Está en la página 1de 261

SINOPSIS

A Ari Abrams siempre le ha fascinado el clima y le encanta casi todo lo


relacionado con su trabajo como meteoróloga de televisión. Su jefa, la
meteoróloga legendaria de Seattle, Torrance Hale, está demasiado distraída por
su relación tempestuosa con su exmarido, el director de noticias de la estación,
como para darle a Ari la tutoría que quiere. Ari, que funciona con la luz del sol
y el optimismo, está desesperada. La única persona que parece entender cómo
se siente es el dulce pero reservado reportero deportivo Russell Barringer.
Después de una fiesta navideña desastrosa, Ari y Russell deciden unirse
para resolver los problemas de relación de sus jefes. Entre regalos secretos y
citas dobles, comienzan a empujar a sus jefes para que vuelvan a estar juntos.
Pero su intromisión bien intencionada resulta contraproducente cuando surge
la verdadera química entre Ari y Russell.
Trabajar en colaboración estrecha con Russell significa permitirle conocer
partes de sí misma que Ari oculta a todos. ¿Será capaz de abrazar sus nubes
oscuras así como sus cielos despejados?
CONTENIDO
SINOPSIS
CONTENIDO
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
EPÍLOGO

GUÍA DEL LECTOR


SOBRE LA AUTORA
CRÉDITOS
Cada vez que llueve
Te encuentras aquí en mi cabeza
Como el sol asomándose
Sé que algo bueno está a punto de suceder

“Cloudbusting” Kate Bush


1

PRONÓSTICO:
Nublado con posibilidad de humillación pública

Hay algo especialmente encantador en un día nublado. Nubes empapadas


en tinta, el cielo listo para abrirse. El aire volviéndose refrescante y dulce. Es
mágico, la forma en que el mundo parece detenerse por unos momentos justo
antes de un aguacero, y nunca puedo tener suficiente de esa anticipación
embriagadora, esta sensación de que algo extraordinario está por suceder.
A veces pienso que podría vivir en esos momentos para siempre.
—¿Qué fue eso? —pregunta mi hermano desde el asiento del conductor. Es
posible que haya dejado escapar un suspiro satisfecho—. ¿Te estás poniendo
emocional otra vez por la lluvia?
He estado mirando, bueno, contemplando, por la ventana mientras el cielo
de la mañana se rinde ante una llovizna.
—No. Eso no suena como algo que yo haría.
Porque no es solo que la lluvia me pone emocional. Es que la lluvia significa
la ilusión de seguir un frente frío a medida que avanza desde el Pacífico.
Significa botas hasta la rodilla y suéteres tejidos, y es simplemente un hecho
que esas son las mejores prendas. No hago las reglas.
Para muchas personas, el clima es una cosa trivial, aquello que se discute
cuando se acaban los temas de conversación en una fiesta o cuando se está en
la primera cita con un chico que vive en el sótano de la casa de sus padres y
cree que ustedes dos podrían ser muy felices allí abajo juntos. ¿Puedes creer el
clima que estamos teniendo? Es una fuente de alegría o frustración, pero rara
vez algo intermedio.
Para mí nunca ha sido una cosa trivial. Incluso si nos esperan seis meses
más de tiempo plomizo, siempre lo extraño cuando llega el verano.
—Tienes suerte de que te quiera tanto. —Alex pasa una mano por su
cabello rojo revuelto por el sueño que casi compartimos, solo que el suyo es
castaño rojizo y el mío es una brillante melena abundante rojiza—.
Acabábamos de superar el miedo a la oscuridad de Orion, pero ahora Cassie se
levanta a las cinco si tenemos suerte, a las cuatro y media si no la tenemos.
Nadie duerme en la casa Abrams-Delgado.
—Te dije que es una pequeña meteoróloga en formación. —Adoro a los
mellizos de cinco años de mi hermano, y no solo porque llevan nombres de
constelaciones—. No le digas que tenemos que peinarnos y maquillarnos
nosotros mismos. Arruina la ilusión.
—Tiene que verte todas las mañanas antes del preescolar. Tortitas con
forma de dinosaurio y la tía Ari en la tele.
—Como Dios manda.
—No debo haber estado prestando atención ese día en la escuela hebrea. —
Alex reprime un bostezo a medida que recorremos Green Lake. Vive en el lado
este y trabaja en el sur de Seattle, así que me recogió en mi vecindario arbolado
de Ravenna y me dejará en la estación cuando hayamos terminado.
Siempre adelanta seis minutos a su reloj porque a Alex le encanta la
motivación adicional por las mañanas. En este momento son las 6:08,
generalmente tarde para mí, pero gracias a uno de los cambios de horario de
último minuto de Torrance, no estaré frente a la cámara hasta la tarde. Podría
terminar quedándome despierta durante veinte horas enteras, pero mi cuerpo
se ha acostumbrado a que juegue con su reloj interno. Principalmente.
Aun así, imaginar a mi diminuta sobrina perfecta fascinada por un informe
meteorológico conmueve el centro mismo de mi corazón.
Hace un tiempo, hacía exactamente lo mismo.
—Relájate. Saldrá genial —dice Alex mientras jugueteo con la cremallera de
mi chaqueta impermeable, y luego con el collar enterrado en mi suéter. Solo lo
involucré en esto porque no quería hacerlo sola, pero para mí siempre ha
habido una línea delgada entre la emoción y la ansiedad.
Incluso si mis indicaciones no fueran tan obvias, Alex podría sentir mis
emociones con los ojos cerrados. A los treinta, es tres años mayor que yo, pero
la gente solía pensar que éramos mellizos porque éramos inseparables cuando
éramos niños. Eso se transformó en una rivalidad amistosa cuando fuimos
adolescentes, especialmente porque teníamos la costumbre de enamorarnos de
los mismos chicos, sobre todo, este Adonis estrella del atletismo llamado Kellen
que no tenía ni idea de nuestra existencia, a pesar de nuestra aparición en
cada uno de sus encuentros para animarlo. Esto quedó claro el día de los
campeonatos estatales, cuando me presenté con flores y Alex con globos, y
Kellen parpadeó con sus preciosos ojos como marismas y dijo:
—Oye, ¿vamos a la misma escuela?
Permito, a regañadientes, que el chasquido de los limpiaparabrisas me
arrulle con una sensación de calma falsa. Nos dirigimos hacia el norte por
Aurora, pasando vallas publicitarias del Pacific Science Center, de limpiadores
de alcantarillas, de un tipo que podría ser un abogado de lesiones personales o
un luchador profesional, dada la forma en que su rostro está retorcido en un
gruñido. Un grupo de concesionarias de autos, y entonces…
—Oh, Dios mío, ahí está. Para el auto. ¡Para el auto!
—No tienes permitido gritar así cuando estoy conduciendo —dice Alex,
incluso mientras pisa el freno, su Prius arrojándome contra la puerta—. Cristo,
pensé que había golpeado algo.
—Sí. Mi ego. Está destrozado.
Se desvía hacia el estacionamiento de una tienda de donas abierta las
veinticuatro horas, deslizándose hacia un lugar que nos da una vista sin
obstáculos de mi primera valla publicitaria.
¡DESPIERTA CON KSEA 6 A LAS 5! SIEMPRE ESTAMOS AQUÍ P4R4
USTEDES, proclama en letras agresivamente en negritas. Y está nuestro
equipo matutino de lunes a viernes con dientes de Colgate, todos luciendo
naturales y para nada incómodos: Chris Torres, noticias. Russel Barringer,
deportes. Meg Nishimura, tráfico. Ari Abrams, tiempo.
Y un inconfundible gris blanquecino cruza mi rostro sonriente, borrando mi
ojo izquierdo, la mitad de mi nariz y terminando en un hoyuelo hermoso con
mierda de pájaro.
Solo mi cara.
Chris, Russell y Meg siguen sonriendo. SIEMPRE ESTAMOS AQUÍ P4R4
USTEDES, mi culo.
—Bueno. Estoy bastante honrada —digo después de unos momentos de
silencio atónito—. ¿Al menos mi cabello se ve bien?
—¿Puedo reírme?
Un sonido que podría ser una risita escapa de mi propia boca.
—Por favor. Alguien tiene que hacerlo.
Mi hermano se ríe a carcajadas, y no sé si ofenderme o unirme a él. Al
final, me rindo.
—De todos modos, vamos a tomarte una foto con ella —dice Alex cuando
puede respirar de nuevo—. Es tu primera valla publicitaria. Eso es jodidamente
grande. —Me pone una mano en el hombro—. La primera de muchas.
—Si esto no arruina el resto de mi carrera. —Lo sigo fuera del auto, mis
botas Hunter salpicando en un charco que resulta ser más profundo de lo que
parece.
—Di, “Noticias Northwest KSEA 6: donde realmente nos importa una
mierda” —dice mientras me coloco debajo de la valla publicitaria y poso para la
cámara—. “KSEA 6: lo que ves cuando la mierda golpea el ventilador”.
—¿Qué tal, “Noticias de última hora: Alex Abrams-Delgado es un pedazo de
mierda”? —Lo digo con mi mejor voz televisiva mientras le muestro el dedo
medio.

—Gracias por hacer esto —digo una vez que tomamos una mesa dentro de
la tienda de donas. Me aparto el flequillo húmedo de la frente, con la esperanza
de que haya un secador de repuesto en el vestidor de KSEA—. Habría ido con
Garrison, o con alguien de la estación, pero…
Alex se atreve a tomar un sorbo de su café de la tienda de donas y hace
una mueca.
—Lo entiendo. Soy tu persona favorita en el mundo.
—Lo eres —digo—. Pero Cassie está en un fuerte segundo lugar. No tomes
ese privilegio a la ligera.
—Jamás podría. —Vacía un paquete compostable de edulcorante en su
taza—. Por cierto, ¿cómo te está yendo? ¿Con… todo?
Antes de todo a lo que se refiere, mi hermano y yo nos veíamos todos los
meses. Ahora estoy durmiendo en su sofá una vez a la semana mientras su
esposo, el chef, me sirve comida reconfortante directamente en la boca.
—Hay días buenos y malos. Aún no estoy segura de cuál es hoy, o si eso es
una señal literal del universo de que las cosas están a punto de ir, bueno, ya
sabes. —Agito una mano hacia la valla de afuera antes de darle una probada a
un chocolate a la antigua—. No vas a decirme que vuelva a salir, ¿verdad?
Ese es el peor efecto secundario de una ruptura. Dejarme respirar por un
momento antes de unirme a otra persona que solo terminará
decepcionándome.
Froto el lugar de mi dedo donde solía estar el anillo de compromiso. Supuse
que su huella duraría más de unos pocos días, y no estaba segura de cómo
sentirme cuando mi piel ya no llevara la evidencia de nuestra relación. A decir
verdad, nunca pensé que estaría tan apegada a un anillo, hasta que Garrison
me lo pidió de vuelta. En su defensa, era una reliquia familiar. En mi defensa,
es un basurero humano.
Un basurero humano en el que apenas he podido dejar de pensar desde la
ruptura hace cinco semanas, cuando me mudé de nuestro espacioso alquiler
en Queen Anne al apartamento tipo estudio lo suficientemente grande para mí
y mis sentimientos. Nuestros amigos sintieron que tenían que tomar partido,
razón por la cual en estos días, mis únicos confidentes son mi hermano y una
preescolar precoz. Al menos ahora puedo decir el nombre de Garrison en voz
alta sin querer acurrucarme dentro de una de esas almohadas nido que
Instagram siempre me anuncia. Creo que son para perros, pero no puedo ser la
única persona que quiere una desesperadamente. El algoritmo debe saber que
la necesito.
—Absolutamente no. No hasta que estés lista. —Alex alcanza otro paquete
de edulcorante—. Al menos no habías hecho ningún depósito. Hay que verle el
lado positivo, ¿verdad?
—Mmm —digo evasivamente. La planificación de la boda fue otro de esos
nudos de emoción y ansiedad para mí, aunque la mayoría de las veces, la
ansiedad había ganado. Cada vez que empezábamos a hablar de eso, me
congelaba con indecisión. ¿Primavera u otoño? ¿Banda o DJ? ¿Cuántos
invitados? Incluso ahora, es suficiente para hacerme hormiguear dentro de mi
suéter tejido.
Pero lo que dijo Alex se me queda grabado en la cabeza. Porque el lado
positivo es algo mío. Cada vez que siento que la negatividad comienza a hervir
dentro de mí, la obligo a alejarse con una de mis sonrisas televisivas
practicadas. Saltando sobre ese charco turbio. Manteniéndome seca antes de
arriesgarme a hundirme más en la oscuridad.
—Deberíamos comer estas donas con más frecuencia —digo, aunque es
una dona completamente normal.
Alex debe ser capaz de decir que no estoy ansiosa por desenterrar más
recuerdos porque se lanza a contar una historia sobre la determinación de
Orion a perder su primer diente.
—Estaba probando ese viejo truco de la cuerda y el pomo —dice Alex—.
Solo que, se perdió por completo la parte del pomo de la puerta, así que lo
encontré sentado en su habitación con todo este hilo colgando de su boca,
esperando pacientemente a que se aflojara un diente.
—¿Y por qué no me enviaste de inmediato las fotos? —pregunto, y él lo
remedia.
Una vez que ambos pasamos a nuestras segundas donas, mi teléfono se
ilumina con una notificación y lo toco para encontrar un correo electrónico de
Russell Barringer, deportes.
Si me está enviando un correo electrónico, solo puede tratarse de una cosa.
Chica del clima,
Seth puso hoy letreros nuevos. Torrance encontró uno en su leche de avena y
está furiosa. Solo quería que supieras que podrías estar caminando hacia un
huracán.
—Debería irme —le digo a Alex—. O, deberíamos irnos para que puedas
dejarme.
—¿Algo con tu jefa?
Hago todo lo posible por moderar mi suspiro para que no suene tan sufrido
como me siento.
—¿No es siempre así?
Estamos a punto de levantarnos cuando un treintañero con un paraguas
empapado se detiene frente a nuestra mesa y me mira fijamente.
—Te conozco —dice, meneando un dedo hacia mí mientras la lluvia gotea
sobre el linóleo.
—Ah, ¿de las noticias? —digo. Sucede en ocasiones, los extraños me
reconocen, pero no tienen ni remota idea de por qué. Por lo general, terminan
decepcionados de que no sea mi jefa y, sinceramente, me sentiría igual.
Niega con la cabeza.
—¿Eres amiga de Mandy?
—No.
Mi hermano agita un brazo por la ventana hacia la valla publicitaria.
—Canal seis. Es la chica del clima.
—De hecho, no veo televisión —dice encogiéndose de hombros—. Lo siento.
Debo haber estado pensando en alguien más.
Alex está temblando con su risa silenciosa. Le doy un codazo mientras nos
dirigimos a clasificar nuestra basura en sus contenedores apropiados.
—Estoy tan contenta de que mi dolor te resulte gracioso.
—Tengo que mantenerte humilde de alguna manera. —Antes de irnos, Alex
espera en la fila para comprar algunas docenas de donas para su clase de
cuarto grado—. Donas de culpa —explica—. Es la semana de exámenes
estatales.
—Es un milagro que algunos de nosotros salgamos de la escuela con solo
heridas psicológicas menores.
Me da una media sonrisa que no llega a tocar sus ojos y luego baja la voz.
—Me escribirás si te sientes mal o algo así esta semana, ¿verdad?
Es tan fácil bromear con él que a veces olvido que puedo hacer más que
eso.
—Lo haré. —Bajo la vista para ver la hora y toco mi teléfono—. Si puedes
llevarme al camerino en veinte minutos, haré rugelach de Nutella para
Hanukkah el próximo fin de semana.
—En marcha —dice, alcanzando sus llaves mientras equilibro sus cajas de
donas—. En realidad, podría venirte bien ese tiempo extra.
—¡Oye, estoy muy frágil en este momento!
Hace un gesto con la barbilla hacia afuera una vez más.
—Está bien, está bien. Te ves tan bien como tu valla.
2

PRONÓSTICO:
LLUVIAS DE PAPEL TRITURADO ACERCÁNDOSE ESTA TARDE

Cuando era pequeña, quería crecer para ser Torrance Hale.


La miraba todas las noches en las noticias, hipnotizada por su confianza
delicada y la forma en que su rostro se iluminaba cuando el sol estaba en el
pronóstico. La forma en que miraba a la cámara, me miraba directamente a mí,
una comisura de su boca se torcía en un cuarto de sonrisa mientras bromeaba
con los presentadores: había algo eléctrico en ella.
Como nerd bebé de la ciencia, me había fascinado el clima desde que una
ventisca de abril cerró la ciudad durante dos semanas cuando estaba en el
jardín de infantes. Por supuesto, más tarde supe que esto no era normal y que,
de hecho, fue algo muy aterrador, pero en ese entonces, quise experimentar
tantos fenómenos meteorológicos como pudiera. Vivir en Seattle lo hizo
complicado, dado lo templado que es durante todo el año. Aun así, vi lo
suficiente para mantenerme curiosa: calor de verano sin precedentes, un
eclipse lunar, un tornado raro que aterrizó en Port Orchard cuando mi familia
estaba de vacaciones.
Torrance hacía ciencia, hacía que el clima pareciera que podía ser
glamoroso. No tenía que estar atrapada en un laboratorio, analizando datos y
escribiendo informes. Podría contar historias con el clima. Podría ayudar a la
gente a entender, incluso ayudar a protegerlos, cuando la Madre Naturaleza se
volvía brutal.
Mi madre no era de fiar, su mal humor a veces la convertía en una extraña,
pero Torrance nunca lo fue. Era una fuente de consuelo y calma, siempre
exactamente donde se suponía que debía estar: frente a la pantalla verde a las
cuatro en punto y luego nuevamente a intervalos de doce minutos. Los viernes
por la noche presentaba un programa de media hora llamado Halestorm que se
centraba en las tendencias climáticas en profundidad, y no me avergüenzo de
las invitaciones a fiestas que rechacé para poder verlo en vivo. Incluso me
decoloré el cabello rojo a rubio en octavo grado para parecerme más a ella, casi
quemándome el cuero cabelludo en el proceso.
Incluso cuando mi propio estado de ánimo menguó de una manera que a
veces coincidía con el de mi madre, los primeros síntomas de depresión que no
me diagnosticaron hasta la universidad, mi amor nunca vaciló.
Un par de años más tarde, después de que todo mi rojo hubiera vuelto a
crecer afortunadamente, gané un premio de periodismo en la escuela
secundaria por una historia sobre el ciclo de vida de un panel solar, y la propia
Torrance me lo entregó en el banquete. Estaba segura de que me desmayaría;
seguí pellizcando el interior de mi muñeca para asegurarme de que permanecía
consciente. Cuando me susurró al oído lo mucho que le había gustado la
historia, no tuve ninguna duda: iba a ser meteoróloga.
La realidad es que trabajar para Torrance Hale es un tipo de Halestorm
muy diferente.
—¿Has visto esto? —Torrance estampa un pedazo de papel en mi escritorio,
sus uñas pintadas de marfil temblando por la indignidad de eso—. Es
inaceptable, ¿verdad? ¿No estoy perdiendo la cabeza?
Después de tres años en KSEA, aún me siento intimidada por Torrance,
especialmente cuando está completamente maquillada, del tipo que se ve
natural en la cámara pero espeluznante cuando estás a sesenta centímetros de
distancia de la cara demasiado sonrojada y sombreada de alguien. Como
siempre, su boca luce resbaladiza con su característico lápiz labial, un tono
rojo cereza que cuesta 56$ por tubo. Solía rogarle a mi madre todos los años
por uno para mi cumpleaños, sin suerte. Cuando finalmente lo compré de
adulta, me di cuenta de que era basura para mi cutis. Así es la vida como una
pelirroja pálida: mantennos alejados del sol y de la mitad de la rueda de
colores.
Me desabrocho la chaqueta y la cuelgo en el gancho de mi cubículo.
Aunque técnicamente, no deberíamos llamarlos cubículos. Durante la
orientación, Recursos Humanos me hizo hincapié en que se trataba de una
“oficina de partición baja”, que son… cubículos básicamente, pero las paredes
no son tan altas. Fue un rediseño reciente; el personal no estaba contento con
los cubículos, y un experto había venido e hizo todos estos cambios diseñados
para aumentar la productividad. No estoy segura si aumentó la productividad,
pero definitivamente hizo que la gente hablara sobre cómo se supone que debe
aumentar la productividad.
Son las ocho, lo que significa que el programa de la mañana acaba de
terminar. En toda la sala de redacción de nuestra estación de Belltown, la
gente está encorvada sobre sus escritorios bajo fluorescentes demasiado
brillantes y un banco de televisores, el que está sintonizado en KSEA
actualmente transmite un anuncio de un limpiador de alfombras con una
melodía demasiado pegadiza. En un día típico, estaría a unas pocas horas del
final de mi turno, pero Torrance se presentará en una gala esta noche. Como
una celebridad menor de Seattle, siempre recibe invitaciones como esta, y
aunque he superado mi obsesión con ella, la ciudad no.
Sin mirar el papel e incluso sin la advertencia de Russell, sabría quién está
detrás de este comportamiento inaceptable: Seth Hasegawa Hale, director de
noticias de KSEA 6. El ex-marido de Torrance.
Me arriesgo a echarle un vistazo.
Por favor, terminen la leche antes de abrir una caja nueva para evitar
desperdicios. Ya hay dos contenedores abiertos y más de la mitad llenos. El
medio ambiente se los agradece.
—SHH
Un clásico de Seth. Con nuestro gerente general a un año de su jubilación
y completamente retirado, Seth se encargó de dirigir la estación como mejor le
parece, a menudo en forma de carteles pasivo-agresivos como este. La ironía de
que sus iniciales son SHH no se me escapa.
No estoy segura de cuál de las preguntas de Torrance responder primero.
—Aún no lo había visto —confirmo—. ¿Tal vez no sabía que era tuyo?
—Sabe perfectamente que he estado sin lácteos durante años y la soya me
da urticaria. Soy la única que bebe la leche de avena. Esto estaba claramente
dirigido a mí —dice, evitándome tener que tomar partido en el Gran Debate de
la Leche. Apoya su cadera contra mi escritorio, su vestido azul ceñido al cuerpo
no tiene arrugas incluso después de haber estado en el aire desde las cuatro de
la mañana, su cabello rubio cayendo suelto sobre sus hombros. A los
cincuenta y cinco años, Torrance está, y lo digo con un tremendo respeto por
ella como científica, humeante.
—No puede simplemente hacer esto y esperar que todos nos alineemos
como él quiere —continúa—. Si quiere hablar de salvar el planeta, entonces
debería cambiar el todoterreno que conduce. O dejar de desperdiciar todo este
papel.
Estoy bastante segura de que esto no se trata en absoluto del medio
ambiente, pero no pretenderé entender las complejidades de la relación de los
Hales. Por lo que he oído, fueron miserables por un tiempo antes de divorciarse
hace cinco años. Tampoco me encantan los letreros de Seth, en realidad,
podría prescindir sin el del baño que nos recuerda que la plomería es
demasiado delicada para lidiar con tampones, pero imagino que los amaría
mucho menos si hubiera estado casada con él.
Hago todo lo posible para mantenerme optimista. Animada.
—¿Al menos dijo “por favor”? Y a veces también bebo leche de avena…
¿quizás fue más una nota general? —Nunca he probado la leche de avena.
—¿Está todo bien por aquí?
Seth se acerca hacia nosotras, con las manos en los bolsillos de sus
pantalones azul marino, el dobladillo de su chaqueta a juego balanceándose a
medida que camina. Su postura relajada, su barbilla ligeramente inclinada
hacia arriba. Completamente despreocupado por la angustia de su ex-esposa.
Se ve tan inocente que, bien podría estar silbando una melodía y usando una
gorra en un ángulo alegre.
—¿Tú qué crees? —pregunta Torrance con dulzura, agarrando el letrero
con el pulgar y el índice y colgándolo frente a su cara—. Te das cuenta de que
la gente podría hacer lo que tú quieres que hagan si de hecho se lo pides
amablemente, ¿verdad? ¿En lugar de esta mierda pasivo-agresiva?
—Qué sorpresa que quisiera ponerlo por escrito en lugar de lidiar con esto
—dice Seth, monótono. Si bien no es tan imponente como Torrance, mide más
de un metro ochenta y dos, cabello negro canoso en las sienes de esa manera
distinguida que solo los hombres parecen capaces de lograr, aunque me
encantaría pensar que algún día podría lucir un mechón de canas.
Todos en mi antigua estación en Yakima, mi primer trabajo de tiempo
completo fuera de la universidad después de obtener una doble especialización
en ciencias atmosféricas y comunicaciones en la Universidad de Washington,
se sentían como una gran familia. Tal vez el problema aquí es que los Hales se
parecen demasiado a una disfuncional.
Como director de noticias, Seth debería ser el jefe del jefe meteorólogo de
Torrance, pero debido a su historial y su antigüedad, ella está directamente
debajo de nuestro gerente general, un hombre llamado Fred Wilson con quien
he hablado exactamente dos veces. Dado que la oficina del tercer piso de
Wilson permanece cerrada la mayor parte del día, cuando se molesta en
presentarse, lo que ni siquiera hizo para la fiesta de cumpleaños número 75
que le organizamos el mes pasado, esto esencialmente pone a Torrance en pie
de igualdad con Seth. Los dos están dispuestos a dirigir esta estación
directamente a los cimientos, siempre y cuando eso signifique que uno de ellos
salga victorioso.
—Seth, no necesito ser microgestionada —dice Torrance—. Lo que pongo y
saco de la nevera es asunto mío.
Seth cruza los brazos sobre su pecho, lo que probablemente hace en parte
para mostrar la forma en que sus bíceps ridículos se tensan contra la tela de
su chaqueta. A veces pienso que Torrance y Seth están enfrascados en una
batalla para demostrar quién está ganando su divorcio. Los imagino en
gimnasios en lados opuestos de la ciudad, jadeando en cintas de correr
mientras los entrenadores personales les gritan que vayan más rápido.
—No puedo decir que ser una jugadora de equipo haya sido alguna vez tu
punto fuerte.
—Y no ser un inmenso imbécil nunca ha sido el tuyo.
Llevo una mano a mi garganta y froto mi pulgar a lo largo del relámpago
diminuto al final de mi collar. El amuleto es del tamaño de mi uña meñique y
es de oro martillado, un regalo de mi madre cuando me gradué de la
universidad. Un día raro en que pareció verdaderamente feliz. Quiero
desaparecer entre mis paredes bajas, pero el punto es que no puedes.
—Solo voy a… —empiezo, pero Torrance de repente se pone más erguida,
algo llamando su atención al otro lado de la habitación, en su oficina. Marcha
hacia allí y, con un movimiento rápido, arranca una hoja de papel del monitor
de su computadora. Otro letrero.
—¿Asegúrense de apagar las luces de su oficina para ahorrar energía
cuando no las estén usando? ¿Pusiste esto en mi oficina cuando estaba en el
aire?
—Quería asegurarme de que lo vieras —dice Seth con un encogimiento de
hombros inocente.
Tal vez las solicitudes de Seth no sean del todo irrazonables, incluso si su
método lo es. Sí, son insignificantes, pero Torrance tiene una forma de
olvidarse de su entorno cuando está en el trabajo. Ante la cámara, se muestra
serena y profesional, pero fuera de ella, es un poco desordenada. Con
demasiada frecuencia, he barrido la basura de su escritorio, arreglado su
maquillaje en el vestidor, regado las plantas en su oficina. Si su ficus está
prosperando, no es por ella. Probablemente no sea la mejor manera de hacer
que mi jefa me preste atención, pero al menos, creo que he evitado un par de
peleas entre Hale y Hale.
Torrance vuelve corriendo a mi escritorio, con el letrero en el puño.
—Esa es una invasión tan flagrante de la privacidad que ni siquiera sé por
dónde empezar. —Sobresale su barbilla hacia mí—. Abrams, ¿qué piensas? ¿Te
imaginas si coloco letreros en el centro meteorológico que digan: “Asegúrense
de consultar el Servicio Meteorológico Nacional” o “No olviden sonreír cuando
estén en el aire”? ¿Apreciarías ser tratada como una niña?
Una vez más, tengo la sensación de que todo lo que diga será una
respuesta incorrecta.
—Quizás el centro meteorológico funcionaría mucho más eficientemente si
lo limpiaras de vez en cuando —dice Seth—. No sé cómo alguno de ustedes
puede trabajar así. Ese lugar es una pocilga.
—¡Porque acabo de terminar mi turno!
—Disculpen —digo, retrocediendo de mi silla y agarrando mi bolso, pero ya
no me escuchan. Si alguna vez lo hicieron.
Cuanto más me alejo de ellos, mejor puedo respirar, pero sus voces me
siguen por el pasillo. Probablemente podría haber venido más tarde, ya que no
estaré frente a la cámara hasta las tres, pero soy madrugadora hasta la
médula. Y me vendría bien un poco de tiempo terapéutico a solas con mi
plancha para el cabello (nunca he dominado mis rizos naturales y tengo que
planchar mi cabello largo hasta los hombros antes de cada transmisión) y la
paleta de sombras de ojos más nueva. La gente de Sephora me adora. He sido
una VIB Rouge desde antes de que pudiera beber legalmente.
Mi turno habitual puede requerir levantarme a las 2:30 de la mañana, pero
hay un beneficio que no figuraba en la descripción del trabajo: Torrance y Seth
nunca están allí.
De camino al vestuario, pillo a Russell saliendo del Dugout, que es como
llaman a la oficina donde se encuentra el equipo deportivo. El presentador
matutino Chris Torres me dijo, con amargura, que consiguieron su propia
oficina porque una vez estaban jugando al fútbol y golpearon a un reportero
desprevenido en la cabeza, pero estoy bastante segura de que solo es un
rumor. Todo lo que sé es que tienen su propia oficina, y en días como este, los
odio por eso.
Hago un gesto hacia su taza de café vacía.
—¿Regresando a la escena del crimen?
Russell lleva una chaqueta color carbón que hace juego con el cielo
exterior, y una camisa de vestir azul debajo. Es un tipo corpulento, de hombros
anchos y cabello castaño claro, generalmente con gel para la cámara, pero esta
mañana luce un poco rebelde. Probablemente quedó atrapado en la lluvia de
camino a la oficina.
—Te lo advertí —dice, mirando por encima de mi hombro para asegurarse
de que no haya nadie cerca para escucharnos—. ¿Qué tan malo fue?
—Son como niños. No, espera, eso no es justo para los niños. —Hago una
pausa junto a un volante que nos recuerda que confirmemos asistencia para la
fiesta navideña de la oficina este viernes, que será en un hotel elegante del
centro. Ya confirmé, ya temiendo ir sin un acompañante—. Estoy medio
pensando en ir a la cocina y arrojar el resto de su leche de avena.
—Ella simplemente culparía a Seth. —Su boca se inclina en una sonrisa—.
En realidad, tal vez deberíamos usar esto a nuestro favor. Probablemente
podríamos hacer casi cualquier cosa, y ellos asumirían que fue la otra persona.
—Tú los distraes y yo me llevo la leche.
—Trato hecho —dice, sus ojos azules brillan detrás de sus anteojos negros
rectangulares. Tiene las pestañas más largas que he visto. Si tuviera pestañas
así, mi Sephora local no me querría tanto—. Bueno, buena suerte por ahí. —
Hace un gesto hacia la cocina, dándome una sonrisa amable, pero algo
apagada.
—Seguro. Tú también.
Russell y yo deberíamos compartir una camaradería del tipo de nuestros
dos jefes son idiotas, pero nuestra amistad laboral no ha evolucionado mucho
más allá de esto. Se la pasa en su mayoría solo en el Dugout, amistoso con sus
colegas deportivos, pero superficialmente agradable con todos los demás. Qué
tal tu fin de semana, sonrisa cortés, seguir adelante. Termina las
conversaciones demasiado rápido, y nunca he podido conseguir una lectura
sólida de él más allá del hecho de que podría ser tan miserable como yo.
Excepto que, tiene una puerta para cerrarlo todo.

—Como pueden ver, nos esperan lluvias y vientos cada vez mayores para el
retorno a casa de la tarde —digo, moviendo mi mano a través de la pantalla
verde detrás de mí. En el monitor frente a mí y en las casas de los
espectadores, hay un mapa del oeste de Washington—. Durante la noche,
veremos más lluvias, con temperaturas entre los cuatro y cinco grados.
La mayoría de mis hits meteorológicos duran treinta segundos, pero para
este más largo, tengo dos minutos en el reloj. Lo considero como construir una
historia: empiezo con una vista satelital en vivo de la región para mostrar lo
que está sucediendo en este momento, y luego lo explico a través de patrones
de aire y sistemas de presión. Siempre termino hablando de la semana que
viene.
—Mañana llegaremos a mediados de los diez, gracias a un frente cálido que
se está acercando. Sin embargo, detrás de eso… —(el gráfico cambia a un
modelo que muestra lo que está sucediendo frente a la costa)—, tenemos un
frente frío más fuerte que marchará por el oeste de Washington el miércoles
que aumentará la velocidad de nuestros vientos, con ráfagas de hasta noventa
y seis kilómetros por hora y posibles cortes de energía. Continuaremos
vigilando eso, así que asegúrense de seguir sintonizándonos mientras
ajustamos nuestro pronóstico.
La pantalla cambia de nuevo, esta vez al pronóstico de esta semana.
—Aquí el pronóstico de los próximos siete días y, como pueden ver, no hay
mucha variación. Va a estar húmedo y ventoso, con la posibilidad de un poco
de sol el viernes por la tarde. Después de todo, es diciembre en el noroeste del
Pacífico. —Me trago una risa, jugando con la audiencia a medida que cuento
los altibajos de la semana—. Y parece que el sistema del próximo lunes podría
ser otro lluvioso y ventoso.
—Y suenas positivamente alegre al respecto —dice Gia DiAngelo en mi
auricular mientras camino hacia el escritorio del presentador y me siento, de la
misma manera que lo hago todas las mañanas con Chris Torres.
—No puedo evitarlo, Gia. Soy una habitante de Seattle de principio a fin. —
Levanto los brazos, aún sonriendo—. Hay agua de lluvia en estas venas en
lugar de sangre.
Es una broma corriente que mientras la mayoría de los meteorólogos, la
mayoría de las personas en general, se emocionan cuando el sol está en el
pronóstico, yo soy todo lo contrario. Inversamente a la creencia popular, aquí
no llueve tanto como la gente piensa. Nueva Orleans y Miami reciben más
precipitaciones anuales, mientras que el noroeste del Pacífico tiende a tener
más días de lluvia en promedio. Aun así, hay algo en la lluvia en Seattle que es
profundamente romántico.
Gia se ríe y se enfrenta de nuevo al teleapuntador.
—Pronto tendremos más noticias de Ari. Estoy segura de que todos quieren
saber cómo afectará todo esto a sus planes vacacionales. A continuación: una
mujer local pensó que había encontrado la casa de sus sueños, pero cuando
comenzó las renovaciones, apareció la policía para decirle que la casa en
realidad no era suya. Kyla Sutherland investiga.
Y corte a comercial.
Aún estoy zumbando de adrenalina cuando salimos del aire. Casi me hace
olvidar el hecho de que mi jefa apenas se da cuenta de que existo, a menos que
me necesite para cubrir un turno. Solo una vez, me gustaría que dijera: “Ooh,
esta historia climática realmente sustanciosa sería genial para Ari, adelante y
toma la iniciativa”.
—Siempre es agradable tenerte aquí por las tardes —dice Gia, sacando una
polvera de su bolsillo para verificar que cada mechón de su brillante cabello
negro esté en su lugar—. Incluso cuando nos das malas noticias.
—Gia, la lluvia no es una mala noticia —digo canturreando, apago el
micrófono sujeto a mi vestido y me dirijo a la sala de redacción para rellenar mi
botella de agua durante este descanso de diez minutos.
Torrance está en su oficina, poniendo alegremente una pila de carteles de
Seth a través de una trituradora de papel.
En lugar de permitir que me afecte, enderezo mis hombros y me detengo en
el grupo de escritorios de internos en la parte más corriente de la sala de
redacción, diciéndoles lo contentos que estamos todos en KSEA de tenerlos
aquí, y si alguna vez tienen preguntas sobre la transmisión o sobre el clima,
pueden preguntarme en cualquier momento. Sus miradas extrañas valen la
pena por la forma en que la tensión en mi pecho se alivia, muy levemente.
—¿Alguien sabe cómo arreglar una trituradora de papel? —grita Torrance.
Dicen que es mejor que no conozcas a tus héroes. Tampoco trabajes para
ellos.
3

PRONÓSTICO:
REFÚGIENSE Y PREPÁRENSE PARA EL HURACÁN TORRANCE

—Bueno… lo intentaron —digo.


—Pero, ¿lo hicieron? —pregunta la reportera de tráfico Hannah Stern,
apartando la rama de un árbol.
Nos inclinamos más cerca para inspeccionar el árbol de Navidad en el salón
de baile del hotel, más específicamente, el único adorno de la menorá, colgando
en todo su esplendor azul y plateado detrás de un Santa surfista llevando una
bolsa roja. Parece una forma ineficiente de entregar regalos, pero está bien.
—Es una decoración judía más que el año pasado —digo, buscando algo
positivo. Y como emitir un cumplido siempre parece ayudar, hago un gesto
hacia los tacones dorados con correa en forma de T de Hannah—. Y estoy
obsesionada con tus zapatos.
Esta judía no se echa atrás en una fiesta de Navidad, especialmente porque
me tomó tres horas prepararme. Me alisé el cabello antes de preocuparme de
que pareciera que me estaba esforzando demasiado, así que lo rocié con agua y
lo sacudí para recuperar las ondas. Luego saqué mi plancha para agregar más
rizos a las puntas, quemándome la palma en el proceso y corriendo a la cocina
por una bolsa de hielo. Todo lo que encontré fue una bolsa de ravioli Amy
demasiado caro que había estado guardando para una ocasión especial. Es
bastante triste lo mucho que he estado esperando ese ravioli, que compré
durante mi primer viaje de compras después de Garrison. Es posible que mi
vida no esté en el camino correcto si el único punto positivo es una caja de
pasta congelada.
Tal vez esa valla publicitaria en realidad era un presagio.
El salón de baile del hotel está decorado con guirnaldas, copos de nieve y
luces multicolores, una banda en el escenario toca “Jingle Bell Rock”. Nuestra
fiesta navideña es la corbata negra de Seattle, lo que significa que puedes
salirte con la tuya usando jeans. Me probé no menos de cuatro conjuntos antes
de decidirme por el vestido de encaje negro que usé para mi fiesta de
compromiso. Le estoy dando vida nueva, liberándolo de su asociación con mi
ex. Para venderme más eso, cambié mi habitual collar de rayo por un pin
vintage que Alex encontró en una tienda de antigüedades y me dio como regalo
de cumpleaños un año, una pequeña nube salpicada de piedras preciosas. Le
faltaban la mitad de las joyas, así que busqué en las tiendas de abalorios de
Etsy y Seattle para arreglarlo y colgué algunos cristales azules para la lluvia.
No soy más que trágicamente predecible. Esa misión de reparación se convirtió
en un pasatiempo completo, uno que ocupa la mitad de la mesa de mi cocina,
complementada con una cajonera entera y todo tipo de herramientas cuyos
nombres no habría conocido hace un año, y me relaja cuando el mundo es
demasiado.
¡Lo estoy haciendo genial! es lo que dice este atuendo, solo que no estoy
muy segura de a quién se lo está declarando. Tal vez estoy intentando
demostrármelo a mí misma.
Hannah y yo somos las dos únicas judías en KSEA, aunque debido a que
Hannah trabaja por las tardes, no nos cruzamos a menudo. Como resultado,
no hemos abordado la brecha de amigas del trabajo y amigas fuera del trabajo,
lo que empieza a parecerme un patrón. Tal vez soy el denominador común, lo
que requeriría mucha autorreflexión para la que no estoy segura de estar
preparada.
La sigo de regreso a una mesa con su novio Nate y algunos otros
reporteros, momento en el que queda claro que soy una de las únicas personas
en esta fiesta que no trajo a su pareja. A pesar de mi comodidad frente a la
cámara, nunca he sido naturalmente extrovertida, capaz de entablar una
conversación con extraños. No tengo mis pronósticos y gráficos como red de
seguridad.
—¿Alguna posibilidad de nieve este año? —me pregunta el esposo de Gia
DiAngelo, con esa forma bonachona que le preguntas a alguien de quien sabes
exactamente una cosa. Me imagino que es similar a preguntarle a un conocido
médico si le echará un vistazo a un lunar en la cara interna de tu muslo.
—Todos mis modelos predicen un clima más cálido de lo habitual —digo—.
Si tenemos nieve este invierno, no creo que sea en diciembre.
Deja escapar un suspiro largo, como si el aumento de las temperaturas
globales sea culpa mía.
—Mis hijos estarán decepcionados. Me gustaría tener una Navidad blanca
solo por una vez. —Señala con la mano la nieve artificial que forma parte del
centro de mesa—. ¿No sería estupendo? Hacer que todos en el aire también
usen gorros de Santa, apuesto a que a los espectadores les encanta eso.
—Sí, definitivamente —digo con una sonrisa falsa. Hannah está a mi otro
lado, hablando animadamente con nuestro meteorólogo de fin de semana, AJ
Benavidez. Me pongo de pie para dirigirme al buffet—. Discúlpenme. —La fila
ya es larga porque hay pocas cosas que emocionen a una sala llena de adultos
como la comida gratis. Para ser justos, soy una de esos adultos.
Me doy cuenta de que vivo en una ciudad con una población judía de
menos del dos por ciento, pero la suposición de que todos celebran la Navidad
nunca me ha afectado como la etiqueta del suéter más suave. En esta época
del año, es casi constante. He sido la única persona que nunca usó un gorro de
Santa durante una transmisión, y nuestras redes sociales explotaron con
acusaciones de que odiaba a Estados Unidos.
—Chica del clima —dice alguien detrás de mí en la fila, y siento que me
relajo cuando me doy vuelta para encontrar a Russell, vestido con jeans negros
y una chaqueta de tweed burdeos sobre una camisa negra. Sus chaquetas son
siempre un poco más coloridas que cualquiera de nuestros compañeros de
trabajo. Esta noche está vestido menos formal que frente a la cámara: sin
corbata, con el botón superior de la camisa desabrochado. Una barba
incipiente a lo largo de su mandíbula que no recuerdo haber visto a principios
de semana.
—Colega de los deportes —digo, y luego arrugo la nariz—. No tiene el
mismo efecto, ¿verdad?
Esboza una sonrisa.
—Temo que, en realidad, no.
Las primeras veces que Russell usó el apodo, me preocupó que estuviera
trivializando lo que hago. Degradándolo. Pero siempre lo ha dicho con buen
humor, y eso es parte del problema: todo en Russell es tan de buen humor que
no estoy segura de cómo llegar a conocerlo más allá de eso.
—¿El juego de hoy fue, eh, bastante intenso? —pregunto, comprendiendo
demasiado tarde que estoy haciendo lo que el esposo de Gia me estaba
haciendo.
—No sigues los deportes, ¿verdad?
Le doy una mueca.
—Es la hora. Si los juegos fueran a las tres de la mañana, estaría sobre
ellos.
La sonrisa da paso a una carcajada.
—Veré lo que puedo hacer. Estoy seguro de que estarás encantada de saber
que el partido que cubrí fue de fútbol americano universitario y el marcador
final fue 66-60.
—Puede que no sepa mucho de fútbol, pero esos números parecen…
¿altos?
—Ah, lo fueron. Nunca había visto algo así. Gran ofensiva, vergonzosa
defensa.
La fila del buffet avanza lentamente, y soy una fracción de segundo
demasiado lenta para reaccionar, los pocos sorbos de vino que tomé en la mesa
se me subieron a la cabeza. El viento debe haberse salido con la suya con el
cabello de Russell durante el juego, y hay algo en los hombres con el cabello
desordenado que simplemente funciona conmigo. Ahora que ya no estoy en
una relación, mi cerebro se ha vuelto loco evaluando a los chicos. Mis
enamoramientos son imparables.
El tipo cuyo buzón de correo está junto al mío y está suscrito casi
exclusivamente a revistas de cannabis: lindo.
El tipo que me sonrió en el autobús la semana pasada y que, tras una
inspección más cercana, escondía no uno, sino dos hurones dentro de su
abrigo: tan lindo.
El tipo en la cafetería de los empleados que de alguna manera se las arregla
para hacer que una redecilla para la barba se vea atractiva: contra todo
pronóstico, extremadamente lindo.
Sin embargo, eso es todo lo que son: fugaces “oh, es lindo”. Dado lo
desastroso que terminó todo con Garrison, tienen que seguir así, lo que
significa renunciar a mi sueño de convertirme en la Señora Redecillas para
Barbas.
—Siempre me siento un poco raro con estas cosas —dice Russell, tirando
del cuello de su chaqueta—. Si alguien me habla, generalmente es porque
quiere saber cómo es su jugador favorito fuera del campo, y si fulano de tal es
tan imbécil como todos dicen que es.
—Me pasa igual, excepto que quieren quejarse del clima. Al menos la
comida es buena. Es posiblemente lo único que hace que todo esto valga la
pena.
Asiente hacia una exhibición en una esquina.
—¿No eres fanática del niño Jesús montando a Rudolph?
—Oh, soy judía —digo, deseando no haberlo sacado a colación en primer
lugar—. No es exactamente la fiesta navideña más inclusiva.
Se queda en silencio a medida que mira alrededor, y mi arrepentimiento se
cuadriplica. Russell y yo no somos cercanos. Todas las quejas que tenemos por
nuestros jefes son despreocupadas. Nunca querría que pensara que soy todo lo
contrario de la chica alegre que soy ante la cámara. Hago todo lo posible para
asegurarme de que nadie lo haga.
—Ciertamente es festivo —dice de esta extraña manera plana.
Aun así, hay costillas y espárragos con miel y limón y macarrones con
queso y cebolla caramelizada. Nuestra estación puede ser disfuncional, pero no
estamos sufriendo por el dinero. Russell y yo llenamos nuestros platos en
silencio relativo, excepto por un momento cuando me dice que una lanza de
espárragos está peligrosamente cerca de caerse de mi plato, y luego regresamos
a nuestras respectivas mesas: Russell con el resto de la mesa de deportes, yo
como la novena rueda.
Una vez que se ha acabado el buffet, las luces del techo se atenúan,
dejando solo las luces parpadeantes colgando del techo y envueltas alrededor
de los árboles de Navidad. Torrance y Seth suben al escenario del salón de
baile, Torrance con el aspecto de una diosa de la nieve feroz con un enterizo
plateado, Seth con un esmoquin gris pizarra y una corbata con estampado de
bastones de caramelo, su cabello oscuro peinado hacia atrás de esta manera
que le hace parecer una estrella de cine de la década de los cuarenta.
Nuestros hermosos y terribles señores supremos.
—Buenas noches a todos —saluda Torrance al micrófono, la iluminación
volviendo dorados sus rizos—. Queremos agradecerles por otro año increíble.
—Podemos contar historias importantes y mantener altos índices de
audiencia gracias a todos y cada uno de ustedes. Desde noticias, deportes,
hasta el clima. —Los ojos de Seth se posan en Torrance, con la boca curvada
hacia arriba—. ¡Y una gran felicitación a Torrance por ser nombrada
meteoróloga favorita de Seattle por séptimo año consecutivo por la revista
Northwest!
Un aplauso amplio. Casi tres décadas después de que ella comenzó aquí,
Torrance aún lo logra todas las noches.
Un estante junto a ellos muestra una colección de premios, algo que
también les gusta hacer todos los años. Debo admitir que es estupendo, ver
esta clara medida de éxito en forma de estatuillas aladas.
—¡Y también felicitaciones a nuestra estación por dieciséis nominaciones a
los premios Emmy regionales y cinco victorias! —dice Torrance—. Incluyendo el
artículo estelar de Seth sobre la revitalización del paseo marítimo de Seattle.
Le da una palmada en el hombro, y él le da esta sonrisa modesta. Hay un
momento, o al menos, creo que hay un momento, cuando sus ojos se
encuentran y retraen sus garras y se ven como dos personas que solían
amarse. Solían respetarse mutuamente. El exterior helado de Torrance parece
derretirse, y Seth incluso toca su mano, dándole unas palmaditas. Es una gran
actuación; casi puedo creer que no se desprecian.
Torrance y Seth se llevan bien: tal vez esta sea en realidad la época más
maravillosa del año.
Claramente está de buen humor esta noche. Me encantaría atraparla a
solas, tener una conversación real. Prometo hacerlo tan pronto como esté libre.
—Con la cena terminando, ¡sí, démosle un aplauso al personal de catering
del Hilton! —Seth rompe en aplaudir—. Con la cena terminando, queríamos
comenzar con lo que siempre ha sido nuestra tradición favorita de KSEA.
Saben lo que significa… ¡es hora de nuestro intercambio anual de regalos
robados!
Nuestras mesas están dispuestas en semicírculo alrededor del árbol más
grande del salón de baile, y con más de sesenta personas presentes, hay una
gran pila de cajas debajo. Traje una tabla de quesos con la forma del estado de
Washington que encontré en una boutique cerca de mi apartamento.
—Por favor, no traigas nada vergonzoso a casa —le dice Hannah a Nate.
—Estoy ofendido. Sabes que has usado el Ove Glove del año pasado tanto
como yo, si no más.
Nuestros lugares en la mesa tenían números cuando llegamos que
designaban nuestro orden en el juego. Hannah termina yendo primero,
desenvolviendo un trío de velas perfumadas. La reportera Bethany Choi va a
continuación, eligiendo un paquete de forma extraña que resulta ser una
aspiradora pequeña alimentada por USB.
Luego es el turno de Seth. Pasa por alto los regalos de Hannah y Bethany
por algo nuevo, y nunca he visto la cara de un hombre adulto iluminarse como
la suya cuando saca una sandwichera para el desayuno.
—De ninguna manera —dice, sosteniéndolo como imagino que un padre
sostiene a su bebé recién nacido por primera vez—. ¿Esto puede hacer un
muffin inglés, un huevo y un jamón al mismo tiempo?
—Y queso —ofrece Chris Torres—. Tengo uno de esos. Es una revolución.
—Me encantan los sándwiches de desayuno. —Seth se lo mete debajo del
brazo y regresa a su asiento—. Si alguien viene por esto, espero que esté listo
para renunciar a su próximo aumento. Estoy bromeando, por supuesto.
—No creo que esté bromeando —le susurro a Hannah.
—Es gracioso que estés tan enamorado de eso —dice Torrance en un tono
que sugiere que no tiene nada de gracioso—. Porque, según recuerdo, te
compré algo muy similar, algunos incluso dirían idéntico, un año para
Navidad.
—Sí. Lo hiciste. Y te lo quedaste en el divorcio —dice Seth con calma.
Desde una mesa de distancia, capto la mirada de Russell y no me pierdo el
tic en su mandíbula.
Superamos a los siguientes jugadores sin incidentes, y luego es mi turno.
Elijo un kit de cócteles artesanales que me roban en la siguiente ronda. Eso
vuelve a ser mi turno, y ahí es cuando veo la oportunidad.
Torrance aún está de mal humor mientras Seth lee la caja de la
sandwichera, haciendo un gran espectáculo. El juego tenía un límite de
cincuenta dólares, por lo que no es como si fuera algo que no podría haber
comprado por sí mismo, pero puedo decir que es el principio de la cosa. Y si
quiero gustarle a Torrance, o al menos que me respete (soy realista, sé que no
puedo tener ambas cosas), tengo que hacer algo para ganármelo. Claramente,
ese algo aún no ha sucedido durante las horas de trabajo. En la estación,
desaparezco o distraigo, aunque por lo general termina siendo lo primero. Esta
noche, tal vez pueda suavizar un poco la fricción entre ellos.
—¿Me quedo con la sandwichera? —digo. Sale como una pregunta.
Las cabezas de Seth y Torrance giran hacia mí. Hay una regla tácita en el
juego de intercambio: no le robas a tu jefe.
—Ari, no quieres esto —dice Seth—. Es un pedazo de chatarra.
Probablemente se romperá la primera vez que lo use.
—Seth, puede tomar sus propias jodidas decisiones. —Torrance no está
haciendo un gran trabajo reprimiendo su alegría. Podría estar a unos segundos
de saltar a través del círculo para arrancar el regalo de las manos de Seth—. Si
quiere la sandwichera de desayuno, debería tomarla. ¿Parece que también
puede hacer mini pizzas?
—Sí. —Seth cruza los brazos, sus bíceps estirándose contra la tela del traje
—. Puede hacerlo.
De repente, ya no estoy segura si quiero meterme en medio de alguna
mezquindad de Torrance y Seth. Miro alrededor del círculo, la mayoría de la
gente desviando la mirada. No sabía que un juego de mesa pudiera ser tan
complicado. Pero, por supuesto, esto es lo que hacen los Hale. Los Hale son la
razón por la que no podemos tener cosas bonitas. Convierten cualquier cosa,
incluso un juego simple en una celebración que es una fiesta de Navidad con
un único triste adorno de menorá, en un enfrentamiento.
—P-puedo tomar algo más —digo—. Robaré algo, o elegiré un regalo nuevo,
o…
Pero Seth ya está dando un paso adelante y entregándolo, y así es como
aprendo que es posible sentirse triunfante y como un completo pedazo de
mierda al mismo tiempo.
Elige otro regalo, uno con papel de regalo con dibujos de pingüinos.
—Un juego de pajitas reutilizables. Genial —dice, con toda la emoción de
un niño al que le han regalado calcetines por su cumpleaños.

—¡Estupendo! —La sonrisa de Torrance brilla más que en la televisión—.


¿Quién es el siguiente?
La fiesta se prolonga, el postre y el baile y la gente se ríe con sus regalos
robados. Me pregunto fugazmente por qué Garrison no pudo esperar para
dejarme hasta después de Año Nuevo. Al menos entonces, no habríamos tenido
que sufrir estas fiestas solos. Aunque probablemente se esté divirtiendo mucho
en la fiesta anual de yates de su empresa de inversión.
Estoy picoteando un plato de galletas “navideñas” (un Santa, un árbol, un
trineo) y debatiendo renunciar a todo cuando Torrance se deja caer en la silla a
mi lado.
—Hola, Ari Abrams —dice, las palabras cruzándose entre sí. Borracha. Y
aun así, su lápiz labial no se ha corrido. Si alguna vez nos hacemos cercanas,
lo que requeriría que una de nosotras desarrolle una amnesia incurable, le
rogaré que me enseñe sus trucos—. Ari Abrams. Es un buen nombre para la
televisión, ¿no?
—Eso espero, dado que ya estoy en la televisión. —Acerco lentamente un
vaso de agua hacia ella, con la esperanza de que capte la indirecta. Me gusta
Torpe Torrance incluso menos que Huracán Torrance.
—Lamento todo eso —dice Torrance, agitando su vino hacia el desorden de
papel de regalo y cajas vacías, el líquido formando un tsunami de merlot dentro
de su copa.
—Está bien —digo rápidamente, porque estoy tan acostumbrada a que me
aplasten cuando se trata de Torrance que incluso puedo hacérmelo a mí
misma. Y luego, porque espero no haber sonado demasiado desdeñosa, añado
—: Felicitaciones de nuevo por los premios. No hay nadie que merezca más ser
la meteoróloga favorita que tú. —Positividad. Listo.
Pero ignora el cumplido, dándome esta mirada que no estoy segura de
haberle visto antes. ¿De disculpa? Algunos puntos de rímel salpican sus
pómulos, y su rostro está sonrojado de un rosa cálido, y esas grietas en su
fachada hacen que me ablande un poco.
—No está bien, Abrams. Y no tienes que decir eso solo porque soy tu jefa.
Parte de la tensión a la que me he aferrado toda la noche, o tal vez incluso
durante los últimos tres años, se afloja. No mucho, pero es un comienzo.
—Ojalá las cosas entre Seth y yo no fueran tan inestables —continúa. Si su
relación es inestable, el Monte Everest es un bache—. Siempre ha sido intenso.
Cuando estábamos enamorados, teníamos tanta pasión que a veces ni siquiera
podíamos estar en la misma habitación sin querer arrancarnos la ropa. Y
luego, cuando terminamos… esa intensidad aún estaba allí. Simplemente se
transformó.
No estoy segura si necesitaba escuchar de mi jefa y este tipo particular de
pasión en la misma oración, pero más poder para ella. Espero que alguien aún
quiera arrancarme la ropa cuando tenga cincuenta y tantos años.
—¿Qué pasó? —pregunto.
—Oh, un montón de pequeñas cosas que probablemente parecían tan
insignificantes como nuestras discusiones en estos días. No estoy segura de
que ninguno de nosotros pueda identificar un solo evento que lo haya causado.
—Dice esto alegremente, pero no está haciendo contacto visual. En cambio,
está mirando a Seth al otro lado de la habitación, riéndose con un trío de
presentadores y sus cónyuges—. Pensé que uno de nosotros dejaría KSEA, le
daría al otro un respiro. Pero o ambos estamos demasiado comprometidos con
la estación o estamos jugando el juego de la gallina más largo del mundo.
Pienso en eso durante un momento largo mientras la banda comienza a
tocar una versión jazzística de “Winter Wonderland” y las parejas se dirigen a la
pista de baile. Tengo la clara sensación de que hay más en la historia, pero no
voy a presionar.
—Además —continúa—, nuestro hijo Patrick… su esposa está embarazada.
Nace en mayo. Nunca pensé que me sentiría así, pero no veo la hora de ser
abuela. —Su rostro cambia ante eso, la sonrisa volviéndose genuina—. No era
cercana a mis abuelos, y siempre deseé haberlo sido. Me encanta la idea de
poder cuidar a los niños cuando lo necesiten, estar allí para cada cumpleaños y
día festivo. No creo que pueda irme de Seattle. Y supongo que Seth siente lo
mismo.
—Eso es realmente genial —digo, en serio. De todas las cosas que no
esperaba de Torrance esta noche, una confesión de que está ansiosa por ser
abuela está entre las primeras de la lista. Ese centro pegajoso de mi corazón
está completamente activado—. Mi hermano tiene mellizos de cinco años y son
fantásticos.
—Deberías traerlos a la estación en algún momento. Darles un recorrido. —
Torrance cubre mi mano con la suya. Sus uñas están pintadas de plata con
pequeños copos de nieve blancos—. Y Ari, en serio deberíamos hablar más. —
No señalo que ella ha sido la que más ha hablado, y no me importa si está
borracha, esto es demasiado agradable. Quiero disfrutarlo todo el tiempo que
pueda.
Vuelvo a mis galletas animada, mordiendo la cara rubicunda de Santa.
Sabe mucho más dulce que hace unos minutos.
Seth se acerca bailando hacia nosotras.
—Disculpen, señoras —dice en ese falso tono elegante que me hace temblar
—. He venido con una ofrenda de paz. ¿Qué tal un baile, Tor? ¿Por los viejos
tiempos?
—Te acuerdas —dice ella, sus ojos iluminándose.
—Por supuesto. ¿“Run Rudolph Run” es la canción navideña favorita de
cuántas personas?
—Muchas —insiste ella, como si esto es algo de lo que han bromeado
durante años.
—Siento que te lo debo después del debacle del intercambio de regalos. —
Seth me da un encogimiento de hombros poco entusiasta, como si eso es todo
lo que necesita hacer para ser perdonado—. Lo siento, Ari.
—Supongo que no puedo decir que no a eso. —Torrance me lanza una
mirada por encima del hombro a medida que toma la mano de Seth, como
diciendo, a esto me refería.
Y para mi completa sorpresa, los dos comienzan a bailar swing, Torrance se
ríe mientras Seth la hace girar por el suelo. Hemos retrocedido en el tiempo.
Están bien, y tengo que asumir que bailaban todo el tiempo cuando estuvieron
juntos. No puedo dejar de preguntarme cuándo se agrió, si fue hace cinco años
exactamente o si se intensificó, y si sucedió como dijo Torrance: un montón de
pequeñas cosas que eventualmente se volvieron imposibles de ignorar. Con mis
padres, fue una gran cosa, estoy segura de ello, incluso si no he tenido noticias
de mi padre durante unos quince años. Y luego con Garrison, fue una pequeña
cosa que él convirtió en una gran cosa, aunque me doy cuenta de que no se
sintió en absoluto pequeño para él.
A medida que la canción cambia a algo que no he escuchado antes,
empiezo a pensar que tal vez esté bien. Tal vez Torrance y Seth se hayan dado
cuenta de que nos están haciendo sentir miserables a todos. Tal vez esto
realmente era una ofrenda de paz.
Por supuesto, ahí es cuando lo escucho.
—Nunca apreciaste nada de lo que te di —dice Torrance desde el medio de
la pista de baile, dejando caer los brazos alrededor de su cuello.
—¿Aún se trata de la jodida sandwichera?
—¡La sandwichera es una maldita metáfora! —grita de vuelta—. Nunca
apreciaste los sacrificios que hice, o el tipo de esfuerzo que se necesita para
hacer bien mi trabajo. ¿Y ahora ni siquiera puedes apreciar el arduo trabajo
que se hizo en esta fiesta?
El lado positivo, el lado positivo… tiene que haber uno. Es lo que evita que
me desmorone: concentrarme en algo más brillante, algo alegre.
Pero estoy sola en la mesa, y todos están enfocados en los Hale.
Unos cuantos empleados del hotel vestidos completamente de negro han
comenzado a acercarse, listos para intervenir si es necesario. Me pongo de pie
por instinto, sin saber qué hacer, pero sea lo que sea, no puedo estar sentada
para ello. Estoy furiosa, decepcionada y sobre todo, avergonzada. Estos son
mis compañeros de trabajo adultos, mis jefes adultos, y están montando una
escena en público.
—Oye, vamos a dar un paseo —dice el presentador matutino Chris Torres,
alcanzando la manga de Seth, pero Seth se lo quita de encima.
—Podemos manejar esto —dice con los dientes apretados.
Torrance se precipita hacia el estante de premios.
—Tal vez no te importó esa historia, pero era importante para mí. —Pasa su
manicura de copos de nieve por el Emmy de Seth—. Al igual que esto es
importante para ti.
Antes de que alguien pueda detenerla, Torrance agarra la estatuilla,
empuja su brazo hacia atrás y lo arroja a través de la ventana del salón de
baile.
4

PRONÓSTICO:
UNA NOCHE COMPLETA REVOLCÁNDOSE DA PASO A UN POCO DE INTRIGA
LIGERA EN LAS PRIMERAS HORAS DE LA MAÑANA

El personal del hotel se abalanza para limpiar los cristales rotos. Una lona
es puesta a través de la ventana. Las galletas de azúcar se rebelan dentro de mi
estómago.
Por un momento breve, cuando el vidrio se hizo añicos, me asombró la
fuerza de Torrance. Por otra parte, tal vez debería haber esperado tanto de la
mujer que una vez comió un pimiento fantasma en la televisión en vivo.
Se les pide a Torrance y Seth que se vayan de inmediato, y con todo el
optimismo que me queda, hago lo mejor que puedo para salvar lo que queda de
la fiesta. La mayor parte de ese optimismo se fue por la ventana con el Emmy
de Seth, pero queda un mínimo atisbo.
—Tenemos a la banda por una hora más —les digo a la productora de
noticias Avery Mitchell y a su esposa mientras se encogen de hombros y se
ponen sus abrigos. Sí, estaba temiendo esta fiesta, pero no puede ser así como
termine.
—La niñera llamó —explica Avery—. Lo siento. En realidad, esta vez se
pasaron de la raya, ¿eh?
Hannah me da una mirada comprensiva a medida que desliza una última
galleta.
—Creo que nos hemos quedado más que de sobra. Dudo que el Hilton
vuelva a recibirnos pronto. —Pone una mano en mi brazo y aprieta—. Ari, no
tienes que intentar arreglarlo. No estoy segura de que alguien pueda.
—No es tan malo —digo en voz baja, sin creérmelo por completo. Hubo
momentos en que Torrance y Seth no se odiaban del todo. Demasiado fugaces,
claro, pero estuvieron allí.
Cuando queda claro que el resto de mis compañeros de trabajo preferirían
irse a casa a dormir y olvidarse de este fiasco que tomarse más selfis con el
niño Jesús y Rudolph, me encuentro caminando hacia el bar. Ahora todo lo
que quiero es un trago fuerte y una resaca horrible, porque ya no estoy segura
de poder encontrar un resquicio de esperanza.
Solo hay otra persona en el bar, una figura con una chaqueta burdeos
inclinada sobre un vaso.
—¿Bebiendo tus sentimientos? —pregunto mientras me deslizo en el
taburete junto a Russell, reacomodando mi falda para no mostrar nada. El bar
es pura iluminación cálida y muebles de caoba. Acogedor. No lo
suficientemente lujoso como para sentirme demasiado fuera de lugar, dado que
no tengo la costumbre de frecuentar los bares de los hoteles.
—Algo así. —Toma otro sorbo de su bebida antes de dejarla sobre una
servilleta negra—. Muy amable de tu parte unirte a mí. ¿Supongo que también
estás aquí para beber tus sentimientos? ¿Posiblemente por la misma razón?
—Desafortunadamente. Por cierto, ¿qué es eso?
—Whiskey sour —responde, y le hago una señal al cantinero y pido uno
para mí.
—Salud por los sentimientos —digo cuando llega, chocando mi vaso con el
suyo. Me observa a medida que bebo tres cuartas partes del vaso de una sola
vez. Y, oh Dios. Eso fue un error. Cae como una bolsa de Sour Patch Kids.
Estoy agradecida cuando el cantinero coloca un vaso de agua al lado en la
barra.
—¿Qué tan espantoso será el trabajo el lunes?
—Al menos. Una categoría setenta.
El cuello de Russell está desabrochado, su cabello castaño claro está un
poco desordenado, nada parecido a la forma expertamente peinada que se ve
en la televisión. Es interesante, hablar con alguien en la vida real cuando
también conoces su personalidad televisiva. Ambas personas son ellos, pero
una versión te deja ver sus imperfecciones, y la otra no.
—Ese fue el juego de intercambio robado más agresivo que he jugado —dice
—. Y luego… bueno, ya sabes. —Hace un gesto hacia la salida del bar. La
ventana. El Emmy de Seth. Cualquier rastro de dignidad que tuviera KSEA se
había ido.
—Ughhhhh. —Dejo caer mi cabeza dramáticamente sobre la barra—.
Hablemos de otra cosa.
Hay un silencio, y de repente estoy preocupada por Russell y no tengo “algo
más” de qué hablar. Solo hemos hablado en el trabajo, del trabajo.
Pero entonces pregunta:
—¿Viniste sola esta noche? —Y nunca me he sentido tan aliviada de
mencionar mi compromiso roto.
Le doy mi bebida.
—Eso es lo que sucede cuando tu prometido te deja en Halloween. Mientras
está disfrazado como uno de esos muñecos locos inflables sacudebrazos que
tienen en los concesionarios de automóviles. —Había pintado de rojo un par de
cajas de cartón para convertirme en un Toyota Camry usado. Habríamos
matado en el concurso de disfraces de parejas de su firma, si hubiéramos
logrado salir del apartamento. Cuando Russell me mira fijamente, digo—: Está
bien. Puedes reírte. Es casi divertido.
Incluso mientras lo digo, hay un tirón en mi corazón que se siente un poco
como anhelo. No quiero estar pensando en Garrison, ahora no, no después de
esta noche. Estaba tan convencida de que pasaríamos el resto de nuestras
vidas juntos: matrimonio, hijos, una casa en los suburbios, aunque bromeé
con Garrison un par de veces que tendría que arrastrarme fuera de la ciudad
gritando y pateando.
Cuando pasas tanto tiempo imaginando tu vida con alguien, después de
que se va, no solo lamentas la pérdida de esa persona. Tienes que llorar cada
pedazo de tu vida que tocaron y ya no lo hacen. Cada imagen de tu futuro que
planearon juntos.
—No iba a reírme —dice—. Siento mucho escuchar eso. —Suena
genuinamente comprensivo.
Me encojo de hombros, mirando los cubitos de hielo en mi bebida.
—Es algo bueno, porque al menos no tuvo que presenciar este espectáculo
de mierda. —Casi le hago la misma pregunta, pero está claro que también vino
solo. De lo contrario, no estaríamos bebiendo juntos en el bar de un hotel.
—¿Qué pasó con hablar de otra cosa?
—¡No hay nada más! —Debo decirlo demasiado dramáticamente, puntuarlo
con un golpe demasiado fuerte de mi puño en la barra, porque los ojos de
Russell se abren como platos—. ¿Sabes que Torrance no me ha hecho una
evaluación de desempeño real durante los últimos tres años? Es mi jefa, y no le
importa que sus empleados mejoren en su trabajo. —Miro alrededor del bar,
preocupada por hablar de ellos con tanta franqueza, incluso después de que
los echaron—. La mayoría de la gente probablemente quiere menos atención de
sus jefes, no más. Me doy cuenta de eso. Pero Torrance es la única razón por la
que quería trabajar aquí. Crecí viéndola, y estaba muy emocionada de
conseguir este trabajo, de tener la oportunidad de aprender de los mejores. Y
ella me ignora por completo. A veces siento que, si fuera más feliz, si no
hubiera todo este drama en el trabajo… estaría más disponible.
»Quizás algún día me gustaría estar entre los diez mejores del mercado o
ser nacional, pero no tendré una oportunidad si no tengo una mejor
capacitación o tutoría. Por ahora, me encanta este trabajo y quiero ser buena
en él. Quiero que me diga que no estoy jodiendo mis pronósticos. O mejor aún,
darme consejos sobre cómo mejorar. Eso es todo. Claro, me encantaría que nos
trajera un entrenador de talentos, y me encantaría ser una invitada en
Halestorm o hacer algunos reportajes de campo, pero Dios, ni siquiera estoy en
su radar. A estas alturas, he perdido la esperanza de cualquier tipo de
promoción. Lo máximo que recibo es una palmadita en el hombro y “sigue así,
Abrams”. —Mi cara se ha puesto caliente, y cuando alcanzo mi vaso de agua,
casi lo vuelco.
Russell no parpadea, y me doy cuenta de que esto es más de lo que le he
dicho a la vez. Y… Dios mío. Fue demasiado. Extremadamente.
Claramente, el alcohol ya está haciendo su trabajo, arruinando mi filtro de
cerebro a boca y dejando salir toda esta negatividad. Es la única explicación.
Esta no soy yo. Al menos, no con nadie que no sea mi hermano. Cada vez que
Russell y yo nos hemos quejado de nuestros jefes, va acompañado de un
encogimiento de hombros al estilo bueno, ¿qué podemos hacer? Esto estaba tan
lejos de la Ari Abrams que soy en la televisión, y aún más lejos de mi yo real.
Estoy convencida de que pedirá la cuenta y desaparecerá en un Uber,
dejándome seguir bebiendo mis sentimientos por mi cuenta.
—No es mala en su trabajo —digo, retractándome—. Aún la admiro
muchísimo. Solo está…
—Distraída —completa Russell—. Sí. También Seth.
—Las cosas deben ir bien para nosotros si nuestro peor problema es que
nuestros jefes no nos prestan atención. —Fuerzo una risa, deseando en silencio
que Russell diga más de tres palabras—. O, bueno, no conozco a Seth, pero…
Russell se queda en silencio por un momento, mirando los estantes de licor
detrás de la barra antes de girar su cabeza hacia mí, con una determinación
nueva en sus ojos.
—Cuando me contrataron… debe haber sido muy poco tiempo después de
que se divorciaran. Estaba en una reunión con él y Wilson, quien al principio
no me quería en cámara. Dijo que no se vería bien tener un reportero deportivo
que fuera un tipo gordo. Y como él es el gerente general, me preocupó que
pudiera tener la última palabra.
Nunca escuché a nadie hablar tan descaradamente de su tamaño de esta
manera, y no estoy del todo segura de cómo reaccionar. Después de una pausa
breve, decido ir con la honestidad.
—Eso es realmente jodido.
—Seth había estado muy emocionado de tenerme a bordo durante todo el
proceso de la entrevista, y no dijo nada. La peor reunión de mi vida. No era que
esperara que me defendiera, necesariamente, quiero decir, apenas me conocía.
Pero pensé que al menos diría algo. Después de eso, se fue, como si pensara
que había cometido un error al contratarme. Pero cuando mis índices de
audiencia resultan excelentes, porque soy bueno en mi trabajo, él lo supera
todo. Feliz de reclamar eso para sí mismo. —No dice nada de esto con
arrogancia, está declarando un hecho. Los índices de Russell son geniales—. La
parte más frustrante es que, he estado aquí durante cuatro años y sigo
cubriendo deportes universitarios.
No sé mucho sobre la jerarquía deportiva de KSEA.
—¿En lugar de los profesionales? —pregunto, y él asiente. Tiene sentido
que un Seth más feliz también podría conducir a un ascenso para Russell—.
Torrance me programó para trabajar todas las noches de Hanukkah el año
pasado porque no se dio cuenta de que no son los mismos días todos los años y
no pensó en preguntar.
—Una vez, Seth cortó una historia mía después de una pelea con Torrance
porque su equipo favorito había perdido.
—Torrance solo se preocupa por mi opinión cuando me está usando como
un peón para que tome un bando.
—A Seth nunca le importa mi opinión.
Es como si estuviéramos intentando demostrar quién tiene el peor jefe, y es
un juego en el que, al igual que el intercambio de regalos robados, nadie gana.
—Es una verdadera lástima que se divorciaran —digo—. Se merecen el uno
al otro.
—Es difícil imaginar que sean más miserables de lo que son ahora. —
Asiente hacia mi vaso vacío—. ¿Necesitas otro?

