las cosas claras, tal
vez odie la idea de que yo piense que es una persona horrible, pero no
hay manera que quiera retomar donde lo dejamos y… aaaargh. —
Entierro mi cara en mi mano.
Lo arruiné. Yo sola… lo arruiné. Y ahora tengo que vivir con el
conocimiento de ello. Debo continuar en un mundo en el que ningún
hombre jamás se comparará con Erik Nowak. Ningún hombre jamás me
hará reír, y hará que mi cuerpo cante, y que mi alma se indigne por
completo con sus escandalosas opiniones sobre el Galatasaray12, todo a
la vez.
—Oh cariño. —Mara ladea la cabeza—. Tú no sabes eso.

12El Galatasaray Spor Kulübü es la sección de fútbol de la entidad deportiva Galatasaray Spor
Kulübü.
—Lo hago. Es probable.
—Ese no es el punto. —Hannah se inclina más cerca de la pantalla
hasta que todo lo que puedo ver es su hermoso rostro y sus ojos
oscuros—. Está bien, entonces Erik ahora sabe que ocasionalmente
muestras una terrible falta de iniciativa para resolver conflictos.
Gimo:
—Realmente desearía tener la fortaleza emocional para colgarte.
—Pero no lo harás. Lo que digo es que tal vez Erik decida que serás
una novia terrible que reacciona de forma exagerada y es más
problemática de lo que vales. Tal vez decida que quiere quejarse de ti en

237
el subreddit13 de relaciones. Pero si lo eliminas como lo hiciste hace tres
semanas, solo estarías tomando esta decisión por él.
Parpadeo, confundida, de repente recordando por qué entré en
ingeniería. Las derivadas logarítmicas son mucho más fáciles que esta
mierda de relación.
—¿Qué quieres decir?
—Sadie, sé que te gusta mucho este chico. Sé que, si él decide que no
te quiere en su vida, va a doler, y que estás tentada a retroceder
preventivamente para protegerte. Pero si al menos no le das la
oportunidad de elegirte, seguro que lo perderás.
Asiento lentamente, tratando de pensar más allá del nudo duro en mi
garganta. Dejar que la idea, adelante, solo adelante, pide lo que quieras, se
valiente, se filtre lentamente a través de mí. Recordando a Erik.
Recordando la brisa flotando entre nosotros en un banco del parque, en
una acera desierta. La forma en que mi estómago se agitó por los
sentimientos que llevaba. De posibilidades. De tal vez.
Este es mi nuevo lugar feliz, murmuró Erik en mi oreja la segunda vez
que tuvimos sexo esa noche. Y luego apartó mi cabello sudoroso de mi

13 Un foro dedicado a un tema en específico en el sitio web Reddit.


frente, y lo miré y pensé, sus ojos son del color exacto del cielo cuando
brilla el sol. Y yo siempre, siempre amé el cielo.
—Tienes razón —digo—. Tienes toda la razón. Debería ir a él.
Hannah sonríe.
—Bueno, en realidad es qué, ¿la una de la mañana en Nueva York?
Estaba pensando más en una llamada telefónica mañana por la mañana.
Aproximadamente a las diez.
—Sí. Debería ir con él ahora mismo.
—Eso es exactamente lo contrario de…

238
—Me tengo que ir. Las quiero.
Cuelgo y salto de la cama, buscando una chaqueta y mi teléfono.
Empiezo a pedir un Uber, excepto… mierda. Sé dónde vive Erik, pero
no su dirección. Corro hacia la puerta, al mismo tiempo que busco mis
llaves y escribo el punto de referencia más cercano a su apartamento que
pueda recordar. ¿Cómo diablos se escribe?
—¿Sadie?
Miro hacia arriba. Erik está parado en mi puerta abierta. Erik, en todo
su alto y serio esplendor corporativo de Thor. Con la misma ropa que
tenía puesta cuando lo dejé más una chaqueta ligera, con la mano en el
aire y claramente a punto de tocar.
—¿Vas a alguna parte?
—No. Sí. No yo… —Doy un paso atrás. Otro. Otro. Erik se queda justo
donde está y mis mejillas arden. ¿Lo estoy alucinando? ¿Está realmente
aquí en Astoria? ¿En mi departamento? Oigo un ruido sordo y mis llaves
están en el suelo de linóleo. Necesito una siesta. Necesito una siesta de
siete años.
—Aquí. —Se agacha para recoger las llaves, hace una pausa por un
segundo para estudiar mi llavero con un balón de fútbol y me lo ofrece—
. ¿Puedo entrar por cinco minutos? Solo para hablar. Si te sientes
incómoda, el pasillo también está bien…
—No. No yo… —Me aclaro la garganta—. Puedes pasar.
Una breve vacilación. Luego asiente mientras entra y cierra la puerta
detrás de él. Pero no se mueve más adentro, se detiene en la entrada y
simplemente dice:
—Gracias.
Iba a ti, abro la boca para decir. Iba de camino a contarte muchas,
muchas cosas confusas. Pero la sorpresa de verlo aquí ha congelado mi
valentía, y en lugar de inundarlo con el discurso apasionado que habría

239
escrito en mi aplicación de Notas en el Uber, solo lo miro. Silencio.
Por el amor de Dios, ¿qué me pasa?
—Toma —dice, extendiendo un teléfono. Su teléfono.
¿Oh?
—¿Por qué me das esto?
—Porque quiero que mires a través de él. El código de acceso es 1111.
Miro su rostro.
—¿1111? ¿Estás bromeando?
—Si lo sé. Simplemente ignóralo.
Bufo.
—No puedes pedirme eso.
Él suspira,
—Bien. Se te permite un comentario.
—¿Qué tal si uno, uno, uno, uno comenta…
—Eso es todo. Tu comentario, lo usaste. Ahora…
—Vamos, tengo mucho más que…
—¿Podrías desbloquear el teléfono?
Hago un puchero, pero hago lo que dice. Sobre todo, por puro
desconcierto.
—Hecho.
Él asiente.
—Si haces clic en mi aplicación de correo electrónico, encontrarás mi
correspondencia de trabajo. La mayoría de esos mensajes son altamente
confidenciales, por lo que te pediré que no los leas. Pero quiero que
busques tu apellido.
—¿Por qué habría de hacer eso?
—Porque está todo ahí. Los mensajes de correo electrónico. Yo 240
solicitando tu tesis. Y circulándola a ProBld como un imbécil. Un par de
instancias de mí en general discutiendo tu escritura. La línea de tiempo
debería confirmar lo que ya te dije. —Lo miro. Sin habla. Luego
continúa, y se pone peor—. Esto es todo lo que puedo pensar, pero si
hay algo más que pueda mostrarte que te ayude a creer que Gianna
malinterpretó las cosas, házmelo saber. Estoy feliz de dejar mi teléfono
aquí. Tómate el tiempo que quieras para pasar por ello. Si alguien llama
o envía mensajes de texto, ignóralos.
Es la forma tranquila y seria en que me mira lo que lo hace. Rompe lo
que queda de mi terror de ser rechazada, y termino abruptamente con
cualquier tontería temerosa que mi cerebro esté tratando de
alimentarme.
Un nuevo conocimiento se desarrolla dentro de mí, e
instantáneamente sé qué hacer. Sé cómo hacerlo. Y comienza agarrando
su teléfono con fuerza, acercándose y deslizándolo en el bolsillo de su
chaqueta. Dejo que mi mano permanezca adentro por un segundo,
sintiendo el calor del cuerpo de Erik. El algodón limpio. Sin pelusas ni
envoltorios de caramelos ni tubos ChapStick vacíos.
Lo adoro. Me encanta. Mi mano quiere deslizarse dentro de este
bolsillo en las lluviosas tardes de otoño y las frías mañanas de
primavera. Mi mano quiere mudarse y vivir aquí, justo al lado de la de
Erik.
Pero por ahora, hay algo más que necesito hacer. Le ofrezco mi propio
teléfono. Lo mira con escepticismo, hasta que digo:
—Mi contraseña es 1930.
Su boca se tuerce.
—¿Año de la primera Copa Mundial de la FIFA?
Me río, porque… sí. De entre todos, él lo sabría. Y luego siento que
empiezo a llorar, porque por supuesto, de todos en el mundo entero, él 241
lo sabría.
—Desbloquéalo, por favor —digo entre sollozos. Erik tiene los ojos
muy abiertos, alarmado por las lágrimas, tratando de acercarse y
atraerme hacia él, pero no lo dejo—. Desbloquea mi teléfono, Erik. Por
favor.
Rápidamente marca los números.
—Hecho. Sadie, ¿estás…?
—Ve a mis contactos. Encuentra el tuyo. Tu… Lo cambie. A tu nombre
real. —Es difícil mantener altos y prolongados niveles de odio hacia alguien que
está guardado en tu teléfono con un apodo cursi, no agrego, pero la idea me
hace reír, húmedo, acuoso.
—Hecho. —Suena impaciente—. Puedo…
—De acuerdo. —Tomo una respiración profunda—. Ahora, por favor,
desbloquea tu número.
Una pausa.
—¿Qué?
—Bloqueé tu número. Porque yo… —Me limpio la mejilla con el dorso
de la mano, pero vienen más lágrimas—. Porque no podía soportar…
Porque. Pero creo que deberías desbloquearlo. —Vuelvo a sollozar.
Ruidosamente—. Entonces, si decidiste que no te importa el hecho de
que a veces puedo ser una completa lunática, y si quieres llamarme y
darme… lo que estábamos haciendo otra oportunidad, entonces estaría
feliz de tomarla y…
Me encuentro atraída hacia su cuerpo, abrazada con fuerza contra su
pecho, y probablemente debería insistir en disculparme adecuadamente
y ofrecer un informe detallado de todo lo que ha ocurrido, pero
simplemente me dejo hundir en él. Huelo su aroma familiar. Cuando me
alisa el pelo hacia atrás, entierro la cara en su camiseta y me derrito,
sumergiéndome en el silencio y el alivio. 242
—Creo que realmente apesto en las aventuras de una noche —le digo,
amortiguada en la tela suave.
—No tuvimos una aventura de una noche, Sadie.
—De acuerdo. Quiero decir, no lo sé. Yo nunca…
—He tenido suficiente por ambos, y algo más. —Se aleja para mirarme
y repite—: No tuvimos una aventura de una noche.
No tomo la decisión consciente de besarlo. Solo pasa. Un segundo nos
miramos, al siguiente no. Erik sabe a sí mismo y a una noche de finales
de primavera en Nueva York. Sostiene mi cabeza en su palma, me
presiona contra él; gime, se inclina para empujarme contra la pared y
lame el interior de mi boca.
—¿Así que estamos bien? —pregunta, saliendo a tomar aire. Quiero
asentir, pero lo olvido cuando se inclina para otro beso, tan profundo
como el anterior. Luego recuerda su pregunta y repite—: ¿Sadie?
¿Estamos bien?
Cierro los ojos y muerdo su labio inferior. Es suave y regordete, y
recuerdo la forma paciente en que trabajó entre mis piernas. Recuerdo
correrme una y otra vez, el placer era tan fuerte que no podía
comprenderlo
—Sadie. —No está respirando normalmente. Da un paso atrás, como
si necesitara un momento para controlarse—. ¿Estamos bien? Porque si
crees que esto es una aventura de una noche, entonces…
—No. Yo… —Alcanzo su rostro. Esta vez, cuando acerco su boca a la
mía, mi beso es lento y suave—. No. Estamos bien.
—¿Lo prometes? —pregunta contra mis labios.
Asiento con la cabeza. Y luego, porque parece importante:
—Lo prometo.
Es como accionar un interruptor. En un momento me mira 243
inquisitivamente, al siguiente nuestras manos están el uno sobre el otro,
yo desabrochando sus jeans, él desabrochándome la blusa. Hay un calor
que crece entre nosotros, un calor que nos hace trabajar frenéticamente,
torpemente y con demasiadas ganas. Cuando tiro hacia abajo de sus
jeans y calzoncillos, su miembro salta, tirando y goteando y tan duro
que tiene que doler. Envuelvo mi mano alrededor de él, bombeo hacia
arriba y hacia abajo un par de veces, y él gime, un sonido suave y
gutural. Luego me aparta, sujeta mi muñeca contra la pared y ataca mis
pantalones.
Sus dedos rozan bajo el elástico de mi ropa interior, y cuando sus
nudillos rozan la tela húmeda de mis bragas, es todo lo que puedo hacer
para no abrir mis piernas tanto como sea posible.
—Morado —dice con voz áspera cuando mis pantalones se agrupan
alrededor de mis tobillos.
—Finalmente.
—Hoy me lo he puesto. Ayer —corrijo, ayudándolo a deshacerse de
mi camiseta.
—Por cierto —dice, con la voz áspera—, la última vez, dejaste tu
sostén en mi casa. —Traza la línea del que tengo puesto, pero no me lo
quita. En su lugar, baja las copas de encaje y las mete bajo la curva de
mis pechos. Cuando mis pezones expuestos se endurecen hasta
convertirse en puntas, ambos hacemos ruidos ahogados y entrecortados.
—Puedes… quedártelo.
—Bien.
—¿Bien?
Su pulgar se mueve adelante y atrás a través de mi pezón.
—No está exactamente en un… estado prístino.
Me rio, sin aliento. 244
—¿Por qué? ¿Lo has estado usando?
Él no responde. En lugar de eso, me levanta hasta que mis piernas se
envuelven alrededor de sus caderas, sujetándome contra la pared al lado
de la puerta a pesar de que hay una cama, un sofá, una docena de
muebles a solo unos metros de distancia, y luego se detiene
abruptamente.
—¿Tú… te sientes atrapada? Es esto…
—No, está bien. Perfecto. Por favor, sólo…
Engancha sus dedos en la entrepierna de mis bragas, las empuja al
azar hacia un lado, y prueba uno o dos ángulos que posiblemente no
funcionen, pero luego me ajusta, me inclina como si no fuera más grande
que una muñeca, y en el tercer intento solo…
Se desliza dentro. La presión es enorme, estirándome y quemándome
y familiar e inexorable y encantadora, y todo en lo que puedo pensar es
en lo mucho que extrañaba esto, la aguda sensación de algo demasiado
grande que de alguna manera estaba destinado a caber dentro de mí, la
forma en que murmura… Lo siento, por favor, más, ya casi.
—Te extrañé —susurra contra mi sien cuando alcanza un lugar lleno,
sonando como si estuviera bajo una gran tensión—. Solo te conocí
durante veinticuatro horas, pero nunca había extrañado tanto a nadie.
Gimo un maullido vergonzoso que no puede salir de mi boca.
—Para que quede asentado. —Me siento tan llena que apenas puedo
hablar—. Pensé que el sexo era bueno. —Es un eufemismo. Es todo lo
que puedo decir físicamente en este momento.
—¿Sí? —Me muerde la carne entre el cuello y el hombro, no lo
suficientemente fuerte como para romperme la piel, lo suficiente como
para sugerir que no tiene el control total. Me recuerda nuestra noche
juntos, la forma en que me mantuvo quieta para sus embestidas, la
forma en que me hizo sentir a la vez poderosa e impotente—. Está bien. 245
Porque no puedo pensar en otra cosa. —Se mueve dentro de mí. Una
vez, dos veces. Una vez más, un poco demasiado contundente, pero
perfecto. Mi frente se apoya contra la suya, y jadea en mi boca—. Tres
semanas, y solo podía pensar en ti.
Dura menos de una docena de embestidas. Su boca está junto a mi
oído mientras me dice lo hermosa que soy, cómo quiere sentir todo de
mí, cómo podría follarme cada segundo de cada hora de cada día. Los
espasmos florecen dentro de mí, me vuelven loca, y me aferro a sus
hombros mientras mi orgasmo explota a través de mi cuerpo, limpiando
mi mente. Erik, balbuceo contra su cabello. Erik, Erik, Erik. Se queda
quieto mientras lo aguanto, un gruñido casi silencioso en su garganta, la
tensión en sus brazos casi vibrando. Luego, cuando casi termino, me
pregunta:
—¿Debería… mierda, debería retirarme?
—No —exhalo—. Estoy… estamos bien. La píldora.
Se corre dentro de mí antes de que termine de hablar, enterrando los
sonidos de su placer en la piel de mi garganta.
Nos quedamos así, después. Me sostiene, como si supiera que me
tambalearía sobre mis piernas si me soltara, y me besa durante largos
momentos. Castos besos dondequiera que pueda alcanzar, largos
lametones en mi cuello sudoroso, suaves chupetones que me hacen
retorcerme y reírme entre sus brazos. Nunca, nunca quiero que este
momento termine. Quiero pintarlo y enmarcarlo y colgarlo en la pared,
esta pared, y atesorarlo y hacer un millón más y…
—¿Sadie? —La voz de Erik es aún más grave de lo habitual. Estoy feliz
y flexible y relajada.
—¿Sí?
—¿Todavía tienes tu hámster?
—Conejillo de indias.
—La misma cosa. ¿Aún lo tienes? 246
—Sí. —Hago una pausa—. ¿Por qué?
—Solo me aseguro de que una rata gigante no esté tratando de
comerse mis jeans.
Miro por encima de su hombro y estallo en carcajadas por primera vez
en semanas.
Epílogo
Un mes después
—Está bien —le digo, decidida. Miro primero mi obra maestra y los
restos de mi arduo trabajo, y luego repito, más fuerte—: ¡Está bien, estoy
lista! ¡Prepárate para quedarte boquiabierto!
Erik aparece en la entrada de su cocina unos cinco segundos después,
luciendo somnoliento, relajado y guapo con su camiseta de Hanes y sus
pantalones de pijama a cuadros. 247
—Tienes masa en la nariz —dice, antes de inclinarse hacia adelante
para besarla. Luego se sienta frente a mí, al otro lado de la isla.
—De acuerdo. Momento de la verdad. —Deslizo un pequeño plato de
porcelana hacia él. Encima hay un croissant, el fruto de mucho, mucho
trabajo.
Tanto. Trabajo.
—Se ve bien.
—Gracias —expreso—. Hecho desde cero.
—Puedo decirlo. —Con una pequeña sonrisa, observa cómo las tres
cuartas partes de su cocina están cubiertas de harina.
—Mi genio culinario es aparentemente un poco caótico. Vamos,
pruébalo.
Recoge el croissant con sus enormes manos y le da un mordisco.
Mastica durante uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, y probablemente
debería darle un poco más de tiempo, pero no puedo esperar para
preguntar:
—¿Te gusta? ¿Está bien?
Mastica un poco más.
—¿Asombroso? ¿Fantástico? ¿Delicioso?
Más masticación.
—¿Comestible?
La masticación se detiene. Erik vuelve a dejar el croissant sobre la
mesa y lo traga una vez. Con notable dificultad. Luego lava todo con un
sorbo de café.
—¿Bien? —pregunto.
—Su…
—No puede ser malo.
248
Silencio.
—¿Correcto?
Inclina la cabeza, pensativo.
—¿Es posible que hayas mezclado sal y azúcar?
—¡No! Yo… ¿Es peor que el de Faye? —Él piensa en ello. Que es toda
la respuesta que necesito—. Te odio.
—¿Tiene un poco de… sabor avinagrado? ¿Tal vez agregaste eso en
lugar de agua?
—¿Qué? —Frunzo el ceño—. Creo que tú eres el problema. Creo que
simplemente no te gustan los croissants.
Se encoge de hombros.
—Sí, tal vez soy yo.
El gato salta a la isla. Con cautela esquiva nuestras tazas y con
expresión curiosa huele el croissant de Erik.
—Oh, amigo, no —susurra Erik—. No quieres hacer eso. —El gato
lame con delicadeza. Luego se vuelve hacia mí y me mira con expresión
horrorizada y traicionada.
Erik ni siquiera intenta no reírse.
—Te odio. —Cierro los ojos, planeando en silencio el asesinato y el
caos y muchos escenarios de venganza truculenta. Desfiguraré sus
camisetas. Verteré salsa de soya en su leche chocolatada. Acapararé el
edredón de plumas durante las próximas diez noches.
—Te odio —repito—. Te odio tanto, tanto.
—No. —Cuando abro los ojos, la sonrisa de Erik es cálida y suave—.

249
No creo que lo hagas, Sadie.
Below Zero
Se necesitará el terreno helado del Ártico para
mostrarles a estos científicos rivales que su
química arde.
Mara, Sadie y Hannah son amigas primero, científicas siempre.
Aunque sus campos de estudio pueden llevarlas a diferentes rincones
del mundo, todas pueden estar de acuerdo en esta verdad universal:
cuando se trata de amor y ciencia, los opuestos se atraen y los rivales te
250
hacen arder...
Hannah tiene un mal presentimiento sobre esto. La ingeniera
aeroespacial de la NASA no solo se ha encontrado herida y varada en
una remota estación de investigación del Ártico, sino que la única
persona dispuesta a emprender la peligrosa misión de rescate es su rival
de siempre.
Ian ha sido muchas cosas para Hannah: el villano que trató de vetar
su expedición y arruinar su carrera, el hombre que protagoniza sus
sueños más deliciosamente espeluznantes… pero nunca interpretó al
héroe. Entonces, ¿por qué está arriesgando todo para estar aquí? ¿Y por
qué su presencia parece tan peligrosa para su corazón como la tormenta
de nieve que se avecina?
Prólogo
Islas Svalbard, Noruega
Presente
Sueño con un océano.
Sin embargo, no el Ártico. No el que está aquí en Noruega, con sus
olas espumosas y compactas que chocan constantemente contra las

251
costas del archipiélago de Svalbard. Quizás sea un poco injusto de mi
parte: vale la pena soñar con el mar de Barents. También lo son sus
icebergs flotantes y sus inhóspitas costas de permafrost. A mi alrededor
no hay nada más que una belleza cruda y cerúlea, y si este es el lugar
donde muero, sola y temblando y magullada y bastante malditamente
hambrienta… Bueno, no tengo por qué quejarme.
Después de todo, el azul siempre fue mi color favorito.
Y, sin embargo, los sueños parecen estar en desacuerdo. Me acuesto
aquí, en mi estado medio despierta, medio inconsciente. Siento que mi
cuerpo produce preciosos grados de calor. Veo la luz ultravioleta de la
mañana penetrar en la grieta que me atrapó hace horas, y el único
océano con el que puedo soñar es el de Marte.
—¿Dra. Arroyo? ¿Puede escucharme?
Quiero decir, todo esto es casi ridículo. Soy una científica de la NASA.
Tengo un doctorado en ingeniería aeroespacial y varias publicaciones en
el campo de la geología planetaria. En un momento dado, mi cerebro es
un torbellino confuso de pensamientos perdidos sobre vulcanismo
masivo, dinámica de fluidos cristalinos y el tipo exacto de equipo anti-
radiación que uno necesitaría para comenzar una colonia humana de
tamaño mediano en Kepler-452b. Prometo que no estoy siendo engreída
cuando digo que sé casi todo lo que hay que saber sobre Marte.
Incluyendo el hecho de que no hay océanos en él, y la idea de que alguna
vez los hubo es muy controvertida entre los científicos.
Así que sí. Mis sueños cercanos a la muerte son ridículos y
científicamente inexactos. Me reiría de eso, pero tengo un tobillo torcido
y estoy aproximadamente a tres metros bajo tierra. Parece mejor
simplemente guardar mi energía para lo que está por venir. Realmente
nunca creí en una vida después de la muerte, pero ¿quién sabe? Mejor
cubrir mis apuestas.
—Dra. Arroyo, ¿me copia?
El problema es que me llama, este océano inexistente en Marte. Siento
su tirón en lo más profundo de mi vientre, y me calienta incluso aquí, en
el extremo helado del mundo. Sus aguas turquesas y sus costas teñidas 252
de óxido están aproximadamente a 200 millones de kilómetros del lugar
donde moriré y me pudriré, pero no puedo quitarme la sensación de que
me quieren más cerca. Hay un océano, una red de barrancos, todo un
planeta gigante lleno de óxido de hierro, y todos me están llamando.
Pidiéndome que me rinda. Inclínate. Suéltalo.
—Dra. Arrollo.
Y luego están las voces. Voces aleatorias e improbables de mi pasado.
Bueno, está bien: una voz. Siempre es la misma, profunda y retumbante,
sin acento perceptible y consonantes bien pronunciadas. Realmente no
me importa, debo decir. No estoy segura de por qué mi cerebro ha
decidido imponérmelo en este momento, teniendo en cuenta que
pertenece a alguien a quien no le gusto mucho, alguien que me puede
gustar aún menos, pero es una voz bastante buena. A+. Vale la pena
escucharlo en una situación a las puertas de la muerte. Aunque Ian
Floyd fue quien nunca quiso que viniera a Svalbard en primer lugar. A
pesar de que la última vez que estuvimos juntos era terco, desagradable
e irrazonable, y ahora parece sonar solo…
—Hannah.
Cerca. ¿Es este realmente Ian Floyd? ¿Suena cerca?
Imposible. Mi cerebro se ha congelado en la estupidez. Realmente
debe haber terminado para mí. Ha llegado mi hora, el final está cerca
y…
—Hannah. Voy por ti.
Mis ojos se abren, ya no estoy soñando.

253
Capítulo 1
Centro Espacial Johnson, Houston, EE. UU.
Hace un año
En mi primer día en la NASA, en algún momento entre la admisión
de Recursos Humanos y un recorrido por el edificio de Estudios de
Cumplimiento Electromagnético, un ingeniero recién contratado
demasiado entusiasta se vuelve hacia el resto de nosotros y pregunta:
—¿No sienten que toda su vida los ha llevado a este momento? ¿Como 254
si estuvieran destinados a estar aquí?
Aparte de Eager Beaver, somos catorce a partir de hoy. Catorce de
nosotros, recién salidos de los cinco mejores programas de posgrado,
pasantías prestigiosas y trabajos en la industria que mejoran el
currículum, que aceptamos exclusivamente para parecer más atractivos
durante la próxima ronda de reclutamiento de la NASA. Somos catorce,
y los trece que no soy yo asienten con entusiasmo.
—Siempre supe que terminaría en la NASA, desde que tenía cinco
años —dice una chica de apariencia tímida. Ha estado pegada a mi lado
durante toda la mañana, supongo que porque somos las únicas dos que
no somos hombres en el grupo. Debo decir que no me importa
demasiado. Tal vez sea porque ella es ingeniera informática mientras
que yo soy aeroespacial, lo que significa que hay muchas posibilidades
de que no la vea mucho después de hoy. Su nombre es Alexis y lleva un
collar de la NASA encima de una camiseta de la NASA que apenas cubre
el tatuaje de la NASA en la parte superior del brazo—. Apuesto a que es
lo mismo para ti, Hannah —agrega, y le sonrío, porque Sadie y Mara
insistieron en que no debería ser la idiota de siempre ahora que vivimos
en zonas horarias diferentes. Están convencidas de que necesito hacer
nuevos amigos, y he accedido a regañadientes a hacer un gran esfuerzo
solo para que se callen. Así que asiento con la cabeza hacia Alexis como
si supiera exactamente lo que quiere decir, mientras en privado pienso:
No realmente.
Cuando la gente se entera de que tengo un doctorado, tiende a
suponer que siempre fui una niña motivada académicamente. Que pasé
por la escuela toda mi vida en un esfuerzo constante por superarme.
Como me fue tan bien como estudiante, decidí seguir siendo estudiante
mucho después de haber podido reservarlo y liberarme de los grilletes
de la tarea y las noches que pasé estudiando para exámenes
interminables. La gente asume, y en su mayor parte les dejo creer lo que
quieren. Preocuparse por lo que otros piensan es mucho trabajo y, con
algunas excepciones, no soy una gran fanática del trabajo. 255
La verdad, sin embargo, es todo lo contrario. Odié la escuela a primera
vista, con la consecuencia directa de que la escuela odiaba a la niña hosca
y apática que era yo. En primer grado, me negué a aprender a escribir
mi nombre, a pesar de que Hannah solo tiene tres letras repetidas dos
veces. En la secundaria, establecí un récord escolar por la mayor
cantidad de días de detención consecutivos: ¿qué sucede cuando
decides tomar una posición y no hacer la tarea para ninguna de tus
clases porque son demasiado aburridas, demasiado difíciles, demasiado
inútiles o todas las anteriores? Hasta el final de mi segundo año, no
podía esperar para graduarme y dejar atrás toda la escuela: los libros,
los maestros, las calificaciones, las camarillas. Todo. Realmente no tenía
un plan para después, excepto dejar atrás el ahora.
Tuve este sentimiento, toda mi vida, de que nunca iba a ser suficiente.
Interioricé bastante pronto que nunca iba a ser tan buena, tan inteligente,
tan adorable, tan querida como mi perfecto hermano mayor y mi
impecable hermana mayor, y después de varios intentos fallidos de estar
a la altura, decidí dejar de intentarlo. Dejé de preocuparme también.
Cuando estaba en mi adolescencia, solo quería…
Bueno. Hasta el día de hoy, no estoy segura de lo que quería a los
quince. Qué mis padres dejen de preocuparse por mis deficiencias, tal
vez. Qué mis compañeros dejen de preguntarme cómo podría ser la
hermana de dos ex valedictorians14 estelares. Quería dejar de sentir que
me estaba pudriendo en mi propia falta de objetivos y quería que mi
cabeza dejara de dar vueltas todo el tiempo. Estaba confundida, era
contradictoria y, mirando hacia atrás, probablemente era un adolescente
de mierda con quien estar. Lo siento, mamá y papá y el resto del mundo.
Sin resentimientos, ¿eh?
De todos modos, yo era una niña bastante perdida. Hasta que Brian
McDonald, un estudiante de tercer año, decidió que invitarme a la fiesta
de bienvenida comenzando con «Tus ojos son tan azules como una
puesta de sol en Marte» podría hacer que dijera que sí. 256
Para que conste, es una línea de ligue horrible. No la recomiendo.
Utiliza con moderación. No se use, especialmente si, como yo, la persona
que está tratando de ligar tiene ojos marrones y es plenamente
consciente de ello. Pero lo que fue un punto bajo innegable en la historia
del coqueteo terminó sirviendo, si me perdonan una metáfora muy
autoindulgente, como una especie de meteorito: se estrelló contra mi
vida y cambió su trayectoria.
En los años siguientes, descubrí que todos mis colegas de la NASA
tienen su propia historia de origen. Su propia roca espacial que alteró el
curso de su existencia y los empujó a convertirse en ingenieros, físicos,
biólogos, astronautas. Por lo general, es un viaje de la escuela primaria
al Centro Espacial Kennedy. Un libro de Carl Sagan bajo el árbol de
Navidad. Un profesor de ciencias particularmente inspirador en un
campamento de verano. Mi encuentro con Brian McDonald cae bajo ese
paraguas. Sucede que involucra a un tipo que (supuestamente) pasó a

