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La novia es una muñeca, el novio es el perfecto caballero.

¿Pero el resto de la boda? Son tema para


pesadillas. ¿Ricos? Check. ¿Insípidos? Doble check. ¿Presuntuosos? No
hay suficientes checks en el mundo. ¿Y el padrino? Él es más como el
peor hombre.

Pero la dama de honor Franchesca se toma muy en serio sus deberes.

¿El novio fue secuestrado? Ella lo solucionará. ¿Los asistentes son


groseros? Mira cómo los maneja. Entonces, ¿un padrino con una gran
actitud y una chequera aún más grande? Sí, no hay forma de que deje
que ese idiota pretencioso y criticón arruine la boda de su mejor amiga,
no importa lo sexy que sea. (Bueno, ese es el plan de todos modos...)

Aiden Kilbourn no tiene relaciones a largo plazo.

Está ocupado gobernando el mundo de los negocios y todavía tiene


que encontrar una mujer a la que pueda tolerar durante más de un mes,
dos como máximo, en cualquier caso. Conquistar lo inconquistable es
básicamente pan comido y él no ha enfrentado un desafío que no pueda
ganar. ¿Pero Franchesca Baranski? Esta chica inteligente de Brooklyn
puede ser su perdición.
.
Esta era la fiesta de compromiso del infierno. Los acabados de oro, los
candelabros de cristal y los acres de mármol italiano del salón de baile
Grand Terrace no podían disfrazar el hecho de que se estaba produciendo
un desastre. Desde su posición ventajosa en el balcón superior que
rodeaba el salón de baile del hotel, Frankie podía verlo todo.

Los amigos del novio, en sus Armani y Brioni, eran chicos de


fraternidad demasiado grandes destinados a pasar sus vidas reviviendo
sus días de gloria en la escuela preparatoria. Sus fondos fiduciarios eran
lo suficientemente cómodos como para comprar su camino de salida de
cualquier problema real.

Las damas de honor eran peores, todas estaban trabajando para


conseguir el marido número dos, o tres en el caso de Taffany, estaban al
acecho de hombres que vinieran con un acuerdo prenupcial favorable y
un yate en Saint Tropez.

Para Frankie era un circo en toda regla, pero no había mucho que ella
no haría por la novia, incluido apoyar a su mejor amiga en una fiesta fuera
de control de 350.000 dólares. Pru y Chip eran la pareja dorada del Upper
West Side, fueron novios universitarios que habían encontrado el camino
de regreso el uno al otro, y Frankie estaba más que feliz de ser parte de su
gran día extravagantemente especial.

Si esta fiesta de compromiso era un indicador de lo fabulosa que sería


la boda, Frankie no estaba segura de cómo le iría a una pobre chica
sarcástica de Brooklyn de pelo largo entre las figuras más adineradas en
Barbados. Pero por Pru, haría todo lo posible.

Además, le daba la oportunidad de comerse con los ojos al padrino en


persona. Ella tomó una copa de champán de una bandeja que pasaba y le
guiñó un ojo a la mesera que se unió a ella contra la barandilla y miró a
Aiden Kilbourn al otro lado de la habitación, quien estaba impecable,
distante y dolorosamente hermoso.

―No puedo creer que tengamos este espectáculo ―siseó Jana, la


mesera―. ¡Nunca en un millón de años pensé que vería al soltero más
elegible de Manhattan en persona, y mucho menos servirle champán!

―No le derrames nada, Jan ―advirtió Frankie.

―Quieres decir 'no hagas un Frankie'. ―Jana sonrió.

Frankie levantó un hombro.

―El tipo me agarró el trasero. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿no
dejarle caer una bandeja de canapés en su regazo?

―Eres mi héroe ―suspiró Jana.

―Sí, sí. Vuelve ahí antes de que empiecen a recuperar la sobriedad y


dile a Hansen que, tal vez, se aleje del baño de mujeres. No obtendrá
ningún número de teléfono esta noche.

Jana le lanzó una risa burlona.

―Estoy en eso, jefa.

Frankie observó cómo Jana bajaba ágilmente las escaleras con la


bandeja en alto. Tan pronto como Pru y Chip anunciaron su compromiso,
ella consiguió un segundo trabajo en una empresa de catering sabiendo el
costo de codearse con los privilegiados, no estaba dispuesta a dejar que
Pru pagara su vestido de dama de honor o sus boletos de avión, aunque
la oferta estaba ahí. Frankie estaba decidida a estar con los miembros de
la alta sociedad solo por esta vez sin ser un caso de caridad, incluso si eso
la llevara a la bancarrota.
Pasó una mano por su vestido Marchessa de hace dos temporadas que
ella y Pru habían encontrado en una tienda de liquidación de lujo en el
Village. Fue difícil encontrar alta costura que se ajustara a sus curvas, Pru
y el resto de las damas de honor eran como unas ninfas desamparadas,
todas eran rubias, todas eran delgadas y todas copas B, bueno, excepto
por Cressida y sus dobles D que se derramaban de su Marc Jacobs talla
cero; o la mujer fue bendecida con una genética increíble o no eran reales,
pero sin tocarlas, Frankie no podía decirlo con certeza.

Hablando de buenos genes, ella volvió su atención al hombre de la


chaqueta de esmoquin blanca, él tenía una mano en el bolsillo en esa
postura casual sin esfuerzo con la que nacían los ricos.

A los cuarenta, Aiden era el soltero unicornio de Manhattan. Nunca se


casó, sólo había tenido un elenco rotatorio de bombones que le colgaban
del brazo, el más largo de los cuales había durado casi tres meses
completos. Rara vez sonreía, a diferencia del resto del elenco de
personajes que tenían pegadas sus sonrisas falsas de "Me alegro de verte".
Parecía que él estaba quizás tan incómodo como ella en medio de las
cosas.

Pruitt saludó a Frankie desde el centro de la multitud y ella volvió a su


papel de dama de honor, Frankie pegó una sonrisa antes de bajar las
escaleras para unirse a la fiesta y se abrió camino entre sillas con cojines
dorados y mesas de cóctel cubiertas de lino color marfil. Es curioso lo bien
que olían los ricos, todos los aromas eran sutiles y ricos como si emanaran
de sus poros.

―Te ves increíble, Frankie ―le dijo Pru, dándole un beso en cada mejilla
y apretando su mano.

―Yo? ¿Ya te viste en un espejo esta noche? Pareces una modelo de alta
costura que finge estar en una sesión de fotos de compromiso.

―Está como para comérsela ―dijo Chip, el novio dorado, y se abalanzó


para besar a su futura esposa.

Ellos se miraron el uno al otro y Frankie sintió que se estaba


entrometiendo.
―Bueno, debería volver...

―Uh-uh. No hasta que conozcas a Aiden ―dijo Pru, alejando su


atención de Chip. En el momento justo, Chip saludó al hombre.

―Está bien, puedo encontrarme con él en la ceremonia ―dijo Frankie.

―A Frankie no le gusta la gente de la alta sociedad ―le susurró Pru a


Chip.

Chip deslizó un brazo afectuoso por los hombros de Frankie.

―Menos mal que hiciste una excepción con nosotros, ya que tenemos
clase como la mierda.

Franchesca se rió.

―Deberías haber puesto eso en tus invitaciones de boda.

Hansen, el mesero, se acercó con una bandeja de crostini de ternera y


Chip tomó uno de la bandeja. Se lo metió en la boca y puso los ojos en
blanco.

―Ummm. Frankie, te debemos por la recomendación de catering. Es


delicioso.

Frankie señaló con la cabeza a Hansen en la dirección de donde el padre


de Pru estaba con el ceño fruncido en la esquina, el hombre no había
superado el hecho de que Chipper Randolph III había dejado sin
ceremonia a su pequeña niña en los meses posteriores a la graduación de
la universidad cuando ella esperaba un anillo, pero él estaba pagando la
cuenta de esta fiesta y Frankie estaba decidida a asegurarse de que su
estómago estuviera lleno para evitar cualquier arrebato que pudiera
causar el hambre.

―Chip, Pru. ―La voz era una octava más profunda que la de Chip,
además de suave y elegante. Frankie consideró pedirle que leyera la lista
de la compra que había guardado en su bolso de mano sólo para poder
escucharlo pronunciar edamame1.

―¡Aiden! ―La buena educación se activó automáticamente y Chip se


dirigió a su mejor amigo para que hacer las presentaciones―. Frankie, este
es Aiden Kilbourn, mi padrino de boda. Aiden, esta es Franchesca
Baranski, la dama de honor.

―Frankie ―dijo Aiden, extendiendo su mano―. Es un nombre


interesante.

Frankie le tomó la mano y la sacudió.

―¿Tenemos a una Taffany y a un Davenport en la fiesta de compromiso,


y yo soy la que tiene un nombre interesante?

Su expresión ya fría se enfrió algunos grados más, obviamente no


estaba acostumbrado a ser corregido por un subordinado.

―Simplemente estaba haciendo una observación.

―Estabas prejuzgando ―respondió ella.

―A veces, un juicio ruega ser hecho.

Ella todavía estaba sosteniendo su mano, la molestia la hizo apretar su


agarre, él le devolvió el apretón y Frankie dejó caer la mano sin
ceremonias.

―Aiden. ―Pru comenzó alegremente―. Conocí a Franchesca en mi


primer semestre en la Universidad de Nueva York, es brillante (beca
completa) y se graduó un semestre antes con un promedio de 4.0.
Franchesca trabaja a tiempo parcial para una organización sin fines de
lucro mientras realiza su maestría en administración de empresas.

Frankie le disparó dagas a Pru, no necesitaba que su mejor amiga


intentara hacerla resaltar a un esnob idiota.

1
Frijoles de soja.
―Aiden es director de operaciones del negocio de su familia. Fusiones
y adquisiciones ―agregó Chip―. No recuerdo su promedio de Yale, pero
no fue tan bueno como el tuyo, Frankie.

Ella estaba a punto de disculparse y buscar otra bandeja de champán


cuando el DJ cambió de canción. Los primeros ritmos de Uptown Funk
llevaron a la mitad de la élite de Manhattan corriendo a la pista de baile
como si alguien hubiera anunciado que el nuevo bolso Birkin estaba
disponible.

La mano de Pru le apretó el brazo.

―¡Es nuestra canción! ―ella chilló―. ¡Vamos!

Frankie permitió que Pru la remolcara hacia la pista de baile y se


deslizaron sin problemas en su baile coreografiado elaborado dos años
antes, después de una de las rupturas moderadamente decepcionantes de
Frankie, ellas se habían terminado dos pizzas enteras con tres botellas de
vino y pasaron el resto de la noche coreografiando el perfecto batidor de
trasero.

―No podría decir si ustedes dos estaban peleando o coqueteando


―gritó Pru por encima de la música.

―¿Coqueteando? Estás bromeando ¿no? Estoy muy fuera de su liga.


Aiden tenía dolor de cabeza cuando cruzó el vestíbulo de mármol del
Hotel Regency, una propiedad de la familia de la novia, y sabía que pasar
una noche en compañía de la manada de amigos del novio y unas pocas
docenas de personas que buscaban casarlo, asegurar su inversión o pedir
un consejo gratis, solo lo empeoraría.

Pero fue el precio que pagó por el privilegio, le entregó la copa de


champán vacía a un mesero que pasaba y deseó un whisky, pero beber
para quitarse el dolor de cabeza no le haría ningún favor a nadie esta
noche.

―¿Qué hay de Margeaux? ―preguntó Chip, señalando con la barbilla


en dirección a la modelo rubia alta y delgada, quien llevaba un vestido
dorado con una abertura prácticamente hasta la barbilla. Tenía un estilo
despiadado, un cabello perfecto y un maquillaje impecable, ella nunca
comía ni sonreía en público.

―¿Qué tal jamás en la vida? Parece el equivalente a un cubo de hielo en


la cama. ―Desde que Chip había encontrado su felicidad duradera con
Pruitt, su misión era llevar a su mejor amigo Aiden con él para el viaje.

―Sí, es horrible. ―Asintió Chip―. Pero Pru fue su dama de honor, así
que... ―Hizo una mueca―. Voy a hacerte un favor y omitir a Taffany.

―Gracias ―dijo Aiden secamente. La mujer se rebautizó a sí misma


como Taffany después de que una prima segunda llamara a su bebé
Tiffany, ella era la chica fiestera por excelencia, no pasaba una semana sin
que no estuviera pegada a los blogs de chismes mostrando su entrepierna
con vestidos lo suficientemente cortos como para ser camisas y cayéndose
de los todoterrenos de las estrellas de rock frente a los clubes.

―¿Qué hay de Cressida? ―Ofreció Chip, apuntando con su copa a otra


rubia cuyos senos no se molestaban en permanecer dentro de los límites
de su corsé de alta costura, el resto de ella era un esqueleto bronceado.
Fruncía el ceño ferozmente y caminaba en un radio de dos metros
mientras gritaba en su teléfono celular en alemán.

―Parece agradable ―observó Aiden con sarcasmo.

―Parece que te cortaría las pelotas y luego te pediría un rescate por ellas
―dijo Chip alegremente.

―¿Qué hay de Frankie? ―preguntó Aiden, calentándose con el juego.


Su mirada se posó en ella en la pista de baile. Su cabello era oscuro, espeso
y lleno de rizos. Su cuerpo estaba exuberantemente curvado, como lo
resaltaba el sencillo vestido dorado que llevaba. Su amplia boca se
curvaba en una generosa sonrisa mientras se reía de algo que Pruitt decía.

―Oh, ella es demasiado buena para ti ―dijo Chip―. Es inteligente y


sarcástica, sería demasiado trabajo para ti.

―Veo lo que estás haciendo ―dijo Aiden. Señaló a un mesero y pidió


un Macallan. Uno no haría daño. Uno podría suavizarlo un poco.

―¿Qué estoy haciendo? Estoy tratando de salvarte de una mujer que


claramente no es tu tipo.

―¿Cuál es mi tipo? ―preguntó Aiden, ya arrepintiéndose.

―Alta, dolorosamente delgada, que no sonría ni hable demasiado.


Alguien que quiera agregarte a su portafolio de compañeros de cama para
hacerla más atractiva para el próximo esposo potencial.

―Ese no es necesariamente mi tipo ―argumentó Aiden―. Son las únicas


que no se ofenden con el trato.
―Frankie se ofendería ―predijo Chip―. Pero creo que ella también
podría hacer que te arrepientas temporalmente. Es una chica increíble,
Aiden.

Aiden observó a la mujer en cuestión mientras se balanceaba y se


pavoneaba con el sonido de la música junto con Pruitt. Se movía como
una diosa tentando a los mortales con su cuerpo pecaminoso. En su
experiencia, las mujeres tendían a resaltar su atractivo ya fuera en la mesa
del comedor o en el dormitorio, y Franchesca era todo dormitorio.

Él le dio la espalda a la pista de baile.

―¿Cuándo vas a dejar de arrastrarme a la dicha monógama? ―le


preguntó a Chip.

Su amigo le sonrió.

―Cuando encuentres a alguien que te haga sentir como yo con Pru.

―Soy un Kilbourn. Nosotros no somos capaces de sentir, solo hacemos


fusiones beneficiosas.

―Esa es una declaración triste ―dijo Chip, dándole una palmada en el


hombro. La mesera, una chica pequeña con una mecha azul marino en su
cabello oscuro, corrió a su lado. Tenía un vaso de whisky en la mano.

―Aquí tiene, señor Kilbourn ―dijo en un susurro sin aliento.

―Gracias... Jana ―dijo, con los ojos en la etiqueta con su nombre.

Su boca se abrió y retrocedió con estrellas en los ojos.

―Mira, ¿Por qué no le aplicas algo de ese encanto a Frankie?

―No estoy interesado en alguien...

―¿Divertida? ¿Inteligente? ¿Sexy? ―Chip aportó.

―Llamativa ―corrigió Aiden―. Ella baila como si tuviera experiencia en


el poste y probablemente lo tomaría como un cumplido.
―No, no lo haría ―anunció una voz ronca detrás de él.

Mierda.

Chip, siempre el difusor de tensión, le dio una sonrisa inocente en la


cara.

―¡Frankie! Aiden no te vio ahí ―dijo intencionadamente.

―Aiden no parece el tipo de persona que se fija mucho en cualquiera


por debajo de una cierta categoría de impuestos. ¿Por qué perder su
tiempo? ―Franchesca anunció.

Ella no dudó en hacer contacto visual, no, ella usó esos ojos azul
verdosos para perforarlo, él era un idiota. Por lo general, era mucho más
cuidadoso a la hora de expresar sus opiniones en lugares donde podían
ser escuchadas o malinterpretadas. Le echó la culpa al dolor de cabeza y
a las tres copas de champán en ayunas.

―Pru preguntó si podrías conseguirle una bebida y salvarla de los


gemelos Danby que la tienen acorralada por las escaleras. ―Frankie señaló
el extremo opuesto de la habitación.

―Si ustedes dos me disculpan, tengo que ir a rescatar a mi prometida.


No derramen sangre ―ordenó Chip, señalando a Frankie con un dedo
severo.

―No te lo prometo ―le contestó. Ella se volvió hacia él, con los ojos
brillando con temperamento―. Bueno, si me disculpas, lo cual me importa
un carajo si no lo haces, no quiero pasar la noche viéndote.

Ella se despidió, girando sobre sus talones y azotando esa cortina de


cabello sobre su hombro.

―Espera ―dijo él en voz baja, cerrando los dedos alrededor de su


muñeca.

―Manos fuera, Kilbourn, o serás Muertobourn cuando termine contigo.

Él la soltó, pero se interpuso en su camino.


―Déjame disculparme.

―¿Dejarte? ―Franchesca cruzó los brazos sobre el pecho―. Mira, estoy


segura de que estás acostumbrado a hablar con sirvientes y subordinados,
pero, ¿te doy un consejo? No le exijas a alguien que escuche tu mierda de
disculpa. ¿Entendido?

El dolor de cabeza palpitaba detrás de sus ojos, nadie le hablaba de esa


manera, ni siquiera sus amigos más antiguos.

―Por favor, permíteme disculparme ―dijo, apretando la mandíbula. Le


tomó el codo con la mano y la guió hacia un nicho detrás de una pesada
cortina dorada.

La oscuridad hizo que el dolor en su cabeza se aliviara un poco, y se


pellizcó el puente de la nariz deseando que el resto se fuera.

―¿Qué tal si nos ahorro a los dos algo de tiempo? ―Sugirió


Franchesca―. No te molestes en disculparte porque ambos sabemos que
pretendías ser un idiota, y no me molestaré en fingir que te perdono
porque me importa una mierda lo que pienses de mí. ¿Es lo
suficientemente justo?

Había un sofá de color crema cubierto de seda, y Aiden se sentó. El


latido sordo estaba haciendo que su estómago se revolviera.

―Mira, no estoy dando lo mejor de mí, y me disculpo por eso.

―¿Una referencia para futuras ocasiones? “Pido disculpas” no suena


tan sincero como un “lo siento”. ¿Tienes dolor de cabeza?

El cambio de tema le dio vueltas la cabeza. Él cerró los ojos y asintió.

―¿Migraña? ―ella pinchó.

Él se encogió de hombros.

―Quizás.

Ella murmuró algo para sí misma, y él abrió los ojos para verla escarbar
en su bolso de mano.
―Toma ―dijo, ofreciéndole dos pastillas―. Es medicamento.

―¿Tú también las tienes?

―No, pero Pru las tiene cuando está estresada, no quería que pasara su
fiesta de compromiso con ganas de vomitar.

―Eso es muy amable y preparado de tu parte.

―Soy la dama de honor, es mi trabajo, ahora tómalos como un buen


niño.

Él levantó su vaso, pero ella lo detuvo con una mano en su muñeca.

―No seas tonto, el alcohol lo empeora. ―Ella le quitó el vaso y asomó la


cabeza por la cortina, la escuchó dar un pequeño silbido y, en un
momento, estaba llamando a alguien por su nombre y pidiéndole un vaso
de agua helada.

―¿Conoces al personal de catering? ―preguntó, conversando mientras


se tomaba las pastillas.

―Yo soy parte del personal de catering, es mi segundo trabajo, hoy es


mi noche libre. ―Lo dijo como si lo desafiara a encontrar fallas en eso―.
¿Quieres que te llame un Uber? ―ella ofreció de repente.

―Tengo un auto abajo.

―Por supuesto que sí.

―¿Por qué estás siendo amable conmigo? ―Aiden se pasó la mano por
la sien.

―Tal vez lo estoy haciendo para restregarte en la cara el hecho de que


eres un idiota, y tal vez solo te di dos píldoras anticonceptivas en lugar de
medicamentos para el dolor de cabeza solo para verte sufrir.

―Tal vez me lo merezca.

La cortina se movió y la mesera de cabello azul asomó la cabeza.


―Aquí está el agua ―susurró. Sus ojos se agrandaron cuando lo vio y
salió del nicho.

―La pongo nerviosa ―observó Aiden cuando la mesera se fue.

―Es bueno que seas guapo y rico porque definitivamente no tienes la


personalidad a tu favor. Toma, bebe esto, la cafeína ayudará.

Se lo bebió y apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.

―Gracias. ―Ella lo estaba cuidando después de que él sugiriera que


tenía experiencia como stripper. Era un idiota y se preguntaba cuándo se
habría completado esa transformación.

Ella le quitó el vaso.

―Quédate hasta que te haga efecto ―ordenó y se volvió hacia la cortina.

―¿A dónde vas?

―De vuelta a la fiesta para poder sacudir mi trasero de stripper a todos


esos solteros elegibles.

―Lo siento, me lo perderé.

―Cállate, Kilbourn.
El avión cayó como una piedra sobre la pista y los frenos aplicados
violentamente hicieron que todos en el interior se movieran hacia
adelante y hacia atrás. Frankie no podía ver gran parte del paraíso tropical
fuera de la ventana desde su asiento de en medio, estaba apretujada entre
un tipo que olía como si no se hubiera duchado en cuatro días y un
viejecito que se había quedado dormido a seis mil metros de altura y
durmió sobre su hombro durante una hora.

Tenía que orinar y podría haber matado por un sándwich de carne


asada, pero al menos el vuelo había terminado y ahora solo tenía que
abrirse paso a través de la aduana y migración. En una hora o dos como
máximo tendría los dedos de los pies en la arena blanca, una bebida en la
mano y ese sándwich.

Frankie esperó a que el anciano narcoléptico se pusiera de pie y luego


se arrastró hacia el pasillo detrás de él para ayudarlo con su equipaje de
mano.

Llevó consigo su propio equipaje de mano, agradecida de que Pru


hubiera insistido en llevar los vestidos de dama de honor en el avión de
su padre. El resto de los invitados habían llegado en aviones privados que
habían rentado juntos.

Ella caminó como un pato por el pasillo hacia la siempre sonriente


tripulación de vuelo y la brisa húmeda, Frankie salió a la escalera rodante
y se puso las gafas de sol, hacían veintiocho grados con una hermosa y
suave brisa, quizás esto no fuera tan malo después de todo a pesar de que
su cabello acababa de duplicar su volumen.

Siguió al resto de los pasajeros a la pista y al edificio largo del


Aeropuerto Internacional Grantley Adams, la línea zigzagueaba entre las
cuerdas, los viajeros ansiosos dispuestos a ver el paraíso hojeaban las
pantallas de sus teléfonos, pero Frankie estaba contenta con observar a la
gente. La línea para residentes de migración era corta y brutalmente
eficiente ya que los poseedores de pasaportes de Bajan eran bienvenidos
a casa, a su derecha estaba la línea rápida donde los viajeros con equipaje
Louis Vuitton y sombreros para el sol de gran tamaño eran guiados a
través del proceso por el personal del centro turístico enviado a
recogerlos.

La fila de Frankie avanzaba a paso de tortuga mientras los padres


apresurados intentaban hacer malabarismos con las preguntas oficiales y
los niños pequeños malhumorados y los jóvenes mochileros se distraían
en sus teléfonos, necesitando un empujón hacia adelante cada vez que la
línea se movía.

Uno de esos mochileros le llamó la atención y le sonrió.

―Hola ―dijo en voz baja, apartándose un mechón de cabello rubio de


la frente.

Oh, dulce niño Jesús, era australiano.

―Hola ―respondió ella.

―¿Vienes aquí a menudo?

Ella se rió.

―¿Puedo invitarte una copa? ―él bromeó.

―Si puedes encontrar un barman aquí, sí, puedes invitarme a una copa.

La fila se movió y la mujer detrás de él, con una visera con flores en el
ala y una camisa hawaiana, lo empujó hacia adelante.
―Nos vemos ―él le guiñó un ojo.

Se pusieron al día de nuevo cuando las líneas se congelaron


exactamente en el lugar correcto.

―Nos encontramos de nuevo, debe ser el destino.

―Oh, eres bueno, apuesto a que eso no funcionaría tan bien sin tu
acento ―le dijo Frankie.

―Me gusta el tuyo ―confesó.

La abuela de Boca Ratón le dio al australiano otro empujón.

―Lo siento cariño, pero tengo una margarita helada esperándome ―le
dijo ella a Frankie al pasar.

La oficial de inmigración de Frankie era una chica seria de unos veinte


años con maquillaje a nivel de tutorial de YouTube.

―Que tengas una buena estadía ―le dijo, empujando el pasaporte de


Frankie a través de la ranura del acrílico, su tono implicaba que le
importaba un carajo si la estancia de Frankie era agradable o no, pero
lidiar con tres aviones llenos de turistas gruñones le haría eso a una
persona.

Frankie siguió adelante con su equipaje, con Pru trayendo su vestido


de dama de honor, pudo guardar todo lo que necesitaba en su equipaje
de mano y ahorrarse la tarifa de equipaje facturado, era una pequeña
victoria en lo que había sido un año de hemorragia de dinero. Las dos
despedidas de soltera, la fiesta de compromiso solo para chicas, la fiesta
de compromiso, otra despedida de soltera y ahora la boda. Debería haber
aceptado un tercer trabajo, pero unas pocas semanas más con el
proveedor de servicios de catering y ella tendría la tarjeta de crédito
saldada y podría dejar de gastar dinero como si por arte de magia
apareciera en su billetera todas las mañanas.

La Aduana fue mucho más rápida, un rápido escaneo de su bolso y fue


dirigida hacia la salida, su teléfono comenzó a sonar en la bolsa de playa
que tenía como bolso.
―Hola, mamá.

―¡Oh, gracias a Dios! Pensé que estabas muerta. ―May Baranski era
dramática.

―No estoy muerta, mamá, sólo en el paraíso. ―Las puertas automáticas


se abrieron y ella caminó hacia el calor. Era un área cubierta, plagada de
turistas que parecían perdidos y taxistas que parecían buitres dando
vueltas alrededor de la carroña.

―¿Por qué no me llamaste cuando aterrizaste? Dijiste que me llamarías.


―Su madre había infundido esteroides a sus instintos protectores
normales hasta que estuvo convencida de que todos sus hijos estaban en
constante peligro de muerte o algo peor, destinados a permanecer solteros
y sin hijos mientras el resto de sus amigas se convertían en nanas y
abuelitas.

―Literalmente acabo de pasar por la aduana, mamá. No dejan charlar


en los teléfonos móviles mientras estás ahí.

Su madre se burló, la idea de que alguien pudiera mantenerla alejada


de un informe de seguridad sobre uno de sus hijos era ridícula para May.

―Cuéntame todo sobre tu vuelo ―exigió May. Frankie se culpó a sí


misma por eso, a ella le gustaban sus padres, le gustaba hablar con ellos
y de alguna manera eso se había convertido en llamadas casi diarias “solo
para saludar” o “ponerse al día”. Demonios, la mitad de las veces ella era
la que marcaba. Su madre era una fuente de información sobre los viejos
chismes familiares y del vecindario.

―Estaba lleno de gente y fue largo ―dijo Frankie, entrecerrando los ojos
ante la señal de taxi, que enumeraba los destinos de la isla y sus tarifas,
pero ella necesitaba comprobar de nuevo en qué distrito se encontraba el
hotel.

―Tu padre y yo fuimos a los Cayos de Florida para nuestra luna de miel
hace cuarenta y un años ―anunció May―. ¿Es tan bonito como los Cayos?

Frankie nunca había estado en los Cayos de Florida, ni había visto nada
de Barbados más allá de la pista y la línea de taxis.
―Estoy segura de que los Cayos es hermoso ―le dijo a su madre―. Mira
mamá, me tengo que ir. ¿Puedo llamarte mañana?

―¿Por qué? ¿Qué ocurre?

―Nada, solo tengo que tomar un taxi.

―¿Por qué Pru no te envió un auto? ―chilló su madre―. ¿Vas a entrar


en un auto con un extraño?

―Un conductor que enviara Pru aún sería un extraño. ―Frankie lo


expresó en vano.

―¡Te prohíbo que te asalten o molesten!

Frankie tropezó con alguien y se volvió para disculparse.

―Ahí estás, me preocupaba que fuéramos amantes desamparados,


destinados a no volver a encontrarnos jamás. ―El australiano estaba
ajustando la mochila que ella casi le había tumbado del hombro.

―Tengo que irme, mamá.

―¿Ahora qué?

―Hay un chico lindo mirándome.

El australiano le sonrió.

―¡Cuelga y coquetea con él! ¡Y vuelve comprometida! ―Su madre


desconectó la llamada para comenzar a planificar la boda atrasada de su
única hija.

―Lo siento ―dijo Frankie con una suave sonrisa―. No estaba prestando
atención a lo que estaba haciendo.

―Puedes chocar contra mí cuando quieras. ―No era terriblemente


guapo, no como El-diablo-en-traje Kilbourn, pero era lindo y encantador
y muy, muy bronceado, su cabello era de un rubio decolorado que
necesitaba un corte y su ropa estaba arrugada y era cómoda.
―Dime que eres un surfista australiano ―suspiró Frankie. Había pasado
un tiempo desde que había tenido un orgasmo inducido por una segunda
persona, era floja en el campo de las citas, y tener dos trabajos no le dejaba
mucho tiempo para divertirse desnuda. ¿Quizás una aventura tropical
con una surfista sexy curaría sus problemas sexuales?

―De hecho, lo soy. Dime que te gustan los surfistas australianos y que
podemos compartir un taxi para que pueda usar mi encanto y conseguir
una cita.

Frankie se rió. Fácil, encantador, divertido. Perfecto.

Ella bajó las pestañas.

―Nunca antes había conocido a un surfista australiano, así que no


puedo responder por mis preferencias en el área.

Sus ojos azules, del mismo color que el mar sobre el que habían volado,
se abrieron en agradecimiento.

―¿Dónde te estás quedando?

―En el Rockley Sands Resort.

―Que me jodan. ―Su rostro decayó―. Eso es al norte de Bridgetown, yo


estoy al otro lado de la isla.

―Franchesca.

Una buena brisa fuerte podría haber derribado a Frankie, tenía que ser
un espejismo, ella estaba segura de ello, ese no era Aiden Kilbourn
apoyado en un Jeep en pantalones cortos y una sexy camisa de manga
corta, zapatos náuticos y unos Ray-ban, su barba parecía un poco más
desaliñada que la última vez que lo había visto.

―¿Qué dem...?

―¿Supongo que eres Franchesca? ―preguntó el australiano.

―Sí, pero... no estamos juntos.


Aiden se enderezó del guardabarros y se acercó a ella.

―Vamos. ―Tomó su maleta.

Instintivamente, Frankie se la arrebató dejándola fuera de su alcance.

―Voy a tomar un taxi ―insistió.

―No, no lo harás.

―Aiden, le dije a Pru que tomaría un taxi.

―Y le dije que te recogería.

―Franchesca, fue un placer conocerte, pero tengo que irme ―dijo el


australiano, retrocediendo.

―Oh, pero...

―Tal vez te vea por la isla. ―Le lanzó un beso y dejó caer un “amigo”
en dirección a Aiden y se alejó tranquilamente en busca de un taxi.

―Maldita sea, Aiden. Ni siquiera pude darle mi número.

―Qué pena. ―Levantó la maleta en la parte trasera del Jeep y lo aseguró


con una correa de amarre.

―Entonces, ¿qué es esto? ¿Estás haciendo tu buena obra del día y vienes
a buscar a una pobre stripper? ―ella respondió.

―Ya me disculpé por eso.

―Y fue conmovedoramente sincero ―le recordó Frankie.

―Métete en el maldito auto.


Aiden esperó hasta que estuvo con el cinturón abrochado antes de salir
a la carretera principal, él no le había dicho exactamente a Pruitt que iría
a buscar a Franchesca, sino que la había oído hablar sobre la hora de
llegada de la dama de honor la noche anterior. Había volado con ellos
para vigilar a Chip, él había arruinado la felicidad de Chip y Pruitt una
vez antes y no iba a permitir que les pasara nada la segunda vez.

Además, le dio una excusa para pasar un rato a solas con Franchesca.
Había pensado en ella mucho desde la fiesta de compromiso, ella era...
interesante, y maldita sea si su cura para el dolor de cabeza no había
funcionado a las mil maravillas.

Necesitaba hacer algo con esos dolores de cabeza, con la raíz de ellos y
había decidido utilizar este viaje como tiempo de planificación. Tiempo
de conspiración. Ya era hora de que hiciera algo con ese desastre.

―¿Tuviste un buen vuelo? ―le preguntó.

―Estupendo y hubiera sido mejor si hubiera podido conseguir el


número del surfista.

―¿Ese es tu tipo?

―¡Ah, ah, ah! ―ella lo señaló con un dedo―. Tú, de todas las personas,
no puedes comentar sobre mi tipo.
―¿Yo de todas las personas? ―preguntó, pisando el acelerador para dar
la vuelta a la rotonda.

Frankie se agarró a la manija montada en el tablero, pero no le dijo que


redujera la velocidad.

―Si reparamos en algunas de tus últimas conquistas, veríamos un


esqueleto rubio tras otro, comprando, sonriendo y tomándose fotos.

Era la verdad, pero eso es lo que Manhattan tenía para ofrecer, cientos
de miembros de la alta sociedad acomodadas que se parecían, actuaban
igual y tenían los mismos objetivos en la vida.

―Eran conquistas. ¿Es eso lo que habría sido Hang Ten2?

―Cállate.

Aiden redujo la velocidad abruptamente para esquivar una camioneta


que se detuvo en un puesto de cocos al borde de la carretera. Conducía
raras veces en Manhattan y le encantó descubrir que las leyes de tráfico
eran más sugerencias que leyes reales en la isla, lo llevó de regreso a sus
días de piloto, la única vez en su vida en la que se había sentido realmente
despreocupado.

―Jesús, Aide ―dijo Frankie, agarrando la manija cuando entraron en la


siguiente rotonda.

El apodo, dado libremente, le resultó extraño... cálido y familiar.

―Bienvenida a Barbados ―él le ofreció, saliendo por el otro lado de la


rotonda.

Ella soltó el mango para sujetar su cabello que estaba volando


salvajemente en todas direcciones, lo enrolló sobre su cabeza y lo aseguró
con una banda elástica, él dejó que su mirada recorriera el cuerpo de ella,
la blusa rosa sin mangas y los pantalones cortos de algodón blanco
mostraban el hermoso tono oliva de sus piernas, tenía Mediterráneo en su

2
Icónica marca de ropa y accesorios para surfistas.
linaje, apostaría dinero a ello. Franchesca Baranski no era ningún
esqueleto rubio.

―Ojos en la carretera, amigo ―dijo ella secamente.

―Me preguntaba si sería un día ropa informal.

―Este es el único atuendo de todo el viaje que no tuvo que ser


coordinado con las damas de horror y no arruinarás mi diversión.

―¿Coordinaron sus atuendos? ―Estaba tan contento de no ser una


mujer.

―Es el precio que pagas por tener amigos ―dijo Frankie―. Pero estoy
segura de que no sabrías nada sobre eso.

Y por eso Aiden mantenía su círculo pequeño, realmente minúsculo.


No era sociable, no disfrutaba de la atención ni las fiestas, a él le gustaba
ganar dinero, afrontar un desafío, encontrar la solución más creativa para
los obstáculos obstinados.

―Guau, mira esa agua. ―Ella señaló con un dedo sin esmalte hacia su
izquierda y se inclinó más hacia él para tener una mejor vista. La carretera
era paralela al color turquesa del mar Caribe, él captó el aroma de su
cabello, era algo exótico y especiado, y por un glorioso segundo la imagen
de Frankie desnuda y tendida sobre su cama se materializó
espontáneamente en su mente.

―Una imagen perfecta ―estuvo de acuerdo Aiden.

―¿Has estado aquí antes? ―preguntó Frankie, buscando en su bolso.


Triunfalmente, sacó una crema de protector solar.

―¿Estás haciendo una pequeña charla? ―le preguntó.

―¿Pensé que no pelearíamos tanto con 'bonito océano' y 'vienes aquí a


menudo'? ―Apretó la crema en las yemas de sus dedos y se la frotó en la
cara. Aiden se preguntó cuándo había sido la última vez que había visto
a una mujer con otra cosa que no fuera un maquillaje completo y cabello
perfectamente peinado. Las mujeres con las que salía preferían dejar que
su apariencia “natural” fuera un secreto celosamente guardado.

―Oh, creo que podemos encontrar controversia sobre cualquier tema


―predijo Aiden.

Ella tarareó una respuesta y no dio más detalles.

―¿Qué? ―él preguntó.

―Estoy tratando de ser educada, estamos aquí por Pru y Chip, y no voy
a estropear su boda peleando contigo.

―Realmente no te agrado, ¿verdad? ―Aiden preguntó con una sonrisa.

―No, pero eso no significa que tenga que ser una idiota al respecto,
algunos de nosotros fuimos criados mejor que eso. ―Fue un golpe para él,
pero en lugar de enojarlo, lo divirtió.

―¿Cómo te criaron? ―empujó.

―Uh-uh. ―Ella sacudió su cabeza―. No vamos a jugar a conocernos, no


nos agradamos y no es necesario, tú haz lo tuyo y yo haré lo mío,
pasaremos por nuestras fotos formales y el baile de la fiesta nupcial, y
luego nunca tendremos que volver a vernos.

Aiden se rió, el sonido es extraño hasta para sus propios oídos.

―No es que no me agrades.

―No estoy mordiendo, Kilbourn. Entonces, simplemente nos llevas al


centro turístico en silencio, y yo me sentaré aquí y fingiré que eres un
lindo surfista australiano.

―No estoy tratando de iniciar una pelea...

―Uh-uh. Sin palabras. Maneja. En silencio.

Él sonrió, sacudió la cabeza y dejó que ella se saliera con la suya.


Avanzaron a toda velocidad a lo largo de la estrecha carretera, rodeando
los baches y deteniéndose en busca de algún peatón ocasional. Pasaron
por playas de arena blanca con palmeras que se balanceaban y los turistas
quemados por el sol, la calle se estrechó cuando los condujo hacia
Bridgetown, pasaron zumbando frente a las fachadas de las tiendas y
puestos de productos en la acera, pasando por un puñado de tiendas de
marcas de lujo y por el puerto de cruceros.

La atención de Frankie estaba pegada a la vista del agua.

Era hermoso, el tipo de azul que solo existía en las postales y la


constante brisa tropical hizo que los veintiocho grados se sintieran
cálidos, no opresivos. No es que él lo disfrutara, el largo fin de semana
estaba repleto de las desventajas de la riqueza y los privilegios. La
obligación social, responsabilidad familiar y ―debido a que era más
cercano a Chip que a su propio medio hermano― celebración gratuita.
¿Un matrimonio realmente valía la pena esta semejante fanfarria? ¿No
deberían los novios querer que fuera algo más privado, más significativo?
Aceleró por una pequeña colina, frunciendo el ceño.

―¿Qué podría estar haciendo que pongas esa cara mientras miras esto?
―Frankie demandó, extendiendo un brazo hacia la amplia vista que
tenían ante ellos.

―¿Pensé que no estábamos hablando?

―Correcto, me distraje al verte lucir como si te hubieras tragado un


limón entero, de vuelta al silencio.

En el momento justo, su teléfono sonó en el portavaso. Aiden miró la


pantalla y frunció el ceño.

―¿Qué pasa, Elliot? ―demandó, manteniendo su tono recortado. Las


llamadas de su medio hermano solo significaban una cosa.

―¿Qué tal el paraíso?

Cuanto menos le daba Aiden a su hermano, más fácil era minimizar el


daño.

―¿Qué necesitas, Elliot? ―preguntó Aiden.


―Necesitamos hablar sobre la votación de la junta. ―Escuchó el cambio
en su voz del encanto al cálculo.

―Ya hemos hablado de la votación, no voy a cambiar de opinión ―dijo


Aiden con brusquedad.

―No creo que realmente lo hayas pensado bien...

―No voy a nombrar a Donaldson director financiero, está bajo


investigación por fraude en su última empresa. No puedes esperar que
ponga todas nuestras posesiones a sus pies y me haga de la vista gorda.

―Los rumores sobre el fraude son completamente exagerados, fue solo


una ex amante con un hacha para machacar. ―Aiden escuchó el distintivo
chasquido del metal conectando con una pelota seguido de un educado
aplauso.

―¿En el campo de nuevo? ―Elliot pasaba más tiempo jugando golf,


bebiendo y follando entre la población femenina de la ciudad, que detrás
de su escritorio en su agradable oficina esquinera, un piso debajo de la de
Aiden.

―Simplemente apretándome un rápido nueve con un cliente.

Era pura mierda, pero Aiden no tenía la energía para decirlo. El hecho
era que él dirigía la empresa de su familia y una gran cantidad de
responsabilidades caía cada vez más sobre sus hombros, ya que su padre
parecía estar dando un paso atrás. Elliot solo podía despertarse para
preocuparse por los negocios cuando era algo que lo afectaba
personalmente, no había descubierto la conexión de Elliot con el ladrón y
estafador de Donaldson, pero Aiden no estaba dispuesto a hacerse a un
lado y dejar que su hermano nombrara al próximo director financiero de
Kilbourn Holdings.

―Mi voto se mantiene. No a Donaldson, me tengo que ir. ―Se


desconectó antes de que su hermano pudiera objetar y luego apagó su
teléfono para evitar el inevitable aluvión de llamadas y mensajes de texto.

―¿Drama empresarial? ―Frankie preguntó sin mirar en su dirección.


―Drama familiar con un lado de negocios.

―Quizás no deberías hacer negocios con tu familia.

Él le lanzó una mirada. Tenía la cara levantada hacia el sol, y una curva
astuta en los labios.

―No es así de fácil.

Ella se dignó mirarlo ahora, bajándose las gafas de sol.

―Nada que valga la pena lo es.

El resort estaba amurallado contra el océano detrás de suaves muros de


piedra amarilla y una puerta, él le había prestado poca atención cuando
llegó anoche, pero al ver a Frankie maravillada por el exuberante paisaje
y el camino en curvas, sintonizó y se olvidó de su familia y su negocio. El
hotel se alzaba en tres pisos de estuco y piedra, con dos alas unidas por
un vestíbulo al aire libre de dos pisos. La vegetación continuaba en el
interior, con macetas de colores agrupadas alrededor de una fuente de
piedra, había un bar en cada extremo del vestíbulo y una vista directa al
agua.

―Wow ―susurró Franchesca detrás de él.

La mujer detrás del escritorio con el alegre pañuelo color amarillo


canario anudado levantó la vista de su computadora.

―Espero que esté disfrutando de su estadía, señor Kilbourn ―dijo con


el acento sutil de la isla añadiendo música a sus palabras.

―Por supuesto ―le aseguró―. La señorita Baranski se registrará.

―Sí, por supuesto. Bienvenida, señorita Baranski.


―Gracias, su resort es hermoso ―dijo Frankie con una sonrisa fácil que
a él nunca le había dado.

Como si hubiera escuchado sus pensamientos, Frankie se volvió hacia


él, lo miró de arriba abajo y arqueó una ceja.

―Gracias por el viaje, puedes irte ahora.

Él le dedicó una lenta y peligrosa sonrisa. Franchesca Baranski no tenía


idea de quién se estaba burlando, él no era un hombre al que rechazaban.
Se acercó a ella apretándola contra el escritorio y vio la sorpresa y la
preocupación en esos grandes ojos. También había algo más, un pequeño
destello, una chispa de deseo.

Aiden le tomó la mano y se llevó los nudillos a los labios.

―El placer ha sido mío. ―Vio la piel de gallina que se le erizó en el brazo
y sonrió.

―Estoy segura de que por lo general lo es ―respondió ella, liberando su


mano y dándole la espalda.
Aiden dejó a Frankie en el escritorio y siguió el sonido de las olas. Hizo
una pausa en el bar, debatió, luego cambió de opinión y continuó hacia
afuera.

Había estado bebiendo demasiado, era una especie de medicamento


para el estrés crónico que lo atormentaba, su familia parecía empeñada en
tomar todas las malas decisiones que pudieran con respecto al negocio.
Lo había ignorado durante demasiado tiempo, prefiriendo concentrarse
en sus propias responsabilidades, pero ahora necesitaba estar presente.
Sería condenado si dejaba que alguien, incluida su familia, destruyera lo
que habían estado tres generaciones construyendo.

Con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos caminó por la
terraza de piedra coralina, su camisa ondeaba con la brisa. La piscina de
borde infinito brillaba bajo el sol a su derecha, un puñado de invitados
disfrutaban del ceviche y champán en el restaurante de mariscos al aire
libre a su izquierda.

Siguió el camino por las escaleras y hacia la derecha en donde


serpenteaba entre la playa y la vegetación, el padre de Pruitt podría no
pensar mucho en Chip como yerno, pero no iba a permitir que eso se
interpusiera en el camino de gastar generosamente. Había estado
dispuesto a alquilar la sección acordonada del resort para asegurarse de
que su princesa tuviera un día especial y privado.

Aiden encontró a los novios tomando el sol en el borde de una laguna


de forma libre con vista a la playa y al océano. Las damas de honor, las
damas de horror, se corrigió divertido, descansaban en estudiadas
posiciones de perfección que acentuaban mejor su atractivo. Notó que los
hombros se enderezaban y los pecho sobresalían cuando lo veían a él.
Siempre estaban a la caza.

Pero él no era presa de nadie.

Se dejó caer al final de la tumbona de Chip, de espaldas a los monstruos.

―Tu dama de honor ha sido entregada ―anunció.

Pru lo miró por debajo del ala de un ridículo sombrero para el sol.

―¡Aiden! Programé un auto para que recogiera a la Señorita Sólo-voy-


a-tomar-un-taxi.

―Lo cancelé ―dijo encogiéndose de hombros―. Ya me dirigía en esa


dirección.

―Sólo está tratando de volver a agradarle a Frankie ―dijo Chip con


lealtad. Su amigo agitó su vaso vacío a un mesero que pasaba y rodeó su
dedo señalando una ronda, parecía que Aiden tomaría esa bebida
después de todo.

―Uh-huh. ―Pruitt no les creía a ninguno de los dos ni por un segundo.

―¿Recogiste a mi genial mejor amiga para atormentarla? Porque si lo


hiciste, no voy a estar feliz contigo, Aiden Kilbourn ―dijo Pruitt,
clavándole un dedo en su brazo.

―¿Atormentarla? ¿Qué es esto? ¿Segundo grado? ―bromeó Aiden.

―¿Qué le dijiste exactamente en la fiesta de compromiso? ―Pruitt


demandó.

―¿Ella no te lo dijo? ―Aiden se sorprendió. Pensó que Frankie habría


corrido a chismosearle.

―Mi hermosa mejor amiga no quiere que me preocupe por nada y


aparentemente eso incluye cualquier cosa idiota que le dijiste o hiciste en
la fiesta.
Aiden compartió una mirada con Chip, ninguno de los dos se mostró
entusiasmado por repetir el insulto.

Pruitt chasqueó los dedos.

―¡Oh, no! ¡Uh-uh! No lo mires, Chip. Escúpelo ahora mismo.

La resolución de Chip se desmoronó más rápido que una galleta en las


manos pegajosas de un niño pequeño.

―Aiden puede haber mencionado que Frankie bailaba como si tuviera


experiencia con el poste.

―¿La llamaste stripper? ―El chillido de Pruitt probablemente podría ser


escuchado por el catamarán a quinientas yardas de la costa.

Aiden hizo una mueca.

―En mi defensa...

―¡No hay defensa! Maldita sea, Aiden. Ella es una de mis personas
favoritas. No puedes tratarla como si no fuera nada.

―Lo entiendo y me disculpé, y traté de enmendarlo recogiéndola hoy.

Pru esbozó una leve sonrisa.

―Lo intentaste, ¿eh? ¿Ella no se mostró dispuesta? ―preguntó ella


inocentemente.

―No exactamente ―admitió Aiden. No en absoluto, en realidad.

Chip le dio una palmada en el hombro.

―Lo siento, nuestra Frankie no es la persona más indulgente del


mundo.

―Así que un desliz, ¿y eso es todo?

Pruitt lo miró por encima de sus gafas de sol.


―¿Por qué? ¿Estás interesado en ella?

―Como ella señaló con tanta astucia, no soy más su tipo que ella el mío
―dijo Aiden, evitando la pregunta. No estaba interesado en Frankie,
estaba intrigado por ella, pero eso era diferente.

―¿Por qué no pudiste haber sido amable y educado o, Dios no lo quiera,


amigable? ―Pruitt suspiró.

―No quiero ser amigable, no tengo tiempo para amistades.

Pruitt se dejó caer en su tumbona haciendo pucheros.

―Y ahora tenemos una dama de honor y un padrino que se odian.

―Deberíamos habernos fugado ―dijo Chip, apretando su muslo con


afecto.

―Nos fugamos, sólo nos trajimos a todos con nosotros.

Aiden reprimió una broma sobre hacerlo mejor para la próxima vez,
gracias a él, casi no había habido una primera vez.

El mesero regresó con una bandeja de bebidas espumosas rosadas con


sombrillas y suficiente fruta para hacer una ensalada.

―Señor Randolph ―dijo con una floritura. Chip sonrió y pasó las
bebidas―. Hatfield, eres el hombre. ―Deslizó un billete de veinte en la
bandeja.

Aiden tomó un sorbo de su bebida, hizo una mueca y dejó el vaso en la


mesa junto a la silla.

―Bueno, pero si son el señor y la casi señora Randolph.

Pru chilló y saltó de su silla.

―¡Estás aquí! ―Rodeó a Franchesca con sus brazos.

Ella se había cambiado, notó, se quitó los muy pequeños pantalones


cortos blancos y la divertida y ajustada blusa; en su lugar había una bata
fluida con una V profunda que mostraba un escote impresionante y un
indicio del bikini negro debajo, su cabello todavía estaba amontonado
sobre su cabeza. Se veía exótica y con curvas, y si no tenía cuidado, tendría
una erección como un adolescente en un momento.

Franchesca no tenía nada de sutil.

―Lo logré ―dijo, sonriéndole a Pru.

―¿Cómo estuvo tu vuelo? ¿Quieres una bebida?

―Toma. ―Aiden presionó su brebaje rosa en su mano.

Ella miró el cristal con sospecha.

―Oh, por el amor de Dios, no está envenenado, solo bebe la maldita


cosa ―le ordenó.

―¿Recuerdas de lo que estábamos hablando, Aiden? ―Pru le advirtió―.


¿Ser amistoso?

―Estás en problemas ―cantó Frankie en voz baja para que solo él


pudiera escuchar. Ella tomó un sorbo de la bebida, sus labios carnosos se
cerraron sobre la paja donde habían estado los de él solo unos momentos
antes―. No te preocupes por Aide y por mí, no habrá dramas, palabra de
Scout, incluso si me bloqueó la polla de un surfista sexy en el aeropuerto.

Pru entrelazó su brazo con el de Frankie y se la llevó, lanzándole una


mirada de odio por encima del hombro.

―Vamos Frankie, pasemos un rato con las chicas. Ahora, cuéntame


sobre el surfista.

Aiden y Chip las vieron irse.

―Surfista, ¿eh? ―preguntó Chip.

―Cállate.

Chip se rió.
―Vamos, juguemos un poco de voleibol.
―Señoritas, nuestra dama de honor ha llegado ―anunció Pruitt
alegremente a las diosas reclinadas.

―Yay ―dijo Margeaux sin levantar la vista de su teléfono, su cabello


rubio estaba enrollado en un elegante moño en la base de su cuello, ella
se veía majestuosa incluso en bikini.

Pruitt arrastró a Frankie hacia un par de tumbonas y tomó otro sorbo


de la rosada acidez helada. Sabía vagamente a pomelo y vodka, pero
serviría.

―Ahora siéntate y derrámalo ―ordenó Pru―. La historia, no la bebida.

Frankie le entregó la copa con un suspiro, se quitó las sandalias y se


sacó la bata por la cabeza.

Sintió una mirada acalorada sobre su piel y se volvió para ver a Aiden
de pie en la arena mirándola, él le dedicó una sonrisa arrogante y se quitó
la camisa, no era delgado como el resto de los amigos del novio, él era más
grande y más musculoso, solo su pecho le hizo la boca agua, se miraron
con admiración el uno al otro.

―Estás tardaaando ―cantó Pru, llamando su atención.

―Puaj, okey. ―Le dio la espalda a la playa, a Aiden―. ¿Qué quieres


saber?
―¿Cómo te fue en tu viaje desde el aeropuerto con Aiden?

Margeaux dejó caer su teléfono y su mandíbula. Taffany, que había


estado ocupada bebiendo tequila directamente de la botella en una pieza
con menos tela que el bikini de Frankie, se sentó.

―¿Tú y el padrino muy guapo? ―Cressida exigió, su acento parecía


cambiar entre austriaco y ruso, Frankie no podía dejar de mirar los senos
de la mujer que parecían empeñados en escapar del trozo de tela
disfrazado de top bandeau.

Cohibida, Frankie se estiró para ajustar las tiras de su propio traje para
asegurarse de que sus chicas no escaparan.

Un coro de Ooooohs se elevó desde la cancha de voleibol y las chicas


estiraron el cuello para ver qué había sucedido. Aiden, todavía
espectacularmente sin camisa y marcado, se tapaba el ojo con una mano.

―¿Qué les dije chicos? ―Pru gritó.

―¡Sin moretones! ―le repitieron como loros.

―Sin moretones, sin cortes, sin raspaduras, sin accidentes de cabello.


Necesito sus rostros perfectos para las fotos ―les recordó la novia.

―Lo siento ―dijeron como uno.

―Aiden estaba distraído ―agregó Chip con un guiño.

Aiden le dio a Frankie una larga mirada y ella dejó caer las manos de
donde estaban jugando con las cuerdas de su traje. ¿La había estado
mirando?

―¿No pueden sentarse y leer? ―Pru suplicó.

―No más saques por encima de la cabeza ―ofreció Davenport, el


pacificador y borracho residente.

―Puaj, okey, pero mantén tu atención en la pelota, Aiden. ―Pru volvió


a sentarse―. Es como pastorear niños de jardín de infantes en una fábrica
de dulces. Ahora, siéntate, Frankie, antes de que Aiden pierda un ojo al
verte.

Con toda la atención puesta en ella, Frankie se hundió en la silla y estiró


las piernas frente a ella.

―Me recogió en el aeropuerto ―dijo. Ella no era fanática de los chismes


en general y darles cualquier cosa a estos perros del infierno era una mala,
mala idea.

―¿Por qué? ―preguntó Margeaux, arrugando la nariz―. ¿Hubo una


confusión?

En el mundo hermoso, prístino y bañado en oro de Margeaux, esa era


la única razón plausible por la que Aiden Kilbourn ofrecería un aventón
a alguien tan humilde. Irritada ahora, Frankie se encogió de hombros
perezosamente con un solo hombro mientras tiraba de los lazos de su top.

―No, ya me estaba esperando cuando me bajé del avión.

―Él canceló el auto que yo tenía programado para recogerla ―agregó


Pru.

Taffany volvió a coger el tequila, pero se lo entregó a Frankie.

―Así se hace, Francine.

―Frankie.

―Lo que sea.

―No lo entiendo ―anunció Margeaux. Se quitó las gafas de sol y se


acomodó de lado, como una modelo que seguía las indicaciones de un
fotógrafo invisible―. ¿Por qué Aiden haría todo lo posible por ti?

―Oye, ¿por qué no dejamos las garras de gata en casa, Margeaux? ―Pru
advirtió a la mujer.

―No escuches a esta mujer enojada ―dijo Cressida, señalando en


dirección a Margeaux―. Apostó a que podía follar con Aiden este fin de
semana.
―Jódete, Cressida ―escupió Margeaux.

―Esa no era la apuesta ―insistió Cressida, frunciendo el ceño. Frankie


no podía decir si estaba molestando a Margeaux a propósito o si la barrera
del idioma provocaba insultos accidentales.

―Señoritas ―suspiró Pru. Se frotó la frente distraídamente.

Sin drama. Frankie se recordó a sí misma, ella estaba aquí para


asegurarse de que Pru tuviera un día perfecto, tomó un trago
directamente de la botella.

―No te preocupes, Margie. Tus probabilidades siguen siendo


excelentes para atraerlo a tu vagina Venus atrapamoscas, él solo estaba
siendo amable, no hay interés de ninguna de las partes ―prometió
Frankie.

―Aiden no es agradable ―argumentó Margeaux, ignorando el golpe a


su vagina.

―Entonces, ¿por qué quieres follar con él? ―Frankie preguntó con
frustración.

Taffany lanzó un ataque de risitas e hipo y tomó la botella.

―Hola, él es hermoso y rico. ¿Qué más se necesita? Un acuerdo


prenupcial con él dejaría con dinero a una chica al menos hasta los
cincuenta años.

―Escuché que es excelente en la cama ―agregó Cressida―. Sus hijos


serían los mejores ejemplares.

Estas mujeres eran de un planeta diferente. El planeta de las Perras locas.

Los padres de Frankie se casaron porque se enamoraron en la escuela


secundaria y quedaron embarazados en la noche del baile, ellos peleaban
por el papel higiénico y por cuál de ellos debía llamar al contador, eso era
normal, eso era amor.
¿Esto? Esto era lo que sucedía con el exceso de endogamia entre los ricos
de Manhattan.

―¿No quieren conocer a un chico y enamorarse? ―Frankie preguntó al


grupo en general.

Las rubias compartieron una mirada de desconcierto y estallaron en


una deliciosa y cultivada risa, además del hipo de Taffany.

―Eso es tan de gente pobre ―anunció Taffany―. La gente pobre tiene que
buscar el amor porque no puede tener dinero.

―Entonces, ¿el dinero es mejor que el amor? ―Frankie reiteró el punto.

―Duh. ¿Y qué es mejor que el dinero? ―Taffany gorjeó, tomando el


tequila.

―Más dinero ―intervinieron Margeaux y Cressida.

―Por las esposas trofeo ―dijo Taffany, sosteniendo la botella en alto.


Margeaux y Cressida levantaron sus copas y Pru, que parecía un poco
avergonzada, levantó la suya.

―Por las esposas trofeo ―repitieron.

―Bueno, he estado haciendo todo mal entonces ―anunció Frankie


alegremente―. Enséñenme sus técnicas.

Margeaux volvió a ponerse las gafas de sol.

―Cariño, ninguna cantidad de enseñanza puede hacer de esto...


―Señaló con la palma de su mano en dirección a Frankie―... un trofeo.
Eres más una medalla de gracias por participar, cualquiera puede tener
una.

Jodida imbécil. Frankie esperaba que Margeaux fuera atropellada por su


propia limusina.

Frankie sonrió dulcemente.


―Cuando te casas con el esposo número dos, ¿el acuerdo prenupcial
establece que tienes que quitarte ese palo gigante del culo, o ese se
quedará?

Taffany se atragantó y roció a Margeaux con una fina nube de tequila.

―¡Maldita idiota! ―Margeaux se puso de pie de un salto, tomó la botella


de la mano de Taffany y la arrojó a la piscina.

―¡Oye! ―Taffany reaccionó como si Margeaux hubiera arrojado su


Chihuahua mini por un paso elevado, ella bajó el hombro y empujó
enviándolas a ambas al agua.

Cressida dijo algo que sonó como una burlona palabra de cuatro letras
en alemán y se marchó.

―¿Cómo es que conoces a estas payasas de nuevo? ―Frankie preguntó


mientras Margeaux agarraba un puñado del cabello de Taffany.

―¡No te metas con mis extensiones! ―Taffany gritó.

―Oh, mierda, aquí vamos de nuevo ―murmuró Pru. Se llevó los dedos
a la boca y silbó. El juego de voleibol de arena se detuvo cuando Chip
pidió un tiempo muerto.

―¿Bebé? ―llamó desde la playa.

―Están peleando en la piscina otra vez ―respondió Pru y señaló.

Los padrinos de boda, siempre caballeros, entraron en acción haciendo


eco de gritos de alegría de pelea de gatas.

Davenport, quien era alto y delgado, se sentó en una tumbona y sacó


su teléfono.

―¡Está bien, estoy grabando! ―Digby, el rubio más bajo con


abdominales de paquete de ocho que constantemente mostraba, se
zambulló en el agua como un olímpico con Ford ―Bradford en su
certificado de nacimiento― pisándole los talones. Ford soltó un grito de
guerra y se lanzó a la refriega.
Aiden contempló la escena desde la seguridad de la playa.

En unos momentos, Digby y Ford habían separado a las chicas.

―Los odio a todos ―gritó Margeaux, golpeando el agua con disgusto.

―Espero que tu herpes se active ―chilló Taffany, tratando de abrirse


camino por encima del hombro de Ford.

―Jesús, si mi papá se entera de esto, nunca oiré el final de esto ―se


lamentó Pru. Chip la atrajo a sus brazos.

―No te preocupes, nena. Las emborracharemos y las haremos dormir


en sus habitaciones.

―Mi héroe ―suspiró Pru, volviéndose para besar a su novio.

Frankie vio a los amigos del novio sacar a las chicas y la botella de la
piscina.

―Vamos por tragos ―decidió Digby.

―¡Tragos! ―Taffany corrió locamente hacia la barra.

―Hola, dama de honor ―dijo Ford, dirigiéndole a Frankie un guiño y


una sonrisa. Él era ridículamente guapo, todos lo eran, pero Ford tenía un
encanto juvenil que era difícil de resistir y se enamoraba constantemente.
Nunca duraba más de una semana o dos, pero cada vez, insistía en que
esta chica es la indicada. Había intentado convencer a Frankie de que saliera
con él por tres años y había prometido que no descansaría hasta que se
casaran, tuvieran once nietos y una casa en los Hamptons.

―¡No hables con ella! ―Margeaux siseó, deslizando su brazo alrededor


de su cintura mojada―. Préstame atención a mí.

Frankie movió los dedos a modo de saludo y observó cómo Ford se


llevaba a la rubia enojada.

―Dios, espero que no se la vuelva a follar ―murmuró Chip mientras


veían al descuidado cuarteto hacer un espectáculo en el bar.
―Eso sería lamentable ―convino Pru―. Davenport, recuerdas que
firmaste un acuerdo de confidencialidad, ¿cierto? ―Ella miró
intencionadamente al hombre que revisaba el video en su teléfono.

―Vamos, Pru. Esto es como las debutantes volviéndose locas.

―No.

―No me hagas borrarlo, este es material de chantaje ideal si Margeaux


termina consiguiendo un senador o algo así.

Los labios de Pruitt se arquearon.

―Okey, guárdalo, pero no lo publiques, esta es una boda privada y


discreta.

Frankie negó con la cabeza, ella nunca entendería a la clase alta. Podrías
ser condenado al ostracismo por llevar la bolsa de la temporada pasada,
pero luchar con una tonta rica en una piscina con una botella de vodka
estaba bien.

―Necesito un trago ―anunció―. Y no de ese bar. Además, comida.

―Me sentiría honrado si la dama me acompañara a cenar todo lo que


este humilde establecimiento pueda ofrecer, aunque seguramente se
oscurecerá en comparación con la naturaleza deliciosa de alguien tan
encantador como ella.

Frankie parpadeó hacia Davenport.

―Oh, Jesús. ¿Estás leyendo a Chaucer de nuevo, Dav?

―Las mujeres aman a un hombre con una parla romántica. Además,


Digs me apostó a que no podría captar a una pollita recitando literatura
clásica.

―Bueno, funcionó en mí. Dame de comer y dime que soy bonita y soy
toda tuya ―bromeó Frankie.

Davenport le ofreció su brazo.


―¿A la señorita le gustan los mariscos o la pizza?

―Definitivamente pizza, y una cerveza.

Pruitt gimió.

―Carbohidratos, yo quiero.

―Ven con nosotros ―le dijo Frankie.

―No puedo, soy vegana hasta la recepción. De lo contrario, tendrán que


coserme el vestido.

Pruitt había gastado veintiún grandes en su vestido extravagante único


y personalizado. Había dejado de consumir carbohidratos, a excepción
del alcohol asignado, durante sesenta y cuatro días. Todas las damas de
honor habían hecho lo mismo para asegurarse de que sus vestidos de
diseñador de talla cero se ajustaran perfectamente, Frankie estaba feliz
con su talla ocho y el Spanx3 que había empacado en su maleta.

La vida era demasiado corta para no comer pizza.

―Te verás hermosa ―le prometió Frankie―. Chip aquí te traerá una
ensalada y un delicioso jugo verde, y ni siquiera extrañarás la pizza.

Mentiras. Sucias, sucias mentiras.

―Todo lo que quieras, nena ―prometió Chip.

Pru suspiró.

―¿Comerás conmigo?

Chip, cuyo metabolismo había permanecido igual desde que tenía doce
años, pareció abatido por un momento antes de que su determinación
entrara en acción.

―Me sentiría honrado.

3
Marca de ropa interior enfocada en dar forma y que las personas luzcan más esbeltas.
―Tal vez deberías pedirle a tu padrino que te acompañe ―sugirió
Frankie, inclinando la barbilla hacia la arena donde Aiden, sin camisa,
estaba mirando su teléfono―. Vamos, mi querido Davenport. Mami
necesita comida.
Oistins Fish Fry era el tipo de mercado lleno de una gente que debería
haber molestado a Aiden, había una multitud de cuerpos por todos lados,
tiendas de campaña aleteando salvajemente con la brisa constante, luces
de neón, bailarines con barras luminosas y parillas abiertas por todas
partes, pero no eran las multitudes salvajes que hacían cola para un lugar
en las mesas de picnic donde les servían pescado recién asado y cerveza
fría lo que le preocupaba.

Era el hecho de que nadie más parecía molestarse por el hecho de que
la novia y las damas de honor llegaban media hora tarde y ninguna
contestaba sus teléfonos.

Por qué Chip y Pru necesitaban otra despedida de soltero y soltera


estaba más allá de sus conocimientos, había asistido a la de la ciudad, una
cena de bistec y whisky seguida de uno de los clubes de striptease más
elegantes que los amigos del novio habían hecho todo lo posible por
corromper.

Hoy, irían a tres tiendas de ron y una destilería para un recorrido


privado. Esta vez no habría strippers, no con la boda a menos de
veinticuatro horas, pero las chicas habían sido cautelosas con sus planes,
y ahora estaban desaparecidas. Aiden no estaba feliz.

La banda empezó a tocar otra canción enérgica y Aiden rechazó algunas


invitaciones a bailar, Chip y el resto de ellos estaban felices de ser tragados
por la multitud, haciendo parodias del baile.
―Mueve el trasero, Kilbourn ―gritó Digby en medio de una docena de
mujeres que lo rodeaban moviéndose como uno solo y Aiden pensó en
golpear a Digby en la cara, pero eso molestaría a Pru y Digby estaba lo
suficientemente borracho como para no notar el golpe.

―Es la mejor despedida de soltero de la historia ―anunció Chip a todo


pulmón y la multitud a su alrededor lo vitoreó, había dicho lo mismo en
la cena de bistec y de nuevo después de un baile erótico particularmente
creativo. Chip era un tipo efusivo, amaba todo y era difícil no amarlo a él.

Aiden se abrió paso entre la multitud hasta llegar a su lado.

―¿Dónde están las chicas? ―él demandó.

Chip cerró un ojo y trató de concentrarse. Aiden, por una vez en la


memoria reciente, era el único miembro sobrio del grupo.

―¿Chicas? Están en todas partes, hombre. ―Agitó una mano en un


amplio círculo.

―No esas chicas, nuestras chicas. ¿Tu novia, Pru? ¿Frankie? ¿Las damas
de honor?

―¡Ohhh, esas chicas! Son increíbles, ¿no? ―Chip dijo, apoyándose con
fuerza en Aiden―. Bueno, Pru y Frankie lo son, las otras tres dan un poco
de miedo, en el sentido que medio huecas.

―Sí. Totalmente huecas. ¿No se supone que se encontrarían con


nosotros aquí?

―¡Oh, sí! Me olvidé. ―Buscó a tientas en su bolsillo un teléfono―.


Déjame llamar a mi hermosa novia. Me caso mañana. ¿Sabías?

Aiden reprimió un suspiro.

―Soy consciente, marca.

―Bien, bien.

Chip apuñaló la pantalla.


―¡Baaaaaaaaby! ―Pru, borracha como una cuba, respondió a la
videollamada. Ella se inclinaba a la derecha de una de las damas de honor
rubias.

―¡Bebé! ¡Estoy tan borracho! ―Chip gritó alegremente.

―¡Ay Dios mío! ¡Yo también! ¡Taffany vomitó dos veces hasta ahora!

Las chicas gritaron de fondo.

―Rally de vómito ―canturreó Taffany.

―Jesús. ¿Dónde está Frankie? ―preguntó Aiden.

―Ella está aquí ―cantó Pru―. ¿No es hermosa? ―La cámara cambió a
un primer plano extremo de una Frankie muy sobria y muy molesta.

―Sí, soy hermosa. Todos somos conscientes. Pru, bebe tu agua.


―Frankie le quitó el teléfono a su amiga―. Por el amor de Dios Aide, dime
que alguien está sobrio. Necesito alimentar a estas chicas antes de que se
conviertan en caníbales borrachas.

―Caníbales ―gritó Taffany, inclinándose sobre el hombro de Frankie y


plantando un beso húmedo en su rostro.

Frankie puso los ojos en blanco.

―¿Dónde estás? ―preguntó Aiden.

―¿Cómo diablos debería saberlo? Está oscuro y hay baches, por lo que
podríamos estar en cualquier lugar de la isla.

Aiden suspiró.

―Pregúntale al conductor dónde estás y cuánto tiempo pasará antes de


que lleguen aquí.

Desde su ángulo, Aiden vio como Frankie trepaba por un asiento


alrededor de una rubia y asomaba la cabeza entre los asientos del
conductor y del pasajero. Sus pechos estallaban fuera del escote bajo de
su vestido.
―No le saques el ojo ―dijo Aiden con suavidad.

Frankie miró hacia abajo, miró hacia arriba y lo rechazó.

―Aguanta la vista durante dos segundos, idiota. Disculpa, Walter.


¿Sabes cuánto tiempo pasará antes de que lleguemos a Oistins?

Aiden no pudo escuchar la respuesta del conductor, no estaba seguro


de si era por el ruido a su alrededor, la histeria borracha de las mujeres en
el extremo de Frankie o la vista hipnótica de sus pechos.

―Cinco minutos ―repitió―. Gracias a Dios. Necesitamos comida. ―Sus


ojos se agrandaron.

―¿Qué? ¿Qué ocurre?

―¿Quién de ustedes me acaba de morder el trasero? ―Frankie


demandó.

―Caníbales ―chilló Taffany.

Pru volvió a aparecer en la pantalla justo por encima del hombro de


Frankie.

―¿Qué estamos haciendo? ¿Están ustedes dos besándose en mi


teléfono? ―ella preguntó.

―No nos estamos besando ―le dijo Frankie.

―Ustedes deberían totalmente, apuesto a que sería TAN. SEXY. Porque


ambos lo son. TAN. SEXYS.

Frankie miró a la cámara.

―Cristo, ¿no pueden ustedes los ricos comprar complexiones fuertes?


¡Aprendan a aguantar el licor, gente!

―Pegaré a Chip a una mesa y te encontraré en la calle. Podemos revisar


la sugerencia de besos cuando llegues aquí ―ofreció Aiden.
―Ja. ―Desconectó la llamada y Aiden arrastró a Chip y Ford fuera de la
multitud, un destello de efectivo les dio una mesa de picnic color turquesa
en la Red de Pesca del Tío George.

―Quédense aquí ―ordenó y volvió a meterse entre la multitud. Para


cuando encontró la acera, pudo oírlas y sintió una oleada de alivio
invadirlo. Si esta fuera su boda, su novia no estaría deambulando por la isla. Si
esta fuera su boda, serían él y su novia. Nadie más para distraerlos o dramatizar.

―¡Es su despedida de soltera! ―gritó una de ellas, señalando a Pruitt


que llevaba una faja de Soy la novia al revés y una tiara por si alguien tenía
alguna duda.

―Por favor, dime que tienes comida para nosotros en los próximos siete
segundos ―dijo Frankie, abriéndose paso entre la multitud para llegar
hasta él, arrastrando a Pruitt con ella. Llevaba un vestido negro corto con
un escote profundo en la parte delantera. Ella estaba más cubierta que el
resto de las damas de honor juntas. Podía ver la ropa interior color carne
de Taffany... o los labios vaginales desnudos, no estaba seguro.

Aiden apretó una mano sobre la muñeca libre de Frankie.

―Sígueme.

―Hola para ti también ―refunfuñó.

Él se incorporó en la multitud, con casi una cabeza por encima de todos


los demás. Las tiendas blancas del Tío George estaban delante. Sintió a
Frankie tropezar detrás de él y se detuvo.

―¿Por qué insististe en usar esas? ―preguntó, hosco por la única razón
de que estaba preocupado. Llevaba sandalias de tacón de diez centímetros
que le envolvían las pantorrillas.

―Pregúntales a las damas de horror ―se quejó Frankie―. Coordinación.

―¡Aiiiiiiden! ―Una Margeaux animada se lanzó contra su pecho con


tanta fuerza que tuvo que atraparla―. ¡Te extrañé! ―Lo vio venir, pero fue
impotente para detener esos dos labios de frambuesa sobreinflados
mientras se acercaban a él.
Le dio un beso que fue sesenta pasos más que amistoso. Ella se apartó
y lo miró, entrecerrando un ojo.

―Tú y yo vamos a tener sexo. ―Ella le dio un golpe en el pecho con una
uña en forma de garra―. S-E-X-O.

―¿Podemos comer algo antes de que ustedes dos decidan follar?

―Sé de lo que tengo hambre ―dijo Margeaux con descaro. Deslizó su


mano desde el pecho de Aiden hasta su entrepierna y apretó. El primer
reflejo de Aiden fue golpearla, la mejor defensa era una buena ofensiva,
pero antes de que pudiera decidir si golpear por primera vez a una mujer
o simplemente encogerse de miedo, Frankie se abalanzó sobre ella.

Deslizó un brazo alrededor del cuello de cisne de Margeaux y apretó su


agarre.

―Quita tus manos de su basura o te demandará por acoso sexual,


Marge.

Margeaux tropezó bajo el peso y la presión que Frankie estaba


aplicando.

―No es acoso sexual si soy una dama. ¡Y soy una maldita dama!

―Mi abogado y yo no estaríamos de acuerdo ―dijo Aiden con frialdad.

―Oh, diablos. Toma a Pru ―ordenó Frankie, señalando detrás de él―.


Voy a contener a Zorradzilla aquí.

Pruitt había decidido descansar y estaba sentada en la acera con los


zapatos en la mano. Aiden estaba demasiado cansado para luchar para
que se calzara los zapatos, así que se echó a la novia por encima del
hombro y esperaba que el trozo de vestido blanco mantuviera todo lo
importante cubierto.

Ella estaba cantando Here Comes the Bride cuando la dejó en el regazo de
Chip. La pareja de borrachos estaba encantada de verse, Frankie estaba
extasiada al ver platos de pescado y arroz apilados sobre la mesa. Le quitó
la cerveza de la mano a Pru y saludó al mesero.
―¿Hay alguna forma de que podamos conseguir una tonelada de agua?
―preguntó ella, poniendo una mano en su brazo. El chico le sonrió como
si le estuviera preguntando si podía darle mamadas gratis de por vida.

―Cualquier cosa para usted, señorita.

―Quédate con el señorita y llámame Frankie ―insistió―. Agua para


todos, y estaré en deuda contigo para siempre.

―¡Mira! Frankie está volviendo a hacerse amiga del servicio ―exclamó


Margeaux―. Es porque ella es del servicio.

―Oh, por el amor de Dios, ¿por qué eres tan ‘la palabra con Z’? ―Pruitt
exigió desde el regazo de Chip.

Al parecer, Margeaux había desarrollado una gran inmunidad a ser


llamada ‘la palabra con Z’. Estaba demasiado ocupada riéndose de su
propia broma para responder y se cayó del banco hacia atrás. Nadie se
detuvo para ayudarla a levantarse.

Digby y Davenport se materializaron entre la multitud y se abalanzaron


sobre la comida. Davenport lucía un chupetón en el cuello y Digby llevaba
un sombrero que no había tenido diez minutos antes.

Taffany miró la mesa con escepticismo y casi abordó a un mesero que


llevaba una bandeja de cervezas.

―Disculpa, ¿Dónde está la sección VIP?

El mesero se rió tan fuerte y durante tanto tiempo que Taffany se olvidó
de lo que había pedido y se sentó junto a Cressida, que estaba besándose
con entusiasmo con un extraño.

Aiden se sentó en el banco al lado de Frankie, quien estaba tan ocupada


metiéndose comida en su boca con los ojos rodando hacia atrás en su
cabeza por el placer, que ni siquiera lo notó. Los gemidos que escapaban
de su boca no tenían clasificación G, y Aiden sintió que su sangre se
calentaba.

―Buena noche ―comentó.


―Oh, la mejor ―asintió Frankie con sarcasmo, clavando un trozo de
pescado a la parrilla―. No puedo pensar en nada que prefiera estar
haciendo.

Él se inclinó, mirándola.

―Yo sí puedo.

Esos ojos grandes y brillantes lo miraron con recelo.

―¿Qué? ¿Ser atacado por Marge?

―Eso no está en la parte superior de mi lista. En realidad, en ninguna


parte de mi lista. Ella es aterradora.

Frankie resopló.

―Bueno, al menos no eres del todo estúpido.

―No del todo ―estuvo de acuerdo.

Aiden dejó caer su mano sobre el banco entre ellos y sus nudillos
rozaron su muslo desnudo, probando. Ella saltó ante el contacto, pero no
le arrancó la cabeza de un mordisco. ¿Y qué leyó en sus ojos? Fue una
rápida chispa de deseo, él quería volver a verlo, quería verlo cobrar vida.

Probando, colocó su mano sobre la rodilla de Frankie debajo de la mesa.


Su piel era suave, como la seda bajo su palma, y quería más.

Ella todavía lo estaba mirando.

―¿Cuál es tu juego, Kilbourn?

―No estoy seguro ―admitió. Movió su mano una pulgada más arriba,
mirándola mirarlo.

Él estaba duro, no solo a media asta, sino dolorosamente,


palpitantemente duro, y todo lo que había tocado era su pierna. Probando
de nuevo, dejó que las puntas de sus dedos trazaran pequeños círculos
por el interior de su muslo.
Ella tomó su cerveza y bebió profundamente, pero no le pidió que se
detuviera y no lo llamó imbécil. Él no sabía lo que estaba haciendo, o lo
que esperaba ganar con ello, solo quería seguir tocándola.

Otro centímetro, otro círculo. ¿Era su imaginación o ella estaba


abriendo las piernas un poco más? Su rodilla estaba presionada contra la
de él, él se olvidó de la comida frente a él, las risas y la charla alrededor
de la mesa desaparecieron mientras su mundo se refinaba a solo
Franchesca. De lo único que era consciente era de la piel sedosa de Frankie
y del dobladillo de su vestido, de la forma en que sus labios se abrían
como para respirar.

¿Cuándo lo detendría?

―Esto es estúpido ―susurró ella, con los párpados pesados.

―Muy estúpido ―estuvo de acuerdo Aiden.

―Ni siquiera te agrado.

―Sí me agradas.

Ella dejó caer su mano sobre el muslo de él y apretó.

―No me gusta que me dejen fuera. ―Su polla palpitaba dolorosamente


a una pulgada de sus dedos, él apretó los dientes. Se sentía como un
adolescente cachondo, incapaz de controlar su cuerpo en presencia de una
chica bonita, pero Franchesca era más que bonita, ella era una tentación.

Él jugó con el dobladillo de su vestido, solo una pulgada más arriba y


él vislumbraría lo que llevaba debajo, quería acariciar con los dedos el
encaje, la seda o el algodón con lo que ella se hubiera cubierto, quería
trazar el borde hasta que ella estuviera suplicando con su cuerpo, luego
deslizaría los dedos por debajo y trazaría esa costura húmeda que
protegía lo que más deseaba...

―Franchesca, ¿verdad?
Ella saltó una milla apartando su mano de su regazo y perdió el
contacto de inmediato, Aiden prácticamente podía oír el gemido de su
polla.

―Ay, Dios mío. Surfista australiano caliente ―Frankie respiró,


empujando la mano de Aiden lejos de su tierra prometida.
Frankie estaba a un segundo de quemarse espontáneamente. ¿Por qué
había dejado que Aiden Kilbourn hiciera un recorrido por la parte interna
de su muslo con los dedos? ¿Y por qué había aparecido mágicamente un
surfista caliente en el segundo en que iba a dejar que Aiden le hiciera cosas
sucias y malvadas?

―Soy Brendan, en realidad ―le dijo con una sonrisa torcida. Su cabello
aún estaba desordenado, sus ojos aún azules y su cuerpo aún se
balanceaba debajo de una camiseta y pantalones cortos de carga gastados.

―Sigo siendo Frankie ―dijo, sonriendo hasta que sintió los dedos de
Aiden rozando la parte posterior de su muslo.

Le dio una palmada a la mano detrás de ella mientras sonreía


maniáticamente a Brendan. Aiden tomó su mano y le dio un fuerte
apretón. Mensaje recibido.

―¡Disculpa! ―Taffany saludó con la mano y se arrastró por la mesa de


picnic, revelando su región inferior a todos los de Tío George―. Soy
Taffany ―anunció extendiendo su mano, con los nudillos hacia Brendan.

El surfista le lanzó a Frankie una mirada de qué carajo antes de aceptar


la mano de Taffany.

―Taffany, ¿no? Ese es un... nombre interesante.


―Me renombré ―anunció Taffany con orgullo, empujando su mano
hacia la boca de él―. ¡Bésala!

Frankie se interpuso entre ellos y rompió el agarre de Taffany sobre el


surfista. Él se masajeó la mano para recuperar la circulación.

―Como sea, estoy feliz de haberme encontrado contigo, esperaba verte


aquí.

―Sí, yo también ―dijo Frankie. Su cerebro no estaba funcionando lo


suficientemente rápido, podía sentir a Aiden clavando agujeros en ella―.
¿Quieres bailar? ¿Caminar por allá lejos de aquí?

Él le mostró un hoyuelo.

―Me encantaría.

Frankie luchó por alejar la mano de Aiden.

―Vuelvo en unos minutos, Pru ―le dijo a la novia.

―Diviértete asaltando el castillo ―cantó Pru.

―Aliméntala y dale de beber ―le ordenó Frankie a Chip mientras


Brendan la conducía hacia la multitud.

Esta noche se había tomado de la mano con dos hombres, uno que no
le gustaba en absoluto y otro por el que había desarrollado un
enamoramiento. Entonces, ¿por qué su instacrush no le hizo sentir los
pterodáctilos en el estómago como lo había hecho Aiden?

Brendan la hizo girar y la multitud apareció en colores y aromas. Él tiró


de ella hacia atrás y ella se rió.

―Entonces, ¿qué hace una guapa estadounidense como tú en un lugar


como este? ―preguntó, marcando adorables hoyuelos para ella.

Frankie no sintió... nada. Maldita. Sea. Un chico lindo, sexy y divertido


que estaba hecho para estar en una especie de calendario de recaudación
de fondos con un cachorro, la estaba haciendo girar alrededor de una pista
de baile, y todo en lo que podía pensar era en las huellas dactilares de
Aiden en su muslo, ese hijo de puta le estaba arruinando la vida.

―Estoy cuidando a varias mujeres borrachas para que todas se


presenten a la boda mañana. ¿Qué tal tú, nadas aquí a menudo?

Él sonrió y de nuevo ella sintió menos que nada. Aiden Kilbourn era el
maldito diablo, y ella iba a asesinar su cara.

Brendan se lanzó a una explicación de sus hábitos de viaje siguiendo


las olas y todo eso. Debería haber estado encantada, emocionada, diablos,
debería haber estado mojada. Ella debe haber bebido un ron, una cerveza
o un pescado que estuvieran en mal estado, era la única explicación lógica.

―Disculpa, Franchesca. ―La mano en su hombro envió un campo en


llamas corriendo por sus venas―. Pruitt requiere tu atención ―anunció
Aiden con un poco de suficiencia para el gusto de Frankie.

Cressida, de un metro con ochenta, estaba mirando por encima de su


hombro.

―Bailaré contigo ―anunció, tirando de Brendan a sus brazos delgados


y musculosos.

―Uhhh ―Brendan miró por encima del hombro a Frankie mientras


Cressida lo arrastraba hacia la noche.

―¿Qué demonios fue eso? ―Frankie siseó.

Aiden la agarró por la cintura.

―Es exactamente lo que me estaba preguntando, no estoy


acostumbrado a que me desechen, Franchesca.

―Mira, o hemos bebido demasiado o estamos sufriendo una


intoxicación alimentaria, esas son las únicas explicaciones que se me
ocurren de por qué...
Él la interrumpió y la empujó detrás de un puesto de pescado, ella
podía escuchar a los cocineros y meseros gritándose unos a otros desde la
ventana abierta sobre su cabeza.

―Pensé que habías dicho que Pru me necesitaba ―espetó.

Él extendió una mano y colocó un rizo rebelde detrás de su oreja, y ahí


estaban esos pterodáctilos, no era justo.

―Quizás no era Pru, tal vez era yo.

―Aiden, esta es una idea terrible y tal vez la aparición de Brendan fue
lo mejor que pudo haber pasado, nos salvó de cometer un gran error.