Ya estoy llamando al cantinero.

—Lo juro, uno de estos días mi mano se va a resbalar y voy a arrojar


lavaplatos en el café de Seth —dice Russell, agitando el brazo para enfatizar,
como para ilustrar lo fácil que sería.
Media docena de vasos vacíos cubren la barra frente a nosotros, y somos
un desastre. La chaqueta burdeos de Russell está colocada sobre el taburete
del otro lado, las mangas de su camisa negra desabrochadas en las muñecas y
enrolladas. Sus gafas se siguen sacudiendo cuando hace gestos demasiado
salvajes con las manos, como lo está haciendo en este momento. Cada vez,
tengo que luchar contra el impulso de estirarme y evitar que salgan volando de
su cara.
Até mi cabello en un moño con un elástico que encontré en mi bolso, y
estoy demasiado ida como para preocuparme de que probablemente sobresale
en todas direcciones. Mantenerme erguida en el taburete: otra habilidad que no
puedo dominar del todo.
—¡No me digas eso! —digo, pero me estoy riendo—. No quiero ser cómplice.
No necesito esto en mi conciencia.
—Escucha. Tengo que decírtelo, para que puedas ser mi coartada.
Es genial quejarse del trabajo con alguien que tiene una mano tan mala
como la mía. El trabajo de analista de Garrison era tan estresante que intenté
mantenerme callada sobre el trabajo a su alrededor, excepto en las ocasiones
raras en las que ya no pude hacerlo. Aun así, siempre me preocupó que
reaccionaría alejándome cuando dejé escapar algo.
Siento que ya ni siquiera sé quién eres, me dijo Garrison durante nuestra
última pelea, que también fue una de nuestras primeras peleas. Halloween.
Nunca has sido real conmigo, ¿verdad?
Fue el peor tipo de insulto porque no sabía cómo hacerme más real, más
auténticamente Ari Abrams. Me sentía bastante humana; no era un monstruo
de otro mundo desfilando disfrazado de humano. Pero Garrison pensó que
nunca me quitaba la máscara alegre que uso en cámara, aquella que me ayuda
a sonreír incluso cuando las cosas se están desmoronando.
Lo único que le oculté fue por su propio bien. Aunque últimamente, me he
estado preguntando qué tan feliz fui en realidad con él si escondí tanto de mí.
—¿Has pensado en renunciar? —pregunto a Russell, intentando alisar mi
moño de una manera que espero parezca casual.
—¿Algunas veces? —dice, expresándolo como una pregunta—. Hace un par
de años llegué bastante lejos en el proceso de entrevistas en una estación en
Tacoma, pero al final no conseguí el trabajo. Y cualquiera de las estaciones
más pequeñas no paga tan bien, incluso si la paga aquí no es tan increíble
para empezar. Necesito la estabilidad.
—Ah. ¿Préstamos estudiantiles?
—Algo así. —Sus mejillas brillan de color rosa radiante. Se ve lindo
borracho.
Levanto mis cejas hacia él, pero él solo alcanza su vaso. Modo agente
secreto activado. Podría decirme que está apoyando económicamente a una
familia de elfos del bosque que se han establecido en su sótano y subsisten con
purpurina y malvaviscos, y le creería.
—Para mí es que se suponía que este era el trabajo de mis sueños —digo—.
Ir de Yakima a Seattle, conseguir el trabajo que soñé al crecer… eso fue
enorme. Y quiero decir, finalmente conseguí una valla publicitaria.
— Finalmente conseguimos una valla publicitaria —dice.
—¿Esa también fue tu primera valla?
—¿En Aurora, cerca del lugar de las donas? —Luego, al darse cuenta
claramente de lo que le sucedió a la valla publicitaria, su sonrisa se convierte
en una mueca—. Oh, no. La mierda de pájaro sigue ahí, ¿no? —Russell lleva
una mano solemne a su corazón, como si estuviera jurando vengarme—.
¿Cómo se atreve ese pájaro a desfigurar la imagen de una de las mejores de
KSEA?
Mi cara se calienta de nuevo. Debería parar. Debí haberme detenido hace
un par de tragos, aunque solo sea porque mi salario escaso no puede pagar
tragos en los bares de los hoteles, sin importar cuán desesperadamente se
necesiten.
—Dios, no puedo recordar la última vez que bebí tanto. —Llevo mis manos
a mis mejillas, queriendo indicarle que es por eso que estoy tan sonrojada, no
por ninguna otra razón. Definitivamente no porque con los dos sentados así de
cerca, puedo decir que debajo de su único botón abierto de la camisa hay un
parche de vello en su pecho, y siempre me ha atraído un hombre con vello en el
pecho. No como, hasta el punto en que los busco, pero he sentido una pizca de
emoción al desnudar a alguien por primera vez. ¿Montañeros y redecillas para
la barba? Lo que sea, es lo mío.
—Tremenda fiesta de Navidad —concuerda.
—Fiesta de festividad —corrijo.
Me da esta mirada tímida ante eso.
—Probablemente debí haber mencionado esto antes, pero creo que me he
acostumbrado a no hablar de religión en el trabajo. También soy judío. Y esto
definitivamente fue una fiesta de Navidad.
—Espera, ¿qué? —Golpeo su brazo con el mío, una acción que envía
electricidad a través de mi piel. Puede que sea la primera vez que toco a Russell
Barringer, e inmediatamente mira hacia donde mi brazo se encuentra con el
suyo, como si él también se diera cuenta—. ¡Pensé que solo éramos dos!
¡Deberíamos formar un club! Tú, Hannah Stern y yo.
Se rasca la barba, fingiendo parecer pensativo.
—¿Qué haríamos durante las reuniones del club?
—No lo sé, ¿aprender a hacer hamantaschen? Siempre he querido. —Hago
un gesto entre nosotros con mi vaso—. Míranos, dos judíos, las últimas
personas en irse de una fiesta de Navidad.
—Oye, mantenemos el Hanukkah durante ocho noches. No escatimamos
en celebraciones.
—Siento que la mayoría de las festividades judías son observancia y
reflexión en lugar de celebración.
—Es justo —dice, empujando su vaso contra el mío con un tintineo suave.
La forma en que el alcohol lo ha desarmado, convertido a mi siempre agradable
compañero de trabajo en alguien honesto y divertido, no lo odio.
Aún no puedo superar este hecho sobre él. No debería ser innovador, pero
ahí está: Russell Barringer es judío, está borracho y es algo adorable, y su
pierna está a unos doce centímetros de la mía. Si me resbalo de mi taburete, lo
cual es una clara posibilidad, caería en su regazo.
Sus ojos bajan antes de regresar a los míos con una intensidad que no
estaba allí hace unos minutos. ¿Me está evaluando? Estoy tan fuera de
práctica.
—Me gusta tu broche —dice, su voz a una cuarta parte del volumen que
tiene cuando está reportando una historia desde abajo en un campo de fútbol.
Entonces, no me estaba evaluando, a pesar de la proximidad del broche a
mis senos.
—Ah. Gracias. No estoy segura de cuándo dejamos de usar broches como
sociedad, pero estoy decidida a recuperarlos. —Intento tocar el broche, pero he
perdido tanta coordinación que me paso y termino acunando mi propia teta.
Típico—. ¿De qué sirve ser meteoróloga si no puedo usarlo como excusa para
hacer estos accesorios extra? —Meto un mechón suelto de cabello en mi moño,
revelando un par de aretes de sol y luna a juego.
No coqueteo. No estoy coqueteando con él, porque él no está coqueteando
conmigo. Es el whisky convenciéndome de que su mirada se demora un poco
demasiado.
—¿Tú hiciste esos? —pregunta, sonando genuinamente sorprendido.
—No fueron tan difíciles de hacer. Encontré los dijes y luego añadí las
partes traseras de los aretes. También agregué estas gotas de lluvia al broche.
Broche. Esa es una palabra divertida, y no estoy muy sobria. —Y ahí voy,
acunando de nuevo mi teta—. Algo que hago con todo el tiempo libre que no
paso agonizando por mi futuro.
—Eso es realmente impresionante. Son hermosos.
Es un cumplido tan dulce que me siento sonrojarme aún más.
—¿Me estás diciendo que no tienes gemelos de baloncesto o algo así?
¿Cucharas en forma de palos de golf?
—El hockey es más lo mío —dice—. De hecho, solía jugar. En la
secundaria. —Luego se aclara la garganta, cambia de tema—. Esto es lo que no
entiendo. Si lo que los separó fue tan malo que aún se atacan a la garganta del
otro, ¿por qué siguen trabajando juntos? ¿Por qué someterse a ver a la otra
persona todos los días?
—Es imposible saber lo que en realidad sucede en una relación. —Pienso
en Garrison una vez más. Vuelvo a mis padres, cuando mi padre aún estaba
por aquí. Apenas lo recuerdo, pero solía preguntarme cuánto tiempo había
estado planeando su huida—. Lo peor es que, esta es su normalidad, y nadie
puede decir nada porque ellos son los que mandan. Seguro que a nuestro
gerente general le importa una mierda. Recursos humanos les tiene miedo.
Hacen que el trabajo sea un infierno para nosotros, y no podemos hacer
jodidamente nada al respecto.
Russell deja de pasar un dedo por la condensación de su vaso, me mira a
través de sus pestañas espesas.
—¿Y si pudiéramos?
—¿Se trata de poner algo en su café otra vez? Porque no creo que me vaya
bien en prisión. Las pelirrojas se ven terribles en naranja.
Se inclina más cerca, el aroma amaderado de su jabón mezclándose con el
olor a alcohol y una pizca de sudor.
—¿Y si encontramos una manera de que vuelvan a estar juntos?
Parpadeo hacia él antes de estallar en carcajadas.
—¿Hacer que vuelvan a estar juntos? Russell, se odian.
—Como dice el dicho. El odio y el amor son dos caras de la misma moneda.
—Eso es ridículo. —Tomo otro sorbo de whisky, pero ya no sabe agrio.
Probablemente he quemado todas mis papilas gustativas.
—Pero ¿lo es? Son miserables, y están haciendo el trabajo miserable. Y no
solo para nosotros. ¿Y si hubiera una manera de que pudiéramos averiguar lo
que salió mal con ellos? ¿Una forma de arreglarlo?
Pienso en lo que dijo Torrance en la fiesta, sobre la pasión intensa que
tenían. La mirada que compartieron en el escenario. Cómo se iluminó cuando
Seth la invitó a bailar.
Aún hay una chispa allí.
—Si te sigo la corriente —digo—, y lo estoy haciendo, porque no me estoy
tomando esto en serio, ¿cómo lo haríamos? ¿Estamos siguiendo el ejemplo del
clásico de 1998 The Parent Trap, protagonizado por Lindsay Lohan y Lindsay
Lohan? Porque sí, es una película perfecta, pero no estoy segura de que haya
tenido la intención de ser un instructivo. —Aunque, definitivamente pasé los
veranos deseando conocer a una gemela perdida hace mucho tiempo en el
campamento—. Y si es así, en este escenario, ¿eres la Lindsay Lohan esnob y
rica o la Lindsay Lohan ruda que juega al póquer?
—Esa es una en la que a una de las Lindsay le perforan las orejas con la
manzana, ¿verdad? —Hace una pantomima con las manos, torciéndose las
gafas nuevamente—. Eso me asustó cuando era niño.
—Sí. Icónico. Dios, Dennis Quaid se veía caliente en esa película. De hecho,
fue mi primer enamoramiento. Y mi primer… —Me interrumpo porque Russell
no necesita saber que Dennis Quaid, como enólogo rudo del Valle de Napa, fue
tan formativo para mi sexualidad floreciente que fue el primer hombre que
imaginé cuando descubrí otro uso para una ducha de alta presión—. Era el
DILF en su máxima expresión —termino torpemente.
—¿DILF?
—Papá que me gustaría fol…
—Ah. —Hay algo extraño en la expresión de Russell, que he deducido que
es su expresión habitual—. Creo que nos estamos saliendo del camino. Lo que
estoy intentando decir es que, en realidad creo que podríamos hacer esto.
Trabajamos más de cerca con ellos que con nadie en la estación, ¿verdad?
Tal vez lo hagamos, pero apenas conozco a Torrance. El primer año que
trabajé con ella, estaba reconciliando la versión real de ella con la ídolo con la
que había crecido. Fue aleccionador, tener esa visión de ella borrada. Ahora
solo intento mantenerme fuera de su camino. No sé qué hace para divertirse.
No sé qué terminó con su matrimonio o qué haría falta para que le diera a Seth
otra oportunidad.
Aún es risible, pero puedo seguirle el juego.
—Entonces, ¿nosotros, qué, escribiríamos cartas de amor y firmaríamos
sus nombres? —digo.
—O los atrapamos en un ascensor averiado y hacemos que recuerden todos
los buenos momentos que pasaron juntos.
—Encendemos velas en una de sus oficinas y ponemos algo de Marvin
Gaye.
Golpetea el puente de sus gafas.
—¿Ves? Seríamos imparables si nos uniéramos en esto.
Me permito imaginar a una Torrance que programa reuniones quincenales
conmigo y ve mis videos para darme consejos. Sin todos sus conflictos
exmatrimoniales, quiero pensar que sería una posibilidad.
—Está bien, está bien —digo. Aún estoy bromeando, al menos, estoy
bastante segura de que lo estoy haciendo—. Cuenta conmigo.
Eleva su quinto o sexto trago al mío.
—Por la paz y la armonía en KSEA 6.
—Por eso sí voy a brindar.
Russell deja su vaso y mira la hora.
—Mierda, son casi las dos de la mañana.
—Esta suele ser la hora en que me despierto.
Sacude la cabeza.
—No sé cómo lo hacen los madrugadores como tú.
—Me gusta —digo—. Hay un tipo diferente de energía en las mañanas. Es
emocionante saber que eres la primera persona de la que alguien escucha ese
día. —He tenido algunos compañeros de trabajo que consumen pastillas de
cafeína para pasar la mañana, pero solo he necesitado un poco de café y la
alegría de los modelos de pronóstico del tiempo—. Aunque, mañana va a ser
brutal.
Pagamos nuestras cuentas, uff, y cuando nos ponemos de pie, se acerca
para evitar que me caiga con una mano firme.
Mañana voy a arrepentirme de todo esto. Será algo de lo que nos reiremos
en la sala de descanso. ¿Puedes creer que queríamos que Torrance y Seth
volvieran a estar juntos?
Al menos me dio un atisbo de esperanza durante unos minutos.
—Buenas noches, amigo de los deportes. —Le doy este saludo que pretende
ser lindo, pero probablemente parece desquiciado, dado mi estado actual de
embriaguez. No estoy segura de haber saludado a alguien antes, pero de
repente me parece la forma correcta de decir adiós.
Él devuelve el saludo. En él, es realmente lindo.
—Y que tengas un buen día, chica del clima.
5

PRONÓSTICO:
UN POCO DE INTROSPECCIÓN INDESEADA CON UN RAYO DE ESPERANZA
EN EL HORIZONTE

No es un buen día. La luz del sol entra a raudales por la ventana frente a
mi cama, mis cortinas opacas apartadas a un lado. Me duele la cabeza y mi
lengua es demasiado grande para mi boca y mi garganta se siente como si me
hubiera tragado el filtro de una aspiradora y lo hubiera lavado con vinagre
puro. Es la resaca más cara que he tenido.
Casi me desmayo cuando miro la hora en mi teléfono. La una de la tarde de
un sábado, lo que significa que dormí el equivalente a un turno de mañana
entero. Cuando comencé este trabajo, confiaba en Tylenol PM para ayudarme a
conciliar el sueño y en bebidas energéticas para mantenerme despierta. Ahora,
mantengo el mismo horario los fines de semana, o al menos muy parecido.
Garrison nunca amó mi horario semiatrasado, incluso si yo sí. Echo de
menos la forma en que me abrazaba cuando me despertaba cuando aún estaba
oscuro, su calor era casi suficiente para mantenerme en la cama. No he llorado
por eso en un par de semanas, y eso se siente como un progreso. La última vez
fue cuando estaba viendo Netflix y The Crown apareció como “algo que podría
interesarle”, y comencé a llorar porque sí, no solo me interesaba, sino que
habíamos visto toda la serie en su cuenta. La idea de que mi propia cuenta de
Netflix no supiera de mi amor por el melodrama de la realeza y, por lo tanto, no
se preocupaba por mi ruptura fue, en ese momento, increíblemente
desconsiderado.
Lo que le oculté, el tema de nuestra pelea final, no era gran cosa, de hecho,
era bastante pequeño. Treinta pastillas del tamaño de la uña de mi dedo
meñique, mi receta renovada cada mes en el Bartell Drugs cercano. La botella
se había caído de mi bolso en nuestra prisa por preparar nuestros disfraces de
Halloween. Mi depresión estaba bajo control, manejable, como lo había estado
durante años, con la excepción de un par de cambios de medicamentos cuando
los efectos secundarios no desaparecían y un terapeuta nuevo cuando me
mudé de regreso a Seattle desde Yakima. Tomo esas pastillas todas las
mañanas, tal como lo hago ahora, camino al baño y abro el botiquín.
Era más fácil si no lo sabía. No quería que estableciera una conexión entre
mi madre y yo, haciendo más preguntas del por qué se fue mi padre y con
quién estaba saliendo mi madre este mes.
Lo que tenía que hacer era simple: prevenir lo que pasó con mis padres.
Ninguno de mis ex tuvo el problema de Garrison. Parecieron perfectamente
contentos de no saberlo todo. Les encantó lo optimista, lo positiva que era,
cómo les permitía expresar su enojo sin expresar nada del mío. Era la chica
genial, la chica tranquila, y la amaba. Si estaba molesta por algo, escribía un
diario o le enviaba un mensaje de texto a Alex. Si se olvidaban de un
aniversario, me compraba a mí misma flores. Era, soy, el lado bueno y los
resquicios de esperanza, y siempre me ha funcionado antes.
Si insistía en ser difícil, si dejaba salir parte de la oscuridad, bueno,
entonces terminaría como mi madre.
—No puedes ser la luz del sol toda alegre todo el tiempo, Ari —dijo Garrison
durante esa pelea, cuando su disfraz de muñeco inflable había perdido todo su
humor y yacía aplastado sobre un cojín del sofá. Él no entendía. Vivía en dos
realidades, y él solo podía estar en una de ellas conmigo. Si algo he aprendido
de mi madre es que, esa alegría es la única manera de hacer que alguien se
quede—. Nadie puede.
Curioso, de verdad, ya que no me gusta en absoluto la luz del sol.
Decidida a volver a mi horario, voy a una clase de yoga y al mercado de
agricultores, manteniéndome ocupada cocinando una comida elaborada y
demasiado costosa para una persona. Por lo menos, he descubierto una gran
cosa de vivir sola: no tengo que esconderme de nadie.
Para el domingo por la tarde, mi objetivo es cansarme para poder dormir lo
más cerca posible de mi hora habitual de acostarme: las ocho y media. Monté
durante una hora en la bicicleta estática barata. Casi me rompí la espalda al
subir las escaleras. Luego me inclino sobre la mesa de mi cocina, doblo
alambre y ensarto cuentas para un par de aretes de araña. Es relajante,
perderme en este trabajo por un par de horas. Una vez que los termino,
enciendo velas alrededor de mi apartamento, busco algunos de mis videos
favoritos en un navegador de incógnito y me doy dos orgasmos antes de que mi
vibrador se quede sin baterías y no pueda encontrar unas nueva, incluso
después de poner mi apartamento patas arriba y abrir todos los dispositivos.
Aparentemente, nada más usa triple-A.
Excepto cuando me meto en la cama, sabiendo que tengo que levantarme
en seis horas, no puedo dormir. Antes, cuando estaba entrenando mi cuerpo
para esto, cuanto más ansiosa me sentía por la necesidad de ir a dormir, más
difícil sería conciliar el sueño. No le estaba mintiendo a Russell, en serio amo
las mañanas, pero las amo un poco menos cuando son las nueve, las diez, las
diez y media, y tengo que levantarme en tres horas y media.
Eventualmente, tomo mi computadora portátil, pago 3.99$ para alquilar
una versión HD de The Parent Trap y me quedo dormida justo cuando la
Lindsay Lohan británica vuela al Valle de Napa para conocer a Dennis Quaid
por primera vez.
Mi alarma suena a las 2:30 y nuevamente a las 2:40 y
finalmente a las 2:47, me obligo a levantarme de la cama,
me obligo a estar contenta con el par de horas que dormí, incluso si recordar el
incidente del Emmy me hace querer hibernar por el resto del invierno.
Arrojo mi maquillaje en una bolsa y salgo a tropezones hacia mi auto, con
los ojos legañosos. A veces me maquillo en casa, a veces en el trabajo y a veces
mientras estoy parada en los semáforos, y hoy es un día de semáforos. Escogí
uno de mis vestidos favoritos para combatir mi agotamiento, un vestido tubo
morado de manga tres cuartos combinado con botas de becerro de gamuza
marrón. Tengo cinco de estos vestidos porque la cámara prefiere colores ricos y
sólidos. Sin verdes, o desaparecería en el mapa meteorológico. Los patrones
pueden bambolearse y temblar, lo cual es una mala noticia para la cantidad
aterradora de ropa con temas meteorológicos que he acumulado a lo largo de
los años.
Nunca estuve completamente preparada para los comentarios de los
espectadores sobre mi ropa. Al principio fue impactante, la gente no solo
juzgaba mi apariencia, sino que calificaba mi atractivo. Por lo general, me
puntúan más bajo cuando uso pantalones. Odio haberme acostumbrado, pero
es un peligro del trabajo. Mis primeros dos años trabajando a tiempo completo,
pensé en qué tipo de comentarios recibiría cuando me vistiera más elegante,
pero no lo he hecho desde que comencé a trabajar en Seattle. Si los trolls
quieren desperdiciar energía hablando de eso, esa es su elección. Y es nuestra
elección presionar eliminar. Probablemente no haya una prenda de ropa que
pueda usar que no atraiga el escrutinio o una cadena de emojis de fuego y/o
berenjena. No vale la pena vestirse para nadie más que para mí y, lo que es
más importante, para el mapa.
Después de dejar mi bolso en mi escritorio, me dirijo al centro
meteorológico, un grupo de computadoras en el estudio que usamos
principalmente para pronosticar, aunque a veces también filmamos allí.
Compruebo todos mis modelos y datos habituales, empezando por el Servicio
Meteorológico Nacional y la Universidad de Washington, tomo notas y procedo
a seguir los números antes de juntar mis propios pronósticos diarios y de siete
días en una de nuestras hojas de pronóstico. Esta hoja de trabajo puede
parecer básica, pero así es como los meteorólogos han estado haciendo este
trabajo durante años, y muchos de nosotros aún lo hacemos a mano. Después
de terminar, comenzaré a crear los gráficos que los espectadores verán durante
la transmisión.
Grito cuando siento una mano en el respaldo de mi silla.
—Lo siento —dice Torrance, y antes del viernes, no habría estado segura de
haberla escuchado pronunciar esa palabra—. ¿Puedo hablar contigo?
Dejo mi bolígrafo en medio de un sol el miércoles y giro mi silla para
mirarla.
—Por supuesto. —Es demasiado pronto para que ella esté en la estación.
Algo pasa.
El café que bebí demasiado rápido me revuelve el estómago. No hay forma
de que pudiera habernos oído a Russell y a mí. Y sin embargo ahí estábamos,
hablando mal de nuestros jefes tan abiertamente en un lugar semipúblico. No
es imposible que no se enterara.
Se desliza en la silla a mi lado, luciendo un poco más delicada de lo normal
en jeans y un suéter blanco. Sin maquillaje de cámara, solo un toque de
sombra de ojos y rímel.
—Esperaba atraparte sin demasiada gente aquí —dice ella—. Quería
disculparme personalmente por lo que pasó el viernes. Esta vez, sobria. Lo que
hicimos, lo que hice, fue inaceptable, y en una fiesta, nada menos.
Torrance Hale se está disculpando conmigo. Otra vez.
Es casi tan fuera de lugar como este meme de ella que se volvió viral antes
de que comenzara en KSEA. Estaba cubriendo una ola de calor y grabando
algunas imágenes del hombre en la calle en Hempfest, el festival anual de
marihuana de Seattle, cuando un chico le ofreció un porro frente a la cámara.
Ella lo rechazó con una risa y un “tal vez más tarde”, y nunca supe si lo decía
en serio o si estaba bromeando. De todos modos, Internet lo convirtió en un
GIF que todavía me hace dudar cada vez que lo veo. Algunas personas juran
que pueden verla guiñando un ojo mientras responde, mientras que otras han
argumentado que solo es un parpadeo.
—Ah… ¿de acuerdo? —Me las arreglo para decir, mi pulgar rozando el
relámpago en la base de mi garganta.
Torrance ordena algunos papeles, y me pregunto si estará pensando en lo
que dijo Seth sobre el centro meteorológico siendo una zona de desastre.
—Seth y yo no debimos haberte arrastrado a eso, con ese juego. Estábamos
actuando inmaduros. Era personal, y debimos habernos detenido antes de
llegar tan lejos. Definitivamente debí haberme detenido antes de lo que sucedió
con el Emmy.
Quiero decirle a Torrance que no solo fue lo que pasó en la fiesta. Han sido
cientos de cosas diferentes, esta solo siendo la que tiene los restos más visibles.
—Yo-yo aprecio eso. —A pesar de todo, mi optimismo se apodera de mí.
Quiero creerle. Y tal vez esto me hace ingenua, pero una parte de mí lo hace.
Creo en la Torrance que estaba en mi televisión cuando era niña, que estuvo
ahí para mí cuando mi madre estaba hundida en su propia depresión
profunda.
Simplemente no estoy segura de cuánto de esa Torrance es la que está
sentada a mi lado en este momento.
Sonríe como si estuviera a punto de decirles a varios miles de espectadores
que hoy no hay tráfico en la hora pico.
—¿Déjame llevarte a almorzar hoy para compensarte? Tú eliges el lugar.
Una invitación para almorzar, como si fuera así de fácil para nosotras dos
ser algo más que una empleada y una jefa distraída. Como si tal vez hubiera
más de mi ídola de la infancia en ella de lo que pensaba.
—En realidad, no tienes que hacerlo —digo.
—Insisto. —Torrance acuna mi hombro con una mano, me da esa sonrisa
de setenta y tantos otra vez—. Gracias, Ari. No veo la hora.
Resplandecí el resto de la mañana, la conversación despertándome más
que cualquier cantidad de cafeína. Mi primer pronóstico, soy toda sonrisas, a
pesar de mis tres horas de sueño. Estoy medio tentada a editar emojis en los
gráficos de mi nube. Tal vez Torrance y yo hablemos sobre Halestorm, sobre las
historias más grandes que quiero hacer. Tal vez mencione mi evaluación anual,
y aunque no diré lo decepcionada que estaba el año pasado cuando ella
simplemente dijo: “Lo estás haciendo muy bien, Abrams” y me dio el aumento
del 1.5 por ciento exigido por el sindicato, me aseguraré de que sepa lo ansiosa
que estoy por aprender. Mejorar.
A las once, estoy escaneando los menús de los lugares para almorzar de
Belltown que aún no he probado y publicando fotos de los espectadores de la
tormenta de la semana pasada en las redes sociales cuando escucho la voz de
Seth resonando desde la oficina de Torrance.
—Te dije que no podemos transmitir esto —está diciendo. La puerta de la
oficina está entreabierta.
Avery Mitchell llama mi atención desde un par de escritorios más allá.
—La historia de Torrance sobre los cangrejos Dungeness y el cambio
climático —dice a modo de explicación—. Sobre cómo la acidez creciente en el
océano está dañando sus caparazones. Estuvimos trabajando en ello todo el
mes pasado, hablamos con un montón de científicos. Se suponía que saldría al
aire esta tarde como parte de una serie sobre la vida marina, y supongo que
Seth acaba de verla.
—¿Qué tenía de malo? —pregunto, justo cuando Torrance grita—: ¡No es
parcial, es ciencia!
Avery se encoge de hombros como diciendo: eso.
—Tú lo sabes y yo lo sé —dice Seth—, pero los anunciantes no, y prefiero
no recibir una docena de llamadas telefónicas enojadas al respecto.
—Recibimos llamadas enojadas cada vez que hablamos del cambio
climático. Reporto el clima. No puedo no hablar de eso.
—¡Estoy al tanto! Pero tenemos que tener cuidado con cómo lo hacemos. Se
trata de todos nuestros espectadores, no solo de los que están de acuerdo
contigo.
—Bueno, los que no están equivocados.
Estoy firmemente del lado de Torrance. Es algo con lo que tenemos que
lidiar de vez en cuando en las redes sociales, aunque no tanto como los
comentarios que recibimos sobre mostrar demasiada piel y no la suficiente. Es
desalentador cuántas más personas se preocupan por nuestros cuerpos que
por el aumento del nivel de los océanos.
Seth se queda callado, demasiado callado para escuchar. Y luego:
—¿Qué pasa si cortas esta parte al final, o…?
Una risa aguda de Torrance lo interrumpe.
—Sé lo que está pasando aquí. Estás intentando vengarte de mí por el
viernes. Tu Emmy.
—Eso es descaradamente falso. Solo estoy haciendo mi trabajo, Tor.
—No creo que lo hagas. Creo que estás intentando silenciarme para parecer
el gran hombre aquí. Para que te sientas mejor con tu patético pequeñito…
Y he terminado.
Empujo mi silla con manos temblorosas, haciendo más ruido del que
pretendo mientras me pongo de pie y salgo de la sala de redacción. Mis oídos
están zumbando, mis pulmones apretados. Nadie puede verme así, y si me
quedo en esta habitación un segundo más, voy a gritar.
Cuando la puerta del Dugout se abre y alguien dice:
—Aquí —estoy en tal estado que me toma un momento registrar la voz
como la de Russell. Abre aún más la puerta, haciéndome señas para que entre.
El Dugout no es de alta tecnología ni nada por el estilo, pero es silencioso. Está
el escritorio de Russell, y los que pertenecen a nuestros otros reporteros
deportivos y presentadores, la mayoría de ellos esparcidos con equipos
deportivos y recuerdos, las paredes cubiertas con camisetas, banderines y
carteles de atletas. Tal vez había algo en la teoría del fútbol de Chris Torres.
Está asombrosamente, benditamente vacío.
—Pensé que tal vez necesitabas esconderte tanto como yo. —Señala una
silla libre en el escritorio vacío junto al suyo antes de recostarse en su propia
silla. Se ve tan casual aquí, tan bien. El tipo de comodidad que nunca he
logrado captar en la estación—. Todos salieron a almorzar, pero tenía una
historia que terminar.
Finalmente dejo escapar un suspiro, derrumbándome en la silla que me
acercó. Allí afuera, mis emociones estuvieron a punto de hacerse cargo. Aquí,
estoy a salvo.
—Gracias.
—Oye —dice, inclinándose hacia adelante, con un pequeño bulto de
preocupación apareciendo entre sus cejas, justo encima de sus anteojos—.
¿Estás bien?
—Aún no estoy segura.
Alcanza un tarro de caramelos de su escritorio y me lo ofrece.
—En serio tienen bastante privacidad aquí —comento a medida que agarro
un puñado. El azúcar ayuda. Un poquito—. Todo lo que tenemos por ahí son
nuestros espacios de trabajo de partición baja. Y esos no hacen casi nada para
protegernos de los Hale.
—De alguna manera, tengo el presentimiento de que no viniste aquí para
hablar de feng shui.
Mastico un mini Snickers.
—Soy tan jodidamente ingenua.
Al principio, me sorprende que lo diga en voz alta. No tengo el hábito de
maldecir en el trabajo, y no hago nada tan agresivo como la forma en que mis
dientes están destrozando estos Snickers. Debe ser el festival de quejas de
borrachos de la semana pasada lo que me hace estar bien hablando así con
Russell. Dejándole ver una versión menos pulida de Ari Abrams.
Las cejas de Russell se arrugan nuevamente, sus ojos cada vez más
preocupados. Son un tono de azul bastante brillante.
—¿Qué quieres decir?
—Torrance se disculpó conmigo esta mañana. Llegó temprano, me dijo lo
avergonzada que estaba por lo que pasó en la fiesta. Incluso dijo que me
llevaría a almorzar, como si fuéramos amigas, cuando nunca antes hemos
salido juntas a almorzar. —Sacudo la cabeza y desenvuelvo un 3 Mosqueteros
—. En realidad, me permití creerla.
—Lo entiendo. Incluso aquí, a veces me siento completamente… —Señala
las paredes que nos rodean—. Atrapado.
Atrapado. Esa es exactamente la palabra correcta para esto.
—De lo que hablamos el viernes —empiezo lentamente—. ¿Aún sigues…
eso sigue siendo algo a lo que podrías estar abierto?
—Ambos estábamos bastante ebrios. Tuve dolor de cabeza todo el fin de
semana para probarlo. —Coloca su mano sobre una pelota de béisbol en su
escritorio, la hace rodar en círculos—. Pero… Ari, lo digo en serio si tú lo haces.
No estoy acostumbrada a escuchar mi nombre de él. Siempre ha sido la
chica del clima, y hay algo en mi nombre que me llama la atención. Algo que me
pone seria, si ya no lo estaba.
—Solo quiero no temer venir a trabajar —digo claramente—. Sí, me
encantaría que me valoraran un poco más. Me encantaría asumir algunas
historias meteorológicas más importantes. Pero solía esperar trabajar todo el
tiempo, lo que tal vez sea algo extraño de decir cuando requiere levantarse a lo
que la mayoría de la gente consideraría una hora impía. Pero es verdad. Amo
mi trabajo. No me gusta la forma en que Torrance y Seth manejan esta
estación, y está claro que ninguno de los dos tiene planes de irse. Incluso si
esto significa pasar más tiempo con ellos y posiblemente perdamos la cabeza
en el proceso… quiero intentarlo al menos.
—Sé que no te gustan los deportes —dice Russell mientras lanza la pelota
de béisbol una vez al aire antes de atraparla—. Pero eso sonó como si fueras un
entrenador dando una charla de ánimo en el medio tiempo a un equipo
perdedor.
—Entonces, esperemos que no haya sido profético.
Levanta un dedo, una comisura de su boca curvándose en una sonrisa.
—Ah, pero eso es lo bueno de los deportes. Nos encanta una historia
desvalida.
6

PRONÓSTICO:
ESTÁN LLOVIENDO MONEDAS DE CHOCOLATE (Y CHARDONNAY)

Hay un límite en el número de veces que uno puede escuchar la canción


del trompo sin perder la cabeza. Alcancé ese límite alrededor de una docena de
Tengo un pequeño trompo y, sin embargo, pego mi sonrisa radiante por mis
sobrinos, quienes probablemente podrían seguir escuchándola hasta la
medianoche sin aburrirse.
—Tengo un pequeño trompo, lo hice de… —dice Cassie desde donde está
sentada en la alfombra de la sala, un montón de monedas de chocolate y
centavos repartidos entre ella y su hermano. Todos llevamos suéteres con luces
de menorah a juego que Alex nos compró para Hanukkah el año pasado, y ella
sigue rascándose el cuello del suyo.
—¡Pizzadillas! —grita Orion, mostrando su adorable sonrisa de Jack-o’-
lantern. Finalmente perdió su primer diente durante el fin de semana, y no
recuerdo haber estado tan orgullosa de algo. Ah, los maravillosos cinco años.
—¿Qué es una pizzadilla? —pregunto desde el sofá, donde Javier y yo
hemos estado tanto jugando como arbitrando el partido.
—¡Una quesadilla con una pizza encima! —Orion se emociona tanto que
arroja el trompo al otro lado de la habitación—. Pensé que eras inteligente, tía
Ari.
—Lo siento, lo siento. Debí haber sabido. Mi conocimiento de la pizza es
muy escaso —digo mientras se apresura a recoger el trompo—. Tendrás que
hacérmelas la próxima vez.
—¡Hagámoslas ahora! —Cassie salta hacia mí, su cabello oscuro y rizado
saltando en todas direcciones. El inmenso suéter de menorah le cuelga hasta
las rodillas de sus calzas a rayas azules y blancas—. Te voy a hacer la mejor,
pero papá tendrá que meterla en el horno.
—Pequeña, no vamos a hacer nada. Acabamos de comer —dice Javier,
pasando una mano por el cabello salvaje de Cassie que hace juego con el suyo
—. Y creo que es suficiente de juegos. ¿Por qué no guardamos un poco para las
siete noches restantes? La tía Ari tiene que levantarse temprano en la mañana.
—Y eso se debe enteramente a que la estación no respeta las festividades
judías. —Lo considero por un momento—. Aunque, francamente, a veces yo
tampoco. Es una línea muy fina para caminar.
—Una ronda más. —Cassie le da a su papá esos ojos suplicantes que son
imposibles de resistir—. ¿Por favor?
—No te enseñan cómo decir que no a esa cara en las clases para padres —
me dice Alex a medida que se dirige a la habitación, secándose las manos en
los jeans.
Los mellizos vuelven a agarrar el trompo con regocijo. Tengo un pequeño
trompo, lo hice de la angustia existencial de la tía Ari.
Hasta que Alex tuvo hijos, estaba convencida de que no los quería, segura
de que mis genes me convertirían en una madre terrible. Pero pasar tiempo con
ellos me ha hecho cambiar de opinión por completo. No estoy segura de
cuántos, y no estoy seguro de cuándo, pero todo lo que sé es que quiero este
tipo de familia. Quiero esta alegría que no siempre tuvimos al crecer.
—Te ves agotada —me dice Alex cuando se acomoda en un sillón, estirando
sus piernas largas. La luz shammash de su suéter sigue encendiéndose y
apagándose, aunque cambió las pilas antes de la cena—. ¿El trompo es
demasiado intenso para ti?
—Estoy bien —insisto. Ha sido mi mantra últimamente. Está bien que
Garrison me haya dejado. Está bien que Torrance prefiera resucitar
argumentos mezquinos que ser una verdadera jefa. Invoco nuevamente esa
sonrisa de y ahora el pronóstico de fin de semana. Pero incluso bien suena
forzado cuando tienes que insistir en que así es como estás. Así que lo
enmiendo—. Estoy genial. En serio.
Y estaré aún mejor una vez que me reúna con Russell mañana por la tarde
para discutir nuestros planes. Un par de horas antes de mi hora habitual de
acostarme, pero definitivamente vale la pena permanecer despierta.
—Tú pierdes —nos informa Orion cuando el trompo aterriza en gimel y
toma todas mis monedas de chocolate y las de Cassie—. ¡Todos ustedes
pierden!
Finjo hacer un puchero.
—Oh, no, ¿otra vez? ¡Eres un verdadero gran apostador!
Tanto Orion como Cassie estallan en risitas, su risa infantil calmando mi
alma solo una fracción. Siempre ha sido una duda si un día festivo, un
cumpleaños u otra celebración incluiría a mi madre, dependiendo de su estado
de ánimo esa semana. Asumo que Alex la invitó, y es casi un alivio que no
apareciera.
—Así es el juego. —Javier recoge el trompo y transfiere las ganancias de
Orion a la mesa de café. Cassie debe estar hasta la coronilla de azúcar (traje
muchas monedas de chocolate) para disputar la victoria de Orion—. Los llevaré
arriba si ustedes dos quieren seguir hablando.
—Eso sería genial, gracias —dice Alex.
Los mellizos lanzan sus brazos alrededor de mi cuello, y finjo que me están
abrazando demasiado fuerte.
—¡Son demasiado fuertes! ¡No estoy segura de cuánto tiempo puedo durar!
—gimo como si estuviera adolorida. Esto, por supuesto, los hace reír más duro,
abrazar más fuerte y, finalmente, me rindo y les devuelvo el apretón—. Feliz
Hanukkah —digo, alborotándoles el cabello y dejando caer el tipo de besos
demasiado ruidosos que fingen odiar sobre sus cabezas.
—Asegúrate de que Cassiopeia tenga su agua en la taza morada —grita
Alex, y Javier la sostiene, sonriendo.
—¿Cómo te atreves a disciplinarlos? —pregunto mientras el trío sube las
escaleras, Cassie ya le está diciendo a Orion cómo va a ganarle en el trompo
mañana por la noche.
—Ah, de alguna manera nos las arreglamos.
Estoy empujando mi propia hora de acostarme otra vez, pero creo que
necesitaba esto. Alex desaparece en la cocina y regresa con dos copas de vino,
observándome a medida que me trago la mitad de una.
—¿Debería traerte la botella entera?
—Voy a parar —digo mientras vierto su copa en la mía—. Después de esta.
—Estaba a punto de preguntar si ha sido una semana larga, pero apenas
es lunes.
Agito mi mano.
—Semana larga, mes largo, año largo.
—¿Algo de lo que quieras hablar?
—Mi jefa. Como siempre. ¿Cuándo no es mi jefa? Y gracias, pero… estoy
lidiando con eso. —O lo haré, con el siempre educado pero aún misterioso
Russell Barringer. Mañana.
—Bueno, entonces —dice Alex, deslizándose en el sofá a mi lado—, quería
hablar contigo de algo. —Juega con el borde deshilachado de una manta y…
ah. Javier debe haber llevado a Cassie y Orion arriba para darnos un tiempo a
solas—. Se trata de mamá.
Desearía poder deshacer la reacción visceral que esto provoca en mí. Odio
que esas cuatro palabras evoquen el tipo de ansiedad que me dan ganas de
correr escaleras arriba y esconderme en una cama del tamaño de un niño.
—De acuerdo.
Alex respira hondo.
—Está en un centro de tratamiento psiquiátrico.
Un frente frío se abalanza, llenándome el cerebro de estática.
—Ella… ¿qué? ¿Está bien?
Su expresión se suaviza, pero sus palabras siguen siendo serias.
—Ari. Es algo bueno. O, al menos, lo será. Ayer fue a urgencias después de
llamar al 911. ¿El tipo con el que estaba saliendo, Ted? Rompió con ella la
semana pasada. Y sacó todas sus emociones a la superficie de una manera
realmente extrema. Me dijeron que estaba teniendo un ataque de pánico
cuando llamó, y estaba convencida de que iba a morir, y que se iba a morir
sola. —Hace una pausa para recuperarse, pasándose una mano por la cara
pecosa—. Parecía que no creía que pudiera cuidar de sí misma. Pero ahora está
a salvo. Eso es lo más importante.
Está bien. Ella está bien. Está a salvo.
Apenas puedo procesar el resto porque no puedo cuantificar la cantidad de
veces que he querido que mi madre busque ayuda. No puedo visualizarla en el
tipo de hospital que solo he visto en dramas médicos.
No fue hasta que fui adulta que en realidad entendí que algo andaba mal, y
luego se volvió tan claro como el cristal. Retrospectiva: esa cosa precisa y
dolorosa que hizo que todos los fragmentos de “esa solo es mamá” encajaran en
su lugar. En la secundaria, cuando me estaba enseñando a conducir y se echó
a llorar en medio de la autopista porque su novio la había dejado por mensaje
de texto. En la secundaria, cuando se encerró en su habitación y se negó a
salir durante tres días, y le rogué a Alex que me ayudara a forzar la cerradura
porque no sabía si aún estaba viva. En la escuela primaria, cuando nuestro
padre le dijo que ya no podía estar cerca de ella, que lo estaba deprimiendo, ¿y
que no podía ser feliz por una vez en su maldita vida? Durante algunos años
después de su partida, envió tarjetas en nuestros cumpleaños. La última fue
para mi bat mitzvah, y no me molesté en guardarla.
Cuando mi madre estaba en uno de esos estados de ánimo, parecía que
nada la alegraba: ni su trabajo, ni las salidas familiares, ni trabajar en el
jardín, que amaba en sus días buenos. Si Alex y yo estábamos emocionados
por algo, ella no podía reunir ni una décima parte del entusiasmo. Usaba
tantos días de baja por enfermedad que, me sorprendía que pudiera mantener
su trabajo, y hacía comentarios sarcásticos sobre mi apariencia que me dije
que en realidad no los decía en serio.
Luego estaba la puerta giratoria de novios que iban desde cabrones hasta
solucionadores, llamándola “histérica”, “delirante” o “loca”. Alex y yo
aprendimos a ser independientes, a cocinar si lo necesitábamos, a usar el
transporte público si ella no estaba dispuesta a llevarnos a algún lado. No era
todo el tiempo, lo que nos facilitó fingir que no pasaba nada. A veces pasaba
semanas o meses sin un episodio. Volvía a la jardinería y nos amontonábamos
en el sofá para ver una película juntos y yo pensaba: Esto está bien. Ahora todo
está bien. Pero entonces recaería.
En la escuela secundaria, comencé a sentirme perdida. Retraída. Me
invadía una tristeza aguda que solo ocasionalmente podía apegarme a algo
específico. Al principio, fue fácil ignorarlo porque normalmente estaba
demasiado preocupada por mi madre. Así que no le dije a nadie, solo dejé que
viviera a mi lado y volviera mi mundo más gris.
Fui a terapia por primera vez en la universidad, la pesadez con la que había
vivido durante algunos años impidiéndome concentrarme, a pesar de lo mucho
que amaba lo que estaba estudiando. Me asustó, lo parecido que se parecía a lo
que estaba pasando mi madre, que por un tiempo asumí que tenía que ser
normal. Dormía demasiado y tenía problemas para hacer amigos. No supe
cuándo echó raíces, solo que cada vez tenía menos días buenos entre episodios
de desesperanza y letargo. No sabía si alguien en la clínica del campus podría
ayudarme, pero al menos pensé que no podía sentirme peor de lo que ya me
sentía.
—Solo me siento… perdida —dije al terapeuta. Me enteré de que
probablemente había un nombre para lo que mi madre estaba luchando, a
pesar de que nunca había sido diagnosticada, nunca habló con nadie, nunca
tomó medicamentos. Aprendí que todas las razones por las que estaba furiosa
con Amelia Abrams y la encontraba emocionalmente agotadora hasta el punto
de necesitar doce horas de sueño al día siguiente para recuperarme de una
visita a casa, estaban fuera de su control, hasta cierto punto. Ella también
estaba sufriendo. Pero no se ayudaría a sí misma.
Y luego aprendí que lo que me pesaba no solo era un adjetivo, sino un
sustantivo. Depresión. Estaba clínicamente deprimida, y no iba a dejar que eso
me controlara. Mi madre siempre había estado en contra de la medicación. Dijo
que era por los efectos secundarios, pero ni siquiera tomaba analgésicos
cuando tenía dolor de cabeza. Aun así, quería una vida en el extremo opuesto
del espectro de la de mi madre, así que compré mi receta.
Había sido un gran alivio tener un nombre para eso, hasta que llegué a
casa durante las vacaciones de invierno y traté de explicárselo. Una parte de mí
había esperado que se viera a sí misma en mi diagnóstico, que pudiera
impulsarla a buscar ayuda.
—Todos estamos deprimidos —dijo en cambio, restándole importancia—. El
mundo es jodidamente horrible. Solo tenemos que aprender a lidiar con eso.
No dejaría que me hundiera con ella nuevamente. Durante casi diez años,
he estado tomando medicamentos y en terapia, y han cambiado mi vida.
—Es un sitio genial. Lo revisé en línea y tiene críticas sólidas —dice Alex, y
me imagino brevemente un Yelp para hospitales psiquiátricos—. Ari, quiere
cambiar.
—Y tú le crees.
—Siempre ha querido hacerlo. Es solo que… le tomó un tiempo llegar allí.
Siempre ha querido. Esas palabras me envían a otra espiral. Cuando mi
primer novio me dejó después de un baile de bienvenida porque pensó que no
era lo suficientemente divertida y ella me preguntó qué había hecho para
alejarlo.
—Somos demasiado para ellos —me dijo, y le creí. Cuando mi novio de la
universidad, un chico llamado Michael con el que solo había estado saliendo
durante unas pocas semanas, me dejó porque le conté todo (mi madre, la
terapia, mis antidepresivos nuevos) y dijo que no estaba listo para estar en una
relación seria conmigo.
A partir de ese momento, prometí mantenerlo todo oculto, ser la persona
brillante y feliz en la que me convertí en la televisión.
—¿Cómo sabes todo esto? —pregunto, tirando de una manta de ganchillo
alrededor de mis piernas—. ¿Has estado hablando de eso con ella?
—Soy, eh, su contacto de emergencia.
—Claro. —Me pongo rígida, intentando decirme que no debería sentirme
herida por esto. Después de todo, es el hermano mayor.
Ha sido gradual, dejando que sus llamadas vayan al correo de voz y
dejando sus mensajes de texto sin responder durante días. Aún ni siquiera
sabe de mi ruptura. Mi terapeuta actual, Joanna, me aconsejó hacer espacio
para poder concentrarme en mí, ya que ella es muy buena para arrastrarme al
fondo. Aunque a veces me gustaría que tuviéramos una relación que nos
permitiera tomar margaritas o ir a almorzar juntas, no es raro que pasen meses
sin saber de ella y cuando reaparece sea solo con malas noticias.
—Quiero apoyarla —digo en voz baja—. Quiero que mejore. Lo hago.
Simplemente… lo siento, me cuesta mucho creerlo. ¿Por qué ahora, después de
todos estos años?
Lo que no digo: no le éramos suficientes.
Empuja mi pie con su calcetín estampado de latke.
—Lo mejor que podemos hacer en este momento es estar allí para ella y
estar listos para seguir apoyándola cuando regrese a casa. Está tomando una
licencia personal del trabajo. —Ha estado en Boeing durante décadas,
trabajando para llegar a un trabajo como asistente ejecutiva—. Este lugar tiene
un horario regular de visitas, y estaba pensando en ir pronto. Sé que
significaría mucho para ella si tú también vinieras. Aún te ve en la tele —
continúa—. Casi todos los días.
Esto es mucho para procesar. Tiro más fuerte de la manta a mi alrededor,
la emoción contra la que he estado luchando durante la última semana
amenaza con salir a la superficie.
—No estoy segura de poder decidir ahora mismo. Entiendo que está
lidiando con algo enorme, pero ha estado lidiando con eso durante años, Alex.
Y no le importamos lo suficiente como para buscar ayuda cuando éramos
niños, o cuando éramos adolescentes, o cuando finalmente nos mudamos de
casa. Así que, lo siento si tengo poca simpatía por ella en este momento.
—Lo entiendo. —Lanza un brazo alrededor de mis hombros y me da un
abrazo suave. Es un buen cuidador. Un buen padre—. Lo entiendo, y es una
mierda. Te apoyo, decidas lo que decidas hacer. Cien por ciento.
—Te lo agradezco —digo, en serio—. Te avisaré.
Después de unos minutos más, Javier aparece al pie de las escaleras.
—Cassie está exigiendo un cuento para dormir de su tía favorita. ¿Estás
dispuesta a hacerlo?
—Por supuesto —digo, y aunque espero que se sienta natural una vez que
vea a mi sobrina, enciendo la sonrisa antes de subir las escaleras.
7

PRONÓSTICO:
UNA SUAVE BRISA DE UNA TARDE INTERRUMPIDA POR UNA FUERTE
RÁFAGA DE REALIDAD

—Entonces, en serio vamos a hacer como Parent Trap con nuestros jefes —
digo, esperando que suene más creíble una vez que esté fuera de mi boca. No.
Aún absurdo.
—De hecho, así es. —Russell se inclina sobre la mesa en la taquería
Ballard que elegimos porque siempre está ocupada y no queríamos que nadie
nos escuchara—. Mira esto —dice, mostrándome su teléfono. Es un artículo de
cuando Torrance fue contratada en KSEA, un artículo sobre los planes de los
Hale para revitalizar la estación—. Prueba de que alguna vez fueron felices.
Ella y Seth están sentados en el escritorio del presentador, sin mirar a la
cámara sino el uno al otro. No es difícil fingir una sonrisa para la cámara, pero
¿la alegría en sus ojos? ¿La forma en que Seth la contempla, todo orgullo y
adoración? Eso es real.
Russell pasa a otra foto.
—¿Esa es una foto de ellos… bailando swing? —Tal vez no debería ser una
gran sorpresa, dados los movimientos que hicieron en la fiesta navideña. En
esta foto, parecen de otra época: el cabello rubio de Torrance con rizos y Seth
con un sombrero de fedora. Él la sostiene en una caída dramática, con la
espalda arqueada en lo que debería ser un ángulo imposible.
El pensamiento ¿En serio vamos a hacer esto? ha estado corriendo por mi
cabeza en un bucle casi constante. Cada vez que me pregunto si esto es
demasiado manipulador, recuerdo lo que dijo Torrance la noche de la fiesta. En
algún lugar debajo de las indirectas y la bravuconería hay dos personas que
solían estar enamoradas la una de la otra. Solo vamos a darles un empujón.
Y si también es una forma de distraerme de lo que está pasando con mi
madre, bueno, eso es solo una ventaja.
Mastico una papa y le devuelvo el teléfono a Russell, que lleva un suéter
verde debajo de una chaqueta de pana color caramelo oscuro con coderas.
Combinado con sus anteojos rectangulares y la barba incipiente a lo largo de
su mandíbula, parece un profesor que se queda mucho tiempo después de su
horario de oficina para asegurarse de que todos sus alumnos comprendan el
material porque eso es lo que le importa.
—Seguiremos investigando. —Después del trabajo, me quité el maquillaje
de cámara y me puse jeans y un suéter a rayas. Hace que esto se sienta menos
como una reunión de trabajo y más como… bueno, no estoy segura de cómo
llamarlo. ¿Una confabulación? ¿Una estrategia?—. Pero creo que debemos
exponer lo que sabemos de ellos, para que podamos tener una mejor idea de
quiénes son.
Russell abre una aplicación de notas en su teléfono, y me indica que
continúe.
—He trabajado para Torrance durante tres años —digo—. Es buena en lo
que hace. Obviamente. Y le apasiona el clima y la ciencia. Le encanta hacer
obras de caridad, principalmente causas ambientales. Le gustan las flores,
pero prefiere las suculentas. Solo bebe leche de avena porque no consume
lácteos y es alérgica a la soya. En ocasiones, tolerará la leche de cáñamo. Su
lápiz labial nunca se borra ni mancha las superficies, y antes de morir, juro
por Dios que averiguaré cómo lo hace. —Me doy espacio para tomar un respiro
y seguir devanándome los sesos—. Ella y Seth tienen un hijo, Patrick. ¿Creo
que trabaja en tecnología? Su esposa Roxanne está a punto de tener un bebé.
—Ese es un buen comienzo —dice Russell mientras escribe.
—¿Qué sabemos de Seth?
—Le gusta participar en todo lo que sucede en la sala de redacción, pero a
veces se pasa un poco de la raya. Se involucra demasiado. Todo tiene que ser
justo así, o pierde el control. —Sumerge una papa en salsa—. Eh… veamos.
Recibe comida para llevar de ese lugar griego en Vine al menos una vez a la
semana. Ah, y le encanta usar Garamond, así están escritos todos sus letreros.
Como si pensara que los hará menos agresivos porque Garamond es una
fuente tan inocua.
—Me gusta Garamond. Es profesional, pero de una manera amigable. —
Alcanzo otra papa—. Así que, esto es lo que tenemos. Fuentes y leche.
Una mujer en el mostrador dice nuestro número de pedido, y Russell salta
para agarrar nuestros platos de tacos, con adicionales de frijoles negros
cubiertos con cotija. Comemos en silencio durante unos minutos, salvo por el
sonido ocasional de aprobación. El empujón que le vamos a dar a Torrance y
Seth, sí, vamos a tener que usar maquinaria pesada.
—¿Siempre quisiste cubrir los deportes? —pregunto una vez que he
devorado mi primer taco, carne asada con una salsa verde tan picante que casi
me hace llorar. Claro, esta cena no es estrictamente para socializar, pero esta
es la primera vez que Russell y yo salimos solos, sin contar esa noche en el bar
del hotel, y tengo curiosidad por él. Esta es mi oportunidad de aprender lo que
hay debajo de ese exterior modesto de profesor.
—En realidad, no —responde—. Siempre los he amado, pero no pensé que
podrías hacer algo como esto como carrera. Quiero decir, ¿te pagan por ir a los
juegos? Suena falso. Pero me gustaba escribir y me gustaban los deportes, y no
fue hasta la universidad que tomé una clase de periodismo deportivo y me di
cuenta de que podría querer hacerlo profesionalmente.
—Y no empezaste en la radiodifusión.
Niega con la cabeza.
—Ya estaba cubriendo los deportes para un periódico en Grand Rapids,
donde crecí. Al principio, escribía sobre los deportes de la escuela secundaria,
ahí es donde comienza la mayoría de la gente.
Tengo que contener una risa.
—Lo siento —digo—. Te imagino en un partido de fútbol de la escuela
secundaria, tomando notas muy serias mientras el rey y la reina de la fiesta de
bienvenida salen al campo en un descapotable.
—Te ríes, pero… —La única bombilla sobre nuestra mesa se refleja en sus
gafas cuando se inclina hacia delante—. Durante mi primera temporada allí,
hice una historia sobre la reina del baile de bienvenida. Quien también era la
mariscal de campo titular. Los llevó a los campeonatos estatales por primera
vez en la historia de la escuela. Deportes: no se trata solo de números. No se
trata solo de victorias y derrotas, como el clima no se trata solo de los
pequeños solecitos y nubes que aparecen en la pantalla. Hay personalidades e
historias detrás de los jugadores, y eso es lo que siempre me ha gustado. Más
que nada se trata de la gente.
—No estoy segura si alguna vez lo he pensado de esa manera —le digo—.
Pero me gusta. No fui a ningún partido de fútbol en la escuela secundaria o la
universidad. Todo el asunto del espíritu escolar me evadió.
—No tiene que estar motivado únicamente por el espíritu escolar. Cuando
vas como adulto, supongo que no es porque eres todo “vamos, Seattle”. La
mayoría de la gente va por la atmósfera.
Le doy mi mayor estremecimiento de culpa.
—Santa mierda. —Hace una pausa con una papa a medio camino de su
boca—. Nunca has estado en un evento deportivo.
—No es que no me gusten los deportes —digo rápidamente, sin querer
ofenderlo—. No jugué nada mientras crecía y tampoco mi hermano, y nadie en
nuestra familia veía nada. Supongo que no era parte de la cultura Abrams.
Russell se inclina más cerca para colocar una mano comprensiva en mi
hombro.
—Ari Abrams. Esta es una tragedia absoluta. —Su mano se siente cálida a
través de la tela de mi camisa, y cuando se aleja, me encuentro deseando que
se hubiera quedado unos momentos más. Rompimos la barrera del tacto la
noche de la fiesta, pero algo en esto se siente diferente—. Entonces, ¿me estás
diciendo que nunca has estado en un juego de los Sounders? Son tan
antideportivos como pueden ser los deportes. La mayoría de la gente ni siquiera
va porque ama el fútbol; solo están allí para beber o comer papas fritas con ajo.
—Espera, espera, ¿qué? ¿Papas fritas con ajo? Nadie me habló nunca de
las papas fritas con ajo.
—Los mejores ocho dólares con veinticinco que jamás gastarás. —Cuando
jadeo ante esto, se estremece un poco—. Está bien, sí, son demasiado caras
para ser papas fritas, pero la comida cara es parte de toda la experiencia. Hay
esta energía contagiosa en un estadio que nunca he encontrado en ningún otro
lugar, todas estas personas uniéndose por lo mismo.
—Me has convencido. Iré a un juego.
Simplemente niega con la cabeza hacia mí, sus ojos arrugándose en los
bordes cuando sonríe. No estoy segura de haber notado eso antes en él.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo llegaste al clima?
—Es principalmente esos pequeños solecitos y nubes —respondo, y esto
profundiza su sonrisa—. Era una de esos niños que estaba obsesionada con las
tormentas. En realidad, cualquier clima severo. Solía registrarlo en un
cuaderno, semana a semana, y tratar de hacer predicciones. A medida que fui
creciendo, sentí más curiosidad por la ciencia detrás de esto. Las noticias
pueden ser tan oscuras. Tan sombrías. Y luego voy a la pantalla y hago el tonto
y le doy noticias buenas a la gente. Noticias que podrían ayudarlas a tomar
decisiones inmediatas. Como te dije durante la fiesta, crecí viendo a Torrance, y
lo que ella hacía se sentía tan poderoso. Aún me asombro por los elementos, y
todos nosotros, sin importar quiénes seamos, tenemos que obedecer.
—Puede ser aterrador —coincide Russell—. Estábamos acostumbrados a la
nieve en el Medio Oeste, pero un invierno, tuvimos como sesenta centímetros, y
aun así solo cerraron la escuela por unos días.
—Tenemos suerte en el Noroeste. Ari, de diez años, habría estado tan
celosa de ti en Michigan. Nuestro puñado de nieve cada dos años nunca fue
suficiente para ella. —Honestamente, tampoco es suficiente para la Ari adulta.
Me obligo a tomar aire. Típico de Ari Abrams: poética con el clima—. Lo siento.
¿Estoy hablando demasiado sobre el clima?
Russell levanta una ceja.
—Te pregunté literalmente sobre el clima.
—Lo sé, lo sé. Solo… algunas personas piensan que es algo trivial, que no
es una conversación inteligente o lo que sea. O al menos, me lo han dicho
antes. —Cada vez que estaba en una fiesta con Garrison y alguien decía que
había mal tiempo, me apresuraba a dar una explicación. Aprendí rápidamente
que la gente normalmente no quería la ciencia detrás de esto—. Y luego
algunas personas piensan que estás haciendo una declaración política sobre el
calentamiento de la tierra, sobre el clima extremo que estamos experimentando
con más frecuencia que nunca. Aunque, en mi opinión, no hay nada sobre el
cambio climático que deba ser político.
Me siento aliviada cuando responde a esto con un asentimiento firme. No
es que esperara otra cosa, pero tengo sentimientos fuertes en cuanto a intrigar
con un negacionista del cambio climático.
—Cien por ciento —dice—. Y oye, a veces los juegos se retrasan o cancelan
debido al clima. Lo que haces afecta directamente lo que yo hago. De hecho,
afecta a todos.
—¡Cierto! —digo, agitando una papa para enfatizar y arrojando
accidentalmente salsa en mi manga—. He escuchado a personas decir que no
se necesita esfuerzo alguno para hacer el pronóstico del tiempo, que la estación
podría poner a cualquiera allí para entregar un pronóstico, y la implicación es
que no es importante. Pero nada podría estar más lejos de la verdad.
Una sonrisa comienza en una comisura de su boca y se extiende
lentamente por su rostro. Me doy cuenta de que tengo las mejillas calientes, un
efecto secundario de estar tan animada con este tema.
—Me estás dando una mirada. Estoy hablando demasiado del tiempo. Lo
sabía. Me detendré. Mi hermano dice que tengo tendencia a emocionarme con
la lluvia. —Trazo el rayo en mi cuello con la punta de un dedo—. Y no se
equivoca.
—Ari —dice Russell, riendo. Hay esta franqueza adorable en su rostro
cuando lo hace, y me hace preguntarme si se ha estado conteniendo cada dos
veces que se ha reído conmigo—. No. Por favor, no. Solo es que tu expresión
cambia por completo cuando hablas de eso. Puedo decir que es más que un
trabajo para ti. No solo es que te emocionas por eso. Es tu pasión.
Ahora siento que mi pecho florece con un tipo diferente de calor. Como sea
que debo lucir ahora mismo, quiero decirle que se veía igual cuando hablaba
de deportes.
—¿Ari es abreviatura para algo? —pregunta.
—Arielle.
—¿Por qué pones esa cara?
Suspiro, desarrugando mi nariz.
—Porque aunque es Ahr-i-elle , todos pensaban que era Ariel. Como La
Sirenita. —Sostengo un mechón de mi cabello rojo, que ha rechazado el alisado
al que lo sometí para la cámara—. No creerías cuántos niños en la escuela
primaria me preguntaron dónde estaban mis aletas, o comenzaron a cantar
“Under the Sea” cuando me veían. Era más fácil pasar por Ari.
—Los dos me gustan —dice—. Y estás a salvo, porque te puedo garantizar
que no querrás oírme cantar.
Esto es divertido, conspirar para que nuestros jefes vuelvan a estar juntos,
incluso si no hemos mencionado a ninguno de ellos en los últimos veinte
minutos. Aparte de Hannah, en realidad no tengo amigos de trabajo en KSEA, y
he extrañado este tipo de conversación con los amigos que Garrison se llevó
con él después de la ruptura.
Pero Russell Barringer y yo podríamos ser amigos.
Hablamos más de Torrance y Seth, haciendo algunos planes de espionaje
de bajo nivel. La mayor parte tendrá que esperar hasta después del nuevo año.
—Vamos a tener que reunirlos fuera del trabajo —dice Russell—. Te acabas
de mudar a un lugar nuevo, ¿verdad? ¿Qué tal una fiesta de inauguración?
—¿En mi apartamento tipo estudio? Respeto demasiado mis posesiones. —
Lo considero por un momento—. Pero tienes razón. Tenemos que obligarlos a
que se acerquen más. Es una jodida lástima que no tengamos un viaje de
campamento ni nada parecido a lo que hacen en la película, aunque supongo
que fue más para asustar a su posible madrastra nueva.
—No —dice—. Pero tenemos el retiro de KSEA el próximo mes. Vas a ir,
¿verdad? —Asiento. Es una mezcla de gente cada año, ya que la estación no
puede funcionar exactamente con todos nosotros fuera—. Será casi como estar
de vacaciones, y ¿quién no quiere enamorarse en vacaciones?
En cierto modo, todas estas intrigas me hacen sentir un poco poderosa.
¿Garrison pensaba que era demasiado rayito de sol alegre? ¿No lo
suficientemente real? Bueno, aquí está mi oportunidad. Esa versión televisiva
de mí, la que él pensó que nunca apagaba, no iría así a espaldas de su jefe,
incluso si fuera por un bien mayor.
Nos quedamos solo con las migajas de las papas cuando suena su teléfono.
Ha estado sobre la mesa entre nosotros, pero apenas hemos mirado nuestros
teléfonos, y mucho menos los hemos alcanzado. Sin embargo, cuando ve quién
llama, contesta.
—Lo siento, tengo que tomar esto —dice, su boca forma una línea firme.
Un camarero pasa junto a la mesa y cambia nuestra cesta vacía por una
nueva, las papas recién salidas de la freidora y brillantes por la sal. Le articulo
un gracias, intentando no escuchar la conversación de Russell, a pesar de que
está sucediendo a unos sesenta centímetros delante de mí.
—Por supuesto. Puedo estar allí en veinte. Aguanta. —Cuelga, alisándose el
cuello de la chaqueta con la mano libre—. Esa era mi hija. Tiene práctica de
juego después de la escuela, y supongo que no se siente bien, y…
Me pierdo el resto de su oración a medida que mi mente intenta darle
sentido a esta información nueva.
—¿Tu… hija?
—Elodie. Tiene doce años. —Hace señas al camarero por la cuenta.
Solo lo miro. Apenas parece mayor que yo. ¿Cómo Russell Barringer,
reportero deportivo de KSEA, puede tener una hija de doce años? ¿Llamada
Elodie?
Cuando estoy en silencio por un tiempo demasiado largo, dice:
—Ah. Oh, no. Espero que no pienses que soy el peor padre del mundo,
emborrachándome contigo en la fiesta de Navidad. Estaba en casa de su madre
ese fin de semana, y no suelo salir incluso cuando ella no está. Nunca bebo
tanto, y nunca delante de ella, y…
—No, no, no estaba pensando eso en absoluto. Lo juro. ¡Eso es increíble!
Guau. Um… ¡Felicidades! —farfullo. Porque felicitar a alguien por su hija de
doce años es súper normal. Hallmark definitivamente vende tarjetas para eso.
¡Felicitaciones por mantener vivo a un ser humano durante una década!
—¿Gracias?
Me tapo la boca con una mano.
—Dios mío. Eso que dije. Sobre los DILF. Lo siento mucho, espero que eso
no te haya ofendido ni nada… —Necesito dejar de hablar. Un rayo puede caer
sobre mí en cualquier momento, aunque las probabilidades de que eso le
suceda a alguien en un año determinado son de una entre un millón, según el
Servicio Meteorológico Nacional.
—No, no en absoluto. Quiero decir, tuviste que decirme lo que significaba,
así que… —Se calla, se frota la nuca mientras el carmesí ataca sus mejillas—.
¿Continuaremos esto pronto?
—Seguro. Sí —digo, aún tambaleándome—. Espero que tu hija esté bien.
Me da una sonrisa tensa, y luego se va.
8

PRONÓSTICO:
CIELOS DESPEJADOS E INTENTO DE OPTIMISMO PARA DAR EL PISTOLAZO
DE SALIDA AL NUEVO AÑO

El año pasado, pasé la Navidad con la familia de Garrison en una cabaña


perfecta para una postal en la costa de Washington. Acabábamos de
comprometernos, un paseo a la luz de la luna por nuestro vecindario cuando se
detuvo para amarrarse el zapato y luego sacó la caja con ese anillo de reliquia
dentro, y estábamos borrachos el uno del otro, borrachos con la idea de
nuestros futuros entrelazados.
La mayoría de los chicos con los que había salido no fueron judíos, y
aunque había pasado dos Navidades con los Burke, la piedra en mi dedo me
dejó sintiéndome incómoda cuando estaba con ellos. Ponche de huevo y
panqueques en forma de Santa con sus sobrinas y sobrinos y sus padres
preguntando “¿Cómo está tu madre?” y mis respuestas cortas. Acosándonos
con cuando iban a tener más nietos, “pero de verdad, ¡cuando estén listos!
¡Mientras sea pronto!”, lo que me hizo sentir más como un par de ovarios que
como una mujer humana real. Incluso nos dieron una media pequeña para
nuestro futuro mini Burke, aunque cuando les dije a sus padres que planeaba
mantener mi apellido, fingieron que no me habían escuchado.
Busqué los lados positivos a lo largo de la costa, forzando una sonrisa tan
amplia que me hizo doler la mandíbula. Serán diferentes una vez que estemos
casados. Probablemente no. Tal vez el próximo año les importe que sea judía.
Improbable. Al menos los panqueques estaban buenos. Está bien, podría
aferrarme a eso.
Cada vez que Garrison me preguntó si algo andaba mal, le dije que no y
seguí sonriendo.
Este año, al menos no tengo que fingir que me gusta el ponche de huevo.
Hanukkah ha terminado, y aprovecho el pago de vacaciones para trabajar
tanto en Nochebuena como en Navidad. Cuando eres judía en la industria de
los medios, todos asumen que trabajarás el 25 de diciembre, lo que tal vez no
sea una buena suposición, pero no odio el dinero extra en mi cuenta bancaria.
Incluso con mi depresión en niveles manejables, tengo un día oscuro de vez
en cuando. Un día en el que todo se siente pesado, las tareas más pequeñas se
vuelven imposibles, y mi cerebro solo puede evocar los peores escenarios.
Seré miserable en esta estación para siempre.
O Torrance descubrirá lo que Russell y yo estamos planeando y se
asegurará de que nunca vuelva a trabajar en esta industria.
Mamá rechazará toda la ayuda que está recibiendo.
Nunca tendré una conexión significativa con otra persona.
Tan obvio como suena, me siento en serio jodidamente triste, y aunque
puedo intentar distraerme o buscar a mi terapeuta, a veces tengo que dejar que
la niebla siga su curso, la parte lógica de mi cerebro sabe que no me sentiré así
para siempre. En relaciones pasadas, hice todo lo posible por ocultar mis días
oscuros. Haría una cita en un spa que no podía pagar, o diría que tenía que
hacer algunos mandados, me subía a mi auto y simplemente conducía. Incluso
si a veces “simplemente conducir” significaba comprar en Taco Bell y sentarme
en un estacionamiento durante horas intentando no llorar porque no podía
reunir la energía para volver a encender el auto. La mayor parte del tiempo, no
quiero estar cerca de nadie, porque forzar una sonrisa en un día oscuro es un
poco como intentar convertir el concreto en oro.
Desafortunadamente, este día oscuro coincide con un mensaje de texto de
Garrison. Dos días después de una Navidad que pasé en un restaurante chino
con la familia de mi hermano, mi ex pidiéndome que vaya a buscar algunas
cosas. Estoy tentada a responder con el gif de “quizás más tarde” de Torrance,
pero en lugar de eso, camino penosamente desde Ravenna hasta la parte
superior de Queen Anne, con la intención de entrar y salir lo más rápido
posible. Pero buscar estacionamiento en mi antigua calle se siente
inexplicablemente desgarrador. A veces tomaba media hora encontrar un lugar,
y dábamos vueltas y más vueltas porque de ninguna manera pagaríamos 200$
al mes para estacionar en el garaje del edificio. Nunca pensé que recordaría la
lucha por encontrar estacionamiento, pero aquí estoy.
Tan pronto como abre la puerta y me deja entrar, quiero derretirme en la
alfombra lujosa, usar la alfombra de macramé como manta, extender mi
cuerpo sobre la cómoda de nogal. La idea de tener espacio suficiente para un
aparador de repente parece revolucionaria. Dios, me encantaba este
apartamento. Muchos de mis toques aún están aquí, y me golpea que en
realidad no hayamos estado separados por tanto tiempo. Por supuesto, el tapiz
que encontré en el mercado de pulgas de Fremont todavía está en pie, la
lámpara de pie de latón arqueada aún no ha sido reemplazada.
Garrison se quedó con este lugar porque podía permitirse un apartamento
de dos dormitorios y yo no. Hablamos de comprar una casa después de
casarnos, pero no queríamos dejar atrás este lugar. Podría extrañar nuestro
apartamento más de lo que lo extraño a él, lo cual es al menos una señal de
que estoy siguiendo adelante.
Garrison es alto y blanco, con oscuro cabello revuelto y ojos oscuros que lo
hacen parecer un hombre atractivo estándar, de 25 a 34 años. Un lunar
pequeño debajo del pómulo izquierdo, una hendidura en la barbilla en la que
solía meter el pulgar porque lo hacía reír.
—Hola —saluda, sonando mucho más suave que en el mensaje de texto—.
Te ves… realmente grandiosa.
Está mintiendo. Acabo de pasar quince minutos subiendo una colina
después de encontrar estacionamiento. Mi cabello es un desastre arrastrado
por el viento y mis senos se sienten superpegados a mi sujetador. La nostalgia
se evaporó en unos diez segundos, y la molestia ocupó su lugar. Me encantaría
tener uno de esos caros días de spa ahora mismo.
—Estoy estacionada en una zona de carga. No puedo quedarme mucho
tiempo.
—Lo siento, estacionar por aquí sigue siendo una mierda. —La timidez en
su voz tira de mi corazón.
También hubo momentos buenos, aunque es más difícil recordarlos cuanto
más lejos estoy de la ruptura. Llenábamos el auto con bocadillos e íbamos al
autocine durante el verano, besándonos en el asiento trasero hasta que alguien
nos obligaba a irnos, y luego nos reíamos de ser atrapados como adolescentes
enamorados. Tomaba una pastilla para la alergia e íbamos a un café para
gatos, bebiendo café con leche con gatitos en el regazo. Dondequiera que
estuviéramos, si alguien me reconocía de la televisión, él brillaría con orgullo.
Es genial que la gente te conozca, decía.
—¿Esto es todo? —pregunto cuando me entrega una caja con algunos
artículos de cocina y otras tonterías adentro. El resto de mi agenda del día
oscuro me espera en casa: manta pesada, programas de telerrealidad,
macarrones Kraft con dos paquetes de queso en lugar de uno. Pensar en eso
me hace sentir mejor y peor al mismo tiempo.
—Sí. Espera, aún no tienes que irte, ¿verdad? —Parece tan triste mientras
lo dice que mis hombros se hunden, y dejo la caja en el suelo—. Esperaba que
pudiéramos hablar un poco.
Nada de eso suena como una idea buena. Nada en absoluto suena como
una idea buena, excepto el queso cheddar procesado. Pero como
aparentemente estar de vuelta aquí me ha robado el coraje, lo sigo hasta el
sofá.
Me pregunta si quiero beber algo y le digo que no, aunque me arrepiento de
no haber pedido alcohol fuerte tan pronto como toma mi mano y dice:
—Ari, te he extrañado. —Su pulgar frota un círculo suave en mi palma, y lo
dejo—. ¿Cómo has estado? En serio.
—Nada mal —grazno. La sensación de su piel sobre la mía me distrae
demasiado. Echaba de menos que me tocaran así. Echaba de menos que me
tocaran, punto, y mi cerebro depresivo me dice que no lo merecía.
—No voy a mentir, una parte de mí esperaba que me dijeras que has sido
completamente miserable durante los últimos dos meses —dice—. Pero
supongo que así es como siempre has sido. Decidida a mirar el lado positivo.
—No hay nada de malo en eso. —Aunque últimamente me he estado
preguntando cuánto de ese brillo bloquean los Hales.
Se queda callado por un momento, y luego se acerca para pasar su otra
mano por mi cabello, hoy naturalmente ondulado.
—Quizás tengas razón. Quizás… a todos nos vendría bien un poco más de
optimismo.
Ocurre tan rápido que, no estoy segura de cómo procesarlo. Un momento,
hay un buen par de centímetros entre nosotros. Al siguiente, sus manos están
acunando ambos lados de mi cara y estoy agarrando su cuello y él está encima
de mí, presionándome contra el sofá en el que hemos hecho esto demasiadas
veces para contar. Su boca se siente caliente en la mía, demasiado ansiosa, al
igual que el bulto en sus pantalones. Es inmensamente gratificante saber lo
excitado que está al instante, y eleva mi autoestima hasta un once.
Nadie más te querrá, dice mi cerebro deprimido. Al menos él ya conoce
todos tus problemas.
Y él tampoco me quería.
—Te sientes tan bien —dice debajo de mi oído, y gracias a Dios, el sonido
de su voz me despierta. Mi coraje vuelve a emerger.
Ver a Garrison de nuevo ha enredado mis emociones tan profundamente
que no puedo apegarme a una sola decisión. Mis trenes de pensamiento están
en cien vías diferentes corriendo hacia cien estaciones diferentes. Pero esto no
puede suceder, no después de que me hizo sentir tan mal conmigo misma, me
obligó a cuestionar la única cosa que me ha protegido todos estos años. Esto
solo empeoraría mi día oscuro, y mañana me despertaría sin poder levantarme
de la cama.
Mis pulmones están apretados cuando coloco una mano en su pecho, y
empujo. Cuando la delicadeza no funciona, uso más fuerza.
—No puedo. No puedo hacer esto.
Garrison retrocede sobre sus talones, con el rostro contraído por la
frustración.
—¿Hablas en serio?
—Sí. —Respirando con dificultad, me pongo de pie, alisando mi suéter y
pasando una mano por mi cabello—. Eres el que rompió conmigo, ¿recuerdas?
Porque no era lo suficientemente “real” para ti.
—Espera, espera, espera —dice—. Este no era yo intentando volver a estar
contigo. Esto solo era… solo era físico.
Resoplo ante eso, porque me encantaría que solo fuera físico. Nada me
encantaría más que enviarle un mensaje de texto todos los viernes por la noche
para que venga y me folle con su boca durante quince minutos, cero apego
emocional. Pero si tengo alguna esperanza de seguir adelante, no puedo
hacerlo.
—No importa. Incluso “solo físico” va a ser un error. ¿Eso es lo
suficientemente real para ti? —Agarro mi caja de cosas, dejándolo en el sofá
con el cabello revuelto y una erección furiosa—. Feliz año nuevo —digo desde el
pasillo antes de cerrar la puerta.

