Está en la página 1de 250

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene costo

alguno.
Es una traducción hecha por fans y para fans.
Si el libro logra llegar a tu país, te animamos a adquirirlo.
No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus redes 2
sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros e incluso
haciendo una reseña en tu blog o foro.

Disfruta de la lectura.
Staff
Traducción
Danielle
OnlyNess

Corrección
Mar
Sand
3
Lectura Final
Mary

Diseño
Bruja_Luna_
Índice
Staff .............................................................................................. 3
Sinopsis ........................................................................................ 5
Capítulo 1 ..................................................................................... 6
Capítulo 2 ................................................................................... 15
Capítulo 3 ................................................................................... 24
Capítulo 4 ................................................................................... 36
Capítulo 5 ................................................................................... 49
Capítulo 6 ................................................................................... 63
Capítulo 7 ................................................................................... 71
Capítulo 8 ................................................................................... 79
Capítulo 9 ................................................................................... 88
4
Capítulo 10 ............................................................................... 102
Capítulo 11 ............................................................................... 118
Capítulo 12 ............................................................................... 130
Capítulo 13 ............................................................................... 138
Capítulo 14 ............................................................................... 147
Capítulo 15 ............................................................................... 155
Capítulo 16 ............................................................................... 166
Capítulo 17 ............................................................................... 176
Capítulo 18 ............................................................................... 183
Capítulo 19 ............................................................................... 199
Capítulo 20 ............................................................................... 207
Capítulo 21 ............................................................................... 215
Capítulo 22 ............................................................................... 231
Epílogo ...................................................................................... 243
Sobre la Autora ......................................................................... 249
Sinopsis
Se suponía que iban a ser unas vacaciones relajantes en el dulce y
soleado Cape Cod, solo yo y mi querido hermano, pero descubrir un cadáver
en nuestra casa de alquiler realmente altera nuestro programa de
bronceado. Ahora, un grosero y burdo cazarrecompensas ha llegado
montado en su motocicleta para atrapar al asesino y se niega a creer que yo
pueda ser útil, a pesar de las innumerables horas de escuchar podcasts
sobre crímenes reales. Sin mencionar una satisfactoria carrera de profesora
que se dedica a rebatir a los alumnos de segundo grado.
Un descarado cazarrecompensas y una enérgica profesora de
primaria: el equipo para resolver asesinatos que nadie pidió, pero gracias a
estos molestos atentados contra mi vida, estamos unidos, contra viento y
marea.
Solo estoy aquí para hacer un trabajo, no para cuidar a una detective
5
aficionada. Aunque… cada vez es menos difícil tenerla cerca. Claro, ella es
terca, distrae y no puede mantenerse fuera de peligro. También es valiente,
hermosa y me recuerda el hogar que dejé atrás hace tres años. En otras
palabras, el doloroso hambre y la actitud protectora que ella está
despertando en mí es una amenaza para mi tranquilidad. Antes de
hundirme más en esta peligrosa atracción, necesito resolver este asesinato
y volver a la carretera. Pero ¿el destino me la arrebatará antes de darme
cuenta de que el camino me ha conducido a ella todo el tiempo?
Capítulo 1
Taylor

A todos los que me han llamado tacaña en el pasado...


¿Qué les parezco ahora, idiotas?
Solo a base de ahorro y racionar recursos durante años he podido
permitirme pagar esta casa de playa realmente lujosa durante seis días
enteros con el sueldo de una profesora de segundo grado. La joya blanca y
brillante con ventanas resplandecientes está justo en la costa de Cape Cod,
cuenta con un porche envolvente y un camino que baja directamente a una
playa semiprivada. Los dedos de mis pies ya se mueven con anticipación
ante la ideade hundirse en la arena mientras el sol de Nueva Inglaterra 6
calienta mi piel translúcida del norte y, lo más importante de todo, mi
hermano pequeño consigue un cambio de escenario para recuperarse de su
desamor.
Con la maleta en una mano y la llave de la casa preparada para ser
introducida inmediatamente en la cerradura en la otra, miro hacia atrás por
encima de mi hombro y veo que Jude vuelve a tener esas hermosas facciones
juveniles
—Maldita sea, Taylor. Supongo que romper tus servilletas por la
mitad valió la pena.
—Nadie necesita una servilleta entera si come con suficiente cuidado
—respondo alegremente.
—No hay discusiones aquí. No cuando nos has conseguido esta vista.
—Jude acomoda la tabla de surf debajo de su brazo—. Entonces, ¿alguien
es dueño de este lugar y lo alquila? No puedo imaginar que alguien no quiera
vivir aquí todo el año.
—Te sorprendería. La mayoría de las casas de esta calle son de
alquiler. —Señalo con la cabeza una casa casi idéntica al otro lado de la
estrecha calle con revestimiento de tejas y hortensias moradas que brotan
en todas direcciones en el patio delantero—. También miré esa, pero no tenía
una bañera con patas.
—Jesús. —Él saca a relucir su sarcasmo—. Prácticamente
estaríamos acampando.
Le saco la lengua por encima de mi hombro, me detengo frente a la
entrada y deslizo la llave en la cerradura, girándola con una creciente
sensación de emoción.
—Solo quiero que todo sea perfecto. Te mereces unas buenas
vacaciones, Jude.
—¿Y tú, T? —pregunta mi hermano.
Pero yo ya estoy empujando hacia adentro y oh. Oh, sí. Es todo lo
que el dueño prometió en internet y más. Ventanas panorámicas con vistas
al turbulento Atlántico, una ladera de hierbas marinas y flores silvestres
que descienden hasta ese océano zafiro. Techos altos con vigas, una
chimenea que se enciende con solo presionar un botón, grandes y
acogedores sofás y una decoración de buen gusto con temática náutica.
Incluso hay un indicio de algo en el aire… un aroma que no logro identificar,
pero es un poco fuerte. Y lo mejor de todo es que el océano reproduce una
suave banda sonora que se puede escuchar en cualquier lugar de la casa.
—No me respondiste —dice Jude, apoyando su tabla en la pared y
empujándome de costado—. ¿No crees que tú también te mereces unas
7
buenas vacaciones? ¿Un año de clases por Zoom con niños que jugaban
Minecraft en secreto fuera de cámara? ¿Y luego otro año de poner al día una
nueva clase, cubriendo básicamente el material de dos años? Te mereces un
viaje alrededor del mundo en este momento.
Supongo que sí merezco estas vacaciones. Voy a disfrutar, pero me
resulta mucho más cómodo centrarme en que Jude se lo pase bien. Al fin y
al cabo, es mi hermano pequeño y mi trabajo es cuidarlo. Ha sido así desde
que éramos niños.
—Olvidé preguntarte si has sabido algo de mamá o papá
últimamente. —Es una pregunta con la que siempre contengo la respiración
después de hacerla—. Estaban en Bolivia la última vez que hablé con ellos.
—Todavía están allí, creo. Posibles disturbios en el horizonte y están
despejando el museo nacional, por si acaso.
Nuestros padres siempre tuvieron el trabajo más extraño en el Día
de la carrera 1. Oficialmente, son arqueólogos, pero ese título es mucho más

1Es un día dedicado a que los empleadores o expertos en ciertos temas laborales

van a una escuela, usualmente una secundaria o universidad, para hablar con los alumnos
aburrido que sus funciones reales, que incluyen ser contratados por
gobiernos extranjeros para proteger y preservar el arte en tiempos de
disturbios civiles, cuando tesoros de valor incalculable podrían ser
destruidos. Inevitablemente, en el Día de la carrera, un niño de la primera
fila diría: —Te pareces a Indiana Jones—y mis padres, que estaban
preparados para eso, gritarían: —¡Serpientes! ¿Por qué siempre tienen que
ser serpientes?—Perfectamente sincronizados.
Son personas tan fascinantes.
Simplemente no los conozco muy bien.
Pero me dieron el tesoro más grande de mi vida y actualmente está
acostado en el mueble más cercano, como suele hacer, perteneciendo sin
esfuerzo donde quiera que vaya en franela y sandalias.
—Quédate con la habitación más grande, ¿de acuerdo? —bosteza,
arrastrando sus dedos bronceados por su desaliñado cabello rubio oscuro.
Cuando empiezo a discutir, señala su boca y hace un movimiento de
cremallera, indicando que me calle—. No está en discusión. Ni siquiera
podría permitirme el lujo de pagar este lugar. Te toca la principal.
—Pero después de todo lo de Bartholomew… 8
Una sombra cruza su rostro.
—Estoy bien. No puedes preocuparte tanto por mí.
—¿Quién lo dice? —Olfateo, llevando mi maleta hacia la cocina. En
serio, ¿qué es ese aroma? Es como si… se hubiera preparado una gran
comida en la cocina hace muy poco tiempo y el ajo y las especias aún
persisten en el aire—. Toma tu siesta…
Me río en voz baja cuando su ronquido me interrumpe. Mi hermano
podría quedarse dormido en el ala de un 747 con un vuelo en curso.
Mientras tanto, yo tengo que realizar un ritual nocturno muy específico de
estiramientos, exfoliación y colocación precisa de la almohada para
conseguir unas míseras cuatro horas. Sin embargo, puede que las olas me
adormezcan mientras estoy aquí. Es de esperar.
Con una exhalación esperanzadora y cuadrando mis hombros,
empujo hacia abajo el asa de mi equipaje con ruedas y la levanto
sosteniéndola contra mi pecho, mis utilitarios zapatos planos de profesora
me llevan escaleras arriba. Esa bañera con patas me llama desde que la vi
en Internet, enterrada en el fondo de una de las fotos. No era presentada,

sobre sus opciones futuros de empleo. A veces son reclutadores de empresas los que van a
los eventos.
como debería haber sido. En mi apartamento de Hartford, Connecticut, solo
hay una cabina de ducha y sueño con bañeras. Varias de las cuentas que
sigo en Instagram están dedicadas a lujosos rituales a la hora del baño,
incluyendo personas que comen comidas completas mientras están
sumergidas en agua caliente y burbujas. Espaguetis y albóndigas, ahí entre
la espuma. No sé si alguna vez podré tener tanto tiempo a la hora del baño,
pero respeto su entusiasmo.
La suite principal es grande y acogedora, decorada una vez más con
una temática náutica, la paleta de colores consiste en cremas, blancos y
azules claros. Aunque estaba soleado cuando llegamos, las nubes están
pasando por encima del sol, oscureciendo las paredes. Tranquilidad. Hay
mucho silencio. La cama me invita a tomar una siesta, pero nada que no
sea una advertencia de huracán me impedirá tomar el baño que he estado
imaginando durante semanas.
Cuando entro en el cuarto de baño, ni siquiera me molesto en
intentar contener mi chillido cuando veo la bañera al fondo, escoltada por
una ventana panorámica del piso al techo. Dejo la maleta justo al lado de la
puerta y me quito los zapatos, con un cosquilleo de emoción… aunque ese
olor penetrante también está arriba… ¿No es extraño? ¿Quizá el anterior
inquilino era de los que comían en la bañera y accidentalmente dejaron que 9
la comida se pudriera?
Hmm. El resto de la casa está impecable. Eso no tiene sentido.
Debe haber un ratón o una rata muerta en alguna parte de la pared,
pero no voy a dejar que eso obstaculice nuestro buen momento.
Simplemente llamaré al propietario y le pediré que envíe el control de plagas.
Un pequeño problema en el radar general de las vacaciones que se resolverá
en poco tiempo. Jude ni siquiera tendrá que despertarse de su siesta.
La bañera con patas me llama desde el otro lado del baño y ya puedo
escuchar el ruido del agua corriendo. Ya puedo ver el vapor enroscándose y
empañando el vidrio de la ventana. ¿Quizás pueda darme un pequeño baño
antes de llamar al dueño por el olor?
Experimentalmente, cierro la puerta del baño y el olor se atenúa
considerablemente.
Es hora del baño.
Me contoneo un poco de camino a la bañera, abro el grifo de agua
caliente con una floritura y suspiro, mirando la playa poco poblada. Lo más
probable es que todos estén en casa recuperándose del 4 de julio, que fue
ayer. Las tarifas de alquiler eran significativamente más baratas después
del cuatro, y mi popularísimo hermano tenía que asistir a varias barbacoas
durante el fin de semana largo, de todos modos, así que llegar el día cinco,
un martes, nos vino bien a los dos.
Con la bañera medio llena, vuelvo brevemente al dormitorio para
quitarme la ropa y doblarla cuidadosamente sobre la cama, para colocarla
en el cesto de viaje tan pronto como desempaque oficialmente. Aguantando
la respiración contra el olor, empiezo a regresar al baño cuando se me ocurre
algo importante. Encontré este alquiler en StayInn.com y en la parte
superior de su lista de verificación de inquilinos estaba esta: asegúrate
siempre de que las alarmas contra incendio y dióxido de carbono estén
funcionando a tu llegada.
—Mejor hacerlo antes de que se me olvide… —Murmuro, mirando
hacia el techo, aunque los detectores probablemente estén en el pasillo…
Dos pequeños agujeros.
Hay dos pequeños agujeros perforados en la moldura de la corona.
No. No, no puede ser. Tengo que estar imaginando eso.
La piel de mis extremidades se eriza y cruzo los brazos sobre mis
pechos. El pulso en mis sienes comienza a latir con fuerza y me estremezco.
Una respuesta condicionada a la sorpresa, eso es todo. Estoy segura de que 10
es el lugar donde se clavaron los clavos en la moldura. Seguramente no son
mirillas. Maldita sea, sabía que me estaba metiendo demasiado en mis
podcasts sobre crímenes reales. Ahora todo es una situación de vida o
muerte. El comienzo de un espeluznante trabajo de piratería que las fuerzas
del orden inevitablemente afirmarán que es el peor que han visto en sus
veinte años de carrera.
Eso no es lo que está sucediendo aquí. Este no es un nuevo episodio
de Etched in Bone.
Keith Morrison de Dateline no está narrando este pequeño ataque de
pánico.
Esto es solo mi simple y aburrida vida. Solo soy una chica en busca
de un baño.
Girando en círculo, busco en el perímetro del techo algún otro
agujero de ese tamaño y no encuentro nada. Maldita sea. Por supuesto, esos
dos agujeros están en el lado de la habitación que da al centro de la casa.
Podría haber un ático o un armario al otro lado. Bruta. Por favor, deja que
tu imaginación trabaje horas extra.
Aun así, nunca podré relajarme ahora, así que cierro rápidamente el
grifo de la bañera con no poco pesar y envuelvo mi cuerpo desnudo con una
toalla, volviendo al espacio debajo de los agujeros, mirándolos con recelo,
como si fueran a saltar y morderme. Escuché hablar de este tipo de cosas,
obviamente. Voyeurismo. Todo el mundo lo ha hecho. Pero ese no es el tipo
de problema que uno esperaría tener en una propiedad frente al mar que
cuesta un mes de sueldo. Esas no pueden ser mirillas. De ninguna manera.
Solo un defecto en la madera. Tan pronto como confirme eso, estaré
sumergida hasta el cuello en agua caliente y estas vacaciones perfectas
estarán teniendo un comienzo impecable.
Antes de permitirme el lujo de asustarme, me aventuro al pasillo
fuera del dormitorio y abro el armario adyacente, liberando una respiración
contenida cuando no hay nadie en el interior. Aunque… tampoco hay
agujeros. No en el armario inmediato. Pero hay un panel desmontable en la
pared compartida. ¿Un espacio de arrastre?
Hablando de arrastrarse, eso hace que mi piel se erice.
¿Estaba la casa tan silenciosa y oscura cuando llegamos? Ya ni
siquiera escucho los ronquidos de Jude. Solo el lejano goteo del grifo de la
bañera. Goteo. Goteo. Y el sonido de mi respiración que ahora se acelera.
—¿Jude? —Llamo, mi voz suena como una cortina que se rasga en
el silencio total—. ¿Jude? —Llamo más fuerte.
Pasan varios segundos. No se escucha nada.
11
Y entonces unos pasos suben las escaleras. ¿Por qué tengo la boca
seca? Solo es mi hermano. Pero cuando mi espalda choca con la pared, me
doy cuenta de que estoy acobardada, mi instinto de lucha o huida me
prepara para correr hacia el dormitorio y cerrar la puerta. ¿Si qué? ¿Si
alguien que no sea mi hermano sube las escaleras? ¿En qué clase de película
de terror creo que estoy viviendo? Tranquilízate.
Mis padres se infiltran en disturbios para salvar obras de arte en
nombre de la preservación de la historia. Obviamente su valentía no es un
rasgo hereditario. Dos pequeños agujeros en la moldura de la corona tienen
mi corazón martilleando. Incluso más que el primer día de clases
presenciales con una multitud de alumnos de segundo grado que habían
estado encerrados durante un año con actividad física limitada.
¿Podrías ser más lamentable, Taylor?
Si necesitaba una prueba de que (a los veintiséis años) mi vida es
demasiado segura y predecible, aquí la tengo. Un objeto extraño y mi yo
rutinaria está lista para autodestruirse.
Me desplomo contra la pared cuando aparece el rostro bostezante de
Jude.
—¿Qué pasa?
Tragándome los nervios, señalo vagamente el armario.
—Probablemente me esté volviendo loca, pero hay dos agujeros cerca
del techo en el dormitorio. Y creo que corresponden a ese espacio de arrastre
de allí arriba.
Jude ya está despierto.
—¿Como mirillas?
—¿Sí? —Me estremezco—. ¿O podría estar imaginando cosas?
—Más vale prevenir —murmura, entrando al dormitorio. Con las
manos en las caderas, observa los agujeros durante un largo momento,
antes de encontrarse con mis ojos. Y es entonces cuando un escalofrío
recorre mi espalda. Su expresión es sospechosa. No está bromeando, como
yo esperaba—. ¿Qué diablos?
—De acuerdo. —Dejo escapar una respiración ligeramente
insegura—. No te estás riendo y señalando algún fallo en la construcción,
como esperaba que hicieras.
—No, pero hagamos un balance, T. Si esas son mirillas, ahora no hay
nadie espiando. —Regresa al pasillo para pararse a mi lado. Los dos
miramos fijamente el espacio de arrastre—. Pero ninguno de los dos se va a
12
relajar hasta que estemos seguros, ¿verdad?
Gimo, las visiones de mi baño se disipan como volutas de humo.
—¿Deberíamos llamar a la policía?
Considera mi pregunta totalmente irracional. Realmente la
considera, acariciando su barbilla. Esta es una de las razones por las que
quiero tanto a Jude. Somos hermanos, así que naturalmente hemos tenido
nuestra cuota de peleas y gritos a lo largo de los años, pero él está en mi
equipo. Es un hecho. No me acusa de estar loca. Me toma en serio. Las cosas
que son importantes para mí tienen la misma importancia para él y siempre,
siempre, haré todo lo posible para hacerle la vida más fácil, de la misma
manera que él lo ha hecho por mí en la ausencia casi constante de nuestros
padres.
—Creo que simplemente sacaré ese panel y echaré un vistazo —dice
Jude, finalmente.
—No me gusta. —Jude puede medir más de un metro ochenta ahora,
un hombre adulto de veintitrés años, pero siempre será mi hermano
pequeño, y la idea de que se enfrente a un posible mirón mientras yo vigilo
me provoca náuseas—. Como mínimo, deberíamos tener un arma a mano.
—¿Necesito recordarte que hice jujitsu durante seis meses?
—¿Necesito recordarte que solo aguantaste tanto tiempo porque
estabas esperando a que el instructor rompiera con su novio?
—Estaban claramente en crisis.
—Estoy segura de que tus hoyuelos ayudaron a acelerar las cosas.
—Tienes razón. —Me dedica una sonrisa intencionadamente
espeluznante—. Son la verdadera arma.
Niego con la cabeza, pero afortunadamente lo escalofríos están
disminuyendo.
—Muy bien. —Da una palmada—. Echemos un vistazo rápido y
recemos para no encontrar un frasco de uñas o alguna mierda.
—O una GoPro —murmuro, apoyándome en la pared, cubriendo mi
rostro con las manos. Observo a través de la separación de mis dedos cómo
Jude se desliza dentro del armario, se estira y aparta el panel para revelar
un pequeño espacio. Muy pequeño. Sin embargo, enseguida entra la luz del
día por los dos agujeros y es imposible ignorar el hecho de que tienen la
anchura exacta de un par de ojos promedios y atraviesan directamente el
dormitorio. Mirillas. Cien por ciento—. Oh Dios. Qué asco. ¿Hay algo… o
alguien ahí arriba? 13
Jude se agarra al borde del espacio angosto y hace un rápido
movimiento hacia arriba.
—No. Nada. —Se deja caer—. Una persona tendría que ser diminuta
para caber ahí arriba. O realmente flexible. Así que a menos que mis poderes
de deducción fallen, el mirón es un gimnasta.
—¿O una mujer pequeña? —Intercambiamos una mirada
escéptica—. Sí, eso no encaja con el perfil del mirón, ¿verdad? —Subo la
toalla por debajo de mis axilas—. Entonces, ¿qué hacemos?
—Envíame la información de contacto del propietario. Lo llamaré.
—Oh. No, lo haré yo. No quiero que esto interrumpa tus vacaciones.
Ve a tomar tu siesta.
Él ya está en su camino de regreso a las escaleras.
—Envíame la información, T.
Por alguna razón, sigo sin querer quedarme a solas con las mirillas,
así que corro detrás de mi hermano con la toalla.
—Bien. —Muerdo mi labio—. Creo que buscaré en el lavadero un
taburete y cinta adhesiva para tapar los agujeros.
Me lanza un guiño.
—¿En caso de que el mirón sea un fantasma?
—Oh, claro. Es gracioso ahora, pero en cuanto oscurezca, un
fantasma mirón se convertirá en una posibilidad totalmente realista.
—Toma la otra habitación, si quieres. No me importa que Casper me
espíe.
Me río cuando llegamos al final de la escalera, y ambos entramos
directamente a la cocina, donde se encuentra la puerta del lavadero.
—Probablemente lo disfrutarías —digo.
—¿Has estado leyendo mi diario otra vez?
Para cuando abro la puerta del área de lavado, me lo estoy pasando
tan bien con mi hermano que al principio no puedo creer lo que estoy viendo.
Tiene que ser una broma. O una pantalla de televisión que reproduce una
espeluznante recreación de un documental de crímenes reales de Netflix. No
puede haber un hombre grande y muerto metido entre la lavadora y la
secadora, con el rostro morado por los golpes, los ojos vidriosos y sin ver. Y
allí, en el centro de su frente, hay un agujero de bala limpio y con bordes
negros. Simplemente no puede estar pasando. Pero la bilis que sube por mi
garganta es real. También lo es el aire gélido que endurece mi cuerpo, de 14
pies a cabeza, un grito hiela mi garganta. No. No, no, no.
—¿Taylor? —Jude se acerca, sonando preocupado.
Por instinto, intento apartarlo. Mi hermano pequeño no debería ver
cosas así. Tengo que evitarle esto. Desafortunadamente, mis manos resultan
ineficaces y antes de que pueda reunir la fuerza suficiente, los medios
necesarios para evitar que Jude mire en el lavadero, está a mi lado. Y
entonces me arrastra varios metros hacia atrás, gritando:
—¡¿Qué mierda?! —Se hace un silencio espeluznante. La imagen no
desaparece. Él todavía está allí. Sigue muerto. Hay algo vagamente familiar
en el hombre, pero estoy temblando y tratando de no vomitar y eso está
acaparando toda mi concentración. Oh Dios, oh Dios, ¿qué está pasando
aquí? ¿No es una broma?
—De acuerdo —susurro—. A-ahora creo que deberíamos llamar a la
policía.
Capítulo 2
Taylor

Estoy envuelta en una manta, inundada por el resplandor de las


luces azules intermitentes. Se supone que esto no ocurre en la vida real.
Estoy atrapada en un episodio de Etched in Bone. Soy la inocente transeúnte
que tropieza con la macabra escena. Por supuesto, los años de terapia que
necesitaré para recuperarme ni siquiera se mencionarán en las notas del
programa. Los concisos presentadores no pronunciarán mi nombre
correctamente. ¿Pero yo? Dudo que alguna vez olvide la imagen de ese
hombre asesinado mientras viva.
A menos que… ¿tal vez sea una pesadilla muy vívida?
15
Nop. Definitivamente los médicos forenses están sacando una
enorme bolsa negra de la casa. Fuera de la escena del crimen mientras Jude
y yo lo vemos pasar boquiabiertos. Intentamos concentrarnos en lo que dice
el oficial de policía desde su posición sentado en la mesa de café frente a
nosotros, pero ya le hemos dado nuestras declaraciones tres veces cada uno.
No ha cambiado ni un solo detalle. Y ahora que la adrenalina por descubrir
a una víctima de asesinato está empezando a desaparecer, me está entrando
un fuerte caso de “lárgate de aquí”.
—Tiene que ser un asesinato, ¿verdad? —digo, sobre todo para mí
misma—. Él no pudo haberse disparado directamente en la frente de esa
manera.
—No —admite el oficial, un hombre de unos cuarenta años llamado
Oficial Wright que tiene un sorprendente parecido con Jamie Foxx. Tanto es
así que lo miré dos veces cuando entró por la puerta principal—. Es casi
imposible.
—Así que el asesino… todavía está ahí fuera —dice Jude—. Quizá
incluso en la puerta de al lado.
El oficial suspira.
—Bueno, sí. Otra posibilidad. Y eso hará que nuestro trabajo sea
bastante difícil. Casi todos estos lugares se convierten en alquileres en el
verano, lo que significa que no son residentes locales. Podría ser cualquiera
de cualquier lugar. Un visitante de un visitante de un visitante. Estos sitios
de alquiler como StayInn.com se han convertido en una maldita molestia.
Sin ánimo de ofender.
—No me ofendo —digo automáticamente, viendo el último tramo de
la bolsa de cadáveres desaparecer por la puerta principal. Es entonces
cuando me doy cuenta. Por qué el hombre me resultaba tan familiar—. Ese
era el dueño de esta casa. Oscar. Ahora lo recuerdo. —Busco a tientas mi
teléfono—. Su foto está en el listado...
El oficial apoya su mano sobre la mía, deteniendo mis acciones.
—Ya sabemos que es el propietario. De hecho, sabemos muy bien
que vivía aquí.
Otro policía pasa y se aclara la garganta ruidosamente.
El oficial Wright cierra la boca.
Tan pronto como el otro hombre sale de la casa, Jude y yo nos
inclinamos hacia adelante casi simultáneamente.
—¿Qué quiso decir con eso? —pregunta Jude—. ¿Sabe muy bien que
vivía aquí?
16
Wright mira por encima de su hombro, suspira y finge estar
escribiendo algo en su cuaderno.
—Alguien de StayInn.com debería haberse puesto en contacto
contigo. Nos comunicamos extensamente con ellos sobre toda la situación.
Nunca debieron dejarte venir aquí.
—Espera, más despacio. —Jude pasa una mano por su rostro,
tratando visiblemente de recomponerse—. ¿A qué situación te refieres?
—Nos llamaron aquí hace unas noches por un disturbio doméstico.
—La voz del oficial es lo suficientemente baja como para que tengamos que
inclinarnos aún más para entender sus palabras. En este punto,
básicamente puedo contar los vellos en su barbilla—. Uno de los inquilinos
de la cuadra llamó por teléfono. Reportó gritos. Un fuerte estruendo. —
Golpea el bolígrafo contra su muslo y vuelve a mirar de lado a lado—.
Resulta que un grupo de chicas estaban alquilando este lugar y se
encontraron con las mirillas de arriba…
—¡Ay Dios mío! —Golpeo mi frente con la palma de mi mano—. Me
olvidé de las mirillas.
—Estabas bastante distraída —dice Jude, dándome una palmadita
en la espalda, pero manteniendo su atención en el oficial—. ¿Así que no
fuimos los primeros en descubrir ese pequeño servicio adicional?
Wright negó con la cabeza.
—La chica que los encontró llamó a su padre. Un hombre grande,
tipo camionero de larga distancia. Bueno, se presentó enojado como el
infierno, como es lógico, pero en lugar de llamar a la policía, hizo que su hija
llamara al dueño y lo trajera. El padre le dio unos cuantos puñetazos antes
de que llegáramos para separarlos. Las chicas acordaron no presentar
cargos siempre y cuando se les devolviera el dinero y no se presentaran
cargos por agresión contra el padre. Pero la policía de Barnstable se puso
en contacto con StayInn.com sobre esto. Deberían haber sido informados.
—Sí, deberían habernos informado. —Mentalmente, ya estoy
escribiendo un correo electrónico severo a StayInn.com. Incluso podría
incluir algunas palabras selectas, como trauma emocional y asesoría legal...
y crédito a cuenta—. ¿De verdad atraparon a Oscar mirando a través de los
agujeros?
—No. —Wright mastica la siguiente parte antes de escupirla—. Pero
había una cámara. Montada en un trípode. 17
Sin mirar a mi hermano, sé que nuestros rostros tienen la misma
expresión de disgusto.
Deshaciéndome del escalofrío que me produce saber que un hombre
había estado espiando a mujeres ilegalmente en esta casa, y que estaba a
punto de embarcarme por seis días aquí, vuelvo a buscar una explicación.
—Supongo que el altercado con el padre enojado explica los
moretones en el rostro de Oscar, pero el padre de esas chicas no lo asesinó,
¿verdad? ¿Oscar estaba vivo cuando se resolvió toda la situación?
Wright se encoge de hombros.
—Mi teniente cree que el padre todavía estaba acelerado después de
todo lo dicho y hecho. Regresó para terminar el trabajo. ¿El propietario de
la casa recibe una paliza por un sospechoso, y luego termina siendo
asesinado por otro? ¿En la misma semana? No. No creemos en las
coincidencias. No tan grandes.
—Sí, excepto...
Sin embargo, hay algo en el escenario que me está molestando. No
encaja del todo bien. Y realmente, debería dejar de intentar encajar todo de
forma ordenada cuando nada de esto es ordenado, pero siempre me ha
costado mucho dejar los rompecabezas sin terminar. Sin embargo, por lo
general mis rompecabezas vienen con cinco mil piezas, no con mirillas y
heridas de bala.
Aun así, mi naturaleza inquisitiva es lo único que he heredado de
mis padres. Definitivamente no nací ni con una pizca de su valentía. Un
hecho que han lamentado varias veces a lo largo de los años, dándome
palmaditas en la mano y regalándome sonrisas forzadas.
Así es nuestra pequeña profesora de escuela. Siempre jugando a lo
seguro.
Jude ha hecho surf en Indonesia. Paracaidismo en Montana. Trabaja
en un santuario de animales, sobre todo con los pandas, pero a veces
alimenta a los leones. Hay un video de él online abrazando a uno de los
grandes felinos. Rodando por la hierba con la criatura gigante mientras se
ríe y frota la melena del león. Casi muero cuando alguien me lo envió por
correo electrónico. Por supuesto, a nadie se le ocurrió siquiera consultar a
la hermana mayor de Jude sobre todo el peligroso asunto, pero ya no estoy
molesta por eso. Principalmente.
Así que, de acuerdo. La valentía no es algo que tenga en abundancia.
Estas vacaciones son una de las cosas más aventureras que he hecho en
mucho tiempo. De hecho, tuve que masticar una almohada cuando hice clic 18
en “reservar” en esta casa. Pero algo sucedió dentro de mí cuando entré en
el cuarto de lavado y vi al pobre Oscar mirando fijamente al vacío.
O más bien... no pasó nada.
El mundo no se acabó, a pesar de las aterradoras circunstancias.
Me quedé de pie, allí mismo sobre mis propios pies. Tal vez ahora…
tengo curiosidad por saber qué más puedo hacer. Tal vez tengo curiosidad
por saber si puedo ayudar. Ser valiente como mis padres y Jude. O como
los presentadores de Etched in Bone, que se infiltran en las escenas de los
asesinatos de un pueblo pequeño que investigan, haciendo las preguntas
difíciles. ¿Puedo ser así de audaz? ¿Soy más valiente de lo que siempre he
pensado?
El jurado aún está deliberando, pero tengo una superfuerza y
consiste en pensarlo todo hasta el cansancio. Que es lo que estoy haciendo
ahora. Royendo los hechos... y encontrando los agujeros de la trama. Tal vez
este no sea mi trabajo, tal vez debería centrarme en encontrarnos otro lugar
donde quedarnos, pero no puedo evitar sentirme personalmente implicada,
al haber sido yo la que descubrió el cuerpo de Oscar. Yo lo encontré. Y
aunque parezca una locura, siento cierta responsabilidad por encontrar al
asesino y completar este rompecabezas. No estoy segura de poder dejar
pasar todo este calvario hasta que la tapa haya sido debidamente sellada
sobre los hechos.
—Oficial Wright...
Un gemido de dolor sacude los vidrios de las ventanas, seguido de
un grito de negación.
—¡No! ¡Mi hermano no! ¿Oscar?¡Oscar!
Jude y yo parpadeamos el uno al otro y nos damos la vuelta para
mirar la entrada principal abierta. En las puertas abiertas de la ambulancia,
una mujer se desploma en los brazos de un técnico de emergencias médicas,
con la cabeza inclinada hacia atrás emitiendo un aullido de angustia. Una
voz crepita a través de la radio conectada al hombro de Wright.
—Sí, tenemos a la hermana de la víctima aquí. ¿Puede alguien enviar
a la trabajadora social?
—Oh, no. —La punta de mi nariz comienza a arder y alcanzo el brazo
de Jude sin pensarlo, apretando—.Esa pobre mujer. Acaba de perder a su
hermano. ¿Puedes imaginar lo que está sintiendo?
El oficial que está frente a nosotros gruñe.
19
—Probablemente se sentirá muy diferente cuando descubra lo que él
ha estado haciendo.
—Confundida, tal vez. Pero todavía triste —murmura Jude, cayendo
de nuevo contra los cojines, visiblemente exhausto. El pobre bebé nunca
llegó a terminar su siesta. Necesito encontrarle una cama segura para pasar
la noche.
—Sí —coincido con mi hermano. Le pregunto a Wright—: ¿Pero estás
seguro de que Oscar es el mirón? Los agujeros...
Hago silencio de nuevo cuando la mujer que llora entra a
trompicones en la casa. Usando la pared para sostenerse, da un paso hacia
la sala de estar, seguido de dos más, y luego se desploma sobre el sofá a
nuestra izquierda. Mis ojos se llenan de lágrimas y están a punto de
derramarse, solo de imaginar su dolor. Si yo perdiera a mi hermano, no
sabría distinguir entre arriba y abajo.
—Lamento mucho su terrible pérdida —le ofrezco.
Su atención se dirige a mí y…
No quiero hacerlo. Pero noto que sus ojos están secos.
Todos experimentan el dolor de manera diferente. Llamando a
Amanda Knox. No estoy juzgando. Solo hago una anotación mental
totalmente casual y sin prejuicios. Un cactus podría prosperar en esas
áridas mejillas.
—¿Le importa decirme su nombre, señora? —la incita Wright.
—Lisa. Lisa Stanley. —Nos inmoviliza a Jude y a mí con una
mirada—. ¿Quiénes son ustedes?
—Soy Taylor Bassey. Este es mi hermano, Jude. Nos estábamos
quedando aquí. O se suponía que nos íbamos a quedar aquí, más bien.
Pero... encontramos a Oscar justo después de que llegáramos.
—Oh. Bueno, lamento mucho que mi hermano muerto les haya
arruinado las vacaciones —dice bruscamente. Antes de que pueda
apresurarme a asegurarle que no nos estamos quejando, su rostro se
arruga—. Lo siento, solo... no pretendo ser desagradable. Simplemente no
puedo creer que esto esté sucediendo. ¡Dicen que le dispararon! ¿Quién le
dispararía a mi hermano? Él no tiene un hueso malo en su cuerpo. No tiene
enemigos…
Nadie dice nada. Pero Wright obviamente se perdió el entrenamiento
de cara de póker en la academia, porque parece a punto de explotar.
—¿Qué? —pregunta Lisa, enderezando su espalda—. ¿Qué pasa? 20
Se produce la conversación más incómoda del mundo mientras
Wright le cuenta a Lisa el enfrentamiento con el padre de la inquilina por
las mirillas y la cámara. Cuando termina de dar los detalles, Lisa permanece
mirando a la nada.
—¿Por qué no me dijo que le habían dado una paliza?
—Probablemente le daba vergüenza, teniendo en cuenta las
circunstancias. —Con un suspiro, Wright nos entrega su tarjeta y se pone
de pie—. Avísame si se te ocurre algo más. Si estás buscando un lugar para
pasar la noche, hay un DoubleTree en Hyannis. La piscina es decente.
—Gracias —dice Jude, tomando la tarjeta. En cuanto Wright sale por
la puerta principal, mi hermano se levanta—. Voy a llamar al DoubleTree.
—No hace falta que lo hagas —interviene rápidamente Lisa, que
parece tomarse desprevenida. Cuando nos quedamos mirándola fijamente,
rebusca en su bolso y saca un gran surtido de llaves amontonadas en un
aro—. Mi hermano es dueño de otros tres alquileres en esta cuadra.
Programo el mantenimiento para él. Inspecciono las instalaciones antes de
que lleguen los nuevos inquilinos. Entre otras cosas. Llegué tarde para
inspeccionar este lugar o lo habría encontrado. —Deja escapar una larga
exhalación—. Él está…estaba… bastante alejado de todo el negocio. Un tipo
normal. Solía ganarse la vida repartiendo correo, antes de entrar en el sector
inmobiliario. Dios lo ame, mi hermano era perezoso. Delegaba. Por eso... —
Sacude un poco la cabeza—. No tiene sentido. Oscar no espiaría a las
personas.
—No. No tiene sentido —musito, antes de poder detenerme.
—Taylor —dice Jude por la comisura de su boca—. Pisa el freno.
—Es su hermano —le susurro—. Querría saberlo todo.
—Te quiero, pero por favor no te involucres en una investigación de
asesinato.
—No me estoy involucrando. Solo estoy transmitiendo algunos datos
concretos.
—Implicación en el manual.
Lisa se deja caer frente a nosotros en la mesa de café, ocupando el
lugar donde antes estaba sentado Wright. Con los codos apoyados en las
rodillas, se inclina hacia delante y, de cerca, puedo ver las similitudes físicas
que comparte con Oscar. Ambos tienen cincuenta años. Narices ligeramente
aguileñas. Frentes amplias. Cabello canoso. Pero Lisa es más bien pequeña,
mientras que su hermano era…
21
—Demasiado grande. Oscar era demasiado grande para caber en ese
pequeño espacio de arrastre.
La atención de Lisa se centra en mí.
—¿El espacio de acceso donde encontraste las mirillas?
—Así es. —Ignoro el gemido de Jude—. De ninguna manera podría
haber subido allí.
—Podría haber usado una escalera, T. —Mi hermano se une a la
conversación con desgana, y añade hipotéticamente, por supuesto, en
beneficio de Lisa—: Habría sido bastante fácil hacer esos agujeros desde
cualquier lado. Y no necesitaba entrar en el espacio de arrastre. Todo lo que
tenía que hacer era deslizar la cámara.
—Sí. Si nunca tuvo la intención de mirar a través de los agujeros. —
Por un momento fugaz, me siento como Olivia Benson de La Ley y el Orden:
UVE. Todo lo que necesito es el abrigo, los insondables ojos marrones y
Stabler a mi lado luciendo melancólico y elegante—. ¿Por qué perforó dos de
ellos? —Mi mirada se movió entre mi hermano y Lisa—. Esos agujeros
fueron perforados con el propósito expreso de que una persona mirara a
través de ellos. Si Oscar, hipotéticamente, solo quisiera filmar a sus
invitados, habría necesitado un solo agujero. No dos.
Jude frunce el ceño y observa sus manos por un momento.
—Tienes razón. Como mínimo, es extraño.
—¿Estás diciendo que quien perforó esos agujeros es lo
suficientemente pequeño como para caber en el espacio de acceso? —dice
Lisa lentamente, comenzando a asentir—. ¿Una mujer, quizás?
No pienses en el hecho de que todavía no ha llorado. Ni una gota.
—Tal vez.
Jude está empezando a tener una vibra extraña. Me doy cuenta
porque está haciendo esa cosa en la que no puede dejar de arreglar y
reacomodar la sección más desgreñada de cabello en la parte superior de su
cabeza.
—Deberíamos llamar al DoubleTree, Taylor. Estoy seguro de que la
Señora Stanley tiene muchas llamadas que hacer…
—La policía ya está tan segura de que es el padre de la última
inquilina. —Lisa echa un vistazo por la ventana, donde un grupo de oficiales
están parados al final del camino de entrada—. Y seamos sinceros, no hay
manera de que vayan más allá por alguien que creen que es un pervertido,
¿verdad? —Los engranajes giran detrás de sus ojos—. Tal vez debería buscar
22
un investigador privado. Mi novio está actualmente desplegado, pero creció
con un tipo en Boston. Un ex detective convertido en cazador de
recompensas. Alguien que podría hacer que estos lugareños compitan por
su dinero y tal vez limpiar el nombre de mi hermano en el proceso.
¿Ves? Todos hacemos el duelo a nuestra manera.
Yo lloro. Lisa venga a sus seres queridos.
Moraleja, todos son más valientes que yo.
—No creo que un investigador privado haga daño —digo,
apiadándome finalmente de Jude y levantándome del sofá, dejando que la
manta se deslice por mis hombros—. Una vez más, Lisa, siento mucho tu
pérdida. —Extiendo mi mano para que la estreche—. Ojalá nos hubiéramos
conocido en mejores circunstancias.
Ella me abraza.
—Me has dado esperanza, Taylor. Gracias. No quiero que sea
recordado como un depravado. Voy a averiguar qué sucedió realmente. —
Algo frío y metálico es presionado en mi mano y miro hacia abajo para
encontrar un juego de llaves—. Está solo al final de la cuadra. Número
sesenta y dos. Insisto.
Intento devolver las llaves.
—Oh, realmente no podríamos...
—¿Estás segura? —Ella mueve las cejas—. Tiene una bañera con
patas.
¿Llevo un cartel o algo así?
—Oh —musito—. ¿En serio?
Jude baja la cabeza un momento y luego se dirige de mala gana hacia
las maletas.
—¿Número sesenta y dos, dices?
Al salir de la casa, me detengo abruptamente frente a la mesa, justo
al lado de la puerta.
Mientras leía las reseñas de la casa, vi fotos de un libro de visitas.
Obviamente, esto me convierte en una completa idiota, pero estaba
deseando escribir nuestro propio mensaje en una de las páginas, para que
los futuros huéspedes lo leyeran. Iba a dibujar un calamar en los márgenes.
Al abrir el cajón de la mesa, veo el libro de cuero blanco con letras
doradas en relieve. Experiencias de los huéspedes. No sé qué me lleva a 23
tomarlo. Lo meto rápidamente en mi bolso y lo cubro con mis toallitas
desinfectantes para manos y la funda de las gafas de sol mientras Jude
niega rápidamente con la cabeza. Quizá me he sorprendido a mí misma
siendo tan coherente esta noche después de descubrir un cadáver… y quiero
saber qué más puedo hacer. Si tengo lo que hay que tener para resolver un
misterio y encontrar el temple que siempre me ha faltado. O tal vez dude de
la motivación de la policía para inspeccionar este asesinato más allá de su
teoría original. Y seamos realistas, la falta de emoción de Lisa no deja de
hurgar en mi sexto sentido. Ni siquiera sabía que tenía un sexto sentido.
Sea cual sea la causa de mi improvisado robo de pruebas, devolveré
el libro mañana después de echar un pequeño vistazo. No es gran cosa,
¿verdad?
Capítulo 3
Myles

Me bajo de la motocicleta y tomo un antiácido.


Bueno, ¿acaso Cape Cod no está jodidamente alegre en esta soleada
tarde de jueves?
Pequeños carteles colgando de cada puerta proclaman que la vida es
una playa. Vida en la playa. La vida es mejor en la playa. Días de mares.
Cómo puede alguien apasionarse por un lugar con tanta maldita arena me
supera. Ya quiero volver a la carretera. Desafortunadamente, le he dado la
espalda a muchas cosas, pero no he podido hacerlo con mi amigo, Paul. No
mientras esté desplegado y no pueda arreglar este lío para su novia en 24
persona. Paul una vez se negó a delatarme cuando rompí una vidriera de la
iglesia con una pelota.
Estoy aquí porque le debo una y crecimos juntos en Boston, pero
luego me iré.
Hasta entonces, mi trabajo es encontrar al “verdadero asesino” de
Oscar Stanley.
Esto ocurre mucho en mi línea de trabajo de cazarrecompensas. La
familia está en negación. Su hijo violó su libertad condicional, pero está
tratando de cambiar su vida. Su hija está prófuga, pero solo porque es
inocente de ese cargo de drogas y nadie le cree. Lo escuché todo antes y me
entra por un oído y me sale por el otro. Mi trabajo consiste en llevar a las
personas malas a la puerta de las fuerzas del orden y salir silbando con un
cheque, sin tener que lidiar con ningún trámite ni papeleo.
Este caso es ligeramente diferente porque no hay recompensa que
cobrar. No hay ningún criminal suelto. No tengo un nombre, ni un rostro,
ni un historial penitenciario a mi disposición. Todo lo que tengo es un gran
signo de interrogación y un favor que devolver. Sin embargo, después de que
Paul me diera el resumen de Oscar Stanley y de cómo sus costumbres de
mirón hicieron que le sacaran los mocos a golpes antes del asesinato, me
inclino a estar de acuerdo con la policía local en este caso. El padre de esa
chica volvió para terminar el trabajo. Esto debería tomarme uno o dos días
para probarlo más allá de una sombra de duda y volver a la carretera, con
mi pizarra limpia de cualquier favor o responsabilidad con alguien.
De camino aquí, a Coriander Lane me detuve en casa de Lisa Stanley
y recogí el juego de llaves que tengo en mi mano. Técnicamente, esto es una
escena del crimen y hay cinta amarilla de precaución en la entrada, pero
obedecer las reglas no es mi fuerte. Nunca lo ha sido. Por eso fui un detective
de mierda y un marido aún peor. Podría haber sido fiel, pero la lealtad solo
llega hasta cierto punto cuando un hombre deja de lado la parte cariñosa
de sus votos.
Las risas estallan en la playa, las voces se entremezclan con los
sonidos de Tom Petty. Una cometa de abejorro se sumerge y gira en el cielo.
El olor de los hot dog y las hamburguesas llega con la brisa. Aquí es donde
las personas vienen de vacaciones con sus familias. Para ser feliz.
No puedo esperar para largarme de aquí.
Lanzo las llaves y las atrapo en mi mano, continúo cruzando la calle
hacia la casa donde supuestamente ocurrió el asesinato. No he visto las
fotos de la escena del crimen, pero tengo la descripción de la víctima y es
poco probable que un hombre de la estatura de Óscar haya sido 25
transportado por el asesino post mortem. Además, ¿por qué el asesino
facilitaría el hallazgo del cuerpo? No, este fue un crimen pasional. Ira. Claro
y conciso.
Termina con esto.
Estoy a medio camino de la calle cuando siento ojos en mi espalda.
Lentamente, miro hacia atrás por encima de mi hombro y encuentro
a una mujer joven, con cabello rubio castaño, quizá de unos veinticinco
años, regando una maceta en el porche de una casa. Sin embargo, la maceta
está completamente perdida. El agua cae directamente sobre las tablas del
suelo, salpicando sus pantorrillas desnudas. Y ella no parece darse cuenta
en absoluto.
—¿Puedo ayudarte? —gruño con un tono duro.
Suelta la lata con un fuerte estruendo, gira sobre un dedo del pie
corre de cabeza hacia la puerta principal, rebotando contra la maldita cosa.
Incluso a cien metros de distancia, puedo ver a los canarios girando
alrededor de su cabeza. Eso es lo que pasa por ser entrometida.
Saco otro antiácido del bolsillo de mis jeans, lo abro y continúo mi
alegre camino a través de la calle, arrancando la cinta de precaución de la
puerta principal y dejándola caer al suelo. Estoy a la mitad del umbral
cuando escucho pasos acercándose por detrás. Ágiles, femeninos. En el
reflejo de la contrapuerta, veo a la vecina entrometida acercándose. Y bum,
ya estoy molesto.
—Escucha, ¿quieres llamar a la policía? —Con el ceño fruncido, me
giro parcialmente para mirarla—. Se mi...
Es muy extraño, la forma en que simplemente olvido de lo que estoy
diciendo.
Esto nunca me ha pasado antes. Cada palabra que sale de mi boca
tiene un propósito y sea quien sea con quien estoy hablando, es mejor que
escuche. Es que… no sé por qué planeaba ser tan malo con ella, eso es todo.
¿No acaba de chocar con una puerta? Eso tuvo que doler. Además, hay
salpicaduras de agua por todas sus piernas y ella es…
Los hechos son los hechos. Ella es muy hermosa.
No miro dos veces a las mujeres lindas. Cualquier cosa bonita, en
realidad. Eso sería como un tractor admirando un diente de león. Mirar
puede parecer una buena idea, pero los tractores están hechos para aplastar
dientes de león. Es lo que hacen. Así que no sirve de mucho que me fije en
la forma en que las pecas simplemente… se esparcen desde su nariz hasta
su cuello. Hasta sus pechos. Que están cubiertos con la parte superior de
26
un bikini. Uno rosa. El color por sí solo me hace sentir culpable por mirar,
pero diablos, cabrían perfectamente en mis manos. Mucho de ella lo haría.
Esas caderas. Sus rodillas. Los lados de su hermoso rostro.
Dios. La parte superior de su cabeza apenas llega a mi barbilla. ¿Qué
demonios me pasa?
Me aclaro la garganta. Con fuerza.
—Como decía, ¿quieres llamar a la policía, media pinta? Adelante.
Ellos saben que estoy aquí.
—¿Media pinta? —jadea. Tartamudea. Pasa un gran mechón de
cabello por detrás de su oreja y me impacta con toda la fuerza de sus ojos.
Verdes. Mierda—. Para que sepas —continúa—, soy la más alta en mi
trabajo.
—O trabajas sola o eres maestra de jardín de infantes.
Por una fracción de segundo vacila. Sutil cambio de derecha a
izquierda.
—Error.
Le guiño un ojo y ella se eriza.
—Nunca me equivoco.
¿Es rubor eso que sube por su cuello? Dios, ella debe tener ocho o
nueve años menos que yo. Entre los veinte y los treinta. Así que
definitivamente no estoy notando el lugar donde la correa de su bikini se
clava en su hombro, muy ligeramente. Justo a este lado está demasiado
apretado. Definitivamente no estoy pensando en meter el dedo por debajo y
arrastrar la pequeña tira de material por su brazo. En desenvolverla como
si fuera un regalo de cumpleaños.
Jesús, necesito echar un polvo. Ese hecho no era obvio hasta ahora,
cuando estoy deseando a esta extraña en el corazón de esta villa vacacional
para clase media, preguntándome cómo se verían sus pezones a la luz del
sol, lamidos por mi saliva. Probablemente esté casada. Las chicas solteras
de veinte años no vienen de vacaciones a Cape Cod. En Provincetown, tal
vez. Pero no en esta sección familiar de Falmouth. Entonces, ¿por qué no
tiene un anillo?
Se da cuenta de que estoy buscando uno.
Maldita sea.
En respuesta, su postura cambia. Sus manos caen a los lados y se
mueve de izquierda a derecha, tirando inconscientemente su cabello hacia
27
atrás sobre su hombro. Es como si recién ahora, en este mismo instante, se
diera cuenta de que soy un hombre y de que se acercó a mí con un bikini y
unos ridículos pantalones cortos de jeans que cubren solo un poco más que
un par de bragas. Y que estoy lo suficientemente interesado como para
preguntarme si ya tiene un hombre esperándola en esa dulce casa con
corazones tallados en las persianas de las ventanas. Ella se está dando
cuenta de todo eso y no oculta nada de eso en su espectacular rostro.
Genial. Hemos pasado de la hermosura a la espectacularidad.
Definitivamente está casada, idiota.
Haz tu trabajo y vete.
—Ve a regar tus flores. Estoy ocupado.
—Lo sé. Solo estaba… —Sus manos revolotean hasta que las coloca
en su cintura—. Bueno, me preguntaba si ya tenías alguna teoría.
—Acabo de llegar. —Inclino mi barbilla hacia la moto—. Me has visto
llegar, ¿verdad?
—En tu trampa mortal. Sí. Pero asumo que has conseguido algún
tipo de avance... dossier. O expediente del caso. ¿Verdad?
La miro fijamente con los ojos entrecerrados, esperando que se
acobarde y salga corriendo como todos los que tienen la mala suerte de
recibir esta mirada.
—Bien. Sé tímido al respecto, señor…
—No te preocupes por mi nombre.
Eso la desconcierta por un segundo, casi como si estuviera
decepcionada. Pero finalmente, se encoge de hombros.
—Solo pensé que te gustaría hablar conmigo. —Con una pequeña
mirada de cortesía, se da la vuelta y vuelve a cruzar la calle—. Ya que soy la
que encontró el cuerpo y todo eso.
—Vuelve aquí.
—No creo que lo haga.
—Media pinta.
—Tengo un nombre.
—Vuelve aquí y dímelo, entonces.
¿Qué, en nombre de Dios, me pasa? ¿Estoy realmente siguiendo a
esta joven, que definitivamente está casada, probablemente con alguien
28
llamado Carter o Preston, al otro lado de la calle? Debería estar en la casa
del crimen tomando fotos, buscando salpicaduras de sangre o pruebas
perdidas. No debería estar repentinamente desesperado por saber el nombre
de esta mujer. Pero que me condenen si puedo dejar de seguir su estela
cuando su trasero se mueve como un trasero debería moverse. Maldita sea.
Gira sobre sí misma y casi la derribo, al igual que un tractor siempre
hace con un diente de león. Terminamos frente a frente, solo que yo soy
unos diez centímetros más alto, así que su rostro está inclinado hacia el
cielo y cubierto por el sol. Algo se revuelve en mi pecho. Algo que no me
gusta para nada.
—Encontraste el cuerpo —digo, haciendo todo lo posible para
ceñirme al trabajo. Esto es lo que es.
Entrar y salir. Sin enredos. Eso es lo que hago. Es lo que me gusta.
Su mirada baja a mi boca durante una fracción de segundo, pero es
suficiente para que mis bóxers se sientan como una talla XL en lugar de un
XXL.
—Ajá.
¿Por qué mi piel se eriza al pensar en ella cerca de un hombre
muerto? ¿Uno recientemente asesinado? Ella no debería haber visto algo
así. No esta mujer que riega flores y choca con las puertas.
—Dime que saliste de la casa inmediatamente. En caso de que el
asesino estuviera todavía en la propiedad.
—Oh. —Ella arruga la nariz—. No. Nosotros… no lo hicimos.
Nosotros. Ahí está. Gruño, porque no es una buena idea hablar con
mi acidez estomacal actuando. Eso es lo que me pasa. Es por eso que todo
al sur de mi cuello está fuera de lugar.
—Tú y tu marido.
—Mi hermano.
¿A dónde se fue mi acidez estomacal? Debe venir en oleadas.
—Estás aquí con tu hermano —confirmo, haciendo una mueca por
el hilo de alivio en mi tono.
Ella asiente, con los ojos serios.
—Quién descubrió el cuerpo es una información muy importante.
Probablemente debería haber estado en el dossier. 29
Ahora tengo unas ganas tremendas de sonreír. Obviamente, necesito
que examinen mi cabeza.
—No lo llamamos dossier, media pinta.
Curiosa, ladea la cabeza.
—¿Cómo lo llaman?
—Notas. Viejas y aburridas notas. Y así será este caso. Aburrido,
rápido, abierto y cerrado. El tipo estaba espiando a un grupo de chicas y lo
atraparon. Papá perdió los estribos. Los altercados físicos terminan en
muerte mucho más a menudo de lo que crees. O alguien pierde la pelea y
quiere vengarse. O uno de ellos no puede dejarlo pasar. Eso es lo que pasó
aquí.
—¿Pero fuiste contratado por Lisa Stanley? ¿La hermana de Oscar?
—Técnicamente, sí, aunque le estoy haciendo un favor a su novio.
—¿Hablaste con ella? ¿No te habló de los problemas con la teoría de
la mirilla?
Mi cabeza cae hacia atrás con un suspiro impetuoso.
—Eres uno de esos detectives aficionados, ¿no? Has visto un par de
documentales sensacionalistas en Netflix y ahora crees que eres un
miembro honorario de las fuerzas del orden.
—Los podcasts son más bien lo mío, en realidad…
Lanzo un gemido hacia las nubes.
—… pero eso no es relevante. Siempre me ha gustado dejar las cosas
limpias y ordenadas. Por ejemplo, hay un hilo suelto en tu camisa y muero
por cortarlo. — Mueve los dedos y estoy muy cerca de dar un paso adelante
para darle acceso al hilo, solo para que me toque—. No hay razón para tener
dos mirillas si el objetivo fuera filmar a los invitados. Solo sería necesaria
una. Alguien tuvo que haber espiado con sus dos ojos en algún momento. Y
Oscar Stanley nunca podría haber encajado en ese espacio angosto.
—Tal vez perforó los agujeros primero, y luego se dio cuenta de que
había calculado mal su capacidad para caber. —Mordiendo su labio, ella no
dice nada—. No siempre hay una rima o razón para el comportamiento de
una persona. Y muchas veces, la gente simplemente comete errores. Algo
así como que yo aceptara este trabajo. —Hago un movimiento de espantar
con la mano. En serio, necesito que ella regrese a su pequeña casa de
vacaciones al otro lado de la calle porque está arruinando mi tranquilidad 30
mental. Estoy empezando a notar cosas sobre ella. Un pequeño lunar debajo
de su ombligo. La forma en que toma aire antes de empezar a hablar. Su
aroma a huerto de manzanas—. Corre a casa. Lo tengo cubierto. Como dije,
voy a terminar con esto rápidamente.
Después de un momento, ella asiente y comienza a alejarse.
Y es como si arrastrara mi estómago con ella.
La extraña sensación de pérdida no tiene ningún sentido. La ignoro.
—De acuerdo —murmura, ajustando el tirante de su bikini—.
Bueno, cuando necesites el libro de visitas, lo tengo en mi equipaje.
—Ajá —digo. Estoy medio girado cuando me doy cuenta de lo que
dijo—. Espera un segundo. ¿Te has llevado el libro de visitas de esta casa?
Ella sigue caminando, con ese trasero sexy moviéndose de lado a
lado.
—Hazme saber si lo necesitas.
—No puedes simplemente llevarte pruebas de la escena del crimen.
—¿Qué fue eso? —Ella ahueca una mano alrededor de su oreja—. Lo
siento, no puedo escucharte por el desgarro de la cinta de precaución.
—No te hagas la lista —gruño—. Soy un profesional.
Deteniéndose al pie de las escaleras de su porche, ladea una cadera.
—Ninguno de nosotros está calificado para recoger pruebas porque
no somos policías. Lisa dijo que eres un cazarrecompensas, ¿correcto? Y yo
soy profesora de segundo grado.
Una profesora de segundo grado.
En gran parte tenía razón. Por eso es la más alta en su trabajo.
Ella debe saber lo que estoy pensando, porque me dedica una sonrisa
a regañadientes.
Antes de que pueda detenerme, le devuelvo la sonrisa.
Le devuelvo la sonrisa.
Cae más rápido que una bola de bolos.
—Dame el libro de visitas, media pinta.
Sube las escaleras corriendo, como si no tuviera ninguna
preocupación en el mundo.
—Solo si me mantienes informada de cualquier novedad —grita por 31
encima de su hombro.
Es hora de afrontar los hechos. Soy un gran y desagradable hijo de
puta y esta profesora pecosa no podría tener menos miedo de mí aunque lo
intentara.
—De ninguna maldita manera.
Me saluda con el dedo meñique y cierra la puerta.
Su ausencia es como una nube que pasa por encima del sol y el
hecho de que note su ausencia tan profundamente no me sienta bien. La
conozco desde hace diez minutos. Ella está ocultando deliberadamente algo
que podría facilitar mi trabajo. Y lo más importante, no es mi tipo. Ni
siquiera está en la estratosfera de mi tipo. De vez en cuando, me llevo a casa
una mujer de mi edad, generalmente una divorciada como yo, que comparte
mi desprecio por el romance, el amor verdadero, el “felices para siempre”.
Disney vende esa mierda a las mujeres desde la edad cero y los hombres
tenemos que lidiar con esas expectativas toda la vida. No. Yo no. Una mirada
a esa mujer y es fácil ver que sus expectativas están en la maldita luna.
¿Llevarle flores? No es suficiente. Probablemente tendría que plantarle un
jardín y bailar un vals con ella bajo las estrellas. Es del tipo que se casan,
puedo garantizarlo basándome en el hecho de que está de vacaciones en
Cape Cod y no en Jersey Shore o Miami. Ella no es un rollo de una noche
en el heno y eso es lo que me gusta.
No estoy interesado en nada más.
Haciendo todo lo posible por quitarme de la cabeza la amenaza de
ojos verdes, abro la puerta de la casa de una patada y entro. El olor a
descomposición persiste en el aire, pero no es lo suficientemente fuerte como
para que requiera cubrir mi rostro. Bonito lugar. No es el tipo de alquiler
que pondría a una persona en guardia contra mirillas o cámaras ocultas.
Primero, me dirijo al lavadero, con la aplicación de la cámara preparada. Las
salpicaduras de sangre en la pared indican que la víctima recibió un disparo
en este lugar, al igual que el charco negro de sustancias corporales en el
suelo. El autor probablemente entró por la puerta trasera de la casa, así que
voy allí a continuación. La cerradura está intacta, no rota, pero eso no
significa nada. Podría haber estado abierta en el momento del asesinato. No
es necesario forzar la entrada.
Subo las escaleras hasta el dormitorio principal y, con irritación, me
pregunto si estoy mirando la cama donde ella pensaba dormir. La maldita
cosa se la habría tragado. Ahora bien, si yo durmiera en esta cama con ella...
Un pulso viaja a través de mi pene al pensar en eso. Nosotros en la 32
cama juntos. Aunque ella tendría que montarme. No podría simplemente
ponerme encima e ir a por todas. No con nuestra diferencia de tamaño. No
soy delicado en la cama y ella... necesitaría eso. Ternura. ¿No es así?
—Seguro que no la recibirá de ti —murmuro, frotando la parte
posterior de mi cuello, incapaz de encontrar la picazón que me está
atormentando. Probablemente estoy inquieto porque hay una prueba que
debería tener a mi disposición y alguien la ha robado. En las mismas narices
de la policía, además.
Huh.
Puede parecer inocente, pero tiene una vena rebelde, ¿no?
No pienses en eso. No pienses en lo que esa vena podría llevarla a
hacer.
Como enrollarse con un cazarrecompensas rudo y sin modales
mientras está de vacaciones.
—No es mi tipo —digo con voz áspera, levantando mi cámara para
tomar una foto de las mirillas…
Me detengo. Inclino mi barbilla y me acerco.
La veta de la madera en los bordes de ambos agujeros apunta hacia
afuera, hacia el dormitorio.
Los agujeros fueron perforados desde el interior del espacio de
arrastre.
—Maldita sea.
Oscar Stanley era un hombre grande. Habría necesitado una gran
maniobra para perforar esos agujeros sin estar físicamente dentro del
espacio de acceso. Y sí, bien, ¿por qué necesitaría dos agujeros a menos que
planeara mirar a través de ellos?
No estoy ni cerca de abandonar la teoría de que Oscar Stanley era
un mirón que espiaba a sus invitados, pero la veta de la madera me
desconcierta un poco. A pesar de querer terminar este trabajo lo antes
posible, no soy ni seré nunca de los que dejan preguntas sin responder o
cierran un caso con el dedo apuntando al sospechoso equivocado, todo en
nombre de la conveniencia.
Según Paul, la policía ya habló con el padre, Judd Forrester. Él niega
haber disparado y matado a Oscar Stanley. Solo admite la pelea a puñetazos
días antes. Pero necesito hablar con él para determinar si dice la verdad o
no.
33
Más allá de eso...
¿Quién más tenía, o tiene, acceso a este lugar?
—No lo sé, ¿verdad? —Me quejo, bajando la escalera—. Porque no
tengo el maldito libro de visitas.
Cuando abro la puerta principal de la casa, ella me está mirando
desde la ventana delantera de su casa, con su labio entre los dientes.
Empieza a escabullirse, pero niego la cabeza y la señalo con mi dedo. Ahora
le toca a ella negar con la cabeza. Sigo caminando hasta que subo al porche
y llamo a la puerta.
—¿Vas a mantenerme informada? —dice ella a través de la puerta.
—No.
—Realmente me gustaría que me mantuvieran informada.
—No.
—¿Por favor?
Estoy a punto de declarar mis intenciones de arrancar la puerta de
una patada, pero mi boca se cierra con la palabra “por favor”. No sé por qué.
Es solo una palabra. Pero viniendo de ella, me hace sudar. ¿Quién le dice
que no a esta mujer? ¿Especialmente cuando lo pide con esa voz de princesa
esperanzada? Si sigo diciendo que no, la estoy decepcionando. Puedo
escucharla cada vez menos optimista y… eso no me gusta. De hecho,
decepcionarla se siente como vidrios rotos clavándose en las paredes de mi
estómago. ¿Voy a decir que sí solo para hacerla feliz? Diablos, no lo sé. Pero
me encuentro muy poco dispuesto a hacer lo contrario.
—¿Por qué? —digo, cruzando los brazos—. ¿Por qué es tan
importante para ti?
Se escucha un clic y entonces la puerta se abre. Lentamente. Ahí
está su rostro, apareciendo en la abertura, y no reconoceré cómo mi caja
torácica parece encogerse alrededor de mi corazón, alterando el ritmo
constante. Maldita sea, es una mujer hermosa. Suave. El tipo de mujer que
hace que un hombre quiera ser un héroe.
Otros hombres. Yo no, obviamente.
Mira hacia atrás por encima de su hombro, ¿para ver si su hermano
está cerca? Cuando vuelve a mirar hacia mí, habla con un susurro renuente,
obligándome a inclinarme hacia delante. Obligándome a contar las motas
dorada en sus ojos verdes.
—No soy muy valiente —dice en voz baja—. Soy muy sensata y
34
siempre voy a lo seguro. Pero vi un cadáver y no me desvanecí en polvo.
Mantuve la calma y llamé a la policía. Encontré mantas para mí y para Jude,
y presté una declaración detallada al detective Wright. No he pensado
mucho en cómo reaccionaría en una situación terrible como esa, pero pensé
que lloraría o hiperventilaría o moriría de miedo. Definitivamente pensé que
empacaría y correría a casa. Pero no lo hice. Me sorprendí a mí misma
aguantando. Y supongo que quiero ver qué más puedo hacer. —Parpadea
hacia mí, el borde oscuro de sus pestañas parece moverse hacia abajo y
arriba en cámara lenta—. ¿Tiene sentido, cazarrecompensas?
Todavía no sabe mi nombre.
Déjalo de esa manera.
Porque estoy a punto de preguntarle si, tal vez, también necesita una
manta ahora. Entonces, si ella dijera mi nombre, estaría jodidamente frito.
De alguna manera, sé eso como si supiera manejar una Harley. Porque no
voy a mentir, su explicación parece haber abierto una trampilla en mi
estómago y toda mi irritación está cayendo a través de ella. Desapareciendo.
Sobre todo, me pregunto quién diablos le dijo que no era valiente. Esa sería
una persona satisfactoria para matar.
—No estás retrocediendo ante mi aterrador trasero, ¿verdad? —Toso
en un puño, mirando hacia la cuadra—. Me parece bastante valiente.
Cuando vuelvo a mirarla, está sonriendo.
No de mala gana. Es una sonrisa grande y desenfrenada que me
golpea en la mandíbula.
—Oh...
—No das miedo en absoluto—me informa alegremente.
—Sí, lo hago —grito, porque se siente totalmente necesario. Como si
estuviera actuando por autoconservación. ¿Lo hago? ¿Qué me pasó en los
últimos treinta minutos?
—Taylor, ¿con quién estás hablando? —Tras la pregunta
amortiguada, unos pasos se acercan detrás de ella y aparece un hombre,
presionando un nudillo en la cuenca de su ojo mientras bosteza. Cuando
abre los ojos y me ve en la puerta, da un salto hacia atrás y maldice.
—Maldición.
—¿Lo ves? —Le digo, atrapado entre la satisfacción y la... vergüenza,
una emoción que me resulta muy desconocida. Nunca ha existido para mí.
Hasta ahora, aparentemente, cuando esta mujer está a punto de darse
cuenta de que yo soy la bestia y ella la bella.
35
Pero ella sigue sonriendo.
—¿Quieres entrar y mirar el libro de visitas? —Ella empuja la puerta
abriéndola más—. Acabo de hacer limonada.
Estoy cediendo demasiado terreno aquí, así que digo, muy
deliberadamente:
—¿Te parezco alguien que bebe limonada? —Entro en la casa y
ambos retroceden, el hermano (Jude, creo que dijo) se acerca a su hermana
de forma protectora—. Tomaré una cerveza.
—De acuerdo —dice Taylor, dándole un codazo a su hermano en las
costillas—. ¡Nos va a dejar ayudar a resolver el caso de asesinato!
—Yo no dije eso...
Pero ella ya está saltando hacia la cocina.
¿En qué diablos me he metido?
Capítulo 4
Taylor

