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-Patricia Bonet-
© Patricia Bonet
1ª edición, mayo de 2020
ISBN: 9781982949013
Imagen de cubierta: Lorena Pacheco Diseño de cubierta y
maquetación: Patricia Bonet Corrección: Mar Carrión
Marcos:
Madre mía, eres peor que un disco rayado y que un grano
en el culo.
Paula:
Mejor me callo y no digo lo que eres tú.
Paula:
Bueno, mira, sí que lo digo. Un mal hijo, un mal hermano y
un mal amigo. ¿No has pensado ni un momento en los
papás y en lo que pensarán esta noche cuando nos
sentemos todos a cenar y tú y el descerebrado de tu amigo
no estéis en la mesa? ¿No te da vergüenza?
Marcos:
¿Y a ti no te da vergüenza ser tan sumamente insoportable?
Madura un poco, Paula. Tienes veintitrés años, ¿me oyes?
Veintitrés, no dos ni tres. Así que haznos un favor a todos y
cierra la boca.
Marcos:
Es una puñetera noche. Una fiesta. Deja de hacer un drama
por todo que ya cansas.
Javier:
¿Cómo lo estáis pasando?
Marcos:
Hombre, por fin uno de mis hermanos se interesa por mi
viaje.
Paula:
Yo me intereso. Por eso solo espero que caiga una gran
tormenta, os quedéis incomunicados, no podáis salir de la
habitación y os jodáis.
Marcos:
El amor y la dulzura brota por cada poro de tu piel.
Javier:
Lo que brota es una mala hostia desde que os habéis ido
que no la aguanta nadie. Ni ella misma.
Paula:
¡¡Serás traidor!!
Marcos:
Lo siento mucho, Javi. Te acompaño en el sentimiento.
Javier:
No creas que esto se queda así. En cuanto vuelvas la mando
para tu casa una temporadita.
Marcos:
La tienes todo el día en la tuya, ¿no? No me digas que le has
vuelto a dar una copia de la llave. Creía que se la habías
quitado después de la última.
Javier:
Y se la quité. Te juro que no entiendo cómo se ha podido
hacer con otra.
Paula:
A ver, panda de cabrones. Primero, estoy aquí. Os leo y me
parece fatal cómo habláis de vuestra hermana pequeña. Es
una falta de respeto enorme y espero que sintáis mucha
vergüenza.
Marcos:
…
Javier:
….
Paula:
Qué mal. Esperaba una disculpa por vuestra parte. Pero no
pasa nada. El que ríe el último ríe mejor.
Paula:
Segundo… Querido, Javier, nunca me subestimes. Jamás.
Paula:
Y deja de guardar una copia de tus llaves en el tercer cajón
de la mesita de noche de mamá. Ahí va un consejo. De
nada.
Marcos:
¡¡Hombre!! A ti te quería yo ver. ¿Se puede saber por qué no
me coges el teléfono?
Pedro:
¿Dónde has dormido?
Marcos:
¿Ahora te preocupa? Anoche, cuando te llamé dos o tres
veces porque me estaba congelando en la calle esperando,
no lo parecía.
Eva:
Hola, chicos. ¿Qué tal? ¿A qué hora volvéis mañana?
Pedro:
De eso quería yo hablar…
Paula:
¿Por qué Marcos no ha dormido contigo? ¿Algo que quieras
compartir?
Javi:
Paula, por favor, no empieces.
Paula:
¡Pero si no he hecho nada!
Javi:
Por si acaso.
Paula:
Cuando te pones en plan sabelotodo no hay quien te
aguante.
Marcos:
A ti no te aguantamos la mayor parte del tiempo y mira,
aquí seguimos.
Eva:
Por favor, ¿podéis dejarlo ya un poco?
Marcos:
Es ella.
Paula:
Es él.
Javier:
Sois los dos. Que sois adultos. O al menos deberíais serlo.
Paula:
Y tú un abuelo en el cuerpo de un tío de casi treinta años.
Pedro:
¿Alguien puede prestarme atención solo un segundo?
Eva:
Dime. Yo te escucho.
Pedro:
Gracias. Solo quería responder a tu pregunta.
Eva:
Ya no me acuerdo de cuál era.
Pedro:
Que a qué hora llegamos mañana.
Eva:
Ah, sí. Dime. Es que iremos Raúl y yo a recogeros.
Marcos:
¿Por qué tienes que venir con Raúl a recogernos? ¿No
puedes venir tú sola?
Paula:
No pueden, hermanito. Se han convertido en un solo ser y
no se separan ni para mear. De todas formas, a ti Raúl te
cae bien, ¿no? ¿O tienes algún problema?
Pedro:
Por Dios. Escuchadme un segundo y luego os seguís
matando si queréis. No llegaremos a ninguna hora mañana.
Bueno, yo no llegaré a ninguna hora. Me quedo una semana
más aquí.
Javier:
Bien por ti. Me alegro, tío.
Marcos:
JA, JA, JA.
Paula:
¡¿CÓMO?!
Eva:
Creo que acabo de perderme algo.
Pedro:
Es algo sencillo. Me quedo una semana más aquí y ya está.
Pedro:
Paula, antes de que te pongas a chillar y me montes una
escena, te comunico que lo hago porque puedo y porque me
da la gana. Quiero quedarme aquí una semana más porque
sí, estoy a gusto, no tengo nada que me llame a volver y
puedo. Así que, sí, no quiero irme y me quedo.
Eva:
Disfruta, hermanito.
Eva:
Marcos. Vamos a por ti, ¿no?
Marcos:
No hace falta, gracias. Yo también me quedo.
Javier:
Y eso que decíais que Cagliari tenía pocas cosas que
ofreceros.
Eva:
¿Tú también te quedas?
Marcos:
Puede que haya conocido a alguien.
Eva:
¿Puede? O se conoce o no se conoce. El puede en esa frase
no tiene sentido.
Marcos:
Pues entonces, sí, he conocido a alguien. ¿Algún problema?
Eva:
¿Por qué tendría que haberlo? A mí me parece fenomenal
que conozcas a todas las personas que quieras.
Marcos:
Gracias por tu aprobación. A mí me parece fenomenal que
lo tuyo con Raúl vaya tan bien y hagáis tantos planes
juntos.
Eva:
Gracias por tu aprobación.
Marcos:
De nada. Que lo paséis bien esta noche.
Eva:
Vosotros también.
Javier:
Me marcho a trabajar. Ya nos contaréis los dos cuando
volváis. Hablamos luego, más tarde. Disfrutad, chicos.
Paula:
Quieto todo el mundo.
¿En serio? ¿Disfrutad? ¿A qué coño estáis jugando?
∞
Marcos:
¿Cómo que nos quedamos una semana más? Que a mí no
me importa, es solo por preguntar.
Pedro:
¿Cómo que has conocido a alguien? ¿Alguna de las chicas
que han pasado por tu cama esta semana ha llegado a
tocarte la patata?
Marcos:
A mi patata no le pasa nada, está justo igual que hace una
semana. Pero no me cambies de tema que yo he
preguntado primero. ¿Nos quedamos una semana más?
Pedro:
Quiero quedarme aquí con Ella. ¿Te parece que estoy loco?
Marcos:
Lo que me parece es que el mundo necesita más locos
como tú.
∞
Marcos:
Tío, son más de las tres de la tarde. ¿Crees que ya puedo
volver a nuestra habitación?
Pedro:
Tenemos que hablar sobre eso.
Marcos:
¿Sobre si puedo volver a la habitación?
Pedro:
No, sobre lo de «nuestra habitación».
Marcos:
Tranquilo, tengo la solución. Ahora, por favor, tápate las
pelotas para que pueda subir a cambiarme de ropa, que a
este paso me van a dar las doce aquí.
Pedro:
Anda, sube. Por cierto, no me has dicho dónde has pasado
la noche.
Marcos:
Es una larga historia. Deja primero que me dé una ducha y
luego hablamos.
Capítulo 17
Cuando empezamos este viaje quedó claro que odio las
aventuras y que a mí eso de no planificar las cosas no me
gusta.
Pero también ha quedado claro que improvisar de vez en
cuando no está mal, porque hacerlo me ha llevado hasta
aquí. Hasta este restaurante abarrotado de gente de
distintas nacionalidades bebiendo, riendo y comiendo como
si no hubiera un mañana. Pero, ante todo, me ha llevado
hasta ella. La chica de ojos claros y sonrisa perpetua que
está haciendo que estos últimos días sean la mayor locura
que he cometido en mi vida. Entonces, ¿por qué no hacer
otra? ¿Por qué no disfrutar de ella unos cuantos días más?
Ambos tenemos claro que esto, esta pequeña «relación»
que ha surgido entre nosotros, no es más que una pequeña
aventura de verano vivida en plenas Navidades. Una
aventura por la que nos dejaremos atrapar y disfrutar hasta
que llegue el último día y ambos subamos a nuestros
respectivos aviones para volver a casa con nuestros
recuerdos guardados en la mochila, porque así es como
queremos vivirla y tenemos suficiente. No existen las
promesas que no se puedan cumplir, no hay cabida para las
presiones que te puedan ahogar y los sentimientos que no
se puedan gestionar no se contemplan.
La madre de Carlo sale de la cocina del restaurante con
una nueva bandeja en las manos llena de comida. Creo que
voy a morir por una indigestión.
—No hace falta que te lo comas —sugiere Daniela al ver
mi cara de sufrimiento ante el trozo de pato relleno con
patatas que la madre de nuestro nuevo amigo me acaba de
colocar en el plato. Con este, creo que es el cuarto tipo de
carne que nos sirve en lo que llevamos de noche.
No solo se nota que esta mujer es una magnífica
cocinera, pues no hay más que probar cualquiera de sus
platos para comprobarlo, sino que, además, es una
auténtica mamma italiana, como ya nos había advertido
Carlo. Le encanta cocinar y cuidar a sus invitados.
Hoy es Nochevieja y como ni las chicas ni nosotros
tenemos plan, la familia de Carlo nos ha invitado a su
restaurante a celebrarla con su familia y amigos.
No tengo mucha idea de cuáles son las tradiciones típicas
de los italianos, pero hasta ahora no distan mucho de las
nuestras que consisten, básicamente, en comer hasta
reventar y más tarde recibir el nuevo año entre música,
risas, aplausos y mucho baile. Incluso me he puesto unos
calzoncillos rojos para que la entrada al dos mil doce sea
buena. Lo único que no haré será comerme las uvas, porque
esa es una tradición nuestra que aquí no se estila. Lo que
aquí se estila es comerte un plato de lentejas en la
madrugada como colofón que representa el dinero del año
venidero, algo que me tiene bastante impresionado
porque… ¿En serio les entra un plato de lentejas después de
todo lo que cenan? Pero, vamos, que no seré yo quien les
haga un feo. Si tenemos que comernos un plato de lentejas,
nos lo comemos. Que el dinero es una cosa que siempre es
bien recibida.
Sonrío a la mujer tras servirme, corto un trozo de carne y
me lo llevo a la boca para saborearlo. Escucho la risa de Ella
a mi derecha y la miro de reojo. Está negando con la cabeza
mientras alterna su mirada del plato a mi boca. Trago y me
acerco a ella para dejar un ligero beso en sus labios. Un
beso que sabe a diversión, a felicidad y a limoncello.
—Sabes muy bien.
—¿Tú crees?
—No. Déjame volver a probar.
Vuelvo a acercarme y esta vez no solo rozo sus labios con
los míos, sino que me dejo llevar por las ganas que tengo y
cuelo la lengua en su boca para buscar la suya y acariciarla.
Ella no opone resistencia. Se acerca más, coloca la mano
sobre mi hombro mientras yo la sujeto por la cintura y la
aprieto fuerte contra mi pecho.
Aunque estoy disfrutando y sé que podría seguir así
durante horas, el ruido y las risas de alrededor me hacen
ser consciente de que, por desgracia, no estamos solos y
que será mejor que me controle si no quiero empezar con el
espectáculo de fin de año antes de tiempo con algo que no
es apto para todos los públicos. Le doy un último beso y me
aparto, no sin antes descansar la frente contra la curvatura
de su cuello y aspirar su aroma.
—Gracias por pasar tu última noche del año conmigo.
—Bueno, tampoco es que tuviera muchas otras opciones.
—No pienso tomármelo como una ofensa. Que te quede
claro, listilla.
Se ríe bajito y su cuerpo vibra al hacerlo. Me aparto lo
justo para poder observar su cara.
—No tienes ni idea de lo que me pone cuando estás en
plan: «no he roto un plato en mi vida» y, en realidad, has
roto la vajilla entera.
—¿Sí? ¿De verdad pongo esa cara?
