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EL HIJO PRÓDIGO

ESCENA PRIMERA - versión 1.

Frente al espectador y al fondo del escenario, una puerta que tiene unas
letras que dicen: “Amor de Dios”.

Hace su entrada desde un lado del escenario EL HIJO PRÓDIGO, que da


la impresión de ser un profesional de éxito: bien vestido y arreglado,
con una mano tira de un carrito de equipaje cargado de maletas y en la
otra sujeta un iPhone que no para de mirar.
Del otro lado aparece SATANÁS, un señor maduro que se dirige a él con
toda amabilidad.

SATANÁS. Perdone, ¿necesita ayuda? Es que le veo un poco apurado. ¿Está


buscando usted algún lugar en concreto? Seguro que yo le puedo
informar…

HIJO PRÓDIGO. No, gracias, es aquí, ya casi no lo recordaba. Es la casa de


mi padre. Es que hace ya muchos años que no vengo, y debería haber
venido mucho antes. Pero siempre he estado muy ocupada.

SATANÁS. Sí, sí, es cierto... ¡Y cómo se pasan los años! Pues nada, ánimo:
“Honrarás a tu padre y a tu madre”, como dice la ley de Dios... Pero
perdone si le he ofendido diciendo esto. ¿Es usted religiosa?

HIJO PRÓDIGO. La verdad es que no, aunque mi padre sí me educó en la


fe.

SATANÁS. Pero seguro que usted es una buena persona, se le nota. ¿A


qué se dedica usted?

HIJO PRÓDIGO. Bioquímica. Me dedico a la investigación contra el cáncer.

SATANÁS. Y ayuda a la gente, seguro. Y a sus colaboradores. Y dedica su


tiempo a enseñar a las nuevas generaciones… y ha hecho muchos
favores que a veces no le han agradecido lo suficiente. ¿Me equivoco?
HIJO PRÓDIGO. Parece que usted se sabe la historia de mi vida.

SATANÁS. Es que cuando uno tiene la experiencia de los años aprende a


reconocer a las buenas personas como usted. Y también aprende que
para ser bueno no hace falta creer en nada, aunque yo respeto a todo el
mundo, por supuesto. La vida no es justa: por muy bueno que seas, te
puede ir muy mal.

HIJO PRÓDIGO. Tiene usted razón. Llevo tantos divorcios como


matrimonios y renuncié a tener hijos para darlo todo en mi profesión.
Me temo que no he tomado las decisiones que me hayan podido hacer
feliz.

SATANÁS. Bueno, eso es normal en esta sociedad, hay que aceptarlo. No


tiene usted por qué sentirse culpable: son cosas que pasan por el
karma, la mala suerte o la gente tóxica.

HIJO PRÓDIGO. Yo también intentaba convencerme de eso, pero nunca


estaba satisfecho con nada. Y nadie te quita las noches sin dormir, ni las
pastillas ni los psicólogos.

SATANÁS. Claro, por eso va usted a ver a su padre.

HIJO PRÓDIGO. Exacto. Y a mi hermana, que vive con él y es una mujer


muy estricta. Esa sí que no deja pasar ni una. Miedo me da volverla a
ver.

SATANÁS. Si me permite un consejo, amiga mía…

HIJO PRÓDIGO. Por favor…

SATANÁS. A lo mejor no hay necesidad de que su hermana le monte una


escena y le dé un disgusto a su padre, que ya estará muy mayor y no se
lo merece. ¿Ha pensado en quedar con él en otro momento y en otro
lugar, a solas?

HIJO PRÓDIGO. Ya no puedo dejarlo más. Precisamente vengo de Estados


Unidos de participar en un congreso de oncología. Por eso llevo tantas
maletas, no he pasado ni por mi casa. Tengo muchas ganas de ver a mi
padre.
SATANÁS. No es mi intención meterme en su vida, pero sería mejor tener
un encuentro bien organizado, llevarlo a un buen restaurante, incluso a
un viaje juntos para compensarle después de tantos años.

HIJO PRÓDIGO. Mire, le agradezco su interés, pero para ser sincero, esta
mañana me he peleado por teléfono con mi pareja y ya no voy a volver a
mi casa. Realmente no tengo otro sitio donde ir.

SATANÁS. No era mi intención molestarle, yo solo quería ayudar. De todas


formas, estoy a su disposición muy cerca de aquí por si no encuentra
alojamiento en la casa de su padre: calle 6, número 66. Fácil de recordar
¿verdad? 6-6-6.

HIJO PRÓDIGO. Sí, muchas gracias.

SATANÁS. (Con una sonrisa) De nada, estamos aquí para ayudar.

(Sale de la escena mirando al público visiblemente enfadado)

ESCENA SEGUNDA
El mismo escenario, el mismo decorado. Esta vez EL HIJO PRÓDIGO está
solo frente a la puerta.

