Está en la página 1de 118

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo

alguno.

Es una traducción hecha por fans y para fans. 2


Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo si consigue
atraparte.

No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes


sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando a sus libros e
incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.
Índice
Índice _________________________________________________________________ 3
Sinopsis _______________________________________________________________ 4
Capítulo 1 _____________________________________________________________ 6
Capítulo 2 ____________________________________________________________ 11
Capítulo 3 ____________________________________________________________ 21
Capítulo 4 ____________________________________________________________ 26
Capítulo 5 ____________________________________________________________ 34
Capítulo 6 ____________________________________________________________ 39
3
Capítulo 7 ____________________________________________________________ 54
Capítulo 8 ____________________________________________________________ 59
Capítulo 9 ____________________________________________________________ 80
Capítulo 10 ___________________________________________________________ 83
Capítulo 11 ___________________________________________________________ 89
Capítulo 12 ___________________________________________________________ 97
Epílogo ______________________________________________________________112
Próximo libro ________________________________________________________115
Ali Hazelwood ________________________________________________________116
Agradecimientos _____________________________________________________117
Sinopsis

Nada como una pequeña rivalidad entre científicos para llevar el


amor al siguiente nivel.

Mara, Sadie y Hannah son amigas primero, científicas siempre.


Aunque sus campos de estudio puedan llevarlas a diferentes rincones del
mundo, todos pueden estar de acuerdo en esta verdad universal: cuando se
trata de amor y ciencia, los opuestos se atraen y los rivales te hacen arder...

Lógicamente, Sadie sabe que se supone que los ingenieros civiles


construyen puentes. Sin embargo, como mujer de CTIM, también entiende
que las variables pueden cambiar, y cuando estás atrapada durante horas
4
en un pequeño ascensor de Nueva York con el hombre que te rompió el
corazón, te ganas el derecho de quemar ese puente musculoso y rubio. Erik
puede disculparse todo lo que quiera, pero para citar a su líder rebelde,
preferiría besar a un wookiee.

Ni siquiera el más sofisticado de los rituales supersticiosos de Sadie


podría haber predicho una reunión tan desastrosa. Pero mientras se niega
a reconocer el canto de sirena de los antebrazos de acero de Erik o la forma
en que su voz se suaviza cuando él le ofrece su suéter, Sadie no puede evitar
preguntarse si podría haber más capas en su némesis de corazón frío de lo
que salta a la vista. Tal vez, posiblemente, incluso los puentes quemados
todavía se pueden cruzar...
Para Marie, mi Elizabeth Swann favorita.

5
Capítulo 1

Presente

Mi mundo llega a su fin a las 10:43 de la noche de un viernes, cuando


el ascensor se detiene entre el octavo y el séptimo piso del edificio que
alberga la empresa de ingeniería donde trabajo. Las luces del techo
parpadean. Entonces se apagan por completo. Luego, después de un periodo
que dura unos cinco segundos pero se siente como varias décadas, regresan
con el tinte ligeramente más amarillo de la bombilla de emergencia. 6
Mierda.

Dato curioso: esta es la segunda vez que mi mundo llega a su fin esta
noche. La primera fue hace menos de un minuto. Cuando el ascensor en el
que viajo se detuvo en el decimotercer piso, y Erik Nowak, la última persona
que quería ver, apareció en toda su gloria rubia, grande y vikinga. Me
estudió por lo que pareció demasiado tiempo, dio un paso adentro y luego
me estudió un poco más mientras yo inspeccionaba con avidez las puntas
de mis zapatos.

Re-mierda.

Es una situación un poco complicada. Trabajo en la ciudad de Nueva


York y mi empresa, GreenFrame, alquila una pequeña oficina en el piso 18
de un edificio de Manhattan. Muy pequeña. Tiene que ser muy pequeña,
porque somos una empresa bebé, todavía estableciéndonos en un mercado
bastante despiadado, y no siempre ganamos mucho dinero. Supongo que
eso es lo que sucede cuando valoras cosas como la sostenibilidad, la
protección del medio ambiente, la viabilidad y eficiencia económica, la
renovación en lugar de desechar, la minimización de la exposición a peligros
potenciales como materiales tóxicos y… bueno, no los aburriré con la
entrada de Wikipedia sobre ingeniería verde. Baste decir que mi jefa, Gianna
(que casualmente es la única otra ingeniera que trabaja a tiempo completo
en la empresa), fundó GreenFrame con el objetivo de crear grandes
estructuras que realmente tengan sentido dentro de su entorno, y que sean
deliciosa y crujientemente acérrimas al respecto. Desafortunadamente, eso
no siempre paga muy bien. O bien.

O en absoluto.

Así que sí. Como dije, una situación un poco complicada,


especialmente cuando se compara con empresas de ingeniería más
tradicionales que no se enfocan tanto en la conservación y el control de la
contaminación. Como ProBld. La firma gigante donde trabaja Erik Nowak.
La que ocupa todo el piso trece. Y el duodécimo. ¿Quizás el undécimo
también? Perdí la pista.

Así que cuando el ascensor empezó a reducir la velocidad en el piso


catorce, sentí una oleada de aprensión, que ingenuamente descarté como
mera paranoia. No tienes de qué preocuparte, Sadie, me dije. ProBld tiene
7
toneladas de oficinas. Siempre se están expandiendo. Orquestando
“fusiones” y devorando empresas más pequeñas. Como La mancha voraz1.
Son realmente la entidad ameboide alienígena corrosiva del negocio, lo que
se traduce en cientos de personas trabajando para ellos, lo que a su vez
significa que cualquiera de esos cientos de personas podría estar llamando
al ascensor. Cualquiera. No hay forma de que sea Erik Nowak.

Sí. No.

Era Erik Nowak, de acuerdo. Con su presencia masiva y colosal. Erik


Nowak, quien pasó la totalidad de nuestro viaje de cinco pisos mirándome
con esos ojos azules despiadados y helados suyos. Erik Nowak, que
actualmente mira hacia la luz de emergencia con el ceño ligeramente
fruncido.

—No hay electricidad —dice, una declaración obvia, con esa voz
estúpidamente profunda que tiene. No ha cambiado ni un ápice desde la
última vez que hablamos. Ni desde esa cadena de mensajes que dejó en mi

1La mancha voraz: Es una película independiente estadounidense de los géneros de terror
y ciencia ficción del año 1958 que presenta un gigantesco alien similar a una ameba que
aterroriza las comunidades rurales de Downingtown y Phoenixville, Pensilvania.
teléfono antes de que bloqueara su número. Los que nunca me molesté en
responder, pero tampoco me atreví a borrar. Los que no podía dejar de
escuchar, una y otra vez.

Y otra vez.

Sigue siendo una voz estúpida. Estúpida e insidiosa, rica y precisa,


recortada y baja, con propiedades acústicas propias. «Me mudé aquí desde
Dinamarca cuando tenía catorce años», me dijo en la cena cuando le
pregunté sobre su acento, leve, difícil de detectar, pero definitivamente allí.
«Mis hermanos menores se deshicieron de él, pero yo nunca lo logré». Su
rostro era tan severo como siempre, pero pude ver que su boca se suavizaba,
un leve arqueo en la comisura que se sentía como una sonrisa. «Como
puedes imaginar, hubo muchas burlas mientras crecía».

Después de la noche que pasamos juntos, después de todo lo que pasó


entre nosotros, sentía que no podía quitarme de la cabeza la forma en que
pronunciaba las palabras. Durante días me retorcí constantemente,
dándome la vuelta porque pensaba que lo había oído en algún lugar cerca
8
de mí. Pensaba que tal vez estaba cerca, aunque yo estaba haciendo jogging
en el parque, sola en la oficina, en la fila del supermercado. Simplemente se
me pegó, cubrió el caparazón de mis oídos y el interior de mi...

—¿Sadie? —La infame voz de Erik atraviesa mis pensamientos. Tiene


ese tono, el de alguien que se repite, y quizás no solo por primera vez—. ¿Lo
hace?

—Hace… ¿qué? —Levanto la vista y lo encuentro junto al panel de


control. En las sombras descarnadas de la luz de emergencia sigue siendo
tan... Dios. Mirar su hermoso rostro es un error. Él es un error—. Lo siento…
¿qué dijiste?

—¿Tu teléfono funciona? —pregunta de nuevo, paciente. Amable.

¿Por qué es tan amable? Se suponía que nunca fuera amable.


Después de lo que pasó entre nosotros, decidí torturarme preguntando por
ahí sobre él, y la palabra amable nunca apareció. Ni una sola vez. Uno de
los mejores ingenieros de Nueva York, diría la gente a menudo. Conocido
por ser tan bueno en su trabajo como hosco. Práctico, distante, poco
amigable. Aunque él nunca fue ninguna de estas cosas conmigo. Hasta que
lo fue, por supuesto.

—Um. —Saco mi teléfono del bolsillo trasero de mis pantalones negros


y presiono el botón de inicio—. Sin servicio. Pero esto es una jaula de
Faraday2 —pienso en voz alta—, y el hueco del ascensor es de acero.
Ninguna señal de RF3 podrá hacer un bucle y… —Me doy cuenta de la forma
en que Erik me mira y me callo abruptamente. Cierto. También es ingeniero.
Él ya sabe todo esto. Me aclaro la garganta—. Sin señal, no.

Erik asiente.

—El Wi-Fi debería funcionar, pero no lo hace. Así que tal vez esto es…

—¿… un corte de energía en todo el edificio?

—Tal vez incluso toda la cuadra.

Mierda.
9
Mierda, mierda, mierda. Mierda.

Erik parece estar leyendo mi mente, porque me estudia por un


momento y me dice tranquilizadoramente:

—Podría ser lo mejor. Alguien está obligado a revisar los ascensores


si saben que no hay energía. —Hace una pausa antes de agregar—: Aunque
podría llevar un tiempo. —Dolorosamente honesto. Como siempre.

—¿Cuánto tiempo?

Se encoge de hombros.

—¿Unas pocas horas?

¿Unas pocas qué? ¿Unas pocas horas? ¿En un ascensor que es más
pequeño que mi ya minúsculo baño? ¿Con Erik Nowak, la más melancólica
de las montañas escandinavas? Erik Nowak, el hombre que yo…

2 Jaula de Faraday: Se conoce como jaula de Faraday al efecto por el cual el campo
electromagnético en el interior de un conductor en equilibrio es nulo, anulando el efecto de
los campos externos.
3 Señal de RF: Señal de radiofrecuencia.
No, no hay manera.

—Debe haber algo que podamos hacer —digo, tratando de sonar


serena. Juro que no estoy entrando en pánico. No más que mucho.

—Nada en lo que pueda pensar.

—Pero… ¿qué hacemos ahora, entonces? —pregunto, odiando lo


quejumbrosa que es mi voz.

Erik deja caer su bolsa de mensajero al suelo con un golpe. Se apoya


contra la pared opuesta a la mía, lo que teóricamente debería darme un poco
de espacio para respirar, aunque por alguna razón que desafía la física
todavía se siente demasiado cerca. Lo observo deslizar su teléfono en el
bolsillo delantero de sus jeans y cruzar los brazos sobre su pecho. Sus ojos
son fríos, ilegibles, pero hay un leve brillo en ellos que hace que un escalofrío
me recorra la espalda.

—Ahora —dice, su mirada fija en la mía—, esperamos. 10


Son las 10:45 de un viernes por la noche. Y por tercera vez en menos
de diez minutos, mi mundo se derrumba.
Capítulo 2

Hace tres semanas

Hay cosas peores en el mundo.

Hay, sin duda alguna, montones gigantes de cosas peores en el


mundo. Calcetines mojados, síndrome premenstrual, las precuelas de Star
Wars, las galletas de avena con pasas que se hacen pasar por chispas de
chocolate, Wi-Fi lento, el cambio climático y la desigualdad de ingresos, 11
caspa, tráfico, el final de Game of Thrones, tarántulas, jabón con olor a
comida, gente que odia el fútbol, horario de verano (cuando se adelanta una
hora, no se retrasa), la masculinidad tóxica, la vida injustamente corta de
los conejillos de indias; todas estas, solo por nombrar unas pocas, son cosas
realmente terribles, espantosas y horribles. Porque así es el universo: está
lleno de circunstancias malas, tristes, inquietantes, injustas y enfurecidas,
y debería saberlo mejor en lugar de hacer pucheros como una niña de diez
años que es media pulgada demasiado baja para la montaña rusa cuando
Faye me dice desde detrás del mostrador de su pequeña cafetería:

—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.

Para ser clara: ni siquiera quiero un croissant. Sé que suena raro (todo
el mundo siempre debería querer un croissant; es una ley de la física, como
la paradoja de Fermi4 o la ecuación de campo de Einstein5), pero la verdad

4 La paradoja de Fermi: Es la aparente contradicción que hay entre las estimaciones que
afirman que hay una alta probabilidad de que existan otras civilizaciones inteligentes en el
universo observable y la ausencia de evidencia de dichas civilizaciones.
5
Ecuaciones de campo de Einstein: Son un conjunto de diez ecuaciones de la teoría de
la relatividad general de Albert Einstein que relacionan la presencia de materia con la
curvatura del espacio-tiempo.
es que me gustaría prescindir de este croissant específico, si fuera un martes
normal por la mañana.

Desafortunadamente, hoy es el día de lanzamiento. Lo que significa


que me reuniré con posibles futuros clientes de GreenFrame. Hablaré con
ellos, les contaré los cientos de pequeñas cosas que puedo hacer para
ayudarlos a gestionar proyectos de construcción sostenible a gran escala y
espero que decidan contratarnos. Es lo que he estado haciendo durante
unos ocho meses, desde que terminé mi doctorado: trato de atraer nuevos
clientes; trato de mantener los que ya tenemos; trato de aliviar la carga de
trabajo de Gianna, ya que acaba de tener a su primer bebé, que, por cierto,
en realidad fueron tres bebés. Aparentemente, los trillizos ocurren. Y son
adorables, pero también se despiertan en medio de la noche en una espiral
interminable de insomnio y agotamiento. ¿Quién lo hubiera pensado? Pero
volvamos a los clientes: GreenFrame se ha estado aventurando
peligrosamente cerca de un territorio que no está del todo en negro, y la
reunión de lanzamiento de hoy es fundamental para mantener los rojos a
raya.
12
Introduzcan los croissants. Y ese otro pequeño problema que tengo:
soy un poco supersticiosa. Solo un poco. Solo un poco crédula. He
desarrollado un complejo sistema de rituales y gestos apotropaicos6 que
deben realizarse para garantizar que mis reuniones de lanzamiento se
desarrollen según lo planeado. Tengo más años de educación científica de
los que nadie jamás haya necesitado, y probablemente debería saber mejor
que no debo creer que el color de mis calcetines predice de alguna manera
mi éxito profesional. ¿Pero yo?

No.

En la universidad, eran exactamente tres trenzas en mi cabello por


cada partido de fútbol (más dos capas de rímel L'Oréal si jugábamos fuera
de casa) y tenía que escuchar “Dancing Queen” y “My Immortal” antes de

6Efecto apotropaico: Es un término antropológico para describir un fenómeno cultural


que se expresa como mecanismo de defensa mágico o sobrenatural evidenciado en
determinados actos, rituales, objetos o frases formularias, consistente en alejar el mal o
protegerse de él, de los malos espíritus o de una acción mágica maligna en particular,
purificándose (catarsis) con este rito u objeto ritual.
cada final, estrictamente en ese orden. Gracias a Dios logré graduarme a
tiempo, porque el latigazo emocional comenzaba a golpearme.

No es que este tema mío sea algo que me guste admitir ampliamente.
En su mayoría solo a Mara y Hannah, mis supuestas mejores amigas. Nos
conocimos durante el primer año de nuestros doctorados y desde entonces
hemos estado luchando juntas a través de las tribulaciones de la academia
CTIM. En su mayor parte, tenerlas en mi vida ha sido mi única y verdadera
alegría, pero ha habido aspectos menos que sobresalientes. Por ejemplo, el
hecho de que durante los cuatro años que vivimos juntas ellas oscilaron
entre realizar intervenciones antisuperstición y bromear invitando gatos
negros callejeros a nuestro apartamento todos los viernes 13, (Incluso
terminamos adoptando uno durante unos meses, JimBob, hasta que nos
dimos cuenta de que el gatito de los folletos de Desaparecidos por todo el
vecindario se parecía sospechosamente a él; JimBob era, de hecho, la Sra.
Fluffpuff, y la devolvimos en silencio, en la mitad de la noche. Desde
entonces se la ha echado mucho de menos). De todos modos, sí: tengo
mejores amigas horribles, asombrosas y que no apoyan las supersticiones.
13
Pero ya no vivimos juntas. Ni siquiera vivimos en la misma ciudad: Mara
está en D.C. en la APA y Hannah ha estado trabajando para la NASA y
viajando entre Texas y Noruega. Puedo tirar sal por encima del hombro y
buscar frenéticamente madera para tocar a mi gusto.

¿Por qué, por qué soy así? No tengo ni idea. Solo culpemos a mi madre
agresivamente italiana.

Pero volvamos a este martes por la mañana: el quid de mi problema,


verás, es que en el invierno, antes de mi discurso para clientes más exitoso
hasta la fecha, me dio un poco de hambre. Así que entré en la cafetería de
Faye que tiene un agujero en la pared y, en lugar de simplemente pedir lo
usual —castigador café solo: sin azúcar, sin crema, solo el amargo olvido de
la oscuridad—, agregué un croissant a mi pedido. Era tan bueno como el
café (es decir, a la vez rancio y poco cocido; el sabor oscilaba entre el almidón
y la salmonella) y, para mi eterna consternación, pronto obtuve el contrato
más lucrativo que GreenFrame haya visto en su joven historia.

Gianna estaba encantada. Y yo también, hasta que mi cerebro mitad


italiano comenzó a formar un millón de pequeñas conexiones entre el
croissant del infierno y mi gran victoria profesional. Ya sabes a dónde va
esto: sí, ahora siento desesperadamente que debo comer uno de los
croissants de Faye antes de cada reunión de lanzamiento, de lo contrario
sucederá lo impensable. Y no, no tengo ni idea de cómo reaccionar ante su
amable pero definitivo:

—Lo siento, cariño, nos quedamos sin croissants.

¿Dije que hay cosas peores en el mundo? Mentí. Esto es un desastre.


Mi carrera ha terminado. ¿Esas son sirenas en la distancia?

—Ya veo. —Me muerdo el labio inferior, le ordeno a mi mala cara que
se deshaga y me obligo a sonreír. Después de todo, no es culpa de Faye si
mi mamá me inculcó en las neuronas de bebé que caminar debajo de las
escaleras es una manera segura de vivir una vida de desesperación. Voy a
terapia por eso. O lo haré. En algún momento—. ¿Estás, um, haciendo más?

Ella mira la vitrina.

—Me quedan muffins. Arándano. Glaseado de limón. 14


Vaya. Eso realmente suena bien. Pero.

—¿Sin croissants, entonces?

—Puedo hacerte un bagel. ¿Canela? ¿Arándano? ¿Solo?

—¿Eso es un no a los croissants?

Faye inclina la cabeza con una expresión complacida.

—Realmente te gustan mis croissants, ¿no?

¿A mí?

—Son tan, um… —Agarro la correa de mi bolsa de mensajero de cuero


falso—. Únicos.

—Bueno, desafortunadamente le acabo de dar el último a Erik. —Faye


señala a su izquierda, hacia el final del mostrador, pero apenas miro a Erik
(un hombre alto, de hombros anchos, que viste traje, aburrido), demasiado
ocupada maldiciendo mi propia sincronización. No debería haber pasado
veinte minutos haciéndole cosquillas a la majestuosa belleza de la cola del
conejillo de indias de Ozzy. Ahora estoy pagando legítimamente por mis
errores, y Faye me está evaluando con la mirada—. Te voy a hacer un bagel.
Estás demasiado flaca para saltarte el desayuno. Come más y también
podrías crecer un poco más.

Dudo que finalmente logre superar el metro y medio a la avanzada


edad de veintisiete años, pero quién puede decirlo.

—Solo para recapitular —digo, en un último intento suplicante y


quejumbroso de salvar mi futuro profesional—. ¿No vas a hacer más
croissants hoy?

Los ojos de Faye se estrechan.

—Cariño, es posible que te gusten demasiado mis croissants…

—Aquí.

La voz —no la de Faye—, es profunda y de tono bajo, y proviene de


algún lugar por encima de mi cabeza. Pero apenas le presto atención porque
estoy demasiado ocupada mirando el croissant que apareció
15
milagrosamente frente a mis ojos. Todavía está entero, colocado encima de
una servilleta, algunos copos de masa sueltos se desmoronan lentamente
de la parte superior. He probado los croissants de Faye antes, y sé que lo
que les falta en sabor lo compensan en tamaño. Son muy, muy grandes.

Incluso cuando lo entrega una mano muy, muy grande.

Parpadeo durante varios segundos, preguntándome si se trata de un


espejismo inducido por la superstición. Luego me giro lentamente para
mirar al hombre que depositó el croissant en el mostrador.

Él ya se ha ido. Está a la mitad de la puerta, y todo lo que obtengo es


una breve impresión de hombros anchos y cabello claro.

—¿Qué…? —Parpadeo hacia Faye, señalando al hombre—. ¿Qué…?

—Supongo que Erik decidió que deberías tener el último croissant.

—¿Por qué?

Ella se encoge de hombros.


—Si fuera tú, no miraría los dientes de un croissant regalado7.

Croissant regalado.

Me encojo de hombros para salir de mi estupor, tiro un billete de cinco


dólares en el tarro de propinas y salgo corriendo del café.

—¡Oye! —lo llamo. El hombre está a unos veinte pasos por delante de
mí. Bueno, veinte pasos con mis piernas diminutas. Podría ser menos de
cinco con las suyas—. Oye, ¿podrías esperar un…?

Él no se detiene, así que agarro mi croissant y me apresuro tras él.


Canalizo mi mejor versión de ex-chica becaria de fútbol y esquivo a una
mujer que pasea a su perro, luego a su perro, luego a dos adolescentes que
se besan en la acera. Lo alcanzo a la vuelta de la esquina, cuando me
detengo frente a él.

—Oye. —Sonrío. Y arriba y arriba y arriba. Es más alto de lo que


calculé. Y estoy más sin aliento de lo que me gustaría. Necesito hacer más 16
ejercicio—. ¡Muchas gracias! Realmente no tenías que hacerlo… —Me quedo
en silencio, sin ninguna razón real más que por lo llamativo que se ve. Él es
tan…

Escandinavo, tal vez. Al estilo vikingo. Nórdico. Como sus ancestros


que retozaban bajo la aurora boreal en su camino hacia la financiación de
Ikea. Es tan grande como un yeti, con ojos azul claro y cabello rubio pálido
corto, y apostaría mi croissant de regalo a que su nombre contiene una de
esas geniales letras nórdicas. La a y la e aplastadas juntas; esa extraña o
cortada por la mitad; la gran b que en realidad son dos s apiladas una
encima de la otra. Algo que requiere mucho conocimiento de HTML para ser
escrito.

Me toma por sorpresa, eso es todo, y por un momento no estoy segura


de qué decir y solo miro hacia arriba. La mandíbula fuerte. Los ojos
hundidos. La forma en que las partes angulosas de su rostro se unen en
algo muy, muy atractivo.

