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El drama que no vi venir

Marisa Sefra

Bola Ocho Ediciones


Copyright © 2023 Marisa Sefra

Ilustración y diseño: Adela Aragón


Todos los derechos reservados.
ISBN: 9798385804948
En todas las pandillas de los noventa había un Chus, esta historia es para
ellos. Y para Xavi, por ser el nuestro.
Contents

Title Page
Copyright
Dedication
1. Si puedes visualizarlo
2. El gigante y el tonto de las flores
3. No llores
4. Una metáfora
5. La casa de mis sueños
6. Las he pagado yo
7. Como una hermana
8. Hacer del mundo un sitio mejor
9. Destruir
10. Una hostia a tiempo
11. Un submarino entresemana
12. Vuelta al cole
13. Sin parejas
14. Por mis pelotas
15. No era virgen
16. Una reunión de subnormales
17. Contra natura
18. Ella
19. Mis nuevos amigos
20. Una dura petición
21. Mi nueva inquilina
22. Historias de amor
23. Se queda pendiente
24. La sonrisa del payaso
25. Hazme caso
26. Nadie quiere tirarse al hombre de hojalata
27. Tenemos que hablar
28. Mi momento preferido
29. Ok
30. La fiesta de Clau
31. ¿Dónde está Carina?
32. El resopón tras la fiesta
33. No te confundas
34. Un encuentro en el parque
35. Joder con la psicóloga
36. Un amigo de su hermano
37. El columpio
38. Antes chicas que hermanas
39. Un trol de la suerte
40. Solo somos amigos
41. Buceando en un mar de silicona
42. Solo una cerveza
43. Pues no era tan difícil
44. Nueva rutina
45. No era una broma
46. Solo es un favor
47. Putos cacahuetes
48. Carta de pizzas
49. Me encanta Loui
50. Alarde de sensibilidad
51. ¿Todos piensan eso?
52. Nivel de perturbación
53. Estás muy loca
54. El parto
55. Un secreto
56. Esa risa
57. Español raro
58. Comer castañas
59. Alguna alergia
60. Exnovias dos
61. Me lo como
62. La cena
63. ¿Cómo será eso?
64. Todo
65. ¿Qué ha pasado?
66. ¿Qué te gusta?
67. Mandriles en celo
68. Todas esas cosas
69. Y lo que no es la cabeza
70. Quería verte
71. Un par de palmos más abajo
72. No mires
73. Qué crack
74. Una última señal
El epílogo de Carina
El epílogo de Chus
Agradecimientos
Referencias musicales y literarias
A lo largo de esta historia, aparecen muchas canciones.
De algunas se hace referencia directa y de otras no, pero
todas han ayudado en cierto modo a la construcción del
relato y a crear las distintas atmósferas que se respiran en
él.
No son esenciales para la historia, pero, si quieres,
pueden acompañarte en tu lectura.
Todas ellas tienen una referencia para encontrarlas al
final del libro. También las hemos incluido en una playlist de
Spotify a la que puedes acceder haciendo clic aquí o
escaneando este código desde el buscador de la aplicación:
1. Si puedes visualizarlo
Septiembre, 2010

CHUS

—No me extraña que te dejara la Vero, porque mira que


eres feo —me suelta mi abuela desde el sofá, sin apartar la
vista del televisor. Está viendo uno de esos programas
donde a la peña le hacen un cambio de look radical.
Levanto la cabeza de los papeles que estoy revisando
sobre la mesa camilla y la miro. No puedo haberla entendido
bien, seguro que lo que ha dicho es otra cosa. Opto por no
contestar y vuelvo al papeleo que me ha dado mi hermano,
pero, por más que lo miro y remiro, no entiendo una mierda.
—¿No me has oído? —insiste la yaya, esta vez
dirigiéndome una rápida mirada.
—No, perdona, estoy con la cabeza en esto que me ha
dado Chimo, que no me aclaro.
—He dicho que no me extraña que te haya dejado la
Vero, que eres muy feo.
Ah, pues sí, la había entendido bien la primera vez.
Abro la boca para contestar algo, pero la vuelvo a cerrar
al momento, no sé ni qué decir.
—¿No me has oído? —insiste.
—Sí, yaya, te he oído —suspiro.
—¿Y no tienes nada que decir? —Sonríe de nuevo y
vuelve a prestar atención a la pantalla.
—¿Y tú solo sabes hablar con negaciones? —pregunto
como respuesta.
—No sé de qué me hablas…
—¿Lo ves?
—No veo nada…
Resoplo y sigo a lo mío.
—No sé por qué no vas a un programa de esos a que te
conviertan en un buen partido… —añade señalando al
televisor.
—Ya soy un buen partido, yaya —me río.
—No solo eres feo, parece que tampoco eres muy listo…
Siento una puñalada en el corazón y decido irme a mi
habitación. Mi autoestima no está ahora mismo lo bastante
fuerte como para escuchar este tipo de cosas.
—Voy a seguir en mi cuarto, ¿quieres que te traiga algo
antes?
—No quiero nada. —Agita una mano mientras lo dice.
Llego a mi dormitorio y, nada más poner el culo en la
cama, me llega su voz desde la salita.
—¡¿Por qué no me traes un café con leche?!
Joder, tiene un puto don para tocar las narices.
—¡Voy, yaya! —contesto con un grito para que me oiga
desde allí.
Voy hasta la cocina, le preparo su café como sé que le
gusta y se lo llevo.
—Toma, yaya. —Le paso la taza y la coge con sus dos
manos temblorosas.
—¿No le has puesto azúcar? —pregunta mientras me
mira.
—Sí, claro que le he puesto azúcar, como a todos los
cafés que te hago cada día… ¿Por qué das por hecho que
no?
—Yo no doy por hecho nada, solo pregunto.
—Siempre esperas lo peor, yaya. Te lo deberías hacer
mirar…
—No veo. —Agita una mano para que me aparte de
delante del televisor y da por finalizada la conversación.
Mejor, me voy a mi cuarto.
Al entrar en mi habitación, me vuelve a dar el bajón.
Treinta años y de vuelta en casa de mi madre, menos mal
que parece que queda poco.
Voy a hacerme un canuto. Sé que mis colegas tienen
razón y que debería fumar menos porros, al menos
entresemana, pero hoy estoy agobiado y, técnicamente,
hasta la semana que viene que vuelva al instituto, estoy de
vacaciones.
Decido poner algo de música[i] para sentirme menos
solo, pero los temas que elijo últimamente no ayudan.
Aunque tampoco lo harían las canciones de amor
correspondido, la verdad.
Qué dura es la ruptura de una relación de diez años. Me
duelen los recuerdos, pero me duelen más las esperanzas.
Qué imposible me parece olvidar a esa persona con la que
te veías compartiendo el resto de tu vida.
Con la primera calada ya pienso en ella. No le voy a
echar la culpa al hachís, pienso en ella todo el tiempo. Hace
bastante que no la veo, desde antes del verano. He buscado
excusas absurdas para llamarla o escribirle, pero no siempre
la pillo bien. Hace cinco meses que rompimos y sigue
doliendo. No me puedo creer que en un rato se acabe todo,
que cortemos el último lazo que nos une. Igual solo con
vernos arreglamos las cosas. Igual es solo eso lo que
necesitamos. Seguro que ella también me ha echado de
menos. Yo creo que, cuando me vea, volverán los recuerdos
de todo lo que compartimos juntos. Termina la canción que
está sonando y empieza la siguiente[ii]. Sigue doliendo, pero
evadirme me hace sentir algo mejor.
Doy otra calada al peta y miro de reojo el libro que
descansa sobre mi mesilla: Si puedes visualizarlo, puedes
conseguirlo. Qué razón tiene. Puedo visualizar la
reconquista, claro que puedo. Me veo llegando al notario
con un bonito ramo de flores para ella. Vero sonríe y me
abraza. Me dice que estaba muy equivocada, que se ha
dado cuenta de que no hay nadie mejor para ella que yo…
Esa es mi chica, tampoco hay nadie mejor para mí que ella.
Se acerca al notario para pedirle disculpas por haberle
hecho perder el tiempo y decirle que no vamos a seguir
adelante con la operación…
—¡¿No oyes el timbre?! —Mi abuela interrumpe a gritos
mi reconfortante fantasía.
Pues no, no me había enterado de que estaban llamando.

Al otro lado de la puerta me espera Chimo disfrazado de


banquero. A ver, que sé que solo lleva un traje y una
corbata, que es lo que debe ponerse para currar, pero no
puedo evitar que me parezca que va disfrazado.
—¿No tienes llaves de casa de la mamá? —pregunto a
modo de saludo.
—Sí, pero no siempre las llevo encima —contesta con
una sonrisa—. ¿Estás listo?
—Casi, me pongo las zapatillas y estoy.
Me coge del brazo e impide que me vaya.
—¿Vas fumado? —me pregunta con los ojos
entrecerrados.
—No. Bueno, me acabo de fumar uno, pero voy bien.
—Nano, que vas a firmar un cambio de hipoteca, no
puedes ir fumado —murmura entre dientes.
—Que no voy fumado. —Doy un tirón para soltarme de su
mano.
—¡¿No vas a decirme quién es?! ¡Y no tengas abierto que
hay corriente! —los gritos de la yaya nos interrumpen desde
la salita.
—Está a tope, ¿no? —Se ríe Chimo.
—Me agota, nano —suspiro.
—Venga, que en un par de horas serás propietario de tu
nuevo piso. Ya podrás perder de vista a la bruja. —Chimo
me da una palmada en la espalda.
—No digas eso de la yaya… —Niego con la cabeza con
disgusto. Es cierto que mi abuela puede ser un poco
desesperante, pero no me gusta que mi hermano hable así
de ella.
2. El gigante y el tonto de las flores
CHUS

Ya en la calle, le pido a mi hermano que espere al ver


una floristería. Me retiene antes de que entre.
—¿Qué haces, tío?
—Voy a comprar unas flores —respondo lo obvio.
—¿Para quién? ¿Para la zorra de tu ex?
—No hables así de Vero, joder.
—Vale, perdona, pero no le lleves flores, en serio. No es
buena idea aparecer con un ramo para firmar la ruptura de
la hipoteca.
—Bueno, déjame hacer las cosas a mi manera.
—Tío, en serio, no le compres flores. —Me agarra del
brazo con fuerza intentando retenerme.
—Suéltame, yo sé lo que tengo que hacer. —Doy un tirón
y me libero de su agarre.
Entro a la tienda sin darle tiempo a decirme nada más.
Elijo un ramo muy bonito y colorido y bastante grande. Flipo
con lo caras que son las flores, teniendo en cuenta lo rápido
que se marchitan.
Chimo mueve la cabeza con disgusto cuando me ve salir
con él. No tiene ni puta idea, yo sé que a Vero le va a
encantar. Lo he visualizado. Lo he visualizado varias veces,
de hecho. No puede fallar.

Llegamos el enorme ramo, Chimo y yo a la oficina del


notario bastante pronto, falta casi media hora para la cita.
La secretaria nos hace pasar a una salita a esperar, en la
que hay un par de personas más. Mi hermano y yo nos
sentamos en unas sillas bastante pijas. Suena una
canción[iii] en el hilo musical de la sala. Yo aprovecho para
sacar mi móvil del bolsillo y comprobar si tengo algún
mensaje. Desde que vivo con la yaya, me he acostumbrado
a llevarlo en silencio para no molestarla y luego olvido
ponerle volumen cuando no estoy con ella; y tampoco suelo
acordarme de comprobar si alguien me ha llamado o
escrito. Tengo un montón de mensajes sin leer. Aprovecho
para echarles un vistazo a todos ellos.

SAMU: ¿Cómo va? ¿A qué hora firmabas? ¿Ya somos


oficialmente vecinos? Esta noche inauguración, yo llevo las
birras.

LOUI: Espero que vaya todo bien. Avísame si necesitas lo


que sea. Un abrazo.

GRETA: Mucha fuerza, Chus. Que vaya genial. Nos vemos


esta noche.

CLAUDIA: ¿Qué tal, guapo? Hoy estaré currando en casa.


Ya he cambiado lo que me pediste, pásate luego si quieres y
le echas un vistazo. Puerta 27. Bss.

ESTRELLA: Chus, bonito, mucho ánimo. Nos vemos esta


noche, vecino.

MARC: Nano, mucha suerte. Molaría que la cagara el


notario y te dieran un casoplón. Esta noche celebramos.
¿Llevamos algo?

Me río entre dientes y no contesto a nadie. Tengo


también cuatro llamadas perdidas de Piero. Dejo el ramo en
la silla que hay junto a la mía y me levanto para volver a la
entrada y no molestar a la gente que espera en la salita
como nosotros. El italiano contesta al segundo tono.
—Ciao, bello, ¿cómo estás?
—Un poco nervioso, nano —contesto con la voz algo
temblorosa.
—Es normal. Respira hondo. En un rato habrá pasado.
¿Cómo te sientes?
—Pues creo que ilusionado, la verdad. Me da el rollo de
que lo podemos arreglar… Igual al final no firmamos,
¿sabes?
—¿Esto lo has hablado con ella?
—No, es solo cosa mía; pero me da esa vibración. Tengo
el presentimiento de que va a pasar algo bueno.
Lo oigo respirar hondo al otro lado de la línea.
—Pase lo que pase, será algo bueno. Para ahora o para el
futuro, pero todo pasa por algo y, al final, siempre es todo
para bien.
—Ya te estás poniendo místico, cabrón —me río.
—Estaré toda la mañana en la consulta. Pásate si me
necesitas —responde en un tono más serio.
—Vale, nano. Luego te cuento y, si no, nos vemos esta
noche.
—Claro, hasta luego. Un abrazo.
—Au, tío, gracias por todo.
Cuelgo el teléfono y vuelvo con mi hermano, que sigue
sentado donde lo he dejado hace unos minutos. Suena otra
canción[iv] en el hilo musical. La puerta de la salita se ha
quedado abierta y, desde donde estamos, se ve la entrada
de las oficinas y la mesa de la secretaria que recibe a la
gente. Mejor, así podré ver llegar a Vero.
No pasa demasiado rato hasta que la puerta se abre y
entra ella. Qué guapa está, como siempre. Un tipo entra
tras ella y se acerca también a la chica de recepción. El
tema que suena por el hilo musical vuelve a cambiar[v]. Yo
cojo el ramo de flores y espero a que venga, pero sigue
hablando con la mujer de la entrada y aún no se ha girado
hacia aquí. El chico que ha entrado tras ella le dice algo y
ella sonríe y se apoya en su brazo. ¿Lo conoce? ¿Vienen
juntos? No me suena de nada, y eso que conozco a toda su
familia. Normal, hemos estado juntos diez años, como para
no conocerlos. Igual no han venido juntos, igual se han
conocido en la puerta. Él le pasa un brazo por encima de los
hombros y le dice algo al oído. Vale, pues igual sí que se
conocen.
—¿Quién cojones es ese tío? —murmuro.
Mi hermano levanta la cabeza y sigue la dirección de mi
mirada.
—Pues el que va a comprar tu parte del piso, supongo.
Imagino que será su novio…
—¿Como que «el que va a comprar mi parte del piso»?
¿No la va a comprar ella?
—Tío, ¿te leíste los papeles que te pasé?
—Lo intenté, nano, pero no entendía una mierda —
protesto.
—Pues decía claramente que el comprador era un tal
Blas «suputamadre», no me acuerdo del apellido, solo me
quedé con el nombre, como para olvidarlo —se ríe Chimo.
—Pues me lo podías haber dicho, cabrón —murmuro.
—Yo qué sé, tío. Pensaba que ella te habría dicho que
tenía novio… Y tampoco te lo oculté, te di una copia de todo
lo que vas a firmar, di por hecho que lo sabías…
—Pues no, nano, no tenía ni puta idea —gruño.
No podemos decir nada más porque Vero y el tipo en
cuestión han entrado en la sala y vienen hasta nosotros.
Qué guapa está, hacía meses que no la veía. El tipo le
saca más de una cabeza, debe de ser de alto como Marc o
Samu, rondando el metro noventa. Yo apenas llego al metro
setenta y cinco y ella rondará el metro sesenta, no le llega
ni al hombro. ¿Qué hace con un tío tan alto? Me viene a la
mente el comentario que hace siempre Samu de que en la
cama todos somos de la misma altura y se me encoge el
estómago. Sí, la diferencia entre estos dos será como la que
hay entre Samu y Estrella, más o menos. Me da angustia
solo de pensar que este tío se meta en la cama con ella. Me
sudan las manos. Mierda, el ramo. No me acordaba. Ahora
parezco un gilipollas aquí plantado con las putas flores. Me
viene a la cabeza una canción[vi] de Krahe que me
representa en esta situación, aunque no es la que suena[vii]
por los altavoces ahora mismo. Joder, tenía que haber hecho
caso a mi hermano. Ya no puedo disimular ni tirarlas a la
basura, han llegado hasta nosotros.
—Hola, Chus. Me alegro de verte. Tienes buen aspecto —
me saluda ella.
—Hola —consigo decir, pero el sonido sale de mi
garganta con un gorjeo extraño.
No se acerca a darme dos besos. Normal, el puto ramo
gigante que llevo en las manos se interpone entre nosotros.
Barajo la idea de justificar esto de alguna manera. ¿Digo
que son para mi madre? ¿Para mi abuela? ¿Para una novia
ficticia? A tomar por culo, se las doy y punto. No deja de ser
un gesto bonito y así me deshago de él, que me agobia
llevarlo encima.
—Toma, para ti. —Le tiendo las flores.
Ella hace una mueca extraña y las coge.
—Chus, cielo, esto no hacía falta —murmura.
Me quedo con cara de gilipollas sin soltar ni una palabra.
—Hola, Chus, ¿verdad? Encantado, soy Blas. —
Irónicamente es el gigante que está a su lado quien me
salva de esta situación incómoda. Me giro hacia él y veo que
me tiende la mano.
—Igualmente. —Solo emito una palabra, pero no sale
fluida, se atasca en mi garganta casi en cada sílaba. El
premio al más patético del mes parece que lleva mi nombre.
Trago saliva con dificultad y estrecho su mano.
Me siento un poco en otra dimensión, igual ese canuto
mañanero no ha sido buena idea… Mi hermano se presenta
al tipo y saluda a Vero. Mejor, así distrae un poco la atención
y no me miran a mí, que lo mismo me desmayo ahora
mismo. Por favor, que no me dé un amarillo delante de Vero
y el tipo este. Toda mi concentración está ahora mismo la
canción[viii] que suena en este momento. No puedo hacer
demasiado caso a nada más.
Oigo murmullo a mi alrededor. Creo que Chimo les está
dando conversación, pero yo me he quedado atrapado
mirando a ninguna parte y no puedo desconectar de esta
nada que me tiene pilladísimo. He dejado la mente en
blanco, es un mecanismo de defensa al que recurro a
menudo. ¿Realmente mi mente está en blanco si estoy
pensando en que he dejado mi mente en blanco? Es una
curiosa reflexión, se podría escribir un ensayo sobre eso. Es
posible que lo haya hecho alguien, tendría que buscarlo,
parece interesante. Igual cuando empiece el curso les
puedo proponer a los chavales un ejercicio así…
Recibo un golpe en un costado, pero lo ignoro. Mis ojos
siguen clavados en un punto fijo del que no se pueden
separar, aunque no soy consciente de estar mirando nada
en concreto, y mis oídos solo están pendientes de la
música[ix] que suena muy bajito. Otro golpe me saca por fin
del engorilamiento y compruebo que ha sido un codazo de
mi hermano.
—Nano, que te has quedado pillado —murmura entre
dientes—. Nos acaban de llamar.
Vuelvo a la realidad y veo que Vero y el tipo que ha
venido con ella van detrás de la secretaria hacia otra
habitación. Mi hermano tira de mí para que los sigamos.
3. No llores
CHUS

Entro en el despacho del notario en piloto automático.


Aquí también llega hilo musical[x]. Veo por el rabillo del ojo
que Vero deja las flores sobre una silla y se sienta en la de
al lado tras saludar a un hombre que debe de ser el notario
en cuestión. El gigante que la acompaña repite los
movimientos de ella. Chimo y yo hacemos lo mismo. Saludo
al tipo y me siento donde me indica mi hermano.
El notario comienza a leer unos papeles que intuyo que
son los que me pasó mi hermano para que leyera. Mi mente
desconecta en la segunda línea aproximadamente. Me
concentro en un punto fijo de su cara, pero veo por el rabillo
del ojo a mi ex y a su chico hablar en susurros entre ellos.
No oigo lo que dicen, pero tampoco lo pretendo. Lo
importante es mantener la compostura, que no se note todo
lo que me bulle por dentro. Noto los ojos cargados, pero no
puedo llorar. No aquí, ni de coña. Estoy por encima de esto,
o al menos es lo que necesito que piensen. Todos. Mi
hermano también. Ya he llorado bastante todo el verano, se
acabó. Ahora sí. Se acabó del todo. La música[xi] suena muy
bajito, pero me ayuda en esta desconexión forzada.
Me concentro con todas mis fuerzas en la berruga que
tiene el notario en la mejilla, así parece que le esté
prestando atención. Me siguen llegando los murmullos de la
otra parte por encima de la música[xii], pero me concentro
más intentando atisbar si esa protuberancia es peluda o no.
No estoy tan cerca como para averiguarlo.
Un buen rato después, tras haber terminado de leer todo
el tocho de papeles, empiezan a circular por la mesa y
Chimo me va diciendo dónde tengo que firmar. Tras un buen
rato garabateando mi nombre en un montón de folios,
parece que Vero y el tipo se disponen a irse. Él la retiene
justo antes de que se levante.
—Los muebles —murmura.
—Claro —asiente ella—, no me acordaba. Chus, hemos
hecho una estimación del valor de los muebles. Como no te
llevaste ninguno, entiendo que no los necesitas…
Agito un poco la cabeza, no termino de entender lo que
dice. Joder, no estoy nada centrado. El tío saca un papel de
su cartera y me lo entrega. Es un cheque.
—¿Te parece bien esa cantidad? —me pregunta Vero.
No sé de qué coño está hablando. Toda mi concentración
está en no ponerme a llorar aquí mismo, mi cabeza no da
para procesar nada más en este momento.
—¿Te parece poco? —cuestiona ahora el gigante sacando
de un bolsillo de su chaqueta lo que parece un talonario y
un bolígrafo—. No queremos abusar, dime qué consideras
adecuado. —Presiona el botón del bolígrafo para que asome
la punta y a mí ese clic me suena como un disparo.
Reacciono por fin y lanzo el talón que llevo en la mano
sobre la mesa, hacia ellos.
—Quédate los muebles —susurro—. Los elegiste tú.
Pestañeo un momento, creo que había dejado de hacerlo
durante bastante rato.
—Coge el dinero, Chus, es lo justo —insiste ella.
—Me da igual el dinero —murmuro.
—Chus, no me hagas esto… —musita ella. «Musitar», qué
curiosa palabra. Y qué poco se utiliza… Pero es lo que acaba
de hacer ella, mu-si-tar… Es una de esas palabras que
suenan a lo que significan.
—Yo se lo ingreso, tranquila. —Mi hermano se estira
sobre la mesa para coger el cheque e interrumpe de ese
modo mi reflexión léxica.
—Gracias, Chimo. —Vero se levanta y su acompañante la
imita—. Chus, me alegro de verte. Cuídate.
—Un placer conoceros. —El tío nos estrecha la mano a
ambos y yo reacciono de nuevo en piloto automático.
«No llores, no llores, lo más importante ahora es no
llorar».
Él coge las flores que ella dejaba olvidadas sobre la silla
y se las entrega. Ella hace una mueca extraña y las acepta.
Antes de que pueda darme cuenta, han salido del despacho.
Y de mi vida.
Al momento aparece la dueña del piso que voy a
comprar yo y vuelve a comenzar todo el rollo del notario
leyendo papeles y firmas por todas partes. Me pongo en
modo robot y voy haciendo lo que me indica mi hermano.
Solo quiero que termine todo esto y salir de aquí. Necesito
largarme. Necesito llorar.
Cuando por fin me entregan las llaves, entiendo que ya
he firmado todo lo que tenía que firmar.
—¿Me puedo ir ya? —le pregunto a Chimo con la voz algo
ronca.
—¿No te esperas y nos tomamos una cerveza o algo para
celebrarlo?
—No, he quedado. Y tú tendrás que currar…
—Sí, pero pensaba escaquearme un rato más —se ríe
entre dientes.
—Paso, no estoy para cervezas —musito yo esta vez. Le
estoy cogiendo el punto a lo de «musitar», me mola la
palabra.
—Vale, nano, como quieras. Nos vemos.
—Au, Chimo, pásate por casa de la mamá un día de
estos.
Salgo de ahí tan rápido que antes de darme cuenta estoy
en la calle. Tampoco quiero llorar en la calle. Necesito un
refugio y solo se me ocurre uno. Solo se me ocurre una
persona.
Paro un taxi y le doy la dirección. Llego en apenas diez
minutos. He conseguido hacer todo el trayecto casi sin
pestañear pese a la canción[xiii] que sonaba en la radio.
Empujo la puerta que da a la calle y entro. Celia me
sonríe al verme aparecer.
—Hola, Chus, ¿qué tal? Tienes suerte, lo pillas solo. —
Aprieta el botón del interfono que hay sobre su mesa—.
Acaba de llegar.
Piero no tarda ni cinco segundos en abrir la puerta de su
consulta. Me mira un momento y me indica que pase con un
movimiento de cabeza. Lo hago.
—Celia, cancela el resto de mis citas de hoy, por favor. Si
no hay una urgencia, no quiero ver a nadie —le oigo decir
antes de cerrar la puerta de nuevo, esta vez con los dos
dentro.
Me mira un segundo, respira hondo y se acerca a mí. Me
abraza muy fuerte.
—Llora —susurra en mi oído.
Yo obedezco y lo dejo salir por fin.
4. Una metáfora
No sé cuánto rato llevo llorando. Se lo he ido contado
todo mientras Piero asentía y me devolvía palabras de
ánimo con frecuencia. Él está sentado en el sofá de su
consulta y yo tumbado con la cabeza sobre sus piernas. Me
acaricia el pelo y los brazos alternativamente, es una
sensación de lo más reconfortante dadas las circunstancias.
He ido soltando tanto lo que ha pasado como lo que he
sentido. Con él es fácil.
Piero es el marido de unos de mis mejores amigos, Loui.
Llevan juntos unos seis años y casados desde hace cuatro.
Antes de conocerlo, me emparanoié un poco con el hecho
de que fuera siciliano, pensé que estaba relacionado con la
mafia; pero una vez que lo conocí, me di cuenta de que todo
había sido una ida de olla mía y que es un tío de puta
madre. Siempre me he llevado bien con él, pero lo cierto es
que desde que rompí con Vero, hace unos cinco meses,
nuestra relación se ha estrechado más todavía.
No es que lo quiera más que a mis amigos de toda la
vida, pero su modo de escuchar me facilita mucho las cosas.
Al principio se me hacía muy raro lo sobón y besucón que
es, mis colegas nunca me dan besos (ni yo a ellos, las cosas
como son); pero lo cierto es que me he acostumbrado y
ahora me reconforta mucho la actitud del italiano, sobre
todo en momentos de bajón máximo como hoy.
Las coñas de Marc o Samu me molan y la comprensión
de Loui ayuda bastante, pero la actitud de Piero es la que
mejor me hace sentir. Se supone que lo de los besos y las
caricias es algo que los tíos no hacemos. No creo que sea
porque es gay, porque Loui también lo es y no actúa así.
Creo que es algo que va con el carácter del italiano. No de
todos los italianos, no sé si me explico, de este en particular.
Y lo cierto es que, una vez te acostumbras, engancha. Es la
mejor terapia que he tenido este verano. Él lo hace con
mucha naturalidad y yo lo agradezco.
Sigo llorando y contándole cómo me siento cuando una
de las cosas que le digo le hace reaccionar.
—Me ha roto el corazón, literal. Para siempre. De esta no
me recupero —sollozo.
—Vamos a verlo. —Se levanta del sofá y me indica que
haga lo mismo.
Me acompaña hasta una de las camillas que tiene donde
atiende a las embarazadas (es médico y se dedica a atender
partos, no sé si lo había dicho ya).
—Súbete ahí, túmbate.
—¿Pretendes sacarme algo del culo? Porque yo no tengo
más agujeros… —me río entre dientes y mi propia risa me
reconforta.
—Nada de sacar, tranquilo —sonríe—. Ni de meter, más
tranquilo aún.
Después de ese comentario nos reímos los dos y yo hago
lo que me ha pedido. Él se sienta en una silla con ruedas y
se acerca al borde de la camilla.
—Quítate la camiseta —ordena y yo obedezco sin
cuestionarme de qué va esto. Piero suele hacer cosas raras
que no entiendo, pero mi confianza en él es total desde
hace meses.
Me pone un pringue frío en parte del pecho y, antes de
que me dé tiempo a reaccionar, está pasando una movida
por encima de uno de mis pezones. Un sonido, como un
latido, empieza a retumbar entonces por toda la habitación.
—Mira ahí —me indica mientras señala un monitor que
está unido por un cable al cacharro que tiene sobre mi
pecho.
—¿Qué es?
—Tu corazón —sonríe—. Está entero, no hay peligro.
Sigue latiendo.
—Era una metáfora —me descojono.
—Soy médico —se encoge de hombros y sonríe—, tenía
que asegurarme. Cierra los ojos y escucha.
—¿Qué tengo que escuchar? —pregunto ya con los ojos
cerrados.
—Lo que te dice.
—¿De qué hablas, nano? —me río aún con los ojos
cerrados—. Solo lo oigo latir normal.
—Eso es —sonríe. Aunque no lo veo, sé que sonríe—.
Late fuerte, sano, deseando volver a enamorarse.
—Calla, ¿qué dices? Paso, paso, no quiero volver a saber
nada más de las tías. —Abro los ojos de golpe y lo señalo
con el dedo—. Ni de los tíos, que veo venir el comentario
que ibas a hacer.
Él suelta una carcajada y retira el aparato que tenía
sobre mi pecho. Empieza a limpiarme el pringue.
—Es una pena, Chus, eres todo amor. Tu corazón está
pidiendo a gritos volver a latir al ritmo de alguien. Lo tuyo
es estar enamorado.
—Ya lo sé, nano, pero eso tiene que cambiar. Toda la vida
enamorado… ¿Sabes cuántas veces me han roto el corazón?
Pero nunca pensé que me pasaría con Vero, han sido diez
años… De verdad que pensaba que ella era la definitiva. —
Respiro hondo para no volver a llorar.
—Hazme sitio. —Me da un golpecito en el hombro.
Obedezco y me aparto a un lado todo lo que puedo. Él se
tumba a mi lado en la camilla y me rodea con sus brazos.
—Cierra los ojos y respira hondo —susurra, y lo hace él
también para marcarme el ritmo.
Seguimos así durante un rato. Concentrados en el fuerte
sonido de nuestras respiraciones.

—Ahora es cuando me decís que esto no es lo que


parece. —La voz de Loui nos hace abrir los ojos de golpe.
Estábamos tan concentrados que no hemos oído el sonido
de la puerta. La cierra tras él, cruza los brazos sobre el
pecho y nos mira con los ojos entrecerrados, pero está claro
que está intentando disimular una sonrisa.
Piero sigue abrazado a mí y yo voy todavía sin camiseta.
Los dos empezamos a descojonarnos. Loui intenta evitarlo,
pero se nota que tiene ganas de reírse también. Piero me
suelta y baja de la camilla para ir hacia su marido. Lo rodea
con sus brazos y susurra:
—Mi piace Luigi geloso…
—No estoy celoso —se ríe Loui por fin—. Pero ¿por qué
vas sin camiseta, tío?
—Le he hecho una eco —responde el italiano por mí—,
necesitábamos comprobar el estado de su corazón. Ha sido
un día duro para él. Pero está fuerte y latiendo como un
campeón. Listo para volver a enamorarse.
—Eso está bien —asiente Loui—. ¿Cómo estás? ¿Cómo ha
ido?
—Ya te lo contará Piero, que no me apetece recordarlo —
suspiro. Loui cabecea como respuesta.
—Bueno, ¿qué plan tienes? ¿Quieres venirte a casa a
pasar la tarde? —me pregunta Piero mientras me vuelvo a
poner la camiseta.
—No puedo, nano. Tengo que pasarme por casa de Clau,
quiere enseñarme los planos que ha hecho del piso nuevo,
dice que ya los tiene.
—Eso es genial. —Qué fácil se entusiasma el italiano—.
Piso nuevo, reforma… Te vendrá muy bien tener la cabeza
ocupada y cambiar de aires. —Asiento.
Bajo de la camilla y voy hacia ellos.
—Bueno, tíos, me piro a casa de Clau, a ver qué ha
hecho…
Loui me pasa una mano por la espalda y asiente.
—Nos vemos esta noche. Llevamos pizzas. Invito yo.
—Guay, nano, no voy a discutir de dinero con el
millonario —me río.
Él pone los ojos en blanco.
—Que no soy millonario —protesta.
—Pero casi casi —se ríe Piero.
Se acerca entonces a mí y me vuelve a abrazar muy
fuerte, como antes de que llegara Loui, y planta un beso en
mi mejilla.
Me despido de ellos y salgo de allí.
5. La casa de mis sueños
CHUS

Decido dar un paseo tranquilo, no tengo prisa. Me pongo


el mp3 para ir escuchando algo de música[xiv] y torturarme
un poquito más. Cuando enfilo mi nueva calle, miro el reloj y
compruebo que son poco más de las cuatro de la tarde. Me
doy cuenta de que no he comido. Ni lo había pensado. Y ni
siquiera tengo hambre. Menudo día de mierda llevo.
Me detengo un momento frente al portal de mi nueva
casa. Dudo por un instante si subir, pero lo cierto es que me
da todo el bajón al pensar en entrar ahí yo solo. Podría
llamar a casa de Samu y pedirle que entre conmigo.
Tampoco sé si estará en casa, no sé a qué hora se va hacia
la farmacia. Estrella está casi seguro, pero si está sola con
los nanos tampoco quiero agobiarla. Me gusta la idea de
tenerlos de vecinos de rellano, me daba un poco de envidia
la situación de Marc y Greta con Piero y Loui, y ahora yo voy
a tener algo un poco parecido… Miro un momento el portal,
el brillante número trece que hay sobre él me hace dudar un
momento de si habrá sido buena idea comprar un piso en
este edificio o si me dará mal fario… Me doy la vuelta y miro
hacia el otro lado de la calle, hacia el portal del nuevo piso
de Claudia. ¿Subo ya? ¿Paso primero por el mío? No sé qué
hacer, joder, qué día de mierda llevo y qué espeso estoy…
Un ruido a mi espalda me hace reaccionar y me vuelvo a
girar hacia el portal de mi casa nueva. Samu sonríe al
verme mientras sale por la puerta.
—¡Ese vecino! —grita el rubio con entusiasmo.
—¿Qué pasa, nano? —me río, Samu tiene ese efecto—.
¿Dónde vas?
—A la farmacia, a currar… O a escaquearme de mis
vástagos —añade en un susurro—, como prefieras llamarlo.
—Pobre Estrella, le dejas a ella el marrón… —me
descojono.
—Ella tiene ese instinto de supermadre, lo lleva mejor —
sonríe y levanta las cejas—. Y tú ¿qué? ¿Vas a subir a tu
casa nueva? ¿Ya tienes las llaves? ¿Ha ido todo bien?
—Sí, ha ido todo bien, ya tengo las llaves, pero no voy a
subir ahora, voy a pasarme por casa de Clau por lo de la
reforma.
—Ah, guay, ¿ya está ahí enfrente? ¿Ya han acabado la
suya?
—Supongo que sí, me ha dicho que me pasara por aquí…
—Mola, al final estamos todos viviendo en este trocito de
calle, somos más que los de la comuna, se han quedado
solos… Ya no dan envidia… —Me da una palmada en la
espalda.
—Solo están a dos manzanas —me río.
—Dos manzanas contra cruzar la calle o cruzar solo el
rellano… Salimos ganando.
Me río y niego con la cabeza.
—Bueno, vete a currar, nano, voy a subir a casa de Clau.
—Venga, tío, nos vemos esta noche. —Me da otra
palmada en la espalda antes de enfilar la calle en dirección
a su farmacia. Bueno, técnicamente supongo que sigue
siendo de su madre, aunque ahora la lleve él.
Cruzo a la acera de enfrente y compruebo el mensaje de
Claudia para confirmar el número al que tengo que llamar.
Lo presiono con fuerza.
—¿Quién es? —Me llega su voz por el telefonillo.
—Clau, soy Chus.
—Último piso —me informa ella antes de que se oiga el
zumbido que indica que ya puedo empujar la puerta.

Cuando salgo del ascensor en su rellano, me está


esperando con la puerta de su casa abierta. Sonríe cuando
me acerco a darle dos besos.
—¿Qué tal, guapísimo? ¿Cómo ha ido? ¿Ya tienes las
llaves?
—Sí, todo bien, ya las tengo.
—Venga, pues pasa y te enseño la casa de tus sueños —
sonríe.
Claudia es una amiga de la pandilla de toda la vida.
Desapareció del grupo durante unos años, pero luego volvió
y ya se ha mantenido con nosotros, aunque lo cierto es que
con quien más relación tiene con diferencia es con Greta.
Cosas de chicas, supongo. No la he visto en todo el verano y
la noto rara, no me da tiempo a plantearme por qué. Me
invita a entrar en su piso y me quedo flipando.
—Cuando has dicho lo de «la casa de mis sueños», ¿te
referías a la tuya? —pregunto tras un silbido.
—Noooo —se ríe—. Está chula, ¿eh? Ahora te enseño el
proyecto de la tuya, ya verás como también mola.
Paseo la vista por su piso. Está irreconocible. Cuando lo
compró, hace más de medio año, era poco más que un
cuchitril, pero se nota que la tía es arquitecta y sabe lo que
hace. Lo ha convertido en un loft, todo diáfano,
espectacular. El techo es altísimo y abuhardillado con vigas
de madera a la vista. Tiene como un altillo donde intuyo que
habrá puesto su habitación. Se accede por una escalera de
madera sin barandilla ni nada. Me da vértigo solo de pensar
en subir ahí.
La acompaño hasta la zona que llama «el estudio». Tiene
una mesa enorme y muy alta, con una silla con ruedas
como de oficina, pero más alta también y con un aro donde
coloca los pies. Me señala una igual y me invita a sentarme.
Esta zona da a la calle por la que se accede al edificio y
desde el ventanal que hay frente a la mesa se ve
perfectamente la fachada del que será mi nuevo hogar.
—¿Se ve mi casa? ¿Te has inspirado mirando por la
ventana?
—¿Se ve? No sé, no me he fijado… ¿Da a la fachada
principal?
Me quedo mirando por la ventana.
—Sí, en teoría son esas de ahí, ¿no? —Señalo varias
persianas cerradas que hay a la altura del quinto piso, uno
más bajo que desde el que estamos mirando. En una de las
que no están cerradas de esa misma planta, se ve a Estrella
caminando de un lado a otro con uno de los bebés en
brazos—. Mira, se ve la de Estrella y Samu también.
—¿En serio? No lo sabía, piensa que me instalé hace un
par de días y, cuando venía, solo me fijaba en la obra.
Bueno, al lío. Mira.
Gira la pantalla del ordenador para enseñarme un dibujo
de algo que no se parece en nada a la casa que me acabo
de comprar.
—Estás de coña, ¿no? Te has equivocado de proyecto…
—No —se ríe y toca algo en el ordenador. La recreación
3D cambia a un plano de la casa y me empieza a explicar—.
Mira, solo he tirado el tabique que une la cocina con el salón
y, como me dijiste que querías gastarte lo mínimo posible,
todos los muebles los he sacado de la web de Ikea. Haremos
nosotros casi todo el trabajo, esta noche se lo comento a los
chicos, a ver quién se apunta.
—Y ¿vamos a tener que ir al Ikea?
—Sí, pillamos una furgo y nos vamos un día tempranito
tú y yo.
—¿Hasta Murcia?
—Bueno, si prefieres vamos a Madrid o a Zaragoza, pero
Murcia es lo que está más cerca… Mira, esto es lo que te va
a costar el total. —Abre una ventana en el ordenador y me
enseña el presupuesto—. Entra dentro de lo razonable, ¿no?
—¿Solo esa pasta para dejar el piso como me has
enseñado? Me estás vacilando…
—No, qué va —se ríe—. Si los colegas se tiran al rollo,
que por ti estoy segura de que lo harán, solo hace falta que
venga unos días un albañil con el que ya he hablado y un
viaje a Ikea. De verdad, ya verás que lo hacemos por esa
pasta… Bien, ¿no? ¿Puedes con ese precio?
—Sí, claro, eso lo puedo pagar… —El precio que me ha
dado es menos que lo que me han pagado Vero y el gigante
por los muebles, que además es algo con lo que no contaba.
Suspiro al recordarlo—. Vale, tía, a tope con esto.
—Genial —sonríe—. ¿Una cerveza para celebrarlo?
—Venga. —Le devuelvo la sonrisa sin demasiadas ganas.
6. Las he pagado yo
CHUS

Baja de la silla y la veo ir hacia la cocina. Mis ojos la


siguen por inercia. Lleva un pantalón muy corto y, mientras
camina, hay momentos en los que parte del culo le asoma
un poco. No puedo evitar quedarme mirando. ¿Eso es ser un
cerdo? Supongo que sí. Aparto la mirada y vuelvo a la
ventana, desde la que veo a Estrella de nuevo. Ahora está
en el sofá con los dos nanos. Tuvieron gemelos en mayo y al
mes volvió a quedarse embarazada. Solo está de tres
meses, pero ya se le nota la barriga. Igual debería decirle
que se acostumbre a echar las cortinas, que desde el
edificio de enfrente se ve todo.
Veo que Clau está volviendo con dos botellines de
cerveza en una mano. Además del pantalón supercorto, solo
lleva una camiseta de tirantes. Va descalza. La tía es pura
fibra. Se ha debido de machacar en el gimnasio porque no
recuerdo que estuviera así. De críos al menos ni de coña,
era más bien gordita. Pero lo cierto es que ahora tiene
tipazo… ¿Y esas tetas? ¿Siempre ha tenido esas tetas? No
me puedo creer que no me hubiera fijado nunca… No sé por
qué tenía yo la idea de que Claudia estaba muy plana, si no
es así para nada…
Llega hasta mí y me da mi birra. La cojo y le doy un
trago.
Oigo que me dice algo, pero no la he escuchado. Mis ojos
han bajado de nuevo a sus tetas, que ahora las tengo muy
cerca y me he quedado pillado pensando que los tirantes de
su camiseta son demasiado finos y se podrían romper en
cualquier momento. Parece que no lleva sujetador, espero
que eso no pase porque sería una situación de lo más
incómoda.
—¡Chus! —Chasquea los dedos delante de mis ojos—. Mis
ojos están aquí arriba. Te he hecho una pregunta.
—¿Qué? Perdona, no te he oído. —Levanto la vista hacia
su cara y ella está aguantando la risa.
—¿Me estabas mirando las tetas? —La cabrona se
descojona y a mí me sube toda la sangre a la cabeza, me
tengo que haber puesto rojísimo.
—Perdona —me río algo avergonzado, pero estas cosas
lo mejor es soltarlas tal cual, con naturalidad—, ha sido sin
querer…
—Ya, sin querer… —se ríe—. Bueno, si te empiezas a fijar
en esas cosas es que vas camino de la recuperación. Marc y
Samu estarán orgullosos… No pasa nada, de verdad —
sonríe—, puedes mirarlas. Me han costado una pasta, para
eso están… —Se empieza a descojonar.
—¿Te han costado una pasta? —Flipo con lo que acaba de
decir—. ¿Quieres decir que te has operado? ¿Que no son
tuyas?
—Claro que son mías —se ríe—. ¡Las he pagado yo!
—Pero son falsas —insisto.
—De falsas nada —se ríe y se toca una de ellas—. Son
muy reales. Otro día te las enseño…
Me río y niego con la cabeza. Clau siempre ha sido muy
animal para decir las cosas, pero creo que esta es sin duda
la conversación más surrealista que he tenido con ella.
—¿Por qué te has operado, tía? Si ya estabas muy bien…
—No sé, para verme mejor… También me he subido un
poco los pómulos y me han puesto un poquitín de colágeno
en los labios. Nada muy exagerado, me gustan las cosas
naturales…
—Joder, ya decía yo que te veía rara… Pero ¿para qué te
has hecho esas mierdas? Si empiezas así a los treinta, vas a
acabar como una de esas momias con toda la cara estirada.
—Me apetecía. —Encoge los hombros—. Quería saber lo
que se siente al ser una tía buena… ¿Tú sabes cómo me
miran ahora los tíos por la calle? —se ríe—. Bueno, claro que
lo sabes, más o menos como me mirabas tú las tetas hace
un momento…
—Qué cabrona —me río y niego con la cabeza—. Es que
me ha sorprendido y me he quedado pillado. Lo has hecho
adrede…
—Bueno, volvamos al tema… ¿Quieres que les
preguntemos a los chicos si pueden echar una mano
mañana y nos acercamos tú y yo a Mur…? ¿Vas a dejar de
mirarme las tetas en algún momento?
Mierda, joder, me ha vuelto a pasar, no me había dado
cuenta.
—Joder, perdona, tronca, pero es que desde que me has
dicho que son falsas se me van los ojos solos…
—Y dale, que no son falsas… —se ríe—. Venga, acabemos
con esto… Tócalas.
—¿Qué dices, tía? —me descojono—. ¡No voy a tocarte
las tetas!
—Con una es suficiente, así te lo quitas de la cabeza y
podemos volver a hablar de la obra de tu piso…
—Ni de coña. Va, perdona, te juro que no vuelvo a mirar.
—Tan pronto lo digo, mis ojos me traicionan y se vuelven a
desviar. Ella suelta una carcajada.
Estira el brazo y me coge por la muñeca. Lleva esa mano
hasta una de sus tetas. Cubre mi mano con una de las suyas
para obligarme a abarcarla entera. Trago saliva, noto que
me pongo muy rojo y empiezo a sudar.
—Toca, tranquilo —se ríe—. ¿Ves? Una teta como
cualquier otra. Ya está, ¿podemos seguir con nuestras
vidas?
Mi mano se mueve un poco como por un reflejo. Es
imposible tocar una teta y no estrujar un poquitín, ¿no?
Quizá sean un poco más duras que las tetas que he tocado
hasta ahora, pero tampoco demasiado. No tardo ni dos
segundos en retirar la mano de golpe. Ella se parte de mí.
Yo no sé ni dónde meterme.
—Bueno —se me entrecorta la voz al hablar—, si no
tienes nada más que enseñarme, creo que me voy a ir…
Será lo mejor.
—¿Qué más quieres que te «enseñe»? —se ríe mientras
lo dice.
—Joder, qué frase más poco afortunada. —Me paso una
mano por la cara y me río yo también—. Me refería al
proyecto.
—Ya lo sé, tranquilo, estaba de coña. —Pone una mano
sobre la mía para calmarme.
—Me piro, tía. Nos vemos esta noche. —Me pongo de pie.
—Claro, Chus, a las nueve en tu piso nuevo, ¿no?
—Sí, a las nueve. Hasta luego, Clau.
Y salgo de allí tan rápido como puedo.
7. Como una hermana
CLAUDIA

Greta sale del ascensor con una enorme sonrisa. Hemos


quedado en que se pasaría por aquí antes de ir a cenar al
piso nuevo de Chus para ponernos al día, no nos vemos
desde antes del verano. Nos abrazamos y tiro de ella hacia
dentro de casa. Cierro la puerta con el pie y me recreo un
rato en ese abrazo, la he echado de menos.
Cuando nos separamos, se me queda mirando con una
expresión extraña.
—¿Qué te has hecho en la cara? Estás rara —me suelta
con su sinceridad habitual.
—¿Rara bien o rara mal? —me río.
—Bien, supongo. Te has hecho algo en la boca…
—Bueno, al menos te has dado cuenta. Ha estado Chus
aquí hace un rato y solo se ha fijado en las tetas —me
vuelvo a reír.
—Era lo siguiente que te iba a decir —se descojona ella y
deja su bolso sobre una silla—. Pensaba que ibas de coña,
pero lo has hecho. —Se acerca a mí y me pone una mano en
cada teta—. Menudas peras, ¿lo notas si las toco?
—No te jode, claro que lo noto… ¿Cómo no lo voy a
notar? ¿Qué piensas? ¿Que son dos cachos de plástico ahí
plantados?
—Yo qué sé —se ríe y las aprieta un poco—, no sé cómo
va esto. Tampoco sé para qué lo has hecho, no te hacía
ninguna falta…
—Bueno, porque me apetecía, no tengo que daros más
explicaciones. Yo estoy a gusto así y punto. Además, peor es
lo que te has puesto tú… —Ahora soy yo la que se
descojona mientras le pongo una mano en la barriga.
—Calla, joder, no me lo recuerdes. —Suelta mis tetas y
se lleva las manos a la cara—. En qué puta hora me
convenció…
—Con lo que tú eres, no sé cómo te dejaste convencer. —
Me río mientras voy hasta el frigorífico y cojo un botellín de
cerveza—. ¿Birra?
—No puedo —gruñe y se señala el estómago, porque
barriga todavía no tiene.
—Claro —me vuelvo a reír—, pues… ¿Agua?
—Agua está bien —suspira.
—Bueno, cuéntame cómo te convenció… —Caminamos
hasta el sofá y nos sentamos—. Seguro que recurrió a
reprocharte los años de su hija que se había perdido.
—Correcto —asiente—, pero en realidad acepté más por
Gina, para que no fuese hija única. Mola tener hermanos,
aunque ya te digo que solo va a tener uno… o una, no se
sabe todavía…
—Será que tú te llevas tan bien con Emma como para
querer lo mismo para tu hija —me río.
—Hablo de hermanos en general —se defiende Greta—, y
la verdad es que cuando pienso en una hermana,
inconscientemente pienso más en Estrella que en Emma. Y
sí que me gustaría que Gina tuviera a alguien como tengo
yo a Estrella…
Doy un trago a la cerveza para que no note la cara que
se me pone cada vez que la nombra. Greta es muy
intuitiva…
—Bueno, ya está bien de hablar de mi marrón… —Da un
trago a su botellín de agua—. Cuéntame qué tal el verano…
¿Has ligado mucho? ¿Ya has amortizado tus tetas nuevas?
Las dos nos reímos antes de que yo empiece a contarle
8. Hacer del mundo un sitio mejor
CHUS

Suspiro frente a la puerta de mi nuevo edificio. Miro las


llaves en mi mano, aún no las he utilizado. Es curioso que
estas vayan a ser a partir de ahora las llaves de mi casa,
con lo ajenas que me son en este momento. He dejado uno
de los juegos de llaves que me han dado en casa de mi
madre y he traído los otros dos. Mi abuela me ha estado
dando la murga todo el rato que he estado allí, qué ganas
tenía de largarme. Espero que la obra no se demore mucho,
necesito salir de allí y perder de vista a la yaya por el bien
de nuestra relación, y de mi salud mental, principalmente.
Me decido por fin y abro el portal dispuesto a subir.
Ya en el quinto piso, me quedo mirando mi puerta, pero
mis pies me dirigen por su propia voluntad a la de Samu.
—¡¿Abres tú, nano?! —le oigo gritar al momento de tocar
el timbre.
Se abre la puerta y Marc sonríe al verme.
—¡¿Qué pasa, propietario?! ¿Cómo va? —Me da una
palmada en la espalda y me empuja hacia dentro—. Están
intentando dormir a los nanos —añade en un susurro, a
buenas horas, después del grito que ha dado…
Lo acompaño hasta la cocina y me da un botellín de
cerveza que saca de la nevera.
—¿Y Greta? —pregunto todo lo bajito que puedo.
—Había quedado con Claudia, para hablar de sus cosas
de chicas —se ríe—, ahora vendrán las dos.
—¿La has visto? ¿A Clau?
—No, he acompañado a Greta hasta el portal y he subido
aquí a ver a mis sobrinos, ¿por?
—Yo he estado en su casa esta tarde, nano. He flipado
mucho… Se ha operado las tetas.
—¡¿Qué dices?! —Se da cuenta del grito que acaba de
dar y baja la voz considerablemente—: ¿En serio?
Asiento con la cabeza y me río en silencio.
—Como se haya despertado uno de los dos, te reviento
—susurra Samu desde la puerta—. Ya puede ser importante
lo que estéis hablando para soltar ese grito.
—Dice Chus que Claudia se ha puesto peras —susurra
Marc con una risita.
—Hostia, nano, ¿en serio? —Samu se ríe en silencio, debe
de estar más que acostumbrado a reaccionar así, porque le
ha salido muy natural.
—En serio, tío, qué mal, estaba hablando con ella y se
me iban los ojos todo el rato, no podía evitarlo —confieso.
Los dos mamones se parten de risa sin levantar la voz.
—¿Te ha pillado mirando?
—Claro que me ha pillado, y se ha descojonado la
cabrona… Me ha hecho tocar una y todo —me río y me paso
una mano por la cara.
—¿En serio? —Marc flipa—. Y ¿cómo es? Creo que nunca
he tocado una teta falsa…
—No le digas que son falsas, que se mosquea —le
advierto—. Es raro, no sé, parecido, pero un poco más
duras, supongo…
—¿Qué cuchicheáis, chicos? —Estrella, la mujer de Samu
y hermana mayor de Marc, aparece por la puerta y habla en
voz muy baja—. ¿De qué habláis?
—De las tetas de Claudia —responde su hermano.
Ella levanta una ceja como pidiendo más explicación.
—Dice Chus que se las ha operado —le aclara su marido.
—No me digas… Pobre…
—Pobre ¿por qué? —pregunta Marc.
—Porque no le hacía ninguna falta, menudo complejo
debía de tener, pobrecita…
—Habló la psicóloga. —Samu pone los ojos en blanco—.
Igual no es falta de autoestima, igual es algo altruista y solo
quiere hacer del mundo un sitio mejor…
—Y ¿así se hace un mundo mejor? —se ríe Estrella.
—Por supuesto, cariño. —Samu se agacha hacia ella y la
besa—. Un mundo lleno de tetas grandes es un mundo
mejor.
Qué animal es, suerte que Estrella ya está acostumbrada
a sus barbaridades y se descojona.
—Bueno, Marc, ayúdame a pasar los colchones del cuarto
de invitados al piso de Chus, así tenemos dónde sentarnos.
Chus, abre tu casa, que vamos…
—¿En serio? ¿Colchones? ¿No podemos sentarnos en el
suelo como toda la vida? ¿Tan finos nos hemos vuelto? —
cuestiono.
—Nosotros sí, pero es más por las preñadas —susurra
Marc.
—Vale, claro —asiento, eso tiene sentido.
Los dos salen de la cocina. Yo saco los dos juegos de
llaves del bolsillo y le paso uno a Estrella.
—Toma, guardad uno vosotros, por si pasa lo que sea… O
si pierdo las mías, no sería la primera vez —me río.
—Claro —sonríe ella y las coge—. Te daremos un juego
de las nuestras a ti también, vecino.
—Voy a abrir —suspiro.
—Voy contigo —dice Estrella. Coge de la mesa de la
cocina un aparato parecido a un walkie talkie, pero con una
pantalla en blanco y negro—. Así los tengo controlados —
susurra y me lo enseña, se ve a los dos críos durmiendo.
9. Destruir
CHUS

Entramos Estrella y yo a mi piso y dejamos la puerta


abierta. Echo un vistazo desde la entrada del salón y
suspiro. Ella me pasa una mano por la espalda.
—Una nueva etapa. Ya verás qué bien te va a sentar —
murmura.
—Apartad, que vamos —oímos a Samu a nuestra espalda
y nos echamos a un lado para que pasen.
Marc va detrás de él. Cada uno de ellos deja un colchón
en el suelo. Samu y Estrella van un momento a su casa y
vuelven con una nevera de playa llena de cervezas. Marc
abre una ventana y se enciende un cigarro. Me acomodo a
su lado y comienzo a liarme un porro.
Nos quedamos los dos asomados y damos un par de
caladas en silencio. La luz de las farolas ilumina bastante
bien la calle. Vemos perfectamente cuándo se abre la
puerta del patio de enfrente y salen Greta y Clau. Marc
suelta un silbido y grita un «tía buena» que hace que las
dos miren hacia arriba. Greta levanta una mano y le hace
una peineta. Los dos nos reímos. El chillido ha sido
considerable para que lo oigan desde abajo, teniendo en
cuenta que estamos en un quinto piso. Se lleva una colleja
de Samu salida de la nada.
—Nano, que no se berrea dentro del radio de sueño de
mis hijos, joder.
Marc y yo apagamos las colillas y nos giramos justo en el
momento en que Estrella y Loui aparecen en el salón, si es
que a una habitación vacía con dos colchones en el suelo se
la puede llamar así… Al momento entra Piero cargado con
un montón de cajas de pizza. No tardan en subir las dos que
faltaban.
—¡Pero si acaban de llegar la preñada número dos y
Claudia «Tetas Nuevas»! —exclama Samu al verlas.
—Qué rápido corren las noticias por aquí. —Clau me mira
con los brazos cruzados y la cabeza inclinada.
—Aunque no nos lo hubiera contado, ¿crees que no nos
habríamos dado cuenta? —se descojona Marc.
—Bueno, pues ya está. Sí, me he puesto tetas. Superadlo
ya y sigamos con nuestras vidas.
—¿Tetas nuevas? —Piero se gira hacia ella—. ¿Puedo
tocar? —pregunta abriendo y cerrando las manos. A todos
nos da la risa el gesto.
—Toca —se ríe Claudia encogiendo los hombros.
El italiano se acerca a ella rápidamente y le pone una
mano en cada teta. Aprieta un poco un par de veces cada
mano y luego las retira rápidamente y se retuerce como si
le diera un escalofrío.
—Siguen siendo tetas —se queja.
A Loui le da un ataque de risa.
—¿A él le dejas tocarlas porque es gay? Eso es
discriminación por orientación sexual, tía —se queja Marc y
se lleva una colleja de Greta.
—Es el único que lo ha pedido —dice Claudia con
indiferencia.
Marc y Samu abren la boca como para decir algo, pero
Estrella y Greta son más rápidas.
—Ni de coña —sueltan las dos a la vez.
Ellos vuelven a cerrar la boca y se ríen resignados.

Piero tira de mí y me aparta hacia un extremo del salón,


algo lejos de los demás.
—¿Cómo te sientes? ¿Cómo lo llevas? —susurra. No
puedo más que quererlo, siempre pendiente de mí, siempre
preocupado por hacerme sentir mejor.
—Bien, nano, mejor. Gracias por todo.
Respiro hondo. A veces es tan intenso que me dan ganas
de llorar. Tiene un don para hacerte sacar los sentimientos
más de dentro. En ocasiones es doloroso, pero al final
consigue que siempre sea reconfortante.
—Genial —sonríe—, pues vamos a cenar antes de que se
enfríen las pizzas o de que se las coman todas las
embarazadas… o sus maridos.
—Sí, vamos —me río.

Nos repartimos entre los dos colchones y empiezan a


rular raciones de pizza de mano en mano.
—A ver, machotes, necesitamos vuestra ayuda —dice en
un momento dado Claudia.
—¿A quién te refieres exactamente con ese machotes?
Porque suena a marronazo… —pregunta Marc.
—A cualquiera que quiera echar una mano, en realidad…
A cualquiera con ganas de destruir…
—¿Destruir? —sonríe Samu—. ¿Qué hay que destruir?
—Los muebles de la cocina. Hay que arrancarlos de la
pared y tirar el tabique que la separa del comedor… ¿Cómo
lo veis? La semana que viene traen un contenedor de obra
para el desescombro… ¿Cómo lo tenéis? ¿Os veis capaces?
—¿De liarnos a hostias con todo y tirar una pared abajo?
—Samu mira a Marc y los dos sonríen como cabrones—.
Claro, cuenta con nosotros.
—Yo me apunto también. —Levanta la mano el italiano—.
Aunque no sea un «machote» —les lanza una mirada
divertida—, es superterapéutico lo de destruir y golpear.
¿Qué dices, Luigi? ¿Destruimos con ellos?
—Claro —asiente Loui—. Yo no soy muy fuerte, pero para
lo que necesitéis y en lo que yo pueda ayudar, sin
problema.
—Guay, tíos, muchísimas gracias —digo yo por fin. Me
emociona un poco que estén todos dispuestos a dejar sus
movidas de lado para echar una mano.
—Vale —interrumpe Claudia mis pensamientos—. Pues
para el finde que viene lo quiero todo despejado. Venid, que
os digo lo que hay que hacer antes de que os pilléis una
cogorza…
Se levanta y todos la seguimos en una ruta por el piso en
la que va explicando todo lo que han de hacer. Ellos la
escuchan atentamente, pero Loui va apuntando cosas en su
móvil. Lleva un teléfono de esos superpijos que hace mil
movidas, creo que se lo regalaron sus viejos. Todos se
comprometen sin dudar a que todo lo que ha dicho Clau
esté listo para cuando volvamos de Murcia de comprar los
muebles. Joder, son unos tíos de puta madre, qué suerte
tengo con ellos.
—Chus, ¿vas a dormir aquí? ¿Te dejamos los colchones?
—pregunta Estrella cuando la velada parece llegar a su fin.
Samu y Estrella tienen una cara de cansados que no pueden
con ella.
—No sé, por un lado, me apetece; pero, por otro, me da
palo pasar la noche aquí solo con la casa tan desangelada…
Qué tontería, ¿no?
—Que se quede alguno de ellos contigo a pasar la
noche…
Se enzarzan entonces todos en una discusión sobre
quién se queda conmigo, pero Piero insiste tanto en
quedarse él que no se lo discuten.
10. Una hostia a tiempo
CHUS

Piero acompaña a Samu a su casa para que le preste un


par de camisetas y unas sábanas para los colchones.
—Loui, te esperamos abajo para que te despidas
tranquilamente de il tuo amore Piero —dice Marc llevándose
una mano al corazón y haciendo el ganso antes de arrastrar
a la peña hasta la puerta.
Todos se marchan y me quedo a solas con Loui, que está
muy serio.
—Lo siento, nano —me excuso al ver su gesto—.
Últimamente estoy acaparando a tu marido. Soy un mierda.
—Tranquilo por eso —Niega con la cabeza y sonríe de
medio lado.
—No, joder, entiendo que no te haga gracia…
—De verdad que no me importa. —Pone una mano en mi
hombro—. Siento no poder ayudarte como lo hace él, tiene
un don para estas cosas… Ni Marc, ni Samu, ni las chicas, ni
yo valemos para esto… —sonríe—. Te juro que lo entiendo y
no me molesta nada.
—Vale, nano, te creo —suspiro justo cuando Piero vuelve
a aparecer.
Me lanza las prendas que lleva en las manos, que yo
cazo al vuelo, y abraza rápidamente a su chico por la
cintura.
—Ah, il mio amore Luigi… Mañana te compensaré mucho
por esta noche separados… —murmura.
—¿Ves? —me dice Loui a mí—. Tiene para todos.
Piero susurra algo en italiano de lo que no entiendo ni
una palabra y su marido se pone rojísimo, parece que le
vaya a explotar la cara.
—Me marcho, hasta mañana —dice con dificultad.
—¿Sin un beso? —El italiano lo retiene cuando hace
amago de irse y lo besa con demasiadas ganas para lo «no
solos» que están.
—Estoy aquí —carraspeo—, si queréis me voy a otra
habitación…
—No, no, me marcho —consigue decir Loui cuando se
separa de él.
—Buonanotte, amore…
—Buenas noches a los dos.
Y se va. De pronto soy consciente del silencio que se ha
apoderado del piso. Respiro hondo porque me siento capaz
de ponerme a llorar en cualquier momento.
Piero empieza a colocar las sábanas en uno de los
colchones y, aunque me dispongo a ayudarlo, no puedo. Me
he quedado como petrificado en el sitio. No puedo
moverme, no puedo pensar, siento como si no fuese dueño
de mi cuerpo. Él está hablando, pero no consigo prestarle
atención, no sé qué dice y no puedo ni responder.
—¿Eh, Chus? ¿Qué opinas? —lo oigo decir desde el suelo,
donde está terminando de ajustar las sábanas del primer
colchón, pero ni sé lo que me ha preguntado ni puedo
articular palabra.
Él se gira y me mira. No sé lo que ve, pero se pone de pie
de un salto y viene hasta mí. Coloca sus manos sobre mis
hombros y me agita levemente, pero no siento nada. Se
agacha un poco para mirarme a la cara, pero mi vista está
fija en algún punto detrás de él, ni pestañeo. Me he
quedado atrapadísimo. Me pone las manos en la cara y dice
cosas, pero no sé el qué, no lo oigo, o no lo entiendo. Pone
muecas raras mientras habla y yo no puedo reaccionar, no
sé ni lo que está diciendo. Se separa de mí un momento y
da un par de paseos, como pensando. Me mira cada dos
segundos y agita la cabeza. Lo veo con mi visión periférica,
mis ojos siguen fijos mirando no sé bien qué. No es la
primera vez que me pasa esto de quedarme pilladísimo
después de una fumada tremenda.
Él vuelve hasta mí de nuevo, se me planta delante y dice
algo así como «lo siento, nano», pero no entiendo lo que
quiere decir. Al momento, me da una hostia que no me tira
al suelo de puto milagro. Bueno, por un milagro no, por el
propio Piero, que me ha cogido al vuelo antes de que me
cayera. Pero ha conseguido traerme de vuelta y hacerme
reaccionar. Aún entre sus brazos, me llevo una mano a la
mejilla, que me duele una barbaridad.
—Joder, tío, qué hostia.
—Perdona, bello. —Me termina de incorporar y me
abraza fuerte—. No quería hacerlo, pero me estabas
empezando a asustar.
—Vale, nano, no te preocupes. —Me separo un poco de
su abrazo para volver a frotarme la mejilla—. Intentaré no
empanarme nunca más, no quiero repetir esto, joooooder,
menudos brazos tienes…
—Perdona, tío, perdona, perdona —susurra volviendo a
abrazarme. Tiene como la voz cogida, parece que incluso
esté medio llorando.
Me separo de él y lo miro. Ni medio ni hostias, está
llorando. Me contagia al momento. La combinación de verlo
llorar, la tensión que llevo acumulada y el dolor que tengo
ahora mismo en la cara lo han hecho mucho más fácil.
Nos miramos los dos y nos empezamos a descojonar. Reír
y llorar a la vez, la síntesis perfecta de mi vida.
—Perdona, de verdad, tienes la mejilla muy roja…
—No te jode… ¿Cómo la voy a tener con la hostia que me
has dado? —me río y él lo intenta, pero es evidente que se
siente fatal—. Va, nano, ni lo pienses, ya está.
Él va hasta la nevera de playa que ha dejado aquí Samu,
se quita la camiseta y envuelve unos cuantos hielos en ella.
—Póntelo en la mejilla, aguántalo ahí un poco.
Lo cojo y obedezco. Es molesto, está muy frío, pero a la
vez alivia el dolor punzante que siento.
Él mete su mano dentro de la nevera y la mantiene ahí.
—¿Qué haces?
—A mí me duele un poco la mano —explica algo
avergonzado.
—Normal —me descojono—, ¿haces mucho esto?
—Es la primera vez que le pego a alguien. —Agacha la
cabeza—. Te lo juro.
—Pues, nano, parece que tengas técnica… Ha sido un
hostión profesional… Recuérdame que nunca te cabree…
—Necesitaba hacerte reaccionar —se vuelve a disculpar.
—Vale, ya, tema zanjado. Olvídalo, tronco, en serio.
Él asiente y no dice nada más. Me quito la movida esta
de la cara porque los hielos ya se han derretido. Voy hasta
el baño y dejo la camiseta empapada sobre la barra de la
cortina de la ducha. De vuelta en el salón, me quito mi
propia camiseta y me seco con ella todo lo que me ha
chorreado la otra. Luego se la paso a Piero para que se
seque el brazo que hasta hace medio segundo tenía dentro
de la nevera portátil.
Me quito los vaqueros, me pongo una de las camisetas
de Samu y me tumbo sobre el colchón que Piero ha dejado
preparado.
—Compartimos, ¿no? Pasando de ponerle sábanas a la
otra también —le digo.
—Claro, sin problema —asegura. Luego se quita el
pantalón y se pone la otra camiseta de Samu. A los dos nos
están un poco grandes, aunque a mí más que a él.
Se tumba a mi lado en el colchón y se gira a mirarme.
—Sé que la tentación es grande —susurra—, pero
recuerda que estoy casado. —Levanta la mano y agita el
dedo en el que lleva la alianza.
Suelto una carcajada y me olvido al momento del dolor
de cara y del día de mierda que llevo. Él se ríe también.
—Pues, nano, no te creas, que a veces me pregunto si no
sería más fácil que me molaran los tíos. Las tías me han
dado siempre muy mala vida…
—Ah, ¿qué crees? ¿Que los tíos no? No todos son como
Loui… A mí también me dieron muy mala vida.
—¿A ti? No me lo creo.
—Créetelo —asiente—. Lo pasé muy mal. Muy muy mal…
—¿Me lo quieres contar?
—No me gusta remover aquello, pero, si quieres saberlo,
te lo cuento.
—Sí, nano, cuéntamelo, que yo siempre te estoy
hablando de mis movidas y en realidad no sé nada de las
tuyas, vaya colega de mierda que soy…
—Vale —asiente—, pero no es una historia bonita…
—Lo suponía, pero quiero saberlo.
—Como quieras —sonríe y empieza su relato.
Me cuenta una historia que tuvo con su primer novio a
los diecisiete años y cómo casi lo denuncian en cuanto
cumplió los dieciocho por abuso de menores, porque el
chaval era unos seis meses menor que Piero. A partir de ahí
su familia se alejó de él y lo mandaron a estudiar fuera y
varias movidas chungas. Yo creo que me he olvidado hasta
de respirar, no me puedo creer que tenga una historia tan
truculenta detrás y que sea tan alegre y optimista como es.
Luego otro novio le puso los cuernos y se quedó hecho
polvo. En fin, que estuvo bien jodido hasta que conoció a
Loui.
—Joder, nano, no tenía ni idea —murmuro cuando
termina.
—Pues ya ves —sonríe y suspira—. Venga, vamos a
dormir.
Nos acomodamos uno frente a otro. La luz que entra de
la calle me deja verlo perfectamente, ninguno de los dos
cierra los ojos.
—Chus, ya que te he contado mi pasado, necesito
confesarte algo más —susurra.
—Dime.
—En realidad, sí que soy un mafioso siciliano.
Un escalofrío me recorre la espalda y siento un nudo en
el estómago. Entonces percibo un amago de sonrisa que
intenta disimular y le doy una patada.
—Serás cabrón —me descojono—, casi me lo creo.
Él suelta una carcajada tan fuerte que temo que pueda
aparecer Samu en cualquier momento a abroncarnos por
despertar a sus hijos.
—No lo he podido evitar —se parte el muy cabrón—. Me
he acordado de repente.
Sonrío y niego con la cabeza.
—Que te den por el culo, nano. —Me río y le doy la
espalda descojonándome todavía.
—Eso mañana —me suelta—, se lo he prometido a
Luigi…
—Serás cerdo… —Me vuelvo a girar y le doy una
palmada en el hombro muerto de risa.
—Eso también mañana con Loui… Pero muy cerdo… —Se
descojona más todavía y yo no me quedo atrás.
Me río tanto que hasta me duele el estómago. No
recuerdo la última vez que me había reído de esta manera.
Y qué falta me hacía, joder.
11. Un submarino entresemana
CHUS

—¡¿No empezabas hoy a trabajar?! ¿Qué haces todavía


en la cama? —Me despierta el grito de mi abuela desde la
puerta de mi habitación.
Estiro el brazo, cojo las gafas de la mesilla y me las
pongo para mirar el despertador. Resoplo y me giro hacia
ella.
—Yaya, son las seis y media… No pensaba despertarme
hasta dentro de una hora…
—No seas vago y espabila, que aún llegarás tarde.
Se marcha dejando la puerta abierta. Decido levantarme
ya porque no me va a dejar dormir de todas formas. Qué
ganas tengo de que esté terminada la obra de mi piso y
poder largarme de aquí.
—¿No desayunas? —me pregunta mi abuela al poner un
pie en la cocina.
—Joder, yaya, que no me has dado tiempo ni a entrar. A
eso vengo…
—No digas palabrotas.
—De verdad que no puedo con las negaciones, yaya,
podrías probar a construir alguna frase en afirmativo, como
experiencia o como desafío…
—No digas sandeces. Yo no hago eso.
Resoplo y pongo los ojos en blanco como respuesta.