―No follarás con él. ―Él dejó caer el desafío y a pesar de la falta de
pterodáctilos en lo que respecta a Brendan, la proclamación de Aiden hizo
al surfista más atractivo.

―Me follo a quien quiero, cuando quiero.

―Tú me quieres.

Si Aiden pusiera sus manos sobre ella aquí, no se podría negar. Estaría
demasiado ocupada trepándolo como una montaña y desabrochándole
los shorts. La distancia era su amiga, la distancia la mantendría cuerda.

Ella levantó las manos.

―No nos dejemos llevar, estamos aquí por Pru y Chip y su boda. Eso es
todo, no es un sexatón tropical. ―Aunque cuando lo puso de esa manera
y Aiden la miraba como si fuera una paleta de helado pidiendo ser lamida,
Frankie tuvo problemas para recordarse a sí misma por qué no podía
tener ambos.

―Franchesca. ―La forma en que dijo su nombre sonó como una


amenaza.

―Aiden ―respondió ella.

―Mierda. ―Él dio un paso atrás, frotándose distraídamente la frente―.


No sé por qué estás diciendo que no.
―Valgo más que un polvo rápido en la playa, me tomo el sexo en serio
y me tiene que gustar la persona con la que voy a follar.

Él tenía un tic en la mandíbula.

―Estabas a segundos de dejarme empujar mis dedos...

―¡Detente! ―Ella lo interrumpió, no preparada mentalmente para


escuchar lo que había estado a punto de hacer con esos hermosos dedos.
―Cometí un error, me dejé llevar, pero tengo derecho a cambiar de
opinión en cualquier momento, ya sea que tu pene esté fuera o dentro.

―Nunca te obligaría a hacer algo que no quisieras hacer.

―Maldita sea, Aiden. Mira, quizás mi cuerpo quiera tu cuerpo, pero si


no quiero al resto de ti, entonces no pasará.

―Yo no tengo relaciones, pero lo que puedo ofrecer...

―Dios, no estoy hablando de relaciones, estoy hablando de que me


agrades como persona.

―Sigues diciendo que no te agrado, pero creo que estás tratando de


convencerte a ti misma.

―Es mi problema. ¿okey? En resumidas cuentas, no te vas a meter en


mi bonita tanga rosa, no me gustas lo suficiente para eso. Ahora, necesito
un minuto y un poco de aire, hazme un favor y mira a Pru y al resto de
esos idiotas.

Ella se dio la vuelta, arruinando su salida al tropezar con una caja vacía
fuera de la puerta trasera de la choza, pero no se cayó de bruces.
Caminando hacia la acera, Frankie no se relajó hasta que ya no pudo sentir
el peso ardiente de la mirada de Aiden sobre ella.

―¿Qué pasa con ese tipo? ―murmuró en voz baja. No le agradaba, pero
estaba más que feliz de dejarlo vagar por su muslo hasta su lugar feliz.
Sintió que su sangre se había convertido en electricidad zumbando por
sus venas a velocidades imposibles. Él era frío, crítico y reservado.
Demonios, había asumido que ella era una stripper, eso solo debería
desterrarlo de su cama de por vida.

Frankie se abrió paso entre la multitud en la acera, los taxistas cobraban


tarifas y los turistas borrachos tropezaban para entrar a los ZR, el
transporte en minivan de la isla. Por un dólar estadounidense, podías
llegar a prácticamente cualquier lugar desde Bridgetown hasta Saint
Lawrence Gap. Un grupo de chicas locales vestidas de punta en blanco
vagaban riendo mientras un grupo de chicos las seguía medio paso atrás.

Vio a Chip enfrente, mirando a su alrededor como si estuviera perdido.


Estaba parado en la acera delante de la línea de taxis, como un hombre
que no había ingerido nada más que ron durante todo un fin de semana.

Ella levantó la mano para saludarlo, pero antes de que pudiera


llamarlo, una camioneta blanca sucia rugió hacia la acera, la puerta trasera
se abrió antes de detenerse. Chip se inclinó y fue entonces cuando Frankie
vio que las manos se extendían y lo arrastraban a la camioneta.

―¡Oye! ¡Chip! ―Ella empezó a correr. El conductor, con una gorra roja
bajada, miró en su dirección―. ¡Detente! ¡Ese es mi amigo! ―Frankie gritó.

―Hola, Mami ―dijo el conductor, lanzándole un saludo mientras pisaba


el acelerador. Los neumáticos chirriaron, la puerta se cerró de golpe con
Chip dentro y la furgoneta se alejó a toda velocidad de la acera.

El novio acababa de ser secuestrado.


Aiden estaba en plena ebullición mientras se abría paso entre la
multitud del festival de pescado. Cuando encontrara a Frankie, iba a
explicarle que estaba siendo una idiota, lo que probablemente iría bien. A
Aiden le gustaba tener la ventaja en las negociaciones y la debilidad de
Frankie era cuando soltaba sus emociones. Enojada, encendida, era
entonces cuando sería vulnerable a las sugerencias.

Era insensible y calculador, pero era un Kilbourn. Es lo que hacían.

La vio en la acera y sus cálculos desaparecieron como si nunca hubieran


existido cuando vio el miedo en su rostro, ella estaba llamando a un taxi.

―¡Franchesca! ―él se abrió paso hacia ella justo cuando una furgoneta
ZR oxidada se detuvo con un ruido sordo frente a ella. Ya había dentro
media docena de personas.

―¡Aiden! ―Ella lo agarró del brazo―. ¡Entra!

Instintivamente, la siguió hasta un asiento de vinilo roto.

―¿Qué ocurre? ¿Qué pasó?

―¿A dónde van? ―preguntó el conductor.

―Sigue a ese auto ―anunció Frankie, señalando las luces traseras más
adelante.

El ZR se tambaleó y Aiden apoyó la mano en el asiento frente a él.


―¿Qué diablos está pasando? ―él demandó.

―Se llevaron a Chip. ―Su respiración se aceleraba mientras miraba por


encima del asiento delantero...

―¿Qué? ¿Quién se llevó a Chip?

―No sé, un segundo estaba parado en la acera, y al siguiente, alguien


lo estaba arrastrando a una minivan.

Aiden sacó su teléfono y marcó el número de Chip, pero no hubo


respuesta.

Sonó un timbre y el ZR se detuvo frente a un bar de deportes.

―¿Por qué nos detenemos? ―preguntó Frankie―. ¡Se están escapando!

―Señora, esto es un Zed-R. Paramos para todos.

Un hombre vestido de blanco con un bastón tallado a mano salió de la


parte de atrás y pasó por encima de Frankie hasta la puerta. La camioneta
se detuvo mientras él cruzaba la calle arrastrando los pies hacia el bar.

Aiden tomó su clip para billetes.

―¿Cuánto por no más paradas? ―preguntó, entregando veinte dólares


a los pasajeros restantes.

―Puedo llegar tarde ―dijo una mujer con un niño pequeño durmiendo
en su regazo con una sonrisa metiendo los veinte en su sostén.

―¡Woo Hoo! ―Un hombre con una camisa hawaiana naranja y negra
con una quemadura de sol que se le pelaba en la nariz y la frente levantó
triunfalmente sus veinte―. ¡Amo este país! Me pagan por usar el
transporte público.

―Lo que usted diga, señor ―dijo el conductor, aceptando su billete y


pisando el acelerador.
La minivan estaba fuera de la vista y Franchesca prácticamente vibraba
a su lado. Aiden deslizó un brazo alrededor de su hombro, anclándola a
su lado.

El ZR avanzó lentamente ganando velocidad como un tren de carga. El


conductor subió el volumen de una canción de reggae y giró alegremente
alrededor de un trío de baches, Aiden volvió a marcar el número de Chip,
pero todavía nada.

Maldijo en voz baja, con su cerebro dando vueltas al problema. ¿Quién


se llevaría a Chip la noche anterior a su boda y por qué?

―Franchesca, cuéntame todo lo que recuerdes ―dijo, apretándole el


hombro.

―¿Todo lo que recuerdo? ¡A nuestro amigo lo sacaron de la acera y lo


metieron a una jodida camioneta! ―La conversación en el ZR cesó cuando
todos se inclinaron para escuchar.

―Ya tengo esa parte. Ahora, explícame todo lo que viste.

Lo repasó una y otra vez mientras la furgoneta giraba hacia el norte y


su cuerpo girando contra el suyo.

―El conductor me miró cuando llamé a Chip, tenía un diente de oro y


una gorra roja sucia, pero la tenía muy baja sobre su rostro, eso es todo lo
que vi. No vi quién agarró a Chip, pero el idiota borracho asomó la cabeza
en la camioneta, les facilitó las cosas.

Doblaron en una curva cerrada y se metieron en una rotonda a quince


centímetros de un autobús urbano. El conductor tocó el claxon para dar
las gracias amistosamente o para que se fuera a la mierda, Aiden no podía
decirlo.

Las manos de Frankie estaban con los nudillos blancos en el respaldo


del asiento frente a ella.

―¿Estás segura de que no entró voluntariamente? ―preguntó Aiden


apretando su brazo.
Ella sacudió su cabeza.

―No lo escuché gritar ni nada, pero no se subió a esa camioneta solo.


Todos los que conoce aquí están en el puesto de pescado. ¿Quién haría
esto?

Era una pregunta que Aiden se había estado haciendo a sí mismo. Chip
Rudolph estaba absolutamente limpio, no tenía deudas de juego, ni
segundas vidas secretas. Solo era un chico de fondo fiduciario que
disfruta amablemente de su mundo privilegiado. Aiden repasó todo lo
que él y Chip habían discutido en las últimas semanas. ¿Su amigo había
mencionado algún problema? ¿Alguna disputa en la familia? ¿En el
trabajo?

―No crees que el padre de Pru hubiera hecho esto. ¿O sí? ―preguntó
Frankie, con los ojos muy abiertos.

―Odia a Chip ―admitió Aiden―. Pero no veo a R.L. Stockton planeando


un secuestro. Simplemente le pondría trabas a Chip en el acuerdo
prenupcial.

―Lo que hizo ―señaló Frankie.

―Lo que hizo ―estuvo de acuerdo Aiden. Le había advertido a Chip


que no lo firmara, pero su amigo no quiso ni oírlo.

―Aun así, ¿quizás algo que hizo Chip enojó a R.L.? ―Franchesca
reflexionó.

Hubo un fuerte estallido y el ZR disminuyó la velocidad. El humo se


elevó de su motor. El conductor maldijo sobre el reggae que brotaba de
los altavoces mientras el tablero se iluminaba con luces de advertencia. Se
detuvo a un lado de la carretera y saltó con un pequeño extintor en la
mano.

―Fuera ―dijo Aiden, empujando a Frankie hacia la puerta.

―¿Cómo vamos a atraparlos? ―preguntó, agachándose para saltar por


la puerta y el dobladillo de su vestido se elevó indecentemente sobre la
curva de su trasero. Aiden agarró la tela y tiró hacia abajo mientras la
empujaba fuera del vehículo―. No podemos rendirnos. ―Ella le dio una
palmada en la mano.

―No nos vamos a rendir ―insistió Aiden―. Nos estamos reenfocando,


vamos. ―Dejaron la camioneta y sus ocupantes ahora sin viaje y
comenzaron a caminar rápidamente.

El aire de la noche estaba cargado de humedad, podían escuchar el


sonido constante de las olas del océano en la playa sobre un millar de
ranas arborícolas cantando.

―¿No deberíamos ir hacia el norte? ―preguntó Frankie, trotando con


sus tacones para seguirle el paso.

Aiden redujo el paso con la esperanza de que ella no se rompiera ambos


tobillos.

―No vamos a poder atraparlos.

―¿Entonces adónde vamos?

―No lo sé, Franchesca. Necesito pensar.

No había traído seguridad con él, dudaba que los Randolph o los
Stockton lo hubieran hecho. El hotel tenía la suya. ¿Por qué necesitarían
un destacamento de seguridad personal en el paraíso? Se maldijo a sí
mismo por eso ahora, su amigo había desaparecido y no tenía a nadie más
que a las autoridades locales a quienes acudir.

Frankie tropezó y gritó.

―Tus zapatos son ridículos.

―No estaba planeando caminar dieciocho millas esta noche.

―Claramente ―dijo secamente y se puso delante de ella―. Súbete.


―¿Disculpa? ―Sonaba altiva como una reina a la que se le acababa de
pedir que realizara el Cupido Shuffle4.

―Súbete y salva tus pies.

―No me vas a llevar por Barbados en tu espalda, Aide ―argumentó


Frankie.

―Súbete a mi espalda ahora, o te arrojaré sobre mi hombro y le mostraré


a toda la isla tu bonita tanga rosa.

Ella saltó ágilmente sobre su espalda, sus muslos se posaron en sus


caderas y los brazos alrededor de sus hombros.

―Así no es exactamente como vi que iría la noche ―anunció Aiden en


tono de conversación. Él ahuecó sus manos detrás de su espalda debajo
de su trasero―. Pensé que te tendría de espaldas.

Ella lo pellizcó a través del crujiente algodón de su camisa.

―Divertido, grandote. Jodidamente divertido. ¿Ya se te ocurrió un


plan?

―Todavía estoy pensando ―dijo, impulsándola hacia arriba.

―No creo que haya sido al azar ―dijo Frankie pensativa―. No creo que
haya sido como 'Oye, buen reloj, ahora sube a mi camioneta'.

―Lo que significa que fue un objetivo específico ―agregó Aiden.

―Esto va a destrozar a Pru ―se dijo Franchesca a medias―. Ella lo ama


muchísimo. ¿Sabías que cuando él rompió con ella después de la
universidad, no pudo levantarse de la cama durante una semana? Nos
quedamos ahí tumbadas y miramos al techo. No comía, no se vestía. En
realidad, ni siquiera habló durante días. Su padre hacía que el médico de
familia la visitara todos los días.

Aiden sintió la agitación de la culpa.

4
Canción que dio origen a un baile coreográfico popular en E.U.
―No me di cuenta de que ella se preocupaba tanto por él en ese
entonces. ―No lo había hecho, había pensado que había sido indiferente
e inmadura.

―La destrozó cuando se fue y tardó mucho en volver a ponerse de pie.


Ahora, si yo fuera ella, me habría pasado el resto de mi vida odiándolo,
pero no Pru, ella nunca dejó de amarlo y ahora aquí estamos en el paraíso
para su boda todos estos años después, y mira lo que pasa.

―Lo recuperaremos ―prometió Aiden.

―¿Crees que lo lastimarán? ―Sus brazos se apretaron alrededor de él.

Aiden escuchó el miedo en su tono y reaccionó.

―No ―dijo con voz ronca―. Lo más probable es que se lo hayan llevado
por dinero. Pierden su herramienta de negociación si lo maltratan o...

―O peor ―terminó por él―. Se supone que se casarán mañana. ¿Qué le


voy a decir? Dios, ¿por qué alguien haría esto? ¿Dinero? ¿Rescate? Oh,
Jesús. No tiene vínculos con la mafia, ¿verdad?

―Lo dudo ―dijo Aiden con ironía.

Oyeron el sonido de los frenos cuando un autobús urbano se detuvo


junto a ellos y Aiden dejó que Frankie se deslizara de espaldas al suelo.

―Vamos a buscar algunas respuestas.


Por mucho que Frankie disfrutara viendo el metro con noventa y tres
de Aiden Kilbourn abarrotados en un asiento de autobús, nada podía
quitarle la sensación de frío en el estómago. Alguien se había llevado a su
amigo justo frente a ella y quién sabía lo que le estaba pasando en ese
momento, odiaba el no saber.

Su teléfono zumbó desde el interior de su bolso.

―Oh, mierda. ―Le mostró la pantalla a Aiden.

―Contesta, ¿Quizás alguien la contactó?

―Hola, Pru ―dijo Frankie.

―¿Dónde estás, Frankenstein? ―Era el apodo de borracha de Pru para


Frankie borracha.

Frankie miró a Aiden por un momento. Él se encogió de hombros.

―Estoy con Aiden ―dijo.

―Ay Dios mío. ¡Lo sabía! ―El chillido de Pru hizo un par de agujeros
en el tímpano de Frankie―. Sabía que ustedes dos se llevarían bien. Soy
literalmente la persona más inteligente que jamás haya existido.

―La más inteligente ―coincidió Frankie.

―Pregúntale por Chip ―susurró Aiden.


Frankie tendió el teléfono para que Aiden también pudiera escuchar.

―Siento haberte abandonado. ¿Están todos los demás ahí? ―ella


preguntó.

―Bueno, eso creo. Margeaux se desmayó debajo de la mesa de picnic,


así que hicimos que el conductor la llevara de regreso al auto y no he visto
a Chip por un rato, creo que fue al baño hace unos minutos.

Frankie tapó el teléfono con la mano.

―Ese es el reloj de borracha de Pru, no podría decir la hora en este


momento, aunque hubiera un bolso Birkin en juego ―le explicó a Aiden.

―Los necesitamos de vuelta en el resort con la seguridad ―le dijo


Aiden.

Frankie asintió, sin querer considerar la posibilidad de que la


desaparición de Chip fuera solo el comienzo.

―¿Hay alguien sobrio? ―ella preguntó.

―Oh, por supuesto, mucha gente. Hay un tipo aquí que tiene poodles
en su camisa, creo que él está sobrio.

―No, me refiero a una persona que conozcas.

―¿Eh?

Oh, por el amor de Dios. ¿Por qué hablar con un adulto borracho era
más difícil que sacar información de un niño de jardín de infantes?

―¿Está Cressida ahí? ―Cressida tenía la tolerancia de un hombre de


Europa del Este, uno grande.

―¡Seguro! ¡Cress! ¡Teléfono para ti! ―Pru canturreó.

―¿Sí? ¿Qué es lo que quieres? ―preguntó Cressida.

―Cressida, soy Frankie. Necesito que vigiles de cerca a Pru.


―¿Por qué? ¿Intentará cometer un crimen?

―No nada de eso. Solo... no dejes que le pase nada.

―Eso es irritantemente vago ―dijo Cressida.

―Si lo sé, pero no puedo evitarlo. ¿Puedes llevarlos a todos al resort?


Solo diles que ahí es donde está la fiesta posterior.

―Lo haré, principalmente porque me duelen los pies y me gustaría


nadar desnuda en la piscina alargada.

―Uh, está bien. ¿Genial?

―Bueno, adiós.

Aiden le arrebató el teléfono de la mano a Frankie.

―Un momento Cressida, vuelve a poner a Pruitt en el teléfono.

Se oyeron risas salvajes y algunos gritos.

―¡Holaaaaa! ―Pruitt cantó por teléfono.

―Pruitt, soy Aiden ―dijo.

―¡Aiden! ¡Sabía que Frankie y tú se enamorarían locamente! ¡Lo sabía


totalmente! Incluso se lo dije a Chip. ¿Chip? ¡Chip!

Frankie se cubrió la cara con las manos.

―Ella cree que su prometido irá corriendo.

―Pruitt, ¿nos necesitas a Frankie o a mí por el resto de la noche?


―preguntó Aiden.

―¡Ooooh, la, la! ¡No!

Aiden miró a Frankie.

―Bien, entonces la guardaré para mí un poco más. Duerme un poco esta


noche ―ordenó.
―¡Sí, señor! Espero que ustedes dos no duerman nada si saben a qué
me refiero ―gritó Pruitt.

Todo el autobús sabía lo que Pru quería decir incluso sin la ayuda del
altavoz.

―Estupendo. Muchas gracias, Aide. Ahora cree que estamos echando


un polvo en una playa en alguna parte. ―Frankie empujó el teléfono hacia
adentro en su poco práctico bolso de mano.

―Es mejor que saber la verdad en este momento.

―¿En este momento? ―Frankie chilló―. ¿En qué momento llamamos a


la policía? ¿En qué momento tenemos que sentar a Pru y decirle que la
boda no se llevará a cabo?

―Cálmate.

―Oh, sí, porque decirle eso a una persona que se está volviendo loca
siempre ayuda.

―Franchesca. ―Él la agarró por la barbilla y la hizo mirarlo―. Yo


arreglaré esto. Encontraré a Chip, pero necesito tu ayuda. Estamos en un
país extranjero. Sí, posiblemente el país extranjero más amigable del
hemisferio, pero sigue siendo diferente de Estados Unidos. ¿Cuántos
turistas borrachos crees que se tropiezan y desaparecen durante unas
horas? ¿Cuántos hombres se pelean con sus esposas y se suben a un taxi
para ir a otro lugar?

―Pero eso no es lo que pasó ―argumentó Frankie.

―Tú y yo lo sabemos, pero un policía local te dirá que te sientes y


esperes a que él aparezca.

Al diablo que ella haría eso.

Media hora y lo que se sintieron como sesenta y cuatro paradas de


autobús más tarde, estaban de regreso en Oistins. La multitud era más
delgada ahora cerca de la medianoche e incluso más ebria que cuando se
habían ido antes, pero la línea de taxis estaba ocupada. Frankie sugirió
que se separaran para cubrir más terreno, pero Aiden no estaba de
acuerdo. Se quedó a su lado como una sombra mientras interrogaba a los
dos primeros taxistas. ¿Habían visto a este hombre? Les mostró una foto
de Chip tomada ese mismo día. No, no lo habían hecho. ¿Qué tal un
conductor de furgoneta con un diente de oro? No.

Fue así durante una hora. No, no, no. Nadie había visto nada ni a nadie.
Por supuesto, estaba el servicial taxista que anunció que todos los turistas
borrachos le parecían iguales, lo que provocó la risa de sus amigos, pero
no ayudó.

Frankie estaba perdiendo la esperanza rápidamente, cada minuto


parecía que Chip se alejaba más y más de ellos. A estas alturas, podría
estar en cualquier parte de la isla.

Vio al policía silbando en la esquina y recordó la advertencia de Aiden.

―A la mierda ―susurró, alejándose de Aiden mientras él interrogaba a


un par de freidoras de pescado locales cerca de la acera.

―¿Disculpe oficial?

Él apartó los ojos de la discusión en curso que estaba sucediendo en un


espacio de estacionamiento.

―Sí, señorita.

―Mi amigo está perdido.

―Umhm. ―Su mirada estaba de nuevo en las dos mujeres y el espacio


de estacionamiento, claramente no estaba impresionado por su historia.

―Vi que alguien se lo llevaba en una camioneta, fue secuestrado aquí


mismo hace una hora.

El policía suspiró, levantó el ala de su sombrero y se secó la frente.

―Señorita, el hecho de que alguien se suba a una furgoneta no significa


que haya sido secuestrado, se llaman ZR y son transporte público. Quizás
su amigo regresó temprano al hotel.
―No, no lo entiende, él se casa mañana y no haría eso, no dejaría a su
prometida sin decirle a dónde iba.

Los gritos en el estacionamiento se hicieron más fuertes. Las bocinas


sonaban en la calle mientras la discusión se extendía al tráfico, los gritos
se convirtieron en chillidos cuando una mujer agarró un puñado de
trenzas a la otra y tiró.

El policía suspiró, maldiciendo en voz baja. Sacó un silbato de su


bolsillo y lo sopló furiosamente mientras corría hacia la refriega.

Frustrada, se volvió y encontró a Aiden demasiado cerca de ella. No


dijo una palabra, pero su rostro habló por él.

―Sí, sí, tú me lo dijiste, lo entiendo.

―No se tomarán en serio una desaparición si son menos de veinticuatro


horas.

―Bien, Pantalones Sabelotodo. ¿Qué hacemos ahora? Perdimos la


camioneta y no tenemos idea de dónde podrían estar o qué quieren con él
o incluso quiénes son.

El teléfono de Aiden sonó y lo sacó de su bolsillo.

―Número desconocido ―leyó en la pantalla.

―Tal vez tenga algo que ver con Chip ―dijo Frankie, con los ojos llenos
de esperanza y pavor.

―Kilbourn ―respondió. Frankie le arrebató el teléfono y apretó el botón


del altavoz.

Una voz confusa al otro lado de la llamada se rió entre dientes.

―Vaya, vaya, Aiden. Parece que tenemos algunos negocios que hacer
después de todo.

―¿Quién eres? ―él demandó.


―Eso no es importante, lo importante es el hecho de que nos conocemos
mutuamente.

―¿Dónde está Chip? ¿Por qué te lo llevaste?

La voz rió.

―Voy a joderlo cuando lo encuentre ―siseó Frankie.

―Paciencia. Todo será revelado.

―¿Quién se cree que es? ¿Un villano de Bond? ―Frankie demandó.

Aiden puso los ojos en blanco y articuló la palabra Cállate.

―Si lo lastimas o le arruinas el pelo, te perseguiré ―prometió Aiden.

―Entonces no dejemos que llegue a eso ―dijo amigablemente la voz


robótica al otro lado de la línea―. Lo que quiero está fácilmente a tu
alcance para dar. Tú me das lo que quiero, yo te devuelvo a tu amigo y
todos nos vamos a casa felices.

―¿Qué es lo que quieres? ―preguntó Aiden.

―Quiero que estés listo para una reunión mañana. Me comunicaré


contigo con la hora y el lugar.

―¿Una reunión? ―repitió Aiden.

―Es solo negocios, nada personal. Oh, y no se lo digas a nadie. Sin


policías, sin seguridad, solo tú, Chip y yo.

La llamada se cortó y Aiden maldijo.

―Cristo. ¿Ahora qué diablos hacemos? ―preguntó Frankie―. ¿Se ponen


en contacto y no nos dan nada? ¿Por qué no pidieron dinero?

―Porque no quieren dinero ―dijo Aiden en voz baja.

Frankie se detuvo en seco.


―Eres tú, ¿no? No se trata de Chip en absoluto, te llamaron porque tú
tienes lo que ellos quieren.

Aiden no la miró a los ojos.


―Genial, jodidamente genial. Haces algo estúpido o ilegal o lo que sea
y gente inocente tiene que pagar el precio. La boda de mi mejor amiga está
arruinada, su prometido no está y ahora tenemos que esperar hasta
mañana para saber quién lo tiene y qué es lo que quieren.

Frankie marcó las infracciones en sus dedos y Aiden se pasó la mano


por la frente. Se sentiría culpable si fuera necesario más tarde, ahora
mismo necesitaba respuestas.

―Jesús, Franchesca. ¿Quieres callarte por dos segundos para que pueda
pensar?

―¿Pensar? ¿Qué tal si hacemos algo? ¿Qué tal si encontramos al


conductor con el estúpido diente de oro y la gorra roja sucia y le damos
una paliza hasta que hable?

―Por supuesto. Adelante, encuéntralo y llámame cuando lo hagas


―respondió Aiden con brusquedad.

―¿Se refiere a Papi, señorita?

Frankie y Aiden se dieron la vuelta y luego miraron hacia abajo. El chico


no podía tener más de doce o trece años, era flaco con una gran sonrisa,
llevaba una camisa blanca de manga corta y unos pantalones cortos de
color caqui bien planchados. La gorra de béisbol que llevaba en la cabeza
estaba limpia pero desordenadamente torcida.
―¿Papi?

―Sí, diente de oro. ―El niño señaló su propio diente frontal blanco―.
De pelo canoso. ¿Sombrero grasiento que parece que se usó para absorber
aceite de motor? ¿Llama a todas las damas Mami?

Frankie clavó los dedos en el brazo de Aiden.

―Es él.

―¿Conduce una furgoneta blanca con una pegatina cuadrada roja junto
a la luz trasera? ―preguntó Aiden.

La cabeza del niño se inclinó.

―Oh, por supuesto. A veces se la pide prestada a su cuñado cuando


tiene un trabajo como conductor.

―¿Dónde podemos encontrar a Papi? ―preguntó Aiden.

―¿Quieres un taxi? ¿O un paseo en barco con fondo de cristal?


―preguntó el niño.

―No...

Chasqueó los dedos.

―Ya sé, nadar con las tortugas. Esnórquel, almuerzo, mucho ponche de
ron.

―No.

―Ah, ¿drogas entonces? Puedo conseguirte mejores que Papi


―prometió el chico.

―¿Disculpa? ―Frankie lo miró parpadeando.

―Marihuana, coca, X.

Un vendedor nato, decidió Aiden.


―Dios mío ―gimió Frankie―. Mira, tenemos que encontrar a Papi, él
sabe dónde está un amigo nuestro.

El chico se calló.

Frankie parecía que iba a sacudirlo como a un muñeco de trapo hasta


que tosiera algunas respuestas. Aiden le puso la mano en el brazo.

―Déjame tratar esto de hombre de negocios a hombre de negocios.


―Abrió su billetera―. Pareces un emprendedor que reconoce una buena
oportunidad.

―¿Tienes la edad suficiente para conducir? ―Frankie preguntó


agarrándose al respaldo del asiento del pasajero mientras la camioneta
subía una colina empinada.

El niño, Antonio, su nuevo guía turístico personal, se encogió de


hombros y tocó la bocina cuando un automóvil se interpuso en su camino
para evitar un bache del tamaño de una manzana de Manhattan.

―¿Qué es realmente la edad? ―él dijo con filosofía―. Ahí es donde


creció mi abuelo ―dijo señalando hacia la oscuridad―. Y Rihanna
también.

La billetera de Aiden estaba significativamente más liviana gracias a la


naturaleza emprendedora de Antonio.

―No necesitamos el tour completo de la isla ―le recordó Aiden con


suavidad―. Estamos buscando a Papi.

―Papi tiene cinco o seis tiendas de ron que visita después de una buena
noche de trabajo.

―¿Papi secuestra gente a menudo? ―Frankie quería saber.


Aiden puso su mano sobre su muslo y apretó, telegrafiando un mensaje
para que se callara.

―Papi es como... ¿cómo dicen? ¿Un aprendiz de todo? Él hace lo que se


necesite, luego va y celebra.

―En una tienda de ron ―completó Aiden.

―Exactamente, la primera de ellas. ―Señaló la choza a su izquierda. Se


apoyó contra la carretera a seis generosas pulgadas de acera entre sus
ocupantes y la estampida del tráfico. Tiró del freno de mano y abrió la
puerta.

―No se puede estacionar en medio de la calle ―protestó Frankie.

―Mujer, esto es Barbados, nos estacionamos donde sea.

Se amontonaron tras él, y Aiden puso un brazo posesivo alrededor de


los hombros de Frankie. Quién sabía en lo que se metían o lo amable que
sería la bienvenida cuando se corriera la voz de por qué estaban buscando
a Papi. Antonio empujó la puerta para abrirla y sus bisagras crujieron en
protesta.

―Vamos.

Estaba sorprendentemente limpio por dentro, el suelo de madera


estaba pulcramente barrido, la minúscula barra sobresalía de la esquina
ocupando la mayor parte del espacio en la habitación de doce por doce.
Los cinco clientes dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirar.

―¿Alguien ha visto a Papi esta noche? ―preguntó Antonio.

Miraron un poco más. El cantinero habló primero, Aiden pensó que era
inglés, pero el revoltijo de palabras y frases lo superaba, el niño le
respondió de la misma manera y Frankie se encontró con la mirada de
Aiden por encima de la cabeza de Antonio.

―Aquí no, vámonos ―dijo Antonio, agarrando la mano de Frankie y


tirando de ella hacia la puerta.
―¿Qué fue eso? ―Frankie preguntó mientras Antonio la remolcaba de
regreso a la camioneta con Aiden detrás de ella.

―¿Qué fue qué?

―Ese idioma que estabas hablando.

Antonio se rió y volvieron a subir a la furgoneta.

―Esa es la jerga de Bajan, todo el mundo lo habla. Vamos. Velocidad de


pájaro.

―¿Velocidad de pájaro? ―preguntó Frankie.

―Sí, rápido, rápido. ―Él asintió.

Salieron disparados por la carretera a velocidad de pájaro antes de que


Aiden pudiera hacer la pregunta.

―¿Alguien había visto a Papi?

Antonio negó con la cabeza, rebotando en su asiento sobre un bache.

―No, sin Papi esta noche. Probaremos en la próxima tienda de ron.

―¿Cuántas tiendas de ron hay? ―preguntó Frankie.

―Unas mil quinientas ―respondió Antonio sin pestañear.

Llegaron a cuatro de las mil quinientas en media hora. Era medianoche


ahora y Aiden comenzaba a preguntarse si el chico los estaba llevando a
una búsqueda inútil. Frankie estaba abatida a su lado, ni siquiera luchó
contra él cuando la atrajo hacia su lado.

Al menos no hasta que el gemido de zombi estalló detrás de ellos.


Frankie chilló y levantó las manos como si fuera a golpear al zombi con
un golpe de karate mientras Aiden intentaba alejarla del peligro.

Era un hombre, no un zombi, que se levantó lentamente del asiento


trasero.
―¿Estás bien ahí atrás, tío? ―Antonio dijo.

El hombre refunfuñó algo incoherente, se llevó una pequeña botella de


ron a la boca, bebió un poco y luego se derrumbó en el asiento.

―Ese es mi tío Renshaw ―anunció Antonio.

―¿Qué diablos le pasa al tío Renshaw? ―Frankie demandó, reacia a


bajar las manos.

―Consiguió una buena tarifa. Seis turistas americanos, necesitaban un


viaje al norte. Gran dinero.

―Parece que celebró un poco duro ―comentó Aiden.

Frankie le dio una palmada en la pierna.

―¡Eso es!

―¿Qué cosa?

―Ganarías más dinero secuestrando a alguien que simplemente


conduciendo a un turista, ¿verdad?

―Presumiblemente.

Frankie se inclinó entre los asientos delanteros.

―Antonio, ¿a dónde iría Papi si tuviera algo de dinero real? ¿Dónde


celebraría?
Big Chuck's Groceries, Fish, Lotto, and Rum Shop era una casa
destartalada encaramada en lo alto de una colina empinada con lo que
probablemente era una vista impresionante del Caribe. Sin embargo,
dado que estaba oscuro como boca de lobo y no había luces de la calle,
Frankie solo podía asumir que la vista era hermosa.

―Tengo que orinar ―anunció―. Ustedes dos busquen a Papi y me


encontraré con ustedes en el bar.

Frankie encontró el diminuto baño abarrotado entre estantes de


productos enlatados y bolsas de galletas y papas fritas. Todo el lugar olía
a bocadillos de pescado frito y cuando su estómago gruñó, recordó cuánto
de su cena había dejado en su plato en el Tío George. Hacía toda una vida,
cuando todo en lo que tenía que preocuparse era la mano de Aiden en su
pierna. Se preguntó si Cressida habría devorado al surfista sexy.

Al salir del baño, se detuvo y pidió cuatro sándwiches de pescado y


unas Coca Colas para llevar. Sosteniendo la grasienta bolsa de papel, fue
en busca de Aiden y Antonio. Los encontró reunidos con Aiden mirando
su teléfono en un rincón oscuro del bar casi sin luz. Era un cobertizo
destartalado que se mantenía unido con láminas de metal, madera y
oraciones. El suelo estaba sucio, la barra estaba grasienta y solo había un
puñado de taburetes de madera para sentarse.

―¿Qué está pasando? ¿Está él aquí? ―preguntó Frankie.


Antonio señaló a un hombre que se encontraba en el centro de la barra.
¿Sombrero rojo sucio? Check. ¿Diente de oro reluciente? Demonios sí.

―¿Qué estamos haciendo aquí cuando él está ahí? ―siseó, señalando


salvajemente.

―No está interesado en hablar ―dijo Aiden brevemente. Claramente


estaba enojado, el tic en su estúpida mandíbula perfecta estaba trabajando
horas extras.

―Sí, le dijo al Señor Ricachón que leff he.

―¿Traducción?

―Que lo dejara en paz ―dijo Antonio.

―Vamos a tener que hacer esto de la manera difícil ―dijo Aiden,


marcando el teléfono.

―¿Cuál es la manera difícil?

―Estoy contratando a un personal de seguridad privado que no hará


demasiadas preguntas sobre por qué necesitamos que este idiota hable.

―¿Seguridad privada? ¿Vas a meterte en aguas negras ahora mismo?


―Frankie siseó.

―Déjame manejar esto ―insistió Aiden―. No nos iremos sin respuestas.


―Se volvió y salió del bar.

Mierda, mierda, mierda, mierda. Frankie observó a Papi, el gran hombre


con su círculo de amigos, comprando rondas y contando historias.

Ella empujó la bolsa de sándwiches de pescado hacia Antonio.

―Sostén esto, no te comas el mío y ve a buscar a Aiden. Te veré afuera


en un minuto ―le ordenó. Se acercó sigilosamente a Papi y su banda, ellos
le abrieron paso y se separaron ansiosamente como el mar para Moisés.

―Papi, Papi, Papi, eres un hombre difícil de encontrar. ―Tendría unos


sesenta y tantos, supuso, por el pelo gris difuso debajo de la gorra y la piel
suavemente arrugada alrededor de los ojos. Tenía puntos oscuros en
ambos pómulos y barba grisácea en su débil mandíbula.

―Oye, Mami. ¿Qué puede hacer el viejo Papi por ti? Bradley, una copa
para mi amiga.

Frankie tomó el taburete vacío junto a él y tomó el ron que el mesero le


sirvió.

―Papi, te llevaste a mi amigo. Puedes decirme dónde está.

Papi se echó a reír, y después de un segundo, el resto de sus amigos se


unieron.

―Ya le dije a tu amigo, no quiero su dinero, no necesito su dinero. ¿Me


entiendes?

―Si no quieres dinero, ¿qué quieres? ―Frankie dijo, bajando la voz a un


ronroneo coqueto.

―Tengo mis compañeros, mi ron y una buena historia para el día. ¿Qué
más quiere un hombre? ―preguntó Papi.

―¿Qué tal otra historia? ―Ofreció Frankie.

―Te escucho.

Frankie estaba desesperada, el hombre tenía la información que ella


necesitaba, y si no se la sacaba de la manera agradable, Aiden iba a lanzar
decenas de miles a algunos mercenarios para sacarle la verdad.

Ella se inclinó y le susurró su oferta. Los ojos de Papi se agrandaron al


tamaño de los posavasos empapados en la barra.

―¿Me cuentas todo lo que sabes a cambio? ―Frankie preguntó,


aclarando.

Él asintió con la cabeza como si estuviera en trance.

―Oh, sí. Tienes un trato, pero tu primero.


Frankie echó un vistazo a la puerta de la tienda y se aseguró de que
Aiden y Antonio no estuvieran a la vista.

―Un trato es un trato ―dijo, desatando el top sin mangas de su vestido.

Sus pechos desatados disfrutaron de la libertad temporal y de la débil


brisa empujada hacia abajo desde el abanico de techo. Papi se quedó
boquiabierto, hipnotizado, y el resto de sus compinches hicieron lo
mismo.

Contó hasta cinco, asegurándose de que todos hubieran visto lo que


necesitaba ser visto y luego ató su vestido cuidadosamente en su lugar.
Bebió el trago de ron de un trago y golpeó la barra con el vaso.

―Bebidas para todos ―anunció Papi saliendo del trance de sus senos y
levantando los brazos en el aire. La multitud vitoreó.

―Habla, Papi ―insistió Frankie.

―Okey. Todo lo que sé es que ese tipo me llamó y dijo que me consiguió
un trabajo como conductor. Necesitaba que recogiera a su amigo en
Oistins. Ah, y que era posible que su amigo no quisiera subir al auto, así
que debería llevar algo de ayuda.

―Te pidió que secuestraras a alguien.

―¡No, no, no! Este hombre, me dio el número de tu amigo. Lo llamé y


le dije que le tenía una sorpresa. ¡Los estadounidenses borrachos no son
brillantes, no son brillantes! ―Papi señaló a Frankie con un dedo nudoso.

―Predicándole al coro, Papi, sigue hablando.

―Entonces, él dijo algo como "Genial, hombre. Una sorpresa". Y yo dije,


"te veré en la acera, estoy en una camioneta blanca", y fue ahí de buen
grado, y mi amigo "ayudó" a tu amigo a subir a la camioneta, y eso es
todo.

Pobre, estúpido y borracho Chip.

―¿A dónde lo llevaste?


―Al Rockley Ridge Resort de Sandy Lane, pero buena suerte entrando
ahí, es una gran tarea esta noche. Es todo Hollywood y esas cosas, mucha
seguridad.

―¿Quién te quitó a Chip cuando llegaste al resort?

Papi se encogió de hombros y le ofreció otro vaso de ron.

―No lo sé. No sintió la necesidad de presentarse, él me pagó y me fui.

―¿Cómo se veía?

―Era un tipo grande y corpulento, como un oso. No sé, pero creo que
solo lo contrataron, dijo que su jefe estaría feliz.

―¿Qué hicieron con Chip? ―preguntó Frankie.

Papi golpeó su vaso con el suyo y bebieron.

―Ahhh, esto es de lo bueno ―siseó Papi―. Como sea, tu amigo estaba


durmiendo. Se desmayó borracho durante el viaje. Entonces, el grandulón
simplemente lo llevó hacia los ascensores como una novia.

―Y te fuiste y viniste aquí.

―Para celebrar una noche de trabajo fácil.

―Gracias por tu tiempo, Papi ―dijo Frankie, deslizándose del taburete.

―Gracias por tus tetas ―dijo con entusiasmo.

―Sí, sí.

Encontró a Aiden y al niño paseando por el porche delantero de la


tienda. Aiden estaba marcando y Antonio estaba masticando un
sándwich de pescado.

Sacó su propio sándwich de la bolsa y agarró una de las Coca Colas que
había escondido ahí.

―Llama a la caballería, Aide. Tenemos una ubicación.


Aiden colgó el teléfono.

―¿Dónde?

―Rockley Ridge Resort ―anunció Frankie, satisfecha con sus


habilidades de investigación.

―¡Vamos! ―dijo Antonio, indicándoles que se dirigieran a la


camioneta―. Mi tío se despertará pronto y querrá irse a casa.

―El cuarto sándwich es suyo ―le dijo Frankie.

―Gracias, Frankie. Eres una chica increíble ―dijo Antonio, luchando


con el volante con una mano mientras agarraba su sándwich con la otra.

―Toma, será mejor que comas ―dijo Frankie, entregándole a Aiden otro
sándwich.

―¿Cómo conseguiste que hablara? ―preguntó Aiden, quitando el


envoltorio y mirando al pescado.

Frankie miró a todos lados menos a su cara.

―Solo le pregunté y él me lo dijo.

―Pura mierda ―dijo Aiden.

―Le dije la información que necesitaba y él estuvo feliz de compartirla


―mintió.

―Entonces, ¿no me vas a decir cómo le sacaste la información cuando


rechazó mil dólares solo unos minutos antes? ―presionó Aiden.

―Creo que algunas cosas valen más que el dinero ―dijo Frankie
inocentemente.

―Chico, ¿sabes algo sobre el Rockley Resort?

Antonio silbó.

―Es lujoso y tiene buena seguridad también ―dijo cautelosamente.


Frankie sacó su teléfono, rezando para que todavía tuviera carga.
Estaba muerto.

―Mierda, dame tu teléfono, Kilbourn.

Se lo entregó y Frankie abrió el navegador.

―¿Por qué me estabas buscando en Google? ¡Pervertido! ―Le dio una


palmada en el brazo a Aiden. Su última pestaña fue una búsqueda de
imágenes de ella.

―Te lo dije. Estoy interesado en ti y cuando estoy interesado en algo,


investigo.

―En primer lugar, soy alguien, no algo, amigo. En segundo lugar, ¿de
dónde vienen estas imágenes?

―Sobre todo en las redes sociales ―dijo Aiden, inclinándose sobre su


hombro para mirar.

―Disculpen, chicos ―llamó Antonio desde el asiento del conductor―.


Creo que se están desviando.

El tío gorjeó desde el asiento trasero y se arrastró hasta sentarse. Se


aclaró la garganta.

―¡Ah, ah, HEM!

Frankie le entregó la bolsa con el último sándwich y Coca-Cola.

El tío asintió en agradecimiento y comió.

―Correcto, le gritaré a Aiden más tarde. ―Frankie decidió. Escribió el


nombre del resort y presionó la pestaña de noticias.

―Doble mierda, esto no está bien. Pequeña señorita Trellenwy, ¿qué


clase de nombre es ese? Ustedes los ricos son los peores para nombrar a
los niños.

―De vuelta al asunto que nos ocupa ―le dio un codazo Aiden.
―Correcto. Trellenwy Bostick, estrella de Hollywood y heredera de la
fortuna vinícola de Napa Valley se casó ahí hoy ―dijo leyendo en un sitio
de chismes―. Hasta ahora no hay fotos porque la seguridad es demasiado
estricta. ¿Cómo entraremos ahí?

―Puedo llevarlos más allá del muro a medio kilómetro bajando.


Tendrán que abrirse camino entre la vegetación, pero pueden salir a la
playa ―intervino Antonio.

―Antonio, espero que solo uses tus poderes para el bien ―le dijo Aiden
al chico.

―Casi bien ―prometió Antonio.

―No podemos colarnos en una boda como esta ―dijo Frankie mirando
su mini vestido.

―¿Qué más tienes contigo? ―preguntó Aiden.

―Nada lo suficientemente bueno como para impactar a la alta sociedad


excepto mi vestido de dama de honor.

Él se pasó una mano por el pelo de la barbilla.

―Eso servirá.
Frankie no sabía a quién llamó Aiden ni cómo se las arreglaron, pero
cuando Antonio se acercó a la puerta principal de su hotel, el conserje
estaba esperando afuera con dos bolsas de ropa.

Aiden abrió la puerta lateral de la minivan lo suficiente para agarrar las


bolsas y arrojar dinero en efectivo al hombre y luego se fueron de nuevo.

El tío roncaba pacíficamente en el asiento trasero después de haber


comido su pescado y su Coca Cola con el resto del ron.

―Si este vestido se rompe, Pru me va a matar y luego te va a matar a ti


porque voy a decirle que todo es tu culpa ―anunció Frankie. Se deslizó en
el banco detrás de Aiden y abrió la cremallera de la bolsa para revelar la
razón detrás de su segundo trabajo a tiempo parcial. El vestido de dama
de honor de dos mil dólares, el que Pru se había ofrecido a comprarle, el
que Frankie insistió en comprarse a sí misma a pesar de que tenía los
dedos apretados físicamente al firmar el recibo de la tarjeta de crédito. El
vestido dorado con cuello en V y lentejuelas costaba más que el resto de
su guardarropa combinado.

Él se dio la vuelta.

―¿Qué te hace pensar que esto es culpa mía? ―preguntó Aiden.

―Ojos al frente, señor. Los dos ―dijo ella, cuando Antonio ajustó el
espejo retrovisor―. Estoy diciendo que fue idea tuya usar la ropa de boda
para colarte en otra boda, estoy segura de que las condiciones de Pru de
sin magulladuras, ni cortes, ni chupetones, también se extiende a sin
destruir tu vestido de alta costura.

Aiden se deslizó en su asiento para bloquear la vista del niño y Frankie


hizo todo lo posible por ponerse el vestido mientras mantenía todo lo
importante cubierto con su mini vestido. Finalmente con el vestido, pero
sin la ropa interior adecuada, se retorció en el asiento.

―¿Me subes el cierre, Aide? ―preguntó, ofreciéndole la espalda.

Ella miró por encima del hombro mientras él abandonaba los botones
de su camisa dejándola deliciosamente abierta, lamentablemente, ella se
perdió cuando se metió en los pantalones.

Sintió su mano en su cadera, manteniéndola en su lugar mientras él


guiaba la cremallera hasta la mitad de su espalda. Su piel ardía donde su
mano todavía se demoraba y ella se apartó de él.

Ya había vuelto en sí una vez esta noche, una vez fue más que suficiente
en lo que respecta al multimillonario mujeriego Aiden. Además, tenían
que encontrar al novio.

―El Rockley al frente ―anunció Antonio, señalando en la dirección de


los faros de la furgoneta.

―Pasa y luego da la vuelta ―ordenó Aiden mirando a través de la


ventana hacia la noche.

El resort estaba literalmente amurallado por una alta pared de estuco


pintada de un suave amarillo arena. Parecía continuar durante una milla,
no solo estaba cerrada la puerta, sino que había media docena de personas
de seguridad parados frente a ella.

―¿Quién dijiste que se iba a casar? ―Aiden le preguntó a Frankie.

Frankie consultó su teléfono.

―Trellenwy Bostick. Técnicamente, ella y su novio se casaron el fin de


semana pasado en Napa en el viñedo de su familia. Esta es la fiesta ultra-
exclusiva, todos los invitados que no fueron a la boda en el resort tuvieron
que firmar acuerdos de confidencialidad ―leyó―. Seguridad privada para
garantizar la privacidad de Trellenwy. Bla, bla, bla. Básicamente, estamos
jodidos.

Antonio pasó por delante del resort y se detuvo en un estacionamiento


de grava que flanqueaba la playa.

―Puedo hacerlos entrar ―anunció con confianza.

―¿Qué vas a hacer? ¿Forjarnos una invitación? ―preguntó Frankie.

―Mi hermano y yo solíamos caminar hasta el resort por la playa. Vendí


algunas pulseras antes de que la seguridad nos echara.

―La playa estará repleta de seguridad ―señaló Aiden.

―Sí, pero entre la carretera y la playa es como una jungla. Árboles,


arbustos, sin luces ―sonrió Antonio.

―Y si la puerta está vigilada y la playa está vigilada, nadie estará


mirando en la jungla ―dijo Frankie triunfalmente.

―Exactamente. Agárrense, chicos. ―Antonio condujo la vieja camioneta


más allá de la puerta del hotel como si fuera un hombre con una misión.

―Más despacio, forajido ―gritó Frankie.

―Si pasamos todo lento y flojos, sospecharán.

Aiden se rió suavemente.

―Los dejaré salir aquí, más lejos del hotel en caso de que hagan mucho
ruido al escalar la pared.

―Hagámoslo. ―Frankie metió los pies en sus tacones de boda


increíblemente poco prácticos. Esperaba que la jungla fuera un paisaje
más bien recortado que no le rompería ambos tobillos al explorar.

Aiden la miró en el oscuro interior de la furgoneta.

―Quizás deberías quedarte aquí, déjame a mí ir a buscar a Chip.


―Por favor, como si fuera a dejarte entrar solo. Además, una pareja
vestida para una boda será mucho menos sospechosa que James
'Condenado' Bond vagando por la playa en esmoquin. No me vas a dejar.

Parecía que él quería seguir discutiendo, pero sabiamente cerró la boca


cuando Antonio se desvió a través de la carretera y se detuvo junto a la
acera.

―Buena suerte, chicos.

Aiden sacó otro billete de su billetera.

―Has sido de gran ayuda esta noche, Antonio.

El chico se embolsó el dinero alegremente.

―Si los atrapan, no mencionen mi nombre.

Frankie le lanzó un saludo mientras salía por la puerta.

―Gracias, chico.

―Aquí está mi tarjeta. ―Antonio le arrojó una tarjeta de visita por la


ventana―. Llámame cuando necesites algo.

Frankie lo tomó y lo metió en su bolso.

―Ese chico va a terminar dirigiendo un cartel de la droga o un país


pequeño algún día ―predijo mientras veía las luces traseras retroceder en
la oscuridad.

―Ajá ―dijo Aiden, sin comprometerse―. ¿Qué tan buena eres para
escalar paredes?

Resultó que no mucho, ella terminó necesitando un impulso de Aiden,


cuya mano se demoró mucho más de lo necesario en su trasero, pero al
final, logró subir y bajar por el otro lado, cayendo con la suficiente fuerza
como para dejarla sin aliento. El sonido de la gasa que se enganchó al bajar
la hizo estremecerse, todavía estaba jadeando por respirar cuando Aiden
aterrizó ágilmente a su lado, con sus zapatos en la mano.
―¿Estás bien? ―preguntó, poniéndola de pie.

―Bien, totalmente bien ―jadeó. Se apartó del arbusto de flores que


había aplastado con su cómico aterrizaje y se sacudió la suciedad de la
falda de su vestido. Había sentido que la tela se rasgaba mientras se dejaba
caer sobre la pared con la gracia de una ballena jorobada y esperaba no
haber hecho ningún daño real. Pru la mataría... si hubiera una boda por
la que morir―. ¡Mierda! Rompí la falda, está bien, puedo arreglarlo.

―Vamos ―susurró Aiden. Él la agarró de la mano y la condujo hacia la


oscuridad.

Frankie no podía ver una mierda, pero Aiden parecía tener visión
nocturna, arrastrándola a través de la vegetación y alrededor de los
árboles a la escasa luz de la luna. Los sapos cantaban en una serenata
interminable a la noche, el aire estaba cargado de fragancias exóticas, los
pies de Aiden estaban seguros debajo de él mientras ella tropezaba con
raíces y ramas y Dios sabía qué era esa cosa extraña y blanda. Todo lo que
podía ver era la amplia sombra de los hombros de Aiden frente a ella
mientras la remolcaba por el bosque.

Se estaban acercando al océano. Podía oír las olas, saborear el sabor de


la sal en el aire, Aiden se detuvo frente a ella y ella caminó hacia su ancha
espalda.

Escuchó el lejano ritmo de la música de club.

Más adelante, a través de frondosas palmeras y un poco de luz de luna,


Frankie pudo ver luces. Los destellos púrpuras y plateados parecían latir
al ritmo de la música, alguien había llevado al club más popular de Los
Ángeles al paraíso o al menos un DJ muy caro a la segunda boda de una
heredera.

―Creo que hemos encontrado la fiesta ―dijo Aiden en voz baja.

―Está bien, entonces, ¿qué se supone que debemos hacer? ―preguntó


Frankie―. ¿Salir de los arbustos y pedir una ronda de tragos?

―¿Tequila o whisky? ―preguntó.


―El tequila es siempre la respuesta.

―Tratemos de acercarnos un poco ―dijo Aiden―. Entonces


discutiremos nuestras bebidas.

―Espera, ¿cuál es nuestra historia de fondo? ¿Quién eres? ¿Quién soy?


¿Cómo conocemos a Trell?

―¿Trell? ―preguntó Aiden, con sus labios curvados a un lado.

―Obviamente, si somos sus amigos, no la llamamos Trellenwy. ―Duh.

―Bien, yo soy un viejo amigo de Trellenwy y tú eres mi cita.

―¿Por qué no soy yo una vieja amiga de Trellenwy? ―Frankie


demandó. Su pie se atascó en una raíz gruesa y cayó al suelo―. ¡Oh,
hombre! ¿Cómo voy a sacar jugo de bayas venenosas de esto? ―frotó la
mancha de la planta en la que había aterrizado, parecía que el hada del
periodo menstrual acababa de colocar su varita sobre la cadera de
Frankie―. Mierda. Bueno, puedo arreglar esto, lo empaparé en... algo.

Aiden suspiró.

―Franchesca, ¿qué es más creíble? ¿Una miembro de la alta sociedad


conoce a un acaudalado propietario de un negocio de Nueva York con
reputación de salir con mujeres como ella o la hija de los dueños de una
tienda de delicatessen de Brooklyn?

―Disculpa. ¿Estás diciendo que no puedo pasar por alguien de clase


alta? ―Frankie demandó.

―Sólo cállate.

Él la tomó de la muñeca con una mano y la arrastró hacia adelante,


esquivando las luces y la música.

Era casi la una de la madrugada en el paraíso, y ella tenía a un soltero


rico y sexy que podría haber hecho una carrera lucrativa siendo apuesto
arrastrándola en la oscuridad. Frankie debería haber estado chillando de
alegría por dentro. ¿En lugar de eso? Ella estaba enojada y molesta por
todo el asunto. De que alguien se llevara a Chip, de que ella no podría
pasar por ser una socialité tonta con más dinero que astucia callejera, de
que algún guardia de seguridad podría creer que Aiden tendría más
posibilidades de conocer a Trellenwy que ella y de que ellos no existían
en los mismos mundos y ella no sabía por qué importaba eso.

Claro, podría dejar que el Señor Importante Kilbourn le pusiera las


manos encima, pero a los ojos del mundo entero, ella era la socia menor
aquí, él tenía el poder y el control, luego se cansaría de ella y seguiría
adelante como lo había hecho con todas las demás mujeres de su vida.

El sonido de las olas era más fuerte ahora, las luces y el ruido sordo de
la música estaban detrás de ellos, podía ver la luz de la luna bailando en
el océano a través de los árboles que los separaban de la playa, ya no se
hablaba más, ellos eran solo un multimillonario y su cita sin nombre que
salían a dar un paseo nocturno.

Una ramita se partió bajo su pie y Aiden maldijo en voz baja, se volvió
y atrajo a Frankie hacia él, ella quiso decirle que le quitara las malditas
manos de encima y que se fuera al infierno.

Él la llevó a la arena con un movimiento tan suave que apenas sintió el


cambio en su gravedad.

―¿Qué estás haciendo? ―siseó mientras él cubría su cuerpo con el suyo.


Ella empujó sus hombros y se congeló cuando sintió su polla contra ella
mientras se endurecía.

Él no se molestó en responderle antes de que su boca se aplastara contra


la suya. Ella no estaba preparada, no podría haberse preparado para la
ráfaga de calor y la electricidad que la recorrió. Sus labios eran fuertes,
firmes y exigentes, pero Frankie no era de las que renunciaban a la
ventaja, ella lo tomó por las solapas y luchó por controlar el beso. Cuando
él abrió la boca, fue su lengua la que se adelantó, Aiden gruñó en voz baja
y le acarició la boca, saboreando y jugando.

Se sentía mareada de poder, de locura.

Su erección era gruesa y dura contra su centro, y Frankie abrió las


piernas para que él pudiera acomodarse entre ellas. Cuando él se presionó
contra ella, el mundo de Frankie se volvió negro, ella podría correrse así,
follándose en seco con un multimillonario en una playa.

Debería haberse sentido avergonzada, debería haber tenido un mejor


juicio, pero antes de que esos pensamientos pudieran afianzarse, Aiden
deslizó una mano grande y capaz por su seno y se empujó contra ella de
nuevo.

Ella murmuró palabras sin sentido contra su boca. Esto. Aquí. Y. Ahora.
A ella no le importaba.

―Joder ―él susurró, antes de sumergirse de nuevo en el beso. Su sangre


se había fundido, la lava fluía ahora por sus venas. La palabra Más era la
única que quedaba en su vocabulario.

Aiden abandonó su seno y, cuando Frankie gimió de decepción, lo


compensó. Esa mano ahora estaba empujando la falda de su vestido hacia
arriba y su cuerpo cantó a los cielos. Si no empujaba una parte de él dentro
de ella en los siguientes treinta segundos, Frankie sabía que moriría lenta
y angustiosamente.

Ahora estaba apretando contra su muslo, empujándola con lo que


parecía una erección dolorosa.

―Más, Aide ―susurró Frankie. Suplicando. Ella nunca suplicaba, pero


en este segundo estaba feliz de suplicar su camino hacia el orgasmo.

―Espera, bebé ―murmuró contra sus labios―. Te deseo jodidamente


tanto.

Este no era el hombre helado que había conocido en el salón de baile o


el chófer del aeropuerto. No, el hombre cuya mano bailaba sobre el satén
de su tanga era un amante pecador, todo calor y promesas oscuras.

―Joder ―él susurró de nuevo cuando presionó la punta de sus dedos


en su centro.

Ella gritó suave y entrecortadamente cuando él comenzó uno de esos


pequeños círculos con los que había subido por su muslo debajo de la
mesa, él sabía cómo tocarla, ya fuera por instinto o por experiencia
obscena, a ella no le importaba un carajo.

―Estás tan jodidamente mojada, Franchesca. Tan húmeda por mí.

Frankie se resistió contra su mano.

―Tócame ―exigió. Cuando él pasó dos dedos por debajo de la costura


de su ropa interior y sus nudillos rozaron sus suaves pliegues, ella lo
alcanzó.

Él gruñó su aprobación cuando ella agarró su dura polla a través de sus


pantalones.

―Quiero tus manos sobre mí, tu boca ―gruñó él.

―Lo mismo te digo, Kilbourn ―murmuró Frankie.

Sus nudillos la rozaron de nuevo y ella se derritió debajo de él.

―Te voy a follar, Franchesca. No ese surfista, no Davenport. Yo.

Su cuerpo se estremeció con las palabras mientras su mente se


tambaleaba ante la posesión en su tono.

―Cállate y bésame.

Sus dedos estaban listos en su entrada y su lengua enterrada en su boca


cuando Frankie se encontró entrecerrando los ojos debido a una luz
cegadora.
Aiden pensó en matar al guardia de seguridad con sus propias manos.
Si el hombre continuaba enfocando su linterna en la dirección de los
pezones de Franchesca que intentaban abrirse camino fuera de su vestido,
Aiden le rompería el maldito cuello.

Franchesca estaba llena de furia con las manos en las caderas, se había
olvidado de sí misma y había olvidado dónde estaban y por qué estaban
aquí. Él escuchó que el guardia se acercaba y se le ocurrió hacerse pasar
por unos amantes que salieron a dar un paseo-follada romántico.
¿Tocándola? ¿Probándola? Había borrado todos los instintos además de
la necesidad de tomarla.

Por la forma en que ella se rehusaba a mirarlo, podía decir que pensaba
que se había aprovechado de ella. Y lo había hecho, o al menos se había
aprovechado de la situación.

Ahora, él iba a matar al guardia de seguridad, y luego Franchesca lo iba


a matar a él.

―Mire, señor ―dijo Franchesca, con las mejillas todavía encendidas―.


Simplemente nos escapamos de la fiesta y nos dejamos llevar.

Aiden se paró frente a ella, no podía decir exactamente dónde estaba


cayendo la mirada del guardia, pero imaginó que tenía que estar en algún
lugar alrededor del pecho agitado de Frankie.
―Es mi culpa, me dejé llevar ―dijo, ofreciendo al hombre una sonrisa
disgustada―. Estoy seguro de que no es lo peor que ha visto esta noche.

El guardia se quedó mirando fijamente por otro momento. Aiden sintió


que Frankie agarraba la parte de atrás de su chaqueta con ambas manos.

―Acabo de atrapar a dos chicas bañándose desnudas en la fuente del


vestíbulo hace diez minutos ―anunció el guardia―. Vuelvan a la fiesta y
mantengan su ropa puesta.

―Lo haremos ―prometió Aiden. Los ojos de Frankie estaban tan


abiertos como televisores de pantalla grande cuando se apresuraron a
pasar al guardia hacia un camino que conducía a la terraza abarrotada
que servía como pista de baile―. Bueno, eso fue fácil ―dijo. Alzó la mano
y arrancó una hoja del cabello de Frankie. Él empezaba a preguntarse si
estaba obsesionado con su cabello, con la cortina espesa y oscura que caía
en ondas, quería enterrar su rostro en él.

―¿Fácil? ―siseó ella, apartando su mano de un golpe.

―Bueno, no tuviste que mostrarle nada a nadie esta vez ―señaló Aiden.

Su jadeo valió la anticipación.

―¿Me viste?

―Te vi un poco. ―Aiden decidió no mencionar que había tardado una


fracción de segundo en cubrir los ojos de Antonio.

Frankie le dio una palmada en el hombro.

―¿Qué? Tú eres quien decidió flashear a la mitad de la isla.

―¡Sí, pero eso no significa que tú también tuvieras que mirar!

―No iba a perderme esa vista, Franchesca. ―Él la alcanzó y ella levantó
las manos.

―Mantén tus manos fuera de mí, o romperé esa erección que has estado
teniendo toda la noche y te daré una bofetada.
¿Cómo podría no querer más de ella? ¿Cómo podía creer que la dejaría
en paz?

―¿Estás tratando de llamar la atención sobre nosotros? ―preguntó,


atrayéndola hacia él. Esos ojos azul verdoso se entrecerraron―. Estamos
en la pista de baile, así que baila.

Ella miró a su alrededor y pareció notar por primera vez que estaban
rodeados por el escalón más alto de la realeza de California. Aiden
reconoció algunas caras aquí y allá, a media docena de políticos, un
puñado de celebridades, pero en su mayoría era una colección de
herederos y herederas de varias fortunas que claramente habían bebido
más que suficiente.

―¿Qué le pasa a esta gente? ―preguntó Frankie, permitiendo que Aiden


la llevara más a la pista de baile. Incluso la banda estaba destrozada, a
juzgar por el ritmo desigual de su canción―. Ay Dios mío. ¿Es Meltdown?

―¿La banda con esa canción que escuchas en la radio cada seis
segundos? Parece que sí y lo que está mal con todos es que están ebrios.

Era como presenciar la última ronda de tragos de todo lo que pueda


beber, la multitud de más de cincuenta estaba completamente borracha,
un hombre estaba vomitando como proyectil sobre la barandilla de
piedra, una mujer de unos sesenta y tantos estaba vertiendo
descuidadamente una fuente de champán casera, deteniéndose de vez en
cuando para beber un trago de la botella abierta.

Había una pareja en la pista de baile ebria inclinándose al compás de la


música poco convencional y quitándose la ropa.

Parecía que el grupo más joven se había graduado del alcohol a algo
más duro. Había cuatro mujeres con vestidos de alta costura sentadas en
el extremo poco profundo de la piscina riendo como hienas. Más adelante
en el tramo profundo, una competencia de clavados de quién puede
romperse el cuello primero estaba en pleno apogeo.

La novia estaba de pie sobre la barra principal de cosmos y gritaba


¡Estoy casada, perras!
El tercer cosmo se derramó como cascada por su vestido adornado.

―Con clase como la mierda ―le susurró Frankie a Aiden mientras


bailaban y se dirigían hacia el hotel―. Es un vestido de veintiséis mil
dólares.

―Me pregunto dónde está el novio. ¿Corriendo por las colinas?

Frankie señaló hacia una gran palma en maceta.

―Creo que es el que tiene la lengua en la garganta de ese padrino de


boda.

―Ah. ―dijo Aiden.

Frankie negó con la cabeza.

―Esto es como el Gran Gatsby con un problema de drogas y alcohol.

―Y pensabas que las damas de horror de Pruitt eran horribles ―bromeó


Aiden.

Un dedo lo pinchó con fuerza en el hombro.

―¡Oye! ¿Quién errrreeees?

Aiden hizo girar a Frankie para que pudieran enfrentar a la fisgona


juntos.

―Soy Aiden. ¿Quién eres tú? ―le preguntó a la mujer. Parecía estar en
sus cuarenta y tratando desesperadamente de aferrarse a sus veinte. Sus
labios estaban mal hechos, la piel tensa alrededor de sus ojos y frente
gritaba BOTOX o estiramiento facial, una tira de su vestido color marfil
estaba rota, sostenía una botella de champán en una mano y sus
extensiones de cabello estaban saliendo de un intrincado nudo en la parte
posterior de su cabeza y colgaban sobre su ojo.

―Soy Priscilla. ―Ella se tambaleó mientras decía su propio nombre―.


¿Eres amigo de la novia o del novio?
―Somos amigos del novio ―dijo Frankie, entrando suavemente―. Soy
Druscilla y esta es mi chico de compañía, Aiden. Conocí al novio en la
octava temporada de Fondos Fiduciarios y Esposas Trofeo.

―¿Estás en un reality show? ―preguntó Priscilla.

Frankie asintió.

―Oh, sí. Y la exposición fue genial, realmente lanzó mi carrera como


modelo de pies, puedo darte el número del productor si estás interesada.
Fueron los mejores dieciocho meses de mi vida si te gusta vivir en un yate
cerca de los Emiratos Árabes Unidos.

―Druscilla, realmente deberíamos irnos ―dijo Aiden, pellizcando a


Frankie en la cintura.

―Llámame ―cantó Frankie mientras Aiden la impulsaba más allá de


Priscilla, que fruncía el ceño.

―Estamos tratando de no llamar la atención ―le recordó.

―Aide, lo único que esta gente va a recordar mañana es una gran nada.

La empujó al vestíbulo al aire libre del hotel. Con el océano y el


libertinaje a sus espaldas, el vestíbulo estaba bastante tranquilo, él hizo un
movimiento hacia la recepción, pero fue frustrado por Frankie, que
arrastraba los pies.

―Franchesca, vamos. Tenemos trabajo que hacer.

―Lo siento. Caray. ¿Ser rico requiere que ignores la genialidad?


―preguntó, admirando el techo de paja dos pisos por encima de ellos.
Estatuas de oro y blanco y pesadas palmeras en macetas llenaban la
extensión del suelo de piedra. Sus ojos se agrandaron cuando se acercaron
a la recepción―. ¿Esas son láminas de oro? ―Señaló una gran escalera que
se alejaba en dos direcciones diferentes un nivel más arriba.

―Podemos preguntar después de que encontremos a Chip.


―Cierto. Okey, estoy concentrada ―prometió―. ¿Cuál es el plan aquí?
―preguntó Frankie, asintiendo con la cabeza a la mujer detrás del
escritorio.

―Usar los encantos, primero.

―Buenas noches, señor. ¿En qué puedo ayudarle? ―Hilde, según su


etiqueta con su nombre, era alta y delgada como una caña. Parecía como
si nada en el mundo pudiera alterarla.

―Hola, Hilde. Estoy buscando la habitación de mi amigo y me


avergüenza decir que no recuerdo el número. ―Frankie, fingiendo estar
aburrida, se alejó del escritorio hacia el estanque de kois y salió del campo
visual de Hilde.

―Ya veo. ¿Cuál es el nombre de su amigo, por favor?

Aiden hizo todo lo posible por parecer disgustado.

―El nombre de mi amigo es Chip, pero la habitación está registrada


para otra persona. Chip es así de alto y de pelo rubio, esta es su primera
noche aquí.

Hilde le dedicó una pálida sonrisa.

―Lo siento señor, pero no se me permite divulgar información sobre los


huéspedes. ¿Cuál es su número de habitación, por favor?

Aiden palmeó su chaqueta como si estuviera buscando la llave de una


habitación.

―Déjame mirar... Bebé, ¿tienes la llave de nuestra habitación?

En ese momento, dos mujeres, suficientemente intoxicadas, pasaron


tropezando al lado de Frankie.

―Y luego hice un agujero en el condón, le dije que estaba tomando


anticonceptivos y ¡vi-ol-a! Soy millonaria y él pagó para arreglarme las
tetas.

―Eres como el peor ser humano de todos los tiempos ―gritó la otra.
―Ya sé, ¿verdad?

El movimiento de Frankie fue tan rápido que Aiden casi lo pierde. En


un momento, Tetas Millonarias tropezaba con el suelo de mármol, y al
siguiente, caía de bruces al estanque de los koi.

Los chillidos de la mujer combinados con las llamadas de ayuda de


Frankie hicieron que Hilde tomara un walkie-talkie de detrás del
escritorio y corriera hacia el bullicio.

―Date prisa ―siseó Frankie, apareciendo a su lado―. Quédate


vigilando. ―Ella se balanceó detrás del escritorio y se sentó en la silla
vacía―. Mierda, contraseña protegida.

Los gritos aún no se habían calmado, por lo que Aiden asomó la cabeza
por encima del escritorio.

―Opción uno, nosotros mismos desciframos la contraseña. Opción dos,


hacemos que Hilde nos dé la contraseña. ―Estaba sopesando los pros y
los contras cuando los dedos de Frankie volaron sobre las teclas.

―Ja. La tengo.

―¿Acabas de descifrar la contraseña? ―preguntó Aiden. ¿La mujer no


tenía límites?

Ella resopló.

―No tengo que descifrarla cuando me la pegan al monitor. Bien, estoy


dentro. ¿A quién estamos buscando? Nadie está registrado como
secuestrador o arruinador de bodas.

Aiden rodeó detrás del escritorio, con la esperanza de que la distracción


del estanque de peces koi aguantara.

―Simplemente desplázate por las reservaciones ―ordenó, escaneando


el monitor.

―¿Crees que vas a reconocer mágicamente el nombre del secuestrador?


―preguntó Frankie.
―Cállate. Ahí ―señaló la pantalla―. Habitación 314. Tres noches. ¿A
quién está registrado?

―Sin nombre. Solo un negocio. Corporación El-Kil ―leyó Frankie en


voz alta.

Mierda. Aiden sintió el puñetazo en el estómago. Debería haberlo


sabido.

―¡Oh mira! Tienen que ser ellos, hace dos horas pidieron un sándwich
de ensalada de atún con papas fritas trituradas dentro. ¡El favorito de
Chip! Al menos sabemos que lo están alimentando. Eso es bueno,
¿verdad?

―Bueno. Sí. ―Aiden murmuró.

―Oh, mierda. ―Frankie salió del programa y lo agarró, él escuchó el clic


de los tacones en el mármol, solo habían llegado hasta la columna de
mármol junto al escritorio cuando Hilde y la mujer del estanque de peces
aparecieron con un pequeño séquito.

―Déjeme llamar al servicio de limpieza y traerle unas toallas limpias y


una bata ―ofreció Hilde a una celebutante empapada y chillando.

―Un pez nadó por mi vestido. ¿Crees que una bata me hará sentir mejor
después de que fui atacada por sushi? ―la mujer aulló.

Los ojos de Hilde se entrecerraron cuando vio a Frankie y Aiden de pie


junto al escritorio. Aiden pensó en besar a Frankie de nuevo, ya que había
funcionado tan bien la primera vez, pero Frankie fue más rápida.

Ella le dio una bofetada en la cara con tanta fuerza que su cabeza giró
hacia atrás en su cuello.

―Sabes que me molesta cuando le deslizas la lengua a tu hermana. No


me importa cuántos años hayas pasado en un internado en Europa. ¡Eso
todavía no lo hace bien! ―La voz de Frankie resonó en el mármol
atrayendo todas las miradas del vestíbulo.
―A. Ella es mi media hermana ―dijo Aiden, subiéndose al tren loco que
Frankie estaba diseñando―. Y B. ¡No puedo evitarlo si vengo de una
familia cariñosa!

―¡Oh, poooor favor! ―La burla de Frankie casi la tira―. ¿Cariñosa? Tu


abuela me agarró el trasero en Acción de Gracias.

―Quería ver cómo resultó el levantamiento de trasero por el que pagué.


―Asintió con la cabeza hacia la salida.

―Disculpa. ¡Me gané este levantamiento de trasero!

Mantuvieron la discusión por el bien de la posteridad alejándose de la


recepción. Al pasar, Aiden escuchó susurrar a uno de los asistentes:

―¿Qué se puede esperar de una estrella de reality show y un prostituto?

Las noticias viajan rápido.

Sacó a Frankie y ella se echó a reír en el momento en que sus pies


tocaron el gran camino circular del complejo.

―Estás loca ―le dijo.

―Oh, por favor. Vi esa mirada en tu rostro, estabas pensando en


besarme ahí atrás y no habría funcionado la segunda vez.

―¿Por qué no? ―preguntó, frotando una mano sobre la mejilla que ella
había abofeteado tan eficientemente.

―No cometo el mismo error dos veces, Kilbourn, y tú eres un gran error.
Ahora ven, creo que la habitación 314 es por ahí. ―Aiden miró fascinado
mientras Frankie sacaba un mapa del resort de su escote.

―¿De dónde sacaste eso? ―Aiden le arrebató el mapa.

―Del escritorio.

―No vamos a ir tras Chip.


―¿Disculpa? Sabemos dónde está y de repente ¿quieres dar por
terminada la noche?

―¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Llamar a la puerta y exigir que te lo


devuelvan?

―¡Es un comienzo! No voy a dejar a mi amigo aquí.

Aiden la agarró por el brazo y comenzó a tirar de ella hacia la cabina de


taxis.

―Tenemos la ventaja aquí, lo que necesitamos es un plan, tengo que


averiguar quién lo tiene, y si puedo hacer eso, sabré por qué se lo llevaron.
―La mentira fue fácil. Él ya sabía quién y por qué, pero no estaba
dispuesto a agregar a Frankie a la mezcla, él no estaba seguro de a quién
asesinaría ella primero.

―¡No voy a dejar a Chip aquí con un idiota secuestrador! ¡Llamemos a


seguridad o a la policía!

―No vamos a llamar a nadie ―dijo, apretando su agarre en su brazo.

―¿Por qué diablos no? ¡Sabemos dónde está!

―No sabemos quién se lo llevó ni por qué. Sabemos que está aquí y lo
están alimentando, y eso significa que está a salvo, por ahora.

―¿Por ahora? ―Ella trató de librarse del brazo―. ¿Acabas de localizar a


su secuestrador porque tenías curiosidad por saber a dónde lo llevaron?
Y ahora, apaciguada la curiosidad, ¿quieres volver al resort por unas
margaritas y ver cómo se desarrolla esto?

Aiden se volvió hacia ella.

―Mira, créeme cuando te digo que tu lealtad es admirable, pero


tenemos que reagruparnos. Necesito un plan, si entramos a media polla,
podría ser desastroso.

Cuando su mirada se deslizó hacia su entrepierna, Aiden puso los ojos


en blanco.
―Deja de mirar mi polla. Nos vamos.
Él la acompañó a su habitación como si fuera una prisionera, habían
pasado todo el viaje en silencio mientras Frankie hervía y Aiden planeaba.
Ella entendió que había un momento y un lugar para planificar y
manipular, pero ¿cuándo un amigo estaba en peligro? Ese parecía el
momento ideal para patear una puerta y empezar a hacer ruido.

Con la rabia apenas controlada, Frankie pasó su tarjeta de acceso, tenía


la intención de irrumpir en la habitación y golpear la puerta en la cara de
Aiden, pero él fue más rápido, la tomó del brazo y la obligó a mirarlo.

―Agradezco toda tu ayuda esta noche, pero ya tengo esto bajo control.

―¿Disculpa, llanero solitario?

―Franchesca, necesito que confíes en mí para arreglar esto. Te lo


prometo, recuperaré a Chip antes de la boda.

Abrió la boca lista para golpearlo verbalmente en la cara, pero como de


costumbre, él fue más rápido. Bajó su boca sobre la de ella para un beso
rápido y fuerte. Justo cuando estaba decidiendo entre arrastrarlo a su
habitación o patearlo en las bolas, Aiden se retiró.

―Estuviste increíble esta noche.

Le pasó un dedo por la punta de la nariz y se marchó.


―¿Qué diablos fue eso? ―Frankie preguntó a la habitación vacía
mientras cerraba la puerta y agregaba la cadena en caso de que el Señor
Kilbourn decidiera probar suerte nuevamente.

Ella miró su vestido y gimió. Había un desgarro en la cintura y otro en


la falda. Esas malditas bayas habían hecho masacre de sangre roja
manchando sobre el seno derecho y la cadera. Parecía una estrella
asesinada en un Monique Lhuillier.

Pru la iba a matar.

Frenéticamente, llamó a la recepción y pidió una limpieza de


emergencia. La cifra que nombraron la hizo estremecerse, significaba al
menos otro mes de trabajos de catering, pero en este punto no tenía otra
opción, era pagar la exorbitante tarifa y esperar lo mejor o caminar por el
pasillo y ser apuñalada por la novia.

Si es que había una boda. Si Aiden no lo lograba, Pru no tendría novio


con quien casarse, pensó con amargura mientras se ponía unos
calzoncillos y una camiseta sin mangas.

Frankie le entregó el vestido al botones que tocó y luego le envió un


mensaje de texto a Pru.

Frankie: ¿Estás despierta?

La respuesta de Pru fue prácticamente instantánea.

Pru: ¡Dios mío, ven aquí!

Frankie caminó por el pasillo hasta la habitación de Pru y Chip. Antes


de que pudiera levantar los nudillos para llamar, Pru abrió la puerta y la
arrastró adentro. Frankie parpadeó, su mejor amiga vestía un pijama de
seda... y su velo.

Claramente, el ron y la cerveza aún no habían desaparecido.

―Lo sé, lo sé, parezco una persona loca ―anunció Pru abriendo el
camino de regreso a un baño de mármol del tamaño de un estadio de
fútbol―. Pero empecé a pensar: estamos en el paraíso, hace calor.
¿Realmente quiero usar mi cabello suelto mañana? Siéntate ―dijo,
señalando el borde de la tina.

―¿Y quieres? ―preguntó Frankie, sintiéndose como el peor ser humano


del mundo. El prometido de su mejor amiga había sido secuestrado frente
a su cara y no solo sabía dónde encontrarlo, sino que se había ido sin
intentar rescatarlo. Ella era escoria, el chicle en la suela del zapato de
alguien, el tipo de persona que fingía enfermedades solo para establecer
campañas de financiación colectiva falsas. Ella, Franchesca Marie
Baranski, era una mala, mala persona.

Se sentó en el borde de la bañera.

Pru estaba discutiendo los méritos de un moño sexy cuando se detuvo


abruptamente. Sus ojos azules se agrandan en el espejo.

―¡Aquí estoy yo hablando una y otra vez sobre mi cabello y acabas de


regresar de una cita con Aiden! ¿Qué clase de amiga soy?

―La mejor, eres la mejor amiga, Pru ―se lamentó Frankie―. Eres una
persona maravillosa y te mereces toda la felicidad del mundo. ―Tenía que
decírselo. Si estuviera en el lugar de Pru, querría saberlo.

―¿Qué ocurre? ―Pru demandó, alejándose del espejo―. Parece que vas
a llorar.

Frankie se dejó deslizar hacia atrás en la bañera.

―Antes de hablar de Aiden, deberíamos hablar de Chip.

¿Cómo diablos iba a explicarle a su mejor amiga que no llamó a la policía, no


pateó la puerta y no arrastró a Chip a casa? Que ella era la peor amiga del mundo.

Pru tenía una mirada suave y distante en sus ojos.

―No puedo creer que finalmente pueda casarme con él, Frankie. Yo
solo... lo amo tanto. Es divertido, dulce, amable e inteligente, y parece un
muñeco Ken, pero cuando lo miro puedo vernos dentro de cincuenta
años. Persiguiendo nietos, organizando fiestas, veraneando en los
Hamptons con nuestra gran familia.
Pru juntó las manos y suspiró.

―Él es todo con lo que he estado soñando desde que tenía cinco años.
Tengo el vestido de mis sueños, a mi mejor amiga, y puedo casarme con
el hombre de mis sueños en el paraíso. ―Sus ojos brillaban con lágrimas.

―No llores, Pru ―suplicó Frankie. Al menos no antes de que ella le


contara la parte de mierda sobre tener un prometido desaparecido.

―No puedo evitarlo. ―Pru se secó los ojos con un pañuelo de papel―.
Estoy tan feliz y eso es lo que quiero para ti, Frankie. Quiero que
encuentres a alguien que te haga sentir como si estuvieras volando,
alguien que te haga esperar los próximos cincuenta años.

―No puedo concentrarme en los próximos cincuenta minutos y mucho


menos en años ―bromeó Frankie.

Pru cruzó el baño. Tomó unos diez minutos dada la extensión de


mármol entre ellas. Se sentó en el borde de la bañera y jugueteó con su
velo.

―Creo que Aiden será eso para ti ―le confesó Pru.

Frankie golpeó su cabeza contra la bañera.

―¡Ay! ¿Qué?

―Sé que ustedes dos tuvieron un comienzo difícil...

―¡El hombre me llamó stripper!

―Después de la fiesta de compromiso, le hizo a Chip mil preguntas


sobre ti.

―Tal vez quería saber dónde bailo y si doy mamadas por cincuenta
extra ―respondió Frankie.

―Él te recogió en el aeropuerto y vi la forma en que te miraba durante


la cena, como si quisiera comerte a ti en lugar de lo que había en su plato.
¿Y luego te lleva rápidamente? No pienses ni por un segundo que solo
porque me casaré mañana no quiero cada detalle de lo que ustedes dos
han estado haciendo durante las últimas cinco horas.

Frankie se frotó la protuberancia en la parte posterior de la cabeza.

―Volvamos a lo de casarse mañana por un segundo. ¿Qué tan molesta


estarías si algo sucediera y no pudieras hacerlo?

―¿No pudiera qué? ¿Casarme mañana?

―Sí. ¿Y si surgiera algo...?

―Franchesca Baranski, un jodido huracán podría volar sobre esta isla y


arrasar todos los edificios mañana, y yo todavía me casaría con Chip.

Ah, diablos.

―Sí, pero...

―Escucha, entenderás esto una vez que tú y Aiden realmente


comiencen a conocerse ―dijo Pru, dándole palmaditas en el brazo―. Chip
y yo nos separamos después de la universidad, y yo estaba devastada
porque sabía que él era el indicado. Nunca dejé de creer eso, ni una sola
vez en todos esos años y encontramos el camino de regreso el uno al otro.
Hemos pagado nuestras deudas, esa separación fue desgarradora para
mí, para él también, así que mañana vamos a tener un día mágico porque
nos lo merecemos, yo me lo merezco. ―Su voz se quebró.

Frankie agarró la mano de su amiga.

―Por supuesto, te lo mereces. Sé que Chip es todo lo que siempre has


querido y lo tendrás, tendrás a tu chico perfecto en tu día perfecto, te lo
prometo.

Pru asintió con la cabeza, y su velo ondeando.

―¡Debería enviarle un mensaje de texto! Envíale un mensaje de texto y


dile lo mucho que lo amo y que no puedo esperar a mañana. ¡Oooh! ¡O
podría llamarlo!

―Uhhh...
Pero Pru ya estaba corriendo hacia la cómoda en busca de su teléfono.
Frankie: Pru cree que nos besamos durante cinco horas esta noche.
Además, está enviando mensajes de texto y llamando a Chip para decirle lo
emocionada que está por el día de mañana. En unos treinta segundos,
empezará a entrar en pánico.

Aiden: Lo tengo cubierto.

Frankie quería atravesar su teléfono y estrangularlo, o al menos darle


un puñetazo en su petulante cara de Lo tengo cubierto. Ella justo estaba
debatiendo si tomar las riendas o no y contarle todo a Pru cuando el
teléfono de Pru señaló un mensaje de texto.

―¿Es Chip? ―Frankie preguntó, horrorizada. ¿Aiden era realmente tan


bueno?

―No, es Aiden ―dijo Pru, sonriendo a su teléfono―. Dice que Chip está
profundamente dormido en su suite, y no quería que me preocupara de
que Chip no estuviera devolviendo mis mensajes.

Pru abrazó su teléfono contra su pecho mientras sus ojos brillaban con
lágrimas de felicidad no derramadas.

―Me casaré mañana.

Demonios, sí, lo haría. Frankie juró que haría lo que fuera necesario
para llevar a Pru por el pasillo hacia el hombre de sus sueños.
―Suficiente sobre mí. ¡Háblame de Aiden! ¿Es realmente un maestro
del orgasmo?