—Oh, vamos: mejillas sonrosadas, pinzamiento de labios,
pestañeo inocente… Tienes la palabra tentación grabada a
fuego en la frente, guapa.
—¿Así que ahora también soy una tentación?
—La mayor de todas. La manzana roja que no deberíamos
morder.
—¿Te arrepientes de haberlo hecho?
—Lo que me arrepiento es de no habérmela comido hace
días.
—Oh, Dios. Creo que ahora es cuando vomito todo lo que
he cenado. Y mira que me jode, porque estaba todo
buenísimo —La frasecita de Marcos pronunciada en tono
lastimero nos llega alta y clara.
Me aparto de Ella y me giro para poder fulminar a mi
amigo con la mirada. Este, lejos de ofenderse, nos aconseja
pasar del postre y los bailes e irnos directamente al hotel
antes de que comiencen a sangrarle los oídos por todas las
gilipolleces que puede llegar a escuchar en un minuto.
—¿Sabes, Marcos? Vas de duro por la vida y esa coraza te
sienta bien y te hace parecer muy sexy, pero tarde o
temprano llegará una chica que la haga trizas y no sabrás ni
por dónde empezar a salir a la superficie.
Mi amigo aparta el plato y se coloca de lado para
observar bien a Daniela, analizando cada una de las
palabras que acaba de decir. En el local termina de sonar
Don’t wanna go home, de Jason Derulo, y comienza a sonar
Sexy and I know it, de LMFAO.
—¡Marcos, ven a cantar con nosotros!
Carlo llama a voz en grito a mi amigo para que se una a
él en la próxima canción, y es que al fondo del local han
colocado un escenario con una televisión y un pequeño
karaoke para que esta noche podamos dar rienda suelta a
nuestra creatividad como cantantes.
—¡Voy! —Arrastra la silla y se pone en pie. Se inclina
sobre Daniela para poder hablar bajito—. Cerdeña me
parece el mejor sitio del mundo al que ir cuando se
consigue salir a la superficie.
Le guiña un ojo y desaparece de nuestro lado. Se reúne
con Carlo, quien le pasa un micro y, con la sonrisa que lo
caracteriza en el rostro, comienza a cantar fatal, pero sin
dejar de dar saltos y de pedir que los demás le sigamos
haciendo los coros. Lo miro con sorpresa, y es que Marcos
odia cantar.
—¿Quién es ella? —me pregunta Daniela.
—¿Quién?
—La chica que le ha hecho trizas el corazón a ese chico —
contesta señalando con la cabeza hacia el escenario.
Cuando me doy cuenta de que se refiere a mi amigo
comienzo a reír negando con la cabeza.
—¿A Marcos? —asiente—. A ese nadie la ha hecho nada.
Todo lo contrario. Es él quien va dejando corazones rotos por
el camino. Si no me crees, mira a tu alrededor. Solo hay que
verles las caras a las chicas para saber quién lo tiene roto y
a quién está a punto de rompérsele. Que yo no lo critico,
¿eh? Él es claro desde el principio y se preocupa mucho de
que a ellas les quede claro también. No compromiso, no
ataduras.
—Pedro. A Marcos le han roto el corazón.
—¿A mi Marcos?
—Al mismo.
Observo al susodicho, que está saludando y dando las
gracias al público entregado a la causa, y analizo las
palabras de Daniela sin poder evitar preguntarme si tendrá
algo de razón. Desde que propuso hacer este viaje quedó
patente que algo le pasaba, y todavía no he logrado
adivinar el qué, pero ¿algo relacionado con que le hayan
roto el corazón? Niego con la cabeza y lo vuelvo a observar
con atención. Está divertido y entregado, tal y como es él.
No queda ni rastro del chico taciturno y alicaído de los
últimos días, vuelve a ser el Marcos que yo conozco. Sea lo
sea lo que lo estuviera perturbando ha desaparecido, y
estoy cien por cien seguro de que no es por mal de amores.
No puede ser sobre eso cuando estamos hablando de
alguien al que le sale un sarpullido cuando escucha la
palabra compromiso. Debe de ser por algo relacionado con
el trabajo.
Me sitúo frente a Daniela y niego con la cabeza.
—Marcos quiere. Quiere mucho. Aunque vaya de duro,
muy a lo James Dean en Rebelde sin causa, tiene uno de los
corazones más grandes que conozco y solo sería capaz de
hacer daño a alguien si ese alguien ha dañado a los suyos.
Pero ¿enamorado? Creo que ni sabe lo que significa esa
palabra. Vamos, lo sabré yo que soy su mejor amigo. Si
Marcos estuviera enamorado me lo habría contado. Que
somos tíos, pero igual de chismosos que cualquiera de
vosotras.
—Hay una verdad universal, y es que los tíos sois idiotas
y que no sabéis mirar más allá de lo que tenéis delante de
vuestras narices.
—¿Qué?
—Nada. Anda, sácame a bailar a ver si entre saltos y
movimientos de cadera se me baja un poco la comida y
consigo hacer sitio para el postre porque, ¿has visto ese
panettone?
Hago lo que me pide. La agarro de la mano y la arrastro
hasta el centro de la pista improvisada y comienzo a dar
vueltas con ella. Nos animamos con una canción en el
karaoke, pero yo la pido en español porque, aunque controlo
el inglés, lo que no controlo es el cante, y si voy a desafinar
mejor hacerlo en mi idioma y sin que los demás sepan qué
estoy intentando decir. Cantamos Amante Bandido, de
Miguel Bosé. Una canción que tiene más años que Daniela y
yo juntos. Me sorprendo al comprobar que se sabe la letra
mejor que yo y ella me recuerda que su padre es español y
que, además de hablarlo a la perfección con él desde que
nació, los viajes a mi país han sido constantes en estos
años.
Cuando llega la medianoche la recibimos con la cuenta
atrás, cogidos de la mano y sin dejar de darnos besos
porque, si no tengo doce uvas que llevarme a la boca,
puedo ir dándole a Ella un beso con cada campanada.
Nos felicitamos los unos a los otros, nos abrazamos y nos
prometemos amor eterno y una amistad que durará toda la
vida, y es que llevamos ya unas cuentas copas encima y la
exaltación de la amistad está muy presente entre todos.
Daniela baila conmigo, pero también lo hace con sus
amigas. Daniela y yo nos besamos, mucho y muy bien, pero
continuamos sin hacer mayores planes que los de esta
noche. Porque seguimos sin necesitarlos.
Capítulo 18
Doy la bienvenida al primer día del año con una resaca
considerable y un gran dolor de cabeza. Siento como si
tuviera a un millón de Umpa Lumpas[1] dando saltos y
preparando chocolate dentro de mi cabeza. Es horrible. Por
si eso no fuera suficiente, anoche se me olvidó correr las
cortinas y la luz de la mañana impacta de lleno sobre mi
cara. Necesitaría cubrirme con el brazo, meter la cabeza
bajo la almohada o taparme con la sábana, pero me
encuentro tan hecho polvo y cansado que solo el hecho de
pensarlo me duele.
Un quejido proveniente del otro lado de la habitación me
indica que mi compañero de cuarto no está mucho mejor
que yo. Consigo abrir un ojo y me encuentro con un Marcos
intentando sentarse en la cama. Aunque más bien parece
un calamar intentando darse la vuelta. Me fijo mejor en él y
entonces caigo en la cuenta de que está completamente
desnudo.
—Vas en pelotas —le comunico, con una voz que no
parece la mía. Tengo la boca pastosa y la noto pegajosa.
¿Qué narices bebí anoche?
Levanta la cabeza y puedo ver que tiene el ceño fruncido.
Le señalo como puedo el cuerpo y entonces baja para
mirarse. Dice algo, aunque no tengo ni idea de qué, por lo
que pido que me lo repita.
—Vloba la plotas.
—¿Qué?
—Vloba la plotas.
—O pones un poquito más de tu parte o no llegamos a
ningún sitio.
—Que-voy-en-pelotas. —Correr la maratón en Valencia no
le costó tanto en su momento como pronunciar esta frase.
—Es lo que acabo de decir.
—Ya.
—¿Entonces?
—Pues eso, que voy en pelotas.
—Mmm… Vale.
Opto por taparme los ojos con el brazo porque, en serio,
esta luz me está dañando seriamente la retina, y dejo de
hablar con Marcos por el bien de mi salud mental y de la
suya. Tres golpes en la puerta nos sobresaltan.
PUM, PUM, PUM.
—¡¡Ya estoy despierto!! ¡¡Ya estoy despierto!! —grita
Marcos.
Aparto el brazo de mi cara y lo busco. Ya no está en la
cama, sino de pie mirando de un lado a otro con los ojos tan
abiertos que parece que se le vayan a salir del sitio, además
de que parece que haya metido los dedos en el enchufe.
—¿Qué haces?
Me mira con el ceño fruncido, después mira la puerta
principal que es de donde han venido los golpes, se mira el
cuerpo y, por último, me vuelve a mirar a mí.
—Tío, voy desnudo.
—¿En serio? Acabamos de tener esta conversación.
—¿De verdad?
—Hace cinco minutos.
—Joder, me quiero morir.
Se deja caer de nuevo sobre la cama con los ojos
cerrados y no pasan ni diez segundos cuando lo escucho
roncar. Vuelven a escucharse unos golpes en la puerta, solo
que esta vez son cinco y no tres. Parece que alguien está un
poco impaciente.
—¡¿Quién es?! —Vuelve a gritar Marcos sentándose en la
cama y dejando los pies colgando sobre un lateral.
—Madre mía, estás fatal.
—¿Qué?
—Que estás fatal.
—¿Por qué?
—Olvídalo. Necesito unas cuantas dosis de café como
mínimo para seguir hablando contigo.
Murmura algo más, pero no tengo el cuerpo ni la mente lo
suficientemente despejados para intentar seguir
entendiéndolo. Me levanto y avanzo arrastrando los pies
hasta la puerta, pues quien sea que esté al otro lado es un
rato impaciente porque ha vuelto a llamar a la puerta. Al
abrir me encuentro con un hombre vestido de forma
elegante, con su traje chaqueta azul marino y el pelo con la
suficiente gomina como para que no se le salga ni uno del
sitio.
—¿Qué tal? —Sonrío.
Espero una sonrisa por su parte, pero se limita a mirarme
de arriba abajo y a suspirar cuando termina. Se cruza de
brazos de forma intimidante y zapatea el pie contra el suelo
de forma repetitiva.
—¿Quién es? —me pregunta Marcos desde dentro de la
habitación.
Abro la boca para responderle, pero la verdad es que no
tengo ni idea. Me giro para mirar a mi amigo y me encojo de
hombros.
—¿No sabes quién es?
Voy a negar con la cabeza cuando un carraspeo
procedente del misterioso señor me lo impide. Vuelvo a
centrar mi atención en él.
—¿Puedo ayudarlo? —pregunto en mi mejor inglés de
borracho.
—¿Sabe qué hora es, señor?
De todas las preguntas que me esperaba esta no era una
de ellas. Frunzo el ceño, porque no estoy muy seguro de si
he entendido su pregunta.
—¿Perdón?
—Le pregunto si sabe qué hora es.
Anda. Pues sí que la había entendido bien.
Me miro las muñecas, pero nunca llevo relojes. Tampoco
llevo el móvil encima y, tras darle un vistazo rápido a las
paredes de la habitación, tampoco encuentro uno en ellas.
Me vuelvo hacia el hombre en cuestión que juraría me mira
cada vez con más mala leche.
—¿Es una pregunta trampa?
—¿Cómo dice?
—Pues que necesito saber si me lo está preguntando en
serio o se trata de una pregunta con trampa. Ya sabe. Usted
pregunta una cosa, pero, en realidad, quiere preguntar otra.
—No tengo ni idea de qué está hablando, señor. Solo sé
que son las cinco de la tarde y que ustedes deberían
haberse marchado hace cinco horas de aquí.
Tres son los segundos que tardo en darme cuenta de
todo. Hoy es uno de enero. Se supone que Marcos y yo
volvíamos a casa, que hoy abandonábamos esta habitación
y que lo hacíamos antes de las doce de la mañana.
Me disculpo con el hombre en español, italiano e inglés.
No lo hago en otro idioma, básicamente, porque no sé, y le
aseguro que estaremos listos en una hora como mucho y
que, por supuesto, pagaremos las que hemos estado de
más.
Marcos, que ha conseguido despejarse, tiene la
amabilidad de ponerse unos pantalones y reunirse con
nosotros en la puerta. Le explica nuestra nueva situación al
señor y le indica que nos quedaremos una semana más.