14Valedictorian es una calificación académica que se otorga al estudiante que da el discurso


final o de «despedida», en el sistema escolar de los Estados Unidos, Filipinas y Canadá, en la
ceremonia de graduación.
moderar los foros de mensajes de incel en Reddit, lo que lo hace un poco
aburrido.
Las personas obsesionadas con el espacio se dividen en dos campos
distintos. Los que quieren ir al espacio y anhelan la gravedad cero, los
trajes espaciales, bebiendo su propia orina reciclada. Y hay gente como
yo: lo que queremos, a menudo lo que hemos querido desde que
nuestros lóbulos frontales aún no estaban lo suficientemente
desarrollados como para hacernos pensar que los zapatos de punta son
una buena declaración de moda, es saber sobre el espacio. Al principio
es algo simple: ¿De qué está hecho? ¿Dónde termina? ¿Por qué las
estrellas no caen y chocan contra nuestras cabezas? Luego, una vez que
has leído lo suficiente, vienen los grandes temas: la materia oscura.
Multiverso. Agujeros negros. Ahí es cuando te das cuenta de lo poco que 257
entendemos sobre esta cosa gigante de la que somos parte. Cuando
empiezas a pensar si puedes ayudar a producir nuevos conocimientos.
Y así es como terminas en la NASA.
Entonces, volvamos a Brian McDonald. No fui a la fiesta de
bienvenida con él. (No fui a la fiesta de bienvenida en absoluto, porque
no era realmente mi escena, y aunque lo hubiera sido, me castigaron por
reprobar un examen parcial de inglés, e incluso si no lo hubiera estado,
que se jodan Brian McDonald y sus líneas de ligue mal investigadas.)
Sin embargo, algo sobre todo el asunto me quedó grabado. ¿Por qué una
puesta de sol sería azul? ¿Y en un planeta rojo, nada menos? Parecía algo
que valía la pena conocer. Así que pasé la noche en mi habitación,
buscando en Google partículas de polvo en la atmósfera marciana. Al
final de la semana, me inscribí para obtener una tarjeta de la biblioteca
y devoré tres libros. Al final del mes, estaba estudiando cálculo para
comprender conceptos como empuje en el tiempo y series armónicas. Al
final del año, tenía una meta. Nebuloso, confuso, aún no completamente
definido, pero un objetivo al fin y al cabo.
Por primera vez en mi vida.
Te ahorraré la mayoría de los detalles agotadores, pero pasé el resto
de la escuela secundaria rompiéndome el trasero para compensar el
trasero que no había roto durante la década anterior. Imagínate un
montaje de entrenamiento de los años 80, pero en lugar de correr en la
nieve y hacer flexiones con un palo de escoba reutilizado, estaba
trabajando duro en libros y conferencias de YouTube. Y fue un trabajo
duro: querer entender conceptos como diagramas de recursos humanos
o períodos sinódicos o sicigia no los hizo más fáciles de entender. Antes,
nunca lo había intentado realmente. Pero a la tierna edad de dieciséis
años, me enfrenté a la insoportable confusión que surge al dar lo mejor
de mí y darme cuenta de que a veces simplemente no es suficiente. Por
mucho que me duela decirlo, no tengo un coeficiente intelectual de 130.
Para entender realmente los libros que quería leer, tenía que repasar los
mismos conceptos una y otra vez. ¡Inicialmente me deslicé en lo alto de
258
descubrir Cosas nuevas!, pero después de un tiempo mi motivación
comenzó a decaer, y comencé a preguntarme qué estaba haciendo.
Estaba estudiando un montón de cosas de ciencias realmente básicas,
para poder graduarme a cosas de ciencias más avanzadas, para que un
día realmente supiera todas las cosas de ciencia sobre Marte y… ¿y luego
qué? ¡Ir a Jeopardy! y elegir ¿Espacio por 500? Realmente no parecía valer
la pena.
Entonces sucedió agosto de 2012.
Cuando el rover15 Curiosity16 se acercó a la atmósfera marciana, me
quedé despierta hasta la una de la madrugada. Bebí dos botellas de
Coca-Cola Light, comí maní para tener buena suerte y, cuando comenzó
la maniobra de aterrizaje, me mordí el labio hasta que sangró. En el
momento en que tocó el suelo con seguridad, grité, reí, lloré y luego me
castigaron durante una semana por despertar a toda la familia la noche

15 Rover: Un astromóvil —también conocido por el vocablo inglés rover— es un vehículo de


exploración espacial diseñado para moverse sobre la superficie de un planeta u otro objeto
astronómico.
16 Curiosity es un vehículo explorador de Marte del tamaño de un automóvil diseñado para

explorar el cráter Gale en Marte como parte de la misión Mars Science Laboratory de la NASA.
antes de que mi hermano se fuera para su viaje del Cuerpo de Paz, pero
no me importó.
En los meses siguientes devoré cada pequeña noticia emitida por la
NASA sobre la misión de Curiosity, y mientras me preguntaba quién
estaba detrás de las imágenes del cráter Gale, la interpretación de los
datos en bruto, los informes sobre la composición molecular del Aeolis
Palus, mi objetivo confuso e indefinible comenzó a solidificarse.
La NASA.
La NASA era el lugar para estar.
El verano entre los años junior y senior, encontré una clasificación de

259
los cien mejores programas de ingeniería en los EE. UU. y decidí
postularme entre los veinte primeros.
—Probablemente deberías extender tu alcance. Agregar algunas
escuelas por seguridad —me dijo mi consejero vocacional—. Quiero
decir, tus SAT17 son realmente buenos y tu promedio de calificación ha
mejorado mucho, pero tienes un montón de —pausa larga para aclararse
la garganta—, banderas rojas académicas en tu registro permanente.
Lo pensé por un minuto. ¿Quién hubiera imaginado que ser un poco
mierda durante la primera década y media de mi vida traería
consecuencias duraderas? Yo no.
—De acuerdo. Bien. Hagamos los primeros treinta y cinco.
Resulta que no era necesario. Me aceptaron a lo grande (redoble de
tambores, por favor)… una de las veinte mejores escuelas. Un verdadero
logro, ¿eh? No sé si presentaron mal mi solicitud, extraviaron la mitad
de mis expedientes académicos o si tuvieron un problema mental en el
que toda la oficina de admisiones olvidó temporalmente cómo se
supone que debe lucir un estudiante prometedor. Dejé mi depósito y

17 Scholastic Aptitude Test en español Prueba de Aptitud Escolar


aproximadamente cuarenta y cinco segundos después de recibir mi
carta le dije a Georgia Tech que asistiría.
Sin vuelta atrás.
Así que me mudé a Atlanta y lo di todo. Elegí las especializaciones y
las materias secundarias que sabía que la NASA querría ver en un
currículum. Conseguí las pasantías federales. Estudié lo suficiente para
aprobar los exámenes, hice el trabajo de campo, apliqué a la escuela de
posgrado, escribí la tesis. Cuando miro hacia atrás en los últimos diez
años, la escuela, el trabajo y el trabajo escolar son prácticamente todo lo
que se destaca, con la notable excepción de conocer a Sadie y Mara, y de
verlas a regañadientes labrarse un lugar en mi corazón. Dios, ocupan

260
tanto espacio.
—Es como si el espacio fuera toda tu personalidad —me dijo la chica
con la que casualmente me relacioné durante la mayor parte de mi
segundo año de licenciatura. Fue después de que le expliqué que no,
gracias, que no estaba interesada en salir a tomar un café con sus amigos
debido a una conferencia sobre Kalpana Chawla a la que planeaba
asistir—. ¿Tienes otros intereses? —ella preguntó. Le lancé un rápido
«No» le dije adiós con la mano y no me sorprendió demasiado cuando,
a la semana siguiente, no respondió a mi oferta de encontrarnos.
Después de todo, claramente no podía darle lo que quería.
—¿Es esto realmente suficiente para ti? ¿Tener sexo conmigo cuando
te apetece e ignorarme el resto del tiempo? —el chico con el que me
acosté durante el último semestre de mi doctorado preguntó—.
Simplemente pareces… No sé. Extremadamente emocionalmente
inaccesible. —Creo que tal vez tenía razón, porque apenas ha pasado un
año y no puedo recordar bien su rostro.
Exactamente una década después de que Brian McDonald me
cambiara el color de los ojos, solicité un puesto en la NASA. Conseguí
una entrevista, luego una oferta de trabajo y ahora estoy aquí. Pero a
diferencia de los otros nuevos empleados, no me siento como Marte y
yo siempre debimos ser. No había ninguna garantía, ninguna cuerda
invisible del destino que me atara a este trabajo, y estoy segura de que
llegué hasta aquí por pura fuerza bruta, pero ¿importa?
No. Ni siquiera un poquito.
Así que me giro para mirar a Alexis. Esta vez, su collar de la NASA,
su camiseta, su tatuaje, me sacan una sonrisa sincera. Ha sido un largo
viaje aquí. El destino nunca fue una cosa segura, pero he llegado, y estoy
atípicamente, sinceramente, satisfactoriamente feliz. Me siento como en
casa digo, y la forma entusiasta en que asiente resuena en lo más
profundo de mi pecho.
En un momento de la historia, todos los miembros del Programa de
Exploración de Marte también tuvieron su primer día en la NASA. Se
pararon en el mismo lugar donde estoy parada ahora. Dieron su 261
información bancaria para el depósito directo, se tomaron una foto poco
favorecedora para sus credenciales, estrecharon la mano de los
representantes de recursos humanos. Se quejaron del clima de Houston,
compraron un café terrible en la cafetería, pusieron los ojos en blanco
ante los visitantes que hacían cosas turísticas, dejaron que el cohete
Saturno V los dejara sin aliento. Cada uno de los miembros del
Programa de Exploración de Marte hizo esto, como lo haré yo.
Entro en la sala de conferencias donde un pez gordo de la NASA está
programado para hablar con nosotros, observo la vista de la ventana del
Centro Espacial Johnson y los restos de objetos que una vez fueron
lanzados a través de las estrellas, y siento que cada centímetro de este
lugar es emocionante, fascinante, electrizante, embriagador.
Perfecto.
Entonces me doy la vuelta. Y, por supuesto, encuentro a la última
persona que quería ver.
Capítulo 2
Campus de Caltech, Pasadena, California
Hace cinco años, seis meses
Estaba terminando mi semestre inicial de la escuela de posgrado
cuando conocí a Ian Floyd, y es culpa de Helena Harding.
La Dra. Harding es muchas cosas: la mentora del doctorado de mi

262
amiga Mara; una de las científicas medioambientales más célebres del
siglo XXI; un ser humano generalmente malhumorado; y, por último,
pero no menos importante, mi profesora de Ingeniería de Recursos
Hídricos
Es, sinceramente, una clase de mierda en todos los sentidos:
obligatoria; irrelevante para mis intereses académicos, profesionales o
personales; y altamente enfocado en la intersección del ciclo hidrológico
y el diseño de sistemas de alcantarillado pluvial urbano. En su mayor
parte, paso las conferencias deseando estar en cualquier otro lugar: en la
fila del DMV18, en el mercado comprando frijoles mágicos, tomando
Aerodinámica analítica transónica y supersónica. Hago lo menos que
puedo para sacar una B baja, que, en la estafa injusta de la escuela de
posgrado, es la calificación mínima para aprobar, hasta la semana tres o
cuatro de clases, cuando la Dra. Harding presenta una nueva y cruel
tarea que tiene jodido todo que ver con el agua.
—Encuentren a alguien que tenga el trabajo de ingeniería que desean
al final de su doctorado y hagan una entrevista informativa con ellos —
nos dice—. Entonces escriban un informe al respecto. Para al final del
semestre. No se vengan a quejar durante el horario de oficina, porque
llamaré a seguridad para que los acompañen a la salida. —Tengo la

18 Department of Motor Vehicles (DMV) en español Departamento de Vehículos de Motor


sensación de que me está mirando mientras lo dice. Probablemente sea
solo mi conciencia culpable.
—Honestamente, solo voy a preguntarle a Helena si puedo
entrevistarla. Pero si quieres, creo que tengo un primo o algo así en el
Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA —dice Mara
despreocupadamente más tarde ese día, mientras estamos sentadas en
los escalones afuera del Auditorio Beckman tomando un almuerzo
rápido antes de regresar a nuestros laboratorios.
No diría que somos cercanas, pero he decidido que me gusta. Mucho.
En este punto, mi actitud de la escuela de posgrado es una variante
moderada de No vine aquí para hacer amigos: no me siento en competencia

263
con el resto del programa, pero tampoco estoy particularmente
interesada en nada que no sea mi trabajo en el laboratorio de
aeronáutica, incluyendo familiarizar con otros estudiantes, o, ya sabes…
aprender sus nombres. Estoy bastante segura de que mi falta de interés
se transmite con fuerza, pero Mara no contestó la transmisión o la ignora
alegremente. Ella y Sadie se encontraron en los primeros días y luego,
por razones que no entiendo del todo, decidieron buscarme.
De ahí que Mara esté sentada a mi lado y me hable de sus contactos
en el JPL19.
—¿Un primo o algo así? —pregunto, curiosa. Parecen pocos detalles
—. ¿Crees?
—Sí, no estoy segura. —Se encoge de hombros y sigue abriéndose
camino a través de un Tupperware de brócoli, una manzana y
aproximadamente dos jodidas toneladas de Cheez-Its—. Realmente no
sé mucho sobre él. Sus padres se divorciaron, luego la familia discutía y
dejaron de hablarse. Ocurrieron muchas disfunciones principales de los
Floyd, así que en realidad no he hablado con él en años. Pero escuché de

19El Laboratorio de Propulsión a Reacción o Laboratorio de Propulsión a Chorro —JPL por sus
siglas en inglés: Jet Propulsion Laboratory—, ubicado en La Cañada Flintridge, cerca de Los
Ángeles (Estados Unidos), es un centro dedicado a la construcción y operación de naves espaciales
no tripuladas para la agencia espacial estadounidense NASA.
uno de mis otros primos que estaba trabajando en esa cosa que aterrizó
en Marte cuando estábamos en la escuela secundaria. Se llamaba algo
así como… Contingencia, o Carpintería, o Crudeza…
—¿El rover Curiosity?
—¡Sí! ¿Quizás?
Dejo mi sándwich. Trago mi bocado. Aclaro mi garganta.
—Tu primo o algo así estaba en el equipo del rover Curiosity.
—Creo que sí. ¿Las fechas suman? ¿Tal vez fue algún tipo de pasantía
de verano? Pero, sinceramente, podría ser solo la tradición de la familia
Floyd. Tengo una tía que insiste en que somos parientes de la realeza
finlandesa y, según Wikipedia, no hay miembros de la realeza 264
finlandesa. Así que. —Se encoge de hombros y se mete otro puñado de
Cheez- Its en la boca—. Sin embargo, ¿quieres que pregunte por ahí?
¿Para la tarea?
Asiento con la cabeza. Y no pienso mucho en ello hasta un mes más
tarde. Para entonces, a través de medios que todavía soy incapaz de
adivinar, Mara y Sadie lograron abrirse camino en mi corazón, lo que
me hizo enmendar mi postura anterior No vine aquí para hacer amigos
a una postura ligeramente alterada No vine aquí para hacer amigos,
pero lastimas a mi extraña amiga Cheez-It o a mi otra extraña amiga del
fútbol y te golpearé con un tubo de plomo hasta que orines sangre por
el resto de tu vida. ¿Agresiva? Quizás. Me siento pequeña, pero
sorprendentemente profunda.
—Por cierto, te envié la información de contacto de mi primo o algo
así hace un tiempo —me dice Mara una noche. Estamos en el bar de
graduados más barato que hemos podido encontrar. Ella está en su
segundo Midori sour de la noche—. ¿Te llegó?
Levanto la ceja.
—¿Es esa la serie aleatoria de números que me enviaste por correo
electrónico hace tres días? ¿Sin asunto, sin texto, sin explicaciones? ¿El
que supuse que solo eras tú rastreando los números de tus sueños de
lotería?
—Suena como eso, sí.
Sadie y yo intercambiamos una larga mirada.
—Oye, duende desagradecido, tuve que llamar a unas quince
personas con las que había jurado no volver a hablar para obtener el
número de Ian. Y tuve que hacer que mi malvada tía abuela Delphina
prometiera chantajearlo para que dijera que sí una vez que me acercara
para pedir una reunión. Así que es mejor que uses ese número y que
juegues al Mega Millions.

265
—Si ganas —agregó Sadie— nos dividiremos en tres.
—Por supuesto. —Escondo mi sonrisa en mi vaso—. ¿Cómo es él, de
todos modos?
—¿Quién?
—El primo o algo así. ¿Ian, dijiste?
—Sí. Ian Floyd. —Mara lo piensa por un segundo—. Realmente no
puedo decirlo, porque lo conocí como en dos Días de Acción de Gracias
hace quince años, antes de que sus padres se separaran. Luego su mamá
lo mudó a Canadá y… Ni siquiera lo sé, sinceramente. Lo único que
recuerdo es que era alto. ¿Pero también era unos años mayor que yo?
Así que tal vez en realidad mide un metro. Oh, también, ¿su cabello es
más castaño? Lo cual es un poco raro para un Floyd. Sé que es
científicamente erróneo, pero nuestra marca de jengibre no es recesiva.
El juego de manipulación emocional de la tía abuela Delphina está
claramente en el punto, porque cuando se acerca la fecha límite de mi
tarea y le envío un mensaje de texto a Ian Floyd en pánico, pidiéndole
una entrevista informativa, sea lo que sea, él responde en cuestión de
horas con entusiasmo:
Ian: claro
Hannah: Gracias. Asumo que estás en Houston. ¿Deberíamos
hacerla virtual? ¿Skype? ¿Zoom? ¿FaceTime?
Ian: Estaré en Pasadena en JPL durante los próximos tres días, pero
virtual funciona.
El Laboratorio de Propulsión a Chorro. Mmm.
Tamborileo con los dedos sobre el colchón, reflexionando. Virtual
sería mucho más fácil. Y sería más corto. Pero por mucho que odie la
idea de escribir un informe para la clase de Helena, quiero hacerle a este
chico un millón de preguntas sobre Curiosity. Además, es el pariente
misterioso de Mara, y me ha picado la curiosidad.

266
Sin juego de palabras.
Hannah: Encontrémonos en persona. Lo menos que puedo hacer es
invitarte a un café. ¿Suena bien?
Sin respuesta durante unos minutos. Y luego, una muy sucinta Eso
funciona. Por alguna razón, me hace sonreír.

Lo primero que pienso al entrar en la cafetería es que Mara está llena


de mierda.
Hasta el borde.
Lo segundo: Realmente debería revisar dos veces el texto que Ian me
envió. Asegurarme de que realmente dijo que usaría jeans y una
camiseta gris como creo recordar. Por supuesto, sería un poco
redundante, especialmente teniendo en cuenta que la cafetería donde
pidió reunirse actualmente está poblada por solo tres personas: un
barista, ocupado haciendo un sudoku de lápiz y papel como si fuera
2007; yo, parada en la entrada y mirando alrededor, confundida; y un
hombre, sentado en la mesa más cercana a la entrada, mirando pensativo
a través de las ventanas de vidrio.
Lleva vaqueros y una camiseta gris, lo que sugeriría: Ian. El
problema…
Su pelo es el problema. Porque, a pesar de lo que dijo Mara,
definitivamente no es marrón. Tal vez una fracción de un tono más
oscuro que su brillante naranja zanahoria, pero… realmente no es
marrón. Estoy lista para marcar su número y exigir saber en qué ridícula
escala de jengibre operan los Floyd cuando el hombre se levanta
lentamente y pregunta:
—¿Hannah?
No tengo idea de qué tan alto es Ian, pero está mucho más cerca de 267
los dos metros que de un metro. Y me parece muy interesante que Mara
diga que apenas lo conoce, considerando que parecen hermanos, no solo
por el pelo rojo agresivo, sino también por los ojos azul oscuro y las
pecas sobre la piel pálida y…
Parpadeo. Luego parpadeo de nuevo. Si hace tres segundos alguien
me hubiera preguntado si soy del tipo que parpadea varias veces al ver
a un tipo, me habría reído en su cara. Este tipo, sin embargo…
Supongo que estoy verificando.
—¿Ian? —Sonrío, recuperándome de la sorpresa—. ¿El primo de
Mara?
Él frunce el ceño, como si momentáneamente se quedara en blanco
ante el nombre de Mara.
—Ah, sí. —Él asiente. Sólo una vez—. Aparentemente —agrega, lo
que me hace reír. Espera a que tome asiento frente a él antes de
recostarse en su silla. Noto que no tiende la mano, ni sonríe.
Interesante—. Gracias por acceder a reunirte conmigo.
—No hay problema. —Su voz es grave pero clara. Timbre profundo.
Confidente; educado pero no demasiado amistoso. Por lo general, soy
bastante buena para leer a la gente, y supongo que él no está muy
entusiasmado por estar aquí. Probablemente preferiría estar haciendo lo
que sea que vino a hacer a California, pero es un buen tipo y planea
hacer un valiente esfuerzo para evitar que me entere.
Simplemente no parece ser particularmente bueno fingiendo, lo cual
es… un poco lindo
—Espero no haber arruinado tu día.
Él niega con la cabeza, una mentira obvia, y aprovecho la oportunidad
para estudiarlo. Parece… tranquilo. El tipo silencioso, distante, un poco
rígido. Grande, más leñador que ingeniero. Me pregunto brevemente si
es personal militar, pero la barba de un día en su rostro me dice que es
poco probable. 268
Y es un rostro atractivo e intrigante. Su nariz parece haberse roto en
algún momento, tal vez en una pelea o una lesión deportiva, y nunca se
molestó en recuperarse perfectamente. Su cabello, rojo, es corto y un
poco desordenado, más he estado despierto trabajando desde las seis de
la mañana que un peinado ingenioso. Lo observo rascarse el cuello
grande y luego cruzar los bíceps anchos sobre el pecho ancho. Me da
una mirada paciente y expectante, como si estuviera completamente
comprometido a responder todas mis preguntas.
Él es, físicamente, lo opuesto a mí. De mis huesitos y tez bronceada.
Mi cabello, ojos, a veces incluso mi alma, son oscuros como un agujero
negro. Y aquí está, rojo marciano y azul océano.
—¿Qué puedo traerles? —pregunta una voz. Me giro y encuentro a
Sudoku Boy parado justo al lado de nuestra mesa. Bien. Lugar de café.
Donde la gente consume bebidas.
—Té helado, por favor.
Se aleja sin decir una palabra y miro a Ian una vez más. Tengo ganas
de enviarle un mensaje de texto a Mara. Tu primo parece una versión un
poco más grande del príncipe Harry. ¿Tal vez deberías haberte mantenido en
contacto?
—Así que. —Cruzo las manos y apoyo los codos en la mesa—. ¿Qué
tiene ella sobre ti?
Inclina la cabeza.
—¿Ella?
—La tía abuela Delphina. —Parpadea dos veces. Sonrío y continúo—
: Quiero decir, es un jueves por la tarde. Estás en California por un
puñado de días. Estoy segura de que tienes algo mejor que hacer que
reunirte con la amiga de tu prima perdida hace mucho tiempo.
Sus ojos se abren por una fracción de segundo. Luego su expresión
vuelve a ser neutral.
—Está bien. 269
—¿Es una foto vergonzosa de bebé?
Él niega con la cabeza.
—No me importa ayudar.
—Ya veo. ¿Un video de bebés, entonces?
Se queda en silencio por un momento antes de decir:
—Como dije, no es un problema. —Parece que no está acostumbrado
a que la gente lo presione, lo cual no es sorprendente. Hay algo
sutilmente suprimido en él. Vagamente distante e intimidante. Como si
no fuera muy accesible. Me dan ganas de acercarme y pinchar.
—¿Un video de bebé tuyo… corriendo en la piscina para niños?
¿Hurgando tu nariz? ¿Rebuscar en la parte de atrás de tu pañal?
—Yo…
Sudoku Boy deja mi té helado en un vaso de plástico. Los ojos de Ian
lo siguen por unos segundos, luego regresan a los míos con una
interesante mezcla de estoica resignación.
—Era más un video de niños pequeños —dice con cautela, como si se
sorprendiera incluso a sí mismo.
—Ah. —Sonrío en mi té. Es a la vez demasiado dulce y demasiado
amargo. Con un sutil regusto a bruto—. Cuéntame.
—No quieres saber.
—Oh, estoy segura de que sí.
—Es malo.
—Realmente me lo estás vendiendo.
La comisura izquierda de su boca se curva hacia arriba, un pequeño
indicio de diversión que aún no está del todo allí. Tengo un pensamiento
extraño: apuesto a que su sonrisa es torcida. Hermosa también.

270
—El video fue tomado en un Lowe's. Con la videocámara nueva de
mi hermano mayor, en algún momento a finales de los 90 —me dice.
¿En un Lowe's? Entonces no puede ser tan malo.
Suspira, impasible.
—Tenía unos tres o cuatro años. Y tenían una de esas exhibiciones de
baño. Los que tienen lavabos modelo y duchas y tocadores. Y baños,
naturalmente.
Presiono mis labios juntos. Esto va a ser divertido.
—Naturalmente.
—Realmente no recuerdo lo que pasó, pero aparentemente necesitaba
usar el baño. Y cuando vi la pantalla estaba… inspirado.
—De ninguna manera.
—En mi defensa, yo era muy joven.
Se rasca la nariz y me rio.
—Ay dios mío.
—Sin concepto de sistemas de alcantarillado.
—Bien. Por supuesto. Error honesto. —No puedo parar de reír—.
¿Cómo consiguió la tía abuela Delphina una copia del video?
—Oficialmente: es poco claro. Pero estoy bastante seguro de que mi
hermano hizo CDs de eso. Los envió a las estaciones de televisión locales
y todo eso. —Hace gestos vagos y tiene el antebrazo cubierto de pecas y
pelo rojo pálido. Quiero agarrar su muñeca, sostenerla frente a mis ojos,
estudiarla a mi antojo. Trazar, oler, tocar—. No he pasado unas
vacaciones con el lado Floyd de la familia en veinte años, pero me
dijeron que el video es una gran fuente de entretenimiento para todos
los grupos de edad en el Día de Acción de Gracias.
—Apuesto a que es el plato fuerte. Apuesto a que presionan

271
reproducir justo después de que sale el pavo.
—Sí. Probablemente ganarías.
Parece tranquilamente resignado. Un hombre corpulento con un aire
fastidioso pero resistente. De una manera absolutamente encantadora.
—Pero, ¿cómo chantajeas a alguien con esto? ¿Cuánto peor puede ser?
Suspira de nuevo. Sus anchos hombros se levantan y luego caen.
—Cuando mi tía llamó, mencionó brevemente subirlo a Facebook.
Etiquetando la página oficial de la NASA.
Jadeo en mi mano. No debería reírme, esto es horrible pero…
—¿En serio?
—No es una familia saludable.
—Sin mierda.
Se encoge de hombros, como si ya no le importara.
—Al menos todavía no están tratando de extorsionarme.
—Bien. —Asiento solemnemente y compongo mis rasgos en lo que
con suerte pasa por una expresión compasiva y respetuosa—. La tarea
de la que te hablé es para mi clase de Recursos Hídricos, por lo que
sorprendentemente se trata de un tema. Y lamento mucho que te hayas
quedado con la amiga de tu prima pequeña porque orinaste
públicamente en un Lowe's cuando apenas sabías hablar.
Los ojos de Ian se posan en mí, como para evaluarme. Pensé que tenía
toda su atención desde el momento en que me senté, pero me doy cuenta
de que estaba equivocada. Por primera vez, me mira como si estuviera
interesado en verme de verdad. Me estudia, me evalúa, y mi primera
impresión de él, distante, distante, se evapora instantáneamente. Hay
algo casi palpable en su presencia: una cálida sensación de hormigueo
que me sube por la columna.
—No me importa —dice de nuevo. Sonrío, porque sé que esta vez lo

272
dice en serio.
—Bueno. —Empujo mi té a un lado—. Entonces, ¿qué estarías
haciendo ahora mismo, si a los tres años hubieras sabido acerca de las
alcantarillas sanitarias?
Esta vez su sonrisa es un poco más definida. Lo estoy conquistando,
lo cual es bueno, muy bueno, porque estoy desarrollando rápidamente
una atracción por el contraste entre sus pestañas (¡rojas!) y sus ojos
hundidos (¡azules!).
—Probablemente estaría haciendo un montón de pruebas.
—¿En el Laboratorio de Propulsión a Chorro?
Asiente.
—¿Pruebas en…?
—Un vagabundo.
—Vaya. —Mi corazón salta tres latidos—. ¿Para la exploración
espacial?
—Marte.
Me inclino más cerca, sin siquiera molestarme en jugar como si no
estuviera ávidamente interesada.
—¿Es ese tu proyecto actual?
—Uno de ellos, sí.
—¿Y para qué son las pruebas?
—Principalmente actitud, descubrir dónde está posicionada la nave
en el espacio tridimensional. Señalando, también.
—¿Trabajas en un giroscopio?
—Sí. Mi equipo está perfeccionando el giroscopio para que, una vez
que el rover esté en Marte, sepa dónde está y qué está mirando. También
informa a los otros sistemas sobre sus coordenadas y movimientos.

273
Mi corazón ahora está completamente latiendo, esto suena… guau.
Pornográfico, casi. Exactamente mi mermelada.
—¿Y haces esto en Houston? ¿En el Centro Espacial?
—Normalmente. Pero vengo aquí cuando hay problemas. He estado
luchando con las imágenes, y la actualización del feed sigue retrasada,
aunque no debería, y… —Sacude la cabeza, como si se encontrara a sí
mismo en medio de una diatriba que se ha estado reproduciendo una y
otra vez en su mente. Pero finalmente sé lo que preferiría estar haciendo.
Y seguro que no puedo culparlo.
—¿Enviaron a todo tu equipo aquí? —pregunto.
Inclina la cabeza, como si no tuviera idea de adónde voy con esto.
—Solo yo.
—Así que el líder de tu equipo no está.
—¿El líder de mi equipo?
—Sí. ¿Está tu jefe por aquí?
Se queda en silencio por un segundo. Dos. Tres. ¿Cuatro? ¿Qué…? Ah.
—Tú eres el líder del equipo —le digo.
Él asiente una vez. Un poco rígido. Casi disculpándose.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto.
—Veinticinco. —Una pausa—. El próximo mes.
Vaya tengo veintidós.
—¿No es demasiado pronto para ser un líder de equipo?
—Estoy… no estoy seguro —dice, aunque puedo decir que está
seguro, y que es excepcional, y que aunque lo sabe, la idea lo incomoda
un poco. Me imagino diciéndole algo coqueto e inapropiado «Guau,
guapo e inteligente» y me pregunto cómo reaccionaría. Probablemente
no muy bien.
No es que vaya a coquetear con mi entrevistado informativo. Incluso 274
yo lo sé mejor. Además, él no es realmente mi tipo.
—Está bien, ¿cómo es la seguridad en JPL? —Nunca he estado. Sé que
está vagamente conectado con Caltech, pero eso es todo.
—Depende —dice con cautela, como si todavía no pudiera seguir mi
línea de pensamiento.
—¿Qué hay de tu oficina? ¿Es un área restringida?
—No. Por qué…
—Impresionante, entonces. —Me pongo de pie, busco en mis bolsillos
unos cuantos dólares para dejar junto a mi té sin terminar y luego cierro
los dedos alrededor de la muñeca de Ian. Su piel brilla con el calor y los
músculos tensos cuando lo levanto de la mesa, y aunque probablemente
sea el doble de grande y diez veces más fuerte que yo, me deja alejarlo
de la mesa. Lo suelto en el momento en que salimos de la cafetería, pero
él continúa siguiéndome.
—¿Hannah? ¿Qué… a dónde?
—No veo por qué no podemos hacer esta extraña entrevista
informativa, trabajar un poco y divertirnos.
—¿Qué?
Con una sonrisa, lo miro por encima de mis hombros.
—Piensa en ello como si fastidiaras a la malvada tía abuela Delphina.
Dudo que lo entienda completamente, pero la comisura de su boca se
levanta de nuevo, y eso es suficiente para mí.