Le entrego al cazarrecompensas su botella de cerveza y él hace una


mueca al ver la etiqueta.
—Lo siento. —Tomo la silla frente a él en la sala de estar—. Es todo
lo que tenemos.
—Cerveza con sabor a melocotón. —Le da la vuelta y lee la
información nutricional, como si sospechara que le estamos jugando una
broma pesada. Por una vez desde que llegó el cazador, no me está
inspeccionado muy de cerca, así que aprovecho para devolverle ese
escrutinio. Basada solo en las apariencias, este hombre podría haber salido 36
de un inframundo criminal. Si el ceño fruncido permanente en su rostro no
gritara villano, entonces el cabello largo y desordenado y los tatuajes mal
garabateados hacen el truco, al igual que las cicatrices en sus nudillos y en
el costado del cuello.
Y luego está su atuendo. Unas botas sucias cubiertas de sustancias
sospechosas, unos jeans y una camiseta negra que necesitan ser lavados, o
quemados, y unas pulseras de cuero marrón desgastadas en sus muñecas.
Sentado en el mullido sofá blanco y con el ceño fruncido ante la
cerveza con sabor a melocotón, el gigante (de al menos un metro noventa y
cinco) parece cómicamente fuera de lugar. Debería estar en la trastienda de
un bar de carretera jugando al billar, incitando a la violencia y provocando
el caos general. Lo sacaron de ese escenario incompleto y poco claro y lo han
colocado en otra sala de estar con temática náutica, rodeado de recuerdos
marítimos de buen gusto y cojines cubiertos con pequeños timones de
barcos.
A todos los efectos, debería ser aterrador.
Él podría serlo. Si no fuera por algunas pequeñas pistas que indican
que es, de hecho, lo opuesto a aterrador.
En lo que a mí respecta, al menos. Estoy segura de que el terror de
los demás está justificado.
Cuando le informé al cazarrecompensas que había descubierto el
cuerpo, se puso blanco como un fantasma. Parecía que se estaba
preparando para vomitar sus galletas allí mismo, en la calle. Durante ese
efímero puñado de segundos, su ceño se desvaneció y pasó directamente a
ser protector.
Dime que saliste de la casa inmediatamente.
Por si el asesino seguía en la propiedad.
Estaba preocupado por mí. Qué inesperadamente conmovedor.
Y sería negligente si no tuviera en cuenta su sonrisa.
Al descubrir que tenía razón y que, de hecho, soy una profesora,
compartimos una sonrisa al otro lado de la calle y todavía me siento... un
poco aturdida por eso. Cuando este hombre sonríe, es realmente muy
guapo. Sus dientes, aunque blancos y rectos, parecen que podrían atravesar
un cinturón de cuero o aplastar una roca, pero sí, cuando sonríe, es
innegablemente atractivo. Su propia marca de atractivo. No del tipo clásico.
No como los hombres con los que suelo tener citas. Hombres de negocios
ordenados con uñas limpias y con movilidad ascendente en su línea de
trabajo. Buscan la pareja adecuada con quien comprar una casa inicial y
eventualmente tener hijos. Todo está descrito en nuestros perfiles de citas.
37
Solo prospectos serios.
Me pregunto si el cazarrecompensas tiene presencia de citas online.
Probablemente estaría mostrando el dedo medio en su foto de perfil.
Todas las mujeres adecuadas coincidirían con él. Almas aventureras
que deseen recorrer la carretera en la parte trasera de su motocicleta y…
quién sabe. Comer almejas frescas en algún escondite que solo los malos
del lugar conocen. O algo así.
Mi última cita fue en la fábrica de Cheesecakes.
No me doy cuenta de que estoy frunciendo el ceño ante el
cazarrecompensas hasta que me mira con una ceja levantada.
—¿Has estado alguna vez en la fábrica de Cheesecakes? —Le
pregunto.
—¿El qué?
—Lo sabía. —Me obligo a recuperar el estado de ánimo agradable y
le hago un gesto a Jude para que se siente. Sigue atrapado a medio camino
entre la cocina y la sala de estar, como si estuviera indeciso sobre si llamar
o no a la policía—. Bueno. ¿Te gustaría compartir tus primeras impresiones
sobre la escena del crimen?
Deja la cerveza de melocotón sobre la mesa de café blanca
desgastada, deslizando la bebida ofensiva con la punta del dedo.
—No, media pinta. No lo haría. —Se aclara la garganta—. De todos
modos, los dos son técnicamente sospechosos hasta que los descarte. No
sería exactamente prudente darte los detalles pertinentes.
—¿Sospechosos?—balbuceo, incrédula—. Pero tenemos coartadas.
Ni siquiera estábamos en Cape Cod cuando ocurrió el asesinato.
—¿Cómo pueden tener coartadas si no se ha determinado la hora de
la muerte?
Mi boca se cierra de golpe. Tengo que empezar a prestar más
atención a Etched in Bone. Trabajar en mis planificaciones de clases al
mismo tiempo ha llevado claramente a perder algunas lecciones
importantes.
—Supongo que hice una suposición basada en el olor de la
descomposición.
—Supongo que ya veremos. La policía de Barnstable está revisando
las imágenes del puente de peaje para asegurarse de que no llegaste antes.
—El cazarrecompensas hace girar un hombro—. ¿Dónde está el libro de 38
visitas?
Ahora que me ha sorprendido llamándonos sospechosos, siento un
fuerte impulso de devolverle el favor. Sorprenderlo. Hacerle saber que no
solo está tratando con una torpe adicta a los podcast. Soy una profesora de
la era de la pandemia, maldita sea. Eso básicamente me califica para una
carrera presidencial. Un poco sorprendida por este nuevo rayo de confianza
en mí misma, me siento más erguida.
—¿Te has fijado en la veta de la madera de las mirillas?
Su cabeza sube rápidamente. ¡Ja! Así que se dio cuenta. Y mientras
su mirada se clava en mí, curiosa e irritable, me doy cuenta de que el color
de sus ojos es una encantadora mezcla de marrón y musgo. ¿Por qué
encuentro esa combinación tan agradable y difícil de dejar de mirar?
—Has vuelto por allí desde la noche en que descubriste el cuerpo,
¿no es así?
—Por supuesto que no. Está rodeado de cinta de precaución —señala
Jude, a medio bostezo.
—Sí, y he dejado la cinta exactamente como la encontré —explico,
esperando que mi tono alegre haga que suene menos ilegal—. Eso es más
de lo que puedo decir de algunas personas.
Jude apoya un hombro en la pared, con una expresión aturdida.
—¿De verdad has vuelto allí sin decírmelo? ¿Sola? —Me estudia
detenidamente, medio impresionado, medio horrorizado—. Eso no es propio
de ti, T.
De repente me pongo nerviosa.
—Lo sé. —Ahora ambos me miran como a un insecto bajo un
microscopio. Mi hermano tiene toda la razón, esto no es propio de mí. ¿Me
gusta un acertijo? ¿Un misterio? Sí. Me encanta terminar los debates o
discusiones con una resolución. Sin extremos abiertos. Pero esas cualidades
suelen aplicarse a un juego de Clue. No soy el tipo de persona que irrumpe
en la escena del crimen. Sin embargo, lo que le dije al cazarrecompensas es
cierto. Me sorprendí a mí misma cuando descubrí el cuerpo de Oscar
Stanley. Una especie de calma extraña impregnó mi sangre, estabilizando el
flujo y comencé a operar en la cuerda floja de la adrenalina. Estoy extra
despierta. Notando cada detalle. No quiero perder esa sensación. Quiero
seguir explorando el impulso de confianza que me dio ser tan... resistente.
Tal vez esto sea efímero.
Tal vez solo estoy actuando como una persona valiente. 39
Pero me gustaría saber de una forma u otra.
—Lo siento, Jude. Te lo diré la próxima vez.
Mi hermano me mira sin parpadear, la diversión hace que sus ojos
brillen.
—¿La próxima vez?
—No va a haber una próxima vez —afirma el viejo aguafiestas de voz
grave, alias el cazarrecompensas—. Dame lo que necesito para poder irme.
Lo ignoro, sigo hablando con mi hermano, porque no habíamos
terminado.
—Prometo no dejar que esto interfiera en tus vacaciones. Quiero que
te vayas a casa relajado.
—Los dos necesitamos relajarnos, ¿de acuerdo? —dice Jude
suavemente—. No solo yo.
—Lo sé, es solo... eso.
—Eso. Sí, lo sé.
El silencio se instala en la habitación. El cazarrecompensas nos mira
a ambos con el ceño fruncido.
—¿Están hablando en un jodido código o algo así?
Jude se ríe.
—Probablemente eso es lo que parece. —Se aparta de la pared y se
mueve hacia la sala de estar, sentándose en el extremo opuesto del sofá
donde está el cazador, con un tobillo sobre la rodilla—. Mi hermana utilizó
una gran parte de sus ahorros, a pesar de mis protestas debo añadir, para
estas vacaciones porque perdí a alguien cercano a mí.
El hombre hosco resopla una especie de disculpa.
—Lo siento.
Esa palabra parece tener sabor a agua de baño vieja en su boca.
—No pasa nada. Ya era hora —suspira Jude, mirando sus manos—.
Bartholomew llegó hasta los veintidós años.
El ceño fruncido del cazarrecompensas se profundiza.
—¿Veintidós?
—Bart era un panda. Soy cuidador de pandas.
—Eres más que eso —digo, tratando y fallando en mantener el
orgullo fuera de mi voz porque no quiero avergonzarlo. Soy la reina de
40
avergonzar a mi hermano. Cuando dijeron su nombre en su graduación
universitaria, salté sobre mi silla y grité más fuerte que nadie. Estaba
sollozando tan fuerte que derribé a un chico que tocaba la tuba y me torcí
un tobillo tratando de bajar. Nunca te subas a una silla de plástico barata
con tacones—. Los pandas desplazados o abandonados son llevados al
santuario de animales donde trabaja Jude. Algunos son tan jóvenes que aún
no han aprendido a sobrevivir por sí mismos. Así que Jude se viste de panda
y les enseña.
—¿Te vistes de panda?
—Sí. Les enseño a buscar alimento, a comer y a trepar, a socializar
con los otros pandas. —Jude le guiña un ojo al hombre que está al otro lado
del sofá—. El traje me queda genial.
—Bartholomew era una especie de... padre del bosque no oficial,
¿no? —Seco la humedad de mis ojos—. Era un poco desagradable, como tú,
cazarrecompensas, pero una vez que Jude les enseñó a los novatos, comenzó
a simpatizar con ellos.
—Odio tener que decírtelo, pero aquí no va a pasar nada de esa
mierda conmovedora. —Nuestro invitado parece estar contemplando la
cerveza con sabor a melocotón con pura desesperación—. Soy un
cazarrecompensas y ustedes son las personas más raras que he conocido.
—Se queda en silencio un instante y luego mira a Jude—. ¿De verdad te
comes las hojas?
Jude sonríe.
—No las trago.
El cazarrecompensas lo mira dos veces y luego me señala
abruptamente.
—Libro de visitas. Ahora.
—De acuerdo, bien. Está arriba. —Nadie se ha levantado de una silla
más lentamente en su vida—. Iré a buscarlo ahora. Pero mientras sigo aquí
en la sala de estar... —Un paso hacia la escalera. Pausa—. Ya no pareces
tan convencido de la teoría original del padre camionero.
—Solo estoy haciendo mi debida diligencia. —Él rasca
distraídamente la parte superior del brazo, dándome una mirada más
completa a sus tatuajes. Vaya. Ese esqueleto tiene bolas de fuego en los
ojos—. Sin embargo, la teoría que trabajamos se mantiene. Por lo que
sabemos, nadie más tenía un motivo para asesinar a Oscar Stanley.
—Ves, eso es lo que pensé.
41
—Pero entonces vivimos en esta calle desde hace dos días —dice
Jude arrastrando las palabras.
—Y conocimos a algunos de los residentes permanentes. Se podría
decir que uno de ellos se destacó. —Muevo los dedos en dirección a mi
hermano—. Muéstrale, Jude.
—No quiero que me muestren nada —se queja el cazarrecompensas.
Lo hago callar.
Me mira boquiabierto.
El dedo de Jude se mueve por la pantalla de su teléfono y localiza la
aplicación de música en streaming. Presiona reproducir la primera canción
de su lista y Bleachers comienza a sonar a través del altavoz Bluetooth
situado en la repisa de la chimenea. Después de un asentimiento de mi
parte, sube el volumen y, justo en ese momento, se escucha un fuerte
estruendo en el exterior. Un portazo. Y entonces el costado de nuestra casa
de alquiler está siendo golpeado por el mango de una escoba.
—Ese debe ser Sal —le informo al cazador—. Nuestro vecino.
También lo hace cuando nuestra tetera silba y cuando yo… —Genial. Me
estoy sonrojando—. Cuando canto en la ducha.
¿Detecto un leve temblor en los labios del gran malvado tatuado?
Esa incipiente sonrisa desaparece cuando Sal comienza su diatriba.
—No hagas ruido ahí dentro. Puedo escuchar tu música a través de
mis paredes. Se supone que esta es una comunidad tranquila y ustedes,
malditos inquilinos, la están arruinando. Estoy harto de esta mierda. —Ahí
es cuando realmente empieza a aullar en la casa—. Me gustaría matar a los
bastardos que permiten esto. ¿Qué pasa con mi derecho a la paz en mi
propia propiedad, maldita sea?
Jude apaga la música, lanza el teléfono al aire, lo atrapa y lo enfunda
en su bolsillo como un pistolero del Lejano Oeste.
—Deberías escuchar a Sal cuando Taylor canta algo de Kelly
Clarkson.
—Un poco “Since You've Been Gone” y se pone en marcha —añado
con un escalofrío—. Por otra parte, puede que solo sea mi forma de cantar.
Sueno como un gato ahogándose.
—No, no lo haces —argumenta Jude—. Eres increíble.
Mis ojos se humedecen de nuevo.
42
—Gracias.
El cazarrecompensas deja caer la cabeza hacia atrás y suspira hacia
el techo.
—Jesucristo.
Doy otro paso muy lento hacia la escalera.
—¿No vas a decir nada de Sal?
—He tomado nota mentalmente —responde entre dientes. Parece que
va a decir algo más, pero parece que Sal no ha terminado.
Desde fuera de la ventana de la cocina, nuestro vecino temporal
grita.
—¡Dile a esa perra que cierre la ventana cuando cante, antes de que
rompa todos los espejos de mi casa!
Nunca he visto a nadie moverse tan rápido en mi vida.
En un segundo, el cazarrecompensas está allí. Un brillo peligroso
cubre sus ojos. Tan peligroso que me hace estremecer. Y entonces se pone
en pie, saliendo a toda prisa de la casa y bajando por el porche. Sal lanza
una exclamación ahogada seguida de palabras bajas e ininteligibles por
parte del cazarrecompensas.
Jude y yo nos miramos fijamente, boquiabiertos.
—¿Qué está haciendo? —susurra mi hermano—. ¿Quién es este
tipo?
No tengo oportunidad de responder porque nuestro invitado vuelve
a entrar en la casa, cerrando la puerta detrás de él lo suficientemente fuerte
como para sacudir las bisagras.
—Libro de visitas. Ahora.
Corro hacia las escaleras y las subo de dos en dos.
En el de arriba, tropiezo un poco. Cuando miro hacia abajo para
determinar si alguien me vio o no, doy un grito con la boca cerrada. El
cazarrecompensas está justo detrás de mí y ni siquiera lo escuché moverse.
Frunciendo el ceño, envuelve sus manos del tamaño de un gorila alrededor
de mi cintura y me estabiliza.
—Muévete.
—De acuerdo —me quejo.
Me sigue por el pasillo hasta el dormitorio principal. Mi corazón
rebota e un lado a otro entre mis tímpanos y mi yugular. La parte superior 43
del bikini y los pantalones cortos eran apropiados abajo, ya que estamos a
pocos pasos de la playa y esto es Cape Cod, pero ¿ahora? En esta lujosa y
acogedora habitación con temática náutica, por supuesto, de repente me
siento muy poco vestida y cada centímetro de mi piel se eriza.
En mi timidez, me pongo a la defensiva.
—No tienes que hacerme sombra. —Me arrodillo frente a mi maleta
y lo miro por encima de mi hombro—. Voy a buscar el libro.
Desde mi posición en el suelo, se eleva sobre mí como un rascacielos.
—Estabas dando vueltas.
Dejo a un lado los sudokus que traje en busca del libro de visitas.
Sería mucho más fácil si abriera la maleta, pero mis elegantes bragas están
en el bolsillo lateral de malla y creo que, si este hombre las viera, moriría.
—¿Qué le dijiste a Sal? —le pregunto.
—No te preocupes por eso.
—Uh... Taylor. ¿Estás bien ahí arriba? —Jude grita desde abajo—.
Estoy subiendo.
—No, está bien —le respondo. ¿Tengo una especie de extraña
(posiblemente equivocada) confianza en que este hombre no me hará daño?
Sí. ¿Es un comodín en lo que respecta a los demás? Sí. Lo último que quiero
es que Jude se ponga en peligro—. Solo estamos hablando. —Humedezco
mis labios, buscando una forma de tranquilizar a mi hermano—. Jude.
Cocos.
—Sé un poco menos obvia a la hora de dar una palabra clave, media
pinta —murmura el cazarrecompensas, arrodillándose a mi lado. Antes de
que pueda detenerlo, abre la parte superior de mi maleta. Y ahí están. Mis
bragas rojas con volados. Justo ahí, en el centro de la maleta, imposible no
verla.
No entres en pánico.
Tal vez él haga lo más educado y las ignore.
—¿Qué es eso? —pregunta, pinchando con su dedo.
—Son... ¡ya sabes lo que son!
Mira entre mi maleta y la cómoda.
—¿Por qué no las desempacaste como todo lo demás?
Mi rostro es de un tono rojo más profundo que las bragas ahora.
—No sabía... si las iba a necesitar. 44
La comprensión aparece.
—Las trajiste en caso de que conozcas a alguien.
Permanezco en silencio. Después de escarbar un poco, le entrego el
libro de visitas. Solo que ahora no parece tan interesado en tomarlo e irse.
Me observa por debajo de esas cejas pobladas.
—¿Tienes un par de bragas para ligar?
—No. No tengo —espeto—. Tendría que haber ligado con ellas al
menos una vez para llamarlas así.
¿Por qué?
¿Por qué dije eso?
¿Puedo, por favor, avanzar rápido hasta el final de mi vida ahora?
—Tienes citas, ¿verdad?—¿Él no dejará pasar esto? Hace unos
minutos, moría por salir de aquí, ¿ahora parece que se está acomodando
para una conversación?—Debes tener citas constantemente.
—¿Por qué asumes eso?
Pone los ojos en blanco.
—Oh, ¿vamos a jugar a juegos?
—¿Juegos?
—Vas a fingir que no sabes que eres hermosa para obtener un
cumplido de mí parte. ¿Así es como va a ir esto, media pinta? —Su risa es
forzada—. Eso no va a suceder.
No voy a señalar que acaba de referirse a mí como hermosa.
Lo que significa que ya me hizo un cumplido.
Eso sería infantil.
—Tengo citas, sí. Pero no lo llamaría constantemente. Más bien... de
vez en cuando.
¿Hay un ligero brillo de sudor en su frente que no estaba allí hace
un momento?
—Y nunca has llegado a usar tus bragas de ligue.
—Deja de llamarlas así. —Le doy un fuerte golpe en el hombro y ni
siquiera se inmuta—. No soy virgen. Es que... soy exigente.
Imperdonablemente exigente. Es por eso que voy a terminar sola.
Él procesa eso con una expresión ilegible.
—Déjame adivinar. Quieres un hombre que use traje y malditos
45
calcetines de rombos para ir al trabajo y que lea la sección de finanzas del
periódico en el desayuno mientras murmura sí querida, no querida como un
robot.
—Esa es una suposición bastante audaz.
Su labio superior se curva.
—¿Me equivoco?
Es el desafío en su mirada lo que me empuja más allá de la cortesía
hacia un territorio desconocido. Tal vez descubrir al pobre Oscar muerto
también me trajo a este lugar. Un lugar de claridad. No estoy segura. Pero
mientras estoy arrodillada en el suelo junto a este monstruo, escucho los
ecos en el fondo de mi mente. Personas a lo largo de mi vida, amigos de la
universidad, colegas y especialmente mis padres, diciéndome que soy
sensata. Que siempre voy a lo seguro. Incluso a mis alumnos de segundo
grado les gusta señalar mi idiosincrasia. Se ríen por la forma en que
compruebo la temperatura de mi café con un dedo meñique antes de
beberlo, incluso después de cinco o seis tragos. Solo para asegurarme. Se
ríen porque envío grupos de búsqueda para los niños que tardan más de
cinco minutos en el baño, como si fuera una persona nerviosa. Y no estoy
afirmando que mi reciente proximidad al asesinato me haya transformado
en la nueva Lara Croft ni nada por el estilo, pero me he sentido más audaz
y más a cargo en los últimos dos días que nunca antes.
Este matón no va a hacerme retroceder ni un paso.
Además.
No siempre he querido ir a lo seguro. No en todos los aspectos de mi
vida.
Siempre he tenido un pequeño... o quizás no tan pequeño... deseo de
un poco de... entusiasmo.
—Supongo que no me importaría el tipo de hombre de traje,
calcetines y la sección de finanzas. No, eso estaría bien para mí. Mientras
no me trate como porcelana en la cama. —Señor, es increíblemente
satisfactorio ver cómo la sonrisa se desvanece de su rostro. Toma eso,
cabeza de músculo—. Ahí es donde entra la meticulosidad. Parece que no
puedo tener ambas cosas. Por un lado, me gustaría un hombre que se gane
bien la vida y quiera tener una familia algún día. Por otro lado, me gustaría
ser tratada con rudeza de vez en cuando. Que me tiren al suelo y me digan
quién es el jefe, ¿sabes? ¿Es mucho pedir? Pero en las tres ocasiones en que
salí con un hombre el tiempo suficiente para... hacerlo, insistieron en
tratarme con respeto en la cama. Fue increíblemente decepcionante. Cero
46
estrellas. No lo recomendaría.
Ese brillo de sudor es mucho más obvio ahora.
Junto con su absoluta conmoción.
Me gusta mi nuevo y audaz yo. ¡Acabo de dejar sin palabras a un
cazarrecompensas!
¡Y aún me quedan cuatro días de vacaciones!
—Ya está. —Le doy una palmadita en su enorme hombro—. Tienes
tu libro. Es hora de irse.
—¿Libro? —dice con voz ronca.
—El libro de visitas. —Este es el mejor día de mi vida—. El que tienes
en la mano.
—Bien.
—Quizá te interese saber que antes del grupo de chicas que se alojó
allí la semana pasada, nadie había alquilado la casa desde el verano pasado.
— Utilizando el borde de la cama para mantener el equilibrio, me pongo en
pie—. Porque el propio Oscar había estado viviendo allí durante diez meses.
—¿Sí? —murmura el cazarrecompensas. Está mirando mi ombligo
como si fuera el que habla. Podría fingir que no me gusta que se fije en mí,
pero creo que ese barco está abandonando el puerto a toda velocidad. Antes
me parecía atractivo, a pesar de su personalidad salvajemente grosera.
Ahora, en el entorno del dormitorio, después de haberle dado detalles muy
personales sobre mis anhelos sexuales, la intimidad se construye entre
nosotros. Potente. Visceral. Y no puedo evitarlo, no hay forma de evitar que
mi cuerpo responda a él. Porque este hombre definitivamente no es el que
estoy buscando para establecerme. Pero apuesto a que me daría esa
escurridiza excitación física que parece que no puedo rastrear por mi vida.
¿O al menos se acercaría? Empiezo a pensar que la atracción animal,
combinada con el amor y el respeto real, solo existe en las películas con
guión y en las novelas románticas.
Su mirada viaja hacia abajo y se detiene en la cremallera de mis
pantalones cortos, bajando poco a poco hasta el vértice de mis muslos.
Humedece sus labios. El aire de mis pulmones se evapora. Dios, ¿qué va a
pasar? Nada. No puede pasar nada. ¿Verdad? Es de día y mi hermano está
abajo.
Aparentemente, soy la única que está haciendo una lista mental de
pros y contras, porque el cazarrecompensas extiende la mano y agarra la 47
cintura de mis pantalones cortos, el calor de su tacto quema mis caderas, y
me arrastra hacia delante. Lo suficientemente rápido como para hacerme
tropezar un poco. Su cálido aliento se enrosca en mi ombligo y busco su
cabello, enredándolo en mis dedos, la euforia se derrama a través de mí
como una cascada de kilómetros de altura. Y entonces me lame. Lame mi
vientre expuesto de una cadera a la otra. Luego muerde mi abductor. Lo
suficientemente fuerte como para hacerme jadear.
—Soy Myles —dice con voz ronca—. Ese es mi nombre.
—Myles —susurro, con rodillas temblorosas.
—Taylor —llama Jude desde abajo, comenzando a sonar alarmado—
. ¿Estás bien ahí arriba?
—C-cocos —intento decir, pero suena como un galimatías, y eso hace
que el cazarrecompensas se detenga. Con un fuerte suspiro, se pone en pie
y me mira con los ojos entrecerrados. Toma mi barbilla con la mano y la
inclina hacia arriba, escudriñando cada centímetro de mi rostro.
—Puede que te sientas insatisfecha después de haber sido tratada
con guantes de seda. Pero... al menos había afecto allí. Yo no tengo nada de
eso. Nada. Créeme, te sentirías mucho peor después de acostarte conmigo.
Ser respetada es mejor que el sexo sin sentido. Eso es lo que te daría.
—Tal vez eso es lo que quiero.
Sus pupilas se dilatan un poco más y se acerca, sus párpados bajan,
sus dedos se deslizan hacia mi cabello y aprieta suavemente.
—Y maldita sea, me gustaría proporcionarlo. Ese colchón nunca
sería el mismo si te pusieras esas bragas rojas para mí. Pero es la peor idea
que he tenido en años, y créeme, media pinta, eso es decir algo. — Con un
esfuerzo visible, deja caer su mano de mi cabello y retrocede, arrastrando
una mano temblorosa por su boca abierta—. No te metas en problemas,
Taylor. Lo digo en serio.
¿Significa eso que no va a volver?
Asiento distraídamente, tratando de ocultar mi inmensa decepción
porque ya no me toca. Mi cuerpo está caliente y expuesto, hay nudos
retorciéndose en los lugares más íntimos. Y él se va. Mi cerebro me dice que
no hay otra opción. Tiene razón. No puedo tener una aventura con un
cazarrecompensas. Uno malo que parece, y actúa, como si acabara de
escapar del infierno, nada menos. ¿Tal vez estoy sobreestimando mi
habilidad para tener una aventura salvaje? ¿Quizá estoy en un momento de
euforia por este nuevo comportamiento valiente, pero en realidad no estoy
hecha para el sexo sin sentido? 48
—El vecino no volverá a molestarte. Canta Kelly Clarkson tan fuerte
como quieras. —Parece que se siente estúpido por haber dicho eso,
maldiciendo en voz baja, gira sobre sus talones y sale de la habitación. Un
momento después, la puerta se cierra de golpe en la planta baja. Sin pensar,
me acerco a la ventana y miro hacia abajo, veo a Myles subirse a su
motocicleta (una Harley Davidson, me doy cuenta ahora) y ponerse un
casco. Él me mira y enciende el motor, y que Dios me ayude, tengo que
cruzar las piernas, la tensión resultante de mi sexo es tan intensa y
prolongada.
Finalmente, rompe el contacto visual y se aleja rugiendo por la calle.
Me dejo caer en la cama y miro fijamente al espacio, deseando que
mi libido vuelva a bajar al nivel habitual y razonable. Hay algo mal en la
habitación, pero no me doy cuenta de qué es durante varios minutos. No
hasta que Jude entra para ver cómo estoy y, automáticamente, me acerco a
la tapa de la maleta para cerrarla y no tener que explicar mi frívola compra
dos veces en un mismo día.
Y es entonces cuando me doy cuenta de que las bragas rojas no
están.
La tarjeta de visita de Myles ocupa su lugar.
Capítulo 5
Myles

Me falta algo.
No estoy seguro de qué es, pero lo sabré cuando lo vea.
Es poco después del amanecer del viernes por la mañana y estoy de
regreso en la casa de Oscar Stanley. Anoche fui a Worcester para hacer mis
propias preguntas a Judd Forrester, el camionero que agredió a Stanley,
pero estaba en un trabajo de larga distancia y no volverá hasta última hora
de la tarde. Anoche, desde mi habitación de motel, hice una cronología
preliminar, investigué los antecedentes de los vecinos de Coriander Lane y
de cualquier asociado conocido de Stanley en el servicio postal, aunque él 49
se mantuvo casi siempre al margen. Revisé el libro de visitas y determiné
que sí, Taylor tenía razón, Stanley había estado viviendo en su propio
alquiler durante diez meses antes de la llegada del grupo de chicas. No hubo
problemas previos con ningún inquilino. Todas las críticas estelares.
Solo hay algo… raro. No sabría decir exactamente qué es.
Meto un antiácido en mi boca, doy vueltas por la sala de estar y mis
ojos se desvían hacia la casa de Taylor. No es la primera vez. Ni mucho
menos. Unos cuantos viajes más a esta ventana y voy a desgastar un camino
en las tablas del suelo.
Ha pasado medio día desde que lamí su vientre suave y bañado por
el sol y mi pene aún está a media asta por eso. Dios, sabía a manzana
caramelizada. Por supuesto que la mordí.
Apuesto a que ella también me habría envuelto como caramelo
caliente.
Deja de pensar en cómo susurró tu nombre. Tembló. Definitivamente
no pienses en cómo has estado llevando sus bragas desde ayer.
Maldita sea. ¿Cómo se metió esta mujer en mi cabeza tan rápido?
Porque ahí es donde está. Es mejor admitirlo. Si estuviera en celo, ayer la
habría arrojado sobre la cama y le habría dado exactamente lo que pidió. Me
gustaría ser tratada con rudeza de vez en cuando. Que me tiren al suelo y me
digan quién es el jefe, ¿sabes?
Mierda.
Sorprenderme no es algo fácil de hacer y no lo vi venir.
La pequeña entrometida profesora de escuela lo quiere abajo y sucio.
¿Salir de la habitación después de que ella me admitiera eso? El
infierno. Puro y tortuoso infierno. Porque abajo y sucio es la única manera
que conozco. ¿Pero esta intuición mía? Aparentemente no solo opera en
asuntos relacionados con el crimen. No, mi instinto me dijo que saliera
rápido de ese dormitorio o no querría salir nunca, y eso no está sucediendo.
Hay un crimen que resolver aquí.
Mantén tu maldita cabeza en el juego.
Si algo me ha enseñado mi pasado es que las distracciones conducen
a errores. Conozco de primera mano lo que puede pasar, las vidas que
pueden ser destruidas, cuando un detective pierde el enfoque. Puede que
haya entregado mi placa hace tres años, pero a todos los efectos, soy un
investigador en este caso. Estoy realizando un trabajo para un viejo amigo.
Si no puedo resolver un solo caso sin cometer un error, nunca debería
50
haberme graduado en la academia.
Concéntrate.
Con una última mirada al otro lado de la calle, salgo al cobertizo.
Busco la herramienta utilizada para crear esas mirillas, con la esperanza de
tener alguna idea de cuánto tiempo han estado allí. Pero no hay nada. Nada
más que sillas de playa y una rueda de bicicleta aplastada. Una caja de
trampas para ratones.
Vuelvo a entrar en la casa e inmediatamente me detengo.
Zumbido.
Alguien está tarareando. Una mujer. Y tengo una idea bastante clara
de quién es.
El hecho de que mi estómago se apriete como un tambor no augura
nada bueno para mi concentración.
Al doblar la esquina de la sala de estar, encuentro a Taylor de
rodillas, usando la aplicación de la linterna de su teléfono para buscar
debajo del sofá.
—¿Buscas algo?
Suelta un grito. Por suerte, se detiene en algún momento cuando ve
mi reflejo en la ventana detrás del sofá. Presiona una mano contra su pecho
palpitante, se da la vuelta y se apoya en el mueble de rayas azules y blancas.
—No vi tu motocicleta afuera.
—La estacioné al final de la calle.
—¿Por qué?
—Para que no la vieras y vinieras corriendo a molestarme.
Eso es una mentira descarada. Me detuve para tomar un café en la
calle y desde allí había un corto paseo hasta la casa, no valía la pena mover
la moto.
—Oh —dice ella, las comisuras de su boca se inclinan hacia abajo—
. Ya veo.
Casi le digo la verdad. Casi. Solo para que deje de fruncir el ceño.
¿En qué me estoy convirtiendo?
Definitivamente no soy el tipo de persona que quiere decirle que se
ve hermosa con su overol azul.
—¿Qué estás haciendo aquí, media pinta? 51
Ella frunce los labios en lugar de responderme.
—¿Por qué estás tan decidido a convertirnos en enemigos?
¿Realmente me encuentras tan molesta o te picó mal en el pasado otra chica
ricachona de Connecticut y te estás desquitando conmigo?
—Realmente te encuentro molesta.
Estoy mintiendo de nuevo. De hecho, creo que es jodidamente
divertida. Y persistente.
Y muy hermosa. No puedo olvidar eso.
—Gracias por ser honesto. —Se levanta, quitando el polvo de sus
pantalones cortos. Que están conectados a la parte superior a juego. ¿Cómo
se llaman esos? ¿Mameluco? ¿Cuál es la forma más fácil de quitarse una de
esas cosas? —¿Sabías que muchas amistades se forman porque dos
personas comparten un enemigo común? Así somos nosotros. Estamos
unidos contra quien asesinó a Oscar.
—Yo trabajo solo. No estamos unidos en nada.
—De acuerdo, pero ambos queremos lo mismo. Tenemos algo en
común. Mis alumnos crean vínculos por su aversión a los deberes. Con el
tiempo se dan cuenta de cuántas otras cosas tienen en común. —Da una
palmada enérgica—. Hagamos un poco de moral. A la de tres, digamos algo
que nos disguste.
Puedo imaginarla frente a una clase, llamando la atención. Colorida,
atractiva y creativa. Probablemente sea asombrosa en lo que hace.
—No quiero jugar…
—Uno. Dos. Tres. Gritar estornudos.
—Dije que no quería… —Una carcajada escala el interior de mi
garganta, casi saliendo de mi boca—. ¿Qué fue eso?
—Gritar estornudos. Personas que sienten la necesidad de hacer una
producción tan grande y ruidosa de su estornudo que todos pierden diez
años de su vida. Eso me desagrada mucho.
—No puedes simplemente decir que lo odias, ¿verdad?
—No permito la palabra odio en mi salón de clases.
—No estamos en tu salón de clases —señalo.
Aunque me gustaría verla allí.
Solo un vistazo, sin ninguna razón en particular. 52
—Tengo que permanecer en la práctica. —Se aleja de la mesa de café
caminando en mi dirección y veo las líneas de bronceado en sus hombros,
asomando por debajo de los tirantes. Me pregunto dónde más las tiene. ¿En
sus caderas? ¿Sus pechos? Apuesto a que hay un triángulo bajo entre sus
muslos. Mierda—. Apuesto a que tienes que ser muy malo para ser un
cazarrecompensas. Definitivamente te estás manteniendo en la práctica
para eso, ¿no es así? —No respondo. Principalmente porque el aroma a
manzanas es cada vez más fuerte y está dificultando mi capacidad para
articular palabras—. ¿Te gusta tu trabajo?—pregunta.
—Es solo un trabajo.
—Uno violento. Uno aterrador.
No puedo estar en desacuerdo con eso, así que asiento,
preguntándome a dónde quiere llegar. Espero la siguiente palabra que
saldrá de su boca como si fuera una recompensa, cuando en realidad
debería estar llevándola sobre mi hombro de regreso a la casa al otro lado
de la calle y ordenarle que no se mueva.
—¿Alguna vez rastreas a alguien y quieres dejarlo ir?
—No.
—¿Nunca?
—Una vez. —¿Acabo de decir eso en voz alta? No tenía intención de
decirle esto. Ni nada. El plan era ser lo más grosero posible hasta que ella
se fuera a un lugar seguro para disfrutar de sus vacaciones. Lo más lejos
posible de una investigación de asesinato—. Una vez dejé ir a alguien.
—¿En serio? —susurra, como si estuviéramos compartiendo un
secreto.
No debería querer esta sensación de no estar solo. Normalmente no
me importa. La soledad y el aislamiento. Diablos, lo agradezco. Pero debo
estar teniendo un momento de debilidad. O tal vez estoy cansado de leer
muchas búsquedas en Internet anoche. Porque me encuentro... hablando
con esta profesora. Como no he hablado con nadie en mucho tiempo. Años.
—Madre de tres. Ella... tenía miedo de presentarse a su cita en el
juzgado porque el padre de sus hijos amenazaba con estar allí. Causar
problemas por irse con los niños. Hacerle pagar por irse. Probablemente
alguien la llevó a la policía eventualmente, pero yo no pude hacerlo.
—¿Qué hiciste con ella en su lugar?
—Nada. —Me mira fijamente hasta que me siento obligado a llenar
el silencio—. No sé qué pasó después de llevarla al refugio. 53
Sus ojos se suavizan a un tipo diferente de verde. Como algo sacado
de una maldita selva tropical y me encuentro demasiado cerca, tratando de
determinar la sombra. ¿Por qué me mira así? Quiero parecer insensible y
despectivo. No hacer que esté contenta conmigo.
—¿Cómo es la enseñanza? —gruño, solo para desviar la atención de
mí mismo.
No porque quiera saber cosas sobre ella.
—Me encanta enseñar —dice en voz baja—. Y solo he tenido que
entregar a uno de los niños a la policía por no acudir a la cita en el juzgado.
Me río y gruño al mismo tiempo. Es un sonido terrible y grave, pero
la hace sonreír. Una sonrisa que estoy mirando demasiado de cerca.
Acercándome sigilosamente, me pregunto a qué sabrá. Me pregunto cómo
se quitan los mamelucos, si simplemente se rompen por la mitad o qué.
—¿Ves? —murmura ella—. Te reíste. No puede ser tan malo tenerme
cerca. Intentémoslo de nuevo. Nombra algo que te desagrade a la de tres.
Lo sabía. Me estaba adormeciendo con una falsa sensación de
seguridad.
—No —espeto.
—Uno, dos...
—Llaves Allen —medio grito.
Al mismo tiempo, ella dice:
—Las personas que se agolpan en el mostrador de retiro de bebidas
en Starbucks y miran impacientemente al pobre camarero como si no se
esforzara por darse prisa. Sinceramente, es... —Sus ojos se agradan
mientras inhala—. Espera, ¿dijiste llaves Allen? ¡A mí también me
disgustan! ¡Tengo un cajón lleno de ellas porque me siento culpable por
haberlas tirado! Esto es bueno. Solo un par de co-investigadores teniendo
una sesión de vinculación.
—Nada de esa última oración es remotamente cierto. —Su expresión
cabizbaja es como tener una mandíbula de caimán apretada alrededor de
mi cintura. Antes de que pueda disuadirme, me encuentro suavizando mi
tono. Acercándome. Inhalando manzanas como si estuviera almacenando
su aroma para el invierno—. Mira, hay algo que se siente raro en este caso
y no me gusta... que estés cerca de eso. Así que.
Taylor parpadea.
—¿No te gusto cerca de qué? 54
Está insistiendo con algo que no quiero que insista.
—Peligro.
¿Cómo puede verse tan confundida cuando básicamente acabo de
mostrar mi mano? ¿Cuánto más claramente puedo explicar que tenerla
cerca de amenazas potenciales me hace sentir mal?
—Soy una persona adulta que consiente. Elijo mis propios riesgos.
—No. —Niego con la cabeza—. No.
—Es muy difícil establecer un vínculo contigo —dice, sonando como
si estuviera siendo estrangulada—. Bien. —Antes de registrar sus acciones,
ella se está alejando de mí. Llevándose su aroma a manzanas—. Me apartaré
de tu camino por ahora…
Mientras camina hacia la puerta, pisa una tabla del suelo y es sutil,
muy sutil, pero uno de sus extremos se levanta, como si no estuviera unido
en la junta. Desgraciadamente, Taylor también lo ve.
Los dos nos abalanzamos sobre el trozo de madera suelto al mismo
tiempo, levantándolo juntos…
Y revelando un sobre blanco y delgado.
Taylor
El shock hace que caiga hacia atrás y sobre mi trasero.
¿Quién encuentra una tabla suelta en el piso con un sobre escondido
al otro lado? ¿En la vida real?
Esto ni siquiera ocurre en Etched in Bone.
A menos que ocurra. Y el público nunca se entera, porque la persona
que encuentra una carta escondida es definitivamente la próxima víctima.
¿Vamos a abrir este sobre y encontrar algunas divagaciones al estilo de Sam
Berkowitz?
—Qué demonios… —murmura Myles, agachándose y sacando el
sobre de su escondite. Y no consigue ocultar su preocupación cuando me
mira—. Deberías irte, Taylor.
55
Probablemente tenga razón.
Esto se está volviendo espeluznante.
Descubrí un cuerpo a treinta metros de este lugar y, si soy sincera,
algo no se ha sentido bien desde el momento en que descubrí las mirillas.
Se supone que debo estar en unas vacaciones relajantes con mi hermano,
pero en vez de eso puedo sentir que me estoy hundiendo más
profundamente en lo desconocido.
Pero no me estoy volviendo loca. Solo estoy un poco asustada.
Y una vez más, el mundo no se acaba.
Quizá tenga la misma fortaleza que los demás. O más.
Nunca lo sabré si huyo ahora. Volveré a ser la Taylor segura,
confiable y rutinaria en la búsqueda de un seguro, confiable y rutinario
compañero de vida. O puedo quedarme aquí y averiguar qué hay en el sobre.
Por supuesto que tengo que quedarme.
Puede que incluso tenga que enviar un correo electrónico a Etched in
Bone sobre esto. A no ser que sea una lista de la compra que se ha colado
accidentalmente entre las grietas de una tabla del suelo suelta. Algo me dice
que no es el caso. Y cuando Myles saca un trozo de papel, lo desdobla,
escanea el contenido y su boca se aplana en una línea sombría, mi teoría se
confirma.
Definitivamente es algo.
Myles empieza a meterlo en el bolsillo de su camisa sin mostrármelo
y uh-uh. Eso no está sucediendo. Ahora que tomé la decisión de quedarme
e investigar, no me estará privando de la oportunidad de procesar nuevas
pruebas. Me abalanzo sobre él, sobre su regazo. Él tampoco lo espera.
Tampoco lo esperaría nadie que me conozca, pero estoy segura de que mis
alumnos se alegrarían mucho.
Arranco el papel de sus gruesos dedos en el aire, un movimiento en
el que realmente no pensé. No del todo. Porque aterrizo boca abajo sobre sus
muslos con un oof. Sabiendo que probablemente solo tengo tres segundos
antes de vuelva a quitarme la carta, escudriño las palabras garabateadas
apresuradamente en la hoja de papel lo más rápido posible.

Vas a caer conmigo.


Todos van a saber quién eres. 56
Lo he sabido siempre, pero no será mi secreto por mucho más tiempo.

Apenas terminé la línea amenazante final cuando Myles se mueve,


poniéndose encima de mí para robarme la carta y me giro hacia la derecha,
cayendo libremente de mi posición sobre su regazo. Con una maldición,
intenta atraparme, deslizando un brazo fornido por debajo de mí para
amortiguar mi caída, y así es como termino de espaldas, boca arriba, con
ciento venite kilos de músculo sobre mí. Debo estar operando con puro
orgullo ahora, porque hago un tonto intento de sostener la carta por encima
de mi cabeza, fuera de su alcance, arqueando mi espalda para estirarme lo
más posible.
Estirando, estirando...
Su gemido rasga el aire.
Estoy sin aliento, a punto de reírme, porque tratar de ocultarle algo
a este mezquino y profesional cazador de humanos es cómico, pero... de
repente no hay nada divertido en nuestras posiciones. Nada en absoluto.
Sus caderas pesan sobre las mías, sujetándome al suelo. Una cresta
reveladora crece entre nosotros con cada respiración jadeante que
intercambiamos. Miro hacia abajo, entre nuestros cuerpos, deseando a
regañadientes catalogar nuestra diferencia de tamaño. Cómo se ve él encima
de mí. Creo que sé lo que voy a encontrar, pero la realidad de lo que veo es
asombrosa.
Mis pechos están casi libres del overol. Libres de la parte superior
del bikini que llevo debajo. El escote se ha bajado en nuestra lucha y estoy
casi expuesta, mis pezones a punto de hacer una aparición muy entusiasta.
Sí, entusiasta, porque están duros como rocas y palpitan con más y más
conciencia cuanto más tiempo este hombre, este enorme y visiblemente
frustrado hombre, mantiene su peso encima de mí. No es solo nuestra
diferencia de tamaño lo que se me ocurre en este momento. Es el hecho de
que es mayor, por lo menos ocho años. Sin duda más experimentado en el
sexo. En la intimidad. Y es peligroso. Malvado y peligroso y yo estoy debajo
de él, tentándolo. Dándole una erección sólida como una piedra.
—Voy a levantarme ahora —dice, respirando con dificultad.
—De acuerdo —susurro, dejando caer la carta.
Cuando lo hago, cuando suelto el trozo de papel, ya no hay nada por
lo que luchar. Es solo un hombre encima de una mujer, sujetando sus
muñecas. Sujetándolas al duro suelo. Pareciendo que está contemplando
devorarme entera. De un gran bocado. 57
Mi cuerpo quiere eso.
Está vibrando, ansioso, suplicando que abra mis muslos alrededor
de sus caderas y levante, provoque, haga lo que tenga que hacer para que
me toque. Hacer que use su fuerza en mí. Ahora.
—Por favor.
—¿Por favor qué? —Engancha un dedo en un tirante y lo desliza
hacia abajo, ese último centímetro revela mis pezones rígidos, un gemido
retumba en lo profundo de su pecho abultado—. ¿Qué chupe estas
hermosas tetas? Maldita sea, sabía que tendrían esas pequeñas líneas
triangulares de bronceado. Mierda.
Me embriaga en un instante cegador.
Él simplemente…
Habla así.
Todo el tiempo. Francamente. Incluso crudamente. Pero él... ¿me
está halagando? No entiendo por qué la pronunciación ronca de palabras
tan abrasivas debería hacer que mis caderas se retuerzan con impaciencia
debajo de las suyas. Arqueo mi espalda aún más dramáticamente, deseando
que realice el acto del que habló en términos tan explícitos. Sí, sí. Lo que
dijo es lo que quiero.
—Por favor.
Su largo cabello cae alrededor de su rostro y apenas puedo distinguir
sus rasgos. Solo lo suficiente para saber que están tensos. Que sus labios
están abiertos y separados. Sus ojos oscuros.
Brevemente, suelta una muñeca y quita el arma de la parte posterior
de su cintura, deslizándola con cuidado por el suelo. Luego, levanta la
misma mano lentamente. Despacio. Deja que se sitúe justo encima de mis
pechos desnudos. Y mi estómago se agita con excitación. Se hunde y se
eleva, esperando a ver qué hará. Dónde tocará. Todo porque levantó una
mano. Contengo la respiración, un gemido listo para liberarse. Estoy
temblando. Temblando. Esperar el contacto es casi insoportable.
—Nunca he visto nada tan sexy en mi vida. Caliente, y ardiente.
¿Sabes? —Con la lengua posada en el centro de su labio inferior, desliza la
yema de su dedo índice hasta uno de mis pezones, apenas tocándolo, y
lentamente roza un ligero círculo—. Sí, lo eres.
Me ahogo con un gemido, que finalmente se libera largo y fuerte, mi
cuerpo se tensa y se derrite al mismo tiempo debajo de él. No sé lo que viene
58
después o exactamente lo que quiero. Solo sé que lo necesito ahora.
Inmediatamente. Y no quiero pensar. Quiero que él piense y decida por mí.
Por nosotros. Todo el día es para pensar y decidir. Ahora mismo solo quiero
ser asaltada.
Pasa la yema del dedo por el otro pezón y lo rodea con el mismo
tratamiento ligero y tortuoso.
—¿Quieres que bese esa linda boquita?
—S-sí.
—Ahora dilo otra vez sin tartamudear, nena.
—Sí.
Esa mano. Esa mano que está usando conmigo tan suavemente
continúa su suave viaje hacia arriba y arriba, luego se envuelve firmemente
alrededor de mi garganta. Tan inesperadamente que jadeo, la carne entre
mis piernas se vuelve flexible, tan sensible, mis muslos se abren con
naturalidad. Como si no les hubieran dado a elegir y él se mece en ellos una
vez, tranquilo, riéndose sin humor de lo que siente.
Su boca se inclina hacia la mía. Humedezco mis labios en
preparación.
La puerta de un auto se cierra de golpe afuera.
No. A través de la repentina neblina de lujuria en mi cerebro, me doy
cuenta de que es más bien una puerta de furgoneta deslizante. En la entrada
de la casa. A ese fuerte sonido le siguen más motores de vehículos que se
apagan y el salpicado de voces emocionadas. Pasos. Tacones altos y otros
más apagados.
—Nos instalaremos aquí. Hagamos esto rápido —dice una mujer
mayor.
Myles deja caer su cabeza hacia adelante con una maldición, y luego
rueda lejos de mí. Se pone de pie. Acomoda la protuberancia en sus jeans
antes de agacharse y ayudarme a levantarme. Hasta que aprieta mi cadera
y roza nuestras frentes, no tengo ni idea de lo mucho que me apetece esa
muestra de... ¿qué? ¿Comodidad? Pero en el momento en que lo tengo, la
sensación de nerviosismo en mi estómago se asienta. Me mira a los ojos
hasta que asiento, y apenas sé por qué lo hago. Solo que me gustó que me
sujetara, con la mano en mi garganta, pero me despertó hasta tal punto que
necesito su contacto visual y un contacto más suave para volver a bajar.
Con mi asentimiento, le estoy comunicando algo importante que no es
necesario decir en voz alta. 59
Extraño.
Cruzamos juntos la sala de estar hasta la ventana, encontrando un
grupo de personas de pie frente a la casa. Una mujer de cabello oscuro
vestida con un elegante traje pantalón de color ciruela. Un joven con un
portapapeles y un equipo de cámaras.
—¿Qué mierda pasa ahora? —murmura Myles.
Se dirige a la puerta principal y comienza a salir, antes de detenerse
e inmovilizarme con una mirada.
—No te muevas.
—No.
Con un estruendo de palabras desagradables, desaparece por la
puerta. Después de asegurarme de que mi ropa está arreglada, corro hacia
el patio delantero detrás de él. Cinco cabezas han girado en nuestra
dirección. El tipo del portapapeles mira fijamente, con el bolígrafo sobre la
superficie de sus notas. La sonrisa de la mujer con el elegante traje parece
estar congelada en su rostro. El equipo de cámaras continúa con lo que
parece ser su misión de organizar una mini conferencia de prensa, con un
podio de vidrio con ruedas.
—¿Qué está pasando aquí? —Myles exige saber.
—Yo podría hacerte la misma pregunta —responde el joven. Con una
mirada divertida en dirección a traje elegante, mete el portapapeles debajo
de su brazo y se acerca a nosotros con una mano extendida, que nos
turnamos para estrechar—. Soy Kurt Forsythe, asistente del alcalde. —
Sonríe por encima de su hombro y luego dirige esa sonrisa hacia mí, donde
se amplía—. Seguramente conoces a la alcaldesa, Rhonda Robinson.
—Somos de fuera de la ciudad. —¿Miles acaba de acercarse a mí?—
¿Te estás preparando para filmar algo?
Kurt inclina la cabeza.
—¿Eres dueño de esta propiedad?
El asistente plantea la pregunta de tal manera que obviamente ya
sabe la respuesta. Myles no se molesta en responder. Solo se cruza de brazos
y mira a Kurt como si él fuera una pulga.
—No, no lo creo —dice el asistente, dando un paso atrás no tan
discreto respecto al cazarrecompensas—. Em. ¿Te importa que te pregunte
qué haces aquí?
—He sido contratado por la familia. De forma privada. Para investigar
el asesinato de Oscar Stanley. 60
—Estoy de vacaciones —digo—. Y también ayudándolo a investigar.
Myles ya está negando con la cabeza.
—No, no ella no lo hace.
Kurt divide una mirada divertida entre nosotros.
—Interesante.
—¿Eres un inquilino? —dice la mujer con traje color ciruela. La
alcaldesa, aparentemente—. Puede que quieras taparte los oídos para esto
—dice ella, dándome una sonrisa irónica—. Estoy a punto de ir a por ti. —
Apoya las manos en el podio y señala con la cabeza a la persona de la
cámara. La persona encargada de la iluminación levanta el pulgar y, a
continuación, una luz roja parpadea en la propia cámara—. Buenas tardes,
residentes. Sé que todos estamos conmocionados por los recientes
acontecimientos que han tenido lugar en las costas de nuestra querida
comunidad. Una vida ha sido arrebatada y mi oficina desea dar el más
sentido pésame a la familia del fallecido, Oscar Stanley.
La alcaldesa ajusta su postura.
Kurt suelta un suspiro, mirando a su jefa con visible orgullo.
—Mi oficina escucha sus preocupaciones. Son más que válidas —
continúa Rhonda—. Sin embargo, esta desafortunada pérdida forma parte
de un problema mucho mayor: los alquileres vacacionales. La discordia
competitiva que crean y el trastorno que causan en nuestra vida cotidiana.
Este es un problema constante en el Cape y mi promesa a ustedes, desde el
principio, ha sido regular este mercado para que no se apodere de nuestro
vecindario de Falmouth y lo convierta en una zona de fiesta. Hoy quiero
asegurarles que estoy renovando mis esfuerzos para frenar estas molestias
ruidosas para que podamos volver a disfrutar de nuestros veranos
tranquilos con familiares y amigos, es la forma de Cape Cod.
Se produce una larga pausa.
La luz roja de la cámara se apaga.
La sonrisa de la alcaldesa se desvanece mientras se retira el podio
con rapidez y eficiencia.
—Ha sido perfecto, alcaldesa —dice Kurt, haciéndole una señal de
OK.
—Vamos a subir esto a la página web inmediatamente, por favor —
dice Rhonda, que ahora se desplaza por su teléfono—. Envíalo a las noticias
locales y pídeles el espacio de las seis.
61
Kurt está tomando notas en su portapapeles.
—Ya estoy en eso. —Se gira hacia nosotros, en realidad hacia mí,
sonriendo de forma más relajada que antes—. Tengo que asegurarme de que
la alcaldesa llegue a su próxima cita. —Frota su ceja con la goma de su lápiz
y lanza una mirada fugaz hacia Myles—. ¿Así que solo son compañeros de
trabajo o...?
—Lárgate, Kurt —interrumpe Myles, haciendo un movimiento de
ahuyentarlo.
Un movimiento literal con su muñeca.
Sin otra palabra, el asistente da media vuelta y se reúne con su jefa.
—Eso fue extremadamente grosero.
Y no me gustó nada esa muestra de posesividad.
Ni un poco.
Bien.
—Si todavía te sorprende mi grosería, cariño, eso es cosa tuya. —
Con los ojos entrecerrados, observa a la alcaldesa, a Kurt y al equipo de
filmación subir a sus respectivas furgonetas y autos—. Tengo que ir a
Worcester para interrogar a Judd Forrester. —Se da cuenta de mi mirada
inexpresiva cuando baja la vista hacia mí—. El padre de la chica que agredió
a Oscar Stanley.
—Bien. —Supongo que vamos a ignorar el hecho de que casi nos
besamos en el suelo hace unos minutos. El suelo. La carta. El improbable
descubrimiento que hicimos antes de casi besarnos vuelve a mí como un
diluvio—. ¿Crees que esa carta amenazante sea de Judd Forrester? ¿Crees
que se la escribió a Stanley?
—No lo sé. —Myles vuelve a entrar en la casa con paso pesado y lo
sigo, observándolo agacharse y recoger la carta donde la dejamos en el suelo.
Se endereza y se gira, sus ojos bailan a través de mi cuello, mi boca. Luego
se aleja con determinación. Pero no antes de que mis zonas erógenas
reclamen atención. Dios. ¿Qué es esta tensión entre nosotros? ¿Es
normal?—. Pero como Oscar vivió en esta casa durante casi un año, parece
más probable que supiera sobre la tabla suelta del piso. O que incluso él lo
hiciera. Por lo tanto...
—¿La carta fue escrita por Stanley? ¿Destinada a otra persona?
—Eso es lo que estoy pensando.
—Lo que también podría significar... que la cámara no se dejaba aquí
62
para grabar a los invitados. Estaba aquí para grabarlo a él.
—Sí. Fue atacado por una razón. Un objetivo de asesinato. —Sus
ojos se mueven sobre las tres líneas amenazantes de la carta—. Incluso él
mismo podría haberse convertido en uno.
Capítulo 6
Myles