El día de la boda de Pru amaneció brillante, hermoso y caluroso. Sin


novio a la vista.

La ceremonia de la noche anterior requirió pasar horas en el spa con el


resto de las damas de horror. Frankie se había pasado el resto de la noche
dando vueltas en la habitación de Pru viendo el secuestro de Chip una y
otra vez en su cabeza.

Aiden no se había molestado en reportarse, y con esta envoltura de


algas marinas chupando la grasa de ella, no podía simplemente levantarse
e ir a buscarlo. Todo lo que sabía era que era mejor que él estuviera
organizando un rescate con tanques, ninjas y mercenarios. Lo que fuera
necesario para traer a Chip Randolph de regreso al resort y en esmoquin
antes de las seis.

Cressida pasó tranquilamente con una bata de seda corta y una máscara
de barro.

―Ten, toma zis ―dijo, empuñando una botella de Cristal―. Te ves tensa.

Frankie miró sus brazos inmovilizados a su costado con una baba


verde.

―¿Tienes una pajita?

Cressida se encogió de hombros.

―Abre la boca, yo la verteré.

Frankie se relajó e hizo lo que le dijeron. Cressida sirvió con precisión


y Frankie se tragó las burbujas como una promesa de hermandad de
mujeres.
―¿Te ocupaste de lo que tenías que hacer anoche? ―preguntó Cressida
sin mover los labios, con cuidado de no romper su máscara.

―Está siendo arreglado ―dijo Frankie evasivamente. No estaba


dispuesta a confiar en ninguna de las damas de honor con una bolsa de
almuerzo con su nombre escrito, y mucho menos información
confidencial que arruinaría el día de la boda de Pru.

―La novia se está poniendo ansiosa. No ha tenido noticias del novio


desde anoche ―anunció Cressida, asintiendo con su cabeza rubia en
dirección a Pru.

Ella tenía los pies en una bañera de hidromasaje y miraba su teléfono


en su regazo como si quisiera que sonara.

Frankie rezó para que Aiden lo estuviera manejando.

―¿Qué está haciendo Chip hoy? ―Frankie le preguntó a Pru, ya


temiendo la respuesta.

―Aparentemente está pescando con Aiden esta mañana. ―Pru se


mordió el labio.

―Eso suena divertido ―instó Frankie.

―Sí, me estoy poniendo un poco... nerviosa.

―Mariposas ―anunció Margeaux con conocimiento―. Yo estaba así la


primera vez, la segunda vez no sentirás nada.

―Genial, Marge ―resopló Frankie.

Margeaux se burló.

―Por favor. Como si alguien creyera que este matrimonio durará. Oye,
cuidado con las cutículas ―le gritó a la mujer que se estaba haciendo la
manicura.

―No la escuches ―le suplicó Frankie a Pru, levantándose lentamente


hasta sentarse. Las algas le cayeron de la espalda y pudo respirar de
nuevo.
―No he sabido nada de él desde el lugar de pescado frito anoche. ¿Y
si...? ―Pru no terminó la frase, y Frankie era la única en la habitación que
sabía que la verdad era incluso peor que todos los escenarios por los que
estaba pasando Pru.

―Si están pescando en alta mar, probablemente se fueron temprano, y


no hay recepción en el celular ―dijo Frankie, encogiéndose de hombros
hacia su bata.

Pru se mordió el labio.

―Cierto, pero si no he tenido noticias suyas desde antes del almuerzo,


enviaré a mi padre para que lo revise.

¿No estaría bien? R.L. Stockton asaltando el complejo en busca del


futuro yerno que odiaba. Un soplo de problemas entre Chip y R.L. haría
que Pru volviera a casa en un avión privado mientras su equipo de
abogados buscaba la mejor manera de demandar a Chip y a sus padres.

―Confía en Aiden ―insistió Frankie―. Él no te defraudará. ―Y si lo


hacía, Frankie sería la primera en la fila para darle una patada en las
pelotas.

―¡Ahí está mi niña! ―Addison Stockton irrumpió en la sala de


tratamiento con su bata y zapatillas a juego―. Va a ser la novia más
hermosa ―anunció a la habitación, agitando sus manos como alas de
colibrí.

―Alguien disfrutó de su cita de depilación láser ―dijo Taffany,


mascando su chicle.

Al mediodía, el spa sirvió un plato vegano para la fiesta. La madre de


Chip, Myrtle, echó un vistazo a los rollos de pepino cubiertos de hummus
y pidió una hamburguesa, con más papas fritas. No puedes quitarle el
apetito texano a la hija de un barón de un rancho ganadero.

Frankie habría hecho lo mismo si pudiera soportar la idea de la comida.


Cada vez que Pru levantaba su teléfono, Frankie se encogía por dentro.
Se ofreció como voluntaria para ir primero por el cabello y se sometió
al violento estilista que parecía decidido a incrustar alfileres en su cráneo.

―No veo por qué todos tenemos que cambiar nuestros estilos solo
porque Pruitt lo hizo ―se quejó Margeaux, golpeando al estilista mientras
el hombre trataba de quitarle la espesa cortina de cabello rubio miel de su
cuello―. Y depílame las cejas mientras lo haces.

―¡Cristo, Marge! ¿Puedes simplemente cerrar la boca por un día y hacer


algo por alguien más? No es tu puto día, probablemente tú tendrás ocho
o nueve días de boda hasta que uno de tus esposos te cubra la cara con
una almohada y nos saque al resto de nuestra miseria. ¡Así que hazte un
maldito recogido y cierra la puta boca!

Era exactamente el enfoque equivocado con un idiota sociópata.

―¿Sabes quién soy, pedazo de mierda de Brooklyn?

Margeaux escupió la palabra Brooklyn como si tuviera sabor a azufre.

―¿Sabes siquiera el agujero negro de ser humano que eres? ―Frankie


respondió.

Su estilista, imperturbable por el intercambio, la hizo girar para


mostrarle los resultados de ocho mil horquillas y seis latas de laca para el
cabello. Ella había domesticado los rizos oscuros para que se sometieran,
arreglándolos en un moño duro como una piedra en la nuca.

―Se ve increíble ―dijo Frankie, saltando de la silla y arrojándole dinero


en efectivo antes de que pudiera alcanzar más horquillas.

―Estás celosa porque no eres nada, eres literalmente la del servicio,


patética con la mano extendida para pedir propinas para poder pagar la
factura de la tintorería.

―Será mejor que vigiles cómo hablas con la gente, Marge. Muchos de
nosotros somos del servicio, y sin nosotros, tendrías un inodoro sucio, un
bikini quemado y no comerías en tus estúpidas fiestas.
―Alguien como Aiden Kilbourn nunca te echaría un segundo vistazo,
a menos que fuera por lástima o para preguntarte cómo te las arreglaste
para meter tu trasero tamaño Kardashian en tu vestido. Te verás como
una ballena en las fotos junto al resto de nosotras. ―Ella se rió con una risa
desquiciada y diabólica del tipo Doctor Evil.

La estilista que trabajaba en Margeaux tomó la cera caliente y la untó


por toda la frente. Le dio a Frankie una mirada compadeciéndose y golpeó
la tira de depilación encima de la cera.

―Puede que yo no sea la única al que la gente está mirando esta noche
―predijo Frankie. Se volvió y salió de la habitación con la música de los
gritos de Margeaux.

―¿Qué le hiciste a mi ceja, maldita idiota?

En el pasillo, sacó su teléfono del bolsillo de su bata y le envió un


mensaje de texto a Aiden.

Frankie: Actualización de estado. ¿Dónde estás con la Operación Liberar


al Novio? La novia se está poniendo nerviosa.

Su respuesta fue concisa.

Aiden: Lo tengo controlado.

A ella le gustaría mantenerlo a él controlado... fuera de una ventana de diez


pisos y tirarlo a un contenedor de basura lleno de vidrios rotos.

Ella le marcó mientras caminaba, si él no le decía que estaba abriendo


una brecha en la puerta de la habitación 314 ahora mismo, ella iría a
buscar a Chip.

―¿Qué? ―respondió él con brusquedad.

―¿Dónde estás? ―ella siseó. Caminó por el pasillo moteado de sol que
conectaba el spa con el edificio principal.

Él suspiró.
―Franchesca, estoy en medio de algo, y cada vez que tengo que hablar
contigo, tengo que dejar de trabajar.

―¿Chip volverá aquí antes de la boda? ―ella preguntó.

―Estoy trabajando en eso ―respondió Aiden secamente.

―¿Has tenido noticias del secuestrador hoy?

―Sí. Tenemos una reunión programada.

―¿Una reunión? ―Frankie pasó furiosa por las puertas del bar
biblioteca del resort y se detuvo en seco, retrocedió dos pasos y miró a
través de las puertas de vidrio, era una habitación espaciosa con
estanterías altas y escaleras sacadas de La Bella y la Bestia, excepto por la
gran barra en forma de L con una espectacular vista al mar, el bar que
albergaba a un tal Aiden Muerto Viviente Kilbourn.

Disgustada, Frankie terminó la llamada y sacudió al invisible Aiden a


través del cristal. Sacando fuerzas, se acercó a la recepción.

―Disculpe ―le dijo al conserje―. Mi vestido está aquí para una limpieza
de emergencia.

―Sí, señorita Baranski. Estamos trabajando en el daño ahora mismo.

―Lo necesitaré listo a tiempo para la ceremonia porque nada va a


arruinar esta boda. Ni un novio desaparecido, ni un padrino imbécil, ni
un vestido manchado. ―Ella señalaba con el dedo en el aire como una
heroína de película haciendo una proclamación.

―Por supuesto, señorita Baranski. ―El conserje le dio a Frankie la


sonrisa de eres una persona loca y tengo que ser amable contigo.

―Umm, gracias ―dijo Frankie―. Me voy a ir ahora.

El conserje volvió a sonreír afablemente y Frankie se apartó del


escritorio y corrió hasta la hilera de ascensores. Una vez en su habitación,
se quitó la bata y se puso un vestido de verano cuando la tarjeta de
presentación de Antonio se le cayó del bolso al sacar su dinero.
Tal vez no tenía que hacer esto completamente por su cuenta.
―¿Dónde está la camioneta de tu tío? ―preguntó Frankie, mirando el
vehículo sin puerta que parecía un buggy.

―Lo está conduciendo ―anunció Antonio deslizándose desde detrás


del volante―. Su carro la espera, señora. ―Llevaba un uniforme de la
escuela de pantalones cortos azul marino y una camisa blanca de manga
corta. Su corbata era un clip.

―¿Robaste esto? Y siento que tengo que repetir mi pregunta de anoche.


¿Tienes la edad suficiente para conducir?

―¿Quieres quedarte aquí y hacer preguntas, o quieres ir al Rockley?


―preguntó Antonio.

―Ay, Dios mío, sólo conduce. ―Frankie se subió a su lado y se abrochó


el cinturón de seguridad.

―¡Yee haw! ―Antonio aceleró el motor, saltó la acera y arrancó por el


sinuoso camino hacia la carretera.

―¡No nos mates! ―Frankie gritó por encima del retumbar del motor.

Antonio se acercó a la carretera como un villano en una persecución de


autos. Frankie se cubrió los ojos con las manos y dijo sus oraciones,
escuchó bocinas y se preparó para la muerte, pero el impacto y la muerte
nunca llegaron. Echó un vistazo a través de sus dedos para ver que
estaban avanzando por la carretera entrando y saliendo del tráfico.

―Okey, no estamos muertos, este es un buen comienzo.


―Entonces, ¿cuál es el plan, mujer? ¿Encontraste a tu amigo anoche?

―El plan es que me lleves al Rockley, yo rescataré a mi amigo y nos


llevarás de regreso al resort a tiempo para la boda.

―Buen plan ―asintió Antonio―. ¿Dónde está el Señor Ricachón?

―¿Aiden? ―Frankie miró por el parabrisas―. Tenía asuntos de los que


ocuparse.

―Entonces, ¿vas a rescatar a tu amigo tú sola?

―Si quieres que algo se haga bien...

Antonio asintió sabiamente.

―Hablando de dinero ―comenzó Frankie―. Mis bolsillos no son tan


profundos como los de él.

―Está bien, puedes pagarme mostrando tus senos de nuevo.

Frankie le dio un manotazo en la nuca.

―¡Oye!

Él sonrió.

Sonó el teléfono de Frankie.

―Oh, diablos. ―Era Pruitt.

―¡Hola, novia! ―Frankie respondió. Sonaba como una completa farsa.

―¿Dónde estás? Estamos listas para las fotos de damas de honor.

Frankie se dio una palmada en la frente. Mierda.

―No estoy ahí en realidad. Me dirijo, eh, al... ¿muelle?

―¿El muelle?

Frankie pudo escuchar la nota de pánico en la voz de Pru.


―Sí, quería venir aquí y ver a Chip por ti. Sólo así, ya sabes... tú sabrás
―terminó sin convicción.

―Eres la mejor amiga que una chica podría tener ―resopló Pru―. No
quería decir nada, pero estoy hecha un nudo, solo necesito escuchar su
voz y saber que todo sigue bien.

―Todo va a estar mejor que bien ―prometió Frankie―. Voy a hacer que
te llame tan pronto como lo vea, probablemente simplemente dejó caer su
teléfono por la borda o algo así, ya sabes cómo es él con esas cosas.

―Sí ―sollozó Pru―. Lo sé, yo sólo... vuelve pronto, ¿de acuerdo? No


puedo esperar a que veas la ceja de Margeaux, tuvieron que dibujársela.

Frankie se frotó las sienes.

―Volveré antes de que te des cuenta ―prometió.

Colgó y hundió la cara entre las manos.

―Ay, Dios mío. Si no puedo lograrlo, arruinaré no solo el día de su


boda, sino también nuestra amistad.

―Todo saldrá bien ―dijo Antonio alegremente.

―¿Eso es un uniforme escolar? ―preguntó Frankie, mirando a los


mocasines que accionaban el acelerador.

―Sí, me sacaste de una prueba de geografía.

―¿Vas a faltar a la escuela para llevarme?

―¡Seguro! A veces lo hago, es mejor que sentarse detrás de un escritorio


y escuchar a los maestros bla, bla, bla todo el día.

Frankie trató de no pensar en todas las leyes que probablemente


estaban infringiendo en ese momento exacto. Su teléfono volvió a sonar y
lo cogió sin pensar.

―¡Franchesca! ¡Estas viva! He estado tan preocupada.


―¿Mamá?

―Oh, gracias a Dios que te acuerdas de mí ―dijo May, con sarcasmo―.


Pensé que habías ido a volar en parapente y te golpeaste la cabeza y
sufrías amnesia.

―Mamá, ahora no es un buen momento.

―¿Qué podría ser más importante que asegurarle a tu madre que estás
viva y bien? ―May insistió.

―Mamá, es el día de la boda de Pru y le estoy haciendo un encargo,


realmente tengo que concentrarme, ¿de acuerdo?

―Los padres de Pruitt deben estar muy emocionados. ―La realidad no


existía en el mundo de May Baranski, había visto a R.L. y Addison
Stockton en decenas de ocasiones, los Stockton no eran un grupo de
emocionarse demasiado―. Sabes, me encantaría que mi hija tuviera un día
de boda algún día ―suspiró May.

―Sí, sí, pobrecita. No tienes nietos excepto el que viene de camino de


Marco y Rachel, me quedaré embarazada la próxima vez que salga con
un chico en Tinder, lo prometo.

―Franchesca Marie, no te atreverías a...

―Tengo que irme, mamá. Te llamaré.

―¿Cuándo? ¡Ya te has ido por mucho tiempo!

―Pronto. ―Probablemente―. Me tengo que ir. ¡Adiós!

Colgó antes de que su madre pudiera dar otro viaje de culpa con la
precisión de un cirujano.

Antonio se rió disimuladamente.

―Tu mamá suena divertida.

―Cállate delincuente menor de edad y conduce.


Hizo que Antonio se acercara lo más posible a la puerta, esta vez no
podía perder el tiempo arrastrándose por la jungla. Después de tres
intentos embarazosos, finalmente logró cruzar la pared raspándose las
espinillas de ambas piernas en la piedra afilada de la pared.

Gruñó y gimió al salir del arbusto de flores con los efectos de sonido de
una persona mayor, al menos su peinado no se había movido.

Ahora, sigilosamente, ¡mierda!

Tres mucamas estaban tomando un descanso para fumar en la parte


trasera del edificio más cercano a ella. Todas la miraban con recelo.

Frankie sacudió la tierra del vestido y caminó hacia ellas con la mayor
naturalidad posible.

―Buenas tardes ―les saludó sonriendo como una persona normal―.


Entonces, este es el asunto...
Frankie se ató el delantal a la cintura.

―Gracias de nuevo por esto, Flor ―le dijo a la mujer con la que se había
cambiado de ropa. El busto estaba un poco ajustado y los zapatos un poco
grandes, pero aparte de eso, Frankie confiaba en que podría pasar por una
mucama del resort, por lo menos temporalmente.

―No hay problema ―dijo Flor, enderezando el cuello de Frankie―. Ese


hombre es un idiota. Estoy feliz de ayudar.

―¿Sabes si hay alguien más en la habitación con él? ―preguntó Frankie


mientras sus nuevas amigas la metían por un pasillo trasero.

―Tiene un asistente que ronda, un grandote ―le dijo Bianca―. Pero se


queda en una habitación diferente.

De acuerdo, con suerte, solo un potencial pistolero contratado para


hacer rondas. Frankie se llevó una mano al estómago mientras Wilma
apretó el botón de llamada del ascensor, o ella iba a morir hoy o llevaría
a cabo el mayor milagro del día de la boda de todos los tiempos y
realmente esperaba no estar a punto de morir. No sin antes darle una
bofetada a Aiden Kilbourn.

Bajaron del ascensor en el sótano. Flor jugaba a vigilar mientras las otras
dos llenaban un carrito del servicio de habitaciones con licor.
―Simplemente dile al Señor Hasselhoff que estás ahí para reabastecer
la barra ―instruyó Bianca.

Hasselhoff5. Al menos el secuestrador tenía sentido del humor.

―Y no hagas contacto visual con él, odia eso ―sugirió Wilma.

Regresaron al ascensor con un carrito de lona blanca y media docena


de botellas de licor.

―Mantén la cabeza baja para evitar las cámaras ―dijo Flor, guiándolas
de regreso a la cabina del ascensor―. Y si necesitas ayuda para esconder
el cuerpo, llama al 101 desde el teléfono de la habitación y di que te
gustaría solicitar el servicio de habitaciones.

―Cámaras. Cuerpo. Servicio de habitaciones. Lo tengo ―dijo Frankie.


El corazón le latía con fuerza en los oídos como el bajo del Chevy Cavalier
de su novio de la secundaria.

¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Debería haber confiado en Aiden para


que él lo manejara? ¿Vería al menos a Chip antes de que la mataran a tiros
en el mejor momento de su vida?

Fue el viaje en ascensor más largo de su vida, y eso contando el de la


vez del chico que estaba rompiendo con su novia en el altavoz. El viaje en
ascensor más largo fue seguido por la caminata más larga y espeluznante
por el pasillo de un hotel. 302, 304, 306. Mientras contaba los números de
las habitaciones, el corazón de Frankie comenzó a latir en su cabeza,
debería haber escrito un testamento antes de este viaje.

¿Y si sus hermanos peleaban por su colección de recuerdos de la NHL?


Podía ver a Gio y Marco llegando a los golpes sobre su suspensorio
Kreider firmado. Esperaba que quienquiera que tomara su apartamento
fuera un buen vecino de los Chu al otro lado del pasillo, el señor Chu
perdía constantemente sus lentes, y la señora Chu le agradecía a Frankie
por darles tarjetas de regalo para su restaurante coreano alrededor de la
cuadra. Nunca más volvería a probar sus bulgogi.

5
Actor que protagoniza “El auto fantástico”, donde da vida Michael Knight, agente de campo principal en la
organización de la justicia pública de la fundación Knight.
Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando el 314 apareció frente a ella,
respiró hondo, ella estaba haciendo esto por Pru, su mejor amiga merecía
un felices para siempre. Y ella superaría por completo la muerte de su
mejor amiga.

Era pésima en las charlas estimulantes. Frankie levantó los nudillos


para llamar y vaciló un segundo. Puedes hacer esto, se susurró a sí misma.
Puedes entrar y demostrarle que nadie secuestra a tus amigos y se sale con la
suya.

Su charla de ánimo fue interrumpida por las miradas inquisitivas de


una pareja con resaca vestidas con lo último de la moda.

―Se parece un poco a esa estrella de reality que arrojó a Kennedy al


estanque koi anoche ―dijo la mujer en un susurro escénico.

Frankie bajó la cabeza y, con los ojos cerrados, tocó.

La puerta se abrió de golpe.

―¿Puedes leer el 'No molestar'? ¿O son todas analfabetas y estúpidas?

Todos los imbéciles ricos tendían a verse iguales y este tipo no era la
excepción. Era de complexión y estatura media, tez bronceada con spray
y con cabello castaño medio cuidadosamente peinado.

―Estoy aquí para reabastecer el barrr―. Dios, su acento falso sonaba


más pirata que Bajan. Solo un idiota caería en la trampa.

―Ya era hora, llamé hace horas ―dijo el idiota.

La hizo pasar al interior, haciendo molestos movimientos de aleteo


como un pollo tratando de emprender el vuelo.

―Vamos, no tengo todo el día.

La suite era oscura, con pesadas cortinas que tapaban el sol tropical del
exterior. Parecía como si estuviera tratando de hacer que la habitación se
pareciera a la guarida de un chico malo, pero había demasiado desorden
(bandejas de servicio a la habitación, botellas de licor vacías) que
estropeaban el lujo. Parecía que un grupo de bebitos de un fondo
fiduciario se había reunido con el dinero de papá para destrozar una suite
de hotel, no para ejecutar un secuestro.

Secuestrador Idiota no se veía mucho mejor que la habitación en sí. Su


cabello estaba desordenado como si hubiera estado empujando sus manos
nerviosas a través de él y su corbata estaba floja. De todos modos, ¿quién
diablos llevaba corbata para holgazanear en una habitación de hotel en
Barbados?

Se dirigió a la sala principal de la suite e hizo todo lo posible por


adivinar dónde estaba escondida la barra y adivinó mal al encontrar el
televisor escondido en un armario, a la gente rica no le gustaba mirar las
pantallas apagadas.

Secuestrador Idiota chasqueó los dedos.

―El bar está ahí. ¿Qué, eres nueva aquí?

Ella se salvó de tener que reprimir una respuesta cuando el teléfono del
hombre sonó.

―Cristo. ¿Qué está tomando tanto tiempo? Vuelve aquí. Va a estar aquí
en cualquier momento, y no voy a hacer esto sin refuerzos. ―Salió furioso
de la sala de estar y entró en uno de los dormitorios, cerrando la puerta
detrás de él.

―Ay Dios, mío. Ay, Dios mío. Ay, Dios mío ―salmodió Frankie.
Inspeccionó la habitación y corrió hacia la siguiente puerta cerrada, era
un baño, la siguiente era un maldito vestidor. Finalmente vio otra puerta
cerrada al otro lado de la habitación y cuando movió la manija, la encontró
bloqueada.

Sacó el llavero que Flor le había prestado y buscó a tientas la cerradura.


Lo consiguió al quinto intento y se metió en la habitación, aquí también
estaba oscuro y olía a huevos podridos.

Frankie cerró la puerta silenciosamente detrás de ella.

―¿Chip? ―Ella susurró―. ¿Estás aquí?


Ella tropezó con él antes de verlo. Estaba acostado de espaldas en el
suelo junto a la cama.

―Oh, Dios mío, Chip ―siseó. ¿Estaba muerto? ¿Ese hijo de perra había
matado a Chip?

Ella extendió una mano temerosamente hacia él sabiendo que si tocaba


la piel fría, iba a vomitar y luego cometer un asesinato tan atroz que
pasaría a la historia de Barbados.

―Por favor, no estés muerto ―susurró.


Frankie empujó a Chip con fuerza con dos dedos. No fue la carne fría
de un cadáver lo que la recibió, sino una axila todavía caliente y un
ronquido.

―¡Chip! ―Ella lo sacudió de nuevo.

―¿Eh? ¿Qué? ―luchó por despertar.

Ella exhaló un suspiro de alivio tan grande que casi devolvió el


desayuno. Su teléfono vibró en su bolsillo, era un texto de Pru.

Pru: ¿Dónde estás? ¿Dónde está Chip?

Mierda.

―Chip, soy yo, Frankie. ¿Estás bien?

―¿Frankie? ―preguntó, aturdido―. ¿Elliot todavía me tiene? ¿Sabe que


estás aquí?

Frankie miró hacia la puerta.

―No hay tiempo para hablar, tenemos que sacarte de aquí. ¿Puedes
caminar?

―Por supuesto que puedo caminar, me quedé dormido haciendo


abdominales, ellos me dieron algo para noquearme. Además, de una
súper resaca. ¿Cómo está Pru? ¿Está enojada? ¿Su padre...?
―Pru está bien, te está esperando ansiosamente con un vestido blanco
pomposo.

―¿No canceló? ―Chip se iluminó como el árbol de Navidad del


Rockefeller Center.

―No sabe que estás desaparecido todavía.

El teléfono de Frankie vibró una y otra vez. Una rápida sucesión de


textos, imaginó.

―¿Por qué hacías abdominales? ―preguntó Frankie, agarrando su


mano y colocándolo en una posición sentada.

―No quería que mi six-pack sufriera solo porque me secuestraron.


Estoy bien, lo juro. ―Para demostrarlo, se puso de pie de un salto y
rápidamente cayó sobre la cama―. Lo siento, mi pie está dormido.

Frankie tiró de él hacia atrás, podía escuchar una voz en la otra


habitación y pasos.

―Escóndete ―susurró Chip.

Frankie corrió en círculos presa del pánico y estaba mirando la colcha


como un posible escondite cuando Chip abrió la puerta del armario y la
empujó adentro. Acababa de encerrarla en la oscuridad cuando oyó
abrirse la puerta de la habitación.

¿Iba a venir Secuestrador Idiota a matarla? Por instinto se agachó más


en el armario y se golpeó la cabeza con algo grande y metálico.

―Hijo de p...

Frankie se tapó la boca con la mano cuando oyó abrirse la puerta del
dormitorio.

―Quédate aquí hasta que te diga que salgas ―exigió Secuestrador


Idiota.

―Mira Elliot, resolvamos esto. Te conseguiré lo que sea que quieras si


me dejas ir.
―Buen intento Randolph, pero solo hay una persona que puede darme
lo que quiero.

―Aiden no va a dejar que te salgas con la tuya.

Frankie se quedó paralizada. Este tipo tenía que ser alguien que Aiden
conociera. ¿Era esa la razón por la que no la había dejado patear la puerta
anoche? Se frotó el nudo en la cabeza.

Estaba alcanzando la puerta, lista para irrumpir y exigir respuestas


cuando escuchó un leve golpe.

―Quédate aquí y todo esto terminará pronto ―espetó Idiota, cerrando


la puerta del dormitorio.

La puerta del armario se abrió de golpe y Frankie saltó hacia atrás,


golpeándose la cabeza de nuevo en el mismo lugar.

―¿Estás bien? ―Chip preguntó cuando ella se dobló.

―¡Ay! ―El cabello de Frankie se enganchó en una percha y sintió que


media docena de horquillas le salían de la cabeza―. ¡Ay, Dios mío!

―¿Qué?

―¡Mi pelo! ¡Mi cabeza! ¡Tenemos que salir de aquí!

Ambos se detuvieron y escucharon. Ahora había más de una voz en la


sala de estar y era solo cuestión de tiempo antes de que alguien regresara.

Frankie corrió hacia la pared y corrió las pesadas cortinas.

―Oh, gracias a Dios ―susurró cuando vio el balcón. Lo más


silenciosamente posible, abrió la puerta corrediza de vidrio, el ruido de la
vida del océano y del centro turístico llenó inmediatamente la habitación
y ella hizo una mueca. Si dejaban de hablar afuera del dormitorio, lo
escucharían.

Puaj. Estaban tres pisos más arriba, confirmó mirando por encima del
borde del balcón. No había forma de bajar, pero quizás había una salida,
El pasamanos de la barandilla era más ancha que la propia barandilla.
Algún arquitecto innovador probablemente se había dado cuenta de que
la gente querría dejar sus copas de cristal de martini para tomarse selfies
al atardecer y conectó todos los balcones del piso.

―Chip, ven aquí ―siseó Frankie.

Él cojeó hacia la luz del día como un vampiro con resaca.

―¿Por qué el sol tiene que brillar todo el tiempo aquí? ―gimió.

―Ay, Dios mío. Sube aquí.

―¡Estas sangrando! ―dijo, mirándola boquiabierto.

Se tocó el pelo con los dedos.

―Me golpeé la cabeza con la caja fuerte. Está bien.

―Parece que... ―Chip se dobló y respiró profundamente.

―Contrólate, Chip. ―Él había sido pre-médico en la Universidad de


Nueva York hasta que se dio cuenta de que la sangre lo hacía vomitar y
desmayarse―. No me hagas darte una bofetada.

―Okey, tal vez si no te veo.

―Por el amor de Dios, Chip. Necesito que te subas a esta barandilla y


muevas el trasero a otra habitación que tenga la puerta del balcón abierta,
tenemos que irnos. ¡Ahora!

Chip miró hacia la terraza de abajo.

―¡Jesús, Frankie, eso es como una muerte instantánea!

Frankie tomó su cara en sus manos y apretó sus mejillas hasta que hizo
labios de pescado. Él cerró los ojos para no tener que mirar fijamente su
herida en la cabeza.

―Chip, ¿quieres casarte con Pru hoy o no?

―Sí.
―Entonces sube tu trasero y muévete al siguiente balcón.

―Okey.

Ella le soltó la cara y lo empujó hacia la barandilla.

―Tú también vienes, ¿verdad?

―Estaré justo detrás de ti. Solo por curiosidad, ¿qué tiene que ver Aiden
con todo esto?

Chip se detuvo a cuatro patas para equilibrarse.

―No es su culpa.

Escucharon voces elevadas provenientes del interior de la suite.

―Ve, hablaremos más tarde. ―Frankie lo ahuyentó por la cornisa y


volvió corriendo a la habitación.

Colocaría barricadas en la puerta para ganar un poco de tiempo. Al


menos ese era su plan cuando trató de levantar la mesa de noche y la
puerta del dormitorio se abrió de golpe.

Secuestrador Idiota la miró fijamente durante dos segundos completos


antes de perder la cabeza.

―¿Quién eres tú y dónde está...?

―¿Tu víctima de secuestro? ¿Mi amigo Chip? ¿Quieres saber dónde


está? ―La voz de Frankie se estaba elevando, sus dedos se cerraron
alrededor del reloj despertador y el cargador de iPhone en la mesita de
noche.

―¡Sí! ―gritó, tirando de su cabello―. ¿Y por qué hay sangre por todas
partes? ¿Lo mataste?

―¿Qué está pa...? ―El hombre en la puerta no tuvo la oportunidad de


terminar su oración porque Frankie golpeó a Idiota en la cara tan fuerte
como pudo con el despertador.
Él se dobló gritando y más sangre llovió sobre la alfombra blanca,
Frankie le dio otro golpe por si acaso que lo derribó de rodillas.

―Traté de mantener esto civilizado ―chilló Idiota.

Frankie se volvió hacia el segundo hombre y sopesó el despertador.

―¿Quieres un turno, Kilbourn?

Aiden levantó ambas manos.

―Aguanta, bateadora. ¿Por qué estás sangrando?

―¿Por qué estoy sangrando? ¿Por qué estoy sangrando? ―ella se rió―.
Estoy sangrando por la misma razón por la que tu mejor amigo se está
perdiendo la boda. Gracias a ti.

―Franchesca, te lo puedo explicar.

―¡No quiero una explicación! Llegas muy tarde. Chip ya se fue hace
mucho...

―¿Uh, Frankie?

―¡Chip! ¿Qué carajo?

Chip se asomó por la puerta del patio con aire avergonzado.

―Pues, encontré una habitación que estaba abierta, pero estaba


ocupada, y creo que están llamando a seguridad.

―Retrocede, Kilbourn. Sólo retrocede, maldita sea ―ordenó Frankie,


empuñando el despertador.

―Hola, Aiden.

―Es bueno verte, Chip.

―No hables con él. ¡Y tú no te acerques a nosotros! ―Frankie pasó


lentamente por delante de Aiden, arrastrando a Chip con un brazo
mientras sostenía el despertador apuntando en la dirección de Aiden.
Secuestrador Idiota gimió en el suelo.

―Ella me rompió la nariz.

―Bien ―respondieron los tres.

―Ahora, Chip y yo saldremos de aquí y ambos nos dejarán o voy a


empezar a gritar dando alaridos y toda la seguridad del resort romperá
esa puerta en treinta segundos.

Frankie los hizo retroceder hacia la puerta de la suite.

Cuando Aiden hizo un movimiento para seguirlos, ella negó con la


cabeza.

―Uh-uh, amigo. Eres una persona non-grata. Quédate aquí con tu


amigo, tenemos una boda a la que asistir.

―Probablemente deberías hacer lo que ella dice ―le sugirió Chip a


Aiden―. Es aterradora cuando está enojada.

―Puedo ver eso ―dijo Aiden, luciendo más divertido que aterrorizado.

―No te atrevas a reírte ―gruñó Frankie―. Me aseguraré de que te


arrepientas de esto. Vamos, Chip.

―Oye, ¿quieres que te lleve, Aiden? ―ofreció Chip.

Frankie le dio una palmada en el brazo.

―No, él no quiere que lo lleven. Los secuestradores no reciben


transporte de sus víctimas.

―Awh, Frankie, en realidad no me secuestró.

―Entonces conspiró para secuestrarte.

―¡No, no lo hice!

―¡No, no lo hizo!
―Hablaremos de esto más tarde ―dijo Frankie, finalmente entendiendo
exactamente cuán enojado tenía que estar un padre para usar esas
palabras.

Empujó a Chip hacia el pasillo.

―Tú quédate ―dijo, señalando a Aiden, que estaba ayudando a su


hermano a ponerse de pie―. Si alguno de ustedes intenta seguirnos, los
mataré.

―Creo que la mucama loca lo dice en serio ―susurró Elliot Stage,


todavía agarrándose la nariz y luciendo aterrorizado―. Lo siento, señora.
Lo siento. ―dijo en español.

―¿En serio? ¡Estamos en Barbados, idiota!

Ella cerró la puerta y luego empujó a Chip hacia las escaleras.

―¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

Corrieron hacia el sótano y atravesaron las puertas dobles, unos pasos


sonaron uno o dos pisos por encima de ellos. Flor con el vestido de verano
de Frankie estaba llenando un carrito de mini champús.

―¿Puedes cerrar esa puerta? ―preguntó Frankie, mientras se bajaba la


cremallera por la espalda.

Bianca corrió hacia la puerta de la escalera y la cerró.

―Alguien está corriendo ―informó, alejándose de la ventana.

―Muchas gracias por todo ―dijo Frankie, abriéndose paso fuera del
vestido―. Siento lo de la sangre, esas cajas fuertes del armario están
afiladas.

Algo, un cuerpo de buen tamaño por los sonidos, golpeó las puertas a
la carrera.

Frankie hizo una mueca, tendría pesadillas para siempre de ser


perseguida por las escaleras.
Flor se desnudó rápidamente y le devolvió el vestido a Frankie.

―Espero que le hayas mostrado a ese idiota del 314 quién es la jefa.

―Me disculpo por la sangre ahí arriba ―dijo Frankie con gravedad.

Flor asintió brevemente con la cabeza y le dio una palmada en el


hombro.

―Buena suerte mi amiga.

―Que la fuerza te acompañe ―ofreció Frankie. Ella no era buena en


charlas de ánimo o agradecimientos―. Vamos Chip.

Salieron de puntillas por una puerta lateral y luego medio corrieron y


medio gatearon hacia la vegetación. Los rasguños abiertos en sus
espinillas cantaron mientras agregaba más tierra en las heridas. Le
palpitaba la cabeza y las ramas le arrancaban el pelo, pero ella tenía al
novio.

―¡Ay!

Frankie miró hacia atrás. Chip se cubría el ojo con una mano.

―¿Estás bien? ―ella siseó.

―Tengo una rama en el ojo.

―Solo mira con tu ojo bueno, estamos casi en la pared.

Finalmente, el gran monumento de estuco se elevó ante ellos.

―Está bien, vamos a trepar, entrar en el auto e ir a que te cases, ¿bien?

―Bien ―dijo Chip, todavía agarrándose el ojo.

―Déjame ver tu ojo.

Él dejó caer su mano. Había una roncha roja que continuaba a ambos
lados de su ojo. El ojo mismo estaba tan rojo como el de un sabueso.
―Oh, Dios. ―Se llevó una mano a la boca. El estómago de Frankie podía
soportar muchas cosas, pero los ojos heridos no eran una de esas cosas.

―¿Por qué sigues sangrando? ―Chip se atragantó―. Estás manchada por


toda la cara. ―Se dobló por la cintura y dio un tirón en seco.

―Dejemos de mirarnos y trepemos la pared.

Frankie empujó a Chip una y otra vez, y cuando él se inclinó para


ofrecerle una mano, apretó los ojos con prudencia.

Ambos aterrizaron sin ceremonias junto a la carretera a sesenta metros


de Antonio y su estúpido cochecito. El motor rugió a la vida cuando se
acercaron y Frankie metió a Chip en el asiento trasero.

―Abróchate el cinturón ―advirtió, antes de saltar junto a Antonio.

El niño se alejó a toda velocidad del resort con el vigor de un piloto de


NASCAR en un auto deportivo nuevo. Frankie sacó su teléfono.

―Ay, Dios mío. ―Tenía diecinueve llamadas perdidas, dos eran de Pru,
las demás eran de Aiden. Escuchó el mensaje de voz más reciente de su
amiga e hizo una mueca, Pruitt sollozaba incontrolablemente.

Frankie pulsó el botón de rellamada con una mano y se aferró al tablero


con la otra.

―¿Pru? ¿Puedes escucharme?

―¿Dónde estás? ―Pru gimió―. Chip se ha ido, Aiden está desaparecido


¡Y tú me abandonaste! Mi papá está buscando un arma y la mamá de Chip
ya rompió los aperitivos de la hora del cóctel. Se supone que me casaré en
veinte minutos y no tengo novio ni mejor amiga.

―Tienes a ambos, Pru. Tengo a Chip conmigo y vamos de regreso.

―¿Tienes a Chip? ―Al menos, eso es lo que Frankie pensó que dijo. Era
demasiado agudo y lloroso para estar segura.

―Está justo aquí y no hay reglas sobre hablar antes de la ceremonia,


¿verdad?
―No, no lo creo ―sollozó Pru.

―Toma ―dijo Frankie, poniendo su teléfono en la mano de Chip―.


¿Hablas con tu novia?

―¿Pru, bebé? ―Chip canturreó en el teléfono.

―¿Siempre hay tanto drama en las bodas? ―preguntó Antonio, girando


alrededor de un bache lo suficientemente grande como para tragar su
buggy.

―Realmente esto es normal para la mayoría de las bodas


estadounidenses ―dijo Frankie.

―¿En serio?

―¡No! Jesús, Antonio. Este es un espectáculo de mierda completo.


Secuestros y rescates...

―Y persecuciones de autos ―añadió Antonio mirando por el espejo


retrovisor.

Frankie se giró en su asiento para mirar y un gran SUV negro estaba


pegado a su cola, no reconoció al conductor, pero seguro que conocía al
pasajero.
Frankie soltó su cinturón de seguridad y se asomó a la puerta abierta
para que Aiden pudiera ver mejor su dedo medio.

―Es sólo Aiden ―dijo Chip, tratando de hacer malabarismos con el


teléfono y la lesión en el ojo mientras la empujaba de regreso al vehículo.

―¿Sólo Aiden? ¡Su hermano te secuestró!

―Así es como ellos hacen las cosas.

―Tus amigos son gente horrible ―gritó Frankie.

―¿Pru, bebé? ―Chip dijo en el teléfono―. Sí, secuestrado. Ya sé,


¿verdad? Mira, tengo que irme. Aiden está llamando, Frankie se está
saliendo del auto y estaremos ahí pronto. Te lo explicaré todo después de
que seas mi esposa. No puedo esperar a verte con tu vestido. Te amo
―gritó Chip por encima del viento.

―No te atrevas a responder a esa llamada... ―La advertencia de Frankie


no sirvió de nada.

―Oh, hola, Aiden. Oh, Dios. Estás justo detrás de nosotros... No, no creo
que sea una buena idea que le diga eso ahora mismo. Está bastante
enojada contigo... no lo sé, realmente no hemos tenido tiempo de hablar.

Frankie extendió la mano detrás de ella y le arrebató el teléfono.


―¿Qué diablos vas a hacer, Kilbourn? ¿Sacarnos de la carretera?
¿Dispararnos en la nuca?

―Siéntate, abrocha tu cinturón de seguridad y trata de mantenerte con


vida ―gruñó en el teléfono.

―¿Disculpa? No acepto órdenes de secuestradores.

―¡Que él no me secuestró! ―dijo Chip.

―¡Yo no lo secuestré!

―Lo que sea, ni siquiera pienses en intentar alejarnos de la boda. No te


irá bien.

―No estoy tratando de impedir la boda, idiota irresponsable y


exasperante, estoy de tu lado.

―Mentira, tú sabías que tu hermano tenía a Chip.

―Lo sabía ―admitió. Eso la hizo callar temporalmente―. Me di cuenta


cuando leíste el nombre de la empresa en el registro de la habitación
anoche. Es una subsidiaria de la empresa familiar.

―Bueno, buenas noticias para ti.

―Te lo prometo, me ocuparé de Elliot más tarde, por ahora intentemos


llevar al novio a su boda en una pieza.

―Eres el peor ser humano del mundo y conozco a mucha gente ―gritó
Frankie al teléfono.

―Cariño, no tienes idea. ―Se desconectó antes de que ella pudiera tener
la satisfacción de colgarle.

―¡Agh!

―¿Así que el Señor Ricachón lo secuestró? ―Antonio preguntó mientras


bordeaba un callejón.

―Sí ―dijo Frankie.


―No ―dijo Chip―. Oye, ¿tienes edad suficiente para conducir?

Llegaron al resort en una pieza llena de adrenalina. El gran todoterreno


negro mantuvo su rumbo y se detuvo en el hotel detrás de ellos. Frankie
le arrojó a Antonio todos los billetes que tenía en la billetera, le lanzó un
beso y arrastró a Chip fuera del auto.

Aiden salió por la puerta del pasajero de la camioneta y los tres salieron
corriendo por el vestíbulo.

El conserje y el gerente de la recepción se quedaron boquiabiertos tras


ellos.

―Tenemos que vestirte ―dijo Frankie, empujando a Chip hacia el


ascensor, las puertas se abrieron milagrosamente, pero Aiden se deslizó
detrás de ellos. Los espacios reducidos fueron lo que la empujó al límite y
se lanzó sobre Aiden, sus manos estaban tan enojadas que no sabían si dar
una bofetada o un puñetazo y en su lugar se dejaron caer inútilmente
contra su pecho.

―Ella se está volviendo Solange6 contigo ―observó Chip.

―Gracias, puedo ver eso ―dijo Aiden secamente, empujando a Frankie


a la esquina del ascensor―. Deja. De. Golpearme.

La sostuvo ahí con el peso de su cuerpo, la rabia de Frankie subió otra


muesca cuando su cuerpo reaccionó como si estuviera feliz de tener más
de metro noventa de un idiota mentiroso presionado contra ella. Cuerpo
estúpido y traidor.

―Quédate quieta Franchesca, sólo intento mirar el corte en tu cabeza.


―Agarró su barbilla por debajo mientras ella se agitaba contra él―. Para.
―Dio la orden en voz baja.

Ella hizo una mueca cuando sus dedos pincharon el corte.

―No es demasiado profundo, pero deberías hacer que lo revisen.

6
En el 2014 Solange Knowles fue filmada golpeando a su cuñado JAY-Z en un elevador mientras su hermana
Beyoncé miraba con calma.
―Oh, por supuesto. Haré una cita con un médico en los próximos, oh,
dos minutos antes de que comience la ceremonia.

―¿Qué le pasó a tu ojo? ―Aiden le preguntó a Chip.

―Una rama de árbol durante la fuga. Esta será una historia para los
nietos algún día.

―Sí, sólo recuerda quién acudió a tu rescate y quién era el malo


―murmuró Frankie.

Las puertas del ascensor se abrieron y salieron al pasillo, Chip corrió


hacia su habitación con una mano apretada firmemente sobre su ojo.
Aiden se quedó clavado en el suelo.

―Tenemos que hablar ―le dijo a Frankie.

―Sí, bueno, eso tampoco sucederá, no tengo nada que decirte.

―Vamos Kilbourn, tengo que casarme ―dijo Chip desde el final del
pasillo.

―No vuelvas a ser secuestrado ―le gritó Frankie. Giró sobre Aiden y lo
apuñaló en el pecho con el dedo―. Él confía en ti, pero yo no, y si haces
algo para joder esto para él y Pru, me llevaré tus pelotas a casa en mi
equipaje de mano ―le advirtió Frankie.

―Estoy bastante apegado a ellas.

―No te hagas el listo conmigo.

―Eres hermosa cuando estás cubierta de sangre y enojada.

―Entonces debo lucir como una supermodelo de mierda en este


momento.

Ella le sacó el dedo medio una vez más por si acaso y se precipitó por
el pasillo hacia su habitación, se había olvidado del vestido hasta que
entró, el vestido manchado y destrozado. La bolsa de ropa estaba colgada
en el armario, estaba demasiado nerviosa para mirar y ver si la lavandería
del hotel había podido obrar un milagro. Ella se quitó el vestido de verano
ahora arruinado y se metió en el sujetador sin tirantes y las malditas
bragas de satén de cuarenta y siete dólares que tenían que ir con el vestido.

Con los dedos temblorosos, abrió la cremallera de la bolsa. Oh, Dios.


Todavía había manchas visibles de bayas. Las rasgaduras al menos se
veían... mejor. Todavía parecía que el vestido había pasado por un
triturador de basura.

Su teléfono sonó de nuevo y apuñaló el botón del altavoz mientras se


ponía el vestido.

―¿Sí?

―Frankie, tienes que bajar aquí. Mi papá y el papá de Chip están


peleando en el pasillo.

―¿Pelea a puñetazos o lucha libre?

―Ja. Básicamente, gritándose el uno al otro sobre cómo el hijo del otro
es un idiota egoísta.

Frankie podía oír los gritos de fondo.

―¿Qué están haciendo los acompañantes del novio?

―Poniendo acción en ello, la mayoría piensa que mi padre puede


ganarle al Señor Randolph debido a los años de rabia reprimida.

―Puaj. Bajaré en dos minutos. Mientras tanto, pídele a tu coordinador


de bodas que haga literalmente cualquier cosa.

―¡Apúrate!

Frankie colgó y se miró horrorizada en el espejo. El lado izquierdo de


su rostro estaba cubierto de sangre, una parte ya estaba seca. Su cabello
cuidadosamente peinado estaba explotando fuera de los últimos alfileres
de tortura que aún colgaban, ella tenía una vid entera clavada ahí de
alguna manera. ¿Y el vestido?
El vestido estaba más limpio ahora, pero aún estaba destrozado. ¿Los
vestidos de dama de honor vienen en tela destrozada? Pru
definitivamente la iba a matar.

Llamaron a la puerta y Frankie tropezó con el dobladillo en su prisa por


llegar.

―¿Qué diablos quieres?

Aiden estaba ahí de pie con un esmoquin irritantemente impecable y


perfectamente hecho a medida. No tenía sangre ni hematomas en la cara.
Sólo el fantasma de una sonrisa y una bolsa de ropa colgada del hombro.

―Pensé que podrías necesitar esto ―dijo, entregándole la bolsa.

―Como si hubiera cualquier cosa que pudieras darme y que aceptaría


ahora mismo ―espetó Frankie. Le dolía la cabeza y también el corazón.

Al ver que ella no iba a hacerlo, Aiden se acercó y abrió la cremallera


de la bolsa él mismo.

Era su vestido de dama de honor, o al menos una réplica exacta.

―¿Cómo diablos...?

―¿De verdad quieres saber cómo o quieres ponértelo? ―preguntó.

―Ponérmelo. ―Al diablo con la ira y la timidez. Tenía una mejor amiga
a quien complacer. Frankie se quitó el vestido y lo amontonó en el suelo.

Aiden perdió esa sonrisa de suficiencia y simplemente se quedó


mirando.

―Como si no hubieras visto mil tetas antes ―murmuró, poniéndose el


vestido nuevo.

Él la estabilizó cuando se tambaleó y le abrochó la cremallera en la


espalda.

―Perfecto ―dijo.
―¿Cómo supiste mi talla?

―¿Olvidaste que te tuve en mis manos?

―Eso fue hace dieciocho horas. ¿Cómo conseguiste un vestido de mi


talla aquí tan rápido?

―¿Por qué no nos ocupamos de la sangre y el cabello en lugar de


centrarnos en los cómo? ―él sugirió.

―¿Cómo te vestiste tan rápido? ¿Chip está listo? Oh, Dios. No lo dejaste
solo, ¿verdad?

Aiden la empujó al baño y mojó una toalla.

―¿Por qué las toallas del hotel son siempre blancas? ―Frankie hizo una
mueca, mientras comenzaba a limpiarle la cara―. Esas manchas no salen.

―¿Siempre balbuceas cuando estás nerviosa?

―¿Nerviosa? No estoy nerviosa, soy una maldita roca aquí. No estuve


a punto de morir, ni de sufrir una conmoción cerebral ni de arruinar el día
perfecto de mi mejor amiga.

―Shhh. ―Aiden pasó la tela suavemente alrededor de su sien.

―Mira, no tienes que ser muy amable al respecto. Tenemos que bajar
las escaleras y evitar que Win y R.L. se maten. Estaban a cuatro segundos
de luchar cuando Pru llamó.

―Lo tengo cubierto.

―Tienes todo cubierto, ¿no?

―Lo haría si me dejaras.

―Podrías habérmelo dicho. Que sabías quién lo tenía y que estabas


trabajando en un plan.

―No quería involucrarte en los negocios Kilbourn. Es feo y


desordenado, y estoy tratando de impresionarte. Entonces, ¿qué tan
atractivo habría sido si te dijera que mi medio hermano orquestó todo esto
para asegurar mi voto para un nuevo director financiero?

―Encuentro la honestidad mucho más atractiva que alguien que nunca


se ensucia, Aiden.

Ella se dio la vuelta para mirarse en el espejo. Había hecho lo mejor que
pudo con la limpieza y ella ya no parecía una víctima de un accidente de
auto.

―Oh, mi cabello.

―Déjalo suelto. ―Él sacó un alfiler antes de que ella pudiera objetar―.
No intentes domesticarlo.

Sus ojos se encontraron y se miraron en el espejo. Ella todavía estaba


enojada, pero un poco menos loca. Debían ser las feromonas que él estaba
emitiendo. Ricas y atractivas feromonas.

―Será mejor que bajemos ahí ―dijo, agarrando una barra de


desodorante y su brillo de labios y metiéndolos en su bolso―. Puedo
terminar en el ascensor.

Corrió hacia la puerta solo para darse la vuelta.

―¡Zapatos!

Aiden levantó su mano, con sus sandalias colgando de sus dedos.


La boda fue perfecta, a pesar de los acontecimientos que la precedieron.

Bueno, además del padre de Pruitt, R.L. intentando golpear a Chip


cuando le entregó a su hija al novio, pero además de eso, había sido
bastante agradable, decidió Aiden.

Pruitt brillaba con su vestido y ni siquiera parecía importarle que Chip


llevara un parche en el ojo. Tenía la córnea rayada, según el Doctor
Erbman, un optometrista que asistía a la boda. La pareja pronunció sus
votos y los selló con el beso requerido, parecía que todas las
transgresiones habían sido perdonadas y todos estaban listos para
disfrutar de la fiesta, todos menos Franchesca.

No había perdón en esos ojos azul verdoso, él la había observado


durante toda la ceremonia, trató de señalar exactamente qué había en
Franchesca Baranski que atraía su atención como una mano cerrándose
alrededor de su garganta. Ella no era su belleza habitual de molde, no era
refinada y ciertamente no estaba acostumbrada a la alta sociedad.

Él se aseguraba de que las mujeres con las que salía fueran todas esas
cosas. Lo hacía fácil, sin complicaciones.

Frankie no tenía nada de sencillo y ella se mostraba despectiva con


respecto a su riqueza, algo más a lo que Aiden no estaba acostumbrado.

Pero él anhelaba tocarla de nuevo, había sido una prueba de su reacción


y la de ella en Oistins, había probado su suerte en la playa del Rockley,
pero ahora que tenía su respuesta, no había forma de que abandonara la
persecución. La quería debajo de él, desnuda y suplicando, quería meter
un puño en esa cortina de rizos y ponerla de rodillas, había algo peligroso
en esos deseos, él quería poseerla y consumirla.

Quería que ella le complicara muchísimo las cosas.

Él la observó durante toda la ceremonia, mientras las otras damas de


honor parecían aburridas o practicaban la pose perfecta para el fotógrafo,
Frankie lloró lágrimas de sincera alegría por sus amigos y el compromiso
que estaban asumiendo. Era una romántica y él sabía que la estropearía si
la tocara, si consiguiera que ella aceptara. Él no era capaz de amar ni tener
romance, se destacaba por ganar.

E incluso con la sangre, los moretones, la falta de maquillaje, Franchesca


era un premio digno de ganar. Eclipsaba al resto de ellas, todas posando
como perchas de ropa, todas con el mismo cabello, el mismo maquillaje,
el mismo disco.

La tendría, decidió Aiden, por razones puramente egoístas. Ella no


tenía sentido, no encajaba en su vida, pero él la deseaba de todos modos,
la tendría incluso si eso significaba arruinarla.

Él le había llamado la atención durante los votos y la suave felicidad en


sus ojos se había convertido en acero. No, ella no lo había perdonado y
tampoco debería hacerlo. Sin embargo, si ese rencor la iba a mantener
fuera de su cama, Aiden estaba dispuesto a humillarse para destruir el
obstáculo.

Pasaron el resto de la ceremonia encerrados en un concurso de miradas.


Su atención se enfocó hasta que no hubo nada más que Frankie, su cabello
ondeando en la brisa, su vestido abrazando sus curvas como si fuera una
pin-up.

―Ya. Basta. ―ella gesticuló hacia él. Él sonrió con malicia. Sí, esta
conquista sería más que satisfactoria.

Cuando los novios se abrazaron en celebración y marcharon por el


pasillo entre los vítores de su audiencia, Aiden sintió que la emoción
aumentaba.
Y luego la estaba tocando, Frankie deslizó rígidamente su brazo por el
de él.

Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó un pañuelo y se lo


entregó. Ella frunció el ceño.

―¿Empapaste esto en cloroformo? ―ella siseó.

Su risa los sorprendió a ambos y llamó la atención de los invitados a la


ceremonia.

―Eres única, Franchesca.

―Ugh. Terminemos con esto, tú montón de mierda ―murmuró.

―Sonríe bonito para las cámaras, cariño ―dijo mientras caminaban por
el pasillo.

―¿Qué tal si te rompo la nariz como hice con tu hermano? ―ofreció ella
dulcemente, sonriéndole como si fuera el hombre más fascinante del
mundo.

―Medio hermano y si eso consigue que me perdones, mi nariz es tuya.

―No me tientes.

Ellos sonrieron y asintieron mientras recorrían la alfombra blanca y


Aiden tomó su mano con la suya libre. Un fotógrafo se lanzó frente a ellos
y Aiden apretó su mano hasta que Frankie pegó una sonrisa de vete a la
mierda. Se sonrieron el uno al otro, con la mano de él aplastando la suya y
las uñas de ella clavándose en su muñeca.

Nunca antes había deseado tanto a una mujer en sus cuarenta años. Ni
siquiera a la voluptuosa e inalcanzable Natalia cuando era un virgen de
quince años en la escuela privada. Dos años mayor que Aiden, Natalia no
había permanecido inalcanzable y Aiden no había permanecido virgen.

Sin embargo, Frankie era lo suficientemente terca como para negarles a


ambos lo que más querían por principio. Él no podía permitir eso, era un
Kilbourn, y los Kilbourn hacían todo lo posible para obtener lo que
querían por cualquier medio necesario, como lo demuestra
vergonzosamente el movimiento tonto de su medio hermano.

De mala gana, Aiden la soltó cuando Pruitt abrazó a Frankie.

Las mujeres se abrazaron meciéndose de lado a lado, y las lágrimas


regresaron.

Aiden le dio una palmada a Chip en el hombro.

―Lo hiciste.

―Gracias a ti y a Frankie ―dijo Chip, pinchando su parche en el ojo―.


Entonces, ¿vas a matar a Elliot?

―Tengo algunos planes para él ―dijo Aiden sombríamente. Estaba


acostumbrado a las manipulaciones de su familia hasta cierto punto, pero
Elliot había cruzado una línea y no había vuelta atrás.

―¿Qué quería de ti? ―preguntó Chip.

―Un voto.

―Familia, ¿verdad? ―Chip se encogió de hombros afablemente.

―Siento que te haya metido en esto, ten la seguridad de que pagará.

―No tenía ninguna duda, Kilbourn. Ahora, vamos a la fiesta.

Chip arrebató a Pruitt de los brazos de Frankie y la hizo girar en círculo.

―¡Señora Randolph!

―Señor Randolph ―le susurró ella―. Ahora, cuéntame todo lo que pasó.

Davenport apareció con Margeaux unido a él. Ella se acercó


sigilosamente a Aiden y le sonrió con picardía.

―¿Qué te parece embolsarte a una dama de honor antes de la hora del


cóctel?
Él frunció el ceño y se inclinó un poco más.

―¿Qué le pasó a tu ceja?

Margeaux gruñó.

―Esa perra gorda y de clase baja Franklin se unió con la del servicio, y
me la depilaron.

―Oh, hola, Marge ―pasó Frankie con un plato de entremeses en la


mano―. Tienes algo aquí. ―Señaló donde la ceja falsa que no engañaba a
nadie había sido esbozada en su frente.

―¿Por qué no te vas a la mierda y vas a fregar el baño de alguien?


―Margeaux espetó.

―En realidad, estoy en catering así que deberías pedirme un plato de


comida, pero puedo ver cómo los confundirías, siendo una idiota egoísta
y mimada y todo eso.

―Señoritas ―dijo Davenport jovialmente. Pasó un brazo alrededor de


ambas damas de honor―. ¿No podemos llevarnos todos bien?

―Claro, tan pronto como alguien la envíe de vuelta al otro lado del
muro a México donde pertenece ―se burló Margeaux.

―Soy libanesa e italiana, idiota.

―Lo que sea, tu gente dobla mi ropa y cocina para mí.

―Margeaux, ¿por qué no nos haces un favor a todos y te vas y te follas


a un pobre idiota que aún no sabe lo desalmada que eres? ―Aiden dijo
brevemente.

Frankie y Margeaux lo miraron con la boca abierta.

―No vuelvas a insultar a Franchesca o no estarás contenta con las


consecuencias.
―Vamos, muñeca. Vamos a conseguirte una bebida y algunos
aperitivos que puedas vomitar más tarde ―dijo Davenport, alejando a
Margeaux de Frankie.

―No necesito que me defiendas ―le recordó Frankie.

―Y yo no necesito que te traten como una mierda.

―Yo puedo apañármelas sola.

―Puedo verlo, y buen trabajo en su ceja, por cierto, ella se verá


eternamente sorprendida en cada foto.

Los labios carnosos de Frankie se curvaron ligeramente.

―No fue idea mía, ojalá hubiera sido así.

Cressida y Taffany se les unieron. Cressida chasqueó los dedos a un


mesero que llevaba una bandeja con bebidas.

―Puede dejar esto aquí ―dijo, tomando la bandeja de él.

Taffany, que tenía la piel de un impactante tono fucsia, tomó un vaso e


hizo una mueca cuando su vestido frotó su piel en carne viva.

―¿Qué te pasó? ―preguntó Frankie.

―Me quedé dormida al sol esta tarde después del spa ―dijo Taffany
tratando de llevarse la bebida a los labios sin estirar la piel.

―Se desmayó en realidad ―dijo Ford, inclinándose sobre el hombro de


Taffany y tomando una copa, ya se había aflojado la corbata y se había
puesto un par de Ray-Ban―. ¡Vamos a empezar esta fiesta!

―Estoy de acuerdo ―dijo Cressida con fiereza.

―Woooo ―dijo la Taffany quemada sin moverse.

Digby pasó por su teléfono murmurando sobre no perderse esta oferta


pública inicial y acciones restringidas.
―Hablemos ―le dijo Aiden a Frankie. Él se sorprendió gratamente
cuando ella le permitió alejarla de la festividad, con la mano en la parte
baja de la espalda.

Caía la noche, la puesta de sol arrojó un espectáculo impresionante de


rosas y rojos sobre el cielo y el océano hacia el oeste. Detrás de ellos, la
banda entraba en calor con un clásico favorito.

―Querías hablar, así que habla ―dijo Frankie, cruzando los brazos
frente a ella. El movimiento hizo que sus pechos se hincharan
peligrosamente contra la tela de su vestido.

―Me gustaría explicarte lo que pasó.

―¿A mí o a mis tetas? ―preguntó Frankie.

De mala gana, Aiden levantó la mirada hacia su rostro. Ella le sonreía,


su cabello se desparramaba sobre un hombro y los rizos se levantaban con
el viento.

―A todas ustedes, si me dejan.

Ella hizo un gesto sarcástico y amplio con la mano.

―La playa es tuya, habla.

―Mi familia no es normal ―comenzó. Ella puso los ojos en blanco, pero
no intervino―. No pedimos cosas, nosotros las tomamos, manipulamos y
maniobramos hasta que lo que queremos sea nuestro o hasta que
perdamos nuestro interés.

―¿Pensé que estabas tratando de meterte en mis pantalones? ―Frankie


bromeó.

―Estoy tratando de ser honesto y tengo la sensación de que la


honestidad me llevará más allá de pintarte bonitas imágenes.

―Entonces, ustedes son todos idiotas egoístas y manipuladores, lo


tengo. ¿Por qué tu hermano idiota egoísta y manipulador se llevó a Chip?
―Elliot es mi medio hermano, ha pasado años tratando de demostrarle
a nuestro padre que es el mejor hijo. ―A pesar de su diferencia de edad
de diez años, Elliot había nacido tratando de mantenerse al día con
Aiden―. Me favorecen por las razones que tenga mi padre, pero Elliot está
constantemente tratando de superarme, socavarme, demostrar su valía.

―Uh-huh. ¿Y cómo lo ayudaría secuestrar a tu mejor amigo?

―Todos estamos en la junta de Kilbourn Holdings. Estamos buscando


un nuevo director financiero, es una posición poderosa y lucrativa, Elliot
quiere que vote por el candidato que él apoya, pero su candidato es...
deficiente, y se lo dije repetidamente. ―Era la forma educada de decir que
Boris Donaldson era un idiota egoísta, acosador sexual, que dejó su último
puesto bajo la sombra de un esquema de tráfico de información
privilegiada. Aiden no permitiría que el hombre se acercara a su negocio
familiar.

―Entonces, ¿tomó a Chip para forzarte a hacerlo?

Aiden asintió.

―Suena estúpido, pero el asunto es complicado.

―Es estúpido, pero no es tan complicado. Obviamente, Elliot tiene una


razón por la que quiere a este tipo en su lugar, ya sea personal o
profesional. Como director financiero de Kilbourn Holdings, eso es
mucho dinero, sin mencionar el prestigio y una voz sobre lo que sucede
dentro de la empresa. O realmente le gusta este tipo, o es un trato de 'Haré
esto por ti, si tú haces esto por mí'.

Aiden asintió, complacido de que comprendiera la situación.

―Sabía que Elliot estaba detrás de esto cuando nombraste a la compañía


que reservó la habitación. Él cree que es una corporación fantasma secreta,
pero yo sé todo lo que sucede bajo el paraguas de la empresa, lo he estado
vigilando a él y a su negocio.

―Esta es la parte que realmente me empieza a molestar, tú sabías dónde


estaba Chip y quién lo tenía, y probablemente podrías adivinar la razón.
Sin embargo, decidiste que teníamos que dejarlo ahí y 'reagruparnos'.
―Te dije que no quería involucrarte.

―Podría haber sostenido tu abrigo mientras pateabas la puerta,


golpeabas a tu hermano en la cara y sacabas a Chip.

Sus labios se curvaron, esa era probablemente la forma en que Frankie


preferiría hacer negocios.

―No es así como reaccionan los Kilbourn a las amenazas.

―Déjame adivinar ―dijo Frankie, tocándose la barbilla con un dedo―.


Regresaste al hotel, investigaste un poco y averiguaste por qué este tipo
Boris es tan importante para tu hermano para poder usarlo en su contra.

Él asintió de nuevo.

―Básicamente. No estás huyendo ni gritando todavía ―señaló Aiden.

Ella se encogió de hombros.

―No es patear una puerta y darle un puñetazo en la cara, pero al menos


estabas dispuesto a hacer algo en venganza. Sin embargo, también estabas
dispuesto a dejar a mi amigo en manos de un idiota secuestrador durante
más horas de las necesarias. ¿Y si Elliot lo hubiera lastimado?

Aiden negó con la cabeza.

―Ese no es el modus operandi de Elliot, él no se ensucia las manos, tú


misma lo viste, Chip estaba encerrado en una habitación y alimentado.

―Pero no podías saber eso con seguridad ―le recordó Frankie―. La


gente se vuelve loca todo el tiempo.

―Chip incursionó en las artes marciales mixtas después de la


universidad. Creo que podría soportar a un idiota llorón como Elliot sin
sudar una gota.

Ella se acercó. Su barbilla se levantó desafiante.

―Tu hermano pudo y contrató a otras personas para que hicieran su


trabajo sucio, no deberías haber asumido que tendrían reparos en dañar a
un estadounidense rico y borracho, fuiste tan arrogante en tu evaluación,
que dejaste a mi amigo en una situación potencialmente peligrosa y a mí
en la oscuridad. No es así como tratas a la gente, Aiden.

Él frunció el ceño, sus palabras dieron un golpe directo.

―No tiene sentido revisar los 'qué pasaría si'. Confié en que Elliot no
dañaría a Chip, y no lo hizo.

―Estabas dispuesto a arriesgarte.

―Llegué a donde estoy hoy escuchando mis instintos.

―Por favor, llegaste a dónde estás hoy porque tu papá te dio un puesto
y un gran fondo fiduciario. Quizás hayas trabajado duro desde entonces,
quizás seas bueno en lo que haces, pero la cagaste aquí. Chip podría haber
resultado herido mientras tú y tu hermano jugaban al ajedrez humano, es
posible que esta boda no hubiera sucedido y muchas otras personas se
hubieran lastimado.

―Pero no sucedió de esa manera ―señaló Aiden, su frustración iba en


aumento, no estaba acostumbrado a que nadie más que su padre lo
regañara.

―Fuiste descuidado con otras personas, Kilbourn. Ese es un defecto de


carácter bastante condenatorio, no me acuesto con gente que me trata a
mí o a cualquier otra persona como una mierda.

―Franchesca ―comenzó. Defenderse a sí mismo no lo estaba llevando


a ninguna parte, era hora de cambiar de táctica―. Lo siento, tienes razón,
fui descuidado y arrogante y mi decisión podría haber lastimado a la
gente.

―Mmm.

―¿Qué significa eso?

―Aide, ¿me dices que eres un campeón manipulador, y luego vas y me


das la disculpa perfecta? Por favor, no me caí de un camión de nabos, sé
hasta dónde llegará un hombre para meterse en mi cama.
No le gustaba particularmente que lo desafiaran por sus tácticas o tener
que pensar en cualquier otro hombre que tuviera la suerte de aterrizar en
la cama de Frankie.

―Querías respuestas, querías una disculpa y nada de eso es lo


suficientemente bueno. ¿Qué más quieres de mí, Franchesca? ―preguntó,
cruzando los brazos.

―Quiero que seas real, no juegues, no me pintes un cuadro, sé honesto,


no intentes crear una estrategia para abrirte paso entre mis piernas. ―Se
volvió y se dirigió hacia la fiesta y luego se detuvo―. Ah, y le debes a Chip
y Pru una disculpa bastante grande. Que sea buena.
Frankie regresó a la recepción lista para tomar un buen trago, estaba
exhausta. Chip estaba a salvo, Pru estaba casada y había derribado al gran
y poderoso Aiden Kilbourn. Su trabajo aquí estaba hecho.

Ella volaría de regreso por la mañana y de vuelta a la vida normal. Al


trabajo, la escuela, su loca madre y en lo que a ella respectaba, estaría bien
si no volvía a ver a Aiden.

―¡Ahí estás! ―Una de las asistentes del fotógrafo agarró a Frankie de la


muñeca justo cuando ella tomaba un vaso de algo frío y alcohólico―. Es
hora de las fotos ―dijo la mujer alegremente, llevándola a rastras.

―¡Pero... pero el tequila!

―Haré que un mesero de cócteles sexy te de tequila si eso significa que


correrás y no caminarás ―dijo la mujer con los dientes apretados.

―No tienes que tenerle miedo a la novia. No es una noviadzilla ―dijo


Frankie, entrando en calor para trotar.

―No es ella, es la aspirante a Annie Leibovitz 7 ―dijo la asistente,


señalando con la cabeza en dirección a la fotógrafa. La mujer vestía
diamantes y seda como si fuera uno de los invitados de alto nivel―. Es
aterradora.

7
Fotógrafa estadounidense, fue la primera mujer en exponer su obra en la Galería Nacional de Retratos de
Washington D.C.
―Envíame a ese mesero ―siseó Frankie mientras la mujer la empujaba
hacia la fotógrafa.

―¡Tú! ―La fotógrafa señaló con un dedo acusador en su dirección―.


¡Maquillaje!

Como por arte de magia, una empleada del hotel con una paleta de
geles, labiales y brillos apareció frente a Frankie y comenzó a aplicarle
cosas en la cara.

―¡Y tú! ―La fotógrafa señaló a Aiden que había entrado con un vaso de
algo varonil en la mano―. Tu cabello es un poco largo en la parte superior
para mi visión, tenemos que cortarlo.

―O me tomarás como soy ―sugirió con calma, su mirada se encontró


con Frankie.

―¡Bah! ―La fotógrafa soltó una carcajada―. Okey, quédate ahí y luce
melancólico. Perfecto ―dijo ella cuando él no movió un músculo, luego
señaló a Frankie de nuevo―. Tú, ve ahí.

―¿Dónde está mi tequila? ―Frankie le susurró a la asistente.

―Te comparto ―ofreció Aiden, sosteniendo su vaso.

Ella no pasaría por esto sin alcohol, bebió un sorbo, sus ojos se
agrandaron ante el suave y lento ardor en la parte posterior de su
garganta.

―¿Escocés? ―preguntó, tomando otro sorbo. Un asistente apareció y la


empujó hacia Aiden, colocándolos para la fotógrafa.

Aiden asintió. Su mano rozó la parte baja de su espalda y sus dedos se


enroscaron alrededor de la curva de su cadera.

Uno de los asistentes le arrebató el vaso de la mano y Frankie miró al


hombre con expresión rebelde.

―Debo haber tenido solo de los malos antes.

―Te regalaré una caja ―prometió Aiden.


Frankie lo miró con dureza.

―No empieces conmigo, Aide. ―Uno de los asistentes la agarró de la


mano y la apoyó sobre el pecho de él―. ¡Oye! ―A Frankie no le importaba
ser arreglada como una muñeca Barbie, especialmente no cuando su Ken
era Aiden.

―¡Perfecto! ¡No te muevas! ―La fotógrafa voló alrededor de ellos


tomando fotos con destellos que los cegaban a ambos―. Dejen de mirarme
y véanse el uno al otro.

Frankie no obedeció la orden con la suficiente rapidez y Aiden le dio


un empujó suavemente su barbilla para encontrar su mirada.

―Oh, diablos, sí. Es el infierno por aquí ―gritó la fotógrafa―. Dame


más.

―Te deseo ―anunció Aiden en voz baja.

Frankie intentó retirarse, pero él no se lo permitió. La mantuvo en su


lugar con esas dos manos grandes y capaces.

―Querías honestidad, no quieres juegos, te estoy dando eso. Te quiero


en mi cama, Franchesca y quiero verte cuando volvamos a casa.

―¡Dios! El fuego en ustedes dos ―gritó la fotógrafa.

―Te deseo y ambos sabemos que eso no es unilateral ―presionó.

Se estremeció al pensar en esos dedos que tanteaban debajo de la mesa


durante la cena de la noche anterior.

―Ceder a todos los antojos que tiene tu cuerpo es una idea estúpida
―respondió.

―Antojo, qué palabra perfecta para eso. ―Él levantó la mano y le apartó
el pelo de la cara.

―Oh sí. Estoy teniendo orgasmos aquí ―gritó la fotógrafa. ―Mucho


mejor que las tetas falsas quemadas por el sol y el señor Robot.
―Te acabo de decir que no me acuesto con tipos que tratan a la gente
como una mierda.

―Entonces he cambiado mi forma de ser.

Ella le dio su mejor mirada de cállate la boca.

―Seré lo que sea que tú quieras que sea.

―¡Aiden! ¿Cómo es que eso no es jugar?

―Estoy tratando de ser honesto contigo.

―Entonces prueba esto ―sugirió―. 'Frankie, me gustas mucho y quiero


follarte y prometo hacer que valga la pena tu tiempo'.

―Quiero hacer más que follarte ―admitió.

Frankie negó con la cabeza.

―Sé lo que haces. Juegas con las mujeres como si fueran juguetes hasta
que aparece algo más nuevo y brillante.

―No tengo relaciones a largo plazo ―estuvo de acuerdo Aiden―. Pero


no jugaré contigo, seré bueno contigo.

―Mientras dure ―respondió ella―. No me interesa ser el juguete de


alguien. ¿Y qué te hace pensar que querría tener una relación contigo de
todos modos?

―Entonces pasa esta noche conmigo.

―¿Sólo esta noche?

―Déjame tenerte esta noche, toda la noche y luego decides.

―Jesús, Kilbourn. ¿Quieres que te folle y luego decida si quiero ser tu


juguete?

Él parecía afligido.
―Te daré todo lo que quieras.

―Noticia de última hora. No me compras, idiota, me ganas.

El obturador de la cámara hacía clic sin cesar.

―¿Por qué no agarras su pierna y la pasas por encima de tu cadera? ―le


sugirió la fotógrafa a Aiden.

―Creo que hemos terminado aquí ―dijo Frankie, empujándose fuera de


los brazos de Aiden. Necesitaba tequila para enfriar el lento fuego de su
sangre. Cada maldita vez que él ponía sus manos sobre ella, no podía
pensar en nada más que en lo bien que se sentía.

No podía confiar en él, no confiaría en él, tenía estándares, no era una


perra andante como Margeaux y no era una idiota como Taffany. Sabía
exactamente en lo que se estaría metiendo, y no era solo en la cama de
Aiden.

La fiesta se trasladó a la amplia terraza de piedra para cenar y tomar


más bebidas. Frankie notó que Pru parecía un poco sorprendida por la
descripción de Chip de los eventos recientes, pero ahora era una Stockton
Randolph. Debían mantener las apariencias.

Aun así, Frankie la observó de cerca en busca de signos de migrañas o


pequeños ataques de terror, y mientras ella miraba a Pru, Aiden la miraba
a ella.

Ella lo evitaba, pero no era fácil, estaba la fotografía grupal, el baile de


la fiesta nupcial, y no podía ignorarlo por completo ahora que estaban en
el brindis.

Él se levantó de la silla a la derecha de Chip, con el micrófono en la


mano. La larga mesa de la fiesta nupcial estaba adornada con tela color
marfil y decenas de miles de dólares en flores de color crema. Hebras de
cristales de oro y plata goteaban desde la superficie de la mesa hasta el
suelo. Frankie medio esperaba que el propio Gatsby se paseara con una
copa de champán.

Y Aiden Kilbourn con un esmoquin a medida parecía pertenecer aquí.

No necesitaba acallar a la multitud. Cuando Aiden hablaba, todos


escuchaban.

Frankie trató de no mirarlo, pero fue como decirle a un niño que no


viera directamente al sol durante un eclipse. Simplemente la hizo querer
ver más.

―Chip y yo nos conocimos en el campo de polo hace varios años


cuando mi pony bastante agresivo trató de morder su hombro ―comenzó
Aiden cálidamente―. Él fue bastante amable al respecto, como Chip es
con todo. Yo, por otro lado, me parezco más a mi pony.

La multitud se rió entre dientes y Frankie puso los ojos en blanco.

―A pesar de eso, nos hicimos amigos. Pensé que mi influencia lo


endurecería, lo haría más agresivo para que se adaptara mejor a mí. Sin
embargo, no funcionó de esa manera, a pesar de mis mejores esfuerzos
Chip se mantuvo bondadoso y amigable, y me encontré ablandándome
un poco. Chip me recordó que hay más en la vida que conquistar el
mundo. Hay que vivir y amar y él y Pruitt son un ejemplo brillante de
exactamente eso.

Chip le sonrió a Aiden.

Estúpido bastardo elocuente. Ni siquiera estaba leyendo notas.

―Ahora, no estoy diciendo que tú y Pruitt me hayan hecho cambiar de


opinión sobre el matrimonio, pero haces que el amor parezca atractivo.
Nunca he tenido a alguien de mi lado como tú tienes a Pruitt del tuyo.
Bueno, excepto por ti, Chip, y ya estás ocupado.

La multitud se rió con entusiasmo.

―Me siento honrado de estar hoy en sus dos lados, y por primera vez
en mi vida, me preocupa que me esté perdiendo algo.
Todas las mujeres de la terraza se desmayaron. Fue un suspiro audible,
como una bandada de pájaros que emprenden el vuelo a la vez.

―Por Chip y Pruitt, les deseo toda la felicidad que viene con vivir y
amar ―dijo Aiden, levantando su copa de champán.

―Por Chip y Pruitt ―repitieron los invitados.

Ese bastardo sexy rata. Nadie hubiera adivinado que hace tan solo unas horas
el hombre había permitido que su supuesto mejor amigo fuera utilizado como cebo.
Aiden se acercó a ella con el micrófono en la mano. Él se inclinó hacia
abajo y sus labios le rozaron la oreja.

―Deja de mirarme, cariño. Arruinarás las fotos.

Él le entregó el micrófono, le guiñó un ojo y regresó a su asiento.

Frankie lo maldijo, su pulso golpeaba como un martillo automático. Un


roce de sus labios contra el lóbulo de su oreja y estaba lista para quitarle
los pantalones debajo de la mesa y agarrar su polla con ambas manos.

¿Cómo se suponía que iba a dar un discurso cuando su región inferior


palpitaba como un volcán a punto de estallar? El hombre estaba goteando
feromonas, drogas de la naturaleza.

Agradecida por el mantel de la mesa y el vestido largo, Frankie se


levantó y se puso de pie con las piernas apretadas con fuerza. Se aclaró la
garganta y se concentró en el bonito rostro de Pru.

―Tengo dos hermanos ruidosos y desagradables en casa. Pasé toda mi


infancia deseando tener una hermana, alguien que igualara las
probabilidades. Alguien que no dejara el asiento del inodoro levantado.

La multitud se rió entre dientes. ¿Ven? Ella también podría ser divertida.

―No cumplí mi deseo hasta que me mudé a mi dormitorio de primer


año, entré en mi nueva habitación cargando todas las necesidades de los
estudiantes de primer año como rizadas de queso y una plancha
alisadora, con mis hermanos discutiendo sobre quién llevaba más cosas.
Y ahí estaba ella ―Frankie sonrió a Pru que ya estaba llorando.
―Mi hermana. Ella le dijo a mis hermanos que dejaran de lloriquear y
que fueran a pedirnos una pizza. Una buena, no una cagada con cebollas
y anchoas, si mal no recuerdo. Estuvimos ahí la una para la otra durante
los exámenes intermedios y finales, y los chicos, y las altas horas de la
noche, las resacas y más chicos. Pru me enseñó a esquiar, yo le enseñé a
mostrarle el dedo medio a los taxis en el paso de peatones.

Pru se rió y se secó los ojos.

―Pero para mí, lo mejor de nuestra relación ―hizo una pausa para mirar
a Aiden―, es estar aquí hoy y verlos a los dos tan felices. Cuando amas a
alguien, cuando realmente te preocupas por él, nada es más importante
para ti que verlo feliz. Y viéndote a ti y a Chip aquí hoy, no podría estar
más feliz ni más orgullosa, ustedes encontraron el camino de regreso el
uno al otro, se lo ganaron, y juntos afrontarán el futuro como equipo, los
quiero a los dos. Salud.

―Salud ―la multitud repitió y el aire resonó con el tintineo del mejor
cristal que Barbados tenía para ofrecer.
Él la atrapó en la pista de baile. Frankie estaba compartiendo un baile y
riendo con Chip cuando apareció Aiden con Pru en sus brazos.

―¿Te importaría cambiar parejas? ―ofreció Aiden.

―Quita tus manos de mi esposa, Kilbourn ―bromeó Chip, alcanzando


a Pru y dejándola dentro.

―¡Ahí estás, mi marido pirata!

Frankie comenzó a alejarse, pero Aiden le tendió la mano desafiándola


a que la tomara. De acuerdo. Ella podría lidiar con un baile. Un baile. No
significaba que terminaría desnuda con él haciendo cosas mágicas en su cuerpo.

―Lamento haber arruinado nuestras fotos ―le dijo Chip a Pru.

Ella negó con la cabeza.

―Todo fue absolutamente perfecto, piensa en la historia que tendremos


que contarles a nuestros nietos algún día ―le dijo Pru―. Me alegro de que
estés a salvo.

―Tengo que agradecerle a Frankie y Aiden por eso.

―¡Ejem! ―Frankie se aclaró la garganta y miró fijamente a Aiden.


―Casi en su totalidad a Franchesca ―admitió―. De hecho, me temo que
se me debe la culpa, no el agradecimiento. Es mi culpa que Elliot se haya
llevado a Chip.

Pru se detuvo a mitad del baile y manoteó a Aiden en su impecable


solapa.

―Hazlo pagar.

―Puedes contar con ello ―prometió Aiden.

Pru asintió y volvió a fundirse en los brazos de Chip.

―Espera, espera, espera. ¿Eso es todo? ―Frankie demandó,


retorciéndose contra el agarre de Aiden―. Hace que secuestren a tu novio,
lo deja casi perderse la boda, ¿y estás totalmente de acuerdo con eso?

Pru miró fijamente el ojo bueno de Chip.

―Aiden se encargará de lo que sea necesario.

―¿Dónde está la chica que me hizo arrastrarme durante tres días


después de que comí el último cannoli en el tercer año?

―¡Esos cannoli eran increíblemente maravillosos! El cielo en mi boca


―argumentó Pru.

―¡Lo sé! ¡Mi padre los hizo!

―Sí, bueno, dijiste que podía tener tantos como quisiera y estaba en mi
período y yo quería ese último.

―Tres días, por cannoli. Consigues secuestrar a su marido y 'oh, está


bien'. La vida no es justa ―le anunció Frankie a Aiden.

―Cállate y baila con el hombre guapo mientras me beso con mi marido


pirata ―dijo Pru, ahuyentándolos.

―Deberías escuchar a tu mejor amiga ―dijo Aiden, su voz era un


retumbar en su pecho.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo y lamentó su decisión.
¿Por qué? ¿POR QUÉ tenía que ser tan guapo? Sus pómulos estaban
esculpidos como si un equipo de ángeles lo hubiera pesado en las
proporciones exactas. Su barba estaba cuidadosamente recortada,
pasando de un corte limpio a un desenfrenado. ¿Y todo ese cabello oscuro
y rizado? Quería meter sus manos en él y agarrarlo mientras empujaba su
rostro entre...

Mieeeerda.

Ella no era mejor que la estúpida Margeaux. ¿Por qué lo quería? Dios,
¿estaba tan desesperada que se follaría a un chico solo porque era
caliente?

Como si leyera su mente, Aiden la atrajo hacia un lado de la pista de


baile y la apretó un poco más contra él.

―No soy un mal tipo, Franchesca. Cometí errores, pero no soy un


villano desalmado.

―¿Te habrías sentido un poquito mal si tu hermano hubiera arruinado


su boda?

―Por supuesto que lo habría hecho y pagará por lo que hizo con algo
más que una nariz rota.

―¿Está realmente rota? ―Frankie preguntó esperanzada. Ella había


lanzado más golpes de los que le correspondían, creciendo con dos
hermanos que vivían para atormentarla y cuando le brotaron los senos,
esos mismos hermanos querían asegurarse de que pudiera luchar contra
cualquier chico que no fuera lo suficientemente bueno para ella.

―Definitivamente ―dijo. Su mano recorrió su espalda hasta que se


encontró con la piel desnuda.

Ella se encendió, nunca antes había querido algo a lo que no estaba


segura de poder sobrevivir y no le gustaba eso.
―Necesito un poco de aire ―respiró ella soltándose de su agarre. Lo que
necesitaba era más tequila. Una botella. Y un vuelo a casa. Ya no podía
permitirse jugar con los ricos y famosos. Ella no saldría ilesa.

Él la dejó ir, pero sintió el peso de esa mirada ardiente sobre ella hasta
que bajó corriendo los escalones y desapareció en la arena. La luna
brillaba sobre el agua, otro pedacito perfecto de paraíso.

―¿Qué diablos me pasa? ―murmuró, acechando hacia el océano.


¿Había un maldito mosquito cupido aquí abajo del que no estaba al tanto?
Ella había tenido sexo antes. Mucho. Le había gustado, pero una mirada
de Aiden y su ropa interior se derretía de su cuerpo―. Mantente enojada
―se instruyó a sí misma paseando por la playa, eso era más seguro.
Quizás Pru se sentía indulgente, pero eso no significaba que ella tuviera
que estarlo.