Llego al instituto con más de media hora de adelanto.


Detengo el coche en el aparcamiento y resoplo con las
manos todavía en el volante. Apago el motor y respiro
hondo. En realidad, no es un instituto. Es un colegio
concertado enorme que abarca desde Infantil hasta
Bachillerato. Es donde estudiamos todos nosotros, de
hecho. Supongo que tuve facilidad para que me contrataran
por aquello de ser antiguo alumno. Me pregunto si Vero
seguirá currando aquí o si habrá decidido buscarse otro
trabajo sin decirme nada. Después de lo que ha pasado,
lamento un poco haberle conseguido este empleo, lo último
que me apetece es encontrármela, aunque en su momento
me hizo mucha ilusión que trabajáramos en el mismo sitio.
Es cierto que de normal ni nos veíamos. Yo doy clases en el
pabellón de Secundaria y Bachillerato y ella trabaja (o
trabajaba, no lo tengo claro) en la ONG. Sí, el colegio tiene
una ONG, que en realidad sospecho que no es más que una
excusa para sacarles la pasta a los padres de los alumnos
de manera disimulada, como un impuesto revolucionario
para cobrarles una cuota mensual y algún que otro extra a
lo largo del curso. Por suerte, esas oficinas quedan en el
otro extremo y, aunque siga currando aquí, es poco
probable que me la cruce.
Tan pronto lo pienso, la veo. Joder, de verdad, qué puta
suerte la mía. Va de la mano del gigante y se detienen justo
ante el acceso al colegio y se besan. A continuación, entran
juntos. ¿Por qué entra él también? ¿Trabaja aquí? Joder, ¿es
posible tener más mala suerte? Me empiezan a temblar las
manos y me late demasiado rápido el corazón. ¿Y si me
fumo un canuto antes de entrar? Total, hoy solo tengo que
tomar café con los compañeros y poco más. Hasta mañana
no es la reunión para asignar grupos y marrones. A la
mierda, me lo hago. Es el último que me fumo entresemana,
me lo juro a mí mismo. A la tercera calada me acuerdo de
una canción[xv] que iría muy bien para este momento y me
da la risa tonta. Busco el cedé y lo pongo. Mejor tomarme
estas cosas con humor, ya he llorado bastante.

Menudo submarino me acabo de montar en un momento


en el coche, ya no tengo edad para estas mierdas, joder.
Voy a abrir las ventanillas cuando un golpe en la que tengo
a mi lado me da un susto de muerte. Inés, una de las profes
de Biología con la que siempre me he llevado especialmente
bien, me sonríe y me saluda con la mano tras el cristal. Le
devuelvo la sonrisa y salgo del coche abriendo la puerta lo
mínimo posible para intentar que el olor a porro no me siga.
—¿Qué tal el verano? —pregunta tras los dos besos de
rigor.
—Bien. —Suspiro porque el recuerdo de Vero con el tío
ese de hace un rato vuelve a mi memoria.
—¿Estás mejor? —Me acaricia el brazo e inclina la
cabeza.
—Claro —sonrío de manera forzada y desvío la mirada.
—Venga, pues vamos para dentro, que la reunión
empieza en cinco minutos.
—¿Qué reunión? —pregunto flipado porque esto me pilla
totalmente por sorpresa.
—La reunión de principio de curso, ¿cuál va a ser?
Tendremos que decidir grupos y funciones, ¿no?
—Pero es mañana —le aseguro.
—Qué va, es hoy —se ríe—. Ahora mismo, de hecho.
Joder, qué cagada. Reunión de todo el claustro de
profesores y yo fumado como un piojo. Al final van a tener
razón mis colegas y debería dejar los porros… Bah, qué más
da…

Entramos en la sala donde va a tener lugar la reunión y a


mí todo me da vueltas. Ya están casi todos los compañeros
aquí y se acercan a saludarme uno a uno, todos con la
mirada de condescendencia por haberse enterado de mi
abandono y de lo mal que lo pasé el fin de curso pasado.
Casi mejor ir fumado, así todo me parece de una
importancia relativa.
Cuando ya he saludado a todo el mundo, me dejo caer
en una de las sillas y decido mantener un perfil bajo y pasar
desapercibido, no quiero marrones. Si no me hago notar, me
quedaré con mis clases de Filosofía y listo. Lo último que me
apetece es que me encasqueten alguna otra asignatura, eso
supondría tener que empollar y no estoy en ese punto, no
este curso… O una tutoría, ni de coña quiero que me
coloquen una tutoría, los cincuenta euros más de sueldo no
compensan el marronazo de aguantar a los padres de los
alumnos. Decidido, perfil bajo, voy a hacer como si no
estuviera aquí.
Comienza a hablar la directora y mi mente vuela en
libertad pensando en mi casa nueva y en las ganas que
tengo de poder hacer la mudanza. Me hace ilusión empezar
esta nueva etapa. Me gusta cómo va a quedar el piso,
Claudia tiene mucho talento. Debería buscarme un
compañero de piso, yo solo no voy a poder con los gastos.
¿Qué hago? ¿Pongo un anuncio en el periódico? ¿En las
universidades? La idea de compartir piso con un
universitario no me vuelve loco, pero es donde veo más
posibilidades. La habitación que hemos dejado como mi
despacho también la podría alquilar en un momento dado,
solo va a tener un escritorio y un sofá-cama, igual es cutre
pedirle pasta a alguien por eso. Sí, definitivamente, lo es;
alquilaré solo la otra, me va a hacer falta el dinero, se me
ha ido todo lo que tenía en la obra, pero lo cierto es que va
a quedar de putísima madre. Como no encuentre
compañero pronto no sé cómo voy a llegar a fin de mes,
pagar una hipoteca yo solo va a ser muy chungo, no sé ni
cómo me la han concedido, bueno, claro que lo sé, porque
es el banco donde curra Chimo…
Veo que todos los compañeros asienten con la cabeza a
algo que ha dicho la directora y yo los imito. Perfil bajo, si
hay que asentir, se asiente y punto.
En cuanto esté terminada la obra me llevo mis cosas al
piso nuevo y me mudo inmediatamente, porque creo que no
aguanto ni un día más del estrictamente necesario con mi
abuela. Me sabe mal por mi madre, porque la dejo sola con
ella, pero qué se le va a hacer, llevo cuatro meses allí,
necesito volar del nido de una vez. Necesito volver a tomar
las riendas de mi vida y empezar una nueva etapa.
—¡Jesús! —dice alguien.
—Jesús —repiten un par más. Mierda, alguien ha
estornudado y no me he enterado.
—Jesús —repito yo también.
Inés, sentada a mi lado, aguanta la risa y me da un
codazo.
—La directora te ha hecho una pregunta —murmura
entre dientes.
Hostia, qué subnormal estoy, no era un estornudo, me
estaban llamando a mí. No me acostumbro a que me llamen
por mi nombre real…
—Jesús, ¿estás de acuerdo entonces? —me pregunta
Belén, la directora.
—Sí, sí, claro —contesto sin pensar—. Me parece
estupendo.
—Genial —sonríe—. Pues entonces Jesús se hace cargo
de la tutoría de primero de Bachillerato B, de la asignatura
de Historia de tercero de la ESO y de Ética en segundo ciclo
de Primaria.
¡¿QUÉ?! Hostia puta, qué mal me ha salido lo del perfil
bajo. Hasta una clase de primaria. Me cago en todo, no me
podían haber caído más marrones. Si digo ahora que no
había escuchado la pregunta voy a quedar como un
gilipollas, pero si no lo digo me como todo eso que me
acaban de encasquetar. Casi prefiero que piensen que soy
subnormal y librarme del marrón… Pero igual si digo algo se
dan cuenta de que voy fumado como una rata y me podrían
hasta despedir. Mierda, mierda, no sé qué hacer…
—Bueno, chicos, feliz inicio de curso a todos.
Y con esa frase se da por concluida la reunión y mis
posibilidades de escapar de la trampa en la que me he
metido por no pensar las cosas antes de hacerlas.
12. Vuelta al cole
CHUS

A la mañana siguiente, me levanto con el tiempo justo.


Joder, me he dormido. Me doy una ducha a la velocidad del
rayo, pero tengo que irme volando; hoy empieza el curso
para los chavales, no puedo llegar más tarde que ellos.

Llego al instituto cinco minutos antes de la hora. Bien. El


colegio tiene tres entradas, elijo aparcar en una diferente a
la del otro día. Ahora que sé que Vero entra por esa, prefiero
evitarla. Dejo el coche en la primera plaza libre que
encuentro y entro por la puerta menos concurrida de todas.
Atajo por detrás del gimnasio, donde se forma una especie
de callejón que llega hasta el pabellón de Bachillerato. Me
encuentro una pareja de chavales dándose el magreo de su
vida. Más que unos besos antes de entrar en clase, parecen
los preliminares del polvo del siglo. Mierda, ¿qué coño se
supone que tengo que hacer? ¿Hago como que no lo he
visto? ¿Les digo que no pueden hacer esto aquí? ¿No
pueden? No tengo claro cuál es mi misión en una situación
así… ¿Debería ponerles un parte? Técnicamente ni siquiera
estamos en horario lectivo. Tampoco sé hasta qué punto me
debo meter en esto. ¿Les doy una charla sobre lo
inapropiado de hacer esto en el instituto? ¿Sobre sexo
seguro? ¿Aviso a los de orientación y que se ocupen ellos?
También puedo seguir caminando y fingir que no he visto
nada… Creo que será lo mejor para empezar el curso
tranquilo. Si vuelve a ocurrir, ya tomaré cartas en el asunto.
Me estoy engañando a mí mismo, a partir de mañana no
tomaré este atajo para no volverme a encontrar en una
situación similar.
Paso cerca de ellos mirando hacia otro lado, pero me
llegan sus gemidos perfectamente. Cesan de golpe.
—Hola, Chus —oigo la voz de la chica.
—Hostia —esta vez es el chico—, ¿para qué lo saludas?
Mierda. Me giro hacia ellos en contra de mi voluntad y,
ahora sin la cara del adolescente pegada a la suya, la
reconozco. Joder, es una de las hermanas de Samu. Y ahora,
¿qué mierda se supone que tengo que hacer?
—Hola…
—Lorena —sonríe. Se ha dado cuenta de que no las
distingo. Nunca lo he hecho y no creo que lo haga jamás, lo
tengo asumido.
—¿Y tu hermana? —Vaya pregunta de mierda, pero ¿qué
iba a preguntarle? ¿Qué tal el magreo mañanero?
—Estará en clase ya, ahora vamos nosotros. Este curso
eres nuestro tutor. —Vuelve a sonreír.
—Sí, mola —suelta el chaval. Ya lo reconozco del curso
pasado: Jairo Zafra. Era el protagonista de todos los
claustros de Secundaria, creo que batió récord histórico de
acumulación de partes de incidencia. Vaya ojito ha tenido la
chiquilla, menudo pieza… ¿Debería decirle algo a su
hermano? Mierda, de nuevo estoy en una situación que no
me mola nada.
Suena el timbre y me hace reaccionar.
—Venga, a clase —les digo en el tono más autoritario de
que soy capaz.
Ellos se recolocan la ropa rápidamente, cogen sus
mochilas del suelo y salen corriendo delante de mí.

Llego a clase y todos los chavales que estaban hablando


entre ellos se sientan rápidamente al verme entrar. Guay, si
me hubiera tocado poner orden, las habría pasado putas. No
soy nada autoritario.
Empieza entonces Jairo a dar palmadas en su mesa de
modo rítmico mientras corea «Je-sús, Je-sús…» (así me
llaman los alumnos) y el resto de la clase tarda dos
repeticiones en unirse a él. Sin duda es el líder de la clase,
lo lleva siendo toda la Secundaria. Sinceramente, no
esperaba encontrármelo en Bachillerato, pensaba que
dejaría los estudios al finalizar la educación obligatoria, pero
aquí está, dirigiendo la clase mejor que yo.
Voy hacia mi mesa deseando que dejen el numerito ellos
solos y no tenga yo que poner orden, cuando se callan todos
de golpe. Me giro hacia la puerta y Belén, la directora, me
saluda con un movimiento de cabeza.
—Buenos días, Jesús. Veo que sigues siendo el favorito
del alumnado…
—Buenos días, Belén —respondo, porque no sé qué otra
cosa decir. Es cierto que llevo varios cursos saliendo como
el profesor mejor valorado por los chavales en los
cuestionarios esos que les pasan, pero es porque soy un
blando, lo sabemos todos.
Se acerca hasta mi mesa y me tiende un papel.
—Tu horario definitivo —explica—. A ver si consigues
mantener el orden, aunque yo no esté presente.
—Claro —aseguro. Qué cabrona, tenía que soltar la
pullita. Ella tiene mucha autoridad, pero no suele salir nada
bien parada en los cuestionarios de los alumnos. Claro que
eso tampoco sirve de nada, no son ellos los que deciden
qué profesores se quedan y cuáles se van, eso es más una
cuestión de rendimiento académico, y lo cierto es que mi
asignatura la aprueban casi todos, y no porque yo les regale
la nota, suelen salir bastante bien sus exámenes de
Selectividad. Ya estoy divagando de nuevo, joder, y eso que
no he fumado nada esta mañana.
—Nos vemos luego, Jesús.
—Hasta luego, Belén.
Me quedo mirando a la clase que me ha tocado en esta
tutoría. Los conozco a casi todos de los cursos anteriores,
aunque siempre llegan alumnos nuevos en primero de
Bachillerato para cubrir las plazas de los que abandonan
tras la Secundaria.
Las mesas están emparejadas de dos en dos formando
tres filas. Lorena y Jairo han ocupado dos pupitres juntos al
fondo de la clase; localizo a la otra hermana de Samu, Laia
(por eliminación), en primera fila junto a una alumna nueva.
Creo que es la primera vez que las hermanas no se sientan
juntas, no sé si habrá pasado algo entre ellas o si
simplemente Lorena ha preferido sentarse con su ¿novio?
—Buenos días, chicos. Casi todos me conocéis ya, pero,
para los nuevos, soy Jesús Arnau y seré vuestro tutor este
curso.
—Je-sús, Je-sús… —vuelve a empezar el graciosillo de
antes y los demás no tardan en unirse.
—Vale, Jairo, no vuelvas a hacer eso —pretendo sonar
autoritario, pero no tengo muy claro haberlo conseguido—.
Y los demás, también, un poco de silencio.
Me sorprendo de que me hagan caso al momento y se
callen, creo que es la primera vez que me pasa.
—Bueno, voy a pasar lista, sé que casi todos os conocéis,
pero así los nuevos podrán conoceros también y vosotros a
ellos.
Empiezo a pasar lista y tras «Alcaide Borrás, Javier»,
llega el turno de «Andújar Sorní, Laia». Qué recuerdos me
traen esos apellidos. Recuerdo un curso en el que el primer
día de clase, tendríamos unos trece años, llegó Samu
emocionado porque le habían cambiado los apellidos. Su
padrastro lo había adoptado oficialmente y le había puesto
su apellido, para que fuera como el de sus hermanas. Que
yo sepa, nunca lo llamó papá, ya llevaba muchos años
llamándolo Simón y le resultaba raro, pero legalmente tenía
padre y eso le hizo muy feliz, y se le notaba. Al que no le
hizo mucha gracia fue a Marc, porque por aquel entonces
nos sentaban en clase por orden alfabético y «Marc
Sapena» y «Samuel Sorní» llevaban años sentándose juntos;
pero, a partir de ese curso, «Samuel Andújar» vino a
sentarse en primera fila conmigo y a mí me encantó el
cambio…
—¡Jesús! ¡Te has quedao pillao! —grita Jairo desde el
fondo de la clase. Joder, tiene razón, otra vez me había
empanado, tengo que hacer algo con mi concentración.
Empleo toda la hora en pasar lista y que los chavales se
vayan presentando, así conocen a los nuevos y estos a los
de toda la vida. Y de paso no tengo que plantearme qué
otra cosa hacer, la verdad; el primer día no voy a empezar a
soltarles temario y tampoco sé muy bien qué hacer en una
tutoría. Llevo cinco años dando clase aquí y sigo teniendo
síndrome del impostor, aunque, con sinceridad, no sé ni lo
que hago, así que igual no es tanto síndrome como realidad.
Cuando llega la hora del descanso, repaso mi horario.
Después del recreo tengo clase de Ética con los de Primaria.
Eso sí que no sé cómo lo voy a llevar. Nunca he dado clase a
los pequeños y técnicamente no debería hacerlo. Esto en un
colegio público no me habría pasado, la culpa es mía por
acomodarme aquí y no haber intentado sacarme las
oposiciones… En realidad, aún estaría a tiempo.
«Sí, claro, Chus, no flipes, no eres capaz de aguantar la
concentración ni diez minutos sin que se te vaya la olla,
pero vas a poder estudiar una oposición. Sigue soñando,
tronco».
Atravieso uno de los patios de Primaria de camino a ese
pabellón mientras los nanos aún están en el recreo. Cómo
gritan, no sé cómo voy a gestionar una clase así. Siento un
poco de pánico, la verdad.
—¡Chus! ¡Chus! ¡Chus! —Una vocecilla gritando a mi
espalda llama mi atención. Me giro al momento. Gina, la hija
de Marc y Greta, llega a mi lado casi sin aliento.
—Hola, guapa, ¿qué pasa?
Respira hondo un par de veces intentando recuperar el
resuello antes de hablar.
—¿Sabías que eres mi profe de Ética?
No había caído, no estaba seguro de en qué curso estaba
ella, pero omito ese dato para que no se sienta poco
importante.
—Sí, claro —sonrío.
—Loui me ha dicho que en clase tengo que llamarte Jesús
—susurra y yo asiento—. Pero, si se me escapa Chus, ¿qué
pasa? ¿Me riñes? ¿Te enfadas? ¿Me suspendes?
—No —sonrío—, nada de eso. Intenta llamarme Jesús,
pero, si se te escapa alguna vez Chus, tampoco pasa nada.
—Ah, vale —suspira y sonríe—. Papá me ha dicho que te
haga preguntas difíciles, pero eso no lo voy a hacer…
—Ya le vale a tu padre —me río—, ya hablaré yo con él…

La clase con los de Primaria va mejor de lo que yo


esperaba. Se comportan bastante bien. Hay un par de
nanos cabroncetes que incordian, entiendo que están
intentando tomarme la medida, pero recurro a mostrarme
más autoritario de lo que soy en realidad y consigo salvar la
situación bastante bien.
Tras concluir las presentaciones en todas las clases que
me tocaban hoy, doy el primer día de clase por superado
con éxito. No ha sido tan terrible, lo mismo hasta es un
buen año… Bueno, o lo será hasta que empiecen las
tutorías con los padres.
13. Sin parejas
Diciembre, 2010

CHUS

Lo que iba a ser una obra de dos semanas (según


Claudia) se ha complicado más de la cuenta. Llevan ya tres
meses y todavía no han terminado, aunque parece que por
fin les falta poco. Estamos a primeros de diciembre y Clau
me ha asegurado que estará lista antes de Navidad.
Llevo mejor el tema de Vero, creo que ya lo tengo
asumido. Tres meses dan para mucho. No ha sido difícil
evitarla en el instituto, no la he vuelto a ver desde el día de
la notaría. Bueno, no, desde esa mañana, unos días
después, en que la vi entrar en el insti con el gigante. En
cualquier caso, hay días en los que ya no pienso en ella,
parece que por fin lo estoy superando de verdad.

Hemos quedado todos para cenar hoy en casa de Piero y


compañía. Nuestras responsabilidades de adultos nos tienen
bastante ocupados y empieza a ser difícil lo de poder
coincidir todos. Cómo echo de menos los años en los que
nos pasábamos las tardes en el bar, era todo mucho más
fácil.
Salgo del ascensor en el rellano y me encuentro a Samu
y Estrella pegándose el lote como dos adolescentes junto a
la puerta de la que fue la casa de ella toda la vida y ahora
es la de su hermano. Estrella tiene ya un barrigón
considerable, creo que, si Samu no fuera tan alto, tendrían
muy difícil enrollarse así.
Como han ignorado el ruido del ascensor, carraspeo para
hacerme notar. Ellos sonríen sin separarse en un principio,
pero al momento se giran hacia mí.
—¿Y los nanos? —les pregunto.
—Arriba, con mi madre —explica Estrella—. Está también
Gina, se lo pasarán bien.
—Y nosotros tenemos la noche libre —sonríe Samu y
vuelve a besar a su mujer.
—Vale ya, cielo. —Estrella se separa de él y cuchichea
algo que no llego a oír.
Se abre entonces la puerta de casa de Marc y este los
mira con cara de asco.
—¿Ya estáis haciendo el baboso? ¿Ni preñada le quitas
las manos de encima a mi hermana? —gruñe. Aunque Samu
y Estrella llevan como ocho años juntos y están casados,
Marc sigue haciendo siempre ese tipo de comentarios.
—¿Se las quitas tú a Greta? —se defiende Samu.
—Que te jodan. —Marc se ríe y se aparta para dejarnos
entrar.
Pasamos a esa cocina gigante que tienen, donde han
preparado la mesa para que cenemos todos como los
adultos que pretendemos ser. ¿Soy el único que siente que
lo de ser adulto le queda grande? Es como si estuviera
jugando a ser mayor sin tener ni puta idea de lo que hago.
Deshecho rápidamente ese pensamiento porque no quiero
rayarme la cabeza esta noche.
Nos sentamos a cenar. Ha cocinado Piero, como siempre,
no hay duda, está todo de puta madre.
—Bueno, tíos, deberíamos salir mañana —dice Samu en
un momento dado—. El martes me operan, molaría una
celebración de despedida.
—¿Te operan? ¿De qué te operan? —se atraganta Loui
con las palabras—. ¿Despedida de qué? No seas gafe, tío…
—Despedida de mis pelotas —aclara Samu—. Me voy a
hacer una vasectomía. No más sustos como este. —Frota la
barriga de Estrella y los demás nos reímos.
—Podrías ir con él y que os hagan un dos por uno —le
sugiere Greta a Marc.
—Ni de coña —asegura él—. A mí no me acercan un
bisturí a los huevos ni de puta broma.
—Qué gilipollas eres a veces. —Greta pone los ojos en
blanco y los demás nos descojonamos.
—Bueno —sigue Samu ignorando la interrupción de Marc
y Greta—, pues eso, que podríamos salir mañana de
despedida de mis pelotas. Solo los tíos, sin parejas… ¿Qué
os parece?
—Pues me parece que no sé en qué lugar nos deja a
Piero y a mí eso de «solo los tíos, sin parejas» —replica Loui.
—Hostia, lo he dicho sin pensar… —Samu se rasca la
nuca—. Vale, no sé, pues que venga Piero también si
queréis, yo qué sé…
—No, yo no voy —interviene Piero—. Me solidarizo con
las chicas. Si vais sin pareja, vais todos sin pareja.
—Y yo, que no tengo pareja, ¿puedo ir? ¿O no? —
pregunta Clau.
—No —dice Marc.
—Ah, vale, que hay que tener polla para salir con
vosotros, ¿no? —se queja Greta—. Pues paso, que os den.
—No, joder —se defiende Samu—, en principio la idea era
noche de juerga sin parejas… Bueno, más sin chicas que sin
parejas…
—Y ¿por qué sin chicas? ¿Qué plan tenéis para que no
podamos ir? —insiste Greta con cara de mala hostia.
Marc y Samu intercambian una mirada y un amago de
sonrisa. Loui parece tan perdido como yo.
—Tú sabes algo. ¿Qué coño está pasando aquí? —Greta
le da una palmada a Marc en el brazo con tanta fuerza que
me duele hasta a mí.
—Joder, nena, qué animal eres a veces…
—No cambies de tema… ¿De qué va esto? ¿Por qué no
pueden ir chicas con vosotros?
Marc mira a Samu y se encoge de hombros. Samu
resopla y se pasa una mano por la cara.
—Vale, si necesitáis saberlo todo… Porque con chicas en
el grupo no se puede ligar. Ya está, por eso es, ¿contenta?
—Explícate mejor o lo mismo pierdes las pelotas antes
del martes… O las perdéis los dos —gruñe Greta, pero a
Estrella parece que le hace gracia.
—No, joder, por nosotros no —se defiende Samu—.
¡Nosotros no vamos a ligar! Es por Chus, a ver si
conseguimos que eche un polvo, que lleva demasiado
tiempo a dos velas. Necesita salir, conocer gente…
—¿Yo? —me defiendo—. Yo no sabía nada. Tampoco sé si
me apetece; ahora estoy bastante bien, no quiero líos.
—¿Qué coño vas a estar bien? Si aún le sigues guardando
el luto a tu ex… Necesitas echar un polvo y pasar página de
una puta vez —interrumpe Marc.
No estoy de acuerdo con lo que dice, pero no voy a
discutir. Me apetece demasiado que salgamos los cuatro
juntos, como en los viejos tiempos. No voy a quejarme.
14. Por mis pelotas
CHUS

Hacía mucho que no salíamos los cuatro juntos. Qué falta


nos hacía esto. No nos habíamos dado cuenta hasta que
hemos pasado una noche así. Vamos medio ciegos ya,
también hacía mucho que no bebíamos tanto. Hasta Loui,
que es el más prudente de todos, parece más suelto que
nunca.
Estamos de pie junto a la barra de un pub tomando unas
copas. La música aquí no es ensordecedora y nos permite
hablar un poco entre nosotros.
—¡Por mis pelotas y los servicios prestados todos estos
años! —propone Samu como brindis y todos nos partimos el
culo.
—¡Por las pelotas de Samu! —repetimos.
—¿No te da un poco de miedo, tío? —pregunta Loui—.
Creo que en tu lugar yo estaría acojonado…
—Me acojona más otro embarazo, la verdad… Tú no
tienes ese peligro, no lo puedes entender…
—No lo tengo, no. —Loui se descojona. Tiene la cara muy
roja y los ojillos brillantes. Puede que sea la vez que más lo
he visto beber, está como muy suelto. Creo que hasta me
atrevería a decir que está borracho.
—¿Qué te pasa, nano? ¿Por qué estás tan contento? —le
pregunto.
—No sé —sonríe—. Me alegro de estar aquí con vosotros.
Hacía mucho que no salíamos los cuatro solos…
—¿Vas ciego? —pregunta Marc.
—Hostia, ¿el Loui se nos ha emborrachado por fin? —
insiste Samu.
—Creo que borracho no voy, pero igual sí que me he
pasado un poco bebiendo. —Le da la risa floja y los demás
nos contagiamos.
—Nano, ¡estás mamao! —Le doy una palmada en la
espalda muerto de risa.
—No lo digas así, que suena a mamada y me hace
pensar en Piero. —Se pone rojísimo nada más decirlo y le da
un ataque de risa—. Pues igual sí que estoy un poco
borrrracho.
—¡Hostia puta! ¡Nano, que vas ciego! —Marc lo abraza y
le toca el culo.
—No me toques el culo, guarro. —Loui no deja de reírse,
pero le da un empujón—. Sabes de sobra que no me pones
nada… Y no voy tan ciego como para cambiar de opinión.
—Joder, joder, ¡esto hay que celebrarlo! ¡Mis pelotas
están emocionadas por semejante honor! ¿Es por eso,
nano? ¿Tienes que despedirte de ellas sin haberlas conocido
y te vas a dar a la bebida?
—Otro flipado, de verdad que no todo el mundo cae
rendido a vuestros pies. —Sonríe—. Estáis buenos, pero
tampoco sois la puta maravilla. Y Chus también está bueno,
le han sentado muy bien los años, aunque no se lo crea ni
él… Chus, tío, deberías cuidarte un poco más y cambiar ese
rollo de vestir que tienes que no te favorece nada…
—Ya he pillado yo sin abrir la boca —me quejo, pero en
realidad ver a Loui así lo compensa todo. Que diga lo que
quiera.
—Aprovechemos el ciego de Loui —propone Marc—.
Vamos a hacer algo que él de normal no haría.
—¿El qué? ¿Tirarme a una tía? Aunque vaya ciego, sigo
estando casado. —Hace el amago de enseñarnos el anillo,
pero se equivoca de dedo y le vuelve a dar la risa—. Ay, por
un lado, me arrepiento ahora de que no haya venido Piero;
pero, por otro, casi prefiero que no me vea así…
—Tío, soy muy fan de Loui ciego. —Samu le pasa un
brazo por encima de los hombros—. Vamos a contar
secretos inconfesables. Venga, algo que no le hayáis
contado nunca a nadie… Loui, cuéntanos tu secreto más
oscuro.
—No voy tan ciego —se ríe—. Y yo no tengo de eso.
—Todos los tenemos —asegura Samu.
—Venga, pues cuéntanos tú uno, que es tu noche —
sugiero yo.
—Pues a ver… —empieza el rubio—. No sé qué contaros
que no sepáis ya… Vale, sí, algo que nunca le he contado a
nadie: la segunda vez que quedé con Estrella, bueno,
tampoco fue «quedar» como tal, pero vaya, que la segunda
vez que lo hicimos, me desvirgó el culo.
A Loui y a mí nos da tal ataque de risa que escupimos lo
que estamos bebiendo, pero Marc lo coge del cuello de la
chaqueta y lo saca a rastras del local. Lo seguimos
acojonados, de esta le parte la cara, lo veo.
—¡¿Pero tú eres gilipollas?! —grita Marc cuando estamos
en la calle mientras lo suelta y le da un empujón—. ¡Te voy
a partir la puta boca!
—¿Qué pasa, nano? ¿Por qué te pones así? —Samu flipa.
—¿Quieres dejar de decir esas guarradas de mi
hermana?
—Pero si era mi culo, ni siquiera te he contado lo que le
hice yo a ella… —Le empieza a dar la risilla floja y Marc lo
vuelve a coger del cuello de la chaqueta y lo estampa
contra la pared que hay junto a la fachada de la entrada.
Loui y yo estamos entre acojonados y descojonados, es raro.
—¡¿Vas a dejar de decir guarradas de mi hermana,
joder?! —ruge Marc.
—Joder, ¡que es mi mujer!, ¡y la madre de mis hijos!, ¡y
la que me obliga a cortarme las pelotas! ¡Déjame decir que
dejé que me desvirgara el culo la segunda noche! Me tiene
pillado por los huevos, desde ese día hasta hoy…
literalmente… —Le da una risilla aguda que nos contagia a
Loui y a mí, aunque intentamos disimular. Cuando vemos
que Marc intenta ocultar una sonrisa, ya nos atrevemos a
soltar una carcajada. Marc se descojona también, suelta a
Samu y se separa un poco de él.
—Eres un puto pringao —se ríe y se enciende un cigarro.
—Lo sé, nano. Y a partir del martes, pringao y eunuco,
pero con el mejor sexo del puto mundo…
Marc se gira de golpe a mirarlo y Samu se corrige
rápidamente.
—Secreto, secreto, sexo secreto… —El rubio levanta las
manos en son de paz.
Nos vuelve a dar la risa a todos.
—No dejo que nadie se acerque a mi culo ni de puta
broma —asegura Marc.
—Pues tú te lo pierdes —afirman Loui y Samu a la vez y a
los cuatro nos vuelve a dar la risa.
—Bueno, hay algo que tengo que decirte, nano, por si me
quedo en la mesa de operaciones —le dice Samu a Marc.
—No digas gilipolleces, joder, no seas gafe —interrumpo
yo. Qué mal rollo me dan esas cosas.
—¿A quién? ¿A mí? —Marc se gira hacia él.
—Sí, tío. Llevo años cargando con una mentira, y no me
la quiero llevar al más allá…
—Tío, no digas eso, que da yuyu —suelta Loui.
—Dispara. —Marc se cruza de brazos y lo mira serio.
—A ver, cómo te lo digo… La noche de la absenta… —
empieza Samu haciendo referencia a una noche fatídica de
hace como diez años en la que Samu se lio con Greta. Todos
estaban solteros por aquel entonces, pero Marc nunca lo ha
llevado nada bien—. Sé que dijimos que no nos
acordábamos de nada de lo que había pasado, pero es
mentira, yo me acordaba perfectamente… Aún me acuerdo,
de hecho.
Mierda, ¿por qué saca ahora este tema? Hoy se lo carga.
—No es verdad —murmura Marc entre dientes con una
sonrisilla—. Quieres picarme, pero no voy a caer…
—Te lo juro, me acuerdo perfectamente. Si no ¿cómo iba
a saber que Greta tiene un lunar al lado del pezón, que
prefiere ponerse encima y que cuando se corre le gusta
dejarse caer hacia atrás?
Marc abre mucho los ojos, se lanza contra él y lo vuelve a
estampar contra la pared.
—¡Dame una razón para que no te abra la puta cabeza
ahora mismo!
—¡Odio a mi cuñada! —grita Loui más alto de lo que le he
oído gritar jamás. Es evidente que quería distraer la
atención de estos dos y evitar un drama, pero es que a
Samu ya le vale…
Todos nos giramos hacia Loui flipadísimos.
—¿Qué dices, nano? —pregunta Marc todavía reteniendo
a Samu contra la pared.
—Pues eso, ¿no va de secretos inconfesables? Ese es el
mío. Odio a la hermana de Piero, no la soporto. Me cayó
fatal cuando la conocí y la cosa no ha mejorado con los
años. Es una niñata odiosa, malcriada, insufrible y
maleducada… Y ahora Paolo nos la manda porque ya no
puede con ella; que tiene veintiséis años, debería ser
independiente, pero no lo es y nos toca hacernos cargo de
ella. Llega la semana que viene y se va a quedar a vivir con
nosotros. Y me siento egoísta y mala persona, pero no la
quiero en mi casa.
—Pues díselo a Piero, lo tiene que entender… —sugiere
Samu, aún arrinconado por Marc.
—No puedo. Está emocionadísimo. Es la poca familia con
la que tiene relación. Los dejó en Italia y vino a vivir aquí
por mí, no puedo decirle que no la quiero en mi casa, no
puedo ser tan cabrón… También es su casa, y es su
hermana. Me la tengo que tragar, pero necesitaba
desahogarme… No le digáis nada a Piero, por favor.
—Nada, tranquilo, no le decimos nada —aseguro
mientras le doy una palmada en la espalda. Pobre, qué
marrón. Tiene que estar muy al límite para decir eso, a Loui
jamás le habíamos oído hablar mal de nadie.
—Y tú —Marc se vuelve a girar hacia Samu—, cierra la
puta boca ya. No sé por qué has sacado ese tema, pero
déjalo estar.
—No, nano, déjame terminar, que te lo he dicho por
algo…
—¡No quiero saber, joder! ¿Qué puta parte es la que no
entiendes?
—¡Me llamó Marc! —grita Samu.
—¿De qué coño hablas?
—Esa noche, mientras follábamos —Marc aprieta los ojos
y los dientes—. Me llamó Marc, tres veces. Fue el polvo más
humillante de mi vida, por eso fingí que no recordaba nada,
como ella…
—¿Y ella también se acuerda? —pregunta Marc.
—Ni puta idea, jamás he vuelto a hablar de esto con
ella…
—¿Te llamó Marc? —El muy cabrón sonríe.
—Sí, nano, qué humillación. —El rubio sonríe también.
—Definitivamente, eres un puto pringao. —Marc se
descojona y lo suelta por fin.
«Sí, un pringao que se ha tirado a tu mujer y a tu
hermana», pienso, pero no lo digo; si no, aún pillaré yo.
—¿Por qué me lo cuentas ahora, después de tanto
tiempo?
—Por si muero en la operación, no quería irme con una
mentira entre nosotros y que te quedaras con ese rencor
dentro, quiero que me llores con sinceridad…
—No te vas a morir de una vasectomía, subnormal…
—Nunca se sabe… Bueno —sigue Samu—. Ahora vamos
a por unos chupitos, que lo de Loui hay que aprovecharlo y
Chus tiene que ligar…
—Ya estamos —me defiendo—. A mí dejadme en paz…
—Te juro por estas pelotas a las que les quedan tres días
de vida —asegura llevándose ahí la mano—, que tú esta
noche follas.
Todos nos reímos y vamos a la barra a por los chupitos.
Y a partir de ahí, la noche se vuelve negra.
15. No era virgen
CHUS

Abro los ojos totalmente desubicado. No sé dónde coño


me encuentro. Estoy solo en una cama que desconozco. La
habitación es muy cutre y no me suena de nada. Se abre la
puerta y una chica me mira desde el umbral. Lleva el pelo
recogido y media cabeza afeitada. También tiene tatuajes
en el cuello y en los brazos. Solo lleva una camiseta de
tirantes y unas bragas.
—Guay, estás despierto. Puedes pirarte cuando quieras.
O te puedes quedar a comer, como veas… Estás más bueno
en bolas, no deberías vestirte nunca —me dice tan
tranquila.
Sus últimas palabras me hacen darme cuenta de que
estoy desnudo. Bueno, tampoco me voy a tapar por eso,
sería absurdo. Lo que tuviera que ver, ya lo ha visto.
—Perdona, ¿quién eres? ¿Dónde estamos?
—¿No te acuerdas de nada de anoche? —Sonríe y se
apoya contra el marco de la puerta.
Me paso una mano por la cara y niego con la cabeza.
—¿Nada de nada?
—Lo último que recuerdo es beberme unos chupitos con
mis colegas en la barra del garito donde estábamos.
—Pues después de eso, supongo, un colega tuyo, un
melenas rubio, nos invitó a mis amigas y a mí a un par de
rondas. Dijo que… —Un perro pasa por su lado e interrumpe
su relato. Se acerca a mí y frota su cabeza en mi mano.
—Ey, ¿qué pasa, colega? —Le digo al perro acariciándole
un poco la cabeza—. Sigue, perdona —le digo a ella sin
dejar de hacerle mimos al chucho.
—Pues eso, que tu colega nos dijo que necesitaba que
alguna te desvirgara, que tenías treinta años y aún eras
virgen…
—Qué hijoputa es —me río—. Es mentira, no era virgen.
—Ya, me quedó claro. Pero tranquilo, que no llegamos
hasta el final final… No tenías condones «de los tuyos» —
hace el gesto de las comillas en el aire—, pero vaya, que si
quieres nos podemos apañar como anoche… O puedo
mandar a alguien a por gomas de las que te gusten… Como
veas…
Por tentador que pueda sonarle eso a otro, a mí no me lo
parece. Me tapo instintivamente con la sábana y niego
demasiado enérgicamente con la cabeza. Tampoco quiero
ser grosero, igual el gesto ha sido exagerado, pero es que
es lo último que me apetece ahora mismo, algo así en frío
con una desconocida…
—No, creo que prefiero marcharme, si no te importa…
—Claro, como quieras —asiente ella—. Le he dado unas
salchichas al chucho, supongo que no hay problema…
—¿Por qué iba a haber problema? Tú sabrás: tus
salchichas, tu perro, tu movida… ¿Sabes dónde está mi
ropa? —pregunto esto último mirando alrededor sin
levantarme de la cama.
—Tu ropa estará por ahí fuera, creo que a la habitación
llegaste ya en pelotas. Y las salchichas eran mías, sí, pero el
perro es tuyo.
—¿Qué dices? Yo no tengo perro —me río.
—Pues vino contigo todo el camino. Ibas hablando con él.
Lo llamabas Tote, me dijiste que de…
—Aristóteles —termino yo la frase en un susurro. Joder,
llevaba tiempo pensando en pillarme un perro y pensé que
ese sería un buen nombre. Pero para eso primero tenía que
tener el piso ya listo. Y quería un perro pequeñito, este es
de tamaño mediano. Y ni siquiera sé de dónde ha salido. ¿Y
si tiene dueño? ¿Y si tiene pulgas? ¿Y si tiene la rabia? El
animalito me mira sacando la lengua y moviendo el rabo.
Él gana, ya es mi perro.
—Venga, Tote, vámonos a casa. —Suspiro y me levanto
de la cama. Antes de que pueda pedirle a la chica mi ropa,
la he perdido de vista y me toca deambular por el resto de
la casa en bolas buscándola mientras me cruzo con más
desconocidos de los que uno desea encontrarse en una
situación así.
Una vez vestido y listo para marcharme, la localizo en la
cocina, junto a la puerta de la calle.
—Me marcho.
—Vale, hasta la vista —dice ella—. Eras Chus, ¿verdad?
Hago un asentimiento de cabeza porque no sé cómo
corresponder cuando no recuerdo ni haberla conocido.
—Duna —intenta disimular una sonrisa—. Me llamo
Duna. Un placer, Chus.
Me besa en la mejilla, abre la puerta de la calle y me
empuja fuera. Tote me sigue feliz.
Bueno, ha sido una experiencia vergonzosa y humillante,
no he echado un polvo, aunque puedo haber pillado una
venérea solo por respirar en esa casa, pero tengo un perro.
Podría haber sido peor.
Decido dejarlo en casa de mi madre después de comer.
Quiero pasarme por casa de Piero y no lo voy a llevar por
ahí. No hasta que le eche un vistazo el veterinario.
16. Una reunión de subnormales
CHUS

La puerta tarda bastante en abrirse y lo hace Greta. Miro


un momento el número para asegurarme de que no me he
equivocado y he llamado a su casa. Pero no, tanto el
número como lo que se ve tras ella me confirman que he
llamado a casa de Piero y Loui.
—Estaba en la cocina y he oído el timbre —se adelanta
ella a mi pregunta—. Pasa.
Obedezco y cierra tras de mí.
—Supongo que no soy el motivo de tu visita —sonríe.
—Pues…
—Tranquilo, hay reunión de subnormales en el cuarto de
Gina.
—¿Reunión de subnormales? —me río—. ¿Qué quiere
decir eso?
—Ve y mira lo que están haciendo. —Pone los ojos en
blanco y suspira.
Avanzo por el pasillo hasta la habitación de la niña y me
quedo flipado al abrir la puerta. En el centro de la enorme
habitación, el oso de peluche gigante que suele tener Gina
apoyado en una pared está tumbado en el suelo, mide más
de dos metros seguro. A sus pies, una cama elástica
minúscula que le compraron a Gina en su último
cumpleaños hace las veces de trampolín para Gina, Marc y
Piero, que se turnan para coger carrerilla, impulsarse en ella
y dejarse caer sobre el oso como si fuera una colchoneta.
Frente a ellos, sentado en el suelo, Loui les dispara ráfagas
de fotos mientras están por el aire. Tiene pinta de ser la
hostia de divertido.
—¿Qué te parece? ¿Son o no son subnormales? —
pregunta Greta a mi espalda—. A mi hija se lo paso porque
tiene nueve años, pero lo de los otros no tiene nombre…
Su voz hace que los demás reparen en nuestra
presencia.
—¡Chus! —grita Gina viniendo a abrazarme— ¿Juegas?
—Claro —respondo sin dudar antes de quitarme las gafas
y dejarlas sobre una estantería—. Mierda, no veo un pijo,
espero no caer fuera de sitio.
—No, ya verás, el oso es muy grande, caerás bien —me
tranquiliza la niña mientras tira de mi mano para llevarme al
punto de salida.
—Otro que tal —se queja Greta.
—Te da rabia no poder saltar por el embarazo, bella, lo
sabemos.
—Paso —bufa ella y sale de la habitación. Los demás se
descojonan, creo que el italiano ha dado justo en el clavo.
—Venga, nano, te toca —me dice Marc.
Obedezco y repito lo que estaban haciendo ellos. Es una
sensación liberadora. Seguimos así durante un buen rato en
el que no paramos de reírnos. Llega un momento en que lo
tenemos tan controlado que ya nos dedicamos a poner
poses y caretos en el aire. Por primera vez en mi vida
encuentro un motivo a por qué la gente tiene hijos. Qué
falta me hacía algo así.
—Chus, ¿una birra? —pregunta Marc cuando damos por
concluida la sesión de saltos.
—En realidad, venía para hablar un momento con Piero
—explico mientras vuelvo a ponerme las gafas. Qué
tranquilidad volver a ver.
—Siempre igual, nano… Loui, ojito con estos dos…
Loui se ríe y le da un beso a Piero.
—Estaré en el estudio editando las fotos.
—¿Las de los saltos? ¿Puedo? ¿Puedo? —pregunta Gina.
—Claro —asiente Loui.
—Venga, pues vamos —se apunta Marc—. Yo también
quiero verlas.
Acompaño a Piero hasta el salón de su casa y nos
sentamos en el sofá. No dice nada, solo me mira y sonríe.
—Anoche acabé con una chica, aunque no llegamos
hasta el final —murmuro para el cuello de mi camisa. Él
asiente con la cabeza.
—Algo me dijo Loui… Pero no tenía claro si era cierto,
estaba muy bebido —se ríe—. ¿Cómo te sientes con eso?
—Mal, nano, no sé, es que no recuerdo nada… Ni siquiera
recuerdo haberla besado… Aunque por lo que me ha dicho
esta mañana, algunas cosas debimos de hacer… Yo qué sé,
nano, qué mal…
—¿Cuál es el problema?
—En realidad, no hay problema. Lo que quería
comentarte a ti es otra cosa… Me ha dicho esta mañana
que estoy mejor de lo que aparento, que debería sacarme
más partido… Vero también me decía cosas así a veces.
Nano, no pillo a las tías cuando se ponen en ese plan. Y
anoche tu marido me dijo algo parecido también… ¿De qué
va eso? ¿Es mi ropa? ¿Soy yo?
—Ajá, sí, yo también lo pienso. Te lo he dicho muchas
veces, que el rollo ese de camisetas gigantes y camisas de
cuadros no te ayuda nada. Y los pantalones que sueles
llevar tienen un corte que no te favorece. Creo que te
vendría bien un cambio.
—¿Tú crees? Puede que tengas razón, tío. ¿Me
acompañas un día de compras? A un sitio que no sea
demasiado pijo, no quiero gastarme mucha pasta en esto…
—Mejor, ven. —Me da una palmada en la pierna y se
pone de pie—. Vamos de compras al armario de Luigi.
—¿Qué dices, nano? —Me levanto yo también y comienzo
a caminar tras él—. No voy a cogerle ropa a Loui.
—Oh, ya verás como no le importa nada de nada…
—Que no, tío…
Lo sigo por el pasillo camino de su habitación, pero se
detiene delante de la puerta abierta del estudio de Loui,
donde él, Marc y Gina están descojonándose delante de la
pantalla del ordenador.
—Amore, vamos a probar un cambio de look para Chus…
¿Te importa si cogemos unas cuantas cosas de tu armario?
—¡Por favor! —Loui se gira de golpe hacia nosotros—. En
serio, Chus, llévate todo lo que quieras. Todo todo lo que
quieras, de verdad, que mi madre vuelve pasado mañana
después de dos meses fuera y ya estoy temblando.
Piero se ríe entre dientes y sigue caminando. Voy detrás
de él sin entender de qué va esta movida. Ya en su
dormitorio, abre una puerta que da a una habitación casi
tan grande como la que acabamos de dejar atrás, pero que
han convertido en vestidor, armario o no sé muy bien cómo
coño llamarlo. A ver, explicar esto con palabras es jodido. En
la puta vida he visto algo parecido. ¿Esos vestidores que se
ven en las películas con toda la ropa impecable y ordenada?
Pues algo así, pero más grande. Una habitación (sospecho
que más grande que mi dormitorio) toda llena de armarios
abiertos con ropa que juraría que está nueva. Hay toda una
estantería de camisetas que parecen estar sin estrenar
ordenadas por colores, de todos los putos colores. Más
colores de los que yo sabía que existían, muchos de ellos
repetidos o con leves matices. Otro mueble igual, pero con
camisas. Sí, con exactamente la misma gama cromática. Me
quedo sin palabras, de verdad que no sé qué decir. Hay todo
un armario con pantalones vaqueros, otro con trajes de
chaqueta, un zapatero que llega hasta el techo lleno de
botas y zapatos de vestir, otro igual solo con deportivas.
Más armarios formando pasillos con muchas más cosas.
Pocas movidas me han hecho flipar tanto en la vida como
esto. Y también hay espejos, un montón, que me devuelven
las pintas que llevo. Ahora mismo mi ropa parece de
indigente. No solo por la comparación, es que es posible
que esta camisa de cuadros tenga ya quince años, pero es
que no he sido yo nunca de preocuparme por estos temas.
—Pero, nano —consigo decir por fin—. ¿Vosotros cuánta
pasta os gastáis en ropa?
—Ni un euro. —Piero sonríe y niega con la cabeza.
—Vamos, no me jodas. ¿Tú te das cuenta de la puta
barbaridad que es esto?
—Claro que sí —se descojona—. Es cosa de mi suegra,
tiene algún tipo de enfermedad compulsiva con las
compras. Cada vez que nos ve, nos trae cantidad de cosas,
pero una exageración. Y cuanto más tiempo hace que no
nos ve, más cargada viene, así que, tranquilo, llévate todo
lo que quieras, que ya ha dicho Loui que pasado mañana la
tenemos aquí y hace dos meses que no la vemos, no
descartes que se traiga medio París en la maleta.
—Vaya tela, tío, pero esto es una locura, no sé ni por
dónde empezar a mirar.
El italiano me echa una mano y empieza a sacar cosas
que dice que me pueden sentar bien. Yo obedezco y me las
voy probando. Ellos son unos centímetros más altos que yo,
pero nada tan relevante como para que me queden largos
los pantalones. De hecho, me queda bastante mejor su ropa
que la mía. Me pruebo un pantalón vaquero que parece que
lo hayan hecho a mi puta medida y una camiseta más
estrecha de lo que acostumbro, pero me veo bien.
—Me veo raro, nano, como más alto, ¿me estoy rayando?
—No, no te estás rayando, claro que pareces más alto…
Y más atractivo, si me lo permites —sonríe—. Esos Levi’s
hacen un culo estupendo siempre, son mis preferidos.
—Ah, joder, perdona, pues pillo otros, si a mí me da
igual.
—De ese modelo tenemos unos siete, tranquilo, en
distintos tonos, no sufras.
—Joder, nano, flipo. Esto es una puñetera locura.
—Lo es —asiente él medio riéndose—, pero quiero mucho
a mi suegra y paso de discutir con ella. Si es feliz así, que
compre lo que le dé la gana.
—¿Has encontrado algo que te guste? Eso te queda muy
bien —interrumpe Loui entrando en el armario. Sí,
«entrando en el armario» es una expresión que no creí que
fuera a utilizar jamás. Aunque, bueno, es una expresión que
puede que Marc y Greta sí hayan usado en alguna ocasión,
ellos tienen un fetiche raro con los armarios en el que
prefiero no pensar.
—¡Chus, qué guapo! —grita Gina a su lado.
Marc silba antes de hablar.
—Nano, nano, estás hecho un figurín. —Intenta poner
tono un poco burlón, es su rollo, pero sé que, si lo ha dicho,
es porque me ve bien. Aun así, se lleva una colleja de Greta.
—No seas capullo. Chus, ni caso, estás cañón.
—Il nuovo Chus —sonríe el italiano y se pone junto a mí
frente al espejo—. Te vas a llevar un montón de cosas, y no
acepto un no.
Greta coge la camisa que yo llevaba y que he dejado
sobre una butaca y me mira haciendo ojitos.
—¿Puedo quemarla? Porfa, porfa, dale el gusto a la
preñada que lleva viendo esta camisa quince años…
Me quedo un poco flipado por la petición, pero
finalmente me descojono.
—Vale, quémala. Ya no me la pongo más.
—¡Vamos a hacer un ritual! —exclama Piero y todos
aplauden su idea.
Los sigo hasta la terraza de su casa y Greta deja caer la
camisa sobre la barbacoa y la rocía con alcohol. Piero trae
una botella de refresco y un montón de vasos.
—¿Quieres hacer los honores? —pregunta Greta tras
encender una cerilla y sostenerla delante de mi cara.
—No, hazlo tú, que parece que te hace más ilusión —me
río.
Ella da un saltito de emoción y la acerca a la prenda, que
arde al momento.
Todos aplauden eufóricos. Piero nos sirve vasos a todos y
brindamos sin alcohol (entiendo que para que puedan
unirse Greta y Gina).
—Un nuevo Chus acaba de nacer. Brindemos por él. —El
italiano levanta su vaso y todos lo imitamos.
—No os paséis, que solo me he cambiado de ropa —me
río.
—¡Por el nuevo Chus! —gritan todos.
No tengo nada que añadir. Yo no creo que cambiar mi
forma de vestir me convierta en alguien diferente, creo que
están exagerando, pero tampoco quiero quitarles la ilusión.
Me miro en el reflejo del cristal y me veo bien, me gusta
este rollo, creo que podría acostumbrarme. Y desde luego
que no voy a echar de menos esa camisa.
17. Contra natura
CHUS

Esta noche hacemos una cena de inauguración de mi


casa nueva. No me lo termino de creer. En esta última
semana han pasado muchas cosas. Lo más importante es
que, por supuesto y pese a sus miedos, Samu no se quedó
en la mesa de operaciones.
Yo llevé a Tote al veterinario y parece que está sano. No
tenía chip ni ninguna identificación, y tampoco hemos
encontrado ningún aviso de perro perdido con esas
características, así que, por sugerencia de la veterinaria, le
puse el chip con mis datos y ya tengo oficialmente perro.
Menos las horas que estoy currando, el resto del tiempo lo
paso todo con él. Nos hemos vuelto inseparables, me está
dando la vida.
El mismo día de la operación de Samu, terminaron por fin
la obra de mi piso nuevo. Al día siguiente, Marc, Piero y Loui
vinieron a ayudarme a montar los muebles. Samu lo
supervisó todo desde una butaca con una bolsa de
guisantes congelados en los huevos.
Marc y Loui han venido a casa de mi madre para
echarme una mano con lo último que me queda de la
mudanza. Piero se ha disculpado por no poder venir a
ayudar, ha ido al aeropuerto a por su hermana y acudirán
directamente a mi casa para la cena.
—¿Cómo lo llevas, nano? Lo de que tu cuñada venga ya
hoy y tal —pregunta Marc mientras cierra una de las cajas
de libros.
Loui resopla y se pasa una mano por la cara.
—No debí deciros nada, no estuvo bien.
—No te preocupes, tío, necesitabas soltarlo. Desahógate
lo que necesites, no vamos a decirle nada a Piero. Va, que lo
mismo la chica ha madurado y ya no es tan insoportable…
—sugiero en un intento de animarlo.
—Lo dudo mucho, la verdad, no… ¡No! —Se interrumpe
para venir hasta mí y quitarme la camisa que tengo en la
mano—. Vamos a ver, Chus, olvídate ya de esa ropa que
llevas desde el instituto. Habíamos quedado en que te
favorecía mucho más la que te llevaste de mi casa. En serio,
te doy lo que quieras, pero olvídate ya de todo esto. Los
noventa pasaron, supéralo, ya no tienes quince años.
Pídeme lo que necesites, pero no vuelvas a vestir como un
indigente, por favor.
—Vale, nano —me río—. Te hago caso.
Vuelvo a dejar mi antigua ropa en el armario y sigo
metiendo libros en las cajas vacías.
—¡No va la tele! —grita la yaya desde la salita.
—Voy yo —sonríe Marc y sale de la habitación. Voy detrás
de él porque sé que le encanta decirle animaladas a mi
abuela. Por un lado, no quiero que se pase; pero, por otro,
no me lo quiero perder. Loui me sigue, supongo que ha
pensado lo mismo que yo.
Marc se ha sentado a su lado en el sofá y está trasteando
con los botones del mando a distancia mientras mi abuela lo
mira fijamente.
—¿Por qué no te cortas el pelo? ¿Dónde se ha visto un
hombre con el pelo largo? Así no vas a conquistar a una
buena chica…
—Llevo casado seis años, Amelia —dice Marc distraído
mientras alterna la vista entre el mando a distancia y la
pantalla del televisor—. Ya he ligado todo lo que tenía que
ligar…
—Eso que hacéis ahora de arrejuntaros no es casarse. No
llevas alianza, no estás casado de verdad.
Marc levanta la vista del mando. Se gira hacia ella y le
enseña el tatuaje del dedo mientras sonríe.
—Estoy legalmente casado. Fuera de mercado. Lo siento,
Amelia, lo nuestro es imposible.
—No me digas que eso es la alianza… ¿Ella también se
ha hecho esa porquería? —Marc asiente muerto de risa—.
Una chica decente no lleva tatuajes.
—Menos mal entonces que la mía es de lo más indecente
—susurra Marc acercándose a ella. Mi abuela le da una
palmada en el brazo.
—¡No digas marranadas! Luis, cariño, ¿y tú por qué no te
buscas una buena chica? Y otra para tu amigo italiano…
Loui se pone muy rojo y no dice nada.
—Yaya, Piero no es su amigo, es su marido, ya lo sabes…
—No me lo recuerdes, esas cosas modernas no tienen ni
pies ni cabeza. ¿Dónde se ha visto un matrimonio de dos
hombres? Eso no cabe en cabeza alguna… Hazme caso,
búscate una buena chica si no quieres acabar en el infierno
por ir contra natura.
—¡Yaya!
Loui se da la vuelta y sale de la habitación sin decir nada.
Tras echarle a mi abuela una mirada asesina, voy detrás de
él.
—Qué feo eso que le has dicho a Loui, Amelia —oigo
decir a Marc a lo lejos cuando ya he salido de la habitación.
No me espero ni a escuchar la respuesta de la yaya, seguro
que me cabrearía más todavía.
Encuentro a Loui concentrado en llenar una caja. Lo
conozco lo suficiente como para saber que está aguantando
las ganas de llorar. Mi perro parece haberlo intuido, porque
le empuja el muslo con la cabeza. Loui lo acaricia un
momento.
—Seguro que no tiene pulgas ni nada, ¿no?
—No, tranquilo. Y ni puto caso a mi abuela, es vieja y
cabrona.
—Sí, lo sé, si me da igual… —sigue a lo suyo fingiendo
que no le ha afectado.
—Tío, ni me puedo imaginar lo que tiene que ser tener
que soportar comentarios así cada dos por tres… —Le
pongo una mano en la espalda para intentar reconfortarlo
de alguna manera.
—Bueno, supongo que es el precio que tengo que pagar
por ir contra natura. —Hace un amago de sonreír, pero se
queda a mitad de camino.
—Nano, en serio, ni puto caso a mi abuela, ¿sabes lo que
me dice a mí? Que soy muy feo, la cabrona… ¿Te lo puedes
creer? Eso solo demuestra que está trastornada o que no
tiene ni puta idea, si yo soy un sex-symbol. —Hago una
posturita como de culturista para hacerle reír. Lo consigo—.
Lo dicho, nano, ni caso.
—No sé cómo tu abuela ha llegado a ser tan vieja —
interrumpe Marc entrando en mi habitación—. Me extraña
mogollón que nadie se la haya cargado en todos estos
años… Es pura maldad. Como me vuelva a tocar los
cojones, lo haré yo mismo…
—¡Melenas, no la has arreglado bien! —grita la yaya
desde la salita.
Eso ha sido a mala hostia, conoce a Marc de toda la vida
y sabe de sobra cómo se llama.
—Parece que finalmente será hoy el día que muera… —
Marc sonríe y vuelve a salir de la habitación.