—Yo no maté a ese tipo. Lo juro por Dios. —Judd Forrester limpia el
sudor de su frente—. Créeme, quería hacerlo. Estuve así de cerca. Pero él
estaba respirando cuando me fui.
Por una vez en mi vida, desearía que mis instintos no fueran tan
tercos. La intuición me dice que este hombre no mató a Oscar Stanley y,
aunque parezca una mierda, desearía que lo hubiera hecho. Eso haría que
cerrar este caso y seguir adelante fuera mucho más fácil. Desgraciadamente,
en cuanto Forrester abrió la boca, una pequeña voz susurró en la parte
posterior de la cabeza: Todavía no iras a ninguna parte.
63
Salí de la casa de Taylor hace unas dos horas y monté un par más
hasta Worcester. El jefe de policía de Barnstable (el departamento de Cape
que acudió a la escena del crimen) se muestra extremadamente reacio a
darme cualquier información relacionada con el caso. No hay ningún policía
vivo que salte de alegría cuando un cazarrecompensas, o en este caso un
investigador independiente, llega a la ciudad y comienza a investigar el
mismo crimen con muchos menos trámites burocráticos. Seguro como el
infierno que eso los pone nerviosos.
Ayer fue necesario prometer que compartiría cualquier información
que encontrara para que el jefe diera la noticia de que Forrester había salido
bajo fianza. Sin embargo, localizar al hombre dependía de mí. El jefe no
quiso compartir la dirección de Forrester. Gracias a Dios que tengo Internet
para eso. Y cuando esas búsquedas no dan resultado, aún puedo recurrir a
mis contactos en Boston. Supongo que no puedo enojarme demasiado
porque la policía me mantenga al margen, ya que no estoy compartiendo la
nota amenazante que Taylor y yo encontramos. La compartiré con ellos
eventualmente. Pero no hay nada de malo en tener un comienzo difícil para
retener la nueva prueba, si resulta ser relevante.
Intento volver a centrarme en el hombre sentado frente a mí. El
hecho de que Forrester saliera bajo fianza tan rápido debería haberme dicho
que no tenían muchas pruebas de que hubiera matado a Oscar Stanley. Sin
embargo, necesitaba verlo por mí mismo, para poder tacharlo con confianza
de la lista de sospechosos. Todavía no estoy preparado para hacer eso. No
cuando tenía un motivo y una oportunidad. Pero la honestidad que resuena
en su voz está haciendo que mi acidez actúe.
Hay potencial en este caso. Lo que significa que no me alejaré de
Taylor en el corto plazo. Y realmente, realmente necesito alejarme de ella.
Estoy sentado aquí, claro, pero mi mente está en ella. Su seguridad. Sé muy
bien lo que pasa cuando me involucro emocionalmente en un caso. La
última vez que sucedió, el resultado fue tan inaceptable, que entregué mi
placa de detective. Te guste o no, Taylor Bassey está involucrada en esta
situación. Diablos, ni siquiera he sido capaz de eliminarla a ella o a Jude
como sospechosos todavía. Ella estará en la periferia de esta investigación y
es una distracción demasiado hermosa e interesante que no puedo
permitirme.
Y no me gusta cómo me hace sentir.
No necesito que me sorprenda o me desafíe. Solo quiero seguir siendo
un observador imparcial de la vida. Una persona de paso. Simplemente de
paso. Ni siquiera he hablado con mis padres ni con mi hermano en tres
años, porque el apego a todo y a nadie después de lo que pasó en mi último
caso con la policía de Boston... Duele mucho. Odio el peso del apego sobre
64
mi pecho. Los vínculos con las personas no son más que responsabilidades,
y no las quiero. No necesito que la gente se sienta decepcionada cuando y si
la cago. Y en esta línea de trabajo, meter la pata es inevitable, ¿verdad? La
gente muere. Desaparecen. Que Dios ayude a un hombre si la víctima
termina siendo alguien por quien comenzó a preocuparse. Así que sí, no
necesito que una mujer confunda mi cabeza o perderé de vista mi trabajo
aquí. Resolver un asesinato.
Entonces podré volver a subirme a mi moto y largarme de aquí.
Cuanto antes, mejor.
Me inclino hacia un lado en mi silla para acceder a mi bolsillo, saco
la carta encontrada debajo de las tablas del suelo de Stanley y la pongo
sobre la mesa frente a mí. Forrester no reacciona. No hay reconocimiento,
pero pregunto de todos modos.
—¿Reconoces este sobre?
—No.
Saco la carta, la desdoblo y la aliso, sin apartar los ojos de él ni una
sola vez.
—¿Le enviaste esto a Oscar Stanley antes de asesinarlo?
—¡No! Jesús, te dije cien veces que no maté a ese pedazo de mierda.
Vuelvo a guardar la carta en mi bolsillo.
—¿Tienes un arma de fuego?
Duda. Humedece sus labios y mira a su alrededor.
Eso es un sí, pero se resiste a compartirlo.
La policía debe haberle hecho esta pregunta, ¿verdad?
¿Por qué parece que es la primera vez que responde a esta pregunta?
—Mira, no tengo autoridad para multarte por no tener permisos. Solo
dime cuántas. —Hago clic para abrir mi bolígrafo—. Y qué modelos.
Ya tengo información sobre sus armas registradas, pero lo que
realmente tiene podría diferir. De forma drástica. Siempre hay algo extra
escondido en alguna parte.
Suspirando, frota las cuencas de sus ojos.
—Un par de treinta y cinco milímetros para cazar. Una Glock para
protección. Nada loco.
No me mira a los ojos. 65
—¿Y cuál no tiene permiso?
Una gota de sudor rueda por un lado de su rostro.
—La Glock —suspira.
—¿Te importa si le echo un vistazo?
—Se la presté a un amigo —dice. ¿Demasiado rápido?
Aunque Forrester está actuando de forma sospechosa, hay algo que
no lo sitúa en la escena para mí. No tiene coartada: afirma haber estado solo
en casa. Pero hay algo frío y preciso en una bala en el centro de la cabeza
de un hombre que no habla del temperamento de este hombre. Hay dos
docenas de fotos enmarcadas en las paredes que muestran sus logros en la
caza y en todas ellas está rodeado de amigos, con la cornamenta en una
mano y una lata de cerveza en la otra. Cuando golpeó a Oscar Stanley,
también tuvo público. Su hija y todas sus amigas.
Forrester no estaría satisfecho con un asesinato silencioso y
solitario. Para mí, no encaja, aunque todavía no puedo tachar su nombre de
la lista.
Repasamos su historia una vez más, yo buscando esos cambios
sutiles que a menudo pueden abrir un caso, pero él se mantiene firme en
los detalles y se impacienta conmigo en su cocina. Ya es tarde cuando subo
a mi motocicleta y me dirijo a mi motel en Cape. Con la noche convirtiendo
la carretera en un mar de faros, trato y no consigo no pensar en cierta
morena de ojos verdes. No es una hazaña sencilla cuando sus bragas rojas
con volados hacen un agujero en mi bolsillo.
Un rato después, entro en la habitación que he alquilado y las saco,
dejándolas sobre la mesita de noche. Aliso el material transparente que
corren verticales en las caderas. Solo un atisbo de piel.
¿Eso significa que es una provocadora en la cama?
Sí.
Sí, apuesto a que me haría trabajar bien antes de dejarme sacarle
esto. Llenarla bien.
¿Qué demonios estoy haciendo, llevando su ropa interior?
Estos impulsos que Taylor ha despertado dentro de mí en tan poco
tiempo... no son típicos para mí de ninguna manera. No soy del tipo celoso,
pero no me gustó que el asistente imbécil le sonriera. Nunca he sido
posesivo, pero cuando estaba debajo de mí... podía sentir que quería ser
dominada. Le gustó mi mano en su garganta. Le gustó que la inmovilizara. 66
¿Y la forma en que se dirigió a mí para que la tranquilizara después de todo
eso? No tengo experiencia en tranquilizar a las mujeres. Esa idea habría sido
ridícula tan recientemente como esta mañana. Sin embargo, de alguna
manera sabía exactamente qué hacer. Para Taylor. Como si nos
comunicáramos sin decir una palabra.
¿Mientras que yo ni siquiera podía comunicarme con palabras reales
en mi primer matrimonio desastroso? Jesús. Nah, debo haberme imaginado
esos tirones de intuición con Taylor.
De ninguna manera sería bueno para ella. Estaría en esto por el
maldito sexo. Es el tipo de mujer que invierte emocionalmente en todo.
Llorando por los pandas y esas mierdas. Dios. Pensar en ella con bragas
rojas de encaje es lo último que debería hacer, porque no solo estoy
fantaseando. No solo estoy pensando en lo bueno que sería el sexo.
Estoy pensando en ella...
Sonriéndome.
Diciéndome lo bien que lo estoy haciendo para ella.
Estoy pensando en sus dedos en mi cabello y por toda mi espalda.
Estoy pensando en… la confianza en sus ojos.
—No. No, no, no. —Saco las bragas de la mesita de noche y las vuelvo
a meter en mi bolsillo—. Voy a devolverlas. Las devolveré.
¿Para que las use con otro hombre?
De repente, siento que mi mandíbula está a punto de romperse.
Por eso, cuando suena mi teléfono, estoy demasiado distraído para
mirar el identificador de llamadas. Simplemente presiono el botón verde y
gruño:
—Habla Sumner. ¿Qué quieres?
—Hola, Myles Sumner. —La exhalación de Taylor en mi oído hace
girar una lenta manivela en mi vientre—. ¿No debería un cazarrecompensas
tener un apodo intimidante? ¿Como Sabueso del Infierno o Lobo Solitario?
—Solo si son unos imbéciles presuntuosos. —Escuchar su voz en
medio del tira y afloja mental que ha inspirado no está haciendo grandes
cosas por mi paciencia. Pero no estoy molesto con ella. Estoy molesto
conmigo mismo por estar tan malditamente aliviado de saber de ella—. ¿Por
qué me llamas, media pinta? Estoy ocupado.
—Oh. —Se produce una larga pausa. Puedo escuchar el océano de
fondo. Las olas. Más fuertes de lo que suenan desde su casa de alquiler.
67
¿Está en la playa? No lo sé, pero cuanto más se prolonga el silencio, más
culpable me siento por haber sido tan brusco con ella. Si mi culpa no es una
señal de alarma de que esta mujer tiene la capacidad de hacerme sentir una
mierda que no quiero sentir, ¿qué lo es?— Bueno, no quiero interrumpir lo
que sea que estés haciendo...
Pensando en ti en bragas rojas.
Pensando en ti gimiendo, diciéndome que mi pene tiene el tamaño
perfecto.
—Estoy trabajando en un caso, Taylor.
—Bien. —Ella suspira y otra flecha de culpabilidad se clava en mi
estómago—. ¿Así que debería embolsar el arma homicida yo misma y llevarla
a la policía?
Mi cerebro chasquea como una banda elástica y se enfoca.
—¿Qué?
—Perdón por molestarte...
—Taylor.
—¿Hmm?
—¿Dónde estás?
—Estoy en la playa, quizá a cuatrocientos metros de nuestra casa.
—El viento arrastra ligeramente sus palabras y no me gusta. No me gusta
que esté de pie en una playa ventosa frente a un arma, especialmente
después de que se ha puesto el sol. No sin que yo esté allí—. Jude conoció
a unos surfistas hoy y nos invitaron a comer hamburguesas. Tienen una
muy buena vista del océano y se veía tan hermoso, así que traje mi bebida
aquí. Iba a mojar mis pies, pero comencé a caminar. Vi algo brillante en la
maleza. Antes de que me preguntes, no lo he tocado.
Ya estoy a medio camino de la puerta de mi habitación de motel, con
las llaves en la mano.
—¿Sabes el nombre de la calle en la que estás?
—No. Hemos venido caminando por la playa. No hemos conducido.
¿Por qué mi piel está repentinamente cubierta de sudor debajo de mi
camiseta?
—Llama a tu hermano y dile que espere ahí contigo hasta que yo
llegue, Taylor.
—Oh, no. —Su tono sugiere que toda esa idea es absurda—. No
68
quiero interrumpir su buen momento. Finalmente está comenzando a
relajarse. Myles, perder a Bartholomew ha sido muy duro para él. Esto solo
lo estresaría de nuevo.
—Ahh. Dios no permita que nos estresemos. —Cambio al Bluetooth
en mi trote por el estacionamiento—. No ha habido un asesinato ni nada.
Ella resopla.
—Deberías saber que el sarcasmo hace que me cierre. Había un
bravucón muy sarcástico que vivía en la casa de al lado mientras crecía. Me
llamaba Shaquille O'Neal delante de todo el vecindario. Todo porque era
bajita. No podía pasar frente a él sin que me exigiera que embocara en su
aro en la calle. Hasta el día de hoy, lloro cada vez que veo a Shaq, lo cual es
muy injusto. Según todos los informes, es un hombre encantador.
Me dientes rechinan.
Para no gruñir o reír, no tengo ni idea. He perdido la maldita cabeza.
Ahora también salgo rugiendo del aparcamiento del motel a ochenta
kilómetros por hora, derrapando de lado en la carretera principal y
dirigiendo mi moto en dirección a Coriander Lane.
—¿Caminaste hacia el este o el oeste de la playa?
—¿Qué soy? ¿Una brújula? —Puedo imaginar su nariz frunciéndose.
Me hace ir más rápido—. Bajamos la escalera que conducen desde el final
de nuestra cuadra hasta la playa. Y giramos a la derecha. ¿Eso ayuda?
—Envíame un pin de tu ubicación.
—Oh, sí. Puedo hacerlo. —Mi teléfono zumba en mi bolsillo un
momento después y me detengo el tiempo suficiente para trazar una ruta a
la cuadra más cercana a donde ella está esperando en la playa—. ¿Tienes
todo el equipo necesario para la recolección de evidencia?
Ni se te ocurra sonreír. Estás en una pendiente resbaladiza.
—Sí, Taylor —suspiro.
—Fabuloso. Entonces te veré en un rato…
—Oh, no. —Mi mano se tensa en el manillar—. No te atrevas a colgar.
—¿Por qué?
—Porque estás sola en la oscuridad y podría haber un asesino en la
zona.
—¿Estás preocupado por mí, Myles? No solo estoy aquí sola e
indefensa. Sino que debo mencionar que mi reserva de emergencia de bragas 69
se ha agotado misteriosamente. Me preocupa que podamos tener dos
criminales en nuestras manos. Un asesino y un ladrón de bragas. Esto tiene
que ser una especie de récord para Cape Cod.
—Eres muy graciosa, media pinta. —Encaje rojo. Mi pulgar
presionando a través del material justo ahí, frotando hasta que está mojada.
Dios—. ¿Acabas de encontrar la posible arma homicida y quieres discutir
sobre la ropa interior?
—Me resulta curioso que seas claramente un ladrón y sin embargo
yo sea una sospechosa de asesinato.
—No sospecho de ti. Simplemente no ha habido motivos para
eliminarte todavía. Y si quieres ponerte técnica, encontrar milagrosamente
el arma homicida no exonera precisamente a una persona.
—Desearía no haberte llamado.
Esa declaración definitivamente no debería hacerme sentir como si
me hubiera tragado una vela encendida, ¿verdad?
—Está bien, Shaquille —digo, a la defensiva contra la quemadura—
. Solo no cuelgues.
Ella jadea.
El sonido del océano se corta inmediatamente.
—Genial. —La culpa ha vuelto. Más gruesa que nunca—. Ella colgó.
Con una maldición reprimida, y mis nervios alborotados, acelero.

70
Capítulo 7
Taylor

Ni siquiera miro a Myles cuando llega.


Sigo con la mirada fija en el océano y señalo sin palabras hacia la
colina en la que vi el arma antes, con la barbilla levantada. En cuanto oigo
que se abre la bolsa de pruebas y estoy segura de que ha encontrado el
arma, camino en dirección a Coriander Lane y a nuestra casa de alquiler.
Ya le envié un mensaje a Jude para avisarle que me voy a casa, aunque
probablemente no verá el mensaje hasta dentro de una hora. Cuando la
conversación le interesa a mi hermano, como ha ocurrido en la reunión
improvisada de esta noche, se queda absorto y se olvida de mirar su teléfono.
Es otra de las cosas que me gustan de él. Su capacidad para brindarle a
71
alguien toda su atención y hacerle sentir como si fuera el único ser humano
que queda en el planeta Tierra.
Hablando de que quedan muy pocos seres en la tierra, si Myles y yo
fuéramos las últimas personas en existencia, eso significaría un final muy
trágico para la raza humana.
No solo se niega a eliminarme de su lista de sospechosos, sino que
su falta de gratitud es indescriptible. La única razón por la que no llamé al
Departamento de Policía de Barnstable es mi preocupación por su aparente
falta de voluntad para investigar a nadie más que a Judd Forrester. Bueno,
la próxima vez que descubra un arma homicida, iré directamente a ellos. Ya
eliminé mentalmente el número de Myles Sumner de mi teléfono. Puf. ¿Qué
cazarrecompensas?
No puedo creer que me haya llamado Shaquille.
—Taylor —dice el cazarrecompensas detrás de mí. Con su profundo,
tonto y sexy tono áspero—. ¿De verdad vas a ignorarme?
No respondo.
Toma eso, amigo.
—Actúo como un idiota cuando estoy preocupado —dice,
haciéndome fruncir el ceño—. Tienes razón, estaba preocupado por ti.
¿Puedes ir más despacio ahora?
En todo caso, camino más rápido, alarmada.
No estoy segura de esta sensación… sensación de caída en picada
dentro de mí. Comienza en mi pecho y desciende hasta mi estómago,
moviendo cosas. Cosas que no esperaba que Myles movilizara. Nunca me
habían presionado antes y desconfío mucho de que este hombre, que acaba
de burlarse de mi trauma infantil con tanta displicencia, tenga ese poder
sobre mí.
—Por si no lo has notado, no soy precisamente del tipo sensible. Esa
es una de las razones por las que me divorcié.
Oh, maldición. Ahora tengo curiosidad.
Está divorciado. Esta pequeña información es como un cordón de
zapato desatado. Mis dedos están ansiosos por atarlos. Es inútil fingir que
no me muero por saber más sobre este hombre hosco y antagónico, ¿verdad?
Unas cuantas preguntas no harán daño, siempre y cuando sea informal al
respecto. 72
Mis pasos se ralentizan, muy ligeramente.
—¿Y bien? —Cruzo los brazos con fuerza sobre mis pechos para
compensar mi concesión—. ¿Cuáles son las otras razones por las que te
divorciaste?
Detrás de mí, gruñe. El silencio se extiende.
—Antes de empezar a cazar recompensas, era detective. Policía de
Boston. Como mi padre y mi hermano. Es el negocio familiar. —Se aclara la
garganta—. Mi hermano y yo… estábamos hablando de retirarnos antes de
tiempo. Abrir una empresa de investigación privada. Me estaba preparando
para presentar el papeleo en Recursos Humanos, pero quería cerrar el caso
de Christopher Bunton. Un secuestro. Yo… no sé. Este chico, el que había
sido secuestrado, me recordaba a un amigo de la infancia. Mi mejor amigo,
Bobby. Estaba enfermo cuando éramos niños. Y no sobrevivió.
Disminuyo la velocidad mucho más, mis brazos caen a mis costados.
—¿Paul, el tipo que me contrató para hacer este trabajo? Ambos
conocíamos a Bobby. Los tres éramos mejores amigos cuando éramos niños
y probablemente por eso me sentí... no sé. Responsable. Cuando me llamó
y me pidió ayuda para seguir el asesinato de Oscar Stanley.
—Vaya. —Dejo escapar una exhalación que no hace nada para aliviar
la creciente presión en mi pecho—. No me di cuenta. No pensé en cómo
conocías al novio de Lisa.
—Está bien. De todos modos, este chico secuestrado se parecía a
Bobby. Me involucré demasiado. Dejé de ir a casa. Este caso... estaba
obsesionado con él y eso es el beso de la muerte para un detective. Cuando
dejas de ser objetivo y permites que tus emociones comiencen a tomar
decisiones por ti. Lo arruiné. El caso y el matrimonio. —Se ríe, pero no hay
humor en eso—. Cuando llegué a casa un día, el lugar estaba vacío, como
sospechaba que estaría. Recibí los papeles del divorcio tal vez un mes
después. Había estado tan metido en el caso que ni siquiera podía recordar
la última vez que hablamos.
Hay muchos espacios en blanco que llenar en la historia, pero su
abrupto final me dice que ha dicho todo lo que está dispuesto a decir.
—No puedo imaginarte proponiéndole matrimonio a alguien.
—¿Por qué no?
—No lo sé. Porque es un momento vulnerable. Esperando una
respuesta. 73
—Tienes razón. No se me dan bien los momentos vulnerables. O las
relaciones. —Una vez más, el silencio se prolonga. Tanto que giro la cabeza
y miro por encima de mi hombro para ver si todavía me sigue. Y, oh, lo hace.
Sus intensos ojos me observan en la oscuridad—. Por eso estoy aquí para
trabajar en el caso, Taylor. No para perseguirte por la playa mientras finges
estar enojada.
Atrapada entre la indignación y la vergüenza, me giro hacia él.
—¿Fingir?
Myles sigue avanzando. Camina hasta que nuestros cuerpos chocan,
presionando su pecho contra el mío, su boca se cierne a un suspiro por
encima de la mía.
—Así es. Te estoy llamando. No podrías pavonear ese trasero más
sexy delante de mí si lo intentaras.
El rojo entra por los bordes de mi visión.
—En otras palabras, ¿lo estoy pidiendo?
—No te pondría una mano encima sin permiso, Taylor. ¿Lo estás
pidiendo? —Niega con la cabeza—. No. Te estoy pidiendo que dejes de
ofrecerte.
—No lo hago —murmuro, intentando con todas mis fuerzas no
excitarme por la forma en que me sorprende. Por la forma en que se está
conteniendo a pesar de que su erección se está clavando en mi vientre—. No
te estoy ofreciendo nada.
—¿En serio? —dice—. ¿De quién son esos dedos que desabrochan
mis jeans?
Esos serían los míos.
Literalmente estoy tratando de girar el botón de metal para sacarlo
de su agujero.
Retiro mis manos como si hubieran tocado una estufa caliente. Lo
cual no está tan lejos teniendo en cuenta el calor que irradia su duro
estómago. Su boca. Sus ojos. Todo él. Nunca he experimentado esto.
Irritación y lujuria al mismo tiempo. Me pica. Es consumidora y
definitivamente fuera de lugar.
—¿Estás insinuando que estoy enviando señales contradictorias?
Porque estás aquí pidiendo que deje de ofrecerte... placer físico…
—Sexo, Taylor. Se llama sexo.
—Y, sin embargo, robaste mis bragas para ligar y casi me besaste
74
esta mañana. ¿Quién es el que envía mensajes contradictorios? —Su
mandíbula se tensa tan dramáticamente que puedo escucharla crujir, pero
no dice nada—. Ir a la cama contigo sería un desastre. Tienes la
disponibilidad emocional de un plátano.
—Ahí está. “Disponibilidad emocional”. —Su expresión cambia a una
petulante satisfacción—. ¿Lo ves? Te mientes a ti misma diciendo que
quieres un revolcón duro y sudoroso en el heno. Eres una chica de
relaciones. Eres una novigodzilla de primavera esperando a que suceda.
Mi jadeo resuena en la playa.
Empujo su pecho, pero soy yo quien termina tropezando hacia atrás,
debido a que él es un camión Mack. Termina sujetando mi codo.
—Retira la parte de novigodzilla.
—¿Pero el resto es verdad?
—Nunca mentí acerca de querer establecerme. No me avergüenzo de
querer un esposo, una familia y camisetas a juego en Disneyworld. Si
recuerdas bien, dije que también quería los revolcones duros y sudorosos en
el heno. Estas cosas no deberían ser mutuamente excluyentes.
Señor, el hombre parece estar masticando plástico en llamas.
—Tal vez no sean mutuamente excluyentes. Pero no hay nada en ti
que siquiera... insinúe a un hombre que te gustaría ser tratada con rudeza.
Ni remotamente.
Mi interés se despierta. Odio darle la satisfacción de querer saber
más, pero mi instinto me dice que está en lo cierto. Algo que quizá no quiera
saber, pero que podría ser una información valiosa, no obstante.
—¿Qué significa eso?
—Significa que me has sorprendido y que soy un detective entrenado.
No estás dando la... no sé. ¿Vibra salvaje? —Lentamente, comienza a
rodearme—. Cuando te vi, lo primero que pensé fue que eras muy hermosa.
Desde entonces he modificado esa evaluación. Mucho. Pero los hombres que
estás cazando...
—Cazando —resoplo.
—Si están en el mercado matrimonial, son solo la mitad de
inteligentes que yo. En el mejor de los casos. Esperas demasiado de ellos.
Todo lo que ven es la chica saludable de la puerta de al lado, como yo.
—Estás diciendo que necesito una vibra diferente si quiero encontrar
un caballero en la calle que también sea un fenómeno en las sábanas. 75
¿Estoy en lo cierto?
Después de completar su círculo, se detiene frente a mí, abriendo y
cerrando la boca, como si la conversación se le escapara.
—Estoy diciendo que eres material para el matrimonio. Estoy
diciendo que eres una chica que exige respeto...
—Y nada de la falta de respeto que busco. —Medio aturdida, me doy
la vuelta y camino por la playa, considerando la conversación desde todos
los ángulos. ¿Myles tiene razón? ¿Estoy esperando demasiado de los
hombres? ¿Cómo van a saber que tengo un apetito sexual único si me
presento a mis citas con un conjunto de jersey a juego y unos zapatos sin
tacones color piel?— Nunca he conseguido lo que quiero en la cama, no solo
porque no lo pido, sino porque los hombres con los que elijo salir... se han
resignado a la predecible vida matrimonial.
—No hay nada malo en lo predecible. Deberías ser predecible.
—Oh. —Sobresaltada, presiono una mano en mi pecho—. ¿Sigues
aquí?
Una luz peligrosa parpadea en sus ojos.
—Sí —dice entre dientes—. Todavía estoy aquí.
—¿No deberías ir a evaluar la posible arma homicida? Supongo que
la llevarás a la policía de Barnstable una vez que hayas catalogado…
—No hemos terminado con la otra conversación.
—No, creo que sí. Me has dado mucho que pensar.
—Has malinterpretado la comida. —Golpea el aire con un dedo índice
largo y grueso—. Te di manzanas y tomaste naranjas.
Dejo de caminar y lo miro, haciendo todo lo posible por no fijarme en
la forma en que su largo cabello ondea a su alrededor con el viento, haciendo
que parezca un highlander escocés que regresa de la batalla o algo así.
—¿Cómo he interpretado mal? Me estás diciendo que soy demasiado
saludable para atraer a hombres que... sean agresivos conmigo...
—Taylor. —Pellizca el puente de su nariz, una vena late en su sien—
. Agresivo es la maldita palabra equivocada. Mataría a un hombre por ser
agresivo contigo. —Dice algo más en voz baja que no puedo escuchar, pero
suena como lo mataría sin importar qué. O tengo que trabajar en mi tiro al
hoyo. No puedo estar segura.
—He estado teniendo malas citas. Estoy dando la vibra de esposa
querida y nada de la vibra de gatita sexual. Todo está escondido debajo de
76
la superficie. Como dijiste, los hombres necesitan que las cosas se escriban
con marcador indeleble rojo y grueso. Mientras tanto, he estado usando un
lápiz. Por supuesto que estoy dibujando en todos los Bobs aburridos. —
Mentalmente, ya estoy haciendo ajustes a mi perfil de citas. Realmente estoy
en algo aquí. Agradeciendo a regañadientes su aporte, le sonrío al
cazarrecompensas—. Olvídate de las bragas para ligar, necesito un conjunto
completo para ligar.
Myles mira fijamente el lugar que abandoné mucho después de que
sigo caminando, con las manos parcialmente levantadas como si estuviera
tratando de razonar con un fantasma. ¿Por qué su rostro está tan rojo?
Estoy a medio camino de las escaleras que conducen desde la playa
hasta la casa de alquiler cuando Myles me alcanza.
-—No estoy seguro de que me guste lo que he desatado aquí —gruñe,
poniéndose a mi lado, aunque sus piernas son tan largas que tiene que subir
dos escalones a la vez—. Es por eso que normalmente mantengo la boca
cerrada.
—¿Lo haces? —Muerdo mi labio para no reírme—. No había notado
ese rasgo.
—Es tu culpa —se queja, mirándome—. Robar el libro de visitas.
Encontrar pruebas. Obligándome a aparecer y verte.
—Oh Dios mío. Disculpas por las terribles dificultades.
—Sí, bueno, es una dificultad cuando siempre te ves tan jodidamente
hermosa y estoy tratando de mantener mis manos para mí. —En la acera
frente a la casa, me impide seguir caminando. De todos modos, no estoy
segura de haber podido hacerlo, porque sus palabras han convertido mis
piernas en goma—. Olvida lo que dije en la playa. No cambies. Ni tu ropa ni
tu vibra. Eventualmente habrá un tipo que no sea un completo idiota y él...
—¿Recogerá mi gran vibra de gatita sexual?
Myles traga. Ruidosamente.
Sus enormes manos se deslizan por mis caderas y mi respiración se
entrecorta, mis pezones hormiguean poniéndose rígidos. Es una pérdida de
tiempo fingir que no me atrae. He estado ignorando ese hecho durante los
últimos cinco minutos, distrayéndome con nuevas combinaciones de colores
de perfiles de citas y ahora, cuando lo miro a los ojos, sé por qué necesitaba
esa distracción. Duele estar alejada de él. No sé por qué. No sé cómo es
posible si lo conocí ayer. Pero tuve una conexión instantánea con él que
nunca he experimentado con un hombre. Como si hubiera un pequeño pero
77
poderoso imán en mi estómago y Myles estuviera sosteniendo la contraparte.
—Captas mi gran vibra de gatita sexual, Myles. ¿No es así?
—Sí —murmura bruscamente, dando un paso adelante para
enterrar su nariz en mi cabello. Inhalando—. Dios, sí, Taylor. Sabes que sí.
Pero no puedo...
—No esperaré nada más de ti.
Su cabeza se levanta rápidamente. Examina mis ojos con cautela.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir...
¿Qué quiero decir?
Todo se está aclarando ahora, mientras miro el rostro de este
hombre. Este hombre que era un extraño esta mañana pero que ahora, por
un loco giro del destino y una valentía momentánea, es la única persona en
este mundo que conoce mi secreto. Puede que sea mezquino e inaccesible y
ligeramente peligroso, pero mi secreto se siente seguro con Myles. Habla de
mi situación en términos prácticos, sin juzgar. Además, me siento muy
atraída por él, estoy de vacaciones y es muy probable que no vuelva a verlo
cuando deje el Cape.
¿Quiero volver a mi aburrido grupo de citas de prospectos beige y
conformarme?
¿O quiero volver a casa, a Connecticut, y buscar más con la
confianza que solo puedo obtener con la experiencia?
Ignorando la ominosa punzada en mi pecho ante la idea de no volver
a ver a Myles, enrosco las manos en la parte delantera de su camiseta y
saboreo el estruendo en su pecho.
—Ayúdame a aprender exactamente lo que quiero. Y cómo pedirlo.
Me arrastra hacia él tirando de la tela de la falda y nuestras caderas
se encuentran, ambos mordemos nuestros labios y exhalamos con dificultad
por el contacto. La prueba inequívoca de que me desea.
—Eres el tipo de mujer que viene con ataduras, Taylor.
—T-tal vez. —Me obligo a decir la siguiente parte. Lo digo en serio.
Pase lo que pase, tengo que recordar que este hombre no es para mí. Ni para
nadie. Lo ha dejado claro y no cometeré el error de pensar que puedo hacerlo
cambiar de opinión—. Puede que venga con ataduras, pero no te pondré
ninguna de ellas.
Una arruga se forma entre sus cejas.
78
Abre la boca para hablar y la cierra.
Entonces el calor inunda sus ojos, un dique se rompe visiblemente
dentro de él, y estoy siendo arrojada sobre su hombro y llevada a la casa.
Capítulo 8
Myles

¿Qué estoy haciendo?


Algo malo. Algo muy imprudente.
Bájala. Ella no es para ti.
Díselo a mi maldito estómago. O a mi pecho. Ambos se cerraron más
que el Tesoro de los Estados Unidos cuando la vi de pie en la playa. Primero
fue el alivio de verla a salvo. Luego hubo una profunda satisfacción que ni
siquiera he comenzado a descifrar. Solo sé que me gustó que me esperara.
Me gustó que llegáramos al mismo destino y que respiráramos el mismo
aire. Incluso cuando está enfadada conmigo, que ha sido la mayor parte de 79
nuestra relación, no se me ocurre alejarme. O marcharme. Se siente casi
natural quedarme. O seguir su canto de sirena todo el camino a casa. Jesús,
¿qué me ha pasado?
Ella es material de esposa.
Es la futura esposa de alguien.
Esa debería ser la razón para que regrese a mi habitación de motel y
beba whisky hasta que el olor a manzana de ella se apague en mi sangre.
En vez de eso, el hecho de que sea la futura esposa de alguien es la razón
por la que estoy abriendo la puerta trasera de una patada, con mi pene
completamente erecto. Estoy celoso. Dios, no es de extrañar que las
personas hagan estupideces cuando se sienten así. Es como si mis entrañas
estuvieran pegadas y funcionando incorrectamente. Estoy sudando, mis
músculos están tensos. Y todo en lo que puedo pensar es en arruinarla para
cualquier otro hombre.
Aparentemente los celos van de la mano con el egoísmo.
Eso me hace reflexionar.
Egoísmo. Ese es un pecado con el que estoy familiarizado.
No quiero ser así con Taylor.
No puedo. Ella... me gusta. Me gusta su sentido del humor y la forma
en que oscila salvajemente de una emoción extrema a la siguiente, como si
sintiera demasiado de todo. Ella es todo salpicaduras brillantes de color en
el lienzo gris que he estado mirando mientras estaba medio despierto. Es
traviesa y no me permite ser grosero. ¿Por qué no odio eso? ¿No debería?
En resumen, esto es un desastre. Esta atracción entre nosotros es
tan jodidamente desordenada, que sería francamente irresponsable, un
bastardo, por ceder. Yo soy el experimentado. Cuando ella dice que no me
atará de ninguna manera, no debería querer cometer un asesinato a sangre
fría contra el hombre que gane esas ataduras. Sin embargo, sé que si el hijo
de puta sin nombre y sin rostro estuviera frente a mí en este momento,
estaría cumpliendo cadena perpetua en poco tiempo.
No.
Retrocede. Solo estoy en el momento, ¿verdad?
La estoy tocando. Estoy caliente como el infierno por intercambiar
orgasmos.
Nunca lo había necesitado en esta escala de locura antes, por lo que
mis emociones probablemente se intensifican. Tan pronto como resolvamos
y quitemos esto fuera de nuestro sistema, tendré mi cabeza de nuevo en
80
orden.
Solo tengo que volver a asegurarme de que ella está en la misma
página, para no engañarla.
—Taylor —digo, arrastrándola de mi hombro, sus tetas se deslizan
sobre mi hombro y se presionan contra mis pectorales. Maldita sea. En
cuanto estamos a la altura de los ojos, la mantengo allí, lo que significa que
sus pies cuelgan a casi treinta centímetros del suelo y me esfuerzo por no
pensar en lo protector que me hace sentir. Mi agarre se tensa. Apenas—.
Oye. Entiendes que esto es algo físico. Nada más. ¿Verdad?
—Sí. —Ella asiente, con esos vívidos ojos verdes fijos en mi boca—.
Te lo prometo. Eres una herramienta de autodescubrimiento para mí. Eso
es todo.
—Bien. —¿Por qué de repente siento como si estuviera hecho de
piedra?— De acuerdo.
Mi garganta se siente incómoda. Tal vez sólo necesito una aclaración.
—Así que cuando dices herramienta…
—¿Debería quitarme la ropa? —Con seriedad, escudriña mi rostro—
. ¿O tú lo harás?
Bien. A la mierda. Soy una herramienta de autodescubrimiento.
Vendido.
—Yo. Yo las voy a quitar.
Ni siquiera sé a dónde vamos. Sólo que, de repente, la llevo a través
de la sala de estar hacia la parte trasera de la casa para alejarla de la
multitud de ventanas que dan a la calle. Entramos en uno de los
dormitorios, uno que no parece estar ocupado, y cierro la puerta de una
patada tras nosotros, colocando a Taylor sobre sus pies.
Las palmas de mis manos sudan cuando la miro, observando
nuestra diferencia de altura y su expresión de confianza. Sus pezones están
rígidos, su cabello revuelto y sus mejillas sonrojadas. Estoy a una fracción
de segundo de ponerla de espaldas sobre la cama, subir su falda y frotarme
entre sus piernas. Pero no es un polvo rápido lo que estamos haciendo aquí,
¿verdad? Ella me pidió algo.
Ayúdame a aprender exactamente lo que quiero. Y cómo pedirlo.
Hay un propósito aquí. Si me olvido de eso...
Es una prueba demasiado grande de que ella me está afectando.
No lo hace, me aseguro, mientras saco mi arma. Poniendo el seguro
81
y colocándola en el tocador.
—Esto es lo que pasa, Taylor —digo, mi voz suena como una sierra—
. No sabrás lo que te gusta hasta que lo hayas probado. Puede que ni
siquiera te guste...
Sus pestañas cubren momentáneamente sus ojos, como si le diera
vergüenza. Que me jodan por estar tan excitado por eso.
—¿Rudo? —pregunta.
La saliva en mi boca se seca.
—Sí. Rudo. —Doy un paso en su dirección, mi pulso pasa de un
galope a un sprint—. Te mostraré un poco. Tú me dices si voy demasiado
lejos y cuándo.
—¿Deberíamos… designar una palabra de seguridad?
—No necesitamos una palabra de seguridad. Solo tienes que decir
que pare. —Las ganas de consolarla ganan antes de que tenga la
oportunidad de organizar una batalla. Tirando de ella por la parte delantera
de su camiseta sin mangas, sigo tirando hasta que mis labios se encuentran
con su frente y la beso allí—. Sé lo que significa parar, cariño.
Ella asiente. Confía en mí.
Mi corazón late más rápido.
Esto ya se está volviendo demasiado personal. Eso no es lo que ella
me pidió y, de todos modos, no tengo nada para dar. Con mucho más rigor
del previsto, abro la cremallera de su falda y la empujo hacia abajo más allá
de sus caderas. La suave tela mezclilla apenas se ha acumulado alrededor
de sus tobillos cuando agarro su trasero y la pongo de puntillas. El jadeo
que suelta contra mi garganta me quema. Una vez más, estoy a punto de
inmovilizarla en la cama y sacarnos la tensión a los dos, rápido y
furiosamente, pero de alguna manera, incluso con mi pene más duro que el
hierro, me contengo.
—¿Aún crees que quieres que te trate con rudeza?
A mitad de mi pregunta, ella ya está asintiendo ansiosamente.
Dulcemente.
¿Dulcemente? No reconocería la dulzura ni aunque me mordiera el
culo.
Con los dientes apretados, la hago girar para que se enfrente al
espejo de cuerpo entero que hay en la esquina de la habitación. Veo cómo
sus ojos se conectan con nosotros. El estudio de los contrastes lo hacemos 82
juntos. Ella con una camiseta de tirantes y bragas. Hermosa. Con los ojos
muy abiertos. Y luego yo detrás de ella. Un hijo de puta hastiado con barba
de tres días de casi el doble de su tamaño. Sin embargo, esto es lo que ella
pidió. ¿no es así? Todavía está de puntillas, con su sexy trasero a ras de mi
entrepierna ahora mismo, moviéndose suavemente de izquierda a derecha,
por una razón. Ha estado hambrienta de algo y no ha sido alimentada.
¿Cómo es posible sentirme aliviado por eso y encontrarlo inaceptable al
mismo tiempo?
Pellizco el dobladillo de su camiseta entre mis dedos, tomándome
unos segundos para rozar su vientre con mi pulgar, porque, maldita sea, es
tan suave. Su trasero deja de restregarse contra mí ante la acción, sus
párpados se agitan. Le gusta esto. Por mucho que quiera probar la rudeza y
rapidez, también le gusta que la toquen con delicadeza, y sabiendo que no
debería, lo guardo para más tarde. ¿Más tarde? Sí. No puedo evitarlo. No
puedo evitar catalogar la aceleración del pulso en la base de su cuello
cuando deslizo su camiseta por encima de la cabeza, dejándola en bragas
de color crema y un...
—¿Qué es esto? —pregunto, pasando mi dedo índice de un lado a
otro por debajo de la delgada correa sobre su hombro, miro hacia abajo por
encima de ella esas dos tetas llenas y maduras, envueltas en encaje. Se
hinchan cuando tiro de la correa. Mierda. Apenas puedo evitar gruñir—. No
es un sostén, pero tampoco es apto para el público.
—Oh, eh. Sí —murmura, su pecho sube y baja—. Es un bralette.
Nunca escuché hablar de uno.
—Bonito.
Sus ojos se dirigen a los míos en el espejo.
—No quiero ser bonita.
—Supongo que será mejor que lo quitemos entonces.
Veo cómo los dedos de sus pies se enroscan en la alfombra. Nerviosa
pero excitada.
—Bien.
En lugar de pasarlo por encima de su cabeza, la sorprendo bajando
las correas por sus brazos y arrastrando lentamente la delicada prenda de
encaje por su caja torácica, vientre y caderas. Y entonces me detengo,
colocando mi boca contra su oreja.
—Tira de él el resto del camino. Hasta los tobillos. 83
Ahora respira con más fuerza.
Sabe que algo va a pasar y tiene razón.
Sin embargo, no estoy operando algún tipo de juego aquí. Me estoy
moviendo en base a distintos reflejos que vienen directamente de esta mujer.
Cómo se mueve, cómo respira, qué significa cuando traga más fuerte de lo
habitual. Es como si me sintonizara con su canal y alguna fuente sin
explotar dentro de mí supiera qué tan rápido moverme, qué tan lento,
cuando ella está lista para más. Estoy demasiado hipnotizado por la visión
de su cuerpo sexy y bronceado en el espejo como para volver a preocuparme
por el hecho de que estos reflejos ciegos nunca han existido en mí antes.
Que son específicos para ella.
Taylor muerde su labio por un momento, luego agarra el bralette y
lo desliza hacia abajo sobre sus caderas de una manera que hace que sus
tetas desnudas se agiten. Redondeadas y llenas, con los pezones en punta.
Gimo ante la intensa oleada de presión entre mis piernas, desviando mi
atención del reflejo de sus senos para mirar hacia abajo, observo cómo se
inclina frente a mí con unas finas bragas, bajando el bralette por sus
rodillas, por encima de la curva de las pantorrillas, hasta que el encaje toca
el suelo.
Pero no dejo que se levante.
Deslizo mis dedos por su cabello y la mantengo inclinada, tirando
de su cabeza hacia atrás. Solo su cabeza. Lentamente aprieto mi agarre en
su cabello cada vez más hasta que gime.
—Jesús. Mírate. —Mi mano libre se retuerce en su ropa interior.
Retuerce y retuerce hasta que ella grita porque el material está muy
apretado sobre su coño. Separando sus labios y nalgas, aplicando presión a
todo lo que hay en el medio—. ¿Alguien te llamaría bonita ahora?
Todavía sujeta en esa posición inclinada, examina su reflejo con los
ojos vidriosos.
—No —dice hipando—. No.
—No. Yo tampoco. —Me inclino ligeramente hacia atrás, tirando de
sus bragas retorcidas hacia un lado, gimiendo ante lo que revelo—. Bueno,
déjame aclararlo. Puedo ver tu apretado culo y nada podría evitar que eso
fuera bonito, pero el resto de ti.... —Presiono mi entrepierna contra la tensa
curva de su culo, dejando que sienta el doloroso efecto que está teniendo en
mi polla—. Ahora eres una chica a la que le gusta follar sucio.
Un escalofrío sacude su cuerpo y siento el impulso más imperioso de
estrecharla contra mi pecho, calentarla. Decirle lo hermosa que es. Pero no
voy a fingir que no estoy disfrutando de esto. Lo que estamos haciendo
84
ahora. Taylor mirándose en el espejo. Ser testigo de la sorpresa que la
invade, el cambio en la forma en que se ve a sí misma. Está casi desnuda,
inclinada frente a un hombre sin escrúpulos, con sus pechos a la vista, la
boca hinchada, y las pupilas eclipsando sus iris.
Lujuria. Ella está en eso.
Dios mío, yo también.
Nunca he estado más duro en mi vida.
O al menos eso es lo que creo. Hasta que ella busca mis ojos en el
espejo.
Y dice:
—Más duro.
Tanta sangre viaja hacia el sur tan rápido, que casi me doblo encima
de ella. Estoy ansioso por bajar sus bragas y embestirla por detrás, así. Está
mojada. No necesito sentir su coño para saberlo. La evidencia es parte de
mi conciencia. Está en mis venas. Ella prácticamente está temblando frente
a mí, con su culo moviéndose hacia arriba y abajo en mi regazo. Caderas
inclinadas hacia arriba. Sé qué diablos me está pidiendo.
Retuerzo sus bragas con mi puño una vez más, el encaje se clava en
la piel sensible hasta que grita mi nombre y sus muslos empiezan a temblar.
—¿Quieres que azote este lindo trasero?
—Sí.
Mi mano ya se está moviendo, pero no para azotarla. Todavía no.
No, introduzco la mano entre sus piernas y masajeo su coño con
brusquedad, inclinándome para murmurar alabanzas contra su columna
vertebral. Atrayéndola tan cerca de mí que no puedo decir dónde termina
ella y empiezo yo. Estoy perdiendo el control. Ya no estoy pensando
objetivamente. La sensación me está guiando completamente, junto con un
ansia impulsora de su satisfacción. La mejor que jamás tendrá. En cuanto
comienza a presionar su sexo contra la palma de mi mano, la suelto, saco
la mano de entre sus muslos y le doy un azote en la suave curva de su nalga
derecha.
No sé lo que espero. Gratificación, sí. Una sensación de autoridad,
seguro.
Esas cosas las entiendo.
Pero al igual que aquella mañana, un salvaje sentido de la
85
responsabilidad se apodera de mí, exigiendo que la tranquilice
inmediatamente después. Como si fuera mi trabajo. Mi derecho. Toco el
lugar donde mi palma conectó y froto, mi boca besa su espalda y se entierra
en su cabello.
—Bien. Eres una buena chica.
Mientras beso su cuello, lamiendo los puntos sensibles y
susurrándole palabras al oído, vuelvo a levantar la palma de mi mano, la
bajo con más fuerza y ella gime:
—Sí, sí, sí —así que lo vuelvo a hacer. Repito el patrón tres veces
más. Azotar, calmar, azotar, calmar hasta que sus rodillas están tan débiles
que la estoy sosteniendo—. Más fuerte —susurra.
Y estoy acabado. Jodidamente acabado.
Puede que la esté dominando, pero ella me posee.
Dejo que Taylor se arrodille y me enderezo, luchando con la
cremallera de mis jeans. Mi compostura está en el incinerador. Todo lo que
escucho es que me pide que sea rudo. Brusco. Lo único en lo que puedo
pensar es en meter mi polla en su preciosa boca, y ella también quiere eso,
o no me estaría ayudando a bajar la cremallera sobre mi dolorosa
hinchazón. No estaría exhalando sobre mi vientre, besándome allí con su
lengua, totalmente desenfrenada, inclinando su rostro para encontrarse con
mi gimiente antelación, permitiéndome hundir mi polla en su boca sin
esperar, provocar o jugar. Sí. Dios, sí.
Solo con urgencia. Solo con brusquedad.
—Culpa de su tamaño a cada maldita cosa que haces. Nunca ha
estado más grande o más dura en mi vida. Un pequeño movimiento de ese
culo y estoy tieso. Mierda. Así de fácil. Estoy duro incluso cuando estás
enojada conmigo, nena.
Con el ánimo de darle lo que necesita (Cristo, ¿cuándo quise otra
cosa?) tomo dos puñados de su cabello, envuelvo los sedosos mechones
alrededor de mis muñecas y me hundo profundamente, entrando y saliendo
de su dulce y generosa boca, mis caderas se mueven hacia adelante y atrás
como un animal y a ella le encanta. Que Dios me ayude, me toma más
profundo de lo que jamás esperé que me ofreciera y más aún, metiendo su
lengua en mis hendiduras y crestas y usando sus manos para follarme con
su puño. He muerto y he ido al cielo. No, más arriba. Estoy en una tierra
prometida por descubrir.
—Eso es bueno, Taylor. Eso es jodidamente bueno. Lame lo que
hiciste. Chupa lo que hiciste. —En algún nivel indescriptible, sé que no voy 86
a sentirme completo a menos que esto termine dentro de ella. Quiero su
boca en la mía. Quiero mi cuerpo anclado a ella. Necesito su piel, su olor,
su calor—. Tú y esa boca provocadora suban a la cama —le digo con
brusquedad, saliendo de entre sus labios con un chasquido, instándola a
ponerse de pie, girándola y retrocediendo hacia la cama—. De espaldas,
Taylor. Quítate las bragas. Lo juro por Dios, te voy a follar de lado.
—Me gustaría mucho —dice sin aliento, cayendo sobre su espalda y
luchando por bajar su ropa interior. Hay un delicioso destello de piel
húmeda que me hace agua la boca…
El vidrio se hace añicos detrás de mí.
No lo pienso. Me tiro encima de Taylor, cubriéndola por completo con
mi cuerpo, rodeando su cabeza con mis brazos. Aguijones afilados de vidrio
aterrizan en mi espalda uno por uno, pinchazos ardientes que
definitivamente me hacen sangrar. Por el rabillo del ojo, veo una gran boya
roja y blanca que se detiene en el suelo, cerca del borde de la cama, y la ira
florece dentro de mí hasta un grado impío.
Taylor podría haber sido golpeada por esa boya.
—¿Qué… qué fue eso? —susurra, el miedo en su voz hace que mi
estómago se contraiga.
—Te tengo. Estás a salvo.
Mantente objetivo. Es más fácil decirlo que hacerlo. Estoy casi
mareado de rabia. Espero varios segundos para asegurarme de que no caiga
nada más. Luego deslizo a Taylor fuera de la cama y la llevo rápidamente
hacia la puerta del dormitorio, bloqueando la ventana con mi cuerpo todo el
camino.
—Ve al baño y cierra la puerta.
Ella duda, poniéndose de puntillas para mirar la ventana rota por
encima de mi hombro.
—Oh Dios mío. Incluso el vandalismo tiene un tema náutico.
¿Está haciendo bromas en un momento como este? Todo lo que
puedo ver es a ella inconsciente y sangrando en el suelo del dormitorio. Bajé
la guardia. La bajé.
—Vamos. Ahora.
Tan pronto como ella desaparece en el baño y escucho el clic de la
cerradura, abrocho mis jeans lo más rápido posible y corro hacia la parte
delantera de la casa, pistola en mano. Hay un par de luces traseras al pie
de la colina que da a la carretera principal, pero está demasiado oscuro para
87
obtener una descripción del vehículo, y mucho menos un número de
matrícula.
—¡Maldita sea!—gruño entre dientes y saco mi celular para llamar a
la policía.
Un momento después, una voz me responde al oído, pero tengo que
colgar porque no estoy preparado para responder. Pienso en la mujer que
hay dentro. En lo completamente perdido que he estado en ella durante la
última media hora. Lo suficientemente perdido como para dejar de prestar
atención, mi eficacia se vio comprometida. Y debido a eso, ella podría haber
resultado herida. Un día cerca de Taylor y no solo estoy rompiendo mi regla
sobre no dejar que mis emociones se involucren mientras trabajo en un
caso, la estoy destrozando.
Y ahora que es evidente que hay una amenaza real hacia ella, no
puedo permitir que vuelva a suceder.
Capítulo 9
Taylor

Anoche fue un desastre.