—¿Ves este hilo de aquí? Se trata principalmente del comportamiento


de uno de los sensores del rover, el LN-200. Combinamos su 275
información con la proporcionada por los codificadores en las ruedas
para determinar el posicionamiento.
—Eh. Entonces, ¿el sensor no funciona constantemente?
Ian se vuelve hacia mí, lejos del trozo de código de programación que
me ha estado mostrando. Estamos sentados frente a su computadora de
triple monitor, uno al lado del otro en su escritorio, que es una extensión
gigante y prístina con una vista impresionante de la llanura aluvial en
la que se construyó el JPL. Cuando mencioné lo limpio que estaba su
espacio de trabajo, señaló que es solo porque es una oficina para
invitados. Pero cuando le pregunté si su escritorio habitual en Houston
estaba más desordenado, desvió la mirada antes de que la comisura de
su labio se torciera.
Estoy casi segura de que está empezando a pensar que no soy una
total pérdida de tiempo.
—No, no funciona constantemente. ¿Cómo puedes saberlo?
Hago un gesto hacia las líneas de código y el dorso de mi mano roza
algo duro y cálido: el hombro de Ian. Estamos sentados más cerca de lo
que estábamos en la cafetería, pero no más cerca de lo que me sentiría
cómoda estando con uno de los chicos siempre desagradables, a
menudo ofensivos, en mi grupo de doctorado. Supongo que mis rodillas
cruzadas presionaron su pierna antes, pero eso es todo. No es gran cosa.
—Está ahí, ¿no?
La sección está en C++. Que resulta ser el primer idioma que aprendí
en la escuela secundaria, cuando cada búsqueda en Google de
“Habilidades + Necesarias + NASA” llevó al triste resultado de
«Programación». Python vino después. Luego Sql. Entonces HAL/S.
Para cada idioma, comencé convencida de que masticar vidrio
seguramente sería preferible. Luego, en algún punto del camino,
comencé a pensar en términos de funciones, variables, bucles

276
condicionales. Un poco después de eso, leer el código se volvió un poco
como inspeccionar la etiqueta en la parte posterior de la botella de
acondicionador mientras te duchas: no es particularmente divertido,
pero en general es fácil. Aparentemente tengo algunos talentos.
—Sí. —Todavía me está mirando. No sorprendido, precisamente.
Tampoco impresionado. ¿Intrigado, tal vez?—. Sí, lo es.
Apoyo la barbilla en la palma de la mano y me muerdo el labio
inferior, considerando el código.
—¿Es por la cantidad limitada de energía solar?
—Sí.
—¿Y apuesto a que evita errores de deriva del giroscopio durante el
período estacionario?
—Correcto. —Él asiente, y estoy momentáneamente distraída por su
mandíbula. O tal vez son los pómulos. Son definidos, angulares de una
manera que me hace desear tener un transportador en mi bolsillo.
—No todo está automatizado, ¿verdad? ¿El personal terrestre puede
dirigir las herramientas?
—Pueden, dependiendo de la actitud.
—¿El software de vuelo a bordo tiene requisitos específicos?
—La orientación de la antena en relación con la Tierra, y… —Él para.
Sus ojos caen sobre mi labio mordido, luego rápidamente se alejan—.
Haces muchas preguntas.
Inclino mi cabeza.
—¿Malas preguntas?
Silencio.
—No. —Más silencio mientras me estudia—. Extraordinariamente
buenas preguntas.

277
—¿Puedo preguntar un poco más, entonces? —Le sonrío, apuntando
a la descarada, curiosa por ver a dónde nos llevará.
Duda antes de asentir.
—¿Puedo preguntarte algo también?
Me rio.
—¿Cómo qué? ¿Te gustaría que enumerara las especificaciones del
bot para resolver laberintos que construí para mi clase de Introducción
a la robótica en la universidad?
—¿Construiste un robot para resolver laberintos?
—Sí. Módulo Bluetooth todoterreno en las cuatro ruedas. Funciona
con energía solar. Su nombre era Ruthie, y cuando la dejé en un laberinto
de maíz cerca de Atlanta, salió en unos tres minutos. Asustó muchísimo
a los niños también.
Él está completamente sonriendo ahora. Tiene un hoyuelo de infarto
en la mejilla izquierda y… Está bien, está bien: es agresivamente sexy. A
pesar del pelo rojo, o por eso.
—¿Todavía la tienes?
—No. Para celebrar, me emborraché en un bar que no se molestó en
verificar las identificaciones y terminé dejándola en una fraternidad de
la Universidad de Georgia. No quería volver, porque esos lugares dan
miedo, así que renuncié a Ruthie y simplemente construí un brazo
electrónico para mi examen final de robótica. —Suspiro y miro a media
distancia—. Necesitaré mucha terapia antes de poder convertirme en
madre.
Él se ríe. El sonido es bajo, cálido, tal vez incluso inductor de
escalofríos. Necesito un segundo para reagruparme.
Me he decidido, en algún momento de nuestra caminata de cinco
minutos aquí, probablemente cuando frunció el ceño sin esfuerzo para
intimidar al guardia de seguridad para que me dejara entrar a pesar de
mi falta de identificación, me he dado cuenta de la razón por la que no

278
puedo identificar a Ian. Él es, muy simple, una mezcla nunca antes
experimentada de lindo y abrumadoramente masculino. Con un aire
complejo y estratificado a su alrededor. Se deletrea simultáneamente No
me hagas enojar porque no jodo y Señora, déjeme llevarle la compra.
No es mi tarifa habitual, en absoluto. Me gusta coquetear, y me gusta
el sexo, y me gusta relacionarme con la gente, pero soy muy, muy
exigente con mis parejas. No se necesita mucho para alejarme de
alguien, y gravito casi exclusivamente hacia el tipo alegre, espontáneo y
amante de la diversión. Me gustan los extrovertidos que aman las
bromas y son fáciles de hablar, cuanto menos intensos, mejor. Ian parece
ser el opuesto diametral de eso y, sin embargo… Y, sin embargo, incluso
yo puedo ver cómo hay algo fundamentalmente atractivo en él.
¿Intentaría ligar con él en un bar? No. No está claro.
¿Trataré de ligar después del final de esta entrevista informativa? Hm.
Tampoco está claro. Sé que digo que no lo haría, pero… las cosas
cambian.
—De acuerdo. Mi pregunta ahora. Mara, Mara Floyd, tu prima o algo
así, ¿dijo que estabas trabajando directamente en el equipo de Curiosity?
—asiente—. Pero tú tenías, ¿qué? ¿Dieciocho?
—Alrededor de esa edad, sí.
—¿Eras un interno?
Hace una pausa antes de negar con la cabeza, pero no da más detalles.
—¿Así que simplemente... estabas pasando el rato con el control de la
misión? ¿Refrescando con tus hermanos del espacio mientras
aterrizaban su rover a control remoto en Marte?
Sus labios se contraen.
—Yo era un miembro del equipo.
—¿Un miembro del equipo a los dieciocho? —Levanto una ceja y él
mira hacia otro lado.

279
—Yo… me gradué temprano.
—¿Escuela secundaria? ¿O la universidad?
Silencio.
—Ambas cosas.
—Ya veo.
Se rasca brevemente un lado de su cuello, y de nuevo tengo la
sensación de que no está muy acostumbrado a que le hagan preguntas
sobre sí mismo. Que la mayoría de las personas lo miren, decidan que
es un poco demasiado distante e indiferente, y se rindan en descifrarlo.
Lo estudio, más curiosa que nunca.
—Así que… ¿Eras uno de esos niños que estaba muy avanzado para
su edad y se saltó media docena de grados? ¿Y luego terminaste
uniéndote a la fuerza laboral cuando todavía eras ridículamente joven?
Y tal vez tu desarrollo psicosocial todavía estaba en curso, pero en
realidad nunca compartiste entornos profesionales o académicos con
personas de tu grupo de edad, solo personas mucho mayores que
probablemente te evitaban y estaban un poco intimidados por tu
inteligencia y éxito, ¿lo que significaba ser el extraño durante la totalidad
de tus años formativos y tener un 401 (k20) antes de tu primera cita?
Sus ojos se abren.
—Yo… Sí. ¿Tú también eras una?
Me rio.
—Oh, no. Yo era una idiota total. Todavía lo soy, en su mayor parte.
Solo pensé que podría ser una buena suposición. Se adapta a tu persona,
también. No pareces inseguro, no del todo, pero eres cauteloso.
Reservado.
Me recuesto en mi silla, sintiendo la emoción de haberlo
desconcertado un poco mejor. Por lo general, no estoy tan dedicada a 280
descubrir la historia de fondo de todos los que conozco, pero Ian es
simplemente interesante.
No. Es fascinante.
—¿Entonces, cómo estuvo?
Él parpadea.
—¿Cómo estuvo qué?
—Estar allí con el control de la misión cuando aterrizó Curiosity.
¿Cómo estuvo?
Su expresión se transforma instantáneamente.
—Fue… —Se mira los pies, como si recordara. Se ve asombrado.
—¿Fue bueno?
—Sí. Lo fue… Sí. —Se ríe de nuevo. Dios, realmente suena genial.
—Lo parecía. En la televisión, quiero decir.

20Un plan 401(k) es una cuenta de pensión personal de contribución definida patrocinada por
el empleador, tal como se define en la subsección 401(k) del Código de Rentas Internas de los
Estados Unidos.
—¿Lo viste?
—Sí. Estaba en la costa este, así que me quedé despierta hasta tarde y
todo eso. Miré al cielo desde la ventana de mi habitación y lloré un poco.
Él asiente, y de repente me está estudiando.
—¿Es por eso que estás en la escuela de posgrado? ¿Quieres trabajar
en futuros rovers?
—Eso sería sorprendente. Pero cualquier cosa que sea exploración
espacial servirá.
—La NASA puede hacer un gran uso de tus habilidades para resolver
laberintos. —Su hoyuelo está de vuelta, y me rio.
—Oye, puedo hacer otras cosas. Por ejemplo… —Señalo el tercer 281
monitor sobre el escritorio, el más alejado de mí. Muestra un fragmento
de código que Ian aún no me ha explicado—. ¿Quieres que te ayude a
depurar eso? —Me da una mirada confusa—. ¿Qué? es código. Siempre
es bueno tener un segundo par de ojos.
—No tienes que…
—Hay un error en la quinta línea.
Él frunce el ceño. Luego escanea el código por un segundo. Luego se
vuelve hacia mí, hacia el monitor, hacia mí de nuevo con el ceño aún
más fruncido. Me preparo, medio esperando que se ponga a la defensiva
y niegue el error. Estoy familiarizada con los egos que se desmoronan
de los hombres, y estoy bastante segura de que es lo que cualquiera de
los chicos en mi clase de posgrado haría. Pero Ian me sorprende: asiente,
corrige el error que le señalé y no parece más que agradecido.
Guau. Un ingeniero que no es un imbécil. El listón es bastante bajo,
pero no obstante estoy impresionada.
—¿De verdad estarías dispuesta a repasar el resto del código
conmigo? —pregunta con cautela, sorprendiéndome aún más. El
contraste entre su tono suave y cómo… lo grande y cauteloso que es casi
me hace sonreír—. Es la solución alternativa para solucionar el retraso
de dos segundos en el problema de señalización. Iba a pedirle a uno de
mis ingenieros en Houston que hiciera la depuración, pero…
—Te entiendo. —Ruedo mi silla más cerca de la de Ian. Mi rodilla
presiona contra la suya, y casi la aparto automáticamente, pero en una
decisión de una fracción de segundo decido dejarla allí.
Una especie de experimento. Probando las aguas. Tomando la
temperatura.
Espero a que vuelva a cambiar, pero en lugar de eso me estudia y dice:
—Son algunos cientos de líneas. Se supone que debo estar

282
ayudándote. Estás segura…
—Está bien. Cuando escriba mi informe, fingiré que te hice un montón
de preguntas sobre tu viaje e inventaré las respuestas. —Solo para
molestarlo, agrego—: No te preocupes, mencionaré que tener el aplauso
no te retrasó en tu camino hacia la NASA. —Él frunce el ceño, lo que me
hace reír, y luego reviso el código con él durante cinco, diez minutos.
Quince. La luz se suaviza a los tonos de la tarde, y pasa más de una hora
mientras estamos uno al lado del otro, parpadeando en los monitores.
Honestamente, es una depuración bastante básica de patito de goma:
está explicando en voz alta lo que está tratando de hacer, lo que lo ayuda
a trabajar en partes críticas y también a encontrar mejores formas de
hacerlo. Pero soy un patito de goma bastante feliz. Me gusta escuchar su
voz baja y uniforme. Me gusta que parece considerar cada cosa que digo
y nunca descarta nada por completo. Me gusta que cuando está
pensando mucho, cierra los ojos y sus pestañas son medias lunas
carmesí contra su piel. Me gusta que construya un código
meticulosamente prístino sin pérdida de memoria, y me gusta que
cuando sus bíceps rozan mi hombro, todo lo que siento es una calidez
sólida. Me gustan sus funciones cortas y nítidas, y la forma en que huele
limpio, masculino y un poco oscuro.
Bueno. Así que no es mi tipo.
Aunque me gusta.
¿Le importaría a Mara si me ofreciera descaradamente a su familiar
en la entrevista informativa que ella amablemente concertó?
Normalmente lo haría, pero este asunto de la amistad puede ser un poco
pesado. Dicho esto, tal vez puedo asumir con seguridad que a ella no le
importará, considerando que no parece saber exactamente cómo se
relacionan ella e Ian.
Además, es un alma generosa. Querría que su amiga y su primo o algo
tuvieran sexo.
—¿Te asignaron al azar al equipo de estimación de actitud y posición?
—le pregunto cuando llegamos a las últimas líneas de código.
—No. —Él deja escapar una pequeña risa. Su perfil es un trabajo casi 283
perfecto, incluso con la nariz rota—. Arañé mi camino allí, en realidad.
—¿Vaya?
Guarda y cierra nuestro trabajo con unas pocas pulsaciones rápidas.
—Para Curiosity, me uní al equipo bastante tarde en la etapa de
desarrollo y me concentré principalmente en el lanzamiento.
—¿Te gustó?
—Mucho. —Inclina su silla para mirarme. Nuestras rodillas, codos y
hombros se han estado rozando tanto que la cercanía ya se siente
familiar. Lo mismo ocurre con el calor líquido debajo de mi ombligo—.
Pero después de eso comencé a trabajar en Perseverance y pedí un
cambio. Algo realmente relacionado con que rover estuviera en Marte
en lugar de tres horas en Cabo Cañaveral.
—¿Así que te pusieron en A & PE?
—Primero, me uní a la expedición de la NASA al sitio Mars Analog
de Noruega.
Inhalo audiblemente.
—¿AMASE? —Arctic Mars Analog Svalbard Expedition (AMASE,
para los amigos) es lo que sucede cuando un grupo de nerds viaja a
Noruega, en el área de Bockfjorden en Svalbard. Uno podría pensar que
el Polo Norte no tiene nada que ver con el espacio, pero debido a toda la
actividad volcánica y los glaciares, en realidad es el lugar de la Tierra
más similar a Marte. Incluso tiene esférulas de carbonato únicas en su
tipo que son casi idénticas a las que encontramos en los meteoritos de
origen marciano. A los investigadores de la NASA les gusta usarlo como
un lugar para probar la funcionalidad del equipo que planean enviar en
misiones de exploración espacial, recolectar muestras, examinar
preguntas científicas divertidas que pueden preparar a los astronautas
para futuras misiones espaciales.
Quiero tanto ser parte de esto que un escalofrío me recorre la espalda. 284
—Sí. Cuando regresé, pedí una colocación de A & PE, que
aparentemente todos querían. Hasta el punto de que el líder de la misión
envió un correo electrónico a toda la NASA preguntando si pensábamos
que recibiríamos doble pago y cerveza gratis.
—¿Lo creías?
Me rio de la mirada que me da. Él es tan hilarante y deliciosamente
bromista.
—¿Por qué todos querían ser parte de ese equipo, de todos modos?
Se encoge de hombros.
—No estoy seguro de por qué todos los demás lo hicieron. Asumo
porque es desafiante. Muchos proyectos de alto riesgo y alta
recompensa. Pero para mí fue… —Mira por la ventana, a un arce en el
campus de JPL. En realidad, no: creo que podría estar mirando hacia
arriba. Al cielo—. Simplemente se sintió como… —Se apaga, como si no
estuviera seguro de cómo continuar.
—¿Como si fuera lo más cerca posible de estar realmente en Marte?
¿Con el vehículo de superficie? —le pregunto.
Sus ojos vuelven a mí.
—Sí. —Parece sorprendido. Me las arreglé para poner algo esquivo en
palabras—. Sí, eso es exactamente.
Asiento, porque lo entiendo. La idea de ayudar a construir algo que
explorará Marte, la idea de poder controlar a dónde va y qué hace… eso
es todo para mí, también.
Ian y yo nos estudiamos durante unos segundos en silencio, ambos
sonriendo levemente. El tiempo suficiente para que la idea que ha estado
dando vueltas en mi cabeza se solidifique de una vez por todas.
Sí. Voy a ir por ello. Lo siento, Mara. Me gusta demasiado tu primo o

285
algo así como para dejar pasar esto.
—Está bien, tengo una pregunta profesional para ti. Para guardar
nuestras apariciones en entrevistas informativas.
—Adelante.
—Entonces, cuando me gradué de mi doctorado. Lo que debería
llevarme unos cuatro años más.
—Eso es un tiempo —dice, su tono un poco ilegible.
Sí, se siente como una eternidad.
—No tan largo. Así que me gradúo y decido que quiero trabajar en la
NASA y no para un bicho raro multimillonario que trata la exploración
espacial como si fuera su propio remedio casero para agrandar el pene.
Ian asiente con dolor.
—Sabio.
—¿Qué me haría parecer una candidata fuerte? ¿Qué aspecto tiene un
buen paquete de solicitud?
Él lo reflexiona.
—No estoy seguro. Para mi equipo, normalmente contrataría
internamente. Pero estoy casi seguro de que todavía tengo mis
materiales de solicitud en mi vieja computadora portátil. Podría
enviártelos.
Bueno. Perfecto. Excelente.
La apertura que estaba esperando.
Mi ritmo cardíaco se acelera. El calor se retuerce en la parte inferior
de mi estómago. Me inclino hacia adelante con una sonrisa, sintiendo
que finalmente estoy en mi elemento. Esto, esto, es lo que mejor sé.
Dependiendo de lo ocupada que esté con la escuela, el trabajo o los
maratones de K-dramas, hago esto una vez a la semana. Lo que equivale
a un poco de práctica.

286
—¿Tal vez podría ir a tu casa? —digo, encontrando el punto dulce
entre cómicamente sugerente y juntémonos para jugar a Cartas contra la
Humanidad—. ¿Y podrías mostrarme?
—Quise decir… en Houston. Mi computadora portátil está en
Houston.
—¿Entonces no trajiste tu computadora portátil de 2010 a Pasadena?
Sonríe.
—Sabía que había olvidado algo.
—Claro que sí. —Lo miro a los ojos directamente. Inclínate media
pulgada más cerca—. Entonces, tal vez todavía pueda ir a tu casa, ¿y
podríamos hacer algo más?
Me da una mirada medio perpleja.
—¿Hacer qué?
Presiono mis labios juntos. Bueno. Tal vez sobrestimé mis habilidades
para coquetear. ¿Sin embargo, lo hice? No me parece.
—¿En verdad? —pregunto, divertida—. ¿Soy tan mala?
—Lo siento, no te sigo. —La expresión de Ian es toda confusión
detenida, como si de repente empezara a hablar con acento
australiano—. ¿Mala en qué?
—Al coquetear contigo, Ian.
Puedo precisar el momento preciso y exacto en que el significado de
mis palabras se hunde en la parte del lenguaje de su cerebro. Parpadea
un par de veces. Luego, su gran cuerpo se queda inmóvil de una manera
tensa, imposible y vibrante, como si su software interno estuviera
almacenando en un búfer a través de un conjunto impredecible de
actualizaciones.
Se ve absolutamente, casi encantadoramente desconcertado, y se me
ocurre algo: he entablado conversaciones coquetas con docenas de 287
chicos y chicas en fiestas, bares, lavanderías, gimnasios, librerías,
seminarios, carreras de obstáculos embarrados, invernaderos, incluso,
en una ocasión memorable, en la sala de espera de un Planned
Parenthood, y… nadie ha sido tan despistado. Nadie. Así que tal vez
solo estaba fingiendo no entenderlo. Tal vez esperaba que retrocediera.
Mierda.
—Lo siento. —Me enderezo y hago rodar mi silla hacia atrás, dándole
unos centímetros de espacio—. Te estoy haciendo sentir incómodo.
—No. No, yo… —Finalmente está reiniciando. Sacudiendo su
cabeza—. No, no lo estás, solo estoy…
—¿Un poco asustado? —Sonrío tranquilizadoramente, tratando de
indicar que está bien. Puedo tomar un no, soy una niña grande—. Está
bien. Olvidemos que dije algo. Pero envíame un correo electrónico con
tu paquete de solicitud una vez que estés de vuelta en casa, por favor.
Te prometo que no responderé con desnudos no solicitados.
—No, no es eso… —Cierra los ojos y se pellizca el puente de la nariz.
Sus pómulos se ven más rosados que antes. Sus labios se mueven,
tratando de formar palabras durante unos segundos, hasta que decide—
: Es solo que es… inesperado.
Vaya. Inclino mi cabeza
—¿Por qué? —Pensé que lo había estado poniendo bastante grueso.
—Porque. —Su mano grande hace un gesto en mi dirección. Él traga,
y observo su garganta trabajar—. Solo… mírate.
En realidad lo hago. Me miro a mí misma, fijándome en mis piernas
cruzadas, mis pantalones cortos de color caqui, mi camiseta negra lisa.
Mi cuerpo está en su estado habitual: alto. Nervioso. Un poco flaco. De
piel oliva. Incluso me afeité esta mañana. Quizás, no puedo recordar. El
punto es que me veo bien.
Así que lo digo:
—Me veo bien —lo que debería sonar confiado pero resulta un poco 288
petulante. No es que piense que soy una mierda caliente, pero me niego
a ser insegura sobre mi apariencia. Me gusto a mí misma.
Históricamente, a las personas con las que he querido acostarme
también les he gustado. Mi cuerpo hace su trabajo como un medio para
un fin. Se las arregla para dejarme navegar en kayak por los lagos de
California sin dolores musculares al día siguiente, y digiere la lactosa
como si fuera una disciplina olímpica. Eso es todo lo que importa.
Pero su respuesta es:
—No te ves bien —y… no.
—En serio. —Mi tono es helado. ¿Ian Floyd está tratando de insinuar
que está fuera de mi alcance? Porque si es así, le daré una bofetada—.
¿Cómo me veo, entonces?
—Solo… —Él traga de nuevo—. Yo… Las mujeres como tú no
suelen…
—Mujeres como yo. —Guau. Parece que en realidad tendré que
abofetearlo—. ¿Cómo es eso? Porque…
—Hermosa. Tú eres muy muy hermosa. Probablemente más… Y
obviamente eres inteligente y divertida, así que… —Él me da una
mirada impotente, de repente luciendo menos como un líder de equipo
genio de la NASA construido como un árbol de cedro y más… infantil.
Joven—. ¿Es esto algún tipo de broma?
Lo estudio con los ojos entrecerrados, revisando mi evaluación
anterior. Quizás mis conclusiones fueron prematuras, y no es del todo
correctas que nadie pueda ser tan despistado. Tal vez alguien pueda.
Ian, por ejemplo. Ian, que probablemente podría ganar mucho dinero
como modelo de fotografías de archivo, etiqueta: Tipo caliente, Pelirrojo,
Enorme. Vi a unas cuatro personas echándole un vistazo en nuestro
camino hacia aquí, pero aparentemente no tiene idea de que podría ser
fancast para interpretar al atractivo hermano Weasley. Absolutamente

289
cero conciencia de lo glorioso que es.
Sonrío, repentinamente encantada.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Me acerco más, y no estoy segura
de cuándo sucedió eso, pero inclinó su silla para que mis rodillas
quedaran encajadas entre las suyas. Agradable—. Es un poco avanzado.
Baja la vista hacia nuestras piernas que se tocan y asiente. Como
siempre, solo una vez.
—¿Puedo besarte? ¿Cómo ahora mismo?
—Yo… —Él mira. Luego parpadea. Luego pronuncia algo que no es
una palabra.
Mi sonrisa se ensancha.
—Eso no es no, ¿verdad?
—No. —Él niega con la cabeza. Sus ojos están fijos en mis labios, el
negro de sus pupilas tragando el azul—. No es.
—Bien entonces.
Es bastante simple, levantarme de mi silla e inclinarme hacia adelante
en la suya. Mis palmas encuentran los reposabrazos y los presionan, y
por un largo momento me quedo ahí, enjaulando a este hombre del
tamaño de un oso que podría apartarme con su dedo meñique pero no
lo hace. En lugar de eso, me mira como si fuera maravillosa, hermosa e
inspiradora, como si fuera un regalo, como si estuviera un poco
estupefacto.
Como si realmente quisiera que lo besara. Así que cierro ese último
centímetro y lo hago. Y es…
Un poco incómodo, para ser honesta. Nada mal. Solo un poco
vacilante. Sus labios se abren en un jadeo cuando tocan los míos, y por
una fracción de segundo, se me ocurre un pensamiento aterrador.
Es su primer beso. ¿Lo es? Dios mío, es su primer beso. ¿Realmente le
estoy dando a alguien su primicia?
Ian inclina su cabeza, empuja su boca contra la mía, y destruye mi 290
línea de pensamiento. No estoy segura de cómo se las arregla, pero lo
que sea que esté haciendo con sus labios y dientes se siente enorme y
agresivamente correcto. Gimoteo cuando su lengua se encuentra con la
mía. Él gruñe en respuesta, algo retumbante y profundo en su garganta.
Bueno. Esto no es un primer beso. Esta es una maldita obra maestra.
Probablemente pesa noventa kilos de músculos y no tengo ni idea de
si la silla puede sostenernos a los dos, pero decido vivir peligrosamente:
me siento a horcajadas sobre el regazo de Ian, sintiendo su aguda
inhalación vibrar a través de mi cuerpo. Por un segundo suspendido,
nuestros labios se abren y sus ojos sostienen los míos, como si ambos
estuviéramos esperando que todos los muebles de la habitación se
derrumben. Pero JPL debe estar invirtiendo en una decoración
resistente.
—Eso fue de alto riesgo, alta recompensa —le digo, y me sorprende lo
corto que ya es mi aliento. La habitación está en silencio, bañada por una
luz cálida. Dejo escapar una sola risa temblorosa y me doy cuenta de
dónde está la mano de Ian: flotando media pulgada por encima de mi
cintura. Cálida. Ansiosa. Lista para romper.
—¿Puedo…? —pide.
—Sí. —Me rio en su boca—. Puedes tocarme. Ese es el objetivo de…
No puedo terminar, porque en el momento en que tiene permiso, sus
manos están en todas partes, una en mi nuca, acercando mis labios a los
suyos, la otra en la parte baja de mi espalda. En el momento en que mi
pecho se presiona contra el suyo, hace otro de esos sonidos bajos y
ásperos, pero diez veces más profundo, como si viniera de su mismo
centro. Es toda una barba áspera, carne cálida y difícil de manejar, y por
el rabillo del ojo solo veo rojo, rojo, mucho rojo.
—Estoy enamorada de tus pecas —digo, justo antes de mordisquear
una en su mandíbula—. Pensé en lamerlas en el momento en que te vi.
—Me dirijo al hueco de su oreja. Él exhala, fuerte.
—Cuando te vi, yo… —Succiono la piel de su garganta, y él 291
tartamudea—. Pensé que eras un poco demasiado hermosa —termina,
sin aliento. Sus manos viajan debajo de mi camisa, subiendo por mi
columna, trazando con cautela los bordes de mi sostén. Huele
magnífico, limpio, serio y cálido.
—¿Demasiado hermosa para qué?
—Para todo. Demasiado hermosa para mirar, incluso. —Su agarre en
mi cintura se aprieta—. Hannah, tú…
Estoy moliendo mi ingle contra la suya. Probablemente esa sea la
razón por la que ambos sonamos como si estuviéramos corriendo un
maratón. Y en mi defensa, solo quería que esto fuera un beso, pero sí.
No. No me detendré y, a juzgar por la forma en que sus dedos se
sumergen en la parte trasera de mis pantalones cortos para tomar mi
trasero y presionarme más contra su duro miembro, tampoco planea
hacerlo.
—¿Alguien más usa esta oficina? —pregunto. No soy tímida, pero
esto es… bueno. Sin interrupciones, por favor, bien. No-quiero-esperar-
a-llegar-a-casa bien. Voy-a-venirme-en-unos-dos-minutos bien.
Sacude la cabeza, y podría llorar de felicidad, pero no tengo tiempo.
Es como si estuviéramos jugando antes, y ahora estamos en serio.
Apenas nos besamos, descoordinados, desenfocados, simplemente
frotándonos el uno al otro, y persigo la sensación de su cuerpo contra el
mío, el subidón de estar tan cerca, su erección entre mis piernas mientras
ambos emitimos gruñidos silenciosos y obscenos, mientras ambos
tratamos de acercarnos, de tener más contacto, piel, calor, fricción,
fricción, fricción, necesito más fricción…
—Mierda. —No puedo tener suficiente. No es una buena posición, y
odio esta estúpida silla, y esto me está volviendo loca. Dejo escapar un
gemido fuerte y furioso y hundo mis dientes profundamente en su
cuello, como si estuviera hecha de calor y frustración, y…
De alguna manera, Ian sabe exactamente lo que necesito. Porque se