Entonces me doy cuenta de que me está mirando y al instante me


vuelvo consciente de ello. Sé exactamente lo que está viendo: la camisa azul

7
Juego de palabras con el dicho popular “A caballo regalado no se le miran los dientes”.
que metí dentro de mis chinos8; el flequillo que realmente necesito recortar;
el cabello castaño hasta los hombros que también necesito recortar; y luego,
por supuesto, el croissant.

¡El croissant!

—¡Muchas gracias! —Sonrío—. No fue mi intención robarte la comida.

Ninguna respuesta.

—Podría devolverte el dinero.

Todavía no hay respuesta. Sólo esa mirada severa, germánica del


norte.

—O podría comprarte un muffin. O un bagel. Realmente no quise


interferir con tu desayuno.

Número de respuestas: cero. Intensidad de la mirada: muchos


millones. ¿Él siquiera entiende lo que…? Oh. 17
Ooooh.

—Gra-cias —digo, muy, muy lentamente, como cuando el lado de la


familia de mi madre, el que nunca emigró a los EE. UU., intenta hablar
italiano conmigo—. Por… —Levanto el croissant frente a mi cara—, esto.
Gracias, —Señalo al vikingo—, a ti. Eres muy… —Inclino la cabeza y arrugo
la nariz felizmente—, agradable. —Él me mira aún más, pensativo. No creo
que lo entendiera—. No entiendes, ¿verdad? —murmuro para mí misma,
abatida—. Bueno, gracias de nuevo. Realmente me hiciste un favor allí. —
Levanto el croissant por última vez, como si estuviera brindando por él.
Luego me doy la vuelta y empiezo a alejarme.

—De nada. Aunque encontrarás que el croissant deja mucho que


desear.

Me giro hacia él. Rubito el Vikingo me mira con una expresión


indescifrable.

—¿A-acabas de hablar?

8
Tipo de pantalón.
—Lo hice.

—¿En inglés?

—Así es, sí.

Siento que mi alma se arrastra fuera de mi cuerpo para proyectarse


astralmente en las llamas ardientes del infierno por pura vergüenza.

—Tú… no estabas diciendo nada. Antes.

Se encoge de hombros. Sus ojos son tranquilos y serios. La


envergadura de sus hombros podría fácilmente iluminarse como una meseta
en Eurasia.

—No hiciste una pregunta. —Su gramática es mejor que la mía y me


estoy marchitando por dentro.

—Pensé… Pareció… Yo… —Cierro los ojos, recordando la forma en la


que hice la mímica de la palabra agradable para él. Creo que quiero morir. 18
Quiero que esto termine. Sí, ha llegado mi hora—. Estoy muy agradecida.

—Probablemente no lo estarás, una vez que pruebes el croissant.

—No yo… —Me estremezco—. Sé que no es bueno.

—¿Lo sabes? —Cruza los brazos sobre su pecho y me da una mirada


curiosa. Lleva traje, como el 99 por ciento de los hombres que trabajan en
esta cuadra. Excepto que no se parece a cualquier otro hombre que haya
visto. Parece una versión corporativa de Thor. Como Platino Ragnarok.
Desearía que me sonriera, en lugar de solo observarme. Me sentiría menos
intimidada—. Podrías haberme engañado.

—Yo… La cosa es que realmente no quiero comerlo. Solo lo necesito


para una… para una cosa.

Su ceja se levanta.

—¿Una cosa?

—Es una larga historia. —Me rasco la nariz—. Algo vergonzoso, en


realidad.
—Ya veo. —Aprieta los labios y asiente pensativo—. ¿Más o menos
vergonzoso que tú asumiendo que no hablo inglés?

¿La muerte rápida y violenta de la que estaba hablando antes? La


necesito ahora.

—Lo siento mucho, mucho por eso. Realmente no…

—Cuidado.

Miro a mi alrededor para ver qué quiere decir justo cuando un tipo
casi me atropella con su patineta. Es una decisión difícil: entre el preciado
croissant sobre el que claramente me siento ambivalente y mi bolso, casi
pierdo el equilibrio, y ahí es donde interviene Thor Corporativo. Se mueve
mucho más rápido de lo que alguien de su tamaño debería ser capaz de
hacer y se desliza entre el chico de la patineta y yo, enderezándome con una
mano alrededor de mi bíceps.

Lo miro, casi sin aliento. Es tan imponente como una cadena 19


montañosa de Groenlandia, presionándome un poco contra la ventana de la
barbería de la esquina, y creo que me ha salvado la vida. Mi vida profesional,
por supuesto. Y ahora también mi vida vida.

Oh, mierda.

—¿Qué pasa con esta mañana? —murmuro a nadie.

—¿Estás bien?

—Sí. Quiero decir, claramente estoy en una espiral descendente de


lucha y mortificación, pero…

Mantiene sus ojos y los ángulos de su hermoso, agresivo e inusual


rostro en mí. Su expresión es grave, sin sonreír, pero por una fracción de
segundo un pensamiento pasa por mi cabeza.

Está entretenido. Me encuentra divertida.

Es una impresión fugaz. Permanece un breve momento y se disuelve


en el instante en que suelta mis bíceps. Pero creo que no me lo imaginé.
Estoy casi segura de que no lo hice, por lo que sucede a continuación.
—Creo —dice, su voz más deliciosa de lo que los croissants de Faye
podrían esperar ser—, que me gustaría escuchar esa larga y vergonzosa
historia tuya.

20
Capítulo 3

Presente

Estoy casi segura de que el ascensor se está encogiendo.

Nada dramático, de verdad. Pero calculo que cada minuto que


pasamos aquí, el ascensor se vuelve un par de milímetros más pequeño. Me
acurruco en un rincón, con los brazos alrededor de las piernas y la frente
sobre las rodillas. La última vez que levanté la vista, Erik estaba en la 21
esquina opuesta, luciendo bastante relajado. Piernas de una milla de largo
estiradas frente a él, bíceps del ancho de una secuoya cruzados sobre su
pecho.

Y, por supuesto, las paredes se ciernen sobre mí. Empujándonos más


y más juntos. Me estremezco y maldigo los cortes de energía. A los muros.
A Erik.

A mí misma.

—¿Tienes frío? —pregunta.

Levanto la cabeza. Estoy usando mi atuendo de trabajo habitual de


chinos y una bonita blusa. Colores sólidos y neutros. Suficientemente
profesional para ser tomada en serio; suficientemente modesto como para
convencer a los tipos que conozco en el trabajo de que mi presencia en
cualquier reunión es para evaluar la eficacia del diseño del sistema de
biofiltración y no para brindarles “algo lindo para mirar”. Ser mujer en
ingeniería puede tener toneladas y toneladas de diversión.

Erik, sin embargo… Erik se ve un poco diferente. Viste jeans y un


suéter oscuro y suave que se estira alrededor de su pecho, y parece inusual,
dado que en el pasado solo lo he visto en un traje. Por otra parte, solo he
visto a Erik dos veces antes, técnicamente en el mismo día.

(Es decir, si uno no cuenta las veces en el último mes que lo vislumbré
alrededor del edificio y rápidamente me di la vuelta para cambiar de
dirección. Lo cual no hago).

Aun así, no puedo evitar preguntarme si la razón por la que se ve


inusualmente informal es porque hoy temprano estaba trabajando en el
lugar. Supervisando. Consultando. Tal vez lo llamaron para dar
recomendaciones sobre el proyecto Milton, y... Sí. No voy allí.

Enderezo y cuadro mis hombros. Mi resentimiento por Erik Nowak, el


sentimiento que he estado acunando en mi bolsillo como un ratoncito
durante las últimas tres semanas, el que he estado alimentando con bilis y
sobras, despierta. Y, sinceramente, se siente bien. Familiar. Me recuerda
que a Erik realmente no le importa si tengo frío. Apuesto a que tiene motivos
ocultos para preguntar. Quizá quiera vender mis órganos. O está planeando
establecer un rincón para orinar en mi cadáver en descomposición.
22
—Estoy bien —digo.

—¿Estás segura? Puedo darte mi suéter.

Me lo imagino brevemente quitándoselo y entregándomelo. Lo he visto


hacerlo antes en carne y hueso, lo que significa que ni siquiera necesitaría
ser creativa. Recuerdo bien la forma en que agarró el cuello y se lo subió por
la cabeza, sus músculos se flexionaron y contrajeron, la repentina extensión
de carne pálida…

Me tendió su suéter y todavía estaba caliente. Tal vez incluso olía


como su piel, o como sus sábanas.

Wow. Wow wow wow. ¿Qué fue eso? He estado en este ascensor
durante aproximadamente nueve minutos y mi cerebro ya está
desarrollando agujeros tipo queso suizo. Agárrate fuerte, Sadie Grantham.
Felicidades por tu fortaleza emocional. La manera de estar excitada por una
persona realmente horrible.
—No es necesario —le digo, sacudiendo la cabeza demasiado
ansiosamente—. ¿Estás seguro de que deberíamos esperar? —pregunto—.
Solo, ¿no hacer nada y esperar?

Él asiente con calma, transmitiendo claramente que no es difícil para


él estar tranquilo en esta situación, que la idea de quedarse conmigo no le
molesta ni un poco y que, a diferencia de alguno de nosotros, no está tentado
a enterrar su cara en sus manos y llorar. Presumido.

—¿Y si gritamos? —pregunto.

—¿Gritar?

—Sí, ¿y si gritamos? Este es un edificio gigante. Alguien está obligado


a escucharnos, ¿verdad?

—¿A las once de la noche de un viernes? —Su respuesta es mucho


más amable de lo que merece mi estúpida pregunta—. ¿Mientras el ascensor
está atascado entre pisos? ¿Este ascensor? 23
Aparto la mirada porque es cierto. Frustrantemente cierto. Este
maldito ascensor en el que estamos está en la parte más profunda del
edificio, al lado de un pasillo por el que nadie pasaría de noche. Una
verdadera tragedia, solo eclipsada por el hecho de que también tiene la
cabina más estrecha que he visto en mi vida. Los invitados y clientes rara
vez lo usan, por lo que tiene la ventaja de ser más rápido y la desventaja de
ser pequeño.

Como: minúsculo. Sabía que era diminuto, pero no hay nada como
darse cuenta de que este podría ser el lugar donde moriré para registrar
cuán diminuto es. Si estiro los brazos, me choco con Erik. Si estiro las
piernas, me choco con Erik. Si me retuerzo en el suelo como deseo
desesperadamente, también chocaré con Erik. Qué dilema.

—¿Estás bien? —pregunta suavemente. Sus ojos también se ven


suaves. Una bola de algo que no puedo definir bien se anuda en mi pecho.

—Sí.

—Aquí. —Rebusca en su bolso por un momento. Luego me ofrece


algo—. Tiene un poco de agua.
No sé por qué acepto su botella de agua de la Liga de Fútbol Amateur
de Nueva York de 2019. No sé por qué mis dedos rozan los suyos por un
breve momento. Y no sé por qué, mientras bebo pequeños sorbos, me
estudia con algo que se asemeja a la preocupación.

No está realmente preocupado, porque Erik Nowak no es ese tipo de


persona. ¿El tipo de persona que realmente es? Un traidor. Un mentiroso.
Un McMansion humano consciente que solo valora su propio éxito
profesional. Un aficionado del F.C. de Copenhague, que, me complace
decirlo, es un equipo de fútbol mediocre en el mejor de los casos. Sí, dije lo
que dije.

—¿Mejor?

—Te lo dije, estoy bien. Estoy totalmente genial.

—Te ves pálida. —Su cabeza se inclina, como para observarme


mejor—. ¿Eres claustrofóbica?
24
—No. No lo creo. —¿Lo soy, sin embargo? Eso explicaría mucho. Las
paredes cerrándose. Esta sensación grasosa y vomitiva en mi estómago. La
forma en que me encantaría arañar este lugar porque es tan pequeño y Erik
ocupa mucho espacio dentro de mi cabeza y puedo oler su jabón y solo
quiero olvidar todo sobre él y tal vez pensé que lo había hecho pero ahora
está aquí y todo está volviendo y yo…

—Sadie. —Erik me mira como si supiera exactamente qué tipo de


espiral se está desarrollando actualmente en mi cerebro—. Toma una
respiración profunda.

—Lo sé. Estoy tomando respiraciones profundas, eso es. —O tal vez
no lo estaba. Porque ahora, con algo de aire en mis pulmones, mi cerebro
está un poco más tranquilo.

—¿Es tu primera vez?

Parpadeo hacia él.

—¿Respirando?

Él sonríe débilmente. Como si no le importara que vamos a morir aquí.


—Estando atrapada en un ascensor.

—Vaya. Sí. —Lo pienso por un momento—. Espera ¿no es la tuya?

—Tercera.

—¿Tercera?

Asiente.

—¿Estás… maldito, o algo?

—Veo que tus supersticiones se están volviendo fuertes —dice,


claramente bromeando, y la idea de que cree que me conoce, el hecho de que
después de todo lo que pasó se sienta autorizado a bromear conmigo…

Me pongo rígida.

Y a juzgar por su expresión, Erik se da cuenta.

—Sadie… 25
—Estoy bien —lo interrumpo—. Lo prometo. Pero ¿podríamos
callarnos, por favor? ¿Por un momento? —Odio lo débil que suena mi voz.

Dejo la botella de agua y escondo mi rostro entre mis rodillas. Escucho


su exhalación aguda, el silencio tenso e incómodo que cae entre nosotros, y
trato de no pensar en la última vez que estuve con él.

Cuando nunca quería dejar de hablar, ni por un segundo.


Capítulo 4

Hace tres semanas

Tengo mi reunión de lanzamiento en una hora, una pequeña montaña


de gigabytes de archivos para revisar, y estoy bastante segura de que mis
becarios están actualmente dieciocho pisos más arriba, tratando de decidir
si los abandoné para unirme a un culto o si he sido secuestrada por un
Sasquatch urbano. Pero no puedo evitar mirar fijamente la boca del Thor
corporativo mientras me dice, con total naturalidad: 26
—Frente de lavado de dinero.

—¡De ninguna manera!

Se encoge de hombros. Estamos sentados uno al lado del otro en un


banco en un pequeño parque que, como resulta, está justo detrás de mi
edificio. El sol brilla, los pájaros cantan, he visto al menos tres mariposas y,
sin embargo, sigo vagamente intimidada por su tamaño. Y sus pómulos.

—Es la única explicación posible.

Muerdo mi labio, tratando de pensarlo bien.

—¿No podría Faye simplemente ser, ya sabes… ¿Una panadera


realmente mala?

—Ciertamente lo es. Su café también es cuestionable.

—Es muy parecido al líquido de frenos —concedo.

—Siempre pensé en el refrigerante de plasma. El caso es que ella


estaba aquí hace diez años, cuando comencé a trabajar en ese edificio, y
estará aquí mucho después de que tú y yo nos hayamos ido. A pesar de eso,
—Señala el croissant que todavía estoy agarrando. Honestamente, debería
morder la cosa y tragarla. El sudor de mi mano no lo hará más sabroso—,
no hay una razón empresarial válida para que ella siga en el negocio.

Asiento pensativamente. Él podría tener un punto.

—¿Aparte de operaciones de lavado de dinero y vínculos con el crimen


organizado?

—Precisamente. —De acuerdo, su gramática puede ser perfecta, pero


estoy empezando a captar un vago acento extranjero. Quiero hacer un millón
de preguntas al respecto, un deseo en competencia directa con mi deseo de
no parecer un bicho raro. Un objetivo elevado, ya que soy, de hecho, un
bicho raro.

—Veo tu teoría. Pero. Escúchame. —Soplo mi flequillo fuera de mis


ojos. La expresión de Erik no se mueve ni un nanómetro, pero sé que está
escuchando. Hay algo en él, como si su atención fuera algo físicamente
tangible, como si fuera bueno para ver, oír y saber—. Entonces, ¿recuerdas 27
cómo hablé sobre mi… problema?

—¿El de pensamiento mágico? ¿Dónde crees que tu éxito profesional


se relaciona con los artículos que comiste en el desayuno?

No puedo creer que lo admití. Dios, él ya sabe que soy un bicho raro.
Aunque, para su crédito, parece estar tomándoselo con calma.

—Está bien, escucha, sé que suena como si estuviera tontamente


agarrando los restos atávicos de la antigüedad.

—¿Suena? —Su ceja se levanta.

Podría estar sonrojándome.

—Me gusta pensar en ello como… más una forma de unirme y celebrar
las tradiciones de mis éxitos anteriores, ¿sabes? Y menos como establecer
una conexión causal empírica entre el color de mi ropa interior y los eventos
futuros.

—Ya veo. —La comisura de su boca se tuerce hacia arriba. Apenas,


sin embargo, todavía no una sonrisa. Tal vez no sea capaz. Tal vez tenga
una condición médica debilitante. Sonrisopatía: ahora con su propio código
ICD-10—. Entonces, ¿cuál es el color de la suerte?

—¿Qué?

—De ropa interior.

—Vaya. Um… lavanda.

Parece brevemente perplejo.

—¿Morado?

—Más o menos, sí. —Olvidé que la mayoría de los hombres no pueden


nombrar más de cinco colores—. Un poco más claro. Entre morado y rosa.
Pastel.

Él asiente lentamente, como si estuviera tratando de imaginárselo.

—Lindo —dice, y su tono es tan simple y directo como lo ha sido en 28


los últimos minutos. No hay absolutamente ninguna lascivia espeluznante,
como si estuviera halagando una flor o un cachorro. Mi corazón da un
vuelco, no obstante.

¿Él…? Si me viera usando mi… ¿Seguiría pensando que…?

Ay, Dios mío. ¿Qué está mal conmigo? Este pobre hombre me acaba
de dar su croissant.

—De todos modos —me apresuro a agregar—, tal vez hay mucha gente
comprando croissants de buena suerte, porque no estoy sola en mi…
pensamiento mágico, buena manera de decirlo, por cierto. Por ejemplo, mi
amiga Hannah trabaja en la NASA y dice que los ingenieros allí han tenido
rutinas complejas que involucran cacahuetes Planters y lanzamientos de
misiones durante los últimos cincuenta años. Y soy ingeniera. Básicamente,
estoy profesionalmente obligada a…

—¿Eres ingeniera? —Sus ojos se abren con sorpresa.

Mi corazón se hunde con la decepción. Oh, Dios. Él es uno de esos. No


puedo creer que sea uno de esos.

Frunzo el ceño y me levanto del banco, mirándolo con el ceño fruncido.


—Para tu información, en los EE. UU., el quince por ciento de la fuerza
laboral de ingeniería está compuesta por mujeres. Y ese número ha ido
aumentando constantemente, por lo que no hay necesidad de estar tan
sorprendido de que…

—No lo estoy.

Mi ceño se profundiza.

—Seguro que parecías…

—Yo también soy ingeniero, y parecía una especie de coincidencia. —


Su boca se tuerce de nuevo—. Pensé que tu pensamiento mágico podría
estar emocionado.

—Vaya. —Mis mejillas arden—. Vaya. —Wow. ¿Soy la imbécil de


Reddit? Bueno, lo eres, Sadie—. Lo siento, no quise insinuar…

—¿Dónde estudiaste? —pregunta, imperturbable, tirando de mi


muñeca hasta que me siento de nuevo. Termino un poco más cerca de él de
29
lo que estaba antes, pero está bien. Está bien. Siri, ¿cuántas veces puedo
humillarme por completo en el lapso de treinta minutos? ¿Infinitas, dices?
Gracias, eso es lo que pensé.

—Um, Caltech. Terminé mi doctorado el año pasado. ¿Tú?

—NYU. Obtuve mi maestría… ¿hace diez, once años?

Nos miramos el uno al otro, yo calculando su edad, él… no sé. Tal vez
él también esté calculando. Debe ser seis o siete años mayor que yo. No es
que sea de ninguna manera relevante. Solo estamos charlando. Nos iremos
por caminos separados en doce segundos.

—¿Dónde trabajas? —pregunta.

—GreenFrame. ¿Tú?

—ProBld.

Arrugo la nariz, reconociendo instantáneamente el nombre, tanto de


las placas en el vestíbulo de mi edificio de oficinas como de la vid de
ingeniería de Nueva York. Hay muchas firmas en esta área, y él trabaja en
mi menos favorita. La medusa grande que sigue expandiéndose al comerse
a las medusas más pequeñas. No es que sean terribles, están bien. Pero son
de la vieja escuela y no se enfocan en la sustentabilidad tanto como
nosotros. Pero tienen un representante sólido, y algunos de nuestros
clientes potenciales incluso los eligen por eso. Lo cual: bleh.

—¿Acabas de poner una cara de repulsión cuando mencioné mi


empresa?

—No. ¡No! Quiero decir, sí. Un poquito. Pero no lo dije de una manera
ofensiva. Simplemente no parecen adoptar un enfoque de sistemas
completos para la resolución de problemas cuando se trata de desafíos
ambientales… —Sus ojos brillan. ¿Se está burlando de mí? ¿Se burla Thor
Corporativo?—. Quiero decir, ahora voy más de veinte minutos tarde al
trabajo. Siendo realistas, probablemente me despedirán y terminaré
rogándoles un trabajo.

Él asiente, los labios apretados.

—Bueno. Tengo un acuerdo con los socios. 30


—¿Ah sí?

—Estoy seguro de que les encantaría tenerte a bordo. Desarrollar un


enfoque de sistemas completos para la resolución de problemas cuando se
trata de desafíos ambientales. —Saco la lengua, que él ignora—. ¿Qué
nombre debo dar cuando te recomiende?

—Vaya. Sadie Grantham. —Extiendo mi mano que no es la del


croissant. Él la mira por un largo momento, y de repente, inexplicablemente,
tengo un miedo terrible. Ay dios mío. ¿Y si no la acepta?

¿Sí, Sadie? Una voz sabia, mezquina y pragmática me susurra al oído.


¿Qué pasa si un extraño no quiere tomar tu mano? ¿Cómo lidiarás con el
impacto cero punto cero que tendrá en tu vida? Pero la voz es discutible,
porque la toma, y mi corazón galopa por lo bien que se siente su piel, sólida
y un poco áspera. Su mano se traga mis dedos, calentando mi carne y los
lindos y baratos anillos que me puse esta mañana.

—Encantado de conocerla, Dra. Grantham. —Mi respiración se


engancha. Mi corazón se derrite. He tenido mi doctorado por menos de un
año, así que todavía disfruto que me llamen doctora. Sobre todo porque
nadie lo hace nunca—. Erik Nowak.

Bueno. Nadie lo hace excepto Erik Nowak.

Erik Nowak.

—¿Puedo preguntarte algo un poco inapropiado?

Sacude la cabeza, lenta y gravemente.

—Desafortunadamente, no estoy usando ropa interior morada.

Me río.

—No es… cuando escribes tu apellido, ¿hay letras geniales y elegantes


en él? —Dejo escapar la pregunta y al instante me arrepiento. Ni siquiera
estoy segura de lo que estoy preguntando. Voy a rodar con eso, ¿supongo?

—Tiene una n. y una w. ¿Se consideran elegantes? 31


Realmente no. Bastante aburridas.

—Por supuesto.

Él asiente.

—¿Qué pasa con la k? Es mi carta favorita.

—Eh, sí. Esa también es elegante. —Todavía aburrido.

—Pero seguramente no la a?

—Uh, bueno, supongo que la a es…

Su boca está crispada. Otra vez. Me está tomando el pelo. Otra vez. Lo
odio.

—Maldito seas —digo en broma.

Está casi sonriendo.