De muchas maneras.
Lo que pasó con Myles…
Bueno, no estoy segura de lo que pasó con Myles.
Debo ser extremadamente ingenua porque cuando me llevó a casa,
pensé que íbamos a besarnos. Un poco de toqueteo. Tal vez, a lo sumo,
algunas caricias intensas. No culpo a las mujeres por tener sexo en la
primera cita. De hecho, creo que es un maravilloso ahorro de tiempo,
descubrir por adelantado si tienes un fracaso. En el pasado, he necesitado
88
varias citas antes de sentirme cómoda estando a solas con el hombre, y ni
hablar de permitirle entrar en el santuario interior.
Solo ha sucedido unas pocas veces en mi vida. Soy muy difícil de
convencer.
No para Myles, aparentemente. Tan pronto como puso sus manos
sobre mí, fue una carrera hasta la línea de meta. No pude acercarme lo
suficiente. No pude experimentar lo suficiente. Mi pulso acelerado, boca
seca, piernas temblorosas, bragas empapadas. ¿Quién era qué?
Me gusta eso.
Saliendo de la cabina de ducha acristalada, me seco lentamente
mientras me miro en el espejo, giro la cabeza a izquierda y derecha para
observar las tenues marcas causadas por su barba en mi cuello. Un
escalofrío caliente me recorre, baja hasta los dedos de mis pies y deja un
hormigueo. Todavía estoy excitada. Nunca bajé, no en toda la noche, a pesar
de que la policía ha llegado para tomarnos declaración y tratar con un Myles
súper enojado. Anoche, en cuanto me dejó salir del baño, se paró detrás de
mí con los brazos cruzados y el ceño fruncido mientras yo hablaba con la
policía. Y luego me llevó al piso de arriba, me depositó sin contemplaciones
en el dormitorio... y nunca más regresó.
Tomo la parte superior del bikini de la percha y me la pongo. El
nailon roza mis sensibles pezones y suelto una exhalación agitada. Mis ojos
se cierran automáticamente y las escenas comienzan a reproducirse en mi
mente, como lo han hecho toda la noche. La forma en que miraba mis
pechos. Con hambre. Su puño retorciendo la parte trasera de mis bragas,
presionando el encaje entre mis piernas hasta que un pequeño tirón podría
haberme provocado un orgasmo. El suave y pesado deslizamiento de él en
mi boca y la forma en que se elevaba sobre mí, empujando las caderas con
movimientos bruscos. Haciendo gala de su autoridad mientras estaba
totalmente a mi merced. Nunca me había sentido tan increíble. Tan audaz.
Me inclino hacia delante y apoyo los antebrazos en el lavabo. Todavía
estoy ligeramente húmeda por la ducha y ahora presiono mis muslos. Con
fuerza. Veo cómo mi aliento empaña el espejo. Lo imagino detrás de mí,
corpulento e irritable. Se quita la camiseta y la tira al suelo, agarra mis
caderas y las empuja hacia su regazo.
Buena chica, dice. Y yo apenas consigo contener un gemido. ¿Por qué
me gusta tanto? Debería odiarlo. No debería querer que me ponga de rodillas
y se tomara libertades con mi boca cuando este hombre ha sido un idiota
tan impío conmigo, pero me siento tan atraída por él que me duele. El
escozor de su palma en mi trasero me despertó, me hizo jadear en busca de 89
aire, de cordura. Estaba dolorosamente despierta... y aunque quiero más,
estoy preocupada. Le dije que no dejaría que mis cuerdas lo aten, y lo dije
en serio.
Lo dije en serio.
Pero no esperaba cómo le respondería. Así que probablemente sea lo
mejor que no haya vuelto anoche a terminar lo que empezamos. Es mejor
que dé un paso atrás.
Sin embargo, no hay ninguna ley que prohíba fantasear.
El permiso me hace aflojar las extremidades. Hace que mi respiración
se acelere mientras me inclino hacia delante sobre el lavabo y presiono la
boca contra el pliegue de mi codo, mientras dos dedos se introducen
lentamente entre los pliegues suavizados por la ducha. Un sonido sale de
mí cuando encuentro mi clítoris, acariciando los bordes. Rodeada como
estoy por el vapor de la ducha, el baño es íntimo. Estoy sola. Se me permite
hacerlo. Paso mis dientes por la sensible piel interior de mi brazo y presiono
mi clítoris, frotándolo con más fuerza de lo que lo haría normalmente,
intentando perseguir el subidón de anoche, aunque sé, de alguna manera,
que él es el único que puede dármelo.
Sin embargo, puedo encontrar un poco de alivio. Puedo...
—¡Taylor! —La voz de mi hermano suena a lo lejos, proviene de más
allá del baño y el dormitorio. En el pasillo—. El desayuno está en la mesa.
Hice waffles. Pensé que podríamos usar ese jarabe de moras casero que
compramos en el mercado ayer por la mañana.
Mi frente golpea el espejo.
—Maldita sea —susurro, con la respiración agitada, no tengo idea si
todavía estoy resbaladiza por la ducha o cubierta de sudor. No puedo creer
que no haya empacado mi vibrador. Me pareció una cosa muy rara para
traer en unas vacaciones con mi hermano. No tengo mucha práctica con la
masturbación manual. Por lo que sé, esto llevará toda la mañana. Enviarán
un grupo de búsqueda y me encontrarán aquí dentro intentando convencer
a mis dedos de que vibren.
—¿Estás bien ahí dentro? —grita Jude.
—Sí —grazno, aclarando mi garganta y apartándome del lavabo.
Anoche Jude entró por la puerta principal mientras me interrogaba la policía
y se puso blanco como las plumas de un cisne. Lo último que quiero hacer
es preocuparlo más—. Ahora mismo bajo.
Abanico mi cuello enrojecido de camino al dormitorio, poniéndome
la parte inferior del traje de baño y un par de pantalones sueltos de algodón
90
negro. Al menos, una cosa buena salió de mi noche de insomnio. Para
distanciarme un poco del cazarrecompensas y recuperar el control de estas
vacaciones, he reservado un Groupon para una clase de buceo para hoy.
Todo el camino al otro lado de Cape.
Sí. Distancia.
Perspectiva.
Ambas cosas buenas.
Por eso estoy de pie junto a la ventana, mirando hacia abajo donde
Myles durmió anoche. En el porche de la casa con una pistola en su cintura.
Ahora sigue allí, mirando algo en su teléfono. Hay un cuaderno apoyado en
su muslo.
De espaldas, Taylor. Quítate las bragas. Juro por Dios que te voy a
follar de lado.
Mi sexo se contrae al recordar lo que casi hicimos. Habría sido
salvaje, dándole la bienvenida a su fuerza, rogándole que la usara conmigo.
Y él lo hubiera hecho. No puedo evitar estar agradecida con Myles. Por una
vez, un hombre que no me trata como si fuera buena para presentarle a
mamá y nada más. Anoche fui un ser sexual. Una mujer.
Desafortunadamente, no solo me sentí físicamente cerca del
cazarrecompensas. Mucho más pasó por darle mi confianza. Más de lo que
me había dado cuenta. Y cuando no volvió anoche, me dejó expuesta. Una
cometa en el viento. No me di cuenta de que tendría ese tipo de efecto en mí
y no creo que deba dejar que vuelva a suceder. No cuando ha dicho muy
claramente que le escupe en el ojo al amor, la tradición y todo lo que estoy
buscando.
Como si pudiera sentir mis ojos recorriendo la gruesa anchura de
sus hombros, Myles inclina la cabeza hacia atrás y nuestras miradas chocan
a través de la ventana. Su expresión se caldea, su boca se presiona en una
línea sombría. Cuando el aleteo en mi estómago comienza a extenderse
hacia abajo, doy un paso atrás apresuradamente, tomo el cepillo de la cama
y lo paso rápidamente por mi cabello. Me pongo un poco de crema hidratante
con filtro solar y aplico un poco de bálsamo labial de manzana antes de salir
del dormitorio. Cuando bajo las escaleras, mi hermano está sentado en la
mesa de la cocina frente a su plato de waffles sin tocar.
—Deberías haber empezado sin mí.
—Oye. —Él ignora eso, pasándome el jarabe de moras tan pronto
como me siento—. ¿Cómo te sientes? 91
Ambos nos giramos para mirar la habitación de invitados del primer
piso. El vidrio ha sido barrido hacia una esquina y un grueso plástico ha
sido pegado sobre la ventana.
—Bien. ¿Crees que debería llamar a Lisa y explicarle lo que pasó con
la ventana? Odio molestarla por algo tan estresante cuando está de duelo
por su hermano.
Jude mastica los dientes de su tenedor.
—Probablemente Myles ya llamó a Lisa. Mencionaste que solo está
haciendo este trabajo como un favor a su novio, pero todavía tiene que
mantenerla al tanto de los acontecimientos. Y una boya a través de la
ventana fue definitivamente un acontecimiento.
—Sí —suspiro—. Probablemente tengas razón.
Nos quedamos en silencio mientras untamos mantequilla en
nuestros waffles y los rociamos con jarabe.
—Hablando del investigador privado... —Jude entorna un ojo en mi
dirección y baja la voz—. Cuando le dijiste a la policía que Myles y tú “solo
hablaban” en el dormitorio durante el incidente de la boya, estabas haciendo
ese parpadeo rápido que haces cuando mientes. —Sus labios se tuercen
para ocultar una sonrisa mientras clava su tenedor en un trozo de waffle—
. No estoy siendo entrometido. Solo… ya sabes. Estoy sorprendido por tu
elección de las vacaciones. No en el mal sentido. Solo en un sentido de
sorpresa.
Mi rostro tiene el color de una señal de stop.
—Quiero decir, hubo conversaciones mientras estábamos en el
dormitorio. Eso no fue una mentira total.
Jude me mira mientras mastica, divertido y sin decir nada.
—Yo... —Tanteo con mis cubiertos—. Bueno...
—No tienes que decírmelo, T.
—Quiero hacerlo. Es que normalmente eres tú quien me habla de su
vida amorosa. Por lo general, no es así.
Sonríe alrededor de un bocado.
—Eres muy amable al llamar vida amorosa a mis ligues sin sentido,
T.
—¿Has hablado con Dante últimamente? —pregunto antes de poder
pensarlo mejor.
Jude deja de masticar y mira rápidamente su plato. Cuando
92
finalmente traga, es como si estuviera tragando un anzuelo. ¿Por qué diablos
dije eso? Qué estúpida he sido al mencionar a su mejor amigo al mismo
tiempo que su vida amorosa. Ahora parece que estoy mezclando una cosa
con la otra y definitivamente no es el caso. Probablemente. No lo sé.
—No. Está filmando, creo. —Se ríe, pero me doy cuenta de que es
forzado—. La semana pasada estuvo en Singapur. Esta semana está en
Nueva York. No lo sé. Ya no puedo seguirle la pista. Dejé de intentarlo.
Solo déjalo estar.
Tengo muchos problemas para hacer eso últimamente.
—Solía llamar los domingos. ¿Ya no lo hace?
Jude vacila.
—Sí lo hace. Es solo que... suele estar en medio de algo. O se
equivoca con los husos horarios y yo estoy durmiendo. —Hace rodar un
hombro—. Eventualmente nos pondremos en contacto.
Asiento.
—Bien. Salúdalo de mi parte.
—Lo haré. —Jude inclina la cabeza hacia el porche donde Myles se
pasea de un lado a otro, hablando en voz baja en su teléfono—. Acampó allí
toda la noche. Protegiéndote.
—Protegiéndonos —aclaro, lamiendo el jarabe de la punta de mi
meñique—. Y creo que solo está al acecho para poder atrapar al perpetrador
si regresa a la escena del crimen.
—¿Estás segura de eso? —Me alegra ver la diversión característica
en el rostro de Jude. Solo que no sobre esto—. El tipo parece un poco
enamorado.
Una risa escéptica brota de mí.
—¿Cuál es tu definición de enamorado? Porque anoche, estoy
bastante segura de que me llamó “novigodzilla de primavera esperando a
que suceda”.
Jude se atraganta y me pongo en pie de un salto, preparada para
realizar la maniobra de Heimlich.
Con los ojos llorosos, me hace un gesto para que me siente.
—Estoy bien. Dios mío, no lo hizo.
93
—Sí lo hizo.
—¿Y aún así... hablaste... con él? ¿Antes de que la boya estallara el
vidrio?
—Sí. —Acabo de tomar el tenedor, pero lo vuelvo a dejar con un
golpe—. Dios mío, me enrollé con él después de que me llamara futura
novigodzilla. ¿Qué me pasa?
Jude suelta un suspiro.
—Quizá te atrae su honestidad.
—Tal vez. O tal vez le meta este tenedor en el recto...
Alguien se aclara la garganta desde la entrada principal.
La cabeza de Jude y la mía giran rápidamente para encontrar a Myles
apoyado en el marco de la puerta, con el cuaderno a su lado. Observándome.
Cauteloso, como siempre.
—Buenos días —dice, arrastrando las palabras, apartándose del
marco y entrando en la cocina—. Voy a robar un poco de café. Supongo que
no les importará, ya que pasé la noche protegiendo sus traseros.
—Nadie te pidió que lo hicieras —digo alegremente—. Podemos
cuidarnos solos.
Él gruñe, los músculos de su espalda se mueven debajo de su
camiseta mientras llena una taza.
No me interesa en absoluto la forma en que esos viejos jeans abrazan
su trasero.
No podría importarme menos.
Jude mira entre Myles y yo, cada vez más incómodo. Mi hermano
odia los silencios prolongados. Ambos lo odiamos, en realidad, porque mis
padres impusieron la norma de no hablar durante la cena después de días
de trabajo especialmente agotadores. Ellos estaban cansados. Nos colocaron
ordenadamente en nuestras cajas y nada de lo que dije podría cambiar su
impresión de mí. Si montaba en bicicleta sin manos durante cinco segundos
o me ofrecía a decir el juramento de lealtad a la bandera por el altavoz en la
escuela, para ellos seguía siendo la Taylor segura. En algún momento, dejé
de intentar hacerlos cambiar de opinión. Y la mía propia.
Hace años, Jude y yo nos sentábamos en silencio en la mesa del
comedor, uno al lado del otro, llenos de noticias de la escuela y amistades,
nos veíamos obligados a tragarlas hasta que pudiéramos hablar de ellas más
tarde, a solas en el pasillo entre nuestras habitaciones. Ahora, como
adultos, tendemos a charlar para llenar los vacíos de conversación, 94
especialmente en las comidas. Esta vez no, intento comunicarme con un
movimiento de cabeza hacia Jude, pero él se pone rojo por la necesidad de
decir algo, lo que sea.
—Tírate un waffle, si quieres —dice Jude, sonando como un globo
reventado—. La plancha todavía está encendida.
El cazarrecompensas me sonríe por encima de su estúpidamente
enorme hombro.
—No te preocupes si lo hago.
Jude articula una disculpa. Su teléfono se enciende sobre la mesa,
distrayéndolo momentáneamente. Con un trago, mete rápidamente el
aparato en el bolsillo de sus pantalones cortos. La acción no se me escapa,
pero no puedo cuestionarla en este momento. No con un ogro entre nosotros.
—¿Qué hay en la agenda del día, grandullón? —Jude le pregunta al
cazarrecompensas—. ¿Persecución de autos? ¿Tutorial de contorno de tiza?
Sacudo la cabeza hacia mi hermano con decepción.
—No comparto pistas con sospechosos —afirma el exasperante
hombre.
—¿En serio? —exclamo—. ¿Seguimos siendo sospechosos incluso
después de que alguien lanzara una boya por nuestra ventana?
—Jude no tiene coartada durante el tiempo del lanzamiento de la
boya. Podría haber sido él tratando de sacarme de tu camino.
Basada en el tono de voz casual del cazarrecompensas, y el hecho de
que su espalda está frente a mí a pesar de que hay una variedad de cuchillos
sobre la mesa, en realidad no sospecha de nosotros. Pero el hecho de que
no nos borre de la lista ni comparta libremente la información me enoja de
todos modos.
—Debería haber llamado a la policía anoche cuando encontré el
arma, en lugar de a ti. El oficial Wright es mucho mejor comunicándose.
—Wright se va de la lengua. Para empezar, no debería haberte dicho
una mierda. —Estaba equivocado. Myles no está en un estado de ánimo
casual en absoluto. Cuando se da la vuelta, sus nudillos están tan blancos
alrededor de la taza de café, que me preparo para que se rompa—. Estas son
las consecuencias de que haya compartido información clasificada contigo.
Ahora hay alguien ahí fuera enojado porque estás indagando. Lo
suficientemente enojado como para hacer algo que podría causar que te
lastimes. ¿Entiendes eso? 95
Me giro en mi asiento.
—Usa tu voz interior, por favor. No es necesario que me grites.
—No estoy gritando.
—¡También podrías estar gritando!
Me mira como si me hubiera salido un cuerno en el centro de la
frente.
—¿Cuáles son tus planes para el día? No quiero que vayas a ningún
lado sin mí.
— A menos que quieras hacer buceo, será bastante difícil.
—Buceo. —Hace una pausa en medio de verter la masa en la
plancha—. ¿Alguien te envió una clara amenaza anoche y vas a bucear?
—Jude es increíble en cualquier cosa relacionada con el agua —digo,
acariciando su brazo—. No hay razón para que dejemos que una ventana
rota arruine sus vacaciones.
—Nuestras vacaciones —me corrige mi hermano.
—Sí, eso es lo que quise decir.
Cuando se hace silencio en la cocina, me giro para encontrar a Myles
frunciendo el ceño. Parece que quiere decir algo, pero tose en un puño y se
gira para controlar su waffle.
—Eres una de esas personas que planea un montón de actividades
en vacaciones, en lugar de acostarte en la playa y tomártelo con calma como
todos los demás, ¿no?
—Puedo acostarme y relajarme en casa. Las vacaciones son una
oportunidad para hacer. —Pongo más jarabe de mora en mi plato para
mojar—. ¿Qué haces para divertirte en vacaciones? ¿Burlarte de los bebés?
¿Empujar a las ancianas por colinas empinadas en carritos de compras?
Jude resopla en su café, claramente entretenido.
Sin embargo, Myles no nos da la satisfacción de una réplica. No, deja
caer su plato sobre la mesa y se sienta, tomando un largo sorbo de café.
—Cancela el buceo, ¿de acuerdo?
—De ninguna manera.
—Tengo que reunirme con la policía hoy. Han accedido a compartir
una copia del informe balístico. El forense volverá hoy o mañana con un
TOD. No tengo tiempo para hacer de niñera mientras miras las estrellas de
96
mar.
—TOD es horario de muerte—le susurro a mi hermano a través de la
mesa.
Jude deja su taza, ofendido.
—Muy bien, mira —dice, mirando a Myles—. Está claro que tú estás
mucho más calificado para actuar como guardaespaldas, pero yo estaré con
ella cuando vayamos a bucear. No dejaría que le pasara algo a mi hermana.
—Tienes razón, estoy mucho más calificado —dice Myles sin perder
el ritmo.
Todo rastro del carácter afable de Jude ha desaparecido.
—Puedo arreglármelas solo.
Myles levanta una ceja dubitativa hacia Jude, sorbiendo
tranquilamente su café.
Eso es todo. Voy a apuñalarlo.
Doble homicidio en el Cape. Va directamente a la cima de las listas
de podcasts.
—Pareces dudoso. ¿Por qué? —Jude se recuesta en su silla—.
¿Porque soy gay?
El cazarrecompensas alcanza tranquilamente el jarabe.
—No. Mi hermano es gay y le daría un susto de muerte a un buey.
Jude inclina la cabeza hacia mí.
Como diciendo, no lo vi venir.
Únete al club. No he previsto ninguna de las curvas que me ha
lanzado este hombre. De hecho, recién ahora recuerdo cómo me habló
anoche en la playa sobre su divorcio y el caso de secuestro. Lo compartió
conmigo. Y mi instinto me dice que eso no fue fácil para él. O típico. No es
muy fácil de meter en una caja etiquetada, hombre. Maldita sea.
—Dijiste... —Continúo comiendo, porque necesito algo que hacer con
las manos—. ¿No dijiste que tu hermano es detective en Boston?
El cazarrecompensas asiente bruscamente.
—De camino a un ascenso, lo último que escuché.
—¿No hablas con él muy a menudo? —pregunta Jude.
—Nunca. Y antes de que preguntes, no es porque sea gay. —Mete un
97
bocado en su boca y sigue hablando como si estuviéramos comiendo en un
granero—. No hablamos porque es un imbécil. —Golpea el aire entre
nosotros con un tenedor—. ¿Adónde vas a bucear? Llamaré y lo pospondré
por ti.
La sonrisa que le envío es pura sacarina.
—Acompáñanos si es necesario, pero vamos a bucear. Ya pagué el
Groupon.
—Oye—Jude levanta su teléfono, cuya pantalla está cubierta de
mensajes—. ¿Te importa si invito a los chicos de las hamburguesas de ayer?
Se me escapa una risita.
—¿Así es como los agendaste en tu teléfono?
Jude sonríe.
—Sí. Aquí también hay un asterisco y una nota. —Se lleva el teléfono
a los labios—. Al rubio le gustaban las cebollas asadas y el chucrut en su
hamburguesa. Evitar contacto.
—Buena decisión. —Me levanto y empiezo a recoger los platos—. Sus
nombres eran Jessie, Quinton y Ryan. E invítalos, por supuesto, cuantos
más mejor.
Jude duda, dividiendo una mirada entre Myles y yo.
—Ryan es el heterosexual que acaba de obtener su Máster en
finanzas, ¿verdad?
Tengo que pensarlo. Mi mente estaba bastante atrapada en el caso
de anoche. Y en cierto cazarrecompensas gruñón, pero no admitiré esa parte
ante nadie.
—Sí, creo que sí.
Mi hermano tararea.
—Preguntó por ti, T. Después de que te fueras. Se decepcionó cuando
no volviste.
El cuchillo de Myles raspa su plato, largo y sonoro.
Lo miramos fijamente esperando una explicación.
Los segundos pasan.
—Mantén las distancias con los chicos hamburguesas —dice Myles,
finalmente—. Ellos también son sospechosos.
Jude y yo levantamos las manos. 98
—Oh, vamos. Eso no tiene ningún sentido —digo—. ¿Qué posible
motivo podrían tener?
—Puede que no esté claro hasta que sea demasiado tarde. —El
cazarrecompensas señala con la barbilla a Jude—. ¿Los conociste en la
playa?
—Sí... —Jude responde con cautela.
—¿Se presentaron a ti? ¿O al revés?
—Se acercaron a mí. —Jude pule una manzana invisible en su
camisa—. Suelen hacerlo.
—El culpable suele encontrar la manera de introducirse en la
investigación. —Myles empuja su silla hacia atrás con un ruidoso chirrido y
lleva su plato al fregadero, frunciéndonos el ceño por encima de su
hombro—. Por lo que sé, todos ustedes podrían estar confabulados.
Finalmente me doy cuenta. Está jugando con nosotros.
—Este es tu lado juguetón, ¿no? Pareces un oso con la pata atrapada
en una colmena, pero en realidad estás bromeando.
Myles ignora totalmente mis hipótesis de camino a la puerta
principal.
—Iré al centro a recordarle a la policía que no me voy. Volveré en
media hora. —Se pone un par de lentes Ray-Ban, pero éstos no ocultan su
expresión agria—. Supongo que iremos a bucear.
—¡Gracias de antemano por espantar a todos los peces!
Las bisagras de la puerta traquetean tras su marcha.
—Ay Dios mío. —Jude se recuesta en su silla, con una expresión de
diversión—. La tensión sexual entre ustedes dos se ha intensificado. No creí
que eso fuera posible.
—No hay... —Mis hombros se desploman. Finjo que lloro—. Bien. Lo
sé.
—Quizá sea la aventura perfecta para las vacaciones —señala con su
tenedor—. Ni siquiera se gustan. No hay posibilidad de que nadie se
encariñe.
El motor de una motocicleta se enciende fuera, acelera y ruge calle
abajo.
Y luego desaparece por completo.
—Sí. —Me obligo a sonreír—. Es perfecto. 99
Unos minutos después, estoy en el fregadero limpiando los platos del
desayuno cuando llaman a la puerta. Intercambio una mirada de sorpresa
con Jude, que sigue sentado en la mesa revisando su teléfono.
—Ya voy yo —dice.
Saco un cuchillo de carnicero del bloque de madera de la encimera.
—Te acompaño.
Jude ahoga una risa con la mano.
—Ni en un millón de años podrías usar eso para otra cosa que no
sea picar cebollas.
—Podría cortar a alguien —le susurro—. Lo suficiente como para
aturdirlos y salir corriendo.
Él revuelve mi cabello, me atrae a su lado y juntos nos acercamos a
la puerta. Cuando llegamos a la entrada, se inclina y observa por la mirilla,
balanceándose sobre sus talones con mucha menos tensión en su cuerpo.
—Es una mujer. Joven. No la reconozco.
Es mi turno para mirar por la mirilla.
—Hmm. ¿Podemos ayudarla? —grito a través de la puerta mientras
hago un movimiento de apuñalamiento con el cuchillo. Los hombros de Jude
tiemblan con silenciosa diversión.
—¡Sí! ¡Hola! —responde la mujer alegremente—. Tengo una pregunta
rápida sobre el reciente asesinato que tuvo lugar al otro lado de la calle.
¿Podría ayudarme?
—¿Cuál es su pregunta?
Duda.
—Realmente no me siento muy cómoda haciendo esto a través de la
puerta.
Me encojo de hombros ante mi hermano. Él también se encoge de
hombros.
—Nosotros dos. Ella uno —susurra—. Además, estás armada.
—Cierto. —Giro la cerradura—. Bien, vamos a salir.
Tan pronto como la puerta se abre, un hombre aparece a la vista.
Con una cámara al hombro.
La mujer saca un micrófono de su espalda y lo pone frente a mi
100
rostro.
— ¿Es cierto que usted es quien descubrió el cadáver?
Parpadeo al ver mi reflejo en el objetivo de la cámara.
—Um...
Con una maldición, Jude me hace entrar en la casa y cierra la
puerta. Pero no antes de que la periodista pueda lanzar una segunda
pregunta.
—Nuestras fuentes nos dicen que alguien lanzó una boya a través de
tu ventana anoche. ¿Es cierto que eres un objetivo?
Jude gira la cerradura.
Nos alejamos lentamente de la puerta.
—Un objetivo —resoplo—. Eso es un poco extremo, ¿no?
—Muy extremo —confirma Jude—. ¿Verdad, T?
Realmente no me he tomado el tiempo necesario para procesar las
repercusiones de la boya lanzada a través de la ventana, pero el hecho de
que me lo hayan expuesto en términos tan crudos hace que mi estómago
burbujee.
—No le mencionemos esto al cazarrecompensas. En caso de que no
esté encantado de que aparezcamos en una cámara que sin duda estaba
grabando —sugiero, dejando el cuchillo en la superficie más cercana—.
Probablemente no sea gran cosa. No es como si le hubiésemos respondido.
La risa de mi hermano se convierte en un trago.
—Cierto.
—Quizá deberíamos irnos antes de que regrese.
—Me has leído la mente.

101
Capítulo 10
Myles

No hace falta decir que no estoy de buen humor cuando entro en el


estacionamiento de Something is Fishy Snorkel ‘n’ Fun. El auto de Taylor
está aquí, junto con otros dos que no reconozco. Ya odio a quienes los
conducen.
Se fueron sin mí.
Volví del centro y su auto no estaba. Me tomó menos de diez
segundos forzar la cerradura de la puerta trasera y fue una auténtica delicia
encontrar un cuchillo de carnicero descartado al azar, sin que nadie
estuviera cerca para pedir explicaciones. Mi acidez estomacal está actuando 102
como un hijo de puta. Estoy convencido de que mis antiácidos han sido
sustituidos por un placebo. Debería estar investigando el asesinato de Oscar
Stanley y, en vez de eso, estoy persiguiendo a una profesora de segundo
grado por todo el puto Cape Cod. Porque la posibilidad de que ella esté en
potencial peligro me tiene en vilo.
Y porque ella también es sospechosa, me veo obligado a recordarlo.
Definitivamente, no voy a caminar por la playa con botas de punta
de acero porque la idea de verla en traje de baño frente a otros hombres me
da un dolor de cabeza tremendo.
Eso no tiene nada que ver.
Demuestro que soy un mentiroso casi inmediatamente. Taylor
aparece a la vista, con la parte inferior de un bikini y una camiseta de
neopreno, sonriendo y asintiendo al instructor como una alumna de
sobresaliente. Junto al instructor hay otros cuatro hombres presentes. Jude
está aquí, por suerte. No me importa su hermano. Parece decente. Pero hay
un tipo, supongo que es el Master en finanzas Ryan, que parece mucho más
interesado en el cuerpo de Taylor que en la masa de agua detrás de él, y la
quemadura se dispara en mi garganta como un géiser.
¿Cuántos hombres muestran interés por ella al día? ¿Diez? ¿Veinte?
Se está volviendo ridículo.
Estoy metiendo un puñado de antiácidos en mi boca cuando Taylor
me ve.
—Oh —dice débilmente—. Nos encontraste.
Le envío una mirada mortal a Ryan mientras aplasto las pastillas
blancas entre mis dientes.
—¿C-cómo nos encontraste exactamente?—pregunta Taylor.
—Busqué el lugar de buceo con el nombre más estúpido —le
informo—. Solo tú podrías escoger un lugar llamado “Something is Fishy”.
Jadeando, le lanza una mirada al instructor.
—Él solo está bromeando.
—Está bien. Mi hija lo nombró cuando tenía once años. —Hay una
bolsa de red llena de equipamiento situada en la arena a los pies del hombre
y ahora hace un gesto hacia ella—. ¿Se unirá a nosotros? No estoy seguro
de tener unas patas de ranas lo suficientemente grandes…
Me quito las botas de una patada. Dejo mis calcetines en la arena.
—Me las arreglaré.
El instructor empieza a repartir el equipo. Combos de gafas, snorkel
103
y patas de rana. Chalecos salvavidas. Tomo todo lo que me da, pero ya puedo
decir que nada va a caber, así que no me pongo nada. Taylor me mira con
el ceño fruncido todo el tiempo. Bueno. Bien.
—Muy bien, vamos a dividirnos en grupos de dos —dice el instructor.
—Taylor... —Ryan comienza.
Ella se gira en su dirección.
Por encima de la cabeza de Taylor, le prometo una muerte lenta con
mi mirada.
«Vete a la mierda» articulo, con mucha precisión.
—Voy a formar pareja con Quinton —espeta, fingiendo interés en una
de las hebillas de su chaleco salvavidas—. P-pero te alcanzaré en un flippity
flop, ¿sí?
Los demás se alejan por la playa con su equipo, escuchando al
hombre mayor explicar cómo evitar que sus gafas se empañen. En lugar de
seguirlos, Taylor se cruza de brazos y ladea una cadera en bikini, haciendo
que mis dedos piquen por tirar de las cuerdas.
—¿Has escuchado eso? —Dejo caer todo el equipo, excepto las gafas
y el tubo de buceo—. Te alcanzará en un flippity flop.
—Oh, cállate.
La mirada que me lanza es puro veneno. Tengo tantas ganas de
besarla que se me hace un nudo en el estómago. No te atrevas. Un molesto
sentido de la autopreservación me advierte que no puedo acostumbrarme a
tener mis manos y mi boca sobre ella. No puedo convertirlo en un hábito o
será imposible romperlo. He decidido alejarme de esta mujer o correré el
riesgo de distraerme demasiado.
Si me pongo en situación de cometer otro error de vida o muerte,
¿qué sentido tenía salir de Boston en primer lugar? ¿No entregué mi placa
y me fui para no tener el poder de leer mal las evidencias y arruinar otro
caso? ¿Otro conjunto de vidas?
Interpretando claramente mi silencio como irritación con ella, Taylor
gira sobre sus talones en la arena y se pavonea hacia el otro lado de la
ensenada.
—¿Podrías quedarte en la playa, por favor? En realidad, me gustaría
divertirme.
Por supuesto, la sigo, fascinado por la forma en que la pequeña parte
inferior del bikini se desliza por la dulce hendidura de su trasero, revelando
más y más a medida que avanza.
104
—Ya lo escuchaste, media pinta —digo con brusquedad—. Es un
sistema de amigos.
—Obviamente, nunca seremos amigos. —Sus pasos se ralentizan un
poco—. No, a menos que quieras compartir con la clase todo lo que
aprendiste en la comisaría.
—No. ¿Quieres decirme por qué había un cuchillo en la puerta de tu
casa?
—No.
Mis dientes rechinan. No solo porque estamos en desacuerdo y
descubro que realmente no... disfruto de eso. Ser combativo con las
personas es normal para mí. Así es como mi familia se comunicaba. Con
hechos contundentes, peleas e insultos. Honestamente, me importa un
bledo que la gente piense que soy un bastardo desagradable. Y me da
vergüenza admitirlo, incluso a mí mismo, pero me gustaría que Taylor me
sonriera más. Ella lo hizo ayer, ¿no? ¿Qué tengo que hacer para que haya
más sonrisas?
No hay nada peligroso o irresponsable en sonreír.
Es más seguro que dormir juntos. ¿Verdad?
Anoche en la playa, cuando le conté algunas de las partes más feas
de mi pasado, hizo mucho más que sonreírme. Tengo que asegurarme de
que no volvamos a llegar a ese punto, por su seguridad y por el bien del
caso, pero cuanto más tiempo paso con ella enfadada conmigo, más inquieto
me siento. ¿Por qué no puedo ser indiferente con ella como lo soy con todos
los demás?
No tengo las respuestas. Solo sé que no me gusta que se aleje de mí
enojada.
Decepcionada.
Esa confianza que me dio anoche... no puedo evitar querer otra dosis.
Tengo que ceder terreno para recibir algo, ¿no?
Mierda.
—Escucha, Taylor... —Agarro su codo y la detengo, tratando de no
obsesionarme con lo suave que es. En todas partes. Aunque, también podría
admitirlo. He perdido la batalla por obsesionarme con su cuerpo en este
punto, como lo demuestra el hecho de que llevo sus bragas rojas de encaje
para ligar en mi bolsillo trasero desde el jueves—. La hora de la muerte llegó
pronto. Oscar llevaba muerto veinticuatro horas cuando lo encontraste. Tus 105
coartadas fueron comprobadas. Así que…
Su rostro se ilumina y mi acidez estomacal se evapora.
—¿Ya no somos sospechosos?
—No.
—Vaya. —Ella suelta una carcajada—. Odiaste decirme eso,
¿verdad?
—Sí. —Vaya. Esa respuesta fue demasiado rápida para ser creíble.
Coloco las manos en mis caderas, pero las dejo caer casi inmediatamente—
. No. No lo odié.
Me mira entrecerrando los ojos por el sol. No tiene gafas de sol.
Sin pensarlo, me quito las mías y se las pongo a ella.
Le quedan tan grandes que se deslizan hasta la punta de la nariz y
se queda momentáneamente bizca viéndolas deslizarse. ¿Por qué siento que
hay alguien haciendo gimnasia en mi pecho?
—Bueno. —Muevo la cabeza hacia la ensenada—. Ve a ver un
maldito pez.
Ella estalla en carcajadas y las gafas se caen por completo.
Las atrapo antes de que caigan en la arena.
—¿Qué es tan gracioso?
—Bueno. —Se pavonea hacia la formación rocosa y aquí estoy de
nuevo, siguiendo su ritmo—. Estaba pensando que, si fueras uno de mis
alumnos, te pediría que me hicieras un dibujo de tus sentimientos. Y
probablemente se parecerían a la portada de un álbum de death metal.
La palabra “sentimientos” en sí misma me pone nervioso, así que
empujo la conversación en otra dirección. Porque al menos ahora me habla.
Todavía no sonríe, pero hay tiempo.
No, no lo hay. Se supone que estás investigando un asesinato.
—¿Cómo eres? —pregunto, con más curiosidad de la que tengo
derecho a tener—. Como profesora.
—Bueno... —Entramos en una abertura en la formación rocosa,
deteniéndonos frente a una poza de marea poco profunda. Por encima, hay
un saliente rocoso que bloquea el sol y ella me mira en la ausencia de luz,
como si estuviera decidiendo si puede hablar conmigo. Confiar en mí. Hago
una nota mental sobre la cronología de nuestra relación. Fui mezquino,
también conocido como mi yo habitual, hasta anoche y una vez que me 106
relajé, ella se ablandó. Confió en mí. Esta mañana he vuelto a ser malo y
perdí esa confianza. Tal vez debería dejar de ser malo. Esa parece ser la
única ruta aquí si quiero que ella…
¿Qué?
¿Le guste?
¿De qué sirve que le guste a ella? ¿O a mí, en realidad?
—Soy una llorona —dice finalmente y mis preocupaciones pasan a
un segundo plano. Por ahora—. Lloro todo el tiempo. Soy famosa por haber
sido encontrada llorando en el armario de suministros del personal.
No me gusta eso en absoluto.
—¿Por qué?
—Los niños. Dicen las cosas más honestas y hermosas. Son
demasiado jóvenes para ser precavidos y es especialmente notable con los
niños. ¿Sabes? Los hombres aprenden temprano a guardar sus
sentimientos para sí mismos, pero a mis alumnos de segundo grado aún no
les han enseñado eso. —Cuando noto la humedad en sus ojos, mi pecho se
oprime tanto que físicamente doy un paso atrás, pero ella no parece darse
cuenta—. El último día de clase, uno de ellos dijo: “Gracias por ser mi mamá
del colegio, señora Bassey” y casi requiero oxígeno.
—¿Vas a requerirlo ahora?
—No. —Ella frota sus ojos como si llorar al aire libre fuera lo más
natural del mundo—. ¿Por qué? Esto no es nada. Lágrimas de nivel uno, en
el mejor de los casos.
—Jesucristo.
—¿Te hacen sentir incómodo?—Se quita las sandalias y se sumerge
en el agua, su curiosa atención se desplaza hacia mí—. No tienes que
responder a eso. Parece que te está asfixiando un calamar gigante. A mis
padres tampoco les gustaba el llanto.
Con un gruñido, me quito la camisa y la arrojo a la orilla. Después
de activar el seguro de mi arma y dejarla cerca, la sigo rápidamente al agua.
Hay muchas rocas resbaladizas por ahí. Probablemente debería quedarme
cerca de ella, por si acaso tropieza con una de ellas.
—¿Tus padres eran duros como los míos?
—No eran duros. Solo muy valientes. Su trabajo requiere que sean
sensatos y desinteresados en todo momento. Para centrarse en el bien
mayor. No hay tiempo para derrumbarse o ceder a las emociones
desordenadas. Es una pérdida de tiempo. Probablemente estés de acuerdo 107
con eso, ¿no…?
Su pregunta se interrumpe cuando vuelve a mirarme.
Bruscamente, deja de vadear y el color se filtra en sus mejillas.
Levanto una ceja, dispuesto a incitarla a terminar la pregunta.
Entonces me doy cuenta de por qué está distraída. Podría jurar que me quité
la camiseta anoche cuando estábamos quemando el mundo, pero
aparentemente no. Su expresión de asombro indica que es la primera vez
que me ve desnudo de la cintura para arriba. Esos párpados suyos se están
llenando de más y más arena por minutos. Maldición, a ella le gusta lo que
ve. En contra de mi buen juicio, tomo nota mental de eso también. A Taylor
no le preocupa lo voluminoso. No le preocupa el pelo en el pecho o los
tatuajes.
O las varias cicatrices de cuchillos.
No, le gusta mucho todo eso. ¿Cómo diablos voy a mantener mis
manos alejadas de esta mujer?
—¿Decías, Taylor?
—¿Estaba diciendo algo?
Su tono de voz ronco pone más que un poco de vida en mi pene.
—Me estabas preguntando si estoy de acuerdo con tus padres. Que
llorar es una pérdida de tiempo.
—Preferiría que no contestaras. Arruinarás… —Ella agita su mano
en la dirección general de mi torso—. Esto. Eso.
Maldita sea, ha dicho directamente que le gusta mi cuerpo. Estoy tan
sorprendido como excitado. El hecho de que esté desconcertado por su
respuesta descarada es probablemente la razón por la que hago mi siguiente
pregunta estúpida.
—¿Mejor que un Master en finanzas?
Ella frunce los labios, claramente en contra de darme la satisfacción.
—¿Mejor? —Se gira y continúa en el agua, echa su cabello hacia
atrás—. No lo sé. Diferente, tal vez.
Mi mandíbula se tensa mientras la sigo, con la boca seca por el agua
que sube y pasa por sus rodillas, rozando la parte posterior de sus muslos.
Muslos por los que daría los ahorros de mi vida para que se envolvieran
alrededor de mi rostro, si pensara por un segundo que podría tener una
aventura con Taylor y aún así mantener la cabeza fría mientras estoy en
Cape Cod. En lo que respecta a mi concentración, por desgracia, ya estoy 108
sobre hielo delgado.
—Sí. Estoy de acuerdo con tus padres. Pero eso no significa que todos
tengan que vivir... reprimidos. Con la cabeza nivelada todo el tiempo. El
mundo sería un lugar bastante frío sin los llorones.
Me pongo a su altura y ella me mira lentamente. Con cautela.
—¿Eso crees?
—Sí. —Me aclaro la garganta, me gusta demasiado la esperanza en
sus ojos. Especialmente cuando se dirige a mí—. ¿Ahora la gente que canta
Kelly Clarkson en la ducha? Probablemente podemos tomarlos o dejarlos.
Una sonrisa se dibuja en su boca y se ríe, los sonidos ligeros y
tintineantes viajan por la cueva. Cuando ella recupera visiblemente su
placer, casi la agarro por los hombros y se lo quito de encima. Suavemente,
por supuesto.
—¿En qué estás pensando?
Es la primera vez en mi vida que le hago esa pregunta a alguien.
—Estaba recordando la forma en que Jude solía animarme a llorar
cuando se daba cuenta de que necesitaba una buena juerga. Gracias a Dios
por mi hermano.
Está bien, es más que decente. Puede que yo también tenga que ser
amable con él. A la mierda mi vida.
—Y entonces comencé a preguntarme por qué no hablas con tu
hermano.
La incomodidad serpentea en mi pecho.
—Ya te lo dije. Es un imbécil.
—¿Pero no podrían ser imbéciles juntos?
Ella me sonríe para hacerme saber que está bromeando y yo estoy a
punto de devolverle la sonrisa, a pesar del incómodo tema.
—Él no está precisamente de acuerdo con mi trayectoria profesional.
Quiere que vuelva a Boston y abra la empresa de investigación privada,
como habíamos planeado. —Paso un par de dedos por mi cabello con
irritación—. Como si nunca hubiera pasado nada, ¿sabes?
—¿Te refieres al secuestro de Christopher? —pregunta en voz baja.
—Sí —medio grito, antes de suavizar la voz para ella. ¿Recuerda su
nombre? — Sí.
—¿Qué piensa tu hermano de lo que pasó? 109
—¿Kevin? Él... —Decir algo de esto en voz alta es como si mis órganos
fueran removidos con unos alicates—. Inmediatamente después de que
sucedió, dijo que hay un caso en la carrera de todo detective que golpea más
fuerte y este era el mío. Y es peor porque hay un chico involucrado. Él no
cree que la solución correcta sea obvia, pero es una píldora difícil de tragar
cuando puedo mirar hacia atrás y verlo claramente.
Cristo. Esto es lo último de lo que quería hablar hoy. O cualquier día.
Pero tal vez sea algo bueno, porque me recuerda que no estoy aquí
para hacer de novio de una profesora de segundo grado de Connecticut
frustrada sexualmente que quiere hijos, un marido y todo lo demás.
—Solo estoy investigando el asesinato de Oscar porque le debía un
favor a un amigo, pero no debo hacer esto. Investigaciones oficiales. Es un
trato de una sola vez.
—Y tienes miedo de estropearlo.
Empiezo a negarlo, pero diablos, tiene razón.
—Sí. Bien. ¿Quién no lo tendría?
—No lo sé —murmura, estudiándome de cerca. Demasiado de
cerca—. Tal vez alguien que no se esté castigando a sí mismo tan duro.
Se me hace un nudo en la garganta.
—Tú no sabes nada al respecto, Taylor.
A pesar de mi tono prohibitivo, ella no ha terminado de perseguir
esto. ¿Estoy aliviado o enojado por eso? No tengo ni idea. Solo sé que no voy
a ceder y ella tampoco.
—Sé que te involucraste en el caso por un amigo de la infancia que
perdiste. No por razones egoístas. O por negligencia, ni por ti. Tienes razón,
no conozco todos los detalles, pero sé que debiste tener buenas intenciones.
—Las buenas intenciones no son suficientes en una situación de vida
o muerte. Como ésta. —La necesidad de distraerme de las heridas dentro de
mí, heridas cada vez más visibles por momentos, gana—. Lo que sucedió
anoche no debería volver a suceder, ¿de acuerdo? Soy responsable de dejar
que llegara tan lejos y lo siento. Pero solo quiero resolver este caso y volver
a cazar recompensas. No hay lugar para una distracción.
—De acuerdo. —Ella es frívola, pero tiene algo bajo la manga. Me doy
cuenta. Y por cierto, ya quiero retractarme de todo lo que acabo de decir,
aunque no pueda. Aunque poner fin a este incipiente... lo que sea es lo
correcto para ambos—. Solo hazme un favor, Myles. Si no te interesan las
distracciones conmigo, no le digas a mis otros pretendientes que se vayan a
110
la mierda.
Maldita sea. Atrapado.
—Cómo...
—Vi tu reflejo en las gafas de sol de Ryan. Idiota.
Escucharla decir el nombre de otro chico en voz alta retuerce mis
terminaciones nerviosas como un tenedor girando espaguetis.
—Oh, lo siento. —Me inclino hasta que nuestras narices casi se
tocan—. ¿Quieres un chico flippity flop?
—Es mejor que un ladrón de bragas. —Ella sacude la cabeza—. ¿Por
qué las robaste de todos modos? El rojo no es realmente tu color.
Las quemaré antes de que te las pongas para alguien más. Ese es el
caos totalmente fuera de lugar que se produce en mi cabeza. Y de ninguna
manera puedo dejar que salga de mi boca.
—Te estoy salvando de ponértelas para un tipo como ese y de que te
decepcione.
Presiona su nariz, su linda y perfecta nariz, contra la mía.
—Para quién me los pongo no es asunto tuyo.
Me olvido rápidamente de mi firme resolución de mantener una
distancia segura. De tratarla menos como una mujer deseable y más como
una parte de la investigación. Mi cerebro emite señales de alarma, tratando
de recordarme lo que ocurre cuando dejo de ser objetivo. Estoy sintiendo
demasiadas cosas a la vez cuando se trata de ella y no sé cómo dominar algo
tan urgente.
Lo que empeora las cosas es que a ella le gusta mi lado más rudo.
Anoche me lo pidió por su nombre. Casi me está invitando a salir con sus
ojos vidriosos justo en este mismo segundo. Están pegados a mi boca
mientras las yemas de sus dedos trazan mis abdominales.
—¿Segura? —Presiono mis labios contra los suyos. Por lo que
intercambiamos respiraciones de forma precipitada—. Aleja esa boca de mí
antes de que me la vuelva a follar.
Su inhalación es carrasposa. Es seguida de un gemido tembloroso.
Y estoy jodido.
Estoy más que jodido.
Y estoy casi enojado por lo mucho que influye en mí. Me tienta.
Agarro las correas delanteras de su chaleco salvavidas con las manos y la
levanto de un tirón para que se ponga de puntillas, su jadeo baña mis labios
111
y solo la miro. La miro a los ojos e intento averiguar qué diablos tiene de
diferente. Lo cual resulta ser un gran error. Enorme. Porque ella ni siquiera
parpadea. Me deja mirar y no se aleja de la intimidad, como siempre lo hice
yo. Para evitar una situación en la que tenga que bajar la guardia. No, ella
me demuestra que no le da miedo y me desafía a que me una a ella, incluso
cuando su pulso se acelera en su cuello. Esa es solo una de las cosas que
la hacen diferente, su coraje vulnerable, y, como dije, estoy jodido.
Porque su boca es madura, resbaladiza y sensual. Y sé qué tipo de
placer da cuando está excitada. Estoy erecto, mis pelotas se sienten pesadas
y el sudor rueda por mi espalda. No podría evitar que mi boca se deslizara
de un lado a otro sobre su dulce boca ni aunque tuviera la fuerza de
voluntad de diez mil hombres. Con un gemido desde lo más profundo de mi
pecho, dejo de intentar luchar contra la necesidad, que es simplemente
demasiado grande. Sin dejar de mirarla a los ojos, desabrocho su chaleco
salvavidas y lo tiro al agua. Se quita la camiseta de neopreno y lo tira a un
lado, dejando sus pechos expuestos, cubiertos por triángulos de nailon.
Dios, ella es sexy. La deseo. La necesito. Sin los impedimentos entre
nosotros, simplemente se derrite en mí, mis manos se adentran en la parte
inferior de su bikini, agarrando sus nalgas y lanzándola contra mí.
Nos sumergimos en un beso mientras ella se lanza sobre mí,
envolviendo sus muslos alrededor de mi cintura, y el alivio de tenerla tan
cerca como la necesito me hace retroceder un paso. Y el hambre que me
impulsa me exige que desate mis pantalones cortos y termine lo que
empezamos anoche. Que la penetre aquí mismo, con el agua hasta las
rodillas, de forma rápida, furiosa y necesaria. Pero entonces ella maúlla
contra mi boca, nuestras lenguas se acarician y nos hundimos en un beso
de verdad, del tipo que hemos estado bailando sin cesar y mis rodillas... mis
malditas rodillas se vuelven gelatina.
¿Qué está pasando aquí?
No lo sé. Estoy demasiado ocupado robando todo lo que puedo
conseguir de su sabor. Soy codicioso. Estoy desesperado. Retorciendo sus
labios con los míos, a la derecha e izquierda, mi lengua invade su boca una
y otra vez, con posesión, con familiaridad, gruñendo cuando sus talones se
clavan en mi trasero y se impulsa más arriba contra mi cuerpo, arañando
con sus uñas mi cuero cabelludo, mi espalda. Es un beso más personal,
más íntimo que el sexo, al menos que cualquier otro que haya tenido, y
físicamente no puedo detenerme. Ella es tan dulce. Tan adictiva y… coincide
con algo dentro de mí, por mucho que me asuste admitirlo. Pero no tengo
tiempo para aceptarlo ahora mismo. Ahora, cuando su sabor es de 112
manzanas, aire del océano y vainilla. Y su coño sube y baja contra la cresta
dolorosa dentro de mis pantalones cortos, movimientos inconscientes y
hambrientos que yo insto apretando con mis manos su trasero
—Tengo una condón en mi billetera —le digo cuando nos separamos,
aspirando bocanadas de aire—. ¿Lo usamos, cariño? ¿Lo uso para follarte
con fuerza?
—Sí. Sí. —Besa mi mandíbula, mi boca, clavando sus uñas en mis
hombros—. Entonces quizá pueda volver a tomar decisiones inteligentes.
Esas palabras, pronunciadas en una inhalación y exhalación
aserrada, hacen girar un destornillador entre mis costillas, aunque entiendo
completamente de dónde viene y no puedo enojarme con ella. No podría
imaginarme enojado con ella ahora mismo, incluso si me diera un puñetazo.
No cuando se aferra a mí, dándome una confianza que no sé si me he
ganado. No puedo hacer nada más que adorarla. Dios, solo quiero adorarla.
A regañadientes, quito una mano de su trasero, la introduzco en mi
bolsillo, levanto la billetera abierta hasta mi boca y saco el condón con los
dientes. Sin apartar los ojos de sus hermosos ojos verdes, arrojo la billetera
a la orilla y abro el envoltorio, empujando el anillo de látex por la parte
delantera de mis pantalones cortos, soltando una maldición cuando
encuentro mi rigidez. Dios, estoy durísimo. Voy a venirme rápido, así que
tendré que prestarle mucha atención a su clítoris para llevarla al límite
conmigo. De ninguna manera voy a dejar a esta mujer atrás.
—Vas a ser muy grande dentro de mí, ¿verdad? Grande y malo —
susurra contra mi boca. Luego se inclina y arrastra sus dientes por mi
cuello, lamiendo el escozor y los colores, los malditos colores, estallan detrás
de mis ojos—. Vas a cuidarme y hacer que me duela un poco al mismo
tiempo, ¿verdad?
No hay palabra para el sonido que emito. Es ronco, hambriento y
conmocionado y solo podría provenir de un hombre en el punto de no
retorno. Ella me está matando. No sabía que me gustaba que me…
elogiaran. Tal vez no. Tal vez simplemente me gusta de ella. Tal vez ya estoy
enganchado a ella. Sí, lo estoy.
—Seguro —murmuro con voz ronca, caminando con ella hacia las
sombras, rasgando los cordones de mis pantalones cortos—. Estás tan
segura conmigo, cariño, nena, voy a llenarte tanto y besarte cuando
termine…
—¡Ayuda!
Al principio, juro por Dios, que es mi pene el que habla. Necesita
urgentemente algo de ayuda. Estoy palpitando, ya dejando salir gotas de
113
líquido preseminal en el condón, esta hermosa mujer tiene la espalda
arqueada, esperando que la llene, que finalmente la llene y le dé el paseo de
su vida.
Pero no es mi pene el que grita pidiendo ayuda.
Es otra persona. Alguien fuera de la cueva.
No.
Esto es una pesadilla. Estoy dormido en la cama teniendo una
maldita pesadilla.
—¡Ayuda! —grita la voz de nuevo.
Y luego,
—¡Taylor!
Sus ojos se agrandan mientras sus piernas caen de mi cintura y sus
pies chapotean en el agua.
—Dios mío, es mi hermano. Parece herido. —Ella agita sus manos,
mirando su cuerpo excitado. Después de un momento de vacilación, se
agacha y se salpica con agua fría, lo que, para mí, no ayuda en absoluto.
Porque ahora está sonrojada y el traje de baño se adhiere a su cuerpo,
incluso a sus duros pezones. Y, aun así, intenta salir de la cueva así.
La atrapo envolviendo un brazo alrededor de su cintura y la detengo
en el aire.
Todavía sin palabras y con el peor caso de bolas azules que la
humanidad haya visto jamás, la llevo hasta la camiseta de neopreno y se la
doy sin palabras.
—Gracias —murmura, pasándola por encima de su cabeza y
chapoteando hasta la orilla, corriendo hacia el sol. Me hizo falta un ejercicio
de respiración y recordar una escena del crimen especialmente espeluznante
para que mi erección disminuya, pero finalmente pierde lo peor de su vigor
y sigo a Taylor fuera de la cueva mientras me pongo la camiseta y aseguro
mi arma en su lugar.
Todo el mundo está de pie alrededor de Jude en la playa, observando
a Taylor preocupada por él.
Jesús. Su pie se ha hinchado hasta alcanzar el tamaño de un melón.
—Las medusas lo atraparon —me informa el instructor cuando me
acerco al grupo—. No te preocupes. Uno de los compañeros ya orinó sobre 114
eso.
—Ese sería yo —le informa Ryan a Taylor, antes de mirarme,
palidecer y dar un paso gigante alejándose de ella.
—Parecía una ortiga de mar. A menos que sea alérgico al veneno,
solo le dolerá durante un par de días —dice el instructor—. Él debería estar
bien.
—Físicamente, al menos —dice Jude, aturdido—. Sin embargo, me
orinaron encima, así que... ¿mentalmente? Esto requiere vodka.
—Vamos a llevarte a la casa. —Taylor ofrece su hombro para que
Jude se apoye en él—. Te pondremos en el sofá con una bolsa de hielo y...
Dan un paso y Jude hace una mueca de dolor, siseando un suspiro.
—¿Te duele al caminar? —Taylor parece que está a punto de estallar
en lágrimas.
En lugar de quedarme aquí y reconocer que sus lágrimas hacen que
mi pecho se sienta como en un naufragio, meto mis pies en mis botas sin
preocuparme por los calcetines o los cordones. Suspirando, doy un paso
hacia delante.
—Lo tengo. Ve a preparar el asiento trasero de tu auto.
—¿Lo tienes? Cómo...
Levanto a su hermano contra mi pecho y me dirijo a la playa.
—Taylor —le digo por encima de mi hombro—. Asiento trasero.
Prepáralo.
—Sí. Ya voy. —Pasa trotando junto a mí y a Jude, frota mi brazo y
me mira con agradecimiento al pasar. Gruño a su espalda, catalogando cada
detalle de ella en un barrido.
No se ha vuelto a poner las sandalias.
El asfalto del estacionamiento quemará sus pies, maldita sea.
Me apresuro a alcanzarla en caso de que ella también necesite que
la lleven en brazos.
—Este rescate sería mucho más romántico si no estuvieras
alucinando con mi hermana —dice Jude, riéndose mientras sufre un
evidente dolor—. Pero es bastante decente de tu parte a pesar de todo.
—Solo estoy tratando de ahorrar tiempo. Habrías tardado una
semana en llegar cojeando al estacionamiento y yo voy contrarreloj.
—Lo que tú digas. —Lo miro con el ceño fruncido, pero su boca solo 115
se tuerce—. Parecías un poco molesto al salir de la cueva,
cazarrecompensas.
—Cállate.
Se ríe.
Llegamos al auto un minuto después y pongo a Jude de pie, con
cuidado, donde puede apoyarse en el lateral del vehículo. Como estaba
previsto, Taylor salta de un lado a otro, tratando de no quemarse las plantas
de los pies. Envuelvo un brazo alrededor de su cintura y la atraigo hacia mí.
—Ponte sobre mis botas.
—Oh —susurra, sus manos se apoyan sobre mi pecho, los dedos de
sus pies se posan en los míos a través del grueso cuero—. Gracias.
Asiento una vez, caminando hacia el lado del conductor del auto,
paso a paso, con mi antebrazo apoyado en la parte baja de su espalda. Estoy
seguro de que parecemos completamente ridículos y sí, podría llevarla en
brazos, pero hay algo en esta posición que me gusta. Quizá porque me está
mirando a los ojos. O porque los movimientos gemelos de nuestras piernas
parecen un trabajo en equipo. Cualquiera que sea la razón, es peligroso,
pero ese hecho no va a penetrar en mi grueso cráneo hasta que ella se aleje
y pueda salir de este trance en el que me ha metido.
—Voy a hacer tacos esta noche —dice, mirando mi barbilla con
timidez—. Tienes que alimentarte para la investigación, ¿verdad? Tú...
quiero decir, si quieres venir, sería lo menos que podría hacer después de
que llevaras a mi hermano al auto como una especie de héroe de acción.
—Estaba caminando en esta dirección de todos modos.
Ella me sonríe.
No la beses. Ni siquiera lo pienses. Pero Jesús, esos labios me lo están
pidiendo.
—Estaré patrullando fuera de la casa, en caso de que el lanzador de
boyas regrese. Eso constituye hacer mi trabajo. Pero no puedo ir a cenar,
Taylor.
Lo digo con la finalidad de que ella sepa que mi alejamiento va más
allá de los tacos. Se trata de algo más grande. Pasar tiempo juntos. Cada
minuto que estoy cerca de ella, nos adentramos más a pesar de mis mejores
intenciones. A pesar de las advertencias que me hago a mí mismo. Esto tiene
que parar. Porque estoy bastante seguro de que, si hubiéramos ido más lejos
en esa cueva, le estaría prometiendo la luna. Le estaría prometiendo cosas
que no puedo y nunca he cumplido. No tengo ninguna razón para creer que
de repente pueda ser bueno en las relaciones. Mi última relación fue difícil
116
desde el principio, no por la abundancia de peleas, sino porque me
importaba más mi carrera. ¿Y ahora? Tengo un montón de equipaje y
ninguna dirección permanente, por el amor de Dios.
—De acuerdo. —Muerde su labio inferior durante un segundo, luego
se pone de puntillas y besa mi mejilla—. Adiós, Myles.
Mi pecho retumba.
Y entonces ella baja de mis botas y sube al lado del conductor. El
instructor le entrega las sandalias olvidadas por el lado del pasajero y Jude
le pasa las llaves del auto desde el asiento trasero. Con una mirada más
hacia mí a través de la ventanilla, arranca y se va.
Ya no la estoy tocando. Y me gusta mucho tocarla, y quizá por eso
meto la mano en mi bolsillo trasero para acariciar el encaje de sus bragas
rojas. Solo para tener algún tipo de contacto...
No están.
Empiezo a buscar en el otro bolsillo. Tampoco están ahí.
Taylor volvió a robar sus bragas para ligar. Las sacó a escondidas de
mi bolsillo. ¿Cómo sabía ella que estaban ahí en primer lugar? ¿Y qué
significa que las haya recuperado?
Para quién las uso no es de tu incumbencia.
—Imbécil—murmuro, metiendo un antiácido en mi boca.
Con mi estómago lleno de cristales rotos, vuelvo al motel, decidido a
repasar mis notas del caso y planificar mis próximos movimientos. No
pienses en mierdas como bragas de encaje rojo y mujeres que lloran porque
los niños son amables entre sí.
Haz tu trabajo y vete a casa.
Con el tiempo la olvidarás.
Como en cien años más o menos.
Tal vez.
Ni siquiera un poco.
Mierda.

117
Capítulo 11
Taylor

Por el rabillo del ojo, veo la motocicleta de Myles pasar frente a la


casa por segunda vez en una hora. El cielo empieza a oscurecerse, el olor de
las barbacoas del sábado está en el aire. Se han formado algunas nubes,
como es habitual en la costa de Massachusetts. Hay probabilidad de lluvia,
pero eso no impide que los veraneantes disfruten del océano, de sus porches
llenos de flores y de sus grandes jarras heladas de margaritas o latas de
cerveza. El sonido de los niños riendo y de los adultos conversando llega
desde la playa con fragmentos de música que entra por las ventanas abiertas
de la casa de alquiler.
Estoy en la cocina cortando rábanos. Las cebollas se están
118
encurtiendo en un cuenco junto al fregadero.
Myles no sabe lo que se pierde. Hago unos tacos de locos.
¿Cuál es el problema de venir a cenar, de todos modos? Solo es
comida.
Mi cuchillo se detiene en el acto de cortar una rodaja de rábano.
Lo que sucedió anoche no debería volver a suceder, ¿de acuerdo? Soy
responsable de dejar que llegara tan lejos y lo siento. Pero solo quiero resolver
este caso y volver a cazar recompensas. No hay lugar para una distracción.
Lo estoy distrayendo. Por eso no viene a comer mi delicioso taco.
Tacos. En plural.
He tenido algo de tiempo para reflexionar desde que volvimos de la
desastrosa excursión de buceo. Me di un baño muy largo y caminé por la
playa mientras Jude leía un libro de Sedaris en la hamaca del patio trasero.
Y estoy empezando a desarrollar una sospecha. Cuando le dije a Myles que
esta relación era temporal y que no lo enredaría, claramente no me creyó.
¿Por qué lo haría?
Lo invité a cenar. Le hablé de mi infancia. Lloré frente a él.
Por Dios, Taylor. Lo menos que puedo hacer es actuar como material
de enganche. Por supuesto que sigue retrocediendo. Él está siendo…
decente. ¿No es así? Está tratando de hacer lo correcto al mantenerme a
distancia. No solo por el bien de su investigación, sino porque obviamente
no cree que pueda tener una aventura totalmente libre de culpa y sin
complicaciones.
Y tal vez, solo tal vez... tiene razón.
No sé lo que pasó esta mañana, pero cuando llevó a Jude al auto,
puede que haya sentido un extraño golpe en mi pecho. Uno muy notorio.
Ese golpe envió reverberaciones hasta los dedos de mis pies y yo... bueno.
Hice lo que cualquier mujer de sangre roja haría cuando experimenta un
golpe en el pecho muy notorio.
Llegué directamente a casa y lo busqué en Google.
Detective renuncia después de un fallo en un caso de secuestro.
Cuando vi el titular, casi cerré la pestaña del navegador. Lo que me
hizo seguir navegando fue la foto de Myles. Bien afeitado, con el cabello
oscuro y bien cortado, bajando las escaleras de un edificio gubernamental
con un traje. Todas sus líneas distintivas estaban allí. La fuerza de sus
hombros y la frágil irritación de su mandíbula. Pero se veía tan diferente.
119
Más joven, menos cansado de la carretera.
Ya conocía el comienzo de la historia. Myles estaba trabajando en el
caso de Christopher Bunton. Pero el artículo de hace tres años ayudó a
llenar los espacios en blanco. Él centró la investigación en el sospechoso
equivocado. Un vecino con antecedentes por agresión. Un hombre sin
coartada. Un solitario. Pero había resultado ser el padrastro, un hombre
muy implicado en la investigación y respetado en la comunidad que también
quería más libertad. Menos presión financiera en su cuenta bancaria. Había
conspirado con su hermana para llevar a Christopher al otro lado de las
fronteras estatales y venderlo a una pareja que había encontrado en Internet
y que estaba dispuesta a pagar por una adopción clandestina. Cuando la
investigación se desplazó, Christopher llevaba un mes viviendo en su nuevo
hogar. En malas condiciones. Sin ser alimentado adecuadamente.
Compartiendo habitación con otros cuatro niños. Enviado todos los días a
mendigar en la calle y a llevar a casa lo que ganaba.
Niño traumatizado devuelto a su madre.
Ese era el segundo artículo que mencionaba al detective Myles
Sumner.
Él no había mencionado que había resuelto el caso. Trajo al niño a
casa.
Por supuesto que había omitido esa parte por completo.
Myles es malo y rudo, más bien difícil de tratar e increíblemente
grosero. Pero gracias a que continuamente demuestra que es algo más que
su mal genio y su actitud hosca, estoy totalmente intrigada por él y a mi
atracción le están saliendo dientes. Unos dientes afilados que se clavan un
poco más cada vez que pasa con su moto y siento las vibraciones en la parte
interna de mis muslos, mi vientre se retuerce. Ya me han dejado colgada
dos veces, alcanzando un subidón sexual y sin llegar a satisfacerlo, y no voy
a mentir, está empezando a afectarme.
Mañana temprano iré a la tienda local de juguetes sexuales.
Necesidad obliga.
Tengo que hacerlo.
No hay manera de que pueda aguantar otros cinco días sin un
orgasmo después de haber sido llevada tan al límite. Voy a comprar el
modelo más nuevo que tengan con todas las opciones posibles y luego lo
usaré conmigo en la bañera con patas de garra y me daré el baño más largo
de la historia. Mañana por la mañana, estas vacaciones comienzan de
verdad. 120
Myles vuelve a pasar en su motocicleta.
Apuñalo un rábano con la punta de mi cuchillo de carnicero.
Sin embargo, esta vez hay algo diferente. Se detiene y estaciona fuera
de la casa. Escucho la voz de una mujer mezclada con su tono gutural. ¿Está
hablando con alguien? Dejo el cuchillo, salgo de la cocina y cruzo la sala de
estar para mirar por la ventana delantera.
Lisa Stanley. La hermana de Oscar está fuera. Está a medio camino
de los escalones de nuestro porche, pero parece haberse detenido para
hablar con Myles.
—Solo pensé en pasarme para ver cómo estaba la casa. Y los Bassey,
por supuesto —dice alegremente—. Mañana van a cambiar la ventana rota
y quería asegurarme de que estarán aquí para dejar entrar a los hombres.
El gruñido de Myles me llega a través de la puerta. Mi boca tira de
un extremo.
Estoy empezando a disfrutar de sus efectos de sonido de hombre de
las cavernas.
El silencio transcurre.
—De todos modos —dice Lisa torpemente—. Seguro que estás
ocupado con la investigación para la que te contratamos…
—Voy a entrar contigo. De todos modos, tengo algunas preguntas
que hacerte.
El tono del cazarrecompensas no deja lugar a la discusión. ¿Él
sospecha de Lisa? Antes de que esa pregunta esté completamente formada,
niego con la cabeza. Por supuesto que sospecha de ella. Todos son
sospechosos para Myles. Menos nosotros ahora, por suerte.
Como no quiero que me descubran merodeando detrás de la puerta,
la abro y le dedico a Lisa una sonrisa triste. No puedo imaginar cómo ha
sido esta semana para ella.
—Hola Lisa. ¿Cómo estás?
Es evidente que se siente aliviada de verme después del abrupto
saludo de Myles.
—Estoy aguantando, cariño. ¿Cómo estás tú?
Me atrapa ligeramente desprevenida cuando la hermana de Oscar
me abraza. Con mi barbilla posada inesperadamente en su hombro, observo
a Myles avanzar bruscamente por las escaleras, con los dedos flexionados a
121
los costados, como si quisiera alcanzarme. ¿O a nosotras? ¿Qué le pasa?
—Hola, Myles —murmuro.
Él inclina la barbilla hacia mí, su mirada es intensa pero cautelosa.
—Taylor.
Me libero de los brazos de Lisa y hago un gesto hacia la casa. A través
de la puerta mosquitera, puedo escuchar a Jude llegar cojeando desde el
patio trasero.
—Estamos a punto de comer tacos, si quieres unirte a nosotros. Solo
tengo que dorar la carne.
—Oh no, no te retendré —dice Lisa, frotando su nuca. Probablemente
porque Myles le está haciendo un agujero con los ojos. La hermana de Oscar
le devuelve la mirada con notable nerviosismo—. ¿Estarás aquí mañana
entre la una y las tres? Necesito que dejes entrar a los chicos que arreglaran
la ventana durante unas horas.
—Por supuesto. Me aseguraré de que uno de nosotros esté aquí.
Jude llega hasta la entrada a mi derecha y ofrece dos cervezas sin
tapa a nuestros visitantes.
—Menos mal que están los dos aquí —dice mi hermano—. Alguien
tiene que ayudarnos a beber toda esta cerveza.
Riéndose, Lisa solo duda un segundo antes de envolver su mano
alrededor de una de las botellas.
—Solo tomaré unos sorbos. Dios sabe que me lo he ganado. Hoy ha
sido un día infernal. ¡El segundo de esta semana!
Le hago un gesto a Lisa para que entre y se desliza junto a mí,
enlazando su brazo con el que le ofrece Jude. Él le explica su lesión a
nuestra arrendadora temporal mientras se dirigen a la cocina, donde Jude
le ofrece uno de los taburetes colocados en fila a lo largo de la isla, y luego
toma uno frente a ella. Myles los observa por encima de mi cabeza, con la
mandíbula tensa.
—¿Qué te pasa? —susurro.
—Solo mantente cerca de mí.
No me da opción. Me pisa los talones durante todo el camino de
regreso a la cocina, colocándose con una cadera apoyada contra el
mostrador adyacente a la estufa. Su atención parece estar en todas partes
a la vez. En Lisa, en la carne que estoy cocinando. Levanta un poco mi codo 122
cuando estoy agregando el chile en polvo y aparto su mano de un manotazo,
lo que provoca una pausa inmediata en la conversación de Lisa y Jude.
—Parece que ustedes dos se conocen bien—comenta Lisa, haciendo
que mi rostro se vuelva carmesí.
—Esa boya fue una clara amenaza. Podría haber resultado herida.
—Está mirando a Lisa con una especulación tan intensa que es un milagro
que no haya estallado en llamas—. Pienso averiguar quién lo hizo. Mientras
tanto, el Departamento de Policía de Barnstable no puede prescindir de un
auto patrulla para vigilar sus culos de Connecticut, así que solo seré yo. Por
ahora.
—¿Pediste protección para nosotros? —pregunto, con mi espátula
suspendida en el aire.
—Pedí protección además de mí. No te confiaría a otra persona. —
Da un largo trago a su cerveza—. Vas a quemar esa carne, media pinta.
Así es.
Tanteo la perilla del quemador, girándola a la posición de apagado.
—¿Qué te importa si la incinero? Dijiste que no cenarías con
nosotros.
—Eso fue antes de oler lo que está pasando aquí. —Señala con la
barbilla hacia la isla de la cocina donde he instalado la barra de tacos—.
¿Estás encurtiendo esas cebollas?
—Así es.
Esta vez, su gruñido tiene un claro tono de aprobación.
Niego con la cabeza y sonrío al mismo tiempo. Estoy perdiendo la
cabeza.
—Disculpa —le digo, empujándolo hacia atrás unos pasos para
poder sacar un tazón del gabinete que está bloqueando. Antes de que todos
llegaran, me subía a las encimeras para tomar varios platos para servir, ya
que todos están en el estante superior. Ahora estoy allí, frunciendo el ceño
ante el cuenco grande en la repisa superior, dudando de si hacer lo mismo
con audiencia. Sobre todo, con la propietaria.
—¿Qué necesitas? —pregunta Myles, dejando su cerveza.
Señalo el cuenco en el estante más alto. Sus labios se contraen, pero
por suerte consigue contener cualquier broma que quiera hacer sobre mis
desafíos verticales. Invade mi espacio personal antes de que tenga la
oportunidad de apartarme, su mano se desliza por la parte baja de mi 123
espalda hasta mi cadera, y se posa allí. Apretando. Retorciendo un perno en
mi abdomen que parece estar conectado directamente a mi sexo. Todo eso
mientras saca con facilidad el cuenco del estante superior.
Al parecer, iré a comprar vibradores esta noche, en lugar de mañana
por la mañana.
El silencio especulativo de Lisa y Jude es ensordecedor.
—Um. Lisa. —Humedezco mis labios resecos—. ¿Por qué ha sido un
día infernal?
Ella gime con fuerza. Después de rebuscar un momento en su bolso,
saca un folleto verde neón y lo deja sobre la isla.
—Mira esto... esta cruzada para arruinar el sustento de personas
honestas y expertas en negocios. Es la alcaldesa Robinson otra vez.
Persiguiendo a personas como mi hermano por alquilar casas. Viviendas de
su propiedad. Todo este disparate de las mirillas no hace más que echar leña
al fuego.
Myles y yo intercambiamos una mirada. Él niega con la cabeza muy
levemente y es obvio lo que me está diciendo. No digas nada sobre la
conferencia de prensa frente a la casa de Oscar. Tengo que suponer que eso
significa que tampoco quiere que mencione nada más sobre esta mañana,
incluida la carta que encontramos debajo del tablón del piso.
Jude toma el folleto y recorre la página con la mirada.
—¿Quiere prohibir los alquileres vacacionales en Cape Cod?
Menos mal que no he llegado a decírselo a Jude. No le he contado
mucho sobre la evolución del caso porque A: no quiero que se preocupe de
que estoy demasiado involucrada. Y B: porque quiero que se concentre en
relajarse. Que deje lo del asesinato para mí.
—Sí, es lo que ella quiere. —Lisa ya ha bebido la mayor parte de su
cerveza—. Para ser justos, ella está recibiendo mucha presión de los
residentes durante todo el año para que haga cambios. No les gusta la
rotación constante de forasteros. Algunas fiestas ruidosas lo están
arruinando para el resto de nosotros.
—No te olvides de un asesinato —interviene Myles, con la botella
delante de los labios.
—Ese difícilmente sea un tema de conversación para cenar—
susurro, acompañándolo de un codazo. A Lisa le digo—: ¿Crees que la
alcaldesa tendrá éxito? 124
—No lo sé. Mañana participará de una gran manifestación en la
ciudad. Está cobrando fuerza. —Lisa suspira y se desploma un poco en su
taburete, pero cuando dejo el cuenco de carne y el plato de tacos, haciendo
un gesto para que todos coman, empieza a apilar su plato junto al resto de
nosotros—. Sabes... —comienza la hermana de Oscar—, estuve pensando.
—Mira hacia la habitación de atrás—. ¿Y si esa boya era una advertencia
para mí?
—¿De qué te estaría advirtiendo el sospechoso? —Myles me lanza
una mirada mordaz—. No es como si te estuvieras entrometiendo en la
investigación. No estás involucrada.
—Mi novio te contrató —señala Lisa.
Myles añade suficiente salsa picante a su taco como para matar a
una cabra.
—Sí. Pero si estamos operando bajo la creencia de que quien lanzó
la boya por la ventana también mató a tu hermano, es casi seguro que saben
que no vives aquí, señora Stanley. Están lo suficientemente cerca de la
investigación como para saber que los Bassey se mudaron a esta propiedad
alquilada.
Tal vez ese hecho debería habérseme ocurrido antes, pero no fue así.
No hasta ahora.
—Crees que nos están vigilando. —¿Cuándo me acerqué al
cazarrecompensas? No lo sé, pero su amplio calor corporal evita que pierda
el apetito por completo—. ¿Descartamos definitivamente la teoría de la boya
al azar?
—Esa nunca fue una teoría —responde Myles, mordiendo su taco.
Mastica durante unos segundos mientras intento desesperadamente no
nombrar los músculos de su garganta. Connor, Wilson, Puck... Jameson—.
Este es un buen maldito taco.
Comienza la carrera para contener el flujo de orgullo que corre a
través de mí. No lo consigo. En absoluto.
—Gracias. Lo sé. —Tomo un bocado normal, de tamaño humano, de
mi taco—. ¿No te alegras de haber decidido no ser terco?
Él mete la otra mitad del taco en su boca. Toda la otra mitad.
—Sí —dice alrededor del bocado—. Sin embargo, podrías haber
agregado un poco más de chile en polvo.
—Tenías que arruinarlo. —Le doy una patada en la espinilla.
125
Me da un empujón de costado, sus ojos brillan y su atención se
desplaza hacia mi trasero.
Bebe su cerveza.
Mis caderas se presionan inconscientemente contra la isla, la piel de
mi cuello y mis brazos se eriza. Dios mío, ¿hasta qué hora permanece abierto
este sex shop? Juro que si llego y las puertas están cerradas, haré un
agujero en el techo y haré rappel como James Bond.
—¿Qué te hace pensar que la boya estaba destinada a ti, Lisa? —le
pregunto.
Ella se encoge de hombros.
—Es una sensación extraña que he tenido. Como... no sé. Como si
una presencia espeluznante me siguiera. —Su risa es forzada—. Estoy
segura de que la extraña sensación ha sido provocada por la forma terrible
en que murió mi hermano.
Me estiro a través de la isla y aprieto su antebrazo.
—Estás traumatizada. Por supuesto.
Jude le da a Lisa una servilleta para que se limpie los ojos y le da
unas palmaditas en la espalda para reconfortarla.
Me inclino hacia un lado de forma demasiado dramática, intentando
ver alguna lágrima de verdad.
Vamos, mujer, dame una.
Myles arroja una foto del posible arma homicida justo en el medio de
la barra de tacos.
—¿Reconoces esta arma?
—Myles —jadeo.
Él sopesa mi indignación, y luego decide visiblemente proceder de
todos modos, el muy imbécil.
—¿Lisa?
Con un trago espeso, ella toma la fotografía.
—No la reconozco. —La deja caer sobre la isla—. Paul tiene una
Beretta guardada en una caja fuerte. Es la única arma a la que tengo acceso.
—No pregunté si tenías acceso a ella.
Ella hace una pausa en el acto de alcanzar un segundo taco, y retira
la mano lentamente. Jude y yo nos miramos como estatuas de piedra, con
las cejas levantadas cerca de la línea del cabello. Me recuerda a cómo nos
126
quedábamos paralizados durante las raras discusiones entre nuestros
padres, sin saber cómo intervenir o si debíamos salir de la habitación.
—Me voy a casa. El abogado de la herencia de Oscar va a dejar un
montón de documentos a primera hora de la mañana y dice que son
importantes —dice Lisa finalmente, con una sonrisa tensa, bajándose del
taburete—. No te olvides de dejar entrar a los de la vidriería mañana por la
tarde.
—Estamos en eso —dice Jude, saludándola.
Myles gruñe hasta que ella sale por la puerta.
Empiezo a seguir sus pasos, con la intención de bloquear la
cerradura detrás de ella, pero Myles engancha un dedo en la cintura trasera
de mi falda y tira de mí hacia atrás, realizando la tarea él mismo.
—Lisa es tu principal sospechosa, ¿verdad? —susurro cuando
regresa—. Oh, Dios mío, eso fue como algo sacado directamente del canal
ID 2. No lo vi venir. Quiero decir, por supuesto que siempre son las personas
más cercanas a la víctima, pero…
—Respira profundo, media pinta.
Jude me pasa su cerveza y tomo varios tragos.
—La tomaste con la guardia baja con la foto a propósito, ¿no?—Esto
viene de Jude.
Myles se encoge de hombros. Vuelve a tomar un segundo,
posiblemente tercer taco.
—Vamos, cazarrecompensas. Danos algo. —Le doy un coqueto
meneo de hombros, pero solo parece exasperado por ello—. ¿No obtengo
puntos por encontrar el arma homicida?
—El informe de balística aún no ha llegado. —Me mira con el ceño
fruncido mientras devora el taco. ¿Está cediendo en compartir información
con nosotros? Parece que está cediendo. Le doy otro meneo de hombros, por
si acaso, y suspira—. Hoy hablé con el abogado de Oscar Stanley. Lisa
Stanley es la beneficiaria de la herencia de su hermano. Todos estos
alquileres pasan a ser de ella ahora.
Mi hermano y yo damos una palmada en la isla al unísono.
127
—Sigue el rastro del dinero —dice Jude—. ¿No digo siempre que hay
que seguir el rastro del dinero?
—Sí. Lo haces. —Asiento hacia Myles—. Lo hace. Cada vez que vemos
juntos Dateline. Mi hermano tiene un cerebro muy analítico. Es increíble.
—Genial —dice Myles con sequedad—. Mira, no es una envoltura.
Solo es una persona de interés. Para mí, al menos. La policía sigue teniendo
una erección con el padre.
—He visto ese porno.
—¡Jude! —Resoplo. Luego hago clic en un bolígrafo imaginario y me
pongo manos a la obra—. Así que, ¿actualmente nuestros sospechosos son
Judd Forrester, Lisa Stanley y Sal, el vecino de al lado?
Las cejas del cazarrecompensas se juntan.
—Nunca dije que Sal fuera sospechoso.