292
levanta de la silla maldita con un susurro de:
—Está bien, está bien, te tengo. —Me lleva con él y hace algo que
técnicamente podría calificar como destruir la propiedad de la NASA
para dejar suficiente espacio para nosotros. Un momento después estoy
sentada en el escritorio y, de repente, ambos podemos movernos como
queremos. Me abre las piernas con las palmas de las manos y mete las
suyas entre ellas, y…
Finalmente. La fricción es… esto es precisamente lo que pedí,
precisamente lo que necesitaba.
—Sí —exhalo.
—¿Sí? —Ni siquiera necesito mover mis caderas. Su mano se desliza
hacia abajo para agarrar mi trasero, y de alguna manera sabe
exactamente cómo inclinarme, cómo el dobladillo de mis pantalones
cortos puede rozar mi clítoris—. ¿Así? —Siento su pene duro como el
hierro en mi cadera y hago gemidos, bochornosos, sonidos suplicantes
en el hueco de su garganta, murmurando incomprensiblemente sobre lo
bueno que es esto, lo agradecida que estoy, cómo voy a hacer lo mismo
por él cuando por fin follemos, como voy a hacer lo que quiera.
—Detente —jadea en mi boca, urgente, un poco desesperado—.
Tienes que estar callada o voy a… solo quiero…
Me rio contra su mejilla, con una carcajada, en silencio. Mis muslos
comienzan a temblar. Hay una hinchazón de calor líquido y apremiante
en mi abdomen.
—¿Quieres… ah… quieres qué?
—Solo quiero que te corras.
Me envía justo sobre el borde. En algo que no se parece en nada a mi
orgasmo normal y corriente. Tienden a comenzar como pequeñas
fracturas y luego, lentamente, se profundizan gradualmente hasta
convertirse en algo encantador y relajante. Esos son divertidos, muy
divertidos, pero esto… Este placer es repentino y violento. Se astilla
dentro de mí como una maravillosa y terrible explosión, nueva,
aterradora y fantástica, y sigue y sigue, como si me estuvieran 293
exprimiendo cada delicioso segundo que me detiene el corazón. Cierro
los ojos con fuerza, agarro los hombros de Ian y gimo en su garganta,
escuchando el susurro «Mierda. Mierda» articula en mi clavícula. Estaba
tan segura de que sabía de lo que era capaz mi cuerpo, pero esto se siente
en algún lugar mucho más allá.
Y de alguna manera, además de saber exactamente cómo llevarme allí,
Ian también sabe cuándo detenerse. En el mismo momento en que todo
se vuelve insoportable, sus brazos se aprietan alrededor de mí y su
muslo se convierte en un peso sólido y quieto entre los míos. Entrelazo
mis brazos alrededor de su cuello, escondo mi rostro en su garganta y
espero a que mi cuerpo se recupere.
—Bueno —digo. Mi voz es más áspera de lo que recuerdo haberla
escuchado. Hay un teclado inalámbrico en el suelo, los cables cuelgan
de mi muslo, y si retrocedo, aunque sea media pulgada, destruiré uno,
tal vez dos monitores—. Bueno —repito. Dejo escapar una carcajada sin
aliento contra su piel.
—¿Estás bien? —pregunta, echándose hacia atrás para mirarme a los
ojos. Sus manos tiemblan ligeramente contra mi espalda. Porque,
supongo, me vine. Y él no lo hizo. Lo cual es muy injusto. Acabo de tener
un orgasmo que definió mi vida y realmente no puedo recordar mi
propio nombre, pero incluso en este estado puedo comprender la
injusticia de todo.
—Estoy… estupenda. —Me rio de nuevo—. ¿Y tú?
Él sonríe.
—Estoy bastante bien, para ser… —Arrastro mi mano entre nosotros,
la palma de la mano contra la parte delantera de sus jeans, y su boca se
cierra de golpe.
Bueno. Así que tiene un gran miembro. Exactamente para sorpresa de
nadie. Este hombre va a ser fantástico en la cama. Fenomenal. El mejor

294
sexo que he tenido con un tipo. Y he tenido mucho.
—¿Qué quieres? —pregunto. Sus ojos son oscuros, ciegos. Pongo mi
mano alrededor del contorno de su erección, froto la palma de mi mano
contra la longitud, me arqueo para susurrar en la curva de su oreja—.
¿Puedo bajar sobre ti?
El ruido que hace Ian es áspero y gutural, y tardo unos tres segundos
en darme cuenta de que ya se está corriendo, gimiendo contra mi piel,
atrapando mi mano entre nuestros cuerpos. Lo siento estremecerse, y
este gran hombre que se desmorona contra mí, completamente perdido
e indefenso frente a su propio placer, es, con mucho, la experiencia más
erótica de toda mi vida.
Quiero meterlo en una cama. Quiero horas, días con él. Quiero hacerle
sentir como se siente ahora, pero cien veces más fuerte, cien millones de
veces más.
—Lo siento —murmura.
—¿Qué? —Me inclino hacia atrás para mirarlo a la cara—. ¿Por qué?
—Eso fue… lamentable. —Él tira de mí hacia atrás para enterrar su
rostro en mi garganta. Es seguido por una lamida y un mordisco, y oh
Dios mío, el sexo va a estar fuera de serie. Devastador.
—Fue increíble. Hagámoslo de nuevo. Vamos a mi casa. O cerremos
la puerta con llave.
Se ríe y me besa, diferente de antes, profundo pero suave y
serpenteante, y… no es realmente, en mi experiencia, el tipo de beso que
la gente comparte después del sexo. En mi experiencia, después del sexo,
la gente se lava, se vuelve a poner la ropa, luego se despide con la mano
y va al Starbucks más cercano a comprar un cake pop. Pero esto es
agradable, porque Ian es un excelente besador, y huele bien, sabe bien,
se siente bien y…
—¿Puedo invitarte a cenar? —pregunta contra mis labios—. Antes de
que nosotros…
Niego con la cabeza. Las puntas de nuestras narices se rozan entre sí. 295
—No hay necesidad.
—Yo… Me gustaría, Hannah.
—No. —Lo beso de nuevo. Una vez. Profundo. Glorioso—. Yo no
hago eso.
—¿Tú no haces… —otro beso—, qué?
—Cena. —Beso. Otra vez—. Bueno —corrijo—, yo como. Pero no
tengo citas para cenar.
Ian se aleja, su expresión curiosa.
—¿Por qué no hay citas para cenar?
—Yo solo… —Me encojo de hombros, deseando que todavía nos
estuviéramos besando—. No salgo con nadie, en general.
—Tú no sales… ¿en absoluto?
—No. —Su expresión se vuelve a retirar repentinamente, así que
sonrío y agrego—: Pero estoy muy feliz de ir a tu casa de todos modos.
No es necesario estar saliendo para eso, ¿verdad?
Da un paso atrás, uno grande, como si quisiera poner algo de espacio
físico entre nosotros. El frente de sus jeans es… un desastre. Quiero
limpiarlo.
—Por qué… ¿Por qué no sales?
—¿En realidad? —Me rio—. ¿Quieres escuchar sobre mi trauma
socioemocional después de que hicimos… —hago un gesto entre
nosotros—, esto?
Él asiente, serio y un poco rígido, y yo me pongo sobria.
¿En serio? ¿Él realmente quiere eso? ¿Quiere que le explique que
realmente no tengo el tiempo ni la disponibilidad emocional para

296
ningún tipo de enredo romántico? ¿Que realmente no puedo imaginar a
nadie que se quede por algo que no sea sexo una vez que realmente me
conozca? ¿Qué hace mucho tiempo que me di cuenta de que cuanto más
tiempo está la gente conmigo, más probable es que descubran que no
soy tan inteligente como creen, tan bonita, tan divertida? Honestamente,
sé que mi mejor apuesta es mantener a la gente a distancia, para que
nunca descubran cómo soy en realidad. Lo cual es, dicho sea de paso:
un poco perra. Simplemente no soy buena preocupándome… en
cualquier cosa en realidad. Me tomó alrededor de una década y media
encontrar algo que realmente me apasionara. Este experimento de
amistad que estoy haciendo con Mara y Sadie sigue siendo en gran
medida eso, un experimento, y…
Oh Dios. ¿Ian quiere salir? Ni siquiera vive aquí.
—Así que estás diciendo… —Me rasco las sienes, bajando
rápidamente de mi subidón post-orgasmo—. ¿Estás diciendo que no
estás interesado en tener sexo?
Cierra los ojos en algo que realmente no parece un no.
Definitivamente no parece una falta de interés. Pero lo que dice es:
—Me gustas.
Me rio.
—Me di cuenta de eso.
—Es… poco común. Para mí. Que me guste tanto alguien.
—Tú también me gustas. —Me encojo de hombros—. ¿No deberíamos
pasar el rato, entonces? ¿No es eso lo suficientemente bueno?
Mira hacia otro lado. Abajo, a sus zapatos.
—Si paso más tiempo contigo, solo me gustarás más.
—No —bufo—, esa no es la forma en que generalmente funciona.
—Lo hace. Lo hará, para mí. Suena tan sólidamente, irrefutablemente
seguro, que no puedo hacer otra cosa que mirarlo fijamente. Sus labios

297
están picados por abejas, y todo en él es hermoso, y se ve tan callado,
estoicamente devastado ante la idea de follarme sin ataduras que
probablemente debería encontrar esto cómico, pero la verdad es que no
puedo recordar haber estado tan atraída por otra persona, y mi cuerpo
está vibrando por el suyo, y…
Tal vez podrías salir con él. Solo esta vez. Una excepción. Tal vez podrías
probarlo. Tal vez podría funcionar. Tal vez los dos…
¿Qué? No. No. ¿Qué diablos? Solo el hecho de que lo esté
contemplando me asusta muchísimo. No. Yo no, yo no soy así. Estas
cosas son una pérdida de tiempo y energía. Estoy ocupada. No estoy
hecha para estas cosas.
—Lo siento —me obligo a decir. Ni siquiera es una mentira. Estoy
jodidamente arrepentida en este momento—. No creo que sea una buena
idea.
—Está bien —dice después de un largo momento. Aceptando. Un
poco triste—. De acuerdo. Si… si cambias de opinión acerca de la cena,
eso es. Házmelo saber.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza—. ¿Cuándo te vas? ¿Cuál es
mi fecha límite? —añado, intentando un poco de alegría.
—No importa. Puedo… Viajo aquí mucho, y… —Él niega con la
cabeza—. Puedes cambiar de opinión cuando quieras. Sin fecha límite.
Vaya.
—Bueno, si cambias de opinión acerca de follar…
Exhala una risa, que suena un poco como un gemido de dolor, y por
un momento siento la compulsión de explicarme. Quiero decirle, no eres
tú. Soy yo. Pero sé cómo sonaría eso, y sé que no debo decir las palabras.
Así que nos miramos durante unos segundos, y luego… entonces no hay
nada más que decir, ¿verdad? Mi cuerpo realiza los movimientos
automáticamente. Me deslizo del escritorio, me tomo un momento para
enderezar los monitores detrás de mí, el mouse, los teclados, el cable, y
cuando paso junto a Ian a través de la puerta, él me sigue con sus ojos 298
solemnes y tristes, pasándose la palma de la mano por la mandíbula...
Las últimas palabras que escucho de él son:
—Fue muy bueno conocerte, Hannah. —Creo que debería decírselo
de vuelta, pero hay un peso desconocido en mi pecho, y no me atrevo a
hacerlo. Así que me conformo con una pequeña sonrisa y un saludo
poco entusiasta. Meto las manos en los bolsillos mientras mi cuerpo
sigue vibrando con lo que dejé atrás, y vuelvo lentamente al campus de
Caltech, pensando en el pelo rojo y las oportunidades perdidas.
Esa noche, cuando recibo un correo electrónico de
IanFloyd@nasa.gov, mi corazón da un vuelco. Pero es solo un correo
electrónico vacío, sin texto, ni siquiera una firma automática. Solo un
archivo adjunto con su solicitud de la NASA de hace unos años, junto
con un puñado de otras personas. Otras más recientes que debe haber
recibido de sus amigos y colegas, algunos ejemplos más para enviarme.
Bien.
Será un gran novio, me digo a mí misma, reclinándome en mi cama y
mirando al techo. Hay una cosa verde extraña en una esquina que
sospecho que podría ser moho. Mara sigue diciéndome que debería
mudarme de este agujero de mierda y encontrar un lugar con ella y
Sadie, pero no lo sé. Parece que nos acercaríamos demasiado. Un gran
compromiso. Podría ensuciarse. Será un gran novio. Para alguien que
merece tener uno.
Al día siguiente, cuando Mara me pregunta sobre mi reunión con su
primo o algo así, solo digo «Sin incidentes» y ni siquiera sé por qué. No
me gusta mentir, y menos me gusta mentirle a alguien que rápidamente
se está convirtiendo en una amiga, pero no puedo obligarme a decir más
que eso. Dos semanas después, entrego un trabajo de reflexión como
parte de los requisitos de mi clase de Recursos Hídricos.
Debo admitir, Dra. Harding, que inicialmente pensé que esta tarea sería una
total pérdida de tiempo. Supe que quería terminar en la NASA durante años, y

299
supe que quería trabajar con robótica y exploración espacial durante el mismo
tiempo. Sin embargo, después de reunirme con Ian Floyd, me di cuenta de que
me encantaría trabajar, específicamente, en la estimación de actitud y posición
de los rovers de Marte. En conclusión: no es una pérdida de tiempo, o al menos
no total.
Obtuve una A- por la clase. Y en los años siguientes, no me permito
pensar demasiado en Ian. Pero cada vez que vuelvo a ver las grabaciones
de video del control de la misión celebrando el aterrizaje de Curiosity,
no puedo evitar buscar al hombre alto y pelirrojo en la parte trasera de
la sala. Y cada vez que lo encuentro, siento que el fantasma de algo se
aprieta con fuerza dentro de mi pecho.
Capítulo 3
Islas Svalbard, Noruega
Presente
—¡Dijeron que no podían enviar socorristas!
Mi aliento, seco y blanco, empaña la cubierta negra de mi teléfono
satelital. Porque Svalbard en febrero está bien en los Celsius negativos.

300
Inquietantemente cerca de los grados Fahrenheit negativos, también, y
esta mañana no es una excepción.
—Dijeron que era demasiado peligroso —continúo—, que los vientos
son demasiado extremos. —Como para probar mi punto, un sonido
mitad silbido, mitad aullido atraviesa lo que he comenzado a considerar
como mi grieta.
Y en lo que respecta a las grietas, es buena para quedarse atrapada.
Relativamente poco profunda. La pared occidental tiene un buen
ángulo, lo suficiente como para permitir que la luz del sol se filtre, que
es probablemente la única razón por la que todavía tengo que morir
congelada o sufrir una congelación horrible. La desventaja, sin embargo,
es que en esta época del año solo hay unas cinco horas de luz al día. Y
están a punto de agotarse.
—El peligro de avalancha está establecido en el nivel más alto, y no es
seguro que nadie salga a buscarme —agrego, hablando directamente al
micrófono del teléfono satelital. Repitiendo lo que me dijo el Dr. Merel,
mi líder de equipo, hace unas horas, durante mi última comunicación
con AMASE, la base de operaciones de la NASA aquí en Noruega. Fue
justo antes de que me recordara que había sido yo quien había elegido
esto. Que sabía cuáles eran los riesgos de mi misión, y aun así decidí
emprenderla. Que el camino hacia la exploración espacial está lleno de
dolor y sacrificio. Que fue mi culpa por caer en un agujero helado en el
suelo y torcerme el puto tobillo.
Bueno, él no dijo eso. Mierda, o culpa. Sin embargo, se aseguró de que
yo supiera que nadie podría venir a ayudarme hasta mañana y que
necesitaba ser fuerte. Aunque, por supuesto, ambos sabíamos cuáles
serían los resultados de un encuentro entre una tormenta de nieve
nocturna y yo.
Tormenta: 100. Hannah Arroyo: muerta.
—El clima no es tan malo. —Una ola de estática casi agota la voz al
otro lado de la línea.

301
La voz de Ian Floyd.
Porque, por alguna razón, está aquí. Viniendo. Por mí.
—Es una… es una tormenta, Ian. ¿Estás… por favor, dime que no
estás simplemente paseando al aire libre cuando la peor tormenta del
año está a solo unas horas de comenzar?
—No lo estoy. —Una pausa—. Es más una caminata rápida.
Cierro mis ojos.
—En una tormenta. Una tormenta de nieve. Vientos de por lo menos
treinta y cinco millas por hora. Fuertes nevadas y sin visibilidad…
—Podrías estar perdida en ingeniería.
—¿Qué?
—Eres realmente buena en cosas de meteorología.
No puedo sentir mis piernas; me castañetean los dientes; cada vez que
respiro, mi piel se siente como si hubiera sido masticada por una horda
de pirañas. Y, sin embargo, encuentro la fuerza para poner los ojos en
blanco. Al menos la perra malhumorada dentro de mi corazón se
mantiene fuerte.
—Te encantaría, ¿verdad? Que estuviera ocupada dando el clima en
las noticias locales en lugar de estar contigo en la NASA.
Los vientos están haciendo agujeros a través de mis tímpanos.
Honestamente, no tengo idea de cómo puedo escuchar una sonrisa en
su «Nah».
Está loco. No puede estar aquí en Noruega. Ni siquiera se supone que
esté en Europa.
—¿Cambió AMASE de opinión sobre el envío de ayuda? —
pregunto—. ¿Han cambiado los pronósticos de tormentas?
—No lo han hecho. —Cada vez que baja la estática, escucho un ruido

302
bajo y extrañamente familiar a través del teléfono satelital. La
respiración de Ian, sospecho, pesada, ruidosa y más rápida de lo normal.
Como si estuviera gruñendo en su camino a través de un terreno
peligroso—. Estás aproximadamente a treinta minutos de mi ubicación
actual. Una vez que llegue a ti, tendremos una caminata de sesenta
minutos a un lugar seguro. Lo que significa que deberíamos poder
apenas evitar la tormenta.
En el momento en que dice la palabra caminata, mi estúpido cerebro
decide intentar rotar mi tobillo. Lo que me lleva a morderme los labios
agrietados y congelados para tragarme un gemido. Una idea terrible,
como resulta.
—Ian, nada de lo que acabas de decir tiene sentido.
—¿De verdad? —Suena divertido. ¿Cómo? ¿Por qué?—. ¿Nada?
—¿Cómo sabes dónde estoy?
—Rastreador de GPS. En tu teléfono Iridium.
—Es imposible. AMASE dijo que no podían activar el rastreador. Los
sensores no funcionan.
—AMASE no está dentro del alcance, y la tormenta que se avecina
probablemente estaba interfiriendo. —Se levanta una fuerte ráfaga de
viento y, durante un momento dolorosamente gélido, está en todas
partes: silbando a mi alrededor, penetrando dentro de mis pulmones,
abriéndose paso hasta mis oídos. Trato de enroscar mi cuerpo, pero no
hace nada para detener el aire helado. Me entierro más profundamente
en la nieve y empujo mi estúpido tobillo.
Mierda.
—AMASE está a más de tres horas de mi creva ubicación. Si realmente
llegas aquí en treinta minutos, no llegaremos a tiempo para evitar la
tormenta. No vas a llegar a tiempo, y no voy a dejar que te pase algo
terrible solo porque yo…
—No vengo de AMASE —dice—. Y ahí no es a dónde vamos.
—Pero, ¿cómo accediste a mi rastreador GPS si no estás en AMASE? 303
Una pausa.
—Soy bueno con las computadoras.
—Estás… ¿Estás diciendo que pirateaste tu camino hacia…
—Dijeron que estás herida. ¿Qué tan malo es?
Miro mis botas. Los cristales de hielo han comenzado a formar costras
alrededor de las suelas.
—Solo algunos rasguños. Y un esguince. Creo que tal vez podría
caminar, pero no sé si pueda unos sesenta minutos. No sé si unos sesenta
segundos. —Y en este terreno…
—No tendrás que caminar en absoluto.
Frunzo el ceño, aunque mi frente está casi congelada.
—¿Cómo voy a llegar a donde sea que vayamos si…
—¿Tienes ascendentes?
—Sí. Pero de nuevo, no sé si puedo escalar…
—No hay problema. Te sacaré a rastras.
—Tú… Es muy peligroso. El terreno alrededor del borde podría
colapsar y tú también caerías. —Dejo escapar un suspiro entrecortado—
. Ian, no puedo permitirlo.
—No te preocupes, no tengo la costumbre de caerme en las grietas.
—Yo tampoco.
—¿Estas segura de eso?
Bueno. Bien. Entré directamente en este.
—Ian, no puedo dejar que hagas esto. Si es… —Tomo un tembloroso
y frígido respiro—. Si es porque te sientes responsable de esto. Si estás
arriesgando tu vida porque crees que de alguna manera es culpa tuya
que termine aquí, entonces realmente no deberías. Sabes que no tengo a 304
nadie a quien culpar sino a mí, y…
—Estoy a punto de empezar a escalar —interrumpe distraídamente,
como si no estuviera en medio de un discurso apasionado.
—¿Escalar? ¿Qué estás escalando?
—Guardaré mi teléfono, pero ponte en contacto si sucede algo.
—Ian, realmente no creo que debas…
—Hannah.
El impacto de escuchar mi nombre, en la voz de Ian, envuelto por el
silbido del viento, ya través de la línea metálica de mi teléfono satelital,
nada menos, me hizo callar al instante. Hasta que continúa:
—Solo relájate y piensa en Marte, ¿de acuerdo? Estaré ahí pronto.
Capítulo 4
Centro Espacial Johnson, Houston, Texas
Hace un año
No es que me sorprenda verlo.
Eso sería, sinceramente, bastante idiota. Demasiado idiota incluso
para mí: una conocida idiota ocasional. Es posible que no haya visto a

305
Ian Floyd en más de cuatro años, sí, desde el día en que tuve el mejor
sexo, y ni siquiera fue realmente sexo, Dios, qué desperdicio de mi vida
y luego apenas me obligué a decirle adiós con la mano mientras la puerta
de caoba de su oficina se cerraba en mi cara. Puede que haya pasado un
tiempo, pero me he mantenido al tanto de su paradero mediante el uso
de tecnología altamente sofisticada y herramientas de investigación de
vanguardia.
Es decir, Google.
Resulta que, cuando eres uno de los mejores ingenieros de la NASA,
la gente escribe mierda sobre ti. Juro que no busco —Ian + Floyd— dos
veces por semana ni nada por el estilo, pero de vez en cuando me da
curiosidad, e Internet ofrece tanta información a cambio de tan poco
esfuerzo. Así es como me enteré de que cuando el exjefe renunció por
motivos de salud, Ian fue elegido como jefe de ingeniería de Tenacity, el
rover que aterrizó de manera segura en el cráter de Vaucouleurs el año
pasado. Incluso dio una entrevista a 60 Minutos, en la que se mostró
mayormente serio, competente, guapo, humilde, reservado.
Por alguna razón, me hizo pensar en la forma en que había gemido en
mi piel. Su agarre como tornillo de banco en mis caderas, su muslo
moviéndose entre mis piernas. Me hizo recordar que él había querido
invitarme a cenar, y que en realidad, terriblemente, insondablemente,
me había sentido tentada a decir que sí. Vi todo el asunto en YouTube.
Luego me desplacé hacia abajo para leer los comentarios y me di cuenta
de que dos tercios eran de usuarios que habían notado exactamente cuán
serio, competente, guapo, humilde, reservado y probablemente bien
dotado era Ian. Me apresuré a desconectarme, sintiéndome atrapada con
todo mi torso en el tarro de galletas.
Lo que sea.
Creo que esperaba que mi búsqueda en Google también me llevara a
cosas más personales. Tal vez una cuenta de Facebook con fotos de
adorables niños pelirrojos. O uno de esos sitios web de bodas con
imágenes superproducidas y la historia de cómo se conoció la pareja.

306
Pero no. Lo más parecido fue un triatlón que hizo hace unos dos años
cerca de Houston. No se colocó particularmente bien, pero lo terminó.
En lo que respecta a Google, esa es la única actividad no relacionada con
el trabajo en la que Ian ha participado durante los últimos cuatro años.
Pero eso no viene al caso, que es: sé bastante sobre los logros de la
carrera de Ian Floyd, y soy muy consciente de que todavía está en la
NASA. Por lo tanto, no tiene sentido que me sorprenda verlo. Y no lo
estoy. No lo estoy realmente.
Es solo que con más de tres mil personas trabajando en el Centro
Espacial Johnson, pensé que me encontraría con él alrededor de mi
tercera semana en el trabajo. Tal vez incluso durante mi tercer mes.
Definitivamente no esperaba verlo en mi primer día, en medio de la
maldita orientación para nuevos empleados. Y definitivamente no
anticipé que me detectaría de inmediato y me miraría durante mucho,
mucho tiempo, como si recordara exactamente quién soy, como si no se
preguntara por qué le parezco familiar o se esforzara por ubicarme.
Lo cual… no es así. Está claro que no lo es. Ian aparece en la entrada
de la sala de conferencias donde se han estacionado los nuevos
empleados para esperar al próximo orador; con una expresión un poco
irritada, mira a su alrededor en busca de alguien, me nota, hablando con
Alexis, aproximadamente una milésima de segundo después de que yo
lo noto.
Hace una pausa por un momento, con los ojos muy abiertos. Luego se
abre paso entre los grupos de personas que conversan alrededor de la
mesa, marchando hacia mí con largas zancadas. Sus ojos permanecen
fijos en los míos y se ve confiado y gratamente sorprendido, como un
tipo que recoge a su novia en el aeropuerto después de que ella pasó
cuatro meses en el extranjero estudiando los hábitos de cortejo de la
ballena jorobada. Pero no tiene nada que ver conmigo. No es por mi
culpa.
No puede ser por mi culpa, ¿verdad?
Pero Ian se detiene a un par de metros de Alexis, me estudia con una 307
pequeña sonrisa durante un par de segundos más de lo habitual y luego
dice:
—Hannah.
Eso es todo. Eso es todo lo que dice. Mi nombre. Y realmente no quería
verlo. Realmente pensé que sería extraño estar con él de nuevo, después
de nuestro primer y único encuentro no del todo sin orgasmos. Pero…
No lo es. No del todo. Simplemente se siente natural, casi irresistible
sonreírle, alejarme de la mesa y ponerme de puntillas para abrazarlo,
llenar mis fosas nasales con su aroma limpio y decir contra su hombro:
—Hola.
Sus manos presionan brevemente mi columna y encajamos como hace
cuatro años. Luego, un segundo después, ambos retrocedemos. No me
sonrojo, nunca, pero mi corazón late rápido y hay un calor curioso
subiendo por mi pecho.
Tal vez sea porque esto debería ser raro. ¿Correcto? Hace cuatro años,
me acerqué a él. Entonces me acerqué a él. Luego lo rechacé cuando me
pidió que pasara un tiempo sin orgasmos, sin exploración espacial con
él. Eso es lo que quería evitar: la reacción masculina, incómoda y herida
del ego que estaba segura de que Ian tendría.
Pero ahora él está aquí, encantado de verme, y me siento feliz de estar
en su presencia, como lo hice cuando codificamos nuestra tarde. Se ve
un poco mayor; la barba de un día tiene ahora una semana y tal vez se
haya hecho aún más grande. Por lo demás, sin embargo, es solo él
mismo. El cabello es rojo, los ojos son azules, las pecas están por todas
partes. Me recuerdan a la fuerza su inicialización uniforme en C++ y sus
dientes en mi piel.
—Lo lograste —dice, como si realmente acabara de bajar de un avión
a reacción—. Estás aquí.
Él está sonriendo. Yo también sonrío y frunzo el ceño. 308
—¿Qué? ¿No pensaste que en realidad me graduaría?
—No estaba seguro de que alguna vez aprobarías tu clase de Recursos
Hídricos.
Me eché a reír.
—¿Qué? ¿Solo porque me viste, con tus propios ojos, poner cero
esfuerzo en mi tarea?
—Eso jugó un papel, sí.
—Deberías leer las cosas que dije sobre ti en ese informe.
—Ah, sí. ¿Con qué enfermedades de transmisión sexual tuve que
luchar para llegar a donde estoy hoy?
—¿Qué enfermedades de transmisión sexual no tuviste?
Él suspira. Una garganta se aclara y ambos nos volvemos.
Oh, claro. Alexis también está aquí. Mirando entre nosotros, por
alguna razón con ojos de plato.
—Oh, Ian, esta es Alexis. Ella también empieza hoy. Alexis, este es…
—Ian Floyd —dice ella, sonando vagamente sin aliento—. Soy una
fan.
Ian parece vagamente alarmado, como si la idea de tener «fanáticos»
lo confundiera. Alexis no parece darse cuenta y me pregunta:
—¿Ustedes dos se conocen?
—Ah… sí, lo hacemos Teníamos… —Hago un gesto vagamente—.
Una cosa. Hace años.
—¿Una cosa? —Los ojos de Alexis se abren aún más.
—Oh no, no quise decir ese tipo de cosas. Hicimos una especie de, uno
de esos, ¿cómo se llaman…?
—Una entrevista informativa —proporciona Ian pacientemente. 309
—¿Una entrevista informativa? —Alexis suena escéptica. Mira a Ian,
que todavía me mira a mí.
—Sí. Más o menos. Se convirtió en un… —¿En qué? ¿Casi follando en
propiedad de la NASA? Tu deseo, Hannah.
—Una sesión de depuración —dice Ian. Luego se aclara la garganta.
Suelto una carcajada.
—Correcto.
—¿Sesión de depuración? —Alexis suena aún más escéptica—. Eso no
suena divertido.
—Oh, lo fue —dice Ian. Todavía me está mirando. Como si hubiera
encontrado las llaves de su casa perdidas hace mucho tiempo y tuviera
miedo de volver a perderlas si mira hacia otro lado.
—Sí. —No puedo evitar que mi sonrisa sea un poco sugerente. Un
experimento. Parece que hago muchos de esos cuando él está cerca—.
Mucha diversión.
—Cierto. —Ian finalmente mira hacia otro lado, sonriendo de la
misma manera—. Un montón.
—¿Cómo se conocieron? —pregunta Alexis, cada vez más suspicaz.
—Oh, mi mejor amiga es la prima de Ian o algo así.
Ian asiente.
—¿Cómo está…? —Tropieza brevemente con el nombre—. ¿Quiero
decir Melissa?
—Mara. El nombre de tu prima es Mara. Sigue el ritmo, ¿quieres? —
No logro sonar severa—. ¿No has hablado con ella desde que nos puso
en contacto?
—No creo que hayamos hablado en ese entonces, tampoco. Todo
sucedió a través de…
—Tía abuela Delphina, cierto. ¿Qué tal el vídeo de Home Depot? 310
—Lowe´s. Escuché que está resurgiendo desde que el tío Mitch
comenzó a organizar el Día de Acción de Gracia.
Me rio.
—Bueno, Mara es genial. También se graduó con su Doctorado y
recientemente se mudó a DC para trabajar para la EPA. No tiene interés
en las cosas del espacio. Solo ya sabes… salvando la Tierra.
—Vaya. —No parece muy impresionado—. Es una buena pelea.
—¿Pero estás contento de que alguien más lo esté cargando en sus
hombros mientras tú y yo pasamos nuestros días lanzando artilugios
geniales al espacio?
Él se ríe.
—Más o menos.
—Está bien, esto es muy… —Alexis, otra vez. Ambos nos volvemos
hacia ella: sus ojos son estrechos y suena chillona. Honestamente, sigo
olvidando que ella está aquí—. Nunca he visto a dos personas… —Ella
hace un gesto entre nosotros—. Ustedes son claramente… —Ian y yo
intercambiamos una mirada desconcertada—. Voy a dejarlos —dice
inescrutable. Luego gira sobre sus talones, e Ian y yo estamos solos.
Más o menos. Estamos en una habitación llena de gente, pero… solos.
—Bien… hola —digo.
—Oye. —El tono es más bajo. Más íntimo.
—Esperaba que esto fuera desagradable.
—¿Esto?
—Esto. —Señalo de un lado a otro entre nosotros—. Verte de nuevo.
Después de la forma en que lo dejamos.
Ladea la cabeza.
311
—¿Por qué?
—Solo… —No estoy segura de cómo articularlo, mi experiencia es
que los hombres que han sido rechazados por las mujeres a menudo
pueden dar miedo de un millón de maneras diferentes. No importa de
todos modos. Parece que dejó atrás lo que pasó entre nosotros en el
momento en que salí de su oficina—. No importa. Ya que no lo es.
Desagradable, eso es.
Ian asiente una vez. Como recuerdo de hace años.
—¿A qué equipo te han asignado?
—A & PE.
—No me digas. —Suena complacido. Lo cual es… nuevo, en su
mayoría. Mis padres reaccionaron a la noticia de que fui contratada por
la NASA de la manera habitual: mostrando su decepción porque no me
dediqué a la medicina como mis hermanos. Sadie y Mara siempre me
apoyaron y se alegraron cuando conseguí el trabajo de mis sueños, pero
no les importa lo suficiente la exploración espacial como para
comprender completamente el significado de dónde terminé. Ian, sin
embargo, Ian lo sabe. Y a pesar de que ahora es un pez gordo, y A & PE
ya no es su equipo, todavía me hace sentir cálida y hormigueante.
—Sí, este tipo al azar que conocí una vez me dijo que era el mejor
equipo.
—Sabias palabras.
—Pero no voy a empezar con el equipo de inmediato, porque… He
logrado que me elijan para AMASE.
Su sonrisa es tan descaradamente, genuinamente feliz por mí, mi
corazón da un brinco en mi garganta.
—AMASE.
—Sí. 312
—Hannah, eso es fantástico.
Lo es. AMASE es la mierda, y el proceso de selección para participar
en una expedición fue brutal, al punto que no estoy muy segura de cómo
llegué. Probablemente fue pura suerte: el Dr. Merel, uno de los líderes
de la expedición, estaba buscando alguien con experiencia en
cromatografía de gases-espectrometría de masas. Resulta que yo la
tengo, debido a algunos proyectos paralelos que me impuso mi asesor
de doctorado. En aquel momento, me quejé agresivamente y refunfuñé
todo el camino. En retrospectiva, me siento un poco culpable.
—¿Has estado allí? —le pregunto a Ian, aunque ya sé la respuesta,
porque mencionó AMASE cuando nos conocimos. Además, he visto su
CV y algunas fotos de expediciones pasadas. En una, tomada durante el
verano de 2019, viste una camisa térmica oscura y está arrodillado frente
a un rover, entrecerrando los ojos para ver su brazo robótico. Hay una
mujer joven y bonita parada justo detrás de él, con los codos apoyados
en sus hombros, sonriendo en dirección a la cámara.
He pensado en esa imagen más de un par de veces. Imagino a Ian
invitando a cenar a la mujer. Me preguntaba si, a diferencia de mí, ella
podría haber dicho que sí.
—He estado allí dos veces, invierno y verano. Ambos geniales. El
invierno fue considerablemente más miserable, pero… —Se detiene—.
Espera, ¿no te vas la próxima expedición?
—En tres días. Durante cinco meses. —Lo observo asentir y digerir la
información. Todavía se ve feliz por mí, pero es un poco… sometido.
¿Una fracción de segundo de decepción, tal vez?—. ¿Qué? —pregunto.
—Nada. —Él niega con la cabeza—. Hubiera sido bueno ponernos al
día.
—Todavía podemos —digo, tal vez un poco demasiado rápido—. No
me voy hasta el jueves. ¿Quieres salir y…?