Para cuando llega mi hermano con la furgo media hora


después, ya tenemos todo empaquetado y estamos listos
para marcharnos. Me despido de mi abuela con la
satisfacción de ir a verla a partir de ahora solo de visita.
18. Ella
CHUS

Por fin en mi casa.
Hemos habilitado la zona del sofá y la mesa de centro
para comernos aquí unas pizzas. Tengo mesa y sillas, pero
ahí solo pueden comer cuatro personas cómodamente, seis
si se quieren mucho… Y esta noche estamos todos, por eso
optamos por tirarnos en la alfombra, al fin y al cabo, aunque
seamos adultos, aún somos jóvenes.
Samu ya camina casi con normalidad, aunque sospecho
que hace un poco de show y finge estar peor de lo que está
cada vez que Estrella le pide que haga algo. Él, Marc y yo
estamos fumando junto a la ventana. Loui ha ido con
Estrella a su casa a por cervezas frías después de que Samu
fingiera no poder realizar ese esfuerzo. Los tres apagamos
las colillas y nos giramos justo cuando están de vuelta en el
salón. Al momento entra Piero cargado con un montón de
cajas de pizza y hablando en italiano con alguien que
todavía no ha entrado.
Y entonces sí.
Entonces entra ella.
Ella.
Camina detrás de su hermano con la cabeza agachada.
Lleva el pelo de color rosa pastel y es como un imán para la
vista. Levanta la cabeza y pasea la mirada por la habitación.
Sus ojos son del mismo azul que los de él, se parecen
mucho, de hecho. Tiene los rasgos dulces y la nariz algo
respingona. Es pequeña, muy pequeña, más incluso que
Vero, y eso ya es decir. Parece un duendecillo con ese pelo,
esa cara, los incisivos algo separados, el pendiente de la
nariz… Puede que sea la chica más bonita que he visto
nunca.
No puedo apartar la vista de ella cuando Piero, que no sé
en qué momento se ha deshecho de las pizzas, la coge de la
mano y se acerca hasta nosotros. Ella hace cosas raras con
la boca mientras se acercan. En un momento dado la
entreabre durante un segundo y algo brilla dentro. Está
jugando con un piercing. Lleva uno en la lengua… Un
pensamiento de lo más cerdo cruza por mi mente y lo
aparto al momento, no puedo ser tan guarro, llevo
demasiado tiempo a dos velas, joder.
—Carina, ¿te acuerdas de ellos? Él es Marc, el marido de
Greta —dice el italiano cuando llegan junto a nosotros.
—Sí, claro —sonríe ella—. El pringado que no sabía que
era padre…
Y con esas pocas palabras rompe la magia y me parece
una gilipollas. La cara de Marc es un poema. Aprieta los
dientes y se le abren las aletas de la nariz. Respira hondo y
ni pestañea.
—Qué hija de puta —se ríe Samu—. Toma jarrazo nada
más llegar.
Piero se gira con cara de mosqueo hacia ella y le habla
en su idioma. Su hermana pone los ojos en blanco y
contesta algo que no entendemos.
—Yo soy Samuel, no sé si te acuerdas de mí. —Le sonríe
y le tiende la mano.
—Supongo que te crees inolvidable —le devuelve ella la
sonrisa y el saludo—, pero no, no me acordaba de ti.
—Joder, qué zorra. —Samu suelta una carcajada.
Veo a Loui que nos mira desde cierta distancia muy serio
y con una casi imperceptible negación de cabeza. Piero
murmura entre dientes. Ella se gira hacia mí.
—Hola, soy Carina. —Me tiende la mano y yo se la
estrecho.
—Chus —contesto.
—Menos mal, alguien normal que no parece salido de
una revista de belleza —me suelta—. Supongo que tu rol en
el grupo es el de «el feo. Espero que al menos seas
gracioso.
Creo que nunca me habían dejado tan helado. Me siento
peor que cuando vi a Vero con el gigante… Bueno, igual eso
es pasarse, pero la puñalada que me acaba de soltar la
imbécil esta va directa a los momentos más dolorosos de mi
vida.
—Nano —le suelta Samu al italiano muerto de risa—,
llévatela un rato por ahí, danos un respiro. Es pura maldad…
—Lo siento, tíos —se disculpa Piero. Su hermana se ha
alejado de nosotros en cuanto ha visto entrar a Greta, a ella
la conoce desde hace años.
Yo me siento fatal por Piero, que parece muy
abochornado. Me gustaría poder reconfortarlo, como lleva él
haciendo conmigo desde hace meses, porque realmente
pienso que no es culpa suya que su hermana sea así de
imbécil.
¿Cómo es posible tener ese aspecto tan dulce y llevar
dentro tanta maldad? De verdad que no había visto nunca
nada igual. Se supone que esta chica forma parte de la
familia «buena» de Piero, no me quiero ni imaginar cómo
serán los chungos.
19. Mis nuevos amigos
CARINA

La chica embarazada, no Greta, la que tiene más


barrigón, se ha sentado a mi lado en la alfombra. Mi
hermano se pone detrás de ella y comienza a darle un
masaje en la espalda. Su cara es de alivio y felicidad. El
rubio que se cree irresistible se ha tumbado apoyando la
cabeza en la pierna de ella. A ver, no voy a ser falsa, no es
que se crea irresistible, es que lo sabe, el chico está
tremendo, las cosas como son… Aunque la verdad es que a
mí nunca me han ido los guapos. Me gusta verlos, como es
lógico, pero no me pone nada el rollo guaperas
perdonavidas. Me llama mucho más un tío normalito pero
interesante, que no tenga esa actitud de hacerte sentir la
más afortunada del mundo por estar con él.
Que, en realidad, ahora que lo pienso, para lo que busco
yo en un tío eso me debería poner más, porque yo no soy
de repetir. Alguna vez lo he hecho, pero, en general, prefiero
que la cosa no se alargue más allá de una noche.
El marido de Greta tiene pinta de ir del mismo palo que
el rubito. No parecen mala gente, pero tienen ese halo de
tíos buenos que me da tanta pereza. Tampoco es que vaya a
intentar nada con ellos, los dos tienen pareja y ahí sí que no
me meto. Yo no la tengo ni lo he pretendido nunca, pero por
nada del mundo me metería en medio de una. Antes me
liaría con el chaval de las gafas. Me ponen los tíos con
gafas, es así. ¿Por qué? Ni idea. Creo que lo que más me
gusta es cuando se las quitan y les cambia la cara, se les
quedan los ojillos pequeñitos y tienen una expresión rara.
Eso me encanta. Este chico no está mal, aunque está
contando una historia que me resulta cero interesante, algo
sobre el colegio donde trabaja, menudo muermo.
Los demás le prestan toda su atención y parecen
interesados en el relato, aunque igual solo están
disimulando. Está sentado junto a mi cuñado, que tiene su
habitual cara de acelga y está al lado de la de las tetas
operadas. Nadie me lo ha dicho, pero esas tetas son más
falsas que mi color de pelo. Junto a ella está Greta, que mira
al de las gafas, que se me ha olvidado cómo se llama, y
parece muy atenta a lo que cuenta. Su marido pasa del
colega y la mira a ella con cara de retrasado. Greta lleva el
pelo recogido y varios mechones rebeldes enganchados
detrás de las orejas. Él acerca su mano a la oreja de ella y le
suelta uno de los rizos, que inmediatamente le cae a ella
sobre la cara. Se lo retira al momento y lo mira mal.
—Marc, joder —murmura.
Vale, el guaperas marido de Greta: Marc.
Él se ríe entre dientes y finge prestar atención al que
está hablando, pero en cuanto ella hace lo mismo, repite lo
de soltarle un mechón de pelo. Se lleva una palmada en el
brazo y se parte de risa.
La cuarta vez que lo repite pierde todo mi interés. Si yo
fuera Greta, le habría dado ya una hostia con la mano
abierta, a ver si se le iban las ganas de hacer el imbécil. Me
giro hacia la de las tetas grandes, que es la que está
hablando ahora.
—Entonces, en cuanto pasen las Navidades, fiesta en mi
casa por mi cumpleaños —está diciendo la amante de la
silicona.
—Guay.
—Mola.
—De disfraces —aclara ella.
—¿Disfraces? —se quejan varios.
—Sí, de películas.
Se oyen un par de gruñidos de protesta, pero ella se
defiende.
—Mi fiesta, mis reglas: disfraces de películas. Venga, no
seáis muermos, será divertido.
—¡Hostia, hostia, hostia! ¡Joder! —los gritos de Marc (me
he acordado del nombre, medallita para mí) interrumpen el
relato y todos nos giramos a mirarlo. Se ha puesto de pie y
está dando saltos como si quisiera quitarse un bicho o algo
de encima, pero no se ve nada. Greta, sentada en el suelo a
su lado, se descojona—. Nena, te has pasado… ¡Hostia,
joder!
Todos observamos con atención al chaval. Greta se ríe
tanto que si no estuviera sentada ya se habría caído al
suelo. Él parece ya desesperado. Finalmente se desabrocha
el pantalón y se mete toda la mano dentro buscando algo.
Hurga un rato y finalmente saca un hielo de sus partes y lo
suelta dentro del vaso de ella.
—Qué cabrona eres… Ahora disfruta de mis pelotas…
Todos se descojonan, pero Greta la que más. Él vuelve a
abrocharse el pantalón y a sentarse con todos.
Tras esa interrupción, presuntamente cómica, la
muchacha de las tetas imposibles vuelve a hablar de su
futura fiesta. Piero sigue a mi lado, masajeando a la
preñada, que ahora le está haciendo cosquillitas en el cuello
al rubiales. Él ha cerrado los ojos y todo, yo creo que pasa
de su colega y de esta disertación sobre una fiesta que aún
no ha tenido lugar.
—Estrellita, mi amor —suelta el rubio con los ojos
cerrados—. Me estoy empalmando mogollón… O paras las
cosquillitas del cuello o le pones remedio…
—Joder, cerdo, que estamos todos delante… Y es mi
hermana. —El marido de Greta le lanza algo que no llego a
ver. El otro se ríe.
—Paro, paro… —dice la tal Estrellita retirando la mano.
—No, no, respuesta incorrecta —responde el guaperas
incorporándose un poco y los demás se parten de risa.
—Me parece a mí que tú ya no estás convaleciente… que
le estás echando mucha cara —le dice su mujer.
—¡Milagro! ¡Me he recuperado! —exclama el rubio—.
Vámonos a casa a celebrarlo.
Todos se ríen, menos la de las tetas, que tiene una
sonrisa de lo más falsa. ¿Hay algo en esta muchacha que
sea de verdad? Aunque en este caso la entiendo, a mí
tampoco me ha parecido gracioso, no sé de qué va esto.
Igual es humor español y no lo pillo.
El cacharro que tiene Estrella delante empieza a emitir
un sonido desagradable.
—Samu, cariño, te toca…
Vale, el rubio guaperas: Samu.
Él gime y rueda sobre la alfombra hasta quedar tumbado
bocabajo. Patalea y finge llorar.
—No, no, joder, no puedo más.
—Venga, Samu, no hagas el gilipollas, que no despierte
al otro…
—Vooooy —reniega mientras se pone de pie y al
momento desaparece del piso. No tarda en cesar el ruido
infernal que salía del aparato.
Nos quedamos todos en silencio durante un momento.
—A ver, Dani, vamos a hacer las cosas bien… —se oye a
Samu a través del intercomunicador—. Lo mejor para coger
el sueño es un trago de bourbon, vamos a echar ahora
mismo un chupito en el biberón…
Todos sueltan una carcajada. Estrella pega un bote sobre
la alfombra y hace el amago de ponerse de pie.
—Que no… Que no vengas, cariño. —La cara del rubio
ocupa toda la pantalla y está descojonándose—. Sé que me
estáis escuchando, solo quería darte un sustito, voy a
dormirlo por el método tradicional y vuelvo…
Todos, incluso ella, vuelven a reírse.
20. Una dura petición
CHUS

Ha pasado casi un mes desde que vinieron todos a casa.


He aprovechado las vacaciones de Navidad para terminar
de instalarme y ultimar los detalles que faltaban en mi piso
nuevo. Ya me he acostumbrado. Me encanta vivir ahí, con
Tote. Menos mal que me crucé con él, no sé qué haría yo
solo, se me caería la casa encima. En cuanto a eso, ahora lo
más urgente es dejar de posponer lo de buscar un
compañero de piso, voy a tener que hacerlo si no quiero ir
ahogado con los gastos, una hipoteca para uno solo es
demasiado.
He vuelto al instituto y a la rutina, aunque me habría
quedado varias semanas más de vacaciones, la verdad.
Tengo el horario apretadísimo este curso, tanto que me
agobio solo de pensarlo No sé muy bien cómo me lo voy a
montar. Estoy en la sala de profesores intentando organizar
un poco los marrones que tengo cuando oigo un ruido en el
pasillo. Levanto la cabeza y veo entrar a Inés con paso
apretado directa hacia mí.
—Te estaba buscando —dice en lo que creo que pretende
ser un susurro, pero que resuena en toda la sala. Tiene algo
así como un don, su voz siempre suena fuerte, por mucho
que intente que no sea de esa manera. Eso le vendrá bien
para dar clase, supongo, pero a veces estar muy cerca de
ella puede resultar molesto. No como persona, es buena tía,
es más una cuestión de salud auditiva.
—¿A mí? —pregunto cuando ya está llegando a la mesa
donde estoy.
—Sí, vengo de conserjería. Acabo de ver al tío más bueno
del mundo y estaba preguntando por ti… Aún no me puedo
creer que fuera real. Les he dicho a él y al conserje que
creía que estabas reunido, que iba a comprobarlo,
necesitaba que me contaras primero quién es y de dónde
has sacado a alguien así…
—Si no me das más pistas… —Juro que no sé de qué
coño me habla. No sé quién puede haber venido a verme, y
juraría que todos mis colegas han pasado ya por aquí en
algún momento… Aunque puede que nunca hayan
coincidido con ella, no sé, ahora ya dudo.
—¿Pistas? A ver, Jesús, cariño, que, aunque seas un tío,
tienes ojos en la cara, no me creo que no seas consciente
de cómo está tu amigo.
—Tía, en serio, dame alguna pista…
—No te creo, es el tío más bueno del mundo… No parece
que lo hayan parido, lo han esculpido… Y tiene un acento
italiano y una sonrisa que pueden hacer que se te caigan las
bragas solo con mirarte y decir buonasera…
—Vale, joder, Piero —me río. Al momento me preguntó
qué hará aquí—. ¿Le has dicho que suba o bajo yo?
—He intentado ganar tiempo para venir a pedirte
explicaciones primero. Voy a avisar de que estás aquí y,
mientras llega, quiero toda la información.
Se acerca al teléfono que hay en la sala de profesores y,
tras hacer la llamada, vuelve al momento a mi lado.
—Bueno, rápidamente, antes de que llegue…
Preséntamelo. ¿Tiene novia? ¿O mujer?
—No —me río—, no tiene novia ni mujer.
—¿Cómo es posible? ¿Tiene alguna tara? ¿Es un rarito?
¿Es un cabrón? Claro, no se puede estar tan bueno y no ser
un cabrón, va con los genes. —Pone cara de disgusto.
—Qué va —me descojono—, es de las mejores personas
que conozco…
—¿A qué se dedica? ¿Es un inútil? ¿Un vago? ¿Un bala
perdida?
—Para nada —sonrío—, es médico.
—Joder, para, que no puede ser más perfecto.
—Lo es.
—Entonces, ¿por qué no está con nadie?
—Yo no he dicho eso —me río.
—Pues ya me contarás… ¿En qué quedamos? ¿Tiene o no
tiene novia?
—A ver, ¿te acuerdas de mi amigo Luis, el fotógrafo? El
que nos hizo el favorazo de hacernos las fotos para la web
el curso pasado…
—Claro que sí, es un encanto, y monísimo, aunque no
está tan bueno como el italiano… ¿Qué tiene él que ver en
esto?
Intento ponerme serio, pero me está costando.
—Es su marido —digo por fin.
—Ay, joder, claro, es gay… Era demasiado perfecto para
ser real. —El tono de decepción en su voz es más que
evidente—. Qué desperdicio.
—Le diré eso a Luis de tu parte —me río—. Además, ¿tú
no estás casada también?
—Me separé este verano… Me apetece desmelenarme un
poco, me encantaría tirarme a un tío bueno, pero me temo
que no será este…
—No —me vuelvo a reír—, este no será.
Hace una mueca de fastidio tras mis palabras. Siempre
he tenido mucha confianza con ella, nos llevamos muy bien,
aunque esta faceta suya tan desatada no la había visto
nunca. Al momento nos interrumpe Piero desde la puerta.
—Ah, estás aquí, menos mal, este lugar parece un
laberinto. —Sonríe al vernos.
—Hola, Piero, ven que te presente a mi compañera Inés.
Llega hasta nosotros con paso ligero y le besa la mano
mientras la mira a los ojos.
—Encantado, señorita Inés, un placer conocerla. —Sonríe
de un modo que intuyo que es lo que Greta llama «la
sonrisa bajabragas de Piero».
Mi compañera se pone roja y agacha la mirada, nunca la
había visto así de cortada, pues menuda es ella, no pensé
que hubiera algo o alguien capaz de intimidarla, pero ahí
está el italiano haciendo que le fallen las rodillas.
—Bueno —articula ella por fin con un gorjeo en la
garganta—, me voy a preparar mis clases. Encantada,
vuelve cuando quieras.
—Así lo haré. —Piero sonríe y asiente con la cabeza.
Ella desaparece de nuestra vista tan deprisa que temo
que se haya convertido en un dibujo animado.
—Bueno, ¿qué te cuentas? ¿Qué te trae por aquí? —le
pregunto a mi colega en cuanto nos quedamos solos. El
resto de los compañeros que estaban en la sala de
profesores (eran pocos) se deben de haber ido sin que me
diera cuenta.
Suspira y se sienta sobre la mesa frente a la que estoy.
—Necesito pedirte un favor…
—Claro, tío, lo que sea, lo que necesites. —No tengo ni
puta idea de por dónde pueden ir los tiros, pero con todo lo
que ha hecho él por mí en estos meses, no hay nada que
me pueda pedir y que esté en mi mano que yo no haría por
él con los ojos cerrados.
—Es un favorazo enorme, necesito que digas que sí, en
tu mano está salvar mi matrimonio…
—Tío, joder, me estás asustando. —Me reclino en el
asiento—. ¿Tienes problemas con Loui? ¿Qué os pasa? No sé
en qué puedo ayudar, pero cuenta conmigo para lo que sea,
¿necesitas que hable con él?
—No, no, qué va, no es eso… No tenemos problemas…
de momento, pero lo veo venir… Necesito tu ayuda, te
necesito de verdad…
—Tío, en serio, no te agobies, cuenta conmigo para lo
que sea, ¿qué necesitas de mí?
Suspira, cierra los ojos y luego respira hondo antes de
abrirlos. Me mira fijamente mientras me hace la dolorosa
petición:
—Necesito que le alquiles la habitación que tienes libre a
mi hermana.
Sus palabras caen como un jarro de agua helada sobre
mí. Esto me acaba de dejar más jodido que la hostia que me
dio hace unos meses. No, mierda, no, compartir mi recién
estrenada independencia con el engendro del mal es lo
último que me apetece.
—Sé que es una putada, y no te lo pediría si no fuera
importante, pero sé que Luigi no la soporta y ella no lo está
poniendo nada fácil. Yo te pagaría el alquiler, incluso más
por lo molesta que puede ser y porque necesito que alguien
la tenga más o menos controlada. Ya sabes cómo es, es una
irresponsable, entiende que no puedo dejar que se vaya a
vivir por su cuenta o con desconocidos. Sé que es mucho lo
que pido, pero no lo haría si no fuera importantísimo de
verdad para mí. ¿Qué dices?
—Claro, tío, sin problema, lo que necesites —respondo
rápidamente para tranquilizarlo. Aunque me apetece menos
que una patada en los huevos, no puedo decirle que no, es
un colega, el mejor que he tenido en estos meses. Me
alegro de poder hacer algo por él, se lo merece todo.
—Me salvas la vida —sonríe aliviado—. Eres el mejor
amigo del mundo, ¿lo sabías?
Baja de la mesa de un salto y tira de mí para que me
ponga de pie. Me da uno de esos abrazos suyos tan intensos
y yo me siento feliz al momento. Su energía y su felicidad
son contagiosas.
¿Que la italiana de los cojones va a convertir mi vida en
un horror? No tengo ninguna duda, pero que es lo menos
que puedo hacer por Piero también lo tengo clarísimo.
Cierro los ojos aún abrazado a él y visualizo lo que van a ser
unos meses infernales… Esta vez voy a probar a visualizar
lo negativo, a ver si así sucede lo contrario.
Igual no es tan mala gente, lo mismo solo hay que
conocerla…
«¿Otra vez flipándolo en colores, Chus?»
Efectivamente, ese soy yo, el colgado que siempre
espera lo mejor… No me sale visualizar en negativo, no me
sale esperar lo peor de la gente… En el fondo estoy seguro
de que al final conseguiré llevarme bien con la hija de
Satán.
21. Mi nueva inquilina
CHUS

El timbre suena a la hora acordada, parece que no se han


echado atrás.
Respiro hondo antes de abrir la puerta. El italiano me
saluda con su sonrisa radiante y su hermana tiene una
expresión de lo más neutra, no sabría decir si está
ilusionada o decepcionada… Quizá simplemente le dé todo
igual.
Me aparto a un lado y los invito a pasar con un gesto de
la mano. Una vez dentro, los acompaño hasta la que ya es
la habitación de Carina. Joder, adiós a mi tranquilidad, adiós
a mi intimidad, e incluso es posible que adiós a mi salud
mental. Tote se pone frente a ella, que empieza a hacerle
mimos. Él mueve la cola entusiasmado. Bueno, al menos se
lleva bien con mi perro, algo es algo.
Dejamos al bicho deshaciendo las maletas (sí, cuando
digo bicho me refiero a ella y no al perro) y vamos Piero y yo
a la cocina. Abrimos un par de birras y nos sentamos en las
banquetas que hay en la barra que la separa del salón.
—Necesito tu número de cuenta para pagarte una renta
—me suelta directamente.
—Olvídate de eso, nano, no lo hago por la pasta.
—Lo sé, lo sé, pero la ibas a alquilar y ya no puedes…
Además, yo me siento mejor si te pago un alquiler.
—De verdad que no hace falta…
—Bueno, pues piensa que es dinero de Loui también, al
fin y al cabo, esto lo hacemos por él. ¿A él tampoco le coges
el dinero? Si no lo aceptas, le saldrá por las orejas… Y no
queremos eso, ¿no? Mi pobre Luigi, ahogado entre sus
millones…
Me descojono con las salidas del italiano. No me mola
aceptar pasta de mis colegas, pero es cierto que iba a
alquilar la habitación para ir más desahogado con la nueva
hipoteca y eso. Si no acepto la pasta, no sé si voy a llegar a
fin de mes… Y lo cierto es que Loui tiene más pasta que
nadie que conozca y Piero es médico. Además, la casa se la
regalaron los padres de Loui, no tienen hipoteca… Joder,
¿qué coño? Tiene razón, que me paguen alquiler.
—Está bien, tío. —Bajo de la banqueta y voy hasta el
cajón donde tengo todos los papeles del banco y esas
movidas. Localizo la cartilla y se la paso a Piero.
Él sonríe y le hace una foto con el móvil al número de
cuenta.
—¿Cuánto al mes? —pregunta.
—Ni lo había pensado, nano, me da igual. No sé lo que
vale alquilar una habitación. Tenía pensado investigar
primero cómo estaban los precios, pero aún no lo había
hecho. Lo que pensaras gastarte, me da lo mismo. Algo
simbólico que os haga sentir bien y ya, no necesito mucho.
—Vale, pues lo dejaré en manos de Loui, que se ocupe él
que sabe más de cosas de dinero…
—Perfecto —asiento.
—Genial, pues le dejamos esto a Luigi y tú y yo no
volvemos a hablar de dinero nunca más. A menos que
pienses que lo que decida Loui es poco, entonces dímelo, en
serio.
—Vale, nano, tranquilo, te lo diré —miento, ¿qué coño le
voy a decir? Ni loco le voy a pedir más pasta. Lo que ellos
decidan (o decida Loui, por lo visto), bien estará, él controla
más de estas cosas. Yo no tengo ni puta idea y, además, me
resulta muy incómodo hablar de dinero con los colegas.
Saco un bote de cacahuetes con miel que compré ayer
para acompañar las cervezas. Me encanta esta mierda. Vero
era (es, supongo) alérgica a los cacahuetes y llevaba años
sin comerlos por ella, pero ayer, cuando fui a hacer la
compra, me desquité. Fue lo primero que cogí, de hecho. Me
podría alimentar solo de esto.
—Chus, ¿el baño? —interrumpe Carina desde el umbral
de su habitación con un neceser en la mano.
—Esa puerta —indico con un gesto—. Pon ahí tus cosas
tranquilamente, yo tengo otro en mi dormitorio, ese no lo
usaré.
Ella asiente y sonríe brevemente antes de desaparecer
dentro del aseo. Durante un instante hasta parece humana.
Piero saca una bolsa que ha traído y me dice que va a
hacer él la cena, como algo especial. Pobre, es evidente que
se siente culpable por haberme encasquetado a su
hermana. Y lo entiendo perfectamente, supongo que en su
lugar yo estaría igual.
Decido no discutirle. ¿Por qué iba a hacerlo? Cocina de
putísima madre y así no será tan raro para Carina y para mí
cenar solos casi sin conocernos. Se mueve con su energía
habitual entre mis armarios y fogones como si los conociera
de toda la vida, cuando casi no los conozco ni yo. Va
canturreando[xvi] en italiano mientras lo hace, este tío es
todo energía y buen rollo.
—Oye, nano, me sabe mal que dejes solo a Loui para
quedarte aquí con nosotros.
—¿Solo? —sonríe—. En mi casa nadie está solo. Tiene a
Gina, a Greta, a Marc…
—Claro, cierto —me río.
—Además, estamos casados, es bueno tomar distancia
algún que otro día… Que me eche un poco de menos, así
me recibe con más ganas. —Hace un movimiento sugerente
con las cejas.
—No es mal plan —asiento.
Joder, yo no tengo a nadie que me eche de menos, ni que
me reciba con más ganas, solo al perro… Vale, estoy
llegando a un grado de autocompasión lamentable. ¿Qué
pasa si no estoy con nadie? Nada. ¿Y si no estoy con nadie
nunca más? Pues tampoco nada. Mentira, sí que pasa, claro
que pasa, joder. Yo no quiero estar solo. ¿Y si tiene razón mi
abuela y soy feo de cojones? Igual ninguna tía quiere
acercarse a mí nunca más… ¿Estaré solo el resto de mi
vida? ¿Era Vero mi única opción?
—Nano, ¿puedo hacerte una pregunta de gay?
El italiano se gira a mirarme con expresión divertida tras
bajar el fuego de la sartén que tiene delante.
—¿De gay? —sonríe y levanta las cejas—. ¿Qué quiere
decir «una pregunta de gay»? ¿Vas a hacerme la típica
pregunta de hetero ignorante de si soy el activo o el pasivo?
—No, no tiene nada que ver con eso —me río al decirlo,
pero me pongo serio enseguida—. Necesito que me
contestes con toda la sinceridad del mundo, aunque duela.
Él borra su sonrisa al momento, apoya el culo en la
encimera y se seca las manos con un paño antes de
dejárselo en el hombro.
—Dispara, ¿cuál es la pregunta?
Trago saliva y me rasco la nuca. Ahora me da palo, igual
es una gilipollez. ¿Me callo? ¿Lo dejo estar?
—¿Y bien? —insiste levantando las cejas—. ¿No me ibas a
preguntar algo?
Sí, joder, es Piero, a él puedo preguntarle. Él no va a
estar riéndose de mí por esto después. No, no lo creo.
Venga, va, me lanzo.
—A ver… ¿Tú dirías que soy feo de cojones?
—¡¿Qué?! ¡No! —responde automáticamente y sin
pensarlo ni un segundo—. ¿Qué dices? ¿De dónde sacas
esas ideas?
—¿De tener ojos en la cara? ¿De un espejo? —me río—.
¿De ver toda la vida cómo las tías se enamoraban de Samu
y de Marc?
—Todo el mundo es bello… Cada persona tiene belleza,
porque todo cuerpo cuenta una historia…
—Va, nano, no te me pongas en plan hippie, necesito que
me digas la verdad.
—¿De dónde has sacado esa idea absurda?
—Pues mi abuela me lo ha dicho más de una vez… Y el
otro día tu hermana también…
—¡Carina! —grita a pleno pulmón y ella aparece
enseguida y viene hasta nosotros.
Él le dice algo en italiano y ella responde en su idioma
también. Se enzarzan en una especie de discusión cada vez
más acalorada de la que no entiendo ni una palabra. Yo no
tengo ni puta idea de italiano y hablan muy deprisa.
Finalmente parece que se calma un poco la cosa y ella se
dirige a mí:
—Perdona por lo que te dije el otro día, Chus. Fue un
comentario de mal gusto y ni siquiera era cierto. ¿Algo más?
—añade dirigiéndose a su hermano.
Él resopla y murmura más cosas en italiano, pero
finalmente parece rendirse con ella. Si lo sé, no le digo
nada, qué situación más incómoda.
Por suerte, Piero vuelve a ser él mismo al instante y
desvía la atención haciéndonos pensar en la cena. Entre los
tres ponemos la mesa y nos sentamos a cenar envueltos en
un ambiente extraño.
En un momento dado después de cenar, que yo habría
deseado que no llegara nunca, el italiano decide marcharse
y dejarnos solos. Cierro la puerta con un suspiro sin saber
muy bien qué hacer ahora.
22. Historias de amor
CARINA

En cuanto Piero se marcha y nos quedamos solos, un


incómodo silencio se instala en el ambiente.
—¿No tienes tele? —pregunto para romper el hielo. No sé
de qué hablar con este tío.
—No, no me gusta, atrofia la mente —responde distraído
mirando hacia otro lado.
—Ajá —contesto simplemente, porque no sé qué decir.
¿Quién no tiene tele? Qué tío más raro—. ¿Y qué haces
cuando estás en casa? —Echo un vistazo a mi alrededor y
compruebo que en la sala hay bastantes estanterías llenas
de libros, solo libros, ni un objeto de decoración o algo—.
Lees, ¿no?
—Sí, hago más cosas, pero leo bastante. —Se sienta en
el sofá y coge un libro que hay en la mesilla junto a él.
Yo me acerco a una de las estanterías y me pongo a
mirar los títulos. El perro me sigue y yo le voy acariciando la
cabeza. Creo que este chucho va a ser lo mejor de vivir
aquí.
—¿Los has leído todos?
Él levanta la cabeza de su libro y me mira.
—No, claro que no.
—Me ha dicho Piero que eres profesor.
—Sí, de instituto, de Filosofía.
—Filosofía… Eso es lo de pensar, ¿no? —Anda que, vaya
comentario. Parece que soy yo la que no piensa mucho.
—Sí —se ríe entre dientes—, es «lo de pensar».
—Venga, profesor, recomiéndame un libro. Voy a leer yo
también, a ver si así me vuelvo lista…
Él se pone de pie, se acerca a mí y empieza a mirar los
libros de la estantería que estaba ojeando yo.
—¿Qué te apetece? —pregunta sin apartar la vista de los
estantes.
—Ver la tele —respondo sin pensar.
—No hay, ¿qué te apetece «leer»?
—Ah, ni idea, no me leo un libro desde el instituto. Y
tampoco te creas que me los leía todos… Bueno, no me leí
casi ninguno, eran un rollo. ¿Están ordenados de alguna
manera?
—Por géneros —contesta—, así puedo elegir lectura
según lo que me apetezca en ese momento.
—Bien pensado, ¿cuáles son estos?
—Terror.
—¿Y estos?
—Novela negra.
—¿Y estos?
—Aventuras.
—¿Y estos?
—Fantasía.
Voy pasando de una librería a otra y señalando.
—¿Y estos?
—Clásicos.
—¿Y estos?
—Romántica.
—¿Romántica? ¿Eso es de amor?
—Sí.
—¿Son de tu exnovia? ¿Te los quedaste cuando os
separasteis? Me dijo mi hermano que tuviste una novia
durante muchos años, pero que ya no.
—No eran de ella, son míos.
—¿No es raro un tío leyendo historias de amor?
—Me gustan. —Se encoge de hombros—. ¿Qué quieres
que te diga? Siempre he sido un romántico.
—Y ¿por qué rompisteis?
—No me apetece hablar de eso.
—¿Hace mucho?
—En abril —resopla.
Hago la cuenta mental rápidamente.
—Nueve meses, como un embarazo… Si no ha tenido un
hijo en este tiempo, ya estás libre de peligro. —Me río, pero
creo que él no ha pillado la broma, sigue serio—. ¿Vivíais
juntos?
—Sí —resopla.
—Yo nunca he tenido novio. No soy nada romántica. Creo
que lo del amor es un cuento para vender libros y
películas… Yo soy más de follar. Sin repetir si puede ser,
cada vez uno.
Se pone muy rojo y desvía la mirada de nuevo a los
libros. Qué gracioso, parece que le ha dado corte que hable
de eso. Es mono y huele muy bien. Me lo podría tirar, pero
hasta yo, que no soy muy lista, sé que eso con mi
compañero de piso sería un error o, como poco, incómodo.
—Toma, este igual te gusta. —Saca un libro de la
estantería y me lo da.
—Nada[xvii] —leo el título en voz alta—. ¿Por qué me
puede gustar? ¿De qué va?
—De una chica jovencita que se va a vivir a otra ciudad
con gente a la que no conoce y empieza una nueva vida.
—¿Como yo? ¿Y qué le pasa?
—Tendrás que leerlo para averiguarlo.
—A ver si lo adivino: lo pasa mal, conoce a un chico,
gracias a él deja de pasarlo mal, se enamora, se casan y ya
se queda en esa ciudad con él y son felices para siempre…
—No —se ríe—. Nada que ver.
—¿No es una historia de amor?
—No.
—Vale, mejor, no me gustan.
—Me ha quedado claro —asiente.
Él vuelve a su extremo del sofá, se sienta con las piernas
a lo indio y se pone de nuevo a leer. Yo hago lo mismo en el
otro extremo. Tote se acomoda entre ambos.
Leo la primera página.
—Vaya rollo, esto es un muermo. No pasa «nada». ¿Por
eso se llama así?
—No —suspira—, y sí que pasa. Dale una oportunidad, el
principio de casi todos los libros cuesta.
—¿Cómo se llama el que estás leyendo tú?
—Un mundo feliz[xviii].
—¿De qué va? ¿Otra historia de amor de «fueron felices y
comieron perdices para siempre»?
—No, no es romántica, es una distopía, una de las
primeras, es un clásico.
—Mmm…
Estiro la pierna por detrás del perro y le doy un toquecito
con el pie en la rodilla.
—Chuuuuus, ¿cuánto tiempo tuviste esa novia?
—Diez años —contesta distraído mientras sigue leyendo.
—Cazzo, ¿diez años? Eso es mucho tiempo.
—Sí —resopla.
—¿Te dejó ella?
—Sí. —Cierra los ojos un momento. Los vuelve a abrir y
sigue leyendo.
—¿Por qué?
—Ya te he dicho que no quiero hablar de eso…
—¿Por otro? ¿Uno más alto? ¿Más guapo? ¿Más
interesante? ¿Uno que no la obliga a leer y le deja tener una
tele?
Se pone de pie de golpe.
—Me voy a dormir. Buenas noches, Carina.
Y se mete en su habitación. Parece que algo le ha
sentado mal, pero no sé el qué. Qué tío más rarito.
23. Se queda pendiente
CHUS

Vaya día de mierda llevo, los chavales están


alteradísimos hoy. No me han hecho ni puto caso en toda la
mañana, y por la tarde la cosa suele ser peor aún. Me toca
clase de filosofía con los de mi tutoría, qué horror, qué
pocas ganas de soportar a Jairo.
Llego al aula y me cuesta conseguir que se queden en
silencio, pero finalmente lo hacen. Empiezo con mi
explicación mientras voy haciendo un esquema en la pizarra
para que lo copien. Se oye un leve murmullo, pero nada
muy escandaloso, puedo seguir a lo mío.
Cuando termino y me giro, veo a los de las primeras filas
escribiendo interesados, pero los del fondo… Ay, los del
fondo… Están hablando entre ellos, todos menos Jairo y
Lorena, que se están enrollando como si estuvieran en un
parque en lugar de en clase. Me quedo un poco bloqueado y
no sé cómo reaccionar, jamás he visto a nadie hacer eso en
clase. La mano de Jairo se cuela por debajo del jersey de
ella y lo considero la señal para reaccionar.
—¡Jairo Zafra y Lorena Andújar! —Doy una palmada en
mi mesa y levanto la voz. No hay otro Jairo ni otra Lorena,
no hubieran hecho falta los apellidos, pero parece que así la
cosa impone más—. Estamos en clase, un respeto a los
compañeros y al profesor.
A ellos les da la risilla tonta, pero se separan y miran
hacia el frente como si no hubiera pasado nada.
—Lorena, cámbiale el sitio a tu hermana. —Las dos
protestan, a ninguna le hace gracia el cambio, pero
obedecen a regañadientes.
Cuando acaba la clase, todos van saliendo apresurados,
era la última clase del día. Jairo le dice a Lorena que le
espere fuera, que quiere hablar conmigo.
—Jesús, tengo un problema —me suelta cuando nos
quedamos solos.
—¿Académico? —pregunto.
—¿Qué? ¡No!
—Ya me extrañaba… ¿Qué te pasa?
—Estoy saliendo con Lorena, lo sabes, ¿no?
—Algo sospechaba, sí… Entiendo que a vuestra edad es
difícil, pero tenéis que aprender a comportaros, no podéis
hacer esas cosas en clase.
—Sí, sí, lo que tú digas… Ese no es el problema.
—¿Y cuál es?
—Que hemos quedado en que vamos a «hacerlo» este fin
de semana —me cuenta con toda la naturalidad del mundo
—, y yo no lo he hecho nunca —añade bajando mucho la
voz—. Le he dicho a ella que sí, y a mis colegas… Todo el
mundo cree que ya lo he hecho, pero no es verdad. Estuve a
punto una vez, pero me acojoné, y ahora me da miedo que
ella se dé cuenta cuando vayamos a hacerlo…
—Vamos a ver, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo?
—Un huevo, cinco meses.
—Cinco meses no es un huevo, igual simplemente
deberíais esperar…
—No, no, ella quiere hacerlo este finde, y yo también.
¿Qué hago, Jesús? ¿Cómo puedo hacer que no lo note?
—Si sigues empeñado en seguir adelante, mi consejo es
que seas sincero con ella y le digas la verdad.
—Paso, que se descojonará de mí. Le voy a parecer un
pringado.
—No le vas a parecer un pringado. La base de una
relación es la sinceridad. Dile la verdad, seguro que ella
también tiene miedo y agradece que seas sincero…
—Ella sí que lo ha hecho.
—O no, igual ha mentido como tú…
—Qué va. Bueno, y si no cuento la verdad, ¿qué otra
cosa puedo hacer?
—Mi primer consejo es que esperéis, que aún es pronto;
pero, si estás decidido, dile la verdad. ¿De verdad quieres
hacer eso con alguien con quien no tienes la confianza
suficiente como para ser sincero?
—Sí, claro, está buenísima.
Resoplo como respuesta.
—Tú verás, Jairo, me has preguntado y ese es mi consejo.
—¿Tú follas?
—¿Perdona?
—Que sé que te separaste el año pasado de la chati de la
ONG… ¿Estás con otra? ¿O pasas de todo y te estás inflando
a follar ahora que estás soltero otra vez?
—Jairo, mi vida privada no es asunto tuyo… ¿Tienes algo
más que hablar conmigo? Relacionado con tus estudios,
preferiblemente.
—No, tío, ya me apañaré este finde… Ya te contaré.
«No me cuentes, por favor, no quiero saber…», pienso,
pero en lugar de decírselo, hago un gesto de asentimiento
con la cabeza. Se supone que los tutores estamos para
orientarles en lo que necesiten, y no solo en cuestiones
académicas.
Se marcha por fin y yo me quedo recogiendo para
marcharme también.

—¿Te tomas una cerveza conmigo? —me pregunta Inés


cuando estoy a punto de irme.
—Claro.
Por un lado, estoy deseando llegar a casa, pero, por otro,
me parece buen plan lo de la birra. No sé si me apetece ver
a Carina o si estoy intentando retrasar ese momento lo
máximo posible. Anoche tuve buen rollo con ella, al menos
hasta que empezó a hacer preguntas incómodas, pero,
salvando eso, creo que hasta podríamos llevarnos bien.

Sigo a Inés hasta una cervecería alemana que no queda


lejos del instituto, pero lo suficientemente pija para que no
vengan por aquí los chavales. Tres cervezas después, yo
estoy ya medio mareado y me parece que Inés no tiene
intención de parar de pedir birras. Me estoy riendo mucho
con ella. Me ha contado su separación, llevaba casada ocho
años (es algo mayor que yo, aunque nunca le he
preguntado su edad, es de mala educación) y este verano
dijo «hasta aquí». Aunque sea algo dramático, lo cuenta de
manera divertida, es evidente que o lo ha superado o nunca
le importó demasiado, porque no para de hacer chistes
sobre la situación.
A medida que avanza su historia, se va a acercando a mí.
¿Es algo casual o lo está haciendo adrede? Cuando
interrumpe su relato y se inclina a besarme, me queda claro
que todo ese acercamiento no ha sido accidental.
—¿Qué haces, tía? —pregunto separándome un poco de
ella. Voy algo mareado, pero no tanto como para no saber lo
que hago.
—No me digas que no lo has pensado nunca… —sonríe.
Pues, la verdad, creo que nunca lo había pensado. Jamás
la he visto de esa manera, yo estaba enamorado de Vero y
no tenía ojos para nadie más. Y después de romper con ella
(vale, no rompimos, me dejó, llamemos a las cosas por su
nombre), todavía estaba muy reciente y yo muy hecho
polvo como para plantearme nada con nadie… Pero si le
digo que nunca me lo había planteado, lo mismo se ofende.
Y si le digo que sí, igual se piensa que estoy colgado de
ella… Joder, ¿qué coño hago?
—Sssí, puede que sí —suelto una media verdad, o una
media mentira, según se mire, y ella sonríe de nuevo antes
de volver a meterme la lengua en la boca.
Joder, me gusta, me apetece, pero estoy seguro de que
esto no es correcto.
—Para, para, Inés —digo cuando consigo separarme un
poco de su boca.
—¿Qué pasa? Déjate llevar, no le des tantas vueltas a
todo…
—Creo que esto no es buena idea —suelto con un gemido
de por medio porque ha empezado a besarme el cuello.
—Déjate llevar —susurra.
—No estoy todavía para empezar una relación, Inés, mi
separación está muy reciente…
—¿Quién ha hablado de relación? Solo quiero pasar un
buen rato, Jesús… Somos adultos, sabemos lo que nos
hacemos…
—No sé, tía, creo que sería complicar las cosa…
Me calla metiendo la lengua en mi boca y llevando su
mano a mi entrepierna, por encima de los vaqueros. Vale,
joder, ¿quién soy yo para discutir? Si ella lo tiene claro y mi
cuerpo también, silenciar a mi cabeza será lo más sencillo…
—Hoy no podemos terminarlo porque tengo que ir a
recoger a mi hija y además estoy con la regla… Pero lo
dejamos pendiente para otro día, ¿vale? ¿El fin de semana?
¿Tienes planes?
—Una amiga da una fiesta, pero puedes venir si quieres
—sugiero.
—Jesús, cielo, no te equivoques… Quiero echar un polvo,
pero no quiero una relación. Ni quiero conocer a tus amigos
ni quedar para salir en plan parejitas. He estado casada
ocho años, no quiero un tío en mi vida. Tú y yo somos
amigos, los dos lo tenemos claro, la cosa no va a pasar de
ahí, ¿correcto? ¿Lo tenemos claro los dos?
—Por supuesto.
—Perfecto, pues ya nos vemos mañana en clase. En el
instituto haremos como que esto no ha pasado, pero
dejamos pendiente terminarlo la semana que viene, ¿vale?
Asiento con la cabeza mientras ella se marcha y yo me
quedo allí solo, pensando en que me acaba de rechazar una
tía (que ni siquiera me gustaba) antes incluso de empezar
con ella.
Igual estoy batiendo algún tipo de récord de rechazos
acumulados.
Se me han bajado las cervezas de golpe, creo que ya
puedo conducir hasta casa.
24. La sonrisa del payaso
CHUS

Hago todo el camino a casa rayadísimo por la situación


tan surrealista que acabo de vivir con Inés.
Cuando llego son casi las ocho de la tarde, llevo todo el
día fuera de casa y, nada más cruzar la puerta, me
encuentro a Carina sentada en el brazo del sofá, tocando el
ukelele y cantando[xix] en portugués. Cuando piensas que el
día no puede ser más raro, ahí está la vida para volverte a
sorprender.
—Hola, ¿qué tal? —la saludo al entrar.
Ella para de tocar y se dirige a mí.
—¿Siempre vienes tan tarde? —pregunta a modo de
saludo.
—No, me he ido a tomar unas birras después de clase.
¿Estabas cantando en portugués?
—Ajá, es una canción brasileña. Me gusta la música
brasileña…
—Sonaba bien, no sabía que tocabas un instrumento… —
Voy hasta la cocina y cojo el bote de los cacahuetes con
miel, necesito algo que me ponga de buen humor y no
quiero liarme un canuto, pero noto el tarro demasiado ligero
y no suena. Lo abro temiéndome lo peor y, efectivamente,
está vacío—. ¿Te has acabado los cacahuetes?
—Sí, ¿te importa?
—Tía, joder, cuando te acabes algo, compra. O, al menos,
avísame y lo compro yo. Me jode mucho contar con algo y
que pase esto.
—¿Por unos cacahuetes? ¿En serio? —se ríe.
—No me hace gracia —le digo en el tono más amistoso
que puedo, no quiero parecer un gilipollas que se mosquea
porque se han comido sus cacahuetes, pero es que me ha
jodido mucho. Llevaba todo el camino a casa pensando en
ellos. Qué triste, ¿no?
—No lo haré más, palabrita. —Levanta una mano a modo
de promesa de boy scout o algo—. No volveré a tocar tus
cacahuetes.
¿Se está burlando de mí? Resoplo y respiro hondo para
no echarla de mi casa el día dos. Por Piero, por Piero, esto lo
hago por Piero.
—Ahora vengo. —Cojo mis llaves y cierro dando un
portazo más fuerte de lo que debería, el resto de vecinos no
tienen culpa de nada.
Toco el timbre de casa de Samu y me abre enseguida.
Lleva a uno de los bebés en brazos y le está dando el
biberón.
—Ey, ¿qué te cuentas, nano? Pasa.
Lo acompaño hasta la cocina y me siento en una silla, él
lo hace en la de enfrente, al otro lado de la mesa.
—¿Y Estrella?
—Se ha llevado al otro a dar un paseo a ver si se duerme,
que el cabrón solo se soba en el carrito viendo mundo…
—Tío, no llames cabrón a tu hijo de nueve meses… —me
río.
Él se descojona y no le da importancia.
—Bueno, ¿qué te cuentas? ¿Qué tal en clase?
—Raro, nano, llevo un día raro de cojones…
—¿Sí? ¿Qué ha pasado? Te noto como agobiado…
—Nada, que me acaba de cabrear un poco Carina…
—No te voy ni a preguntar por qué… Es que, vaya
ocurrencia, meterte a la gilipollas esa en casa —se parte de
risa—. ¿En qué estabas pensando?
—Yo qué sé, tronco. —Me paso una mano por la cara—.
Me lo pidió Piero, no podía decirle que no…
—Es superfácil: NO. Tu hermana, tu marrón.
—Será que yo soy más blando…
—Eso será. —Asiente y se vuelve a reír. El crío da un
último trago al biberón y él lo incorpora un poco y lo apoya
sobre su hombro.
—Luego me ha pasado una movida rarísima con una
compañera…
—¿Quién?
—Inés, ¿la conoces?
—Me suena de haberte oído nombrarla, pero no le pongo
cara… ¿Qué ha pasado?
Le resumo la surrealista situación que he vivido en la
cervecería y él me escucha con atención y una sonrisa
enorme.
—Nano, nano, ¿te la has tirado en los lavabos?
—¡No! ¡Ni de coña! Me ha dicho que lo dejamos
pendiente, que tenía la regla. Mejor, así me ha dado tiempo
a pensármelo bien y le voy a decir que paso, que yo no soy
de echar un polvo por deporte…
—Déjate de mierdas tío, tíratela, echa un polvo por
deporte, te va a sentar de puta madre…
—No, tío, paso —niego con la cabeza mirando al suelo—.
No es mi rollo, no saldría bien, curramos juntos, sería muy
raro…
—Raro es que no lo hayáis hecho hoy… Tiene la regla, ya
ves tú, con lo que mola un polvo guarro. Yo soy muy fan de
la sonrisa del payaso. —Hace un movimiento sugerente con
las cejas.
—¿Qué dices? ¿Qué es eso de la sonrisa del paya… ?
¡Argh, joder, qué cerdo eres, tío! Mierda, cabrón, lo estoy
visualizando… Que no te oiga Marc o lo traumatizas de por
vida.
—Marc que asuma de una puta vez que las hermanas
también follan y punto.
Me muerdo la lengua para no hacer un comentario sobre
su propia hermana y lo que me ha contado Jairo esta tarde…
¿Lo llevaría tan bien como cree? ¿O solo piensa en la
hermana de Marc y no en la suya?
—Y tú —continúa con su disertación—, tírate a esa tía.
Tendrás que volver al mercado en algún momento. Así te
sirve de entrenamiento… Un polvo y ya, no te enamores de
esa, que parece que solo quiere mambo… Le echas un polvo
y au… Como mucho le haces la mirada del cocodrilo, pero
nada más.
—¿Qué es la mirada del cocodrilo?
Samu se descojona y vuelve a hacer el movimiento de
cejas.
—A ver, ¿cuándo miras a una tía como un cocodrilo?
Asomando los ojos por encima de la superficie, con la boca
todavía sumergida en las humedades…
—Hostia puta —suelto una carcajada—. Estás fatal,
nano… La mirada del cocodrilo, la madre que te parió.
Nos empezamos a reír los dos y su hijo elige ese
momento para soltar un enorme eructo digno de un adulto.
Nos da más risa todavía.
—Muy bien, hijo, misión cumplida. Ya has hecho tu faena
de hoy, ahora a sobarla. —Le da unas palmaditas en la
espalda mientras vuelve a hablarme a mí—: Voy a acostarlo,
que ahora se queda sobado fijo.
—Guay, tío, me voy para casa, que ya se me ha pasado
el mosqueo.
—Suerte, nano, que la niñata esa no te amargue la vida.
—Lo intentaré.
Resoplo antes de largarme a mi casa de nuevo.
25. Hazme caso
CARINA

¿Dónde se habrá ido? A casa del vecino, supongo. Parece


que le gusta mucho estar en casa del rubiales. Llevaba todo
el día esperando a que volviera y se ha pirado nada más
llegar. Creo que se ha mosqueado por lo de los cacahuetes.
Está muy mono cuando se mosquea, aunque le queda un
poco raro.
Oigo ruido en el rellano. Ya vuelve. Cojo de nuevo el
ukelele y finjo que sigo a mi rollo, será lo mejor.
—Hola —intuyo que murmura al entrar. ¿Murmura o
gruñe? No lo tengo muy claro.
—¿Qué vas a hacer de cenar? —pregunto para pincharle
un poquitín.
—¿Se supone que tengo que hacerte la cena? —gruñe,
ahora claramente gruñe.
—Claro, es tu casa, soy tu inquilina, es el segundo día
que estoy aquí y ayer cocinó mi hermano…
—Está bien —resopla y va hacia la zona de la cocina.
No, joder, no, Chus, pícate, es un argumento de mierda.
Reacciona, cazzo. Dejo el instrumento en el sofá y voy hasta
él.
—A ver qué haces, ¿eh? Que yo soy muy delicada para la
comida…
Resopla como respuesta. ¿Eso es todo? ¿Qué hay que
hacer para que este tío reaccione?
—¿Qué vas a hacer? —insisto.
—Carina, por favor, ¿me puedes dejar en paz un poquito?
—vuelve a resoplar—. ¿Qué quieres cenar?
¿En serio? «¿Qué quieres cenar?».
Me siento en la encimera y lo miro mientras empieza a
sacar cosas de la nevera.
—¿Dónde estabas? ¿En casa del guaperas?
—Sí —contesta como si ya estuviera cansado de la
conversación… Y aún no hemos empezado.
—¿Qué se cuenta? ¿Ya ha desgastado todos los espejos
de su casa y te ha pedido alguno tuyo? ¿O ha hecho un
duelo con el marido de Greta a ver quién la tiene más
grande?
—No te pases con ellos, son mis amigos…
—¿No te resultan un poco rabiosos? ¿O tú no entras en
sus movidas? Claro, tú juegas en otra liga… Lo decís así,
¿no? Cuando alguien es muy guapo y otro no, que juegan en
ligas diferentes… Ellos serían los guapos y tú el que estaría
en otra liga…
—Gracias por la aclaración —murmura con los dientes
apretados, pero me sigue ignorando. Cazzo, ¿por qué me
ignora? Hazme caso, Chus, que llevo todo el día aburrida.
Sin pensar demasiado, cojo los platos que ha dejado
sobre la encimera a mi lado y los tiro al suelo. Se rompen en
mil pedazos con un ruidoso estruendo. Él se sobresalta al
momento y luego nos mira alternativamente a mí y al
destrozo que acabo de hacer. No se lo puede creer, normal,
esto no cabe en la cabeza de nadie. ¿A quién se le puede
ocurrir hacer una gilipollez de este calibre? Solo a mí. Si con
esto no me hace caso, yo ya no sé qué hacer.
—¿A qué ha venido eso? —pregunta por fin con cara de
flipado.
Me encojo de hombros como respuesta.
—No entiendo por qué has hecho eso —murmura con la
vista fija en el suelo mientras niega con la cabeza.
—¿Te molesta? —Mamma mia, ¿qué pregunta es esa? Y
¿qué más necesita para reaccionar? Debería echarme de su
casa ahora mismo.
—Es que no entiendo por qué has hecho algo así.
—No sé, me apetecía —digo aun a riesgo de parecer la
mayor retrasada del mundo.
—Bueno, vamos a dejarlo estar, no bajes de la encimera,
no te vayas a cortar, voy a recogerlo…
¿Qué? Cazzo, este tío es tonto… Esta vez con toda la
intención, cojo unos vasos que hay a mi alcance y los lanzo
con fuerza al mismo sitio que antes.
—¡¿Qué haces?! —grita.
«¡Cazzo, sí, grita!».
Yo sonrío como si fuera imbécil y me encojo de hombros.
—¡Pero ¿tú eres gilipollas?! —se le llena la boca al decir
gilipollas y adivino que le ha sentado de maravilla, se le
tienen que haber hinchado los pulmones y todo.
No sé qué hacer ahora, porque debo de parecer imbécil,
así que solo me río y lo confirmo.
—¿Te hace gracia? —Está mosqueado. Está muy
mosqueado. Bien, buen comienzo.
—Es gracioso —digo entre risas. La verdad es que lo
estoy forzando un poco porque parecer gilipollas no le gusta
a nadie.
—Flipo contigo, la verdad es que no me extraña que… —
Se calla de golpe y aprieta los labios.
—¿Qué? ¿Qué no te extraña? —pregunto ahora por
curiosidad. Quiero saber lo que iba a decir.
—Nada, déjalo. —Intenta parecer calmado, pero sigue
muy mosqueado.
—No, dime, ¿qué ibas a decir?
—Nada, joder, déjalo estar.
—No lo voy a dejar estar… ¿Tengo que romper algo más
para que me lo digas?
Giro la cabeza a ambos lados mirando a mi alrededor
como si buscara algo más para tirar al suelo.
—¡Ni se te ocurra tirar nada más, ¿me oyes?! —Le oigo,
le oigo… Y tanto que le oigo—. Vas a recoger todo esto y, si
te cortas los pies por ir descalza… ¡Te jodes!
Hace una pausa y respira hondo. El chucho nos mira
acorbardado desde el otro extremo de la sala.
—¿Ya se te ha pasado el ataquito? —A veces me
sorprendo a mí misma. Si me diera una hostia ahora mismo
no le faltarían motivos, nadie podría culparlo.
Cierra los ojos y respira profundo un par de veces antes
de abrirlos.
—Ya no quiero ni cenar. Me voy a la cama. Recoge esto,
por favor. Prefiero no verte hasta mañana.
Y se pira con el perro siguiéndole hasta su cuarto. Qué
poco ha durado la bronca. Otra vez me ha dejado aquí sola.
Barajo la idea de no recoger el desastre que he
organizado para que tenga cabreo acumulado por la
mañana, pero me parece demasiado hasta para mí.
26. Nadie quiere tirarse al hombre
de hojalata
CHUS

Respira, Chus, respira. Piensa bien las cosas antes de


hacer algo de lo que te puedas arrepentir.
Sostengo el teléfono en la mano no sé durante cuánto
tiempo. Quiero llamar a Piero. Quiero llamarlo y decirle que
saque a esta demente de mi casa. A esta tía tendrían que
internarla. No debería tratar con seres humanos. Es
peligrosa para sí misma y para los demás. Peligrosa para sí
misma porque a la próxima la mato. La mato, joder. No es
posible ser tan gilipollas.
Voy a llamarlo.
No, no voy a hacerlo y lo sé.
¿Qué pasaría si lo llamara? ¿Qué es realmente lo peor
que podría pasar? Que Piero se disgustaría mucho, se
enfadaría con ella… Tendrían movida, ella le haría estas
mierdas a Loui en vez de a mí y tendrían bronca entre ellos.
No quiero eso. Bastante tiene Piero con tener ese engendro
de hermana como para que yo le añada más mierda. En qué
puta hora la trajo de Italia… Tiempo le ha faltado al otro
hermano para soltarla… Bueno, no, la han tenido unos
cuantos años, estarán hasta los cojones… Normal, lo estoy
yo en solo dos días.
Estoy tan cabreado que no voy a poder dormir. No puedo
ni leer. Me llega un mensaje al móvil. Por favor, que sea
Piero diciendo que la echa de menos y la quiere en su casa
de vuelta.
Por supuesto, no lo es.

SAMU: Nano, ¿qué eran esos gritos?


CHUS: Si te cuento lo que ha pasado, no te lo crees.

Suena una llamada entrante y contesto enseguida para


no despertar al resto de vecinos.
—¡¿Te la has tirado?!
—¡No! Claro que no, ¿qué te hace pensar eso?
—Tu mensaje.
—Estás enfermo, nano —me río, por lo menos gracias a
él me río.
—Entonces ¿qué ha pasado? ¿Qué hay menos creíble que
eso?
Le resumo en pocas palabras lo esencial de la situación
que he vivido hace unos minutos.
—Esa tía es subnormal y está muy loca. Huye, nano.
—No puedo huir, tío, ya lo sabes.
—El Piero de los cojones, dile que se apañe con su
marrón, te está haciendo chantaje emocional.
—Si no sabes lo que es el chantaje emocional, no hables,
cielo, que puedes parecer un ignorante —oigo a Estrella a lo
lejos a través del auricular.
—No me ha hecho chantaje emocional, me ha pedido un
favor —aclaro.
—Un marrón —corrige Samu—. Te ha endosado un
marrón.
—Cariño, no te metas. —Estrella de fondo una vez más—.
No es asunto tuyo. Tú limítate a echarle una mano a Chus
en lo que necesite y deja de opinar o de juzgar.
—A ver si ahora no voy a poder opinar —se queja Samu a
su mujer—. Y yo le ayudo en lo que necesite, ya ves tú…
Pero es que lo que necesita es librarse del bicho ese que
tiene en casa.
—Bueno, nano, mañana hablamos, voy a ver si duermo
algo —digo para dar por terminada la conversación, porque
tiene pinta de que van a seguir hablando entre ellos y yo
me voy a quedar aquí escuchando dos horas.
A ver quién duerme ahora con el mosqueo y el agobio
que llevo encima.
Me doy una ducha, me pongo el pijama y me meto en la
cama a leer. Tote se acomoda a mis pies. Con el cabreo se
me ha pasado hasta el hambre en el momento, pero ahora
me arrepiento de no haber comido algo.
Se abre la puerta de mi habitación de golpe y aparece
ella.
—¡Coño, tía! ¿Qué haces? ¿No sabes llamar? —Entro en
pánico porque perfectamente podría haberme pillado
haciéndome una paja antes de dormir.
Se acerca a la cama sin decir nada y se sienta en el otro
lado. Me tiende un plato que lleva en la mano.
—Te he hecho algo de cenar.
Cojo el plato, en el que descansa un triste sándwich, y le
doy las gracias mentalmente, no estoy de humor para
agradecerle nada después de la que me acaba de liar en la
cocina… Doy un primer mordisco y siento puto asco, ¿qué
es esta mierda?
—¿De qué es? —pregunto intentando tragar este
engrudo.
—De plátano.
—¿Has hecho un sándwich de plátano?
—Sí, ¿te gusta?
—Es raro. —Es lo mejor que se me ocurre decir, porque
«es lo más repugnante que he probado en mi vida» me
parece demasiado desagradable para alguien que se ha
molestado en hacerme algo de cenar. Simplemente decido
no contestar.
—Andrea es gilipollas —dice ella cambiando de tema.
—¿Quién es Andrea? —pregunto descolocado, creo que
no conozco a ninguna Andrea.
—La del libro que me diste anoche… ¿Quién deja de
comer para comprarle flores a su amiga rica? Hay que ser
muy imbécil.
—Ah, vale, no sabía de qué hablabas… Sí, es un libro con
mucho subtexto…
—Eso no sé, pero ella es tonta perdida, me cae fatal.
—¿Por dónde vas?
—Lo terminé esta mañana. Leo rápido. —Se muerde el
piercing de la lengua y mi mente enferma piensa por un
segundo cómo sería notar ese metal. Lo destierro rápido de
mi cabeza y dejo el plato en la mesilla de noche. Le he dado
un par de bocados más, pero prefiero pasar hambre antes
que seguir tragando esta porquería.
—¿Te ha gustado?
—Mmm, sí, está bien. ¿Me recomiendas otro o tienes
intención de poner una tele?
—No voy a comprar un televisor, Carina.
—Vale, pues me leeré otro libro de momento… ¿Qué
tienes por aquí?
Pasa por encima de mí para curiosear los libros que hay
en mi mesilla de noche. Cuando ve que tiene debajo un
estante, se inclina más para que su cabeza quede por
debajo de la cama y poder mirar los títulos. El caso es que
su culo está ahora mismo sobre mi regazo y yo necesito
desviar la mirada. Pero es como un imán. Lleva unas mallas
de yoga blancas que le hacen un culo absolutamente
perfecto. Me pongo las manos detrás de la cabeza y miro
hacia otro lado. Me concentro en pensar en el sabor del
sándwich de hace un rato para distraerme y no
empalmarme, porque estoy demasiado necesitado y sería
muy fácil.
—Una habitación propia[xx], 1984[xxi], Rayuela[xxii], La
colmena[xxiii] —empieza a leer los títulos—. ¿Cuál me
recomiendas?
—No sé, depende de lo que te apetezca —me sale la voz
un poco rara. «Sándwich de plátano, sándwich de
plátano»…
—Este, que es el más flaco. —Se incorpora y se vuelve a
sentar frente a mí ya con mi copia de 1984 en la mano.
—Buena elección —respondo en tono neutro.
—¿De qué te vas a disfrazar en la fiesta del sábado? —
pregunta cambiando drásticamente de tema.
—Ni idea, ha dicho Claudia que tienen que ser disfraces
de películas… ¿Igual de alguno de los de El mago de Oz? Es
un poco típico, pero se pueden comprar fácil.
—No, no, no, ni pensarlo. —Niega con energía agitando la
cabeza—. Eso es cero sexi, y un disfraz comprado es muy
cutre. Mejor algo que puedas conseguir con ropa normal o
que puedas hacer tú mismo de modo sencillo… Pero nada
de esa peli, que así no ligas ni de coña. Y necesitas ligar un
poco, que estás muy tenso.
—Joder, vale, no lo había pensado…
—A ver qué tienes en el armario que nos pueda servir. —
Se levanta de la cama de un salto y lo abre.
Empieza a curiosear perchas y cajones como si fueran
sus cosas.
—¡Oh, lo tengo! —exclama cogiendo la gabardina negra
que me regaló mi madre hace un par de años y que aún no
he estrenado. La lanza sobre mi cama y luego coge un
pantalón negro, una camiseta del mismo color y un cinturón
y los lanza también—. Hola, Neo.
—¿Matrix? ¿En serio?
—Más sexi que El mago de Oz, te lo aseguro. Nadie
quiere tirarse al hombre de hojalata, tío.
—Vale —me río—, está bien. Lo bueno es que ya lo
tengo…
—Vas a estar sexi, Neo, muy sexi.
—Yo no soy sexi, tía…
—No, no —se vuelve a subir a la cama para hablarme
cerca del oído—. Sí que eres sexi, Chus, muy sexi… Y ahora
voy a pensar un disfraz para mí porque como que me llamo
Carina que yo en esa fiesta me tiro a un tío bueno.
Y se marcha de mi habitación, entiendo que dando por
terminada la conversación.
Yo me quedo con una sensación de lo más extraña sin
saber ni por dónde me está dando el aire.
27. Tenemos que hablar
CARINA

Me despierto recordando lo que pasó anoche. Primero el


numerito que monté con los platos y luego no se me ocurre
otra cosa que decirle que es sexi. Como si me lo quisiera
ligar. ¿Qué necesidad tenía de decirle algo así? Solo quería
subirle la moral, y no deja de ser cierto: el chico es muy
sexi. Pero igual ahora se siente incómodo conmigo. O igual
se acuerda de la gilipollez de los platos y está cabreado…
Lo oigo trastear en la cocina sin atreverme a salir de la
cama. Hoy me parece aún más estúpido lo que hice ayer. El
caso es que voy a esperar a que se vaya, porque me da
toda la vergüenza del mundo cruzarme con él ahora mismo.
Oigo la puerta de la calle y al momento el silencio lo
envuelve todo. Espero un rato antes de salir de mi
habitación por si se ha olvidado algo y vuelve a aparecer.
Cuando ha pasado un tiempo que considero más que
prudencial, decido salir.
Ni rastro de él. Cuando voy a abrir el frigorífico para
prepararme el desayuno, encuentro una nota sujeta en él
por un imán.

«Buenos días, Carina:


Solo he podido sacar a Tote cinco minutos. Si no tienes
nada que hacer hoy, dale un paseo, por favor.
Los viernes como en casa. Dime si estarás a mediodía.
Tenemos que hablar.
Chus».

