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El barrio en la Teoría Social


Ariel Gravano

ESPACIO
EDITORIAL
Buenos Aires
Gravano, Ariel
El barrio en la teoria social - 1 a ed. - Buenos Aires
Espacio Editorial, 2005.
200 p. ; 23x16 cm. (Ciencias sociales)
ISBN 950-802-215-9

1. Barrio-Teoría Social. 2. Trabajo Social. l. Título


CDD 361.3

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l edición, 2005
I

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Agradecimientos

Agradezco a Carlos Herrán, que orientó el trabajo inicial de tesis que dio
lugar a estas páginas e impulsó que mucho de lo contenido en ellas no fuera
excluido por mi autodeleteo crítico. El Instituto de Ciencias Antropológicas de
la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires fue el lu­
gar institucional de trabajo (dentro de mi desempeño como investigador de
carrera del Conicet). Ofrezco acá una propuesta para el debate, que dedico a
aquellos que han compuesto un inesperado eco desde mi producción anterior
sobre antropología de lo barrial, esta vez situándome más lejos del autor y
más cerca de los autores. Particularizo en Cristina Leiro, con quien comparti­
mos casi quince años de la cátedra de Antropología Urbana de la Facultad de
Ciencias Sociales en la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Ai­
res, con algunos de los temas que se revisan aquí. Y lo dedico, en consecuen­
cia, a todos los cursantes de esa cátedra y los post-grados (principalmente a
los arquitectos), a los cuales aproveché para testear mis escritos.
Prólogo

Han transcurrido exactamente veinte años desde la publicación de "La ciudad como
objeto antropológico" breve comunicación en que intentábamos sentar las bases de una
Antropología Urbana en nuestro medio. La construcción de este nuevo campo, sin du­
da representaba un viraje significativo en un medio académico demasiado impregnado
del aura de exotismo que rodeaba a la reconstrucción de culturas extrañas o de un fol­
klorismo que recortaba y aislaba sus objetos de un contexto histórico y social especial­
mente conflictivo. Las fechas no son en modo alguno casuales, podemos decir en cierto
modo que este nacimiento de la Antropología Urbana en Argentina fue producto de la de­
mocracia. Como recordábamos en aquellas páginas, durante la dictadura la voz autori­
zada de la cátedra sentenciaría: "para el antropólogo la ciudad no existe".
La construcción antropológica de la ciudad implica necesariamente adoptar un pun­
to de vista globalizante, en el cual los niveles de explicación ponen en juego múltiples
dimensiones: lo social, lo político, y lo económico constituyen, entre otras, variables que
conforman el escenario urbano en el que transcurre la vida cotidiana de los actores que
protagonizan la investigación. No es extraño entonces que el poder cuestionador de es­
tos enfoques implicara la ausencia de este campo de los estudios académicos y de la
producción local.
En aquellos primeros años de construcción de un programa de Antropología Urbana
en la Universidad de Buenos Aires, la presencia de Ariel Gravano adquirió perfiles des­
tacables. Para Ariel la ciudad ha sido más que un objeto de estudio una pasión, y del mis­
mo modo en que recorrió sus calles y frecuentó vecindarios y vecinos, se abocó a la ta­
rea de construir un marco teórico, rastreando incansablemente una copiosa bibliografía
procedente no solamente de fuentes antropológicas, sino del conjunto de la teoría social.
El resultado de largos años de trabajo en ambas direcciones, fue su tesis doctoral,
en la cual trabajamos durante casi una década, construyendo conocimiento a través de
un intercambio esclarecedor que culminó en un producto cuyo nivel académico y origi­
nalidad fueron reconocidos por un jurado integrado por destacadas personalidades.
Luego de haber publicado un primer volumen con los resultados de su investigación
de campo, nos presenta en este libro los resultados de su esfuerzo por abarcar los ele­
mentos teóricos de la tesis. Centrado en la elusiva y multiforme noción de barrio, el libro
adopta una estrategia que lo hace especialmente enriquecedor: lejos de adoptar una de­
finición cerrada y definitiva al estilo de las múltiples definiciones de cultura propuestas
por docenas de antropólogos, el barrio aparece aquí en sus múltiples dimensiones, con­
figurando una verdadera teoría de los espacios urbanos, con sus connotaciones ideoló­
gicas, políticas, sociales, urbanísticas y culturales. Es indudable que este libro constitu­
ye una herramienta de trabajo indispensable para aquellos que realizan estudios urba­
nos, y esperamos que una adecuada difusión contribuya a renovar el interés por los es­
tudios urbanos de la ciudad.

Carlos A. Herrán
Director del Instituto de Ciencias Antropológicas,
Facultad de Filosofía y letras, Univer&idad de Buenos Aires.

Introducción

Se dice de él
En este libro encaramos la mostración reflexiva y crítica de las produccio­
nes teóricas acerca del concepto de barrio, lo que se dice de él. Nos interesa
analizar cómo ha sido abordado el barrio en el conjunto de la teoría social,
desde una gama amplia de disciplinas. Lo haremos mediante una revisión bi­
bliográfica que quizá resulte ser un insumo para que estas disciplinas entre­
crucen sus miradas.
Hemos demostrado en otros trabajos que el barrio es un significado recu­
rrente en la vida urbana actual, esparcido en imaginarios metropolitanos o de
ciudades medias, que sirve para construir identidades socio-culturales, políti­
cas y con valores de distinción simbólico-ideológica. Convertido en valor cul­
tural, el b<!rrio parece filtrarse entre las grandes determinaciones histórico-es­
tructurales y llenar intersticios de amplia significación para los distintos acto­
res que lo "ejercen".
Un tanto paradójicamente, dos conclusiones conforman nuestro punto de
partida para esta publicación. En primer lugar, la hiper-recurrencia de la no­
ción de barrio en el sentido común que conforma los imaginarios urbanos más
diversos. A la par, su profusidad dentro del patrimonio de nociones de las
ciencias sociales, tanta que el concepto; y la realidad de referencia no se en­
casillan en una exclusiva disciplina en particular.
Intentaremos responder a la pregunta escasamente formulada sobre el pa­
pel jugado por el barrio en la realidad social urbana que lo contiene. En prin­
cipio, su incidencia en la "partición" de lo urbano y su categoría central, la ciu­
dad, como unidad de relativa homogeneidad; y, a su vez, como constructor
de representaciones de homogeneidad, autonomía y una simbología típica.
En síntesis: les el barrio una realidad específica o la simple extensión de un
fenómeno más amplio y contenedor -lo urbano-, que lo determina sin mar­
gen para su independencia como variable? lQué dicen de él y de este interro­
gante las distintas formulaciones teóricas? lO no lo dicen y sólo lo suponen?
Esto veremos en nuestra reseña, que parte de proponer una contextuali­
zación de la necesidad de emergencia del concepto y la formulación de sus
variables asociadas en las distintas teorías, incluyendo el cuestionamiento y
crisis que los debates producen, o que dan lugar a los debates mismos.
El barrio en la teoría social
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Intentamos brindar un panorama teórica y metodológicamente útil dentro
de ese mosaico de disciplinas, que quizá aporte a lo- que algunos especialis­
tas han señalado como una carencia importante dentro de los estudios urba­
nos: una teoría del barrio 1 . lPara qué puede servir una teoría del barrio? En
primer lugar, para poder brindar explicaciones a fenómenos múltiples y real­
mente existentes en el terreno de las prácticas sociales distintivas, como ha
sido reconocido por muchos estudiosos. En segundo lugar, porque representa
una de las aristas de mayor recurrencia dentro del fenómeno urbano. Terce­
ro, porque su recurrencia en los imaginarios colectivos avala la consideración
de una importancia que debe finalmente ponderarse para el abordaje de la
problemática urbana más general2•
A los iniciales contextos de necesidad y formulación del siglo XIX seguirá
un análisis de las tesis reformistas de lo urbano desde lo utópico y el aporte
de la dialéctica marxista clásica.
Junto a la paradoja de un mayor desarrollo de la teoría sobre los barrios,
sus problemáticas internas y su relación con el poder en el enfoque cultura­
lista, especializada en el urbanismo moderno, se entra en el debate produci­
do por los trabajos micro-sociales de las escuelas clásicas respecto de sus
propios postulados generales. El modelo ecológico urbano, el cumunitarista ti­
pológico (folk y urbano), las teorías del barrio "bajo" (slum), del ghetto y de
la pandilla barrial, en el interjuego de conceptos como clase, identidad, gru­
po, cultura, sociedad "mayor", y de ejes como orden/caos, integración/disfuo­
ción y continuidad cultural/adaptabilidad social.
Luego, se recuperan los barrios de la pobreza y la marginalidad desde la
urbanización subalterna, reiterándose algunos de los ejes citados e inaugu­
rando las discusiones sobre la dependencia.
Como último macro-capítulo, se expande la producción acerca de lo barrial
en la teoría social de los últimos años, incluyendo los abordajes de la sociolo­
gía, la ciencia política, el urbanismo y la planificación y la antropología urbana.
En el balance final de haberes y deberes, que a esa altura seguramente el
lector conjugará con su propia reflexión, pretendemos tanto excusarnos de
dar la última palabra cuanto de re-iniciar un debate que se renueva a medi­
da que la dinámica real agenda más desafíos a la formulación e interpretación
teórica. Casi como en la letra de la milonga, el paneo de lo que se dice del ba­
rrio implica no sólo la cuestión de la brecha entre lo que se considera que el
barrio "es" y la diversidad de representaciones, sino también el posiciona­
miento de lo que se hace y se hará acerca de él3.

1 Gutwirth, 1987; Althabe, 1985; Berdiñás & Silva, 1992; Darian-Smith, 1993.
2 En la reseña incluiremos la síntesis de nuestros trabajos publicados en Antropología de lo barrial:
estudios sobre producción simbólica de la vida urbana (Espacio Editorial, 2003), donde tratamos
de responder a la vacancia sobre una teoría de lo barrial desde el mismo trabajo de investigación.
3 La letra de la milonga "Se dice de mí", de Ivo Pelay -con música de Francisco Canaro, 1943- fue
adaptada por Tita Merello, terminando precisamente con la frase: • yo soy así".

Contexto de necesidad
del concepto de barrio

El contexto de necesidad4 en el cual aparece el barrio como tema dentro


del discurso científico e ideológico es el surgimiento del fenómeno urbano co­
mo problema matriz, en el seno de la Revolución Industrial dentro del siste­
ma capitalista. Si bien lo urbano como realidad se constituye hace más de
5. 000 años, como tema-problema se conforma al calor de las luchas de cla­
ses dentro de la ciudad industrial durante el siglo XIX. La miseria de las con­
diciones de vida de los obreros algodoneros de Inglaterra, por ejemplo, ten­
drá como resultado inmediato la presencia de las familias de trabajadores pro­
testando en la plaza central y las calles de la ciudad, ocupando el paisaje ur­
bano y preocupando al gobierno y a las clases dominantes, que contestarán
con la primera matanza de proletarios en la plaza de Peterloo, Manchester, en
agosto de 181_9.
La conciencia sobre la ciudad proviene de la constatación -tanto de parte
de los patronos como de los obreros- de los problemas urbanos, principal-

4 Un contexto ele necesidad es el conjunto de interrogantes que se plantean en una determinada


época y configuran un área de temas a los cuales trata de abordar la ciencia y/o las ideologías
mediante la formulación, en principio, de ciertas categorías que se utilizan para definirlos y dar­
les un significado como problemas capaces de ser abordados y recibir teorizaciones (explicacio­
nes, interpretaciones) que puedan, a su vez, ser testeadas, aceptadas o refutadas. Un contexto
de necesidad no se reduce a una época determinada sino que puede surgir en distintos momen­
tos históricos. Es un nudo de problemas que están "fuera" (por eso es con-texto) del foco del te­
ma, pero que provocan que un referente cualquiera reciba, de parte de los emergentes especia­
lizados científicos o ideológicos, distintos tratamientos teóricos. Éstos, por su parte, se desarro­
llarán en el contexto de formulación, compuesto por las situaciones que enmarcan las propuestas
teórico-prácticas que el problema provocó. Aunque ciertamente es difícil distinguir en forma ta­
jante un contexto de otro, digamos que al menos en el primero tendremos los interrogantes y en
· el segundo los intentos de dar respuestas a esos interrogantes. Estas dos nominaciones podrían
equivaler a la clásica distinción entre "contexto de descubrimiento" y "contexto de justificación"
(Schuster, 1992). Acá se prefiere hablar de necesidad para incluir todo tipo de creación y no re­
ducirla al descubrimiento, y con formulación nos permitimos dar un tono más de propuesta que
el que provee la palabra justificación. Por otra parte, proponemos (apoyados en las formulacio­
nes kuhnianas sobre crisis de los paradigmas) un tercer contexto: el de crisis, situado como vér­
tice final de esta relación, y producido cuando se problematizan radicalmente las formulaciones
dominantes respecto del tema. En general, de este contexto de crisis surgirán otras preguntas y
categorizaciones, que equivaldrán a un contexto de necesidad de otro tema, al que necesariamen­
te sucederán otras formulaciones.
El barrio en la teoría social
12 -----------------------
mente el de la vivienda de los trabajadores y del i:níse�o apiñ��iento en_ los
_
barrios obreros de la ciudad. Como reconocen los historiadores. .. .paulatina­
mente se vio [de sde la burguesía] que era de todo punto necesario mejorar
de una mera cuestión humani­
las co�dicíones de la vivienda. No se trataba
taria sino de ren dim iento y por lo tanto de ganancias: los obreros, alojados
com� es debido , traba jan mejor " (Fohlen, 1965: iii, 52).
Las repres entaciones ideológicas de la ciudad provienen mayormente de
esta fragua ele confrontaciones entre la burguesía en ascenso, las necesida­
des de reproducción de la fuerza de trabajo, y el proletariado como la clase
en formación, patentizando cada vez más su presencia y sus reclamos por
mejores condiciones de vida en las grandes concentraciones urbanas. El sis­
tema liberal de representación del capitalismo pone al descubierto -quizá por
primera vez- una de sus falacias más profundas, al tener que comenzar a
restringir su libre albedrío en el uso de los espacios urbanos, mediante algu­
nas reglam entaciones con vistas a mejorar las condiciones de vida de los
obreros, en beneficio del capital. Esto ocurre ya a mediados del siglo XIX en
Inglaterra, pero pronto se instalará como la contradicción que motorizará con
mayor impulso el surgimiento de la ciudad como problema y finalmente de
una nueva ciencia que lo aborde: "...el 'tema' de la ciudad se convierte en el
'problema' urbano. La historia de la urbanística moderna demuestra que el
asunto abordado es siempre un problema a resolver" (Sato, 1977: 18).
lQué lugar ocupó el barrio en este surgimiento de lo urbano como asunto 1
que se necesita solucionar? Podemos distinguir dos carriles sobte los cuales
van a circular con fluidez distintiva las conceptualizaciones de lo barrial den­
tro de este gran contexto de necesidad. Una situación provocada por las con­
diciones de segregación y desigualdad urbanas, ostensibles en las grandes•
ciudades durante el crecimiento de la industria capitalista en el siglo XIX,
cuando se acentúa el correspondiente proceso de baja del salario debido a la
mayor oferta de mano de obra en las ciudades y se da la paradójica necesi­
dad de reproducción de la fuerza de trabajo en condiciones de pauperización
extremas del proletariado urbano.
El barrio surge, dentro del discurso sociológico y político, como rasgo dis­
tintivo e indicador de esa situación de explotación y desigualdad dentro de la
unidad espacial ciudad. Se necesita, por un lado, señalar las condiciones de
vida de la clase obrera industrial en las grandes ciudades y dar un nombre dis­
tintivo al indicador específico. Por el otro, plantear alternativas políticas, es­
pecíficamente en el tema vivienda, tanto por quienes pretendieran un cambio
progresista cuanto por aquellos que sólo persiguieran paliar una situación que
ponía en peligro el proceso mismo de explotación de las masas obreras (co­
mo se dijo: sin viviendas mínimas no habría ni siquiera obreros que explotar).
La primera pregunta planteada en este contexto es: lqué se debe hacer
para cambiar la situación de extrema pobreza de la clase obrera industrial? Y
en el camino de este imperativo político, la respuesta desde el conocimiento
será implementada fundamentalmente por la necesidad de señalar indicado-
---------'---------------------
Contexto de necesidad del concepto
-- de barrio
- 13
res distintivos de la desigualdad y la segregación dentro de la ciudad y como
parte de la ciudad, además del planteo matriz, basado en la contraposición
entre la vida urbana y el "deber ser" de la vida social y comunitaria, de lo ne­
cesario para vivir: cómo señalar lo distinto dentro la ciudad y qué relación tie­
ne eso distinto (segregado, desigual) con el ideal, con la utopía o las condi­
. dones en las que el ser humano, en suma, debería vivir. Hacia esta doble rup­
tura se dirigirá el concepto de barrio y el supuesto de lo que se va a conno­
tar como barrio.
Una segunda situación que abarca las necesidades de conceptualizar al ba­
rrio es la provocada por interrogaciones más cercanas al carácter específico
de la vida comunitaria -localizada o no en el barrio- como parte de la vida
política y social en general. Aquí se apuntará a la relación dual entre el modo
de vida propiamente urbano, por un lado, y alternativas -ideales o concre­
tas- de tipo distintivo én términos de esencialidad, de especificidad de una
vida en comunidad, de la que el vértigo urbano supuestamente la alejaría.
Una de estas emergencias se nos ha aparecido como esa pre-urbanidad inte­
grada, que los historiadores referenciaban en los barrios s . La pregunta básica
de este sub-contexto es: lcómo hacer posible la vida comunitaria dentro de
la gran ciudad moderna?
En síntesis, se distinguen: a) la necesidad de denotar la situación de dife­
renciación y desigualdad dentro de la macro-unidad ciudad de la sociedad in­
dustrial del siglo XIX; el barrio es -en estos términos- un indicador de la se­
gregación en el uso del espacio urbano de determinados sectores sociales y,
en consecuencia, lo que se distingue como parte de un todo; y b) la necesi­
dad de un uso connotador de determinados valores que hacen a la conviven­
cia y a la -en términos de hoy- calidad de la vida urbana en comunidad, y
revela tanto los aspectos considerados negativos de la ciudad moderna como
las utopías y cambios deseados y posibles de imaginar e implementar; y el
barrio se sitúa teóricamente entre el ideal genérico de la vida social comuni­
taria y el "caos" de la ciudad moderna.

s Ver la posición de Lewis Mumford (1966), mc:.delizada en Gravano, 2003: 32.



Formulación del concepto:
las utopías del siglo XIX y el barrio

Hacia ese fenómeno matriz de problemas, sintetizados en el contexto de


necesidad, se dirigieron los primeros teóricos de lo urbano que, paradójica­
mente, tuvieron propósitos declaradamente prácticos y fueron los primeros
detractores de la ciudad industrial, ya que desgranaron respuestas al dilema
sobre la verdadera o más deseable vida urbana en forma coincidente con el
surgimiento de las posiciones antiurbanistas o críticas hacia la ciudad moder­
na, que abarcan un ancho abanico ideológico, desde los utopismos socialistas
hasta el llamado "intelectualismo" norteamericano, pasando por el aporte del
marxismo, representado por Federico Engels.
Francoise Choay distingue dos posiciones antiurbanas: la progresista y la
nostálgica, pero también hace la distinción entre la crítica al fenómeno urba­
no moderno desde modelos ideales (culturalistas y socialistas utópicos) por un
lado, y la crítica "sin modelo" de Marx y Engels, por el otro (Choay, 1976).
Pensamos que a Engels es posible colocarlo como emergente del primer
subcontexto de necesidad, que, además de tomar posición respecto de lo ur­
bano, impulsa a abordar el problema de la segregación urbana y de la trans­
formación de las condiciones de vida en la ciudad moderna, diferenciándose
(en los fundamentos ideológicos y teóricos) de los socialistas utópicos. Sin
embargo, también lo podemos hacer surgir del segundo subcontexto de ne­
cesidad, ya que al igual que los comunitaristas norteamericanos y primeros
comunistas y socialistas, él y Marx partieron de un concepto y de un valor de
la condición humana digna, convertido en una utopía histórica, necesaria y
reivindicable.
Otras dos variables de las primeras manifestaciones teóricas sobre lo ur­
bano que están vinculadas con la necesidad de conceptualizar la segregación
y comparar con un modelo de vida a aspirar, son las que distingl!e Leonardo
Benévolo en la disyuntiva entre técnicos y moralistas: entre los especialistas
de lo específicamente urbano y los utópicos de lo genéricamente humano. Es
que, como dice Carl Schorske, los utopistas del siglo XIX son "hijos de la Ilus­
tra ción" (Schorske, 1987:·xi); consideran a la ciudad como un agente de la
civilización, pero afectado por una enfermedad cuyo síntoma más evidente es
la miseria urbana, localizada en los barrios bajos. Parten de un cuestiona­
�iento de los problemas urbanos, de acuerdo con las necesidades no satisfe-
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El barrio en la teoría social

chas en la vida de los obreros en las grandes ciudades, e incluyen de hecho


la teoría urbana dentro de la conceptualización y la práctica de la política6 •
Subyace a este surgimiento de lo urbano moderno como problema la irrup­
ción de la clase obrera y del movimiento obrero en el anaquel histórico de lo
necesario-distinto, para la visión dominante de la época. La "turba urbana",
formada por los "distintos-peligrosos" (Rudé, 1986: 71), se constituye en ob­
jeto de análisis en la misma medida en que resulta una preocupación. Porque
ideas, e incluso utopías, acerca de la vida ciudadana -coincidente con el con­
cepto de civilización- no aparecen por primera vez en el siglo XIX (recuérde­
se a Platón, Aristóteles, Tomás Moro, Campanella o Francis Bacon).
Lo novedoso de esta ocasión es que las utopías intentan concretarse, o que
se levantan en nombre de la redención de un sector o clase, y que, aun cuan­
do se pretenda encubrir a la clase social como categoría determinante ( como
será el caso de la posterior sociología norteamericana), se lo hará con tipifi­
caciones que apuntarán al mismo fenómeno de diferenciación, aunque se lo
defina de otra manera (clase baja, media, alta, negros, slums, etc.), si bien
resultan sintomáticas las palabras con las que el filántropo Robert Owen
muestra su verdadera posición respecto de las clases sociales, a las que acep­
ta aun en su sociedad utópica: "el producto excedente de la agricultura será
necesario para cubrir las necesidades de las clases superiores, que viven sin
realizar trabajo manual alguno, y de aquellos que, ocupados en operaciones
manuales más refinadas, no podrán emplearse en la granja y la jardinería"
(Owen, 1977 [1826]: 30).
Sigue siendo reconocido, en suma, que las formulaciones utopistas ven­
drán a abordar uno de los problemas resultantes más flamantes de la lucha
de clases en la era industrial: lo urbano, y a la urbanística como hija de los
conflictos sociales de principios del siglo XIX, cuyo hito más notorio fue la ma­
tanza de Peterloo.
En rigor, no puede afirmarse que los utopistas de este siglo hayan opera­
dÓ con el concepto de barrio, sino más bien con el de comunidad, y con un
sentido opuesto al de barrio, dado que lo definían como el distrito segregado
de la ciudad, el ghetto de miseria donde se recluían hacinadamente los obre­
ros. Pero sostenían un concepto de comunidad no equivalente -si bien no an­
tagónico- al de los estudios de comunidad de la sociología y antropología
posteriores. El concepto de comunidad de los utopistas tendrá un sentido bá­
sicamente -la redundancia vale- utópico, colocado delante de la historia
contemporánea y por crearse, en beneficio del hombre genérico. Frente a es­
ta categoría, el barrio quedará situado dentro de lo urbano por modificar.

6 "La comprobación de las incomodidades de la ciudad industrial, y la protesta de sus habitantes, se


perfilan pues, por el momento, en un vaclo ideológico que deja a la sociedad de los primeros de­
cenios del siglo XIX temporariamente carente de instrumentos para corregir en la práctica esos
males: las antiguas herramientas, insuficientes y desacreditadas; las nuevas, todavfa no indivi­
dualizad;.s" (Benévolo, 1967: 46).
del concepto: las utopías del siglo XIX y el barrio
------�------�-�--------------- 17
Formulación

La comunidad erigida por Owen, por ejemplo, en 1816, tanto se oponía a lo


conocido de los barrios bajos de las grandes ciudades que el proyecto fracasa,
entre otras razones, cuando se instala una (urbanamente maléfica) destilería
de whisky en la comunidad. Owen parte de la necesidad de reconstruir un am­
biente al servicio del hombre, en forma comunitaria y social, no individual, pe­
ro apuntando al beneficio de cada individuo; contra los "malos hábitos" de la
ciudad; por medio de la puesta en práctica de "distracciones inocentes", ha­
ciendo hincapié en la crianza de los hijos y el desarrollo igualitario de la mujer
junto al hombre, en esa atmósfera reglamentada y paradisíaca, donde el indi­
viduo se beneficiaba con el producto de la tarea colectiva no egoísta.
Por eso diferencia entre las diversas instalaciones de su comunidad y esos
" . . . suburbios habitados por familias a las que no une ninguna relación socie­
taria y que actúan contradictoriamente entre sí, en ese caos de casitas que
compiten unas con otras en suciedad y fealdad" (Owen : 52). En realidad, esa
comunidad proyectada y fracasada en varias ocasiones nunca dejó de ser una
aldea, con una pretendida autosuficiencia económica y con una vida social ba­
sada en el cooperativismo y el comunitarismo.
Hoy podríamos preguntarnos si la disposición espacial del intento owenia­
no en Estados Unidos de América, en 1826, llamado Ne w Harmony, con su
trazado en forma de damero y con su plaza central, no se diferencia de cual­
quier barrio de pequeña ciudad o suburbio; pero a la distancia histórica no po­
demos saber cómo era a ciencia cierta la vida en esa comunidad y sólo el in­
dicador de su fracaso debido a las discordias entre sus habitantes nos hace
pensar que la discusión sobre el carácter espontáneo del asentamiento barrial
puede enriquecerse con esta experiencia.
El barrio sí va a aparecer en la propuesta del francés Charles Fourier, quien
publica en 1808, en forma anónima, un tratado donde expone su utopía del
asentamiento urbano. Tenía como objetivo arribar a la armonía universal,
donde se pudiera realizar la libre satisfacción de las tendencias individuales.
En su teoría sostiene un esquema evolutivo de siete períodos históricos. Ubi­
ca su momento histórico en el tránsito de la barbarie a la civilización, donde
la propiedad individual incontrolada produce los males de la época, entre ellos
la segregación y el hacinamiento obrero en las grandes ciudades. Esto podría
superarse -según Fourier- en el período denominado de "garantismo", en el
cual, mediante una serie de restricciones, se logrará controlar la anarquía y el
desorden urbano. Describe entonces su ciudad ideal, estructurada de esta for­
ma: "se delimitarán tres recintos: el primero contendrá la ciudad central; el
segundo, los barrios y los grandes edificios fabriles; el tercero, las avenidas y
lo s suburbios" (Fourier, 1977 : 48).
Esta comunidad, llamada falange, pudo hacerse realidad (sobre todo la
construcción del edificio central de viviendas colectivas, el fa/angsterio) en di­
versas partes del mundo, pero no en Francia, donde la empresa fracasó des­
de el inicio. La actividad económica principal en estos asentamientos fue la
agrícola, aunque la mayoría de sus habitantes eran estudiantes. La más im­
po rtante de las comunidades construidas, en los EEUU, terminó siendo vendi-
El barrio en la teoría social
18 ------------------------------
da luego que un incendio destruyera por completo la edificación, en 1846. No
hay noticias de los "barrios" programados por Fourier dentro de la falange .
Por su parte, entre todos los proyectos socialistas utópicos, el familisterio
de Jean Baptiste Godin fue el de mayor éxito concreto, ya que funcionó entre
1859 y 1939, en Francia. Consistía en una reducción del falangsterio de Fou­
rier, una vivienda colectiva con servicios centrales y sistema cooperativo de
organización, distinguiéndose del resto de los proyectos por su carácter indus­
trial. Como destaca Benévolo, la vitalidad de este movimiento dependió de
dos innovaciones respecto de los anteriores: que el asentamiento se efectivi­
zó alrededor de la actividad de una industria (en principio de propiedad de Go­
din) y que se renunció a la vida en común que planteaba Fourier con su fa­
langsterio. En el familisterio cada familia tenía su vivienda individual, aunque
los servicios fueran comunes. Se anticipaba así a uno de los principios de Le
Corbusier sobre la unidad de la vivienda moderna, y los términos descriptos
lo acercan bastante a un barrio residencial.
En Italia, Filippo Buonarotti rescata en 1828 un episodio previo a la Revo­
lución Francesa: la conjura de Babeuf, de 1776. En ese movimiento, que sir­
vió sin duda de antecedente de la Revolución, se hablaba ya de "exceso de
población en las ciudades" -contraponiéndolo al "ocio de las riquezas"-, de
las condiciones de desigualdad evidentes y de los rasgos anárquicos de la ciu­
dad, entre los que se distinguía la cantidad creciente de empleados burocrá­
ticos, "sustraídos a la agricultura y las artes útiles" por la ciudad. Y como un
ejemplo de la asociación entre el nivel socio-político general y lo urbano, oí­
mos de Buonarotti: "No más una capital, no más ciudades; poco a poco el país
se habrá cubierto de aldeas construidas en los lugares más sanos y cómo­
dos. . . [sometiéndose] a la ley suprema de la igualdad, la suntuosidad de los
castillos habría cedido lugar a la salubridad, la comodidad y la limpieza de to­
das las habitaciones, dispuestas ►ºn elegante simetría, para el placer de la
vista y para el mantenimiento del orden público. Cuando ya no existan pala­
cios, no existirán tampoco tugurios". Así remataba el italiano, proyectando las
ideas revolucionarias a su propia época (Buonarotti, 1967: 85 -86). El mode­
lo propuesto se caracterizaba por el asentamiento de la población, dentro de
la ciudad, en "núcleos iguales entre sí", vinculados mutuamente por diversas
vías de circulación.
El francés Etienne Cabet, en 1840, proyectó una ciudad -Icaria- inspira­
da en la Utopía de Moro. De forma geométrica, con las calles en forma de da­
mero, atravesadas por dos anillos de boulevares, con una organización eco­
nómica centralizada, una distribución de las industrias, los cementerios y los
hospitales en las afueras, rodeados de espacios verdes y bajo normas estric­
tas de circulación. Dividió la ciudad en sesenta barrios, cada uno con el nom­
bre de un país distinto, representando la visión internacionalista propia del
ideal socialista. En 1847 decidi ó poner en práctica su idea en Texas, pero de
las 20. 000 almas proclamadas en un principio como dispuestas a llevar a ca­
bo la empresa sólo 35 lograron, trece años después, fundar una "ciudad" pa­
recida a la planificada. Un nuevo intento fu,,cionó en California hasta 1887,
Form ulación del concepto: las utopías del siglo XIX y el barrio
------�--�--�-�--------------- 19
pero con sólo 21 habitantes. La pretensión de la gran metrópolis organizada
de Cabet culminó, paradójicamente, en la existencia de aldeas rurales cada
vez más exiguas (Benévolo, 1967: 94).
Y algunos especialistas consideran como uno de los últimos utopistas al in­
glés Ebenezer Howard, quien en 1903 lleva a la práctica en su país una idea
que aún hoy sigue suscitando diferentes tomas de partido: la ciudad jardín .
De acuerdo con el modelo romántico, basado fundamentalmente sobre la su­
puesta autosuficiencia económica de la ciudad como unidad, con anchas ca­
lles arboladas, sin contaminación, ni humo, ni pobreza, el proyecto decae an­
tes de las dos décadas, sin llegar a atraer ni siquiera a la cantidad de pobla­
dores que se había propuesto.
La causa principal de esta frustración fue su disfuncionalidad con la sociedad
mayor, en la que estaba irremediablemente inmersa. Su fracaso, sin embargo,
ha sido evaluado como uno de los primeros triunfos de la llamada urbanística
realista, dado que algunas de las ideas de Howard fueron plasmadas en los Es­
tados Unidos unas décadas más adelante, cuando se proyectaron verdaderas
"ciudades dormitorios" -rodeadas de espacios verdes-, con la intención de
desconcentrar la aglomeración residencial en las grandes ciudades (Sato: 57).
La razón de estos fracasos fue el pretender constituirse en utopías urba­
nas sobre bases ideológicas antiurbanas, a despecho de la relación con lo ur­
bano real: las ciudades existentes. Y esto se verificó tanto en su dependencia
económica de las grandes ciudades como en las condiciones de vida comuni­
taria que vanamente intentaron imponer.

El barrio de la excl usión-explotación : Federico Engels


En 1845 Federico Engels escribía La situación de la clase obrera en Ingla­
terra. Para ello, además de recopilar la documentación bibliográfica y testimo­
nial (como los informes policiales, judiciales y sus repercusiones periodísticas)
había pasado varios meses recorriendo los distintos barrios obreros de las
principales ciudades de la isla. Por tal obra, algunos especialistas consideran
que "Engels puede ser considerado como uno de los fundadores de la socio­
logía urbana" (Choay, 1976: 17). Él habla de barrio a partir de la descripción
y el análisis de las condiciones de vida de los obreros ingleses, particularmen­
te de la vivienda, y hace un uso sustantivo de la palabra, a la que califica en
forma diversa pero subordinada al carácter de clase de cada barrio, en fun­
ción de quiénes los habitan. Menciona que hay barrios a los que se valoriza
como "feos", "de ladrones", que no duda en tildar de "repugnantes", y hay ba­
rrios apartados que son "limpios, decentes y habitables". Se detiene en la des­
cripción de los barrios "obreros", "proletarios", "bajos", "pobres" y "más po­
bres", y señala su contraste con los "aristocráticos" y "burgueses"; asimismo,
distingue entre barrios "viejos" y "nuevos" (Engels, 1974: 44-88).
Su categorización es, ante todo, de tipo espacial y social, apuntando a una
sectorización de la ciudad industrial. Dentro de esa unidad referencial que es
la ciudad, va a hacer notar su carácter de vidriera explícita en donde, como en
El barrio en la teoría social
20 ------------------------------
ningún otro lugar en la Historia, "aparece tan vergonzosamente al descubierto"
el "sórdido egoísmo" de la sociedad capitalista, para la que el fenómeno urba- ·
no es lugar histórico. La "vida de locura", el "tumulto de las calles'� la "brutal in­
diferencia", las "mil fuerzas latentes [que] han debido quedar írrealízadas y opri­
midas" para que el capitalismo se desarrollara, esos centenares de miles de in­
dividuos de todas las clases "urgiéndose los unos a los otros" es lo que -y En­
gels no intenta ocultarlo- hace que "nuestra naturaleza se rebele".
Esta postura aparentemente antiurbana de Engels no debe confundirse con
la de los socialistas utópicos ni con el antiurbanismo romántico regresivo pos­
terior. Critica el caos urbano partiendo de la base que es el resultado de una
lógica histórica mente construida, causada por el orden social capitalista in­
dustrial y no tipi ficándolo como "desorden" anárquico . Para él -y para Carl os
M arx las veces que trató el tema, al referi rse a la relación campo/ci udad- el
caos urbano tiene una explicación, que reside en el sistema soci al y económi­
co que lo produce, y no constituye una real idad e n sí.
En todo caso, la postura de Engels se yergue sobre una base axi ológica que
le sirve para eludir el relativismo, precisamente porque él está denunciando
la situación de extrema pobreza de los obreros como clase soci a l . Esto expl i­
ca la distinción entre los barrios obreros i nsalubres, cuya atmósfera resulta
irrespirable, con l a "corrupción moral" a l a vista en sus cal les, con la miseria
di bujada en cada harapo y en cada insecto ("delitos, suciedad y pestilencia "
[ E ngels : 57]), y los barrios aristocráticos, "mejor dispuestos y con más gus­
to" (íd. : 5 3 ) . Estos serían los parámetros de acuerdo con los cuales plantea
toda posi bilidad de reforma urbana -o al menos en lo que se refiere al pro­
blema de la vivienda-, lo que Choay llama el pragmatismo de los fundadores
del materialismo dialéctico e histórico, reflejado en este párrafo : "Por ahora
-dice Engels refi riéndose al problema de la vivienda de l a clase obrera -, la
única tarea que nos incumbe es hacer un simple remiendo social". . . y propo­
ne "instaurar pura y simplemente a los obreros en las viviendas y en los ba­
rrios cuidados de los burgueses" (Choay : 3 5 ) .
Volviendo al capítulo d e denuncia, i m porta destacar q u e no se queda e n l a
si mple descripción d e la situación d e miseria sino q u e establece l a relación
que l uego irá a categorizarse como segregación urbana : "la ciudad está cons­
truida de modo que puede vivirse en ella durante años y años, y pasearse dia­
riamente de un extremo a otro, sin encontrarse con un barrio obrero o tener
contacto con obreros . . . Esto sucede principalmente por el hecho de que, sea
por tácito acuerdo, sea con intención consciente y manifiesta, los barrios ha­
bitados por la clase obrera están netamente separados de los de la clase me­
día . . . " ( Engels : 64) .
Anota acá e l papel j ugado por las grandes avenidas que cortan interesada­
mente la ciudad y permiten que los vehículos burgueses y aristocráticos pa­
sen por el margen de los míseros barrios obreros sin tener que verlos, y po­
der, de esta forma, "esconder a los ojos de los ricos señores y de las ricas se­
ñoras de los estómagos fuertes y de los nervios débiles, la miseria, la inmun­
dicia que constituyen el porqué de su riqueza y de su lujo" ( íd . : 65) . Lo que
For mulación del concepto: las utopías del siglo XIX y el barrio
------�--�--�-�-------------- 2 1
va parejo a que, en primer lugar, los barrios obreros se reduzcan a ser lugar
de residencia de esta sola clase (que sean "obreros y solamente obreros") y,
en segundo lugar, que pueda señalarse como proceso de construcción de una
forma de distribuirse socialmente esos barrios, algo que con posterioridad
f uera formulado en una teoría clásica del urbanismo.
Es lo que Engels llama "hipócrita manera de construcción " por la cual "se
p ue den apreciar fácilmente desde las calles principales los barrios circundan­
tes, pero no así los verdaderos barrios obreros . . . [en un proceso de] exclu­
sión tan sistemática de la clase obrera de las calles principales [como] un ve­
lo tan delicado sobre todo aquello que pueda ofender la vista y los nervios de
la burguesía " (ibíd. : 65).
La distinción entre barrios es ponderada, entonces, dentro del proceso de
comprensión del fenómeno urbano en el marco de la relación de totalidad his­
tórica capitalista industrial. Esto hace que la distinción de clases entre los ba­
rrios o la distinción de barrios de acuerdo con las clases que los habitan se
torne universal, en el sentido de tendencia regular del sistema capitalista, e
indica la semejanza entre las ciudades dependientes del gran centro industrial
-como era Manchester- con los barrios obreros de ese mismo centro: "En lo
que se refiere a estas ciudades pequeñas. . . todas tienen algo de particular,
pero en general los obreros viven como en Manchester'' (ibíd. : 63).
Por otra parte, la diferencia entre barrios viejos y nuevos -al menos en
sus descripciones- encierra una relación también de clase, con eje en la ex­
plotación de la clase obrera. El barrio viejo es el que ha quedado en desuso
por la clase capitalista, la cual habita el barrio nuevo.
Remontándose a los utópicos del siglo XIX, Marcel Roncayolo señala el pa­
rentesco entre las dos temáticas mediante las cuales el pensamiento marxis­
ta abordara el fenómeno urbano: en primer lugar, las desigualdades sociales,
de las que la ciudad industrial es un muestrario, y en segundo término la opo­
sición campo/ciudad. En ambas cuestiones se coloca a lo "urbano en el centro
del problema social, histórico, como catalizador de la discusión sobre la socie­
dad moderna en general. "El objetivo de los fundadores de utopías de ciuda­
des ideales, desde Platón y Aristóteles hasta Tomás Moro o Fourier, era, pre­
cisamente, la organización social en su conjunto" (Roncayolo, 1988: 11). Por
esta razón nosotros ubicamos a Engels junto a las respuestas formulativas del
primer subcontexto de necesidad del concepto barrio. Engels y Marx se sitúan
en este carril de pensamiento transformador de las condiciones de vida de la
ciudad.
Schorske dice que es posible encontrar en el joven Engels de La situación . . .
un lenguaje similar al del resto de reformadores socialistas utopistas, sobre
todo ingleses, y básicamente el mismo planteo ético respecto de esas condi­
ciones de miseria humana de la ciudad industrial (Schorske, 1987 : xi). Afir­
ma que Engels "no ofrece solución de fondo" para esos problemas, y que tan­
to él como Marx no proponen retrotraer a la humanidad a épocas preurbanas
n i buscar soluciones sobre la base de las comunidades modelo de sus pares.
El barrio en la teoría social
2 2 -------------------------------
Si bien Engels puede ser considerado junto a los utopistas por su crítica a
la ciudad industrial, ésta se diferencia radical y cualitativamente de la de
aquéllos porque señala la causa de la miseria en la ciudad industrial: la ex­
plotación capitalista. Y es en este establecimiento de las razones históricas de
existencia de la pobreza urbana que Engels vincula la existencia de los distin­
tos barrios de la ciudad industrial : es la miseria de los barrios obreros la que
posibilita la existencia de los barrios ricos.
Como han destacado numerosos especialistas (por ej., Harvey, 1977), la
relación directa entre las luchas de clases de la Edad Moderna y el surgimien­
to de lo urbano como problemática está signada por el cuestionamiento y afir­
mación de la ciudad industrial. La ciudad, tanto "sirve" a la reacción como a
la revolución7. En tanto Marx consideraba la oposición campo/ciudad como
parte subordinada de la dialéctica desatada por la lucha de clases, y sólo en
este terreno como posible de ser superada, Engels especificaba que tal supe­
ración pasaba inexorablemente por la abolición de la ciudad moderna, claro
que "sólo después [de la abolición] del modo capitalista de producción". En
qué forma concreta de organización del espacio estaban pensando Engels y
Marx no ha quedado explicitado en sus obras. Schorske arriesga la inferencia
que "todos sus argumentos inducen a suponer una fuerte afinidad con el ideal
de ciudad pequeña que comparten los reformadores urbanos desde el último
tramo del siglo pasado" (Schorske, 1987 : x i i ) .
Lo importante es que, a la hora del análisis, Engels describe la ciudad,
pero focalizadamente describe los barrios en su vida cotidiana, tomando in­
formación policial y convirtiéndola en indicador de lo regular del sistema y
de la vida de todos los días. Y ha sido señalado en numerosas ocasiones que
la realidad criticada por Engels en Manchester tenía sus raíces en la refor­
ma urbana del Barón de Haussmann en Paríss, donde las anchas avenidas
cumplían el papel de marcas de la segregación y además brindaban la posi­
bilidad de que la caballería y la artillería pudieran cargar sin mayores obs­
táculos contra las masas allí reunidas reclamando contra las condiciones de
vida a que el sistema las sometía en los barrios que esas mismas avenidas
ocultaban.