313
—No cenar, ¿seguramente? —Su sonrisa es burlona—. Recuerdo que
no… comes con otras personas.
—Bien. —La verdad es que las cosas han cambiado. No es que ahora
tenga citas, todavía no lo hago. Y no es que me haya convertido
mágicamente en una persona emocionalmente disponible, todavía no lo
soy. Pero en algún momento en los últimos años, todo el juego de Tinder
se volvió… primero un poco viejo; luego un poco cansado; luego,
eventualmente, un poco solitario. En estos días, me enfoco en el trabajo
o en Mara y Sadie.
—Sin embargo, sí bebo café —digo impulsivamente. Aunque
encuentro el café repugnante.
—Té helado —dice Ian, de alguna manera recordando mi pedido de
hace cuatro años—. Aunque no puedo.
Mi corazón se hunde.
—¿No puedes? —¿Está saliendo con alguien? ¿No está interesado? —
. No tiene que… ser una cita —me apresuro a decir, pero somos
interrumpidos.
—Ian, estás aquí. —La representante de recursos humanos que ha
estado mostrando a los nuevos empleados aparece a su lado—. Gracias
por dedicar tiempo. Sé que debes estar en el JPL esta noche. Todo el
mundo. —Ella aplaude—. Por favor tomen asiento. Ian Floyd, el actual
jefe de ingeniería del Programa de Exploración de Marte, les hablará
sobre algunos de los proyectos en curso de la NASA.
Vaya. Vaya.
Ian y yo intercambiamos una larga mirada. Por un momento, parece
que quiere decirme una última cosa. Pero la representante de recursos
humanos lo lleva a la cabecera de la mesa de conferencias y no hay
suficiente tiempo o no es algo lo suficientemente importante como para
decirlo.
Medio minuto después, me siento y escucho su voz clara y tranquila
mientras habla sobre los muchos proyectos que está supervisando, con
el corazón apretado y pesado en el pecho por razones que no puedo 314
entender.
Veinte minutos después, lo miro a los ojos por última vez justo cuando
alguien llama a la puerta para recordarle que su avión abordará en
menos de dos horas.
Y un poco más de seis meses después, cuando finalmente lo vuelvo a
encontrar, lo odio.
Lo odio, lo odio, lo odio, y no dudo en hacérselo saber.
Capítulo 5
Islas Svalbard, Noruega
Presente
La próxima vez que vibre mi teléfono satelital, los vientos habrán
aumentado aún más. También está nevando. De alguna manera me las
arreglé para acurrucarme en un pequeño rincón en la pared de mi grieta,
pero grandes ráfagas comienzan a adherirse felizmente al mini-rover
que traje conmigo. 315
Lo cual es, debo admitir, irónico en un sentido cósmico. La razón por
la que me aventuré aquí fue para probar cómo funcionaría el mini-rover
que diseñé en situaciones muy estresantes, con poca luz solar y con poca
entrada de comandos. Por supuesto, no se suponía que fuera a asaltar.
Iba a dejar el equipo y luego regresar inmediatamente a la sede, que…
bien. No funcionó así, obviamente.
Pero el equipo está siendo cubierto por una capa de nieve. Y el sol se
va a poner pronto. El mini-rover se encuentra en una situación muy
estresante, con poca luz solar y poca entrada de comandos, y desde un
punto de vista científico, esta misión no fue un desastre total. En algún
momento de los próximos días, alguien en AMASE (probablemente el
Dr. Merel, ese imbécil) intentará activarlo, y entonces sabremos si mi
trabajo fue realmente sólido. Bueno, ellos sabrán. Para entonces,
probablemente solo seré una paleta helada con una expresión muy
molesta, como Jack Torrance al final de El resplandor.
—¿Todavía estás bien?
La voz de Ian me saca de mi lloriqueo preapocalíptico. Mi corazón
revolotea como un colibrí, un colibrí enfermizo que se olvidó de migrar
al sur con sus amigos. No me molesto en responder, sino que
instantáneamente pregunto:
—¿Por qué estás aquí? —Sé que sueno como una perra desagradecida,
y aunque nunca me preocupé por parecer lo primero, no pretendo ser lo
segundo. El problema es que su presencia no tiene ningún maldito
sentido. He tenido veinte minutos para pensar en ello, y simplemente
no es así. Y si este es el lugar y el momento donde finalmente croo…
Bueno, no quiero morir confundida.
—Solo en un paseo marítimo. —Suena un poco sin aliento, lo que
significa que la escalada debe haber sido difícil. Ian es muchas cosas,
pero estar fuera de forma no es una de ellas—. Contemplando el paisaje.

316
¿Y tú? ¿Qué te trae por aquí?
—Lo digo en serio. ¿Por qué estás en Noruega?
—Sabes —el sonido se corta brevemente, luego se recupera con una
generosa porción de ruido blanco—, no todos van de vacaciones a South
Padre. Algunos de nosotros disfrutamos de destinos más frescos. —El
resoplido y la ráfaga a través de la tenue línea de satélite es casi… íntimo.
Estamos expuestos a los mismos elementos, en el mismo terreno
fuertemente glaciado, mientras que el resto del mundo se ha refugiado.
Estamos aquí afuera, solos.
Y no tiene ningún sentido.
—¿Cuándo volaste a Svalbard? —No pudo haber sido en ningún
momento en los últimos tres días, porque no hubo vuelos entrantes.
Svalbard está bien conectado con Oslo y Tromsø en la temporada alta,
pero no comenzará hasta mediados de marzo.
Así que… Ian debe haber estado aquí por un puñado de días. ¿Pero
por qué? Es jefe de ingeniería en varios proyectos de rover, y el equipo
de Serendipity se acerca a la hora de la verdad. No tiene sentido que uno
de sus empleados clave esté en otro país en este momento. Además, el
componente de ingeniería de este AMASE es mínimo. Solo el Dr. Merel
y yo, en realidad. Todos los demás miembros son geólogos y
astrobiólogos, y…
¿Por qué diablos está Ian aquí? ¿Por qué diablos la NASA enviaría a
un ingeniero superior a una misión de rescate que ni siquiera se suponía
que iba a suceder?
—¿Todavía estás bien? —pregunta de nuevo. Cuando no respondo,
continúa—: Estoy cerca. A unos minutos de distancia.
Me cepillo los copos de nieve de las pestañas.
—¿Cuándo cambió AMASE de opinión sobre el envío de refuerzos de
socorro?
Una breve vacilación. 317
—En realidad, podrían ser más de unos pocos minutos. La tormenta
se está intensificando y no puedo ver muy bien…
—Ian, ¿por qué te enviaron?
Una respiración profunda. O un suspiro. O una bocanada, más fuerte
que las demás.
—Haces muchas preguntas —dice. No por primera vez.
—Sí. Pero son preguntas bastante buenas, así que seguiré
preguntando más. Por ejemplo, cómo…
—Mientras pueda preguntar algo también.
Casi gimo.
—¿Qué quieres saber? ¿El mejor concierto? ¿Mi concierto favorito?
¿Una descripción general de las comodidades de la grieta? Ofrece muy
poco en términos de vida nocturna…
—Necesito saber, Hannah, si estás bien.
Cierro mis ojos. El mordisco del frío es como un millón de agujas
clavadas bajo mi piel.
—Sí. Yo… Estoy bien.
De repente, la llamada cae. La estática, el ruido, todo desaparece, y ya
no puedo escuchar a Ian. Miro mi teléfono satelital y lo encuentro
encendido. Mierda. El problema está en su extremo. La nieve se está
poniendo más espesa, estará completamente negra en minutos, y encima
estoy casi segura de que Ian ha sido atacado por un oso polar. Si algo le
pasa a él, nunca podré perdonarme a mí misma.
Escucho pasos rompiendo la nieve y miro hacia el borde de la grieta.
La luz se atenúa por segundos, pero distingo la silueta alta y ancha de
un hombre con un pasamontañas. Me está mirando.
Oh Dios. ¿Es él realmente…?
—¿Ves? —dice la voz profunda de Ian, solo un poco sin aliento. Se 318
baja el calentador de cuello antes de agregar—: Eso no fue tan difícil,
¿verdad?
Capítulo 6
Centro Espacial Johnson, Houston, Texas
Hace seis meses
Me sorprende lo mucho que duele el correo electrónico, porque es
mucho.
No es que esperara estar feliz por ello. Es un hecho bien establecido

319
que escuchar que se ha denegado la financiación de tu proyecto es tan
agradable como abrir un inodoro. Pero los rechazos son el pan y la
mantequilla de todos los viajes académicos, y desde que comencé mi
Doctorado. He tenido aproximadamente mil doscientos fantabillons de
ellos. En los últimos cinco años, me han negado publicaciones,
presentaciones en conferencias, becas, membresías. Incluso fracasé en
ingresar al programa de bebidas ilimitadas de Bruegger, un revés
devastador, considerando mi amor por los tés helados.
Lo bueno es que cuantos más rechazos recibes, más fáciles son de
digerir. ¿Qué me hizo golpear almohadas y planear un asesinato en el
primer año de mi doctorado? apenas me desconcertó en el último.
¿Progreso en Ciencias Aeroespaciales diciendo que mi disertación no era
digna de adornar sus páginas? Bien. ¿La Fundación Nacional de
Ciencias se niega a patrocinar mis estudios posdoctorales? Bueno. ¿Mara
insistiendo en que las golosinas de Rice Krispies que preparé para su
cumpleaños sabían a papel higiénico? Eh Viviré.
Sin embargo, este rechazo específico es profundo. Porque realmente
necesito el dinero de la subvención para lo que planeo hacer.
La mayor parte de los fondos de la NASA están vinculados a
proyectos específicos, pero cada año hay un bote discrecional
disponible, generalmente para científicos jóvenes que presentan ideas
de investigación que parecen valer la pena explorar. Y la mía, creo, es
bastante digna. He estado en la NASA durante más de seis meses. Pasé
casi todos ellos en Noruega, en el mejor análogo de Marte en la Tierra,
sumergida hasta las rodillas en un intenso trabajo de campo, pruebas de
equipos, ejercicios de muestreo. Durante las últimas dos semanas, desde
que regresé a Houston, ocupé mi lugar en el equipo de A & PE, y ha sido
realmente genial. Ian tenía razón: el mejor equipo de la historia.
Pero. Cada descanso. Cada segundo libre. Cada fin de semana. Cada
fragmento de tiempo que pude encontrar, me concentré en finalizar la
propuesta de mi proyecto, creyendo que era una gran idea. Y ahora esa
propuesta ha sido rechazada. Lo que se siente como ser apuñalada con
un cuchillo santoku.
—¿Pasó algo? —Karl, mi compañero de oficina, pregunta desde el
320
otro lado del escritorio—. Parece que estás a punto de llorar. O tal vez
tirar algo por la ventana, no puedo decirlo.
No me molesto en mirarlo.
—No me he decidido, pero los mantendré informados. —Miro el
monitor de mi computadora, hojeando las cartas de retroalimentación
de los revisores internos.
Como todos sabemos, a principios de 2010, el rover Spirit quedó
atrapado en una trampa de arena, no pudo reorientar sus paneles
solares hacia el sol y murió congelado como consecuencia de su falta
de energía. Algo muy similar le sucedió ocho años después a
Opportunity, que entró en hibernación cuando un torbellino bloqueó la
luz del sol y le impidió recargar sus baterías. Obviamente, el riesgo de
perder el control de los rovers debido a fenómenos meteorológicos
extremos es alto. Para hacer frente a esto, la Dra. Arroyo ha diseñado
un sistema interno prometedor que tiene menos probabilidades de
fallar en el caso de situaciones meteorológicas impredecibles. Ella
propone construir un modelo y probar su eficacia en la próxima
expedición en Arctic Mars Analog en Svalbard (AMASE):
El proyecto de la Dra. Arroyo es una adición brillante a la lista actual
de la NASA, y debería ser aprobado para estudios posteriores. El CV de
la Dra. Arroyo es impresionante, y ha acumulado suficiente experiencia
para llevar a cabo el trabajo propuesto…
Si tiene éxito, esta propuesta hará algo fundamental para el
programa de exploración espacial de la NASA: disminuir la experiencia
de fallas de baja potencia, fallas del reloj de la misión y fallas del
temporizador de pérdida en futuras misiones de exploración de Marte.
Aquí está el problema: las revisiones son… positivas.
Abrumadoramente positivas. Incluso de una multitud de científicos
que, estoy muy consciente, se alimentan de ser malos y mordaces. La
ciencia no parece ser un problema, la relevancia para la misión de la
NASA está ahí, mi CV es lo suficientemente bueno y… no tiene sentido.
Es por eso que no voy a sentarme aquí y aceptar esta mierda.
Cierro de golpe mi computadora portátil, me levanto agresivamente 321
de mi escritorio y salgo de mi oficina.
—¿Hannah? A dónde vas…
Ignoro a Karl y avanzo por los pasillos hasta que encuentro la oficina
que estoy buscando.
—Adelante —dice una voz después de mi llamada.
Conocí al Dr. Merel porque fue mi superior directo en AMASE, y es…
un bicho raro, sinceramente. Muy rígido. Muy duro. La NASA está llena
de gente ambiciosa, pero él parece estar casi obsesionado con los
resultados, las publicaciones, el tipo de ciencia sexy que genera grandes
noticias. Inicialmente no era una fanática, pero debo admitir que como
supervisor no ha sido más que un apoyo. Él es quien me seleccionó para
la expedición al principio, y me animó a solicitar financiación una vez
que le presenté la idea de mi proyecto.
—Hannah. Qué bueno verte.
—¿Tienes un minuto para hablar? —probablemente tenga cuarenta y
tantos años, pero hay algo de la vieja escuela en él. Tal vez los suéteres-
chaleco, o el hecho de que él es, literalmente, la única persona que he
conocido en la NASA que no usa su nombre de pila. Se quita las gafas
de montura metálica, las deja sobre la mesa y junta los dedos para
mirarme largamente.
—Se trata de tu propuesta, ¿no?
Él no me ofrece un asiento, y yo no tomo uno. Pero cierro la puerta
detrás de mí. Apoyo mi hombro contra el marco de la puerta y cruzo los
brazos sobre mi pecho, esperando no sonar como me siento, es decir,
homicida.
—Acabo de recibir el correo electrónico de rechazo y me preguntaba
si tienes alguna… idea. Las revisiones no destacaron las áreas que
necesitan mejoras, así que…

322
—Yo no me preocuparía por eso —dice con desdén.
Arrugo la frente.
—¿Qué quieres decir?
—Es intrascendente.
—Lo… ¿Lo es?
—Sí. Por supuesto que hubiera sido conveniente que hubieras tenido
esos fondos a tu disposición, pero ya lo discutí con dos de mis colegas
que coinciden en que tu trabajo es meritorio. Tienen el control de otros
fondos que Floyd no podrá vetar, así que…
—¿Floyd? —Levanto mi dedo. Debo haber oído mal—. Espera, ¿dijiste
Floyd? ¿Ian Floyd?
Intento recordar si he oído hablar de otros Floyd trabajando aquí. Es
un apellido común, pero…
La cara de Merel no esconde mucho. Es obvio que se refería a Ian, y
es obvio que no se suponía que lo mencionara, jodido por hacerlo de
todos modos, y ahora no tiene más remedio que explicarme lo que
insinuó.
No tengo exactamente ninguna intención de dejarlo pasar.
—Esto es, por supuesto, confidencial —dice después de una breve
vacilación.
—Está bien —acepto apresuradamente.
—El proceso de revisión debe permanecer en el anonimato. Floyd no
puede saberlo.
—Él no lo sabrá —miento. No tengo ningún plan por el momento,
pero una parte de mí ya sabe que estoy mintiendo. No soy exactamente
del tipo que no confronta.
—Muy bien. —Merel asiente—. Floyd formó parte del comité que
evaluó tu solicitud y fue él quien decidió vetar tu proyecto.
Él… ¿qué? 323
¿Él que?
De ninguna manera.
—Esto no suena bien. Ian ni siquiera está aquí en Houston.
Lo sé porque un par de días después de regresar de Noruega, fui a
buscarlo. Lo busqué en el directorio de la NASA, compré una taza de
café y una de té en la cafetería, luego fui a su oficina con solo vagas ideas
de lo que diría, sintiéndome casi nerviosa, y…
La encontré cerrada.
—Él está en el JPL —me dijo alguien con acento sudafricano cuando
me notaron holgazaneando en el pasillo.
—Vaya. De acuerdo.— Me di la vuelta. Se alejó dos pasos. Luego me
volví para preguntar—: ¿Cuándo volverá?
—Difícil de decir. Ha estado allí durante un mes más o menos para
trabajar en la herramienta de muestreo de Serendipity.
—Ya veo. —Le agradecí a la mujer, y esta vez me fui de verdad.
Ha pasado un poco más de una semana desde entonces, y he estado
en su oficina… varias veces. Ni siquiera estoy segura de por qué. Y en
realidad no importa, porque la puerta estaba cerrada todas las veces. Por
eso sé que:
—Ian está en el JPL. Él no está aquí.
—Estás equivocada —dice Merel—. Él está de vuelta.
Me pongo rígida.
—¿Desde cuándo?
—Eso, no podría decírtelo, pero estuvo presente cuando el comité se
reunió para discutir tu propuesta. Y como dije, él fue quien lo vetó.
Esto es imposible. Absurdo.
—¿Estás seguro de que fue él?
324
Merel me da una mirada molesta y trago saliva, sintiéndome
extraña… expuesta, de pie como estoy en esta oficina mientras me dicen
que Ian. ¿Ian? ¿En serio? es la razón por la que no obtuve mi financiación.
Parece mentira. ¿Pero Merel mentiría? Es demasiado mojigato para eso.
Dudo que tenga imaginación.
—¿Él puede hacer eso? ¿Vetar un proyecto que, por lo demás, es bien
recibido?
—Considerando su posición y antigüedad, sí.
—¿Pero, por qué?
Él suspira.
—Podría ser cualquier cosa. Quizás está celoso de una propuesta
brillante, o prefiere que la financiación vaya a otra persona. He oído que
algunos de sus colaboradores más cercanos se han postulado. —Una
pausa—. Algo que dijo me hizo sospechar que…
—¿Qué?
—Que no te creía capaz de hacer el trabajo.
Me pongo rígida.
—¿Disculpa?
—Él no pareció encontrar fallas en la propuesta. Pero habló sobre tu
papel en él en un tono menos que halagador. Por supuesto, traté de
disuadirlo.
Cierro los ojos, repentinamente con náuseas. No puedo creer que Ian
hiciera esto. No puedo creer que sea un imbécil miserable y traicionero.
Tal vez no seamos amigos cercanos, pero después de nuestro último
encuentro, pensé que él… No sé. No tengo ni idea. Creo que tal vez tenía
expectativas de algo, pero esto les pone fin rápidamente.
—Voy a apelar.

325
—No hay razón para hacer eso, Hannah.
—Hay numerosos motivos. Si Ian piensa que no soy lo
suficientemente buena a pesar de mi currículum, yo…
—¿Lo conoces? —Merel me interrumpe.
—¿Qué?
—Me preguntaba si ustedes dos se conocen.
—No. No yo… —Una vez monte su pierna. Fue fantástico—. Apenas.
Sólo de pasada.
—Ya veo. Solo tenía curiosidad. Eso explicaría por qué estaba tan
decidido a negar tu proyecto. Nunca lo había visto tan… inflexible en
que una propuesta no sea aceptada. —Agita su mano, como si esto no
fuera importante—. Pero no deberías preocuparte por esto, porque ya
he obtenido fondos alternativos para tu proyecto.
Vaya. Ahora bien, esto no me lo esperaba.
—¿Financiación alternativa?
—Me acerqué a algunos líderes de equipo que me debían favores. Les
pregunté si tenían algún superávit presupuestario que quisieran dedicar
a tu proyecto, y pude reunir lo suficiente para enviarte de regreso a
Noruega.
Medio jadeo, medio rio.
—¿De verdad?
—De hecho.
—¿En el próximo AMASE?
—El que sale en febrero del próximo año, sí.
—¿Qué pasa con la ayuda que pedí? Necesitaré a otra persona para
ayudarme a construir el mini-rover y estar en el campo. Y tendré que

326
viajar bastante lejos de mi base de operaciones, lo que podría ser
peligroso por mi cuenta.
—No creo que podamos financiar a otro miembro de la expedición.
Aprieto los labios y pienso en ello. Probablemente pueda hacer la
mayor parte del trabajo de preparación por mi cuenta. Si no duermo
durante los próximos meses, que… Lo he hecho antes. Estaré bien. El
problema sería cuando llegue a Svalbard. Es demasiado arriesgado…
—Estaré allí, en el campo contigo, por supuesto —dice el Dr. Merel.
Estoy un poco sorprendida. En los meses que estuvimos en Noruega, lo
vi hacer muy poca recolección de muestras y caminar sobre la nieve.
Siempre lo he considerado más como un coordinador. Pero si se ofreció,
debe decirlo en serio, y… sonrío—. Perfecto entonces. Gracias.
Salgo de la habitación y durante unas dos semanas estoy tan
convencida de que mi proyecto se llevará a cabo que me las arreglo para
hacer precisamente eso: no dejar que nadie se entere. Ni siquiera les digo
a Mara y Sadie cuando hacemos FaceTime, porque… porque para
explicar el grado de traición de Ian, tendría que admitir la mentira que
les dije hace años. Porque me siento como una completa idiota por
confiar en alguien que no merece nada de mí. Porque ser honesta con
ellas primero me obligaría a ser honesta conmigo misma, y estoy
demasiado enojada, cansada y decepcionada para eso. En mis diatribas,
Ian se convierte en una figura anónima y sin rostro, y hay algo liberador
en eso. En no dejarme recordar que solía pensar en él con cariño y por
su nombre.
Luego, exactamente diecisiete días después, me encuentro con Ian
Floyd en el hueco de la escalera. Y ahí es cuando todo se va a la mierda.

Lo localizo antes de que él me vea a mí, por el rojo, la amplitud general

327
y el hecho de que él sube mientras yo bajo. Hay alrededor de cinco
ascensores aquí, y no estoy segura de por qué alguien elegiría
voluntariamente someter sus cuerpos al estrés de subir las escaleras,
pero estoy demasiado sorprendida de que Ian sea quien lo haga. Es el
tipo de superación sin gloria que esperaba de él.
Mi primer instinto es empujarlo y verlo caer y morir. Excepto que
estoy casi segura de que es un delito grave. Además, Ian es
considerablemente más fuerte que yo, lo que significa que podría no ser
factible. Aborta la misión, me digo. Solo aguanta. Ignóralo. No vale la pena tu
tiempo.
Los problemas comienzan cuando levanta la vista y me nota. Se
detiene exactamente dos escalones más abajo, lo que debería ponerlo en
desventaja pero, lamentablemente, injustamente, trágicamente, no lo
hace. Estamos a la altura de los ojos cuando sus ojos se agrandan y sus
labios se curvan en una sonrisa complacida. Él dice:
—Hannah —un toque de algo en su voz que reconozco pero rechazo
al instante, y no tengo más remedio que reconocerlo.
La escalera está desierta y el sonido llega lejos. Su «vine a buscarte» es
profundo y bajo y vibra a través de mí.
—La semana pasada. Un tipo en tu oficina dijo que no trabajas mucho
allí, pero…
—Vete a la mierda.
Las palabras se me escapan. Mi temperamento siempre ha sido
imprudente, a cien millas por hora, y… bien. Todavía lo es, supongo.
La reacción de Ian es demasiado desconcertada para confundirse. Me
mira como si no estuviera seguro de lo que acaba de escuchar, y es la
oportunidad perfecta para que me aleje antes de que diga algo de lo que
me arrepienta. Pero ver su rostro me hace recordar las palabras de
Merel, y eso… eso realmente no es bueno.