Alguien tenía que mantener su ingenio sobre ellos.

Lo sintió antes de verlo emerger de las sombras, el aliento de Frankie se


atascó en su garganta mientras Aiden caminaba hacia ella.

―Nunca he perseguido a nadie, Franchesca. ―La luz de la luna jugaba


sobre su rostro perfecto, ensombreciendo los huecos debajo de sus
pómulos. Tenía las manos en los bolsillos engañosamente relajado, pero
no cabía duda de que él era un cazador y ella era la presa. Otro desafío.

―¿Por qué me quieres, Aiden? Y no me vengas con tonterías acerca de


que soy hermosa y especial. Ya sé que lo soy, al igual que sé que no soy
tu tipo. Así que pregúntate por qué me persigues a mí y no a una princesa
de la alta sociedad que suplicaría ser el trasero en tu cama.

―Por eso es exactamente por lo que eres tú y no Margeaux o Cressida o


como diablos se llame la otra. Quiero esa boca inteligente y malvada tuya
envuelta alrededor de mi polla mientras me llevas a la parte posterior de
tu garganta, quiero escuchar mi nombre de esa boca cuando te haga
correrte con la mía. Quiero el desafío, la persecución, vivo por ello. Me
harás trabajar por ello, ganarlo y te adoraré por eso.

Frankie dejó escapar un suspiro y se inclinó por la cintura.


―Bueno, eso fue al menos honesto.

―No voy a ofrecerte un para siempre, no está sobre la mesa, pero lo que
puedo darte es un tiempo que ambos recordaremos.

―¿Con cariño o del tipo de recuerdos de 'escupo sobre tu tumba'?


―Frankie bromeó.

De alguna manera, él estaba frente a ella moviéndose como un


fantasma, le pasó los dedos por el pelo y ella se estremeció ante el
contacto.

―No voy a parar hasta que me des lo que quiero, necesitas entender
eso. Presionaré tus botones y te manipularé. Lo que sea necesario. No me
enamoraré de ti, pero seré bueno contigo.

―Oh, he visto cómo hacen negocios los Kilbourn ―respondió Frankie


con brusquedad.

Él estaba a un suspiro. Podía olerlo, sentir el calor bombeando de él. Su


presencia ahogaba el constante movimiento de las olas detrás de ella.

Aiden no sabía, no podía saber, que estaba ondeando una bandera roja
frente a un toro enfurecido. No era el único al que le encantaban los
desafíos. Ella apostaba a que si se enredaban, podría dar algunos golpes
por su cuenta, tal vez incluso hacerlo enamorarse un poco.

―Entonces, acepto ser tu nuevo y brillante juguete, y tú me das...

―Cualquier cosa y todo lo que quieras.

―¿Y qué sacas de eso?

―A ti.

Ella quería reír, hacer una broma. Esto no le pasaba a Franchesca


Baranski, conocía a chicos agradables en cafeterías y oficinas, que iban a
obras de teatro y bares, con los que tenía sexo enérgico y divertido. Esto
pasaba solo en las novelas torcidas en su estantería, el multimillonario
arrasaba con las chicas normales.
Dios, al menos esperaba que la cuenta de orgasmos de la ficción se hiciera
realidad.

―Te voy a besar ―dijo, con su voz baja y áspera.

Frankie le puso una mano en el pecho.

―Uh-uh. Me vas a besar cuando te diga que puedes besarme, no soy del
tipo de chica 'sometida al alfa'. Soy más una 'patearlo en las pelotas y
tomar lo que quiero'.

―¿Qué quieres?

―Romperte.

Lo tomó por sorpresa, eso quedó claro cuando su boca se encontró y


tomó la de él. Él se quedó inmóvil bajo sus labios y sus manos durante el
lapso de un latido y luego la bestia salió de su jaula. Sus manos sobre ella
se sentían tan bien, la atrajo hacia él y ella sintió el calor y la dureza de su
cuerpo.

No había nada suave ni gentil en él y ella no quería que él lo fuera.

Ella quería saltar de ese borde irregular de placer en el que habían


estado bailando, quería arrojarse a los lobos. El lobo. Los dientes de Aiden
rastrillaron su labio inferior y ella gimió, él lo usó para tener acceso a su
boca, su lengua se deslizó hacia adentro reclamando un nuevo territorio.

Ella empujó su chaqueta necesitando muchas menos capas entre ellos,


luego fueron sus manos extendidas sobre la fina tela de su camisa, sintió
el latido constante de su corazón bajo su mano y le dio un poco de
emoción saber que él estaba casi tan acelerado como ella.

Con una mano, él se sumergió en su cabello cerrando su puño alrededor


de sus rizos y tiró. El dolor en su cuero cabelludo debería haber sido una
advertencia para reducir la velocidad, para retroceder, pero solo aumentó
el deseo en ella, él gruñó en su boca y el sonido fue directo a su vientre.
Los pezones de Frankie rogaban por ser liberados, acariciados,
saboreados y chupados y sus bragas estaban tan mojadas que no había
forma de que se incendiaran ahora.

―No juegues conmigo, Franchesca ―dijo Aiden, dejando un milímetro


entre sus bocas―. No me tortures.

―Cállate y bésame, Aiden.

―Dime que puedo tenerte, dime que eres mía.


Aiden abrió la puerta de su habitación con tanta fuerza que rebotó en
la pared, pero los empujó a ambos a través de ella antes de que rebotara
y los golpeara. La empujó para cerrarla detrás de ellos y buscó a ciegas la
cerradura sin romper el contacto de la boca de Frankie. Su boca, Dios, esa
boca.

Todo lo que hacía con esos labios exuberantes y esa lengua malvada lo
volvía loco. Deberían haber hablado, las expectativas deberían haber
quedado claras antes de esto.

Frankie deslizó sus manos entre los botones de su camisa, con sus dedos
flexionando la tela.

―Eres rico, ¿verdad? ¿Puedes permitirte una camisa nueva?

―Oh, sí ―respiró.

Era todo el incentivo que se necesitaba. Tiró, enviando botones volando


en todas direcciones. Una caricia en su pecho y ella envió sus ocupados
dedos a su cinturón.

―Franchesca, si no te quitas ese vestido ahora, lo voy a destrozar.

―Tú me lo compraste ―le recordó.

―Cierto, te conseguiré otro vestido y otra camisa para mí.


Él no lo destruyó todo, simplemente rasgó una de las correas y arruinó
la cremallera tratando de poner sus manos sobre ella más rápido.

Ella trabajó con la misma rapidez y con la misma impaciencia, le quitó


el cinturón y los pantalones desabrochados antes de que él le pusiera el
vestido hasta la cintura.

Él la había pensado en poco más desde que la había visto con ese
sujetador sin tirantes y bragas finas como una gasa antes de la ceremonia
y ahora ella era suya para que la tocara y la tomara.

Un empujón más y su vestido se amontonó en sus tobillos, tenía curvas


como una diosa, tan diferente de las tallas cero endebles que solía llevarse
a la cama.

Su cuerpo lo hizo salivar, fue hecha para el pecado y él estaba feliz de


complacerla.

Quería detenerse y disfrutar de la vista, Aiden quería acariciar y besar


cada centímetro de su hermoso cuerpo, pero sus pantalones se deslizaban
por sus muslos y ella estaba luchando con su palpitante polla fuera de sus
calzoncillos.

―Veamos con qué estamos trabajando aquí ―dijo, cayendo de rodillas.

La imagen de Franchesca de rodillas frente a él mirando su polla casi lo


destruye. Era mucho más que una fantasía y si pensaba en ello por un
segundo más, iba a correrse antes de que sus labios rojos incluso se
separaran sobre su polla.

―Mierda. ―Necesitaba calmarse, tomar el control, él no dejaba que


nadie lo dominara nunca.

Era una regla.

Ella estaba mirándolo, una zorra sumisa con los dedos enrollados
libremente alrededor de su erección.

―Buen equipo, Aide ―dijo, con los ojos brillando.


Él asintió con la cabeza, incapaz de decir palabras. Cada gramo de su
atención estaba en no correrse en su rostro, o su cabello.

Jesús.

―¿Estás bien ahí arriba? ―preguntó―. ¿Tienes un derrame cerebral o


algo así?

―Tú y tu maldita boca ―gimió. Y luego ella estaba usando esa maldita
boca con él.

Ella sabía, tenía que saber, cuán cerca del borde ya estaba. Cuando lo
llevó a la parte de atrás de su garganta, fue lenta y bromista, dándole unos
preciosos segundos para acostumbrarse al arrastre de su lengua y a la
gloriosa humedad de su boca.

Esos ojos, más verde que azul ahora, lo miraban triunfalmente mientras
lo lamía y lo chupaba, era una bruja y él era su víctima, él apretó su mano
en su cabello y reguló sus caricias manteniéndolas lentas y controladas,
pero no había nada que pudiera hacer con esa lengua. Esos increíbles
ruidos en el fondo de su garganta, él quería hacer esto y nada más que
esto durante el próximo año, verla así, sentirla así.

Ella podría romperlo, se dio cuenta. Con nada más que esa boca
inteligente, podría romperlo y hacer que se humillara.

Fue ese pensamiento y sólo ese pensamiento lo único que hizo que él la
levantara tomándola del cabello. Ella se lamió los labios e hizo que su
polla se contrajera contra su estómago.

―Recién estaba comenzando.

―Yo también ―prometió. Se quitó los pantalones y se quitó los


zapatos―. Cama. Ahora.

Ella no se movió lo suficientemente rápido para su gusto, así que la


levantó colocando sus largas piernas sobre sus caderas. Sus senos se
burlaban de su boca.

―Quítate el sostén ―dijo, cruzando la sala de estar.


Para cuando llegó a la habitación, él tenía uno de esos pezones de
caramelo en la boca y ella le rogaba en voz alta que se la follara.

―¡Aiden! ―Frankie lo maldijo cuando la dejó caer sobre el colchón, pero


él la siguió no queriendo alejarse del cuerpo que lo tentaba como si
estuviera bajo un hechizo, Aiden dio una palmada a la lámpara de la
mesita de noche y metió la mano en el cajón. Gracias a Dios que nunca
viajaba sin condones, no habría sobrevivido a la caza de uno y no le habría
hecho falta nada para convencerse de meterse en ella desnudo. Algo que
nunca había hecho en toda su vida.

Los Kilbourn no eran padres de bastardos.

Pero Frankie podría haberle parpadeado con esos ojos de largas


pestañas y felizmente habría disparado su carga dentro de ella,
agradeciendo a sus estrellas de la suerte.

Era jodidamente hermosa, tendida sobre su colchón con su cabello


extendiéndose debajo de ella y sus pezones hinchados y tensos. Todavía
tenía puestas las sandalias y la ropa interior, y Aiden planeaba remediar
eso.

―¿Vas a mirar todo el día, o vas a hacer que me corra, Aide?

―Solo estoy disfrutando de la vista, cariño. Si no me controlo, no podrás


caminar mañana.

―Desafío aceptado. ―Ella se levantó y lo agarró por la nuca tirando de


él hacia ella y lo besó como si fuera el único hombre en el mundo, fue algo
embriagador. Su polla lloraba con la necesidad de enterrarse en ella, el
presemen se filtraba por la punta.

―Mierda. ―Se separó del beso y se deslizó por su cuerpo haciendo una
pausa para adorar ambos senos con sus pezones animados y necesitados.
Frankie siseó de placer cuando Aiden cerró la boca sobre cada uno,
chupando hasta que se retorció debajo de él.

Esta no era una mujer fingiendo su camino hacia una experiencia sexual
perfecta, esta era una diosa persiguiendo un orgasmo que eclipsaría al sol
y él le daría lo que ella quería.
―Finalmente ―dijo, acomodándose entre sus piernas. Dejó que sus
labios rozaran la parte interna del muslo y la vio temblar, Aiden arrastró
esas bragas finas como el aire hasta sus muslos y las dejó ahí. La barrera
final le impedía simplemente hundirse contra su coño mojado, quería
torturarla de la forma en que ella lo había hecho con él.

―Aiden, si no haces algo justo en este segundo voy a tomar el asunto


en mis propias manos ―amenazó Frankie. Él sonrió. No sabía qué era el
amor, pero seguro que le gustaba Franchesca Baranski más que cualquier
mujer a la que hubiera llevado a la cama.

Tomó dos dedos y los trazó a través de los suaves pliegues húmedos.

―Oh, Dios. Oh, mierda. ¡Aiden!

Esperó por su nombre y luego metió los dedos dentro de ella.

Frankie gritó y él casi se corrió sobre las sábanas que tocaban su polla.
La folló con los dedos y cuando ella comenzó a mover las caderas hacia
arriba, él se inclinó y deslizó su lengua por su abertura.

En lugar del grito que Aiden había esperado, se quedó en un silencio


sepulcral. Él se asomó y la vio con los ojos cerrados y la boca abierta en
una O silenciosa.

―¿Estás bien ahí arriba? ¿Estás sufriendo un derrame cerebral? ―él


bromeó.

―¡Aiden, hablar no es lo que quiero que hagas con tu boca ahora


mismo!

Él lamió su camino hacia su centro, su lengua y dedos trabajaban su


apretado coño y su dulce y pequeño clítoris. Ella montó su mano y su boca
decidida a conducirlo hacia su orgasmo, pero él podría llegar ahí sin el
mapa de ruta.

Aiden añadió un tercer dedo y trazó su lengua hasta su trasero apretado


y de regreso a su clítoris una y otra vez. Ella sollozaba su nombre, todo lo
demás era incomprensible.
Sintió sus paredes temblar contra sus dedos y luego el primer pulso
apretó contra él, la lamió y folló a través de cada contracción de esa
hermosa liberación, Frankie apretó sus dedos con esos músculos
resbaladizos atrayéndolo tan profundo como pudo y él quería más.
Quería que ella se corriera sobre su polla y quería que esos apretones
hambrientos le ordeñaran su propio orgasmo.

―¡Aiden!

Frankie apretó las caderas contra el colchón, desesperada por la


fricción.

Su orgasmo se prolongó para siempre y cuando se quedó flácida debajo


de él, temió que se desmayara si su cerebro perdía más sangre. Había un
pulso martilleando en su cabeza.

Aiden se puso de rodillas y apretó el puño para enrollar el condón.

―Franchesca ―espetó―. Mírame, abre tus ojos.

Ella lo hizo vagamente al principio, pero cuando lo vio apretando su


polla entre sus piernas, su mirada se agudizó.

―¿Qué estás esperando? ―Su voz estaba ronca.

―Dime que me quieres, dime que puedo tenerte.

―Tómame, Aiden.

―¿Eres mía? ―No sabía por qué se lo preguntaba, él no era posesivo con
las mujeres, pero quería que Frankie lo dijera, que dijera esas palabras y
entonces sabría que habría ganado.

―Me tienes por esta noche, no lo arruines.

Era suficiente para él, por ahora. Le abrió los muslos y la agarró por las
caderas y tuvo la satisfacción de escuchar su voz quebrada por su nombre
cuando la empujó. Estaba tan jodidamente apretada, incluso después del
calentamiento que le había dado, se enterró hasta la empuñadura,
inmovilizándola contra la cama con las caderas.
Algo se rompió, algo que no entendió se disparó como si fuera un
hombre hace un segundo y ahora uno nuevo.

Sus ojos, tan brillantes y vidriosos, lo miraron fijamente hacia dentro de


su alma, ella podía verlo, en el vacío ahí del que nunca se había liberado.

Pero ahora no estaba tan vacío, estaban conectados, ellos eran uno.
Aiden podía sentir las réplicas de su orgasmo temblando alrededor de su
polla, podía leer sus pensamientos si se esforzaba lo suficiente.

Él no duraría mucho, no con esos ojos viéndolo de esa manera y esas


tetas redondas tentándolo.

―Franchesca ―susurró su nombre cuando finalmente comenzó a


moverse en su interior.

Ella levantó las manos y le acarició los hombros y los brazos, era un
toque suave y relajante, se sentía como si algo se hubiera roto dentro de
él y ahora entraba luz por las rendijas.

Lo había hechizado, o había contraído algún tipo de fiebre tropical.

Frankie gritó y él vio lágrimas en sus ojos, sus dedos se hundieron en


sus hombros y sus uñas se clavaron en su piel, él atesoraría las marcas,
esperaba que se quedaran.

Él dejó de pensar, dejó de hacer cualquier cosa menos sentir, porque se


estaba poniendo más apretada a su alrededor y Aiden se estaba
hinchando increíblemente más duro en anticipación de una liberación que
podría destrozarlo.

La respiración de Franchesca estaba saliendo en breves ráfagas y sintió


que el sudor le salpicaba la piel. Se sentía en el cielo, moviéndose dentro
de ella, rodeada de su calor. Él se inclinó y cerró la boca sobre un pezón
coqueto.

Ella se arqueó contra él y toda dulzura, toda ternura desapareció. Eran


animales en celo, arañándose unos a otros, escarbando ciegamente en
busca de un placer demasiado intenso para las palabras. Él le soltó el
pezón y la agarró del pelo hundiendo la cara en su cuello. Frankie subió
sus muslos alrededor de su cintura atrayéndolo más profundamente y
cuando él tocó fondo en ella, cuando ella gritó su nombre
entrecortadamente, la sintió.

La explosión.

Su propio orgasmo estaba en un gatillo y cuando se cerró a su


alrededor, él explotó dentro de ella. Bomba tras bomba, Aiden no podía
dejar de correrse, y ella tampoco. Cada embestida, cada ráfaga caliente
que llegaba, ella lo tomó, lo apretó, suplicando solo por uno más.

Aiden se vació en el centro de ella, pero ahora se sentía todo menos


vacío. No había frío, ni cálculo en su interior, no, había algo cálido,
brillante y peligrosamente real.

Él sintió la humedad contra su hombro y escuchó a Franchesca sollozar.

Su estómago se tensó.

―¿Franchesca? Frankie? ¿Estás bien? ―Todavía estaba en su interior y ella


estaba llorando. Eso lo destripó.

―Ay, Dios mío. Estoy tan avergonzada.

Él le secó una gruesa lágrima de la mejilla con el pulgar.

―¿Qué pasó? ¿Te lastimé? ―¿Qué había hecho?

―No. Creo que es solo por la boda y estaba estresada y esos fueron los
dos orgasmos más poderosos de toda mi vida, y ahora estoy parloteando
y avergonzada y maldita sea, Aiden. ¿Qué fue eso?

Él dejó caer su frente sobre la de ella, el alivio lo recorrió.

―¿Estás segura de que estás bien? ¿No crucé una línea o algo así?

―No me metiste la polla por el trasero sin preguntar primero, así que
creo que estamos bien. ¿Podemos simplemente fingir que esta parte nunca
sucedió?

―¿Que parte?
Se rió y se le escapó otra lágrima.

―Ay, Dios mío. Tal vez no seas tan malo después de todo, Kilbourn.

―¿Tienes hambre? ―preguntó.

―Podría comerme un buffet completo en menos de diez minutos.

Quería besarla en esa mejilla manchada de lágrimas, besarla y


permanecer enterrado en su interior donde sintió algo bueno, pero él no
hacía ese tipo de cosas y ella no confiaría en él si lo hiciera.

―Veamos cuántos platos podemos pedir al servicio de habitaciones


―dijo, deslizándose de mala gana fuera de ella y tomando el teléfono.
No había nada como un paseo de la vergüenza para hacer que Frankie
se sintiera como si volviera a tener veinte años. Excepto que esta vez, ella
tenía treinta y cuatro años, y estaba saliendo a escondidas de la habitación
de un hombre con su camiseta de Yale porque él le había roto el vestido
en su desesperada prisa por follarla hasta darle cinco orgasmos que le
alteraron la mente.

Apretó los zapatos contra el pecho, hizo una bola con los restos de su
vestido y salió por la puerta.

Habían cenado champán y tiernos bistecs en la cama y terminaron


desnudos y jadeando de nuevo. Tenía toda la intención de irse, de volver
a su habitación para hacer las maletas y recuperar la pizca de cordura que
le quedaba, pero en cambio se había quedado dormida junto a Aiden, en
una maraña de miembros y sábanas.

Se despertó con un sobresalto y la luz del sol brillando


desagradablemente en su rostro entrando por el corte de cortina que no
se habían molestado en cerrar. Se horrorizó al encontrar su rostro
acurrucado en el cuello de Aiden y su mano descansando sobre el mechón
de vello del pecho por encima del lento y constante latido de su corazón.

Lanzó su pierna sobre su entrepierna y su erección se hundió en su


muslo. La magnitud de anoche, no solo cediendo a su persecución, sino
exigiendo que la tomara, la golpeó como una campeona de peso pesado.
¿Y las cosas que le dejó hacerle? ¿Las cosas que ella le había hecho?
Maldición.
Aparentemente, era tan indulgente como Pru, o tan impulsada por las
hormonas como la vieja Margeaux con una ceja.

Debe haberse olvidado de empacar su dignidad.

―Vaya, vaya, vaya.

Frankie saltó una milla en el pasillo mientras cerraba la puerta de


Aiden.

―Jesús, Pru. Me asustaste muchísimo.

Su mejor amiga todavía estaba en su vestido de novia, su cabello era un


desastre y su maquillaje estaba manchado. Olía a destilería y sonreía como
una niña de jardín de infantes suelta en la fábrica de chocolate Hershey.

―¿Tú y Aiden? ―Pru chilló a la frecuencia del silbido del perro.

―¡Shhh! Dios. Mantén tu voz baja.

Pru se inclinó hacia un lado como si estuviera caminando por la


cubierta de un barco.

―Estoy súper borracha, pero no lo suficientemente borracha como para


no estar realmente muy emocionada.

―¿Siquiera te has acostado? ―preguntó Frankie.

Pru negó con la cabeza violentamente de un lado a otro y se chocó


contra una pared.

―No, es mi fiesta. ¡Oye! ¿Quieres sostener mi cabello mientras vomito?


Puedes decirme por qué te escapas de la habitación de Tú sabes quién con
pelo de sexo y marcas de dientes en el cuello.
Pru podría ser una vomitadora profesional, observó Frankie. Metió las
rodillas debajo de ella pulcramente frente al inodoro y sacó con gracia el
contenido de su estómago.

―Sabes, cuando yo vomito sueno como si estuviera tratando de sacar


30 centímetros de intestino ―señaló Frankie.

―Blaaaaaah ―canturreó Pru hacia el baño. Se sentó sobre sus talones


luciendo orgullosa de sí misma y se sonrojó―. Vomitar borracha es mucho
más fácil que vomitar enferma, probablemente ni siquiera recordaré esto
mañana... u hoy.

―Sí, pero tú también estabas así con el virus estomacal del 2005.

―El truco está en no luchar ―dijo Pru sabiamente―. Cuando luchas


contra ello, es mucho más duro.

Lecciones de vómito de una alegre novia zombi. Al menos esto le


impedía pensar en el dolor de satisfacción en cada músculo bien utilizado,
además del hombre desnudo al final del pasillo que le había mostrado
cosas en la oscuridad que ella no podía comprender a la luz del día.

―¿Dónde está tu marido? ―preguntó Frankie, entregándole a Pru un


vaso de agua.

―Mi esposo está durmiendo debajo de la mesa principal en la terraza


―dijo Pru con orgullo―. Ahora, dime exactamente cómo conseguiste
arañazos de barba en el cuello.

Su cuello no era el único lugar donde los tenía, pero no estaba dispuesta
a mencionar la parte interna de sus muslos en este momento.

―Aiden y yo tuvimos sexo ―admitió Frankie.

Pru se echó a reír.

―Dios, ¿qué? Si te ríes más fuerte, vas a vomitar de nuevo.

―¡Estaba pensando que no puedo esperar para contar esta historia en


tu boda!
―¿Por qué contarías esta historia en mi boda? ―Frankie preguntó,
horrorizada.

―¡Porque te vas a casar con Aiden y yo seré tu madrina de honor!

―¡No me voy a casar con Aiden! Tuvimos un lapso momentáneo de


juicio una única vez.

―Uhhhh, a juzgar por la mirada orgásmica en tu bonita y hermosa cara,


tuviste un lapso momentáneo que te cambió la vida.

Frankie se desplomó contra el lavabo de Pru.

―Está bien, estuvo bien, fue realmente bueno. ―Tan jodidamente bueno
que todas las experiencias sexuales de ahora en adelante iban a palidecer
en comparación a esta. Ese fue un pensamiento alegre.

―¿Y? ―preguntó Pru, acomodando la falda de su vestido a su


alrededor.

―Y la frase clave es 'una única vez'. No somos del tipo del otro, no
importa lo bien que seamos juntos en la cama.

―Bien, bien. En una escala de Jimmy Talbot y Tanner Freehorn, ¿dónde


cae Aiden?

Este era el problema de tener una mejor amiga que sabía todo sobre ti.
Creaba escalas de sexo basadas en tus peores y mejores experiencias.
Jimmy había sido su primero y dulcemente torpe y Tanner fue una
conexión aleatoria en una fiesta de Nochevieja hace diez meses que le
había dado a Frankie su primer orgasmo múltiple.

―Ugh. ¡No me obligues a hacer esto! ―suplicó Frankie.

―Tienes que hacerlo ―ordenó Pru―. Está en las reglas de la amistad.


Jimmy o Tanner. ¡Vamos!

―Tanner más tres ―murmuró Frankie en voz baja. Trazó la línea del
cemento con el dedo, negándose a mirar a Pru a los ojos.
―Tanner más ¿qué? ―Pru demandó. Su voz posterior al vómito
resonaba en el mármol.

―Tres.

Vio a Pru borracha hacer los cálculos muy lentamente con los dedos.

―Oh, diablos. Cinco. Tuve cinco orgasmos, ¿de acuerdo?

―¿Es eso físicamente posible? ―Pru chilló―. Espera, espera. ―Se inclinó
sobre la taza del inodoro y volvió a vomitar. Volvió a levantarse, alegre
como la presentadora de un programa de televisión matutino que no
acababa de arrojar una jarra de champán―. ¿Cinco orgasmos en una
noche?

―Sí. Creo que es como una superpotencia o algo así.

O algo que todos los tipos ridículamente ricos podrían hacer. ¿Podría el
dinero comprar destreza sexual? No es de extrañar que las mujeres
siempre los persiguieran.

―Estoy. Tan. Feliz. Por. Ti. ―Pru apuñaló el aire con el dedo para
enfatizar cada palabra.

―Una vez más, fue cosa de una sola vez ―señaló Frankie―. Pero
hablemos de lo feliz que estoy por usted, señora Stockton-Randolph.

―¿Viste mi anillo? ―preguntó Pru.

Frankie lo había visto aproximadamente diecinueve veces desde la


ceremonia.

―Me encantaría ver tu anillo.

―¿Qué tipo de anillo crees que te dará Aiden? ―Pru preguntó, cerrando
un ojo. Se deslizó hacia abajo para tumbarse en el suelo de mármol, con el
vestido pomposo a su alrededor.

―No habrá anillo, tampoco más sexo.

―Pero él es lo suficientemente bueno para ti, Frankie.


―Está bien, claramente eres toda corazones en los ojos y estás
alcoholizada porque me estás diciendo que me case con el tipo cuyo
hermano secuestró a tu prometido en la víspera de tu boda.

―Me olvide de eso, pero aun así, Aiden es increíble.

―También es un soltero eterno al que le gusta cambiar de mujer todos


los meses. Y de nuevo, el hermano secuestró a Chip.

Pru agitó una mano desdeñosa.

―Detalles, detalles.

Frankie se encontraba en el asiento del medio del avión encajada entre


una pequeña dama asiática con unos auriculares muy bonitos y un tipo
cuyo pelo en el pecho estaba tejido alrededor de la gruesa cadena de oro
visible porque tenía los primeros cuatro botones de su camisa abiertos.

La dama olía a vainilla, al hombre le gusta media botella de Drakkar


Noir. Iba a ser un vuelo muy largo, pero al menos había escapado de
Barbados sin enfrentarse a Aiden, se preguntaba si se había enojado o
aliviado cuando se despertó y descubrió que se había ido.

Enchufó sus auriculares en el entretenimiento del respaldo del asiento


y seleccionó al azar una estación de música, tal vez ella estaba huyendo y
tal vez era una cobarde, pero si hubiera pasado un segundo más al lado
del cuerpo perfecto y desnudo de Aiden, habría muerto. ¿Podría uno
morir por la perfección? Ella se acercaba a eso o tal vez habían sido
demasiados orgasmos.

Frankie sabía que, si Aiden se hubiera despertado y sacado a relucir el


tema de una relación temporal, se habría sentado y rogado como el cocker
spaniel de sus padres. Fuera de la vista y fuera de su adolorido pero
satisfecho coño. Mente. Ella quiso decir mente.
Una salida apresurada era lo mejor, Aiden se olvidaría de ella y de sus
pocas horas de placer alucinante y desgarrador.

Pelo en Pecho la miró de reojo y Frankie se dio cuenta de que había


gemido en voz alta, si esto es lo que le hicieron cinco orgasmos hábilmente
repartidos por Aiden Kilbourn, no podía imaginar lo que haría un
coqueteo temporal.

Su teléfono estaba apagado y tenía que trabajar mañana, volver a la


normalidad... con algunos recuerdos eróticos que podría revivir por el
resto de su vida.
Aiden subió las escaleras de dos en dos, su corazón latía con fuerza.
Había estado acelerado desde que se despertó esa mañana y todas esas
horas intermedias, había estado listo para estallar.

Lo había dejado, se había despertado en una cama vacía sin rastro de


ella en su habitación y para cuando se puso un par de pantalones cortos y
se precipitó por el pasillo para golpear su puerta y arrastrarla de regreso
a la cama, las mucamas ya estaban limpiando. Ya registró su salida. Lo
siento, señor.

Franchesca tenía un par de cosas que aprender sobre cómo él hacía


tratos.

Este lugar olía a naftalina y polvo, las escaleras crujían siniestramente


bajo sus pies, no había seguridad en la puerta y la mitad de las farolas de
la manzana estaban oscuras, y no había hecho falta más que un por favor
para que la señora Gurgevich del 2A le abriera.

Todo lo enojó.

Y eso se tradujo alto y claro cuando su puño cerrado se encontró con la


puerta que se interponía entre él y la fuente de su molestia.

―Jesús, derriba la puerta, ¿por qué no, Gio?


Los ojos de Frankie se abrieron de sorpresa y muy posiblemente de
miedo. Probablemente le habría cerrado la puerta en la cara si Aiden no
hubiera entrado a empujones.

El apartamento era pequeño, estaba en mal estado, pero limpio. Había


una cocina, una sala de estar-comedor y lo que Aiden supuso era un
dormitorio. Su televisor, patético de treinta pulgadas, estaba encendido y
había una cerveza abierta en la mesa de café. El sofá era profundo y
acolchado.

Él se volvió para mirarla y sintió esa conexión magnética. No había sido


el escenario tropical o la adrenalina, era la forma en que ella reaccionaba
ante él. Estaba acostumbrado a la atracción, la usaba como trampa cuando
era necesario, pero, ¿lo qué resonaba entre ellos? Era elemental, era la
lujuria primitiva de un cuerpo que necesitaba desesperadamente al otro.
Ella no quería su dinero ni su apellido, lo deseaba a él y cómo la hacía
sentir y eso era más potente para Aiden que cualquier afrodisíaco.

―¿Qué diablos estás haciendo en mi apartamento? ―Se paró ahí, con las
manos en las caderas, vistiendo leggins y un suéter grueso que le caía
sobre un hombro. Tenía el pelo recogido en una espesa cola.

Él apretó los puños a los costados para no alcanzarla y quitarle el lazo


del cabello.

―¿Por qué corriste?

―Yo no corrí, tenía un vuelo. ―Era arrogante, hipócrita y mentirosa.

―¿Por qué no me despertaste ni me dijiste adiós?

Él vio la sombra de la culpa en esos grandes ojos.

―Fue una cosa de una sola vez, Aiden. Eso es todo.

―Pura mierda. ―Su voz sonó agudamente. Estaba cansado, enojado y a


pesar de eso, quería tocarla, castigarla y complacerla.

―Oh, vamos, Kilbourn. Pasamos un buen rato, ahora volvemos al


mundo real.
―No hemos terminado, Franchesca.

―Creo que una vez fue más que suficiente ―espetó ella, con los ojos
brillando.

―Dos veces ―corrigió―. ¿Y tú realmente crees eso?

―Vete a casa, Aiden.

Aiden cerró la distancia entre ellos y se obligó a tomarla con un suave


agarre sobre sus hombros, se estaba derritiendo contra él incluso mientras
maldecía. Aiden sintió un alivio rápido y agudo, sabiendo que ella
todavía sentía esa necesidad incluso si fuera solo biología pura, un cuerpo
que reconoce el otro cuerpo, era suficiente y de alguna manera más.

―¿Lo de anoche? ―empezó―. Eso no simplemente pasa y huir lejos es


una cobardía.

―¿Estás sugiriendo que te tengo miedo? ―La voz de Frankie era baja.

―Estoy sugiriendo que lo que compartimos fue una novedad para mí,
esa... conexión, no quiero simplemente alejarme y no creo que tú quieras
hacerlo. ―Si ella quería que fuera honesto y real, entonces eso es lo que él
le daría. Aiden solo esperaba que el precio no fuera demasiado alto.

―No quiero ser el juguete de un tipo. Me merezco más que eso


―respondió Frankie.

―Lo mereces ―estuvo de acuerdo―. Tú eres quien lo etiquetó como tal,


el hecho de que no me interese el matrimonio no significa que sea
irrespetuoso o insensible contigo.

Ella se mordió el labio inferior, mirando fijamente el botón superior de


su camisa.

―Entonces, ¿cómo funcionaría exactamente este tipo de arreglo?

Él olió la victoria, sabía que estaba a su alcance.

―Pasamos tiempo juntos y yo te doy todo lo que quieras.


―Temporalmente ―agregó.

―No es como si hubiera una fecha de vencimiento, Franchesca.

―Pero siempre pierdes el interés.

―Debo señalar que tú también estás soltera. ¿Es porque siempre has
perdido el interés? ―Él dejó que sus dedos recorrieran la parte posterior
de su cuello, jugando con los rizos ahí.

Ella suspiró y finalmente, finalmente levantó su mirada hacia él.

―Mira, yo tampoco estoy buscando un para siempre, no sé dónde quiero


estar en cinco años, prefiero darme cuenta de eso primero antes de tener
que tomar en consideración los deseos y necesidades de otra persona y
que Dios ayude a la mujer que lo quiera contigo.

Aiden le pasó las manos por los hombros tensos y la giró lentamente en
sus brazos, masajeando sus tensos músculos. Ella se hundió contra él.

―Entonces, ¿por qué no dices que sí? ―él le susurró oscuramente al


oído―. ¿Me estás haciendo trabajar por ello? ―No sabía por qué eso lo
ponía duro. Un Kilbourn nunca cedía voluntariamente el control.

―¡Guau! ¿Interrumpo?

El hombre que descansaba en la puerta de Frankie parecía más


interesado que enojado al encontrarla envuelta en los brazos de otro
hombre, él era de hombros anchos y musculoso, llevaba una henley
ajustada que mostraba ese hecho e ignoraba el clima exterior de treinta
grados y tenía una bolsa de comida que olía mejor que cualquier comida
de cinco estrellas en Manhattan.

―Gio. ―Frankie saludó al hombre mientras trataba de soltarse del


agarre de Aiden, a él no le agradó eso―. ¿Llegas temprano? ―preguntó,
lanzando una mirada de pánico en dirección a Aiden. Realmente no le
agradaba eso.

―¿Huh? ―preguntó Gio, sacando un teléfono del bolsillo de sus


pantalones deportivos.
Él levantó el teléfono y tomó una foto.

―¡No te atrevas! ―Frankie ya no estaba nerviosa, era una leona


gruñona.

―Ups, demasiado tarde. ―Se encogió de hombros―. ¿Quieres


presentarme a tu amigo?

Aiden pasó de tratar de mantener a Frankie en sus manos a retenerla


mientras ella le daba un golpe al hombre que sonreía con aire de
suficiencia.

―¡Eres un idiota!

El teléfono de Gio sonó y sonrió, mirando la pantalla.

―Mamá está deseando conocer a tu amigo el domingo.

Aiden tuvo que agarrar a Frankie por la cintura cuando ella se abalanzó
sobre él. La levantó y la hizo girar mientras Gio se reía.

―Soy Gio ―dijo el hombre, extendiendo una mano fuera del alcance de
Frankie―. El hermano de este demonio.

Aiden estrechó con su mano libre.

―Aiden ―dijo.

―Entonces, ¿ustedes dos están saliendo? ―preguntó Gio.

―Sí ―dijo Aiden.

―No ―respondió Frankie.

―Bueno, de cualquier manera, acabas de sacarme del incómodo intento


de cita número dieciséis. Mary Lou Dumbrowski.

―¿Mary Lou está soltera otra vez? ―Frankie dijo, cesando en sus
intentos de matar a su hermano.

Gio se acercó a la pequeña mesa y arrojó la bolsa de comida sobre ella.


―Sí. El marido número tres murió el mes pasado en la tintorería. Bam.
Muerto antes de caer al suelo.

―Mamá debe estar desesperada si se está empujando a nuevas viudas


hacia ti ―señaló Frankie.

Aiden le apretó la mano y luego la soltó, ya no parecía una asesina.

―A mamá no le gusta tener un hijo soltero de 36 años ―explicó Gio―.


Tampoco le gusta ser la única de sus hermanas sin nietos.

―Marco acaba de dejar embarazada a Rachel ―le recordó Frankie―.


Marco es nuestro otro hermano y Rachel es su esposa ―explicó para
beneficio de Aiden.

―Bueno, no te preocupes, porque le diste aún más esperanza de ser


abuela ―bromeó Gio, desempacando las bolsas.

Frankie negó con la cabeza.

―Te odio. ¿Qué trajiste?

Gio desempacó cuatro sándwiches de delicatessen, pepinillos


envueltos en papel encerado y una bolsa grande de patatas fritas de
barbacoa.

―Lo normal. ¿Estás pasando el rato, Aide?

Nadie en toda su vida lo había llamado Aide antes que Franchesca,


parecía que a la familia Baranski le gustaba asignar apodos.

―Grabamos la pelea de la UFC de anoche ―dijo Gio, moviendo un


sándwich hacia él.

―¿Artes marciales mixtas? ―preguntó Aiden, mirando los gloriosos


sándwiches apilados.

―Uf. ―Frankie puso los ojos en blanco―. De acuerdo, puedes quedarte,


pero me pido el de carne asada.

―¿Tienes cerveza? ―preguntó Gio.


―Sí, sí. Mantén tus pantalones puestos. ―Frankie se dirigió a la cocina
y Aiden la siguió.

―Todavía tenemos que hablar ―le dijo, extendiendo la mano para


agarrar su delgada muñeca.

―Sí, lo haremos ―suspiró―. Pero no alrededor del Boca Grande


cantando bajo por ahí.

―Cena conmigo mañana.

Ella lo miró por un momento, y él pensó que podría estar tratando de


encontrar una excusa.

―Bien ―dijo―. Pero yo elijo el lugar.

―Hecho. ―Se inclinó y le rozó la mejilla con los labios―. ¿Ves lo fácil
que es esto? Me dices lo que quieres y yo te lo doy.

Él tuvo el placer de ver cómo se le ponía la piel de gallina en el cuello y


los brazos, Aiden agarró las cervezas que sacó de la nevera y regresó a la
sala de estar.

Se acomodaron en su sofá con Gio en el sillón andrajoso y comieron


sándwiches hechos por un maestro mientras veían a hombres y mujeres
golpearse mutuamente en sumisión sangrienta. Frankie y Gio tuvieron
acción en casi todos los partidos y disfrutaron bromeando entre ellos en
todo momento, Aiden trató de imaginarse haciendo lo mismo con su
medio hermano, fue insondable. Nunca habían tenido una relación fácil
como esta.

―Entonces, ¿cómo se conocieron ustedes dos? ―preguntó Gio,


mordiendo un pastrami con centeno.

Franchesca tomó un trago rápido de cerveza.

―Bueno, Aide me llamó stripper cinco segundos después de que nos


presentaran, yo le dije que era un idiota y luego su hermano secuestró a
Chip la noche antes de su boda y tuvimos que localizarlo.
El sándwich de Gio se le cayó de las manos al envoltorio que tenía en el
regazo.

―¿Hablas en serio?

―Desafortunadamente, sí ―admitió Aiden―. Pero en realidad no decía


en serio lo de la stripper.

―Bien ―dijo Gio con buen humor―. Odiaría tener que golpearte con el
estómago lleno.

―Y yo odiaría que me golpearan ―estuvo de acuerdo Aiden.

Frankie tomó su cerveza y vio hasta que Gio tomó otro bocado de su
sándwich.

―Oh, y anoche tuvimos un sexo increíble, locamente increíble.

Gio se atragantó con su sándwich, tosiendo hasta que Frankie se


levantó para darle una palmada en la espalda.

―Maldita sea, odio cuando haces esa mierda.


El restaurante que eligió Frankie era un lugar portugués intercalado
entre un escaparate vacío y un estudio de yoga en una calle tranquila de
Brooklyn. Las mesas no tenían manteles y los menús parecían impresos
en una impresora de oficina, pero los olores que provenían de la cocina
eran nada menos que celestiales.

Aiden silenció su teléfono y lo deslizó dentro del bolsillo de su


chaqueta, no quería que nada intentara robar su atención de la mujer al
otro lado de la mesa. Frankie llevaba el cabello suelto y, en armonía con
el ambiente informal del restaurante, vestía jeans ajustados, un suéter con
un cuello que atraía su atención hacia su delicioso escote y botas de
gamuza suave.

Ella parecía... cómoda, examinando su menú con la barbilla apoyada en


la mano. Él trató de recordar a la última mujer que vio que no mantenía
una postura perfecta y de hecho ella pidió y recordó los nombres de los
meseros.

―¿Qué? ―preguntó Frankie, frunciendo el ceño ante su menú.

―Sólo estaba...

―Si dices admirando la vista, voy a vomitar sobre la mesa.

Aiden negó con la cabeza. Las palabras que salían de su boca...

―Bueno, no podemos permitir eso.


―Entonces, ¿por qué me estabas mirando?

―Porque me gusta mirarte, es interesante verte.

―Voy a asumir que es un cumplido para que no tengamos que empezar


nuestra primera cita con una pelea ―decidió Frankie.

―Es mucho más que un cumplido. Eres diferente a...

―A lo que estás acostumbrado. ―Cerró el menú―. Lo que me lleva al


primer punto de lo que espero sea una discusión civilizada.

―No vas a amenazarme con arrancarme la cara y dármela como lo


hiciste anoche con tu hermano, ¿verdad? ―preguntó Aiden.

―Ja, ja, chico inteligente, pongamos esto sobre la mesa. Literalmente, no


hay más que orgasmos espectaculares en común.

La palabra orgasmos hizo que su polla se agitara.

―Me cuesta creer que no haya nada más. ¿Qué opinas de los cachorros
y el pastel de manzana?

Sus labios se arquearon.

―Está bien, intentemos esto. ¿Cuál es tu objetivo esta semana? ¿Qué


planeas lograr para el viernes?

El mesero regresó con sus copas. Era un lugar BYOB8, por lo que Aiden
había asaltado su colección y se había decidido por una botella de
cabernet decente. Hicieron sus pedidos y entregaron los menús.

―¿El viernes? ―preguntó Aiden, llenando su copa y luego pasando a la


suya―. La votación de la junta es esta semana, planeo asegurarme de que
salga a mi manera, Elliot necesita que le recuerden su lugar en la familia
y la empresa y tengo una nueva adquisición que está experimentando
algunos, digamos, dolores de crecimiento que necesitan mi atención.

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Lugar en el que los clientes pueden llevar su propia botella de alcohol.
―Ajá ―dijo Frankie con aire de suficiencia―. ¿Sabes lo que haré esta
semana?

―Me encantaría saber.

―Trataré de aprobar mi examen de Responsabilidad Social Corporativa


el jueves.

―¿Examen?

―Estoy haciendo mi maestría en administración de empresas. debería


tenerla para mayo si puedo concentrarme lo suficiente, lo del catering era
un trabajo extra para que no me arruinara con la boda de Pru. Trabajo a
tiempo parcial para un centro de desarrollo de pequeñas empresas.

―¿Estás interesada en los negocios? ―aventuró. Un terreno común que


no involucraba orgasmos.

―Mucho, es lo que sucede cuando tus padres dirigen un negocio. Estoy


segura de que lo entiendes.

Él asintió.

―Por supuesto. A veces, puede parecer como si estuviera en la sangre.

―Sí, bueno, tal vez la parte comercial para mí, pero no las carnes frías.

Ante su mirada interrogante, Frankie se rió.

―Mis padres son dueños de una tienda de delicatessen en Brooklyn,


justo al final de la calle de su casa, mi hermano Marco la dirige ahora. Yo
crecí en esa tienda y puedo cortar medio kilo de carne en conserva mejor
que Marco o Gio.

―¿Pero no querías hacerte cargo de una tienda de delicatessen?

Frankie negó con la cabeza.

―Me gusta el lado de los números. La contabilidad, la planificación, el


seguimiento.
―¿Qué vas a hacer con tu maestría?

Ella se encogió de hombros.

―Me gusta mucho lo que hago en el centro de desarrollo de pequeñas


empresas. Algunas personas piensan que las grandes empresas y las
grandes corporaciones es donde trabaja Estados Unidos, pero no es así, es
la empresa de fontanería de segunda generación o la heladería que lleva
cuarenta años abierta o la puesta en marcha de una tienda de máquinas o
la floristería, yo ayudo a esas empresas a hacer negocios.

Fascinado, Aiden se inclinó hacia adelante y apoyó el codo en la mesa.

―Y tú crees que no tenemos nada en común ―señaló.

―¿Cuánto cuesta esta botella? ―ella preguntó, levantando su copa para


estudiar el vino.

Se encogió de hombros.

―No tengo idea.

―Bueno, lo digo porque lo busqué en Google cuando estabas en el baño.


Mi alquiler es más barato que esta botella.

―¿Por qué tengo la sensación de que el dinero va a ser un área de


discordia contigo? No me importa lo que tengas o cuánto ganes o debas.
¿Por qué deberías preocuparte por mis finanzas?

―Aiden ―se rió―. Tus finanzas te colocan en un mundo completamente


diferente al mío, no creo que esos mundos se vayan a mezclar bien.

―No lo sabremos hasta que lo intentemos.

El mesero regresó entregando el aperitivo de brocheta de pollo con una


floritura.

―¿Qué quieres que haga, ir a las galas como dulce del brazo? Porque
seré honesta. ¿Lo que viste anoche? ¿Pantalones deportivos, UFC y
sándwiches grasientos? Preferiría hacer eso un fin de semana que
pavonearme como una de las amigas de Pru, vestida con lo último de la
moda y 'ser vista'.

―Con este arreglo, Franchesca, no tienes que hacer nada que no quieras
hacer, no estoy interesado en ti como otra Barbie de la Sociedad. Me gusta
como eres.

―Mmm.

―¿Qué? ―él preguntó.

―Estoy pensando.

―Estás intentando pensar en otra excusa. Inténtalo, Franchesca. Sal


conmigo. Folla conmigo.

―Sabes cómo hacer que una chica se vuelva loca ―bromeó, tomando
otro sorbo de vino.

―Sólo estoy siendo honesto.

Ella tomó un trozo de pan del plato y lo estudió.

―Okey, no quiero que me exhiban como una de tus otras 'citas' y mi


vida está aquí, no quiero caminar por todo Manhattan a tu entera
disposición.

―De acuerdo, no me gusta lo complicado ni el drama, si te puedes


adherir a esas dos cosas, nos llevaremos bien.

―¿Monogamia? ―preguntó Frankie, arqueando una ceja.

―Es un requisito para los dos.

Ella asintió.

―Bien. Supongo que tenemos un trato.

Él se inclinó sobre la mesa y tomó su mano, pero en lugar de sacudirla,


le rozó los nudillos con un beso.
―Tengo la sensación de que será un placer hacer negocios contigo
―predijo.

Comieron y conversaron con cucharadas de guiso de pescado y


bocados de buñuelos de bacalao salado y se entretuvieron con su café, se
sentía fuerte, no amargo, pero no del todo dulce en su lengua y Aiden no
pudo evitar pensar en el sabor de Franchesca. Solo había comenzado a
probarlo y quería más.

Ella tomó la cuenta antes de que él pudiera detenerla.

―Uh-uh ―dijo, arrebatando el papel―. El dinero no es un tema de


controversia, ¿verdad?

―Yo pago, Franchesca.

―Puedes hacerlo la próxima vez, esta es mía y deja de fruncir el ceño


así. Si significa tanto para ti, puedes comprar el postre.

Postre. La palabra trajo a la mente docenas de imágenes del cuerpo


desnudo de Frankie.

―Helado, Kilbourn. Veo lo que estás pensando.

El mesero regresó con el cambio de Frankie.

―Yo dejo la propina ―anunció Aiden, poniendo un billete


aproximadamente el valor de toda la cuenta de la cena.

―Presumido.

Se levantaron y él la ayudó a ponerse el abrigo. Era un abrigo de lana


que había visto mejores días.

―Te falta un botón ―dijo, metiéndose en su propio abrigo de cachemira


y mirando el hueco en el cierre del abrigo de ella.

―Ugh, lo sé. Lo perdí el invierno pasado cuando mis hermanos me


desafiaron a escabullirme por la ventana de mi vieja habitación en la casa
de mis padres y bajarme del árbol como solía hacerlo. En mi defensa,
tomamos tres botellas de vino en la cena de Acción de Gracias. Sigo sin
encontrar el botón.

―Entonces, ¿dónde está este lugar de helado? ―preguntó Aiden. Él se


alegró cuando ella tomó su mano mientras salían del restaurante, quería
preguntarle qué tenía en mente después del postre. Llevaba una bolsa de
viaje en el auto y una respetable reserva de condones, solo estaba siendo
precavido... y tal vez un poco esperanzado.

Frankie abrió el camino alrededor de la manzana.

―¿Trabajaste hoy? ―ella preguntó.

Asintió, no había planeado hacerlo. Demonios, se suponía que no debía


haber volado a casa desde Barbados hasta esta mañana, pero Franchesca
había cambiado ese plan cuando dejó su cama.

―Lo hice, tenía que asegurarme de que no hubiera ocurrido nada


catastrófico durante mi ausencia.

―¿Decidiste lo que vas a hacer con Elliot? ―preguntó Frankie.

Se tensó, preguntándose si esto era una trampa. Otra excusa para que
ella volviera a odiarlo.

―Le pegué donde más duele.

―¿En su nariz rota? ―preguntó Frankie.

Aiden se rió.

―No, pero tiene dos ojos negros y no puede respirar, así que fue
entretenido verlo mientras se humillaba ante nuestro padre.

―¿Fuiste con tu papá? ―preguntó Frankie.

―Elliot siempre fue un niño problemático. Toma decisiones


precipitadas, a menudo con grandes cantidades de dinero involucrado.
Le dieron un puesto en la empresa porque era lo justo a los ojos de mi
padre, pero el dinero de Elliot está atado en un fideicomiso revocable. Mi
padre no quería que se lo jugara o se lo prestara a una prostituta para que
abriera su propio burdel.

―O a una chica que baila como una stripper ―dijo Frankie, agitando sus
pestañas hacia él.

Aiden le dio un codazo en el hombro.

―Lo siento por eso, había tenido un día largo y lo último que quería
hacer era pasar la noche en una fiesta con chicas intentando ligarme.

―Y tenías migraña.

―Eso también.

―¿Las tienes a menudo?

―Solo en ocasiones especiales, por lo general, cuando se trata de Elliot.

―Entonces, ¿qué consideró tu padre como castigo por cometer un delito


grave? ―preguntó Frankie.

―Congeló las cuentas de Elliot durante un mes.

Frankie tropezó.

―¿Tu hermano secuestra a alguien en una maniobra de poder y tu papá


le quita su mesada?

Aiden no estaba dispuesto a decirle que él había tenido una reacción


similar cuando su padre le impuso el castigo. Era un asunto familiar
privado.

―Mi padre sintió que eso era lo que requería la situación.

―¿Y qué crees tú que requiere 'la situación'? Ten en cuenta que tu
respuesta determinará si consigues más allá de la porción de helado de
nuestra noche.
―En ese caso, me gustaría traer de vuelta el tarro y las plumas9.

―Estás aprendiendo, Aide. Estás aprendiendo ―dijo, con los ojos


brillando, era una victoria más dulce que cualquier otra en la historia
reciente. Y sin pensarlo, sin necesidad de maniobrar, Aiden jaló a Frankie
contra él.

―¿Puedo besarte cuando quiera ahora que estamos saliendo?

Ella lo miró, enganchando sus dedos en sus solapas.

―Dentro de lo razonable, supongo.

Vio el calor en sus ojos entrecerrados, en la separación de sus labios y


cuando acercó su boca a la de ella, volvió a saborear esa victoria.
Franchesca Baranski se había sometido, temporalmente. Ella era suya
para besarla, follarla, provocarla y no iba a perder ni un segundo de su
tiempo juntos.

Ella estaba retrocediendo y él la siguió hasta que sus hombros se


encontraron con los fríos ladrillos del edificio. Sosteniéndola ahí, Aiden
tomó su barbilla en sus manos y sedujo su boca, sus labios estaban llenos
y oh, era tan suaves. Los recordaba deslizándose sobre su pene, los
recordaba dando vueltas en la conmoción de su orgasmo y ahora se
estaban alimentando hambrientos de él.

Sus manos se movieron desde su pecho dentro de su abrigo hasta sus


caderas. Ella lo atrajo hacia sí y gimió cuando sintió su erección.

―¿Qué tan casado estás con el helado? ―preguntó ella, liberándose de


su boca.

―Odio el helado.

―Mi apartamento está a tres cuadras de aquí.

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forma de tortura y castigo público que se utilizaba para hacer cumplir la justicia no oficial o la venganza. Se
usó en la Europa feudal y sus colonias y consistía en pintar con alquitrán de madera (a veces caliente) a la persona
mientras y luego le arrojaban plumas o la hacían rodar sobre un montón de plumas para que se pegaran al
alquitrán.
―Tengo condones en el auto.

―Yo tengo algunos en mi casa.

La advertencia de su padre a su hijo adolescente resonó en su cabeza.


Regla número diecisiete de niño rico, nunca uses condones de una mujer.
Es posible que esté tratando de atraparte quedando embarazada.

―Vamos.
Tres cuadras se sentían como millas cuando su clítoris estaba hinchado
por la necesidad y había un hombre sexy sosteniendo su mano que podía
hacer algo muy eficientemente al respecto. Apenas hablaron, la tensión
entre ellos se disparó por segundo.

Cada roce de su cuerpo contra el de ella ponía a Frankie aún más al


borde del dolor y la necesidad.

¿Sería tan bueno como en Barbados? ¿Sería mejor? ¿Ella sobreviviría?

Sólo había una forma de averiguarlo.

Buscó a tientas las llaves en la puerta, sus nervios eran visibles en la


forma en que le temblaban los dedos, Aiden le quitó las llaves y abrió la
puerta, fue la última cosa civilizada que hizo durante el resto de la noche.

Frankie lo arrastró adentro y cerró la puerta detrás de ellos antes de que


la señora Chu pudiera asomar la cabeza al pasillo y ofrecerles bocadillos
o consejos sexuales. Aiden ya se estaba quitando el abrigo y la chaqueta
del traje cuando ella deslizó la cadena en la puerta.

Se unió a él, quitándose las capas y los zapatos hasta que tuvieron lo
esencial entre ellos.

―Ven aquí ―dijo, su voz una orden áspera.


Podría haberse acercado a él, haciéndolo esperar, manteniendo la
ventaja por un poco más de tiempo hasta que él se la robara con esos
labios pecaminosos y esa polla mágica que se esforzaba por escapar de los
confines de su sexy y ajustada ropa interior roja, pero no lo hizo. Frankie
se lanzó hacia él, Aiden, para su crédito, no se dobló bajo su peso.

La levantó, la sostuvo por las nalgas y la acomodó contra su erección.

Estaba más que agradecida de haberse vestido con la posibilidad de


tener sexo en la mente. Por una vez, sus bragas hacían juego con su sostén.
El negro y el encaje eran tan sexys como práctica, y parecían estar
haciendo el trabajo.

Aiden se alimentó de su boca mientras la llevaba al dormitorio. Esta


vez, la bajó lentamente hasta el colchón, cubriendo su cuerpo con el suyo.
Su cama era pequeña, nada que ver con la superficie de colchón con el que
se habían dado el gusto en Barbados, pero a Aiden no parecía importarle.

―¿Condones? ―él preguntó con voz ronca.

Ella señaló una caja en su mesita de noche.

―Espero que los tengas pensando en mí ―dijo secamente. Estaba


asombrada de que él pudiera burlarse de ella tan duro como su polla
estaba contra ella.

―No, siempre tengo una caja gigante de condones extra grandes para
mi placer en mi mesa de noche.

Él le pellizcó el trasero y ella chilló. Su boca amortiguó cualquier


comentario adicional.

―Te quiero de todas las formas posibles ―él confesó.

―Tengo que empezar por alguna parte ―suspiró, medio riendo, medio
dispuesta a suplicar―. ¿Cómo me quieres, Aiden?

Como ella esperaba, la pregunta tenía una necesidad carnal iluminando


sus hermosos ojos azules. Él apretó la mandíbula.
―Muéstrame ―insistió. Ella le estaba dando permiso, la última vez
había sido una guerra por el control. Esta vez, quería ver exactamente qué
oscuras fantasías sucedían detrás del rostro de ese ángel.

Él gruñó en voz baja y la puso boca abajo, sostuvo su cabeza hacia abajo
agarrando su cabello y deslizó un brazo alrededor de su cintura,
levantando sus caderas para que se pusiera de rodillas.

―¿Está bien así? ―él susurró.

―Te estoy dando luz verde, lo que quieras está bien esta noche.
―Seguro, lo estaba poniendo a prueba, pero si él no la golpeaba con la
polla en los próximos diez segundos, probablemente iba a morir.

―¿Lo que yo quiera? ―repitió.

―Bueno, no me gustan los tríos o los chicos que me orinen.

―¿Qué hay de...? ―pasó un dedo por su columna hasta la hendidura


entre las nalgas de ella. Cuando le acarició el ano con la punta del dedo,
Frankie se tensó.

―Veamos cómo va la noche ―dijo.

―Creo que deberíamos casarnos ―bromeó Aiden.

Frankie se rió sobre la almohada.

―Aide, en serio, si no me clavas una parte de tu cuerpo dentro de mí en


este momento, te echaré y me iré por un helado yo sola.

―No podemos permitir eso, ¿verdad? ―Él tomó esos dedos mágicos y
los colocó entre sus piernas.

―Dios, sí. ―El gemido de Frankie fue ahogado cuando arrastró su ropa
interior por sus muslos y luego ella se quedó muda de sorpresa y placer
cuando finalmente introdujo dos dedos en su apretado y húmedo núcleo.
Finalmente, ya no estaba vacía.
Empujó sus caderas hacia atrás contra él, rogando por más. La mano de
Aiden dejó su cabello y se deslizó por su hombro y rodeó su seno donde
colgaba.

Amasándola con una mano y follándola con la otra, poco a poco


aumentó el tormento y Frankie cantó sus palabras en la almohada.

―Eres una chica tan hermosa, Franchesca ―susurró Aiden, lloviendo


besos por su espalda.

Dios, le encantaba sentirlo acurrucándose sobre ella, sentirlo


bombeando sus dedos dentro de ella y tirando de sus pezones. Necesitaba
más.

Y él estaba dispuesto a dárselo.

Frankie sintió su pulgar sondeando entre sus nalgas y se tensó con el


toque.

―¿Confías en mí?

La pregunta era tensa.

No confiaba en que Aiden no rompería las reglas hasta que obtuviera


lo que quería o incluso posiblemente secuestrara a alguien como lo había
hecho su hermano, pero confiaba en él para que le diera a su cuerpo un
placer como nunca antes lo había conocido.

―Sí, okey, sí ―dijo ella, con voz ronca.

Él no necesitaba que se lo confirmaran. En unos momentos, Frankie


volvió a rogar mientras Aiden la tocaba de maneras que ella nunca había
experimentado. Ese pulgar, esos dedos mágicos, la sensación de su grueso
eje probándola a través del material de los calzoncillos que aún no se
había quitado y su respiración pesada que no solo podía oír sino también
sentir contra su piel desnuda.

Solo había un límite de acumulación que una chica podía soportar antes de
explotar.
Frankie gritó contra la almohada con un movimiento de los dedos
particularmente magistral, ella iba a explotar y derribar todo el edificio de
apartamentos.

Aiden gimió, bajo y gutural.

―Siento que te estás preparando para correrte. ―Se inclinó y la mordió


en el hombro.

Ese rápido golpe de dolor fue todo lo que se necesitó para romperla
como una cuerda de guitarra, se soltó y se lanzó al orgasmo. ¿Esto? Esto
era de otro mundo, y Aiden era su nuevo universo.

Cantando alabanzas, continuó bombeando sus dedos y pulgar dentro


de ella y ella se estremeció y tembló a través de su orgasmo.

Aiden interpretó su cuerpo como un maestro.

Sintió que su peso se movía detrás de ella, sollozó cuando él se apartó


y luego escuchó el envoltorio de papel de aluminio.

Él se acarició en su contra preparando su polla y Frankie abrió las


rodillas un poco más, invitándolo a entrar. No hizo falta nada más.

Aiden posicionó la coronilla de su polla en su entrada, la agarró por las


caderas y la penetró.

Decadentemente plena, Frankie le dio la bienvenida a la invasión. El


ruido que él hizo en el fondo de su garganta la volvió loca. Frankie se
levantó arqueando la espalda.

Él cerró su puño alrededor de su cabello y lo usó para mantenerla


quieta mientras comenzaba a darle caricias tortuosamente lentas y
mesuradas. Estaba tan contenta de no haber insistido en un helado.

Su otra mano nunca estaba quieta, acariciando y apretando su piel


como si quisiera explorar cada centímetro de su cuerpo. El agarre de
Aiden sobre su cabello desapareció y cuando la agarró por las caderas,
ella se echó el cabello por encima del hombro y lo miró.
Parecía un dios perdido en medio de la pasión, tenía la mandíbula
apretada, las cuerdas de su cuello se destacaron contra la tensión. Tenía
los ojos entrecerrados.

―Me encanta cuando me miras así ―él apretó las palabras.

―¿Cómo?

―Como si yo fuera el centro de tu universo.

Esa conexión, mirada a mirada, los mantuvo prisioneros. Su paso se


aceleró imperceptiblemente al principio antes de acelerar cada vez más
rápido. Sus embestidas eran tan poderosas que la estaban obligando a
avanzar hasta que finalmente estuvo boca abajo aceptando todo su peso
sobre su espalda.

―¡Aiden! ―gritó su nombre. La construcción del clímax nuevamente


dentro de ella era terrible.

Él gruñó suavemente en su oído, perdido en el ritmo salvaje. Toma su


cuerpo le dijo al de ella y Frankie estaba más que feliz de obedecer. La
estaba aplastando contra el colchón, sin darle espacio para moverse, todo
lo que podía hacer era disfrutar del placer que él le estaba brindando.

Aiden deslizó su mano entre sus piernas, ahuecándola exactamente


dónde necesitaba su toque.

―Me voy a correr y te necesito conmigo ―le dijo.

Se estrelló contra ella, una vez y luego dos y en el tercer empujón la


sostuvo mientras gritaba victoriosamente. Ella lo encontró ahí, sus
paredes se cerraron alrededor de él mientras su cuerpo caía en una
espectacular caída libre.

―Mierda, Franchesca. Bebé ―él gimió contra su oído.

Eso solo la hizo correrse más fuerte, su polla pulsaba dentro de ella, su
respiración era trabajosa contra su cuello, con su peso encima de ella. Sus
dedos estaban blancos con los nudillos sobre las sábanas incluso cuando
las olas comenzaron a suavizarse.
La folló hasta que terminó y vibró debajo de él y luego se derrumbó
encima de ella.

―Sé que te estoy aplastando ―dijo―, pero moverme no es una opción


en este momento.

―Está bien, he logrado todo lo que me propuse hacer sexualmente.


Morir así es totalmente aceptable ―dijo Frankie sobre la almohada―. Mi
mamá estará muy orgullosa.

―Hablando de tu madre...

―Aiden, todavía estás dentro de mí. No me gusta a dónde va esto.

Él se rió suavemente contra su cuello.

―¿Todavía estoy invitado al almuerzo del domingo?


Frankie no había querido exactamente dejarlo pasar la noche, pero
descansar en su cama con un Aiden Adonis desnudo envuelto alrededor
de ella era demasiado exquisito para detenerlo. Además, el calor que su
cuerpo ridículamente perfecto bombeaba era más que suficiente para
mantenerla caliente en su apartamento de brisa ártica. Las ventanas tenían
corrientes de aire y el horno del edificio había estado en sus últimas
piernas durante años, pero el alquiler era asequible y estaba cerca de sus
padres.

Así que se vistió en capas y amontonó mantas en su cama. La cama que


Aiden había dominado anoche con su gran cuerpo. La cama de la que
había sido demasiado educado para quejarse con su colchón lleno de
bultos y los resortes hundidos, estaba en su lista de cosas para reemplazar
cuando finalmente terminara de pagar la escuela de posgrado. Seguro.
Tendría algunos préstamos estudiantiles, pero en su mayor parte, se había
hecho cargo de la carga desde el principio, pagando la mayor parte de su
matrícula de su bolsillo.

Frankie asomó la cabeza fuera del baño y observó el daño que causó
una vigorosa noche de hacer el amor mientras se cepillaba los dientes. Sus
mantas estaban amontonadas en el suelo, y en un momento, el pie o el
brazo de alguien había barrido la mesa de noche hasta dejarla limpia.
Parecía que iba a necesitar una lámpara nueva.

Valió la pena.
Aiden le había dado un beso en la frente al salir, a la impía hora de las
cinco.

Tenía reuniones tempranas y necesitaba llegar a casa para ducharse y


cambiarse.

Ella, por otro lado, había holgazaneado en su cama con sábanas que
olían a él hasta que sonó la alarma dos horas después.

Se había duchado tranquilamente y luego decidió darse un capricho


con un café de los más caros en el café hipster de camino al trabajo.

―Buenos días ―dijo Frankie mientras atravesaba la puerta de cristal de


la oficina. Brenda, la recepcionista y copropietaria del Centro de
Desarrollo de Pequeñas Empresas de Brooklyn Heights, se estremeció
ante la corriente de aire invernal que siguió a Frankie al interior y se
acurrucó más cerca del calentador debajo de su escritorio.

Era un espacio alegre, si no chic. El año pasado, Frankie había venido


un domingo para ayudar a Brenda y su esposo Raúl a pintar las paredes
grises industriales de un blanco limpio y agradable. Habían decorado con
arte de los habitantes de Brooklyn, pinturas de escaparates, bocetos del
horizonte y calles, Brenda había agregado un verdadero jardín de plantas
para estallidos de verde y filtrado de aire.

―Chica, vas a morir congelada caminando al trabajo ―dijo Brenda.

Frankie se echó a reír y desenrolló la bufanda de lana de su cuello,


colocándola sobre el perchero. Después de anoche, sintió que tenía calor
de sobra para la caminata de seis cuadras después de haber tomado tanto
de Aiden.

―Me gusta caminar al trabajo porque la caminata me permite hacer


esto. ―Le entregó el té verde pequeño que había comprado para Brenda.

La mujer movió los dedos y alcanzó la taza.

―¡Dame! Olvida lo que dije, camina todo lo que quieras, ¿A quién le


importa la congelación cuando me traes té verde?
―¿Cómo les fue a las Daisy Scouts anoche? ―preguntó Frankie,
quitándose el abrigo y llevando su bolso a su escritorio.

Brenda había sido llamada para cuidar a la tropa Daisy de su nieta


cuando la líder de las exploradoras, la hija de Brenda, vino con una caja
de asientos de primera fila para ver a Bon Jovi.

―Bebí media botella de vino después de que se fueron. Trece niñas de


siete años. ―Brenda negó con la cabeza y luego le dio unas palmaditas en
el cabello para asegurarse de que aún estaba en su lugar. Llevaba su
cabello oscuro en docenas de pequeñas trenzas enrolladas en un moño en
la base de su cuello―. Mi mesa de comedor parece que le estalló una
bomba de purpurina.

―¡Te advertí que no hicieras manualidades brillantes o pegajosas!

―Lección aprendida ―suspiró Brenda―. ¿Tú que tal? ¿Cómo estuvo tu


misteriosa cita para cenar?

Frankie se había mostrado cautelosa con sus planes para la noche, lo


que hizo que Brenda se pusiera alerta de inmediato.

―Fue, eh... buena.

―Mmm-hmm ―dijo Brenda.

Frankie sintió que el color de sus mejillas aumentaba. Hoy se había


puesto un jersey de cuello alto para cubrir el hematoma entre el cuello y
el hombro donde Aiden se había puesto un poco demasiado entusiasta
con la boca. Tendría que imponer una regla antes de la próxima vez: sin
chupetones visibles.

¿El pensamiento de que habría una próxima vez? Ahora sus mejillas
estaban en llamas.

―Chica, los tonos de rosa a los que estás cambiando me están dando
mucha curiosidad.
―¿Cené con... el tipo con el que... mi novio? ―Eso es técnicamente lo
que era. ¿No era así? Era demasiado complicado decir el tipo con el que
estoy saliendo temporalmente y disfrutando desnudos.

―¿Novio? ―Brenda se animó. Abrió la tapa de su té verde y sopló el


vapor―. Detalles, por favor.

―¿No tenemos que prepararnos para el taller de redes sociales?


―Frankie preguntó esperanzada. Sacó su computadora portátil de su
bolso y la encendió.

―¿El que diste todos los meses durante el año pasado? Creo que lo
tenemos controlado. Escúpelo.

¿Qué podía decir ella que no sonara como si hubiera perdido la maldita
cabeza? Mi novio y yo solo estamos teniendo sexo hasta que él se aburra y siga
adelante, pero es genial porque me prometió un montón de orgasmos y lo que
quiera. No. Eso no serviría.

―Su nombre es Aiden, y nos conocimos en la boda.

―Debe ser uno de los de la multitud arrogante si estuvo en la boda de


Pruitt ―supuso Brenda.

―Realmente no sé lo que hace ―dijo Frankie evasivamente. No era


exactamente una mentira, el hecho de que Aiden tuviera más dinero en
los cojines de su sofá que ella en su cuenta de ahorros no significaba que
comprendiera exactamente lo que él hacía para ganar esos montones de
dinero en efectivo.

―Eso no es propio de ti. Por lo general, tienes un expediente de cada


candidato verificado antes de decir que sí a la primera cita ―señaló
Brenda.

―Tendré que ocuparme de ese expediente ―prometió Frankie.

―¿Cuál es su apellido? ―preguntó Brenda.

―Kilbourn. Aiden Kilbourn. ―La mierda estaba a punto de caer.


Brenda se metió un dedo en la oreja por encima de las ordenadas filas
de pequeños aros de oro que llevaba en el lóbulo.

―Lo siento. A estos viejos oídos les pareció que dijiste Aiden Kilbourn.

―¿Has oído hablar de él? ―Frankie preguntó inocentemente. Por


supuesto, ella había oído hablar de él. Todos en los cinco distritos
conocían a los Kilbourn y su dominio de Manhattan.

Brenda se apresuró a regresar a su escritorio, con sus uñas haciendo clic


en el teclado. Ella estaba negando con la cabeza y murmurando. Frankie
se coló en la pequeña cocina y guardó su almuerzo en la nevera.

―Buenos días, Raúl ―gritó a través de la puerta abierta.

Raúl era un hombre de pequeña estatura y gran corazón, también se


vestía a la moda con suéteres de colores vibrantes y gafas de nerd. Su
cabello se estaba volviendo plateado, siempre hacía tiempo para
cualquiera que adornara su puerta y se considerara un aficionado a las
botellas de vino por debajo de los veinte dólares.

―Buenos días, Frankie. ¿Estás lista para el taller de hoy?

―Todo listo. Tenemos diez inscritos, lo que probablemente significa


que aparecerán ocho. ―Una de las especialidades de Frankie era enseñar
marketing en redes sociales a propietarios de negocios locales o
empleados que eran contratados para cuidar las páginas de Facebook y
las cuentas de Instagram. Ella ejecutaba la cuenta de Facebook de la tienda
de delicatessen de sus padres después de que su padre se negara
descaradamente a aprender a encender una computadora y su madre era
rápida con un iPad, pero no tenía ganas de parlotear sobre cada maldita cosa
que hacía en su día.

Pero eso le dio a Frankie una visión especial de la mente del propietario
de una pequeña empresa. Era solo una de las áreas en las que se centraba
en su trabajo, pero por lo general era más divertido que los tutoriales de
software de contabilidad y escritura de becas. Las personas a las que
prestaba servicio el centro de desarrollo empresarial no podían permitirse
un contable caro y, si pudieran, no confiarían en uno. La pequeña empresa
era tan diferente del nivel corporativo como, bueno, Frankie lo era para
Aiden.

Ella volvió a su escritorio y encontró una pila de papeles recién


impresos.

Brenda había comenzado el expediente por ella.

Tenía la intención de ignorarlos, pero un titular llamó su atención y


luego una foto de Aiden y otro hombre en una subasta benéfica, ella hojeó
el pie de foto y rápidamente cayó por la madriguera del conejo, Aiden era
director de operaciones de Kilbourn Holdings, una mega corporación que
se especializaba en fusiones y adquisiciones, así como en finanzas
corporativas. Aiden por su cuenta también incursionó en el sector
inmobiliario. El hombre poseía edificios en Manhattan.

Y todavía jugaba al polo, pero solo con fines benéficos, por supuesto.

Pasó a otra foto, una foto de grupo en la alfombra de alguna gala. Él se


parecía a su madre, una de las mujeres bajo el brazo del padre de Aiden.
El mismo cabello espeso y oscuro, la misma nariz aristocrática y pómulos
espectaculares. Su padre tenía el pelo castaño rojizo irlandés que se estaba
volviendo plateado. Acogedora familia, pensó. Los padres de Aiden se
habían divorciado hace años. Sin embargo, todavía socializaban en los
mismos círculos.

La madrastra de Aiden y el mequetrefe de Elliot también estaban en la


imagen. Las mujeres estaban vestidas con impresionantes vestidos y los
hombres con esmoquin para los que habían nacido.

De repente, Frankie se sintió más que aliviada de que ella hubiera


dictado la regla sobre incursionar en su vida, no habría apariciones como
adorno en su brazo, había hecho suficientes trabajos de catering para ver
cómo funcionaba todo el asunto de las citas trofeo: Quédate ahí y luce
hermosa, pero mantén la boca cerrada, bebe, pero no demasiado, no
comas nada que se rompa, se desmorone o arruine tu lápiz labial, sonríe,
pero no demasiado.

Bah.
No estaba dispuesta a inscribirse en una vida que trataba los martes por
la noche como si fuera una fiesta de graduación.

Consultó su reloj, todavía tenía una hora antes de que tuviera que subir
las escaleras para prepararse, tenían una sala de conferencias en el
segundo piso donde organizaban seminarios educativos. Frankie estaba
trabajando en la creación de un conjunto de clases en línea para
propietarios de negocios que estaban demasiado ocupados para tomarse
un tiempo de su día para asistir, pero iba lento con el trabajo de posgrado
y el catering. Solo algunos trabajos más con los que ya se había
comprometido y el saldo de su tarjeta de crédito se habrían saldado.
Luego, solo unos meses más y tendría ese brillante título de la maestría en
la mano.

¿Y entonces?

Entonces ella no estaba segura. Le encantaría quedarse ahí trabajando


para Brenda y Raúl, eran el corazón de la comunidad empresarial de
Brooklyn Heights, pero su presupuesto ya estaba estirado al borde de la
ruptura. Si perdieran una sola beca, tendrían que hacer recortes y,
desafortunadamente para Frankie, ella sería la primera en la fila. Era otra
razón por la que quería asegurarse de que tuvieran las clases en línea para
ofrecer.

Encontraría algo que la emocionara, que la desafiara y finalmente sería


capaz de abrirse camino cheque a cheque como había conocido toda su
vida.

La puerta la sacó de su ensueño. Entró un mensajero levantando una


gran caja negra.

―Busco una señorita Baranski ―dijo, sacándose un auricular de la oreja.

Brenda señaló con el dedo índice en dirección a Frankie.

―La encontraste.

―Genial. ―Él se acercó y dejó caer la caja sobre su escritorio―. Solo


necesito tu firma aquí. ―Sacó una tablet y Frankie firmó la pantalla con su
dedo.
―¿De quién es? ―ella preguntó.

―Un tipo grandote del centro de Kilbourn Holdings, te veo luego ―dijo,
saludando rápidamente antes de salir por la puerta.

Frankie miró fijamente la caja medio asustada de abrirla. ¿Qué podría


haber tenido el tiempo para enviar en las escasas horas desde que
estuvieron desnudos abrazados el uno al otro? Incluso Prime no era tan
rápido. Oh, Dios. ¿Y si fuera una caja de juguetes sexuales?

Brenda se inclinó sobre el escritorio de Frankie.

―Date prisa. ¡Me estoy muriendo por aquí!

Ella moriría si fuera un paquete de consoladores, pero no podría


deshacerse de Brenda hasta que el paquete estuviera abierto. Con
cuidado, Frankie levantó la tapa y miró debajo.

―¿Y bien?

Frankie tiró la tapa a un lado y separó las delicadas capas de papel de


seda. En serio, ¿quién tenía un envoltorio de regalo a mano a primera hora
de la mañana?

―Oooh ―canturreó Brenda mientras Frankie sacaba el abrigo de la caja.


Era negro como el actual, pero las similitudes terminaban en el color.

Era de lana, ¿y eso era cachemira? Con un forro de seda a cuadros.

―Es tan suave ―murmuró.

―Póntelo ―ordenó Brenda.

―Santo cielo, es Burberry.

Brenda la metió en el abrigo, se sentía lujoso. Ella acarició la tela con las
manos, el abrigo se ajustaba por la cintura y caía hasta la mitad del muslo.

Brenda asintió con aprobación.

―Te ves simplemente fabulosa.


―No te atrevas a mirar cuánto cuesta ―le advirtió Frankie. Este no era
un abrigo de cien dólares de una tienda departamental.

Brenda metió las manos en los bolsillos.

―¿Qué estás haciendo?

―Estoy mirando para ver si llenó los bolsillos con diamantes sueltos.

Frankie se rió, ella se sentía mareada. ¿Se suponía que debía aceptar
esto como un regalo? ¿Cómo podría ella corresponder en especie?

―¡Ajá! ―Brenda sacó las manos de los bolsillos en señal de triunfo―. No


hay diamantes, pero encontré estos. ―Levantó un elegante par de guantes.

Por supuesto que eran de piel forrada de cachemira.

―¡Oh mira! ¡Hay una nota en la caja!

Acurrucada en el papel de seda, Frankie agarró el sobre antes de que


Brenda pudiera llegar a él.

Para mantenerte caliente cuando no estoy cerca.

A.

Santa. Mierda.

―¿Qué dice? ¿Qué dice? ―Brenda prácticamente bailaba de un pie a


otro.

Frankie se aclaró la garganta.

―Solo dice, 'Para mantenerte caliente' ―mintió.

Brenda chilló.

―¡Esto es muy emocionante! ¡Nuestra Frankie consiguió un millonario!

Raúl asomó la cabeza por la puerta de su oficina.


―¿Cómo va la configuración del taller? ―preguntó, mirándolas con
sospecha.

―Genial ―dijo Brenda con dulzura―. ¡Y gracias por preguntar!

―Será mejor que vaya a montar ―dijo Frankie, deslizándose de mala


gana fuera del abrigo.

―Adelántate, yo solo voy a acariciar tu abrigo durante unos minutos.

Frankie puso el café en la cocina y luego subió la estrecha escalera hasta


el segundo piso. En la sala de conferencias, subió el termostato y colocó
los cuadernos y bolígrafos, y luego se dejó caer en una de las sillas y sacó
su teléfono.

Frankie: ¿Dónde encontraste un abrigo Burberry antes de las 9 am un


martes?

Él respondió de inmediato y ella supuso que debía haber estado


esperando que le enviara un mensaje de texto.

Aiden: De nada. Te dije. Todo lo que quieras.

Pero ella no lo había pedido. ¿Regalos como este? ¿Un abrigo que cueste
al menos mil dólares y probablemente más? No había forma en el infierno
de que ella pudiera seguirle el ritmo en este lado de su relación.

Aiden: ¿Te gusta?

Ella no le había dado las gracias, y eso la hacía grosera además de pobre,
tenían que hablar de estos asuntos, y de que no se sentía cómoda siendo
la beneficiaria de sus bolsillos profundos, pero por ahora le debía un poco
de gratitud.

Frankie: Es impresionante. Quiero decir que no puedo aceptarlo, pero creo


que mi jefa acaba de tirar el mío anterior a la basura con los restos de café.
Gracias por pensar en mí.

Aiden: Tengo la sensación de que haré mucho de eso.


―Vas a traer a tu chico a almorzar el domingo, ¿no?

La madre de Frankie la había atrapado entre el trabajo y la clase la


noche del examen, lo que le garantizaba la mayor cantidad de estrés.

―¡Mamá! Tiene cuarenta. ¡Estamos teniendo sexo, no yendo al baile de


graduación!

―Aún mejor, él querrá establecerse y darle a su suegra media docena


de grandes bebés.

―¿Torturas a Marco y Rachel así? De hecho, ellos están embarazados


―señaló.

―Si tengo que escuchar a mi presumida hermana decirme una vez más
lo inteligente que es Bebé Nicky o que no veía la hora de pasar el día
llevando al pequeño Sebastian al parque, voy a prenderle fuego.

May Baranski nunca era solo un poquito dramática.

―No sé si puede ir, mamá ―suspiró Frankie subió corriendo los


escalones del frente del edificio. Esa era la única clase para la que tenía
que estar físicamente en el campus, el resto eran en línea, gracias a Dios.
Así que una vez a la semana metía el trasero en el centro para
Responsabilidad Social Corporativa.

Ella se dirigió a las escaleras.


―Bueno, no lo sabrás hasta que se lo preguntes ―resopló May.

―Okey, le preguntaré.

―Bien, los veremos a los dos el domingo. ―Su madre colgó y Frankie
maldijo a la familia y sus complicaciones.

Llegó cinco minutos antes y en lugar de revisar sus notas una vez más
como debería haberlo hecho, abrió sus mensajes de texto.

Aiden: Buena suerte esta noche.

¿Cómo recordó que ella tenía un examen? Tan lleno como ella suponía
que estaba su calendario, el hecho de que él estuviera almacenando
pequeños detalles personales sobre ella la deleitaba y la inquietaba.

Frankie: Gracias. Vas a necesitar suerte ahora, has sido convocado para el
almuerzo dominical de los Baranski, puedes decir que no, es ruidoso y los
cuartos son estrechos y gritan mucho, puedo decirles que estás ocupado
comprando un país o algo así.

Cuando él no respondió de inmediato, Frankie silenció su teléfono y lo


guardó en su bolso, lo mejor sería que no fuera, sería un error llevarlo a
casa de sus padres. Su madre comenzaría a construir castillos en el cielo y
finalmente planearía la boda de su única hija. Y cuando esto terminara,
cuando ella y Aiden se separaran, May estaría más devastada que
cualquiera de ellos. Además, no quería complicar las cosas y eso es
exactamente lo que solía hacer la familia.

Estaban haciendo un buen trabajo manteniéndolo sin complicaciones.


Habían cenado y tenido sexo (fenomenal) el martes y se habían estado
enviando mensajes de texto de forma intermitente desde entonces. ¿Ves?
Menos el abrigo y los guantes caros que amaba tanto que los usaba viendo
la televisión en su nevera de apartamento, ellos eran básicamente una
conexión de Tinder.

Eso, ella podría manejarlo.

El profesor Neblanski entró en clase arrastrando los pies agarrando un


café con leche y arrojó su maletín sobre su escritorio.
―Está bien, terminemos con esto.

Frankie odiaba admitirlo, pero estaba decepcionada de no poder ver a


Aiden el viernes o el sábado. El viernes por la noche, ella ya tenía planes
de salir con amigos e ir a un nuevo bar de vinos en Clinton Hill. El sábado
Aiden pasó la mitad del día en la oficina y la otra mitad haciendo
malabares con las responsabilidades de los ricos. Algo sobre una
aparición para recaudar fondos y una cena con clientes. Ahora, estaba
acurrucada en su sofá con los reestrenos de Netflix de fondo y el borrador
de su tesis en su regazo, ignorando a ambos por pensar en Aiden.

Lo que les faltaba en atención física, lo compensaban con mensajes de


texto. Frankie estaba encantada de descubrir que Aiden era divertido con
los mensajes de texto.

Aiden: El compañero de cena acaba de mencionar que tiene las manos


llenas de madera. ¿Exactamente cómo se supone que debo responder?
(Información completa: el cliente es propietario de varios aserraderos).

Aiden: Iba a pasar por tu casa esta noche y sorprenderte, pero Brooklyn.

Aiden: Me han decepcionado todos y cada uno de los sándwiches desde el


que hizo tu hermano.

Y luego estaba el mensaje de esta noche.

Aiden: Preparándome para el almuerzo de mañana. ¿Cuál es la mejor


manera de desviar la atención de tu madre de Gio y la nueva viuda?
¿Deberíamos decirle que adoptaremos un niño o que se filtró nuestro video
sexual?

Frankie se rió a carcajadas de eso. Ella disparó una respuesta.

Frankie: ¿Cuándo fue la última vez que conociste a los padres de una
chica?
Aiden: Conozco a la mayoría de ellos.

A Frankie no le gustó esa información en particular. Ciertamente no


hacía que una chica se sintiera especial.

Aiden: Sin embargo, siento mucha más presión por haber oído hablar de
tu madre. ¿Cuál es la mejor manera de conquistarla? Pregunto para un
amigo.