HIJO PRÓDIGO. No encuentro la manera de abrir la puerta. La he estado


golpeando hasta que me han dolido las manos, pero nadie me abre. ¿Y
si hubiera una llave debajo del felpudo?

(Se agacha frente a la puerta y levanta el felpudo buscando la llave)

No; no hay nada. (Permanece de rodillas y levanta la mirada hacia la


puerta, que permanece cerrada)

Tanto que he triunfado en la vida, tantas cosas que sé hacer… y no sé


cómo abrir esta puerta. He desperdiciado mi vida estúpidamente y ya no
hay remedio. Ojalá pudiera volver el tiempo atrás. (Agacha la cabeza) Si
pudiera decirle a mi padre que tenía razón, que todo lo que me enseñó
era verdad y que me he equivocado en tantas cosas que…
En ese momento se abre la puerta y aparece EL PADRE. El HIJO PRÓDIGO
levanta la cabeza.

EL PADRE. ¡Eres tú! ¡Por fin has venido! ¿Sabes que te estaba esperando?

HIJO PRÓDIGO. Padre, yo… Lo siento, perdóname por todo el daño que te
he hecho durante estos años.

EL PADRE. (Le hace un gesto para que calle, lo coge de los brazos y lo
levanta). ¿Estabas buscando la manera de abrir? Te dejaste aquí la llave y
yo la he conservado durante todos estos años. Tómala (le entrega la
llave): estás en tu casa otra vez. Pasa, vamos a celebrarlo.

(El HIJO PRÓDIGO va a agarrar el carrito del equipaje lleno de maletas para
entrar por la puerta de la casa, pero EL PADRE se lo impide).

EL PADRE. No necesitas todo eso, puedes dejarlo atrás. En esta casa ya


sabes que hay de todo, hasta trajes nuevos. Entra, hija: estabas perdido
y te he encontrado (se abrazan).

ESCENA TERCERA

El recibidor de una casa. Tras una puerta cerrada que hay a un lado del
escenario se escuchan el ruido y las risas de una fiesta.

Por el otro lado del escenario entra la HIJA PERFECTA. Es una mujer de
buen ver pero que con los años se ha descuidado; va en ropa de trabajo
y se le nota cansada.

HIJA PERFECTA. ¿Qué jaleo es ese? Hoy no esperábamos visita de nadie.

EL PADRE entra desde la fiesta al recibidor y se encuentra con la HIJA


PERFECTA.

EL PADRE. ¿Ya has llegado? ¡Qué bien! Tu hermana está aquí, por fin ha
venido, pasa a verla.

HIJA PERFECTA. Vamos a ver, papá. ¿Tú estás bien? Esta ha hecho lo que le
ha dado la gana toda su vida, nos ha ignorado todos estos años. Te diría
que nos ha despreciado, ni siquiera hemos sabido nada de ella, porque
ni siquiera ha llamado por teléfono. Se ha convertido en todo lo
contrario de lo que nos enseñaste. ¿Y le haces una fiesta?

EL PADRE. Pero ahora es distinto. De verdad: está arrepentida.

HIJA PERFECTA. Pues que haga penitencia, ¿no? Cuando uno se arrepiente,
hace penitencia: es lo suyo. ¡Cuántos parecía que estaban arrepentidos y
luego han vuelto a caer! ¿Y todas las decepciones te has llevado por
culpa de ser tan happy? Pero no, tú sigues creyendo en la gente.

EL PADRE. Cariño, se trata de mi hija.

HIJA PERFECTA. También los demás somos hijos, ¿no? Te comportas como
si ésta fuera la única que tienes.

EL PADRE. Si hubieras visto su cara de alegría cuando le abrí la puerta de


la casa…

HIJA PERFECTA. Sí, mira (Saca una llave y se la muestra a su padre) . Yo la


tengo también y nunca la he perdido. Aquí (Señala a su bolsillo) ha
estado siempre. Porque nunca me he alejado de ti. En todo momento he
estado a tu lado; pero parece que no lo valoras.

EL PADRE. Yo te di la llave para que pudieras salir y traer a tus amigos o a


otras personas, pero siempre me decías que estabas muy cansada, que
tenías una obligación conmigo porque tu hermana se había ido y debías
de ocuparte de mí.

HIJA PERFECTA. Me estoy quedando ojiplática, papá. No entiendo nada.

EL PADRE. Pues no he terminado. ¿Sabes que a veces me he preguntado


cuál de vosotras dos estaba más lejos de mí? Y no estoy seguro de la
respuesta correcta. Pero para quitarme las dudas demuéstrame que me
quieres (La coge del brazo): acompáñame a la fiesta y abraza a tu
hermano.

Los dos salen por la puerta cerrada del lado del escenario.

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