Y debajo ha escrito unos números que intuyo que son su


teléfono.
Mierda. «Tenemos que hablar». ¿Me irá a mandar a tomar
por culo? Sería lo más lógico después de lo de ayer. Tengo
que hacer algo para arreglarlo. Lo primero es ganar tiempo.
Busco el móvil que me regaló mi hermano cuando llegué,
todavía no lo he usado. Memorizo su contacto y le escribo
un mensaje.

CARINA: Sí, sacaré al perro. No estaré en casa a


mediodía. Nos vemos esta noche.

No contesta. Bueno, ya contestará. Mierda, me olvidaba.

CARINA: Soy Carina, por cierto, este es mi número de


teléfono.

Obvio, ¿no? Otra vez parezco retrasada, pero ya está


enviado, no hay nada que hacer. Me quedo mirándolo
fijamente como si, por ese simple gesto, de repente fuera a
responder. No lo hace, así que decido darme una ducha
rápida y me arreglo para salir; hay varias cosas que quiero
hacer hoy. Le pongo a Tote su correa y salimos de casa.
Llamo al ascensor y, mientras espero, se abre la puerta
del vecino y sale el rubio perdonavidas.
—Buenos días, bicho —dice plantándose a mi lado con
una enorme sonrisa, supongo que a esperar también.
¿Bicho? ¿Qué querrá decir eso? Luego le pregunto a Piero.
Bicho, que no se me olvide la palabra—. Menuda movida
anoche, ¿no? Vaya gritos.
—¿Tan poca vida tienes que espías por las paredes?
¿Tanta pena das?
Él suelta una carcajada y abre la puerta del ascensor,
que acaba de llegar, y me hace un gesto para que pase
delante de él.
El habitáculo es muy pequeño y estamos muy cerca. Este
tío es muy alto y yo demasiado canija. Creo que tendría que
ponerme de puntillas para morderle un pezón… No es que
esté pensando en hacerlo, ni mucho menos, está casado y
es un guaperas de los que no me ponen nada, era solo una
observación sobre lo diferentes que son nuestras
dimensiones.
—¿Qué? ¿Ya has encontrado curro? —pregunta, intuyo
que para romper el incómodo silencio que hay aquí dentro
mientras le acaricia la cabeza a Tote.
—Mmm… no.
—Y ¿a qué esperas?
—Estoy en ello —afirmo quitándole importancia. A ver si
ahora voy a tener que darles explicaciones a todos los
amigos de mi hermano. Solo me faltaba eso.
—Pues a ver si hay suerte. —Sonríe y en ese momento el
habitáculo se detiene. Vuelve a abrirme la puerta y a
hacerme el gesto de que pase delante de él.
—Tengo manos, puedo abrirme yo las puertas —aclaro,
porque no sé si se ha pensado que por ser tan pequeña no
tengo fuerza ni para abrir la puerta del ascensor.
Él se ríe como respuesta. Vaya, gran argumento.

Llegamos a la calle y nos despedimos. Cuando me giro


para emprender el camino contrario al suyo, oigo que me
llama.
—¡Carina! —Se acerca a mí y se inclina bastante, lo
suficiente como para hablarme al oído y susurrar—:
Cuídame a Chus.
A mí me da la risa tonta por alguna razón que
desconozco y él sonríe. Me pasa un brazo por encima de los
hombros y me atrae hacia él mientras me frota los nudillos
de su otra mano por la cabeza. ¿Qué se cree que soy? ¿Un
perro?
—Estoy seguro de que en el fondo eres buena tía, pero
no disimules tanto, que nos lo estamos empezando a creer
—se ríe y me suelta por fin—. Me piro, nos vemos.
Me doy la vuelta y empiezo a caminar a bastante
velocidad. No he entendido muy bien qué ha querido decir
con eso último. Pero ya no recuerdo bien cómo ha sido la
frase y no le voy a poder preguntar a mi hermano. ¿Era algo
bueno o malo? ¿Por qué iba a ser malo? Yo a este tío no le
he hecho nada.
Vuelvo a comprobar mi teléfono para ver si Chus me ha
contestado. Pero no. Sigo con un nudo en el estómago, ese
«tenemos que hablar» no me da ningún buen rollo.
28. Mi momento preferido
CLAUDIA

Creo que el desayuno es mi hora preferida del día, al


menos desde que me he mudado a mi piso nuevo. Me gusta
tomarme un café mirando por la ventana que hay junto a la
mesa de dibujo. Podría hacerlo en la enorme terraza que
tengo al otro lado de la casa, pero me gustan más las vistas
de esta calle.
Veo a Samu salir del edificio de enfrente a su hora
habitual, más o menos, tampoco es que sea un reloj el
chico. Pero hoy hay algo diferente. No va solo. La italiana y
el perro de Chus salen con él. ¿Por qué? ¿Qué me he
perdido? Intercambian cuchicheos y achuchones en la
puerta y al momento ella sale casi corriendo en dirección
contraria. Vaya, en solo una semana ya tiene más confianza
con él de la que he conseguido yo ¿en cuánto? ¿Veinticinco
años? A mí nunca me ha achuchado así ni me ha hablado al
oído. ¿Por qué a ella sí? ¿Qué rollito se llevan?
A ver, a ver, ¿tengo envidia de la enana esa que parece
una muñeca de Tarta de Fresa? Ni de coña estoy celosa de
esa cría que no sabe abrir la boca sin cagarla.
Vuelvo a centrarme en las vistas. Samu sigue en la calle.
Mira hacia arriba, hacia la ventana desde la que su mujer le
dice adiós con la mano. Él le lanza un beso antes de echar a
andar. Cada mañana igual, qué infantiles son. Lo sigo con la
mirada hasta que lo pierdo de vista.
Me estoy empezando a obsesionar, me pasa de vez en
cuando. Necesito ligarme a alguien con urgencia, eso suele
distraerme una temporada. Mañana en la fiesta seguro que
cae alguno. Tengo que comprar todavía el alcohol.
Cantidades ingentes de alcohol. Me voy a pillar un buen
ciego, me hace mucha falta.
Cojo la agenda, tengo que ampliar la lista de invitados.
Tíos buenos, necesitamos más tíos buenos para aumentar
las probabilidades de éxito.
29. Ok
CARINA

Llego a la consulta de Piero y me toca esperar un rato


porque está con una paciente. Mientras espero, mi teléfono
suena con el aviso de un nuevo mensaje. Lo abro al
momento.

CHUS: Ok.

¿Ok? ¿Qué mierda es eso? Ok a que nos vemos esta


noche, está claro. ¿Y ya está? ¿Nada más?
En ese momento sale mi hermano y me hace pasar a su
despacho.
—¿Qué tal? ¿Ya tienes alguna entrevista de trabajo? —me
pregunta con una sonrisa. Qué rabia me da que tenga tanta
esperanza puesta en mí. Con unas expectativas tan altas es
imposible no defraudarlo.
Niego con la cabeza y miro al suelo.
—Carina, tienes que esforzarte más… —me suelta en
tono de reproche. Yo asiento con la cabeza, pero no sé cómo
esforzarme más, yo hago lo que puedo.
Saca su cartera del bolsillo y de ella una tarjeta. Me la
tiende.
—He pasado por el banco y tenían la tarjeta que les pedí
a tu nombre.
Estiro la mano para cogerla, pero la retira de mi alcance
al momento.
—Tienes que encontrar trabajo. —Yo asiento—. Esto no es
una solución a largo plazo, es un parche porque no puedes
ir por la vida sin dinero. —Vuelvo a asentir—. Úsala con
prudencia.
—Gracias, Piero. —Le doy un beso en la mejilla, pero a él
le parece poco y me abraza.
—Ya verás como encontrarás trabajo. Todo saldrá bien —
susurra—. Estoy aquí para lo que necesites. Pero tienes que
madurar, ¿me oyes? Tienes que coger las riendas de tu
vida.
Me separo del abrazo y asiento. Él sonríe satisfecho, es
de un optimismo desmoralizante, es casi imposible no
defraudarlo, siempre espera cosas increíbles y yo soy un
puñetero desastre.
Me despido de él y salgo de allí con Tote con intención de
dejarlo en casa antes de buscar una zona comercial y
estrenar la tarjeta. Sí, necesito hacer tiempo, no quiero
volver a casa aún.

Llego bastante tarde. Lo he hecho con toda la intención


del mundo. Soy una cobarde y quería retrasar este
momento, lo confieso. Me da miedo lo que tenga que
decirme. ¿Me querrá echar de su casa? No le faltarían
motivos, está claro. No me importaría no vivir aquí, pero
Piero se enfadaría mucho conmigo. Mucho mucho. No quiero
que se mosquee. Y me gusta vivir aquí, la verdad. En casa
de Piero también estaba bien, pero creo que este es más mi
rollo.
En cuanto cruzo el umbral de la puerta principal,
empiezo a temblar. Son nervios. ¿Cómo puedo estar tan
nerviosa? Normalmente no me acobarda un poco de bronca,
pero me da mucho miedo que esté muy cabreado conmigo
y me eche de su casa… ¿Qué más da? Piero me conseguiría
otro sitio donde vivir. Pero es que no quiero vivir en otro
sitio, quiero vivir aquí. Tote viene trotando hasta mí y
empieza a chuparme la pierna. Guay, al menos alguien se
alegra de verme.
No veo a Chus, no está en la cocina ni en el salón, que es
la misma estancia. Lo atravieso a toda velocidad con las
bolsas que traigo y lo meto todo en mi cuarto. ¿Desde
cuándo soy una cobarde que huye de los enfrentamientos?
Ya en mi habitación, me siento a salvo. Qué tontería, como
si por haber llegado hasta aquí hubiese evitado la incómoda
conversación. Todavía no le he visto, pero intuyo que está
en casa porque cuando he pasado por el salón la tele estaba
encendida.
Un momento, ¿la tele? ¿Tenemos televisor? ¿Desde
cuándo? Vuelvo a salir a la sala y compruebo que,
efectivamente, hay una televisión. Cazzo, ahora sí que no
entiendo nada. En ese momento aparece Chus por la puerta
que no es su habitación, sino un despacho pequeñito. Tiene
mala cara, parece más agobiado que nunca. Se sorprende al
verme.
—Mmm, hola, Carina, no te he oído llegar. Ven un
momento conmigo a la cocina, por favor, tenemos que
hablar. —Se pasa una mano por la cara y se dirige allí. Lo
sigo.
Llegamos hasta el extremo más alejado de la sala y nos
detenemos para no comernos la pared. Da la impresión de
que los dos habríamos seguido caminando para no afrontar
la situación, pero las dimensiones de esto son limitadas y
hemos tenido que parar. Él mira al suelo y empieza a
rascarse la nuca cada vez con más fuerza hasta que temo
que se arranque parte de la piel. ¿Tan chungo es lo que me
tiene que decir para que esté tan agobiado?
—Oye, en cuanto a lo de anoche… —Empiezo yo porque
no puedo más con los nervios. Igual si me ve arrepentida de
entrada le cuesta más mosquearse. Si le hago el favor de
romper yo el hielo, lo mismo gano puntos… Qué gilipollez, si
me quiere mandar a la mierda, lo va a hacer igual.
Él levanta la cabeza de golpe y me mira como si le
estuviera hablando en chino. De repente parece entender lo
que le estoy diciendo y resopla.
—Vamos a olvidar lo de anoche, eso ahora no me
preocupa.
Cazzo, ¿qué? Entonces ¿qué le preocupa?
—Ah… —Sí, efectivamente, esa es mi gran respuesta.
—A ver, ¿cómo te lo cuento? —Empieza por fin—. Esta
mañana temprano me ha llamado mi madre, que se va un
par de semanas fuera y le ha fallado en el último momento
la chica que se ocupa de mi abuela cuando ella no está.
Total, que no puede dejarla sola quince días y me ha pedido
que se quede aquí conmigo… Es un marrón y sé que tú
también vives aquí, pero no he podido decirle que no. —Lo
ha soltado todo de golpe y ahora me mira aguantando la
respiración.
Cazzo, ¿eso es todo? ¿Esto era lo que teníamos que
hablar? Respiro hondo y sonrío, qué peso me acaba de
quitar de encima.
—Ah, vale. Dos semanas con tu abuela por aquí, me
parece estupendo…
—No es tan estupendo —suspira—. Mi abuela es una
persona… difícil.
—Yo también soy una persona difícil. —Le doy un
empujoncito con el hombro.
—Lo sé —suspira—, pero dame una tregua al menos
mientras esté aquí la yaya, ¿vale?
—Claro, me llevaré bien con ella —le aseguro.
—No lo dudo, tenéis un carácter parecido —dice con un
amago de sonrisa.
¿Qué ha querido decir con eso? ¿Que le recuerdo a su
abuela? Qué bonito, justo lo que toda chica desea oír, que a
un tío le recuerdas a un familiar suyo octogenario…
—¿Es que en esta casa no se cena? —Nos interrumpe la
señora desde el umbral de lo que era el despacho que
intuyo que ahora es su habitación.
—Ah, otra cosa. —Chus se inclina para susurrarme al oído
—. Siempre habla con negaciones. Fíjate y verás. Yo creo
que tiene un don… —Siento calor en todo el cuerpo tras ese
comentario. No tengo claro si ha sido por el susurro o por la
tranquilidad de saber que ya no está enfadado conmigo,
que todo ese «tenemos que hablar» no era por mí y todo
está bien entre nosotros.
—¿No vas a presentarme a esta muchacha? —pregunta
la anciana mientras empieza a caminar a velocidad de
tortuga hacia nosotros apoyada en un bastón.
—¿Lo ves? —vuelve a susurrarme él al oído mientras se
ríe entre dientes. A mí se me eriza al momento la piel del
cuello y de un brazo.
La señora llega hasta donde estamos. Es algo más baja
que yo. Increíble, aún hay alguien con menos altura que yo.
Me coge un mechón de pelo entre sus huesudos dedos y me
mira con cara de asco.
—¿No es una peluca? —interroga arrugando la nariz.
—Yaya, ella es Carina, mi compañera de piso; y sí, ese es
su pelo. Carina, mi abuela Amelia.
—Encantada —respondo con una sonrisa todo lo amable
que sé. Me da risa la señora y estoy tan aliviada de que no
me haya echado de su casa que todo me parece estupendo.
—No me gusta ese pelo —contesta arrugando la nariz y
el entrecejo—. No pareces una buena chica, pareces una
golfa…
—Entonces está bien así, señora —bajando un poco la
voz, añado—: soy un poco golfa.
La anciana me mira sin dar crédito a lo que acabo de
decir y Chus suelta una carcajada. Nadie habla, pero la
señora y yo nos miramos a los ojos. Si se piensa que me va
a intimidar con esa actitud suya de vieja gruñona, va lista…
Chus nos mira alternativamente a una y a otra y sonríe.
—Esto va a ser divertido —dice por fin—. Será como un
partido de tenis. Solo espero quedarme fuera, de árbitro, y
que no me metáis en medio.

Bueno, pues al final ha ido bien la noche. Prefiero dos


semanas con su abuela a que me eche del piso, la verdad.
La señora parece un poco hostil, pero yo también lo soy y
no me intimido fácilmente.
30. La fiesta de Clau
CHUS

—No irás a salir así a la calle, ¿no? Pareces un ladrón —


me suelta la yaya cuando me acerco a retirarle el plato de la
cena. Además de la tele, me hizo traerle una de esas mesas
que se acoplan al sofá para poder comer y cenar de cara a
la pantalla. Solo lleva aquí un día y ya estoy agobiado.
—Es un disfraz, yaya.
—No entiendo esas modas de los jóvenes de ahora…
—Bueno, yaya, estamos a punto de irnos, ¿necesitas
algo?
—No necesito nada —contesta con un gruñido y un
movimiento de la mano.
—¡Carina, ¿estás lista?! —grito para que me oiga a través
de su puerta cerrada cuando suena el timbre de mi casa.
Me acerco a abrir la puerta de entrada sin haber
obtenido respuesta. Samu y Estrella van muy raros. Él va
vestido como de jugador de baloncesto cutre y ella no
parece disfrazada, lleva una falda encima de los vaqueros y
una camiseta de rayas. Bueno, está preñadísima, entiendo
que igual no le apetecen estas movidas.
—¿De qué vas, nano? —le pregunto a mi amigo.
—Es un disfraz de pareja, ¿no has visto la peli de Juno?
¿La de la preñada adolescente?
—No la he visto —me descojono—, pero ahora que lo
dices el cartel sí me suena… Estáis muy logrados.
—Tú también, Neo, esta noche triunfas. —Samu hace un
movimiento rápido de cejas.
—Ojalá, nano, pero no lo creo, la verdad… Ya sabes lo
malo que he sido siempre para eso… La última vez que
ligué iba tan ciego que no lo recuerdo… ¡Qué desastre! —
Suspiro.
—Pues hoy asegúrate de estar centrado. Y no bebas
tanto, que ligar y luego no recordarlo es una gran putada.
—Yo te entiendo, Chus, no lo fuerces —interviene Estrella
—. Cuando tú te sientas preparado.
Sonrío y asiento intentando parecer convincente, pero
creo que el gesto no se lo ha creído nadie, ni yo.
Se abre en ese momento la puerta de la habitación de
Carina y los tres nos giramos hacia allí y nos quedamos
flipadísimos. Va medio en bolas, con el cuerpo como
vendado, juraría que va de la tronca de El quinto elemento.
—Andiamo, que es tarde —dice a modo de saludo.
—No salgas de tu habitación en paños menores, golfa —
suelta mi abuela.
—Es un disfraz, señora. Me voy a una fiesta… Y espero
no volver sola…
Mi abuela la mira, parece que se ha quedado sin
palabras. No creí que existiera la persona capaz de dejar sin
habla a la yaya, pero ahí está.
—¿Tu hermano ha visto ese disfraz? —se ríe Samu.
—No —responde Carina tan tranquila.
—Se viene movida…
—Soy mayorcita —replica ella y hace un gesto de
indiferencia con la mano mientras se pone el abrigo.
—Venga, vamos —se queja Estrella—, que aún no hemos
llegado a la fiesta y ya me quiero volver…

La casa de Claudia está bastante llena de gente cuando


llegamos. Localizamos enseguida a Piero y a Loui. Van
disfrazados de los de Entrevista con el vampiro. Les pega
ese rollo, sobre todo a Loui, siempre tan elegante… Piero
viene directo a su hermana y se la lleva a cierta distancia.
Habla con ella en su idioma a un volumen muy bajo, pero no
parece que le esté diciendo nada de buen rollo. Ella pone los
ojos en blanco todo el rato ante sus palabras. Finalmente se
separan y vuelven con nosotros. Carina me aparta de los
demás y me habla bajito.
—Suerte, Chus, a ver si ligas esta noche… Te hace falta
fare l’amore —susurra esto último y mi cuerpo reacciona de
una manera inesperada a esa expresión en italiano. ¿Qué
coño ha sido eso? ¿Ha sido por oír a una tía decir algo así?
¿O es porque el italiano es sexi? Prefiero no darle más
vueltas al tema y pensar en otra cosa. No respondo porque
no sé qué decir.
Ella sugiere volver con los demás y yo la sigo; pero, en
cuanto llegamos con mis amigos, ella desaparece de
nuestro campo de visión antes de que me dé cuenta.
—¿Qué habéis hecho con los nanos? —les pregunta Loui
a Samu y Estrella.
—Se ha quedado mi suegra en casa con ellos… Un día de
estos se lo diré a mis hermanas, ya tienen edad de hacer de
canguros…
—Ni de coña —asegura Estrella.
—Va, que casi son mayores de edad —protesta Samu.
—Mentalmente no. —Estrella niega con la cabeza. Yo
prefiero no hacer ningún comentario al respecto, una de sus
hermanas tenía planes para este finde que a él no creo que
le gustaran mucho.
—Hola, chicos, ya estáis por aquí, qué bien. —Clau nos
saluda al llegar hasta nosotros—. No hace falta que os
explique nada… Vosotros sois de casa.
Va disfrazada de la peli de Grease, toda de cuero (o
plástico brillante, a saber). Va tan ajustada que deja poco a
la imaginación. Lo cierto es que está buenísima, no sé si se
ha hecho algo más aparte de las tetas, pero desde luego es
dinero bien invertido, está tremenda.
—Molto bella —sonríe Piero.
—Grazie, tú también —le devuelve ella el cumplido.
—Bueno, chicos, luego os veo, que tengo mucha gente a
la que saludar. —Nos guiña un ojo y desaparece por donde
ha venido.
Vamos todos hasta la zona donde están las bebidas y nos
servimos unas copas. Estrella busca algo sin alcohol y sin
gas y no sé si sin algo más, pobre, qué putada tiene que ser
estar preñada.

Marc y Greta no tardan en llegar. Aunque ella está ya de


unos cinco meses, casi no tiene barriga, nada que ver con
Estrella, que está de ocho meses y parece a punto de
reventar. No vienen solos, les acompañan dos chicas que
deben de ser unas compañeras del curro que dijeron que
traerían. Ellos van disfrazados de los de Pulp Fiction.
Conociéndolos, seguro que se marcan el bailecito de John
Travolta y Uma Thurman. Sus amigas van las dos de la
princesa Leia, una de la versión clásica de los moños y el
vestido blanco, y la otra de la versión sexi del bikini de
prisionera. Esta última está buenísima, de la otra es difícil
decirlo, el vestido no da muchas pistas, pero parece que no
está mal. Lleva gafas. Me resulta curioso ver una princesa
Leia con gafas, pero le debe de pasar como a mí y no
soportará las lentillas.
Aparece Claudia y secuestra a Greta casi antes de que
entren, Marc y la princesa Leia sexi se van directos a la
enorme terraza a fumar. La otra les pone mala cara y pasa
de ir con ellos. Se dirige ella sola a la zona de las bebidas.
Me quedo mirándola mientras se sirve una copa. No conoce
a nadie, pero no parece importarle.
—Bueno, nano, ¿qué? —Samu me da una palmada en la
espalda—. Liga por los que no podemos…
—Ya, tío, no sé yo…
—No, no, déjate de mierdas… Alguna habrá que te mole.
Tienes que volver al mercado. Supéralo ya.
—No lo presiones —interrumpe Estrella—. Tiene que
estar convencido, igual siente que no es el momento.
—No, no, joder, tienes razón, tengo que echarle huevos y
superarlo…
—Pues venga, campeón… ¿Te mola alguna? Aquella no
está mal…
Miro hacia donde señala Samu y veo a una tía que está
muy buena. No me suena de nada. Va disfrazada de la de
Pretty Woman. Cerca de ella, Carina baila con un tío
enorme, es casi el doble que ella. Su hermano revolotea
cerca de ellos y no les quita ojo. Mejor, una responsabilidad
menos para mí. Aun así, me quedo atrapado un rato
mirándola mientras escucho la canción[xxiv] que suena en
ese momento. No tengo muy claro si la miro por la
costumbre de tener que vigilarla, por averiguar de qué está
hecho ese disfraz o por calcular cuántos centímetros de
altura la separan del tío con el que está bailando. Vuelvo al
presente y me giro de nuevo hacia Samu.
—No sé, nano, me había fijado más en la princesa Leia
que ha venido con Marc y Greta. —La señalo con la cabeza.
Samu se gira hacia allí y me vuelve a mirar con una
sonrisa.
—Está muy bien también. A por ella, campeón.
Me da una palmada en la espalda y yo me animo a ir
hasta allí.

—Hola, ¿curras con Greta y Marc? Te he visto llegar con


ellos.
—Hola, sí, trabajo con Greta en realidad.
—Encantado, soy Chus. —Me acerco a darle dos besos.
—Ángela. —Me devuelve el gesto.
—Y ¿qué haces allí? ¿De qué curras?
—Soy productora ejecutiva.
—¿Eres la jefa de Greta?
—No, al contrario, ella es la jefa de producción… Me lo
ofrecieron primero a mí, por antigüedad más que nada, pero
no acepté, dirigir todo el departamento de producción es
mucha responsabilidad… Y yo intento evitar los marrones,
así en general…
—Te entiendo, a mí este año me han caído más
responsabilidades de las que quería y es una putada…
—¿A qué te dedicas tú?
—Soy profe de Filosofía.
—Qué chulo, me encantaba la filosofía en el instituto,
aunque yo no tendría paciencia para lidiar con los
adolescentes.
—No es para tanto, en realidad la mayoría de los
chavales son de puta madre.
—¿Sí? No sé, me da pereza solo de pensarlo —se ríe.
Seguimos hablando durante un buen rato. Me gusta, es
divertida y simpática, pero sin pasarse. Durante todo ese
tiempo, Marc sigue en la terraza hablando y riéndose con la
otra princesa Leia. En un momento dado, hasta se ponen a
bailar juntos. Esto sí que es nuevo, creo que nunca había
visto a Marc bailar con alguien que no fuera Greta. Bueno,
puede que con alguna de las novias que tuvo hace años,
pero lo dudo.

Después de un buen rato, llega Greta junto a nosotros.


—Ay, Ángela, perdona, que te he dejado tiradísima,
aunque veo que has conocido a Chus. —Me pasa una mano
por la espalda—. Es uno de mis mejores amigos.
—Sí, estábamos aquí charlando un poco —contesto.
—Es muy buena compañía —asegura Ángela y a mí me
da un cierto subidón.
—Pues me alegro mucho —dice Greta—, porque mi
marido y tu mujer están pasando de nosotras mogollón.
—Ya lo veo, ya —se ríe la otra—. Pero, te digo una cosa,
me alegro de que Alba haya encontrado con quién bailar y
no me presione a mí, que no me gusta nada.
Un momento… ¿Su mujer? Joder, me vienen a la mente
de repente todas las conversaciones de Marc y Greta
hablando de compañeros de curro, de dos chicas con las
que se llevan de puta madre que son pareja… ¿Cómo no lo
había pensado? ¿Cómo puedo ser tan gilipollas? Si me voy
ahora voy a parecer un imbécil, pero, si no me voy, adiós a
la posibilidad de ligar esta noche. Qué cagada, joder, no sé
cómo puedo ser tan retrasado.
Finalmente, decido quedarme y seguir charlando con
ella. Me lo estaba pasando bien y, ¿a quién quiero engañar?
Todos sabemos que tampoco ligaría aunque lo intentara…
Siempre he sido malísimo para eso, pero, después de diez
años fuera del mercado, muchísimo más.
Un par de tíos (amigos de una amiga de Clau, por lo que
nos ha dicho) están cantando en directo. Me gusta la
música[xxv] que hacen. Paseo la mirada por la fiesta y
localizo a Carina, que sigue bailando con el tipo de antes. El
chaval que está tocando canta algo como «vente a dormir y
abrimos en mi piso la sucursal del paraíso» y me da la risa
tonta a pensar en mi situación y en el infiernito que tengo
montado ahora mismo en mi propio piso, pero de eso no se
hacen canciones, supongo.
Ángela vuelve a reclamar mi atención y hablo un rato
más con ella, es una tía simpática y tiene una conversación
interesante. No sé por qué busco cada poco con la mirada a
Carina si ya está su hermano pendiente de ella, supongo
que por sentido de la responsabilidad, aunque ahora que
está enrollándose con el tipo con el que bailaba, creo que
tampoco hay mucho que hacer. El estómago me da un
vuelco, no sé si por ver a esos dos enrollándose tan a asaco
en público o por el tema[xxvi] que está cantando el otro
chaval del concierto. Es difícil de decir.
31. ¿Dónde está Carina?
CLAUDIA

La fiesta está siendo un éxito. El concierto improvisado


ha terminado y alguien ha puesto la canción[xxvii] más mítica
de Pulp Fiction. Greta y Marc han tardado menos que nada
en tirarse al rollo. Me dan una cierta envidia, no lo voy a
negar; aunque, llegados a estas alturas de mi vida, sé
perfectamente que yo nunca tendré algo así. Por otro lado,
lo que no me da ninguna envidia es que tengan una cría, y
mucho menos el que viene de camino. Ese reloj biológico
del que hablan a mí no se me ha despertado jamás, y ni
putas ganas, la verdad.
Echo un vistazo a mi alrededor. Está lleno de tíos buenos.
La italiana de los cojones lleva toda la noche con Richy, un
colega del grupo que hice en la universidad. Él estudiaba
otra cosa, alguna ingeniería, pero no recuerdo cuál. Me lo
tiré hace como mil años, pero sigue estando bueno. Tiene
buen ojo la niñata. No me importa, no soy yo de repetir, que
enseguida los tíos se piensan cosas raras, como si te
interesaran o quisieras engancharlos o algo. Y nada más
lejos de la realidad, al menos en mi caso. Cojo un chupito de
la mesa de bebidas y me lo bebo del tirón.
Repaso a todos los tíos que tengo a la vista. El disfraz de
Samu es, con diferencia, el más ridículo de todos, pero ni
siquiera importa. Solo él es capaz de lucirlo con dignidad y
resultar el más atractivo de la fiesta pese a eso. Igual no soy
la más objetiva para juzgar algo así, ¿no? Es posible, en lo
referente a él no soy nada imparcial. Da igual los años que
pasen, cuando creo que lo he superado, vuelvo a recaer
como una imbécil. Cojo otro chupito y me lo trago tan
rápido como el de antes.
Termina la canción que están bailando Marc y Greta y
toda la peña aplaude, siempre consiguen eso cuando bailan
en una fiesta. Empieza una canción[xxviii] más lenta y
comienzan a bailarla también, esta vez abrazados. Loui y
Piero se les unen, junto a varias parejas más. Estrella no
parece por la labor de salir a la pista, no tiene buena cara.
No sé qué más quiere en la vida, de verdad. Si yo fuera
ella… Si yo fuera ella habría usado métodos anticonceptivos
más eficaces, pero ese no es el tema. Samu intenta sacarla
a bailar y ella se niega con firmeza. Finalmente, él se rinde y
la abraza por la espalda mientras se balancea un poco como
si bailaran. Se inclina (es bastante más alto que ella) y le
susurra algo al oído. Ella sonríe y le da un codazo. Ahora se
ríen los dos. Vale, voy a buscar a otro tío porque ver esas
mierdas me pone mala. Antes de irme, un último chupito
para el camino.
Termina la canción y las parejas que estaban bailando se
disuelven y se integran en la fiesta. Al poco rato, el italiano
aparece desesperado buscando a su hermana.
—¿Alguien la ha visto? —pregunta cuando llega hasta
nosotros. Yo estaba haciendo un reconocimiento táctico de
tíos buenos y acabo de llegar junto a ellos.
—Sí, se ha ido con un tío —explica Greta—, con el que
llevaba hablando toda la noche. Los he visto por la ventana,
han entrado en el edificio de enfrente.
—Hablando —se descojona Samu—, ¿ahora llamáis así a
meterse la lengua hasta la campanilla? Porque eso es lo que
hacían antes de irse… Ahora estarán dándole al tema pero
bien. —Empieza a hacer movimientos obscenos con las
caderas, muy en su línea—. Chus, nano, pásate por mi casa
antes de ir a la tuya, que entre las muestras que tengo de la
farmacia creo que hay tapones para los oídos… Te van a
hacer falta.
Chus pone cara de asco y niega con la cabeza, pero el
italiano lo lleva peor.
—Cazzo, ¿quién es ese tío?
—Lo conozco de hace años, tranquilo, es buena gente —
le informo—. Y es bastante bueno en la cama, tu hermana
va a pasar un buen rato —me río. Joder, creo que he bebido
más chupitos de los necesarios, me está dando la risa tonta.
Todos se descojonan menos el italiano, que extiende su
mano hacia Chus.
—Déjame las llaves de tu casa —le pide, pero Loui es
más rápido y coge la mano que Piero ha dejado suspendida
en el aire.
—Tiene veintiséis años —le susurra a su marido.
—Da igual, yo a los veintiséis…
—Tú a los veintiséis conociste a Loui —interrumpe Greta.
—Es diferente, eso fue amor. —Parece olvidarse por un
momento de su hermana y se cuelga del cuello de su
marido. Qué babosos son a veces.
—Por algo tendrá que empezar la chica… A veces el
amor surge de un primer polvo cerdo y salvaje —suelta
Samu y se lleva un codazo de Estrella y una colleja de Marc.
—Nano, te juro que un día de estos desapareces y no
encuentran de ti ni las uñas —gruñe Marc.
—Va, hermanito, no seas vinagres, si me amas y lo
sabes. —Samu se cuelga de su cuello y le da un beso en la
mejilla. Marc se descojona y se separa de él poniéndole una
mano en la cara.
—Qué asco das, tío. Te juro que no sé cómo mi hermana
te soporta.
Estrella se ríe como respuesta y yo me muerdo la lengua
para no decir nada, porque voy muy ciega y el alcohol
parece tener intención de hablar por mí.

Poco después, todos han vuelto a bailar[xxix]. Todos


menos Chus, que se ha sentado en el sofá a fumar canutos;
y menos Samu y Estrella, que se han marchado en cuanto
ella ha dicho que estaba cansada y quería irse. Lo cierto es
que el rollo perrito faldero le quita bastante sex appeal…
Bueno, en realidad no. De hecho, ojalá algo se lo quitara.
32. El resopón tras la fiesta
CHUS

—Chus, cariño, despierta. —Una leve sacudida en el


hombro me hace abrir los ojos.
Estoy en el sofá de casa de Claudia, parece que la fiesta
ha terminado. Ella está sentada a mi lado. Me mira y
aguanta la risa. No hay nadie más a la vista.
—Hostia, qué mal, ¿me he sobado? —Me paso una mano
por la cara.
—Sí —ella suelta una risita—, se han ido todos ya.
—¿Y no me han despertado? Qué cabrones…
—Estabas tan a gusto… Además, no se han ido juntos, se
han ido yendo poco a poco…
—¿Y Carina? —pregunto acordándome de pronto de ella.
—Por lo que ha dicho Greta, se ha ido con mi amigo
Richy, un tío el doble de grande que ella. Yo no la he visto,
pero dice que los ha visto entrar en tu patio, así que los
debes de tener en casa dale que te pego —se ríe.
—Hostia, es verdad, lo ha contado antes… ¿Y Piero?
—Ni idea. —Se encoge de hombros—. Se ha ido con Loui
hace rato.
—Joder, qué bajón de noche —suspiro—. Pierdo de vista a
la hermana de Piero y encima me tiro toda la noche ligando
con una tía que resulta ser lesbiana. Soy un puto fracaso.
—Eh, no digas eso… —Clau me abraza y yo me siento un
despojo humano, joder, voy más ciego de lo que pensaba—.
¿Querías ligar esta noche?
—Sí — se me quiebra un poco la voz de lo patético que
me siento. Hasta llevo un condón en el bolsillo, ¿se puede
ser más lamentable?
—Bueno, igual aún se puede arreglar… ¿Qué buscabas?
¿Conocer a alguien y empezar una relación o un rollo de una
noche? —Se ha incorporado mientras me hacía la pregunta
y ahora su cara está a un par de centímetros de la mía. He
notado su respiración en mis labios durante esas últimas
palabras.
—No sé, no lo había pensado —susurro paseando la vista
de sus ojos a sus labios. De repente estoy muy cachondo.
Joder, no, no, no, no… Es Claudia, ¿qué coño pasa conmigo?
—Si solo es un rollo de una noche lo que buscabas…
Igual lo podemos arreglar —murmura acercándose más y
rozando sus labios con los míos.
Mi boca, mi cuerpo, mis ganas y mis meses de sequía se
ponen de acuerdo para atrapar sus labios antes de que se
aparte. Me separo de ella al momento.
—Perdona, tía, voy muy ciego —me disculpo
avergonzado, pero no tengo perdón.
—No te preocupes —sonríe—, somos adultos. Esto no
tiene por qué salir de aquí… Si a los dos nos parece bien y
tenemos claro que es solo cosa de una noche, no veo el
problema. —Sonríe y vuelve a acercar sus labios a los míos.
Le devuelvo el beso con ganas. Joder, qué cachondo
estoy, hace mucho que no me besa nadie, bueno, lo de Inés
de hace un par de días no cuenta… Me refería más a
alguien que no sea Vero… Vero… Intento apartarla de mi
mente y prestar atención a lo que estoy haciendo… ¿Qué
coño estoy haciendo? ¿Qué hago liándome con Claudia?
Esto no puede traer nada bueno. Justo cuando me estoy
arrepintiendo y voy a separarme de ella, coge mis manos y
las lleva a sus tetas. Mierda, ¿así quién se puede resistir?
Quiero acariciarla con cuidado, pero mis manos parecen
tener más prisa y cogen velocidad y algo de fuerza
rápidamente. Ella gime como respuesta. Me encantan sus
tetas, aunque sean falsas… Esto lo pienso, no se lo digo
porque ya sé cómo se pone cada vez que insinúo que no
son de verdad. Lo cierto es que me ponen igual de
cachondo o más que unas normales… Además, son mucho
más grandes que las de Vero; joder, otra vez Vero.
—Tía, lo siento, no puedo hacer esto —suspiro y me
separo de ella al momento.
—¿Qué pasa? —pregunta arrugando las cejas.
—Que estoy pensando en otra, no mola nada…
—¿En quién estás pensando? —sonríe.
—En Vero —murmuro.
—Bueno, me da igual. Si te hace sentir mejor, yo estoy
pensando en Samu.
—¡¿Qué?! —Creo que lo he dicho demasiado alto, pero
debo de haberla oído mal, no puede haber dicho eso.
—Mierda, mierda —dice con cara de susto—, joder, qué
ciega voy —se ríe—. Olvida lo que he dicho…
—¡¿Samu?!
—Sí, me pone cachonda, está muy bueno, solo es eso…
Estaba pensando en él sin darme cuenta…
—Joder, tronca, ¡¿Samu?!
—Olvídate de eso, no he dicho nada…
—Sí lo has dicho, joder, tía, ¿estás colgada de Samu?
—Nononono, colgada no, ha sido un pensamiento fugaz
provocado por el alcohol —se justifica, pero no me está
sonando nada convincente.
—Tía, qué movida más rara, me está dando yuyu… —lo
digo como lo pienso.
—No, no, nada de yuyu… —Se incorpora y se sienta a
horcajadas sobre mí. En un único movimiento, se quita la
camiseta y la deja caer al suelo. Jooooooooder. Lleva un
sujetador sin tirantes que parece que vaya a reventar en
cualquier momento por la presión. Antes de que me dé
cuenta, lo ha desabrochado y lo lanza también por ahí.
Me olvido de todo lo que estaba rondando por mi cabeza
hace unos minutos y solo puedo mirarla. Está buena. Está
muy buena, joder. Ella vuelve a llevar mis manos a sus tetas
y esta vez, sin tela de por medio, no puedo resistirme.
Cuando la oigo gemir bajo mis caricias, sé que no hay vuelta
atrás. Estoy convencido de que esto es una pésima idea,
pero ahora mismo no me veo capaz de frenarlo.
Se acerca a besarme y le devuelvo el beso casi antes de
que me lo dé. Mis manos recorren su piel, es cálida y
agradable. Está medio en bolas y yo estoy vestido del todo.
Bueno, no, me quité el abrigo negro hace rato, no sé ni
dónde está… Como si eso fuera importante ahora… Mis
dedos recorren sus piernas, su culo… por aquí le está
sobrando ropa… Su espalda, sus tetas otra vez… Ella no
para de gemir todo el tiempo. Mete las manos por debajo de
mi camiseta y las desliza hacia arriba. Dejo de besarla lo
justo para que me la pueda sacar por la cabeza. Vuelve a
cruzar mi pensamiento la certeza de que esto es un gran
error, pero no recuerdo haber estado más cachondo jamás,
no tengo tanto autocontrol como para frenar esto.
Claudia me besa el cuello y va deslizando sus labios
hacia abajo, por mi pecho ahora desnudo. Respiro hondo,
creo que voy a reventar el pantalón.
Como si me leyera el pensamiento, se incorpora un
momento para arrodillarse en el suelo, entre mis piernas, y
de un tirón me desabrocha todos los botones. Tengo la
respiración acelerada y entrecortada. Necesito llegar hasta
el final y cuanto antes. Ella se levanta y se inclina a
besarme. Obedezco y la beso con la sensación de estar
ahogándome. Sin dejar de besarme, lleva sus manos a mi
cintura y engancha el pantalón y la ropa interior. Intuyo sus
intenciones y levanto un poco las caderas para ponérselo
fácil. Gimo de anticipación, no lo puedo controlar. Me baja la
ropa sin dejar de besarme y la deja a la altura de mis
rodillas. Me siento un poco ridículo, llevar el pantalón a
media pierna es de lo menos erótico del mundo, pero no me
he quitado ni las botas, intentarlo ahora sería una movida.
Deja de besarme un momento y sonríe. Aprovecha para
echarme un vistazo disimulado, me doy cuenta
perfectamente. Aunque no lo hubiera notado, su siguiente
movimiento no deja lugar a dudas.
—¡Hostia puta! ¿Qué es eso? —casi grita mientras se
incorpora de golpe y se queda mirándome.
—¿Qué? —Estoy confuso y muy cachondo. Casi en bolas
y empalmadísimo, ¿dónde ve el problema? ¿No era esto lo
que quería? ¿Voy demasiado ciego o fumado y hay algo que
se me escapa?—. ¿Qué pasa?
—Eso es una puñetera anaconda, tío. —Me dice de pie
frente a mí con los ojos desencajados.
—¿Sí? Yo qué sé, joder, es mi polla, para mí es lo normal
—me río entre dientes, me está avergonzando un poco… O
seguimos con lo que estábamos o me va a dar tiempo a
pensármelo demasiado.
—No sé si eso me va a entrar —sonríe y se termina de
desnudar a toda velocidad. Joder, está buenísima.
Vuelve a subir a mi regazo y se acomoda sobre mí.
Hostia puta, Claudia, voy a reventar.
—Llevo un condón en el pantalón —consigo murmurar.
Ella solo sonríe y vuelve a besarme.
33. No te confundas
CLAUDIA

¿Acabo de tirarme a Chus? Sí, lo he hecho. No voy a ser


hipócrita y a decir que ha sido el alcohol y que no sabía lo
que hacía. Lo sabía de sobra. Suerte que con él tengo la
confianza suficiente como para hablar las cosas con
claridad. Seguimos los dos desnudos en mi sofá, ahora llega
el incómodo momento en el que tengo que decirle que se
pire. Qué mal llevan eso los tíos cuando no nace de ellos…
—No te confundas por esto que acaba de pasar, ¿eh?
Que nos conocemos y te veo venir… Tú y yo somos amigos,
cielo, muy amigos… Esto ha sido cosa de una vez y no tiene
por qué afectar a nuestra amistad… No va a cambiar nada
entre nosotros, ¿lo tienes claro?
—Vale, como quieras, yo qué sé, no soy de hacer estas
cosas, ya me conoces, pero si lo quieres así, no voy a
intentar forzar nada tampoco.
—Genial, pensamos lo mismo entonces… Que, por otra
parte, si los dos lo tenemos claro y estamos de acuerdo, no
hay motivo para no repetir alguna vez si nos apetece.
¿Cómo lo ves?
—No sé, tía. Ya sabes que no es mi rollo lo de sexo por
deporte… Además, ¿qué diferencia hay entre amistad con
sexo y una relación? ¿No sería lo mismo?
—No, ni de coña, no es lo mismo… Pero no pensemos en
eso, no es el momento, ya veremos lo que surge. Ahora
vete a casa, que es tarde.
—¿Sí? ¿No prefieres que me quede?
—No, tío, prefiero dormir sola, y no quiero
malentendidos… Tú en tu casa y yo en la mía… Esa es una
de las diferencias entre amistad con sexo y una relación. No
hay motivo para que tú y yo durmamos juntos.
—Vale, joder. —Se levanta y se empieza a vestir.
Bien, parece que no se lo ha tomado mal. La verdad es
que yo repetiría con él. Repetiría ahora mismo, de hecho. Ha
sido un buen polvo. Ha sido un polvo de putísima madre,
pero lo conozco demasiado y no quiero que se confunda. Lo
mejor es que se largue de aquí cuanto antes. Ya lo sugeriré
dentro de unos días, cuando le haya dado tiempo a asimilar
lo que ha pasado y tenga claro que el sexo ocasional nos
puede venir muy bien a los dos.
34. Un encuentro en el parque
CHUS

Salgo del portal y me abrocho el abrigo, la madrugada es


fría. Me quedo congelado un momento (nunca mejor dicho)
e intento asimilar lo que acaba de pasar… ¿Me ha echado
de su casa? Parece que sí. No hay quien entienda a las
tías… ¿No se supone que son ellas las que quieren que te
quedes a pasar la noche y los tíos los que tienen la
necesidad de salir por pies? Justo a mí me tenía que tocar la
situación contraria, joder; de verdad, qué mala suerte
tengo… Yo solo quiero que me pase algo bonito y voy y me
lío con la tía menos romántica de la ciudad. Alzo la cabeza
hacia mi casa y resoplo, es posible que la menos romántica
sea la que está ahí ahora mismo con todas las luces
encendidas. No me apetece volver a casa, la verdad, y
tampoco puedo subir de nuevo a casa de Claudia… Vaya par
de zumbadas, cada una con su tara.
Comienzo a caminar sin rumbo fijo, deben de ser como
las cinco de la mañana, ya no están abiertos ni los bares… Y
yo deambulando solo y disfrazado del puto Neo… Menos
mal que no elegí un disfraz muy escandaloso. Menos mal
que Carina me convenció para que descartara la idea de El
mago de Oz, menudo cuadro estaría haciendo ahora mismo.
Tal como voy, si me ve alguien que no me conoce puede
pensar que simplemente soy un gótico o un siniestro. Por
suerte, ignoré su sugerencia (no tiene idea buena) de
aguantar toda la noche con las gafas de sol y cogí también
las normales. Si no, ahora mismo no vería un pijo y
parecería un gilipollas que lleva gafas de sol en noche
cerrada.
Sin darme cuenta he llegado al parque del barrio. Al verlo
de noche, me asaltan los recuerdos de cuando veníamos de
jovencillos a fumar canutos. Casi puedo oír a Samu desafiar
a alguien a hacer una gilipollez con su clásico «¿A que no
hay huevos…?». Aunque las últimas veces que he venido ha
sido de día para acompañar a Piero con la cría. Joder, qué
bien me vendría Piero ahora mismo, pero no son horas de
llamadas ni de visitas. Me llevo la mano al bolsillo para
comprobar que la cajita de los porros sigue ahí. Es sábado
de madrugada, hoy está más que justificado fumarse un fly.
Voy hasta los columpios y me siento en uno de ellos a
liarme el canuto. Algo lejos, en un banco, un grupo de
chavales que no creo que tengan más de dieciséis años
están haciendo lo mismo y bebiendo cerveza. Por edad
podrían ser alumnos míos. De repente me asalta el pánico a
que esa afirmación pudiera ser cierta y escudriño al grupo
desde la distancia para comprobar que, efectivamente, no
los conozco y ninguno lo es o lo ha sido.
Sentado en el columpio, con los pies clavados al suelo,
pero moviendo las rodillas para balancearme un poco, me
lío el porro y lo enciendo.
—¡Ey, Neo! —escucho tras la segunda calada. Uno de los
chavales se ha acercado hasta mí—. ¿Tienes un cigarro?
—¿Qué edad tienes?
—Dieci… ocho… ¡Dieciocho! —dice con una voz nada
convincente.
—No te lo crees ni tú —me río, pero saco el paquete de
tabaco y le doy un piti, tampoco quiero ser un hipócrita, yo
empecé a fumar mucho antes. Me consuelo pensando que
lo iba a hacer igual, aunque no fuera yo quien se lo diera—.
Esto es mierda, no deberíais fumar.
—¡Oído cocina! —Sonríe mientras me lo coge de la mano
y desaparece de mi vista trotando hasta donde están sus
colegas.
Sigo balanceándome en el columpio con los pies
clavados en el suelo mientras me fumo el canuto y le doy
vueltas a la surrealista noche que acabo de vivir. Un
taconeo a lo lejos se cuela en mis pensamientos. Es un
sonido muy rítmico, casi podría servir de base para una
canción. Igual podría usar esa idea para alguna actividad en
clase… ¿Qué me creo? ¿El puto profesor de música? Bueno,
igual puedo incluir algún ejercicio musical, tampoco sería
descabellado… Es importante que conozcan la historia de la
Filosofía, pero más importante es que aprendan a pensar…
¿De verdad es momento de plantearme esto? Casi mejor,
así no pienso en la nochecita que llevo…
Tras unos «guapa» y «tía buena» de boca de los críos del
otro extremo del parque, el taconeo se va acercando hasta
que se ralentiza muy cerca de mí. Finalmente se detiene a
mi lado y una chica se sienta en el columpio que hay junto
al mío.
La miro de reojo, no quiero prestarle demasiada
atención. Lleva un pantalón largo y unos tacones muy altos
que ha clavado en el suelo para balancearse un poco en su
columpio igual que yo en el mío. Tiene el pelo oscuro y
largo. Es muy guapa. Debe de tener mi edad, más o menos.
Igual un poco más, igual un poco menos… Y yo qué coño sé,
no sé para qué especulo si no tengo ni puta idea…
—¿Estilo o disfraz? —interrumpe ella mi paja mental sin
sentido. Le da una calada al cigarrillo que lleva en la mano.
Tiene un acento raro, pero no sabría decir de dónde.
—¿Eh? —articulo como respuesta y evidencio así mi nivel
neuronal del momento.
Me señala moviendo su mano abierta de arriba abajo.
Vale, joder, se refiere a mis pintas…
—Disfraz —me río entre dientes y miro al suelo.
—¿Matrix?
Asiento con un resoplido sin levantar la cabeza.
—Qué bueno sería vivir en Matrix, ¿eh? Y que sucediesen
las cosas que queremos… —Me atrapa un momento su
acento, parece del este de Europa.
—Sería la hostia —asiento.
—¿Borrarías esta noche? —Sigue balanceándose
despacio.
Levanto la cabeza, le doy una calada al porro y la miro un
momento antes de responder.
—Sí, no sé, supongo que sí…
—Yo también. —Asiente con la cabeza. Se lleva el cigarro
a la boca y lo deja ahí antes de tenderme esa misma mano
—. Kata.
—Chus —respondo al tiempo que se la estrecho.
Me da la risa tonta en cuanto pronuncio mi nombre. Ella
me mira alzando las cejas.
—Perdona —me sigo riendo—, pero es que he oído cómo
sonaban los nombres juntos… Katachús… Es gracioso, no
me digas que no: ¡Katachús!
Vaya tela, debo de parecer retrasado… Qué fumada
llevo, joder.
—Es gracioso, sí —sonríe y me mira inclinando un poco la
cabeza—. Katarina en realidad.
—Jesús —suspiro. He conseguido calmar la risa y dejar de
parecer gilipollas durante un momento, o eso espero…
Vuelvo a mirar al suelo mientras me sigo balanceando.
—Dime, Chus, ¿por qué borrarías esta noche? ¿Por qué
ha sido mala?
Me encojo de hombros como respuesta. En realidad, no
ha sido una noche horrible, ha tenido sus momentos, pero
tengo un sabor amargo así en general. Eso no se lo digo, ni
eso ni nada, con el gesto de los hombros ya ha habido
bastante, que lo interprete como quiera…
—Bueno —insiste—, pero al menos has follado, ¿no?
Tampoco ha sido una noche perdida. —Le da una última
calada al cigarro y lo lanza lejos.
Me giro a mirarla de golpe y abro mucho los ojos. Ella los
cierra y suelta el humo de esa última calada muy despacio.
Aprovecho que no me está mirando y me doy un repaso
rápido, por si llevo un condón pegado al pantalón o alguna
mancha sospechosa en la ropa, pero no. ¿Cómo coño lo
sabe entonces?
—Vale, tía, me acabas de dejar to loco… ¿Por qué piensas
que he follado?
—No lo pienso, lo sé —sonríe, incluso parece que
aguante la risa.
—¿Qué eres? ¿Una bruja? —me río yo también.
—Ajá, eso es —asiente sin cambiar el gesto.
—Pues hazme un favor, tronca, y pregúntale a tu bola de
cristal hasta cuándo va a durar la racha de mierda que
llevo…
—No tengo bola de cristal, no me fío —vuelve a sonreír—,
pero, si me das uno de esos —señala con la cabeza el
canuto que me acabo de llevar a los labios—, te echo las
cartas ahora mismo.
—No me lo estás diciendo en serio —me descojono.
—Claro que sí —asiente.
—Venga, hecho —me río y saco la cajita de los petas del
bolsillo.
—Vamos a otro asiento. —Se pone de pie—. Necesito una
superficie.
Me levanto yo también y la sigo hasta el banco más
cercano. Me pongo el porro en la boca y empiezo a liar uno
para ella, que se ha colocado sobre el asiento del banco
como si fuera a galopar, ha sacado una baraja del bolso y
está mareando las cartas. La miro atentamente y me parto
de risa. Ella extiende algunas cartas sobre el tramo de
asiento que hay entre nosotros y coge el canuto ya liado
que le tiendo. Se lo enciende antes de dar la vuelta a la
primera carta y empezar a hablar.
—Has aceptado hace poco una petición de algo que no te
hacía gracia, pero lo has hecho para contentar a otros. —Le
da una calada al porro.
—Más de una —me río y asiento con la cabeza. Luego
lanzo la colilla del porro ya agotado bastante lejos. Ella da la
vuelta a otra carta.
—Hay varias mujeres en tu vida ahora mismo… No te
hacen feliz, te están haciendo sufrir…
—Para eso no hacían falta las cartas —me río—, eso te lo
podría haber dicho yo mismo.
Ella sonríe y gira otro naipe.
—Hay una de ellas que es especial, aunque tú aún no lo
veas…
¿Especial? ¿Quién de todas? ¿La pirada de Claudia? ¿La
inestable de Inés? ¿La italiana perturbada? ¿Mi abuela?
¿Vero? Todas me hacen sufrir de alguna manera, cualquiera
me vale.
—¿Especial? ¿En qué sentido? —Sé que esto es una
patraña, pero me ha picado la curiosidad.
—Va a ser muy importante en tu vida —aclara seria.
—Todas lo son de alguna manera —me río. Ella gira otra
carta y se lleva el canuto a la boca. Lo deja ahí mientras
habla.
—Veo un duende, ¿te dice eso algo?
—¿Un duende? ¿De esos verdes con orejas de punta?
—No sé —se ríe—, solo veo un duende, esa es la
respuesta… ¿No te dice nada?
—Ni puta idea —confieso—, no conozco ningún duende —
me río—, aunque zumbadas sí, unas cuantas, ¿te valen?
Ella gira la última carta antes de mirarlas con atención
durante un buen rato y soltar su sentencia.
—Has pasado una racha muy mala. Y todavía dura. Pero
queda poco. Te recomiendo que estés atento a las señales
del duende, ahí está respuesta. Pronto cambiará tu suerte,
ya lo verás. Pero necesitas confianza, necesitas darte
cuenta de todo lo que vales.
—La madre que te parió, no me has dicho nada, tía —me
río—. Me has jodido vivo con lo del duende… ¿Qué coño
quiere decir eso?
—No sé. —Se encoge de hombros—. Yo solo leo las
cartas, es trabajo tuyo interpretarlas.
—Ya te vale, voy a estar por lo menos una semana
tronado pensando en el puto duende…
Ella se ríe y se pone de pie.
—Me voy, llego tarde. Piensa en el duende si quieres,
pero trabaja lo de la confianza, hazme caso.
—¿A dónde llegas tarde a estas horas? —pregunto
mirando el reloj. Son casi las seis de la mañana.
—Al infierno —suspira.
—Joder —me río—, ¿qué es? ¿El curro?
Ella sonríe y asiente con la cabeza.
—Pues que sea leve, tía. Si tengo que entrar yo a currar a
estas horas, me muero.
—Yo me muero si no lo hago —sonríe ella.
—Adicta al trabajo, ¿eh? Te pega, la verdad. ¿También
echas las cartas en el curro?
—A veces —sonríe.
—Qué guapo, tengo que probar yo a hacer algo así un día
con los chavales… Soy profe —aclaro, porque creo que no lo
había dicho—, de Filosofía.
—Interesante —asiente ella.
—Mmmm… No te creas —sonrío.
—Bueno, Chus, me ha encantado conocerte. Espero que
las cosas mejoren pronto. —Me tiende la mano.
—Igualmente, Kata. Que vaya bien. —Le devuelvo el
apretón de manos y la observo un momento mientras se
aleja con el mismo taconeo con el que ha llegado.
Saco la cajita y empiezo a liarme otro porro. Cuando dejo
de oír el sonido de sus zapatos, levanto la cabeza para ver
dónde se ha detenido, pero no la veo. Las farolas no
iluminan demasiado y yo llevo una fumada importante.
¿Se ha ido corriendo? ¿Voy tan ciego que está cerca y no
la veo? ¿Ha sido todo una flipada mía y nunca ha estado
aquí?
Qué más da… Me enciendo el canuto y cierro los ojos.
Solo puedo pensar en de dónde voy a sacar yo ahora un
puto duende.
35. Joder con la psicóloga
CHUS

Gritos. La peor manera de despertar cuando se adivina


una buena resaca es con gritos. Y eso es precisamente lo
que me despierta. Me apuesto una mano a que son la yaya
y la italiana en el salón. Tengo un primer impulso de salir
corriendo a poner paz, pero me freno en el último momento
porque no es lo que me apetece, lo que de verdad me
apetece ahora es darme una ducha para despejarme. Así
que, decido priorizarme a mí mismo por una vez y me meto
en el baño de mi habitación. Con un poco de suerte, cuando
salga se habrá terminado la bronca. Ya bajo el agua, pienso
en todo lo que pasó anoche. Tengo sentimientos
encontrados, pero, en general, me siento mal… Bastante
mal, la verdad.

Ya duchado y vestido, salgo de mi cuarto y me encuentro


en la sala a mi abuela, Carina y el tío con el que se fue
anoche de la fiesta… Y no, no han terminado los gritos. La
yaya está golpeando al tipo con un cojín del sofá y él
aguanta el arrebato con cara de flipado. Tote se acerca
dando saltitos a darme los buenos días.
—Esta no es tu casa, no puedes traer hombres aquí,
golfa. No sabes si es un violador…
—No es un violador, señora, relájese. —Carina casi grita
mientras le quita la almohada a la yaya—. Lo siento, Rocky
—le dice al chico—, está senil…
—Richy —la corrige él.
—Eso, Richy, perdona. Te acompaño a la puerta.
Los dos van hacia la entrada y yo me acerco a mi abuela.
—Yaya, no te metas, respeta que Carina haga lo que
quiera, ella también vive aquí.
—Pero no es su casa.
—Y tuya tampoco —le suelto y al momento me
arrepiento, eso ha sido un poco impertinente.
—No es mi casa, no, llevas razón… Yo no tengo nada, por
eso voy así a estas alturas de mi vida, de mano en mano…
—Vale, yaya, déjalo estar. Ha sido un comentario fuera
de lugar, pero no hagas drama tampoco, que has vivido
como has querido toda la vida.
—No sé por qué dices eso, no he hecho más que sufrir.
Qué poca vergüenza tiene diciendo eso, la madre que la
parió.
—Anda, ponte la tele, que seguro que tienes algo que
ver.
—¿Por qué no me pones la misa? La dan ahora en la
segunda.
Le cambio el canal sin mediar palabra antes de ir a la
cocina a por un café. Me encuentro allí con Carina, que ya
se ha despedido del chico en cuestión.
Me sirvo una taza y me tomo una de las pastillas mágicas
de Piero contra la resaca. Empiezo a beber en silencio.
—¿Y bien? —Carina se acerca a mí con una sonrisa—.
¿Qué tal acabaste la noche? ¿Ligaste?
Asiento con la cabeza, pero no me siento capaz ni de
sonreír, no puedo decir que esté precisamente orgulloso de
lo de anoche.
—¿Con quién? —insiste ella.
—No me apetece hablar de eso —le aseguro antes de
dejar la taza vacía en el fregadero.
Voy al armario donde guardo los cacahuetes. Sí, las
resacas me dan unos antojos muy raros, y el caso es que
me apetecen cacahuetes con miel ahora mismo, después
del café. Cojo el bote que compré el otro día después de que
Carina se lo terminara y lo noto vacío, como la última vez.
Lo abro y, efectivamente, lo ha vuelto a hacer.
—¿Otra vez? —Gruño.
—Perdón —sonríe.
—Joder, tía, avísame, o compra… Coño, no es mucho
pedir.
—¿Qué rollito raro tienes con esos cacahuetes? ¿Te das
cuenta de cómo te pones?
—Déjame en paz, si me compro cacahuetes es para
comérmelos cuando me dé la gana. No estoy de humor para
movidas ahora mismo, Carina. Nos vemos luego.
Cojo a Tote y me marcho de casa. Sí, tengo un primer
impulso de no salir y quedarme con ellas por si siguen
discutiendo, pero en el último momento decido que se
apañen sin mí, no estoy hoy para estas mierdas.
No voy muy lejos, llamo a casa de Samu. La puerta no
tarda en abrirse y me recibe Estrella con una sonrisa.
—Chus, bonito, buenos días. Pasa. ¿Quieres un café?
—Claro —acepto y la sigo al interior de su piso.
—Espérame en el sofá, ahora voy —dice antes de
desaparecer por la puerta de la cocina.
Me siento donde me ha dicho y la espero. Vuelve al
momento con dos tazas, se sienta a mi lado y me pasa una.
—¿Y Samu? —pregunto con curiosidad.
—Se ha llevado a los niños a dar un paseo y luego se iba
a pasar a ver a su madre, para darme la mañana libre —
sonríe.
—Joder, qué guay, ¿no?
Ella asiente y se deja caer hacia atrás, apoyando la
espalda en el respaldo del sofá.
—De vez en cuando lo necesito, ¿sabes? Ya los estoy
echando de menos, pero es bueno para mi salud mental…
—Claro, tía, tendrás que descansar de vez en cuando…
—Sí —asiente—. Y tú ¿cómo estás? ¿Qué te pasa?
—¿Tanto se nota? —resoplo y me río sin ganas.
—Llevas la palabra culpable grabada en la cara —sonríe
—. ¿Por qué te sientes así?
Dudo entre soltarlo o callarme. Finalmente decido que
me vendrá bien contárselo a alguien. Además, tener un
punto de vista femenino siempre es bueno…
—Anoche, después de la fiesta… —me interrumpo
porque no sé cómo continuar.
—Ligaste —termina ella por mí.
—Más o menos —asiento con la cabeza—. Qué cagada,
tía, me acosté con Claudia.
Si le ha sorprendido lo que acabo de decir, no lo parece.
Tiene cara de póquer. Solo asiente con la cabeza
invitándome a continuar. Como no lo hago, interviene ella.
—Y eso te hace sentir mal —asegura.
—Sí, tía, me siento como si hubiera… como si hubiera…
—No me veo capaz ni de terminar la frase.
—Como si hubieras engañado a Vero —termina ella por
mí.
—Sí —confirmo—, qué gilipollas, ¿no?
—Es de lo más normal —sonríe y niega con la cabeza—.
En tu cabeza sigues resistiéndote a dar esa etapa por
finalizada. El duelo suele tener recaídas hasta un año
después, a veces incluso más, pero tienes que hacer el
esfuerzo. Lo de anoche fue un primer paso. Intenta
racionalizarlo todo lo que puedas y convencerte de que ya
no hay nada que te una a ella, que lo que hiciste ayer no
está mal…
—Sí que está mal —resoplo y me froto la cara—. Fue con
Claudia, tía, me acosté con Claudia.
Ella no dice nada, solo asiente con la cabeza.
—Joder con la psicóloga —me río—. Di algo.
—¿Hablasteis de lo que va a pasar a partir de ahora? ¿Va
a cambiar en algo vuestra relación?
—Sí, tiene clarísimo que no quiere nada conmigo. Yo
tampoco, la verdad. O sí, no sé. Es una buena amiga, lo
cierto es que podría ir a más… Pero no puede ser. No sé por
qué se acostó conmigo, si en realidad le gusta otro…
—Claro —asiente—, Samu, ¿verdad?
Me quedo blanco y no se me cae la taza al suelo de puto
milagro.
—Hostia, ¿te lo ha contado a ti?
—Claro que no —sonríe—, pero no hace falta. El lenguaje
no verbal de esa chica habla a gritos por ella.
—Joder con la psicóloga, flipo contigo, tía.
—Soy buena, ¿eh? —sonríe—. Siempre pensáis que no
me entero de nada, pero os tengo caladísimos a todos.
—Ya veo, ya, joder… ¿Samu lo sabe?
—Claro que no, no le contaría una cosa así, pobre chica…
—¿Pobre chica? ¿Le mola tu marido y dices pobre chica?
—Tú lo has dicho: mi marido, no el suyo.
—Pero ¿no te da miedo que intente algo con él? —
pregunto algo flipado. No me puedo creer la tranquilidad
con la que habla de esto.
—Pues la verdad es que no. Se conocen desde hace
veinticinco años… Si no lo ha hecho todavía, no creo que lo
haga. —Se encoge de hombros.
—¿Y si le da el puntazo un día y se lo dice o algo? ¿Y si él
flaquea y se la tira? Está muy buena y es muy insistente, es
difícil decirle que no… —le aseguro por propia experiencia.
—No creo que eso pase, la verdad. No soy celosa, o igual
es que soy muy ingenua, no sé, pero confío en él. Me quiere
y quiere estar conmigo. Si un día cambiara de opinión, pues
lo dejaría ir. Me dolería en el alma, pero lo dejaría ir ¿qué
voy a hacer? Pero lo que desde luego no voy a hacer es
amargarme el presente pensando en un futuro hipotético en
el que algo podría salir mal… O desconfiar de él cuando
jamás me ha dado motivos para algo así… Está pasando un
domingo de resaca con los bebés para darme a mí un
respiro… ¿Hay una prueba de amor mayor que esa? —se ríe
y yo lo hago también.
—Joder, tía, cómo mola esa forma de ver la vida. Ojalá yo
pudiera tener la cabeza así de fría, pero lo cierto que es que
a mí me pueden los sentimientos…
—Eh, que a mí también, pero eso no quita para que
pueda racionalizar algunas cosas… Y volviendo a lo tuyo,
habla con Claudia si sientes que necesitas hacerlo, si te va a
hacer sentir mejor…
—Siento que debería llamar a Vero y contárselo.
—No, ni de coña —niega rotundamente con la cabeza—.
Eso sí que no. Ni se te ocurra llamar a Vero. Si necesitas
hablar con ella para cerrar mentalmente esa etapa,
escríbele una carta. Eso psicológicamente te ayudará a
soltar lo que sientes, pero no la mandes. ¿Me oyes? Ni se te
ocurra ponerte en contacto con ella de verdad. Esa historia
ya ha terminado, ella lo tiene clarísimo. Tú la has finalizado
sobre el papel, solo necesitas cerrarla también en tu
cabeza.
—¿Crees de verdad que escribirle una carta me
ayudaría?
—Estoy segura. Despídete de ella, cuéntale que has
cerrado la historia y que vas a pasar página. Y luego, si
quieres, me la das y yo la guardo, así tendrás la sensación
de haberla entregado, no es lo mismo que guardarla tú.
—Vale, tía, gracias. Creo que haré eso… Igual sí necesito
hacer un ritual así para poner el punto final. Creo que tienes
razón y me hace falta despedirme de ella.
—Claro —sonríe—, verás qué bien te sienta.
—Bueno, tronca —me pongo de pie—, gracias de verdad
por todo, me has ayudado un huevo. Voy a escribir la carta.
Te la traeré.
—Vale —asiente—, me alegro de haber ayudado. Vuelve
cuando quieras, Chus, me encanta hablar contigo.