Pero el hombre nos comunica que no quedan habitaciones
libres, ya que el hotel está completo. Yo, personalmente, no
me lo creo. Lo que sí creo es que nos está castigando.
Marcos, que se nota que tampoco se lo cree, está a punto
de comenzar una pequeña discusión con él, pero lo detengo
a tiempo y le aseguro de nuevo al tipo que estaremos listos
cuanto antes y que despejaremos la habitación.
Marcos se ducha, se viste y prepara la maleta entre
bufidos, quejidos, reproches e insultos varios hacia todos los
que trabajan en este hotel. Yo no es que no esté de acuerdo
con él y con todo lo que está diciendo, y claro que me
fastidia que no me den habitación, pero no me apetece
entrar en problemas innecesarios e intentar convencer a
alguien de algo que, ya de antemano, se ve que no va a
tener solución. Hay más hoteles en Cagliari y alguno
encontraremos.
Lo que iba a ser una hora se reduce a veinte minutos.
Marcos y yo pagamos estas cinco noches y las horas extra
que hemos estado, nos montamos en el Masseratti el cual,
por cierto, tenemos ya que devolver si no queremos
dejarnos todos los ahorros en su alquiler, y nos dirigimos
hacia el hotel de Daniela y sus amigas.
Cuando las llamamos desde recepción y escuchamos sus
voces queda patente que no somos los únicos que anoche
nos bebimos hasta el agua de los floreros ni que tienen una
resaca de mil demonios. Nos invitan a subir y nosotros lo
hacemos con maletas incluidas. Al llegar, nos reciben un
grupo de chicas en pijama, ojerosas, con pelos de locas.
Pero yo no me fijo en nada de eso, pues como si se tratara
de un imán para mí mis ojos captan enseguida a Daniela al
fondo, saliendo del cuarto de baño con una coleta en lo alto
de la cabeza y vestida con un pijama de tirantes y pantalón
largo, algo demasiado fresco para las temperaturas que
hacen. Pero quién soy yo para juzgar si, normalmente,
duermo en ropa interior o solo con el pantalón.
Se gira hacia la puerta y cuando su mirada se cruza con
la mía la sonrisa que ya me atrapó esa primera noche hace
acto de presencia. Ignoro a las demás chicas y a Marcos,
quien está relatando nuestra festiva mañana, y me planto
frente a ella en apenas cuatro zancadas. La sujeto por las
mejillas acariciando sus pómulos con el pulgar y acerco mi
rostro al suyo hasta besar sus labios.
—Buenos días.
—Buenos días, preciosa.
—¿Os han tirado de la habitación?
—Algo así.
Sé que va a preguntar algo más porque abre la boca para
ello, pero yo aprovecho para acercarme de nuevo y volver a
besarla, solo que esta vez lo hago con un poquito más de
ganas. Ella no tarda en dejarse llevar. Me rodea el cuello con
los brazos y me acaricia la nuca mientras no dejamos de
besarnos. Me separo tan solo un segundo, el segundo que
necesito para poder verla bien y coger aire. La sujeto con
fuerza por la cintura y ella descansa su cuerpo contra mi
torso sin dejar de acariciarme ni un momento. Cuando nos
separamos, ambos respiramos más rápido de lo normal y
tenemos los labios hinchados. O así es como creo que
estarán los míos a tenor de cómo están los suyos.
—Me encantan estos despertares.
—¿Seguro? Porque pienso despertarte así todos los días
de esta semana.
—Sobre eso… ¿De verdad vas a quedarte?
—Ese es el plan, sí.
—¿Toda la semana?
—Hasta el día seis, que es cuando tú vuelves a Londres,
¿no?
—Sí. Por la mañana.
—Perfecto.
—¿Estás seguro?
—Pues… hasta hace dos segundos, sí. Ahora que me lo
preguntas tanto comienzo a tener mis dudas.
—No. No es eso. Es solo que…
El grito de una de las chicas termina con nuestra
conversación. Por lo que parece, una de las amigas de Ella
se ha caído de una de las camas y ha aterrizado en el suelo
con el trasero. Por cómo ha sonado el golpe se ha debido de
hacer daño, pero ella ríe a carcajadas como el resto de los
habitantes de esta habitación. Dejo de prestar atención al
resto y vuelvo a centrarme en Daniela. Ella hace lo mismo.
—Oye, ¿qué te parece si hacemos un desayuno–
almuerzo–comida–merienda los dos solos y hablamos un
poco de esto?
—Me parece perfecto.
—Genial. Te espero. —Miro alrededor a ver dónde puedo
sentarme. Veo una cama en la esquina sin trastos sobre ella
y la señalo—. Te espero allí mientras tú te vistes y nos
marchamos.
—De acuerdo. Tardo solo cinco minutos. —Ambos
sabemos que son quince.
Se alza de puntillas y me da un ligero beso en los labios
antes de abrir el armario, sacar un par de cosas de él y
desaparecer tras la puerta del baño. Yo me siento en la
cama que había señalado y niego riendo mientras veo a
Marcos haciendo el imbécil con una de las amigas de
Daniela. Creo recordar que fue la misma que me la
«arrancó» de los brazos esa primera noche. Ya he visto a
Marcos tontear con ella en varias ocasiones durante estos
días. Después de Ella es la más guapa de todas. Por su pelo
y la expresión de su cara me recuerda a mi hermana Eva.
Daniela sale a los pocos minutos vestida con un vaquero
ajustado, unas botas marrones sin tacón y un jersey blanco
de cuello vuelto. Sigue llevando la cola de caballo y no lleva
maquillaje.
—Estás guapísima —digo moviendo los labios para que
pueda leerlos, porque oírme, con todo el follón que hay
aquí, es bastante difícil. Se sonroja, pone los ojos en blanco
y niega con la cabeza.
Me levanto y me acerco hasta Marcos, quien sigue
hablando con el clon de Eva tumbados en una de las camas,
y le informo de mi partida. Levanta el dedo pulgar en señal
de aprobación y quedamos en hablar más tarde, pues
todavía tenemos que resolver el problema de dónde vamos
a pasar la noche.
Me pongo el abrigo, ayudo a Ella con el suyo y cogidos de
la mano salimos de esa leonera y nos preparamos para
perdernos durante un par de horas por algún rincón de la
ciudad.
Capítulo 19
Terminamos tomando algo en una pequeña Boutique que
hay a unos veinte minutos andando desde el hotel. Nos
hablaron de ella hace unos días nuestros nuevos amigos
italianos y todavía no habíamos podido venir a degustar sus
ricos dulces.
En cuanto entramos, el olor a café y a chocolate caliente
inunda nuestras fosas nasales, mezclado con el olor a café y
frutos secos. El local es bastante pequeño, pues solo
dispone de cuatro mesas de madera cada una de una forma
y tamaño diferente. Una señora mayor con el pelo blanco
recogido en un moño y un delantal de colores en tonos
pastel, nos recibe con una sonrisa y nos indica con la mano
que pasemos y nos sentemos donde queramos, pues está
vacío.
—Huele fenomenal —susurra Ella mientras se quita el
abrigo y lo cuelga en una percha que hay en la entrada.
—¿Has visto la vitrina? Jamás había visto tantas tartas
juntas.
Hay dos hileras llenas de dulces variados, algunos con
trozos de fruta como decoración y otros de chocolate de
distinto sabor. Está todo tan en silencio que no puedo evitar
encogerme ante el ruido que hago al apartar la silla para
sentarme. Pero la señora no se inmuta. Sigue concentrada
trajinando algo de espaldas a nosotros.
Buscamos sobre nuestra mesa y sobre las demás alguna
carta en la que poder mirar qué comer, pero no hay nada.
Sobre las mesas solo hay un pequeño jarrón de cristal con
una vela dentro encendida y envuelta por tiras de bambú
sujetas por un hilo de color marrón; y esparcidas por la base
del jarrón hay pequeñas hojas de color verde.
La señora sale tras el mostrador y se acerca a nosotros
con dos platitos en la mano y, sobre ellos, dos tazas de color
blanco que llevan dibujadas en la base dos enredaderas de
color negro.
—Cioccolato —nos dice al depositar las tazas frente a
nosotros. Ninguno habla italiano, pero ambos entendemos
que se trata de chocolate. Espolvoreado por encima hay
nueces picadas, caramelo y especias.
Se retira para volver al poco rato con otros dos platos,
esta vez con algo de dulces en ellos. Uno lleva una especie
de rosquillas, aunque más bien parece un dónut por el
azúcar que lleva por encima y porque tienen aspecto de
estar esponjosas. Cuando lo deja sobre nosotros solo
entendemos que dice: ciambelle, o algo así. En el otro plato
hay una tarta de chocolate sobre una base que creo que es
galleta, y encima una variedad de frutos secos
caramelizados. Sin duda alguna, una auténtica bomba de
relojería.
—Vamos a morir por una sobredosis de azúcar —comenta
Daniela entre risas y con ojos golosos en cuanto la mujer se
retira.
—Por todos es conocido que comiendo o follando son las
dos mejores formas para morir.
Daniela es incapaz de controlar la carcajada que con
tanta fuerza sale de su garganta. Se tapa la boca
avergonzada e intenta darme una palmada en el brazo, pero
la consigo esquivar.
—Eres un bruto.
—Es lo que tiene pasar demasiado tiempo con Marcos y
tener tanta hambre. Te juro que yo suelo ser mucho más
comedido y recatado.
Cortamos tanto la tarta como el dónut en varios trozos y
atacamos mientras soplamos sobre la taza para enfriar el
chocolate. Ninguno de los dos podemos evitar gemir en
cuanto el primer trozo de tarta hace contacto con nuestro
paladar. No hace falta más para que los dos estemos de
acuerdo en que esto está de muerte.
Aparcamos la conversación que teníamos pendiente y nos
limitados a comer y a beber. Le doy un pequeño mordisco a
Ella en el dedo gordo cuando me da un trozo de
ciambenoséqué con la mano, y ella se relame el azúcar que
se le queda pegada en los dedos. Ambos reímos y nos
aguantamos el insulto cuando probamos de nuestras
respectivas tazas y nos damos cuenta de que el chocolate
continúa demasiado caliente y que nos hemos quemado,
recordando esa primera vez que comimos juntos y que me
pasó justo lo mismo. De eso hace solo unos días y parece
que haya pasado una eternidad. La mujer es tan amable de
acercarnos una jarra pequeña con lo que parece ser leche
natural. Nos indica con la mano que la añadamos en el
chocolate para enfriarlo y eso hacemos. Conseguimos darle
pequeños sorbos sin escaldarnos la lengua.
Ya llevamos aquí unos cuando minutos, hemos comido,
bebido y creo que ya es hora de mantener la conversación
que nos ha traído hasta aquí. Dejo mi taza con cuidado
sobre la mesa y cojo aire para hablar.
—¿Te molesta que me quede?
Mi pregunta le pilla a Ella tan de sorpresa como a mí
hacerla, pues la verdad es que no esperaba ser tan directo,
pero ya está hecho, no hay marcha atrás. Ahora es ella
quien deja su taza con cuidado sobre la mesa, justo
enfrente de la mía, y se limpia la comisura de la boca
despacio. Pongo lo ojos en blanco y suspiro.
—¿Estás siendo tan lenta a propósito?
—La verdad es que te estaba dando tiempo.
—¿A mí?
—Claro. Te estoy dando tiempo para que pienses en la
pregunta tan tonta que me has hecho y la reformules.
Deja la servilleta sobre la mesa y se recuesta en la silla
con los brazos cruzados bajo el pecho. No puedo evitar que
mis ojos se vayan por un momento allí y me olvide de lo que
le había preguntado. Su risa llega hasta a mí y chasquea los
dedos frente a mi cara para que alce la cabeza.
—Muy mal, Pedro. Además de hacerme preguntas tontas
te quedas embobado mirándome las tetas. Como sigas así
esta conversación no va a terminar muy bien.
—Pero no es mi culpa, es la tuya. Si no te hubieras
levantado así el pecho yo no habría dirigido mis ojos
directamente hacia allí.
—¿Te han dicho alguna vez que tienes un piquito de oro?
—No, porque yo no soy así. Yo soy sereno y centrado, ya
te lo he dicho en alguna ocasión.
—Pues conmigo no eres ni una cosa ni la otra.
—Lo sé. Como también sé que es porque me vuelves loco
y me haces comportarme como nunca lo había hecho. Ni
con quince años. Eso creo que también te lo he dicho.
—¿Y te molesta?
—¿A mí? En absoluto. Solo espero que a ti tampoco.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque me has preguntado varias veces seguidas si
estoy seguro.
—Simplemente, porque quiero que lo estés. —Se frota la
frente y se inclina hasta apoyar los codos sobre la mesa—.