Cuando vuelvo a mi auto, hay una multa de estacionamiento encajada


entre los limpiaparabrisas.
Convierto los días restantes del año en un exorcismo. Me pruebo todo mi
armario y dono cualquier cosa que me recuerde a él, un vestido que le encantó
o un accesorio que me compró. La única excepción son unos jeans que dijo que
hacían que mi trasero se viera increíble porque, bueno, lo hacen.
Lo dejaré en diciembre porque no puedo dejarlo en Halloween, y no puedo
llevarlo conmigo hasta enero.
Este año, voy a ser buena conmigo. Voy a hacer las cosas de manera
diferente. ¡Saldré a una cita y volveré a salir ahí, mi reina! La forma en que cada
sitio web de estilo de vida millennial me dice que lo haga. Tal vez aprenderé a
hacer esto de manera informal y estaré bien sola con los viernes por la noche,
como rara vez lo estaba mi madre.
Si tengo citas casuales, no tengo que contarle a nadie de mi familia, mi
medicina o mis días oscuros. Porque incluso si Garrison puso todo eso en
duda, aún no tengo idea de cómo hablar de eso con alguien. ¿En la tercera
cita? ¿La séptima? ¿Justo antes de dormir con alguien? Nunca se sintió bien,
nunca se sintió natural, y eso me hace pensar que nunca lo hará.
Así que, reinstalé la aplicación en la que Garrison y yo coincidimos, la que
eliminé unas semanas después de nuestra relación. Y cuando Alex me envía un
mensaje de texto preguntándome si estoy libre para ver a nuestra madre
después del retiro de KSEA la próxima semana, debe ser la versión más nueva
de mí quien responde: Está bien.
Rechazo una invitación de él para la víspera de Año Nuevo a favor del
cuidado personal. Nunca he comido sola en un restaurante que no sea rápido e
informal, pero hago una reserva en mi lugar italiano favorito y simplemente
niego con la cabeza cuando el mesero pregunta:
—¿Espera a alguien más?
—No —respondo—. Solo yo.
Me obligo a dejar mi teléfono en mi bolso para saborear el ambiente y la
independencia. Y… en cierto modo, es genial, no tengo presión para hablar
mientras escucho a un cuarteto de cuerdas tocar Sinatra.
Solo una vez, entre platos, saco mi teléfono y encuentro un texto de Feliz
Año Nuevo de Russell. Lo repito como un loro y agrego algunos emojis, pero
dudo antes de presionar enviar.
La revelación sobre su hija me desconcertó. Me avergüenza admitir que
busqué en las redes sociales después de eso, pero no pude encontrar nada en
sus perfiles. Inteligente de su parte, frustrante para mí. Aun así, no está
casado, estoy bastante segura de eso. Sin anillo, sin mención de un cónyuge.
Por otra parte, esta era la primera vez que escuchaba de su hija.
Lo empujo fuera de mi mente. Este podría ser el año de las citas casuales,
aprender a ser soltera, cenar sola.

Así que, pido una torta doble de chocolate para el postre, y limpio el plato.

El primer día del nuevo año, me inscribo en una membresía de Costco y


compro un paquete de sesenta y cuatro baterías triple-A.
9

PRONÓSTICO:
TEMPERATURAS HELADAS Y SENSACIONES CÁLIDAS Y CURSIS

Empezamos de a poco.
En el septuagésimo quinto cumpleaños de nuestro gerente general, al que
se negó a asistir, supe que Torrance y Seth fueron las únicas personas en la
estación con un amor profundo y permanente por el pastel de zanahoria.
Incluso me pregunté si Torrance, quien planeó la fiesta, la ordenó solo porque
sabía que nadie más comería.
Nuestro primer día de regreso en la oficina, Russell pide una en una
panadería del centro, dejándola en la cocina con una nota que dice ¡FELIZ AÑO
NOTICIERO! debajo de un dibujo de un televisor con un sombrero de fiesta.
—Hay pastel de zanahoria en la cocina —le digo a Torrance con un golpe en
la puerta entreabierta, mientras Russell hace lo mismo con Seth en el pasillo.
Unidos por su comida favorita: tiene que ponerlos de buen humor.
Más tarde esa semana, paso una tarde en un invernadero eligiendo las
suculentas más atractivas y menos exigentes que puedo encontrar. A la mujer
le encantan las plantas, pero cuanto menos tenga que regarlas, mejor. No es
barato, pero valdrá la pena. Programo una entrega y no incluyo tarjeta.
—Esa es una buena suculenta —dice Seth al día siguiente cuando aparece,
apoyado contra la pared fuera de la oficina de Torrance. Es exactamente lo que
haría alguien que le envió una planta anónimamente, y le mando mil gracias
mentales.
—Lo es. —Torrance reorganiza algunas de sus macetas para encontrar un
lugar para ella en su escritorio. Puedo decir que le está tomando cada gramo de
moderación no preguntarle si la envió.
Sin embargo, el problema es que no somos lo suficientemente cercanos a
ninguno de ellos para saber cómo están reaccionando de verdad. Si algo de
esto está teniendo un impacto.
Al final de la semana, después de un intercambio casi constante de ideas
por mensaje de texto y correo electrónico, tenemos suerte.
Envuelvo una bufanda con más firmeza alrededor de mi cuello, temblando
dentro de mi abrigo abultado mientras examino las filas de asientos en el
estadio. Russell me saluda con la mano, y murmuro: “Lo siento, lo siento”, a
medida que trepo por encima de piernas, bolsos y vasos espumosos de cerveza
para llegar a él.
—Lo lograste —dice con una sonrisa. Su cabello se derrama fuera de su
gorro de lana, enroscándose sobre la parte superior de sus anteojos. No está
tan abrigado como yo, probablemente porque está más acostumbrado al frío.
—Por un momento me preocupó que hubieras cambiado de opinión. O que
te hubieras perdido.
—Llevé a mi sobrina y sobrino a ver Frozen on Ice. —Me siento junto a él y
me froto las manos enguantadas—. Que en retrospectiva es un poco
redundante.
No pensé que mi primera incursión en los deportes sería tan rápida, pero el
juego se presentó como una oportunidad de oro para conocer la otra mitad de
los Hale: la mitad de la que sé menos. Seth tiene dos pares de boletos de
temporada que tiene la costumbre de compartir con la mesa de deportes, y
Russell aprovechó su última oferta.
Pensé que no estaría muy lleno la semana de Año Nuevo, pero el estadio
está repleto. Todo el lugar vibra con una energía inquieta, teñida con la sal de
la comida del estadio y la salmuera de la cerveza, y no puedo negar que es
contagioso.
—Solo sé que si lo llamas “deporte de bola”, tienes que sentarte en los
últimos asientos —dice Russell.
—No me atrevería. Pero, ¿qué hay de “bola de hielo”?
—Ya que estás en eso, deberías gritar, “¡VAMOS EDMONTON!”
Especialmente cuando Seth regrese.
Toco mi nariz.
—Entendido.
Seth regresa a nuestra sección con un amigo suyo, un tipo llamado Walt a
quien presentó como “mi amigo más antiguo”, después de lo cual Walt pasó
una mano por su cabello gris ralo y fingió estar herido.
—¿Qué piensas, Ari? —dice Seth, colocando su cerveza en un portavasos al
otro lado de Russell—. ¿Russ dijo que era tu primer partido de hockey?
—Hace frío —admito, lo que consigue un par de risas bueno, obvio—.
Aunque, en realidad, estoy emocionada. Muchas gracias por traernos.
—Vuelvo enseguida —dice Russell, y me pongo de pie para darle una salida
más fácil.
Con un asiento vacío entre nosotros, Seth inclina su cerveza hacia mí y me
hace un gesto incómodo. Una sonrisa tensa.
—¿Todo va bien en la estación? —pregunta. Típico tema de conversación
entre compañeros de trabajo que no han tenido motivos para pasar tiempo
juntos fuera del trabajo hasta ahora.
—Sí. Es genial.
—Bien —dice—. ¿Y estás en esa valla en Aurora? Es muy emocionante.
Asiento con tanta fuerza que me preocupa que mi sombrero salga volando.
No sé por qué la gente piensa que el clima es la peor charla trivial. Ser
compañeros de trabajo que no tienen nada en común y por defecto hablan de
trabajo, es mucho peor.
Russell reaparece con dos chocolates calientes y una orden de papas fritas
con ajo, el vapor saliendo de la canasta y oliendo fantástico. No estoy segura de
quién está más aliviado, Seth o yo. Probablemente Seth, quien lleva a Walt a
un debate sobre uno de los jugadores.
—Definitivamente no tenían estos en Frozen on Ice —digo, maravillándome
de la canasta de golosinas doradas con motas de ajo—. Eres increíble. Gracias.
—Yo solo… en realidad, quería que la pasaras bien. Esto es como, un gran
asunto, ser parte de tu primer juego. Esto podría sonar cursi, pero ¿me siento
un poco honrado? —Hay una ligera timidez en la forma en que lo dice, y eso me
hace apreciarlo de una manera que no esperaba.
Me quito uno de los guantes y alcanzo una papa frita cara, rozando su
mano enguantada en el proceso.
Una mano enguantada no debería enviar una descarga eléctrica por mi
columna.
Tiene una hija, me recuerdo. Una niña de doce años llamada Elodie. Si no
hubiera sido un desastre esa noche en la taquería, le hubiera dicho que es un
nombre hermoso.
—Por mi primer juego —digo, sumergiendo las papas fritas en salsa de
tomate—. Y ni siquiera tenemos que preocuparnos por el clima.
Russell, bendito sea, hace todo lo posible para explicarme el juego mientras
los jugadores toman el hielo y un locutor los llama por sus nombres.
—Esos dos en la línea roja son los centrales —dice—. Y lo que están
haciendo ahora, eso se llama saque. Así es como comienzan cada período y
cada vez que alguien anota.
El disco se deja caer directamente entre los dos centrales, y después de un
breve choque de palos, Seattle toma el control y lo devuelve hacia otro de sus
jugadores, la multitud estalla en vítores.
Es un juego estridente, trepidante, casi vertiginoso. Más de unas pocas
veces, pierdo el disco de vista.
—¿Qué posición jugaste? —pregunto a Russell.
—Portero. —Señala la portería de Seattle—. Esa área azul sombreada frente
a la portería, eso se llama el círculo de portería. El portero puede hacer su
trabajo allí sin la interferencia de ningún jugador contrario. Muchos porteros
son tipos más grandes. También tienes que ser rápido y flexible. —Se detiene
cuando uno de nuestros jugadores dispara a la portería de Edmonton y falla, lo
que se encuentra con un awwww colectivo en la arena—. No tienes idea de lo
emocionado que estaba cuando finalmente tuvimos un equipo de hockey en
Seattle. Me había resignado a que nunca sucediera y necesitaba ir a Vancouver
para ver los juegos, así que esto… esto es realmente increíble.
Es muy lindo, lo nerd que se vuelve con el hockey, la forma en que puede
recitar no solo estadísticas sino todos estos detalles sobre los jugadores, como
que el centro de Seattle, Dmitri Akentyev, siempre duerme con una camiseta
del equipo contrario la noche antes de un juego y el portero de Edmonton, Bo
Madigan, come exactamente dos galletas snickerdoodle antes de salir al hielo.
Mucha gente ama los deportes, soy consciente de eso. Pero no estoy segura de
cuántos ven un partido como lo hace Russell, como si estuviera conteniendo la
respiración, instando a avanzar en silencio a su equipo. No es alborotador ni
beligerante, sino tranquilo. Enfocado.
Aun así, soy consciente de que, por mucho que nos conozcamos, hay una
gran parte de su vida de la que no sé nada. Algunas veces, estoy a punto de
preguntar por Elodie, pero no quiero que piense que soy entrometida o juiciosa.
Solo tengo curiosidad, estoy ansiosa por saber más de este tipo con el que me
he comprometido a emparejar a nuestros jefes.

Si Russell y yo somos amigos, está perfectamente bien que él sea lindo. Un


enamoramiento inofensivo de la sala de prensa.
—¿Torrance es fanática del hockey? —pregunta Russell en el intermedio
entre el primer y el segundo período. Edmonton está arriba 1-0. A nuestro
alrededor, la gente estira las piernas y se dirige a buscar más comida.
Seth acaba de regresar de comprar un perrito caliente, pero Walt aún no ha
regresado.
—Le encanta —dice Seth—. Solíamos hacer todo lo posible, pintarnos la
cara, vestirnos. —Le da un mordisco a su perrito caliente, y estoy impresionada
de que logre hacer esto sin mancharse el bigote de mostaza.
Intento imaginarlos a los dos en un juego, y no puedo evitarlo, se me
escapa una risa. Seth hace una pausa entre bocado y bocado de su perrito
caliente.
—Lo siento. Me estoy imaginando a Torrance vestida como ese tipo. —
Señalo a un fanático unas filas más abajo, con la cara pintada de verde,
apartando su salvaje peluca azul mientras va a la fila con un pretzel—. Es solo
que, he trabajado con ella durante tres años y aún siento que apenas la
conozco. Excepto por, bueno… —Todo lo que pasa entre ustedes dos. E incluso
eso es un misterio.
Hago mi mejor esfuerzo para sonar tan casual como puedo. Nada de lo que
he dicho es mentira, lo que me hace sentir un poco menos maquiavélica. Aun
así, no tengo la costumbre de interrogar a la gente para obtener información,
especialmente sobre su vida personal. Cada vez que reporto el clima desde las
calles, las preguntas son todas inofensivas. ¿Qué piensas de toda esta lluvia?
¿Cómo afecta esto a tus planes de fin de semana?
—¿Todas las peleas? —dice Seth. Asiento lentamente, preparándome para
que termine esta conversación. En cambio, sus ojos oscuros se suavizan—. No
tienes que andar de puntillas. Sé cómo somos. —Acaba con su perrito caliente
y alcanza su cerveza—. ¿Es bastante malo?
Hace una mueca, esperando nuestro veredicto. Todo en mí está pidiendo a
gritos que le diga que no, que no es tan malo. Evite los conflictos a toda costa.
—Bueno… —comienza Russell, y puedo ver la indecisión marchar a través
de sus rasgos. Seth es su jefe. No va a insultarlo en su cara.
Sin embargo, su silencio parece hablar lo suficientemente alto para Seth.
Seth se pasa una mano por la cara, los ángulos afilados de su mandíbula y
la barba canosa. En el trabajo, es tan impecable que no puedo creer que sea la
misma persona. Esa versión de Seth nunca admitiría la culpa. Las cervezas del
estadio están haciendo un trabajo pesado.
—Mierda —murmura—. Supongo que es posible que hayamos ido
demasiado lejos últimamente. Lo… lo atenuaremos. A veces es fácil fingir que
estamos en nuestro pequeño mundo, ¿eh? Creo que estoy un poco… —se ríe,
como si no pudiera creer lo que está diciendo— un poco avergonzado.
—No deberías estar… —empiezo, antes de que pueda contenerme.
—Ari, no tienes que endulzarlo. —Seth mira hacia la pista, y tal vez
realmente se está dando cuenta de lo duro que ha sido para el resto de
nosotros—. Quiero que a nuestros empleados les guste ir a trabajar. Se sientan
a gusto en la oficina. ¿Puedes decirme honestamente que eso es verdad?
—Amo lo que hago. —Lo digo enfáticamente, no es necesariamente un
pensamiento optimista.
Russell me respalda inmediatamente.
—Absolutamente. Pero a veces, la estación en sí… bueno, no siempre es el
ambiente más acogedor.
—Jesús. Todo debe parecer tan infantil. A veces me pregunto, si
solucionáramos las cosas… —Estira el cuello para mirar más allá de nuestra
fila, como esperando en silencio que Walt regrese y lo salve de esta
conversación—. Miren. Probablemente ya he dicho demasiado. Todos
trabajamos juntos, y no quiero que se sientan incómodos con ella.
—No es así —digo tan gentilmente como puedo. Su expresión ha cambiado,
y creo que podría reconocerla. Así que, solo me arriesgo—. Sé lo que es cuando
algo termina y no es tu elección. Cuando aún estás interesado, pero la otra
persona solo ha… terminado.
—¿Eso también te pasó a ti?
—Estaba comprometida. Hasta hace tres meses. Ahora puedo ver que tal
vez debería haber terminado antes, pero cuando nos separamos, fue una
completa sorpresa.
—Lo siento. —Seth en realidad lo aparenta—. Las relaciones son
jodidamente complicadas —dice de esa manera que logra sonar profunda.
—Beberé por eso. —Russell levanta su vaso de cerveza, y todos tomamos
un sorbo.
Mi confesión anima a Seth, parece hacerlo sentir más cómodo.
—Tor era la que quería el divorcio —dice—. Yo quería resolver las cosas.
Esforzarnos más. Pero no tenía ni puta idea de cómo.
Hago todo lo que está a mi alcance para no dirigir mi mirada hacia Russell.
Torrance quería el divorcio. Esto es enorme. Tengo mucha curiosidad por saber
qué cosas deberían resolverse, pero estamos progresando y no quiero
arruinarlo al presionar demasiado sobre la herida.
—¿Lo hiciste? —pregunto—. ¿Lo intentaste?
Veo una mirada culpable en Seth.
—Apenas. Quería hacerlo, claro, pero no tenía las herramientas adecuadas.
Unos seis meses después de que finalizó el divorcio, llevé mi trasero a terapia.
Es lo más difícil y lo más gratificante que he hecho. Y creo que primero tenía
que hacerlo por mí. —Su puño se aprieta alrededor de una servilleta, luego se
afloja—. Es jodidamente seguro que no le hice las cosas fáciles en ese entonces,
pero he cambiado. No soy el mismo hombre que era hace cinco años.
Esta conversación está empezando a probar eso. Puede hablar
abiertamente de la terapia, mientras que yo nunca pude. Tal vez sea el alcohol
lo que lo relaja, pero esta versión de Seth es diferente. Consciente.
Desconsolado.
Darme cuenta de eso debe hacerme valiente.
—¿Y quieres que ella sepa que has cambiado? —digo—. Porque… los
letreros probablemente no están ayudando.
—Sí. No te equivocas —dice con un suspiro—. Pero hemos caído en este
patrón. Uno de nosotros provoca al otro, y el otro reacciona. No es que no sepa
que los letreros son una mierda. Créeme, me siento como un idiota cada vez
que pongo uno. Pero hay algo en saber cómo meterse debajo de la piel de otra
persona.
—Así que, es una manera de hablar con ella —dice Russell.
—Probablemente no sea la mejor manera, pero al menos estamos
hablando. Incluso si la mayor parte del tiempo, ella está gritando. Al menos si
ella está reaccionando… bueno, una parte de mí piensa que es porque aún le
importa. Es un alivio, casi, que aún tengamos eso.
—¿Qué estás diciendo exactamente? —pregunta Russell lentamente, y mi
corazón se eleva. Es muy posible que nuestro poderoso director de noticias nos
esté diciendo que quiere volver con su ex.
Seth toma otro sorbo de cerveza.
—No es fácil —dice—, seguir amando a alguien que se ha dado por vencido
contigo.
—Tal vez no lo ha hecho. —Lleno mis palabras de esperanza. No es mentira
si creo que es verdad—. Si quisieras cambiar las cosas, si eso es algo que
quisieras hacer, quiero decir, ¿qué pasaría si transmitieras la historia de los
cangrejos de Torrance? ¿No vale la pena hacer que los espectadores se enojen
un poco, si eso hará feliz a Torrance? Si estás destinado a estar con ella, ¿no
vale la pena inclinarse un poco?
—Lo pensaré —cede Seth, y se siente como una victoria minúscula. No
tenía idea de que este hombre sensible estaba enterrado debajo de esos letreros
de fuentes Garamond—. Al menos, podría ser un comienzo.
Walt regresa de las concesiones con un pretzel y otro vaso de cerveza.
—Menuda fila allá atrás —dice.
Cuando comienza el segundo período, hago todo lo posible para
concentrarme porque en realidad me gusta el juego, pero todo en lo que puedo
pensar es en esta revelación de Seth. Él la quiere de vuelta. La quiere de vuelta,
y ha estado intentando cambiar.
Pronto el marcador está empatado, y cuando Seattle mete otro gol para
ponernos 2-1, la mano de Russell cae sobre mi rodilla. Es un delicado gesto
victorioso, uno que comunica sííííííiíí nuestro equipo anotó, y tal vez apenas
puedo sentirlo a través de las mallas forradas de vellón que llevo debajo de mis
jeans, pero cada célula de mi cuerpo se concentra en esos pocos centímetros de
mezclilla.
Trago pesado, preguntándome cómo es posible que una mano en mi rodilla
sea suficiente para calentarme más debajo de todas estas capas de lo que he
estado durante todo el juego.
Hay tanto ruido que tiene que inclinarse, poniendo su boca justo al lado de
mi oreja.
—¿Te la estás pasando bien? —pregunta.
—Absolutamente —respondo con una voz tensa que no reconozco como
propia.
Finalmente, parece notar la posición de su mano, porque mira hacia abajo
y la aparta. Un rubor se extiende por sus mejillas. Tal vez pensó que era su
propia rodilla. Tal vez el calor que sentí fue simplemente que me vestí
demasiado.
Seattle gana, 3-1, y me permito dejarme llevar por el caos mientras
avanzamos por el estadio, todos gritando y vitoreando, extraños abrazándose y
chocando los cinco.
—Puedo ver por qué te gusta tanto —le digo a Russell cuando salimos, sus
anteojos empañándose inmediatamente. La ciudad se ha oscurecido, los bares
cercanos llenándose con fanáticos—. ¿Me siento un poco victoriosa? Aunque no
tuve ningún impacto en el juego.
—¿Sí? —Russell se quita los anteojos para limpiar las lentes con el extremo
con flecos de su bufanda, y es quizás lo más lindo que he visto hacer a un
hombre adulto—. ¿De verdad te gustó?
—En serio, lo hice.
Un Seth desprolijo se tambalea hacia nosotros y lanza un brazo alrededor
de cada uno de nuestros hombros.
—¡Mis compañeros de hockey! —grita, y no sé si reírme o encogerme de
vergüenza—. Ustedes son los mejores. Tenemos que hacer esto de nuevo.
—Definitivamente —digo, luchando por mantener el equilibrio—. Ahora
vamos a llevarte a casa.
10

PRONÓSTICO:
PASO DEL BALANCEO-TRIPLE PASO-TRIPLE PASO Y UNA ATRACCIÓN
ELÉCTRICA

—… y mira eso, ¡creo que está sonriendo!


—Bueno, creo que todos podemos estar de acuerdo en que Bobo, el
pianista primate, realmente le da un significado nuevo a la frase “moneando”.
—David Wong y Gia DiAngelo comparten el tipo de risa perfeccionada por los
presentadores de noticias que han informado sobre demasiadas historias de
animales conmovedoras y ligeramente ridículas para contar.
—A continuación, uno de los deportes de más rápido crecimiento en los
Estados Unidos podría ser el que tiene el nombre más tonto —dice Gia—. ¿Ese
deporte? Pickleball.
Ha pasado un tiempo desde que vi un programa en el estudio, pero hago
una excepción el viernes. KSEA no es lo suficientemente grande como para
tener una audiencia de estudio, así que estoy parada detrás de las cámaras,
haciendo todo lo posible para mantenerme fuera del camino de los demás.
—Recuerdo haber jugado eso cuando era niño en la clase de gimnasia —
dice David, pretendiendo batear una pelota imaginaria—. Y no creo que fuera
muy bueno. A diferencia de la mayoría de estas personas de las que vamos a
escuchar a continuación. El pickleball profesional ha cobrado fuerza,
especialmente aquí en el Noroeste, donde siempre buscamos deportes de
interior durante los húmedos meses de invierno. Russell Barringer tiene más.
La historia comienza con algunos golpes de pickleball en una cancha
cubierta. Y luego la narración de Russell:
—Puede que aún no lo veas en los Juegos Olímpicos, pero el pickleball es
un deporte en crecimiento rápido con legiones de jugadores devotos.
El sonido de su voz me hace reprimir una sonrisa. Después de que subimos
a Seth de manera segura a un Uber, Russell mencionó que esta historia se
transmitiría hoy, y lo emocionado que estaba por la oportunidad de hacer un
reportaje de campo que no fuera un juego universitario.
Russell explica que el pickleball es local del estado de Washington,
inventado en Bainbridge Island en 1965. Entrevista a algunos jugadores y al
manager de una liga de pickleball, intercalados con material filmado de
personas jugando.
—Incluso me dejaron dar una vuelta en la cancha —dice, y la cámara
muestra a Russell con pantalones cortos deportivos y una camiseta, dos
prendas que nunca le había visto en el trabajo. Fuerzo mi mirada lejos de los
músculos de su pantorrilla, como si todos en el estudio pudieran saber
exactamente dónde estoy mirando.
—Está bien, entonces querrás sostenerlo así —le dice la manager de la liga.
Una pelota navega en dirección a Russell, y él falla, riéndose de buen
humor.
—Supongo que hay una pequeña curva de aprendizaje.
Es entrañable, la forma en que no es perfecto instantáneamente en eso,
que estuvo bien con enviar esto a la filmación. Habría sido tan fácil descartar
esto como una historia insignificante, y tal vez eso es lo que la gente en sus
salas de estar está haciendo en este momento: burlarse, cambiar el canal,
cambiar a uno de nuestros competidores.
Pero sería un error emitir ese tipo de juicio. Al mirarlo, veo lo que estaba
diciendo sobre las personalidades detrás de los jugadores. La manager de la
liga que conoció a su esposo jugando pickleball y, después de que él falleciera,
estableció esta liga en su honor, que dirige con la ayuda de sus hijos. Cada
año, en su cumpleaños, organizan un torneo masivo de pickleball que atrae a
jugadores de todo el mundo. Es un testimonio del poder de la recreación para
crear una comunidad, tal como dice Russell al final del artículo.
Después de una pausa comercial, es hora de Halestorm, que es la razón
por la que estoy aquí: Torrance está de muy buen humor después de su
emisión y, armada con lo que sabemos de Seth, la necesitaré de buen humor.
Tiene que ayudar que Seth no haya publicado ningún letrero esta semana.
Suena su música de introducción demasiado pegadiza que me encuentro
tarareando de vez en cuando, aparece una animación de una caricatura de
Torrance atrapada en una tormenta, con el paraguas al revés y casi siendo
arrastrada antes de que aparezca el sol. Halestorm, que es la plataforma de
Torrance para analizar las tendencias climáticas y traer expertos en
meteorología como invitados, es un segmento de treinta minutos que me
pareció corto cuando era niña y siempre quise más.
Hoy habla de los efectos a largo plazo de los incendios forestales en nuestra
región. Han ido empeorando cada año, hasta el punto de que durante el
verano, el humo es tan denso que se nos recomienda no salir a la calle durante
una semana entera, o más. Con su magnetismo habitual, se las arregla para
comunicar lo aterrador que es esto, entrevistando a una mujer que perdió dos
casas en incendios forestales con un año de diferencia y concluyendo cómo los
espectadores pueden ofrecerse como voluntarios para ayudar.
—Eso fue realmente poderoso —le digo a Torrance cuando sale del
escenario.
—Espero que haga que la gente se preocupe por los incendios durante todo
el año, y no solo durante el verano —dice ella—. ¿No has estado aquí desde las
tres de la mañana? ¿No estás agotada? Abrams, puedes irte a casa.
—Lo sé. —Como ensayé, escondí un bostezo con el dorso de la mano,
aunque tomé una siesta antes del programa de la tarde—. Estoy intentando
ajustar mi horario de sueño para poder ir a bailar swing mañana por la noche.
Torrance hace una pausa cuando llegamos a la sala de redacción.
—¿Bailar swing? No sabía que bailabas swing.
—Me encanta bailar swing. Solo lo he estado haciendo durante unos
meses, así que no soy increíble, pero estoy obsesionada. En Century Ballroom
en Capitol Hill.
—Eh. —Sus cejas se unen—. Swing de la Costa Este, ¿verdad? ¿No de la
Costa Oeste?
—Costa Este y Lindy Hop —digo, como si no hubiera buscado las
diferencias entre ellos anoche después de estudiar esa foto vieja de Torrance y
Seth en la pista de baile. En la que se veían tan felices.
—Solía ir todo el tiempo, pero ha pasado un tiempo —dice—. Me sorprende
que nunca lo hayamos discutido. —Tal vez porque nunca discutimos nada.
Sigo a Torrance a su oficina, intentando disimular la alegría que siento
cuando veo la suculenta en su escritorio.
—Eso es realmente hermoso.
Con la punta de un dedo, roza una de sus hojas de color verde violeta.
—Es la cosa más extraña del mundo. Apareció sin tarjeta. No tengo idea de
quién es. —Deja caer su mano y toma asiento—. Seth solía enviarme
suculentas todo el tiempo. Nunca flores, no duraban mucho, y nunca podía
continuar regándolas. —Luego se ríe de esto, como si el pensamiento fuera
absurdo—. Pero dudo que sea de él. Probablemente uno de los internos,
intentando endulzarme para que les escriba una recomendación. ¿Qué
estábamos diciendo sobre bailar swing?
—Cierto. Deberías venir esta noche —digo—. Incluso, podríamos hacer toda
una cosa de eso. Involucrar a toda la estación.
—Muchos de nosotros estaremos la próxima semana en el retiro.
—No existe tal cosa como demasiado vínculo de equipo. —Es un milagro
cómo soy capaz de luchar contra un escalofrío mientras lo digo. Años de
sonreír en la televisión me han preparado para este momento.
—Está bien, de acuerdo —dice, sus labios color cereza curvándose en una
sonrisa—. Adelante. Envía un correo electrónico a todo el personal.

—No creo que vengan —dice Russell, frotándose las manos para mantener
el calor.
Estamos afuera del Century Ballroom en Capitol Hill, junto a una heladería
con filas al final de la cuadra incluso en las frías noches de invierno. Ha estado
entre cinco y siete grados centígrados durante toda la semana, bajando a
menos cero por la noche.
—Torrance parecía… moderadamente emocionada —digo, intentando sonar
más confiada de lo que me siento—. Aparecerá en cualquier momento. Y si
Seth está tan enamorado de ella como dijo que estaba, es de esperar que él
también lo haga.
—¡Ari! —llama alguien, y aunque me ilumino al ver a Hannah y Nate,
también me decepciona que no sean los Hale. Algunas otras personas de la
estación ya están adentro—. Muchas gracias por organizar esto. Siempre
quisimos probar este lugar, y este fue exactamente el empujón que
necesitábamos.
—Sin embargo, Hannah nos hará quedar mal a todos —dice Nate—. Bailó
durante doce años cuando era niña. —Se vuelve hacia Russell, le tiende la
mano—. No creo que nos hayamos conocido. Soy Nate, la mitad menos
talentosa de Hannah.
—Russell.
Hannah levanta las cejas hacia mí con respecto a Russell, y le doy un
movimiento de cabeza rápido. No hay necesidad de alimentar la fábrica de
rumores de la oficina, especialmente cuando no pasa nada.
—Nos vemos adentro —digo con un saludo.
Unos minutos más tarde, una mujer menuda con un vestido de lunares
aparece en la puerta.
—Estamos a punto de empezar —dice—. Si están esperando a alguien, me
temo que tendrán que unirse después a nosotros durante el baile social.
Sigo a Russell adentro con tristeza, le doy diez dólares y me quito mi
abrigo. La primera hora del baile es una lección. Dado que Torrance y Seth ya
saben bailar, probablemente se lo salten. Eso tiene que ser.
Meto mi collar dentro de la camiseta que combiné con una falda
acampanada y Keds azules, junto con aretes de sol diminutos que escogí para
que no estorbaran mientras bailaba. Con un poco más de energía en mis
pasos, tomo mi lugar en el grupo de un par de docenas que se reúnen
alrededor de nuestros instructores, la mujer del vestido de lunares, que no
puede medir más de un metro cincuenta, y un tipo larguirucho con zapatos
Oxford brillantes y una gorra de repartidor de periódicos. Comenzaron la clase
bailando una canción de Ray Charles con tanta energía que parece que el chico
está jugando con la chica. Ella nunca pierde el control, gira las piernas, estira
los brazos y, en un momento dado, le roba la gorra al tipo y se la pone en la
cabeza.
Cuando termina la canción, todos aplauden.
—¡Buenas tardes a todos! —dice la chica con una voz alegre y retumbante
—. Bienvenidos a Lindy Hop 101. Soy Zara, y este es Theo. Seremos sus
instructores.
—Nos gusta mucho el swing, así que nos entusiazzma que estén todos aquí
para aprender. —En su juego de palabras, Theo nos da una sonrisa traviesa—.
Lo asombroso del baile swing es que todo es improvisado. Nada de eso está
coreografiado. Así que, si nos estaban observando justo ahora, todo eso, lo
estaba inventando sobre la marcha.
—Y yo estaba siguiendo en base a las señales que me estaba dando —dice
Zara—. Lo primero que vamos a hacer es dividirlos en dos grupos: personas
que quieren liderar, y personas que quieren seguir. El liderazgo ha sido un
papel tradicionalmente masculino, pero eso está muy desactualizado y lo odio.
De hecho, prefiero liderar a seguir. Así que, solo por ahora, si son bailarines
más experimentados, cualquiera que sea esa experiencia, les recomiendo que
lideren. ¡Pero también pueden sentirse libres de elegir cualquiera que les
plazca, y los igualaremos si es necesario!
—No tengo ningún ritmo —le susurro a Russell mientras escojo el grupo de
los seguidores con Nate, y él y Hannah, la bailarina experimentada, se dirigen
al lado de los líderes.
Zara y Theo nos explican el paso más básico, el que será la base de todo lo
que hagamos: el paso del balanceo, donde el peso se transfiere de un pie y
luego al otro. Luego agregamos dos pasos triples: “Rápido, rápido, lento”, canta
Zara mientras lo hacemos con ella, y unimos todo.
—Perfecto —dice Theo una vez que lo hemos bailado un par de veces con
música—. ¡Ahora es el momento de emparejarse! Encuentren a alguien en el
lado opuesto, y una vez que estén en pareja, formemos un círculo.
De alguna manera, no es hasta ese momento que comprendo algo: no estoy
solo en una clase de baile. Estoy en una clase de baile con Russell, y eso
significa que voy a bailar con él.
Darme cuenta de eso me congela temporalmente en el lugar, así que
cuando Russell me alcanza, apenas me he movido. Lleva una camisa gris a
rayas y jeans oscuros, combinados con Adidas. Russell informal.
—¿Quieres ser mi pareja? —pregunta con esta media sonrisa tímida.
—Sí. Sálvame de los recuerdos traumáticos de la escuela secundaria.
—Me niego a creer que Ari Abrams haya sido elegida en último lugar para
algo.
Mi cerebro se vuelve loco con esa oración, no puedo decir si es un cumplido
o no.
—Estoy bastante segura de que es un rito de iniciación —digo, lo que
suena bastante seguro.
Encontramos un lugar en el círculo junto a Hannah y Nate, David Wong y
la productora matutina Deandra Fuller en nuestro lado opuesto. Zara y Theo
demuestran cómo tomarse de las manos, con los codos sueltos y a la altura de
la cintura, las manos de Russell abiertas, con las palmas hacia arriba, mis
dedos enroscados suavemente sobre la parte superior de los suyos.
—¿Está bien así? ¿No demasiado apretado?
—Perfecto —digo en voz baja, demasiado concentrada en lo perfecto que es.
Cada movimiento ligero sintiéndose como una noticia de última hora. RUSSELL
BARRINGER ACABA DE PASAR UN PULGAR POR MIS NUDILLOS; ¿DÓNDE
GOLPEARÁ A CONTINUACIÓN? MÁS A LAS ONCE. Sus manos hacen que las
mías parezcan diminutas, y soy más consciente que nunca de su aroma: cedro
y cítricos. Va directamente a cualquier parte de mi cerebro responsable de
crear los sueños.
De alguna manera, esa noche en el bar del hotel fue hace solo unas
semanas, y ahora está en mi vida e ilumina mis pensamientos.
Podrían ser tres o treinta minutos los que practicamos juntos el paso del
balanceo-triple paso-triple paso, el ritmo hipnótico y repetitivo arrullándome en
un trance. Estoy desesperada por aprender un paso nuevo, algo que me
acerque o me aleje de Russell. No estoy segura de cuál preferiría.
Luego, Zara y Theo nos piden que cambiemos de pareja, lo que hacemos
cada cinco minutos. Mi cabeza se despeja, dándome la oportunidad de seguir
mirando la puerta, lo que también significa que sigo disculpándome por pisar
los pies de mis compañeros. No todo el mundo tiene un agarre tan natural o
una presencia cómoda. Hay un chico mayor que aprieta mis dedos con tanta
fuerza que se vuelven blancos, y una mujer que está tan concentrada en el
baile que no pronuncia una palabra. Pasamos por varios otros movimientos,
incluido uno llamado “el abrazo”, para el cual Russell regresa al círculo. Sus
mejillas están sonrojadas ahora por el esfuerzo, lo que le da más material a ese
sector soñador de mi cerebro.
—Entonces, creo que es así, y luego… —Me guía a través de ello, su brazo
deslizándose a mi alrededor—. ¡Lo hicimos!
El entusiasmo en su voz es demasiado entrañable, su aroma cítrico
demasiado abrumador. En su emoción, suelta mis manos, sonriéndome, y esta
vez, estoy menos emocionada de cambiar de pareja.
Torrance aparece primero, faltan unos cinco minutos para que finalice la
lección, y podría apretar el brazo de Russell con demasiada fuerza cuando la
veo. Es elegancia pura, sus labios de color rojo brillante y su cabello rizado en
una coleta alta. Lleva el tipo de falda que debe girar cuando baila, y deja su
abrigo y su bolso como si lo hubiera hecho cien veces antes de llamar mi
atención y saludarme con la mano.
Cuando Zara y Theo nos sueltan para el baile social, que comienza con una
animada canción de Ella Fitzgerald, Seth aparece en la puerta del local. Lleva
una camisa blanca almidonada y tirantes que de algún modo le dan un aspecto
más musculoso que de costumbre, con el cabello peinado con gel hacia atrás
como la noche de la fiesta. Incluso podría llevar un sombrero fedora.
—Están aquí —digo en una exhalación—. Dios mío. En serio están aquí. Y
ambos están vestidos elegantes. Esto es demasiado lindo para las palabras.
—Aún no nos emocionemos demasiado —dice Russell—. Puede que no
estén contentos de verse.
De hecho, Seth inclina el sombrero hacia nosotros, y siento que hemos
viajado en el tiempo setenta años atrás.
Estoy tan atrapada en la emoción de verlos a ambos aquí que tardo una
fracción de segundo en darme cuenta de que Russell me tiende la mano.
—¿Qué opinas? ¿Lista para las grandes ligas?
—Por supuesto que harías una referencia deportiva. —Le doy la mano y me
lleva a un rincón de la pista de baile. Un hombre le tendió la mano a Torrance
de inmediato, pero Seth permanece sentado.
A nuestro alrededor, parejas mucho más experimentadas vuelan por el
suelo, sus faldas flotando y sus zapatos chirriando. La vista de Torrance y Seth
me ha puesto nerviosa, y no pasa mucho tiempo antes de que falle en captar
una de las señales de Russell y tropiece con él, rozando su estómago, donde es
más redondo.
—Lo siento —dice rápidamente, recuperándose y enviándome en un giro
por encima de la cabeza.
—No, lo siento, yo soy la que chocó contigo.
—Ah. Está bien. —Lo desestima, pero no paso por alto que pone un poco
más de espacio entre nosotros, como si estuviera ansioso por su tamaño, o por
cómo cree que podría sentirme por su tamaño. No puedo dejar de preguntarme
si un tipo más delgado se habría disculpado, y me dan ganas de tranquilizarlo
de alguna manera. Decirle que no me molestó. Excepto que no tengo idea de
cómo, así que sigo siguiendo las señales y giros de sus brazos.
La canción termina y, aunque la mayoría de los bailarines cambian de
pareja, ninguno de nosotros nos soltamos.
—Tu historia de hoy fue fantástica —le digo. Torrance ahora está bailando
con Zara, las dos hablando como viejas amigas que no se han visto en mucho
tiempo, y tal vez así sea—. La del pickeball.
—Sabes que estás haciendo algo bien en la vida cuando te pagan por ser
una mierda en pickleball.
—Me encanta eso de tus historias. Que no se trata solo de deportes, sino de
personas.
Se encuentra con mi mirada ante eso y sonríe, sus ojos arrugándose en las
esquinas. De cerca, sus pestañas largas podrían ser letales. Si mis
extremidades se vuelven gelatinosas, al menos él estará aquí para sostenerme.
—De eso se trata exactamente el deporte.
Es después de la siguiente canción, mientras Russell y yo nos sentamos al
margen, maravillándonos de la gran arquitectura del salón de baile, cuando
Torrance, sin aliento, se dirige hacia la fuente de agua y Seth se quita el
sombrero y le toca el hombro con el ala. Ella se da la vuelta, y estoy esperando
que lo amoneste, pero en lugar de eso, le quita el sombrero y juguetonamente
golpea su pecho juguetonamente con él.
Y cuando Seth extiende una mano, Torrance levanta una ceja hacia él,
antes de girar su mano y llevarlo a la pista de baile. En su ropa de épocas
pasadas, combinan a la perfección.
No somos los únicos hipnotizados al verlos. Torrance es una líder
habilidosa, al mismo tiempo que le da a Seth la oportunidad de brillar. Canción
tras canción, se empujan y tiran uno contra el otro, rara vez rompiendo el
contacto visual. Es como si este lugar los hubiera transformado a ambos, y
estoy un poco sin aliento solo mirando.
Sé que puede que no dure, que nos presentemos en el trabajo el lunes y
nada habrá cambiado. Pero por ahora, se siente casi mágico.
—No puedo creerlo —dice Russell, su codo choca con el mío y esparce
chispas por mi piel—. Bien hecho, chica del clima. —Después de otra media
hora de baile, Zara camina hacia el centro de la pista y toma el micrófono.
—Buenas noches a todos —dice—. Si han estado antes aquí, saben qué
hora es… ¡es hora del baile de cumpleaños!
Todos los que saben lo que esto significa estallan en aplausos, incluidos
Torrance y Seth. Miro a Russell, pero él solo se encoge de hombros. Las
bailarinas han empezado a formar un círculo alrededor de Zara.
—¿Puedo hacer que alguien que cumplió años esta semana levante la
mano? —Ninguna mano se levanta y todos miran alrededor de la habitación
para ver si realmente no hay cumpleañeros—. ¿En serio? ¿Nadie?
Russell levanta la mano, lentamente.
—¿Cumpliste años? —susurro—. ¿Cuándo?
—Ah… hoy. —Se ve tan adorablemente avergonzado mientras intenta
ocultar una sonrisa.
Me mortificaría, pero camina hasta el centro del círculo cuando Zara lo
llama.
—Dado que esta es tu primera vez, te lo explicaré —dice ella—. El baile de
cumpleaños es una tradición de baile swing. Tú y yo lo iniciaremos, y
cualquiera puede tomar mi lugar en cualquier momento para bailar contigo.
¿Estás listo?
—Como nunca lo estaré —responde.
Comienzan a bailar mientras el círculo aplaude al ritmo, y aunque él es un
principiante, Zara tiene esta forma de hacerlo parecer mucho más
experimentado. Otros bailarines intervienen, generalmente durante algunos
compases a la vez, y Russell hace todo lo posible para guiarlos a todos,
sonriendo todo el tiempo como el buen deportista que es. Algunos de ellos
tienen movimientos más llamativos que otros, pero ninguno de ellos es
principiante. Incluso Torrance toma un turno.
Cuando alguien la cambia, se acerca sigilosamente a mi lado y me da un
codazo en el hombro.
—Ve —me insta, y es todo el estímulo que necesito.
Hay un ligero titubeo cuando alcanza mi mano, pero eventualmente, la
agarra, y nos balanceamos paso del balanceo-triple paso-triple paso.
—No puedo creer que no le dijiste a nadie que era tu cumpleaños —digo
mientras me hace girar.
—Nunca me han gustado mucho los cumpleaños —dice—. No quería que
fuera una gran cosa.
—Como, ¿bailar con una docena de extraños?
—Exactamente.
La canción está en su último estribillo, y aunque espero que alguien nos
interrumpa, nadie lo hace.
Niego con la cabeza, riéndome.
—Feliz cumpleaños —le digo al oído cuando pasamos al abrazo.
Es la mejor noche que he tenido en mucho, mucho tiempo.
11

PRONÓSTICO:
VIENTO FRÍO MOVIÉNDOSE JUNTO CON UNA AVALANCHA DE TORPEZA

El retiro anual de KSEA es más un trabajo de equipo corporativo que unas


vacaciones, pero este año tengo una razón adicional para esperarlo. Torrance,
jefa del comité de planificación, reservó un albergue/spa en las afueras de
Vancouver, BC, y Russell y yo hacemos planes para conducir juntos para
prolongar nuestro tiempo de conspiración.
—No estoy seguro de que mi auto llegue a Canadá —dijo, así que el
próximo viernes por la mañana, me detengo frente a su casa en una calle
pintoresca de Phinney Ridge, sombreada por árboles altos de hoja perenne.
No tiene nada de malo compartir un viaje de tres horas, más el tiempo de
espera en la frontera, con un atractivo compañero de trabajo con el que ahora
sé bailar swing.
Tan pronto como detengo mi auto, noto a una niña sentada en los
escalones de la entrada, con un libro en su regazo.
Una niña que parece tener unos doce años.
Cuando ve mi auto, se pone de pie de un salto, con una larga coleta oscura
balanceándose detrás de ella.
—¡Papá! —grita en la casa—. ¡Llegó tu transporte!
Me congelo con la puerta de mi auto abierta, sin saber qué hacer.
Afortunadamente, Russell aparece en la puerta, preguntándole a su hija algo
que no puedo escuchar, y ella se encoge de hombros a cambio. Le doy un gesto
torpe a medida que me hace señas para que avance.
—Hola —saluda, tirando de su cuello de la manera que tiende a hacer
cuando está nervioso. La chaqueta de hoy es más informal, una KSEA 6 con
cremallera—. Esta es Elodie. Elodie, esta es Ari.
Elodie me examina, sus ojos azules detrás de unas finas gafas ovaladas, y
nunca me había preguntado si mi sentido de la moda está aprobado por los
preadolescentes. Lleva jeans de cintura alta y un jersey a rayas grande y se ve
un cien por ciento más increíble que yo con mis leggins aptos para un viaje
largo y la sudadera del departamento de ciencias atmosféricas de la
Universidad de Washington.
—Encantada de conocerte —dice ella.
—Igualmente. —Ocupo mis manos jugueteando con la correa de mi bolso
—. ¿Tu papá dijo que estás en la obra de teatro de la escuela?
—Musical —corrige, con toda la confianza de una niña de teatro, pero
puedo notar que está contenta de que lo haya mencionado. Sostiene el libro
que estaba leyendo, que ahora veo que es un guion—. Es Alicia en el País de las
Maravillas. Soy la Reina de Corazones.
—Ooh, los villanos siempre obtienen las mejores canciones.
Sus ojos se abren del todo.
—¿Sabes de musicales?
—No sé nada de deportes, pero de musicales, lo tengo totalmente
controlado —digo—. Mi hermano y yo solíamos ahorrar dinero para asistir a las
giras de Broadway cuando pasaban por Seattle. Vimos Dear Evan Hansen el
año pasado y fue transformador.
Elodie deja escapar un chillido.
—¡He estado deseando que ese vuelva aquí desde hace una eternidad! Fue
increíble, ¿verdad? ¿Lloraste?
—Tanto —le digo, y solo así, su vacilación se convierte en una combinación
de celos y asombro.
Russell se aclara la garganta. Espero no haberle dicho demasiado, aunque
para Russell no soy más que una compañera de trabajo. Una coconspiradora.
—Su mamá estaba por venir a recogerla, pero acaba de enviar un mensaje
diciendo que llega tarde —dice—. ¿Te importa si nos quedamos unos minutos?
—Ah, por supuesto. Eso está completamente bien.
Excepto que se ve profundamente incómodo, concentrándose en arrancar
un hilo suelto de su chaqueta y sin hacer contacto visual. Está claro que esto
no estaba planeado, que se suponía que la madre de Elodie estaría aquí antes
de que yo llegara. No estoy segura de cuántas personas en el trabajo han
conocido a su hija, pero supongo que no muchas. Una vez más, me pregunto
cuántos años tiene. Después del baile de cumpleaños, tuve que contenerme
para no preguntar porque me preocupaba que pudiera darse cuenta de que
estaba haciendo cálculos mentales. Por lo que sé, ella podría ser adoptada,
aunque hay un claro parecido físico en el azul de sus ojos, la forma de sus
rostros.
—¿Quieres que te espere en el auto? —pregunto.
Las cejas de Russell se fruncen.
—No, claro que no. Puedes entrar.
Cruzo el umbral con un poco de cautela, como si tal vez Russell está
escondiendo aún más secretos dentro. La casa es acogedora, con tonos cálidos
y alfombras lujosas, obras de arte antiguas de colores brillantes en las paredes
junto con fotos enmarcadas de Elodie cuando era bebé, cuando era niña, como
la preadolescente que es ahora. Y, por supuesto, algunos recuerdos deportivos:
una foto del equipo en blanco y negro, una camiseta enmarcada con el nombre
de un jugador que no reconozco.
—Es una gran casa —digo cuando veo una chimenea de leña en la sala de
estar.
—Era algo así como una casa que necesitaba reparaciones. —Se apoya
contra la pared junto a una foto de la pequeña Elodie sosteniendo una vaca de
peluche y sonriendo a la cámara—. Pero las reparaciones terminaron, al menos
por ahora. Hay algunas cosas más que me gustaría hacerle, pero es difícil
encontrar el tiempo. Nadie me dijo que cuando tienes una casa, dedicas tus
fines de semana principalmente a arreglar la casa.
—No lo hagas empezar con la casa —advierte Elodie—. Nunca se detendrá.
—Si no recuerdo mal, eras una gran admiradora del loft que construimos
en tu habitación.
Elodie hace la mímica de cerrar sus labios.
—¿Qué? Me encanta la casa. Di lo que quieras sobre la casa.
Mi mente está trabajando horas extras para procesar esto. Este es Russell
Barringer, padre. Dueño de una casa. Portador de chaquetas excelentes. Tal
vez después de todo no estaba llegando a conocerlo tan bien.
Cuando el teléfono de Russell se ilumina en su mano, ni siquiera deja que
suene por primera vez.
—Está aquí —le dice a Elodie—. ¿Tienes todo lo que necesitas?
—Veamos, tinte para el cabello, kit de tatuaje de bricolaje, identificación
falsa… listo, listo y listo. —Si no supiera ya que era una niña de teatro, su
expresión seria como la de un asesino lo confirma—. No te diviertas demasiado.
—Esa es mi línea. —La atrae para darle un abrazo, y oh… oh, no. Algo
terrible le está pasando a mi corazón.
El viento hace sonar el llamador de ángeles, y aparece una mujer blanca
con un corte de duendecillo moreno y un largo abrigo de lana, empujando la
puerta.
—¿Elodie? —llama, entrando—. ¿Estás lista? —Entonces su mirada cae
sobre mí, su rostro dividiéndose en una sonrisa—. ¡Hola! Debes ser Ari
Abrams. —Extiende su mano—. ¡Siento que ya te conozco! Te veo todas las
mañanas.
—Ah, ¿gracias? —Lo expreso como una pregunta porque esta escena
parece sacada de una comedia de situación. Esta es la madre de Elodie. Y
está… ¿emocionada de conocerme? Estoy recibiendo demasiadas piezas
misteriosas de Russell a la vez.
—Lo siento, soy Liv. ¡Ahhh, estoy un poco impactada! —Se ríe, pasándose
una mano por su cabello corto—. Lo sé, lo sé, Russ también está en la
televisión, pero nos conocemos desde siempre. Así que esto es como… conocer
a una celebridad local.
—Definitivamente no me siento como una celebridad cuando estoy
cocinando ravioles congelados en el microondas en mi apartamento tipo
estudio de 450 pies cuadrados —digo, y pretende ser una forma de romper la
tensión, pero solo suena patético.
Ya sea ajena a la torpeza o demasiado consciente de ella, Elodie dice:
—¡Olvidé mi retenedor! —y se vuelve para correr escaleras arriba.
Russell se ha convertido en una estatua a mi lado.
—Liv, Ari. Ari, Liv. Aunque, eh, supongo que ustedes dos ya lo cubrieron.
Liv toca su brazo de una manera familiar que me recuerda que no solo es la
madre de Elodie: es la ex de Russell, de quién sabe cuánto tiempo atrás.
Alguien está llamando a la puerta. Otra vez. Y de nuevo, no esperan a que
nadie conteste.
—¿Qué está tomando tanto tiempo? —pregunta un tipo alto y esbelto con
cabello entrecano y uno de esos chalecos de plumón que todos los hombres
mayores de treinta años tienen en Seattle. Creo que le compré a Alex el mismo
para su cumpleaños—. Pongamos este espectáculo en marcha.
La mirada de Russell va de mí a este extraño nuevo. Parece como si
pudiera autodestruirse.
—Este es Perry —dice, aprovechando la oportunidad para adelantarse a las
presentaciones esta vez—. El esposo de Liv y el padrastro de Elodie. —Echa un
vistazo a Perry—. ¿Y es Clementine la que veo allá atrás?
Perry sonríe.
—Simplemente se quedó dormida. No me atreví a despertarla. —Extiende
su mano para que se la estreche antes de volverse hacia Russell. Supongo que
Clementine es una bebé—. El Kraken se ve sólido este año. ¿Crees que tienen
una oportunidad en los playoffs?
—Eso espero. —Russell se pasa la mano por la barbilla, y ya no hace
contacto visual con ninguno de nosotros—. Bueno. Ya que no tenía la intención
de organizar una fiesta hoy…
Liv mira a nuestro grupo variopinto.
—Oh, cielos. Temo que hemos abrumado a la pobre Ari. Lo siento mucho.
Somos un poco demasiado amistosos en esta familia.
—Mientras que un san bernardo no irrumpa aquí después ni nada así —
bromeo.
—¡No te preocupes, lo dejamos en el auto! —dice, y no estoy segura si está
bromeando.
—¡Lo encontré! —llama Elodie, bajando los escalones. Cuando aterriza con
un golpe suave, nos examina como si fuéramos un programa de televisión
medianamente interesante que Netflix le ha preguntado si aún está mirando—.
¿Por qué están todos parados aquí?
—Gran pregunta. —Russell le pasa una mano por el cabello y desliza hacia
arriba una correa de su mochila que se ha caído—. También tenemos un
horario programado. Disfruta tu fin de semana, te amo, no olvides usar ese
retenedor.
Elodie palmea la parte delantera de su mochila.
—Estoy segura de que apenas tendrás tiempo para extrañarme.

Los primeros quince minutos de nuestro viaje son silenciosos, excepto por
unos segundos cuando se inicia el audiolibro que estaba escuchando, y tengo
que apretar el botón de apagado porque estoy bastante segura de que mi
novela romántica se dirigía hacia una escena de sexo.
—Entonces, eh. Eso fue un poco… —Jugueteo con el envoltorio de una de
las tres tiras de fresas deshidratadas que traje para el viaje, ninguna de las
cuales suena apetecible.
—¿Incómodo? —proporciona, luego fuerza una risa—. Solo un poco.
—¿Liv es tu exesposa?
—De hecho, nunca nos casamos. —Mira por la ventana—. No estaba
intentando mantenerlos en secreto ni nada así. Solo… es complicado.
Pero no da más detalles sobre cómo es complicado, y no voy a sondearlo en
busca de respuestas. No estoy segura de por dónde empezar. Así que…
entonces, de acuerdo. Eso es todo.
Solo cuando llegamos al tráfico de Everett se vuelve hacia mí, como si
hubiéramos dejado todas esas rarezas en Seattle.
—Reservé un masaje esta noche para Seth, solo que él no sabrá que en
realidad es un masaje para parejas —dice Russell—. Siempre se está quejando
de su espalda, y especialmente después de un viaje largo, parecía justo lo que
necesitaba.
—Perfecto. Y nos inscribí a todos mañana para la tirolesa. —Si los reality
shows me han enseñado algo, no hay nada como un subidón de adrenalina
para unir a dos personas—. Aparte de eso, voy a intentar acercarme a
Torrance. Conocerla mejor. Conocemos el lado de la historia de Seth, pero no
tendremos la imagen completa hasta que escuchemos la de ella.
—¿Estamos… aún crees que estamos haciendo lo correcto aquí?
El auto avanza lentamente.
—¿Qué quieres decir?
—¿Y si algo realmente terrible fue lo que los separó? —pregunta—. ¿Y si
uno de ellos fue infiel?
—Con suerte sabremos más después de este fin de semana. —Una vez más,
pienso en lo que dijo Torrance en la fiesta navideña—. Y dibujaríamos una
línea si llegara a ese punto. No podemos hacer que nadie se enamore. Todo lo
que estamos haciendo es crear una oportunidad. Definitivamente no me
gustaría empujar a Torrance a algo con lo que no se sienta cómoda, por eso es
tan crucial que progrese con ella —digo—. Tal vez sea ingenuo creer que Seth
ha cambiado, pero quiero ser ingenua, maldita sea. ¿Ha sido diferente contigo
en el trabajo?
—¿Diferente?
—¿Más atento? ¿Algún deporte profesional?
—Ah. Sí. La próxima semana cubriré algunos partidos de baloncesto.
Me ilumino.
—¡Russell! Eso es estupendo.
Me da una media sonrisa, y me siento medio mejor.
—Todo lo que quiero es que cabalguen hacia el atardecer y estén juntos
para siempre —continúo—. Quiero hacerles una fiesta para su quincuagésimo
aniversario. Toca oro, ¿verdad? Tendré que vender un órgano interno para
conseguirles una escultura enorme de oro de sí mismos, pero valdrá la pena.
—Contribuiré —dice—. No necesito ambos riñones.
Y luego volvemos a caer en el silencio.
Las cosas con Russell no vuelven a la normalidad, no cuando paramos
para comer burritos en Bellingham, no cuando esperamos en el tráfico
fronterizo, no cuando llegamos a Canadá. La energía que nos rodea está
cargada, no es ligera y tranquila como suele ser. Lo extraño. Nos hemos
convertido en algo cercano a amigos durante el último mes, y no estoy lista
para volver a ser lo que éramos antes, a pesar de este flechazo inconveniente
que tengo por él.
Eso es todo lo que es: un flechazo, y pasará. Al igual que mi
enamoramiento por el chico de la cafetería de empleados, que recientemente se
afeitó la barba. ¿Existe una correlación directa entre el final de mi
enamoramiento y la desaparición de la barba? ¿Quién lo dirá?
Por supuesto, sé la verdadera razón de este viaje tenso. Conocí a Elodie, a
su ex y al esposo de su ex. Incluso si todos parecían llevarse bien, no puedo
quitarme la sensación de que hemos cruzado una línea que él no quería que
cruzara.
Si eso es cierto, no estoy segura de cómo descruzarla.
12

PRONÓSTICO:
UNA TARDE INESPERADAMENTE CÁLIDA, ROPA OPCIONAL

Resulta que Russell no solo reservó un masaje en pareja para Torrance y


Seth.
De alguna manera, reservó un masaje en pareja para los cuatro.
—Parecía un poco caro cuando hablé con ellos por teléfono —murmura
Russell mientras nos llevan de regreso a los vestuarios en el spa del albergue,
después de que nos hayan dicho que no hacen reembolsos. Ya nos registramos
en nuestras habitaciones, que tienen pisos de madera y son rústicas, con
vistas panorámicas del bosque circundante—. Incluso con el descuento del
retiro.
—Vamos, Abrams. —Torrance ya se está desabrochando el abrigo—. No me
digas que un masaje no suena increíble después de cuatro horas en el auto.
Así es cómo termino boca abajo en una mesa de masajes, debajo de una
sábana blanca demasiado delgada y desnuda excepto por mi ropa interior,
intercalada entre Russell y mi jefa. Ambos también están desnudos, hasta un
punto desconocido.
Esto me encanta. Nunca he estado más relajada en mi vida.
—Puedes quitarte la ropa interior si quieres —dice mi masajista a medida
que ajusta la sábana.
—Ah, estoy bien —digo con esa voz chillona que es incluso más aguda que
la de mi sobrina. Al menos la mesa está caliente, y los aceites esenciales de
lavanda están haciendo todo lo posible para calmar mi cerebro caótico. Intento
concentrarme en la melodía suave del piano sonando de fondo.
Aun así, nuestras mesas están tan juntas que puedo escuchar cada
suspiro, gemido y gruñido de satisfacción cuando una masajista trabaja en
Torrance.
Y en Russell.
—Avísame si te gusta la presión —dice su masajista—. Si necesitas que sea
más o menos firme, solo dímelo.
—Así está bien. —Russell deja escapar un gemido bajo, silencioso, como si
no quisiera que nadie lo escuchara, pero simplemente no puede evitarlo—.
Perfecto.
Me dejaré llevar por la música. No funciona. Porque, por supuesto, solo
puedo pensar en los sonidos de Russell en otros contextos. Mi muerte es
simplemente inevitable. Será trágico morir casi desnuda en medio de un
masaje, pero mi hermano no bromeará demasiado sobre eso en mi funeral.
Probablemente.
—Estás muy tensa.
—¿Qué? —digo, tal vez un poco demasiado bruscamente.
Mi masajista, una mujer llamada Sage, se ríe.
—Los músculos de tus hombros. Hacía tiempo que no sentía unos hombros
como los tuyos. —Ah. Obviamente de eso estaba hablando. Quiero disculparme
inmediatamente, como si mi cuerpo ha hecho algo mal al aferrarse a toda esta
ansiedad.
Ella llama a otra masajista.
—Anita, ven a ver esto. Siente lo tensa que está.
Otro par de manos se une a las de Sage.
—Guau. ¿Mucho estrés?
Asiento miserablemente en el agujero de la cara. Escucho el sonido de la
risa ahogada de Torrance.
—Lo siento —dice ella—. Eso podría ser mi culpa.
—No —me apresuro a decir mientras mi masajista ataca un nudo debajo de
mi omóplato izquierdo—. El trabajo ha estado bien. Es solo… han sido un par
de meses duros fuera de eso.
—Demasiada charla —murmura Seth desde el otro lado de Torrance.
—Si te quedas dormido, no podrás disfrutarlo —dice Torrance en esta
vocecita cantarina y burlona, pero está equivocada. Daría cualquier cosa por
conciliar el sueño en este momento, especialmente cuando el masajista de
Russell llega a un punto que parece disfrutar muchísimo.
Cuando creo que finalmente estoy a punto de relajarme, mi masajista me
da palmaditas en la espalda.
—Listo.
Ah. Está bien, de acuerdo.
Hay cierta incomodidad mientras resolvemos cómo salir en nuestros
diferentes estados de desnudez, y decido mantener la cabeza gacha el mayor
tiempo posible. Los masajistas nos animan a usar la sauna para que el calor
pueda derretir las toxinas de nuestros sistemas. Hay uno en el vestuario de
mujeres y otro en el de hombres, así que nos separamos. Aquí está, mi
oportunidad de hablar con Torrance cara a cara.
Me envuelvo en una toalla, no lo suficientemente relajada como para
mostrarle mis tetas a mi jefa. Y, sin embargo, ahí está Torrance, dejando que
todo cuelgue. En realidad, colgar es la palabra equivocada porque Torrance
Hale tiene un cuerpo fenomenal. Si tuviera ese aspecto a los cincuenta y cinco
años, también estaría pavoneándome desnuda. Sin embargo, debe notar que
mi nivel de comodidad no es el mismo que el de ella, así que agarra una toalla
y se la ata antes de dirigirnos a la sauna.
Me hundo en el banco de madera, preguntándome ociosamente si mi
enamoramiento por Russell es una toxina que la sauna puede eliminar.
—Una ruptura, ¿verdad? —dice Torrance. Su cabello rubio está recogido en
la parte superior de su cabeza, y esta podría ser la primera vez que la veo sin
maquillaje.
—Lo siento, ¿qué?
—La fuente de tu estrés. ¿Supongo que parte de eso fue tu ruptura?
Torrance conoce solo lo básico, no los detalles desagradables. Si me abro a
ella, como con Seth, tal vez sea más probable que ella se abra a mí. Así que,
aunque Garrison no es una fuente de estrés para mí, no en este momento,
pienso en un festín de detalles desagradables para ella.
Asiento.
—Mi prometido terminó las cosas en octubre. No fue la ruptura más
cordial. —No es del todo mentira.
—Recuerdo cuando te comprometiste —dice—. Era una roca hermosa.
Eso es sorprendente, no que lo recordara, sino que no se apresura a
censurar el matrimonio, a decirme que esquivé una bala.
—Fue una sorpresa, pero en retrospectiva, fue lo mejor. —No estoy ni cerca
de estar lista para decirle a mi jefa las verdaderas razones de la ruptura, así
que digo vagamente—: No encajábamos bien.
—Es mejor saberlo lo antes posible —dice Torrance—. Me recuerda a mi
primer esposo.
Tengo que luchar para evitar que se me caiga la mandíbula.
—¿Estuviste casada? ¿Antes de Seth?
—Solo por un tiempo corto. Lo anulamos después de tres meses. Fue una
boda en Las Vegas: habíamos ido allí para una despedida de solteros de unos
amigos y bebimos demasiado. Esto fue cuando aún era una interna. De todos
modos, cuando regresamos, pensamos, “¿por qué no intentar que funcione?”
Pero no le gustó que yo estuviera tan inmersa en la estación. —Una sonrisa
malvada—. A veces pienso en él viendo mi cara por toda la ciudad y en la
televisión como parte de mi venganza. No puede huir de mí.
Tengo que reírme de eso.
—No tenía ni idea.
—No hablo de eso porque, bueno, no hay mucho de qué hablar. —Se
enrolla y desenrolla el borde de su toalla, mirando hacia abajo a los dedos de
sus pies con pedicura francesa—. Seth y yo éramos amigos cuando estaba con
mi ex. No pasó nada entre nosotros, pero éramos cercanos, y no pasó mucho
tiempo después de mi anulación que Seth y yo comenzamos a vernos.
Hay algo en su tono que me sorprende darme cuenta de que podría ser
nostalgia. Este amor por Seth, esta cosa que me han dicho que solía existir
pero no he sido capaz de entenderlo.
Me quedo callada, evocando todos mis instintos periodísticos, dejándola
hablar. Lo que alguien dice después de una pausa larga suele ser la
información más jugosa. Eso probablemente se duplique cuando la persona
acaba de recibir un masaje de aromaterapia, las extremidades sueltas y, con
suerte, los labios sueltos. Me concentro en el calor de la sauna, intentando
relajarme tanto como mi cerebro me lo permita.
Efectivamente, Torrance sigue hablando.
—Seth era lo que más me gustaba del trabajo y, después de un tiempo, me
di cuenta de que tenía más ganas de ir a trabajar y verlo que de ir a casa con
mi ex. Pero. Sabes. Entonces eso también terminó, y me di cuenta de que la
única persona en la que realmente podía confiar era en mí misma. Las demás
personas solo me defraudan.
—¿Cómo te defraudó?
Resopla, un sonido muy impropio a Torrance.
—Oh dios, ¿cómo no lo hizo? En realidad, no quieres todos mis trapos
sucios, ¿verdad? —Ni siquiera espera una respuesta, claramente ansiosa ahora
por derramar todo—. Éramos pasantes en una estación de mediano tamaño en
Olympia. Ambos estábamos interesados en el clima, y teníamos antecedentes
similares. Y, bueno, me llamaron primero como reemplazo cuando su
meteorólogo regular estaba enfermo. Nunca he estado tan jodidamente nerviosa
en mi vida.
No puedo imaginarme a Torrance Hale nerviosa. Aunque sucedió hace
años, la humaniza un poco.
—Tenía este talento natural al que la gente de hecho respondía —continúa.
No está fanfarroneando, simplemente está declarando un hecho—. No
queríamos competir entre nosotros. Seth quería estar al aire, pero también se
sentía atraído por el camino de la gestión. Así que, eso es lo que hicimos. Él
tomó ese camino, y yo me quedé frente a la cámara. Me siguió en busca de
trabajos cuando me ascendieron a estaciones cada vez más grandes.
Eventualmente, conseguí este trabajo en Seattle, nos establecimos y formamos
una familia.
»Se puso celoso de la fama. Ganaba más que él, incluso cuando se convirtió
en gerente, y se sintió frustrado porque no podía proveerme. A nuestra familia.
Sin importar cuántas veces le dijera que él no tenía que ser el proveedor, que
tal vez así fue para nuestros padres, pero no tenía que ser así para nosotros —
dice—. Primero, fue pasivo-agresivo al respecto, indirectas pequeñas aquí y
allá. Una vez incluso dijo: “No estoy diciendo que seas famosa porque eres una
rubia caliente, pero no voy a no decirlo”. Y le recordaría que yo era científica,
ante todo, hasta que comprendí, y lo mandé a la mierda, no necesitaba su
masculinidad tóxica. Los celos tienen esta forma de hervir a fuego lento debajo
de la superficie. Cuando no hablas de ello, crece y crece hasta que piensas que
incluso podría ser parte de tu ADN. Podíamos estar peleando por descargar el
lavavajillas, pero nunca se trató de descargar el lavavajillas. Se trataba de
cómo Seth se sentía inferior, y no podía manejarlo.
No tengo ninguna tolerancia para ese tipo de mierdas tóxicas, pero no hay
esperanza para la humanidad si no podemos crecer y evolucionar, convertirnos
en versiones mejores de nosotros mismos. Las malas decisiones y el mal
comportamiento no condenan a alguien a una vida como una persona mala.
Quiero creer que la gente puede cambiar, y aunque no quiero redimir a los
asesinos ni nada por el estilo, la forma en que actuó Seth es reparable. Tiene
que serlo.
No es ingenuidad, es esperanza.
—No quiero cruzar una línea ni nada así, pero… —Me mata decir eso,
sabiendo lo equivocada que está. Pero estamos llegando a alguna parte.
—Ari. Estuvimos acostadas desnudas a unos metros entre sí. No creo que
las líneas sigan existiendo.
—Ese es un punto justo —digo, riéndome—. ¿Alguna vez probaron ir a
terapia?
Torrance no parece molesta en absoluto por la pregunta.
—Quise hacerlo. Durante un par de años, insistí en que debíamos hablar
con alguien, pero Seth era demasiado orgulloso. No creía que necesitáramos
que alguien más conociera nuestros asuntos privados. Pensó que podíamos
resolverlo por nuestra cuenta. Y obviamente, no lo hicimos.
—Siempre he pensado que la gente puede cambiar. —Quiero decirle que
Seth fue a terapia, pero esa no es mi historia para contarla—. Los letreros se
han detenido, ¿verdad? Y los vi a ustedes dos bailando en Century Ballroom.
—Antes de profundizar mucho más, debería asegurarme de que aceptes mi
seguro. ¿Cobras por hora?
Me estremezco.
—Lo siento, lo siento. Podemos hablar de otra cosa.
—Estoy jugando contigo. Me lo estás poniendo demasiado fácil. —Torrance
se pone pensativa, estirando sus piernas que permanecen doradas incluso en
invierno—. Cuando funcionábamos, realmente funcionábamos —dice, sonando
melancólica—. Daría cualquier cosa por recuperar esos momentos. Tal vez
ambos estábamos demasiado ocupados, o tal vez era algo que sucedía
naturalmente después de estar casados casi veinte años. No sé. —Un suspiro
largo, y me pregunto si realmente lo dice en serio: que daría cualquier cosa por
recuperar esos momentos—. Las personas que más nos aman también tienen
el poder de hacernos más daño.
El temporizador de la sauna suena, lo que probablemente sea algo bueno,
ya que empiezo a sentirme mareada.
—Deberíamos ponernos en marcha antes de que esta cosa nos queme
hasta convertirnos en papas fritas. —Torrance se pone de pie y tira de la toalla
con más fuerza sobre su pecho—. ¿Qué piensas, de continuar con unos
tratamientos faciales?