Me voy a una cafetería que frecuento bastante, y donde


dejan llevar animales, y me siento en una mesa a escribir la
cartita en cuestión. Me lleva más de lo que pensaba y me
resulta bastante doloroso en algunos momentos.
Prácticamente paso allí la tarde con un café, un papel y un
boli. Y Tote tumbado a mis pies. Descargo todo lo que llevo
dentro, me vacío a través de la tinta y dejo salir todo lo que
todavía me atormentaba más de lo que debería. Y al
ponerlo sobre el papel, negro sobre blanco, lo convierto en
real. Se vuelve una certeza tangible gracias a la cual mi
corazón empieza a asimilar lo que mi cabeza tiene claro
desde hace tiempo. Ahora sí, se ha terminado. De repente
soy más consciente que nunca de que esa etapa de mi vida
está cerrada del todo. Y ya casi no duele. Y así tiene que ser.
Tampoco quiero olvidarla, forma parte de mi pasado. Todas
las experiencias que he vivido hasta este momento han
ayudado de alguna manera a convertirme en el que soy
ahora. Si borrara mi pasado, estaría condenando mi futuro.
Y el futuro es todo lo que tengo ahora mismo, es mi gran
baza para ser feliz. Reparo en la canción[xxx] que suena en
este momento por el hilo musical de la cafetería, es una que
habla de un duende. Sonrío para mis adentros, ¿será una
señal de algo terminar la carta justo cuando suena este
tema?
Finalmente la termino, la meto en un sobre y se la llevo a
Estrella antes de volver a casa.
Qué razón tenía, ahora sí que me siento liberado de
verdad, algo en mi cabeza ha hecho clic y siento que
definitivamente he cerrado esa historia.
36. Un amigo de su hermano
CARINA

¿Dónde coño está este tío? Se ha pirado esta mañana sin


decir a dónde iba y no ha vuelto en todo el día. Es casi de
noche y yo aquí aguantando a su abuela. Qué señora, de
verdad. Llevo todo el día ocupándome de ella y no me ha
dicho ni una cosa amable. Mira quién fue a hablar, ¿no? Está
claro, no soy la más indicada para hablar de amabilidad.
—¿En esta casa no se cena? —pregunta la vieja. En serio,
qué agonía de mujer.
—Ya voy, señora, no agobie.
Termino de prepararle la cena y se la llevo. He hecho
también para Chus y para mí, aunque empiezo a dudar si va
a venir a cenar. En serio, ¿dónde está? ¿Y si yo hubiera
salido y dejado sola a la vieja? Qué poca responsabilidad
este tío.
—Esto no es una cena —se queja la abuela.
—¿Qué dice, señora? Claro que es una cena, cómaselo,
está bueno.
—Los espaguetis no son cena —se vuelve a quejar—.
¿Por qué no me haces una sopa, un puré o un hervidito?
—Señora, soy italiana, tengo un cliché que cumplir. Y yo
no soy tan blanda como su nieto, si quiere cenar, hoy toca
pasta. Y no son spaghetti, son bucatini.
Parece que va a abrir la boca para seguir quejándose,
pero el sonido de la puerta nos interrumpe. Chus entra con
Tote y con un par de bolsas del veinticuatro horas que hay
en la calle de al lado. Echa un vistazo rápido a la habitación.
Está guapo. No sé por qué he pensado esa gilipollez, está
normal, como siempre.
—Mmm, le has hecho la cena a la yaya. Gracias, Carina.
—Y la comida también, ¿dónde coño estabas? ¿Qué traes
en esas bolsas? —interrogo mientras me acerco a él.
—Pues gracias otra vez —dice sin responder a mis
preguntas y a mí me provoca más curiosidad.
—No me vuelvas a dejar sola con el demonio este, ¿me
has oído? —grita la vieja.
—Yaya, da gracias a que Carina se ha quedado contigo. Y
no me toques las narices, que no tengo hoy el día.
Nos ignora a las dos y va directo a la cocina a guardar lo
que ha traído. Entre otras cosas, sus putos cacahuetes, qué
obsesión tiene este tío con eso, de verdad. Se encamina
hacia su habitación y yo lo sigo dando saltitos, a ver si así
parece algo más casual y no es tan evidente que me muero
de curiosidad por saber dónde ha estado todo el día.
—Las señoritas no entran en los dormitorios de los
hombres, golfa —me suelta la señora en cuanto pongo un
pie en la habitación de su nieto. Me paro en seco y me giro
hacia ella.
—Soy más golfa que señorita, la verità. Y nos parece de
mal gusto fare l’amore delante de usted, señora. Ahora
salimos.
Cierro la puerta y me giro hacia Chus, que me mira
arrugando las cejas.
—¿Cómo le dices eso a mi abuela? —me pregunta
abriendo mucho los ojos—. Es capaz de creérselo.
—Ella se lo ha buscado, menudo día me ha dado con la
resaca que tengo. —Me dejo caer en su cama y lo miro
mientras abre el armario.
—¿Qué quieres, Carina? ¿Qué haces en mi habitación?
—Cazzo, me has dejado sola con tu abuela todo el día. ¿Y
si hubiese salido?
—¿Dónde ibas a ir? No conoces a nadie aquí todavía, que
yo sepa, y es domingo, las tiendas están cerradas, no ibas a
ir a comprar…
Vale, ahí lleva razón.
—Bueno, Carina, voy a ver si mi abuela necesita ayuda
para acostarse y me voy a la cama yo también, que estoy
hecho polvo.
—No me extraña, y yo, menudo meneo de noche. El
grandullón ese con el que ligué era todo energía… Oye, y tú
¿qué? ¿Con quién ligaste? No me lo has contado…
—Ni te lo voy a contar, Carina, no es asunto tuyo. —Se
pasa una mano por la cara.
—Si no me lo cuentas, voy a pensar que es una
mentira…
—Piensa lo que quieras…
—Noooo, Chus, cuéntamelo… ¿Con quién ligaste? Con la
que lo intentabas era lesbiana, ¿no? Tiene que ser otra…
—¿Qué hacías? ¿Controlarme? —pregunta un poco
sorprendido.
Ahora que lo dice, igual le presté más atención de lo que
tocaba, pero era por curiosidad, solo curiosidad…
—¿Con quién?
—No te lo voy a decir. —Gira la cara un momento hacia la
ventana y al momento vuelve a mirarme como si se
arrepintiera de haber dirigido la vista en esa dirección.
Miro yo hacia allí y veo claramente la casa de la fiesta
desde aquí. Se pone rojo.
—¿La de las tetas? ¿Te tiraste a la de las tetas? —Me
quiero descojonar, pero a la vez me molesta un poco. ¿Una
tía de plástico? No le pega nada.
—Se llama Claudia —dice con desgana.
—¿Eso es un sí?
—Carina, no quiero hablar de eso —insiste.
—Pero yo sí.
Resopla algo desesperado ya y yo me acerco a la
ventana. Se ve perfectamente el piso de ella, que está
sentada junto a la ventana mirando un ordenador.
—En serio, no sé qué le ves…
—No tengo que darte explicaciones, Carina. Voy a
acostar a mi abuela. Vete de mi habitación, por favor.
Pero el que sale es él.

Vuelve a los pocos minutos y me encuentra todavía aquí,


mirando los libros que tiene dentro de una caja.
—¿Qué haces aún en mi cuarto? —Se sienta en la cama.
—Buscar otro libro.
—¿Ya te has terminado 1984 o te has cansado de él?
—Terminado. Me ha gustado mucho, pero da mal rollo…
—Me extraña que lo hayas terminado ahora que ya hay
tele.
—Bueno, pero está todo el día tu abuela acaparándola…
Y, la verdad, estaba interesante, quería saber cómo
acababa la cosa… ¿Tú crees que el «Gran Hermano» de la
tele lo han sacado de ese libro?
—Sí, claro, «el Gran Hermano te vigila», es el mismo
concepto.
—Pero es al contrario, en el programa de la tele es todo
el mundo vigilando a unos pocos, y en el libro son unos
pocos vigilando a todo el mundo…
—Ya, bueno, pero el concepto es el mismo. Y lo que les
interesa, por la audiencia, es que sean los espectadores los
que lo controlen todo. No se podría hacer el programa al
contrario. Además, es telebasura, no esperes mucha
profundidad en algo así.
—Ya, supongo… ¿Qué tal este? ¿Lo has leído? ¿De qué
va? —Cojo el primer libro[xxxi] que veo en la caja que estaba
mirando y me siento a su lado en la cama.
Él lo mira y me da la impresión de que se pone un poco
rojo.
—Sí, lo he leído, va de… —Se frota la cara—. De una
chica, jovencita, que se cuelga de un amigo de su hermano
mayor…
—¿Y qué más pasa? ¿Solo se cuelga? ¿O también se lían?
—Sssí, sí —se le atragantan las afirmaciones en la boca
—, se lían. Tienen una relación… sexual muy heavy, de
hecho. Es una novela erótica. Ganó un premio precisamente
por eso, si no recuerdo mal…
—Así que —miro de nuevo el título— Lulú tiene un lío
muy cerdo con un amigo de su hermano mayor…
Él asiente en silencio mientras me mira. Yo me muerdo el
piercing de la lengua y sonrío. A él se le va la vista en esa
dirección, pero la desvía rápidamente. El perro elige este
preciso momento para subir a la cama de un salto y le
empuja a él con el impulso, que se estampa contra mí, mi
cara contra su cuello. Joder, huele bien. Antes de que le dé
tiempo a separarse, oímos un grito desgarrado de mujer y
nos levantamos de golpe. ¿Habrá sido la abuela? No parece
su voz… Otro grito, esta vez de hombre, me hace descartar
la idea. A esos los siguen primero el llanto de un bebé y
luego el de otro. Ya está claro, los vecinos: el rubiales y
familia.
Unos segundos más tarde, empieza a sonar el timbre de
casa con insistencia y Chus sale corriendo hacia la puerta.
Yo lo sigo igual de intrigada.
Al otro lado está Samu con la cara desencajada.
—Está de parto, nano. ¿Te puedes quedar con los críos?
—Claro, sin problema. Vete tranquilo —contesta Chus.
—¿Ayudo? —pregunto yo con la mejor de las intenciones.
Los dos me miran con duda. ¿De qué coño van?—. Sé cuidar
de un bebé. He vivido con mi sobrino seis años…
—Vale, buena idea, porque los dos son mucho curro para
uno solo, y ahora están llorando a la vez…
Estrella sale de su casa lista para irse al hospital y llama
al ascensor. El rubio sale corriendo detrás de ella. Chus coge
las llaves de casa y las de la casa de ellos y me hace un
gesto con la cabeza para que lo siga. Lo hago rápidamente.
—Tote, vigila a la vieja, que no haga nada raro —susurro
antes de cerrar la puerta dejando al perrete dentro.
37. El columpio
CHUS

Cojo a uno de los críos de Samu, que no para de berrear,


y Carina va directa a por el otro.
—¿Cómo se llaman? —me pregunta en voz alta para que
la oiga por encima de los llantos mientras abraza al suyo y
se balancea un poco.
—Dani y Guille —contesto mientras imito un poco sus
movimientos, que es más o menos lo que suelo ver hacer a
Samu.
—¿Cuál es cuál?
—Pues el que tienes tú es Dani, y este, al que le han
rapado la cabeza, es Guille.
—Pobrecito, ¿por qué le han rapado? —pregunta bajando
la voz, parece que han dejado de llorar y ya se puede hablar
normal.
—Porque le salen calvas, dice que cuando ya le crezca el
pelo normal se lo volverá a dejar crecer…
—Pobrecito…
—Bueno, es un bebé, no se entera.
—Pero cuando sea mayor verá las fotos y a su hermano
con pelazo y él rapado… Es injusto.
—No sé, puede ser —me río de lo indignada que está con
esta tontería.
Ella empieza a cantar lo que parece una nana en italiano
entre susurros. Me acerco a ella para que Guille la oiga
también. Canta bonito y muy dulce. Ya la había oído cantar
el otro día con el ukelele, pero sin música y en susurros a los
bebés es otro rollo. Algo me pellizca por dentro al
escucharla, como cuando oyes un solo en un concierto, una
emoción de esas que la notas en el corazón. Me quedo
mirándola igual un poco de más, pero no puedo dejar de
hacerlo. Su cara es tan bonita como su voz. ¿Cómo es
posible parecer un ángel por fuera y ser un demonio por
dentro?
Seguimos así durante un rato hasta que nos aseguramos
de que los niños están completamente dormidos. Los
llevamos a sus cunas, cerramos la puerta y cogemos el
intercomunicador.
—Vete si quieres —sugiero—. Me puedo quedar yo solo.
—No, que son dos. Si se despiertan a la vez, necesitarás
ayuda.
Asiento sin discutir, la verdad es que ese es un panorama
en el que no querría verme.
—¿Qué hacemos? ¿Intentamos dormir un poco? Yo puedo
quedarme en el sofá.
—No, no puedes —se ríe y lo señala.
Me giro a mirarlo y lo veo lleno de ropa para doblar.
—Joder, qué marrón. ¿Se la doblamos?
—Mañana. —Me empuja hacia el pasillo—. Vamos a la
habitación.
Entramos en el dormitorio de Samu y Estrella y ella se
tumba en la cama.
—Cazzo! ¡Es enorme! —Da una palmada a su lado para
que me tumbe yo también.
Obedezco sin rechistar porque estoy hecho polvo. Joder,
sí que es grande la cama. Claro, para que quepa Samu
cómodamente, supongo. Me acuesto a su lado y me quedo
muy quieto. No sé si por la idea de ir a dormir con ella, por
estar en la cama de Samu o por lo cansado que estoy.
—¡¿Qué es eso?! —Carina me da una palmada en el
brazo y con su otra mano señala al techo.
—¿Qué? —Miro hacia donde me indica, pero no veo nada.
—Eso del techo, ¿qué crees que es?
—Ni idea, parece un enganche para una lámpara. Está en
un sitio un poco raro, demasiado desplazado del centro de
la habitación.
—Ya sé lo que es. No es para una lámpara —de
descojona ella—. Es para un columpio, me juego lo que
quieras.
—No, no, los columpios esos donde dejan colgados a los
nanos llevan su propio enganche y los colocan en los
marcos de las puertas, que los monté yo con Samu, sé cómo
van, no necesitan eso del techo.
—No, no, no digo un columpio infantil, eso es para un
columpio sexual… Estoy segura.
—¿Qué dices? No, ni de coña. Será para algo de los
niños.
—No, no. —Salta de la cama y va hacia el armario—.
¿Qué apostamos? Yo digo que es un columpio para ellos.
—No, no, no, no. —La imito y me acerco hasta donde
está—. No me apuesto nada, cierra el armario.
—Ni lo sueñes, necesito encontrarlo. Si tienes razón y es
para algo de los críos, me ocupo de tu abuela todos los días
hasta que se vaya… Pero si tengo yo razón, compras una
tele cuando se marche la yaya.
—Déjate de rollos. Deja eso.
Abre el cajón más bajo del armario y suelta una
carcajada.
—Mira, voy a ganar yo —se descojona y saca algo del
interior. Se pone de pie y me golpea con lo que parece una
polla de goma.
—¿Qué haces, tía? Deja eso. Son cosas de ellos.
—Tienen un montón, cazzo, no me lo habría imaginado
en la vida, con lo dulce que parece esa chica…
—No tiene nada que ver una cosa con la otra. Déjalo
donde estaba y cierra el armario, por favor, Carina.
—No hasta que encuentre el columpio. Tiene que estar
por aquí… Mira todo lo que tienen.
—Carina, joder, esto no está bien…
—Consoladores, esposas, antifaces, lubricantes, aceites,
juegos de cartas, dados… Cazzo, qué bien se lo pasan estos
dos —se ríe—. Se están ganando todo mi respeto… ¡Mira!
¡Disfraces! —Empieza a sacar cosas flipadísima. Me pone un
casco de bombero en la cabeza—. Estás sexi, Chus. Me
estoy imaginando a la preñada diciendo: «Rubio, saca la
manguera».
Coge un plumero y una cofia que se pone en la cabeza.
—¿Qué prefieres, Chus? ¿Te quito el polvo o te echo uno?
—pregunta entre risas mientras me pasa el plumero por la
cara.
Trago saliva con dificultad y no me sale ni una palabra.
Ella se pone seria un momento, pero le vuelve a dar la risa.
Me quito el casco en cuanto se vuelve a girar hacia el
armario.
—Ya, Carina. No toques nada más. Déjalo todo donde
estaba…
—¡Aquí está! —casi grita con la emoción, pero se
contiene lo suficiente, supongo que al acordarse de los dos
motivos por los que estamos aquí.
Saca algo del interior del armario.
—Eso no es un columpio, eso parece un arnés de
escalada o algo así —protesto.
—Esto es un columpio, yo los he probado un par de veces
y son así. ¿Nunca has usado uno?
—No. Déjalo donde estaba, por favor.
—¿Lo colgamos?
—¡No!
—¿No tienes curiosidad?
—No, Carina, por favor, déjalo todo donde estaba.
—Vale, ya no miro nada más.
Vuelve a guardarlo todo y yo me voy hacia la cama. Al
momento viene y se vuelve a tumbar a mi lado. Le da la risa
floja y me contagia enseguida. Ahora que lo hemos
guardado todo, ya me siento menos incómodo. No me mola
nada cotillear las cosas de la gente. Pero la verdad es que
ha sido divertido. Con la de animaladas que cuenta Samu y
resulta que solo son la punta del iceberg. Madre mía, llega a
ver todo esto Marc y le da un jamacuco o algo.
—¿Lo habrías imaginado de estos dos? —pregunta Carina
girándose hacia mí.
—De él, sí, de ella… Bueno, por las cosas que ha contado
él, me lo habría podido llegar a imaginar. Igual no tanto,
pero sí, supongo que no me sorprende demasiado. Desde
luego, si tuviera que suponer algo así de uno de mis
colegas, habría apostado por él.
—¿Sí? Pues creo que yo habría apostado antes por mi
cuñado. Los paraditos a veces tienen una vida interior
sorprendente que solo sacan en la intimidad. ¿No ves lo feliz
que es mi hermano? Esos también tienen que tener sus
secretos… ¿Has visto su armario? Si estos dos tienen todo
esto en un cajón, imagina lo que pueden tener Piero y Loui
en ese vestidor…
—Prefiero no imaginar —me río—. Joder, Carina, son mis
colegas… Ya me estaba costando no imaginarme a Samu y
Estrella con todas esas cosas, como para que añadas en la
ecuación a Loui y Piero.
Ella se parte de risa.
—¿Y tú? ¿Qué es lo más raro que has hecho? —Se pone
seria de repente.
—No sé, tía, creo que nunca he hecho nada raro. Estuve
diez años con mi ex y éramos bastante tradicionales en eso.
A ver, que el sexo estaba muy bien, pero era todo muy
normal… Vaya, que no teníamos juguetes, ni disfraces, ni
columpios…
—¿Quieres saber las cosas que he hecho yo? —pregunta
en un susurro acercándose un poco más a mí.
—No —contesto en el mismo tono.
—¿Por qué no? —murmura y se acerca todavía más.
—Porque creo que prefiero no saberlo. —Las palabras se
me enredan y no tengo claro haber dicho la frase entera.
Me mira fijamente durante un segundo, pero un berrido a
través del intercomunicador nos da un susto de muerte.
—Cazzo! —Se ríe—. ¡Qué susto! Voy yo, a ver qué les
pasa. Si se despierta el otro, te aviso.
Sale de la habitación y yo me quedo mirando al techo.
Mis ojos vuelven a esa anilla y mi imaginación a todo lo que
Carina ha sacado de los cajones. Va a ser un esfuerzo
sobrehumano desterrar todas esas imágenes de mi mente
para poder dormir.
38. Antes chicas que hermanas
CHUS

Me despierto solo en la enorme cama de Samu. Lo


primero que hago es llamar al instituto para pedirme un día
de asuntos propios. Voy hasta el salón y me encuentro a los
nanos gateando por la alfombra entre sus juguetes y a
Carina terminando de doblar la ropa que vimos anoche en el
sofá.
—Buenos días, he hecho café.
—Buenos días, Carina. ¿Has dormido algo?
—Muy poco, pero no tenía sueño. Creo que me
sobreexcitó lo de anoche —se vuelve a reír—. No, en serio,
uno de ellos no paraba de llorar y he estado casi toda la
noche intentando dormirlo. Bueno, esto ya está. Los críos ya
han desayunado. Voy a prepararle el desayuno a tu abuela y
a darle un paseo a Tote, a ver si me despejo. Igual duermo
un poco, si me da tiempo, ¿a qué hora tienes que irte a
currar?
—He pedido un día de asuntos propios, tranquila.
En ese momento se abre la puerta de casa y entra Samu
eufórico.
—¡Buenos días, familia! Ha nacido hace dos horas. Nico:
tres quilos y medio, cincuenta y dos centímetros, todo
perfecto. La madre está fenomenal, ha salido en dos
empujones. Vengo a por unas cosas que me ha pedido y me
vuelvo a largar. ¿Qué tal todo por aquí? ¡Coño! Habéis
doblado la ropa y recogido la cocina, estaba todo un poco
cerdo. Gracias, tíos.
—Ha sido Carina, yo estaba sobando —aclaro porque no
me gusta llevarme el mérito ajeno.
—Spaghettina, grazie mille! —berrea Samu a pleno
pulmón mientras la coge en brazos y da una vuelta sobre sí
mismo. Luego la deja en el suelo y ella se parte de risa.
—Bueno, me marcho. Ciao, chicos. Chus, vengo en un
rato.
—Hasta luego, Carina.
—Ciao, bambina! —grita Samu, que se ha sentado en el
suelo con sus hijos.
Les cuenta emocionado que acaban de tener un
hermano. Los críos, por supuesto, no entienden lo que les
dice, pero se contagian pronto de la euforia de su padre.
Cuando ha terminado su relato, se levanta y viene hacia mí.
—Tengo tres hijos, nano. Qué puto vértigo.
—Tampoco creo que haya mucha diferencia de dos a tres.
—¿Tú crees? Para empezar, tengo más hijos que manos,
yo ahí veo un problema de logística… Ven, acompáñame a
por lo que me ha pedido Estrella y te cuento.
Lo sigo hasta su dormitorio y me va relatando la noche
mientras abre el armario y empieza a buscar cosas.
—… Total, que el nano se había dado la vuelta y venía de
culo, pero Piero no sé qué movida hizo que volvió a… ¡¿Te
has tirado al bicho?! —pregunta con cara de flipado
sosteniendo unas esposas delante de mi cara.
—¿Qué? ¡No!
—¿Y qué hace esto aquí? —Me mira levantando las cejas.
—Tío, perdona, fue Carina, se puso a cotillear. Intenté
que parara, pero no me hacía ni puto caso.
—Ah, bueno, no pasa nada, ya ves tú… Entonces, ¿no
usasteis esto? ¿No te la tiraste? —Yo niego con la cabeza,
intuyo que con cara de pánico—. Qué bajón, quería
detalles… ¿Por qué no? Está buena. Yo creo que si la
esposas y, sobre todo, si la amordazas, puede ser un
polvazo —se descojona de su propio comentario.
—No me voy a acostar con ella, es mi compañera de piso
y la hermana de Piero.
—Y mi mujer es la hermana de Marc, ya ves tú, ¿qué
tendrá eso que ver? Son antes chicas que hermanas… Para
que se las tire otro, mejor un colega. Que a las tías también
les gusta follar, sus hermanos lo tienen que entender… —
Me da una palmada en la espalda y se vuelve a reír.
—¿Y tus hermanas? —pregunto sin pensar y al momento
me arrepiento.
—¿Mis hermanas? ¡¿Te quieres tirar a mis hermanas?! —
Abre tanto los ojos que parece que se le vayan a caer de la
cara.
—No, no, ¡No! ¡Ni de coña, nano!
—Ay, joder, yo qué sé, lo has preguntado tú…
—Me refería a que si piensas que las tuyas también son
chicas antes que hermanas, que si piensas lo mismo como
hermano que como hombre.
—Hostia, pues no lo había pensado nunca. —Se rasca un
poco la cabeza—. Pero son pequeñas, ¿no? No, joder, tienen
diecisiete, yo a su edad… —se ríe—, vale, no son tan
pequeñas. Hablaré con ellas. ¿Me lo has preguntado por
algo?
—Habla con ellas, sí, será lo mejor. Y, nano, siento haber
cotilleado ayer vuestro rincón de la perversión —digo medio
riéndome en un discreto intento de cambiar de tema y que
no me siga preguntando por sus hermanas.
—Ah, bueno, ningún problema con eso. —Abre el cajón
en cuestión y deja caer dentro las esposas—. Es de lo más
normal, tampoco tenemos nada que no tenga todo el
mundo, ¿no? Es como si hubieras abierto el cajón de mis
calzoncillos, ya ves tú…
—A ver, todo el mundo… Yo no diría tanto.
—Bueno, pues todo el mundo con pareja estable —dice
como si fuera algo normal.
—¿Qué dices, nano? ¿Hablas en serio? Seré yo el raro
entonces…
—¿No? A ver, ¿qué hay en este cajón que no tuvieras tú
cuando vivías con Vero?
—Mmm… ¿Todo?
—¿En serio? —Me mira un momento flipado mientras
sigue cogiendo las cosas que le ha pedido Estrella—. Y ¿qué
teníais? Ahora tengo mucha curiosidad…
—Mmm… Nada.
—¿Nada en plan… nada? ¿De verdad? ¿No follabais?
Perdona, no quiero remover aquello, pero tengo curiosidad.
—Sí, claro que sí, pero sin «cosas», no sé… Tampoco es
que estuviéramos todo el día dándole, la verdad… Pero sí
que lo hacíamos de vez en cuando.
—Pues, nano, tienes llaves de mi casa, cuando necesites
lo que sea, ya sabes dónde lo guardamos… —Me da una
palmada en el hombro.
—No voy a coger prestados tus juguetes sexuales —me
río.
—¿Por qué no? A ver, los dildos está claro que no, pero
los dados, los juegos de cartas, los disfraces, las esposas…
Eso se puede prestar. Pilla lo que quieras, en serio… Pero
luego me lo devuelves, que a veces tenemos antojos —
sonríe y hace un movimiento sugerente con las cejas.
—¿Ni cuando acabas de ser padre dejas de pensar en
eso?
—¡Jamás!

Tras preparar lo que se tiene que llevar, Samu y yo les


damos a los nanos los biberones de media mañana y los
acostamos para su siesta.
—Bueno, nano, me vuelvo para el hospital. ¿Necesitas
que alguien te releve? Puedo mandar a alguna de las
abuelas, que están eufóricas con el nuevo, pero que no se
olviden de que tienen otros dos…
—He pedido el día libre, me puedo quedar, no me
importa.
—Vale, guay, gracias. Te iré mandando refuerzos, que dos
para uno solo son mucho curro.
Samu se dirige a la puerta para marcharse justo cuando
suena el timbre. Abre mientras se coloca la bolsa en el
hombro.
—Buenos días, chicos —saluda Clau al otro lado del
umbral.
—Mira, aquí tienes los primeros refuerzos. —Se gira un
momento hacia mí y de nuevo hacia ella. La coge de la
mano y la arrastra hacia dentro de la casa mientras le hace
dar una vuelta sobre sí misma—. ¡Claudia Tetas Nuevas, soy
padre! ¡Tengo tres hijos!
—¿Me vas a quitar ese mote en algún momento?
—Mmm… No lo creo. —Sonríe enseñando todos los
dientes—. Me piro, tíos. Os voy contando. Cualquier cosa,
me llamáis. Au.
Samu se marcha y un silencio incómodo se instala entre
nosotros. No la he vuelto a ver desde la noche de la fiesta,
cuando… en fin, no creo que haga falta contarlo otra vez.
—Ay, se ha ido y se me ha olvidado darle lo que he traído
para el crío… —rompe ella el silencio.
—¿Qué has traído? —pregunto más por seguir una
conversación trivial que por verdadero interés.
—Esto. —Saca un muñeco de una bolsa y me deja
loquísimo. ¿Qué coño es eso? ¿Es un puto duende?
39. Un trol de la suerte
CHUS

—¿Qué es eso? —le pregunto mientras señalo el muñeco


que me acaba de enseñar.
—Un trol de la suerte —contesta con una sonrisa—. ¿No
te acuerdas de ellos de cuando éramos críos?
—¿Es un duende?
—¿Qué? —Parece que flipa, pero no entiendo por qué, es
una pregunta muy sencilla.
—¿Es un duende? Contéstame, coño, no es tan difícil.
—No entiendo a qué te refieres, Chus. Es un trol de la
suerte, me regalaron uno de niña, lo he visto en la
juguetería y me ha parecido una señal… No me creo que no
los conozcas, eran un clásico en los ochenta…
—Sí, claro que los conozco, pero lo que te pregunto es si
un trol es un tipo de duende… —«Una señal, ha dicho que le
ha parecido una señal… ¿Y si es una señal para mí también?
¿Es un duende o no es un duende?».
—Ni puta idea, tío. No sé nada de mitología, si es que eso
es mitología… Dime de qué va esto, por favor, que no te
sigo.
—¿Te parece que esto se podría considerar un duende?
—Ni idea, tío. Supongo que sí, yo qué sé…
¿Será esto lo que me dijo la bruja? ¿Es Claudia mi
persona especial? Nunca me lo había planteado con ella,
pero tiene todo el puto sentido…
—Chus, tío, ¿qué pasa? Me estás dejando muy loca. —Me
mira como si estuviera zumbado, y no me extraña.
Nunca había pensado en Claudia en ese sentido hasta la
otra noche y, si no fuera por lo que me dijo la bruja, lo
dejaría pasar. Pero el caso es que ocurrió. Todo. Primero lo
de liarme con Claudia y luego lo de la tía del parque. Es por
algo. Si ocurrió es por algo. ¿Quién soy yo para ir en contra
del destino? Si este bicho feo es el duende que dijo Kata,
quiere decir que tengo que ver a Clau de otra manera, ¿no?
Me encontré con esa tía por algo, me echó las cartas, me
dijo aquello y ahora me encuentro un puto duende delante
de mis narices… Más claro no puede estar, joder. No quería
que fuera Claudia, pero no puedo más que rendirme a la
evidencia. Ella me sigue mirando con cara de flipada.
—Vale, ¿me lo explicas ya? —Cruza los brazos sobre el
pecho y me mira seria.
Tiro el puto duende al sofá, me acerco a ella y la beso.
Así, tal cual, sin rodeos ni preámbulos. Y sin pedir permiso.
Así lo quieren las cartas y así tiene que ser. Ella gime
cuando nuestras lenguas se encuentran, pero se separa de
mí al momento.
—Tío, ¿a qué viene esto? Creo que te estás
confundiendo… Me parece que la otra noche ya dejamos
claro que entre nos…
—Cállate, coño —la interrumpo—, que tampoco te estoy
pidiendo que te cases conmigo.
No sé de dónde he sacado el valor para hablarle así, pero
lo he dicho como lo siento. ¿Me vuelve loco Claudia? Pues
no. ¿Si pudiera elegir la elegiría a ella? Pues tampoco. Así
que, que no se venga tan arriba, que solo estoy haciendo
esto porque no puedo ir en contra de lo que me dicta el
destino, o las cartas, o lo que sea que esté decidiendo por
mí. Solo soy un peón en manos de una fuerza mayor. Así
que, simplemente, vuelvo a besarla, porque así es como
tiene que ser.
40. Solo somos amigos
CLAUDIA

Parece que después de tantos años por fin he conseguido


colarme en la cama de Samu. Joder, no me hago gracia ni a
mí misma, qué patética soy.
¿Otra vez me he acostado con Chus? Efectivamente, lo
he hecho. En la cama de Samu. En-la-ca-ma-de-Sa-mu. No
tenía intención de repetir con él, pero cuando ha empezado
a besarme así, en fin, que una no es de piedra. Que lo de la
otra noche estuvo muy bien y que eso de que «un clavo
saca a otro clavo» hay que probarlo. Pero no me funciona.
No me ha funcionado en la vida, no sé por qué habría de ser
diferente ahora.
Ojalá me enamorara de otro. Ojalá me enamorara de
Chus. Pero no.
—Joder, tía, muy mal… —protesta mientras se pone de
pie y empieza a vestirse.
—¿Muy mal? Creo que nunca me habían hecho un
comentario tan desagradable nada más echar un polvo. —
Me levanto yo también de la cama y lo imito.
—No, joder —se ríe entre dientes—, muy mal que lo
hayamos hecho en la cama de nuestros colegas, mientras
están en el hospital. Que estamos aquí para hacer de
canguros, no para esto…
—A ver, Chus, no te rayes. Para empezar, si Samu
supiera esto, seguramente estaría orgulloso de ti…
—Sí, es muy posible —se vuelve a reír entre dientes
mientras termina de vestirse. Yo hago lo mismo.
—Tampoco es que estén en el hospital entre la vida y la
muerte y tengamos que estar preocupados por ellos… Y los
bebés están durmiendo, no teníamos nada mejor que hacer.
—¿No teníamos nada mejor que hacer? —Me mira
aguantando la risa.
—Ya me entiendes —Me río yo también y hago un gesto
despreocupado con la mano—. Bueno, Chus, en cuanto a
esto…
—Sí, sí, solo somos amigos, no hay nada más, no me
confundo… —dice poniendo los ojos en blanco, pero con una
media sonrisa.
—Vale, si los dos lo tenemos claro, no hay más que
hablar —añado mientras me dirijo hacia la puerta de la
habitación, lo mismo que está haciendo él.
Calculamos mal las distancias y, cuando estamos a punto
de salir, nos chocamos. Nos da la risa tonta a los dos y, no
sé cómo ni de qué manera, volvemos a besarnos. Como si
no acabáramos de hacerlo, nos empezamos a magrear de
nuevo; pero el llanto de un bebé pone fin a lo que fuera esto
antes incluso de que empiece.
—Mejor así —susurra junto a mis labios—. Voy a ver qué
le pasa.
Se dirige a la habitación de los críos mientras yo voy al
salón. Un espejo me devuelve una imagen de mi cara con el
pelo enmarañado y los labios hinchados. Me paso los dedos
por el pelo para intentar arreglar un poco este desastre,
pero con un resultado muy mejorable, pero mucho mucho.
Aun así, paso de usar un cepillo de Estrella, que una tiene
su dignidad… ¿Sí? Igual no, pero no quiero usar sus cosas,
eso sí lo tengo claro.
Chus se asoma por la puerta de la habitación de los
bebés y me habla desde allí.
—¿Puedes coger al otro, que se ha despertado también?
—¿Yo? Yo no quiero coger a un bebé. —«Ni de puta coña,
vamos. Odio a los niños, pero lo de los bebés es ya repelús
máximo».
—Pues vaya ayuda, ¿no? ¿A qué has venido entonces? —
pregunta entre sorprendido y mosqueado, o eso me parece,
al menos.
No sé qué contestar, porque no le falta razón, cuando
suena el timbre de la casa.
—¡Voy a abrir! —me adelanto y voy directa a la puerta.
La italiana desagradable me mira seria desde el otro lado y
farfulla algo en su idioma.
—¿Qué dices?
—¿No está Chus? —pregunta intentando echar un vistazo
al interior del piso.
Me aparto para dejarla entrar y lo hace. Aparece él en
ese momento con un crío en cada brazo. Lleva la camiseta
del revés. Todo lo «del revés» que se puede llevar, es decir,
costuras por fuera y etiqueta delante. Aunque tiene el pelo
bastante corto, también se nota que lo lleva algo
alborotado… Vamos, que entre sus pintas y las mías, no hay
que tener unas dotes intuitivas muy desarrolladas para
saber lo que acaba de pasar aquí. La cara de la italiana me
dice que no le ha hecho ni puta gracia. Se acerca a él y le
coge uno de los bebés, pero no dice ni una palabra. Lo mira
seria.
¿Habrá algo entre ellos? ¿Estará liado con ella también?
Nada más lejos de mi intención que meterme en medio,
pero, si es así, me podría haber avisado, ¿no? En fin, lo que
me interesa a mí es que ya está ella aquí para ocuparse de
los críos, porque, aunque en teoría yo venía para eso, hacer
de canguro es una de las cosas que menos me atraen del
mundo.
¿Que por qué he venido entonces? Porque si me llama
Samu pidiéndome algo, no soy capaz de decirle que no.
Porque no me llama nunca y, cuando he visto su nombre en
la pantalla de mi móvil, me he emocionado tanto que le
habría dicho que sí a cualquier cosa.
¿Es triste mi situación? Efectivamente, lo es. ¿Debería
superarlo ya y seguir adelante? Por supuesto, no soy
imbécil, lo sé de sobra. ¿Soy patética? Creo que, a estas
alturas, no hay duda de ello.
—Bueno, ya tienes refuerzos, Chus. Aprovecho y me voy
ya —digo con aire despreocupado mientras cojo mi bolso.
—Ciao, bella —dice el bicho con un tono que suena
irónico y una sonrisa de lo más falsa.
¿Tiene un problema conmigo? Si yo a esta tía no le he
hecho nada, apenas hemos intercambiado un par de
palabras. En fin, lo que sea, me largo de aquí, que tengo
cosas mejores que hacer.
41. Buceando en un mar de silicona
CHUS

—¿Qué tal? ¿Cómo estaban mi abuela y Tote? —le


pregunto a Carina en cuanto Clau se ha marchado.
—¿Otra vez? ¿Te la has tirado otra vez? ¿En casa de tu
amigo? ¿Mientras tenías que cuidar a los niños?
—Mmm, ¿tan evidente es? —Noto que me sube la sangre
a la cara. Me avergüenza un poco, pero no entiendo su tono
de reproche.
Ella coge la etiqueta de mi camiseta, que con las prisas
no me he dado cuenta y la llevo de corbata, y da un tirón.
—¿Tú qué crees? —pregunta en un tonillo como si yo
fuera imbécil o algo—. Cazzo, yo ocupándome de tu abuela
y tu perro y tú echando un polvo con la muñeca hinchable…
—¡Eh! No hables así de ella. Además, que has ido a
ocuparte de eso porque has querido, no entiendo ahora esta
movida…
—¿Que no hable así de ella? ¿Qué pasa? ¿Ahora es tu
novia?
Pero ¿de qué coño va esta tía?
—No tengo que darte explicaciones, tronca. No sé por
qué le tienes tanta manía a Clau, ¿te ha hecho algo? Y, si no
querías ir a ocuparte de mi abuela y de mi perro… ¡Pues no
haberte ofrecido!
De verdad que flipo con ella. Se ha montado solita toda
la película y no hay manera de seguirla. Es raro estar medio
discutiendo con un bebé en brazos cada uno mientras los
balanceamos para que se calmen. Pero no lo conseguimos,
siguen llorando.
—¿Qué coño les pasa? ¿Por qué no se calman? —
pregunto en parte desesperado y en parte para cambiar de
tema, porque no quiero seguir discutiendo con ella.
—¿Les has cambiado el pañal? —pregunta.
—Mmm, no —confieso.
—Y ¿les has dado la comida?
—Mmm, tampoco.
—Pues ahí lo tienes, Sherlock, eso es lo que les pasa. —
No me mola nada el tono en el que me lo ha dicho, pero
lleva razón, no sé por qué no se me ha ocurrido pensar en
esas dos opciones.
—Claro, coño, no sé cómo no lo he pensado…
—Porque estabas pensando en otra cosa… Estabas muy
ocupado buceando en un mar de silicona…
No sé si mosquearme, ofenderme o descojonarme con
ese comentario. Ella es más rápida que yo y va hacia la
cocina, así que decido seguirla y no hacer ninguna de las
tres cosas.
Antes de que me dé tiempo a coger un par de biberones,
que es lo que pretendía hacer, ella va a la despensa y saca
dos potitos. Vale, qué verde estoy en estas cosas. Dejamos
a los nanos en las tronas y comienza la fiesta de darles de
comer con cuchara.
Nos ocupamos de papillas y cambios de pañal en
completo silencio. Luego jugamos un rato con los críos en la
alfombra también sin hablar entre nosotros. Mejor, su
actitud estúpida no me apetece nada en este momento.
A última hora de la tarde, aparece Reyes, la madre de
Estrella, para relevarnos.
Volvemos a casa en silencio y Carina se va directa a su
habitación. Me ocupo de mi abuela y del perro, pero me
retiro pronto, tengo mucho en lo que pensar.
Ya en la cama, reflexiono sobre el día tan raro que he
tenido. Otra vez Claudia. Me he vuelto a acostar con Clau. El
duende, esto lo he hecho por el duende. Me gusta
acostarme con ella, claro, pero siento que falta algo. Y ella
también es consciente. Igual es normal al principio. Igual
solo hay que seguir insistiendo y dejar que las cosas fluyan
para que haya algo más entre nosotros. Igual fue por eso
que me salió en las cartas.
«Venga, Chus, eres un tío racional. ¿Desde cuándo te
guías por lo que diga una tirada de cartas? Pues desde que
han adivinado que la última tía con la que has estado te ha
puesto un duende delante de las narices. Ni más, ni
menos».
Porque el bicho feo ese era un duende, ¿no?
42. Solo una cerveza
CHUS

—No viniste ayer, se te echó de menos. —Me intercepta


Inés en el pasillo del instituto.
—Ya, tenía una emergencia…
—¿Me estás evitando por lo que te dije el otro día?
—¿Qué? ¡No! Nada que ver, era una movida personal…
—aclaro, aunque no tengo por qué.
—¿Qué haces esta tarde? ¿Quedamos? —insiste.
—Pues, creo que no… Verás, estoy empezando algo…
No sé ni cómo justificarme. «Mira, mejor que no, porque
me he tirado un par de veces a una amiga, que no me gusta
lo suficiente como para habérmelo planteado nunca, pero
resulta que las cartas me han dicho que ella puede ser mi
chica especial porque sacó un muñeco feo de una bolsa».
Definitivamente no sé cómo explicar esto, no lo entiendo ni
yo.
—¿Estás con alguien? —Me mira sorprendida—. No me
dio esa impresión.
—No exactamente.
—¿Entonces? ¿Qué mal puede hacerte tomar una copa
conmigo?
Pues también tiene razón, solo es una copa. Igual la
malinterpreté el otro día y no es eso lo que busca.
—Está bien, nos tomamos una copa cuando quieras.
—Esta tarde.
—Mmm —dudo—, ¿esta tarde?
—Sí, ¿tienes algo mejor que hacer?
Pues la verdad es que no. Para irme a casa y aguantar los
gruñidos de mi abuela y a la italiana de morros, casi prefiero
otro plan.
—Vale, esta tarde.
Llego al aula antes que los chavales, es su hora del
recreo. Sorprendentemente es Jairo el primero que aparece.
—Hola, Jesús.
—Hola, Jairo —suspiro.
—¿No vas a preguntarme por el finde? —Sonríe.
«¿Que si voy a preguntarte si finalmente te tiraste a la
hermana pequeña, menor de edad, de mi mejor amigo?
Creo que no, gracias».
—No, Jairo, lo que hicieras el finde es asunto tuyo.
—Triunfé —vuelve a sonreír—. Creo que ella también era
virgen, diga lo que diga…
—¿Crees? ¿No ves que tenéis ahí un problema de
comunicación? La base de una pareja es la sinceridad… —
En contra de mi buen criterio, estoy entrando al trapo.
—No empieces con esos rollos de viejo, tú no eres así.
El timbre de fin del recreo interrumpe esta incómoda
conversación. Durante la clase, tengo que separarlos a él y
a Lorena, porque, igual que el último día, no dejan de
besarse y de meterse mano. En circunstancias normales,
habría llamado a sus padres para tener una reunión y
explicarles la situación, pero llamar a la madre de Samu
para contarle esto es de las cosas que menos me apetece,
la verdad. Además, acaba de ser abuela, no es buen
momento.
Sí, me estoy justificando, soy consciente. Y en algún
momento tendré que hacerlo, también lo sé, pero hoy no es
el día.

Cuando termina la última clase de la tarde, aparece Inés


en mi aula.
—¿Nos vamos?
—Claro, cuando quieras.
La acompaño hasta su coche. Desde que me he mudado,
suelo venir andando al instituto, mi piso nuevo está mucho
más cerca de aquí que la casa de mi madre. Un dato muy
importante que le interesa a todo el mundo, está claro.
—¿Dónde vamos? —pregunto cuando me siento en el
asiento del copiloto y me pongo el cinturón.
—A mi casa —sonríe.
No sé si es buena idea, ya le he dicho que no va a pasar
nada entre nosotros. Porque se lo he dicho, ¿no? Ahora
dudo. Igual me estoy flipando y no quiere nada conmigo.
—¿A tu casa? —pregunto para ver si obtengo algo más
de información—. ¿Y eso?
—Tengo unas cervezas irlandesas estupendas, estuve allí
en Navidades. Ya verás, te van a encantar…
Asiento con la cabeza y no digo nada. Eso tiene sentido,
si quiere invitarme a unas cervezas especiales que tiene en
casa, lo suyo es ir allí. No tiene por qué haber una doble
intención.

Subimos al ascensor y, tras apenas un segundo desde


que se han cerrado las puertas, se gira hacia mí y me besa.
Me separo de ella al momento.
—¿Qué haces, tía? No he venido por esto, ya te he dicho
antes cómo estaban las cosas.
—Sí, vale, perdona. —La puerta del ascensor se abre—.
Lo dejo estar, nos tomamos unas cervezas y ya.
—Gracias.
Entramos en su piso y me invita a sentarme en el sofá
mientras ella va a por las birras. Obedezco y la espero
paciente. Vuelve al momento con dos jarras de cerveza de
esas que parecen decorativas. Son de cerámica con dibujos
de colores y una tapa metálica.
—Creí que este tipo de jarras eran solo de decoración, no
sabía que hay gente que las usa para beber en ellas.
—Pues ya lo sabes —sonríe—. Las compré allí, ¿a que son
bonitas?
¿Bonitas? Lo que son es horterísimas. Normalmente las
que he visto de este tipo tienen colores discretos y algún
dibujo de un paisaje, o una tabernera o algo así; pero esta
tiene colores más chillones y una decoración de tréboles de
un verde muy llamativo. Le doy la vuelta a la jarra para ver
el dibujo completo y me quedo flipasísimo al ver la
ilustración del otro lado.
—¿Qué coño es esto? ¿Es un duende?
—Un leprechaun —explica ella—. Es típico de allí. Tiene
relación con St. Patrick, con la cerveza y los tréboles. Si
quieres buscamos la leyenda en internet, que no me la sé
bien. Sé que tiene que ver con algo del arcoíris y un caldero
de monedas de oro…
—¿Pero es un duende? —insisto.
—No sé, ¿lo es? ¿Qué importa eso? ¿Quieres buscar la
leyenda?
—Sí importa, claro que importa. ¿Es un duende o no lo
es?
—Yo qué sé, Jesús… ¿Un duende? ¿Un gnomo? Ni idea,
¿qué diferencia hay?
—Mucha, créeme. ¿Tú dirías que es un duende?
—Pues no tengo ni idea, pero, si tuviera que elegir entre
duende o gnomo, pues igual sí, igual diría duende… ¿Por
qué?
Sin darle ninguna explicación, la beso. Ella me
corresponde sin dudar. ¿Por qué he cambiado de opinión?
Porque sí, porque igual me he empeñado en que el trol feo
de Clau era un duende y, en realidad, este lo parece más.
Igual simplemente era Inés todo este tiempo y no he
querido verlo. Igual me estoy empeñando en Claudia y es
un error. No todos los enanos feos son duendes, pero este lo
parece, ¿no?
En realidad, no sabría decir qué es exactamente un
duende y qué no lo es; pero, ya que tengo esa información
privilegiada que me dio la bruja, algo tendré que hacer con
ella… Y si no fuera importante, ¿por qué de repente no dejo
de ver duendes en todas partes?
43. Pues no era tan difícil
CHUS

Pues sí, me he acostado con Inés. ¿Es un acierto? ¿Un


error? Es difícil de saber. Puto duende, ya podrían haber sido
un poco más claras las cartas… El caso es que ha estado
bien, pero tengo esa extraña sensación como con Claudia.
Sí, están muy bien; sí, me gustan; pero no me vuelven loco.
Eso es lo que yo necesito, volverme loco, enamorarme… Es
mi rollo.
Igual solo es una cuestión de madurez. Igual las cosas
cuando uno es adulto son así y ya no las vives con la misma
intensidad que a los veinte años… Espero que no.
Enamorarse duele, mucho, pero lo prefiero mil veces a vivir
a medio gas.
En realidad, solo tiene que salir bien una vez. No es tan
difícil, ¿no?
Voy en un taxi de vuelta hacia casa cuando me llega un
mensaje de Clau.

CLAUDIA: Hola, ¿qué haces? ¿Te pasas un rato por mi


casa?

Resoplo y me paso una mano por la cara. Le debo una


explicación, qué menos.

CHUS: En diez minutos estoy ahí.

Cierro los ojos el resto del trayecto mientras pienso en la


mejor manera de afrontar esto. Me concentro en la
canción[xxxii] que suena por la radio para no pensar en nada
más.
—Hola, guapo, ¿qué tal el día? —me pregunta en cuanto
salgo del ascensor.
—Mmm, bien… A ver, Clau, tenemos que hablar —
contesto ya entrando en su casa.
Ella cierra la puerta y viene a sentarse conmigo en el
sofá.
—Dime —me anima.
—Verás, sé que no tenemos nada, pero, no sé, hay algo
que siento que tengo que contarte. Vengo de casa de una
compañera de curro… Acabo de liarme con ella.
—Ajá, mmm… ¿vais en serio? ¿Has empezado algo con
ella? No quiero meterme en medio si es así…
—No sé, tía, está en el mismo plan que tú. En su caso, se
acaba de separar y quiere desmelenarse un poco.
—¡Pero bueno! ¿Quién te ha visto y quién te ve? Nuestro
Chus jugando a dos bandas… Me lo dicen hace quince años
y habría jurado que era imposible…
Me quiero reír, pero me sale un resoplido raro.
—Ya, bueno, yo no estoy jugando con nadie…
—Lo sé, lo sé, tranquilo. —Me pone una mano sobre el
muslo mientras sonríe—. ¿Solo dos? ¿Con la italiana del
demonio no tienes nada?
—¿Qué? ¡No! ¿De dónde sacas eso?
—No sé, ayer cuando apareció me puso un careto que
me dio por pensar que igual tenías algo con ella y estaba
celosa… Que yo no quiero meterme en medio de nada…
—Pues no, su mala cara es algo habitual, no tengo nada
con ella. Nada de nada.
—Vale, vale. Bueno, entonces… ¿Estás o no estás con la
de tu curro?
—No estoy, nos hemos acostado esta tarde, pero ni
siquiera sé si lo vamos a repetir…
—Esta tarde, ¿eh? —Parece pensativa—. ¿Quiere eso
decir que no te apetece uno rápido antes de cenar? —Me
sonríe de medio lado y a mí me da la risa.
En fin, supongo que hasta que tenga claro cuál de los dos
bichos feos es el verdadero duende, no voy a tener más
remedio que seguir probando, ¿no?

Vuelvo a casa después de, bueno, está claro lo que he


hecho en casa de Clau, y me recibe un ambiente de lo más
hostil.
Oh, sorpresa.
Tote es el único que se alegra de verme. Mi abuela y
Carina discuten, como siempre. Pero yo acabo de echar un
polvo y estoy de lo más relajado… Bueno, en realidad han
sido dos… con dos chicas diferentes… Doblemente relajado.
Cojo una cerveza de la nevera y voy a por el bote de los
cacahuetes con miel.
De nuevo: oh, sorpresa. Está vacío.
—Ya te vale, Carina —farfullo y ella me mira con cara de
asco.
Parece que el ambiente agradable que habíamos
conseguido se ha esfumado. Ni me molesta. Paso de todo.
Tengo una actitud zen en la que no me reconozco ni yo
mismo. ¿Quiere estar en plan estúpido? Me da igual, me
resbala. ¿Mi abuela también está insoportable? Que le den.
—¿No te da vergüenza llegar a estas horas y dejarme
todo el día con la golfa esta? No sé qué te has creído, todo
el día por ahí, cuando lo que tendrías que hacer es venir
directo del trabajo. No me puedes dejar aquí todo el día con
ella.
—Tienes razón, yaya —le digo mientras saco mi móvil del
bolsillo. Ella sonríe satisfecha porque cree que una vez más
ha conseguido que haga lo que ella quiera.
Mi hermano descuelga al segundo tono.
—Hermanitoooo —dice como saludo.
—Chimo, en una hora te llevo a la yaya. Mamá vuelve en
seis días, yo la he tenido una semana entera, ahora te toca
a ti. No es una pregunta, hazle sitio que vamos para allá.
Y le cuelgo.
Así, sin más.
Pues no era tan difícil.
44. Nueva rutina
CARINA

Desde que se largó la abuela, las cosas son muy


diferentes. La verdad es que reina la paz en el piso durante
el día. Bueno, y por la noche, porque confieso que estoy
evitando un poco a Chus. Me gustaba hablar con él de libros
y que me recomendara nuevos, pero lo cierto es que casi
todos los que tiene son buenos y ahora elijo por mí misma y
me los voy leyendo a mi rollo. Cuando está en casa, prefiero
quedarme en mi habitación y coincidir lo mínimo con él. A
eso también hay que sumarle que he encontrado trabajo en
una web de enseñanza de idiomas y varias horas al día
tengo clases online. Son videollamadas con alumnos para
practicar conversación y tal. Eso lo hago desde mi
habitación, claro está. No se lo he contado a nadie porque,
con lo desastre que soy, seguro que la cago y me despiden
y tengo que darles explicaciones a todos. Paso. Aprovecharé
lo que dure y listo.
Así que, esa es mi vida ahora mismo. Mi principal
compañía es Tote, nos hemos vuelto inseparables. Por las
mañanas damos un paseo largo y lo llevo a correr a un
parque especial para perros que no queda lejos. Luego
volvemos a casa, leemos un rato y damos alguna clase. Sí,
lo digo en plural porque lo siento así. Él se tumba a mis pies
mientras yo hago todo eso y para mí es como si lo
hiciéramos juntos.
Chus ya no suele volver a media tarde como antes, casi
todos los días llega cuando ya es de noche. O llega a media
tarde y luego se larga a cenar por ahí. No sé si sigue liado
con la de las tetas de silicona, pero en la última cena con
sus colegas les contó que estaba liado con una compañera
del curro. Muy bien, pues que lo disfrute. A mí me da igual.
Por mí como si se quiere tirar a todas sus compañeras del
instituto y a todas sus amigas. Ahora que su abuela se ha
largado, ya no tiene que darme ninguna explicación y no me
afecta lo más mínimo su vida sexual.
Eso es lo que yo no tengo: vida sexual.
Claro, currando yo sola online y con los colegas de mi
hermano como únicos amigos, mis relaciones sociales se
reducen bastante. No han vuelto a dar una fiesta desde la
que dio la de las tetas hace un par de meses… Igual podría
llamar a Rocky y volver a quedar con él… Espera, no era
Rocky, ¿cómo era? Bah, si en realidad ni siquiera me gustó
lo suficiente como para pedirle su teléfono…
En fin, que empiezo a necesitar conocer gente nueva o
me voy a volver loca.
45. No era una broma
CHUS

Han pasado dos meses de todo: de que naciera el tercer


hijo de Samu, de que yo empezara mis rollos raros con Inés
y Claudia y de que mandara a mi abuela lejos. ¿Qué ha
pasado en estos meses? La cosa entre Inés y yo siguió así
durante varias semanas. Insistía mucho en que solo
estábamos pasándolo bien como dos adultos. Y así fue. Yo
iba a su casa de vez en cuando, nos bebíamos unas
cervezas en las jarras de los duendes y luego, en fin, no
quiero entrar en detalles. Estaba bien, no voy a mentir.
Tampoco es que el maldito duende me estuviera obligando
a hacer cosas desagradables. Y el rollo del sexo ocasional,
aunque no es algo que hubiera buscado yo por mí mismo, lo
cierto es que no estaba nada mal. Hace un par de semanas,
Inés vino muy seria a hablar conmigo para decirme que iba
a volver con su marido. Bueno, pues parece que ahí la señal
del duende no estuvo muy fina.
El caso es que, una semana después, Claudia decidió que
lo mejor era terminar el rollo que nos llevábamos. En fin,
tampoco voy a decir que sufrí por eso.
Me lo tomé sorprendentemente bien en ambos casos, al
menos para lo que yo he sido toda mi vida. Porque,
mirándolo fríamente, solo había estado con ellas por las
absurdas señales.
Al final llegué a la conclusión de que igual las cartas lo
único que querían era que tuviera sexo sin compromiso. Lo
cierto es que eso me había sentado mejor que bien. Me
había servido para descubrir una faceta de mí mismo que
desconocía. Y me gustaba.
Ha estado tan bien, de hecho, que en estos dos meses
me ha dado totalmente igual la actitud estúpida de mi
compañera de piso. Porque sí, después de esa noche en
casa de Samu, volvió a ser el bicho que conocimos cuando
llegó. Desde que se fue mi abuela, apenas nos cruzamos por
el piso. Intercambiamos algunas frases de cortesía, pero
poca cosa. Hay días que, si no fuera porque el puto bote de
cacahuetes se sigue vaciando solo, pensaría que se ha
largado.
Esta noche cenamos todos en casa de Samu. Vivimos en
la puerta de enfrente y vamos a llegar los últimos.
—¡Carina! —Doy dos golpes en la puerta cerrada de su
habitación—. ¡Es la hora! ¿Vienes?
Abre la puerta con su cara de asco habitual.
—Cazzo, si tenías tanta prisa, podías haberte ido solo, sé
cruzar un rellano.
Pongo los ojos en blanco porque paso de decirle nada y
entrar al trapo. Actitud zen. Todo me resbala.
Llegamos a casa de Samu y, efectivamente, ya están
todos allí. Se van turnando a los nanos. Los mayores
cumplirán un año en un par de semanas y ya caminan solos,
una puta locura.
Greta debe de estar a punto de parir, tiene un barrigón
enorme y muy mala hostia.
—Bueno, pues ya estamos todos. Tenemos que contaros
algo —dice Estrella.
Samu se frota la cara y Piero aguanta la risa. No sé qué
está pasando aquí.
—Estrella está embarazada otra vez —dice el rubio por
fin.
Se hace el silencio más absoluto, pero no voy a ser yo el
que diga lo que todos estamos pensando.
—¿De quién? —pregunta Greta por fin—. ¿No te hiciste la
vasectomía?
—¡Gracias! —grita Samu—. ¿Verdad que lo normal es dar
por hecho que una vez que cortan los cables, ahí no hay
peligro?
—Te dije que tenías que esperar un año o hacerte un
análisis de esperma para confirmar que ya estaba limpio,
que puede tardar meses en desaparecer la carga espérmica
—dice Piero con un tono que da a entender que han hablado
de esto antes.
—Yo qué sé, nano, pensaba que estabas de coña y me
querías vacilar…
—¿Por qué te iba a hacer una broma con algo así? Por no
hablar de que, de nuevo, no habéis respetado la
cuarentena…
—Yo qué sé, tío, es una broma graciosa, aunque el
resultado no ha tenido ni puta gracia…
—Porque no era una broma… —insiste Piero.
—Vale, dejadlo ya, que así no solucionáis nada —
interviene Loui—. Ya está hecho. Cuatro hijos en menos de
dos años, deberíais informaros por si habéis batido algún
tipo de récord y os dan un premio o algo. —No puede evitar
reírse con el final de la frase y nos contagia a todos.
—Piero, podrías hacerles un bono: cada cuatro hijos, el
siguiente parto gratis, o algo así… —suelta Marc y todos
volvemos a descojonarnos.
—Pues no, listo, que para cuando nazca este, o esta, la
vasectomía tiene que ser ya más que efectiva —se defiende
Samu—. ¿Verdad? —añade la pregunta a Piero.
—En teoría, sí, pero hazte el análisis, no te la juegues.
—No, no, no me la juego, nano, que analicen lo que
tengan que analizar. Me pajeo en un bote todas las veces
que haga falta, pero con este se acabó ya lo de procrear…
—¿Tú cómo estás? —le pregunta Greta a Estrella.
—Harta antes de empezar —resopla Estrella y al
momento le da la risa—. Joder, qué mala suerte tenemos…
—A ver, mala suerte, mala suerte… —se ríe Piero—. A
pelo, sin análisis, en cuarentena… Estabais jugando a la
ruleta rusa…
—Pfff, ¿qué más da ya? —bufa Samu.
—Bueno, ¿cenamos o nos vamos a pasar la noche
hablando de lo mismo? —interrumpe Carina y nos corta el
rollo a todos.
—Apoyo la moción —interviene Clau, que aún no había
abierto la boca—. Vamos a cenar y a cambiar de tema, que
a algunas los críos nos dan repelús.
Nos quedamos todos durante un momento con una
sensación incómoda. Menudo par de gilipollas.
46. Solo es un favor
CHUS

—Jesús, ¿puedo hablar un momento contigo? —pregunta


Belén, la directora del colegio, desde la puerta del aula
donde estoy dando clase.
—Claro. —Salgo al pasillo intrigadísimo.
Ella me tiende un sobre.
—El sábado hay una cena de todo el personal del colegio.
Unos inversores quieren comprar una parte y financiar la
ampliación que llevamos años buscando, pero han pedido
conocer al claustro, bueno, y a todos los empleados,
primero.
—¿Todos?
—Todos —responde seria sin apartarme la mirada.
—¿Los de la ONG también?
—También —responde en un tono que me da a entender
que sabe perfectamente por qué he preguntado—. ¿Algún
problema con eso?
—No, no —aclaro rápidamente, pero no lo tengo ni medio
claro. Por muchos meses que haga, una velada con Vero y el
gigante no es lo que más me apetece, la verdad.
—La asistencia no es opcional —aclara—. Puedes traer
pareja, mucha gente va a hacerlo, no solo aquellos cuyas
parejas son empleados del centro también…
«Aquellos cuyas parejas…», qué pedante es esta tía al
hablar. Pero vaya, por si tenía dudas, me ha dejado claro lo
de Vero. Pues nada, planazo de sábado.

A la hora del recreo, voy directo a buscar a Inés.


—Hola, ¿te has enterado de lo del sábado? —pregunto
como saludo.
—Mmm, sí, claro —responde achinando un poco los ojos.
—¿Vas sola? ¿Quieres que vayamos juntos?
—Ya me temía yo esto, Jesús… Quedamos en que solo
estábamos pasando un buen rato. Además, que ya se
terminó. —Me pone una mano en el hombro—. He vuelto
con mi marido, voy a ir con él. Yo no quería hacerte daño.
Por favor, Jesús, ponte en mi lugar y no me montes una
escena el sábado cuando me veas con él.
¿Pero esta subnormal se ha pensado que estoy colgado
por ella? Será gilipollas.
—¿Qué dices? ¿A cuento de qué te iba a montar yo una
escena?
—Jesús, que nos conocemos… Lo pasamos bien, pero
terminó. Asúmelo y sigamos adelante. No intentes meterte
en medio de mi matrimonio…
Me doy la vuelta y me alejo de ella echando chispas para
no decirle alguna barbaridad.
Será imbécil. ¿Qué coño se ha pensado? ¿Que estoy loco
por ella? Si fue ella la que se empeñó en lo nuestro y yo solo
el que me dejé llevar… Simplemente quería tener compañía
y alguien con quien hablar en la cena del sábado. No me
apetece ir solo y tener por ahí rondando a Vero con el tío
ese… Pues ahora voy a buscarme una pareja para que la
subnormal esta vea que no me hace ni puta falta… Que no
le monte ninguna escena delante de su marido… Pffff, de
verdad, qué fuerte.

Llego a casa de Clau a media tarde y me abre la puerta


ya con cara de condescendencia.
—¿Qué quieres, Chus? Ya dijimos que esto se tenía que
terminar, que no era buena idea…
—Sí, sí, tranquila. Lo tengo claro, pero quería pedirte un
favor… como amigos.
Pone los ojos en blanco un momento antes de hablar.
—¿Qué favor?
—Verás, el sábado hay una cena del colegio donde
curro…
—No —responde sin dejarme terminar.
—Joder, aún no te lo he contado.
—No voy a ir contigo, no voy a hacerme pasar por tu
novia, Chus. Te veo venir…
—Estará Vero con su novio e Inés con su marido… No
quiero ir solo. Solo quiero tener una amiga con la que
hablar…
—La respuesta es no. Dejamos claro lo que teníamos y lo
que no, Chus. Y ahora ya ni siquiera tenemos eso. No te
confundas…
Otra qué tal… ¿Pero qué coño se han creído estas tías?
¿Que no puedo vivir sin ellas? ¿Es tanto pedir que me
acompañen a una puta cena?
—¿De verdad, tronca? Somos amigos ¿desde hace
cuánto? ¿Veinticinco años? ¿No me puedes hacer un puto
favor? ¿No puedes acompañarme a una cena de curro? ¡¿De
verdad?!
Ella niega con la cabeza como respuesta.
—Si te lo pidiera Samu, seguro que le dirías que sí sin
pestañear…
Respira hondo un par de veces por la nariz mirándome
fijamente.
—Lárgate de mi casa.
—Que te jodan —digo a modo de despedida antes de
salir por la puerta.