328
No te creía capaz de hacer el trabajo.
La peor parte, la que realmente duele, es lo mal que juzgué a Ian. De
hecho, pensé que era un buen tipo. Me gustaba mucho, cuando nunca
me permitía que me gustara nadie, y… ¿cómo se atreve? ¿Cómo se
atreve a apuñalarme por la espalda y luego dirigirse a mí como si fuera
mi amigo?
—¿Qué es exactamente con lo que tienes un problema, Ian? —
Encuadro mis hombros para hacerme más grande. Quiero que me mire
y piense en un tanque de crucero. Quiero que tenga miedo de que lo
vaya a saquear—. ¿Es que odias la buena ciencia? ¿O es puramente
personal?
Frunce el ceño. Tiene la audacia de fruncir el ceño.
—No tengo idea de lo que estás hablando.
—Es suficiente. Sé lo de la propuesta.
Por un segundo se queda absolutamente quieto. Luego su mirada se
endurece y pregunta:
—¿Quién te lo dijo?
Al menos no pretende no saber a qué me refiero.
—¿De verdad? —bufo—. ¿Quién me dijo? ¿Eso es lo que parece
relevante?
Su expresión es pétrea.
—Los procedimientos relacionados con el desembolso de fondos
internos no son públicos. Es necesaria una revisión por pares internos
anónima para garantizar…
—…para garantizar la capacidad de asignar fondos a colaboradores
cercanos y arruinar las carreras de aquellos que no te sirven. ¿Cierto? —
Él se sacude hacia atrás. No es la reacción que esperaba, pero aun así me
llena de alegría—. A menos que la razón fuera personal. Y vetaste mi
propuesta porque no me acosté contigo hace cinco años.
No lo niega, no se defiende, no grita que estoy loca. Sus ojos se 329
estrechan hasta convertirse en rendijas azules y pregunta:
—Fue Merel, ¿no?
—¿Por qué te importa? Vetaste mi proyecto, así que…
—¿También te dijo por qué lo veté?
—Nunca dije que fuera Merel quien…
—Porque él estaba allí cuando le expliqué mis objeciones, larga y
detalladamente. ¿Omitió eso? —Presiono mis labios juntos. Lo cual
parece interpretar como una apertura—. Hannah.
Se inclina más cerca. Estamos nariz con nariz, huelo su piel y su loción
para después del afeitado, y odio cada segundo de esto.
—Tu proyecto es demasiado peligroso. Te pide específicamente que
viajes a un lugar remoto para dejar el equipo en una época del año en la
que el clima es volátil y, a menudo, totalmente impredecible. Estuve en
Longyearbyen en febrero y las avalanchas se desarrollan de la nada. Solo
ha empeorado en los últimos…
—¿Cuantas veces?
Parpadea.
—¿Qué?
—¿Cuántas veces has estado en Longyearbyen?
—He estado en dos expediciones…
—Entonces entenderás por qué prefiero la opinión de alguien que ha
estado en una docena de misiones a la tuya. Además, ambos sabemos
cuál fue la verdadera razón del veto.
Ian abre y luego cierra la boca. Su mandíbula se endurece, y
finalmente estoy segura de ello: está enojado. Molesto. Lo veo en la
forma en que aprieta el puño. La llamarada de sus fosas nasales. Su gran
cuerpo está a solo unos centímetros del mío, brillando de ira. 330
—Hannah, Merel no siempre es de fiar. Ha habido incidentes bajo su
vigilancia que…
—¿Qué incidentes?
Una pausa.
—No debería revelar información. Pero no deberías confiarle tu…
—Cierto —me burlo—. Por supuesto que debo creer en la palabra del
tipo que actuó a mis espaldas por encima de la palabra del tipo que dio
la cara por mí y se aseguró de que mi proyecto fuera financiado de todos
modos. Una elección muy difícil de hacer.
Su mano se levanta para cerrarse alrededor de mi brazo, a la vez gentil
y urgente. Me niego a preocuparme lo suficiente como para alejarme de
su toque.
—¿Que acabas de decir?
Pongo los ojos en blanco.
—Dije un montón de cosas, Ian, pero la esencia era que te fueras a la
mierda. Ahora, si me disculpas…
—¿Qué quieres decir con que Merel se aseguró de que tu proyecto
fuera financiado de todos modos? —Su agarre se aprieta.
—Quiero decir exactamente lo que dije. —Me inclino, los ojos fijos en
los suyos, y por una fracción de segundo, la sensación familiar de estar
cerca, aquí, cerca de él, se estrella contra mí como una ola. Pero
desaparece con la misma rapidez, y todo lo que queda es una extraña
combinación de tristeza vengativa. Tengo mi proyecto, lo que significa
que gané. Pero también… Sí, me gustaba. Y aunque siempre estuvo en
la periferia de mi vida, creo que tal vez esperaba…
Bueno. No importa ahora.
—Encontró una alternativa, Ian —le digo. —Mi incapacidad y yo para
llevar a cabo el proyecto nos vamos a Noruega, y no hay nada que 331
puedas hacer al respecto.
Cierra los ojos. Luego los abre y murmura algo por lo bajo que suena
mucho a mierda, seguido de mi nombre y otras explicaciones
apresuradas que no me importa escuchar. Libero mi brazo de sus dedos,
lo miro a los ojos por última vez y me alejo, jurándome a mí misma que
esto es todo.
Nunca volveré a pensar en Ian Floyd.
Capítulo 7
Islas Svalbard, Noruega
Presente
No lleva equipo de la NASA.
Ya casi oscurece, la nieve cae constantemente y cada vez que miro
hacia el borde de la grieta, enormes copos de nieve me caen

332
directamente a los ojos. Pero incluso entonces, puedo decir: Ian no está
usando el equipo que la NASA suele entregar a los científicos de
AMASE.
Su sombrero y abrigo son de The North Face, un negro opaco
espolvoreado de blanco, interrumpido solo por el rojo de sus gafas y
pasamontañas. Su teléfono, cuando lo saca para comunicarse conmigo
desde el borde de la grieta, no es el Iridium estándar, sino un modelo
que no reconozco. Él mira hacia abajo durante un largo momento, como
si evaluara la situación de mierda en la que me las arreglé para ponerme.
Las ráfagas lo rodean, pero nunca lo tocan del todo. Sus hombros suben
y bajan. Una, dos, varias veces. Luego, finalmente, se levanta las gafas y
se lleva el teléfono a la boca.
—Enviaré la cuerda —dice, en lugar de un saludo.
Decir que estoy en un aprieto en este momento, o que tengo algunos
problemas entre manos, sería una gran subestimación. Y, sin embargo,
mirando desde el lugar donde estaba segura de que moriría hasta hace
unos cinco minutos, todo lo que puedo pensar es que la última vez que
hablé con este hombre, yo…
Le dije que se fuera a la mierda.
Repetidamente.
Y se lo merecía, al menos por decir que yo no valía para llevar a cabo
el proyecto. Pero en ese momento también mencionó que mi misión iba
a ser demasiado peligrosa. Y ahora ha aparecido en el Círculo Polar
Ártico, con sus profundos ojos azules y su voz aún más profunda, para
alejarme de una muerte segura.
Siempre supe que era una imbécil, pero nunca me di cuenta del
alcance de eso.
—¿Es este el «te lo dije» más masivo de la historia? —pregunto,
intentando una broma.
Ian me ignora.

333
—Una vez que tengas la cuerda, construiré un ancla —dice, con un
tono tranquilo y práctico, sin rastro de pánico. Es como si le estuviera
enseñando a un niño cómo atarse los cordones de los zapatos. No hay
urgencia aquí, no hay duda de que esto saldrá según lo planeado y
ambos estaremos bien—. Prepararé el pico y te subiré sobre mi hombro.
Asegúrate de que todo esté enganchado a tu bucle de seguridad.
¿Puedes tirar del lado fijo?
Solo lo miro fijamente. Siento… No estoy segura de qué. Estoy
confundida. Asustada. Hambrienta. Me siento culpable. Tengo frío.
Después de lo que probablemente sea demasiado tiempo, me las arreglo
para asentir.
Sonríe un poco antes de tirar la cuerda. Observo cómo se desenrolla,
se desliza hacia mí y se detiene a un par de pulgadas de donde estoy
acurrucada. Luego extiendo la palma y cierro mi mano enguantada
alrededor de su extremo.
Todavía estoy confundida, asustada, hambrienta y me siento
culpable. Pero cuando miro a Ian, tal vez siento un poco menos de frío.
Es sólo un esguince, estoy bastante segura. Pero en lo que respecta a
los esguinces, este es malo.
Ian es fiel a sus promesas y se las arregla para sacarme de la grieta en
apenas un par de minutos, pero en el instante en que estoy en la
superficie, trato de cojear y…no se ve bien. Mi pie toca el suelo y el dolor
atraviesa todo mi cuerpo como un rayo.

334
—Mierda… —Presiono una mano contra mis labios, tratando de
ocultar mi jadeo en la tela de mis guantes, luchando por mantenerme
erguida. Estoy bastante segura de que el fuerte silbido del viento se traga
mi gemido, pero no hay mucho que pueda hacer para ayudar a las
lágrimas que inundan mis ojos.
Afortunadamente, Ian está demasiado ocupado recogiendo la cuerda
para darse cuenta.
—Solo necesito un segundo —dice, y doy la bienvenida al indulto.
Podría haberme salvado de convertirme en el postre de un oso polar,
pero por alguna razón odio la idea de que me vea toda llorosa y débil.
Está bien, bien: necesitaba salvarme, y tal vez no luzco mucho en este
momento. Pero mi umbral del dolor suele ser bastante alto y nunca he
sido una llorona. No quiero darle a Ian ninguna razón para creer lo
contrario.
Excepto.
Excepto que esas dos lágrimas solitarias han abierto las compuertas.
Detrás de mí, Ian carga su equipo de escalada en su mochila, sus
movimientos son practicados, y yo… No me atrevo a ofrecer ayuda. Me
quedo de pie torpemente, tratando de evitar mi dolor en el tobillo, sobre
un pie, como un flamenco. Mis mejillas están calientes y húmedas por la
nieve que cae, y miro la estúpida grieta pensando que hasta hace un
minuto, hasta Ian Jodido Floyd, iba a ser el último lugar que viera. El
último trozo de cielo.
Y así, un terror acelerado me atraviesa. Noquea la tranquilidad
inventada de mi océano marciano, y la magnitud de lo que casi sucedió,
de todas las cosas que amo y que me habría perdido si Ian no hubiera
venido por mí, barre mi cerebro como un rastrillo.
Perros. Las tres de la mañana en verano. Sadie y Mara siendo idiotas,
y yo riéndome de ellas. Viajes de senderismo, té helado de kiwi, ese
restaurante griego que nunca llegué a probar, un código elegante, la
próxima temporada de Stranger Things, muy buen sexo, una
publicación de Nature, ver humanos en Marte, el final de Canción de

335
hielo y fuego…
—Tenemos que estar en camino antes de que la tormenta empeore —
dice Ian—. Estás…
Ian me mira y yo ni siquiera trato de ocultar mi rostro. Ya lo he
superado. Cuando se acerca, con el ceño fruncido en su rostro, dejo que
sostenga mis ojos, levante mi barbilla con sus dedos, inspeccione mis
mejillas. Su expresión cambia de urgente, a preocupada, a comprensión.
Tomo un respiro que se convierte en un trago. El trago, para mi horror,
se transforma en un sollozo. Dos. Tres. Cinco. Y entonces…
Entonces solo soy un maldito desastre. Lloriqueando lastimosamente,
como un niño, y cuando un cuerpo cálido y pesado me envuelve y me
agarra con fuerza, no ofrezco resistencia.
—Lo siento —murmuro contra el nailon de la chaqueta de Ian—. Lo
siento, lo siento, lo siento. Yo… no tengo ni idea de lo que me pasa, yo…
Es solo que no lo sabía. Abajo en la grieta, pude fingir que no estaba
pasando. Pero ahora que estoy afuera, y ya no me siento entumecida,
todo está regresando, y no puedo dejar de verlos, todas las cosas, todas
las cosas que casi…
—Shh. —Las manos de Ian se sienten imposiblemente grandes
mientras suben y bajan por mi espalda, ahuecan mi cabeza, acariciando
mi cabello húmedo por la nieve donde se derrama debajo del gorro.
Estamos en medio de una tormenta helada, pero tan cerca de él, me
siento casi en paz—. Shh. Está bien.
Me aferro a él. Me deja sollozar por largos momentos que no podemos
permitirnos, presionándome contra él sin aire entre nosotros, hasta que
puedo sentir los latidos de su corazón a través de las gruesas capas de
nuestra ropa. Luego murmura…
—Maldito Merel. —Con furia apenas contenida, y pienso que sería
tan fácil culpar a Merel, pero la verdad es que es mi culpa.
Cuando me inclino hacia atrás para decírselo, me acaricia la cara.

336
—Realmente tenemos que irnos. Te llevaré a la costa. Tengo un
aparato ortopédico ligero para tu tobillo, solo para evitar estropearlo
aún más.
—¿La costa?
—Mi barco está a menos de una hora de distancia.
—¿Tu barco?
—Vamos. Tenemos que ponernos en marcha antes de que caiga más
nieve.
—Yo… tal vez pueda caminar. Al menos puedo intentar…
Él sonríe, y el pensamiento de que podría haber muerto, podría haber
muerto, sin que este hombre me sonriera así, hace que mis labios
tiemblen.
—No me importa cargarte. —Aparece un hoyuelo—. Intenta contener
tu amor por las grietas, por favor.
Lo miro a través de las lágrimas. Resulta que es exactamente lo que
quiere de mí.
Ian me lleva casi todo el camino.
Decir que lo hace sin sudar, en medio de una tormenta de nieve cada
vez más espesa, en un clima de menos diez grados centígrados,
probablemente sería un poco exagerado. Huele a salado y cálido cuando
me deposita en una de las literas de la cubierta inferior del barco, un
pequeño barco de expedición llamado M/S Sjøveien. Veo gotitas de
sudor aquí y allá, y le hacen brillar la frente y el labio superior antes de
que se las seque con las mangas de la chaqueta. 337
Aún así, no puedo superar la relativa facilidad con la que se abrió paso
a través de mesetas glaciares durante más de una hora, vadeando nieve
vieja y fresca, esquivando formaciones rocosas y algas heladas, sin
quejarse ni una sola vez de mis brazos enroscados alrededor de su
cuello.
Casi se resbala dos veces. En ambas ocasiones, sentí el acero de sus
músculos mientras se tensaban para evitar la caída, su gran cuerpo
sólido y confiable mientras se equilibraba y reorientaba antes de retomar
el ritmo nuevamente. En ambas ocasiones, me sentí extraña e
incomprensiblemente segura.
—Necesito que le hagas saber a AMASE que estás a salvo —me dice
en el momento en que estamos en el barco. Miro a mi alrededor y me
doy cuenta por primera vez de que no hay otros pasajeros a bordo—. Y
que no es necesario que los socorristas salgan una vez que amaine la
tormenta.
Arrugo la frente.
—¿No sabrían que tú ya…?
—Ahora. Por favor. —Me mira fijamente hasta que redacto y envío un
mensaje a todo el grupo AMASE, de una manera que me recuerda que
él es un gran líder. Acostumbrado a que la gente haga lo que dice—.
Tenemos un calentador de espacio, pero no va a hacer mucho con esta
temperatura.
Se quita la chaqueta, revelando una térmica negra debajo. Su cabello
es desordenado, brillante y hermoso. No tan repugnantemente
aplastado como el mío, un fenómeno inexplicable que debería ser objeto
de varios estudios de investigación. Quizá solicite una subvención para
investigarlo. Entonces Ian me vetará, y volveremos al Odio Mutuo desde
el principio.

338
—Los vientos son más fuertes de lo que me gustaría, pero a bordo
sigue siendo una opción más segura que en tierra. Estamos anclados,
pero las olas pueden ponerse feas. Hay medicamentos contra el mareo
al lado de tu litera y…
—Ian.
Se queda quieto.
—¿Por qué no llevas un traje de supervivencia de la NASA?
Él no me mira. En su lugar, cae de rodillas frente a mí y comienza a
trabajar en mi aparato ortopédico. Sus manos grandes son firmes pero
delicadas en mi pantorrilla.
—¿Estás segura de que no está roto? ¿Es doloroso?
—Sí. Y sí, pero está mejorando. —El calor, o al menos la falta de
vientos helados, está ayudando. El agarre de Ian, reconfortante y cálido
alrededor de mi tobillo hinchado, tampoco duele—. Este tampoco es un
barco de la NASA. —No es que esperara que lo fuera. Creo que sé lo que
está pasando aquí.
—Es lo que teníamos a nuestra disposición.
—¿Quiénes?
Todavía no me mira a los ojos. En lugar de eso, aprieta el aparato
ortopédico y me cubre el pie con un grueso calcetín de lana. Creo que
siento los fantasmas de las yemas de los dedos arrastrándose
brevemente por mi dedo del pie, pero tal vez sea mi impresión. Debe
ser.
—Deberías beber. Y comer. —Él se endereza—. Te traeré…
—Ian —lo interrumpo en voz baja. Hace una pausa, y ambos
parecemos desconcertados al mismo tiempo por mi tono. Es solo una…
suplica. Estoy cansada. Por lo general, no soy de mostrar vulnerabilidad,
pero… Ian ha venido a buscarme, en un pequeño barco oscilante, a
través de los fiordos. Estamos solos en la cuenca del Ártico, rodeados de

339
glaciares de veinte mil años de antigüedad y vientos aulladores. No hay
nada habitual en esto—. ¿Por qué estás aquí?
Levanta una ceja.
—¿Qué? ¿Extrañas tu grieta? Puedo llevarte de regreso si…
—No, en serio, ¿por qué estás aquí? ¿En este barco? No formas parte
de AMASE este año. Ni siquiera deberías estar en Noruega. ¿No te
necesitan en el JPL?
—Estarán bien. Además, navegar es una de mis pasiones. —
Obviamente está siendo evasivo, pero el frío debe haber congelado mis
células cerebrales, porque todo lo que quiero en este momento es saber
más sobre las pasiones de Ian Floyd. Cierto o inventado.
—¿De verdad?
Se encoge de hombros, evasivo.
—Solíamos navegar mucho cuando yo era un niño.
—¿Quiénes?
—Mi papá y yo. —Se pone de pie y se aleja de mí, comenzando a
hurgar en los pequeños compartimentos del casco—. Me traía cuando
tenía que trabajar.
—Vaya. ¿Era un pescador?
Escucho un resoplido cariñoso.
—Él traficaba drogas.
—¿Él qué?
—Él traficaba drogas. Marihuana, en su mayor parte…
—No, te escuché la primera vez, pero… ¿en serio?
—Sí.
Arrugo la frente.
—Estás… ¿Estás bien? ¿Es eso… incluso? ¿Eso es posible, el
contrabando de hierba en barcos? 340
Está jugueteando con algo, dándome la espalda, pero se gira lo
suficiente para que yo capte la curva de su sonrisa.
—Sí. Ilegal, pero es posible.
—¿Y tu padre te llevaba?
—Algunas veces. —Se da la vuelta, sosteniendo una pequeña bandeja.
Siempre se ve grande, pero encorvado en la cubierta demasiado baja se
siente como la Gran Barrera de Coral—. Volvía loca a mi mamá.
Me rio.
—¿A ella no le gustaba que su hijo fuera parte de la empresa criminal
familiar?
—Imagínate. —Su hoyuelo desaparece—. Discutían sobre eso durante
horas. No es de extrañar que Marte comenzara a sonar tan atractivo.
Ladeo la cabeza y estudio su expresión.
—¿Es por eso que creciste sin conocer a Mara?
—¿Quién es M… Oh. Sí. En la mayor parte. A mamá no le gusta
mucho el lado Floyd de la familia. Aunque estoy seguro de que él
también es la oveja negra según sus estándares. Realmente no se me
permitía pasar tiempo con él, así que… —Sacude la cabeza, como para
cambiar de tema—. Aquí. No es mucho, pero deberías comer.
Tengo que obligarme a apartar la mirada de su rostro, pero cuando
noto los sándwiches de mantequilla de maní y mermelada que hizo, mi
estómago se contrae de felicidad. Me muevo en la litera hasta que me
siento más erguida, me quito la chaqueta e inmediatamente ataco la
comida. Mi relación con la comida es mucho menos complicada que la
que tengo con Ian Floyd, después de todo, y me pierdo en el sencillo y
relajante acto de masticar por… durante mucho tiempo, probablemente.
Cuando trago el último bocado, recuerdo que no estoy sola y lo noto

341
mirándome con una expresión divertida.
—Lo siento. —Mis mejillas se calientan. Me cepillo las migas de la
camiseta térmica y lamo un poco de mermelada de la comisura de los
labios—. Soy fanática de la mantequilla de maní.
—Lo sé.
¿Lo hace?
—¿Lo sabes?
—¿Tu pastel de graduación no era solo una taza gigante de Reese?
Muerdo el interior de mi mejilla, sorprendida. Fue el que me dieron
Mara y Sadie después de que defendí mi tesis. Se cansaron de que
lamiera el glaseado y la mantequilla de maní que llenaban los pasteles
de Costco que solían comprar y me pidieron una taza gigante. Pero no
recuerdo haberle dicho nunca a Ian. Apenas lo pienso, la verdad. Lo
recuerdo solo cuando entro en mi Instagram apenas usado, porque la
foto de nosotras tres investigando es lo último que publiqué…
—Deberías descansar mientras puedas —me dice Ian—. La tormenta
debería amainar mañana por la mañana temprano y zarparemos.
Necesitaré tu ayuda en esta visibilidad de mierda.
—Está bien —estoy de acuerdo—. Sí. Pero todavía no entiendo cómo
puedes estar aquí solo si…
—Iré a comprobar que todo está bien. Regreso en un minuto. —
Desaparece antes de que pueda preguntarle exactamente qué necesita
comprobar. Y él no regresa en un minuto, o incluso antes de que me
recueste en la litera, decida descansar mis ojos por un par de minutos y
me quede dormida, muerta para el mundo.

El rugido del viento y el rítmico vaivén de la barca me despiertan, 342


pero lo que me desvela es el frío.
Miro alrededor bajo el brillo azul de la lámpara de emergencia y
encuentro a Ian a unos metros de mí, durmiendo en la otra litera. Es
demasiado corta y apenas lo suficientemente ancha para acomodarlo,
pero parece arreglárselas. Sus manos están dobladas prolijamente sobre
su estómago, y las cobijas están puestas de una patada, lo que me dice
que la cabina probablemente no esté tan fría como me siento
actualmente.
No es que importe: es como si las horas pasadas fuera se me hubieran
metido en los huesos para seguir helándome por dentro. Intento
acurrucarme bajo las sábanas durante unos minutos, pero los escalofríos
solo empeoran. Tal vez lo suficientemente fuerte como para desalojar
algún tipo de vía cerebral importante, porque sin saber muy bien por
qué, salgo de mi litera, me envuelvo en la manta y cojeo por el piso
rodante en dirección a Ian.
Cuando me acuesto a su lado, parpadea, aturdido y levemente
sobresaltado. Y, sin embargo, su primera reacción no es tirarme al mar
sino empujar hacia el mamparo para dejarme sitio.
Es mucho mejor persona de lo que yo seré jamás.
—¿Hannah?
—Yo solo… —Me castañetean los dientes. Otra vez—. No puedo
entrar en calor.
Él no duda. O tal vez lo haga, pero solo una fracción de segundo. Abre
sus brazos y me atrae hacia su pecho, y… Encajo dentro de ellos tan
perfectamente que es como si hubiera un lugar preparado para mí todo
el tiempo. Un rincón de cinco años, familiar y acogedor. Un rincón
delicioso y cálido que huele a jabón y sueño, pecas y piel pálida y
sudorosa.
Me dan ganas de llorar de nuevo. O reír. No puedo recordar la última
vez que me sentí tan frágil y confundida.
—¿Ian? 343
—¿Hm? —Su voz es áspera, todo pecho. Así es como suena cuando se
despierta. Cómo habría sonado a la mañana siguiente si hubiera
accedido a ir a cenar con él.
—¿Cuánto tiempo has estado en Svalbard?
Él suspira, un cálido resoplido en la coronilla de mi cabello. Debo estar
tomándolo con la guardia baja, porque esta vez responde la pregunta.
—Seis días.
Seis días. Eso es un día antes de que yo llegara.
—¿Por qué?
—Vacaciones. —Me acaricia la cabeza con la barbilla.
—Vacaciones —repito. Su térmica es suave bajo mis labios.
—Sí. Tenía —bosteza contra mi cuero cabelludo— mucho tiempo de
sobra.
—¿Y decidiste pasarlo en Noruega?
—¿Por qué suenas incrédula? Noruega es un buen lugar. Tiene
fiordos, estaciones de esquí y museos.
Excepto que no es allí donde está. Ni en una estación de esquí, ni
mucho menos en un museo.
—Ian. —Se siente tan íntimo decir su nombre tan cerca de él.
Presionarlo contra su pecho mientras mis dedos se curvan en su
camisa—. ¿Cómo supiste?
—¿Saber qué?
—Que mi proyecto iba a ser un espectáculo de mierda. Que yo… Que
no iba a poder terminar mi proyecto. —Voy a empezar a llorar de nuevo.
Posiblemente—. Quizás. ¿Fue… fue tan obvio? ¿Soy solo esta idiota
total, gigante e incompetente que decidió hacer lo que le diera la gana a
pesar de que todos los demás le decían que iba a…?
—No, no, shh. —Sus brazos se aprietan a mi alrededor y me doy 344
cuenta de que, de hecho, estoy llorando—. No eres una idiota, Hannah.
Y tú eres lo opuesto a una incompetente.
—Pero me vetaste porque yo…
—Por el peligro intrínseco de un proyecto como el tuyo. Durante los
últimos meses, traté de detener este proyecto de unas diez maneras
diferentes. Reuniones personales, correos electrónicos, apelaciones: lo
probé todo. E incluso las personas que estaban de acuerdo conmigo en
que era demasiado peligroso no intervinieron para evitarlo. Así que no,
no eres la idiota, Hannah.
—¿Qué? —Me muevo sobre mi codo para sostener sus ojos. El azul es
negro como boca de lobo en la noche—. ¿Por qué?
—Porque es un gran proyecto. Es absolutamente brillante y tiene el
potencial de revolucionar las futuras misiones de exploración espacial.
Alto riesgo, alta recompensa. —Sus dedos empujan un mechón detrás
de mi oreja, luego bajan por mi cabello—. Con riesgo demasiado alto.
—Pero Merel dijo que…
—Merel es un maldito idiota.
Mis ojos se abren. El tono de Ian es exasperado y furioso y no es para
nada lo que esperaría de su yo usualmente calmado y distante.
—Bueno, el Dr. Merel tiene un doctorado de Oxford y creo que es
miembro de MENSA, así que…
—Es un imbécil. —No debería reírme ni acercarme aún más a Ian,
pero no puedo evitarlo—. Él también estaba en AMASE cuando yo
estuve aquí. Hubo dos lesiones graves durante mi segunda expedición,
y ambas sucedieron porque empujó a los científicos a terminar el trabajo
de campo cuando las condiciones no eran óptimas.
—Espera, ¿en serio? —Él asiente secamente—. ¿Por qué sigue en la
NASA?
—Porque su negligencia fue difícil de probar y porque los miembros 345
de AMASE firmaron sus renuncias. Como tú lo hiciste. —Respira hondo,
tratando de calmarse—. ¿Por qué estabas allí sola?
—Necesitaba dejar el equipo. La tormenta no fue pronosticada. Pero
luego hubo una avalancha cerca, me asusté de que mi mini-rover se
dañara, comencé a correr sin mirar y…
—No, ¿por qué estabas sola, Hannah? Se suponía que tenías a alguien
más contigo. Eso es lo que decía la propuesta.
—Vaya —trago—, se suponía que Merel vendría con refuerzos. Pero
no se sentía bien. Me ofrecí a esperarlo, pero dijo que estaríamos
perdiendo valiosos días de datos y que debería ir sola, y yo… —Aprieto
mis dedos alrededor del material de la camisa de Ian—. Fui. Y luego,
cuando pedí ayuda, me dijo que el clima estaba cambiando, y…
—Mierda —murmura. Sus brazos se aprietan alrededor de mí, casi
dolorosos—. Mierda.
Me estremezco.
—Sé que estás enojado conmigo. Y tienes todo el derecho…
—No estoy enojado contigo —dice, sonando enojado conmigo—.
Estoy enojado con el maldito… —Lo estudio, escéptica, mientras él
inhala profundamente. Exhala. Inhala de nuevo. Parece pasar por un
ciclo de algunas emociones que no estoy segura de entender, y termina
con—: Lo siento. Me disculpo. Normalmente no me…
—¿Enojo?
Asiente.
—Por lo general soy mejor en…
—¿Preocuparte menos? —Termino por él, y él cierra los ojos y asiente
de nuevo.
Bueno. Esto está empezando a tener sentido. 346
—AMASE no te envió —le digo. No es una pregunta. Ian no me lo
admitirá, pero en esta litera, junto a él, es tan obvio lo que sucedió. Vino
a Noruega para mantenerme a salvo. En cada paso del camino, todo lo
que hizo fue mantenerme a salvo—. ¿Cómo supiste que te iba a
necesitar?
—No lo sabía, Hannah. —Su pecho sube y baja en un profundo
suspiro. Otro hombre estaría regodeándose ahora. Ian…Creo que solo
desearía haberme ahorrado esto—. Tenía miedo de que te pasara algo.
Y no confío en Merel. No contigo. —Él dice, contigo, como si yo fuera
una cosa notable e importante. El punto de datos más preciado; su
pueblo favorito; el paisaje marciano más hermoso y desolado. A pesar
de que lo empujé, una y otra vez, todavía vino en un barco oscilante en
medio del océano más frío del planeta Tierra, solo para calentarme.
Trato de levantar la cabeza y mirarlo, pero él la presiona suavemente
y sigue acariciando mi cabello.
—Realmente deberías descansar.
Él tiene razón. Ambos deberíamos. Así que empujo una pierna entre
las suyas y él me deja. Como si su cuerpo fuera cosa mía.
—Lo siento. Sobre lo que te dije en Houston.
—Shh.
—Y que te he puesto en peligro…
—Shh, está bien. —Besa mi sien. Está mojada por el deslizamiento de
mis lágrimas—. Está bien.
—No lo está. Podrías estar trabajando con tu equipo o durmiendo en
tu propia cama, pero estás aquí por mí y…
—Hannah, no hay otro lugar en el que prefiera estar.
Me rio, débil.
—¿Ni siquiera… ni siquiera literalmente en otro lugar?
347
Lo escucho reírse justo antes de que me duerma.
Capítulo 8
Antes de que podamos partir hacia Houston, pasamos una noche en
un hotel en Longyearbyen, el asentamiento principal de Svalbard.
Ofrece un desayuno bufé sin fondo y mantiene la temperatura de las
habitaciones unos diez grados más alta de lo necesario para una
vivienda interior cómoda, verdaderamente el material de los sueños de
Hannah después de la grieta. No estoy segura de si Ian comparte mi
dicha, ya que desaparece tan pronto como me instalo. Sin embargo, está
bien, porque tengo cosas que hacer. Principalmente escribo un informe 348
detallado que actualiza a la NASA sobre lo que sucedió, que no
menciona a Ian (a pedido suyo) pero termina en una queja formal contra
Merel. Después de eso, me topé con un raro momento de gracia: logré
conectarme al mini-rover en el campo. Dejo escapar un chillido de
alegría cuando me doy cuenta de que está recopilando el tipo preciso de
datos que necesitaba. Miro la transmisión entrante, recuerdo lo que dijo
Ian en el barco sobre lo valioso que sería mi proyecto para futuras
misiones, y casi rompo en llanto.
No sé. Todavía debo estar conmocionada.
Salimos al día siguiente. Hice lo que vine a AMASE
(sorprendentemente con éxito), e Ian necesita estar en JPL en tres días.
El primer viaje en avión es de Svalbard a Oslo, en uno de esos
minúsculos aviones que despegan de minúsculos aeropuertos con sus
minúsculos asientos y minúsculos refrigerios de cortesía. Ian y yo no nos
sentamos uno al lado del otro, ni tampoco de Oslo a Frankfurt. Paso el
tiempo mirando por la ventana y viendo las reposiciones de JAG con
subtítulos en noruego. Al final del tercer episodio, sospecho firmemente
que skyldig significa culpable.
—Supongo que ikke significa «no», entonces —me dice Ian mientras
lleva a mi yo todavía herido por el aeropuerto de Frankfurt. Me giro
para mirarlo, perpleja—. ¿Qué? Yo también estaba viendo JAG. Es un
buen espectáculo. Me recuerda a mi infancia.
—¿En verdad? ¿Solías ver un programa sobre abogados militares con
tu extraño padre contrabandista?
Me da una mirada tímida, y me echo a reír.
—¿Harm y Mac terminan juntos al final? —le pregunto.
Él medio sonríe.
—Sin aguafiestas.
—Oh vamos. 349
—Tendrás que verlo para averiguarlo.
—O podría buscarlo en Wikipedia.
Sigue sonriendo, como si pensara que no lo haré. Él tiene razón.
Estamos juntos para la última etapa del viaje. Ian me deja el asiento
junto a la ventana sin que yo se lo pida y se acomoda a mi lado después
de guardar nuestras maletas y colocar una almohada debajo de mi
aparato ortopédico. Es ancho y sólido, sus piernas están acalambradas y
son demasiado largas para el poco espacio que tiene, y una vez que
ambos estamos abrochados, se siente como si estuviera bloqueando el
resto del mundo. Un muro que me mantiene a salvo del ruido y la
acción. He estado inquieta desde el barco y no he logrado más que
siestas muy breves, pero unos minutos después de despegar, siento que
comienzo a adormecerme, exhausta. Lo último que hago antes de
dormirme es apoyar la cabeza en el hombro de Ian. Lo último que
recuerdo que hizo fue moverse un poco más, para asegurarse de que
estoy lo más cómoda posible.
Me despierto en algún lugar sobre el Atlántico y me quedo
exactamente dónde estoy durante varios minutos, mi sien contra su
brazo, el olor a limpio de su ropa y su piel en mis fosas nasales. Está
mirando su tableta, leyendo un artículo sobre propulsión de plasma.
Hojeo unas pocas líneas en la sección de métodos antes de decir:
—Normalmente no soy así.
No parece sorprendido de que esté despierta.
—¿Cómo?
Lo pienso.
—Necesitada. —Creo que algo más—. Pegajosa.
—Lo sé. —No puedo ver su rostro, pero su voz es baja y amable.
—¿Cómo lo sabes?
350
—Te conozco.
Mi primer instinto es erizarme y empujar hacia atrás. Algo dentro de
mí rechaza ser conocida, porque ser conocido significa ser rechazado,
¿no es así?
—Pero no me conoces. Realmente no me conoces. Quiero decir, ni
siquiera follamos.
—Cierto. —Él asiente y su mandíbula roza mi cabello—. ¿Me habrías
dejado conocerte si hubiéramos follado?
—No. —Bostezo y me enderezo, arqueándome para estirar mi
dolorida espalda—. ¿Alguna vez piensas en eso?
—¿Acerca de?
—Hace cinco años. Esa tarde.
—Lo pienso mucho —dice de inmediato, sin dudarlo. Su expresión es
indescifrable para mí. Totalmente ilegible.
—¿Es por eso que viniste a rescatarme? —Bromeo—. ¿Porque estabas
pensando en eso? ¿Porque has estado suspirando en secreto durante
años?
Me mira a los ojos directamente.
—No sé si había algo secreto sobre eso.
Vuelve a su tableta, todavía tranquilo, todavía relajado. Luego,
después de varios minutos y un par de bostezos, cierra los ojos y apoya
la cabeza contra el asiento. Esta vez es él quien se queda dormido, y me
quedo despierta, mirando la fuerte línea de su garganta, incapaz de
evitar que mi cabeza gire en un millón de direcciones diferentes.