2Investigation Discovery es un canal de televisión. El canal ofrece programación

con respecto a investigaciones criminales, principalmente las investigaciones de homicidios


y otros documentales relacionados con delitos.
—¿No ves Teme a tu vecino? Sal odia a los inquilinos. Oscar era
dueño de cuatro propiedades solo en esta cuadra. ¿No podrían las puertas
giratorias en todos los lados de su casa llevar a Sal a un asesinato pasional?
—Hay algunos agujeros en esa teoría. —Los marca con sus largos
dedos. No nombres sus dedos. Joe, Hubert, Rambo...— Uno, esto no fue un
crimen pasional. Quien asesinó a Oscar Stanley esperó a que todo el pueblo
estuviera ocupado con las celebraciones del 4 de julio. Sin mencionar que
utilizó los fuegos artificiales para enmascarar el sonido de los disparos. Todo
eso habla de premeditación. Dos, Sal casi se caga en los pantalones cuando
le dije que te dejara en paz o que se arriesgara a que le metieran el palo de
la escoba por el culo. Y tres, él estaba en una barbacoa en Provincetown la
noche del asesinato. Confirmado por varios testigos.
—Vaya. —Estoy tan excitada que apenas puedo respirar—. Has
hecho mucho trabajo.
Me lanza una mirada significativa.
—Por eso estoy aquí.
Vuelvo a querer patearlo.
—Así que ahora mismo, ¿los sospechosos son Lisa y Forrester? 128
—Por ahora. Forrester tiene una Glock no registrada como la que
encontraste en la playa, Taylor. La policía de Barnstable lo trajo para
interrogarlo y dice que no es suya. Sigue sin gustarme como culpable del
asesinato, pero obviamente no podemos descartarlo.
Jude cojea hasta la nevera para tomar otra cerveza.
—Bien, pasando a la segunda persona de interés. ¿Por qué querría
Lisa que se investigara el asesinato si ella apretó el gatillo?
—Al perpetrador le gusta meterse en la investigación —murmuro,
recordando lo que me dijo Myles ayer, haciéndome eco del rasgo criminal
que escuche muchas veces en Etched in Bone. Siempre vuelven a la escena
del crimen.
Se me ocurre algo más y jadeo.
—Si el asesino termina siendo Lisa, tendrás que darle la noticia a tu
amigo, Paul.
—Sí. —Se aclara la garganta con fuerza y deja su taco a medio
comer—. Me iré ahora. Cierra la puerta detrás de mí. Mantén las ventanas
cerradas y aseguradas. Voy a la ciudad a comprobar con la policía, luego
regresaré.
Esto es todo. Mi oportunidad de escabullirme al sex shop. Voy a
entrar directamente allí y pediré el vibrador con la configuración de
terremoto.
—Me parece bien —respondo con una sonrisa.
Sus ojos se entrecierran sospechosamente ante mi tono brillante y
me ocupo con la limpieza.
Myles parece querer decir algo, pero se da la vuelta y se va, cerrando
la puerta con un firme clic detrás de él.
Jude se pone en mi línea de visión.
—Muy bien. ¿Qué estás haciendo?
Hay algunas cosas que una chica no puede decirle a su mejor
amigo/hermano que no la juzga. Como por ejemplo, que tengo tantas ganas
de tener un orgasmo que me escaparé mientras hay un asesino suelto.
—Nada. —Escondo mi rostro detrás de un armario, fingiendo buscar
algo—. Esa era yo tratando de no señalarle a Myles que finalmente está
compartiendo pistas. Estaba tratando de ser casual.
—Cierto. —Jude abre la boca para decir algo más, pero su teléfono 129
vibra en su bolsillo. Lo saca y mira la pantalla, empujándolo de nuevo a la
clandestinidad—. Sin embargo, si te escabulles a espaldas de Mad Myles,
iré contigo. Solo para estar seguros.
—Voy a comprar un vibrador —espeto.
—Genial. —Se acerca cojeando al mostrador y toma las llaves,
moviendo las cejas cuando el rugido del motor de la motocicleta se
desvanece en la oscuridad—. Tomaré una copa en el bar más cercano
mientras tú curioseas.
Capítulo 12
Myles

Sabía que Taylor tenía algo bajo la manga.


Ni en mi imaginación más salvaje pensé que sería esto.
Al otro lado de la calle, frente a Sweet Nothings (el sex shop más
discreto que he visto en mi vida) me siento en mi motocicleta en las sombras
y la observo pasar casualmente por la entrada, esperando a estar sola en la
acera, ya que los transeúntes han entrado en la taberna de al lado. Entonces
retrocede un paso a la vez, lanzándose al interior de la tienda en un abrir y
cerrar de ojos.
Así de fácil, está dentro de una tienda de juguetes sexuales. Tienes 130
que estar bromeando.
¿Estoy enojado? Diablos, sí, estoy enojado.
El hecho de que ella se ponga en riesgo al salir de noche sin mí
significa que mi piel está más o menos a la temperatura del sol. Al menos
trajo a Jude con ella. Inicialmente, eso me dio algún tipo de alivio. Pero
después de detenerse en el estacionamiento municipal, se separaron al otro
lado de la carretera. Jude desapareció en la taberna y puedo ver a través de
la ventana que un tipo ya le compró una bebida. Está distraído. ¿Quién está
con Taylor ahora? Nadie, eso es. Y han pasado cosas mucho más extrañas
que una mujer siendo agredida o secuestrada en público. Maldita sea.
Bajo de mi moto y empiezo a caminar.
Tardo unos quince segundos en admitir que la imprudencia de
Taylor es solo parcialmente culpable de mi piel febril, de mis palmas
sudorosas y mi nerviosismo.
Ella necesita un orgasmo con tanta intensidad que está arriesgando
su cuello por ello.
Y yo tengo la culpa.
Eso no es hablar de arrogancia, aunque, demándame si lo es. La he
llevado al borde del clímax dos veces sin lograrlo. Gracias a una boya
rebelde. Gracias a que Jude fue picado por una medusa. Por supuesto. Pero
eso no hace que los hechos se sientan mejor. En absoluto. Ella está
cachonda, yo soy la causa, y está a punto de obtener el alivio que necesita
de otro lugar.
Eso no solo es una píldora amarga de tragar, la maldita cosa está
atascada en mi garganta.
Sí.
Sí, no creo que sea capaz de dejar que esto suceda. Simplemente no
lo haré. Estoy seguro de que esto me convierte en un bastardo entrometido,
pero no puedo soportar la maldita idea de que ella camine por la calle con
un trozo de silicona cuando soy yo quien la llevó allí. Creé la necesidad en
primer lugar. Hasta ahora, estaba usando el hecho de que no hemos tenido
sexo para consolarme, por más agonizante que haya sido mantener ese
límite, uno que casi he cruzado dos veces. Mientras no tengamos sexo, estoy
concentrado. Mientras no duerma con ella, puedo mantener mi
profesionalismo y objetividad. ¿Verdad?
Sí.
Solo que… el placer de Taylor proviniendo de cualquier lugar menos
de mí me da ganas de patear y hacer un agujero en la ventana de vidrio que
131
anuncia lencería, masajeadores y aromaterapia en letras doradas. ¿Qué está
eligiendo allí? ¿Seré capaz de soportar mientras conduce a casa con su
compra y lo utilizara para excitarse?
No.
De ninguna maldita manera.
—Hijo de puta —murmuro, preparándome para cruzar la calle lateral
a grandes pasos.
Antes de que tenga la oportunidad, ella sale de la tienda, con una
pequeña bolsa morada apretada contra su pecho. El instinto me hace
escanear el área inmediata en busca de cualquier tipo de amenaza. Para
cuando termino, ella ya está caminando a paso rápido hacia el
estacionamiento donde dejó su auto. Sola. Por la noche. En un pueblo
extraño. Sosteniendo una bolsa de una tienda de juguetes sexuales. ¿Qué
diablos hay en esa bolsa?
Decirme a mí mismo que no es asunto mío no ayuda. Nada menos
que darle el orgasmo yo mismo va a ayudar, esa es la verdad. Y con ese
pensamiento muy desacertado y muy tentador dando vueltas en mi mente,
la sigo hasta el estacionamiento. Solo para asegurarme de que está a salvo.
Eso es lo que me digo a mí mismo. Solo voy a asegurarme de que llegue al
auto sin incidentes, pero cuando se da la vuelta y me ve, con los ojos muy
abiertos, rápidamente tratando de esconder la bolsa detrás de su espalda,
esta peligrosa combinación de afecto y lujuria me impulsa hacia adelante,
más cerca, más cerca hasta que estamos frente a frente. Hasta que su
espalda queda presionada contra el costado del auto.
—Hola Taylor —digo, plantando mis manos en el techo de su auto.
—H-hola. —Oh, Jesús, está tan emocionada por lo que acaba de
comprar que sus pupilas son del tamaño de discos de hockey—. ¿Qué
estás... estabas siguiéndome?
—Te estoy protegiendo.
—Oh, claro. —Humedece sus los labios y mi sangre se precipita hacia
el sur, endureciendo mi polla—. ¿Cuánto tiempo dirías que me has estado
protegiendo? ¿Diez minutos? ¿Dos?
— El tiempo suficiente para saber que no hay protector solar en esa
bolsa.
—Tal vez sean tampones —dice rápidamente—. Muy privado. Solo
para mis ojos.
—No voy a caer en eso.
132
—¿No lo harás?
—No.
—Oh. —Ella sigue tratando de mantener la bolsa detrás de su
espalda—. Bueno, solo iba a dejar esto en el auto e ir a buscar a Jude. No
quiero entrar en el bar con... lo que sea.
Acerco nuestras bocas y su respiración se acelera.
—¿Qué es?
—No es asunto tuyo, Myles.
Mis labios rozan los suyos de costado, haciendo que sus párpados
caigan.
—Tu coño insatisfecho es asunto mío y ambos lo sabemos, Taylor.
Nos hemos estado enfrentando durante días.
Ella se estremece.
—¿Puedes dejar de hablarme así, por favor?
—¿Por qué? ¿Te gusta demasiado?
—Sí —susurra ella.
—Dame la bolsa.
—¿Qué vas a hacer con ella?
—Depende de lo que haya dentro.
—Solo un poco de aceite de lavanda.
—¿Y?
Ella cierra los ojos con fuerza.
—Algo que se llama Thumper G.
—De verdad. —Dejo caer mi mano derecha y deslizo entre sus
muslos, agarrando con fuerza su coño por debajo de su falda. Sí. No hay
manera de que algo llamado Thumper G se tome el honor de hacer que ella
se aleje de mí—. ¿Y tú clítoris?
—También hace eso —susurra rápidamente, su mano libre se aprieta
en la parte delantera de mi camiseta—. Hay una cosa protuberante.
—Bien. Dame la bolsa, cariño.
La coloca entre nosotros, con los ojos desenfocados.
Después de otro lento roce de sus pliegues a través de sus bragas 133
húmedas, tomo la bolsa. Arrojo la pequeña botella de aceite en el techo del
auto.
—No necesitaremos eso.
—Pero...
Rasgo el paquete del vibrador con mis dientes.
—Oh, chico. Mírate. Um... —Hizo un movimiento de cabeza
vertiginoso—. La vendedora dijo que podría estar parcialmente cargado, pero
no estaba segura... —Presiono el botón y se enciende—. Oh —dice con voz
áspera, hipnotizada por el juguete púrpura que vibra—. Ahí va.
Subo la falda hasta su cintura, dejándola suelta allí. Dios
todopoderoso, esos muslos. Ese montículo de aspecto maduro entre ellos.
Es mío. Por ahora.
—No debería estar haciendo esto, Taylor.
—Lo sé —dice sin aliento—. Estoy distrayéndote de la investigación.
—Una investigación de la que eres parte, nos guste o no.
—Ajá.
Deja de hablar. Ahora. Hablas demasiado con esta mujer.
—¿Pero esa forma de besarme? ¿Como si estuvieras curiosa y
abrumada al mismo tiempo? El ritmo perfecto de tus caderas cuando te
frotaste en mi polla esta mañana, rogando que te follara. Y Dios, la forma
en que me la chupaste... —Escupo sobre el vibrador y lo introduzco en su
ropa interior amarilla como el sol, frotando el vibrador justo donde ella lo
necesita, escuchando su gemido, memorizando la descarga de placer que
transforma su expresión—. Ya sé que serías la mejor follada que he tenido
por un millón de kilómetros y eso hace que sea muy difícil mantenerme fuera
de estas bragas, Taylor, ¿me entiendes?
—Sí, sí, sí.
—Voy a encargarme de este pequeño y malo vibrador, porque todo es
para mí, ¿no es así? —Ella asiente de manera desigual, y una gratificación
como nunca antes había conocido se esparce dentro de mí como pintura
derramada sobre un lienzo. Responsabilidad, posesividad. Mierda que
nunca esperé sentir en mi vida—. Vamos a ocuparnos de esta necesidad y
volver al trabajo, ¿me oyes?
—Alto y claro —dice a toda prisa.
—Me dices cuando estés lista para tenerlo dentro de ti.
—Ahora. Estoy... estoy...
134
Paso un dedo por sus pliegues y sale empapado.
—Una cosita mojada. ¿No es así?
Ella ya está comenzando a temblar. Dios. Jesús, está temblando.
Labios separados. Ojos vidriosos, muslos inquietos, espalda arqueada. Está
costándome cada ápice de fuerza de voluntad no follarla con mi pene contra
el lado del auto, pero hay un collar invisible alrededor de mi cuello, puesto
allí en nombre de la auto-preservación. Si tengo sexo con esta mujer, si nos
complazco sin reglas ni límites, no habrá vuelta atrás. De alguna manera lo
sé con total certeza. No podré mantenerme alejado cuando todo esto
termine. Diablos, apenas puedo mantenerme alejado ahora. Y si le ocurriera
algo... sí me distrajera y se me escapara algo como la última vez...
La beso, con fuerza, negándome a pensar en eso. La beso durante
tanto tiempo y con tanta hambre que ambos estamos absorbiendo oxígeno
cuando nos separamos para tomar aire.
—Myles —gime contra mi boca, y sé exactamente lo que está
pidiendo. Así que la miro a los ojos y presionó el extremo curvado y
resbaladizo del vibrador contra su coño, despacio, lentamente, hasta que
mis nudillos se encuentran con sus pliegues húmedos y ella solloza—. Por
favor, por favor —canta—. Por favor.
Maldita sea. Está ocurriendo otra vez. Como en esa cueva, como en
ese dormitorio antes de que la boya se estrellara, me estoy perdiendo. Me
estoy hundiendo en ella tan completamente que nada más importa. No hay
estacionamiento, ni calle, ni crimen que resolver. Si eso no es una señal de
advertencia, no sé qué lo es, pero no puedo evitar que mi boca recorra su
suave piel, capturando sus gemidos y entrelazando nuestras lenguas de una
manera que dice, sí, así es. Te follaré tan desagradable, nunca serás la
misma. No puedo evitar presionar esa protuberancia vibrante contra su
clítoris y amar la forma en que se sacude entre el auto y yo, sus muslos se
sienten calientes e inquietos alrededor de mi mano.
Y ahora estamos en este otro lugar, este lugar sin pretensiones, así
que abro mi boca y todo lo que he estado guardando en mi cabeza sale a
borbotones.
—Eres tan hermosa, cariño. —Manteniendo su clítoris estimulado,
trabajo la gruesa curva dentro y fuera de su húmeda entrada. Despacio y
profundo, profundo, profundo, presionando cuando no puedo ir más lejos.
Frotando. Escuchándola jadear y pidiendo más—. Tus ojos. Tu sonrisa. Sí,
me tienes muriendo por ellos, y luego tienes ese culo. Dios. Mataría por
golpear esto desde atrás. Demonios si no te mueves de una manera que diga
que estás preparada y apretada donde importa. 135
—Oh, Dios mío, detente. Detente. No, no te detengas. No te detengas.
—Su boca está sobre la mía, hambrienta, su lengua es perversa, su mano
se aferra a mis hombros como si quisiera montarme y no bajar nunca. No
estoy seguro de que la deje, tampoco—. Imagina —murmura en nuestro
siguiente beso—. Imagina que eres tú.
Justo cuando creo que ha terminado de hacerme perder la cabeza.
Más tarde, tal vez me quedaré mirando al espacio y me maravillaré
con esta profesora de segundo grado me pide que juegue a follarla con un
vibrador, pero ahora mismo... Ah, Jesús, lo único que puedo hacer es
obedecer. Coloco el juguete frente a mi abultada cremallera, aplasto su
mitad superior contra el auto y la follo con la silicona vibrante. Como si
estuviera unida a mí. Soy dolorosamente consciente de que no lo está, pero
su disfrute eclipsa mi agonía. Su trasero chirría levemente hacia arriba y
abajo sobre la puerta del auto, mis caderas empujan entre sus piernas
semiabiertas, el vibrador se hunde dentro y fuera, muerde su labio inferior
y sus tetas rebotan arriba y abajo, porque aquí viene, en cualquier momento
va a ser devorada por un orgasmo y yo puedo verlo. Yo. Tengo ese privilegio.
—Cada vez que uses esta cosa, recuerda que mi polla es más grande
—gruño contra su oreja—. Y estoy en algún lugar ahí fuera, pensando en ti
mientras la acaricio.
Que Dios me ayude. Ni siquiera estoy dentro de ella, pero juro que
siento cómo se aprieta al escuchar esas palabras. Las yemas de sus dedos
desgarran la parte delantera de mi camisa y jadea, grita mi nombre, mueve
sus caderas y se esfuerza por alcanzar el orgasmo, su placer se desliza por
el vibrador y se acumula en la palma de mi mano. Cubriendo mis dedos.
Ella cabalga la silicona en cada empuje, sus muslos palpitan alrededor de
mi mano, sus tetas se hinchan en el escote de su vestido y yo simplemente
me maravillo. Estoy muy bien maravillado.
—Obra maestra —digo con voz áspera, besándola, amortiguando sus
gritos—. Pequeña y jodida obra maestra.
—¡Demasiado! —grita en mi boca al cabo de unos segundos, y con
cuidado tiro de la suave curva de su interior, golpeándola contra el techo del
auto y besándola como si mi vida dependiera de ello, con los dedos
enredados en su cabello. Mi polla está hinchada y palpitante dentro de mis
jeans. Está mojada. Me devuelve el beso, todavía excitada. Podría tomarla
aquí y ahora. La próxima vez que se venga, sentiré su coño apretado a mi
alrededor y será el cielo. Finalmente podré deshacerme de este dolor en mis
bolas que no he sido capaz de manejar solo porque todo tiene su maldito
nombre escrito.
Se escucha un fuerte golpe detrás de mí.
136
Mi vida pasa frente a mis ojos.
Mentalmente, salgo de la niebla y evalúo la amenaza, sacando el
arma de la parte baja de mi espalda. Con el arma apuntando al suelo, coloco
a Taylor entre el auto y yo, buscando la fuente del ruido. Y me doy cuenta
con una oleada de alivio de que es la puerta de la taberna. Un grupo de
jóvenes alborotadores está saliendo a trompicones del bar, golpeando la
puerta contra el costado del edificio. Mi adrenalina cae en picada y de
repente estoy cubierto de sudor frío. Ella está diciéndome algo, pero no
puedo escucharla por el zumbido en mis oídos. Podría haber pasado
cualquier cosa mientras la besaba. Cualquier cosa. ¿Estoy loco por ponerla
en riesgo de esa manera? No estoy en condiciones de ser detective. No estoy
hecho para esto. Si logro resolver este caso y me voy sin que nadie salga
lastimado, será un milagro
—Entra en el auto —le digo, con voz ronca—. Llama a tu hermano y
dile que estás esperándolo. Ambos necesitan volver a casa.
—Myles...
—Por favor, Taylor. Solo hazlo.
Parece que quiere discutir, pero en vez de eso sube del lado del
conductor. Hace la llamada a Jude. Un minuto después, su hermano sale
del bar tarareando y paso junto a él sin decir una palabra, incluso cuando
me llama por mi nombre.
Necesito poner mi cabeza en orden. Ahora.
Ella ha quedado satisfecha. Ya no hay más deslices.
Ni siquiera cuando el desliz sabe a redención.

137
Capítulo 13
Taylor

Levanto un puñado de arena y dejo que se deslice entre mis dedos,


los pequeños granos son arrastrados por el viento de Massachusetts del
domingo por la mañana. El aire fresco y brumoso es exactamente lo que
necesito en mi piel después de despertarme de un sueño sobre Myles esta
mañana. Si fuera una buena nadadora como Jude, me arrojaría al Atlántico
en un intento de refrescarme por fin, pero estoy mucho mejor viendo a mi
hermano darse un chapuzón desde la orilla.
Giro sobre mi trasero en la arena y vuelvo a mirar a Myles parado en
la parte superior de la escalera que conduce a la playa. Tiene un teléfono
pegado a la oreja y habla por él con su voz ronca, sus ojos están cubiertos
138
por unas gafas de sol. Su cabello oscuro ondea con el viento. Desde mi punto
de vista, en la playa, vuelve a tener el aspecto de un antiguo guerrero de las
tierras altas que ha viajado en el tiempo y se ha encontrado vestido con unos
jeans y una sudadera con capucha.
Cuando me ve observándolo, se detiene a mitad de la frase, tensando
la mandíbula. Pero retoma su conversación un momento después. Dejando
que vea mi exagerado movimiento de ojos, vuelvo a mirar hacia el océano a
tiempo de encontrar a Jude cojeando (solo un poco ahora) fuera de las olas,
apartando el cabello de su rostro y sonriendo. Mi sonrisa florece
automáticamente.
—¿Cuándo llegó aquí? —pregunta Jude, extendiendo su mano para
agarrar una toalla.
Le lanzo la toalla azul con un ancla bordada.
—Ha estado aquí toda la noche a ratos. Así es él. Va y viene. Caliente
y frío.
—¿Qué pasó entre ustedes dos en el estacionamiento anoche?
Incluso con la brisa fresca, de repente me siento acalorada,
bombardeado por las imágenes. Los recuerdos conmovedores que me
hicieron dar vueltas en mi cama toda la noche, para finalmente quedarme
dormida, despertarme y encontrar las sábanas sudadas. Myles abriendo el
paquete de mi Thumper. Escupiendo sobre él. Cómo su labio superior se
curvaba con un gruñido cada vez que empujaba el juguete dentro de mí.
Sus besos posesivos. La forma en que gimió cuando yo llegué a la cima. ¿Se
supone que debo seguir con mi vida normal después de ese frenético
encuentro público? No veo cómo es posible. Mi ropa se siente diferente, las
terminaciones nerviosas están en alerta máxima, zumbando todo el camino
hasta mis folículos pilosos. Fui disparada a un estado elevado de conciencia,
luego me dejaron caer desde el pico de la montaña.
—¿En el estacionamiento? —No es la primera vez que Jude me
pregunta. Es obvio que algo pasó. Tomé tres giros equivocados de camino a
casa. He estado respondiendo con oraciones de una sola palabra, pero ahora
que he procesado, en su mayoría, lo que sucedió, necesito alguien en quien
confiar—. Primero hubo algunos besos. —No es necesario entrar en detalles.
De todos modos, ni siquiera estoy segura de poder decir lo que sucedió sin
sudar a través de mis pantalones de yoga—. Luego rompimos a pesar de que
nunca salimos en primer lugar. Hemos estado terminando nuestra relación
inexistente desde que nos conocimos, en realidad. Es algo nuestro.
—Huh. —Jude se gira brevemente y hace un saludo irónico a Myles—
. Simplemente no quiere probar lo de la larga distancia, o... 139
Resoplo.
—Oh, no estamos ni cerca de lidiar aspectos prácticos como la
distancia en auto, si nuestras opiniones políticas coinciden o no o si me
dejará poner mi árbol de Navidad en noviembre. Dice que soy una
distracción para caso. Él... —Se siente raro, hablar del pasado de Myles en
voz alta con otra persona, pero me recuerdo que es Jude—. Antes de
dedicarse a la vida de cazarrecompensas nómada, manejó mal un caso de
secuestro en Boston. Esta es la primera vez que investiga un crimen desde
que ocurrió y...
—No quiere estropearlo.
—Sí. —Levanto mis rodillas hacia mi pecho, envolviendo mis brazos
cubiertos con la sudadera alrededor de ellas con fuerza—. Se está
castigando a sí mismo. Y no tengo más remedio que dejarlo. No es que
seamos novios o algo así. Ni siquiera hemos estado en el mismo lugar al
mismo tiempo sin que estalle una discusión.
—Y sin embargo, pasó la noche acampando frente a tu ventana. Y él
está paseando en la parte superior de la escalera queriendo que la preciosa
Taylor vuelva a entrar donde está a salvo.
—Sí. Conociendo a Myles, probablemente no ha eliminado el océano
como sospechoso.
Jude se ríe. Se acerca a mí en la arena y pone un brazo sobre mis
hombros.
—De vez en cuando llega un tipo que te desequilibra, pero volverás a
encontrar el equilibrio.
—¿Te ha pasado eso?
Resopla y gira su rostro hacia el otro extremo de la playa.
—No. Solo estaba generalizando.
—Umm, ¿estás seguro de eso? —pregunto, empujando suavemente
su pecho—. Siempre he tratado de no interferir en tus relaciones. Realmente
nunca he tenido que hacerlo, porque no te adaptas a ellos el tiempo
suficiente como para justificar una conversación. Pero… —Sus músculos ya
se están tensando. Él sabe adónde va esto—. ¿Quieres hablar de Dante?
—Dios, no. —Las gotas de agua vuelan en todas las direcciones
cuando niega con la cabeza—. No. Definitivamente no quiero hablar de
Dante.
140
—¿Te ha estado llamando desde que llegamos?
—Antes de que llegáramos. Durante. Después. Él no se rendirá.
—¿Rendirse a qué? Pensé que ustedes dos eran solo amigos.
—Lo somos —se apresura a decir Jude, moviendo una mano al
viento—. Amigos. Nada más. Es heterosexual, Taylor.
—Lo sé...
Cuando eran más jóvenes, eso parecía una verdad concreta.
A medida que crecían, avanzaban en la escuela secundaria... el
hecho de que el mejor amigo de Jude saliera exclusivamente con chicas no
parecía tan obvio. ¿Cómo podía salir Dante cuando siempre estaba con
Jude?
—El tipo interpreta a Goliat en la franquicia de los Cinco Fantasmas.
Lo último que supe es que se iba a vivir con Ophelia Tan, su hermosa
coprotagonista. No hay dudas de sus preferencias y, de todos modos, no me
gustaría cuestionarlas. Dante es Dante. Nunca querría cambiarlo. Solo
desearía que viviera su increíble vida y dejara de intentar… seguir con esto.
No puedo ocultar mi confusión.
—¿Mantener tu amistad?
—Es complicado, T. —Sonríe para suavizar su tono—. Solo confía en
mí cuando digo que es complicado.
—De acuerdo. —Asiento y apoyo la cabeza en su hombro—. Lo dejaré
en paz.
Su mejilla se apoya en la parte superior de mi cabeza.
—Gracias. —Se queda en silencio durante unos instantes—. De
todos modos, me gusta mucho más lo no complicado. ¿Y a ti?
Moviendo los dedos de mis pies descalzos en la arena, considero la
pregunta.
—No lo sé. He tenido citas con muchos tipos poco complicados.
Todos tienen sus carteras de impuestos y un mejor amigo llamado Mark.
Juegan al golf. Tienen una tintorería favorita. Eso es lo que yo quería.
Deseaba. Pero...
—¿El cazarrecompensas está jugando con tu cabeza?
—Es como comer un burrito picante de desayuno después de años
de desayunar avena.
Envuelve su brazo a mí alrededor con más fuerza. 141
—Maldita sea, ¿verdad?
—Sí. Maldita sea.
»La peor parte es que... me gusta. Me gusta. Al principio pensé que
era completamente malo, pero ahora lo encuentro honesto. Y cuando pienso
en las citas que he tenido con potenciales maridos, ninguna de esas
conversaciones parece remotamente auténtica. Me gusta estar cerca de
Myles porque sé exactamente lo que estoy recibiendo. Él no miente. Nunca.
Y cuando dice algo significativo, amable o elogioso, es como... la mañana de
Navidad. Eso suena tan estúpido...
Alguien se aclara la garganta detrás de nosotros.
Mi corazón vuela hacia mi boca, negando como un atizador al rojo
vivo entre mis costillas.
La intuición ya me dice quién acaba de hacer ese sonido de
carraspeo.
Y tengo razón. Es Myles.
El cazarrecompensas se eleva detrás de nosotros, con las botas
parcialmente hundidas en la arena. Frunciendo el ceño.
Ese ceño es todo para mí, pero ¿sus ojos? Son suaves. Sorprendidos.
Vulnerables.
—Hola hombre —dice Jude, rompiendo el incómodo silencio. Myles
me escuchó. Obviamente escuchó todo lo que dije. ¿Simplemente adopto
una nueva identidad y me uno a una comuna ahora o qué? ¿Cómo se suele
manejar este tipo de cosas? —¿Mañana ocupada?
Myles sale de su trance. Más o menos. Sigue mirándome.
—¿Qué?
—Dije... —Jude ni siquiera se molesta en reprimir su sonrisa—. ¿Has
tenido una mañana ocupada acechando a mi hermana?
—Protegiéndola —espeta.
—Claro. —Jude divide una mirada entre los dos—. Taylor y yo
estábamos a punto de ir a la casa a preparar unos burritos para el desayuno.
—Gracioso —murmuro, reuniendo finalmente los medios para
levantarme, sacudiendo la arena de mi trasero. Me enfrento a Myles de mala
gana y tardo unos instantes en darme cuenta de lo que es diferente en él.
No sabe qué hacer con sus manos. Normalmente las tiene cruzadas con
seguridad o gesticulando o tomando notas en su teléfono. Pero ahora
142
parecen estar perdidas en el espacio. Mi vergüenza por haber sido atrapada
soñando con él, en voz alta, se disipa un poco—. ¿Quieres desayunar
burritos con nosotros?
Niega con la cabeza.
—No.
Parpadeo ante su tono brusco. Asiento. Empiezo a caminar hacia la
escalera.
—Tengo una reunión en la comisaría esta mañana. Por fin ha llegado
el informe de balística —explica Myles, siguiéndome. Tengo que ponerme al
día.
—Lo entiendo —digo, dedicándole una sonrisa.
—No sé si lo dices en serio.
—Nuestra versión de un burrito de desayuno es básicamente todo lo
que había en el taco de anoche, excepto que la tortilla es blanda y añadimos
huevos —dice Jude—. Taylor nunca deja que las sobras se desperdicien.
—¿No puedes decir si me refiero a qué? —Le pregunto a Myles, los
tres nos detenemos en la base de las escaleras.
El cazarrecompensas planta ambas manos en sus caderas, examina
la arena, como si tratara de encontrar una explicación.
—Parece que no estás de acuerdo con que me salte los burritos.
Estoy completamente confundida.
—¿Y qué?
Ahora se está irritando.
—Así que solo quiero empezar mi día sin que te enfades conmigo,
Taylor. ¿Es mucho pedir?
—¿Desde cuándo te importa que esté enfadada contigo?
—¡Diablos si lo sé! —ruge.
—Normalmente añadimos aguacate a los burritos, pero no
encontramos uno maduro en el mercado, así que... —Jude rasca su ceja—.
Hoy no hay aguacate.
Myles vuelve a no tener ni idea de qué hacer con sus manos. Sé lo
que me gustaría que hiciera con ellas, pero realmente estoy comenzando a
pensar que dejar que este hombre me tocará fue autodestructivo desde el
principio porque ahora es lo único en lo que puedo pensar. 143
—¿En qué estás pensando ahora? —Myles se acerca, entrecerrando
los ojos y escudriñando mi rostro—. Puedo decir que no es bueno.
—Mis pensamientos son privados, Myles. Ve a ponerte al día.
—Bien. Tendré esos malditos burritos.
Levanto mis manos.
—Oh, Dios mío.
—Intentamos agregar frijoles refritos una vez, pero eso es mucho
para manejar a primera hora de la mañana —dice Jude, palmeando su
estómago. Pasan varios segundos—. Eh. Oigan, ¿pueden ustedes dos dejar
de bloquear las escaleras para que pueda salir de aquí?
Doy un paso a la derecha.
—Lo siento.
Jude pasa cojeando lo más rápido posible sobre su pie herido.
—¿Qué te pasa esta mañana? —le pregunto a Myles.
Pasa una mano por su rostro, atrayendo mi atención hacia los
círculos oscuros debajo de sus ojos, el cansancio dibuja una mueca en su
boca.
—Todo estaba bien hasta que escuché lo que dijiste sobre mí.
Mis mejillas se calientan. Ya sospechaba fuertemente que había
escuchado mis confesiones a Jude, pero el hecho de que lo confirme
convierte mi rostro en un horno.
—No lo entiendo. ¿Fue difícil escuchar que tienes algunas cualidades
positivas?
—No sé qué fue.
—¿Ves? Eres honesto. Eso me gusta de ti. ¿Y qué? Demándame.
Parece que está masticando un palo invisible.
—Bueno, me gusta que seas terca y compasiva. Y valiente, aunque
no lo veas.
Esas palabras son un cálido abrazo. Uno apretado que se va
haciendo más y más apretado hasta que me cuesta respirar.
—Gracias.
Con un breve asentimiento, se aleja de mí para mirar el océano. Es
increíble, de verdad, lo que se ha desbloqueado dentro de mí desde el
comienzo de este viaje. Primero, me di cuenta de que soy mucho más fuerte 144
y resistente de lo que nunca supe. ¿Y ahora? ¿En este mismo momento?
Este humano franco y exasperante lo está confirmando. Todo el tiempo he
esperado en secreto que todo eso sobre mí misma sea cierto y estoy cada vez
más decidida a abrazar esas partes más inquebrantables de mí.
¿Qué es lo que quiero?
¿Quiero abandonar este caso en el que me he involucrado? No.
¿Quiero alejarme de mi relación con este hombre dejando las cosas
sin hacer?
No. Si dependiera de mí, regresaríamos a su habitación de motel en
este mismo instante. Hay una gran cantidad de impulsos físicos dentro de
mí que sospecho que solo pueden ser aprovechados por Myles. Sí, tengo
miedo de volver a casa sin haberlos experimentado. Pero al mismo tiempo,
no quiero ser una distracción para él. Este hombre alberga mucho dolor. Él
arremete para ocultarlo. Y tal vez soy demasiado blanda por naturaleza, pero
no puedo dejar de querer ayudar. Por mucho que quiera demostrarme a mí
misma que soy valiente y viable, también quiero que Myles se dé cuenta de
que tuvo un mal caso en Boston. Eso no significa que tenga que abandonar
toda su vida. Una carrera para la que obviamente está destinado.
En resumen, me mantiene a distancia por una razón. Tengo que
respetar eso.
Pero tiene razón. Soy terca.
He querido ayudar a resolver el asesinato de Oscar Stanley desde el
principio. Resolver el rompecabezas y en el proceso, demostrar que soy algo
más que una simple Taylor que juega a lo seguro. Ahora tengo el deseo
adicional de ayudar a Myles.
Le guste o no.
Lo sepa o no.
—¿Vienes por burritos?
—Sí —gruñe, apartándose del océano y pasando rápidamente junto
a mí.
Sonrío a su espalda y lo sigo.
—Estaba pensando...
—Jesús, aquí vamos.
—Nada malo. Solo necesito nuevo material de lectura. Y como estás
tan decidido a cuidarme, esperaba acompañarte a la ciudad esta mañana.
145
—Se detiene bruscamente cuando llegamos a la calle y me sostiene cuando
tropiezo. Mirándome con sospecha.
Soy la viva imagen de la inocencia. Exteriormente, al menos.
—Solo quiero echar un vistazo a la biblioteca.
Él no cree eso.
—¿Segura que eso es todo lo que tienes planeado?
—Quiero decir... —Para distraerlo, paso una palma por el centro de
sus pectorales y él traga saliva audiblemente, observando mi mano mientras
se mueve hacia arriba, luego hacia abajo en la dirección de la hebilla de su
cinturón—. Si quieres volver a visitar el estacionamiento, no me opondré.
—Taylor —dice con voz ronca, agarrando mi muñeca, manteniéndola
alejada mientras vuelve a controlar su respiración—. No me hagas esto,
cariño.
Retiro mi mano, fingiendo que su rechazo no hace que me duela la
garganta. No cuando comprendo su propósito y simpatizo con él.
—¿Me dejarás acompañarte o no?
—Por supuesto que sí.
—Bien. —Fuerzo una sonrisa en mi rostro, incluso cuando su
rechazo sigue doliendo. Es un rechazo que mi cerebro entiende, pero mi
corazón no quiere aceptar—. Vamos a comer.
Se queda quieto en medio de la calle durante otros segundos
mientras una vena sobresale en su sien, hasta que finalmente me sigue.

146
Capítulo 14
Myles

¿Qué voy a hacer con esta mujer?


Taylor se inclina para rellenar mi taza de café y necesito cada gramo
de mi fuerza de voluntad para no quitarle la taza de la mano, dejarla en la
mesa y tirar de ella hacia mi regazo. De hecho, estoy convencido de que sería
lo más natural del mundo. Y cuanto más empiezo a admitir cosas como ésta,
más decidido estoy a no tocarla.
Cuando nos conocimos, decidí que ella era del tipo de relaciones, de
las que se establecen.
No es para mí. 147
Ella no era para mí.
Entonces me lanza la bola curva del sexo duro y pienso que quizás...
quizás podría ceder y mostrarle cómo se hace.
Ella procedió a mostrarme cómo se hace, en cambio.
Más fuerte. Más.
Finge que eres tú.
Me está arruinando con su boca y su confianza y su piel con olor a
manzana. No puedo dormir ni pensar con claridad, mucho menos
concentrarme en este caso. Y ahora... ahora que escuché lo que dijo de mí
en la playa, estoy expuesto. Estoy preocupándome por sus sentimientos
como si fuera mi maldito trabajo. Quiero ser el hombre que ella cree que
soy. Tal vez siempre lo he sido y aún no había conocido a la mujer adecuada
para mí. Tal vez he estado huyendo tanto tiempo que ya no puedo verme
con claridad. Pero cuando me sonríe... lo hago. O empiezo a intentar verlo.
Aunque no quiero intentarlo. He recorrido el camino de intentar ser
bueno, noble y heroico y resultó que estaba destinado a ser el villano. Ser el
villano ha sido más fácil que enfrentarme al pasado, y tampoco debería
haber aceptado este caso, porque en el fondo está germinando la esperanza.
La esperanza de poder superar lo que pasó. Taylor está regando esa
esperanza, dándole la luz del sol. Pero superar lo que le pasó a ese niño...
no. No, no seré absuelto. No excusaré mis acciones dejándolo pasar.
Si no tengo cuidado, voy a tener una actuación repetida, también.
Con Taylor. Necesito mantenerme concentrado, protegerla, averiguar quién
mató a Oscar Stanley y seguir adelante. Fin de la historia.
Desgraciadamente, mi determinación se tambalea mucho.
Taylor regresa con la cafetera medio vacía y me inclino hacia atrás
para verla caminar. Porque, dulce Jesús, ¿quién le vendió esos pantalones
tan ajustados? Bien podría estar desnuda. Puedo ver el contorno de su tanga
a través de la tela gris. Tengo que apretar mis dientes para no sentir el
impulso de seguirla hasta la cocina y colocar ese trasero sobre mi regazo.
Donde pertenece.
—¿Estás listo para irnos? —pregunta, buscando en su bolso.
Totalmente inconsciente de que me está poniendo duro y provocando
sensaciones extrañas dentro de mí pecho al mismo tiempo.
—Sí. —Me alejo de la mesa y me pongo de pie—. Solo a la biblioteca,
¿verdad, Taylor?
Ella parpadea inocentemente. 148
—Sí. Solo a la biblioteca.
Mierda.
Pero vamos a ver cómo se desarrolla esto. Si no la llevo a la ciudad,
simplemente irá por su cuenta. No hay manera de que consiga trabajar si
estoy preocupado por su seguridad.
—¿Estás de acuerdo con ir en mi motocicleta? —le pregunto de
camino a la puerta. Cuando ella no responde, me doy la vuelta con la mano
en el pomo—. Media pinta.
—Lo estoy pensando.
Cruzo mis brazos sobre mi pecho y me apoyo en la puerta de entrada.
—¿Qué te preocupa?
—Estrellarnos. —Ella retuerce su bolso entre sus manos—. No hay
una capa exterior dura en una moto, Myles. O airbags.
—Soy consciente de eso, Taylor.
—Pero estoy tratando de ser más valiente. —Se acerca a mí como
una mujer caminando sobre una tabla, a segundos de sumergirse en aguas
infestadas de caimanes—. Supongo que eso significa arriesgarse a morir de
vez en cuando, ¿verdad?
Taylor hablando de su propia muerte potencial hará que vomite mi
desayuno.
—Nunca estás en peligro si estoy contigo —digo, sorprendido por mi
propia confianza. ¿De dónde viene eso? ¿De ella? ¿Por lo que dijo en la playa
cuando no sabía que yo estaba escuchando?
Ahora parpadea.
—Sé que estoy a salvo contigo. Lo que me preocupa son los demás
en la carretera. —Mi pulso se acelera mientras cruza la habitación hacia
mí—. Confío en ti.
—Hmm. —No puedo mirarla. No con el calor que se extiende desde
mi garganta hasta mi estómago—. Supongo que eso me gusta.
—¿Que confíe en ti?
Gruño. Asiento, en caso de que mi gruñido no haya dejado en claro
mi respuesta.
Y ella desliza su mano en la mía.
Se siente tan bien que casi me alejo. Tomarse de la mano no es parte
del trabajo. 149
Nada de esto forma parte del trabajo.
Sin embargo, aquí estoy, llevándola a mi moto de la mano como un
novio cariñoso. Pongo el casco en su cabeza con cuidado y la ayudo a
sentarse en la parte trasera del asiento. Parece tan frágil sobre la
maquinaria extragrande que el sudor empieza a brotar de la línea de mi
cabello. Juro por Dios que, si otro auto se acerca a menos de tres metros de
nosotros, voy a enloquecer. ¿Por qué sugerí que fuéramos en la moto? ¿Es
demasiado tarde para conducir el auto?
—Empiezo a emocionarme ahora —dice, sonriéndome a través del
casco—. ¿Debería simplemente aferrarme a mi bolso?
—No. —Se lo quito de las manos y lo guardo en una de las alforjas—
. Te aferrarás a mí.
—Entendido.
Cuando estoy a horcajadas sobre mi motocicleta y sus brazos rodean
mi cintura, presionando su rostro contra la parte posterior de mi hombro,
muchas cosas le suceden a mi cuerpo a la vez. Mis músculos se tensan a
propósito. La actitud protectora se agolpa en mi abdomen. Mi lengua se
vuelve espesa en mi boca, mi piel se humedece en algunos lugares, se
calienta en otros. Por no hablar de mi polla hinchada, que ha estado en
perpetua miseria durante tantos días consecutivos que estoy empezando a
acostumbrarme al dolor. Sin embargo, lo que se destaca sobre todo es el
órgano acelerado dentro de mi pecho. Bombeando como loco. De alguna
manera sé que nunca tendré a otra mujer en la parte trasera de mi
motocicleta además de Taylor. Ella es la última.
No importa lo que pase.
Con ese incómodo pensamiento flotando en el aire, aprieto la palanca
del embrague y arranco la moto, avanzando lentamente hacia la carretera,
exhalando con fuerza por la forma en que sus muslos se aprietan a ambos
lados de mis caderas, sus brazos me envuelven brazos como un cinturón.
Voy despacio. Más despacio que el límite de velocidad. Cada bache y cada
señal de tráfico son una amenaza potencial.
—Más rápido —grita por encima del viento, apretándome. Aunque
acelerar el motor me hace sentir que voy a vomitar, lo hago de todos modos,
porque estoy orgulloso de ella. Por ser valiente. Por enfrentarse a su miedo.
Por confiar en mí para hacerlo con ella. Y diablos, mentiría si dijera que no
me gusta cómo se aferra a mí, puedo sentir su cálido coño presionando
contra la parte baja de mi espalda. Su sexy trasero vestido con tanga está
posado sobre el rugiente motor de mi motocicleta y eso me da hambre. Me
hace pensar en sexo caliente y sudoroso. Me hace pensar en nosotros en la
150
cama, mientras ella grita más rápido en mi oreja. ¿Por qué no me deshago
de algo de esta presión entre mis piernas? Justo esta mañana, regresé a mi
habitación de motel para ducharme y cambiarme. Podría haber resuelto algo
de frustración con mi mano, pero no pude hacerlo, a pesar de que mi pene
estaba más duro. Mi cuerpo sabe que nada se acercará a lo real. Taylor.
Dios, tengo tantas ganas de follarla. También podría admitir que no
puedo... no puedo hacerlo porque mi corazón está involucrado. O ya habría
pasado la noche en su cama. Dentro y fuera. Sin enredos. Sin el miedo
enfermizo de perderme algo en el caso y que ella salga herida.
O algo peor.
Mis manos comienzan a volverse gelatinosas sobre el manillar, así
que me trago la dirección oscura de mis pensamientos y me concentro en
llevarla a salvo a la ciudad. Cuando llegamos al centro de Falmouth, está
repleto.
—Oh, se me olvidaba —dice en medio del viento que se extingue—.
La manifestación.
Asiento, guiándonos lentamente hacia uno de los estacionamientos
municipales. No hay ninguna plaza a la vista, así que estaciono ilegalmente
entre un auto y una puerta, lo que me hace ganar una sonrisa de Taylor
cuando le quito el casco.
—Así que. —Mi voz suena como un vidrio siendo tallado—. ¿Qué te
pareció?
—Me encantó —susurra, colocando sus brazos alrededor de mi
cuello—. Gracias por convencerme. Y por no burlarte de mí cuando me
resistí.
—Nadie se burlará de ti nunca más —espeto.
Es una estupidez prometerlo. No tengo forma de garantizarlo. ¿Pero
qué otra cosa se supone que debo decir cuando ella me mira como si fuera
su héroe? ¿Los votos van a salir volando de mi boca ahora? Lo siguiente será
prometerle una casa, bebés y un viaje a Disneyworld. Las camisas a juego
no suenan tan atroces como antes.
Jesús. Escúchate.
La bajo de la moto y la mantengo pegada a mí, de puntillas, con el
rostro sonrojado por la euforia del viaje. Y no hay nada en este mundo que
me impida besarla. Me sorprendo a mí mismo juntando nuestras bocas con
cuidado, suavemente, enrollando su cabello alrededor de uno de mis puños 151
e introduciendo lentamente mi lengua, acariciando la suya, saboreándola.
Su aroma a manzana. Sonidos cuando ella gime, manteniendo el ritmo
lento. Devorándola poco a poco desde arriba. Este beso es diferente a los
anteriores. Estoy... ¿qué estoy haciendo? ¿Adorándola? Eso es lo que se
siente, este viento deliberado de lenguas, los suculentos mordiscos de sus
labios, mis labios, entre los episodios más largos y profundos de besos. Nos
estamos besando como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y joder,
joder, eso me gusta demasiado. Todo el tiempo del mundo.
Con una maldición, me obligo a romper el beso.
Taylor se inclina hacia mí vertiginosamente, provocando una
opresión en el centro de mi caja torácica ¿Qué demonios voy a hacer con
ella? Me distraigo recuperando su bolso y entregándoselo.
—Te acompaño a la biblioteca —digo abruptamente, rozando mis
nudillos contra el dorso de su mano, esperando que quiera que la sostenga
de nuevo. Cuando coloca su mano más pequeña en la mía, dejo escapar un
suspiro que no sabía que estaba manteniendo prisionero—. Entonces
puedes sentarte en la estación de policía durante mi reunión.
—No podré curiosear contigo mirando por encima de mi hombro.
Además, es plena luz del día —dice, negando con la cabeza—. Ve a tu
reunión. Me reuniré contigo después. —Sonríe—. Podemos comprar un
helado.
Resoplo.
—¿Parezco el tipo de hombre que va a citas con helados, media
pinta?
—No —suspira—. Supongo que no.
Caminamos en silencio durante unos segundos.
—¿Qué sabor pedirás?
Sus dedos aprietan los míos. Estoy jodido.

—Amigos y residentes de Falmouth y del condado de Barnstable —


dice la alcaldesa por el micrófono, su voz resuena en la principal calle
comercial de la ciudad—. Escucho sus quejas y tengan la seguridad de que
estoy aquí para ayudar.
152
Taylor y yo disminuimos la velocidad hasta detenernos fuera del
recinto policial, observando la escena frente a nosotros. La alcaldesa está
parada en la parte trasera de un camión, sosteniendo un micrófono
conectado a un sistema de sonido improvisado. Hay letreros magnéticos
adheridos a las puertas del camión que dicen: “Reelija a Rhonda Robinson”.
Extendidos frente a ella parecen haber cientos de lugareños con carteles y
camisetas que dicen: “Inquilinos: váyanse a casa.” Cantan esas palabras
durante el discurso de la alcaldesa, a pesar de que su asistente con anteojos,
Kurt, hace gestos tranquilizadores a la multitud.
¿Es mi imaginación o Kurt está mirando a Taylor en lugar de a la
creciente audiencia?
No, simplemente lo hizo de nuevo.
Sube las gafas por el puente de su nariz, tantea su portapapeles y se
inclina hacia un lado para verla mejor a través de la multitud de cuerpos.
Levanto nuestras manos unidas a mi boca y beso sus nudillos.
El asistente rápidamente baja la mirada al portapapeles.
Pero a pesar de la satisfacción que me invade en estos momentos...
ese es el tipo de hombre con el que Taylor terminará, ¿no? Un hombre pulcro
de su edad con una profesión noble. Puedo ver a ese tipo con niños,
enseñándoles el valor del servicio a la comunidad y llevándolos a clases de
yoga infantil y a paseos por la naturaleza o lo que sea.
—Oh, mira —Taylor me llama por encima del ruido, y maldita sea,
agradezco la distracción. Sin embargo ¿cuánto tiempo puedo distraerme de
dónde me lleva esto? A un aterrizaje accidentado. A un final. No hay otra
opción, ¿verdad?— Ahí está Sal.
Sigo su línea de visión y aterrizo en el vecino temporal de Taylor,
acurrucado entre la audiencia con su camiseta a juego. Como si sintiera
nuestra atención, mira por encima y hace una doble toma. Hay un gruñido
en su rostro, como si estuviera en medio de un canto, pero cuando le
muestro los dientes, se fusiona con la masa de cuerpos y desaparece.
—Si tiene una queja personal sobre un alquiler vacacional en las
inmediaciones de su propiedad o cree que el propietario está mostrando
negligencia, como alquilar a visitantes que no han sido investigados a fondo
o no hacer cumplir las normas de nuestra comunidad —continúa la
alcaldesa—, por favor, envíe un correo electrónico o llame a mi oficina. Mi
asistente, Kurt, está a su disposición para dejar constancia de su problema
y asesorarlo para que lo resuelva, mientras mi oficina trabaja para limitar
los alquileres vacacionales en nuestra zona y mantener este vecindario como
siempre ha sido. Un lugar tranquilo para vivir.
153
—¡Has hecho campaña con esta promesa hace cuatro años! —grita
alguien entre la multitud.
—¡Mis hijos no pueden ni siquiera jugar afuera con todo el tráfico de
borrachos!
—¿Cómo se supone que alguien va a dormir con las constantes
fiestas?
—¡Puedo escuchar a la inquilina que está a mi lado cantando en la
ducha! —Chilla como un gato de granero.
Taylor jadea. Balbucea.
La risa se acumula en mi interior, demasiado grande para
contenerla. Y ahí estoy, riéndome en medio de la acera cuando se supone
que estoy investigando un asesinato. Tampoco puedo evitarlo. Se siente
jodidamente bien reír. Ni siquiera recuerdo la última vez que lo hice con
alguien que no fuera ella.
Taylor arruga su nariz al verme, pero hay humor en sus ojos verdes.
Ojos de los que no puedo apartar la mirada. Cuando se pone de puntillas
para hablarme al oído, me inclino automáticamente para alcanzarla.
—Ya has roto tu promesa de no dejar que nadie se burle de mí nunca
más. Lo próximo será llamarme Shaquille.
Dejo caer un beso en sus labios fruncidos.
—¿Qué tal si te compro una bola extra de helado?
Evita mi siguiente beso.
—¿Es lo mejor que puedes hacer? —Me da un empujón juguetón en
el pecho—. Ve a tu reunión. Nos vemos en la heladería dentro de una hora.
Señalo la acera entre mis botas.
—Vuelve aquí y bésame.
Esos dientes se hunden en su labio inferior y niega con la cabeza.
Provocadora.
Me está provocando. Haciendo que quiera más. Haciendo que sea
imposible no tomar... todo.
Que Dios me ayude, está funcionando.

154
Capítulo 15
Taylor

—Eres tan ruda—susurro para mí, con un notable saltito en mi paso.


No solo monté una Harley esta mañana, sino que he evitado las sospechas
del hombre más desconfiado que he conocido. Él piensa que he venido a la
biblioteca para consultar el último bestseller y, en realidad, podría hacerlo,
solo para matar dos pájaros de un tiro, pero lo que Myles no sabe es que la
oficina del secretario del condado está al lado de la biblioteca y es mi
verdadero destino.
Hay una parte importante de mí que solo quiere ver unos cuantos
libros e ir a encontrarse con Myles para comprar un helado. No participar
en ninguno de estos engaños. Pero antes, en la playa, decidí ayudar a
155
resolver este caso, como sea. Por mí. Por Myles. Si hay algo que pueda hacer
para que deje de castigarse por el pasado y quizás, solo quizás, considere
volver a ser un investigador profesional, quiero hacerlo. Tengo que intentar
marcar la diferencia.
Y después de siete años escuchando Etched in Bone, sé una cosa.
Siempre hay una pista que se pasa por alto. En las etapas iniciales de una
investigación, los componentes más grandes como las líneas de tiempo, la
oportunidad y la evidencia física son la principal preocupación, pero ¿es
cuando los detectives regresan al principio y miran más profundamente en
las conexiones personales del asesino? ¿Cuándo separan el rastro de papel?
Es cuando los asesinatos se resuelven.
Myles mencionó que Lisa Stanley heredará las propiedades de su
hermano. Eso definitivamente le da un motivo para matarlo. El dinero es a
menudo un motivo principal.
Pero aquí está la cosa.
No es barato comprar una propiedad en Cape Cod. Especialmente en
el océano.
Y Oscar Stanley era un cartero jubilado.
Algo en eso no cuadra. Es posible que tuviera dinero de la familia,
como una herencia o tal vez un acuerdo por lesiones que lo ayudó a comprar
estas propiedades en demanda una por una, pero esos son detalles que
deben ser explorados. Aquí es donde puedo ser útil. Aquí es donde puedo
demostrarme a mí misma que no soy el tipo de mujer que se sienta y deja
que todos los demás corran riesgos mientras me mezclo con el fondo.
Con determinación, avanzo por las estanterías hasta la parte trasera
de la biblioteca y empujo la puerta de vidrio que la separa de la secretaría
del condado.
—Hola —le digo a la mujer que está detrás del mostrador—. Estoy
buscando registros de propiedad.
Ella asiente y agarra un lápiz.
—¿Dirección?
—Hay varias direcciones.
—Claro que las hay —suspira.
Veinte minutos después, tengo mis impresiones. Usando mi cadera
para abrir la puerta de vidrio, vuelvo a entrar en la biblioteca y camino hacia
una mesa tranquila en la sección de biografías, extendiendo los registros de
156
propiedad de Oscar Stanley frente a mí. Reviso mi teléfono para asegurarme
de que Jude no ha llamado o enviado un mensaje, y no lo ha hecho. Tampoco
Myles. Bien. Los hombres están ocupados.
Soy libre para husmear.
Dejo mi teléfono sobre la mesa y reviso el primer registro, que
pertenece a la propiedad donde asesinaron a Oscar. No hay nada extraño
en él que pueda ver. Su nombre es el único que figura como propietario. Es
cuando paso al siguiente registro que comienzo a sentir un cosquilleo en mi
espalda. Bajo el nombre de propietario, aparece Oscar Stanley.
Pero su nombre no es el único que aparece. Corporación Evergreen.
También está en el siguiente registro. Y en los tres siguientes.
Oscar Stanley no era dueño de estas propiedades solo.
Tenía un socio comercial.
Y todo el mundo sabe que los socios comerciales son los más
propensos a cometer asesinatos, solo superados por los cónyuges. Tengo
que decirle a Myles...
Estoy a medio camino de mi pensamiento cuando algo pesado golpea
un lado de mi cabeza.
El dolor detona en mi sien y todo se vuelve negro.