Me gusta esto, Pedro. Me gusta lo que tenemos y lo he
disfrutado. Lo estoy disfrutando. Pero que hayas decidido
quedarte una semana más conmigo aquí es una locura y no
quiero que…
—Lo sé, Daniela. Pero escúchame un segundo.
Me levanto, cojo la silla y la arrastro hasta dejarla justo a
su lado. La coloco del revés y me siento en ella con las
piernas abiertas y el respaldo pegado al pecho. Me inclino
hacia delante hasta casi rozar su nariz con la mía, y sonrío.
—Creo que ya he dicho en alguna ocasión que no soy un
hombre aventurero ni muy dado a las locuras, ¿correcto? —
asiente sonriendo—, pero en este viaje lo estoy siendo.
Comenzó como tal y quiero que termine del mismo modo. Y
te puedo asegurar que no hay otra persona con la que
quiera cometer esa locura que no seas tú.
—¿A pesar de que no volvamos a vernos?
—Ella. Por nuestra vida pasan todo tipo de personas.
Están los que llegan para quedarse, los que pasan en un
momento y después, con el tiempo, te olvidas de ellos y,
por último, están los que pasan en un momento y con el
tiempo, cuando piensas en ellos, lo haces con una sonrisa
en la cara. Esos vamos a ser nosotros, nada ha cambiado.
Sigue existiendo el mismo acuerdo que teníamos.
—¿Y qué tienes pensado hacer? Porque te recuerdo que
te has quedado sin habitación.
—Sí, ese es un gran problema. Pero no es uno que no
tenga solución.
La miro de forma juguetona moviendo las cejas arriba y
abajo. Ladea la cabeza y achina los ojos.
—¿Pensáis quedaros con nosotras en la habitación?
Porque entonces el hotel sí que nos hecha.
La cara de horror con la que lo dice es digna de hacer una
foto y enmarcarla. En cierta manera debería sentirme
ofendido, pero la verdad es que la entiendo muy bien. ¿Sus
amigas, Marcos y yo en una misma habitación? No, gracias.
—Hay una idea que me ronda la cabeza desde que decidí
alargar el viaje, pero es una locura.
—Ya ha quedado bastante claro que estamos dispuestos a
cometer unas cuantas, ¿no? Otra más no puede hacernos
daño.
—¿Estás segura? Porque esta es una locura, locura. De las
grandes. De esas en las que seguro que me miras
horrorizada y pensando que qué haces aquí sentada
conmigo en vez de estar con tus amigas que están más
cuerdas que yo.
—¿En serio crees que mis amigas tienen más
conocimiento que tú? —Hago un barrido mental a estos
últimos días pensando en todas las locuras que han hecho
estas chicas, y caigo en la cuenta de que no, de que no
tienen más conocimiento que yo. Niego con la cabeza y ella
sonríe—. Entonces, ¿de qué tienes miedo?
—De que me digas que no y salgas despavorida.
—Eso solo lo sabremos cuando me lo digas.
—No sé yo…
—¡Dilo ya! —contesta sonriendo y zarandeándome. Me
enderezo y hago redoble de tambores golpeando las palmas
contra el respaldo para darle más énfasis a la situación.
—A la de una, a la de dos…
—¡Pedro!
—Vámonos de ruta por Italia en coche los dos solos.
No me mira como si me hubieran salido dos cabezas o
como si me acabase de convertir en un emoticono, pero sí
lo hace con la ceja arqueada y boqueando como un pez.
—Te he asustado.
—No digas tonterías, es solo que… ¿Qué?
Agarro con fuerza sus manos y las aprieto.
—Piénsalo. Tú y yo solos durante cinco días. Devolvemos
el coche mañana en el aeropuerto, cogemos un avión hasta
Florencia y recorremos La Toscana italiana. Sé que sería
mejor recorrerla en verano para disfrutar de sus playas y
todo lo verde que tiene, pero como estamos tan locos de
haber venido a Italia en pleno invierno en vez de en verano
con el calor para haber podido disfrutar de sus playas y su
sol, pues nos aguantamos y disfrutamos de ella con
paraguas, guantes y abrigo. ¿Qué me dices?
—¿Vas a dejar solo a Marcos?
—Marcos es lo suficientemente adulto como para saber
apañárselas solo sin mi ayuda.
—Pero ¿no te da pena?
—Pena la mujer del pene.
—¡Pedro! Hablo en serio.
—Y yo también, Ella.
Me levanto, coloco la silla correctamente y vuelvo a
sentarme. Esta vez con los brazos apoyados sobre las
rodillas y envolviendo de nuevo sus manos con las mías.
—Marcos es mi mejor amigo. Más que mi mejor amigo, es
mi hermano. Él lo sabe y yo también. Nos conocemos mejor
el uno al otro que a nosotros mismos, por eso sabe que si he
decidido quedarme una semana más aquí ha sido porque
me apetece pasarla contigo. Te juro que no entraba en mis
planes que la pasásemos los dos solos, pero ahora que esta
idea se ha materializado en mi cabeza creo que es perfecta.
No busco segundas cosas detrás de este viaje ni nada que
se le parezca, Ella, de verdad. La única excusa que puedo
darte es que me apetece pasarla contigo.
Me paso una mano por el pelo y suelto el aire que no me
había dado cuenta de que estaba reteniendo.
—Mira —continúo—, ya te he dicho antes de empezar que
era una locura de las grandes, y lo sigo pensando, ahora
solo me queda por saber si estás o no estás dispuesta a
cometerla conmigo.
Se suelta de mi agarre y se restriega las manos sobre sus
vaqueros mientras se muerde el interior de la mejilla y
niega con la cabeza murmurando cosas que no soy capaz
de entender, y eso que estoy a menos de tres centímetros
de distancia. Pero entre que tengo la cabeza embotada y el
corazón me va tan rápido, es imposible que pueda escuchar
nada.
¿Qué estoy haciendo? ¿Qué hago yo pidiéndole que nos
vayamos juntos de viaje? Normal que la chica se crea que
está sentada frente a un zumbado. Primero hablamos de
que esto no es más que la relación entre dos personas que
se han gustado durante un viaje y han decido tener sexo sin
compromiso y sin que ello vaya a nada más que lo que es,
sin promesas, sin planes de futuro y sin nada que se le
parezca. Y, luego, un par de días después, simplemente, le
pido que confíe en mí, en un tío al que, en realidad, apenas
conoce para recorrer una parte de Italia durante cinco días
montados en un coche sin nada más que nuestra mutua
compañía. Pensándolo bien, no entiendo cómo no se ha
levantado y ha salido corriendo huyendo de mí. Tras unos
segundos que a mí se me han hecho eternos, sonríe y se
encoge de hombros.
—Nunca imaginé que terminaría mi viaje a Italia con un
tío al que acabo de conocer en vez de con mis amigas.
—¿Eso es un sí?
—Eso es un: «a esto hay que buscarle un adjetivo mejor
que el de locura».
—¿Enajenación? ¿Demencia? ¿Chifladura? Tengo unos
cuantos.
—Cuando termine el viaje lo discutimos.
Me abalanzo sobre ella estampando mi boca contra la
suya y sonrío feliz, tanto por dentro como por fuera.
—Estoy como una cabra —murmura sobre mis labios.
—Estamos, en plural. Pero siempre han dicho que los
locos son los más felices.
Capítulo 20
Esta vez el vuelo hasta Florencia es de lo bueno, lo mejor.
No hemos tenido turbulencias, nadie se ha mareado ni
vomitado y, además, no han perdido ninguna de nuestras
pertenencias. ¿Qué más se puede pedir?
Cogidos de la mano y arrastrando nuestras maletas con la
otra nos dirigimos hasta la oficina de alquiler de coches.
Esta vez quiero uno sencillo, cómodo y que no me vaya a
costar mi primogénito. En cuanto nos entregan las llaves del
Opel Astra gris metalizado, lo primero que hacemos es
conectar el reproductor de música con el móvil de Ella, pues
se ha preparado una lista específica para el viaje, y marcar
en el GPS la ruta que vamos a realizar, que empieza en el
corazón de Florencia con la Plaza del Duomo y el Ponte
Vecchio.
Después de dar vueltas durante más de media hora,
conseguimos aparcar en una calle un tanto estrecha pero lo
suficientemente céntrica para no tener que andar mucho. La
Plaza es espectacular, así como su catedral. Aunque había
estado antes en Italia nunca había pisado Florencia. Me
había limitado a las ciudades más famosas, como pueden
ser Roma o Venecia con sus carnavales, pero nunca había
estado en la capital de La Toscana Italiana.
Nos compramos un helado en un local que hay a apenas
unos metros del centro de la plaza y nos los comemos
mientras admirados la fachada de la catedral y el
Campanario de Giotto, situado justo al lado, y que la chica
que nos ha alquilado el coche nos ha recomendado visitar
porque al hacerlo podemos admirar la belleza de la ciudad.
Palabras textuales.
Nos terminamos el cucurucho y optamos por empezar por
la catedral, Santa María del Fiore. Es imposible no quedarte
maravillado en cuanto pones un pie dentro. Lo de fuera es
espectacular, con la gran cúpula, pero para describir lo que
hay una vez cruzas las puertas no hay palabras, y es que
tanto la nave central franqueada por dos naves laterales
formando una cruz latina, como sus decoraciones y frescos
son maravillosos. De forma disimulada nos pegamos a un
grupo de turistas ingleses para poder escuchar a su guía y
así conocer mejor esta gran obra arquitectónica de finales
del siglo XIII.
Aunque Ella entiende a la perfección todo lo que dicen,
pues es inglesa, yo entiendo las tres cuartas partes si llega,
así que decidimos dejar al grupo y subir al campanario de
Giotto. Está comenzando a caer la noche y todavía nos
queda un camino por delante hasta llegar al hotel en el que
tenemos planeado alojarnos esta noche. No entramos por la
puerta que hay en el interior, pues la cola que hay es
demasiado extensa. Daniela ha escuchado a unos chicos
hablar de una entrada que hay en uno de los laterales y
probamos a ver si hay suerte.
—¡Bingo! —exclamo en cuanto vemos que hay apenas
cinco personas delante de nosotros.
El primer tramo de escaleras es sencillo. Los escalones no
son muy altos y se suben bastante rápido. No pasa lo mismo
con los segundos y mucho menos con los terceros. Estos se
van haciendo cada vez más estrechos y la dificultad es
mayor. Estoy a punto de poner un pie en el próximo escalón
cuando alguien tira de mí tan fuerte que estoy a punto de
caerme de espaldas al suelo. Al girarme, veo que ha sido
Daniela y que ha perdido el color de la cara.
—¿Qué pasa?
La agarro por los hombros y la hago a un lado para no
entorpecer el camino de la gente que continúa subiendo.
—Yo por ahí no paso.
—¿Por dónde?
Señala las escaleras con la mano sin mirarlas.
—Que yo me quedo aquí. No pienso subir un escalón más.
—Pero ¿qué dices?
—¿Tú sabes lo estrecho que está eso? —Me giro y observo
la escalera—. Que no, que yo paso.
Apoya la espalda en la pared y se desliza hasta quedar
sentada en el suelo. Recoge las piernas para que nadie se
tropiece con ellas y, vista así desde arriba, parece
totalmente una bola.
—¿Por qué te sientas ahí?
—Porque quieres subir y a mí me parece estupendo. Yo te
espero aquí.
—¿En serio?
—Por supuesto. Yo me quedo aquí quietecita y tú te
tomas tu tiempo. Por mí no te preocupes.
—¿Y te vas a perder la vista de Florencia desde las
alturas? Dicen que son una pasada.
—Llevo viviendo veintitrés años sin ella. Puedo vivir otros
veintitrés más.
Me agacho hasta quedar en cuclillas frente a ella. La
sujeto por la barbilla y la obligo a mirarme. El corazón se me
encoge en el pecho cuando veo que, además de fría, está
pálida y con la frente perlada de sudor.
—Ella, ¿tienes miedo a las alturas?
No contesta. Por cómo intenta rehuir mi mirada intuyo
que sí.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque a ti te hacía mucha ilusión subir. Tú patinaste en
el hielo por mí, yo creía que podría subir unos escalones por
ti. Pero ha sido ver ese hueco ahí y creer que iba a morirme.
No puedo, lo siento. No puedo.
Coloco ambas manos sobre sus mejillas y le doy un beso
en la punta de la nariz. Me aparto y acaricio sus mejillas.
—No tengo ningún interés en subir ahí arriba sin ti. Yo
también llevo muchos años sin hacerlo, no tengo por qué
hacerlo justamente hoy.