—Sin diéresis. Sin signos diacríticos. Nada de Møller. O Kiærskou. O


Adelsköld. Aunque fui a la escuela con ellos. —Asiento, vagamente
decepcionada. Hasta que pregunta—: ¿Decepcionada? —Y luego no puedo
evitar esconderme detrás de mi croissant y reírme. Cuando termino,
definitivamente está sonriendo y dice—: Realmente deberías comer eso. O
perderás a tu cliente y el próximo cohete de la NASA explotará.

—Correcto, sí. —Arranco un trozo. Lo sostengo ante él—. ¿Quieres un


bocado? No me importa compartir.

—¿En serio? ¿No te importa compartir mi propio croissant famoso y


repugnante conmigo?

—¿Qué puedo decir? —Sonrío—. Soy un alma generosa.

Él niega con la cabeza. Y luego agrega, como si se le acabara de


ocurrir:

—Conozco un muy buen bistró francés.

Todo mi cuerpo se anima.

—¿Oh? 32
—También tienen una panadería.

Mi cuerpo se anima y hormiguea.

—¿Sí?

—Hacen croissants excelentes. Voy allí a menudo.

El sol sigue brillando, los pájaros siguen cantando, ahora he visto


cinco mariposas y… el ruido de fondo se desvanece lentamente. Miro a Erik,
estudio la forma en que la sombra de los árboles cae sobre su rostro, lo
estudio tan de cerca como él me está estudiando a mí.

En mi vida, me han invitado a tomar una copa suficientes conocidos


al azar que creo que tal vez, solo tal vez, podría saber a qué está tratando
de llegar. Y en mi vida, he querido decir no a las bebidas con cada uno de
esos conocidos al azar, por lo que he aprendido a evitar que me hagan la
pregunta. Soy buena transmitiendo desinterés e indisponibilidad. Muy muy
buena.

Y sin embargo, aquí estoy.


En un banco de Nueva York.

Agarrando un croissant.

Aguantando la respiración y… ¿esperando?

Pregúntame, pienso hacia él. Porque quiero probar ese bistró francés
que tú conoces. Contigo. Y hablar más sobre el lavado de dinero y un enfoque
de sistemas completos para la ingeniería ambiental y la ropa interior morada
que en realidad es lavanda.

Pregúntame, Erik Nowak. Pregúntame, pregúntame, pregúntame.


Pregúnteme.

Hay autos en la distancia, gente riéndose y correos electrónicos


amontonándose en mi bandeja de entrada, dieciocho pisos por encima de
nosotros. Pero mis ojos sostienen los de Erik por un largo y prolongado
momento, y cuando me sonríe, noto que sus ojos son tan azules como el
cielo. 33
Capítulo 5

Presente

De acuerdo con la placa sobre la consola de selección de piso (que,


por cierto, no incluye un botón de emergencia; estoy escribiendo
mentalmente un correo electrónico redactado enérgicamente que
probablemente nunca se enviará), el elevador tiene una capacidad de 1,400
libras. El interior, calculo, tiene unos quince pies cuadrados, catorce de los
cuales están ocupados por Erik. (Como de costumbre: gracias, Erik). Se 34
instaló un pasamanos de acero inoxidable en el lado más interno, y las
paredes son bastante bonitas, esmalte horneado blanco o algún material
similar que tal vez delata la antigüedad del compartimento, pero oye, es
mejor que espejos. Odio los espejos en los ascensores, y los odiaría más en
este ascensor. Sería tres veces más difícil de lo que ya es evitar vislumbrar
a Erik.

En el techo, entre las dos luces empotradas de bajo consumo


(¿espero?) que actualmente están apagadas, noté un gran panel de metal. Y
eso es lo que he estado mirando durante el último minuto más o menos. No
soy una experta en ascensores, pero estoy casi segura de que es la salida de
emergencia.

Desde mi punto de vista de metro cincuenta y dos, Erik está en algún


lugar entre metro noventa y dos metros. Con base en eso, calculo que el
compartimento mide unos dos metros de altura. Demasiado alto para
alcanzarlo por mi cuenta y demasiado alejado de la pared para usar el
pasamanos como punto de escalada. Pero. Pero estoy segura de que Erik
podría levantarme fácilmente. Quiero decir, lo ha hecho antes. En varias
ocasiones, en el lapso de las veinticuatro horas que pasamos juntos. Como
cuando nos dio hambre a mitad de la noche: me levantó como si fuera un
gatito de cuatro libras, me depositó en el mostrador de su cocina mientras
yo jadeaba con asombro ante su hermoso refrigerador lleno en exceso, y
luego procedió a inspeccionar una extensa serie de sobras chinas antes de
compartirlas conmigo. Sin mencionar esa otra vez, cuando estábamos en su
ducha y él puso una mano debajo de mi trasero para empujarme contra la
pared y…

El punto es: él podría ayudarme a alcanzar el panel. Podría


desalojarlo, salir del compartimento y, si estamos lo suficientemente cerca
del piso superior, podría abrir las puertas y sacarme. En ese momento, sería
libre. Libre para ir a casa y alimentar a Ozzy, quien sin duda está silbando
con todo su corazón como siempre lo hace cuando no ha comido en más de
dos horas. Me miraría como si fuera una horrible madre roedor, pero luego
aceptaría a regañadientes mi palito de zanahoria y se acurrucaría en mi
regazo. Y por supuesto, cuando mi teléfono tenga cobertura, pediré ayuda
para que alguien venga a encargarse de Erik. Pero no me quedaría para verlo
salir, porque ya he tenido un montón de...
35
—No.

Me sobresalto y miro a Erik. Todavía está en la esquina opuesta a la


mía, dándome una mirada fija.

—¿No qué?

—No va a suceder.

—Ni siquiera sabes qué…

—No vas a salir por la salida de emergencia.

Casi retrocedo, porque a pesar de mis tendencias de pensamiento


mágico, soy consciente de que leer la mente no es realmente algo que exista.
Por otra parte, también soy consciente de que esta no es la primera vez que
Erik parece saber exactamente lo que está pasando en mi cabeza. Fue
bastante bueno en eso durante nuestra cena juntos. Y luego más tarde,
claro. En la cama.

Pero en esta casa (es decir, mi cerebro) no lo reconocemos.


—Bueno —le digo—, eres mucho más grande y más pesado. Así que
tú no puedes hacerlo. —Además, no estoy segura de confiar en él para no
dejarme aquí. He confiado en él antes y lo he lamentado mucho.

—Tú tampoco, porque yo no te voy a dejar.

Arrugo la frente.

—Podría ser capaz de llegar a la salida por mí misma. En cuyo caso


técnicamente no tienes que dejarme.

—Si eso sucede, voy a impedir físicamente que lo hagas.

Lo odio. Mucho.

—Escucha, ¿y si nos quedamos atrapados aquí durante días? ¿Qué


pasa si salir es nuestra única oportunidad?

—No hay nada que sugiera que el ascensor no volverá a funcionar en


el momento en que se resuelva el corte de energía. Llevamos aquí unos 36
treinta minutos, que no es nada, teniendo en cuenta que el equipo de
reparación probablemente esté trabajando en la red para arreglar un apagón
en toda la manzana. Sin mencionar lo increíblemente peligroso que sería lo
que estás proponiendo.

Él tiene razón. Estoy siendo impaciente e irracional. Lo que me pone


nerviosa.

—Yo… solo para mí.

Su rostro se convierte en piedra.

—¿Solo para ti?

—Estarías a salvo aquí. Solo tendrías que esperar a que llame a ayuda,
y…

—¿Crees que yo estaría bien si te pusieras en peligro? —Como


referencia, Erik no es exactamente un tipo cálido y agradable, pero no tenía
idea de que pudiera sonar así. Engañosamente tranquilo, pero furiosa y
heladamente lívido. Se inclina hacia adelante como para mirarme mejor, y
su mano se estira para cerrarse alrededor del pasamanos, con los nudillos
estirados y blancos. Tengo una breve visión de él partiéndolo en dos.
Su ira, por supuesto, me da FOMO9 de ira y me enfada igual. Así que
también me inclino hacia adelante.

—No veo por qué no.

—¿En serio, Sadie? ¿No ves por qué no? No entiendes por qué no
estaría bien dejarte, de entre todas las personas… —Aparta la mirada
bruscamente, con la mandíbula tensa y un músculo palpitando en la mejilla.
Su cabello, me doy cuenta, es más corto que cuando lo toqué. Y creo que él
podría haber perdido un poco de peso. Y no puedo, realmente no puedo
soportar lo guapo que es—. ¿Realmente preferirías hacer algo tan idiota e
imprudente que estar aquí conmigo por unos minutos más? —pregunta,
volviéndose hacia mí, su voz helada y tranquila de nuevo.

Por supuesto que no, casi suelto. No soy una chica de película de terror
que no llega al final y que sigue el cartel de MUERTE AQUÍ solo para quedar
estupefacta cuando un asesino con hacha le corta la pierna. Usualmente
soy una persona responsable y sensata, usualmente siendo ser la palabra
clave, porque en este momento estoy un poco tentada de encontrarme con
37
el amoroso pecho de un asesino en serie que empuña un hacha.
Racionalmente, sé que Erik tiene razón: no estaremos atrapados aquí por
mucho tiempo, y alguien vendrá a buscarnos. Pero luego recuerdo lo
traicionada y decepcionada que me sentí en los días posteriores a lo que
hizo. Recuerdo llorar al teléfono con Mara. Llorar al teléfono con Hannah.
Llorar al teléfono con Mara y Hannah.

Estar aquí con él parece tan imprudente como cualquier otra cosa,
sinceramente. Así es como me encuentro encogiéndome de hombros y
diciendo:

—Más o menos, sí.

Espero que Erik se enfade de nuevo. Que me diga que estoy siendo
tonta. Que haga uno de esos chistes secos suyos que siempre me hacían
reír. En lugar de eso, me toma por sorpresa: aparta la mirada con aire de

9 FOMO: Es una patología psicológica descrita como «una aprensión generalizada de que
otros podrían estar teniendo experiencias gratificantes de las cuales uno está ausente».
Este tipo de ansiedad social se caracteriza por «un deseo de estar continuamente conectado
con lo que otros están haciendo».
culpabilidad. Luego se presiona los ojos con el índice y el pulgar, como si de
repente estuviera abrumadoramente exhausto, y murmura en voz baja:

—Mierda, Sadie. Lo siento.

38
Capítulo 6

Hace tres semanas

Tengo una suma total de cero rituales supersticiosos centrados en las


citas.

Y juro que no digo esto para presumir. Hay una simple razón por la
que no me he convencido de que necesite tomar un Capri Sun o hacer siete
saltos de tijera antes de salir con alguien, y esa es que no tengo citas. Jamás. 39
Solía tenerlas, por supuesto. Hace tiempo. Con Oscar, el Amor de Mi Vida.

Como a menudo comenta Hannah, es un poco erróneo que me refiera


como el “Amor de Mi Vida” al tipo que conoció a otra mujer en un retiro de
vinculación corporativa de ciencia de datos y que me llamó dos semanas
después llorando para decirme que se estaba enamorando de ella. Y lo juro,
entiendo la ironía. Pero Oscar y yo éramos viejos conocidos. Me dio mi
primer beso (con lengua) cuando éramos estudiantes de segundo año en la
escuela secundaria. Fue mi cita para el baile de graduación, la primera
persona que no pertenecía a mi familia con la que fui de vacaciones, a quien
le lloré en el hombro cuando lo aceptaron en la escuela de sus sueños en el
Medio Oeste, exactamente a siete estados de distancia de mí.

De hecho, logramos que funcionara bastante bien durante los cuatro


años de la universidad estando a gran distancia. Y pasamos los veranos
juntos, excepto cuando yo tenía pasantías, que sucedió… bueno, sí, todos
los veranos excepto el penúltimo año, y tuve clases de entrenamiento de
codificación en UCSB entonces, por lo que… sí, todos los veranos. Así que,
tal vez, no hubo veranos juntos, pero terminé con un currículum genial, y
eso estaba bien. Muy bien, incluso.
Cuando nos graduamos de la universidad, a Oscar le ofrecieron un
trabajo en Portland, e iba a seguirlo y encontrar algo allí, pero me interesé
en el programa de doctorado de Caltech, que era una oportunidad
demasiado buena para dejarla pasar. En verdad pensé que podríamos tener
una relación a larga distancia cinco años más, porque Oscar era un gran
sujeto y muy, muy paciente y comprensivo, hasta el comienzo de mi tercer
año. Hasta el día que se conectó por FaceTime, llorando porque había
conocido a otra persona y no tenía más remedio que romper conmigo.

Lloré. Acosé a su nueva novia por Instagram. Comí mi peso en gelato


Talenti (trufa de caramelo salado, parfait de vainilla y zarzamora, y, en una
noche particularmente vergonzosa, sorbete de mango derretido en una olla
de Midori sour; estoy llena de arrepentimientos). Me corté el cabello corto, a
lo que mi peluquero denominó el corte bob más largo en la historia de los
bobs. No podía soportar estar sola, así que dormí en la cama de Mara por
una semana, porque Hannah da muchas vueltas y estoy bastante segura de
que cambió las sábanas dos veces en los cinco años que vivimos juntas. Por
unos diez días, tuve el corazón completa y totalmente roto. Y luego…
40
Entonces me encontraba más o menos bien.

En verdad, teniendo en cuenta que Oscar y yo habíamos estado juntos


por casi una década, mi reacción al ver que rompimos unilateralmente fue
nada más que milagrosa. Me fue excelente en todas mis clases y mi trabajo
de laboratorio, pasé el verano recorriendo Europa en tren con Mara y
Hannah, y un par de meses más tarde, me sorprendí al darme cuenta al no
haber revisado el Twitter de la novia de Oscar en semanas. Uh.

—¿Puede que no se haya tratado de amor verdadero? —me encontré


preguntando a mis amigas sobre Midori sour (sin sorbete de mango; para
entonces había recuperado mi dignidad).

—Creo que hay muchos tipos de amor —dijo Hannah. Estaba


acurrucada a mi lado en nuestro reservado favorito en Joe’s, el bar de
estudiantes de posgrado más cercano a nuestro apartamento—. ¿Quizás el
tuyo con Oscar se parecía más a la variedad de hermanos que a algo
parecido a una relación apasionada entre almas gemelas? Y siguen en
contacto. Sabes que aún se quieren como amigos, por lo que tu cerebro sabe
que no hay necesidad de llorarlo.
—Pero al principio estaba en verdad, en verdad devastada.

—Bueno, no quiero hacer de psicoanalista de pacotilla…

—Sin ninguna duda quieres analizarme.

Hannah sonrió, complacida.

—De acuerdo, si insistes. Me pregunto si quizás te devastó más la idea


de perder tu puerto seguro, la persona que estuvo ahí para ti desde que
fueron niños y prometió estar ahí para ti por siempre, que la idea de perder
al mismo Oscar. ¿Pude que fuera una especie de muleta?

—No lo sé. —Toqué mi cereza de decoración—. Me gustaba ser su


novia. Él estaba… allí, ¿sabes? Y cuando estábamos separados lo extrañaba,
pero no mucho. Era… sencillo, supongo.

—¿Puede que fuera demasiado sencillo? —preguntó Mara antes de


robarme la lima.
41
He meditado su pregunta desde entonces.

Pero no ha habido nadie después de Oscar. Lo que significa que


técnicamente aún conserva el título de Amor de Mi Vida, incluso si hace dos
meses recibí una invitación para su boda, una pista bastante notoria de que
no soy el Amor de la Suya. Supongo que podría haber salido más,
especialmente en la escuela de posgrado. Podría haberme esforzado más.
“Cuando una puerta se cierra, otra se abre” dirían Hannah y Mara. “Ahora
puedes tener citas. Te perdiste de tantos sujetos sexys en los últimos años,
¿recuerdas al chico que conocimos en Tucson? ¿O el que siempre te invita
a salir en las convenciones? Oh, Dios mío, ¿el chico de fluidodinámica que
claramente estaba enamorado de ti? ¡Deberías darle una oportunidad!”.

Por supuesto, cada vez que surge el tema de mi vida amorosa, y


porque darle largas al asunto es una parte sacrosanta del acuerdo de
amistad, nunca dudo en señalar que, aunque tanto Hannah como Mara han
sido solteras la mayor parte desde que comenzaron la escuela de posgrado,
apenas aprovechan sus increíbles oportunidades de citas. Por lo general,
termina con Mara murmurando a la defensiva que está ocupada, y Hannah
rebatiendo que se está tomando un tiempo a eso de ligar con la gente, porque
sus dos últimos compañeros de cama fueron ¿Puedo Acabar en tu Cabello?
y Cráneo Humano en la Mesita de Noche, Chica, y le quitarían a cualquiera
las ganas de tener sexo. Por lo general, termina con nosotras decidiendo
colectivamente que ninguna relación podría competir con nuestros trabajos,
conejillos de indias o… ¿Netflix, quizás? Si la idea de mirar planos me parece
más atractiva que ligar en un club (lo que sea que eso signifique; ¿qué es
un club, en realidad?), entonces tal vez debería pasar el tiempo con los
planos. No es que las cosas no puedan cambiar, ya que Mara ahora está
vergonzosa y estupendamente enamorada de su Antiguo Imbécil Compañero
de Casa.

Quizás los planos y yo demos el sí en el registro civil. ¿Quién sabe?

Pero bueno. Todo esto para decir: realmente no he tenido muchas


citas, que es la única razón por la que no he desarrollado hábitos extraños
y ritualistas en torno al proceso. O no lo había hecho. Hasta ahora.

Porque estoy a unos quince minutos de entrada la noche, y pienso que


tendré que conservar estos jeans negros por el resto de mi vida. ¿El suéter
verde ligero que me puse? No puedo deshacerme de él. Jamás. Este se ha
42
convertido en mi atuendo de citas de la suerte. Porque en cuanto nos
sentamos en el bistró, donde todo huele delicioso y nuestra estrecha mesa
junto a la ventana tiene la suculenta más linda en su centro, suena el
teléfono de Erik.

—Lo siento. Lo silenciaré. —Lo hace, pero no sin antes poner los ojos
en blanco. Lo cual está tan lejos de su onda estoica y desconcertada
habitual, que no puedo evitar estallar en carcajadas—. Por favor, no te
burles de mi dolor —dice inexpresivo, tomando asiento frente al mío. No
estoy segura de cómo, pero sé que está bromeando. Tal vez estoy
desarrollando poderes telepáticos.

—¿Trabajo? —pregunto.

—Ojalá fuera eso. —Niega con la cabeza, resignado—. Cosas mucho


más importantes.

Oh. Tal vez no bromeaba.

—¿Está todo bien?


—No. —Desliza su teléfono en su bolsillo y se reclina en su asiento—.
Mi hermano me envió un mensaje diciendo que mi equipo de fútbol acaba
de intercambiar a uno de nuestros mejores jugadores. Nunca volveremos a
ganar un juego.

Sonrío en mi agua. Realmente nunca me gustó mucho el fútbol


americano. Parece un poco aburrido, un grupo de tipos demasiado grandes
parados con hombreras de los 80 y golpeando sus cabezas hacia la
encefalopatía traumática crónica, pero soy una demente cuando se trata del
fútbol para juzgar a los fanáticos de otros deportes. Quizás Erik solía jugar.
Supongo que es lo bastante grande.

—Entonces, en verdad deberían invertir en ropa interior de la suerte.

Me da una mirada persistente.

—Morada.

—Lavanda. 43
—Cierto. Sí. —Aparta la mirada y creo que esto es agradable. Estoy
sentada frente a alguien que no es Oscar, y no me siento demasiado nerviosa
ni mucho más rara de lo habitual. A pesar de que es un rubio con una
montaña de músculos de acero, es sorprendentemente fácil estar cerca de
Erik.

—¿Cuál es tu equipo? ¿Los Giants? ¿Los Jets?

Niega con la cabeza.

—No es ese tipo de fútbol.

Ladeo mi cabeza.

—¿Es como una liga menor?

—No, es el fútbol europeo. Soccer, lo llamarías. Pero no necesitamos


hablar de…

Casi suelto un escupitajo.

—¿Sigues el fútbol?
—Una cantidad digna de intervención, según mi familia y amigos. Pero
no te preocupes, tengo otros temas de conversación. Como pasteles. O la
implementación práctica de la tecnología de fábrica inteligente. O… eso es
todo.

—¡No! No, yo… —Ni siquiera sé por dónde empezar—. Amo el futbol.
En verdad, amo amo. Me quedo despierta hasta horas ridículas para ver los
partidos de Europa. Mis padres siempre me regalan camisetas elegantes
para mi cumpleaños porque ese es, literalmente, mi único interés. Fui a la
universidad con una beca de fútbol.

Frunce el ceño.

—También yo.

—De ninguna manera. —Nos miramos mutuamente durante un largo


momento, un millón y una palabras se cruzan a través del contacto visual.
Imposible. Asombroso. ¿En serio? ¿De verdad, de verdad?—. ¿Solías jugar?
44
—Todavía juego. En su mayoría, los martes por la noche y fines de
semana. Hay muchos clubes de aficionados aquí.

—¡Lo sé! Los miércoles voy a este gimnasio cerca de mi casa y… El


fútbol fue mi primera opción profesional. El doctorado en ingeniería
definitivamente fue mi plan B. En verdad, en verdad deseaba ser una
profesional.

—¿Pero?

—No era lo bastante buena.

Asiente.

—Me hubiera encantado ser profesional también.

—¿Qué te detuvo?

Se ríe entre dientes. Suena como un abrazo.

—No fui lo bastante bueno.

Me río.
—Entonces, ¿cuál es tu equipo y a quién cambiaron?

—F.C. Copenhague. Y se deshicieron de…

—No digas Halvorsen.

Cierra los ojos.

—Halvorsen.

Hago una mueca.

—Sí, nunca van a ganar otro juego, ni por toda la ropa interior morada
del mundo. Pero no iban a ganar mucho con él, de todos modos.
Sinceramente, necesitan un mejor entrenador. Sin ofender.

—Ofende mucho. —Tiene una expresión de enfado.

—¿También sigues el fútbol femenino? —pregunto.

Asiente. 45
—Orgulloso partidario de OL Reign desde 2012.

—¡También yo! —Sonrío—. Así que no siempre tienes mal gusto.

—¿Cuál es tu equipo masculino? —Una linda y encantadora línea


vertical apareció entre sus cejas.

Apoyo mi barbilla en mis manos.

—Adivina. Te daré tres intentos.

—Sinceramente, puedo aceptar a cualquier club menos al Real


Madrid.

Sigo con las manos en la barbilla, imperturbable.

—Es el Real Madrid, ¿no?

—Sí.

—Indignante.
—Solo tienes celos porque podemos permitirnos comprar jugadores
decentes.

—Claro. —Suspira y me entrega uno de los menús que ni siquiera


noté que dejó el mesero—. Voy a necesitar comida para esta conversación.
Y tú también.

Pasamos el resto de la noche discutiendo, y es… fantástico. Lo mejor.


Sospecho que la comida es tan buena como prometió, pero no presto mucha
atención, porque Erik tiene opiniones increíblemente incorrectas sobre la
forma en que Orlando Pride está usando a Alex Morgan y sobre la trayectoria
de Liverpool en la Premier League, y debo dedicar todos mis esfuerzos para
disuadirlo de ellos.

Fallo. Mantiene sus ideas equivocadas y se abre paso


sistemáticamente a través del pan, luego un aperitivo, luego un plato
principal, como un hombre que está acostumbrado a consumir
cómodamente siete comidas grandes al día. Al final, cuando nuestros platos
están limpios y estoy demasiado llena para discutir con él sobre las reglas
46
de sanciones de fuera de juego, ambos nos recostamos en nuestras sillas y
nos quedamos en silencio por un momento.