Piero. Voy a casa de Piero. Si no fuera porque Inés y Vero


lo conocen y saben que está casado con Loui, me lo llevaría
a él y diría que soy gay. Ahí se caerían de culo de pensar
que me hubiese ligado a un tío que está más bueno que los
suyos… Me da risa ese pensamiento, pero sería un puntazo,
las dejaría loquísimas… Qué putada que lo conozcan.
Llego a su casa y llamo al timbre. Me abren Greta y su
enorme barriga, que parece que vaya a reventar en
cualquier momento.
—Hola, tienes mala cara, ¿qué te pasa? —me saluda.
—Un mal día —gruño.
—Estoy sola, pero si quieres contármelo a mí… —Se
aparta para dejarme entrar.
Obedezco y la sigo hasta su cocina. Me siento en una de
las sillas y ella me pone una cerveza delante y se sirve para
ella un vaso de agua.
—Puto embarazo, qué hartita estoy —reniega—.
Cuéntame, ¿qué te pasa? —pregunta mientras se sienta en
la silla que hay frente a la mía aguantando el respaldo en el
proceso, tiene los movimientos más que limitados.
Le resumo toda la parte de lo que ha pasado en el
instituto. Todos mis amigos estaban al tanto de mi rollo con
Inés, aunque a ninguno le había contado lo de Clau, claro.
Cuando llego a esa parte de la historia, decido que a tomar
por culo. Si no quería que nadie lo supiera, que no se
hubiera liado conmigo, al fin y al cabo, fue todo idea suya…
Así que, pues eso, le cuento a Greta a grandes rasgos el
rollo con Claudia y la conversación que hemos tenido esta
tarde.
—Pues ya le vale, ¿no? ¿De qué va? —gruñe Greta.
—Ya ves, tía, no sé qué le cuesta…
—Pero ¿te ha dado un motivo o algo?
—Que no me confunda… Tssss, la flipada. Si a mí ella
nunca me ha gustado… Y mira que es difícil eso, ¿eh? Que
yo en estos treinta años me he enamorado de todas —me
río.
—Cierto, a mí en tercero me escribiste una carta de amor
—se ríe también—. Por ahí la tengo guardada.
Me sigo riendo y me paso una mano por la cara.
—No me acordaba de eso, pues seguro que Marc no te ha
escrito nunca una carta tan romántica.
—Por supuesto que no —se descojona—. Ni de coña,
vaya. ¿Quieres que hable yo con Clau y le diga que te
acompañe? Puedo ser muy convincente… Te acompañaría
yo, pero Vero me conoce de sobra, por no hablar de… —Se
señala el barrigón con ambas manos y yo resoplo de la risa
—. Además, con un poco de suerte, el sábado estoy ya
recién parida. —Cruza los dedos y yo me río—. ¿Qué dices?
¿Hablo con Claudia?
—No, no, paso. Que no se piense que he venido a llorarte
a ti… La muy gilipollas, creo que se piensa que estoy
colgada de ella, cuando es ella la que está pillada por otro…
No sé para qué cojones se lio conmigo…
—¿Por quién está pillada? —Greta achina los ojos.
—Mmm… Ni idea, no me lo dijo, es solo una suposición
mía. —Creo que he sonado convincente, me voy a ir
largando de aquí, que aún la cagaré—. Bueno, tronca,
muchas gracias por la charla. Me voy a pirar ya, que es
tarde. No te levantes, que te puede llevar media vida —me
descojono.
—Cabrón —se ríe ella también—. Suerte con lo del
sábado, Chus. Ya me contarás cómo queda la cosa.
—Claro, au.
47. Putos cacahuetes
CHUS

Llego a casa derrotado, me quito la chaqueta y voy


directo a la nevera. Cojo una birra y, a continuación, abro el
armario donde guardo el bote de los cacahuetes con miel.
Casi no necesito ni cogerlo para adivinarlo vacío. Otra vez.
O-tra-vez. Me cago en la puta. No, en la puta no: me cago
en la italiana. Lo agito un poco para comprobar que no
queda ni uno y, sin abrirlo, lo lanzo con fuerza lo más lejos
que puedo.
—¡Joder! —grito como desahogo, aunque mi mosqueo
solo aumenta.
El bote golpea junto a la puerta de la habitación de
Carina y deja su huella en la pared. Al momento ella abre y
se queda mirándome con cara de susto. Tote se asoma por
la puerta también junto a ella con las orejas agachadas.
Carina mira el bote que ha caído al suelo y a
continuación a mí de nuevo. Abre la boca para decir algo,
pero decido hablar yo primero.
—Hoy no estoy para tus mierdas, ¿me oyes? ¡Estoy hasta
los cojones! —Creo que nunca en la vida le he hablado así a
nadie. Puede que tampoco haya estado nunca tan alterado.
—¿Qué te pasa? —pregunta en un murmullo con cara de
pánico—. ¿Es por los cacahuetes?
—Sí, joder, es por los putos cacahuetes. Soy un tío
sencillo, no pido mucho… Me gusta llegar a casa y tomarme
una cerveza con mis putos cacaos, creo que es algo
razonable… No paro de comprar botes y más botes y,
cuando voy a buscarlos, nunca hay. Da igual cuántos
compre, nunca queda ninguno, pero es que encima dejas el
bote vacío en el armario, con recochineo… ¡¿De qué coño
vas?! Si tanto te gustan… ¡Compra tú también, joder! —Me
he ido acercando mientras hablaba (o gritaba, ha habido un
poco de todo) y ahora estoy frente a ella, que me mira con
una expresión que no le había visto nunca, parece
acobardada.
Por un momento flaqueo y pienso en disculparme, igual
me he pasado. No, no me voy a disculpar, por fin he sido
capaz de soltar lo que pienso. Nos aguantamos la mirada un
momento, pero enseguida me alejo de ella y me dejo caer
en el sofá. Cierro los ojos.
—No me gustan tanto —susurra por fin.
Abro los ojos despacio y la miro.
—¿Qué?
—Que no me gustan, en realidad. Son empagalosos…
—Empalagosos —corrijo por inercia—. Entonces, ¿por qué
coño te los comes?
—No los como. —Agacha la cabeza y mira al suelo.
—¿Y qué coño haces con ellos? ¿Los tiras? ¿Eres
anormal?
—No los tiro. —Hace una mueca como aguantando la risa
y entra en su habitación dejando la puerta abierta.
Veo desde aquí que saca una caja de cartón bastante
grande de debajo de su cama, la trae hasta el sofá y la deja
junto a mis pies. Está llena de botes de cacahuetes, mis
botes de cacahuetes, tiene que haber por lo menos veinte.
Me inclino hacia la caja y los voy agitando todos. Están
llenos, están todos llenos y sin abrir.
—¿Por qué están sin abrir? —cuestiono atónito.
—Para que no se estropeen, siempre tuve intención de
devolverlos.
—¿Y los que yo encontraba vacíos en el armario?
—Era siempre el mismo. —Hace un gesto con la mano
para quitarle importancia—. Lo rescataba de la basura.
—¿Qué problema tienes, tía? —pregunto por fin
levantando la cara hacia ella.
Se deja caer en el sofá a mi lado y sonríe.
—No tengo problema.
—¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué haces estas
mierdas?
—No sé, estás mono cuando te enfadas… Y nunca te
enfadas demasiado… Bueno, hoy sí. ¿Me quieres contar qué
te ha pasado? —Extiende la mano y me acaricia el brazo.
Miro su mano y luego la miro a la cara, tiene una
expresión diferente, más dulce de lo que es habitual en ella.
—Ni de coña, paso de que encima hagas sangre, hoy no
tengo el día, ya te he dicho que no estoy para tus mierdas.
—Sin mierdas, lo prometo.
—Déjalo, olvídate, no voy a contarte nada. —Me inclino
hacia delante y apoyo los codos sobre mis muslos mientras
me paso la mano que no sostiene la cerveza por la cara.
Ella se acerca a mí y coloca su diminuto cuerpo entre el
respaldo del sillón y mi espalda. Pasa sus brazos por debajo
de los míos y me abraza el pecho con ellos, sus rodillas
sobresalen a los lados de mi cintura. No puedo verla, pero
debe de parecer un mono ahora mismo.
—Vamos, Chus, ¿necesitas un abrazo? No soy mi
hermano, pero puedo darte un abrazo Mancini. Cuenta a
Carina, ¿qué pasó? —pregunta con su cara pegada a mi
espalda justo antes de apretar más el abrazo y darme un
beso por encima del jersey.
Esta situación me inquieta y me reconforta a partes
iguales.
—Paso, que luego te descojonarás de mí —respondo por
fin.
—No, no, prometo que no. ¿Hablamos en negación? Echo
de menos a la yaya —se ríe y vuelve a apretar mi pecho—.
¿Por qué no me lo cuentas?
Me río por la imitación de mi abuela, aunque sin muchas
ganas.
—Venga, bello —insiste—. Deja salir todo.
—¿Bello? —suelto una risa amarga y le doy un trago a la
cerveza—. Si fuera bello no estaría como estoy.
—¿Es una chica? ¿Te ha dicho algo feo? ¿Tiene que ir la
siciliana a partir piernas?
Me río ante la imagen de esta chica tan pequeña
utilizando la violencia física. Con la verbal, en cambio, sí que
la veo dejando a alguien fuera de juego.
—Chuuuuuus —susurra muy bajito mientras me aprieta
fuerte—. Suelta lo que te quema.
Cojo aire y abro la boca para hablar, pero cambio de idea
en el último momento, paso de que me suelte alguna
puñalada. Ella se separa un instante de mi espalda para
pasar ahora los brazos sobre mis hombros y abrazarse a mi
cuello. Su cara queda junto a la mía y me susurra
directamente al oído.
—¿Es una chica? ¿Te ha rechazado una chica?
—Son todas —suelto por fin con un gemido de dolor—.
Todas pasan de mí, no sé qué hago mal… Venga, ríete,
remátame, lo estás deseando.
—No, no —susurra secándome una lágrima que yo ni me
había dado cuenta de que se escurría por mi mejilla—. No
me río, de verdad. —Se aprieta más contra mí y me besa la
mejilla. Ese gesto me calma un poco, pero sigo alerta
porque no me fío de ella.
—Déjalo, tía, da igual. Me voy a mi habitación. —Hago el
amago de levantarme, pero ella tira de mí con fuerza para
que no lo haga.
—No te vayas. No es bueno que estés solo ahora. —Me
quita la cerveza y se estira para dejarla en la mesita que
hay delante del sofá.
Al tener libres las manos, aprovecho para frotarme los
ojos por debajo de las gafas. Ella me las quita y las deja
junto a la birra. Se separa de mi espalda y se sienta a mi
lado, con las piernas cruzadas a lo indio, o eso parece, sin
gafas es difícil asegurar nada.
—Apoya aquí la cabeza. —Se da una palmada en el
muslo.
—Paso. Y dame las gafas, que sin ellas no veo nada.
—Qué cabezón estás. —Tira de la manga de mi suéter
hasta que me hace caer sobre sus piernas—. Apoya aquí,
así. No necesitas las gafas, no hay nada que ver…
Un poco tenso, intento levantarme, pero ella me lo
impide y comienza a pasar sus dedos por mi pelo. Es
agradable, decido cerrar los ojos y disfrutar de este
momento que no sé lo que puede durar.
—No sé cómo ayudar si no me cuentas qué te pasa —
insiste en un susurro mientras continúa acariciando mi
cabeza.
—No puedes ayudar, no hay nada que hacer —murmuro
aún con los ojos cerrados—. No me quieren, ya está. Ya no
es solo que las tías no se enamoren de mí, es que no puedo
contar con ellas ni como amigas…
—¿Quién no se enamora de ti?
—Nadie.
—Y ¿quién quieres que se enamore de ti? —Sigue
acariciándome la cabeza con una mano mientras con la otra
empieza a hacerme cosquillitas en el cuello.
—No sé, Vero, Claudia, Inés…
—¿Las tres? ¿Estás enamorado de las tres?
—No, claro que no —sonrío sin abrir los ojos.
—Entonces ¿de cuál de ellas?
—No lo sé —suspiro.
—¿No sabes? Yo nunca me he enamorado, pero supongo
que eso es algo que se sabe…
—Sí, claro que se sabe, y sí que podría haberme
enamorado de las tres… Pero ninguna quería nada conmigo.
No sé qué tengo de malo, joder, soy buena gente…
—Pero ¿ahora? ¿Estás enamorado ahora? ¿Hay alguna
que te haga sentir las mariposas esas que dicen en la tripa?
Me quedo pensando… Y sintiendo… ¿Siento esas
mariposas? Sí que las siento. ¿Por quién? No lo sé, pero las
mariposas están ahí, revoloteando en mi estómago… No,
espera, ni eso son mariposas ni eso es mi estómago… ¿Me
estoy empalmando? Mierda, joder con las cosquillitas…
—Para, para, déjame la cabeza tranquila. —Uso mis
manos para apartar las suyas y abro los ojos. Sin gafas veo
muy borroso, los podría haber dejado cerrados y daría lo
mismo.
Me incorporo para levantarme y estoy a punto de caerme
del sofá por la velocidad con la que lo he hecho. Ella me
agarra para que eso no pase. Mierda, que no me toque, ¿es
que no puedo controlarme? ¿Qué soy? ¿Un puto salido?
Hace dos semanas que no echo un polvo, es cierto, pero he
tenido rachas mucho peores… Muchísimo peores, de hecho.
Me tiro al suelo desde el sofá, fingiendo que me he
resbalado, para alejarme de ella.
—¿Qué te pasa? —Su tono es de sorpresa o de susto, es
difícil asegurarlo sin verla.
Sin moverme de la alfombra, tanteo con una mano sobre
la mesa buscando las gafas y vuelco la cerveza. Joder, qué
desastre.
—Para, para, Chus, para. —Me coge de los hombros y me
obliga a estarme quieto. Noto que baja del sofá y de repente
vuelvo a ver. Me ha puesto las gafas, está arrodillada
delante de mí.
—Date una ducha y ponte el pijama, te sentará bien. Yo
pido una pizza, limpio la alfombra y cenamos juntos, ¿te
parece?
—Guay, tía, gracias. —No sé qué más decir, nunca la
había tenido tan cerca y tanto rato. Y mucho menos siendo
amable conmigo. Llevábamos dos meses casi sin hablarnos
y me sorprende bastante este cambio de actitud.
—A menos que quieras cenar cacahuetes, tienes de
sobra —se ríe.
—Qué cabrona eres —me río yo también mientras niego
con la cabeza.
Se levanta con un movimiento ágil que perfectamente
podría haber hecho su hermano y va hacia el teléfono fijo.
Me quedo mirando el culo que le hace ese pantalón
mientras se aleja… Pero ¿qué coño me pasa? ¿Estoy
enfermo de la cabeza? Aprovecho que está de espaldas
para irme rápidamente a mi habitación.
48. Carta de pizzas
CHUS

Voy directo a la ducha. Necesito descargar esto. Estoy


empalmadísimo y no quiero que me vuelva a pasar lo
mismo, y menos en pijama.
El agua caliente me sienta bien, mejor que bien. Me
enjabono rápidamente y, tras aclararme, empiezo el ritual:
voy directo a lo seguro, va a ser rápido. Busco en mi mente
la imagen de una actriz porno cualquiera, me vale la que
sea. Mi imaginación vuela de una a otra entre mis favoritas,
pero algo no está bien… ¿Por qué las estoy imaginando a
todas con el pelo rosa? ¿Desde cuándo me pone esta tía?
¿Ahora me pone cachondo que una tía sea amable
conmigo?
«Te has puesto cachondo por cosas más raras, nano,
asúmelo».
Sigo a lo mío mientras intento alejarla de mi cabeza,
porque las actrices a las que he invocado no solo tienen su
pelo, ahora también tienen su cara.
No, no, no, no… Necesito desterrar esta imagen de mi
mente, no puedo pajearme pensando en la hermana de
Piero. Es la hermana de Piero, joder. Piero. No, no, no, no…
Ahora es la imagen de Piero la que tengo que sacar de mi
cabeza o me va a dar todo el bajón y necesito acabar con
esto con urgencia si quiero cenar con ella tranquilo. Vuelve
a mí ese pelo rosa, esta vez no intento pensar en otra cosa.
Ese pelo, ese aro en la nariz, el piercing de la lengua, esa
sonrisa canalla… Joder, me pone, me pone mucho… Estoy a
punto, ya no hay vuelta atrás. Voy a tener un orgasmo
pensando en la hermana de Piero, soy así de cerdo, pero
soy incapaz de cambiar de imagen mental.
—Chus, ¿qué es lo que te gusta?
¡Joder! Esa voz y ese acento lo precipitan todo. ¿Lo que
me gusta? Esto que me estaba imaginando me gusta, y
tanto que me gusta. Pero no ha sido en mi cabeza, está
dentro del puto baño. No la he oído entrar. Me corro todo lo
en silencio que puedo, era tarde para evitarlo, ya estaba en
el punto de no retorno. Entre espasmos silenciosos vuelvo a
escuchar su voz.
—Chus, ¿me oyes? Te he hecho una pregunta.
Tardo varios segundos más de la cuenta en hablarle, pero
no he podido hacerlo antes. Suerte que la mampara no deja
ver nada.
—¿Qué coño haces aquí dentro, tía? —Mi voz suena ronca
y se entrecorta un poco—. ¿No tienes ningún respeto por la
intimidad?
—Perdona —la oigo al otro lado—, es que no sé cómo te
gusta la pizza.
—Todo, me gusta todo, me da igual —gruño para que se
pire antes de que diga una sola palabra más en italiano.
—Capricciosa, Quattro Stagioni, Calzone, Peperoncina,
Cinque Formaggi…
Empieza a recitar la carta y corro el peligro de volver a
ponerme cachondo, esta vez oyendo nombres de pizzas…
¿Qué coño pasa conmigo?
—Vale, vale, cállate ya. —Estoy siendo un poco borde,
pero necesito terminar con esta situación—. Elige la que
quieras, pero pírate de aquí.
—Está bien. —La oigo resoplar—. Qué genio… Tranquilo,
que no he visto nada, y aunque así fuera, no serías el primer
tío al que veo en la ducha…
—Que te pires…
—Me voy, me voy, qué humor te gastas… Y eso que
deberías estar relajadito después de lo que acabas de
hacer… —Oigo que se ríe mientras se marcha y cierra la
puerta.
Mierda, ¿sabe lo que estaba haciendo? Claro que lo sabe,
joder, no tiene un pelo de tonta.
Salgo de la ducha, me seco y me pongo el pijama con
mucha calma. No tengo ninguna prisa por salir, no después
de lo último que me ha dicho. Me siento a los pies de la
cama, apoyo los codos en las rodillas y entierro la cara entre
mis manos. ¿Qué cojones hago ahora?

Suena el timbre de casa. Mierda, ya ha llegado la pizza.


Eso quiere decir que llevo demasiado rato aquí dentro. Es
raro, es raro de la hostia, a ver ahora qué me invento.
Un par de golpes en la puerta.
—Chus, ha llegado la cena.
Quiero decirle que ya voy, quiero levantarme y salir, pero
no me muevo, no digo nada, mi cuerpo no responde. Sigo
con la cara enterrada entre mis manos y oigo que abre la
puerta, pero sigo sin reaccionar. Se sienta a mi lado.
—No tengas vergüenza. —Pasa una mano por mi espalda
encorvada. Que no me toque, joder, que no me toque—. Es
normal, todos lo hacemos…
Levanto la cabeza y me giro a mirarla. ¿Acaba de
decirme que ella también se masturba? No, lo habré
entendido mal.
—No me mires con esa cara de flipado —se ríe—. Es
normal. Todos «y todas» lo hacemos, y la que diga que no,
miente. Estoy segura.
Me contagia la risa.
—Eres la hostia —suelto entre más risas.
—Te daré datos para que tengas menos vergüenza. En la
ducha del otro baño… En mi cama… En el sofá cuando no
estás…
—Para, para, no me des tanta información, no quiero
visualizarlo.
—¿Te da asco?
—No —me río y niego con la cabeza—, no me da asco.
—Ya. —Aguanta la risa—. Bueno, pues ya ves que no hay
vergüenza, yo también lo hago.
—Pero tú lo haces cuando no estoy en casa, eres más
discreta…
—Mmm… No —se ríe.
—Joder, demasiada información. —Cierro los ojos. No
quiero visualizarla, pero lo estoy haciendo. Y no ayuda, no
ayuda nada—. Bueno, pues al menos yo a ti no te he pillado.
—Si te sirve de consuelo, me pilló tu abuela —se parte de
risa mientras lo dice.
—¡Noooooooo! —me descojono con ella—. ¿Sabía lo que
estabas haciendo? ¿Qué te dijo?
—Me dijo algo como «Marrana, no haces nada bueno, vas
a ir al infierno, con esos pelos de demonio que tienes»… Y
yo: «Señora, déjeme en paz y cierre la puerta».
—Qué fuerte, la yaya. —Sigo riéndome mientras me dejo
caer hacia atrás en la cama; cualquier cosa con tal de
alejarme de ella… Que no me vuelva a tocar, por favor. Ella
hace lo mismo y se tumba a mi lado, qué mal me ha
salido… Aunque, para salido: yo.
Nos quedamos los dos un momento callados, el uno junto
al otro, y mirando al techo.
—Se va a enfriar la pizza —rompe ella el silencio.
—Intenta no decir cosas en italiano, por favor. Di «cena»,
por ejemplo. «Se va a enfriar la cena».
—¿Qué pasa con mi idioma? ¿Qué problema tienes? —
pregunta mientras se incorpora un poco y se queda
apoyada sobre los codos con la cara girada hacia mí.
—No es ningún problema, pero prefiero que no lo hagas,
no sé por qué hoy me altera un poco. —Me froto la cara.
Ella me mira arrugando las cejas y al momento abre
mucho los ojos y se ríe.
—¿Te pasa lo mismo que a mi cuñado? —suelta una
carcajada—. ¿Sabías que Loui se pone cachondísimo cuando
mi hermano le habla en italiano?
—No lo sabía —me río—. Pero me lo creo; y lo entiendo
perfectamente.
—¿Es eso? ¿Te excita oírme parlare in italiano? —
Remarca las palabras en su idioma modulando la voz de un
modo más sensual.
—Calla, joder —me río—, no sé qué me pasa hoy… Será
porque he tenido un día chungo. Venga, vamos a cenar.
Me levanto y salgo de mi habitación con ella pegada a
mis talones. Nos sentamos en la alfombra a comernos la
pizza sobre la mesa de centro. Me quedo mirándola
mientras mastico y una duda me ronda la cabeza.
49. Me encanta Loui
CARINA

¿Por qué me mira fijamente? ¿Qué le pasa a este tío


ahora? Lleva un buen rato esquivando mi mirada y ahora no
me quita el ojo de encima, no hay quien lo entienda…
—¿Qué pasa? ¿Qué miras? —pregunto en vista de que no
dice nada.
—Estaba pensando… Tengo curiosidad… ¿Qué problema
tienes con Loui? Es un tío de puta madre.
No entiendo a qué viene eso.
—¿Por qué dices eso? Yo no tengo ningún problema con
mi cuñado.
—Va, tía, que te he visto tratar con él, se nota que te cae
fatal.
—¿Qué dices? ¿Por qué piensas eso? No me cae mal, es
buena persona y hace feliz a mi hermano, ¿qué problema
podría tener con él?
—No paras de meterte con él todo el tiempo. Haces y
dices cosas que sabes que le molestan… No te hagas la
tonta, dime la verdad.
—Te lo digo de verdad, me encanta Loui —respondo
mientras sigo masticando.
—Entonces, ¿por qué te empeñas en que parezca que lo
odias? En realidad, a todos, pero con Loui lo llevas a otro
nivel.
—Qué va —me río—. Te lo parece a ti. Yo no odio a nadie,
me caéis todos muy bien… Y mi cuñado el que más, me río
mucho con él y me encanta ver así de feliz a Piero… Las
cosas que le digo a Loui, bueno, y a todos, son bromas, ya
lo sabéis.
—No, tía, no lo sabemos. Hasta esta noche, a mí también
me caías fatal, y es muy difícil que a mí alguien me caiga
mal…
—Pues será cosa tuya, los demás saben que son
bromas… Loui sobre todo. De verdad, te lo has imaginado
todo.
—No, tía, no me lo he imaginado. Si fuera así, ¿por qué te
iban a mandar a vivir aquí?
—Para que aprenda a ser independiente y sea más
responsable —repito lo que me dijo mi hermano cuando me
propuso mudarme.
—Si fuera por eso —se ríe—, no estaría pagando él el
alquiler, te haría pagarlo a ti… Y supongo que te habría
hecho buscarte algo por tu cuenta, no me necesitaría de
supervisor…
Devuelvo a la caja el trozo de pizza que me estaba
comiendo, se me acaba de quitar el hambre… ¿Es eso
verdad? ¿Les caigo mal a todos? ¿Le caigo mal a Loui?
¿Hasta el punto de no quererme viviendo en su casa? De
pronto siento ganas de vomitar, o de llorar, hacía mucho
que no me pasaba. Me levanto y voy corriendo a mi
habitación. Cierro la puerta y me tiro en la cama. Rompo a
llorar. Toda la vida igual. No puedo con esto.
Golpes en mi puerta.
—Carina, ¿estás bien? ¿Te pasa algo? —me llega la voz
de Chus desde el otro lado.
—Déjame, quiero estar sola.
Silencio.
—Vale —lo oigo suspirar—, voy un momento a casa de
Samu. Llámame si necesitas algo.
50. Alarde de sensibilidad
CHUS

Cojo las llaves, salgo al rellano y toco el timbre de casa


de Samu. Abre al momento muy serio.
—Como hayas despertado a los nanos, mueres. Estás
avisado.
Me río en silencio y entro en cuanto se aparta. Lo sigo
hasta la cocina. Él saca tres cervezas sin alcohol del
frigorífico y me pasa una mientras yo me siento a la mesa.
Él hace lo mismo frente a mí.
—¿Sin alcohol? —me río—. ¿Y eso?
—Solidaridad con la preñada crónica —sonríe él.
—Hola, Chus, ¿qué tal? —Estrella entra en ese momento
y se sienta a la mesa también—. ¿Qué te cuentas?
—No sé qué coño hacer con la hermana de Piero…
—¿Qué pasa? ¿Ya estás hasta los cojones y no sabes
cómo hacer que se pire? —se ríe Samu.
—No, nano, si el rollo es que esta noche estaba hasta
bonica. He llegado a casa de mala hostia, me he cabreado
con ella y ha reaccionado raro, parecía otra persona. Ha
estado simpática, comprensiva y hasta agradable. Pero
luego hemos empezado a hablar de Loui y de repente se ha
encerrado en su cuarto a llorar.
—¿Qué le has dicho? ¿Cómo ha sido la conversación? —
cuestiona Estrella.
Les resumo más o menos cómo ha ido la noche,
omitiendo deliberadamente el incidente de la ducha y todo
lo relacionado con eso, no quiero perder mi dignidad
también delante de ellos.
—Esa chica tiene un problema grave de ineptitud social.
Yo creo que no es consciente de lo poco afortunados que
son sus comentarios —sentencia Estrella tras darle un trago
a su bebida—. Siempre he pensado que le vendría bien algo
de terapia; y puede que incluso tenga algún trastorno sin
diagnosticar…
—¿Que está loca, quieres decir? —pregunto para
asegurarme.
—No —se ríe ella—, no que esté loca. Pero sí que puede
tener un cuadro muy leve de asperger, o puede que algo de
trastorno límite de la personalidad… No sé, debería tratarse.
Lo que está claro es que no sabe relacionarse con la gente
de manera normal. No creo que sea mala persona, ni que
sea tan imbécil como parece…
—Y ¿qué hago? No puedo dejarla llorando, o lo que sea
que esté haciendo, en la habitación de al lado y pasar de
ella… Y menos hoy, que durante un rato hemos estado
guay.
—Habla con ella, insiste.
—Haz caso a la psicóloga, nano, que de esto sabe un
huevo. —Samu sonríe y señala con la cabeza a su mujer—.
Quién sabe, igual hasta consigues llevarte bien con ella y
tenéis una convivencia apacible. Al final va a resultar que es
un ser humano y todo… Con una tara, pero humana, quién
lo hubiera dicho…
Se ríe y se lleva una colleja de Estrella.
—No seas cafre —se ríe ella también—. A ver, lo más
probable es que no llegue a tener nada diagnosticable. Creo
sinceramente que solo anda justita de habilidades sociales,
que su actitud es un mecanismo de defensa, igual lo pasó
mal de niña, no sé; pero aprovecha que hoy ha estado
receptiva y haz que hable contigo.
—Joder, justo hoy —resoplo y me froto la cara—, con el
día que llevo…
—¿Qué ha pasado? ¿Quieres hablar de ello? —pregunta
Estrella poniendo su mano sobre la mía. Al momento se gira
hacia Samu—. Cariño, lárgate.
—¿Qué? —Samu flipa—. ¿Por qué me voy a ir? Es mi
colega. ¿Qué vais a hablar que yo no pueda oír? ¿Qué me he
perdido? ¿Qué rollito os lleváis vosotros dos?
—Nada, hablamos de vez en cuando —explica su mujer
—, no le des más importancia.
—¿Que no le dé importancia? —le pregunta a ella y luego
se gira hacia mí—. Somos amigos de toda la vida, nano,
¿por qué no hablas conmigo? Me puedes contar lo que sea,
no hace falta que te lo diga.
—Perdona, Chus, no sabía que se iba a poner así —me
dice ella antes de dirigirse a Samu de nuevo—. No te lo
tomes como algo personal, cielo. Chus lo ha pasado mal y,
de vez en cuando, necesita hablar con alguien, alguien que
no tenga la sensibilidad de un cebollino, preferiblemente.
Soy la que le pillaba más a mano, es todo.
—Flipo. ¿Qué soy? ¿Un insensible? ¿Un mierda? ¿Eso
pensáis de mí?
—No, qué va, no te lo tomes así. Prefería hablar con una
tía, ya está —le explico a modo de disculpa.
—¿Por qué, nano? Cuéntame qué te pasa. Yo también sé
escuchar. Venga, suéltalo, vais a alucinar con la sensibilidad
que tengo… —Se pone serio y arruga las cejas. Estrella y yo
intentamos aguantar la risa.
Respiro hondo y me paso una mano por la cara.
—No tienes por qué hacerlo, Chus. No te sientas
obligado.
—No pasa nada, tiene razón. Debería poder hablar de
estas cosas con un colega, para eso están… A ver, ¿por
dónde empiezo? Resulta que el sábado hay una cena con
toda la peña del instituto. Me ha dicho la directora que
tengo que ir… Y estará Vero con el tío ese, y también estará
Inés con su marido, que ha vuelto con él. Y nada, que me da
todo el bajón ir solo. Le he pedido a… Bueno, a una tía con
la que estuve liado una temporada que viniera conmigo, y
me ha dicho que pasa. Y me jode. Sé que no quiere nada
conmigo, pero pensaba que me haría el favor. No me
apetece verlas a las dos en plan parejitas y estar allí yo
solo, siempre solo, joder. No quiero darles lástima…
—¿Con quién has estado liado que no me he enterado?
¿La conozco? ¿Está buena?
—Y he aquí el alarde de sensibilidad de mi marido —
ironiza Estrella.
—Perdón, perdón, vale, ¿qué se pregunta en estos casos?
¿La conozco? ¿Eso lo puedo preguntar?
—Preguntando eso estás pensando más en ti y en
satisfacer tu curiosidad que en cómo se siente él. —Sigo con
atención el diálogo entre ellos dos como si la cosa no fuera
conmigo.
—Vale, lo pillo. —Samu vuelve a ponerse serio y se dirige
a mí—. ¿Cómo te sientes, nano? Cuéntame.
Estrella y yo empezamos a descojonarnos a la vez.
—Joder, cabrones, ¿no era eso lo que tenía que
preguntar?
—Sí, sí —confirma Estrella—, pero es que te ha quedado
muy raro, cariño, estás muy gracioso.
—Pues mal, nano, me siento mal. Entiendo que no quiera
nada conmigo. Yo tampoco quiero ya nada con ella, la
verdad, pero es amiga, pensaba que me echaría un cable…
—¿Es amiga? ¿Una del insti? No, porque ella iría igual a la
cena… ¿Qué más colegas tienes? Greta no, claro, ¿es
Claudia? ¡Es Claudia! Porque la zumbada esa que tienes en
casa ni de coña… ¡Tiene que ser Clau! ¿Te la has tirado?
¡¿Te has tirado a Claudia?!
Se lleva una palmada de Estrella, no sé si por hacer de
detective, por haberlo adivinado o por llamar zumbada a
Carina.
—Sí, es Claudia —suspiro—. Pero no digas nada, nano, no
se lo cuentes a nadie.
—No, no, soy una tumba, pero necesito datos… ¿Cuándo
te liaste con ella? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Lo lleváis bien
ahora como amigos?
—Sí, lo llevamos bien, nunca fuimos más que amigos,
ella no quería. Creo que está muy colgada de otro.
Al momento de decirlo me arrepiento, no he pensado que
el tío del que creo que sigue colgada y el que me lo está
preguntando son la misma persona.
—Pero ¿está con otro entonces?
—No, creo que no, está colgada de un tío casado, por eso
no quiere nada serio con nadie… —improviso y miro de
reojo a Estrella, que observa con cara de póker. Nadie diría
que sabe perfectamente de qué va el rollo.
—¿Está liada con un tío casado? Joder con Claudia, no me
lo hubiera imaginado en la vida, crees que conoces a
alguien y mira…
—No sé si ha llegado a liarse con él —miento un poco, sé
perfectamente que no se ha liado nunca con él—, igual solo
es algo platónico, no sé.
—Pues espero que no se vuelva una loca como la de la
peli aquella que mataba un conejo —se descojona Samu—,
pobre hombre.
—Ya, bueno, ya se apañará —me río—. Eso me da igual,
lo que me jode es que no haya querido hacerme el favor.
—Pues sí, qué cabrona, ya ves tú lo que le costaba —se
indigna Samu.
—Bueno, pues eso, que me he agobiado hoy de pensar
en volver a ver a Vero, además que irá a la cena con el tío
ese… y súmale a eso que Inés haya vuelto con su marido…
No sé, que es lo normal, aún están casados, pero yo qué sé,
me he agobiado de pensar en ir solo y por eso he recurrido
a Clau… Y ha pasado de mi culo que no veas… Pero bueno,
que no le doy más vueltas, ya está, iré solo, no es el fin del
mundo.
—Siempre puedes no ir —interviene Estrella—. Si no te
vas a sentir cómodo, no tienes por qué hacerlo.
—Quiero ir, no quiero que ninguna de las dos siga
condicionando mi vida… Y tampoco quiero que piensen que
no voy por ellas. Paso, iré. Además, la directora me ha dicho
que no era opcional.
—Bien pensado, nano. Que vean que te dan igual.
—No me dan igual —me río sin ganas.
—Bueno, pues que lo piensen —sonríe Samu.
—Por eso quería llevar pareja. —Me froto la cara.
—Si solo fuera Inés, iría yo contigo —dice Estrella—. Pero
con Vero ni de coña.
—No, claro, con Vero no cuela —vuelvo a reírme sin
ganas.
—¿Y una puta? —pregunta Samu e inmediatamente se
lleva una colleja de su mujer.
—No, nano —me descojono—. No pienso contratar a una
prostituta para algo así… Ni para nada, vaya.
—Vale, vale, solo era una idea, estoy intentando pensar
soluciones…
—Anda que, vaya solución… —Estrella niega con la
cabeza.
—Bueno, tíos, gracias. —Me pongo de pie—. Voy a ver si
hablo con Carina antes de que se duerma, que seguramente
mañana vuelva a ser el bicho infernal de siempre.
—Adiós, Chus. —Estrella se levanta y me da un abrazo.
Samu se pone de pie también.
—Vamos, nano, te acompaño a la entrada.
Llegamos a la puerta y Samu la mantiene abierta
mientras yo salgo al rellano.
—En serio, tío, la próxima vez habla conmigo, que
también sé escuchar.
Asiento en silencio.
—Y tenemos una conversación pendiente —susurra—.
Quiero detalles de lo de Claudia.
Me río como respuesta y voy hasta la puerta de mi casa.
—Buenas noches, nano —susurro yo también antes de
entrar en mi piso.
51. ¿Todos piensan eso?
CHUS

Con un suspiro voy hasta su puerta y toco suavemente


con los nudillos.
—Carina, ya estoy de vuelta.
—Vale —responde desde dentro. Guay, está despierta.
—¿Estás mejor?
—Estoy bien.
—Voy a entrar.
No hay respuesta. Abro la puerta y la veo tumbada en la
cama con la cabeza bajo la almohada. Voy hasta allí y me
acomodo a su lado.
—Siento lo que te he dicho antes, tía. De verdad que
pensaba que lo sabías. Creía que te gustaba putearnos y
que lo hacías con toda la intención.
—¿Por qué iba a hacer eso? —pregunta mientras saca la
cabeza de debajo del almohadón. Se incorpora y se queda
sentada frente a mí.
—Yo qué sé, tronca. Llevo preguntándome eso desde que
viniste. No entendía por qué te caíamos tan mal.
—¿Todos piensan eso? —pregunta en un susurro.
—Creo que sí —asiento con la cabeza.
—Yo creía que éramos amigos, que era una más de
vosotros…
—¿De verdad no te das cuenta de lo poco afortunados
que son tus comentarios?
—¿Qué diferencia hay entre las cosas que yo digo y las
bromas que os hacéis entre vosotros?
—No sé, entre nosotros es diferente… Nos conocemos de
toda la vida, nos tenemos más que calados.
—¿De verdad a Loui le caigo mal? —Me mira con ojos
vidriosos y a mí me parte el corazón.
—Lo siento, tía. Pero lo podemos arreglar. Venga, yo te
ayudaré a llevarte mejor con todos ellos. ¿Qué te parece si
invitamos a Loui y a Piero a cenar aquí mañana para
empezar? Yo te puedo ayudar a ser amable con él. Es un tío
de puta madre, ya verás qué rápido le empiezas a caer
bien… ¿Qué dices?
Ella asiente con la cabeza mientras se frota la cara,
parece que se ha pillado un buen berrinche mientras yo no
estaba…
—Vale, diles que vengan a cenar mañana —asiente—.
Cocino yo.
52. Nivel de perturbación
CHUS

Piero y Loui llegan puntuales. Les abro la puerta y los dos


me sonríen, como es normal en ellos. Una vez dentro, a Loui
se le ensombrece un poco el gesto al ver a su cuñada, pero
lo disimula con su discreción natural. Piero se acerca a su
hermana, se abrazan y se dicen cosas en voz baja en
italiano. Loui y yo esperamos pacientes a cierta distancia.
Ella se separa de su hermano y se acerca a su cuñado.
—Hola, Luis, me alegro de verte. —Me mira un momento
y yo asiento con la cabeza, intento darle ánimos, aunque lo
cierto es que el tono con el que lo ha dicho ha quedado un
poco robótico. A continuación, lo abraza y él se tensa un
poco—. Gracias por venir.
—Hola, Carina. Gracias por invitarnos —contesta Loui con
su educación habitual.
Ella y su hermano van a terminar de poner la mesa y yo
aprovecho para acercarme a mi amigo.
—Pónselo fácil a la chavala, nano —susurro mientras le
doy una palmada en la espalda—. Lo está intentando.
—Claro, sin problema.
Nos sentamos los cuatro a cenar. Yo lo hago entre Carina
y Piero, frente a Loui. La ensalada que ha preparado la
italiana es rara, como ella, supongo. Tiene una combinación
de ingredientes peculiar y un aliño que no había probado
nunca, pero me gusta. Piero no para de hablar y sonreír.
Loui está algo serio, pero contesta cuando su marido lo
interpela y sonríe de un modo un pelín forzado.
La conversación no fluye todo lo natural que cabría
esperar en un grupo de amigos, quizá porque la situación es
un poco extraña. Empiezo a pensar que igual una cena no
ha sido buena idea, a lo mejor hubiera sido preferible
empezar por unas cervezas…
—Chus, me alegro de verte hoy de mejor humor, ayer
estabas fatal… —suelta la italiana, supongo que para
romper uno de los incómodos silencios que se forman de
vez en cuando.
—¿Estabas mal? ¿Te pasó algo? —pregunta Loui.
Piero estira el brazo y posa su mano sobre la mía.
—¿Todo bien? ¿Qué pasó?
Resoplo y decido contarles lo que les conté ayer a Samu
y Estrella, en parte para desahogarme y en parte para llenar
el silencio tenso que se crea cuando nadie habla. Omito
deliberadamente la parte de Claudia, no es necesaria para
la historia. Y omito también, por supuesto, el incidente de la
ducha. Espero que no lo suelte Carina, la veo capaz.
—Ojalá pudiera ayudarte con eso —dice Piero cuando
termino mi relato.
—Sí —añade Loui—, no sé de qué manera echarte una
mano.
—No podéis —suspiro—. No pasa nada. Iré. Iré solo,
puedo con esto.
—¿Era eso lo que te pasaba? —pregunta Carina—. ¿Cuál
es el problema? ¿Ir solo? Cazzo, puedo ir yo contigo.
—Claro, qué buena idea —exclama su hermano—.
Puedes ir con Carina.
Loui suelta un pequeño bufido.
—No sé yo… —me río entre dientes.
—Me comportaré, lo prometo. Pensaré las cosas antes de
decirlas. Venga, Chus, yo te acompaño…
—No sé, tronca, a veces eres muy animal…
—No, no, verás que lo hago bien… Me pondré muy
guapa, con tacones para parecer más alta y un vestido con
escote… Me sienta bien el escote, tengo tetas bonitas…
Mira.
El tiempo se ralentiza en este preciso instante y
comienza a avanzar muy despacio. Carina, un poco girada
hacia mí, se levanta la camiseta y nos enseña las tetas. Mis
ojos van directos ahí por acto reflejo. Intento apartarlos,
pero soy incapaz. Se ha quedado corta en su afirmación, sus
tetas son perfectas. Algo brilla junto a uno de sus pezones,
dos bolitas metálicas. Joder, también lleva un piercing ahí.
Veo con mi visión periférica que Loui se lleva una mano a la
cara y Piero da un golpe en la mesa y se pone de pie. Parece
que está diciendo algo, pero no lo oigo. Necesito desviar la
mirada, pero no puedo hacerlo. Siento que me falta el aire,
creo que he dejado de respirar durante unos segundos. Cojo
una bocanada para compensar y algo de comida, intuyo que
un trozo de nuez de la ensalada, se va por donde no toca.
Mierda, joder, me ahogo.
Comienzo a toser con fuerza. Tengo el conducto
bloqueado. Me ahogo, me muero.

Nivel de perturbación: Muerto por mirar tetas.

Es una muerte patética, pero nadie se va a sorprender.


—¡Piero! —exclama Loui a la vez que me señala con la
mano. Su voz me llega algo amortiguada.
El italiano viene hacia mí mientras sigue gritándole a su
hermana, que, por suerte, ha vuelto a bajarse la camiseta.
—¿De verdad no te das cuenta de que no puedes hacer
esas cosas delante de la gente? —Se coloca detrás de mí y
me rodea con sus brazos. Mi cara ya tiene que estar de
color azul por lo menos—. Cazzo, Carina, tienes que pensar
un poco antes.
Presiona con sus puños en mi esternón y
automáticamente lo que me cortaba la respiración sale
despedido de mi boca. El aire vuelve a llenar mis pulmones
y el tiempo regresa a su velocidad normal.
—¿Mejor? —me pregunta ahora a mí el italiano
pasándome una mano por la espalda.
—Sí, nano, gracias —consigo decir con la voz ronca y los
ojos llorosos.
—Perdona, Chus, no debí hacer eso —se disculpa ella.
—No, no debiste —responde su hermano muy serio.
Loui se pasa una mano por la cara, pero no dice ni una
palabra.
—No pasa nada —consigo decir—. Solo me ha pillado por
sorpresa.
El resto de la cena transcurre entre conversaciones
banales y desconectadas entre sí y silencios tensos. No
alargamos demasiado la sobremesa, Piero y Loui se largan
enseguida con la promesa de que repetiremos en breve.
—No ha ido muy bien, lo siento —dice Carina desde el
sofá en cuanto nos quedamos solos.
—¿Tú crees? —me río y voy a sentarme con ella. Desde
que he vuelto a respirar, estoy de mejor humor y ya me
parece hasta cómico lo que ha pasado.
—No sé en qué estaba pensando… —sonríe—. Supongo
que no estaba pensando.
—Eso parece, sí. ¿Por qué haces esas cosas?
—Yo qué sé, no pensé… Solo son tetas, no pensé que te
ahogarías.
—Pues ha faltado poco, suerte que estaba aquí tu
hermano.
—Sí, la verdad —suelta una risita—. Bueno, no has
contestado… ¿Quieres que te acompañe yo?
—No sé, tronca, no quiero que me la líes con la peña del
curro. —Me paso una mano por la cara mientras me río—. Ya
me la lío yo solo bastante.
—Venga, Chus —se pone de rodillas en el sofá, coloca sus
manos en mis hombros y me agita un poco—, verás que me
porto fenomenal, seré la misteriosa italiana de pelo rosa que
ha traído Chus… Ya los estoy oyendo murmurar… «¿De
dónde habrá sacado el profesor de Filosofía una chica tan
guapa con unas tetas tan perfectas?».
Me río.
—¿Qué contestas?
—Vale, sí —me vuelvo a reír—. Sé que me voy a
arrepentir de esto, pero bien, ven conmigo.
Ella suelta un gritito y levanta las manos de mis hombros
lo justo para abrazarme. Del ímpetu con que lo hace,
acabamos los dos tumbados en el sofá, con ella sobre mí.
Me besa la mejilla y sonríe.
—Ya verás como no te vas a arrepentir.
—Ya me estoy arrepintiendo —me río.
El recuerdo de la cena, lo cerca que la tengo en este
momento y su cambio de actitud me ponen en guardia. Me
incorporo al momento para poner algo de distancia entre
nosotros. No tengo ninguna duda de que esta noche va a
acabar como la de ayer.

Nivel de perturbación: onanista recurrente.


53. Estás muy loca
CLAUDIA

Abro la puerta de casa y Greta entra como una


exhalación. Bueno, eso en lo que a actitud se refiere, porque
a efectos prácticos entra a velocidad de tortuga
condicionada por el enorme barrigón que llega bastante rato
antes que ella a los sitios.
—Joder, qué prisas —le digo—. ¿A qué debo el honor?
—Déjate de mierdas —me suelta.
—Eh, ¿qué pasa?
Estoy flipando, aunque en el pasado Greta y yo nos
hemos mosqueado más de una vez, no recuerdo que nunca
me haya hablado en ese tono. Da un poco de miedito. Entre
la barriga y la cara de mosqueo… No sé, da yuyu.
Suelta el bolso en el sofá y se gira a mirarme con los
brazos cruzados por encima de la barriga.
—¿Qué coño ha pasado con Chus?
Mierda, ya se ha ido de la boca, qué cabrón.
—¿Qué ha pasado con Chus? —tanteo el terreno, no vaya
a ser que esté hablando de otra cosa y la cague yo solita.
—Hablé ayer con él, estaba hecho polvo.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—No te hagas la tonta, Clau. Sé que has estado liada con
él.
—Es cosa nuestra, somos mayorcitos —resoplo.
—Pero ¿cómo se te ocurre? ¡Sabes de sobra cómo es
Chus! —exclama.
—Ya, bueno, no será para tanto… Si está hecho polvo no
es por mí, te lo aseguro… Lo nuestro estaba claro desde el
principio, nunca le di falsas esperanzas. Él sabía lo que
había.
—Pero te ha pedido un favor. Sigue siendo tu amigo, ¿no?
¿No puedes hacerle un puto favor?
—No, no, que Chus es muy dado a confundir las cosas…
Y no quiero malentendidos. No voy a ir con él a una cena y
hacerme pasar por su novia. Ni de puta broma, vaya.
—Y ¿qué pasó con Tato? —cambia de tema directamente
y me mira de un modo acusador.
—Tato es el pasado, hace como cuatro años que
rompimos, ¿qué pinta ahora aquí?
—Dime por qué rompisteis.
—¿A qué viene esto?
—Dime por qué rompisteis —insiste.
—No funcionó. —Me encojo de hombros—. Lo intenté,
estuvimos un par de años saliendo, rompiendo y volviendo
hasta que lo dejamos definitivamente.
—Y ¿por qué no funcionaba? —pregunta muy seria
mientras camina hacia la ventana. Joder, la conozco como si
la hubiera parido, la estoy viendo venir…
—Yo qué sé, Greta, ¿a qué viene esto? No funcionó y
punto. Es agua pasada…
—Hablando de agua pasada —mira hacia el edificio de
enfrente—, es curioso que desde tu casa se vea una
panorámica perfecta de la de Samu.
—No es curioso —me defiendo—, es casualidad.
—No me tomes por imbécil, Clau. —Se gira de golpe a
mirarme—. Dime la puta verdad, ¿sigues colgada de Samu?
¿Por eso no funcionó lo tuyo con Tato? ¿Por eso no quisiste
ni intentarlo con Chus? ¿Por eso te pillaste este piso? ¿Para
poder espiarlo?
—¡Espiarlo! Cómo te pasas, estás muy loca… Son todo
coincidencias.
Me mira fijamente y adivino que no está para chorradas.
—Si valoras un poco nuestra amistad, sé sincera
conmigo. Te conozco de sobra, tía, son muchos años…
¿Sigues colgada de Samu? Sé de sobra la respuesta, pero
necesito oírtelo decir.
—Puede que un poco, nada importante.
Levanta las cejas en señal de que no me cree.
—Vale, joder, puede que más que un poco.
Repite el gesto.
—Mierda, sí, no lo he superado… Una no elige de quién
se enamora… ¿O es que si tú hubieras podido elegir de
quién enamorarte habrías escogido a Marc?
—Pero, tía, ¡que está casado! ¡Casado! ¿Qué parte es la
que no entiendes? ¿No ves que es enfermizo que te hayas
pillado una casa desde la que se ve la suya?
—… Casualidad… —insisto ya en un murmullo, porque no
me lo creo ni yo.
—Eres muy masoca, tía, ¿no lo ves? ¿Qué haces? ¿Le
espías por la ventana? Es feliz con Estrella, supéralo y sigue
con tu vida…
—No me hagas reír —protesto—. ¿Cómo va a ser feliz en
esa vida de mierda que lleva con la coneja esa?
—No hables así de Estrella.
—Hablo como me da la gana —me defiendo, he abierto la
caja de Pandora y ya no hay quien me calle—. La pánfila esa
no puede hacerle feliz. Ya se dará cuenta y, cuando eso
pase, yo estaré aquí para él.
Igual he hablado de más, pero Greta parece que tiene un
don para hacerme soltarlo todo.
—No te metas en medio de ellos dos, ¿me oyes? —Me
señala con un dedo acusador.
—Si pudiera conseguir algo metiéndome en medio,
querría decir que ese matrimonio hace aguas por algún
lado, ¿no?
—Clau, déjate de mierdas, déjalos tranquilos…
—Pero si no he hecho nada. —Levanto las manos para
dejar clara mi inocencia.
—¡Te has comprado un piso para espiarlos!
—Hala, exagerada, espiarlos… Como si a mí me
interesara lo que hace la mosquita muerta esa que lo tiene
pillado por las pelotas…
—No hables así de Estrella, que es como una hermana
para mí. —Se está empezando a mosquear de verdad.
—¿Desde cuándo?
—¿Cómo que desde cuándo? Desde que nací. Ya sabes
cuál era nuestra situación. La he considerado una hermana
desde siempre…
—Es la misma situación que tenías con Marc… ¿Él
también era un hermano para ti? A ver si va a resultar
entonces que eres tú la perturbada…
No me da tiempo a terminar la frase, porque se acerca
hasta mí y me da una hostia que me gira la cara. Vale, igual
me he pasado un poco, pero es que es nombrar a Estrella y
me ciego, le tengo mucho asco.
Greta me señala con el dedo, a punto de decir algo, pero
se interrumpe para dar un grito y cogerse la barriga. Hostia,
hostia, por favor, que no se ponga de parto en mi casa.
—¡Joder! —Se aguanta la barriga un momento antes de
relajar la cara y seguir hablando—: Lo que has dicho de
Marc es asqueroso, no me esperaba algo así de ti… Y, por
última vez, deja en paz a Samu y Estrella.
—Pero si yo les dejo en paz… No he hecho nada, joder,
Greta, parece mentira que no me conozcas…
—Pues empiezo a pensar que no te conoz… ¡Ah,
jodeeeeeeeer! —Se vuelve a coger la barriga y a mí me
empieza a dar muy mal rollo. La quiero mucho, pero no
tengo ningún interés en ver salir a su retoño.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? ¿Te llevo a algún sitio?
—Estaré bien cuando me prometas que… ¡Aaaaaaaah,
hostiaaaaaa!
—Vale, tía, me estoy acojonando.
—Sí, puede que esté de parto. ¡Jodeeeer! —Me pasa su
móvil—. Llámale tú, anda, ¡joder!
—¿A Marc? —pregunto por inercia buscando el contacto.
—¡¿A Marc?! —gruñe—. ¡A Piero!
—Claro, coño, mucho mejor.
Hablo con el italiano, que me dice que la lleve a su
consulta, que él va de camino.
—Ya está, vamos a coger un taxi —le digo. Ella solo
asiente con la cabeza como respuesta.
—Vale… Llama… también… a… Marc…, que…, como…
se… pierda… el… parto…, me… volverá… a… pedir… otro…
54. El parto
CHUS

—¡Un poco más, nena, lo estás haciendo muy bien! —


oímos gritar a Marc a través de la puerta cerrada.
—¡¿Que lo estoy haciendo bien?! ¡¿Hay alguna manera
de hacer esto mal, gilipollas?!
A todos los que estamos en la sala de espera nos da a
risa.
—¡Quiero drogas, Piero, dame drogas!
—¡Ya es tarde, bella, no harían efecto a tiempo! ¡Venga,
que ya casi está, un último empujón!
—¡Llevas diciendo eso media hora y nunca es el último!
¡Sácala ya, joder!
—¡Venga, nena, que ya casi está!
—¡Argh, tú cállate, que todo esto es por tu culpa! ¡No vas
a volver a tocarme, ¿me oyes?!
De nuevo nos descojonamos todos los que estamos
esperando.
—Ah, qué recuerdos… Cómo me suena esa frase —
suspira Samu—, y qué mentira más grande…
Estrella se ríe y le da una colleja. Lleva al bebé más
reciente en brazos, han dejado a los otros dos en casa de la
madre de Samu, porque las de Marc y Greta están aquí,
lógicamente.
—Voy a por unos cafés —me susurra Carina, que está
sentada a mi lado, antes de levantarse. Yo solo asiento con
la cabeza.
La sala de espera de la consulta de Piero es mejor que la
de cualquier hospital. Tiene varios sofás y butacas
infinitamente más cómodos que las típicas sillas de plástico
de las salas de espera de la Seguridad Social. En uno de los
sofás están sentados Samu, Estrella y Loui; en otro las
madres de Greta y Marc y la hermana de Greta, Emma. Los
hermanos aún no han llegado y el padre de Marc ni está ni
se le espera, por supuesto. Gina va de unos a otros
claramente excitada. Se acerca a Loui y le enseña el dibujo
que estaba haciendo hace un momento.
—Mira, somos mis papás, Piero, tú, yo y mi hermanita…
—A ver. —Samu se asoma a mirarlo por encima del
hombro de Loui—. A nosotros no nos has puesto, sobrina
chunga…
—No cabía más gente —se defiende la niña.
—Pues haber quitado a tu padre o a Piero, que los tienes
muy vistos… Además, yo soy más guapo.
—Tsss… Ya te gustaría, flipado —interrumpe Loui.
—Eso, ya te gustaría, flipado —lo imita Gina.
—Te vas a enterar. —Samu se gira hacia la cría con una
sonrisa diabólica. Gina da un grito y sale corriendo justo
antes de que él haga lo mismo pisándole los talones.
Se tiran un rato de gritos, risas y carreritas hasta que
finalmente Samu deja de fingir que ella es más rápida, la
alcanza y empieza a torturarla a cosquillas sobre el sofá que
estaba vacío.
—De verdad que a veces me pregunto quién es más crío
de los dos —se ríe Estrella.
—Ella.
—Él.
Gina y Samu contestan a la vez señalando al otro. Todos
nos reímos porque es cierto que a veces parece que la cría
de nueve años le gane en madurez mental. Aunque, ¿quién
soy yo para hablar?
Claudia, que estaba sentada en una butaca en el otro
extremo de la sala, se levanta y viene a sentarse a mi lado,
en el hueco que ha dejado Carina en el sofá donde estoy
ahora yo solo.
—¿Podemos hablar un momento? —susurra.
—Claro —asiento.
—Vamos a otra sala. —Se pone de pie y yo la imito.
La sigo hasta la habitación de al lado, donde está Carina
haciendo café. Nos dirige una mirada rápida y al momento
la desvía de nuevo a la cafetera.
—¿No hay otro sitio? —pregunta Claudia en un murmullo.
—¿Qué quieres, Clau?
Señala con la cabeza a la italiana y yo hago un gesto con
la mano invitándola a hablar. Me da igual que esté aquí
Carina, no sé qué mierda querrá decirme, pero no creo que
sea algo que ella no pueda oír.
—A ver —susurra—, siento lo del otro día. Creo que fui
injusta contigo… Ahora sé que solo me pedías un favor
como amigo. No me cuesta nada hacerlo, la verdad. Si me
aseguras que solo quieres que te acompañe como amiga y
que no te estás montando ninguna película, te acompañaré
a esa cena.
Miro por el rabillo del ojo a Carina, que está de espaldas
a nosotros, concentrada en la cafetera, pero noto que se
tensa cuando Claudia dice eso.
—No hace falta, Clau, gracias. Ya tengo con quién ir.
—¿En serio? ¿Con quién? —pregunta mientras pestañea
un par de veces.
—¿Te sorprende que alguien quiera pasar una noche
conmigo o hacerme un favor a la primera? —cuestiono con
una sonrisa torcida.
—No, no, claro que no —miente—. Solo es curiosidad…
¿Con quién?
Señalo a Carina con la cabeza. Ella no se percata porque
sigue de espaldas a nosotros.
—¿En serio? —susurra—. ¿Vas a ir con la zumbada esa?
«Mira quién fue a hablar de zumbadas», pienso mientras
asiento con la cabeza.
—No es buena idea, Chus. Dile que al final no hace falta
y te acompaño yo, en serio —dice en un murmullo apenas
audible—. Que te la puede liar mucho en una cosa así.
—Está decidido —niego con la cabeza—. Voy con ella, no
te preocupes, pero gracias por el ofrecimiento.
—Cazzo! ¿Dónde hay tazas normales? —pregunta Carina
al aire mientras sostiene los vasos de café desechables en
una mano y con la otra abre el armario que queda sobre la
cafetera—. ¡Aquí! Menos mal. —Se gira a hablarnos a
nosotros mientras vuelve a dejar los de usar y tirar junto a
la cafetera—. Odio las cosas de plástico.
Yo aprieto los labios para no reírme mientras ella pone un
montón de tazas en una bandeja, junto con la cafetera, y se
marcha hacia la otra sala. Me deja a solas con Claudia, que
parece no haber pillado la indirecta de la italiana.
—En serio, Chus, que esa chica te la puede liar mucho en
una cosa de curro. De verdad que no me importa hacerte el
favor.
Medito durante apenas un segundo las posibilidades y no
dudo ni por un momento en volver a rechazar su propuesta.
Ya es tarde, está decidido. Sé que con Carina estaré toda la
noche en tensión esperando que diga alguna burrada,
enseñe las tetas o incluso algo que aún no me pueda ni
imaginar, pero no tengo dudas de que ir con ella será
infinitamente más divertido que con Claudia.
Además, que la autoestima de cualquiera tiene un límite
de «no quiero nada contigo» y «no te confundas» que
puede soportar.
—Olvídate, Clau. Gracias, pero está decidido: iré con
Carina, no te necesito.
Ella parece que va a decir algo, pero el llanto de un bebé
nos interrumpe y salimos corriendo hacia la habitación de al
lado. Unos minutos después, aparece Marc sin camiseta con
el bebé pegado al pecho.
—Gina, ven a conocer a tu hermana —murmura mientras
se agacha.
—¿Ya tiene nombre? —pregunta la niña al acercarse y él
niega con la cabeza—. ¡Papá, que necesita un nombre!
—Lo sé, lo sé… —susurra él.
Todos los demás nos acercamos a ver a la cría.
—¡Pues nada! —oímos gritar a Greta desde la sala de al
lado—. ¡Como ya ha nacido el bebé, a la madre que le den!
—Bella, es la novedad. —Piero se ríe—. Luego vendrán a
hacerte caso.
Un bufido de Greta como respuesta nos hace reír a todos.
Las madres de Marc y Greta, junto con Emma, entran a
verla a ella. Loui las sigue también. Los demás nos
quedamos mirando al bebé pringoso y a su padre, que se le
ha quedado una cara de tonto que no puede con ella.
55. Un secreto
CHUS

Carina y yo caminamos en silencio de camino a casa.