—¿Lo dices en serio? ¿No te importa? Así no vas a poder
disfrutar de verdad de la ciudad.
—¿Y eso quién lo dice? Venga, arriba.
Me pongo en pie y la ayudo a ella a hacer lo mismo. Me
rodea el cuello con los brazos y me estrecha fuerte mientras
me pide perdón y me da las gracias.
—Que no subamos allí arriba no quiere decir que no
podamos disfrutar igualmente de Florencia —susurro junto a
su oído. Beso sus labios y emprendemos el descenso
agarrados fuertemente de la mano y sin mirar atrás.
Salimos del Campanario y ponemos rumbo al Ponte
Vecchio, que está a solo siete minutos andando. Al llegar
paseamos entre los distintos puestos de artesanía y
orfebrería que hay en el puente. Daniela se enamora de
tantas cosas que llega un momento en el que es difícil
seguirle el ritmo. Nos detenemos en un pequeño puesto
donde se venden artículos hechos de mimbre como bolsos,
carteras o artículos de bisutería. Se para acariciar un collar
del que prende un colgante en forma de clave de sol y con
unas pequeñas bolitas plateadas justo en el centro. Mientras
ella lo admira yo le pago al dependiente. Cuando va a
volver a dejarlo en su sitio coloco mi mano sobre la suya y
la detengo.
—Gírate —le pido mientras cojo el colgante.
Al principio me mira ceñuda, pero me hace caso. No
pierdo la oportunidad de acariciarle la piel con las yemas de
los dedos mientras le aparto el pelo a un lado. Paso el collar
alrededor del cuello y lo abrocho. Cuando se gira con el
colgante fuertemente cerrado en un puño la sonrisa que me
regala solo me demuestra que, si hay algo que he hecho
bien hoy, ha sido comprarle este collar.
—Va a ser difícil olvidar este viaje. Pero todavía lo será
más cada vez que vea esto. Gracias.
Nos marchamos de allí, nos subimos en el coche y
ponemos rumbo a San Gimignano, que está a una hora de
Florencia. Un pueblo italiano al que se le conoce como la
Manhattan medieval. Nos reciben sus calles estrechas, sus
murallas y sus torres, siendo la más famosa La Torre Grossa,
además de la más alta. Es increíble cómo si levantas la vista
y ves sus casas, parece que te transporten a la época
medieval. Recorremos apenas el pueblo, pues ya ha
anochecido y la luz es escasa.
Decidimos cenar en un pequeño restaurante que
encontramos cerca de donde hemos aparcado. Daniela se
ríe de mi elección, pues he vuelto a pedir pizza, pero es que
es mi plato preferido y es un pecado no comerlo en el sitio
que las vio nacer. Para dormir nos hospedamos en un
pequeño hotel de apenas veinte habitaciones que hay a las
afueras del pueblo. En cuanto nuestras cabezas tocan la
almohada caemos en un sueño profundo. Todo lo vivido nos
han dejado fuera de juego.
Capítulo 21
Algo comienza a hacerme cosquillas en el cuello. Intento
quitármelo, pero al cabo de unos segundos vuelve. Una
risita justo a mi lado me informa de que no es algo, sino
más bien alguien quien me provoca esas cosquillas. Aunque
aún estoy medio dormido consigo abrir un ojo para poder
mirarla; lleva el pelo suelto alrededor de la cara, las mejillas
sonrosadas y me llega un suave olor a menta.
—¿Te has lavado los dientes?
—No.
—Mentirosa.
La agarro de la cintura y la muevo hasta colocarla a
horcajadas sobre mí. El pijama que lleva es tan fino que se
le marcan los pezones y, aunque sé que está mal y que no
debería, no puedo apartar mis ojos de ellos. Carraspea
intentando captar mi atención.
—¿Sabes que tengo ojos aquí arriba?
—Lo sé, y son preciosos. De un tono marrón que se
vuelven verdes cuando te corres. Me lo sé de memoria. Pero
yo no tengo la culpa de que tus tetas hayan caído justo a la
altura de mis ojos.
Se inclina hasta apoyarse en mi pecho con sus labios a
escasos centímetros de los míos.
—Eres guapísima.
—¿Eso crees?
—Ajá.
—Tú tampoco estás nada mal. —Sonríe mientras lo dice y
yo no puedo evitar meter la mano entre los mechones de su
pelo y acercarla para poder besarla. En cuanto su lengua se
mezcla con la mía su sabor mentolado me atrapa. Me aparto
a regañadientes y mordisqueo su barbilla.
—Juegas con ventaja, y eso no vale.
—No tengo ni idea de qué estás hablando.
La Daniela juguetona y coqueta me vuelve loco. Su
lengua juega con el lóbulo de mi oreja y sus manos se
adentran por la parte delantera de mi pantalón de pijama.
No tardamos ni un minuto en quedar completamente
desnudos.
Beso su clavícula hasta llegar a los pechos, esos que han
provocado esto. Juego con un pezón y después con el otro.
Les doy el apretón justo que sé que a ella le gusta y eso
provoca que mi excitación aumente. Daniela, que está
sentada a horcajas sobre mí, aparta mis manos de su pecho
y las coloca sobre el colchón. Después, comienza un camino
de besos que van desde el cuello hasta terminar en mi
erección. Empieza con besos dulces y suaves y termina
conmigo a punto de explotar.
La agarro de los brazos y le doy la vuelta hasta dejarla
bocarriba. Bajo de la cama y busco como un loco un
preservativo en mi bolsa de aseo. A excepción de esa
primera noche en la que ambos acordamos que fuimos unos
imprudentes por hacerlo a pelo, no hemos vuelto a no
usarlos por mucho que ella tenga el DIU puesto y que la
sensación sea mil veces mejor.
Cuando vuelvo a la cama Ella me espera justo en el
centro, con el pelo revuelto y esparcido sobre la almohada,
los labios hinchados, las mejillas sonrosadas y las piernas
abiertas.
—Soy el tío con más suerte del mundo y yo sin saberlo.
Me coloco sobre ella apoyándome en los antebrazos para
no aplastarla, y la beso mientras me cuelo por completo en
su interior. Me trago un gemido que estaba a punto de salir
de su garganta y por el que tengo que parar y respirar un
par de veces seguidas si no quiero quedar muy mal.
Comienzo con un movimiento lento al principio pero que
cada vez va cogiendo más fuerza. No dejamos de besarnos
y modernos en todo momento, sin miedo a que nos
podamos estar dejando alguna marca en el cuerpo. Coloca
sus manos sobre mi pelo y lo acaricia casi con adoración. Yo
quiero acariciarla también a ella, pero la excitación me tiene
un poco sobrepasado y juro que no sé ni cómo me llamo. Me
suelta el pelo, busca mis manos y, aunque un poco reticente
al principio por miedo a aplastarla, al final consiento a que
las coja y las lleve por encima de su cabeza.
Cuando se corre lo hace con la cabeza echada hacia
atrás, los ojos cerrados y susurrando mi nombre. Yo lo hago
segundos después con mi nariz en su cuello, aspirando su
aroma y mordiéndome la lengua para no gritarle que acabo
de darme cuenta de que no tengo ni idea de cómo voy a
poder decirle adiós en apenas unos días.
Después de un despertar de lo más satisfactorio con sexo
en la cama y después en la ducha, bajamos para coger el
coche y poner rumbo a nuestro siguiente destino: Siena y
sus alrededores. Primero paramos en una panadería y
compramos bollería y café con los que recargar pilas.
Antes de llegar a Siena hacemos una parada en
Monteriggioni que, como la ciudad en la que hemos pasado
la noche, es famosa por sus murallas y su marcado interés
medieval. Entre unas cosas y otras llegamos a Siena
pasadas las doce y media de la mañana. Como no la
conocemos y no sabemos adónde ir, nos decidimos por ir
hasta el centro de la ciudad y después dejarnos llevar.
Recorremos sus calles cogidos de la mano. Entramos en
su catedral que es parecida a la de Florencia y corremos a
refugiarnos bajo el toldo de una tienda en la Piazza del
Campo cuando una lluvia torrencial nos alcanza de pleno,
empapándonos de pies a cabeza. No podemos evitar reírnos
de las pintas que llevamos y, tras unos minutos y ver que
esto no tiene mucha pinta de amainar, optamos por volver
corriendo al coche para marcharnos a nuestro próximo
destino.
Daniela lo hace gritando y tapándose la cabeza
intentando protegerse. No puedo evitar romper a reír al
verla.
—¡Déjame y no te rías! —exclama cuando se gira para
mirarme y me ve parado en mitad de la calle sin poder dar
un paso más.
—¿Qué haces con los brazos ahí? ¡Si vas empapada!
—¡No sé! ¡Intentar protegerme un poco!
—Pero ¿de qué? ¡Si debes tener mojadas hasta las
bragas!
—¡¡No grites!! —Intenta sonar enfadada, pero la verdad
es que ella tampoco puede evitar la risa porque sabe que
tengo razón. Al final se quita las manos de encima de la
cabeza, me agarra de la mano y tira de mí para que
continúe corriendo. Cuando llegamos al coche parecemos
dos pasas.
—Así no podemos subir. Y tú, desde luego, así no puedes
conducir.
—¿Y qué hacemos? Porque empiezo a congelarme.
Mira alrededor como buscando algo. Cuando parece que
lo encuentra da una palmada y se lanza a abrir el maletero
del coche. La ayudo a sacar las maletas, cierro y la sigo
hasta detenernos en lo que parece ser un hostal.
—¿Qué dices?
La fachada parece estar limpia y bien cuidada, así como
lo poco que se ve del interior. La miro a ella, me miro a mí y
asiento.
—No podemos hacer mucho más con esta lluvia. Y darme
una ducha calentita ahora mismo me parece el mejor plan
del mundo.
—¿A pesar de que nos retrase en nuestra ruta?
—Este viaje es nuestro. Podemos retrasarlo todo lo que
queramos.
—Pues vamos.
El recepcionista nos mira mal. Lo entiendo. Estamos
dejando la recepción hecha un desastre con manchas de
agua por todas partes. A regañadientes nos da una
habitación en la segunda planta y nos advierte de que no
hay ascensor.
—¿Qué haces? —pregunta Daniela cuando ve que voy a
coger su maleta.
—¿Ser un caballero y subir tu maleta y la mía?
—No necesito un caballero para eso.
—¿Estás segura? Porque he cogido antes esa maleta y
porque la has abierto en el hotel delante de mí, sino
pensaría que llevas un muerto ahí dentro. —Coge el asa de
la maleta y la levanta como si no pesara nada.
—Estoy segura. Donde sí necesitaré ayuda es para
quitarme toda esta ropa mojada. No sé si voy a poder
hacerlo yo sola.
La verdad es que me vuelve loco las veinticuatro horas
del día, pero cuando se pone en plan coqueta se multiplica
por mil. Tras guiñarme un ojo pasa delante de mí y
comienza a subir las escaleras. La sigo, eso sí, muy de
cerca, porque cuando he dicho que el peso de esa maleta
no es normal lo decía totalmente en serio.
No tardo ni medio segundo en hacer lo que me ha pedido
y me convierto en un perfecto caballero. Dejamos las
maletas de cualquier manera en una de las esquinas de la
habitación y nos desnudamos con ansia. Nos metemos
juntos en la ducha y dejamos que el agua caliente se lleve
por el desagüe la lluvia junto con nuestros gemidos.
Ya no salimos de la habitación en todo el día más que
para ir a por algo de comida y volver corriendo a
comérnosla en la cama. Nos permitimos conocernos un
poquito más, pero con datos sin la mayor importancia; como
cuál es nuestro color preferido, si somos más de playa o de
montaña, si preferimos la música española o la inglesa, o
cuál es el sitio más loco en el que lo hemos hecho.
Al caer la noche estamos agotados. Me tumbo en la cama
con Daniela pegada a mí, su cabeza descansando en mi
pecho y sus piernas enredadas en la mía.
—Gracias por proponerme hacer este viaje.
—Gracias a ti por decir que sí y no salir corriendo.
Ojalá alguien me hubiese dicho en ese momento que eso
que me estaba oprimiendo el pecho era miedo. Miedo
porque por primera vez en mi vida me había enamorado. De
ella. De su piel, de sus labios, de su pelo, de sus manos, de
su risa y de su sonrisa.
Capítulo 22
Recibimos el nuevo día contentos y llenos de energía. Las
nubes han desaparecido por completo, ha salido el sol y
nada nos apetece más que coger el coche y seguir con
nuestra ruta.