Cuando salimos del área de la TSA del aeropuerto de Houston, hay


351
un letrero entre la multitud, similar a los que los conductores de
limusinas sostienen en las películas cuando recogen clientes importantes
que temen no reconocer.
HANNAH ARROYO, dice. Y debajo: QUIÉN CASI MUERE Y NI
SIQUIERA NOS DIJO. ADEMÁS, SIEMPRE SE OLVIDA DE
REEMPLAZAR EL ROLLO DE PAPEL HIGIÉNICO. QUE PEQUEÑA
MIERDA.
Es una señal bastante grande. Más aún porque lo sostienen dos chicas
no muy altas, una pelirroja y una morena, que obviamente me miran con
furia.
Me giro hacia Ian. Durmió de vez en cuando durante las últimas
cuatro horas y todavía se ve aturdido, su rostro suave y relajado. Lindo,
creo. E inmediatamente después: Delicioso. Guapo. Deseable. No digo
nada de eso y en su lugar pregunto:
—¿Qué están haciendo mis amigas idiotas aquí?
Se encoge de hombros.
—Pensé que querrías hablar sobre tu experiencia cercana a la muerte
con alguien, así que decidí contarle a Mara lo que pasó. No esperaba que
viniera en persona.
—Atrevido de tu parte asumir que no se lo dije yo misma.
Su ceja se levanta.
—¿Acaso lo hiciste?
—Iba a hacerlo. Una vez que me relajara y dejara de quejarme. Y lo
que sea. —Pongo los ojos en blanco. Vaya, soy madura—. ¿Cómo
pasaste de no recordar el nombre de Mara a tener su número?
—Tuve que hacer cosas indescriptibles.
Yo jadeo. 352
—No la tía abuela Delphina.
Aprieta los labios y asiente, lenta y miserablemente.
—Ian, lo siento mucho …
No puedo terminar la oración, porque estoy siendo abordado por dos
goblins pequeñas pero sorprendentemente fuertes. Me tambaleo sobre
mi único tobillo que funciona, casi ahogándome cuando sus brazos se
aprietan con fuerza alrededor de mi cuello.
—¿Por qué están aquí?
—Por qué —dice Mara contra mi hombro. Ambas están llorando,
realmente fuerte, tan débiles, tan tiernas. Dios, las amo.
—Chicas. Tranquilas. Ni siquiera morí.
—¿Qué pasa con la congelación? —Sadie murmura en mi axila. Había
olvidado lo increíblemente bajita que es.
—Un poco.
—¿Cuántos dedos amputados?
—Tres.
—Eso no está mal —dice Mara constipada—. Pedicura más barata.
Me rio e inhalo profundamente. Huelen de maravilla, una mezcla de
mundano y familiar, como las terminales del aeropuerto y sus champús
favoritos que solía robar y nuestro pequeño apartamento de Pasadena.
—En serio, chicas, ¿qué están haciendo aquí? ¿No tienen, como,
trabajo que hacer?
—Nos tomamos dos días libres y mi vecino está viendo a Ozzy, bruja
ingrata —me dice Sadie antes de comenzar a llorar más fuerte. La acerco
aún más y le doy una palmadita en la espalda.
A unos metros de nosotros, dos hombres altos hablan en voz baja.

353
Reconozco a Liam y Erik por sus apariciones como invitados en nuestros
encuentros nocturnos de FaceTime y los saludo con mi mejor expresión
de Estas dos, ¿tengo razón? Me devuelven el saludo y responden con
asentimientos cariñosos que me dicen que están 500 por ciento de
acuerdo.
—Oh, ¿Ian? Eres Ian, ¿verdad? —Mara se separa de nuestro abrazo-
bulto—. Muchas gracias por llamarnos, esta idiota nunca nos hubiera
dicho el alcance de lo que pasó. Y, um, lo siento, no he estado en contacto
en el pasado… ¿quince años?
—No te disculpes —le digo—. Él pensó que tu nombre era Melissa
hasta hace veinte minutos.
Ella frunce el ceño.
—¿Qué? ¿De verdad?
Ian parpadea desde mi lado, luciendo un poco avergonzado.
—Bueno, aún así. —Ella se encoge de hombros—. Te prometo que no
tengo nada contra ti personalmente. En general, no soy una fanática de
la familia Floyd.
—Yo tampoco.
Los ojos de Mara se iluminan.
—Son personas horribles, ¿verdad?
—Lo peor.
—Gracias. ¡Oye, deberíamos separarnos! Formar nuestra propia rama
oficial de la familia. ¿Ese video de ti orinando en un Lowe's que me
obligaron a mirar una y otra vez? Nunca lo volvería a mencionar.
Ian sonríe.
—Suena genial.
Mara me devuelve la sonrisa, pero luego se inclina para abrazarme
una vez más y me susurra al oído:

354
—Ni siquiera estoy segura de que sea realmente un Floyd. Su cabello
es apenas rojo.
Estallo a carcajadas. Creo que estoy en casa de verdad.

Quiero permanecer despierta y disfrutar de la alegría de tener a Sadie


y Mara en mi espacio vital nuevamente, pero fallo y me desmayo en el
momento en que llegamos a mi casa. Me despierto en medio de la noche,
Sadie y Mara a cada lado de mí en mi cama tamaño queen, y mi corazón
está tan lleno que tengo miedo de que se desborde. Aparentemente, esto
es lo que soy ahora, una criatura gatita unicornio arcoíris malvavisco.
Bah. Me pregunto aturdida a dónde fueron sus novios, me vuelvo a
dormir rápidamente y descubro la respuesta solo varias horas después,
cuando el sol brilla en mi cocina y estamos sentadas en mi mesa
desordenada.
—Se iban a quedar en un hotel —dice Mara. Ella está tomando Cheez-
Its para el desayuno sin siquiera molestarse en parecer avergonzada—.
Pero Ian les dijo que podían dormir con él.
—¿Lo hizo? —Mi nevera está llena, aunque la desconecté antes de
irme a Noruega. Hay varias cajas nuevas de cereales encima y fruta
fresca en una cesta que no sabía que tenía. Me pregunto cuál de los
adultos confiables en mi vida es responsable de esto—. ¿Tiene espacio?
—Dijo que tiene un lugar grande.
—Mmm. —No puedo creer que el novio vikingo de Sadie vea el
apartamento de Ian antes que yo. Oh bien.
—Así que —dice—, este parece ser el comienzo perfecto para
interrogarte y averiguar si te estás tirando a un pariente de Mara. Pero
es obvio que lo haces. Además, casi te haces helado en el Polo Norte. Te
lo pondremos fácil.
—Eso es muy considerado. —Tomo una uva del cuenco misterioso— 355
. Aunque no lo estoy.
—Mierda.
—No realmente. Tonteamos hace cinco años, cuando nos reunimos
para la entrevista de Helena. Luego tuvimos una gran discusión hace
seis meses, cuando le dije que se fuera a la mierda después de que vetó
mi expedición porque era demasiado peligrosa, no porque pensara que
era una idiota, como alguien me dijo. Luego vino a salvarme la vida
cuando casi muero en dicha expedición. —No menciono nuestra noche
juntos en el barco, porque… no hay nada que decir, de verdad.
Técnicamente, no pasó nada.
—En lo que respecta al Te lo dije, este es excelente —dice Mara.
—¿Verdad? ¡Es lo que pensaba!
—Espera —interrumpe Sadie—. ¿Sabíamos que fue él quien vetó tu
propuesta? ¿Y sabíamos sobre la parte de tontear hace cinco años? ¿Lo
olvidamos?
—No lo hicimos —dice Mara—. No lo habríamos olvidado. Gracias
por mantenernos informadas sobre tu vida, Hannah.
—¿Te hubiera importado saberlo?
Sus «infierno, sí» son simultáneos.
Claro. Por supuesto.
—Está bien, vamos a ver. Nos besamos en el JPL. Luego me invitó a
cenar. Dije que no tenía citas, pero que lo follaría de todos modos. Él no
estaba interesado y nos fuimos por caminos separados. —Me encojo de
hombros—. Ahora lo saben.
Mara me mira.
—Guau. Tan oportuno.

356
Le tiro un beso.
—Pero las cosas han cambiado, ¿verdad? —pregunta Sadie—. Quiero
decir… anoche te cargó siete pisos arriba porque el ascensor estaba
averiado. Es obvio que siente algo por ti.
—Sí —está de acuerdo Mara—. ¿Vas a romper el corazón de mi
pariente de sangre? No me malinterpretes, todavía estaría de tu lado.
Las amigas antes que los hermanos.
—Él no es tu hermano en ningún sentido de la palabra —señalo.
—Oye, es mi primo o algo así.
Sadie le da una palmadita en el hombro.
—Lo es o algo que entiendo cada vez. Realmente puedes sentir los
lazos familiares inquebrantables.
—Nos separamos anoche. Somos los fundadores de Floyds 2.0. Y tú
—me señala— podrías ser una de nosotros.
—¿Podría?
—Sí. Si le dieras una oportunidad a Ian.
—Yo… No sé. —Pienso en cómo me apretó la mano mientras
aterrizaba el avión. Sobre la forma en que pidió galletas en lugar de
pretzels, porque le dije que eran mis favoritas. Sobre su brazo alrededor
de mis hombros en Noruega mientras el conserje nos registraba en
nuestras habitaciones. Cuando se quedo dormido a mi lado, y yo me di
cuenta de lo exigente, lo físicamente exigente que debe haber sido venir
a sacarme de la situación idiota en la que me puse, sin importar que ni
siquiera puso los ojos en blanco ante la carga de eso.
No me gusta la palabra citas. No me gusta la idea. Pero con Ian… No
sé. Parece diferente con él.
—Supongo que ya veremos. No estoy segura de que quiera tener una
cita —digo, mirando los Froot Loops de Sadie. El silencio que sigue se
prolonga tanto que me veo obligada a mirar hacia arriba. Ella y Mara me

357
miran como si acabara de anunciar que dejaría mi trabajo para
dedicarme al macramé a tiempo completo—. ¿Qué?
—¿Ella realmente acaba de usar la palabra cita? —Mara le pregunta a
Sadie, fingiendo que no estoy sentada aquí.
—Creo que sí. ¿Y sin referirse a la fruta repugnante?
Mara frunce el ceño.
—Amiga, las citas son increíbles.
—No, no lo son.
—Sí. Intenta envolverlas en tocino.
—Está bien —reconoce Sadie—, cualquier cosa es increíble si lo
envuelves en tocino, pero…
Me aclaro la garganta. Se vuelven hacia mí.
—Entonces, ¿vas a salir con él?
Me encojo de hombros. Lo pienso. La idea es tan extraña que mi
cerebro se da cuenta por un momento. Pero recordar la forma en que Ian
me sonrió en Svalbard me ayuda a superarlo.
—Creo que voy a preguntar. Si él quiere.
—Teniendo en cuenta que te salvó la vida, se puso en contacto con la
tía abuela Delphina e invito a su casa a dos tipos que nunca había visto
antes para que sus novias pudieran salir contigo… Creo que tal vez lo
haga.
Asiento con la cabeza, mis ojos fijos en la distancia media.
—Sabes, cuando caí, el líder de mi expedición dijo que nadie vendría
a rescatarme. Pero… él vino. Ian vino. A pesar de que ni siquiera se
suponía que debía estar allí.
Sadie frunce el ceño.
—¿Estás diciendo que sientes que tienes que salir con él por eso?
—No. —Le sonrío—. Como sabes, es bastante imposible hacer que 358
haga algo que no quiero.
Sadie me mira con pestañeo.
—Siempre me las arreglo.
—No es verdad.
—Sí. Por ejemplo, en diez minutos te llevaré al médico de la NASA
cuya dirección anotó Ian y te revisaremos el pie.
Frunzo el ceño.
—De ninguna manera.
—Claro que sí.
—Sadie, estoy bien.
—¿De verdad crees que vas a ganar esto?
—Mierda, sí.
Se inclina hacia adelante sobre su tazón de cereal con una pequeña
sonrisa.
—Está encendido, bebé. Que gane la mejor perra.
Sadie, naturalmente, gana.
Después de que el médico me dice cosas que ya sabía (esguince alto,
bla, bla) y me da un mejor aparato ortopédico con el que puedo caminar,
llevo a Sadie y Mara a mi cafetería favorita. Sus aviones salen tarde esta
noche, y exprimimos todo lo que podemos del día. Cuando lleguemos
al apartamento de Ian, espero…

359
No sé, en realidad. Basada en lo que sé de las personalidades de los
chicos, pensé que los encontraríamos meditando en silencio, revisando
sus correos electrónicos de trabajo. De vez en cuando aclarando sus
gargantas, tal vez. Pero Ian nos hace pasar a su casa, y cuando entramos
en la amplia sala de estar, los descubrimos a los tres tirados en la enorme
sección, cada uno sosteniendo un controlador de PlayStation mientras
gritan en dirección al televisor. Una inspección más profunda revela que
los avatares de Liam e Ian están disparando a un monstruo gelatinoso,
mientras que los de Erik se acurrucan en la esquina más alejada de la
pantalla. Está gritando algo que podría ser danés. O klingon.
Ninguno de ellos parece haberse molestado en ducharse o quitarse el
pijama. Hay dos cajas de pizza vacías en la mesa de café de madera, latas
de cerveza esparcidas por todo el piso y estoy bastante segura de que
acabo de pisar un Cheeto. Nos detenemos en seco en la entrada, pero si
los chicos notan nuestra llegada, no lo muestran. Siguen jugando hasta
que Liam es alcanzado por una bala perdida y gruñe como un animal
herido.
—Odio amarlo —murmura Mara en voz baja.
Sadie suspira.
—¿Al menos el tuyo no corre contra la pared porque no puede usar el
control?
—Chicas —les digo, sacudiendo la cabeza—, tal vez me equivoqué al
aprobar sus relaciones. Tal vez puedan hacerlo mejor.
Mara resopla.
—¿Perdóname? ¿Eso es una rebanada de pepperoni en la camisa de
Ian?
Seguro que lo es.
—Touché.
Sadie se aclara la garganta.
—Hola, chicos, es genial que se estén divirtiendo, pero realmente

360
deberíamos irnos si queremos alcanzar nuestros vuelos…
Ellos gimen en un coro. Como niños de diez años a los que se les pide
que limpien sus habitaciones.
—Yo solo… No puedo creer que realmente se gusten —dice Mara,
confundida.
Sadie asiente.
—No sé cómo me siento acerca de esto. Parece… ¿peligroso?
Me tapo la boca para ahogar mi risa.
Capítulo 9
Ian me lleva a casa después de dejar a todos en el aeropuerto, luego
de un inquietante intercambio de números de teléfono entre los
muchachos y algunas lágrimas de Mara y Sadie. Definitivamente me
siento más como yo misma, porque los envío a través de TSA con un
severo:
—Dejen de lloriquear —y suaves palmadas en sus traseros.
—Trata de no caer en un glaciar durante al menos seis meses, ¿de 361
acuerdo? —Sadie me grita desde dentro del área acordonada.
Le doy la vuelta y vuelvo cojeando al coche de Ian.
—Ya veo por qué las amas tanto —me dice mientras conduce de
regreso a mi casa.
—No las amo, eso es. Solo pretendo evitar herir sus sentimientos.
Él sonríe como si supiera lo llena de mierda que estoy hasta el último
miligramo, y estamos en silencio por el resto del viaje. La estación de
radio oldies toca canciones pop que recuerdo de principios de la década
de 2000, y miro el brillo amarillo de las farolas, preguntándome si yo
también soy un oldie. Luego, Ian reduce la velocidad para estacionar en
mi lugar, y ese sentimiento relajado y feliz se desvanece a medida que
mi corazón se acelera.
Le dije a Sadie y Mara que vería si él estaba interesado en salir
conmigo, pero es más fácil decirlo que hacerlo. Le he hecho
proposiciones a mucha gente, pero esto… se siente diferente. No voy a
ser buena en esto. Voy a ser una mierda total y absoluta. E Ian se dará
cuenta inmediatamente.
—Podrías… —Empiezo. Luego se detiene. Mis rodillas de repente se
ven increíblemente interesantes. Obras de arte que requieren mi
inspección más dedicada—. Estaba pensando…
—No te preocupes, te llevaré arriba —dice. Lleva vaqueros y una
camiseta azul marino que hace juego con sus ojos y contrasta con su pelo
y…
Da miedo, lo atractivo que lo encuentro. La profundidad de este
enamoramiento mío. Me gustó desde el principio, pero mis sentimientos
por él han ido creciendo constantemente, luego exponencialmente, y…
¿Qué hago con ellos? Es como si me dieran un instrumento que nunca
aprendí a tocar. Como ser invitada a subir al escenario en una sala de

362
conciertos completamente desprevenida.
Tomo una respiración profunda.
—En realidad, arreglaron el ascensor. Y este nuevo modelo es fácil de
manejar. Entonces, no es necesario. Pero… —Puedes hacer esto, Hannah.
Vamos. Acabas de sobrevivir a los osos polares gracias a este tipo. Puedes decir
las palabras. Podrías subir de todos modos.
Sigue un largo silencio, en el que siento los latidos de mi corazón en
cada centímetro de mi cuerpo. Se prolonga hasta que se vuelve
insoportable, y cuando no puedo evitar mirar hacia arriba, encuentro a
Ian mirándome con una expresión que solo puede describirse como…
perdón. Como si supiera muy bien que va a tener que decepcionarme.
Mierda.
—Hannah —dice, disculpándose—. No creo que sea una buena idea.
—Cierto. —Trago saliva y asiento. Empujo el peso en mi pecho hacia
un lado por un tiempo no especificado. Dios, eso después va a ser
malo—. De acuerdo.
Él también asiente, aliviado por mi comprensión. Mi corazón se
rompe un poco.
—Pero si necesitas algo, lo que sea…
—…estarás allí. Cierto. —Sonrío, y… tal vez no estoy al 100 por ciento
todavía, porque estoy empezando a sentir lágrimas de nuevo—. Gracias,
Ian. Por todo. Absolutamente todo. Todavía no puedo creer que hayas
venido por mí.
Ladea la cabeza.
—¿Por qué?
—No sé. Yo solo… —Podría decir una mentira en respuesta para él.
Pero parece injusto. Ha ganado más de mí—. Simplemente no puedo
creer que alguien hiciera eso por mí.
—Cierto. —Suspira y se muerde el labio inferior—. Hannah, si eso

363
cambia. Si alguna vez eres capaz de creer que alguien podría
preocuparse tanto por ti. Y si quisieras en realidad… cenar con ese
alguien. —Deja escapar una carcajada—. Bien… Por favor, considérame.
Sabes dónde encontrarme.
—Vaya. Oh, yo… —Siento calor subir por mi cara. ¿Me estoy
sonrojando? Ni siquiera sabía que mi cuerpo era capaz de hacerlo—. En
realidad no te estaba pidiendo que vinieras solo por… Quiero decir, tal
vez eso también, pero sobre todo… —Cierro los ojos con fuerza—. Me
expresé mal. Te estaba invitando porque me encantaría cenar contigo —
le espeto.
Cuando encuentro las agallas para abrir los ojos, la expresión de Ian
es de asombro.
—Tu… —Creo que se olvidó de cómo respirar. Se aclara la garganta,
tose una vez, traga, vuelve a toser—. ¿En serio?
—Sí. Quiero decir —me apresuro a añadir—, sigo pensando que no te
gustará. Solo… realmente no soy es ese tipo de persona.
—¿Qué tipo de persona?
—Del tipo con el que la gente disfruta estar por cualquier cosa que no
lo sea… bueno, sexo. O relacionadas con el sexo. O directamente
conducente al sexo.
—Hannah. —Me da una mirada escéptica—. Tienes dos amigas que
lo dejaron todo para estar contigo. Y asumo que el sexo no estuvo
involucrado.
—No lo estuvo. Y yo… —yo dejaría todo por ellas, pero son
diferentes. Son mi gente, y… Mierda, realmente estoy a punto de llorar.
¿Qué diablos, casi mueres una vez y tu estabilidad mental se jode?—Hay
mucha gente que no estaría de acuerdo. Como mi familia. Y tú…
Probablemente terminare sin gustarte.
Él sonríe.
—Parece improbable, ya que ya me gustas.

364
—Entonces te detendrás. Tú… —Me paso una mano por el pelo,
deseando que lo entienda—. Cambiarás de opinión.
Me mira como si estuviera un poco loca.
—¿En el lapso de una cena?
—Sí. Pensarás que soy una pérdida de tiempo. Aburrida.
Está empezando a mirar… divertido. Como si fuera ridícula. Cual…
No sé. A lo mejor si soy.
—Si eso sucede, te pondré a trabajar. ¿Has depurado algo de mi
código?
Me rio un poco y miro por la ventana. No hay coches a esta hora de la
noche, nadie paseando a su perro o dando un paseo. Sólo somos Ian y
yo en la calle. Lo amo y lo odio.
—Sigo pensando que sacarías el máximo provecho de esto si
folláramos —murmuro.
—Estoy de acuerdo.
Me giro hacia él, sorprendida.
—¿De verdad?
—Por supuesto. ¿Crees que no quiero follarte?
—Yo… ¿Más o menos?
—Hannah. —Se desabrocha el cinturón de seguridad y se inclina
hacia mí, de modo que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos. Se
ve serio y casi ofendido—. He pensado en lo que sucedió en mi oficina
todos los días durante los últimos cinco años. Te ofreciste a acostarte
conmigo, y yo solo… me avergoncé a mí mismo, y debería ser el
recuerdo más mortificante que tengo, pero por alguna razón se ha
convertido en el eje alrededor del cual giran todas mis fantasías, y… —
se estira para pellizcar el puente de su nariz—…Quiero follarte.
Obviamente. Siempre lo quiero. Simplemente no quiero follarte una vez.
Quiero hacerlo mucho. Por mucho tiempo. Quiero que vengas a mí para
tener sexo, pero también quiero que vengas a mí cuando necesites ayuda
con tus impuestos y con la mudanza de tus muebles. Quiero que 365
jodidamente sea solo una de las millones de cosas que hago por ti, y
quiero ser… —Se detiene. Parece recuperarse y se endereza, como para
darme espacio. Para darnos espacio—. Lo siento. No quiero acosarte.
Puedes…
Se aleja unos centímetros y todo lo que puedo hacer es mirarlo con la
boca abierta. Conmocionada. Sin palabras. Absolutamente… sí. ¿Esto
realmente sucedió? ¿Está sucediendo realmente? Y lo peor es que estoy
casi segura de que sus palabras han desalojado algo en mi cerebro,
porque lo único que se me ocurre decir en respuesta a todo lo que dijo
es:
—¿Es eso un sí a la cena?
Se ríe, bajo y hermoso y un poco triste. Y después de mirarme como
nadie lo ha hecho antes, lo que dice es:
—Sí, Hannah. Es un sí a la cena.
—Um, podría hacernos un… —Me rasco la cabeza, estudiando el
contenido de mi nevera abierta. Está bien, así que está llena. El problema
es que está llena exclusivamente de cosas que necesitan ser cocinadas,
picadas, horneadas, preparadas. Cosas que son saludables y no saben
particularmente bien. Ahora estoy 93 por ciento segura de que Mara fue
la que fue de compras, porque nadie más se atrevería a imponerme el
brócoli.
—¿Cómo puede uno siquiera… Podría hervir el brócoli, supongo? ¿En
una olla? ¿Con agua?
Ian está parado detrás de mí, su barbilla sobre mi cabeza, su pecho
justo detrás de mi espalda.
—Cocínalos en una olla con agua —repite. 366
—Los salaría después, por supuesto.
—¿Quieres comer brócoli? —Suena escéptico. ¿Debería estar
ofendida?
No, Ian. No quiero comer brócoli. Ni siquiera tengo hambre, para ser honesta.
Pero me he comprometido con esto. Soy una persona que es capaz de cenar con
otro humano. Y te lo demostraré.
—Entonces podría hacer un sándwich. Allí hay fiambres.
—Creo que esos son envoltorios de tortilla.
—No, son… Mierda. Tienes razón.
Suspiro, azoto la puerta y me doy la vuelta. Ian no da un paso atrás.
Tengo que apoyarme en la nevera para poder mirarlo.
—¿Cómo te sientes acerca de Froot Loops?
—¿El cereal?
—Sí. Desayuno para la cena. Si todavía tengo leche. Permíteme
verificar…
No me deja comprobar, eso es. En cambio, envuelve mi cara con sus
manos y se inclina hacia mí.
Nuestro primer beso, hace cinco años, fue todo mío. Yo
extendiéndome. Yo iniciando. Yo guiándolo. Este, sin embargo… Ian
establece todo. El ritmo, el tempo, la forma en que su lengua lame mi
boca, todo. Dura un minuto, luego dos, luego un período de tiempo
incontable que se desvanece en un revoltijo de calor líquido, manos
temblorosas y ruidos suaves y asquerosos. Mis brazos se enrollan
alrededor de su cuello. Una de sus piernas se desliza entre las mías. Me
doy cuenta de que esto va a terminar exactamente como nuestra tarde
en el JPL. Los dos completamente fuera de control, y…

367
—Para —le digo, apenas respirando.
Él tira hacia atrás.
—¿Me detengo? —No está respirando en absoluto.
—Cena primero.
Él exhala.
—¿De verdad? ¿Ahora quieres cenar?
—Lo prometí.
—¿Acaso tú?
—Sí. Estoy intentando… mostrarte que…
—Hannah. —Su frente toca la mía. Se ríe contra mi boca—. La cena
es…es simbólica. Una metáfora. Si me dices que estás dispuesta a ver a
dónde van las cosas, te creo y podemos…
—No —digo obstinadamente. El impulso de tocarlo es casi doloroso.
No recuerdo la última vez que estuve así de excitada—. Vamos a tener
nuestra cena simbólica. Voy a mostrarte que… ¿qué estás haciendo?
Creo que está dándose la vuelta para arrancar dos uvas del mismo
racimo que me comí a medias esta mañana. Presiona una contra mis
labios hasta que la muerdo, mete otra en su boca. Ambos masticamos
por un rato, con los ojos cerrados. Aunque termina antes que yo,
empieza a besarme de nuevo y… un desastre.
Somos un desastre.
—¿Terminaste de comer tu cena? —pregunta contra mis labios.
Asiento con la cabeza—. ¿Todavía tienes hambre? —Niego con la cabeza
y él me levanta y me lleva a la…
—¡Puerta equivocada! —digo cuando trata de entrar al baño, luego al
armario donde guardo la aspiradora que nunca uso y el único par de
sábanas de repuesto que tengo, y para cuando estamos en mi cama
ambos estamos riendo. Nuestros dientes chocan cuando intentamos y
fallamos en seguir besándonos mientras nos desnudamos, y no creo que 368
nada haya sido así antes, íntimo y dulce y tan divertido al mismo
tiempo.
—Solo…déjame… —Termino de quitarle la camisa y miro su torso,
hipnotizada. Es pálido y ancho, lleno de pecas y músculos grandes.
Quiero morderlo y lamerlo todo—. Eres tan…
Me ha deshecho el yeso. Lo deja a un lado, junto a los pantalones del
pijama que tiré al suelo esta mañana, y luego me ayuda a quitarme los
vaqueros.
—¿Rojo? ¿Y con pecas?
Me río un poco más fuerte.
—Sí.
—Eso es lo que yo…
Lo presiono hacia abajo hasta que está acostado en la cama. Luego me
siento a horcajadas sobre él y me quito la camiseta, ignorando el leve
escozor en mi tobillo. Este debería ser un terreno familiar para mí:
cuerpo contra cuerpo, carne contra carne. Solo ver lo que se siente bien
y luego hacer más de eso. Debería ser familiar, pero no estoy segura de
que lo sea. Estar aquí con Ian es más como escuchar una canción que he
escuchado millones de veces, esta vez con un nuevo arreglo.
—Dios, te ves tan… ¿Qué funciona mejor para ti? —pregunta entre
respiraciones—. ¿Para tu tobillo?
—No te preocupes, en realidad no me du… —Me detengo cuando se
me ocurre algo—. Está bien. Estoy herida.
Sus ojos se abren.
—No tenemos que…
—Lo que significa que probablemente deberías estar a cargo.