Sonrío. Él… no sonríe, pero cerca, y eso me hace sonreír aún más.

Creo que esto podría haber sido lo más divertido que lo he pasado en
años. Está bien, falso: sé que lo es.

—Por cierto, ¿cómo te fue? —pregunta en voz baja.

—¿Qué?

—Tu discurso.

—Vaya. Bien, creo.

—¿Gracias al croissant de Faye?

Sonrío.

—Indudablemente. Y mi ropa interior lavanda.

Baja los ojos y se aclara la garganta.


—¿Quién es el cliente?

—Una cooperativa. Van a construir un centro recreativo en Nueva


Jersey y buscan consultores. Es una segunda ubicación para ellos, por lo
que compraron una vieja tienda de comestibles para convertirla en una
especie de gimnasio. Están buscando a alguien que les ayude a diseñarlo.

—¿Tú?

—Y mi jefa, sí. Aunque dos de sus hijos han tenido cólicos, así que
por ahora sobre todo yo.

—¿Qué les has dicho?

—Les hablé de mis planes para la independencia energética, los


estándares de construcción ecológica, la gestión inteligente del agua y la
reducción al mínimo de los productos químicos de los gases de escape…
Esas cosas. Iban por un borde verde, dijeron.

—¿Y cuáles son tus planes?


47
Vacilo. Realmente no quiero aburrir a Erik, y he recibido comentarios
de… literalmente todos que cuando empiezo a hablar de cosas de ingeniería,
me extiendo demasiado. Pero Erik parece más que un poco interesado, y
aunque parloteo sobre las materias primas, los límites federales y la
evaluación del ciclo de vida durante más de diez minutos, su atención nunca
parece vacilar. Simplemente asiente pensativamente, como si estuviera
archivando la información, y hace muchas preguntas ingeniosas.

—Entonces, ¿conseguiste el proyecto?

Me encojo de hombros.

—Se reunirán con alguien más mañana, así que aún no lo sé. Pero
dijeron que hasta ahora somos su primera opción, así que soy optimista.

Erik no responde. En lugar de eso, solo me estudia, serio, atento,


como si fuera un modelo particularmente intrigante. ¿Me hace sentir
incómoda? No lo sé. Debería. Estoy saliendo con un chico. Por primera vez
en un millón de años. Y él está mirando fijamente. Puaj, ¿verdad? Pero… No
me importa.
Sobre todo, me pregunto si le gusta lo que ve, que es un poco diferente.
Siento, a veces, que he perdido el hábito de preguntarme si estoy bastante
a favor de agonizar por otras cualidades. ¿Parezco profesional? ¿Inteligente?
¿Organizada? ¿Alguien a quien se debe tomar en serio, sea lo que sea que
eso signifique? En general, encuentro repulsiva la idea de que los hombres
comenten sobre mi atractivo, favorable o no. Pero esta noche, ahora
mismo… la posibilidad de que Erik pueda encontrarme hermosa se desata
cálidamente en la base de mi estómago.

Y luego se congela cuando considero que podría estar mirando


fijamente por la razón opuesta. ¿Podría estar mirando por la razón opuesta?
Bueno. Esto es… no. Tengo que dejar de reflexionar.

—¿Qué piensas? —pregunto.

Suelta una carcajada.

—Solo me preguntaba algo.


48
—¿Qué?

Tamborilea con sus dedos sobre la mesa.

—Si quieres un trabajo.

—Oh, todavía tengo uno. A pesar de mis esfuerzos esta mañana, en


realidad, no me despidieron.

—Lo sé. Y esto es muy inapropiado, lo sé. Pero me encantaría robarte.

—Ah. Yo… —De repente, siento calor y un extraño hormigueo—. Me


gusta mi trabajo. Paga bien. Y mi jefa es genial.

—Te pagaré más. Menciona un número.

—Yo… ¿qué?

—Y si hay algo que no te gusta de tu trabajo actual, estaría feliz de


llegar a un acuerdo sobre tus deberes. Estoy muy abierto a negociar.

—Espera… ¿tú?

—ProBld —corrige.
Frunzo el ceño. Habla de ProBld como si tuviera mucho que decir en
sus elecciones administrativas, y me pregunto si tiene un puesto gerencial.
Eso explicaría el traje. Y el hecho de que claramente vino a cenar
directamente del trabajo, a pesar de que nos conocimos a las ocho. Lleva la
misma ropa que esta mañana, aunque sin corbata ni chaqueta, y la camisa
arremangada hasta los antebrazos. Que se ven fuertes y extrañamente
masculinos, y he estado tratando de no mirarlos mucho. Estoy a punto de
preguntar cuál es exactamente la descripción de su trabajo, pero me
distraigo cuando el mesero trae la cuenta y se la entrega a Erik. Quien la
acepta fácilmente.

¿Va a pagar? Supongo que va a pagar. ¿Debo insistir cortésmente en


que la dividamos? ¿Debo insistir groseramente en que la dividamos? ¿Debo
ofrecer pagar por los dos? Compró el croissant esta mañana. ¿Cómo se cena
en compañía? No tengo ni idea.

—Gracias —dice el mesero antes de irse—. Siempre es un placer verte,


Erik. 49
—Vienes mucho aquí —le digo.

Se encoge de hombros, deslizando su tarjeta de crédito dentro del


libro. Bueno. El barco que paga ha zarpado. Mierda.

—Con grandes clientes, en su mayoría.

—Entonces, ¿no es tu lugar de cita predeterminado? —La pregunta


surge antes de que pueda girar las palabras en mi cabeza. Lo que significa
que no me doy cuenta de sus implicaciones hasta mucho después de que
persiste entre nosotros. Erik está mirando fijamente, otra vez, y de repente
estoy nerviosa—. No sé si… si no… No quise decir que esta sea una cita.

Su ceja se levanta.

—Quiero decir, tal vez solo querías… como amigos, y…

La ceja se eleva más.

Me aclaro la garganta.

—Yo… ¿Esto es una cita? —pregunto, mi voz pequeña,


repentinamente insegura.
—No lo sé —dice con cuidado, después de reflexionar por un segundo.

—Tal vez no lo sea. Yo… —No quería que fuera raro. Tal vez solo
piensas que soy una buena chica y deseabas a alguien con quien cenar y
entendí mal la situación y lo siento mucho. Es solo que creo que me gustas
mucho. ¿Más de lo que recuerdo que me gustara alguien? Es posible que haya
proyectado y…

El camarero viene a recoger la cuenta, lo que interrumpe mi espiral y


me da la oportunidad de respirar hondo. Está todo bien. Entonces, quizás,
no se trató de una cita. Está bien. Fue divertido, de todos modos. Buena
comida. Buena charla de fútbol. Hice un amigo.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Levanto la vista del retorcimiento de manos que se está produciendo


actualmente en mi regazo. ¿Es si soy una acosadora necesitada y peligrosa?

—Eh, claro. 50
—No sé si esto es una cita —dice, serio—, pero si no lo es, ¿irás a una
conmigo?

Sonrío tan ampliamente que casi me duelen las mejillas.

El helado de pistacho se derrite en mi cono mientras explico por qué


Neuer es mucho mejor portero de lo que parece. Caminamos alrededor de
Tribeca uno al lado del otro sin tocarnos ni una sola vez, cuadra tras cuadra
tras cuadra, el aire de la noche es agradable y las luces borrosas. Mis
zapatos no son nuevos, pero puedo sentir una desagradable ampolla
formándose lentamente en mi talón. No importa, porque no quiero parar.

Erik tampoco, no lo creo. Cada pocas palabras inclino el cuello para


mirarlo, y es tan guapo con la camisa de mangas largas y pantalones, tan
guapo cuando sacude la cabeza por algo que dije, tan guapo cuando
gesticula con sus grandes manos para describir una obra de teatro, tan
guapo cuando casi sonríe y le salen arruguitas en las comisuras de los ojos,
tan guapo que a veces lo siento, físicamente, visceralmente. Mi pulso se
acelera y no puedo respirar y empiezo a pensar en cosas desconcertantes.
Cosas como después. Lo escucho explicar por qué Neuer es un portero
increíblemente sobrevalorado y me río, amando genuinamente cada minuto.

En la heladería no pidió nada. Porque, dice, «no me gusta comer cosas


frías».

—Vaya. Esa podría ser la cosa menos danesa que he escuchado.

Debe ser una fibra sensible, porque entrecierra los ojos.

—Recuérdame que nunca te presente a mis hermanos.

—¿Por qué?

—No querría que formasen ninguna alianza.

—Ja. Así que eres un danés notoriamente malo. ¿También odias a


ABBA?
51
Parece brevemente confundido. Entonces su expresión se aclara.

—Son suecos.

—¿Qué hay de los tulipanes? ¿Odias los tulipanes?

—Eso sería Holanda.

—Maldita sea.

—No obstante, muy cerca. ¿Quieres intentarlo de nuevo? La tercera


es la vencida.

Lo miro con intensidad, lamiendo lo que queda del pegajoso pistacho


de mis dedos. Mira mi boca y luego aparta la mirada, a sus pies. Quiero
preguntarle qué le pasa, pero el dueño de la cafetería de la esquina sale a
buscar su letrero en la acera y me doy cuenta de algo.

Ya es tarde.

Muy tarde. En verdad tarde. Tarde como al final de la noche. Estamos


parados uno frente al otro en una acera, más de doce horas después de
conocernos por primera vez en… otra acera; Erik probablemente quiera irse
a casa. Y probablemente quiero estar con él un poco más.
—¿Qué tren tomas? —pregunto.

—En realidad, conduje.

Niego con la cabeza, desaprobándolo.

—¿Quién conduce en Nueva York?

—Personas que tienen que visitar sitios de construcción en todo el


triestado. Te llevaré a casa —ofrece, y sonrío.

—Genios. Genios amables que dan paseos. ¿Dónde estás estacionado?

Señala algún lugar detrás de mí y asiento, sabiendo que debería


darme la vuelta y empezar a caminar a su lado de nuevo. Pero parece que
estamos un poco atascados en este aquí y este ahora. De pie uno frente al
otro. Arraigados al suelo.

—Me divertí esta noche —digo.


52
No responde.

—Aunque nos olvidamos de comprar croissants en el bistró.

Aún sin respuesta.

—Y estoy muy tentada de comprarte una figura de cartón de tamaño


natural de Neuer y… Erik, ¿sigues haciendo eso de no hablar porque
técnicamente no te estoy haciendo una pregunta?

Se ríe en silencio y mi respiración se acelera en mi pecho.

—¿Dónde vives? —pregunta suavemente.

—En los confines más lejanos de Staten Island —miento.

Se supone que es mi venganza, pero se limita a decir:

—Bien.

—¿Bien?

—Bien.

Frunzo el ceño.
—Es un peaje de diecisiete dólares, amigo mío.

Se encoge de hombros.

—En un sentido, Erik.

—Está bien.

—¿Cómo está bien?

Se encoge de hombros de nuevo.

—Al menos tomará un tiempo llegar allí.

Mi corazón se detiene un latido. Y luego otro. Y luego todos laten a la


vez, un lío de golpes superpuestos, un pequeño animal salvaje enjaulado en
mi pecho, tratando de escapar.

No tengo idea de lo que estoy haciendo aquí. Ni idea. Pero Erik está
parado justo frente a mí, la farola brilla suavemente detrás de su cabeza, la 53
cálida brisa primaveral sopla suavemente entre nosotros, y algo hace clic
dentro de mí.

Sí. Bueno.

—De hecho —digo, y aunque mis mejillas están ardiendo, aunque no


puedo mirarlo a los ojos, aunque estoy moviéndome sobre mis pies y
pensando en huir, este es el momento más valiente de mi vida. Más valiente
que mudarme aquí sin Mara y Hannah. Más valiente que la vez que me
adelanté a esa mediocampista de la UCLA. Simplemente valiente—. De
hecho, si no te importa, prefiero saltarme Staten Island e ir a tu casa.

Me estudia durante un largo momento, y me pregunto si tal vez no


puede creer lo que acabo de decir, si su cerebro también está luchando por
ponerse al día, si tal vez esto le parece tan extraordinario como a mí.
Entonces asiente una vez, decidido.

—Muy bien —dice.

Antes de que empecemos a caminar, veo que su garganta se mueve al


tragar saliva.
Capítulo 7

Presente

En teoría, debería estar satisfecha.

Después de semanas de una ira intensa, a veces asesina, a menudo


deprimida, finalmente le dije a Erik que prefería arriesgarme y caerme por
el hueco de un ascensor, al estilo del emperador Palpatine en El retorno del
Jedi, que pasar un minuto más con él. Le dije, y por la forma en que sus 54
labios se apretaron, realmente odiaba escucharlo. Ahora tiene los ojos
cerrados y apoya la cabeza contra la pared. Lo cual, dados sus reservados
genes nórdicos, es probablemente el equivalente a una persona normal que
se pone de rodillas y grita de dolor.

Bien. Observo la línea de su mandíbula y la columna de su garganta,


me abstengo de recordar lo divertido que fue morder su piel áspera y sin
afeitar, y pienso, un poco salvajemente, Bien. Es bueno que se sienta mal
por lo que ha hecho, porque lo que hizo estuvo mal.

Realmente debería estar complacida. Y lo estoy, excepto por esta


sensación pesada y retorcida en el fondo de mi estómago, que no reconozco
de inmediato, pero me hace pensar en algo que Mara me dijo la noche
después de mi noche en casa de Erik. El extremo de la llamada de Hannah
se había perdido, presumiblemente cuando un carámbano que cayó cortó
cualquier cable de Internet que conecta a Noruega con el resto del mundo,
y estábamos solo nosotras dos en la línea.

—Él trató de llamarme —le dije—. Y me envió un mensaje de texto


preguntándome si podíamos cenar esta noche. Como si nada hubiera
pasado. Como si fuera demasiado estúpida para darme cuenta de lo que
hizo.
—La maldita audacia. —Mara estaba indignada, sus mejillas rojas de
ira, casi tan brillantes como su cabello—. ¿Quieres hablar con él?

—Yo… —Me sequé las lágrimas con el dorso de la mano—. No. No sé.

—Podrías gritarle. Llamarlo imbécil. ¿Amenazarlo con una demanda,


tal vez? ¿Es ilegal lo que hizo? Si es así, Liam es abogado. Él te representará
gratis.

—¿No hace cosas extrañas de corporación fiscal?

—Eh. Estoy segura de que la ley es la ley.

Me reí húmedamente.

—¿No deberías preguntarle primero?

—No te preocupes, parece ser físicamente incapaz de decirme que no.


La semana pasada me dejó colgar campanas de viento en el porche. La
pregunta es, ¿quieres hablar con Erik? ¿O preferirías olvidarte de él y fingir 55
que nunca existió?

—Yo… —Pensé en haber estado con él la noche anterior. Y luego, más


tarde, sobre descubrir lo que había hecho. ¿Podría olvidar? ¿Podría fingir?—
. Quiero hablar con el Erik con el que cené. Y desayuné. Antes de saber de
lo que era capaz.

Mara asintió, triste.

—Podrías contestar la próxima vez que llame. Y confrontarlo. Exigir


una explicación.

—¿Qué pasa si se ríe como algo que debería haber esperado?

—Es posible que esté tratando de llamarte para reconocer lo que hizo
y disculparse —dijo, pensativa—. Pero tal vez eso sería aún peor. Porque
entonces sabrías que él sabía exactamente el daño que estaba haciendo,
pero siguió adelante de todos modos.

Creo que eso es exactamente. Creo que por eso odiaba el “lo siento” de
Erik, y por eso odio que no me haya mirado en varios minutos. Me hace
preguntarme si es consciente de que arruinó algo que podría haber sido
grandioso por codicia. Y si ese es el caso, entonces no me lo imaginé: la
noche que pasamos juntos fue tan especial como la recuerdo, y él aun así
la tiró al vertedero de basura, al estilo de la princesa Leia en Una Nueva
Esperanza.

—Vi que Dinamarca ganó contra Alemania —digo, porque es preferible


a la alternativa. El silencio, y mis pensamientos muy ruidosos.

Se vuelve hacia mí y exhala una carcajada.

—¿En serio, Sadie?

—Sí. Hace dos, no, tres noches. —Bajo la mirada hacia mi mano,
raspando lo poco que queda del esmalte de uñas de la semana pasada—.
Dos uno. Así que tal vez tenías razón sobre Neuer…

—¿En serio? —repite, más duro esta vez. Lo ignoro.

—Aunque, si recuerdas, cuando comimos helado admití que su pie


izquierdo es un poco débil.
56
—Lo recuerdo —dice, un poco impaciente.

Dios. Estas uñas mías son simplemente vergonzosas.

—Incluso entonces, probablemente tuvo más que ver con Dinamarca


jugando excepcionalmente bien...

—Sadie.

—Y si ustedes pueden mantener este nivel de juego por un tiempo,


entonces…

Hay algo de crujido en su rincón del ascensor. Levanto la vista justo


a tiempo para ver a Erik en cuclillas frente a mí, sus rodillas rozando mis
piernas, sus ojos pálidos y serios. Mi corazón da un vuelco. Se ve más
delgado. Y tal vez un poco como si no hubiera tenido el mejor sueño de su
vida en las últimas semanas. Su cabello brilla dorado en la luz de
emergencia, y un breve recuerdo resurge, de tirar de él cuando…

—Sadie.
¿Qué? quiero gritar. ¿Qué más quieres? En lugar de eso, solo lo miro,
sintiendo como si el ascensor se hubiera encogido de nuevo, esta vez en el
espacio entre mis ojos y los suyos.

—Han pasado semanas, y… —Él niega con la cabeza—. ¿Podemos


hablar?

—Estamos hablando.

—Sadie.

—Estoy diciendo cosas. Y estás diciendo cosas.

—Sadie…

—Está bien, bien: tenías razón sobre Neuer. ¿Contento?

—No particularmente, no. —Me mira en silencio durante varios


segundos. Luego dice, tranquilo y serio—: Lo siento.
57
Es lo incorrecto. Siento una oleada de ira viajar por mi columna, más
grande incluso que cuando me enteré de su traición. Tengo un sabor amargo
y ácido en la boca cuando me inclino hacia delante y siseo:

—Te odio.

Cierra brevemente los ojos, resignado.

—Lo sé.

—¿Cómo pudiste hacer eso, Erik?

Él traga.

—No tenía ni idea.

Me río una vez.

—¿En serio? ¿Cómo… cómo te atreves?

—Asumo toda la responsabilidad por lo sucedido. Fue mi culpa. Yo…


me gustó, Sadie. Mucho. Tanto es así que leí completamente mal tus señales
y no me di cuenta de que a ti no.
—Bueno, lo que hiciste fue… —Me detengo abruptamente. Mi cerebro
se detiene y finalmente calcula las palabras de Erik. ¿Le gustó? ¿Leer mal?
¿Y eso qué significa?—. ¿Qué señales?

—Esa noche, yo… —Se muerde el interior de la mejilla y parece


retraerse—. Estuvo bien. Pienso… debo haber perdido el control.

Me congelo. Algo en esta conversación no está del todo bien.

—Cuando dijiste que lo sentías hace un minuto, ¿a qué te referías?

Parpadea dos veces.

—Las cosas que te hice. En mi apartamento.

—No. No, eso no es… —Mis mejillas están calientes y mi cabeza da


vueltas—. Erik, ¿por qué crees que dejé de contestar tus llamadas?

—Por la forma en que tuve sexo contigo. Estuve contigo toda la noche.
Pedí demasiado. No lo disfrutaste. —De repente, se ve tan confundido como 58
yo me siento. Como si ambos estuviéramos en medio de una historia que no
tiene mucho sentido narrativo—. Sadie. ¿No es esa la razón?

Sus ojos se clavan en los míos. Presiono la palma de mi mano contra


mi boca y sacudo lentamente la cabeza.
Capítulo 8

Hace tres semanas

No nos hemos tocado en toda la noche.

Ni en el restaurante. Ni en el auto. Ni siquiera en el ascensor hasta su


apartamento de Brooklyn Heights, que es más grande que el mío pero no lo
parece porque Erik está de pie en él. Hemos estado conversando como lo
hicimos durante la cena, lo cual es divertido, genial y algo hilarante, pero 59
estoy empezando a preguntarme si cuando me engañé a mí misma creyendo
que estaba coqueteando valientemente con Erik, él realmente pensó que me
estaba invitando a jugar al videojuego FIFA. Él va a decir: Ven, quiero
enseñarte algo. Le seguiré por el pasillo con las rodillas flojas y, una vez que
esté al final, abrirá la puerta de la sala de la Xbox y me moriré en silencio.

Me quedo en la entrada mientras Erik cierra la puerta detrás de mí,


moviéndome torpemente sobre mis pies, contemplando mi propia
mortalidad y la posibilidad de intentar huir, cuando noto al gato. Está
posado en la impecable mesa del salón de Erik (que parece no ser un
depósito de pilas de correo y folletos de comida para llevar; eh). Es
anaranjado, redondo y nos mira amenazadoramente.

—Hola, tú. —Doy unos pasos, tendiéndole la mano con cautela. El


gato me mira más amenazante—. ¿No eres un lindo gatito?

—No lo es. —Erik se quita los zapatos y cuelga su chaqueta detrás de


mí—. Lindo, a eso me refiero.

—¿Cómo se llama?

—Gato.
—¿Gato? ¿Así como…?

—Gato —dice él, definitivo. Decido no presionarlo.

—No estoy segura del por qué, pero te consideraba más bien una
persona de perros.

—Lo soy.

Me volteo y lo miro con desconcierto.

—¿Pero tienes un gato?

—Mi hermano lo tiene.

—¿Cuál? —Tiene cuatro. Todos más jóvenes. Y está claro, por la forma
en que habla de ellos, a menudo y con ese tono medio malhumorado, medio
divertido, que son uña y mugre. Mi yo de hija única «Toma este libro para
colorear mientras mamá y papá ven El ala oeste de la Casa Blanca» arde de
envidia. 60
—Anders. El más joven. Se graduó en la universidad y ahora está...
en algún lugar. En Gales, creo. Descubriéndose a sí mismo. —Erik viene a
ponerse a mi lado. Él y Gato se miran fijamente—. Mientras yo cuido
temporalmente a su gato.

—¿Qué es temporalmente?

Aprieta los labios.

—Hasta ahora, un año y siete meses. —Intento mantener una cara


seria, de verdad, pero acabo sonriendo en mi mano y Erik me entrecierra los
ojos—. El comienzo de nuestra… relación fue duro, pero lentamente estamos
empezando a llegar a un acuerdo —dice, justo cuando Gato salta de la mesa
y se detiene para sisearle a Erik de camino a la cocina. Erik responde con
algo que suena muy severo y basado en consonantes, y luego me mira de
nuevo—. Lentamente.

—Muy lentamente.

—Sí.

—¿Cierras la puerta de tu habitación por la noche?


—Religiosamente.

—Bien.

Sonrío, él no, y nos sumimos en un silencio no muy cómodo. Lo lleno


mirando a mi alrededor y fingiendo que estoy fascinada con el mapa de
Copenhague que cuelga de la pared. Erik lo hace poniéndose a mi lado y
preguntando:

—¿Quieres beber algo? Creo que tengo cerveza. Y… —Una pausa—.


Leche, probablemente.

Me río suavemente.