Después de haber sido desplumada, depilada, pulida y exfoliada hasta cada


centímetro de mi vida, me cambio para nuestra cena de bienvenida para todo el
personal. Estoy empezando a pensar que este retiro es más descanso y
relajación que trabajo, pero supongo que no puedo culpar a Torrance por
querer un descanso de todo. Un escape.
Es posible que pase un poco más de lo habitual decidiendo qué ponerme.
Por suerte, la habitación de Russell está justo al lado de la mía, y una vez que
me he puesto mis jeans oscuros favoritos y un suéter burdeos sobre una blusa
con estampado de nubes, llamo a su puerta, asumiendo que iremos abajo
juntos. Cuando no hay respuesta, vuelvo a llamar. Nada.
Voy camino al elevador al final del pasillo del tercer piso cuando veo a
Torrance y Seth sentados juntos en un sofá seccional en un nicho junto a una
chimenea. Sus caras están inclinadas cerca, sus rodillas tocándose.
Definitivamente no es una pose casual.
Me congelo por unos momentos. Podría regresar a mi habitación, esperar
hasta que se hayan ido. Podría pasar de largo, arriesgándome a interrumpirlos.
O… podría quedarme aquí, junto a esta columna, en caso de que pueda
escuchar algo de lo que están diciendo.
Se ven tan cómodos que no puedo evitar preguntarme si lo que sea que esté
pasando aquí es el resultado de la conversación que Torrance y yo tuvimos en
la sauna. Y eso es lo que me acerca más, hasta que estoy presionada contra
una segunda columna, intentando respirar lo más tranquilamente que puedo.
Si hay una línea que aún no he cruzado, soy consciente de que podría ser
esta, esconderme detrás de una columna y espiar a mis jefes. Pero no es que
tenga curiosidad de alguna manera voyeurista. Es que en serio quiero saber si
se llevan bien. La forma en que están sentados, la forma en que estuvieron
bailando la semana pasada, todo eso me hace pensar que podrían recuperar
las partes buenas de lo que solían tener.
Tal vez después de toda mi charla sobre querer mejorar la estación, lo que
en realidad quiero es verlos felices a los dos.
—… ¿seguro que es una buena idea? —dice Torrance.
—Vale la pena intentarlo —dice Seth.
Y entonces, sucede algo terrible.
Cambio de posición para estirar un poco la tensión persistente en mi
espalda, y mi bota deja escapar un chirrido agudo en el piso de madera pulida.
Sus cabezas giran en mi dirección a medida que giro y salgo corriendo por
el pasillo oscuro, maldiciendo estas botas de lluvia nuevas, furiosa porque una
de mis prendas favoritas me traicionó de esta manera. Mierda, mierda, mierda.
Pensarán que los estaba espiando. Y, está bien, lo estaba haciendo, pero
por una buena razón. Sabrán por qué Russell y yo hemos estado haciendo
tantas preguntas, nos denunciarán a Recursos Humanos y se darán cuenta de
que después de todo realmente se odian. Con una sola acción incontrolable,
puede que haya arruinado todo nuestro plan.
Me he metido tanto en mi cabeza dando vueltas que no veo el letrero al
final del pasillo que dice PISO MOJADO.
Y luego, no veo la escalera.
13

PRONÓSTICO:
UN TORRENTE DE SECRETOS Y AL MENOS UNA DECISIÓN CUESTIONABLE

—¿Puedes doblar la muñeca un poco más? —pregunta el técnico de rayos


X.
—Esto es lo más lejos que puedo llegar —digo, haciendo una mueca
cuando un dolor agudo se dispara desde mi muñeca hasta mi codo—. ¿La estoy
doblando en absoluto?
—No. Ven, déjame ayudarte.
Intenta doblarla para la radiografía, y santa puta mierda, me duele más que
la inserción de mi DIU. Siseo una serie de maldiciones coloridas, seguidas de
una disculpa.
—No te preocupes —dice—. He oído cosas peores. Me dicen que me vaya al
infierno al menos unas cuantas veces a la semana.
Me dice que la sostenga allí durante cinco segundos, tiempo durante el
cual aprendo que cuando tienes tanto dolor, cinco segundos pueden parecer
un eón, hasta que la máquina hace clic. La forma en que mi cuerpo está
contorsionado debe estar deshaciendo cada parte del masaje.
La caída real está borrosa en mi memoria. Todo lo que recuerdo es mi pie
atrapando el aire en la parte superior de la escalera y luego lo fuerte que
aterricé, la oleada de miedo cuando no podía mover mi brazo izquierdo. La
forma en que Torrance, Seth y eventualmente Russell aparecieron frente a mí y
se sentaron conmigo, me ayudaron a ponerme de pie y le pidieron hielo al
personal del albergue. Recuerdo sostener la bolsa de hielo derretiéndose en mi
brazo izquierdo mientras Russell me ayudaba a subir a un Uber, agradecida
cuando se deslizó a mi lado, enloqueciendo en silencio porque no podía mover
ninguno de mis dedos.
Nunca me he roto un hueso, nunca me torcí un tobillo o me torcí un dedo o
me astillé un diente. Así que, por supuesto, a la edad de veintisiete, me las
arreglo para caer por un tramo de escaleras y probablemente fracturarme el
codo.
Por el lado positivo: Sé que tuve suerte. Sé que podría haber sido mucho
peor.
Pero también es jodidamente doloroso.
El técnico me lleva de regreso a la sala de examen, donde Russell está
sentado en una silla de plástico duro, con una pierna rebotando de arriba
abajo. Su cabello está revuelto, como si tal vez ha estado pasando una mano
por él. Anteriormente, cuando una enfermera me trajo de vuelta y me preguntó
si estaba tomando algún medicamento, tartamudeé:
—Oh. Um —y él dijo—: Esperaré afuera hasta que me necesites, ¿de
acuerdo? —Si alguna vez tuve dudas de que él era una Persona Buena
certificada, eso lo habría confirmado.
Le hice un gesto para que volviera a entrar cuando fui a hacerme las
radiografías, y ahora se pone de pie de un salto tan pronto como vuelvo a
entrar, el técnico informándonos que el médico llegará en breve.
—Hola —dice Russell en voz baja—. ¿Va todo bien?
Asiento, tragando pesado para mantener las emociones a raya.
Probablemente mi maquillaje esté corrido por toda mi cara. La sala de examen
está demasiado fría, mi suéter demasiado delgado. Tengo ganas de orinar, pero
me temo que no podré hacerlo sola. Ni siquiera puedo sostener mi brazo
izquierdo sin usar el derecho.
—Lamento mucho todo esto. —Es al menos la décima vez que lo dice—.
¿Estás temblando?
—Tal vez un poco.
Se quita la chaqueta de pana y me la echa sobre los hombros, es
demasiado grande para mí, pero huele a jabón de cedro y cítricos, un contraste
agradable con el olor clínico del hospital.
—Gracias. —La aferro con mi mano derecha, tirando de ella con más fuerza
a mi alrededor. Incluso el más mínimo movimiento golpea mi brazo izquierdo y
me hace estremecer.
Vuelve a entrar la doctora, con su nombre bordado sobre el bolsillo de su
bata blanca. Doctora Jacobs.
—Es tal como pensaba —dice, deslizándose en un taburete junto a su
computadora y mostrando mis radiografías—. Tu codo está fracturado.
—¿Cuánto tiempo hasta que sane?
—Podrían ser seis semanas, podrían ser doce. No tenemos una buena
manera de saber el marco de tiempo. —Pasa a otra imagen. Todas me parecen
como los huesos borrosos de un fantasma—. Parece que también te lastimaste
una costilla, para lo que lamentablemente no podemos hacer mucho, solo
analgésicos, descanso y hielo.
—Eso explicaría por qué me duele respirar —digo con una risa forzada—. Y
reír, aunque supongo que no he estado haciendo mucho de eso en la última
hora.
Me dice que vea a un médico ortopédico cuando regrese a Seattle, que no
parece que vaya a necesitar cirugía, pero probablemente me querrán en
fisioterapia semanal. Saca un cabestrillo azul marino de un paquete de plástico
y me ayuda a asegurar mi brazo, indicando que mi mano y antebrazo deben
descansar sobre mi codo. Luego me da una receta para analgésicos, mi
radiografía en un CD y un montón de papeleo.

Mi primer pensamiento cuando regresamos a mi habitación de hotel es que


desearía haber hecho un mejor trabajo de limpieza. Estoy sorprendida por la
cantidad de desorden que he creado en medio día con artículos empacados
únicamente para un fin de semana largo, pero no puedo preocuparme por el
sujetador colgando del respaldo de una silla.
—No puedo creer que haya hecho algo tan descuidado. Tan estúpido. —Me
quito las botas y me derrumbo en la cama, pasando mi mano ilesa por mi
rostro.
Russell hace un gesto hacia la cama a mi lado, como si me preguntara si
está bien que se siente. Le doy un asentimiento.
—No eres estúpida. Fue un accidente. Le podría haber pasado a cualquiera.
—Roza el brazo que tengo sobre mi rostro suavemente con la punta de algunos
dedos, y siento que mi piel se eriza con piel de gallina.
—Lo sé, simplemente… no imaginé exactamente que este fin de semana se
desarrollaría de esta manera.
—Al menos ahora sabes que existen M&M de pastel de zanahoria. —
Alcanza una bolsa a sus pies y la vacía en la cama junto a nosotros. No hace
falta decir que nos perdimos la cena del equipo, aunque Torrance y Seth son lo
más alejado de mi mente en este momento. La cocina del albergue está
cerrada, y le dije que no tenía suficiente hambre para pedir comida, pero se
detuvo en la máquina expendedora mientras esperábamos el ascensor. Y ahora
mi estómago gruñón está agradecido de que lo haya hecho—. Personalmente,
no estoy seguro de cuánto tiempo más podría haber seguido sin ese
conocimiento.
—Uf, no me hagas reír. Es demasiado doloroso. Necesito al Russell Serio.
Su rostro adopta una expresión seria, sus ojos sin parpadear detrás de sus
lentes.
—Hay cuatro grandes campeonatos de golf en el mundo que se llevan a
cabo entre abril y julio. El más prestigioso es el Masters Tournament,
organizado por el Augusta National Golf Club en Georgia.
—Sí. Más de eso. Eso es perfecto. —Me deslizo más alto en la cama,
intentando encontrar una posición cómoda con mi brazo en cabestrillo. Spoiler:
no hay ninguna—. ¿Te importaría agarrar mi teléfono por mí? Está por allí. —
Hago un gesto hacia donde dejé mi bolso en el escritorio, que en este momento
se siente muy lejos.
Lo recupera, entregándomelo sin ni siquiera mirar la pantalla. Dios, es tan
educado, y tal vez mis estándares están muy por los suelos, pero aun así. Me
hace preguntarme qué se necesitaría para descoserlo. Para desordenar su
cabello y arrugar su chaqueta.
Le agradezco y desbloqueo mi teléfono. Un mensaje de texto de Torrance,
preguntando cómo estoy. Tanteo con el teclado por un rato antes de darme por
vencida y enviarle un mensaje de voz, poniéndola al tanto de las últimas dos
horas.
—¿Hay algo más que pueda conseguirte o hacer por ti? De verdad, solo
dilo.
—Por ahora estoy bien. Gracias. —Dejo caer el teléfono en la cama junto a
mí y dejo escapar una risa de la que me arrepiento de inmediato, dada la forma
en que me duele el pecho—. Siento que voy a quedarme sin formas diferentes
de agradecerte. En realidad, no tienes que hacer nada de esto. Estaré bien por
el resto de la noche si quieres reunirte con todos los demás.
Debe escuchar el anhelo en mi voz, la verdad de que no quiero que se
reúna con todos los demás.
—Estoy feliz de quedarme —dice—. Me rompí el brazo jugando al hockey
cuando estaba en la escuela secundaria. Era todo un bebé: mi mamá tuvo que
cortar mi comida y ayudarme a envolver mi brazo en plástico cada vez que me
duchaba.
—Eso suena adorable, tu mamá mimándote.
Su boca se extiende en una sonrisa.
—Fui un poco mierda al respecto. Definitivamente no adorable. —Se
remueve en la cama, su camisa estirándose a lo largo de la curva de su
estómago—. Pero, hablando en serio. Lo que sea que necesites.
—¿Tal vez podrías hablar conmigo? —No quiero hablar de Torrance ni de
Seth ni del trabajo. Solo quiero relajarme, que supongo que es lo que vinimos a
hacer hasta aquí.
—Puedo hacer eso.
Siguen unos cinco segundos de silencio y me echo a reír, a pesar del dolor.
—¡Me pusiste en un aprieto! ¡Eso fue mucha presión! —dice, pero también
se ríe.
—¿Puedes… hablarme de Elodie? —digo, preocupada por un momento de
que se cierre, como lo hizo en el camino. Alcanzo un paquete de Skittles,
usando mis dientes para abrirlo.
—Bueno… —arrastra la palabra, se ocupa de abrir los mencionados M&M
de pastel de zanahoria. Estoy convencida de que va a cambiar de tema,
evadirlo. Pero no lo hace—. Está en clases de teatro, como sabes. Desde que
era pequeña, le encantaba ser el centro de atención. Le encantan las melodías
de los espectáculos y de hecho sabe cantar. Para su noveno cumpleaños hace
unos años, fuimos a Nueva York y pasamos toda la semana viendo
espectáculos.
—Parece increíble. No he pasado mucho tiempo con niños de doce años
últimamente, pero maldita sea, es inteligente. ¿Todos son así?
—Ella y sus amigos definitivamente me mantienen alerta. Aunque es una
niña buena. Una gran niña. También se acerca su bat mitzvah, y pensé que se
quejaría de tener que levantarse temprano todos los sábados, pero no lo ha
hecho, ni siquiera una vez.
—¿Cómo va eso?
—Solo he tenido algunos flashbacks dolorosos —dice—. Estoy emocionado
por ella. Liv no es judía, y queríamos que Elodie pudiera decidir por sí misma
lo que quería hacer, y se ha centrado en esto durante un tiempo. Estoy muy
orgulloso de ella por comprometerse a hacerlo.
Sabía que Russell tenía toda esta otra vida como padre, pero no es hasta
este momento que me doy cuenta de lo diferente que es su conjunto de
prioridades. No solo es responsable de otro ser humano, tiene toda esta gama
de emociones reservadas solo para ella, orgullo, asombro y comodidad. En
realidad, es asombroso imaginar lo que han sido estos últimos doce años para
él.
Se produce un silencio entre nosotros, durante el cual desentierro un
Skittle morado de la bolsa y lo mastico lentamente.
—Sentí que tal vez estabas molesto conmigo —le digo—. En el auto.
—Ah. Puede haber parecido de esa manera porque… bueno, no estoy
seguro si estaba molesto, exactamente. Solo es… —Queda extraordinariamente
fascinado por el patrón floral de la colcha, enredando los dedos en las borlas
del edredón—. Es complicado.
—Tenemos toda la noche. O hasta que estos medicamentos me desmayen.
Claro está, si quieres hablar de eso. —No quiero forzarlo, pero no puedo
explicar lo mucho que quiero conocer este lado de él. Cómo si no lo hago,
volverá a ser un conocido del trabajo, cuando quiero que sea mucho más que
eso. Este tiene que ser el primer paso, estoy segura de ello.
Sus ojos azules se posan en los míos, y luego vuelven a bajar a la cama.
—Elodie nació cuando yo tenía diecisiete años.
Ah.
—¿Acabas de cumplir veintinueve? —No es la primera pregunta de mi lista,
pero es la única que sale.
Él asiente, aún sin hacer contacto visual.
—Liv y yo habíamos estado saliendo desde el primer año de la escuela
secundaria, y nos conocíamos desde que éramos niños. Nuestros padres eran
mejores amigos, e incluso escondimos nuestra relación durante los primeros
meses que salimos porque no queríamos que se involucraran demasiado.
Obviamente, el embarazo no fue nada que estuviéramos planeando —dice con
una risa áspera—. Hablamos al respecto, sopesamos todas las opciones y, en
última instancia, fue su elección. Ella quería tener el bebé, y yo quería estar allí
para ella de cualquier manera que pudiera.
Aún estoy intentando procesar esto, buscando lo correcto para decir.
—No puedo imaginar lo difícil que fue eso —me conformo.
—Un eufemismo. El año que ella nació fue el más duro de mi vida. Éramos
padres adolescentes. No teníamos ni puta idea de lo que estábamos haciendo.
Tuvimos suerte de que nuestros padres apoyaran su elección, y ahora sé que
ambos tuvimos una gran cantidad de privilegios. No me malinterpretes,
estuvieron furiosos, y decepcionados. Pero nos ayudaron, tanto
económicamente como siendo niñeras. Los niños en la escuela fueron
considerablemente menos comprensivos. Algunos de ellos lo intentaron, y
también algunos maestros, pero hubo mucho juicio. Liv se llevó la peor parte, y
yo me sentí terrible.
»Por un tiempo, también lo hice —continúa, y en esto, finalmente se
encuentra con mi mirada nuevamente. No hay dolor en sus ojos, no creo,
podría ser cansancio—. Me juzgué tan duramente. ¿Cómo pude haber cometido
este error que alteraría irrevocablemente el curso de mi vida? Quería ir a la
universidad, tal vez con una beca de hockey, pero renuncié, tuve que hacerlo.
Era caro, algo en lo que había tenido la suerte de no pensar mucho cuando mis
padres pagaban las cuentas, pero de repente todo era caro y, por supuesto, no
había suficiente tiempo.
—¿Y Liv y tú permanecieron juntos, al menos por un tiempo?
—Sí, hasta el segundo año de la universidad. Nos tomó un par de
semestres más lograrlo, pero lo logramos. Liv estudió ingeniería, y recibió una
oferta de trabajo en Seattle casi inmediatamente después de graduarse. No
quería quitarme a Elodie, y yo no quería estar lejos de ninguna de ellas, así que
mudarme fue una decisión fácil de tomar.
—Y luego terminaste en KSEA.
—No de inmediato —dice—. Trabajé una tonelada en redes, trabajé una
tonelada de forma independiente. Me hice amigo del tipo que solía tener mi
trabajo, que habló bien de mí cuando se cambió a ESPN. No creo que Edible
Arrangements haga una canasta lo suficientemente grande como para
agradecerle lo que hizo por mí. —Una pausa mientras extiende la mano para
ayudarme con el envoltorio obstinado de un Twix—. Supongo que, aún tengo
mucha ansiedad residual de todo eso. No hablo mucho de Elodie en el trabajo
porque no quiero tener que explicar cuántos años tenía cuando ella nació. No
quiero que nadie llegue a la conclusión de que, ya que fui un padre
adolescente, eso debe convertirme en un jodido desastre.
—No eres un jodido desastre. —Coloco mi mano derecha en su brazo—.
Russell. No lo eres.
—No estaba intentando ocultarla. Y me encanta ser padre. Amo a Elodie, es
la persona más importante en mi vida. Así que, cuando conociste a Elodie, y
luego apareció Liv, simplemente… me cerré.
—Lo entiendo. Quiero decir, no he pasado por eso, pero entiendo por qué, y
no te estoy juzgando. No lo haría. —Mi mano acaricia su brazo de arriba abajo
como por voluntad propia. Los medicamentos deben estar volviéndome
delirante, dándome esta libertad para tocarlo de una manera que quizás no
haya sido lo suficientemente valiente como para hacerlo de otra manera—.
Gracias. Por decirme.
—Quería que la conocieras —dice—. Y eso fue antes de que supiera que te
gustaban tanto los musicales como a ella.
Intento no demorarme en lo que podría significar que él quisiera que la
conociera.
—Tiene un muy buen gusto. —Alejo mi mano lentamente, dejándola caer
de nuevo en la cama—. ¿Tú y Liv siguen siendo cercanos? Eso es bastante
impresionante.
—Me tomó un tiempo llegar allí, pero sí, supongo que sí. Nunca quise ser el
tipo de padre que hace que las cosas sean un infierno para su hijo al no estar
juntos, así que ha sido un gran alivio. Hubo un par de años en los que fue
incómodo para nosotros dos, pero tal vez porque habíamos sido amigos
durante tanto tiempo antes de Elodie, eventualmente encontramos el camino
de regreso a eso. Alternamos la custodia cada dos semanas, y hasta ahora no
hemos tenido ningún problema —dice—. Liv se casó hace unos años, y tuvieron
una bebé el año pasado, Clementine, a quien Elodie adora absolutamente.
Somos una familia complicada, tal vez, pero funciona.
—Todos parecen maravillosos. En serio.
Me da esta media sonrisa, y quiero tanto hacer esto igual, dejarlo entrar en
la forma en que llamé suavemente y le pedí sus secretos. Es diferente de cómo
me he sentido antes con los chicos, y claro, eso también podría ser por los
medicamentos, o tal vez es que siento esta clara sensación de calma a su
alrededor. Pero por la forma en que estoy acostada, mi camisa está torcida
detrás de mi espalda y no puedo moverme sin empujar mi brazo.
Debo hacer algún tipo de ruido porque la cara de Russell se vuelve seria
nuevamente, ese surco lindo apareciendo entre sus cejas. Es bueno que use
lentes, sin esa barrera, el azul hermoso de sus ojos sería demasiado poderoso.
—¿Estás bien, chica del clima?
Dios, ese apodo. ¿Por qué suena aún más sexy por la noche en una
habitación de hotel?
—Sí, solo… ¿podría estar más cómoda en pijama?
—Podría ayudarte a cambiar —dice, y luego agrega rápidamente—: Solo si
quieres que lo haga.
Mi suéter burdeos está al otro lado de la habitación, pero aún estoy toda
abotonada. Jeans. Un cinturón.
Es mucha ropa con la que necesitar ayuda.
—No suenes demasiado ansioso por desvestirme —bromeo.
Un rubor se desliza por sus mejillas.
—Lo juro por Dios, eso no es lo que tenía en mente.
Me rio mientras me levanto de la cama y me tambaleo hacia mi maleta,
rebuscando en ella con una mano antes de sacar mi pijama, un suéter de
manga corta y unos pantalones cortos que sé con certeza que son
transparentes. Cuando veo mi reflejo en el espejo sobre el escritorio, toda mi
bravuconería se desvanece. Debería poner el cubo de hielo de la habitación
sobre mi cabeza, me vería más linda.
—Lo siento, estoy hecha un completo desastre.
—No lo eres —dice, e incluso si solo está siendo amable, no odio escucharlo
—. No creo que puedas lucir como un desastre incluso si lo intentaras.
Se acerca, hasta que solo hay un pie y medio de espacio entre nosotros, y
alcanza la hebilla de mi cinturón. Mi prenda de vestir más inocente. Lo deshace
con tanta delicadeza como si fuera de cristal y, en lugar de dejar que caiga al
suelo, lo deja en el sillón junto a mi maleta. Luego quita con cuidado el velcro
de mi cabestrillo y lo coloca junto al cinturón con tanta pulcritud que tengo
que preguntarme si también es así como lava la ropa.
—¿Qué sigue?
—La camisa —digo, porque mi brazo suplica ser libre.
—Es un patrón lindo —dice sobre las nubes diminutas—. Muy apropiado.
Se pone a desabotonarla, comenzando por arriba, su cara cerca de la mía.
Sus pestañas largas, su olor cítrico y su calor corporal. Hace una pausa
después de cada botón, la vacilación más breve, y me doy cuenta de que debe
ser porque no quiere lastimarme. Es tal vez quince centímetros más alto que
yo, de modo que tiene que agachar la cabeza, pero cada dos botones, me mira
fijamente, como si me estuviera controlando. Cada vez, le doy lo que espero sea
una media sonrisa tranquilizadora. Esto está bien, dice esa sonrisa. No estoy en
absoluto excitada por esto.
Cuando llega al último, dejo escapar un largo suspiro lento. Se necesitan
algunas muecas y maniobras para sacar mis brazos de las mangas, y luego
dobla la camisa junto a mi cinturón y cabestrillo. Una fracción de segundo
demasiado tarde, extiendo mi mano derecha para cubrir mi sujetador.
Estoy en una habitación de hotel con Russell Barringer, usando jeans y un
push-up de encaje rosa.
—¿Tú, eh… —Traga pesado, mirando mi pequeña pila de ropa—, quieres
quitarte también el sujetador?
Considero esto con las tres neuronas que me quedan. ¿Quiero que Russell
me quite el sujetador? Es una pregunta retórica, obviamente lo hago. Y, sin
duda, estaría más cómoda durmiendo sin él.
Hago una pausa demasiado larga, imaginando las yemas de sus dedos
recorriendo las correas, subiendo hasta la nuca y luego bajando por mi
columna.
—Si tan solo pudieras desengancharlo en la parte de atrás, entonces
debería poder hacerlo por mi cuenta. —Lapsus freudiano—. Salir por mi
cuenta.
—Puedo hacer eso.
El calor de sus manos sobre mi piel es demasiado bueno. Como todo lo que
hace. De nuevo, se toma su tiempo. Comprendo lógicamente que no puede
notar que mis pezones se tensan a picos casi dolorosos, y si escucha el tirón en
mi respiración, probablemente asume que es por mi lesión. Me derrito en su
toque mientras me desengancha con dedos hábiles, preguntándome qué haría
si me diera la vuelta. Si me viera por unos momentos, admirando cada curva y
peca, o si estaría tan abrumado por el deseo que necesitaría poner su boca
sobre mí de inmediato. En otras circunstancias, me gustaría que empujara.
Tirara. Me agarrara fuerte y chamuscara mi piel.
Desafortunadamente, los medicamentos flotando en mi torrente sanguíneo
son más fuertes que mi libido.
—¿Y el collar? —Sus dedos se deslizan delicadamente sobre la cadena, y
me pregunto si puede sentir mi escalofrío. Cuando asiento, le toma unos
segundos desabrocharlo. Lo coloca sobre la cómoda mientras yo agarro la
camisa de mi pijama con la mano derecha, intentando cubrirme los senos con
el brazo lesionado.
Una imagen de esta tarde aparece en mi cabeza, espontáneamente. Una
risa burbujea en mi garganta; no puedo detenerla.
—¿Qué pasa? —pregunta, mirando deliberadamente hacia las cortinas de
la ventana.
—Casi me meto antes en la sauna con Torrance completamente desnuda —
digo, y esto también lo hace reír—. Te juro que no soy mojigata, simplemente…
¿hoy no esperaba ver a mi jefa desnuda?
—De hecho, has tenido un día difícil.
—Créeme. Esto es mucho menos incómodo que desnudarse frente a la
meteoróloga favorita de Seattle.
Excepto que, entonces tengo que mover la mano sobre mis pechos para
meterla en la manga de la camisa.
—No estoy mirando. —Su voz es un gruñido bajo, resonando de alguna
manera a través de la habitación y justo contra mi oído al mismo tiempo. Ya no
me estoy riendo—. Lo juro.
Si le dijera que puede ver todo lo que quiera, no estoy segura de querer que
me admire primero. Sus dedos podrían hacer todo la apreciación que
necesitaba.
Presiono mis muslos juntos, dejo escapar un suspiro tembloroso. Tal vez mi
libido esté perfectamente bien.
Finalmente, solo quedan mis jeans. Mientras los desabrocha, un pulgar
susurra a través de la piel justo debajo de mi ombligo, ese toque suave casi
haciéndome jadear.
—¡Lo siento! —dice, apartándose—. No iba… no quería…
—No, no, está bien —le digo, intentando tranquilizarlo—. Puedes continuar.
Solo soy… cosquillosa, supongo.
—Puedo ser más gentil. —Engancha sus pulgares a través de las presillas
del cinturón y guía mis jeans por mis piernas, sus palmas trazando mis
caderas. Resulta que ser más gentil es una puta tortura.
Entonces terminamos, y me encuentro deseando haberme vestido para una
expedición a la Antártida.
—Gracias. —Mi primer instinto es abrazarlo, pero no he descubierto cómo
hacerlo con un brazo. Así que, avanzo poco a poco, dejando caer mi frente para
descansar ligeramente en el espacio justo encima de su corazón.
Como si se diera cuenta de lo que intento hacer, me rodea con los brazos,
al principio inseguro. Luego me acerca más, acurrucándome contra él, y estoy
casi segura de que podría quedarme dormida en esta posición si no estuviera
tan locamente excitada. Algunos de sus dedos recorren mi columna vertebral,
de un lado a otro en un movimiento hipnótico. Mis ojos se cierran. Con cada
roce, imagino que me está tocando en otro lugar. Mi labio inferior. El interior de
mi muñeca. Una marca de nacimiento en mi cadera izquierda.
Inhalo, aspirando su aroma a cedro cítrico y la dulzura pura de Russell.
—Gracias —repito, tambaleándome en mis piernas inestables.
—Por supuesto. —Su cara se ha puesto roja otra vez, y no hace contacto
visual—. ¿Quieres, eh, tus pantalones cortos?
Miro hacia abajo a mis piernas desnudas.
Dios mío. Lo abracé en camiseta y bragas. ¿Por qué la calentura abyecta no
figura como un efecto secundario de este medicamento?
—Excelente idea —chillo.
Esa cubeta de hielo se ve cada vez más atractiva. Me meto en los
pantalones cortos y vuelvo a la cama, intentando controlar mi respiración
mientras se posa de nuevo en el borde. Tan jodidamente cauteloso.
—Russell. Solo me quitaste la ropa. Puedes acostarte en la cama si quieres.
Me da una media sonrisa antes de deslizarse en la cama junto a mí y
estirar las piernas. Deja escapar un suspiro largo, como si hubiéramos hecho
algo mucho más aeróbico que ponerme el pijama. Que alguien me mate, porque
es el sonido más sexy que he escuchado en meses.
También estoy exhausta, pero él me ha dado mucho esta noche. Lo menos
que puedo hacer es corresponder.
—Mi vida amorosa también ha sido un desastre —digo—. Pensé que este
año me casaría. Estaría enfrascada en la planificación de la boda en este
momento, eligiendo un servicio de catering, una banda y una fuente para
nuestras invitaciones.
—¿Tengo la impresión de que tal vez te alegras de no estarlo?
—En realidad, lo estoy. Apenas habíamos comenzado a planificar nada, y
sus padres ya nos estaban presionando para que empezáramos a tener hijos.
—Por supuesto, no es la razón por la que terminó, pero no mejoró nada.
—¿Crees que los quieres? —pregunta—. ¿Hijos?
Normalmente, sería una pregunta tan personal, una a la que puse los ojos
en blanco y me quejé en el pasado. La mayoría de las personas ni siquiera
preguntan, simplemente asumen que, por supuesto, procrearás, de modo que
no les importa el si. Solo el cuando. Pero no me importa que pregunte en
absoluto.
—Sí —respondo—. Algún día. Paso mucho tiempo con los hijos de mi
hermano, y los amo. Pero no se trataba tanto de eso como de que no podía
imaginarme la boda en sí. No podía tomar ninguna decisión al respecto, y estoy
bastante segura de que es porque no estaba bien. No es que tener algo correcto
lo haga fácil, pero…
—Hace que esas partes difíciles sean mucho más manejables.
Me giro hacia él, apoyando mi cabeza en mi brazo derecho.
—Cierto. Exactamente. Mi ex no es un mal tipo. Simplemente pensó que yo
no era “lo suficientemente real” —digo las palabras como si las estuviera
poniendo entre comillas, y la facilidad con la que puedo compartir esto con
Russell me toma por sorpresa—. Me dijo que era tan animada como el sol. Lo
cual, grosero, usar así mi propio trabajo en mi contra.
—¿Qué significa eso, demasiado alegre?
—Que estoy… que estoy fingiendo con todo el mundo. Que estoy
escondiendo la verdadera mierda porque… —Me interrumpo, sacudiendo la
cabeza. No puedo entrar en el maremoto que es mi madre. No cuando voy a
verla pasado mañana.
Somos demasiado, puedo oírla decir. Por lo general, cuando mi madre
cruza por mi mente, fuerzo una sonrisa y envío una afirmación positiva. Pero
no ahora. No cuando intento explicarle a Russell que esta era la razón por la
que Garrison quiso irse.
He encerrado toda esta oscuridad en una habitación al final del pasillo y no
he dejado entrar a nadie.
Pero abro la puerta por él. Solo un poco. Solo por esta noche.
—Porque es más fácil de manejar —termino. Una verdad parcial. Es todo lo
que puedo darle por ahora.
—No creo que seas en absoluto así —dice Russell—. Eres el tipo de persona
que hace que los demás se sientan bien. Eso es algo grandioso.
—¿Te sientes bien estando cerca de mí? —pregunto con esa voz fina como
el papel.
Su mirada cae pesada en la mía, y es más íntima que cuando tuvo sus
manos en mi sujetador.
—Todo el tiempo.
Podría ser lo más bonito que alguien haya dicho sobre mí.
—G-gracias. —Trago pesado, permitiendo que esas palabras penetren en mi
mente. Todo el tiempo. Quiero preguntarle si realmente lo dice en serio, si
también está hablando de las veces que dejé que la máscara se deslizara de su
alrededor. Las veces que me quejé de nuestros jefes y actué como si no hubiera
esperanza alguna. Pero él no me ha visto en mi peor momento, en mis días más
oscuros.
Y nunca puede hacerlo.
Por mucho que quiera demorarme en su cumplido, tengo que cambiar de
tema.
—Tal vez probaré todo el asunto de las citas casuales que los programas de
televisión sobre veinteañeros atractivos viviendo en la gran ciudad hacen que
parezca tan fácil.
Roto el hechizo, Russell se acomoda en la cama, cruzando las piernas a la
altura de los tobillos.
—Desearía tener un gran consejo para dar. Pero… —Se interrumpe con
una mueca y se pasa la mano por la cara—. No me juzgues.
—¡No lo haré!
—Está bien. —Suelta una exhalación larga, y entonces—: No he tenido una
cita en cinco años.
Solo lo miro fijamente.
—¿Cinco… años?
Cuando se ríe, es un tipo de risa incrédula y cohibida. Como si incluso él
estuviera sorprendido por eso.
—Lo sé. Al principio, fue porque Liv y yo habíamos terminado, y Elodie aún
era una niña. Y luego mudarse a una ciudad nueva… simplemente era
demasiado. Eventualmente, caí en mis rutinas, y no terminaron incluyendo
citas. Cuanto más tiempo pasó, más aterrador pareció empezar a intentarlo de
nuevo.
Mi cerebro prácticamente sufre un cortocircuito con esta información.
Cinco años. Cinco años desde que se sentó frente a alguien en un restaurante
elegante y bebió cócteles caros, desde que vio una película con un 65 por ciento
en Rotten Tomatoes, esperando que al menos fuera decente, y se sintió
frustrado por lo agresivamente mediocre que fue.
Cinco años desde que le dio un beso de buenas noches a alguien al final de
una velada, con la sangre cargada de adrenalina, el pulso martillando en su
garganta.
—Bueno, eso es todo —digo, intentando borrar esa imagen mental—.
Haremos que Torrance y Seth vuelvan a estar juntos, y después te
encontraremos tu primera cita en cinco años.
Levanta una ceja, como si fuera una proposición ridícula.
—Estoy tan fuera de práctica. Ni siquiera sabría qué hacer.
—Eso es fácil. Solo dices: “Hola, Ari Abrams, te ves absolutamente
deslumbrante en ese cabestrillo. En serio, resalta tus ojos. ¿Quieres cenar
conmigo?”
Puede que tenga fiebre, y esta vez estoy segura de que no es un efecto
secundario de la medicación. Espero que sepa que estoy bromeando. Que en
realidad no lo estoy animando a que me invite a salir.
Al menos, creo que eso espero. A pesar de mi resolución de Nochevieja de
volver a tener citas, no estoy segura de cómo manejar una relación posterior a
Garrison, especialmente una relación con un padre soltero.
—Es bueno saberlo —dice en ese ligero tono bromista que me ha gustado
bastante—. Todas las mujeres con los brazos rotos de Seattle no están listas
para que las haga perder la cabeza.
Hablamos de Elodie, de su infancia en Michigan, de mi hermano, de mi
fabricación de joyas. Casi nunca sobre el trabajo, y es un gran alivio. Hasta que
el día me pasa factura y siento que se me empiezan a cerrar los ojos.
Aun así, no le pido que se vaya.
—Eres realmente bueno —digo antes de quedarme dormida—. ¿Lo sabes,
verdad? Sé que ningún ser humano decente me habría obligado a ir sola al
hospital, y tal vez se habrían asegurado de que tuviera algo para comer, pero tú
solo… una persona muy buena.
No estoy segura de cómo suena escuchar a alguien sonreír en la oscuridad,
pero eso debe ser lo que está haciendo cuando siento su mano en mi hombro,
su pulgar rozando mi camiseta delgada de ida y vuelta a medida que me
agradece con una suave voz somnolienta.
Sí, es bueno, es verdad, y sin embargo, cuando estamos así de cerca,
cuando solo hay una fracción de espacio entre mis caderas y las suyas, quiero
que sea muy, muy malo.
14

PRONÓSTICO:
UN VIAJE TRAICIONERO POR LA MAÑANA CONDUCE A UN SOMBRÍO
ESTANCAMIENTO INVERNAL A MEDIDA QUE AVANZA LA SEMANA

Lo primero que quiere saber Torrance es cuándo saldré del cabestrillo.


Lo segundo es si estoy bien.
—Bien —digo entre dientes mientras alcanzo la canasta de panecillos
ingleses en la barra de desayuno en el comedor del hotel. En todo caso, el dolor
es más agudo, más persistente que ayer. El shock inicial ha pasado. Intento
forzar mi sonrisa habitual, pero eso también debe haberse roto en mi camino
por ese fatídico tramo de escaleras—. El médico dijo unas pocas semanas, pero
tendré una mejor idea una vez que vea a alguien en Seattle.
Torrance, al menos, tiene la decencia de darse cuenta de que dijo algo mal,
sus rasgos reorganizándose en lo que podría ser compasión.
—Lo siento mucho. Debí haber preguntado primero cómo estabas. ¡Solo
estaba tan sorprendida de verte así!
Tuve que dormir erguida, con el brazo en cabestrillo elevado sobre una
almohada a mi lado, y cuando el dolor me despertó de golpe alrededor de las
cinco de la mañana (QEPD, mi horario de sueño), me sorprendió aún más
descubrir a Russell durmiendo a mi lado. Encima del edredón, la ropa aún
puesta, con un aspecto adorablemente arrugado. Sus lentes estaban en la
mesita de noche junto a él, y algo sobre verlos posados allí hizo que mi corazón
se encogiera.
Debe haber sido incómodo, dormir con su ropa, pero no dijo nada, solo se
pasó la palma de la mano por su rostro sin afeitar, su otra mano tanteando en
la mesita de noche hasta que encontró sus lentes. Luego me preguntó si
necesitaba ayuda, y le dije que debería ser capaz de arreglármelas,
principalmente porque no sabía si podría soportar que me desvistiera de nuevo.
Apenas podía soportar el calor de él en la cama a mi lado.
Probablemente me habría venido bien la ayuda, dado que casi me caigo y
me rompo el otro brazo en la ducha. Me tomó diez minutos ponerme una
camisa y pantalones, después de lo cual inmediatamente necesité orinar, y me
tomó otro minuto completo mover mis jeans por mis piernas.
Torrance agarra mi plato de comida, y murmuro un gracias mientras me
ayuda a sentarme en una mesa. Luego, ella y Seth regresan a una mesa solos,
aparentemente por su propia voluntad, donde Seth lee un periódico canadiense
y Torrance se desplaza a través de su tableta, dejándome preguntándome qué
diablos pasó anoche entre los dos.
Se decidió que es lo mejor que me dirija antes a casa. Como no puedo
conducir sola, Russell se ofrece voluntario para conducir mi auto de vuelta, con
su cabello mojado por la ducha, y la misma chaqueta de pana que me echó
sobre los hombros ayer en el hospital.
—Odio apartarte de todo esto —digo. Él solo me da esta mirada, y lucho
por contener una risita.
Algo cambió anoche entre nosotros, y si somos simplemente amigos más
cercanos o estamos al borde de algo más, me llena de una energía zumbante
que no había sentido en mucho tiempo.
Mientras rueda su maleta desde el vestíbulo hasta el auto, Torrance me
levanta las cejas sutilmente. Aparto la mirada rápidamente.
El único indicio de la tensión de la noche anterior durante el viaje a casa es
cuando el audiolibro que evité por poco en el camino comienza a reproducirse
tan pronto como enchufo mi teléfono para cargarlo.
—Él se inclinó para adorarla en el altar de sus muslos. Dios lo ayude, iba a
darle placer esta noche hasta que ambos vieran las estrellas…
—Por favor, mátame —digo, luchando con una mano por mi teléfono.
—Ah, uh, ¿quieres escuchar un audiolibro?
Lo apago.
—No. No, para nada.
Aunque se ríe, no paso por alto el tono rosado de sus mejillas.
El viaje a casa es bastante agradable, y aquí está el Russell al que me he
acostumbrado durante las últimas semanas. Claro, hablamos un poco sobre
Elodie, y sobre otros temas de los que no habríamos sido tan abiertos durante
nuestras primeras reuniones. Pero quiero al Russell de anoche, por el que ya
no puedo pretender que no tengo sentimientos, incluso si eso aún me
aterroriza.
Nunca he salido con alguien que tenga un hijo y, aunque es una persona
independiente, capaz de tomar sus propias decisiones, Elodie cambia las cosas.
Después de todo, dijo que ella es la razón por la que no ha tenido citas por un
tiempo.
Cinco años. Por supuesto, eso no significa necesariamente que hayan
pasado cinco años desde la última vez que tuvo sexo con alguien. Pero podría…
y no puedo decir que no me encantaría ser la persona que termine con ese
período de sequía. De vez en cuando, miro sus manos en el volante y las
recuerdo anoche en mi piel. Si dormimos juntos, me gustaría verlo ceder por
completo. Rendirse. Al contrario de la forma mesurada en que me desabotonó
la camisa, me desabrochó el sujetador.
Un Russell fuera de control, uno con los lentes torcidos y la boca hinchada
y los dedos dejando huellas sobre mis caderas. Su chaqueta arrojada en un
montón en el suelo. Un Russell que pide permiso con una súplica susurrada en
mi oído. Rogándome que lo deshaga. Que lo arruine.
Una vez que se va después de ayudarme a llevar mis maletas adentro, me
doy una ducha fría.
Cuando eso no funciona, agradezco mucho poder mover todos los dedos de
mi mano dominante.

Me tomo el día siguiente libre para ver a un médico, quien confirma la


fractura del codo con otra radiografía. Me inscribo en fisioterapia y entregas de
comestibles y una tarjeta de crédito con puntos de recompensas de viajes
compartidos, ya que pasará aproximadamente un mes antes de que pueda
volver a conducir de manera segura.
Y luego paso demasiado tiempo eligiendo qué ponerme para ver a mi
madre.
—No tenías que arrojarte por una escalera para salir de esto —dice Alex
cuando me recoge.
—Cállate. —Reajusto mi cabestrillo, y él se acerca para ayudarme con el
cinturón de seguridad—. Quiero verla.
Al menos, es una verdad a medias, y espero sentir la otra mitad de camino
al hospital.
Se necesitaría toda una flota de masajistas para resolver la ansiedad
apretada en mi cuerpo. No estoy segura de cómo espero que se vea después de
casi seis meses de separación, si será exactamente como la recuerdo o si podré
decir, con solo mirarla, que algo es diferente.
Sé que esto no va a ser fácil. Mamá podría arrastrarme por el piso mejor
que Garrison, mejor que cualquiera de los chicos para los que intenté proyectar
una fachada positiva. Y ella era la razón por la que lo hacía. La razón por la
que pretendía ser la luz del sol, la razón por la que decía que todo estaba bien
cuando nada lo estaba.
Porque nuestro padre no pudo soportar su oscuridad, y yo no podía
permitir que eso me pasara a mí.
No la dejaré comentar sobre mi apariencia, mi carrera o el estado de mi
relación. Le dije a Alex que podía hacerle saber que Garrison y yo rompimos,
pero no sabe el motivo y no dejaré que me moleste al respecto.
Para cuando llegamos, he pegado y quitado el velcro de mi cabestrillo
tantas veces que ya no está pegajoso en ciertos lugares.
El hospital es un edificio más nuevo en el centro. Después de registrarnos
en la recepción y pasar por un detector de metales, una enfermera nos lleva a
una habitación luminosa y alegre llena de pinturas donadas por un artista
local, todas las mesas están vacías excepto en la que está sentada Amelia
Abrams.
Se cortó el cabello. Eso es lo primero que noto. Alex, nuestro papá y yo
éramos un trío de pelirrojos, nuestra mamá rubia era la extraña. Se
enorgullecía tanto de ello: estaba dañado más allá de lo creíble y siempre
estaba tiñendo las canas, pero era largo y mayormente rubio y eso era lo que le
importaba. Nos dijo que nunca quería parecer vieja, como si aparentar tu edad
fuera una especie de castigo. Cuando me cortaba el cabello, ella siempre decía:
“¡No demasiado corto!” Como si al perder mi cabello o tuviera muy poco, estaría
perdiendo parte de mi valor.
Ahora el cabello claro de mi madre está recortado justo por encima de los
hombros, más corto que el mío, en un estilo que no es completamente
moderno, pero tampoco anticuado. Es lindo, eso es lo que es. Y sus canas han
crecido un poco, pero no parece vieja. Al menos, no de la manera que ella
siempre temió. Lo que parece es cansada.
—Hola, Alex. Arielle —dice cuando nos unimos a ella en la mesa. Mi
nombre completo, usado con tan poca frecuencia en estos días, me hace
retroceder en el tiempo.
Esos recuerdos no son del todo malos. Estuvieron las cenas de Shabat que
intentó hacer especiales, las oraciones que nos enseñó. El año que fuimos
como piedra, papel o tijera para Halloween, ganamos un concurso de disfraces
de la escuela primaria y recolectamos más dulces de los que podría esperar
comer. Hasta que nos obligó a vendérselo al dentista al día siguiente porque los
dulces causaron brotes y Dios no permita que su hija preadolescente tenga
granos.
Sus novios solo están en esos recuerdos de vez en cuando, los que se
esforzaron por conocernos a Alex y a mí, los decentes que la alentaron
amablemente a hablar con alguien.
—¿Quieres medicarme? ¿Convertirme en alguien diferente? —le gritó a uno
de ellos, un contador bien intencionado llamado Charlie. Tenía once años y no
estaba completamente segura de lo que significaba estar medicada.
Me enderezo y esbozo una sonrisa, como si su fuerza pudiera desterrar las
partes más grises del pasado.
No es hasta que intercambiamos bromas y me quito la chaqueta que se da
cuenta de mi brazo.
—¡Ari! —jadea—. ¿Qué pasó?
—Un par de espectadores no estuvieron de acuerdo con mis pronósticos —
digo, luego cedo y le digo la casi verdad.
Su boca forma una O pequeña.
—Estoy tan aliviada de que estés bien.
Alex la pone al día sobre los niños y su trabajo, saca su teléfono para
mostrarle un video de los mellizos bailando “We Built This City” de Starship,
que dice que es, inexplicablemente y desafortunadamente, su canción favorita.
La pongo al día con KSEA, y ella asiente y se ríe cuando se supone que debe
hacerlo, incluso si las risas suenan un poco extrañas. No es que parezca feliz,
exactamente, contenida es tal vez más cercano a la palabra correcta.
Aun así, no puedo dejar de pensar en todos los años que ella rechazó el
tratamiento. Cada vez que Alex y yo nos preocupábamos por ella, solo para que
se despertara al día siguiente, fingiendo que no pasaba nada. Este hospital es
un extremo: solo está aquí porque su cerebro la llevó a los lugares más
oscuros. Porque tuvo miedo, y no supo qué más hacer.
Mi vida adulta sería diferente, estoy segura, si hubiera recibido antes
ayuda. Hay demasiadas situaciones hipotéticas en ese camino y, sin embargo,
parece que no puedo redirigirme.
Nos cuenta las actividades recreativas del hospital, los médicos, la terapia
de grupo, dejando de lado los detalles más personales.
—La comida es realmente increíble aquí —dice.
Lo que quiero saber es por qué es diferente esta vez. Por qué cambió de
opinión sobre la medicación, o si solo la está tomando para que la den de alta.
Si volverá a sus viejos hábitos una vez que se vaya a casa.
Y no puede dejar de mirar mi cabestrillo.
—¿Te van a dejar estar en cámara con eso? —pregunta.
—Eso espero, dado que es mi trabajo.
—¿No se refleja mal en la estación?
—¿Por qué lo haría? No afecta mi capacidad para pronosticar el clima.
Cálmate, dice la expresión de Alex. Lo está intentando. Dale una
oportunidad.
—Todos estamos muy contentos de que estés aquí. —Alex toca su brazo,
siempre el pacificador—. Queremos apoyarte como podamos.
Le da una sonrisa tensa, y hago mi mejor esfuerzo para no interpretarla.
Nunca he sabido lo que está pasando por la cabeza de mi madre, no puedo
imaginar que eso cambie ahora.
La conversación pasa eventualmente a mi ruptura, tal como temía.
—No éramos el uno para el otro —digo encogiéndome de hombros, porque
no puedo soportar decirle la verdadera razón—. Simplemente nos tomó un
tiempo darnos cuenta.
Estoy completamente preparada para que diga alguna mierda, aunque no
conoce los detalles. Fuiste demasiado para él. No pudo manejarlo.
En lugar de eso, se estira sobre la mesa y coloca una mano sobre la mía, su
piel curtida y salpicada de pecas.
—Lo siento —dice, y si cierro los ojos, puedo fingir que se está disculpando
por mucho más.
15

PRONÓSTICO:
MARES AGITADOS POR DELANTE, TANTO LITERAL COMO METAFÓRICO

—¿Escuchaste sobre la meteoróloga que se rompió los brazos y las piernas?


—llama uno de los camarógrafos mientras me coloco frente a la pantalla verde
—. Tuvo que usar cuatro yesos.
—Glenn, eso es hilarante. Humor de primera clase. —Me estremezco
cuando la productora matutina Deandra Fuller me ayuda a ajustar mi
micrófono sobre uno de mis cinco vestidos iguales hoy en azul marino. Cerrar
la cremallera fue un infierno—. ¿Estás segura de que esto va a estar bien?
—Absolutamente —dice Deandra—. ¿Recuerdas cuando Gia se rompió la
muñeca jugando voleibol recreativo el año pasado? Mostró ese video de gente
ayudándola a maquillarse en el camerino que a todos les encantó. Y oye, tal vez
puedas hacer una broma al respecto cuando estés al aire. Ya sabes, haz que
los espectadores se sientan menos incómodos al demostrar que no te sientes
incómoda al respecto.
Lo que resulta es esto:
—Mucha nieve en las montañas esta semana, lo cual es una buena noticia
para los esquiadores y practicantes de snowboard —digo, levantando mi brazo
izquierdo—. ¡Aunque no haré nada de eso por un tiempo!
Apenas puedo mantener los ojos abiertos durante el programa. Se ha
vuelto más fácil dormir erguida, pero voy a tener que tomarme un descanso
antes de que Russell y yo lancemos la siguiente fase de nuestro plan esta
noche. Soy una profesional tomando siestas, pero di vueltas y vueltas entre las
once y las dos, y cuando me obligué a levantarme de la cama a las dos y
cuarto, me dolía la cabeza y mi estómago no estaba contento conmigo. Una vez
más, me arrepiento de no haber comprado esa almohada para perros de
Instagram.
Sin embargo, no solo es la falta de sueño. Reconozco los síntomas de mi
depresión, probablemente una mezcla de mi lesión y mi madre y, como
siempre, la química de mi cerebro. Las cosas más pequeñas me emocionan
demasiado, como la historia para sentirse bien que concluyó nuestro programa
matutino sobre un golden retriever que atravesó tres estados para alcanzar a
su familia cuando se fueron de vacaciones. El pensamiento de la dulce Beatrice
extrañando a sus personas tan desesperadamente que no pudo soportar estar
separada de ellos por unos días… maldita sea, podría estar a punto de llorar
otra vez. Estaré bien, solo tendré que trabajar más duro para forzar las
sonrisas dentro y fuera de cámara.
Fuérzalo lo suficiente y comenzarán a sentirse reales.
Voy camino a mi escritorio cuando una conversación me detiene en seco.
—Ha estado diferente últimamente —le dice la reportera de investigación
Kyla Sutherland a Meg Nishimura en el pasillo entre el estudio y la sala de
redacción—. Lo vi entrar en su oficina esta mañana. Pensé que iba a ser otro
de esos letreros, pero dejó un café con leche en su escritorio.
—¿Leche de avena?
—Probablemente.
—Tal vez finalmente llamaron a una tregua.
—O follaron toda la tensión.
Las dos se ríen y, a pesar de la capa de niebla mental, dejo que este
conocimiento me anime mientras me dirijo a la sala de redacción.
Desafortunadamente, es de corta duración. Estoy intentando actualizar
nuestras redes sociales con mis pronósticos, pero hay algo mal con mi internet.
Desconecto y vuelvo a conectar. Reiniciar mi computadora. Nada. Y Torrance
está ahora en el centro meteorológico, trabajando en sus propios pronósticos.
Sé por experiencia que para ella es una tarea solitaria.
Miro alrededor de la sala de redacción, y no encuentro exactamente
ninguna computadora abierta.
—¿Está funcionando tu internet? —pregunto a Meg cuando toma su
escritorio al otro lado de la partición baja de mí.
—Parece estarlo —responde antes de ponerse los auriculares.
Me pongo de pie, haciendo mi mejor esfuerzo para suprimir un gruñido.
Russell va a cubrir esta tarde un partido, así que tal vez su computadora esté
libre. Antes de llamar a la puerta entreabierta, reorganizo mis rasgos para
suavizar mi cara inexpresiva. Ya me ha visto de formas que nunca le permitiría
a nadie más, borracha y quejándome de nuestros jefes, drogada y contando mi
historia con Garrison. No puedo hacer nada de eso en el trabajo.
—Hola —llamo cuando veo a Russell detrás de su computadora, intentando
sonar casual—. ¿Puedo hablar contigo un momento?
No es el único en la oficina. Los presentadores deportivos Shawn Bennett y
Lauren Nguyen están en los escritorios frente a él, observando nuestra
interacción muy de cerca.
—Los dejaremos solos —dice Shawn.
—Ah, no, no tienen que hacerlo —digo, pero él y Lauren ya se están riendo
mientras salen de la oficina. Aún no hay forma de que Russell y yo podamos
ser pasto de los chismes de la oficina, a menos que estén realmente
hambrientos por eso. Y no puedo imaginar que Russell les haya dicho nada de
mí. Por otra parte, ¿qué diría? ¿Que me quitó la ropa platónicamente mientras
estaba drogada con analgésicos recetados? ¿Que lo abracé estando en bragas?
El recuerdo sube la temperatura en el Dugout unos buenos quince grados.
Cierran la puerta detrás de ellos y Dios, espero que no piensen que Russell
y yo vamos a empezar a besarnos de repente. Aun así, agradezco la privacidad,
aunque es muy posible que mi rostro coincida con mi cabello.
—Me disculpo por ellos —dice Russell, más a su computadora que a mí. Tal
vez esté igualmente avergonzado, y tal vez sea porque no siente lo mismo por
mí. Es muy posible que mi cara coincida con mi cabello.
—Está bien. Vas saliendo, ¿verdad? Yo, uh, ¿quería ver si podía usar tu
computadora? La mía está dañada.
—Ah, por supuesto. —Escribe unas cuantas frases, me dice que tardará
diez minutos más.
Me apoyo contra la pared debajo de una camiseta vintage de los Mariners
de Ken Griffey Jr.
—Vi ese correo electrónico para todo el personal que Seth envió esta
mañana. ¿Contrataron a alguien para seguir el fútbol universitario?
Las manos de Russell se detienen en el teclado.
—Sí, un chico nuevo recién salido de la escuela. Shawn pronto estará de
baja por paternidad, así que estaré cubriendo algunos juegos profesionales.
—¡Russell, eso es increíble! —Ni siquiera tengo que intentar alegrar mi voz
con entusiasmo. En serio estoy emocionada por él. Incluso si no es un
resultado directo de nuestra conspiración, es un progreso. Aunque… tenemos
algo grande planeado para mañana por la noche que organizamos en nuestro
viaje de regreso a los Estados Unidos—. ¿Estás seguro de que aún quieres
hacer esto? ¿Con los Hale?
—¿Por qué no lo estaría?
—Bueno, el trabajo parece estar mejorando para ti. Esto era lo que querías,
¿verdad? ¿Cubrir los deportes profesionales?
Su ceño se frunce.
—No se trata solo de mí. Aún no has recibido esa atención que quieres de
Torrance, ¿verdad? —Mi silencio habla por sí mismo—. Y la oficina podría estar
un poco mejor, pero no creo aún que podamos dejarlo. ¿Tú estás segura, con tu
brazo? Todo esto ya ha sido… un poco más destructivo de lo que cualquiera de
nosotros anticipó. Sabes, podemos parar en cualquier momento.
—Creo que estamos cerca. Parecían tan tranquilos en el albergue. —O estoy
tan acostumbrada a verlos en la garganta del otro que cualquier otra cosa es
innovadora—. Y escuché algo antes sobre Seth dejando café en su escritorio.
Otras personas en la estación están comenzando a notarlo.
—Está bien —concuerda, empujando su silla—. Solo voy. Ah. Voy a abrir
esa puerta antes de que alguien tenga una idea equivocada.
Y eso lo resuelve. Cualquier cosa que pensé que él podría haber sentido en
mi habitación de hotel, hoy no hay rastro de eso.
—Por supuesto. —Ahora tampoco puedo mirarlo—. Odiaría que eso
sucediera.