—¡Taylor!
La conciencia vuelve lentamente, pero de inmediato desearía estar
todavía inconsciente.
Mi cabeza está palpitando y puedo oler la sangre. Eso es bastante
malo.
Pero también hay un cazarrecompensas gritando a un centímetro de
mi rostro.
Abro un párpado y él susurra una oración al techo, luego vuelve a
gritar.
—¿Estás bien? ¿Dónde más estás herida? Dime que estás bien.
—Estoy bien. Deja de gritar —ordeno con un susurro estrangulado.
—¿Dejar de gritar? ¿Estás aquí tirada sangrando y quieres que deje
157
de gritar? —Sus manos recorren mi cuerpo y vuelven a subir a mi cabeza,
el color marrón musgo de sus ojos es eclipsado por las pupilas dilatadas, el
sudor gotea por los lados de su rostro. ¿Está temblando? — ¿Qué diablos
pasó?
—No lo sé. —Cuando me doy cuenta de que hay una multitud de
personas a nuestro alrededor, muchas de ellas hablando por teléfono con lo
que parece ser el 911, me esfuerzo por incorporarme.
—Estaba sentada aquí. Alguien me golpeó. Con un libro, creo. Se
sentía como cuero.
—Había un libro en el suelo. Aquí en el piso —dice la recepcionista
del secretario del condado que me ayudó antes. ¿Hace cuánto tiempo?
¿Cuánto tiempo estuve desmayada en el suelo de la biblioteca? —. Tiene
algo de sangre en él. Probablemente de ella.
—Cristo —dice Myles, pareciendo mareado.
Alguien me agredió.
Un sonido nervioso escapa de mis labios y rápidamente soy atraída
hacia los brazos de Myles. La cálida seguridad de su cuerpo hace que me
olvide de nuestra audiencia y simplemente me envuelvo a su alrededor, con
mis piernas alrededor de su cintura, mis brazos rodeando su cuello,
necesitando calor desesperadamente. Tengo frío, mis dientes castañetean.
Siento como si me hubieran sacado de un estanque helado.
—Myles.
—Te tengo, Taylor. Estoy aquí. —Respira profundamente, como si
tratara de calmarse, pero me doy cuenta de que no funciona—. ¿Hay
cámaras aquí? Quiero saber quién hizo esto. Ahora.
—No hay cámaras, señor. Lo siento. —Pronuncia una voz masculina.
Hay una pausa en la que todo lo que puedo escuchar es mi corazón
acelerado junto con el de Myles—. Hay una ambulancia en camino.
—No quiero la ambulancia. Solo quiero ir a casa.
—Podrías tener un... —Traga con fuerza, su manzana de Adán se
mueve contra el lado no herido de mi cabeza—. Podría ser una conmoción
cerebral. Jesús. Dejé la reunión en cuanto vi el informe de balística. El arma
que encontraste en la playa no era el arma homicida, Taylor. Todavía está
por ahí. Y pude sentir que algo estaba mal. Nunca debí dejarte sola...
Proceso las noticias sobre el informe de balística, un peso se hundió
en mis rodillas.
—Esto no es culpa tuya. Estoy en una biblioteca pública en pleno
158
día —digo en su hombro—. Debería haber estado a salvo.
—Pero no lo estabas, Taylor. No lo estabas.
Mi intuición me susurra que esto es un mal giro de los
acontecimientos. No solo porque esta es la segunda vez que he sido objeto
de violencia, sino que al tratar de ayudar a Myles, podría haber empeorado
todo sin darme cuenta.
—Estoy bien.
—Necesito que un paramédico me lo diga, ¿de acuerdo? Mantente
despierta, ¿sí? Ojos abiertos. —Pasan varios segundos y lentamente noto
que sus músculos se tensan debajo de mí—. ¿Esos papeles que están sobre
la mesa son tuyos?
Oh, Dios. No es el momento.
—De repente me siento mareada.
Myles se levanta conmigo en brazos y se adentra en una de las pilas,
lejos de los oídos atentos que nos rodean. Si no me equivoco, también nos
mueve con un sutil movimiento de balanceo. Pero sigue respirando rápido,
las ráfagas cálidas golpean el costado de mi cabeza.
—Créeme, solo quiero que te acuestes en una cama en algún lugar
con hielo en la cabeza, pero necesito información ahora, Taylor. Alguien
lastimó.
—Cierto. Lo sé. De acuerdo. —Trago saliva—. Nunca me pareció
lógico que Oscar Stanley, un cartero jubilado, pudiera permitirse tantas
casas de vacaciones. Obviamente podría haber recibido una herencia o de
otra manera, pero un socio tenía más sentido. Así que vine a comprobar los
registros de la propiedad y tenía razón. Estoy... en blanco ahora mismo con
respecto al nombre de la corporación porque todavía estoy ligeramente
mareada...
Hace un sonido miserable y sus brazos se tensan a mí alrededor.
—Pero en cada propiedad, además de en la que fue asesinado, había
otro nombre en la escritura. No el de su hermana. Alguna corporación.
Por un momento, parece pensativo, y luego estamos caminando de
regreso a la mesa donde todavía están los papeles.
—Hasta ahora, solo revisé los registros de la propiedad de la primera
casa —dice, mirando los documentos.
—Habría estado dando vueltas. Los investigadores siempre dan 159
vueltas.
—Pero decidiste hacerlo por mí y casi haces que te maten antes de
que eso suceda. —Su garganta se balancea—. Antes de que pudiera
encontrar lo que se me escapó.
—Sí. Soy una profesora. Tenemos sed de conocimiento... y también
de tener razón. Myles, no me gusta tu tono de voz sombrío.
Tampoco me gusta cómo se ha vuelto frío como una piedra contra
mí. Me acomoda en el borde de la mesa y recoge los papeles en una pila, los
dobla una vez a lo largo y los mete en el bolsillo trasero de sus jeans. Intento
captar su atención para determinar qué ocurre, pero un paramédico entra
en mi campo de visión, junto con un agente de policía que reconozco.
—Oficial Wright —exclamo, sin poder evitar una sonrisa. El
repentino movimiento de mi boca hace que mi cabeza palpite y hago una
mueca de dolor. Myles maldice y empieza a caminar.
—Ojalá nos reuniéramos en mejores circunstancias —comienza
Wright.
—Coincido. ¿Cómo has estado?
—He estado mejor, en realidad. —Señala con el pulgar hacia la
calle—. Gracias a Dios esa manifestación terminó hace un tiempo. Los
lugareños son más ruidosos de lo que parecen…
—Ya basta de charlas triviales —gruñe Myles desde unos metros de
distancia, con una expresión estruendosa—. Que alguien revise su maldita
cabeza.
Wright silba en voz baja, sacando un bolígrafo y una libreta.
—Me han llamado —murmura el paramédico. Examina mi herida,
toma algunas notas. Ilumina mis ojos con una pequeña linterna y me hace
una serie de preguntas antes de apagarla—. No es una conmoción cerebral.
Solo un feo corte. Lo vendaré y podrás irte a casa.
Wright resopla de risa.
—Irte a casa. —Mira a Myles—. Es gracioso porque tiene una herida
en la cabeza.
—¿Qué tiene de gracioso eso? —gruñe Myles. Siguiendo con la
mirada al oficial, Myles se deja caer en la silla que ocupé antes, haciéndome
bajar de la mesa a su regazo. Puedo sentir que ha salido más sangre de la
herida en los últimos minutos y observa la piel lastimada con el rostro 160
pálido—. Termina con esto.
—¿Estás enfadado conmigo? —susurro en su oreja.
—Hablaremos de esto más tarde.
Wright se agacha frente a mí con su bloc de notas.
—Muy bien, primera pregunta. —Una sonrisa se extiende por las
comisuras de su boca—. ¿Ustedes son algo? Esto parece que podría ser una
cosa.
Si Myles abriera la boca ahora mismo, estoy segura de que saldría
fuego.
—No somos nada —respondo por los dos.
Myles empieza a fruncir el ceño hacia mí.
—Bueno, espera. Eso no es del todo exacto.
—Sí, lo es —le digo a Wright—. No somos nada. Anota eso.
—¿Cómo lo llamas tomarse de la mano? —pregunta Myles.
Wright finge tomar nota y murmura:
—Así que se han tomado de las manos.
—No sé qué consideras material de “cosa”, Myles. —Estoy tan
perpleja como parece estarlo el cazarrecompensas. Después de todo, solo
estoy diciendo la verdad—. Pero no se llega simplemente a... resbalar y caer
accidentalmente en una relación. Hay que tener conversaciones. Hay que
hacer preguntas.
—¿Cómo qué? —Myles y Wright dicen al mismo tiempo.
Además de tener una herida en la cabeza, mi rostro está empezando
a arder. Estos dos hombres me miran como si estuviera loca. ¿Entendí todo
mal? Nunca he encontrado este nivel de escepticismo al respecto. Aunque
eso puede ser porque nunca he detallado mis creencias en voz alta.
—Bueno. Una parte le pide a la otra que sea... permanente. Y
monógamo.
—¿Como una propuesta de matrimonio? —Wright quiere saber. Oh
Dios, está tomando notas.
—N-no. No del todo. Más como...
—¿Pedirle a alguien que sean novios? —Myles termina por mí, la
diversión se refleja en sus rasgos. Supongo que debería estar agradecida de
que ya no está frunciendo el ceño, pero no lo estoy. 161
Mi boca se cierra abruptamente y ya no puedo mirarlos a los ojos.
Vaya. ¿Estuve arrastrando inconscientemente estas creencias desde la
escuela secundaria? Cuando mi primer novio me pidió que fuera su novia,
supuse que así funcionaría siempre. Un establecimiento de límites. Una
intención claramente establecida.
¿No debería ser así?
Sí, debería.
Me encojo de hombros.
—No sé cómo se llama. Pero no me ha dado las palabras que una
persona necesita para sentirse segura y cómoda. No somos una cosa.
La diversión de Myles se apaga como una luz.
—Bien, vamos a limpiar esta herida —dice el paramédico,
arrodillándose junto a Wright, que empieza a hacerme preguntas que
realmente tienen que ver con mi agresión.
—¿Notaste a alguien cuando entraste a la biblioteca?
—Nadie, salvo las personas que están detrás del mostrador. —Las
señalo dónde todavía están rondando cerca.
—¿Tuviste algún encuentro extraño antes de entrar en la biblioteca?
—Solo con Myles. Nuestros encuentros son siempre extraños. —La
broma apenas ha salido de mi boca cuando se me ocurre algo maravilloso y
doy un grito ahogado, girándome sobre el regazo del cazarrecompensas para
mirarlo. Me mira fijamente, parece como si estuviera tratando de masticar
un trozo de metal—. Esta vez eres sospechoso.
—Técnicamente no —interviene Wright—. Estaba en una reunión
con nosotros.
Levanto una ceja hacia Myles.
—Tendré que trabajar en una línea de tiempo para estar segura.
Al principio, no creo que vaya a responder. Simplemente seguirá
mirándome, con ese músculo tenso en su mejilla. Pero entonces se inclina
hacia delante y habla en mí oreja, lo suficientemente bajo como para que yo
sea la única que pueda escucharlo.
—Recibiría una bala entre los ojos antes de levantarte la mano,
Taylor. El hecho de que tengas que pasar un segundo de dolor me da ganas
de morir. ¿Es ese el tipo de palabras de las que estás hablando? Porque son
las únicas que tengo.
Oh, Dios. Es muy difícil concentrarme en dar mi declaración después 162
de eso, pero consigo superar la serie final de preguntas. Mi corte está curado
y vendado. Apenas he dado las gracias a Wright y a los paramédicos cuando
Myles me levanta contra su pecho y me saca por la entrada trasera de la
biblioteca.
—Le envié un mensaje a Jude para que viniera a recogernos, pero no
respondió.
—Ha estado ignorando su teléfono por culpa de Dante.
—¿Quién? —pregunta Myles distraídamente.
—No importa. Sabes, no necesito que me carguen. Estoy bien para
caminar.
No hay respuesta.
Un sedán negro está esperando detrás de la biblioteca y Myles me
lleva hasta allí, sentándome en el asiento trasero y luego se sienta a mi lado.
El conductor nos mira con curiosidad por el retrovisor, pero sale del
estacionamiento y se incorpora al tráfico sin hacer preguntas.
Ahí es cuando mi adrenalina se estrella como un andamio de diez
pisos de altura.
El frío se filtra y comienzo a temblar, a pesar del calor que Myles
irradia contra mí. La última media hora se reproduce como un sueño.
¿Realmente estaba discutiendo sobre relaciones con un oficial de policía o
mi cerebro me está jugando una mala pasada? El golpe del cuero pesado
conectando con un lado de mi cabeza se repite una y otra vez hasta que me
resulta difícil respirar y los escalofríos solo empeoran.
—Taylor, estás temblando.
—Lo sé.
Su voz es muy tranquila, pero hay una capa de ansiedad justo debajo
de la superficie.
—Le dijiste al paramédico que no tenías náuseas. ¿Cambió algo?
—No, solo me estoy dando cuenta de lo que pasó. O de lo mucho peor
que podría haber sido.
—Bienvenida a mi mundo.
—Ahora que no hay... zumbido. O actividad. O preguntas que
responder… —Froto mi brazo descubierto y Myles se encarga
inmediatamente de esa tarea—. Estoy bien. solo tengo mucho, mucho frío.
163
Él asiente, un nudo sube y baja por su garganta.
—Ya casi estamos en casa. Lo solucionaré.
Puedo solucionarlo yo misma. Eso es lo que quiero decir. Eso es lo
que siempre digo, de una forma u otra. Pero no quiero estar a cargo en este
momento. Solo quiero que este hombre, en quien confío, me lleve a un lugar
cálido donde pueda procesar todo lo que sucedió.
—Realmente no creo que seas sospechoso, Myles.
—Por supuesto que no, cariño. —Besa mi vendaje con cuidado—. Yo
tampoco pensé que lo fueras.
Me gusta que sea así, suave y tranquilizador, tanto como me gusta
que sea honesto, franco y brusco. Hay más en él de lo que parece. Capas y
capas. ¿No lo sabía ya de alguna manera?
—Nunca conseguimos nuestro helado —digo en su garganta—. Me
moría por saber qué sabor elegirías.
—Masa de galletas.
—¿En serio?
—Estoy casado con ese sabor. Nunca pido nada más.
—Estoy asombrada. Es tan frívolo.
—Cerveza con sabor a melocotón es frívolo, media pinta. El helado
de masa de galletas es inigualable.
—Hablas como alguien que no ha probado el caramelo.
—Y nunca lo hará. Es un sabor de abuela.
A mitad de mi jadeo, me doy cuenta de que está tratando de
distraerme de lo que pasó, y está funcionando. Es suave por dentro. ¿Una
parte de mí sintió eso desde el principio? Sí. Sí, eso creo. Ahora está
manteniendo una conversación sobre helados a pesar de que parece que la
vena en mi sien derecha va a salirse de mi cabeza.
—Estoy bien, ya sabes.
Ahoga un sonido.
—Maldita sea, Taylor.
No puedo evitar inclinarme y besar su barbilla. Cierra sus ojos ante
el contacto, acercando su boca a la mía, nuestras respiraciones tropiezan la
una con la otra.
—Por favor —insta con brusquedad contra mis labios—. Detente.
—¿Detener qué? 164
—No lo sé. Todo. No importa lo que estés haciendo, me afecta.
Cuando te enojas, te ríes, te duele o ni siquiera estás conmigo, me destroza.
—Son esas. Esas son las palabras —susurro, conmocionada y con el
pecho oprimido.
Él niega con la cabeza.
—Taylor, me iré después de resolver este caso. En cuanto descubra
quién te hizo esto, lo encerraré y tiraré la llave. Entonces volveré a la caza
de recompensas. Tú en Connecticut. Yo en la carretera. No voy a ser tu
novio. No vas a arreglarme. No voy a sentar la cabeza. ¿De acuerdo? Si eso
es lo que piensas que puede pasar... —Su mandíbula se tensa—, hice todo
lo posible para darte la impresión opuesta.
—Lo sé, Myles. Yo...
—¿Qué?
—No he llegado tan lejos. Como pensar en el futuro. Un futuro en el
que eres mi novio. No he imaginado lo que vendría después si estuviéramos
juntos. Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza.
Ahora parece más enfadado que nunca. Este hombre es tan confuso.
—Solo quiero estar contigo ahora —murmuro, sentándome más
erguida en su regazo, pasando mi boca por el pulso que late rápidamente en
la base de su cuello, mi mano alisa la parte delantera de su camisa—.
Necesito estar contigo. Solo por ahora.
Muevo la parte inferior de mi cuerpo en un lento círculo sobre su
regazo, pero él agarra mis caderas antes de que pueda completar el
movimiento.
—Estás herida.
Con la boca presionada contra su oreja, susurro:
—Estar herida solo hace que te necesite más.
El auto se detiene frente a la casa de alquiler.
Myles exhala una respiración inestable.
—Mierda.

165
Capítulo 16
Myles

Nuestros zapatos se han quedado en la puerta principal y estoy


cargando a Taylor por la casa. Estoy medio esperando que Jude esté en casa
para proporcionar una distracción, medio esperando que no lo esté.
De acuerdo, bien. Mucho más que la mitad de mí espera que estemos
solos. Tal vez incluso todo de mí. Pero no debería llevar a esta mujer por las
escaleras hasta su dormitorio. Cristo, acaba de ser atacada. Mi maldita
sangre está caliente, está fría, no sé lo que es. Todo lo que sé es que cuando
la vi inconsciente en el suelo, mi mundo se inclinó hacia un lado. Nunca
antes había sentido esa combinación de miedo helado y furia violenta y no
quiero volver a hacerlo. Por eso soy un cazarrecompensas. No me encariño
166
con nadie.
Puedo permanecer sin emociones. Robótico. Eficiente.
Es demasiado tarde para eso ahora. Con Taylor.
Soy una tormenta de sentimientos sobre ella. Son tantos que apenas
puedo distinguirlos del torbellino borroso y tratar de definirlos. Soy protector
con ella, me siento orgulloso de ella, lujurioso hasta el punto del dolor,
adorador y confundido. Porque sé, sé muy bien que, si tengo sexo con ella,
voy a encariñarme aún más y marcharme me va a matar, pero aquí estoy,
poniendo un pie delante del otro. Sosteniéndola contra mi pecho como si
fuera frágil, tal vez para tratar de engañarme a mí mismo y olvidar que
quiere ser tratada, con rudeza, como si estuviera lejos de ser frágil.
Mi cabeza está abarrotada. Mi pecho es una jodida escena del crimen
después de que fuera agredida bajo mi vigilancia. Mía. Todo porque se me
escapó un detalle. Otra vez. Se me escapó algo. Pero ella está besando mi
cuello y mi polla podría hacer un agujero en una ventana y, maldita sea, se
está volviendo más experta en jugar con ese punto bajo mi oreja cada
segundo, sus dientes se cierran alrededor de mi lóbulo y tiran. Lamiendo.
Besando.
Me dijo en el auto que no había considerado un futuro para nosotros.
Por mucho que eso me haya molestado, es muy conveniente para mí
creer en su promesa en este momento. Que no haya considerado lo nuestro
a largo plazo. Me quita la culpa por follar y dejar a una chica que debería
ser llevada al altar de su boda en las alas de una paloma. Llevada a casa
con mamá. Darle lo que quiera hasta que sea delirantemente feliz.
Yo nunca sería capaz de hacer eso. No sé cómo.
Ni siquiera puedo protegerla.
Ese pensamiento me hace entrar con fuerza en su habitación, abrir
la puerta del baño con una patada y dirigirme a la ducha. Coloco a Taylor
sobre sus pies y giro la perilla en la posición de encendido.
—¿Qué estás haciendo?
—Calentándote.
Tal vez... tal vez pueda resistir esto. Tal vez pueda depositarla en la
ducha y esperar afuera, durar otro día sin ceder a mi hambre furiosa por
esta mujer. El sexo nunca ha sido más que una diversión para mí. Una
picazón que hay que rascar. Pero sería un compromiso con Taylor, no
importa lo que diga. Incluso si ella realmente quiere decir que esto es
temporal. Una necesidad por ahora. Mi corazón y mi cabeza harían el 167
compromiso. Mía. Como si la estuviera memorizando por el resto de mi vida.
¿Podría seguir solo con mis asuntos una vez que sepa que ella existe? No lo
sé. No tengo ni maldita idea.
—Todavía tienes frío, ¿verdad? —pregunto, señalando la ducha.
Ella asiente.
El baño ya empieza a llenarse de vapor.
Está a medio metro de mí con la cabeza vendada, pidiéndome
consuelo con sus increíbles ojos verdes. Estoy colgando de un hilo y se
deshilacha aún más. Y más cuando ella mira el contorno de mi erección,
humedece sus labios... y se quita la camiseta de tirantes.
Oh, sí.
Mierda. Esas tetas.
Esa camiseta debe haber tenido uno de esos sujetadores
incorporados, porque seguro que ahora no lleva ninguno. Solo esos
pantalones ajustados...
Y son los siguientes. Lentamente. Engancha los pulgares en la
cintura y se inclina hacia delante, deslizando el material por sus caderas,
sobre los suaves globos de su trasero. Abandona el baño, me ordeno, cuando
su tanga está a la vista. Pero estoy inmóvil en mi lugar. ¿Qué hombre no lo
estaría con esta jodida princesa haciéndole un striptease, con el vapor de la
ducha haciendo que sus pechos, su vientre, sus hombros y sus mejillas se
humedezcan? ¿Haciendo que brille? Especialmente cuando la princesa usa
su ropa interior tan ajustada y cuando se endereza, quitándose los
pantalones, no queda nada para la imaginación.
—Ese coño bien podría estar expuesto. Puedo ver cada centímetro.
Entra en la ducha, dejándose cubrir con agua tibia, y viendo cómo
la tanga se adhiere a su sexo, empiezo a jadear, mi mano aprieta el borde
de la puerta de vidrio de la ducha
—Si lo quieres, hazlo así —murmura, su voz se mezcla con el agua
que cae, haciendo que todo esto parezca un sueño. Sí, un sueño. La realidad
se aleja cada vez más mientras enjabona su cuerpo. Sus pechos, muslos y
bragas. Enjabona ese dulce montículo a través del material púrpura y pierdo
la cabeza. Mis reservas golpean el suelo y entro en la ducha, envuelvo un
brazo alrededor de su cintura y la saco de la ducha con un gruñido.
La cargo mojando el piso del baño y golpeo ese culo apretado contra
el lavabo, ya bajando la cremallera de mis jeans. Y ella está matándome,
absolutamente matándome en su estado actual empapada, la espuma se 168
desliza por sus pezones, vientre, labios entreabiertos y gime. No debería
haber dejado que mi lujuria se triplicara y cuadruplicara y se volviera
infinita así. Ahora tiene un vendaje en la cabeza y estoy demasiado duro
como para hacer otra cosa que no sea follarla hasta el próximo fin de
semana.
—Taylor —gruño, estremeciéndome de alivio cuando finalmente
libero mi polla de detrás de la cremallera que la encierra. Mi cuerpo me pide
a gritos que arranque su tanga empapada, que la penetre con fuerza y que
no pare hasta venirme. Pero esta maldita adoración, esta... forma en que
tiene mi pecho en una prensa, me hace inclinar su barbilla hacia arriba y
mirarla a los ojos—. Dime que no estás demasiado lastimada por esto. Dime
que no solo estás conmocionada y que necesitas consuelo.
—Lo necesito. Necesito consuelo. Solo de ti. —Desliza un dedo por
mi abdomen y por la parte inferior de mi pene, lo que me hace soltar una
maldición—. Pero también quería esto. Y lo quería antes de hoy. No son las
secuelas las que hablan, Myles.
—Si me aprovechara de ti, nunca me lo perdonaría...
—No lo harías. —Me besa una vez, dos veces, besos persistentes—.
No podrías.
—Dime que confías en mí —suplico contra su boca mientras mis
manos la arrastran hasta el borde del lavabo. Rápido. Su sexo empapado
choca con mi polla, empujándola contra mi estómago.
—Confío en ti —dice, de forma desigual, buscando mis ojos.
Y las campanas de advertencia están sonando. Esto no es solo sexo.
Apenas hemos empezado y siento que mi pecho se va a abrir de par en par,
pero no hay vuelta atrás. No cuando sus pezones están excitados y ella abre
sus muslos para mí, dejándome asaltar su boca con mi lengua. Estoy tan
excitado que probablemente podría frotarme contra sus bragas un par de
veces y venirme, pero eso no es suficiente. Nada es lo suficientemente bueno
para mi chica, así que termino el beso y me arrodillo, amando la forma en
que ella gime cuando se da cuenta de mi intención, sus dedos tiran de mi
camiseta para quitármela.
En cuanto mi cabeza pasa a través del agujero del cuello y estoy sin
camiseta, engancho un dedo en la entrepierna de su tanga y tiro hacia la
izquierda, besando la abertura de su coño. Besándolo solo con mis labios,
luego la familiarizo con mi lengua, separando sus labios flexibles y buscando
ese punto. Allí. Tan dulce. Tan hinchado, incluso antes de que empiece a
acariciarlo. Dejo que la parte plana de mi lengua ondule contra ella, y luego
la acaricio, con suavidad, con más rudeza, cuando grita mi nombre. Sus
169
caderas comienzan a agitarse sobre el lavabo, sus muslos se abren
alternativamente y abrazan mi rostro.
—Myles.
Tarareo en mi siguiente lamida. Incapaz de responder cuando sabe
tan dulce.
—No me trates como si fuera frágil, solo por lo que ha pasado hoy.
¿De acuerdo? —Ella se esfuerza por respirar entre cada una de sus
palabras—. Tú no. Por favor. Especialmente necesito sentirme... sentirme
fuerte ahora.
Dale lo que quiere. Dale lo que está pidiendo.
Lo que ha estado pidiendo desde el principio.
No es solo su súplica, es mi sentido de Taylor animándome a ser
rudo, a cumplir ese anhelo que me confió, y Dios sabe que no soy un gigante
amable. Definitivamente no en este momento, cuando la deseo tanto que
apenas puedo ver con claridad o pensar con claridad. Mía.
Prueba las aguas. Mira dónde se ha puesto el listón.
—Es un pequeño y bonito coño, ¿verdad? —digo entre arrastres de
mi lengua, observando su rostro. Leyéndola. Midiendo su estado de ánimo.
Averiguando en qué punto se encuentra. Y cuando mueve sus caderas
bruscamente hacia mi próximo movimiento de su clítoris, sus dedos se
enredan en mi cabello, lo sé. Sé cómo Taylor quiere que la follen. Rápido,
desagradable y duro. Eso es con lo que hemos estado jugando durante días.
Y es bueno para mí, es bueno, porque no tengo ni maldita idea de cómo
hacer el amor.
Esto es lo más cerca que voy a estar nunca.
Me inclino un poco hacia un lado y golpeo la carne húmeda entre
sus muslos. No con fuerza. Solo lo suficiente para llamar su atención y hacer
que esos hermosos ojos se pongan en blanco.
—Myles.
—¿Qué? —La azoto de nuevo, notando que está más mojada esta vez.
Maldita sea. La mujer perfecta, perfecta—. ¿Te gusta cuando te azoto?
—Sí —gime entre dientes.
No puedo decir si está sudando o si solo está cubierta de rocío por el
vapor de la ducha, pero cada centímetro de su cuerpo está brillando,
incluyendo su sexo, y es la mierda más caliente que he visto en mis treinta
y cuatro años. Esta chica-profesora de escuela que brilla de humedad, con 170
las piernas abiertas para mi boca. Ni siquiera estoy dentro de ella todavía y
nunca me recuperaré. Nunca.
Mis manos suben por sus muslos, a través de la superficie
resbaladiza de su caja torácica agitada y se cierran alrededor de sus pechos,
apretando, antes de acariciar sus pezones. Se han puesto duros cada vez
que hemos estado a punto de follar... bueno, se fruncen incluso cuando
follamos con los ojos. Son muy sensibles. En cuanto rozo con mis pulgares
esos picos, sus temblores se hacen más intensos y voy más rápido con mi
lengua. Cada vez más rápido, subiendo y bajando por su clítoris hasta que
tiene una mano tirando de mi cabello y la otra agarrando el borde del
tocador. Grita con los dientes apretados y se estremece con su primer
orgasmo y, que Dios me ayude, lamo. Me deleito en esa dulzura y le hago
ver que estoy ansioso por ella, orgulloso de ella, y se estremece aún más por
mis gruñidos animales y mi lengua lamiendo.
Pero hay un pulso frenético dentro de mí, instándome a ponerme de
pie. Me acomodo entre sus muslos separados con la polla en mi mano. Mis
jeans están en los tobillos y soy un desastre. Un desastre que gime y gotea,
y no hay nada en el mundo que pueda salvarme excepto ella. Mirando sus
ojos aturdidos, no veo más que ánimo. Pero quiero estar seguro.
—Tienes que detenerte, cariño, nos detendremos. ¿Me escuchas? En
un maldito instante. Me mate o no.
—No quiero detenerme. —Se desplaza otro centímetro hacia el borde
del lavabo y tira de mis caderas, clavando sus uñas en ellas—. Tampoco
quiero que te contengas.
Mis costados comienzan a agitarse, las respiraciones ásperas de mi
nariz hacen que el vapor se arremoline entre nosotros. Mis dedos buscan a
tientas el condón en mi bolsillo. Rasgar. Rodar.
Jesús, soy un toro esperando que se abra la puerta.
—¿Deberíamos cerrar el agua? —dice ella, con la mirada puesta en
mi boca.
—No. —Me acerco, presionando su rostro en mi hombro,
posicionándome en su cálida y húmeda entrada con mi otra mano. Cuando
tengo la cabeza metida dentro del paraíso, envuelvo mi mano a su alrededor
y aprieto su trasero—. Si alguien llega a casa, la ducha va a amortiguar el
sonido de mi polla introduciéndose profundamente en este coño
Me muevo hacia adelante, ni lento ni rápido, en algún punto
intermedio, y no me detengo hasta que estoy enterrado y realmente grito.
Mientras ella solloza en mi hombro, yo grito por la rapidez con la que mis
pelotas se tensan, palpitando contra mi tren de aterrizaje. Y no es de
extrañar, porque ella es un sueño. Como sabía que sería, pero un millón de
171
veces mejor. Resbaladiza, cómoda y palpitante. A pesar de la amenaza real
de venirme antes de tiempo, no puedo evitar que mis caderas la aplasten
contra el lavabo, tratando de ganar más terreno dentro de ella. Necesitando
que toda ella sea mía. Mía.
—¿Sigues queriendo que sea rudo, ahora que sientes con qué estoy
trabajando?
Su aliento se escapa en una ráfaga contra mi hombro.
—S-sí, por favor. Sí.
—Eres demasiado dulce entre mis piernas para decir por favor,
Taylor. Solo pídele a papi y yo haré el resto. —Sí. ¿Y esa palabra no la hace
malditamente contraerse?
Eso pensaba.
Muerdo la curva de su cuello y comienzo a empujar. Rápido. Con
fuerza. Tengo que sujetar con un antebrazo la parte posterior de sus caderas
para evitar que se resbale y golpee el espejo, pero diablos, ella es increíble.
Ella inclina la cabeza hacia atrás y observo esos pechos temblorosos
mientras la penetro profundamente. El vapor la hace brillar por todas
partes, hace que su cabello se adhiera a su cuello y mejillas. Dios. Dios. No
puedo profundizar lo suficiente dentro de esta mujer. El modo en que gira
la parte inferior de su cuerpo con cada impulso de mis caderas me está
rompiendo. Hace que mis movimientos sean más frenéticos y convierte mi
autocontrol en polvo. Nuestras pieles chocan entre sí, húmedas y ansiosas,
y casi estoy usando toda la fuerza que tengo sobre ella. Casi.
Si continuo con este ritmo, voy a venirme. Es inevitable. Estamos
atrapados en un ritmo que se supone que solo puede ocurrir al final, en la
cima. Sin embargo, mentalmente, emocionalmente, aún no estoy preparado.
Necesito más de ella. No he absorbido lo suficiente de Taylor. Así que
disminuyo un poco la velocidad, pero continúo empujando mi polla
profundamente, mi mano derecha se acerca a la parte delantera para poder
jugar con su clítoris. Ella gime mi nombre, ambos miramos hacia abajo para
ver mi pulgar acariciando esa hermosa protuberancia. Cada vez más rápido,
su pecho sube y bajando con el esfuerzo, los dedos de su mano derecha
atraviesan los vellos en mi pecho, arrastrando sus uñas hasta hacerme
gemir.
—Sigue. Aráñame nena —gruño encima de su boca—. Fóllame.
Arrastra sus uñas por mis hombros y pierdo mi control sobre el ritmo
más lento, una vez más aplastándola contra el lavabo, mi pulgar trabaja
horas extras en ese botón hinchado hasta que finalmente, finalmente, se
estremece, gritando en nuestro húmedo y desordenado beso, su coño
172
convulsiona a mi alrededor. Tan fuerte que mis oídos comienzan a pitar y
mis manos se mueven solas, aplastándola contra mí, presionando con mis
caderas sus muslos más, más, para que pueda sentir cada pequeño temblor.
Oh, Dios mío. Dios mío. Esta mujer es una maldita droga. No, ella es el
subidón. Y no he terminado. No terminaré.
—Más —gruño, levantándola del lavabo, sin tener idea de mi destino.
Solo que tenemos que quedarnos en este baño. Este mundo privado nuestro
dónde el mañana nunca llega. La llevo, boca a boca, por el suelo de mármol.
Puede que no vuelva a dejar que sus pies toquen el suelo, es una maldita
princesa. Trago los elogios que mueren por salir. Mi polla está tan tiesa que
estoy medio delirando. Es inaceptable que aún no le haya dado todo de mí.
Todo de mí. Ella lo pidió, ¿no? Sí.
La deslizo por la parte delantera de mi cuerpo, haciéndola girar hacia
la cabina de vidrio de la ducha.
—Mantente así. Voy a volver a entrar.
No estoy seguro de si sabe exactamente lo que viene o si simplemente
apoya las palmas de sus manos en el vidrio para mantener el equilibrio, pero
es exactamente lo que tiene que suceder. Estamos tan sincronizados que
me pregunto brevemente si estoy soñando. Pero no. No, ella apoya ese
trasero en mi regazo y me froto entre sus nalgas con la fricción perfecta. Es
tan bueno. No hay nada más real que ella. Que nosotros.
Con el corazón latiendo salvajemente, la respiración errática, levanto
a Taylor de puntillas y la embisto por detrás. No amortigüé su grito a tiempo.
Ni siquiera me molesto. Nada importa excepto su coño empapado y la forma
en que araña el vidrio, moviendo sus caderas en pequeños círculos,
haciéndome un baile erótico que me hace gemir hacia el techo.
—¿Intentas volverme loco, cariño?
—Sí —murmura con un jadeo, esos frágiles músculos en la base de
su espalda se flexionan con el movimiento de la parte inferior de su cuerpo,
el vapor moja su espalda. Glorioso. Hermoso. La perfección.
—Podría haber llenado este condón diez veces ya, Taylor, pero no
quiero parar. —Envuelvo su cabello alrededor de mi puño y tiro hacia atrás,
clavando mis dientes con fuerza en el costado de su cuello, cerrando mis
dientes alrededor de su oreja, y Jesús, hace que su pulso se vuelva salvaje
alrededor de mi polla. Me encanta. Me encanta la rudeza. Así que se lo doy,
sin restricciones. Me inclino hacia delante, manteniéndola elevada en las
puntas de los pies, con la mejilla pegada al cristal de la ducha, y la follo con
la suficiente fuerza como para que sus dientes rechinen—. ¿Quieres que me 173
detenga?
—Más rápido.
Hijo de puta. Mi visión se divide en dos. Ella está destrozándome.
Hay una parte de mí que casi se odia a sí misma por usar cualquier pizca de
agresividad con una mujer, pero la evidencia de que lo necesita, lo que
anhela, está en todas partes. Empapando el vello entre mis piernas,
apretándose a mí alrededor como si fuera a tener otro orgasmo y la acelerara
hacia él. A los dos. Dejo caer esa última barrera contra mi fuerza y ella se
despega del suelo ahora, está doblada en un ángulo de noventa grados, con
el culo en mi regazo y yo gruñendo con cada embestida.
—Me arruinaste por masturbarme incluso antes de tenerte. ¿No es
así, Taylor? Sabía que serías muy astuta con respecto a esta polla. Sabía
que te encantaría que te rompiera.
Esto tiene que ser demasiado, demasiado agresivo, demasiado
revelador, pero no puedo parar y entonces... no tengo ni idea de cómo hemos
llegado hasta aquí, pero ella está sobre sus manos y rodillas en el suelo del
baño, su cabello atrapado en mi puño, mis caderas golpeando su trasero.
Estoy fuera de mí. Es demasiado. Tiene que ser demasiado para ella,
¿verdad? ¿Si mi corazón se siente como si fuera a explotar fuera de mi
pecho?
Pero entonces nos encontramos con el reflejo en el vidrio de la cabina
de la ducha. Está empañado, así que apenas puedo distinguir sus rasgos,
pero puedo ver su boca abierta en forma de O. Puedo ver que está presente,
que está satisfecha. Sus ojos se abren y no puedo saber si me está mirando,
pero Dios, la sola posibilidad de que me esté mirando cuando estoy así de
vulnerable, así de desnudo, a punto de eyacular más fuerte que nunca en
mi puta vida, es suficiente para sacarme del mapa. Completamente fuera de
la red. Mis pelotas se vacían con tanta fuerza que olvido mi propio nombre.
—Vamos, cariño. Nena. Perfecto para mí. Jesucristo. No vuelvas a
lastimarte conmigo nunca más. No lo hagas nunca. —Estoy gimiendo
palabras en su cuello húmedo que ni siquiera tienen sentido, pero ella ha
llegado a un tercer orgasmo, se está viniendo conmigo, y no hay nada en
este mundo que tenga más sentido que Taylor apretándose a mi alrededor,
jadeando, gritando mi nombre mientras sus rodillas resbalan hacia arriba y
atrás sobre el suelo de mármol porque todavía estoy bombeando. No puedo
parar. No puedo parar a pesar de que estoy casi vacío—. Taylor.
No reconozco mi propia voz entrecortada, pero ella parece saber lo
que estoy diciendo. Lo que estoy pidiendo. Y se da la vuelta, subiéndose a
mi regazo. Se aferra a mí con sus brazos alrededor de mi cuello, sus piernas
aún temblorosas alrededor de mis caderas. Estoy demasiado aturdido por 174
la intensidad de lo que acaba de suceder como para hacer otra cosa que no
sea volver a caer sobre mi culo con ella a salvo en mis brazos, intentando
desesperadamente organizar mis pensamientos o al menos respirar
correctamente, pero es inútil. Todo lo que puedo hacer es sentarme allí
aturdido. Esta profesora de segundo grado acaba de sacudir mi maldito
mundo.
Pasan minutos antes de que nuestra respiración vuelva a ser normal.
Soy incapaz de imaginarme lo que pasará después. Lo que me
gustaría hacer es mantenerla en la cama durante un mes. O quizás todo un
calendario de meses. Pero ¿debería volver a acostarme con ella? ¿No la
estaría engañando? Decidimos que esto sería solo sexo y si puedo fingir que
no hay una avalancha de sentimientos desconocidos sucediendo dentro de
mí, tal vez pueda seguir con eso...
—Sí. —Sus brazos se deslizan de mi cuello y se recuesta en mi pecho,
bostezando, más somnolienta y hermosa de lo que cualquiera tiene derecho
a estar—. Sí, definitivamente así es como me gusta. —Besa mi mejilla. Un
beso. En la mejilla—. Gracias por ayudarme a confirmar.
Se levanta de mi regazo antes de que me dé cuenta de lo que pasa,
cierra el grifo de la ducha y desaparece en el dormitorio. ¿Gracias por
ayudarme a confirmar? ¿Qué está pasando aquí exactamente? No lo sé, pero
voy a averiguarlo.
Me pongo de pie y subo mis jeans, maldiciendo cuando me tambaleo
ligeramente hacia la derecha. Jesús, ella realmente me afectó. En todos los
sentidos. Incluso mi pecho duele.
—Taylor —gruño, uniéndome a ella en el dormitorio. Encontrándola
ya con un vestido que parece una camiseta larga—. ¿Gracias por ayudarme
a confirmar? ¿Qué demonios se supone que significa eso?
Ella arruga la nariz ante mi pregunta, como si la respuesta debiera
ser obvia. Dios, está muy, muy hermosa, resplandeciente después de sus
tres orgasmos.
—Quiero decir exactamente lo que dije. Gracias por no tratarme
como la futura jefa del comité de venta de pasteles. Confiaste en mí para
saber lo que quería y me lo diste. Te lo agradezco. Pero acordamos que no
habría ataduras. —No hay decepción en sus ojos. No hay engaño. No está
jugando conmigo. Lo dice en serio. Casi alteramos el tiempo y el espacio en
ese baño y ella se contenta con irse. Y ahora aquí estoy, el primer hombre
vivo deseando que una mujer estuviera jugando un juego mental con él.
¿Qué me pasa? Esto es exactamente lo que quería. Experimentar con ella 175
sin que nadie se encariñe o se sienta herido. Cuando no digo nada, ella me
incita con una ceja levantada—. ¿Lo recuerdas?
—Sí, lo acuerdo —grito, pero sale raro. ¿Qué le pasa a mi garganta?
Ella continúa.
—Ahora tendré más confianza para pedir lo que necesito.
—No va a ser... —Me detengo antes de poder decir el resto. No va a
ser así con nadie más. Decir eso en voz alta me convierte en un imbécil. No
le estoy ofreciendo una relación. ¿Cómo me atrevo a arruinar su optimismo
a la hora de tener una con otra persona? ¿Cómo me atrevo a querer rastrear
a todos los que podrían tomarla de la mano en el futuro y encerrarlos en la
jaula de los leones en el zoológico? ¿Y ver cómo son devorados mientras
gritan pidiendo ayuda?
No tengo ese derecho.
No tengo ningún derecho sobre ella.
Sintiéndome completamente entumecido, la veo pasar a mi lado.
—Disculpa —murmura—. Necesito encontrar a Jude.
Capítulo 17
Taylor

Un pie delante del otro. Baja las escaleras.


Puedo hacer esto. Puedo tener una aventura y no involucrarme
emocionalmente.
Sí, puedo.
No voy a reconocer la presión que se acumula detrás de mis ojos o la
que lucha por salir de mi caja torácica. Es ridículo. Entré en ese baño con
expectativas realistas, ¿no? Myles tenía muy claro que no quería nada serio.
La sola idea de que una profesora de una escuela privada de Connecticut
salga con un cazarrecompensas es totalmente absurda. Me dije a mí misma 176
que cuando sacáramos la lujuria de nuestros sistemas, podría irme con
cierta perspectiva sobre mis preferencias sexuales. Y vaya. Obtuve mucha
más perspectiva de la que esperaba. Mucha.
Comparando lo que acabo de hacer con Myles con el sexo incómodo
y simple de mi pasado, tengo que reírme. Me rio aquí mismo, en la escalera
que conduce a la sala de estar. ¿Tenía la sensación de que el sexo con Myles
iba a ser un éxito? Sí. Desgraciadamente, no anticipé esta convicción
absoluta de que nunca, ni en mil años, podré replicar lo que sentí al estar
con el cazarrecompensas. Nunca.
Sin embargo, no hay nada que pueda hacer sobre la situación. Él va
a resolver el caso y regresará a su trabajo. Yo volveré a Connecticut. Tal y
como él dijo. Así que tengo que ser una chica grande sobre esto. Sin
ataduras. Esa era la expectativa y nada ha cambiado. No tengo razón para
esperar nada más de Myles y no lo haré. Tuvimos sexo. Las personas tienen
sexo todo el tiempo. No voy a hacer una montaña de un grano de arena.
Incluso si él es definitivamente una montaña.
Una gran y poderosa fuerza de la naturaleza.
Casi tropiezo con el último escalón y hay una respiración sibilante
detrás de mí.
Myles me sigue por las escaleras, su camiseta cuelga de un hombro
musculoso. Por supuesto que me sigue. Tiene que salir por la puerta
principal, ¿no? Le sonrío amablemente mirando por encima de mi hombro,
pero él solo frunce el ceño.
—Taylor.
La puerta principal de la casa se abre y entra Jude. Se quita las gafas
de sol y las arroja sobre la mesa de entrada. Cuando me ve, se detiene
abruptamente.
Con un suspiro, Myles pasa junto a mí y finalmente se pone la
camiseta.
—Necesito hacer una llamada —murmura, con una profunda arruga
entre sus cejas mientras me mira—. Sobre lo que encontraste en los
registros de la propiedad.
Asiento.
—De acuerdo.
—Estaré justo afuera.
—De acuerdo. 177
Es muy obvio que quiere sacudirme y no tengo ni idea de lo que hice
mal. Con una maldición, se dirige hacia la puerta principal. Sin embargo,
Jude se interpone en su camino y pone una mano en el pecho de Myles para
evitar que avance más.
—No irás a ningún lado hasta que me digas por qué mi hermana
tiene una venda en la cabeza.
En medio de mis pensamientos confusos sobre Myles, no pude ver
cómo se vería esta escena desde la perspectiva de Jude. Estoy bajando las
escaleras con Myles pisando fuerte tras de mí, con su naturaleza hosca a
flor de piel. Tengo una venda en la cabeza y probablemente parezca que
acabo de arrastrarme de manos y rodillas durante mucho tiempo. No estoy
segura de haber visto nunca a mi hermano (ni a nadie) ponerse blanco como
una sábana, pero tengo que aclarar lo que sea que esté pensando de
inmediato.
—Jude...
—Si golpeaste a mi hermana —le dice a Myles—. Te mataré.
Oh, Dios. Corro hacia delante para interponerme entre ellos.
—No. Jude, él no...
—No golpeé a Taylor. —Myles levanta las palmas de las manos y mira
a Jude a los ojos. Totalmente tranquilo. Sin restarle importancia a la
preocupación de mi hermano ni poniéndose a la defensiva como tengo miedo
que lo haga—. Nunca golpearía a Taylor. Eres un buen hermano por
asegurarte de eso.
Jude exhala rápidamente, su pecho baja unos centímetros. Es como
si estuviera saliendo de un trance. Pero Myles espera y sus palabras son
reconocidas con un asentimiento antes de bajar las manos.
—¿Qué sucedió? —pregunta Jude, acercándose y examinando el
vendaje.
—No puedo volver a escuchar el resumen —gruñe Myles, saca su
teléfono y camina hacia el frente de la casa—. Estaré afuera.
Jude lo mira fijamente.
—Probablemente debería ir a disculparme.
—No —digo, mirando al cazarrecompensas agacharse bajo el marco
de la puerta—. No creo que necesite una. ¿No es encantador?
—Sí, lo es —asiente Jude después de un segundo—. En todo caso,
creo que estaba orgulloso de mí.
178
—¿No es encantador?
—Ya dijiste eso, T.
—¿Lo dije? —Se forma un nudo en mi garganta mientras veo a Myles
pasear por el porche, con el teléfono pegado a la oreja—. Debe ser esta lesión
en la cabeza.
Le detallo el ataque a mi hermano con la menor emoción posible. No
tiene sentido alterarlo. Sin embargo, cuando termino, parece estar a punto
de vomitar sus galletas.
—Estoy bien, de verdad. Podría haber sido peor.
—No debería haber dejado que te involucraras en esto —dice Jude,
recogiendo su cabello en un puño y manteniéndolo allí en la parte superior
de su cabeza—. Siempre estás pendiente de mí y esta era mi oportunidad de
devolverte el favor y ¿dónde estaba yo? Durmiendo en la playa.
—¡Eso está bien! Son tus vacaciones.
—Son nuestras vacaciones, Tay...
Un coche chirría al detenerse fuera de la casa. Seguido por varios
autos más que frenan, los motores se apagan. Se producen muchas
conversaciones y gritos. Como si se hubiera abierto un portal y una multitud
hubiera sido sacudida desde otra dimensión.
Una voz profunda se destaca sobre las demás.
—Oh, no. —Los ojos de Jude se cierran—. Oh Dios, realmente vino.
—¿Qué? —Dividí una mirada entre la puerta principal y mi
hermano—. ¿Quién?
—Dante.
—¿Dante está aquí?
—Sí.
Con los brazos enlazados, nos acercamos lentamente a la ventana
delantera, pero la mayor parte de mi vista está bloqueada por una espalda
muy musculosa que pertenece a Myles.
—¿Qué diablos es todo esto? —grita.
—Myles —dice Jude, tocando la espalda del cazarrecompensas a
través de la pantalla de la ventana— No pasa nada. Él no es una amenaza.
—La voz de mi hermano se eleva a un grito—. ¡Solo es terco!
—Tú eres el que se niega a verme sin una buena razón —replica
179
Dante, y no puedo evitarlo: el calor se extiende en mi pecho como chocolate
derretido—. Voy a entrar allí.
—Lamento discrepar —dice Myles, arrastrando las palabras, aunque
su tono es de acero—. ¿Taylor?
—¿Sí?
—¿Por qué está el chico de la película de Phantom Five en tu porche?
Masajeo sus hombros tensos a través de la pantalla, pero siguen tan
duros como el cemento.
—Lo conocemos. Creció con Jude. Son mejores amigos.
—¿Lo somos? —Llega la voz incorpórea de Dante—. Estoy bastante
seguro de que mi mejor amigo no debe evitarme. Hasta el punto de que tengo
que verlo en las noticias para descubrir que está de vacaciones donde hay
un asesino suelto.
—¿En las noticias? —repite Myles, lanzándonos una oscura mirada
por encima de su hombro—. ¿De qué está hablando?
Dante se aclara la garganta.
—¿Podemos hacer esto dentro? Me siguieron unos cuantos
paparazzi.
—Déjalo entrar, Myles —digo—. Es seguro.
—Hay mucha gente aquí fuera, Taylor —responde Myles—. Aléjate
de la ventana.
Jude y yo damos varios pasos de gigante hacia atrás, dejándolos
entre la sala de estar y la cocina.
—Hecho.
La puerta principal se abre y allí está Dante. Pero no es el chico
ligeramente torpe y tranquilamente guapo que recuerdo. No, es una versión
más alta, más musculosa, más fuerte, con ojos marrones conmovedores,
cabello despeinado y una barba incipiente cubriendo su mandíbula
cuadrada de estrella de cine. Debería haber esperado la transformación.
Después de todo, he visto las dos películas de Phantom Five en los cines. Le
he visto saltar de un rascacielos y aterrizar en el ala de un avión, luchar
contra un robot de seis metros y... hacer el amor. Mi rostro se calienta un
poco cuando recuerdo esa escena de la segunda película. Aquella en la que
tiene sexo por odio con la hermosa villana interpretada por una de mis
actrices favoritas. Muerdo mi lengua antes de poder preguntarle a Dante
180
cómo es ella en la vida real. Porque no es mi momento. No es mi reencuentro.
Definitivamente pertenece a Dante y a mi hermano y no es lo que esperaba.
Espero que Dante llame a Jude idiota. Espero que Jude dé alguna
réplica ingeniosa y sacuda su cabello y todo para culminar en un abrazo con
palmadas en la espalda. En lugar de eso, Dante se detiene justo en la puerta
y frunce el ceño hacia Jude.
—Mierda, estás vivo —dice Dante—. Es bueno saberlo.
Jude pone los ojos en blanco.
—Jesús, Dante. Deja el drama para las películas.
—Podríamos haber hecho esto fácilmente por teléfono.
Mi hermano libera nuestros brazos y cojea hacia la nevera.
—¿Podrías por favor sentarte y tomar una cerveza?
—¿Por qué cojeas? —La piel dorada de Dante pierde algo de color. Se
gira hacia Myles, que acaba de entrar en la casa detrás de él.
—¿Cómo se lastimó Jude? ¿No se supone que eres su
guardaespaldas?
Myles cierra la puerta de una patada ante una ráfaga de flashes de
cámaras.
—Y una mierda que lo soy. —Me dirige una mirada de advertencia—
. ¿Cuándo salieron en las noticias ustedes dos?
Para alguien que acaba de conocer al cazarrecompensas por primera
vez, su personalidad podría parecer contundente. O agresiva. Pero no para
mí. Reconozco la línea de preocupación entre sus cejas y la forma en que
parece no poder tragar. Hemos hecho que el trabajo de este hombre sea
infinitamente más difícil y él ha aguantado los golpes. Podría habernos
dejado vulnerables. Claro, grita y maldice y no tiene un hueso de tacto en
su cuerpo, pero es... una especie de imbécil maravilloso. ¿No es así? Es mi
imbécil.
Oh, Dios. Estoy en problemas.
—Empiezo a preguntarme si este tipo es la razón por la que cojeas —
murmura Dante, cruzando los brazos sobre su pecho de superhéroe.
Y no sé qué pasa dentro de mí en ese momento. Simplemente pierdo
la cabeza.
¿Es la segunda vez en cinco minutos que alguien acusa a Myles de 181
infligirnos daños corporales? Sí. Sí, lo es. Un géiser de protección surge
dentro de mí. Especialmente cuando veo a Myles estremecerse por la
acusación casual. No está hecho de piedra. Es protector. Un buen hombre
a pesar de lo que presenta al mundo. ¿Cuántos golpes puede resistir su
armadura?
Antes de percibir mis propias intenciones, atravieso la habitación
como un torbellino. Tomo la mano de Myles y entrelazo nuestros dedos,
acercando nuestras manos unidas a mi pecho.
—Este hombre es muy bueno en su trabajo. Por desgracia, no pudo
proteger a Jude de una medusa. Por eso está cojeando...
—No lo estaba acusando en serio… —Dante comienza, levantando
una mano en señal de arrepentimiento.
—Pues lo hiciste. —Me aprieto más al lado de Myles—. Lo hiciste. Y
no se lo merecía. Sí, parece un enorme imbécil, pero tiene un centro suave,
¿sabes? —Espero a que Dante asienta—. Recibiría una bala entre los ojos
antes de levantarme una mano. Esas fueron sus precisas palabras antes. Y
siente exactamente lo mismo por Jude.
—No exactamente lo mismo, Taylor —murmura Myles, encogiéndose
de hombros ante Jude—. No has cambiado en absoluto.
—Qué pena. —Jude quita las tapas de dos botellas de cerveza y las
utiliza para señalarnos a los tres—. Yo también he visto ese porno.
—Jesús —suspira Dante, pero la comisura de sus labios se eleva—.
No has cambiado nada.
La expresión de Jude no cambia.
—Lo mismo digo.
La sonrisa de la estrella de cine cae. Jude y él vuelven a mirarse
fijamente y no dejan de hacerlo, ni siquiera cuando Jude cojea por el suelo
y le da una cerveza a su amigo. Son como dos gatos en un callejón esperando
a ver quién parpadea primero.
—Deberíamos dejarlos hablar —digo, mirando a Myles, y me
sorprende encontrarlo frunciéndome el ceño. No enojado. Más bien curioso
o sorprendido.
—Un gran imbécil, ¿eh?
—¿Esa es la parte en la que te centras?
—No —dice en voz baja, ahuecando un lado de mi rostro. Observando
con fascinación cómo su pulgar roza mi pómulo—. No es así. 182
—¿Oh?
Gruñe.
—Estoy esperando a que la policía me informe sobre Evergreen Corp.
Podría ser una hora más o menos. —Niega con la cabeza—. Hay muchas
otras pistas que debo seguir, pero no dejo de pensar en que nunca
conseguiste tu helado.
No sé si es posible enamorarse de un hombre en cuatro días. Pero si
lo es, creo que acabo de lograr esa hazaña con Myles Sumner. Y ya no finjo
que no me dirijo a una caída muy pronunciada.
Capítulo 18
Myles