—¿Dos por ciento?

—Entera. Y de chocolate —admite, un poco tímido. Lo que me hace


reír un poco más, Erik finalmente sonríe y luego… más silencio.

Estamos parados entre la entrada y el salón, uno frente al otro, él 61


estudiándome, yo estudiándolo a él y algo pesado se anuda en mi garganta.
No estoy segura de lo que está pasando. No estoy segura de lo que esperaba,
pero toda la noche fue tan sencilla y esto no lo es.

—¿Acaso yo… acaso entendí mal?

No finge no saber exactamente a qué me refiero.

—No lo hiciste. —Parece… no inseguro, sino cauteloso. Como si fuera


un científico a punto de mezclar dos sustancias muy volátiles. El producto
podría ser estupendo, pero es mejor que esté súper seguro. Usar equipo de
protección. Tomarse su tiempo—. No quiero asumir nada.

El nudo se aprieta.

—Si has cambiado de…

—No es eso.

Me muerdo el labio.

—Iba a decir que si no quieres…


—Es lo contrario, Sadie —dice en voz baja—. Exactamente lo
contrario. Tengo que ir con cuidado.

Bien, entonces. De acuerdo. Tomo una decisión en una fracción de


segundo, mi segundo acto de valentía de la noche: me acerco a él, hasta que
nuestros pies se tocan a través de los calcetines y empujo hasta quedar en
la punta de mis dedos.

Lo primero que percibo es lo bien que huele. Limpio, masculino,


cálido. Delicioso en general. Lo segundo: su clavícula es lo más lejos que
puedo alcanzar, lo que sería algo divertido si mi capacidad de respirar no se
hubiera disparado de repente. Si quiero que este beso ocurra, necesitaré su
cooperación. O un equipo de escalada.

—¿Podrías…? —Me río contra el cuello de su camisa sin poder


evitarlo—. ¿Por favor?

No lo hará. No lo hace. No durante mucho tiempo, sino que prefiere


rodear mi mandíbula con su mano, ahuecar mi rostro y mirarme fijamente. 62
—Creo que esto es —murmura, con el pulgar recorriendo mi pómulo,
los ojos pensativos, como si estuviera procesando una información
trascendental. Mi pulso se acelera. Estoy mareada.

—Yo… ¿Qué?

—Esto. —Sus ojos están en mis labios—. No creo que vaya a


apartarme de esto.

—No estoy segura de…

Se mueve tan rápido que apenas puedo seguirle la pista. Sus manos
se cierran alrededor de mi cintura, me levantan y un segundo después estoy
sentada en la estantería de la entrada. La diferencia de altura entre nosotros
es mucho menos dramática y…

Es el mejor beso de mi vida. No: es el mejor beso del mundo. Por la


forma en que presiona una mano en mi omóplato para arquearme hacia él.
Por como raspa su barba contra mis mejillas. Porque empieza lentamente,
sólo su boca sobre la mía, y se queda así por mucho tiempo. Incluso cuando
le rodeo el cuello con los brazos, incluso cuando se inclina hacia mí y empuja
mis muslos para abrirse espacio, incluso cuando estamos pegados el uno al
otro, con mi corazón latiendo como un tambor contra su pecho, sólo son sus
labios y los míos. Cerca, rozando, compartiendo aire y calor. Dolorosamente
cuidadoso.

Y entonces abro la boca y se convierte en algo totalmente distinto. La


suave presión de nuestras lenguas. Su gruñido. Mi gemido. Es nuevo, pero
también correcto. El olor de él. La forma en que sostiene mi cabeza con su
mano. El delicioso calor líquido extendiéndose por mi vientre, subiendo por
mis terminaciones nerviosas. Bueno. Es bueno, y estoy temblando y es real,
realmente bueno.

—Si… —Empiezo cuando se aparta para tomar aire, pero me detengo


inmediatamente cuando entierra su rostro en mi garganta.

—¿Esto está bien? —pregunta antes de inhalar profundamente contra


mi piel, como si mi gel de ducha de Target fuera una especie de droga
aletargante. 63
Mi “Sí” es débil, sin aliento. Cuando me muerde la clavícula, le rodeo
los hombros con los brazos y la cintura con las piernas, y el placer de estar
tan cerca me atraviesa como la hoja más afilada.

Está duro. Puedo sentir exactamente cuán duro. Creo que quiere que
lo sienta, porque su mano se desliza hasta mi trasero y me atrae hacia él.
Me retuerzo, girando las caderas de forma experimental y él gime con fuerza
en mi boca.

—Pórtate bien —me reprende, severo, un poco brusco. Me agarra con


fuerza, me mantiene quieta contra él e inesperadamente me estremezco ante
la orden de sus palabras.

Se intensifica rápidamente. Al menos para mí. Hay un tramo de


segundos, tal vez minutos, en el que sólo nos besamos y nos besamos y nos
besamos, Erik inclinándose más y yo siguiéndole, con un calor líquido
inundando mi interior. Y entonces empiezo a notarlos: los suaves gemidos.
El siseo agudo cuando su pene se frota contra el interior de mi muslo. La
forma en que sus dedos se clavan ávidamente en mis caderas, en mi nuca,
en la parte baja de mi espalda. Alterna entre aferrarme a él tan fuerte como
puede y evitar tocarme del todo, con las manos con los nudillos blancos
contra el borde de la estantería mientras pone algo de distancia entre
nosotros. Creo que está tratando de frenar esto. Controlar el ritmo, tal vez.

Creo que no lo está consiguiendo, no muy bien.

Me alejo y sus ojos se abren lentamente. Están vidriosos,


desenfocados, de un azul casi negro, fijos en mis labios. Cuando trata de
inclinarse para besarme de nuevo, lo detengo con una mano en el pecho.

—¿Dormitorio? —jadeo, porque parece que podría cogerme en el


pasillo y me temo que le dejaría con gusto—. O si quieres… aquí está… bien,
si tú…

Me pasa una mano por debajo del trasero y me lleva por el pasillo,
como si no pesara más que su gato. Cuando enciende el interruptor de la
luz, la cama es enorme y no está tendida, y la habitación huele tanto a él
que tengo que cerrar los ojos brevemente. Me pone de pie y estoy a punto de
preguntarle si esto es necesario, si por favor podríamos hacerlo en la
penumbra, pero ya se está desabrochando la camisa, con los ojos fijos en 64
mí. Se me seca la boca. Pensándolo bien, la luz está bien. Probablemente.

Erik es una montaña. Una gigantesca cúpula de carne y músculos,


no de corte GQ, ridículamente definidos, sino sólidos, del tamaño de un
roble, y puede que me haya quedado absorta mirando y haya perdido
catastróficamente la noción del tiempo porque:

—Quítate la ropa —dice, no, ordena, y me vuelvo a estremecer. Hay


algo en él. Algo dominante. Como si su primer instinto fuera hacerse cargo—
. Sadie —repite—. Quítatela.

Asiento y me quito primero los jeans y luego el suéter. Estoy buscando


frenéticamente el valor para continuar cuando oigo un «No es morada» en
voz baja y ronca.

Levanto la vista. Erik está de pie frente a mí, desnudo, alto y grande
y como... como una deidad menor de algún panteón nórdico, una deidad
reservada a la que le gusta ser retraída pero que aun así tendría un par de
islas del Mar Báltico con su nombre. Es gloriosamente poco consciente de
su desnudez. A mí, en cambio, me da demasiada vergüenza quitarme la
camiseta blanca de tirantes o mirar más abajo de su ombligo.
No es que él parezca darse cuenta. Sus ojos vuelven a estar vidriosos,
mirando la forma en que mis bragas negras se extienden alrededor de mis
caderas como si quisiera que se grabaran en sus retinas. Estoy tentada de
volver a ponerme los jeans.

—¿Qué?

—No es morada.

—Yo no… Oh. Fui a casa y me cambié. Y… ¿esto se considera una


reunión de presentación? —Igual debería haberme puesto algo más bonito.
Tal vez un sujetador a juego. El problema es que si hace cinco horas alguien
me hubiera dicho que acabaría en la habitación de Erik Nowak al final del
día, le habría echado la culpa a un sueño febril y le habría dado un poco de
Advil—. Y no es morada, es…

—Lavanda —dice con el mínimo gesto de una sonrisa y entonces no


tengo que pensar mucho más porque uno de sus muslos se desliza entre los
míos y me lleva caminando de espaldas a su cama. Hay un edredón de 65
plumas debajo de mi espalda y una erección bastante intimidante que aún
no me atrevo a mirar contra mi estómago, y un montón de kilos daneses
sobre mí. Erik está ansioso y decidido, y claramente es experimentado. Gime
en mi cuello, luego en mi esternón, murmurando algo que podría ser “joder”,
“perfecta” o mi nombre. La manera en cómo ha estado pensando en esto
todo el día durante las reuniones, todo el puto día. Sus manos se deslizan
por debajo de mi camiseta y suben: suaves masajes, más gemidos y unos
suaves joder, Sadie, joder, un ligero pellizco en mi pezón y un mordisco
codicioso a través de la tela, y se siente perfecto, aterrador, estimulante,
nuevo, indecente, correcto, bueno, húmedo, vergonzoso, excitante, rápido:
todas estas cosas, todas a la vez.

Luego, en la siguiente respiración, todas se disuelven. Excepto una:


aterrador.

Erik ha enganchado sus dedos en el elástico de mis bragas,


quitándomelas. Me está besando los huesos de la cadera, con los labios
llenos presionados en mi abdomen y sé exactamente lo que está planeando
hacer, pero no puedo dejar de pensar que él es…
Es realmente muy grande. Y su antebrazo está colocado sobre mi
estómago, inmovilizándome en la cama y lo conocí… mierda, conocí a este
sujeto esta mañana y aunque sí lo busqué brevemente en Google para
asegurarme de que su verdadero nombre no era Max McAsesino, no sé nada
de él y es mucho más grande y fuerte que yo, y acaso soy buena en esto, y
podría hacer lo que quisiera conmigo, podría obligarme, y siento calor, siento
frío, no puedo respirar y…

—¡Detente! Detente, detente, detente…

Erik se detiene. Al instante. Y al instante me retuerzo para salir de


debajo de él, arrastrándome hacia la cabecera, con las piernas recogidas y
los brazos alrededor de ellas. Sus ojos me miran, otra vez de color azul claro,
otra vez viendo. ¿Qué va a hacer? ¿Qué va a…?

—Oye —dice, echándose hacia atrás sobre sus rodillas como para
dejarme más espacio. Su tono es suave, como si se acercara a un animal
salvaje, asustado y herido. Una buena parte de mi pánico se desvanece y…
Ay por Dios. ¿Qué me pasa? Estábamos pasando un buen rato, él se estaba
66
comportando perfectamente bien, y tenía que ir yo y ser una jodida rara.

—Lo siento. Es que… No sé por qué estoy asustada. Es solo que eres
tan grande y yo apenas si… no estoy acostumbrada a esto. Lo siento.

—Oye —dice Erik de nuevo. Su mano se extiende para tocarme. Se


cierne sobre mi rodilla. Luego parece pensarlo mejor y la retira, lo que me
da ganas de llorar. Arruiné esto. Lo arruiné—. Está bien, Sadie.

—No. No, no lo está. Creo… creo que el problema es que sólo he hecho
esto con mi ex y yo…

—Ya veo. —Su rostro se vuelve pétreo de una manera impersonal y


aterradora—. ¿Te hizo daño?

—¡No! No, Oscar nunca lo haría. Era bueno. Es solo que él era…
diferente. A ti. —Me río nerviosamente. Espero no echarme a llorar—. No es
que sea malo. Quiero decir, todo el mundo es diferente. Es sólo que…

Asiente y creo que lo entiende, porque su expresión se aclara. Lo que


a su vez me ayuda a sentirme un poco menos ansiosa. Como si no necesitara
estar acurrucada lejos de él como si fuera un animal rabioso y contagioso.
Respiro profundamente y me vuelvo a acercar, hacia el centro de la cama.

—Lo siento —digo.

—¿Por qué lo sientes? —Parece genuinamente desconcertado.

—Es que no creí que esto fuera a ser… aterrador. Me imaginé que
sería mucho más genial. Más fácil, supongo

—Sadie, tú… —Exhala y se acerca a mí de nuevo. Esta vez no se


detiene y me aparta el cabello hacia atrás, metiéndomelo detrás de la oreja
como si quisiera verme el rostro completo. Como si quisiera que lo viera a
él—. No tienes que ser de ninguna manera. No te traje aquí para que actúes
para mí.

Trago contra el nudo en mi garganta.

—Cierto. Me trajiste aquí porque yo te hice una proposición y luego…


67
—Te traje aquí porque quería estar contigo. Habría seguido
caminando por la ciudad hasta el amanecer si eso era lo que querías. Así
que, este es el trato: podemos pasar la noche cogiendo y no te voy a mentir,
lo disfrutaría mucho, pero también podríamos jugar a Adivina Quién o
podrías ayudarme a darle al gato de mi hermano su tratamiento contra las
pulgas, ya que es un trabajo de dos, quizás tres personas. Cualquiera de las
anteriores funciona.

De verdad, de verdad no quiero llorar. En lugar de eso, me dejo caer


de nuevo en la cama, con la cabeza en su única almohada.

—¿Y si quisiera jugar al videojuego de la FIFA?

—Te pediría que te fueras.

—¿Por qué?

—Porque no tengo ninguna consola.

Me río, un poco llorosa.

—Sabía que eras demasiado bueno para ser verdad.


—Solía tener un Game Boy en los 90 —ofrece—. Quizá mi papá lo
conservó.

—Redención parcial. —Los dos sonreímos ahora y mi miedo a él se


licúa, como la nieve al sol. Sólo para congelarse de nuevo, en otra forma: el
miedo a no tenerlo—. ¿Arruiné esto?

—¿Arruinar qué?

Gesticulo en su dirección, luego en la mía. Nosotros, quiero decir, pero


me parece prematuro.

—Esta… esta cosa.

Se tumba a mi lado, de frente a mí. Deja a propósito unos centímetros


entre nosotros, pero por voluntad propia, como lianas que se enroscan en
los troncos de los árboles, mis piernas se desplazan por las sábanas y se
enredan holgadamente con las suyas. Esta vez el contacto no es aterrador,
sólo es correcto y natural. Él sigue siendo grande, diferente y un poco 68
alucinante, pero no está encima de mí y me siento más en control. Como si
pudiera alejarme en cualquier momento. Y ahora sé que él me dejaría.

—¿Quizás pueda desarruinarlo? —pregunto con esperanza.

Él suspira.

—Sadie, quiero decirte algo, pero me temo que no te va a gustar.

Ay no.

—¿Qué es?

Una pausa.

—Eres una ingeniera brillante que se sabe de memoria las estadísticas


de la Premier League de las últimas tres décadas. Físicamente, eres la
insólita combinación de cada una de las facciones que he encontrado
atractivas en mi vida… no, no ampliaré eso. Y me guardaste en tu teléfono
como Thor Corporativo, incluso después de que te diera mi nombre
completo.

—No estaba segura de cómo se escribía y… ¿viste eso?


—Sí. —Su mano se acerca a mi mejilla—. Esto es, Sadie. No creo que
se pueda arruinar esto.

Un millón de fuegos artificiales de esperanza explotan en mi cabeza.


Mi corazón se aprieta en mi pecho, pesado y dulce. De acuerdo. Está bien.

—¿Así que no te he matado para siempre el deseo por el sexo?

Él suelta una carcajada.

—Dudo que no querer tener sexo contigo sea algo de lo que tengamos
que preocuparnos, Sadie.

—¿Incluso si soy mala en eso?

—No lo eres.

—No lo creía. Pensaba que estaba bien. Quiero decir, normal. Pero tal
vez…
69
—Sadie. —Con una mano en mi cintura me acerca un poco más. Lo
suficiente para que sus ojos se encuentren con los míos y para que todo mi
mundo se enfoque en él—. Tomémoslo con calma. Ya llegaremos ahí —me
dice, como si supiera, solo supiera que ésta es la primera noche de muchas.

—¿Estás seguro?

—Una fuerte sospecha. ¿Te sentirías mejor si me volviera a poner la


ropa?

Niego con la cabeza y entonces, en un impulso, cierro la distancia


entre nosotros. Los otros besos los dirigía él, lo que me encantaba, pero con
este yo estoy a cargo y es exactamente lo que necesito. Él no intenta
profundizarlo hasta que yo lo hago. No se acerca hasta que yo me muevo
hacia él. No intenta tocarme hasta que tomo su mano y la pongo en mi
cadera, e incluso entonces es suave, los dedos subiendo y bajando por mi
muslo, recorriendo mi caja torácica costilla por costilla, mi columna
vertebral protuberancia por protuberancia.

Siento que me relajo. Que me dejo llevar. Que me expando, me


contraigo y olvido. Me humedezco y me vuelvo dócil, un calor hermoso y
delicioso extendiéndose hasta mi estómago. Cuando mi muslo roza
accidentalmente la erección de Erik, mi respiración se entrecorta y él hace
un ruido, profundo y bajo en el fondo de su garganta.

—Lo siento —dice roncamente, acomodándome para que me aleje.

Le detengo con una mano en el bíceps.

—Me gusta esto, en realidad.

—¿En serio?

—Sí. ¿A ti?

Exhala.

—No tienes ni idea, ¿verdad?

—¿De qué?

No se explica mejor.
70
—Estoy feliz de hacer esto hasta el amanecer.

—¿De verdad? —Suelto una carcajada—. ¿Estarías feliz de canalizar


a tu mejor yo de la secundaria y retozar?

Se encoge de hombros.

—Probablemente vaya a correrme en algún momento. Pero puedo


advertirte. No tienes que participar y hay un baño al otro lado del pasillo.

—¡No! No, estoy… —Muriendo de la vergüenza—. Me gustaría.


Participar, eso es. —Me aclaro la garganta—. Creo que deberíamos volver a
intentarlo. Lo que estábamos haciendo antes de que me asustara.

Veo cómo se desarrolla en su rostro: una fracción de segundo de


entusiasmo y luego una máscara de escepticismo insulso.

—Creo que deberíamos esperar para eso. Tomarlo con calma. Salir
unas cuantas veces más hasta que te acostumbres al hecho de que soy…
tan grande, aparentemente.

Me sonrojo.
—Pero estaba pensando… ¿y si estoy encima? ¿Así no me sentiré
atrapada?

Erik se queda quieto. Por un momento, deja de respirar. Luego


pregunta:

—¿Estás segura? —Sus pupilas están dilatadas.

—Creo que sí. ¿Te gustaría?

—Eso sería… —Traga con fuerza. Sus dedos aferran mis caderas como
si sencillamente no pudiera soltarlas—. Sí. Me gustaría. Si es que esa es la
palabra para ello.

No me doy cuenta inmediatamente del malentendido. Tal vez porque


estoy ocupada, primero moviéndome en el colchón y trepando por sus
caderas, luego deleitándome en el hecho de que estoy encima de él. Me
siento mucho mejor de esta manera. De acuerdo, pienso. Sí. Puedo hacer
esto, después de todo. Me encanta esto, de hecho. Me encanta sentarme a 71
horcajadas sobre Erik, mirar su piel pálida, trazar sus músculos. Me
encantan sus ojos posados en los puntos donde mis pezones empujan
contra mi camiseta. Me encanta la sensación de mis muslos siendo
separados por su torso, los vellos de su camino a la felicidad contra mis
pliegues. Después de todo, puedo tener sexo con él. Quiero tener sexo con
él. Podría morir si no tengo sexo con él, porque ahora mismo quiero que
estemos lo más cerca humanamente posible.

Pero entonces sus manos se cierran alrededor de mi cintura y me


eleva. Y me eleva. Y me eleva. Hasta que mis rodillas están apoyadas en el
colchón a cada lado de su cuello y recuerdo exactamente lo que él estaba a
punto de hacer cuando nos detuvimos. Se me prende un gran bombillo. Ay
por Dios. Él cree que quiero que…

—Erik, yo…

Empieza con una larga lamida por mi núcleo, separándome con su


lengua. Hago un vergonzoso sonido animal que es mitad jadeo, mitad
gemido y caigo hacia delante, agarrándome a la cabecera. Mi núcleo se agita.
Todo mi cuerpo se estremece, eléctrico.
—Joder, Sadie —dice guturalmente justo antes de volver a lamerme,
minucioso e impaciente de una forma que redefine la palabra entusiasmo.
Su lengua juega con mi entrada, empujando más allá de los músculos
tensos. El pulgar de la mano que no está enjaulando mi trasero sube para
hacer círculos alrededor de mi clítoris. Estoy temblando. Con espasmos.
Contrayéndome. De repente, me siento agonizantemente vacía.

—Ay por Dios —susurro en el dorso de mi mano. Luego la muerdo,


porque si no lo hago, gritaré. Tal vez grite de todos modos, porque él gruñe
y arquea la garganta para lamer dentro de mí, presionando mi pelvis contra
su boca, y los ruidos que hace (los ruidos que hacemos) son húmedos,
indecentes y obscenos—. Ay por Dios. Yo… —Estoy fuera de control. Mis
muslos empiezan a temblar. No tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero
no puedo dejar de balancearme, de frotarme contra su boca, su nariz y su
rostro, retorciéndome en busca de más contacto, más presión, más fricción,
queriendo estar llena…

—Lo estás haciendo muy bien, Sadie —murmura en mi núcleo y las 72


palabras vibran por toda mi columna vertebral. Sus dedos me aprietan el
trasero agresivamente y él es implacable, manteniéndome quieta,
inclinándome mejor, haciéndome saber que sabe lo que necesito… para que
lo deje hacer su trabajo. Entonces empieza a usar sus dientes en mí y
colapso.

Grito.

—No puedo creer que pensaras que eras mala en esto —me dice riendo
y siento todas y cada una de las sílabas atravesarme como un cuchillo. Me
obligo a respirar hondo, a mantenerme erguida, a mirarlo. Y es entonces
cuando sus ojos se encuentran con los míos y empieza a chupar con fuerza
mi clítoris.

Me corro con tanta fuerza que es casi doloroso. Siempre he sido


tranquila y silenciosa en la cama, pero el placer es como un dique
rompiéndose, cortante, abrasador y tan violento que mi cuerpo no tiene
esperanza de contenerlo. Sollozo y gimoteo en el dorso de mis manos,
impotente y confundida. Durante todo mi orgasmo Erik está ahí, sujetando
mis caderas, murmurando alabanzas y gemidos contra mis pliegues
hinchados, lamiéndome hasta que prácticamente es demasiado.
Entonces sus besos se vuelven más ligeros. Suaves. Se gira para
chupar el interior de mi muslo izquierdo y me pregunto si es suficiente para
dejar una marca. Erik Nowak estuvo aquí.

—Llevo todo el día pensando en comerte —dice contra mi piel, que


está pegajosa, empapada y… no puedo creer que esto esté ocurriendo. No
puedo creer que esto sea sexo—. Todo. El. Puto. Día.

De alguna manera, parece saber que estoy demasiado débil para


moverme. Me desliza de nuevo por su cuerpo y tal vez me lo estoy
imaginando, pero creo que está respirando tan pesadamente como yo y creo
que le tiemblan las manos. Quiero investigar, pero él me rodea el torso con
sus brazos y me estrecha contra su pecho hasta que estamos lo más cerca
posible. El latido acelerado de su corazón reverbera en mi piel y esto, esto,
este momento no podría ser más perfecto.