7 "Como capital, organiza las dominaciones del mismo modo que incuba las revoluciones. En Euro­
pa, las jornadas revolucionarias desde el siglo XVIII hasta el siglo XX tienen como marco el pai­
saje urbano. La Comuna de París de 1871 ilustra, en su ambigüedad, ambos aspectos políticos de
la ciudad : proclama la autonomía de su institución comunal y cuestiona el orden establecido"
(Roncayolo, 1988 : 105).
s "Después de la insurrección de 1848, la burguesía es plenamente consciente de que las formas in­
surreccionales adoptadas por el asalariado industrial y el desocupado son inevitablemente urba­
nas, por lo tanto, el control del espacio será uno de los factores relevantes del control social . Es­
te hecho constituye una advertencia y propone a los gobiernos conservadores, que dominaban la
escena política desde mediados del siglo XIX, la ejecución de un ordenamiento espacial tendien­
te a restituir y asegurar un eficaz funcionamiento del sistema social : el Barón de Haussmann pla­
nifica la ciudad de Parfs con el objeto de definir radicalmente las áreas de localización de los di­
ferentes grupos sociales; un sistema arterial (los actuales boulevares parisinos) aislará los ba­
rrios, a la vez que permitir� el control de los lugares públicos por parte de la policía. .." (Sato: 5 5).
form
- ulación
-del concepto: las utopías del siglo XIX y el barrio
-- -- �--�--�-�--------------- 2 3

Ilu siones antiurbanas y ambigüedad de las partes barriales


Los reformistas que hemos visto unificaban temáticamente los males de la
ci udad industrial. Por tal razón, sus remedios eran alternativas totalizadoras
más que enfoques sobre problemas urbanos particulares, aunque predominó
la cuestión de la vivienda. En esa segunda disyuntiva entre moralistas (o uto­
pistas) y técnicos que nos anunciaba Benévolo, queda planteada desde el va­
mos una preeminencia de los primeros. El mismo Engels, sin enunciar una
utopía específicamente urbana -como el resto-, tipifica los problemas de la
ciudad como formando un conjunto dentro de una totalidad histórica mayor,
el sistema económico. Esta visión hacía que se estableciera una identidad en­
tre datos duros, como las condiciones de vivienda, índices de mortalidad, ha­
cinamiento, nutrición, y las situaciones sociales correspondientes: promiscui­
dad, delincuencia, prostitución y relajamiento de las relaciones familiares.
La vivienda y la vida en sociedad estaban concebidas como girando en tor- •
no a un mismo eje, y suponiendo una misma identidad también en la repre­
sentación que los sectores trabajadores tenían de sus propias condiciones de
vida. Esta relación se proyectó a las utopías, dando por supuesta una identi­
dad entre los miembros-habitantes de las comunidades, fenómeno que no se
verificó más que en forma excepcional y que podemos hipotetizar como una de
las razones de los fracasos. Pero básicamente se debieron al carácter aldeano­
comunitario que pretendían mantener, en contraposición ideológica pero en re­
lación directa y sin romper vínculos con la ciudad industrial capitalista.
Aunque en los planes se encontraran alusiones frecuentes a la industria,
en general las comunidades concretas resultaron ser cooperativas agrícolas
más que asentamientos de obreros. Y no es posible afirmar que haya sido la
forma cooperativa de propiedad lo que fracasó, sino el ir a contrapelo del mo­
do de producción capitalista industrial. Esta dependencia de la esfera domi­
nante industrial se reflejaba en la misma letra de los proyectos, que en su to­
talidad debían estar sostenidos por excepciones a sus designios de clase, es­
to es : por filántropos humanistas. Así lo planificaba, por ejemplo, el mismo
Fourier : "Supondremos que el experimento es realizado por un soberano adi-
nerado [ . . . ], o por una compañía poderosa, que desea. . . organizar. . . la Gran
Armonía. . . " (Fourier, 1967 : 69).
Godin fue el de mayor éxito porque era un industrial con capital suficiente
como para comprar el terreno e iniciar las construcciones sin depender de
otros condicionamientos previos. La cuestión de clase es fundamental para
comprender estos procesos de vinculación de la convivencia de las sociedades
utopizadas con el sistema dominante, planteado como situación dada y no
problematizada : socialismo (mejor dicho cooperativismo) dentro de las fron­
teras de la burbuja utópica, mientras "afuera" seguía reinando el capitalismo.
Por eso Marx y Engels les criticaron su idealismo voluntarista : "en lugar de
la actividad social [política] ponen la actividad de su propio ingenio" (Marx y
Engels, 1968), ya que estas utopías facilitaban la ilusión de que el ordena­
miento urbano y el sistema social eran lo mismo. Ellos invirtieron los térmi-
2 4 -------------------------.El--------
barrio en la teoría social

nos, al concebi r las modificaciones urbanísticas como una consecuencia nece­


saria de las relaciones sociales modificadas: suprimir l as condiciones de vi­
vienda -dirá Engels- sólo será posible supri miendo las grandes ciudades y,
eso sólo será posible suprimiendo el sistema capitalista . Las iniciativas filan­
trópicas, embarcadas en una tarea de mejorar la cal idad de las viviendas, só­
lo terminaron planteando -como señal a Benévolo- el traslado de los "barrios
bajos" a otras zonas ( Benévolo, 1967 : 155) . Criticaban la existencia de estos
barrios degradados, pero no se oponían a la división de la ci udad en partes
barriales . Era n proyectos basados sobre u n idea l de vida alejado y opuesto a
las grandes ciudades, pero no de transformación total de esas ci udades. Se
concebía que esos centros urbanos continuarían existiendo a la vera de las co­
munidades verdaderas y, con ellas, el sistema que las producía . Era n utopías
de tipo salvacionista, donde sólo los pocos elegidos que se embarcaran en
ellas podrían sobrevivir.
Al presuponer la ci udad industrial de por sí como enferma, con sus sínto­
mas más pal pables en la aglomeración y el alejamiento del ho mbre de la na­
turaleza y de su propia naturaleza humana, sustancializaron la concentración
urbana capitalista alrededor de la i ndustria, y no fueron más allá de esos sín­
tomas. Engels, en ca mbio, subordinaba la resolución del problema urbano a
la del sistema soci a l . Aunque esto, según Benévolo, será la causa por la cual
la crítica marxista posterior se alejará del desarrollo teórico específico de lo
urbanístico . El a nálisis de las propuestas utopistas -por tal razón- no debe
soslayar sus aportes a la apertura de un campo específico de estudios que
centraron en lo urbano el debate político y sobre todo técnico, i ncluyendo, cla ­
r o está, las relaciones mutuas d e encubri miento y develamiento entre estos
dos niveles ( pol ítico y técnico) . Señalar las sutancializaciones no significa de­
jar de l ado la indudable constitución de un cúmulo de proposiciones que sir­
vieron de base para la urbanística moderna . Entre otras cosas, dieron inspi­
ración a Le Corbusier y a su "unidad de habitación", y todavía tienen vigencia
la ci rculación en planta baja de la arquitectura moderna y las ciudades jardín
de Howard . Sin embargo, no se debe perder de vista que la vigencia de las
utopías también está sustentada en que los problemas funda mental es de la
ciudad del capitalismo del siglo XIX eran más del capitalismo que de la ciudad
y del siglo XIX .
Al barrio, contrastado con las comunidades de las utopías, se le asigna un
valor sinóni mo de lo que acontecía en las grandes ciudades, como indicado­
res de la miseria de las condiciones de vida de l os trabajadores y a l o que esas
mismas utopías salían al cruce, con excepción de l os proyectos de Fourier y
Cabet -y quizá Buonarotti-, en los que se daba cabida a los barrios dentro
de las comunidades propuestas . Barrio asu mía el significado de lo que rodea
al centro, pri mer anillo periférico respecto del núcleo comunitari o . En el caso
de Cabet, adquiere una i m portancia mayor, debido a que lo que él se propo­
ne construir es una verdadera ciudad, y como parte constitutiva de la misma
se erigirían los barrios. Es que, fuera de los franceses, barrio es la parte ne­
gativa de l�s ciudades sólo por ser una parte de la ciudad, opuesta a lo posi-
Formulación del concepto: las utopías del siglo XIX y el barrio
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tivo de la vida en las comunidades, que no se denominan barrios, pues no se
las considera partes, sino supuesta y teóricamente unidades autocontenidas.
Barrio es lo partido , lo no-total.
Cabría preguntar si tanto Fourier como Cabet estaban pensando en algún
barrio realmente existente cuando diseñaron sus proyectos. Y en los otros
proyectos, barrio ocupa solamente en un sentido ideológico el papel de opo­
nente de lo comunitario, porque en términos morfológicos los dameros de la
New Harmony de Owen pueden recordarnos sin dificultad a un barrio; el fa­
milisterio de Godin, con sus viviendas individuales alrededor de servicios co­
munes, no está lejos de semejarse a un barrio, y lo que se llamó ciudades jar­
dín o ciudades dormitorio, hoy son mentadas como barrios. Sólo por el tama­
ño y número de habitantes se podrían poner en duda estas asociaciones, ya
que la aldea de Owen -con sus 1.200 personas- y las cuatrocientas familias
de Godin nos alejarían un tanto de la imagen clásica de un barrio extenso mo­
derno. De todas maneras, la consideración que aquí vale es que ni el inglés ni
el sucesor de Fourier consideraban a sus proyectos como barrios, porque pa­
ra ellos las comunidades a crear no iban a ser partes de nada sino totalidades .
en sí.
Así es como llegamos a revelar este carácter ambivalente del concepto de
barrio: sus distintos significados resultaban dependientes de ejes externos al
concepto mismo. En el caso de Engels, dependiendo del carácter de clase de
la población que lo habitara; en el caso de Fourier, Cabet y Buonarotti, consi­
derando que una cosa eran los barrios reales existentes en las ciudades que
ellos criticaban y otra los barrios que ellos proyectaban construir. Y en las uni­
dades comunitarias de Owen, Godin y Howard encontramos similitudes indu­
dables tanto con la noción como con la imagen de barrio moderno. Estos pri­
meros sentidos adquirió el concepto entre los interesados por reformar la rea­
lidad urbana moderna, en el pico ascendente de la Revolución Industrial du­
rante el siglo XIX. Entre éstos había representantes de los sectores patrona­
les preocupados por el deterioro creciente de las condiciones de vida de la cla­
se obrera (la figura del filántropo Owen es prototípica en este sentido), pero
también se vinculaban con los intereses propios de los trabajadores.
Desde el marco general de su presencia reclamante en las calles, dejaban
al desnudo las contradicciones del péndulo histórico post-revolucionario, que
maridaba entre la Restauración reaccionaria y los cambios necesarios que la
época imponía desde el punto de vista de la burguesía. Esto explica el para
quién y entre quiénes del concepto de barrio, o los actores sociales involucra­
dos, donde el concepto cumple la función de señalar un indicador espacial dis­
tintivo.
Las razones históricas de esta emergencia están determinadas por el pro­
ceso que suele denominarse segregación, desigualdad o exclusión urbanas,
refl ejos de las miserias humanas -en general- en la ciudad, pero con la par­
ticularidad que son señalados como propiedades de la ciudad. Unos porque
atribuyen a ésta ser la causa y otros (como Engels) porque sitúan la causa en
26 ----------------------l;,I--
barrio en la teoría social
-------
el sistema económico, del que la ciudad -con estas propiedades- es un efec­
to histórico. Ante todo, entonces, el problema que se presenta es lo urbano.
Y en segunda instancia, lo diferente, lo distintivo, lo que tiene el significado
de indicar y a su vez necesita ser explicado, porque ya no acepta quedar si­
tuado conceptualmente dentro de lo indiferenciado, dentro de lo dado del
mundo moderno urbano, de lo que no requiere explicación.
Lo urbano, tal como es planteado en este contexto de necesidad, pasa al
frente como tema porque en el interior de la realidad social -tal como se la
concebía hasta entonces- surgen rupturas, diferenciaciones y discontinuida­
des que ya se torna inadmisible seguir pasando por alto y son convertidas, en
consecuencia, en problemas. No es que antes no se las viera o se las ignora­
ra. Ocurre que en el riñón histórico del ascenso capitalista decimonónico se
astilla el mundo en una textura que no soporta seguir siendo explicada me­
diante la cómod;� unilateralidad racionalista abstracta. Tal racionalidad se hun­
día en el barrio mísero y en el hacinamiento, en el hambre y en la pobreza
extrema junto a la riqueza también extrema.
Lo nuevo es que esa pobreza es ahora demasiado próxima, referenciada
espacialmente, localizada y, por lo tanto, pretendidamente circunscripta y qui­
zá controlada, fuera de las vistas incómodas y ruborosas del capitalismo en
alza. La pobreza puede ser concebida entonces como quiste, como realidad de
ahí, no de aquí; como algo, en suma, que puede trasladarse, segregarse, co­
rrerse en el espacio y ser colocado conceptual y físicamente entre barreras . . .
entre barri os .
E l ba rrio como com un idad u rba na
en las teorías clásicas

Mostremos ahora las variables principales con que se manejan los enfo­
ques iniciales de la etapa profesional de abordaje de lo urbano en general y
de lo barrial en particular: el aporte de Max Weber y otros clásicos de la so­
ciología, los teóricos de la unidad vecinal, la escuela de Chicago, el movimien­
to urbanístico encabezado por Le Corbusier y el modo de vida urbano de Louis
Wirth, en relación con las influencias del modelo de Robert Redfield sobre la
vida comunitaria. El dilema que vertebra toda esta producción es la posibilH
dad de una vida comunitaria en el seno de lo que Weber llamara la ''jaula de
acero" de la ciudad moderna industrial.

Comun idad y vecindad, ciudad y barrio


Weber se refiere al barrio como una "parte de la ciudad" (en su ensayo The
City, publicado en 1921) y se detiene a hablar de "relaciones de vecindad " en
por lo menos dos ocasiones (1979: 938). Su pesimismo en el análisis de la
progresión burocrática de la sociedad occidental tenía necesariamente que in­
fluir sobre su concepción del fenómeno urbano, consistente básicamente en
asignar a la racionalidad burocrática urbana y moderna el carácter de antípo­
da de las relaciones primarias. Distingue, por lo tanto, entre sociedacJ9 y -si­
guiendo a Tonnies- comunidad ("cierta calidad de relaciones sociales "1 º).
"Llamamos comunidad -dice Weber- a una relación social cuando y en la
medida en que la actitud en la acción social -en el caso particular, por tér­
mino medio o en el tipo puro- se inspira en el sentimiento subjetivo (afecti­
vo o tradicional) de los partícipes de construir un todo " (Op. Cit. : 33).
Al desarrollar más este concepto y ejemplificarlo -pues abarca realidades
muy heterogéneas-, establece que compartir un lenguaje, una religión, o te­
ner tradiciones familiares homogéneas "por vecindad " no implica necesaria­
mente componer una comunidad: "comunidad sólo existe propiamente cuan­
do, sobre la base de ese sentimiento, la acción está recíprocamente referida"

9 "llamamos sociedad - define Weber- a una relación socia l cuando y en la medida en que la acti­
tud en la acción social se inspira en una compensación de intereses por motivos racionales (de fi­
nes o de valores) o ta mbién en una unión de intereses con igual motivación" (Weber, 1979 : 33).
1 º Worsley, 1978 : 390.
El barrio en la teoría social
28 ------------------------------
(íd . : 34) . Más adelante expone los tipos de comunidad y sociedad . Entre los
pri meros habla de comuni dad doméstica y "comunidad vecinal, comunidad
. económica y ayuntamiento" ( 293-296), que define co mo aquella que trascien­
de a la pri mera, ya que se satisfacen requeri mientos mayores de "emergen­
cia o de peligro" dentro de la economía agraria a utónoma .
En esta forma económica , la configuración residencial típica es la aldea,
compuesta por un conju nto de comunidades domésticas . O sea que ubica a la
vecindad como opuesta en su significación a lo urbano 1 1 , pero presente en al­
gún grado en la ciudad, si bien aclara que esta a mbivalencia no es patri mo­
nio excl usivo de la vida moderna, ya que también l a condición rural posee es­
ta característic;;a por la cual, por ejemplo, al cam pesino le interesa q ue nadie
se meta en sus asuntos. En el ambiente rural, incl usive -dice- la acción co­
munitaria es una excepción y no la regla. La relación de idealidad de este ti­
po de vida quedará expuesta, entonces, proyectada desde la reificación par­
cial de la vida aldeana hacia la urbano-barrial . En tanto la vecindad es una ac­
ción de ayuda mutua que trasciende lo espacial, la acción comunitaria repre­
senta la calidad de esta relación, y es más intensa en la comunidad do méstica
que en la comunidad vecinal, donde prevalece la proxi midad de residenci a . Ve­
cinaad significa que puede contarse con los demás en caso de necesidad, en
' un sentido más senti mental que económico, co mo puede ser la ayuda mutua .
Es, afirma Weber, "propio de la ética popular de todo el mundo" (ibíd . : 294 ) .
Esta idea d e lo popular d e Weber bien pronto adquiere u n sentido particu­
lar, ya que advierte que aunque forma parte de la idea de fraternidad, l a ve­
cindad no necesariamente debe darse entre iguales, por eso da como ejem­
plo las relaciones de tipo feudal , en las que sitúa a l siervo y al señor co mo
mutuos veci nos, y su reconoci miento de que las relaciones de veci ndad ta m­
bién se dan en la ci udad queda demostrado en l a prppia definición de ésta :
. "sociológicamente considerada [la ciudad] significaría la localidad de un asen­
tamiento en casas pegadas unas a otras o muy juntas que representan, por
lo tanto, un asentamiento amplio, pero conexo, pues de lo contrario faltaría
el conocimiento personal mutuo de los habitantes que es específico de la aso­
ciación de vecindad'' (ibíd . : 938) .
Incluye al barrio cuando establece que en toda ciudad debe existir la co­
nexidad entre las viviendas y ni el tamaño ni la actividad i ndustrial y co mer­
cial la definirían por sí solos, ya que deberá haber ta mbién relaciones de mer­
cado (y protección) de las que "surge esa parte de la ciudad que se compone
casi exclusivamente, o exclusivamente, de casas de negocios, la city [sic],
.
que más que una ciudad' suele ser un barrio de la misma" ( i bíd . : 942 ) .

1 1 "La comunidad de vecinos puede presentar exteriormente, como es natural, muy distinto aspec­
to, según la clase de asentamiento de que se trate: rancho singular o aldea, calle de un pueblo o
'casa de vecindad' Y también la acción comunitaria que representa puede tener muy ·distinta in­
tensidad y, en algunos casos, especialmente en las relaciones urbanas modernas, descender a ve­
ces muy cerca del punto cero n (Id. : 293).
El barrio como comunidad urbana en las teorías clásicas
- ----------------------------- 2 9
Esto es: aparece la palabra barrio -en la traducci ón de Ferrater Mora y
otros- cuando dice que en Constanti nopla, las reb'eliones y el surgimiento de
los partidos burgueses tienen como antecedentes a los "representantes de los
barrios [sic. ; subr. MW] que financian las carreras en el circo" ( i bíd . : 9 5 5 ) .
Las ciudades mediterráneas d e la Antigüedad y de la Edad Media se dife­
rencian de las de la India , con sus castas, las de China, o los Fanti de Costa de
Oro, cuyo rey "urbano" era elegido entre los jefes de "barrio" y que poseían
policías hereditarios "de los barrios" (ibíd . : 959) . Su peculiaridad está dada por
la ausencia de toda vinculación mágico-a nimista de castas y clanes -con sos
correspondientes tabúes entre los habita ntes de la ciudad, que impedirán la
igualdad jurídica dentro de la ciudad europea- .
Asigna, entonces, contenidos variados al barrio como parte de la ciudad, de­
pendiendo del tipo de sociedad de que se trate. Su visión soslaya los antagonis­
mos de clase, cuando define como "solidaria" y de "ayuda mutua" la relación
entre el señor feudal y el "vecino" siervo. Y es evidente su enfoque historicista
cuando describe el surgimiento de los burgos y el ayunta miento, junto a la ciu­
dad, como asociaciones entre las que se distinguen diferentes tipos : dentro de
las ciudades y en correspondencia con acotamientos espaciales -que denomi­
na expresamente barrios- describe agrupa mientos de enti dades mágico-reli ­
giosas hasta instituci ones estatales . Sitúa asi mismo e l surgi miento de la dis- ·
ti nción entre lo ci udadano y lo "rústico", donde introduce un ingrediente que
hasta ahora se había subsumido u ocultado detrás del concepto de clase so­
cial : lo popular, como categoría capaz de establecer disti nciones que no se ad­
hi eren unívocamente a la estructura econó m ica, sino que se construyen en la
esfera de las representaciones si mbólicas (éti cas, dirá ) .
Fi nal m ente, e n la perspectiva weberiana debe destacarse su consideración
de la ci udad , la co munidad, la vecindad y el barrio como construcciones ideo­
lógicas sobre l a base de los significados de los actores de estas unidades de
asociaci ón espacial .

El dicotomismo clásico en la un idad vecinal, a la sombra de la


sociedad folk
El significado de las relaciones de vecindad de Max Weber podría ser ex­
presado en términos que recuerden el concepto de solidaridad mecánica de
Emile Durkhei m 1 2 .. Sobre todo porque Weber señala que esta relación de so­
lidaridad vecinal no sólo se verifica en el plano de la estructura socia l sino
ta mbién en l a esfera de las vivencias y las identidades y, además, se encon­
traría en ca mino hacia la solidaridad orgánica , recubriendo cada vez más la
estructura seg mentaria ( Durkhei m , 1985 : 270 ) , en la q ue se abren paso or-

1 2 D efinido como "un conjunto más o menos organizado de creencias y sentimientos comunes, cu­
ya estructura está constituida por un conjunto de segmentos homogéneos y semejantes entre sin
(Archenti y Aznar, 1987: 70) .
El barrio en la teoría social
30 -----------------------------

ganizaciones específicas como el ayuntamiento o la municipalidad (Durkheim,


1967: 157). Si pudiera adscribirse -un tanto esquemáticamente- el primer
tipo de solidaridad, y la relación de vecindad asociada a ella, al sistema de
grandes categorizaciones abstractas y tipológicas caras a los clásicos de la so­
ciología, bien podría quedarnos la unidad donde se hallan esas relaciones (el
vecindario, el barrio), ligada, por homología, al concepto de comunidad tradi­
cional de Tonnies, de raigambre feudal, en oposición a la sociedad moderna,
urbana y capitalista.
Hoy en día este tipo de homologaciones, a la manera del modelo moder­
nista sintetizado por Gerald Breese (1966), en donde se habla de "afectivi­
dad, consenso (solidaridad mecánica) y controles sociales informales" para la
sociedad no urbana, y de "impersonalidad, especialización independiente
(solidaridad orgánica) y controles formales" para la sociedad urbana (Sout­
hall 1985: 7), son desechadas. Es porque precisamente -como explican Ant­
hony Giddens (1979: 19) o Noel Iverson (1984: 227)- han tenido una vi­
gencia clásica. Y en apoyo de esto podríamos recordar el esquema bipolar
evolutivo de Herbert Spencer, que discurría entre una sociedad monolítica,
estática y represiva y otra diversificada, plural e individualista (Nisbet, 1984:
322). O la forma en que Georg Simmel -otro clásico de la Sociología y preo­
cupado, además, por la ciudad como problema- establece que a mayor pro­
ximidad tísica de una determinada comunidad o grupo humano corresponde
una mayor "primitividad" intelectual y una preponderancia de las relaciones
impulsivas, y a un mayor alejamiento tísico corresponde un mayor desarro­
llo intelectual.
En la ciudad moderna cabría, paradójicamente, la excepción que confirma
estas reglas de correspondencia, pues en ella es grande la proximidad entre
las personas, pero junto a una "indiferencia completa y la exclusión de toda
relación sentimental mutua, porque los contactos incesantes con incontables
personas producen el mismo efecto, por atrofia" (Simmel, 1939: 236). Es aquí
donde se anuda el dilema del contexto de necesidad del concepto de barrio
sobre la vida comunitaria genéricamente humana en la ciudad moderna.
Una de las respuestas prácticas fue la formulación del concepto de unidad
vecinal, de Clarence Perry, en la década del veinte. El propósito explícito de
esta categoría estaba enfocado en las necesidades del planeamiento urbano.
Perry definía la unidad vecinal con un planteo nítidamente funcional: "el área
de una comunidad, generalmente limitada por vías de tránsito principales, con
la escuela primaria como foco de actividades, e incluyendo todos los servicios
necesarios de recreación y compras" (Isaacs, 1962: 1). Pero el uso del con­
cepto reenvía la atención al origen rural de este tipo de relaciones solidarias:
"muchos planificadores están convencidos de que es posible importar las cua­
lidades físicas y sociales de un pueblo rural y pequeño a la ciudad" (íd. : 2).
Dentro de los requerimientos del planeamiento moderno, la unidad vecinal
vino a centrar el interés en un explícito sentido de pertenencia que iría a ser­
vir de estandarte contra el caos y la desorganización urbanos, ya que reivin-
El barrio como comunidad urbana en las teorías clásicas
-- --------------------------- 3 1
dicaría los sentimientos de la gente y sus propios deseos de dónde y cómo re­
sidir. En los Estados Unidos el concepto tendrá auge durante las décadas si­
guientes, dando lugar al debate sobre la calidad de las condiciones de vida
dentro de las grandes ciudades. Esta línea de reflexión y acción específica se
desarrolló según la política urbanística dominante, cada vez más lejos de las
diatribas reformistas del siglo XIX.
-En el aspecto teórico, sirve para ver cómo la búsqueda de una unidad au- •
tocontenida (esto es: explicable en sí misma, sin relación con su contexto his­
tórico, de clase) se torna no sólo idealista -ya que parte de modelos ideales
de tipo dicotómico.- sino que termina encubriendo verdaderos intereses que
condicionan las formas físicas e ideológicas que adquiere la ciudad. Pero no
sería la única perspectiva desde donde se irían a plantear en esta época las
relaciones tanto de oposición cuanto evolutivas entre lo rural y lo urbano y el
juego de emulación mutua entre ambos "polos" de la vida social.
Una muestra de que el interés mediato de los estudios sobre algunas par­
tes de la sociedad urbana compleja se enmarcaban en esa disyuntiva entre el
modo de vida comunitario y la desorganización secular urbana la podemos ob­
tener de la primera línea escrita por Robert Redfield en su clásica propuesta
del tipo ideal folk: "Para que podamos entender la sociedad en general y, en
particular, nuestra moderna sociedad urbana, debemos tomar en considera­
ción las sociedades constituidas en forma menos parecida a la nuestra: las so­
ciedades primitivas, o folk" (Redfield, 19 78 [ 1 9 3 2) : 3 7 ) .
La sociedad folk es un modelo, al estilo de los tipos ideales de Weber, abs­
traído de las sociedades reales, de acuerdo con una serie de características
que, en mayor o menor medida, parecerían poseer todas las unidades socia­
les donde trabajaban los antropólogos, las llamadas sociedades primitivas. En
su gran mayoría, la unidad espacial de observación era la aldea rural, dentro
de las sociedades precapitalistas a las que los antropólogos clásicos apunta­
ron primero.
Redfield, entonces, establece que esta sociedad se caracteriza por estar
aislada de las civilizaciones históricas modernas, ser económicamente autosu­
ficiente, homogénea (sin diferenciaciones sociales internas), de rango reduci­
do y en la que las relaciones sociales primarias ("todo el mundo se conoce ")
imponen fuertes vínculos comunitarios y tradicionales. Explicita él mismo que
este tipo de sociedad es lo opuesto al modo de vida urbano.
Las críticas mayores que recibió se centraron en su abierta ahistoricidad.
El supuesto aislamiento y homogeneidad postulados por Redfield no se corres­
pondían con ninguna sociedad existente, y éstas no estaban, en realidad,
"fuera" de la Historia y de la sociedad moderna capitalista. Más aún, las uni­
dades aldeanas que él mismo estudió (fue un gran �rabajador de campo) no
estaban ni aisladas ni eran autosuficientes ni mucho menos homogéneas, y
las relaciones sociales que involucraban a sus miembros eran tanto primarias
como secundarias. En el caso de las comunidades mexicanas con las cuales
eje mplifica su modelo, eran sociedades cruzadas por profundos conflictos so-
El barrio en la teoría social
3 2 ------------------------------
ciales, vinculados históricamente incluso a la Revolución Mexicana. Llega por
esto a ignorar el detalle de que los hombres de una aldea la abandonaban du­
rante la mitad del año, sin sentirse en la obligación de explicitar la causa de
esa migración temporaria, e investigaciones posteriores demostraron que ese
contingente se dirigía a conchabarse como asalariados a las plantaciones cer­
canas de la United Fruit, uno de los monopolios norteamericanos extractores
de frutos de mayor imperio en la zona, lo que de hecho cuestionaba la su­
puesta autosuficiencia económica.
La relevancia de Redfield y su modelo tipológico respecto del concepto de
barrio está dada por la subyacencia de su tipo folk en esas concepciones de
comunidad posteriores, por las cuales, desde ya, no lo haremos responsable.
Su tipo ideal sirvió, entre otras cosas, para que la Antropología siguiera cre­
yendo encontrar un objeto de estudio en la sociedad urbana, aunque pareci e­
ra una contradicción con su propia postulación de que la sociedad folk era lo
opuesto a lo urbano moderno. Desaparecidos en las ciudades los rasgos ex­
teriores por los cuales se había cosificado una ci erta imagen del objeto antro­
pológico -el indígena-, el tipo ideal de Redfield vino a establecer un pará­
metro de comparación, dentro de la realidad urbana compleja, y, de esta ma­
nera, a facilitar la búsqueda de porciones de esa realidad que resistieran, al
menos en parte, ese ejercicio de analogía que se sabía de antemano frustra­
do, ya que soci edades folk puras no se iban a encontrar, pero algo parecido
quizá sí. Sería lo que se llamó luego la antropología en la ciudad, y para no­
sotros esto es muy importante porque el barrio vivido va a ser el relevado
principalmente por los antropólogos -que recién en la década del '70 siste­
matizarán un rótulo y una publicación para su actividad como "urbanos" (He­
rrán, 1986; Gravano, 1995)-.
Es importante entonces ver en qué medida este modelo folk no está encu­
bi ertamente al acecho por debajo de ci ertas valorizaciones y conceptos sobre
la vida vecinal o barrial de las soci edades urbanas complejas. Y nótese que
ex-profeso continuamos usando la expresión "complejas", aunque no dejemos
de interrogarnos por su propio contexto de necesidad : lqué está detrás de
esa nomenclatura si no es el fantasma de lo fo/k (como ideal de vida), emer­
gente en los contextos analizados? Acá nos hemos encontrado con las postu­
laciones académicas, que no plantean la idealidad tanto como valor utópico
sino como una de las partes de la bipolaridad o dicotomía universal que inten­
ta explicar al mundo moderno como autónomo del tradicional.

Los barrios y la natural ización del es pacio


Para la década del veinte, Robert Park se incluye en la nómina de los clá­
sicos del urbanismo norteamericano, junto a E. Burgess y R. D. McKenzi e
(1925), con quienes conforma la llamada Escuela de Chicago. Teni endo como
referencia inmediata la pujanza de la gran ciudad industrial, estos autores
· conciben la problemática urbana como una totalidad en la que se corporizan
barrio como comunidad urbana en las teorías clásicas
El
.::...::.:...-------------------------- 33
d et erm i n a dos problemas que contradicen d e hecho l a posi bil idad de u n senti ­
do a bs ol uta mente i ntegrado de la soci edad h u m a n a modern a .
L a base de esta contradicción, y d � los que se co nstituirían para e l l o s e n
l o s prob le mas urbanos p o r a ntonomasia, será l a rel ación d e l hom bre genéri ­
co y su med i o . Por l o tanto, i ntentará n abordar e n fo rma global el cómo de l a
di stribuci ón de la sociedad en el ma rco ecológico u rbano, una de cuyas m a n i ­
fe sta ciones es la zonificación y diferen ciación del s u e l o de la g ra n ci udad .
Co nsidera n , en principio, a l a ciudad como u n hábitat ecológico tota l , en
donde ca da sector soci al establece su nicho urbano. Elabora ron una serie de
modelos sobre l a orga n i zación del espa ci o en fu nción del uso predo m i n a nte
del suel o . Bu rgess estud i ó l a disposición sectori al de l os usos del terreno en
Ch icago . Encontró así que en el centro de l a ci udad se concentraba la zona de
negoci os, m i entra s en a n i l los próxi mos y concéntricos se esta bl ecían una zo­
na co merci a l , grandes estableci m ientos i n dustri ales con sus adyacentes ba­
rrios obreros, l uego i n d ustrias l ivianas, y fi n a l m ente la zona de h a bitació n de
1a· clase media y clase alta , en el a n i l l o u lteri or. Este modelo sirv i ó para pro ­
yectarlo l u ego a otras ciudades en l a s que supuesta mente debía encontra rse
la misma distri buci ó n . Posteri ormente se modifi có co n otros en los que l os a n i ­
l l o s fueron remplazados p o r sectores (de negocios, de i nd ustri a , d e residen­
ci a obrera , media y a lta) y fi nal mente por u n diagra m a poli nuclear, con varios
centros.
Estas m od i fi caciones en rea l idad respondían a las contradicciones entre l as
ciudades reales y l a distri bución a bstracta que se prete ndía erigir en teoría de
alcance u n iversal . Uno y otro modelo ( a n i l l os o sectores ) teorizaban a cerca de
un hecho rea l i n dudable : l a diferenciación de l o urbano en sectores soci a l es
disti nguibles por l a variable del uso del espaci o . Christia n Topa lov señala a l
respecto que estos esquemas sosl aya ban l a preg unta so bre el hecho de fo n ­
d o , determ i n a nte de l a distinción d e ubicaciones dentro d e l espacio urbano :
la diferencial renta del suelo de la ciudad ca pita lista (Topal ov, 1 984 : 1 79 ) .
Pa ra estos modelos l a loca l i zaci ón d istintiva e ra algo dado, natura l ( d e ahí
el concepto de nicho) ; en el mejor de los casos, u n hecho consu mado y no
proble matizabl e . U n ejemplo de este tipo de natura l i zaciones del espacio u r­
bano se manifiesta en el concepto de distancia al centro, que pa ra el l os era l a
ca usa de l a s u b a del preci o del suelo . Co mo si el v a l o r de la dista ncia fu era
algo natural y propio del espacio en sí y n o el resu ltado ( como va lor d e ca m ­
b i o ) de l os i ntereses d e clase, l igados a l sistema tota l de prod ucción, dentro
del cual l a ci udad misma es un producto tecnológ ico funda mental y un instru ­
mento de d o m i n i o .
Nos i nteresa el surg i miento de esta oposición porque l o s que con m ayor
recurrencia apa recen co mo distantes del centro son precisamente los barrios •
( se l os co nsi dere dentro d e los a n i l l os o sectores de l a ciudad o co mo cintu ­
rón suburbano) .
A esa n atu ra l ización , entonces, se ag rega otra que tiene estrecha v i n cu l a ­
ción con l a crítica cu ltura l i sta que m2s adelante recibirán estas macroteorías :
El barrio en la teoría social
34 ------------------------------
la de los mismos comportamientos sociales, entendidos como espontánea ­
mente lógicos o "naturales". Que un negro vaya a vivir con su fami lia a un ba - '
rrio residencial de blancos, por ejemplo, pasará a ser un dato "natura l" den ­
tro de lo que para la teoría es la categoría de "expectativa" o "atractivo" de
un barrio, en función de la determinación del precio, de la misma manera que
la distancia al centro.
•. Esta teoría supone -como critica Topa lov- que la gente piensa y siente
e l espacio urbano ta l como piensa su práctica particu lar el urbanista capita ­
lista (íd. : 1 8 2 - 184) . Los contenidos teóricos, en consecuencia, no son más
que meras corroboraciones tautológicas de esas presuposiciones . La re lación
del sujeto respecto de su entorno espacial es reducida a su lugar dentro de
la re lación estructural con el capita l, de modo que dentro del campo de da ­
tos naturales quedan tanto e l espacio -como factor de determinaciones ­
como e l sujeto mismo -como enteramente determinado- . Se obtura de es­
ta manera la posibilidad de problematizar la diferenciación de lo urbano y,
por ende, de lo barrial, que queda arrumbado en el desván de lo natura l o
de lo dado .

Ecología actuada : los verdaderos vecinos y la comun idad


desorgan izada
Sin apa rtarse de los lineamientos de la escue la de Chicago, a lgunas de las
propuestas de Par k lo destacan porque sienta no pocas bases para los estu­
dios de comunidades urba_nas y porque sus aportes. teóricos acerca de l fenó­
meno urbano y barria l tuvieron en cuenta las representaciones simbólicas e
ideológicas que los actores se hacían de l espacio, lo que no deja de ser una
paradoja, proviniendo de las posiciones naturalistas ya mencionadas . En su li­
bro Human Communities; the City and Human Ecology, hace expresas refe­
rencias al barrio, al tomar a la pandi l la (gang) y a la de lincuencia juvenil co ­
mo problemas sociales para los cua les la ciudad actuaría como medio y "labo ­
ratorio social" y el barrio -en términos de ghetto [barrio étnico] o de slum
[barrio bajo]- como hábitat particularizado .
Como las muestras de desorden soeial aparecen en esos lugares "bajos" de
la ciudad, ésta adquiere un valor que va más a l lá de _su extensión espacial .
Esas zonas estigmatizadamente peligrosas son las muestras de "desorganiza­
ción" que se tratarán de exp licar, sentando así las bases de la teoría urbana
genera l . Algunos l legaron a concebir las como "regiones morales".
Pero Par k, respecto de la de lincuencia juveni l, observa que depende más
de problemas sociales de l grupo barrial que del individuo aislado. E l grupo de
juegos de los niños en el barrio, por ejemplo, adquiere una importancia cru ­
cial, dada la tendencia de la vida urbana a que e l hogar se transforme en só ­
lo e l dormitorio de los jóvenes . Cita los trabajos de su contemporáneo Fede­
rico M. Thrasher, un clásico en e l tema de la delincuencia juvenil, quien reali­
zó un estudio con las pandi l las de Chicago, y será a partir de esta tesis que
b
E l barr io como comunidad ur ana en las teorías clásicas
:----------------------------- 35
varios sociólogos considerarán, durante las siguientes décadas, a la "delin­
cuencia juvenil" como una subcultura de la clase baja, reproducida a través
de las generaciones de bandas constantemente renovadas (Johnson, 1968 :
6 29) . Lo destacable es que siempre se las va a localizar en los barrios, y se
terminará atribuyendo a esta ubicación espacial el valor determinante de esos
co mportamientos.
Para Park, la influencia de la barrita barrial en los jóvenes es mayor que
cualquier institución, incluidas la iglesia y la escuela, y duda que la familia y
el hogar tengan más influencia que ella. Las generaciones anteriores -de los
padres de esos niños- han estado a expensas de· 1os procesos de migración
y movilidad espacial. Las generaciones jóvenes viven, en cambio, más ence­
rradas en el lugar donde viven. Sus vínculos se dan con las personas que tie­
nen cerca: "En una gran ciudad, los niños son los reales vecinos; su hábitat
es la comunidad local; y cuando se les permite vagar y explorar aprenden a
conocer la ve cindad como ninguno de los viejos que no haya nacido y se ha ­
ya criado en el barrio. Esta es una de las cosas que hace la pan,Jilla" (Park,
Op. Cit. : 63).
Destaca, como se ve, el protagonismo de ciertos actores dentro de la vida
barrial : los niños que devendrán pandilleros y luego políticos profesionales .
"Las pandillas de muchachos son las instituciones vecinales. Los polí ticos son
vecinos profesionales. Nuestro sistema polí tico está construido de acuerdo con
la teoría de que la gente que vive en la misma localidad conoce a cada uno
de los otros y tiene los mismos intereses sociales. La pandilla es una escuela
vocacional de control político" (íd. : 75).
Con esto establece una línea procesual que termina desnudando relaciones
que, con lenguaje de hoy, se semejarían al clientelismo : cuando el pandillero
se "gradúa" en la política local, la política local hace las veces de patrón y lo
toma como empleado y cliente. Y mientras él ocupa el espacio barrial, el típi­
co ciudadano medio norteamericano usa el vecindario sólo para dormir, pen­
sando sólo en estar en el Who 's Who, olvidándose del barrio, que pasa a ser
patrimonio del punterito y su barra.
En todo momento Park tiene como base la oposición entre comunidad e in­
dividuo. Luego inaugura la oposición entre comunidad y vida metropolitana o
urbana no comunitaria, según los términos que venimos reseñando. Para él,
la definición amplia de comunidad hablaría de "colección de personas que ocu ­
pan un área más o menos definida", y la acepción restringida sería : conjunto
de instituciones que ocupan un área (iglesias, escuelas, patios de recreo, sa­
lón comunal, teatro local, ne¡gocios y empresas industriales). Toda comunidad
- sistematiza- está incluida en otras. En cada una hay una organización eco­
lógica, una organización económica y una organización cultural.
Siguiendo los lineamientos weberianos, incluye la variable vivencia! y fun­
cional dentro de la vida comunitaria: "toda comunidad debe brindar: seguri­
dad, recreación, reconocimiento y afectos" (ibíd. : 7 5). En forma contundente
aparece su interés por incluir al barrio dentro de una totalidad que abarca el
El barrio en la teoría social
3 6 -------------------------------
problema de la política y del ideal de vida nacional. Tanto es así que se plan­
tea como tema eje de sus preocupaciones lo que llama la "eficiencia comunal":
la comunidad barrial -dice Park- estaría en la base del modelo de vida demo­
crática norteamericana y se plasma fundamentalmente en las grandes ciuda­
des como un ideal capaz de englobar desde la barrita hasta organizaciones más
vastas del sistema político nacional, que se erige sobre el presupuesto de que
cada ciudadano desarrolla lazos de identificación y apego a su comunidad .
Pero, lqué pasa cuando en ese escenario urbano, donde se supone que de­
berían reinar la cohesión y el orden comunitario, aparecen fenómenos de de­
sorganización social (como la delincuencia y otros comportamientos si mila­
res)? Par k no va buscar las causas en la sociedad global sino en la ciudad mis­
ma y en sus "regiones morales". Con esto, adscribirá a quienes -como la es­
cuela de Chicago en general- considerarán a la ciudad como una variable in­
dependiente (en contraposición con las posturas marxistas). Va a atribuir esos
procesos de desorganización a lo que llama zonas en transición, como el cen­
tro y los lugares donde la gente no se detiene por muc ho tiempo, donde re­
siden en forma temporaria los recién llegados a la ciudad y aquellos suj.etos
que se situarán en el margen de la vida urbana comunitaria por pertenecer a
otros sistemas de valores (por ejemplo, fol k). Los lugares de residencia, en­
tonces, determinarían los comportamientos sociales .
Desde el punto de vista teórico-metodológico, son notables ciertas antici­
paciones de Par k, como la relación que destaca entre el movimiento espacial,
la comunicación y la "autoconciencia" (sic). Finalmente vincula la necesidad de
afirmación del status y el prestigio individual con el movimiento espacial en la
gran ciudad y el orden moral dentro del cual se autositúa el individuo y lo si­
túa el grupo . Aparece, sin expresarlo de esta manera, el tema de la mediación
entre la determinación espacial y los contenidos de conciencia o de cultura .
Porque esa determinación ecológica no era -para Par k- directa o lineal . Co­
mo elementos importantes de la relación entre el espacio y las conductas, ubi­
ca a las representaciones que los distintos grupos se hacen de ese mismo es­
pacio . Dentro de ellas incluye los procesos de comunicación social, la valora­
ción de status dados por la ocupación diferencial del espacio urbano y el orden
moral creado por cada grupo en torno a la vida dentro de la ciudad.
Si bien para Par k el espacio ñsico resulta ser el hec ho determinante de los
procesos sociales, introduce desde el principio la consideración de mediado­
res entre ambos, a los que obligadamente deberá apuntar el analista, sin sos­
layarlos en aras de ese mismo determinismo. Lo que se impone, entonces, es
estudiar esos nexos y los modos de comportamiento urbano, independiente­
mente de la asunción teórica de fondo sobre la determinación de las formas
espaciales . Él mismo va a declarar que "la causa por la que se correlacionan
frecuente e inevitablemente las relaciones sociales con las espaciales es que
las distancias físicas son indicadores de distancias sociales. Y esto es verdad,
finalmente, porque es solamente como hechos sociales y psíquicos que pue­
den ser reducidos o correlacionados los hechos espaciales, ya que sólo así
pueden ser mensurados" (ibíd.: 1 7 7) .
E l barrio como comunidad urbano en los teorías clásicos
.::..---------------------------- 3 7
En este estudioso se perfilan no pocos nodos de la problemática barrial. Si
bien no podemos afirmar que haya sido el único en plantear ciertos temas de
la actualidad teórica en la problemática urbana como el clientelismo y la rela­
ción entre espacio y sociedad, al menos fue el primero en relacionarlos con un
contexto barrial. Esa vinculación entre la vida de la calle y la totalidad de la
vida política, tanto en los ideales como en la práctica, se ordena junto a otros
señalamientos no menos importantes como los valores morales, la autocon­
ciencia en la vida comunitaria barrial y el papel jugado en su reproducción por
las diferencias generacionales o grupos etarios.
Es evidente que la escuela de Chicago resultó pionera en la objetivación
del espacio del barrio como un escenario social significativo, específico y cons­
tructor de procesos sociales, en los que la relación de totalidad interna llega
a explicar hasta las diferenciaciones valorativas de la sociedad urbana. Pero,
principalmente Park desarrolló la línea que tomaría las vivencias y los conte­
nidos de conciencia de los actores como parte del objeto urbano, básicamen­
te en el contraste entre la idealidad comunitaria y las condiciones reales de
los barrios.

El urban ismo como modo de vida y las rupturas del modern ismo
En el clásico trabajo de Louis Wirth sobre el estilo de vida urbano (1938)
se parte de tomar la sociedad urbana industrial y moderna y la sociedad folk
rural y tradicional (como la tipificaría Redfield) como tipos ideales polares de
comunidades, que sirven para omnicomprender los modos básicos de asocia­
ción humana en la civilización contemporánea, caracterizada en términos ge­
nerales por el crecimiento aceleradísimo de la concentración urbana.
Se trata de definir lo urbano, más especificamente la ciudad, y en este ca­
mino desecha Wirth los criterios más usuales, como la cantidad de habitan­
tes, la densidad de población, la ocupación laboral, la presencia funcional de
determinados servicios, la existencia de ciertas organizaciones políticas, etc.
Advierte, además, contra la confusión generalizada entre urbanismo y capita- ·
lismo o industrialismo. Reitera su objetivo de definir la esencia del urbanismo
como un modo de vida. Define entonces a la ciudad como "un establecimien­
to relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente he­
terogéneos" (Wirth, 1968: 16) y establece diversas relaciones entre estas va­
riables.
En primer lugar, es el tamaño de la concentración urbana el que determina
el tipo de relaciones más o menos personales entre la gente; esto tiene impor­
tancia para entrever su concepto de barrio, ya que, afirma, estas relaciones
personales son las que caracterizan "inherentemente una vecindad", y en el
modo de vida urbano merma o no existe, debido a la atomización y segmen­
tación de la vida y la personalidad urbanas, con predominio de las relaciones
secundarias, impersonales, superficiales, utilitarias, especializadas, profesiona­
les más que espontáneas y donde el individuo "cuenta poco", aunque esto pue­
da significar más liberalidad para la expresión de los sentimientos. El mayor ta-
El barrio en la teoría social
3 8 -----------------------------

maño, en suma, lleva de por sí, según Wirth, a un estado de anemia. Los con­
tactos sociales se distancian y se acentúa, en forma correspondiente, la iden­
tificación que podríamos llamar icónica y el reconocimiento principalmente vi­
sual en la dimensión espacial de la ciudad y del entorno físico.
En una especie de ping pong interpretativo, afirma que, producto tanto de
la densidad cuanto de la diferenciación, se da que "la ciudad tiende a seme­
jarse a un mosaico de mundos sociales; la yuxtaposición de personalidades y
modos de vida divergentes tiende a producir una perspectiva relativista y un
sentido de tolerancia hacia las diferencias, los que pueden ser considerados
como prerrequisitos de la racionalidad y que conducen hacia la secularización
de la vida"1 3 .
A la vez, en el modo de vida urbano caracterizado por los continuos cambios
de residencia, se resienten los afectos y las relaciones tradicionales de vecindad
y de contacto personal: "un hogar transitorio no genera tradiciones y sentimien­
tos firmes, sólo raramente [el individuo] es en realidad un vecino" (íd. : 20). El
urbanismo, sin embargo, tendría -para Wirth- un efecto "nivelador" social­
mente hdblando, producido principalmente por los medios de difusión de masas
(hay que recordar que el momento en que él formula su modelo puede sinteti­
zarse con la emergencia del cine, la radio, el disco y la flamante televisión).
Todo esto hace que se configure una idea dominante de la ciudad en don­
de la iniciativa puramente individual llega a su nivel de impotencia virtual pa­
ra establecer el control social, que provoca el surgimiento de las asociaciones
voluntarias y otros grupos "formalizados sobre la base de unidades de interés
y no de sentimiento o de parentesco", como antaño. Concluye que esta nue­
va realidad -la urbana- requiere, en consecuencia, la puesta en práctica y
la elaboración de enfoques y teorías ad hoc hacia ella, para lo cual propone
su sistematización.
Esta propuesta se complementa luego con su abocamiento a la problemáti­
ca social urbana manejando elementos y categorías que hoy, nos resultan fa­
miliares, pero que se apartaban -hacia fines de los años, 20- de los enfoques
exclusivamente materiales y estadísticos. Por el contrario, Wirth va a usar ca­
tegorías que lo acercan bastante a una perspectiva antropológica. Asocia, en
principio -y en coincidencia con Park- los problemas urbanos con el fenóme­
no ideológico. En su trabajo Vida comunitaria y política social, de 194 0, parte
del fenómeno de desorganización urbana y su relación con las posibilidades de
vida en comunidad, reiterando su asociación de ésta con una concepción simi­
lar a la de sociedad folk de Redfield. Se refiere en forma explícita a los aspec­
tos ideológicos de la desorganización social, focalizándolos en los fenómenos
de segregación urbana de las minorías y su vida en ghettos dentro de las gran­
des ciudades norteamericanas. Y reaparece la pregunta sobre la vida comu-

13 La confusión entre urbanismo y capitalismo o industrialismo no queda, sin embargo, clarificada


en Wirth, desde el momento en que -con una ostensiva posición idealista- afirma que en la ciu­
dad "la vida y el trabajo común de individuos que no tienen litzos sentimentales y emocionales,
fomentan un esp íritu de competencia, engrandecimiento y mutua Lxplotación" (Op. Cit .: 28-29).
El barr io como--------------
comunida d urbana en las teorías clásicas
--- ---------- 39
.:::-
ni taria -en los términos de Weber- en la urbe, específicamente en esos ba­
rrios distintos a la media, por segregados.
Maneja el concepto de ethos, pues -explica- si se parte de calificar una
real idad como desorganizada es porque se sobreentiende un supuesto estado
de orden, y este estado sólo es posible sobre la base de concebir valores, nor­
ma s, preferencias, opiniones y objetivos compartidos por un grupo. Las des­
viaciones a estos ejes normativos son radicalmente más frecuentes en la rea­
lidad heterogénea de la gran ciudad que en las sociedades homogéneas de ti­
po folk. Los conflictos socio-urbanos surgen a partir de la coexistencia, en la
gran ciudad, de una gran diversidad de modelos normativos, sistemas de va­
lor es, culturas, grupos étnicos, y se dan en el terreno de las ambigüedades y
las definiciones. Porque el conflicto de la desorganización social no se da en
el terreno de los objetos materiales -afirma Wirth-, sino en el de los signi­
ficados. Y, por lo tanto, un tema central es el logro de consenso, por medio de
la tradición, la educación, la propaganda y el ejercicio de la autoridad. Se de­
tectan así los factores que hacen a la solidaridad del grupo y a la misma exis­
tencia de éste como tal.
Las ideologías sirven para consolidar el consenso, pero en la sociedad mo­
derna surgen en forma profusa y continua nuevas ideologías que se contrapo­
nen entre sí. Estas ideologías se exteriorizan en cada grupo y configuran su
conciencia social, dirá Wirth. "La diferencia entre la sociedad contemporánea y
un orden menos segmentado -afirma- es esencialmente la diferencia entre
la cohesión social irreflexiva lograda por tradición y la cooperación reflexiva in­
ducida por selección racional de fines y significados" (ibíd. : 204). Con lo que
se vuelve a la dicotomía tipológica clásica como telón de fondo de esté mode­
lo omnicomprensivo que, para la época, continuaba con una pujante vigencia,
pues era el encargado de dar una cierta lógica no sólo a los contrastes y dife­
rencias del mundo real visto desde el sentido común, sino también a una se­
rie de estudios de comunidades urbanas particulares (Linds, 1929 y 19 37;
Warner), que algunos críticos posteriores l legaron a contraponer positivamen­
te respecto de esas macro-totalizaciones (Worsley y otros, 1978 : 405).
Pero en forma contemporánea a esta producción urbanística (1928), ha­
bían comenzado a reunirse en diversos países los Congresos Internacionales
de Arquitectura Moderna (CIAM), que culminarían en 1933 con la Carta de
Atenas, en donde Le Corbusier pondría el sello de la ruptura con la vieja ar­
quitectura y la necesidad de imponer una concepción social, moderna, colec­
tivista, reformadora, planificadora, antiprivatista y antiespontaneísta del de­
sarrol lo urbano, donde se perfi la una mirada opuesta a la producción socioló­
gica de Chicago, enmarcada en el modernismo como paradigma y una meto­
dología de indicadores estandarizados. Esta acción se vertebró sobre la base
de reconvertir el caos de la ciudad industrial y reencauzar el crecimiento ur­
bano en torno a una valorización humanista y social del desarrol lo de la vida
material moderna en el espacio específico de la ciudad. En este documento li­
minar del urbanismo contemporáneo pueden encontrarse los significados de
barrio que se detal lan a continuación.
El barri o en la teoría social
40 -------------------------------

En primer lugar, se lo subordina a la variable de la estratificación social,


cuando se habla de partes de la ciudad que pueden convertirse tanto en "ba ­
rrios residencia/es de lujo" como en barrios "obreros miserables" (Le Corbu­
sier, 1986: 21-22). En segundo lugar, el barrio sirve como indicador de situa­
ciones de diferenciación: "Los barrios más densos se hallan en las zonas me ­
nos favorecidas" (íd.: 143). En tercer término, dentro de la crítica que se ha­
ce de las enormes distancias que hay entre los lugares de residencia, trabajo
y esparcimiento, se distinguen los barrios residenciales e industriales, que
condenan a las poblaciones obreras al nomadismo diario (ibíd. : 68). Una cuar­
ta acepción apunta a cuando el barrio es indicador de condiciones de vida to­
talmente inapropiadas en función de básicas "condiciones naturales" en las
que se debería desenvolver la vida humana: "en nombre de la salud pública
deberían ser condenados barrios enteros" (ibíd.: 57). Entre éstos se refiere a
los "islotes insalubres", situados en los "barrios limítrofes" (ibíd.: 72) o en los
"suburbios enfermos" (ibíd. : 52). Y critica también al esteticismo de quienes
pretenden "la conservación de viejos barrios pintorescos, sin preocuparse de
la miseria, de la promiscuidad y de las enfermedades que éstos albergan"
(ibíd. : 105).
En la Carta de Atenas, entonces, el barrio sirve como indicador de valores
que representan interes.es contrapuestos al desarrollo urbanístico racional y
propio del pensamiento y la realidad productiva de la Modernidad. El dilema
de la vida urbana no se plantea en términos de comunidad o de relaciones co­
munitarias ideales sino de relaciones de necesidad, para las cuales la ciudad
y su caos requieren una transformación sustancial.
Espac io, cu ltu ra y g rupos en los ba rrios
del u rba n i smo centra l

A partir de los años '40, se consolidan ciertos enfoques de lo barrial en los


estudios sobre el urbanismo en los países industrializados, articulados en tor­
no a la variable espacial, pero con mayor énfasis en lo cultural y grupal. Por
urbanismo entendemos el fenómeno material y simbólico emergente de la
concentración espacial urbana. La mayoría de los autores que veremos en es­
te capítulo lo definen como un modo de vida (Iverson, 1984: 225) y lo estu­
dian más como hecho consumado que como proceso. Se verifican las siguien­
tes líneas teórico-metodológicas, que se desarrollan en forma casi s.imultánea
durante tres décadas y tienen raíces en los mismos contextos de necesidad y
formulación ya descriptos: los estudios basados sobre la categoría de unidad
vecinal (aplicada a la planificación urbana y demográfica), modelos sociomé­
tricos y estadísticos, trabajos sobre barrios bajos y ghettos con orientación
culturalista, la teoría del slum y sus críticas.