Frankie se rió de nuevo, ella comenzó a responderle el mensaje de texto


y luego tiró la precaución al viento y marcó su número.

―Franchesca. ―respondió el teléfono sonando a la vez ardiente y


encantado.

Ella se sentía como una maldita adolescente hablando por teléfono con
su enamorado.

―Hola ―dijo, preguntándose por qué lo llamó. Ahora tenían que


entablar conversación―. ¿Estás realmente preocupado por conocer a mi
madre? Porque deberías estarlo, ella es aterradora.

―Subestimas mi encanto ―insistió Aiden.

Frankie se rió.

―Subestimas la falta de cordura de mi madre, ella te preguntará sobre


bodas y bebés.

―¿Y qué debo decirle?

Frankie se dejó caer en el cojín del sofá.

―Bueno, ya sabe que estamos teniendo sexo, lo que cree que me


convierte en una genia diabólica por engancharte al sexo y luego tentarte
a que me pongas un anillo.

Aiden se rió suavemente.


―No tienes que ir, Aide ―le recordó. Ella estaba más nerviosa porque
él conociera a sus padres que por cualquier novio real que hubiera tenido
desde la escuela secundaria.

―Me gustaría ir.

―No puedo imaginar por qué. Son desordenados, ruidosos y


entrometidos, y está garantizado que te irás con dolor de cabeza y
probablemente un zumbido e indigestión, mi mamá seguirá llenando tu
plato mientras mi papá mantendrá la bebida fluyendo.

―¿Estás tratando de convencerme de que no lo haga? Porque la comida


y el alcohol interminables están haciendo exactamente lo contrario.

―Simplemente no va a ser lo que estás acostumbrado.

―Franchesca, solo porque no he experimentado algo todavía no


significa que no me vaya a gustar, pero si no quieres que vaya, di la
palabra. Todo lo que quieras.

Ella hizo una pausa y se mordió el labio.

―Ven, conoce a mi loca familia.

―Estaré ahí. Además, alguien tiene que salvar a Gio de la viuda.

―Eres tremendamente leal a mi hermano.

―El hombre me hizo un sándwich con el que todavía estoy fantaseando.

―Espera a que yo te haga un sándwich. Te olvidarás de Gio y su lechuga


marchita y su pan empapado.

―¿También eres una artista de sándwiches? ¿No hay nada que no


hagas? ―bromeó Aiden.

¿Estaba investigando sus raíces obreras? ¿Sandwichera y ayuda de


catering?

―Bueno, si no estuvieras tan ocupado ganando todo ese dinero, podrías


aprender a hacerte un sándwich aceptable ―dijo ella a la ligera.
―¿Cómo estuvo tu semana? ―preguntó, cambiando de tema de repente.

―Estuvo bien.

―¿Qué hiciste? ―él preguntó.

―¿Por qué? ―Frankie se rió.

―Estoy interesado en ti ―dijo secamente―. Háblame de tu semana.


¿Cómo te fue en tu examen?

Entonces le dijo y él escuchó. Ella no podía leerlo, era como si él


estuviera tratando esto como una relación real, algo que no podía
permitirse hacer. ¿Acostumbrarse a las llamadas nocturnas con Aiden
Kilbourn con voz grave? Entonces, ¿qué haría exactamente cuándo esas
llamadas se detuvieran?

Las reproducía en un bucle sin fin en el fondo de su mente incluso


mientras disfrutaba de la conversación, las bromas, el interés.
Frankie miró por la ventana delantera de la casa de sus padres por
novena vez en dos minutos.

―Alguien está esperando a su novio ―cantó su hermano Marco en un


molesto falsete.

―Cállate, Marco ―espetó su esposa y la nueva mejor amiga de Frankie,


Rachel.

―Nena, no grites. El doctor dice que no es bueno para el bebé ―dijo


Marco, frotando su mano sobre su estómago redondeado.

―Oh, espera, amigo. ¿Por qué no dejas de hacer cosas que requieren
que te griten? ―Rachel era la pareja de su hermano en todo... incluido el
volumen.

―Ambos dejen de gritar para que pueda escuchar a Drew. ―El padre
de Frankie era un hombre bajo y fornido cuyo lugar favorito para estar
era su sillón reclinable con el volumen de la televisión subido. Él grababa
en DVR El Precio es Correcto durante toda la semana y lo veía todos los
domingos―. Por el amor de Dios, ¿dos dólares? ¿Qué pasa, señora, usted
nunca hace sus propias compras? ―preguntó con disgusto.

―¡Mamá! ¿Cuándo comeremos? ―Gio dijo desde la parte trasera de la


casa donde probablemente estaba escondiendo sobras en la cocina.
―¡Cuando llegue el novio de Frankie! ¡Quita tus manos de ese asado!
―May Baranski tenía el don de la vista cuando se trataba de lo que sucedía
en los dormitorios de sus hijos y su cocina. La primera vez que Frankie
había metido a un chico en su habitación, May de repente había tenido
que pedir prestado un suéter a su hija adolescente y había asustado a un
chico en su armario.

―¿Es él? ―May se arrojó al sofá frente a la ventana y miró por la


ventana.

La familia de Frankie no iba a la iglesia, pero su madre todavía creía


que los domingos eran mejores y vestía sus mejores pantalones de cintura
elástica y suéter de cuello alto comprados a JC Penney en 1989.

El auto que se detuvo valía más que la casa en la que estaban. Tenía que
ser él. Su teléfono sonó y Frankie se lanzó a por él.

Aiden: estoy aquí. ¿Es seguro entrar?

―¿Es él? ―May estaba clamando sobre el sofá para tener una mejor
vista. La mujer asistía a clases de gimnasia acuática tres veces a la semana
en el YMCA y estaba en mejor forma física que la mayoría de las demás
juntas.

Frankie: Saldré enseguida para acompañarte. ¿Trajiste algo de seguridad


contigo? Mi mamá se está follando el sofá tratando de mirarte mejor. No
estoy segura de poder detenerla.

Frankie dejó caer su teléfono en la mesa de café y salió corriendo por la


puerta principal y bajó los dos escalones de cemento. Aiden salió del auto
luciendo lo suficientemente bueno como para comérselo, con pantalones
gris carbón y un suéter burdeos. Su madre pensaría que se disfrazó para
encontrarse con ellos y darle puntos extra. Frankie no quería admitirlo,
pero se había cambiado dos veces, había vuelto a combinar el sujetador
con la ropa interior y se había puesto maquillaje ligero.

Se encontró con él en el estrecho sendero de cemento que conducía a la


casa y se detuvo en seco. Cada miembro de la familia, menos su padre,
estaría pegado a la ventana delantera. Quería besarlo, pero no quería
darles un espectáculo.
Sintiendo su vacilación, Aiden le dio una sonrisa.

―Si me das la mano, los hará hablar más.

―Voy a seguir adelante y a disculparme ahora porque esto fue un gran


error, y lamento haberte metido en eso.

―Relájate, Franchesca. Vamos a almorzar, no a la guerra.

Ella resopló.

―Es lo que tú crees. En este vecindario, suele ser lo mismo.

―Te voy a besar ―le advirtió―. Y luego vamos a entrar y almorzar, y


luego te llevaré a casa y te follaré.

La emoción se apoderó de ella cuando él la alcanzó.

―Bien, pero sin lengua. Sabes que se me caen los pantalones cuando
haces eso.

Él le sonreía con algo parecido a la alegría, le dio un casto beso en la


boca antes de retirarse.

―¿Cómo estuvo eso?

―Mis pantalones todavía quieren caerse. Subamos a tu auto, nos


alejamos y saltemos directamente al sexo ―sugirió.

―Después ―prometió―. Tenemos asuntos que atender primero.


―Levantó las flores y el vino.

―Jesús, Aide. No trajiste una botella de vino de mil dólares, ¿verdad?


―Frankie estaba consternada. Las flores tampoco eran una compra
impulsiva de la tienda de comestibles. Eran lirios blancos y hojas de acebo
verde brillante. Ugh. Su madre las amaría.

―Relájate. Fui a una tienda y pagué un precio respetable.

―Será mejor que esté por debajo de los cien dólares.


―Si te digo que así fue, ¿me dejarías entrar en la casa?

Ella suspiró y enderezó los hombros.

―Solo recuerda, te di la oportunidad de huir.

Ella abrió el camino hacia adentro a través de la contrapuerta oxidada


que golpeó a Aiden en el trasero cuando se detuvo repentinamente
porque todos los miembros de su familia estaban amontonados alrededor
de las doce baldosas que actuaban como el vestíbulo de la casa. Caray,
¿por qué no había notado los conejitos de polvo en el borde del piso? ¿Y
cuándo empezó a pelarse la puerta del armario de los abrigos?

―Oh, genial. Todos están al acecho como buitres. Todos, este es Aiden.
Aiden, estos son todos.

―Aiden, es un placer conocerte ―canturreó la madre de Frankie como


si estuviera conociendo a Frankie Jodido Valli10.

Su padre gruñó y miró por encima del hombro al rostro de Drew Carey,
su versión de un placer conocerte.

―Oye, encantado de conocerte, hombre ―dijo Marco, ofreciéndole una


mano―. Esta es mi chica, Rach.

―Esposa en realidad y futura madre de su hijo ―dijo Rachel señalando


su vientre.

Aiden estrechó todas las manos apropiadas y los saludó más


afectuosamente de lo que Frankie pensó que se merecían.

―Oye, es bueno verte de nuevo, Aide ―dijo Gio, tirando de Aiden para
uno de esos abrazos de amigos con un solo brazo.

―¿De nuevo? ―Fiel a su estilo, May se aferró a esa declaración con una
garra―. Ya se conocieron.

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cantante y actor estadounidense, vocalista del grupo The Four Seasons, uno de los más destacados grupos
musicales de la década de 1960.
―Sí. ―Gio se encogió de hombros―. Estuvo en el apartamento de
Frankie la semana pasada.

―¿Y no pensaste en mencionarlo? ―La voz de May se estaba acelerando


hasta alcanzar el rango de silbidos de perros. Le dio un manotazo a Gio
en la cabeza.

―¡Ay! ¡Mamá! ¡Yo te envié la foto de ellos!

―¡Me olvidé! ¡Lo siento! ―Ella lo golpeó de nuevo.

Aiden los miró con lo que Frankie esperaba que fuera diversión. A su
madre le faltaban unas cuantas cartas para completar la baraja.

―¿Podemos, por el amor de Dios, actuar como personas normales por


una tarde? ―Frankie chilló. Se volvió hacia Aiden―. Me gustaría poder
decir que no suelen actuar así, pero esta es la familia a la que se le prohibió
permanentemente la entrada a un Applebee's en Atlantic Avenue.

Aiden le apretó el hombro y entró.

―Señora Baranski, gracias por invitarme a unirme a ustedes hoy.


―Esgrimía las flores y el vino como si fueran un escudo que mantendría
a raya a la pequeña mujer italiana.

―¡Oh, mi Dios! Qué caballero ―May suspiró con aprobación―. Muy


agradable. ¿Por qué no le traen flores a su madre? ―preguntó, admirando
los lirios y logrando un viaje de culpa al mismo tiempo.

Gio y Marco soltaron excusas que les valieron a ambos un manotazo en


la nuca.

―Señor Baranski ―empezó Aiden―, Gio le llevó unos sándwiches a


Franchesca esta semana. Dijo que venían de su tienda de delicatessen. Es
el mejor sándwich que he comido.

Hugo infló el pecho con orgullo.

―Está todo en la carne. Tienes buen gusto para los sándwiches. Me caes
bien. ―Inmediatamente volvió su atención a la televisión.
Frankie puso los ojos en blanco.

―Bienvenido al sexto círculo del infierno ―susurró.

Aiden le guiñó un ojo.

―Espera hasta que conozcas a mi familia.


―Es tan bueno que conocieras a Frankie cuando lo hiciste ―decía May
mientras se servía otra copa de vino―. Sus ovarios están a solo unos años
de secarse.

―¡Mamá! ―Frankie parecía más molesta que horrorizada―. ¿Podrías


callarte sobre mis ovarios? Literalmente, nosotros comenzamos a salir.
Aiden podría ser un payaso asesino con hacha.

―¡No es un payaso asesino con hacha!

―¿Cómo lo sabes?

―Trajo flores y vino. Los payasos no tienen modales como esos.


―Parecía que nadie podía discutir con la lógica de May Baranski, decidió
Aiden.

―Aprecio su fe en mi carácter, señora Baranski.

―Llámame mamá.

―¡Mamá! ―Franchesca se cubrió la cara con las manos y Aiden ocultó


su risa detrás de su cerveza―. ¿Por qué no lo escribes en tu testamento ya?

―Tan pronto como haya un anillo en tu dedo, lo haré ―desafió May con
una obstinación que claramente se había transmitido a su hija.

―Entonces, Aiden. ¿A qué te dedicas? ―La capacidad de atención de


Hugo se había expandido desde que terminó El Precio es Correcto.
Frankie agarró su muslo debajo de la mesa, ella le estaba enviando un
mensaje silencioso, pero desafortunadamente para ella, fue interceptado
por su polla.

Se aclaró la garganta y tomó un sorbo de cerveza.

―Yo también me dedico a los negocios.

Cuando ella resopló junto a él, Aiden llevó su mano a la base del cuello
de Frankie y apretó.

Para él, una empresa era una empresa sin importar cuántos empleados
o edificios de oficinas tuviera. El padre de Frankie quería ser su propio
jefe y brindar un servicio a la comunidad. Aiden podía apreciarlo y
respetarlo.

―Papá, Aiden es director de operaciones de Kilbourn Enterprises


―explicó Frankie. No sonaba como si estuviera fanfarroneando, sonaba
como si se estuviera disculpando.

Marco silbó.

―Maldita sea. Eres dueño de manzanas enteras en el centro de la


ciudad.

May abrió los ojos como platos y alcanzó su copa de vino.

―Franchesca, ¿puedo verte en la cocina?

Aiden y Frankie intercambiaron una mirada.

―Toda la comida ya está en la mesa, mamá ―señaló Frankie.

―Ahora. ―El tono de May no dejaba lugar para discutir.

Aiden sintió el latido sordo del dolor de cabeza que Frankie le había
prometido comenzar en la base de su cráneo. Aquí viene, pensó. No había
una madre en el mundo cuyos ojos no se iluminaran ante la idea de que
su hija consiguiera un Kilbourn.

Frankie le apretó el muslo y siguió a su madre hasta la cocina.


―¿En qué diablos te has metido? ―May Baranski gritó desde los
confines de la cocina.

―Uh, a mamá le gusta pensar que la cocina está insonorizada ―dijo Gio.

―Probablemente vas a querer otra cerveza ―predijo Marco.

―Tendrías que traernos otra ronda ―suspiró Hugo―. Lo siento, Aiden.

―¿Debería entrar ahí? ―Rachel se preguntó.

El brazo de Marco aterrizó sobre sus hombros.

―Sería un peligro para el bebé, créeme.

―¿Me metí en qué? ¿Qué diablos, mamá? ―Frankie gritó en respuesta.

―Es un millonario ―dijo May―. No puedes manejar a un marido así.

―Odio decírtelo, mamá, pero probablemente tengas que cambiar esa


'm' por una 'b', y no estoy buscando marido. Es un chico agradable, nos lo
estamos pasando bien.

Nadie en toda su vida lo había descrito como un chico agradable.

―Tienes treinta y cuatro años, Franchesca. ¿Cuánto tiempo vas a


esperar para establecerte?

―¡Hasta que encuentre al chico adecuado, mamá! No todos tenemos


suerte y encontramos a nuestra alma gemela en la secundaria.
―Aparentemente, Frankie también pensaba que la cocina estaba
insonorizada.

―¡Es de otro mundo! ¡No puedes esperar ser una socia igualitaria en esa
relación! ―May gritó.

―¡Mamá! ¿Crees que hay algún hombre en el planeta al que dejaría que
me tratara como menos? ―Frankie demandó.

―No me gusta esto, Franchesca. Ni un poco. Una cosa es ser amiga de


Pru, pero ¿salir con un hombre que posee la mitad de Manhattan?
―Ahora estás exagerando.

―¿Exagerando? ¿Yo? ¡Nunca exagero!

―Ella siempre exagera ―dijo Rachel, sonriéndole con simpatía.

―Oye, Aide ―dijo Gio de repente―. ¿Qué piensas de los Knicks?

―¿Los Knicks? Creo que tienen una oportunidad de llegar a las


semifinales, si no a la final, este año. ―Aiden estaba agradecido por la
cuerda.

―Marco y yo tenemos una entrada extra para el partido del martes.


¿Quieres ir?

Aiden trató de recordar la última vez que alguien lo invitó a algún lugar
que no estuviera relacionado con los negocios. No se le ocurrió nada.

Los gritos de la cocina alcanzaron un crescendo.

―Es un buen tipo con el que no me voy a casar, mamá. Relájate.

―¡No me insultes, Franchesca Marie!

―Tú eres la que actúa como una loca frente a un chico realmente
agradable que me gusta mucho.

―¡No estoy actuando como una loca! ¡Me aseguro de que mi hija no se
enrede con gente que corre demasiado rápido! ¿Y si quiere que vayas a
Mónaco o Saint Barths? ¿Y si te engancha a las drogas? Todas las
celebridades necesitan rehabilitación, ya sabes.

―¡Jesús, no tengo trece años, mamá! Y Aiden no me está enganchando


a las drogas.

―No quiero que pierdas la concentración en tu título por una cara


hermosa con bolsillos profundos.

―¡Mamá! De todo lo que has hablado desde que tenía veintidós años era
de que me casara.
―Me refería a un buen tipo de Brooklyn que podría ofrecerte una
familia y una linda casa en un radio de tres cuadras de nuestra casa. No
un multimillonario que te trataría como un trofeo.

―Oh, ¿no soy un trofeo? ―Frankie exigió a todo volumen.

―¿Pensé que habías dicho que no te ibas a casar con él? ―May exigió.

―¡Sabes cómo opero! ¡Dices que no, y eso es lo que quiero hacer!

―El martes sería genial ―dijo Aiden.

―Grandioso ―asintió Marco.

―¿Nos vemos en el estadio? ―sugirió Gio.

―Funciona para mí ―asintió Marco.

―Para mí también.

―¿Quién va a colarse ahí y tomar otra ronda de cervezas? ―preguntó


Hugo.

―Ay, Dios mío. Yo lo haré ―dijo Rachel, apartándose de la mesa.

―Ten cuidado ahí dentro, nena ―le advirtió Marco, ya no tan


preocupado por el bienestar de su bebé por nacer ya que la cerveza estaba
en juego.

Rachel se dirigió por el pasillo sosteniéndose el vientre.

―Todos pueden escuchar cada palabra que ambas están diciendo


―anunció.

―No, no pueden ―anunciaron las dos mujeres Baranski.

―Sí, podemos ―insistieron los hombres Baranski desde el comedor.

―¿Ves lo que hiciste, mamá?

―¿Yo? ¡Tú eres quien trajiste a un billonario a almorzar!


―Todavía podemos oírte ―gritó Gio.

―No, no puedes ―insistió May.

Pero cesaron los gritos y, tras unos cuantos murmullos desde el fondo
del pasillo, reaparecieron Frankie, Rachel y May. Frankie y May habían
llenado sus copas de vino.

Rachel estaba haciendo malabarismos con cuatro cervezas que repartió


en la mesa.

Aiden tragó lo último de su cerveza y tomó la nueva.

―Este asado está delicioso ―anunció.

Marco resopló y se atragantó.

―Estamos muy felices de tenerte aquí para disfrutarlo ―dijo May,


sonriendo dulcemente.

Frankie le mostró el dedo medio a su hermano.

Marco le hizo lo mismo, pero no antes de que su madre lo atrapara.


May se levantó de la silla y caminó tranquilamente detrás de su hijo, y
justo cuando sus hombros parecieron relajarse, le lanzó un manotazo en
la nuca.

―¡Modales!

―Frankie comenzó ―argumentó Marco.

Frankie le lanzó otro dedo.

―¿Ves, mamá? ¡Mira!

Frankie tomó su tenedor y comió inocentemente.

―Marco, estás alucinando.

May le dio una palmada a Gio en la parte posterior de la cabeza cuando


regresaba a su silla.
―¿Por qué fue eso? ―él demando.

―Vi que tu dedo se movía ―señaló ella―. Fue un ataque preventivo.

May se sentó remilgadamente. Frankie y sus hermanos observaron


atentamente, y en el segundo en que la atención de la mujer estaba en su
plato, tres dedos medios se alzaron alrededor de la mesa.

―Oh, por el amor de Dios. ¿Cuándo se convirtieron todos en idiotas?


―Hugo suspiró sobre su plato.

―¿Qué? ¿Qué hicieron? ―May exigió.

―Nada ―anunciaron los tres hermanos Baranski.

―¿Estás seguro de que quieres lidiar con esto? ―Rachel le preguntó a


Aiden desde el otro lado de la mesa―. Todavía hay tiempo para salirte.

Aiden convirtió su risa en una tos discreta.

―No intentes asustar al billonario. Es la última oportunidad de Frankie


contra los bebés que no son de probeta ―bromeó Marco.

Aiden le disparó a Marco el dedo y la mesa estalló en carcajadas.


Excepto May, ella se levantó muy tranquilamente de su asiento y lo
golpeó en la cabeza.

―¡Mamá! ―Franchesca estaba horrorizada.

―No me importa si Aiden es un billonario. ¡Nadie enseña el dedo


medio en mi mesa!

Tan pronto como miró su plato, seis dedos medios se dispararon.


Cuando todo estuvo dicho y hecho, Frankie tuvo que llevar a Aiden a
su casa en su auto porque había tomado una o tres cervezas de más con
su padre y sus hermanos idiotas. Él era un borracho dulce, felicitándola
por sus frenadas y señales de giro las ocho cuadras completas hasta su
casa.

Frankie deslizó la llave en la cerradura y le dio un empujón para


meterlo en su apartamento. Dejó caer las llaves en la encimera de la cocina
y se quitó los zapatos.

―Bueno, eso estuvo lleno de acontecimientos ―anunció.

―No me di cuenta. ¿Pasé? ―preguntó, quitándose el abrigo y


colgándolo pulcramente en el dudoso perchero que se inclinaba como la
torre de Pisa.

―¿Pasar qué? ―preguntó Frankie, sacando dos vasos del armario de su


cocina.

―La inspección de tus padres.

Ella se rió.

―Mi madre te golpeó en la cabeza. Ese es un sello de aprobación con


estrella dorada, si es que alguna vez hubo uno.

―Eso no es lo que sonaba desde la cocina.


Frankie le entregó un vaso de agua y un poco de ibuprofeno.

―Escuchaste eso, ¿eh? ―Se acurrucó en el sofá, metiendo los pies debajo
de ella.

Aiden se dejó caer junto a ella y miró las píldoras en su mano.

―Vamos, siempre me dan dolor de cabeza ―bromeó Frankie.

―Eres muy considerada ―dijo Aiden, sonriéndole dulcemente.

Ella se complació y pasó los dedos de una mano por su espeso cabello.

Él se reclinó contra el cojín del sofá y cerró los ojos.

―Eso se siente bien ―murmuró.

Había algo irresistible en el vulnerable y borracho Aiden.

―¿De verdad te importa si les gustas? ―dijo, preguntándose si él podría


estar jugando con ella.

―Por supuesto que sí ―dijo él, inclinando la cabeza hacia un lado para
estudiarla―. Si son importantes para ti, son importantes para mí.

―¿Mi papá y tú se tomaron a escondidas el bourbon? ―preguntó


Frankie.

―Sólo una o dos veces ―dijo Aiden, inclinándose hacia ella―. Oye,
¿sabes lo que escuché que hacen algunas personas los domingos por la
tarde?

―¿Comprar países pequeños? ―ofreció Frankie. La cabeza de él se


acomodó en su pecho y ella continuó el lento movimiento de sus dedos
por su cabello.

―Ja, qué graciosa. Escuché que algunas personas toman la siesta.

Ella cerró el puño en su cabello y le dio un tirón hasta que él la miró.

―¿Nunca has dormido la siesta un domingo por la tarde?


―Seguro. Cuando tenía tres años ―sonrió.

―Las siestas de los domingos por la tarde son las mejores y si los ricos
no pueden tomarlas, no quiero ser rica nunca.

Aiden se acurrucó contra ella, con su rostro presionado contra su pecho.

―¿Quieres tomar una siesta conmigo?

―Quítate los zapatos, Aide ―le dijo.

―OK. ―Se quitó los mocasines de Ferragamo y cayeron al suelo uno a


la vez.

―¿Siempre eres tan adorable cuando bebes? ―bromeó, tirando de la


manta del respaldo del sofá para cubrirlo.

―Bebo demasiado ―murmuró. Tenía los ojos cerrados.

―¿Lo haces?

―Automedicación.

―Nunca te había visto borracho antes ―señaló Frankie mientras


ajustaba la almohada detrás de ella.

―No me gusta ser descuidado ―bostezó.

―No eres una persona descuidada ―estuvo de acuerdo.

―Oye, ¿vendrás a cenar conmigo esta semana?

―¿A dónde? ―ella lo cubrió.

―En algún museo, es una recepción para una organización sin fines de
lucro. Mi mamá pertenece a la junta.

―¿Tu familia estará ahí?

―Mmm-hmm. Todos, incluso ese idiota de Elliot.

Frankie se rió suavemente.


―Voy a tener que pasar.

―¿Por qué? ―sonaba disgustado.

―No creo que sea una buena idea, Aiden. Es mejor si mantenemos
nuestra relación... en privado.

Él levantó la cabeza y la miró con el ceño fruncido.

―Pero acabo de conocer a tu familia ―señaló.

―Lo sé, pero eso es diferente. No creo que deba incursionar en tu


mundo. ¿Okey?

Todo era temporal y ella no quería que ninguno de los dos lo olvidara.
Conocer a su familia fue una cosa, volvió loca a su madre, misión
cumplida, pero si ella conocía a la familia de Aiden, estarían haciendo una
declaración, y ella no era realmente una mujer para una declaración.

―Desearía que lo hicieras, me gustó conocer a tu familia y la mía no


manotea tanto.

Frankie se rió de nuevo.

―Eso solo significa que a mamá le gustaste mucho.

―¿Aunque soy un billonario?

―Ella no te habría golpeado si no le agradaras.

―¿Lo prometes?

―Te lo prometo. ―A pesar de su mejor juicio, Frankie le dio un beso en


la parte superior de la cabeza. Su cabello era suave y sedoso al tacto.

―¿Qué usas en tu cabello? ―ella preguntó.

―Mmm, cosas. ¿Podemos dormir ahora?

―Sí, podemos dormir ahora.


Sus brazos rodearon su cintura y se apagó como una luz en segundos.

Frankie trató de no pensar en lo bien que se sentía. Una siesta dominical


en el sofá con su sexy novio. No era real, pero eso no significaba que no
se sintiera muy bien.

Se despertó lentamente por etapas con una suave caricia, ella supo sin
abrir los ojos que eran las manos de Aiden en su cabello.

―Mmm ―ella suspiró.

―No puedo recordar la última vez que tomé una siesta ―murmuró
Aiden.

De alguna manera, se habían movido durante la siesta y Aiden ahora la


estaba acurrucando y acariciando con su mano a través de su espeso y
salvaje cabello.

―De lo que estás perdiendo ―dijo, entregándose al lujo de un


estiramiento de todo el cuerpo.

―No tenía idea de cuánto ―dijo, moviendo los labios contra su oreja.
Ella se movió hacia atrás contra él y sintió la recompensa de su
excepcional erección.

―¿Siempre te despiertas con esa madera? ―ella preguntó.

La mano de él se deslizó hacia abajo para capturar su seno a través de


su suéter.

―Cuando me despierto a tu lado, lo hago.

Él parecía somnoliento pero sobrio y había algo irresistible en sus labios


moviéndose sobre su cabello y su cuello.

―¿Estás segura de que no reconsiderarás venir a cenar esta semana?


―preguntó, con su mano apretando la tierna piel de su seno.

―Mmm. ¿Conocer a la familia? ¿Enfrentar a los fotógrafos? ¿Sentarme


mientras tú admiras la habitación? No, gracias.
Él suspiró detrás de ella. ¿Era decepción? ¿Alivio?

―Pero tal vez haya algo que pueda hacer para compensarlo ―dijo
rodando para mirarlo y extendiendo su mano entre ellos para ahuecar su
erección.
Aiden se metió las manos enguantadas en los bolsillos y observó cómo
la multitud se abría paso hacia el Madison Square Garden. Todavía no
había señales de los hermanos Baranski, y tuvo un breve e inquietante
destello de preocupación, preguntándose si realmente no estaban
hablando en serio sobre la invitación.

Ese tipo de cosas no le sucedían a él, no con el apellido Kilbourn. Al


crecer, no hubo una fiesta de cumpleaños, bar mitzvah o boda a la que no
fuera invitado. Sin embargo, esas invitaciones generalmente venían
condicionadas, esa era la razón por la que había estado esperando el
juego, Gio y Marco no parecían tener condiciones. ¿Y cómo sería pasar
una noche siendo solo uno más de los chicos?

Frankie se sorprendió cuando le dijo que no podía reunirse con ella esta
noche porque saldría con sus hermanos, era bueno tener a una mujer
alerta, y últimamente había sentido que Franchesca tenía todo el poder en
su relación. Rechazarla esta noche le hizo sentir como si hubiera dado un
paso para restaurar el equilibrio de poder.

―¡Hey, Kilbourn!

Él se dio la vuelta, aliviado al escuchar su nombre y vio a Gio y Marco


abriéndose paso entre la multitud hacia él.

―Es bueno verte, hombre ―dijo Gio, dándole una palmada en el


hombro.
Todos intercambiaron saludos. Los hermanos iban vestidos con ropa de
los Knicks. Aiden, que no estaba seguro de la etiqueta de reunión con los
hermanos de la novia, lo había mantenido simple con jeans y un suéter.

―¿Estamos listos para salir de este frío helado? ―preguntó Marco,


buscando en el bolsillo de su abrigo las entradas.

―¿Dónde estamos sentados? ―preguntó Gio, soplándose en las manos


y frotándose las palmas. Aiden se preguntó si alguien de la familia
Baranski recordaría alguna vez los guantes.

―Bueno, no se nos congelará la nariz, pero no estamos en primera fila


―dijo Marco, agitando los boletos.

Aiden debatió durante un segundo antes de hurgar en su propio


bolsillo.

―En realidad, lo estamos ―dijo, sacando los boletos. No quería que


pareciera un gesto exagerado, pero cuando lo invitaron, en realidad
estaba emocionado y no de la manera de conquistar el mundo de los
negocios. Además de Chip, los amigos de Aiden eran pocos y distantes
entre sí y había algo entretenido y normal en los hermanos de Frankie.

―¿Estás bromeando? ―Gio le arrebató los boletos de la mano a Aiden.

No sabía si el hombre lo iba a golpear o abrazar.

―¿En la primera maldita fila? ―Marco gritó.

―Espero que no les moleste...

―¿Molestarnos? ―Aiden se encontró envuelto en un abrazo masculino


y realmente fue levantado de sus pies.

―Esto es como un verdadero maldito sueño hecho realidad ―dijo Gio,


sin dejar de mirar los boletos. Aiden no estaba seguro, pero parecía que
sus ojos se habían empañado un poco.

Marco lo puso de nuevo al suelo y le dio una palmada en el hombro a


su hermano.
―¿Hizo o no Frankie una buena elección?

―Me gustaría que le dijeras eso ―dijo Aiden antes de pensarlo mejor.

―¿Te está haciendo pasar un mal rato? ―Gio preguntó con simpatía.

Aiden vaciló. La lealtad familiar dictaba que los hermanos de Frankie


estarían cien por ciento de su lado.

―Ella es genial ―dijo Aiden evasivamente.

―Es difícil de atrapar ―dijo Marco―. Si quieres estar en esto a largo


plazo, ella te hará trabajar.

―Horas extras ―agregó Gio.

―Es un hueso duro de roer ―dijo Marco.

―No puedo decir si ella quiere estar en esta relación, o si solo está
esperando que termine.

Los hermanos compartieron una mirada y una risa.

―¿Qué tal si entramos y hablamos con una cerveza y unos sándwiches


de carne?

―Un segundo, espera ―dijo Gio, arrebatando los billetes viejos de la


mano de Marco―. Hey chico. ―Detuvo a un adolescente desgarbado con
una camiseta―. ¿Tienes entradas?

El chico negó con la cabeza.

―No, hombre.

―Ahora las tienes. ―Gio se los entregó con una floritura.

―¿Hablas en serio? ―El chico miró su mano boquiabierto como si el


mismo Santa acabara de otorgarle un regalo mágico.

―Págalo después ―anunció Marco alegremente―. Vamos. ―Abrió el


camino hacia el interior.
―Me siento como Oprah ―reflexionó Gio, llevándose la retaguardia.

El juego estaba lleno de acción para ser un juego de baloncesto. Los


asientos junto a la cancha valieron su precio astronómico cuando Gio y
Marco no podían dejar de golpearse de emoción.

―Esta es la mejor noche de mi vida ―anunció Gio cuando una de las


bailarinas de los Knicks le lanzó un beso.

―De las diez primeras, definitivamente ―dijo Marco a través de un


bocadillo de bistec.

Juntos, atacaron a los jugadores y gritaron junto con el resto de la


multitud y Aiden sintió que era parte de la familia, no podía imaginarse
pasar una velada así con su medio hermano, él y Elliott nunca habían
tenido mucho, si es que tenían algo, en común, eran leales porque era
necesario, pero no eran tan unidos como los hermanos Baranski.

―¿Estás emocionado de ser padre? ―Aiden le preguntó a Marco.

―Mierda, sí ―se encogió de hombros Marco―. Nunca pensé que lo


estaría. ¿Pero Rachel? Ella hace mi vida mil veces mejor que antes y eso
que tuve una vida muy buena antes.

―¿Sabes que están esperando? ―preguntó Aiden.

―Niña ―se hinchó Marco y luego empujó un dedo en la cara de


Aiden―. Pero Rachel quiere sorprenderse, así que no abrió el sobre y yo
tampoco. ¿Entendido?

Aiden sonrió.

―Tu secreto está a salvo. ¿Frankie lo sabe?


―Aún no. ―La forma en que Marco lo dijo hizo que Aiden pensara que
no había muchos secretos que los hermanos Baranski se ocultaran entre
sí.

Era una dinámica atractiva, pensó. Había pasado su vida con una
familia que gobernaba las decisiones, amigos en los que rara vez podía
confiar y cientos de conocidos que lo venderían en un abrir y cerrar de
ojos. No se parecía en nada al vínculo que compartían Gio y Marco.

Entre jugadas, los hermanos lo educaron amablemente sobre todo lo


relacionado con Frankie.

―Tienes que entender, Frankie está buscando lo que tienen nuestros


padres ―dijo Marco, comiendo el resto de su sándwich con su cerveza
cara.

―Una sociedad ―agregó Gio―. Ella no se conformará con menos.

Menos es exactamente lo que ellos habían acordado.

―Entonces, ¿cómo le demostraría alguien que sería una buena pareja?


―preguntó Aiden.

―En primer lugar, no seas fácil de convencer, no le des todo lo que pide.
Como cuando te llame esta noche y te sugiera que vayas, dile que no
puedes y no le des una excusa.

―Eso la volverá loca ―Marco sonrió con aprobación.

―No me estás dando un mal consejo para hundirme, ¿verdad? ―Aiden


preguntó con ironía.

Marco se inclinó, siendo el epítome de la seriedad.

―¿Con los asientos que nos podrías conseguir para los Jets? No,
hombre, no te llevaríamos por mal camino. Demonios, esperamos que se
cases y tengan ocho bebés.

―Frankie creció con nosotros, ella es básicamente un chico sin equipo


―señaló Gio, llevándolos de regreso al tema en cuestión―. Habla con ella
como lo harías con un vicepresidente de tu empresa. No digas: 'Ahora no,
cariño, los hombres están hablando'. Ella pondrá tus pelotas en un tarro
de mantequilla de maní por eso.

Marco asintió.

―Sí, es una chica inteligente, habla con ella como si fuera una.

La multitud explotó cuando se frustró una escapada.

Gio puso su mano sobre el hombro de Aiden.

―Escucha, hombre. No estés bromeando si un para siempre no es lo que


buscas. ¿Quieres mantenerlo ligero? Bien, haz eso, pero no te metas en su
cabeza si solo estás buscando abandonar el barco la semana que viene,
¿entendido?

―Parece razonable ―estuvo de acuerdo Aiden. No sabía si un para


siempre era lo que quería, pero seguro que quería algo más que solo la
semana que viene.

―Bien, porque odiaría tener que darte una paliza después de los
asientos en la cancha ―intervino Marco―. Quiero decir, todavía lo haría,
pero probablemente estaría tirando un poco flojos mis golpes.

―Oye, ¿cómo es poder comprar lo que quieras? ―preguntó Gio.

―Hola, hermosa ―respondió Aiden a la llamada de Frankie, tapándose


la otra oreja con un dedo para poder escucharla por encima del estruendo.

―Te vi a ti y a los dos títeres en la televisión ―le dijo.

―Espero que lo hayas grabado.


―Lo hice, incluso tomé algunas fotos de ellos trepando a ti como un
árbol en ese último segundo en el tiro de tres puntos. Recuerdas con qué
miembro de la familia estás saliendo, ¿no?

Él sonrió.

―¿Es Frankie? ―Gio siseó.

Aiden asintió. Marco tomó un bolígrafo de una mesera y garabateó una


nota en una servilleta de cerveza.

No digas que sí a la llamada de sexo.

―Entonces, ¿dónde están chicos? ―preguntó Frankie.

―Celebrando aparentemente con la mitad del Madison Square Garden


en un bar ―le dijo Aiden.

―¿Estás bebiendo? ―ella preguntó.

Tenía un vago recuerdo de su confesión antes de quedarse dormido el


domingo por la tarde. No sabía si estar molesto o complacido de que ella
lo cuidara.

―Una cerveza en el juego y una cerveza aquí ―informó.

―Buen chico.

Quería odiar la forma en que los elogios que ella le daba lo ponían duro,
lo hacían querer verla, tocarla y saborearla.

Marco le puso otra servilleta en la cara.

¡Mantente fuerte!

―Vivo para servir ―dijo a la ligera.

Consternados, Marco y Gio negaron con la cabeza.

―¿Volverás a Brooklyn con ellos? ―preguntó ella inocentemente―.


Puede que me ponga un lindo camisón de encaje.
La conocía mejor que eso, llevaba una camiseta sin mangas y unos
leggins y estaría acurrucada bajo un montón de mantas.

―No lo creo, pero eres más que bienvenida a venir a la ciudad ―ofreció.
Pensando en ella en su dormitorio, su cabello oscuro extendido sobre
sábanas blancas y las luces de la ciudad brillando a través de las ventanas.
Aiden quería que ella dijera que sí, lo quería más que nada.

―Tengo que levantarme temprano ―dijo―. No te quedes fuera


demasiado tarde.

―Hablaré contigo mañana ―dijo Aiden, deseando que ella cambiara de


opinión.

―Buenas noches, Aide.

―Buenas noches, Franchesca.


Aiden abrió la puerta principal de su apartamento e, ignorando las
flores frescas en la mesa del vestíbulo, se dirigió por el pasillo hacia su
dormitorio. Dejó su billetera y gemelos en sus compartimentos especiales
en su armario, se quitó la chaqueta del traje y los zapatos, regresando
ambos a sus lugares apropiados antes de cambiarse a jeans y su sudadera
de Yale favorita.

Ropa cómoda.

Había sido otro día duro en el trabajo, la junta finalmente se decidió por
un candidato a director financiero que todos pudieran soportar, todos
excepto Elliot. Él había salido furioso de la reunión como un niño con una
rabieta, su padre ignoró la demostración de mal genio y pasó al siguiente
punto de la agenda.

Todos habían sido demasiado indulgentes con Elliot, ignorando su


absoluta inutilidad. La inutilidad con la que Aiden podía lidiar, no le
gustaba, pero podía aceptarlo. Sin embargo, ¿el daño deliberado que su
medio hermano estaba cometiendo contra la familia y su negocio? Esa era
una historia diferente. Los Kilbourn eran muchas cosas. Bastardos
manipuladores, hijos de puta de corazón frío, enemigos competitivos,
pero nunca le daban la espalda a la familia.

Aiden había abordado el tema con su padre después de la reunión.


Ferris lo había cerrado con un ahora no, hijo y lo hizo salir por la puerta.

Por mucho dinero que ganaba en Kilbourn Holdings, por mucho valor
que agregaba, su padre todavía pensaba en él como un niño al que guiar.
Pero la inquietud que se había instalado en sus entrañas tenía menos
que ver con el trabajo y más con Franchesca, ella se contenía con él en
todas partes menos en la cama, le irritaba extender invitaciones solo para
ser rechazado constantemente, ella actuaba como si no podría importarle
menos su vida. Sin embargo, cuando estaban juntos sabía que ella sentía
ese tirón magnético que los tenía orbitando uno alrededor del otro. Había
una conexión y aunque ella parecía interesada en explorar esa conexión
cuando él estaba empujando su polla dentro de ella, no era suficiente para
Aiden.

Y eso lo inquietaba.

Entró en la sala de estar, su mirada se posó en la licorera en la mesa


auxiliar. Se había convertido en su costumbre tomar un vaso tan pronto
como entraba por la puerta y otro mientras trabajaba una o dos horas más
en la oficina de su casa limpiando lo que no había hecho durante el día, y
un tercero mientras leía o veía un juego.

No bebía para emborracharse, bebía para adormecerse. No era dolor lo


que sentía, era algo más nebuloso. ¿Insatisfacción? ¿Vacío? ¿Soledad?

Mirando el resto de la habitación, ¿La sentía extraña? Él había


contratado a un diseñador, las personas de su estatus no elegían sus
propios muebles, la empresa había hecho un trabajo razonable llenando
el lugar con cosas que más le gustaban o en las que al menos no tenía que
pensar. El sofá de cuero era demasiado moderno y duro, pero se veía bien
en el espacio.

Su padre siempre comentaba que los ricos no tenían tiempo para


sentarse en sus muebles, estaban demasiado ocupados ganando dinero.

La madre de Aiden siempre había puesto los ojos en blanco ante el


pensamiento e insistió en que Ferris se sentara y hablara. Por lo general,
le sacaban cinco, tal vez diez minutos antes de que se levantara del sillón
orejero tapizado de seda y regresara al trabajo. Todo para su padre era
trabajo, el éxito se definía por la cantidad de horas que un hombre
dedicaba y la cantidad de ceros en su cartera. Era una forma fría de ver el
mundo y Aiden había caído en la misma trampa.
Pasó un dedo por el borde de mármol de la chimenea frente a la que
nunca se sentaba, los sillones de cuero que flanqueaban el fuego nunca
habían albergado invitados, la barra completamente surtida incorporada
en la estantería solo servía para uno.

Había considerado este lugar como su santuario, pero hoy se sentía


como una réplica bidimensional de un hogar, una vida.

La mirada de Aiden volvió al whisky, no había un canto de sirenas


proveniente del cristal, solo era un hábito. Odiaba la debilidad y el hecho
de que se las hubiera arreglado para desarrollar una muleta sin darse
cuenta era vergonzoso, él le había confesado a Frankie que pensaba que
bebía demasiado. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Por qué le había dado esa arma?

Se pasó una mano por la cara y se acercó al piano que no sabía tocar, no
se sentía seguro compartiendo cosas con ella, no cuando claramente ella
había marcado esto como una calle de un solo sentido, pero no podía dejar
de ofrecerle pedazos de sí mismo. Sacrificios a una diosa cruel, reflexionó.

Solo que ella no era cruel, no era desinteresada. Era... cuidadosa, y tal
vez tenía la idea correcta al permanecer desconfiada.

Sonó el timbre de la puerta y Aiden frunció el ceño. Muy pocas


personas estaban autorizadas a este piso y su madre habría llamado
primero.

Cruzó hacia la puerta y encontró a su padre al otro lado.

Ferris Kilbourn entró con las manos en los bolsillos en una postura
engañosamente casual. Ferris y su esposa, la madre de Elliot, vivían a dos
cuadras en un impresionante ático de dos pisos, pero a pesar de la
proximidad, rara vez hacían visitas sociales.

―Esto es una sorpresa ―dijo Aiden, cerrando la puerta detrás de él.

―Pensé que sería bueno hablar fuera de la oficina ―le dijo Ferris,
examinando el espacio como si fuera un invitado aburrido en un museo.

―¿Quieres una bebida? ―ofreció Aiden.


―¿Macallan?

―Por supuesto.

Aiden abrió el camino hacia la sala de estar y sirvió un vaso, dudó y


luego sirvió un segundo, le entregó uno a su padre y deliberadamente se
sentó en uno de los sillones.

Ferris se desabotonó la chaqueta y se sentó en el sofá, estirando el brazo


por la parte de atrás. Aiden había obtenido su apariencia de su madre,
todo cabello oscuro y ojos azules. Su padre tenía el pelo rojizo de su
herencia irlandesa, la mayor parte ya no estaba y lo que quedaba estaba
recortado, él iba bien afeitado y siempre, siempre llevaba traje. Su padre
era el tipo de hombre que usa corbata la mañana de Navidad y tampoco
una tonta corbata de Santa, él prefería una Hermes.

Aiden esperó mientras su padre ordenaba sus pensamientos. Ninguno


de los dos apreciaba la banalidad de la charla trivial y había poder en el
silencio.

―Estoy pensando en retirarme ―anunció Ferris sin preámbulos.

―¿Pensando? ―Para que su padre pudiera verbalizar semejante bomba,


había pasado de la etapa de consideración a la planificación y la
implementación, pero la jubilación no debería estar en el vocabulario de
Ferris.

Ferris miró su vaso.

―Le he dado mi vida a esta empresa, hemos logrado algo que tu


bisabuelo y tu abuelo no podrían haber imaginado.

―¿Y te sientes cómodo simplemente alejándote de eso? ―preguntó


Aiden. Dejó su bebida intacta en la mesita de nogal y apoyó los codos en
las rodillas, sus manos colgaban entre sus rodillas.

―Jacqueline y yo nos vamos a divorciar ―dijo Ferris, dejando caer la


siguiente bomba como si estuviera comentando casualmente sobre el
clima.
―¿Disculpa?

―Conocí a alguien más, mi relación con tu madrastra ha terminado. Ya


hemos hablado con nuestros abogados y les estamos permitiendo llegar a
un acuerdo.

―Papá, ¿qué diablos está pasando?

Ferris bebió un sorbo de whisky y suspiró.

―Puede que sea una crisis de la mediana edad, pero hijo, esto es lo más
divertido que he hecho en mi vida, creo que es hora de que lo haga un
poco.

―Estoy feliz por ti ―dijo Aiden. Probablemente lo estaba, no estaba del


todo seguro. Nunca había desarrollado más que una relación superficial
con su madrastra y ella había favorecido legítimamente a su propio hijo
sobre Aiden. No podía decir que lamentaría no sufrir más por sus
incesantes listas de tareas pendientes de las que hablaba.

―Tengo que ir al salón y luego al dermatólogo. Luego es el almuerzo en el club


con fulano. El gimnasio después. Luego está la reunión de la junta para tal y cual.
No veo cómo voy a encontrar tiempo para cenar. La gente me pregunta cómo lo
hago. ¡Simplemente no se dan cuenta de que estoy colgando de un hilo!
―Siempre mártir.

―Su nombre es Alice y es diseñadora de ropa, no de alta costura, sino


de líneas atléticas y al aire libre. Es inteligente y vivaz. Vamos a tomar el
barco por la costa y navegar por las Bahamas esta primavera y verano.

Aiden tomó nota mental de ponerse en contacto con el bufete de


abogados de la familia de inmediato y redactar un acuerdo prenupcial
antes de que Alice se convirtiera en una Kilbourn.

Aiden miró fijamente al hombre que se parecía a su padre, pero sonaba


como un completo extraño. Sin embargo, como Ferris le había enseñado,
no valía la pena mostrar sorpresa o confusión en cualquier situación,
incluso si su padre estaba perdiendo la cabeza.

―Felicitaciones ―dijo Aiden.


Ferris alzó su copa en un brindis.

―He construido un imperio, creo que es hora de que empiece a disfrutar


de las ventajas.

¿Crisis de mediana edad? ¿O quizás un tumor cerebral no detectado? Quizás


una visita al médico personal de su padre diría si estaba en orden.

―Ciertamente mereces usar tu tiempo como mejor te parezca


―respondió Aiden.

―No estaría haciendo nada de esto si no estuviera cien por ciento


seguro de tu capacidad para ponerte en mi lugar como CEO. Te has
preparado toda tu vida para esto, Aiden. Sé que no me decepcionarás.

―¿Qué pasa con Elliot? ―preguntó Aiden.

―Sé que no estás satisfecho con la forma en que lo manejé sobre la


situación de Barbados.

―Él secuestró a alguien, papá.

Ferris al menos tuvo la gracia de parecer avergonzado.

―Fue un asunto familiar que se salió de control.

―Fue un delito grave sin importar dónde sucedió.

―Siempre ha querido ser tú, hijo. Y, desafortunadamente para él, nunca


lo será. No puedes culparlo por ser imprudente con sus decisiones
viviendo a tu sombra, se porta mal porque no es tú, y no veo castigarlo
por ese hecho.

―Elliot no pone a esta familia en primer lugar, ni pone el negocio en


primer lugar. Él se pone a sí mismo primero.

―Y por eso cuento contigo para que lo dirijas, prepáralo para


convertirlo en un Kilbourn, soy el primero en admitir que él es una
vergüenza.
¿Una vergüenza? Aiden de repente quería esa bebida, pero se obligó a
ignorarla.

―No es solo una vergüenza. Es un peligro. Quería poner a Boris


Donaldson en nuestra empresa por una razón. ―Una razón que Aiden
aún no había descubierto.

―Elliot es inofensivo y está equivocado. Necesito que lo tomes bajo tu


protección, necesito que hagas esto por mí, Aiden. Sé que no es fácil, pero
cuando mi padre renunció, yo también tuve que tomar decisiones
difíciles, es parte de pasar la antorcha, algún día le preguntarás a tu hijo.

Aiden reprimió una respuesta, él tenía cuarenta putos años. Su novia ni


siquiera quiere conocer a sus padres y no es que él pudiera culparla ahora.
Construir una nueva generación para llevar el peso de un legado familiar
no estaba en su lista de tareas pendientes.

―Estoy lo más lejos posible de tener una familia ―le dijo a su padre.

―¿No estás saliendo con alguien?

Aiden enarcó una ceja. Su padre siempre estaba al tanto de los negocios
o de la familia.

―¿Dónde has oído eso? ―preguntó.

―Sé que has estado pasando tiempo en Brooklyn.

―¿Y?

―Estás la defensiva por ella ―reflexionó Ferris―. Solo asegúrate de


tomar una decisión responsable para la familia.

Aiden se erizó.

―Papá, acabas de entrar aquí y me dijiste que dejarías a tu esposa de


alta sociedad por una mujer que hace pantalones cargo.

―He cumplido mi condena. He tomado todas las decisiones durante los


últimos cincuenta años teniendo en cuenta la familia y la responsabilidad
―dijo Ferris con frialdad―. Te toca a ti y ambos sabemos que esta mujer
Baranski no es el tipo de esposa que un Kilbourn necesita a su lado.

Aiden negó con la cabeza con incredulidad. No, Frankie no era una
mujer que se quedara quieta entre bastidores, ella pertenecía al centro del
escenario.

―Te estoy pidiendo que me des esto, Aiden. ―Ferris no era un hombre
que perdiera el tiempo en por favor o gracias―. Te estoy pidiendo que
elijas a la familia primero.
Aiden miró fijamente el vaso en la mesa auxiliar, su padre se había ido
a casa para prepararse para algún evento u otro con Jacqueline. Habían
decidido continuar sus apariciones juntos hasta el final del mes antes de
separarse silenciosamente, Jacqueline iría a la casa que ya no era familiar
en Provenza durante unas semanas, Ferris anunciaría su retiro y luego
llevaría a Alice a la casa en Saint Barths y todo se derrumbaría mientras
ellos no estaban.

Y Aiden se quedaría para recoger los pedazos.

Tomó el vaso y lo llevó a la cocina, todo era de madera oscura y mármol


blanco, era una habitación que rara vez o nunca usaba. De vez en cuando,
si no podía dormir, preparaba jamón asado y queso Brie. Tenía la
sensación de que esta noche sería una de esas noches.

Su padre había perdido el sentido del deber familiar, el hombre había


confesado que dirigir la empresa le había matado el alma y luego le
entregó las llaves a Aiden sin pensar en los efectos en la de su hijo. No
había hay más en la vida que negocios, hijo, ni has hecho tanto por nosotros,
mereces dar un paso atrás y concentrarte en algo que te importa, pero ese era su
padre: egoísta sin autoexamen. ¿Por qué Ferris pensaría en los demás
cuando les pagaba para que pensaran en él?

Tenía asistentes que le servían su merienda de caramelo de almendras


por la tarde, tenía un chef personal que preparaba sus comidas favoritas
en una rotación específicamente coreografiada, tenía una esposa que
organizaba su calendario social para incluir solo los eventos más
ventajosos y tenía un hijo que se haría cargo del negocio familiar mientras
él abandonaba toda responsabilidad por una nueva novia que hacía
jodidos rompevientos y pantalones cargo.

Miró el vaso, canalizando toda su ira hacia el cristal y el McCallan. No


se sintió mucho mejor después de romper el vidrio en el fregadero, pero
al menos no había sentido un deseo abrumador de ahogar sus penas.

Pensó en Frankie y de la salida de esta vida que le ofrecía, ella era un


respiro del negocio Kilbourn, de la constante batalla por el éxito. Tal vez
hubiera algo más productivo que pudiera hacer con su tiempo.

Dejó el desorden para después, tomó una botella de agua del


refrigerador y se dirigió por el pasillo hacia su oficina privada.

El archivo estaba donde lo había dejado, al frente y al centro de su


escritorio. Lo abrió y apoyó los pies descalzos en la esquina del escritorio.
Una de sus propiedades era una pequeña empresa de seguridad que
había hecho un excelente trabajo excavando silenciosamente en la vida de
las personas.

Frankie tenía veintiún mil dólares en deuda por préstamos


estudiantiles, no estaba mal considerando el hecho de que había
regresado a NYU para su maestría. Él podría hacer que eso desapareciera
en unas horas, planeaba hacerlo si pudiera sacarle el más mínimo indicio
de interés, era motivo de orgullo que pudiera cuidar a los más cercanos a
él, pero cuando una de esos pocos elegidos hacía todo lo posible para
dejarlo fuera, él andaba con cuidado.

¿Quizás había otro regalo que sería más beneficioso para ambos? Tomó
el teléfono de su escritorio y marcó.

―Habla Aiden Kilbourn. ¿Qué tan pronto puede hacer una entrega por
mí?
Aiden hizo a un lado el contrato que su equipo de abogados muy bien
pagados había pasado semanas analizando y pasó a los candidatos más
nuevos para director de información en otro holding. Para una empresa
de software, su gestión era lamentablemente anticuada. Envió un correo
electrónico al actual director ejecutivo en el que le decía que le costaba
creer que los únicos candidatos para el puesto fueran hombres blancos
mayores de cincuenta años. Sugirió que reiniciaran la búsqueda con una
cosecha de candidatos más interesantes y enérgicos.

El juego de los Knicks estaba en segundo plano, atrayendo su atención


con más frecuencia de lo habitual ya que se había visto agregado al grupo
de mensaje de texto entre los hermanos de Frankie sobre el juego.

Eran más de las diez, no lo bastante tarde para pensar en acostarse.


Dormía un promedio de cinco, posiblemente seis horas por noche, pero el
día y la tarde le había pasado factura.

Su teléfono vibró debajo de una pila de papeles. Instintivamente, miró


la televisión para ver qué estaba pasando con el juego, pero era un tiempo
muerto.

Frankie: ¿Por qué hay tres hombres con un colchón en la puerta de mi


casa a las 10:30 de la noche?

Aiden: Tu cama es una vergüenza para las camas en todas partes.

Frankie: ¡Es mi cama!

Aiden: Bueno, ahora no eres la única que duerme en ella.

Frankie: ¿No crees que deberías haberme consultado esto?

Aiden: Y así es como habría ido esa conversación. Tú: No. Yo: Sí. Tú:
Vete a la mierda, Aiden. Yo: Bien, pero estarás en este nuevo y agradable
tamaño king. Tú: * teniendo varios orgasmos en la cama nueva * Está bien,
podemos quedarnos con la cama.

Frankie: Estás loco.

Aiden: De nada.
Unos segundos después ella le envió otro mensaje de texto, era una
selfie en el colchón nuevo.

Frankie: Estoy dispuesta a darle una oportunidad a esta cama y a los


orgasmos antes mencionados.

Se rió a pesar de sí mismo. Sabía lo que ella necesitaba, estaba ansioso


por dárselo, pero todo con Frankie era una batalla.

Comenzó a escribir una respuesta y cambió de opinión. Se daría una


ducha y leería hasta que se saliera de su cabeza, decidió.

Llegó hasta el dormitorio antes de que sonara el teléfono.

Era Frankie.

―Hola ―respondió.

―Hola, comprador de cama secreta. ¿Dónde se consigue una cama


tamaño king y un colchón a las 10 de la noche? ―preguntó Frankie.

―Conozco a alguien ―bromeó Aiden.

―¿Estás bien? Suenas... apagado.

Aiden se sentó en el borde de la cama y se estiró.

―Nada con lo que no pueda lidiar ―dijo con ligereza.

Hubo una pausa que ella interrumpió.

―¿Quieres hablar de eso? ―ofreció.

¿Él quería?

―Ni siquiera sabría por dónde empezar ―admitió.

―No solo me estás dando palmaditas en la cabeza y ahuyentándome


para que los hombres puedan hablar de negocios, ¿verdad?

Era exactamente el tipo de comportamiento con el que Ferris trataba a


sus esposas.
―Hermosa, sabes más sobre negocios que yo.

Ella se rió roncamente y eso fue directo a su pecho.

―Esperemos que mi profesor de Responsabilidad Social Corporativa


piense como tú. ¿Entonces qué pasó?

―Mi papá vino esta noche.

―Hmm, no tengo suficiente información para hacer juicios rápidos y


ofrecer consejos injustificados, continúa.

Aiden se cubrió los ojos con la mano libre y se empapó del sonido de
su voz.

―Anunció que se jubilaría a fin de mes.

―Mierda. ¿Renunciar como presidente de la junta?

―Alejarse de todo. Ah, y él y mi madrastra se van a divorciar.

―¿Crisis de mediana edad?

―Si puedes tener una a los sesenta y cinco, tiene una novia.

―Por supuesto que la tiene. Déjame adivinar, ¿una bailarina? No,


espera, no es lo suficientemente elegante. ¡Oh! ¿Una profesora de museo?

―Una diseñadora de ropa deportiva.

―¡Lindo! Por fin tendrás todos los sujetadores deportivos que querías.

Los labios de Aiden se curvaron.

―Desearía que estuvieras aquí. ―Las palabras salieron al mundo antes


de que pudiera detenerlas.

Ella suspiró en el teléfono.

―Quizás alguna vez, pero por ahora desearía que estuvieras aquí en
esta gran cama conmigo.
El solo hecho de imaginarla estirada con su cabello revuelto
extendiéndose en todas direcciones, lo conmovió.

―¿Entonces que significa esto para ti? Eres el director de operaciones,


te busqué en Google, ¿qué pasa después?

―Hago el cambio a CEO, asumo más responsabilidades, incluido el


cuidado y mantenimiento de Elliot Kilbourn.

―Me estás jodiendo, ese inmaduro es un idiota épico. ¿Por qué tu padre
lo dejaría a quinientos metros de la empresa?

―Está cegado por Alice, la diseñadora de sujetadores deportivos.

―Gracioso. Entonces tu papá está volcando todas sus responsabilidades


sobre ti para que él pueda, ¿qué? ¿Retirarse a una playa en topless en
Boca?

―Navegar por el Canal Intercostero y pasar el verano en las Bahamas.

―¿Va a cambiar de opinión? ―Frankie preguntó esperanzada.

―No lo creo, quiere que yo continúe el negocio y la familia.

―Oh ―dijo rotundamente―. Te refieres a encontrar una buena


debutante multimillonaria y crear herederos masculinos perfectos.

Era sorprendente lo mucho que Frankie entendía sobre el


funcionamiento interno y las expectativas de su vida.

―Algo como eso.

―¿Me compraste una cama para romper conmigo?

Aiden se rió y el sonido resonó en la silenciosa habitación.

―Te compré una cama para follarte sin tirarnos al suelo.

―No soy material de amante, Aide.


―No, no lo eres. Mi padre también quiere que prepare a Elliot para un
puesto de vicepresidente. Algo respetable.

―Eeeeh. Parece que tu papá está pidiendo un unicornio para Navidad.


Nunca va a pasar.

Para ella era sencillo. Cuando se le presentaba una decisión, si no era


satisfactoria, la rechazaba y seguía adelante, pero su vida era mucho más
complicada que eso. ¿Dónde estaba la gratitud por todo lo que las
generaciones anteriores habían construido y que él ahora disfrutaba? ¿No
debería estar feliz de sacrificarse por ese legado como lo hizo su padre?

―Entonces, ¿no comprarás una esposa en este momento? ―preguntó


Frankie.

―No tienen tiendas exactamente para eso ―dijo secamente.

―Oh, no lo sé. Todo se puede comprar por un precio.

―¿Cuál es tu precio, Franchesca?

―Mmm, supongo que depende de la moneda.


Enero dio paso a los dedos helados de febrero. Los neoyorquinos
pasaron el mes temblando de un edificio a otro en las aceras grises y
fangosas, pero Frankie se mantuvo lo suficientemente caliente con Aiden
en su apartamento al menos tres noches a la semana.

Se estaban llevando mejor de lo que ella hubiera imaginado, él era


inteligente, divertido y horriblemente generoso. Se la habían pasado
destrozando la nueva cama y ahora, cuando Frankie se iba a la cama sola,
estaba en medio abrazando la última almohada que él había usado.

Trató de no pensar en el reloj de cuenta atrás, sus relaciones duraban


generalmente entre dos y tres meses y la suya se había estado haciendo
más fuerte durante esas seis semanas que llevaban, era más de lo que
pensó que sobrevivirían. De hecho, ninguno de los dos mostraba signos
de desaceleración.

Frankie terminó el correo electrónico en el que estaba trabajando y lo


envió. Hoy era su tarde libre, y con su clase nocturna cancelada por la
noche, tenía un lujo al que no estaba acostumbrada, tenía varias horas sin
llenar, pensó en enviarle un mensaje de texto a Aiden para ver si iría esta
noche, pero como había estado ahí anoche, no era probable.

Se volvió para mirar las flores que él le había enviado esta mañana, a
Raúl le gustaba bromear diciendo que si Brenda había convertido la
oficina en un invernadero con sus bonitas plantas por todas partes, el
novio de Frankie lo había convertido en una selva tropical.
Estas eran exóticas y coloridas con picos verdes.

Salvajes y hermosas. Igual que tú.

-A.

El teléfono de Frankie sonó desde el cajón del escritorio y ella lo


recuperó.

―Bueno, pero si es mi vieja amiga casada, la señora Stockton-Randolph


―respondió.

―¡Frankie! Dime que no tienes planes para el almuerzo ―chilló Pru en


el teléfono―. No te he visto en mil años, y necesito que me digas si parezco
una anciana casada.

―Envíame una selfie para que pueda ver primero, no quiero que me
vean en la ciudad con una anciana ―bromeó Frankie.

Siempre una obediente amiga, Pru le envió una selfie con los ojos bizcos
y la nariz arrugada.

―Sí, definitivamente no me verán con eso.

―Ja, ja. Es tu tarde libre, ¿no?

―Así es, termino en veinte.

―Bueno, termina y lleva tu trasero al centro. Quiero todos los detalles


de ti y de cierto soltero de lo más elegible al que se le ha visto sonriendo
de vez en cuando desde que regresó de mi boda.

―¿Sonriendo dices? ―preguntó Frankie. Entonces, tal vez ella no era la


única que caminaba con una sonrisa estúpida en su rostro.

―Nos vemos en The Courtyard en una hora ―ordenó Pru.

―Sí, señora.
El anfitrión llevó a Frankie a través del restaurante con sus paredes de
bambú y candelabros artísticos hasta el área del bar donde Pru esperaba.
Su amiga estaba vestida con pantalones que se amoldaban a ella como una
segunda piel y un leotardo de cuello alto de cachemira, unas botas grises
holgadas asomaban por debajo de los puños anchos de sus pantalones
azul marino.

Ellas se abrazaron como si hubieran sido años en lugar de unas pocas


semanas.

―Bueno, el matrimonio ciertamente te sienta bien ―bromeó Frankie,


deslizándose en la cabina con respaldo de cuero.

―Yo diría que salir con Aiden te sienta bien ―dijo Pru, mirando su
abrigo.

―Sí, baja el volumen, ¿de acuerdo? ―Frankie miró alrededor del


restaurante. Era uno de los lugares donde las columnas de chismes solían
escuchar importantes conversaciones privadas.

―Cuéntame todo ―exigió Pru.

―No hay mucho que contar ―mintió Frankie. No estaba exactamente


preparada para poner en palabras los sentimientos que tenía alrededor de
Aiden. No eran identificables en este momento y ella no tenía prisa por
discutirlos a fondo.

―Has estado saliendo con el soltero más elegible de la costa este


durante seis semanas y aún no hay una foto de ustedes dos juntos. Nunca
lo mencionas, solo no hablas de hombres cuando vas en serio.

―No vamos en serio ―dijo Frankie―. Simplemente nos estamos


divirtiendo, disfrutando del viaje.

Pru resopló en su agua sin gas de el paseo.


―Oh, apuesto a que sí.

―Él está bien. ¿Okey? Es inteligente y divertido, mucho más que el


hermoso hijo de puta que pensé que era. ¿Contenta? ―preguntó Frankie.

La mesera apareció y recitó los especiales del día, Pru pidió la ensalada
de col rizada con pollo al vapor y Frankie pidió una cerveza y un panini
de pavo con patatas fritas.

―¿Por qué me haces esto? Todos mis ricos y mocosos amigos piden jugo
verde y platos de aire ―se lamentó Pru.

Frankie le dio un mordisco a uno de los palitos de pan que le entregó la


mesera.

―Soy tu pobre amiga mocosa y me encantan los carbohidratos. Pensé


que tu estúpida dieta había terminado en el momento en que te quitaste
el vestido.

―Estoy en una nueva dieta llamada explotar la grasa ganada en la luna


de miel.

Frankie empujó el palito de pan en la cara de Pru y lo agitó de lado a


lado.

―Cómeme. Có-me-meeee...

―Dios, te extraño ―suspiró Pru, arrebatando el palito de pan de su


mano y tomando un pequeño mordisco.

―Te estás rebelando ―bromeó Frankie―. Yo también te extraño.

―Entonces, cuéntame sobre el Día de San Valentín. ¿Qué hizo Aiden, el


soltero perpetuo, por ti?

―Bueno, trató de sorprenderme con un fin de semana largo en San


Francisco. Tenía que ir por negocios, pero yo no podía escaparme, así que
terminó trayendo comida para llevar cuando regresó y me regaló una
pulsera.
Una pulsera muy bonita, una que era demasiado bonita para usarla,
pero ella abría el elegante estuche y veía los diamantes todas las noches.

―¿Joyas ya? Margeaux quedaría impresionada y moriría de celos. ¿Qué


le diste tú?

―Le compré una gorra de los Knicks.

Pru se sentó esperando expectante.

―¿Y?

Frankie se encogió de hombros.

―Y eso es todo. Bueno, lo miré desde la escalera de incendios cuando


llegó a mi casa.

Pru parecía haber olido algo raro. Fue su rostro concentrado el que
Frankie reconoció de unos años atrás en semanas de exámenes.

―¿Qué?

Pru negó con la cabeza, su cabello rubio miel nunca se movió de su


elegante nudo en la base de su cuello.

―Nada. ¡Oye, vamos a cenar esta noche! ¡Nosotros cuatro! Podemos ir


a The Oak Leaf.

Frankie arrugó la nariz.

―Eh. ¿No acampa Page Six11 ahí fuera?

Pru puso los ojos en blanco.

―¿A quién le importa? Sus bocadillos de cangrejo son para morirse, y


te extraño, y quiero verte a ti y a Aiden juntos para poder darte mi sello
oficial de aprobación, le enviaré un mensaje de texto a Chip ahora mismo.

―No sé qué hará Aiden esta noche ―comenzó a discutir Frankie.

11
Revista de espectáculos que sigue la vida y los chismes de las celebridades.
―Así que envíale un mensaje de texto y descúbrelo ―dijo Pru sin
levantar la vista―. Es viernes por la noche, ya estás aquí, puedes quedarte
en casa de Aiden.

―De hecho, nunca he estado ahí ―dijo Frankie, tomando un bocado más
grande de palito de pan, que se alojó en su garganta.

Pru dejó caer su teléfono sobre la mesa con estrépito.

―Disculpa, ¿qué? ¿Has estado saliendo con él durante casi seis semanas
y aún no has visto su casa? ¿Te está llevando a hoteles como una zorra?

Algunos de los comensales más cercanos lanzaron miradas en su


dirección.

―No soy una zorra ―les prometió Frankie―. Ella solo está ejecutando
líneas para una obra. ―Todos volvieron a sus comidas―. ¿Puedes intentar
bajar el volumen, por favor?

―No puedo creer que no te haya invitado a su casa, realmente pensé


que esto era diferente, Chip dijo que nunca había visto a Aiden tan...

―Relájate, Cujo12. Él me ha invitado muchas veces.

―¿Y? ―Pru la miró como si estuviera hablando con un idiota.

―Y yo vivo en Brooklyn. Para cuando llegue aquí y hagamos lo nuestro,


tendré que pasar la noche o ir directamente al trabajo, tomar el tren... ―Se
calló, sintiendo una pizca de algo incómodo.

―Ya veo. Entonces, ¿cuándo se ven? ―preguntó Pru.

Frankie se movió incómoda.

―Cuando él va a Brooklyn.

―¿Y con qué frecuencia es eso?

12
Película de terror en la cual un perro amigable es atacado por un murciélago rabioso y el perro se vuelve
loco y asesina gente.
―Tres o cuatro noches a la semana ―dijo. Cinco veces la semana pasada.

―Ya veo ―dijo Pru remilgadamente―. ¿Y a qué tipo de eventos has ido
con él? ¿Alguna recaudación de fondos? ¿Galas? ¿El teatro?

Frankie negó con la cabeza a cada uno.

―¿Ya conociste a su familia? ―preguntó Pru.

―Uh, no. Él también quería que lo hiciera, pero el momento no era el


adecuado. Él ya conoció a la mía.

Pru se animó considerablemente.

―¿En serio? ¿Cómo le fue?

―Bueno, lo hice principalmente para molestar a mi mamá. Como 'Oye,


mamá, aquí está este chico hermoso con el que estoy saliendo, pero
adivina qué, solo estamos pasando el rato, no hay futuro aquí. Quémate.
―Frankie se rió nerviosamente, pero se rindió cuando Pru no se unió a
ella.

Pru se pellizcó el puente de la nariz.

―Frankie, voy a decirte esto con amor porque te amo y quiero que seas
feliz, pero tienes que dejar la rutina de la Reina Perra de Hielo antes de
arruinar algo increíble.

―¿Perdón?

La mesera apareció con sus comidas.

―Entonces las dejaré a ustedes dos ―dijo cuando el silencio en la mesa


se hizo incómodo.

―¿La Reina Perra de Hielo? ―Frankie repitió.

―Ni siquiera finjas que no sabes de lo que estoy hablando, estás


congelando a Aiden. ¿Por qué?, en el nombre de Dios, no tengo ni la más
remota idea, pero estás intentando sabotear esto. ¿Quieres tanto tener la
razón?
La mandíbula de Frankie estaba sobre la mesa.

―Y mientras yo hablo, tú escuchas, ¿Aiden invitándote a su casa, a


conocer a sus padres, a ir a San Francisco? Está tratando de compartir su
vida contigo, idiota, y básicamente le estás pateando arena en la cara.

―Eso no es lo que estoy...

―Patrañas. ―Pru apuñaló su ensalada con tanta violencia que Frankie


creyó ver la col rizada marchitarse―. Entiendo que te estás protegiendo,
pero no necesitas lastimarlo para mantenerte a salvo.

Frankie tragó saliva.

―Es solo una aventura. ―Lo dijo para recordárselo a Pru y a ella misma.

―Eso no es excusa para tratarlo como Margeaux trata a su ama de


llaves.

Frankie se llevó las manos a la cara. Ella estaba tratando de protegerse


a sí misma, pero eso no era excusa para rechazarlo a propósito. ¿Había
herido a Aiden? No era su intención, aunque si se cambiaran las cosas...

―Soy una idiota.

―La Reina Perra de Hielo ―le corrigió Pru con menos vehemencia.

―Él ha hecho todo por mí, y todo lo que he hecho es rechazarlo.

―Bien ―dijo Pru, señalando con el tenedor a Frankie―. Esa es la culpa


que quiero ver, no es propio de ti tratar a alguien como menos.

―¿Cómo lo soluciono? ―preguntó Frankie.

―Empezamos con la cena de esta noche.

―Todavía quieres ir conmigo a pesar de que soy La idiota Reina Perra


de Hielo.

Pru bajó la mirada piadosamente.


―Querida, algunos de nosotros podemos permitirnos el lujo de
perdonar.

―Oh, genial. ¿Ahora quién es la idiota? ―preguntó Frankie.

―No quería que te sintieras completamente sola ahí arriba en tu caballo.

―Le preguntaré sobre la cena de esta noche, pero lo haré en persona


―decidió Frankie.

―Buena niña, puedes reunirte conmigo en el salón después e iremos de


compras para que tengas algo increíble que ponerte para comenzar tu tour
de disculpas.

Frankie miró su sándwich.

―Tú, eh, no podría ser posible que sepas dónde trabaja, ¿verdad?

―Eres la peor.
Aiden salió de la sala de conferencias sintiéndose vagamente molesto.
No le importaba el viejo dicho Si quieres que algo se haga bien, será mejor que
lo hagas tú mismo. Sin embargo, con la nueva cosecha de nuevos empleados
en recursos humanos y marketing, sintió que sería más rápido hacer su
trabajo por ellos.

Se propuso reunirse con los nuevos empleados periódicamente durante


su primer año en la empresa. Descubrió que aplanar las capas de la
corporación conducía a una comunicación más natural y una mejor
absorción en la cultura corporativa.

Pero las primeras reuniones siempre eran un dolor de cabeza. No,


Kilbourn Holdings no necesitaba su propio podcast. Y no, no
reemplazarían todas las sillas del escritorio con bolsas de frijoles y pelotas
de ejercicio y abrir un bar de jugos en la planta baja.

Saludó con la cabeza a su administrador, Oscar, un dictador a la moda


delgado y elegante con acento francés que gobernaba el calendario de
Aiden con mano de hierro y manicura.

―Bueno, eso duró mucho ―anunció Oscar, mirando furioso su reloj


Rolex, un regalo de Aiden por el décimo aniversario del hombre de lidiar
con el drama de los Kilbourn.

―Supongo que no tendrás el almuerzo esperándome como un buen


administrador ―respondió Aiden. Su relación era más cercana a la de los
hermanos de Frankie que a la de jefe y empleado.
―Ah, tengo algo mejor que eso esperándote ―dijo, señalando la puerta
cerrada de la oficina de Aiden―. Lo apruebo, por cierto.

Aiden frunció el ceño y entró en su oficina. La vista de Frankie sentada


detrás de su escritorio girando en su silla lo sacudió lo suficientemente
fuerte que se quedó paralizado en el lugar por un momento. Oscar cerró
la puerta detrás de él con un susurro:

―Diviértanse.

―Hola ―dijo Frankie, dejando de girar.

―Hola ―respondió, todavía sorprendido de encontrarla en su oficina.


Estaba vestida para el trabajo con un traje pequeño y elegante que le daba
ganas de desabrocharle la chaqueta y deslizar las manos dentro. Ella
parecía nerviosa, algo que no estaba acostumbrado a ver en su rostro, no
en su Franchesca confiada y enérgica.

―Espero que no te importe que haya entrado ―comenzó, levantándose


de la silla.

―¡No! ¡Para nada! Quiero decir... ―Parecía que no podía recuperar la


compostura. Estaba tan feliz de verla―. Estoy muy feliz de verte
―admitió.

―¿Sí? ―preguntó ella sonriéndole―. Estaba en la ciudad para almorzar


con Pru, y bueno, nosotras... ¿Tienes planes para cenar?

Él los tenía, planes de negocios, pero tener a Frankie aquí en su oficina


pidiéndole algo importaba más que eso.

―Soy tuyo ―dijo. Lo decía en serio.

Ella se sonrojó y se acercó vacilando a él, con una bolsa de papel en la


mano.

―Esperaba que estuvieras libre para cenar con Pru y Chip esta noche.

―¿Qué hay en la bolsa?


―Sé que no tienes mucho tiempo para almorzar, así que en caso de que
aún no lo hayas hecho, hoy te traje un sándwich.

―¿Es un sándwich Baranski? ―preguntó arrebatándole la bolsa.

Ella se rió.

―Gio realmente te impresionó, ¿no? Recuérdame hacerte un club


alguna vez. Me adorarás.

Él ya lo hacía.

Su mirada debe haberle dicho tanto porque ella miró sus zapatos y
luego la bolsa en su mano.

―No es uno de los nuestros, pero es un deli a unas cuadras de distancia


que es casi tan bueno como nosotros. No se lo digas a papá.

―Tu secreto está a salvo ―le prometió.

―¿Por qué Oscar me dejó entrar?

―Le dije a seguridad y recepción que tenías rienda suelta para entrar y
salir cuando quisieras.

―¿Cuándo les dijiste eso? ―preguntó Frankie.

―El día después de que llegué a casa de Barbados.

Ella se mordió el labio y bajó la cabeza.

―¿Hay algo mal? ―preguntó Aiden, levantando su barbilla para


mirarla.

―Había, pero ahora no ―dijo con firmeza.

―¿Puedo preguntar qué?

Ella sacudió su cabeza.

―Uh-uh. Es mejor que te dejes llevar.


―Entonces eso es lo que haré. ―Él la agarró por la muñeca y la remolcó
de regreso a su escritorio donde extendió el sándwich sobre la bolsa.
Carne asada caliente, ¿y eso era un olor a rábano picante?

―Les pedí que quitaran las cebollas en caso de que tuvieras reuniones
hoy ―dijo Frankie. Volvió a morderse el labio inferior.

―¿Tengo que compartir esto contigo, o lo puedo aspirar todo?


―preguntó, manteniendo el tono ligero.

―Aspíralo, yo comí un panini de pavo y vi a Pru tragarse seis libras de


col rizada.

―¿Cómo están los recién casados? ―preguntó.

―Brillando como todas las luces de París ―suspiró Frankie y se sentó


en el borde de su escritorio―. Ella se ve muy bien y dice que el ojo de Chip
está curado. ¿The Oak Leaf a las ocho es bueno para ti?

Él reorganizaría lo que fuera necesario para despejar su agenda. Oscar


se quejaba de los cambios de última hora, pero Aiden finalmente tuvo una
ocasión social que triunfaba sobre cualquier negocio.

―Eso está bien ―prometió.

―Hay una cosa más ―dijo. Frankie lo estaba observando de cerca―.


¿Está bien si me quedo a pasar la noche en tu casa? Como ya estoy aquí y
todo...

―Me encantaría ―dijo, tomando su mano y besando sus nudillos. Su


sangre ya corría por sus venas con la idea de Franchesca desnuda en su
cama, Franchesca desayunando en su mesa, Franchesca descansando en
su sofá o discutiendo con él sobre algo en su oficina.

No sabía qué había causado este abrupto cambio de actitud, pero estaba
agradecido.

Ella miró su reloj.


―Probablemente debería salir pronto, me reuniré con Pru e iremos de
compras.

Aiden buscó su billetera y se detuvo cuando Frankie presionó su pie


con tacones de aguja contra su pecho. Le dio una línea de visión directa
por debajo de su falda.

―Puedo comprar mi propio vestido para la cena, Kilbourn.

No sabía si estar increíblemente excitado con el talón presionando su


pectoral o molesto porque, una vez más, ella lo estaba rechazando.
Decidió que estaba bien sentir ambos.

―Maldición. Franchesca, esto es lo único que tengo para ofrecerte, y


cuando lo rechazas, me lastimas.

―¡Aiden! ―ella jadeó su nombre en estado de shock y algo de ira si no


se equivocaba.

Maldita sea. ¿Por qué tuvo que abrir la boca? Nunca valía la pena
mostrarle a alguien tu vulnerabilidad.

Frankie movió su zapato y lo sorprendió deslizándose sobre su regazo.

―¿Crees que tu billetera y tu polla son las únicas razones por las que
estaría contigo?

Él sintió que su polla se ponía dura ante sus palabras y sabía que tuvo
que sentirlo alargándose debajo de ella, con la falda levantada alrededor
de sus caderas.

―¿Piensas eso? ―preguntó de nuevo. Esos ojos eran más azules que
verdes aquí bajo las luces de la oficina y destrozaron su alma.

Él se encogió de hombros.

―No lo sé, quizás. ―Sí.

―Entonces no he hecho un buen trabajo siendo tu novia ―suspiró. Ella


lo agarró por la corbata y él estaba totalmente duro debajo de ella.
―Nuevo trato, Aide. Ya no voy a correr más, empezando ahora.

Se deslizó de su regazo, y él todavía la estaba alcanzando cuando ella


empujó su silla lejos del escritorio.

Cuando sus dedos se encontraron con la hebilla de su cinturón, el


aliento abandonó su cuerpo y se detuvo como un rigor mortis.

―¿Qué... no podemos... y si...?

Todos los pensamientos y las palabras correspondientes dejaron su


cerebro con la última onza de sangre que cayó en picado hasta su dolorida
polla. ¿Cómo podía una mujer hacerle sentir tan libre y tan aterrorizado?

En segundos, ella tuvo su polla liberada de sus pantalones.

―¿Estás seguro de que tu hombre mantendrá fuera a la gente?


―preguntó Frankie, pero ella no lo estaba mirando, estaba mirando su
erección que sostenía firmemente en su mano.

Aiden ni siquiera podía encontrar las palabras para responderle, y


Frankie no parecía necesitarlas porque estaba abriendo la boca y
deslizando su lengua sobre su polla desde la raíz hasta la sensible
coronilla.

Él se estrelló contra su silla y observó fascinado cómo ella le hacía cosas


gloriosas a su polla con la boca.

―Quiero tocarte ―dijo él entre dientes cuando ella lo llevó a la parte


posterior de su garganta.

―Mmm, esta noche. Por ahora, esto es solo para ti. ―Frankie centró su
boca en cosas mucho más importantes que las palabras.

Ella era suave y caliente, y la sensación de tocar fondo contra la parte


posterior de su garganta casi lo destroza.

Totalmente extasiado, la cabeza de Aiden cayó hacia atrás contra el


cojín de cuero de su silla, Frankie lo estaba bombeando con el puño y
usando su boca en una combinación embriagadora, él había entrado en
esta habitación frustrado y cansado y en segundos ella había cambiado
todo su día.

Su lengua hizo algo particularmente loco en la punta de su polla, y


sintió que sus bolas se apretaban.

―Franchesca ―siseó.

―Te tengo, bebé ―le prometió, besando su polla antes de reanudar su


atención con la boca. Ya no estaba lánguida con sus caricias, no, Frankie
estaba ahuecando sus mejillas y chupando lo suficientemente fuerte como
para hacerle ver estrellas.

Sin embargo, él no podía cerrar los ojos. Quería esta visión de ella de
rodillas frente a él chupándolo, la quería para siempre.

Aiden clavó los talones en la alfombra para detenerse, temiendo que se


hubiera vuelto ingrávido y se hubiera ido flotando, él lo sintió crecer en
la base de su columna y se maravilló de la brujería que lo llevó al orgasmo
tan rápidamente.

Abandonando toda pretensión, le agarró la cabeza con ambas manos y


soltó un gemido gutural cuando ella lo dejó hacerse cargo follando su
boca con empujes cortos y superficiales perdiéndose en el momento, él
tenía la intención de retirarse, pero luego se estaba corriendo,
sacudiéndose convulsivamente y vertiendo su liberación por su garganta.

Se quedó en silencio mientras el orgasmo lo atravesaba, vaciándolo


incluso mientras llenaba la boca de ella.

Nada. Nada en este mundo podría haberlo preparado para ver a


Franchesca en el extremo receptor de su polla, tomando todo lo que le
daba sin pedir nada a cambio, él se estremeció y se derrumbó de nuevo
en la silla, con la sangre corriendo por sus oídos.

Ella se levantó de posición de rodillas, era una diosa sin importar su


posición. Cruzó la habitación y miró dentro, encontrando su baño
privado. Aiden le habría indicado, pero ahora mismo era una sombra de
hombre, nivelado por la belleza y el deseo.
Ella regresó con un paño húmedo y tibio y lo limpió a fondo.

―No he sido una buena novia, espero mejorar mi puntaje ―confesó ella,
volviéndolo a meter suavemente en su ropa interior―. Eres un buen
hombre, Aiden. Eres inteligente, gracioso y eres increíblemente paciente.
Si te pidiera Cleveland, Ohio, encontrarías la manera de entregármelo,
eres increíblemente generoso y sorprendentemente dulce, y lamento no
haberlo apreciado.

―Gah. ―Fue lo mejor que pudo brindar verbalmente después de haber


sido completamente diezmado.

―Así que voy a hacer un mejor trabajo y espero que me exijas un


estándar más alto. ―Ella se sentó de nuevo en su escritorio y él juró que
podía oler su excitación. Él la habría follado, le habría dado cualquier cosa
que quisiera solo por visitarlo, pero ella quería cambiar la forma en que
eran las cosas.

Aiden logró una respiración entrecortada y luego otra, sintiendo


lentamente que la vida volvía a su cuerpo.