Hasta que me besa. Y me besa. Me besa la boca con la misma


determinación que utilizó para mi núcleo y cuando los latidos de mi corazón
se calman, cuando mis miembros dejan lentamente de temblar de placer,
73
empiezo a sonreír en sus labios.

—¿Erik?

—¿Sí? —Su mano se curva alrededor de mi trasero.

—¿Por qué lo compraste?

—¿Comprar qué?

—El croissant de Faye. Si sabías que era tan asqueroso, ¿por qué lo
compraste?

Sonríe en la línea de mi hombro.

—Soy parte de ello.

—¿De qué?

—De la trama de lavado de dinero.

Suelto una risita y lo abrazo con más fuerza mientras se hincha dentro
de mí, una oleada de felicidad, adoración y algo confuso, algo esperanzador
y joven que aún no puedo definir del todo. Su pene se estremece contra el
interior de mi muslo. Me eleva más para pretender que no ocurrió y me atrae
para darme otro beso perezoso. Mmm.

Intento contonearme y meter la mano entre nosotros, pero él detiene


mi mano entrelazando sus dedos con los míos.

—¿Acaso no…?

—Ignóralo —dice, acurrucando su rostro contra mi garganta. Me


muerde, firme, juguetón, casi distrayendo mi atención. Casi.

—Pero tú…

—Calla. Está bien, Sadie. Deberíamos retirarnos mientras vamos


ganando.

Frunzo el ceño, apoyándome en un codo para mirarlo.

—No vamos ganando. Yo voy ganando. Es un firme uno a cero. —


Probablemente sea más bien un doce-que-se-convierte-en-uno a cero. No 74
obstante.

Se ríe suavemente.

—Créeme, no se sintió como un cero…

Cierra la boca tan bruscamente que oigo el chasquido de su


mandíbula. Porque me estoy deslizando hacia atrás y su erección se
acurruca contra mí. Primero, en la curva de mi trasero. Luego, justo debajo
de mi núcleo.

Él inhala con fuerza. Sus dedos se clavan en mi cintura.

—Sadie…

—Creí que habías dicho que podía estar a cargo —lo provoco,
meciéndome en su pene como lo hice en su boca. Los labios de mi núcleo
rodean su eje, regordetes e hinchados. Miramos la escena al mismo tiempo.
El sonido que él suelta es feroz.

—Tenemos que parar —gruñe, pero su mano se extiende en la parte


baja de mi espalda y empuja hacia abajo para conseguir una mejor fricción.
—¿Por qué?

—Porque… —La cabeza de su pene golpea mi clítoris hinchado y una


fuerte punzada de placer sube por mi columna vertebral. Erik se arquea, me
abraza más a él y cierra los ojos—. Joder. Oh, joder —dice entre dientes—.
Voy a cogerte, ¿verdad? —Se le corta la respiración y casi nos alineamos.
Entonces estamos alineados, él duro contra mi entrada y empujo porque
quiero, quiero sentir esta deliciosa e inmensa presión que me reventará, y
se siente bien, tan bien, desbordante, intoxicante y abrumadoramente
bien...

—Condón —jadea en mi boca—. Si vamos a… necesitamos un


condón.

Me petrifico. Mierda.

—Yo… —Intento zafarme de él, pero Erik me sostiene en el lugar.


Todavía está casi dentro de mí. Sólo la punta—. ¿Acaso tú... Acaso tienes
uno? 75
—Creo que sí. En algún sitio.

En algún sitio es justo en el cajón de su mesita de noche, debajo de


una botella de pastillas para la alergia, un cargador de teléfono y dos libros
en lo que supongo que es danés. Me tiende el condón y lo acepto sin
pensarlo.

El empaque de papel aluminio es dorado. Dice Trojan. Y debajo:


Magnum. Lo que quizá explique muchas cosas.

—¿Debería…?

Asiente. Los dos estamos sonrojados, torpes y sin aliento, y no tengo


ni idea de cómo poner un condón. Pero no quiero decir: Por favor, hazlo tú
mismo, porque en mi escuela en realidad no se enseñaba la parte de las
bananas en la educación sexual y mi madre me puso un método
anticonceptivo en mi tercera cita con Oscar. Erik está mirando ansiosamente
el empaque de aluminio que tengo en la mano, como si fuera un regalo de
mirra para el rey recién nacido y creo que le gusta mucho la idea de que
haga esto por él.
Sonrío. Tengo un doctorado en ingeniería: si puedo construir
maquinaria sofisticada, puedo averiguar cómo poner un puto condón. Y hay
algo de ensayo y error, pero a Erik no parece importarle, hechizado por la
forma en que mis pequeños dedos trabajan en él. Cuando termino, su
respiración es más agitada. Más entrecortada.

—Vuelve aquí. —Me atrae hacia él.

—Yo… ¿Quieres estar encima, esta vez?

—No.

—¿Estás seguro? Creo que estoy bien con…

—Sadie. Quiero coger contigo y necesito que te guste que te coja. Así
que tú estás arriba por ahora.

No tengo ni idea de cuáles son los parámetros de la talla magnum,


pero entiendo por qué la necesita. Estoy más relajada y excitada que nunca,
pero todavía me toma un rato introducirlo, con pequeños incrementos y
76
falsos comienzos y muchas maniobras cuidadosas. Cuando ha entrado
hasta el fondo, estoy sudando y Erik está empapado. Huele delicioso, como
a sal, jabón y a su inmensa piel. Así que lamo el lugar de su mandíbula
donde se han estado acumulado las gotas.

—¿Puedes…? —Se arquea experimentalmente hacia mí. Ambos


soltamos un gemido.

—¿Qué quieres?

—Quiero sentir tus senos.

—Oh. —Me había olvidado de mi camiseta. Me enderezo para


quitármela, lo que implica algunas contorsiones y roces que tienen a Erik
jadeando y tratando de aquietar mis caderas de nuevo. No son gran cosa,
casi le advierto. Pero recuerdo algo que dijo antes. Una insólita combinación
de cada una de las características que he encontrado atractivas en mi vida—
. ¿Lo decías en serio? ¿Cuando dijiste que soy tu tipo, físicamente?

Sus pupilas siguen el progreso de mis manos, muy abiertas.

—Te he visto.
—¿Me has visto? —Me desabrocho el cierre del sujetador. Él se
estremece dentro de mí. Su mandíbula se sacude con represión.

—En el edificio. En el vestíbulo. —Cierra los ojos. Luego los abre—.


Una vez en el ascensor.

Me quito el sujetador, sintiéndome estúpida por haberme preocupado.


Está mirando fijamente mi cuerpo como si fuera algo entre sagrado y
absoluta, deliciosamente pornográfico.

—¿Qué viste?

—Sadie. —Su garganta se mueve—. Mucho.

—Y… —Aprieto las rodillas y muevo las caderas en círculo dos veces
para introducirlo un poco más. Una fracción de pulgada, pero la fricción, la
sensación de plenitud… mis ojos giran hacia atrás en mi cabeza. No sabía
que algo pudiera estar tan dentro de mí y sentirse tan bien. No podría
haberlo imaginado—. ¿Y qué pensaste? 77
—Oh, joder. —Un sonido desesperado sale de la garganta de Erik—.
Esto. Esto y más. —Traga—. Muchas otras cosas y… Sadie, vas a tener que
darme un minuto para adaptarme o voy a… —Erik parece tan sorprendido
como yo me siento. Tiene los ojos cerrados y sus manos me agarran con
fuerza, y sus dientes se hunden en mi hombro—. Sadie, estoy a punto de…

—No te preocupes. —Jadeo mi sonrisa contra su oído, revoloteando


como si estuviera a punto irme a pique—. Lo estás haciendo muy bien, Erik.

Me corro como una avalancha y entonces él lo hace, y cuando aprieto


mis brazos alrededor de su cuello, no pienso soltarlo nunca.

Por la mañana, le observo afeitarse frente al espejo sólo porque puedo


hacerlo.

Utiliza una maquinilla de afeitar parecida a las que compro para mis
piernas (es decir, la más barata del supermercado). Si le molesta la chica
soñolienta que ha dormido menos de dos horas y que en este momento está
sentada envuelta en una toalla en la encimera de su baño, lo disimula bien.
Pero estoy casi segura de que no lo hace. Sobre todo porque es él quien me
puso aquí.

—Eres tan alto —digo, un poco cansada, un poco estúpida,


apoyándome en el espejo.

Su boca se tuerce.

—Tú no.

—Lo sé. A eso le achaco el fin de mi carrera futbolística.

—¿Acaso Crystal Dunn no es bastante bajita? —pregunta, enjuagando


su maquinilla de afeitar. Se seca las manos en el pantalón del pijama, que
le cuelga deliciosamente bajo en las caderas—. Meghan Klingenberg
también. Y…

—Cállate —le digo suavemente, lo que sólo lo divierte aún más. Deja
la maquinilla de afeitar y se acerca, deslizando sus manos dentro de mi
78
toalla y colocándolas en la parte baja de mi espalda, cálidas, instintivas e
imposiblemente familiares. Como si fuera algo que ha estado haciendo todos
los días durante toda su vida. Como si fuera algo que planea hacer todos los
días durante lo que le queda de vida.

Me encanta esto. La forma en que me atrae hacia él. La forma en que


se pone duro pero parece contentarse con que esto no vaya a ninguna parte.
La forma en que su rostro se acurruca en mi garganta. Me encanta esto.
Pero...

—Creo que eres demasiado alto —le digo en la clavícula—. Preveo


problemas de cuello para los dos.

—Mmm. Probablemente necesitaremos cirugía dentro de unos años.


—Su sonrisa recorre mi piel—. ¿Cómo es tu seguro?

—Más o menos.

—El mío es bueno. Deberías contratarlo cuando… —Se detiene.


Vuelve a decir—: Almuerza conmigo hoy.
—No suelo almorzar —le digo—. Soy más bien del tipo “un gran
desayuno y luego cuarenta refrigerios repartidos a lo largo del día”.

—Desayuna mucho y come cuarenta refrigerios conmigo, entonces.

Me río. Sí. Sí. Sí.

—¿Cuál es la parada de metro más cercana?

—Te llevaré al trabajo.

—Necesito ir a casa primero. Alimentar a Ozzy. Recordarle mi amor


inquebrantable por él.

—Te llevaré a casa y luego te llevaré al trabajo. Puedes presentarme


al hámster.

—Conejillo de Indias.

—Seguro que son la misma cosa. 79


Vuelvo a reírme, agotada, somnolienta y henchida de felicidad, y no
puedo evitar preguntarme lo diferente que sería esta mañana si Erik no
hubiera sido el que comprara el croissant de Faye.

No puedo evitar preguntarme si éste es el primer día del resto de mi


vida.
Capítulo 9

Presente

—Yo no… no es eso… ni siquiera… si tu… —Estoy tartamudeando


como idiota, lo que es… genial. Fantástico. Empoderante. Soy un modelo a
seguir para todas las mujeres despechadas en el mundo.

Erik aún está en cuclillas enfrente de mí, como si estuviera planeando


completamente terminar esta conversación. Me enderezo, recargándome de 80
la pared del elevador, y tomo una respiración profunda. Recuperándome.

Voy a decir lo que pienso. Voy a decirle exactamente lo idiota que es.
Voy a liberar tres semanas de llanto en la ducha sobre él. Voy a destrozarlo
por arruinar el helado de pistache y los gatos naranjas para mí. Voy a
aniquilarlo.

Pero aparentemente, solo después de hacerle la pregunta más


estúpida de la historia de las preguntas estúpidas.

—¿En serio creíste que el sexo no fue bueno?

Wow, Sadie. Que forma de dejar que el punto de esta conversación


vuele por encima de tu cabeza.

Él se burla.

—Yo obviamente no lo creí.

—Entonces porque dirías eso…

—Sadie, —Me estudia por un momento—. ¿es en serio?

Me ruborizo.
—Tú eres el que sacó el tema.

—¿En verdad? Sabes qué… está bien. Correcto. Bueno. —Su garganta
se mueve. Luce… no exactamente molesto, pero definitivamente lo más
afectado que lo he visto. Algo molesto, tal vez—. Hace cerca de tres semanas
estoy tomando mi usual y ligeramente asqueroso desayuno, y conozco a esta
realmente hermosa y asombrosa mujer. Me salto mis reuniones matutinas
e ignoro mi teléfono (mi equipo esta así de cerca de enviar a un equipo de
búsqueda) porque todo en lo que puedo pensar es en lo divertido que sería
sentarme con ella en una banca de parque cubierta de mierda de pájaro y
hablar acerca de… ni siquiera lo sé. Ni siquiera importa. Es así de bueno
con ella. Y porque aparentemente es mi día de suerte, me las arreglo para
convencerla de salir a cenar conmigo, y no solo es adorable, inteligente y
divertida, también se siente que los dos tenemos más cosas en común de
las que creí posibles, y… bueno, es una primera vez para mí. No soy un
experto en relaciones, pero reconozco lo raro que es. Como algo de una vez
en la vida. Quiero tomarlo despacio porque la idea de arruinar esto me
aterra, pero ella me pide venir a mi casa —exhala una sola y amarga risa.
81
—Debería poner un freno, pero tengo cero autocontrol cuando se trata
de ella, así que digo que sí. Pasamos una noche juntos, y follamos, mucho,
y si, Sadie, es real y malditamente fenomenal de una forma altera vidas que
nunca pensé que tendría que explicar. Es obvio que ella no suele hacer esto,
hay algunos tropiezos, pero… sí. Estabas ahí. Tú sabes. —Presiona los
labios juntos y aleja la mirada—. Ella se queda dormida y yo la miro y
pienso, Esto no es como nada más. Casi aterrador.

»Pero entonces es de mañana y ella sigue ahí. Y cuando le digo adiós


ella en realidad corre detrás de mí y estamos en el trabajo, hay personas
alrededor, no podemos realmente besarnos o hacer algo así, pero ella se
estira, toma mi mano y la aprieta. Y creo que tal vez no tengo que estar
asustado. Va a estar bien. Ella no va a ningún lado. —Él se gira hacia mí.
Sus ojos ahora son fríos, oscuros en las luces amarillas—. Y entonces viene
la noche. El siguiente día. Y otro. Y no escucho de ella. Nunca más.

Miro a Erik por un largo rato, absorbiendo cada palabra, cada


pequeña pausa, cada significado sin decir. Entonces me acerco, y entre
dientes le digo:

—Te desprecio.
—¿Por qué? —Está fría y silenciosamente furioso, pero no le tengo
miedo. Solo quiero herirlo. Herirlo tanto como me hirió a mí.

—Porque eres un mentiroso.

—¿Lo soy?

—Del peor tipo.

—Sí. Por supuesto. —Nuestros rostros están a centímetros de


distancia. Puedo olerlo, y lo odio incluso más—. ¿Y sobre que mentí?

—Vamos Erik. Sabes exactamente lo que hiciste.

—Pensé que sí, pero aparentemente no, ¿Por qué no lo deletreas para
mí?

—Seguro. —Abruptamente me alejo, recargándome de la pared y


cruzando los brazos sobre el pecho—. Bien. Vamos a hablar sobre cómo me
usaste para robar clientes de GreenFrame. 82
Capítulo 10

Hace dos semanas y seis días

—¿Te acabo de ver con Erik Nowak?

La voz de Gianna me saca del estado semicomatoso en el que he


estado por los últimos cinco minutos, lo que mayormente implica mirar
fijamente el funko pop de Megan Rapinoe en mi escritorio y… estar
extasiada. 83
Me siento drogada de una dulce y deliciosa forma. De falta de sueño,
asumo. Y el esponjoso y jugoso wafle que Erik me compró en el café cerca
de mi apartamento. Y la hilarante historia que me contó mientras sorbía su
café, de cómo hace dos semanas se quedó dormido en su sofá y despertó
con Gato lamiendo su axila.

Quiero enviarle un mensaje. Quiero llamarlo. Quiero tomar el elevador


e ir abajo a olerlo. Pero no voy a hacerlo. No soy así de rara. Abiertamente,
por lo menos.

—Me alegra ver que estás de vuelta. —Le sonrío a Gianna, que está
recargada de mi escritorio. Debe haber entrado a mi oficina mientras estaba
soñando despierta—. ¿Cómo está Presley?

—Mejor. Pero ahora Evan y Riley tienen algún tipo de bicho que
implica una cantidad muy divertida de diarrea. Pero te vi en el recibidor con
un chico alto… ¿era Erik Nowak?

—Oh. Um… —Creo que tal vez me estoy ruborizando. Realmente no


tengo una razón, Gianna es genial y no del tipo que juzga, pero lo que pasó
anoche se siente tan… privado. Y novedoso. Ni siquiera les he contado a
Hannah y Mara (si no cuentas los emojis de berenjena y corazones que envié
en respuesta a sus setenta «¿Cómo te fue?» que encontré esta mañana en
mi teléfono). Se siente extraño hablarlo con mi jefa. Aunque mentir al
respecto sería aún más extraño, ¿verdad?—. Sí, ¿lo conoces?

—¿Ese Erik Nowak? ¿el Erik Nowak de ProBld?

Ladeo la cabeza, ¿hay otros?

—¿Sí?

—¿Son amigos?

—Nos acabamos de conocer.

—Así que no son como, amigos —parece aliviada—. Está bien. Bueno.
Se estaban riendo juntos, así que quería asegurarme.

—Por qué… ¿sería un problema si lo fuéramos?


84
—No por completo, no. Quiero decir, ni soñaría con decirte con quién
deberías o no pasar el rato. Pero ustedes dos parecían… íntimos, y solo
quería asegurarme… tú sabes. —Mueve la mano restándole importancia—.
Si fueran amigos y hablaran regularmente, querría recordarte que estuvieras
a salvo y fueras muy, muy discreta cuando hables de la tienda con él. Pero
ya que solo son conocidos, entonces…

—¿Por qué tendría que… —Frunzo el ceño, girando mi silla para verla
mejor. Esta conversación es muy extraña, y me estoy preguntando si debería
tomarme otro café antes de que continúe—. ¿Qué quieres decir con a salvo
y discreta?

Ella abre la boca. Entonces la cierra, mira alrededor para asegurarse


de que ninguno de los internos está aquí, y la abre de nuevo.

—Hace un tiempo ProBld me hizo una oferta. Básicamente querían


comprar GreenFrame y su portafolio de clientes, e incorporarlo como una
división de su compañía.

—Oh. —Parpadeo. Erik no mencionó nada anoche. Pero, tampoco lo


había hecho Gianna, nunca—. No tenía idea.
—Bueno, fue antes de que te contratara. ¿Hace dos, tres años? Antes
de los niños. Y para ser honesta, no fue la primera ni última oferta que
recibí.

—Correcto. Supe que Innovous ofertó.

—Y JKC. Sí. Pero ProBld fue algo… insistente. —Rueda los ojos—. La
razón por la que nos querían a bordo es que están tratando muy duro de
expandirse al mercado ecológico y sustentable, pero no han tenido mucho
éxito en atraer a personas realmente calificadas como… bueno, como tú. Ya
que la mayoría prefiere ir a firmas más especializadas. No me
malinterpretes, han estado contratando ingenieros prometedores, pero no
tienen la experiencia que necesitan aún. Así que me hicieron una muy
buena oferta, dije no, gracias, prefiero ser mi propio jefe, y por unos meses
pareció que todo seguiría como siempre —se detiene—. Entonces comenzó.

Niego con la cabeza, confundida.

—¿Qué comenzó? 85
—Un montón de pequeñas cosas de mierda. La peor fue que trataron
de que algunos de nuestros clientes se cambiaran a ProBld. Escuché que
algunos de su equipo estaban merodeando en nuestros sitios, también. No
exactamente cosas honorables.

Me tenso. Eso suena… mal. Realmente mal.

—Gianna, solo para estar claras. —Tomo una respiración profunda—


. Anoche fui a cenar con Erik. Así que nosotros… supongo que somos
íntimos. Pero él es genial, y no haría nada como lo que mencionaste —digo
con más certeza de la que probablemente debería sentir, dado que lo conocí
exactamente hace veinticuatro horas. Pero es Erik. Confió en el—. No sé qué
están haciendo los socios o los altos mandos en ProBld, pero estoy segura
de que él nunca ha hecho nada así.

—Bueno, él es un socio.

Parpadeo.

—Él… ¿disculpa?

—Erik es uno de los socios.


De repente me siento fría. Y muy, muy mareada.

—Él es… ¿de qué estás hablando?

—Dijiste que fuiste a cenar con él. ¿me estás diciendo que no
mencionó que es uno de los socios fundadores? —Debe leer la respuesta en
mi rostro, porque su expresión cambia a algo que parece lástima—. Él
comenzó ProBld al salir de la escuela con dos de sus colegas. Y el resto es
historia.

«Me encantaría robarte… te pagaría más. Di una cifra… estoy muy


abierto a negociar».

«Espera… ¿tú?».

«ProBld».

—¿Sabe que eres una ingeniera? —está preguntando Gianna.

Me aclaro la garganta. 86
—Sí. Le dije que trabajaba para GreenFrame.

—¿Antes o después de que te pidiera salir?

—Yo… —Esa no fue la razón. No lo fue. No puede ser—. Antes.

—Oh, Sadie. —El mismo tono que antes, ahora con más lastima—.
Pero no le dijiste nada específico sobre nuestros proyectos, estrategias o
clientes, ¿verdad?

—Yo… —Masajeo mi frente, que de repente se siente a un segundo de


explotar—. No lo creo.

—¿Te preguntó algo?

—No, él…

Sí. Sí lo hizo.

Puedo verlo claramente, sentado frente a mí en el restaurante. Su casi


sonrisa. Su pulcra y voraz forma de comer.

«¿Cómo fue, por cierto?... Tu discurso».


«¿Quién es el cliente?».

«Entonces ¿conseguiste el proyecto?».

—Sadie, ¿estás bien?

No. No. Nope.

—Creo…temo que mencioné algo. Sobre el proyecto Milton. Salió en la


conversación y yo… sabía que era ingeniero así que entré en más detalles
de los que debería, y… —Gianna se cubre los ojos con la mano y quiero que
el piso me trague entera. La alegre sensación de esta mañana se ha disuelto,
remplazada con temor y un fuerte deseo de vomitar mi wafle por todo el
piso—. Gianna, sé que parece planeado, pero no creo que Erik haría nada
de lo que tú mencionaste. En serio nos llevamos bien anoche y… mi voz
muere, lo que bien podría hacer yo. No puedo soportar escucharme más.

Él no dijo que era socio. ¿Por qué? ¿Por qué me siento mareada?

—Espero que tengas razón —dice Gianna, incluso más de esa


87
inquietante compasión en sus ojos. Ella se aleja de mi escritorio, con sus
tacones resonando al entrar a su oficina, y no mira atrás.

Siento que podría llorar. Y también siento que este es un estúpido


malentendido del que me voy a reír. No tengo idea de que es lo correcto por
hacer, así que trato de enfocarme en el trabajo, pero estoy demasiado
cansada, o preocupada, o horrorizada para concentrarme. A las dos de la
tarde Erik me manda un mensaje: en reuniones hasta las 7, ¿puedo invitarte
a salir después? y pienso en nuestra cena anoche, en un restaurante donde
usualmente lleva a sus clientes, ¿soy trabajo para él?

Dos minutos después agrega: o podría cocinar para ti.

Y entonces: antes de que preguntes, no, no arenque.

Miro los mensajes por mucho tiempo, y entonces me levanto para ver
la copiadora, que ha estado sonando por su usual atasco de papel. Hago
bola la ofensiva hoja de papel y la lanzo al bote de reciclaje, sin ver lo que
está frente a mí.