El objetivo es recrear la primera cita de Torrance y Seth. Aparentemente,


Russell y Seth tuvieron una conversación bastante sincera en la sauna como
Torrance y yo. Hace unos veinte años, cuando aún trabajaban en Olympia,
Seth la llevó a Seattle una noche de julio para un crucero con cena incluida por
el lago Washington. Hubo un menú seleccionado especialmente, uno que
combinó la herencia japonesa de él con la escocesa de ella, y aunque el capitán
les dijo que era poco probable que vieran una ballena en uno de estos cruceros,
lo hicieron: una orca majestuosa sacando una aleta del agua como para
saludarlos.
Tuvimos suerte con un Groupon y reservamos un crucero con cena
incluida para los cuatro, diciéndoles que era un agradecimiento por el retiro, y
que me había sentido especialmente mal por no haber podido quedarme.
Desafortunadamente, la ballena está fuera de nuestro control. Antes de que el
barco despegue, uno de nosotros fingirá una excusa, dejándolos solos en un
ambiente profundamente romántico, si hay que creer en las fotos del sitio web.
La pesadez de ayer se ha disipado en su mayor parte, y me alivia ver que
mi madre no me hundió más. Es imposible saber cuánto van a durar esos
estados de ánimo o si requiero adelantar una cita de terapia.
—Estoy teniendo un déjà vu —dice Russell a medida que esperamos en un
muelle del centro. En el verano, esta área está tan llena de turistas que la evito
por completo, pero está vacía en febrero. El agua está picada, el viento jugando
con las puntas de su cabello. Russell con una bufanda tejida: una vista a la
que podría acostumbrarme.
—Esta vez van a aparecer. —Es un crucero con cena gratis. ¿Quién podría
negarse a eso?
Me reacomodo el abrigo, porque una cosa que he aprendido últimamente es
que usar un abrigo y un cabestrillo es una tarea complicada. Puedes usar el
cabestrillo sobre la camisa y colocar el abrigo sobre un hombro, o puedes
vestirte como de costumbre y abrocharte el cabestrillo sobre el abrigo. He
optado por la opción número uno, lo que significa que tengo que seguir tirando
de mi abrigo para que no se caiga. Es muy vanguardista. Muy chic.
Se nos acerca un hombre que parece tener poco más de treinta años, con
un chaleco que indica que trabaja para la compañía de cruceros.
—Hola, soy el capitán —dice—. ¿Ustedes dos están esta noche en nuestro
crucero Moonlit Magic? ¿El señor y la señora Hale?
Contengo una risa.
—Son nuestros jefes. Deberían estar aquí en cualquier momento.
Su sonrisa revela un hoyuelo bastante encantador.
—Estupendo. Estamos encantados de tenerlos aquí. Esta va a ser una
noche muy especial para todos ustedes. —Señala mi cabestrillo, su sonrisa
cayendo—. ¿Qué pasó ahí?
—Luché contra una paloma cuando intentó robarme el almuerzo.
—Auch.
—Deberías ver la paloma.
Hace una pausa por un momento, escudriñándome.
—Te juro que esto no es una línea —dice—, pero estoy bastante seguro de
que te he visto antes.
—Soy meteoróloga de KSEA 6. Por lo general, trabajo en las mañanas de
lunes a viernes.
—¡Sí! Eso es —dice con un chasquido de sus dedos—. No siempre lo miro
muy religiosamente, pero por lo general lo tengo de fondo. Y ahora me
arrepiento de decir algo, porque parece que no valoro lo que haces en absoluto.
Ari Abrams, ¿verdad?
—Me halagas. De verdad —digo.
—Craig —dice, tendiéndole la mano.
—Encantada de conocer a un fan pasivo.
Aún me sonríe, y no estoy acostumbrada a esto. Russell comprueba algo en
su teléfono, y luego estira el cuello para ver si los Hale se dirigen hacia
nosotros.
—Ari Abrams de KSEA 6 —continúa Craig—, ¿crees que podría conseguir
tu número? Suponiendo, por supuesto, que los haga volver a tierra firme de
una sola pieza.
—Ah, ¿de acuerdo? —Estoy tan confundida por toda esta interacción que
sale como una pregunta. No estoy acostumbrada a que los hombres sean tan
atrevidos. Busco una respuesta más positiva—. Seguro. Por supuesto.
Russell está decidido a no mirarnos a ninguno de los dos en este momento,
y tal vez es mi imaginación pero sus hombros se ponen rígidos.
Esto no tiene que ser incómodo. Me obligo a mirar el lado bueno en el que
todos suponen que vivo. Sigo diciéndome que tal vez descubriré cómo tener
citas este año. Así podría ser cómo empieza.
Craig escribe un mensaje de texto mientras recito mi número, y luego mi
teléfono vibra con un mensaje que contiene una mano saludando y un emoji de
bote.
Estoy tan impresionada por este impulso inesperado en mi autoestima que
me sobresalto cuando Russell grita:
—¡Seth!
—Lo siento, llego un poco tarde. Gracias nuevamente por hacer esto. —
Sostiene una suculenta, una en una linda maceta estampada que parece cara,
según lo que sé de mi viaje al invernadero el mes pasado.
Torrance aparece unos minutos más tarde, luciendo elegante como siempre
con un abrigo negro hasta los tobillos con un cuello de piel sintética, y cuando
Seth le presenta la suculenta, se pone casi del tono de su barra de labios
característica.
No puedo evitar preguntarme si el retraso de ambos es una señal de que
están destinados a estar juntos o si es tan simple como que ninguno de los dos
quiere ser el primero en llegar.
Craig nos guía a todos hacia la rampa que nos llevará al bote, un pequeño
pero elegante yate blanco con el nombre Seas the Day. Russell y yo avanzamos
detrás de los Hale, pero se detiene dramáticamente a mitad de la rampa.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—Sí, yo… lo siento. Solo me pongo… un poco mareado a veces.
Torrance se da vuelta, una brisa filtrándose a través de sus rizos brillantes.
—¿Mareado?
Russell levanta una mano.
—En realidad, no es gran cosa. Estoy seguro de que estaré bien. —Con eso,
se dobla en dos, aferrándose el estómago.
Es una actuación tal que tengo que morderme el interior de la mejilla para
no reírme.
—Mira, Russ, si necesitas quedarte fuera de esto, está bien —dice Seth—.
Odiaríamos que vengas aquí si no te sientes bien.
—Y la velocidad del viento es la más alta que ha habido en toda la semana.
Se supone que esta noche alcanzará los cuarenta y ocho kilómetros por hora —
agrega Torrance—. El agua podría estar agitada.
Russell continúa prolongándolo con una larga respiración temblorosa, y
cuando me mira, casi espero verlo guiñarme un ojo.
—Sí, tal vez tengan razón. Eso es probablemente lo mejor.
—Odiaría que te lo perdieras —digo, asumiendo mi papel: convencerlos de
que no queremos irnos antes de hacer la evaluación de que Russell está
demasiado enfermo para irse a casa solo.
—Se ve un poco pálido. —Torrance parece preocupada—. Abrams, ¿quieres
asegurarte de que llegue bien a casa?
Es un milagro que no me muerda el labio inferior por completo, porque iba
a sugerir exactamente lo mismo. O Torrance se preocupa profundamente por
Russell, o se ha dado cuenta de que esto significa una oportunidad para
empaparse de toda esa Magia Iluminada por la Luna con Seth. Solos.
—Puedo hacer eso. —Pretendo dirigirle a Seas the Day una mirada
anhelante—. Lo siento mucho. Teníamos muchas ganas de esto.
—Bueno… —Torrance se interrumpe, mirando entre Seth y nosotros dos—.
Aún deberíamos ir, ¿verdad, Seth? Sería una pena desperdiciarlo…
Quiere pasar tiempo con él.
O quiere un paseo en bote y una cena gratis, pero aun así, van a estar en
ese yate durante tres horas enteras. O emergerán con un afecto nuevo el uno
por el otro o uno de ellos arrojará al otro por la borda.
—Estoy listo si tú lo estás —dice Seth. Puedo decir que está intentando
sonar como si tuviera una gran cantidad de escalofríos por este tiempo a solas
con Torrance cuando probablemente no siente nada—. Gracias de nuevo, a los
dos. Es una lástima que no puedan disfrutarlo.
Agito mi mano.
—No es nada. Que tengan una gran noche.
Enlazo mi brazo derecho con el de Russell, y deja escapar otro gemido por
si acaso. Una vez que les doy la espalda, no puedo evitarlo: empiezo a reír, y los
hombros de Russell comienzan a temblar, y salimos corriendo de la rampa lo
más rápido posible.
—Oh, Dios mío —oigo decir a Torrance—. ¿Recuerdas esto? Es la misma
botella de vino de nuestra primera cita.
Cuando regresamos a tierra a salvo, Russell se encuentra con mi mirada, la
luz de la luna reflejándose en sus lentes, y sé que estamos pensando lo mismo:
Está funcionando.
16

PRONÓSTICO:
UNA COLISIÓN INEVITABLE DE DOS SISTEMAS DE ALTA PRESIÓN;
CUIDADO CON LOS OBJETOS QUE CAEN

Una sala de redacción nunca duerme de verdad. Aunque estoy


acostumbrada a llegar a la estación cuando aún está oscuro, a las nueve en
punto hay un tipo diferente de oscuridad. Casi inquietante.
Russell tenía alguna cobertura que terminar para el sitio web, y dado que
él es el que conduce, no estaba dispuesta a quejarme. Claro, podría haber
tomado un Uber a casa, pero debo haber sido una casamentera, o más
específicamente, una shadchan, en una vida anterior, porque imaginar a
Torrance y Seth juntos en ese yate me ha llenado de demasiada adrenalina. No
estoy lista para que termine la noche.
—En serio vendiste lo del mareo —digo a medida que nos dirigimos al
Dugout vacío—. Parecías realmente miserable.
Russell enciende una de las luces del techo, iluminando la habitación con
un suave brillo cálido.
—En serio me mareo. Solo te estaba salvando de eso.
Me dejo caer en el sofá entre los escritorios de Russell y Shawn Bennett.
—No puedo creer que ustedes tengan un sofá. Esto es discriminación.
Contra la gente que no trabaja en los deportes.
Russell hace un sonido bajo en su garganta cuando se sienta en su
computadora, pero no hace ningún movimiento para abrir ninguno de sus
archivos.
—Lo siento, lo siento. Te dejaré trabajar. Solo estoy tan emocionada. —
Golpeo el reposabrazos del sofá para enfatizar—. Siento que podría levantar un
maldito camión.
—Fue bastante genial, verlos así —dice con esa voz plana. Toda su alegría
de cuando salimos corriendo de la rampa, desapareció.
—Fue una victoria. En este momento están en un crucero romántico por el
lago Washington con el capitán Craig, y es gracias a nosotros. —No puedo dejar
de sonreír—. Lo estamos haciendo. De verdad lo estamos haciendo.
Estoy divagando. Pero Russell está actuando de forma extraña, y no estoy
segura de cómo recuperar lo que tenemos normalmente, o si aún tenemos un
“normalmente” después del fin de semana. Mi habitación de hotel. Su
inhalación brusca cuando me desabrochó el sujetador.
Aun si me acuesto con cien personas más, estoy bastante segura de que
seguirá siendo el momento más sexy de mi vida.
—Tenemos suerte de que Craig haya sido tan útil —agrego.
Me doy cuenta que, es una cosa desagradable de decir. Pero estoy
siguiendo una corazonada, probando si esta es la razón por la que está
molesto. Y funciona.
—Claro. Craig estaba tan emocionado de ayudarte. —El peso que le da a la
última palabra es leve, pero lo capto.
Me siento con la espalda recta, apuntando mi frustración nueva justo entre
sus omoplatos.
—Está bien. ¿Puedes explicarme lo que está pasando?
Se gira en su asiento, sus ojos azules brillando.
—Ari, ¿en serio? Dame algo de crédito. —Nunca lo había visto tan
visiblemente irritado. Toma una respiración profunda, como si estuviera
intentando calmarse. Su voz es más serena cuando habla de nuevo—. Te invitó
a salir justo en frente de mí, y no pudiste haber estado más ansiosa por decir
que sí.
—¿Qué importa que fuera justo en frente de ti? —pregunto—. ¿Y qué si
estaba ansiosa? Estoy soltera.
Si está celoso, tendrá que explicármelo. Si siente por mí una fracción de lo
que siento por él, no quiero seguir preguntándomelo.
—Porque él era todo… no sé. Musculoso. En forma. Como un muñeco Ken.
Y pensé si ese era tu tipo… —Se calla, arrastrando su mano a lo largo de su
barbilla sin afeitar de una manera que desearía que no fuera imposiblemente
sexy.
La forma en que está sentado allí, con sus lentes y su barba y su chaqueta
con coderas, la idea de que no es mi tipo es tan ridícula como decir que de
hecho no me importan las nubes.
—¿Si ese era mi tipo…? —insisto, tan gentilmente como puedo.
—No es importante. No quiero ser el idiota celoso aquí.
—¿Por qué estarías celoso del capitán Craig?
Se levanta de su silla ante eso, enviándola rodando descontrolada contra
su escritorio con un golpe sordo.
—¡Porque te encuentro tan increíblemente encantadora! Lo he hecho por
un tiempo, y cuando le dijiste que sí a este tipo que acabas de conocer cuando
estabas parada justo frente a mí, me puso celoso. No estoy orgulloso de ello,
pero ahí está. Estoy extremadamente fuera de práctica, y nada podría dejarlo
más claro que lo que sucedió esta noche. Y quería que Torrance y Seth tuvieran
una gran noche, en serio, pero es por eso que no estoy tan entusiasmado con lo
que sucedió ahí afuera.
La mirada en sus ojos se ha vuelto tan intensa, sin pestañear mientras
espera mi próximo movimiento, y todo en lo que puedo concentrarme es en el
ascenso y descenso rápido de su pecho. Dentro y fuera, dentro y fuera. Puede
que no haya suficiente aire en esta habitación.
Siempre hemos sido tan cordiales el uno con el otro, y ahora que estamos
tan cerca de confesar lo que sentimos, las garras están saliendo.
Me empujo para ponerme de pie con las piernas temblorosas.
—Russell —digo—. Russ. —Pruebo el apodo, amando la forma en que su
rostro se suaviza cuando lo digo—. Él no es mi tipo.
—Ah, ¿no? —Hay un rayo de esperanza en su voz.
Niego con la cabeza a medida que me acerco, extendiendo mi mano derecha
para rozar su brazo. Él quiere esto tanto como yo, y eso me hace valiente.
Ahora mi respiración es tan laboriosa como la suya, la anticipación llenando
mis pulmones hasta que pienso que podría colapsar antes de alcanzarlo.
Afortunadamente, él está ahí para sostenerme, su boca encontrándose con
la mía justo cuando sus manos toman mis caderas.
Es un duro beso rápido, y me abro para él de inmediato. Este es Russell,
quien me llevó a mi primer partido de hockey y esperó conmigo en el hospital y
me desnudó sin mirar. El dulce y siempre cortés Russell, perdiendo toda
pretensión de ser amable cuando atrapa mi labio inferior con sus dientes
mientras sus manos se sumergen en mi cabello. Pensé que sería tímido,
reservado, pero hay desesperación incluso en la forma en que su pulgar recorre
mi oreja. El roce de su barba en mi barbilla y mejillas.
Y no puedo tener suficiente.
Un gruñido en su garganta me hace besarlo aún más profundo, aferrando
la solapa de su chaqueta con más fuerza con mi mano buena. Ahora estoy
segura de que no hay suficiente aire aquí, pero no consigo que me importe.
Todo lo que quiero es que haga ese sonido una y otra vez.
Olvidé por un momento que no tengo uso de mis dos brazos cuando intento
acercarlo más, apartándome con una inhalación fuerte.
—Mierda —dice, sus rasgos contraídos por la alarma incluso a medida que
respira con dificultad—. ¿Te last…?
—No, no, eso fue mi culpa. —Me reajusto, apretando mi cabestrillo. Con
una media sonrisa tímida, digo—: Solo estaba intentando tener más de ti.
Cuando vuelve a alcanzarme, nos da la vuelta, apoyándome contra su
escritorio. Me da el impulso que necesito para deslizarme encima de él,
envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas y… sí. Se siente cálido y suave
contra mí, excepto donde no lo es, y eso envía una ráfaga de satisfacción a
todas las partes más sensibles de mi cuerpo. Esta vez, no dice nada cuando
rozo su estómago redondo, solo me acerca más.
—No quiero estropear nada en tu escritorio —digo a medida que su boca
baja por mi mandíbula.
—Puedo decirte con total honestidad que en realidad, de verdad no me
importa si lo haces.
Aun así, al principio me resisto cuando empujo las cosas a un lado: una
engrapadora, creo, y luego una libreta. No es hasta que comienza a chupar en
el lugar donde mi cuello se encuentra con mi hombro que arrojo la precaución
al viento y empiezo a empujar. Papeles, bolígrafos, un par de auriculares.
Puedo sentir los tacones de mis zapatos clavándose en su espalda, pero si le
molesta, es jodidamente seguro que no dice nada.
He tenido fantasías ocasionales en la oficina, pero Dios, la realidad es aún
mejor. Es un calor sólido, sus labios sumergiéndose más abajo, dejando besos
a lo largo de mi clavícula y bajando por mi cuello. Sus manos están en mi
cintura, las yemas de sus dedos rozando mi caja torácica, y puedo sentir que
no está seguro de ir más alto.
Si no puedo hacer todo lo que quiero con un brazo en cabestrillo, lo menos
que puedo hacer es ayudarlo.
Así que coloco mi mano a lo largo de la suya, acercándola poco a poco,
hasta que su pulgar acaricia un seno a través de la tela de mi suéter.
—¿Esto está bien? —pregunta, y es absurdo, lo bien que está. Ni siquiera
está tocando mi piel, y mis pezones ya me duelen.
—Dios. Sí. —Mi boca cae abierta contra la suya, y él se traga mi gemido,
nuestras lenguas arremolinándose a medida que muevo mi mano de la suya
para agarrar la parte posterior de su cuello.
Me enrolla la falda y me jala hacia el borde del escritorio hasta que estamos
alineados de la manera más tortuosa, la fricción áspera de sus jeans
volviéndome loca. Mi lucha para ponerme estas mallas esta mañana no valió la
pena. Me habría arriesgado a tener frío todo el día si eso significaba que podía
sentirlo exactamente donde quiero en este momento, duro contra mi centro
mientras gime en mi oído. Muevo mis caderas contra las suyas, volviendo ese
gemido salvaje y soltando un jadeo ahogado. Quiero desabrocharlo, liberarlo,
que me desnude en su oficina para que recuerde esto todas las mañanas
cuando llegue al trabajo.
Cuando algo se cae de su escritorio con el golpe más fuerte hasta el
momento, Russell rompe nuestro beso, jadeando. Ahogo una risita mientras él
camina para ver qué era, regresando con un jugador de béisbol Funko Pop aún
en su caja de plástico.
—Es lindo —digo.
—El Rey Félix Hernández no es lindo. Es una edición de coleccionista. —Lo
vuelve a colocar en su escritorio, luego parece pensárselo mejor y lo guarda en
un cajón.
Aun así, parece devolvernos a la realidad, lo que quizás sea algo bueno. No
estoy segura de hasta dónde podríamos haber llegado. Tengo que apretar las
piernas entre sí, morderme el interior de la mejilla. Siempre me ha costado
dejarme ir con las personas nuevas, y nunca he tenido un orgasmo con alguien
en un primer encuentro. Pero estoy tan nerviosa que unos minutos más y
podría haberme derrumbado, y me habría asegurado de arrastrarlo conmigo.
—Esto fue… —dice mientras juega con un mechón ondulado de mi cabello
—, no como imaginé que sería la noche.
—Me lo he imaginado dos o tres veces. —Con el corazón aún acelerado,
salto de su escritorio, haciendo todo lo posible para ordenarlo—. Solo que
generalmente hay una tormenta de nieve, y estamos atrapados aquí durante
días sin nada más que el cuerpo del otro para calentarnos.
—Lo siento, estaba celoso. —Me enjaula, interrumpiendo mi limpieza para
presionar un beso en mi oreja—. Simplemente aún no había descubierto cómo
ser valiente contigo.
—Siempre me has parecido valiente —digo—. Incluso antes de esto.
Todo su rostro cambia, sus ojos arrugándose en las esquinas de esa
manera que tanto me gusta. Es increíble ver cómo lo cambia esta confianza.
—Ari Abrams, ¿te he dicho… —dice—, que te ves absolutamente
impresionante en ese cabestrillo?
Me muerdo el labio para no sonreír.
—Ah, ¿sí?
—Oh, sí. —Su mano sube a mi cara, su pulgar rozando mi pómulo—. En
realidad, resalta tus ojos.
17

PRONÓSTICO:
UNOS DÍAS CONFUSOS DE VERDADES INCÓMODAS

La oficina de mi terapeuta tiene una vista del lago Union y un sofá que se
adapta a mi cuerpo tan perfectamente que tengo miedo de preguntarle dónde lo
consiguió, porque sé que estará fuera de mi rango de precios. He estado en un
puñado de consultorios de terapeutas, y ninguno de ellos me ha tranquilizado
tanto como el de Joanna.
Hoy es una doble jornada de terapia. Aún estoy un poco adolorida por la
fisioterapia después de que una mujer llamada Ingrid estirara y doblara mi
codo, muñeca y dedos durante treinta minutos, y ahora esto. He estado viendo
a Joanna durante casi tres años, desde que regresé a Seattle y mi ex terapeuta
se jubiló y me la recomendó. Ver a alguien nuevo es desalentador: comenzar
desde el principio, desempacar todo tu equipaje para un extraño, saber que no
pensará menos de ti por tus irracionalidades pero de todos modos estar
aterrorizada, pero valió la pena encontrarla. Voy cada pocas semanas, a veces
con menos frecuencia si siento que me las arreglo bien.
—¿Cómo ha ido el trabajo? —pregunta Joanna, tomando un sorbo de té de
su taza con un horizonte de Seattle en acuarela. Lo bebe cada vez que estoy
aquí, y el aroma relajante a limón debe tener una forma de desenredar mi
cerebro desordenado, así como sus preguntas. Con su largo cabello oscuro y su
flequillo recto que siempre me hacen pensar en cortarme el mío, nunca he sido
capaz de adivinar cuántos años tiene. Parece que podría pasar por veinticinco
años, pero se comporta con la sabiduría de alguien que ha ayudado a muchas
personas a librar la guerra contra sus demonios.
—Nada mal. —Llevo casi diez años en terapia, y cada vez que estoy aquí, al
principio solo tengo respuestas breves. ¿Cómo estás? Estoy bien. ¿Qué has
estado haciendo desde la última vez? No mucho. Tengo que acostumbrarme, un
patito aprendiendo a nadar una y otra vez. Joanna debe estar acostumbrada
porque deja respirar sus preguntas. La terapia y el periodismo tienen eso en
común—. Un poco desafiante con mi brazo, pero me estoy acostumbrando.
—Lamento mucho que te haya pasado —dice en su forma siempre cálida—.
¿Torrance ha sido comprensiva?
—De hecho, ha sido mucho mejor de lo habitual. —Y aquí es donde debato
cuánto del plan quiero compartir con ella.
Lógicamente, sé que es trabajo de un terapeuta no juzgarte. Si bien sé que
Joanna no expresaría abiertamente su decepción, aún me resisto a decirle que
he estado manipulando a mis jefes en cierto modo para que se enamoren otra
vez.
Opto por una verdad a medias.
—Ella y su exesposo parecen llevarse bien, lo cual es bueno para el resto de
nosotros.
—¿Su exesposo, el director de noticias? ¿Seth? —La memoria de Joanna
me asombra. No estoy segura si solo toma notas meticulosas o qué, pero es
capaz de recordar los nombres incluso de las personas que he mencionado de
improviso.
—Sin letreros pasivo-agresivos, sin explosiones en la sala de redacción
durante las últimas dos semanas. Había olvidado cómo se sentía ese tipo de
armonía.
—Ari, eso es genial. —Una sonrisa amable, otro sorbo de su té—. Has
estado esperando más atención de ella por un tiempo. ¿Es algo que se siente
ahora un poco más alcanzable?
—Puede ser. Aunque, con ella de buen humor… —He estado esperando mi
momento, esperando que Torrance se interese por mi carrera—. Tal vez incluso
podría hacérselo saber directamente. No pronto, pero en algún momento.
—Definitivamente podemos hablar sobre estrategias para eso cuando estés
lista —dice Joanna—. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar hoy?
—He estado pasando mucho tiempo con, um, uno de los reporteros de
deportes —digo, pensando que no tengo nada que perder contándole a Joanna
sobre Russell—. ¿De una manera romántica?
—Ah, ¿sí?
—Aún es realmente nuevo. —Realmente nuevo. Ese beso en la redacción
fue el miércoles, y hoy viernes—. Así que, aún no he hablado con él de… todo
esto. —Agito mi mano alrededor de la habitación.
Después de que reorganizamos su escritorio para que no pareciera que nos
habíamos estado enrollando encima, comencé a bostezar y me llevó a casa,
diciendo que su trabajo podía esperar.
—Ahora no hay forma de que pueda concentrarme —dijo con una risa
áspera, una que sentí hasta la punta de los dedos de mis pies.
Esta semana tiene a Elodie, lo que significa que nuestros horarios no
volverán a coincidir hasta el próximo fin de semana. Sin embargo, nos hemos
estado enviando mensajes de texto, y la próxima noche que ambos tenemos
libres, lo llevaré a su primera cita en cinco años.
—Esa no iba a ser mi próxima pregunta —dice Joanna.
—Está bien, de acuerdo, pero podía decir que venía. Eventualmente.
Discutimos esto cuando estaba con Garrison: por qué sentía que no podía
contarle sobre mis visitas cada tres semanas a esta oficina o las píldoras en mi
bolso.
—¿Crees —había dicho Joanna—, que tal vez él no va a aceptar todo de ti?
Ari, te ama. Podría entender por lo que estás pasando más de lo que le estás
dando crédito. Incluso podría apoyarte.
—Simplemente no quiero perderlo si lo hago —diría yo.
Por más abierta como he sido con Russell, solo sabe una fracción de mi
historia. Quiero pensar que sería diferente con él, pero aún no estoy segura si
vale la pena correr el riesgo. No tengo forma de saber qué pasaría si le diera
cada pedazo roto de mí, y es la incertidumbre lo que mantiene esos pedazos
escondidos.
—Hablemos de otra cosa —digo rápidamente—. Hablemos de mi mamá.
Las cejas de Joanna suben tanto que desaparecen bajo su flequillo.
—¿Mencionas voluntariamente a tu madre? Puedo seguir con eso.
Tiene razón: no lo hago muy a menudo. En terapia, incluso cuando no
tengo que ser esa versión alegre de mí, siempre estoy nerviosa cuando
hablamos de mi madre.
—La vi la semana pasada. Irá a casa en un par de días.
—¿Cómo fue eso?
—Nada terrible. Parecía… bien. Al menos, por lo que pude ver.
—¿Has pensado en cómo quieres que sea esa relación? Sé que es tu madre,
pero tienes todo el derecho de tomar la decisión que sea mejor para ti.
Dejo la pregunta en el aire. Sopesándolo.
—Sí, lo he hecho. Y quiero una relación cercana con ella, o lo más cerca
que podamos estar. Sé que no se verá como lo imaginé cuando era más joven, y
estoy de acuerdo con eso. Quiero llegar a conocer esta versión diferente de ella.
—Una vez que las palabras salen de mi boca, me sorprende darme cuenta de
que son ciertas.
—Sabes que no se va a curar instantáneamente —dice Joanna—. Que esto
es un proceso, y ella tendrá que mantenerse al día con su terapia y medicación.
—Tal vez sea una referencia a la broma que hice después de nuestra tercera
sesión. “¡Estoy curada!” Alardeé, y ella negó con la cabeza, sonriendo. Uno de
mis terapeutas anteriores no tenía ningún sentido del humor. Para mí era
importante encontrar a alguien que pudiera reírse de las cosas—. Y que puede
que no sea del todo la versión que esperas que sea.
—Yo-yo sé eso. Aun así, quiero verla. Intentar.
Joanna toma un sorbo de su té, asintiendo lentamente.
—¿Deberíamos hablar sobre algunas de esas estrategias para manejar las
cosas que ella podría decirte?
—Está bien —respondo en voz baja, y eso es lo que hacemos por el resto de
la sesión.

Ese domingo, me reúno con Alex y Javier para un brunch con alcohol en
un restaurante exclusivo del que Javier está intentando robarles un chef.
—Este picadillo de kimchi está para morirse —dice entre bocado y bocado
—. Imagina lo que ella podría hacer en nuestra cocina. —El lugar de Javier, un
restaurante cubano de fusión llamado Honeybee Lounge, recibe
constantemente críticas muy favorables, pero tiene el corazón puesto en una
estrella Michelin.
—¿No es moralmente cuestionable cazar furtivamente a un chef? —Arrastro
mi tenedor a través de mi pila de panqueques. No está equivocado; todo aquí es
increíble. Y probablemente no debería ser el juez de la moral de nadie.
—Sucede todo el tiempo en la industria. Especialmente si tienes un chef
estrella de rock que no está recibiendo la atención que quiere, lo que sospecho
que es el caso de Shirley Pak, dada la conversación muy informal y nada
moralmente cuestionable que tuvimos mientras tomábamos unas copas la
semana pasada.
—Supongo que eso también sucede en la televisión. —Inclino mi cabeza
hacia el techo, fingiendo que estoy llamando al universo—. ¡Si el programa
Today me quiere, no dudes en hacérmelo saber en cualquier momento!
—No te preocupes, ya les he enviado las fotos de tu valla. —Alex toma un
sorbo de su mimosa, sus mejillas pecosas ya sonrojadas por el prosecco—.
Dios, es extraño estar afuera sin los mellizos. Es casi demasiado silencioso,
¿no? ¿No debería alguien estar gritando?
Javier le da un codazo.
—El silencio puede ser algo bueno.
Este sería el momento perfecto para contarles a mi hermano y mi cuñado
sobre Russell, pero especialmente después de confiar en Joanna, no estoy
segura de cuánta vulnerabilidad me queda.
Grupos de amigos brindan a nuestro alrededor, se ríen y se roban comida
de los platos. Durante los últimos dos meses, he estado pensando que perdí a
todos estos amigos por Garrison. Claro, todos fueron primero sus amigos, pero
me cuesta recordar a quién tenía antes de eso. Más tarde en la universidad,
tuve algunos compañeros de clase cercanos, pero todos nos fuimos a ciudades
diferentes después de graduarnos. Había un par de personas en Yakima,
incluido su meteorólogo jefe, cuyo objetivo era mantener ese trabajo por el resto
de su carrera. Quería ser el meteorólogo de Yakima, y aunque mis sueños eran
diferentes, podía respetar eso.
Cuando regresé a Seattle, tuve a Alex nuevamente. Mi mayor esperanza era
que eventualmente también tuviera a Torrance. Soy amigable con los
meteorólogos en otras estaciones, hasta el punto en que charlamos si nos
vemos en eventos de la industria, y aunque siempre prometemos tomar un café
en algún momento, nunca sucede.
Me excuso para usar el baño, temiendo la hazaña de ingeniería que es
desabrocharme los jeans con un brazo en cabestrillo. En mi camino hacia allí,
veo una cabeza rubia familiar en una mesa doble al otro lado del restaurante.
Mi primer instinto es pasar y saludar. Pero cuando aparece su compañera
de mesa, estoy tan sorprendida que tengo que correr al baño por miedo a dejar
escapar un jadeo audible. No confío en mis ojos ni en mi cerebro hasta que
vuelvo a entrar en el comedor muy despacio. Porque esa es Torrance Hale, y el
hombre frente al cual está sentada, con la mano en su antebrazo, no es Seth.
Me tambaleo en mi camino de regreso a nuestra mesa, donde la vista está
más oscurecida pero se siente mil veces más segura. El tipo parece de la edad
de Torrance, tal vez un poco más joven, con cabello castaño excesivamente
peinado y un aro plateado en una oreja. Están vestidos de manera informal, lo
que por supuesto para Torrance aún significa un lápiz labial impecable y un
suéter que probablemente cuesta más de un mes de mi renta. Claro, podría ser
un pariente… pero la forma en que ella se inclina hacia adelante, riéndose de
algo que él dice, es decididamente como una cita.
—¿Estás bien? —pregunta Javier—. Pareces un poco asustada.
—Bien —me atraganto, derramando agua por la parte delantera de mi
camisa.
Parecía que Torrance y Seth se estaban llevando bien. No creo haber
imaginado eso. Y no solo llevarse bien, en realidad disfrutando de la compañía
del otro. La conversación sobre la retirada, esa falta de letreros pasivo-
agresivos en la sala de redacción, el yate…
Tal vez la verdad es que nunca hemos tenido ningún control sobre ellos.
18

PRONÓSTICO:
OBSERVEN AL CIELO EN BUSCA DE UN FENÓMENO NATURAL
DESLUMBRANTE; LAS TEMPERATURAS ALCANZAN MÁXIMOS HISTÓRICOS
HACIA LA NOCHE

—Te advierto —digo cuando Russell me recoge para nuestra primera cita
oficial el sábado siguiente en un Subaru viejo—, esto va a ser extremadamente
nerd.
—Está bien. —Se inclina para besarme, y estoy pensando que será un
besito de saludo, pero es más profundo, más largo de lo que imagino, una
mano deslizándose en mi cabello. Es media mañana, y aún puedo oler el cítrico
limpio de su jabón—. Siento que necesito volver con sutileza a esto. No
podemos escalar rocas o lanzar hachas de inmediato.
—¿Hacías mucho lanzamiento de hachas hace cinco años?
Su boca esboza una sonrisa torcida que quiero arrancarle de la cara de un
mordisco.
—Supongo que nunca lo sabrás. —Cuando enciende el auto, la banda
sonora de Hadestown comienza a sonar—. Elodie estaba jugando con mi
teléfono. Mi Spotify es música de espectáculos y solo melodías de espectáculos.
—Mi héroe.
Pongo nuestro destino en Google Maps, pero no dejaré que vea a dónde
vamos. Esta semana, hemos robado besos en el Dugout o en la cocina cuando
no hay nadie más, pero siempre terminan demasiado pronto. No lo estamos
ocultando, necesariamente, pero creo que somos reacios a hacerlo público
antes de que hayamos tenido la oportunidad de discutir lo que significa. Y
ahora que finalmente tenemos una cita, estoy decidida a que sea la mejor
primera cita que pueda.
—Técnicamente —dice Russell mientras nos dirigimos hacia la I-5 desde mi
vecindario de Ravenna—, ya hemos tenido una cita. Solo que era la de Torrance
y Seth.
Gimo.
—Hoy vamos a dejarlos en el trabajo.
Quince minutos después, Google Maps nos avisa que llegamos a Discovery
Park.
—Espera —dice Russell a medida que se detiene en uno de los últimos
lugares de estacionamiento. Elegí este lugar porque esperaba que no estuviera
tan concurrido como algunos de los otros parques, pero tal vez subestimé el
interés del público en general por los fenómenos meteorológicos. Lo que hace
feliz a la meteoróloga que hay en mí, así que no puedo estar muy molesta por
eso—. ¿Es por el eclipse solar?
—Me descubriste.
Hemos estado informando al respecto durante toda la semana, incluidos
los mejores lugares para mirarlo. Siempre es una de las mejores cosas ver a la
gente emocionarse. Si bien los eclipses solares ocurren algunas veces al año,
aquellos que son totales pueden ser bastante limitados. Los eclipses totales en
sí mismos son muy raros, y este solo es un eclipse parcial.
Con mi brazo derecho, meto la mano en mi bolso y saco dos pares de
anteojos para eclipses solares que ordené en línea.
—Vamos a querer estos. Dado que se supone que no debes mirar
directamente al sol, lo que generalmente creo que es un hecho, pero según lo
que he visto en las redes sociales de KSEA, aparentemente no lo es.
Nos dirigimos hacia el parque, el cielo ya comenzando a oscurecerse. No
oscurecerá tanto como lo haría durante un eclipse total, ya que la luna está
pasando entre el sol y la tierra pero solo cubrirá parte del sol. El sol, la luna y
la tierra no estarán perfectamente alineados. Aun así, la protección ocular es
imprescindible.
—Lo loco de un eclipse —digo, girando el extremo de mis anteojos de
eclipse—, es que dura muy poco tiempo. Así que, la gente a veces camina hasta
aquí, incluso acampa durante un par de días, solo por dos minutos. —Hago
una pausa y le muestro una sonrisa—. Y vale totalmente la pena.
—¿Alguna vez lo has hecho, acampar en algún lugar por un eclipse?
—No, pero siempre he querido hacerlo. Hay un eclipse lunar el próximo año
cuando Portland estará en el camino de la totalidad. Además, puedes decirme
que me calle si solo quieres disfrutarlo. Entenderé.
—¿Estás bromeando? Me dejas divagar bastante con el hockey. —Pasa un
brazo por encima de mis hombros, cuidando no empujar mi cabestrillo. Tengo
un poco de frío con un vestido midi floral y una chaqueta de mezclilla,
complementado con un broche de abejorro, pero no estaba dispuesta a
molestarme otra vez con las medias. No con Russell involucrado—. Además, los
eclipses son fascinantes. Me avergüenza admitir que no sé mucho de ellos.
La gente está de pie en conjuntos y en grupos más grandes, algunos con
bocadillos y casi todos con sus cámaras listas, apuntando al cielo. Hay una
energía palpable aquí. Una electricidad. Todos saben que lo que está por
suceder es especial. Russell y yo encontramos un lugar en la hierba, cerca del
borde de Puget Sound.
—¿Estás nerviosa? —pregunta—. Estás muy callada.
Niego con la cabeza. Mi corazón está latiendo con fuerza, pero es pura
anticipación vertiginosa, no nervios. Todo lo que tenemos que hacer es
observar y dejar que el universo haga lo suyo.
A medida que se acerca la 1:02, el parque se queda en silencio. El cielo es
de un verde grisáceo ahora, esta belleza inquietante en medio del día. Russell y
yo nos ponemos las gafas, que encajan un poco mal con las suyas normales.
Desliza su mano en la mía y la aprieta, y entonces…
Magia.
Todo el cielo parece relumbrar cuando el sol se convierte en una brillante
media luna amarilla.
Todo es perfecto durante esos dos minutos.

La cita aún no ha terminado. Nuestra siguiente parada es un centro


comercial envejecido en el Eastside, uno al que Alex y yo solíamos ir todo el
tiempo cuando éramos niños, antes de que los millennials como nosotros
comenzáramos a matar los centros comerciales de la misma manera que
matábamos las pastillas de jabón y las servilletas. Estoy segura de que aún hay
buenos centros comerciales, el tipo de lugares con tiendas de lujo y
restaurantes de cinco estrellas y fuentes que se han limpiado en algún
momento de este siglo. Este centro comercial, con su alfombra negra con
estampado de neón y su patio de comidas lleno de imitaciones extrañas como
Pizza House y Wowzaburger (que en realidad no es tan malo), no es uno de
ellos.
—Oh, Dios mío —dice Russell una vez que hemos navegado a través de
quioscos de joyas para el cuerpo y grupos de adolescentes hoscos, llegando a
una sección del centro comercial con ARCADE escrito en letras brillantes—. No
he estado en un lugar como este en mucho tiempo.
La sala de juegos vacía está tan decrépita como el propio centro comercial,
con juegos que probablemente no se han actualizado desde principios de los
noventa. Pero hay una nostalgia en la forma en que todos emiten pitidos,
zumbidos y nos invitan a jugar.
Y lo más importante, tiene una mesa de air hockey.
Meto un billete de cinco dólares en la máquina, y mientras espero mis
monedas, un cuerpo cálido se presiona detrás de mí.
—Esto es realmente genial —dice Russell con la boca junto a mi oído, su
aliento corriendo sobre mi piel. Me estremezco contra él, vagamente consciente
de que estamos en público y me pregunto cómo es posible estar tan excitada en
un centro comercial que aún tiene un Sears—. Gracias.
—Tenía que hacer lo mejor para darle la bienvenida a Russell Barringer al
mundo de las citas. —La mesa de air hockey se enciende y se ilumina con un
silbido bajo. Sostengo mi cabestrillo a medida que agarro la paleta roja rayada
con mi mano derecha—. Solo voy a señalar que tienes una clara ventaja aquí.
—Esto lo distrae, como esperaba, y golpeo el disco justo en su portería—. ¡Ja!
Creí que jugabas de portero.
—¡Me engañaste! —Sopla sobre el disco como para traer buena suerte
antes de dejarlo caer sobre la mesa—. Muy bien, entonces. Ahora es la guerra,
chica del clima. No voy a ser fácil contigo.
—No te atrevas.
Estamos algo igualados durante el primer juego, pero con mi brazo, me
canso fácilmente, y él gana fácilmente el segundo y el tercero.
Eventualmente, tomamos un pretzel del patio de comidas cercano y nos
deslizamos en una cabina de vinilo aislada en una esquina de la sala de juegos,
mientras un grupo de niños se apodera de la mesa de air hockey.
—Cuéntame más de jugar al hockey en Michigan —digo, arrancando un
trozo azucarado de pretzel.
—Cuando era niño, jugaba durante el verano en las calles con amigos. No
odiaba la escuela ni nada así, pero esa era la razón por la que siempre
esperaba con ansias el verano. No fue hasta la secundaria que comencé a jugar
en un equipo. —Le da un mordisco al pretzel—. ¿Qué hacías de niña en
Seattle?
—Venía mucho aquí con mi hermano. —Muevo una mano alrededor del
arcade—. Siempre hemos sido bastante unidos. Alex está ahí en la mayor parte
de lo que recuerdo de mi infancia. ¿No tienes hermanos?
—Soy hijo único. ¿Lo que creo que significa que se supone que debo ser
antisocial y mandón?
—Tiene sentido.
Él resopla.
—¿Qué hay de tus padres? ¿Siguen viviendo en la zona?
Espero que no se dé cuenta de la forma en que mi cuerpo se pone rígido.
—Mi mamá sí. Mi papá se fue cuando estaba en la escuela primaria.
Un día cualquiera, eso es lo que más recuerdo. Era un día normal en un
octubre inusualmente cálido, fuimos a la escuela y tomamos refrigerios en la
tarde en la casa de un amigo vecino antes de que Alex y yo llegáramos a casa y
encontráramos a nuestra madre tendida en el sofá. Nuestro padre le había
levantado la voz la noche anterior.
—No puedo estar cerca de ti cuando estás así —había dicho, y no estaba
segura de lo que significaba así—. ¿No puedes ser feliz por una vez en tu
maldita vida? —Como la niña ingenua que era, sus palabras no me habían
parecido definitivas. Discutían de vez en cuando, y me había acostumbrado.
La televisión estaba encendida, pero ella no la miraba, y había una caja de
pizza sudando sobre la mesita de café frente a ella. Tenía muchas ganas de una
rebanada, pero parecía que había estado puesta ahí por un tiempo.
Papá va a pasar un tiempo con sus padres, nos dijo mamá. Alex preguntó si
estaban enfermos, y ella dijo que no. Su rabia debe haber sido más fuerte que
su tristeza, porque de repente se levantó, llevó la caja de pizza a la cocina y
preguntó si queríamos ir al cine, algo que nunca habíamos hecho en una noche
de escuela.
Un día cualquiera, hasta que dejó de serlo. Hasta que se quedó sin excusas
para él y poco a poco comprendí que no iba a volver.
—Lo siento mucho —dice Russell.
—Gracias. Está bien —digo, intentando desestimarlo, intentando forzar mi
sonrisa habitual. Por alguna razón, mi boca no coopera—. No tenemos que
hablar de eso. No quiero arruinar el estado de ánimo.
Tiene mucho con lo que lidiar. Él no necesita mis problemas además de
eso, aunque no paso por alto su ceño fruncido.
Desde el otro lado de la sala de juegos, los niños dejan escapar un coro de
gemidos cuando uno de ellos golpea la mesa de air hockey. Me devuelve a la
realidad solo un poco.
—Me doy cuenta de que esto está rompiendo nuestra regla parcialmente —
dice Russell—, pero una parte de mí estaba preocupada de que no tuviéramos
nada de qué hablar si no estuviéramos hablando de Torrance y Seth.
—Ah, ¿así que estás aliviado de que sea una conversadora medio decente?
—Sí. Pero no me sorprende. —Me ofrece el último pedazo de pretzel—.
Tengo que confesar algo. Sobre Torrance y Seth. Y luego no hablaremos de ellos
el resto del día.
—Está bien…
—No es tan malo. Lo prometo. —Echa un vistazo a la sala de juegos y al
muy polémico juego de air hockey antes de volver a mirarme—. Cuando
empezamos a hablar de hacer esto…
—… que fue tu idea —le recuerdo.
—Cierto. Cierto. Bueno, por supuesto, quería que las cosas en la estación
mejoraran. Pero también vi la forma en que las peleas te estaban afectando. Y,
bueno, habrás notado que mi ritmo ha cambiado, y no sé si es un resultado
directo de lo que hemos estado haciendo, o simplemente que se contrató a
alguien nuevo y alguien más se iba de licencia. Parte de la razón por la que
estaba tan de acuerdo con eso… era que fuiste tan seria en cuanto a querer
acercarte a Torrance. Creciste mirándola, y la realidad era muy diferente de lo
que habías imaginado. No quería verte tan miserable. Así que, pensé que
podríamos hacer que el trabajo fuera mejor para los dos, y que tú también
podrías obtener lo que querías.
Su admisión roba las palabras de mi garganta. Todo ese tiempo intenté
ocultar lo infeliz que era, convirtiéndolo en una broma o descartándolo. Pero
vio a través de eso.
—Russell…
—Oh, no. ¿Estás completamente furiosa conmigo? —Finge levantarse, pero
pongo una mano en su brazo.
—¡No! Simplemente… no sé qué decir. Me conmueve que quisieras hacer
esto para ayudarme. —Es la verdad. Russell Barringer es más dulce de lo que
jamás pensé, y podría llenar los pronósticos de un mes con lo mucho que he
pensado en él.
Deja escapar un suspiro exagerado de alivio.
—Por un segundo, pensé que esta sería nuestra primera y última cita.
—No, definitivamente no. —Giro su mano, pasando mis dedos a lo largo de
su palma. Su mano tiembla, como si tuviera cosquillas, pero no se aparta.
—Porque estoy tan fuera de práctica, tengo curiosidad: ¿de qué hablarías
normalmente en una primera cita?
—No soy una experta —digo, ya que técnicamente para mí también han
pasado un par de años. Sigo las líneas en su palma, trazando un camino desde
su muñeca hasta su pulgar—. Nuestros trabajos, nuestras familias, lo que nos
gusta hacer para divertirnos. Que ya hemos cubierto bastante bien.
Probablemente habrá algo como, oh, te ves mucho mejor que tu foto de perfil,
incluso si eso no es realmente cierto.
—Por supuesto.
—Tal vez uno de nosotros preguntaría por qué el otro aún estaba soltero, y
en realidad tocaría un nervio, pero haríamos todo lo posible para que eso no se
mostrara. Estaría la discusión sobre quién paga la cuenta. —Asiento hacia el
envoltorio de pretzel—. Me alegra que no insistieras caballerescamente en
pagar los cuatro dólares por esto.
—Solo porque prometo comprar el pretzel la próxima vez que vengamos
aquí.
Lucha contra una sonrisa anidada en una comisura de su boca mientras
garabateo una nube de lluvia en su piel, sus dedos tiemblan antes de cerrar su
mano alrededor de la mía. En un movimiento rápido, le da la vuelta para poder
salirse con la suya. Con su dedo medio, traza lo que creo que es mi línea de
corazón, de un lado a otro en estos lentos arcos abrasadores.
Muerdo el interior de mi mejilla, luchando por concentrarme en la
conversación a medida que imagino ese dedo deslizándose por mi estómago.
Separando mis muslos. Haciéndome jadear.
—Y luego al final de la noche… probablemente estaría estresada por si nos
vamos a besar.
—¿Quién daría el primer paso? ¿Tú o yo?
—Depende —respondo, mi voz tensa. Ahora está grabando círculos en mi
palma, variando la presión con cada revolución. Maldito infierno—. No me
importa dar el primer paso, pero si el chico lo hace, debe estar seguro de que es
lo que también quiero. Y no quiero que se sienta como una obligación. Quiero
que me bese porque ha estado pensando toda la noche en lo mucho que quiere
hacerlo.
—Entonces… ¿algo así? —Deja caer mi mano, ardiendo con el recuerdo de
las yemas de sus dedos, y se estira hacia adelante. Roza su pulgar a lo largo de
mi mandíbula, acerca mi rostro para poder besarme a través de la mesa.
Excepto que… no lo hace. No de inmediato. Por unos segundos,
simplemente se queda allí, sus labios a un susurro de los míos. Esperando.
Finalmente, cuando estoy a un momento de saltar a través de la cabina y
aplastarme en su regazo, roza sus labios contra los míos muy despacio.
Dulcemente, aunque tiene que saber lo malvado que está siendo en este
momento.
Antes de que se aleje, juguetea con sus dientes a lo largo de mi labio
inferior.
Allí. Malvado.
—Sí —susurro, ya extrañando la presión de su boca mientras se acomoda
en la cabina—. Y si la cita va realmente bien, podría invitarlo a casa. También
depende.
—¿De qué?
—Lo mucho que deseo que me toque.
Sus ojos están enfocados como láser en mí, el silencio entre nosotros está
cargado eléctricamente. Cada onza de mi atención está enfocada en la tensión
de su mandíbula y el bamboleo de su manaza de Adán cuando traga pesado.
Mentí, no es que quiera que me toque. Necesito que lo haga.
—Bueno. ¿Cuál es el veredicto? —Su voz es un gruñido bajo y encantador.
—Russ —digo, colocando mi mano en su rodilla debajo de la mesa—.
¿Quieres ir a mi casa?
No podemos salir de allí lo suficientemente rápido.
19

PRONÓSTICO:
UN CALOR RÉCORD DA PASO A UN AGUACERO SATISFACTORIO, PONIENDO
FIN A UNA SEQUÍA DE CINCO AÑOS

Para cuando llegamos a mi apartamento, está anocheciendo, el sol de


Seattle colgando solo en el borde del horizonte.
—Es muy tú. —Russell señala una obra de arte enmarcada en mi pared,
un fondo negro salpicado de estrellas con TIEMPO DE SUÉTER garabateado en
letra cursiva blanca.
Me quito la chaqueta de mezclilla, con cuidado de no dejar que los bordes
afilados de los broches enganchen mi vestido mientras la cuelgo.
—Un regalo de graduación de la universidad de mi hermano. Debes haberlo
visto antes cuando me dejaste.
—Cierto —dice—. Pero estaba demasiado concentrado en asegurarme de
que estuvieras bien y haciendo todo lo posible para no dejar ver que me sentía
extremadamente atraído por ti. Fue un equilibrio complicado.
Contengo una sonrisa.
—Es bueno saber que tú también estabas sufriendo.
Desata sus zapatos sin preguntar si necesita hacerlo, dejándolos
cuidadosamente en mi puerta. Luego avanza a la sala de estar, sus ojos
posándose en mi mesa de proyectos de joyería.
—¿Aquí es donde haces esos aretes y collares? —pregunta—. ¿Y los
broches que estás decidida a volver a poner de moda?
—Sí —respondo, intentando no pensar en cuánto tiempo hace que
mencioné los broches, y si eso significa que simplemente tiene una memoria
que rivaliza con la de Joanna o algo completamente diferente. Probablemente
solo era que hoy estaba usando uno. Levanto mi cabestrillo—. Aunque en este
momento no está sucediendo mucho.
Me dirijo a la cocina minúscula, preguntándome qué dice te pedí que
vinieras para llevarte a la cama y la bebida es simplemente una formalidad en
este punto.
—¿Puedo traerte algo de beber? —pregunto—. Tengo cerveza, vino, un poco
de sidra fuerte.
Deja escapar una risa áspera.
—¿Honestamente? No.
—Oh, gracias a Dios. Porque en realidad solo quiero pasar a la parte en la
que nos besamos otra vez.
Esto parece encender un interruptor en él. Avanza a zancadas hacia mí,
inmovilizándome en la entrada de la cocina, inclinando mi cabeza hacia arriba
para poder capturar mi boca con la suya. Me sumerjo en el beso, tan ansiosa
por dejar mis huellas dactilares en cada centímetro de él que no estoy segura
de dónde poner primero mi mano sana. Su pecho, donde su corazón golpea
fuerte contra él. La parte posterior de su cuello, donde es más fácil acercarme.
En su cabello, suave, exuberante y perfecto.
Cuando separa mis labios, aún sabe a azúcar de canela.
Le saco la chaqueta ligera de primavera que lleva y la coloco en el respaldo
de una silla, guiándolo los tres pasos desde la cocina hasta mi habitación. Los
apartamentos tipo estudio tienen sus ventajas. Unos segundos más y lo tengo
en mi cama, mis piernas en sus caderas a medida que presiono mi necesidad
contra la suya, inhalando sus exhalaciones y tragando cada sonido hambriento
que hace. Me lo devuelve todo, dejando un rastro de besos a lo largo de mi
mandíbula y mi cuello, aferrando mi cintura antes de que sus manos suban
por mis costados, rozando mis pechos. Al igual que en el Dugout, estoy
asombrada de cómo se puede sentir tan bien con la mayor parte de nuestra
ropa aún puesta.
Y ese hecho me hace retroceder por un momento, incapaz de recuperar el
aliento.
—Tengo que decirte algo —digo. Asegura sus manos en la base de mi
columna—. Estoy… estoy nerviosa.
Me da una mirada muy seria, agravada por el hecho de que aún usa sus
lentes.
—Deberías estarlo. No he hecho esto en cinco años.
Cuando esboza una sonrisa, rompe parte de la tensión entre nosotros,
aunque mi corazón aún martilla frenéticamente contra mi caja torácica. Porque
de alguna manera no he hecho esto en cinco años me excita aún más.
Hay algo innegablemente atractivo en ser la que rompa su período de
sequía. En este momento, se siente como un privilegio, y me siento honrada de
que me lo esté dando.
—Si no te sientes cómoda —dice, acariciando mi columna con los dedos—,
podemos parar. No tenemos que hacer nada.
—Quiero hacerlo.
Los nervios no desaparecen cuando lo agarro nuevamente, primero por sus
lentes, que coloco en la mesita de noche junto a nosotros, pero el deseo es más
fuerte. Más salvaje. Aun así, no tengo tanto rango de movimiento como me
gustaría.
—¿Alguna vez has visto algo más sexy? —pregunto mientras me quito el
cabestrillo lenta y dramáticamente, dejándolo caer sobre el edredón azul pálido
con una floritura de mi brazo ileso.
—¿Cómo descubriste mi fetiche exacto?
Siento que nunca dejo de reír cuando estoy con él. Es un poco
preocupante, dada mi reticencia a lanzarme a algo serio, pero Dios, quiero esto.
Hemos estado al borde de un precipicio, y podría morir si no caemos juntos
esta noche.
Tira de mi vestido gentilmente, su boca explorando cada parte nueva de mí.
Un beso en mi ombligo. Un mordisco en mi cadera. Un golpe de su lengua
entre mis pechos y a lo largo del encaje de mi sujetador.
Busco a tientas su cinturón con una sola mano, mi mano rozando la curva
de su estómago.
Retrocede un poco.
—Lo siento.
—No, está bien —digo, incluso cuando él se agacha para ayudarme con la
hebilla. Quiero decirle que no tiene nada de qué disculparse, pero parece estar
listo para superar esto, sus labios encontrándose con los míos una vez más en
besos desesperados con la boca abierta.
Si soy yo quien termina con su sequía, quiero que este sea el mejor sexo
que haya tenido en su jodida vida.
Mi mano está demasiado impaciente cuando se sumerge dentro de sus
jeans, encontrándolo tibio, rígido y ya tirando contra sus calzoncillos bóxer.
Dios. Reacciona al instante: una inhalación brusca. Un gemido bajo que
enciende mis terminaciones nerviosas. Froto de un lado a otro muy despacio a
medida que su cabeza cae sobre mi cuello.
—Esa noche en el retiro. En tu habitación —murmura, presionando besos
a lo largo de mi clavícula. Su pene pulsa en sus bóxers contra mi mano. Me
muero por ver cómo se ve sin todo este algodón y mezclilla en el camino—.
Estaba escondiendo la erección más dolorosa de mi vida. Cuando me
abrazaste, pensé que iba a desmayarme.
—Aun así, fuiste todo un caballero.
—Por fuera, sí. Te acababas de fracturar el codo. De ninguna manera iba a
iniciar nada. Pero mi mente… estaba siendo jodidamente indecente.
Sus palabras envían electricidad al rojo vivo por mi espina dorsal. No puedo
evitar preguntarme qué cosas jodidamente indecentes estábamos haciendo en
su imaginación.
—Russ —digo, y me gusta la forma en que sus ojos se cierran ante ese
apodo—. Esta vez no tienes que cerrar los ojos.
Eso provoca un gemido encantador de él, y retiro mi mano para que pueda
quitarse los jeans, enviando un agradecimiento rápido al santo patrón de los
Calzoncillos Bóxer.
Sin embargo, no puedo maravillarme por mucho tiempo, porque está
dirigiendo su atención a mi sujetador, trazando un dedo a lo largo de las tiras
de encaje negro.
—Esto es hermoso. Pero desafortunadamente, tiene que salir. —Solo se
necesita un movimiento de su pulgar para que el cierre frontal se abra. Luego
solo estoy en bragas de encaje negro a juego y mi collar de rayo, Russ en una
camiseta gris y bóxers.
—Cristo. Eres tan hermosa. —Su boca se abre a medida que me mira de
arriba abajo—. ¿Puedes simplemente…? Quiero mirarte un segundo.
No es hasta que lo dice que comprendo que mi cuerpo está ligeramente
encorvado, como suelo hacer con mis parejas nuevas, aún sin estar lista para
exponerme por completo. Pero el deseo puro en su voz es suficiente para aliviar
esa timidez. Relajo los músculos, estiro las piernas y dejo que me devore.
Es un sentimiento crudo y embriagador poder ver la atracción de alguien
así. Russell la usa claramente: una intensidad oscura en sus ojos, una
exhalación de aire, una curva de sus labios que da paso a una sonrisa
maliciosa mientras se inclina sobre mí. Me doy cuenta de que, tiene cuidado de
evitar mi brazo izquierdo, sus manos amasando mis pechos a medida que besa
mi cuello, su erección rozando mis muslos. Aplastando su boca contra el
amuleto de mi collar, el frío metal presionando mi piel. No es que su toque sea
torpe o inexperto, es casi reverente. Experimental, la forma en que hace rodar
un pezón entre el pulgar y el índice, escuchando la forma en que mi respiración
se acelera, descubriendo lo que me gusta.
Con Russell, estoy empezando a pensar que me gusta casi todo.
Sin embargo, cuando alcanzo su camiseta, se congela de nuevo.
—¿Qué es? —pregunto, mi mano deteniéndose en el dobladillo. Me obligo a
que mis respiraciones sean más lentas. Quiero darle espacio para que me diga
cómo se siente, si es algo para lo que está preparado.
Él se apoya sobre sus talones, haciendo un gesto hacia su estómago. Sin
encontrar mi mirada.
—Yo, uh… no quiero que mi estómago esté en el camino, o que te sientas
disgustada por eso o algo así. Sé que estoy gordo.
—No estás… —empiezo, lista para defenderlo, pero levanta una mano.
—No es una mala palabra. Solo es un adjetivo. Así es cómo soy. —Espera
unos segundos antes de volver a hablar, como si decidiera cuánto quiere
decirme. Un suspiro suave. Un trago difícil. Tal vez ese es el sonido de dejar
entrar a alguien—. He sido gordo desde que era un niño. Y la mayor parte del
tiempo, no me molesta. Solía hacerlo, y algunas personas creen que debería
hacerlo y hacen todo lo posible para asegurarse de que esté al tanto de eso. A
veces también son astutos al respecto, todo bajo el pretexto de preocuparse por
mi salud, a pesar de que estoy perfectamente saludable. —Lleva sus ojos de
nuevo a los míos—. Así que, si te molesta… ¿podría tal vez dejarme la camiseta
puesta? ¿Si es lo que quieres?
Escucharlo decir todo esto me rompe el corazón.
—No, no, no —digo rápidamente, colocando mi mano en su brazo—.
¿Honestamente? Eso es lo más alejado que tengo en mi mente en este
momento.
—¿Estás segura?
Empujo hasta sentarme para poder acunar su cara y hacer que me mire.
—Sí. Russell, eres sexy, y en realidad te deseo con todas mis jodidas ganas.
Todo tú. —Y luego, para probarlo, tomo su mano y la guío entre mis piernas,
donde estoy mojada y necesitada por él.
Desliza un dedo dentro de mi ropa interior y gime. Lentamente, muy
lentamente, su dedo roza mi centro, dolorosamente cerca de mi clítoris. Un
círculo insoportable, y luego lo encuentra de nuevo. Mis caderas se sacuden,
rogándole que se mueva más rápido.
—Maldición —dice en voz baja. Me encanta la forma en que se permite
disfrutar esto, poco a poco—. Maldición, Ari. Eres… increíble.
No puedo soportarlo más, no sentir su piel contra mi piel. Codiciosa, me
lanzo hacia adelante, ansiosa por librarlo de su camisa. Y… él es
absolutamente hermoso. Me obligo a reducir la velocidad, a tomarlo de la forma
en que lo hizo conmigo. Paso mis manos a lo largo de las estrías rosadas en su
vientre, a los lados de su estómago, a lo largo del vello en su pecho por el que
me he estado preguntando desde esa noche en el bar del hotel. Beso todo lo
que puedo de su piel, hasta que alcanza mis bragas y estoy muy feliz de
ayudarlo a quitarlas.
Sin la tela en el camino, arrastra su mano por mi muslo, separando mis
piernas antes de deslizar un dedo donde más lo necesito. Jesús. Hace ese toque
experimental de nuevo a medida que estudia mi cuerpo, arriba y abajo y arriba,
un segundo dedo, arriba, sí, y apoyo la cabeza contra la almohada, arqueando
la espalda.
Todo mientras sus dedos dan vueltas.
Y vueltas.
Y vueltas.
Cada vez que pienso que podría estar cerca, cerrando los ojos y
concentrándome en esa sensación creciente, escapa del alcance. Se siente
alentado por mi respiración, la forma en que aferro su hombro, pero después
de un rato, su mano se vuelve más lenta, como si estuviera demasiado cansado
o no le estuviera dando lo que quiere. O ambos.
Mierda. Esperaba que esto no sucediera. No con él.
—Lo siento —le digo, segura de que puede escuchar la frustración en mi
voz.
—Oye. No tienes nada por qué disculparte. —Se recuesta y me mira, con la
otra mano apoyada en mi cadera—. ¿Hay algo que pueda estar haciendo
diferente?
Me levanto sobre mis codos, mi cara arde por la excitación y la vergüenza.
Me preocupaba que esto pudiera pasar. Pensé que la emoción de hacer esto
con Russell podría llevarme allí más rápido… pero no hubo tal suerte.
—No eres tú. —Espero que sepa que no lo digo por decir—. Me cohíbo con
las personas nuevas. Siempre he sido así. Como si no pudiera apagar mi
cerebro o no pudiera relajarme por completo. Algunas veces… a veces tarda un
par de momentos. Nunca he podido… la primera vez.
He estado con hombres que toman esto como un desafío, declarando que
ninguna mujer ha tenido problemas para alcanzar el orgasmo con ellos, lo cual
se siente genial cuando ya estás desnuda con alguien, imaginándolo
complaciendo a otra pareja. Me encantaría ser el tipo de chica que cae en
éxtasis al instante en que su pareja la toca, pero solo… no puedo. Y mis
antidepresivos, por maravillosos que sean, disminuyen un poco mi libido.
Se queda en silencio por un momento. Casi me pregunto si va a decir que
deberíamos parar, que no vale la pena. O que deberíamos avanzar a toda
velocidad hacia el coito, lo cual, por supuesto, es muy divertido, pero nunca he
tenido un orgasmo de esa manera, incluso si lo he fingido una buena docena
de veces. No quiero hacer eso con él.
Cuando habla, no es para nada lo que esperaba.
—Bueno, la cosa es que —dice, en voz baja—, en realidad, quiero que te
corras. Esta noche. —Puede que me lleve a la mitad del camino si sigue
hablando así—. Tengo una idea. Y definitivamente puedes decir que no. —
Presiona un beso en mi mejilla, su pulgar demorándose en mi pómulo mientras
se aleja—. ¿Y si haces que te corras? Aquí. Conmigo. —Debo hacer algún tipo
de expresión, porque él continúa—: ¿Si crees que podría ser más fácil?
Sus manos sobre mí son tan gentiles. No me está exigiendo un orgasmo. No
está frustrado, quiere que disfrute esto.
—No lo sé —admito—. Nunca lo he hecho delante de otra persona. —Esto
no era exactamente lo que imaginé cuando conjeturé nuestra primera vez.
Cuando pensé en lo que le haría como mi regalo de “bienvenida de nuevo al
sexo”.
Pero… no hay razón por la que no pueda seguir siendo alucinante.
—Entonces, ¿quieres que me… me toque mientras miras?
Se ríe sombríamente.
—Por más atractivo que suena eso, también podría hacerlo. Si te relaja.
Al principio evoca una imagen mental extraña, pero su rostro es tan
abierto, tan serio.
En realidad, quiero que te corras. Esta noche.
—Está bien —le digo, mi corazón latiendo con fuerza—. Vamos a intentarlo.
Lo ayudo a quitarse los calzoncillos tanto como puedo, frotando mi mano a
lo largo de su polla a medida que inhala una respiración entrecortada. Russell
está desnudo en mi cama y esperando que me dé placer. Y… estoy
profundamente, totalmente excitada.
Mi mano solo comienza a temblar cuando me vuelvo a sentar, palmeando
uno de mis senos, pellizcando mi pezón mientras miro la longitud de mi
cuerpo.
—¿Debería simplemente… comenzar?
—Lo que te haga sentir más cómoda —responde, rozando sus dedos por mi
cintura. Claramente está listo, pero espera.
Así que, me deslizo hasta la parte superior de la cama y me acuesto, con él
estirado a mi lado. No es hasta que dejo que mi mano se deslice entre mis
piernas como lo he hecho tantas veces antes, solo que nunca con una
audiencia, que envuelve una mano alrededor de sí mismo. Y ya no es extraño,
ni mucho menos. No me atrevo a romper el contacto visual a medida que frota
hacia abajo y luego hacia la gota de humedad formándose en la punta.
—¿Qué tal eso? —Ya está respirando con dificultad, su pregunta es áspera
como la grava.
—Bien —me las arreglo mientras encuentro un ritmo. Estoy mintiendo. Es
jodidamente asombroso, y verlo mientras él me mira a mí podría ser la cosa
más intensamente sexual que jamás haya experimentado. No anticipé que verlo
tocándose a sí mismo fuera tan erótico, pero maldición, lo es. La imagen de él
con su mano alrededor de su pene, la tensión de su mandíbula y el temblor de
su respiración y la forma en que agarra mi tobillo como un ancla con su mano
libre… sí, eso quedará grabado en mi cerebro por un tiempo.
Luego gira su cuerpo para poder besarme, y Dios, es demasiado, demasiado
bueno. Todos mis sentidos están iluminados con el neón más brillante posible.
Ahora que un orgasmo se siente no solo posible sino inminente, me permito
relajarme aún más, moviendo mis dedos más rápido. Veo un trozo de encaje
negro por el rabillo del ojo, y antes de que pueda pensarlo dos veces, lo alcanzo
y se lo paso.
Solo me mira mientras su mano se mueve de arriba abajo, un lado de su
boca temblando. Pero luego toma mi ejemplo. Primero lleva mis bragas hasta
su cara. Inhala. Después las mueve más y más abajo, hasta que empuja entre
ellas, y solo mirarlo es suficiente para llevarme al límite.
—Esto —dice—, es tan… jodidamente… caliente. Eres tan jodidamente
caliente.
—Russ —gruño con un grito ahogado mientras froto mi clítoris con dos
dedos. La verdad es que, nunca me había sentido tan sexy. Tan poderosa.
Llego primero, una dulce oleada de placer, mis piernas temblando antes de
que mi cuerpo se derrumbe. Después está besando mis pechos, mi cuello, mis
labios, mis párpados. Su polla está firme, su calor sólido entre nosotros, y me
doy cuenta de que se ha contenido para que pueda terminar. Ese conocimiento
me hace deslizar mi mano entre nosotros, desesperada por deshacerlo.
—No quiero que te ensucies si no quieres —jadea. Puedo decir que está
tomando todo el autocontrol que tiene para no dejarse llevar.
—Quiero.
Y solo toma unos cuantos bombeos más de mi puño antes de que gima,
balanceando las caderas hacia adelante a medida que pinta mis senos con su
liberación, cálida y resbaladiza.
—Dios —jadea, aún intentando recuperar el aliento—. Eres… eso fue…
Me rio, arrastrando mis dedos por su espalda.
—Igual. Inesperado, pero… en serio, jodidamente fantástico.
Desaparece por un momento para limpiarse, regresando para pasar
primero una toalla húmeda sobre mi piel y luego sobre la suya.
—Los beneficios de un apartamento tipo estudio —digo mientras atrae mi
cuerpo hacia el suyo—. El baño está a solo tres metros de la cama. Y tenemos
una gran vista de la cocina desde aquí.
Acaricia su rostro en mi cuello.
—Y, sin embargo, de alguna manera, quiero quedarme exactamente dónde
estamos. A menos que ya sea de mañana.
Señalo mis cortinas opacas.
—Creo que es de noche, pero nunca puedes estar muy seguro con esas.
—Ah. Iba a preguntar por eso, pero mi mente estaba en otra parte.
No quiero olvidar la forma en que se ve en este momento, sonrojado y
contento, su cabello sobresaliendo en cien direcciones. Arruinado de la mejor
manera posible.
Me doy cuenta de que tenemos que hablar de las cosas difíciles: lo que
vamos a hacer en el trabajo, lo que significa esta relación. Si una relación es
algo que ambos queremos.
Elodie.
Pero ahora mismo, solo quiero saborear esto.
—Ari —dice en mi cabello, su mano descansando en mi cadera—. En serio
me gustas.
—Igualmente —digo en voz baja, y desearía que no se sintiera tan
aterrador.
20

PRONÓSTICO:
UNA INCOMODIDAD LEVE CONDUCE A UNA CONVERSACIÓN SINCERA
ESPERADA LARGAMENTE

Cuando solía imaginarme la casa de Torrance, imaginaba el tipo de lugar


en las salas de exhibición de muebles, sofisticado e impecable. La realidad no
está demasiado lejos. Su casa de estilo colonial holandés en Madison Park está
pintada de azul turquesa, y todo el interior está hecho en tonos de blanco y
crema con detalles cálidos en madera. Estoy tan preocupada por dejar tierra en
las alfombras que me dice que encargó a un artista de Seattle que medio me
pregunto si debí haberme quitado los zapatos afuera. Al menos, anoche lavé mi
cabestrillo.
—Siéntete como en casa. —Torrance cuelga mi abrigo y señala un sofá
seccional color crema cubierto con no menos de una docena de cojines
decorativos. Al lado hay un estante imponente lleno de plantas suculentas.
Sentirme como en casa puede requerir convertirme en una persona
completamente diferente—. Enseguida vendré con el vino y el queso marañón.
Créeme, es mejor de lo que suena.
Cuando me invitó a una “noche de chicas” y me dijo que seríamos las
únicas dos chicas presentes, me mostré escéptica. En tres años trabajando
para ella, Torrance nunca ha expresado el deseo de verme fuera del trabajo.
Pero luego volví a pensar en el masaje, y en cómo se abrió. Y lo bien que se
sintió, aunque solo fuera por un momento, que me estuviera escuchando. Ese
ha sido el objetivo todo este tiempo. No estoy segura de poder aceptar que esté
sucediendo.
Me debato sobre dónde colocar los cojines en el sofá de Torrance, me
conformo con apilarlos en el sillón a juego, antes de sentarme y… oh. Este es
un sofá fenomenal. Entre los sofás de mi terapeuta, mi hermano y Torrance,
estoy empezando a pensar que necesito ir a comprar muebles. Me quito el
cabestrillo para poder estirar un poco el brazo; después de la fisioterapia de
esta tarde, me duele un poco el codo.
La llegada de una hermosa tabla de charcutería me saca de la envidia por
el sofá, con cinco tipos de queso vegano y un cuchillo de queso con mango de
mármol. Embutidos y gajos de pan a la plancha, aceitunas verdes y mermelada
de higos. Es un catálogo de Williams-Sonoma cobrando vida.
—Esto se ve increíble —comento—. Incluso el queso vegano.
Torrance agita una mano con una manicura francesa recién hecha.
—Me encanta tener invitados. Seth y yo solíamos hacerlo todo el tiempo,
pero en estos días no hago lo suficiente por mi cuenta.
Han pasado casi tres semanas desde el yate, y espero que sea una señal
buena que mencionara a Seth sin que yo se lo pidiera.
Se sirve una copa de vino blanco y la acerca a la mía para brindar.
—¡Vamos a pasar el mejor momento de la historia! —dice, y no estoy segura
si está intentando convencerme a mí, a ella misma o a los dos.
Después de quitarnos de encima las cortesías (cómo está tu brazo, cómo
estuvo tu día, cómo te ha ido en el trabajo), se vuelve a acomodar en el sofá.
Esperaba que la Torrance de fin de semana fuera una Torrance informal, y lo
es, un poco. Jeans, una blusa holgada, cabello liso naturalmente en lugar de
los rizos que usa en cámara.
Unta un poco de mermelada de higos en un trozo de pan, que luego cubre
con una sola aceituna.
—Esto está bueno. Deberías probarlo —dice cuando le doy una mirada
horrorizada.
—Confío en tu palabra —digo a medida que me sirvo un trozo de queso
cheddar de imitación.
Recuerdo ese momento en la fiesta navideña, cuando ella y Seth bromearon
sobre su canción favorita. Hay una verdadera tonta atrapada en el cuerpo de
Torrance, y quiero sacarla tanto como pueda.
—Últimamente hemos hablado demasiado de mí —dice Torrance después
de otra monstruosidad de higo-aceituna—. ¿Sigues soltera?
Toso, intentando desalojar la aceituna atrapada en mi garganta.
—Yo… honestamente, no sé lo que soy en este momento.
—¿Es alguien que conozco? ¿Alguien del trabajo? —Se inclina y cubre su
boca con una mano a modo conspirativo—. ¿Es Russell?
Mi rubor debe delatarme por completo.
Se acerca para golpear mi rodilla suavemente.
—Tú y Russell —dice, con una sonrisa pintada en lápiz labial
extendiéndose por su rostro—. No estoy segura de haberlo predicho, pero
puedo verlo. Es muy lindo. También agradable.
—Lo es —digo, mi mente regresando a lo agradable que fue Russell en mi
cama el fin de semana pasado. Cuántas ganas tengo de que vuelva allí.
A excepción de Joanna, Torrance es la primera en enterarse de él. Con mi
hermano, todo lo que le digo se lo comunica a Javier, lo cual no me importa,
pero no estoy del todo preparada para eso. Es difícil no envidiar lo que tienen,
esta premisa de que puedes confiar en alguien con un secreto tanto como la
persona que lo cuenta puede confiar en ti.
No estoy segura de haber sentido eso alguna vez con alguien. Ni siquiera
con el hombre con el que pensé que iba a casarme.
Sin embargo, si puedo confiarle a Torrance este secreto, tal vez ella me
confíe a mí el suyo.
—Estás muy sonrojada. —Torrance deja escapar una risita que nunca le
había oído, ese sonido que no tiene nada en común con su risa televisiva. Me
doy cuenta de que no he hablado así con nadie en mucho tiempo, y se siente
bien—. ¿Sucedió en el retiro? ¿Cuándo te llevó al hospital?
—Estaba demasiado drogada con Vicodin para que sucediera algo —
respondo—. Solo hablamos. Un montón. Nuestra primera cita fue el fin de
semana pasado.
—Esto me encanta muchísimo. Esto me encanta para los dos.
—Aún no lo hemos definido ni nada así. Y tiene una hija, y… nunca he
salido con nadie que tenga un hijo.
—Los dos son inteligentes —dice, sonando alentadora—. Lo resolverán.
Comprendo con un sobresalto que este es el tipo de reacción que me
gustaría de mi madre. Así es cómo me gustaría que respondiera en un universo
alternativo donde mi madre fuera la primera persona a la que le contara de una
relación nueva.
Y me hace sacar una de mis falsas sonrisas alegres y cambiar de tema
inmediatamente.
—Tienes una casa preciosa —digo, porque si hay algo que le gusta a la
gente con casas bonitas es presumir lo bonita que es su casa—. ¿Cuándo
dijiste que fue construida?
Pero Torrance no muerde el anzuelo.
—Siempre estás haciendo eso.
—¿Haciendo qué?
—Dar cumplidos como ese. Completamente de la nada. —Retrocede, como
si le preocupara haberme ofendido, lo que podría ser una primera vez con
Torrance—. No es que no sean agradables, simplemente son… supongo que, un
poco al azar.
—Yo… lo siento. —No es que no los diga en serio, pero por supuesto, no
puedo decirle la verdadera razón—. Supongo que simplemente… a veces me
distraigo demasiado. —Apuro mi copa de vino, con la esperanza de que esto
funcione como una excusa—. Aunque hablo en serio. Me encantaría ver más de
la casa.
Y tal vez Torrance se da cuenta de que eso es todo lo que tendrá de mí,
porque se levanta de un salto, aún elegante, aún serena, aunque
probablemente no por mucho tiempo, si la cantidad de vino en su copa es una
indicación, y comienza el recorrido.
Me lleva a través de la cocina, un gimnasio, hace un gesto hacia un jacuzzi
en su patio trasero. El pasillo está lleno de fotos, un tributo a Torrance y Seth y
elecciones de moda cuestionables. Seth con un salmonete, Torrance a
mediados de los noventa con el corte de cabello estilo Rachel.
—Esa soy yo el primer año que estuve en la televisión —dice, tocando su
cabello en la foto—. Eso no funcionó para mi cara en absoluto. En algún lugar,
un peluquero debería perder su licencia. —Deja escapar una media risa, su
mirada deteniéndose en la siguiente foto, una de un Seth sorprendentemente
flacucho con una chaqueta de traje demasiado grande—. Pero Seth se ve lindo
aquí.
Luego está Patrick, su hijo, creciendo, teniendo frenillos y graduándose de
la escuela secundaria. Patrick y su esposa, Roxanne.
Terminamos el recorrido de vuelta en la cocina completamente blanca,
donde veo la suculenta que Seth le dio, puesta sola en la encimera de mármol.
—Seth sabía lo mucho que amaba esta casa —comenta—. Quería que me la
quedara.
—¿Parece que ustedes dos se han estado poniendo cómodos últimamente?
—digo.
—Esa noche en el yate fue… bueno, fue increíble, para ser honesta —dice,
pasando los nudillos por las hojas de la suculenta. Y… se está sonrojando.
Torrance Hale se está sonrojando.
—Increíble, ¿eh?
—Sí, contra todo pronóstico. Incluso si una parte de mí está esperando que
caiga el otro zapato.
—Y… ¿no has estado viendo a nadie más? —pregunto, recordando cuando
la vi en el brunch. Si nos estamos entrometiendo en alguna otra relación, tengo
que saberlo.
—Un par de citas aquí y allá —responde, descartando esto con un
movimiento de su mano, y el alivio es inmediato—. Nada serio.
—Seth ha parecido… menos antagonista últimamente. Tal vez sea porque
ustedes dos han estado pasando mucho tiempo juntos.
—Eh. No sabía que ustedes dos eran cercanos. —Suelta la planta y alcanza
otra botella de vino—. De todas formas. No quiero ponerme demasiado cursi
porque no va conmigo, pero esto es divertido. Gracias. Incluso si es la noche de
chicas menos salvaje en la historia de las noches de chicas.
Contra todo pronóstico, Torrance Hale y yo podríamos convertirnos en algo
que nunca anticipé.
Podríamos ser algo así como amigas.