Crisis de la un idad vecinal


Utilizando la definición de Perry, se profundiza en las grandes ciudades de
Estados Unidos de América la acción urbanística de la Agencia Federal de Con­
servación de Unidades Vecinales, que comienza con el Primer Plan Regional de
Nueva York, y cuyo propósito principal es la planificación urbana, tomando co­
mo base programas de vivienda y de vida comunitario-barrial . Fue defendida
por los aparatos estatales y los agentes inmobiliarios privados, contando con
el apoyo de numerosos trabajos teóricos de parte de los expertos en planifi­
cación. Su sustento argumental no era otro que el modelo de lo que podemos
llamar folk dream, dado por la comunidad de tamaño reducido, económica­
mente autosuficiente, con un alto grado de cohesión e integración social, cul­
turalmente homogénea, con habitantes que debían gozar en su interior de
realizar actividades campestres, con relaciones sociales de ayuda mutua,
amistad, reposo, seguridad, mansa convivencia, oportunidades igualitarias
para la autoexpresión, con un profundo sentido de pertenencia y un desarro­
llado nivel de participación en las organizaciones vecinales14 .

1 4 ly n n Smith, 1940; Au g u r, 1944; D a h ir, 1 947; Chicago Pla n Commission, 1 948; todos cita dos por
Is a a cs, 1 9 52 ; Lynch, 1 98 5 : 2 7 8 ; Keller: 1 8 6 - 1 8 7 .
El barrio en la teoría social
4 2 -------------------------------

La unidad vecinal fue la base conceptual para la planificación urbana y la


visión a futuro de la ciudad llevada a la práctica por el Estado y ya no por par­
ticulares como en el siglo anterior. Pero es notable la semejanza ideológica en­
tre muchos de los rasgos de esas comunidades; principalmente el oponerse al
caos, la desorganización, la anemia y la "desnaturalización" de la vida urba­
na. Sólo que los intentos de aplicación de este concepto se implementaron
ahora sobre realidades ya existentes en las grandes ciudades, no en lugares
nuevos, como habían intentado los socialistas.
Y esas realidades ya existentes eran unidades mucho mayores que la unidad
vecinal; eran "barrios residenciales", que superaban el tamaño de las aldeas ru­
rales que servían de modelo ideal a sus teóricos. Además, se soslayaba la dis­
persión y movilidad real de la gente por razones de trabajo, inte�eses sociales,
económicos, ya que se pretendía recortar espacialmente la ciudad según ejes
que pronto demostraron no coincidir con los de la vida concreta de los habitan­
tes y la delimitación• espacial resultaba contradicha por la interacción social real.
Para determinar una unidad vecinal, por ejemplo, algunos planificadores privi­
legiaban la homogeneidad en el tipo de vivienda, o en el tipo de suelo, y secun­
darizaban las afinidades entre los habitantes. Otros ponderaban la homogenei­
dad de la gente en desmedro del tipo de vivienda o las particularidades ecoló­
gicas, y otros eran partidarios de la combinación de distintos criterios.
Las mayores críticas recibidas tuvieron como base que no tenían en cuen­
ta los comportamientos y necesidades reales de los residentes de esos luga­
res, convirtiendo el modelo en algo estático y formal para explicar las reali­
dades que pretendía modificar y, con más razón, para efectuar con éxito esas
modificaciones. Que el eje de la actividad barrial pudiera ser la institución es­
colar también fue cuestionado, mostrando contradicciones que ponían en du­
da la misma existencia de las unidades barriales. Para algunos, la conclusión
fue que "las unidades vecinales contenidas en sí mismas no existen" (Glass,
1945 : 72). Pero principalmente, como afirmaba Reginald Isaacs, a la teoría
de la unidad vecinal "habría que ponerla en tela de juicio por su utilización
como instrumento de segregación de grupos étnicos y económicos" (Isaacs,
1949 : 5).
En efecto, en nombre de la planificación de unidades vecinales se reivindi­
caron verdaderas exclusiones y controles sobre determinadas minorías étni­
cas, induciendo al desplazamiento de la población blanca por un aprovecha­
miento del temor a los negros que iban a ser trasladados a cada barrio. De
esta forma, los beneficios de los agentes inmobiliarios eran considerables y la
tarea de planificación era realizada en aras de un supuesto mejoramiento en
el "orden" de la ciudad, de acuerdo con una programada "homogeneidad de
la gente". Por ejemplo, se fomentaba la "solidaridad", la "ayuda mutua" y la
"buena voluntad" junto o inclusive a causa del miedo a la "inñltración de los
negros" en el barrio.
La menor crítica recibida por la utilización de esta categoría, entonces, ha
sido la de "fomentar la histeria de las masas" (Isaacs, Op. Cit. : 9). Además
s acio, cultu ra y grupos en los barrios del urban ismo central
_:----���------------------------ 43
E p

de su fondo idealista, segregacionista y racista, en los hechos los críticos


constataron que, en última instancia, las unidades vecinales proyectadas no
apuntaban más al l á de la elevación de los valores monetarios de determina­
das zonas de la ciudad y de los buenos negocios de las inmobiliarias, ya que
q uedó demostrado que las búsquedas de mejores barrios no eran motivadas
más que por la conveniencia mercantil (Dewey, 1948: 118-125).
Inclusive uno de los principios levantados por los defensores de la unidad
vecinal, el de que eran los propios vecinos quienes debían tomar las decisio­
nes respecto de la vida barrial, fue puesta en duda pues -cuestionaban los
críticos- había que establecer primero si la unidad estaba al margen de las
alianzas por conveniencia comercial y financiera entre ciertos y determinados
vecinos poderosos, que terminaban imponiendo sus criterios individuales al
resto, sólo por ejercer el poder vecinal. Esta unidad vecinal ideal, autoconte­
nida y homogénea "en manos de sus vecinos" y puesta como modelo de "la
vida democrática" resu ltaba ser, en consecuencia, una verdadera "cortina de
humo" que intentaba encubrir la hipocresía urbanística del sistema.
Lo paradójico es que este concepto teóricamente sólo podía aplicarse en
forma pura en determinados barrios bajos y de minorías étnicas que no goza­
ban de la movilidad espacial ni social de los sectores medios, pero fue reivin­
dicado justamente por la clase media más racista. Como recuerda Kevin
Lynch: "inmediatamente después de que la teoría de la comunidad vecinal hu­
biera sido completamente demolida al más alto nivel intelectual -en las es­
cuelas de urbanismo-, emergió de- nuevo desde su base" (Lynch, 1985: 178).
Porque los residentes de numerosos barrios se sintieron "amenazados" por los
planes de renovación urbana con pautas de control de alcance regional, en
donde los intereses residenciales basados en forma excl usiva sobre el valor de
los inmuebles no estaban defendidos tal como el los esperaban. Vieron enton­
ces en la unidad vecinal una herramienta de unión y 'resistencia frente a los
cambios que se les proponían desde el gobierno federal, en una palanca para
el sentido de solidaridad del barrio de clase media.
Y aunque hoy -entendida de esa manera- dejó de funcionar, pasando a
constituir un anacronismo sólo sobreviviente como prejuicio ideológico, el sal­
do teórico a tener más en cuenta para nuestro interés, es apuntado por Lynch
con estas palabras:
"Investigaciones recientes sobre cómo es la idea que la gente tiene de la
ciudad han demostrado que la susodicha comunidad vecinal a menudo es un
elemento importante de esa estructura mental. Puede ser que la comunidad
vecinal no sea un elemento básico en las relaciones sociales de . esa gente, pe ­
ro, sin d uda, es, junto con las calles principales, una pieza esencial de su ba ­
gaje mental [ .. . ] No se trata ya de un espacio donde todos se conocen por­
que son vecinos, sino de un espacio que habitualmente se define y al que se
le da un nombre, y en cuyo interior la gente encuentra relativamente fácil el
cerrar filas cuando las cosas se ponen feas. Estas comunidades vecinales exis­
te n en las mentes de los habitantes de la ciudad y, a menudo, todo el mun-
El barrio en la teoría social
44 -------------------------------
do está bastante de acuerdo sobre cuáles son sus fronteras y sus caracterís­
ticas estereotipadas" (Lynch, 1985: 178).
O sea: la comunidad vecinal construida ideológicamente por los propios ac­
tores en función de intereses del contexto social, como parte de la identifica­
ción espacialmente acotada en los barrios.

Cul tural ismo: proporcionar, segregar y cambala_c hear vecinos


Con la arbitrariedad lógica que tiene este tipo de modelizaciones, reunimos
bajo el rótulo de culturalismo a las posiciones que parten de una crítica explí­
cita tanto al empirismo positivista como al ecologismo e incluso al sociologis­
mo (a su vez, cuestionador de la segregación urbana). No se reduce a la es­
cuela antropológica norteamericana de raigambre boasiana. En nuestra distin­
ción de contextos de necesidad de lo urbano y de lo barrial, señalamos los di­
lemas a los que cada formulación correspondiente iría a apuntar. En este ca­
so, volvemos al eje de posibilidades de desarrollo de la vida humana dentro
del mundo urbano moderno y de la valorización de la segregación espacial. Es
en estos términos específicamente urbanos que el culturalismo surge como
una crítica a la suposición relativista que explica, por ejemplo, la diferencia­
ción entre barrios dentro de la ciudad por el mero y tautológico "atractivo" (o
desprecio) natural, con lo que se da importancia a la perspectiva de los acto­
res sociales.
Este concepto central nos pone en contacto con una segunda línea de sig­
nos de lo urbano -por encima de los datos tísicos puros-, compuesta por el
imaginario, y trata de explicar lo que los hombres hacen, sin naturalizar las
explicaciones que en forma inmediata esos hombres dan sobre su existencia.
La cuerda floja entre el objetivismo y el subjetivismo extremos también se ha­
rá presente en esta corriente. Como señala Topalov, el culturalismo tiene un
antecedente en las propuestas que a principios de siglo hiciera Maurice Halb­
wachs, cuando estudió los usos y precios del suelo en París, que atribuyó al
valor asignado por los actores en pugna y que sintetizó en el aforismo "el te­
rreno es esencialmente un valor de opinión" (Halbwachs, 1909 : 241; cit. en
Topalov, 1984 : 187).
El subjetivismo de Halbwachs tenía, empero, sus límites, ya que la diver­
sidad de barrios en que se dividía la ciudad no requería explicación para él,
porque la suponía una consecuencia lógica del natural crecimiento de la po­
blación. La realidad urbana se regía -según Halbwachs- por los "procesos
sin sujeto", ante los cuales los actores construyen sus imágenes y represen­
taciones. Así como Durkheim pretendía explicar lo social por lo social, lo ur­
bano podría ser explicado entonces por lo urbano, y aunque ponderaba las re­
presentaciones colectivas que cada clase social hacía de su espacio, la propia
diferenciación espacial de la ciudad seguía siendo, en su opinión, un campo
analíticamente neutro, explicado de antemano por la incidencia en la ciudad
de las fuerzas urbanas.
Espacio, cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
.--'----���----------------------- 45
La perspectiva culturalista construye -además del cuestionamiento al po­
siti vismo- una crítica al determinismo ecológico emergente de los postulados
principales de los modelos teóricos de la escuela de Chicago, donde lo espa­
ci al se considera un dato natural, por sobre el cual se supone que se adaptan
(también en forma natural) los comportamientos humanos en forma pasiva.
El espacio se cualifica como el factor causal determinante de los comporta­
mientos. Así lo sistematizaba Walter Firey en su crítica, üna década después
de la publicación de las principales obras de los clásicos : " [Para el ecologis­
mo,] el espacio físico es un fenómeno en sí y sus propiedades son globalmen­
te independientes de los valores culturales. Los sistemas sociales se adaptan
pasivamente a la distancia espacial y no tienen otro papel que el de someter­
se a ella" (Firey, 1947 : 30; cit. en Topalov, 1984 : 177).
Lo arbitrario de todo rótulo queda corroborado aquí con aquellas pautas
que habíamos destacado nosotros en Park, exponente conspicuo de la escue­
la de Chicago y con vasos comunicantes indudables con los estudiosos de las
comunidades barriales desde una perspectiva culturalista. Lo mismo podría­
mos decir de la influencia en estos trabajos de la teoría del estilo de vida ur­
bano de Wirth, que ubica a lo urbano como opuesto al modo de vida genéri­
camente comunitario. Esta es la razón. por la que algunas de las críticas cul­
turalistas se corporizan en el concepto de comúnidad, cuya sistematización
rastreamos hasta Weber y luego se hiciera parte de los glóbulos rojos de la
sociología funcionalista norteamericana. No es casual, entonces, que algunos
especialistas usen con el mismo sentido las categorías de barrio y comunidad,
en los casos en que barrio se usa para apuntar a determinado tipo de relacio­
nes entre vecinos, precisamente las de vecindad .
El uso que da James West, por ejemplo, a vecindario es el de relación so­
cial a la cual sus protagonistas dan el significado de pertenencia (lo llaman "su
barrio", destaca West), y lo distingue de los vínculos familiares, porque esas
relaciones no se eligen, mientras "cada quien escoge quién es su vecino", de
modo que esa relación es mucho más cambiante que la perenne que se debe
mantener con la familia. Llega a abstraer un concepto de barrio bastante cer­
cano a alguna propuesta del interaccionismo, cuando establece que "la fun­
ción importante del vecindario es proporcionar vecinos" (West, 1945 : 71). Y
da un ejemplo sintomático : "varias amas de casa hablando al mismo tiempo
crean cierto tipo de barrio" (ídem). Se acota acá la relación vecinal al conoci­
miento y a la frecuencia de los contactos personales. Barrio sería la unidad
formada por aquellas personas que mantienen esas relaciones de conocimien­
to� y trato mutuos. Es, de acuerdo con los términos clásicos de Dawson y
Gettys, una "zona primaría" de control de las normas de conducta (Dawson y
Gettys, 1948 : 17).
Con una misma propuesta cualitativa, el inglés Svend Riemer critica que
las definiciones de barrio de la época se incli nen más hacia un criterio espa­
cial que social . Él hace la distinción entre la proximidad residencial, por un la­
do, y las relaciones de conocimiento mutuo y amistad, por otro. Critica a los
El barrio en la teoría social
4 6 -------------------------------

planificadores urbanos, que to man co mo base el concepto "rural o puebleri­


no" -dice- de barrio, confundiendo proxi midad con vecindad, siendo que la
ciudad da, precisa y específica mente, la posibi lidad de que l a gente pueda ele­
gir libremente sus relaciones, sin estar dependiendo de la contigüidad espa­
cial como en la vida aldean a : "en la ciudad el hombre ha obtenido la libertad
de hacer contactos sociales sin preocuparse de las distancias geográficas"
( Riemer, 195 1 : 40 ) .
N o e s d e extrañar, sin embargo, que las relaciones pri marias s e asocien
con la tipificación cl ásica de las condiciones de vida veci nal en el medio rural
o aldeano, co mo también vimos en Weber. Neis Anderson cita un trabajo he­
cho en Al emania, donde barrio se usa como unidad i ncluida dentro de una al­
dea . All í se señala una tendencia del proceso de urbanización que se cumpl i ­
ría con l o s vecindarios. Éstos se tornarían - a medida q u e s e urbanizan- en
cada vez más "abiertos", en el sentido de una mayor frecuencia de contactos
interpersonales entre vecinos, en la misma proporción que los hogares se vol ­
verían m á s "cerrados". Ocurri ría esto con l o s lugares q u e h a n entrado en las
zonas de influencia de la vida urbana industrial (Wurzbacher y Pflaum, 1954;
cit. en Anderson, 198 1 ) .
El culturalismo vincula, entonces, a l a s representaciones q u e los sujetos se
hacen del espacio y el tipo de relaciones sociales que establecen entre sí, que­
dando -de esta manera- caracterizados ciertos comportamientos que se
corpori zan en valores que compondrían una cultura propia de estas unidades
espaci ales, concebidas al margen de las contradicciones estructurales e . histó­
ricas de clase .
Se ha visto cómo un objeto científi co se constituye co mo tal cuando apa­
rece co mo problema . Con lo urbano ocurrió lo mismo : para la-1:otalidad de es­
tos estudi osos, lo urbano se corporizaba en los problemas urbanos, que casi
en su totalidad tenían que ver con las formas de comporta miento e identida­
des sociales consideradas diferentes de la i m agen promedio del ciudadano
medi o . Cuando James Wilson se pregunta qué es un problema urbano en su
país, lo tipifica de esta nada sutil manera : "los comerciantes qllieren acabar
con los barrios bajos, lo cual debe significar necesariamente librarse de los ne­
gros; los negros querrían disponer de más y mejores espacios para vivir, lo
que significa menos espacio para las empresas y las universidades; las uni­
versidades querrían más espacio a expensas de los negros y más dinero a ex­
pensas de los comerciantes" (Wilson, 1970 : 356) .
El barrio bajo aparece como "el" problema urbano porque en él se concen­
tra el desajuste y la no correspondenci a con la parte "normal" de la ciudad,
tanto que el barrio de negros es col ocado como lo antagónico al ca mpus uni­
versitari o. Incluso, para la opinión pública nortea mericana, la pobreza es pro­
blema urbano porque el pobre es negro y ocupa el espacio urbano "del blan­
co". Estas i dentidades y co mporta mientos no normales se concentraban o
emergían en el slum (barri o bajo, pobre) y en el ghetto ( barrio con residen­
cia de mi norías étnicas) , que en gran medida coincidían . Al rededor de estas
E s pacio , cultu ra y grupos en los barrios del urbanismo central
_.!..---���----------------------- 47
unidades de análisis se entornará la teoría social urbana durante varias déca ­
das y, lo que es importante para nosotros, con proyecciones hacia nuestra
realidad y con vigencia tanto en ámbitos académicos (teoría de la marginali ­
dad) como en el sentido común .
En los dos modelos siguientes veremos cómo se teoriza acerca de esos
comportamientos diferentes, concibiéndolos como culturas, esto es : como
modos de vida típicos de esas zonas urbanas, explicables en sí mismos por
pertenecer a esas partes de la ciudad . Veremos entonces que al culturalismo
se sumará ahora la concepción de lo urbano como variable independiente . El
culturalismo hace un uso idealista y reduccionista del concepto de cultura,
pues considera a ésta también como variable independiente, como causa de
comportamientos típicos, y no dentro de determinaciones históricas y social ­
mente contradictorias . Por esto, queremos tomar distancia de la crítica que
realiza Manuel Castells respecto de la "cultura urbana" como modo de vida ti ­
pi ficado por los estudiosos de la escuela de Chicago . Entendemos que Castells
( 1 9 74) debería referirse al culturalismo, como reduccionismo, y no a la cultu ­
ra urbana, cuya existencia como fenómeno y utilidad como categoría reivindi ­
camos 1 s .
Uno de los referentes clásicos es el trabajo de Wirt h The Ghetto, de 1 9 2 8 .
Allí queda establecida l a asociación fundada académicamente entre l o ecoló­
gico, lo sociológico y lo étnico-cultural . Wirt h resalta el sentido sociológico del
ghetto en la ciudad moderna y lo concibe como un "fenómeno social" más que
como un capítulo de la historia de algunos pueblos (Wirth, 1 9 5 8 : 2 8 7) . Lo de ­
fine como el resultado de una relación de "externalidad", regida por reglas y
normas más que por el contacto personal, y gestada entre un grupo minori ­
tario, subordinado e inmigrante, y otro mayor, nativo y dominante (íd . : 282) .
Esta distancia social ( que puede darse en un contexto de hosti lidad o de to­
lerancia mutuas) se ve re flejada en el espacio ñsico por un fenómeno de se ­
gregación -respecto de la ciudad, que representa a su vez a la sociedad ma ­
yor- de una minoría étnica, como son los casos de- los italianos, los chinos y
los negros en las ciudades norteamericanas .
La segregación -según Wirt h - se produciría por un proceso de "compe ­
tencia" entre ambos grupos, del cual sale peor parado el minoritario, lo que
hace que, por un lado, sus miembros tengan intereses y "tipos culturales" dis ­
tintivos y se dediquen a actividades especializadas funcionalmente dentro de
la sociedad, como por ejemplo la prostitución, y, en segundo lugar, que el
ghetto f inalmente se localice en una zona que no goza de los adelantos en ser ­
vicios que se extienden a lo largo de la ciudad . Pero la consecuencia teórica
más importante que postula Wirth es que todo este proceso se cristaliza en la
existencia de un código moral particular y propio de cada ghetto y de una cul ­
tura local de la que el g hetto sería depositario y resultado a la vez . Explicita
incluso su deuda con los antropólogos, que han venido estudiando esta rel_a -

1 5 En otro trabajo nos hemos referido a esta cuestión de la cultura en particular (Gravano, 1992a y
2004) .
El barrio en la teoría social
4 8 -------------------------------
ción entre la l ocal ización geográfica y l a cul tura, en el concepto de área cul­
tural, definida co mo "la distribución en el espacio de complejos de rasgos i:Je
cultura material o no material más o menos integrados" ( W i rth, 1 9 58 : 286 ) .
Esta cua l idad d e l a definición del ghetto d e l a ciudad moderna actúa , e n con­
secuencia, como explicación dada de antemano sobre los fenó menos de exd u­
\ ·
sión, ya que así co mo puede afirmarse que los judíos se recl uyen en •su ghetto
porque así lo han venido haciendo a lo largo de su historia, ta mbién podría ,de­
ci rse -según Wirth- que lo hacen porque "ellos tienen una vida cultural diferen­
te de la de sus · vecínos" ( íd . : 288 ) . Y aquí Wirth se i nspira en la oposición seña­
lada por Park entre veci no y extranjero, sobre l a base de l as representaciones
que cada uno de los habitantes del barrio tiene del resto . "El ghetto es una co­
munidad cultural que expresa una herencia común, un conjunto de tradiciones y
sentimientos comunes" ( i bíd . : . 289 ) . Cultura que se referencia en el espad o aco­
tado del área dentro de la ciudad, cuya co mposición social y representaci ón i deo­
lógica están constitui das por l a categoría de vecino del barrio y cuyo asenta mien­
to urbanístico coincide mayormente con las zonas más deterioradas de l a ciudad.
El slum es el ej emplo más típi co de este acota m i ento espaci a l , soci a l y cu l ­
tural . Esta palabra m ayormente h a s i d o traducida al español co mo "barri o b a ­
j o " y es defi ni da co mo l a z o n a de peores condiciones físi cas de l a ciuda d . Pe­
ro principal mente se la concibe como un lugar donde se desarrolla un orden
moral y social particular. Es el á rea donde, ade'Tlás de pobreza y m a l as con­
d i ciones físicas, se concentra -de acuerdo con esta visión- un verdadero de­
sorden social y moral. N o se lo debe confundir, entonces, con el ba rrio pobre
n i co n el ghetto .
Una de l as pri meras exposicio nes de la teoría del slum d ata d e la época de
espl endor de l a escuela de Chicago : "el barrio bajo es una zona d e libertad e
individualismo. Entre el gran número de deheredados ninguno conoce ni con­
fía en sus vecinos. La población es transitoria : prostitutas, criminales, pros­
criptos, vagabundos . . . extranjeros que no forman parte de la vida norteame­
ricana, [que] viven en las casas de inquilinato. Grupos de 'indeseables : de
chinos, de negros. El barrio bajo adquiere gradualmente un carácter distinti­
vo que difiere del de otras zonas de la ciudad, a través de un proceso acumu­
lativo de selección natural que continuamente sigue adelante a medida que
los más ambiciosos y enérgicos se mudan y se acumulan [en el slum] los de­
sajustados, la gentuza, los proscriptos. La ciudad, a medida que crece, crea
alrededor del distrito central de negocios, un cinturón de vecindarios expues­
tos, infecundos, ennegrecidos de hollín, físicamente deteriorados. Y, en estos
vecindarios, los indeseables y los de bajo nivel económico son segregados por
la incansable competencia del proceso económico" ( Zorbau g h , 1 9 2 9 : 1 2 8 ) .
Se manifiestan aquí ta nto la idea de tra nsitoriedad de l a resi dencia en el
barrio baj o , co mo l a suposición del ba rrio baj o m i s mo co mo una parte d e los
costos i n evitables de todo proceso de crecimi ento urbano, entend i do como un
proceso casi biológ i co, al extre mo de considera r al barrio baj o como el resul­
tado de l a "sel ección natura l " dentro de l a ciuda d . Además, l a m ezcla d e es-
Es , cultu ra y gru p os en los barrios del urban ismo central
---
_::...!-.pacio ----"-------------------------- 49
tereotipos sociales es verdaderamente cambalachera, y da estatuto académi­
co a los prejuicios étnicos y raciales típicos de la época de oro del sueño ame ­
ricano (Al Capone y Eliott Ness incluidos).
El slum es -para estos teóricos- una muestra de la asincronía entre el
proceso "natural" urbano y fuerzas regresivas y anémicas que constituirían la
parte no dinámica (en términos capitalistas) de la ciudad, en contraposición
con el crecimiento urbano incesante. Sería, en opinión de estos teóricos, un
verdadero residuo urbano donde se concentran residuos sociales. Además, el
barrio bajo es considerado como el resultado de todo proceso de urbanización
y, por lo tanto, como un mal inevitable. Incluso no falta quien justifica funcio­
nalmente su existencia, ya que "la gente más pobre debe tener un lugar pa ­
ra vivir'' (Anderson, 1959 : 246).
Siguiendo el derrotero del culturalismo, la mayoría de los autores estable­
cen la existencia de una "subcultura" del barrio bajo, formada como resulta­
do del proceso de "desviación" o "no integración" (respecto de la vida "nor­
mal" de la ciudad), y de la que constituyen una muestra acabada (léase bien)
"los adolescentes, los sindicatos en huelga, los solitarios, los enfermos o los
locos que no se integran al proceso de cambio" (íd. : 260).
El slum es una zona de tránsito en lo espacial, en lo social y en lo tempo­
ral. Sin embargo, la determinación de ese residuo producto del crecimiento ur­
bano mismo está dada por sus características distintivas salientes, más que por
su explicación profunda, aunque la razón de ser del estático barrio bajo será,
paradójicamente, la movilidad social : "el barrio bajo será para algunos el lugar
para empezar a subir, mientras que para otros será la úJtima parada de su ca ­
mino hacia abajo" (ibíd. : 246). El slum es, en consecuencia, "un accesorio per­
manente de la ciudad [ya que] el hombre pobre ha de vivir donde puede y don­
de se le permite" (ibíd. : 247). Y aunque la característica universal de los ba­
rrios bajos sea la pobreza, ella no marca la causa de la existencia del barrio :
"la pobreza está unida al desempleo o la subocupación, pero sólo es una ex­
plicación parcial de la existencia de los barrios bajos" (ibíd.: 254).
A partir de los años cincuenta decae el interés académico por la teoría del
slum y se fortalece la idea de la lisa y llana eliminación del barrio bajo de las
grandes ciudades industrializadas, como único "remedio" para la vida "sana"
dentro de éstas. De más está d.ecir que cuatro décadas después, los slum go­
zan de muy buena salud tanto en las ciudades del capitalismo central como
del periférico. Sólo que la teoría fue reflotada dentro de los prejuicios del sen­
tido común -emergidos en políticas urbanísticas- y de no pocas formulacio­
nes académicas.
Paradójicamente, durante el esplendor de las tesis principales de la antro­
pología cultural norteamericana, con los aportes complementarios del funcio­
nalismo inglés, hegemoniza una perspectiva progresista dentro de los estu­
dios sociales de la posguerra, sobre la base del relativismo cultural. No es aje­
n a a esto la Declaración de los Derechos Humanos referida a las identidades
étnicas y culturales que redactaron los antropólogos norteamericanos. Si bien
so ------------------------------
El barrio en la teoria social

se reconoce como motivación directa la necesidad de impugnar las tesis ra­


cistas del nazismo, se proyectó y asimiló a toda realidad considerada como ét ­
nica, esto es : de entrecruce de identidades culturales. Sin embargo, la defini­
ción de barrio bajo que se oficializa dentro de la Organización de las Naciones
Unidas reza: "un edificio, grupo de edificios o zona caracterizados por el ha ­
cinamiento, deterioro, condiciones insalubres o ausencia de servicios y como ­
didades que, a causa de estas condiciones o por cualquiera de ellas, ponen en
peligro la salud, la seguridad o la moral de sus habitantes o de la comunidad"
(Anderson, 1981 : 243-244).
Se asigna al barrio el carácter de realidad en sí, como efecto y causa a la
vez de sí mismo, y también como agente de peligro hacia el resto de la socie­
dad, con lo que el etnocentrismo urbano vuelve a aparecer, pese a los inten­
tos en contrario; lo que se ha dado en llamar la paradoja del relativismo , ex­
puesta una vez más 1 6 .

El m icromundo de la barra barrial


Adquirió importancia en este período, entonces, el enfoque antropológico,
rico en técnicas de campo holísticas e intensivas, que relevaban el conjunto
de la vida socio-cultural de los grupos. Fueron paradigmáticas las investiga­
ciones de William Foot Whyte sobre la esquina del slum y la pandilla del ba­
rrio bajo. Su trabajo se titula Street Comer Society (la sociedad de la esqui­
na) y se convierte rápidamente en un clásico por el grado de profundidad de
sus observaciones empíricas acerca de la vida interna de un microgrupo y por
sus aportes al desentrañamiento de la vida urbana, oculta hasta esos momen­
tos por la teoría y la ideología del. barrio bajot 7.
Whyte define a su unidad de estudio (bautizada con el seudónimo de Cor­
nerville) como un barrio bajo, pero lo novedoso -respecto de la teoría del
slum que se vio recién- es que no lo va a considerar como un muestrario de
desorden social sino como una zona de "una organización social fuerte e inte­
grada" { Whyte, 1964 : xvi). Precisamente va a criticar la imagen superficial
que tiene del barrio bajo la "gente respetable". Propone una mirada desde
adentro, ya que va a describir cómo actúa y funciona internamente la barra
que cotidianamente ocupa la esquina del barrio.
Comienza señalando una paradoja : Cornerville (y con él ejemplifica lo que
pasa con todos los barrios bajos) es notoriamente conocido en la ciudad por
ser un área "deprimida, peligrosa y misteriosa" (de la misma manera que se-

16 Ver Rosaldo, 199 1 ; Gravano, 1992a y 2004.


1 7 Para hacerlo, Whyte se pasó varios años conviviendo con los miembros de este grupo, siendo "ca­
si" uno más de ellos, ya q ue el único que estaba enterado de sus propósitos científicos era el je­
fe de la barra. Para llevarlo a cabo se valió de métodos y técnicas de campo típicamente antro­
pológicos, consistentes básicamente en convivir con y dentro del grupo, registrando hasta los más
mínimos detalles de la vida de todos los días. Es que Whyte había recibido la influencia de los es­
tudios de comunidad con relevamientos etnográficos de los trabajos de antropología urbana en­
cabezados por Lloyd Warnear, publicados en 1947 con el título de Yankee Clty.
, cuhu ra y grupos en los barrios del urban ismo central
:.:!-
E s pacio-- -'-�---------------------- 5 1
-
ña l amos nosotros el caso de Ciudad Oculta; ver Gravano, 2003: 22). Y esto
s e da -para Whyte- porque las informaciones de prensa hacen trascender
ú n icamente los hechos policiales, entre todo lo que acontece en los barrios co­
t i d i anamente. El "caos" del barrio bajo, en suma, afirma Whyte, forma parte
de un prejuicio, al que él contrapone el resultado de la investigación, cuando
d a cuenta de una fuerte e integrada organización social.
Utiliza el concepto de barrio con un sentido espacial diferenciador y señala
l a imp ortancia contrastante del barrio bajo respecto de la ciudad, como refle­
jo de la sociedad global. Esta primera oposición refuerza lo que nosotros he­
mos llamado la relación de inclusividad de lo barrial (íd. : 5 8-64 ). En todo mo­
m ento, el eje de las descripciones y distinciones de Whyte pasa por el contras­
t e entre el espacio, la vida y la gente del slum y los lugares y las formas de ser
de la llamada clase media norteamericana. Es que la diferenciación entre ba­
rrio bajo por un lado y ciudad por el otro -de la cual deriva el mismo concep­
t o de slum- condiciona hasta la más mínima descripción que se pueda inten­
t ar de éste, constituyéndolo en una unidad "etnográfica" -como nudo proble­
mático de la especificidad urbana- por contraste con la ciudad moderna.
Como segunda nota avaladora de la ecuación notoriedad-desconocimiento,
se señala lo problemático del área, debido puntualmente a que ella sería co­
bijo (siempre desde el punto de vista de la clase media) de actividades y
creencias corruptas, criminales, pobres y subversivas, corporizadas en el ca­
rácter inmigratorio italiano de sus residentes, imagen ésta acentuada duran­
t e la Segunda Guerra Mundial. Whyte se ubica en el polo contrapuesto a esta
v isión limitada y prejuiciosa. La distintividad del barrio bajo produce y a su
vez está dada por la producción de características típicas que se ejemplifican
en la pandilla juvenil (gang) como grupo integrado principal dentro del barrio.
Define a los muchachos de la esquina ( comer boys) como grupos que centra­
lizan sus actividades sociales cerca de esquinas concretas y en sus inmedia­
ci ones (peluquerías, bares, billares y clubes).
En principio, establece que una de las características más importantes de
los jóvenes del barrio es su relativa independencia -en su vida social calleje­
ra- de las generaciones anteriores, formadas por inmigrantes. Atribuye esto
a la falta de adaptabilidad de esas familias de inmigrantes a las pautas de la
vi da cultural norteamericana. Poco y nada podían ofrecer esos padres a los jó­
venes ítalo-norteamericanos que pugnaban por una oportunidad de ascenso
social en la sociedad receptora, en medio de las consecuencias de la crisis de
l os años treinta. Lo que necesitaban aprender para acceder a esas oportuni­
dades sólo podían encontrarlo en las caJles del barrio. Por eso se habla del am­
bi ente barrial como factor de integración grupal de la barra de barrio y de la
P andi na misma, como parte de un recurso adaptativo de estos grupos respec­
to de las dificultades para integrarse a la vida de la sociedad mayor. Lo que
ha ce que se expongan como causas de la existencia de esas dificultades -y,
P or ende, de esos mismos grupos- tanto a factores de tipo general ("fenó­
me no natural de la adolescencia norteamericana"; Homans, 1968: 198),
c o rn o a cuestiones más concretas de la crisis: la desocupación y su c.orrespon-
El barrio en la teoría social
5 2 -------------------------------
diente "falta de oportunidades para los Jóvenes". El resultado se configuraría
,en esos grupos callejeros "autónomos", deambuladores del paisaje urbano y
creadores de comportamientos particulares.
La barra de la esquina -describe Whyte- se forma desde muy temprana
edad. La escuela no modifica sus pautas grupales, sus lealtades y mecanis­
mos de integración, y la pandilla crece en la esquina y permanece allí hasta
pasados los veinte años de edad de sus miembros o ya bastante entrados en
los treinta. Incluso el muchacho de la esquina podrá irse del barrio a residir
en otras partes de la ciudad, pero siempre volverá a encontrarse con los vie­
jos amigos y se mantendrá leal a su esquina original. En su vida diaria, el ho-
, gar juega -de acuerdo con los estudios de Whyte- un papel insignificante
dentro de las actividades grupales del muchacho de la esquina. Salvo cuando
come, duerme o está enfermo, no está en su casa nunca, y el que lo quiera
encontrar deberá dirigirse a la esquina. Esto queda indicado por el hecho de
que los nombres de los miembros de la barra no son conocidos en el seno de
la barra, sino sólo lo� seudónimos. Aunque puede haber variaciones entre ca­
sados y solteros (los casados a veces concurren menos a la esquina), en ge­
l)eral, a un comer boy puede encontrárselo en su esquina todas las noches de
la semana. Así como mantienen los mismos hábitos y rutinas (un día a la se­
mana van a jugar bowling, a una hora determinada concurren al bar, a ocu­
par las mismas mesas de siempre, etc. ), el grupo también mantiene una com­
posición estable, lo que produce una acentuada interacción interna y una fuer­
te cohesión basada en un sistema de obligaciones mutuas.
El código del comer boy le requiere ayudar siempre a sus amigos con un
sentido de la reciprocidad muy particular: solamente por el valor de la amis­
tad. El mecanismo de funcionamiento del grupo en sí es el sistema de lideraz­
go, que Whyte describe en forma sistemática y profusa. La principal diferen­
cia de status entre los miembros de la pandilla se da entre el líder y el resto
y se evidencia hasta en los modos de reunirse en la esquina a conversar: en
ausencia del líder lo hacen en grupos pequeños separados, y al llegar él re­
cién se forma el grupo; la pandilla no existe hasta que el líder aparece. Él es
el más resuelto, el de las ideas "correctas", que satisfacen al resto de los
miembros. Es confidente de todos y sabe más de sus vidas que ellos de él. El
grupo en sí se desarrolla mediante el equilibrio entre lo individual y lo colec­
tivo, prevaleciendo la subordinación de los individuos a lo marcado por el lí­
der. Es por eso que Whyte asigna al liderazgo el papel principal en el mante­
nimiento de la integración social e inclusive como modo eventual de imple­
mentar algún cambio dentro de los grupos barriales, reconociendo que "esta
discusión suena como una prescripción del antropólogo al administrador colo­
nial: respe te la cultura nativa y gobierne a la sociedad a través de sus líderes
propios" (Whyte, 1964: 276). El mecanismo, e-n suma, es el de la subordina­
ción al líder, como punto central del equilibrio grupal. Y como tal, esa idea de
cohesión y de ente cerrado es la que ellos mismos tienen con respecto tanto
a su propia existencia como grupo, cuanto a su relación con el espacio barrial,
como el "territorio" propio, que quieren, defienden y ocup3n.
E s acio , cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
�p---���--------------------- 5 3
La h istoria o lo que acontece dentro del barrio Whyte lo narra de acuerdo
co los sentimientos de la gente que vive en él. Ellos -dice- conciben su "so­
n
ci edad" como algo cerrado, como una organización hierática en la cual las po­
si ciones y obligaciones de las personas son definidas y reconocidas por todos
y por cada uno. Esto incluye el mundo físico y espacial del barrio y el mundo
de las representaciones sobrenaturales que la gente referencia en él, como
po r ejemplo la fiesta patronal, en la que participan todos . En general, tanto la
ba rra de la esquina como la vida barrial configuran relaciones personales rígi­
das, orquestadas de acuerdo con un sistema de obligaciones recíprocas que
se corporizan en una· organización social nítida y fuerte, que contrasta en los
hechos con la idea generalizada que se tiene de los barrios bajos: "algunos di­
cen que el problema con el barrio bajo es que es una comunidad desorgani­
zada [pero] ese es un. diagnóstico extremadamente equivocado, por supues'":.
to hay conflictos [entre pandillas) y diferencias entre generaciones. . . y la so­
ciedad está en un estado de fusión, pero [es] una fusión organizada" (Whyte,
1 964 : 272-273).
La idea de totalidad organizada no es vista por Whyte a la manera esencia­
lista o autocontenida, ya que pone al descubierto las relaciones contextuales de
la barra de la esquina, que vinculan al barrio con la sociedad política global. De
la misma manera que había hecho Park, sigue la carrera política del gangsterci­
to de barrio hasta su inserción en el sistema político y en los altos negocios. Pe­
ro se pregunta, por ejemplo, la razón por la cual los muchachos de la esquina no
concurren a los lugares de recreación y vida social que les tiene asignados el
Centro Vecinal dentro del barrio. Y lo atribuye a que este tipo de organizaciones
institucionales están integradas por la "gente decente", miembros de la clase me­
dia norteamericana, que desarrollan sus actividades pretendiendo que los mu­
chachos itálicos condicionen sus pautas de conducta al modelo que esos secto­
res medios y "respetables" han preestablecido para ellos. El barrio vendría a ser
la "escuela" de estas actividades y Whyte registra las contradicciones y conflic­
tos grupales que rompen con la idea de la homogeneidad del barrio.

El orden moral del barrio y la se g mentación territorial


Gerald Suttles estudia la relación entre etnicidad, territorialidad y orden
social, en la ciudad de Chicago, dos décadas después del pionero trabajo de
Whyte. También discute la imagen caótica que se tiene en general del slum,
como receptáculo de conductas desviadas, con un alto índice de delincuencia,
madres solteras y pandillas juveniles; las clásicas "enfermedades urbanas".
En principio, afirma que la normatividad dentro del slum responde a las pau ­
tas de l a comunidad mayor, en el sentido que la gente del barrio bajo conoce
ese orden moral público, por lo que no puede ser considerado un islote cultural
(Suttles, 1971 : 3). No obstante, visto desde adentro es un área fuerte y sólida­
mente organizada en torno a un orden social particular, elaborado sobre la ba­
se de modelos propios de conducta: un verdadero orden moral. Hay tanto una
diferencii.t como una necesaria articulación entre el orde,1 normativo local y el
El barrio en la teoría social
5 4 ------------------------------
de la sociedad mayor. El urbanismo -dice- no es un reemplazo total de las vie­
jas formas de organización, sino un desarrollo evolutivo desde las ya existen­
tes, en diferentes niveles de integración sociocultural. Sin embargo, las "viejas
formas tradicionales", lo que denomina provincialismo, es el elemento propio y
particular de la vida de barrio, articulada según un ordenamiento y un sistema
segmentario de organización social y cultural desarrollado a partir del aislamien­
to moral diferencial del barrio respecto de la sociedad mayor.
En consecuencia, la gente del barrio mantiene un pie en el orden público
nacional y otro en el orden moral local, sobre la base del desarrollo del orden
propiamente barrial. En ocasiones los desarrollos de los niveles local y nacio­
nal corren paralelos y otras veces lo hacen en forma independiente 1 8 • Suttles
parece desdeñar el enfoque culturalista, pero define a los barrios bajos como
"mundos constructores de cultura" y, a la par que pone el acento en señalar
su particularidad específica, los considera como "e/ resultado de elementos
estructurales generales de la sociedad" (íd. : 7), criticando las tesis ecologis­
tas de las áreas naturales.
Considera que los tres pilares conceptuales para comprender la realidad
del barrio bajo son la territorialidad, los grupos y sus relaciones mutuas. Lo
que llama /ocatividad es un elemento de fundamental ponderación teórica, ya
que por medio de él se logra -según Suttles- el puente entre lo abstracto
(el sistema social) y lo concreto, que son las unidades locales. La importancia
de estos agrupamientos locales se constata en la identidad y el reconocimien­
to que la gente debe hacer en una localidad en la que conviven diversos gru­
pos, quienes "pueden incluirse mutuamente en su orden moral o entrar en
conflicto, pero nunca ignorarse. Casi todas las sociedades crean una morali­
dad pública que excede la capacidad de incluir en ella a la totalidad de sus
miembros. Así, los grupos locales quedan fuera de ese orden público por me­
dio de la segregación territorial dentro de la ciudad" (ibíd. : 8).
Actualiza la idea de lo espacial como variable independiente, a la vez que
da importancia a las representaciones del barrio en relación con los hechos re­
feridos en esas representaciones. Por ejemplo, la imagen dominante es que
no hay garantías de seguridad dentro de ese barrio y que es un caos. Sin em­
bargo, no sólo importa si la gente transita o no a horas de la noche por el ba­
rrio (en realidad, la gente lo hace), sino que exista esa imagen en sí y que,
por ella, aquel que cruce el barrio a oscuras se considere prácticamente un
héroe, aunque recurrente y ambivalentemente se repita que "a mí no me pa ­
sa nunca nada". Otro ejemplo es la restricción de la vida social en el barrio y
la consecuente tendencia al anonimato de las relaciones. vecinales, debido a
la reclusión dentro de hogares, provocada por el temor a la inseguridad calle­
jera. Ocurra o no esa reclusión y esa limitación de las relaciones primarias, el
hecho que vale de por sí es que exista el temor.