Respondo correos electrónicos. Llamo a un arquitecto. Sonrió a los


internos y los pongo a ayudar con investigación. Espero por… no sé lo que
estoy esperando. Una señal. A que esta rara y apocalíptica confusión se
disipe. Vamos, Erik no salió conmigo como cubierta para algún tipo de…
mierda de espionaje corporativo, o lo que sea. Esto no es un libro de John
Grisham, y lo que le dije a Gianna se mantiene: mi instinto me dice que él
nunca, nunca haría algo así. Desafortunadamente no estoy segura de que
mi instinto no me esté mintiendo. Creo que puede que solo quiera
besuquearse con el hombre más atractivo del mundo durante el medio
tiempo de los partidos de fútbol.

La máquina copiadora suena tres veces, y después tres más.


Aparentemente, no arreglé absolutamente nada.

A las cinco treinta escucho sonar el teléfono de Gianna, y diez minutos


después sale de su oficina, viniendo a pararse frente a mi escritorio. Los
internos se han ido. Solo somos ella y yo en la oficina.

Mi interior está congelado. Mi estomago cae.

—Adivina qué proyecto no conseguimos —dice. Su tono es suave. 88


Gentil. Para su crédito, no hay ni rastro de te lo dije—. Y adivina con qué
otra firma decidieron ir.

Cierro los ojos. No puedo creer esto. No quiero creer esto.

—La gente de Milton dijo que tuvieron otro discurso hoy.


Sustentabilidad similar. Menor costo, sin embargo, ya que es una firma más
grande. Me preguntaron si podía igualar su oferta, y les dije que no podía.

Mis ojos se quedan cerrados. No los abro por un largo, largo tiempo.
Todo está girando. Solo estoy tratando de estar quieta.

—Yo… lo arruiné —digo, apenas un susurro. Estoy llorando. Por


supuesto que estoy llorando. Soy jodidamente estúpida y mi maldito corazón
está roto y por supuesto que estoy llorando.

—No podías saberlo Sadie.

La máquina copiadora suena de nuevo, seis veces seguidas. Asiento a


Gianna, la veo alejarse y pienso en cosas rotas, cosas rotas que a veces no
pueden ser arregladas.
Capítulo 11

Presente

Busco en mi cerebro, tratando de recordar si durante nuestra cena


Erik mencionó tomar clases de actuación. Quiero decir no, y vamos a ser
honestos, parecería fuera de carácter. Y, aun así, si no supiera lo que hizo,
casi podría comprarlo. Casi podría creer, por la forma en que está
parpadeando confundido hacia mí, que no tiene idea de lo que estoy
hablando. 89
Buen intento.

—Vamos Erik.

Su ceño se frunce. Él aún está en cuclillas frente a mí.

—¿Qué clientes?

—Puedes dejarlo.

—¿Qué clientes?

—Ambos sabemos que…

—¿Qué. Clientes?

Presiono los labios juntos.

—Milton.

Él niega con la cabeza, como si el nombre no le dijera nada. Si tuviera


un cuchillo a la mano probablemente lo apuñalaría. A través de los
músculos, justo hasta su corazón.
—El centro de recreación en Nueva Jersey.

Toma un segundo, pero puedo ver un brillo de reconocimiento.

—¿El discurso? ¿Por el que estabas en lo de Faye?

—Sí.

—Firmaste a ese cliente, ¿no?

Aprieto la mandíbula. Duro.

—Jódete Erik.

Él bufa impacientemente.

—Sadie, en serio estoy perdido aquí, así que si no me das algo de


contexto…

—Casi firmé a ese cliente. Como sea, cuando consiguieron una


propuesta casi idéntica a la mía, decidieron ir con ProBld, ¿te suena? 90
No lo hace. Bueno, estoy segura de que debe. Pero el talento de actuar
está volviendo de repente, y Erik parece completa y totalmente confundido.
Sus ojos se estrechan, y casi puedo verlo tratar de revisar sus recuerdos.

Suspiro.

—Esto es… muy extenuante, Erik. Gianna me dijo todo. Sé que ProBld
trató de comprar GreenFrame. No sé si saliste conmigo tratando de lastimar
a la compañía, o tomaste la oportunidad una vez que se te presentó, pero sé
que usaste lo que te dije en la cena para dar una propuesta muy similar a
la mía, porque el cliente, tu cliente, lo admitió.

—No lo hice.

—Sí. Seguro.

—En serio no.

—Por supuesto. —Ruedo los ojos.


—No, es en serio. ¿me estás diciendo que la razón por la que dejaste
de hablarme es que coincidentemente terminamos consiguiendo a uno de
tus clientes?

—Dos propuestas así de similares no son una coincidencia…

—Deben serlo. Ni siquiera sabía que teníamos a ese cliente hasta este
momento.

—¿Cómo puedes no saber qué proyectos se están desarrollando en la


firma que posees?

—Porque no soy un empleado menor. —Puedo decir por su tono que


se está comenzando a frustrar conmigo. Lo que está bien porque he estado
frustrada con él por semanas—. Tengo una posición de líder y manejo a
personas que manejan personas que manejan personas que manejan a más
personas. No somos GreenFrame, Sadie. Superviso diferentes equipos y
paso los días en malditamente aburridas juntas con abogados de patentes,
aseguradoras y gerentes de control de calidad. A menos que sea un trato de 91
alta prioridad o extremadamente lucrativo, puede que incluso no sea
informado hasta que ya está en desarrollo. Mi trabajo es hacer las decisiones
mayores y dar las líneas guías para que…

Se detiene y físicamente retrocede. Un segundo se está inclinando


hacia mí, el otro su espalda está recta y está pellizcando el puente de su
nariz entre pulgar e índice. Se queda así por varios segundos, ojos cerrados,
y entonces explota en un largo, sentido:

—Maldición.

Es mi turno de estar confundida.

—¿Qué?

—Mierda.

—¿Qué… por qué estás haciendo eso?

Me mira, sin un gramo de su previa exasperación en su expresión.

—Tienes razón.

—¿Sobre qué?
—Fui yo. Fue mi culpa que no consiguieras al cliente. Pero no por la
razón que crees.

—¿Qué?

—El día después de que nosotros… —Pasa una cansada mano por su
rostro—. Esa mañana tuve una reunión con uno de los gerentes ingenieros
que superviso. Me dijo que estaba refinando la propuesta de un proyecto
que específicamente había pedido rasgos sustentables. No dio detalles y no
los pedí, pero ya que no es nuestro fuerte quiso saber si yo tenía algunos
recursos. Le envié un artículo académico. —Su garganta se mueve—. Fue el
que tú escribiste.

Estoy mareada. Estoy sentada, pero creo que podría caerme.

—¿Mi artículo? ¿Mi doblemente revisado artículo de marcos para la


ingeniería sustentable?

Él asiente lentamente, indefenso. 92


—También mandé tu tesis en el email de la compañía y recomendé
altamente a los lideres de equipo que la leyeran. Aunque fue unos días
después, después de leerla yo mismo.

—¿Mi tesis? —Debo haberlo escuchado mal. Seguramente estoy en lo


alto de un evento cardiovascular—. ¿Mi disertación doctoral?

Él asiente, pareciendo arrepentido. Yo… ya ni siquiera creo estar


enojada. O tal vez lo estoy, pero está diluido en la sorpresa total de escuchar
que…

—¿Cómo conseguiste mi tesis? ¿Y mi artículo?

—El articulo estaba en Google Académico. Para la tesis… —Presiona


sus labios juntos—. Hice que alguien de la biblioteca de Caltech me enviara
un enlace de descarga.

—Hiciste que alguien de la biblioteca te enviara un enlace de descarga


—repito lentamente. Estoy habitando en una dimensión paralela. Donde los
átomos están hechos de caos—. ¿Cuándo?

—La mañana siguiente. Cuando llegué a mi oficina.


—¿Por qué?

—Porque quería leerla.

—Pero… ¿por qué?

Me mira como si fuera un poco lenta.

—Porque tú la escribiste.

Tal vez soy un poco lenta.

—Así que estabas tratando de… ¿descubrir la propuesta de


GreenFrame basado en mi trabajo publicado?

—No. —Su tono deja caer algo de culpa y vuelve a ser tres partes firme,
una parte indignada—. Quería leer lo que escribiste porque estoy interesado
en el tema, porque en la cena fue muy obvio que eres mejor ingeniera que la
mayoría de las personas en ProBld, incluido yo, y porque cerca de cinco
minutos en el trabajo me di cuenta de que, si no iba a dejar de pensar en ti, 93
bien podía ser de forma productiva. Y mientras leía, me di cuenta de que tu
trabajo es más que bueno, y compartirlo con los demás fue sin dudarlo. No
pensé que le estaba dando tu propuesta a toda mi compañía y… maldición.
No pensé. —Frota el dorso de su mano contra su boca—. Fue mi cupa. No
fue a propósito, pero tomo toda la responsabilidad. Voy a hablar con mi
gerente de ingeniería y con el cliente y… voy a resolver esto. Vamos a
encontrar la forma de asegurarnos de que obtengas el crédito que mereces.

Lo miro, estupefacta. Esto es… no se supone que esté diciendo esto.


Se supone que él… no lo sé. Lo niegue. Defienda sus propias acciones de
mierda. Me haga odiarlo más.

—Para el futuro, probablemente podamos hacer un acuerdo. Algo


acerca de no perseguir a tus clientes potenciales. No lo sé, pero lo revisaré
a través de Gianna.

¿Disculpa?

—Dudo que tus socios estén de acuerdo con ello.

—Lo estarán cuando les explique la situación —dice, como si fuera


una decisión tomada.
—Seguro, porque eres uno de ellos. —Mi ira está de regreso. Bien.
Perfecto—. Otra mentira tuya, por cierto.

Esta vez, él… ¿se está ruborizando?

—No mentí.

—Solo omitiste. Buena excusa.

—No es eso. Yo… —Por primera vez desde que lo conocí, este seguro
y severo hombre parece algo avergonzado, y yo… no puedo alejar la mirada—
. No estaba seguro de si sabías. La mayoría de las personas que conozco
parece ya saberlo… sí, se cómo suena. Y entonces en la cena me contaste lo
diferente que era de la vida académica trabajar para una firma. Cuánto
extrañabas a tus amigas. Me imaginé que presumir sobre cómo me gradué
y conseguí hacer la transición con mis amigos podría esperar un par de días.

—Eso suena realmente… —Creíble, en realidad. Algo considerado, ¿de


una forma un tanto desproporcionada?—. Incompleto. 94
Él deja salir una risa, como si estuviera siendo ridícula.

—Incompleto.

—Yo solo… —Levanto las manos—. ¿Por qué siquiera estamos


haciendo esto, Erik? Es obvio que tenías algún motivo oculto para pedirme
salir. ¡Incluso trataste de ofrecerme trabajo!

—Por supuesto que sí. Sadie, lo haría de nuevo. En este momento,


¿quieres venir a trabajar para mí? Porque la oferta sigue y…

—Detente. —Levanto la palma, a pongo entre nosotros como el muro


más inútil del mundo—. Por favor solo… detén esto.

—Está bien. —Erik toma una respiración profunda. Cuando habla, su


voz es calmada—. Está bien. Esto es lo que pasó, e interrúmpeme si me
equivoco: pensaste, basada en lo que te dijo alguien en quien confías, que
dormí contigo para robar a un cliente y vengarme de Gianna por no vender,
lo que suena un poco presuntuoso, pero… lo entiendo. Es a donde
apuntaban las pistas. ¿es correcto?

Asiento en silencio. Hay una picazón pesada detrás de mis ojos.


—Está bien —continua el pacientemente—. Es tu lado de lo que pasó.
Pero te estoy pidiendo que consideres el mío. que es que, incluso aunque la
jodí completamente enviándole tu trabajo a mi equipo, no supe las
consecuencias hasta hace cerca de cinco minutos. Porque te llamé, pero
nunca respondiste. Y cuando subí a hablar contigo Gianna dijo que estaba
segura de que no querías verme. Y me gusta pensar que no soy el tipo de
idiota que seguiría llamando a una mujer que le pidió que no lo hiciera, así
que me detuve. Pero tampoco fui capaz de dejar de pensar en ti, lo que me
tuvo buscando desesperadamente la razón por la que te alejaste, al punto
en que he estado repasando lo que pasó entre nosotros esa noche cada…
maldito… día, por las últimas tres semanas.

—Erik…

—No estoy exagerando. —Esto sería mucho más fácil si su tono fuera
acusador. Pero no. Tenía que sonar razonable, lógico, ansioso y sincero, y
quería gritar—. Desmenucé cada minuto, cada segundo de cada interacción,
y después de hacerlo pedazos, la única conclusión que pude alcanzar es que 95
lo que sea que hiciera mal debió haber pasado después de que me pediste
que te llevara a mi casa, lo que solo dejó en realidad lo que hicimos ahí.

—Eso no es…

—Y he estado asustado, asustado como nunca, de haberte lastimado.


—Levanta su mano. La curva alrededor de mi mejilla—. Que te había dejado
en algún, cualquier tipo de dolor. Que no podía arreglar las cosas. Lo que,
déjame decirte, no es divertido cuando sabes en tu cerebro de lagartija que
estás a cerca de cinco minutos de enamorarte de alguien. —Cierra los ojos—
. Tal vez pasó. No puedo decirlo.

Hacen que el piso se mueva y tiemble, las palabras de Erik. Hacen que
caiga duro y rápido debajo de mis pies, llenan mi cerebro con un cegador
rayo de luz, y ellas… espera.

Esperen.

—La energía regresó —digo con un jadeo, dándome cuenta de que el


elevador está funcionando de nuevo. Erik debe haberlo notado también,
pero no parece sorprendido, o hace un movimiento para alejarse de mí.
Sigue sosteniendo mi mirada, como si esperara una respuesta de mi parte,
por reconocimiento de lo que ha dicho, pero no puedo, no voy a dársela. Me
alejo de la mano en mi rostro y tomo mi bolso, saliendo de la esquina donde
me arrinconé.

—Sadie. —Cuando las puertas se abren en el primer piso, salgo


corriendo del cubo. Erik esta justo detrás de mí—. Sadie, ¿puedes…

—¡Erik! —llama alguien desde el otro lado del recibidor, el sonido


haciendo eco a través del mármol. Hay un pequeño grupo de gente
charlando con dos hombres en uniformes de mantenimiento—. ¿Estás bien?
—Estoy casi segura, (por investigar por odio a ProBld después de nuestro
rompimiento) que él es otro de los socios. Un tipo que trabaja hasta tarde,
claramente.

—Sí —dice Erik sin moverse en su dirección.

—¿Te quedaste atrapado en el elevador?

—En el más pequeño. —Hay un borde impaciente en el tono de Erik. 96


Se vuelve mucho más suave cuando se gira hacia mí y dice—: Sadie, vamos
a…

—¿Eran solo ustedes dos? —llama el hombre—. En realidad,


mantenimiento está tratando de asegurarse de que nadie de ProBld siga
atrapado, ¿puedes venir aquí por un segundo?

El «Claro, voy para allá» de Erik podría cortar diamantes.

Me giro para irme, pero su mano se cierra alrededor de mi bíceps, y


siento su agarre viajar a través de cada nervio que poseo.

—¿Quédate aquí, ¿sí? Solo necesito cinco minutos para hablar


contigo. ¿puedo tener cinco minutos? ¿Por favor? —Sostiene mi mirada
hasta que asiento.

Pero una vez que me da la espalda, no dudo por un segundo. Froto el


lugar donde me acaba de tocar hasta que ya no puedo sentirlo, y entonces
salgo al cálido aire de la noche.
Capítulo 12

—Esperen. Esperen, esperen, esperen, esperen, esperen. Esperen,


esperen, esperen. Esperen. —En el centro del monitor de mi Mac, Mara
levanta ambos dedos índices para llamar la atención de Hannah y mía. A
pesar de que ya la tenía—. Esperen. Lo que estás diciendo es que todo este
tiempo hemos estado haciendo círculos de invocación semanales para darle
a este tipo verrugas genitales que desfiguran, hongos en las uñas de los pies
y esos granos subcutáneos gigantes que la gente elimina quirúrgicamente
en YouTube... pero, en realidad, ¿no se merecía nada de eso?

Gimo 97
—No. No sé. Sí. ¿Quizás?

—Pregunta relacionada: ¿cuánto tiempo estuviste en ese ascensor? —


pregunta Hannah.

—No estoy segura. ¿Una hora? ¿Menos? ¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Solo me preguntaba si esto podría ser síndrome de Estocolmo.

Gimo de nuevo, dejándome caer en mi cama. Ozzy se acerca para


olerme, solo para asegurarse de que no me he convertido en un pepino desde
la última vez que revisó. Luego se escapa, decepcionado.

—Está bien —dice Mara—, retrocedamos. ¿Es creíble lo que te dijo?

—No. No sé. Sí. ¿Quizás?

—Te juro por Dios, Sadie, si tú...


—Sí. —Me enderezo—. Sí, tiene sentido. Sí detallé el marco para mis
propuestas de sustentabilidad en mi artículo publicado, y lo detallé aún más
en mi tesis...

—De la cual tal vez deberías haber prohibido su publicación —


interviene Hannah, jugando con su cabello oscuro.

—… de la cual definitivamente debería haber prohibido su


publicación, por lo que es posible que alguien que hubiera leído mis cosas
podría haberlas usado para imitar mi discurso. Por supuesto, cuando se
trata de hacer el trabajo, no tendrán la experiencia que tenemos Gianna o
yo, pero ese es un problema para más adelante. Supongo que lo que dijo
Erik es... concebible.

—Entonces, ¿nada de hongos genitales? —pregunta Mara—. Quiero


decir, parece justo, considerando que publicaste ese artículo y escribiste esa
tesis para alentar a las personas a adoptar tu enfoque.

—Cierto. Sí. —Cierro los ojos, deseando por decimoséptima vez en las 98
últimas dos horas poder desaparecer en la nada. Tal vez desde la última vez
que me fijé, apareció un portal a otra dimensión en mi armario. Tal vez
pueda viajar a Sinconsecuenciaspormispropiasaccioneslandia—. En
realidad no pensé que sería utilizado por mis competidores directos.

—Me doy cuenta de eso —dice, con un tono que sugiere un fuerte
pero—. Pero tampoco estoy segura de que sea culpa de Erik.

—Y se disculpó —agrega Hannah—. Además, el hecho de que haya


leído tu disertación es un poco lindo. ¿Cuántos de los chicos con los que me
he acostado han leído mis cosas, qué crees?

—Ni idea. ¿Cuántos?

—Bueno, como sabes, creo firmemente que el sexo y la conversación


no se mezclan bien, pero estimo que... ¿un sólido cero?

—Suena bien —dice Mara—. Además, dijiste que se ofreció a


encontrar una manera de arreglar la situación. Y eso no parece ser algo que
él haría si no se preocupara por ti.
—Acordado. —Hannah asiente—. Mi voto es por no tener granos
genitales.

—Yo igual. Estoy disolviendo el círculo de invocación mientras


hablamos.

—No, espera, nada de disolver, yo… —Me froto los ojos con las palmas
de las manos—. ¿De qué lado están?

—Del tuyo, Sadie.

—A diferencia de ti —agrega Hannah.

—Yo… ¿Qué significa eso?

Intercambian una mirada. Sé que estamos en una llamada de Zoom y


es técnicamente imposible para ellas intercambiar una mirada, pero están
intercambiando una maldita mirada. Puedo sentirlo.

—Bueno —dice Hannah—, esta es la cosa. Te encuentras con este 99


tipo. Y lo follas. Y es realmente bueno follando, ¡viva! Al día siguiente,
descubres que es un imbécil, lo que te envía a una espiral descendente de
lágrimas y helado Talenti de tres semanas que es unas doce veces más
intensa que la vez que rompiste con un tipo con el que habías estado
saliendo durante años. Pero luego descubres que todo fue un malentendido,
que las cosas podrían arreglarse y..... ¿te vas? Dijiste que él quería hablar
más, y es obvio que estás interesada en escuchar lo que dice. Entonces, ¿por
qué te fuiste, Sadie?

Observo los ojos implacables, prácticos y amables de Hannah, que van


muy bien con su voz implacable, práctica y amable, y murmuro:

—Me gustaba más cuando estabas en Laponia.

Ella sonríe.

—A mí también, por eso estoy tratando de volver allí, pero volvamos a


discutir tus terribles habilidades de comunicación.

—No son tan malas.

—Eh. Como que sí —dice Mara.


Miro intensamente también a Mara. Doy igualdad de oportunidades
con mis miradas intensas.

—¿Saben qué? Acepto que mis habilidades de comunicación son


deficientes, pero me niego a que me avergüence alguien que está a punto de
ir a comprar un anillo con el tipo por el que una vez casi llamó a la policía
porque dejó un recibo de CVS en la secadora.

—Pfft, no van a ir a comprar un anillo. —Hannah agita la mano con


desdén—. Apuesto a que va a recibir algún tipo de reliquia familiar.

—¿Él no tiene hermanos mayores? —pregunto—. Probablemente ya


se quedaron sin reliquias hace cuatro bodas.

—Oh, sí. Tal vez haya algo de compras. ¿Crees que él nos llamará
desde un Claire’s de algún centro comercial de D.C. para preguntarnos qué
anillo preferiría Mara?

—Oh, Dios mío, ¿saben qué? La semana pasada leí en alguna parte 100
que Costco vende anillos de compromiso. Oh, hola, Liam.

El novio de Mara entra en la pantalla y viene a quedarse de pie justo


detrás de ella. En las últimas semanas se ha convertido en una especie de
cuarto informal en nuestras llamadas, una estrella invitada ocasional, por
así decirlo, que busca historias vergonzosas de la escuela de posgrado sobre
Mara y se ofrece amablemente a asesinar a nuestros colegas imbéciles
masculinos cuando nos quejamos. Teniendo en cuenta que la primera vez
que fuimos presentados fue cuando Mara planeaba poner una trampa en su
baño, es sorprendentemente divertido tenerlo cerca.

—¿En serio, chicas? —pregunta, todo ceñudo, oscuro y con los brazos
cruzados—. ¿Claire’s? ¿Costco?

Hannah y yo jadeamos.

—Costco es increíble.

—Sí, Liam. ¿Qué tienes en contra de Costco?

Sacude la cabeza hacia nosotras, presiona un beso en la coronilla de


la cabeza de Mara y sale del marco. Soy su fan, debo decirlo.
—Está bien —dice Mara—, volviendo a tus pobres habilidades
comunicativas.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Todavía estás enojada con Erik? —pregunta Hannah—. Porque


pasaste semanas triste, furiosa y tristemente furiosa. Incluso si ahora sabes
que tus razones no eran tan válidas, siento que de todos modos sería difícil
dejar eso de lado. Entonces, ¿quizás ese sea el problema?

Pienso en la mano de Erik cerrándose alrededor de mi brazo en el


vestíbulo. Sobre la forma en que siguió mirándome cuando el ascensor se
puso en marcha: concentrado, atento, como si el mundo pudiera girar el
doble de rápido de lo normal y aun así no le hubiera importado, no si yo
estuviera cerca. No me permito recordar las palabras que dijo, pero un
recuerdo resurge: de nosotros riéndonos, de pie en su cocina y comiendo
sobras de comida china, y no lo aparto. Por primera vez en semanas, no está
empapado de resentimiento y traición. Solo la dulzura dolorosa y
conmovedora de la noche que pasamos juntos. De Erik subiendo el
101
termostato cuando dije que tenía frío, y luego envolviendo sus grandes y
cálidas manos alrededor de las plantas de mis pies. Esa sensación de estar
justo ahí, al borde de algo.