—Quiero contarte un secreto —dice Torrance desde el sillón, con las


piernas colgando a un lado. Desde donde estoy tirada en su sofá, con
almohadas decorativas amontonadas en el suelo, no puedo ver su rostro. Pensé
que la Torrance borracha era rara, pero la Torrance feliz y borracha es aún más
rara—. ¿Sabías… —hipo—… que mi apellido en realidad no es Hale?
—¿Qué? ¿Cuál es?
Su cabeza cuelga un poco mientras se reposiciona en la silla,
contemplándome con una mirada seria.
—Dalrymple. Es escocés. Durante los primeros veinticinco años de mi vida,
fui Torrance Dalrymple. Nadie podía deletrearlo, y mucho menos pronunciarlo.
Luego, cuando comencé a transmitir, pensé que sería más fácil, y tal vez
incluso atractivo, si mi nombre coincidía con el trabajo. Había tantos
meteorólogos que tenían nombres ingeniosos, como Storm Field o Johnny
Mountain. No quería que fuera demasiado obvio, como Torrance Tornado o algo
así.
—De hecho, Torrance Presión Barométrica sale perfecto de mi lengua.
—Quería que fuera creíble. Así que… Torrance Hale. Y luego Seth agregó
Hale a su apellido cuando nos casamos, aunque no se lo pedí. Fue su idea,
para hacer que mi nombre falso se sintiera más legítimo, supongo. Como si, en
realidad pudiera haber nacido como Torrance Hale y haber crecido para ser
meteoróloga. —Hace una pausa por un momento—. A veces todo se siente falso
—continúa, y de repente, ese brillo feliz y borracho desaparece—. Las caras que
usamos en la televisión. Todas las sonrisas. Incluso mi nombre es falso.
—Nada de lo que haces me ha parecido falso.
—Estoy segura de que hay muchas personas en línea que dirían lo
contrario.
—No me digas que lees nuestros comentarios de Facebook después de todo
este tiempo. —Es el infierno más oscuro de nuestras redes sociales, reservado
para personas mayores que no han entendido bien el concepto de redes
sociales y/o idiotas que son más honestos y viles que en cualquier otra
plataforma.
—No a menudo, a menos que esté etiquetada en algo que es imposible de
evitar. La gente me llama puta porque tengo la osadía de tener pechos. Porque
soy rubia. Porque mi falda se detuvo por encima de mis rodillas. Porque me
vestí de rojo. Porque me reí con un presentador masculino.
Levanto mi copa por eso.
—Por la misoginia casual. Que amablemente se vaya a la mierda para
siempre. —Algunos de los comentarios que recibí cuando comencé en KSEA, en
su mayoría de hombres, aún viven gratis en mi cabeza, y los odio. Me pregunto
si la alfombra hace juego con las cortinas. Salta al 2:36 para ver su escote.
Existe la posibilidad de lluvias en mis pantalones. Es interminable, incluso si
dejas de buscar. Sin importar cuántas personas bloquees, siempre tienen una
forma de encontrarte, a través de etiquetas, correos electrónicos o mensajes
directos—. Podríamos usar un saco de arpillera, y la gente seguiría hablando
de si es demasiado apretado.
—Ese tono de arpillera está mal para tu tono de piel.
—¿Cómo pudiste haber elegido un saco tan sexy?
Después de que dejamos de reírnos, Torrance se vuelve protectora.
—Pero, ¿te está yendo bien? ¿Te ha pasado algo realmente malo? No
necesitas que le dé una paliza a nadie, ¿verdad?
No estoy segura de que esté bromeando.
—No, no, solo lo de siempre. Ahora puedo manejarlo, pero al principio fue
duro.
Eso cuelga entre nosotras por unos momentos. Ojalá Torrance y yo
hubiéramos podido hablar de esto cuando empecé. Cuando me preguntaba si
después de todo había hecho la elección de carrera correcta, porque por mucho
que me encantara el clima, siempre iba a haber gente que asumiera que solo
estaba allí para sonreír y señalar.
Me pregunto si este silencio significa que ella desea lo mismo.
—La mejor venganza —dice—, es simplemente ser jodidamente buena en tu
trabajo.
Tomo un trozo de pan, masticándolo con aire pensativo. Torrance tenía
razón: esto es divertido. Tal vez solo nos hemos acercado por una manipulación
sutil, pero quiero creer que de todos modos habría sucedido.
—Si soy honesta —digo, y en este punto solo es la mitad de la botella de
chardonnay Chateau Ste. Michelle hablando—, me sentí un poco a la deriva
cuando comencé en KSEA. Fuiste una de las razones por las que quería
trabajar allí. Te observé todo el tiempo mientras crecía, sé que lo mencioné en
mi entrevista. —En ese momento, me sentí avergonzada, preocupada de
haberla hecho sentir vieja. Pero simplemente lo ignoró, y eso hizo que me
gustara aún más. Hasta que, claro, empecé a trabajar con ella—. No estoy
segura si recuerdas esto, pero en realidad me diste un premio. Como periodista
de secundaria, hace unos diez años.
Su expresión cae.
—Ari. Lo siento mucho. Desearía recordarlo, pero… en ese entonces hice
muchas de esas cosas.
—Está bien —digo rápidamente, porque lo está. No espero que le haya
atribuido algún valor sentimental como yo lo hice—. Pero cuando comencé,
supongo… supongo que en cierto modo esperaba algún tipo de tutoría o algo
así.
Todo mi cuerpo se pone rígido a medida que espero su respuesta,
preparándome para lo peor.
Pero me sorprende, como lo ha hecho varias veces en los últimos dos
meses.
—Yo… creo que a mí también me hubiera gustado mucho —dice en voz
baja. Luego se aclara la garganta y dice más fuerte—: ¿Crees que alguien más
se siente así?
—¿Quizás? Pensé por un tiempo que podríamos tener la oportunidad de
vincularnos en el retiro, pero… —Levanto mi brazo.
—Ese masaje de parejas improvisado fue lo más destacado.
—Esas masajistas merecen un aumento. —Entonces vuelvo a ponerme
seria—. Supongo que es porque a veces cualquier cosa que estaba pasando con
Seth se sentía más importante. Como el hecho de que no hemos tenido una
evaluación real del desempeño en tres años.
Se sienta más erguida, algo parecido a la conmoción tirando de su boca en
una línea apretada.
—No me había dado cuenta de que te sentías así. Pensé… bueno, una parte
de mí pensó que sería bueno no tener que pasar por todos esos trámites
burocráticos, pero tal vez esa era mi forma de hacerme sentir mejor por no
hacerlo.
Me vuelvo más valiente.
—Muchas otras estaciones traen entrenadores de talentos regularmente. Y
también puedo hacer historias más importantes. Incluso podría estar en
Halestorm. Me encanta este trabajo, y estoy agradecida de tenerlo. Solo quiero
sentir que voy a alguna parte. Como si estuviera creciendo.
—Absolutamente. —Se estira hacia adelante para rozar mi hombro con la
mano, su mirada, una vez helada, honesta e insistente—. Hablaremos esta
semana, ¿de acuerdo?
—Estoy deseando que llegue —digo, creyéndola. Torrance se seca la boca,
su lápiz labial sigue impecable después de horas de beber, comer y reflexionar.
Francamente, es injusto.
—Solo tengo una pregunta más. ¿Cómo te las arreglas para que tu labial
dure tanto?
Sonríe, mostrando ese tono cereza perfecto.
—Es un proceso de varios pasos. Primer, delineador de labios, barra de
labios y luego terminar con un polvo fijador translúcido. Eso es lo que en
realidad hace el truco. Y también debes asegurarte de exfoliar primero tus
labios. —Una mirada entre la botella ahora vacía y yo—. Iré a buscar más vino.
Mientras está en la cocina, su teléfono se enciende en la mesita de café.
Dice: Patrick Hale.
—¿Torrance? —la llamo—. Tu teléfono está sonando. ¿Creo que es tu hijo?
Corre hacia la sala de estar, con la botella de vino y el corcho aún en la
mano, agarrando el teléfono en lo que parece su último timbre. No quiero
escuchar a escondidas en caso de que sea personal, pero no hace ningún
movimiento para cambiar de habitación.
—Oh, Dios mío —dice ella—. ¿Está sucediendo? ¿Ahora mismo? Estaré allí
tan pronto como pueda. —Se vuelve hacia mí, el teléfono colgando sin fuerzas
en su mano—. Mi nuera está en trabajo de parto. Tenemos que ir al hospital. —
Luego se presiona las sienes con las yemas de los dedos y gime—. Necesito
agua. Y comida. Jesús, no puedo creer que voy a estar borracha cuando
conozca a mi nieto.
—Va a estar bien —digo, intentando sonar tranquilizadora, pero tampoco
tengo idea de qué hacer en esta situación. Cuando la madre de alquiler de Alex
y Javier quedó embarazada, ya estaban en el mismo lugar: rompió fuente
cuando almorzaban en el restaurante de Javier—. Estoy segura de que habrás
recuperado la sobriedad para cuando nazca el bebé. Me ofrecería a llevarte,
pero, eh… —Levanto el brazo.
—Cierto. Cierto. Llamaremos a Seth. —Su teléfono se ilumina con otra
llamada entrante—. Espera. Ese es él. ¿Cómo sabe que estábamos hablando de
él? ¿Esta es una de esas cosas en las que tu teléfono te está escuchando? —En
serio está perdiendo la cabeza.
—Patrick también debe haberle dicho que Roxanne está en trabajo de parto
—le digo con toda la calma que puedo.
—¿Seth? Hola. Estoy un poco borracha. —Derriba la tabla de embutidos en
ese momento, y arroja migas y cortezas de pan al suelo—. Si pudieras venir a
buscarme… sí. Bueno. Gracias. —Cuelga—. Estará aquí en veinte.
Quince minutos más tarde, una vez que hemos limpiado la sala de estar y
el vino que Torrance derramó en el sofá, una furgoneta KSEA 6 se detiene con
un chirrido en el camino de entrada, Seth agitando un brazo por la ventana.
—Llegué aquí lo más rápido que pude sin dejar de respetar el límite de
velocidad —dice, abriendo la puerta del lado del conductor.
—Muchas gracias. —Y Torrance casi cae en sus brazos en un intento de
hacer… bueno, no estoy muy segura de qué, pero deja escapar un chillido
mientras lo hace—. Vamos a ser abuelos.
Él sonríe mientras la estabiliza.
—No puedo esperar.
—Puedo llamar a un Uber —digo, sin querer entrometerme en este
momento privado.
—No, Ari, está bien. ¡Puedes venir con nosotros! —dice Torrance. No sé si
es el alcohol o la emoción lo que habla, pero está tan emocionada que es
imposible decir que no.
Así que, entro y me abrocho el cinturón.
21

PRONÓSTICO:
UNA TREGUA A MEDIANOCHE (O DOS)

Sin duda, es toda una experiencia correr por el centro de Seattle en la


camioneta KSEA 6 con mi jefa y su exesposo. El contraste entre los dos es aún
más pronunciado. A pesar de todo su pánico en la casa, Torrance se ha
calmado, mientras que un Seth frenético aprieta el volante con los nudillos
blancos, perdiendo la salida del hospital una vez antes de tener que dar
marcha atrás. Cuando llegamos a la sala de maternidad, se precipita hacia la
recepción, Torrance y yo siguiéndolo.
—Roxanne Hale —dice, casi sin aliento—. ¿Dónde está Roxanne Hale?
—¿Papá? —Un hombre que parece tener veintitantos años se acerca con
una botella de agua en la mano—. Oigan, muchas gracias por estar aquí. Justo
voy allí dentro ahora mismo. Sus contracciones siguen teniendo una diferencia
de unos diez minutos.
Patrick obtuvo los mejores rasgos de sus padres; no es sorprendente que
sea tan atractivo como ellos. Cabello oscuro, barba recortada, pómulos tan
marcados que deberían tener una etiqueta de advertencia.
Seth envuelve un brazo alrededor de sus hombros.
—¿Cómo lo llevas?
—Ah, estoy bien. Un poco agotado, pero en general bien. Roxanne es la que
está pasando por eso. —Su mirada cae sobre mí, y le doy un gesto incómodo.
—Hola, um, ¡felicidades! O, casi felicidades. Estaba con tu madre cuando
recibió la llamada, así que…
Él sonríe, la misma sonrisa megavatios que Torrance ha perfeccionado para
las cámaras.
—¡Cuantos más, mejor! —dice, e intercambia algunos abrazos más con sus
padres antes de dirigirse al pasillo.
Seth solo se pone más nervioso, paseándose de un lado a otro hasta que
verlo me marea. Compra exactamente cinco cosas de la máquina expendedora
antes de que se atasque y luego pasa quince minutos buscando a alguien que
pueda arreglarlo.
—¿Seth? —dice Torrance dulcemente, desde donde está sentada a mi lado
—. ¿Por qué no bajas a la tienda de regalos?
—Excelente. —Seth muerde un Twizzler antes de arrojar el envoltorio a la
basura. Ya nos ofreció algunos a Torrance y a mí—. Gran idea. ¡Vuelvo
enseguida!
—¡Tómate tu tiempo! —llama, y una vez que desaparece, comienza a reír—.
También fue así cuando nació Patrick. Más nervioso que yo.
Dejo la revista Highlights que había estado hojeando, después de haber
terminado el cómic de Goofus and Gallant. Goofus sigue siendo tan imbécil
como siempre.
—Nunca lo había visto así, ni siquiera cuando tenemos noticias de última
hora. Siempre está tan sereno en el trabajo.
—Es entrañable, de verdad. —Torrance hace una pausa por unos
momentos, examinando su manicura en silencio—. Patrick fue un poco
prematuro, por cuatro semanas, así que estuve en el hospital un poco más de
lo esperado. Todo estuvo bien, y los médicos fueron increíbles, pero estaba tan
lista para comenzar a anidar. Cuando llevamos a casa a Patrick, descubrí que
Seth había pasado todo el tiempo que no estaba en el hospital en nuestra
cocina preparando cenas. Tuvo que comprar un congelador adicional porque
no teníamos suficiente espacio; así fue la cantidad que cocinó para que
ninguno de los dos tuviéramos que preocuparnos por eso. —Sonríe ante el
recuerdo, y tal vez esa versión de Seth no sea muy diferente de la que he
llegado a conocer en los últimos dos meses—. Y fue un gran padre. Es un gran
padre, debería decir. Siempre me ha encantado verlo como padre.
Es imposible no pensar en Russell cuando dice eso. No he tenido la
oportunidad de procesar las implicaciones a largo plazo de nuestra relación, si
es en eso en lo que se está convirtiendo. Nunca he salido con un padre, y
aunque quiero hijos, no estoy segura de estar lista ahora. Probablemente estoy
analizándolo demasiado, ya que solo la he visto una vez, pero cuanto más
tiempo pase, más tendré que considerar lo que seré para Elodie, si es que soy
algo.
Por otra parte, tal vez él no quiera que ella se involucre. A pesar de que en
Canadá dijo que quería que la conociera, eso no significa que los tres de
repente vamos a empezar a pasar tiempo juntos.
El teléfono de Torrance vuelve a vibrar.
—Esa es mi hermana. Parece que esto se ha abierto camino a través de la
vid familiar. No te importa si contesto esto, ¿verdad?
—Adelante —le digo, y sale de la sala de maternidad para atender la
llamada.
Sola, considero lo absurdo de la situación. No tengo ninguna inversión
personal en esto, aparte de querer que el niño nazca sano. Y, sin embargo, el
hecho de que Torrance me quisiera aquí me obliga a quedarme.
Nunca creerás dónde estoy, le envío un mensaje de texto a Russell.
¿De vuelta en el centro comercial para desafiar a esos niños en el hockey de
aire?
Le devuelvo el GIF de Torrance rechazando un porro en Hempfest y
diciendo: “Tal vez más tarde”.
En el hospital con los Hale. Su nuera acaba de entrar en trabajo de parto. Y
están… ¿llevándose bien?
Tienes razón. No lo creo.
Tomo una foto de Highlights y se la envío. En respuesta, me envía una foto
de una pantalla de televisión en pausa, y tengo que morderme el labio para no
sonreír. The Parent Trap.
Noche de cine con E. Ahora es el intermedio porque ella insistió en hacer
palomitas caramelizadas. Estoy esperando aquí hasta que suene la alarma de
humo.
¿Le encanta?
Hasta ahora, el veredicto es que no hay suficiente canto o baile.
Le daré eso. No lo hay.
Y la hemos detenido varias veces para que pueda aprender el apretón de
manos. Honestamente, tengo suerte de que aún esté en una edad en la que ver
películas con su padre aún no es muy desagradable. No estoy seguro de cuánto
de eso me queda.
La imagen suena muy acogedora, y estoy bastante segura de que no solo es
la película que están viendo. Me asusta un poco, lo atractivo que suena.
¿Chica del clima?
¿Sí?
No puedo esperar a verte de nuevo.
Esas siete palabras hacen algo en mi corazón.
Torrance regresa con dos tazas de café, y el cabello recogido en una coleta.
—Pensé que esto me ayudaría a terminar de estar sobria —dice,
pasándome una taza.
Es ridículo que te conmueva tanto una taza de café. La sala de maternidad
debe estar emocionándome demasiado.
Torrance y yo pasamos los siguientes veinte minutos resolviendo un
crucigrama en una revista para padres, hasta que Seth reaparece con no uno,
sino siete globos.
—Yo, eh, no podía decidir —dice, con un rubor en sus mejillas—. Aunque
soy parcial a este. —Y le pasa el que dice ABUELOS ORGULLOSOS.

Pasamos el tiempo con más crucigramas, correos electrónicos de trabajo y


sándwiches cuestionables de la cafetería del hospital. Después de que pasan
un par de horas, dejo de preguntarle a Torrance si quiere que me vaya a casa.
Incluso cuando ella y Seth se llevan bien, está claro que le gusta tenerme aquí
como una especie de amortiguador. O tal vez es para compensar por no haber
estado allí en el pasado. Sea lo que sea, me alegra quedarme.
Son poco más de las once cuando Patrick vuelve corriendo vestido con un
uniforme médico y con una sonrisa salvaje en el rostro.
—Tenemos una niña —dice—. Penelope Rose. Penny. A ambas les está
yendo fantástico.
Torrance y Seth se ponen de pie de un salto, aplastándolo en un abrazo.
—Tenemos una nieta —dice Torrance, con lágrimas en los ojos—. Soy
abuela.
—La abuela más sexy que he visto —dice Seth antes de soltar a Patrick
para abrazarla.
Ocurre tan rápido que me toma unos minutos más procesarlo: Torrance
lanzando sus brazos alrededor de sus hombros y las manos de Seth posándose
contra su espalda baja, sus labios aterrizando en los de él con todo el anhelo
de cinco años separados.
Y… no puedo creerlo.
Honestamente, también podría empezar a llorar.
—Felicitaciones —le digo a Patrick antes de disculparme para darles un
poco de privacidad.
—¿Estás segura de que no quieres venir a verla? —pregunta Torrance, aún
envuelta en Seth. Él jugando con el extremo de su coleta.
—No, no —digo—. Ya me he entrometido lo suficiente. Vayan. Disfruten.
Se separa de él suavemente para darme un abrazo con aroma a vino y café,
y de todas las cosas surrealistas que han sucedido esta noche, esa podría ser
la más extraña.
Agarro mi bolso y me dirijo al elevador, presionando el botón de bajar. Tal
vez estoy demasiado sensible. Están sucediendo muchas cosas en este lugar,
no solo los Hale, sino todas las familias entrando y saliendo toda la noche.
Odio que me haga añorar a mi propia familia, deseando que los momentos
malos hubieran sido mejores, y que los momentos buenos hubieran durado
más.
Mi memoria se atasca en lo que dijo Torrance sobre Seth siendo un buen
padre. Fue un gran padre. Es un gran padre, corrigió. Porque no termina
cuando tu hijo cumple dieciocho años y se muda. No termina cuando aceptan
un trabajo al otro lado del estado o cuando se comprometen o cuando ese
compromiso se desmorona.
Tal vez sea Torrance actuando tan maternalmente lo que me hace darme
cuenta, o tal vez ha estado golpeteando dentro de mi cerebro, esperando el
momento adecuado para hacerme consciente de ello. Pero echo de menos a mi
madre. Con todos sus defectos y toda nuestra historia dolorosa, la extraño. La
extrañaba antes de que fuera al hospital, aunque no lo admitiría.
Cuando llego al vestíbulo, me dirijo directamente al exterior aún sin pedir
un Uber, dejando que el aire frío por debajo de unos cuatro grados aguijonee
mi piel expuesta. Ha sido una semana sin lluvia, y aunque normalmente lo
lamentaría, hoy el cielo despejado parece estar bien.
Llamo a mi madre antes de que pueda pensarlo dos veces.
—¿Ari? —dice cuando contesta al segundo timbre—. ¿Está todo bien? Es
casi medianoche.
Ah. ¡Uups!
No soy más que una simple millennial: las llamadas telefónicas son
aterradoras y solo para emergencias. Llamar a alguien de la nada y tan tarde
en la noche es sumamente impropio de mí.
—Todo bien, mamá. —Trago pesado, intentando mantener la emoción fuera
de mi voz—. Simplemente… quería saludarte. —No quiero admitirle todo lo que
me emocionó, no quiero exponer esa parte blanda de mí. No en este momento.
—Hola —repite ella, sonando perpleja. Y no la culpo, no puedo recordar la
última vez que la llamé—. ¿Viste el eclipse el fin de semana pasado?
Mi corazón se hincha ante eso.
—Por supuesto que lo hice. Fue increíble.
—De hecho, lo fue —dice—. Parecía que alguien le había dado un mordisco
al sol.
Si algo podría confirmar que el clima no es una charla trivial, es esto. El
tiempo nos conecta. Una experiencia compartida, incluso cuando no estamos
en el mismo lugar.
Hablamos del eclipse por un rato, probablemente yo dándole muchos más
detalles de los que le gustaría, pero aun así, ella escucha. Le pregunto cómo va
el trabajo y me cuenta de la trituradora de papel nueva que compró su jefe que
reproduce el sonido de alguien rasgueando en la guitarra cuando pasas papel a
través de ella. Y no tengo que obligarme a reír, es algo natural.
Quiero preguntar por la terapia. Quiero asegurarme de que está tomando
su medicación.
Pero si hay algo que he aprendido de la depresión, es que es un viaje
intensamente personal, uno que en realidad nunca termina.
—¿Crees que podría ir pronto? —pregunto cuando la conversación
comienza a menguar, la estática distorsionando el sonido del bostezo de mi
madre.
—Ari. —Hay un tono extraño en su voz, y por un momento me preocupa
haber arruinado la conversación—. No tienes que preguntar.
22

PRONÓSTICO:
UN NUEVO FRENTE PROMETE CLIMA SEVERO Y ANSIEDAD SEVERA

Torrance y Seth no han vuelto a estar juntos exactamente, aún no, me dice
en el almuerzo del lunes.
—Aún es complicado —dice entre cucharadas de curry verde en un
restaurante tailandés a una cuadra de la estación—. Nos lo estamos tomando
con calma, y tenemos mucho de qué hablar. Sin embargo, ¿eso no es
completamente extraño? Estoy saliendo con mi exesposo.
No extraño la expresión nueva en su rostro cuando habla de él, tranquila
con el indicio de una sonrisa. O una expresión vieja, redescubierta. La estación
también se ha vuelto considerablemente más pacífica, hasta el punto en que
mis compañeros de trabajo han comenzado a preguntarme si sé qué está
pasando con Torrance.
—No puedo creer que haya cambiado de opinión con eso —me dijo Avery
Mitchell esta mañana, cuando Seth transmitió la historia del cangrejo de
Torrance.
—¿Acabo de ver a Torrance y Seth tomados de la mano en su camino al
trabajo? —dijo Hannah Stern la semana pasada.
Y solo me encogí de hombros, reprimiendo una sonrisa. Intentar no sonreír,
eso es nuevo.
No estoy segura de qué esperar cuando Torrance convoca una reunión
espontánea la tarde siguiente, e incluso las personas que no le reportan
directamente tienen la curiosidad de presentarse.
—Tengo algo emocionante que anunciar —dice, de pie en la cabecera de la
mesa pequeña de la sala de conferencias. Lleva uno de sus vestidos poderosos,
un ceñido rojo intenso con mangas tres cuartos combinado con botas negras
hasta la rodilla—. He estado hablando con mucha gente en la estación durante
el transcurso de esta semana —continúa Torrance—, y me ha llamado la
atención que algunos empleados nuevos sienten que no están recibiendo el
apoyo que necesitan. Hablé de esto con Seth y con Fred, y decidimos lanzar un
programa de tutoría.
Una ola de charla se extiende por la sala, como si las palabras Torrance
Hale y programa de tutoría utilizadas en el mismo contexto no tuvieran sentido.
Continúa explicando que será un programa de tres niveles: un miembro del
personal superior se empareja con alguien que ha estado aquí durante algunos
años, que luego se empareja con un pasante o un estudiante. Solo miro
fijamente todo el tiempo que lo está explicando. Me encanta esta idea, y el
hecho de que se le ocurrió como resultado de lo que le dije durante nuestra
noche de chicas… estoy increíblemente conmovida.
Sus botas resuenan en el suelo a medida que camina hacia mi silla,
dejando caer una mano sobre mi hombro.
—Y Ari, quien me ayudó a darme la idea de este programa, será mi primera
protegida.
Parece que el resto del personal no está muy seguro de cómo reaccionar,
pero finalmente Hannah comienza a aplaudir y todos los demás se unen.
Torrance me hace un gesto, como si quisiera que dijera algo.
Me aclaro la garganta, completamente desprevenida.
—Gracias. E-estoy muy entusiasmada con esto, y me siento honrada de ser
tutelada por Torrance.
Cuando termina la reunión, Torrance me alcanza antes de que me vaya,
prometiéndome que tiene algo más que quiere discutir conmigo en su oficina. A
pesar de haber trabajado aquí durante tres años, he estado principalmente en
la oficina de Torrance para apagar las luces y ordenar. ¿Veces que he sido
invitada? Ni siquiera en los dos dígitos.
—No hay una manera fácil de decir esto —dice una vez que se deja caer en
su silla, empujando a un lado un par de tazas de café vacías, tal vez en un
intento de hacer que su escritorio se vea menos como un infierno—. Pero si voy
a ser tu mentora, lo que en realidad espero con ansias, entonces no puedo ser
también tu jefa.
—¿Vas a… despedirme?
—¿Despedir a mi primera aprendiz? No, definitivamente no. Solo quiero
reorganizar un poco el equipo meteorológico. Hacernos sentir más como un
equipo que como una jerarquía. Tu jefa nueva sería Caroline. Caroline
Zielinski: nuestra subdirectora de noticias.
—Me gusta Caroline.
—Genial —dice—. El lunes comenzaremos la transición.
Son casi demasiadas buenas noticias para procesarlas en tan poco tiempo.
Al menos, hasta que salgo de su oficina y noto el letrero en el interior de su
puerta. Fuente Garamond.
Tu sonrisa es mi cosa favorita en el mundo. Especialmente cuando llego a
verla a primera hora de la mañana.
—SHH.

—Usualmente es un poco… más tormentoso. —El sujeto de mi entrevista


me lanza una mirada mordaz, como si fuera mi culpa que el clima no esté
cooperando.
Es un jueves tranquilo, casi sin viento, en una playa del lago Stevens, a
unos cincuenta y seis kilómetros al norte de Seattle. Mi pronóstico de ayer
decía lo contrario.
—Ya sabes lo que dicen de los meteorólogos —digo, intentando aligerar el
ambiente—. Nunca tenemos razón.
—La paciencia es una cualidad importante para un cazador de tormentas
—dice el presidente de Pacific Northwest Weather Chasers, Tyler “Tifón” Watts,
de verdad. Insistió en que esté en su título. Me parece un poco como alguien
que se prepara para un apocalipsis, y es uno de los personajes más raros que
he entrevistado: un treintañero vestido todo de negro, cabello oscuro
desgreñado y barba aún más desgreñada, equipado con un cinturón de
herramientas y una mochila enorme que no le hace ningún favor a su postura.
Conseguir que lo microfonearan fue un Proceso—. Son muchas horas pasadas
en el auto conduciendo. A veces ni siquiera puedes tomar un descanso para ir
al baño, no puedes darle a la tormenta la oportunidad de perseguirte.
Hace unas semanas, Seth sugirió que los deportes y el clima colaboraran
en esta historia. Aproveché la oportunidad de hacer algunos reportajes de
campo, especialmente con Russell. Él es hoy mi productor de campo y mi
operador de cámara, porque cuando te especializas en periodismo, tienes que
aprender a hacer todo, y es tan tranquilo y alentador como lo es el resto del
tiempo. Quizás intercambiemos algunas sonrisas más de lo habitual, pero
aparte de eso, es un verdadero profesional.
—¿Y vale la pena? —pregunto a Tyler.
—Probablemente no tenga que convencerte de eso —responde, haciendo
una mueca mientras ajusta la correa delantera de su mochila. Cuando
llegamos, le dije que podía quitársela, pero quería asegurarse de que lo
filmáramos con su atuendo entero—. Lo hace, absolutamente. Cada vez. —
Suena su teléfono en su cinturón de herramientas—. Un momento. Creo que
tengo una pista sobre una tormenta en el este. ¿Te importa si hago una
llamada?
—Adelante —le digo.
Russell graba algunas imágenes del lago y la playa mientras Tyler habla
enérgicamente por teléfono a unos tres metros de distancia.
—Parece que podría tardar un poco. —Russell deja de filmar y me lanza
una mirada esperanzada y vacilante—. Odio preguntar esto, pero mañana voy a
cubrir un partido de hockey, como al último minuto, y la mamá de Elodie está
fuera por negocios. Por lo general, está bien sin una niñera, pero siempre he
estado un poco nervioso, dejándola sola en casa por mucho tiempo. Así que,
me estaba preguntando… ¿si tal vez podrías pasar y cenar con ella? Puedo
dejar algo de dinero.
Cuando me quedo callada demasiado tiempo, parece interpretarlo como
desinterés.
—No tienes que quedarte mucho tiempo. Solo cena, solo ver cómo está. Y
tú eres, como, una de las únicas personas responsables que conozco —
continúa—, y tienes a tu sobrina y sobrino, así que pensé que probablemente
no eres tan terrible con los niños.
—¿Creo que me siento halagada? —digo con una risa, que sirve para
enmascarar cualquier otra cosa que esté sintiendo. Tal vez, miedo.
Definitivamente, cariño—. Me encantaría. En serio.
—Probablemente solo quiera repasar líneas, tal vez practicar su parte de la
Torá. Es una niña súper tranquila. —Como si esa fuera la razón por la que no
querría hacerlo, lo único que me impide darle un sí inmediato—. No quiero que
interfiera con tu horario de sueño ni nada así.
Rechazo esto.
—Tomaré una siesta de antemano. Podemos ver grabaciones piratas de
Broadway toda la noche.
Una exhalación suave. Alivio.
—Bien. Gracias. —Se acerca, rozando mi muñeca con la punta de algunos
dedos, y saboreo este breve contacto físico en el trabajo.
Tyler/Tifón cuelga y se dirige hacia nosotros, con la mochila
balanceándose.
—Muy bien —dice, empujando el teléfono de nuevo en su cinturón—.
Entonces, parece que voy a dirigirme a Darrington. ¿Quieren acompañarme?
A medida que empacamos, mi mente se aleja de las tormentas, los patrones
del viento y la presión del aire. Pasar tiempo con la hija de Russell es un gran
paso, y el hecho de que me lo pida me llena de una mezcla de calidez y
ansiedad.
Solo tengo que esperar que no lo arruine.
23

PRONÓSTICO:
CIEN POR CIENTO DE POSIBILIDADES DE MUSICALES

—Tienes que estar de acuerdo en que Janis es la verdadera estrella del


espectáculo —dice Elodie, metiendo un mechón de cabello oscuro en su moño
al azar antes de alcanzar una botella de esmalte de uñas dorado brillante—. Su
voz. La forma en que le da vida a ese personaje.
—Te daré eso. ¿Pero no crees que parte de eso es que le han dado las
mejores canciones?
Elodie considera esto.
—Tal vez —cede.
Estamos en su sala de estar, tumbadas con una docena de botellas de
esmalte de uñas en la mesita de café, escuchando la banda sonora del musical
Mean Girls.
—¿Solo haces musicales, no obras de teatro? —Puedo agarrar el esmalte de
uñas con la mano izquierda en este momento, pero no tengo la estabilidad
necesaria para pintarme las uñas, así que le dije que puede pintarme la mano
derecha como quiera. Lo ha considerado cuidadosamente, probando algunos
tonos en una hoja de papel antes de decidirse por una base azul con pequeños
soles arriba.
Elodie se inclina sobre mi mano, salpicando el sol en mi pulgar con dos
ojos y una boca negra.
—¿Cuál es el punto si no hay canciones? —dice—. Lo siento, este parece
un poco enojado.
—Está bien. Sigue siendo linda. —Miro hacia abajo para admirar su obra
—. Y tienes razón. Me aburro mucho durante las obras.
Elodie me da esta mirada sufrida.
—Gracias. Papá me arrastró a Shakespeare in the Park el año pasado, y me
quedé dormida al comienzo del segundo acto. Dijo que me estaba exponiendo a
la “cultura”, pero honestamente, ¿qué es más culto que Hadestown?
Me estoy riendo, imaginando a Russell haciendo esto. La banda sonora de
Mean Girls termina, y Elodie salta para encontrar una nueva en su teléfono. Se
sabe todas las letras, incluso las de las actuaciones que no ha visto. Es
impresionante.
—No tienes que cantar tan bajo —digo, y ella se sonroja—. Tienes una gran
voz.
—Lo siento. A veces me da un poco de timidez cantar frente a gente nueva.
Es diferente cuando estás en el escenario, disfrazada. ¿Alguna vez hiciste
teatro?
—¿Cuenta como el Árbol #2 en la obra de El mago de Oz de mi secundaria?
—Pero estás en la televisión.
—Es un tipo de actuación muy diferente —digo—. Nuestro objetivo no es
únicamente entretener a la gente. Bueno, esperamos ser entretenidos, pero
ante todo, estamos informando, y queremos asegurarnos de hacerlo de una
manera clara y sin prejuicios. —Lo considero por un momento—. Excepto
cuando hablo de lo mucho que amo la lluvia, pero ese no es exactamente un
tema candente.
—Siempre le pregunto a mi papá si en realidad lo mataría cubrir las artes
de vez en cuando para que podamos conseguir entradas de teatro gratis.
Cuando vemos musicales, a veces intenta cantar. Pero esto es lo que tienes que
saber de él si vas a salir con él. —Baja la voz con complicidad—. Es un
cantante terrible.
—Ah, no vamos… —digo, tropezando con la rareza de explicarle tu relación
a una niña de doce años cuando ni siquiera sabes cuál es esa relación.
—Está biiieeennn —dice en esta cancioncilla, y una vez que nuestras uñas
se secan, sube corriendo las escaleras para agarrar su libreto.
Mientras ella no está, algo me llama la atención: un gran libro de color
amarillo brillante en una mesita auxiliar junto al sofá, tan grueso que casi
revienta.
—¿Qué es eso? —le pregunto cuando regresa, con libreto en mano.
Elodie gime.
—Mi álbum de bebé. Es lo más vergonzoso que existe.
—Creo que nunca he visto uno de estos en la vida real.
—¿Tus padres no te hicieron uno? —pregunta, y aplasto cada emoción que
quiere escapar cuando le digo que no—. Juro que es como, una emergencia
nacional si tengo un hito que no tienen la oportunidad de poner en el libro.
Incluso lo pasan de un lado a otro. Tuve que llevarlo conmigo de casa en casa
durante un tiempo, pero tuve que plantarme firme porque era demasiado,
incluso para ellos. —Niega con la cabeza, más cabello escapando de su moño
desordenado—. Están obsesionados conmigo.
—Eres su primera hija. Creo que eso amerita un poco de obsesión.
Pone los ojos en blanco, pero puedo decir que hay algo de orgullo allí.
—Necesito mostrarte lo ridículo que es. —Agarra el libro. En la portada hay
una foto de Elodie cuando era bebé, descolorida con el tiempo—. La multa que
recibió papá cuando mi mamá estaba de parto porque no sabía dónde
estacionar. Mi primer sombrero. Mi primer par de calcetines.
Mis ojos se enganchan en una foto de Russell a los diecisiete años, con una
Elodie envuelta en una manta en sus brazos. Su cabello es un poco demasiado
largo, y está en lo que parece una camiseta de hockey sobre una camisa manga
larga. A pesar de que usa lentes, puedo decir que está mirando a su bebé con
asombro puro.
No hay suficientes palabras para describir lo que le sucede a mi corazón en
ese momento. Sea lo que sea, no es algo que supiera que mi corazón era capaz
de hacer.
—Lo sé. Era muy joven. ¿Creo que el libro fue una forma de procesar todo?
Lo que me hace sentir un poco mal por burlarme de eso, pero… —pasa algunas
páginas—… ¿el recibo de mi orinal?
Me rio con ella, pero creo que hasta ahora, mirando las fotos, no comprendí
cuán joven era en realidad con diecisiete años. No me puedo imaginar todo lo
que tuvo que asumir a esa edad, las cosas que postergó y las que renunció por
completo.
Y, por supuesto, todas las cosas que se ha negado desde entonces para
poder ser un buen padre, cosa que claramente lo es. La evidencia está por toda
la casa, en el amor de Elodie por el teatro, en la forma en que bromean entre
ellos.
Elodie pasa la página, y ahí están Russell y Liv con una pequeña Elodie.
Otra más y ahí están en Halloween, Elodie disfrazada de un diminuto Bob
Ross, Russell de paleta y Liv de lienzo.
Lo que no le digo: me encanta este álbum de recortes.
—Podría vomitar —dice mientras clava una uña brillante en una pequeña
bolsa grapada—. Ese es mi primer corte de uñas de los pies.

Russell dejó algo de dinero para la cena, y dado que es lo que la mayoría de
la gente llamaría una “noche agradable”, es decir, sin lluvia, decidimos caminar
cinco cuadras hasta el restaurante mexicano favorito de Elodie para comprar
comida para llevar.
Después de ordenar nuestros burritos, Elodie usa el baño mientras yo
respondo a un mensaje de Russell preguntando cómo va. Todo bien, escribo. Es
una condenada delicia. Estoy navegando por las redes sociales cuando escucho
un silbido frenético en el pasillo oscuro y lleno de grafitis.
—¿Ari?
Deslizo mi teléfono en mi bolsillo y me acerco al baño.
—¿Todo bien?
La puerta se abre un poco, y allí está la cabeza de Elodie, con el rostro
contraído por la preocupación.
—¿Tienes alguna… ya sabes? ¿Cosas del periodo?
—¡Ah! —Mierda. Con mi DIU, no tengo periodos. No he llevado un tampón o
una toalla sanitaria de repuesto en años—. No tengo. Lo siento mucho.
—No pensé que llegaría hasta dentro de una semana. —Hay este pánico en
su voz tan diferente a la forma en que ha parloteado toda la noche.
—¡Número sesenta y dos!
—Esas somos nosotras —le digo—. Déjame buscarlo y nos iremos directo a
casa. ¿Quieres que llame a un Uber?
Otra pausa.
—¿De hecho, tampoco tengo nada en casa? —Lo expresa como una
pregunta—. Solo… se suponía que vendría la próxima semana, así que no le
pedí nada a Nina o Sasha, aunque probablemente debí haberlo hecho.
Ya me perdió. Asumo que Nina y Sasha son sus amigas, pero no estoy
segura si tienen algún tipo de organización clandestina de productos
menstruales o qué.
—Está bien. Podemos comprar algo. —Saco mi teléfono nuevamente,
buscando en el mapa—. Hay un Walgreens a unos diez minutos.
—¿Número sesenta y dos? —vuelven a llamar, y quiero gritarle que tengo a
una niña de doce en crisis y me dé un maldito minuto.
—¿Puedes solo buscar la comida? —La voz de Elodie se quiebra, y la puerta
se cierra—. Por ahora usaré papel higiénico.
Así lo hago, y después de pagar, encuentro a Elodie esperándome en la
acera afuera, con su sudadera de drama de la Escuela Secundaria Eleanor
Roosevelt atada a la cintura. Está jugando con la manga, agitándola de un lado
a otro mientras mira al suelo.
—Oye —le digo, haciendo todo lo posible para demostrar que soy alguien en
quien puede confiar. No una amiga, ni un padre, sino algo intermedio—.
¿Quieres decirme qué está pasando?
Elodie se sienta en un banco junto a una parada de autobús.
—En realidad, no es gran cosa —murmura, hurgando el suelo con uno de
sus Keds a rayas.
La forma en que Elodie y yo contábamos chistes y hablábamos sobre
Broadway, casi se sentía como pasar el rato con una amiga. Y aunque es
bastante independiente, ahora se siente muy, muy de doce años.
—No me gusta hablar con mis padres de nada de esto —dice ella.
—No tienes que avergonzarte de tu…
Sus ojos se disparan a los míos.
—Sé que no tengo que avergonzarme de mi cuerpo —dice rápidamente—.
¡No lo hago! En serio. Estoy más que feliz de dejar que haga su trabajo
mensual. Pero no quiero que mis padres lo sepan.
Me insto a mantener la calma.
—¿No quieres que tus padres sepan cuándo necesitas más toallas
sanitarias?
—No quiero que sepan que comencé mi período.
Ah.
Una vez más, coloco mi cara en algo que espero luzca neutral en lugar de
alarmada.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Um… ¿cuatro meses? Lo he estado rastreando en mi diario de viñetas. Se
suponía que llegaría aquí la próxima semana, como dije, pero sé que a veces no
son súper confiables cuando recién estás comenzando, y… —comienza a jugar
de nuevo con la manga de su sudadera—. ¿Deberíamos ir a comer? Tengo
hambre. ¿Tienes hambre?
No me muevo del banco. Ha tenido su periodo durante cuatro meses y no
ha dicho nada a sus padres.
—¿Puedo preguntar por qué?
Un suspiro largo.
—Tratan todo lo que me pasa como lo Mejor del Mundo. ¿Elodie comió una
rodaja de manzana por primera vez? Mejor toma una foto. ¿Se raspó la rodilla?
Pon su curita en el libro. —Toca en el banco con una mano, tocando una
melodía que no reconozco—. No quería el envoltorio de mi primera toalla
sanitaria en el álbum —dice—. Con una leyenda gigante que diga EL PRIMER
KOTEX DE ELODIE.
Hago mi mejor esfuerzo para no reírme de las imágenes.
—Lo siento. Te das cuenta de que es mucho trabajo ocultar algo como esto.
Lo descubrirán en algún momento.
—Sí, pero no había pensado tan lejos. —Me da una media sonrisa con eso.
—Si quieres hablar de traumas del periodo —digo, sin creerme del todo que
estoy hablando de la menstruación con una niña de doce frente a un
restaurante mexicano del vecindario—. El mío sucedió en medio de la clase de
gimnasia. Mientras yo vestía shorts blancos. No hace falta decir que no me
eligieron de primera para el dodgeball.
Elodie se lleva la manga de la sudadera a la boca y contiene un grito
ahogado.
—Tú ganas.
—De todos modos, tengo que comprar un par de cosas de Walgreens —
digo, recogiendo la bolsa de comida para llevar mientras me pongo de pie—.
Entonces, si por casualidad conseguimos una caja de toallas sanitarias
mientras estamos allí…
—Entonces supongo que estaría bien. —Me da una mirada dolida, y
conozco muy bien la incomodidad del papel higiénico translúcido de los baños
públicos—. ¿Te importa si tomamos un Uber?
Cuando llegamos a casa, tenemos que recalentar los burritos, lo que, según
afirma Elodie, mucho más animada, hace que sepan aún mejor.
—Entonces —dice cuando terminamos, ayudándome a clasificar todo en
abono, reciclaje y basura—. ¿Probablemente vas a decirle a mis padres?
Considero esto. Quiero que esté a salvo, pero no quiero romper su
confianza. Tienen que saberlo, pero no estoy segura de que deba ser yo quien
se lo diga.
—¿Honestamente? No sé. Pero creo que tú deberías.
—Lo sé, lo sé. Simplemente… —se interrumpe, torciendo su boca hacia un
lado—. Si buscan el libro, huiré y cambiaré mi nombre. A algo realmente
básico, como Amy o Janet, para que nunca puedan encontrarme.
—Es justo.
Aunque Russell solo quería que fuera a cenar, no puedo resistirme cuando
Elodie me pide que ensaye con ella. Y cuando Russell llega a casa a las nueve
menos cuarto, casi la hora de acostarse de Elodie, él y yo nos sorprendemos al
vernos.
Se ve encantador y exhausto, sus ojos azules cálidos y su cabello
alborotado. Especialmente ahora que he visto las fotos del álbum de recortes,
puedo decir en dónde la edad se aferra a él: en las arrugas delicadas en las
esquinas de sus ojos, los pocos mechones grises entretejidos en su cabello. La
caída de sus hombros, como si hubiera cargado demasiado peso demasiado
pronto, pero está haciendo lo mejor que puede.
Y ahí está otra vez ese tirón en mi pecho, aquel que parece completamente
exclusivo a Russell Barringer.
—¿Sigues aquí? —La pregunta es incrédula, pero no cruel.
Me apresuro a sentarme desde donde he estado descansando en el sofá, de
repente cohibida. Tal vez he abusado de mi bienvenida. Después de todo, solo
me pidió una cena.
—No tenía idea de que había pasado tanto tiempo. Lo siento, puedo irme.
—No, no, me alegro de que ustedes dos hayan estado pasando el rato. —
Coloca su bolsa de equipo en el pasillo antes de colgar su abrigo—. Y bueno, la
casa sigue en pie. Eso tiene que ser una buena señal.
—Los chistes de papá. Me lastiman. —Elodie arroja su libreto en el cojín
del sofá entre nosotras—. ¿Ganó el deporte?
—De forma aplastante. —Se vuelve hacia mí con un brillo en los ojos—.
¿Ves cómo menosprecia lo que hago por trabajo? ¿La cosa que pone palomitas
caramelizadas ligeramente carbonizadas sobre la mesa?
Esta forma en que bromean entre ellos también hace algo en mi corazón.
Hay una capa de nostalgia allí, de hecho, una punzada. Si alguna vez tuve esto
con mi madre, no lo recuerdo.
—¿Estás a punto de ir a la cama? —pregunta Russell.
Elodie le da a la escalera una mirada prolongada, con los hombros caídos.
—En realidad, primero hay algo de lo que quería hablar contigo.
Me pongo de pie, jugueteando con la correa de mi bolso.
—Debería irme.
—¡No, no tienes que hacerlo! —Elodie debe darse cuenta de que dice esto
demasiado rápido, demasiado alto—. Quiero decir. Soy la que te arrastró a este
plan.
Russell mira entre nosotras dos, luciendo profundamente confundido.
—¿Plan?
—Solo, um, esperaré aquí abajo —digo, acomodándome en el sofá.
—Buenas noches, Ari. —Elodie me da un apretón rápido—. Gracias —me
dice al oído.
Ella y Russell desaparecen arriba mientras yo me siento torpemente en la
sala de estar, respondiendo algunos correos electrónicos de trabajo.
Unos quince minutos después, Russell vuelve a bajar, luciendo aún más
exhausto.
—Entonces, eso fue… un montón. —Se hunde en el sillón frente al sofá, se
pasa una mano por su cara sin afeitar—. No puedo creer que sintiera que
necesitaba ocultarnos su periodo. Siempre la hemos alentado a que acuda a
nosotros con cualquier cosa, y hemos intentado ser lo más abiertos posible con
ella. Nuestros padres fueron tan anticuados que tuvimos miedo de acudir a
ellos cuando Liv quedó embarazada. Nunca tuve una charla sobre sexo, creo
que se sorprendieron de que supiera lo que era el sexo.
—Mi mamá también era así. Tuve que confiar en Google para la mayoría de
los detalles más delicados.
—Creo que lo mejor que podemos hacer es mejorar las cosas por nuestros
hijos, si los tenemos. No podemos cronometrar perfectamente estas cosas. —
Una risa autocrítica—. Debería saberlo. A veces creo que ser padre es una
combinación de hacer las cosas de manera opuesta a cómo te criaron,
mezcladas con hacer las cosas exactamente como te criaron y preocuparte de
que te estás convirtiendo en tus padres.
—Elodie te adora claramente —le digo, y él se ablanda ante eso—. Y tu
juego de bromas de papá es excelente.
—Esa es una parte de la paternidad que me ha resultado
sorprendentemente fácil. —Se inclina hacia adelante, dejando caer su mano en
mi rodilla—. Aunque, estoy muy contento de que estuvieras aquí. Te debo una.
—No fue nada. Me encantó pasar tiempo con ella.
Esa expresión cautelosa vuelve a aparecer en su rostro. Me doy cuenta de
que quiere colapsar, y desearía no querer hacerlo a su lado con tantas ganas.
No sé cómo se ve su habitación, pero apuesto a que está ordenada y pulcra,
nada fuera de lugar. Apuesto a que la cama es cómoda. Eso es todo lo que
quiero en este momento: irme a dormir y despertar junto a él.
Aunque sé que no puedo.
—Probablemente debería llamar a Liv. El me dijo que prefería que yo lo
hiciera, así solo tiene que decírselo a uno de los dos, aunque le dije que no hay
forma de que su mamá no quiera hablar de eso con ella.
—Y debería irme. Lamento quedarme tanto tiempo.
—No te disculpes. Gracias. Por quedarte. Por todo eso. —Se inclina para
darme un beso suave, su nariz golpeando la mía. Cuando me estiro para pasar
una mano por su cabello, ya se ha apartado.
De repente, siento que podría llorar. Jesús. Debería ser más fuerte que
esto. No debería estar preguntándome dónde encajo. Ya son una familia, lo han
sido durante años, y aunque no quiero pensar en el final de mi relación con
Russell, seguirán siéndolo mucho después de que yo haya dejado su vida.
—¿Te veo el lunes en el trabajo?
—Hasta el lunes —dice, y me besa de nuevo, pasando algunos mechones
de mi cabello detrás de mi oreja.
Cuando cierro la puerta, intento no pensar en lo mucho que quiero estar
del otro lado.
24

PRONÓSTICO:
VIGILANCIA DE INUNDACIÓN EMITIDA A MEDIDA QUE SURGEN
REVELACIONES NUEVAS

—Siento que el mariscal de campo popular acaba de invitarme a salir —le


digo a Russell el jueves por la noche—. Y soy la chica en la que nadie se fija
hasta que se sujeta el cabello en una coleta, y de repente se vuelve hermosa.
—Tengo la sensación de que estás más nerviosa por esta cita con nuestros
jefes que en nuestra primera cita —dice Russell—. Lo cual está bien, porque yo
también lo estoy.
Nos sorprendimos cuando Torrance y Seth nos invitaron a esta cita doble:
su regalo, como una forma de expresar su gratitud por haberme quedado en el
hospital con ella. Hace unas semanas, habríamos diseñado algo
meticulosamente como esto. Ahora los Hale lo están haciendo todo solos.
Russell pasó a recogerme, y es posible que haya tenido motivos ocultos
para invitarlo arriba. Es decir, querer besarlo apropiadamente unas cuantas
veces antes de encontrarnos con Torrance y Seth. Espera en el sofá mientras
yo busco en mi tocador algunos accesorios, insistiendo en que no necesito
ayuda. Pude ajustar milagrosamente un broche de tulipán enjoyado a mi
vestido negro con una sola mano.
—Es un tipo diferente de nerviosismo. —Saco un pendiente de debajo de mi
cama, un alambre enrollado en forma de tornado—. Y solo porque eres unas
doce veces menos aterrador que ella.
—Entonces, supongo que eso es algo bueno.
En el espejo de cuerpo entero junto a mi tocador, puedo verlo mirándome a
medida que reviso uno de varios joyeros, buscando la pareja del pendiente. La
chaqueta de esta noche es preciosamente elegante, terciopelo azul marino con
una camisa blanca desabrochada en su garganta.
Nuestros horarios no se han alineado para que hagamos nada más que
besarnos desde esa noche perfecta de nuestra primera cita, y tenerlo aquí me
recuerda lo desesperada que estoy por meterlo nuevamente en la cama. O en
una silla de escritorio. O contra la encimera de la cocina. Mientras pueda
tocarlo a medida que se desmorona, no soy exigente.
—Siempre me han gustado tus chaquetas —digo, intentando volver a
concentrarme en la tarea que tengo entre manos, apartando un puñado de
tachuelas de gotas de lluvia. Es posible que tenga demasiados—. ¿Alguna vez
he mencionado eso? Tienes un gran gusto.
—Gracias —dice con seriedad—. Algunas camisas… no me quedan bien, o
se pegan. Me tomó un tiempo descubrir con qué me sentía más cómodo, y
ahora también me encantan.
Cuando encuentro el pendiente, se lo sostengo a Russell con una mirada
inquisitiva.
—¿Te importaría? —Ya no tengo el cabestrillo, pero aún no puedo doblar el
brazo por completo, y pasarán algunas semanas más hasta que tenga la fuerza
suficiente en los dedos para escribir durante más de veinte minutos sin que me
duelan.
—He tenido algo de práctica. —Se sienta detrás de mí, quitando algunos de
mis rizos naturales del camino. Sus dedos rozan el tirante de mi vestido, su
pulgar haciéndome cosquillas en la oreja mientras me derrito contra él. Sería
tan fácil arrastrarlo a mi cama que, por un momento, casi odio a los Hale—. Y
me siento obligado a mencionar que sería imposible no notarte, sin importar
cómo se vea tu cabello.
—Pero, es surrealista, ¿no?
—¿Que experimentaste que Torrance y Seth se convirtieron en abuelos? Sí.
—No —respondo con una risa, empujando su pecho suavemente a medida
que asegura un pendiente—. Que después de todo, ya casi vuelven a estar
juntos. La mujer que arrojó el Emmy de su exesposo por la ventana le está
dando otra oportunidad. Tal vez hayamos terminado con todas estas intrigas.
—¿Estás…? —Russell hace una pausa, dejando que mi cabello caiga sobre
mi otra oreja—. ¿Estás segura de que es real? ¿Que en serio han cambiado?
—Quiero pensar que cualquiera puede hacerlo. Claro, al principio, quería
hacer esto por razones menos que honorables, pero en realidad quiero que
sean felices. Quiero creer que pueden cambiar. Tal vez soy demasiado ingenua,
pero…
—No eres ingenua. Quieres creer lo mejor de las personas. Quieres ver lo
bueno.
Me gusta la forma en que lo dice. Ese optimismo, tanto falso como genuino,
ha sido antes un arma en mi contra, pero no ahora. Y tal vez esto me condena
a ser una persona alegre como un rayito de sol por el resto de mis días, pero
que así sea. Tendré veintiséis grados y soleado, una brisa fresca y un lugar a la
sombra.
Tal vez sea esa neblina suave de satisfacción lo que hace que surja mi
siguiente pregunta.
—Entonces… voy a tener mi cena de Shabat con mamá y la familia de mi
hermano el próximo viernes. Y me preguntaba si querrías ir conmigo. ¿A la
casa de mi infancia?
Veo cómo se le ilumina la cara, en el espejo.
—Me encantaría —responde, y esas dos palabras hacen todo lo posible
para disminuir mi ansiedad al respecto.
Termina con el segundo pendiente, presionando un beso en mi nuca antes
de colocar mi cabello en su lugar.
—¿Cómo me veo? —pregunto, mirándolo a los ojos en el espejo.
Su boca se inclina en una sonrisa astuta.
—Si quieres que responda a eso apropiadamente, entonces vamos a llegar
tarde.
Me giro, alisando su cuello ligeramente torcido lo mejor que puedo. Usé el
truco de Torrance; mi pintalabios malva no desaparecerá.
—No me importa llegar un poco tarde. —Pongo mi mano sobre la parte
delantera de los pantalones de su traje, donde se está poniendo duro,
sacándole un gemido de su garganta. Me pregunto si sabe lo jodidamente
irresistible que es ese sonido. Que quiero encontrar cien formas nuevas de
hacerlo gemir así—. No he podido dejar de pensar en el fin de semana pasado.
Esa fue… tal vez la mejor experiencia de mi vida.
—Tampoco puedo dejar de pensar en eso. En ti. —Besa la comisura de mi
boca, luego mi mandíbula, después muerde el pendiente que acaba de ayudar
a ponerme. Su mano sube por mi pierna, pasando por el dobladillo de mi
vestido, rozando la tela de mis bragas—. Sacas este lado completamente
diferente de mí, y me encanta. —Su voz baja otra octava—. Maldición. ¿Ya estás
mojada por mí? —pregunta a medida que acaricia de un lado a otro.
Lo que hicimos en mi cama debe habernos dado más confianza a los dos.
Bajamos nuestros muros.
—Sí —contesto con una respiración pesada, ajustándome para darle un
acceso más fácil.
Aparta esa tira de seda y me provoca con su dedo, el toque más ligero antes
de hundirse en mi apretado calor húmedo. Dejo escapar un gemido, frotando
mi palma más fuerte contra él. Cuando mis piernas comienzan a balancearse,
mete la otra mano debajo de mi vestido, acunando mi trasero para mantenerme
firme.
—¿En qué más has estado pensando? —pregunto.
Deja escapar un zumbido bajo.
—Muchas, muchas cosas. Todos los lugares donde quiero besarte. Cómo
quiero sentirte encima de mí. —Es agonía, la forma en que desliza su dedo por
todas partes excepto donde más lo necesito. Luego quita la mano por completo
y se la lleva a la boca, chupando suavemente la punta del dedo resbaladizo—.
Cómo deseo saborearte cuando te corras.
Jesús. Este hombre será mi muerte. Estoy segura de ello.
—Esta noche —le digo, porque si seguimos, no voy a quererme ir.
—Esta noche —confirma—. Si sobrevivimos a esto.

Al principio, asumo que es un club de jazz. Pero la música definitivamente


no es jazz. Es… ni siquiera estoy segura de cómo llamarlo, pero hay tres banjos
y un carrillón. Tal vez no debería sorprenderme, dado que la canción navideña
favorita de Torrance era “Run Rudolph Run”.
—Estas personas nunca dejarán de sorprenderme —dice Russell para que
solo yo pueda oírlo mientras nos deslizamos en una cabina frente a Torrance y
Seth.
El club es elegante y caro, dos palabras que nunca he asociado con los
tipos de lugares que frecuento. Y si digo que es ruidoso, eso podría convertirme
oficialmente en una vieja, y los Hale son veinte años mayores que nosotros. Así
que, simplemente no diré nada en absoluto.
—Solíamos venir aquí todo el tiempo cuando nos casamos —dice Torrance,
necesitando gritar para ser escuchada por encima de la música. Si no hubiera
estado usando ese vestido plateado que la hace parecer una bola de discoteca,
no habría sido capaz de verlos cuando llegamos—. La banda siempre es algo de
lo que nunca hemos oído hablar, pero de lo que nos enamoramos perdidamente
al final de la noche.
El tipo que toca el carrillón toca una nota amarga, y encuentro la
declaración de Torrance difícil de creer.
—Incluso tuvieron que echarnos un par de veces. —Seth agita las cejas
hacia su exesposa, quien se sonroja.
Cuando un camarero trae una ronda de champán porque está muy
emocionada de verlos, Torrance levanta su copa en un brindis.
—Por las segundas oportunidades —dice, mirando directamente a Seth.
Él derrama la mitad después de tomar un sorbo.
—Uuupss —dice con una sonrisa torpe—. Tuvimos una previa antes de
irnos.
—Tuviste una previa —corrige ella.
—¿Cómo no iba a celebrar? Salgo con la mujer más hermosa del mundo, el
Kraken ganó anoche y acabamos de tener un nieto. —Lanza un brazo alrededor
de Torrance y le planta un beso en la mejilla. Es surrealista verlo así de alegre,
como un oso pardo ofreciendo su cabeza para que le rasquen detrás de las
orejas.
Me giro, no acostumbrada a verlos besándose en público, y ahí es cuando
diviso a alguien familiar a unas pocas cabinas de distancia. El champán en mi
boca se desinfla instantáneamente.
—Me encanta esta canción —dice Torrance, alcanzando la mano de Seth—.
Baila conmigo.
—Iremos con la siguiente —digo. Cuando los Hale están a salvo fuera del
alcance del oído, tiro de la manga de Russell, señalando en dirección al hombre
misterioso—. Ese tipo de allí. Es con quien vi a Torrance en el brunch hace
unas semanas. —Se lo conté a Russell, pero especialmente después de que
Torrance dijo que no estaba involucrada con nadie más, dejé de preocuparme.
—¿Estás segura? —pregunta, y asiento. El mismo cabello demasiado
elegante, el mismo aro en la oreja izquierda.
Está claro que Torrance también lo ve, según la forma en que tropieza. Seth
dice:
—¡Cuidado! —Y la abraza más fuerte. Cuando regresan a la mesa al final
de la canción, su rostro está sonrojado, y no estoy segura de que sea solo por
bailar.
—¿Todo bien? —pregunto a medida que toma un sorbo de su agua helada.
Los ojos de Russell se abren como platos ante algo por encima de mi
hombro, y apenas tengo tiempo de reaccionar cuando el tipo se acerca a
nuestra mesa.
—Torrance —saluda con una voz radiante y amistosa, las luces titilantes
sobre nuestro puesto destellan en su aro—. Qué casualidad verte aquí.
—Si no recuerdo mal, fui yo quien te lo mencionó. —Parece que está
haciendo todo lo posible para mantener la calma—. ¿Qué te trae esta noche?
Esa alegría falsa golpea demasiado cerca de casa. He sido esa persona
intentando mantener todo unido, arreglando las grietas con cinta adhesiva en
lugar de superpegamento. He aguantado, fingiendo esa sonrisa mucho más allá
de su fecha de vencimiento.
—Estoy con algunos amigos del trabajo. —Señala a algunas personas en su
puesto al otro lado de la sala.
—Lo siento, estoy siendo grosera —dice Torrance—. Ryan, estos son Ari y
Russell. También están en KSEA. Y este es Seth.
—Seth Hale, en persona. —Ryan extiende su mano, y Seth solo lo mira
fijamente, como si nunca hubiera estrechado la mano de alguien.
—Hasegawa Hale —dice finalmente, corrigiéndolo.
—Ah, hombre, mis disculpas.
Aprieto mi puño alrededor de mi bolso con tanta fuerza que las lentejuelas
comienzan a apuñalarme la piel. Esto va a ser malo. Toda la toxicidad de la que
habló Torrance, si alguien pudiera sacarla, tiene que ser otro hombre, incluso
si es uno con el que Torrance solo tuvo un par de citas casuales.
Pero Seth le lanza una sonrisa afable.
—¿Torrance anda revelando nuestros secretos?
—Era demasiado bueno para no compartirlo —dice ella—. El que toca el
carrillón es bastante espectacular, ¿verdad?
Ryan asiente mientras yo reevalúo todo lo que he sabido sobre música.
Entonces se despide.
—Qué tengan una gran noche.
Cuando se va, espero a que alguien grite. A que los puños vuelen.
—Entonces, definitivamente puedes hacerlo mejor que yo —dice Seth, pero
no hay filo en su voz. De hecho, aún está sonriendo.
Torrance se relaja al instante.
—Quiero decir, lo intenté. Pero haces que sea tan difícil mantenerse
alejada.
Pasa un brazo alrededor de ella una vez más, atrayéndola hacia sí, y ella
apoya la cabeza en su hombro.
¿Qué… está sucediendo?
Debajo de la mesa, la mano de Russell encuentra mi rodilla, su pulgar
frotando un círculo suave. Tal vez sea la seguridad de que esto está sucediendo
de verdad. Que tal vez hemos terminado de verdad con entrometernos.
—Deberíamos hacer esto más a menudo —dice Torrance, alcanzando una
aceituna en el plato de aperitivo demasiado caro que ella y Seth ordenaron.
Según mis cálculos, cada una de esas aceitunas cuesta $2,50—. Ha pasado un
tiempo desde que salimos con alguien del trabajo.
Seth hace un gesto entre Russell y yo, y trato de alejar todo mi shock
inducido por los Hale.
—¿Cuánto tiempo han estado juntos?
—Supongo que, alrededor de tres semanas —digo, mirando a Russell en
busca de confirmación. Él asiente. No hemos hablado de hacer esto oficial, pero
quiero creer que vamos en esa dirección.
—He llegado a conocer a Ari un poco mejor últimamente —dice Torrance—.
Pero Russell, me temo que sigues siendo un misterio.
—Y tu hija. —Seth atrapa una aceituna con un diminuto tenedor de
aperitivo—. ¿Ya se han conocido ustedes dos?
—En cierto modo, la cuidé accidentalmente la semana pasada —respondo,
esperando que Russell esté bien con que mencione esto—. Se suponía que solo
íbamos a cenar, pero terminamos pasando toda la noche repasando líneas para
un musical en el que ella está.
—Las familias mixtas pueden ser muy divertidas —dice Seth—. Mis padres
se volvieron a casar y ahora tengo… quince hermanos. —Entrecierra los ojos,
como si estuviera contando mentalmente, necesitando asegurarse de que tiene
el número correcto.
—A veces solo uno es mucho para mí —digo con una risa.
Solo cuando Russell retira su mano de mi rodilla, me doy cuenta de que ha
estado callado durante todo este intercambio.
—Ustedes dos hacen una gran pareja. —Torrance levanta las cejas de esta
manera sugerente—. Y si Ari y Elodie se llevan bien…
Un músculo en la mandíbula de Russell se contrae. Los Hale están
presionando demasiado, y no estoy segura de cómo decirles cortésmente que
retrocedan.
—Esto aún es muy nuevo —dice Russell, más a su copa de champán que a
cualquiera de nosotros. Pone unos cuantos centímetros de espacio entre
nosotros en la cabina. Es leve, pero es suficiente para notarlo—. Y… no estoy
buscando exactamente una madrastra para mi hija.
La oración golpea como un relámpago uno en un millón, directo a mi
pecho.
No estoy buscando exactamente una madrastra.
De repente, me siento muy, muy pequeña.
Seth se lanza a contarme una historia sobre su última reunión familiar,
pero no me atrevo a hacer nada más que sonreír y asentir mientras el club a mi
alrededor se vuelve borroso.
Pienso en el Russell que he conocido en los últimos meses. El hombre que
me consiguió comida chatarra en la máquina expendedora y vio un eclipse
solar mientras contenía la respiración. Es protector con su hija, y no puedo
culparlo por eso, especialmente conociendo su historia. Pero si estoy siendo
honesta, y egoísta, porque Dios me siento egoísta por obsesionarme con eso, mi
cerebro no lo dejará pasar.
No es un papel que esté buscando activamente, así que no puedo entender
por qué siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.
Invade las partes más vulnerables de mi mente el resto de la noche, cuando
estamos bailando y cuando nos despedimos de los Hale y también más tarde,
cuando Russell regresa a mi apartamento y estamos demasiado cansados para
hacer cualquier cosa menos dormir. Incluso entonces, permanezco despierta,
preguntándome si esto significa que piensa que sería una mala madre. Si de
alguna manera conoce mi historia.
Si ya ha decidido que no estamos destinados a durar.
25

PRONÓSTICO:
UN VISTAZO TENTATIVO DEL OPTIMISMO A PRINCIPIOS DE PRIMAVERA

Redmond no se parece en nada al lugar donde crecí.


Cada vez que vuelvo, el suburbio se ve diferente que durante mi última
visita. Al principio, esas diferencias fueron pequeñas: no me di cuenta de que
ahora teníamos un MOD Pizza o ¿siempre hubo un gimnasio de CrossFit allí?
Ahora el centro de la ciudad es casi irreconocible, las cadenas han reemplazado
a las tiendas y cafés que conocía tan bien cuando era adolescente. Ya no hay
un bosque a dos casas de la mía, y la ruta de senderismo al final del camino
que alguna vez condujo a los veranos de recolección de moras, y los intentos
lamentables de Alex y mío de hacer mermelada de mora, se ha convertido en
condominios. No puedo recordar exactamente lo que pasó en este extraño
rompecabezas suburbano, solo que podría haber jurado que algunos de mis
lugares favoritos estaban justo allí y, de repente, no lo están.
Todo este tiempo Redmond ha estado cambiando, yo he estado al otro lado
del lago.
Esta es la primera vez que veo esta casa en casi un año, y me ha hecho un
lío anudado y enredado toda la semana.
Intento mi método generalmente infalible de alejar todos esos sentimientos
desordenados, pero hoy los aspectos positivos se sienten más fuera de alcance
que nunca. Mis hombros están tensos, mi respiración estancada en mis
pulmones.
No está funcionando.
—No hay ningún apuro ni nada así —dice Russell desde el asiento del
conductor—. ¿Pero quieres salir?
—Estoy llegando a eso.
Dependiendo del tráfico, Redmond está entre veinte y cincuenta y cinco
minutos al este de Seattle, y el viaje de esta tarde fue en algún punto
intermedio. Estamos estacionados junto al Prius de Alex, el sol de principios de
marzo entra a raudales por las ventanas. Dejo escapar un suspiro y solo
jugueteo con el cinturón de seguridad por un momento, luego flexiono los
dedos de mi mano izquierda unas cuantas veces. Incluso sin pensarlo, he
estado realizando los ejercicios de fisioterapia para relajarme. Han estado
ayudándome a despejar mi mente cuando los aspectos positivos no lo hacen.
Como ahora mismo.
No estoy buscando exactamente una madrastra.
No es de extrañar que no pueda encontrar un lado positivo.
Russell me pregunta si quiero que lleve la tarta de manzana de Whole
Foods en el asiento trasero del Subaru, pero niego con la cabeza, le digo que la
tengo y juntos nos dirigimos al camino de entrada.
El porche está bordeado de geranios, caléndulas y begonias que parecen
recién plantadas, y tal vez ahí esté mi lado positivo: mi madre haciendo otra vez
jardinería.
Llamo a la puerta porque, aunque viví aquí durante dieciocho años y
durante un par de veranos después de eso, se siente demasiado intrusivo como
para dejarme entrar por mi cuenta.
Cuando se abre la puerta, Orion nos sonríe, mostrando otro diente perdido.
—Hola. ¿Eres el pretendiente de la tía Ari?
—Se supone que debes preguntar quién es antes de abrir la puerta —dice
Alex, corriendo detrás de él. Su rostro se ilumina cuando ve a Russell, y con los
ojos entrecerrados, le digo que no me avergüence esta noche—. ¡Bienvenidos!
Soy Alex, el hermano de Ari. Debes ser Russell. Y este es Orion… —alborota la
mata de rizos de Orion—… quien acaba de aprender una lección importante
sobre abrir la puerta a extraños.
—Lo siento —dice Orion, moviéndose nerviosamente para soltarse del
agarre de su papá—. ¡No pensé que la tía Ari traería a nadie malo!
—Llamó a Russell mi “pretendiente” —le informo a Alex.
—Es posible que hayamos estado viendo demasiado de esas novelas nuevas
de época en Netflix —dice Alex—. Supongo que captó algunas cosas.
Tal vez un niño precoz de cinco años sea exactamente lo que Russell y yo
necesitábamos para romper la tensión, porque empieza a reírse a carcajadas.
—Encantado de conocerte —dice, estrechando la mano de Alex.
La casa está ordenada. Eso es lo primero que noto. Casi demasiado
ordenada, como si mi madre quisiera asegurarse de que la estuviéramos viendo
en su mejor momento. No hay ropa sucia, paredes adornadas con obras de arte
geométricas minimalistas, el aroma de un ambientador de limón me escoce en
las fosas nasales. Si bien no tiene mucho en común con la casa de mi infancia,
al menos estéticamente, todos los recuerdos siguen aquí, atrapados dentro de
estas paredes. Llegar a casa de la escuela después de quedarme hasta tarde en
un club de ciencias, abrir la puerta de par en par y esperar encontrar una
madre que estuviera feliz de verme. Esperando que no hubiera un extraño
esperando para presentarse y preguntándome si estaba bien si se quedaba a
cenar.
Mi madre se acerca corriendo, con un delantal rosa claro que nunca había
visto atado alrededor de su cintura. Ahora que lo pienso, no estoy segura de
haberla visto nunca con un delantal.
—Ari, hola. Te ves genial. ¿Qué tal el tráfico?
Evalúo mi falda a rayas sin nada especial y mi camisa de lino.
—Hola, mamá. Sí, nada mal.
Está bien. Tal vez estemos hablando de tráfico, pero eso no es un mal
augurio. Además, estoy segura de que Hannah tiene tanto que decir sobre el
tráfico como yo sobre el clima siendo una charla trivial. Continuamos con las
presentaciones mientras Javier entra cargando a Cassie, quien entierra su
rostro en su pecho, repentinamente tímida.
—Ciertamente me pareces familiar —le dice mi madre a Russell mientras
Alex toma su abrigo—. Estoy segura de que te he visto en la televisión.
—¿También eres un metro-meteo-persona del tiempo? —pregunta Cassie,
tropezando con la palabra, su rostro arrugándose por el esfuerzo de todo. Su
cabello rizado hoy está en dos coletas.
—No lo soy —dice, doblando un poco las rodillas para poder estar a la
altura de sus ojos—. Yo cubro los deportes. Pero aún me llueve todo el tiempo.
Cassie jadea, como si esto es lo mejor que jamás ha escuchado. Se
contonea en los brazos de Javier hasta que él la baja.
—¡Amo los deportes! Papi y papá me acaban de inscribir en fútbol. —
Muestra las cintas en sus coletas que, por supuesto, tienen pequeñas pelotas
de fútbol colgando de ellas—. ¡Voy a ser portera!
La mandíbula de Russell se abre.
—¿Hablas en serio? Solía jugar de portero en mi equipo de hockey. Es la
mejor posición.
—También puede ir a muchos juegos gratis —le digo a Cassie, y parece que
va a explotar.
—Quiero hacer tu trabajo —declara. Esta niña, no tiene ninguna lealtad.
—Hace un año quería ser meteoróloga —le digo a Russell mientras nos
dirigimos a la sala de estar—. La has envenenado.
—Nada de envenenar. Solo tengo un trabajo muy divertido.
Alex se deja caer en el sofá con Cassie y Orion a cada lado de él, quienes
comenzaron a discutir sobre cuánto dinero debería dejarles el hada de los
dientes. No es el mismo sofá donde encontramos a nuestra madre el día que se
fue nuestro padre, pero está en el mismo lugar.
—¿Necesitas ayuda en la cocina? —pregunto a mi madre.
—Creo que Javier y yo lo tenemos cubierto. Debería estar listo en diez. —
Desliza un mechón suelto de cabello hacia atrás en su moño. Puedo decir que
aún no está acostumbrada a la longitud más corta—. Sé que aún no ha
anochecido —le dice a Russell—. Pero con los niños, lo amañamos un poco.
Hacíamos lo mismo cuando Ari y Alex eran pequeños. Era imposible hacer que
esperaran.
—No arrastres nuestros buenos nombres por el barro de esa manera —dice
Alex—. ¡Éramos niños extremadamente buenos!
—Tengo varios álbumes de fotos que prueban lo contrario. —Mi madre se
lleva una mano a la garganta—. Ari… ¿aún usas ese collar?
Me doy cuenta de que no lo estaba usando en el hospital. Russell lo había
quitado esa noche en el hotel, y no podía abrocharlo por mi cuenta.
—Es mi collar favorito —digo, rozando el relámpago con mi pulgar, y la
calidez en sus profundos ojos marrones me transporta al día en que me
gradué. Cuando me abrazó, presionó el joyero en mi mano, y me dijo que no
podía esperar para verme en la televisión.
—En donde sea que termines —prometió—, desayunaré o cenaré contigo
todos los días.
Aún era una interna en ese entonces, ni siquiera había conseguido un
trabajo, pero ella sabía que lo lograría.
Lo había olvidado de alguna manera.
Mientras esperamos, y en parte para demostrarle a mi madre que puedo
ser muy paciente cuando se trata de comida, muchas gracias, llevo a Russell a
un recorrido breve por la casa.
—Desafortunadamente, la convirtió en una habitación de invitados hace
unos años —le digo a medida que abro la puerta de lo que solía ser mi
dormitorio—. Pero imagina algunos carteles de Zac Efron, un mapa estelar y
algunos carteles más de Zac Efron, y te harás una idea.
Mientras tanto, la antigua habitación de Alex se ha convertido en una sala
de ejercicios, una máquina de ejercicios en una esquina y un estante de pesas
libres en la otra. Durante un tiempo, bromeamos sobre qué habitación tenía la
mejor mejora.
—Espero que esto no sea demasiado incómodo para ti. Conocer a todos así.
—Me apoyo contra la pared fuera de la habitación de Alex. Quiero que Russell
esté aquí, quiero, pero no puedo olvidar lo que dijo en el club de jazz—.
Simplemente… no quiero que te sientas incómodo.
Se acomoda a mi lado, rozando mi brazo con la punta de algunos dedos. En
un mundo perfecto, ese toque ligero sería suficiente para convencerme de que
todo está bien entre nosotros.
—No lo estoy. ¿Y tú?
Me encojo de hombros, porque la respuesta es sí, pero es demasiado
complicado explicar todas las formas en las que me siento incómoda en esta
casa.
—Esperaba que pudiéramos hablar…
—¡La cena está lista! —llama mi madre desde abajo.
—O comer —termino.
—Hablaremos —dice, dándome un apretón rápido en la mano, y debe ser
capaz de sentir mi inseguridad—. Lo prometo.
La cena de Shabat no era una tradición semanal para nosotros mientras
crecíamos, pero de vez en cuando sacábamos las velas y el mantel bueno.
Siempre me han encantado las oraciones sobre el pan y el vino, el jugo de uva
cuando éramos niños, y por mucho que hubiera puesto los ojos en blanco
cuando era más joven, la unión. El sentido instantáneo de comunidad.
Tomo asiento entre Russell y mi madre, Alex y Javier y los mellizos
apretados al otro lado. Nunca ha habido tanta gente en nuestra mesa.
Como es costumbre, mi madre agita las manos y luego se cubre los ojos
después de encender las velas de Shabat.
—Baruch ata Adonai, Eloheinu Melech ha-olam, asher kidshanu b'mitzvotav
vitzivanu l'hadlik ner shel Shabbat —recita, y me asalta otro recuerdo. Alex y yo
de niños, intentando escribir las palabras hebreas transliteradas, nuestra
ortografía ridícula haciendo reír a mi madre hasta que las lágrimas corrían por
sus mejillas.
Todos mis recuerdos de las festividades que observamos, en su mayoría
fueron cosas buenas. Incluso si en estos días solo voy al templo durante las
grandes fiestas, el judaísmo es una parte integral de mi identidad. Mi historia.
Mi depresión ha deformado muchos de esos recuerdos.
—Russell, ¿a qué templo vas? —pregunta mi madre entre bocado y bocado
de lasaña.
—Técnicamente, no lo hago —admite—. No regularmente. Pero el bat
mitzvah de mi hija es a fines del próximo mes. Por cierto, esto está delicioso.
Javier sonríe.
—Gracias. Probé algo nuevo, agregando la berenjena estofada. Siempre
estamos intentando colar más vegetales en la comida de los niños.
Cassie y Orion no se dan cuenta, sus bocas ya están pintadas de rojo con
marinara.
—¿Has estado en Honeybee Lounge? —pregunta Alex a Russell—. ¿En
Capitolio Hill? Ese es su restaurante.
—¿Estás bromeando? Me encanta ese lugar.
Javier lo desestima, pero sé que está contento, y no puedo negar que yo
también lo estoy.
Mi madre evalúa a Russell con el ceño fruncido.
—¿Tu hija se está preparando para su bat mitzvah? Eres… muy joven.
Miro mi plato, haciendo una mueca.
—No siempre se siente así —responde con una risa afable. Debe estar
acostumbrado a evadir el tema.
—No te juzgo —le dice, y tiene que haber un límite para la cantidad de
veces que esta noche puede sorprenderme.
Una vez que me he relajado lo suficiente como para disfrutar de todo, algo
en la sala me llama la atención. Es una obra de arte tejida colgando sobre el
sofá, colores naturales con toques de turquesa, y definitivamente no estaba allí
la última vez que estuve.
—¿Eso es nuevo? —pregunto, haciéndole señas con el tenedor.
Un rubor extraño cubre las mejillas de mi madre.
—Empecé a jugar con un telar cuando estaba… —Sus ojos se posan en
Russell, y comprendo que no quiere explicar dónde estaba exactamente—.
Fuera —termina—. Y me encantó. No soy muy buena ni nada así, pero es muy
relajante.
—No, mamá. Es asombroso.
—¿En serio? Siempre he admirado la forma en que haces tus joyas, y pensé
que sería divertido tener un pasatiempo como ese. Por supuesto, también está
la jardinería, ¿viste las flores? —Le digo que lo hice, y que se ven muy bien—.
Pero el clima no siempre coopera, como sabes. Podría hacerte uno, si quieres.
Una vez que mejore un poco. De hecho, probablemente sea lo mejor si todos
ustedes se llevan algo para que no termine viviendo en una casa hecha
completamente de lana.
—Eso me encantaría.
Sigo esperando que frunza los labios y empiece a quejarse, a hacer un
comentario improvisado sobre mi apariencia o mis novios anteriores, pero nada
de eso sucede. De hecho, es una comida deliciosa, incluso cuando la discusión
del hada de los dientes de los mellizos se intensifica hasta el punto en que
Cassie le arroja un fideo a Orion.
Alex y yo nos ofrecemos a limpiar mientras mi madre, Javier y Russell
mantienen ocupados a los mellizos en la sala de estar.
—Tejidos. Quién lo diría —digo a medida que friego la bandeja de lasaña
que Javier nos dijo que no nos atreviéramos a meter en el lavavajillas.
Alex está listo para secarlo con una toalla.
—Todos contenemos multitudes.
En la sala de estar, mi madre deja escapar una risa despreocupada que no
había escuchado en mucho tiempo. Russell está en medio de una historia,
agitando los brazos para enfatizar, y los niños lo miran absortos. Mi corazón se
estremece de la forma en que siempre lo hace con Russell.
—Solo se ve feliz —digo—. Es la única manera de describirlo. No la había
visto así en mucho tiempo.
Sé que unas pocas semanas en un centro no iban a curar su depresión. No
iba a registrarse como un tipo de persona y salir como una completamente
diferente. Así no es cómo funciona la salud mental.
Pero por ahora, está tomando sus medicamentos según lo prescrito, o al
menos eso es lo que le dijo a Alex, y él me lo dijo a mí. Ella y yo aún tenemos
que discutirlo, y aunque quiero hacerlo, no tengo idea de cómo comenzar esa
conversación.
Así que, estoy eligiendo tener esperanza.
—Así es. —Alex lanza la toalla sobre un hombro antes de inclinarse,
empujándome con el codo—. Y también es bueno verte feliz.