18 "E n a l g u n os ca sos, l a s pa utas n a cio n a les y focales p u eden complementa rse, como ( ej em p l ifica ] e n
a lg u nos ba rrios elitistas d o n él e el l inaj e fa miliar y la rep utación p erso n a l a d q u ieren imp orta n cia e n
a u sen cia d e otras d istincio n es b a s a d a s sobre la e d u cación o la c l a s e social" (Suttles, O p . C it . : 5 ) .
E spacio , cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
�----��------------------------ 55
En l a descripción de la vida social dentro del barrio destaca las relaciones
cara a cara que, aclara, no se reducen a la contigüidad vecinal ni a la fami­
li ar, sino que alcanzan una extensión -de identidad- mayor dentro del área.
Así, distingue entre "identidad étnica del grupo ", "identidad étnica de sus
miembros " y "sección étnica ". Lo hace cuando describe lo que llama el mun ­
do de los muchachos y se detiene en la composición de los grupos de l a es­
quina. Las dos primeras identidades dependen de la etnia a la que pertene­
ce cada grupo o bien cada integrante, y la última apunta a las cuatro seccio­
nes étnico-territoriales en las que se divide el área (italianos, negros, mexi­
canos y portorriqueños).
La variable que más predomina para el agrupamiento primario de jóvenes
es el lugar de reunión, la esquina, cuna del orden moral propio y distintivo del
slum. Prueba de ello es, según Suttles, que cuando la policía o alguna institu­
ción los retira de su lugar de reunión (por ejemplo, al arrestarlos), otros ocu­
pan prestamente esos lugares tanto físicos como sociales, pues tienen una
función que cumplir: dotar a esa gente de un orden moral capaz de eliminar
o neutralizar las condiciones de incertidumbre y anonimato a que las conde­
na la vida diaria: "la función de los llamados grupos de la esquina es rudimen ­
taria y primitiva : define grupos de gente, en la medida en que esa gente pue ­
da ser reconocida y vista como representativa en forma grupal más que co ­
mo individuos " (ibíd. : 220).
Esta sería la respuesta que da ese orden moral propio, al que llama pro­
vincialismo del barrio, como contrapartida a la anarquía y dispersión urbanas.
Un orden garantizado y garantía a su vez del mantenimiento del sistema seg­
mentario en el barrio y de la participación de los vecinos en la vida de su ba­
rrio. Pero en todo momento se cura en salud en atribuir un sentido unívoco a
esta vida localista, ni aun su orden moral. El provincialismo nunca es total ni
constituye un rechazo a los valores y normas de la sociedad nacional de par­
te de los residentes en el barrio. Sólo que la imagen que la sociedad mayor
se hace del s/um también hace mella en la vida interna de sus habitantes, los
q ue apelan entonces a ese orden propio, aun sin apartarse totalmente del or­
den global.
Uno de los mecanismos mediante los que se manifiestan las pujas entre
barras es el rumor de la pelea que, la mayoría de las veces, actúa como ame­
naza y amortiguador de la pelea en sí, ya que la gente del barrio se ocupa de
separar a los protagonistas y, en general, las peleas reales quedan reducidas
a encuentros casuales entre miembros de distintos grupos. Esta es una de las
razones por las cuales Suttles considera a la barra callejera de adolescentes
como factor integrador dentro de la segmentación ordenada del barrio. Lejos
entonces de ser un elemento de desorganización social, es parte del orden
propio del barrio. Y tanto son considerados estos modos como específicos de
la vida en el barrio bajo, que Suttles va a terminar adjudicando al slum el ser
P ortador de una "subcultura" : "las concepciones, los mitos, los rumores, los
ch ismes, los prejuicios, y las divisiones sociales establecidas por los residen ­
te s en el área componen una subcultura altamente localizada " (ibíd. : 228).
El barrio en la teoría social
5 6 -----------------------------
Connota Suttles esta subcultura con la teoría de la personalidad y de la cul­
tura ideal co mo patrón de vida, rasgos típicos de l a concepción culturalista
nortea mericana . Lo fundamenta en el hecho de que los residentes del barrio
describen sus propias relaci ones soci ales en términos muy personales, con­
cretos, y abundando en detalles sobre co mporta mientos individuales estereo­
típicos, valorados como moralmente necesarios y sin cuestionar -salvo pocas
excepciones- el orden moral propio en función de utopías o deseos de trans­
formación. Es de esta manera que las calificaciones del barrio como "residen­
cia de delincuentes" son refutadas por estos vecinos mediante l a afi rmación
de que ese tipo de co mportamiento es más la excepción que la regla dentro
del área, lo que contrasta indudablemente con la i magen generalizada, que
pi nta como natural mente delincuente o urbana mente "desorganizante" al mis­
mo veci no del slum.
Qui ere decir que los resi dentes establecen una valorización de su barrio
mediante mecanismos presentados como cognitivos más que moral es : se nie­
ga que exista el comportamiento negativo dentro del barrio porque se dice
que se conoce al barri o . Y este es otro elemento que util iza Suttles para jus­
tifi car l a aplicación del término subcultura . Los residentes, dice, no ignoran la
presencia de una minoría de delincuentes dentro del vecindario. Sólo que lo
que se establece es una relación de tolerancia hacia esas actividades, causa­
da porque la mayoría de vecinos no quiere confrontar con los deli ncuentes.
Además, funcionan en este contexto lealtades y confi anzas que terminan con­
flgurando una moral alta mente afianzada en las relaciones veci nales, que pre­
ponderan sobre reglas preestablecidas, lo que se pone en evidenci a, por
ejemplo, en el temor y en el anuncio de pel igro que hacen los vecinos con re­
ferencia a la posi bi lidad de salir de los límites del barrio, que implica una re­
lación de identificación directa entre el espacio del barrio y la construcción so­
cial del grupo o los gru pos que lo habitan.
Es sólo cuando se plantean este tipo de situaciones que aparece el barrio
en su totalidad como compuesto por una unidad. La más evidente es l a resul­
tante de l a am·enaza constante de la existencia misma del barrio, ante la ac­
ción de las políticas de planificación y renovación urbana mediante la cons­
trucción cada vez más creciente de grandes viviendas públicas del tipo de
grandes bloques, que produce separaciones de funciones sociales que en el
barrio se encuentran i ntegradas, como la rel igiosa, la comercial, la recreación
y la vida domésti ca . La renovación urbana uniformiza estilos y tamaños a gran
escala, y actúan fuerzas centrífugas que provocan que el barrio pierda la in­
tegridad de sus agrupamientos territoriales y su provi ncial modo de vida
( i bíd . : 233 ) .
D e esta forma, e l barrio queda reducido más a ser un reflejo del pasado
que un modelo del futuro . Sus residentes no forman parte de ni ngún proyec­
to de transformación, ya que su modo de vivir es negado por el establecido
por la sociedad mayor. Por eso esta gente se ve obligada a encontrar un or­
den dentro de lo que solamente ellos mismos pueden asegurarse y construir,
sobre la base de sus necesidades prácticas . Ese orden propio engloba -si no
spacio, cultu ra y grupos en los barrios del urban ismo central
E
_.;..---���------------------------ 57
a todos- a la mayoría de los vecinos, por residir en el barrio; a u n los "tole­
rados" delincuentes . Dentro de los límites barriales, los residentes poseen
u na forma de lograr asociarse, evitar enemigos y precaverse de los peligros
del entorno : "de acuerdo con esas dificultades, el provincialismo del barrio
/os ha provisto de un mundo decente dentro del cual la gente puede vivir"
( ibíd. : 234) .

Los aldea nos urbanos del barrio étn ico


La obra de Herbert Gans también se inscribe en los ·intentos por estudiar
los modos de vida distintos dentro de la ciudad del capitalismo central, según
el enfoque de estudio de comunidad, consistente en el trabajo de campo in­
tensivo, holístico y desde el interior de la misma. También focaliza su atención
en los barrios étnicos, que considera similares y tan aislados de la sociedad
mayor como las aldeas rurales, sólo que insertos en la maraña urbana. Ads­
cribe a la necesidad de establecer tipos ideales de comunidad que sirvan de
parámetros para comparar con las unidades de estudio particulares. De la
misma manera que los otros autores, considera que el comportamiento de la
gente que vive en esos lugares distintivos conforma una cultura o subcultura.
Pero distingue el barrio bajo -poblacj,o por "indeseables" y criminales- del
barrio étnico, compuesto tradicionalmente por migrantes europeos, y más re­
cientemente por portorriqueños y negros. Ambos, explica Gans, son igual­
mente pobres, pero en los últimos -que son los que él estudia- se desarro- .
lla una cultura particular, como resultado del proceso de adaptación de las ins­
tituciones y culturas no urbanas al medio urbano. Los va a llamar, entonces,
"aldeanos urbanos".
Lo novedoso de Gans está en la disyuntiva teórica que plantea entre los
conceptos de etnicidad y clase social, entendida como una "subcultura", no só­
lo de la clase obrera sino de las clases media y de la "más baja" (que para
Gans es la propia de los barrios bajos). Que un barrio sea o no realmente un
slum depende de consideraciones técnicas sobre vivienda y planificación y de
explícitos juicios de valor, dice; y en términos generales en las más grandes .
ciudades hay dos tipos de barrios de baja renta: a) los asentamientos de mi­
grantes, en un principio europeos y más recientemente negros y portorrique­
ños, que tratan de adaptar sus instituciones y culturas no urbanas al medio
urbano, que con frecuencia son descriptos y llamados en términos étnicos:
"Pequeña Italia", "El Ghetto", etc. y componen lo que él llama la aldea urba ­
na ; y b) las áreas donde viven criminales, "familias patológicas", de mentali­
dad enferma, marginados de la vida comunitaria, lo que podría llamarse la
selva urbana. Advierte que estos son tipos ideales, ya que no hay barrio que
coincida en forma plena con alguno de los dos y lo común es que en ambos
vive gente pobre y que ambos se distinguen del resto de la ciudad por límites
físicos o simbólicos. En ocasiones, ambos tipos de barrio están mezclados.
Describe el proceso histórico, por el cual se observa cómo se fue forman­
do el barrio que él estudia, cor, su tipicidad ecológica y mediante un proceso
El barrio en la teoría social
5 8 ------------------------------

de desprestigio, causado por haber sido habitado por los sirvientes de la aris­
tocracia bostoniana. En el momento de la publicación el barrio estaba habita­
do por italianos, y Gans vivió en el lugar junto a ellos. Detalla la vida de to­
dos los días, semejante a la de una pequeña ciudad o un suburbio. También
los aspectos institucionales de la comunidad, que define como las institucio­
nes y organizaciones que no se adhieren necesariamente al espacio del ba­
rrio, sino que tienen que ver más con la vida funcional de los vecinos en los
lugares en que ellos viven y frecuentan, que en algunos casos no van más allá
de la propia calle. Podría ser, dice, que la subcultura de la clase obrera fuera
un modo satisfactorio de adaptación a las "oportunidades" brindadas por la
sociedad. Sin embargo, hay una serie de hechos que constituyen "desventa­
jas" para la gente de la clase trabajadora y la sociedad mayor: la pérdida del
interés por la participación en asociaciones voluntarias y el consecuente pro­
ceso de irrepresentatividad de los dirigentes políticos, lo que lleva a la clase
obrera a formas -según él- autoritarias y, en ocasiones, violentas de protes­
ta, más producidas por la desesperación que por elección (Gans, 1962: 265).
La cultura de la clase obrera, entonces, es una respuesta tanto a las opor­
tunidades como a las "privaciones" que esta clase recibe de la sociedad ma­
yor. Esto no es así, en cambio, en la subcultura de la clase más baja, donde
la existencia con privaciones hace que a esas personas les sea muy dificulto­
so "aceptar las oportunidades".
Gans, criticando el concepto convencional de barrio bajo, propone que se
lo utilice sólo para señalar los lugares donde vive "gente de comportamiento
problemático o patológico, indeseable tanto para los propios residentes como
para la sociedad mayor, debido a causas sociales" (íd. : 310). Por consiguien­
te, la fórmula "slum-etnia-cultura", que incluía como un implícito el elemento
delincuencia! y "patológico", con Gangs queda acotada a su definición de slum
y desligada de lo barrial por medio de la distinción entre slum por un lado y
barrio por otro.
Los aldeanos urbanos componen una subcultura de los obreros, que Gans
considera como un recurso adaptativo, una respuesta tanto a las oportunidades
que les brinda la sociedad mayor como a las privaciones que también les produ­
ce. Con esta concepción se estaría apartando de considerar lo urbano como una
variable independiente del desarrollo de la sociedad, porque para él no es el ti­
po de espacio el que produce los comportamientos particulares. Sin embargo, co­
loca a la cultura jugando· un rol de variable independiente. El modo de vida, las
instituciones, los valores propios de cada grupo étnico, serían los determinantes
de estas conductas diferentes. Por eso los considera "aldeanos" urbanos.
Quizá se esté haciendo acá presente otra vez el fantasma de la sociedad
folk, que sirve para preconcebir a estos grupos como históricamente estáticos
y esencialmente conservadores de cultura. Podríamos preguntar si no se le es­
tará dando demasiada importancia al origen, a la historia cultural y étnica de
estos grupos y, sobre todo, al modo de vida rural, como clave explicativa de
sus comportamientos, precisa y paradójicamente en la ciudad.
E s acio , cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
�p----��---------------------- 5 9
El hombre de l a es q u i na
Quien responde a este interrogante en fo rma conc reta es Elliot Liebow, au­
t or de uno de los más clásicos estudios de ant ropología u rbana: La esquina
de Tal/y, un estudio sobre los negro de la esquina ( 19 6 7). Ni t radición o con­
tinuidad histórico -cultural o étnica, ni papel específico del espacio bar rial ais­
l ado de la situación socio-est ructural: esto es lo que dirá Liebow. La teo ría del
h ombre de la esquina (street-corner-man ) , como explicativa de determinados
c omportamientos diferentes (respecto de la media), no es suficiente. El hom­
bre no sólo es hombre de la esquina: también es esposo, hermano, hijo, tra­
bajado r ( desocupado o no), pe rtenece a una clase social, etc . Sus roles son
muchos, no se reducen a estar en la esquina. Sus conductas, entonces, de­
ben estar determinadas por muchas variables, no sólo por su luga r en el es­
p acio urbano.
Por ot ra pa rte, como él estudia los negro (esc rito así: en singula r, como se
definen las etnias), va a responde r a la pregunta : lel comportamiento de los
negro de la esquina se debe a sus tradiciones étnicas, a sus orígenes históri­
cos como grupo (tal como establecía Gans, por ejemplo), o corresponderá a
sus condiciones de vida actual como clase social baja ? Liebow se va a inclinar
por esta última opción, apartándose del culturalismo clásico. Ent re concebir su
unidad de estudio como encapsulada y autocontenida, explicable de por sí de
acue rdo con las identidades culturales de los g rupos que las componen, y ve r­
la como pa rte de un continuum que va desde ella hasta la sociedad mayor,
Liebow retoma la pe rspectiva parkiana, que enlazaba el micromundo de una
esquina con el conjunto de la vida nacional . Va a concluir que la conducta de
l os hombres de la esquina es, en realidad, una actitud adaptativa f rente a las
c o ndiciones sociales de pobreza, de acuerdo con el lugar que ocuparr en la es­
tructura de clases.
Estudia a estos g ru pos que paran en la esquina en un doble aspecto: tal co­
mo se ven a sí mismos y de acuerdo con la imagen que se tiene de ellos des­
de el exterior. Y analiza cómo se cruzan estas imágenes. Verifica en p rincipio
que, según las expectativas de rol que se tienen de cada uno de ellos -por
ejemplo, desde sus respectivas familias-, se produce un proceso de deterio­
ro creciente . Dedica rse a esta r en la esquina, bebiendo y vagabundeando,
produce fenómenos paralelos de imágenes negativas en los ot ros contextos
donde juegan sus otros roles, como los de ser ma rido, padre, t rabajador. El
espacio de la esquina (menosp reciado según la imagen desde el exterior) si r­
ve entonces pa ra aumentar aún más el menosp recio a quien la ocupa. Inclu­
so cuando -por presión familiar- se retira de la esquina, el menosp recio con­
tinúa, po r lo que te rmina volviendo a la esquina . Porque allí va a encont rar un
sistema de valores propio, que se mantiene oculto a la visión de afuera; va­
l ores alternativos que lo ay uda rán a adapta rse a su situación de pobreza eco­
nómica y menosprecio moral.
Y Liebow explica esto apelando a ese cruce entre ambas visiones junto a
l a de él como analista. En la esquina, dice, los hombres olvidan que son ma -
60 -------------------------------
El barrio en la teoria social

ridos, si bien lo aceptan sólo como una formalidad. Ellos alegan que, en rea­
lidad, han sido "seducidos" por sus mujeres para "meterlos" dentro de sus ho­
gares -matrimonio mediante-. Es que la esquina, interpreta Liebow, ópera
como un santuario, como un sistema de valores cerrado dentro del cual no se
da cabida a aquellos valores propios de la sociedad mayor, como por ejemplo,
el matrimonio. El hombre de la esquina, por ejemplo, dirá que su matrimonio,
en realidad, no fracasó a causa de su propio fracaso como sostén de su ho­
gar, sino porque su esposa se negó a convivir con su afición por el whisky y
otras mujeres.
El hombre de la esquina no es, en suma, el resultado de una tradición cul­
tural independiente. Su comportamiento no es el resultado de objetivos y va­
lores di stintivos, sino más bien su modo de llevar a cabo los mi smos valores
de la sociedad mayor, pero de acuerdo con su situación de carencia social. Al
deterioro de su imagen desde afuera, entonces, corresponden valores alter­
nativos que no conforman una cultura independiente de la cultura de la socie­
dad mayor. Son las condiciones sociales (materiales e ideológicas) las que de­
terminan esos comportamientos en la esquina. Y nada tiene que ver que sean
negros, sino el lugar (clase baja, pobres) que los negros ocupan históricamen­
te en la estructura social norteamericana. La razón de que existan los mi smos
rasgos culturales en las sucesivas generaciones de negros de clase baja no se
debe a la transmi sión de tipo cultural, sino a que los hijos se encuentran con
las mi smas situaciones de privación, ante los mismos problemas y en los mis­
mos lugares que sus padres.
La puesta en duda de la continuidad cultural no significa que Liebow des­
deñe el sentido de contención de valores propios que indudablemente se
construye en la relación grupal de los hombres de la esquina, pero concebir
el mundo de la clase baja negro como una subcultura distintiva o como una
parte integral de la sociedad mayor es, para él, más que una discusión aca­
démica . Da el ejemplo de la categorización que hacen algunos estudiosos del
matrimonio entre negros como una "serie monogámica en la que la mujer tie­
ne una sucesión de compañeros durante su vida procreativa" -como si fue­
ran una tribu africana-, sólo por el dato de una serie estadística de segun­
dos y terceros matrimonios. Esto significa considerarlos -dice Liebow- con
la nomenclatura tradicional de la antropología, tal como esa antropología con­
cibe a las culturas no occidentales, lo que equivale a una verdadera extrapo­
lación de lo antropológico. En realidad, refuta Liebow, la mujer negra quiere
un marido para toda la vida, al igual que cualquier pareja de ciudadanos. El
fracaso de esos matrimonios y las búsquedas de otras parejas representan só­
lo eso: una sucesión de fracasos y no una sucesión de hombres. Estas carac­
terísticas del matrimonio de negros de la clase baja no constituyen, en con­
secuencia, una pauta cultural di stintiva con integridad propia de la continui­
dad histórica de la etnia y cultura negro, sino una sucesión de fracasos debi ­
dos a las condiciones sociales d e esos grupos (íd. : 221).
No es de extrañar que, con estas premi sas, este autor -al igual que Why­
te- se termine preguntando por las posibilidades de una transformación en
, cultura--'-�
':::!:-
E s pacio
-- - y grupos en los barrios del urbanismo central
--------------------- -61

l a vida del hombre de la esquina ba rrial . Para que pueda producirse esto es
ne c esa rio -afirma - que cambien sus condiciones económicas , políticas y so ­
c i al es y se les b rinden las "mismas oportunidades". Además , dice -con un de ­
j o de ingenuidad quizá- , que sería necesario que ellos mismos c reyeran que
s o n capaces y sus esposas e hijos también les tuvie ran confianza . Y el comien ­
z o de esta tarea debe esta r en la escuela , donde los maestros deben tene r
ta mbién confianza en ellos . Los p rogramas contra la pobreza -c ritica- tien ­
d en a converti r a la clase baja de acue rdo con los estilos de vida de la clase
media , · mient ras desde el poder de la democracia -desde "nuestra socie ­
dad"- se requiere satisface r las demandas que las masas negras exigen , co ­
mo grupo étnico o religioso y como parte de la clase trabajadora, a rticulando
estas demandas con sus realidades particulares .

Coctel barrial del urban ismo central


Quedaron reunidas en este sub -capítulo formulaciones sobre el concepto
de barrio que explicitan una crítica al determinismo ecologista , a la renova ­
ción u rbana racionalista y mode�nista y al mudo empirismo positivista , me ­
diante una serie de categorías : barrio, cultu ra , identidad y clase . Algunas
mostraron ambigüedades , como la ponderación de las rep resentaciones de los
actores que planteaba Halbawc hs y su concepción del p roceso u rbano sin su ­
jetos . La emergencia de ciertas expresiones del culturalismo, entonces , sólo
puede valo ra rse si se lo concibe en té rminos relativos , como producto de su
puja con aquellas concepciones natu ralistas del espacio y de lo u rbano que
soslayan todo lo que no considerarían dato natural y conciben la acción de los
sujetos como algo pasivo y meramente adaptativo . El estudio de los proble ­
mas u rbanos se corporiza en el barrio bajo, porque se lo toma ccr;:0 muestra
espacialmente acotada de un cúmulo de disrupciones respecto del ideal de vi ­
da comunitaria de clase media (definida desde la sociología clás ica) , tal como
habíamos anunciado que su rgía del segundo subcontexto de necesidad del
concepto de barrio .
De las definiciones que vimos aquí sob re el ba rrio bajo (slum) , las de la
O N U , Anderson , Suttles y Gans son coincidentes . Adquieren para nosot ros el
carácte r de teoría cuando, desde la misma definición , se atribuyen en fo rma
explícita relaciones del tipo causal o de determinación . Habrá, asimismo, un
conjunto de supuestos que conformarán, respecto de esa teoría , la ideología
sobre el slum, cuando se lo considera pa rte de los "costos " o una consecuen ­
ci a natu ral e inevitable de todo p roceso de crecimiento u rbano; el barrio ba ­
jo rep resenta lo estático y la u rbanización lo dinámico .
Este tipo de barrio se ría el lógico y natu ral luga r donde la "sociedad " (no
l a luc ha de clases) ubica a los pob res y a los indeseables . Y aquí ya surge una
diferenciación -como la que hace Gans- ent re el slum y el barrio. Ambos son
igualmente pob res , pero el prime ro es recipiente de los casos "patoló gicos" (la
"Jungla urbana"), mientras los barrios se rían poblados por inmigrantes de cul ­
tu ra no u rbana , los aldeanos .
El barrio en la teoría social
62 ------------------------------
Otros, como Anderson, si bien distinguen al barrio poblado por minorías ét­
nicas de "firme organización social", lo consideran también como barrio bajo.
Ello se debe a que destacan a la pobreza como la característica universal de
los slums y con ella, entonces, engloban dentro del concepto de slum tanto
los casos de "indeseables" cuanto de grupos étnicos. No se asigna a la situa­
ción económica ser la causa del barrio pobre, sino al proceso de crecimiento
urbanístico en sí. Y se resalta el grado de organización, integración social y
distintividad cultural del slum, sobre la base de las relaciones primarias (inte­
gración grupal de la pandilla de Whyte y el provincialismo de Suttles); cuali­
dades por las cuales otros estudiosos han definido las relaciones barriales,
fueran en un slum o no (West, Riemer), y que coinciden con la caracterización
clásica de lo comunitario (con Tonnies, Simmel y Durkheim).
Un rasgo común es el papel que asignan al sistema de liderazgo en la con­
formación de los grupos, principalmente la barra callejera, como agrupación
principal dentro del barrio, abonando una parte importante del terreno teórico
de la sociología funcionalista, asociada al auge de los estudios sobre delincuen­
cia juvenil. Podríamos preguntar si la barra de la esquina no se constituye, en
estos enfoques, en una variable independiente con carriles teóricos propios, y
qué incidencia en la caracterización del barrio bajo puede tener, habida cuen­
ta de las distinciones que realiza Suttles, cuando habla de la tolerancia de la
mayoría decente respecto de los grupos delincuentes dentro del barrio y a los
mecanismos de interacción vinculados a ese orden moral propio del slum. La
segmentación interna del barrio también la comparte el resto, sobre todo cuan­
do las bisagras de la composición grupal son el sexo y la edad y, en un segun­
do plano, la territorialidad y la pertenencia étnica. Y el trabajo pionero de Wirth
asociaba la localización barrial con la producción de una especificidad cultural
sostenida .por lá unidad étnica. Suttles seguiría esos pasos, hiperdesarrollados
por la antropología clásica, aplicándolos a la ciudad moderna.
Hay dos oposiciones, dentro del barrio, en las que el propio barrio es uno
de los extremos . En primer lugar, cuando el barrio se opone al hogar, a la fa­
milia, en el caso de los adolescentes inmigrantes o hijos de inmigrantes que
paran en la esquina porque en sus casas no pueden encontrar elementos que
les sirvan para adaptarse a la vida moderna, o en el caso del hogar como re­
fugio ante los peligros del barrio para grupos estarios y mujeres, y para el ca­
so de los valores de los hombres de la esquina, opuestos a los de sus hoga­
res. En segundo término, la distinción entre el barrio como ámbito social de
la vida cotidiana propia y la comunidad o el Centro Vecinal, que reúne a las
instituciones que actúan dentro del vecindario. El eje de esta distinción sería
lo que estos estudiosos consideran la clase social: mientras la población del
barrio es "baja", estos aparatos son manejados directamente por la "clase me­
dia" y, lo que es más importante, con los estereotipos que esta clase proyec­
ta hacia los sectores bajos, lo que redunda en un índice de participación ínfi­
mo de estos últimos en las a ctividades vecinales.
Los ejes conceptuales mediante los cuales se articula esta teoría están com­
puestos por los siguientes pa n� s de o posiciones: 1) barrio bajo / sociedad ma-
, cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
E s-c=.._:...
pacio --��---------------------- 6 3

yo r (o a
mplia, o global); 2) barrio bajo / ciudad (o modo de vida urbano), y 3)
in teg ración / caos. Todos coinciden en señalar la oposición entre el slum y la
s ociedad amplia, pero con algunas diferencias de matiz. Puede distinguirse
c uando se indica como causas del propio barrio o de la formación de la barra
ju venil (como recursos adaptativos), a macrofenómenos sociales, históricos y
h asta biológicos como la adolescencia, la pobreza, la desocupación y, más re­
c urrentemente, la falta de oportunidades o las dificultades de los pobladores
del barrio para "aceptar las oportunidades dadas por la sociedad mayor". Esta
atribución causal se realiza corporizando esos fenómenos generales en la so­
ciedad amplia, que actuaría -dentro de esa relación- como un agente exter­
no al barrio, como una especie de proveedor de esas macro-determinaciones.
También nos encontramos con relaciones entre el slum y la sociedad "am­
plia", que van desde concebirlos como dos mundos cualitativamente distintos
y separados, hasta formando un continuo (Liebow), porque el comportamien­
to de los hombres de la esquina sería una respuesta adaptativa frente a las ca­
rencias y falta de oportunidades de la sociedad mayor. De esto nos hablan ca­
si todos. En realidad, parece ser un elemento presente en el suelo ideológico
de todos estos autores, mientras el punto de divergencia teórico se situaría só­
lo en las formas de concebir las relaciones qe superficie entre ambos polos.
Whyte afirmaba que el barrio bajo era, entre otras cosas, un reflejo de la so­
ciedad global, porque su núcleo interactivo principal era la pandilla juvenil que,
a su vez, él consideraba germen de la política local y el primer escalón que con­
ducía a puestos de relevancia dentro de la política profesional. Por lo tanto, ten­
dría este autor una posición intermedia entre el continuo y los dos mundos.
Anderson señalaba que el principal vínculo entre el slum y el resto de la
comunidad era el mercado de trabajo, pero en lo demás adscribía a la idea de
los dos mundos autónomos.
Gans describía al aislado slum también como respuesta adaptativa ante las
carencias y/o oportunidades, y sobre todo ante el marginamiento de la socie­
dad mayor. En la definición de la ONU se evaluaba al slum como un peligro
tanto para sus propios habitantes como para la comunidad en general.
Y Suttles refutaba la imagen del slum desorganizado, diciendo que la nor­
rnatividad dentro de éste estaba articulada y no aislada respecto de las pautas
de la comunidad mayor. El barrio bajo, por su lado, opondría a esto su provin­
ci alismo tradicional y localista. Suttles, entonces -como la mayoría-, concibe
tanto lo étnico como el slum mismo como fuera de la sociedad amplia, conva­
lid ando que la base ideológica del concepto mismo de slum era el contraste y
di ferenciación con la vida y los valores de la clase media norteamericana.
Pero, si bien casi todos hablan de "clase" y explicitan que en el barrio ba-·
j o habita la "baja", y la "media" fuera de él, ubican con mayor recurrencia al
b arrio bajo y a la clase baja como escindidos de la sociedad mayor. Gans, por
ej emplo, llega a hablar inclu sive de "lucha de clases" entre la clase obrera y
la " sociedad mayor", un despropósito desde la asunción marxista del concep­
to de clase.
El barrio en la teoría socia
6 4 -------------------------------l
De manera s i m i l a r, la oposición entre el barrio baj o y el conjunto de la ciu­
dad es co mple mentaria del ej e anterior, ya que l a teoría del slum co nsidera
que la sociedad mayor, las otras clases, l a cultura nacio nal, la urba nización , el
sistema soci a l , etc . se sitúan todos y en bloque fuera del barrio baj o . Y la re­
sidencia fu nda menta l de ese exterior es la ciudad, a veces mentada co mo "co­
munidad urbana". La ci udad sería el área donde viven l os nativos, mientras en
el slum se a rri nconan los i n m i g rantes extra nje ros, trata ndo -con disti nta
suerte - de adaptarse a la vida urbana.
Por otra parte, es en la ciudad donde l a gente respetab l e y decente dice
que vive l a gente respeta ble y decente, y es en el barrio baj o donde la g ente
res peta ble y decente d i ce que viven l os i ndeseables, o indeseados por l os res­
peta bl es y decentes . Es la ci udad la que paradój i ca mente "d ice" que el slum
es un barrio "m isterioso ", es deci r : notoria mente conoci do por el desconoci­
mi ento que de él d i ce que tiene la gente decente y res peta b l e .
Nosotros h e m o s citado a utores gue no adscri ben en forma d i recta a este
tipo de prejuicios, pero sí ca lifican a l ba rrio baj o com o patol ógico y suscri ben
l a esci sión entre el barri o baj o y la ci udad , sin ad mitir demasiado al ba rrio ba­
j o den tro de la ciuda d . Aun cuando co inci d a n en que entre los pri ncipales pro ­
b l e m a s de la ci udad está el slum, cuando exponen l as relaciones, las formas
de ser y tratan de expl ica r y teo rizar sobre e l porqué y el có mo del ba rrio ba­
jo, l o co nsi deran fuera de lo especi ficamente urbano, del ca mbio y el dina mis­
mo del proceso de urba n ización .
El barrio aparece "sufriendo" o "perdiendo in tegridad fren te a la renova­
ción urbana", al ca mbio, al cos mopolitismo y al "desbande de su población";
en una situación de "aislamiento" ( s i m i l a r a l as reg iones ru ra les, dirá Gans),
de "desuso", de "olvido", que llegan a ser categorías defin itorias de por sí del
slum. Y el sujeto o agente de este olvido, de este desuso, de este desprecio
y d e esta marg i nación sería . . . la ciudad . El ba rri o es, en últi ma instancia , un
"problema" y una patol ogía para la ciudad .
En forma paradój ica, dentro de la teoría del slum se cons idera a éste como
receptáculo de las relaciones de tipo pri mario, propia mente co munitarias ( sobre
todo cuando se hace referencia a barrios baj os con u n preponderante compo­
nente étn ico ) , y al mismo tiempo -y ésta es la clásica definición de slum-, se
lo expone co mo ejemplo del modo de vida urbano, siguiendo el modelo de
Wirth , donde las relaciones sociales son de tipo secundario, mediatizadas y
anóni mas, opuestas por defi n ición a l modelo folk de relaciones pri marias.
En el fondo, e ntonces, nos enco ntra mos con l a re lación de oposi ci ón entre
el slum Y la ciudad, co mo materialización d e la oposición entre el ba rrio baj o
y la "sociedad mayor", y c o n el pri ncipa l l a z o de u n i ó n entre los d o s extre mos,
corpori zados en l a idea de la supuesta y obligada adaptabil idad de lo patoló­
g i co, lo originari a m ente ru ral , l o extra njero, l o desusado, lo i ndesable, lo ma r­
gi na l , lo no u rba n o .
Co mo po los ideales y estere otípicos de l a cal idad co m un itaria de l a vida so­
cial , ta nto la antr�pología cuan to la soci o l ogía funcional istas y rneca nici st as
E s pa cio, cultura y grupos en los barrios del urbanismo central
65
h a n h echo suyas las categorías de integración y caos. En la gama abierta por
es ta relación se hacía posible la ubicación de las distintas realidades sociales
es tu d iadas. Por eso Manuel Castells la denominó "sociología de la integración",
rná s allá de su abocamiento específico a la problemática urbana 1 9 ,
o e los estudiosos vistos acá, algunos situaban al barrio bajo como paradig­
rn a de la integración social y otros como ejemplo de lo caótico, concebido co­
rn o típicamente urbano y opuesto al ideal de comunidad de prosapia rural-al­
deana. El barrio bajo aparece como el problema urbano porque en él se cor­
poriza el• lado negativo del modo de vida urbano, para algunos, y lo propiamen ­
te urbano, para otros. Y esta idea de caos incluye consecuentemente la de des­
co ntrol social, entendido como desorden, desvío, dispersión, anarquía, patolo­
gía, residuo y marginalidad, elementos que se consideran lacras irremediables
e inherentes al proceso de crecimiento urbano, que están en la base de la cua­
l i ficación del barrio como "última parada hacía abajo" en la escala social. In­
cl uso aquellos que se oponen a esta estereotipación negativa del barrio bajo
reconocen el descontrol -nominado como "no participación"- por parte de las
i n stituciones y centros barriales, manejados por la clase media con criterios de
clase media, con respecto a los miembros más conspicuos del slum.
Si lo caótico de la oposición cae más dentro de la teoría del modo de vida
urbano, el perfil integrativo es el que construye en forma específica la teoría
del slum de la socio-antropología urbana norteamericana y es el que deja ron­
dar nuevamente el fantasma de la idílica sociedad folk. Aunque ninguno de es­
tos autores identifique totalmente integración con homogeneidad ni totalidad
dentro del barrio y precisamente adviertan que la integración no es nunca
completa, lo cierto es que el barrio bajo aparece conceptuado en forma glo­
bal como configurador de una realidad específica no radicalmente contradic­
toria y poseedora de una lógica interna.
Quiere decir que no sólo se refuta la idea del slum como recipiente del
caos, sino que se resalta su esencia constructora de un orden y una integra­
ción particulares. Wirth, para el barrio ghetto, lo llama "orden social especí­
fico" y lo describe en términos de "código", "especializaciones" y "cultura".
Whyte habla de "fusión organizada" y "fuerte integración", tanta que llega a
p arodiar al antropólogo colonialista en sus consejos para mantener el orden
social dentro de la comunidad por medio de la instrumentalización del siste­
ma de liderazgo. Y Suttles describe el orden moral especificamente barrial
asociándolo a la función integradora de la barrita juvenil y del provincialismo
l ocativ ista, ambos concebidos como garantías de unidad e integración dentro
del barrio bajo.
Entre mecanismos de integración quedan ponderados el carácter adaptati­
vo de la subcultura propia del slum y el sentido adaptativo que se le atribuye

19
" U n e xamen de los principa les tra baj os de la E sc u e la de C h i cag o d e m u estra q u e su tema cen tra l
n o es t a nto 'todo lo q u e su cede en la ci u d a d ', como los p rocesos de d esorg a n iza ción socia l e i n a ­
d a p ta ción i n d ividu al, la p ers iste ncia d e ciertas su b cu ltu ras a utóctonas, desvi antes o n o, Y sus re­
si ste n cias a la i nhgra ción" (Castells, 1 9 8 3 : 2 1 } .
El barrio en la teoría social
66 ------------------------------
ª la formación de la pandilla juvenil dentro de él. Se termina concibiendo al
barrio mismo como un recurso adaptativo, dentro del cual accionan otros me­
canismos de integración interna como el sistema de liderazgo, el manejo de
información confidencial y el papel que cumple el estereotipo cognitivo para
facilitar la pautación de conductas, sobre todo en el orden de la diferenciación
étnica. Tanto se pone el acento_ teórico en la función integradora de los gru­
pos dentro del barrio que se llega a afirmar que la escuela no alcanza para
modificar la existencia misma de la pandilla -que sería el auténtico eje del
barrio-, en contraposición con el eje central de la vida barrial de "unidad ve­
cinal". Finalmente, es evidente que el grado máximo de integración adaptati­
va se concentra -para estos autores- en el concepto de cultura o, más pre­
cisamente, en el desarrollo de la subcultura barrial.
La unidad integrada del barrio y de los grupos que lo componen no es, em­
pero, estable, sino que se materializa en forma expresa en situaciones de con­
flicto. Entendido como enfrentamiento patente o latente entre grupos intra e
interbarriales, el conflicto adquiere así el valor positivo de definir, unificar y
cohesionar grupos o segmentos dentro del barrio y el barrio en su conjunto,
debido a que los miembros de las agrupaciones se verían obligados a interac­
tuar en forma asociada.
Ninguno de estos autores evalúa las situaciones de conflicto en términos
de lucha de clases estructural. Más bien incluyen este tipo de enfrentamien­
tos dentro de la teoría del slum misma, tal como ellos describen que hace la
opinión pública, de manera que las protestas de las "clases bajas" quedan
subsumidas como partes del cuadro "patológico" del slum, que engloba den­
tro del caos no integrado (o como conductas desviadas y no controladas) a
"las huelgas, los locos, los delincuentes, los solitarios, los enfermos, los ado­
lescentes". Hasta el mismo Gans llega a calificar las protestas obreras como
"formas autoritarias" que, "por medio de la educación, podrían evitarse". El
concepto de integración y su correspondiente opuesto, el caos, no dejan, de
esta manera, de ser muestras del encubrimiento de la lucha de clases en tér­
minos estructurales y de la extrapolación del utópico e ideológico mundo in­
tegrado del ideal de vida urbano-capitalista.
El valor central barrial que resaltan estas posiciones es la interacción de ti­
po primario, que posibilitaría el desarrollo de una vida social cualificadamen­
te distintiva del modo de vida urbano (mediatizado y anémico). Destacar los
valores implica tener en cuenta lo arbitrario -por no natural-, en lo construi­
do por grupos de actores en forma interactiva y compartida y en contraposi­
ción con la estipulación apriorística de estereotipos considerados racionales,
naturales o lógicamente unívocos ("sin sujeto" ), entre ellos lo espacial. Por
eso, en la conceptualización de lo barrial (y de lo urbano) nos encontramos
transitando los filosos riscos del sustancialismo -de tipo objetivista o subje­
tivista.
Una prueba por la inversa la tenemos cuando Topalov se refiere a la im­
portancia de los valores culturales, en su relación con lo espacial, y surqe lo
E·2-
s pac io , cultu ra��
--- y grupos en los barrios del urbanismo central
--------------------- - 67
b a rri al como punto de encuentro ejemplar, planteado en términos notable­
rn e nte semejantes con los del culturalismo de esa época inicial:
"Los valores -dice Topalov- constituyen. . . un criterio de ubicación para
ci e rtos grupos sociales: su relación con el espacio es simbólica, ciertos valo ­
res se encuentran ligados a una zona de espacio que se convierte en un sím­
bo lo de la identidad del sistema cultural, es decir del grupo mismo. Así, un es­
pacio central será excluido de cualquier utilización económica racional por ha ­
berse convertido en el símbolo de toda la comunidad urbana; una zona resi­
de ncial ·tendrá una carga simbólica para las clases superiores, mientras que
u n barrio deteriorado representará para una minoría étnica su identidad cul ­
tura l. Los valores constituyen, pues, en ciertos casos, factores suficientes y
coh e rentes de ubicación; el espacio es símbolo" (Topalov, 1984: 190; s. n. ).
Se verifica acá un nudo alrededor de lo cultural, que confluye en lo barrial.
Por un lado, la diferenciación del espacio urbano como símbolo que sirve pa­
ra establecer una relación de identidad grupal sobre la base de valores estruc­
turados en torno a un sistema de significados. Por otro, la diferenciación de
c lase que se corporiza en la distinción entre un centro (que simboliza al con­
j u nto de la comunidad urbana), una zona residencial (ámbito de las clases al­
t a s) y el barrio deteriorado habitado por una minoría étnica. En suma, con­
cepto de cultura y símbolo -como representaciones- referidos al espacio y
al modo de vida urbano común pero diferenciado por clases, quedando el ba­
rrio adherido conceptualmente a la clase baja, al espacio deteriorado y a la
relación de identidad étnica.
No tenemos todavía una respuesta única que explique el porqué histórico
de esta aglutinación conceptual entre clase , barrio , cultura e identidad . Sí po­
demos ver que la teoría del s/um coloca como causa de la existencia del ba­
rrio bajo al proceso de urbanización, que contendría en su interior -como
parte de su naturaleza- la condena al arrumbe espacial y social de los sec­
tores bajos y las minorías étnicas bajas en determinados barrios de la ciudad.
Allí tendría lugar el surgimiento de una cultura, entendida como algo distinti­
vo, autogenerado y generador de sus propias condiciones de existencia degra­
dadas y residuales respecto de una sociedad "mayor" concebida como verda­
d era sociedad humana, vanguardia a su vez del "proceso de cambio" que con­
lleva en su seno, como inevitable, la propia razón de ser del barrio bajo y de
lo que en el barrio bajo ocurre como "cultura".
Pero el desarrollo -dentro mismo de la teoría del slum- del concepto de
cultura como clave interpretativa, también conspiró contra sus costados pseu­
d o- evolucionistas. Porque la consideración del slum como particularidad cultu­
ral distintiva sirve también para argumentar en contra de los prejuicios etno y
s o ciocéntricos con que la "sociedad mayor" concibe y trata a las poblaciones
de los barrios bajos. y este es un resultado patrimonial de la perspectiva an­
t ropológica, enarbolada por el pionero Whyte y que continúa hasta los estudio­
s os más recientes. Su eje teórico principal es la escisión entre el mundo de las
a par iencias caóticas y patológicas del slum y la existencia de valores propios e
i n teg rados en un orden particular, detrás de la imagen de disg regación.
El barrio en la teoría social
6 8 ------------------------------ -
Es por eso que adqui eren valor en estos estudios la metodología y las téc­
nicas de tipo cualitativo propias de la antropología . Apuntar a los valores sig­
nifica dirigirse haci a los comportamientos de los actores y lo que ellos pien­
san de esos comporta mi entos, sus representaciones, necesidades y organiza­
ciones grupal es en funcionami ento y acción . Para esto era necesario el mi­
croestudio y la convivencia en la co munidad, el registro del andamiaje cultu­
ral profundo y "desde adentro": en suma, trabajos intensivos, holísticos y en
el terreno, tal como los acostumbraban a desarrollar los antropólogos.
C.on referencia a la clase social, el concepto de cultura barrial se utiliza co­
mo parte de la crítica a la i deología de la planificación urbana sobre el modo
de vida de las clases bajas, basada sobre parámetros propios de la clase me­
di a . Las subculturas de la clase obrera y de la clase más baja, según Gans,
son i ndependientes y disti ntivas de las de l a clase media, y a mbas -aun con
diferencias- resultan ser respuestas adaptativas a las privaci ones y oportu­
nidades que estas clases reciben de la lla mada sociedad mayor. La vida en el
. barrio bajo es, de esta manera, un muestrario de este tipo de cultura . Liebow,
por su parte, relativiza la util ización del concepto de cultura , al postular que
el comportamiento de la gente del barrio bajo responde a relaciones directas
con sus condiciones de vida como clase baj a más que a tradiciones cultura­
les, identidades étnicas, culturas originarias o "conti nuidades" supuestamen­
te históricas. Pero ta mbién considera estas manifestaciones como respuestas
a las privaciones sociales de los pobres urbanos.
El tema de la "cultura de la pobreza" (se verá en el próximo capítulo), que
ya a la fecha de los escritos de Liebow venía gozando varios años de esplen­
dor y críticas, sin duda posee en su interior la gama apretada de cuestiones
que aquí estamos desmenuzando en torno a lo barri a l . Sus contenidos estaban
presentes, como vi mos, en los escritos de Wirth sobre el ghetto y el modo de
vida urbano que, como señal ara Castells, es sinón i mo de cultura urbana, como
una variable explicativa que quería servir para modelizar lo que la comunidad
hu mana heterogénea, anóni ma, de relaciones secundarias e instrumentales se
oponía a la folk de Redfield. Wirth fue criticado por confundir los efectos de la
urbanización con el proceso de industrialización . Pero es que todos estos estu­
diosos concibieron en forma conjunta urbanización con modernización, buro­
cratización, e incluso como desarrollo o cambio social en general .
La teoría del slum asigna como causa inevitable de la pobreza al desarrollo
urbano. Este es uno de los papeles que cumple el concepto de cultura y se fun­
damenta en los argu mentos que atribuyen a ésta el papel de generadora de
condiciones sociales determinadas o definen situaciones sociales determinadas
-sobre todo la pobreza urbana y la delincu encia j uvenil- como autogeneradas.
Desde Park, pasando por Wirth y culminando en cada uno de los autores vistos,
pueden encontrarse contradicciones entre los principios proclamados de afirmar
la cultura por sobre el mero naturalismo ecológico y la concepción misma de la
cultura como enchalecada dentro de las condiciones económicas de la crisis ca-
s paci o , cultu ra y grupos
E::!:--
-- -��--------------------en los barrios del urban ismo central
-- 6 9

pi talist a, encubiertas por medio de la naturalización del cambio social en gene­


ra l y del proceso de urbanización en particular.
La cultura del barrio queda concebida en forma ambigua, por un lado, como
o puesta a la civilización urbana, a sus heterogeneidades anémicas y a sus tiem­
pos históricos, y por otro lado como una muestra subcultura! paradigmática de
l a cultura propiamente urbana. - En ambos casos, empero, lo que se verifica es
u na real ahistorización de lo barrial por medio de su desfase de las condiciones
reales y estructurales que lo producirían no como algo en sí sino dentro de re­
l aciones de contradicción e interdependencia. Por ejemplo, cuando se concep­
tu a liza al slum como lugar transitorio en la ciudad, se pasa por alto que este ca­
rácter eñmero, o esta especie de inconsistencia en términos urbanísticos, son
acompañados de una valoración sustancialista respecto de la forma de vida que
el tipo de barrio produciría de por sí, que se cristaliza en el concepto de cultura
y -lo que es más importante- en la idea de una especificidad de ciertos com­
portamientos típicos del barrio bajo, a los que se considera como su autopro­
ducto distintivo. Los grupos minoritarios que se estudian son, de esta manera,
preconcebidos como el otro dentro de la sociedad urbana.
Su exclusión de la Historia, empero, no se da de la misma manera que la
de los grupos "primitivos" por la antropología clásica, ya que Whyte o Liebow
han destacado las relaciones entre la vida del barrio y las actividades que co­
mo habitantes de la ciudad y como ciudadanos desempeñaban los pobladores
del barrio. Pero la teoría del s/um aglutinará temáticamente la pobreza y la in­
deseabilidad, la miseria y la indignidad como un cóctel ideológico de conse­
cuente influencia en el pensamiento (académico o no) urbanístico de los años
' 50-'60.
Aquí se nos patentiza el abono de la ideología y los prejuicios urbanos de
tipo segregacionista y, al mismo ti_empo, el valor que la cultura barrial puede
adquirir para refutar el etnocentrismo, el sociocentrismo y los reduccionismos
ecologistas o estadísticos, flancos ambos cimentados en la década del veinte
y consolidados al promediar el siglo.
Como ingredientes de la paradoja del final de la exposición de estos auto­
res, pueden señalarse tanto los aspectos que se les critican como aquellos con
los que han pasado a la historia de los estudios específicamente urbanos. El
punto más criticado ha sido el de no considerar a las formas y contenidos de
la ciudad y el espacio urbano como una variable dependiente de la estructu­
ra socio-económica, en particular del sistema capitalista. No vieron lo que más
a mano tenían y que condicionaba principalmente sus propios supuestos, de
la misma manera que la antropología clásica obvió el condicionamiento pro­
fundo de la situación colonial con respecto a su propia producción. Y el apor­
te más destacable de estos autores ha sido sentar las bases de un conoci­
miento teórico y práctico sobre las realidades barriales, tomando a la ciudad
misma como un laboratorio social, como un heterogéneo mundo de i dentida­
des y significados derivados del condicionamiento específico espacial-urbano.
E l ba rrio de la u rban ización suba lterna