―También tengo algo más que añadir a nuestro trato ―le dijo.

Ella lo miró con recelo.

―No estoy sugiriendo un para siempre ―comenzó―. Pero me gustaría


dejar de lado el aspecto 'temporal' de nuestra relación.

Ella dejó de respirar y se quedó inmóvil como un conejo frente a un


depredador.

Aiden extendió la mano, moviendo su silla para que estuviera frente a


ella.

―Eres especial para mí, Franchesca, y no preveo un momento en el que


no estarás.

―Jesús ―dejó escapar el aliento―. Esta debió haber sido una gran
mamada ―dijo.
―¿Ves? De eso estoy hablando.

―¿De la mamada? ―preguntó con descaro.

Él la pellizcó.

―¡Ay! Solo bromeo ―dijo.

―Olvidas el hecho de que eres increíblemente hermosa, eres aguda y


cruel cuando necesitas serlo y no tienes filtro. Nunca he conocido a nadie
que no sopesara cuidadosamente cada palabra, eres una jodida bocanada
de aire fresco en mi vida.

―Aide, me tienes temblando en mis botas ―admitió.

― Entregarnos completamente, Franchesca. Tú y yo.

Ella soltó un suspiro lento y miró al techo.

―¿Y si lo arruinamos?

Él apretó sus caderas.

―No te dejaré.

Ella rió.

―Idiota ―dijo.

Él vio el brillo de las lágrimas detrás de sus largas pestañas.

―Te estoy pidiendo que me tomes o me dejes ―le dijo.

―¿Alguna vez has tenido esta conversación con alguien más con quien
saliste? ―ella preguntó.

Él sacudió la cabeza.

―Ni siquiera cerca. Tú y yo, Frankie.

―Siento que voy a vomitar ―admitió, llevándose la mano al estómago.


Entonces él vio el miedo y los nervios y tomó la decisión consciente de
presionar el botón.

―Nunca hubiera pensado que llegaría el día en que Franchesca Marie


Baranski estuviera demasiado asustada para perseguir lo que quería.

Era una manipulación, pero maldita sea, necesitaba esto. La necesitaba.

Ella asintió con la cabeza y apretó los labios con fuerza.

―Okey, entregarnos por completo.

Él se levantó y la levantó del escritorio en un fuerte abrazo.

―No te arrepentirás, Franchesca.


―A juzgar por las huellas dactilares en tu cuello, las cosas salieron bien
con Aiden ―dijo Pru, mirando a Frankie mientras se dejaba caer en la silla
del salón junto a ella.

Frankie estaba demasiado agotada emocionalmente para discutir.

―Tenías razón, y yo soy una persona horrible ―admitió, haciendo


pucheros en el espejo.

―Cuando más conoces, mejor lo haces ―chilló Pru desde debajo de sus
floretes.

―Estamos oficialmente en una relación 'real', y vomité mi panini


cuando salía del edificio.

―Tienes un estómago de hierro fundido ―señaló Pru.

―Sí, está bien, entonces esa parte en realidad no sucedió, pero gracias a
ti, Aiden y yo somos... ―Tragó saliva compulsivamente―... pareja.

―Tengo la manera perfecta para que me lo agradezcas.

―Acabo de hacer las paces con Aiden, debajo de su escritorio. ¿Qué


diablos quieres de mí?

Pru señaló a Frankie.

―¡Oh, Christian! Mi amiga aquí necesita que hagas algo con su cabello.
Un hombre vestido de negro de la cabeza a los pies con la cabeza
rapada, irónicamente, apareció mágicamente detrás de ella.

―Nena ―dijo tirando de un rizo y sosteniéndolo entre sus dedos―.


Podemos hacerlo mucho mejor.

Lugares como este cobraban cuatrocientos dólares sólo por poner el


trasero en la silla, pensó Frankie. Trató de ponerse de pie, pero Christian
tenía algunos músculos debajo de esa camiseta negra ajustada.

―Es mi regalo ―cantó Pru.

―Sabes que no me gusta cuando haces esto ―le recordó Frankie.

Christian hizo girar una capa alrededor de ella y la apretó en su cuello.

―Ahora, ¿en qué estamos pensando? ―preguntó, sosteniendo su


cabello en diferentes longitudes y mirándose en el espejo como si buscara
inspiración creativa.

―Estamos pensando en un bonito pequeño corte ―dijo Frankie,


arrebatándole el pelo de la mano.

Solo agarró otro puñado.

―¿Un pequeño corte? ―se burló examinando los extremos―. ¿Tienes,


qué? Ocho meses de daños.

―¿No crees que estaría hermosa con algunos reflejos? ―sugirió Pru.

―Ese papel aluminio está jugando con tus ondas cerebrales ―respondió
Frankie.

―No le hagas caso, Christian. No suele ser tan hosca. Además, ella es
de Brooklyn ―dijo Pru.

Christian hizo girar su silla y la agarró por los brazos. Estaban a


centímetros de distancia.

―Necesito que confíes en mí, no tengo días malos para el cabello, no


entrego cortes insatisfactorios. Si te doy lo más destacado, desearás haber
nacido con ellos, haré de tu cabello un milagro, pero necesito que confíes
en mí.

―¡Hazlo! ―Pru siseó en un susurro escénico.

Frankie lo señaló con el dedo índice.

―Si me jodes el pelo, dentro de meses cuando te hayas olvidado por


completo de mí, cuando estés con la guardia baja, te esperaré en el callejón
y te arrojaré a un contenedor de basura lleno de cabello humano y
productos químicos para permanentes.

―Y si te hago ver como el tipo de mujer que reparte latigazos cervicales


con segundas miradas, volverás y me dejarás retocar tus mechas
―regateó.

Ella le ofreció la mano.

―Trato.

―A su novio le gusta largo y ondulado ―agregó Pru amablemente.

―Oh, ¿entonces ahora tengo novio y necesito usar mi cabello para


complacerlo? ―Frankie respondió.

Pru y Christian pusieron los ojos en blanco en el espejo.

―Yo me encargo ―suspiró Pru―. Mira Frankie. Cuando estás en una


relación, no vives tu vida para complacer a tu pareja, pero seguro que no
averiguas lo que les gusta y luego corres en la dirección opuesta para
mantener una apariencia de independencia.

Christian metió los dedos en su cabello como si estuviera lavando la


ropa a mano en un río, volviendo la cabeza de un lado a otro.

―Uno de los mejores regalos para dar en una relación es algo muy
pequeño que no cuesta nada.

Bueno, a Pru le estaba costando cuatrocientos dólares.


Impresionante. Ella se estaba cortando el pelo con una versión
fashionista de Manhattan del poeta Pablo Neruda.

Ella cerró los ojos y dejó que él hiciera sus fechorías, parpadeando ante
los cortes de las tijeras y los tirones del peine, no podía dejar de pensar en
el rostro de Aiden cuando la encontró detrás de su escritorio, él se había
iluminado como Times Square, como si su sola presencia fuera un regalo.

Se había aferrado al pensamiento, a la esperanza de que Pru se hubiera


equivocado, a que ella y Aiden simplemente se estaban divirtiendo como
habían acordado, que él no estaba buscando más y que ella no esperaba
en secreto que él simplemente desapareciera para tener razón. ¿Habría
aliviado su corazón herido si ella hubiera tenido éxito en alejarlo?

Ella no era una persona cruel e insensible, ni era alguien que aplastaba
a una persona solo porque podía, pero había estado tan decidida a
mantener a Aiden a distancia que lo había rechazado en cada paso del
camino y él se quedó atascado.

¿Viéndolo verla? Estuvo sin máscaras ni reservas, y si estaba dispuesto


a ser tan vulnerable, lo mínimo que podía hacer era encontrarse con él ahí.

Después de lo que le parecieron horas de alboroto, ella sintió que su


silla daba vueltas.

―Está bien, abre los ojos y disfruta de mi genialidad.

Ella abrió un ojo escéptico, preparada para ver un mohicano morado o


algo igualmente chillón, pero era su propio cabello con unos centímetros
más cortos y los rizos más definidos y ciertamente más brillantes, pero era
ella.

―¿Son esos unos toques color caramelo? ―preguntó, volviendo la


cabeza.

Christian se burló.

―Los toques de caramelo son para aficionados, esas son luces bajas
macchiato.
Se veía elegante, arreglada pero aún era ella misma, la electricidad
estática del invierno ya no dominaba su cabeza.

―Maldita sea, Christian. Tenía muchas ganas de tirarte a un contenedor


de basura.

―Aiden te va a arrastrar a algún lugar oscuro y semiprivado dentro de


los primeros cinco minutos al verte así ―supuso Pru, asomando la cabeza
en el probador de Frankie. Para ser una boutique de lujo, había una
sorprendente falta de seguridad en el área de probadores.

Frankie se volvió hacia un lado para mirar su trasero con el vestido rojo
escarlata que abrazaba sus curvas, descendiendo por los senos y rozando
su cintura y caderas.

―Es febrero, no puedo usar algo sin mangas ―argumentó. Además, este
maldito pedazo de tela costaba poco menos de mil dólares. Aiden había
deslizado una tarjeta de crédito en su mano al salir y le había ordenado
que la usara, pero se sentía... rara. ¿Una mamada y ya tenía una tarjeta de
crédito? Habían pasado demasiado juntos, necesitaba aclararse a sí misma
que no era Vivian de Pretty Woman.

―Llevarás un abrigo y pedí una mesa junto a la chimenea.


Probablemente estarás sudando al final de la cena ―predijo Pru, dando
vueltas en un elegante vestido negro.

―¿Por qué no están tus senos a la vista del mundo? ―preguntó Frankie,
mirando su propio escote desbordado.

―Soy una mujer casada y copa B, cariño, no hay mucho que mostrar y
estás loca si no compras ese vestido.

Frankie se miró en el espejo y apenas se reconoció. El cabello, el vestido,


el brazalete de diamantes ―y, Dios, ¿era eso platino?― que tenía en su
bolso.
―¿Sabes lo que necesitamos ahora? ―preguntó Pru.

―Espero que digas yogurt helado, pero tengo la sensación de que son
zapatos ―suspiró Frankie.

―¡Zapatos!

Cuando Pru volvió a meterse en su propio probador y Frankie volvió a


comprobar la etiqueta del precio del vestido. La hizo sentirse enferma.

Ella sacó su teléfono.

Frankie: Cuando me diste esta tarjeta de crédito, ¿en qué tipo de


presupuesto estabas pensando?

Aiden: Dudo mucho que compres algo que me haga parpadear.

Frankie volvió a mirar el vestido. ¿Quieres apostar?

Frankie: Me sentiría mejor si pudieras darme un número para


mantenerme dentro de eso. Encontré un vestido, pero tiene más dígitos de los
que estoy acostumbrada y Pru está cantando ‘zapatos, zapatos, zapatos’, un
vestidor más allá.

Podía imaginárselo riéndose para sí mismo de su novia campesina,


presa del pánico por los centavos.

Aiden: Me encanta verte darte un capricho y me encanta más que puedo


ser parte de él. ¿Qué tal mantenerlo por debajo de los cincuenta de los
grandes por hoy?

Él tenía que estar jodiendo con ella, Frankie no podía ni imaginarse un


mundo en el que cincuenta de los grandes fueran dinero para gastar. Por
supuesto, conociendo a Aiden había nombrado una suma más baja de lo
habitual para apaciguarla.

Frankie: ¿Entonces no puedo comprar este vestido de setenta y cinco mil


dólares? Qué triste.

Añadió un meme decepcionado.


Aiden: Tal vez si me enviaras una foto del vestido, podría tomar una
decisión.

Su alegría alivió su tensión un poquito y tal vez ella podría darle algo
de tensión a él.

Se tomó una selfie principalmente de sus senos y la envió.

Aiden: Nunca antes había tenido una erección en una reunión de


analistas. Esto es interesante.

Frankie se rió, no sabía si estaba bromeando o si realmente le estaba


enviando mensajes de texto durante una reunión. De cualquier manera,
se sentía más ligera y si pensaba que cincuenta mil dólares era un nivel
aceptable de gasto, entonces su bonito vestido y un par de zapatos no
matarían a ninguno de los dos.

―Está bien, Pru. ¿A dónde vamos por los zapatos?


Frankie pasó más tiempo preparándose para esta cita doble que para su
baile de graduación y las dos bodas en las que habían estado juntas.
Estaba depilada, llena de brillo, con loción y suavizada y estaba muriendo
de hambre cuando su auto se detuvo frente al restaurante.

Chip y Pru se apartaron del abrazo permanente en el que el matrimonio


parecía haberlos cosido.

―Aiden está aquí ―dijo Pru, señalando la limusina frente a ellos. Todas
las limusinas le parecían iguales, así que les tomó la palabra.

Frankie sintió que su sangre cantaba, quería verlo aquí en su propio


terreno, ver lo que se había estado perdiendo. Quería ver cómo se le
dilataban las pupilas cuando él la mirara bien por primera vez con este
maldito vestido y quería que él se sintiera orgulloso de tenerla del brazo.

Y quería comer una maldita cena.

―Sólo dos fotógrafos ―dijo Chip, mirando por la ventana―. No deben


haber visto a Aiden todavía.

Frankie tragó saliva.

―¿Por qué? ¿Recibe mucha atención?

Pru y Chip intercambiaron una mirada.


―Estarás bien, sólo sé tú ―dijo Chip, dándole una palmada en la rodilla.
Primero salió él del auto y le tendió la mano a Pru.

Frankie vio el flash de una cámara y puso los ojos en blanco. ¿Quién
diablos en su sano juicio acamparía frente a un restaurante en febrero solo
para tomar algunas fotos de la gente?

Ella salió a continuación e inmediatamente se olvidó de los fotógrafos.


Ahí, en la acera, frente a ella, estaba Aiden Maldito Kilbourn, y se estaba
acercando a ella como un león a una gacela gorda y lenta. La mirada en
sus ojos le dijo que él también tenía hambre y no solo por la cena.

Frankie sintió una ráfaga de aire frío y se dio cuenta de que se había
olvidado de abrocharse el abrigo, Aiden también se dio cuenta de que el
viento le abrió la cachemira, partiéndola.

Ella juró que vio cómo se lamió los labios, y luego sus manos estuvieron
sobre ella y luego su boca. Su toque encendió cada terminación nerviosa
de su cuerpo como si hubieran estado esperando este momento exacto,
era química, biología, algo conectado en ambos, y Frankie no podía tener
suficiente.

La besó con fuerza, lamiendo su boca para acariciar su lengua contra la


de ella, sin dejar dudas a los testigos a quién pertenecía exactamente.
Reclamándola.

A ella no le gustaba estar en exhibición, no le gustaba la atención y se


lo habría dicho si no hubiera estado tan ocupada aferrándose a él como
una enredadera.

―Bueno, entonces iremos a buscar unas bebidas ―dijo Chip, señalando


hacia el restaurante y arrastrando a la sonriente Pru tras él.

―Nos vemos adentro, chicos locos ―les gritó Pru.

―En un momento volvemos ―respondió Aiden sin apartar la mirada


de ella. Había destellos de luz y Frankie era vagamente consciente de las
preguntas que se les lanzaban a ambos, y luego Aiden la estaba metiendo
bajo su brazo y guiándola de regreso a su limusina, él abrió la puerta y la
acompañó al interior.
―Conduce hasta que yo lo diga ―ordenó secamente y luego levantó el
cristal de privacidad.

―¿Qué hay de la cena? ―preguntó Frankie, deslizándose por el asiento


para acomodarse.

―Primero vamos a comer el postre ―suspiró, liberándola de su abrigo


y sus manos recorrieron su vestido, deteniéndose con reverencia justo
debajo de su abundante escote.

―¿Sabes qué pasó después de que enviaste esa foto hoy?

―¿Qué? ―respiró ella, necesitando que él la tocara, le daba miedo de


que cuando lo hiciera, ella dejaría de existir. Ella le pasó las palmas de las
manos por los muslos.

―Tuve que excusarme de la reunión para masturbarme en mi baño.

Ella sintió un escalofrío.

―¿Pensaste en mí?

―Hermosa, siempre estoy pensando en ti. ―Él se agachó y se palmeó la


erección a través de los pantalones.

Frankie se mojó al instante.

―¿En una limusina? ―ella siseó. Odiaba admitirlo, pero el sexo en


limusina estaba en su lista de deseos.

―Tiene que ser ahora, o no podré pasar la cena. No contigo en ese


vestido.

Su franca honestidad le resultaba tan atractiva como la mirada


depredadora de sus ojos.

Jugando, Frankie deslizó una pierna sobre su regazo, dejando suficiente


espacio para poder liberarse de los confines de sus pantalones. Su grueso
largo cayó pesadamente en su mano, ya estaba goteando y Frankie sintió
un escalofrío de poder. Apoyándola en su regazo, Aiden se acercó a ella
y sacó un condón.
Probablemente él había tenido relaciones sexuales en este auto cientos
de veces, pensó Frankie, pero estaría condenada si esta vez no se quedaría
grabada en su cerebro para siempre.

Mientras él se ponía el condón y se acariciaba, ella subió la falda de su


vestido hasta que se arrugó alrededor de sus caderas, se bajó el amplio
cuello en V hasta que se deslizó por sus hombros y sus brazos con la tela
colgando precariamente de sus senos.

El ruido sordo en su pecho fue su recompensa.

Él se inclinó y presionó su rostro contra sus senos, sintiendo su barba


áspera contra su piel. Frankie se acercó más para que las poderosas
caricias de su mano pusieran su polla en contacto en donde ella lo
necesitaba más desesperadamente.

―Va a ser duro y rápido, Franchesca ―le advirtió―. Una vez que esté
dentro de ti, no me detendré hasta que te corras en mí.

―Fóllame, Aiden ―suspiró. Era una orden, una súplica.

Él la agarró por las caderas, colocándola con la punta sondeando su


centro justo afuera de su entrada húmeda. Con una mano, tiró de su ropa
interior fina como el aire hacia un lado.

Su pecho estaba agitado y su mandíbula apretada, y ni siquiera había


comenzado a follar con ella todavía. Ver a Aiden Kilbourn al límite era un
espectáculo embriagador.

Fue su último pensamiento coherente cuando él empujó sus caderas


hacia arriba, empujándola con una fuerza brutal, él no le dio un momento
para acostumbrarse, para relajarse a su alrededor, la golpeó como un
martillo neumático y usó una mano para liberar sus senos del vestido que
tenía un sostén incorporado, por lo que no quedaba nada que lo separara
de sus pesados y necesitados senos.

―Aiden ―siseó ella cuando él cerró la boca sobre un pezón y lo chupó


con fuerza, sus embestidas nunca cesaron. Él gruñó en su pecho y sus
manos agarraron su cadera con tanta fuerza que la hizo gritar de nuevo.
Eso solo lo hizo follarla más fuerte.

Él estaba fuera de control, succionando y empujando, volviéndola


completamente loca, Frankie hundió las manos en sus hombros y se aferró
a él con ganas de vivir.

No podía respirar, no podía pensar, ella solo podía tomar lo que él le


estaba dando. Vida. Fuego. Deseo.

―Tan jodidamente perfecta ―murmuró contra su piel.

Este vestido había sido la mejor compra extravagante de su vida.

Lo sintió engrosarse dentro de ella, escuchó su respiración entrecortada


y supo que estaba cerca, el orgasmo estaba colgando de un hilo.

La sostuvo contra él, acortando sus embestidas para apretarse contra


ella. Fue hermoso y primitivo.

Soltó su pezón con un pop y se movió hacia su otro seno con sus ojos
brillantes y duros en los de ella. Lo vio tomar la punta en su boca y sintió
su lengua acariciarla. Tenía oro fundido fluyendo por sus venas, su
mundo se puso candente y brillante cuando su orgasmo explotó sin
previo aviso.

―¡Aiden! ―sollozó su nombre mientras él empujaba hasta la


empuñadura, su gemido fue bajo y gutural mientras se vaciaba en ella.
Incluso a través del condón, podía sentirlo pulsando dentro, liberando su
semilla en un clímax sin fin.

Se corrió de nuevo, mientras él salía de su orgasmo y cuando finalmente


se quedó quieto debajo de ella, Frankie se derrumbó contra él.

Él envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la abrazó, presionando


sus pechos contra su reluciente camisa y le acarició la espalda desnuda
con suaves movimientos de su mano. El elogio que le susurró al oído la
hizo sonrojar. Su novio era un hablador sucio y eso venía de una mujer
cuya segunda palabra cuando era niña era mierda.
Ella sintió que la había desarmado y la había vuelto a armar, no había
nada como sentir a Aiden dentro de ella. Incluso ahora, después de un
orgasmo que lo había hundido hasta la médula, todavía estaba semi-
erecto.

―Gracias por el vestido ―le susurró, su garganta estaba demasiado en


carne viva para cualquier volumen.

Él se rió suavemente contra su cabello.

―Gracias a ti.
Aiden claramente tenía influencia en The Oak Leaf, el anfitrión ni
siquiera parpadeó cuando la limusina se detuvo en el callejón,
simplemente los condujo a través de la cocina, más allá de la barra, hasta
su mesa donde Chip y Pru estaban discutiendo sobre tapas.

Frankie trató de ignorar las miradas curiosas en su dirección, él era el


Kilbourn más conocido de la familia y soltero permanente, seguro que
habría interés.

Frankie se deslizó en la cabina primero y Aiden la siguió, con su mano


sujetando su muslo debajo de la mesa. Tomó el menú y fingió leerlo
detenidamente, ignorando el peso expectante de la mirada de Pru.

―¿Qué tal están las almejas aquí? ―preguntó ella inocentemente.

―Oh, hola. ¿Cómo estuvo tu sexo en la limusina?

Frankie miró a Pru, que estaba apoyando la barbilla en sus manos y


sonriendo con aire de suficiencia.

―Fue agradable. ¿Verdad, Aiden? ―Frankie dijo con altivez, mirándolo.


Su cabello estaba despeinado, pero podría pasar por un peinado
desordenado, su corbata estaba torcida y el resto de él estaba, por
supuesto, perfecto. Ella, por otro lado, parecía como si alguien le hubiera
pasado una aspiradora y luego la mordiera en algunos lugares clave.
―Muy agradable. Muy recomendable ―dijo, alcanzando su copa de
agua y bebiendo la mitad.

Él apretó su muslo y movió su mano un milímetro más arriba.

Bromeando con él, ella le pasó el zapato por la espinilla y le abrió las
rodillas.

Nadie más lo sabría con solo mirarlo, pero él ya estaba mostrando


señas, había rubor en su cuello y ensanchamiento de sus fosas nasales.
Ella deseó poder echar un vistazo a su entrepierna, apostando dinero a
que él estaba teniendo una erección de nuevo, el hombre era una maldita
maravilla, sus orgasmos probablemente tenían orgasmos.

―Entonces... ―Pru comenzó intencionadamente―. ¿Qué tal les va?

Ellos cenaron una comida fabulosa, bebieron vino astronómicamente


caro y, en general, se la pasaron de maravilla, Frankie finalmente se olvidó
de las miradas curiosas y simplemente disfrutó viendo a Aiden relajarse.
Su fachada reservada se deslizó alrededor de Chip y él se rió más, sonrió
más, esas arrugas sexys como el infierno se mostraban en las esquinas de
sus ojos, incluso mientras estaba inmerso en una conversación con su
amigo, Aiden aún mantenía una conexión física con ella. Jugando con su
cabello, acariciando su hombro con el pulgar o haciendo que sus dedos
subieran más sobre su muslo.

Pru les contó sobre su luna de miel. Cuando los residentes de Upper
West Side se casan en Barbados, no pueden vacacionar ahí, Pru y Chip
habían pasado otros diez días en las Maldivas. Frankie no estaba
exactamente segura de dónde eran las Maldivas, pero las imágenes en el
teléfono de Pru eran impresionantes.

Se sentía... normal. Dichosa.

Bueno, tan normal como se puede sentir un plato principal de pasta de


73 dólares. Era un viernes por la noche con amigos. Por primera vez,
Frankie se sintió como en una pareja real, ella no era la pobre chica de
Brooklyn y él no era el director ejecutivo ni el jefe de familia recién
nombrado.
Él era muy simplemente suyo. Aiden, el hombre que atrajo la mirada
de todas las mujeres y le quitó la cuenta a Chip alegando que la comida
era un regalo de bienvenida a casa, le pertenecía.

Frankie sintió que una oleada de vértigo adolescente la recorría como


si acabara de ver a Jessica Simpson y John Mayer al otro lado del
restaurante.

―Tiempo para ir al baño de chicas ―anunció Pru empujando a Chip


fuera de la cabina para que pudiera escapar―. Vamos, Frankie. Dales a los
chicos la oportunidad de extrañarnos.

Pru casi arrastró a Frankie al baño y luego la atacó con un abrazo feroz.

―Okey. ¿Qué demonios es esto? ―preguntó Frankie, dándole una


palmada incómoda en la espalda a su amiga.

―¡Tu lo amas! ―Pru chilló―. He estado esperando el día en que mires a


un hombre de la misma forma en que te sentaste y miraste a Aiden.

―No lo amo ―argumentó Frankie.

―Tienes ese brillo ―dijo Pru, dándose la vuelta y comprobando su


maquillaje en el espejo.

―Es un brillo posterior al orgasmo. Me arrastró a su limusina para tener


sexo, Pru. No estamos decorando casas de verano y poniendo nombres a
los bebés.

―¿Y la forma en que él te mira? Juro por Dios que me quemó las cejas.
Quiere comerte viva.

―Detente. Estás completamente nublada por la felicidad de estar recién


casada, y quieres que todos los demás estén enamorados junto a ti.

―Deberíamos tener bebés juntas ―decidió Pru, volviendo a aplicar su


lápiz labial―. Podríamos compartir una niñera.

―Te amo, Pruitt, pero estás jodidamente loca.

Pru le sonrió en el espejo.


―Me gusta verte feliz, eso es todo, lo prometo. La mayoría de las veces
solo estoy bromeando.

―Eres una idiota ―se rió Frankie.

―Puede que sea una idiota, pero seguro que tú eres fotogénica ―dijo
Pru, entregándole el teléfono.

―¿Me estás tomando el pelo? ―Frankie hojeó la publicación. Era un


blog de chismes con una serie de fotos de Frankie y Aiden manoseándose
en la acera―. ¡Dios mío, mi madre va a ver esto!

―Tu madre y cualquiera que sea alguien en la ciudad ―dijo Pru, sin
simpatía.

―¡Esto acaba de pasar! ¿Cómo es esto incluso una historia con... ―volvió
a desplazarse hacia arriba―... tres actualizaciones desde que se publicó?

Pru puso los ojos en blanco.

―Uh, ¿no das talleres de redes sociales?

―¡A la gente de negocios, sobre negocios! ―Frankie agitó los brazos


hacia su amiga―. No a unos lectores insípidos que tiene una opinión
sobre... ¿mi pedido de comida? ¿Qué diablos le pasa a esta gente?

―Eres una desconocida exótica del brazo del soltero favorito de todos.
¿Qué esperabas? ―preguntó Pru.

El teléfono de Pru vibró en la mano de Frankie y apareció un mensaje


de texto.

―¿Cómo es que esa perra callejera étnica está saliendo con Aiden
Kilbourn? ―Frankie leyó en voz alta.

―¿Qué? ―Pru chilló―. ¿Eso está en los comentarios?

Frankie levantó el teléfono.

―Ah, no. Esa es tu mejor amiga, Margeaux, enviándote mensajes de


texto.
―Ella es el peor ser humano en la historia de los seres humanos. El
mundo tiene suerte de que no tenga ninguna ambición además de
conseguir otro marido porque, si tuviera algún tipo de impulso, sería la
nueva Hitler.

―¿Cómo es que ustedes dos son amigas?

―Definitivamente, definitivamente no lo somos. Mi padre y su padre son


socios comerciales, estuve en su primera boda con un adicto al juego que
inhalaba cocaína y compraba prostitutas. Hacían una pareja encantadora.

Frankie se desplomó contra la pared.

―Alguien les está diciendo a los paparazzi lo que estoy cenando y


cientos de personas se están volviendo locas por eso, incluida Hitler
Junior. No estoy lista para esto.

Pru se acercó a ella y le clavó un dedo en el hombro.

―Escúchame Franchesca Marie, puedes y lo harás. Eres la única


persona en este mundo que tiene la capacidad de ser completamente
inmune a este tipo de atención y si puedes sobrevivir, tu premio es Aiden,
así que aguanta. Estás saliendo con un chico que te da una excusa para
pasar el rato conmigo y Chip en Manhattan un viernes por la noche. No
voy a dejar que lo arruines.

―¿No me digas que estabas cansada de ir a Brooklyn a comprar pizza


y películas baratas? ―Frankie bromeó, pero sintió que el malestar familiar
regresaba, era otro recordatorio de que ella no pertenecía a este mundo.
Al final del día, ella era solo una niña jugando a disfrazarse para la noche.

¿Realmente podría sobrevivir manteniendo un pie en ambos mundos?


―Todavía es temprano ―dijo Pru, mirando el reloj de Chip.

No había nada temprano en una cena que terminaba a las 11 de la


noche, pensó Frankie, reprimiendo un bostezo.

―¿Quieren café o quieren ir a un club? ―ofreció Chip.

Frankie deslizó su mirada hacia la de Aiden.

―No, gracias ―dijeron juntos.

―Van por la segunda ronda ―explicó Pru con un guiño a Chip.

―No es mala idea ―dijo él, guiñándole un ojo a su esposa.

―Sabes, echo de menos el parche ―reflexionó Frankie a Chip.

Aiden le envió un mensaje de texto a su conductor desde la mesa para


que acercara el auto y ayudó a Frankie a ponerse el abrigo. El restaurante
estaba mucho menos concurrido, pero la multitud afuera parecía más
grande que antes. El maître le susurró algo al oído a Aiden, y él frunció el
ceño y asintió, luego aparecieron dos caballeros de traje.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Frankie.

―Hay más paparazzis afuera ―dijo Aiden, mirando a través del


cristal―. La seguridad nos va a despejar el camino.
―¿Despejar el camino? ¿Cuánta gente hay ahí fuera? ―preguntó
Frankie.

―No tantos ―dijo secamente―. No estoy en una banda de chicos.

Había suficiente gente dando vueltas a la forma de pensar de Frankie.


Claro, Bieber habría causado un frenesí en los fanáticos, pero todavía
había dos docenas de transeúntes curiosos y siete tipos con cámaras
cuando salieron de la seguridad del restaurante. Los de seguridad se
abrieron paso entre la multitud obligando a las cámaras a retroceder
mientras Aiden la acomodaba bajo el brazo y la guiaba hasta la limusina
que los esperaba.

Ella estaba cegada por los destellos, pero por lo demás estaba ilesa y en
el segundo Aiden se deslizó detrás de ella, la puerta se cerró aislándolos
de miradas indiscretas.

―¿Por qué comes aquí si obtienes ese tipo de respuesta? ―preguntó,


dejándose caer contra el reposacabezas.

La parte trasera de la limusina todavía olía levemente a sudor y sexo.

―Ellos están más interesados en ti y en quién eres para mí ―le dijo


Aiden.

―Bueno, es mejor que se preparen para la decepción ―respondió


Frankie.

Aiden tiró de ella hacia su regazo y metió la mano dentro de su abrigo


para sujetarla por la cintura.

―Es parte de esto, como tu mamá abofeteando a todo el mundo, es una


de esas cosas que todos tenemos que tolerar.

Frankie se rió y apoyó la cabeza en su pecho. Casi había esperado que


él volviera a saltar sobre ella en el momento en que subieron al auto, pero
esto también estaba bien, era muy agradable.

―Eres impresionante, Franchesca.


―Aide ―dijo en voz baja.

Él sacudió la cabeza.

―No estoy tratando de hacerte un cumplido, te estoy advirtiendo. Van


a averiguar quién eres y van a querer saber todo sobre ti y ponerlo para
el consumo público.

―¿Por qué? ―ella preguntó.

―Porque eres mía.

Era arrogante la forma en que él lo declaró como un hecho, pero maldita


sea si no le gustó escuchar ese reclamo solo un poco.

Ella abrió la boca.

―No discutas conmigo ―le advirtió.

―Es lo que mejor hago ―ella bromeó, jugando con los botones de su
camisa.

―No discutas sobre no pertenecerme, yo te pertenezco, soy tuyo.


Entregarnos por completo, ¿recuerdas? Va en ambos sentidos.

― Entregarnos por completo ―murmuró Frankie.

El edificio de Aiden estaba en medio de todo lo importante, estaba a


solo tres cuadras de su oficina, él podría caminar si optaba por desafiar a
las masas. Aunque después de presenciar la atención que atrajo, Frankie
no lo culpaba por usar automóvil, no era muy divertido sentirse como un
pez dorado en un recipiente en el viaje al trabajo. Mientras que todos los
demás en la ciudad eran extraños anónimos, el rostro y el nombre de
Aiden eran conocidos por todas partes.

Y ahora Frankie estaba entrando en esa órbita de buena gana.


El vestíbulo estaba custodiado por un portero uniformado y una mujer
elegantemente vestida de negro detrás de una elegante estación de trabajo
en forma de U.

―Buenas noches, Señor Kilbourn ―lo saludó con una sonrisa


profesional.

―Buenas noches, Alberta. Ella es la señorita Baranski ―dijo, asintiendo


con la cabeza a Frankie mientras la arrastraba, sin disminuir el paso.

―Un placer, señorita Baranski ―dijo Alberta.

―Mucho gusto ―respondió Frankie por encima del hombro mientras


corría para seguirle el ritmo.

Aiden la estaba remolcando hacia la hilera de ascensores como si una


manada de hienas les pisara los talones.

Ellos entraron y Aiden sacó una llave del bolsillo de su abrigo.

―Ni siquiera... ―dijo Frankie, sacudiendo la cabeza.

―Ni siquiera, ¿qué? ―preguntó, deslizando la llave en el panel de


control del ascensor y presionando la tecla P.

―¡Oh vamos! ¿El ático? ¿En serio? ¿No puedes al menos fingir ser un
tipo normal?

La miró con diversión en esos ojos azules.

―Eres la primera persona que se ha quejado del ático ―observó.

―No soy fan de recordar la horda de mujeres que trajiste aquí, Aide.

―¿Exactamente con cuántas mujeres crees que he estado? ―preguntó


con una risa.

―Suficientes.

En un segundo él estaba de pie frente al panel de botones, y al siguiente


la tenía inmovilizada en la pared del ascensor.
―¿Sabes lo que nunca he hecho?

Él plantó sus manos a ambos lados de su cabeza. Estaba a un susurro


de distancia, tan cerca de tocarla de la cabeza a los pies sin realmente hacer
contacto.

―¿Qué? ―ella susurró.

―Nunca he besado a nadie en este ascensor. ―Él arrastró sus labios


sobre la línea de su mandíbula hasta su cuello y viceversa.

―¿No están mirando? ―preguntó, señalando con la cabeza hacia la


cámara de seguridad.

―¿Importa?

La suavidad de sus labios y su áspera barba era un contraste de


sensaciones.

Frankie se agarró a la barandilla detrás de ella y cuando los labios de él


se cerraron sobre los suyos se alegró de tener el apoyo, no era un beso
salvaje y apasionado, era algo diferente, algo que corría más profundo y
cantaba en sus huesos.

El beso floreció como una rosa bajo el calor del sol, abriéndose y
buscando más.

Su lengua se deslizó perezosamente contra la de ella, acariciando,


excitando y tranquilizando a la vez.

―Estoy tan feliz de que estés aquí. ―Lo dijo como una confesión. Una
oscura.

―Me alegro de estar aquí, tal vez pueda encontrar un defecto en ti esta
noche, quizás eres un acaparador o tal vez tengas un gusto horrible para
las pinturas de terciopelo, quizás tengas dieciséis gatos. ―Ella le rodeó el
cuello con los brazos―. Voy a encontrar qué te hace humano, Kilbourn.

Las puertas del ascensor se abrieron y Aiden la llevó de la mano a un


espacioso vestíbulo. Blanco sobre blanco, sobre blanco.
―Hmm, hasta ahora no hay gatos ―observó.

Él abrió la puerta.

―Tal vez todos estén escondidos adentro con mi colección de venta de


garaje de casetes de los ochenta.

Ella le dio una palmada en el hombro.

―¿Ves? Ahí está mi chico normal.

―Tu versión de lo normal es lamentablemente extraña.

Ella le sacó la lengua y pasó tranquilamente a su lado en el interior, su


vestíbulo era del tamaño de todo su apartamento con aproximadamente
un acre de mármol blanco brillante con vetas grises. Había una mesa de
pedestal en medio del espacio con un jarrón de flores, ella tocó un pétalo,
eran flores frescas.

No había correo amontonado, ni revistas esparcidas, ni un revoltijo de


llaves y cupones. La sala de estar se extendía frente a ella, era un espacio
abierto con una pared de ventanas, por supuesto que tenía una visión para
morirse.

Eran parte del horizonte de la ciudad desde aquí.

Los muebles eran oscuros, de cuero y bien ordenados. Tenía un bar


abastecido con todos los licores de primera categoría conocidos por el
hombre, una chimenea de mármol, las estanterías albergaban libros y
fotografías enmarcadas. Todo estaba limpio, ordenado y solo un poco frío.
No había almohadas ni mantas en el sofá, la alfombra blanca debajo de la
sala de estar era espesa como una nube, las paredes eran oscuras, en
contraste, imaginó ella, con el blanco del suelo y la luz del sol que se
filtraría a través de esa pared de ventanas.

Él la siguió mientras ella entraba en la cocina, era una galería larga,


elegante, moderna y probablemente nunca usada. La isla que separaba la
cocina del comedor se extendía a lo largo, ella podría haberse subido al
granito y estirado los brazos por encima de su cabeza y aún no haber
podido tocar ambos extremos.
La mesa del comedor era igual de larga, de vidrio con patas de metal,
con sillas de respaldo alto rodeaban la mesa, listas y esperando a un grupo
de doce. Había más estantes ahí, más fotos y un poco de arte
cuidadosamente colorido.

Echó un vistazo al pasillo, pero decidió quedarse en el espacio habitable


principal. Con este vestido, no saldrían de su habitación hasta la mañana.

Era genial y hermoso, como él. También se sentía un poco vacío, un


poco solitario y se preguntó si eso también reflejaba al dueño.

Aiden la estaba mirando, apoyado contra la isla y soltándose la corbata,


se la quitó del cuello y enroscó la corbata en el mostrador.

―¿Qué opinas? ―preguntó.

―Es muy hermoso. ―Y lo era. Era un lugar de exhibición del que no


quería saber cuánto valía, los bienes raíces en esta parte de la ciudad
estaban más allá de lo astronómico. Hubiera sido más barato construir
una casa de verano en la luna, pero había una falta de vida aquí y eso la
entristeció, la idea de que Aiden volviera a casa solo a una belleza de
calidad de museo... se preguntó si él se sentía como en casa aquí y si
alguna vez se relajaba.

―Gracias ―él le dijo.

Ella tomó un marco dorado, era una foto del padre de Aiden detrás de
su escritorio en una oficina, con el horizonte de la ciudad fuera de las
ventanas detrás de él.

―Háblame de tu familia ―dijo.

―¿Por qué?

―Bueno, para saber en lo que me estoy metiendo con la gala de esta


semana.
Aiden no era de los que confiaban en la suerte. La suerte, en lo que a él
respectaba, era una perra voluble. El tiempo, la preparación y la agresión
por lo general trabajaban más a su favor, pero por alguna razón, esa perra
voluble le estaba sonriendo hoy. Frankie estaba en su casa, haciendo
planes para entrar en su mundo.

Entregándose completamente.

―¿Esta es tu primera vez en mi casa y quieres hablar sobre mi familia?


―bromeó Aiden, quitándose la chaqueta. Vio la mirada hambrienta en sus
ojos y se deleitó con ella. Querer y ser querido con esa intensidad era
nuevo y aleccionador.

―¿Quieres una bebida? ―él ofreció.

―¿Tú quieres una? ―ella respondió.

―¿Qué tal agua para los dos?

Ella lo siguió a la cocina y husmeó en su refrigerador y despensa.

―Bueno, hay algo de comida de verdad aquí ―dijo, sonando


sorprendida.

―¿Que esperabas? ¿Bolsas de sangre?

―Ja, dieta de vampiros. No, quiero decir, no estaba segura de si


realmente vivías aquí.
Él la miró mientras llenaba dos vasos con hielo.

―Por supuesto, yo vivo aquí.

―Oh, no dudo que duermas aquí. ¿Pero pones los pies sobre la mesa de
café? ¿Haces huevos a medianoche en esta estufa de cincuenta
quemadores? ¿Pagas facturas y maldices en la televisión cuando juegan
los Giants?

Su definición de vida le fascinaba.

―Duermo aquí, trabajo aquí y de vez en cuando como aquí. No


recuerdo haber puesto nunca mis pies en la mesa de café, pero eso podría
deberse a que el diseñador se refirió a ella como 'invaluable y única', por
lo que ese tipo de facturación probablemente mantuvo mis pies en el piso.

―¿Simplemente holgazaneas con traje todo el tiempo, sentado derecho


y contando monedas de oro?

Él se rió y le entregó un vaso de agua.

―Tu mente es fascinante.

Ella regresó a la sala de estar y se dejó caer en el sofá, se arrastró sobre


el cojín y luego se acomodó con sus pies debajo de ella.

―Este no es el mueble más cómodo ―se quejó ella.

―Tu sofá intenta tragarse a sus víctimas enteras ―él señaló.

Ella lo estudió por encima del borde de su copa y suspiró.

―Eres tan perfecto que quiero arruinarte y ver qué pasa.

―¿Qué hay de malo conmigo? ―preguntó Aiden, divertido.

―Nada. Absolutamente nada.

Él se sentó a su lado y puso los pies de ella en su regazo.


―Estoy tratando de entender cómo podemos encajar, porque si crees
que voy a pavonearme con vestidos sexys y tacones de diez centímetros
con el pelo y las uñas arregladas cuando estemos solos en casa, te sentirás
muy decepcionado.

Él sacudió la cabeza. Cuando la imaginó aquí, no fue con ropa de


diseñador y un maquillaje impecable. Se la imaginó sudando y descalza,
comiendo comida para llevar de la mesa de café, o apoyando su cabeza
en su regazo mientras leían o veían la televisión, o desnuda y suspirando
en su cama.

―¿Estás tratando de preguntar cuáles son mis expectativas de ti?

Ella asintió con la cabeza, luciendo aprensiva.

―Franchesca. ―Él extendió la mano para meterle el pelo detrás de la


oreja―. Quiero que seas tú, me gusta pasar tiempo contigo, no quiero una
copia al carbón de cualquier otra celebutante de la ciudad.

―No puedo creer que sepas esa palabra ―bromeó. Pero ella estaba
frotando su mejilla contra su palma y él vio los nervios en su hermoso
rostro.

―Esta noche fue divertida y no solo la limusina. Disfruté invitándote,


presumiéndote y pasando tiempo con personas que son importantes para
los dos.

Ella asintió con la cabeza, luciendo cautelosa.

―Pero también me encanta estar contigo en Brooklyn, explorando esos


restaurantes con agujeros en la pared, durmiendo en tu trampa de fuego
con corrientes de aire, salir con tus hermanos, también me gusta todo eso.

―¿Seguirás haciendo esas cosas a pesar de que he cruzado el río?

―Corazón, ¿pensaste que yo dejaría de dar solo porque tú empezaste a


hacerlo?

Él no sabía quién se sorprendió más cuando sus ojos se nublaron por


las lágrimas.
―Oye, ¿qué pasa? ―preguntó, colocándola en su regazo.

Ella negó con la cabeza, los rizos temblaban por el movimiento.

―Me siento fatal. Quiero decir que solo estaba tratando de protegerme,
pero creo que una parte de mí quería hacerte comerte tus palabras acerca
de que todo esto es temporal, quería demostrarte que yo sería importante
para ti.

―Bueno, misión cumplida. Franchesca, eres muy importante para mí.


No lo dudes.

―Siento que yo hice un Aiden en ti.

Él se rió suavemente.

―No sé lo que eso significa.

―Significa que sé que te lanzas a la persecución y te hice trabajar duro.


Creo que te manipulé conscientemente o no.

―Y piensas que ahora que la persecución ha terminado, no me


interesarás ―supuso.

―No sé. Simplemente, no es propio de mí herir a alguien a propósito y


lo siento, Aiden. Realmente lo siento. Cuanto más te conozco, más claro
tengo que eres... grandioso.

―¿Grandioso?

Ella asintió con la cabeza, parpadeando para contener las lágrimas.

―Realmente grandioso.

―Esto no tiene por qué ser complicado, Franchesca.

Ella se puso rígida en sus brazos.

―Espera, antes de que te enciendas. Quiero decir que entregarse por


completo no tiene por qué ser complicado, tú no quieres renunciar a tu
vida solo para estar conmigo, y quiero que sepas que no te lo pediría.
―No sé si voy a encajar en tu lado de las vías.

―Si te cuento un secreto, ¿me prometes que no va a salir de este


apartamento?

―No te atrevas a llamar apartamento a esta sublime porción de bienes


raíces en Manhattan. Y sí, lo prometo.

―Yo tampoco encajo exactamente.

―Pura mierda. Tu familia básicamente construyó este lado de las vías.

―Muy cierto, mi bisabuelo chantajeó y estafó para llegar a la


presidencia de un banco y la historia de los Kilbourn comenzó ahí. Su hijo,
mi abuelo, sumó a la fortuna familiar al dejar a su esposa y sus dos hijos
por una heredera muy rica cuyo padre necesitaba a alguien que
interviniera y dirigiera su negocio. Mi padre continuó con el gran legado
de los Kilbourn al hacer trampa para obtener un título en negocios en Yale
y luego sobornar a admisiones con una donación muy considerable para
que aceptaran a su hijo con calificaciones menos que estelares y algunos
rasguños con el comité disciplinario de su escuela privada.

―¿Tú? ¿Un chico malo? Vamos a necesitar volver a eso.

Él le sonrió y la puso en su regazo.

―No llamaría sociópatas a los Kilbourns, pero yo diría que damos


prioridad a los negocios por encima de todo lo demás, pero en nuestro
caso, la familia está indisolublemente ligada a los negocios. Para mi padre
era la acumulación de trofeos y éxitos. Para mí, es la caza, la persecución,
la matanza, luego están todos los demás. Tengo amigos, incluido Chip,
que en realidad no trabajan. Su dinero se administra por ellos y
simplemente viven, se casan con mujeres hermosas y tienen familias
hermosas y extienden la línea familiar.

―Pero todos ustedes tienen dinero ―le recordó.

―Sí, pero mi punto es que siento que no encajo. No quiero tener una
pequeña charla con alguien sobre su nuevo caballo de carreras o el Van
Gogh que obtuvieron en una subasta, no quiero comparar carteras o follar
con un establo lleno de mujeres. No quiero festejar como si tuviera 20 años
con la tarjeta American Express negra de mi padre. Quiero ganar.

―¿Por qué? ―ella preguntó.

―Porque no sé cómo hacer nada más.


Kilbourn Holdings anuncia que el heredero al trono está saliendo con
una estudiante de Brooklyn.

Cinco cosas que debes saber sobre la novia de Brooklyn de Aiden


Kilbourn.

Conoce a los padres: Aiden Kilbourn presenta a su nueva novia a la


familia.
―Esto es demasiado Pretty Woman ―se quejó Frankie dentro del
armario de Aiden.

―¿Te estás llamando prostituta? ―preguntó desde el dormitorio.

Frankie se puso el vestido y se miró en el espejo de cuerpo entero. No


había tenido tiempo de ir a comprar un vestido digno de una gala... o
incluso de averiguar cuál era el código de vestimenta digno de una gala.
Entonces, le había tocado a Aiden encontrarle el vestido adecuado.

Era azul marino con mangas de encaje hasta los codos y metros de falda.
Y, por supuesto, de su talla.

―¿Me voy a congelar el trasero esta noche? ―ella preguntó.

Aiden asomó la cabeza por la puerta y la miró, admirándola en el


espejo.

―¿Congelarte el trasero? ―él repitió.

―Sí, como cuando sabes que algunos restaurantes tienen corrientes de


aire, ¿así que te vistes más abrigado si vas ahí? ¿O ciertas oficinas tienen
calor, así que te aseguras de poder desnudarte y no sudar hasta la muerte?

Él se rió.

―Tu practicidad es refrescante. Una vez acompañé a una mujer que


eligió un vestido con el que no podía sentarse, el viaje al evento fue
bastante memorable. ―Se reclinó contra la estantería, manteniendo su
cuerpo erguido imitando la posición de la mujer.

―¡No lo hizo!

―Te juro que lo hizo, luego sonrió a las cámaras durante veinte minutos
y se quejó todo el resto de la noche y se negó a comer.

―Ugh. ¿De qué sirve llevar algo si no puedes sentarte o, peor aún,
comer con él?

―Prometo elegir siempre para ti ropa que te permita hacer ambos.

―Mi héroe. ¿Entonces, qué piensas? ―Frankie preguntó volviéndose de


un lado a otro.

Aiden se acercó detrás de ella y le abrochó la cremallera en la espalda.

―Oh, así está mejor.

Su cintura era más delgada, sus senos estaban sostenidos y la falda


amplia flotaba a su alrededor.

―Demonios, buen trabajo, Kilbourn.

―¿Puedo o no elegir bien?

―Mmm, por la forma en que me miras, me pregunto si estás hablando


solo del vestido.

Él se inclinó y le dio un beso en el hombro.

―¿No es esta la parte en la que me bañas con un cuarto de millón de


dólares en joyas? ―bromeó.

―De hecho ―él metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño estuche.

―Vete a la mierda, no te acerques a mí con lo que sea eso, lo perderé o


me robarán o me saldrá un sarpullido. Esta piel no está acostumbrada al
platino.
Ella retrocedió hasta el rincón del armario para protegerse de él con las
manos.

―Estás siendo ridícula.

―Tienes joyas caras en ese estuche y tengo derecho a rechazarlas, seré


un manojo de nervios con algo brillante que alquilaste para la noche.

Él abrió el estuche.

―Oh ―suspiró, extendiendo la mano―. Si cierras el estuche con mis


dedos adentro, te voy a dar un puñetazo en tu muy sexy nariz.

―No lo soñaría. ¿Te gustan?

Eran un par de pendientes alargados. No estaban goteando diamantes,


sino más bien eran un arco iris de brillantes piedras preciosas.

―Aide, son hermosos.

Se los entregó uno a la vez y ella se los metió en los lóbulos de las orejas.

―No son alquilados, lo vi y pensé en ti, son vistosos, interesantes y


cálidos.

―¡Oh, dulce niño Jesús, Aide! ¿Exactamente cuánto de tu dinero estoy


usando ahora mismo? ―preguntó, admirando el brillo en el espejo.

―¿Vamos a hacer esto cada vez que te compro algo?

―Sí, a menos que sea una barra de chocolate o una rebanada de pizza o
cualquier otro artículo de menos de diez dólares.

―Entonces supongo que será mejor que los dos nos acostumbremos a
esta conversación. Además, esas eran algunas referencias alimentarias
específicas. ¿Tengo que darte de comer antes de que nos vayamos?

―Definitivamente.

―Haré que me envíen algo. ―Se detuvo en la puerta―. O puedo hacerte


un sándwich de queso.
Ella se animó.

―¿Un sándwich de queso?

Él asintió.

―Eso sería perfecto.

Él se volvió para irse de nuevo, pero ella lo llamó.

―¿Oye, Aide? Gracias.

Él le dio esa cálida sonrisa que le arrugó los ojos, la que estaba
empezando a pensar que reservaba solo para ella.

Se volvió hacia su reflejo y respiró hondo, sin apenas reconocerse. El


dinero realmente compraba estilo.

―¿Quién hace esto un jueves por la noche? ―murmuró a su reflejo en el


espejo.

Desde que Kilbourn Holdings había emitido un comunicado de


relaciones públicas anunciando que Aiden estaba saliendo con la
estudiante de negocios y profesional de pequeñas empresas Franchesca
Baranski, la atención había aumentado notablemente.

Brenda tuvo que revisar las llamadas de Frankie en el trabajo, y su


correo electrónico y cuentas de redes sociales explotaron con entrevistas
y solicitudes de amistad. De hecho, había visto a un fotógrafo afuera de
su edificio dos veces, pero su vecindario no era exactamente amigable con
los merodeadores, una de sus vecinas había llamado a la policía y el
problema desapareció.

Pero nada de eso había preparado a Frankie para el frenesí fuera de The
Lighthouse en Chelsea Piers.
Había una alfombra roja literal bajo sus pies y el brazo de Aiden estaba
envuelto alrededor de su cintura, anclándola al espectáculo de los flashes
de las cámaras y gritando preguntas.

―Aiden, ¿cuál es tu conexión con Big Apple Literacy?

―Mi madre ha apoyado la causa desde hace mucho tiempo y nuestra


familia se enorgullece de apoyar sus iniciativas educativas ―respondió
Aiden sin problemas.

―Franchesca, ¿a quién llevas puesto?

Ella miró su vestido.

―No sé, a quien sea que Aiden haya elegido para mí.

La multitud de fotógrafos se rió entre dientes como si fuera una


comediante en medio de una rutina.

―Carolina Herrera ―completó Aiden―. Ahora, si nos disculpan.


―Remolcó a Frankie lejos de la línea.

―Ahí. Eso no fue tan malo, ¿verdad?

―¿Se supone que debo responderles cuando hagan preguntas?


―Frankie frunció el ceño.

―Se supone que debes hacer lo que quieras. No voy a tratarte como a
una marioneta y decirte qué decir.

―¿Pero me dirás si hay algo que no debería decir?

―Siempre es seguro evitar la palabra 'mierda' en la alfombra roja.

Ella puso los ojos en blanco.

―Eres tan útil.

Ella aceptó su brazo con un apretón mortal. Si no se caía con esos


zapatos sexys como el infierno y se metiera de cabeza en una escultura de
hielo, sería un maldito milagro.
Milagrosamente, entraron ilesos. Aiden la ayudó a enderezarse la falda.

―¿Lista?

Ella miró más allá de él hacia la multitud, al menos no estaba mal


vestida.

―Sí, hagamos esto ―dijo.

―Vas a estar genial, puede que incluso te diviertas un poquito.

Ella no creyó ni por un segundo en sus palabras de ánimo, pero Frankie


lo agradeció de todos modos.

―Si, tú también.

―Y cuando todo esto termine, te guiaré por el restaurante con comida


para llevar que quieras y comeremos en pijama en casa.

―Trato.

Ella reconoció a Ferris Kilbourn por su foto en el apartamento de Aiden.


Él medía poco menos del metro ochenta de altura y sus raíces irlandesas
se mostraban en el cabello rojo que se volvía plateado que rodeaba su
cabeza. Llevaba un esmoquin y parecía tan cómodo con él como si llevara
una sudadera. Tenía su brazo alrededor de una esquelética rubia
platinada que se había peinado cuidadosamente y tenía demasiado
trabajo hecho, ella iba vestida de oro y decorada con diamantes.

―Mi padre y mi madrastra ―le susurró Aiden al oído mientras se


acercaban.

―¿No se van a divorciar?

―Apariencias.

―Por supuesto.

―Papá, Jacqueline ―los saludó Aiden. Ofreció un abrazo a su padre y


un majestuoso beso en la mejilla a su madrastra―. Esta es Franchesca o
Frankie si lo prefieres.
―¿Frankie? ―Jacqueline la miró como un chicle que alguien escupe en
la acera―. ¿No es eso... lindo? ―Su tono dejaba en claro que lo encontraba
todo menos lindo.

Frankie ignoró la indirecta, era difícil ofenderse con una mujer que
había sido cambiada por una modelo más joven y moderna.

Frankie le ofreció la mano a Ferris.

―Mucho gusto.

―Escuché que mi hijo ha estado sonriendo durante semanas ―dijo


Ferris amigablemente―. Supongo que tenemos que agradecerte por eso.
―En lugar de estrecharle la mano, le llevó los nudillos a los labios.

Oh. Bien, estamos en el siglo XIX.

―Estoy segura de que hay otros factores en juego ―supuso Frankie.

Aiden deslizó su brazo alrededor de su cintura.

―Para nada. Ah, y esta hermosa mujer es mi madre ―dijo, ofreciendo a


Frankie a una hermosa morena vestida de verde oscuro.

―Cecily, Franchesca. Franchesca, Cecily.

Cecily era una mujer deslumbrante de unos sesenta años, su rostro aún
no mostraba signos de intervención con bisturí. Ella era alta, regia y
encantadora.

―Franchesca. He escuchado mucho sobre ti. ¿Puedo llamarte Frankie?

Si Jacqueline era el aire helado del Ártico, Cecily era una brisa de las
Bahamas.

Frankie aceptó la mano de la mujer y se la estrechó.

―Y creo que ya conoces a mi medio hermano ―dijo Aiden.


Frankie pudo escuchar la tensión en la voz de Aiden y deslizó su mano
por debajo de su chaqueta. Esta noche ella no le rompería la nariz y lo
avergonzaría, al menos no sin provocación.

Elliot entró tranquilamente en el grupo, con las manos en los bolsillos


y una expresión insolente en el rostro.

―Franchesca ―dijo, pasando un dedo por el puente de su nariz


ligeramente torcida―. Es tan bueno verte de nuevo.

―Oye, Elliot. ¿Cómo está la nariz?

Sintió que Aiden se ponía rígido junto a ella, pero luego cubrió su risa
con una tos.

―Se lo rompió jugando al polo ―anunció Jacqueline con firmeza. O era


una idiota o una idiota en negación.

Frankie no estaba segura de quién lo inició, pero pronto los Kilbourn se


echaron a reír. No la genuina carcajada que era contagiosa alrededor de
la mesa de la cena de sus padres, sino la risa sofocada y avergonzada de
Sé algo que no sabes que imaginaba que probablemente era común en este
lado del río.

Los Kilbourn eran un grupo notablemente civilizado para ser personas


que se habían hecho tanto daño entre sí. Parecía que todos conocían su
papel particular y estaban seguros en él.

―Y pensabas que mi familia era rara ―susurró en el oído de Aiden.

―¿Por qué no buscamos el camino a la subasta silenciosa? ―Ferris dijo


jovialmente, ofreciendo un brazo tanto a su ex esposa como a su futura ex
esposa.
Franchesca dejó que el Señor Pies Veloces la arrastrara a otra vuelta de
la pista de baile. El hombre tenía poco más de treinta años y era muy
enérgico. También tenía un motivo oculto. Si él decía: Creo que Aiden
realmente estaría interesado en escuchar sobre esta oportunidad de inversión una
vez más, ella iba a pisotear sus rápidos pies e ir a buscar un poco de
tequila.

―Sabes, simplemente no puedo evitar pensar que Aiden...

Frankie detuvo el baile.

―Sí, no estás siendo ni remotamente sutil. Si quieres hablar con Aiden


sobre algo en lo que invertir sus trillones, ve con él. No me metas en el
camino.

Pies Veloces parecía disgustado.

―Es una oportunidad realmente emocionante.

―Amigo, en serio. ―Frankie escudriñó a la multitud en busca de Aiden,


y cuando su mirada se encontró con la de ella, ella le hizo señas para que
se acercara―. Dile qué hay para él y por qué crees que le gustaría... lo que
sea que estés haciendo ―le ordenó―. Si dice que no, te invito una copa.
Solo, por el amor de Dios, deja de hablarme de eso.

Aiden llegó a su lado.


―Aiden, Señor Uh...

―Finch. Robert Finch ―suministró Pies Veloces.

―Bien, Finch tiene algo de lo que quiere hablar contigo. ―Le guiñó un
ojo a Aiden mientras navegaba en dirección a la barra, no sabía si pedir
tequila era elegante en un evento tan clasista como este.

―¿Qué puedo ofrecerle, señorita? ―preguntó el mesero, con toda


cortesía profesional.

―Escucha, soy nueva aquí. ¿Hay alguna manera de que pueda pedir un
trago de tequila y no tener a la mitad de esta multitud chismorreando
sobre mí?

Su sonrisa se calentó unos grados.

―¿Qué tal si lo pongo en un vaso bajo y tú finges que es un whisky de


primera calidad?

―Vendido ―dijo, golpeando la barra. Ella deslizó un billete de cinco


dólares en su vaso de propina.

Él hizo un alarde de arrojar la botella por encima del hombro y


atraparla a la espalda. Coqueteos de meseros.

Frankie miró con aprecio y ocultó su sonrisa cuando vio que él estaba
captando la atención de algunas otras damas entre la multitud. Siempre
había alguien lo suficientemente borracho como para meter al personal en
un armario o en un baño antes del final de la noche en eventos como estos.

Frankie había recibido proposiciones con frecuencia en los eventos en


los que trabajó para aceptarlo como parte del recorrido, a menos que esas
proposiciones se volvieran demasiado agresivas.

Ella aceptó el vaso que le entregó con una floritura. Claramente era un
doble y le sonrió y asintió con la cabeza mientras lo dejaba con sus nuevas
admiradoras.
El evento se sentía como la boda de alguien, había blanco, cristal y plata
esterlina por todas partes. Un país de las maravillas de invierno, creía que
era el tema, tenían que ser 500 dólares por cabeza, lo que la hizo
preguntarse exactamente cuántas personas aquí se habrían sentido más
felices de gastar 250 dólares solo por el privilegio de quedarse en casa.

Pero supuso que ser vista apoyando una causa digna era parte de la
responsabilidad de la riqueza. Aiden y Pies Veloces seguían charlando
cerca de la escultura de hielo en el buffet de canapés.

Un traje se deslizó junto a ella.

―Entonces, Franchesca, ¿cuándo vas a disculparte por romperme la


nariz?

Elliot podría haber estado tratando de ser encantador, pero se encontró


como una babosa rezumando limo, él era rubio como su madre con rasgos
más finos que Aiden, era bonito, no guapo. Su presencia tampoco era tan
imponente como la de Aiden, era más una ocurrencia tardía.

―Tal vez cuando te disculpas por cometer un delito y casi arruinar la


boda de mi mejor amiga.

Él dio un elegante encogimiento de sus delgados hombros.

―Si no hay daño, no hay falta.

Ella se dio la vuelta para mirarlo.

―Hubo mucho daño y muchas faltas ―respondió.

―Vine a aclarar las cosas. Ahora que eres parte de la familia, no


podemos tener rencor entre nosotros. Ahora, ¿podemos?

―Estoy completamente bien con tener demasiado resentimiento.

Él se rió, pero sonó forzado a sus oídos.

―Creo que deberías bailar conmigo ―anunció Elliot.

―¿Tuviste una conmoción cerebral cuando te golpeé?


―Se trata de montar un espectáculo. ―Extendió el brazo hacia la pista
de baile―. ¿No quieres demostrar que puedes jugar el juego?

Frankie bebió el resto de su tequila y apuntó con el vaso vacío al mesero.


Él asintió con la cabeza y comenzó a verter.

―Un baile, y no me agarrarás el trasero ni me enojarás ni secuestrarás a


nadie, ¿entendido?

―Tienes mi palabra ―dijo, cruzando su corazón.

La llevó a la pista y colocó su mano en su cintura. A ella no le gustó


particularmente, solo había un Kilbourn cuyas manos quería cerca.

Siguiendo su ejemplo, agradecida por las tres semanas de baile de salón


que su clase de gimnasia de la escuela secundaria les había impuesto a los
estudiantes cada año.

―Entonces, ¿qué quieres, Elliot?

―Quizás solo quiero pasar tiempo con la novia de mi hermano.

―O tal vez quieras algo. Me gusta la gente que va al grano y no pierde


el tiempo con halagos o amenazas.

―Necesito algo de mi hermano.

―Entonces pregúntale a él ―dijo Frankie.

―No es tan simple ―argumentó Elliot.

―Sí, lo es.

―Necesito un favor que no me va a querer dar.

―Entonces, ¿por qué bailas conmigo? ¿Me meterás en una furgoneta y


me dormirás con cloroformo hasta que él esté de acuerdo con lo que
quieras?

―¿Dónde te encontró mi hermano?


―Bailando como stripper en una fiesta de compromiso.

Elliot se rió.

―Eres refrescante.

―Y tú me estás sofocando. No me uses para llegar a Aiden, sé un niño


grande y habla con tu hermano.

La canción terminó y Frankie abandonó a Elliot en medio de la pista y


se dirigió al bar. Estaba a menos de dos metros antes de que la
interceptaran.

―Franchesca, querida. Ahí estás ―dijo Ferris Kilbourn―. Permíteme.


Una copa de vino para la dama ―dijo caballerosamente.

Frankie miró con tristeza sus dos dedos de tequila asentados detrás de
la barra.

―¿Caminarías conmigo? ―Ferris sugirió, entregándole una copa de


vino blanco.

―Por supuesto.

Ella lo siguió hasta el borde de la habitación, donde una pared de


ventanas y puertas daba a un patio de piedra. Él le ofreció una silla en una
mesa vacía.

Agradecida de poder sentarse, Frankie se dejó caer y se quitó los


zapatos debajo de la mesa.

―Solo quería asegurarme de que no te ofendieras por las


preocupaciones que le expresé a Aiden ―comenzó Ferris.

Frankie se dio cuenta rápidamente de su juego.

―¿Preocupaciones? ―dijo ella inocentemente.

―Estoy seguro de que eres una chica encantadora ―comenzó Ferris.


―Soy una mujer aún mejor. ―A Frankie no le gustaba cuando los
hombres mayores intentaban ponerla en la misma categoría que su primo
de trece años que estaba obsesionado con Harry Styles y Snapchat.

―Por supuesto, por supuesto. Lo que quiero decir es que no quiero que
te lo tomes como algo personal que yo crea que no encajas del todo en
nuestro mundo. De hecho, me sorprendería mucho que no estuvieras de
acuerdo conmigo. ―No había malicia detrás de sus palabras.
Manipulación sí, pero ningún deseo real de hacer daño.

Había pasado cuarenta malditos minutos maquillándose para esto. En


su lugar, podría haberse aplicado sombra de ojos azul y bronceador en
cinco minutos para que la vieran por lo que era, una chica de Brooklyn
con préstamos estudiantiles y sin cartera llena.

―Entonces supongo que se sorprenderá. No estoy buscando mi camino


de salida como otros miembros de la familia ―dijo Frankie, mirando
fijamente a Jacqueline al otro lado de la habitación.

Ferris pareció aturdido por un momento.

No te lo esperabas, ¿verdad, sabelotodo?

Él había dejado caer la bomba de Aiden sabiendo muy bien que su hijo
no habría tenido esa conversación en particular con ella. Pero ella había
recuperado una pieza.

―Realmente no creo que yo sea la persona adecuada para tener esta


conversación. Si está tan preocupado por su familia, tal vez debería
planear quedarse.

Ferris suspiró y levantó su vaso.

―Ya he dado suficiente, es mi momento de disfrutar. Mi padre nunca


tuvo la oportunidad, tuvo un ataque al corazón en su oficina a los 71 años.
No quiero ser el siguiente.

Frankie se volvió en su silla para mirarlo.


―Ferris, no creo que nadie le niegue la oportunidad de hacer lo que
quiere, pero no intente dictar la vida de Aiden. Es su hijo, no solo un socio
comercial. Confíe en su juicio y no solo cuando se trata de chicas de
Brooklyn.

Él suspiró.

―No espero que comprendas las complicaciones de nuestra familia


―dijo Ferris―. Nuestro negocio, nuestra familia, están íntimamente
entrelazadas, no hay uno sin el otro. Mi hijo tiene la responsabilidad de
tomar decisiones que beneficien tanto a nuestra empresa como a nuestra
familia. ―Una vez más, sus palabras carecían de rencor. Simplemente era
un hombre que compartía su verdad.

―¿Y en cuál de esas no encajo? ―preguntó Frankie.

―¿Incluso quieres encajar? ―preguntó Ferris, dándole la espalda.

―Quiero ver feliz a Aiden.

―A veces, la felicidad es un lujo que nadie puede permitirse.

Frankie sonrió.

―Estoy bastante segura de que los Kilbourn podrían encontrar la


manera de pagarlo. ―Si los bolsillos profundos de Aiden eran un indicio
de las arcas de la familia, todos podrían dejar de trabajar para vivir en una
comuna multimillonaria en Dubái sin sentir el pellizco.

―Sólo estoy tratando de ahorrarte algo de tiempo y angustia ―agregó―.


No veo cómo una mujer a la que le importan un carajo las apariencias
encajaría voluntariamente en este mundo. Hay expectativas que debemos
cumplir.

―¿Su mundo realmente se derrumbaría si la novia de su CEO no


gastara quinientos dólares en su cabello y uñas cada dos semanas? ¿A
alguien realmente le importaría si me presento a una comida familiar en
jeans Target de 25 dólares?
―Francamente, sí. ―Se rió―. Hay ciertas expectativas que mantenemos.
Para los Kilbourn el trabajo es lo primero, me perdí la mayoría de los
cumpleaños, los juegos de béisbol e incluso algunas Navidades. Fue el
precio que tuve que pagar, pero construí algo que pueden tener mucho
después de que me haya ido. Aiden hará lo mismo y necesitará una mujer
a su lado que lo entienda, lo acepte, y abrace eso.

―¿Alguna vez pensó que tal vez Aiden preferiría tener una parte de
usted en lugar de un legado? ―sugirió Frankie―. Tal vez prefiera cenar
con usted que tirar de sus hilos desde un maldito yate porque ahora tiene
que sufrir durante los próximos veinte años de su vida mientras usted
finalmente vive.

―Crees que soy muy egoísta, ¿no? ―preguntó Ferris.

Frankie dejó su vaso.

―No lo conozco lo suficiente como para juzgarlo todavía.

―Touché.

―Gracias. Para que conste, no me importa de quién se esté divorciando


o hacia dónde navegue, pero si se preocupa más por su hijo que por un
montón de ceros y edificios y lo que sea, no lo encierre en la misma prisión
de la que usted acaba de salir.

Ferris la miró.

―Puede que te haya subestimado.

―Normalmente ese es el caso, pero eso hace que sea más fácil ganar.

Ferris levantó su copa hacia ella.

―Quizás tú encajarías.

Frankie golpeó su vaso con el suyo.

―Para referencia futura, prefiero el tequila al vino.


―Franchesca. ―Solo el sonido de la voz de Aiden fue como una caricia
en su piel.

Ella se levantó, olvidando que se había quitado los zapatos debajo de la


mesa.

―Upss, lo siento. Demasiados bailes ―dijo, sacando los tacones de


debajo de la mesa.

Él tiró de ella hacia su costado.

―¿Tenemos una reunión privada? ―su voz era cautelosa.

―Tu papá y yo estábamos discutiendo nuestras preferencias de


bebidas.

Ferris se levantó.

―Franchesca, fue... refrescante hablar contigo.

―Revelador ―coincidió Frankie. Lo vieron alejarse, uniéndose a un


grupo de hombres agrupados alrededor de una pintura de lo que parecía
una orgía romana.

―¿Mi padre te estaba molestando?

―Realmente no, fue bastante educado con la perorata de 'no eres lo


suficientemente buena para mi hijo'.

Los ojos de Aiden se entrecerraron.

―Hablaré con él.

Ella sacudió su cabeza.

―No es necesario, le dije que era mejor que se acostumbrara a mí


porque he estado haciendo agujeros en nuestros condones durante
semanas, y es solo cuestión de tiempo antes de que tenga un nieto con
quien lidiar.

Su risa retumbante llamó la atención de los invitados cercanos.


―¿Estás lista para irte? ―preguntó Aiden, levantando los dedos para
jugar con uno de sus pendientes.

―Dios, sí. Me duelen los pies, y si un idiota más intenta atraparte a


través de mí, romperé una botella de Cristal sobre su cara engreída.

―Sólo avísame para que pueda tener a mi abogado en guardia.

―¿Por qué la gente no puede simplemente hablar contigo y pedirte una


mierda? ―Frankie murmuró.

―Porque soy muy poderoso e intimidante y porque ven que tienes


influencia sobre mí.

―¿Puedo influenciarte para que compres algo de comida tailandesa de


camino a casa?
―¿Fue un baño de sangre? ―Oscar preguntó, entregándole a Aiden un
frasco de medicamentos para el dolor de cabeza mientras pasaba por su
escritorio.

―Peor ―dijo Aiden, luchando contra el dolor que florecía detrás de sus
ojos. Worthington Financial, una firma de consultoría contable, no se
había tomado en serio los criterios de búsqueda de su candidato a Director
de Información y le había presentado a los mismos viejos blancos. Lo
había enojado lo suficiente como para que Aiden retirara a un equipo de
la venta en la que estaban metidos hasta el cuello para poder analizar la
estructura corporativa.

Con un poco de investigación y un poco de presión aplicada con


precisión, Aiden descubrió una cultura podrida de acoso y
comportamiento misógino y despidió a siete de los altos directivos de la
empresa en media hora. Con las amenazas de demandas de los recién
caídos todavía resonando en sus oídos, Aiden había convocado una
reunión de toda la empresa y anunció una reestructuración inmediata.
Dos asistentes administrativas se echaron a llorar mientras le daban las
gracias y una vicepresidente junior, exactamente el tipo de persona que
quería para director de información, anuló la renuncia que ella había
presentado dos días antes.

Ordenó a un consultor de recursos humanos independiente que se


trasladara a los escombros para que se ocupara de las consecuencias
internas y advirtió a los abogados de Kilbourn Holdings que había una
situación.
―¿Los sacaste a todos? ―preguntó Oscar. El hombre amaba dos cosas
en la vida: a su pareja Lewis y los jugosos chismes corporativos.

―A la mayoría de ellos. ―Aiden notó la hora en su reloj. Sus dos


reuniones de la tarde se habían convertido en una conferencia apresurada
en el automóvil y una cena tardía, durante la cual su dolor de cabeza le
impidió comer algo―. Ya es tarde, deberías irte antes de que Lewis venga
a buscarte.

―Me reuniré con él para tomar algo para celebrar otra semana en que
su madre no se mudará con nosotros. ―Oscar sacó su abrigo del perchero
y se lo puso―. No trabajes demasiado tarde ―le recordó a Aiden―. Estoy
seguro de que hay una chica de Brooklyn esperándote en alguna parte.

El solo pensamiento de Frankie levantó el ánimo de Aiden. Ella tenía


un trabajo de catering esta noche. Uno de los últimos, por lo que no se
verían, pero eso no significaba que no pudiera llamarla.

―Vete a casa, Oscar ―dijo de nuevo―. Y a primera hora de la mañana,


puedes ayudar a iniciar la búsqueda de nuevos altos directivos, tal vez
podamos elegir primero de nuestro propio patio trasero.

―Por supuesto. También estaré feliz de asegurarme de que los que


despediste no puedan emplearse en ningún otro lugar.

―Eres un francés malo, ¿lo sabes? ―Aiden dijo, con una débil sonrisa.

―El más malo.

Aiden observó cómo Oscar se dirigía hacia los ascensores, el resto de


las oficinas estaban a oscuras, eran casi las nueve y Aiden todavía tenía
algunas horas de trabajo para ponerse al día. Si pudiera adelantarse al
dolor de cabeza... y dejar de pensar en los eventos del día.

Dos de los hombres habían llorado cuando él apretó el gatillo. Ninguno


era inocente, pero había algo insatisfactorio en castigar a alguien que se
sentía víctima.

―Tengo dos hijos en la universidad ―había suplicado uno.


―Entonces no debería haber ordenado a Recursos Humanos que
ignorara las quejas contra usted y sus colegas ―había dicho Aiden
enérgicamente. Fue eficiente y frío. Despiadado. Era más intimidante de
esa manera cuando trataba a la gente como mosquitos que importaban
tan poco para molestarse en enojarse por ellos.

Por dentro, tenía todo menos frío. Estos hombres habían creado un
ambiente de trabajo tan hostil que era una maravilla que quedaran
empleados.

Era la decisión correcta, quizás fue un poco brusco, pero marcaría la


pauta para el próximo año. Eran una nueva adquisición y esta era la forma
más rápida de enviar el mensaje de que Kilbourn Holdings no toleraría
nada menos que la igualdad y nada más que la justicia.

Tener que defender su decisión ante su padre por teléfono no ayudó.

Ferris estuvo de acuerdo en que algo debería haberse hecho, pero no


ahora y ciertamente no al hacer tal declaración.

―Ya estamos lidiando con suficiente transición ―argumentó―. No veo


por qué habrías asumido un proyecto de esta magnitud que solo desviará
tu atención de cosas más importantes.

En otras palabras, Ferris sintió que las mujeres deberían haberlo


aguantado un poco más, al menos hasta que él estuviera en su bote
fumando un cigarro sin preocupaciones a la vista.

Aiden estuvo respetuosamente en desacuerdo y se lo hizo saber.

Él quería irse a casa. Tacha eso. Él quería ir con Franchesca y acostarse


junto a ella en la cama hasta que todo se sintiera bien de nuevo.

―Bueno, pero si es mi hermano que trabaja y no juega ―dijo Elliot con


sarcasmo desde la puerta de Aiden.

Y así, la noche de Aiden empeoró.

―Mira quién dejó de evitar mis llamadas. ―Desde que su padre había
tomado la decisión de renunciar, Aiden había estado tratando de
programar una reunión con Elliot. Y, hasta esta noche, su medio hermano
lo había estado evitando.

Estaba vestido para salir, llevaba un blazer con solapas de terciopelo y


una elegante pajarita a cuadros. Parecía un idiota exagerado.

Elliot se quitó una mota de pelusa del hombro.

―Lo siento jefe. He estado ocupado.

―¿Haciendo qué, exactamente? ―Ferris le había permitido a Elliot tener


un título y tenía una oficina disponible para él en caso de que su hermano
mostrara algún signo de interés en el negocio.

Elliot se deslizó en la silla frente al escritorio de Aiden y apoyó sus


brillantes mocasines en la superficie.

―Un poco de esto, un poco de aquello.

―Vamos a cortar por lo sano. A partir de ahora, debes ser un miembro


contribuyente de esta familia y de este negocio.

Elliot se burló de él.

―¿Quieres más trabajo de mí? Entonces quiero una oficina más grande
y un asistente, quiero tener voz y voto en las operaciones.

Aiden permaneció impasible.

―Te ganas esas cosas probándote a ti mismo, no sólo por tener el


apellido correcto.

―De acuerdo, entonces compra mi parte. ―Elliot se cruzó de brazos con


aire de suficiencia y dijo una cifra que era demasiado precisa para haber
salido de la nada―. Ese es el precio para sacarme de tu cabello.

―Esa no es una opción. ―Por mucho que a Aiden le encantaría hacerle


un cheque al bastardo aquí y ahora, le había prometido a su padre un año.
Un año entero para darle a Elliot la oportunidad de demostrar su valía y
fracasar.
―Entonces se la venderé a otra persona.

Aiden miró a su hermano hacia abajo.

―Será mejor que lo pienses mucho antes de hacer algo irreversible. Los
Kilbourn tienen la mayoría, si vendes tu porcentaje, ese ya no sería el caso.
Pondrías en riesgo a la empresa.

Elliot se encogió de hombros, pero Aiden vio las gotas de sudor en su


frente. Elliot era muchas cosas, la mayoría de ellas terribles y ofensivas,
pero su deseo de ser reconocido como un Kilbourn valioso era lo primero
en todo momento. Si algo lo había asustado lo suficiente como para
vender su única porción del pastel, debía ser una gran amenaza. Aiden
casi sintió la curiosidad de empezar a excavar.

―Si deseas seguir recibiendo un cheque de pago, tendrás que hacer algo
para ganártelo. No me importa si eso significa que estés haciendo café en
la sala de descanso o si estás vaciando botes de basura en la sala de
conferencias. Contribuirás o no tendrás un lugar aquí.

―Te has estado muriendo por deshacerte de mí desde que nací ―se
quejó Elliot―. Ahora es tu oportunidad.

―Un año. Sabes a dónde va esta empresa y cómo se ve el futuro, serías


un idiota si vendes ahora.

―Algunos de nosotros no tenemos otra opción ―siseó Elliot, dejó caer


los pies al suelo y se inclinó hacia adelante en su silla―. Algunos de
nosotros nunca fuimos los favoritos, tuvimos que conformarnos con
sobras y hacemos lo que tenemos que hacer para sobrevivir.

―Te han dado todo lo que siempre quisiste ―señaló Aiden.

―No todo y el resto nunca fue suficiente. Así que vas a comprar mi
parte, o iré con esa linda amiguita tuya y le diré exactamente por qué tu
amigo Chip le rompió el corazón a su mejor amiga hace tantos años.

Aiden se quedó quieto en su asiento.

―¿Qué te hace pensar que yo tuve algo que ver con eso?
Elliot se burló.

―Has ignorado mi existencia toda mi vida, y yo escuché muchas cosas


en esa casa.

La mano de Aiden apretó el bolígrafo, pero mantuvo su rostro


impasible y desinteresado.

―¿De verdad crees que esa información tendría algún efecto en mi


relación con Franchesca ahora? Si recuerdas, Chip y Pruitt están
felizmente casados ahora y no gracias a ti.

―Ah, pero imagina cómo se sentiría Franchesca sabiendo que tú fuiste


la razón por la que su mejor amiga en todo el mundo estuvo a punto de
ser hospitalizada, había muchos rumores en ese entonces sobre lo duro
que se tomó la ruptura. Chip no sabía lo que estabas haciendo, pero yo sí.
Reconozco la manipulación cuando la veo. ¿Cómo crees que se sentiría al
saber que tú orquestaste su ruptura?

―No tienes nada, te ofrezco la oportunidad de ser finalmente una parte


real de esta empresa. ―Aiden mantuvo sus palabras recortadas.

―Tienes una semana para decidir. Compra mi parte, o voy a contarle


tus sucios secretos a Franchesca. ―Con eso, Elliot salió de la oficina de
Aiden en un ataque de mal genio.

Y ahora el dolor de cabeza de Aiden estaba en toda regla. Echó un


vistazo al indicador parpadeante del correo de voz, a las docenas de
mensajes nuevos en su bandeja de entrada, a la ordenada pila de contratos
que esperaban su firma y se levantó.

Para cuando llegara ahí, Frankie probablemente estaría llegando a casa.


Él la deseaba y la necesitaba. Llamó a su servicio de automóviles.

―Vamos a Brooklyn.
Aiden cerró los ojos en el auto y dejó que la oscuridad y la tranquilidad
lo relajaran. Para cuando llegó a los escalones de la entrada de Frankie,
eran las diez y solo quería acostarse en esa gran cama, rodearla con los
brazos y dormir.

Pulsó el timbre del apartamento de Frankie y no se sorprendió por la


falta de respuesta. Pulsó el timbre de la señora Gurgevich en el 2A.

―Lamento molestarla tan tarde, señora Gurgevich ―dijo Aiden cuando


ella respondió. El mundo giraba en halos y perturbaciones visuales
nauseabundas a su alrededor.

―¿Esa chica aún no te ha dado una llave? ―ella refunfuñó.

―Todavía no, señora.

―¿Has probado con flores? ―sugirió a través del crepitar del altavoz.

―Intentaré eso ―estuvo de acuerdo.

―Cruzaré los dedos por ti. ―Ella lo hizo entrar y Aiden subió los tres
tramos de escaleras rezando para que su cabeza no cayera de sus
hombros. Se sentaría en el pasillo y la esperaría, debería haberle enviado
un mensaje de texto, pero parte de él quería ponerla a prueba. ¿Estaría
feliz de verlo? ¿Molesta? Necesitaba saberlo antes de ir más lejos, podía
sentirse atraído hacia ella y necesitaba saber exactamente hasta dónde se
sentía cómoda yendo, antes de poder dar más piezas de sí mismo.

La puerta al otro lado del pasillo se abrió.

―Oh, eres tú. Pensé que era el señor McMitchem al final del pasillo
robando mi periódico ―dijo la señora Chu, mirando hacia abajo para
asegurarse de que su periódico señuelo todavía estaba ahí.

Aiden vislumbró un abrigo rosa y una zapatilla de felpa a través de la


rendija de la puerta.

―Siento haberla sorprendido, señora Chu. Solo estoy esperando a que


Franchesca, ah, Frankie, llegue a casa.
―Si estás al acecho por aquí, el señor McMitchem se asustará. Ten. ―
Ella desapareció por un momento y luego regresó, empujándole una
llave―. Tenemos un repuesto.

Necesitaba llevar a Franchesca a un edificio con mayor seguridad, sus


vecinos le darían la bienvenida con gusto a un sospechoso de robo a un
banco con una AK-47 en el interior.

Pero sería más cómodo que sentarse en el pasillo, así que abrió la
puerta, devolvió la llave y entró.

Siempre le sorprendía el contraste entre su hogar y el de Frankie. El de


ella gritaba que estaba vivo, aunque algo desordenado. Había platos en el
fregadero, correo en la mesa y un montón de ropa limpia en el suelo justo
fuera de la cocina, como si hubiera rebuscado en la cesta en busca de una
pieza en particular a toda prisa.

Con una ridícula gratitud, notó que ella le había lavado un par de
sudaderas y una camiseta. Se quitó el traje, pensó en asaltar sus gabinetes,
pero decidió que su dolor de cabeza estaría mejor descansando en lugar
de comiendo. Se acostó en el sofá y trató de poner su cerebro a trabajar en
el problema que tenía entre manos. Sabía qué pasaría si Frankie supiera
lo que había hecho, en cómo había empujado a Chip a romper con Pruitt
y por los comentarios que había hecho Frankie, la ruptura había sido
devastadora para Pruitt.

¿Cómo iba a arreglarlo todo? Fue su último pensamiento cuando la


oscuridad y el silencio lo envolvieron.
Estaba tumbado en el sofá de ella, con una almohada sobre la cara, y la
camiseta mostraba una mirada sexy de sus abdominales por encima de la
cintura baja de sus pantalones de chándal.

Frankie habría gritado cuando entró por la puerta de su casa, pero no


había manera de confundir ese cuerpo hermoso y divino con un extraño
que irrumpió para robarla y violarla. Aiden Kilbourn era su invitado
misterioso y, a juzgar por sus ojos llorosos, no estaba aquí por sexo.

―Hola ―dijo en voz baja.

Él hizo una mueca de dolor ante la luz y volvió a cerrar los ojos.