Después de unas rebanadas calientes de pastel de manzana, Russell y yo


damos un paseo por el vecindario. Tenemos suerte de que mis padres
compraran la casa cuando lo hicieron porque ahora sería ridículamente
inasequible. Las casas de esta calle cuestan cuatro veces más de lo que
pagaron por ellas. Pero mi madre no quiere mudarse, a pesar de que es una de
las pocas personas en este vecindario que vive sola.
—Dios, todo es tan diferente —comento—. Solía haber un bosque allí, y
Alex y yo nos desafiábamos a entrar en él por la noche y ver cuánto podíamos
aguantar antes de que se nos acobardáramos. Estaba convencida de que los
monstruos vivían en los árboles, esperando para arrebatar a los niños que
fueran lo suficientemente tontos como para entrar. —Muevo una mano hacia él
—. Pero ahora solo son casas. Y en el centro, cuando llegamos… había tantas
cosas que no reconocí.
—¿Pavimentar el paraíso y construir un estacionamiento?
—Más como un paraíso pavimentado y poner un Five Guys —digo—. No tan
atrapante. Y tal vez la elitización es lo más aterrador de todo.
Nos dirigimos hacia lo que solía ser el borde de mi vecindario, pero ahora
conduce a un desarrollo más nuevo, casas cuadradas de tres pisos en tonos
beige y marrón claro.
—Aquí es donde me caí de la bicicleta la vez en que quitaron mis ruedas de
entrenamiento —digo, señalando una fila de buzones—. Y aquí es donde
estacionaba con mis novios para que nadie pudiera pillarnos besándonos.
Ahora no hay suficientes árboles aquí, no hay buenos lugares para besarse. En
realidad, lo siento por los adolescentes de hoy.
—Este es un recorrido muy esclarecedor.
Nos detenemos en un parque infantil, uno con barras para trepar,
toboganes y un puñado de equipos que nunca había visto.
—Qué demonios —digo cuando Russell y yo nos sentamos en un par de
columpios—. Este patio de recreo es ridículo. ¿Eso es, como, un muro de
escalada interactivo?
—Sí, definitivamente tampoco teníamos eso en Michigan.
—Puede que sea un parque de diversiones, pero al menos no hay nadie
aquí —digo, consciente de que estoy hablando demasiado. Evitando el
problema real—. No tenemos que ser los adultos espeluznantes en los
columpios.
Russell arrastra su zapato por el suelo.
—Entonces.
—Entonces. —Sin más estancamiento. Dejo escapar un suspiro largo,
preparándome para ello—. Estoy muy contenta de que hayas venido. Gracias.
—Por supuesto. Somos…
Una risa extraña escapa.
—Sí. Russell, ¿qué somos?
Espero que sepa que tenerlo aquí significa que estoy completamente en
esto con él. Y si él no lo está, bueno, entonces necesito saberlo.
—No me perdí cómo actuaste la semana pasada con los Hale —dice en voz
baja, sin dejar de mirar hacia abajo al suelo—. Después de lo que dije sobre
Elodie.
—¿Sobre cómo no estabas exactamente buscando una madrastra?
Esto lleva su cara a una mueca.
—Tú, ah, recuerdas la redacción precisa, eh.
—Fue un poco difícil de olvidar.
—Eso fue… no lo correcto para decir. Especialmente frente a los Hale. Lo
siento mucho. —Trae sus ojos a los míos, y puedo decir que lo dice en serio.
Hasta esa noche, estaba tan seguro de mí de una manera que siempre me ha
costado sentir conmigo misma. Quiero eso de vuelta—. Puedo decirte que no
fue mi intención lastimarte, pero sé que eso no hace que igual esté bien. Todo
esto es nuevo para mí. No estoy acostumbrado a pensar en nadie más que en
Elodie, si te soy sincero, ni siquiera en mí mismo.
—Puedo entender eso —digo, porque incluso si no puedo relacionarme
plenamente, puedo imaginarlo.
—No sé cómo hacer esto. No sé cómo ser novio y padre al mismo tiempo.
Mi corazón se desploma. Tal vez sea tan simple como eso: solo puede ser
uno, y ha hecho su elección.
—Ah.
Pero Russell niega con la cabeza, aún no ha terminado.
—Ari, quiero hacerlo. Créeme, lo hago. Pero no he tenido exactamente
mucha práctica. Siempre me ha preocupado que alguien piense que Elodie es
una carga, o un equipaje, o que no querrán conocerla en absoluto.
Me estiro, cubriendo sus manos con las mías. Ahora puedo hacer eso,
sostenerlo con ambas manos.
—Elodie no es una carga. Ella es increíble, y una gran parte de eso es
gracias a ti, y a Liv. Eres un gran padre.
—No me des tanto crédito ahí —dice, pero parece más suave que hace diez
minutos. Hay orgullo en su expresión, y me encanta cómo se ve en él—. No
quiero que sientas ninguna presión para pasar tiempo con ella.
—Russ. Me encantaría pasar más tiempo con Elodie.
Se ilumina aún más.
—¿En serio? Porque ha estado preguntando por ti desde el fin de semana
pasado. Debes haber causado una gran impresión.
—Fueron los musicales —digo—. Muy pocas cosas unen a las personas
como los musicales. Y los burritos. —Entonces vuelvo a ponerme seria—. No
tienes que elegir entre la paternidad y una relación. Te mereces ambos. Quiero
decir, sé que vas a ser padre independientemente de si estoy aquí, solo estoy…
—Me interrumpo, tomando aire—. Esto está saliendo mal. Lo que intento decir
es que, quiero intentarlo. No seremos perfectos en eso, al menos no de
inmediato, pero si estás listo, quiero intentarlo.
Enlaza sus dedos con los míos.
—Estoy listo —dice, llevando su otra mano a mi cara, su pulgar
acariciando mi pómulo de esta manera que me hace sentir segura. Querida.
—Yo también he tenido miedo —admito, nuestros pies aún plantados en la
corteza mientras nuestros columpios se balancean—. No sé si tengo el mejor
historial de relaciones. En realidad, nunca he sido… yo.
Russell deja caer su mano sobre mi hombro, y espera a que continúe.
Escuchando, pero sin presionarme.
—Durante mucho tiempo, todo el mundo me ha captado brillando
plenamente. Todas las luces del estudio encendidas. Sin oscuridad, sin
negatividad. Cada vez que siento que algo así se acerca, me obligo a actuar de
manera opuesta. Doy un cumplido o una afirmación para restablecer el
equilibrio, supongo. O lo inclino completamente hacia el otro lado. Pensé que
tenía que ser este tipo de persona muy específico para que alguien quisiera
estar conmigo. Y funcionó por un tiempo, o al menos eso pensé. Incluso pensé
que iba a casarme.
El mecanismo de defensa no tendrá sentido sin la explicación. Sabía que no
había manera de que pudiera invitarlo aquí sin abrir esa puerta con barricadas
de mi pasado y, sin embargo, ese conocimiento no hace que formar las
palabras sea más fácil.
—Si voy a explicarlo, y quiero hacerlo, en serio lo hago, tengo que volver
aquí para empezar —continúo—. En Redmond. Mi mamá y yo… no siempre ha
sido así con nosotras. Bueno, para ser honesta, ni siquiera estoy segura de lo
que es “esto”.
—Creo que, capté un poco de eso.
—Cuando crecí mi madre fue diferente. Tendría estos días oscuros que le
dificultaban ser la persona que quería que fuera. —Aún no quiero divulgar
demasiado sobre la salud mental de mi madre. No se siente plenamente mi
lugar decirlo, especialmente cuando ella está a solo un par de cuadras de
distancia—. Y nosotras… luchamos de manera similar.
Agarro el columpio con más fuerza, consciente de que estoy a punto de
abrir la puerta de par en par. Aunque, de alguna manera, no se siente tan
difícil como pensé que sería. No hay presión en mi pecho, ningún letrero de
neón parpadeante en mi cerebro advirtiéndome que cierre la boca, solo el deseo
de compartir algo que no he podido articular con nadie a quien he dejado
acercarse.
Si mi mamá puede cambiar, yo también puedo.
—Tengo depresión —digo—. La he tenido durante mucho tiempo, y
probablemente la tendré toda mi vida, ya que no es algo que tienda a
desaparecer mágicamente. —Observo su rostro, la forma en que asiente
lentamente, asimilando esto—. Cuando era adolescente, tenía de vez en cuando
estos días que se difuminaban entre sí. Iba a la escuela en piloto automático,
apenas registrando nada de lo que alguien decía. Llegaba a casa exhausta,
aunque no hubiera hecho nada para esforzarme. Me dolía todo, aunque no me
pasara nada físicamente. Me sentía agobiada… como si una especie de imán
terrible me estuviera tirando hacia el centro de la tierra, esta pesadez que hacía
imposible encontrar alegría en ninguna de las cosas que solía amar. Ni siquiera
podía obligarme a hacer mi tarea de ciencias, así fue cómo en realidad supe
que era malo.
Fuerzo una risa ante esto, y él me sigue la corriente con una sonrisa
pequeña.
—No fue hasta la universidad que me diagnosticaron. Fui al centro de
salud en el campus porque estaba muy cansada todo el tiempo, y todos a mi
alrededor estaban pasando el mejor momento de sus vidas. No sabía lo que me
pasaba que me impedía hacerlo. Haciendo imposible hacer amigos. Una vez
que tuve ese diagnóstico y comencé a aprender más al respecto, comencé a ver
a alguien, comencé a mejorar. No instantáneamente, pero al final de mi primer
año, finalmente comencé a sentirme como yo de nuevo, esta persona que había
sido una extraña durante años.
»Sigo yendo a terapia —continúo—, y tomo antidepresivos. Y la mayor parte
del tiempo, estoy bien. Pero aún tengo días oscuros, y no quiero ocultarte nada
de eso.
Toma mi rodilla con una mano, deteniendo mi balanceo. No me di cuenta
de que había estado balanceándome de ida y vuelta.
—¿Por qué lo esconderías?
—Nunca se lo he dicho a nadie. Nadie con quien estaba saliendo. Nadie
que… que importara. —Bajo la mirada hacia su mano, observo cómo sus dedos
se mueven de adelante hacia atrás en este hipnótico movimiento relajante—. Mi
padre se fue porque no pudo manejar a mi madre. Así que, para que alguien se
preocupe por mí, para que alguien se quede, pensé que tenía que ser la
persona demasiado alegre que soy en la televisión. O de lo contrario me
convertiría en mi madre, y eso es lo que he estado intentando evitar con todas
mis fuerzas. Te dije que eso es lo que pensaba mi ex, que era demasiado alegre
como un rayito de sol. Y tal vez lo he sido, pero ya no quiero hacer eso. —No
contigo es la implicación. Espero que lo escuche, porque no estoy segura si
tengo el coraje de decirlo.
—Gracias por decírmelo —dice, llevando su mano libre a mi otra rodilla,
sus ojos nunca apartándose de los míos—. También he ido a terapia. Cuando
me mudé por primera vez a Seattle. Había tantas cosas con Elodie con las que
nunca había lidiado adecuadamente, y fui bastante consistente durante
algunos años. Estoy… muy contento de que podamos hablar de eso.
—Yo también. —Muevo mi cabeza hacia atrás en dirección a la casa
mientras algo brilla dentro de mi pecho—. La forma en que ella fue allí, esa no
es la madre con la que crecí. O tal vez lo fue, algunas veces, y otras veces
fueron tan difíciles que es difícil recordar todo lo demás. Quiero perdonarla.
Quiero que las cosas sean diferentes entre nosotras. Tuve esta visión, cuando
era más joven, que tendría el tipo de madre con la que podría ir a almorzar
todos los domingos, y hablaríamos de todo lo que sucede en nuestras vidas. Tal
vez suena ridículo. Y después me imaginé casarme y tener una madre que
querría ser parte de la planificación de la boda, casi hasta el punto en que se
volviera molesto. Me habría encantado estar molesta con ella porque insistiera
en una comida sentada en lugar de un buffet. Pero incluso cuando estuve
comprometida, nada de eso sucedió. Ella no tuvo ningún interés en nada de
eso.
—Es peor cuando la familia no está allí para ti de la forma en que se
supone que debe estar —dice—. Cuando Liv quedó embarazada, sentí como si
hubiera roto un lazo de confianza tácito. No embarazarás a nadie. No joderás tu
futuro.
—Pero no lo hiciste.
—Me tomó un tiempo llegar allí. —Se queda en silencio por un momento,
rascándose la barbilla sin afeitar. Pensativo—. Y espero que esta noche solo sea
el comienzo para ti y tu mamá. No te mereces nada menos que eso.
—Gracias. —Si mis palabras son un susurro, es solo porque estoy
intentando no llorar—. De lo que me estoy dando cuenta —continúo—, es que
me gusto más cuando estoy cerca de ti. Y creo que es porque soy la versión
más honesta de mí misma. No tengo que esforzarme tanto, y no tengo que
esconderme. Solo puedo… ser.
Gira en su columpio, sujetando mis piernas con las suyas y alcanzando
mis manos de nuevo.
—Yo… yo no sé qué decir. Me siento honrado. De verdad —dice—. Dejar
que te acerques es lo mejor que he hecho en mucho tiempo, y significa mucho
que me hayas traído aquí. Y nada de lo que dijiste cambia nada. No cambia lo
que siento por ti.
—¿Y qué es lo que sientes por mí, exactamente?
Una sonrisa irónica.
—Creo que lo sabes, chica del clima. —Esas siete palabras bien podrían
estar compuestas de corazones en lugar de letras. Se siente como si hubieran
pasado siglos desde que escuché el apodo, y había olvidado lo mucho que lo
amo. Lo que amo aún más: la forma en que me atrae para un lento beso suave
a medida que el sol se pone sobre mi parque no del todo infantil.
26

PRONÓSTICO:
ADVERTENCIA DE CALOR EXCESIVO. ASEGÚRATE DE MANTENERTE
HIDRATADO

Russell tiene la casa para él solo esta noche, un hecho que me hace
descansar mi mano en su pierna durante el viaje de regreso a Seattle, rozando
con mi pulgar desde su cadera hasta su rodilla y viceversa.
En el patio de recreo, quería envolverme en él y saborear la dulzura
maravillosa solo de Russell. Ahora que estamos encerrados juntos en un
espacio pequeño, soy más codiciosa. Cada vez que exhala, quiero prolongarlo
en un gemido. Cuando obliga al volante a girar, imagino sus dedos debajo de
mi falda.
Y, sin embargo, cada pizca de deseo se subraya con algo más: una
sensación de comodidad que nunca he conocido en una relación. Seguridad.
Siempre he tenido tanto miedo de alejar a la gente, miedo de revelar demasiado
de mí, exponer una pieza que no fuera brillante como el verano, y no les
gustaría quién era yo debajo.
Excepto que… Russell ha visto esas partes. Y no está corriendo.
Empezamos a besarnos al momento en que estaciona el Subaru en su
camino de entrada, un choque desesperado de lenguas y dientes. Me giro en mi
asiento, presionándome más cerca mientras sus manos se sumergen en mi
cabello. Este vehículo familiar sensato no fue diseñado para esto, estoy segura
de ello.
—Tienes mucha destreza allí —dice a medida que agarro las solapas de su
chaqueta.
—Ah, ahora puedo hacer muchas cosas con esta mano. —Y solo para
demostrar que puedo, palmeo la parte delantera de sus jeans, donde ya está
duro para mí.
—Ari. —Envuelve mi nombre en un gemido fantástico que envía una ráfaga
de necesidad directamente a mi centro—. Deberíamos entrar. No puedo hacer
lo suficiente de lo que quiero hacerte en esta posición.
—Curioso. Porque me gustas en esta posición.
Me sonríe antes de moverme de nuevo al asiento del pasajero y abrir la
puerta.
—Sal, ahora.
—Ooh, también me gusta cuando eres mandón.
Nos tambaleamos al entrar, literalmente, tropiezo con una tira de alfombra
mientras mi boca está fusionada con la suya, y Russell lucha con mi suéter a
medida que me quito los zapatos. Fuera de su dormitorio, me enjaula contra la
pared, con una mano apoyada sobre mi cabeza.
—¿Quieres que sea mandón? —dice en mi oído, y me sorprende la emoción
que esa pregunta sencilla provoca en mi cuerpo.
—Sí —susurro.
Sus pestañas bajan a media asta.
—Sube a la cama. Y quítate la ropa.
No puedo obedecer lo suficientemente rápido, aunque robo un momento
para examinar su habitación. Muebles de caoba con estilo, edredón a rayas.
Minimalista y ordenado, tal como me lo imaginé, con una biografía de un
jugador de hockey en su mesita de noche. Ahora con más gracia, me quito la
falda y me impresiono lo hábilmente que puedo desabotonar mi camisa de lino
después de todas estas semanas de fisioterapia. Me dejo caer sobre la cama en
sujetador y bragas, y casi de inmediato, estoy abrumada por lo mucho que las
sábanas huelen a él, incluso cuando está justo aquí a mi lado.
Russell entra, su camisa desabrochada y su cabello ya un desastre. Su
vello facial ha crecido un poco, una sombra a lo largo de su mandíbula, y
quiero que me queme por todo el cuerpo.
—Ven aquí al borde —dice, palmeando el edredón, ahora con un temblor en
su voz. Lo hago, con el corazón en mi garganta—. Muéstrame dónde quieres
que te toque.
—En todos lados.
Levanta las cejas, como si esta respuesta no fuera lo suficientemente
buena. Así que coloco una mano detrás de una oreja, arrastrándola hacia abajo
a lo largo de mi mandíbula. Mi clavícula.
—Aquí.
Cuando sus labios se encuentran con mi cuello, todo hambre y calor
maravilloso, dejo escapar un zumbido bajo. Dios. No estoy segura si mi cuerpo
siempre ha sido tan sensible o si está perfectamente en sintonía con su boca.
Las yemas de sus dedos.
—¿Dónde más? —pregunta en mi piel.
Ya mareada, deslizo mis dedos dentro de la copa de mi sujetador,
pellizcando mi pezón izquierdo.
—Aquí.
Obedece, hundiendo su cabeza en mi pecho, desabrochando mi sujetador
antes de deslizar su lengua sobre mis senos, llevando mis pezones a picos
duros y apretados. La presión tortuosa de sus dientes me hace cerrar los ojos,
perdiendo mi centro de gravedad a medida que vuelvo a caer sobre la cama.
Succiona un pezón en su boca y luego el otro, luego quita sus labios para
poder soplar aire fresco sobre ellos.
—Dios. Eres tan hermosa —murmura, besando una línea desde mis senos
hasta mi ombligo, deteniéndose en la banda de encaje de mis bragas—. Qué
hay de… aquí. ¿Qué quieres que le haga a tu coño, chica del clima?
Esta vena malvada en él, estoy obsesionada con eso.
—Lámeme. Por favor.
—Maldita sea, me encantaría.
Sonríe antes de descender por mi cuerpo. Empuja mis piernas lentamente
para separarlas, sus labios quemando un camino desde mi pantorrilla hasta la
rodilla y muslo, y siento que la tierra simplemente se disuelve debajo de mí,
una gran bocanada de aire abandona mis pulmones. Al principio me besa a
través de mi ropa interior, porque es horrible, terrible y extremadamente cruel,
y me encanta. Me encanta todo. Estoy demasiado desesperada por su lengua,
moviendo mis caderas, apretando una mano en su cabello. Rogando por lo que
le he pedido que haga. Cuando finalmente se desliza por mis bragas, estoy a
punto de desmayarme.
Hasta que me separa con sus dedos medio e índice y entierra su rostro
entre mis muslos.
El primer golpe de su lengua es jodidamente letal, caliente y resbaladizo y
encendiendo cualquier cosa en mí que no estaba ya completamente despierta.
—Dime qué te gusta. —Incluso Russell Mandón es educado, y eso también
me encanta.
—Más de esto —jadeo cuando su lengua se desliza sobre donde estoy más
sensible—. Pero un poco más lento. Más suave. Sí.
Disminuye la velocidad y se toma su tiempo, sin ganas de correr hasta el
final. Un dedo se une a su boca, y luego otro.
—Ahora puedes ir más rápido —le digo.
Esa sensación crece, crece y crece antes de estabilizarse, una y otra vez, y
me esforzaré por no frustrarme. Estoy a punto de decirle con la mayor
delicadeza que no estoy segura de que vaya a pasarme, pero entonces algo se
tensa en la base de mi columna y de repente, después de todo, no estoy tan
segura. Acaricia mi clítoris con su lengua, prestándole toda su atención con
estos cálidos movimientos insistentes. Querido Señor, ayúdame. Mis piernas
comienzan a temblar, pero él las está agarrando, manteniéndome firme.
Anclándome a la tierra.
Gruño su apodo a medida que monto esa sensación, Russ… Russ… Russ…
y luego en un estallido brillante, me corro. Lanzada al centro del sol.
Presiona estos besos sonrientes en mis muslos, claramente complacido
consigo mismo.
—Eres increíble —dice antes de deslizarse en la cama a mi lado.
—Y eres muy bueno escuchando.
Apenas me permito recuperarme, aún resplandeciendo por mi orgasmo
mientras le quito los calzoncillos. El sonido que hace cuando cierro mi boca a
su alrededor es aún más caliente de lo que imaginé que sería.
—Ari. Cristo. Eso es… eso es realmente bueno. Maldición, eso es muy
bueno.
Echa la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto su garganta preciosa.
Tragando duro. En algún lugar en el fondo de mi mente, me pregunto cuánto
tiempo ha pasado desde que alguien lo tocó de esta manera específica, y me
dan ganas de hacer esto aún mejor para él. Lo tomo más profundo, haciendo
girar mi lengua sobre la cabeza de su polla, saboreando su sabor salado.
—Espera, espera —dice, tirando suavemente de mi cabello—. No quiero…
antes de que…
Levanto la vista, nuestros ojos conectando cuando ambos comprendemos lo
que quiere decir.
Me enderezo en una posición sentada.
—Tengo un DIU. —No es la más sexy de las conversaciones indecentes,
pero al menos no deja dudas sobre lo que quiero—. Y me hice la prueba el mes
pasado. Después de nuestra primera cita.
—Yo también. Quiero decir, no la parte del DIU. La otra parte. ¿Puedes
decir que estoy nervioso?
Russell Nervioso es la versión más entrañable de él.
—Parece ser un tema común con nosotros.
—Pero, es bueno —me asegura, dándome un apretón en el hombro—. Son
nervios buenos. El mejor tipo.
—Entonces, ¿supongo que esto significa que quieres? —pregunto, y él besa
la sonrisa de mi rostro. Aun así, retrocedo por otro momento—. Hay una cosa
más que quiero preguntar. Esto puede sonar presuntuoso, pero hace unas
semanas, puse un poco de lubricante en mi bolso. Por si acaso. ¿Estarías…
estarías bien con eso?
—¿Por qué no lo estaría? No puedo decir que tenga mucha experiencia con
eso, pero si quieres usarlo, estoy listo.
—Dios, me gustas. —Me apresuro a sacarlo de mi bolso en la sala de estar
de Russell. Cuando vuelvo a su cama, echo unas gotas en mi palma,
frotándome las manos antes de alcanzarlo.
Su cabeza cae hacia atrás a medida que paso mis manos resbaladizas de
arriba abajo por su eje.
—Bueno. Resulta que soy un gran fanático de los lubricantes.
—Bien. —Me siento a horcajadas sobre él, mis rodillas en sus caderas,
besándolo largo y profundo.
—¿Vas a montarme? —pregunta, agarrando mi trasero, sus dedos
clavándose en mi piel. Soy adicta a la sensualidad torpe de sus palabras.
—Si eso está bien. —Levanto mis caderas, dejando que su polla empuje mi
entrada. Provocándolo. Estoy dolorida, vacía y tan jodidamente necesitada,
pero me contengo, esperando su sí—. Solo… en realidad, quiero verte perder el
control.
Una risa ahogada.
—Sí. Sí, está más que bien.
Cuando me estiro para guiarlo hacia el interior, se siente tan cálido, duro y
correcto que tengo que cerrar los ojos por un momento. Sin nada que nos
separe, lo que estoy sintiendo es a él puramente. Dejo escapar un grito
ahogado de inmediato, más por el impacto de la sensación que por cualquier
otra cosa. Mi cerebro sufre un cortocircuito, incapaz de concentrarme en nada
más que en la sensación de estar llena tan completamente, tan perfectamente.
Una tortura pura y exquisita.
—Te sientes —digo—, tan jodidamente bien. Dios, me gustas así.
—¿Qué, perdiendo la cabeza porque eres tan jodidamente sexy? —sisea,
deja escapar un suspiro cuando me levanto un poco, luego me vuelvo a hundir,
encontrando un nuevo ritmo frenético—. ¿Porque sabías tan bien que casi me
derrumbo cuando te estaba follando con mi boca?
Grito, empujando mis caderas hacia adelante para poder tomarlo más
profundo.
—¿Soy horrible si digo que sí?
No solo es su boca sorprendentemente obscena lo que me gusta. Me gusta
la forma en que me hace preguntas, la forma en que se comunica conmigo. Me
gustan sus besos suaves y los desesperados. Y me encanta verlo desmoronarse,
sus ojos oscuros y sus pupilas dilatadas, su cabello salvaje, su pulgar frotando
círculos vertiginosos justo por encima de donde se unen nuestros cuerpos.
Y cuando comienza a estremecerse primero debajo de mí, se asegura de
llevarme con él.
—No siempre es así, ¿verdad? —pregunta una vez que nuestra respiración
se ha vuelto más lenta.
—No —digo, acurrucándome más cerca, colocando un brazo sobre su
pecho—. No siempre es así.

—Tienes una chimenea de leña que funciona —digo desde el sofá de su sala
de estar, con una manta tejida sobre mis piernas—. Tal vez tenga que
mudarme aquí.
Espero que crea algo raro porque no estamos ni cerca de esa etapa en la
relación, pero de alguna manera no es así. Tal vez hemos dejado atrás toda esa
incomodidad, y estas versiones nuevas de Ari y Russ son las más maduras
hasta el momento.
—Esa fue una de las razones por las que me enamoré de esta casa. —
Vuelve a entrar en la habitación con dos tazas de chocolate caliente que no
coinciden y salpicadas de malvaviscos arcoíris—. Perdón por los malvaviscos.
Puedes adivinar quién los eligió.
—Me encantan.
Se desliza en el sofá a mi lado, y ajusto la manta para también cubrir sus
piernas. Es una noche fría, y la chimenea crepitante es perfecta. Russell lleva
una bata azul marino y yo una de sus camisetas, sin importarme que me
quede grande. Todo se siente tan doméstico, una palabra que una vez pensé
que nunca se uniría a una escena en mi vida.
También es bueno verte feliz, dijo mi hermano, y tal vez en realidad lo sea.
Russ me da un empujón con la rodilla.
—Pareces pensativa.
—Creo que, estoy en paz. Hay una diferencia. —Tomo un sorbo lento y
dulce de chocolate caliente antes de colocarlo en su mesita de café—. No sé.
Solo estoy pensando en las familias, supongo.
—Ah. Un tema para nada tenso o complejo.
—Quise decir lo que dije sobre querer pasar más tiempo con Elodie. Si
quieres que lo haga.
—Absolutamente —dice—. Es un milagro que haya resultado tan bien
adaptada como es, o es muy buena para ocultarlo. Liv y yo obviamente no
teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo. —Bebe de su taza—. Todo el
tiempo me sorprende, y me hace reír, y es toda una persona con miedos,
ambiciones, gustos y aversiones, todo completamente diferente a mí. Es tan
jodidamente divertida, y es inteligente, y simplemente… creo que, es algo
increíble.
Ese asombro está escrito en todo su rostro.
—Obviamente, no está exento de desafíos —continúa—. No tenía ni idea de
qué hacer cuando se partió los dos dientes frontales hace unos años durante
unas vacaciones y nos tomó tres horas encontrar un dentista de emergencia. O
cómo ayudarla con su tarea de matemáticas. Y tuve que ver La película Emoji.
—¿Ese era la que tenía a Patrick Stewart como el emoji de popo?
—Sabes, hizo lo que pudo con eso. —Mira hacia abajo a los malvaviscos
derretidos en su chocolate caliente—. Nunca tuve tiempo de decidir si quería
tener hijos. Simplemente sucedió, y tal vez sucedió de una manera
completamente inversa, pero… en este momento, las cosas de hecho son
bastante buenas.
—Estoy tan, tan contenta —digo—. Solía preocuparme que todo el asunto
con mi madre me convertiría en una mala madre. Pero alrededor de la
universidad, comencé a pensar que sería genial tener mi propia familia algún
día. Obviamente sería diferente, y estoy segura de que sería imperfecto a su
manera, pero quiero eso. Las imperfecciones. Todo ello.
—Las imperfecciones pueden ser jodidamente geniales.
Bebemos en silencio por unos momentos, hasta que se me ocurre que no
hemos hablado de Torrance o Seth ni una vez en todo el día, y es un
pensamiento liberador. Tal vez nos encontramos gracias a ellos, pero lo que
tenemos aquí es todo nuestro.
—Creo que parte de la razón por la que tenía miedo de dar el cien por
ciento en las relaciones era que significaba que podría llegar potencialmente a
ese lugar donde podría formar una familia —digo en voz baja—. Ni siquiera sé
cómo se vería eso, si soy honesta. Pero contigo… creo que podría acercarme.
Cualquiera que sea el porcentaje de mí que estaba dando a esos novios,
ahora me doy cuenta de que no fue suficiente.
O tal vez es que Russ es la primera persona que he sentido que valía la
pena.
—Ven aquí —dice, atrayéndome contra él—. Te necesito más cerca. —
Cuando apoyo mi cabeza en su vientre, Russell me da unas palmaditas y dice
—: ¿A esto se refieren con un cuerpo de papá?
—No lo sé —digo—. Se llame como se llame, me gusta. Me gusta todo de ti.
—También me gusta todo de ti. Cada versión. —Aparta parte de mi cabello
del camino y me da un beso en la sien—. Me gustas cuando hablas del sol en el
pronóstico. —Su boca se mueve más abajo, sus labios revoloteando sobre mis
pestañas—. Me gustas cuando les dices a todos alegremente que esperen unos
cien días más de lluvia. —Un beso en la comisura de mi boca—. Pero me gusta
más la versión real. Y me siento jodidamente afortunado de poder ver a esa Ari
Abrams.
Cuando nuestro chocolate caliente se enfría, no puede importarnos menos.
27

PRONÓSTICO:
LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

—Tiendes a decir mucho “ahora” —dice la entrenadora de talentos.


Práctico, no una amonestación.
En un monitor en el centro meteorológico, me veo entregando el pronóstico
del martes pasado. Ahora pueden ver lluvias moviéndose esta noche. Y ahora
echaremos un vistazo a su pronóstico de siete días.
No he recibido este tipo de comentarios desde mi pasantía universitaria en
una de las estaciones rivales de KSEA. Melissa, la entrenadora de talentos,
tiene toda la razón. Ahora que lo ha señalado, parece tan obvio. Pero no estoy
avergonzada, estoy aprendiendo.
—Y tuviste que usar las diapositivas demasiado rápido allí. —Melissa
señala la pantalla—. Podrías ralentizarlo un poco más.
—Absolutamente, ahora puedo verlo. Gracias.
Al otro lado del estudio, Torrance está charlando con uno de los
camarógrafos. Me mira directamente y me guiña un ojo, y contengo la sonrisa.
He estado flotando durante las últimas dos semanas. Mi cuerpo olvida
estar cansado cuando me despierto a las dos de la mañana, e incluso cuando
Russ se queda a dormir o yo estoy en su casa, nunca se queja de mis
comienzos tempranos, aunque me ha arrastrado a la cama en más de una
ocasión. Siempre es demasiado cálido y atento para que yo lo rechace.
Pasamos la mayoría de las noches juntos las semanas que Elodie está en
casa de su madre, a veces en mi casa y a veces en la de él, aunque me gusta su
chimenea. Cuando tiene a Elodie, comemos helado en el parque y la ayudamos
con su tarea y hacemos planes para ver The Prom cuando venga a Seattle en el
verano. Tomo mis antidepresivos y nunca me preocupo si me está mirando,
nunca me estoy escondiendo.
Desde la reorganización, la estación ha estado más tranquila de lo que
esperaba. Ha sido fácil trabajar con Caroline Zielinski, comprensiva y decisiva
en todas las formas en que debe ser un gerente, siempre abierta a las
reuniones individuales y ansiosa por ayudarme a establecer metas
profesionales. Y como mentora, Torrance es… bueno, sigue siendo Torrance.
Pero también está más disponible que nunca. Tenemos almuerzos de
trabajo regulares, y pasa más tiempo contándome sobre su trayectoria
profesional, incluso colaborando conmigo en una gran historia sobre la
contaminación del aire que debutaremos en Halestorm una vez que esté lista.
Es un papel que se toma en serio, y estoy agradecida por eso. Aunque a veces
todavía tengo que colarme en su oficina para regar sus plantas.
Y tengo una aprendiz propia, una joven brillante y ansiosa de la
Universidad de Washington llamada Sophia que sueña con trabajar algún día
para el Servicio Meteorológico Nacional.
Melissa y yo repasamos más clips, y ella hace una pausa para reproducir
un momento en el que hablo demasiado rápido y tengo que jadear para
respirar.
—Es raro tener que recordarle a la gente que lo haga, pero no olvides
respirar —dice con una sonrisa.
Y en realidad, lo estoy intentando.

El musical de Elodie es a fines de marzo, y ella lo da todo, transformándose


en la malvada Reina de Corazones, complementada con una carcajada malvada
que no sabía que esta dulce niña de doce años era capaz de hacer. La
esperamos en el vestíbulo de la escuela secundaria con un ramo de rosas rojas,
a juego con la canción, y después de abrazos y felicitaciones, le devuelve las
flores a Russ y le pregunta rápidamente si puede comer hamburguesas con sus
amigos. Aún está completamente maquillada, con corazones rojos pintados
alrededor de sus ojos, la cara cubierta de blanco.
—¡Gracias, te amo, adiós! —grita a medida que prácticamente se arroja al
estacionamiento con el Gato Cheshire y Tweedle Dee.
—No estoy seguro de haberme sentido más viejo de lo que me siento ahora
—dice Russ con una sonrisa mientras la seguimos afuera.
Me inclino y froto una mano a lo largo de su barba.
—Eso explicaría todas las canas.
—Pero me hacen lucir distinguido, ¿verdad?
—Extremadamente. —Arrastro su rostro hacia el mío, y es en ese momento
en que ocurre. No hay nada grandioso o explosivo al respecto, solo Russ y yo
en el estacionamiento de una escuela secundaria un jueves por la noche.
Creo que lo amo. Es el estallido más suave de una comprensión que vuelve
mi mundo borroso en los bordes. Apenas llevamos juntos un mes y, sin
embargo, ahí está, con un brillo dorado e imposible de ignorar.
Lo guardo ahí en mi corazón, un secreto pequeño, pero imagino que él
puede notarlo en el roce de mis labios, la forma en que hundo mi cara en su
cuello y susurro bromas en su piel. Hasta que esté lista, así es cómo se lo haré
saber.
Y entonces llega la ventisca.
28

PRONÓSTICO:
NOVENTA POR CIENTO DE PROBABILIDADES DE QUE TODO SE VAYA
ABSOLUTAMENTE AL INFIERNO

La nieve en Seattle es un fenómeno único. La gente se burla de nosotros


por no poder manejar unos pocos metros de nieve, o por el año en que nuestro
exalcalde arruinó infamemente la respuesta de la ciudad a una gran tormenta
de nieve, limpiando solo las calles frente a su casa y las de otros funcionarios
de la ciudad. Las carreteras fueron lijadas en lugar de salarlas y, durante dos
semanas, Seattle se detuvo prácticamente. Tenía trece años y estaba fascinada
por todo eso, incluso cuando no podía sentir mis manos después de que mi
mamá, Alex, y yo desenterráramos nuestro auto.
Sin embargo, la mitad del tiempo, Seattle solo recibe algunos metros de
nieve o menos cada año, y son esos años malos los que son un poco menos
predecibles.
Este año, las ráfagas comienzan un domingo por la noche a principios de
abril, y estoy abrumada por ese vértigo de que tal vez la escuela se cancelará
mañana que conocía tan bien cuando era niña, especialmente cuando bebo
café de una taza de KSEA en la casa de Russell, la chimenea crepitando a mi
lado. Cuando me despierto a las dos, está oscuro, tranquilo y perfecto, toda la
calle cubierta de blanco.
—Vuelve a la cama, chica del clima —susurra Russ. Hoy estoy en el turno
de la tarde, un día raro en el que podemos ir juntos y, sin embargo, mi reloj
interno me obligó a despertarme a la hora habitual.
Abro más sus cortinas y señalo con un dedo su patio trasero.
—Pero… hay nieve.
—Aún estará allí en unas pocas horas —dice, pero se obliga a sentarse, con
el cabello revuelto y los ojos medio cerrados, y observamos el clima durante
quince minutos antes de volver a dormirnos.
He dejado de pelearme con la plancha para el cabello y dejé que mi cabello
se ondulara frente a la cámara, al principio porque significaba más tiempo con
Russell, y luego porque comprendí que me gustaba más de esa manera. Es un
cambio pequeño, pero me sorprendió aprender algo nuevo de mí a mis
veintitantos años: que prefiero mis ondas naturales.
Nunca dejaré de amar un día de nieve, especialmente cuando estoy
trabajando. Solo duermo unas pocas horas más, me levanto temprano para
hacer el desayuno para Russ y para mí, me abro paso a tientas en su cocina.
Vale la pena por la forma en que su rostro se ilumina cuando le presento mi
intento de panqueques en forma de copos de nieve, espolvoreados con azúcar
en polvo.
En KSEA, tenemos una tradición durante la primera nevada del año, si
tenemos la suerte de tener una. Lo llamamos los Juegos Olímpicos de Invierno,
dividiéndonos en equipos para un día completo de juegos de oficina y comida, a
la mierda los cubículos bajos. No recuerdo haber visto participar a Torrance y
Seth, pero allí están, Seth inmerso en un juego de relevos con sujetapapeles en
medio de la sala de redacción mientras Torrance agarra un cronómetro y
cuenta los puntos en una pizarra blanca debajo del banco de televisores. Llegó
temprano para instalar y reorganizar los escritorios, y tengo que preguntarme
si está recuperando el tiempo perdido.
—En serio está cayendo una buena ahí fuera. —El gerente general Fred
Wilson finalmente ha decidido emerger para impartir esta pizca de sabiduría.
Se sirve un bizcocho de chocolate de una mesa en un rincón de la sala de
redacción—. No se vuelvan demasiado salvajes —llama, metiéndose un bocado
en la boca mientras desaparece por el pasillo.
Russell aparece a mi lado, sacudiendo la cabeza.
—Como un reloj —dice antes de que su mirada se desplace hacia Torrance
—. Nunca la había visto así. Nunca los había visto así.
—Creo que están felices.
—¿Felices o drogados con un pastel barato de supermercado?
—Esas dos cosas no son mutuamente excluyentes.
En algún momento, tenemos que trabajar de verdad, y hay mucho trabajo
esperándome en el centro meteorológico esta tarde, pero este es un cambio tan
bienvenido en la atmósfera de la estación que aún no puedo despegarme.
También estoy soñando con el trineo que Russ y yo tenemos planeado hoy más
tarde en la colina enorme cerca de su casa.
Estoy tomando mi turno en el relevo de sujetapapeles, un concurso para
ver qué grupo puede enderezar un sujetapapeles más rápido, y solo puedes
comenzar después de que la persona frente a ti termine, cuando Torrance se
me acerca, girando un marcador de pizarra entre su pulgar e índice.
—Ari, ¿tienes ese comunicado de prensa de la ciudad sobre sus quitanieves
nuevos? Creo que lo devolvieron en enero. Mi bandeja de entrada es un
desastre en este momento.
—Ah… sí. Por supuesto. —Mi computadora está al otro lado de la
habitación, así que saco mi teléfono de mi bolsillo, busco el correo electrónico
original y se lo envío. Luego vuelvo al juego, con los dedos en el alambre de mi
sujetapapeles. Frente a mí, Hannah Stern está a punto de terminar. Russell
está en el otro equipo, encabezado por la presentadora de deportes Lauren
Nguyen e invicto, y no voy a dejar que ganen.
—¿Qué es esto? —La voz de Torrance se ha vuelto más fría que la
temperatura exterior.
—Debería tener toda la información —digo—. Aunque es posible que
tengamos que hacer algunas llamadas a la ciudad con todo lo que sucede hoy.
—No. Eso no. —Me muestra su teléfono justo cuando Hannah gira,
indicando que es mi turno.
Cuando leo lo que hay en la pantalla, se me cae el sujetapapeles.
—¿Ari? —dice Hannah. Cuando no respondo, agarra mi sujetapapeles caído
y lo arroja a las manos de otro jugador.
No le reenvié el correo electrónico original. Porque el correo electrónico
original, lo reenvié a Russell con una broma sobre cómo planear que Torrance
y Seth volvieran a estar juntos.
Y ese es el que está actualmente en su bandeja de entrada.
Re: Quitanieves de la ciudad de Seattle
Idea: Atrapar a T y S en algún lugar durante una tormenta de nieve.
Reunirlos a través de la proximidad forzada + la belleza de la Madre
Naturaleza.
El equipo de Hannah deja escapar un gemido colectivo. Lauren Nguyen
permanece invicta. O al menos, eso creo. No puedo procesar nada excepto las
palabras en la pantalla de Torrance, e incluso esas empiezan a desdibujarse.
Me tambaleo hacia atrás, alejándome de los juegos, los dulces y mis
compañeros de trabajo animándome, esta escena de la que nunca pensé que
Torrance y Seth serían parte. Es demasiado. Demasiado ruido. Cierro los ojos
con fuerza, concentrándome en mi respiración. No. No, no, no, no, no.
Finalmente estaban haciendo progresos. Finalmente feliz. Si se entera de lo que
hicimos…
Es muy posible que nunca me haya detenido a considerar las
consecuencias, y ahora que me están persiguiendo fuera de la sala de
redacción y por el pasillo, agobiándome las piernas y apretándome los
pulmones, estoy profundamente aterrorizada por ellas.
Cuando abro los ojos, estoy encorvada contra la pared frente a la cocina,
justo debajo de una foto de Torrance de treinta y tantos años aceptando un
premio a la excelencia en reportajes científicos de la Sociedad Meteorológica
Estadounidense. He pasado por esta foto cientos de veces, y es un premio que
siempre esperé tener una oportunidad algún día. Con un solo clic, puede que
haya hecho añicos esa posibilidad.
La verdadera Torrance, la mentora de la que tanto deseaba estar orgullosa
de mí, me siguió hasta aquí, y nunca me había sentido tan insignificante frente
a ella como ahora.
—No es… no es lo que parece —tartamudeo—. T y S, eso es… —Mi cerebro
inútil se queda en blanco.
Torrance cruza los brazos sobre su vestido naranja tostado.
—¿En serio? ¿Eso es todo lo que tienes? ¿Mejoras todos los días frente a
miles de personas, y eso es lo mejor que puedes hacer? —Cuando extiende la
palma de su mano, me doy cuenta de que aún estoy aferrando su teléfono—.
Encuéntrame en mi oficina. Y trae a Russell.
Espero hasta que el sonido de sus tacones resonando sobre el linóleo se
desvanece, y luego hago lo mejor que puedo para recomponerme. Inhalaciones
profundas y exhalaciones temblorosas y estranguladas. Con una mano en mi
corazón, deseando que disminuya la velocidad.
Tiene que haber una manera de salvar esto. De otra manera no puedo
aceptar lo que podría pasar.
De vuelta en la sala de redacción, Russell está inmerso en un juego de
hockey de escritorio con sus colegas deportivos.
—Oye —digo, dando un golpecito en su brazo, la única palabra suena
inestable. Ahora es el momento de mi actuación estelar. Pretender que todo
está bien cuando todo está a punto de colapsar.
Me sonríe y, por un momento, siento un destello breve de molestia hacia él.
¿No debería ser capaz de decir que esto no es una sonrisa real?
—Oye. ¿Quieres jugar?
—No, yo… —me interrumpo, sin saber cómo expresarlo—. Torrance quiere
vernos en su oficina.
—¿Está… bien?
El cuello de su chaqueta está arrugado. Lo alisé esta mañana antes de
irnos al trabajo, pero es un trozo de tela rebelde. Por alguna razón, centrarme
en esto me ayuda a plantarme.
—Russ. —Lo agarro del brazo, arrastrándolo unos pasos lejos de sus
amigos, que están demasiado distraídos con el juego para darse cuenta de mi
ataque de pánico inminente—. Ella sabe.
Su cara se pone pálida, su mandíbula floja.
—Ah. Oh, mierda. —Sus ojos van a la oficina de Torrance, como si
estuviera imaginando qué tipo de destino nos espera—. ¿Cómo sup…? —
pregunta, pero no puedo reunir una respuesta.
Mantengo mi mirada fija en el espacio frente a mí mientras caminamos
hacia su oficina, una mano alrededor del rayo en mi garganta. Es un milagro
que no me lo arranque del cuello. No hay forma de que nadie en la sala de
redacción pueda adivinar lo que está pasando y, sin embargo, estoy medio
convencida de que lo tengo escrito en la cara. TRAICIONÉ LA CONFIANZA DE
MI JEFA. LA PEOR APRENDIZ DEL MUNDO. METEORÓLOGA EN DESGRACIA
BUSCA NUEVO TRABAJO.
Seth ya está adentro, apoyado en el estante de libros de meteorología de
Torrance con dos suculentas como sujetalibros.
—Tomen asiento —dice Torrance, señalando las dos sillas en el lado
opuesto de su escritorio—. Y por favor. Siéntanse libres de comenzar a
explicarse en cualquier momento.
Estoy agradecida cuando Russell habla primero.
—Originalmente fue idea mía. —Suena firme. Seguro de sí mismo—. La
noche de la fiesta navideña, los dos nos sentíamos un poco deprimidos por
todo lo que había sucedido y, bueno… sugerí como una broma intentar que
ustedes dos volvieran a estar juntos. No creo que ninguno de los dos lo
hayamos tomado en serio hasta unos días después.
—¿Se conocían en ese entonces? —pregunta Torrance—. No recuerdo que
pasaran mucho tiempo juntos en la estación.
—Siempre habíamos sido amistosos, pero no había nada más que eso
hasta la fiesta —digo, mi voz pequeña y frágil—. Nos unimos gracias a ti y a
Seth. Porque… porque estaban demasiado ocupados el uno con el otro que
KSEA se convirtió en un lugar tan hostil para trabajar.
Si bien ella sabe esto de KSEA, desearía que mis palabras sonaran menos
triviales. Menos egoísta. Es posible que hayamos comenzado de esa manera, en
una misión para mejorar el trabajo por nosotros mismos, pero eso fue antes de
que en realidad conociéramos a los Hale. Torrance se ha vuelto más importante
para mí de lo que jamás imaginé, y no quiero haber traicionado la poca
confianza que teníamos. Si puedo explicarme, limpiar mi conciencia, tal vez lo
entienda.
Porque no solo es una amistad, este vínculo entre nosotras. Se ha
convertido en una especie de papel de madre para mí, y podría haber sucedido
incluso antes de que comenzara a trabajar para ella. Cuando mi madre no
estaba disponible, busqué consuelo en el programa de Torrance. Cuando me
contrataron en KSEA, anhelé su aprobación, aún lo hago.
Más que eso, quiero que sea feliz.
—La razón por la que comenzamos a pasar tiempo juntos —continúo,
urgiendo más confianza en mis palabras—, es porque al principio queríamos
que la estación fuera más pacífica. Para todo el mundo. Y hubo estos
momentos en los que parecía que ustedes dos tenían asuntos pendientes. Que
en realidad no había terminado. En la fiesta navideña, me hablaste de Seth
casi como si lo extrañaras. Y cuando te invitó a bailar antes, bueno, ya sabes,
hubo algo allí. Pensamos… pensamos que tal vez no sería una gran locura
intentar que volvieran a estar juntos.
—El baile swing en el Century Ballroom —dice Torrance, como si estuviera
empezando a cuadrar para ella—. ¿Fueron ustedes?
Russ asiente, con los codos apoyados en las rodillas y los dedos
entrelazados.
—No fue nada nefasto. La mayor parte del tiempo, solo intentábamos que
hablaran entre ustedes dos. Que se llagaran a conocer mejor. Así que, estuvo lo
del baile swing, el masaje de pareja, el yate…
—Me pregunté cómo supieron el menú exacto de nuestra primera cita.
—Y esa suculenta —agrego—. La que apareció sin tarjeta. Nosotros…
queríamos que te preguntaras si Seth la envió.
Echo un vistazo a Seth, quien sigue examinando los libros de Torrance,
silencioso y estoico. Estoy segura de que explotará en cualquier segundo. O tal
vez terminemos con otro letrero:
POR FAVOR, ABSTÉNGANSE DE EMPAREJAR A SUS JEFES.
—SHH.
Torrance frunce sus labios rojo cereza.
—Ya veo. —Es imposible interpretar su expresión, y entonces comprendo
que, aún no la conozco lo suficientemente bien como para conocer todos sus
estados de ánimo.
—Lo siento mucho. Sabes que estoy agradecida por todo. Por la tutoría. Y
me… me alegro de que nos hayamos hecho amigas, incluso si la forma en que
comenzó fue… —Busco la palabra correcta—. Ligeramente deshonesta.
—¿Y pensaron que nunca lo descubriríamos? —pregunta, con una fiereza
nueva en su tono—. ¿Podrían interferir con nuestras vidas personales y hacer
que les contemos cosas profundamente privadas? ¿Manipularnos así y no
enfrentar ninguna consecuencia?
Russ tira de su cuello arrugado.
—Ya habían llevado su vida personal a la oficina y la convirtieron en un
asunto de todos —dice con calma, y Torrance se queda callada.
No puedo superar esa palabra. Manipular. En este momento, el error es tan
claro que no puedo creer que lo hayamos hecho de verdad.
Excepto que funcionó, ¿no? Hubo momentos en los que estaba tan segura
de que se vendría abajo, pero no ha sido así. Tienen su segunda oportunidad, y
han estado juntos durante al menos el último mes, tal vez más. Ayudamos a
reparar algo que todos asumieron que estaba roto. Interferimos, pero no
lastimamos a nadie. Eso tiene que ser positivo, incluso si significa que ya no
somos bienvenidos en esta estación.
El silencio de Torrance es peor que su interrogatorio gélido. Cada vez que
ha estado furiosa con Seth, he sido muy consciente de ello. Pero nunca
consideré cómo se sentiría tener esa ira dirigida hacia mí.
—Yo… yo puedo empezar a buscar trabajo en otras estaciones —digo—. Si
eso es lo que quieres que haga. Tiene que haber una forma de que
enmendemos esto. Sé que cruzamos unas cien líneas, pero debes creer que lo
hicimos por las razones correctas.
Russ asiente vigorosamente.
—Lo que dijo Ari. Nosotros solo… —Finalmente se encuentra con mis ojos,
un suave azul preocupado detrás de sus lentes, y es suficiente para
tranquilizarme. Pase lo que pase, él está conmigo en esto. Lo superaremos
juntos—. Solo queremos enmendar esto.
Seth aún no ha dicho nada. Pero sus hombros… están temblando. Santo
cielo. No puede estar llorando… ¿verdad? Si es así, esto es aún peor de lo que
pensaba. Tal vez no sea suficiente dejar KSEA. Tal vez tendré que encontrar un
trabajo en otra parte del estado. O cambiar por completo de carrera.
Cuando finalmente se da la vuelta y llama la atención de Torrance, los dos
se echan a reír.
Reír.
Russ parece impactado, y mi expresión de horror debe coincidir con la
suya. Seth se dobla, agarrándose el estómago, y Torrance se ríe tanto que tiene
que aferrarse al borde de su escritorio.
—¿Qué sucede? —pregunto, un poco temerosa de la respuesta.
Seguramente, que nos despidan a los dos, ¿no es tan divertido?
Cuando Torrance finalmente puede respirar de nuevo, se quita los
mechones rubios de la cara y se limpia lo que en realidad podría ser una
lágrima.
—Es divertido —dice—, porque hemos estado haciendo exactamente lo
mismo con ustedes.
29

PRONÓSTICO:
AVISO DE TORMENTA DE INVIERNO. PREPARE SU KIT DE DESASTRES

No nos reímos. No como lo hicieron Torrance y Seth. Técnicamente, Seth


aún se está riendo, su cuerpo temblando por la hilaridad pura de todo, y ahora
está claro por qué no nos miraba: porque no quería revelarnos nada.
Hemos estado haciendo exactamente lo mismo.
Russ está congelado en la silla a mi lado. Cuando abro la boca para hablar,
no sale nada.
—Lo siento —dice Torrance—. Al principio, no pude resistirme a jugar con
ustedes dos. Ahora tiene sentido que empezaron a pasar tiempo juntos porque
estaban conspirando para que nosotros pasáramos tiempo juntos. Esa fue la
única razón por la que nos dimos cuenta de lo bien que se llevaban, y eso hizo
que también empezáramos a empujarlos juntos. Cuando lo piensas, es
bastante divertido.
—Empujar es un poco exagerado. Llamémoslos empujoncitos sutiles. —
Seth se arremanga, como si toda esa risa fuera un logro atlético—. Nada
grande. Cuando Ari se cayó por las escaleras, Tor estaba lista para llevarla al
hospital, pero con Russell allí, y dada la forma en que ustedes dos habían
estado actuando en el Century Ballroom… vimos una oportunidad. Así que, lo
alentamos a que él fuera en su lugar.
Esa noche: cuando mis sentimientos por él se volvieron imposibles de
ignorar. Cuando lo dejé entrar por primera vez, lo guie a través de un museo de
mi pasado.
—¿Qué más? —Mi voz tiembla—. ¿Qué más hicieron?
Torrance levanta las palmas, con esta expresión de culpa que tampoco
estoy acostumbrada a ver en ella.
—Es posible que haya desconectado el internet de tu computadora hace un
par de meses. No sabía con certeza si le pedirías a Russell si podías usar la
suya, pero ustedes dos estaban siendo amigables, así que valía la pena
intentarlo. —Y lo hice. Hice exactamente lo que ella quería que hiciera—.
Luego, cuando comenzó a sentirse mareado en el barco, te empujé sutilmente
para que fueras a casa con él. Y siempre intentamos traer a la otra persona a la
conversación tanto como podíamos. Eso es todo.
—Ah, y la historia del cazador de tormentas —agrega Seth—. Con ese tipo
tsunami.
—Tifón —digo en voz baja.
—Cierto. —Torrance chasquea los dedos—. Pero ustedes dos estaban
juntos para entonces, así que eso solo fue la guinda del pastel.
Empujoncitos sutiles, está bien. Excepto que… algo significativo sucedió
cada vez que se entrometieron. Esa noche en el hotel, nuestro primer beso,
Russell pidiéndome que cuidara a Elodie.
Nada de eso se siente sutil para mí.
—Estaba claro que ustedes dos se gustaban —continúa Torrance—.
Parecían una buena pareja. Y saben qué, todas esas intrigas nos acercaron. —
Su boca se curva hacia arriba—. Nos ayudaron sin siquiera darse cuenta.
—Solo para que entendamos todo esto —dice Russell—, ¿no están molestos
con nosotros?
—No lo estoy. —Torrance mira a su exesposo y novio actual, y hay una
verdadera ternura en la forma en que lo mira—. ¿Seth?
Él niega con la cabeza.
—¿Cómo podemos estarlo? Nos ayudaron a darnos cuenta de que no
habíamos terminado. —Se acerca a Torrance, colocando un brazo alrededor de
sus hombros, y aunque debería ser un movimiento casual y sin esfuerzo, no
paso por alto la forma en que los ojos de Torrance revolotean, como si aún
estuviera procesando la adrenalina de su toque. Conozco ese sentimiento. Me
encanta ese sentimiento—. Fue un gran camino para llegar aquí, pero…
funcionó.
—A nuestro terapeuta le encantará esto —dice Torrance.
Dios. Incluso van a terapia juntos.
Esto es surrealista. Saben la verdad, y no están furiosos. Tengo un latigazo
cervical: mis emociones han hecho múltiples ciento ochenta en la última media
hora.
—¡Supongo que funcionó para los dos! —Seth le da un apretón rápido al
brazo de Torrance antes de moverse hacia la puerta—. Voy a ver si tienen más
de ese champán por ahí.
Y con eso, sale corriendo de la oficina.
—No sé qué decir —admito. Debería ser reconfortante, tal vez, que todos
estuviéramos conspirando juntos. Pero algo en esta verdad salvaje ha derretido
toda la magia de este día nevado. Quiero estar tan ansiosa por un brindis con
champaña como Seth y, sin embargo, tengo un nudo en la garganta del tamaño
de un disco de hockey que no sé cómo explicar.
—¿Supongo que esto significa que no estamos sin trabajo? —pregunta
Russell. Suena como si estuviera al otro lado de la habitación, tal vez en una
oficina diferente o en un edificio diferente, y no en la silla a mi lado.
—No, definitivamente no —dice Torrance—. Y ya no dirijo a Ari
directamente, pero no veo ninguna razón por la que recursos humanos necesite
saber nada de esto. Lo que ustedes dos hicieron… no cambia el tipo de
periodista o científico que son. —Deja escapar un fuerte ja—. De hecho, fue
casi su propia forma de periodismo. ¿Pero creo que podemos estar de acuerdo
en la honestidad de aquí en adelante?
—Sí —digo enfáticamente, empujando mis botas con fuerza en el suelo
para mantenerme en el presente—. Por supuesto.
—¡Entonces voy a volver a esa fiesta! —Se pone de pie de un salto, pasando
una mano por sus rizos para devolverlos a su estado habitual de perfección
alegre—. Tengamos pronto otra cita doble, ¿de acuerdo?
Estamos en silencio después de que ella se va, la realidad asentándose
sobre nosotros como una manta demasiado gruesa. Estoy desesperada por
saber lo que pasa por la cabeza de Russell, y si es tan caótico como lo que pasa
por la mía. Y, sin embargo, no tengo ni idea de por dónde empezar.
Probablemente con salir de esta silla. Fuera de esta oficina.
—Creo que voy a dar un paseo —dice Russell—. ¿Ari?
No necesita preguntarme dos veces. Cierro mi abrigo y lo sigo afuera, mi
cerebro zumbando, zumbando, zumbando.
—Aún estoy intentando procesar esto —dice Russell cuando estamos a un
par de cuadras de la estación, esquivando el camino para evitar quedar
atrapados en una pelea de bolas de nieve—. De todos modos, ¿cómo se
enteraron exactamente?
Mis botas crujen sobre unos quince centímetros de nieve. Esta calle suele
estar abarrotada de autos esperando en el tráfico; hoy, solo un puñado de
conductores desafía las carreteras.
—Torrance vio un correo electrónico que enviamos hace meses, donde
bromeábamos sobre atraparlos en algún lugar durante una tormenta de nieve.
La cagué cuando se lo estaba reenviando. Lo siento.
—Probablemente habría sucedido con el tiempo —dice, y no puedo decir si
hay una pizca de culpa en su voz.
—No importa cómo se enteraron. Lo que importa es que han estado
haciendo lo mismo. Nos han estado manipulando, de la misma manera que
nosotros los estábamos manipulando a ellos.
—Un empujoncito sutil —dice Russell, tomando prestadas las palabras de
Seth.
—Seguro. —La única sílaba flota en el aire entre nosotros, cambiando la
temperatura. Arrastrándolo muy por debajo del punto de congelación.
Debería dejarnos a mano. Dos parejas entrometiéndose en la vida
romántica de la otra; lógicamente, deberían anularse el uno al otro. Una
ecuación de relación matemática. Me encantaría reírme como lo hicieron
Torrance y Seth, pero esta revelación me ha sacudido de una manera que no
esperaba. No tenemos la base que Torrance y Seth tenían. No estábamos
construyendo sobre algo que ya estaba establecido, aunque destrozado.
Estábamos empezando desde cero.
—Ambos estamos un poco agitados —dice Russell. Se pasa los lentes
empañados por el dobladillo de su chaqueta antes de volver a ponérselos—.
Vamos a calmarnos, ¿tal vez tomar un café y hablar?
Puedo calmarme con un café.
Pero primero, quiero algunas respuestas.
—Necesito saberlo —digo a medida que pasamos por el restaurante
tailandés donde almorcé con Torrance hace unas semanas. Al otro lado de la
calle, un niño idiota le quita la nariz de zanahoria a un muñeco de nieve recién
hecho y la arroja a un callejón—. Esa noche en el retiro. Si Torrance hubiera
ido conmigo al hospital, ¿nos habríamos acercado tanto como lo hicimos? ¿Si
ella era la que me llevaba de vuelta a mi habitación después y me ayudaba con
todo, habríamos…?
—¿Habríamos… qué?
—Solo estoy intentando imaginar lo que podría haber sucedido. Si ella no te
hubiera empujado sutilmente para que me llevaras, ¿habríamos comenzado a
salir?
—No es como si la alternativa fuera que yo te dejara allí en el piso
sufriendo. —La voz de Russell es ahora afilada, sus pasos en la nieve son más
pausados—. Ella no me buscó y me rogó que te llevara. Me alegró hacerlo, me
preocupaba por ti y quería asegurarme de que estabas bien. Tampoco me pidió
que fuera a tu habitación o que te llevara dulces de la máquina expendedora. O
que hable contigo.
Los recuerdos de esa noche me inundan, calentando mi rostro incluso en el
frío.
—Entiendo eso —digo en voz baja, queriendo mantener ese recuerdo
intacto.
—¿En serio importan los detalles? Estamos juntos, y nos tomó un tiempo
poder expresar lo que ambos queríamos, pero finalmente estamos aquí. ¿No
puede ser suficiente?
Quiero que lo sea, tan desesperadamente que casi puedo sentir el deseo
golpeando junto a mi corazón como un órgano nuevo. Se ve tan hermoso aquí
en la nieve, la punta rosada de su nariz y los cristales de hielo atrapados en su
cabello. Quiero decir que está bien y vivir nuestra fantasía de un día de nieve.
Iremos en trineo y haremos un muñeco de nieve torcido y beberemos chocolate
caliente frente a la chimenea. Cuando nos instalemos en la cama, me apartará
el cabello de la oreja y me volverá a decir lo bien que se siente estar cerca de
mí.
—Y mis sentimientos por ti no se materializaron de repente esa noche —
continúa—. No comprendí que me importabas después de que desconectaron
tu computadora. Y no quise besarte instantáneamente después de que
Torrance te dijo que fueras a casa conmigo cuando fingí estar mareado. Ari, me
gustaste por un tiempo. Quiero pensar que eventualmente nos hubiéramos
juntado, ya sea que haya ido contigo al hospital o no.
A decir verdad, no creo que se equivoque en eso. Pero no es que no
hubiésemos encontrado un camino el uno al otro. Es que ha habido algo
manteniéndonos unidos, evitando que nos desviemos del rumbo. Y ya sea un
empujoncito sutil o un empujón firme, no cambia el hecho de que alguien
estaba moviendo los hilos, asegurándose de que nunca nos alejáramos
demasiado del otro.
—Todo este tiempo, hemos tenido una red de seguridad —digo—. No
sabemos cómo somos sin eso.
Russell roza su brazo contra el mío, y quiero que se sienta más cálido de lo
que es.
—Entonces, lo resolveremos. Quise decir lo que dije esa noche que
estuvimos en casa de tu mamá: estoy listo para hacer esto contigo. Eso no ha
cambiado.
Pero.
Está ese minúsculo pero en el fondo de mi cerebro, aquel que puedo
mantener en silencio parte del tiempo pero ahora se niega a escuchar, aquel
que está empeñado en la autopreservación. Aquel que pregunta: ¿Pero y si se
equivoca? ¿Y si eso cambia? ¿Y si no puede soportarte en tus días oscuros?
—Pero, aún no me has visto en mi peor momento. —Solo cuando lo digo en
voz alta me doy cuenta de que es un miedo genuino mío—. Porque no es
bonito, Russell. Está a niveles de sentarse en un estacionamiento de Taco Bell
y tratar de no llorar. Está a niveles de ni siquiera puedo hacer tareas básicas, y
rara vez sé cuándo viene uno de esos momentos. ¿Es algo para lo que estás
preparado?
Hace una pausa, apoyándose contra el costado de una cafetería con un
letrero que dice: ¡CERRADO POR NIEVE! con un garabato de un muñeco de
nieve con ojos de corazón.
—Creo… creo que sí —dice, tropezando con sus palabras. Esa
incertidumbre, se convertirá en frustración. Ira. Rechazo. Siempre lo hizo en
las relaciones de mi madre.
—Ahí es cuando necesitaríamos esa red de seguridad, pero no estará allí.
Solo seremos tú, yo y mi puto cerebro conspirando contra mí. —Ese órgano
problemático en el que nunca he podido confiar plenamente. La cosa que
distorsiona la realidad y la cubre con la niebla más gris posible.
¿Qué pasa si caemos, si no hay nadie que nos atrape?
¿Cuando caigamos?
—Creo que deberíamos dar unos pasos hacia atrás —dice de nuevo—.
Tendremos la cabeza más despejada si volvemos a esto en unas horas, o tal vez
incluso mañana.
No. Dar unos pasos atrás significaría convertirme en la chica que sé cómo
ser: alentadora, tranquila, flexible. La que siempre he sido, la que antepone el
dolor de los demás al suyo propio. Él no lo entiende. No puede simplemente dar
unos pasos atrás de mi enfermedad mental.
—Eso es lo que estoy intentando decirte —digo, hundiendo mis manos más
profundamente en los bolsillos de mi abrigo ahora que hemos dejado de
caminar—. Puede que mañana no tenga la cabeza más despejada. No puedo
controlarlo. No completamente. Seguiré siendo así sin importar cuántos pasos
retrocedamos. Aún voy a tener depresión y, a veces, se manifiesta de manera
desagradable. Siempre regresa, sin importar cuán contenta esté en un
momento dado. Y he aprendido a aceptar eso.
La forma en que me ve ahora es la más real que lo he sido con él. Sin
censura, todo el miedo y la negatividad a la vista. He estado parada bajo el sol
durante tanto maldito tiempo que cuando parpadeo, veo estallidos de luz
dolorosos y demasiado brillantes.
Somos demasiado, dice mi madre. En la vida real no fue una canción, pero
así suena en mi memoria.
Los rasgos de Russell están contraídos, y no puedo decir si es por el frío o
porque no le gusta lo que estoy diciendo. Aquí no hay un me gusta cada versión
de ti.
—¿Qué? —lo desafío, plenamente consciente de que estoy presionando
demasiado, pero soy incapaz de detenerme. Es lo mejor, sabré antes de que
profundicemos más que esto no funcionará. Puede que ya estemos demasiado
inmersos. Abro mis brazos, ignorando el chasquido de dolor cuando mi codo se
extiende demasiado—. ¿No te gusto así?
—Eso no era lo que iba a decir. —Esto también lo pone a la defensiva, con
los brazos cruzados fuertemente sobre el pecho. Una armadura—. En realidad
no quiero decir algo incorrecto aquí, ¿de acuerdo? Quiero decirte que lo
superaremos juntos porque nos preocupamos el uno por el otro, y porque
queremos que esto funcione. Pero yo tampoco he hecho esto. Nunca. He sido
más abierto contigo que con nadie en mucho tiempo. Pero esto es… tú eres…
—Se interrumpe, como si intentara contenerse para no decirlo, pero de todos
modos lo intenta—. En este momento no estás actuando como tú misma. No
puedes culparme por estar un poco desconcertado.
No actúo como yo misma.
Si tan solo supiera.
—¿Y me conoces tan bien después de pasar un par de meses juntos? —
disparo de vuelta—. Esta soy yo, Russell. Y es exactamente por eso que no le
muestro a nadie esa persona.
—Eso no fue lo que quise decir —dice, y ahí está, un hilo de irritación en
su voz.
Hay un límite hasta donde puedo presionarlo, porque siempre lo hay. Ya
estoy entrando en espiral, mi mente llevándome por un camino familiar.
Él no puede manejar esto.
No puede manejarme.
—No creo que pueda hacer esto. —Las palabras me arañan la garganta,
pero hay que hacerlo. Tengo que sacarlas, salvarme mientras aún hay tiempo.
—¿Esta conversación?
—Todo ello.
La oración aterriza en su rostro con todos los bordes afilados que he sido
tan buena en ocultar. La espalda de Russell se afloja contra la pared, la tensión
abandonando su rostro en una gran exhalación. Y luego, de repente, todo
regresa: su boca se tuerce hacia abajo, una arruga reaparece entre sus cejas.
Un trago duro.
—Ari… —comienza, pero lo interrumpo.
—Deberíamos volver al trabajo.
Me mira fijamente durante un momento largo, sin parpadear. Sus ojos, ese
azul brillante que amo, no tienen la luz que suelen tener.
—Si eso es lo que quieres —dice finalmente.
Incluso cuando estoy rompiendo su corazón, él es bueno conmigo.
Me obligo a quererlo, de la forma en que he obligado con todas esas
sonrisas, cumplidos y positivismo de mierda. Con los fragmentos de optimismo
que me quedan, intento enderezar mi postura y proyectar la luz del sol, pero mi
cuerpo no escucha. No se moverá.
—Sí —digo, aún luchando con mis hombros, con mi boca, con todo el ruido
en mi cabeza—. Por favor.
Odio decirlo.
Peor aún, odio la forma en que lo creo.
Regresa primero a la estación, dejándome sola y temblando en la nieve.
30