Du al ismo y cultural ismo pa ra el Tercer Mundo


En general se define el concepto de urbanización como el proceso producido
por l as migraciones del campo a la ciudad, o el proceso de formación de las ciu­
dades mismas. El argentino Jorge Hardoy definía este fenómeno (aunque él no
l o d i ferenciaba del urbanismo) como "la concentración espontánea o planifica ­
da de la población en puntos del territorio con densidades comparativamente al­
tas, para desempeñar esencialmente actividades de transformación o de servi­
cios de acuerdo con una organización social compleja" ( Hardoy, 1975 : 83).
Para el caso de las ciudades del llamado Tercer Mundo20 este fenómeno es
producido -en tiempos modernos- mayoritariamente sobre la base del "ejér­
cito de reserva de una industria inexistente" (Castells, 1974 : 5 3), o de la ra­
dicación de industrias y su concentración espacial correspondiente de acuer­
do con la lógica de economías dependientes y subalternas respecto de los cen­
tros internacionales y multinacionales. Si bien se puede esbozar un mismo
m odelo subyacente para la gestación de procesos de urbanización subalterna,
l as manifestaciones emergentes han sido diversas y abarcan una gama que
va desde el colonialismo clásico hasta los procesos de dependencia económi ­
ca de las etapas neocolonialista y de globalización actual.
En cuanto a la morfología de estos procesos, la mayoría de los autores dis­
tinguen dos variantes, que Redfield y Milton Singer bautizaron urbanización
p rimaria y secundaria. La primera (ejemplificada con las ciudades del centro­
oeste del Africa), es la que se produce cuando un mismo centro urbano cre­
c e dentro de lo que ellos consideran una misma civilización o sociedad folk,
de la que surgiría la sociedad urbana. La segunda, en cambio, sería el resul­
ta do del proceso de colonización de parte de una "civilización urbana" sobre
o tra no urbana y la imposición de sus patrones de asentamiento urbanos (dan
co rn o ejemplo la conquista europea en ciertas regiones de América).
Esto es parte de la visión culturalista de estos autores, que no de casuali­
d a d llaman a este fenómeno "el rol cultural de la ciudad". Traslocación teóri-

'° Conti nuamos la tradición de hablar del Tercer Mundo, entendiendo por él el conjunto de paises no
in cluidos dentro de los capitalistas "desarrollados" o industrializados, si bien en un principio se usó
con una intención de supuesta equidistancia ideológica respecto del capitalisr,10 y el socialismo.
El barrio en la teoría social
7 2 ---------------------------- --
ca de la concepción culturalista a la realidad urbano-barrial periférica que no
deja de responder a la necesidad de integrar al conocimiento sociológico a los
contingentes crecientes de campesinos advenidos a las grandes ciudades. Pe­
ro más que las migraciones en sí interesaban las nuevas realidades forjadas
en esas ciudades, cuyos resultados más salientes eran el desequilibrio y la de­
sorganización, la evidencia de las desigualdades, la falta de servicios indis­
pensables, la agudización de los problemas de convivencia vecinal -ya no al­
deana- y todo el cúmulo de problemas sociales que fueron rotulados como
"urbanos", a los que se atribuía ser consecuencias del "desmedido crecimien­
to de las ciudades" en situaciones de subdesarrollo.
En principio, este desplazamiento poseía una base ideológica y teórica da­
da por el manejo de tipologías dicotómicas fundadas en la polaridad rural/ur­
bano en forma abstracta, lo que llevó a que -como señala Me Gee-, en una
primera etapa se evaluara el desarrollo urbanístico de las ciudades del Tercer
Mundo como calcos del mismo fenómeno en el ámbito capitalista desarrolla­
do occidental y, en consecuencia, se supusiera una similitud en la estructura
de las ciudades. Los problemas sociales definidos como urbanos, se plantea­
ron, entonces, de la misma forma que en los paises metropolitanos.
Es en esta matriz que se fueron articulando los esquemas dualistas con los
enfoques basados según el concepto antropológico de cultura (Me Gee, 1979 :
49). Por un lado, entonces, apareció como un cambio en el campo de acción
de los sociólogos urbanos y, por el otro, como una especie de "postá" de par­
te de éstos hacia los antropólogos, acostumbrados tradicionalmente a estu­
diar las sociedades no occidentales y a manejar la categoría cultura. Por eso
ha sido resaltada la aparición -a principios de la década del cincuenta- de la
obra de Osear Lewis y su interpretación de la pobreza en términos de cultu­
ra 2 1 . Es que esta idea de ruptura de la sociedad tradicional en términos de cul­
tura se situaba en los cimientos de las formulaciones teóricas sobre lo barrial
que sobrevendrían durante esta época 2 2 .
Y con el culturalismo de ladero, el dualismo aplicado a Latinoamérica iría a
nutrir las tesis sobre marginalidad, también de viejo cuño chicaguense e in­
centivado con sociocéntricas asunciones evolucionistas, en las que los barrios
de nuestras ciudades pasarían a ser muestrarios de asincronías y asimetrías
naturalizadas. Para equilibrar con visiones críticas al dualismo culturalista,
apelaremos a la producción de la antropología urbana en términos de la Es­
cuela de Manchester, la teoría del conflicto y la teoría de la dependencia, pa- i
ra el caso exp reso de la urbanización latinoamericana.
21 "Antes d � la publica ción de esta obra [ de Lewis] -que trataba sobre la ciudad de México- los
asentamientos urbanos de los países subdesarrollados habían rec ibido muy poca atención, excep·
to por los recelos q ue desp ertaban las variadas formas de desorganización social que nosotros su·
ponlamos eran la consecuencia de moverse demasiado ráp ido y demasiado lejos en el 'continuum
rural-urbano'" (Walton, 1984 : 9) .
22 Así q ueda tipificado en la op inión de un autor de la década del sesenta : "este fenómeno de urba·
nización rápida significa un agudo rom pi miento con los h ábitos tradicionales en nuestra América,
cuya h istoria es fundamentalmente agrí cola-rural... [ la que] está siendo cambiada en lo que se
d enomina una cultura de las grandes ciudadesu (Sánchez, 1970 : 25 ).
E l b arrio de la urban ización subalterna
- ----------------------------- 73
En la base de las perspectivas tipológicas, las posibilidades del cambio pro­
ven ían de uno solo de los polos: el urbano moderno, mientras que desde el
otro podía efectivizarse sólo una resistencia, equivalente a un "atraso" origi­
nal, en el que se situaban el conjunto de variables que caracterizan a la so­
ciedad folk en su conjunto. Se identificaba por cambio los efectos que la ur­
banización capitalista producía en las realidades folk, que es lo que puntual­
mente va a criticar Osear Lewis: el cambio cultural, dirá, puede provenir de
otras fuentes u orígenes, no exclusivamente desde el polo urbano; y los cri­
terios utilizados para definir a la sociedad no urbana (folk) deberían ser varia­
bles independientes, no totalmente ligadas, como postulaba Redfield.
De esta manera, se podría dar lugar, dentro de esas sociedades y en su re­
lación con lo urbano, a los datos históricos concretos, que Redfield no contem­
plaba. A Lewis, a la vez, lo critica Horace Miner, quien advierte que el modo
de vida urbano es un tipo ideal y que los rasgos de la sociedad folk no pue­
den ser considerados variables totalmente independientes, si se pretende
trascender una etapa puramente descriptiva y llegar a explicar grandes tota­
lidades mediante el uso de categorías abstractas (Miner, 1953).
Para George Foster, por su parte, la polaridad urbano/no-urbano estereo­
tiparía los estudios sobre sociedades reales. Prueba de ello es que el mismo
Redfield confunde las diferencias reales y evidentes entre los pueblos "primi­
tivos aislados" y los "transcu/turados". La dicotomía, además, dificulta el aná­
lisis de la cultura folk de la ciudad, ya que, de encontrarse cultura folk en las
ciudades "e/ esquema ideal [de Redfield] sería violado por los hechos". En rea­
lidad -afirma Foster-, la sociedad folk no es una sociedad completa y aisla­
da por sí misma, sino una "media" sociedad, una parte de una unidad social
mayor (la nación). Lo folk y lo urbano, por consiguiente, no deberían ser con­
ceptos polares, sino partes de la definición de un cierto tipo sociocultural. Le­
jos de destruir a la sociedad folk, este tipo de unidad urbana es una precon­
dición de su existencia. Y Foster considera como "folk" a una parte de la so­
ciedad urbana. Define la sociedad folk como la portadora de la cultura folk.
Pero aun cuando en esto se opone radicalmente a Redfield y si bien asimila la
existencia de la cultura folk en lo urbano, se encolumna en el mismo carril di­
cotómico cuando opone lo folk a lo industrial, en lugar de lo urbano a secas:
"las culturas folk desaparecerán en a quellos lugares que se industrialicen"
( Foster 1953), continuando en el mismo sendero de lo antinómico como base
de la comprensión de la dinámica y el cambio ( Foster, 1964).
Esta posición incluso no llega a ser problematizada ni desde la crítica his­
toricista que se descarga contra el modelo redfieldiano, como la de Mintz. És­
te califica a Redfield de ahistoricista, porque confunde lo folk con la clase so­
cial. La causa del aislamiento de la sociedad folk, dice Mintz, es la diferencia­
ci ón de clase, pero sigue aceptando la existencia dual de "formas folk'' (arcai­
cas, indígenas o primitivas) y "modernas", por lo que termina ha blando de
sub-culturas de clase, como hacía también Gans.
Finalmente prevaleció el punto de partida más abierto a las posibilidades
de hibridación y convivencia de lo tradicional y lo moderno. Lewis encontró
El barrio en la teoría social
74 -------------------------------
elementos de complejidad u rbana en la aldea rural y lo que definió como "ur­
banización sin discontinuidad" en la g ran ciudad ( Lewis , 195 1) . Foste r y Pa rk
habían encontrado elementos de la sociedad fol k en la g ran ciudad. Y los cul­
tu ralistas posteriores siguieron esa ruta. Redfield rectifica luego la postulación
de una polaridad y habla entonces de "continuum" rural -urbano, a lo la rgo del
cual se alinearían las realidades concretas 2 3 • Pe ro ya habíamos visto que la
polaridad funcionaba como un telón de fondo de las fo rmulaciones tipológicas
y de los intentos de estudiar lo u rbano con ojos cientí ficos. Estas totalizacio ­
nes se desp restigian en la misma medida en que se ve desdibujado el límite
real ent re lo ru ral y lo urbano.
Sea po r la desapa rición de las sociedades puramente p recapitalistas que
en algún momento pudieron gozar de las variables del modelo dualista, o por
la escasa co rrespondencia entre esas variables abst ractas y las sociedades
reales , lo cierto es que "la noción de una cultura rural tradicional-popular
['fol k'] o, d esde el punto de vista económico, precapitalista, se ha vuelto ob­
soleta " ( Edel , 1 9 88: 6 0). Como dice este mismo auto r: "Acechando en derre­
dor [de la dicotomía rural/u rbano] estaban los venerables estereotipos del no­
ble salvaje y del incansable modernizador fáustico, una pareja que nunca po ­
día juntarse ni mezclarse" (íd.: 59).

La comun idad perd ida y el barrio


Esta discusión inte resa debido a que lo que llamamos comunidad perdida
dentro del imaginario urbano contemporáneo se referencia en los ba rrios de la
ciudad. Para esta variable, a la que denominamos idealidad, el ba rrio mismo
resulta el ámbito acotado en donde se pueden p royectar -en forma invertida ­
las reivindicaciones de un aye r añorado y comunitariamente idealizado.
Anderson , po r ejemplo, distingue entre ba rrios que tienen el ca rácter de
grupo primario y ot ros de participación secundaria . Ejemplifica con los mi­
grantes de aldeas africanas que , al ir a los cent ros urbanos nuevos , se com­
po rtan allí de acuerdo con las relaciones p rimarias de su vecindario aldeano,
ya que " esta gente no tiene otra concepción de la vida en comunidad que la
del vecindario de contacto primario de la aldea [ . . . ] Es casi imposible para una
persona del vecindario orientado a lo rural [sic ] vivir en él en la forma anóni­
ma en que puede vivir en el barrio urbano " (Ande rson , 1 9 8 1: 54) . Po r un la ­
do los aldeanos orientados a lo rural, y por el otro el mundo p ropiamente u r­
bano, escindidos en una most ración más del dualismo.
En lo que hace a lo barrial, este debate inte resa porque se sitúa como libre­
to más allá de lo meramente formulativo . Como disyuntiva entre el modo de
vida no u rbano Y el modo de vida urbano puede plantearse en cualquie r ba rrio
de cualquier ciudad de cualquie r país del Occidente capitalista desa rrollado, y
con una mayo r nitidez en las ciudades del Tercer Mundo capitalista dependien-

23 V e r la orig i n a l v is ión d e G ermá n Fern á n d ez G u 'zetti ( 1 960) .


E l barrio de la urban ización subalterna 75

t e s ub desarrollado • De todo esto se hacen cargo la mayoría de los teorizado­


24

r e s q ue h emos venido reseñando, desde la escuela de Chicago hasta trabajos


m á s reci entes sobre el tema (Me Ghan, 1984: 45). Parecería que la comunidad
s e con vierte en objeto de estudio cuando se constata su "pérdida".
casi toda la bibliograña de los cincuenta toma este,punto de partida como
¡ n e s c rutable. Nelson Lowry señala la "pérdida de ese sentido de comunidad"
producida en el proceso de urbanización (Lowry, 1952). Allan Nevins basa la
d i ferenciación entre lo rural y lo urbano fundamentalmente en la pérdida de
lo ru ral, es decir, de la vida serena y conservadora y la irrupción del transito­
ri o, activo y radical (en sentido sajón, equivalente a revolucionario) mundo ur­
bano (Barker, 1952: xiv). Y se dará lugar en esta época a la concepción del
at ras o de lo no-urbano, con un sentido netamente evolutivo-mecanicista,
que conducirá directamente a las tesis desarrollistas de auge en los años se­
se nta. De acuerdo con estas premisas, lo urbano puede ser definido como una
"influencia" y el fenómeno de "explosión demográfica" en las grandes ciuda­
d es del mundo puede ser explicado en no más de dos líneas: "Tanta gente se
amontona en las ciudades que los mercados de trabajo están saturados" (An­
d erson, 1959: 23).
En realidad, queda contrarrestada la asunción ahistórica que sostiene que
los migrantes de la ciudad constituyen la causa de los problemas urbanos. Po­
s iciones como las de Anderson colocan como causa la consecuencia, y vice­
v ersa, apoyados en la sustancialización del modo de vida urbano ,. que posibi­
lita, a su vez, que se deslinde la relación directa entre el hábitat y el modo de
vida. Por eso se llega incluso a hablar de "personas urbanas" y "no urbanas",
sin importar el lugar donde viven, ya que ser "más o menos urbanizado" no
va a depender del lugar donde residan sino de su forma de pensar, de sus
comportamientos y de los valores con que rigen esas conductas, lo que equi­
vale a decir: de su cultura.
En este discurrir entre modos o tipos culturales polarizados, el barrio ocu­
pará un papel intermedio, como prenda de ambigüedad entre los modelos
ab stractos y la realidad empírica: "entre estos extremos se hallan diversas
mezclas de urbanismo y ruralismo : la una disminuyendo en la dirección de los
barrios rurales; no hay líneas divisorias tajantes" (Anderson, Op. Cit. : 24).
Hubo quienes discutieron la asimilación conceptual entre comunidad y vida ru­
ral a raíz de interrogarse sobre la existencia de lo comunitario en la ciudad,
como una de las consecuencias más directas de la comparación entre los mo­
delos rural y urbano. Svend Riemer planteaba la diferenciación entre los ejes
esp acial y social para definir las relaciones de sociabilidad comunitaria en su
seno. Criticaba que las definiciones de barrio se inclinaran más hacia un cri-

2 4 El trabajo del argentino Rubén Reyna en la ciudad de Paraná (P rovincia de Entre Ríos) se podría
ali star como un ejemplo de perspectiva culturalista, descript ora de la "cultura urbana" de las dis­
tint as clases sociales que componen un asentamiento de rango intermedio, p rincipalmente la cla­
se "media", utilizando categorías como el rumor, la envidia y la identidad de la ciudad (Reyna,
197 3) .
El barrio en la teoría social
7 6 ------------------------- -----
terio espacial que social . Hacía la distinción entre la proximidad residencial y
las relaciones de conocimiento mutuo y amistad , y cuestionaba a los planifica­
dores urbanos , que se basaban sobre el criterio pueblerino rural del vecinda­
rio, confundiendo proximidad con vecindad , siendo que la ciudad brinda -se ­
gún él- , precisa y específicamente , la posibilidad de que la gente pueda ele­
gir libremente sus relaciones , sin estar dependiendo de la proximidad espa ­
cial como en la vida aldeana .
El concepto de comunidad se ubica , entonces , como piedra angular de la
discusión sobre el pasaje de lo rural a lo urbano y está muy lejos de haberse
cerrado en los estudios sobre lo barrial (Stonneal , 1 983). Hacia la década del
cincuenta se planteaba incluso en términos de redes sociales comunitarias . Se
establece también que la comunidad , "en la mente de la gente", necesita re­
ferenciarse en lugares tísicos : calles , monumentos , el barrio. Se confiere, en­
tonces , un papel importante a la "autoidentidad", suma del "consenso inter­
no" y del contacto con otros lugares (íd. : 69). Y, como ya hemos visto, se ad­
mite que el concepto de comunidad pueda ser aplicado a tipos como el "pri­
mitivo", el rural o el urbano, quedando definido por el cumplimiento de fun­
ciones básicas para la vida de los individuos. La crítica a estas posiciones ahis ­
tóricas fue contemporánea de su mismo esplendo r, y es justo señalarla : "mu­
cho de lo que pasa por literatura sociológica consiste en sermones de protes­
ta contra el desarraigo de las viejas carencias y la emancipación del munda­
nizado habitante urbano del estrecho control de la comunidad primordial de
la aldea, en la que la mayor parte de los hombres pasaron sus vidas" (Caplow,
1 9 54 : 2 84).

La antropología de la urbanización
Desde la antropología con intenciones dialécticas se diseñó una forma de
ver estos procesos de urbanización en términos de las fuerzas que entraban
en contradicción en cada situación. Etnógrafos del Instituto Rhodes -Linvinsto­
ne se percataron de la relación de totalidad que debía componer sus estudios
tanto empíricos como teóricos , que no debían reducirse a la comunidad nati ­
va ni ésta debía considerarse en forma a histórica y fuera de las relaciones de
poder y conflicto. Criticaron el reduccionismo de preconcebir al actor social es ­
tudiado por la antropología como campesino en la ciudad y plantearon obser­
varlo como "urbícola" -tal como argumentaba Max Gluc kman- , por el solo
hecho de constituir un actor urbano en el presente más que una rémora o su ­
pe rvivencia rural y comunitaria en el nuevo ámbito de la ciudad .
La llamada antropología de la urbanización ( Fox, 1 9 7 7) engloba los estu ­
dios de gran escala sobre movimientos migratorios desde ámbitos rurales a
las ciudades y los procesos de adaptación de esos inmigrantes al nuevo am­
biente urbano . En parte, se relaciona con los trabajos clásicos sobre cambio
social basados sobre la dicotomía folk/urbano o tradición/modernidad . Lo co­
mún a estos enfoques era ver de qué manera se iban modificando los estilos
de vida propios de los pu�blos colonizados , "arrollados" por el proceso .na-
l barrio de la urban ización subalterna
E :_::....-------------------------- - 77
cr o u rbanístico. Se tomaban como dadas las realidades culturales tribales y al
ca m bio se lo consideraba causado únicamente por el polo urbano-occidental.
pe ro ya Aidan Southall (1983), en la década del ' S O, había sido uno de los pri­
m e ros en considerar los efectos de mutuo condicionamiento entre la vida y
cu lt ura tribal tradicional y la realidad de las nuevas ciudades africanas, más
q ue ver en forma unilateral la manera como la urbanización "de:;truía" a la vi­
d a tribal. Recuerda que en sus estudios en Africa había investigado las shan­
ty to wn, o barrios marginales. Esos migrantes, dice Southall, no dieron un sal­
to desde la forma de vida preindustrial a la forma de vida industrial ni de la
prei ndustrial o precapitalista a la ciudad capitalista industrial, sino que dieron
dos saltos a la vez : desde la sociedad preurbana a la sociedad urbana indus­
trial, desde el modo de producción preestatal comunal al capitalista urbano.
Las categorías de análisis con las cuales los antropólogos abordaron estos
novedosos procesos de acelerada urbanización, muchas veces estaban origina­
das en situaciones típicas de realidades urbanas más conocidas. Una de ellas
fue el rol. Con él se quería indicar la posibilidad que da la realidad urbana -en
contraposición con la vida aldeana tradicional- para que la gente asuma dis­
t intas ocupaciones; en suma: distintos y cambiantes papeles en la trama de la
sociedad moderna, dejando de lado las asignaciones fijas y prescriptivas de la
sociedad tradicional. En la ciudad la persona es, por ejemplo, pariente en su
familia, amigo en el club, alumno en una institución educativa, peatón en la ca­
l le, cliente en un comercio, asalariado en una empresa, ciudadano del Estado,
contribuyente, etc. Todas esas cosas -y muchas más- le son atribuidas en
forma simultánea, además de las consecuentes a su edad y sexo. Otra catego­
ría es el dominio, que sirve para señalar campos de actividades sociales don­
de se desempeñan numerosos roles. Ulf Hannerz distingue cinco dominios im­
portantes: el doméstico o de parentesco, el de aprovisionamiento, el de recrea­
ción, el de vecindad y el de tránsito. Son categorizaciones de tipo analítico que
apuntan a diversos aspectos funcionales de las ciudades2s.
El antropólogo inglés Godfrey Wilson fue el primero en aplicar el término tri­
balismo, en la década del '40, para caracterizar la resultante del fenómeno de
rápida urbanización de las ciudades de las colonias británicas en Africa central.
Con él señaló el modo de vida tradicional africano, determinado fundamental­
mente por las relaciones sociales primarias y de parentesco y sus correspon­
dientes transformaciones en el medio urbano. El supuesto central del tribalismo
de Wilson es la idea de un estado de equilibrio del modo de vivir en aldea, .pro­
pio de los distintos grupos étnicos africanos, y por esa razón se plantea descri­
b ir de qué manera ese equilibrio se ve modificado con la vida en las ciudades2&.

25 Muchos enfoques antropológicos discuten estas distinciones de tipo ético pues, dicen, están ba­
sadas sobre la categorización de la cultura del observador y no por la significación que la gente
misma le da a sus actividades.
26 Una de las frases más sintomáticas del enfoque de Wilson está dada por la importancia de la pre­
sencia dentro de estas ciudades de "gente vestida" que mantenla, no obstante, parte de su vida
cu ltural aldeana.
El barrio en la teoría soci al
78 ------------------------------
Este uso clásico de la noción de tribalismo señala que ante las migraciones
desde la aldea tribal a las ciudades africanas de urbanización secundaria (Red­
field y Singer), aparece un fenómeno de presencia de lo tribal en lo urbano .
A su vez, se emplea destribalización para indicar los fenómenos de pérdida y
desaparición de los elementos culturales de la vida tribal tradicional. Como se
parte de considerar a lo urbano como el parámetro comparativo, lo tribal en
la ciudad vendría a ocupar el lugar de lo desintegrado.
Surge este enfoque ; según Fortes, de una falsa comparación entre las con ­
diciones de vida de los africanos en las ciudades y una vida tribal hipotética,
aparentemente no contaminada y pretérita. Estas formulaciones se expresa ­
ron básicamente para Africa, cuando se constató que en la ciudad coexistían
el sistema de estratificación social de clases y el tribal, lo que algunos llama ­
ron el "pasaje" de la vida tribal a la clase social aunque, en realidad, los gru ­
pos indígenas difícilmente han dejado de estar insertos dentro de estructuras
de clases.
Se puso énfasis, en un principio, en los cambios de identidad étnica que
causaba la vida en la ciudad. Pero también se observó que cuanto más inte­
grado estaba un grupo étnico a la vida de la ciudad, mayormente mantenía
• su cultura aldeana, a la que inclusive reivindicaba como "sobreviviente" en el
nuevo ámbito . Es que la mayoría de los trabajos clásicos sobre destribaliza ­
ción (por ejemplo, el de Kennet h little sobre la migración en Africa occiden ­
tal) y de urbanización (por ejemplo, el de Lewis en México) han consistido en
el seguimiento del traslado del campesino hasta la ciudad y han atendido pre­
ferentemente a las consabidas dificultades para la "integración" a la vida ur ­
bana y a los procesos de cambio y aculturación.
little estudia en 1957 el papel de las asociaciones voluntarias en la urbani ­
zación secundaria (o de tipo 8 de Sout hall) de Africa, proceso que era definido
por los antropólogos clásicos como "aculturación", en la que se pensaba que el
cambio provenía sólo del polo urbano. Little afirmó que este modelo no era el
apropiado para comprender el fenómeno de cambio acontecido en Africa occi ­
dental, porque los africanos mismos eran los que estaban produciendo el cam­
bio y porque las ideas, productos y procedimientos occidentales no eran sólo
"recepcionados" sino reelaborados por la cultura africana. Por eso hablaba de
una yuxtaposición de modos de vida, dentro de situaciones netamente urbanas.
Critica la noción de destribalización entendida como desintegración de los
modos de vida tradicionales, en los que supuestamente se han roto las viejas
lealtades y obligaciones tradicionales, reemplazadas por otros hábitos moder ­
nos. Más frecuente que ese proceso de destribalización -dice- es el caso del
individuo a fricano migrante a la ciudad que continúa siendo influenciado por
la cultura tribal en su nuevo asentamiento urbano. Concibe, por lo tanto, la
realidad urbana de Africa occidental como un proceso de "adaptación" a nue ­
vas circunstancias y condiciones.
El proceso es análogo al ocurrido en Europa occidental durante el siglo XIX :
la urbanización produce el surgimiento de nuevas necesidades que la vida al-
l barr i o de la u rbanización subalterna
E·_:_:_-------------------------- - 79
d eana no satisface. Y esto no se reduce a cuestiones económicas. La migración
a la ciudad se produce también , por ejemplo, para lograr una educación urba­
na y europea, o incluso -como cuenta Georges Balandier- en busca de aven­
t uras amorosas no permitidas en las aldeas. Pero en el nuevo hábitat de la ciu­
dad e speran a l migrante riesgos (en la búsqueda de em pleo, vivienda , vida so­
c ial) y la segregación como migrante mismo. Esto se va a tratar de solucionar
mediante un renace r, en el interior de cada ciudad , de las asociaciones volun­
tarias de ayuda mutua sobre la base de los lazos tribales y étnicos.
El énfasis de Little radicó en estudiar de qué manera surgen estas uniones
tribales, con el propósito de so lucionar problemas de l ambiente urbano, por
más que en sus consignas explícitas paradójicamente reivindican la vida tri­
ba l. Afirma que hay que considerar las , por eso , tan modernas como urbanas,
contra la o pinión de qu ienes las catalogaban como tradicionales y pro-aldea­
nas. Constituyen f ormas nuevas de organización urbana (vecinales , socia les ,
culturales) sobre la p lataforma de la reivindicación étnica.
La adaptación no significa solamente modificaciones sino también desarrol lo
de las mismas instituciones dentro de las demandas de la economía industrial y
el modo de vida urbano. Y las asociaciones voluntarias juegan en este proceso
el papel de ajuste, sobre todo para los jóvenes , que son los que poseen un nue­
vo status dentro de la economía urbana. La alfabetización, el trabajo formal y
el tránsito urbano modifican comportamientos y pautas. Las asociaciones volun­
tarias son mecanismos de satisfacción de necesidades nuevas planteadas por la
vida de los migrantes en la ciudad , en defensa de intereses comunes.
Clyde Mitc he l l coincidía : "Los habitantes de las ciudades crean institucio­
nes para hacer frente a sus necesidades (. . . ) Estas instituciones, debido a la
diferencia de contextos, son distintas de las instituciones rurales que satisfa­
cen las mismas necesidades en el sistema social tribal. Una institución social
urbana no es una institución rural transformada, es un fenómeno social dis­
tinto" ( Mitche l l , 1 9 8 0 : 64 ; s.n.). Por eso es necesario descr ibir estas asocia­
ciones en func ión de las re laciones sociales urbanas a las que están incorpo­
radas , como instituciones de adaptación y no en función de lo que a parece en
la superfic ie de sus propósitos explícitos , como rémoras de la vida triba l.
En América Latina , Roberto Cardoso de Oliveira ( 19 7 2) estudia , en Brasi l ,
por u n lado, l a realidad de los indios terena e n el régimen "tutelar" d e una re­
serva aldeana y , por otro lado, la de aquel los que migraron a la ciudad. Se­
ña la la presencia de la c iudad en la a ldea y la persistencia de la aldea en la
ciudad , dada por el mantenimiento de los lazos tribales. Esto último sería pa­
ra él un signo de tribalismo. Pero descarta la noción ortodoxa o clásica de tri­
balismo, dada por los africanistas clásicos. E l tribalismo aparece en la ciudad
ante la situación de peligro de desa parición o desigua ldad , y mengua cuando
esos peligros disminuyen. Los indios terena -descritos por Cardoso - , al de­
jar de estar bajo la tute la de la reserva , en la ciudad necesitan protección. En­
tonces , es el grupo tribal ya residente en la ciudad e l que se la brinda median­
te la ayuda mutua y e l establecimiento de lazos sociales y culturales nuevos.
8 0 -----------------------------
El barrio en la teoría soci al
-
Cardoso dice que la migración de la aldea a la ciudad no debe ser vista, e n ­
tonces, como destribalización, po rque en l a ciudad n o desaparecen los lazos
tribales, si bie n se modifican. No se constata (salvo excepciones i ndividuales)
pé rdida de perte nencia e ide ntidad étnica. Él distingue, por u n lado, el valor
de tipo desc riptivo o heu rístico que pueden asumir los conceptos t ribalismo y
dest ribalismo, si se toma n ciertos i ndicadores para cali ficar de, por ejemplo,
"destribalizado" a alguien que no compa rte ya ciertas pautas con su g rupo t ri­
bal. Pe ro destaca que ya africanistas como Epstein, Mitchell y Glu kman habían
establecido que esto puede ocu rrir ta nto en la ciudad como e n el campo, por­
que depe nde del contexto político y cultu ral de toda la vida social de esos gru ­
pos y n o de s u presencia o n o e n la ciudad.
El t ribalismo en la aldea es el que garantiza la cohesión social o hasta la su­
pervivencia. Y es esa misma identidad étnica la que también cumplirá esa fun­
ción en la ciudad. Los terena de las ciudades de Brasil cortaron ciertas relacio­
nes con la aldea pero no perdieron su cohesión tribal, y cada indio llegado a la
ciudad establecía relaciones familiares y parentales de tipo t ribal como una re­
sistencia a las nuevas condiciones de vida laboral y social. La vida en la ciudad,
lejos de aislar al individuo terena de su g rupo, cuenta Cardase, lo llevó a aglu­
tinarse en colectividades o agrupaciones tribales, buscando contigüidad habita­
cional en grupos barriales y relaciones de ayuda concreta. "La existencia de la­
zos tribales vino a facilitar la acomodación de los migrantes, abriéndoles el ca­
mino para su integración en el orden urbano" (cardase de Oliveira, 1972 : 220 ) .
E n la reserva no se sobreponían familia y grupo étnico; e n cambio, en la ciudad
sí. "En la ciudad, por paradójico que parezca, la orientación del comportamien­
to tiende a darse con vistas al 'universo tribal� o mejor, para la comunidad in­
dígena local citadina en tanto grupo minoritario urbano" (íd. : 2 2 0 ) .

Antropología "en" y "de" la c iudad, y su un idad de estud io


Dentro de este co ntexto de debates, el punto de vista clásico sob re la pér­
dida de lo viejo y del espí ritu comunitario en la ciudad se corporiza en la dis­
cusión metodológica sobre la u nidad de estudio socio-ant ropológica. El proble­
ma se enunció en cómo pasa r de la escala de la pequeña comunidad campesi ­
na o t ribal a la g ran ciudad. Ésta diñcilmente podría ser aba rcada con el enfo­
que holístico típico de los antropólogos cuando estudiaban sus pequeñas socie­
dades. lCuál sería la u nidad de t rabajo del investigador u rbano? l E I barrio?
La crisis de la unidad de análisis se situaba en esa p reconcepción de ente au­
tocontenido, autogenerado, aislado y aislable, fundamentalmente ahistórico,
con el que había trabajado preponderantemente la a ntropología clásica. Y esto
englobaba tanto los estudios en los lugares "clásicos", alejados del Occidente ca­
pitalista desarrollado, como las realidades de las modernas ciudades del Primer
Mundo, ni qué decir de los cent ros u rbanos del Tercero. Es aquí donde adquie­
re carácter la discusión sobre hacer antropología en la ciudad o de la ciudad.
En los ba rrios de estas ciudades de rápida y subalterna u rbanización (la
ma·y oría sin industrialización) se concentraron las miradas ant ropológicas, pe-
de la u rban ización subalterna
E l bar rio
-::..:..--------------------------- 8 1

ro con intereses bien predeterminados: encontrar las comunidades autocon­


tenidas a la vieja usanza disciplinar. El interés de los antropólogos en la ciu­
dad terminó, finalmente, en una especie de -como dice Carlos Herrán- "ru­
ra liza ción" de las ciudades del mundo "subdesarrollado", al ocuparse sólo del
te ma villas miserias o minorías étnicas { Herrán, 1988).
Es que esas comunidades eran las que más se prestaban al estudio micro­
sociológico de primera mano, y las que más daban la imagen de sistemas to­
tales, como los definían los antropólogos. Como señalara Anthony Leeds, se
buscó por analogía la unidad que más se pareciera a las más familiares para
el antropólogo : unidades cerradas o concebidas como cerradas, que funciona­
ran como un sistema completo (como las villas miseria), o que tuvieran una
distintividad cultural { Leeds, 1975).
Así, las explicaciones iniciales acerca de los comportamientos de estos ac­
tores llegados a la ciudad apuntaron más a su cultura y experiencia social pre­
via u originaria como sectores rurales que a las nuevas condiciones en las que
l es tocaba actuar en la ciudad. Al ser definidos como campesinos en la ciudad,
no como pobladores urbanos, se tomaba como variable determinante su con­
tinuidad histórico-cultural, referenciada en un pasado inmediato y que critica­
ra Liebow para los estudios sobre barrios metropolitanos.
Y en esta especie de antropologización de la ciudad también se dio el inte­
rés por ciertas ciudades preconcebidas como tradicionales o rurales, o peque­
ñas (towns) ciudades preindustriales, en donde el objeto antropológico era
aparentemente más fácil de encontrar que en las grandes metrópolis. Puede
ser, como afirma Hannono, que a esto haya contribuido el retiro de fondos pa­
ra los trabajos de campo en las regiones típicamente tribales -alejadas de las
ciudades-, a donde estaban acostumbrados a dirigirse los antropólogos, y a
raíz de esto se concentraran en los centros urbanos de Africa, Latinoamérica
y Asia, su nuevo ámbito de encontrar el otro cultural (Hannono, 1986: 7).
El proceso de urbanización de las sociedades tribales, enmarcado dentro
de la descolonización política de las naciones de Africa y Asia y su reencauce
como países y ya no como colonias, por los carriles de la economía de mer­
cado mundial, produjo lo que con palabras sintéticas explica Herrán : "Este
proceso de destribalización ha sido responsable del surgimiento de los estu­
dios campesinos y urbanos en antropología. Si pusiéramos esto en forma de
na rración lineal (que por supuesto no se ajusta totalmente a la realidad), di­
ría mos que el antropólogo comenzó estudiando la vida de los indígenas: co­
mo éstos se hacen campesinos, surge toda una antropología del campesina­
do ; éste campesino ex-indígena se traslada a la ciudad, surge entonces la an­
tropología urbana" (Herrán, 1986: 30)2 7 •
27 "Por los años '40 comienza. una tradición de investigaciones focalizada en estudios antropológicos
de la urbanización en Africa, iniciada por los estudios de Rhodes-Livingstone. En general, las mi­
graciones del campo a la ciudad que barrieron a las naciones no industrializadas después de la
Segunda Guerra Mundial, no pudieron ser ignoradas por los antropólogos. El estudio de las mi­
graciones de campesinos y miembros de sociedades tribales, y su subsecuente adaptación al me­
dio urbano, se convirtió en uno de sus principales focos d� interés" (Herrán, 1986: 30).
82 ------------------------------
El barrio en la teoría soc ial

Uno de los ejemplos más completos de antropología en la ciudad es el libro


de la norteamericana Lisa Redfield-Peattie The vie w of the barrio, escrito sobre
la base de un trabajo de campo realizado entre 1962 y 1964 en un barrio de
Ciudad Guayana, en el Oriente venezolano, donde se destaca un interés por
brindar la perspectiva "del lugar", de los pobladores, intención que se hace evi­
dente desde la forma misma de titular en castellano con la palabra barrio (Red­
field-Peattie, 1970). El contexto doméstico del trabajo es la ida de su marido
como planificador urbano a Ciudad Guayana, dentro de las actividades del Cen­
tro para los Estudios Urbanos del Instituto de Tecnología de Massachusetts,
asesorando al gobierno venezolano, interesado en controlar el proceso de cre­
ciente urbanización de los centros de extracción de hidrocarburos. Ciudad Gua­
yana había sido fundada en 1961 como modelo de ciudad industrial para alber­
gar a la fuerza de trabajo ocupada en la industria petrolera y vio acrecentada
su población de 4.000 a 50. 000 habitantes en catorce años.
La terminología de la autora para categorizar el proceso socio-económico
en el que inserta su investigación es la dominante de la década del sesenta,
ya que habla de Venezuela como un típico país "subdesarrollado, curiosa mez­
cla de extremos entre la enorme riqueza nacional y la harta pobreza de las
masas [y con una] deficiencia general en su organización social, basada en la
todavía incompleta transformación del orden tradicional latinoamericano" (íd. :
5). Como ejemplo de esta tradicionalidad subdesarrollada destaca el mante­
nimiento de creencias en lo sobrenatural, que expresarían una continuidad
con la vida rural tradicional de esa población; se detiene en la descripción de
las formas de sociabilidad barrial en las calles, como las veredas pobladas du­
rante la tarde y el mundo del bar, donde se concreta lo que llama "transaccio­
nes comerciales paralelas a la inserción en el sector moderno de la economía",
apuntando a la "economía bipolar" de los habitantes de La Laja y que atribu­
ye a "la orientación cognitiva de esa gente pobre", que por un lado muestra
una "tendencia" hacia el mundo moderno de la producción y, por el otro, ha­
cia el mundo de las relaciones personales e informales, recurso propio de "/os
pobres".
Compara el mundo social del barrio con la vida de una pequeña comunidad
campesina y afirma que, en principio, el barrio no se caracteriza por el aislamien­
to -ya que lo común es que la gente tenga relaciones parentales, sociales, co­
merciales o laborales fuera del barrio-, ni todos se conocen entre sí, como en la
villa rural (ibíd. : 40). "El mundo social del barrio es -en consecuencia-... típi­
camente urbano" (ibíd.). No obstante, en el barrio tienen suma importancia las
relaciones de parentesco, que tiñen la vida vecinal (por ejemplo, los niños ved­
nos son llamados también "hijos" y existe el compadrazgo entre vednos). Esto
le sirve para reflexionar sobre el estereotipo de lo urbano en su relación con lo
rural: "[La Laja] podría ser considerada como anómala y una evidencia de la
transición todavía incompleta desde la vida rural a la urbana" (ibíd.: 41).
Se destaca su interés por buscar la articulación entre el punto de vista de
los vecinos, que sitúan al barrio como un testigo de ese proceso de cambio.
En este acontecer histórico se van a constituir diferenciaciones dentro del ba-
barrio de la u rban ización subalterna
E l _=.:.---------------------------- 8 3

r ri o que con fluyeron -para la época de la investigación- en los rasgos dis ­


t i n g uibles del barrio. Estarán "la gente buena", arraigada en la parte céntrica
de la ciudad , la "gente pobre" del barrio obrero y "la gente cualquiera" o
"a ventureros", y en el interior del barrio se destaca una unidad celular que no
es la familia sino la casa vivienda. Compara en esto a La Laja con sociedades
de A frica y llega a la conclusión que en el barrio la importancia de la casa es
may or que la de la unidad familiar, lo que va en detrimento de la institución
del matrimonio. La mujer es- la cabeza de la casa en este barrio donde impe ­
ra el mac hismo, el alcoholismo e, inclusive , el riesgo permanente a que en
cual quier momento su marido aparezca asesinado.
Al barrio en su conjunto lo define o bien como de clase obrera, o como de
clase baja , distinguible y separado físicamente de la ciudad, pero fundamental­
mente distintivo, de acuerdo con la perspectiva testimonial de los vecinos , quie­
nes no se consideran como habitando Oudad Guayana sino el barrio de La La­
ja . Se reúnen en esta obra, entonces , el interés por la vida comunitaria en un
contexto de urbanización acentuada , con una constatación de rasgos similar a
l os estudios de destribalización , y un nítido enfoque antropológico clásico, sobre
la base de la oposición -dada como supuesto- de lo tradicional folk-rural y lo
urbano-moderno, que adhiere al complementario esquema desarrollista, ahis ­
tórico y culturalista que conceptúa al barrio pobre como una manifestación cul­
tural distintiva , un otro caro al antropólogo reciclado en la ciudad.

Las barriadas de la cultura de la pobreza y el barrio revolucionario


El culturalismo es el gran barniz de las posturas que no toman en forma
dialéctica a la ciudad como objeto de estudio. Tampoco brinda una teoría de
la ciudad sino que la supone como manifestación de la "sociedad global" en
su relación con la unidad de análisis (la sociedad no moderna), cosificada co­
mo extremo opuesto a lo urbano-moderno. Lo cultural, en esta dimensión , ad ­
quiere rasgos distintivos que abstraerían a determinadas realidades sociales
de sus marcos particulares de lugar, clase social, nación y relaciones concre ­
tamente históricas; sobre todo de la lógica del poder económico . Quizá la ma ­
ni festación máxima -y de mayor repercusión- del culturalismo es la teoría
de la cultura de la pobreza de Osear Lewis , de la que nos interesa acá esta ­
blecer alguna relación con lo barrial.
Lewis partió de ubicar un grupo de migrantes rurales a la gran ciudad (Mé­
xico) , distribuido en forma dispersa por esa gran alfombra urbana , pero con ­
centrado en los vecindarios , o vecindad -grandes edificios donde las familias
alquilan habitaciones al estilo de los conventillos de Buenos Aires-. Su inte ­
rés explícito no se centró en la vecindad sino en la familia, mediante estudios
de caso que tuvieron como propósito hacer el seguimiento de la unidad fami ­
liar en su traslado espacio-cultural, de la aldea a la vecindad. La unidad do ­
méstica eclipsa, metodológicamente hablando, al barrio. Sin embargo, dentro
de su concepción teórica de la pobreza como fenómeno universal, lo barrial
adquiere en forma excluyente el papel de indicador socio-espacial.
El barrio en la teoría soci al
8 4 ----------------------------- -

La pobreza crea una cultura por sí misma, con "sus propias modalidades y
consecuencias distintivas sociales y psicológicas para sus miembros": hacina ­
miento, promiscuidad, relaciones incestuosas, delincuencia, adicciones, vio­
lencia familiar, hábitos de consumo, sistemas de valores particulares. Una cul­
tura que "rebasa los límites de lo regional", ya que se la puede encontrar "en
las clases bajas de los barrios de Londres; lo mismo en Puerto Rico; asimis­
mo en los barrios bajos capitalinos y pueblos de México; como entre las cla­
ses bajas de negros en los Estados Unidos" { Lewis, 1969: 17).
En otras ocasiones, parece establecer -un tanto ambiguamente- una di­
ferencia entre la pobreza a secas, cuyo paradigma es el barrio de la gran ciu­
dad del capitalismo, y la cultura de la pobreza (cuyo ejemplo es la estratifica­
ción social pre-capitalista), cuando señala la relativa "ventaja" de quienes per­
tenecen a ésta y no a aqué1 1a2s. El carácter autogenerativo y autoperpetuati­
vo que Lewis y otros adjudicarán a la condición de pobreza a nivel universal
encuentra en el sentido antropológico del concepto de cultura un instrumen­
to metodológico útil, que ha sido criticado fundamentalmente por el encubri­
miento que hace de la situación de explotación de los sectores sociales invo­
lucrados (Valentine, 1970; Grigulievich, 1975).
Lo importante es que el recipiente espacial y social en donde es colocada
esta cultura universal de la pobreza está compuesto por los barrios bajos de
cada ciudad, que, a la vez, cederían una parte de sus particularismos en aras
de ese rasgo universal. Barrios que resultan ser variables dependientes del eje
cultural compuesto por la pobreza como factor naturalizado de un sector uni­
versal de población, alejada del proceso de cambio o modernización. Lewis
muestra cómo las familias de migrantes a la gran ciudad generan en su seno
relaciones interpersonales que no habían tenido en el mundo de la aldea cam­
pesina. La cohabitación, por ejemplo, produce que quienes en la aldea rara
vez se trataban, se vean obligados a establecer lazos de ayuda y alianza pa­
ra sobrellevar las vicisitudes económicas, laborales y los desafíos que repre­
senta la vida en la ciudad. Estas relaciones fortalecen el tribalismo aldeano en
la ciudad, con el reflotamiento de valores que hacen a las identidades cultu­
rales "originarias", pero Lewis no las sitúa más allá que en la familia extensa.
El barrio, como vecindad, "divide a la ciudad en pequeñas comunidades"
{ Lewis, Op. Cit. : 578), y adquiere valor como ese sello de relación primaria,
en una escala donde a menor pobreza corresponde menor cohesión comuni­
taria, aunque siempre dentro de los límites de la cultura de la pobreza.
En la crítica que caerá sobre el norteamericano se apuntará centralmente a
dos aspectos; por un lado a su determinismo cultural extremo, que llega a con­
siderar imposible la transformación de los hábitos negativos de la cultura de la
pobreza, y por el otro, al hecho de no haber visualizado que las relaciones de

zs "Afirmo que es más fácil eliminar la pobreza que la cultura de la pobreza, y que los pobres de una
sociedad precapitalista de castas, como la de la India, tienen algunas ventajas respecto de los ha­
bitantes de las barriadas urbanas modernas, ya que están organizados en castas y panchayats, lo
q'Je les confiere un sentido de identidad y en alguna medida, 'uerza y poder" (Lewis, 1986: 122).
-:.:-
El ba rrio de la u rban ización subalterna
--------------------------- 85
a y uda mutua y reciprocidad que destacó sólo en l a unidad doméstica se exten­
d ía n a nivel de las barriadas . Esto es lo que principamente expondrá Larissa
Lo mnitz en su trabajo Cómo sobreviven los marginados ( Lomnitz, 1 9 7 5).
Sin embargo, y dentro del rechazo por las asunciones de fondo del mode­
l o de Le wis, sobre todo el tema de la autoperpetuación culturalista, que lo ha­
rí a caer en una naturalización de las relaciones sociales, cabe recuperar su
d i stinción entre pobreza y cultura de la pobreza y el papel que él mismo des­
ta ca de la conciencia social y política, como opuesta a la caída dentro de e sa
cultura. Y entre _los ejemplos de situaciones de pobreza que se di ferencian de
l a cu ltura de la pobreza, cita los comités barriales creados por la Revolución
Cubana, a principios de la década del sesenta . En ellos se veri fica - según Le­
wi s - que un pueblo pob_re pero organizado, consciente y participativo, no cae
ob ligadamente en los hábitos y los valores morales negativos de la cultura de
la pobreza, ya que puede adaptarse a su situación de penuria mediante e sa
organización y esa participación política.