Daniela está contenta y eso se nota. Ya no solo porque le
brillan los ojos y sonríe sin parar, sino porque en toda la
hora que dura el viaje no para de cantar y bailar cada una
de las canciones que salen de la lista de reproducción de su
móvil, desde Party in The U.S.A, de Miley Cyrus, hasta Waka,
Waka de Shakira, mientras imita como puede su
movimiento de caderas.
Llegamos entre risas a nuestra primera parada;
Monticchiello. No teníamos pensado venir aquí, pues
queríamos ir directos hasta Bagno Vignoni para disfrutar de
sus aguas termales, pero la chica que había en la recepción
del hostal esta mañana —y que era mucho más simpática
que el chico de anoche—, nos ha recomendado visitar este
pequeño pueblo solo para admirar las vistas que hay desde
lo alto. Nos ha confirmado que podíamos acceder en coche
hasta arriba sin problema, porque andando Daniela se
negaba. Lo que ya veremos cómo solventamos es cómo
lograré convencerla para bajar del coche y acercarse hasta
el filo para poder verlo todo bien.
Fuertemente agarrada a mis brazos y prometiéndole que
no voy a soltarla bajo ningún concepto, consigo que baje del
coche para que pueda confirmar por ella misma que la chica
tenía razón. En cuanto nos ponemos de pie y le doy la
vuelta conmigo a su espalda, lo ve; frente a nuestros ojos se
extiende una explanada en tonos verdes y marrones que es
impresionante, con su torre dorada justo en la plaza del
pueblo, ya que los rayos del sol impactan de lleno sobre su
fachada. Una suave brisa sacude el cielo consiguiendo que
las ramas de los árboles se mezan y los pájaros echen a
volar, dando la sensación de que estás siendo partícipe de
algo mágico. Todo esto, junto con sus estrechas y
empedradas calles, le dan al pueblo un aspecto de lo más
pintoresco.
—¿Te gusta? —La rodeo por la cintura pegándola a mi
pecho y dejo un ligero beso en lo alto de su cabeza.
—Es precioso. —Gira la cabeza para poder mirarme a los
ojos—. No te acostumbres, pero… Tenías razón. Las vistas
desde las alturas son preciosas.
—Ya lo sé. —Chasquea la lengua contra el paladar antes
de volver a darme la espalda y seguir admirando lo que
tenemos justo delante—. ¿Nos vamos?
—No. Todavía no. Vamos a esperar solo unos segundos
más.
—Podemos esperar todo el tiempo que quieras. No
tenemos ninguna prisa.
No sé cuánto tiempo pasamos así, con el silencio
rodeándonos, sin hablar, sin movernos, pero fuertemente
agarrados.
Tras esta improvisada parada, por fin llegamos a Bagno
Vignoni, el pueblo conocido por sus aguas termales. El lugar
ideal para vivir en contacto directo con la naturaleza y que
es famoso por sus caseríos de piedra, fortalezas y abadías,
además de por la «piscina» que corona todo el centro de la
plaza y que en sus aguas se reflejan todas las casas que la
rodean. Carlo, el chico italiano que conocimos el primer día
en Cagliari y al que he dejado al cuidado de Marcos, me
recomendó visitarlo y ha sido un acierto.
Dejamos atrás este característico pueblo y ponemos
rumbo a Montepulciano, lugar en el que se rodó El sueño de
una noche de verano y, más recientemente, Luna Nueva, de
la saga Crepúsculo. Aunque Daniela intenta ocultarlo está
emocionada. Dice que las películas son absurdas pero que
los libros le encantan. Me anima a recorrer el pueblo
buscando una fuente que sale en la película y que, por lo
visto, es muy importante, pero todo su entusiasmo se va al
traste cuando uno de sus habitantes nos comunica que tal
fuente no existe y que es un decorado de la película. Por
cómo nos mira y la pesadez con la que habla, yo diría que
no somos los únicos que han preguntado por ella. Nos
detenemos en unas cuantas tiendas y, aunque en un
principio no quería, termino comprando regalos para todo el
mundo. A mi madre le compro un imán para la nevera y a
mi hermana una taza. Las colecciona y no tengo ni idea de
cuántas puede tener ya.
Por la noche, cuando llegamos al hotel y Daniela se queda
dormida entre mis brazos, no puedo evitar levantarme a por
el móvil y hacerle una foto con él. Tampoco puedo evitar el
pinchazo que siento en el vientre al ser consciente de las
pocas horas que nos quedan de estar juntos.
Capítulo 23
—¿Estás segura de que vas a saber conducir esto?
La mirada fulminante que me lanza Daniela me hace
saber que sí. Me coloco de lado en el asiento del copiloto y
coloco mis manos sobre las suyas antes de que ponga el
coche en marcha.
—Daniela de mi vida y de mi corazón, no es que no confíe
en ti, es que no me fio de ti.
—¡¿De qué vas?!
La miro arqueando una ceja y ella, aunque un poco
ceñuda al principio, termina resoplando y poniendo los ojos
en blanco. Pero sigue sin soltar el volante.
Tras pasar la noche y parte del cuarto día de viaje en la
ciudad de Volterra, hemos decidido coger el coche para
volver a Florencia; nuestros vuelos salen temprano al día
siguiente. Como he estado conduciendo yo durante todo el
tiempo, Daniela ha tenido la brillante idea de hacer un
relevo. Yo no tendría ningún problema si no me hubiese
confesado justo antes de arrancar, que esta era la primera
vez que va a conducir un coche desde el lado izquierdo.
Siempre que ha venido para visitar a su familia española, o
se mueve en transporte público o es algún familiar quien la
lleva. Nunca ha tenido la necesidad de ser ella la
conductora. Hasta ahora. Hasta que me ha visto disfrutar
tanto estos días «que le ha picado el gusanillo». Pues qué
suerte la mía.
Si a eso le sumamos que parece que le hayan metido un
palo por el culo de lo recta que está, que las manos le
tiemblan y que ya se ha secado el sudor de la frente dos
veces desde que está ahí sentada, pues a mí,
inevitablemente, se me han puesto los huevos de corbata y
no consigo que bajen. Daniela quita las manos de debajo de
las mías y se las frota contra el pantalón. La veo coger aire
y soltarlo poco a poco.
—Está bien, puede que esté un poco en tensión…
—¿Un poco? Tienes los nudillos blancos de lo fuerte que
estás agarrando el volante…
—¡Porque me chillas y me pongo nerviosa!
—¡No chillo!
—¡Sí que lo haces! ¡Ahora lo estás haciendo!
El tono de piel de su cara pasa del blanco al rojo en
apenas unos segundos. Pero no es el rojo al que me tiene
acostumbrado cuando le digo algo bonito o cuando se pone
nerviosa. Está roja porque parece que esté a punto de
asesinar a alguien y yo tengo todas las papeletas. Me paso
la mano por la nuca, cojo aire y cuento hasta tres
intentando calmarme.
—Vale, perdona. Te juro que no voy a volver a gritarte.
—¿Estás siendo condescendiente conmigo?
—Dios…
Frustrado, apoyo la cabeza en el reposacabezas y cierro
los ojos.
—Mira, ¿sabes qué? Que yo paso. Si te vas a poner así me
bajo del coche y ya conduces tú. Sin problemas.
Es demasiado rápida. Cuando me quiero dar cuenta ya ha
bajado del coche y está rodeándolo. Salgo y me planto
delante de ella bloqueándole el paso.
—¿Serías tan amable de apartarte?
—No.
—¿No serías amable?
—No, no quiero serlo. Mírame. —Se cruza de brazos y
dirige su mirada a todos los sitios menos a mí—. ¿Puedes
mirarme? Por favor...
Le pido esta vez de una forma mucho más dulce, suave y
tranquila. Parece surtir efecto. Aparta la vista del suelo y me
mira. Aún a riesgo de que me corte los dedos por tocarla, la
sujeto por los codos.
—No soy de esos, ¿vale?
—Ya. —Bufa y pone los ojos en blanco
—No hagas eso. Escúchame un momento, ¿de acuerdo?
No soy de esos. Me encanta que las mujeres conduzcáis y
no me da miedo ver a una tras el volante. Bueno, a Paula sí,
pero porque está como una cabra y estoy convencido de
que le robó el carné al examinador. —Consigo arrancarle
una pequeña sonrisa, aunque intenta ocultarla—. No tengo
ningún problema con que te pongas tras ese volante. Lo que
me da miedo es verte tan nerviosa e insegura y que,
encima, me digas que nunca has conducido por mi lado de
la carretera. Entiéndelo, ¿vale? Me pasa contigo y me
pasaría también si fuera con Marcos, estuviésemos en
Inglaterra, y quisiera llevarme a dar una vuelta por la
ciudad. Te aseguro que me acojonaría igual.
La miro de forma suplicante porque es cierto y necesito
que me crea.
Viéndola enfurruñada, con los brazos cruzados
mordiéndose el labio y repiqueteando el pie contra el
asfalto, no puedo evitar compararla con mi hermana. Me
recuerda mucho a ella. No físicamente, porque son
totalmente opuestas, pero sí en cuanto a su forma de
pensar y de actuar. Estoy seguro de que si se conocieran
harían muy buenas migas.
Tan pronto como este pensamiento aparece noto un
pinchazo como el de la pasada noche, porque soy
consciente de que eso es algo que nunca pasará; Daniela y
Eva nunca se conocerán y nunca serán amigas.
Un bufido procedente de la chica que tengo justo enfrente
me devuelve al presente y a su cara de enfado, la cual
parece haberse suavizado bastante. Hago a un lado una
idea que no tiene sentido alguno y me centro en el ahora.
—¿Mejor? —Tras unos segundos de completo silencio,
asiente. Sonrío—. No quiero que un malentendido estropee
las últimas horas que nos quedan juntos.
—Yo tampoco. —Da un paso al frente acortando la
distancia que nos separa y me rodea la cintura con los
brazos. Yo no tardo en imitarla.
—Si quieres conducir, yo encantado. Solo necesito que
estés convencida y que no parezca que está a punto de
darte un infarto.
—Me parece justo y razonable.
—Entonces, ¿qué? ¿Lo intentamos?
Murmura algo, aunque no logro entender bien qué es
porque tiene la cara escondida en mi pecho y eso amortigua
cualquier sonido. A regañadientes, porque no quiero
soltarla, doy un paso atrás y la miro.
—¿Lo intentamos?
—Lo intentamos —confirma con una sonrisa.
—Esa es mi chica.
Tercer pinchazo en menos de veinticuatro horas.
Conseguimos llegar a Florencia sanos y salvos. Al
principio parecía algo imposible, sobre todo cuando no
paraba de soltar la mano izquierda para cambiar de
marchas o cuando ha cogido una rotonda en dirección
contraria y no ha hecho otra cosa que gritar histérica
mientras duraba toda la vuelta. En ese momento, yo me he
limitado a agradecer que no hubiese nadie más por ahí, a
intentar tranquilizarla a ella y a ver cómo conseguía que los
huevos me volvieran al sitio.
Nos alojamos en el mismo hotel que la vez anterior.
Cuando subimos a la habitación nos entra la risa al
comprobar que también es la misma. Soltamos las maletas
y nos lanzamos sobre la cama; ella boca abajo y yo boca
arriba. No tardo ni dos segundos en ponerme de lado para
verla bien. Le aparto el pelo de la cara y se lo coloco tras la
oreja. Pero no retiro la mano. Comienzo acariciándole el
contorno del rostro, perfilando su mandíbula, su cuello.
Cierra los ojos y acaricio sus párpados y las mejillas. Subo la
mano hasta su pelo y entierro los dedos en él.
—Parece que todo va a acabar donde empezó —susurra.
Apoyo mi frente contra la suya y me trago el nudo que se
me ha formado en la garganta. Este no tiene nada que ver
con los pequeños pinchazos que he estado sintiendo. Este
es un nudo del tamaño de una nuez que se me ha atascado
en la garganta y me impide tragar con normalidad. Maldita
sea. Esto no tendría que estar desarrollándose de esta
manera. Esto que estoy sintiendo no tendría que ser así. No
debería haber nudos en la garganta, pellizcos en el vientre
ni dolores en el pecho. Esto tenía que ser algo fácil y
sencillo. Una aventura como la que tienen miles de
personas. Algo que, al recordar, lo hiciera con una sonrisa y
con mucho cariño.
No deberían estar picándome las manos solo de pensar
en que en pocas horas dejaré de tocarla. No deberían
dolerme los oídos por ser consciente de que nuca más
volveré a escuchar su risa. No deberían dolerme los labios
de imaginar que ya no podré besarla cuando quiera o, peor
aún, que será otra persona quien lo haga, al igual que será
otro quien la haga sonreír como yo lo he estado haciendo
hasta ahora. No deberían estar escociéndome los ojos
mientras pienso en que, en apenas unas horas, tendré que
decirle adiós y ver cómo se sube en ese avión que la alejará
de mí. No debería estar sintiendo nada de esto y, sin
embargo, no puedo evitar hacerlo.