Supongo que los dos vamos pensando en el nacimiento que
acabamos de vivir. Ha sido muy emocionante, la verdad,
una nueva vida siempre lo es. Es extraño que ella no haya
hecho ni un comentario desde que nos hemos ido de allí. Es
muy inusual este silencio. Está rara, parece incluso
taciturna.
«¿Taciturna? ¿Qué me creo, Bécquer?».
La miro de reojo de vez en cuando. Está como tristona,
pero no dice nada.
—¿Estás bien? —Me animo a preguntar por fin—. ¿Te
pasa algo?
—¿Te cuento una cosa? —murmura sin dejar de caminar.
—Claro.
—Yo podría tener ahora un hijo de unos seis años —me
suelta—, pero aborté.
Me quedo helado, aunque mis pies siguen caminando por
inercia. No sé ni qué decir ante esto que me acaba de
contar. ¿Qué se contesta en una situación así?
—¿Cccómo? —pregunto no sin dificultad—. ¿Qué pasó?
—Pasó que era una inconsciente y una irresponsable y
me quedé embarazada por no ir con cuidado. Y decidí que
sería una madre horrible y que lo mejor era no tenerlo… Y le
pedí a mi hermano que lo hiciera él, y no quería, intentó
convencerme, pero finalmente lo hizo…
Instintivamente le cojo la mano mientras seguimos
caminando.
—Sé que habría sido una madre muy mala, y que fue lo
mejor para todos, pero pienso mucho en eso, ¿sabes? Piero
tenía razón, me dijo que era una decisión que me iba a
acompañar el resto de mi vida…
—Hace seis años tenías… ¿Veinte? Es normal que
tomaras esa decisión, no te culpes por eso…
—Sí, lo sé, pero a veces no puedo evitarlo…
Dejo de caminar y la atraigo hacia mí para abrazarla. Me
ha salido solo, necesito reconfortarla de alguna manera y no
se me ocurre otro modo. Ella empieza a sollozar.
—Qué tonta, ¿eh? —Se ríe y llora a la vez—. ¿Cómo se
puede echar de menos a alguien que no has conocido, que
no ha existido?
—Shhh —susurro abrazado a ella. Prefiero que no diga
nada, porque no sé cómo consolarla con una cosa así, no sé
ni qué decir.
—Me consuela pensar que habría sido la peor madre del
mundo.
Me río entre dientes como si le diera la razón, pero creo
que no la tiene en absoluto. Después de ver cómo se
maneja con los críos de Samu, tengo clarísimo que no
habría sido una mala madre, pero no se lo voy a decir, no
voy a ser yo el que le quite el único argumento que la
consuela.
—Bueno, no seas exagerada… Seguro que habrá por ahí
alguna peor… —Me río y ella lo hace también—. Y de
«padres» ya mejor ni hablamos, que tienes delante a uno
que sería lamentable…
—Certo —se ríe y levanta la vista para mirarme.
Ya no llora, pero tiene los ojos brillantes por haberlo
hecho. Y así, de la nada, siento el impulso de besarla. Juraría
que ella está pensando lo mismo, pero justo cuando mis
labios parecen estar tomando el control, mi cerebro
reacciona y los retiene.
Vale, se acabó lo de ir besando a amigas, que no trae
más que un marrón detrás de otro. Si algo he aprendido en
estos meses es eso: las amigas son amigas. No más besos,
no más sexo, no más nada.
Así que, simplemente, me separo de ella y vuelvo a
emprender la marcha hacia casa. Ella no dice nada, solo me
alcanza y sigue caminando a mi lado. Me coge de la mano,
como he hecho yo con ella hace un momento, antes de que
nos detuviéramos. Vale, ahí no veo problema, dos amigos
pueden andar perfectamente cogidos de la mano. Con esto
no hay peligro, así que solo le doy un apretón como
respuesta y seguimos caminando en silencio.
56. Esa risa
CHUS

—¿Me recomiendas un libro? —me pide en cuanto


entramos en casa.
—Claro —asiento—. ¿Qué te apetece?
—Reírme, por favor. Muchas risas.
—Vale. —Me acerco a una de las estanterías y cojo la
mejor opción que se me ocurre para que se ría—. Prueba
con este. Si es demasiado absurdo, me lo dices y te busco
otro.
—Sin noticias de Gurb[xxxiii] —lee el título en voz alta en
cuanto lo tiene en la mano—. ¿De qué va?
—Mmm… ¿No prefieres ir a ciegas?
—No, cuéntame.
—Pues… es como el diario de un extraterrestre que viene
a la tierra a buscar a Gurb, su compañero.
—Pfff… ¿Ciencia-ficción? —Pone cara de asco.
—No, no, ya verás como no es ese el rollo.
—Vale, me fío de ti. —Se tumba en el sofá, apoyando la
cabeza en uno de los brazos y con las piernas dobladas.
Como es tan pequeña, ocupa apenas dos de los asientos.
Me acomodo en el que queda libre al otro extremo y cojo mi
propio libro[xxxiv].
Empezamos los dos a leer en silencio.
—¿Quién es Marta Sánchez? —pregunta nada más
empezar.
Le explico rápidamente para ponerla en contexto y ella
suelta una risilla silenciosa. Vuelvo a la familia Buendía, a
ver si me aclaro entre tanto Arcadio y Aureliano.
—¿Quién es «conde-duque de Olivares»?
Me vuelve a dar la risa y le explico de nuevo.
—¿Quieres que busquemos en internet algún cuadro para
que lo visualices?
—No, no, shhh… Prefiero seguir leyendo.
—Vale —me río.
Continuamos con la lectura, cada uno a lo nuestro, pero
ella empieza a emitir un sonido, como un ronroneo, una risa
contenida. La miro de reojo un segundo y la veo sonreír.
Vuelvo a mi libro. Ella suelta una carcajada que inunda la
habitación. Después de saber cómo se sentía cuando
volvíamos hacia casa, ese sonido me reconforta. Me quedo
mirándola un momento y ella se da cuenta.
—Perdón —me dice entre risas—, pero… «una señora me
da una moneda de pesetas veinticinco —una carcajada le
impide decir leer la frase completa— que ingiero de
inmediato para no parecer descortés» —me lee en voz alta
y se vuelve a descojonar. Me río yo también, en parte
porque recuerdo esa lectura y en parte porque su risa es
contagiosa.
Seguimos un buen rato así, leyendo los dos en un
silencio interrumpido solo de vez en cuando por sus
carcajadas.
—«No debo volar ni andar sobre la coronilla… —hace una
pausa para descojonarse—… si no quiero ser tenido por
excéntrico…». —Se ríe tanto que tiene que limpiarse un par
de lágrimas con la mano.
Me río con ella y vuelvo a mis páginas. Ella sigue
descojonándose y soltando alguna carcajada cada poco. De
vez en cuando, acompaña la risa con unos golpes de su pie
sobre el sofá. Me contagia todas las veces. Para cuando
quiero darme cuenta, llevo un rato sin prestarle atención a
mi libro y solo la miro a ella. Verla reírse de esa manera me
hace sonreír como un gilipollas. Qué bonita es, joder. Y,
cuando se ríe, más todavía. Abre la boca en cada carcajada
y deja ver el piercing que lleva en la lengua y sus incisivos
algo separados. Me asalta el recuerdo de la noche que la
trajo Piero por primera vez, antes de conocerla; me pareció
tan bonita, me pareció un duendecillo cargado de magia…
Espera, espera… ¿Un duendecillo? ¿Cómo que un
duendecillo? ¿Es ella el duende? No es posible, ¿no? Eso fue
un pensamiento mío que no tiene nada que ver con ella…
¿O sí? ¿Y si me lo he imaginado todo? ¿Y si me he
imaginado hasta a la puñetera bruja? ¿Y si todo ha sido
fruto de mi cabeza por culpa de una fumada monumental?
Me cago en la bruja, real o ficticia, me ha jodido vivo. No
paro de hacer gilipolleces por el puto duende… Pero esta
vez no, si tiene que ser ella, no me vale solo con eso…
—Me voy a dormir, Carina, buenas noches —le digo
mientras me pongo de pie.
—Sí, y yo. —Se levanta ella también, pero, en su línea, se
queda de pie en el sofá en lugar de en el suelo.
Desde esa posición es unos cuantos centímetros más alta
que yo. Coloca sobre mi hombro la mano en la que no lleva
el libro y se inclina a darme un beso en la mejilla. Ese olor,
joder, huele a un jabón de vainilla que usa normalmente y
me encanta, tiene que ser comestible…
—Buenas noches, Chus —susurra junto a mi oído.
A continuación, baja del sofá de un salto y se mete en su
habitación.
Ya en mi cama, intento aclarar mis ideas, pero las
carcajadas que me llegan desde su habitación me hacen
sonreír como un imbécil y dejo de pensar en todo lo que me
rondaba. Simplemente me recreo en ese sonido
reconfortante y contagioso. Igual eso es lo mejor: no pensar,
solo dejarme llevar.
57. Español raro
CHUS

Llego a casa directo del curro. Hacía semanas que no


volvía tan temprano, desde antes de que se fuera mi
abuela, pero lo cierto es que los cambios de estos últimos
días me hacen querer llegar temprano. Me apetece ver a
Carina y pasar un rato con ella, que me cuente cómo le ha
ido el día… Sé que corro el riesgo de que me suelte alguna
barbaridad o haga algo inapropiado, pero asumo el riesgo,
aun así, tengo ganas de pasar un rato con ella.
Nada más entrar por la puerta, me recibe el sonido del
ukelele y la voz de Carina cantando, pero no identifico el
idioma. Está sentada en el respaldo del sillón, con los pies
en el asiento, donde descansa Tote. ¿De verdad es mucho
pedir que se siente como las personas?
—¡Chus! —Interrumpe la canción[xxxv] en cuanto me ve
entrar—. Qué pronto vienes. Ven, he aprendido una canción
nueva de un cedé tuyo que había por ahí… Pero me tienes
que ayudar con la letra, no la entiendo…
—¿Qué idioma era? No lo he identificado —digo dejando
mi bolsa en una silla.
Me acerco al sofá y me siento junto a sus pies. Ella le da
un golpecito al perro con el pie y este se baja al suelo.
Carina deja caer su culo para sentarse a mi lado y se gira
mirando hacia mí.
—Creo que español, pero raro, ¿no? No sé, te la canto y
me ayudas con la letra, ¿vale?
Asiento y ella vuelve a empezar a tocar la música y al
momento se pone a cantar.
—Ayquegu tito pamiso rejau / En terra Tito entretu
pieeeeenaaa / Y tú me disesay / que terres poooonda / Yoto
davía notés cuchau aytupe guuuuta / aynote oyo bieu /
porquean dosumer gido en tu mieu / Ay qué bien…
Joder, ya sé qué canción es… A ver cómo coño (nunca
mejor dicho) le explico de qué va la letra.
—¿Qué quiere decir? No la entiendo.
—No la cantas bien, es un acento andaluz bastante
cerrado. —Me paso una mano por la cara, qué marrón—.
Venga, empieza otra vez.
Lo hace y yo voy corrigiéndole las palabras que dice mal.
Tras varias vueltas a la estrofa en las que le he explicado el
significado de cada palabra distorsionada y ella ha ido
apuntándolo todo en un papel, creo que ya se la ha
aprendido de memoria.
—Pero entonces ¿de qué va la letra? ¿De qué está
hablando?
—Escúchala ahora que sabes lo que dice, ya verás qué
rápido lo pillas… —Por favor, que lo pille ella y no me haga
explicárselo.
—Vale, voy. —Empieza a tocar la música en su ukelele y
al momento se pone a cantar ya correctamente—: ay qué
gustito pa mis orejas / enterraíto entre tus piernas / y tú me
dices ¡ay! que te responda / yo todavía no te he escuchao,
ay tu pregunta / ay no te oigo bien / porque ando sumergido
en tu miel… / Ay, qué bien…
—¿Y bien? ¿Ya sabes de qué está hablando?
—No sé, mi mente enferma interpreta una cosa, pero no
creo que vaya de eso la canción…
—Sí, va de eso —confirmo.
—¿Seguro? Mira que yo he pensado en una comida de
coño…
—Qué animal eres, Carina. —Me paso una mano por la
cara mientras me río entre dientes—. Pero sí, habla de eso.
—Cazzo, con lo bonita que es la canción… —Vuelve a
tocar, esta vez otra parte—: como un conejillo entre tus
piernas / bebiendo tu esencia, siguiendo tu senda/ ay que
gustito pa mis orejas… ¡Pero es buenísima! ¡Me encanta!
Yo me río contagiado por su entusiasmo y porque la
canción me parece graciosa, la verdad.
—Otra vez desde el principio… ¡Chus, canta conmigo!
Me río y me intento resistir, pero finalmente me animo
porque la alternativa de quedarme callado oyéndola cantar
esa canción me resulta más incómoda. Al menos, si ahora
me pongo rojo puede parecer que es por el esfuerzo de
cantar.
Ella se pone de pie sobre la alfombra y baila y canta a la
vez que toca el ukelele. Sí, esa canción. Cuando por fin
termina, se deja caer en el sofá a mi lado.
—Soy muy fan de esta canción, se acaba de convertir en
una de mis favoritas…
—No está mal —me río.
—Ay, que te quiero enseñar los vestidos que he pensado
para la cena del sábado, para que me digas cuál te parece
mejor… Espera, que te los enseño.
Se mete en su habitación dando saltitos y vuelve a salir
al momento con varias prendas en la mano.
—Mira, este es sexi, pero igual demasiado, me lo pruebo
a ver qué te parece. —Se quita el pantalón mientras habla y
yo me pongo un poco tenso. Luego coge el bajo de su
camiseta y añade—: cuidado, Chus, vas a ver tetas, no te
ahogues.
—¡No, joder! ¡Cámbiate en tu habitación! —grito y me río
a la vez. Que no se despelote aquí, por favor.
—¿Qué más da? Si ya las has visto… y solo son tetas. —
Ignorando mi petición, se quita la camiseta mientras habla y
se queda solo en bragas.
Yo giro la cabeza instintivamente y miro hacia otro lado.
Ella se descojona.
—Si ya las has visto… Y-so-lo-son-te-tas.
—Va, vístete, por favor —le pido todavía sin mirarla. Ella
se ríe, pero parece que se está vistiendo.
—Ya. Demasiado para una cena con profesores, ¿no?
La miro y definitivamente sí. El vestido tiene un escote
que deja ver el piercing que lleva en el ombligo, y no es una
forma de hablar, es literal. Y la falda es tan corta que parece
un cinturón. Está buenísima, pero no es el rollo.
—Te sienta muy bien —las palabras se atascan un poco
en mi boca—, pero no lo veo para una cosa así.
—Sí, tienes razón, además, estarías nervioso toda la
noche, porque se me puede salir superfácil una teta en
cualquier momento, mira. —Con un movimiento sutil se
aparta un lado del escote y se le sale una teta—. ¿Ves?
Estarías toda la noche con peligro de asfixia…
—¿Quieres dejar de enseñarlas? —Me río, pero cierro los
ojos.
—No muerden, Chus, te lo prometo. —Se descojona—.
Cuidado, no los abras, que me estoy poniendo el otro y si
miras igual las ves sin querer… Uhhhhh —hace un sonidito
como de fantasma y yo me río.
—Vale, este es muy aburrido, me lo regaló mi cuñada
Laura, pero yo creo que mejor, ¿no?
Abro los ojos y sí, infinitamente mejor. Es un vestido
negro ajustado, de tirantes y con una abertura en el lateral.
Le está perfecto, como si se lo hubieran hecho a medida.
—Espera, espera, que me pongo los zapatos.
Entra en su habitación y sale al momento. Intenta
caminar y ponerse los zapatos a la vez, así que la cosa se le
va un poco de las manos y no se va al suelo de boca de
milagrito. Me levanto sin pensar y me acerco a ella a toda
velocidad por si acaso. Ella se detiene y termina de ponerse
unos zapatos de tacón de vértigo del mismo color rosa que
su pelo.
—Esto mola más con taconazos rojos de «ven y chúpame
la punta», pero con este pelo combinan mal —se ríe. Se
echa un vistazo, se recoloca el vestido y se lleva las manos
a las caderas en actitud de modelo—. ¿Y bien? ¿Qué te
parece? ¿Tenemos ganador?
Solo asiento con la cabeza.
—Mira, con estos tacones soy casi tan alta como tú. —Se
acerca a mí hasta que la punta de su nariz roza mis labios.
—Sí que son altos, ¿vas cómoda con ellos?
—Son años de práctica. Cuando eres un tapón, te tienes
que buscar la vida para parecer una tía buena.
—No necesitas tacones para eso —murmuro y la voz me
sale un poco entrecortada. Joder, ¿por qué no se aleja? Me
está poniendo nervioso.
Me da un beso en la barbilla y sonríe.
—Me puedo poner un cinturón o un pañuelo del mismo
color de los zapatos, para darle vidilla, pero eso ya lo
pensamos el mismo día. —Se da la vuelta—. ¿Me bajas la
cremallera?
—¿Yo?
—Tú verás, Tote no tiene manos.
—¿Cómo la has subido?
—Subirla me resulta más fácil. ¿Qué problema tienes? En
la espalda no tengo tetas…
«Como si solo fuera ese el problema…».
Cojo la parte superior de la tela con una mano y es
inevitable que el dorso de mis dedos roce su piel. Con la
otra bajo la cremallera todo lo deprisa que puedo y me
separo de ella.
—Voy a darme una ducha. Ahora salgo y pedimos algo de
cenar —digo algo apresurado antes de irme hacia mi
habitación.
Sí, no hay que ser muy listo para saber lo que ha pasado
y lo que voy a hacer en la ducha.
58. Comer castañas
CHUS

Estoy abriendo la mampara para salir ya de la ducha


cuando oigo su voz.
—Guay, ya has terminado. Estoy aquí, no te asustes.
Tengo tus gafas, ahora te las doy, pero primero escúchame.
—¡Coño, Carina, ¿qué haces aquí dentro?! —Menudo
susto me acaba de dar. Sin las gafas lo veo todo demasiado
borroso, así que decido quedarme plantado en el sitio,
aguantando la toalla como puedo, no me ha dado ni tiempo
a enrollármela bien alrededor de la cintura—. Pásame mis
gafas, por favor.
—Sí, ahora enseguida, pero antes te quiero comentar
algo. He pensado una cosa… Si vamos a fingir que somos
novios, deberíamos follar antes, eso le dará credibilidad.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué dices?! No, no, ni de coña. —De verdad
que a mí con esta chica me va a dar algo.
—Cazzo, ¿no te apetece? Soy pequeña, pero no lo hago
mal… Nunca se me ha quejado nadie.
—No es eso, Carina, joder… No puedes plantear una cosa
así en frío. Y dame las gafas, por favor.
—Espera, que estás muy mono cuando no ves nada…
¿Cómo se plantea «en caliente»?
—No se plantea, simplemente surge…
—¿Y si no surge? Yo soy más de hablar claro.
—Bueno, pues yo prefiero no hablar de esto, si no te
importa. Y ahora, si no vas a darme las gafas, sal de aquí,
por favor, para que pueda vestirme.
—Pero dime antes cómo se hace eso de que surja…
—No, Carina, ni de coña, no vamos a hacerlo, no va a
surgir. Somos compañeros de piso, lo complicaría todo.
—¿Por qué? ¡No! Somos adultos, podemos hacerlo. ¿Por
qué no quieres?
«Porque me gustas tanto que estoy seguro de que me
enamoraría de ti sin remedio y me dejarías el corazón
sangrando». Bien, ya me lo he reconocido a mí mismo, es
un primer paso.
—Porque no, Carina, yo no hago eso así como así…
—Con la de las tetas sí.
—Y mira cómo salió… No es lo mío…
—¿Estás seguro de que no quieres?
—Segurísimo.
—Vale, pues entonces, por lo menos tengo que verte
desnudo. Voy a estar con dos exnovias tuyas, si se ponen a
hablar de que, por ejemplo, tienes tres huevos, no quiero
quedarme con cara de tonta.
—Ni tengo tres huevos ni ellas se van a poner a hablar de
mí… —digo ya empezando a desesperarme.
—Ah, no sabes de lo que se puede llegar a hablar en los
baños de mujeres… Va, Chus, quítate un momento la toalla,
echo un vistazo y te dejo en paz. Lo necesito para meterme
en el papel de tu novia.
—Bueno, pues decimos que somos amigos o compañeros
de piso y ya, tampoco tenemos que decir una mentira. No
tengo nada que demostrarle a nadie… Quería ir con alguien
para no sentirme solo y tener con quién hablar, no hace
falta fingir lo que no somos.
—Oh, sí, hace falta. Quiero que se arrepientan de haberte
tratado mal, y que me tengan mucha envidia porque ellas
no te supieron apreciar a tiempo… —Se acerca mientras
habla, mierda.
—No te acerques más, Carina, sal del baño, por favor.
—Cazzo, quítate la toalla y me largo.
—¿Si me la quito un momento sales del baño y dejas el
tema de una vez?
—Sí, sí, te lo prometo, me largo y ya no hablo más de
esto.
—Vale, me la voy a quitar, pero no quiero comentarios. Y
aléjate de mí todo lo que puedas.
—Ni una palabra, lo prometo. —asegura mientras se
aleja. Bueno, al menos ha sido obediente en eso.
Respiro hondo y aparto la toalla. Resoplo y, cuando ya
voy a volver a taparme, ella me la quita. Qué rápida ha sido,
joder. O qué lento soy yo cuando veo borroso.
—No tiene gracia, Carina, dame la toalla.
—Cazzo, pero ¿tú has visto eso?
—Hemos quedado en que sin comentarios —protesto—.
Devuélvemela.
—Pero es que ahora quiero verla animada. ¿Puedo tocar?
—¡No! Ni de coña.
«Sándwich de plátano, sándwich de plátano…».
—Cazzo, es que hasta me apetece metérmela en la boca.
«Hostia puta, no hay sándwich lo suficientemente
asqueroso como para contrarrestar ese comentario».
—Cállate, joder —gruño y me tapo con las manos, en
vista de que no tiene intención de devolverme lo que es
mío.
Noto que se acerca a mí y al momento me envuelve la
cintura con la toalla.
—Perdona, Chus —susurra muy bajito y yo agarro fuerte
la toalla con mis manos—. No quería hacerte sentir
incómodo.
—Pues lo has hecho —refunfuño. Prefiero mosquearme
con ella antes que volver a pensar en los comentarios que
ha hecho hace un momento.
—Eres molto bello, Chus —murmura acariciándome los
brazos—, por dentro y por fuera…
Trago saliva sin saber qué hacer o qué decir. El timbre de
casa nos da un susto a los dos, que dejamos escapar una
risita nerviosa.
—Abro yo mientras te vistes —dice antes de darme las
gafas por fin y salir a toda prisa del baño.
Me pongo las gafas lo primero y, a continuación, paso a
mi cuarto y me visto con el primer pantalón de chándal que
pillo.
—¡Es Samu! —grita ella desde la habitación de al lado—.
¡Me voy yo a la ducha!
Salgo de mi dormitorio con la camiseta en la mano y veo
al rubio esperando junto a la cocina.
—No eres mi tipo, corazón —suelta con voz de tía cuando
llego hasta él y me pellizca un pezón—. Pero si tienes
muchas ganas, te pongo mirando a Cuenca —añade ya con
su voz normal.
—Calla, gilipollas —me río mientras me pongo la
camiseta.
Va hasta la nevera y coge dos birras. Me pasa una y
luego abre uno de los botes de cacahuetes que me devolvió
el otro día Carina. Se sienta de un salto en la encimera de la
cocina, yo hago lo mismo en la isleta que hay enfrente.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué estáis los dos tan
nerviosillos? ¿Te la has tirado?
—¡No, nano, ni de coña! —respondo un poco a la
defensiva.
—Vale, joder, te creo… Pero algo ha pasado, ¿no?
Resoplo y me paso una mano por la cara.
—Es surrealista lo que ha pasado…
—Cuéntamelo —sonríe.
Me giro un momento para comprobar que la puerta del
baño de Carina sigue cerrada. Vuelvo a mirar a Samu y le
cuento en voz muy baja lo que acaba de pasar.
—Hostia, nano, ¿tú ahí en bolas sin ver una mierda y ella
diciéndote esas cosas?
Asiento y trago saliva.
—¿Yuyu o morbazo? —pregunta.
—Un poco de yuyu, pero morbazo, nano, morbazo…
—Ya, normal… Pues tíratela, está buena.
—No, ni de coña. Ya he tenido bastante, no más sexo con
amigas, tío, no es buena idea… Además, que vivo con ella.
—Pues luego la echas de tu casa, ya ves tú qué
problema, yo solo le veo ventajas… —Se descojona el
cabrón y yo también.
—No, tío, no la voy a echar de casa —me río.
—¿Te mola? No, nano, no te cuelgues del bicho, que te
veo venir…
—Me parece que esa advertencia llega un poco tarde —
suspiro antes de darle un trago a la cerveza.
—No jodas, nano. ¿Te has colgado del bicho?
—No la llames así, joder.
—Vale, perdona. —Da otro trago—. A ver, alcance de
daños. ¿Te mola de «me la quiero tirar» o de «comer
castañas»?
—¿Comer castañas? ¿Es otra de tus guarradas? No quiero
saber, nano…
—No, no, es literal, un test infalible, yo con Estrella lo vi
claro: ¿preferirías tirarte a otra o acurrucarte con ella a
comer castañas?
Me empiezo a descojonar, lo que no se le ocurra a
Samu…
—Tienes que contestar —sonríe y yo suspiro.
—Comer castañas, nano. —Me froto la cara—.
Definitivamente, comer castañas.
—Qué jodido estás, tío —se ríe y en ese momento le
suena el móvil con el aviso de un mensaje. Lo lee al
momento—. Y yo también, que me reclama la jefa. —Se
vuelve a reír y apura su cerveza—. Venía a por leche, en
realidad.
Baja de la encimera, va hasta donde sabe que la guardo
y coge una botella. Yo bajo también de la isleta y lo
acompaño a la puerta.
—Si te mola de verdad, a por todas, nano. Da igual que
sea amiga, compañera de piso o hermana de Piero… Pero ve
con cuidado, que esta tiene más pinta de polvazo
legendario que de comer castañas…
59. Alguna alergia
CARINA

—¡Carina, ¿estás lista?! —Me llega la voz de Chus a


través de la puerta cerrada del baño.
—¡Casi! —contesto mientras me vuelvo a desmaquillar
los ojos por enésima vez, no consigo que me queden
iguales. Creo estoy un poco nerviosa, la verdad. Y no sé por
qué, si solo es una cena con gente que no conozco…
—Carina, ¿pasa algo? ¿Necesitas ayuda?
Abro la puerta y sostengo el lápiz delante de su cara.
—¿Me pintas la raya del ojo? No me sale bien…
Se queda blanco y me mira con cara de susto.
—Voy a por refuerzos —murmura y sale corriendo del
piso.
Aprovecho para terminar de peinarme y él vuelve al
momento con Estrella.
—Chus, ve a echarle una mano a Samu con los nanos, en
cuanto estemos, vamos para allá —dice ella cuando me ve.
Él asiente y se marcha.
—Vale, te has hecho una maldad, pero lo arreglamos
rápido.
Me desmaquilla toda la cara y vuelve a empezar desde el
principio.
—Es bonito que hagas esto por Chus… —susurra
mientras me pone la base de maquillaje.
—Tampoco es un esfuerzo ni nada… Es ir a cenar gratis y
me gusta estar con él.
Estrella sonríe y empieza a pintarme los ojos. Yo los
cierro, claro, no quiero quedarme tuerta.
—¿Me puedes hacer un favor esta noche? —pregunta en
un murmullo mientras me pinta la raya del ojo.
—Dime.
—Que a ese par de asquerosas les quede claro lo que se
han perdido —me pide con esa voz de niña buena que tiene.
Abro los ojos para mirarla y ella sonríe. Empieza a
pintarme los labios.
—Y no le hagas daño a Chus, que ya ha sufrido mucho…
Quiero defenderme, quiero decirle que no sé a qué viene
eso, que qué piensa que voy a hacer, pero me está pintando
los labios y no puedo hablar, claro, no quiero acabar como
un payaso.
Luego se pone a hablar de mi color de pelo y, para
cuando puedo yo volver a meter baza, no viene a cuento
recuperar el tema de hace un momento. Finalmente se
ofrece a peinarme y me hace algo raro en el pelo, no lo llevo
ni suelto ni recogido, pero el resultado me gusta. Me veo
rara, claro, nunca he llevado el pelo así.
—No parezco yo —digo al verme en el espejo.
—Estás guapísima. —Sonríe ella a mi lado—. Te pareces
un montón a tu hermano.
—Y tú al tuyo —me defiendo.
—Lo sé —se ríe—, pero no se lo digas a Samu, que le
dará bajón. Vamos, que ya estás preciosa.
Me despido de Tote, cojo el bolso y el fular y pasamos a
casa de los vecinos. El rubio silba cuando nos ve entrar.
—¡Menuda tronca tenemos aquí! Y tú tampoco estás mal,
Carina.
Chus se acerca a mí con las manos en los bolsillos y sin
mirarme directamente. Juraría que se ha puesto un poco
colorado, qué mono es. Lleva una camisa entallada de color
verde pistacho que estoy segura de que se la dio mi
hermano en algún momento. Está muy guapo.
—¿Lista? ¿Nos vamos? —pregunta mirando hacia otro
lado.
—Andiamo —contesto.
Él se pone una cazadora de piel marrón y nos
despedimos de Samu y Estrella.
—Estás muy guapa —dice rompiendo el incómodo
silencio ya en el ascensor—. Gracias por acompañarme a
esto.
—Me voy a portar bien, lo prometo. Nada de enseñar las
tetas.
Se ríe entre dientes y salimos a la calle.
Decidimos ir al sitio caminando, no está lejos y hace una
bonita y agradable noche de primavera. Él ralentiza la
marcha en cuanto se da cuenta de que tengo que dar dos
pasos por cada uno que da él. Entre los tacones y el vestido,
una tiene sus limitaciones.
—Si quieres cogemos un taxi.
—No, tranquilo, voy bien —aseguro—. Así charlamos.
Cuéntame cosas que deba saber tu novia.
Me da un poco de risa, nunca he sido novia de nadie, ni
de verdad ni de mentira.
—¿Qué quieres saber?
—¿Color favorito?
—No sé, ninguno en especial…
—Qué típico de los chicos. —Pongo los ojos en blanco—.
¿Comida favorita? No respondas, esa me la sé, los
cacahuetes esos empalagosos. —Se ríe—. ¿Algo de comer
que no te guste nada?
—Mmm… La mayonesa, aunque en la ensaladilla la
tolero, no sé, no soy muy maniático.
—¿Alguna alergia?
—¿De comer? No, ninguna.
—¿Hay alergias que no sean de comer? —me río, pero él
se pone rojo—. ¿Qué pasa, Chus? ¿A qué tienes alergia?
—No importa…
—Cazzo, claro que importa, tu novia tiene que saber a
qué tienes alergia… ¿A qué es?
—Al látex —murmura.
—¿A los condones? —Dejo de caminar para mostrarme
indignada, pero como él no se detiene, aprieto el paso para
alcanzarlo—. ¿Cómo no me lo habías dicho? ¡Eso una novia
tiene que saberlo!
—Pues ya te lo he dicho, ya lo sabes…
—¿No puedes usar condones entonces?
—Sí, los hay sin látex…
—Ah, vale, es que necesito saber estas cosas, cazzo, que
esta noche soy tu novia. Menuda cara de tonta se me habría
quedado si se ponen tus ex a hablar de condones sin látex…
—Eso no va a pasar, tranquila.
—Eso no lo sabes… ¿Qué más? ¿Una marca preferida de
condones sin látex?
—Cualquiera que tenga talla XL, no soy maniático. —Se
pone rojísimo, qué mono es, por favor—. ¿Qué hay de ti?
También tendré que saber yo cosas sobre ti para que sea
convincente…
—¿Necesitas talla XL? No me extraña, pues menos mal
que me lo has dicho…
—Ya, Carina, deja el tema. Te toca: ¿qué hay de ti?
Cuéntame ahora tú algo.
—No hace falta, a mí no me conocen. Invéntate lo que
quieras, yo te daré la razón en todo.
60. Exnovias dos
CHUS

Desde donde estoy plantado se ve ya la puerta del


restaurante. Hay bastante gente y no distingo a nadie desde
aquí. Carina ha entrado en una farmacia a comprar nosequé
porque le estaba rozando uno de los zapatos. Me enciendo
un cigarro mientras espero a que salga. En otro momento
me habría fumado un canuto, pero la verdad es que me
cuesta recordar la última vez que me hice uno. Igual estoy
madurando por fin y he dejado atrás esa etapa, quién sabe.
Desde luego que ir fumado a lo de esta noche sería muy
mala idea… aunque igual la mala idea es simplemente ir.
La italiana sale de la farmacia dando saltitos y se planta
a mi lado. Sonríe arrugando la nariz y sacando la lengua de
forma gamberra cuando llega hasta mí y deja ver el
piercing.
«Joder, sándwich de plátano, sándwich de plátano».
Se cuelga de mi brazo y me anima a caminar hacia el
sitio. Yo respiro hondo y emprendemos la marcha.
—Esto es un poco de viejos —susurra cuando casi
estamos llegando. Coge mi brazo y lo pasa por encima de
sus hombros—. Mejor así, es más de novios. Recuerda que
estás loco por mí y que te encantan todas mis
excentricidades —añade en un susurro en mi oído.
Me río entre dientes mientras la atraigo hacia mí con el
brazo que ha puesto sobre sus hombros. Le beso la cabeza
y susurro:
—Me encantan tus excentricidades y me vuelves muy
loco…
Me detengo en cuanto localizo a Vero. Está hablando con
Inés, no me extraña nada, es de los pocos profesores que
conoce. En la ONG solo curran Vero y una señora que está a
punto de jubilarse. No habrá venido. Pues nada, las tengo a
las dos juntas, yo mismo las presenté cuando Vero era el
amor de mi vida e Inés solo una buena amiga casada. En
fin, que empiece el espectáculo.
—¿Por qué te has parado? ¿Las has visto? ¿Dónde? —
susurra la italiana.
—Allí, junto a la puerta. Vero es la morenita pequeña del
flequillo e Inés esa chica alta que está hablando con ella.
—Vale. —Carina mira su reloj—. 21:12 sin noticias de
Gurb. Decidimos adoptar la apariencia de profesor sexi e
italiana cañón para llamar la atención de exnovias dos y
pasar una velada divertida.
No puedo evitar soltar una carcajada por el comentario.
Creo que ha sonado demasiado alto, todo el mundo se ha
girado a mirarnos. Belén, la directora, es la primera en
acercarse a nosotros acompañada de su marido, al que
conozco de otras movidas de este rollo, y de dos tipos a los
que no he visto en la vida.
—Buenas noches, Jesús. Ya conoces a Antonio. Te
presento a Leandro y Roger, los inversores. —Les doy la
mano a los tipos en cuestión—. Él es Jesús, el profesor de
Filosofía. Y ella… —deja la frase ahí y todos miran a la
italiana.
—… Carina. —Termino yo la frase.
—Hola, soy Carina —la italiana empieza a repartir
apretones de manos también—, su novia.
Yo aguanto la risa por el tono en el que lo ha dicho. Los
tipos le preguntan que de dónde es su acento y, cuando les
contesta que de Italia le empiezan a hacer preguntas sobre
Milán por algo relacionado con el fútbol y unos negocios que
tienen allí. Yo miro disimuladamente hacia donde están Vero
y compañía y las sorprendo mirando hacia nosotros con
curiosidad. No me extraña, si Carina llama la atención de
normal con ese pelo, lo de esta noche es exagerado, está
espectacular. Aunque a mí me parece igual de atractiva
despeinada, sin maquillar y con ropa de estar por casa…
«Vale, ya, no vayas por ahí, Chus, no es el momento».
Nos despedimos de los tipos y la directora y nos
alejamos un poco de ellos.
—Venga, vamos a saludarlas, en algún momento hay que
hacerlo —murmuro.
Cuando estamos casi llegando hasta ellas, Carina me
detiene, se abraza a mi cuello y tira de mí para alejarnos
unos pasos de nuestro objetivo. Yo la cojo por la cintura para
que no quede raro.
—Somos un par de enamorados que necesitan un
momento de intimidad antes de hacerle caso al resto del
mundo —susurra en mi oído mientras sube una mano para
acariciarme la nuca y baja la otra hasta mi culo. Yo aprieto
las mías en su cintura para no hacer lo mismo que ella—.
Cuando necesites un respiro y escapar de la situación, nos
apartamos para un momento de intimidad de enamorados
que no pueden quitarse las manos de encima, ¿vale?
Me río y asiento. Ella me da un beso rápido. Ha sido cosa
de un segundo, casi ni lo he notado, pero me ha dejado un
cosquilleo en los labios como si todavía estuvieran ahí los
suyos. Ella mira un momento mi boca y murmura:
—Creo que no te he manchado, no sé si el pintalabios
que me ha puesto Estrella es de los que manchan o de los
que no… Vamos, preséntame a esas chicas, que para eso
estamos aquí.
61. Me lo como
CARINA

Llegamos hasta donde están el par de pánfilas con sus


novios aburridos. Sí, sé que aún no las conozco y llamarlas a
ellas pánfilas y a ellos aburridos es un poco injusto, pero me
da igual, me estoy metiendo en el papel de novia y creo
sinceramente que hay que ser muy tonta para cambiar a un
chico como Chus por cualquiera de esos dos trajeados
rancios.
—Chus, cuánto tiempo, te veo muy bien —dice la enana
del flequillito.
Vale, sí, sé de sobra cómo suena que alguien de mi
tamaño llame enana a otra persona, pero igual justo por eso
tengo todo el derecho del mundo, ¿no? Yo qué sé, me da
igual, me cae mal sin conocerla y punto. Y claro que lo ve
bien, cazzo, ¿qué esperaba? ¿Que el pobre fuera llorando
por los rincones?
—Hola, Vero, ¿te acuerdas de Carina, la hermana de
Piero? La conociste en la boda de ellos…
—Claro, perdona, me sonaba tu cara, pero no te
ubicaba… Llevabas el pelo diferente, ¿no?
—Seguro —asiento—, a saber cómo, lo cambio cada
pocos meses. Me aburro rápido de todo. Bueno… de casi
todo… —Le paso a Chus un brazo por la cintura y le doy un
beso en la mandíbula, lo que me pilla más cerca.
Él suelta una risita y mira al suelo. Por favor, qué-mono-
es. Me lo comería a besos ahora mismo, pero no, Carina,
céntrate.
—Hola, yo soy Blas. —El tipo que está junto a Vero me
tiende la mano, es tan alto que parece que no se acaba
nunca.
—Y yo la misteriosa italiana de pelo rosa que ha traído el
profesor de Filosofía más sexi, encantada.
El grandullón y el marido de la otra se descojonan de mi
comentario, pero a ellas no parece haberles hecho gracia.
Chus sí que se ríe mientras me pasa un brazo sobre los
hombros y me atrae hacia él. Me besa el pelo mientras
murmura un «Carina» que me pone toda la piel de gallina.
—Hola, yo soy Inés —saluda la que faltaba tendiéndome
la mano—. Tienes unos ojos preciosos.
—Gracias, no es mérito mío. —Le devuelvo el apretón de
manos—. Ya estaban ahí cuando nací, son un regalo de la
genética.
—Desde luego —sonríe ella—. Te pareces mucho a tu
hermano, solo lo he visto una vez, pero me lo has recordado
un montón.
—Gracias por el cumplido —contesto—, mi hermano es
molto bello.
Tanto Inés como Vero asienten sin decir palabra y en ese
momento sale un camarero a anunciar que ya podemos
entrar, que la mesa está lista.
—¿Nos sentamos juntos y nos ponemos al día? —propone
la del flequillito.
Miro a Chus para saber qué opina de eso, pero es él
quien me pregunta:
—¿Te apetece?
—Lo que tú quieras, amore… Aquí, claro, luego en casa lo
que quiera yo —añado en un susurro, lo suficientemente
alto como para que me oigan ellas, mientras le paso una
uña por el cuello. Él se pone muy rojo y se le eriza toda la
piel. Esta noche me lo como, de verdad, no sé si voy a
poder soportarlo.
62. La cena
CHUS

Por una carambola extraña del destino, al que parece


que le gusta descojonarse en mi puta cara, termino sentado
delante de Vero. Los recuerdos vuelven, no voy a mentir. Es
una situación extraña, pero me sorprende lo diferente que
me siento de la última vez que nos vimos. Al lado de ella se
sienta Inés, justo enfrente de Carina; ni hecho adrede, oye.
Junto a ellas, sus respectivos, lógico.
Me quedo mirando a Vero durante un momento. Es
curioso lo que fue, lo que fuimos, y lo lejos que queda
aquello. En un par de semanas hará un año que rompimos y
ya me parece que fue en otra vida. Pero ahí está ella. La veo
rara, distinta, pero sigue siendo ella. Diez años juntos, se
dice rápido… y se acaba igual de rápido.
Carina me pasa una copa de vino y me saca de mi atrape
mental.
—21:47 Chus ingiere unidades de copa de vino una para
hacerle caso a su novia y dejar de mirar a su ex —me
susurra al oído.
Me río entre dientes y le aguanto la mirada cuando se
separa de mí.
—Tienes toda mi atención.
—Eso no me lo dices en casa —me desafía justo antes de
darle un trago a su bebida sin apartar los ojos de mí.
—¿Estáis viviendo juntos? —Es Vero la que interrumpe el
momento con tono sorprendido.
—Mmm… Sí —contesto.
—Qué rápido, ¿no?
Me encojo de hombros como respuesta.
—Un amore a fuego lento, en realidad… —suelta Carina.
Se gira hacia mí y me besa. Un beso breve, apenas un
choque de labios. Dos segundos, quizá tres, pero suficiente
para que mi corazón empiece a latir desbocado y quiera
salirse de su lugar.
Cuando abro los ojos, tanto Vero como Inés me miran un
poco flipadas, pero me da tan igual que no puedo evitar
dirigir mi mirada a Carina, que ha empezado a picar algo de
comida que yo ni me había enterado de que habían traído.
—Qué bonito —dice Inés.
—Sí, il mio amore… —Carina apoya la cabeza en mi
hombro, me desabrocha un botón de la camisa y cuela la
mano dentro.
Empieza a acariciarme el pecho y yo no sé ni dónde
meterme. Lo que sí sé es dónde me metería… Vero no nos
quita ojo, Inés es más discreta y se gira a hablar con su
marido. Para mí todo empieza a perder importancia a mi
alrededor hasta que el mundo se desdibuja y solo estamos
la mano de Carina, ella y yo. No intento pensar en cosas
asquerosas ni nada, llegados a este punto tengo muy claro
que es una batalla perdida: me temo que me voy a pasar
toda la noche empalmado.
Van sirviendo la cena y la velada transcurre entre risas,
miraditas y charla insulsa con los de enfrente.
Cuando ya ha terminado la cena y estamos esperando el
postre, Inés y su marido se levantan y van al otro extremo
de la mesa para hablar con otra pareja. A Carina la
reclaman los inversores para que les cuente nosequé de
Milán y un tipo se sienta en su silla a hablar con un hombre
que queda a su otro lado. Al rato, el gigante se va al baño y,
sin darme cuenta, me he quedado a solas con Vero.
—Te veo bien —me dice—. Me alegro mucho, Chus.
Nunca quise hacerte daño.
Yo solo asiento con la cabeza.
—¿Estás enamorado?
—Ya me conoces. —Me encojo de hombros—. Yo siempre
lo doy todo.
—Siento que acabáramos así, de verdad… No era el final
que nos merecíamos.
—Ni siquiera importa ya, Vero. ¿Qué más da?
Carina vuelve en ese momento y se sienta encima de mí.
—Cazzo, me han quitado el sitio, ¿peso mucho?
—No pesas más que los hijos de Samu —me río y ella me
imita.
—Ay, los hijos de Samu —interviene Vero—, no llegué a
conocerlos, nacieron justo… —se interrumpe para no decir
que nacieron la noche que rompimos, que era también la de
nuestro décimo aniversario.
El gigante vuelve en ese momento y se sienta a su lado y
casi a la vez hacen lo mismo Inés y su marido. El hombre
que está sentado en la silla de Carina se gira a mirarla.
—Disculpa, ¿estoy en tu sitio? Ya me marcho.
—Oh, no hay problema, me gusta más sentarme aquí —
dice mientras se mueve sobre mí buscando una posición
cómoda y yo siento que me va a reventar la bragueta. La
cojo de las caderas para que pare un poco y para no hacer
alguna barbaridad.
Carina se gira hacia el marido de Inés, que le ha
preguntado algo sobre Italia, pero no sé ni qué, toda mi
atención la tienen su cuello, su espalda, su culo y la mano
que tiene en mi rodilla.
—Entonces, ¿tienes fecha de vuelta o tienes pensado
quedarte en España? —pregunta Inés.
—Pues no lo tenía muy claro cuando llegué, pero ahora
ya no tengo dudas… Me quedo, me quedo con mi chico. Me
encanta vivir aquí, con él —se gira a mirarme—, il ragazzo
più bello —añade en un susurro.
Y ahí es cuando yo pierdo la cabeza y atrapo sus labios
con los míos. Porque ya no puedo más, porque lo estaba
pidiendo a gritos. Ella. O yo. Los dos. Ni siquiera importa.
Todo lo que nos rodea se ha desvanecido. Ya no oigo nada
más que su respiración, que lo llena todo y no me deja
prestar atención a nada más. Me tiemblan las manos y el
corazón amenaza con colapsar, pero ni siquiera eso me
detiene. Sus labios suaves, cálidos, rozando los míos. El
piercing de su lengua en la mía. Sus manos suben a mi cara
y a mi cuello, el olor a vainilla lo envuelve todo. Confirmado,
es comestible. Voy a perder el sentido en cualquier
momento. ¿Puede uno desmayarse por un beso? Mis manos
pasan de sus caderas a su cintura y la agarro fuerte, porque
no quiero parar, porque no quiero que termine este
momento, porque podría besarla toda la noche. Sus jadeos
en mi boca me alientan y la atraigo hacia mí. Más. No es
suficiente. Ya no sé ni dónde estamos. En el cielo, estamos
en el puto paraíso por fin y no quiero salir de aquí. No es
mentira, no lo es, no estamos fingiendo. No soy yo solo, ella
siente lo mismo, tiene que hacerlo. No se puede besar así si
no es de verdad. Tiene que serlo. Mi corazón bombea hasta
el dolor. Ella muerde mis labios un momento antes de volver
a entrar en mi boca y yo no creo que pueda soportarlo
mucho más.
Ella parece pensar lo mismo que yo porque se separa de
mí y me mira con los ojos muy abiertos, los labios hinchados
y la respiración agitada. Y nunca había estado más bonita.
Un carraspeo a su espalda me trae de vuelta al momento
y lugar en el que estamos.
Hostia puta.
63. ¿Cómo será eso?
CARINA

Cazzo, que estábamos delante de todo el mundo. Vale, él


no aparta los ojos de mí y no voy a ser yo la que rompa el
contacto visual. Ya me sobra la cena, las ex y toda esta
gente que hay aquí. Vámonos a casa, Chus, a terminar esto.
Le mando un mensaje mental que no pilla porque me sigue
mirando serio, aunque con la respiración algo acelerada.
¿Por qué está serio? ¿No le ha gustado? ¿Lo he hecho
mal? Si vuelvo atrás en el tiempo y hago un recopilatorio de
los besos de mi vida, me quedo con este como preferido
número uno sin dudarlo. ¿Por qué a él no le ha gustado?
¿Por qué está tan serio?
—¡Qué bonito, coño! —exclama el marido de Inés y da un
golpe en la mesa.
Yo me giro a mirarlo porque no quiero ver a Chus tan
serio, no quiero pensar en que un beso tan bonito no le
haya gustado. Él sigue con las manos en mi cintura, pero no
dice ni una palabra mientras yo les doy conversación a las
parejitas que tengo delante.
—Da gusto ver a dos jóvenes así de enamorados.
Aprovechad lo bonito que es el principio, que luego llega la
rutina y arrasa con todo —vuelve a hablar el mismo tipo de
antes, ahora con una carcajada.
—Pues sí —le doy la razón. Nunca he tenido novio, pero
he visto películas y tal, y al principio es todo sexo, ¿no?—.
Estamos en lo mejor, todo el día follando. —Chus apoya la
frente en mi espalda y se ríe entre dientes mientras aprieta
sus manos en mi cintura. Bien, se ríe, buena señal—. Lo
único malo de eso es lo caros que son los condones XL sin
látex, pero eso ya lo sabéis voso… —La mano de Chus sobre
mi boca me hace dejar la frase a medias.
Me gira la cara hacia él. Está muy rojo, pero se ríe. Se
acerca a mi oído y me susurra sin dejar de reírse:
—Calla, loca.
Cazzo, ¿ya he dicho algo que no debía? De verdad, qué
difícil es distinguir los comentarios que son apropiados de
los que no… ¿Cómo al resto del mundo le sale tan natural?
—¿Qué he dicho? —susurro yo de vuelta.
Él solo me abraza mientras sigue riéndose. No entiendo
nada. Pues si no me dice qué está mal, me puede volver a
pasar…
—Lo de los condones —se ríe en mi oído.
—Pero si es verdad —me quejo igual de bajito—, son
carísimos, mucho más que los normales, no he dicho
ninguna mentira…
—¿Y tú qué sabes? —se vuelve a descojonar en mi oído.
—Cazzo, ¿qué crees que he comprado antes en la
farmacia?
—Joder, Carina, me vas a matar —murmura y yo casi ni
le oigo.
Y me vuelve a besar. Vale, me gusta cómo ha terminado
la conversación. Pues igual tampoco he dicho algo tan malo,
¿no? Si la cosa ha desembocado en un beso como el
anterior, hablaré de condones todas las veces que haga
falta.
Me encanta volver a sentir sus labios, su lengua… De
nuevo aprieta sus manos en mi cintura y a mí me sobra el
vestido… y a él el pantalón, por supuesto. Nos separamos y
él mira distraído hacia un lado mientras suelta una risita
silenciosa. Qué monísimo es, por favor. Alguien dice algo y
todo el mundo empieza a levantarse. No me he quedado
con el dato, no sé qué está pasando.
—¿Qué pasa? —le pregunto a Chus.
—Hay que levantarse, ha terminado la cena. Dicen de ir a
tomar una copa a un sitio que no está lejos. ¿Quieres?
Me abrazo a él y le susurro al oído:
—Yo prefiero ir a casa.
—Yo también —murmura de vuelta.
Nos levantamos y acompañamos al resto de gente al
exterior. Él lleva su chaqueta en la mano, en una posición
muy natural, pero que oculta lo empalmadísimo que tiene
que estar ahora mismo. O eso espero, la verdad, no me
gustaría nada ser yo la única que va con este calentón por
la vida…
Ya en la calle, todos insisten en que vayamos con ellos,
pero nos despedimos educadamente y emprendemos el
camino hacia casa. En cuanto giramos una calle y los
perdemos de vista, se detiene. Inmediatamente pienso que
me va a empotrar en un portal, pero no, me pone su
cazadora. Esto no me lo esperaba, aunque lo cierto es que
estamos a finales de marzo y yo voy en tirantes.
—Gracias por lo de esta noche —murmura mientras
seguimos caminando—. Lo has hecho genial, has sido muy
convincente…
—Me lo he pasado muy bien…
Dejo la frase ahí porque no sé qué más decir. Lo que ha
pasado en la cena empieza a parecer lejano y el ambiente
se está enfriando. Y no quiero. No quiero.
Giramos hacia una calle más estrecha y yo me detengo
al momento. Él hace lo mismo y se gira a mirarme.
—¿Qué pasa? —murmura.
Y yo le beso, porque ya no aguanto más. Porque si esto
sigue así, al llegar a casa ya se habrá enfriado del todo y
será de lo más raro. Me devuelve el beso y me abraza tan
fuerte que me levanta del suelo. Yo enredo mis piernas
alrededor de su cintura y doy gracias mentalmente por la
abertura de mi vestido. Aun así, se me ha subido bastante,
como es lógico. Él me lleva hasta la pared más cercana y
apoya ahí mi espalda todavía sin separarse de mis labios.
Su mano baja de mi cuello a mi pecho y se detiene para
empezar a rozar el pezón en el que llevo el piercing con su
pulgar. No llevo sujetador y la tela del vestido es muy fina,
la sensación es totalmente abrumadora. Ese movimiento
rítmico alivia un poco la presión que siento, pero no es
suficiente, necesito más. Como si me leyera el pensamiento,
su otra mano se desliza por mi muslo bajo mi falda, o lo que
quede de ella que no esté enrollado en mis caderas, que no
debe de ser demasiado. Con un movimiento hábil, aparta la
escasa tela de mi tanga y su dedo imita los movimientos
que está haciendo el de la otra mano, pero este en lo que
ahora mismo me parece el puñetero centro del universo. Los
movimientos de sus dos manos sincronizadas me están
llevando al límite. Sus labios se separan de los míos y
buscan mi cuello. Su lengua se desliza hasta mi oreja y él
murmura un «joder, Carina» que no sé cómo no me provoca
un orgasmo ya mismo. Pero está cerca, muy cerca. Jadeo
muy fuerte bajo sus caricias y sus besos. No puedo hacer
nada por él. Tengo las manos en sus hombros para no
perder el equilibrio y la mente medio ida de todo lo que me
está haciendo. Como no llegue pronto voy a perder la
maldita cabeza.
—Más fuerte, Chus, más rápido —gimo bajo sus manos y
él obedece.
Aumenta la presión y acelera el movimiento de sus dos
manos a la vez mientras sus dientes recorren mi mandíbula.
Lo oigo jadear a él también con un sonido rítmico cerca de
mi oído. Una ola de calor me sobreviene, un temblor que me
recorre el cuerpo y que me lleva al éxtasis mientras él cubre
mi boca con la suya para tragarse mis últimos y más
escandalosos gemidos.
No tarda en dejarme en el suelo y colocarme toda la ropa
en el sitio. Me mira con la respiración agitada y cara de loco.
Y yo lo beso de nuevo. Él me abraza y, en un movimiento
mudo, giro sobre nosotros para que esta vez sea él quien
apoye la espalda en la pared. Meto una mano dentro de su
pantalón y él deja caer la cabeza hacia atrás con un sonoro
jadeo. Sonrío y sigo. Con la otra mano le desabrocho un
botón de la camisa y empiezo a besarle el pecho. Él gime
bajo mis labios hasta que de repente y sin aviso, sale del
trance y me separa de él.
—No, no, Carina, para. No podemos hacer esto. —Se
aleja de mí mientras habla y se lleva las manos a la nuca.
«¿Perdona? ¿Es algún tipo de broma española? Porque no
lo pillo. Ni puta gracia, oye».
—¡¿Qué?! —pregunto por fin.
—No puedo, lo siento, te juro que nada me apetece más
ahora mismo, y en cualquier momento desde hace días,
pero no puedo, Carina… No puedo hacerlo.
—Pero… pero… —No me salen ni las palabras, no sé ni
qué decir—. ¿Qué problema tienes? Explícamelo porque de
verdad que no sé de qué va esto…
—Yo no soy de rollos pasajeros, tía, ni de sexo porque sí.
Y tú no eres de relaciones… Y me estoy enamorando de ti, y
no sé cómo gestionarlo, pero sé que si cruzamos esa línea
me vas a romper el corazón y el alma, y no puedo, Carina,
no puedo sufrir más, de verdad…
Y yo no digo nada, porque no sé qué decir. Porque tiene
razón, aunque me encantaría que no la tuviera. ¿Cómo será
eso de enamorarse? Me encantaría saberlo. Me encantaría
estar enamorada.
64. Todo
CHUS

Caminamos hacia casa en silencio. Carina se abraza a sí


misma, todavía lleva puesta mi chaqueta. No sé si está
mosqueada, pero lo parece. No sé ni qué decir. No ha sido
fácil, pero es lo mejor. Me he puesto por delante por una
vez, yo no suelo ser así, pero tengo que pensar en mí
mismo, necesito protegerme del huracán Carina.
En el ascensor la cosa está especialmente tensa. Es
incómodo tenerla tan cerca. Ella sigue sin decir nada, no ha
abierto la boca desde entonces.
Cuando por fin entramos en casa, se quita mi chaqueta y
la deja sobre una silla.
—¿No vas a decir nada?
—No tengo nada que decir. —La voz le sale rara.
—No quiero que las cosas estén mal, o raras, entre
nosotros… Compartimos piso, tenemos que llevarlo con
naturalidad…
—Igual debería mudarme. —Agacha la cabeza y se pasa
una mano por la mejilla.
Yo empiezo a sudar y siento que mi corazón se desboca
de nuevo. No quiero que se mude, aunque lo haría todo más
fácil, es así, pero se ve que me va el sado o algo porque
quiero tenerla por aquí.
—¿Es lo que quieres?
—No lo sé. —Se vuelve a pasar la mano por la mejilla.
Como es tan bajita, no puedo verle la cara.
—¿Qué pasa, Carina? ¿Estás llorando?
—Déjame. —Se da la vuelta para marcharse a su
habitación, pero la agarro del brazo y la retengo.
—Mírame, Carina, ¿estás llorando? ¿Qué pasa?
Se gira a mirarme, parece entre furiosa y decepcionada.
Y sí, definitivamente se le escapan las lágrimas. Hago el
amago de atraerla hacia mí, pero se desprende de mi mano
de un tirón.
—¡No me toques!
Me asusta la fuerza con la que lo dice y la suelto de
golpe, como si quemara.
—Carina, yo… de verdad que no quería disgustarte.
—¡Pues haberlo pensado antes! Solo quiero saber una
cosa, contéstame una pregunta…
—Claro. —Hago un gesto de asentimiento con la cabeza,
porque no tengo ni medio claro que haya emitido sonido.
—¿Por qué conmigo no? ¿Por qué soy menos que la
imbécil esa con la que hemos pasado la noche o que la
muñeca hinchable? ¿Por qué? ¿Por qué soy menos que
ellas?
—Joder, Carina, lo has entendido al revés, no eres menos,
eres más, mucho más. No puedo tener contigo lo que tenía
con ellas… De verdad que no puedo.
—Eso es mentira. Si eso fuera cierto, si de verdad yo
fuera más, sí querrías tener algo conmigo… ¡Y no quieres!
¡No quieres tener algo conmigo!
—¡Joder, Carina, claro que no! ¡Claro que no quiero tener
algo contigo! Contigo quiero tenerlo «todo», ¿no lo
entiendes?
—Pues seré tonta, pero no, no lo entiendo.
Se mete en su habitación con el perro y suspiro antes de
salir de casa.
65. ¿Qué ha pasado?
CHUS

—¿Qué ha pasado, nano? —La cara de Samu al abrir la


puerta me da una pista de la que debo de tener yo ahora
mismo.
He venido aquí por proximidad, pero en realidad con
quien me encantaría hablar ahora es con Piero. Pero no
puedo, es su hermana, no puedo ir a contarle esto. Mi
segunda opción era Estrella, pero ha sido Samu el que ha
abierto la puerta.
Se aparta a un lado para que pase y lo hago. Me siento
con él en el sofá y me mira serio.
—Me estás acojonando, ¿qué ha pasado? ¿Cómo ha ido la
noche? ¿Alguna movida con Vero?
Niego con la cabeza y me pongo a llorar. Es irónico que
he hecho lo que he hecho para no sufrir y estoy sufriendo
igual… Bueno, igual no, después de eso habría sido mucho
peor.
—Chus, cielo, ¿qué ha pasado? —Estrella entra en ese
momento. Se sienta a mi lado y me pasa una mano por la
espalda. Consigue reconfortarme un poco.
Les cuento cómo ha ido la noche. Cómo ha ido la cena, lo
divertida que estaba Carina, mi charla con Vero, el beso con
Carina delante de mis ex, cómo nos hemos largado en
cuanto hemos podido, el magreo en el callejón (sin entrar
en muchos detalles, aunque sé que Samu se muere por
saber) y cómo lo he mandado todo a la mierda en un
momento.
—Cielo, has sido muy valiente. —Ella me acaricia la
espalda.
—Si yo fuera tú, me la habría tirado.
—Pues menos mal que no eres él —me susurra Estrella y
yo intento reírme, pero me sale regular—. Has hecho lo
correcto, cielo. Sé que duele, pero yo creo que, si ella no
siente lo mismo que tú, es lo mejor.
Asiento en silencio.
Tras un largo rato desahogándome y contándoles cómo
me siento, hago el amago de irme.
—¿Quieres dormir aquí? ¿Te preparo el cuarto de
invitados?
—No, ni de coña, no me prepares nada, lo último que
quiero es darte faena… Pero, si no os importa, sí que me
quedaría a dormir en vuestro sofá.
—Todo tuyo, ahora te traigo una manta.
Ya en la oscuridad, solo con mis pensamientos, no dejo
de pensar en ella. En cómo me gustaría ir ahora mismo a su
habitación, a su cama. Aunque solo fuera para dormir a su
lado. Ese es justo el problema, que ella no querría dormir a
mi lado. El nudo en el pecho no desaparece. Esto va a ser
duro. Me siento tentado de ir a casa a verla, a hablar con
ella, pero ese es justo el motivo por el que me he quedado
aquí a pasar la noche, para darnos espacio.
Me llegan ruidos desde la habitación de Samu y Estrella y
no sé si están hablando, roncando o haciendo cualquier otra
cosa, no lo quiero ni pensar. Uno de los críos rompe el
silencio en ese momento y, al ver que la puerta de ellos se
abre, rezo a todos los dioses para no ver salir a Samu en
bolas y con el casco de bombero. Por suerte, solo sale en
calzoncillos y con cara de sobado. Es una imagen que no me
resulta del todo ajena y que me trae recuerdos de tiempos
mejores, de las noches que pasamos de críos en la cabaña
de Marc, de los campamentos, de cuando nos quedábamos
todos a dormir en casa de Loui… De aquellos años en los
que todo era más sencillo.
66. ¿Qué te gusta?
CARINA

Estoy evitando a Chus, está claro. La situación es de lo


más incómoda, pero es que no entiendo nada su
planteamiento.
«Me gustas tanto que no quiero nada contigo». Cazzo, es
que es absurdo. Bueno, no dijo nada, dijo todo, pero vaya,
que es lo mismo. En fin, que no me aclaro con él, que no
entiendo esa manera de plantearse las cosas. Que, para no
sufrir, ahora no nos hablamos. Pues vaya invento, la verdad.
No paro de darle vueltas a todo a ver si consigo
entenderlo, pero no.
Igual podría hablar con Estrella, ella me dijo que no le
hiciera daño a Chus, tiene pinta de saber más que yo de
estas cosas… aunque de planificación familiar no sepa
mucho. Bueno, mira quién fue a hablar, ¿no?

Llamo al timbre de su casa, pero me abre el rubio


perdonavidas.
—Hola, ¿está Estrella?
—No, se ha llevado al pequeño a la revisión, ¿te valgo
yo?
—Creo que no, quería hablar con ella.
—¿Tiene que ver con maquillaje o con tampones?
—No.
—Entonces igual te sirvo yo… ¿Tiene que ver con Chus y
lo que pasó la otra noche?
—Ya lo sabes todo, entonces.
—No, solo sé su versión —sonríe y se aparta a un lado—.
Pasa.
Y a mí me reconforta ese comentario más de lo que me
hubiera imaginado.
Me siento en la alfombra donde están jugando sus hijos y
uno de ellos, al que por fin le está creciendo el pelo,
pobrecito mío, viene a mostrarme un juguete. Le enseño
cómo se usa mientras Samu se sienta frente a mí.
—¿En qué punto estás tú? —me pregunta.
—¿De qué?
—De Chus. —Pone los ojos en blanco—. ¿Qué piensas de
lo que pasó el sábado? ¿Cómo te sientes?
Arruga las cejas y me mira serio. Le queda poco natural,
será algo que le habrá visto hacer a su mujer.
—Pues no lo sé —confieso—. Creo que esta situación me
queda grande…
—A ver, ¿tú que sientes? ¿Qué sientes por él?
—Yo qué sé, eso es muy difícil, no paro de darle vueltas y
no llego a ninguna conclusión…
—Vale, te voy a hacer mi test infalible: ¿Preferirías follar
con otro o acurrucarte con Chus a comer castañas?
—No sé qué son castañas.
Me lo explica.
—Vale, pues no las he probado nunca.
—Bueno, no importa, algo que te guste… ¿Qué te gusta?
—Follar.
—Vale, veo que tú y yo compartimos cerebro, pero me
parece que no has entendido el concepto. Empezaremos de
nuevo.
67. Mandriles en celo
CHUS

No he vuelto a ver a Carina desde la otra noche,


cuando… en fin, está claro cuándo. Me evita. Si estoy en
casa, no sale de su habitación, y lo peor es que se encierra
ahí con Tote, y a mí la casa se me cae encima. La noto
enorme, me siento solo. Echo de menos el ruido, el jaleo, su
risa… incluso sus gritos. Solo han pasado seis días, pero
para mí está siendo una eternidad. Igual la he cagado. Me
rompería el corazón, sí, ¿y qué? No sé si me sentiría peor de
lo que me siento ahora… No sé si eso es posible…
—Jesús, te busca Belén, que vayas al despacho de
dirección. Urgente. —Inés, desde la puerta de mi aula de
tutoría, me saca de mis pensamientos.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo? —Me levanto y voy hacia
ella.
—Ni idea, yo te digo lo que sé. Por cierto, me lo pasé
muy bien en la cena, me cayó genial tu chica, es muy
divertida. Me alegro de verte tan bien, me alegro de que
seas feliz…
—Claro —suspiro—. Bueno, voy a ver qué quiere Belén.
Y desaparezco de allí tan rápido como puedo para que no
me siga hablando de lo maravillosa que es Carina, porque
eso ya lo sé yo y no necesito que nadie me lo recuerde.

—Buenos días, Jesús —me saluda Belén—. Tenemos un


problema con dos alumnos de tu tutoría. Ya se ha avisado a
las familias, están de camino. Tienes que plantearles la
situación.
—¿Qué situación? ¿Qué ha pasado?
—Se los han encontrado manteniendo relaciones
sexuales en los vestuarios… Son Jairo Zafra y… —Se pone a
mirar en los papeles que hay sobre su mesa.
—… Lorena Andújar —termino la frase por ella.
—Eso es, ¿ya te habían informado?
—No, ha sido intuición —suspiro.
—Se ha citado a los padres en media hora en tu
despacho. Suerte, Jesús. Sé que una situación así nunca es
cómoda, pero pertenecen a tu tutoría.
Me cuenta rápidamente cómo ha pasado todo y yo
asiento y salgo de allí. Mierda, mierda, mierda. A los padres
de Jairo no los conozco, pero no me preocupa. En parte es
porque, aunque sea machista el concepto, sé que para unos
padres el hecho de que su hijo mantenga relaciones no les
va a suponer tanto problema como en el caso de una hija.
No debería ser así, pero lo cierto es que lo es. Lo que de
verdad me agobia es hablar este tema con la madre de
Samu. Porque la conozco desde crío, porque si ya no mola
nada el concepto de decirle a una madre que su hija se ha
estado tirando al guindilla del instituto en los vestuarios,
decírselo a una madre que te ha tratado como un hijo los
millones de veces que has estado en su casa, pues mola
menos. Si ya me cuesta asimilar lo de la hermana de Samu,
que la conozco desde que nació, que recuerdo
perfectamente cuando era un bebé. Qué jodido todo, solo
espero que venga ella sola y no con Simón, que, aunque no
sea el padre de Samu, sí es el de Lorena, y decirle eso a un
padre aún me da más palo.