Los barrios de la marg inal idad


lDe qué manera influyó sobre las conceptualizaciones de lo barrial el des­
plazamiento del interés de los estudios urbanos desde el capitalismo central a
l o s países dependientes? Desde las teorías sobre migraciones, en los e studios
clásicos no se consideraba la relación de totalidad entre la sociedad expulso­
ra y la receptora como formando parte de una mi sma unidad, dado que se
partía de la base que había dos tipos de sociedades y economías, la tradicio­
nal y la moderna, una que expulsaba y la otra que atraía, funcionando ambas
como variables independientes (Arizpe, 1 9 8 6), y al detenerse sólo en los pro­
ce sos de llegada a la ciudad y sus posibilidades de integrarse o no al modo de
vida urbano, se dio lugar a que se desarrollara la teoría postulada por Par k en
1 9 2 6 y sistematizada por Everest Stonequist en 1 9 3 7, sobre el hombre mar­
ginal, que sería aquel que quedaría a medio camino -en el margen- entre
su "cultura originaria" y la cultura moderna o de la sociedad receptora, lo que
le produciría trastornos y desorientación.
La paradoja era que tanto la modernidad como la ciudad que recibían al
rnigrante lo necesitaban para constituirse como ciudad y como modernidad,
pero sin darle cabida dentro de los goce s de la modernidad ni de la ciudad,
pues se le seguía atribuyendo el ser "portador" de su cultura tradicional.
Estos postulados abonaron una asunción profundamente vigente en la ac­
tualidad, acerca de la marginalidad sobreentendida como una auto-margina­
ción perpetua de ciertos individuos y grupos, que compondrían una supuesta
esencia cultural "no integrada a la sociedad".
Del otro lado, nos encontramos con la distinción entre esta marg inalidad
sustancializada y el concepto de marginación, como el resultado de la exclu­
sión de esos grupos por parte del sistema económico urbano y la sociedad de
clases ( Hernán y Medrana, 1 9 9 6). Asimismo, cabe la distinción entre la mar-
El barrio en la teoría social
8 6 ----------------------------- -......:.
ginalidad económico-social (cuando se señala a quienes quedan al margen del
sistema formal de trabajo y coberturas sociales) y la propiamente urbana
(cuando se está excluido de los consumos colectivos que conforman el siste­
ma urbano). En esta última se presentan paradojas, como la de los trabaja­
dores de la construcción que dejan el producto de su trabajo en los grandes
edificios y luego de cada jornada regresan a sus viviendas de chapa y cartón
en las villas miseria. Lo que plantea que, además de la relación de exclusión
urbana, ésta misma reforzaría la relación de explotación de la fuerza de traba­
jo residente en los barrios pobres, que en realidad serían barrios del trabajo.
El concepto de marginalidad se contextualiza con el derecho a la Moderni­
dad, que incluye el valor de uso de la ciudad misma como sistema de servicios
colectivos y públicos. Para que se considere la marginalidad debe poder pensar­
se antes en que todos tienen los mismos derechos. La instauración del Estado­
nación moderno los reconoce por encima de los autocratismos y absolutismos.
Cuando no se cumple en la práctica con ese reconocimiento, quienes quedan
desprotegidos de esos derechos están al margen de esos servicios ciudadanos.
La noción de quedar marginado sólo es comprensible si antes se parte de
la premisa de que debe cumplirse con ese derecho que deriva del hecho de
vivir en la ciudad: el derecho a la vivienda, a una vida digna, a usar los ser­
vicios que la ciudad debe brindar para todos, como ámbito socializado de la
producción humana. Quedar excluido del cumplimiento de esos derechos
constituye la marginalidad urbana .
Desde este núcleo conceptual, el concepto de marginalidad ha recorrido un
largo trecho, y su uso generalizado ha permitido también que hoy pueda ha­
blarse del "mito de la marginalidad", como hace la investigadora Janice Peri­
man (1981), quien establece sin vueltas que la noción de marginalidad (no de
marginación) consiste en una serie de representaciones que sirven para cate­
gorizar a la gente económicamente explotada y políticamente reprimida, que
en realidad no está al margen sino dentro del sistema y es estigmatizada por
el lugar donde vive (por ejemplo, villas miseria) o las tareas que realiza.
Para el desarrollo y florecimiento de la teoría de la marginalidad, es evi­
dente una confluencia teórico-metodológica entre : a) la teoría clásica sobre
migraciones, b) el individualismo metodológico propio de la sociología nortea­
mericana, que pone el acento en el individuo y no en las determinaciones es­
tructurales, e) la teoría del hombre marginal, d) el desarrollismo, que estable­
ce una línea evolutiva entre los extremos inferior y superior de una escala
económica unívoca, sin ver las relaciones de asimetría, y e) el culturalismo,
que considera como causa de los fenómenos sociales a ciertos valores origi­
nales cristalizados.
Estas corrientes confl uyen en su interés por focalizar la atención compara­
tiva en las partes pobres de la ciudad, desde el paradigma subyacente com­
puesto por las imágenes natu ralizadas de la parte no-pobre, preconcebida co-.
mo lo normal-urbano. Para la escuela de Chicago este imaginario estaría cons 1
tituido por la clase media norteamericana, desde la cual lo étnico-exótico-po-
E� la �rban ización subalterna
l barrio de-------------
-- ------------ 87
b re componía el estereotipo que serviría para construir el objeto urbano-so­
ci al p or excelencia, situado en los barrios distintos de la ciudad.
Es preciso distinguir entre la marginalidad estructural, económica o labo­
ral , que se focaliza en quien queda fuera del sistema formal de empleo (in­
cl ui dos los desempleados y changarines, pero también los cuentapropistas,
si n importar el lugar de residencia ni el nivel de ingresos), de la marginalidad
u rbana, que apunta a quienes quedan al margen del derecho al uso digno de
l a ciudad y sus servicios, por el lugar que habitan: el barrio bajo . Inicialmen­
te se estudia la marginalidad como un fenómeno emergente del rápido creci­
m iento poblacional de las urbes, consecuencia del proceso acelerado de urba­
nización provocado por los flujos migratorios, refiriéndose a conglomerados
de viviendas precarias y la ocupación ilegal de terrenos fiscales y privados.
Luego la expresión se hizo extensiva a las condiciones de vida y laborales
de esos núcleos poblacionales. Implicaba también la segregación de estos sec­
tores respecto de las estructuras del aparato productivo capitalista y, conse­
cuentemente, respecto de los mercados de consumo de bienes y servicios. Es­
ta noción de segregación es profundizada más tarde, haciéndola extensiva no
sólo a la residencia y los mercados de trabajo y consumo, sino al conjunto de
derechos civiles, políticos, económicos y sociales. Se pasó, entonces, a califi­
car de marginal a los aspectos negativos de la vivienda, más que a la localiza­
ción física de ésta. De este modo, la marginalidad era sólo un problema técni­
co sobre un fenómeno transitorio, pero, dice José Nun, las élites dominantes
vieron pronto a los sectores marginales como "causas" de males mayores co­
mo el comunismo, por lo que el problema pasó a tener un carácter social, de­
bido a que "ya no interesaba tanto la vivienda sino su ocupante . . . " (Nun, 1969:
175). Los enfoques reduccionistas consideraron, a partir de aquí, directamen­
te como marginal a quien habitaba una vivienda marginal, y a la marginalidad
misma como manifestación de la desintegración interna de determinados gru­
pos sociales despojados de posibilidades de participación social.
Los barrios de la pobreza fueron bautizados desde las ciencias sociales con
nombres que reflejaban teorías e ideologías. Para el barrio bajo de la metró­
poli sirvió la teoría del slum, y para el barrio bajo del Tercer Mundo, la teoría
de la marginalidad. Los barrios de la marginalidad fueron tipificados a nivel
del imaginario social urbano dominante como "máculas urbanas", ya que pa­
saron a formar la parte "indeseable" de la ciudad -para decirlo con la termi­
nología de la urbanística de Chicago-. En la teoría de la marginalidad cum­
plieron el papel de indicadores de dicha indeseabilidad dominante. Para la dé­
cada del cincuenta, fueron la marca del fenómeno de extensión de asenta­
mientos ilegales (de propiedad fiscal o privada) y precarios, autoconstruidos
con material de desecho por los propios pobladores, migrantes advenidos a
las grandes urbes expulsados del campo, en busca de trabajo o atraídos por
las condiciones de vida urbanas.
El fenómeno marginalidad encuentra, sin excepciones, en el barrio pobre
su indicador más recurrente, no sólo en la bibliografía específicamente acadé-
El barrio en la teoría soci al
88 ----------------------------..:.:.:::_

mica ( Mumford, 1 9 5 9 : 18; Hosbawm, 1969 : 2 3 8) sino también en el imagi ­


nario de sentido común, público y sobre todo massmediático : para el slum s u
emergencia más llamativa es la novela negra norteamericana, lo que ha da ­
do en llamarse el período de "gloria y pasión del barrio bajo"; para el caso d e
la marginalidad latinoamericana, "los escritores han sustituido los viejos te­
mas de los indios, las revoluciones y los inmigrantes por el tema de la [sic]
plaga infrahumana y suburbana denominada barriada marginal" (Sánchez,
1 9 70 : 3 2). Y se da como ejemplo argentino la obra de Bernardo Verbist ky,
quien "encaró el tema del barrio bajo desde un punto de vista argentino en
su novela Villa Miseria también es América" (ídem)29 ,
Es importante distinguir entre la concepción de sectores marginales (que
supuestamente poseerían rasgos constitutivos de por sí que los se pararían del
resto de la sociedad) y sectores marginados respecto de sus derechos a con­
sumir la ciudad y sus servicios. A éstos se agregan locaciones muy antiguas
y deterioradas como los conventillos, los inquilinatos, las pensiones, que aglu­
tinan dentro de una misma vivienda derruida a varias familias. Constituyen en
conjunto los pobres urbanos. Entre ambos hay conexiones históricas y socia ­
les que explican ambas situaciones. Por un lado, la expulsión estructural del
sistema de explotación en las zonas rurales 3 0 • Por el otro, los atractivos que
las ciudades producen respecto de los sistemas de trabajo, vivienda, educa ­
ción, salud. Para ambas vertientes del mismo proceso, en suma, la vida en la
ciudad siempre representa una mejora respecto de situaciones previas del mi­
grante. Y la teoría de la marginali dad ha tomado a las migraciones como par ­
te de su punto de partida, al considerarlas en un caso como causas de la po ­
breza, y en otro como efectos de la dependencia.
Para nosotros, la pobreza urbana, definida desde indicadores estadísticos
pero como emergente de la estructura social, es el problema central, dentro
del cual la marginalidad constituye un modo de verla y valorarla desde el eje
del derecho. Por encima de las causas atribuidas a su existencia, el concepto
de marginali dad urbana tiene su base en la i dea de un sector social -referen ­
ciado en un espacio urbano distintivo- caracterizado por situarse despojado
de lo que se de fine como sistema urbano formal, al que la totalidad de los ciu -

29 Las muestras urbanas de la marginalidad adquirieron distintos nombres según los países, aunque
todas tenían una significación común que apuntaba a la parte de la "ciudad ilegal" o "barrio mar­
ginal", como los barrios que son vistos como "manchas negras". Villa miseria, fa ve/a, barriada, ca­
llampa, pueblo nuevo, rancho, can tegril, barrio bruja, shan ty- to wn, genekondu, gourvil/e , fueron
algunos de ellos en distintas ciudades del Tercer Mundo y principalmente de América Latina.
°
3 Como señala Hugo Ratier, "sociológicamente, las villas [miseria] son las sucesoras del conventi­
llo. Como éstos, albergan el exceso de población que el campo envía sobre la ciudad .. . forman
parte de las soluciones que el pueblo puede dar a sus problemas, aprovechando los resquicios que
[ deja] el sistema social que lo oprime, el que los expulsó de las tierras donde siempre vivieron
sus antepasados" (Ratier, 1972). E mpero, como señala Herrán, los procesos migratorios internos
más fuertes en Argentina, se produjeron cuando, paradójicamente, los sectores campesinos vie­
ron mejorar sus condiciones de vida (primera presidencia de Perón) (Herrán, 1993) . Es que jun­
to a los factores expulsores (latifundio, reducción de arrendamientos, desalojos, etc.) siempre es­
tá,, presentes los factores de atracción de los centros urbanos e industriales (Singer, 1980).
E l b arr io de la urbanización subalterna 89

da d an os debería tener acceso. Esa referenciación es el elemento que nos in­


te res a en este rastreo de lo barrial.

M odern ización o de p endencia


Las explicaciones acerca de la marginalidad urbana son básicamente dos :
1 a oría de la modernización y la teoría de la dependencia. Para la época de
te
s ur gi miento del concepto en Latinoamérica, así sintetizaba las causas de es­
te fen ómeno el investigador peruano José Matos Mar : "Los asentamientos es­
pontáneos, de condición precaria e inestable status legal [ . . . ] las llamadas ba­
rriadas [de Lima], constituyen grupos sociales urbanos que son la expresión
m ás visible de una determinada forma de crecimiento de la ciudad revelado­
ra de los fuertes desbordes demóticos . . . " (Matos Mar, 1956 : 23-24).
Desde la perspectiva de la modernización, se atribuye la existencia de estos
asentamientos al mismo proceso de urbanización que -como ilustra la cita de
Matos Mar- desarrollaría dos velocidades distintas, produciendo una desigual­
dad inherente al crecimiento urbano, dentro del cual el barrio marginal resulta­
ría de un retardo o asincronía. Se considera que cualquier sociedad democrática
puede resolver sus problemáticas coyunturales confiando en la libertad del indi­
viduo y en una sociedad que premia los esfuerzos. Dicha teoría -desde su en­
foque inductivista y su concepción dualista de la sociedad- ve a la marginalidad
como estado transitorio y define lo marginal por sus carencias y por el grado de
desviación respecto del conjunto urbano industrial "integrado". En términos ge­
nerales, persiste aquí la falacia de la existencia de dos sectores autónomos, re­
gulados según leyes diversas y propias. Por consiguiente, sólo será posible la "in­
tegración de los marginales" a través de la modernización del sector "atrasado".
La ideología modernista tiene diferenciaciones en su seno. Hay quienes ha­
blan de "explosión urbana" y reconocen los males del desarrollo desequilibra­
do y asincrónico de la urbanización, y por eso claman por la faltante raciona­
lidad eficientista de los gobiernos de los países de Latinoamérica, en pro de
lograr la esperada integración de los marginales "a la vida urbana". John Tur­
ner considera los asentamientos marginales como "normales" y "transitorios"
dentro de un proceso de urbanización "anómalo". El asentamiento urbano no
regulado es el producto de la diferencia existente entre la demanda popular
de vivienda y el alojamiento exigido y suministrado por la "sociedad institu­
cionalizada". La alternativa no puede ser de ninguna manera el regreso de
estas personas al lugar de origen, ya que eso implicaría "ignorar el sentido
progresista del cambio", representado por la urbanización. La solución es que
el Estado garantice la tenencia de una parcela con una provisión mínima de
servicios y apoyo técnico que dé como resultado la "paulatina integración" a
la vida de la ciudad y que aparezca finalmente allí un "barrio urbano" en lu­
gar del asentamiento no regulado (Turner, 1966).
El barrio -en esta visión- queda así ubicado como producto de la integra­
ción a la modernización, que incluye a la marginalidad pero la supera. Hay
quienes hasta reivindicarán los asentamientos marginales como reservorios
90 ------------------------------:.
El barrio en la teoría soci al

de órdenes sociales particulares y muy bien organizados, al estilo de los au­


tores de Chicago. William Mangin dice que "no son focos de desorganización"
{1979), pero que, además, estos pobladores no sólo vienen del campo sino de
la ciudad también, y su forma de asentamiento no es más que una "solución
de emergencia", estratégica y organizada.
En el enfoque dominante de esta teoría, se estudia la marginalidad en sí
misma como una unidad de análisis cerrada y autocontenida, siendo la estruc­
tura social global tan sólo un dato de referencia y no una variable en relación
a la cual se define la marginalidad. Sus antecedentes en Weber y Talcott Par­
sons quedan evidenciados al considerar el ámbito social como dicotómico, seg­
mentado en un sector rural y otro urbano, o tradicional vs. moderno, que no
se articulan entre sí. El sector tradicional es caracterizado por rasgos como es­
casa o nula participación socio-política y falta de inserción en el sistema indus­
trial, producción familiar precapitalista para la subsistencia y falta de integra­
ción al sistema económico capitalista. Por su parte, algunas características del
sector moderno serían : individuos con capacidad de innovación y de explora­
ción de nuevas posibilidades, propensos al cambio, que valoran el avance tec­
nológico y se encuentran insertos en el sistema industrial capitalista.
En Argentina, Gino Germani es el principal representante de esta perspec­
tiva dualista, que será criticada tanto por sus elementos positivistas y su pers­
pectiva ahistórica cuanto por su visión evolucionista, al describir el pasaje ine­
xorable de lo tradicional a lo moderno y tener una visión parcial y reduccio­
nista basada únicamente sobre los valores y rasgos personales de los indivi­
duos. Lo que no ve esta concepción son las diversas lógicas que atraviesan los
sectores sociales y el hecho de que las "oportunidades que brinda el sistema"
son no sólo escasas sino además selectivas. La dualidad estructural de este
modelo mecanicista impide examinar el problema a nivel de sus causas, ya
que no explicita los vínculos existentes entre el atraso y la modernidad, ni
contempla las formas de exclusión intrínsecas y necesarias al proceso de acu­
mulación capitalista, que no permiten la integración { como pasaje) propuesta
por la teoría misma.
A más de cinco décadas de reinado pleno de la teoría y la ideología de la
modernización, la esperada integración no se ha dado, al menos en los térmi­
nos que la teoría misma imponía: de hecho, sigue habiendo villas miseria en
mayor proporción e intensidad. Es más, sectores otrora bien atendidos en los
servicios urbanos, hoy en día son víctimas de su falta parcial de funcionamien­
to, hasta llegar a situaciones límites como las contaminaciones, los apagones
y la inseguridad .
El dualismo que expresan los autores de la teoría de la modernización res­
pecto de la marginalidad hace hincapié en precisar indicadores de desvíos y/o
atrasos en una supuesta evolución económico-social universal. Particularmen­
te, en América Latina no se tuvo en cuenta que el ingreso de los países del
Tercer Mundo a la economía mundial constituyó una nueva forma de depen­
dencia que provocó la reestructuración de la economía nacional agro-ganade-
E:'....:-----
l barrio de la urban ización subalterna
------------------------- 91

ra h acia el mercado externo; la destrucción de la organización rural existen­


te , con el consiguiente éxodo a las ciudades; el desplazamiento de la indus­
t r i a nacional por la multinacional de capital intensivo, con ventajas impositi­
va s ; la utilización industrial de mano de obra calificada; la importación masi­
va de mercaderías y la consiguiente quiebra y desempleo; y la caída del in­
g reso real de los asalariados. Estas son algunas de las características del cam­
b i o político-económico, cuyo costo recae sobre los sectores más desprotegi­
do s, a través de sus ingresos reducidos, precarios, subsidiando al capital.
La teoría de la modernización considera como rasgo inherente a los mar­
ginales un estilo de vida homogéneo, una recurrente apatía para integrarse a
la vida moderna, y los señala como los otros en el contexto urbano, desde un
sociocentrismo que los diferencia y separa de la imagen del ciudadano digno
de vivir en la ciudad, de "merecer la ciudad" (ver Oszlack, 1992). Algunos en­
foques, desde esta perspectiva desarrollista, han intentado estereotipar cier­
tos comportamientos de estos sectores y sus formas de acceso a la ciudad,
mediante los asentamientos y villas. Son quienes los continúan viendo como
sujetos "tradicionales", "rurales" en un medio no propio.
En realidad, estos nuevos fenómenos sociales son netamente urbanos y
constituyen estrategias de vida como respuesta a las condiciones socio-econó­
micas y políticas, caracterizadas por el déficit habitacional y laboral. Son nue­
vas formas de urbanización y de acceso a la vida ciudadana, que no implican
estar al margen del sistema, sino que son parte de un sistema inequitativo, con
un diverso y continuo proceso de negociación, en donde se articulan redes so­
ciales de índole diversa, como reclamos al Estado, instituciones y partidos po­
líticos, a través de diferentes formas de demanda y de lucha por bienes y ser­
vicios colectivos. La marginalidad es producto de contradicciones propias de la
sociedad capitalista, de clases, orientada hacia la búsqueda de mayor rentabi­
lidad y acumulación de capital. Podemos comprenderla no en términos de atra­
sos o desajustes, sino a partir de formas particulares de integración de la po­
blación, originadas en la dinámica de la creación de excedente económico.
De hecho, estamos expresando una visión crítica hacia la perspectiva mo ­
dernista desde la teoría de la dependencia, que nos sitúa en la relación es ­
tructural de las realidades urbanas que conforman nuestros contextos barria­
les. En la década del '60, con el marco analítico del materialismo histórico, se
aborda el tema del subdesarrollo del Tercer Mundo desde esta teoría. Toman­
do como eje las condiciones históricas concretas en las que tiene lugar la in­
dustrialización en los países de economía dependiente, se señalan las diferen­
cias existentes con el proceso de constitución del capitalismo europeo, que
desde la teoría de la modernización se había tomado como modelo y meta. El
proceso capitalista subdesarrollado genera una situación de desventaja fren­
te al capitalismo avanzado, dando lugar al dominio neocolonial. A su vez, el
modelo centro-periferia se repite en cada país, con la consig:üiente explota­
ción de los sectores marginados, en el proceso acelerado y concéntrico de
acumulación capitalista.
El barrio en la teoría soci al
9 2 -----------------------------..:..
El concepto de marginalidad es revisado desde el enfoque marxista por el
peruano Aníbal Quijano (1966) y los integrantes del Proyecto de Marginalidad
en el Instituto Di Tella -Nun, Murmis, Marín- (1968). Se analiza la trayecto­
ria histórica de los países periféricos, mostrando su vinculación de interdepen­
dencia con los países centrales. La desocupación y subocupación, considera­
das hasta entonces como un elemento de la marginalidad de América Latina,
serán el foco de atención. Estos sectores poseen su fuerza de trabajo, pero no
la pueden vender, lo que los transforma en marginales en todos los aspectos
socioculturales. Dice Nun -retomando la nominación de Marx- que el ejérci­
to industrial de reserva, que en la etapa del capitalismo competitivo tenía una
clara función dentro del sistema (producir la baja de los salarios), en Améri­
ca Latina es tan grande y numeroso, que una variación en él no afecta el pre­
cio de los salarios. Gran parte de la población económica excedente no será
ejército industrial de reserva, sino población económicamente activa sobran­
te : se convierte en "masa marginal", a la que considera a-funcional respecto
del sistema. Esta sería la explicación del porqué de la existencia, en esta fa­
se de capitalismo monopólico, de las ingentes masas de población urbana en
condiciones de extrema pobreza y sin perspectivas de incorporarse al siste­
ma. Se ve así a la marginalidad no como un fenómeno transitorio, sino como
un elemento estructural del capitalismo dependiente.
A este estudioso se le ha criticado por su confusión entre las escasas o nu­
las posibilidades de inserción dentro del sistema productivo capitalista y la su­
puesta a-funcionalidad de la población marginal, porque él remite la explica­
ción sólo a la explotación directa de la fuerza de trabajo, sin considerar formas
productivas no necesariamente capitalistas (aunque no excluyentes ni precapi­
talistas) subordinadas al capitalismo dominante -monopólico, oligopólico y
transnacional-, al que de diversas formas transfieren excedentes y subsidian.
Estas formas se engloban con términos como "terciarización" o "informaliza­
ción", y consisten en la explotación del trabajo de sectores no asalariados ni in­
cluidos dentro del sector formal de la economía, como los prestadores de ser­
vicios varios (sin relación de dependencia), y los mecanismos de transferencia
donde la reproducción social de los trabajadores -reproducción de la vida y de
la fuerza de trabajé>- corre por cuenta de las unidades domésticas.
El trabajo informal es el de quienes no tienen obra social, ni cobertura de
ningún tipo, ni garantía alguna para su reproducción, pero a los que apelan el
capital, las empresas y los grupos del sector formal cuando los contratan a
bajo costo y sin comprometerse más allá de esas relaciones efímeras de ex­
plotación. Por eso, investigadores como Alejandro Portes consideran al creci­
miento del sector terciario e informal como una regresión actual del sistema
capitalista, resultado del triunfo del capital sobre el trabajo, y a la edificación
del sistema formal como el resultado de la lucha social por la defensa de los
derechos laborales y sociales (Portes, 1984 ).
Lo que prevalece en la actualidad sería una efectiva "desproletarización" de
las clases trabajadoras Y un fortalecimiento del régimen de explotación. Co­
mo afirma Veronika Bennholdt-Thomsen, tanto en las teorías burguesas como
barrio de la u rban ización subalterna
El
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en la de la dependencia, se tiende a explicar la marginalidad como excepción
e ir regularidad, mientras que deberíamos apreciar a ese ejército industrial de
r e serva, a esas formas de producción para la supervivencia, de trabajo no
a salariado o tercerizacion, que aumenta progresivamente en las pobla ciones
q ue viven en la miseria, ya que sus integrantes no son o ciosos, sino produc­
to res para la propia supervivencia.
La fuerza de trabajo no asalariada, no remunerada o mal paga, es una ca­
ra cterística estructural del modo de produ cción capitalista. En estas condicio­
nes se produce y reproduce gran parte de la fuerza de trabajo, subsidiando al
capital; por ello fre cuentemente -y con mayor amplitud y agudeza en los paí­
ses de economías dependientes- podemos observar las condiciones de explo­
tación, sobre-explotación y expolia ción. Dentro de este sistema, la vida hu­
mana es fuerza de trabajo disponible y el esfuerzo por sobrevivir equivale a
ser explotado tanto en forma directa (mediante el salario) como indirecta
(desde la informalización de la economía).
Podemos recuperar de Nun su intento de ruptura con el dualismo moder­
nizante de los modelos basados en la oposición rural/urbano y el énfasis pues­
to en encontrar las causas del fenómeno marginalidad dentro de las condicio­
nes internas reales de desarrollo del capitalismo latinoamericano. También el
acento puesto en el campo signi ficacional, como parte del sentido de las prác­
ticas sociales de los actores en pugna. Nun sigue abonando hoy a una discu­
sión metodológica vigente, aunque se vista con distintos ropajes según las
épocas. Es cuando, parafraseando a Marx, di ce que la miseria de los pueblos
latinoamericanos es una realidad, pero constituye una abstracción, si se tie­
nen en cuenta los parti cularismos que encubre: colonos sin tierra, campesi­
nos casi siervos, migrantes rurales, desempleados, subempleados, "poblado­
res de rancheríos y de villas miseria" (Op. Cit.: 2 2 7) .
Apuntar a su unidad de determinaciones -quiere adve rtir- signi fi ca igno­
rar el campo de signifi cados que dará sentido a la práctica social de esos ac­
tores, y así poder formular hipótesis para posibilitar la liquidación del orden
que los explota y que los niega como hombres. El saldo, empero, es hoy de­
ficitario no tanto en las explicaciones sobre las modalidades sociales y políti­
cas de la pobreza latinoamericana, sino a cerca de los procesos concretos de
pujas por el poder y cambios reales dentro de los países del subcontinente.
Procesos en los que se requiere un examen de las posibilidades de construc­
ción de poder dentro del sistema de clases, sobre la base de la unidad de de ­
terminaciones de estos sectores y no considerados al margen de esas deter­
minaciones: de la contradi cción principal del sistema capitalista y de la lucha
de clases correspondiente .
Mientras en las décadas anteriores los estudios sociales se habían intere­
sado por el origen y las causas de la pobreza, a mediados de los ' 7 0 se des­
plazó la atención hacia cómo se reproducían aquellos sectores . Surgió el con­
cepto de estrategias de supervivencia. Los autores coinciden en que no son
arreglos coyunturales sino permanentes, desarrollados por los miembros de la
El barrio en la teoría socia
94 -------------------------------l
unidad doméstica, con extensión al barrio. Según Arguello, por ejemplo, se
entiende por estrategias a los mecanismos y comportamientos implementa­
dos por las familias en torno a la reproducción de la vida y de la fuerza de tra­
bajo, dentro de los que se incluyen las redes de parentesco y vecinales. De­
bemos diferenciar esas estrategias de las instancias de organización colecti­
vas -cursos de acción que apuntan al capital, al Estado y las instituciones en
la búsqueda de reivindicaciones sociales-, los movimientos sociales, aunque,
como indica Susana Hintze, ambas -estrategias y reivindicaciones- integran
un mismo proceso, desarrollado por los sectores pobres en su lucha cotidiana
por sobrevivir.
Es ante la constatación de estas formas y búsquedas de opciones que sur­
ge renovadamente la pregunta o la tentación de la concepción dualista. Sin
embargo, en términos estructurales hay una sola economía, no dos circuitos
de mercaderías independientes. Ambas esferas se complementan y retroali­
mentan. Pueden existir diversas lógicas -además de la capitalista- dentro
del sistema, pero siempre subordinadas a la capitalista, que es la dominante.
Como explica Kenneth Galbraith, sólo así es posible el sistema capitalista : la
subclase funcional es la que históricamente ha permitido la acumulación y
concentración de capital en algunos sectores reducidos de la sociedad.
Interpretar lo marginal, entonces, requiere superar dualismos y enfoques
unilaterales. La investigación requiere la interrelación de las estrategias de
análisis : lo histórico y lo estructural con lo económico y lo cultural. Nestor
García Canclini -en su estudio sobre la producción, la circulación y el consu­
mo de artesanías (1987)- señalaba que en las investigaciones sobre margi­
nalidad es necesario analizar conjuntamente lo económico y lo simbólico, la
producción y el consumo, los entrecruzamientos entre lo rural y lo urbano, la
historia intrínseca de los procesos de marginalización y la resignificación que
opera sobre ellos la actual estructura social.
El estudio combinado de estas cuatro parejas de relaciones, que son me­
nos de oposición que de complementacion, hace conocer lo propio de lo de­
nominado marginal, sin desconectarlo de la totalidad social en que esas rela­
ciones suceden. Nos evita recaer en las explicaciones de lo marginal por su
excepcionalidad o irregularidad, sin tampoco reducirlo a las leyes generales
que rechaza o transgrede. El análisis complementario contribuye también a li­
berarnos de los dualismos -entre dos economías o dos sociedades, una tra­
dicional y otra moderna, una homogénea y otra desintegrada, una rural y otra
urbana- que entorpecieron muchos estudios sobre marginalidad.
Solamente desde los complejos mecanismos de articulación entre modos
de producción y consumo y formas de organización de la producción y de la
reproducción de la fuerza de trabajo se visualizará -reafirmaba García Can­
clini- la funcionalidad de la masa marginal, buscando los resortes ocultos de
la transferencia de capital detrás de tales mecanismos ( explotación, sobre-ex­
plotación, expoliación, informalización, estrategias de supervivencia, redes de
solidaridad, clientelismo).
E l ba rrio de la u rban ización subalterna
_::...:�------------------------- 9 5
La integración parcial o deficiente de los denominados marginales no los de ­
ja fue ra del sistema, sino que es el resultado de las diferencias y desigualda ­
d e s que el sistema necesita para constituirse y reproducirse . Lo marginal -de ­
c ía el mismo autor- se debe definir a partir de la subalternidad en que colo ­
can a ciertos sectores las desigualdades económicas y simbólicas. No se carac ­
t eriza por una serie de rasgos que serían propios de ciertos actores o sectores
s o ciales, sino por la posición estructural que esos rasgos tienen, al enfrentar ­
se a la cultura hegemónica.

Recuperaciones
En particular, para la antropología urbana, recalcaba García Canclini dejar
de lado las tentaciones de declarar marginales a quienes forman parte -la
oprimida- del sistema vigente, y evitar reducirse a ser la defensora de lo que
en esos grupos se desvanece. Para que no sea una ciencia marginal necesita
ocuparse no sólo de lo que se pierde sino también de lo que se transforma.
Encontrar en lo que subsiste y cambia en las prácticas culturales, la explica ­
ción de su papel en la historia presente.
En las ciudades latinoamericanas, que se han hecho y siguen haciéndose
con migrantes, lo urbano es inseparable de li;> rural. La ciudad no es tanto un
universo que sustituye al campo como el lugac en que se mezclan y reelabo ­
ran las culturas. Quizá la antropología -sugería-, por su largo entrenamien ­
to para observar lo cualitativo, para pensar las diferencias y los intercambios
entre culturas diferentes, esté mejor capacitada para entender la persistencia
-a veces clandestina- de tradiciones disfuncionales y la necesidad de lo mar ­
ginal en los caminos culturales de las transformaciones económicas. No sólo
las grandes estructuras de la producción, ni tampoco las pequeñas unidades
comunitarias o domésticas, sino cómo los hombres construyen los usos de los
productos en el consumo, la memoria en las prácticas, las creencias en los ri ­
tos y los símbolos.
Respecto del concepto de cultura, quedan ponderadas -en los enfoques
vistos- las representaciones simbólico-ideológicas y la perspectiva de los ac ­
tores, rompiéndose con la atribución unívoca de sentidos en la realidad social.
Pero la cuestión no es si se utiliza o no el concepto de cultura, sino el modo
en que se opera con él : si con ello se encubre o devela la realidad histórica
en sus determinaciones -fundamentales y secundarias- concretas. Es nece ­
sario ver a qué se opone cultura en cada uso y qué efectos tiene luego de ese
uso. Observar su valor como elemento impugnador del etnocentrismo y el so ­
ciocentrismo y, a la vez, las situaciones en que se lo utiliza para encubrir las
contradicciones estructurales.
Esta discusión sigue atravesando hoy las ciencias sociales con un ímpetu
creciente . A nosotros nos interesa constatarla pues sirve de contexto del con ­
cepto de barrio durante la mitad del siglo. Hemos visto que lo barrial no que ­
da registrado en forma explícita ni sistemática en los estudios de destribaliza -
96 --------------------------------11� El b arri o en la teoría social

ción y en los inicios del interés urbanístico sobre el Tercer Mundo. En ellos se1
apunta en forma específica a la familia, porque lo que empíricamente se mu
da a la ciudad -y es seguido por los antropólogos- es la unidad doméstica ·
no el barrio de la aldea.
Más que un concepto particular de barrio, entonces, nos encontramos co
modelos tipológicos que actuaron -y continúan haciéndolo- por detrás de
conjunto de formulaciones teóricas. Barrio es -para estas tipologías- un
parte de un todo (ciudad y/o aldea) marcada por la pobreza, entendida -pa
ra algunos- como configuración cultural, con un alto grado de autogenera
ción, especificidad y distintividad respecto de las partes legales y centrales d
la ciudad.
El culturalismo -de acuerdo con la mayoría de sus críticos-, en su encu­
brimiento de las causas de la pobreza, es ahistorizante por el camino de la co­
sificación de determinadas situaciones, despojándolas de sus condiciones his­
tóricas, y en ocasiones llega hasta a contradecir las propias bases ideológicas ,
que constituyeron su contexto de necesidad : la crítica a los reduccionismos
economicistas y ecologistas. El sustancialismo que se continuó en la búsque­
da del tribalismo perdido en la ciudad y la obsesión por encontrar un recinto
urbano donde se concentraran los valores de la vida indigna a perpetuidad, ti­
pificó los barrios de la pobreza y de la marginalidad, desoyendo la previa crí­
tica de la teoría del conflicto y la posterior desde la constatación de la depen­
dencia y la subalternidad.
Lo evidente es que cada vez hay más cantidad de pobres y menos canti­
dad de más ricos, en la ciudad de la sociedad capitalista (centrales y depen­
dientes), no en la ciudad a secas.
El ba rrio según la teoría socia l u rba na
de los últimos a ños

En torno a estas recuperaciones, nos ubicaremos ahora en algunos resul­


tados producidos por a) la sociología urbana en las últimas décadas, con acen­
to en las relaciones sociales, b) los enfoques que apuntaron a los valores po­
líticos de ciertas situaciones y movimientos, e) la reformulación del espacio
barrial desde la planificación y el diseño, y d) los trabajos antropológicos que
se focalizaron en las identidades y los procesos culturales de las realidades
barriales contemporáneas.

a) El barrio de la Sociología
Los mapas barriales y el mundo del peatón
Un intento de ruptura con la concepción del barrio como comunidad unita­
ria y contenida en sí misma lo encontramos en Francia en la década del cin­
cuenta, con los investigadores del equipo que publicara París et / 'aggloméra­
tion Parisienne (Chombart de Lauwe y otros, 19523 1 ) . En principio, considera­
ron lo que llamaron "zonas sociales" de la gran ciudad, que eran el resultado
histórico de procesos centenarios de centralización y confluencia de intereses
sociales, por los cuales los límites espaciales y administrativos de la ciudad y
su consecuencia en la distribución distrital estaban más ligados a la circula­
ción y al transporte que a la residencia. Tomaron en cuenta a quienes llega­
ban a París y no sólo a quienes vivían en ella, esto es: rompieron con la vi­
sión de comunidad urbana cerrada. Luego, ponderaron dentro de la ciudad a
sus diversos centros funcionales (comercial, universitario, industrial, artístico)
en torno a los cuales se estructuraban zonas, de acuerdo también con un cri­
terio funcional: por concentración de comercio, industria o vivienda. A conti­
nuación establecieron otra dimensión de zonas sociales que atravesaban a
aquéllas y por las que se distinguían entonces el Oeste burgués del Este pro­
letario , en una postura no adherida ni a lo económico ni a lo espacial en for­
ma autónoma, apartándose de la consideración de las partes de la ciudad co­
mo meras comunidades locales con contenidos homogéneos. Hacían hincapié
en las relaciones, superposiciones y entrecruces (:.le intereses que terminaban
por formar un verdadero mapa social de Paris.
3 1 E n Worsley, 1978 : 419-422.
98 ------------------------------
El barrio en la teoría soci al

Estas sectorizaciones eran los barrios de la ciudad, los quartiers. Destaca­


ban los procesos de formación de esos barrios, principalmente por la absor­
ción de ciudades pequeñas antes independientes, y el desarrollo espontáneo
de los barrios con características distintivas. Hablaban entonces de barrios
burgueses, obreros, étnicos y de barrios distintos por estar situados alrede­
dor de un establecimiento fabril, una plaza o un parque. Nos interesa resca­
tar esta idea del levantamiento de un mapa social de los barrios, sobre la ba­
se de la conjunción de los factores espaciales y sociales.
En forma independiente, hacia finales de la bisagra histórica del siglo que
fue la década del sesenta, se desarrollan los trabajos de sociología urbana
-aplicados puntualmente al fenómeno barrial- del francés Raymond Ledrut,
y se publica la obra de la norteamericana Suzanne Keller, en donde se con­
densa la bibliografía de la época. Ledrut dedica un capítulo de su libro El es­
pacio social de la ciudad a " La ciudad y los barrios". Allí define barrio como
"aquella parte de la ciudad cuya población ha aumentado de tal manera que
ya no puede continuar formando una comunidad local" (Ledrut, 1968 : 121).
Especifica que los habitantes de un barrio forman una unidad mínima de dife­
renciación espacial, ya que "constituyen un grupo que, en el plano ecológico,
no se compartimenta ni divide en secciones"; además, utilizan equipamientos
en común, se reúnen con frecuencia en una misma zona, existe proximidad
entre ellos por los lugares que frecuentan y se conocen entre sí. Y en cuanto
al tamaño, forman una comunidad de pequeña dimensión. El barrio, en suma,
es -para Ledrut- "el mundo del peatón" (íd. : 122).
La realidad barrial conjuga la relación entre el componente físico y el so­
cial : "el barrio, como la vecindad o la colectividad territorial, es una realidad
sociológica o no es nada" (Ledrut, 1976: 118). Será esta relación lo que de­
berá sopesar el analista en el estudio de cada realidad concreta. Esto es un
dilema que desde las sistematizaciones de la escuela de Chicago y tanto en
este autor como en Keller -como se verá- continúa presente. Para el fran­
cés, empero, hay otros dos ejes de importancia : uno es la relación entre el
proceso de "estructuración" de una ciudad y el respectivo fenómeno de "de­
sestructuración". Por el primero se entiende la formación misma de la ciudad,
y el segundo, dice Ledrut, no debe ser confundido con la diferenciación espa­
cial y su resultante : la existencia de los barrios. Precisamente el barrio, afir­
ma, "en todas las ciudades . . . constituye el motor -y casi diríamos el cora ­
zón - de todo el proceso de estructuración y desestructuración" (íd. : 118).
Pondera luego la relación entre asentamiento (o instalación) y movimien­
to (o circulación), dentro de la cual los barrios conformarían también un re­
sultado histórico, producto del impulso a asentarse en una comunidad local y
a la vez movilizarse espacialmente y alejarse de la misma (ibíd. : 117). Nos
encontramos así con un valor asignado al proceso de formación de los barrios
para explicar la propia existencia de éstos. En determinada fase evolutiva de
las ciudades aparece una diferenciación: "se constituyen así barrios que en el
-pasado tendieron siempre, en mayor o menor medida, a formar comunidades
locales", cada uno con individualidad propia y debiendo su unidad -que lo
l b arrio---
E� - según la teoría social urbana de los últimos años
�---- ------------------- - 99
c onvierte en parte distinta, dentro de la ciudad-, por un lado, a los equipa­
rn i entos y comportamientos sociales relacionados con él y, por el otro, a una
o rg anización del espacio que se asegura límites h asta cierto punto netos y una
co h esión más o menos fuerte { Ledrut, 1 9 6 8 : 12 2 ) .
Adquiere importancia la variable de la homogeneidad, heredada de la al­
d ea rural -o comunidad local- y presente sobremanera en las unidades pa­
rentales y familiares, de envergadura menor que la barrial. El barrio, enton­
ces, constituye una unidad de rango intermedio, lo que ha dejado de ser co­
rnunidad local, aunque hay -reconoce Ledrut- algunos tipos de barrios que
rn antienen una cierta homogeneidad en la profesión de sus habitantes, en sus
identidades étnicas o en su status social. El bar.ria es lo que está indicando la
ruptura de esa homogeneidad de cuño aldeano y, a su vez, está compuesto
interiormente por un grado determinado de homogeneidad.
Trata de establecer luego la diferencia conceptual entre barrio y vecindad.
Habla de esta última cuando se ponen de relieve determinado tipo de relacio­
nes sociales amistosas, de solidaridad, ayuda mutua y proximidad. Todos in­
gredientes -destaca- también propios de la aldea rural. "La vecindad -defi­
ne- es una agrupación de personas cuyas residencias están próximas y que
mantienen ciertas relaciones de ayuda y frecuentación" { Ledrut, 19 7 6 : 1 20 ) .
En su seno privan las relaciones primarias e informales, que terminan confor­
mando una red de relaciones colectivas, solidarias, próximas y homogéneas.
Asigna esta forma de relación social tanto a la vida aldeana como a la urbana.
El barrio, por su parte, aunque también posee relaciones primarias e infor­
males, de ninguna manera se reduce a ellas, ya que es una unidad colectiva
"consciente", de un nivel mayor que la unidad vecinal, con una "personalidad"
distintiva dentro de la ciudad, con límites definidos, con un nombre -que no
poseen los vecindarios- y con una "cierta autonomía". Está constituido por
una pluralidad de unidades vecinales y su diferencia con éstas es más bien
cualitativa, basada en el grado de su distintividad respecto del centro de la
ciudad o de otros barrios. Y en esto atribuye suma importancia al aspecto vi­
vencia! : "la tendencia a la diferenciación del tejido urbano y a la constitución
de barrios se funda, pues, en el alejamiento espacial experimentado, vivido"
p or sus habitantes (íd. : 12 8 ) .
Para que pueda hablarse de un barrio es necesario un grado d e frecuencia
de proximidad a ciertos lugares, donde se encuentran los equipamientos ur­
banos, dentro de ciertos límites y en forma distintiva del resto de la ciudad,
como condiciones de un comportamiento que sintetiza en el no ir más allá del
mundo del peatón.
Un mundo que se sustenta en la vida concreta y en el uso de lo propiamen­
te urbano, en el consumo de lo urbano : "la organización del espacio constitu­
ti vo del barrio se halla, pues, en estrecha relación con los hábitos de consumo;
e quipamientos y consumo son condiciones de la existencia de un barrio" ( ibíd. :
130). Condiciones pero no garantías, ya que es preciso que converj an otros
elementos, como un cierto grado de cohesión, personalidad y "conciencia co-
El barrio en la teoría soci al
1 0 0 ----------------------------...;.
lectiva". Por eso es que va a terminar distinguiendo lo que llama la vida social
del barrio, por un lado, y la asunción consciente de la distintividad del mis m o
por parte de sus residentes, por el otro. Y sólo mediante la conjunción de a m ­
bos aspectos podrá hablarse de una realidad propiamente barrial.
Encontramos, entonces, un núcleo conceptual cuantitativo, compuesto por
conductas vecinales y consumos y equipamientos para esos consumos, y, por
otro lado, un aspecto cualitativo que definiría la intensidad tanto de la vida
barrial cuanto de su propia personalidad y distinción, con un g rado necesario
de conciencia de esa individualidad. De esto concluye que si se coloca este
grado de intensidad e individualidad como el problema a resolver, se debe ir
obligadamente hacia la gente que vive en el barrio, ya que "únicamente el co­
nocimiento de la conducta humana puede instruirnos acerca de la vida en los
barrios y el vigor de su personalidad colectiva " ( Ledrut, 1968 : 1 2 2 ) .
E n realidad, el problema que queda explicitado desde un principio es esta ­
blecer las relaciones entre lo barrial y lo que no lo es . No es barrio, en primer
lugar, el centro, usualmente confundido por connotación con el término ciu­
dad . Luego, no es barrio la comunidad local, cuya existencia es previa a la ex­
pansión de la ciudad a partir de su centro. Y, en tercer término, no es barrio
-de acuerdo con los parámetros de intensidad e individualidad-, aquella par ­
te de la ciudad que no goza de estas características cualitativas.
Ledrut problematiza estos aspectos con dos interrogantes. Primero, con
esta concepción cualitativa de barrio, " lno arribamos a una forma de comu­
nidad local adaptada al medio urbano, o sea, a una unidad sociológica de só­
lida estructura ?" (íd.: 1 2 2 ) . Y, segundo, lqué son esas partes de la ciud 9d que
disponen de un núcleo de equipamiento propio pero que de hecho se han
transformado en verdaderos barrios dormitorio, por la escasa frecuencia de la
vida barrial de sus habitantes, es decir, por la inexistencia de esos aspectos
cualitativos ?
La respuesta a estas preguntas la va a concretar al encarar la realidad ur­
bana de la ciudad de Toulouse32, donde destaca el dinamismo del proceso que
describe, motorizado fundamentalmente por el surgimiento de nuevos barrios
en la periferia, la integración a la ciudad de antiguos pueblos cercanos -que
se transforman en barrios de la misma-, la edificación hacia lo alto, la cons ­
trucción de grandes conjuntos y la disociación entre lugares de vivienda y tra­
bajo. Recalca en todo momento que, para que se pueda hablar de barrio de­
be ser detectado un sentido vivido por la gente. Cuando sólo se encuentran
equipamientos compartidos pero sin un "sentimiento profundo de pertenen­
cia", sólo se está en presencia de "falsos barrios " ( Ledrut, 1976 : 147) .
Los verdaderos barrios se constituirían por la intensidad de la vida barrial
y la individualidad de uno .