Abro los ojos dispuesto a hablar con ella. A decirle que me
arrepiento del trato que hicimos y de que lo veo una
soberana estupidez. No tengo ni idea de qué siento
exactamente ni de qué siente ella, pero sí es cierto que
quiero averiguarlo. Que necesito saber su apellido, conocer
dónde estudia y si tiene perro o si, por el contrario, los odia.
Quiero que entienda que esta semana ha sido mágica,
especial, y que tengo la necesidad de seguir disfrutando de
ella. No importa cómo, ni tampoco me preocupa. Es algo
que podemos ir viendo sobre la marcha sin ataduras, pero sí
con promesas.
Pero todos estos pensamientos terminan muriendo en mi
boca porque cuando abro los ojos me encuentro con una
Daniela profundamente dormida, con la boca ligeramente
abierta y su mano descansando sobre la mía. La idea de
despertarla cruza mi mente, pero no lo hago.
—¿Crees en las señales, Pedro? —me preguntó una vez
Eva poco tiempo después de morir nuestro padre, en una de
esas veces en las que nos quedábamos a dormir con mi
madre en su casa para no dejarla sola y ella, en mitad de
noche, se colaba en mi dormitorio para dormir conmigo.
No recuerdo exactamente a qué vino esa pregunta. Solo
recuerdo que me quedé en silencio mirando al techo
mientras dejaba que se apretara contra mí y me abrazara
mientras sollozaba en silencio. Se quedó dormida antes de
que pudiera contestarle. Tampoco sabía qué decirle, porque
era algo en lo que nunca había pensado.
Ahora, sin embargo, contestaría que sí. Creo que Daniela
se ha quedado dormida porque así es como deben ser las
cosas. Ya lo dijimos, ¿no?; sin promesas que no se puedan
cumplir. Sin presiones que te puedan ahogar. Sin
sentimientos que no se puedan gestionar.
Me quito los zapatos, le quito a ella los suyos con cuidado
y nos arropo a ambos con la sábana dejando que Morfeo me
lleve con él en cuestión de segundos.
Capítulo 24
Daniela
Hola, Pedro.
Daniela
SEGUNDA PARTE
EL PASO DE LOS AÑOS HASTA LA
ACTUALIDAD
Capítulo 27
Daniela
Septiembre 2011
Diciembre 2012
Septiembre 2014
Marzo 2016
Agosto 2017
Pedro
La primera vez que te vi me pareciste la chica más guapa
del mundo. ¿Te lo había dicho alguna vez? Tenías las mejillas
tan sonrosadas que solo tenía ganas de acariciarlas para ver
si eran por el frío o por mí. Con los días descubrí que te
sonrojabas con mucha facilidad, sobre todo, cuando te decía
algo bonito. ¿Te sigue pasando, Daniela? ¿Te sonrojarías si te
dijera que sigues siendo la chica más guapa que he
conocido y conoceré? ¿Si te dijera que jamás, en todos estos
años, he dejado de pensar en ti? ¿Lo harías si te dijera que
me arrepiento de no haberte besado esa misma noche pero,
sobre todo, de no haberte pedido tu número de teléfono?
¿De haber sido un idiota y haberme creído ese «juego» de
vivir el aquí y el ahora porque el futuro no importaba,
cuando lo que de verdad quería era tenerte en él? Daniela,
¿te sonrojarás si te digo que lo mejor que me ha pasado en
la vida ha sido viajar a Cagliari esas Navidades de 2011?
Lo siento, Daniela. Lo siento muchísimo.
Pedro
Capítulo 41
Treinta y tres. Ese es el número de notas que le he enviado
a Daniela en estos últimos meses. Treinta y tres. Cero son
las respuestas que he recibido por su parte, y ya no se me
ocurre qué más puedo hacer. Se me agotan los recursos y
se me acaban las ideas.
He llegado a pensar en ir a su padre e implorarle que
hable con ella, incluso en utilizar a nuestro hijo para
conseguir su compasión y recibir su perdón, pero me he
dado cuenta de que cualquiera de esas dos opciones son un
error porque necesito que me perdone por ella. Por
nosotros. Y no quiero involucrar a nadie más.
Me levanto de la cama y miro por la ventana. El tiempo
no acompaña en absoluto a mi estado de ánimo. A pesar de
que es por la mañana está gris, casi negro, y la lluvia no
deja de caer, lo que me hace estar más apático y deprimido.
Todo es una mierda. Una mierda que he creado yo solito
por no saber hacer las cosas bien desde el principio.
Corro la cortina hasta dejar el cuarto en penumbra y
vuelvo a la cama. Es domingo y no tengo ninguna intención
de salir de la cama. Ayer ya tuve mi dosis familiar por el
cumpleaños de Gonzalo y creo que ya tengo suficiente para
dos meses.
Me tapo los ojos con el antebrazo y pienso en la última
carta. Esa que pensaba darle en mano en algún momento
de la velada, pero que después me pareció mejor colar por
debajo de su puerta cuando se marchó un momento a su
habitación. Sé que la leyó. Lo sé por la forma en la que me
buscó al salir media hora más tarde. Por la forma en la que
sus ojos brillaron al encontrarse con los míos o por la
sonrisa ladeada que me regaló. Entonces, ¿por qué no se
acercó? ¿Por qué no me dijo nada? ¿Por qué se despidió de
mí con un simple movimiento de cabeza?
Tengo tantas preguntas en mi cabeza y ninguna
respuesta que solo tengo ganas de taparme con la sábana y
volver a dormir.
El móvil suena. Lo busco a tientas hasta localizarlo debajo
de la cama. Es Marcos quien me llama. Lo siento mucho por
mi amigo, pero ahora no tengo ni fuerzas ni ganas para
hablar con él. Dejo que suene, pues si cuelgo se dará
cuenta de que algo me pasa y será capaz de llamarme
hasta que se lo coja.
No pasan ni dos segundos desde que la llamada se ha
cortado cuando llaman de forma insistente a la puerta de
casa. Me tapo la cabeza con la almohada y ahogo un grito.
¿Es que no pueden dejar a uno autocompadecerse en paz?
Como él vive feliz y contento en su particular país de la
piruleta y el algodón de azúcar con mi hermana, ¿todos
debemos hacer lo mismo?
Vuelven a llamar y esta vez lo hacen con más insistencia.
Me levanto hecho una furia y voy dando grandes
zancadas hasta el recibidor. Cojo el pomo y abro la puerta
de forma brusca sin ni siquiera mirar quién está al otro lado.
—¡Me cago en todos mis muertos, Marcos!
—No soy Marcos.
Exacto. No es Marcos quien está al otro lado, sino
Daniela.
Está empapada de pies a cabeza y está tiritando. Lleva el
pelo recogido en una cola alta, pero eso no evita que se le
pegue a la piel, a los labios. Los cuales, por cierto, tiene
hasta un poco morados.
—¿Qué haces ahí? Vas a coger una pulmonía.
No dejo que me conteste. La cojo del brazo y la arrastro
hasta meterla dentro de casa. La llevo hasta el comedor y la
obligo a sentarse en el sofá. Está poniéndolo todo perdido
de agua, pero me da exactamente igual. Ya se limpiará más
tarde.
—Quítate todo eso. Voy a por toallas y a por ropa seca —
le ordeno mientras corro directo hasta mi habitación y cojo
el primer pantalón de chándal que encuentro y la primera
camiseta. Después, antes de volver al comedor, paso por el
baño y cojo un par de toallas limpias.
—¿Por qué no te das una ducha caliente? —Comienzo a
regular el agua, pero nadie me contesta. Tampoco se
escuchan pasos por el pasillo—. ¿Daniela?
Vuelvo a preguntar. Temo que del frío sea incapaz de
hablar, así que me olvido del agua y corro de vuelta al
comedor. Pero al llegar me la encuentro en la misma
posición; sentada en el sofá. Solo que tiene la cabeza
gacha, mirando al suelo.
Me acerco hasta ella despacio, con cautela, hasta quedar
de cuclillas.
—¿Daniela?
La voz me sale estrangulada, nerviosa, y el corazón me
va a mil por hora. Tras lo que me parece una eternidad
levanta la cabeza y debo controlar las ganas que tengo de
lanzarme sobre ella y abrazarla. Me mira sonriendo y con el
brillo en los ojos que tanto me recuerda a esos días en Italia.
—¿Qué estás…?
—Eres idiota. Pero tú eso ya lo sabes.
—Eh…
No puede evitar reír tras ver la cara que pongo.
Claro que sé que soy idiota, pero no esperaba que fuera
eso lo que iba a decirme en cuanto abriera la boca. Niega
con la cabeza y alarga la mano hasta posar la palma contra
mi mejilla. La tiene helada.
—Estás congelada. ¿Qué te parece si te cambias y luego
me insultas?
—Eres idiota —repite, ignorando lo que acabo de decirle.
Se acerca hasta frotar su nariz contra la mía. Es un gesto
tan inesperado como dulce. No puedo evitar cerrar los ojos
—. Pero eres mi idiota, Pedro. Desde el primer momento en
esa playa fuiste mío tanto como yo fui tuya. Fuimos unos
necios al negarnos lo que estábamos sintiendo, a no
escuchar a nuestros corazones, porque yo también me
enamoré de ti como no me había enamorado de nadie en
toda mi vida.
Abro los ojos sorprendido, levanto la cabeza y la miro. La
estudio. Se pinza el labio y se encoge de hombros.
—¿Lo dices de verdad?
—Nunca he dejado de quererte, Pedro.
—¿Ni estos meses en los que he sido un idiota?
—Debo reconocer que en este tiempo también te he
odiado. Un poquito. Pero como te he dicho antes eres mi
idiota y perdonarte ha sido muy fácil. Solo tenías que elegir
las palabras adecuadas.
No me lo pienso. Me abalanzo sobre ella dejando que me
empape con su ropa mojada. Me da exactamente igual.
Daniela se ríe junto a mi oído y yo estoy a punto de explotar
de felicidad. Su risa es el sonido más bonito del mundo y lo
había olvidado, pues en todos estos meses no se ha reído
así ni una sola vez.
Rectifico: no se ha reído ni una sola vez así conmigo.
Por miedo a hacerle daño maniobro hasta ser yo el que
esté sentado en el sofá con ella sobre mí, con una pierna a
cada lado de mi cintura. Nos miramos a los ojos y no
podemos evitar reír a carcajadas.
—Sé que te lo acabo de preguntar, pero ¿de verdad me
quieres? —pregunto cogiéndola por las mejillas y
acariciándolas con los pulgares.
—Escribir esa nota fue lo más duro que he hecho y te
puedo asegurar que criar a Pedro sin ti… —Los ojos
comienzan a brillarle a causa de las lágrimas contenidas.
—Daniela…
—No. Escúchame un segundo, ¿vale? —Coloca un ledo
sobre mis labios. Lo beso y asiente—. Criar a Pedro sin ti fue
duro, sobre todo, porque fue algo que yo no elegí. Ni
quedarme embarazada ni que tú no supieras de su
existencia. Te juro que si hubiera sabido algún dato más de
ti o alguna forma de contactarte lo habría hecho. No quiero
que tengas la menor duda.
—Lo sé, lo sé. Por favor, no me hagas caso. Ese día fui un
auténtico capullo y era el enfado el que hablaba, no yo.
Tienes que creerme.
—Y lo hago, es solo que… Es solo que quiero que lo
tengas claro. No sabía nada de ti, Pedro. Nada. Y no sabía
cómo dar contigo. Por supuesto, Tessa no tenía el número
de teléfono de Marcos, como supongo que Marcos no tenía
el suyo, ¿no?
Resoplo y niego. Claro que no lo tenía. El único teléfono
que nos llevamos de ese viaje fue el de Carlo. El italiano con
el que continuamos conservando la amistad y al que hemos
recurrido alguna vez en nuestra vida, como cuando mi
amigo se fue a su casa a esconderse cuando Eva y Raúl se
prometieron. Aparto ese pensamiento de mi mente porque
ahora no viene a cuento y vuelvo a prestar toda mi atención
a Daniela.
—Esa noche, la última, tuve que irme sin despedirme
porque si te hubieras despertado no habría sido capaz de
salir de esa habitación sin decirte que me había enamorado
de ti. Pero tenías razón. Teníamos razón. ¿Cómo íbamos a
hacerlo? ¿Lo habrías dejado todo y te habrías venido
conmigo a Londres? ¿Lo habría dejado yo y me habría
venido aquí a España contigo? Era una locura. Además, me
obligué a pensar en que nadie se enamora de otra persona
en solo quince días, que eso solo ocurría en las películas y
que nosotros no estábamos viviendo una.