―Hola ―dijo con voz ronca―. ¿Qué hora es?

―Poco antes de las 11.

―Perdón por irrumpir.

―Viendo que mi puerta todavía está intacta, imagino que la señora Chu
te dejó entrar ―dijo Frankie, pasando los dedos por su espeso cabello
oscuro.

―Necesitas mayor seguridad. ―Él acarició su mejilla contra su mano y


Frankie se derritió por dentro.

―¿Dolor de cabeza? ―ella preguntó.


―Sí.

―Aguanta, chico duro. ―Ella le dio un suave beso en la frente y se


dirigió a la cocina. Regresó con un vaso de agua y dos comprimidos―. No
tengo ninguno de los buenos productos recetados de Pru, pero esto es de
venta libre.

Se abrió camino hasta una posición sentada, y ella pudo ver que le dolía.

―¿Cómo estuvo tu noche? ―le preguntó, tomando las pastillas y el


agua.

Su cabello estaba despeinado por el sueño, las puntas se rizaban


suavemente en su cuello. ¿Cómo era que el arrogante y exigente Aiden
podía hacer que su sangre cantara, pero el vulnerable y dulce Aiden
convertía su frío y duro corazón en papilla?

―Estuvo bien ―mintió. No había estado bien, había sido un dolor de


cabeza y un poco de choque cultural pasar de asistir a una gran función
benéfica una semana a trabajar en la siguiente, ahora se sentía como si no
perteneciera a ninguno de los dos lugares.

Quizás ella también era dos personas. Franchesca, la novia del


empresario, y Frankie, la estudiante de posgrado de Brooklyn que
esparcía la bomba M como polvo de hadas.

―¿Cómo estuvo tu día?

Él se llevó los dedos a los ojos, pero ella aún podía ver la mueca.

―No tienes que hablar de eso si no quieres. ―Ella llevó su vaso vacío a
la cocina y abrió una lata de Coca Cola.

―Por eso vine aquí. ―Ahora sonaba un poco malhumorado, y ella lo


encontraba entrañable.

Ella le entregó la lata.

―Toma, dupliquemos la cafeína.

―Gracias ―murmuró.
―Ven ―dijo, tirando suavemente de su mano―. Vamos.

―¿A dónde vamos?

―A la cama.

―No sé qué tan bien me desempeñaré...

―A dormir, Aide. Solo para dormir, prometo no saltar sobre tus huesos
hasta que te sientas mejor.

―Oh.

Ella lo condujo al dormitorio y lo arropó en su lado de la gran cama


tamaño king. Su lado. Tenía un lado en su cama, un cajón en su baño, y
probablemente era hora de que él también tuviera una llave en lugar de
depender de la amabilidad/curiosidad de sus vecinos.

Frankie le dio un beso en la frente. Cuando ella trató de alejarse, él la


agarró de la mano.

―¿A dónde vas? ―preguntó.

―Cariño, me voy a cambiar y luego vendré a la cama.

―Probablemente no estés cansada todavía.

Ella no lo estaba, después de correr como una tonta durante cuatro


horas alimentando a la gente grosera y limpiando sus líos, por lo general
estaba un poco acelerada.

―Voy a leer en la cama, junto a ti.

―Okey. ―Él apretó la cara contra la almohada.

Maldita sea. El vulnerable y necesitado Aiden seguía siendo sexy como


la mierda y todo lo que quería hacer era envolverlo en una colcha y
cuidarlo hasta que se sintiera mejor. La estaba haciendo sentir rara en el
área de su pecho. Cálida y... feliz. A ella no le gustó.
Se tomó su tiempo para lavarse los dientes y lavarse la cara. Cuando
regresó al dormitorio en busca de un pijama, él estaba dormido con una
almohada sobre la cabeza.

El pobre indestructible Aiden había encontrado su límite. De hecho,


debe haber sido un día muy duro, ella había echado un vistazo a su
calendario de trabajo antes, estaban programados hasta los minutos en la
mayoría de los días. Aiden Kilbourn hacía más cosas antes de las diez que
la mayoría de la gente en todo el día, diablos, en toda la semana, pero
reconoció un patrón.

El trabajo era su vida y empujaba hasta que quemarse y luego volvía a


levantarse y empujaba un poco más.

Podía admirar ese tipo de dedicación, pensó Frankie mientras retiraba


las mantas y se deslizaba entre las sábanas. Se recostó contra las
almohadas con su eReader.

Era algo que tenían en común. Claro, la vida laboral de él lo involucraba


dirigiendo un conglomerado multimillonario, su vida laboral consistía en
dos trabajos a tiempo parcial y una escuela de posgrado, pero aun así
ambos tenían los ojos puestos en el premio y ninguno se detendría ante
nada. Él: en la dominación mundial o el equivalente corporativo. Ella: en
una maestría y un futuro económicamente seguro.

Era curioso lo similares que podían ser dos personas de lados opuestos
de las vías.

Él se movió en el colchón y sin abrir los ojos rodó a su lado,


acurrucándose alrededor de ella y presionando su rostro contra su brazo.

Él soltero más elegible de la ciudad estaba en su cama, aferrándose a la


vida y su corazón estaba haciendo algo divertido y palpitante.

―Hijo de puta ―murmuró. Ella se estaba enamorando de él y este no


iba a ser un aterrizaje suave.

Cogió su eReader y abrió la novela que había empezado, al menos ahí


se le garantizaba un feliz para siempre.
¿La nueva novia de Aiden Kilbourn, una mesera de catering?

Apenas la punta: la mesera multimillonaria.


Frankie se abrió paso entre la multitud, con una bandeja de patatas
fritas con tocino en la mano, era su penúltimo trabajo de catering, con el
dinero en efectivo de esta noche tendría casi lo suficiente para pagar su
tarjeta de crédito que aún lloraba por la boda de Pru.

Los ricos estaban recaudando dinero para los manatíes o las tortugas
marinas o algún tipo de vida marina en peligro de extinción en una galería
de arte de Upper West Side. Estaban garabateando cheques con una mano
mientras bebían cócteles exclusivos y tapas de champiñones rellenos con
la otra.

―Estos son divinos ―suspiró una mujer con lentejuelas negras,


tomando otro aperitivo de la bandeja de Frankie―. La única razón por la
que vengo a estas cosas es por la comida ―confesó.

Frankie le dio una sonrisa.

―En ese caso, no te pierdas las tostadas de queso Brie.

Dio una vuelta por el otro lado de la habitación sonriendo cortésmente


y señalando los baños cuando le preguntaron, y se sorprendió por
completo cuando el considerable pecho de Cressida entró en su campo de
visión.

Mierda. Tenía la esperanza de permanecer lo más oculta posible. Su jefe


de catering ya tenía reservas sobre permitir que la novia de Aiden
Kilbourn repartiera aperitivos a sus nuevos amigos, lo último que
necesitaba era un altercado con la dama nupcial de Pru.

Frankie se agachó detrás de un caballero alto y encorvado y miró


alrededor de su codo. Cressida no estaba sola, estaba del brazo del
acompañante del novio y genio comerciante Digby. Frankie estaba tan
sorprendida que no se dio cuenta cuando su tapadera se dirigió hacia el
bar.

―¿Frankie? ―preguntó Digby, inclinando la cabeza hacia un lado.

Mierda, mierda, mierda.

Frankie plasmó una brillante sonrisa en su rostro.

―Hola, Digby. Cressida. Es bueno verlos ―dijo por una vez deseando
estar en un lindo vestido en un programa de recaudación de fondos y no
con una bandeja de bocadillos de tocino.

Cressida miró el uniforme de Frankie.

―¿Estás trabajando? ―ella preguntó.

Frankie enderezó los hombros, desafiándolos a decir algo.

―Sí. Entonces, ¿qué los trae a ustedes dos por aquí? ―ella preguntó.

Digby tomó una tostada de su bandeja.

―Cressida es la dueña del edificio ―dijo masticando alegremente.

―Y me gustan los manatíes ―ella agregó señalando uno de los carteles


informativos que cuelgan del techo.

La rubia de grandes pechos era una magnate inmobiliaria, y Frankie se


ganaba la vida ofreciendo aperitivos, a veces la vida no era del todo justa.

Digby buscó en su bolsillo.

―Usa tu teléfono y haré que te maten ―ronroneó Cressida.


Digby terminó tímidamente su búsqueda y tomó otro aperitivo.

―Lo estoy entrenando para que no sea un idiota ―anunció Cressida―.


Buena suerte con tu entrenamiento de Aiden.

―Uh, ¿gracias? ―dijo Frankie.

Digby sonrió.

―Escuché que Margeaux no se tomó bien la noticia de que ustedes dos


salían bien.

―Por qué Margeaux piensa que es asunto suyo, es algo que se me


escapa.

―A esa no le gusta perder ―anunció Cressida―. Debemos ir a hacer el


amor ahora.

La cara de Digby se iluminó y, por una vez, no fue por la luz de fondo
de su teléfono, parecía como si hubiera ganado la lotería.

―Me alegro de verte, Frankie, dile a Aiden que le mandamos saludos


―dijo apresuradamente, agarrando la muñeca de Cressida y
arrastrándola hacia la puerta.

―Huh ―dijo Frankie, mirándolos irse. Quizás había algo en el agua de


Barbados y se estremeció, compadeciéndose del hombre que acabara con
Margeaux.

Ella siguió adelante, circulando como un fantasma entre la multitud


hasta que su bandeja estuvo vacía. De vuelta en la pequeña cocina, se
reabasteció, Jana se deslizó por la puerta con una bandeja de vasos sucios.

―Otra hora y empezamos a empacar ―cantó. Su cabello rubio estaba


teñido de turquesa hoy.

Frankie no podía esperar a que terminara esa hora y, con ella, esta parte
de su vida para poder asumir su nuevo papel favorito: calentador de cama
de Aiden. Como ya estaba en la ciudad, tenía sentido que se quedara en
su casa esta noche, sobre todo porque mañana era sábado. El plan era
dormir hasta tarde y tomar un brunch el sábado, luego cenar con el padre
de Aiden, su nueva amiga y la madre de Aiden. Como siempre, los
Kilbourn lo mantenían bastante civilizado, aunque no lo suficientemente
civilizado como para invitar a la madrastra/futura ex. La noticia del
divorcio se había filtrado anticipadamente y el chisme era desenfrenado
incluso aquí.

Se rumoreaba que Jacqueline había estado en la lista de invitados para


esta noche, pero estaba demasiado humillada para mostrar su rostro.
Frankie supuso que la mujer probablemente estaba revisando su acuerdo
prenupcial con una lupa en lugar de sufrir una verdadera humillación,
era divertido servir comida a algunas de las mismas personas con las que
había bailado la semana pasada, pero como era habitual, nadie miraba a
un mesero a los ojos a menos que buscaran algo más que comida o bebida.

El anonimato era más reconfortante que cualquier otra cosa, Aiden no


había mencionado nada sobre sus trabajos de catering, pero imaginó que
debía ser extraño para él tener una novia que limpiara para sus pares.

―¿Franchesca? ―Cecily Kilbourn ladeó la cabeza―. ¡Eres tú! ―Ella


llevaba un vestido amarillo sencillo pero deslumbrante que solo una
mujer con su color y su porte podría empezar a lucir.

―Señora Kilbourn ―dijo Frankie, casi sacudiendo su bandeja.

Su estatus de fantasma acababa de ser revocado.

―Por favor, llámame Cecily ―dijo con una sonrisa genuina―. ¿Está
Aiden aquí?

―No. Trabajaba hasta tarde esta noche.

―Ah, mi hijo siempre está trabajando ―suspiró Cecily―. Se parece a su


padre en esa área.

―Es muy dedicado ―coincidió Frankie.

―Esa es una forma muy educada de decir que debe tener cuidado antes
de comenzar a seguir el resto de los pasos de su padre. Me alegro mucho
de que te haya encontrado, parece bastante cautivado por ti.
―Lo mismo. Quiero decir, siento lo mismo.

―Puedo ser parcial ―dijo Cecily―, pero él es un gran premio.

―Estamos disfrutando el tiempo que pasamos juntos ―dijo Frankie, sin


saber cómo entablar una pequeña charla con la madre de su novio cuando
se suponía que debía repartir cócteles de camarones en miniatura servidos
en cucharas de cerámica.

―¿Qué encontraste ahora, Cecily? Vas a terminar diez libras más


pesada cuando te vayas de aquí si no te mantienes alejada de la comida.
―Jacqueline, ni humillada ni pegada a su acuerdo prenupcial, se acercó
sigilosamente a ellas y tomó una muestra de la bandeja de Frankie, la
probó y arrugó su bonita nariz―. Puaj. Repugnante. Odio los camarones.
―Dejó caer los camarones a medio comer en la bandeja en un bulto
masticado.

Estúpida.

―¿Dónde está la chica del queso brie? ―exigió.

―Jacqueline, te acuerdas de la novia de Aiden, Franchesca, ¿no?


―Cecily dijo intencionadamente.

Jacqueline tardó un momento en darse cuenta de que Cecily estaba


hablando de Frankie que empuñaba la bandeja y no de otra persona.

―¿Eres mesera? ―Jacqueline preguntó riendo. Sus cejas estaban tratando


de alzarse valientemente, pero la frente impecable solo permitió que sus
ojos se abrieran un poco.

―Entre otras cosas, señora Kilbourn.

Jacqueline parecía estar sopesando si debería o no ser vista hablando


con el servicio.

―Bueno, disfruten de su charla de chicas ―dijo, casi con los ojos bizcos
de mirarlas con desprecio―. Tengo otra fiesta a la que asistir pronto, así
que debo despedirme. ―Ella se agitó en su satén y perlas.
―Esperemos que la próxima sea un poco más tolerable ―suspiró Cecily.

―¿Cómo pasó Ferris de usted a eso? ―preguntó Frankie. Oh, mierda.


¿Cuándo iba a aprender a mantener la boca cerrada?

―Probablemente tuvo algo que ver con que ella estuviera embarazada
de su hijo ―reflexionó Cecily―. Ups. Secreto familiar, simplemente finge
que dije algo realmente zen y dulce en su lugar.

―Tienes razón, Jacqueline es realmente un tesoro ―dijo Frankie.

―¡Oh, Cecily! ―Una mujer con un chal burdeos saludó desde su punto
de vista de cerca de una estatua muy desnuda.

―Esa es una amiga mía. ¿Quieres que te presente? ―ella preguntó.

Frankie negó con la cabeza.

―Espero que no le importe, pero prefiero permanecer de incógnita. Solo


me queda un trabajo de catering más y es más fácil si nadie conoce mi...
conexión con Aiden.

Cecily asintió.

―Entiendo. Bueno, fue un placer verte y tengo muchas ganas de cenar


mañana por la noche.

―Yo también ―dijo Frankie. Y se dio cuenta de que realmente lo decía


en serio.

Frankie se dirigió hacia la cocina para deshacerse de los camarones


muertos de Jacqueline. Nada mata más el apetito como la comida
masticada de otra persona.

―¿Viste con quién estaba hablando Cecily?

Frankie escuchó la voz de Jacqueline proveniente de un grupo de


mujeres que estaban cerca del bar.

―¿Con quién? ―preguntó alguien, entrecortada de entusiasmo por


cualquier chisme.
―Una mesera.

―¿Estaba recibiendo una receta?

―La mesera es la novia de su hijo.

―¡No! ―alguien jadeó de horror.

De acuerdo, eso fue un poco exagerado. No es como si acabara de


anunciar que Aiden estaba desayunando perros callejeros.

―¡Sí! ―Jacqueline anunció alegremente―. De tal padre, tal hijo,


supongo. Ambos tienen algo por el servicio.

―¿Cecily también era mesera? ―preguntó una de las otras mujeres.

―Casi así de mal ―continuó Jacqueline―. Ella era secretaria o algo así
en la firma de diseño de interiores que él contrató para hacer la casa en
los Hamptons. ¿Puedes imaginar? Pobrecita siempre pensó que éramos
amigas, pero eso es lo que haces para ayudar, les das una palmadita en la
cabeza y les dices que están haciendo un buen trabajo y luego cuentas la
plata cuando se van.

Ellas se rieron como una bandada de gallinas.

―Ahí va la línea de sangre ―suspiró alguien.

―Supongo que debería haberle dicho a mi hija que consiguiera un


trabajo en un restaurante de comida rápida o como conserje cuando quiso
llamar la atención de Aiden hace tantos años.

Frankie se sorprendió de que la bandeja no se rompiera en su mano por


la presión que estaba aplicando, hizo un cálculo rápido. ¿Exactamente qué
tan malas serían las consecuencias si golpeara a la futura ex señora
Kilbourn en la cabeza con esta bandeja?

Mierda. Bastante malo. Ella estaba hirviendo. De acuerdo, la violencia


física estaba fuera, pero ella no estaba dispuesta a dejar pasar esto.

Frankie agarró un palillo de cóctel de la barra y se acercó a las hienas.


―Ahí estás, Jackie. Tienes un poco de espinaca pegada en tu dentadura
postiza ―dijo entregándole el palillo―. Odiaría que todos se rieran de ti a
tus espaldas.

La risa se detuvo y Jacqueline la miró con frialdad.

―Oh, y estoy muy orgullosa de ti por aparecer esta noche, no puedo


imaginarme mostrando mi cara en público si mi esposo me dejara por una
mujer quince años más joven. Bien por ti, cariño. ¿Vendrás a cenar
mañana por la noche para conocer a la nueva señora Kilbourn con el resto
de la familia?

La boca de Jacqueline colgaba en algún lugar alrededor de sus tetas


aumentadas cuando Frankie se alejó.

De acuerdo, no fue tan satisfactorio como darle una en la cara, pero se


sintió bastante bien.

Ella regresó furiosa a la cocina, tomó un respiro de dos minutos y luego


plasmó una sonrisa profesional en su rostro y regresó a la multitud cada
vez más reducida. Jacqueline se había ido y parecía que se había llevado
a la mayoría de sus compinches con ella, probablemente para demostrar
que no llevaba dentadura postiza.

Sin embargo, todo el mundo la miraba y le daba profusos


agradecimientos cuando pasaba con la bandeja. Puaj. Ella prefería cuando
eran demasiado importantes para mirarla, los rumores viajaban rápido en
la alta sociedad. La novia de Aiden Kilbourn estaba ofreciendo aperitivos en un
delantal un viernes por la noche. ¿A dónde iba a llegar el mundo?

―Me encantaría un trozo de lo que sea que tengas. ―La voz era suave
con un coqueteo practicado que inmediatamente hizo que Frankie se
tensara.

―¿Los champiñones rellenos? ―preguntó, empujando la bandeja entre


ellos.

Él era delgado y musculoso y de complexión delgada, cercano a su


propia altura. Supuso que ella lo superaba en unas buenas diez libras.
Había algo insolente en la forma en que examinó su bandeja antes de
meter la tapa en forma de hongo en su boca y hacer un espectáculo al
lamerse los dedos.

―Soy Lionel, por cierto.

―Hola, Lionel ―dijo, no interesada en continuar con la parte de la


velada que incluía conocerlo.

―Estoy seguro de que Aiden me ha mencionado antes. Por lo general,


lo venzo en el campo de polo ―dijo Lionel, quitándose la mata de cabello
rubio de la frente―. Nos gusta competir entre nosotros en todo. ―Él bajó
la voz como si le estuviera contando un secreto.

―Bien por ti ―dijo ella dejándolo a un lado, pero él la siguió,


bloqueándole el camino.

―Eres muy hermosa, ¿sabes? Te vi desde el otro lado de la habitación y


no podía apartar los ojos de ti.

―Ve al grano, Lionel ―exigió Frankie con la mínima cortesía que pudo
reunir. Odiaba verse restringida por el profesionalismo requerido en su
puesto actual.

Él extendió la mano y le pasó un nudillo por la mejilla.

―Creo que te gustaría estar en mi cama más que en la de Kilbourn. ¿Qué


dices?

Vete a la mierda. Jódete a ti mismo. Úntate carne molida y camina hacia una
cueva de osos grizzly.

―No, gracias. ―Había suficiente frialdad en sus palabras como para que
Lionel se hubiera congelado.

―Quizás necesites un poco de convicción, me gusta cuando una chica


juega duro para conseguirlo.

―¿Me estás hablando así porque soy del servicio o porque tu billetera
dice que puedes?
Él echó la cabeza hacia atrás y se rió.

―Qué gatita salvaje eres. Vamos, olvídate de Kilbourn y tómate una


copa conmigo, te pagaré el resto de tu turno.

Lionel cometió un error fatal al agarrar su muñeca y darle un tirón.


Aiden frunció el ceño ante el mensaje de texto de Frankie.

Frankie: No puedo ir esta noche. ¿Lo dejamos para otro momento?

La última vez que hablaron, ambos estaban ansiosos por pasar una
noche juntos. Aiden tamborileó con los dedos sobre el escritorio, con un
temor creciendo en la boca de su estómago. ¿Realmente Elliot había
cumplido su amenaza? ¿Él había subestimado a su hermano cobarde y
llorón? El hecho de que Elliot necesitaba dinero era obvio. ¿Pero en cuanto
al por qué? Seguía siendo un misterio inquietante.

La investigación de Aiden apenas había comenzado y todavía tenía que


desenterrar cualquier conexión entre Elliot y Donaldson.

Él asumió que era una amenaza vacía, Elliot era muchas cosas
indeseables, pero su búsqueda de ser un activo importante para su padre
no era igual a ningún otro objetivo y Aiden contaba con esa situación para
ganar algo de tiempo, necesitaba averiguar cómo darle la noticia a
Franchesca de que él le había causado a sus mejores amigos años de
miseria.

Podía hacerlo satisfaciendo las necesidades financieras de Elliot o


maniobrar para salir del compromiso que hizo con su padre.

En resumen, estaba jodido.


Su teléfono sonó y Aiden lo tomó, era su madre. Se debatió brevemente
en dejarla ir al buzón de voz, pero cambió de opinión.

―Perdón por llamar tan tarde ―dijo Cecily, con su voz luminosa―. Pero
sabía que estabas trabajando de todos modos, quería decirte que esta
noche me encontré con Franchesca en un evento, ella estaba trabajando.

―¿Estaba Elliot ahí también, por casualidad? ―Aiden se pellizcó el


puente de la nariz esperando buenas noticias.

―No lo vi, pero su madre sí estaba.

Los labios de Aiden se curvaron ante el menor indicio de burla en el


tono de su madre. Deberían haberle concedido la santidad por haber
aceptado amablemente a Jacqueline y a Elliot después de la infidelidad de
su padre. Ahora que el matrimonio había terminado, Cecily había salido
de la prisión de la cortesía y de poner cara de valiente.

―Como sea, Franchesca es tan diferente a cualquier otra con quien te


haya visto antes, Aiden, quería que supieras que ella me agrada mucho y
esa evaluación ya existía antes de que ella pusiera a Jacqueline en su lugar
esta noche cuando estaba hablando de que padre e hijo disfrutaban de 'la
gente del servicio'.

Aiden maldijo en voz baja y sintió dolores a parte iguales: uno de alivio
y uno de pavor. Incluso en el trabajo, Frankie no pudo escapar de su
familia y aunque no había sido Elliot contando sus secretos, Jacqueline
podía hacer suficiente daño por sí misma.

―¿Qué dijo Jacqueline exactamente? ―preguntó, con tono


inquebrantable.

Cecily se rió.

―No hay necesidad de ir a la guerra, tu novia se manejó lo


suficientemente bien como para que Jacqueline se fuera con el rabo entre
las patas. Es una buena pareja, Aiden.

―Papá no parece pensar eso ―admitió Aiden.


―Tu padre solo necesita expandir sus horizontes, yo espero que te
quedes con ella.

―Solo hemos estado saliendo dos meses. ¿Ya estás diseñando las
invitaciones de boda?

―Dos meses es el máximo para la mayoría de tus relaciones, querido


hijo y no veo ninguno de los indicios habituales de que te estás aburriendo
con ella.

No, en todo caso, estaba más fascinado y más enamorado por cada día
que pasaba y alguien en su órbita había molestado a Frankie esta noche.
Su trabajo era protegerla de eso.

―¿Dónde fue esta recaudación de fondos de Salva a lo que sea?

Él la encontró finalmente en un bar a una cuadra de la recaudación de


fondos. La multitud había disminuido y Frankie estaba sentada sola en el
bar todavía con su uniforme de catering, mirando malhumorada una copa
de algo, él apenas notó los paneles oscuros, la iluminación tenue y el arte
sutil bajo las lámparas de latón, su atención se redujo a ella, a la caída de
sus hombros, la curva de su cabello y el fruncimiento de sus labios.

―¿Me estás rechazando para poder beber sola? ―preguntó, tomando el


taburete junto a ella.

Ella no miró hacia arriba, su largo cabello escondía su rostro, pero


Aiden podía ser un hombre paciente cuando la situación lo requería, le
hizo una seña al mesero y pidió un whisky.

Eso hizo que ella se enfadara.

―Entonces, ¿estás bebiendo de nuevo? ―ella preguntó.

―Voy a tomar una copa contigo, una mujer hermosa no debería tener
que beber sola.
Ella negó con la cabeza y levantó la cara. Él le vio los ojos rojos y las
mejillas manchadas de lágrimas y sintió que su cuerpo se ponía en modo
de lucha. Alguien la había lastimado y ellos pagarían.

―¿Qué pasó? ―preguntó en voz baja.

―Primero, necesitas saber que soy una llorona enojada, es una gran
diferencia con a las lloronas tristes, yo no soy débil.

―Franchesca ―dijo, girando su taburete para que lo mirara y


encerrándola entre sus piernas―. No hay una persona en la faz de la tierra
que alguna vez usara tu nombre y la palabra débil en la misma oración.
―Su teléfono vibró en su bolsillo con una llamada entrante.

Ella miró sus puños apretados.

―Me despidieron.

Él tomó sus manos y las sostuvo entre las suyas.

―Y estás enojada.

Ella asintió.

―Escuché sobre Jacqueline ―él presionó―. ¿Ella hizo esto? ―Su teléfono
volvió a sonar en su bolsillo.

Frankie negó con la cabeza.

―En realidad me había olvidado de eso, sé que técnicamente seguirá


siendo tu madrastra durante algunas semanas más, pero espero que no se
me exija que sea amable con ella, probablemente debería haber
consultado contigo primero.

―Franchesca, no quiero que sientas que tienes que ser amable con
alguien que no te trata como te mereces.

Ella lo miró, vio dentro de él y sus ojos se llenaron de lágrimas.

―Mierda, cariño. Dime lo que sucedió.


―Oh, puedo hacer algo mejor que decírtelo. ―Ella apartó una mano de
su agarre y deslizó su teléfono frente a él.

Aiden miró la pantalla y luego tomó el teléfono para verlo más de cerca.

La imagen llamó su atención primero. Frankie estaba en medio del


swing con una bandeja de servir que se dirigía en dirección a la mandíbula
cuadrada de un hombre rubio.

La novia de Aiden Kilbourn ataca a un rival comercial en una recaudación de


fondos.

―¿Quién es él y qué hizo?

Los ojos de Frankie se agrandaron.

―Él hizo que sonara como si ustedes dos fueran Lex Luthor y
Superman.

―Hay muchas personas que sienten que su relación conmigo es más


importante de lo que es. ―Si su teléfono no dejaba de sonar, estaba a punto
de tirarlo al fregadero de la barra.

―Ouch.

―Tú, por otro lado, sigues minimizando la importancia de nuestra


relación ―señaló.

―Buena salvada. ¿Por qué no te estás volviendo loco? Es Lionel


Goffman, por cierto. Rivales en el campo de polo y en el ámbito
empresarial ―dijo, citando el artículo.

Aiden tenía un vago recuerdo del hombre.

―¿Qué hizo, Franchesca?

―Él insinuó que debería probar su cama en lugar de la tuya. Debo ser
educada y profesional en el trabajo. Necesitaba ese trabajo, necesitaba el
dinero, pero me agarró...
―¿Te tocó? ―La voz de Aiden era peligrosamente tranquila, pero no la
engañó ni por un segundo.

―No te vuelvas todo un caballero andante y empeores esto, Aide.

―¿Qué hizo exactamente?

―Me agarró del brazo y me empezó a jalar, dijo que me iba a comprar
un trago y me pagaría el resto de mi turno.

Aiden volvió a mirar el teléfono.

―¿Le rompiste la nariz?

Frankie suspiró y tomó su vaso.

―Hay un video ―murmuró.

―¿Disculpa? ―preguntó Aiden, inclinándose más cerca.

―Hay un video, desplázate hacia abajo.

Él hizo lo que le dijo y vio como su Franchesca gritaba una advertencia


al hombre desprevenido.

―¡No puedes tocarme! De hecho, no puedes tocar a ninguna mujer sin su


permiso.

Pero Lionel no estaba de humor para escuchar y la agarró de nuevo.

―Escucha, vamos por esa bebida...

Frankie negó con la cabeza y luego apareció la bandeja. Con una mano,
lo golpeó en la cabeza como si la bandeja fuera un platillo. Aturdido,
Lionel dio un paso atrás y tropezó, cayendo de nalgas.

―Para tu información, Aiden Kilbourn es mejor hombre de lo que tú jamás


podrías soñar. ¡Y si alguna vez insinúas lo contrario, te perseguiré! ―Su
temperamento había explotado y no había forma de volver a meterlo en
la caja. Agarró una bandeja de champán de una mesa de cóctel detrás de
ella y la tiró toda sobre él.
―¡Ahí está tu maldita bebida, idiota!

Jadeos de asombro y algunas risas surgieron de la multitud de testigos


mientras Lionel trataba de ponerse de pie, humillado y mojado.

―¡Tendrás noticias de mis abogados!

Aiden tomó el teléfono y sintió el suyo vibrar en su chaqueta una vez


más. Si el blog de Rumor Mill ya tenía esto, ya estaba en todas partes. El
control de daños sería... interesante.

Él tomó su vaso y los sorprendió a ambos al empezar a reír.

Frankie lo miró como si hubiera perdido la maldita cabeza.

―¿Cómo puedes reírte de esto? Acabo de humillar a toda tu familia, su


factura de relaciones públicas será astronómica solo este mes.

Pero él no podía dejar de reír, tenía a Franchesca Baranski de su lado.


Ningún competidor zalamero, ninguna madrastra malvada, ningún
hermano idiota la había asustado, ella se quedó y su feroz lealtad ahora
se extendía hacia él.

Así como su corazón le pertenecía a ella.

―Aiden, deja de reírte y empieza a pensar en el daño que acabo de


hacer. Agredí a alguien en video y si eso no es lo suficientemente malo,
ahora todo el mundo sabe que tu novia es mesera.

―Lo era ―la corrigió―. Te despidieron.

Ella jadeó con tanta fuerza que él pensó que podría caerse del taburete.

―¡No es gracioso!

―No hay nadie como tú en el mundo, Franchesca. Estoy tan contento


de que seas mía.

―¡Aide! ¿Qué debo hacer? ¿Me van a demandar? ¿Tengo que


disculparme? Porque al diablo con eso. ¿Sabes cuánto tiempo me tomará
liquidar mi tarjeta de crédito solo con los ingresos del centro de
desarrollo? ―Ella apoyó la cabeza en la barra y sus rizos oscuros se
derramaron como una cascada.

―Franchesca, no te van a demandar.

―¿Viste el final del video cuando comienza a aullar sobre abogados?

Aiden suspiró y sacó su teléfono, tenía doce llamadas perdidas, se saltó


las de su madre, su padre y Oscar y marcó el número de su empresa de
relaciones públicas.

―Michael ―dijo a modo de saludo―. Espera mientras pongo en la línea


a Hillary. ―Llamó a su favorita de los abogados de la familia―. ¿Hillary?
Estoy en la línea con Michael. Esto es lo que haremos, quiero una
contrademanda preparada y lista para presentar si este imbécil de
Goffman es lo suficientemente estúpido como para continuar, también
quiero que se prepare una declaración que diga que la señorita Baranski
y yo estamos considerando la idea de presentar cargos por agresión. Ella
se sintió físicamente amenazada por sus insinuaciones y manejó la
situación lo mejor que pudo para disipar la amenaza de forma segura.

Frankie lo miró boquiabierta.

―Me gustaría agregar una declaración sobre la reciente posición de


Kilbourn Holdings sobre el acoso sexual y la intimidación. Algunas
palabras estándar sobre cómo este comportamiento no será tolerado, ya
sea en un entorno empresarial o social, y estamos orgullosos de
Franchesca y de mujeres como ella que hacen frente a los
comportamientos patriarcales obsoletos y los llaman por lo que son. Las
costumbres anticuadas destinadas a valorar un sexo sobre el otro no
tienen cabida en esta época.

―Entendido ―anunció Michael―. Me coordinaré con Hillary y te


daremos un borrador antes de que salga mañana por la mañana.

―Bien. Asegúrense de mencionar que la señorita Baranski está


representada por Hutchins, Steinman y Krebs.

―Estoy deseando patear traseros ―anunció Hillary.


―Gracias por el tiempo extra ―dijo Aiden y colgó la llamada. Su
teléfono ya estaba sonando de nuevo, era su padre, pero él ignoró la
llamada. En la pantalla aparecieron dos textos de Oscar, eran capturas de
pantalla de otros blogs de chismes.

―Tu papá me va a odiar aún más ―se quejó Franchesca.

―El único Kilbourn por el que debes preocuparte soy yo, y estoy
orgulloso de ti por defenderte, y también te debo una disculpa. Nuestra
relación es la razón por la que estás lidiando con esto y no puedo decirte
cuánto lo siento por eso, pero lo arreglaré.

―Oh, Dios. No lo vas a secuestrar, ¿verdad?

―¿Me parezco a Elliot?

Ella le dedicó un fantasma de una sonrisa.

―Entonces, ¿realmente no estás enojado?

―Estoy furioso, pero no contigo. Nunca contigo.

―Lo escondes bien. Lo siento, primero exploto y luego paso uno o dos
días lamentándome.

Su teléfono sonó en la barra y ella lo tomó, haciendo una mueca.

―Oh Dios. Es Brenda, mi jefa. No puedo perder ese trabajo también.

―Déjame pagar tu tarjeta de crédito. ―Aiden sabía que era un error


cuando las palabras salían de su boca, pero podía hacer esto por ella, darle
eso.

Ella ya estaba negando con la cabeza.

―Uh, uh. No, eso no pasará.

―Sabes que no es nada para mí ―argumentó.

―Al igual que sabes que es algo para mí, no soy una niña con un fondo
fiduciario que acude a mamá y papá para que lo rescaten.
―En primer lugar, no me parezco en nada a tus padres.

―Ja, ja. No voy a aceptar tu dinero, Aide.

―¿Tomarías el de Lionel?

―¿Qué?

―¿Aceptarías el dinero de Lionel si llegara en forma de disculpa por su


comportamiento?

―Oh, diablos, sí.

―Entonces te conseguiré lo que sea que te deba. ¿Cuál es tu saldo?

Frankie dijo una cifra tan insignificante que Aiden tuvo que cerrar los
ojos y tomar aliento.

―¿Estás realmente tan cerca de saldar la deuda y no me dejarás hacer


nada al respecto?

―Estás furioso con otra persona, no conmigo. ¿Recuerdas?

―Me vas a dar un dolor de cabeza.

―Oh, por supuesto, yo golpeo a uno de tus amigos en la cabeza con una
bandeja y lo mojo con champán, y estás totalmente de acuerdo con eso,
pero rechazo tus miles de millones y luego te da migraña ―ella hizo un
puchero.

―¿Y si hubiera algo que yo necesitara desesperadamente que estuviera


en tu poder el dármelo fácilmente?

―El dinero es diferente. El dinero es poder y control, y quiero el mío


propio, no el de otra persona.

Odiaba admitirlo, pero podía ver su punto increíblemente equivocado


y terco.

―De acuerdo, te conseguiré el dinero de Goffman.


Ella negó con la cabeza y soltó una risa suave.

―Eres increíble, Kilbourn.

―Lo mismo te digo, Baranski. ¿Podemos volver a ver el video?


La novia de Aiden Kilbourn tiene una vida secreta llena de trabajos
de catering y acoso sexual...

La novia de Aiden Kilbourn ataca a un asistente de la recaudación de


fondos de Upper West Side...

La nueva novia de Aiden Kilbourn lleva las peleas de bar de Brooklyn


a la recaudación de fondos de la galería de arte...

Aiden Kilbourn amenaza con demandar y presentar cargos contra el


atacante de su novia...
―Yo tengo nombre ―murmuró Frankie en la pantalla de su
computadora. Brenda y Raúl habían decidido que sería mejor para todos
si trabajaba desde casa hasta que el escándalo y el consiguiente interés por
las noticias se apagaran.

―Maldita sea, tú tienes nombre ―coincidió Marco en su oído.

―La novia de Aiden Kilbourn ―resopló Frankie―. Todos y cada uno de


estos titulares me llaman la novia de Aiden Kilbourn.

―Si antes no sabían tu nombre, ahora lo harán.

―¿Estás comiendo?

―Mmm sí. Carne salmuerizada.

―¿Supongo que no están entregando a domicilio?

―No con todo el mundo en el vecindario pasando a cotillear sobre


nuestra Frankie B ―resopló Marco.

―Por lo general, solo obtenemos este tipo de ventas durante las


vacaciones, pero nos pusiste en el mapa. Tenemos vecinos y periodistas
saliendo de todas partes.

―¡Oh Dios! Nadie está hablando con los reporteros, ¿verdad? ―Frankie
gimió.
―Solo mentiras brillantes sobre tu bondad, te han apodado Santa
Franchesca.

―Eres un mentiroso.

―Relájate, nosotros cuidamos de los nuestros ―dijo Marco, mordiendo


lo que Frankie sólo pudo asumir que era un pepinillo gigante―. Además,
Aiden y su agente de relaciones públicas se detuvieron a principios de
semana y nos dieron toda la línea estándar.

―¿Aiden fue a la tienda de delicatessen? ―preguntó Frankie.

Él había estado tan ocupado durante la semana desde el incidente que


no se habían visto mucho y definitivamente no había mencionado la
visita.

―Sí, comió un sándwich de carne asada para el almuerzo y llevó otro


para el camino. ¿No viste las fotos de él cargando la bolsa Baranski Deli?
No puedo pagar por ese tipo de publicidad. Un desarrollador
inmobiliario nos llamó y nos preguntó si consideraríamos abrir un local
en el centro.

―¿Me estás tomando el pelo? ―Ella se había estado revolcando en su


propia olla de vergüenza y rabia que aparentemente no se había
molestado en pensar una mierda por nada más.

―No lo haremos, los Baranski son de Brooklyn, ¿sabes? Pero fue


agradable tener la oportunidad de decir 'No, gracias'.

―¿Qué más me he perdido? ¿El Papa pasando por sándwich de pavo y


charlando con papá?

Marco soltó una carcajada.

―Ja. Extraño tu retorcido sentido del humor, pasa alguna vez, ¿de
acuerdo? Y trae a tu chico.

Frankie suspiró.

―Lo haré. Gracias por cuidarme las espaldas.


―Somos familia. Nos vemos luego, Frank.

―Nos vemos luego, Marco.

Frankie se desplazó a través de las alertas de Google que recibió la


semana pasada y paró en una foto. Ahí estaba Aiden en toda su gloria de
rico empresario con un sexy traje azul marino, aviadores y un bolso de
Baranski Deli. Mirándolo en la foto, era difícil para ella reconciliar el
hecho de que compartía la cama con el hombre, él parecía que había salido
del tablero de Pinterest de Hombre Perfecto de alguien.

Ella sabía por qué estaba trabajando tanto esta semana, él estaba
limpiando su desorden y se había tomado el tiempo para asegurarse de
que su familia estuviera preparada. Como lo haría la familia.

Mañana, la llevaría a un evento de recaudación de fondos para apoyar


a un hospital infantil contra el cáncer, organizado por su madre en su casa
de Long Island. Sería su primera aparición desde el incidente y Frankie ya
estaba sintiendo la presión. Él no le había dicho nada sobre la reacción de
sus padres ante su breve falta de juicio, todo lo que ella sabía es que la
cena familiar del sábado pasado había sido cancelada, presumiblemente
porque Aiden estaba trabajando para limpiar su desorden o porque sus
padres estaban horrorizados por su comportamiento.

Bueno, ella lo descubriría pronto.

Se desplazó a través de algunas imágenes más, encontrando algunas de


ellos juntos, de Aiden escoltándola fuera de su edificio para el brunch
después de una noche de sexo, de Aiden guiándola hacia el edificio de su
oficina con una mano en su espalda baja y otra de los dos abrazados en la
fila de una cafetería.

¿Cómo era esta su vida? Estaba bajo la lupa sin que ella se preparara
realmente para ello y ahora aparecía en revistas. Su decisión de golpear a
Lionel con una bandeja había sido debatida en un programa de
entrevistas matutino. La atención era opresiva y todo lo que podía hacer
era sentarse y esperar a que la próxima celebridad o el favorito de la
columna de chismes hiciera algo escandaloso antes de que el resto de la
ciudad se olvidara de ella.
―Ven a verme para almorzar ―le exigió Pru.

―No voy a mostrar mi cara en ese distrito hasta que arresten a alguien
famoso por prostitución.

―No puedes dejar que te empujen a esconderte. Eres Franchesca


Maldita Baranski. ¡Tú no te escondes de la gente! ―Pru dijo, trabajando su
camino en una charla motivacional como entrenador de fútbol

―No me estoy escondiendo ―argumentó Frankie―. Estoy pasando


desapercibida para que no me demande un imbécil cuyo anticipo para su
abogado cuesta más que mi maestría.

Jesús. Ella no estaba tranquila en ningún lado, su profesor de


Responsabilidad Social Corporativa la había llevado a un lado y le había
preguntado si el señor Kilbourn estaría interesado en dirigirse a la clase
sobre acoso sexual a nivel gerencial en el lugar de trabajo.

Ella era uno de esos bichos en una pizarra blanca con un alfiler recogido
y conservado por dedos codiciosos.

―¿De verdad vas a dejar que un poco de atención te destierre de la vida?


¿O vas a crecer un poco, ponerte un vestido precioso y venir a almorzar
conmigo?

―No voy a permitir que nadie me destierre de nada.

―Bien, pon tu trasero en el tren.

―Pru...

―Aiden está preocupado por ti, cree que ha arruinado tu vida. Te estoy
dando la oportunidad de demostrarle que tienes una columna más fuerte
que esa.
―¿Enseñan manipulación como un curso de educación general en las
escuelas privadas? ―preguntó Frankie.

―Me comeré un panecillo si vienes a almorzar.

―Ugh. Hecho.

Entonces, Frankie se puso a regañadientes ese hermoso vestido rojo, se


puso un poco de maquillaje y se pavoneó por la Quinta Avenida con Pru.
Había un puñado de fotógrafos gritando preguntas, pero Frankie los
ignoró detrás de sus enormes gafas de sol.

Y maldita sea si ella no se sentía bien, lo suficientemente bien como para


pedir dos trozos de tarta de manzana para llevar.

―¿Yo me como un panecillo multigrano y tú vas a consumir mil calorías


de pastel? ―Pru preguntó, mirando las sabrosas cajas para llevar.

―No son para mí ―se rió Frankie―. Los voy a dejar para Aiden y su
administrador en la oficina.

Pru le lanzó una mirada de suficiencia.

―¿Qué? ―Frankie demandó.

―Te gustaaaaaa ―cantó.

―Eres tan de secundaria ―suspiró Frankie―. Pensé que ya habíamos


establecido el hecho de que él me gusta.

―Permíteme que me de mi tiempo de regodearme ―insistió Pru―. Sabía


que ustedes dos serían geniales el uno para el otro, ¿no es así?

Frankie se reclinó en su silla y se cruzó de brazos.

―Es posible que hayas mencionado algo por el estilo.

―No puedo esperar para ser tu dama de honor. ―dijo Pru―. Ya tengo
una propuesta de un organizador de fiestas para tu despedida de soltera.
―Estamos saliendo y teniendo sexo, no casándonos ―insistió Frankie.
La idea de una despedida de soltera como la de Pru, con zorras
susurrando sobre lo mucho que se odiaban, con obsequios inútiles y caros
como cucharas de helado de platino, le daba escalofríos.

―Ya lo veremos ―reflexionó Pru, levantándose y deslizándose en su


abrigo.

Frankie ignoró a su amiga y se abotonó el abrigo. Estaban a medio


camino de la puerta cuando se detuvo en seco y Pru chocó contra su
espalda.

―Oye ―murmuró su amiga.

Frankie señaló lo que le había llamado la atención. Escondidos en un


rincón tranquilo frente a la ventana estaban Elliot Kilbourn y Margeaux,
la arpía.

Elliot tenía la cara de Margeaux ahuecada en su mano y se estaba


moviendo para lo que prometía ser un beso no apto para menores de
edad.

―Qué asco ―siseó Pru―. ¡Vámonos antes de que nos vean!

Salieron apresuradamente del restaurante, con la mirada fija al frente y


no se detuvieron hasta que estuvieron a la mitad de la cuadra.

―Bueno, ellos son tal para cual ―dijo Frankie secamente.

―Tú lo dijiste, hermana. ―Asintió Pru―. Una perra malvada y su


secuaz. Deberíamos darles un par de nombres. ¿Elgeaux? ¿Margel?

Frankie se estremeció y apretó el pastel de manzana contra su pecho.


Nada bueno podría salir de una unión como esa.
Aiden apoyó la mano en el muslo desnudo de Frankie en la parte
trasera oscura de la limusina. Ella había elegido un vestido corto de color
púrpura oscuro con un tentador cuello halter que hacían que sus dedos
picaran por desatarlo. Todo lo que se interponía entre él y el cuerpo
desnudo y suplicante de Frankie eran dos horas en la recaudación de
fondos de su madre y un breve discurso. También estaba el viaje a casa
desde Long Island a Manhattan, pero con una pantalla de privacidad y
condones almacenados en el pequeño compartimiento debajo de la barra,
eso no era necesariamente un obstáculo.

―¿Te gusta tu vestido? ―preguntó Aiden, pasando las yemas de los


dedos por la parte interna del muslo.

Él la vio abrir las rodillas un poco más para adaptarse a su toque.

Desde su almuerzo con Pru a principios de semana, Frankie se había


declarado curada de cualquier preocupación por lo que un grupo de
extraños con cámaras y seguidores de blogs de chismes tuvieran que decir
sobre ella. Lo que significaba que ella no había oído nada sobre lo que los
paparazzi habían llamado el Vestido Controversial.

―Es muy bonito ―dijo ella, jugando con el tul de la falda, que se ceñía
a su cintura antes de desembocar en una falda amplia que le recordaba la
elegancia de los años 50. Se veía deslumbrante, follable y majestuosa.
―¿Te gusta mi cabello? ―ella le preguntó, colocando un alfiler en su
lugar, lo llevaba inmovilizado en una masa rizada que le dejaba el cuello
al descubierto.

―Mucho ―admitió él.

―Vi un tutorial de YouTube ―dijo con orgullo.

―¿Lo hiciste tú misma? ―preguntó, arqueando las cejas.

―No tuve tiempo para ir al salón hoy.

―¿Qué dirá la sociedad cuando se enteren de que te peinas tú misma?


―bromeó Aiden.

Ella puso los ojos en blanco.

―No me importa lo que digan. Es estúpido gastar un par de cientos de


dólares una vez a la semana solo para que alguien más te apuñale la
cabeza. Además, uno pensaría que tendrían cosas más importantes de las
que preocuparse.

―Uno pensaría ―estuvo de acuerdo.

Ella era una de las pocas personas en el mundo que podía ser
completamente inmune al aplastamiento de desaprobación orquestado
por los medios de comunicación. Había sobrevivido a la atención sobre el
incidente de Goffman, aunque dudaba que las noticias lo dejaran pasar,
especialmente después de hoy.

Pero podría sobrevivir, a Franchesca Baranski no le importaba lo que


un extraño detrás de una pantalla de computadora tuviera que decir sobre
su estilo y eso era refrescante. Él había visto comentarios negativos
perdidos en blogs que destruían semanas enteras de la vida de mujeres
con las que había salido antes. ¿Cómo podían decir que ella lo usaba mejor?
Eso es retocado, gritaban a la pantalla mientras llamaban a sus publicistas.

Eso venía con el paquete de ser considerado importante.


Frankie no se preocupaba lo suficiente como para leer esas tonterías en
primer lugar. La gente podría haber estado elogiándola o despedazándola
y no le habría interesado de ninguna manera.

Lo que quedaba por ver era cómo se sentiría acerca de lo que él iba a
hacer por ella. Aiden metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó el
cheque.

―Toma ―dijo ofreciéndosela.

―¿Qué es esto? ―preguntó mirándolo en la oscuridad―. ¿Dos mil


quinientos dólares? Aiden, te dije que no aceptaré tu dinero.

Él dio unos golpecitos en la parte superior del cheque.

―No es mi dinero.

Él la miró mientras una lenta sonrisa se extendía por el rostro de ella.

―Lionel Goffman. ¿Y cómo lograste eso?

Aiden se aclaró la garganta. Había mucho de lo que tenían que hablar,


pero el auto estaba parando en la casa de su madre.

―Hablaremos de eso más tarde ―prometió.

Frankie guardó el dinero en su bolso y se inclinó para ajustar la correa


de su stiletto. Sus senos se presionaron contra la tela de la blusa sin
mangas, suplicando por ser liberados.

Él se movió incómodo mientras su polla se endurecía. ¿Alguna vez


dejaría de tener esa reacción hacia ella?

Ajena a su mirada lujuriosa, ella se sentó y volvió a aplicar su lápiz


labial rojo oscuro y sexy. Él quería ver esos labios envueltos alrededor de
su polla, con sus grandes ojos mirándolo mientras lo llevaba al borde de
la razón con su boca mágica.

―Mierda ―murmuró.
―¿Qué pasa? ―preguntó, cerrando su compacto y metiéndolo en su
bolso―. No te duele la cabeza ahora, ¿verdad?

―Es más como un dolor de polla.

No satisfecha con creer en su palabra, palmeó su erección a través de


sus pantalones.

―¡Maldita sea, Franchesca! No estás ayudando.

―¿Tomas pequeñas pastillas azules para el desayuno? Estás duro veinte


horas al día y ni siquiera te hice nada... todavía.

El auto se detuvo frente a la finca de su madre. Él la vio enloquecer


internamente por la opulencia, unas columnas de marfil gruesas
adornaban el frente de la casa, el camino de entrada circular estaba hecho
de conchas trituradas y orbitaba una gran fuente con estatuas blancas en
varias poses que parecían dolorosas o algún tipo de orgía extra extraña.
Los autos que ya estaban aquí hacían que la entrada pareciera un lujoso
salón de exposición.

―No me digas qué viene después del 'todavía' ―suplicó Aiden,


cerrando los ojos y deseando que su cuerpo se relajara.

―No te diré que voy a sostener mis senos así ―dijo, presionando sus
senos juntos―, y dejaré que los folles.

Él soltó un suspiro y trató de alcanzarla, pero ella se escapó de su


agarre.

―¡No te atrevas! Alguien va a abrir esa puerta en cinco segundos, y será


mejor que ambos estemos vestidos. ―Envolvió su abrigo alrededor de
ella.

―No juegues conmigo, Franchesca.

―¿O qué? ―preguntó ella inocentemente―. ¿Te correrás en tus


pantalones?
Él gruñó y la agarró de su trasero bien formado. Ella era su torturadora,
su ángel y su enemiga.

La puerta del auto se abrió y Frankie le guiñó un ojo mientras se


deslizaba frente a él.

Ella pagaría y se aseguraría de ello, pero por ahora, él sería el que


sufriría.

La alcanzó en los escalones y le pasó el brazo por el suyo.

―Más lento, cariño, antes de que te rompas un tobillo.

―Si tú te caes ahora mismo, podrías romperte la polla ―reflexionó.

―Tan pronto como esto termine, te follaré tan duro que no podrás
sentarte mañana.

―Promesas, promesas ―dijo Frankie alegremente.

―Si metiera mi mano bajo tus faldas ahora mismo, ¿me estás diciendo
que no te encontraría mojada? ―preguntó.

Su inhalación fue aguda, y Aiden sabía que él no era el único que


esperaba con ansias el final del evento. Tendrían suerte si regresaran a la
limusina.

―Bonita casa ―dijo, ella con la voz tensa. Su abrigo se abrió y Aiden
vislumbró un pezón endurecido debajo del satén de su blusa.

―Dime que estás usando sostén.

―¿Se supone que debemos mentirnos el uno al otro?

―Jesús, Franchesca. ¿Cómo se supone que voy a pasar dos horas


sabiendo que lo único que hay entre mi boca y tus senos perfectos es un
trozo de satén?

Ella se encogió de hombros como si no le importara nada en el mundo.

―Supongo que solo tendrás que pensar en el béisbol.


La hizo retroceder contra el ladrillo rojo de la entrada y flexionó las
caderas contra ella para que pudiera sentir lo duro que lo ponía. Ella dio
un pequeño grito ahogado y se acurrucó contra él.

Aiden metió la mano en su abrigo y en la parte superior de su vestido.


Su pezón palpitaba contra su palma, él le apretó el seno y pasó el pulgar
por la punta.

―Joder, Aiden ―siseó ella.

―Así es, bebé. Me vas a rogar que te folle ―prometió―. Voy a montarte
hasta que te quedes sin orgasmos y hasta que no puedas moverte, te voy
a destrozar.

Ella parecía aturdida y Aiden sintió que había vuelto a tomar la


delantera.

―Ahora vamos a sonreír bonito para la cámara ―dijo.

Ella se hundió contra la pared cuando él dio un paso atrás y se acomodó


a una posición un poco menos dolorosa dentro de sus pantalones. Su
teléfono vibró y miró la pantalla e hizo una mueca.

―¿Qué ocurre? ―preguntó Frankie, acomodándose el vestido.

―Mi madre me está recordando que hay cámaras de seguridad aquí.

―¿En serio? ―maldijo oscuramente―. Ella probablemente ya me odia


por causar una escena, ¡y ahora estoy follándome en seco a su hijo en el
porche delantero!

―No había nada seco en eso, Franchesca ―Aiden sonrió con malicia.

―Demonio. ―Ella hizo una cruz con los dedos. ―Aléjate de mí con tu
pene mágico y feromonas.

Él se rió y abrió la puerta principal.


Su madre había limitado la prensa a unos pocos reporteros y blogueros
de sociedad. Los medios de comunicación se limitaron al vestíbulo de
entrada, era una sala de dos pisos en marfil suave y beige con sillas y
mesas de énfasis elegante.

Era un pasillo de prensa muy civilizado, Aiden mantuvo a Frankie


pegado a su costado y su madre había dejado muy claro a la prensa que
nadie hablaría de Lionel Goffman. Sufrieron las mismas preguntas una y
otra vez. ¿Cómo se conocieron? ¿Cuánto tiempo se han estado viendo? Y con
cada ronda, podía sentir que Frankie se ponía más ansiosa.

―Mis suscriptores no me perdonarían si no mencionara el Vestido


Controversial ―la bloguera tenía lentes gruesos y mechones rosados en el
cabello y dirigió la pregunta a Frankie.

―¿Qué es el Vestido Controversial? ―preguntó Frankie.

―El tema de conversación sobre ti repitiendo el vestido rojo de Armani


que usaste para cenar en The Oak Leaf y luego otra vez para almorzar esta
semana.

―¿Estás bromeando? ―Frankie preguntó, desconcertada.

La bloguera le dedicó una sonrisa amistosa y esperó.

Frankie miró a Aiden. Ella prácticamente estaba vibrando a su lado.


Él abrió la boca para hablar, pero ella negó con la cabeza.

―Oh, yo me encargo. ¿No tienen todos cosas más importantes que hacer
con su tiempo? Es un vestido hermoso y me gusta, me lo voy a poner más
de una vez, no a tirarlo. Supérenlo. ¿Por qué no me preguntas sobre la
iniciativa de pequeñas empresas que la ciudad está tratando de aprobar o
cómo las tasas de supervivencia de los niños que luchan contra la
leucemia son un cinco por ciento más altas en esta instalación que en
cualquier otra del país? O, al menos, pregúntale a Aiden a quién lleva
puesto.

A Aiden se le ocurrió que Frankie podría estar peligrosamente cerca de


romper otra nariz.

Él deslizó su brazo alrededor de su cintura.

―Tengo muy buenos recuerdos de la primera vez que lo usó, espero


poder verlo muchas más veces en el futuro y hablando del futuro, espero
que sus preguntas para mi novia reflejen tanto su inteligencia, su sentido
de responsabilidad social como su participación en la comunidad
empresarial.

Él arrastró a Frankie antes de que ella pudiera agregar algo más.

―¿Qué carajo? ¿El Vestido Controversial? ¿Hablan en serio? ―ella siseó.

―¡Aiden! ¡Franchesca! ―Cecily Kilbourn, vestida de plata de la cabeza


a los pies, brilló en su camino hacia ellos.

―Mamá ―dijo Aiden, inclinándose para besar su mejilla.

―Me alegro de que ustedes dos hayan podido entrar ―bromeó Cecily.

Frankie se puso color escarlata y Aiden la atrajo hacia su costado y le


dio un beso en la cabeza.

―Perdón por la escena de clasificación R ―dijo, sin ser ni remotamente


sincero en su disculpa.
―Estoy feliz de verte feliz ―dijo Cecily, guiñándoles un ojo a ambos―.
Ahora, permítanme presentarles a algunas personas.

Fue la última vez que tuvo en sus manos a Frankie, se la habían llevado
a rastras para presentaciones y vino mientras Aiden hacía sus propias
rondas. Su madre había abierto la biblioteca, el comedor y el gran salón
para el evento. Él trató de permanecer en la misma habitación que
Frankie, pero cuando llegaron Pruitt y Chip, sintió que la perseguía
constantemente de habitación en habitación.

Él la encontró fácilmente entre la multitud cuando se levantó para


pronunciar su discurso, habló de la familia, de la comunidad y de la
responsabilidad que sentían de proporcionar un futuro mejor, pero en
realidad estaba pensando en Franchesca desnuda y retorciéndose debajo
de él.

Ella le sonrió desde su silla con esos labios rojos que se curvaban
pecaminosamente.

Era una obsesión, su boca. Escuchar las palabras que gritaría, jadearía
o suplicaría mientras él estaba dentro de ella o viéndola envolver sus
labios alrededor de su polla mientras lo llevaba a su garganta, esa boca
sucia, inteligente y divertida.

Él había dejado de intentar anticipar exactamente lo que ella diría, era


más rápida con una burla y más ingeniosa con una respuesta que
cualquiera que él conociera. Su Franchesca tenía un cerebro que la hacía
aún más atractiva que sus curvas dignas de una diosa.

No era solo sexo, nunca fue así con Franchesca, a él le encantaba verla,
le encantaban sus llamadas nocturnas para ponerse al día. Le encantaba
saber que la iba a ver y disfrutaba de ese doloroso borde de anticipación.
Él la amaba.
El pensamiento resonó en su cabeza como el repique de una campana.
Resonando como la verdad.

La gente aplaudía, pero para él solo existía Frankie.

Bajó de la escalera que su madre había colocado al final del gran salón
y se centró en ella. Haciendo caso omiso de los intentos de la gente por
llamar su atención, él la alcanzó y tiró de su silla.

―Ven conmigo ―le ordenó, sacándola de la habitación al pasillo vacío.

―Aide, más despacio ―dijo sin aliento detrás de él. Redujo la velocidad
de sus pasos para que ella pudiera seguir el ritmo.

―¿Qué está pasando ahí abajo? ―preguntó ella, mirando su


entrepierna.

Aiden se agachó y ajustó su erección que amenazaba con salir de sus


pantalones.

Él se volvió hacia ella.

―Esto es lo que me haces, Franchesca. Destrozas a una reportera, o


cruzas esas piernas largas y hermosas, o pides una maldita pizza y yo ya
estoy duro.

―Lástima que estemos rodeados de un centenar de personas que no


vinieron a ver una película porno ―dijo. Y luego cometió un error. Metió
la mano entre ellos y lo ahuecó a través de la tela de sus pantalones.

Él la agarró del brazo con fuerza.

―No te burles de mí, Franchesca.

Vio esa chispa en sus ojos y la reconoció. A la mujer le encantaban los


desafíos casi tanto como a él. Quizás incluso más.

―¿O qué? ¿Me castigarás? ―Ella arrastró sus nudillos sobre la cresta de
su polla―. ¿Me follarás? ¿A dónde me arrastraría el orador principal...?
No la dejó terminar la frase. No habría sobrevivido. Aiden mantuvo su
agarre en su brazo y la arrastró por el pasillo.

Ella estaba trotando para seguirle el paso, sus pasos cortos sobre esos
tacones hacían que sus tetas rebotaran contra su confinamiento. Si no
encontraba una habitación vacía en los próximos seis segundos, su
tintorería iba a tener un problema serio con el que lidiar.

La cocina y la sala de estar estaban demasiado abiertas y había


demasiado tráfico, la biblioteca estaba donde estaba el bar y por lo general
atraía a una pequeña multitud en el transcurso de la noche. ¿Pero la sala
de música con sus puertas de cristal y su interior oscuro? Eso funcionaría.

La empujó hacia adentro y cerró la puerta de una patada detrás de él.

―¿Vas a cerrarlo? ―Franchesca preguntó con voz ronca.

―No hay cerradura ―dijo, llevándola a través de la habitación a oscuras


hasta el sofá blanco Chesterfield―. Entonces, si alguien entra aquí, me
verán follándote en este sofá y verán tus tetas rebotar cada vez que te meta
la polla.

Eso la entusiasmó, el potencial de exhibicionismo. Lo vio en el brillo de


sus ojos.

Ella siempre lograba sorprenderlo.

La balanceó sobre el brazo enrollado del sofá. Aiden extendió la mano


por detrás de su cuello y de un tirón rápido desató el cuello halter del
vestido. Era exactamente por eso que se lo había comprado, por ese acceso
rápido, un tirón fuerte y sus senos cayeron en sus manos.

Eran pesados y con la punta de caramelo, los pezones ya estaban


brotando con solo pensar en su boca sobre ellos. Pasó sus pulgares sobre
ellos y escuchó su respiración.

Sí, esto era amor y necesidad y todo lo demás. La apoyó contra el sofá
e inclinó la cabeza para alimentarse, primero de un pecho y luego del otro.
Ella lo arañó, deslizando sus manos debajo de su chaqueta, rastrillando
sus uñas sobre la tela de su camisa.
―No tengo condón, Franchesca ―dijo, desabrochándose el cinturón.

―Me importa una mierda, Aiden.

―Agárrate ―le advirtió―. Porque no voy a detenerme.

Su respuesta fue agarrar su polla a través de sus pantalones con una


mano mientras luchaba con su cremallera con la otra.

Estaba lo suficientemente duro como para que su polla escapara por sí


sola de los confines de sus pantalones y colgara pesadamente hacia ella.
Iba a sentirla esta noche, cada sensación se magnificaría, cada apretón de
su coño lo experimentaría sin nada entre ellos.

No le daría juegos previos ni delicadeza, aquí no, pero se correría con


ella en la habitación en la que había sufrido durante las lecciones de
música de verano. Se vertería en ella y la marcaría desde adentro.

Aiden subió las faldas de su vestido hasta que sus dedos encontraron
el satén húmedo.

―Tan lista para mí, bebé. ¿No es así?

Frankie asintió sin decir palabra, sus ojos se pusieron vidriosos cuando
Aiden deslizó sus dedos dentro de su delicada tanga. Ya estaba abriendo
las piernas para él, tiró del satén hasta sus rodillas y las dejó caer el resto
del camino y se tomó un momento para acariciar su polla suplicante
mientras Franchesca miraba con avidez cómo su puño se cerraba
alrededor de su eje. Mientras se acariciaba, la humedad se acumuló en la
punta como lágrimas de gratificación tardía.

―Eres tan jodidamente perfecta ―la elogió mientras guiaba la cabeza de


su polla entre sus piernas―. Voy a follarte de pie así para poder verte
cuando te corras conmigo.

Ella le dio un pequeño asentimiento y él sintió que había recuperado el


control. Había ganado y qué dulce victoria era con la punta de su polla
empujando contra su terciopelo húmedo.
―Así es como te voy a follar esta noche en la casa de mi madre con un
centenar de personas al otro lado de esas puertas de cristal. Cualquiera
podría verte. Cualquiera podría verte venir por mí.

―Aiden. ―Su nombre era un grito ahogado de sus labios.

Con una mano sosteniéndola por la cadera y la falda, tiró y empujó al


mismo tiempo.

El ángulo le impidió profundizar más, pero fue suficiente. Suficiente


para que los codiciosos apretones de su coño lo ordeñen como un puño.
Suficiente para que ella empujara sus caderas contra él y suplicara por
más.

No había nada entre ellos y era exquisito. Su carne resbaladiza mantuvo


su erección en un apretón de muerte.

―Ya estás tan cerca, bebé.

―¿Quién diría que me gustaría que me mandaran? ―Frankie murmuró,


un susurro de risa colgando de sus palabras.

Necesitaba más de ella. Estar completamente vestido con solo la polla


colgando de sus pantalones no era suficiente, pero les ayudaría a superar
la fiesta, él le apretó la cadera con más fuerza y le levantó el pecho con la
otra mano. Pesados y llenos, sus pechos eran su fantasía personal. Quería
chupar, lamer y hacerla gritar, pero con la diferencia de altura tuvo que
conformarse con tirar de ese perfecto pezón oscuro con los dedos.

Ella respondió empujando su mano y moviendo sus caderas con más


fuerza. Estaba montando su rígida polla de pie. Deslizándose hacia
adelante y hacia atrás tomando unos centímetros cada vez.

―Aide. Ya me voy a correr ―gimió.

No había nada más importante para él que sentir a Franchesca


desmoronarse sobre su polla desnuda, no le importaba que hubiera pasos
acercándose desde el pasillo, no le importaba que pudieran ver a Marjorie
Holland, heredera de una fortuna en el café, tan claro como el día desde
el pasillo iluminado mientras pasaba por la puerta.
―Jesús ―siseó Frankie.

Necesitaba que ella se corriera. Dejando caer sus faldas, Aiden metió la
mano debajo de ellas y usó su pulgar para presionar pequeños círculos
rápidos en su clítoris.

Ella estalló como un cohete a su alrededor, bañándolo en humedad y


agarrándolo como un puño, apretándolo a una pulgada de su último
aliento, y todo el tiempo imitaba las olas tirando de sus dedos sobre su
pezón.

―Oh, Dios mío, Dios mío, Dios mío ―ella cantó en un susurro suave y
desesperado.

Él quería decírselo ahí en ese momento, con sus labios formando la


perfecta o y sus ojos entrecerrados vidriosos mientras miraban en estado
de shock y alegría a los suyos. Te amo. Podría decirlo ahora mismo, pero
un Kilbourn nunca mostraba todas sus cartas a la vez.

Todavía estaba temblando durante las últimas réplicas cuando él la


hizo girar y la inclinó sobre el brazo enrollado del sofá.

Empujó su camino dentro de ella, hambriento de ser bienvenido de


nuevo. Esta vez, se deslizó todo el camino a casa. Frankie dejó escapar un
jadeo agudo que pudo sentir en la punta de su polla. No duraría mucho,
no con ella envuelta en un sofá para su placer, no con esos hermosos senos
colgando y sus los pezones rozando almohadas con borlas.

Aiden la agarró por las caderas y se deslizó hasta la mitad de ella. Ella
gimió, y fue a la parte primitiva de su cerebro responsable de follar,
rompiéndolo. No hubo control cuando empujó hacia adentro, ni
delicadeza en la forma en que usó su cuerpo para construirse hasta el
orgasmo. Sintió la tensión en sus bolas cuando se contrajeron contra su
cuerpo y sintió el hormigueo en la base de su columna vertebral.

El sonido de su piel golpeando la de ella era música para sus oídos


cavernícolas, fue salvaje con el poder de sus embestidas, pero cuando se
inclinó sobre ella para tomar puñados de sus pechos, Franchesca echó la
cabeza hacia atrás y soltó un grito silencioso de éxtasis. Su orgasmo, una
sorpresa para ambos, lo destruyó. No hubo forma de reprimirse o hacer
que durara. Se vertió en ella, agarrándose profundamente por la
empuñadura y saboreando la sensación de su semilla caliente explotando
dentro de sus paredes.

Esto es lo que faltaba. Esto es de lo que nunca volvería a prescindir.

Él se acurrucó gruñendo suavemente a través de cada chorro


desgarrador, lloviendo besos sobre la piel desnuda de su espalda.

―Mi hermosa Franchesca. Eres mía ahora.

―Estoy bastante segura de que ya lo era antes de que me llenaras con


un galón de tu súper esperma en la sala de fumadores de tu madre. ―Le
dio una ligera palmada en el trasero. Y, gustándole el sonido y su reacción
retorcida, lo hizo una vez más.

―Sala de música ―corrigió.

―Lo que sea. De ahora en adelante, llamo a esta sala la Sala Secreta del
Orgasmo.

Aiden lentamente se retiró y vio como salía de ella húmedo y caliente


en sus muslos. Encontró una caja de pañuelos en un escritorio de
secretaria completamente impráctico y regresó con ella. Franchesca
parecía no sentir la necesidad de levantarse y recomponerse y con sus
senos al descubierto y su trasero en el aire, Aiden estaba tan tentado de
poner su polla medio dura de nuevo en ella.

―Ni siquiera lo pienses, Kilbourn. Limpieza en el pasillo tres.

Los limpió a ambos, y al piso, lo mejor que pudo y colocó su ropa


interior en su lugar.

―Quiero que pases el resto de la noche con mi semen dentro de ti.


Aiden Kilbourn habla sobre su novia en la recaudación de fondos del
hospital...

¿Está oficialmente fuera del mercado el soltero más elegible de


Manhattan?

El amor está en el aire para Aiden Kilbourn...


Su felicidad duró hasta el lunes por la mañana.

Franchesca pasó junto a la recepción, dejando al personal mirando


detrás de ella.

Cuando Oscar se levantó de su escritorio, ella negó con la cabeza.

―Será mejor que esté ahí, y que nadie nos interrumpa ―dijo Frankie,
apuñalándolo con un dedo.

Oscar asintió con la cabeza.

―¡Sí, señora!

Ella abrió la puerta y entró, ignorando la expresión de alegría en el


rostro de Aiden, no se le permitía estar encantado, debería estar
temblando en sus botas.

Ella dejó caer su iPad en el escritorio frente a él con el artículo ofensivo.

―¡No puedes simplemente comprar una empresa porque un tipo fue


malo conmigo!

La mirada de Aiden bajó al titular y volvió a subir.

―¿Malo contigo? Franchesca, te puso las manos encima.

―Entonces, ¿compraste su empresa y lo despediste?


―Tiene suerte de que no hice más que eso.

―No me pongas en medio de tu concurso de meadas. ¿Algún tipo pensó


que podía ganarte, así que lo arruinaste?

―Un tipo pensó que podía tocarte, arrastrarte lejos de tu trabajo e


insultarte, ¿y qué se supone que debo hacer? ¿Nada?

Frankie se dejó caer en la silla de cuero para visitantes. Gio la había


llamado de camino al trabajo para decirle que siempre le había gustado
Aiden y que aprobaba sus métodos. Solo había estado en su escritorio el
tiempo suficiente para corroborar la historia antes de tomarse un día
personal y tomar el tren al centro en un ataque de rabia.

Se desplazó a través de más artículos del artículo.

―Ay, Dios mío. ¿Se registró en rehabilitación?

Aiden parecía tan despreocupado por el hecho de que había arruinado


la vida de un hombre, que Frankie estaba horrorizada.

―No me vas a convencer de que debería haberlo dejado en paz ―dijo


con frialdad―. Y no soy el único. Tus hermanos...

―Si estás de acuerdo con mis hermanos, entonces tenemos un


problema. Ellos son unos idiotas.

―Ellos te protegen, y yo también.

―¡Lo llevaste demasiado lejos, Aiden! ―Frankie se levantó y se paseó


por su oficina.

―¿Te haría sentir mejor si te dijera que es un acosador sistemático?


¿Que le ha pagado a denunciantes anteriores? ¿Que su empresa estaba a
unas semanas de la quiebra y toda esa gente habría perdido sus trabajos?

Ella se dejó caer de nuevo en la silla, repentinamente exhausta.

―¿Tú y yo, Franchesca? Estamos en esto juntos, somos el uno para el


otro y si alguien viene a por ti vivirá para lamentarlo, espero la misma
cortesía de ti.
Sus cejas se alzaron.

―¿Así que se supone que debo darte las gracias?

La puerta de la oficina de Aiden se abrió de golpe. Ferris Kilbourn entró


con Oscar pisándole los talones.

―Necesito hablar contigo ―anunció Ferris, enfocándose en Aiden


detrás del escritorio.

―Lo siento ―le dijo Oscar a Frankie.

―¿Por qué diablos te enredarías en un lío como el de la compañía


Goffman? ―Ferris exigió aventando un periódico donde Frankie apenas
unos minutos antes había arrojado su tableta―. No estás pensando con tu
cerebro, hijo.

Aiden se levantó y se abrochó la chaqueta.

Oscar salió de la habitación y cerró la puerta en silencio.

―Si crees que voy a dejar que tires todo lo que esta familia ha construido
por una chica...

Frankie se aclaró la garganta y se levantó de su silla.

―Si tiene un problema con la forma en que Aiden está dirigiendo la


empresa, tal vez no debería haberla dejado caer sobre él ―espetó.

―No te metas en el negocio familiar, Franchesca ―dijo Ferris con


frialdad.

―Vigila cómo le hablas ―espetó Aiden, su voz era lo suficientemente


fría como para que Frankie se estremeciera.

―No puedes darte el lujo de incursionar en proyectos favoritos, Aiden.


Tienes un legado que cumplir, la gente cuenta contigo, yo cuento contigo.

―Si tienes un problema con mi desempeño como director ejecutivo,


llévalo a la junta ―sugirió Aiden.
Frankie se movió para pararse a su lado.

―O puede confiar en que su hijo hará lo correcto por usted y el negocio


―dijo Frankie―. Puede que no comprenda o no le gusten especialmente
algunas de sus decisiones, pero usted lo colocó en esta posición. Ahora es
el momento de confiar en que él hará lo mejor para su familia.

―Yo sé lo que es mejor para la familia, y tú no lo eres.

Frankie se cruzó de brazos.

―Dijo el tipo que dejó un imperio sobre su hijo y dijo: 'buena suerte
dirigiéndolo. Ah, y trata de convertir a tu medio hermano sociópata en un
adulto contribuyente. Estaré en el Caribe'.

―Le he dado todo a esta empresa ―gritó Ferris.

―¿Qué le ha dado a su hijo además de una responsabilidad imposible?


―Frankie gritó en respuesta―. Le debe más que un trabajo. ¿Y sabe qué?
Incluso si no fuera su hijo, ¿qué sentido tiene entregar las riendas y luego
esperar que él haga todo con una mano atada a la espalda? Lo está
saboteando porque usted está dudando de sí mismo.

Ferris los miró a ambos con el ceño fruncido y tomó el periódico del
escritorio.

―Será mejor que pienses mucho en las decisiones que estás tomando.
―Estaba hablando con Aiden, pero señaló a Frankie con el papel doblado.

El mensaje era claro. Elegir a la familia o elegir a la novia sexy.

Ella sintió la mano de Aiden posarse en la parte baja de su espalda.

―Bueno, eso fue agradable ―dijo ella secamente después de que Ferris
salió furioso―. ¿Estás bien?
Aiden puso sus manos sobre sus hombros y apretó.

―Vamos ―dijo, empujándola hacia la puerta.

―¿A dónde vamos?

―Quiero aire y café.

―El aire y el café suenan bien. ―Ella lo vio deslizarse dentro de su largo
abrigo de lana, admirando la vista del traje a medida, la mandíbula fuerte
y los ojos ilegibles―. ¿Y si nos encontramos con tu papá en el ascensor?

―Entonces puedes golpearlo con una bandeja ―prometió Aiden.

Oscar estaba sentado detrás de su escritorio, fingiendo estar muy


ocupado.

―Oscar, vamos a tomar un café. ¿Quieres que te traigamos algo?


―ofreció Frankie.

―Espresso doble con soja ―recitó Oscar sin levantar la vista de su


documento de Word en blanco donde estaba escribiendo un garabatos―.
Por favor.

Frankie no estaba segura de si ella o Ferris habían asustado más a Oscar.

Tomaron el ascensor en silencio y Frankie dejó que Aiden la condujera


por el vestíbulo y saliera al gélido primer día de marzo.

Él la tomó de la mano, pero permaneció en silencio durante la media


cuadra de camino a un café. Los nervios de Frankie casi crujieron. ¿La
estaba conduciendo fuera del sitio para explicarle cortésmente que las
cosas ya no funcionaban entre ellos? ¿Que habían tenido una buena racha,
pero la familia era lo primero?

Tragó saliva, no podía culparlo exactamente. Ella había sido un


desastre desde el principio. Desde Barbados, había agredido a su
hermano, insultado a su madrastra, avergonzado a toda su familia con
una pelea pública y ahora tenía la culpa de que Aiden usara las arcas de
la compañía para vengarse de alguien que se atrevió a actuar como un
idiota en su presencia.

Quizás debería hacerlo primero. Gracias por todo el sexo increíble y por ser
un novio realmente genial, inteligente, divertido y protector, Aiden, pero es hora
de seguir adelante...

Su corazón latía tan fuerte en sus oídos que no lo escuchó preguntarle


qué quería la primera vez.

―¿Franchesca?

―Oh, lo siento. Té. ¿De jengibre? ―Necesitaba algo para calmar su


estómago que actualmente estaba dando volteretas.

Él ordenó por ellos y la llevó a una pequeña mesa en la esquina.


Solícitamente, la ayudó a quitarse el abrigo. Si estaba dejando que ella se
quitara el abrigo, ¿se estaba preparando para una ruptura larguísima?
Preferiría que arrancara el vendaje y dejara que supurara pus al aire libre.

Bruto.

―Franchesca ―comenzó.

Ella cerró los ojos con fuerza, preparándose para la sacudida.

Pero no se produjo ningún rechazo. Sin palabras en absoluto. Abrió un


ojo para mirar. La miraba divertido.

―¿Qué estás haciendo?

―Me estoy preparando.

―¿Para qué?

―Para el discurso de 'ha sido un placer conocerte'.

―¿Eso es lo que piensas? ―Él rió―. Me sorprende que no intentaste


adelantarme y dejarme en el vestíbulo.

Ella se sonrojó.
―¿Lo pensaste? ―preguntó, en algún lugar entre asombrado y
divertido.

―No sabía qué era esto, pensé que estabas molesto. Yo... solo cállate.
¿Okey?

El barista gritó el nombre de Aiden y, aun riendo entre dientes, recogió


su pedido.

Le entregó el té y se volvió a hundir en su silla.

―Gracias.

―¿Por qué? No he hecho nada más que crear desastres desde que nos
conocimos.

―Por hacer lo que nadie más en toda mi vida ha tenido las pelotas para
hacer. Te enfrentaste a mi padre.

―¿Qué hay de tu madre? ―preguntó Frankie, soplando el vapor que


salía de su taza.

―Mamá lo convencía, lo mimaba. Ella nunca le gritó, nunca le dijo nada


por sus tonterías.

―Ves, esta es la razón por la que la gente se vuelve idiota. Están aislados
por fondos fiduciarios o torres de vidrio o títulos, y todos los demás están
demasiado asustados para señalar que se ha convertido en un monstruo.

―¿Pero llamarás monstruo a un monstruo?

―¿Y qué va a hacer? ¿Ir a abrir una tienda de delicatessen junto a la de


mis padres y dejarlos sin negocio? ¿Secuestrar a uno de mis hermanos?
Soy una de las personas pequeñas. Ni siquiera vale la pena la energía de
sacudirme.

Aiden negó con la cabeza.

―Pero eres importante para mí, eso te hace importante para él.
―No estás sugiriendo que tu padre haría todo lo que hizo Elliot,
conmigo, ¿verdad?

―Los Kilbourn son despiadados ―le recordó Aiden―. Te lo he dicho


antes.

―Despiadado o no, lastimarme solo te lastimaría a ti. Y por muy mala


que sea su actitud en este momento, no creo que tu padre quiera hacerte
daño.

―¿Qué quisiste decir con que me estaba saboteando porque dudaba de


sí mismo? ―preguntó Aiden, estudiándola mientras tomaba café.

―Un poco de psicología. Nadie se aleja de su imperio sin preocuparse


de estar tomando la decisión correcta. Él no sabe quién será si ya no es
parte de ese imperio, y esa realidad lo está golpeando.

―¿Entonces presionaste el botón?

―Hice un Aiden en él.

―¿Cuándo empezaste a jugar tan sucio? ―preguntó Aiden, tomando su


mano entre las suyas y trazando su pulgar sobre su palma.

―Cuando empecé a salir con los despiadados y saqueadores Kilbourn.


Aiden revisó su teléfono en busca de mensajes de Frankie mientras se
dirigía hacia el auto que lo esperaba. Acababa de terminar otra ronda de
reuniones con la gerencia de la empresa de desarrollo de aplicaciones
Goffman y podía sentir la emoción del impulso. Con algunos ajustes en la
estructura corporativa, una revisión de las terribles políticas existentes y
un cambio de marca bajo el paraguas de Kilbourn, podía ver un futuro
muy brillante para la empresa.

Su padre tendría que comerse sus palabras sobre este trato


eventualmente.

Estaba abriendo el mensaje de texto de Frankie cuando chocó con


alguien.

―Lo siento ―dijo, extendiendo la mano para estabilizar a la mujer.

―¡Oh, Aiden! ―Margeaux, la perra dama de honor de la boda de Chip


y Pru, lo miró fijamente con los ojos llenos de lágrimas.

De todas las personas con las que podía chocar en una acera concurrida,
tenía que ser la que probablemente lo demandaría o trataría de
chantajearlo para que la llevara a la cama.

―¿Estás herida? ―preguntó secamente, mirándola. Llevaba un abrigo


de lana color camel, su cabello rubio estaba peinado en gruesos rizos que
le caían hasta los hombros, la ceja que le faltaba casi había vuelto a crecer.
Ella lo agarró por las solapas de su abrigo y se arrojó contra su pecho.

―Solo necesito una cara amiga ―dijo con voz trémula.

Aiden miró su auto y suspiró. Estaba tan cerca.

―¡Simplemente no sé qué hacer! Mi novio y yo acabamos de pelearnos,


y él me dejó aquí ―dijo, su voz se convirtió en un gemido.

Aiden apretó los dientes. Ella era un ser humano horrible, pero un ser
humano horrible necesitado.

―¿Puedo ofrecerte un aventón? ―preguntó.

Ella asintió con la cabeza, mirándolo como si fuera su héroe personal.


No le gustó eso, había algo resbaladizo en esta mujer, como una anguila.
No pensó que ella apreciaría la analogía.

Le abrió la puerta y, con una mirada por encima del hombro, se deslizó
junto a ella. Ella se acomodó en el asiento, apoyándose contra él.

―¿Dónde podemos dejarte? ―Aiden preguntó enérgicamente.

―Oh, en Fifth y East 59. Por favor. ―Añadió la palabra como si fuera
una ocurrencia tardía. Sonaba extraña en sus labios.

Estaba jugando con su teléfono, todavía inclinada demasiado cerca. Él


sacó su propio teléfono, usando su codo para apartarla de su costado, y
hojeó sus mensajes. Frankie estaba dirigiendo otro taller de redes sociales,
y gracias a su conocida asociación con Aiden, la inscripción se había
disparado y los propietarios de pequeñas empresas esperaban que la
fortuna de los Kilbourn se expandiera a través de la ósmosis.

Frankie: Creo que medio esperan que vengas caminando por la puerta
repartiendo bolsas de dinero.

Aiden: Debería pasar con mis bolsas de dinero. Parece que tengo un exceso
ya que mi novia no me deja gastarlo en ella.

Frankie: Chico gracioso. Tengo que enseñarle a la gente cómo orientar


geográficamente sus anuncios de Facebook.
Aiden: Nos vemos esta noche, hermosa.

Ella respondió con un emoji de corazón y Aiden lo miró sintiéndose


como un rey. Ella no lo sabía, pero se estaba enamorando de él, solo tenía
que esperar el momento adecuado para llamar su atención y posiblemente
confesar que había llegado a la conclusión semanas atrás.

Estaba enamorado y por primera vez en su vida estaba pensando en los


próximos pasos en el departamento de las relaciones.

Envió una mirada en dirección a Margeaux. Ella estaba reclinada en el


lado opuesto del auto, con una sonrisa astuta en su rostro mientras sus
dedos volaban sobre el teclado de su teléfono.

―Entonces, ¿tuviste una pelea con tu novio? ―preguntó Aiden, sin


importarle realmente, pero les faltaban quince manzanas y su cambio de
actitud le ponía nervioso.

―¿Mmm? ―dijo, levantando la vista de la pantalla―. Oh, sí. Una pelea


y es la última en lo que a mí respecta. Me merezco algo mejor y me
ocuparé de conseguirlo.

―Mmm ―murmuró Aiden sin comprometerse. Por su limitada


experiencia con Margeaux, ella merecía que le vertieran jugo de limón en
cortadas de papel todos los días durante el resto de su miserable vida.
Pero, ¿quién era él para juzgar?

Él tenía a Frankie, y eso era todo lo que importaba, ya no habría que


cambiar una novia por otra, una heredera por otra. Él tenía lo que quería
finalmente.

Aiden consideró brevemente la idea de enviarle a Goffman una tarjeta


de agradecimiento por ser un idiota.

Se sentía confiado en el futuro, Franchesca estaría terminando su


maestría en dos meses y habían estado discutiendo qué haría
profesionalmente después. Él esperaba que considerara un puesto en su
empresa, ella se rió en su cara cuando lo sugirió, pero él era persuasivo,
podría agotarla y usarla. Incluso si ella no quería trabajar con él
directamente, tenía una serie de nuevas adquisiciones más pequeñas que
podrían usar su energía. Le gustaba el ámbito de las pequeñas empresas.
¿Quizás podría construir algo para que ella se las arreglara?