No la llevo nuevamente al centro de Falmouth por un helado. No hay


posibilidad de eso. Después de retroceder tres veces para asegurarme de que
no nos siguen, vamos a Wood's Hole en el auto Elantra de Taylor. Donde
con suerte nadie está tratando de matarla.
Cuando entramos en la heladería, apenas resisto el impulso de
gritar: De todo. Dale uno de todo. Quiero comprarle una bola de cada sabor.
Demonios, quiero comprarle toda la maldita tienda y colgar un cartel en la
fachada con su nombre. Esto no es un buen augurio para mi inminente
partida. En absoluto. Por algún loco giro del destino, he pasado de luchar
contra convictos en el suelo, esquivar disparos y curar heridas en
183
habitaciones de motel, a sostener la mano de esta mujer en una cita de
helados. ¿Cómo diablos llegué aquí?
Y lo que es más importante, ¿cómo vuelvo a pensar en Taylor y en
mí como algo temporal?
Parece que no puedo hacerlo, no importa cuánta lógica arroje sobre
la situación.
Lo cual es una locura cuando hay tantos factores trabajando en
nuestra contra. Yo vivo en la carretera. Ella tiene una rutina estable en
Connecticut. Ella quiere un esposo e hijos.
Y yo definitivamente no quiero eso.
Definitivamente no.
Pero mientras ella se inclina hacia adelante y sonríe hacia las pilas
de helado al otro lado del mostrador, tal vez... tal vez me permito imaginarlo.
Nosotros entrando en este lugar con un niño sobre mis hombros, sus dedos
sucios en mi cabello. Taylor con otro bollo en el horno.
Embarazada, porque así lo quise.
Me toma un momento pasar de las imágenes que me trae a la
mente…
Bueno. Mucho más que un momento.
¿Haríamos el amor como siempre y lo dejaríamos al azar? ¿O ella...
follaríamos con la intención expresa de quedarse embarazada? Cristo. Eso
sería...
No pienses en lo satisfactorio que sería. No pienses en mirarla a los
ojos mientras te vienes y saber que tiene un propósito más allá del placer
físico. No pienses en ella apretando más sus muslos, inclinando sus caderas
y elogiándote por tus saludables nadadores.
A menos que no estén saludables.
Entonces tendremos que ver a un médico. Hacer todo el asunto de la
fertilidad…
Dios mío, ¿cómo llegué a un médico especialista en fertilidad?
De vuelta a la heladería. Hay un niño sobre mis hombros.
Probablemente con una camiseta de los Red Sox. Como Taylor está
embarazada, probablemente tendrá antojos y pedirá algo distinto a su
habitual caramelo. Tendría servilletas extra en su bolso para limpiar el
rostro de nuestro hijo. Prometería frotar sus pies hinchados cuando
lleguemos a casa. 184
A casa.
¿Cómo sería eso?
—Myles. —La voz de Taylor irrumpe en mis pensamientos. Me mira
con una expresión de diversión—. ¿Me escuchaste? Te pregunté si querías
seguir con la masa de galletas o probar el caramelo, que es mucho mejor.
—Masa de galletas —respondo y me las arreglo para evitar el
cosquilleo en mi garganta. Tengo que soltar su mano para alcanzar mi
billetera, pero la vigilo mientras pago el helado, para poder tomarla de nuevo
lo antes posible. Me gusta mucho tomar su mano. No sé si me gustó que
defendiera mi honor ante el amigo de su hermano, eso que mi pecho se
sienta… como si estuviera tamizando arena. Ha pasado mucho tiempo desde
que alguien me defendió así de esa manera. Mi hermano fue probablemente
la última persona en decir algo bueno sobre mí. En voz alta.
Y por primera vez en tres años, de repente quiero llamar a Kevin.
Quiero llamarlo, contarle sobre Taylor y preguntarle qué demonios
debo hacer con ella. Él tuvo sus propios altibajos con su esposo, ¿no?
Probablemente podría darme alguna idea. Realmente, me gustaría hablar
con él... y punto. Mis padres, también. Mis antiguos colegas. He estado en
la carretera, entumecido durante tres años y el deshielo se está disipando.
En algún nivel, reconozco lo que esto significa. La mujer que está a
mi lado es muy buena para mí. Se ha metido en mi piel, me ha desafiado,
me ha excitado como nadie. Ahora su aparente creencia en mí me obliga a
examinarme a mí mismo, mi vida y mis acciones.
Simplemente no estoy seguro de querer hacer eso.
No estoy seguro de estar preparado para afrontar el pasado y trabajar
para superarlo.
La adolescente detrás de la caja registradora me da algo de cambio y
lo dejo caer en el vaso de propinas. Cono de helado en una mano, la mano
de Taylor en la otra, salimos de la tienda.
—Estás muy callado —comenta ella, arrastrando lentamente la
lengua alrededor de la cuchara de color amarillo, haciendo que mis dedos
se aprieten alrededor de los suyos—. ¿Estás pensando en el caso?
—Sí —digo, demasiado rápido.
Dios no permita que se entere de que estoy programando citas con
médicos de fertilidad imaginarios. Lo que absolutamente no va a suceder en
la realidad. Mi imaginación es mucho más vívida de lo que me di cuenta.
—Sí... estoy pensando en Evergreen Corp. Quién podría estar detrás
185
de esto. —Escudriño nuestros alrededores, los autos estacionados, las
puertas, los rostros de los transeúntes, asegurándome de que no haya
ninguna amenaza para Taylor. Desde que salimos de la casa, nubes de
aspecto ominoso se han movido sobre nuestras cabezas, por lo que hay muy
poca gente en la calle. Los dueños de las tiendas están arrastrando tableros
de sándwich de la acera, los comensales se están mudando adentro. La
lluvia se aproxima.
Taylor parece darse cuenta de eso al mismo tiempo que yo y
comenzamos a caminar más rápido hacia donde estacionamos su auto, a
cinco cuadras de distancia en uno de los estacionamientos municipales.
Solo hemos recorrido una cuadra cuando se escucha un trueno sobre
nuestras cabezas y comienza a llover. Al principio despacio, pero poco a poco
se convierte en un aguacero.
—Oh, vaya. No me extraña que seamos las únicas dos personas en
la tienda —dice Taylor, soltando mi mano para proteger su cono de la
condensación que cae—. ¿Deberíamos correr hacia el auto?
—¿Con una lesión en la cabeza? No.
—¿Sabes qué más es malo para una lesión en la cabeza? Que te
griten.
Al final de la calle, veo la entrada de una iglesia católica. Apoyando
mi mano en la parte baja de su espalda, la guío en esa dirección.
—Lo siento.
Da un respingo y casi se resbala en la acera resbaladiza por la lluvia.
—¡Oh cariño! ¡Te disculpaste!
¿Cariño?
Mil molinetes empiezan a dar vueltas en mi estómago al mismo
tiempo.
—No te acostumbres —murmuro, esforzándome mucho por
apegarme a la misión de sacar a Taylor del mal tiempo, antes de que se
enferme y casi tenga una conmoción cerebral. No es muy fácil de conseguir
cuando me sonríe y se convierte rápidamente en lo que parece ser la
ganadora de un concurso de camisetas mojadas—. Esperaremos a que pase
el aguacero aquí.
Examina la pesada puerta de madera.
—¿Crees que está abierta?
—Siempre está abierta. 186
—Oh. —La acompaño a un vestíbulo oscuro. La luz de la iglesia emite
un tenue resplandor, pero un rápido barrido del lugar determina que no hay
nadie dentro. Cuando vuelvo al vestíbulo, Taylor está apoyada en la pared
de piedra adyacente a la puerta, lamiendo su helado en las sombras. La
intensa lluvia del exterior resuena en el pequeño espacio, sin señales de que
vaya a amainar. Es como si hubiéramos entrado en un mundo diferente.
Solo nosotros dos.
Tienes que dejar de dejarte llevar antes de que sea demasiado tarde.
—Déjame probar un bocado de eso —dice, distrayéndome de ese
inquietante pensamiento. Coqueta. ¿Está siendo coqueta o lo estoy
imaginando? —. Y tú puedes probar un bocado del mío.
Por un momento, interpreto esa sugerencia como algo sexual. Al
menos hasta que recuerdo el cono de helado en mis manos. Acercándome a
ella, sostengo el helado de masa de galleta en su boca, mis pelotas se tensan
cuando la lame, y luego hunde los dientes, dejando un bocado del tamaño
de una dama.
—Mmm. —Se estremece—. Es bueno, pero demasiado rico para más
de un bocado.
—Ligero.
Se ríe, en voz baja y es música para mis oídos.
—Tu turno —murmura, acercando su helado a mi boca—. ¿Cómo
sabes que las iglesias católicas están siempre abiertas? ¿Te criaron como
católico?
Asiento y doy un mordisco tan grande a su helado de caramelo que
ella jadea.
—Sí, eso se debió principalmente a mi madre. Nos llevaba a rastras
todos los domingos. Nos hacía llevar camisas con cuello y resumir la homilía
después. Si sospechaba que no estábamos escuchando durante la misa, no
podíamos jugar al béisbol con nuestros amigos después.
—Tu madre suena como malvada.
—Lo es. —Ella te adoraría. Todo el mundo lo haría—. ¿No ibas a la
iglesia mientras crecías?
—De vez en cuando en Navidad, ya que mis padres viajaban mucho.
No podían realmente poner su... pie en la comunidad donde vivíamos.
Siempre fueron los más raros. La gente decidía que eran malos padres por
poner sus vidas en riesgo constantemente o simplemente se sentían
intimidados por los dos locos del arte de la cuadra. 187
—¿Eso significa que Jude y tú también tuvieron dificultades para
ponerse de pie?
—Yo, tal vez. Pero Jude no. Él hace amigos donde quiera que vaya.
Las personas se sienten naturalmente atraídas por su capacidad de probar
cualquier cosa una vez.
—Claro, pero tú eres quien le dio esa confianza.
Su helado se detiene a medio camino de su boca.
—¿Qué?
—Jude. Tus padres estaban ocupados, ¿verdad? Tú lo criaste. Y
ahora... —Muerdo mi cono, un poco desconcertado por su confusión. ¿No
sabe ya lo que le estoy diciendo? —. Sigues siendo su mayor apoyo. Admito
que es genial. Me gusta. Pero básicamente actúas como si él cagara arcoíris,
Taylor. Su confianza y valentía provienen de ti.
—Oh, Dios mío. —Para mi horror, sus ojos se llenan de lágrimas—.
Qué cosa más bonita dices.
—Es... solo digo la verdad. —Su muro se rompe con un sollozo—.
Jesucristo.
Me mira sorbiendo su nariz.
—¿Deberías estar maldiciendo así en la iglesia?
—No. Por favor, no se lo digas a mi madre.
Ahora se ríe. Esto es como ver un maldito partido de tenis, excepto
que los jugadores están usando mi corazón en lugar de una pelota verde
neón. Cuando llevamos tanto tiempo mirándonos fijamente que estoy a
punto de preguntarle exactamente cuántos hijos piensa tener, me sacudo
mentalmente.
—¿Terminaste tu helado?
—Oh. —Ella parece haberse distraído también—. Sí.
Tomo el cono que se derrite rápidamente de su mano y lo arrojo al
bote de basura cercano al otro lado del vestíbulo, junto con el mío. Cuando
vuelvo junto a ella, ya empiezo a respirar con dificultad, porque la lluvia se
ha vuelto más intensa y estamos en esta pequeña habitación oscura,
alejados del mundo, y mis manos están ansiosas por estar sobre ella
acariciando suavemente su piel desnuda. Podría haber aguantado cinco
minutos sin tocarla, pero su aroma a manzanas se mezcla con la lluvia y su
dulzura natural, dejándome la boca seca. Estoy gravitando de vuelta hacia
ella como si un poder superior (irónicamente) tuviera el control y ella me
observaba acercarme con los ojos entreabiertos, entreabiertos, con la
188
espalda ligeramente arqueada respecto a la pared. Así que sigo caminando
hasta que mis antebrazos se apoyan en la pared por encima de su cabeza y
mi boca está a pocos centímetros de la suya.
—Quise decir lo que dije antes, tienes un centro suave —susurra.
Esos molinetes dentro de mí comienzan a volverse locos de nuevo,
girando frenéticamente.
—No, no lo tengo.
Las palmas de sus manos suben por mi pecho.
—Sí, lo tienes. —Esas manos se mueven más abajo, abajo, sobre mi
estómago y más abajo, donde desabrocha mis jeans. Mierda. Esto está
sucediendo—. Cuando nos conocimos, necesitaba a alguien que me follara
con rudeza. Quizá tú necesites lo contrario. —Su mano se adentra en mis
jeans, acariciando mi polla con un toque ligero como una pluma. Solo roza
con las yemas de sus dedos. Y, sin embargo, ya estoy rechinando mis muelas
para no venirme—. Tal vez necesites a alguien que te folle lentamente y con
dulzura. Para que sepas que eres capaz de hacerlo. Para que sepas que te
lo mereces.
Niego con la cabeza. No.
No sé por qué, pero no puedo dejar que eso ocurra.
De alguna manera sé que lento y dulce con esta mujer sería aún más
catastrófico que rudo y malo. Y sin embargo, estoy sacando mi arma,
poniéndola en la cornisa más cercana.
—Taylor. —¿Por qué mi voz es áspera? —. Vamos a follar.
—Uh-uh.
—¿No?
Ella deja mi erección descansando en la V de mis jeans y lentamente,
Dios, demasiado lentamente, enrolla los lados de su vestido en sus puños,
jalando el material hasta su cintura y dejándolo ahí. Muslos desnudos.
Caderas. Su coño mucho más cerca... y cubierto con unas bragas de encaje
rojo.
Lleva puestas las bragas para ligar.
En una iglesia.
—Sabes que solo las iba a usar para ti, ¿verdad? —susurra.
Apoyo mi frente contra la pared de piedra a la derecha de su cabeza
y gimo. Más fuerte cuando empieza a masturbarme de nuevo, su mano se 189
mueve a un ritmo tortuosamente metódico y mis caderas empiezan a
seguirlo, frotando, rodando.
Movimiento. Pausa. Movimiento. Pausa. Tan ligero. Sin embargo, mi
respiración áspera suena como si viniera de altavoces de sonido envolvente
en esta cámara de eco de piedra de un vestíbulo.
¿Qué me está haciendo?
—Me haces sentir segura y protegida —susurra contra mi barbilla, y
luego más arriba en mis labios—. Pero al mismo tiempo, me haces sentir
que puedo protegerme a mí misma. ¿No es increíble? —Besa a lo largo de mí
mandíbula—. ¿No eres increíble?
Ella lo siente.
La forma en que mi polla se endurece por sus elogios. Justo ahí, en
su mano.
Dios sabe que yo también lo siento.
Lo he reconocido antes. El hecho de que necesito la admiración de
esta mujer. Su confianza. Y es tan generoso de su parte darme esas cosas a
pesar de mi naturaleza. La forma en que actúo. Ella vio a través de todo eso.
Ella me está viendo más claro que nadie, en este momento, recitando un
hechizo que me está convirtiendo en masilla en sus manos. Estoy
aferrándome a la pared como si mi vida dependiera de ello, dejando que me
destroce con un golpe de su puño a la vez. Hay un impulso persistente de
gruñirle, decirle que no necesito cumplidos o elogios. Pero lo ignoro, con los
dientes enterrados en mi labio inferior, esperando escuchar lo que dirá a
continuación.
Bien, tuerce mi brazo. Comenzaré.
—Tú eres increíble —espeto. No voy a ganar ningún premio por eso,
pero a ella le gusta. Las comisuras de su increíble boca se inclinan hacia
arriba y me bombea con más fuerza, haciéndome sisear—. Te extraño por la
noche. Cuando duermes.
Su pecho se agita.
—¿Lo haces?
—Sí.
Estas admisiones son una mala idea. Van a volver a morderme en el
culo. Pero se siente demasiado bien decirle a esta mujer los pensamientos
que rondan en mi cabeza. Podría poner toda la mierda de mi cabeza a sus
pies y ella lo haría mejor. Esa verdad está hecha de cemento. Mis
sentimientos por ella son aún más sólidos. De titanio. Ya no hay forma de 190
evitarlo.
Taylor se pone de puntillas y roza sus labios con los míos. Todo
dentro de mí se acelera en anticipación. Nunca, nunca ha sido así. Ni
siquiera un uno por ciento. Juro por Dios que cuando finalmente bese mi
boca, moriré por tener que esperar un segundo más. Pero ella no me obliga.
Abre su dulce boca con sabor a caramelo e invita a mi lengua a entrar con
un lametón. Y voy, hambriento, girando mi cabeza hacia la derecha y
acercándome a ella desde un ángulo, gimiendo en el resbaladizo paseo de
lenguas. El beso es una trampa lenta y minuciosa, como todo lo que ella
está haciendo, y la dejo. Dejo jodidamente que se adueñe de mí. Firmo
cediendo mi alma, firmo en la línea de puntos.
—Cariño —me separo para jadear contra su frente.
¿Qué estoy pidiendo?
Ella lo sabe. Lo sabe.
Su pierna derecha se levanta y se enrosca alrededor de mi cadera.
No es fácil con nuestra diferencia de altura. Su pierna izquierda sigue en
equilibrio sobre su dedo gordo. Así que mis brazos caen automáticamente
de la pared para sostenerla. El brazo izquierdo se posa debajo de su trasero.
Mi mano derecha sujeta sus tetas a través de la camiseta mojada y acaricio
sus rígidos pezones.
—Quita mis bragas de en medio —susurra entrecortadamente,
sumergiéndose en otro beso. Ahora hay un trabajo digno para mi mano
derecha. Deslizando mis dedos desde sus pechos hasta la unión de sus
muslos, casi arranco el encaje rojo de su cuerpo en mi prisa por revelar ese
lugar, ese lugar que se siente más como un hogar que cualquier otro lugar
en el que haya vivido.
Y mientras me hechiza con largos y sensuales movimientos de labios
y lengua, frota la cabeza de mi polla contra su entrada, dejándome sentir lo
mojada que está. Lo excitada que está.
—Mierda, nena, eso es tan suave.
Ella asiente en nuestro beso.
—Deberías sentir su interior —dice, rozando mi labio inferior con los
dientes—. ¿Quieres?
Dios mío. Taylor está hablándome sucio.
Me mira por debajo de las pestañas mientras me pregunta si quiero
follar.
No. No, hacer el amor.
191
¿No es eso lo que está pasando? Debe ser. Porque esto no se parece
a nada que haya experimentado antes. Estoy atado a ella por un millón de
hilos invisibles. Conectado a cada una de sus respiraciones, a cada
movimiento de sus caderas y cada estremecimiento de su cuerpo.
—Sí —logro decir con voz ronca, tirando de sus bragas más hacia un
lado, empujando mi polla en su puño, rogándole que me meta. Justo ahí.
Justo ahí. Podría hacerlo yo mismo. Podría lanzarla contra esta jodida pared
y hacer que sus gritos resonaran en las vigas en segundos. Pero no puedo
fingir que esto no se siente bien. Perfecto. Esta lenta tortura. Me obliga a
pensar, a saborear, a estar presente en lugar de desaparecer en mi cabeza,
y ella se lo merece—. Por favor —gruño, con la boca enrojecida—. Condón
en mi bolsillo.
Mirándome directamente a los ojos, encuentra el paquete de papel
aluminio, lo abre y me lo coloca. Tan lentamente que ya estoy medio
delirando cuando ella arrastra la punta de mi polla a través de sus pliegues
empapados una última vez, y luego me presiona contra su abertura. Mierda,
empiezo a estremecerme. Por responsabilidad, por excitación. O tal vez solo
porque lo que está sucediendo es poderoso y mi cuerpo está actuando en
consecuencia. Correspondiendo al cambio tectónico que se produce en mi
pecho. Dejo caer mi rostro en su dulce cuello y suelto un largo y fuerte
gemido, mientras ella añade más centímetros, con su puño alrededor de la
base de mi eje, acariciándome, sus caderas giran lentamente, sus sonidos
húmedos se mezclan con la lluvia que cae.
Estamos luchando por respirar y ni siquiera he empujado todavía. Y
Dios, quiero hacerlo, lo necesito. Mis pelotas están hinchadas y palpitantes.
Pero ella me tiene atrapado en este hechizo. Esta mujer, esta perfecta mujer,
está introduciéndome dentro de ella, besando mis labios suavemente,
retrocediendo cada pocos segundos para comunicarme algo con sus ojos.
Estoy tratando de descifrar el mensaje cuando finalmente lo expresa en voz
alta y me arruina.
—Estás profundamente dentro de mí. —Su voz es carrasposa,
jadeante. Se acerca a mi mano derecha, que todavía está agarrando
innecesariamente y tirando de sus bragas hacia los lados, colocando mi
palma plana entre sus pechos—. No solo entre mis piernas.
No sé qué pasa. Simplemente tropiezo con ella, aplastándola contra
la pared de piedra, inhalando y exhalando en su cuello. Me dice que he
llegado a ella. He llegado a ella. Eso es tan aterrador como un milagro.
—Taylor.
Mi mano se mueve por sí sola, tratando de tirar de su otra pierna,
para envolver ambas piernas alrededor de mi cintura. Con sus dos muslos
192
envueltos fuertemente a mí alrededor, ya no habrá más lentitud. Vamos a
follar como si estuviéramos poseídos. Pero no, no, no me deja. Quita mis
dedos de su rodilla y niega con la cabeza, metiéndome y sacándome de su
coño resbaladizo con movimientos excitantes e insoportables calientes de
sus caderas. Despacio. Lento. Mis centímetros se deslizan hacia fuera, luego
ella los vuelve a meter hasta la jodida empuñadura y aprieta sus paredes a
mí alrededor. Todo mientras me mira a los ojos.
Y me rindo.
Hago el amor con ella.
Deslizo mis dedos en su cabello húmedo, estremeciéndome con cada
subida y bajada de su coño resbaladizo. Sube y vuelve a bajar. Joder. Es
tan bueno. La mantengo elevada y equilibrada con mi antebrazo izquierdo,
pero ella sigue de puntillas con su pie izquierdo, moviéndose sobre mí, con
la pierna derecha abrazada a mi cintura. Podría venirme solo con verla
venirse. Ser testigo de cómo me folla de por vida, con mi alma firmemente
en su poder.
Por mucho que intente tener el control, sus ojos comienzan a ponerse
vidriosos, su respiración se entrecorta.
—Yo... —Sus manos se cierran en la parte delantera de mi camiseta
y el ritmo de su cabalgata se acelera, casi convirtiendo mis rodillas en
cenizas—. Lo siento, es que tienes el tamaño perfecto. Solo... un poco
demasiado grande. Lo suficiente para que duela un poco, pero no mucho.
Considérame jodido.
No. No, ya estaba jodido.
Esto es algo más. Ella está aprovechando mis deseos más básicos y
es todo lo que puedo hacer para evitar alcanzar mi punto máximo. Solo
golpear ese culo contra la pared de piedra, una buena y profunda embestida
y a volar.
—También tienes el tamaño adecuado para mí, Taylor. Un poco
demasiado estrecha, pero no lo suficiente como para que me sienta culpable
por golpearlo.
Ella grita, inclinando la cabeza hacia atrás.
Mis manos caen a su trasero y la empujo hacia arriba, bruscamente,
rozando su boca con mis dientes mientras me folla, haciendo girar sus
caderas con movimientos cada vez más frenéticos.
—Incluso si nos alejamos, seguiremos perteneciéndonos. —Los
193
vulnerables ojos verdes se elevan hacia los míos y mi corazón se contrae
dolorosamente—. ¿No es así?
—Sí. Sí.
—Tú eres importante para mí.
—Taylor —gruño.
Su boca está por todo mi cuello.
—Eres grande, dulce y orgulloso... —Estampo mi boca sobre la suya
para detener el flujo de palabras. No porque no quiera escucharlas. No
porque una parte profunda de mí las necesite, las anhele, sino porque estoy
a punto de ser destrozado donde estoy. Me está matando o me está
devolviendo a la vida. No lo sé.
—Suficiente, nena —musito en nuestro beso.
—Déjame terminar.
—No. —Con mi pecho derrumbándose y mi cuerpo rogando por la
liberación, la empujo con fuerza contra la pared, levanto su otra pierna y la
follo de la manera brutal que ella ama. De la manera que la distraerá de su
misión de desmantelarme, hueso por hueso, ladrillo por ladrillo, palabra por
palabra—. Tengo ese bonito coño atrapado ahora, ¿no?
El sonido que sale de ella es mitad gemido, mitad sollozo, sus ojos
verdes se cierran, su espalda se mueve arriba y abajo contra la pared, sus
uñas dejan marcas sangrientas en mi cuello y espalda.
—Dios mío, Myles. Sí, sí, sí.
Arrastro mi lengua por la sensible curva de su cuello.
—Sé lo que te gusta.
—¿Qué pasa con lo que amo? —murmura vacilante contra mi boca,
con los ojos cerrados—. ¿Qué pasa con quién podría amar tan fácilmente?
Valiente. Es más valiente que yo. Dejo de empujar. Me presiono
contra ella, inhalando, mareado por el ritmo excesivo de mi corazón.
—Tú —dice ella contra mi oído—. Podría amarte tan fácilmente.
Con esas increíbles palabras resonando en mi cráneo, mi cuerpo se
agita sin permiso. Una vez. Con fuerza. Ella gime y me vengo dentro de ella,
mi cuerpo se agota tan rápidamente que lucho por no caer de rodillas. Con
la mandíbula floja y los ojos desorbitados, coloco mi mano entre nosotros y
encuentro su clítoris automáticamente, frotándolo con la yema de mi pulgar,
utilizando la fluidez de mi semen para rodear ese punto cada vez más rápido
hasta que ella se estremece entre la pared y yo, sus muslos tiemblan y se
194
aprietan alrededor de mis caderas, su voz como un cántico en mi oído.
—Myles, Myles, Myles.
Su calor se extiende por el lugar donde se unen nuestros cuerpos y
respiro aliviado.
—Lo siento. Lo siento. No sé qué pasó. Yo…
Ella me hace callar, atrayéndome hacia un beso. Sus piernas caen
de mi cintura y me agacho para evitar que nuestras bocas se separen. O
quizá para retrasar el momento en que la mire a los ojos y le confiese las
palabras que están en la punta de la lengua. Yo también podría amarte tan
fácilmente. Ya lo hago. Que Dios me ayude, Taylor. No estoy seguro de cómo
sucedió y no sé qué es lo correcto.
Si ella es lo suficientemente valiente para hacer su confesión, yo
puedo hacer la mía.
Ella espera honestidad de mí y yo quiero dársela. Ella cree en mí.
No sé dónde diablos vamos a partir de aquí, pero no puedo dejarla
escapar.
—Taylor...
Las voces se hacen más fuertes fuera de la puerta de la iglesia. Taylor
inhala y nuestras manos chocan en nuestra prisa por arreglar sus bragas y
su vestido. Quito el condón y cierro la cremallera de mis jeans con una sola
mano, cruzando hasta el cubo de la basura y deshaciéndome de él. Cuando
vuelvo junto a Taylor, ella se ríe y trata de recoger su bolso caído al mismo
tiempo. Antes de darme cuenta de lo que ocurre, yo también me rio, recojo
mi arma y me siento más ligero de lo que me he sentido en toda mi maldita
vida. Ella me hace mejor hombre. Un mejor ser humano. Ella me hace
mucho mejor.
Estoy abriendo la boca para decírselo cuando las puertas de la iglesia
se abren y entran dos monjas, que se detienen al vernos. Detrás de ellas,
veo que ha dejado de llover y que las aceras vuelven a estar llenas de gente.
¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
—Hermanas —digo, alcanzando la mano de Taylor, complacido
cuando ella la toma de una manera que sugiere que ya estaba extendiendo
la suya—. Estábamos esperando a que dejara de llover.
Una de ellas levanta una ceja blanca.
—Ha dejado de llover hace tiempo.
—¿En serio? —Taylor ha decidido fingir inocencia, con una mano
195
presionada en medio de su pecho. Exageradamente perpleja—. No podíamos
escuchar a través de toda esa madera gruesa.
—Oh, vaya —murmuro, deslizando una mano por mi rostro.
Me doy la vuelta y veo que se pone roja.
—Quiero decir... lo que quise decir es que la puerta está...
—Te estás hundiendo más —digo, asintiendo a las monjas y tirando
de Taylor a través de las puertas dobles. Cuando llegamos a la acera,
observo la calle en busca de amenazas. Ventanas, autos estacionados, gente
caminando. Nada fuera de lo común. Ella está a salvo. Así que finalmente
dejé escapar la oleada de diversión que había estado conteniendo, riéndome
por segunda vez en tantos minutos—. Le acabas de hacer una broma a un
par de monjas.
—No era mi intención. —Hace una mueca, obviamente repitiendo el
encuentro—. Oh Dios.
—Es con quien están hablando ahora mismo. Dios. —Suspiro,
dándole una palmadita en la espalda—. Pidiéndole que te guíe fuera del
oscuro camino del pecado.
Riendo, empuja mi hombro.
—Para.
Esta no será una historia que contaremos a los nietos.
Esta es solo para nosotros.
El pensamiento se completa antes de que sepa lo que está
sucediendo y mi pulso se altera. Estuve a punto de ser sincero con ella en
la iglesia, antes de que nos interrumpieran. Ahora que estamos a la luz del
día, es definitivamente más desalentador porque no tengo un plan. ¿No
debería averiguar cómo funcionaría una relación entre nosotros antes de
empezar a derramar mis sentimientos como una especie de idiota
impulsivo? No estaba preparado para una relación seria a los veinte años.
Dios lo sabe. Pero no puedo, por mi vida, imaginar un mundo en el que no
quiera pasar cada segundo de mi tiempo libre con esta mujer. No puedo
imaginar tener una discusión con ella y marcharme sin resolverla. No lo
haría. Me torturaría.
Soy... diferente ahora. Sería diferente para ella. No tengo opción
cuando me siento así.
Cuando doblamos la esquina de la avenida, caminando en dirección
a su auto, Taylor me sonríe a la luz del sol y me olvido de cómo respirar. A
la mierda. Ya se me ocurrirá un plan más tarde.
196
—Escucha, estaba pensando...
No es el comienzo más romántico, pero está bien. He puesto el listón
muy bajo hasta ahora en el departamento de romance. Es solo cuesta arriba
desde aquí, ¿verdad?
—¿Sobre qué?
Mi teléfono suena. Maldita sea. Lo saco del bolsillo con la intención
de silenciarlo, pero la policía de Barnstable me está llamando.
—Esto podría ser noticia en Evergreen Corp.
Se detiene en un momento, empujando mi teléfono hacia arriba.
—Contesta.
—Sí. —Todavía quiero tirar el aparato a la alcantarilla, pero a
regañadientes presiono contestar—. Sumner.
—Sumner. —Me llega una voz baja, apenas audible—. Es Wright.
Wright, articulo hacia Taylor.
—¿Por qué estás susurrando? —le pregunto al detective.
—No tengo mucho tiempo. Escucha, Evergreen Corp. No vas a creer
esto. Está registrado a nombre de la alcaldesa. Rhonda Robinson. —Hay un
ruido de fondo y Wright dice algo sobre ir a buscar una pizza de camino a
casa para cenar, como si estuviera hablando con su mujer, en lugar de
conmigo. Pasa un rato y luego vuelve a susurrar—. El jefe de policía es muy
amigo de la alcaldesa. Supuse que íbamos a traer a Robinson para
interrogarla, pero los jefes están ahora a puerta cerrada. Tengo el
presentimiento...
—Que lo van a enterrar.
—Sí. —Una puerta se cierra al otro lado de la llamada—. No has
escuchado esto de mí.
—¿Escuchar qué? —La respiración aliviada de Wright se filtra por la
línea—. Gracias por avisarme.
Finalizo la llamada y guío a Taylor por la carretera a paso ligero,
manteniendo mi cuerpo entre ella y la carretera. Mi sexto sentido zumba.
Estoy en alerta máxima. Una de las lecciones que aprendí cuando era hijo
de un detective y finalmente me convertí en uno es esta. Cuando hay política
y corrupción en un caso, hay víctimas inevitables. Y que me condenen si mi
Taylor va a ser una de ellas. 197
Sin embargo, ella no tiene planes de quedarse al margen. En cuanto
llegamos al auto y abrocho su cinturón de seguridad en el asiento del
copiloto, rodeo el parachoques delantero y subo al lado del conductor,
empieza a acribillarme a preguntas. Me sorprende responderlas con
naturalidad. No quedan barreras con esta mujer. Todas han caído.
—¿Qué está pasando? ¿Qué dijo?
—Evergreen Corp. está registrada a nombre de la alcaldesa. Rhonda
Robinson.
—¿Qué? —Ella resopla aturdida en el salpicadero—. No me esperaba
eso. ¿Ella es dueña de los alquileres vacacionales y aun así lidera la
acusación contra ellos? ¿Qué sentido tiene eso? —Hay una larga pausa
mientras el resto cae en su lugar. Las pistas se unen para ella como lo
hicieron para mí en el camino hacia el auto—. Oscar estaba amenazando
con exponerla como propietaria de un alquiler. Habría hecho descarrilar
toda su campaña. Esas notas de advertencia eran para la alcaldesa.
—Sí. —Retrocedo fuera del espacio y dirijo el vehículo hacia la
carretera principal—. Te llevaré a casa, Taylor. Tienes que quedarte aquí
hasta que yo regrese. Por favor.
—¿A dónde vas?
—A la casa de Lisa Stanley.
Después de un segundo, Taylor toma aire.
—Porque Lisa va a heredar las propiedades. Tiene todo el papeleo de
su hermano y... ese conocimiento la convierte en una amenaza para Rhonda.
Tenemos que advertirla, llevarla a un lugar seguro.
—Bien.
—No pierdas tiempo en llevarme a casa. Llévame contigo.
Una imagen de ella tendida en el suelo de la biblioteca, sangrando
por la cabeza, crea una presión cegadora en mi cráneo.
—Taylor, no me pidas que haga eso.
Ella abre la boca para discutir, pero un zumbido de un teléfono la
interrumpe.
—Dios mío, es Lisa —dice, levantando su teléfono. Contesta en el
altavoz—. ¿Hola?
Durante un buen rato, no hay más que voces confusas.
Arañazos. 198
Y luego el sonido distintivo de una puerta golpeando la pared.
—¡Fuera! —grita Lisa. La línea se corta.
Taylor y yo intercambiamos una mirada de puro terror.
Con sudor helado formando una capa en mi piel, piso el acelerador.
Capítulo 19
Taylor

Llamé a la policía de Barnstable de camino a la casa de Lisa Stanley


y pregunté específicamente por Wright, quien se sorprende notablemente
cuando le explico que la alcaldesa ha irrumpido en la casa de Lisa y que lo
más probable es que sea una asesina. Por suerte, no pierde tiempo en
informar a su superior de la llamada de Lisa y de nuestra creencia de que
la hermana de Oscar está en peligro inminente. Posiblemente peor. Para
cuando nos detenemos frente a su casa, se escuchan sirenas a lo lejos, pero
si vienen de la comisaría, probablemente estén a más de cinco minutos.
—No podemos esperar. Voy a entrar —dice Myles, sacando el arma
de su chaqueta y comprobando el cargador—. Vas a conducir hasta el final
199
de la cuadra, lejos de la casa. ¿Me escuchas?
—Te escucho.
—Me escuchas y harás lo que te pido.
Asiento enérgicamente, pero las paredes de mi garganta se cierran
ante la idea de que Myles entre en una casa con una asesina. Es tan grande
e indestructible que nunca había tenido motivos para preocuparme por él.
Pero ahora lo estoy. Y no estoy cien por ciento segura de poder alejar el auto
y dejar que lo maten.
—Taylor.
¿Puedo mentir? No, no puedo mentir. Sería la forma más conveniente
de tranquilizarlo para que deje de preocuparse por mí y haga su trabajo,
pero odio mentir. Así que no lo haré.
—Voy a conducir hasta el final de la cuadra. —Me inclino sobre la
consola y beso su boca, la adrenalina hace que mi voz suba de tono—. Lejos
de la casa.
—Bien. —Me besa también, dos veces, como si quisiera decir algo
más. En lugar de eso, se baja del auto con una maldición, golpeando una
vez los nudillos en el techo—. Sube al asiento del conductor. Ve, Taylor.
—De acuerdo. —Mis ojos están llenos de lágrimas y mis manos
tiemblan, pero cuando Myles desaparece por el costado de la casa, con el
arma desenfundada, logro poner el auto en marcha y alejarme de la acera,
la casa de Lisa se hace cada vez más pequeña en el retrovisor. El pulso late
en mis oídos y mi estómago se contrae. Oh, Dios mío. No quiero meterme en
más investigaciones de asesinato. Oficialmente ya estoy harta. ¿Myles está
bien? Sí. Sí, sabe lo que está haciendo. Por lo que sabemos, la alcaldesa se
fue hace tiempo, de todos modos. O hemos malinterpretado la amenaza.
Incluso si Rhonda Robinson está dentro de esa casa con la verdadera arma
homicida, lista para usarla, estoy bastante segura de que una bala
simplemente rebotaría en Myles. ¿Verdad?
No. Es un hombre humano. De carne y hueso.
Las probabilidades de que él y Lisa sobrevivan son mucho mayores
si tienen ayuda y las sirenas aún suenan como si estuvieran a dos o tres
kilómetros de distancia. Puedo ayudar. Puedo hacer algo. ¿Qué dijeron
siempre mis padres sobre tener miedo? ¿Qué es saludable? Sí. Solían decir
que todo lo que vale la pena hacer inspira miedo. Considérame inspirada.
—Voy a conducir hasta el final de la cuadra, lejos de la casa —
murmuro temblorosamente. Tan pronto como llego a la señal de stop, doy
media vuelta y vuelvo a toda velocidad en dirección a la casa—. No dije que
200
me quedaría allí.
¿Qué dirían mis padres si pudieran verme ahora mismo? Pasé la
última hora haciendo el amor en el vestíbulo de una iglesia y ahora estoy
yendo a toda velocidad en dirección a un posible crimen en curso, con la
esperanza de ayudar a mi amante cazarrecompensas. Esto podría ser
impactante incluso para sus estándares. Sin embargo, por extraño que
parezca... no me preocupa en absoluto la opinión de mis padres sobre lo que
estoy haciendo. Si me consideraran valiente o si se sorprendieran
gratamente al saber que heredé algunas agallas, después de todo. En ese
momento, solo me preocupa cómo me siento acerca de mis acciones. Lo que
dice mi conciencia y lo que me dice mi intuición.
Siempre he sido valiente.
Solo tenía que dejar de aceptar la definición de otros para saber
cuánto.
Estaciono el auto exactamente en el mismo lugar que antes y lo dejo
en ralentí, hago un balance de lo que puedo ver. Todas las persianas de la
casa están cerradas. Hay varios vehículos estacionados por toda la cuadra,
pero no tengo forma de saber si alguno de ellos pertenece a la alcaldesa. No
hay rastro de Myles. Mi cuero cabelludo pica al darme cuenta de esto último.
¿Dónde está? ¿Ya está adentro?
Myles y Lisa están en peligro potencial. Tiene que haber algo que
pueda hacer. Muerdo el interior de mi mejilla por un momento antes de
bajar la ventanilla del conductor. Es entonces cuando escucho los gritos
procedentes del interior de la casa. Voces de mujer. Dos de ellas. Una
pertenece a Lisa. La otra... creo que pertenece a Rhonda Robinson, aunque
no utiliza la voz profesional que he escuchado en las ruedas de prensa.
Es de pánico y aguda. Suplicante.
—Por favor. Por favor. Escúchame. ¡Yo no maté a tu hermano!
—¡Como dije, te creo! ¡Solo vete! Viene la policía.
—¿No lo entiendes? No puedo ser interrogada por la policía. Hay ojos
por todas partes en este lugar. Jubilados y mamás entrometidas a las que
nada les gustaría más que derribarme de mi posición, y créeme, esto lo
haría. Oh, esto definitivamente lo haría. ¿La alcaldesa siendo investigada
por asesinato? ¿Crees que mi carrera sobreviviría a eso? —Pasan varios
segundos, un murmullo de voces—. No tengo forma de saber que
mantendrás mi nombre fuera de esto. ¿Por qué lo harías? 201
Hay un indicio de movimiento en el lado izquierdo de la casa. Es
Myles, con la espalda presionada contra la pared, mirando por la ventana
lateral, con la pistola apuntando al suelo entre sus pies. El alivio que siento
al ver que sigue ileso se ve rápidamente empañado por su oscura expresión
cuando se da cuenta de que estoy sentada en el auto estacionado. Con los
dientes apretados, señala con su barbilla la carretera.
—Vete, Taylor —dice—. Ahora.
Se escucha un fuerte golpe dentro de la casa.
Myles se echa hacia atrás y se asoma lentamente al interior, pero me
doy cuenta de que también me mira de reojo. Lo estoy distrayendo. Ahora
me doy cuenta. Por mucho que quiera ayudar, lo mejor que puedo hacer en
este momento es volver al final de la cuadra y avisar a la policía. Pongo el
auto en marcha y empiezo a alejarme del camino.
La puerta principal de la casa se abre de golpe. Rhonda Robinson
baja corriendo los escalones, con un cuchillo en la mano. ¿Un cuchillo?
Teniendo en cuenta la forma en que Oscar Stanley fue asesinado, esperaba
un arma, pero no tengo tiempo para considerarlo ahora. Corre hacia un
sedán negro, que está parado en ángulo y bloquea parcialmente la entrada
del vecino de Lisa. Claramente estacionó con prisa y definitivamente ahora
está corriendo de nuevo. ¿Tratando de huir antes de que llegue la policía?
Myles sale de la sombra de la casa, con el arma apuntando a Rhonda.
—Detente dónde estás, Rhonda. Tírate al suelo.
La alcaldesa se gira con una expresión de espanto. Comienza a
arrodillarse y Myles se acerca lentamente.
—Las manos detrás de la cabeza. Hazlo.
Otra sirena, más fuerte, se añade a la cacofonía de sonidos y parece
asustar a Rhonda. Se levanta de golpe y corre hacia su vehículo, con el
cuchillo en una mano y las llaves en la otra.
Mis ojos buscan en el retrovisor, rezando para que haya luces rojas
y blancas. ¿Dónde está la policía?
Parece que llevamos una hora esperándolos, cuando en realidad solo
han pasado tres o cuatro minutos. Demasiado tiempo, sin embargo. Rhonda
se va a escapar, y está claro que es la asesina. Su nombre está en los
registros de propiedad, junto con el de Oscar Stanley. Se beneficiaba de los
alquileres vacacionales mientras les mentía a los votantes sobre la
erradicación de las casas de alquiler de Cape Cod. Su motivo era mantener
a Oscar en silencio. Esas notas amenazantes, escritas por Oscar, estaban
destinadas a la alcaldesa Estaba a punto de ser descubierta. Su motivo es 202
sólido como una roca.
Lo que significa que ella es la que lanzó la boya a través de mi
ventana.
La que golpeó mi cabeza con un libro.
Ella mató a un hombre. El hermano de alguien. Si eso le ocurriera a
Jude, ¿no querría que alguien interviniera para llevarla ante la justicia?
¿Voy a dejar que se vaya o voy a hacer algo?
Ella podría estar en camino de hacer algo drástico. O hacer daño a
otra persona.
Cuando se sube a su auto y el motor ruge, tomo una decisión. Por el
rabillo del ojo, percibo a Myles corriendo en mi dirección. Debe adivinar lo
que estoy planeando porque grita mi nombre.
Ya me disculparé después por haberlo asustado.
Piso el acelerador, atravieso la calle con mi auto y derrapo delante
del vehículo de la alcaldesa, impidiéndole salir. Frenéticamente, mira hacia
atrás por encima del hombro, pero el auto del vecino le impide dar marcha
atrás. Las sirenas están ya muy cerca. Un cuarto de kilometro tal vez. Son
muchas. Myles golpea con un puño el techo del auto de Rhonda,
ordenándole que salga del vehículo con las manos en alto, pero ella no
escucha. Está mirándome, gritando que me mueva. Gracias a Dios solo tiene
un cuchillo o estoy segura de que ya habría disparado una bala a través de
mi parabrisas en su desesperación. Nunca he visto una angustia así, de
cerca, y en esos minutos que pasan mientras se acercan las sirenas, la
compasión brota dentro de mí, a pesar de todo lo que hizo.
De repente, la lucha de la alcaldesa desaparece y se desinfla, su
cabeza cae hacia atrás contra el asiento. Las lágrimas ruedan por sus
mejillas y levanta las manos con las palmas hacia fuera. Los autos de policía
se detienen a nuestro alrededor, Myles les grita indicaciones. Una
explicación de lo que está pasando, empezando por el hecho de que no soy
una amenaza. Pero apenas puedo escuchar nada de eso por encima de los
latidos de mi corazón. Palpita en mis tímpanos y en las yemas de mis dedos.
Inhalo y exhalo para tratar de recuperar el control, pero sigo temblando de
pies a cabeza cuando Myles abre de un tirón la puerta del conductor y me
saca, aplastándome contra su pecho.
—¿Estás loca, Taylor? —Me aprieta, arrastrándome lejos de la escena
de la alcaldesa siendo esposada, bloqueándome con su espalda. Más
adelante, Lisa sale a trompicones de la casa y se deja caer en los escalones,
con las manos sobre su boca. No parece estar herida, solo en estado de 203
shock—. Dios mío —gruñe Myles en mi cabello—. ¿En qué estabas
pensando?
Mi respuesta sale parcialmente amortiguada por su hombro.
—Deja de gritarme.
—Gritaré todo lo que quiera. Me mentiste. Te pedí que te quedaras al
final de la cuadra.
—No, me pediste que condujera hasta el final de la cuadra. Y lo hice
Definitivamente no elegí el momento adecuado para la semántica.
Con una risa totalmente desprovista de humor, se aleja lentamente,
y enseguida me doy cuenta de que no es su mal humor habitual. Lo alteré.
De mala manera. Está blanco como un fantasma, el sudor empapa la parte
delantera de su camisa.
—Ella podría haber tenido otra arma en el auto, Taylor. O con ella.
La habríamos detenido eventualmente. Lisa estaba a salvo. No tenías que
ponerte en riesgo.
No puedo discutir lo que me está diciendo. Tiene razón. Lo que me
hace luchar podría ser mi adrenalina o la humillación de que me griten por
intentar ayudar... no, yo ayudé. Cualquiera que sea la razón, no puedo
obligarme a retroceder. Quizás estoy luchando por algo más que por tener
razón. Siento que estoy luchando por nosotros. Por lo que podríamos ser
juntos.
—No quería sentarme al margen y ver a los demás hacer lo más
difícil. Estuve haciendo eso toda mi vida.
—Esto es sobre tus padres otra vez. —Pellizca el puente de su nariz—
. Jesús.
Ahora es mi temperamento el que se está construyendo. Y duele.
Duele que saque a relucir a mis padres y su influencia en mis decisiones
cuando acabo de aprender a superar el impacto. Cuando le conté esas cosas
con tanta confianza.
—No, en realidad ya no se trata de ellos. Se trata de mí. Se trata de
participar en mi propia vida en lugar de esconderme...
—A veces, Taylor... —Pone las manos en sus caderas, con el labio
superior curvado. Dudando—. Tal vez es mejor esconderse.
—Eso es lo que estás haciendo —susurro—. Escondiéndote.
Huyendo de lo que pasó en Boston con el secuestro.
—¿Y qué si lo estoy haciendo? —Se encierra en sí mismo. Las luces
204
se están apagando. Las salidas están siendo selladas. Es como ver cómo se
construye un muro de ladrillos en cámara rápida—. Me gusta de esa forma.
Como era antes de aceptar este trabajo. Me gusta no tener ninguna conexión
con un caso. No profundizar tanto que cada fracaso sea personal. No tener
que preocuparme de que alguien que me importa pueda ser secuestrado o
traumatizado. O que le vuelen la maldita cabeza. De buena gana.
—No me compares con lo que pasó en Boston.
Aprieta su puño contra la palma de la mano contraria, sus nudillos
se ponen blancos y los surcos se hacen más profundos alrededor de su boca.
—Te compararé, Taylor. No puedo evitarlo. Eres un dolor esperando
a suceder y no voy a ser un blanco fácil. No puedo jodidamente hacerlo.
—Myles...
—¿Cómo crees que sería una relación entre nosotros? —Su expresión
es dura ahora. Cerrada. La intuición me dice que está a punto de poner el
último clavo en el ataúd y no hay nada que pueda hacer para detenerlo. Me
puse en peligro y él no está preparado para lidiar con ese tipo de trauma.
Esa falta de control. Puse su peor miedo en bandeja de plata y está
arremetiendo. No hay nada que pueda hacer al respecto—. Quizá vendrías
conmigo a la carretera, media pinta, y podamos cazar juntos a los malos.
Hacer un apretón de manos genial y llevar a tus alumnos a las excursiones.
Mi garganta comienza a arder, junto con la parte de atrás de mis
ojos.
—Sé que solo quieres apartarme. Sé que eso es lo que estás haciendo.
—Deberías haber esperado al final de la cuadra —espeta, secando el
sudor de su frente. Se aleja y vuelve. Abriendo la boca y cerrándola. Silencio.
Mucho silencio.
—Tal vez cometí un error al bloquear a la alcaldesa con mi auto
cuando no sabía si la amenaza era seria. ¿De acuerdo? Tal vez fue un error.
Pero incluso si hubiera ido y esperado al final de la cuadra como un buen
soldadito, habría habido una próxima vez. Un momento para que te sintieras
vulnerable... sí tratamos de hacer que esto funcione. En el futuro, habría
pinchado una rueda al costado de una carretera oscura sin ti. O tal vez
finalmente tenga el coraje de hacer paracaidismo con Jude…
La mirada de absoluto horror que me lanza sería divertida si esta
conversación no fuera tan insoportable.
—Y recordarías que soy una carga. Una amenaza para la vida sin
205
emociones que estás tan decidida a llevar. Y me apartarías. Es mejor hacerlo
ahora antes de que las cosas se compliquen demasiado, ¿verdad? ¿Terminar
con esto?
Me acerco un paso más a él y su mandíbula se contrae, sus dedos
se flexionan a los lados. Casi como si tuviera miedo de que lo toque y se
derrumbe. Tal vez lo haría. Tal vez se disculparía por sus duras palabras,
nos besaríamos y nos iríamos a casa juntos, pero nuestros problemas de
raíz seguirían existiendo.
—No hay nada sin emociones en la culpa —continúo, haciendo lo
posible por mantener la voz uniforme—. Sobre la forma en que te castigas.
A veces ocurren cosas terribles, pero no puedes evitar la adrenalina de la
felicidad o la alegría, porque tienes demasiado miedo de caer desde una gran
altura. Tal vez yo misma aprendí algo de esa lección desde que nos
conocimos. Yo solo... —Esto se está volviendo demasiado difícil. Estar tan
cerca de él y no caer en sus brazos, que ese calor me impregne cuando más
lo necesito—. Nunca me hiciste ninguna promesa, Myles. Incluso si
quisieras hacerlo. Así que te absuelvo de cualquier culpa en lo que a mí
respecta. ¿De acuerdo? Dicho esto... —Levantando la barbilla y lo miro a los
ojos—. Tú te lo pierdes, cazarrecompensas.
—Taylor —dice con voz áspera.
Girando sobre mis talones, me alejo. Lo dejo atrás, literal y
figurativamente, porque no tengo otra opción. No me encariñaré más cuando
él dejó en claro que es una isla en medio del océano. Inalcanzable. Un
solitario que no se compromete con nadie. Mi sueño es tener todo lo
contrario. Una relación cálida y comprometida donde se da por hecho que
estamos juntos en cada aventura, en cada tragedia. No se hicieron
preguntas. Myles ama la carretera, y nunca lo ocultó, así que mi única
opción es dar mi declaración a la policía, ir a casa y embarcarme en el primer
día para reparar mi corazón roto.

206
Capítulo 20
Myles

No tengo ni idea de cuánto tiempo he estado sentado en el borde de


mi cama en esta habitación de motel, mirando a la nada. Mi maleta está en
el suelo. ¿Alguna vez la desempaqué?
No. ¿Cuándo lo hago?
Debería estar a cien kilómetros de Cape Cod ahora mismo. Mi correo
electrónico está lleno de oportunidades de trabajo. Una persona en libertad
condicional desaparecida en Carolina del Norte. Un conductor que se dio a
la fuga en Michigan, captado por las cámaras, con una recompensa de diez
mil dólares por su cabeza. Trabajos rápidos. Trabajos fáciles de los que 207
podría salir y no volver a pensar en ellos. Si pudiera moverme de este lugar.
Si pudiera levantarme, salir por la puerta y dejar atrás esta pesadilla verde
espuma de mar. Subirme a mi motocicleta y marcharme.
Es obvio por qué no puedo salir de este lugar. Ella es la razón. Y
Cristo, es jodidamente doloroso pensar en ella. Tú te lo pierdes,
cazarrecompensas. Palabras más verdaderas nunca fueron dichas en esta
vida. Hasta que ella sacudió su cabello y se alejó de mí en la acera, nunca
me detuve a reconocer que tengo Trastorno de estrés postraumático. No hay
manera de que un hombre deje que una mujer así se vaya de su lado a
menos que esté bloqueado por un trauma mental grave. Tengo estrés
postraumático. El caso de Christopher Bunton jodió mi cabeza y...
Y ella tiene razón. Estoy castigándome por eso. Tres años después,
mi pasado me lleva a hacer cosas como gritarle a esta increíble mujer
cuando debería estar besándola, alegrándome de su seguridad, alabándola
por ser valiente. No hice nada de eso. Arremetí como un oso herido. También
lo sabía. Ella siguió adelante debido al miedo residual aplastante. Condujo
su auto directamente hacia un asesino. Podría haberse estrellado, podría
haber recibido un disparo o una puñalada. O quedar atrapada en un fuego
cruzado con la policía. Mi sangre se congela al pensar en ello.
Demonios, sí, todavía estoy enojado por lo que hizo. Lo siento.
Probablemente estaré enfadado por ello hasta el día de mi muerte.
Pero me siento mucho peor por el hecho de que ella no esté en mi
regazo en este momento.
Mucho peor.
Como si me fuera a morir.
Trato de tragar y no puedo, en su lugar sale un ruido ahogado.
Taylor seguro dio su declaración y se fue de allí sin mirar en mi
dirección una sola vez más. Ha terminado conmigo. Y sigo viendo destellos
de ella. En todas partes. Se reproducen en la pared frente a mí. Taylor
lamiendo su cono de helado. Corriendo a mi lado bajo la lluvia. Cubierta por
la luz de la luna en la playa. Mojada en una mezcla de luz solar y sombras
en la cueva.
—Oh, mierda. —Consigo ponerme de pie y cruzar la habitación, con
mis pies entumecidos, frotando la palma de mi mano en el centro de mi
pecho donde está ocurriendo una aparente erupción. Esta mujer, esta mujer
está en mi cabeza y bajo mi piel, y que bien podría enfrentarme, comprando
bienes raíces en mi corazón, ha terminado conmigo. Me comporté como un
imbécil. No solo hoy, sino la mayor parte del tiempo que la he conocido. Ni 208
siquiera estoy seguro de por qué me toleró tanto tiempo como lo hizo.
Ella va a encontrar a alguien a quien no tenga que tolerar
simplemente.
Va a encontrar un hombre que le guste. Que la trate como una
princesa.
Que le dé hijos.
—Mierda. —Me dejo caer de nuevo en la cama, doblándome hacia
delante para meter mi cabeza entre las piernas. Inhalando y exhalando por
la nariz—. Mierda, mierda, mierda.
Taylor va a tener hijos con otra persona.
Oh, Dios mío.
¿Cuándo se convirtió mi piel en fuego?
Antes de registrar mis propios movimientos, tengo mi teléfono en mis
manos. Empiezo a llamar a Taylor. Necesito escuchar su voz, pero estoy
bastante seguro de que caeré muerto del dolor si ella me manda al buzón de
voz. ¿Y qué diré, de todos modos? Hoy temprano, estaba listo para saltar sin
mirar. Una relación con Taylor no sería nada como mi primer matrimonio,
porque estoy demasiado... presente con ella. ¿Lo que siento por ella? No se
acerca a nada que haya experimentado antes. O incluso sabía que era
posible. Pero no tengo ninguna estabilidad que ofrecerle. ¿La estaría
apartando de la felicidad que podría encontrar en otra parte? Jesús, no
puedo hacer eso.
Necesito más. Ella se merece más. ¿Por dónde empiezo?
Me desplazo hasta el número de mi hermano y presiono llamar,
sujetando el aparato en mi oído con un agarre inestable.
—¿Estás llamándome a propósito o es un desafortunado golpe de
mano?
Hace tanto tiempo que no escucho la voz de Kevin que tardo un
momento en responder. Su sonido es como entrar en un túnel de viento de
recuerdos.
—Te estoy llamando a propósito.
—¿Ah sí? Bueno, vete a la mierda.
—Vete a la mierda tú también. —El ruido de fondo me dice que está
en una multitud. La voz de un hombre resuena por un altavoz, alguien grita
pidiendo una cerveza—. ¿Dónde estás?
209
—¿Yo? ¿Dónde estoy? —La multitud emite un suspiro colectivo de
decepción—. No puedes preguntarme eso cuando tu culo ha estado Dios
sabe dónde durante tres años.
—Tienes toda la vida para ser un imbécil, Kevin. No la desperdicies
todo en una llamada telefónica.
Suelta un suspiro. Pasa un momento.
—¿Estás en problemas o algo así?
Mi aspecto demacrado se refleja en el espejo que hay sobre el tocador.
—En cierto modo, sí.
—Escúpelo, Myles. No leo la mente.
—¿Sabes qué? —Quito el teléfono de mi oreja, dispuesto a terminar
la llamada—. Olvídalo.
—¡No! —Se aclara la garganta—. No... espera. Estoy escuchando. Me
has llamado en pleno partido de los Sox. ¿Qué esperabas?
La nostalgia se apodera de mí. El olor de los hot dog y la cerveza.
Bloquear el sol de verano con la mano para poder ver el campo. Kevin
golpeando mi hombro después de una gran jugada. Extraño esas tardes con
mi hermano. Creo que no me había dado cuenta de cuánto hasta que vi a
Taylor con Jude.
—¿Estás en el partido?
Resopla.
—Por supuesto que sí. ¿Crees que he renunciado a nuestro abono de
temporada solo porque ya no estás aquí para contribuir?
—Maldita sea. —Dejo escapar un silbido bajo—. Supongo que te debo
algo de dinero.
—Ven a casa y estaremos en paz.
El público aplaude, la voz emocionada del locutor narra la carrera de
un jugador a la caja de bateo. Volver a Boston ha estado fuera de discusión
durante tres años, pero ahora... se siente posible. Todo parece posible
después de ver a Taylor dejando marcas de neumáticos y derrapando de
lado frente al auto de la alcaldesa como un doble de acción. Después de que
esa increíble mujer corriera hacia mí, dejándome abrazarla, nada en este
mundo parece imposible.
No voy a desintegrarme entrando en la casa de mi hermano o de mis
padres. Ellos me quieren allí, a pesar de este fracaso que llevo alrededor del
210
cuello como un albatros. Ver a Taylor con Jude me hizo pensar en mi propia
familia durante toda la semana. Lo que me estoy perdiendo. En cómo
actuarían en una excursión de buceo. Probablemente ridiculizarán el
tamaño de mis pies. O mis padres y yo nos uníamos a Kevin, diciendo que
habíamos visto un tiburón. El típico comportamiento estúpido con el que
crecí y me formó y que no es perfecto, pero es nuestro.
No soy perfecto... pero sigo siendo de ellos.
Podría haber sido suyo. Ella me dijo que podría amarme fácilmente.
Eso debe significar que no estoy más allá de la salvación, ¿verdad?
Tal vez es hora de creer en mi familia cuando dicen que todavía me
quieren cerca.
Que... vale la pena tenerme cerca.
—Estoy en Massachusetts. En Cape Cod, en realidad. Podría...
pasarme por allí.
Mi hermano no dice nada durante largos minutos.
—De verdad.
—Sí. Para una visita o lo que sea. Podría hacerlo.
—La última vez que hablamos, me dijiste que volverías a Boston
cuando el infierno se congelara. ¿Qué cambió?
—Yo... no lo sé. —Mi pecho da cuerda como un reloj—. Conocí a esta
mujer.
—Oh. Mierda. —Hay una alegría en su voz—. No lo vi venir.
—Tú, yo. Ninguno.
—Tú eres el tipo que siempre dice que las mujeres son un fastidio,
¿verdad?
—Ese era yo —suspiro, masajeando las cuencas de mis ojos.
—Solo para asegurarme. —Se ríe—. ¿Cuál es el problema? Tráela
contigo para esta visita.
—Viendo que acabamos de romper, eso va a ser difícil. Quiero decir...
—Me pongo de pie y empiezo a caminar de un extremo a otro de la habitación
del motel—. Ni siquiera estábamos saliendo técnicamente. Ella era una
sospechosa en un caso en el que estaba trabajando como un favor. Es una
larga historia. En resumen, se cansó de mi mierda y… ya sabes. Es lo mejor
—Sí. Suena como si fuera lo mejor. Estás al borde de las lágrimas. 211
—Mierda, lo estoy.
De hecho, podría estar bastante cerca de llorar.
—Sea cual sea tu versión de las lágrimas, estás al borde de ellas.
Poniendo los ojos en blanco, vuelvo a cruzar al otro lado de la
habitación.
—Esto me pasa por llamarte para pedirte consejo, supongo.
—¿Consejo? ¿Sobre mujeres? ¿Olvidaste que estoy casado con un
compañero que se rasca las pelotas?
—No. —Paso una mano por mi cabello—. ¿Cómo está él, de todos
modos?
—Bien. —Por la forma en que cambia su voz, sé que su marido está
sentado a su lado—. Todavía metiendo proteínas en polvo en todo lo que
como y llevando pantalones cortos para correr literalmente a todas partes.
—Hace una pausa—. ¿Cómo es tu chica?
Una imagen de ella surge en mi mente, la forma en que se veía el
primer día. En bikini y pantalones cortos, sin zapatos, bronceada, dulce y
secretamente deseando sexo duro. Básicamente un milagro con dos piernas
tonificadas, caído en mi regazo desde el cielo.
—Es una profesora de segundo grado de una escuela privada de
Connecticut. Ella es... bueno. —El nudo en mi garganta se expande—.
Hermosa es un eufemismo. Es una planificadora. Una cuidadora. Siempre
se asegura de que todos coman y tengan suficiente café. Muy inteligente.
Valiente. También llora mucho, pero de una manera que, no sé... es
jodidamente linda, ¿de acuerdo? Es terca y traviesa. —Me doy la vuelta y
golpeo mi cabeza contra la pared, lo que me hace soltar la parte que no
quería decir en voz alta—. Me deja boquiabierto en la cama.
—Dios, eres mucho más abierto y honesto de lo que solías ser.
Las puntas de mis orejas arden.
—Lo siento.
—No lo sientas. Estoy deseando usar esa información contra ti más
adelante. —Kevin se ríe—. Entonces, ¿dónde estás ahora? ¿Y dónde está
ella.
Doy vueltas en círculo, mirando alrededor. Nada es familiar porque
pasé todo mi tiempo trabajando o con ella.
—Estoy en mi habitación de motel en Cape Cod. Ella ha vuelto a su
casa de alquiler. 212
—Lleva tu trasero hasta allí y discúlpate por lo que sea que hayas
hecho.
—¿Cómo sabes que tengo que disculparme? —No dice nada—. Bien.
Fui yo. Todo yo. Pero no puedo simplemente ir allí y disculparme. Pedir
disculpas no nos hace compatibles. ¿Te perdiste la parte de que es profesora
en Connecticut? Mi próximo trabajo es en Carolina del Norte. Luego, quién
sabe dónde. Taylor quiere casarse. Ser madre. Establecerse y ser feliz.
—Suena terrible. ¿Quién quiere ser feliz? Qué asco.
Maldigo en voz baja.
—No te estás tomando esto en serio.
—Sí, lo estoy haciendo, imbécil. ¿Qué te parece mejor? ¿Volver a la
carretera como un forajido dañado? ¿O mudarte con tu profesora y
despertarte desnudo con ella?
Vaya. Oh, dulce Jesús.
Nunca tuve la oportunidad de despertarme con su cabeza en la
almohada junto a la mía. Ella sería tan cálida y cómoda. Y caliente para el
sexo matutino. Estaría tan caliente encima, esas caderas moviéndose hacia
arriba y hacia atrás, nuestros vientres deslizándose juntos. Sudorosa.
Después, la besaría por todas partes. Besaría hasta los dedos de sus pies
mientras ella se ríe... y estoy completamente arruinado.
Destruido.
—Forajido dañado realmente salió de tu boca —logro empujar a
través de mi garganta cerrada—. ¿Es así como me has estado llamando
desde que me fui?
—No. Es como mamá te ha estado llamando.
—Ouch.
¿Cuándo me he sentado en el suelo? No tengo ni idea de cómo he
llegado aquí.
—Escucha, Myles. Tienes que ir a agarrar tu pedazo de felicidad con
las dos manos. No vienen muy a menudo. Algunas personas no tienen esta
oportunidad en absoluto. La estás desperdiciando, hombre. ¿Crees que ella
está mejor sin ti?
—Sí, probablemente...
—Olvida que pregunté eso. —Su dedo golpea el auricular, como si
estuviera pensando—. Imagina que ella comete el mismo error que tú. En el 213
caso Bunton. ¿Crees que ella merecería ser feliz en algún momento en el
futuro? ¿O querrías que se privara de todo lo bueno para intentar
compensar un error humano?
—Por supuesto que no querría eso —gruño, aborreciendo la idea de
que sea infeliz.
—Estoy seguro de que ella tampoco quiere ese destino para ti.
—Sí. —Inclino la cabeza hacia atrás y observo una grieta en el techo.
Atraviesa la moldura. Me hace pensar en las mirillas de la casa de Oscar
Stanley.
Hay un fuerte sonido en mi estómago. Me siento más erguido, mi piel
se vuelve húmeda.
La alcaldesa tampoco podría haber cabido en ese espacio tan
angosto.
¿No habíamos decidido que, al haber dos agujeros, separados por la
distancia de los ojos y en ángulo hacia abajo, alguien debía haber estado
espiando activamente en algún momento? Oscar no podía caber en el
sótano, ni tampoco Rhonda Robinson. Tendría sentido que la alcaldesa
quisiera vigilar a Oscar, ya que amenazaba con exponer su duplicidad,
pero...
Pero no lo habría hecho ella misma.
Y esta mañana, durante la manifestación, cuando Taylor fue
golpeada en la cabeza con el libro, no hay manera de que Robinson se haya
escabullido inadvertidamente entre esa multitud. Pero sé quién podría
haberlo hecho.
Pequeño, anodino. Leal.
—El asistente. El maldito asistente.
—¿Qué?
El contenido de mi estómago se tambalea hacia arriba.
—Tengo que irme. Yo...
Taylor está ahí fuera. Vulnerable.
La dejé sin protección.
No recuerdo haber finalizado la llamada con mi hermano. Ya estoy
llamando a Taylor. Sosteniendo el teléfono junto a mi oreja mientras saco
las llaves del bolsillo, corriendo a toda velocidad hacia el estacionamiento.
No hay respuesta. Por supuesto que no. El sonido de su voz musical en la
grabación del correo de voz saliente casi hace que mis rodillas cedan. Dios, 214
oh Dios. Podría perderla. Permanentemente. No. No, no puedo respirar.
—Taylor, las mirillas —divago, con la voz desgarrada—. Tuvo que ser
el asistente de Rhonda. —Apenas soy capaz de pensar con claridad con ella
en peligro potencial. Puede que hayamos detenido a un culpable. Pero son
dos. Uno está ahí fuera y es violento—. Ve a un lugar seguro. Ahora, cariño.
Por favor. Tú y Jude. Y espérame. Ya voy.
Capítulo 21
Taylor