No creo que esté enojada, ya no.

—No es eso —digo.

—De acuerdo. ¿Entonces el problema es que no le crees?

—Yo... No. Le creo. No creo que Gianna me mintiera deliberadamente,


pero no tenía todos los hechos.

—Entonces, ¿qué es?

Trago, tratando de dar con la razón por la que mi estómago se siente


pesado, la razón por la que me he estado sintiendo enferma por la decepción
y el miedo desde que descubrí la verdad. Y luego me golpea. Lo único que
he estado tratando activamente de no verbalizar me golpea justo cuando
digo:

—De todos modos, no importa.


—¿Por qué no importa?

Cierro los ojos. Sí. Es eso. Es por eso.

—Porque lo arruiné.

—Lo arruinaste, ¿cómo?

Ahora que puedo ponerle el nombre de lo que es, la horrible sensación


crece, ácida y amarga en mi garganta.

—Él no estará interesado en mí. Me conoció y pensó que era divertida,


que tenía un montón de cosas en común conmigo, que yo realmente le
gustaba, y luego... actué como una persona totalmente irracional, absurda
y trastornada, bloqueé su número y lo acusé de jodido espionaje corporativo,
y tal vez quiera dejar las cosas claras, tal vez odia la idea de que yo piense
que es una persona horrible, pero no hay forma de que quiera retomar donde
lo dejamos y… aaaagh. —Entierro el rostro en mi mano.

La jodí. Solo... la jodí. Y ahora tengo que vivir con esa certeza. Debo
102
continuar en un mundo en el que ningún hombre jamás se comparará con
Erik Nowak. Ningún hombre jamás me hará reír, y hará que mi cuerpo
cante, y que mi alma se indigne por completo con sus escandalosas
opiniones sobre el Galatasaray, todo a la vez.

—Oh, cariño. —Mara ladea la cabeza—. Tú no sabes eso.

—Lo sé. Es probable.

—Ese no es el punto. —Hannah se inclina más cerca de la pantalla


hasta que todo lo que puedo ver es su hermoso rostro y sus ojos oscuros—.
Está bien, entonces Erik ahora sabe que ocasionalmente muestras una
terrible falta de iniciativa para resolver conflictos.

Gimo.

—De verdad desearía tener la fortaleza emocional para colgarles.

—Pero no la tienes. Lo que digo es que tal vez Erik decida que eres
una terrible novia que reacciona de forma exagerada y es más problemática
de lo que vale. Tal vez decida que quiere quejarse de ti en el subreddit de
relaciones. Pero si lo eliminas como lo hiciste hace tres semanas, solo
estarías tomando esta decisión por él.

Parpadeo, confundida, de repente recordando por qué entré en


ingeniería. Las derivadas logarítmicas son mucho más fáciles que esta
mierda sobre relaciones.

—¿Qué quieres decir?

—Sadie, sé que te gusta mucho este chico. Sé que si él decide que no


te quiere en su vida, va a doler, y que estás tentada a retroceder de forma
preventiva para protegerte. Pero si no le das al menos la oportunidad de
elegirte, seguro que lo perderás.

Asiento lentamente, tratando de pensar más allá del duro nudo en mi


garganta. Dejar que la idea: ve a por ello, solo ve a por ello, pide lo que quieres,
sé valiente, se filtre a través de mí lentamente. Recordando a Erik.
Recordando la brisa flotando entre nosotros en un banco del parque, en una
acera desierta. La forma en que mi estómago se agitaba por los sentimientos 103
que acarreaba. De posibilidades. De tal vez

Este es mi nuevo lugar feliz, murmuró Erik en mi oreja la segunda vez


que tuvimos sexo esa noche. Y luego apartó mi cabello sudoroso de mi
frente, y levanté la mirada y pensé: Sus ojos son del color exacto del cielo
cuando brilla el sol. Y yo siempre, siempre amé el cielo.

—Tienes razón —digo—. Tienes toda la razón. Debería ir a él.

Hannah sonríe.

—Bueno, en realidad son las, ¿qué, una A.M. en Nueva York? Estaba
pensando más en una llamada telefónica mañana por la mañana.
Aproximadamente a las diez.

—Sí. Debería ir con él ahora mismo.

—Eso es exactamente lo contrario de...

—Me tengo que ir. Las amo.

Cuelgo y salto de la cama, buscando una chaqueta y mi teléfono.


Empiezo a pedir un Uber, excepto... mierda. Sé dónde vive Erik, pero no su
dirección. Corro hacia la puerta, al mismo tiempo que busco las llaves, y
escribo el punto de referencia más cercano a su apartamento que puedo
recordar. ¿Cómo diablos se escribe…?

—¿Sadie?

Levanto la mirada. Erik está de pie en mi puerta abierta. Erik, en todo


su alto y serio esplendor de Thor Corporativo. Con la misma ropa que tenía
puesta cuando lo dejé más una chaqueta ligera, con la mano en el aire y
claramente a punto de tocar.

—¿Vas a alguna parte?

—No. Sí. No. Yo... —Doy un paso atrás. Otro. Otro. Erik se queda justo
donde está y me arden las mejillas. ¿Lo estoy alucinando? ¿Está de verdad
aquí en Astoria? ¿En mi apartamento? Escucho un fuerte golpe y mis llaves
están en el suelo de linóleo. Necesito una siesta. Necesito una siesta de siete
años.
104
—Aquí. —Se agacha para recoger las llaves, hace una pausa por un
segundo para estudiar mi llavero con un balón de fútbol y me lo ofrece—.
¿Puedo entrar por cinco minutos? Solo para hablar. Si te sientes incómoda,
el pasillo también está bien…

—No. No yo... —Me aclaro la garganta—. Puedes pasar.

Una breve vacilación. Luego asiente mientras entra y cierra la puerta


detrás de él. Pero no se mueve más adentro, se detiene en la entrada y
simplemente dice:

—Gracias.

Estaba yendo hacia ti, abro la boca para decirlo. Iba de camino a
contarte muchas, muchas cosas confusas. Pero la sorpresa de verlo aquí ha
congelado mi valentía, y en lugar de inundarlo con el discurso apasionado
que habría escrito en mi aplicación de Notas en el Uber, solo lo miro.
Silenciosa.

Por el amor de Dios, ¿qué me pasa?

—Toma —dice, alcanzándome un teléfono. Su teléfono.


¿Eh?

—¿Por qué me das esto?

—Porque quiero que lo revises. El código de acceso es 1111.

Miro su rostro.

—¿1111? ¿Estás bromeando?

—Sí, lo sé. Simplemente ignóralo.

Bufo.

—No puedes pedirme eso.

Suspira.

—Bien. Se te permite un comentario.

—¿Qué tal si un un un un comentarios...? 105


—Eso es todo. Tu comentario, lo usaste. Ahora...

—Vamos, tengo muchos más que...

—… ¿podrías desbloquear el teléfono?

Hago un puchero pero hago lo que dice. Sobre todo por puro
desconcierto.

—Hecho.

Él asiente.

—Si haces clic en mi aplicación de correo electrónico, encontrarás mi


correspondencia de trabajo. La mayoría de esos mensajes son altamente
confidenciales, por lo que te pediré que no los leas. Pero quiero que busques
tu apellido.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Porque está todo ahí. Los mensajes de correo electrónico. Yo


solicitando tu tesis. Yo circulándola por ProBld como un imbécil. Un par de
instancias de mí discutiendo tu escritura en general. La línea de tiempo
debería confirmar lo que ya te dije. —Lo miro. Sin poder hablar. Luego
continúa, y se pone peor—: Esto es todo en lo que puedo pensar, pero si hay
algo más que pueda mostrarte que te ayude a creer que Gianna
malinterpretó las cosas, házmelo saber. Estoy dispuesto a dejar mi teléfono
aquí. Tómate el tiempo que quieras para revisarlo. Si alguien llama o envía
mensajes de texto, ignóralos.

Es la forma tranquila y seria en que me mira lo que lo logra. Rompe


lo que queda de mi terror a ser rechazada, y abruptamente le pongo fin a
cualquier tontería temerosa con la que mi cerebro esté tratando de
alimentarme.

Un nuevo conocimiento se desarrolla dentro de mí, e


instantáneamente sé qué hacer. Sé cómo hacerlo. Y comienzo tomando su
teléfono con fuerza, acercándome y deslizándolo en el bolsillo de su
chaqueta. Dejo que mi mano permanezca adentro por un segundo, sintiendo
el calor del cuerpo de Erik. El algodón limpio. Sin pelusas ni envoltorios de
caramelos ni tubos ChapStick vacíos. 106
Lo adoro. Me encanta. Mi mano quiere deslizarse dentro de este
bolsillo en las lluviosas tardes de otoño y las frías mañanas de primavera.
Mi mano quiere mudarse y vivir aquí, justo al lado de la de Erik.

Pero por ahora, hay algo más que necesito hacer. Lo que consiste en
ofrecerle mi propio teléfono. Lo mira con escepticismo, hasta que digo:

—Mi contraseña es 1930.

Su boca se tuerce.

—¿Año de la primera Copa Mundial de la FIFA?

Me río, porque... sí. De entre todos, él lo sabría. Y luego siento que


empiezo a llorar, porque por supuesto, de todos en el mundo entero, él lo
sabría.

—Desbloquéalo, por favor —digo entre sollozos. Erik tiene los ojos
muy abiertos, alarmado por las lágrimas, tratando de acercarse y atraerme
hacia él, pero no lo dejo—. Desbloquea mi teléfono, Erik. Por favor.

Rápidamente marca los números.


—Hecho. Sadie, ¿estás…?

—Ve a mis contactos. Encuentra el tuyo. Es... Lo cambié. A tu nombre


real. —Es difícil mantener niveles altos y prolongados de odio hacia alguien
que está guardado en tu teléfono con un apodo cursi, no agrego, pero el
pensamiento me hace reír, húmeda y acuosamente.

—Hecho. —Suena impaciente—. ¿Puedo...?

—Está bien. —Inspiro profundamente—. Ahora, por favor, desbloquea


tu número.

Una pausa. Luego:

—¿Qué?

—Bloqueé tu número. Porque yo... —Me limpio la mejilla con el dorso


de la mano, pero están saliendo más lágrimas—. Porque no podía soportar...
Porque. Pero creo que tú deberías desbloquearlo. —Vuelvo a sollozar.
Ruidosamente—. Entonces, si decidiste que no te importa el hecho de que a
107
veces puedo ser una lunática total, y si quieres llamarme y darle a... lo que
estábamos haciendo, otra oportunidad, entonces estaría feliz de atender y…

Me encuentro atraída hacia su cuerpo, abrazada con fuerza contra su


pecho, y probablemente debería insistir en disculparme adecuadamente y
ofrecer un informe detallado de todo lo que ha ocurrido, pero simplemente
me dejo hundir en él. Huelo su aroma familiar. Cuando me alisa el pelo
hacia atrás, entierro la cara en su camiseta y me derrito, sumergiéndome
en el silencio y el alivio.

—Creo que realmente apesto en las aventuras de una noche —le digo,
atenuada contra la suave tela.

—No tuvimos una aventura de una noche, Sadie.

—Está bien. Quiero decir, no lo sé. Nunca había...

—Yo he tenido suficientes por ambos, y algunas más. —Se aleja para
mirarme y repite—: Nosotros no tuvimos una aventura de una noche.

No tomo la decisión consciente de besarlo. Solo pasa. Un segundo nos


estamos mirando, al siguiente no. Erik sabe a sí mismo y a una noche de
finales de primavera en Nueva York. Sostiene mi cabeza en su palma, me
presiona contra él; gime, se inclina para empujarme contra la pared y lame
el interior de mi boca.

—¿Así que estamos bien? —pregunta, saliendo a tomar aire. Quiero


asentir, pero lo olvido cuando se inclina para otro beso, tan profundo como
el anterior. Luego recuerda su pregunta y repite—: ¿Sadie? ¿Estamos bien?

Cierro los ojos y muerdo su labio inferior. Es suave y regordete, y


recuerdo la forma paciente en que había trabajado entre mis piernas.
Recuerdo venirme una y otra vez, el placer tan fuerte que no podía
comprenderlo…

—Sadie. —No respira normalmente. Da un paso atrás, como si


necesitara un momento para controlarse—. ¿Estamos bien? Porque si crees
que esto es una aventura de una noche, entonces…

—No. Yo... —Alcanzo su rostro. Esta vez, cuando acerco su boca a la


mía, mi beso es lento y suave—. No. Estamos bien. 108
—¿Lo prometes? —pregunta contra mis labios.

Asiento con la cabeza. Y luego, porque parece importante:

—Lo prometo.

Es como accionar un interruptor. En un momento me mira


inquisitivamente, al siguiente nuestras manos están sobre el otro, yo
desabrochando sus jeans, él desabrochándome la blusa. Hay un calor que
crece entre nosotros, un calor que nos hace movernos frenéticamente,
torpemente y con demasiadas ganas. Cuando tiro hacia abajo de sus jeans
y calzoncillos, su polla salta, tirante, goteando y tan dura que tiene que
doler. Envuelvo la mano alrededor de él, bombeo hacia arriba y hacia abajo
un par de veces, y él gime, un sonido suave y gutural. Luego me aparta, me
sujeta la muñeca contra la pared y ataca mis pantalones.

Sus dedos rozan bajo el elástico de mi ropa interior, y cuando sus


nudillos rozan la tela húmeda de mis bragas, es todo lo que puedo hacer
para no abrir las piernas tanto como sea posible.
—Morado —dice con voz áspera cuando mis pantalones están
amontonados alrededor de mis tobillos—. Finalmente.

—El discurso de hoy. Ayer —corrijo, ayudándolo a deshacerse de mi


camiseta.

—Por cierto —dice, con la voz áspera—, la última vez te dejaste el


sostén en mi casa. —Traza la línea del que tengo puesto pero no me lo quita.
En su lugar, baja las copas de encaje y las mete bajo la curva de mis pechos.
Cuando mis pezones expuestos se endurecen hasta convertirse en puntas,
ambos hacemos ruidos ahogados y entrecortados.

—P-puedes quedártelo.

—Bueno.

—¿Bueno?

Su pulgar se mueve adelante y atrás a lo largo de mi pezón.


109
—No está en un estado exactamente... prístino.

Me río, sin aliento.

—¿Por qué? ¿Lo has estado usando?

No responde. En lugar de eso, me levanta hasta que mis piernas están


envueltas alrededor de sus caderas, sujetándome contra la pared al lado de
la puerta a pesar de que hay una cama, un sofá, una docena de muebles a
solo unos metros de distancia, y luego se detiene abruptamente.

—¿Tú… te sientes atrapada? Es esto...

—No, está bien. Perfecto. Por favor, sólo...

Engancha los dedos en la entrepierna de mis bragas, las empuja


descuidadamente hacia un lado, y prueba uno o dos ángulos que
posiblemente no funcionen, pero luego me acomoda, me inclina como si no
fuera más grande que una muñeca, y en el tercer intento solo...

Se desliza dentro. La presión es enorme, estira, quema y es familiar,


inexorable y encantadora, y todo en lo que puedo pensar es en lo mucho que
extrañaba esto, la aguda sensación de algo demasiado grande que de alguna
manera estaba destinado a caber dentro de mí, la forma en que murmura lo
siento, por favor, más, casi allí.

—Te extrañé —susurra contra mi sien cuando llega a acomodarse por


completo, sonando como si estuviera bajo una gran tensión—. Solo te conocí
durante veinticuatro horas, pero nunca había extrañado tanto a nadie.

Gimo. Un maullido vergonzoso que no puede ser que salga de mi boca.

—Para que quede asentado. —Me siento tan llena que apenas puedo
hablar—. Pensé que el sexo fue bueno. —Es un eufemismo. Es todo lo que
soy físicamente capaz de decir en este momento.

—¿Sí? —Me muerde la carne entre el cuello y el hombro, no lo


suficientemente fuerte como para rasgarme la piel, lo suficiente como para
sugerir que no tiene el control total. Me recuerda nuestra noche juntos, la
forma en que me mantuvo inmóvil para sus embestidas, la forma en que me
hizo sentir poderosa e impotente a la vez—. Eso es bueno. Porque yo no
puedo pensar en otra cosa. —Se mueve dentro de mí. Una vez dos veces. 110
Una vez más, un poco demasiado contundente, pero perfecto. Mi frente se
apoya contra la suya, y él jadea en mi boca—. Tres semanas, y solo pude
pensar en ti.

Dura menos de una docena de embestidas. Su boca está junto a mi


oído mientras me dice lo hermosa que soy, cómo quiere sentir todo de mí,
cómo podría follarme cada segundo de cada hora de cada día. Los espasmos
florecen en mi interior, me vuelven loca, y me aferro a sus hombros mientras
mi orgasmo explota a través de mi cuerpo, limpiándome la mente. Erik, digo
en silencio contra su cabello. Erik, Erik, Erik. Se queda quieto mientras lo
cabalgo, un gruñido casi silencioso en su garganta, la tensión en sus brazos
casi vibrando. Luego, cuando casi termino, me pregunta:

—¿Debería… joder, debería salirme?

—No —exhalo—. Estoy... estamos bien. Píldora.

Se corre dentro de mí antes de que termine de hablar, enterrando los


sonidos de su placer en la piel de mi garganta.

Después, nos quedamos así. Me sostiene, como si supiera que me


tambalearía sobre mis piernas si me soltara, y me besa durante largos
momentos. Castos besos dondequiera que puede alcanzar, largos lametones
en mi cuello sudoroso, suaves chupetones que me hacen retorcerme y
reírme entre sus brazos. Nunca, jamás quiero que este momento termine.
Quiero pintarlo, enmarcarlo y colgarlo en la pared, esta pared, atesorarlo y
hacer un millón más y...

—¿Sadie? —La voz de Erik es aún más grave de lo habitual. Estoy


feliz, flexible y relajada.

—¿Sí?

—¿Todavía tienes tu hámster?

—Conejillo de indias.

—La misma cosa. ¿Aún lo tienes?

—Sí. —Hago una pausa—¿Por qué?

—Solo me aseguro de que una rata gigante no esté tratando de 111


comerse mis jeans.

Miro por encima de su hombro y estallo en carcajadas por primera vez


en semanas.
Epílogo

Un mes después

—Está bien —le digo, decidida. Miro primero mi obra maestra y los
restos de mi arduo trabajo, y luego repito, más fuerte—: ¡Está bien, estoy
lista! ¡Prepárate para quedarte boquiabierto!

Erik aparece en la entrada de su cocina unos cinco segundos después,


luciendo somnoliento, relajado y guapo con su camiseta de Hanes y sus 112
pantalones de pijama a cuadros.

—Tienes masa en la nariz —dice, antes de inclinarse hacia adelante


para besármela. Luego se sienta frente a mí, al otro lado de la isla.

—De acuerdo. Momento de la verdad. —Deslizo un pequeño plato de


porcelana hacia él. Encima hay un croissant, el fruto de mis muchos,
muchos esfuerzos.

Tantos. Tantos. Esfuerzos.

—Se ve bien.

—Gracias. —Sonrío—. Hecho desde cero.

—Me doy cuenta. —Con una pequeña sonrisa, observa cómo las tres
cuartas partes de su cocina están cubiertas de harina.

—Aparentemente, mi genio culinario es un poco caótico. Vamos,


pruébalo.

Recoge el croissant con sus enormes manos y le da un mordisco.


Mastica durante uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, y probablemente
debería darle un poco más de tiempo, pero no puedo esperar para preguntar:
—¿Te gusta? ¿Está bien?

Mastica un poco más.

—¿Asombroso? ¿Fantástico? ¿Delicioso?

Más masticación.

—¿Comestible?

La masticación se detiene. Erik vuelve a dejar el croissant sobre la


mesa y lo traga una vez. Con notable dificultad. Luego lava todo con un
sorbo de café.

—¿Y bien? —pregunto.

—Está...

—No puede estar mal.

Silencio. 113
—¿Cierto?

Inclina el cabeza, pensativo.

—¿Es posible que hayas confundido sal con azúcar?

—¡No! Yo... ¿Es peor que el de Faye? —Él piensa en ello. Lo que es
toda la respuesta que necesito—. Te odio.

—Hay un poco de... ¿regusto avinagrado? ¿Tal vez agregaste eso en


lugar de agua?

—¿Qué? —Frunzo el ceño—. Creo que el problema eres tú. Creo que
simplemente no te gustan los croissants.

Se encoge de hombros.

—Sí, tal vez soy yo.

Gato salta a la isla. Con cautela esquiva nuestras tazas y con


expresión curiosa huele el croissant de Erik.
—Oh, amigo, no —susurra Erik—. No quieres hacer eso. —Gato lame
con delicadeza. Luego se vuelve hacia mí y me mira con expresión
horrorizada y traicionada.

Erik ni siquiera intenta no reírse.

—Te odio. —Cierro los ojos, planeando, en silencio, asesinato, caos y


muchos escenarios de truculenta venganza. Desfiguraré sus camisetas.
Verteré salsa de soya en su leche chocolatada. Me adueñaré del edredón de
plumas durante las próximas diez noches—. Te odio —repito—. Te odio
tanto, tanto.

—No. —Cuando abro los ojos, la sonrisa de Erik es cálida y suave—.


No creo que lo hagas, Sadie.

114
Próximo libro
Se necesitará el terreno
helado del Ártico para mostrarles a
estos científicos rivales que su
química arde.

Mara, Sadie y Hannah son


amigas primero, científicas siempre.
Aunque sus campos de estudio
puedan llevarlas a diferentes rincones
del mundo, todos pueden estar de
acuerdo en esta verdad universal:
cuando se trata de amor y ciencia, los
opuestos se atraen y los rivales te
115
hacen arder...

Hannah tiene un mal


presentimiento sobre esto. La
ingeniera aeroespacial de la NASA no
solo se encontró herida y varada en
una estación de investigación remota
del Ártico, sino que la única persona dispuesta a emprender la peligrosa
misión de rescate es su rival de toda la vida.

Ian ha sido muchas cosas para Hannah: el villano que trató de vetar
su expedición y arruinar su carrera, el hombre que protagoniza sus sueños
más deliciosamente espeluznantes... pero nunca interpretó al héroe.
Entonces, ¿por qué está arriesgando todo para estar aquí? ¿Y por qué su
presencia parece tan peligrosa para su corazón como la tormenta de nieve
que se avecina?
Ali Hazelwood

Ali Hazelwood es una autora multipublicada,


por desgracia, de artículos revisados por pares sobre
la ciencia del cerebro, en los que nadie se besa y el
para siempre no siempre es feliz. Originaria de Italia,
vivió en Alemania y Japón antes de mudarse a los
Estados Unidos para realizar un doctorado en
neurociencia. Recientemente se convirtió en
profesora, lo que la aterroriza por completo. Cuando
Ali no está en el trabajo, se la puede encontrar
corriendo, comiendo cake pops o viendo películas de 116
ciencia ficción con sus dos señores felinos (y su
esposo un poco menos felino).
Agradecimientos

Moderación
Mari NC

Traducción
Flochi
117
Lauuz

Mari NC

Otravaga

Pole

Vero

Corrección, recopilación y revisión


Mari NC

Diseño
Bruja_Luna_
118

También podría gustarte