Dibuja con el dedo índice el contorno de mi cara, mis ojos,
mi mandíbula, la nariz y, por último, los labios. Un escalofrío
me recorre entero y puedo asegurar que no tiene nada que
ver con que tenga la ropa mojada.
—Pero el destino te ha vuelto a poner en mi camino. Ese
destino que hizo que nos encontráramos una vez y que
después nos separó. Solo que ahora nos ha hecho más
fuertes, más listos, y ha tenido la gracia de hacer que
vivamos en el mismo país.
No puedo evitar reír a carcajadas. Daniela no tarda en
seguirme unos minutos después. La estrecho fuerte contra
mí haciendo que su cabeza descanse sobre mi pecho, justo
a la altura del corazón. Estoy seguro de que puede notar
cómo late. Cómo late por ella.
—Siento mucho haber perdido tanto tiempo en hacer las
cosas bien.
Siento cómo hace fuerza para apartarse, pero se lo
impido. La retengo entre mis brazos con una mano sobre su
espalda y la otra agarrando su coleta con suavidad. Ahora
es mi turno.
—Cuando me di cuenta de que Pedro era mi hijo, cuando
vi ese álbum con esas fotos y fui realmente consciente de
todo lo que me había perdido… me perdí, Daniela. Me perdí
y no supe encontrarme de ninguna de las maneras. Estaba
cabreado, enfadado y necesitaba pagarlo contigo. No era
justo, lo sé y lo sabía entonces, pero no tenía otra forma de
hacerlo y esa me pareció la mejor, aunque eso solo
consiguiera que te perdiera por el camino. Pero te lo voy a
compensar. Te lo juro. Si me dejas voy a ser el chico que te
mereces. Que tú y Pedro os merecéis, porque sois la familia
que quiero tener en mi vida y no quiero pasar ni un día más
sin conocerte, sin conocerlo a él y sin dejar que vosotros
hagáis lo mismo conmigo. Empezamos la casa por el tejado,
pero eso no tiene por qué impedirnos terminarla. Nadie dijo
que la vida fuera sencilla, y yo hace tiempo que entendí que
lo mejor que puede pasarte es que te arriesgues, que vivas
aventuras, y tú eres la mejor prueba de que eso es cierto. Tú
eres mi mejor hola y mi mejor adiós, Daniela.
Ahora sí. Ahora permito que se incorpore y se aparte de
mi pecho, aunque no de mis brazos. Cuando busco sus ojos
estos están brillantes y por sus mejillas ya ruedan lágrimas.
Le pido permiso. No quiero hacer algo que la moleste, pero
me muero por besarlas todas.
Asiente.
Acerco mis labios hasta ellas y las beso. Una a una, poco
a poco, llevándome con ella tristezas, llantos, lamentos y
dejando en cada uno de los besos que le doy comienzos,
alegrías, momentos y futuros.
Tras estar unos segundos besando ambas mejillas, cierra
los ojos y beso sus párpados para terminar en sus labios. Es
un beso deseado, pero también es delicado. Un beso
cargado de recuerdos, nuestro, parecido a los que nos
dábamos en esas habitaciones entre las sábanas revueltas.
O los que nos dábamos cuando reíamos porque
intentábamos ducharnos juntos y las duchas que nos
íbamos encontrando en nuestros viajes eran demasiado
pequeñas hasta para una persona. Los que nos dábamos
mientras paseábamos por las calles de Italia, cuando
entrábamos o salíamos del coche o mientras comíamos
helados y pizzas y nos poníamos perdidos.
Nos besamos como si fuera la primera vez y también la
última. Pero esta vez nos besamos queriéndonos; con el
cuerpo, con la piel y con el alma. Como amigos, como
pareja, como amantes, como padres. Como familia. Nos
queremos como lo que somos; un hola y un adiós.
Aunque nosotros ahora solo nos quedamos con el hola. El
adiós se lo dejamos a los demás.
Capítulo 42
Daniela
Paula:
Daniela, Pedro. ¿Os ha llamado vuestro hijo para ver
cómo le ha ido el primer día? Decidme que no, por favor. Me
sentiría muy dolida con él si habla con vosotros primero
antes que conmigo.
Pedro:
Resulta que yo soy su padre y Daniela su madre. LO
NORMAL SERÍA QUE HABLARA CON NOSOTROS PRIMERO,
¿NO CREES?
Paula:
Qué humos tienen algunos de buena mañana. ¿Quieres
un café? Ahora mismo le digo a Valeria que te baje uno.
Marcos:
Pedro, ¿puedes volver a explicarme por qué os habéis ido
a vivir a la misma finca que mi hermana? No juzgo, ¿eh?
Solo es curiosidad.
Pedro:
No lo sé, amigo. No lo sé. ¿Porque soy masoca?
Daniela:
Porque vimos este piso, nos enamoramos y pensamos
que tener a un pediatra como vecino sería bueno porque las
gemelas se pasan más tiempo malas que buenas. Y porque
me amas, me adoras y me quieres.
Pedro:
¿Ves? Ya sabía yo que había un buen motivo. Te quiero,
cariño.
Eva:
Creo que voy a vomitar. Esperad un poco a ser
empalagosos, por favor, que todavía no me he tomado ni el
café.
Paula:
Me lo has quitado de la boca, amiga.
Alejandro:
Te podrás tú quejar.
Pedro:
Mira, ya salió el pediatra de turno. ¿Qué pasa, cuñado?
¿Tú no trabajabas esta noche?
Alejandro:
Así es. Estoy volviendo ahora a casa.
Paula:
Oye, doctor Macizo, no quiero ser desagradable, pero…
¿alguien sabe algo del niño o no? No he podido dormir en
toda la noche de los nervios.
Daniela:
¿Tú? Yo me he tenido que ir a dormir a la habitación de
Laura y Alejandra de la pena que tenía.
Eva:
Ay… te entiendo tan bien. Yo no quiero saber cuando Juan
vuele. Porque a Javi no le voy a dejar volar.
Marcos:
Eso es cruel, cielo. ¿Por qué a tu hijo Juan sí y al pobre
Javi no?
Eva:
Porque nació después.
Pedro:
Eso es más que injusto, hermanita.
Eva:
Ya lo sé. Pero es que lo llevo fatal. Fatal.
Alejandro:
¡Pero si aún te quedan unos cuantos años!
Marcos:
Tú ríete, pero ya me contarás cuando sea Valeria la que
se marche de casa.
Alejandro:
Valeria no va a volar a ningún sitio. Por eso Paula y yo
solo tuvimos una hija. Con controlar y manipular a una
tenemos de sobra.
Junior:
Qué horror de conversación. ¿Pensáis en serio lo que
decís o lo escupís así sin más? Porque si es lo primero, os lo
deberíais hacer ver. Todos. Pienso guardar esta
conversación en favoritos para enseñársela a todos mis
primos en el grupo que tengo con ellos.
Paula:
¡El niño ha hablado! ¿Todo bien? ¿Hay mucha gente? ¿Has
encontrado tu clase? ¿Son igual de estirados que los
ingleses?
Daniela:
¿Has desayunado bien antes de salir? ¿Te has llevado algo
para comer más tarde? Me prometiste que te ibas a cuidar y
a una madre no se le miente, Junior. Lo sabes.
Eva:
¿Hace mucho frío? No te olvides de coger siempre un
paraguas y una chaqueta. Aunque salga el sol el tiempo
luego engaña. Hazme caso.
Alejandro:
Si dejáis de preguntar cosas las tres a la vez sin ni
siquiera respirar, a lo mejor Junior puede contestar a alguna
de vuestras preguntas. Es mi opinión, eh.
Junior:
Gracias, tío.
Alejandro:
A mandar.
Junior:
¿Por dónde empiezo? Sí, he llegado bien. Esto es enorme,
pero me encanta. Lo tengo todo, o eso creo. Pero si no sé
algo lo pregunto. Tengo veintiún años y suficientes pelos en
los huevos como para saber desenvolverme solo entre estos
pasillos.
Marcos:
Me encanta saber que me escuchas cuando hablo.
Aunque para ayudarme a arreglar la puerta también los
tienes, ¿eh, chaval? Díselo también al vago de tu primo en
el chat ese que dices que tenéis. Ahí lo dejo.
Pedro:
No quiero parecerme a tu madre y a las locas de tus tías,
pero… ¿y del resto de cosas?
Junior:
Todo en orden. Mi compañero de piso es cocinero. O
intenta serlo. Así que me prepara unos desayunos de puta
madre. Vengo con las energías más que renovadas. También
me ha preparado un sándwich de queso para después. Y, sí,
tía Eva. Llevo una sudadera en la mochila.
Eva:
Gracias, cariño.
Daniela:
Gracias, mi amor. Te quiero. No lo olvides.
Paula:
Yo también. Y más que ellas, ya lo sabes. Pero es nuestro
secreto, que yo como madre sé cómo duele que tus hijos
quieran más a la tía que a la madre.
Marcos:
Tía postiza. No lo olvides.
Paula:
Bésame el culo.
Marcos:
Eso se lo dejo a tu pareja de hecho, que no a tu marido.
Paula:
Y dale con el temita. A ver, que tú hayas querido pasar
por el altar vestido de pingüino y yo no, no significa que tú
quieras más a tu mujer que yo a Alejandro. ¿Te queda claro?
Y ahora, lo dicho: bésame el culo.
Junior:
Os voy a echar mucho de menos. A todos. Os quiero.
Y ahora os dejo, ¡tengo que empezar mi primera clase!
Estoy nervioso. ¿Es normal?
Pedro:
Lo extraño sería que no lo estuvieras. Te quiero, campeón.
Junior:
Y yo a ti, papá.
Agradecimientos
Si dije que la historia de Paula fue difícil de escribir, era
porque no había escrito todavía la de Pedro. No porque él lo
hiciera complicado, pues es un personaje al que es
inevitable no cogerle cariño y enamorarte de él; es un chico
dulce, atento y cariñoso. Si no porque su historia con
Daniela es diferente, es nueva y es… complicada. Espero
que la hayáis disfrutado tanto o más que yo.
Mi primer agradecimiento va para todas esas personas
que han llegado hasta aquí. Gracias por elegirlos a ellos, por
leerlos y por disfrutarlos.
Gracias a mis padres y mis hermanas por estar siempre a
mi lado apoyándome, ayudándome y aconsejándome. Hacer
esto sola es muy difícil, así que soy muy afortunada por
teneros a todos conmigo.
Gracias a las mejores lectoras cero del mundo, y es que
gracias a sus ánimos, sus audios, sus comentarios y sus
risas todo se lleva mejor; Elsa García, María Pilar, Berta,
Gemma y el trío más peligroso de todos, Helena, Adriana y
Emma.
Gracias a Adriana Rubens por aguantarme y ayudarme
con el proceso creativo y, sobre todo, a Marta Francés por
estar siempre a mi lado.
Por último, como siempre, gracias a ellos; a mi chico y a
mis pequeños. A ti por decirme siempre que yo puedo con
todo. A vosotros dos por hacerme ser mejor persona cada
día y darme la fuerza que necesito para luchar por todo.
¡Nos vemos en el siguiente libro!
Sobre la autora
Natural de Valencia, crecí entre libros. Fue mi madre quien
me introdujo en este mundo de la mano de Mary Higgins
Clark. Me siguen gustando las historias de suspense y los
thrillers, pero me atraen demasiado las historias
románticas. Muchos dicen que desprendo purpurina y
algodón de azúcar. No es algo que me preocupe demasiado;
al contrario, me siento orgullosa.
Me encanta perderme entre las páginas de un libro, vivir
grandes aventuras, conocer otras ciudades, otros mundos y
fingir ser otras personas. El año dos mil dieciocho decidí dar
el salto y ponerme al otro lado, ser yo la que contara esas
historias, y le he cogido el gusto. Espero haceros sentir
todas esas cosas y que, cuando terminéis de leer mis libros,
lo hagáis con una sonrisa.
Mi primer libro publicado fue Siempre hemos sido
nosotros. En ella se cuenta la historia de Marcos y Eva, los
pioneros. Mi segunda novela publicada, y que nada tiene
que ver con esta, es Solo contigo, ¿recuerdas? Es la historia
de Héctor y Jimena, unos personajes dulces y diferentes que
tienen mucho que contar. Y, después, volvimos con la
familia Sánchez – Baró y, más concretamente, con Paula.
Una historia divertida a la vez que dura.