Es extraño que llore por un anuncio de Allstate o por dos personas


mayores tomadas de la mano, pero en este momento, cuando mi corazón
duele más con cada latido, no puedo sacar una lágrima.
Estoy sentada en la playa con una sudadera y los pies descalzos, con
los brazos envueltos alrededor de mis rodillas levantadas. Bajamos aquí
después de dejar entrar a los hombres para que cambiaran la ventana rota
del dormitorio de atrás y, sencillamente, nunca nos fuimos. Ahora hay una
magnífica puesta de sol que pinta el cielo con colores rosas y grises y quiero
disfrutar de la belleza, pero estoy demasiado entumecida. Me ayuda tener a
Jude sentado a mi lado, sin hablar, solo frotando de vez en cuando un
215
círculo en mi espalda o mostrándome una bonita concha marina. Quiero
preguntarle qué pasó con Dante, que ya se había ido cuando volví a casa,
pero si abro la boca, creo que empezaré a gritar sobre los hombres
testarudos y no pararé nunca.
—Ahora duele. Parece que nunca va a parar —dice Jude en voz
baja—. Pero será más fácil de ignorar. Un día podrás convencerte de que
nunca sucedió.
Parece que está hablando por experiencia, pero no tengo valor para
señalarlo. Así que me limito a asentir.
Estúpido cazarrecompensas con su centro blando secreto y un
pasado tortuoso. Me enamoré. Deje que la profesora cayera en la tentación
de un libro sobre cómo arreglar a un hombre. Creí incorrectamente, en
algún lugar del fondo de mi corazón, que él no sería capaz de alejarse. Eso
no fue más que una mala suposición. Solo soy una chica Bond en una larga
línea de chicas Bond. Dentro de quince años me mirará, entrecerrará los
ojos y dirá, oh sí, a la que le gustaba el helado de abuelas.
Y probablemente tendré una familia y estaré establecida.
—Establecida —murmuro—. Pero no voy a conformarme.
Jude levanta una ceja mientras me mira.
—¿Eh?
—Bueno. —Humedecí mis labios, agradecida de estar hablando y
pensando en algo que no sea Myles—. Sabes que he estado saliendo con
hombres que tienen la vista puesta en el matrimonio. Pero no creo que vaya
a hacer eso nunca más. Creo que tal vez… solo quiero vivir y ver qué pasa.
—Decir eso en voz alta afloja un poco la presión en mi pecho—. No tengo
que ser práctica y jugar a lo seguro, solo porque siempre me han dicho que
soy así. Soy quien decido ser, ¿sabes? Puedo ir a lo seguro en algunos
aspectos de mi vida, pero en otros, tal vez quiera ayudar a atrapar a un
asesino o tener una aventura con un cazarrecompensas. Soy más de una
cosa. Yo decido mi propio rumbo. Nadie más.
Jude asiente conmigo.
—Tienes toda la razón.
Recojo un puñado de arena y lo tiro.
—Hablemos de otra cosa. No quería sacar ese tema. No quiero hablar
de él.
—No tenemos que hacerlo.
—Pero ya que estamos en el tema, espero que su cabello largo se
216
atasque en una tostadora.
—Salvaje.
—Quiero decir, no en el sentido de que se electrocute —me apresuro
a aclarar—. Solo en un sentido que sea incómodo y vergonzoso.
—Veré qué se puede arreglar.
—Tal vez debería ver todo este tórrido asunto como algo positivo. Me
afectó. Me hizo darme cuenta de lo que necesito ser... sentir. Y ahora estoy
decidida a esperar más de mis futuras relaciones reales y funcionales.
—La gratitud es una forma saludable de abordar cualquier cosa.
Arrugo la nariz.
—La gratitud es un poco exagerada. Tal vez una vez que la hostilidad
se desvanezca. —Compartimos una risa y me acerco para apretar su mano—
. ¿Estás bien?
Exhala un largo suspiro hacia el océano.
—No. Pero lo estaré.
Permanecemos sentamos en silencio durante varios minutos,
observando cómo el cielo pasa del rosa al naranja, al cerúleo y, finalmente,
al azul noche. Las estrellas parpadean en el lienzo del cielo, la maleza sopla
detrás de nosotros en la colina. Las risas nos llegan desde los patios traseros
de la playa, con las fogatas encendidas y las barbacoas humeantes.
Estoy inquieta y sé que es por Myles. Por la forma en que terminaron
las cosas. La forma en que todo parece tan lamentablemente inacabado.
Extraño su gran trasero gruñón. Pero hay más. Hay una pequeña sensación
de picazón enterrada en mi nuca que no cesa. Me digo a mí misma que el
picor viene por haber sido golpeada en la cabeza con una enciclopedia, por
haber tenido el mejor sexo de mi vida y haber atrapado a un asesino, todo
en un mismo día... pero la preocupación sigue agitándose. Finalmente, se
traslada a mi estómago. Me dispongo a expresar mis (probablemente)
infundadas preocupaciones a mi hermano cuando un viento sopla desde el
turbulento Atlántico erizando los vellos de mi nuca, haciéndome temblar.
—Oye, iré a traernos algunas mantas y cervezas de la casa. ¿Te
parece bien?
—Suena genial. —Me apoyo sobre mis codos, observándolo caminar
pesadamente a través de la arena hacia las escaleras—. Oye, ¿puedes traer
mi teléfono? Lo dejé cargándose en la cocina.
—Sí. 217
Después de unos minutos, me dejo fundir completamente en la
arena, sin importarme si se mete en mi cabello o en mi ropa. Está refrescado
por la luz del sol del día y desde aquí, puedo mirar el gigantesco cielo arriba.
Mis problemas y yo somos minúsculos comparados con eso.
Hay un click metálico detrás de mí.
Es un arma siendo cargada.
Mis músculos se tensan, mi boca se seca, pero no me muevo. Estoy
congelada.
—Estás muy relajada para alguien que va por ahí arruinando vidas.
Conozco esa voz, pero no me resulta demasiado familiar. Pertenece
a un hombre joven.
¿Dónde la escuche antes?
Pasos se acercan y entonces recibo una patada en las costillas. No
fuerte, pero sí lo suficientemente fuerte como para hacerme gritar. Presiono
la mano en el punto de dolor, me siento y retrocedo torpemente sobre mis
codos, clavando mis talones en la arena.
El hombre aparece a la vista.
El ayudante de la alcaldesa ¿Kyle?
No. Kurt.
Kurt está apuntándome con un arma y, por supuesto, este es el
momento en que todo encaja. Muy conveniente.
El asistente apenas supera el metro y medio. Todo ha sucedido tan
rápido desde esta tarde, que no me detuve a revisar todas las pruebas y
conciliarlas con la culpabilidad de la alcaldesa. Pero por supuesto que Kurt
estaba involucrado. Siempre está a su lado, listo para servir. Habría espiado
a Oscar por ella, encajando fácilmente en esa zona tras la pared del
dormitorio.
—¿Reconstruyendo todo? Te tomó bastante tiempo. Tal vez tú y tu
novio no son tan inteligentes como creen.
Myles.
Él va a enloquecer.
Por alguna razón, eso es realmente reconfortante.
O lo será, si no muero.
También va a ser muy duro consigo mismo cuando se dé cuenta de 218
este descuido. Sin embargo ¿quién podría haberlo visto venir? Rhonda no
implicó a Kurt en la escena. Solo negó su propia culpabilidad.
Despierta. Piensa.
Los rehenes suelen sobrevivir manteniendo a su captor hablando.
Personalizándose. Técnicamente, no soy un rehén, ¿todavía?, pero la misma
lógica aún debería aplicarse, ¿verdad? Aunque, si mantengo a Kurt
hablando y Jude vuelve, mi hermano también estará en peligro.
No, no puedo permitirlo.
Mi pulso es casi ensordecedor en mis sienes, pero me obligo a
respirar profundamente.
—¿Ella lo sabía?
—¿Quién?
—Rhonda. La alcaldesa. ¿Sabía ella que estabas espiando a Oscar?
—No —espeta, como si yo fuera una idiota por preguntar—. ¿Crees
que quería ver una transmisión en directo de ese triste tipo mientras se
pasaba el día viendo Bake Off? No quería. Aunque era mejor que vigilarlo
desde el armario. —Se estremece—. Oscar Stanley. Qué idiota. ¿Realmente
pensaba que Rhonda iba a aprobar alguna ley para prohibirle alquilar? Ella
les decía a las personas lo que querían escuchar para asegurarse la
reelección. Eso es lo que hacemos. Nos mantenemos en el cargo a toda costa.
Y mi trabajo es asegurarme de que la alcaldesa no tenga que preocuparse
por los detalles. Eso es lo que me hace el mejor. Después de un mandato
más como alcaldesa de este agujero infernal de clase media, iba a postularse
al Senado del Estado y yo habría estado ahí, indispensable Nadie me pasa
por arriba, como si no fuera más que una pulga sin importancia.
—No eres intrascendente.
—No me complazcas. —Golpea el aire con el arma—. La policía
habría perseguido a ese padre idiota que pateó el trasero de Oscar.
Probablemente lo habrían declarado inocente. Pero para entonces, todos se
habrían olvidado del asesinato de un hombre que nadie conocía. La policía
de Barnstable no habría estado motivada para cavar y arruinar algo bueno
con Rhonda. Pero había que insistir. Y no tomaste mis advertencias,
¿verdad?
Lentamente, me inclino hacia un lado, esperando que se gire en el
mismo sentido de las agujas del reloj para que esté de espaldas al hueco de
la escalera.
—Me golpeaste con el libro. Tiraste la boya. 219
Su dedo se mueve sobre el gatillo.
—Debería haberte disparado y haber terminado de una vez.
—Te van a atrapar.
—Oh, sé que me van a atrapar. La policía ya me está llamando para
interrogarme. Rhonda está juntando todas las piezas, estoy seguro. ¿Y
apreciará lo que hice por ella? ¿Para mantener su doble vida fuera de la
prensa? No. Estoy seguro de que actuará horrorizada en las noticias de la
noche. ¿Pero si se entera de lo que hice y nunca me atrapan? Ella no diría
una mierda. Porque eso es política.
Por el rabillo del ojo, veo a Jude bajando las escaleras.
No. No.
Está claro que no va a haber ningún razonamiento con Kurt. No tiene
nada que perder.
Aspiro todo el aire que puedo y grito con todas mis fuerzas.
—¡Jude! ¡Corre!
Myles
Es mi pesadilla hecha realidad.
No resolví una prueba y ahora la mujer de la que me enamoré podría
pagar el precio.
Mi moto avanza tan rápido por Coriander Lane que los neumáticos
apenas tocan el asfalto. El sudor cae por un lado de mi rostro, hay un hoyo
abierto en mi estómago. Ninguna de las luces está encendida en la casa
cuando estaciono afuera. Por favor, dime que salieron a cenar o a algún sitio
donde el asistente no los haya localizado todavía. Kurt. Kurt Forsythe. La
policía de Barnstable, a la que llamé de camino, me confirmó su apellido.
Solo recuerdo la conversación en fragmentos. Apenas pude escuchar la voz
del jefe por el estruendo de mis oídos. Después de lo que Wright nos confió
sobre la posibilidad de que la policía mirara hacia otro lado con la alcaldesa,
una parte de mí quería venir solo, pero tenía que sopesar los riesgos, y el
riesgo que no puedo correr en absoluto es con la vida de Taylor.
La puerta de la casa está cerrada.
220
Un rápido vistazo a través de la ventana frontal no muestra señales
de actividad.
Hay un movimiento a mi derecha, en la distancia. Alguien en las
escaleras que bajan a la playa.
—Por favor, que sea Taylor. Por favor, que sean ellos.
Salgo del porche y corro en dirección a la figura. Es difícil distinguir
quién es ahora que el sol se ha puesto. Pero cuando estoy a unos cincuenta
metros, reconozco el cabello, la complexión. Jude. E inmediatamente, sé que
algo va mal. Muy mal. Tiene las manos levantadas y niega con la cabeza. Es
entonces cuando escucho el grito ronco de Taylor y mis piernas casi se
doblan.
—¡Jude! ¡Vete! ¡Por favor!
—¿Qué diablos está pasando? ¿Quién es ese? —El tono de Jude está
mezclado con miedo—. ¡Baja el arma!
Arma. Taylor. Hay un arma apuntando a Taylor.
Mi piel no es más que una lámina de hielo, mi corazón se tambalea
y se acelera.
No. No, por favor Dios, no. No ella.
Concéntrate. Tienes que concentrarte.
Número uno. Si hay un arma en la playa, Jude también está en
peligro.
—Jude —gruño, sin reconocer mi propia voz.
Él gira su cabeza y su expresión de horror amenaza con desbaratar
mi compostura, que no es mucha.
—Myles. —Gira torpemente y tropieza con el escalón que hay detrás
de él—. Hay un tipo ahí abajo apuntando con un arma a Taylor.
Mi piel helada se descongela rápidamente y ahora tengo calor. Mucho
calor. Mi pecho arde. No. No, no, no. Un recuerdo de Taylor invitándome a
tacos me toma por sorpresa y se escapa un sonido áspero. Ella querría que
llevara a su hermano a un lugar seguro.
—Jude. Ven aquí. Tienes que venir aquí ahora y dejar que me
encargue de esto. La policía está en camino.
Está incrédulo.
—¡No voy a dejarla ahí abajo! 221
—No la vamos a dejar ahí abajo. Por supuesto que no. Pero si ella
cree que estás en peligro, podría hacer algo errático y salir lastimada.
Jude maldice y frota sus ojos.
—Él va a dispararle.
Aguanta. Mantén la calma.
—¿Está en el lado más bajo?
—Sí. Sí.
—Bien. Vas a cambiar de lugar conmigo, ¿de acuerdo? Voy a hablar
con él.
La estática en mi cabeza es tan fuerte, que cuando finalmente
escucho las sirenas acercándose, no tengo idea de cuánto tiempo han estado
sonando. Pero están cerca. Muy cerca.
—¡Jude! ¡Vete! —Taylor vuelve a gritar desde la playa, su grito se
mezcla con las olas que rompen—. ¡Por favor!
Es difícil pensar en términos lógicos cuando ella está en peligro.
Cuando suena tan asustada que mi corazón quiere desgarrar mí pecho. Mi
instinto cuando se trata de Taylor y su seguridad es animal. Quiero saltar
la barandilla de la escalera y lanzarme colina abajo a toda velocidad y
derribar todo lo que se interponga entre ella y yo. Pero el comportamiento
impulsivo hace que las personas mueran. Necesito estar tranquilo ahora
mismo y pensar.
¿Qué es lo que sé?
Uno, a Kurt obviamente no le importa si lo atrapan. Hay
innumerables casas ubicadas a lo largo de la playa, todas ellas frente al mar
y el sol apenas se ha puesto. Las personas están despiertas. Asando hot dog.
Probablemente viendo cómo se desarrolla toda esta escena y probablemente
llamando a la policía. Sin mencionar que Jude lo ha visto apuntando con
un arma a Taylor. Kurt está potencialmente desequilibrado. No va a actuar
razonablemente.
Dos, el motivo de Kurt es la venganza. Arrestamos a su jefa. Le costó
su trabajo. Uno de ellos, o ambos, serán acusados del asesinato de Oscar
Stanley, dependiendo del conocimiento que tenga Rhonda de las acciones
de Kurt. Pero yo estaba presente cuando la policía interrogó a Rhonda
Robinson, y a menos que sea la mejor actriz del mundo, no sabe lo que Kurt
hizo para evitar que Evergreen Corp. quedara expuesta. Por lealtad.
Lealtad a la alcaldesa. 222
Dedicación.
Puedo usar eso.
Mis manos tiemblan mientras escribo un mensaje rápido a Wright y
vuelvo a meter el teléfono en mi bolsillo trasero.
—Retrocede lentamente, Jude —digo, tratando de sonar
tranquilizador, aunque tengo el corazón en mi boca—. Vamos a recuperar a
Taylor de forma segura. Sabes que voy a hacer todo lo posible para que eso
ocurra.
Jude duda unos segundos más y finalmente sube a gatas los
escalones restantes y se sienta en el rellano de hierba con la cabeza entre
las manos. Luces rojas y blancas parpadean al pie de la colina. Finalmente.
Con las sirenas apagadas, según las instrucciones, corren calle arriba y se
detienen en ángulos fortuitos. Wright sale primero de su vehículo y corre
hacia mí, entregándome el megáfono y un teléfono, una llamada en vivo en
la pantalla, los segundos avanzan.
Con esas herramientas en mi mano, me dirijo hacia la escalera,
rezando como el infierno para que mi aparición no haga estallar a Kurt. O
lo induzca a apretar el gatillo. Si va por Taylor, es por su papel en la
investigación. Yo también estuve involucrado, más que ella. Nos ha visto
juntos. Eligió al único de nosotros que podía intimidar, pero no me
extrañaría que usara la violencia contra Taylor para vengarse de mí por mi
papel en el caso. Sin embargo, no tiene ni idea de lo mucho que me
arruinaría. Mi maldito corazón dejaría de latir.
Podría dejar que el jefe de policía se encargue de esto, pero no puedo
poner su seguridad en manos de otra persona. No lo haré. Especialmente
cuando existe la posibilidad de que estuvieran planeando encubrir a la
alcaldesa y, por lo tanto, podrían estar operando en una zona moralmente
gris.
Doy varios pasos más y aparecen a la vista. Kurt. Taylor. El arma.
Mi estómago se revuelve violentamente al ver a mi Taylor con las manos en
alto, temblando. Puedo decir que está temblando desde aquí. Se ve tan frágil
desde esta distancia y voy a matar a este hijo de puta. Voy a matarlo. Una
ira ardiente comienza a mezclarse con mis pensamientos, los confunde, pero
lucho por mantener la calma. Compuesto. Pensando con claridad. Taylor
está en juego.
Nuestra vida juntos está en juego.
¿Realmente pensé que podía simplemente alejarme de ella?
Vendería mi alma al diablo para tenerla en mis manos ahora mismo.
223
Para abrazarla para siempre.
—Kurt —llamo, tan uniformemente como sea posible—. Soy Myles
Sumner. ¿Me conoces?
Da un paso más cerca de Taylor, como si quisiera agarrarla, usarla
como escudo, y ella se tambalea hacia atrás, fuera de su alcance. Buena
chica. Ella puede ver lo que yo veo. Que, a pesar de ser un asesino, no se
siente seguro sosteniendo un arma. Apenas puede sostenerla en esta etapa.
Utiliza la mano contraria para sujetar su codo.
—Claro que te conozco —grita subiendo las escaleras—. Sé todo lo
que sucede aquí. Es mi trabajo. Soy bueno en mi trabajo.
Esto es lo que esperaba. Orgullo por su trabajo. Dedicación al trabajo
y lealtad a Rhonda Robinson.
—¿Taylor está bien?
—No lo estará por mucho tiempo. Solo te estaba esperando. Quería
que vieras esto.
Mi garganta se cierra.
Así es como él va a venir por mí. Una pelea entre nosotros sería un
desajuste, pero él puede noquearme de un golpe mortal apretando ese
gatillo.
—No quieres lastimar a Taylor. —Casi me falta el aire cuando digo
eso, así que me tomo un momento para recuperar el control—. Tú no eres
un asesino, Kurt. Simplemente un hombre que va más allá de su trabajo.
—No estoy comprando tus intentos de psicología
—Está bien, hombre. Pero la alcaldesa necesita hablar contigo.
—¿Qué? —Baja el arma sorprendido, pero la vuelve a levantar con la
misma rapidez—. Ella no está aquí. Está detenida.
Pero ahora divide su atención entre Taylor y yo. Bien.
Solo tengo que seguir hablando hasta que su atención esté
completamente sobre mí y ella pueda escapar.
Levanto el teléfono a mi oreja.
—¿Alcaldesa Robinson? —digo en el receptor.
—Sí —responde ella, enérgica, pero con un cansancio subyacente—.
No sabía lo de Kurt. No sabía... 224
—¿Fue informada por Wright? —interrumpo.
Ella suspira.
—Lo fui, sí.
—Bien. —Trago con fuerza, inhalando y exhalando a través de una
oleada de mareo—. Por favor. Necesito que lo convenza. Está apuntando
con un arma a mi novia. Si le pasa algo...
—Lo entiendo. No quiero que nadie más salga herido por esto.
Pásamelo.
La repentina confianza en su tono no me hace sentir mejor. Nada me
hará sentir mejor hasta que Taylor esté fuera de la línea de fuego. Rezándole
a un creador con el que no he hablado en mucho tiempo, acerco el teléfono
al megáfono.
La voz de Rhonda llega hasta la playa, acompañada de un chillido
inicial de retroalimentación.
—¿Kurt?
La cabeza del asistente gira.
—¿Alcaldesa?
Ella no puede escuchar su respuesta. No todavía, de todos modos.
Pero continúa como si él estuviera escuchando.
—El día que te contraté supe que era una de las mejores decisiones
que había tomado. Y nunca me has decepcionado. Ni una sola vez. No hay
nadie en mi equipo en quien confíe más. Nadie que crea en mi visión para
este condado y que tenga las herramientas para ayudarme a ejecutarla.
—¡Tuve que hacerlo! —replica, pensando que Rhonda puede
escucharlo—. Stanley habría matado nuestra oportunidad de ser reelegida.
Dejo caer el teléfono lejos del megáfono, acercando el altavoz a mi
boca.
—Kurt, la alcaldesa tiene algunas cosas que le gustaría decirte en
privado. Solo para tus oídos. ¿Te parece bien que baje el teléfono?
Contengo la respiración. Vamos.
Está dividido. Su atención pasa de la escalera a Taylor, de nuevo a
mí.
—Deja tus armas ahí arriba. Todas ellas. O le dispararé, lo juro por
Dios.
225
No.
No voy a dejar que eso ocurra, cariño. Ten fe en mí.
—De acuerdo. —Dejo el megáfono y el teléfono, saco mi arma de la
cintura y la pongo en el suelo. Levanto las dos piernas del pantalón para
mostrarle que no tengo nada—. Estoy desarmado, ¿de acuerdo? Voy a bajar.
Este tipo puede ser inteligente con los libros o políticamente, pero es
un idiota por dejarme acercarme a tres metros de él. Solo tengo que esperar
que no se dé cuenta a medida que me acerco. Sosteniendo el teléfono como
una ofrenda de paz, bajo los escalones lentamente, con mi corazón latiendo
en mi caja torácica. Kurt no está estable. Cuanto más me acerco, más
evidente resulta. Está murmurando para sí mismo. De vez en cuando,
señala el aire entre él y Taylor con la pistola, como si quisiera recordarle
quién está al mando. La marea podría cambiar en cualquier momento.
Por favor, déjame llegar hasta allí.
—¿Estás listo para hablar con la alcaldesa, Kurt?
—Pásame el teléfono.
Ahora estoy en la playa. Es marea alta, así que solo estoy a unos
veinte metros de donde están parados y sigo avanzando lentamente, sobre
las algas y los guijarros que crujen.
—Estás muy cerca del agua, hombre. No sé si es una buena idea. —
Respira. Respira. Ella está ahí. No pienses en lo aterrorizada que se ve o
perderás la cabeza—. ¿Qué tal esto? Dejas que Taylor vuelva a subir las
escaleras y me apuntas con el arma, en su lugar. De esa manera puedo ir
allí y entregarte el teléfono con seguridad.
—No. De ninguna manera. No sé.
—La alcaldesa me dijo que nunca le harías daño a una mujer
inocente. Ella tiene razón, Kurt. Sé que tiene razón. Y tiene mucho más que
decirte. Dejemos que Taylor se vaya a casa.
—Myles —gime Taylor, negando la cabeza.
—Está bien —murmuro. No puedo mirarla. No puedo mirarla, ni
siquiera para tranquilizarla. Todavía hay un arma apuntando a ella y no soy
bueno. Cuanto más tiempo la apunte, más rápido se deteriorará mi
cordura—. ¿Kurt?
Cuando me apunta con el arma, casi me siento aliviado.
—Vete, Taylor.
Ella duda.
226
—Vete. Por favor.
Con un sollozo, empieza a correr. Gracias a Dios. No me muevo hasta
que escucho sus pasos desvanecerse en los tablones de madera de la
escalera. Hasta que escucho la exclamación de Jude y la ráfaga de
movimientos de la policía. A salvo. Ella está a salvo.
Sostengo el teléfono en mi mano derecha, la palma de mi mano
izquierda es visible.
Un paso, dos, mis botas se hunden en la arena.
—Encontramos la misma pistola en la playa —digo, señalando con
la cabeza su Glock, que se esfuerza por mantener en alto—. ¿La colocaste
para retrasar la investigación o despistar?
Mira fijamente el teléfono.
—Ambas cosas.
—Bien jugado.
—No me sigas la corriente —sisea entre dientes—. Dame el teléfono.
Asiento, avanzando un paso más. Dos.
—Aquí tienes. Es todo tuyo.
Está tan ansioso por hablar con su jefa y absorber más de sus falsos
elogios por lo que ha hecho que se distrae durante una fracción de segundo.
Pero eso es todo lo que necesito. Lanzo el teléfono al aire y su atención se va
con él. Mi mano izquierda se agarra a la muñeca de la mano que sostiene la
pistola, orientándola hacia el océano. Dispara. Una bala sale disparada
hacia el agua negra donde no alcanzará a nadie. Especialmente a Taylor.
El recordatorio de que este hombre tenía la intención de matarla
hace que lo someta con un puñetazo más fuerte de lo que pretendía, el
crujido del cartílago no es suficiente. Nunca nada será suficiente. Pero eso
es todo lo que necesita para caer hecho un montón sobre la arena, el teléfono
aterriza junto a su mano extendida. Saco el cargador de su arma y lo arrojo
también, mi adrenalina cobra venganza. Desde todos lados. Veo a Taylor
bajando las escaleras volando en mi dirección, pero estoy sacudiendo la
cabeza, no del todo listo para declarar que la playa está libre de peligros
para ella.
Sin embargo, ella sigue corriendo, saltando, nuestros pechos
chocan, sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello. Todavía estoy tan
aturdido por el miedo a perderla que ni siquiera puedo levantar los brazos
para abrazarla. Durante largos minutos, lo único que puedo hacer es
respirar el aroma a manzanas, frotando mi rostro con su cabello, hasta que 227
finalmente mis extremidades empiezan a funcionar de nuevo y la aprieto
contra mi cuerpo, abrumado por el hecho de que está viva. Está viva y no
está herida.
—Taylor.
—Lo sé. Lo sé.
—Taylor.
Ella besa mi mejilla, mi mandíbula.
—Lo sé.
Intento procesar en voz alta el hecho de que casi la pierdo, pero ella
parece entender sin palabras. Parece saber que eso me habría matado. Bien.
Bien, resolveremos el resto. Todo lo demás son detalles mientras ella esté
viva. Ahora estoy rodeado de policías que quieren declaraciones. Están
tratando de despertar a Kurt en la arena y él se está moviendo. No hay
manera de que confíe en nadie más que en mí para esposarlo y llevarlo a la
cárcel. Este hombre iba a matar a la increíble mujer que tengo en mis
brazos. Esta mujer que confió en mí para mantenerla a salvo. Mi mujer.
Estoy viendo esto.
—Dales tu declaración —digo, besando su sien—. No podré relajarme
hasta que esté encerrado y probablemente necesite atención médica antes.
Sus labios se contraen.
—Gracias a ti.
Coloco algunos mechones de cabello arrastrados por el viento detrás
de su oreja.
—Te apuntó con un arma. Tiene suerte de no necesitar un forense.
Sonríe, pero hay algo que no encaja.
¿Por qué parece... triste?
Sus brazos bajan de su posición alrededor de mi cuello, sus manos
se deslizan en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos.
—Gracias. Por lo que hiciste. Por cambiar de lugar conmigo y... por
todo eso.
—No tienes que agradecerme.
Después de un segundo, ella asiente.
—Lo sé. Estabas haciendo tu trabajo.
¿Qué demonios?
—Eres más que un trabajo.
228
Ella asiente, como si esperara que yo dijera eso. Pero no creo que lo
entienda. Tengo que explicárselo.
—Taylor, estoy...
—¡Sumner! —grita Wright—. El jefe tiene algunas preguntas...
—¡En un minuto! —grito por encima de mi hombro, antes de
enfrentarme a Taylor de nuevo—. Oye. Escucha lo que te estoy diciendo.
Incluso cuando creía que teníamos este caso resuelto, no podía irme. Quiero
hacer esto. Nosotros. Necesito estar contigo. ¿Me escuchas? Terminé de
correr. Quiero correr hacia ti.
—Vaya —dice Wright a mi izquierda—. Eso es tan poético, hombre.
Ah, mierda. Tengo que llamar a mi ex mujer.
—Aléjate —le digo.
—Lo siento. Lo siento.
Cuando nos quedamos solos de nuevo, Taylor todavía parece
resignada y Cristo, estoy empezando a entrar en pánico.
—Te sientes así ahora, Myles, porque acabamos de pasar por algo
aterrador juntos. —Aprieta mi brazo—. Pero mañana o al día siguiente
recordarás todas las razones por las que me dijiste que esto no funcionaría
y tendrás razón...
—No. Fui un maldito imbécil, Taylor. Dije esa mierda por rabia y
miedo.
¿No se supone que este es el final feliz? ¿El chico salva a la chica, el
chico besa a la chica y cabalgan hacia el atardecer? No se supone que la
chica diga nah, gracias, estoy bien.
Esto no está sucediendo.
—Se suponía que tenía que venir aquí. Se suponía que debía
encontrarme contigo. El camino me condujo aquí. A ti. ¿De acuerdo? —Aquí
vamos. El último muro se ha derrumbado. Estoy expuesto—. Me hiciste
recordar que amo Boston. Porque me recordaste cómo se siente estar en
casa. Me hiciste llamar a mi hermano. Porque me hiciste recordar cómo se
siente el amor. Tú hiciste eso. No voy a alejarme de ti. Vamos a luchar hasta
que nos encontremos en el medio, Taylor. Fin de la historia. No me vas a
dejar. Te llevaré a casa para que conozcas a mi familia. Voy a hacer todo el
maldito asunto, ¿de acuerdo? —Agarro los lados de su rostro con mis
manos—. ¿Por favor, déjame hacerlo todo?
Todo el mundo está escuchando.
229
Hay una multitud de oficiales y detectives pendientes de cada una
de mis palabras. Estoy bastante seguro de que incluso Kurt está involucrado
y la alcaldesa sigue escuchando al otro lado de la línea. Pregúntame si me
importa. Pregúntame si me importa cuando estoy realizando mi propia
cirugía a corazón abierto y esta mujer sin la cual no puedo vivir todavía
parece dudosa.
—Has seguido adelante, en tu cabeza. Puedo verlo. —Me desgarra
reconocer eso en voz alta—. Me has descartado. De acuerdo. Dime que
sientes algo por mí y volveré a empezar. Me romperé el culo haciéndolo.
—Claro que siento algo por ti —susurra.
Nuestro público deja escapar un suspiro colectivo de alivio.
Nada comparado con el mío. Es como si acabara de pasar del fondo
del océano a la superficie.
—Gracias a Dios —digo con una exhalación rocosa, inclinándome
para besarla. Pero sus ojos siguen nublados. Necesita algo más que
palabras. Me he pasado toda nuestra relación diciéndole que no me
comprometo con nada ni con nadie. Los hechos son lo único que la
convencerán.
Hecho.
Estoy en esto para siempre, y ella no va a dudar de mí por mucho
tiempo.

230
Capítulo 22
Taylor

—¿Qué está haciendo? —pregunto, mirando al frente de nuestra


casa de alquiler.
Hemos hecho las maletas, listos para partir, junto a la puerta
principal.
Nos preparábamos para cargar el equipaje en el maletero de mi auto
cuando vi a Myles al otro lado de la calle, sentado en su motocicleta. O más
bien... ¿esperando? Casco en el regazo, brazos cruzados sobre la poderosa
amplitud de su pecho. Una bolsa de lona está asegurada en la parte trasera
de su asiento. 231
¿Qué está haciendo?
¿Está esperando para despedirse?
No hay manera de que lo obligue a cumplir las promesas que hizo
anoche. Esas fueron palabras empapadas de adrenalina y miedo residual.
Promesas que hizo porque se siente protector conmigo y yo estaba en peligro.
Ahora que ha salido el sol, estoy segura de que ha vuelto a su mentalidad
de cazarrecompensas. Lo que quiere son trabajos rápidos y sin ataduras. Si
no se apega, no puede salir lastimado.
—¿Tal vez deberías salir y hablar con él? —sugiere Jude.
Podría. Debería hacerlo.
Solo que no estoy segura de estar preparada para escuchar la
despedida. Porque a pesar de mis mejores intenciones, las cosas que me dijo
anoche con ese tono de voz apasionado... puede que me hayan dado una
pequeñísima esperanza. Una esperanza peligrosa y estúpida. Ignórala.
—Vamos. Queremos evitar el tráfico.
Recojo mi maleta, vacilo frente a la puerta y la abro. Cuando Jude
pasa junto a mí, cierro la puerta detrás de él, giro la cerradura y dejo la llave
para Lisa debajo de la gran estrella de mar de cerámica en el porche. De
camino al auto, le frunzo el ceño al motociclista al otro lado de la calle.
—Buenos días —digo, entregándole mi maleta a Jude para que
pueda levantarla y meterla en el maletero—. Estamos consiguiendo un salto
en el tráfico. De vuelta a Connecticut.
Myles asiente hacía mí. Asiente. Pero no dice nada.
Luego se pone el casco y la moto cobra vida.
Huh. ¿Así que ni siquiera se va a despedir? Tal vez estamos tomando
la ruta más fácil al separarnos sin ninguna de las disculpas desordenadas
o mentiras que nos diremos. Bien. Seguiré su ejemplo. No importa que mi
corazón se esté marchitando como una uva dejada demasiado tiempo en la
vid.
Subo el volumen de la emisora AM de tráfico y salgo del camino de
entrada, mis cejas se juntan cuando Myles sigue nuestras tres siguientes
vueltas. Es una coincidencia. Los dos nos dirigimos a la interestatal,
obviamente.
Cuando llegamos a la interestatal, Myles toma la misma rampa. La
misma dirección.
Apenas deja espacio entre nosotros para que otros autos se
incorporen. 232
Cambio de carril, él cambia de carril.
—¿Está siguiéndome?
Mi hermano suelta una carcajada.
—Has tardado demasiado en darte cuenta.
—¿Todo el camino hasta Hartford? Uh-uh. No puede ser.
—Todo el camino hasta la puerta de tu casa, Taylor. Sabes que eso
es lo que está pasando. —Jude se gira en su asiento para observar a Myles
a través de la ventana trasera, sonriendo de oreja a oreja—. Admite que esto
es romántico.
—No —digo, sin aliento—. No lo es.
—Anoche se sacrificó por ti en la playa y ahora te sigue literalmente
hasta tu casa. —Jude baja la voz y cambia a un acento australiano, como
si estuviera narrando el Discovery Channel—. Esto parece ser una especie
de ritual único de los cazarrecompensas, Taylor. Ser mezquino con la
compañera potencial el mayor tiempo posible, y luego cazarla cuando menos
lo espera.
Oh Dios. Mi labio inferior tiembla un poco. Esa pizca de esperanza
que encendió dentro de mí anoche está creciendo... y eso es peligroso. Toda
esta idea es peligrosa y estúpida.
—Eso no es lo que está pasando aquí. Solo se está asegurando de
que no tropiece de camino a casa y caiga en el regazo de un asesino serial o
algo así.
—No estás siendo apuñalada. Te van a cazar.
Retuerzo mis manos en el volante.
—Cambió de opinión demasiado rápido. Si viniera y se quedara
conmigo, acabaría arrepintiéndose.
—Lo conoces mejor que yo, pero no me parece voluble.
—No. No lo es. —Muerdo mi labio, mis ojos se desvían continuamente
hacia su gigantesca figura con casco—. Pero todavía tiene todos esos
asuntos sin resolver con su familia.
—Todo el mundo en esta autopista tiene problemas no resueltos con
su familia —responde sin dudar un segundo—. ¿No dijiste que llamó a su
hermano?
233
—Sí. Porque le recordé... porque...
—Le recordaste cómo se siente el amor.
—Fue la adrenalina la que habló.
Jude claramente quiere discutir conmigo, pero pasamos los
siguientes minutos en silencio, excepto por el ruido del motor de la
motocicleta detrás de nosotros.
—Mira, estoy contigo, T —dice finalmente mi hermano—. Lo que sea
que quieras hacer, te respaldaré. Si quieres detenerte y decirle que se pierda,
eso es lo que haremos.
Trago saliva.
—Eso es lo que quiero hacer. Es por su propio bien. Tiene un sentido
de responsabilidad erróneo hacia mí y voy a liberarlo.
—De acuerdo, genial. Hagámoslo. —Entrecierra los ojos ante la señal
de la autopista que se aproxima—. Detente en algún lugar donde pueda
tomar un café.
Después de conducir otras tres salidas, diviso unos arcos dorados y
tomo la rampa de salida. Esperando a ver si Myles me sigue, mi garganta se
seca y mi pulso se mueve a un ritmo vertiginoso. No hay duda del alivio que
me invade cuando guía su moto fuera de la autopista detrás de nosotros.
Bien, puedo hacerlo. Puedo ser fuerte, arrancar la tirita y hacer lo
mejor para mí, así como para Myles. Definitivamente, no voy a encariñarme
aún más con este hombre, solo para que pueda marcharse al atardecer en
un mes o dos, cansado de mis ataques de llanto y mis hábitos de ahorro.
Eso me mataría. Solo lo conozco desde hace cinco días y la perspectiva de
no volver a verlo es casi insoportable. ¿Cómo sería después de semanas?
¿Meses?
No. No voy a averiguarlo.
Cuando entro en el estacionamiento del McDonald's, Jude se gira
hacia mí.
—¿Quieres que esté aquí cuando des el discurso?
—No. Puedo hacerlo sola. —Respiro profundamente—. Tráeme un
café helado, por favor. Lo voy a necesitar.
—Eso es probablemente un eufemismo.
No tengo la oportunidad de preguntarle a mi hermano qué quiere
decir con esa ominosa afirmación, porque Myles estaciona a mi lado y apaga
el motor...
Y entonces se quita el casco, echando hacia atrás su melena sudada,
234
flexionando los bíceps mientras lo cuelga del manillar. Agarra el dobladillo
de su camisa y la levanta, limpiando el sudor en su frente y dejando al
descubierto brevemente su grueso y musculoso abdomen. Esas crestas
afiladas se mueven con sus movimientos, cubiertas de un ligero brillo de
sudor. Oh, Dios.
Cuando la vista de Myles se oscurece, me doy cuenta de que mi
respiración está empañando la ventana.
Sacudiéndome, salgo del auto con mis piernas repentinamente
gelatinosas. Junto las manos a la altura de mi cintura y enderezo mi
espalda, como si estuviera preparándome para dirigirme a los padres en la
noche de regreso a clases
—Myles, esto simplemente no es necesario...
Una gran mano se posa en mi cadera, interrumpiéndome.
Quemándome a través de mi vestido.
—Ven aquí —dice en voz baja, atrayéndome hacia delante—. Me
gusta lo que llevas puesto.
—Oh… —Mi cadera derecha se encuentra con el interior de su muslo
y un escalofrío caliente me sacude, abriendo un camino a través de mi
vientre y directamente hasta los dedos de mis pies—. Yo... um. Gracias,
pero...
—No es ropa de vacaciones, ¿verdad? Es ropa de vida cotidiana.
—Correcto.
Se inclina para mirar mi escote, tan cerca que puedo saborear la sal
de su sudor en mi lengua. Mis pezones se tensan en respuesta.
Rápidamente. Dolorosamente.
—¿Esas perlitas están cosidas en el cuello? —pregunta con ese tono
de voz gutural, casi me subo a ese muslo tan grande y tan musculoso y
escandalizo el estacionamiento del McDonald's.
—Yo... sí. Supongo que sí.
—Mmm. —Aprieta el material de mi vestido y tira suavemente hasta
que mis pechos quedan a un centímetro de su pecho—. ¿Debería esperar
que uses vestidos tan elegantes como éste todo el año?
No entiendo la pregunta.
Estoy demasiado ocupada contando los granos de su barba
incipiente. Incluso sus orejas son atractivas. ¿Por qué nunca me había fijado 235
en sus orejas? El calor se desprende de sus grandes hombros en mi
dirección, lo que hace que tenga que enroscar los dedos en las palmas de
mis manos antes de hacer algo imprudente como trazar la curva de sus
pectorales o peinar su largo cabello hacia atrás.
—Lo que estás pensando no se refleja de ninguna manera en tu
rostro, Taylor —dice bruscamente.
—Bien —respondo enérgicamente. Hasta que esas palabras penetran
realmente—. Quiero decir... ¿qué?
Utiliza su agarre en mi vestido para acercarme, poniendo su boca
contra mi oreja.
—Eres hermosa, cariño. Eres tan jodidamente hermosa.
—De acuerdo. —Estoy temblando, la humedad caliente retenida por
la parte posterior de mis párpados—. Pero no puedes continuar
siguiéndome, Myles.
—¿Taylor? —Captura mi boca con un largo y duro beso—. Voy a
continuar siguiéndote.
—Oh. —Miro fijamente su perfecta y única boca, y me pregunto cómo
puedo conseguir un poco más de acción de ella. Sin comprometerme a nada,
por supuesto. Toda esta situación es ridícula—. Bueno, supongo que
podemos discutir esto en Connecticut y puedes salir de allí.
—Podemos discutir lo que quieras. Pero no me iré.
¿Cómo puedo seguir queriendo subirme a su regazo cuando está
siendo tan obstinado?
—¿Has sido así de obstinado todo el tiempo?
—Sí. Solo que no sobre las cosas correctas.
—¿Qué significa eso? —murmuro, con el corazón acelerado. Deja de
revolotear. Por favor.
—Significa que debería haber sido menos terco al rechazar lo mejor
que me ha pasado. —Su voz resuena con sinceridad y arrepentimiento—. Y
más terco en encerrarla.
—No soy propiedad para ser encerrada.
—Yo lo soy. Soy de tu propiedad. —Sus labios rozan la línea de mi
mandíbula—. Por dentro y por fuera.
—Huhhh —gimo, avergonzada, gravitando más cerca a pesar de mis
mejores intenciones, muerdo mi labio para atrapar otro segundo sonido 236
humillante cuando mis pechos se aplastan contra su duro pecho—.
Agradezco todo esto. Que... digas cosas. Cosas bonitas. —Dios mío. Habla
con coherencia. Eres una profesora—. Solo me preocupa que te lances a esta
relación demasiado rápido y que te arrepientas de haberte precipitado en el
futuro.
Me detiene su repentina sonrisa.
—Lo llamaste relación.
—No te centres en esa parte.
—Estoy centrado en eso, Taylor. —Su sonrisa se convierte en una
expresión seria—. Experimentamos más en cinco días de lo que la mayoría
de la gente experimenta en un año juntos. Llegamos a conocer los puntos
fuertes y débiles, los miedos y los sueños del otro. Rápido. Y me siento
atraído por cada parte de ti. Todo lo que te hace Taylor. Por la gracia de
Dios, tú también te sientes atraída por mí, o no estarías a medio camino en
mi regazo ahora mismo en un estacionamiento de McDonald's. Saluda a la
linda familia, cariño.
Con una mueca, me doy la vuelta para encontrar a una familia de
cinco personas que se dirigen a su camioneta a través del estacionamiento.
La madre le tapa los ojos de su hijo menor, negando con la cabeza hacía mí.
—Hay un momento y un lugar, amigos —dice ella.
—¡Lo siento! —Pongo varios centímetros de espacio entre Myles y yo,
alisando las nuevas arrugas de mi vestido mientras él se ríe—. Como iba
diciendo... —¿Estaba diciendo algo?
La boca de Myles sigue crispada, tanto afecto en sus ojos que siento
que se avecina otro temblor de labios.
—Voy a ir, Taylor. A tu casa. —Pasa un par de dedos por su cabello—
. Quizá ahora mismo una relación te parezca una locura. Tal vez necesitas
verme allí para creer que está sucediendo. Que estamos sucediendo.
—Crees que si te veo en mi cocina... estaré más inclinada a creer que
esto podría funcionar.
—Es un comienzo.
—Tal vez solo estás tratando de llevarme a la cama.
Se ríe sin humor.
—Te necesito tanto en la cama que apenas pude subir la cremallera
esta mañana.
—Vaya. —Jude se detiene a mi lado, agitando mi café helado hasta 237
que lo alcanzo—. Realmente siento que he sido una parte íntima de este
proceso. Sin embargo, estoy a punto de retirarme.
Con el rostro enrojecido, busco con mi mano libre el pomo de la
puerta del conductor.
—Supongo que nos veremos en Connecticut, entonces.
—Claro que sí —dice Myles, poniéndose de nuevo el casco.
Jude agita su café.
—Por favor, déjame primero.

Ya está funcionando.
El simple hecho de ver a Myles estacionarse en uno de los lugares
para invitados de mi complejo hace que todo entre nosotros se sienta real.
Él está aquí. No es un producto de mi imaginación. Por supuesto, al igual
que en cualquier otro lugar al que va Myles, empequeñece todo lo que le
rodea. La gente en el lote. Incluso los autos parecen diminutos en
comparación. Pero él no parece fijarse en nada más que en mí. Cruza el
estacionamiento en mi dirección, con la bolsa de lona sobre un hombro de
buey, la determinación endurece cada línea de su cuerpo, y ya puedo sentir
que me derrumbo. Aún no hemos entrado.
—Entonces... —empiezo a sacar la maleta del maletero, pero él lo
hace por mí. Con un dedo. ¿Se supone que eso debe impresionarme? Porque
lo hace—. Gracias. Entonces... —Agito las llaves de mi auto en dirección al
estacionamiento de invitados—. Ahí es donde estacionarías.
—Lo haría.
—Uh huh. —Camino delante de él, abro la puerta y subo un tramo
de escaleras hasta mi apartamento. Y solo dejo caer las llaves dos veces por
la forma feroz en que mira mi trasero. También las dejo caer para retrasar
el momento en que este colosal cazarrecompensas entre en mi espacio vital
boho chic con sus botas de punta de acero de la talla trece y recuerde que
no nos parecemos en nada. Y se vaya. De vuelta a su vida nómada y sin
compromisos.
—¿Necesitas ayuda para abrir la puerta, Taylor?
—No, ya lo tengo. 238
—Tus manos tiemblan.
—Tengo frío.
Es amable al no señalar que es julio y estamos con 26° grados.
Finalmente, consigo abrir la puerta y él me sigue dentro, interviniendo para
que pueda cerrar la puerta detrás de él. Hay suficiente luz solar como para
no tener que encender ninguna lámpara, así que me ocupo del termostato,
en cambio, hago que el aire fluya.
—Taylor.
—¿Sí?
—Mírame. —Hago lo que me pide, viendo cómo deja mi maleta,
seguida de su bolsa de viaje. Lentamente—. Este soy yo dentro de tu puerta.
Mi estúpido corazón sube hasta a mí garganta. Lo único que puedo
hacer es asentir.
Se quita las botas. Cruza la habitación hacia mí y toma mi mano,
llevándome a la cocina.
—Este soy yo en tu nevera. —Golpea el electrodoméstico con los
nudillos y me sonríe—. Estaré aquí mucho tiempo. —Mi risa es sin aliento.
Se inclina, estudia mi rostro con detenimiento y luego besa mi boca a
conciencia—. Cocinaré para ti.
—¿Cuándo estés aquí?
—¿A qué te refieres? —pregunta pacientemente, de frente a mí.
Casi como si quisiera que hiciera preguntas.
—Quiero decir... que estarás mucho tiempo en la carretera —digo,
humedeciendo mis labios—. Haciendo trabajos. ¿No dijiste que a veces
tardan semanas? Por lo tanto, cocinarías en las infrecuentes ocasiones en
que estés aquí.
Tararea en su garganta.
—Ya veo lo que quieres decir. Supongo que la cazarrecompensas está
descartada.
Debo haberlo escuchado mal.
—Lo siento, ¿qué?
—Supongo que he terminado con la cazarrecompensas —dice,
echando mi cabello hacia atrás—. No voy a pasar semanas lejos de ti, Taylor.
De ninguna manera. Quiero estar aquí. Contigo. 239
—Pero...
—Pero ¿qué? ¿Crees que me voy a lanzar a esto sin pensar ni
preparar nada? —Apoya un antebrazo sobre mi cabeza en la nevera, su
mano libre juega con las puntas de mi cabello—. ¿Recuerdas la empresa de
investigación privada que pensaba abrir con mi hermano? Pasamos la noche
trabajando en los detalles. Él va a dirigir la parte de Boston. Yo voy a buscar
unas oficinas y trabajaré desde aquí. Vamos a lanzar una red más amplia
de esta manera. Ya ha contratado a unos cuantos detectives retirados que
necesitan algo de acción.
Cada centímetro de mi cuerpo está vibrando. Toda la piel de mi
cuerpo ser eriza. Apenas soy capaz de respirar.
—Tú... así que realmente estás...
—Me mudaré aquí. —Inclina la cabeza—. Pensé que había quedado
claro.
—Has omitido un montón de detalles —consigo decir.
—Me imaginé que llegaríamos a ellos. —Sus dos manos caen sobre
mis caderas y las aprietan con fuerza mientras emite un sonido en su
garganta—. Muéstrame el resto de tu casa.
—Um… ¿dónde?
Sus labios se contraen.
—¿Qué tal el baño?
—De acuerdo. —Me deslizo entre Myles y la nevera, avanzando con
piernas temblorosas por el pasillo hasta el baño, encendiendo la luz. Le hago
un gesto para que entre y lo hace, pero me arrastra con él. Me coloca junto
al lavabo, frente al espejo del botiquín.
—Este soy yo en tu baño —dice en mi cabello, las yemas de sus dedos
recorren mis brazos desnudos—. ¿Nos ves lavándonos los dientes juntos
aquí por las mañanas?
Inclino la cabeza, pensativa. Como si no quisiera gritar que sí.
Como si no estuviera a un milisegundo de lanzarme a sus brazos y
nunca dejarlo ir.
Cuando no respondo de inmediato, se inclina un poco hacia atrás y
se quita la camisa.
—¿Qué tal ahora? Esto es más preciso ya que duermo desnudo.
—¿Lo haces? 240
—Tú también lo harás, Taylor. —Se agacha detrás de mí y sube
presionándose contra mí, su regazo empuja mi trasero, esa parte dura de él
separa mis nalgas a través de la tela de mi vestido. Ambos gemimos, dos
juegos de manos agarran el borde del lavabo—. Si vamos a compartir una
cama, y por sí, me refiero a cuándo, estarás demasiado cansada para usar
algo más que unas pequeñas bragas y la sábana superior. —Me eleva sobre
los dedos de mis pies, su cálido aliento sopla sobre mi cuello—. ¿Cómo te va
visualizándome aquí ahora, cariño? ¿Ya empiezas a parecer real?
—Empieza a serlo. Sí.
Observo su rostro en el espejo y soy testigo de la explosión de alivio.
La forma en que su respiración se estremece como si la hubiera estado
conteniendo desde el estacionamiento.
—Gracias a Dios. Eso es algo. —Me da la vuelta para que lo mire—.
Sé que esto va muy rápido, Taylor. Voy a conseguir un apartamento cerca,
para no asustarte. ¿Voy demasiado rápido? Me echas por la noche. Pero
estaré aquí tanto como tú quieras. Y entonces un día, fusionaremos tus
cojines con flecos con mi mierda de hombre funcional y estaremos en un
solo lugar. Nuestro lugar. Cuando estés lista.
No hay manera de que lo deje alquilar un apartamento, pero no tengo
la oportunidad de decírselo. Porque su boca está sobre la mía y me saca del
baño, recorre el resto del pasillo y entra en mi dormitorio, igualándome paso
a paso. Antes de que podamos caer sobre la cama con Myles encima, rompe
el beso y levanta la cabeza, mirando alrededor de la habitación. Toma una
inhalación profunda. De la habitación, luego mi cuello.
—Manzanas.
Me inclino y froto mi nariz en su garganta.
—Sudor.
Su risa profunda me hace temblar.
—Será mejor que cambie eso.
—No. —Dejo que me quite el vestido por encima de mi cabeza—. Me
gusta.
Desabrocha el broche delantero de mi sujetador, lo abre con un
gemido y acaricia mis pechos con las manos, dejando caer su cabeza hacia
delante, como si estuviera desesperado por tocarlos.
—Debería gustarte. Tú eres la razón por la que estoy sudando todo 241
el tiempo.
—¿Quién, yo?
—Sí, tú —dice, bruscamente. Haciendo una pausa en el acto de tocar
mis pezones—. Este soy yo en tu habitación, Taylor. ¿Puedes verme aquí?
—Sí —susurro, estremeciéndome por lo que siento por este hombre.
¿Cómo es posible que no estuviera en mi vida hace una semana? Ahora que
me permito creer que esto es real, un cúmulo de emociones se precipita y
ahoga mi siguiente respiración—. Puedo verte aquí.
Sus ojos se cierran brevemente, el pecho baja y sube
dramáticamente.
—Bien.
En un instante, mi espalda está pegada al colchón y su cuerpo duro
y pesado se abalanza sobre el mío, nuestras bocas se mueven febrilmente
juntas mientras él baja mis bragas hasta medio muslo, las empuja hasta
más allá de mis rodillas, donde engancho mi dedo del pie en la cintura y las
quita por completo. Nuestras manos chocan en un esfuerzo por bajar la
cremallera de sus jeans, mi núcleo palpita por él. Necesitándolo. Llorando
por haber estado sin él tanto tiempo sin él.
—¿Estás mojada, nena? —pregunta entre besos, su dureza
finalmente, finalmente brota en la palma de mi mano, esperando.
Se transfiere a la suya, a mitad de camino.
—Sí —jadeo, y él entra en mí con una poderosa embestida, gritando
mi nombre en mi cuello mientras mi grito con su nombre resuena en el
brumoso dormitorio, el cabecero de la cama choca con fuerza contra la
pared—. Myles.
Estoy deseando que me presione. Que me domine. Que me dé un
respiro de esta tensión que solo él ha inspirado. Pero levanta mi barbilla y
me mira a los ojos, con el amor desnudo en sus facciones. Justo ahí para
que yo lo presencie. No se contiene.
—Este soy yo en tu cuerpo, Taylor. —Sus caderas retroceden y se
balancean hacia adelante, más profundo, más profundo que antes—. ¿Me
sientes aquí? —pregunta, entrecortadamente, presionando mis rodillas
contra las almohadas.
—Sí —jadeo.
Y como él ha sido vulnerable, porque ha cedido tanto terreno para
hacerme creer, acerco su frente a la mía y doy el salto más grande de todos, 242
el emocional, encontrándolo a mitad de camino.
—Este eres tú en mi corazón —digo, con voz desigual. Lo beso
suavemente. Una, dos veces—. ¿Te sientes allí?
—Sí —dice, con los ojos sospechosamente húmedos—. Mantenme
ahí. ¿De acuerdo?
—No hay forma de sacarte. No quiero hacerlo.
Visiblemente superado, impulsa mi cuerpo hacia arriba y abajo sobre
la cama, en ese ritmo duro y de bombeo que hacemos juntos, las
extremidades se enredan, ofreciendo nuestros gemidos al techo.
—Tú también estás dentro de mí para siempre, Taylor —dice en mi
cuello, justo antes de que el placer se apodere de mí—. Desde el primer
segundo que te vi hasta el último que me dieron. Quédate conmigo. Mira
cómo lo pruebo.
Epílogo
Myles
Dos años después

Inhala. Exhala.
Expande el diafragma.
He pasado horas de mi vida mirando a mi novia mientras hace yoga
en el suelo de nuestro apartamento y parece que he aprendido algunas de
las técnicas de relajación. Entonces, ¿por qué demonios no me ayuda
ninguna de ellas a mantener la calma? Estoy tan nervioso que tengo el
estómago pegado a mis malditas costillas.
Camino por la entrada, tirando de la corbata que rodea mi cuello.
243
Quizá no debería haberme puesto la corbata. Nunca me pongo estas
malditas cosas. Ella va a saber qué pasa algo. A medio tirar, me detengo
frente al collage de fotos de la pared. Cada vez que cruzo la puerta principal
de nuestro lugar, el espacioso apartamento del primer piso de una casa
adosada de Boston, me detengo a mirarlo. Es todo lo que hemos hecho
juntos en los últimos dos años.
En la esquina superior derecha hay una foto que Jude sacó aquella
primera semana en Cape Cod, de los dos sin saber que nos habían atrapado
mirándonos fijamente, enamorados, mientras comíamos burritos de
desayuno. Un poco más abajo, estamos en un partido de los Celtics con mi
familia y Taylor está interrumpiendo al árbitro después de, literalmente,
darle una cerveza. Una. Es mi foto favorita. O tal vez mi favorita es aquella
en la que estamos empacando su baúl en Connecticut y preparándonos para
mudarnos a Boston. Taylor intentaba romper una botella de champán
contra el parachoques, pero no se rompía y capturé su diversión con la boca
abierta.
Dios mío, amo a mi novia.
Estoy dominado y lo sé. Cada segundo con ella es puro cielo.
Me asusta imaginarme la vida sin Taylor. Tal vez por eso siempre me
detengo en el collage. Para recordarme a mí mismo que nuestra relación ha
sido siempre real. Que cuando la empresa de investigación privada me
necesitó en Boston a tiempo completo, ella aceptó solicitar trabajos de
enseñanza aquí y mudarse conmigo. Sin contar con el día de hoy (y con que
la han puesto a tiro), pedirle a Taylor que se trasladara a Boston ha sido lo
más nervioso que he estado en mi vida. ¿Y si decía que no? ¿Y si no había
hecho lo suficiente para demostrar que iba a ser su hombre hasta el final de
mi vida?
Todavía recuerdo esa tarde. Le mostré el apartamento que quería
comprar para nosotros en mi computadora portátil, comenzando con el
hecho de que Jude tendría su propia habitación, para cuando pudiera hacer
una visita. Le mostré los folletos de varias escuelas primarias privadas, con
la esperanza de que alguna de ellas la atrajera. Me habría quedado en
Connecticut, sin hacer preguntas, si ella hubiera dicho que no a la
mudanza, pero afortunadamente eso no ocurrió. Se había enamorado de mi
familia, tanto como ellos de ella, y quería estar más cerca. Creo que Jude
necesita algo de espacio, de todos modos, dijo. Estoy lista para una aventura,
siempre y cuando estés conmigo.
¿Como si fuera a estar alguna vez en otro lugar? 244
La felicidad ni siquiera comienza a cubrir lo que esta mujer me hace
sentir. Estoy agradecido. Estoy jodidamente asombrado, para ser honesto.
Por fin puedo ver un futuro que no está ensombrecido por el pasado. Y no
voy a pasar ni un día sin ella. Lo que me lleva a la caja en mi bolsillo. El
anillo de compromiso dentro de ella. Cuando nos mudamos juntos hace dos
años, tenía prisa. Quería darle a Taylor todo lo que había soñado,
inmediatamente. Un anillo. Los niños. Irónicamente, Taylor terminó siendo
la que nos retrasó. He conocido a alguien con quien quiero pasar tiempo
primero. Vamos a tomarnos nuestro tiempo.
Ella dijo eso mientras yo buscaba en el navegador de mi teléfono “qué
es un corte princesa”.
Gracias a Dios que no apreté el gatillo, porque ella es más del tipo de
corte cushion. Y el hecho de que conozca los estilos de anillos de
compromiso de memoria podría arrojar algo de luz sobre lo realmente loco
que estoy por esta mujer. ¿Va a decir que sí?
Va a decir que sí, ¿verdad?
Mis rodillas casi se doblan ante el sonido de una llave que se desliza
en la cerradura. Golpeo un puño en la pared de la sala de estar para silenciar
a todos los que esperan del otro lado. El silencio cae abruptamente, excepto
por el golpeteo de los tacones de Taylor cuando entra al apartamento.
Oh, Jesús. Mírala. Hermosa más allá de las palabras.
¿Por qué tuvo que usar el vestido rosa claro hoy?
Nunca puedo pensar con claridad cuando ella usa esa cosa.
—¿Estás en casa? —Sonríe y deja su abrigo en el gancho de la
pared—. Pensé que tenías reuniones todo el día. ¿Por eso llevas traje?
Empieza a cruzar la entrada, pero se detiene abruptamente,
señalando su vestido, que ahora veo que tiene manchas verdes en la parte
delantera.
—La clase de arte se puso un poco animada. No puedo abrazarte o
mancharé de pintura tu traje.
—No me importa —musité. Puedo escuchar a mi hermano poniendo
los ojos en blanco desde aquí.
—¡No! Tendrás que llevarlo a la tintorería. Además... —Da un largo y
pausado repaso y envía demasiada sangre al sur—. Deberías dejártelo
puesto un rato. ¿Recuerdas aquella vez que fingiste interrogarme? El traje 245
podría hacerlo realmente creíble...
—Taylor —me apresuro a interrumpirla, bastante seguro de que
escucho un bufido ahogado desde el otro lado de la pared de la sala de
estar—. ¿Por qué no vas a cambiarte y yo...?
—Ooh, tengo una idea mejor. —Para mi deleite y horror simultáneos,
se echa hacia atrás y baja la cremallera del vestido rosa, dejando que caiga
y se acumule en el suelo alrededor de sus tobillos—. Problema resuelto. —
Se quita el vestido con un movimiento seductor y pasa las yemas de los
dedos por sus pechos. Por Dios. Mi lengua se vuelve inútil en mi boca—.
Ahora puedo abrazarte todo lo que quiera...
Sí, simplemente no hay forma de evitar que mis brazos se abran
cuando ella camina hacia mí. Es un impulso muy arraigado que nunca
desaparecerá. Aquí viene Taylor. Abre los brazos. Acércala lo más posible y
mantenla ahí.
Sin embargo, está ese asunto seriamente apremiante de siete
personas esperando en la sala de estar para presenciar mi propuesta de
matrimonio. Maldita sea, quería hacerlo en un paseo por nuestro parque
favorito, pero mi hermano me convenció de que ella querría que los amigos
y la familia estuvieran presentes. Que querría fotos. Ahora está en sujetador
y bragas y yo estoy medio tieso. La última vez que escucharé a Kevin.
—Escucha, cariño. Aquí está pasando algo.
—Lo sé. —Riendo, frota su vientre contra mi polla—. Lo siento.
—Bien, aquí están pasando dos cosas.
Enrolla mi corbata alrededor de su puño, tirando de mí para un beso
y se lo doy, porque no tengo fuerzas para rechazarlo. No cuando su boca es
tan suave y está siendo cachonda, juguetona y perfecta. ¿Sería inapropiado
llevarla arriba durante unos cuarenta y cinco minutos antes de esta
propuesta o...?
Sí, ni siquiera lo pienses.
Aprovechando cada pizca de mi fuerza de voluntad, rompo el beso.
Mientras ella me mira confundida, me quito la chaqueta y la envuelvo...
Justo a tiempo para que mi hermano salga de la sala de estar,
lanzando un camarón en su boca.
—Vamos. Pongamos el espectáculo en marcha.
Taylor grita y se esconde contra mi pecho.

a reír.
Mi hermano se da cuenta de que el vestido está en el suelo y se echa
246
—La luna de miel viene después de la proposición, ustedes dos.
—¿Qué está pasando? —Taylor jadea, casi subiéndose a mí para
cubrirse. La escondo lo mejor que puedo, pero no puedo hacer nada contra
los espejos de la pared. O el hecho de que sus piernas son tan hermosas y
llaman tanto la atención que deberían ser ilegales—. Por qué... pensé que
estábamos solos...
Mi madre y mi padre salen deambulando y se amontonan en la
entrada. Junto con Jude. Y el marido de Kevin. El señor y la señora Bassey
tardan un momento en unirse a la fiesta, pero por supuesto lo hacen,
sacando la misma conclusión que todos los demás. Que estábamos a punto
de tener sexo con siete personas esperando en la sala de estar. Y no estoy
tan seguro de que no lo estuviéramos haciendo. Maldito sea ese vestido rosa.
—¿Esto significa que dijo que sí? —pregunta el padre de Taylor,
mirándonos a través de sus gafas.
—Desde luego, no parece un no —responde la señora Bassey, como
si estuvieran discutiendo una de las instalaciones artísticas que tanto les
gustan.
Mi padre me da palmaditas en la espalda.
—Felicidades, hijo.
Esto no está sucediendo. He tenido pesadillas en las que esta
propuesta se torcía, pero ni en mis sueños más salvajes imaginé que podría
convertirse en un espectáculo de mierda de estas proporciones.
—Todavía no se lo he pedido —digo por encima de mi hombro—.
¿Podría todo el mundo callarse y dejarme intentar salvar esto?
Antes de que la situación empeore, antes de que diga que no se va a
casar conmigo y tenga que lanzarme al tráfico, me inclino un poco hacia
atrás y envuelvo a Taylor más firmemente en la chaqueta, asegurándome de
que está cubierta desde el cuello hasta la mitad del muslo.
Y entonces saco la caja del anillo y me arrodillo, mi pulso parece
hacer eco en toda la habitación.
Con los ojos llenos de lágrimas no derramadas, me mira y me da una
risa acuosa.
Ella va a decir que sí.
Con ese único sonido de alegría, ella sabe y yo sé que todo va a salir
bien.
Nos tenemos el uno al otro para siempre.
247
Pero aun así va a escuchar lo que tengo que decir, por si acaso no le
he profesado mi amor con suficiente frecuencia en los últimos dos años.
Alerta de spoiler: lo hice. Y nunca dejaré de hacerlo.
—Taylor Bassey. Te convertiste en la persona más importante de mi
vida de la noche a la mañana. No tenía pulso cuando te encontré y ahora
nunca disminuye. Porque tú existes. Porque de alguna manera eres mía. No
solo me recordaste quién solía ser, sino que me hiciste creer que podría ser
incluso mejor una segunda vez. Pero solo soy mejor contigo a mi lado. Te
quiero como mi esposa. —Mi voz se quiebra y tengo que hacer una pausa
para aclararme la garganta—. ¿Podrías ser mi esposa?
—Sí —dice ella, sin dudar un segundo. Como si supiera que no
podría soportar la espera—. Por supuesto que seré tu esposa. Te amo.
—Cristo, yo también te amo, Taylor. —La felicidad, el alivio y el amor
se desbordan dentro de mí, y solo se intensifican cuando me pongo de pie y
ella está ahí mismo en mis brazos, donde se supone que debe estar.
Pero, por supuesto, la chaqueta se ha caído. Y tenemos una nueva
foto que añadir al collage.
Seguimos añadiéndola durante las siguientes seis décadas. Hasta
que ocupa toda la pared y se derrama por la sala de estar. Un tapiz de
alegría.
Fin

248
Sobre la Autora

249

TESSA BAILEY, autora de super ventas del New York Times, aspira a tres
cosas: escribir romances apasionante e inolvidable basada en personajes,
ser buena madre y, finalmente, colarse en el jurado de una competencia de
repostería en un reality show.
Vive en Long Island, Nueva York, con su esposo y su hija, escribe todo
el día y se recompensa con un plato de queso y un atracón de Netflix por la
noche. Si quieres un romance sexy, sincero y humorístico con un final feliz
garantizado, has llegado al lugar correcto.
250

También podría gustarte