369
Asiente.
—Pero no tenemos que…
Se calla en el momento en que mi mano alcanza la cremallera de sus
jeans. Y se queda en silencio, respirando entrecortadamente, mirando
hipnotizado la forma en que lo deshago, lenta, metódica, decidida. Sus
boxers son una tienda de campaña. Está duro, grande. Recuerdo tocarlo
por primera vez y pensar en lo bueno que sería el sexo.
Simplemente no pensé que nos llevaría cinco años llegar allí.
—Hannah —dice.
Alcanzo el interior de la abertura de sus bóxers para ahuecarlo. En el
segundo en que mis dedos se cierran alrededor de él, sus fosas nasales
se ensanchan.
—¿Sí?
—No creo que entiendas cómo… Mierda.
Él es caliente y enorme. Cerrando los ojos, arqueando el cuello antes
de mirarme de nuevo con una expresión mitad de advertencia, mitad de
súplica. Me encuentra sentada sobre sus rodillas, su pene contrayendo
espasmos en mi agarre mientras me inclino.
—Hannah —dice, incluso más profundo de lo habitual—. Qué vas a…
Comienzo lamiendo la cabeza, a fondo, con delicadeza. Pero él se
siente suave y cálido contra mi lengua, e inmediatamente me
impaciento. Muevo mi cabello para que no estorbe y sello mis labios
alrededor de él, chupo suavemente una, dos y luego…
Oigo un gruñido. Luego el sonido de algo rasgándose. Con el rabillo
del ojo, noto la gran mano de Ian empuñando la sábana. ¿Acaba de
rasgar mi…?
—Detente —dice, suplica, me ordena.
Mi ceño se frunce.
—¿No te gusta?
—No es eso… —Aprieto mi agarre alrededor de su longitud, y casi 370
puedo escuchar sus dientes rechinar. Sus mejillas son de color rojo
brillante. Rojo Marte—. No podemos. No es la primera vez. Tenemos
que hacerlo de una manera que no me haga…
Presiono un beso suave y prolongado en la base. Inhala una vez,
audiblemente, por la nariz.
— Así que lo que estás diciendo es… ¿No quieres venirte?
—Es más, mierda, sobre mantener mi dignidad —se apresura.
—La dignidad está sobrevalorada —digo antes de recorrer con los
dientes su longitud para volver a meterme la cabeza en la boca. Esta vez,
parece simplemente darse por vencido. Su mano se desliza a través de
mi cabello, ahueca la parte posterior de mi cráneo y por un segundo me
mantiene allí. Me tira más cerca. Me presiona contra él hasta que siento
la punta de su pene golpeando la parte posterior de mi garganta. Me
rindo a Ian, disfrutando la sensación de que pierde el control, el sabor
salado, sus muslos temblorosos, la forma impotente en que tira de mi
cabello para que tome más, más profundo, mejor.
De repente, todo está patas arriba. Estoy siendo arrastrada por su
cuerpo, volteada sobre mi espalda, clavada a la cama. Una de sus manos
puede sostener mis dos muñecas por encima de mi cabeza, y cuando
miro hacia arriba lo encuentro enjaulándome. Primero noto el pánico en
sus ojos, luego lo cerca que estuvo de correrse, luego el gran alivio de
haber logrado evitarlo.
—Hannah —dice. Su tono está mezclado con mando.
—¿Qué?
Su pene se contrae contra mi abdomen.
—Creo que estaré a cargo ahora.
Hago un puchero.
—Pero yo…
—Lo siento, pero… está sucediendo, te voy a follar. No voy a entrar
en tu… —No termina la frase. Simplemente se inclina para besarme, y
371
cuando termina, estoy asintiendo, sin aliento.
—¿Tienes condones?
—No. Pero estoy tomando la píldora. Podemos hacerlo sin nada si no
tienes alguna ETS asquerosa. Pero confío en que no me salvarías de las
morsas solo para que muera de clamidia, así que…
Creo que le gusta la idea de que lo hagamos sin nada. Creo que le
encanta la idea, porque primero me besa sin aliento, luego se pone a
trabajar en quitarnos todo, hasta la última capa, de los dos.
La verdad es que no puedo recordar la última vez que estuve
completamente desnuda con alguien. Cuando estoy teniendo sexo, el
tipo de sexo que suelo practicar, siempre tiende a haber una extraña capa
inamovible. Un sujetador, una camiseta sin mangas. Bragas no del todo
cortas. Mis parejas han sido iguales, con calzoncillos torcidos en los
tobillos, faldas levantadas, camisas abiertas todavía con los puños.
Nunca me he detenido demasiado en el pensamiento, pero la falta de
intimidad detrás de los encuentros es muy clara ahora. Ahora que Ian
está sobre mí, chupando mis pechos como si fueran frutas maduras, su
lengua dulce y áspera contra la parte inferior flexible, alternando entre
demasiado y no lo suficiente.
Abre mis piernas con su rodilla, se coloca justo entre ellas y espero
que se deslice con un movimiento suave. Ciertamente estoy lo
suficientemente mojada, y la forma en que agarra mi cintura traiciona
su entusiasmo. Pero durante largos momentos parece satisfecho con
mordisquear mis tetas. Aunque puedo sentir su erección, caliente y un
poco húmeda, frotándose contra el interior de mi muslo cada vez que se
mueve. Me lleva a jadear y a él a gemir, algo profundo y rico saliendo
de la boca de su pecho.
—¿Pensé que dijiste que querías follar? —exhalo
—Yo sí —retumba—. Pero esto… esto también es bueno. 372
—No puedes… —una inhalación brusca—, no te pueden gustar tanto
mis tetas, Ian.
Un suave mordisco, justo alrededor del punto duro de mi pezón. Mi
columna se dispara desde la cama.
—¿Por qué?
—Porque son… Nadie nunca lo ha hecho. —No quiero mencionar que
mis pechos no son nada del otro mundo, probablemente él ya lo sabe,
ya que ha estado en su boca durante la mayor parte de los últimos diez
minutos. Él parece entenderlo, de todos modos.
—Tienes las tetitas más perfectas. Siempre lo pensé. Desde la primera
vez que te conocí. Especialmente la primera vez que te conocí. —Chupa
una mientras pellizca la otra. Él es… preciso. Bien. Entusiasta. Sucio—.
Son tan bonitas como las colinas de Columbia.
Una risa ahogada brota de mí. Es estúpidamente agradable que
alguien compare mi cuerpo con una característica topográfica de Marte.
O tal vez es agradable tener a alguien que conoce las colinas de
Columbia tirando de mis pezones y mirándolos como si fueran la octava
y novena maravilla del universo.
—Esto —murmura en la piel que se arrastra hasta mi esternón—, esta
es la Medusae Fossae. Incluso tiene estas lindas pecas. —Sus dientes se
cierran alrededor de mi clavícula derecha. Estaría caliente incluso si la
cabeza de su pene no estuviera empezando a rozar mi coño. Es humedad
encontrándose con humedad, mucho afán mutuo, un lío esperando a
suceder. Pongo mis brazos alrededor del cuello de Ian y tiro de sus
enormes hombros hacia mí, como si él fuera el sol de mi propio sistema
estelar.
—Hannah. No pensé que podría desearte más, pero el año pasado,
cuando te vi en la NASA, yo… —Está arrastrando las palabras. Ian
Floyd, siempre tranquilo, sensato, elocuente—. Pensé que moriría si no
podía follarte.
—Puedes follarme ahora —me quejo, impaciente, tirando de su
373
cabello mientras se mueve hacia abajo—. Puedes follarme cómo y donde
quieras.
—Lo sé. Lo sé, me vas a dejar hacerlo todo. —Exhala un rastro de
cosquillas a lo largo de mi caja torácica—. Pero tal vez primero quiera
jugar con el cráter Herschel. —Su lengua se sumerge dentro de mi
ombligo, saboreando y sondeando; pero cuando empiezo a retorcerme
y lo levanto, él me sigue dócilmente, como si fuera consciente de que no
puedo soportar mucho más. Tal vez él tampoco pueda soportar mucho
más: su dedo separa mis labios hinchados para deslizarse alrededor de
mi clítoris, un círculo lento con demasiada presión. Excepto que podría
ser la cantidad justa. Me estoy disolviendo ahora, en una piscina de
músculos enrollados y placer pegajoso.
Bueno. Entonces el sexo puede ser… esto. Bueno saber.
—Éste —jadea Ian contra mi boca, sin pretender besarme ahora. Mi
boca está floja de placer y él solo me está robando el aire, chupando mis
labios hinchados y gimiendo su aprobación en mi pómulo—. Este de
aquí es el Solis Lacus. El Ojo de Marte. Se pone nervioso durante las
tormentas de polvo.
Tiene unas manos perfectas, toque perfecto. Voy a explotar y
esparcirme por todas partes, una lluvia de meteoritos por toda la cama.
—Y el Olympus Mons. —Es su palma masajeando mi clítoris ahora.
Sus dedos se deslizan dentro de mí cada vez que encuentran una
abertura, hasta que la tensión dentro de mí es tan dulce que me volveré
loca—. Tengo muchas ganas de correrme dentro de ti. ¿Puedo?
Cierro los ojos y gimo. Es un sí, y él debe ser capaz de decirlo. Porque
él gruñe tan pronto como la cabeza de su pene comienza a empujar
dentro de mí, un poco demasiado grande para mi comodidad, pero muy
decidido a hacerse un hueco. Me ordeno relajarme. Y luego, cuando
golpea un punto perfecto dentro de mí, me ordeno no correrme de

374
inmediato.
—O tal vez es el Vastitas Borealis. —Es apenas inteligible. Haciendo
esos pequeños empujones que están diseñados más para abrirme que
para follarme apropiadamente, y sin embargo ambos estamos así de
cerca del orgasmo. Da un poco de miedo—. Los océanos que solían
llenarlo, Hannah.
—No hay… —Trato de ponerme a tierra. Encontrar un lugar dentro
de mí que esté a salvo del placer. Termino clavando solo mi talón bueno
en su muslo, tratando de comprender cómo puede existir una fricción
tan espectacular—. No sabemos si alguna vez hubo realmente un
océano. En Marte.
Los ojos de Ian pierden el foco. Se ensanchan y sostienen mi mirada,
sin ver. Y luego sonríe y comienza a moverse de verdad, con un pequeño
susurro en mi oído.
—Apuesto a que lo hubo.
El placer se estrella sobre mí como un maremoto. Cierro los ojos, me
aferro a él lo más fuerte que puedo y dejo que el océano me bañe.
Epílogo
Laboratorio de Propulsión a Chorro, Pasadena,
California
Nueve meses después
La sala de control está en silencio. Inmóvil. Un mar de personas con
polos azul oscuro y cordones rojos del JPL que de alguna manera logran

375
respirar al unísono. Hasta hace unos cinco minutos, el puñado de
periodistas invitados a documentar este hecho histórico se aclaraba la
garganta, barajaba sus equipos, hacía alguna que otra pregunta
susurrada. Pero eso también se ha detenido.
Ahora todos esperamos. En silencio.
—…espere solo contacto intermitente en este momento. Una caída cuando el
vehículo cambia de antena…
Miro a Ian, que se sienta en la silla junto a la mía. No se ha molestado
en encender su monitor. En cambio, ha estado observando el progreso
del rover sobre el mío, con el ceño fruncido y preocupado. Esta mañana,
cuando le arreglé el cuello de la camisa y le dije lo bien que se veía de
azul, no respondió. Honestamente, creo que ni siquiera me escuchó. Ha
estado muy, muy preocupado durante la última semana, lo cual me
parece… algo lindo
—Dirigiéndose directamente al objetivo. El rover está a unos quince
metros de la superficie, y… estamos recibiendo algunas señales de
MRO21. La UHF22 se ve bien.

21 Mantenimiento, Reparación y Operaciones


22 Frecuencia ultra alta
Extiendo la mano para rozar mis dedos contra los suyos debajo de la
mesa. Está destinado a ser solo un toque fugaz y tranquilizador, pero su
mano se cierra alrededor de la mía y decido quedarme.
Con Ian, siempre decido quedarme.
—¡Aterrizaje confirmado! ¡Serendipity ha aterrizado con seguridad en
la superficie de Marte!
La sala estalla en aplausos. Todos salen disparados de sus asientos,
vitoreando, aplaudiendo, riendo, saltando, abrazándose. Y dentro del
caos delicioso, triunfante y radiante del control de la misión, me vuelvo
hacia Ian, y él se vuelve hacia mí con la más amplia y brillante de las
sonrisas.
Al día siguiente, nuestro beso está en la portada del New York Times. 376
Capítulo Extra
Algún tiempo después

Liam
Si le pidieran a Liam que hiciera una lista de los días más importantes
de su vida —aquellos que seguramente pasarán ante sus ojos cuando
esté cerca de la muerte, aunque mientras tanto tendrá que guardarlos en
un rincón de su corazón, ocultos y seguros, porque pensar en los 377
sentimientos que despiertan es abrumador, inmanejable y,
sencillamente, peligroso—, el día de hoy estaría en lo más alto.
No el número cinco, como aquel martes de hace dos años en el que
intentó declararse y Mara no lo dejó, estallando con un «¡Sí, sí, sí!»
después de que él apenas dijera: «¿Quieres ca…? (Eso le permitió
pasarse la semana siguiente fingiendo que solo quería pedirle que
enviara por correo el impreso del censo: fue divertido para él; menos
para ella).
Y no el número tres, como el día en que Mara anunció que planeaba
mudarse a su dormitorio y convertir el suyo en un «estudio de blogging
de The Bachelor». Aproximadamente veinte minutos más tarde, las
paredes de Liam estaban llenas de fotos de dos chicas a las que ni
siquiera conocía en persona, y su edredón gris había sido sustituido por
una colcha de arco iris que debería haberle dado dolor de cabeza, pero
en su lugar le había dado antojo de cake pops por primera vez en su
vida.
Hoy… hoy es el número uno. El día más perfecto de su vida. Mara en
sus brazos, las palabras que ella acaba de decir en el aire entre ellos, y la
promesa de lo que está por venir.
Podría ser un niño. O una niña. O ambos, o ninguno. No importa. A
Liam no podría importarle menos. Todo lo que espera es que sea rojo
zanahoria, pelo rizado y pecas. El bebé debe tener la apariencia de Mara.
Y su comprensión de los números. Y su temperamento. Su amor por el
brócoli, su habilidad para arreglar cosas, y de Liam…
De acuerdo. Lo ideal sería que el bebé se pareciera exclusivamente a
Mara. Liam estaría perfectamente bien si ninguno de sus alelos23 entrara
en su cariotipo. Liam es más alto, lo cual es útil cuando se trata de
alcanzar estantes más altos, pero el espacio para las piernas en los
aviones es una putada y media, y realmente no le desearía los calambres
a nadie, y mucho menos a su progenie.

378
—Hannah tenía razón.
Se echa hacia atrás para mirar a Mara. Sus piernas le rodean la cintura,
porque la sostuvo en brazos nada más llegar a casa y ella utilizó la
palabra con «P». Hay algo alojado en el puño de Liam… ah, sí. La
prueba.
Ella le mostró la prueba en cuanto llegó a casa, agitándola delante de
sus narices. Probablemente tenga pis, y a él le parecerá asqueroso,
pero…
Pero… No.
—¿Hannah? ¿Sobre qué?
—Sobre tu reacción. —Mara presiona un beso en la mejilla de Liam,
luego sonríe y se desenreda de sus brazos. Un descenso firme y ágil—.
Me dijo que ibas a estar en shock durante quince minutos cuando te lo
dijera.
—¿Cuando me lo dijeras…?

23Un alelo es una de dos o más versiones de una secuencia de ADN (una base única o un
segmento de bases) en una ubicación genómica determinada. Las personas heredan dos alelos, uno
de cada progenitor, para cualquier ubicación genómica dada donde existe dicha variación. Si los
dos alelos son iguales, la persona es homocigota para ese alelo. Si los alelos son diferentes, la
persona es heterocigota.
—Sobre esto. —Sus dedos se separan contra su abdomen, y por una
fracción de segundo su cerebro entra en cortocircuito de la mejor manera
posible. Está ocurriendo. Esto va a ocurrir. Es su vida. No se la merece,
pero de algún modo es su vida, y…
—Espera. —Sacude la cabeza, persiguiendo el otro tren de
pensamiento, menos agradable—. ¿Cómo sabe Hannah lo del bebé?
—Se lo dije, por supuesto. —Mara sonríe de nuevo y lo sujeta de la
mano, tirando de él hacia la cocina. También le quita la prueba y la tira
en la papelera del pasillo. No es algo para lo que Liam esté preparado,
despedirse de la única prueba de que sí, esto está sucediendo, así que
hace una nota mental para recuperarla más tarde. Mientras tanto…
—¿Cuándo se lo dijiste? 379
—Esta mañana temprano. Cuando me enteré.
Esta mañana temprano…
Liam arquea la frente. Luego frunce el ceño. Entonces emite un sonido
y Mara se detiene en seco para mirarlo. Es hermosa y sigue pareciendo
feliz, pero de repente también tiene los ojos entrecerrados.
—¿Acabas de… gruñir? —pregunta.
—No. Sí. ¿Le contaste a tus amigas lo del bebé antes de decírmelo a
mí?
—Sí. —Se encoge de hombros—. Tenía que contárselo a alguien.
—¿Me consideraste?
—Estuviste en el juzgado. Todo el día.
—Podrías haberme llamado.
—No podía decírtelo por teléfono. —Se lleva las manos a las caderas,
lo que suele ser la señal de Liam para que abandone la discusión.
No lo hace.
—Se lo dijiste a tus amigas por teléfono. —Suena hosco.
—Es totalmente diferente. Y de todos modos, Hannah y Sadie han
estado preguntando por novedades todos los días desde que les dije que
lo habíamos estado intentando, así que…
El sonido se ahoga en algún punto de su tráquea. Liam se aclara la
garganta. Dos veces.
—¿Sabían que lo estábamos intentando?
—Sí. —Mara se sonroja un poco y Liam da un paso más.
Esta vez, tiene las manos en las caderas.
—¿Qué les dijiste?

380
—Solo… ya sabes… —La forma en que mueve la mano es muy
sospechosa y revela algo.
Sus amigas saben todo sobre su vida sexual de los últimos dos meses.
Todo. Cada. Cosa.
—¿Qué pasa con Ian y Erik? ¿Saben que voy a tener un bebé?
—No estoy segura —dice Mara, evasiva.
Demasiado evasiva.
—Mara.
—Bueno, Erik envió croissants de celebración. Estaban muy buenos.
Te dejé uno, por cierto. Bueno, la mitad. E Ian me envió un mensaje para
preguntarme si vamos a llamar al bebé X Æ A-Xii. Es una broma de Elon
Musk. Y Elon Musk es ingeniero, así que es gracioso…
—Sé quién es Elon Musk.
Durante medio segundo, Mara parece arrepentida. Todo se derrite
cuando sus brazos se deslizan por los de él y se abraza a su pecho.
—Están muy contentos por nosotros —murmura contra su camisa—.
Me alegro mucho por nosotros.
De acuerdo. Bien. ¿A quién le importa? Así que todo el mundo sabe
acerca de su horario de sexo. Gran cosa. Después de todo, ¿qué es una
charla sobre la vida reproductiva entre amigos?
—Estoy feliz —murmura contra la coronilla de su pelo—. Soy el más
feliz.
Pero mientras Mara le trae la cena (medio cruasán que más bien
parece un tercio), él mira su teléfono, pasa del chat de grupo que
comparte con los amigos de Mara y sus parejas, y se fija en el hilo de
texto con Ian y Erik. Hoy ha sonado mientras él estaba ocupado en el
juzgado. Ian intenta convencer a Erik de que se compre una PS5 para
jugar al FIFA 22. Como si tal cosa.
Liam: En primer lugar, imbéciles, podrían haber mencionado que voy a tener 381
un bebé.
Liam está demasiado feliz para estar enojado.
Liam: Pero lo más importante: FIFA 19 es un millón de veces mejor.
Erik
El teléfono zumba en el bolsillo de Erik, pero no mira por qué.
No se mueve. No aparta los ojos de Sadie. No se aparta de su posición
estratégica, apoyado contra la nevera, que le permite ver toda la cocina
y, sobre todo, a su mujer.
No es porque sea guapa, o hipnotizante, o su lugar feliz, aunque sea
todas esas cosas. No es porque esté enamorado de ella, o interesado en
lo que hace, o cautivado por la forma en que se mueve, aunque es todo
eso.
La razón por la que no aparta la mirada de su amada esposa en esta
hermosa noche de abril es un poco más básica y vagamente embarazosa: 382
Miedo abyecto.
No a Sadie, sino a lo que pueda hacerle a su hermano. Su pobre,
desprevenido y claramente aterrorizado hermano.
Anders ha estado —encontrándose a sí mismo— por todo el mundo
durante los últimos años, y por lo tanto nunca había conocido a la esposa
de Erik antes de hoy. Tal vez si hubiera aparecido en su boda en
Copenhague… pero estaba demasiado ocupado recogiendo ciruelas en
Australia. Lo que significa que su conocimiento de Sadie es
indudablemente de segunda mano, probablemente a través de los
padres de Erik. Y, oh, Erik puede imaginarse la crítica de su madre. «Qué
novia tan amable, radiante y encantadora. Una joven brillante y gentil.
Un poco supersticiosa —prohibió que le regalaran cuchillos y se puso
seis centavos en el zapato, que se le cayeron mientras caminaba hacia el
altar—, pero encantadora. La tarta de bodas en forma de balón de fútbol
en la que insistió, inusual, pero deliciosa. Es perfecta para tu hermano».
Sí. Erik puede imaginarlo. Igual que puede imaginarse a Anders
muerto de miedo mientras Sadie se inclina sobre la mesa de la cocina
para sisearle:
—¿Quién diablos te crees que eres?
—Yo… yo… —Señala a Erik. Para sorpresa de nadie, le tiembla el
dedo—. Su hermano pequeño…
—Sé quién eres. —Los ojos de Sadie se entrecierran—. Lo que he
preguntado es: ¿Quién te crees que eres para entrar en mi casa y robarme
a Gato?
—Um, técnicamente, Garfield es mi…
—Se llama Gato.
Anders parpadea.

383
—Estoy bastante seguro de que le puse Garfield.
—Le pusiste Garfield. Tiempo pasado. Entonces Erik se hizo cargo de
él porque tú estabas como en: Comer, rezar, amar, recorriendo Europa.
Erik abrió su casa y su corazón, y lo rebautizó como Gato. Y a Gato le
gusta mucho más que Garfield. ¿Cierto, cariño?
En el alféizar de la ventana, Gato lame su pata naranja en lo que casi
parece un asentimiento. Mmm.
—Conociendo a Erik, dudo seriamente que abriera su corazón a…
—Las cosas han cambiado por aquí, Anders. —El tono de Sadie es tan
agudo que el hermano de Erik, que mide casi dos metros y pesa cien
kilos, se aprieta más en su silla. Sí, piensa Erik, viendo cómo se le suelta
el pelo del moño y le enmarca la cara. Es aterradora. Y linda—.
Especialmente entre Erik y Gato. Ahora están unidos.
No lo están. Gato odia a Erik, y Erik odia a Gato, especialmente
después de verlo mover el trasero contra el cepillo de dientes de Erik
hace menos de doce horas. Sin embargo, ambos están muy encariñados
con Sadie, y por lo tanto han establecido una especie de tregua.
Para facilitar la cohabitación pacífica, Erik ha diseminado cepillos de
dientes señuelos por toda la casa.
—Bueno, escucha… —Anders se rasca la nuca—. ¿No tienen una
empresa de ingeniería en ciernes que dirigir? ¿Tienen tiempo siquiera
para cuidar de Garf… Gato?
—No tenemos más que tiempo —interrumpe Sadie, como si
Grantham & Nowak no estuviera creciendo exponencialmente, como si
no hubieran estado más ocupados que nunca. Erik recuerda con cariño
lo ansiosa que estaba Sadie cuando ambos dejaron sus anteriores
trabajos. «¿Y si, trabajando y viviendo juntos, te cansas de mí?» Sonaba
tan improbable que solo pudo reírse.
—Y como sabes, la casa que estamos construyendo al norte del estado
está casi terminada. Gato podría venir con nosotros los fines de semana.

384
De hecho, hemos estado pensando en tener un perro, y creo que todos
estamos de acuerdo en que a Gato le encantaría atormentar a un
cachorro. ¿Verdad, Gato?
—Miau.
El teléfono de Erik vuelve a zumbar. Esta vez aparta los ojos de Sadie
para revisar sus mensajes.
Está claro que Mara le contó a Liam lo del bebé. Claramente, se lo dijo
al último.
Erick: Felicidades, hombre.
Erick: Pregunta no relacionada: ¿Alguna vez les temen a sus esposas?
Las respuestas son instantáneas.
Liam: 100%.
Ian: Hannah todavía no es mi esposa, pero sí. De miedo.
Erik suspira, vuelve a guardar el teléfono en el bolsillo y decide
intervenir. Se acerca a Sadie y le rodea los hombros con el brazo. Su
ligero peso se acomoda a su lado. Lo siento, le dice Erik a su hermano con
la mirada. Pero es muy linda y muy aterradora.
—¿Qué te parece la custodia compartida? —propone.
Anders lo fulmina con la mirada y luego asiente, derrotado.
Sadie sonríe, triunfante.
Gato no aparece por ninguna parte. Debe de estar en el baño, piensa Erik.
Buscando cepillos de dientes.

385
Ian
Las palabras salen de la boca de Ian antes de que las haya procesado
del todo. Cuando se da cuenta de que Hannah ha levantado las cejas y
tiene una expresión dudosa, ya es demasiado tarde para retractarse.
Ella se detiene en mitad del pasillo.
Ian también se detiene.
Ella lo mira, escéptica.
Ian intenta no apartar la mirada.
No es fácil: el Laboratorio de Propulsión a Chorro está lleno de
becarios, estudiantes e ingenieros. Todos están al final de su jornada 386
laboral e intentan salir del edificio por esa puerta de ahí. La que está a
unos tres metros de distancia.
Y, al parecer, Ian y Hannah están a punto de tener esta conversación
justo en frente de ella. Perfecto.
—¿Perdón?
—Nada. —Sacude la cabeza—. Vámonos a casa. Olvida que yo…
—¿Me acabas de preguntar por qué no estamos casados?
—No. Bueno, sí, pero...
—¿En respuesta a que te preguntara si deberíamos ir al Thai esta
noche?
Ian se rasca la sien y se mira los pies.
—Tal vez no sea mi mejor respuesta. —Lleva su mano hacia la espalda
e intenta empujarla hacia el estacionamiento—. Vámonos a casa.
Hannah se queda quieta.
—¿De dónde viene esto? —pregunta, justo cuando el administrador
adjunto de la NASA entra y sale del campo de visión de Ian, saludando
alegremente. Los ojos de Hannah se posan en el teléfono que tiene en la
mano—. Aah.
—¿Aah?
—Aah. —Ella asiente con complicidad—. Has estado hablando con
Erik y Liam.
Ian frunce el ceño.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Te pones así cuando hablas con ellos. —Sonríe y le agarra de la
manga, tirando de él hacia el estacionamiento.

387
—¿Me pongo como qué?
—Hogareño. Comprometido.
—Yo no…
—Sí, te pones.
—Estoy bastante seguro de que nunca he mencionado el matrimonio
antes. —De hecho, ha tenido mucho cuidado de no mencionar nada que
esté remotamente relacionado. Todo el mundo sabe que Ian y Hannah
están juntos, pero cuando el representante de Ian le preguntó si llevaría
a su «esposa» a su barbacoa ¿la Dra. Arroyo, cierto, quien dirige el equipo
de A & PE?, se aseguró de decir: Sí, llevaré a mi pareja. Cuando Sadie puso
su ramo de lirios daneses en las manos de Hannah, muy poco receptiva
y casi siempre floja, él se aseguró de asentir con la cabeza mientras
Hannah enumeraba las razones por las que el matrimonio es una
institución arcaica basada en un paisaje capitalista.
No es que no quiera casarse. Es más bien que la conoce a ella y sus
problemas con el compromiso. Ella ya ha llegado muy lejos, y no es que
Ian no sienta lo mucho que lo quiere cada minuto de cada día. Lo que
significa que puede aceptar su forma de ser y el hecho de que se reiría
en su cara si le comprara un anillo, se arrodillara y le propusiera
matrimonio.
—Nunca mencionaste el matrimonio y, sin embargo, aquí estás. —Los
ojos de Hannah son inescrutables mientras caminan hacia su coche—.
Estoy pensando en declararme porque mi mejor amiga va a tener un
bebé pelirrojo.
—Puede que el bebé no sea pelirrojo…
—Lo será.
—Bien, lo será. Pero era una pregunta sin relación. Solo me
preguntaba si…
—¿Si? —El coche de Ian es… bueno, el coche de Ian. Pero Hannah le
quita las llaves de los dedos y se desliza en el lado del conductor.
—Hipotéticamente —continúa, acomodándose en el asiento del 388
copiloto.
—¿Hipotéticamente?
Él mira al frente. Traga saliva. Vuelve a tragar saliva.
—Si yo preguntara. Hipotéticamente. ¿Qué dirías?
Hay un silencio espeso y sospechoso en el lado del conductor del
coche. Nada auspicioso. Y cuando atrae su mirada en dirección a
Hannah, su expresión no es seria, ni molesta, ni ninguna otra cosa que
él pueda discernir.
—Supongo que tendrás que probar y ver —es todo lo que ella dice.
Ian aprieta los labios y sonríe.
—Supongo que tendré que probar y ver.
Pero la mano libre de ella se desliza en la suya inmediatamente
mientras se alejan, y piensa que tal vez, tal vez, sepa cuál será la
respuesta. Y tal vez, tal vez, debería preguntar pronto.
Así que esa noche recogen su comida Tailandesa. Ian no vuelve a
mirar el teléfono.
Ali Hazelwood

389

Ali Hazelwood es una autora multipublicado, por desgracia, de


artículos revisados por pares sobre la ciencia del cerebro, en los que
nadie se besa y el para siempre no siempre es feliz. Originaria de Italia,
vivió en Alemania y Japón antes de mudarse a los Estados Unidos para
realizar un doctorado. en neurociencia. Recientemente se convirtió en
profesora, lo que la aterroriza por completo. Cuando Ali no está en el
trabajo, se la puede encontrar corriendo, comiendo cake pops o viendo
películas de ciencia ficción con sus dos señores felinos (y su esposo un
poco menos felino).
390

También podría gustarte