Mi puerta suena un par de minutos antes de la hora


acordada y una pareja, a la que no había visto nunca, se
presenta.
—Hola, somos los padres de Jairo Zafra, ¿qué ha pasado?
¿Hay algún problema?
—Si esperan un momento a que llegue la otra familia, les
pondré al día a todos rápidamente. —Tal y como lo he dicho,
parece que sea el protocolo de la escuela, pero lo cierto es
que ya me parece lo suficientemente incómodo esto como
para tener que pasar por ello dos veces.
No tarda en volver a abrirse la puerta de mi despacho y
aparece Almudena, pero no viene con Simón, viene con
Samu.
—Jesús, cariño, ¿qué ha pasado? —La madre de Samu se
acerca a darme dos besos.
—Profesor Arnau, ¿hay algún problema con los chicos? —
Samu imposta la voz y me tiende la mano. Me
desconojonaría si no estuviera tan nervioso.
—Siéntate, Samu, que esto no es fácil. —Le estrecho la
mano un momento por seguirle el rollo y que no la deje ahí
suspendida en el aire y le señalo la silla que queda libre, al
lado de la que ha ocupado su madre.
Él lo hace y me quedo frente a estos cuatro rostros que
me miran expectantes.
—Veréis, resulta que han sorprendido a vuestros hijos,
Jairo y Lorena, manteniendo relaciones sexuales en los
vestuarios del instituto.
Ya está, ya lo he soltado, espero que haya pasado lo
peor.
Las dos madres se llevan una mano a la boca. Samu le
pasa un brazo por encima de los hombros a la suya y no
dice nada, me mira un momento como esperando que yo
siga hablando, pero es el padre de Jairo el que lo hace.
—No tenía ni idea de que el niño era sexualmente activo.
Hablaré con él para saber cómo está la cosa y para decirle
que tome precauciones… Y por supuesto que en el institut…
—Tranquilo, tío —interrumpe Samu—, eso está
controlado. A caja de condones por semana van los
chavales, parecen mandriles en celo —se ríe.
—¡Por el amor de Dios, Samuel! —grita su madre—. ¡¿Le
estás dando preservativos a la niña?!
—Tú verás, mamá. A ver, piénsalo un momento y no te
alteres tanto. Tú y yo no nos llevamos ni veinte años y no
tengo padre… Y yo tengo a mi cuarto hijo «no buscado» en
camino… ¿De verdad quieres que la tradición familiar que
siga Lorena sea la de los embarazos no deseados? ¿A los
diecisiete?
—¡Por supuesto que no! Lo que quiero es que tenga más
conocimiento y espere…
—Pues está claro que para eso ya hemos llegado tarde,
así que solo queda asumir cómo están las cosas y ayudarla
a ser responsable. Y el Jairo es un ficha, pero es buen chaval
y la quiere mucho, mamá, tranquila. Ella lo lleva por donde
le da la gana… Creo que lo que nos corresponde ahora a
nosotros cuatro es ver de qué manera conseguimos que no
tengan que ir haciendo estas cosas en lugares públicos,
vamos a tener que encontrarles una alternativa a los
pobres…
Y de esta manera es Samu, con su perturbación mental
habitual, el que normaliza la situación y encuentra la
solución tanto para los padres como para los hijos. Y a mí
me ha quitado un marrón de encima, la verdad.
68. Todas esas cosas
CHUS

Samu espera a que sea mi hora de salir y nos


marchamos juntos hacia casa paseando.
—Nos vamos esta tarde a pasar el finde a la cabaña de
Estrella, ¿te quieres venir? —me propone.
Aunque me tienta, lo que debo hacer es hablar con
Carina y normalizar las cosas. Conseguiré que hable
conmigo, aunque tenga que tirar la puerta de su habitación
abajo para ello.
¿A quién quiero engañar? Si no quiere hablar conmigo,
pues lo respetaré, solo faltaba eso, que decidiera yo cuándo
tiene ella que hablar conmigo si no le da la gana…
—No, tío, me quedo.
—Vale. ¿Quieres que nos llevemos al chucho? A los nanos
les encanta y a él le vendrá bien estar en el monte…
—Es buena idea, sí, que le dé un poco el aire al pobre,
que me parece una putada lo de tenerlo siempre en el piso.
Samu recoge al perro y se marcha. Yo me meto en la
ducha para librarme de esta sensación de día de mierda que
tengo. Quien dice día, dice semana.
La ducha me reconforta y la alargo quizá un poco de
más. Cuando por fin salgo, me seco, me pongo las gafas y
una toalla y paso a mi habitación.
—Estoy aquí, no te asustes —me llega su voz nada más
abrir la puerta.
Y me asusto, claro que me asusto. El corazón se me
desboca sin permiso. Porque hacía casi una semana que no
escuchaba su voz. Porque no sé qué hace aquí. Y porque no
sé si quiero saberlo.
Me giro a mirarla y el corazón vuelve a darme un
pinchazo. Está sentada en la cama con las piernas cruzadas.
Lleva esas mallas de yoga blancas que le hacen un culo
impresionante, suerte que está sentada. Esconde las manos
dentro del bolsillo de la sudadera y va descalza, qué pies
más pequeños tiene. Me mira con una expresión que no le
conozco.
—¿Quieres vestirte? ¿Espero fuera? —pregunta.
Claro que ahora mismo estaría más cómodo vestido que
con solo una toalla, pero, si sale de la habitación, lo mismo
cambia de idea y se vuelve a encerrar en la suya.
—¿De repente tienes respeto por la intimidad? —sonrío y
me siento a su lado en la cama.
Se encoge de hombros sin dejar de mirarme. Y yo solo
quiero alargar la mano y tocarla, abrazarla, darle un millón
de besos, pero en lugar de eso cruzo los brazos, para
tenerlos controlados, y me giro a mirarla.
—¿Y Tote? —pregunta.
—Se lo ha llevado Samu a pasar el finde al monte.
Ella asiente con la cabeza antes de volver a hablar.
—Quiero decirte algo.
—Dime. —No sé si eso se ha llegado a oír.
—He probado las castañas. No me gustan.
—¿Qué? —Pestañeo un par de veces. No me esperaba
ese comentario para nada.
—Hablé con Samu, me dijo lo de las castañas…
Me da la risa. Lo que habría dado por ver una
conversación entre ellos dos por un agujerito.
—Pues eso, que ya las he probado y no me gustan.
—Pues a mí me encantan —suspiro—. Pero bueno, que
esto ya lo sabíamos, te agradezco la metáfora, pero no
hacía falta.
—¿Metáfora? No, no, te lo digo literal. Nunca las había
probado. Fui al centro, compré un cucurucho de castañas y
me comí tres, las demás las tiré. No me gustan.
—Vale, Carina, no te gustan las castañas, ¿algo más?
Me estoy empezando a sentir incómodo aquí sentado,
medio mojado y casi en bolas. Todavía no estamos ni en
abril, hace un poco de rasca y se me está poniendo la piel
de gallina.
—Sí, pues eso, que no me sirven las castañas para el test
de Samu —dice muy seria y yo sonrío de medio lado—. Pero
he estado leyendo libros de esos tuyos de amor y, entre eso
y lo que me dijo Samu, he pensado más cosas que quiero
decirte.
—Dime —suspiro.
—A ver, es mucho… Me encanta leer contigo en el sofá,
cada uno con nuestro libro, pero sabiendo que estás ahí a
mi lado. Me gusta tanto que prefiero hacer eso antes que
irme a la cama con otro. —A mí se me descontrola el
corazón, pero ella continúa del todo ajena a mi arritmia
cardíaca—. También me gusta esconderte los cacahuetes
empalagosos y que te desesperes y me hagas caso, aunque
sea para enfadarte conmigo. Y también prefiero hacer eso
antes que acostarme con otro. Y me encanta que hablemos
de los libros que leo y de los que quiero leer; y también me
encanta decir cosas que hacen que te pongas rojo; y
hacerme pasar por tu novia; y cuidar contigo a los bebés de
tus amigos; y hasta cotillear contigo su cajón de la
perversión… Y besarnos, besarnos como nos besamos el
otro día… Eso fue lo mejor de todo… Todo eso lo prefiero
antes que tirarme a otro.
Yo respiro hondo y no digo nada, porque no sé ni qué
decir. Porque no quiero hacerme ilusiones ni venirme arriba
antes de tiempo… Y porque sigo teniendo miedo. Mucho
miedo.
—Entonces —sigue explicándome—, lo que yo no
entiendo es que, si yo prefiero hacer todas esas cosas antes
que acostarme con otro, porque en realidad no quiero
hacerlo con nadie que no seas tú, ¿cómo puede ser malo
que estemos juntos? ¿Cómo puede ser malo un beso como
el que me diste? De verdad que no lo entiendo.
Se limpia con la mano una lágrima que se le ha escapado
y yo la miro con el corazón latiéndome en la garganta,
peleando por decirle tantas cosas, pero sin el valor de
hacerlo.
—¿Y te has dado cuenta de cuánto tiempo hace que no
te pido que pongas una tele? —pregunta y yo asiento—.
Porque ahora prefiero leer contigo, porque si pusieras una
tele te irías a leer a tu habitación y eso no me gustaría
nada. ¿Sabes que cuando oigo tus llaves en la cerradura se
me acelera el corazón? ¿Y que cuando me tocas, aunque
sea para darme una cuchara, me da la corriente? ¿Y que
eres el primer chico que me parece mono y sexi a la vez? ¿Y
que el beso que me diste delante de esas pavas fue el más
bonito y el más erótico de mi vida y que no dejo de pensar
en él? ¿Cómo es eso posible? ¿Y cómo puedes besar así y no
querer repetir todo el tiempo? No lo entiendo, de verdad
que no lo entiendo…
—Claro que quiero repetir todo el tiempo —susurro.
Ella se acerca mucho a mí, hasta que su cara está casi
pegada a la mía.
—Entonces, ¿cuál es el problema, Chus?
Está tan cerca que, al hablar, sus labios han rozado los
míos un par de veces. Y eso ha sido suficiente para hacerme
perder el control.
—Me vas a doler, Carina —murmuro con la certeza de
que ya no tengo escapatoria, de que no soy capaz de volver
a rechazarla, de que asumo el riesgo—, pero prefiero
perderme por enamorarme de ti a perderme el enamorarme
de ti.
—Muy mal se me tiene que dar para hacerte daño
cuando yo lo que quiero es darte orgasmos.
¿Alguien es capaz de no comerle la boca después de ese
comentario? Porque yo desde luego que no. Así que
simplemente lo hago. Me lanzo. Salto al vacío, sin red, voy a
por todas.
69. Y lo que no es la cabeza
CHUS

La beso. Los dos gemimos a la vez cuando nuestros


labios se juntan. Nuestras lenguas se reencuentran después
de casi una semana y se reconocen. El piercing de la suya
me da la bienvenida y me confirma que de verdad es ella,
que está ocurriendo, que no es un sueño. Mis manos se
mueven por voluntad propia y rodean su cintura. Qué
pequeña es, casi la abarcan por completo. La atraigo hacia
mí y ella se sienta a horcajadas en mi regazo.
—Vale, acabo de ser consciente de que estoy desnudo —
murmuro al notarla sobre mí.
—Y, aun así, te sobra la toalla —susurra ella mientras
comienza a moverse en un rítmico vaivén que me hace
dejar de pensar con la cabeza.
Se quita la sudadera y a mí se me escapa todo el aire de
los pulmones de golpe. Solo lleva una camiseta de tirantes
que me muero por arrancarle a mordiscos, pero no, Chus,
moderación, hay tiempo para todo…
Ella me empuja los hombros con fuerza y me hace caer
hacia atrás, sobre el colchón. Se coge el bajo de la camiseta
y sonríe.
—Vas a ver tetas, Chus, no te ahogues.
Me río entre dientes y agarro con fuerza sus caderas,
acompañando ese movimiento que no ha cesado desde que
lo empezó hace unos minutos. Ella se quita la camiseta y yo
resoplo con fuerza mientras la atraigo hacia abajo. Se lleva
las manos a los pezones y los roza con suavidad mientras
me mira con esa sonrisa de duende canalla de paletas
separadas que tiene. Y ahí ya no mido, ya no controlo.
Aparto sus manos de un único movimiento y las cambio por
las mías, pero dura apenas un segundo, porque al momento
me incorporo y voy directo a meterme el piercing en la
boca. Llevaba soñando con esto desde la vez que casi me
cuesta la vida. Atrapo el metal entre mis labios y ella gime
muy fuerte.
—¿Te duele? ¿Te hago daño? —pregunto con un sonido a
medio camino entre un gruñido y un gemido.
—No. —Niega con la cabeza con los ojos cerrados
mientras jadea y se sigue moviendo sobre mí con una
cadencia rítmica que me va a volar la puta cabeza… y lo
que no es cabeza.
La abrazo y giro sobre nosotros para tumbarla en la
cama, porque no quiero correrme solo con ese movimiento,
y habría ocurrido, joder si habría ocurrido.
Ella extiende los brazos sobre el colchón y se contonea, y
yo me incorporo un poco para mirarla con perspectiva y
recrearme la vista.
—Eres lo más bonito que he visto nunca —susurro.
Ella sonríe y me pasa las manos por los muslos. Eso me
hace ser consciente de que la toalla se ha quedado donde
estaba sentado hace un minuto. Mejor, una cosa menos.
—Chus, voglio fare l’amore con te —murmura con la voz
más sexi que he escuchado en la puta vida y a mí me falta
tiempo para quitarle el pantalón y terminar de desnudarla.
La miro y casi me quedo sin aliento.
—¿No te ahogas? —pregunta con su gesto más
gamberro.
—Ha faltado poco —confirmo con una sonrisa y me
inclino a besarla.
Ella rodea mi cintura con sus piernas y nuestros sexos se
tocan por primera vez. Yo noto la sangre de todo mi cuerpo
empezar a bullir en mi interior y calentarme entero, de
dentro a fuera, o de fuera a dentro, no está claro… Ella
afianza su agarre y comienza a moverse otra vez como
antes. Yo siento que se me va a parar el corazón en
cualquier momento, pero solo cierro los ojos y me dejo
llevar durante unos segundos, no demasiados, no quiero
terminar casi antes de empezar.
Está tan mojada que creo que podría colarme dentro de
ella sin darme cuenta. Le beso el cuello y le paso la lengua
por la mandíbula.
—Carina… condones —murmuro con un sonido errático a
punto de perder el control de la única neurona operativa
que tengo ahora mismo.
—Están en mi habitación… —farfulla—. ¿Tienes aquí?
Niego con la cabeza intentando pensar en algo que no
sean esos movimientos y esa humedad, pero solo emito
jadeos, no puedo ni hablar. Ella me libera de sus piernas de
golpe y me mira con la respiración agitada.
—Voy a por ellos, no te muevas, no tardo nada.
Me aparta y sale de la cama rápidamente. Pero no va a
volver. No va a volver porque no la voy a dejar. Salto del
colchón y corro tras ella. La alcanzo cuando apenas ha
entrado en el salón y me abrazo a su espalda. Mi polla
siente algo de alivio al notar la presión de su culo. Soy un
romántico, pero no tengo ahora mismo la cabeza para
encontrar una manera bonita de decir eso, lo he dicho tal y
como lo siento, aunque suene cerdo. Y así, abrazado a ella
por la espalda, continuamos el camino hacia su dormitorio.
Mi mano izquierda busca el piercing de su pezón y la
derecha se cuela entre sus piernas. Empiezo a moverlas
más o menos como lo hice la otra noche en el callejón y ella
para de caminar y se deja caer más sobre mí,
abandonándose entre mis dedos. Levanta los brazos y se
agarra a mi cuello. Gime y jadea al ritmo de mis manos y de
la fricción de su cuerpo sobre el mío, que es una manera
algo más elegante de decir lo mismo que hace un momento.
Sigo aumentando el ritmo a la velocidad que me marcan sus
movimientos hasta que la noto empezar a temblar y se deja
ir con un grito que no intenta suavizar y que yo disfruto
hasta el dolor. Inmediatamente le fallan las piernas y yo la
cojo en brazos y la llevo hasta su cama en pocas zancadas.
Ella se estira para coger el bolso que llevaba aquella noche,
que estaba tirado en el suelo, y saca la caja de
preservativos de su interior. Se la quito de las manos y ella
vuelve a dejar caer el bolso mientras yo intento quitar el
puto celofán, que parece que hayan soldado a la caja
porque no hay rendija por la que colar las uñas. Ella ve mi
frustración y lo intenta por el otro lado con idéntico
resultado. Estoy tan cachondo que no puedo ni pensar con
claridad.
—Cazzo —gruñe ella después de lo que me parece una
eternidad y muerde el plástico con tanta fuerza que lo
desgarra al momento.
Yo suelto una carcajada y la beso con desesperación
porque no entiendo cómo puede ser a la vez tan bonita, tan
natural, tan sexi y tan bruta. Ella me rodea la cintura con las
piernas y yo gimo en su boca. Y estoy a punto de perder la
puta cabeza de nuevo.
—Chus, el condón —murmura separándose un momento
de mis labios.
Asiento contra mi voluntad y me incorporo. Cojo el
preservativo que ya ha sacado ella de la caja y de la funda y
me lo pongo no sin dificultad porque mi cabeza está en
modo anticipación y no se centra en el presente. Pero por
fin lo consigo y respiro hondo. Me tiembla todo el cuerpo y
el corazón me late en los oídos. Quiero hacerlo, claro que
quiero hacerlo. Si tengo que volver a caer, que sea después
de haber tocado el cielo.
Ella vuelve a rodear mi cintura con sus piernas y esta vez
sí, me cuelo dentro y me abandono a todas las sensaciones
que me invaden. Carina hace lo mismo y el gesto de su cara
es lo más erótico que he visto en la puñetera vida. Y no
quiero que esto acabe nunca, pero me temo que va a
hacerlo bastante rápido.
Me muevo despacio al principio, acoplándome a ella, con
cuidado de no hacerle daño, aunque lo que de verdad me
apetece es empujar como un animal, o un demente, o un
animal demente, porque así es como me siento ahora
mismo.
—¿Vas bien? ¿Te hago… daño? —murmuro entre jadeos
como puedo.
Ella niega primero y luego sonríe y saca la lengua. Y yo
acelero mis embestidas mientras me pregunto cómo me
pueden poner tan cachondo una bolita de metal y un puto
diastema.
Me concentro en volver a bajar el ritmo, en ir despacio,
en tomármelo con calma, en retrasarlo lo máximo posible.
Ella grita como antes y se estremece, y yo solo quiero
aguantar como un campeón, pero me lo está poniendo muy
difícil. Toda mi concentración se va a tomar por culo cuando
empieza a sonar su móvil a todo volumen. Y mientras ella se
estira a cogerlo y mantiene apretado el botón que lo apaga,
yo doy un par de empujones más antes de que ella lo
vuelva a soltar. Y entonces sí, ahí ya me abandono por
completo y el orgasmo me sorprende dentro de ella sin
poder aguantar más.
No ha sido lo más romántico del mundo, pero ha sido
nuestra primera vez.
70. Quería verte
CARINA

—¿Quién ha llamado en un momento tan inoportuno? —


pregunta Chus tras deshacerse del condón y tumbarse a mi
lado.
—Un italiano muy pesado que parece que está buscando
que su hermana lo convierta en Farinelli, il castrato —le
aclaro.
Él se ríe y me besa.
—¿Qué tal? —pregunta algo nervioso.
Qué mono es, por favor, ni recién follado se quita esa
inseguridad de encima.
—Molto bene —susurro antes de tumbarme sobre él y
volver a besarle—. ¿No te quitas las gafas para follar? ¿No
se te caen? —pregunto en parte por curiosidad y en parte
para destensar el ambiente. Él se empieza a reír, ha
funcionado.
—A veces sí me las quito, es más cómodo —responde
entre risas—, pero es que no veo nada, y quería verte, lo
necesitaba mucho…
Se interrumpe a sí mismo para besarme, y yo me dejo
porque… pues porque sí, porque no me canso.
—Pues un día follamos sin gafas, ¿vale? —le propongo al
separarme un momento de sus labios—. Que me encantan
los ojillos que se te quedan cuando te las quitas… Y, si no
ves nada, pues follamos al tacto, que también mola…
Él resopla y vuelve a besarme, con más fuerza, con
muchas ganas. Nos vamos relajando hasta que se convierte
en un beso calmado, bonito.
—¿Sigues pensando lo mismo que antes? —pregunta
distraído mientras me acaricia la espalda.
Levanto la cabeza y lo miro. Me siento tentada de
hacerle una broma o algo, pero hasta yo sé que no es el
momento, no con lo nervioso que lo noto todavía.
—Cada palabra —murmuro en su oído y él me abraza
muy fuerte.
Le tiembla todo el cuerpo. Solo quiero tranquilizarlo y
decirle que yo no voy a hacerle daño, que no me quiero
alejar de él y que solo quiero repetir esto cada noche.
Cazzo, sí, yo, repetir, quién lo hubiera dicho… Pero como lo
mío no es la dialéctica y tiendo a cagarla cada vez que
hablo, prefiero no decir nada y solo besarle, que sean mis
gestos los que hablen por mí.
Cubro durante un buen rato su pecho con besos y
caricias y noto cómo se va relajando poco a poco.
Finalmente, su respiración se ralentiza tanto que asumo que
se ha dormido. Le quito las gafas, las dejo en la mesilla de
noche y vuelvo a pegar la cabeza a su pecho, para que el
latido de su corazón me acompañe toda la noche.
71. Un par de palmos más abajo
CHUS

Me despierto totalmente desubicado. No veo nada, pero


no parece que esta sea mi habitación. El olor a vainilla me lo
confirma, es la de Carina. Mi cerebro comienza a despertar
y recuerdo todo lo de ayer, todo lo que hicimos y cómo
acabamos aquí. Respiro hondo y me vuelve a asaltar el
miedo a que todo se tuerza en cualquier momento, ella es
totalmente imprevisible.
Busco a tientas mis gafas sobre la mesilla y, aunque me
lleva un rato, finalmente las localizo. Lo primero que hago al
recuperar la visión es girarme hacia ella, que duerme
plácidamente a mi lado. El pelo rosa sobre las sábanas
blancas, sus labios entreabiertos, su cuerpo desnudo
bañado por el sol de la mañana… Creo que es una de las
mejores imágenes que uno puede contemplar al
despertarse. Ahora mismo, de hecho, no se me ocurre una
mejor.
Mis manos se mueven sin permiso y empiezan a seguir el
contorno de su pecho. Me acerco a ella y vuelvo a meterme
el piercing en la boca, qué obsesión enfermiza tengo con
esto, no me canso.
—¿Así me despiertas? —ronronea ella mientras me pasa
las manos por el pelo.
—Así te despertaría cada día —susurro separándome un
momento de su piel.
—¿Hace falta que me ponga un piercing un par de
palmos más abajo para que te pases por ahí también?
Porque desde la canción del otro día pienso mucho en darle
gustito a tus orejas…
Suelto una carcajada, pero obedezco y hago lo que me
pide, porque también me apetece y porque no se me ocurre
un sonido mejor al despertar que uno de sus orgasmos
escandalosos. Esta vez también ocurre y es posible que
haya sido el más ruidoso de todos. Será cuestión de
aprovechar el finde, pero también tenemos que encontrar la
manera de ser más silenciosos a partir de que Samu y
Estrella vuelvan de su fin de semana fuera.
Pasamos un sábado de lo más romántico y perezoso. Tras
ese primer orgasmo mañanero, vienen muchos más. No nos
vestimos en todo el día. Nos alimentamos a base de sobras
que encontramos en la nevera, pero ni siquiera es el
hambre lo que nos preocupa. Nada lo hace, de hecho.
Hacemos un poco el guarro con un bote de nata en la
misma cocina y de ahí tenemos que irnos inevitablemente a
la ducha. Nos duchamos juntos y tenemos sexo también
bajo el agua. En algún momento habrá que parar, pero ese
momento no parece estar demasiado cerca. No al menos en
este fin de semana que estamos solos en el mundo y no
tenemos ni que salir a pasear al perro.
72. No mires
CARINA

El domingo me despierto antes que él. Igual es por la


preocupación de que este fin de semana maravilloso esté
terminando, pero el caso es que sucede así. Él duerme a mi
lado, en mi cama. Sin gafas. Qué guapo está con gafas, pero
qué monísimo está sin ellas. Pienso en prepararle el
desayuno para cuando despierte, pero, al ir a levantarme,
veo mi ukelele llamándome a gritos y cambio de idea.
Empiezo a tocar[xxxvi] y a cantar bajito, pero
inevitablemente le despierto.
Busca a tientas las gafas y se las pone. Me mira y sonríe.
—He visto cantidad de veces imágenes de tías desnudas
tocando la guitarra. Nos lo venden como algo supersexi,
pero lo es mucho más el ukelele, dónde va a parar…
Me río y me acerco a besarle.
—Buongiorno —murmuro—. Eso es porque el ukelele no
tapa nada, ¿no?
—Mmm… Es posible —dice mientras se coloca detrás de
mí—. Pero también puede ser porque la que lo está tocando
eres tú —añade empezando a acariciarme la espalda.
Unos ruiditos raros, como gemidos contenidos, se me
cuelan en la canción y definitivamente pierdo el hilo cuando
pasa de mi espalda a mis tetas. ¿Alguien puede
concentrarse en los acordes en una situación así? Yo, no. Así
que simplemente mando a tomar por culo el ukelele y me
concentro en darle los buenos días como la ocasión lo
merece.

Conforme avanza el domingo, va cambiando su actitud,


lo noto raro. Y no me gusta, no me gusta nada, porque no
quiero que cambie nada, pero es inevitable que algo lo
haga, no podemos estar en esta actitud para siempre… En
algún momento tendremos que vestirnos y salir de casa.
—¿Qué te pasa? —pregunto tras salir de la ducha,
mientras nos secamos—. Estás raro…
—Puede ser —suspira—. No quiero que acabe este fin de
semana.
—Yo tampoco. —Me acerco a besarle—. Pero tenemos
muchos más días… Aunque tengas que trabajar, tenemos
las tardes y las noches.
Me sorprendo a mí misma con un cierto temor a que la
burbuja estalle y lo que estamos viviendo estos días se
termine.
—Vamos a bailar. —Tiro de él y lo llevo hasta el salón.
¿Por qué? Ni idea, me ha nacido así. Pongo una
canción[xxxvii] en el equipo de música y me abrazo a él, que
me rodea la cintura con sus manos y empieza a mecerse
conmigo.
—¿Qué va a pasar a partir de mañana? —pregunta por
fin en un murmullo.
—No sé, ¿que tendrás que vestirte para ir a currar? —
Sonrío.
—Entre nosotros —suspira, aún se desespera conmigo—.
¿Estamos juntos?
—Cazzo, ¡sí!, ¿no?
Él me abraza fuerte y enseguida se relaja un poco entre
mis brazos. Qué monísimo, por favor, aún no lo tiene claro,
no sé qué más necesita… ¿Un mapa?
—Tenemos que contárselo a tu hermano —murmura—.
Podemos pasar a verlo mañana por la tarde, cuando yo
salga de currar.
—Mmm… Vale —asiento—. Pero ya vale de pensar en él,
hoy todavía estamos los dos solos en el mundo…
Él sonríe y me besa. Me levanta del suelo y me sienta
sobre el respaldo del sofá. Enrosco mis piernas en su cintura
y tiro la cabeza hacia atrás cuando empieza a besarme el
cuello. Aprieto los muslos y lo atraigo más hacia mí. Suelta
un gruñido en respuesta de esos que me encantan.
—¿Los condones? —farfulla.
—Creo que en mi habitación… —improviso sin tenerlo ni
medio claro. A saber, pueden estar en cualquier parte…
Él vuelve a gruñir y aprieta sus manos en mis caderas
mientras baja la cabeza para volver a meterse un pezón en
la boca. Vale, no me voy a quejar, ahora cuando acabe esto
los buscaremos.
Concentrada en el movimiento de sus labios y sus
manos, apenas soy consciente de que escucho un ruidito
que se mezcla con la canción[xxxviii] que suena en este
momento. De lo que sí que me doy cuenta perfectamente
es del grito que se oye a continuación.
—¡Hostia, no mires, tortellini! —El grito y la carcajada de
Samu nos hacen girarnos instintivamente hacia la puerta.
No me ha dado tiempo a ver la cara de mi hermano,
porque el rubio se la ha tapado rápidamente con la mano.
Mi cuñado, tras ellos, parece que se ha dado la vuelta por su
propia voluntad.
—Tapaos, anda, que ya os hemos cortado el rollo —dice
Samu mientras se da la vuelta y obliga a Piero a hacer lo
mismo.
Chus se ha quedado blanco.
—Bueno, pues ya no hace falta pasar a ver a mi hermano
mañana —sonrío aguantando la risa—. Pásame una de las
mantas, anda.
73. Qué crack
CHUS

No puedo ni pensar, no sé ni dónde está mi ropa. Carina


está bastante tranquila. No deja de sorprenderme lo que se
la suda todo. No parece preocupada ni avergonzada ni nada.
Y cosas como esta son las que me vuelven tan loco de ella.
Se enrosca en una de las mantas del sofá y me pasa la otra.
—¿Qué vamos a decirle? —susurro preocupado mientras
la imito y me cubro con la manta.
—Que no se entra en casa ajena sin llamar, que se corre
el riesgo de ver estas cosas —se ríe—. Y al rubio, que nos
devuelva las llaves…
—Joder, joder, joder… —murmuro y ella se parte de risa.
—Andiamo.
Nos acercamos a la cocina, donde nos esperan los tres.
—A ver si conseguís traerlo de vuelta, que se nos ha
quedao pallá —dice Samu refiriéndose al italiano, que está
plantado ahí en medio con la vista fija en el infinito. Loui,
delante de él, intenta hacerle reaccionar.
—Piero, cariño, ¿me oyes?
Pero no parece oír ni ver nada. Está como catatónico.
—Amor, me estoy empezando a preocupar… —Loui le
agita un poco los hombros, pero Piero sigue sin reaccionar
—. Me estoy empezando a preocupar en serio —repite al
girarse hacia nosotros.
Carina se acerca a él y suelta algo en italiano que
ninguno de los presentes creo que entienda. Pero su
hermano no reacciona.
—Se ha quedado tonto. —Se encoge de hombros y se
separa de él—. No sé si hay algo que podamos hacer. Ya
volverá de donde esté…
Me acerco a él y le miro a los ojos. Me recuerda mucho a
una situación que viví justo con él hace unos meses, así que
simplemente veo claro lo que tengo que hacer. Murmuro un
«lo siento, nano» y le doy una hostia del mismo nivel que la
que me dio él a mí cuando la situación fue a la inversa. Lo
agarro para que no se vaya al suelo.
—¡Pero ¿de qué coño vas?! —grita Loui viniendo a
cogerlo él.
—Joder, ¡qué crack! —se descojona Samu—. Te follas a su
hermana y luego le metes una hostia… Tengo que probar un
día de estos a partirle la cara a Marc, a ver si así se le va la
tontería de una vez…
Piero se pasa una mano por la cara y luego pestañea un
par de veces.
—Esa me la tenías guardada, Chus.
—Lo siento, nano, no se me ha ocurrido otra cosa.
Me mira un momento y luego dirige la vista a su
hermana; de nuevo a mí y a Carina otra vez.
—Vosotros dos —murmura—. No sé si se me va a ir esa
imagen de la mente en algún momento.
—Cazzo, y ¿para qué entras sin llamar? —se defiende
Carina.
—Hemos llamado, varias veces —aclara Samu.
—Ah, sería cuando estábamos en la ducha… —asiente
ella aguantando la risa—, por eso no hemos oído… ¡Pues
llamáis por teléfono antes de abrir la puerta!
—¡Llevo llamándote desde el viernes y lo tenías
apagado! ¡Estaba preocupado!
—Ah, sí, lo apagué, es que justo cuando llamaste
estábamos follando, era nuestro primer orgasmo compar…
Le tapo la boca con la mano y la atraigo hacia mí para
que no siga hablando, porque considero que el concepto ya
ha quedado claro y no creo que su hermano necesite tantos
detalles.
—¿Lleváis desde el viernes dándole sin parar? —Se
vuelve a reír Samu—. Mis ídolos.
—Cazzo, Carina —resopla Piero mientras se pasa las
manos por la cara.
—Otro como Marc —suspira el rubio—. A ver, que son
chicas antes que hermanas, y que también les gusta follar…
Hasta las mías, que son menores… Asumidlo ya de una vez
y seguid con vuestras vidas…
—No es eso —se queja el italiano—, eso ya lo sé; pero no
necesitaba verlo… Esa imagen… No dejo de ver esa
imagen…
Carina se descojona con la cabeza escondida en mi
pecho y yo no sé bien dónde meterme.
—Siento que te hayas enterado así, nano. No ha sido la
mejor manera, la verdad —suelto por fin porque, aunque lo
que he dicho es más que evidente, no se me ocurre otra
cosa que decir.
—Oh, Luigi —suelta de repente Loui imitando el acento
de su marido—, ¿no sería precioso que por la convivencia
Carina y Chus se enamoraran? Se harían tanto bien el uno al
otro… —Junta las manos sobre el pecho y luego añade ya
con su voz normal—: ¿Te suena eso?
—Sí, sí —se ríe Piero—, pero yo hablaba de AMOR, el
resto no necesitaba verlo —se vuelve a pasar las manos por
la cara.
—Pues el amor y el sexo van juntos —argumenta Carina.
—Que digas eso precisamente tú… —su hermano sonríe
con condescendencia—. ¿Desde cuándo piensas así?
—Solo tiene que pasar una vez, ¿no?
Yo la abrazo fuerte y le beso la cabeza. No tengo nada
que añadir al respecto.
74. Una última señal
CHUS

Una semana después de que nos pegaran la gran pillada,


hemos terminado de despejar la que era la habitación de
Carina. Ha traído sus cosas a mi habitación y ya no
compartimos piso, ahora vivimos juntos. Es un pequeño
matiz, pero para nosotros es importante.
—Deberíamos quitar esa cama de ahí —dice ella desde la
puerta de su antiguo dormitorio, mientras yo trasteo en la
cocina.
—¿Por qué? ¿Qué problema hay? Es una buena cama.
—Precisamente por eso. —Se acerca hasta donde estoy y
se sienta en la encimera a mi lado—. No queremos una
cama vacía, y menos tan cómoda, se nos podría volver a
meter tu abuela en casa sin darnos cuenta…
—La yaya… —me río—. Se lo tendremos que contar en
algún momento, por cierto.
—Con el asco que me tiene… La matas del disgusto.
—Yo creo que, en el fondo, le caías bien…
—Tan en el fondo que no era visible al ojo humano.
—¿Y ella a ti? —pregunto aguantando la risa.
—Me dejabas un pedacito de infierno cada mañana
cuando te ibas a trabajar. —Se inclina hacia mí y me besa.
Le paso el plato con su cena y le indico con un gesto que
camine hacia el sofá. Nos sentamos en la alfombra, muy
juntos, y colocamos los platos en la mesa de centro. Nos
hemos acostumbrado a comer y cenar así y nos encanta.
Tote nos ronda todo el tiempo por si le cae algo, pero no
suele haber suerte, él tiene su comida.
Después de cenar, nos liamos un porro y nos lo fumamos
entre los dos.
—Oye, estaba pensando… —dice Carina tras dar una
calada—. Igual que Samu tenía llaves de aquí, ¿tenemos
nosotros llaves de su casa?
—Sí, claro, me dieron un juego para emergencias o por si
pasaba algo… ¿Por qué?
Me mira con una enorme sonrisa y alza las cejas un par
de veces.
—Porque podríamos aprovechar un día que no estén en
casa para coger prestado alguno de los juegos o los
disfraces…
—No, no, ni pensarlo, no vamos a cogerles nada de eso.
—Omito deliberadamente el dato de que el propio Samu me
lo ofreció porque quiero que descarte esa idea totalmente—.
Antes compramos lo que quieras que cogerles nada a ellos.
—¿Sí? —En un solo movimiento se sienta encima de mí y
a continuación me pone el canuto en los labios—. ¿Qué
cosas podemos comprar?
En cuanto doy una calada, ella me lo vuelve a quitar y
me lo cambia por un beso.
—Nada que tengan ellos, nada con lo que podamos
imaginarlos, por favor —me río.
—Eso reduce muchísimo nuestras opciones.
Tote interrumpe la conversación y deja caer su correa a
nuestro lado. Qué desastre somos, la mitad de las veces es
el pobre perro el que nos tiene que recordar que lo
saquemos a la calle.

El parque está desierto a estas horas. Nada más llegar,


Carina lo suelta y salen corriendo los dos. Me encantan las
carreras que se pegan a estas horas de la noche, no sabría
decir cuál de los dos tiene más energía. Yo a estas alturas
no tengo ni fuerzas ni ánimos para seguirles el ritmo, así
que simplemente me siento en un banco y los miro correr
desde lejos mientras pienso en lo bien que ha salido todo al
final y la suerte que tengo con ellos.
Un martilleo aproximándose interrumpe mis
pensamientos. Busco el sonido con la mirada hasta que mis
ojos dan con ella. Subida a sus tacones de vértigo, con su
pantalón elegante y fumándose un cigarro, la bruja que me
echó las cartas vuelve a cruzar el parque como aquella
noche. Doy un fuerte silbido para captar su atención y lo
consigo a la primera. Ella detiene su caminar y se gira hacia
mí. Cuando me reconoce, sonríe y, tras dar una calada al
cigarrillo, levanta esa misma mano para saludarme. La
imito, pero, antes de que pueda hacer ningún otro gesto,
me arrolla Tote, que ha venido hasta mí atraído por el
silbido. Carina viene con él.
—¿A quién saludas?
—A esa chica, es una larga historia —respondo mientras
me giro y señalo al vacío, porque no se ve a nadie más por
aquí.
—¿Qué chica? —Carina se ríe y arruga la nariz.
—Estaba ahí hace unos segundos, ¿no la has visto? —Me
froto la barbilla, me temo lo peor.
—No, no he visto a nadie desde que hemos llegado —
asegura ella mirando a su alrededor.
—Vale, pues esto tiene que ser una señal, no puedo
ignorarla. —Me paso las manos por la cara.
—¿Una señal de qué? —Carina arruga las cejas.
—De que va siendo hora de dejar los porros de una vez y
para siempre.
El epílogo de Carina
Septiembre, 2012

«No, no, no, no puede ser verdad. Ya he pasado por


esto», repito una y otra vez en mi cabeza mientras vuelvo a
desplegar las instrucciones para comprobar que estoy en lo
cierto. Localizo rápidamente la información: una rayita,
negativo; dos, positivo.
«Mierda, mierda, mierda, aquí sobra una». Cierro los ojos
con fuerza, como si el no verlo lo hiciera menos real, y agito
el palito en el aire con insistencia, como si el movimiento
fuese a borrar esta segunda raya que acaba partirme el
alma. O como si el hecho de conseguir que desapareciera la
raya hiciera desaparecer también el embarazo.
El cuarto de baño comienza a girar a mi alrededor. Estoy
sentada en el borde de la bañera, pero me deslizo hasta el
suelo porque me da la impresión de que me voy a caer si no
lo hago. Me acerco gateando hasta el váter y vomito,
mucho, todo. No sé si de nervios, de ansiedad o
simplemente por mi estado.
Consigo ponerme de pie lo justo para enjuagarme la boca
y salir del baño, pero al momento me vuelve a sorprender
ese pinchazo en el pecho y la sensación de ahogo. Noto la
cara mojada antes siquiera de darme cuenta de que estoy
llorando. Me vuelvo a marear y me dejo caer de rodillas
sobre la alfombra del dormitorio. Tote ha venido corriendo
en cuanto me ha oído. Me enrosco sobre mí misma, aún en
el suelo, y él se coloca a mi lado, creo que intenta
reconfortarme.
No sé cuánto rato he pasado en esta posición, mirando a
un punto fijo casi sin pestañear, cuando oigo las llaves de
Chus y, a continuación, la puerta de casa. Tote sale como
una bala a por él y se pone a ladrar.
—¿Qué pasa, bonito? ¿Y Carina? ¿Pasa algo? ¿Por qué
ladras tanto? ¡Carina, ¿estás en casa?!
—Sssí —intento gritar de vuelta, pero creo que no me he
escuchado ni yo misma—. Aquí.
En un par de segundos aparece por la puerta de la
habitación. Se queda blanco al verme y se tira al suelo para
intentar incorporarme.
—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? ¿Vamos al médico?
¿Estás herida?
—No —niego con la cabeza y sorbo los mocos mientras
intento incorporarme.
Él se ha arrodillado y tira de mí con cuidado pero muy
firme.
—¿Le ha pasado algo a alguien? ¿Tu familia? ¿Tus padres?
¿Tus hermanos? ¡¿Piero?!
—No, no —sollozo y vuelvo a negar—. Todos están bien.
—Dime por favor qué pasa, Carina, que me estoy
acojonando. —Ha terminado de incorporarme y me mira
muy preocupado, pero no sé cómo decírselo, no quiero darle
la peor noticia del mundo. No se lo merece.
Rompo a llorar otra vez sin poder hablar, pero tampoco
quiero verlo así de preocupado. Y merece saber el marrón
que tenemos encima. Así que simplemente extiendo el
brazo y le enseño el palito de plástico que aferro todavía en
el puño.
—¿Qué es esto? —Me lo quita y lo observa—. ¿Un
termómetro? No, esto es un… ¿es un test de embarazo?
¡Carina, ¿es un test de embarazo?! —Levanta la voz al
comprobar que lloro como respuesta, pero asiento para
confirmárselo y que la incertidumbre del pobre no se
alargue más de lo necesario—. ¿Es positivo? ¿Por eso estás
así? ¿Es eso lo que te pasa? ¿Estás embarazada?
Asiento, sollozo, me derrumbo… Solo quiero encogerme
y desaparecer, pero él se acerca a mí y me abraza fuerte.
—Joder —murmura en mi oído—. Vale, tranquila, ya está,
cálmate. —Me pasa las manos por la espalda con intención
de reconfortarme y parece que, en cierto modo, lo va
consiguiendo.
Sin soltarme, se sienta con la espalda contra la cama y
me retiene entre sus piernas, aún abrazado a mí.
—Shhh —sisea—. Tranquila, no tenemos que hablarlo
ahora. Relájate, todo va a estar bien. Te quiero, Carina, te
quiero, eso es lo importante, no estás sola, ¿vale? Me lo
tenías que haber dicho, habría estado contigo, joder. —Me
besa la cabeza mientras me acaricia la espalda—. Tranquila,
mi amor, cuando estés lista lo hablamos.
Pero no estoy lista y no sé si en algún momento voy a
estarlo.
No sé cuánto rato permanecemos en esta posición.
Mucho. Es una de las cosas que me encanta de él, siempre
sabe cuándo necesito tiempo, o espacio, o ambas cosas. Lo
oigo respirar fuerte, esto también tiene que haber sido un
palo para él.
—Se lo prometí a Piero —murmuro y corro el riesgo de
empezar a llorar de nuevo—. Le prometí que no me volvería
a pasar. Hemos ido con cuidado… —Se me quiebra un poco
la voz al final.
—Nada es infalible, a veces pasan estas cosas —asegura
con toda su calma.
—¿Cómo estás tan tranquilo? —pregunto sin terminar de
dar crédito.
—No estoy tranquilo —asegura mientras quita una de sus
manos de mi espalda y la pone delante de mi cara. Tiembla
un poco, vale, sereno del todo no está—. Pero uno de los
dos debe mantener la calma por el momento. No podemos
dejar que la situación nos supere… ¿Has pensado en ello?
¿Sabes lo que quieres hacer?
—No puedo pasar por eso otra vez, Chus, no puedo. —
Rompo a llorar de nuevo—. No puedo volver a abortar.
—Vale. —Suspira, me abraza más fuerte y me besa—. Lo
tendremos. Seremos padres. Todo saldrá bien. —Respira
hondo y apoya su cara sobre mi pelo.
—Cazzo, no! —«¿Está loco?»—. No puedo ser madre. Ese
pobre niño no se lo merece… ¡Sería la peor madre del
mundo!
—No digas tonterías, serías… «serás», una madre
estupenda…
Niego con fuerza con la cabeza y arranco a llorar otra
vez.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres, Carina? ¿Cuál es tu
solución?
—¡No lo sé! —Me desespero. Está claro que no hay
solución buena a este marrón, no entiendo que no lo vea.
—Voy a prepararte un baño. —Me aparta un poco de él y
se pone de pie—. Te sentará bien.
Tira de mí para que lo siga y me deja sentada en una
banqueta mientras empieza a llenar la bañera. Yo no
opongo resistencia, me dejo hacer. Estoy un poco en estado
de shock todavía. He dejado de llorar, pero aún se me
escapa algún sollozo de vez en cuando.
Mientras la bañera se va llenando sola, me abraza y me
susurra cosas bonitas al oído. Y yo vuelvo a llorar porque me
duele que piense todas esas cosas que me dice, porque son
mentira, yo no soy así como él piensa. Yo soy un desastre de
persona y no puedo seguir adelante con esto y arruinarle la
vida a un pobre ser humano cuya única culpa sería nacer de
la madre equivocada.
Cuando el agua alcanza el nivel adecuado, Chus me
ayuda a desnudarme y a meterme dentro. Me estiro en la
bañera, con todo el cuerpo sumergido menos la cabeza, y
me invade una sensación de paz. La temperatura del agua
es perfecta y el olor de las sales de baño me tranquiliza.
—Te dejo que te relajes, luego vengo —dice mientras se
dirige hacia la puerta.
—¿No vas a meterte aquí conmigo? —Hay pánico en mi
voz, pero es que no quiero quedarme sola.
—¿Quieres? ¿No estarás más tranquila tú sola?
Niego con la cabeza, saco las manos del agua y las abro
y cierro varias veces para darle a entender que quiero que
venga. Pero no digo ni una palabra, porque corro el riesgo
de volver a llorar. Y no quiero seguir llorando, necesito un
descanso.
Él respira hondo antes de hablar.
—Vale, voy a hacer una llamada y vengo.
Apenas unos minutos después está de vuelta. Se
desnuda rápidamente y se mete en la bañera conmigo, a mi
espalda. Me apoyo en él y es como una metáfora, porque
me apoyo en él en muchos aspectos de nuestra vida. Pero
para esto no hay apoyo posible. No hay solución.
—¿A quién has llamado? —pregunto mientras me acaricia
los brazos.
—A Piero —susurra—. Dice que en un rato viene.
—¡¿Se lo has contado?!
—Claro que se lo he contado. —Me besa la cabeza—. Él
es mejor que yo para estas cosas. Es el mejor, de hecho… Y
es tu hermano. Lo necesitas, lo necesitamos…
Yo solo asiento con la cabeza, pero empiezo a ponerme
nerviosa de nuevo. Le he fallado. Le prometí que no me
volvería a pasar; y me ha pasado otra vez. No puedo ni
mantener una promesa tan sencilla, nunca voy a ser una
adulta responsable.

Ya vestida y seca, estoy sentada en la alfombra con la


espalda apoyada en el sofá. Chus está sentado a mi lado.
No dice nada, creo que intenta respetar mis tiempos. Se
levanta de un salto cuando llaman al timbre.
Al otro lado de la puerta está mi hermano. Lleva a Maya,
la hija pequeña de Greta y Marc, en brazos. La deja en el
suelo y la cría viene corriendo hacia mí. Tiene año y medio,
hace pocos meses que ha aprendido a andar, pero no anda,
solo corre. Corre de esa manera rara que tienen algunos
bebés que casi no doblan las rodillas y cuando cogen una
curva parece que vayan a volcar.
—¡Nina! —grita la cría entre risas mientras viene hacia
mí a toda velocidad.
La acojo con los brazos abiertos. Me encanta esta niña,
pero eso no cambia nada, si es lo que pretende mi hermano
al traerla. Sigue sin ser lo mismo ser la divertida tía Carina
(o Nina, que de momento esta no sabe decir mucho más)
que ser madre de un niño que no tiene culpa de nada.
Chus se queda en la cocina preparando algo, pero Piero
viene hasta aquí y se sienta a mi lado. Me pasa un brazo por
encima de los hombros y me atrae hacia él.
—No es la misma situación —susurra.
—¿Qué?
—Que tu situación es diferente. Ahora tienes pareja; y ha
sido un accidente. Le podía haber pasado a cualquiera…
—A ti no —replico como argumento.
—No, a mí no —se ríe—, pero porque la naturaleza no
quiere.
Maya me pone las manitas en la cara y me gira hacia ella
para que le haga caso.
—¿Por qué la has traído? ¿Intentas convencerme de algo?
—pregunto mientras empiezo a hacerle a la cría las muecas
que sé que le hacen gracia. No falla, su risa inunda la
habitación al momento.
—Ha sido casualidad. —Sonríe, pero no me fío mucho—.
Estaba solo en casa con ella. Carina, puedes hacerlo,
puedes ser madre. Tienes la edad adecuada y una vida
estable.
—Ese niño no tiene la culpa. —Niego con fuerza.
—Vamos a ver —sigue mi hermano—. Si hasta Marc y
Greta, que le han puesto a su hija el nombre de una abeja
de dibujos animados, son buenos padres, no tengo duda de
que tú también lo serás…
Niego con la cabeza como respuesta. Él resopla antes de
volver a hablar.
—Entonces, ¿qué quieres, Carina? ¿Volver a abortar?
—No. —Vuelvo a llorar otra vez.
—Pues ya me contarás. —Mi hermano empieza a
desesperarse—. No tienes más opciones.
—Lo podría dar en adopción —murmuro—. Igual es lo
mejor para el crío…
—Lo adoptaré yo —dice mi hermano convencidísimo y a
mí se me encoge el estómago ante su idea—. Loui y yo
estamos casados y tenemos estabilidad económica. Aparte
de que tendré vínculo sanguíneo con el niño, no creo que
haya problema.
—¡Ni de puta broma! —suelta Chus desde la cocina y
viene directo hasta nosotros—. He dicho que respetaría tu
decisión, pero esto sí que no. También es hijo mío, Carina.
No quiero verlo crecer como hijo de Piero y Loui y ser el tío
Chus. Ni de putísima coña, vaya.
—Ya, lo entiendo. —Mi hermano se pasa una mano por la
cara—. Pero no quiero que lo críen desconocidos cuando
nosotros podríamos darle un hogar y mucho amor.
—¡Y nosotros también! —ruge Chus y yo niego con la
cabeza—. Vamos a ver, que da miedo, Carina, está claro,
pero podemos hacerlo. Desde que llegaste a esta casa te
ocupaste de Tote, de mi abuela, hasta de los hijos de Samu
cuando les has hecho falta… Serás una madre de la hostia.
—No es lo mismo…
—Claro que no es lo mismo, será mejor —insiste Chus.
Pero yo solo niego rotundamente mientras me levanto y
me encierro en la habitación.

Tras un fin de semana de llantos, miradas y casi ni hablar


con él, Chus se ha ido a currar y me he quedado sola en
casa. Al principio no quería irse, pero no se podía alargar
más esta situación. Sigo sin saber qué hacer con mi marrón,
no hay opción buena. Solo quiero que todo se solucione por
arte de magia, pero me temo que eso no va a ocurrir.
Suena el timbre de casa y arrastro los pies hasta la
puerta. Me sorprende encontrar a mi cuñado Loui al otro
lado. Nuestra relación es cordial y correcta, pero nada más.
Nunca ha habido feeling y sé que no me traga, aunque
ahora al menos me tolera.
—Chus no está —aclaro nada más verle—. Está currando.
—Lo sé, tu hermano también, por eso he venido ahora —
asegura mirándome a los ojos—. Quería verte a ti, ¿puedo
pasar?
—Claro. —Me aparto a un lado para que entre.
—¿Por qué quieres verme a solas? ¿Vas a matarme? —
Creo que es la primera vez que hago una referencia directa
a que le caigo mal, siempre finjo que no lo sé, pero llevo
tantos días atormentada con lo mío que todo lo demás me
parece insignificante.
Cruza los brazos sobre el pecho y se gira a mirarme
mientras yo cierro la puerta de la calle.
—No me des ideas… —responde y una sonrisa se va
dibujando en sus labios—. Bueno, vamos a hablar claro, por
ese comentario que acabas de hacer intuyo que sabes la
opinión que tuve de ti cuando te conocí.
—Ajá. —Voy hacia la zona de la cocina y me siento sobre
la isleta del centro.
Él me sigue y, cuando ve dónde acabo de subirme, pone
los ojos en blanco.
—En serio, Carina, ¿qué problema tienes con las sillas?
—¿Qué quieres, Luis? —suspiro—. ¿Has venido a decirme
dónde me tengo que sentar en mi puñetera casa?
—No, claro que no. Tienes razón, perdona. —Alzo las
cejas sorprendida por su disculpa y aún me sorprendo más
cuando lo veo acercarse a mí y, tras dudar un momento,
sentarse a mi lado de un salto.
—¿Y bien? —pregunto para invitarle a que me cuente qué
hace aquí.
—Recuerdo perfectamente el día que te conocí. —
Empieza mirando al suelo—. Llegaste como un torbellino a
trastocar la paz que teníamos y mis últimas semanas en
Sicilia.
—Un poco tarde para reproches, ¿no? ¿Cuánto hace de
eso? ¿Ocho años?
—Sí —asiente y levanta la cabeza para mirarme
directamente a los ojos—, llegaste embarazada, sin saber
de quién, con diecinueve años, pidiéndole a tu hermano que
interrumpiera el embarazo cuando su vocación es justo la
contraria… Se lo hiciste pasar fatal y te odié por eso, sí. ¿Te
sorprende?
Niego con la cabeza y miro al suelo.
—Me pareciste una cría irresponsable y caprichosa, la
verdad.
—Ya —consigo decir mientras me seco una lágrima
maldita que delata que sus palabras me duelen, aunque no
le falta ni un poquito de razón.
—Pero, si te soy sincero, hace ya mucho tiempo que
cuando te miro no veo a esa niñata. Eres otra persona,
Carina. Desde entonces, te he visto crecer, has madurado.
Tu hermano me ha contado lo que te preocupa y las posibles
soluciones que habéis barajado… Y hasta yo, que
posiblemente sea la persona que peor concepto ha tenido
de ti, estoy convencido de que puedes hacerlo. Puedes ser
madre, Carina, y estoy convencido de que serás una de las
buenas.
Resoplo como respuesta.
—Y no te lo estoy diciendo porque la idea de Piero de
adoptarlo nosotros me horrorice, que me horroriza, pero
simplemente porque ese niño no merece crecer engañado.
Y ya tiene padres, estupendos y muy divertidos. Lo harás
bien, Carina, lo haréis bien los dos. Y podréis contar con
nosotros para lo que sea, igual que lo hacen Marc y Greta…
Si tenemos que irnos todos a vivir a un palacio gigante, lo
haremos. —Sonríe.
Yo tuerzo la boca y me seco una lagrimilla que se me
escapa.
—Creo que me quedo aquí. Tú y yo bajo el mismo techo…
no sé. —Hago una mueca—. Y vivir con mi hermano y con
Marc… uf, demasiada intensidad. Quiero un niño normal y
feliz, no otro rey del drama.
—Me alegro de que ya te hayas decidido. —Sonríe y me
pasa un brazo sobre los hombros.
—No he decidido nada —me defiendo.
—Claro que sí. —Vuelve a sonreír y me besa la cabeza—.
Somos una gran familia, estaremos a vuestro lado para lo
que necesitéis. Solo te pido una cosa…
—¿Qué? —Achino los ojos.
—Si tienes algún control sobre la genética, que no se
parezca a tu padre, que es muy feo y mala persona. Si me
concedes eso, el tío Loui le paga los estudios desde la
guardería hasta la universidad privada que elija —se ríe.
Me río yo también y dejo caer mi cabeza en su hombro.
Parece que ya está decidido.
El epílogo de Chus

Mayo, 2016

Salgo de mi aula y me dirijo hacia el pabellón de infantil


a por mi hijo. Sí, «mi hijo». Tiene ya tres años y todavía no
termino de acostumbrarme. Se llama Andrea.
Efectivamente, has leído bien, «hijo» y «Andrea». Por lo
visto, en Italia es nombre de chico. A Carina, durante el
embarazo, le pareció que era una gran idea ese nombre
porque era el de la protagonista de la primera novela que le
había recomendado yo. Y nos valía, según ella, para niño y
para niña. Y así fue. No intenté razonar con ella, hay
batallas que sé que las tengo perdidas de antemano. En
cualquier caso, me alegro profundamente de no haberle
recomendado como primera lectura La vida es sueño o La
Celestina.
En conclusión, que ahora tengo un hijo que se llama
Andrea y vivo con miedo a que me lo frían a collejas en el
recreo cuando sea un poco más mayor.
Me ve a través de los cristales de su clase y me saluda
con la manita. Es el más guapo de todos con diferencia. No
es una apreciación de padre caldoso, es algo totalmente
objetivo. Ha salido a su madre. Miento, eso no es del todo
preciso: es igualito que su tío Piero. Sí, hasta ha heredado
los rizos. A Piero y a Loui se les cae la baba con él.
Igual te preguntas si no ha heredado nada de mí, al fin y
al cabo, soy su padre. Y la respuesta es sí, claro que la
genética le ha dado algo mío: un bonito cóctel de miopía y
astigmatismo que le hace llevar gafas a tan temprana edad.
Pero él está encantado, lo llevamos a la óptica y eligió unas
de color morado, a juego con el pelo de su madre. Sí,
estamos en la fase violeta. Hemos pasado ya por unas
cuantas desde que nos conocemos. Tengo la teoría de que
en algún momento se quedará calva por culpa de esos
tintes, pero ella asegura que no y yo tampoco quiero
discutir, me encantan todos.
Caminamos hacia casa de la mano y Andrea me va
contando con su lengua de trapo todo lo que ha hecho
durante el día. O todo de lo que se acuerda, al menos.
En cuanto entramos en casa, su madre sale a recibirnos.
Está currando en el despacho que compartimos, ese que
durante un breve periodo de tiempo fue la habitación de mi
abuela. Carina se ha establecido como traductora
independiente y le va bastante bien. Lo mismo le encargan
el subtitulado de una película que la traducción de un libro,
y, bueno, como ventaja añadida, no tiene que tratar con
demasiada gente, cosa que todos sabemos que nunca ha
sido lo suyo…
Viene hasta nosotros, nos da un beso a cada uno y me
quita al niño de los brazos. Creo que no hace falta que
aclare que sus temores eran totalmente infundados y que
es una madre de la hostia. Tenemos un niño sano y feliz, y
también lo somos nosotros.
Ella saca el ukelele y se sientan los dos a cantar[xxxix] en
la isleta de la cocina mientras yo voy preparando algo de
cena. Me encantan estos momentos familiares de los tres,
me encanta oírlos cantar, a veces en español, a veces en
italiano, incluso a veces en portugués. Me animo a cantar
con ellos y se parten de risa porque dicen que nunca me
aprendo la letra de las canciones, supongo que mi memoria
está algo perjudicada por los desfases de juventud… O igual
simplemente nunca ha sido buena, no hay que buscar una
explicación más profunda para todo.
Después de cenar, dedicamos todos los días un rato a
leer. Así es, nunca compré una tele. Estoy seguro de que
llegará un día en el que mi hijo la pida, pero ya me
plantearé qué hacer cuando llegue ese momento. Por lo
pronto, conseguí que su madre se rindiera con ese tema.
Hoy se han ido los dos a nuestra habitación y se han
quedado fritos mientras yo recogía todo lo de la cena.
Me quedo un momento mirándolos dormir, a mis dos
torbellinos en calma. Tengo la familia más bonita del
mundo, no me puedo creer que tenga tanta suerte, no
pueden hacerme más feliz. Me duele en el alma separarlos,
porque están profundamente dormidos y abrazados, pero él
tiene su dormitorio y yo necesito descansar cómodamente.
Por eso, cojo al niño en brazos y lo llevo hasta su cama, en
la que fue durante unos meses la habitación de su madre.
Ya con la paz y el silencio del final del día, me siento un
rato a leer en el sofá. Pero la tranquilidad dura poco, unos
golpes en la puerta de casa me sacan de la lectura. Voy a
abrir con la incertidumbre de si realmente lo he escuchado
o todo han sido imaginaciones mías. No pienses mal, hace
años que no me fumo un porro, no sería por eso. Aquello se
acabó, ya no los necesito.
Abro la puerta por fin y no, no me lo había imaginado.
Samu está al otro lado con peor cara que si le hubieran
dicho que va a ser padre de nuevo. Eso no volvió a pasar,
por cierto. La vasectomía finalmente fue efectiva y se
plantaron en cuatro hijos. Todos chicos. Todos rubios, de ojos
azules y pelo rizado. Parecen cuatro angelitos, pero solo lo
parecen, porque en realidad son cuatro demonios que
pueden volver loco a cualquiera.
Me aparto para dejarle entrar y lo hace. Se deja caer en
una butaca mientras resopla.
—Qué mal, qué mal, qué mal, nano… —murmura—. Qué
jodido estoy, mierda, qué putada, joder…
—¿Qué pasa, tío? Me estás preocupando… —Me siento
frente a él esperando que me dé más información.
—Voy a morir. Literal. Voy a morir.
—¿Qué pasa, nano? ¿Estás enfermo? —pregunto
empezando a acojonarme. Creo que nunca lo había visto tan
serio.
—¿Qué? No, no. Voy a morir asesinado. Si no me mata
Estrella, lo hará Marc… —El comentario suena a coña, pero
él parece que, por una vez, no está de broma.
—¿Qué ha pasado, tío? Me estás acojonando de verdad.
Se pasa las manos por la cara antes mirarme muy serio y
soltar la bomba.
—Le he puesto los cuernos a Estrella.
—¡¿Qué?! ¡Pero ¿eres gilipollas?! —grito en voz baja. Sí,
es raro, pero está mi familia durmiendo, no son horas.
—Es evidente que sí, soy gilipollas. —Levanta las manos
como si yo hubiera preguntado una obviedad.
—Pero ¿en qué estabas pensando?
—Está claro que no estaba pensando —resopla—. Yo qué
sé, cuando me he querido dar cuenta, había pasado. Sé que
suena a excusa, pero te juro que ha sido ella, que yo nunca
me lo había planteado.
—Pero ¿quién…? —Y antes de esperar a que conteste,
algo en mi interior me dice que ya sé la respuesta—:
Claudia —añado en apenas un murmullo.
Él solamente se tapa la cara con las manos y asiente con
la cabeza.
Y así es como me doy cuenta de que hace meses que ha
empezado la crisis de Samu y ninguno nos hemos enterado.
Podría contar mi versión de esta historia, pero lo cierto es
que no me corresponde a mí hacerlo.
Agradecimientos
Venga, vamos a agradecer, que es lo que toca. Porque sí,
porque una movida de este calibre no es fácil sin toda la
peña que lo hace posible, así que, al lío.

Como siempre y cómo no, todo empezó por culpa de


Neus y la carta del bajón (no te acostumbres, en cuanto
acabe las Crónicas de aquello cambiaré el rollo). Y, ya que
estamos, agradezco también los comentarios, las risas, los
gifs y todo lo que conlleva tenerla de lectora cero (incluido
su odio visceral a los paréntesis. Sí, como este).

Aunque en esta historia en concreto, creo que el papel


clave lo ha jugado Adela. Ese momento de bloqueo, de
estar a punto de abandonar, salvado con un «¿necesitas
que te lo dibuje?» que trajo de vuelta todo el flow. Ese
noviembre de Nano compartido. Esos comentarios como
cero casi en cada párrafo. Pensé que el hecho de que me
hicieran un fanart de mis personajes era lo mejor que me
podía pasar como escritora y me situaba en lo más alto de
la cadena alimenticia, pero lo cierto es que solo fue el
detonante de todo lo que ha venido después. Y casi me
olvido de mencionar la portada y las ilustraciones interiores.
Me encanta todo, lo sabes. Iba a prometer dar menos por
saco en los siguientes, pero sabes que eso no va a ocurrir,
perdería mi encanto ��. Con Libra y Cáncer se vienen
arriba y brindan con merlot o tetrabrik según el momento,
creo que lo tenemos.

Siguiendo con las lectoras cero, le toca el turno a mi


Bea. Aunque las circunstancias y las obligaciones adultas
nos tengan más ocupadas de lo que nos gustaría, siempre
está ahí cuando hace falta. Para recordarme su amor a Marc
y, ahora y en segundo lugar, también a Chus. Los clubs de
fans de Piero y Samu te agradecen enormemente liberar un
poco la competencia.

Otra lectora cero que vale su peso en oro ha sido


Biribiankis. Ese entusiasmo con los Chuscari me ha dado la
vida durante la escritura. Y esas cervezas compartidas
hablando de ellos y de K y G me llevan a preguntarme:
¿cuándo repetimos? ¿Y tus chicos? Necesito más de ellos
para ayer. No sabéis lo bonito que tiene entre manos.

Y también a Tánit, esa lectora cero con síndrome de


impostora. Qué cosa más absurda, ¿no? Quizá eso es lo que
les va a mis chicos, las cosas absurdas, y por eso has sido
una lectora cero estupenda. El caso es que tus comentarios
me ayudaron un montón, lo creas o no. Si no fuera así,
Samu no contaría contigo. Y lo hace, lo sabes, lo hace, con
todo su entusiasmo e intensidad.

Y gracias a Sonia y su nivel de perfeccionismo extremo.


Por cazar las erratas y las «valencianadas». Y también por
intentar buscarle un poco de coherencia a esta serie de
sinsentidos. Ni mis niños ni yo tenemos remedio, deberías
saberlo a estas alturas.

Gracias, Lola, por todos esos comentarios casi a tiempo


real durante la lectura. Es divertidísimo compartirlo contigo,
pese a tus constantes intentos de adivinar lo que va a pasar.
Lo molas todo.

Siempre tengo un agradecimiento especial para Julia,


Diana y Jonathan, porque son los que me acompañan todo
el tiempo, los que entienden mis engorilamientos y los que
me animan a seguir cada día. Sois la mejor pandilla con la
que se puede contar, aunque a veces me volváis un poco
loca.
Y a toda mi familia y amigos que forman parte de mi día
a día y contribuyen a esto en mayor o menor medida de
alguna manera.

Una vez más, a Mariki (@las.mariquitas.tambien.leen),


por ser la primera bookstagramer que se interesó en mis
insensatos, antes incluso de que estuviera la segunda parte,
y por no haber dejado de darles amor desde entonces.

Y a toda la comunidad de Instagram que me lee, reseña,


comenta, sigue, organiza lecturas conjuntas o simplemente
ha compartido un story alguna vez para apoyar. Cada gesto
cuenta. Sois lo mejorcito de esto:
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Y al lector que ha tenido la santa paciencia de llegar


hasta aquí, te mereces un algo por leerte hasta los
agradecimientos.
Me dejo ya de rollos y voy a hacerle un poco de casito a
Samu, que no para de dar gritos y de pedir que no le odies
antes de conocer su historia.
Referencias musicales y literarias

[i] «Así estoy yo sin ti», Joaquín Sabina


[ii] «No puedo evitar (pensar en ti)», Duncan Dhu
[iii] «Corazón partío», Alejandro Sanz
[iv] «Cuéntame al oído», La oreja de Van Gogh
[v] «Sin ti no soy nada», Amaral
[vi] «Marieta», Javier Krahe
[vii] «Flaca», Andrés Calamaro
[viii] «Mil calles llevan hacia ti», La Guardia
[ix] «Me equivocaría otra vez», Fito y Fitipaldis
[x] «Trenes sin destino», Los limones
[xi] «Volverá», El canto del loco
[xii] «Miedo», M-Clan
[xiii] «Nunca me olvidaré de ti», Los Ronaldos
[xiv] «Hoy la vi», Los secretos
[xv] «Si lo llego a saber», Javier Krahe
[xvi] «Ma che bello questo amore», Eros Ramazzotti
[xvii] Nada, Carmen Laforet
[xviii] Un mundo feliz, Aldous Huxley
[xix] «Virou areia», Lenine
[xx] Una habitación propia, Virginia Wolf
[xxi] 1984, George Orwell
[xxii] Rayuela, Julio Cortázar
[xxiii] La colmena, Camilo José Cela
[xxiv] «Ella quiere más», Los Rebeldes
[xxv] «Algo nuevo», Jonathan Pocoví
[xxvi] «Tobogán», Sergio Sanz
[xxvii] «You never can tell», Chuck Berry
[xxviii] «Every breath you take», The Police
[xxix] «Fábula del hombre lobo y la mujer pantera», La cabra mecánica
[xxx] «Maldito duende», Héroes del silencio
[xxxi] Las edades de Lulú, Almudena Grandes
[xxxii] «El rompeolas», Loquillo y Los Trogloditas
[xxxiii] Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza
[xxxiv] Cien años de soledad, Gabriel García Márquez
[xxxv] «Ay qué gustito pa’ mis orejas», Raimundo Amador
[xxxvi] «Eu te devoro», Djavan
[xxxvii] «Con el alma en los labios», Enrique Bumbury
[xxxviii] «Soñar contigo», Zenet
[xxxix] «Pasa la vida», Pata negra

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