Lo sacaría a relucir en una semana más o menos y probaría las aguas.

―Llegamos ―anunció Morris desde detrás del volante. Cualquier


asunto que tuviera Margeaux era en un caro hotel art decó. Morris dio
media vuelta y abrió la puerta trasera. Aiden salió y le ofreció la mano a
Margeaux.

―Mucha suerte para ti, Margeaux ―dijo.

―No necesito suerte ―dijo con una sonrisa y luego se puso de puntillas
para presionar un beso en un lado de su boca―. Nos vemos.

Ella entró al hotel y Aiden negó con la cabeza.

Morris se estremeció.

―Esa es una persona malvada ―anunció.

―No te equivocas ―estuvo de acuerdo Aiden.


Una vez soltero, siempre soltero.

Aiden Kilbourn atrapado entrando a escondidas en un hotel con una


mujer de sociedad.

La novia de Aiden Kilbourn devastada por una aventura.


Frankie cerró la puerta principal del centro de desarrollo detrás de ella
y se echó el bolso al hombro, hacía frío y estaba oscuro, era una tarde de
marzo típicamente deprimente, pero tenía a Aiden y comida para llevar
que esperar en unas pocas horas. Dejaría que ese pensamiento la
mantuviera caliente en el camino a casa.

Su teléfono vibró en su bolsillo, pero antes de que pudiera


desenterrarlo, una figura en la sombra se apartó de la pared una tienda
más abajo.

―Bueno, pero si es mi vieja amiga Franchesca ―dijo Elliot Kilbourn con


picardía, poniéndose a la par de ella.

―¿Cómo está la nariz, Elliot? ―preguntó ella alegremente. Solo había


una razón por la que Elliot la estaría esperando. Problemas.

―Ahora ronco, gracias a ti.

―Considéralo un recuerdo para que no olvides que no debes secuestrar


personas.

―¿Sabías que no soy el único Kilbourn con secretos sucios? ―preguntó.


Su tono alegre la puso nerviosa.

Frankie se detuvo a medio paso.


―Mira. Terminemos con esto, ¿de acuerdo? Tuve un día muy largo.
Simplemente deja las mentiras y escúpelo.

―Vine a ofrecer mis condolencias ―dijo, sonriendo diabólicamente


como si disfrutara cada palabra―. La noticia está saliendo ahora mismo.

Él le entregó su teléfono y Frankie le dio a la pantalla una mirada


descuidada.

Una vez soltero, siempre soltero. Aiden Kilbourn deja a su novia por una
aventura en el hotel con una mujer de sociedad.

Las fotos. Dios. Las fotos. Aiden con Margeaux Maldita Cara de Culo
en sus brazos en una acera de la ciudad. Sus cabezas estaban inclinadas el
uno hacia el otro con los rostros serios. Parecía... íntimo. Aiden en su
limusina con Margeaux acurrucada contra su costado. Ella haciendo
pucheros por la selfie mientras él miraba su teléfono. Luego, Aiden y
Margeaux saliendo del auto frente a un hotel y Margeaux inclinándose
hacia él, dándole un beso en la boca.

Frankie iba a asesinar a alguien. Simplemente no estaba segura de con


quién empezar.

Sin decir palabra, le devolvió el teléfono a Elliot.

―Él no es el tipo que pensabas que era ―dijo Elliot―. Es egoísta y cruel
y solo se preocupa por sí mismo.

Frankie comenzó a alejarse. Su estómago estaba revuelto por la ira, el


dolor y la confusión.

―También hay un video de Snapchat, pero probablemente no necesites


ver eso ―dijo, acelerando el paso para seguir el ritmo de ella―. Y hay una
cosa más.

Frankie cerró los labios con fuerza. Iba a vomitar. O gritar. O ambos.

―Aiden es la razón por la que Chip dejó a tu amiga hace tantos años.

―¿Qué acabas de decir? ―Frankie se detuvo en seco.


―Él y Chip estaban hablando en casa de mis padres, no sabían que yo
estaba cerca. Nunca me notaban.

Frankie vio la amargura en los ojos de Elliot.

―Chip mencionó que estaba pensando en proponerle matrimonio


pronto, pero a Aiden no le gustó eso. Le dijo a Chip que no creía que Pruitt
fuera una buena pareja, que ella no era el tipo de compañera que él
necesitaba. Chip no vio lo que él estaba haciendo, pero yo sí.

―¿Qué estaba haciendo? ―Su teléfono vibró de nuevo y supo sin mirar
que era Aiden.

―Tiraba de los hilos como un titiritero. Un Kilbourn lo aprende desde


que nace. Cómo hacer que las personas hagan lo que tú quieres que hagan,
él 'guio' a Chip a la misma conclusión, diciéndole que Pruitt era
demasiado inmadura, demasiado necesitada, que ella no sería la
compañera adecuada para él.

―¿Por qué tendría que hacer eso? ―Frankie preguntó, su voz apenas un
susurro. ¿Por qué Aiden arruinaría la felicidad de Chip? ¿Por qué pondría
en marcha años de miseria y dolor en Pruitt?

―¿Quién sabe? ―Elliot se encogió de hombros―. ¿Quizás él la quería


para él? ¿Quizás no podía soportar ver feliz a su amigo? El caso es que no
es el hombre que pensabas que era.

―Vete a casa, Elliot ―dijo Frankie en voz baja. Una tonelada de ladrillos
acababa de sepultarla, y lo que es peor, no los había visto venir. Debería
haberlo sabido.

―Lamento ser el portador de malas noticias ―ofreció, todavía


sonriendo por cualquier triunfo que había logrado al cortarla y dejarla
sangrando.

―No, no lo lamentas.

Ella se alejó, y esta vez, él no la detuvo. Salió silbando una alegre


melodía.
El teléfono de Frankie vibró de nuevo y lo sacó. Aiden.

Había llamado cuatro veces hasta ahora. Pru también llamó, pero ella
no estaba preparada para hablar. Necesitaba ir a algún lugar y su hogar
ya no era una opción.

Él la encontraría ahí.

Se dio la vuelta y volvió a entrar en la oficina a oscuras. Frankie cerró


la puerta con seguro detrás de ella, llevó su computadora portátil al piso
de arriba, a la sala de conferencias y se sentó en la oscuridad.

Sacó el primer blog de chismes que se le ocurrió y se obligó a leer el


artículo y a mirar las fotos.

―Oh, mierda. Realmente hay un video ―murmuró para sí misma.


Frankie no se consideraba una cobarde en las peores circunstancias, pero
aun así le tomó casi cinco minutos presionar el botón.

Era Margeaux, esa idiota desagradable, tendida sobre el cuero de un


asiento de limusina. Su cabeza estaba en el regazo de un hombre, él
llevaba un traje gris, como el de Aiden en las fotos. Ella estaba jugando
con su corbata, acariciando su muslo. Me dirijo al Manchester para disfrutar
de la tarde ronroneó. Frankie quería romper su computadora portátil,
partirla por la mitad, prenderle fuego, cualquier cosa para quitarse de la
cabeza la imagen de Margeaux y Aiden. Una mano en el video descendió
para acariciar la mandíbula de Margeaux.

Frankie frunció el ceño y puso la pausa. Hizo una copia de seguridad


del video y lo vio de nuevo. La mano estaba mal. También el reloj, Aiden
llevaba un reloj Patek Philippe que costaba más que la casa de sus padres
cuando la compraron hace cuarenta años, fue un regalo sentimental y
llamativo de su padre al incorporarse a la empresa. El hombre del video
usaba uno de Cartier.

Hijo de puta.

Volvió a las imágenes, la primera en la acera, fue filmado como para


resaltar el rostro de Margeaux mientras miraba a Aiden, su rostro estaba
inclinado hacia otro lado. Definitivamente era él, pero había algo en la
foto, no era la toma borrosa de un turista o la imagen apresurada de un
paparazzi. Se veía nítida, clara y profesional. ¿Estaba orquestado?

Frankie se frotó las sienes, su teléfono vibró de nuevo en la mesa frente


a ella, era Gio.

―¿Qué? ―ella respondió.

―Chica, no sé qué está pasando, pero Aide está a unos cinco segundos
de destrozar Brooklyn ladrillo a ladrillo buscándote.

―¿Viste las noticias? ―ella preguntó.

―Sí, lo vi ―dijo Gio, sonando más molesto que furioso.

―¿La primera fila en un juego de los Knicks es suficiente para comprar


tu lealtad? ―preguntó Frankie.

―Jesús, Frankie. El tipo del video se hizo la manicura, no es Aiden. El


tipo está perdiendo la cabeza, hermana. Sé que me odiarás por esto, pero
creo que alguien le tendió una trampa.

Ella ya había llegado a la misma conclusión, pero eso no explicaba las


otras imágenes. El abrazo, el beso y estaba toda esa otra cosa sobre
destruir la felicidad de su mejor amiga en el mundo.

―No estoy lista para hablar con él todavía ―dijo Frankie.

―¿Puedo al menos decirle que estás bien?

―Okey. Lo que sea. Mira, tengo que irme.

―¿Estás bien? ―preguntó Gio.

Por primera vez, sintió que las lágrimas le picaban en los ojos.

―En realidad no ―dijo, con la voz quebrada.

Gio maldijo.

―Escucha. Sabes que te apoyo, ¿verdad? No importa qué.


―Sí. Lo sé ―dijo ella, encontrando un poco de consuelo en eso. La familia
primero.

Colgó y llamó a la única persona que le diría la verdad.


Aiden abrió la puerta de su ático de una patada y entró. El recepcionista
había llamado para decirle que la señorita Baranski lo estaba esperando.
La vio sentada en el sofá de cuero, con una bolsa en el suelo y dos vasos
de whisky delante de ella. El alivio, rápido y feroz, lo atravesó.

―Franchesca ―susurró su nombre.

Ella se volvió hacia él, pero no lo miró a los ojos y el estómago de Aiden
se hundió. La alcanzó, pero el escalofrío que desprendió lo detuvo.

―Dime que no lo crees ―dijo en voz baja. Necesitaba que ella lo


conociera, que confiara en él. La idea de que alguna vez pudiera pensar
que él...

―Algunas de las imágenes son reales ―dijo rotundamente.

Él asintió.

―Sí. Me la encontré después de mi reunión de esta semana. Chocó


conmigo y actuó como si estuviera llorando, dijo que tuvo algún tipo de
pelea con su novio.

―La llevaste ―completó Frankie.

―Sí. Solo un aventón. ―La alcanzó de nuevo, pero ella se inclinó hacia
delante, tomó un vaso y se lo entregó.
Él cerró los dedos alrededor del frío del cristal y deseó que fuera su piel.
Si pudiera tocarla, todo estaría bien. No podían mentirse el uno al otro
cuando se tocaban.

―Te creo ―dijo simplemente, y la bola en el estómago de Aiden se


disolvió. Se arrodilló frente a ella, tirando el whisky sobre la alfombra y
pasando las manos por la parte exterior de sus muslos.

―Lo siento mucho, no sé por qué Margeaux habría hecho algo así.
Atención o...

―Venganza ―añadió Frankie―. ¿Sabías que estaba involucrada con


Elliot?

La columna vertebral de Aiden se puso rígida. El alcohol empapó las


rodillas de sus pantalones. Elliot. No era sobre Margeaux y el falso
escándalo. Esto era Elliot y lo que le había dicho.

―No lo sabía ―comenzó, esperando a que ella determinara su destino.

―No voy a hacer esto más, Aiden. ―Su voz era tan tranquila, tan plana.

―Franchesca, no puedes irte. ―No podía, para ella era físicamente


imposible marcharse, tenía posesión de su corazón. Si se marchaba, se
marcharía con él.

Ella negó con la cabeza y cuando lo miró a los ojos, él vio el


temperamento en sus ojos.

―No me digas 'no puedes'. Estoy harta de estar en un maldito circo.

Ella se levantó y él la agarró por las caderas, su frente aterrizando en su


estómago.

―Franchesca.

Ella lo puso de pie.

―Mírame, Aiden ―ordenó.


Él hizo lo que le dijo y tomó su rostro entre sus manos. Cerró los ojos
por un momento y cuando los abrió, supo que la había perdido.

―Quiero que entiendas que sé que no tuviste una aventura con


Margeaux. Sé que no me habrías hecho eso.

―Entonces por qué... ―él se calló. Sabía por qué, solo quería que ella
dijera las palabras que merecía escuchar.

―Quiero oírte decirlo. ―Sus palabras hicieron eco de sus propios


pensamientos―. Quiero que me lo digas.

Aiden apretó la mandíbula. Se sintió impotente. ¿Era este el karma por


todos sus años de manipulación, viviendo por la búsqueda del éxito a
toda costa? Podría haberlo tenido todo y ahora se quedaría con todo lo
que tenía antes. Irónicamente, sumaba el equivalente a nada sin
Franchesca.

―Tenía miedo de que ella no fuera la adecuada para él, parecía tan
joven, tan inmadura. Fue mi primer amigo de verdad y lo estaba
cuidando. En ese momento, no pensé que ella fuera la compañera
adecuada para él.

Frankie se estremeció ante sus palabras y sintió su dolor como si fuera


su propia herida.

―Continúa ―dijo rotundamente.

―Ella se acababa de graduar y estaba hablando de comprometerse,


pensé... pensé que era un error. No me di cuenta de lo fuertes que eran
sus sentimientos por él. Solo había visto a Pruitt un puñado de veces,
pensé que le estaba haciendo un favor.

―¿Sabes lo devastada que ella estaba? ―Frankie preguntó, su voz baja


y tensa.

―No tenía ni idea hasta que lo mencionaste en la boda. Cuando


volvieron a encontrar el camino de regreso, parecían mucho más
adecuados. Era más estable, más madura, era buena para él. Pensé que el
tiempo de separación estaba justificado.
―No comía, Aiden. No podía levantarse de la cama. Debería haber sido
hospitalizada, pero en vez de eso sus padres la llenaron de medicamentos
contra la ansiedad y le pusieron una enfermera de tiempo completo. Ella
pensaba que había conocido al indicado, pensaba que su futuro estaba
comenzando y luego tú se lo quitaste porque no era lo suficientemente
buena.

Su voz se elevó bruscamente.

―Franchesca, cariño. Lo siento mucho, nunca quise causar ningún


daño, estaba cuidando a un amigo y si hubiera sabido lo mucho que Pruitt
sentía por él, nunca habría dicho nada.

―Si ella no era lo suficientemente buena, entonces ¿qué soy yo, Aiden?
Si Pruitt 'Sangre Azul' Stockton no es lo suficientemente buena, ¿por qué
perdiste tanto tiempo en los barrios bajos conmigo?

Él la agarró por los brazos.

―Eres todo para mí, Franchesca. Todo lo que no sabía que me estaba
perdiendo, todo sin lo que no puedo vivir ahora. Te amo.

Los vio, brillantes en sus ojos. Conmoción y horror.

―¿Que acabas de decir? ―No había nada plano y apagado en su tono


ahora.

―Dije que te amo, joder.

―¡No puedes manipularme con esa palabra! No puedes sacarlo y


decirlo cuando estás en un jodido problema por lastimar a las personas
que amo. No puedes usar el amor como una herramienta para conseguir
lo que quieres.

El pánico le subía por la garganta.

―Es la verdad, Franchesca. Maldita sea. No soy bueno en esto. Nunca


le he dicho a nadie que no sea mi madre que yo...
―¡Deja de hablar, Aiden! Cristo. Soy una persona normal. La gente
normal no tiene fotógrafos siguiéndolos o imbéciles ricos que intentan
destruir sus relaciones. La gente común no usa el amor como arma.

―¿Qué quieres que haga? Dímelo y lo haré ―exigió Aiden.

―Quiero que me dejes ir ―gritó Franchesca.

―¡No! ―Haría cualquier cosa por ella. Simplemente no eso.

―No puedes decidir mantenernos juntos. Heriste a mis amigos, me


lastimaste y no me lo dijiste tú mismo, tuve que escucharlo de tu
espeluznante hermano que estaba esperando para saltar fuera de mi
oficina. A donde quiera que vaya, hay un Kilbourn diciéndome que no
soy lo suficientemente buena.

―Elliot es mi problema. Yo me ocuparé de él.

―Él cocinó esto. Él y Margeaux. Apostaría su gran cuenta corriente. Pru


y yo los vimos cuando salimos a almorzar, pensé que estaban saliendo,
pero estaban conspirando.

―Elliot quiere que compre su parte para salir de la empresa. Dijo que te
hablaría de Pru y Chip si no cerraba el trato.

―Entonces, ¿por qué no lo hiciste? ―Frankie demandó.

―Pensé que estaba fanfarroneando.

―¡Maldita respuesta incorrecta, Kilbourn!

―¡Es la verdad! ―Aiden rugió.

―¡Sé que es la verdad! ¡Ese es el problema! No puedo lidiar con esto,


Aiden. No quiero pasar mi vida siendo superada o engañada o
amenazada o usada constantemente por tu apellido. Quiero una sociedad,
y eso no es lo que tenemos nosotros.

Ella hizo un movimiento hacia su bolsa de lona y él la detuvo,


agarrándola del brazo.
―Podemos tenerlo. Te lo juro, Franchesca.

―Dijiste que me darías todo lo que quisiera ―dijo, mirándolo


acusadoramente.

―Cualquier cosa.

―Pero ni siquiera pudiste ser honesto conmigo. Dime, cuando Elliot se


acercó a ti con lo que sabía, ¿Se te ocurrió siquiera decir la verdad?
¿Aceptarlo y esperar lo mejor?

¿Lo había considerado? ¿O simplemente había decidido manejarlo?

―Todo es un juego de poder para ti ―dijo en voz baja―. Y he terminado


de que jueguen conmigo.

Ella trató de liberarse de su agarre, pero él se aferró con más fuerza.

―Me estás lastimando.

―Tú me estás lastimando a mí, Franchesca. Hablemos de esto. ¡Déjame


arreglar esto! ―Si ella salía por esa puerta, sabía que nunca volvería. Era
como intentar contener la marea, pero estaría condenado si al menos no
lo intentaba.

»No miento cuando digo que te amo. Realmente lo sentí y supe lo que
era en la casa de mi madre. Te miré en la audiencia y fuiste todo lo que vi.
Eres todo lo que quiero ver todos los días por el resto de mi vida. Por
favor, no dejes que esto nos separe, Franchesca.

―¿Sabías que me amabas desde hace cuántas semanas y no pensaste en


decírmelo? ¿Como un as en la manga? ¿Tu tarjeta para salir de la cárcel
gratis? ¿Ves lo jodido que es eso? ¿Crees que eso es lo que me merezco?

―No, claro que no. Nunca antes me había enamorado, Franchesca. Así
que discúlpame si no sé cómo procesarlo. Me costó una batalla conseguir
que salieras conmigo, no sabía cómo sería decirte esas palabras y no
escuchar nada más que silencio a cambio. No estaba listo.
―¿Quién dijo que habría silencio, idiota? ―El temperamento y las
lágrimas brillaron en sus ojos―. ¿Quién dijo que eras el único que tenía
esos sentimientos?

Él la agarró por los brazos.

―¿Qué estás diciendo?

―Estoy diciendo que yo también te amaba. ¡Eres un idiota!

¿Amaba? ¿Cómo podría ser tiempo pasado justo así?

―¿Por qué no me lo dijiste?

―Porque eres Aiden Kilbourn, soltero permanente y mujeriego. Estás


casado con tu trabajo y no supe cómo decirlo. No lo estaba guardando
para inclinar la balanza en el momento adecuado. Simplemente no sabía
cómo decírtelo sin romper mi propio corazón.

―Franchesca, podemos hacer que esto funcione. Nos amamos.

―No es suficiente.

―Tiene que serlo.

Ella negó con la cabeza, se soltó de su agarre y levantó las manos


cuando él dio un paso adelante.

―Mírame. Entiéndeme. No quiero estar aquí y no quiero que vengas


detrás de mí.

―¿Por qué no podemos hablar de esto? ¿Por qué no me dejas arreglar


esto?

―Porque un equipo arregla las cosas juntos, Aiden. Y no somos un


equipo y no estamos juntos.

Él dio un paso atrás como si le hubiera dado un golpe físico. Este no


podría ser el final, pero ella estaba recogiendo su bolso y avanzando hacia
la puerta. Hizo una pausa, con la mano en el pomo.
―No me hables. No vayas a buscarme. No me llames.

Dios, ella lo decía en serio. Nunca la había visto tan seria y tan herida y
él había provocado eso.

―Y una cosa más, Elliot está tratando de arruinarte, Aiden. Ten cuidado
ahí.

Se fue cerrando la puerta detrás de ella con un suave clic, y toda la luz
se apagó de su mundo.
De vuelta en su apartamento, en la cama que habían compartido,
finalmente dejó que las lágrimas salieran. Calientes y saladas, quemaron
caminos por sus mejillas y empaparon la almohada debajo de ella. La
almohada de él. Ella había sabido, ¿no es así? que así era como terminaría.
Había tomado precauciones, pero al final, nada podría haber protegido
su corazón de Aiden.

Él se veía tan roto cuando se fue, sintió el eco de su dolor dentro de ella.
Ambos tenían la culpa, ella por enamorarse de él y él por decepcionarla.
Siempre estaría buscando una forma de ganar, estaba en su sangre.

Frankie se dio la vuelta, apretó la almohada contra su pecho y lloró


hasta que se durmió.

La aburrida mañana de invierno gris hizo poco para convencerla de que


se levantara de la cama. Había visto a Pru en las profundidades de la
desesperación por Chip y se había prometido a sí misma que nunca
dejaría que un hombre la destrozara de esa manera. Y aquí estaba,
adolorida por dentro, con los ojos hinchados por tantas lágrimas
derramadas.

Hoy no podría. No podía salir al mundo, no con las noticias de Aiden


y Margeaux salpicadas con aire de suficiencia en todos los blogs y sitios
de noticias de la ciudad. No con la verdad de su soledad.

Le envió un mensaje de texto a Brenda y le envió sus disculpas diciendo


que no se sentía bien y que no podía ir hoy.
Estupendo. Ni siquiera la amenaza de pérdida de ingresos podría
tentarla a levantarse de la cama. Era oficialmente una mujer rota. Ni
siquiera quería comida. Solo quería que la dejaran sola.

Como si el universo hubiera escuchado ese pensamiento, hubo un


fuerte golpe en su puerta. El corazón de Frankie se aceleró al pensar que
podría ser Aiden quien mágicamente encontró las palabras adecuadas
para detener su dolor. Se tapó la cabeza con una almohada y fingió que el
mundo no existía.

Desafortunadamente, el mundo tenía la llave de su apartamento. Dos


cuerpos grandes golpearon su colchón, empujándola bajo las mantas.

―Váyanse.

Su almohada, la que olía como el champú de Aiden ―oh Dios, su


champú de mil millones de dólares todavía estaba en su ducha― fue
arrancada de su cara.

Su hermano Marco le sonrió.

―Ahí estás ―dijo alegremente.

―Váyanse.

―Somos nosotros o mamá, y está acurrucada en posición fetal llorando


por todos esos hermosos bebés Kilbourn que nunca podrá sostener
―anunció Gio desde los pies de su cama.

Frankie hizo lo último que sus hermanos esperaban que hiciera, ella se
echó a llorar. En todos sus años de adulta, nunca había llorado en su
presencia, ni siquiera aquella vez en que uno de sus primos bufones le
rompió el brazo jugando al fútbol americano en Acción de Gracias.

―Oh, mierda ―susurró Marco.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Gio.

―Todavía puedo oírlos, idiotas ―sollozó Frankie, arrancando la


almohada de la mano de Marco y sosteniéndola sobre su cabeza.
―¿Está tratando de asfixiarse?

―Llamaré a Rach. Ella sabrá qué hacer.

―¡No vas a llamar a nadie! ¡Estoy bien! ―Frankie gimió. Si se iba a


humillar a sí misma, se comprometería a hacerlo. Al menos les enseñaría
a sus hermanos a no volver a entrar en su apartamento sin una invitación
expresa.

No es que estuvieran interrumpiendo nada. Nuevo plan de vida: iba a


envejecer mucho y a rescatar a un grupo de gatos que algún día se la
comerían mientras ella estuviera durmiendo.

Frankie escuchó a Marco hablar por teléfono en su sala de estar a través


de las paredes delgadas como el papel.

―Nunca la había visto así antes ―estaba diciendo.

―¿Qué podemos hacer, Frankie? ―Gio preguntó―. ¿Quieres que


vayamos a darle una paliza?

Ella se sentó erguida.

―¡No, no quiero que le den una paliza!

Él frunció el ceño.

―¿Quieres que le demos una paliza a ella?

―Quizás. ―Sacudió su cabeza―. No, no quiero que nadie le dé una


paliza a nadie. No era verdad, lo engañaron, pero todavía rompimos.
¿Okey?

―Estoy confundido.

Se dejó caer en la cama y se tapó la cara con la almohada.

Marco regresó a la habitación.

―Rach me dio una lista muy específica. Iré a buscar las cosas, quédate
aquí y no la dejes mirar por la ventana.
―¿Por qué? ―preguntó Frankie, incorporándose de nuevo.

―Mierda. Pensé que no podías oírme a través de la almohada.

―¿Qué hay fuera de mi ventana? ―Frankie trepó por el colchón y Gio


se lanzó hacia ella, pero lo esquivó. Apretó la cara contra el cristal sucio―.
Tienes que estar bromeando.

―Malditos paparazzis ―suspiró Gio.

―¿Por qué hay camarógrafos fuera de mi edificio?

―Supongo que no viste las noticias hoy.

―¿Qué diablos pudo haber pasado?

―Aiden presentó una demanda contra esa chica Mar-goat y todos los
blogs y sitios de noticias que publicaron la historia. La mayoría de ellos
ya publicaron retractaciones.

―¿Cómo es esta mi vida? ―murmuró para sí misma.

―Voy a salir por el callejón. Vuelvo dentro de poco ―dijo Marco,


encogiéndose de hombros para ponerse el abrigo.

Frankie bajó las persianas, arrojando el apartamento a la especie de


oscuridad lúgubre que sentía en su corazón. Dejó que Gio la convenciera
para que al menos se levantara de la cama y se peinara el cabello, pero
cuando vio el peine de Aiden y un par de calzoncillos bóxer en la cesta,
perdió todo deseo de comportarse como un humano.

Se desplomaron en el sofá mirando una repetición hasta que Marco


regresó.

―Está bien, tenemos algunas revistas brillantes que no dicen nada


acerca de mantener a tu hombre en la portada ―dijo descargando la bolsa
en su mesa de café―. Algunos pañuelos en caso de que vuelva a suceder
lo que pasó ahí. Seis tipos diferentes de barras de chocolate. Dos botes de
helado porque más que eso y te odiarás por la mañana y un litro de sopa
de pollo con fideos.
―¿Qué hay en la otra bolsa? ―Frankie preguntó, sollozando.

―Compré un montón de Blu-ray explosivos que podemos ver. Y el


camión de tacos estaba a dos cuadras, así que también compré algunos de
esos.

―Gracias, Marco ―dijo ella―. Gracias, Gio.

Gio le revolvió el pelo recién cepillado y le dio la vuelta.

―Familia.

Aiden no había llamado. Cuando finalmente tuvo el valor de volver a


encender su teléfono, tenía quince llamadas perdidas de él, pero eso fue
antes del enfrentamiento en su ático. No la había llamado desde entonces.
Pero había enviado mensajes de texto.

Aiden: Sé que dijiste que no llamara, pero no dijiste explícitamente que no


enviara mensajes de texto. Y hasta que me digas lo contrario, seguiré
enviando mensajes de texto. Te extraño. Lo siento.

Aiden: Tengo exactamente todo lo que tenía antes de ti, pero ahora se
siente como si nada.

Aiden: Ojalá estuviéramos en tu sofá abrazándonos, yo jugando con tu


cabello y las sobras enfriándose en la mesa. Te extraño.

Aiden: Estoy demandando a un montón de personas hoy. Pensé que


deberías saberlo. Nadie se sale con la suya al hacerte daño, Franchesca. Ni si
quiera yo, estoy en la miseria sin ti.

A la mañana siguiente comenzaron los regalos. Sin contacto directo.


Solo pequeños obsequios con tarjetas escritas a mano entregadas por
mensajero. El martes, envió un montón de novelas románticas y una
valiosa tarjeta de regalo al salón de Christian a su apartamento. El
miércoles, cuando finalmente regresó al trabajo, él hizo que le entregaran
chocolate caliente gourmet para ella, Brenda y Raúl. Frankie no quería
saber cómo sabía que estaba en el trabajo. Si todavía la estaba vigilando,
significaba que él todavía tenía esperanzas. Algo que ella ya no tenía.

El jueves, Frankie encontró un paquete de calcetines peludos hasta la


rodilla afuera de la puerta de su apartamento. Del tipo que le encantaba
llevar debajo de las botas.

El viernes le envío un pijama suave y sedoso. No lencería sexy, sino del


tipo que te pondrías después de una larga semana y vivirías con el puesto
el fin de semana. Se los puso inmediatamente y se acurrucó en el sofá con
la sudadera de Yale de Aiden que había sacado del cesto de la ropa sucia
para que no perdiera su olor.

La semana fue un borrón de sin comentarios cuando (rara vez) se


aventuraba a salir en público y era poco entusiasta. Estoy bien en el trabajo
y alrededor de la mesa del comedor de su madre. Sentía frío por dentro
como si se hubiera instalado el invierno en su interior y nunca más se
calentaría.

Y todas las noches, se quedaba dormida en el sofá sin encender el


televisor, evitando la gran y hermosa cama y sus recuerdos.
Aiden miró por la ventana de su oficina, ignorando el montón de cosas
que exigían su atención en el escritorio. No tenía nada que dar, el solo
hecho de aparecer lo agotaba. Estaba desconectado, cerrado y estaba
afectando su trabajo, Oscar caminaba sobre cáscaras de huevo a su
alrededor, las reuniones se reprogramaron mágicamente para fechas
futuras. Su madre se pasó toda la cena juntos anoche sonriéndole con
simpatía.

Y Aiden no le importaba.

Su teléfono de escritorio sonó.

―¿Sí?

―Hay dos caballeros corpulentos de Brooklyn aquí para verte


―anunció Oscar.

―Vamos a entrar, Aide. ―Aiden escuchó la voz de Gio a través de la


puerta.

Estupendo. Justo lo que necesitaba, los hermanos Baranski listos para


darle una paliza.

―Envíalos ―suspiró.
Un segundo después, su puerta se abrió, y Gio y Marco entraron
tranquilamente. Probablemente estaban jugando con calma, así que Oscar
no llamó a seguridad de inmediato.

Marco se desplomó en una de las sillas de visitantes mientras Gio


merodeaba por la oficina. Aiden no podía decir si estaba admirando la
vista o buscando las cámaras de seguridad.

Él esperó a que uno de ellos hablara primero, lanzando amenazas o


acusaciones, exigiendo rodillas en sacrificio o cualquier parte del cuerpo
que los hermanos Baranski rompieran por su hermana pequeña.

―Hermano, ¿qué diablos? ―preguntó Marco, rompiendo el silencio―.


Tienes que cuidarte de chicas así.

―Chicas así, ¿cómo? ―Aiden preguntó con calma.

―Esa chica, Margeaux ―completó Gio, acercándose para apoyarse en la


esquina de su escritorio.

―Ella exuda maldad, hombre. Me sorprende que te lo tragaras y dejaras


que te tendiera una trampa ―suspiró Marco.

―¿Me lo tragara? ¿Ustedes me creen que no pasó nada?

Gio resopló.

―Frankie es carne de primera, ¿se supone que debimos creer que


pasarías por el drive-thru 13 con una Skeletor 14 , cara estirada,
rompepelotas?

―Entonces, ¿ustedes no están aquí para darme una paliza? ―Aiden


aclaró.

Los hermanos echaron la cabeza hacia atrás y se rieron, pero no le


dieron un sí o un no definitivo.

13
Zona para pedir comida para llevar sin bajar del auto.
14
Personaje de ficción dentro del universo Masters of The Universe, era un mago que perdió la piel de su
rostro luchando contra el Rey Randor de Eternia, padre de Adam (He-Man).
El teléfono de Aiden sonó y miró la pantalla.

Oscar: ¿Necesito llamar a seguridad?

Aiden: No, a menos que me escuches llorar por mi mami.

Volvió su atención a los hermanos.

―Entonces, ¿por qué están aquí?

―Frankie está destrozada ―anunció Gio.

―Pensamos que probablemente tampoco lo estabas pasando tan bien


―intervino Marco.

―Se podría decir eso ―dijo Aiden, mirando el desorden en su


escritorio―. Necesito recuperarla.

Marco suspiró y se pasó una mano por su espeso cabello.

―No lo sé, hombre.

Aiden se pasó una mano por la frente.

―¿Ningún consejo, ninguna llave mágica para que me perdone?

―¿Alguna vez te habló de nuestro primo segundo Mattie? ―preguntó


Gio.

Aiden negó con la cabeza.

―Sí, eso es porque ella no dice su nombre. Él le metió chicle en el pelo


cuando tenía nueve años y mamá tuvo que cortárselo. No volvió a hablar
con Mattie hasta su boda el año pasado.

―Ella no es muy buena perdonando ―dijo Marco―. Más bien, como


jamás.
―No puede terminar ―dijo Aiden, empujando su teléfono sobre el
escritorio. Ni una sola vez había respondido a uno de sus mensajes de
texto o regalos. La desesperación hizo que le doliera el pecho.

―Ah, mierda ―suspiró Gio, rascándose la nuca―. Mira. No puedes


seguir enviándole mensajes de texto y enviándole cosas, ¿de acuerdo?
Todo lo que hagas parecerá una guerra psicológica.

―¿Quieres que me rinda? ―preguntó Aiden.

―No, hombre ―dijo Marco―. Solo haz que parezca que te estás
rindiendo.

―Miren, chicos. No he dormido bien, no entiendo lo que están tratando


de decir ―dijo Aiden.

―Nuestra Frankie es una chica inteligente, obstinada pero inteligente


―comenzó Gio.

Marco se movió en su silla.

―Lo jodiste a lo grande, pero ella también.

―Ella no hizo nada ―argumentó Aiden.

―Ha tenido un pie fuera de la puerta toda su relación porque pensó que
terminaría mal. Estaba asustada, y si alguna vez le repites eso, te joderé y
diré que mientes ―dijo Gio, señalándolo con el dedo.

―Ella sólo estaba buscando una excusa ―dijo Aiden a medias para sí
mismo.

―Sí, pero dado su nivel actual de miseria, si le das algo de espacio, se


dará cuenta de que ella tampoco es la parte inocente aquí.

―¿Cuánto espacio? ―preguntó Aiden. Necesitaba que se lo explicaran.


La idea de abandonar sus esfuerzos y ceder el control era aterradora, pero
una pequeña chispa de esperanza se encendió en su pecho.

―Todo el espacio ―dijo Marco.


―Sin mensajes de texto, sin regalos, sin nada ―agregó Gio.

Aiden se cubrió los ojos por un minuto tratando de comprender la idea


de darse por vencido y esperar lo mejor. Iba en contra de todo en su ADN
dejar las cosas al azar.

―Estaba pensando en pagar sus préstamos estudiantiles ―admitió. Sus


pequeños gestos no habían llamado su atención, quizás uno más grande
lo haría. Al menos se habría visto obligada a ir a su oficina y gritarle.

―¡Oh, Dios, no! ―Marco dijo, luciendo horrorizado.

―Odiaría eso, hombre ―estuvo de acuerdo Gio―. No, repito, no vayas


a tirar montones de dinero sobre Frankie. Simplemente les prenderá
fuego.

―Entonces, ¿me rindo? ¿La dejo en paz?

―Harás que parezca como que te estás rindiendo ―dijo Marco como si
hubiera una diferencia.

―Si hago esto, ¿creen que hay alguna posibilidad de que me perdone?

―Sí ―dijo Gio solidariamente―. Así es.

―Una muy pequeña ―dijo Marco y se encogió de hombros cuando su


hermano le lanzó una mirada de incredulidad―. ¿Qué? No quiero que se
haga ilusiones si ella decide ser la Reina Perra de hielo con él
permanentemente.

―Escucha, tienes que pensar en algo más, Aide. ¿Estás dispuesto a


perdonarla? Porque ella te abandonó en lugar de apoyarte, si alguna vez
le dices esto, arruinaré tu cara bonita y probablemente también tu
elegante traje, y si vas a dejar esos resentimientos latentes, no tienes
oportunidad.

Los filósofos de Brooklyn estaban sentados en su oficina dándole


consejos y la más mínima pizca de esperanza.

―No los dejaré latentes ―prometió.


―Bien. ―Los hermanos asintieron.

―Tienes un buen lugar aquí ―dijo Marco, mirando a su alrededor.

―¿Qué? ¿Estamos haciendo una pequeña charla ahora? ―preguntó Gio.

―Solo estoy siendo educado. ―Marco pateó la rodilla de Gio donde


descansaba sobre el escritorio.

―¡Ay! ¡Cabrón!

Oscar: ¿Fue un golpe al cuerpo lo que acabo de escuchar?

―Como sea ―dijo Gio, mirando el reloj de su teléfono.

Aiden se sintió tenso, no quería que se fueran, ellos se sentían como su


única conexión tangible con Frankie.

―¿Quieres ir a comer algo? ¿Quizás un bistec? ―Marco le preguntó a


Aiden.

Aiden asintió mientras el alivio lo recorría. No lo estaban abandonando.

―Sí, sí quiero.
―No estoy seguro de cómo decirte esto, Frankie ―comenzó Raúl por
tercera vez, aclarándose la garganta. Brenda se sentó a su lado en la mesa
de conferencias para contener las lágrimas con un tercer pañuelo de papel.

Frankie vio su archivo de empleado en la mesa y conectó los puntos a


los cinco segundos de entrar en la habitación.

―Perdimos a uno de nuestros donantes ―anunció Raúl―. Dos de ellos,


en realidad. Ya ni siquiera están financiando, así que no fue que hicieras
nada malo en la solicitud para donaciones. No fue nada de lo que hicimos
como organización, fue solo... mala suerte.

Ella sintió que su vida no había sido más que mala suerte en las últimas
semanas.

―Entonces, lo que estoy tratando de decir... ―Raúl respiró hondo―... es


que cerraremos la oficina. No podemos seguir sirviendo a la comunidad
empresarial sin esos fondos, y hemos estado hablando de jubilarnos por
un tiempo.

Brenda se sonó la nariz ruidosamente.

―Y eso significa que tu empleo también se terminará. ―Raúl ahogó las


palabras y alcanzó su café, logrando derramar la mayor parte.

―Está bien, entonces ―dijo Frankie, demasiado entumecida para


procesar nada. Era la trayectoria de su vida, cayendo en picada. A estas
alturas de la próxima semana, se estaría calentando las manos sobre las
llamas abiertas en el infierno si continuaba su descenso―. Empacaré mis
cosas y me iré.

Los sollozos silenciosos de Brenda se convirtieron en gemidos en toda


regla.

―¡Lo sentimos mucho, cariño! Y después de todo lo que has pasado...

Frankie se levantó y les dio a cada uno un abrazo mecánico. Habían


sido sus mentores, unos segundos padres y amigos para ella, y ahora ellos
también estaban fuera de su vida.

―¿Podemos llevarte a almorzar o... algo? ―preguntó Raúl.

Ella sacudió su cabeza.

―No, gracias.

―Te enviaremos el pago de tus vacaciones con tu último cheque ―él


dijo, mirando con tristeza a la mesa.

―Gracias ―dijo Frankie, deteniéndose en la puerta y echando un último


vistazo a la habitación.

Abajo, metió lo que pudo de su escritorio en una caja de cartón vacía y


salió al burlón sol. El final de marzo mostraba signos de la próxima
primavera, pero nada podría derretir el hielo dentro de ella.

Se sentó en la acera bajo un rayo de sol que se filtraba entre las ramas
de los árboles. ¿Era esto tocar fondo? No tenía trabajo, faltaban seis
semanas para terminar la maestría y tendría que decidir entre el alquiler
y la matrícula. Ah, y hablando de la escuela, este trabajo y sus talleres de
redes sociales habían sido parte de su proyecto de tesis. Entonces, la
graduación esta primavera ya no era una opción.

Y era peor el hecho de que Aiden había dejado de contactarla hacía una
semana como si hubiera desaparecido de la faz del planeta, pero todavía
estaba aquí. Aún estaba trabajando, todavía existía, él sigue viviendo su
vida.
Lo sabía porque no podía evitar abrir esos malditos correos electrónicos
de alerta de Google cada maldita mañana.

Él iba a trabajar todos los días, cenaba en la ciudad, hacía apariciones.


Mientras tanto, ella había dejado de hablar con todo el mundo. Con sus
padres, sus hermanos y Pru. Evitaba el contacto humano porque ya no se
sentía humana.

La ira y el dolor se habían movido dentro de ella dejando espacio para


un nuevo sentimiento. Uno que ella no entendió. Culpa.

―¡Frankie!

Hizo una mueca ante el alegre saludo, no podía ver a Pru ahora mismo.
Era incapaz de fingir siquiera estar feliz de ver a su mejor amiga.

―Hola ―dijo Frankie rotundamente.

―¿Por qué estás sentada en la acera con una caja de...? Oh...

―Me despidieron. Van a cerrar el centro ―dijo Frankie.

―Entonces tienes tiempo para que te invite a almorzar―anunció Pru―.


Vamos. ―Arrastró a Frankie y recogió la caja―. Tengo ganas de pizza.

Frankie tropezó con sus propios pies.

―¿Estás comiendo pizza voluntariamente? ¿Realmente me veo tan mal?

―Pareces un zombi. Algo vivo por fuera, pero totalmente muerto y


asqueroso por dentro.

―Vaya, gracias.

Pru se dirigió a una de las pizzerías favoritas de Frankie, charlando


sobre el tiempo y los chismes. Frankie no se molestó en responder, le
costaba demasiado esfuerzo.

Pru se deslizó en la cabina frente a ella y entrelazó los dedos, sonriendo


expectante.
―Tengo algunas cosas que necesito decirte.

―¿Está todo bien? ―Frankie preguntó, despertando a sí misma en un


nivel mínimo de atención.

Su amiga asintió.

―¿Qué les puedo dar, señoritas? ―Vinnie, el propietario, preguntó,


apoyándose en la mesa con una combinación de encanto e impaciencia.

―La pizza de pepperoni más grande y grasosa que puedas hacer


―decidió Pru―. ¿Y qué tal algunos de esos aros de cebolla?

Las cejas de Frankie se arquearon. Su amiga hablaba en serio sobre


todos los carbohidratos hoy.

Vinnie tomó sus pedidos de bebidas y se dirigió detrás del mostrador.

―Así que, estoy embarazada ―anunció Pru.

La boca de Frankie se abrió. Su cerebro no estaba preparado para nueva


información de esa magnitud.

―¿Qué...?

―Embarazada. ¿Como con el bebé de mi marido? ―Pru dijo,


sonriéndole―. Gracias, Vin ―dijo cuando Vinnie regresó con sus aguas.

Frankie bebió la mitad de la suya, tratando de que su cerebro volviera


a funcionar.

―¿Vas a tener un bebé?

Pru asintió de nuevo.

―Bebé de luna de miel, lo cual fue una sorpresa, pero estamos muy
emocionados.

Frankie podía verlo, el puro deleite en el rostro de su amiga y a pesar


de que su propia vida estaba en la cuneta, todavía sentía un toque de
felicidad por Pru.
―Guau, felicidades. Chip debe estar emocionado.

―Vacila entre emocionado e hiperventilando. Encargó dieciséis libros


sobre paternidad, embarazo y bebés y quiere empezar a entrevistar a las
niñeras desde ahora.

―Wow ―dijo Frankie de nuevo. Una avalancha de recuerdos la inundó.


Pru vestida como Carmen Miranda entrando a su dormitorio en
Halloween. Pru bailando en la barra del Salvio después de demasiadas
margaritas. Pru probándose su vestido de novia por primera vez―. Sé que
no lo parezco, pero estoy muy feliz por ti.

Pru se inclinó sobre la mesa y tomó la mano de Frankie.

―Sé que tu vida apesta ahora mismo, pero vas a ser tía y eso vale algo
y quiero que te agarres de esa cosa de tía mientras digo lo siguiente.

―Uh-uh.

Frankie se preparó.

―¿Por qué no has hablado con Aiden? ―preguntó Pru.

Frankie sintió que se cerraba de nuevo.

―Mira, Pru. Hay cosas que no sabes. No, no me engañó con la uniceja,
pero había algo más, algo mucho más grande.

―Ya lo sé ―dijo Pru, apretando su mano―. Él me lo dijo. Habló conmigo


y con Chip la semana pasada.

―¿Él te lo contó? ―Frankie preguntó, asombrada.

―Él plantó las semillas para que Chip rompiera conmigo.

―¿Y estás de acuerdo con eso? Te robó dos años de felicidad, Pru. Solo
porque pensó que no eras lo suficientemente buena para su amigo.

―Pensó que yo era inmadura y voluble, y para ser honesta, puede que
él tuviera razón, no es que le dijera eso. Yo acababa de salir de la
universidad y tenía anillos de diamantes en los ojos, no tenía idea de lo
que se trataba realmente el matrimonio, solo quería un anillo brillante y
una gran fiesta. Si no hubiéramos roto y ambos hubiéramos madurado un
poco, no sé si todavía estaríamos juntos y sé que este pequeño bebé bajo
en carbohidratos no estaría creciendo en mí. Soy más fuerte de lo que era
entonces, más feliz, quizás un poquito más madura. Y al final, Aiden solo
estaba cuidando a su amigo, un amigo que tomó la decisión sin coacción,
debo agregar.

―Él te lastimó ―señaló Frankie.

―Y yo lo perdoné. Deberías intentarlo alguna vez.

Frankie resopló y clavó la pajita en su vaso de hielo.

―Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos veces...

―¿Crees que las relaciones significan nunca arruinar nada? ―preguntó


Pru―. El insulto fue en mi contra, me hicieron daño a mí y lo perdoné.
¿Por qué tú no puedes?

―Porque siempre tuviste un corazón tierno. Si yo fuera tú, nunca habría


perdonado a Chip.

―¿Y dónde estaría yo entonces? Ni casada con un hombre que me hace


reír todos los días, ni recogiendo muestras de pintura para el cuarto del
bebé, ni estaría sentada frente a mi mejor amiga en el mundo tratando
desesperadamente de mostrarle qué puertas abre el perdón. Podría haber
jugado a lo seguro, podría haberme casado con algún tipo aburrido que
me dejara tomar todas las decisiones. Pero, ¿qué tipo de vida es esa
cuando nunca hay riesgo de lastimarse?

Frankie miró hacia la mesa, deseando que las palabras de Pru no fueran
un golpe directo tras otro.

―Estar en una relación con Aiden era muy difícil ―dijo sin convicción.

―No es como si le estuvieras haciendo un favor ahí, luchaste contra él


en cada paso del camino. Solo estabas esperando a que te decepcionara y
que te diera la excusa que buscabas para irte.
―No lo hacía ―argumentó Frankie.

―Ahora te estás mintiendo.

―Entregarse por completo ―susurró Frankie. ¿Realmente se había


entregado completamente? Ella se había comprometido, pero ¿realmente
había actuado en consecuencia?

―Eres la persona más leal que conozco, Frankie. ¿Por qué no puedes
serle leal? ¿Por qué no puedes luchar por él? ¿A quién tiene Aiden de su
lado con quien puede contar? ¿Quién lo apoya? Deberías haber estado
atacando a Margeaux. En cambio, te encerraste y te escondiste.

Vinnie regresó con una pizza humeante y dejó los platos delante de
ellas.

―Disfruten, señoritas.

Frankie miró el remolino de salsa sobre el queso burbujeante.

―Lo amo tanto que me asusta ―admitió, con voz baja y temblorosa. Ella
levantó la mirada―. Lo amo tanto que no puedo respirar porque siento
que me falta una parte.

―Eres tan malditamente terca ―dijo Pru con una pizca de simpatía―.
Arruinarías esto solo por tener la razón.

La culpa en las entrañas de Frankie se levantó y la saludó en


reconocimiento.

―Mis sentimientos por él me aterrorizan, estoy viviendo una pesadilla


y es demasiado tarde. Dejó de enviar mensajes de texto, dejó de enviarme
cosas. Es como si ya no existiera para él.

Pru deslizó una rebanada en su plato y tomó el orégano.

―Entonces tal vez sea hora de que le recuerdes que existes.


Le tomó veinticuatro horas completas formular un plan y cuando lo
tuvo organizado en su cabeza, empezó con Pru. Recopiló nombres y
números, e hizo conexiones. Almorzó con celebutantes, se reunió con
meseros y mucamas y asistentes personales en callejones junto a
contenedores de reciclaje, y les explicó su situación.

No todos dijeron que sí, pero bastantes lo hicieron y lo que le dieron


tendría que ser suficiente para ponerlo todo en acción.

Cuando las fichas estaban abajo, cuando había una posibilidad real de
retribución kármica, las mujeres se unieron.

Ella tomó todo lo que le dieron y, dejando a un lado sus notas de


proyecto de tesis ya extintas, comenzó un proyecto completamente
nuevo.

Cada palabra que escribía, cada pieza de información que recopilaba,


encajaba en el rompecabezas más grande, haciéndola sentir más
esperanzada, más en control. Y cuando finalmente estuvo segura de que
tenía suficiente, hizo una llamada más.

―Davenport, soy yo Frankie. ¿Todavía tienes ese video de Barbados?


Frankie no podía dormir. Siguió revisando su teléfono para ver si los
blogs de chismes se habían enterado ya de la noticia y cuando esta
finalmente aterrizó en su suministro de noticias a las siete, bailó en su
cocina.

Ahí, en las pantallas de toda la ciudad, Margeaux gritaba obscenidades


y se peleaba borracha en la piscina con Taffany. Había cientos de
comentarios, con más vertidos a cada minuto.

Frankie bailó hacia la pizarra que había colocado en su sala de estar.

Paso 1: desacreditar a Marge.

Lo tachó con una floritura y miró al segundo paso, ella iba a necesitar
una armadura para este.

Sacó la tarjeta de regalo de la pizarra y marcó.

―Hola, me preguntaba si Christian podría hacerme un hueco hoy, voy


a la guerra.

Una hora más tarde, estaba en una silla giratoria frente a un espejo con
marco dorado en un salón que no podía pagar. Christian frunció el ceño
ante sus cabellos mientras metía los dedos a través de ellos.

―Se suponía que ibas a volver el mes pasado ―la reprendió.

―No tenía que ir a la batalla el mes pasado. Hazme hermosa e


invencible.

Christian chasqueó el dedo en el aire.

―¡Maquillaje!

Ella mantuvo un ojo en su bolso junto a la estación de trabajo de


Christian mientras él y sus secuaces se dispusieron a dotarla de armas
femeninas. El ojo ahumado, los pómulos contorneados, esas hermosas
luces bajas y, finalmente, el toque que la hizo lucir como si perteneciera al
vestido rojo. Si esto no aplastaba a su enemigo como un insecto y resultaba
irresistible para Aiden, ella pasaría por el refugio y buscaría sus dos
primeros gatos... y luego le preguntaría a Gio si podía mudarse con él ya
que ya no podía pagar el alquiler, no tenía trabajo y ni título.

Estupendo. El plan B era realmente sólido, pero esperaba que no fuera


necesario. Tenía mucho, o todo, en el Plan A.

―¿Christian? ¿Hacedores de milagros de Christian? ―dijo, mirando a


los extraños en el espejo―. Ustedes son los mejores.

Chocó los cinco con ellos en la línea y entregó la tarjeta de regalo de


Aiden. Christian le entregó una tarjeta de cita.

―Nos vemos en seis semanas.

―Estaré aquí ―dijo con decisión. Actitud mental positiva. Ella ganaría
o estaría acurrucada en posición fetal siendo devorada por gatos.

―¡Deséenme suerte!

―¡Buena suerte! ―gritaron detrás de ella mientras salía por la puerta y


entraba en la guerra.

Él ya estaba ahí esperándola en el bar. Un doble de algo frente a él a


pesar de que apenas eran las 11 de la mañana.

―Buenos días, Elliot ―dijo, deslizándose en el taburete junto a él.

El Kilbourn más joven se enderezó en su asiento, mirando de reojo su


escote.

―Tenía la sensación de que volvería a tener noticias tuyas. ¿Qué puedo


hacer por ti? ¿Ayudarte a vengarte de mi querido hermano? ―Se arregló
la corbata.

―Oooh, me temo que estás a punto de sentirte muy decepcionado ―dijo


Frankie, desempacando un archivo de su bolso. Ella se lo deslizó hacia
él―. Toma, esto es para ti.
Aún con demasiada confianza, Elliot abrió la carpeta. Le tomó cuatro
segundos completos para que su contenido se asimilara, sus ojos se
agrandaron y sus pupilas se dilataron.

―¿Qué es esto? ―él demando.

―Estas son todas las acciones sucias que pude desenterrar sobre ti de
los últimos diez años, no sé qué tiene Boris Donaldson contigo, pero estoy
dispuesta a apostar que está en algún lugar de este archivo.

―¿Cómo sabes sobre Boris? ―preguntó, revolviendo las fotos, las


fotocopias y las entrevistas.

―Presionaste para que fuera el director financiero a pesar de que


actualmente está bajo investigación por fraude y, desde hace unos diez
minutos, malversación de fondos.

―¿Qué? ―Él tomó su bebida y se la bebió.

―Bueno, ¿qué tipo de investigación estaría haciendo si no entrometiera


a los enemigos de mi novio? Ustedes nunca entenderán que sus
subordinados ven y escuchan cosas que su dinero sucio no puede ocultar.
Por cierto, el sitio web de sugerencias anónimas de la SEC15 es muy fácil
de navegar. Ahora, hablemos de ti.

Estaba hojeando papeles con un color que alternaba entre rojo


remolacha y ceniza.

―Has sido un chico muy travieso, usar tu cuenta de gastos para pagar
medicamentos recetados y bailes de striptease. Nota al margen, en
realidad no les gustas a las bailarinas. Luego están estos casos de acuerdos
pegajosos que pagaste. Cualquier otra cosa que no sea un sí es un no,
Elliot. Casi esperaba todo eso de ti, pero lo que incluso me sorprendió fue
que trajeras a un prostituto al apartamento de tu novia de entonces y...

Él golpeó la barra.

―¡Ella firmó un acuerdo de confidencialidad! ¡Le pagué por eso!

15
Securities Exchance Commission, Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos.
―Oh, cariño ―dijo Frankie, apoyándose en la falsa simpatía―. Ella
firmó un acuerdo de confidencialidad, pero tu portero, ama de llaves y
chef personal no lo hicieron.

Él juró.

―Yo los demandaré y te demandaré por difamación.

―Entonces Chip presentará cargos en tu contra por secuestrarlo. Eso es


un delito grave, por cierto. Y no creo que tu defensa pueda ofrecer ningún
testigo de carácter. No con todo esto en tu historia ―dijo, tocando el
archivo.

Él tomó el archivo y lo partió por la mitad.

Frankie suspiró.

―¿Es esto una rabieta? Porque sabes que tengo copias de las copias.

Apoyó los codos en la barra y puso la cara entre las manos. Ella no sintió
la más mínima culpa.

―¿Qué quieres? ―preguntó.

―Me alegra que lo hayas preguntado, es muy simple, quiero que dejes
a Aiden tranquilo, permanentemente. Ya no tienes un chantajista al que
pagar. De nada, por cierto. Entonces, puedes comenzar de nuevo.
Renuncia a la empresa, deja de actuar como un idiota y no mires en
dirección a Aiden, excepto para alguna que otra cena familiar incómoda.
¿Entendido?

―Si hago lo que quieres, ¿qué harás con esto? ―preguntó, señalando el
papel triturado.

―Voy a guardarlo, muy discretamente, pero si te pasas un puto dedo


del pie, si te aprovechas de una mujer más o compras un frasco más de
pastillas, lo sabré y acudiré a todos los blogueros de chismes y periodistas
de sociedad del país con este paquetito sucio. Imagina lo que pensaría tu
madre, o peor aún, tu padre. Estás a mi merced y con la SEC eliminando
a tu compañero de chantaje, básicamente acabas de ganar la lotería hoy,
no la cagues.

Ella se bajó del taburete y se arregló el vestido.

―¿Tenemos un trato? ―ella preguntó.

Él asintió con tristeza.

―Bien. Ahora, solo hay una cosa más. ―Ella tomó su bebida y se la
arrojó a la cara―. Eso es por cada una de estas mujeres. Sé mejor a partir
de ahora.
―Tu cita de la 1 en punto está aquí ―anunció Oscar, asomando la cabeza
por la puerta de la oficina de Aiden.

―¿Mi qué? ―Aiden miró su calendario abierto en su monitor. ¿Quién


diablos se suponía que debía...?

Ella entró con el vestido rojo que lo atormentaba en sus sueños.

Aiden ni siquiera se dio cuenta de que se había levantado de su


escritorio tan repentinamente que su silla dio vueltas detrás de él.

―¿Franchesca?

¿Él había perdido finalmente la maldita cabeza? ¿La extrañaba tanto


que ahora la estaba alucinando en lugar de captar el fantasma de su olor,
el eco de su risa?

―¿Puedo pasar? ―ella preguntó.

Se sintió como si un rayo golpeara la alfombra que los separaba, la


habitación estaba cargada de electricidad y él sabía por la separación de
sus labios y por la expresión cautelosa de su rostro, que ella también lo
sentía.

Era patético lo agradecido que se sentía solo de volver a verla. El


corazón le latía con fuerza en el pecho como si supiera que todo se reducía
a los siguientes minutos de su vida y él no tenía el control.
Franchesca lo tenía.

Oscar cerró la puerta silenciosamente, y Aiden supo que debió haberle


costado mucho hacerlo.

―Por supuesto ―dijo Aiden con brusquedad. Quería acercarse a ella,


tomarla en sus brazos y enterrar su rostro en su cabello, pero en vez de
eso hizo un gesto hacia una de las sillas frente a su escritorio―. Por favor,
siéntate.

Ella se sentó, cruzando pulcramente una pierna sobre la otra, y él se


puso rígido y duro, su polla no tenía vergüenza. La mujer que lo había
destruido, que había convertido la vida que había construido en un
caparazón vacío, todavía lo hacía desearla.

Se arrastraría hacia ella si pensara por un segundo que funcionaría.


Pero Frankie no quería un hombre que gateara.

―Tengo una propuesta para ti ―comenzó ella, sacando una carpeta de


su bolso.

Se la dio a través del escritorio, y cuando sus dedos se rozaron, supo sin
duda alguna que esta mujer nunca dejaría su sistema. Se estaba gestando
una tormenta entre ellos y solo esperaba que cuando estallara, no
estuviera solo.

―Te escucho―dijo, su voz era más áspera de lo que pretendía. Echó la


silla hacia atrás y se hundió en esta.

Si ella se dio cuenta, no lo dejó ver. Frankie se aclaró la garganta.

―Está bien, hay una nueva brecha en los servicios para pequeñas
empresas en Brooklyn. Conozco los barrios, conozco a los dueños de
negocios. Necesitan orientación y tutoría, necesitan educación, préstamos
y becas.

¿Le estaba lanzando una puta propuesta de negocios?

―Te conozco, Aiden. Sé que te interesan todos los niveles de


emprendimiento, y podrías comenzar aquí. ―Pasó a una página de su
paquete y dio unos golpecitos con el dedo en un mapa del vecindario de
sus padres―. Seis escaparates están a la venta solo en este bloque, los
propios edificios necesitan algo de trabajo, pero tienen buenos cimientos,
la mayoría de los apartamentos se alquilan.

Ella hablaba de bienes raíces y revitalización, y Aiden sintió que su


interés despertaba a pesar de su profunda decepción.

Tenía fotos de la calle, mapas detallados del estacionamiento del


vecindario, listados de bienes raíces, potencial de unidades de alquiler e
incluso una lista detallada de los tipos de tiendas que faltaban en el
vecindario.

Le habló de los mercados de agricultores de fin de semana, de las fiestas


de barrio y de los restaurantes con sillas al aire libre, le pintó un bonito
cuadro.

―Podrías marcar la diferencia una cuadra a la vez, no tienes ese tipo de


potencial inmobiliario aquí en Manhattan, ya no. Piensa en las
comunidades que podrías construir, las pequeñas empresas que podrías
apoyar y ver crecer. Necesitarías un centro de desarrollo, algo que podría
orientar a nuevos negocios y ayudar a los propietarios de más edad a
aprovechar las nuevas tecnologías.

―¿Y quién lo manejaría? ―preguntó.

―Yo.

La mirada de Aiden voló a su rostro.

―¿Me estás pidiendo trabajo? ―No sabía si sentirse impresionado o


furioso.

―Oh, Aide, quiero que me des mucho más que eso.


Su corazón no había dejado de golpearle las costillas desde que entró
ahí, verlo fue duro, tan increíblemente duro. Él estaba tan guapo como
antes, pero había una pared entre ellos, una que Frankie había construido,
una que le tocaba ella a derribar.

Frankie respiró hondo y dio el paso.

―Te decepcioné, Aiden. Y estoy teniendo problemas para perdonarme


a mí misma.

―¿Y crees que darte trabajo te hará sentir mejor? ―preguntó


confundido. Ni siquiera sonaba enojado, pero tenía que apelar a todas las
partes de él, comenzando por el empresario exitoso impulsado a ganar a
toda costa.

―Me necesitas, Aiden. Y maldita sea, yo te necesito. No tu dinero, ni tus


conexiones familiares, a ti.

Él la estaba observando intensamente ahora y ella también lo miró, notó


que escondía cuidadosamente la chispa de esperanza detrás de esos fríos
ojos azules.

―Eres atento. Escuchas, realmente escuchas. Eres inteligente,


encantador, divertido y sorprendentemente dulce, eres tan jodidamente
generoso que me preocupa que te lastimes.
Ella no podía recuperar el aliento, las palabras salían cada vez más
rápido de sus labios. Metió la mano en su bolso y sus dedos se cerraron
alrededor de la siguiente parte de su plan.

―Nadie me ha tocado nunca como tú, nadie me ha amado nunca como


tú y nunca he amado a nadie como te amo a ti. ―Se le quebró la voz y vio
que los nudillos de él se blanqueaban cuando cerraba las manos en puños.

Con una respiración temblorosa, ella se levantó de la silla y caminó


alrededor de su escritorio con piernas de gelatina. Se arrodilló frente a él
y levantó el estuche.

Su rostro no le revelaba nada, por lo que ella abrió la tapa de la caja y


dejó al descubierto un sencillo anillo de oro.

―Era de mi abuelo ―susurró ella―. No es nada lujoso, pero significa


familia, lealtad, amor y yo puedo darte todo eso. Así que cásate conmigo,
Aiden. Quédate conmigo y dame un para siempre.

Ella contuvo la respiración y parpadeó para contener las lágrimas que


amenazaban con desbordar sus pestañas.

―¿Qué hay de Chip y Pru? ―preguntó, mirando hacia el anillo.

―La verdad es que tuve más problemas para perdonarme a mí misma


que a ti. Buscaba una excusa para terminarlo, tú tenías razón, debido a
que no quería salir lastimada, terminé lastimándonos a los dos. Además,
Pru me dijo que era la cobarde del Upper West Side, y odio cuando tiene
razón.

Vio el fantasma de una sonrisa jugar en las comisuras de su boca, y su


corazón cantó de esperanza.

―¿Y mi familia? ―preguntó él―. Siempre serán un problema.

―Tengo la sensación de que habrá menos drama, he descubierto que


encajo bastante bien con los traidores manipuladores.
―Vas a tener que explicar esa declaración críptica ―dijo acercándose a
ella, cerró sus manos sobre sus muñecas, él se puso de pie y la ayudó a
ponerse de pie.

―Primero respóndeme, por favor. Entonces te diré todo lo que quieras.


¿Quieres casarte conmigo, Aide? ¿Me aceptas como soy? ¿Me perdonas
por ser terca y orgullosa y estar tan, tan, tan equivocada? Porque, maldita
sea, Aiden, encajas en mi vida como si fueras la pieza que faltaba, yo
también puedo encajar en la tuya. Te quiero como aliado, como pareja.
Me equivoqué al contenerme, me equivoqué al buscar una salida y lo
siento mucho, pero te prometo que a partir de este día seré tu socia y
juntos podremos construir algo hermoso y te juro que siempre, siempre,
te apoyaré.

Ella temblaba de amor, de miedo, de esperanza.

Aiden le dio un toque en la barbilla y la miró a los ojos.

―No podemos ser los dos unos cobardes, ¿verdad?

―Aide, si no me da un sí o un no ahora mismo, juro por Dios que voy a


arruinar tu vida como arruiné la de tu hermano.

Él le sonrió, la potencia completa que hizo que sus rodillas se


debilitaran.

―Siempre ha sido un sí contigo, Franchesca. No hay nadie a quien


prefiera tener en mi lado.

―¿Sí? ―repitió ella.

Él asintió.

―Sí, y cuanto antes, mejor.

―Bueno, no necesitamos movernos demasiado rápido ―comenzó,


sintiendo que la vacilación aumentaba.

―Te pusiste sobre ambas rodillas...


―¡No puedo arrodillarme con una sola rodilla usando este vestido!
¡Habrías estado mirando mi vagina durante mi muy dulce e inspirador
discurso!

Ahora él se reía y la levantaba del suelo. Lo sintió duro contra su cadera


y se quedó en silencio, su cerebro cambió de marcha a una sexy.

―Te amo, Franchesca ―susurró él contra su mandíbula.

―Te amo, Aiden, obstinado hijo de...

Él le tapó la boca con la suya, callándola con un beso. Ella luchó durante
medio segundo, decidida a hacer su punto y luego perdió la maldita
cabeza cuando su lengua acarició su boca, y metió los dedos en su cabello,
agarrando los sedosos mechones que tanto había echado de menos.
Inspirándola, le dijo una y otra vez mientras su boca se inclinaba sobre la
de ella lo mucho que lo amaba.

―¿Cómo vamos a celebrar? ―él preguntó, liberándose por un segundo.

―Me inclinarás sobre este escritorio y me recordarás todo lo que me he


perdido.

―Soy el hombre más afortunado del planeta. ―Él mordió su cuello,


metiendo una mano en su cabello.

―Maldita sea, tienes razón.


―¡Bala de cañón!

Franchesca rodó a su lado para mirar a Aiden en la puerta de la terraza


abierta, unas cortinas blancas y transparentes se agitaban con la brisa
tropical. Él estaba desnudo, como lo había estado durante la mayor parte
de las doce horas desde que los habían declarado marido y mujer. Su dedo
anular soportaba el peso y el brillo de su compromiso mutuo, un
compromiso que habían hecho en las playas de arena blanca donde todo
había comenzado y continuado en la misma cama donde ella había
descubierto por primera vez la potencia de Aiden Kilbourn.

―Mmm ―ella suspiró, estirando los brazos por encima de la cabeza―.


Podría acostumbrarme a esta vista por el resto de mi vida.

Aiden le lanzó una sonrisa arrogante por encima del hombro. Su


espalda musculosa y su hermoso trasero mostraban la evidencia de las
huellas que sus dientes y uñas habían hecho durante la noche.

―No estoy seguro de querer esta vista todos los días ―comentó―. Tu
padre acaba de echarse un chapuzón sobre Marco y Gio y salpicó a Rachel.

Frankie resopló.

―No tenías que traerlos a todos, ¿sabes?


―Son familia.

Marco y Gio gritaron algo y hubo otro fuerte chapoteo.

―¡Antonio! Deja de salpicar. No lo animen idiotas, o nos echarán a


todos de aquí ―gritó May Baranski al taxista menor de edad favorito de
Frankie y a sus hermanos.

Frankie se dejó caer sobre la almohada.

―No puedes sacar a Brooklyn de los Baranski. ¿Cuándo se van de


nuevo? ―ella preguntó.

―Mañana con Chip y Pru y mis padres.

―Todavía no puedo creer que tu papá haya venido a la boda ―dijo


Frankie. Salió de la cama y cruzó la habitación hasta el pequeño
frigorífico, donde encontró una botella de agua.

―Se está acostumbrando a la idea de dejarme tomar mis propias


decisiones. En otros cinco años, es posible que incluso le gustes.

Frankie se rió.

―Aguantaré la respiración ante esa posibilidad. ¿Le hablaste de Elliot?

Aiden negó con la cabeza y se encontró con ella donde estaba, su mano
acarició su pecho y bajó hasta la curva de su cadera. Él rodeó su cuerpo
como si lo estuviera evaluando.

―Es mejor dejar algunas cosas entre hermanos, pero le dije que compré
la parte de Elliot de la empresa.

―Una pizarra limpia ―suspiró Frankie.

Sintió su erección moverse mientras rozaba sus nalgas.

―Eres insaciable. ―Ella lo alcanzó, agarrándolo por la base.

―Lo mismo podría decirse de ti, mi esposa.


―¡Oh mira! ¡Podemos ver en la habitación de Frankie desde aquí! ¡Yuju,
Frankie! ―May se puso de pie en su diván y saludó.

―Ay, Dios mío. ―Frankie empujó a Aiden fuera de la línea de visión y


al suelo―. ¡No puedo llevar a estas personas a ningún lado!

―Supongo que podemos socializar hasta mañana ―suspiró él con


decepción.

Pero ella ya estaba tumbada encima de él, y él ya estaba duro y


palpitaba entre sus muslos.

―Tal vez podamos dedicar unos minutos ―sugirió Frankie,


moviéndose para sentarse a horcajadas sobre sus caderas.

Aiden estaba acostado encima de su velo desechado y la falda de su


arrugado vestido de novia que le había quitado la noche anterior.

Él se había negado a decirle cuánto había costado el vestido, pero


Frankie vio la estimación en los blogs de chismes. Confía en Aiden para
que gaste esa cantidad en una prenda de vestir que fue usada solo durante
unas horas.

Los ojos azules de Aiden se llenaron de deseo. Ella era una vista
hermosa, y era toda suya; él se inclinó hacia adelante, llevando su boca a
su pecho más cercano, con sus abdominales ondeando con el movimiento.

Mientras chupaba y se burlaba, Frankie lo llevó dentro de ella en un


deslizamiento lánguido.

―Dios, eres tan hermosa ―murmuró contra su piel, provocando el


pezón con los labios.

―Eres todo lo que no sabía que quería, Aide ―suspiró.

Sus caderas empujaron hacia arriba para encontrarse con las de ella,
meciéndose en su interior a un ritmo lento y constante.

Frankie gimió y él le tapó la boca con una mano.

―Callada ahora, cariño. Tenemos una audiencia afuera.


Frankie probó el metal de su alianza de boda y sintió el arrastre de él
dentro de ella contra sus paredes temblorosas.

―Nunca va a ser suficiente ―susurró―. Nunca voy a tener suficiente de


esto contigo, Franchesca.

Sus palabras, dulces y tensas, hicieron eco en su cabeza y en su corazón,


ella clavó los dedos de los pies en el suelo, haciendo rodar las caderas
contra él.

Él soltó un suspiro y ella juró que lo sentía palpitar en su interior.

―Será mejor que estés conmigo ―él gruñó, y con eso, rodó, atrapándola
entre la falda de su vestido de novia y su cuerpo inflexible.

La penetró con fuerza, sin dejar de cubrirle la boca con la mano, pero
no necesitaban palabras, no cuando sus miradas se sostuvieron, no
cuando sus almas se bloquearon en su lugar y sus cuerpos se hicieron
pedazos. Ella sintió el primer estallido caliente de la liberación de él
cuando apretó su polla mientras su propio clímax florecía como una flor.

―Sí, Franchesca, sí. ―Cantó dulces y sucios votos mientras se corrían


juntos.

Entregados por completo. Para siempre.


Aiden Kilbourn y Frankie Baranski revitalizan toda la manzana.

La esposa de Aiden Kilbourn usa vestido de Target para cortar la


cinta.

La esposa de Aiden Kilbourn se atraganta con una salchicha en el


evento inaugural.
―Son ridículas ―insistió Frankie, señalando las enormes tijeras de
podar que Aiden tenía en la mano.

―Un gran corte de cinta requiere grandes tijeras ―dijo, pasando un


brazo alrededor de su hombro. Hoy había dejado sus trajes característicos
en casa y usaba jeans y una sencilla camisa blanca. Si no fuera por su
rostro de perfección que baja las bragas, casi podría pasar por un ser
humano normal.

―¿Qué? ―preguntó, notando su atención.

Ella sonrió.

―Me siento un poco extra afortunada hoy.

―Deberías, no todas las esposas pueden convencer a su marido de que


les compre una manzana.

―Nos compre ―le recordó.

―Nos compre ―estuvo de acuerdo, apretando su hombro.

―Estoy bastante impresionada de nosotros ―dijo mirando hacia la


calle―. ¿Una tienda de comestibles, una cafetería, un local de sándwiches,
una pequeña cervecería y un centro de desarrollo de pequeñas empresas,
abiertos todos en un día? Pasarás a la historia del vecindario.

―¿Te refieres igual que Santa Franchesca? ―bromeó.

―Bueno, obviamente no serás tan venerado como yo, pero casi


―predijo.
En poco más de un año, la pequeña franja de calle en Brooklyn había
pasado de ignorada y en ruinas, a renovada. Había una animada banda
de jazz tocando en el patio del restaurante y la calle estaba acordonada
con una gran cinta roja. Los vecinos y dueños de los negocios se
desparramaban por las aceras, listos para que comenzaran las
festividades. Aiden había contratado a restaurantes locales y camiones de
comida para alimentar a la multitud en la primera fiesta del barrio. Las
ganancias se destinarían al programa de becas administrado por el nuevo
centro de negocios, donde Franchesca tenía una oficina y ya tenía unas
seis semanas de trabajo por delante.

―¿Hacemos los honores? ―preguntó, empujándola hacia el final de la


calle.

―Hagámoslo.

Ellos combinaron el discurso con un ritmo natural. Los padres y


hermanos de Frankie los saludaban desde la primera fila. Hablaron sobre
la comunidad, los vecinos y el orgullo, y luego, juntos, ante los estridentes
gritos de la multitud, cortaron la cinta.

La prensa estuvo ahí en gran número porque era un proyecto Kilbourn,


pero a Frankie no le importó la atención. No cuando en su mayor parte
habían aprendido a tratarla como a cualquier otra emprendedora, ya
nadie se atrevía a preguntarle qué marca vestía.

Después de que se cortó la cinta, se pronunció el discurso y se abrieron


las puertas, Frankie y Aiden caminaron del brazo por la calle revitalizada,
mezclándose y comiendo, degustando y recorriendo. Comieron
salchichas calientes de un camión de comida, bebieron muestras de
Pilsner de la cervecería y recorrieron cada negocio con cada propietario.
Frankie se pellizcó a sí misma y a Aiden repetidamente solo para
asegurarse de que este no fuera un gran y hermoso sueño.

No, no lo era, pensó Frankie con satisfacción mientras hundía los dientes
en la salchicha de 30 centímetros más vendida del Bratwurst Wagon. Ella
había jugado un papel en la remodelación de una manzana entera, algo
que beneficiaría tanto al barrio como a la comunidad empresarial y Aiden
había estado con ella, guiándola y confiando en ella durante todo el
proceso. Lo amaba desesperadamente por eso.

Su teléfono vibró en el bolsillo de su elegante vestido de verano y lo


sacó.

Aiden: Me estás dando ideas con esa salchicha en la boca.

Ella se echó a reír, casi ahogándose, y luego, al verlo entre la multitud,


hizo un espectáculo privado y se metió la mayor cantidad posible en la
boca.

―Señora Baranski ―dijo alguien, empujando un teléfono en su cara―.


¿Le gustaría comentar sobre los ingresos previstos de su proyecto aquí?

La salchicha y el panecillo se convirtieron en arena en su boca y


comenzó a toser.

Aiden estuvo a su lado en un momento, dándole una palmada en la


espalda.

―Lo siento ―jadeó Frankie, con lágrimas en los ojos―. Demasiada


salchicha en mi boca.

La periodista, una mujer con un blazer elegante y gafas, la miró


boquiabierta.

Aiden cubrió su risa con una tos.

―Estaré encantado de responder a cualquiera de sus preguntas


mientras mi esposa busca un trago de agua ―dijo con suavidad.

Frankie, todavía tosiendo, decidió que lo mejor para ella era lavar el
bollo de salchicha con más cerveza para calmar sus mariposas. La parte
pública de su gran día estaba llegando a su fin, pero ella tenía una gran
sorpresa cocinando para Aiden y había una buena posibilidad de que él
lo odiara. Respiró para tranquilizarse, él tenía que amarlo. Si ella tenía que
amar el amplio guardarropa que él le había comprado y la
vergonzosamente hermosa reserva de joyas, libros y juguetes de cocina,
él tenía que amar su sorpresa.
Se detuvo en las puertas de vidrio del nuevo y brillante centro de
desarrollo de pequeñas empresas y pasó los dedos por las letras de la
puerta. Todos sus sueños se habían hecho realidad gracias al hombre que
se burló de ella por las salchichas y ella no lo iba a defraudar. No, Aiden
Kilbourn no tendría más remedio que enorgullecerse de su esposa genio
de las pequeñas empresas con una maestría en administración de
empresas.

Se metió dentro y encontró a sus padres, Hugo y May, acurrucados en


la sala de conferencias sobre la bandeja de galletas. Sus hermanos, Gio y
Marco, corrían con sillas de escritorio alrededor de los cuatro cubículos
en el lado opuesto de la recepción. Había contratado a una recepcionista,
una empleada a tiempo parcial y una pasante. Entre los cuatro y la lista
cada vez mayor de recursos que Aiden estaba desarrollando, harían mella
en las necesidades de las pequeñas empresas de Brooklyn Heights.

Ella miró la hoja de registro en la recepción, el taller de la próxima


semana sobre gastos comerciales y otras cuestiones contables ya estaba
lleno.

―Ahí está nuestra hermosa e increíble hija ―anunció May como si


hubieran pasado semanas en lugar de minutos desde la última vez que
vio a Frankie.

Gio hizo una atajada a Marco con su silla y lo tiró al suelo.

―¡Ganador!

―Si rompen algo, lo compran ―dijo Frankie, empujando a Marco con


su pie.

―Levanten el trasero del suelo, delincuentes juveniles ―espetó Rachel,


haciendo rebotar a la pequeña Maya en su cadera. La sobrina de Frankie
llevaba una camiseta que decía Mi tía es genial.

Frankie liberó a Maya de los brazos de su madre y la sostuvo en alto.


Ella chilló de alegría y aplaudió con sus manitas.

―Dos de mis damas favoritas ―señaló Aiden, asomando la cabeza por


la puerta principal.
Frankie le sonrió.

―¿Cómo le va, señor?

―Todos comen, beben y compran. Yo lo llamaría un éxito ―dijo,


mientras sus ojos se posaron en el escote en pico de su vestido.

May salió apresuradamente de la sala de conferencias y golpeó a sus


hijos en la cabeza.

―Dejen de actuar como animales salvajes ―espetó.

―¡Ay!

―Lo siento, má.

―¿Por qué no pueden actuar más como Aiden? ―exigió―. Míralo


comportarse.

Cuando se volvió para señalar a Aiden, Marco y Gio le hicieron una


seña con el dedo medio.

May se giró para asesinar a sus hijos con el ceño fruncido, y Aiden
aprovechó la oportunidad para devolver el saludo con un dedo.

Frankie y Rachel negaron con la cabeza y se rieron.

―Ustedes dos lo hicieron bien aquí ―anunció Hugo desde la puerta de


la sala de conferencias, con una galleta en cada mano.

―Gracias, papá ―dijo Frankie―. Creo que vamos a hacer muchas cosas
buenas aquí.

―Tal vez puedas mostrarle a tu madre cómo funciona ese Libro de caras
y Twatter16 ―reflexionó.

Gio resopló.

―Frankie es muy buena en el Twatter.

16
Facebook y Twitter.
Usando al bebé como tapadera, Frankie le sacó el dedo a Gio.

Aiden arrancó a Maya de los brazos de Frankie y sacudió a la niña en


el aire antes de darle un beso en su mejilla regordeta.

―¿Crees que tienes unos minutos para escabullirte? ―preguntó Frankie.


Apostó por ser casual, pero sus palabras salieron estranguladas.

Vio la chispa en sus ojos, supo que él pensaba que ella tenía otras
intenciones.

―Siempre tengo tiempo para escabullirme ―dijo con voz ronca.

―Entrégame a mi bebé antes de decir algo asqueroso frente a ella


―exigió Marco.

Frankie sonrió. Un año después de casarse, y ni ella ni Aiden habían


puesto freno en el departamento de follar como conejos.

Aiden le dio a la niña otro beso y la entregó a su padre. Deslizó su brazo


alrededor de la cintura de Frankie y la atrajo hacia su costado.

―¿Qué tenías en mente? ―él susurró.

―Vamos a dar un pequeño paseo ―sugirió ella, tirando de él hacia la


puerta.

Ella no le había contado a nadie lo que había hecho y el secreto estaba


devorando su alma. Cuando se casaron, Aiden abrió una cuenta a su
nombre y depositó una cantidad obscena de dinero en ella, por lo que
Frankie nunca sintió la necesidad de pedir nada.

Se había negado a tocarlo por principios, hasta ahora.

―¿A dónde vamos? ―Aiden preguntó ásperamente mientras dejaba


que Frankie lo llevara por la cuadra, lejos de las festividades.

―Ya verás ―dijo vagamente.

Siguieron la calle hacia el oeste antes de bordear el norte y luego


nuevamente hacia el oeste en el centro histórico hasta que Frankie se
detuvo frente a un edificio de ladrillo marrón de dos pisos. Tenía un
garaje flanqueado por dos puertas.

―¿Y qué estamos haciendo aquí? ―Aiden preguntó con indulgencia.

Frankie sacó la llave de su bolsillo y respiró hondo.

―Con suerte, estar realmente feliz y no gritarme en absoluto.

Ella sintió el peso de su mirada mientras deslizaba la llave en la


cerradura.

―Franchesca ―dijo su nombre en voz baja, sin comprender.

Ella le lanzó una sonrisa temblorosa y le dio un fuerte empujón a la


puerta que se abrió con un crujido en las bisagras que rara vez se usaban.

Aiden la siguió al interior.

Las tablas del piso gruesas y gastadas atrajeron la atención desde el


frente hacia la parte posterior del gran espacio.

Ella esperó mientras Aiden merodeaba examinando las paredes de yeso


y la destartalada escalera que conducía al segundo piso, todo estaba sucio
y polvoriento, era una zona de construcción abandonada. El comienzo de
una cocina estaba escondido en un rincón, pero la parte trasera del edificio
con su serie de ventanas arqueadas que se extendían desde el suelo hasta
el techo fueron el factor sorpresa.

Frankie esperó, mordiéndose el pulgar mientras Aiden se paró frente a


una de las ventanas y miró al otro lado de la vía verde hacia las turbias
aguas veraniegas del río. Más allá, se alzaba el horizonte de Manhattan.

―¿Y bien? ¿Qué opinas? ―preguntó ella, sin aliento.

―¿Por qué no me dices exactamente por qué estamos aquí, y luego te


diré lo que pienso? ―dijo, mirándola con esa mirada inquisitiva.

―Yo lo compré, para nosotros. ―Ella soltó las palabras―. Has estado
diciendo que querías buscar un lugar aquí, cerca del centro de desarrollo
y de mi familia. Es una cochera o lo era antes de que alguien comenzara
las renovaciones, pero se quedaron sin dinero y se detuvieron durante
algunos años. Tu papá cree que tenemos un gran trato...

―¿Mi padre? ―preguntó Aiden, pasando su mano por su barbilla.

A ella le irritaba no poder leerlo. Frankie asintió.

―Ferris me ayudó para que pudiera comprarla sin que lo supieras.


¿Sorpresa?

Miró la vista una vez más y luego volvió a su rostro, Aiden se dirigió
hacia ella.

―Dime lo que estás pensando antes de que muera. ¿Te gusta? ¿Lo
odias? Pensé que podríamos renovarlo juntos. The Greenway está
literalmente en nuestro patio trasero y tenemos los pies cuadrados para
un par de dormitorios y baños en el piso de arriba. El techo es sólido,
podríamos tener una de esas terrazas frescas en la azotea...

La alcanzó y la agarró por las caderas, atrayéndola contra él.

―Aiden, en serio, si no dices algo en este momento, me voy a asustar


―dijo Frankie.

Él no habló, en vez de eso, la besó. Un suave y dulce deslizamiento de


lenguas, una muestra pausada que dejó sus rodillas débiles.

―No estás gritando ―dijo mientras se apartaba. Sus manos se cerraron


en puños en su camisa.

―Es perfecto, Franchesca ―dijo en voz baja, empujando su barbilla


hacia arriba, ella sintió que se le aflojaba el nudo del estómago, lo miró a
los ojos y vio la suavidad en los suyos.

―Todavía podemos quedarnos con tu ático ―comenzó.

―Nuestro ―la corrigió.

―Nuestro ―repitió Frankie―. Pero esto también será bueno...


eventualmente. Quiero decir, es una especie de montón de basura en este
momento, pero...
―Me encanta que hayas hecho esto ―dijo Aiden, interrumpiendo sus
divagaciones. Él comenzó a balancearse de un lado a otro con la música
que solo él podía escuchar, Frankie siguió su ejemplo, hipnotizada por el
amor que vio en sus ojos―. Lo haremos nuestro. Veremos las peleas con
tus hermanos aquí, organizaremos el Día de Acción de Gracias aquí. Tú y
yo nos acurrucaremos en el sofá al final del día, comeremos comida china
y nos quejaremos de las galletas de la fortuna, discutiremos sobre todo.
Romperás los platos, comeré todo lo que cocines, escaparemos de todo
aquí. Tú y yo.

Frankie sintió que las lágrimas le picaban en los ojos. Le estaba


pintando un cuadro de su futuro juntos y ella le había proporcionado el
lienzo.

―Entregados por completo ―le susurró Frankie.

Le pasó el pulgar por la mejilla.

― Entregados por completo, mi Franchesca.

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