32 All i clasifica a los barrios en "V iejos", que carecen ya de vida colectiva y se encuentran en un rá­
p ido proceso de desestructuración, anonimato e impersonalidad; "Menos antiguos", con una cier­
ta y creciente individualidad; "Nuevos ,,, que todavía "no han adquirido una individualidad", como
los complejos habitacionales, Y otros periféricos (Ledrut, 1968 : 123).
l b arrio según la teoría social urbana de los últimos años
E --�-------------------------
=- - 101

El barrio de las encuestas y la idealización


Para la mayoría de los estudiosos del tema barrial hacia fines de los años
sesenta, estas dos variables pueden encontrarse con distintas nominaciones
p ero, en general, refiriéndose a las relaciones vecinales, por un lado, y a la
ide n tidad de los barrios, por el otro. Con referencia a esta última, ya hemos
visto cómo se habían definido los barrios sobre la base de sus características
salientes en lo étnico-racial y en la tipificación de determinados comporta­
mientos vinculados causalmente con las tradiciones culturales. Un panorama
i lustrativo de los estudios urbanísticos de esta época puede verse en la obra
compilada a mediados de la década por Ernest Burgess y Donald Bogue (Bur­
gess y Bogue, 1970). Sintomáticamente, junto a las categorías que enmarcan
el fenómeno urbano en términos generales -como la morfología, la movilidad
ocupacional , la fertilidad y mortalidad de la población, etc.-, o en función de
aspectos espaciales y ecológicos -como el relativo aislamiento de ciertas par­
tes de la ciudad-, se reúnen trabajos que abordan esos componentes carac­
terísticos que configuran la identificación de cada barrio, desde el distrito de
negociosJJ hasta los típicos asentamientos de migrantes.
Demos una síntesis de la noción de barrio disponible a la fecha en que Su­
zanne Kel ler realizara su revisión en 1968. Toda esta producción -heredera en
parte de la escuela de Chicago- manejaba un concepto de barrio como área fí­
sica diferenciada . De acuerdo con la definición de Ruth Glass, barrio es "un gru­
po territorial diferenciado, cuyas diferencias obedecen a las caractérísticas físi­
cas y sociales específicas de sus habita,;,tes" (G lass, 1948 : 18; cit. en Keller).
Distingue los componentes tísicos de los componentes sociales, ubicando entre
los primeros las condiciones de habitabilidad y la naturaleza de la zona en cues­
tión y, entre los segundos, los valores y los sentimientos que cada área despier­
ta en sus residentes. El primer aspecto no sorprende, tratándose de los conti­
nuadores de los teóricos de las áreas naturales. Sin embargo, es importante
destacar que el resto de variables mayormente tenidas en cuenta para tipificar
ciertas partes de las ciudades como vecindarios, son casi exclusivamente cuan­
titativas. La misma Glass enumera la densidad de la población, sus edades, la
composición étnica y religiosa, las ocupaciones y el grado de asistencia a la es­
cuela primaria, para tipologizar la existencia potencial de vecindarios.
Se abren dos alternativas que a veces son tomadas en forma ambivalente
por los autores. Por un lado, quienes ponen el acento en variables que son el
resultado de una visión externa del barrio (Glass, Op. Cit.). Y por el otro, los
que dan importancia a las perspectivas de la propia gente residente y a sus
propias definiciones de lo que sería su barrio34 • De esta manera, se destaca,
por ejemplo, una recurrente imprecisión y variedad en la estipulación de los lí­
mites de cada vecindarioJ s. Ya había señalado Mary Herman que el vecindario

3 3 Breese, 1979; Tauber, 1970; Star, 1970; Frazier, 1970; Mugge, 1970.
3◄ Herman, 1964; cit. en Keller.
3 5 Wilson, 1962; Caplow, 195C; Ross, 1962; citados en Keller.
teoría socia l El barrio en la
102 -----------------------------..:::.
identificado por la propia gente se reduce muchas veces a la calle o a la man­
zana donde se reside, o a lo sumo a tres de ellas. A esta posibilidad de identi­
ficación barrial de acuerdo con el límite establecido en la conciencia colectiva
la complementan los estudios que hacen hincapié en los "sentimientos hacia el
área local" (Foote, 1960), relevados mayormente por encuestas orquestadas
en torno a la pregunta sobre si el residente se mudaría de barrio de poder ha­
cerlo, lo que ha sido con justeza muchas veces criticado como indicador par­
cial de lo que se da en llamar satisfacción (o no) con relación al barrio propio.
Otros indicadores de este tipo de sentimientos de identificación con el ba­
rrio han sido las propias conductas de la gente, relevadas típicamente como
lazos étnicos, de status, familiares, y principalmente como lealtades locales,
ejemplificadas con la formación de grupos informales y la existencia del co­
madreo entre la mujeres del barrio (Mogey, Op. Cit.), además de las concebi­
das encuestas. Esto ha actualizado permanente las discusiones sobre los mé­
todos para relevar la lealtad, la pertenencia, la identidad o el sentimiento lo­
calista. Svend Riemer ponía reparos en tomar en cuenta sólo las actividades
que en forma explícita se llevan a cabo en los vecindarios, porque de esta ma­
nera las que se mantienen ocultas se conciben como inexistentes (Riemer,
1950; cit. en Keller). Otros han insistido con el propósito de definir apropia­
damente en las encuestas lo que se entiende por amistad, lealtad o buena ve­
cindad y así evitar ambigüedades36 •
De la misma manera, estos ¡:>roblemas surgieron cuando se trató de califi­
1
car a ciertos barrios como integrados o cohesionados: lcuáles serían los tér­
minos evaluativos de estas cualidades? lCuáles serían los rasgos exteriores
que permitirían su comparación científica? Las respuestas más recurrentes os­
cilaron entre los grados de concurrencia de los vecinos a las instituciones ve­
cinales, y el conocimiento mutuo entre esos mismos vecinos. Así, Glass llegó
a establecer relaciones entre los grados de "integración social" y variables de
tipo socioeconómico, sobre la base del grado de concentración en el uso de
instituciones y servicios locales: los vecindarios más prósperos coincidían con
la más baja puntuación en integración social y participación vecinal (Glass,
Op. Cit. ).
Y estos intentos de calificación nos llevan directamente al componente de
las relaciones vecinales, en cuanto que, para lograr la identificación de un ba­
rrio como tal, se le termina exigiendo que cumpla con determinados requisi­
tos valorativos, fundamentalmente ese tipo de relaciones entre los vecinos.
De esta manera, las áreas en las que no se verificara la existencia de estas
relaciones no podrían ser identificadas como propiamente vecindarios, a pe­
sar de reunir otras variables ñsicas, como el usufructo de servicios e instala­
ciones locales. Las relaciones vecinales adquieren así el estatuto de un valor
posible o no de encontrar dentro la vida colectiva urbana. Y esta valorización
llega a hacer hablar a algunos de cierta atmósfera especial que poseerían ne­
cesariamente los barrios. Se establecen entonces diferencias entre vecinda-

36 Herman, Op. C.it . ; Caplow, 1964; cit . en Keller.


El b arr io según la teoría social urbana de los últimos años
:.:...:.:.--�----------------------- 103

rio s reales y potenciales (Bell, 1959), teniendo como parámetros las relacio­
nes más o menos estrechas entre los vecinos.
Los estudios de la década del sesenta son un gran muestrario de la valori­
z ación de estas relaciones solidarias organizadas en redes distintas de las ma­
crocomunitarias y macropolíticas y de las familiares. La prestación de ayuda
mutua ante las necesidades socioeconómicas y la participación en la comuni­
dad se constituyen en categorías de análisis de gran importancia que, en
nuestra opinión, terminan situándonos en el segundo gran contexto de nece­
sidad de esta noción de barrio, formulado como la cuestión sobre la posibili­
dad de la vida comunitaria en el seno de los modernos centros urbanosJ7.
No es de extrañar, entonces, que toda esta problemática se haya desarrolla­
do teóricamente al ritmo de las requisitorias de los planes de renovación urbana
de las ciudades norteamericanas. Planes para los que había resultado revulsiva
la aceptación a pie juntillas de las proposiciones iniciales de los teóricos de la uni­
dad vecinalJB , Durante los cincuenta-sesenta esta polémica tuvo nuevos ímpe­
tusJ9 porque, por una parte, el encubrimiento de la segregación seguía operán­
dose mediante esa noción (Isaacs, 1948) y, por otro lado, la constatación de esa
ansiada e ideal vida comunitaria se tornaba cada vez más compleja. La conside­
ración del barrio como comunidad natural no era más que una forma de decir co­
munidad ideal. Así se expresaban C. A. Doxiadis -quien lo valoraba como la co­
munidad a escala.verdaderamente humana dentro de la sociedad moderna (Do­
xiadis, 1964; cit. en Keller: 5-7)- y Lewis Mumford, para quien el barrio está le­
j os de ser una mera creación romántica, ya que conforma una realidad tanto de
la ciudad del pasado, de raíz medieval, como del presente4°.
Al reseñar la importancia del barrio, Mumford recalcará el contenido de lo
que nosotro� hemos llamado los dos contextos de necesidad: la segregación y
el dilema de la comunidad ideal: "el establecimiento del barrio como importan­
tísimo órgano de la vida urbana tuvo otros puntos de origen: uno se debió al
empobrecimiento social, y el otro, a un intento de integración social" (Mum­
ford, 1969 : 101). Esta variable del barrio frente al fenómeno de desorganiza­
ción urbana se referenciaba puntualmente en la problemática de los slums, de
los ghettos y, más tarde, con los nacientes suburbios residenciales de las gran­
des ciudades norteamericanas, bajo el interrogante de si era posible la vida co­
munitaria y participativa dentro de esas unidades, siempre con un significado
de residencia de capas medias no obreras que migran al centro para encontrar
mejores condiciones de vida comunitaria (Dobriner, 1958; cit. en Keller : 100).

3 7 Bott, 19 57; Neighborhood and community, 1954; Bracey, 1964; Kuper, 1964; Man, 1954; cit. en
Keller, Op. Cit. : 35.
38 Howard, 1902; Perry, 1923; D ahir, 1947; Goss, 196 1; Khan, 1961; Vagale, 1964.
3 9 Dewey, 19 57; Tyrrwhitt, 1950; Kuper, 1953; Glikson, 1962; cit. en Keller : 203.
4 0 "Los barrios existen, como un hecho natural [ . . . ] El barrio se compone de gentes que forman par­
te de él por el solo hecho de nacer allí o de elegirlo como lugar habitual de residencia; Y los ve­
cinos son gentes unidas, primariamente, no por sus orígenes comunes ni por propósitos análo­
gos, sino po� la proximidad espacial de sus viv iendas" (Mumford, 1969: 96).
El barrio en la teoría social
1 0 4 ----------------------------..;.
La cuestión es que la nota común de esas tres referenciaciones, más la del
tradicional barrio obrero, es lo que algunos llaman el "sentimiento de barrio"
(Mumford, 1969 : 97), al que otros critican como reaccionario, como Catheri­
ne Bauer (1952; cit. en Keller) o Jane Jacobs, quien establecía una analogía
entre el sentimiento vecinal y la vida aldeana y lo impugnaba sobre todo
cuando se lo esgrimía como recetario de la planificación urbana, en desmedro
-según ella- del sentido común y de la noción de la ciudad como un todo
(Jacobs 1961 : 112).

La búsqueda del buen vecino

La tesis central de Suzanne Keller versa sobre el deber y poder ser de la


vida urbana, sobre la posibilidad de existencia de unidades locales urbanas
con funcionamiento no sólo material y físico, sino también simbólico : la inte­
rrogación cualitativa por las condiciones de vida verdaderamente humanas en
la ciudad, según un diagnóstico de los "males espirituales urbanos" (Keller,
1977: 5). Incluso llegará a usar la palabra alienación, cada vez más en boga
en ese momento (recuérdese el auge de los textos de Marcuse), para definir
la esencia de la vida urbana moderna.
lQué será lo que se opondrá radicalmente a este trajinar urbano moder­
no? Las relaciones de vecindad que, para Keller, harán posible que pueda ha­
blarse con propiedad de vecindario, entendido como una categoría socio-es­
pacial continente de aquéllas. Corroborando su inserción plena dentro del pa­
radigma sesentista, Keller acotará su concepto de vecindario partiendo de
esas relaciones de vecindad, preguntando luego por su funcionamiento en
unidades sociales concretas, para terminar poniendo sus consideraciones al
servicio del planeamiento urbano. Los puntos pertinentes sobre la noción de
barrio son:
Relaciones de vecindad, que define como "tanto las actividades llevadas a
cabo por vecinos en cuanto vecinos, como a las relaciones que estas activida­
des engendran entre ellos" (íd. : 36). Vecindario depende de la variable veci­
no y, con mayor precisión, de lo que Keller llama "el rol del vecino", que está
compuesto por la actualización en conductas concretas de un "núcleo interno
invisible de valores", corporizados en ciertos individuos. "En esencia, el veci­
no es el que ayuda en tiempos de necesidad, del que se espera [que] debe
entrar en juego cuando los demás medios se han agotado" (ibíd. : 35). Esos
valores y sus correspondientes concreciones conllevan una serie de ambigüe­
dades y variedades que, por lo demás, tornan dificultosa su definición taxati­
va y definitiva. Por ej emplo, no tienen una relación directa con la cercanía o
la lejanía espacial . El vecino puede ser un próximo espacial al mismo tiempo
que un lejano, Y hasta un verdadero extraño espiritual. Entiende que lo
opuesto a las relaciones de vecindad es lo anémico, lo fatalista, lo no partici­
pativo y lo sumiso. Ejemplifica con ocasiones donde prevalece "un individua­
lismo excesivo [o] . . . ante una terrible pobreza o una autoridad brutal [,como
OLurre, por ejemplo, en las] aldeas atrasadas o ;;arrios de chabolas margina -
l rio según la teoría social urbana de los últimos años
E bar
�- -�------------------------ 10 5
dos de las ciudades; bajo tales condiciones el concep to de vecino no existe, y
menos el de buen vecino" (ibíd. : 28). Para Keller, entonces, en la marginali­
dad y el atraso no hay vecindario.
Distingue también vecino de pariente y amigo, y sus correspondientes re­
laciones sociales. Vincula estas categorías con el proceso de modernización: a
menor tradicionalidad e integración del lugar, menor prevalencia de las relacio­
nes parentales y mayor dominio de las relaciones de amistad. Inclusive, entre
las cuatro hipótesis que cita para las relaciones de vecindad, está presente co­
m o parámetro de referencia abstracta algo que se parece mucho a lo que no­
sotros hemos llamado el fantasma de la sociedad folk; dice Keller: a) "a medi­
da que disminuyen las crisis en número y naturaleza, esto es, donde aumenta
la autosuficiencia, las relaciones entre los vecinos disminuyen en fuerza y en
importancia; b) a medida que aparecen nuevas formas de control social, la
fuerza de las relaciones de vecindad como medio de control social decae en im­
portancia; c) donde las relaciones vecinales son una actividad segmentaría
dentro de un sistema abierto más que una parte integrante de un sistema ce­
rrado, estas relaciones serán un fenómeno sumamente variable e imprevisible,
y d) puesto que las tres condiciones anteriores son más ciertas en las áreas ur­
banas que en áreas pre o suburbanas, las relaciones vecinales deben disminuir
en extensión, importancia y estabilidad en las ciudades" (ibíd. : 63-64).
Aparece aquí el paradigma moderno/tradicional, situándose dentro del pri­
mer término al polo urbano y dentro del segundo al polo vecinal. Las cuatro
hipótesis hacen dirigir la mirada hacia una relación de determinación o de fun­
cionamiento independiente de las variables con que se caracteriza la relación
de vecindad. Y el eje principal es el de la oposición entre la vida moderna
compleja y la tradicional y simple de la comunidad pre-urbana. El cambio so­
cial, dirá Keller, estará acompañado entonces por el debilitamiento de las re­
laciones de vecindad (ibíd. : 76-95).
Respecto de la relación entre vecindario y clase social, se supone que Ke­
ller introduce este concepto para intensificar el valor explicativo de su amplia
sistematización (ibíd. : 69-75). Sin embargo, nos resulta dificil comprender en
forma coherente ese propósito. En principio, se atiene a la noción de clase se­
gún el consumo, típica de la sociología funcionalista, que la utiliza simplemen­
te como sinónimo de poder adquisitivo o goce de mayor o menor bienestar
económico. A menor necesidad económica, menor premura de ayuda mutua
y, por lo tanto, menor relación vecinal. A su vez, como refuerzo de lo anterior,
la búsqueda de éxito -típica de las clases medias- acentúa la importancia
del status, el afán de diferenciación y la selectividad social, lo que lleva auto­
máticamente al debilitamiento de la vecinalidad : "una vez que el umbral de
elección personal aumenta en respuesta a un mayor nivel de vida más alto y
oportunidades de movilidad física y social, el tipo de relaciones de vecindad
tradicional, rural y obrero tiende a declinar" (ibíd. : 73).
Sin embargo, cinco líneas más abajo va a decir : "no es la clase social co­
mo tal la que explica las diferencias en las relaciones de vecindad rural-urba -
El barrio en la teoría soci al
1 0 6 ----------------------------- -
na y clase obrera -clase media, sino un relajamiento general de la dependen­
cia del lugar y de la gente" (ibíd. : 74 ). En realidad, se confirma una vez más
que Keller, como la mayoría de sus compatriotas, intentan dar respuesta ex­
clusivamente al segundo contexto de necesidad de la noción de barrio, en el
que lo social como contradictorio estructural no se tiene en cuenta y sólo se
vislumbran las diferenciaciones superficiales y exteriores de clase, desde la
distinta capacidad de consumo de esas clases, pero no las relaciones entre es­
tas clases, y mucho menos esas contradicciones formando parte de una uni­
dad de contrarios de mutua dependencia y determinación.
lCuál es, para Keller, la relación entre barrio y vecindario? En las traduccio­
nes de los trabajos de los autores que cita Keller aparecen en forma indistinta
las palabras barrio y vecindario, como equivalentes de neighborhood. Pero,
igual que Ledrut, Keller usa ésta con un sentido más restringido, como la más
pequeña unidad, fuera de la doméstica, de relaciones primarias, y que en cas­
tellano se traduce con mayor frecuencia como vecindario. Esa es la razón por
la cual no usamos el término barrio nosotros aquí. La coincidencia con Ledrut
es con su término vecindad. La nota común entre ambos conceptos es que
apuntan a diferenciaciones dentro del todo ciudad, tal como se quejaba Jacobs.
Ambas nociones poseen lo que podríamos llamar una capacidad de secto­
rización de lo urbano. Al referenciarla en realidades concretas, Keller explici­
ta que el término vecindario "se refiere esencialmente a áreas diferenciadas
en las que pueden ser subdivididas las unidades espaciales de mayor exten ­
sión, tales como barrios ricos y barrios de chabolas, zonas céntricas y subur­
banas, zonas residenciales e industriales, zonas de clase media y' de clase
obrera" (ibíd. : 125).
Esta cualificación como vecindario de aquella área que posee las relacio­
nes de vecindad, hace que la autora se plantee como interrogante cuáles se­
rán estas áreas y cuáles los métodos para detectarlas. Más propiamente ha­
bla de "métodos para descubir la presencia de vecindarios". Y reseña enton­
ces las investigaciones que han apelado tanto a los métodos objetivos como
a las definiciones y aspectos simbólicos de la propia gente acerca de sus ve­
cindarios. Entre las variables destacadas están la estipulación de límites, la
identificación, el uso de sus instalaciones físicas y las opiniones respecto de
ellos. Aquí queda en evidencia que el material al que puede echar mano la so­
cióloga es preferentemente el de encuestas, con una carga de enfoques más
cuantitativos y positivistas que comprensivos o intensivos.
Se pueden leer, entonces, alusiones al "poco fiable" dato sobre los límites
reales de los vecindarios cuando éstos son proporcionados por los vecinos
(ibíd. : 143), o calificaciones de "imprecisas" a esas mismas fuentes (ibíd. :
144), o distinciones entre los límites "naturales" de un vecindario y los que da
la gente, además de criticar o ponderar la "corrección" o no de esas mismas
expresiones de los actores en cuestión (ibíd.: 145). Después de hacer esa re­
visión, termina criticando la determinación unilateral de esas variables para
definir o "descubrir" un vecindario.
E l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
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--- --- 10 7
Ni el establecimiento de límites más o menos precisos, ni la identificación
del vecindario mediante un nombre, ni el uso de los servicios locales son ga­
rantía de la existencia de un vecindario urbano. Aporta otra dimensión para
ver si esa garantía aparece: el grado de apego y de satisfacción de la gente
respecto de su vecindario, pero la respuesta es negativa pues "esto es sólo un
fenómeno subjetivo" (ibíd. : 172) y, además, "la gente puede sentir gran ape­
go por sus vecindarios y, sin embargo, aMndonarlos" (ibíd. : 18 1 ) . Concluye
entonces que "ni los límites subjetivamente identificados ni el 11.so concentra­
do de las instalaciones del área, ni las relaciones de vecindad, ni los senti­
mientos nos permiten localizar y clasificar a los vecindarios urbanos diferen­
ciados" (ibíd. : 1 7 1 ) . Sin embargo, éstas también son palabras de Keller : "las
áreas locales que tienen límites físicos, redes sociales, uso concentrado de las
instalaciones del área y connotaciones especiales emocionales y simbólicas
para sus habitantes se consideran vecindarios" (ibíd. : 231).
Quizá la explicación de esta evidente contradicción pueda estar dada por
el trasfondo ideológico de la autora, que persiste en apoyar su enfoque den­
tro de la polaridad folk/urbano. Su pensamiento es que, en realidad, el cam­
bio social de la urbanización ha sido de tal envergadura que la existencia del
vecindario urbano se torna dudosa, salvo en su representación por las rela­
ciones de vecindad, en "los segmentos más aislados, pobres e inmóviles de la
población [que] siguen dependiendo del área local y de sus habitantes" (ibíd. :
17 6 ) . Lo urbano, en suma, ha vencido a lo vecinal (ibíd. : 220): "las cuatro di­
mensiones [citadas arriba] no se superponen de forma pre visible o significa­
tiva en las áreas urbanas en proceso de cambio, y de ahí la dificultad de lo­
calizar vecindarios y de planear y construir vecindarios efectivos" (ibíd. : 232).
Participa, como vemos, con Ledrut de una cierta perspectiva evolucionista
de la realidad barrial o vecinal, pues concibe al vecindario como "desapare­
ciendo". Esto queda claro desde su inicial pregunta : "iEcharán de menos los
niños de mañana el vecindario local igual que echamos nosotros de menos los
pueblos de nuestros abuelos ?" (ibíd. : 7). Por eso habla de un "ethos de pue­
blo" que se está extinguiendo en aras de la tendencia megalopólica del "nue­
vo hombre urbano" (ibíd. : 9), recordando el sentido popular de solidaridad de
Weber.
Pero sin duda el aporte realista de Keller reside en tener en cuenta desde
un principio la paradoja de que aún contra los que opinan -desde lo acadé­
mico- que el vecindario está extinguiéndose, los deseos de la gente son en­
contrar sentido a la vida en contextos de unidades sociales mínimas, entre las
cuales el vecindario ocupa un papel preponderante. Se sitúa entonces en el
centro de esta contradicción, preguntando por las posibilidades del estableci­
miento de relaciones de identidad y arraigo vecinales en el marco urbano mo­
derno y, en un segundo término, interroga sobre la "utilidad" de esa vida ve­
cinal, en función de ese mismo marco. Su culminación con las recomendacio­
nes a los planificadores urbanos pondera las variables ya vistas en su uso con­
creto y apunta a la toma de conciencia -por parte de éstos- de las vidas par­
ticulares de la gente que poblará ios centros proyectados.
El barrio en la teoría soci al
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Para esto utilizó el repe rtorio académico sobre la vida barrial de raigambre
sociológica más que antropológica y más cuantitativo que cualitativo. A pesar
de estar Herbe rt Gans, falta entre sus citas un Liebow, un Suttles, un Le wis,
un Anderson y, aun mucho más sorprendentemente, un Wirth o un Whyte. Es­
to a pesar de que su posición de fondo no es demasiado distinta de las tesis
culturalistas, y a pesar del no uso del término cultura. Véase, por ejemplo, si
esa "dependencia del lugar'' se diferencia en algo del provincialismo y la seg­
mentación de Suttles. Evidentemente, Keller se diferencia de los culturalistas
no tanto en el fondo sino en que no parte de la necesidad explícita de integra ­
ción de la vida de los pobres de las ciudades. Directamente los excluye de sus
análisis (ibíd. : 2 8), al menos en términos de lo que de fine como relaciones de
vecindad, y no cita a ningún autor de los que incluimos nosotros en el cultura­
lismo aplicado al Tercer Mundo porque directamente eso no le interesa.

El valor y la satisfacción por la comunidad vecinal


El concepto de barrio de Ledrut y de Keller es el barrio de la sociología por
antonomasia al empezar la década del ' 7 0. Un barrio para el cual los que vi­
ven en él (sus vecinos) son -antes que nada- términos de relaciones de con­
tacto, puntos de unión entre vectores que representan relaciones de frecuen­
tamiento y vecindad. Cierto es que tanto en Ledrut como en Keller se insinúa
algo parecido a lo que podríamos llamar construcción de una identidad social.
Sin embargo, es más bien una relación de identificación con el lugar en el que
se efectiviza o no dicha relación, lo que termina -y Keller es un ejemplo pa­
radigmático- subsumiendo el concepto de barrio en el de vecindario, a pesar
de la d istinción que hace Ledrut entre ambos, en la que da a éste una dimen­
sión menor a la de aquél .
En rigor, la obra de Keller es la culminación de los ' 6 0 en cuando a la es­
pecificidad, pero las variables sobre la problemática barrial que se podrían en
juego en las dos décadas posteriores ya estaban dadas por los contextos de
necesidad y de formulación previos, principalmente la producción de la escue­
la de Chicago y su particular forma de sistematizar los procesos de segrega ­
ción urbana, apoyados en el concepto de comunidad como parámetro de in­
tegración y equilibrio en la relación del individuo, el grupo local y la "sociedad
mayor". En principio h .iy cuatro columnas valorativas que conformarían una
especie de basamento desde el cual emerge el segundo contexto de necesi­
dad.
La prime ra está formada por el valor que se le atribuye a la vida en los ba­
rrios, en contra posición con el estilo de vida urbano, cosmopolita, anómico,
complejo, de relaciones secundarias e institucionales. Pero colocando al barrio
como una especie de contrapeso necesario del modo de ser metropolitano, en
el que se abriría paso lo comunitario, la proximidad vecinal y la expresión de
los sentimientos que el hombre necesita para desarrollarse como tal entre
tanta maraña social, diversidad de identidades, signos extraños y "pérdida"
del mundo propio local que le com plejizaría la vida.
- arrio según
El b-- la teoría social urbana de los últimos años
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La sociedad global impone sus reglas, mientras que el modo de ser barrial
permitiría que se logren los consensos, la integración, el equilibrio, la perte­
nencia : "el consenso cultural debe lograrse a través de los barrios", afirma el
slogan de una obra de la época (Warner, 1 9 7 2 : 153 ) . Por eso la "revitalización
de los barrios" se convertirá en un tema de trascendencia social, cultural y po­
l ítica. Significará la restructuración de la vida paradigmática de la clase media
puesta en peligro por los distintos de las partes indeseables de la ciudad, to­
mados como punto de supuesto arranque de una deflagración social de ribe­
tes catastróficos. Y el barrio constituye el espacio de ese peligro, si no se pre­
viene su reversión. Veamos esta perla:
"... Los Estados Unidos se han librado de muchas alteraciones sufridas por
países menos afortunados y ello se debe en parte a lo extendida que está la pro­
piedad. Los petroleurs franceses incendiaban las casas porque ellos carecían de·
casa y tenían que vivir en sótanos y chozas. Las gentes sin hogar son las que
-en el lenguaje del Manifiesto Comunista- no tienen que perder más que sus
cadenas. Son un público dócil para los agitadores y los reformadores utópicos.
La chusma es un fenómeno de la moderna sociedad industrial para la cual es
una constante amenaza. Sólo desaparecerá cuando esté totalmente domestica­
da, es decir cuando v;va en casas y barrios decentes. Además hay que cambiar
las actitudes de la población de los barrios míseros" (Bergel, 195 9 : 4 2 4 ) .
Lo barrial parece adquirir el valor de una variable independiente d e los pro­
cesos complejos en que los migrantes (mexicanos, en el caso de Bergel), asa­
lariados de empresas norteamericanas, no logran con su sueldo comprarse vi­
viendas dignas, por lo que conservan sus cobertizos provisorios durante más
tle un cuarto de siglo y entregan a la ciudad del país "más afortunado" varias
generaciones de obreros, desocupados a veces, trabajadores informales luego,
que "continúan sin adaptarse al estilo de vida norteamericano", debido -de
acuerdo con Bergel- a que habitan el mismo barrio y a que mantienen las
tradiciones culturales del país de origen. Y cuando la crisis de desempleo co­
loca a los hijos o nietos de esos migrantes externos de países "menos afortu­
nados" en situación de ganarse el pan y pasar a la adultez con responsabili­
dad, caen en las patologías urbanas más extremas, formando las pandillas
que hacen peligrar tanto a "nuestra" ciudad cuanto al Mundo Libre.
El segundo soporte de la producción de esta época es la asunción de la pér­
dida de ' la comunidad en relación con la moderna sociedad de masas. Hemos
llamado idealidad cuando ese vivir comunitario se coloca como ideal en con­
traste con una actualidad donde se constata el riesgo de pérdida. No ha que­
dado ajena la noción de barrio de este tópico de las ciencias sociales: deca­
dencia de la vida vecinal de relaciones primarias (Street, 19 78 : 13 8 ) . El mo­
delo contempla y reivindica la persistencia de sentimientos locales barriales
en el seno de la sociedad de masas y trabaja mediante la encuesta a los ve­
cinos respecto de su satisfacción por residir en determinados vecindarios .
Esto se refleja en distintos objetos de análisis y cuestiones teórico-prácti­
cas, desde el renacer de los suburbios y la discusión de si deben o no conver-
El barrio en la teoría social
1 1 0 ------------------------------

tirse en nu evas áreas urbana mente congestionadas o si deben ma ntener las


condiciones d e tranq u i l idad y espacialidad del ideal co mun itari o . Ta mbién se
plantea cuando se trata de reforzar los lazos de pa rti cipación cívico-vecinal .
En todos l os casos, esos l l a mados a recu perar valores perdidos o en riesgo d e
desapa recer i nd ican ( co m o una h i pótesis posi ble) que com u nidad, a l menos,
pa rece ser aquello q u e se dice que desaparece, cuando se trata de producir
u n cambio en las con d i ciones a ctuales, y se col oca en el pasado a la utopí a
hacia la cual se pretende l l egar4 1 .
En tercer lugar, l a va lorización d e l o barri a l -local, preconcebido co mo co­
mun itario, es referen ciado en el tipo de relaciones interpersonales pri marias
-ca ra a cara- de veci n d a d . Se prod ucen sistematizaciones de este con cep­
to, como l a d e Usee m , Useem y G i bson ( 1 9 74 ) , quienes d esta ca n l a fu nción
de l a vecindad para el varón de l a clase media y ex pl i cita n l a difi cultad para
establecer cuál es la rel ación normal o equ i l i brada de esta vinculación entre
personas. La respuesta es que resu lta confuso defi n i r veci ndario como l o co m­
puesto por veci nos, y vecinos a los que co m ponen un veci ndari o : "nosotros
partiremos -dicen- de nuestro ejemplo : vecino es definido por los actores,
los hombres de la muestra, como los adultos que ocupan viviendas próximas
a las de cada 'uno "'.
Cada uno concibe ser él el centro de sus veci nos, por eso habla de "mis" ve­
cinos . Vecindario, por su parte, es definido en dos sentidos : a) para referir a la
l ocal idad de cada uno de los vecinos, el barri o i n medi ato, y b) pa ra referi r al
área geográfi ca disti nguida por las ca racterísticas y estilo de sus habitantes, i n­
cluyendo el tipo y a rreglo de sus casas . Es el barrio extenso, y un aspecto cru­
cia l es la reputación de cada veci ndario, conformada por las prácticas del buen
veci no, que son : presta r ayuda en emergencias, respetar la privacidad del otro,
y fo mentar la amistad pero no tener a migos entre los veci nos.
Un cuarto in gredi ente típico es el l l a mado modelo de la satisfacción barrial.
Durante toda esta época florecieron las encuestas sobre índices de satisfacción,
lealtad o pertenencia a l barrio, dependientes de las respuestas di rectas de los
residentes, estudiadas según modelos cuantitativos y de indicadores estándar.
Dan l ugar a la obtención de datos que son asociados a variables como el ape­
go al barrio o la lealtad a l l ugar, que a veces se sintentizan en la noci ón o valor
de la satisfacción . Ésta, por su lado, adquiere u n valor de ca mbio cuando se tra­
ta de ponderar o no a determinados barrios, tanto desde los i ntereses i n mobi­
l i arios privados como en las pol íticas públicas4 2 , Se estudian las infl uencias del
contexto barrial en el contenido de las relaciones sociales y redes de amistad,
tanto a n ivel grupal como i n dividual : preferencias, elecciones, infl uencias e i n­
tereses individuales refl ejados en registros cuantificados ( H uckfeldt, 1 983 ) .

4 1 El reforzamiento de las organizaci ones comunales según distintos "niveles d e comunidad" se aso­
cia a las clasificaciones de tipos de comunidades (Gottschalk, 1975), más o menos aptas para el
desarrollo de acciones organizada s.
4 Casey, 1980; Fernández Y Kulik, 198 1; Huckfeldt, 1983; Crenson, 1983; Herting, 198 5; Lagory,
2
1985 ; Conne.-ly, 1986; Cohen, 1987; Beauregard, 1990.
E=-
--�-------------------------- 1 1 1
l b arrio según la teoría social urbana de los últimos años

Una crítica a estos modelos de satisfacción puede encontrarse en el libro


de David Harvey Urbanismo y Desigualdad Social { Harvey, 1977: 163- 168).
pri n cipalmente es objetable la lectura que este tipo de encuesta produce, ya
que se atiene a la literalidad de ciertos contenidos de las verbalizaciones de
10 s actores, con indicadores establecidos de antemano en forma uniforme por
1 0s estudiosos. Si la encuesta está, por ejemplo, orientada desde una visión
funcionalista del barrio, las respuestas necesariamente rondarán ese aspecto,
s in que se les permita a los vecinos expresar otro tipo de preocupaciones o
asunciones más profundas, que también son parte del imaginario respecto de
s u realidad barrial.
Fernández y Kulik, en 1 98 1 , muestran Un modelo de multinivel de la satis­
facción de vida, los efectos de las características individua/es y la composición
de los barrios. Por medio de ecuaciones matemáticas llegan a exponer lo que
-en palabras- podría sintetizarse así: se examinan los efectos de los atribu­
tos individuales, el contexto barrial y el contraste social entre el barrio y el au­
to-registro de la satisfacción de vida para un caso de residentes43. Juegan con
la diferencia entre la satisfacción material que brindan algunos barrios y las
posibilidades de una vida social más plena en otros con menos recursos.
Y Yehoshua Cohen, en 1987, trabaja con categorías como satisfacción, ad­
hesión, pertenencia, y realiza un análisis cuantitativo de los datos de encues­
ta, en un clásico estudio sobre los índices de satisfacción y apego al barrio.
Parte de enunciar distintas teorías44 y postula tener en cuenta las variables in­
ternas y externas a la unidad en estudio. Brinda cuatro conceptos de contex­
to del barrio: el social, que apunta a las características de los individuos; el
global, que se refiere a la reputación, los servicios, las relaciones con otros
barrios; el urbano, que tiene relación con la ciudad o el sector de la misma;
y el societal, que abarca a la sociedad mayor. Ejemplifica con algunos barrios
de Jerusalén, para los cuales el apego resulta ser una variable importantísima
para definir el índice de satisfacción.
En última instancia, podríamos decir que los estudios sobre satisfacción
pueden aportar a diseñar un primer mapa de una parte urbana que muestre
indicios de acuerdo de los residentes con respecto al valor que los encuesta­
dores han dado previamente al concepto de satisfacción. Esto no es poca co­
sa dentro de un proceso de indagación de los significados con los cuales los

4 3 " H i potetiza mos q u e los ba rrios c o n stituyen con textos socia les i m p o rt a n tes d e n t ro de los c u a les los
i n d ivid u os fo rj a n la satisfa cción en s u v id a . E n el n ivel i n d ivid u a l d e l mod elo d e satisfa cción d e v i ­
d a , los res u lt a d o s está n a c o r d e s con i nvesti g a ciones p a s a d a s , q u e m u e stra n q u e l a ed a d , l a ed u ­
cación, l a inteligen cia y el esta d o civ il a fect a n l a sat isfa cció n . Los efectos d e l contexto b a rrial y l a
co m p a ra ción d e l p ro ceso socia l m u estra n q u e l o s h a b it a n tes r u ra les est á n m á s satisfechos q u e los
res ide ntes cita d i n os,- m i e ntra s las perso n a s que viven en b a rrios con un a lto cost o d e vida est á n
m e n o s satisfecha s . La g e n t e d e l ba rrio cuyo i n g reso p r o m e d i o está deva l u a d o d eb e esta r m e n o s
sa tisfech a " ( Fe rn a n d ez y Kulik, 1 9 8 1 : 8 40 ) .
4 4 L a s teorías son : 1 ) la ca l i d a d d e vida d e la u n i d a d territo ria l ; 2) el sentido d e l l u g a r; 3 ) l a i n te­
g ra ción del i n d iv i d u o en con textos d iversos; 4) las l u c h a s d e cla ses; 5 ) la existen cia d e redes so­
cia les i n fo r m a les que d a n esta b i l i d a d a d eterm i n a d a s s itu a c i o n es; 6) la satisfa c c i ó n por los i n d i­
v i d u o s d e , 1 t ro de u n a u n id a d territoria l, y 7) el contexto social d e l vec; n d a ri o .
11 2 -----------------------------.;;;_
El barrio en la teoría soc ia l

acto res de la ci udad viven en ella o en sus barri os . Pero para situarse en e l
plano de la generación perman ente de con fl i ctos ex pl ícitos o latentes en l os
contextos barri ales, es preci so agregar a estos índ ices datos que los contra­
digan, que i ntroduzca n cuñas ca paces de descubri r los otros signifi cados,
ocultos tras las pri meras verba l izaciones y, d e esta manera, desentra mar el
espaci o barrial en sus profundas texturas de senti dos cruzados .

los barrios-problema: ¿culpables o víctimas?


El pri mer contexto de n ecesidad sobre l a noción de barrio apuntaba o
em erg ía de l os procesos de segregación espacia l dentro de la ciudad moder­
na y sus consecuencias en la vida concreta de los habitantes, en su ca rácter
de productores socializadores de la ciudad, por un lado, y consumidores ex­
cluidos por el otro . Quedaban al descubierto las contradicciones de l a ciudad
referenciadas en l a distri bución desigual del espaci o . A parti r de aquí, las al­
ternativas que se perfi l a n pueden apuntar a la natural ización de esas relacio­
nes, al esti lo de los estud iosos de Chicago y l a teo ría d e l a modernización en
la urbanización subalterna -dependiendo del contexto de a ctuación-, o a l
cuestionamiento de las razones estructura l es que ocas ionan los fenómenos de
segregación y las probl emáticas urbanas foca l i zadas en l os barri os .
Fue más fuerte el despl iegue de la pri mera altern ativa, debido a la paradoja
ya señalada de los enfoques marxistas o afines, que a l no considerar lo u rbano
como variable i ndependiente, produjeron una cierta quietud en l a profundiza­
ción de los estudios empíricos y teóri cos sobre las cuestiones urbanas, mientras
aquellas posturas sostenidas por la consideración del es pacio urbano co mo es­
peci fidad determinante produj eron mayores expl i caciones de los fenómenos
problemáticos emergentes en las ciudades modernas. Quizá por esto, qu i enes
apuntaron a los problemas sociales acontecidos en las ciudades debieron situar­
se en esta línea oscilatoria entre apoyarse en la especificidad de lo u rbano-es­
pacial o apuntar a las causas estructurales. Los resultados fueron variados .
Desde una visión panorá m i ca podemos establ ecer q u e la mayor profusidad
de estud ios se orientó sobre la base de lo que hemos l lamado escenificidad de
l o barrial, esto es : considerar el ba rrio como un mero co nti nente o tablado
donde ocu rren los problemas sociales, a parti r de lo cual se bifurca la propues­
ta de quienes los atri buyen a va ria bles espaciales-urbanas y q u i enes l os ha­
cen d erivar del proceso social genera l . Sin embargo, l a nota co m ú n es que ,
i n dependienteme nte de estas to mas de partido respecto de las ca usas d e l os
problemas, l o que se constata es l a existencia plena d e l os mismos en l os ba­
rrios de l a ci udad, enunciados co mo desempleo, pobreza, comporta m iento de
grupos conflictivos, droga, deli ncuenci a , "falta de aprovechamiento de las
oportunidades económicas", deserción escolar, deteri oro del medio a m biente,
econo mía informal y p rob lemas étni cos4s .

45 Beyer, 1970; Banfield, 1973; Berry, 1973; Timms, 1976; Starnlieb y Hughes, 1980; Vand ell,
198 1 ; Meyer, 1984; Bourgois, Op. Cit. ; Clarke y Kirby, 19 :10.
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�------------------------- 113
De esta manera, se agrupan una serie de trabajos sociológicos que se es­
pecializan en describir los problemas sociales en los barrios y en forma pun­
tual en determinado tipo de barrio, que es considerado como causa de la pro­
blemática social, sin estudiar mayormente el ' contexto global histórico que
produce esos barrios. Y esto se da aun desde posiciones progresistas, como
la de S. Clark, para quien el ghetto resulta, empero, una "patología institucio­
nalizada " (Clark, 1975), sin detenernos en enfoques en los que las víctimas
terminan siendo los causantes de la segregación, o la de quienes hablan di­
rectamente de "barrios degenerados" (Riesman, 1970: 7).
El barrio pobre y mísero adquirió, a partir de las luchas por los derechos
civiles en Estados Unidos, una especie de apogeo. Se habla de "los pobres
redescubiertos" (Matthews y Weiss, 1973), a partir de la acción de las agen­
cias oficiales de asistencia. Y se continuó luego, poniendo el acento en la des­
cripción de las maneras como los pobres sobrellevan sus vidas de penurias y
de qué forma el barrio les sirve de escenario para tareas a veces legales y
otras no tanto, como cuando se focalizan en "la economía clandestina de los
barrios pobres" (Sharff, 1987).
Un ejemplo de consideración del barrio pobre como variable independien­
te es el del ya citado Bergel, quien explica cómo se constituye un barrio po­
bre y por qué se mantiene: los inmigrantes tuvieron bastante tiempo para
adaptarse a la vida norteamericana y prepararse para un trabajo mejor que
les permitiese mudarse a un barrio mejor, pero no pudieron hacerlo por el re­
chazo de la población norteamericana y su propia inclinación por mantener su
identidad y su sistema de valores y no "adaptarse al cambio". Y esa segrega­
ción permitió que ambos grupos se mantuviesen sin conflicto. El barrio míse­
ro, en consecuencia, no sería causa de desorganización, en tanto se manten­
ga la segregación o, lo que es lo mismo, en tanto esos habitantes no mani­
fiesten su disconformismo mediante la acción política. Pero al desaparecer la
generación primera de migrantes, aumentará la n orteamericanización y el sis­
tema de valores entrará en crisis, por lo que el barrio desaparecerá o entrará
en conflicto con la sociedad mayor.
La segregación urbana adquirió la inevitable connotación de la discrimina­
ción de tipo racial. Es la causa primera del fenómeno de segregación, al que le
siguen -según Tauber (1965)- la pobreza y la "elección". La segregacionali­
dad a veces va acompañada de segmentalidad, o partición de un área del es­
pacio urbano de acuerdo con identidades distintivas. En los últimos años la ca­
racterización sirvió para registrar procesos de pauperización aún mayor de las
clases de trabajadores, arrinconadas en barrios que merecieron la atención,
pero más por su caracterización como pobres que por su identidad barrial.
Lo que resulta dificultoso es encontrar, en la literatura sociológica, una vi­
sión que coloque en un plano de igualdad las racionalidades de los habitantes
de los barrios distintos ( ghettos o slums) y de la sociedad amplia, muchas ve­
ces utilizado como eufemismo para referirse en realidad a la población blan­
ca, digna y normal (no distinta) de la ciudad. Esto es lo que se trasunta, aun
El barrio en la teoría soc ial
1 14 ------------------------------..;.
hasta n uestros días, con disímiles trata mientos46 , pri ncipalmente cuantitati­
vos, donde es si nto mático que el foco se coloque en determi nados sujetos so ­
ciales y no en l a s proble máticas tota les y co ntextua l es que l os produce n . E n
estos trabajos el barri o es s ó l o si n ó n i m o de á rea , a l a usanza de la escuela de
Ch icago, s i n que se sugi era al menos com o objeto siqui era el mundo s i mb ól i ­
c o con citado a su a l rededor47 •
Es posi ble destacar los aspectos críticos que s u byacen a esta producció n .
En pri mer lugar, la consi deración de lo barrial -espaci a l co mo vari able, cap az
de condicionar co m po rta m i entos , o al menos de tipi fi carlos pa ra su expl ica ­
ción sociológica . El solo hecho de partir del trata m i e nto de ba rrios distintivos
coloca este dilema en la agenda de la reso lución d i ferencial de los problemas
de l a ciudad, co mo s i el contexto q u e a ba rque a estos problemas desde sus
causas hasta sus efectos n o pudiera extenderse hacia las partes no distintas
de l a ciudad .
El du al i s mo ti pológico que late en estos enfoq ues nos recuerda a sus an ­
tecedentes cl ásicos y a sus emergentes proyectados en l a u rbanización suba l ­
tern a . El interrogante e s de q u é man era s e verá n o n o reeditados e n l os tres
contextos que vere m os enseg u i da . En segundo términ o, su byace una idea
e m pobrecida o ya un tanto d ificu ltosa d e probar, en cua nto a s u vi gencia real ,
que es la de la m ov i l idad soci a l . N o obstante, se m antiene el m o d e l o de la es­
trati ficación de clases baja-media-alta, propio de la visión m ecanicista y fi lo­
sófica mente idealista d e la sociología nortea merica n a hegemónica .
El tercer aspecto que nota mos es la v igencia plena del foco en lo desviado
respecto de los procesos sociales pre-entendidos como normales. De esta ma­
nera , entra n en l a m i ra ci entífica los objetos que se apartan de la idea de in­
tegración , coh esión , eq u i l i brio y contro l , y los barrios quedan col ocados -en
forma explícita o n o - en el extre mo de las ca usas o condiciones de esas pa­
tologías. La d i ferencia étn ico-soci al -aun desde disti ntas posiciones ideológ i ­
cas - es considerada de p o r sí co mo problemática y naturalizada como den­
tro del objeto de a n á l i si s d e los des-órdenes urbanos.
Queda la necesidad de propender a un proceso real , ideal o i mposible -se­
gún los casos- de adaptación a l o que se sobrentiende que es sa no, ordena­
do, racional , equ i l i brado, por no-pobre y n o-disti nto . Resu lta si nto mático que
el modelo d e la satisfacci ón y las preferencias respecto de la vida en los ba­
rrios encaje con. estos íte m s : son l os problemas y el desorden de las partes
disti ntas l os q ue producen de parte de l os sectores no-distintos l a necesidad
de a poya r acciones de a daptaci ó n .
Y esto se rea liza sobre l a b a s e de una l ectura litera l de los significados ex­
presados en la encuesta de opinión cuantitativa y por considera r como dato la

46 J argowsky y Bane, 1990.


47 En trabajos recientes de diversas partes puede constatarse la preocupación respecto del tema so­
bre la base del registro y confección de índices de segregación y encuestas que los verifiquen, de·
rivados de las variables étnicas y raciales ITelles, 1992 ; Kraus y Koresh, 1992; Stern, 1992).
E l bar rio según la teoría social urbana de los últimos años
�- -�------------------------- 1 15
su perficie de los discursos previamente estandarizados en sus indicadores y
ta mb ién partiendo de un modelo estructural-funcionalista de la vida social,
p ara el que la satisfacción y la preferencia individual indican o equivalen a la
fu nción, a nivel de las estructuras formales y de acuerdo con el modelo orga­
ni cista.