PRONÓSTICO:
OSCURIDAD CASI APOCALÍPTICA. EVITA SALIR DE CASA A TODA COSTA

No debería ser una sorpresa que el día siguiente sea un Día Oscuro.
Eso es lo que pasa con la depresión. Puedes saber que está ahí, saber que
es parte de ti, pero puedes pasar siglos sin verla. Vive contigo, un compañero
de cuarto invisible, hasta el momento en que comienzas a hundirte, y luego se
desparrama sobre tu sofá y levanta los pies sobre tu mesita de café y consume
toda el agua caliente. Tampoco paga nunca su mitad del alquiler.
Puedes estar bien durante meses, durante años, antes de que vuelva a
aparecer, diciéndote mentiras como siempre te sentirás así y nadie te amará por
esto y por qué molestarse. Una vez, podrías decir que eran mentiras, pero ahora
pesan sobre tus hombros y ocupan espacio en tus pulmones. A veces surgen
de la nada. Otras veces, algún evento sombrío te ayuda a regresar a ese lugar
oscuro.
Y Dios, estás tan jodidamente exhausta, así que dejas que suceda.
Ruego al meteorólogo de fin de semana AJ Benavidez que me cubra y paso
el resto del día debajo de mi manta pesada. La depresión ha hecho que todas
mis rupturas sean difíciles, pero no hay comparación con esta. Podría envolver
cada gramo de angustia que un hombre me ha hecho sentir en un paquete
devastador, y aun así no se acercaría a las secuelas de Russell Barringer.
La nieve se ha convertido en lluvia y, por una vez, no me emociona verla.
Para el martes por la tarde, cuando la nieve se ha convertido en montones de
aguanieve gris y las alcantarillas se están desbordando, he visto una
temporada y media de America’s Next Top Model, que pensé que sería
cómodamente nostálgico, pero solo me sorprendió por lo problemático que era.
Aun así, maldita sea si no contengo la respiración para la revelación de la foto
al final de cada episodio, y es agradable sentir algo.
Estoy a punto de reproducir un episodio más cuando aparece una alerta en
mi teléfono informándome que tengo una cita con Joanna en dos horas.
Mierda. Cuando la vi allí a principios de semana, casi me rio para mis
adentros, asumiendo que no tendría mucho de qué hablar con Joanna. ¡Nada
que discutir! Todo está de maravilla, me imaginé diciendo, porque hace unos
días, cuando todo era diferente, podía verme convirtiéndome en el tipo de
persona que usaba las palabras de maravilla en una conversación casual.
Quiero ir a terapia incluso menos que estar frente a la cámara con un
vestido hecho con cabello humano como lo hicieron las modelos en el Ciclo 14,
pero me arrastré fuera de la cama. Y solo parcialmente porque cuesta ciento
veinte dólares por una cancelación el mismo día.
Una vez que llego allí, usando pantalones de chándal que dicen GOOD
VIBES ONLY en el trasero que Alex me regaló hace años como un regalo de
broma y una bufanda tan larga que se dobla como una manta, estoy menos
habladora que de costumbre. Joanna tiene que sacarme las palabras, aunque
supongo que los pantalones probablemente me delataron.
—¿Crees… —dice entre sorbos de té—, que tal vez estabas buscando una
razón para terminarlo? ¿Y esta comprensión de la forma en que Torrance y
Seth interfirieron en tu relación te dio una salida? ¿Podrías decirle a Russell
que te estabas preguntando si podría manejarte en tu peor momento sin una
red de seguridad, porque te dieron una razón para hacer eso?
Me entierro más profundamente en mi bufanda-manta. Joanna es la única
que no me juzgará por ser un desastre.
—¿Por qué me sabotearía de esa manera? —pregunto. Llevamos veinte
minutos de nuestra sesión, y recién comencé a hablar en oraciones completas.
—Tú dime.
—Dijo que no estaba actuando como yo misma, como si quienquiera que
fuera en ese momento no fuera alguien que él encontrara particularmente
atractivo.
—¿Qué crees que quiso decir cuando dijo eso?
—Que soy una persona terrible y agotadora con quien estar cerca —
respondo—. Que hay límites para el tiempo que quiere pasar conmigo, y que
prefiere que sea la persona feliz y despreocupada que soy en la televisión.
—Incluso yo sé que no crees eso —dice, lo que me hace soltar un gruñido
bajo porque no está equivocada—. No siempre has sido esa persona con él,
¿verdad? ¿Esa persona feliz y despreocupada?
—No. Supongo que no.
—Creo —continúa—, que tal vez quiso decir que ambos estaban
sorprendidos y estresados. Y que tal vez necesitabas algo de tiempo para
descomprimirte y analizar cómo te sentías con que Torrance y Seth jugaran un
papel pequeño en el comienzo de tu relación.
—Eso es lo que siguió diciendo. Que quería dar un paso atrás —digo—. Y
sentí que lo que en realidad estaba diciendo era que no podía lidiar conmigo,
tal como estaba en ese momento.
—Mmm. —Joanna prolonga la sílaba—. Me pregunto si esa era su forma de
resolverlo, en tiempo real, cómo se sentía con todo. Te estaba diciendo lo que él
necesitaba, que desafortunadamente resultó ser lo contrario de lo que le
estabas diciendo que necesitabas.
—Lo que significa que no tiene sentido intentar hacer que esto funcione.
Queremos cosas diferentes. Cosas opuestas.
—De hecho, creo que, en última instancia, querías lo mismo: la seguridad
de la otra persona, de que ustedes dos iban a estar bien. Y bueno…
—Ninguno de los dos entendió eso.
—Exacto.
Me siento a pensarlo por un momento, distantemente molesta por lo
cómodos que son estos pantalones GOOD VIBES ONLY.
—Entonces, ¿estás diciendo que no nos hace incompatibles el hecho de que
quisiéramos abordar esa situación de diferentes maneras?
—Lo que me parece es que te concentraste en intentar obtener una
reacción muy específica de él —dice—. Esa fue la salida más fácil, la forma más
rápida de justificar cómo te sientes con las relaciones, y justificar por qué
ocultaste tu depresión y tu historia con tu madre. Esta era la validación que
estabas buscando, incluso si no lo sabías. Y eso hizo que estuviera bien
detener esta relación, incluso después de que fuiste abierta con él.
—Pero, ¿eso no es lo que obtuve? ¿Esa validación? No ha estado haciendo
estallar mi teléfono exactamente, haciéndome saber que lo malinterpreté, que
estaba equivocado y que puedo ser tan gruñona y amargada como quiera ser
cerca de él.
—No puedo pretender saber lo que está pensando, pero imagino que sus
razones para no hacer estallar tu teléfono pueden ser bastante similares a las
razones por las que no estás haciendo estallar el suyo. Ari, él también tiene un
pasado. ¿Crees que es posible que también se sienta vulnerable después de
haber compartido todo lo que compartió contigo?
—Yo… no había considerado eso —digo, lo que me hace sentir como un
pedazo de basura egocéntrico. No se equivoca. Estaba tan concentrada en mi
depresión en ese momento que no tenía espacio para pensar en nada de lo que
él estaba pasando.
—Entonces, creo que depende de ti —dice Joanna—. ¿Quieres esa ruta de
salida fácil? ¿O quieres esforzarte, incluso cuando es difícil?
Esto es de lo que estoy segura, la creencia que me ha guiado la mayor parte
de mi vida: no quiero convertirme en la madre con la que crecí.
La madre que puede cambiar, me recuerdo.
—Aún no estoy segura —digo honestamente.
La pregunta de Joanna permanece en mi mente el resto de la semana.
31

PRONÓSTICO:
LAS NUBES SE SEPARAN PARA REVELAR LOS PRIMEROS SIGNOS DE UNA
EPIFANÍA

—Deja que la artista se concentre en su visión —dice Cassie mientras pasa


un pincel por mi rostro—. Hay que respetar el proceso.
Mi sobrina y mi sobrino constantemente eligen frases aleatorias un poco
demasiado sofisticadas para niños de cinco años (ejemplo: caballero, aunque
estoy intentando no pensar en cierto reportero deportivo) y es de lo más lindo.
Cuando llegué a la casa y pregunté dónde estaban sus padres, Orion me
informó tranquilamente:
—Teniendo una crisis existencial —y Javier se apresuró a la puerta,
asegurándome que estaba bien, que solo estaba ansioso por tener noticias del
chef que estaba intentando cazar furtivamente.
Luego, los mellizos preguntaron si podían “hacerle algunos tatuajes a la tía
Ari”, y Alex y Javier estuvieron de acuerdo siempre que yo estuviera dispuesta
y usaran pinturas lavables.
Ahora Orion está sentado en la alfombra verde junto a mí en la habitación
de temática selvática de Cassie, concentrado en el rayo que está dibujando en
mi brazo.
—Tía Ari, quédate quieta.
—Te lo prometo, lo estoy intentando.
Alex aparece en la puerta, apoyándose junto a una jirafa del papel tapiz.
—Las cosas deben estar realmente mal, porque Cassie te está haciendo ver
como una especie de criatura del pantano.
—Probablemente sea una mejora.
—Oh, lo es —me asegura Cassie, el pincel me hace cosquillas mientras
pasa por mi nariz.
Llegué al fin de semana de alguna manera. Una bendición pequeña: mi
agenda no se ha superpuesto mucho con la de Russell. Torrance y Seth, por
otro lado, parecen haber renunciado a cualquier pretensión de actuar como si
no estuvieran locamente enamorados. Ayer por la mañana, había una jarra de
leche de avena en el refrigerador con una nota adhesiva en forma de corazón, y
los vi acurrucados en la oficina de Torrance por la tarde.
—Démosle un descanso del salón de tatuajes —dice Alex—. Papá necesita
ayuda para hacer pastelitos de guayaba, si quieren… —Ya han salido corriendo
de la habitación—. Nada los motiva tanto como el azúcar. —Alex se sienta a mi
lado en la cama. Me deslizo para darle más espacio, captando mi reflejo en el
espejo con forma de elefante. Y… sí. Menos mal que son pinturas lavables—.
Parecía que necesitabas que te rescataran. —Luego vuelve a mirarme a la cara
y se dobla de risa—. Lo siento, no sé si puedo tomarte en serio cuando te ves
así.
Lo empujo.
—¡Las criaturas del pantano también necesitan amor! —Le conté todo a
Alex, y aunque no me juzgó tan severamente como pensé que lo haría, hubo
muchas sacudidas de cabeza propias de hermanos mayores—. Simplemente no
me preguntes cómo estoy. Porque esa ha sido la frase de toda mi semana y aún
no tengo una respuesta.
—Bueno, entonces, supongo que yo… —Se dispone a ponerse de pie.
—¡Solo estoy intentando hablar menos de mí! Esto es madurar.
—¿Quién eres?
—Un ser humano completo y autorrealizado —respondo, aunque no sea del
todo cierto. Llegaré allí. Algún día. Creo—. ¿Cómo estás? ¿Con mamá?
—Esa es una pregunta buena. —Lo considera, como si quisiera asegurarse
de que obtenga la respuesta más honesta—. Estoy bien. Incluso, mejor.
Intentando mantener la esperanza, con una pizca de realismo. En serio quiero
que ella sea parte de las vidas de Cass y Orion. Ambos lo hacemos. —Asiento
entendiendo, esperando que tenga eso exactamente—. No sé si es porque era
mayor, pero creo que te golpeó más a ti que a mí —dice—. He querido estar allí
para ti en todas las formas posibles.
—Lo has estado —le digo, porque es verdad. Alex ha sido la constante
durante toda mi vida. Tanto como puedo contar con los días nublados en
Seattle, puedo contar con mi hermano.
—¿Incluso cuando estoy preocupado por dos pequeños monstruos que
nunca dejan de rogarnos que los alimentemos?
—Especialmente entonces —digo, moviendo mi brazo para intentar untar
pintura azul en su cara, pero, por desgracia, ya está seca—. Esto puede sonar
extraño, pero ¿cómo supiste que estabas listo para esto?
—¿Los mellizos? Nunca estuvimos listos. Es un mito. Puedes pensar que
estás listo, pero entonces aparecen y convierten tu vida en un caos. Un buen
tipo de caos, pero aun así un completo y absoluto caos. Podrías leer todos los
manuales para padres y tomar todas las clases del mundo y aún no tener idea
de qué hacer cuando son las tres de la mañana y no dejan de llorar.
—De hecho, estaba pensando en otra cosa. —Con la cabeza, hago un
movimiento en la dirección general de la cocina—. Matrimonio. Amor. Todo de
eso.
—Ah. —Alex se rasca su barba rojiza—. Para eso, sabía que estaba listo.
Incluso se podría decir que estaba listo la noche que nos conocimos.
Por supuesto, he escuchado la historia mil veces. Alex estaba con un grupo
de amigos en un restaurante elegante del centro, y era el primer día de trabajo
de Javier. Cuando un bistec llegó a la mesa casi quemado, Javier salió
corriendo a disculparse y, después de que sus amigos se fueron, Alex siguió
pidiendo platos pequeños del menú. Cada artículo salió de la cocina poco
cocido o demasiado cocido o le faltó algo o tenía una forma extraña, y cada vez,
Alex pidió hablar con el chef.
Al final de la noche, Javier se había agotado casi hasta el punto de la
histeria (siempre dice que fue un milagro que lograra conservar ese trabajo),
aunque no pudo negar la chispa que sintió cada vez que se dejó pasar por la
mesa de Alex. Y Alex también había comenzado a enamorarse.
—Entiendo que te sentiste instantáneamente atraído por él —le digo—,
pero ¿cómo supiste que él era…?
—¿El indicado? —completa Alex.
—Estaba intentando pensar en una forma no cursi de decirlo, pero sí.
Sonríe, y se me ocurre que él y nuestra madre tienen la misma sonrisa:
ancha y descarada, ligeramente torcida en un lado. Me había acostumbrado a
las sonrisas forzadas de mi madre, tal vez incluso aprendí de ellas, y no fue
hasta el Shabat que me di cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que vi
una de verdad.
—De alguna manera, no se siente cursi cuando estás ahí. Quiero decir que
lo supe esa primera noche porque qué romántico es eso, pero tomó un poco
más de tiempo. —Se queda en silencio por un momento, perdido en sus
pensamientos—. Podríamos hablar de cualquier cosa, esa fue la primera señal.
Amaba a la persona que era cuando estaba con él, y teníamos los mismos
valores. Por supuesto, eso no significaba que no hubiera cosas que me
molestaran de él. Nadie es perfecto, obviamente. Pero esas cosas no
importaban cuando consideraba todo lo que me hacía amarlo. Aunque, aún es
jodidamente aterrador —continúa Alex—. Exponer tu corazón y no saber si la
otra persona tendrá cuidado con él.
—Entonces, ¿lo que me estás diciendo es que puedes estar listo, que
puedes quererlo, pero aun así podría ponerte tan ansioso que quieras vomitar?
—Sí. Abróchate el cinturón, hermanita.
Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme si ya sucedió. Estaba segura
de que me estaba enamorando de Russell. ¿Qué habría pasado si se lo hubiera
dicho? ¿Eso podría habernos ahorrado la pelea, o solo lo habría empeorado?
Javier sube corriendo las escaleras e irrumpe en la habitación, con queso
crema untado en su delantal, sus ojos marrones brillantes.
—Está sucediendo —dice, casi sin aliento—. La tenemos.
Alex se pone de pie de un salto.
—¿Lo hiciste? ¡Sabía que lo harías! —Y atrae a su esposo para darle un
beso.
Es un alivio, de verdad, tener este descanso de mis problemas, una
celebración con pasteles de guayaba y sidra espumosa y demasiadas fotos de
mi cara con tatuajes falsos que espero que mi sobrina y sobrino no usen como
chantaje algún día. He lamentado la pérdida no solo de Russell, sino también
de Elodie, y ese sueño de una fracción de segundo de una familia. Sé que eso
no significa que nunca tendré una. Pero por un momento, pude verme
encajando en la de ellos, y he sido reacia a admitir lo mucho que amaba la
forma en que se sentía.
Este es un recordatorio de que hay esperanza ahí fuera.
Un recordatorio de que mi familia no soy solo yo, incluso cuando me he
sentido más sola que nunca.

Estoy entrando en el garaje de mi apartamento (ahora conduzco y es


glorioso) cuando pillo a alguien esperando fuera del edificio. Al principio asumo
que es el invitado de otro inquilino porque ¿cuándo tengo invitados?, pero a
medida que avanzo poco a poco en mi lugar estrecho, menos que glorioso, me
doy cuenta de que es Seth.
Levanta una mano cuando me acerco, casual de fin de semana en
pantalones caquis y un suéter gris, su cabello aun meticulosamente peinado.
—¿Seth? —pregunto a medida que cierro la puerta de mi auto—. ¿Qué
estás haciendo aquí?
—Lamento sorprender… —Sus ojos oscuros se abren del todo, y hace un
gesto hacia su propia mejilla—. ¿Estás bien?
Me tapo la cara con una mano. La froté lo mejor que pude en casa de Alex,
pero algo del azul permaneció, dándole a mi rostro un tono enfermizo.
—Mi sobrina y sobrino se divirtieron antes con un poco de pintura.
—Ah. —Echa un vistazo entre el edificio de apartamentos y yo—. ¿Crees
que podríamos hablar un momento?
Mi estómago se prepara para rechazar los pastelitos.
—¿Tú y Torrance…? ¿Está todo…?
—Estamos bien —responde rápidamente—. De hecho, estamos increíble.
Solo vine aquí para hablar contigo porque, bueno… me di cuenta de que nunca
hemos hablado mucho.
A pesar de lo surrealista que es ver a Seth Hasegawa Hale en mi garaje, lo
invito a subir, donde me doy cuenta intensamente de los desastres que no he
limpiado: platos en el fregadero, una manta derramada en el piso de la sala,
envoltorios de refrigerios asomando entre los cojines del sofá.
—Solo, eh, ordenaré un poco esto —digo, corriendo y agarrando toda la
basura que puedo—. ¿Quieres algo de beber, o comer, o…? —Me siento aliviada
cuando dice que no—. Lo siento. Prácticamente como todas mis comidas en el
sofá. —Cierro el lavavajillas de golpe, rezando para que Seth no le informe a
Torrance de que tengo los hábitos alimenticios de un drogadicto de veinte años.
—También Patrick. Las mesas de comedor no son realmente una cosa para
tu generación, ¿eh?
—Culpable. ¿Qué matarán los millennials a continuación? —Es una broma
tonta, pero provoca la risa de lástima que esperaba.
Hago un gesto hacia el sofá, y los dos nos sentamos.
—Entonces… —dice, tamborileando los dedos sobre uno de mis cojines la
palabra prolongada subrayando el hecho de que nunca hemos tenido una
conversación a solas. Incluso cuando estuvimos en ese partido de hockey, que
ahora parece que sucedió hace años, Russell y Walt nos cubrieron. Además,
claramente algo estaba pasando a nuestro alrededor, y aquí no lo hay, a menos
que cuentes la bolsa vacía de papas fritas que intento patear casualmente
debajo del sofá.
Cierra la boca y, por un momento, creo que podría levantarse y marcharse.
Olvidar lo que vino a decir aquí porque es demasiado incómodo.
—Quería ver cómo estabas —dice finalmente—. ¿Cómo… te está yendo?
—Ah. ¿Estoy bien? —A pesar de decirle a mi hermano que no quería hablar
de eso, la pregunta no parece tan inductora de pánico, viniendo de Seth.
—Sé que tú y Tor se han vuelto unidas, y no puedo decirte lo mucho que
significa para mí que tú y Russell nos ayudaran de esa manera. —Ha estado
mirando sus zapatos, unos zapatos elegantes sin cordones de gamuza, pero
ahora dirige su atención hacia mí—. Quizás no fue lo más profesional que
pudieron hacer para sus jefes, pero como sabes, nunca la había superado. Tal
vez hubiéramos encontrado el camino de regreso el uno al otro por nuestra
cuenta, pero tal vez no. Creo que en realidad necesitábamos este impulso.
—Al principio no fue una misión tan noble como lo estás haciendo ver. —
Me siento obligada a recordárselo.
—Pero sucedió —dice, ahora con más confianza en su voz, y tal vez
también veo un atisbo del hombre que solía ser en cámara—, me alegro de que
así fuera. Y quería agradecerte.
—Entonces, ¿les está yendo bien? —pregunto.
Cuando sonríe, toda su cara se ilumina.
—Estamos mejor que nunca —responde, alisando algunos hilos sueltos en
mi cojín—. Incluso hemos hablado de irnos de vacaciones juntos este verano.
¿Y tú y Russell…?
Hay algo familiar en la forma en que lo dice. Una indiferencia fingida que
reconozco muy bien. Después de lo que pasó en la oficina de Torrance, sé que
Seth es un actor terrible, totalmente terrible.
Por eso está aquí. Para ayudarnos a Russell y a mí.
—Ya… ya no estamos juntos —digo—. Es lo mejor. En serio.
—No lo sé. —Seth coloca el cojín detrás de su espalda y quiero decirle que
lamentablemente no hay ni una posición cómoda en este sofá. Las he probado
todas—. Ha estado diferente en el trabajo. Sigue siendo profesional, por
supuesto, porque ese es Russ, pero hay algo raro en él. Le falta cierta chispa.
—Dudo que sea por mi culpa.
Seth solo levanta las cejas, como si ambos supiéramos que eso no es cierto.
—Una persona sabia con un gusto cuestionable por los bocadillos me dijo
una vez que si algo es correcto, si está destinado a serlo, entonces vale la pena
ceder un poco. No conozco todas las complejidades de su relación, y no quiero
pasarme de la raya…
—Por primera vez para cualquiera de nosotros —intervengo, pero él no se
ríe.
—Durante cinco años… en realidad, más, ya que no fuimos felices por un
tiempo antes del divorcio, fui demasiado orgulloso —continúa—. Demasiado
atascado en mis hábitos. Si me hubiera dado cuenta antes de eso, tal vez nos
hubiéramos vuelto a juntar antes.
—O tal vez nunca se hubieran separado.
Lo considera por un momento.
—Tal vez necesitábamos hacerlo —dice—, aprender que era posible volver a
estar completos. —Una pausa—. Tal vez nada de esto sea relevante. Tal vez lo
que ustedes dos están lidiando es totalmente diferente. Pero en caso de que
algo de esto signifique algo para ti, quería hacértelo saber.
—Gracias. Yo… yo aprecio eso —digo, deseando tanto ver esto como el rayo
de esperanza que Seth pretendía que fuera.
—Bien. Eso es todo lo que vine a decirte. —Se pone de pie y se quita el
polvo de los pantalones—. Ah, y creo que tienes un aro de cebolla en tu cabello.

—Se ve muy bien —dice la doctora, señalando mi radiografía en su


computadora—. No puedo ver ninguna evidencia de la fractura. Diría que estás
curada.
—¿Completamente? —Estiro mi brazo izquierdo, flexionando mis dedos—.
Aún siento un poco de dolor cuando escribo durante períodos de tiempo largos,
y no tengo tanta fuerza como en mi brazo derecho.
—Ese podría ser el caso por un poco más de tiempo —dice—. Avísame si
empeora, pero en lo que a nosotros respecta, la fractura se ha curado muy
bien. Estás como nueva.
Es extraño dejar el centro médico sin otra cita en los libros. Aún más
extraño: lo mucho que quiero decirle a Russell. Hay demasiadas cosas que
quiero compartir con él, tanto grandes como insignificantes: que Javier
consiguió a su chef, que de alguna manera mis pantalones de chándal GOOD
VIBES ONLY se han convertido en mi prenda favorita, que Seth estuvo en mi
casa y viví para contarlo.
Pero no lo hago.
Y después de un tiempo, incluso el susurro más sordo de dolor se
desvanece, y luego solo es un recuerdo
32

PRONÓSTICO:
GRUESAS CAPAS DE NIEBLA EXISTENCIAL COMIENZAN A DESPEJARSE
HACIA EL FINAL DE LA SEMANA

Evitar a Russell se convierte en un juego, y si lleváramos el marcador, me


gustaría pensar que llegaría al campeonato. Aparte de nuestros horarios en su
mayoría opuestos, me he vuelto sigilosa, llegando a la estación con la cara
maquillada de modo que no me encuentre con él en el vestuario, haciendo la
mayor parte de mi trabajo en el centro meteorológico, almorzando en mi
escritorio o con Torrance.
Dos semanas después de los Juegos Olímpicos de Invierno, nos
encontramos en la cocina. Estoy lavando mi taza y él ha venido a por una taza
de café, su propia taza colgando de la curva de su dedo índice. Devuélvanlos,
dice la taza, junto con un logotipo de los Seattle Sonics. La taza es tan Russell
que me duele el corazón.
—Oh, lo siento. —Se aleja de la cafetera, que está a un metro y medio del
fregadero—. ¿Querías…?
—No, tú ve… —digo, ambos tropezando con las palabras del otro.
Obligándome a respirar profundo, cierro el agua y me doy la vuelta, agitando
mis manos húmedas torpemente a mis costados—. Hola.
—Hola.
Incluso cuando nos hemos cruzado en la sala de redacción, he hecho todo
lo posible por no verlo directamente. Ha sido un borrón, un boceto, un plano de
una persona. Pero aquí frente a mí, todos esos detalles que hacen de él Russell
llenan mis sentidos hasta el punto de que mis rodillas se debilitan.
Lleva un blazer verde bosque y una camisa azul un tono más claro que sus
ojos, una sombra de barba a lo largo de su mandíbula. No se ve increíble. No
quiero agarrarme de las solapas y presionarme contra él y oler su cuello. Eso
significaría que no lo superé, y tengo que superarlo. Por lo menos, tengo que
estar en mi camino allí.
De lo contrario, significaría que él podría tener mi oscuridad y mi sol, y a
pesar de todo lo que dijo Joanna, todo lo que dijo Seth, quiero una garantía de
que no correrá cuando se ponga difícil. Quiero algo que sé que él no puede
darme: certeza.
—Esto no tiene que ser incómodo —dice suavemente.
—No creo que haya recibido ese memorándum.
—Estaba en uno de los últimos letreros de Seth. En Garamond, tamaño
veinte. —Luego hace una mueca—. ¿Demasiado pronto?
Coincido con su mueca incluso aunque me trago la risa.
—Tal vez un poco.
—Pero… ¿estás bien? Te vi el viernes en Halestorm. Estuviste genial.
Intento no pensar en lo que significa que lo haya visto. Probablemente solo
que trabaja aquí y es difícil ignorarlo, no es que me extrañe.
—Fue genial —digo. Ha interferido tanto en mis vías neuronales que, en
este momento, ni siquiera puedo recordar de qué hablamos Torrance y yo.
—Genial. —Aparentemente, ninguno de los dos conoce otro adjetivo. Se
vuelve hacia la cafetera—. Solo voy a…
—Cierto, por supuesto —digo, y durante unos benditos segundos, el sonido
del molinillo de café cubre nuestra incomodidad. Una vez que vuelve a quedar
en silencio y él toma un sorbo de su café, fuerzo una sonrisa—. ¿Y estás bien?
La pregunta repentina debe asustarlo porque falla por completo su próximo
sorbo, y el líquido se derrama por su camisa.
Tomo una toalla de papel y la paso por debajo del grifo a toda prisa antes
de acercarme a él con ella.
—Espero que no haya estado demasiado caliente. Tienes que estar frente a
la cámara más tarde, ¿verdad?
—Está bien, está bien. Es por eso que siempre tengo camisas de repuesto.
—Toma aire bruscamente a medida que le paso la toalla por el pecho—. Puedo,
eh, encargarme de eso.
—Cierto. Cierto. —Le paso la toalla de papel, cuidando no dejar que mis
dedos rocen los suyos. Doy unos pasos hacia atrás hasta que choco con el
mostrador—. Que tengas un buen programa. Siento lo de tu camisa.
—Gracias. —Está a medio camino de la puerta cuando dice—: ¿Ari?
Me doy la vuelta.
—¿Sí?
—No estoy enojado contigo —dice, y espero no estar imaginando la
suavidad en su expresión—. Solo quería que lo supieras.

Esa noche, me enfrento al tráfico de la hora pico para encontrarme con mi


mamá en el centro comercial al aire libre de Redmond.
Si crees que es extraño tener un centro comercial al aire libre en un lugar
que está nublado el ochenta por ciento del año, también lo piensan todos los
que viven en Redmond. No recuerdo que se construyera el Redmond Town
Center, pero mi madre sí, y cada vez que íbamos allí cuando éramos niños,
sacudía la cabeza cuando nos deteníamos en un lugar de estacionamiento,
murmurando: “No sé en qué estaban pensando”.
Mi madre ya está en la cafetería donde acordamos encontrarnos, un lugar
con sillas cómodas y pasteles enormes y música folclórica de fondo. Pido un
muffin de arándanos y me siento junto a ella en un rincón, debajo de unas
acuarelas del noroeste del Pacífico que vende un artista local.
—¿Cómo te fue en el trabajo? —pregunta. Está vestida de manera informal,
con pantalones negros ceñidos y una blusa peplum color coral. Su cabello está
suelto y ondulado, y aún no se ha teñido las canas. Me pregunto si lo hará—.
Es extraño preguntar eso después de haberte visto en la televisión. Siempre
pensé que me acostumbraría, pero no, sigue siendo surrealista pasar al canal
seis y ver tu cara.
—¿Aún me ves?
—Casi todos los días —responde, y tal vez esto no debería sorprenderme,
pero lo hace.
Le cuento más de la reorganización reciente, Torrance, mi aprendiz antes
de hacerle la misma pregunta. Nunca dejará se sentirse un poco extraño: mi
madre y yo, dos adultas hablando de nuestros trabajos.
—De hecho, estoy considerando jubilarme dentro de los próximos dos años
—dice—, lo cual es emocionante. No me di cuenta de que sería una posibilidad
tan pronto.
—¿Jubilarte? Guau. —Mi madre tiene casi sesenta años, pero de alguna
manera no puedo imaginarla jubilada. Tal vez porque siempre la he visto a
través de una cierta lente con la que la jubilación no coincide.
Porque ahora, por supuesto, mi mente nada con lo que hará con todo ese
tiempo libre. Si tendrá suficiente para mantenerse ocupada, o si caerá en uno
de sus patrones viejos.
—Hay un tipo en mi departamento que ha estado allí tanto tiempo como yo,
y hemos estado hablando mucho de eso últimamente.
Si habrá otro hombre para arrastrarla hacia abajo.
—Hablando —repito, y su ceño se frunce cuando entiende lo que quiero
decir.
—Creo que quiero tomarlo con calma. No estoy exactamente ansiosa por
saltar a algo serio. Hace tiempo que no estoy soltera —reflexiona—. Es un poco
agradable, más agradable de lo que esperaba, si soy honesta, solo tener que
preocuparme por mí.
—Eso es bueno. Me alegra. —Tomo mi panecillo, aun sintiendo como si
solo estuviéramos rozando la superficie de lo que quiero discutir. Tengo que ir
a por ello, me arrepentiré si no lo hago—. ¿Y estás… sintiéndote bien? ¿Si está
bien preguntar eso?
Se queda en silencio a medida que saca una chispa de chocolate.
Aparentemente, es más fácil para nosotras conversar con productos horneados
que entre nosotras. Porque esta es otra cosa que mi yo más joven no habría
creído que haría como adulta: hablar con mi madre sobre nuestra salud
mental.
—Al principio, algunos de los medicamentos tuvieron efectos secundarios
severos —dice, sin hacer contacto visual—. Eso era algo que me preocupaba.
Les dije a los médicos que iría a terapia como ellos querían, pero sin
medicamentos. Aún quería sentirme como yo, ¿sabes?
Mi corazón se hunde.
—Ah.
Pero niega con la cabeza, y cuando sus ojos oscuros se encuentran con los
míos, hay una convicción allí que nunca había visto.
—La terapeuta con la que hablé… fue increíble. Y tuve tiempo para
investigar un poco y, bueno… los medicamentos en el mercado hoy en día son
bastante diferentes de los que escuché cuando era niña. Pensé que me
adormecerían por completo. Que no sentiría nada en absoluto. Siempre pensé
que era mejor sentir demasiado que no sentir nada. Pero tenía tantas ganas de
mejorar, Ari. Estaba aterrorizada, pero accedí a probar la medicación.
—Mamá. Yo… estoy orgullosa de ti. —Las palabras son cosas frágiles,
delicadas. No estoy segura de haberlas pronunciado en voz alta. Si se me
permite estar orgullosa de ella.
—Por eso me retuvieron tanto tiempo. Querían asegurarse de tener los
medicamentos correctos, la dosis correcta. Pero ahora que mi cuerpo se ha
acostumbrado a ellos… no estoy segura de poder expresar lo mucho que han
ayudado. No es una solución instantánea, por supuesto, pero bueno, ya sabes.
—Da un bocado de su panecillo, y luego—: Me hace desear haberlos
comenzado mucho antes.
Dejo que penda entre nosotras, procesándolo. Todas las cosas que nunca
he dicho golpean contra el interior de mi cerebro. Todas las cosas que solía
querer de ella.
—Sí. Yo también.
—Ari —dice, pero no he terminado.
—Me alegra que hayas recibido ayuda —continúo, tocando el rayo diminuto
alrededor de mi cuello para una descarga de coraje—. En serio. Y sé que es algo
intensamente personal. Un viaje personal. Pero me he estado preguntando
últimamente… ¿por qué ahora? ¿Qué hizo que este momento fuera el
momento, en lugar de cuando Alex y yo éramos niños? Porque a veces me hace
sentir como si no fuéramos suficientes para ti en ese entonces.
La observo asimilar esto, la forma en que sus cejas rubias oscuras se
fruncen y su boca se abre antes de cerrarla, como si considerara
cuidadosamente lo que quiere decir. Luego coloca su mano sobre la mía,
dándole un apretón.
—Arielle. Ari. Me he preguntado eso todos los días desde que salí del
hospital. Desearía poder responderte esa pregunta de una manera que fuera
remotamente satisfactoria. —Pasa su pulgar por mis nudillos—. No sé por qué
tomó tanto tiempo. Tal vez fue tener la terapeuta adecuada, la que aún estoy
viendo. Tal vez fue sentir que todo este grupo de personas se preocupó por mí y
quería que mejorara. No sé por qué me costó llegar a ese lugar horrible en el
que estaba antes de que me admitieran en el hospital, y lo siento mucho.
»En algún momento, lidias con algo durante el tiempo suficiente para que
se convierta en una parte tan intrínseca de ti, y no puedes imaginarte sin eso.
Lo aceptas, tal vez porque crees que te lo mereces pero también porque tienes
miedo de que si intentas cambiarlo, no funcionaría. Se siente más fácil vivir en
ese lugar sombrío porque no sabes quién eres y te preocupa poner todo ese
esfuerzo sin un resultado garantizado.
—Sabías que recibí ayuda. Sabías que funcionó para mí.
—Lo sabía —dice ella—. Y estoy aún más feliz ahora que fuiste capaz de
darte cuenta mucho antes que yo. Lo siento… si te decepcioné, al no
conseguirte antes ayuda. —Ante eso, su voz tiembla y retira su mano,
pareciendo casi doblarse sobre sí misma. Mi madre nunca se había visto tan
pequeña como en este momento, y es absolutamente asombroso—. No estoy
intentando hacerte sentir pena por mí. Estoy intentando darte una explicación,
no una excusa.
—Ser una persona es difícil —digo simplemente.
—Lo más difícil del mundo —coincide. Luego me mira de nuevo, todo el
peso de su mirada clavándome en la silla—. Tú y Alex fueron suficientes.
Creo… creo que el problema era que yo era la que no lo era.
No estoy segura de cuántas veces se me puede romper el corazón en el
transcurso de una sola conversación.
—Mamá. No —digo, aunque hubo momentos en los que pensé lo mismo.
Momentos que ahora sé fueron distorsionados por mi propia depresión. Mi
propio cerebro librando una guerra contra mí.
—De alguna manera tuve suerte de que tú y Alex se convirtieran en
personas tan increíbles. Ambos tienen trabajos que aman, trabajos en los que
son geniales. Javier y los mellizos no podrían ser más dulces. ¿Y tal vez tú y
Russell? ¿Se está volviendo serio?
—En realidad, en este momento no es nada —digo en voz baja—. Durante
un tiempo, he tenido estas ideas distorsionadas sobre las relaciones. Papá
nunca fue capaz de manejarnos, y…
—Tengo que detenerte allí. —Su voz es firme, más firme de lo que la he
escuchado en mucho tiempo—. Tu padre fue una lamentable excusa de ser
humano. No pudo lidiar conmigo, bien. ¿Pero desaparecer de tu vida y de la de
Alex? Eso no estuvo bien de ningún modo.
Hago una pausa para considerar eso. Cuando pienso en el abandono de
papá, siempre lo enmarco en términos de mi madre. Nos descartó a los tres
porque ella era demasiado. Eso es lo que siempre he creído.
Pero esta es la verdad: tomó la decisión de dejarnos.
Mi madre es la que eligió quedarse.
—Solo es… que ha sido más fácil culparte, supongo. —Las palabras son
casi imposibles de empujar más allá de mis labios, pero sigo adelante—. Porque
tú eras la que estuvo allí. Y desde entonces… nunca he sido honesta con las
personas con las que he salido. Sentía que no podía ser yo misma, que tenía
que ocultar las partes menos atractivas. Hasta ahora, y luego me preocupó que
fuera demasiado honesta.
—¿Eso es lo que pasó? ¿Con Russell?
—No solo Russell. También con mi compromiso. —Y prácticamente todos
antes de eso, pienso, pero no lo digo. Me estoy dando cuenta de que no está
bien atribuirle mis problemas. Incluso si ahí es donde empezaron, ahora tengo
el control. Sol, oscuridad y todo lo demás. Esa es la verdadera razón por la que
mis relaciones no funcionaron: porque solo estaba dando una fracción de mí—.
Pero está mejorando. Aún estoy resolviendo todo.
Y espero tener razón.
—Lo siento mucho —dice de nuevo, su propia angustia arrugando las
líneas de su rostro—. Ojalá hubiéramos podido tener esta conversación hace
un tiempo, pero voy a arriesgarme aquí y decir que no creo que hubiera estado
lista. Pero ahora que estamos aquí, quiero ser parte de tu vida, Ari. Quiero que
podamos hablar de estas cosas, incluso cuando sea difícil. ¿Crees que
podríamos empezar otra vez?
Niego con la cabeza.
—Estoy bastante segura de que ese barco ha zarpado. Pero… podríamos
tener algo nuevo. Podríamos hacerlo mejor, de ahora en adelante.
Tal vez no seamos nosotras dos cotilleando con mimosas en el brunch, pero
es real.
Deja caer su mano sobre mi rodilla, y estoy aprendiendo que soy alguien
que en realidad disfruta ser consolada por su madre. Incluso a los veintisiete
años.
—Ari, eso me gustaría. Eso me gustaría mucho.

Hay una invitación esperándome en casa. Estás cordialmente invitado al


bat mitzvah de Elodie Watson-Barringer está escrito al frente en letras estilo
marquesina.
Al principio asumo que Russell debe haberla enviado antes de la ruptura,
pero luego le doy vuelta y encuentro la letra cursiva firme y torpe de una niña
de doce.
Querida Ari,
Como sabes, pasé el último año preparándome para mi bat mitzvah. Y
aunque tal vez no sea tan emocionante como la noche de apertura de un
espectáculo de Broadway, estoy emocionada, y solo parcialmente por los regalos
y la fiesta posterior.
Quería darte las gracias. Otra vez. Por… ya sabes. Y me encantaría que
vinieras a verme Convertirme en Mujer, si puedes hacerlo.
No estoy del todo segura de lo que pasó contigo y mi papá, pero nunca lo he
visto más feliz que cuando está contigo. Estaba TAN EMOCIONADO de ir a
trabajar como nunca lo había estado. Como, está bien, siempre le encantan los
deportes, pero pasaría más tiempo preparándose por la mañana. A veces incluso
me pedía mi opinión con su ropa. Fue lindo pero también vergonzoso, lo cual
supongo que es mi papá en pocas palabras.
Así que, aunque no te haya dicho nada al respecto, creo que también le
encantaría que vinieras.
Elodie
La leí un par de veces más, dejando que las palabras se hundieran.
Desde nuestra ruptura, he trabajado duro para convencerme de que
Russell no valía mis secretos. Ha sido más fácil que permitirme considerar la
alternativa: que me asusta, lo mucho que valió la pena.
Russell ha tenido más de mí de lo que le he dado a nadie más, y podría
valer la pena arriesgar aún más. Incluso si él no puede darme una garantía,
porque, sinceramente, nadie puede. Cada vez que lo dejo entrar, me sorprende
al ser tan bueno y comprensivo y todas esas cualidades maravillosas de Russell
que he llegado a amar. Y no puedo negar lo jodidamente bien que se sintió, lo
liberador, no usar una máscara.
He asumido que cualquiera que se acercara tanto eventualmente
encontraría una razón para irse. Que mis problemas y pasado los ahuyentaría.
Pero eso no es lo que sucedió aquí: lo obligué a alejarse cediendo a mis peores
temores. Ninguno de nosotros tiene un pasado sin complicaciones, como dijo
Joanna. Nunca fue que yo fuera demasiado para él.
De hecho, se ha esforzado por demostrar lo contrario. Me gusta más la
versión real, dijo. ¿Cómo pude permitirme olvidar eso tan rápido?
Pego la invitación en mi refrigerador con un imán de Halestorm y luego,
con un sentido de determinación nuevo y una caricatura de Torrance
observándome, abro mi joyero y me pongo a trabajar.
33

PRONÓSTICO:
PARCIALMENTE SOLEADO, CON PROBABILIDAD DE UN CORAJE
EXTRAORDINARIO

La sinagoga es nueva para mí, un edificio hermoso en el vecindario


exclusivo de Madison Park en Seattle que estoy encantada de ver que tiene
paneles solares. Recuerdo instantáneamente lo que más me gusta del templo:
la forma en que todos parecen alegrarse de verte, incluso si nunca te han
conocido.
—Shabat shalom —dice alegremente el guardia de seguridad en la puerta.
—Shabat shalom. —Enderezo el broche de nube de lluvia en mi modesto
vestido color ciruela y dejo un joyero pequeño en la mesa de regalos del
interior.
—¿Ari Abrams, meteoróloga del canal seis? ¿En el bat mitzvah de mi hija?
—llama una voz familiar, y Liv corre hacia mí, luciendo elegante en un traje de
falda negro, su cabello corto recogido hacia atrás—. ¡Es estupendo verte!
—Me alegró mucho recibir la invitación de Elodie —le digo mientras me
abraza, lo cual no esperaba en absoluto—. ¿Cómo te sientes?
—Como si estuviera a punto de saltar de mi piel. —Extiende su mano para
que pueda verla temblar—. Por supuesto, El está tan fresca como un pepino.
Todo ese entrenamiento teatral.
—Va a estar espectacular —digo, intentando actuar como si fuera
perfectamente normal tener esta conversación con la exnovia de mi exnovio, la
madre de la chica que me invitó a su bat mitzvah.
—Sí, pero ¿y yo?
Me rio con ella, luego saludo a su esposo, Perry, quien me presenta a
Clementine, una niña de nueve meses de mejillas regordetas con una
abundante cabellera oscura y manos diminutas que se extienden hacia la mesa
de regalos.
—Ciertamente tiene claras sus prioridades —dice Perry, antes de que él y
Liv se excusen para saludar a más invitados.
Tomo asiento en la parte trasera del santuario, detrás de un grupo de
chicas preadolescentes que supongo que son amigas de teatro de Elodie. Cada
vez que alguien entra, me doy la vuelta, buscando a Russell, aunque no quiero
enfrentarlo exactamente de esta manera. Este es un gran día para él, para Liv,
para su hija. No se trata de nosotros dos.
Oh Dios, ¿y si cree que me estoy entrometiendo? ¿Excediendo?
Justo cuando estoy inmersa en una espiral de dudas, Russell aparece en la
puerta. Se ve, bueno… se ve maravillosamente apuesto y perfecto, porque el
universo es injusto. Traje de rayas entrecruzadas, zapatos Oxford pulidos, la
onda más sutil en su cabello castaño claro. Contengo la respiración a medida
que avanza por el pasillo, captando mis ojos por un momento breve y dándome
una mirada inquisitiva. Hago mi mejor esfuerzo para comunicar tu hija me
invitó con un par de levantamientos de cejas, pero no estoy segura de que haya
entendido el mensaje.
Afortunadamente, el servicio comienza poco después, y el rabino presenta a
Elodie, el único bat mitzvah de hoy, a la congregación.
Arriba en la bimah, Elodie lleva un vestido de tafetán color lavanda y el
cabello rizado hasta los hombros. Hay algunos nervios al principio, me doy
cuenta, pero luego cobra vida. No debería sorprenderme, dada su inclinación
por el teatro. Es fascinante, las palabras hebreas como música en su voz.
La parte de los bar y bat mitzvahs que siempre me emociona es cuando los
padres dan sus discursos. Es raro que no lloren, lo que me hace llorar. Claro,
me encantó la fiesta, los regalos y el baile en mi propio bat mitzvah, pero más
que eso, fue especial escuchar a mi madre hablar de mi amor por el clima.
Cómo se sorprendería si no me convertía en la próxima Torrance Hale.
Una vez más, me sorprende cómo mi cerebro me guardó todos esos
recuerdos buenos cuando hubo tantos para elegir.
Liv va primero, con la promesa de que no avergonzará demasiado a Elodie,
e inmediatamente comienza a sollozar antes de lanzarse a contar una historia
sobre un monólogo femenino que Elodie realizó para su familia extendida.
—Fue divertidísimo, conmovedor y lleno de mucha más sabiduría de la que
pensé que era capaz de tener una niña de nueve —dice—. Fue entonces cuando
comprendí por primera vez de que Elodie era una persona completa e increíble
que definitivamente será más inteligente que yo algún día. Y tal vez incluso ya
lo es.
Cuando es el turno de Russell de pararse frente a la congregación, saca un
pedazo de papel arrugado del bolsillo de su chaqueta.
—Escribí algunas notas —dice—. Pero espero que a Elodie no le importe si
me salgo del libreto. Es una broma de teatro, solo para ella.
Elodie gime, pero sonríe, sus ojos brillan.
—Esto la hará gemir aún más, pero El, ser tu padre es lo más destacado de
mi vida. Sé que no te gusta el libro de bebés, sí, es mejor que creas que todos
los recuerdos que puedo recopilar de hoy irán allí, y una parte de mí está
agradecida de que aún no lo hayas arrojado a la chimenea, pero verte crecer ha
sido lo más asombroso de mi vida. —Con un movimiento rápido pero
tembloroso, se quita los lentes para pasarse una mano por la cara y, cuando se
los vuelve a poner, están un poco torcidos. Luego traga, como si intentara
mantener a raya la emoción, pero si sé algo de Russell, es que no podrá
contenerla por mucho tiempo.
»Y aunque hoy te transformes en este bat mitzvah —dice, con voz espesa—,
ese crecimiento no termina. No puedo esperar por todo lo que vas a
experimentar. Quiero que cantes en un escenario más grande de lo que puedas
imaginar, ante un público lleno de gente que te adore. Y quiero estar sentado
en la primera fila, animando más fuerte.
Busco en mi bolso un paquete de pañuelos.
Russell Barringer es un hombre gentil e increíblemente amable, y no sé
cómo me sentí otra cosa que afortunada de tenerlo en mi vida.
Incluso si permanece en tiempo pasado.

—¡Mazel Tov! —digo, agarrando a Elodie en un abrazo—. Estuviste


fenomenal. No me había divertido tanto en un bar o bat mitzvah desde…
bueno, nunca.
—Perfecto. Exactamente lo que quería: arruinar todos los bat mitzvahs
futuros.
La fiesta, que se lleva a cabo en el JCC junto a la sinagoga, tiene una
temática de Broadway: cortinas rojas, una marquesina que deletrea MAZEL
TOV, “fotos del elenco” de Elodie y sus amigos colgadas por la habitación.
Incluso hay una boleta simulada de los premios Tony cerca del buffet, donde
pueden nominar a los mejores vestidos, bailarines y cantantes de la noche.
Russell se acerca desde un extremo del buffet, donde ha estado charlando
con algunos de los padres de los amigos de Elodie.
Esto es todo. Puedo hacer esto.
—Hola. —De repente debo olvidar cómo actuar como un ser humano,
porque cualquier movimiento extraño que esté haciendo con mi mano
definitivamente no es un saludo. Quizás no puedo hacer esto—. ¡Mazel Tov!
—Ari. No sabía que estarías aquí. Quiero decir, está bien que estés aquí, es
solo… una sorpresa.
Elodie agita sus dedos, sus uñas pintadas del mismo color lavanda que su
vestido.
—Puede que haya tenido algo que ver con eso.
—Ah. —Russell entierra las manos en los bolsillos tímidamente. Ver de
cerca a Russell Barringer con ropa formal podría ser demasiado para mi
cerebro.
—Lo que mi querido papá está intentando decir es que está contento de
que estés aquí —dice ella, levantándole la ceja de la manera menos sutil en la
historia de los levantamientos de cejas—. Y creo que es un favorito para el
mejor discurso. ¡Ah, esa es mi canción! —Elodie finge llevarse una mano a la
oreja—. Los dejaré a solas.
Mientras se va a bailar con sus amigos, Russell niega con la cabeza.
—Nos tendió una trampa —dice, sin hacer contacto visual conmigo—. No
puedo creerlo.
—¿De tal palo tal astilla?
—Supongo que sí. Uno pensaría que ya estamos hartos de que la gente se
entrometa en las relaciones.
—Ser casamentero es una tradición antigua. Incluso, una tradición judía.
—Como si necesitara apoyo, agarro el borde de la cortina roja que cuelga detrás
de mí, jugueteando con la tela—. Si no me quieres aquí, lo entiendo
completamente. Puedo irme si…
—No —dice, su voz suave, su mirada finalmente atrapando la mía. Me
calienta hasta los dedos de los pies—. Quédate. Quiero que te quedes.
Intento luchar contra la sonrisa amenazando con extenderse por mi rostro.
—Está bien. Lo haré.
—Por cierto, no tenías que comprarle nada.
—Quise hacerlo. —Le cuento sobre los dijes que encontré en Etsy que
hacían unos aretes perfectos: uno que dice ESCENARIO DERECHO y otro que
dice ESCENARIO IZQUIERDO.
—A ella le va a encantar eso. Gracias —dice—. Y… gracias por venir. ¿Aún
no estoy seguro de haber dicho eso? —La sala se ha convertido en una fiesta
para preadolescentes, los adultos moviendo la cabeza tímidamente al ritmo de
una música que la mayoría de ellos no reconoce—. ¿Tal vez podríamos hablar
en algún lugar que no esté retumbando con “My Shot”?
—¿Acaso esa no es la música de fondo ideal para todas las conversaciones
serias?
Esto provoca una risa suave de su parte, lo que eleva mi corazón más alto
en mi pecho. Tenemos una oportunidad. Solo espero poder ser lo
suficientemente valiente como para contarle todo lo que ha estado dando
vueltas en mi cabeza durante las últimas semanas.
Después de que Russell se reporta con Liv, salimos al pasillo, lejos de la
música, pasamos el guardarropa y salimos. Ya está anocheciendo, y en el lago
Washington, los navegantes aprovechan un raro día de abril que parecía un
poco a verano, con una temperatura máxima cercana a los veintiún grados. Ni
siquiera me quejé al respecto cuando entregué mis pronósticos esta semana.
Sin embargo, ahora que el sol se ha puesto, me arrepiento de haber dejado mi
suéter en el auto.
—Lo hizo muy bien —digo mientras rodeamos el edificio JCC,
acomodándonos contra la pared afuera de su gimnasio—. Innata.
—No sabía que podía estar más orgulloso de ella. Es irreal. —Se queda en
silencio por un momento, y luego—: ¿Tienes frío?
Me encojo de hombros, sin querer ser tan obvia al respecto. Sin embargo,
disfruto su calor, su olor, cuando coloca su chaqueta de rayas sobre mis
hombros, teniendo cuidado de no despeinarme.
—No he visto esta antes. Me gusta.
—Gracias —dice—. Tenía que sacar algo especial para la ocasión.
Por mucho que me encariñe con sus chaquetas, tenemos que dejar atrás
las charlas triviales.
—Comprendí algo recientemente —le digo—. Y es que he sido una completa
idiota.
La franqueza de mi declaración suaviza parte de la incomodidad entre
nosotros, y Russell me da una media sonrisa. Es leve, pero Dios, lo he
extrañado.
—Bueno. No iría tan lejos. Y si somos justos, también he sido un poco
idiota.
Presiono mis hombros contra los ladrillos.
—Sigo repitiendo lo que sucedió después de que Torrance y Seth se
enteraron, intentando averiguar por qué me afectó de esa manera. Por qué
sentí que significaba que nuestra relación estaba condenada. Y creo que estaba
buscando una salida. Una razón por la que esto no funcionaría. —Le pregunté
a Joanna por qué me saboteé, y ahora está más claro que el día más despejado
—. Estaba tan convencida de que lo terminarías eventualmente porque no era
quien querías que fuera que decidí hacerlo antes que tú. Porque pensé que de
alguna manera haría que doliera menos.
—¿Funcionó?
—No. Fue la ruptura más jodidamente dolorosa que he tenido en mi vida.
—No quiero dejar ninguna duda de que no fue lo correcto—. Sabes que no
estoy acostumbrada a ser tan abierta. Tan vulnerable. Simplemente… no supe
cómo manejarlo cuando Torrance y Seth nos dijeron lo que habían hecho —
digo—. Pero ese en realidad no era el problema. Creo que nos habríamos
juntado de una forma u otra. No hicieron nada que manipulara nuestras
emociones. Estaba empezando a sentir algo por ti mucho antes de que ellos
intervinieran. —Dios, parece que fue hace tanto tiempo—. ¿Cuando estábamos
bailando swing? Eso fue una tortura. Y antes de eso, de vuelta en el bar
después de la fiesta navideña… seguí pensando que eras lindo.
Y aunque hemos dormido juntos, aunque él sabe que lo encuentro
adorable, sexy y jodidamente fantástico, se sonroja. Me deshace
absolutamente.
—Deben haber sido las chaquetas.
—Seguramente.
Se mueve, apoyando un hombro contra la pared para poder mirarme.
—He querido hablar contigo por un tiempo… hablar contigo de verdad, no
como lo que pasó en la cocina. Pero no quería presionarte si no estabas lista —
dice—. Lo siento mucho. Todo lo que sucedió el día de la nieve, también podría
haberlo manejado mejor. Desearía no haberte dicho eso. Que no estabas
actuando como tú misma. Lo he repetido una y otra vez en mi cabeza y se me
han ocurrido cien cosas mejores que decir. No puedo creer que dije algo tan
malo.
—Entiendo. Y te perdono —digo—. También lo siento. Lamento haber
tardado tanto en decirte que lo siento, y lamento haberme derrumbado cuando
se enteraron.
—No tienes que disculparte por eso —dice, acercándose poco a poco—.
Hablaba en serio cuando te dije que quería resolver esto juntos. Aún lo hago. Y
eso puede significar tropezar con eso por un tiempo, pero no significa que voy a
dejar de intentarlo.
—Ahora puedo ver eso. —Si no estuviera ya enamorada de él, su sinceridad
podría llevarme al límite—. Gracias. Por darme ese tiempo. Y… y por dejarme
volver.
Sus ojos sobre mí son calidez, dulzura y mil cosas buenas más. Es ridículo
que alguna vez me haya preguntado si estaba enamorada de él cuando ahora
sé que me enamoré hace mucho, muchísimo tiempo.
—Si no puedo abrazarte ahora mismo —dice, con voz temblorosa—, podría
perder la cabeza.
Eso es todo lo que se necesita para que cada emoción escondida salga a la
superficie, y de repente estoy luchando por contener las lágrimas.
—Dios mío, por favor. Abrázame, por favor. —Y antes de que pueda, lanzo
mis brazos alrededor de su cuello, inhalando su esencia amaderada-cítrica-
Russell, poniéndome de puntillas para presionar un beso en su oreja.
Me abraza fuerte, firmemente, porque Russell siempre está seguro de sí
mismo. Seguro de nosotros.
—La verdad es que —digo contra su pecho, sus brazos en mi cintura—, me
encanta no tener que montar un espectáculo cuando estoy contigo. Aún soy un
poco cerrada con otras personas, aunque también estoy intentando mejorar en
eso. Pero cuando estoy contigo, siempre ha sido natural. Me has visto por
completo, y eso es aterrador. Pero maldita sea, vale la pena correr el riesgo.
Besa mi frente, levantando el pulgar para limpiar una lágrima antes de que
caiga.
—Por el tiempo más largo posible… he pensado que no era digna de amor.
—Las palabras salen en un susurro, porque no estoy segura de saber que me
sentía así hasta que lo digo en voz alta. Pero Russ no se inmuta—. No creía que
me querrías si no era siempre la mejor versión de Ari Abrams. No creía que
querrías a la persona con problemas. La persona que no siempre era feliz.
—Ari —dice, su voz un estruendo contra mi garganta—, aún estoy
intentando entender cómo tú me querías a mí.
—Porque eres el mejor —digo simplemente, y me encanta la forma en que
hace que su mirada brille más.
—Lo dije en serio cuando te lo dije antes: quiero todas las versiones de ti.
—La yema de un dedo aterriza en medio de mi labio inferior—. Amo cada
versión de ti.
Entonces su boca está sobre la mía y mis manos están en su cabello y es
imposible acercarme tanto como quiero. Con cada toque, caricia y aliento, le
digo lo que siento por él hasta que mis palabras vuelven a mí.
—También te amo —digo cuando nos separamos y él me abraza contra su
pecho nuevamente—. Dios. Es molesto lo mucho que te he extrañado.
—Gracias.
—¿Por… extrañarte? Porque, de nada.
Una risa, un empujón suave en mi brazo antes de que me dé un beso en la
frente.
—Por confiar en mí.
Epílogo

PRONÓSTICO:
UN DÍA DE VERANO POR EXCELENCIA, NI UNA NUBE EN EL CIELO

—¿Cómo me veo? —pregunta Torrance a medida que abre la puerta del


vestidor—. Y no me mientas.
Me senté a su lado mientras un maquillador trabajó en su rostro, y estuve
con ella cuando compró su vestido, pero nada podría haberme preparado para
el efecto completo de Torrance Hale en su (segundo) día de boda.
Está radiante.
—Como una poderosa y exquisita diosa del sol —digo.
Su vestido crema largo hasta el suelo está acentuado con encaje dorado en
el escote y a lo largo de la falda, y en lugar de un velo, tenía girasoles tejidos en
su cabello. Cambió su rojo habitual por un lápiz labial nude reluciente, el resto
de su maquillaje suave y discreto. Cuando se gira, su collar refleja la luz: un
medallón de sol enjoyado que hice para ella el mes pasado.
Llevo una versión más pequeña de ese collar con mi vestido de dama de
honor, un vestido dorado de un solo hombro que llega justo debajo de mis
rodillas y que amo tal vez más que cualquier otra prenda que haya tenido.
Torrance y Seth se han reunido oficialmente durante casi un año y medio.
Todas nuestras citas dobles (que han sido muchas) han estado libres de
drama, excepto cuando Russ y yo los llevamos a jugar hockey de aire y se
volvieron tan competitivos que asustaron a un grupo de niños esperando su
turno. No querían volver a apresurarse en nada, y no fue hasta hace unos
meses que Torrance le propuso matrimonio durante Halestorm. No hubo un ojo
seco en el estudio cuando Seth corrió frente a la cámara, gritó su respuesta y
la besó con tanta pasión que tuvimos que pasar al comercial.
La mayoría de los lugares estaban reservados por la temporada, pero dado
el estatus de celebridad local de Torrance, pudieron quedarse con su parque
favorito, Golden Gardens, para el 28 de julio, el aniversario de su primera cita.
Y así, el oro y el blanco se convirtieron en los colores de la boda, y de alguna
manera me convertí en la dama de honor de Torrance.
Torrance me hace señas para que entre a su vestidor de modo que pueda
arreglar el único mechón de cabello que no está puesto como ella quiere, y
luego me ayuda a colocar un solo girasol en mi propio cabello, que dejé suelto y
ondulado.
—¿Crees que estoy tomando la decisión correcta? —pregunta, encontrando
mis ojos en el espejo. Es cierto, es más impresionante de lo que cualquier ser
humano debería tener derecho a ser, pero mirándonos a las dos, no puedo
creer que solía querer ser como ella.
Ser su amiga es mucho mejor.
—¿Casarte con tu exesposo? —digo—. Sí. Creo que ya es hora de
encerrarte.
Se ríe, sacudiendo la cabeza.
—Si mi yo de hace cinco años pudiera verme ahora… estoy segura de que
tendría algunas palabras muy selectas.
—Ah, pero ese es el beneficio del crecimiento.
—Tal vez deberías guiarme.
A veces es difícil entender cómo ha cambiado el trabajo. Hay una calma en
la sala de redacción que tengo que obligarme a no dar por sentada. No estoy
acostumbrada y, francamente, no quiero volver a estarlo. No quiero olvidar lo
difícil que fue llegar a este lugar. Quizás algún día empezaré a buscar un papel
en una estación más grande, pero por ahora, estoy más contenta de lo que
imaginé que podría estar. Sin fingir, sin palabras positivas forzadas, solo la
pura verdad.
Mientras Torrance se prepara para caminar por el pasillo dispuesto en la
playa, rodeado por filas de sillas blancas con cintas doradas, ajusto la flor en el
ojal de Russ, que resalta contra su esmoquin gris claro. Es criminal, la forma
en que sus ojos azules combinan con el cielo de verano.
—Te ves increíble —dice en mi oreja cuando enlazo mi brazo con el suyo, y
lo que en realidad es increíble es que aún me hace temblar después de todo
este tiempo.
Los invitados consisten en un grupo pequeño de familiares y amigos,
incluyendo los muchos hermanos de Seth, su amigo Walt y un puñado de
nuestros compañeros de trabajo. Patrick es el padrino de Seth, y Roxanne
ayuda a Penny, su hija de un año y medio, a esparcir pétalos de rosas de color
amarillo pálido por el pasillo. Me sorprende darme cuenta de que conozco a la
mayoría de estas personas. Que nos hemos convertido en nuestra propia
familia de una manera que pensé que nunca lo haríamos.
—Ahora pueden besarse —dice el oficiante, y aplaudimos mientras Seth
inclina a Torrance en un beso dramático.
La recepción tiene lugar debajo de una carpa blanca a solo unos pasos de
la orilla, con girasoles en cada mesa.
—Mientras no me toque regarlos —dijo Torrance cuando el organizador de
la boda estaba preparando todo. Está lleno de comida excelente y música
extraña; no esperaría menos de los Hale.
Cuando llega el momento de los brindis, Patrick y Roxanne se unen para
contar una historia sobre la noche en que nació Penny.
—Fue entonces cuando me di cuenta de que mis padres podrían estar
enamorados del otro —dice Patrick, lo que provoca muchas risas. La madre de
Seth habla de la primera vez que conoció a Torrance y supo al instante lo
enamorado que estaba su hijo, y yo hablo de crecer viéndola en la televisión.
—Tenemos un brindis más —dice Seth después de que le devuelvo el
micrófono, mirando a Russ deliberadamente.
Levanto mis cejas hacia Russ. No me dijo que iba a dar un brindis, pero ahí
está, aceptando el micrófono de Seth y dirigiéndose hacia el centro de la tienda.
—Buenas noches —dice al micrófono, tan sólido como si estuviera
informando desde el interior de un estadio—. Creo que sé que la mayoría de
ustedes saben que Seth y yo nos hemos vuelto más cercanos durante el último
año… pero lo que quizás no saben es que comenzó con un pequeño papel de
casamentero.
Algunos de los invitados intercambian murmullos confusos, pero al otro
lado de la mesa, Torrance y Seth parecen divertidos. Claramente, Russ pidió
permiso para esto.
—Más específicamente —dice—, comenzó con una noche de borrachera en
el bar de un hotel con mi novia, Ari. —Sus ojos aterrizan en mí—. Queríamos
mejorar el ambiente en la estación, pero ella estaba convencida de que aún
había una chispa entre nuestros jefes. Y así empezamos a conspirar.
—¿Tenías alguna idea? —pregunta Chris Torres a Avery Mitchell en la
mesa de al lado, y ella niega con la cabeza. Incluso Kyla Sutherland, nuestra
principal reportera de investigación, parece sorprendida.
—Estuvo el pastel de zanahoria que compramos porque eran los únicos a
los que les gustaba el pastel de zanahoria. Una suculenta que enviamos a
Torrance sin tarjeta, porque queríamos que pensara que era de Seth. Un
montaje improvisado para un baile de swing, durante el cual Ari y yo
aprendimos a bailar, y sudé tanto que estaba seguro de que perdería cualquier
interés que pudiera tener en mí.
Algunas risas.
—Luego hubo un masaje de pareja. Y un crucero con cena incluida. Pero
en algún lugar en medio de todo eso, mientras Torrance y Seth volvían a
enamorarse… también me enamoré. Con la brillante chica magnética sentada
justo aquí.
Me siento brillar más cálida que el sol de Seattle.
—Ha sido un buen año —continúa Russ—. ¿Verdad? Sería muy incómodo
si no estuvieras de acuerdo conmigo.
Sí, balbuceo, sonriéndole.
—Ambos estábamos en la luna cuando Torrance le propuso matrimonio a
Seth. Son maravillosos juntos, y solo en parte porque podría ser imposible
encontrar a alguien más con el mismo gusto musical. —Torrance se lleva una
mano al corazón, fingiendo estar herida—. Después de pensarlo mucho y de
pedir permiso a los novios, descubrí lo que quería hacer con este brindis. —
Ante eso, se pone serio, caminando hacia mi silla, sin apartar los ojos de los
míos. Reajusta su agarre en el micrófono, y así de cerca, puedo ver sus manos
temblando.
Mi corazón está en mi garganta. Me puse un poco llorosa durante la
ceremonia y tuve que retocarme el maquillaje antes de la recepción. A este
ritmo, no me quedará nada en la cara al final de la noche.
—Y en cierto modo, solo se sintió perfecto, cuando lo pensé. Porque
nuestras historias están estrechamente entrelazadas en este punto, ¿no crees?
Torrance deja escapar un gritito, estirándose sobre la mesa para darme un
apretón en el brazo. Apenas lo registro.
Ahora Russ está a solo un par de pasos de mí. Y tal vez el micrófono aún
está en sus manos, pero siento como si me hablara solo a mí, como si fuéramos
las únicas dos personas en esta tienda, en esta playa.
—Ari Abrams —dice—. Chica del clima. Estoy tan profundamente
enamorado de ti. ¿Quieres casarte conmigo?
Es la pregunta más fácil que me han hecho, una que no requiere dudas.
—Sí —respondo, parpadeando para contener las lágrimas—. Russ, te amo
tanto. Sí.
Desliza el anillo en mi dedo, una delgada banda de oro con un diamante
pequeño en forma de gota de lluvia, y es lo más hermoso que he visto en mi
vida, hasta que lo miro a la cara y sus ojos resplandecen.
Incluso si estamos atravesando la oscuridad, sé que siempre
encontraremos el camino de regreso.

Es imposible separarme de su lado el resto de la noche mientras bailamos,


bebemos y reímos, la gente chocando sus copas para que Torrance y Seth se
besen y exigiendo que hagamos lo mismo. Ya que es un verano infinito en
Seattle, el sol no se pondrá hasta dentro de un par de horas. Todo el día se
siente como un sueño. El mejor sueño del mundo.
—Ya no estoy segura de poder bailar —digo cuando comienza otra canción
lenta de jazz y Russ me tiende la mano. He estado trabajando en mi segundo
trozo de tarta—. Puede que tengas que arrastrar mi cuerpo inerte por la pista
de baile.
—Vamos, no creo que se vea bien para ninguno de nosotros.
Russ pasa por alto la pista de baile, llevándome fuera de la tienda y a lo
largo de la orilla, hacia una parte más apartada de la playa. Me quito los
zapatos, dejando que mis pies se hundan en la arena, y Russ se arremanga los
pantalones y las mangas de la camisa. Se afloja la corbata.
—No puedo creer que eso acaba de suceder. —Miro el anillo, aún
asombrada—. No me malinterpretes, no puedo imaginar un mejor momento
que la segunda boda de los Hale. Lo que más me sorprende es que lo
mantuvieras en secreto tanto tiempo.
—Ha sido una tortura —admite, entrelazando sus dedos con los míos—.
Estaba tan preocupado de que Elodie te lo dijera. Va a estar tan emocionada de
que hayas aceptado.
Resoplo ante eso.
—¿En serio estabas preocupado? Porque estoy un poco obsesionada
contigo.
Me atrae contra su pecho, levantando mi rostro y besándome mientras
Puget Sound nos lame los tobillos.
—Supongo que, un poco de miedo escénico. Pero sobre todo, estoy muy
feliz —dice—. Así que. ¿Adónde deberíamos ir en nuestra luna de miel?
—Algún lugar tropical, con lluvia de verano. O algún lugar donde podamos
ver un eclipse total. Cualquier clima único, no soy quisquillosa —digo—. Ooh, o
podríamos convertirnos en cazadores de tormentas. Aún tengo la información
de contacto de Tyler Tifón.
—La luna de miel más exclusiva.
—¡No critiques la exclusividad!
—Nunca lo haría.
Ambos nos quedamos en silencio, disfrutando de este mundo, este
momento y la magia pura de encontrar a esa persona que te atrapa como nadie
más lo hace.
—Cuando pensé por primera vez en proponerte matrimonio —dice Russ
después de unos minutos, pasando una mano por mi cabello alborotado por el
viento—, me imaginé haciéndolo en medio de una tormenta. El cielo se abriría y
me arrodillaría en el barro, probablemente, y ambos seguiríamos luciendo
increíbles a pesar de estar empapados.
—No soy tan predecible, ¿verdad?
—Tal vez —dice—. Pero es una de mis cosas favoritas de ti. Eso, y la cara
que pones cuando empieza a nevar. —Mira hacia el horizonte antes de que su
mirada hermosa se encuentre con la mía nuevamente—. ¿Te gustaría que
lloviera?
Niego con la cabeza.
—El clima es perfecto —digo, y juntos cerramos los ojos e inclinamos la
cara hacia el sol.

FIN
GUÍA DEL LECTOR
PREGUNTAS DE DISCUSIÓN
¿Comenzaste este libro con alguna noción preconcebida del trabajo de un
meteorólogo de televisión? Si es así, ¿cómo cambió eso a lo largo del libro?
¿Ari y Russell se equivocaron al manipular a Torrance y Seth? ¿Alguna vez
cruzaron una línea? ¿Valió la pena, dado el resultado del libro?
Si pudieras leer este libro desde el punto de vista de Russell, ¿cuál crees
que sería el arco de su personaje?
Ari y Torrance pasan un tiempo discutiendo el sexismo y la misoginia en su
industria. ¿Por qué crees que la gente puede salirse con la suya tratándolas de
esta manera? ¿Qué tendría que pasar para que esto cambie?
¿Cómo se compara el viaje de salud mental de Ari con otras
representaciones de salud mental que has leído en libros o visto en televisión y
películas?
Más adelante en el libro, Ari comenta que su familia “no soy solo yo,
incluso cuando me he sentido más sola”. ¿Cómo podría haber definido a la
familia al comienzo del libro, y cómo ha cambiado eso al final?
Si bien este libro contiene muchos momentos alegres, también explora
algunos problemas serios. ¿Lo llamarías una comedia romántica? ¿Cuál es tu
definición de una comedia romántica, y cómo este libro refleja o cuestiona esa
definición?
¿Qué crees que depara el futuro para Ari y Russell?

También podría gustarte