6) El barrio de la política
El establecimiento de la funcionalidad barrial no es, sin embargo, patri­
monio exclusivo de los modelos formalistas o normativos, ya que toda teoría
-por más constructivista que pretenda ser- implica el establecimiento más
o menos velado de un orden regulado, al menos en la forma de ver la reali­
dad. En el terreno de la política y del poder en los barrios esto puede recibir
enfoques de uno u otro lado.
Se han visto las distintas formas de vincular el mundo de la política en sen­
ti do específico y el micromundo del barrio, a veces colocando a éste como ver­
dadera "escuela" de aquél.
Al tratar esta relación entre lo barrial y lo político dentro de las teorías ur­
banas de las últimas décadas, en principio, puede distinguirse la planificación
e implementación de políticas dirigidas hacia o para los barrios. Ya en lo es­
pecífico, hay dos ejes: primero, el del poder que se atribuye al barrio como
ámbito local, en sus organizaciones, movimientos e instituciones, que nuclean
o no a los actores sociales residentes en los barrios, y sus conflictos y luchas
con poderes centrales estatales y privados.
Segundo, el dilema del valor político que se les puede asignar a los barrios
desde distintos paradigmas de lo que se entiende por poder local, que adquie­
ren vigencia, por un lado, en los problemas sociales incluidos en determina­
das unidades barriales y los modos de abordar sus soluciones de parte de los
actores y, por el otro, en la organización y la participación vecinal en torno a
los movimientos generados desde ese poder. Y en cuanto al valor político, se
articulan los interrogantes sobre la importancia del barrio como escenario sig­
nificativo de la dinámica socio-política considerada determinante.

El barrio como supervivencia retrógrada


La década del sesenta es usualmente reconocida como el momento en que
la imagen de un mundo cambiante y progresivo se expande a todos los ám­
bitos de la producción intelectual, desde la científica hasta la cultural-profe­
sional en general. A riesgo de simplificar, podemos decir que, como parte de
las grandes líneas con que se construye ese paradigma, está la relación de
conjunción entre los conceptos de clase y cultura, lo que llega a traduéirse en
la asociación proporcional entre cambio y nuevos valores. Y en esto pueden
incluirse tanto las expresiones revolucionarias como las desarrollistas de la
época. En segundo lugar, lleva a trascender las manifestaciones sociales rea-
El barrio en la teoría soci al
1 1 6 -----------------------------.:::.

les, incluidas aquellas que deshistorizan una parte de esos procesos, por con ­
siderarlos esencias autónomas del condicionamiento histórico. Es en este con ­
texto donde se articula la pregunta y el posicionamiento por el valor trascen ­
dente del barrio.
Las conceptualizaciones del francés Henri Lefevbre y del argentino Juan Jo­
sé Sebreli, a pesar de sus dispares puntos de origen y niveles de sustenta­
ción, son un ejemplo ilustrativo del paradigma de la modernidad aplicado a lo
barrial en términos de valor. Manejan un concepto de barrio como decadencia
o supervivencia, que termina finalmente emparentándolos.
Como di ferencias más signi ficativas respecto del culturalismo podemos se­
ñalar que acá la referenciación se hace en función de realidades más univer ­
sales, por incluir la vida barrial en Europa o, para el caso de Sebreli, de rai ­
gambre inmigratoria europea en Argentina, en reemplazo de las tipicidades de
clase media norteamericana que estaban en la base evaluativa de los autores
reseñados en el capítulo anterior.
Se vuelve aquí a transitar el plano de los procesos sin sujetos como varia ­
bles independientes de las representaciones de los actores. Y a diferencia del
culturalismo en el Tercer Mundo, en esta ocasión el fenómeno básico que se
refleja, más que la mudanza del campo a la ciudad, es la no-mudanza, el que ­
darse, la supe rvivencia barrial respecto del modelo de un mundo en cambio
constante e históricamente ascendente . El papel del barrio en relación con esa
Historia será considerado de gran importancia por estos autores.
El punto de partida del pensador marxista es una denuncia sobre la exis­
tencia de lo que él llama una "ideología del barrio ", que sería pa rte del senti­
do común y cuyo peligro -para él -:- residiría en pretender "organizar la vida
urbana bajo el modelo del barrio", en pro de ciertos valores de tipo humanís­
tico y ético para los que el barrio resulta ser "el ámbito natural de la vida so­
cial auténtica" ( Lefevbre, 1 9 73: 1 9 5 - 2 0 3).
Se coloca de frente al conservadorismo de esta ideología, que -dice Le­
fevbre- es sostenedora espontánea y consciente del statu quo y representan­
te de un "primitivismo antropológico y sociológico", ya que hace -según él ­
una apología de la parroquia y una glorificación del barrio como parte de una
"ideología comunitaria", cuyo fin es el congelamiento de la vida social de
acuerdo con una utopía supuestamente democrática, que encubriría las rela­
ciones reales de la sociedad históricamente determinada. Lefevbre critica a
esta ideología porque deja de lado lo específicamente social de la realidad y
extrapola lo accidental, evaluándolo como esencial. Él lo contrapone a una
concepción de la "ciudad como totalidad", dentro de la cual -afirma- el ba­
rrio no juega ningún papel funcional o institucional :
"El barrio no tiene ningún aparato organizado, o casi ninguno. En el barrio
no se forman ni se instituyen los papeles sociales, las conductas o los com­
portamientos. El barrio no interviene en la proclamación de valores dominan­
tes. Como mucho, podemos relacionarlo con la sociabilidad espontánea [y es -
E l barrio
::-- la teoría social urbana de los últimos años
-=-----------------
-según --------- 117

tá ] limitado a las relaciones inmediatas directas, interpersonales . . . desarro ­


llándose a la sombra de las instituciones" (íd.: 199-200).
Parecería que Lefevbre critica al barrio por lo no barrio que no es o porque
n o es ciudad, o simplemente porque no forma parte de los aparatos institu­
cionales urbanos. Coloca a las instituciones como suelo real y verdadero de
las representaciones simbólicas, ya que sólo a aquéllas les asigna un papel
progresivo de la vida social, en contraposici ón con la representación. Lo evi­
dencia cuando atribuye a la parroquia el tener "una existencia simbólica más
que funcional o estructural; lo que simboliza tiene su sede y su sentido más
allá; es la religión, la Iglesia Católica Romana". Esto es lo que él llama "apro ­
ximación sincrónica" a lo barrial. Pero suma luego una visión diacrónica, por
la cual considera al barrio como "la mínima diferencia entre espacios sociales
múltiples y diversificados, ordenados por las instituciones y los centros acti -
vos" (ibíd.).
Las fuerzas sociales que han modelado a la ciudad como institución son las
q ue determinan lo histórico, según Lefevbre, mientras el barrio quedaría des­
bordado por estas fuerzas y al margen de sus resultados trascendentes. La
culminación de este enfoque queda claramente expresada en tres puntos: a)
"el barrio es una pura y simple supervivencia, se mantiene por inercia" (ibíd. :
200); b) "el barrio es una unidad sociológica relativa, subordinada, que no de ­
fine la realidad social, pero que es necesaria [ya que] sin barrios no hay ciu­
dad" (ibíd. : 201); c) "el barrio es el más grande de los pequeños grupos so­
ciales y el más pequeño de los grandes . . . constituye un umbral en la expre ­
sión y la existencia sociológica [... ] Es un microcosmos" (ibíd.).
Se plantea finalmente si él mismo no está reiterando lo que criticó como
ideología del barrio, y se contesta que el imperativo del momento es la siste­
matización de una verdadera "tipología de los barrios" (ibíd. : 202), sobre la
base de la distinción entre "los que se mantienen, los que se consolidan, los
que desaparecen", al igual que Ledrut, observando como tendencia general la
posible "desaparición del barrio" (ibíd.: 203), al igual que Keller.
A mediados de los sesenta, el ensayista Juan José Sebreli incluye en· su li­
bro Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, un capítulo llamado "El círculo
mágico del barrio" (Sebreli, 1964: 170-179). Considera al barrio como una
evasión de la realidad y un escape de la conciencia histórica de la clase obre­
ra, equiparable tanto con la cultura tradicional supersticiosa como con la mis­
ma cultura de masas de mera diversión y el fútbol; para él, elementos com­
pensatorios y alienantes.
Referencia la tipicidad barrial con los barrios obreros de la ciudad de Bue­
n os Aires, resultado de la inmigración europea durante el primer cuarto _de
si glo, y cuya existencia era un dato importante y nada soslayable de la rea­
lidad porteña. Sin embargo, llama la atenci ón que las únicas fuentes que uti­
li za -fuera de alusiones a su propio sentido común- provienen de obras li­
terarias. Inclusive adscribe a las palabras de un escritor para dar su definición
de barrio: "el barrio es la base orgánica pasiva de las funciones animales que
118 -----------------------------.:.l
ci a El barrio en la teoría so

se cumplen regularmente, aunque el mundo se venga abajo. El mundo se sa ­


cude y sufre, pero todo dolor -y el dolor denuncia la presencia de lo ya dife­
renciado- hasta aquí no llega" (Verbitsky, Bernardo: La Esquina: 193; cit. en
Sebreli, Op. Cit. : 171).
Como es posible observar, la extrapolación biologista está bien explicitada,
cumpliendo la función de explicar la abulia, la anemia, el pasatismo y el fue­
ra de la Historia del ámbito barrial, en opinión de estos autores. El ensayista
le va a agregar a esto dos grageas más. Apelará al argumento culturalista de
la continuidad del origen campesino y atrasado de los contingentes obreros
residentes en esos barrios: "el barrio obrero es algo así como una zona sub­
desarrollada enquistada en el seno mismo de la sociedad industrial moderna,
donde predomina un tipo de mentalidad primitiva, tradicional, mágica, su­
persticiosa, supervivencia de la estructura campesina de donde generalmen­
te procede la familia obrera" (Sebreli, Op. Cit. : 170).
Más tarde sumará la diferenciación social de sexos, al atribuir la pasividad
social del barrio al papel jugado por la mujer proletaria, " . . . en quien, a la si­
tuación de inferioridad de su clase, se agrega la situación de inferioridad de
su sexo carente aun de los medios de acción política y sindical con que cuen­
ta el hombre proletario" (íd. : 171). Lo que él llama "el círculo mágico del ba­
rrio" se debe a la chatura y la alineación a que ha sido llevada la clase obre­
ra por el mismo proceso de explotación.
Incluye en esta relación a la barra juvenil (para lo que cita a Whyte), al fe­
nómeno del "chusmerío", a los juegos de azar, y al auge de la crónica roja, to­
do como parte de esa "compensación simbólica de la chata vida cotidiana des­
provista de emociones" (ibíd. : 174), y les asigna un papel conservativo del
statu quo, ya que para nada hacen peligrar la moral y el orden establecidos.
Al chusmer:JP, por ejemplo, le atribuye la función de "satisfacer una ansiedad
emocion;tl subyacente que no encuentra otras vías de realización -creando la
apariencia de que pasa algo donde efectivamente no pasa nada, inventando
la historia cuando ésta no existe" (ibíd. ).
Con este último ingrediente puede notarse que el barrio deja de ser -pa­
ra estos pensadores- un simple y mero espacio, para convertirse en un cali­
ficado modo o tipo de vida social, que nos recuerda al concepto de continui­
dad cultural, que ya criticaran Liebow y los antropólogos de Manchester de la
teoría del conflicto. Sólo que aquí se resalta la necesidad de cambiar algo que
de por sí se concibe como pasivo y al margen de la Historia, entendida ésta
como el proceso producido en y por las instituciones, para el caso del francés,
y de la conciencia histórica de su propia explotación, para el argentino.
Nos topamos con una paradoja: lo no histórico tendría el estatuto de ser
freno de la Historia sin estar dentro de ella, a lo que cabría preguntar sobre
cuál es el rango existencial que una perspectiva historicista como la de estos
autores le reserva a lo barrial, fuera de adscribir a la metáfora de Verbitsky,
que lo empotra en la naturaleza, y fuera de pensar que ellos le asignen un ca­
rácter divino, por no histórico.
E l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�-------------------------- 11 9
El barrio es situado al margen de la Historia pero también como una espe­
cie de fachada o parte visible y triste de esa Historia. Lo demuestra Lefevbre
cuando por un lado impugna al barrio por ser mera representación pero no
deja de señalar que es representación de alguna realidad institucional sí im­
portante y determinante en el proceso histórico (por ejemplo, la parroquia y
la Iglesia).
Lo mismo ocurre con la categoría de totalidad respecto del concepto de
ciudad, ya que se considera al barrio como sede de determinadas relaciones
sociales que son calificadas como muestra (la más pequeña de las grandes y
la más grande de las pequeñas) de una vida total, que precisamente se va a
criticar cuando se la levanta como ideal de vida.
lA quién está criticando Lefevbre? A los planificadores urbanos, y el senti­
do común. Lo importante es que no niega la existencia de ese ideal en esas
asunciones, sino que lo critica como contenido de la vida social, pues para él
la totalidad histórica a tener en cuenta es la ciudad institucional moderna. Pe­
ro queda explicitado que esa misma ideología del barrio que reivindica a la vi•
da de barrio como ideal de vida, es también una manifestación ideológica que
se da dentro de la totalidad ciudad, pues los que la sustentan viven en la ciu­
dad, sufren en la ciudad, planifican en la ciudad y gozan en la ciudad. Ade­
más, como él mismo reconoce, sin barrios no hay ciudad. Y esa misma ideo­
logía del barrio es una más que típica manifestación de la Modernidad.
Detrás de esta consideración de lo barrial como retardatario l n o subyace
el reduccionismo politicista que sitúa únicamente en determinados escenarios,
considerados como importantes, los signos de la Historia, de la Política y de
la Conciencia, en tanto otros escenarios -entre ellos, el de los barrios- que­
dan de por sí lejos de esos valores trascendentales y progresistas?

la sub-economía de barrio o el barrio como resistencia


Del barrio como reservorio conservador y decadente -alejado de las ins­
tituciones- podemos pasar a quienes lo consideran una especie de baluarte
moderno de la resistencia cotidiana de clase, independientemente de si esta
manifestación se da o no en las asociaciones barriales. Para esto es preciso
ubicarnos en el contexto del retiro del Estado Benefactor y sus consecuencias
urbanas y barriales. Una serie de estudios efectuados desde posiciones socio­
lógicas clásicas y desde el llamado neo-marxismo, acuerda en algunos rasgos
notorios, que van desde los problemas (desempleo, crimen, deterioro, pobre­
za, conflictos con minorías) y se focaliza en la cuestión del manejo de la ciu­
dad, sobre todo de sus partes problemáticas, los barrios. No sólo los pobres
y étnicos, sino también los de clase media y los nuevos suburbios, concen­
trándose en la cuestión de la distribución del poder local entre los vecinos y
sus relaciones con las asociaciones vecinales, el Estado y los intereses de las
grandes compañías privadas, que entran en colisión con el necesario sentido
socializador de la ciudad.
1 2 0 ----------------------------
El barrio en la teoría soc i al

Se plantean la calidad de vida, el crecimiento urbano, la participación de la


gente en las asociaciones y los programas locales y estatales (Bryce, 1976). Hay
quienes directamente hablan de La trampa del bienestar: una política pública
para la privación (Susser y Kreniske, 1987), para calificar las consecuencias de
los recortes producidos en la época de Reagan a los programas sociales ( que a
la Argentina llegarán un poco más tarde): "Las políticas actuales de asistencia
se vuelven en contra de sus destinatarios (clase obrera, grupos étnicos y de­
sempleados principalmente)". Este es el contexto que afronta la realidad de los
barrios en las grandes ciudades capitalistas durante el fin de siglo.
En la compilación hecha por Scott Cummings (1988: Negocios, élites y de­
sarrollos, casos de estudio y perspectivas críticas), se reúnen trabajos desde
una visión neo-marxista4s. Se refuta el modelo hegemónico, planteando que ba­
jo la advocación de la libertad de mercado se retorna en realidad al control más
estricto del sector privado sobre el capital, lo que alteró las políticas urbanas y
las formas de vivir en la ciudad, dando lugar a la especulación sobre el suelo de
las ciudades e incidiendo en las formas de distribuir la vida, los bienes y a la
gente en ellas y en los barrios, bajo el modelo neo-liberal. Se analizan los con­
flictos de clase dentro de las ciudades norteamericanas, en el terreno de la ac­
ción de las élites y de la clase obrera y sus luchas respecto de los negocios cor­
porativos y las organizaciones barriales. Es que las crisis y rebeliones populares
en los EEUU de los '60 a los '80 se produjeron en general coincidiendo con las
reducciones de los presupuestos para políticas sociales. Y se localizaron en los
barrios pobres, donde el Tercer Mundo ya formaba parte del paisaje urbano.
Se destacan dos procesos vinculados entre sí respecto de esas realidades
barriales: por un lado, la movilidad social adquirió una dirección hacia la su­
burbanización y el desarrollo de identidades barriales reivindicadas como des­
centralizadas por las capas medias residentes en esos suburbios alejados de
la contaminación y complejización del centro de las ciudades. Por otro lado,
en los barrios pobres y en el contexto de la pobreza incrementada se desa­
rrollaron las economías clandestinas y de barrio (juego, droga, servicios va­
rios), concebidas como una verdadera "cultura de la resistencia" barrial (Mo­
lotoch, 1988: 25-47).
Así, el poder local es visto como de la clase media en los barrios del exclu­
sivismo descentralizado y como de las clases pobres en los barrios pobres de
la exclusión centralizada. Lo importante es que esta producción vincula las ex­
plicaciones teóricas de fondo con las luchas barriales. Harvey Molotoch -au­
tor de la teoría de la ciudad como máquina de crecimiento- se ocupa de las
estrategias de las élites urbanas y los contrastes sociales producidos por la
acumulación de capital esgrimida como garantía del bienestar general y las
realidades concretas, en donde la gente de los barrios desarrolla una verda­
dera "resistencia popular".

48 Los temas tratados son : la empresa privada y las políticas públicas, estrategias y contrastes en
el crecimiento de las élites urbanas, contexto de privatización de las instituciones públicas y des·
mantelamiento del Estado Benefactor durante los och enta.
E
l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�------------------------ - 121
lDe qué manera se realiza esta resistencia? Diversos estudiosos revelan
cómo, de acuerdo con sus intereses de clase contrapuestos, pujan la ciudad
"baja" y el poder empresarial, en cuanto a quién dicta los códigos urbanos
(Cummings y Snider, 1988: 153-181). Otros describen cómo la droga, las
apuestas y el comercio ilegal se transforman en una verdadera "sub-econo­
mía barrial" mediante la cual los pobres sobrellevan su situación en el ámbi­
to específico del barrio (Scharff, 1987), a lo que se suman los trabajos sobre
el sector informal de la economía. Esto plantea la continuidad teórica de los
dualismos tipológicos, con otros rostros: marginalidad, informalidad, estrate­
gias de ayuda mutua y supervivencia.
El dualismo revive en quienes ubican al sector informal como "opuesto" al
capitalismo desarrollado y causado por la cultura atrasada de los grupos so­
ciales "distintos" en las grandes ciudades. Saskia Sassen-Koob (1989) esta­
blece que el sector informal "es producto del capitalismo avanzado" y no una
rémora de la cultura de los grupos étnicos que lo desarrollan49. Destaca la lo­
calización barrial de pequeñas empresas en las grandes ciudades y todo el de­
sarrollo de una "economía de barrio", que consiste en una variedad de activi­
dades que encuentran la demanda para bienes y servicios dentro del barrio,
incluyendo las necesidades de los inmigrantes residentes en otros vecindarios,
que pueden carecer de facilidades comerciales. Estos bienes y servicios, en
general no son provistos por la llamada economía mayor o formal, por sus
costos de traslado o por sus precios elevados.
El trabajo de Rayna Rapp se ocupa de mostrar las formas en que se orga­
nizan económicamente las familias de un barrio de gran ciudad. A esas for­
mas de organización las incluye dentro de lo que considera "nuevas formas de
cultura urbana", producidas por la segregación social en la ciudad industrial.
Desmistifica la imagen dominante que culpabiliza al pobre y a su barrio por su
propia situación, y describe cómo a nivel de la familia se reproducen simbóli­
camente los roles de la sociedad. Parece inclinarse por rescatar más el papel
de la familia que el del barrio, si bien la familia pobre da su signo a la orga­
nización económica barrial (Rapp, 1988).
Hasta ahora, la subeconomía de barrio era hallable en las comunidades de
inmigrantes, en los barrios bajos, pero el caso de las áreas suburbanas a don­
de se trasladan las capas medias muestra que numerosos bienes y servicios
son provistos por los trabajadores informales. La gran demanda de trabajo in­
formal (sobre todo de la construcción) se origina en la gran economía, y la su­
beconomía de barrio sirve para estabilizar los ingresos de un vasto sector. ·
Surge finalmente la siguiente pregunta: llo que para los burócratas es una
simple evasión de impuestos no puede ser visto desde las políticas públicas
como una forma constructiva de afrontar el desempleo en esos barrios? Esto
es: como una estrategia de adaptación a la situación creciente de informali­
zación del empleo. Ya habíamos visto cómo Portes considera al sector infor-

49 "La actual fase de la industrialización avanzada posee condiciones que inducen el crecimiento de
una economía informal en las grandes ciudades" (Sa..sen-Koob, 1989 : 60).
El barrio en la teoría soc ial
122 -----------------------------
mal como regresivo respecto del desarrol lo capitalista y el resultado de la lu­
cha de clases, por la cual el capital impuso volver a pasadas épocas de l as que
las había apartado la lucha obrera y hoy puede ejercer en plenitud su dese n­
tendimiento de l a cobertura de derechos para la sociedad en su conjunto y so­
bre todo para las clases que producen la riqueza .
Con esta concepción del barrio como resistente desde lo cotidiano de su
práctica económica o sub-económica informal y hasta clandestina, adquiere
vigenci a l a capacidad de generar cultura en cierto modo específicamente ba­
rri a l . El barrio pasa a obtener una funcionalidad distinta a la forma l , volcán­
dose más hacia l a interstici alidad, o contexto donde se puede dar con mayor
frecuencia la construcción de opciones en las contradicciones de los sistemas
formales ( labora l , urbano y lega l ) .

Disyuntivas sobre el poder barrial


La polarización que se produce con el acrecenta miento de la distancia en­
tre barrios ricos y pobres dentro de la ciudad pone en cuestión la contradic­
ción entre l a democracia moderna y la privaci ón del espaci o urbano de parte
del capital corporativo, lo que ocasiona luchas de las asociaciones barriales
unidas contra los organismos guberna mentales, comprometidos entre los in­
tereses de los negocios i n mobiliarios y los de los propios barrios ( N eu beck y
Ratcliff, 1988 : 299-3 3 2 ) .
Así se v e este proceso e n algunos estudios q u e enmarcan l a discusión des­
de la noción de clase soci a l , barrio y Estado . Los pobres (en sus organizacio­
nes barriales) pujan por l a distribución de bienes sociales públicos de ia ciu­
dad (O'Brien, 1975 ) . De hecho, se definen las asociaciones veci nales como
"un actor, una organización cívica orientada hacia el mantenimiento y provi­
sión de la calidad de vida en un área geográfica residencial" ( Logan y Rabre­
novic 1990) y que "los gobiernos vecinales representan una institución que
podría ayudar a resolver algunos problemas urbanos" ( Kotler, 1976 : 1 1 1 ) .
La oposición básica estaría dada por los actores barriales, por un lado, y
"la mano invisible del determinismo" ( Logan y Rabrenovic), por el otro. Pero
se plantean si la organización barrial debe regi rse por la centralidad de l os po­
deres de la ciudad o gozar de una autonomía (dada por la descentralización)
necesaria para sus mejores logros.
Los críticos de los gobiernos veci nales en pequeñas unidades territoriales
dicen que esto representa una fragmentación del gobierno y puede i mplicar
una menor eficiencia, un aisla miento veci nal, y que se pueden producir cre­
cientes hostilidades entre los barrios.
Los defensores del poder vecinal reivindican el clásico sentido de idealidad
de la com unidad barrial : "la política en un espacio reducido, un espacio en el
que la gente pueda conocerse entre sí y compartir algún sentido del sitio don­
de todos viven y donde en consecuencia comparten sus intereses cívicos tie­
ne una virtud especial: . . . permite la diversidad" ( Morris y Hess, 1978: 17) .
-
E l barrio segú n la teoría social urbana de los últimos años
--�-------------------------- 1 2 3
El barrio es izado como estandarte de la vida a "escala humana", con desa­
rrollo de la política concreta, lejos de la abstracción de los poderes centrales.
Kotler defiende los gobiernos locales vecinales, ya que pretende mostrar
que la administración de servicios públicos y bienestar social puede proceder
eficientemente desde los barrios mismos, y las bases intercomunales como la
cooperación política entre los barrios pueden dar buenos resultados. El gobier­
no vecinal es la unidad básica de la vida urbana y de la comunidad metropo­
litana, afirma. Y "es una alternativa de participación y podría reemplazar al
gobierno de la ciudad", arriesga (Kotler, 1976: 114). El objetivo, para él, es la
eficiencia en el manejo del orden civil en libertad y democracia.
Los que se oponen dicen que la autonomía vecinal lleva a la competición,
a la hostilidad y a la violencia entre los barrios, lo que implica que el gobier­
no de la ciudad es eficiente y la ciudad unificada exhibe menos hostilidad y
violencia. Contra este argumento, Kotler muestra el ejemplo de muchas mu­
nicipalidades que actúan en forma solidaria en el área metropolitana y Karz­
nelson plantea que "las estrategias de la descentralización y del poder local
son conflictivas". La estrategia del poder local necesita estar integrada a una
política urbana nacional opuesta a las élites urbanas, ya que éstas no promue­
ven más que sus propios intereses en detrimento de los generales y principal­
mente de los barrios. Los intentos de descentralización han fracasado porque
no pudieron vencer la centralización burocrática. Se propone, entonces supe­
rar la existencia dispersa de barrios aislados y rivales y una ciudad centrali­
zada y alienante (Karznelson, 1976: 15 7).
En relación directa con la organización barrial perdura y se actualiza la cues­
tión de la decadencia o no del sentido de comunidad en la ciudad moderna y prin­
cipalmente en los barrios. Persisten interrogantes como respecto de la importan­
cia de los "sentimientos locales" en el mejor desenvolvimiento de las organiza­
ciones barriales dentro de las grandes ciudades (Street, 1978: 70-80). Y se en­
tronca con el resurgimiento del suburbio, como escenario posible de organización
y participación barrial. Se renuevan preguntas sobre la dimensión socio-espacial
del barrio que funcione socialmente en forma armónica e integrada.
Pero los barrios declinan en forma pareja a los procesos de deterioro físi­
co y discriminación racial y social (Alexis, 1976). Por eso, la organización del
barrio como comunidad adquiere nueva fuerza. Delmos Janes estudia las re­
laciones entre las comunidades locales y los más altos niveles institucionales
de la ciudad. Existen diversos grupos y redes, pero " . . . la existencia de comu­
nidades no implica la organización de la comunidad entera" (Janes, 1987:
100). La organización no es una cualidad dada sino que debe ser construida
con esfuerzo colectivo e individual. Una localidad no necesariamente es una
comunidad. El rol de las organizaciones barriales es lograr la comunidad local,
y el "sentido de comunidad será logrado mediante la red de relaciones y líde­
res con un alto grado de organización y consenso, sin imposición centralista.
Las discusiones acerca del alcance del poder barrial se contextualizan, en­
tonces, no sólo en los barrios del piso de la pirámide social sino también en
12 4 ----------------------------::::"
El barrio en la teoría soci a l

los de sectores medios. Allí, los problemas pueden ser otros, pero la neces i ­
dad de construir una comunidad parecería replicarse: "las organizaciones ba ­
rriales brindan un sentido de comunidad a los residentes del barrio, reducien ­
do el sentimiento de aislamiento y temor ante el crimen que prevalece en de ­
terminadas áreas" (Daykin, 1988: 357).
En los suburbios de clase media surge la problemática del "exceso de lo ­
calismo" y la necesidad de establecer barreras democrático-institucionales pa­
ra el control barrial, que pueden ser la dependencia externa de centros muni­
cipales de decisión o barreras de tipo legal. Del otro lado, está entablada la
lucha por la independencia de las asociaciones barriales hacia un mejoramien­
to de la calidad de vida urbana sin depender de los centros de poder. Para
unos y otros es recurrente la cuestión de la baja participación de la gente en
las asociaciones barriales.
Unos se preguntan si existe un comportamiento político distintivo entre los
residentes de barrios pobres y de barrios ricos, o entre negros y blancos, o
entre clase media y clase baja (Berry, Portney y Thomson, 1990). Se especia ­
lizan en lo que llaman "comparaciones barriales" y trabajan con un mapa que
distingue entre barrios pobres y no pobres y hacen un análisis cuantitativo del
comportamiento político sobre la base de la participación de la gente en las
organizaciones políticas locales.
Logan y Rabrenovic estudian las asociaciones vecinales, en relación con
proyectos territoriales, en conflicto con los gobiernos locales y los negocios in­
mobiliarios y los proyectistas estatales en el contexto del modelo de la gran
máquina de crecer de Molotoch. También cuantifican la participación, sobre
todo donde las asociaciones luchan en defensa de sus barrios suburbanos.
Más cercano a un enfoque antropológico, aunque exponiendo cuadros
cuantitativos, el trabajo de R. Oropesa en Washington relaciona la estructura
social con la generación de solidaridad social y el involucramiento en asocia­
ciones vecinales. La participación en organizaciones se da, afirma, más por los
lazos sociales que por el modelo del apego psicológico, que pretende explicar
esta participación en la comunidad en términos individuales.
En un estudio en la ciudad de Pittsburgh, Louise Jezierski, con un enfoque li­
beral, muestra las luchas de las asociaciones barriales para participar en el pro­
grama de revitalizar su ciudad, como una tensión entre los intereses barriales
con los públicos y privados generales. Su participación es reconocida como ne­
cesaria para legitimar esos propósitos oficiales, pero también son excluidas de
las decisiones políticas que hacen al desarrollo económico del barrio y la ciudad.
Con un criterio explícitamente de gestión vecinal, Jezierski desarrolla las teorías
de asociación y corporación, según las cuales es posible construir el consenso
dentro de ciertas posibilidades y límites producidos por las contradicciones en­
tre los intereses barriales y los de "la sociedad", ya que "hay límites inherentes
para la legitimidad en la estructura de la relaciones sociales" (Jezierski, 1992).
Tanto la organización como la participación constituyen los tópicos de la
cuestión política en los barrios. Para la década del ochenta, ya un trabajo de
E barrio según la teoría social urba na de los últimos años
l
---�----------------------- 12 5
M atthew Crenson había real izado algunas dist inciones que resultan importan­
tes . En Las políticas del barrio ( 1 9 8 3 ), decía que las activ idades barriales son
esencialmente políticas, aunque mayormente no se las considere así. El ba­
rr io es una empresa potencialmente política y ese carácter está definido por
las funciones que desempeña. Los barrios no son gobierno, pero "promueven
el asunto de gobernar''.
Ad hiriendo a los teóricos de Ch icago, reitera que hay que ver a los barrios
en una línea que va desde la política barrial hasta la nacional, en una conti­
nu idad dentro de una var iación. Pero además establece que hay un sustrato
del sistema polít ico que existe en los barrios: es la sociedad civ il, de la cual
depende el gobierno. Y plantea esto como una v is ión alternativa de los estu­
dios políticos que los reducen a lo institucional.
lCómo es esto de la política de por sí en el barr io? En el barr io, d ice, los
consumidores son generadores de serv ic ios públicos (l imp ieza, salud, seguri­
dad ). Cuando los barrios generan estos servicios públicos propios s igni fica que
los vecinos han constitu ido relaciones políticas entre ellos. Que los vecinos se
junten para limp iar un callejón no puede considerarse meramente un asunto
privado. Están creando un servicio públ ico y haciendo un t ipo de trabajo polí­
tico . Ya Locke y Rousseau -recuerda- habían establecido que el ciudadano
debía establecer lazos políticos y consensuados entre sí antes que pud ieran
hacer conven ios con reyes y leg isladores. El barrio representa, entonces, la
comunidad política coleg iada entre los gobernados.
Lo más importante es que Crenson distingue entre relaciones de vecindad e
identidad barrial, y establece que la política en el barrio depende de ambas
cuestiones . Recuerda el trabajo de Suttles, donde se d istinguía entre los barrios
que adquieren identidad independ ientemente de las relaciones de vecindad que
establezcan los residentes en ellos, ya que el barrio desarrolla en general una
identidad por su representación hacia el exter ior, por cómo se lo ve desde afue­
ra de él. De esta manera, dice, un barr io adquiere def inición e identidad no tan­
to por la conciencia de sus integrantes acerca de sus lazos de identidad, s ino
por la verificación de que ellos hacen al espacio y son diferentes a otros.
Las relaciones de vecindad entre residentes, en cambio, no serían esencia­
les para la identidad de los barrios, que se refleja pr inc ipalmente en sus nom­
bres y límites. Esto puede ser om itido desde las instituciones oficiales pero se­
guramente estará v igente en los mapas mentales de la gente. As im ismo, se
resalta la fuerza de la memor ia barrial y las trad iciones locales. Crenson es­
tablece que existen culturas barriales que t ienen efecto en las polít icas barria­
les. Se pregunta, entonces, si las activ idades políticas dentro del barr io se
producen por la cultura del barrio en forma d ist int iva o respond iendo a los
mismos patrones que la política general de la sociedad mayor. Hay -c ita a
Hunter- qu ienes hablan del barrio como una sub-sociedad, en relación con
las macrofuerzas sociales más determinantes.
"Quiere decir -cr it ica- que hay quienes no toman al barrio como una cria ­
tura viviente sino como un repositorio de objetos sociales agrupados por las
El barrio en la teoría social
1 2 6 ---------------------------- --
fuerzas modeladas por la sociedad mayor, y hay quienes lo consideran como
una cultura autocontenida, con relaciones horizontales entre los residentes,
como una unidad social en funcionamiento, no como un inventario de ingre­
dientes sociales ensamblados de acuerdo con un recipiente deducido por las
macrofuerzas de la sociedad" (Crenson, 1983: 54).
Es necesario, entonces, distinguir entre el poder político que tiene al ba­
rrio como escenario específico y el valor de lo que sería una dimensión barrial
que actúa no como poder evidente o explícito sino como constructor de poder
en los significados más profundos de la vida social. Esto último es lo que pun­
tualmente nos interesa más. Con el concepto más antropológico de lo político
de Crenson es ponderada la vida barrial como un valor político, dado por lo
cotidiano de su socialidad primaria, pero más po·r la identidad barrial. Queda­
ría la comparación latente entre esta posición y la de Lefevbre, de aparente
signo contrario.

Movimientos barriales: crisis del deductivismo

Ver el barrio desde la política también debe incluir la visión de la política


desde los barrios, si bien parte del debate visto implica discutir si lo que se da
en los barrios es realmente política. Rescatamos con Crenson y otros la posi­
bilidad de considerar como parte de la política, en un sentido amplio, aquellas
manifestaciones de agrupación y prácticas sociales que se dan en los barrios.
Este debate se actualizó dentro de la ciencia social al emerger lo que se dio
en llamar la teoría de los nuevos movimientos sociales y, dentro de éstos, los
movimientos sociales urbanos, entre ellos los movimientos barriales.
Se definió a los nuevos movimientos sociales en oposición a los movimien­
tos clásicos, de clase, de partido, cuyos escenarios típicos eran la fábrica, el
comité y el sindicato, dentro de las pujas estructurales a largo plazo en la es­
fera de la producción y el manejo del Estado, estando básicamente en juego
el tema del poder y el acceso a las estructuras y palancas más determinantes
de la sociedad, cuyos valores se reflejan en la cultura libresca y textual y en
el ámbito de lo público.
A este nivel, o bien comienzan a detectarse o bien comienzan a aparecer
movimientos sociales cuyos objetivos no apuntan a la toma del poder, que se
resuelven en la esfera de los consumos y vindican la vida doméstica y privada
como emblema y valor, que se plantean plazos cortos y existencias eñmeras,
que reivindican elementos que no se ubican entre los estructurales ni tienen
que ver con proyectos de acceso al poder central, sino que innovan en la ma­
nifestación de sus símbolos y formas, incluyendo la cultura visual, gestual, icó­
nica, · y son defensivos, aprovechan los medios masivos, levantan relaciones
transaccionales, consensuadas, territoriales y muchas veces vindican la mera
supervivencia o bien elementos de consumo masivo e individual a la vez.
Dentro de este contexto, si tomamos a la ciudad como un insumo necesa­
rio para garantizar la reproducción material y social, lógico es pensar que las
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�------------------------- 1 2 7
condiciones de apropiación privada y desigual de los resultados del proceso
socializador, que implica la misma existencia de la ciudad, provoque movi­
mientos que la tomen como objeto de lucha en forma paralela o articulada con
las luchas nítidamente de clase.
El hacer que los obreros sigan garantizando la continuidad del capital, es
-además de la concentración de todas aquellas funciones urbanas que el ca­
pital necesita para reproducirse y desarrollarse, como el transporte, los servi­
cios, el acceso a las comunicaciones, etc.- lo que produjo las necesidades del
espacio de la ciudad como un consumo socializado y universal, el valor de uso
de la ciudad en su conjunto. Cuando se mezquinan esas condiciones para la
reproducción de los sectores populares y del trabajo, lo urbano, este sentido
de lo urbano, entra de lleno en la agenda de las luchas, luchas por los consu­
mos, pero, en el fondo, luchas por un costado de la producción general de la
sociedad.
A estas movilizaciones y luchas se las ha denominado movimientos socia­
les urbanos. Se dan ante la exclusión de los consumos dignos, ante la margi­
nalidad y la expoliación (Kowarick) urbanas. Su fundamento activo es la rei­
vindicación de quienes, en ejercicio del derecho ciudadano a vivir en condicio­
nes dignas, a consumir la ciudad que producen, aspiran a cambios que brin­
den mejoras a los modos en que se vive, usa y consume el espacio urbano.
La institucionalización del derecho ciudadano a hacer uso público de la ciudad
como un consumo colectivo siempre ha estado relacionada, por un lado, con
una consideración de la vida urbana asociada a conceptos como civilización,
mercado, democracia y contrato, y, por el otro, con cierto grado de calidad de
las condiciones materiales y espirituales de esa vida moderna, opuesta a la
arcaica, tradicional, precapitalista y autocrática.
Si la vida urbana es sinónimo de problemas que se ahondan en forma cre­
ciente y deterioran la imagen del futuro de las ciudades mismas, se amplía el
sector social que se siente víctima de esta problemática. Ya no es una cues­
tión sólo emergente de situaciones de extrema pobreza o marginalidad. Con­
diciones y servicios hasta hace poco tiempo considerados de existencia y ca­
lidad normales dentro de cualquier ciudad, hoy en día se tornan carentes, in­
suficientes, ineficientes o hasta mortalmente sospechosos. No es de extrañar
que los movimientos sociales urbanos comenzaran a estudiarse o a aparecer
-como se quiera- en las ciudades de los países industrializados, en torno a
reivindicaciones ecologistas, contra la contaminación, por condiciones de se­
guridad vial, etc. Esto reflejan los primeros estudios sobre hechos aconteci­
dos en los barrios medios de grandes ciudades. Luego el interés viró hacia las
realidades de las ciudades del Tercer Mundo, donde emergieron numerosos
movimientos alrededor de los problemas barriales.
En términos teóricos, estos estudios apuntaron a refutar el extremo deduc­
tivismo de ciertas teorías como la de la dependencia, que por su nivel de abs­
tracción y generalidad no permitía dar cuenta de los fenómenos y procesos
producidos a nivel de los sujetos sociales concretos, con identidades y siste-
El barrio en la teoría social
128 ----------------------------
mas de significados (culturas) particulares y como consecuencia de procesos
históricos singulares.
En aras de las hiperdeducciones, se perdían registros de lo concreto que,
por lo demás, resultaban claves para la profundización de la comprensión y
proyección política de las situaciones de conflicto desatadas en ciudades y ba­
rrios. Se actualizó entonces el dilema acerca de leer el texto de las estructu­
ras sin voces o exclusivamente las voces de los actores. De un lado, los plan­
teas netamente modernos y absolutistas, seguros y certeros en sus sistemas
de valores centrales, y de su diagnóstico de las lógicas dominantes, y del otro,
los enfoques post-modernos, proclives al relativismo y a la posibilidad del des­
centramiento de valores, de descripción de situaciones singulares, y a la rela­
ción de fuerzas más que a las lógicas. En la investigación urbana, a los movi­
mientos sociales reales no podía registrárselos en sus novedades desde el hi­
perdeductivismo, por eso produjeron el debate metodológico junto al teórico
e ideológico.
Cuando Manuel Castells se ocupa del tema, brinda no pocos ejemplos de
luchas barriales. Desde las originadas entre un grupo de vecinos de París pa­
ra que la municipalidad no los dejara sin la sombra de un árbol en una típica
y querida esqu ina, hasta los trágicos episodios vividos por los pobladores la­
tinoamericanos en sus reivindicaciones por la autoconstrucción de un barrio
en terrenos fiscales o privados. En forma puntual, trató el tema en el contex­
to de la apertura democrática española luego de la muerte del dictador Fran­
co. En La experiencia de las Asociaciones de Vecinos de Madrid, parte de la
crisis urbana -básicamente por la puja por consumos colectivos, tal como de­
fine él lo urbano- se detiene en el estudio de casos -barrios, asentamien­
tos- y termina relacionándolos con la cuestión netamente política én la nue­
va situación de democracia (Castells, 1979).
Cuando estudia los casos, utiliza un significado de barrio que no se aparta
de un sentido espacial, aunque trascendido por el funcional: "Un barrio es más
que una aglomeración de viviendas .. . la práctica enseña rápidamente a los
madrileños periféricos que un barrio no se reduce a una casa donde vivir. Y
que se necesitan escuelas, dispensarios, comercio, transportes, jardines, etc. "
(Castells, 1979 : 138). Debido a su falta, los vecinos se organizan y logran,
luego de arduas luchas, sus reivindicaciones. Empero -y desmintiendo un
tanto la teoría de los nuevos movimientos sociales-, la tarea de conducción
en la Asociación vecinal la llevan a cabo los partidos políticos de izqu ierda.
Castells considera a los movimientos urbanos como el resultado de la con­
tradicción -dentro del capitalismo- entre la lógica de acumulación del capi­
tal y la relación de fuerzas de cada contexto . Al definir el sistema urbano co­
mo básicamente funcional a la reproducción de la fuerza de trabajo, median­
te el abastecimiento de los consumos colectivos, emergen en la ciudad un
conjunto de-contradicciones secundarias respecto de la principal (entre capi ­
tal y trabajo), que equivaldrían a ese tipo d e luchas, entre ellas las barriales,
que son un ejemplo.
E l barrio Según la teoría social urbana de los últimos años
---�-------------------------- 1 2 9

La apropiación privada de la producci ón social de ese i nsumo reproductor


que es l a ciudad, y la lógica que sólo persigue la "demanda solvente anticipa­
da", provocan los movimientos que se transforman en principales, si bien no
se proponen el acceso al poder para revertir las situaciones de estructura
(Castells, 1 9 8 7).
Fue criticada la teorización de fondo de Castells en tres sentidos : por no
definir el sistema urbano más que por los consu mos y la reproducción nece­
saria de la fuerza de tra bajo; por desconocer el rol pol ítico de los m ovimien­
tos clásicos (como los partidos) dentro o a la par de los movi mientos nuevos,
y por uti lizar una noción de consumo col ectivo que lo reduce a las provisiones
del Estado. El inglés Peter Saunders ( 1 9 84) y el francés Jean Lojkine ( 19 79)
le refutan que no considere las luchas urbanas co mo luchas de clases.
El tra bajo que vincula más estrecha mente al tema de los nuevos mov i ­
mientos sociales urbanos con l a s luchas en e l ámbito de l o s barrios e s el del
sueco Ti lman Evers, j unto a Müller-Plantenberg y Sepessart ( 1 9 8 2). Colocan
a las l uchas barriales dentro de la esfera de la reproducci ón y el consumo, pe­
ro precisamente van a argu mentar que esta esfera no está fuera de la lucha
de clases. Si bien la interpretación ortodoxa asigna un valor secundario a lo
barrial , esto es un error -dicen- , porque la real idad barrial está dentro de
las relaciones de clase . Por una parte, aunque los barrios no estén compues­
tos por clases sociales homogéneas, no dejan de estar dentro de l os i ntere­
ses y estructura de clases.
Ubicados en el contexto lati noa mericano de cercenamiento dictatorial de
los canales de exteriorización política de los setenta, cerrados o restri ngidos
los partidos, los sindicatos y manejado el Estado por las dictaduras y élites
asociadas con el i mperialismo, los barrios se constituirán en escenarios aptos
para luchas por consu mos con un alto potenci al político . Estos autores proble­
matizan el uso tajante de l a d isti nción entre producción y reproducción y afi r­
man que al pauperizarse a la clase obrera y carecer de vivienda, esta últi ma
se convierte en una reivindicación política de pri mer orden. Y esa lucha se l i ­
bra e n l o s barri os, constituyendo a l o s pobladores en un sujeto social i m por­
tante, destacándose el papel de la mujer en el plano organizativo de l os mo­
vimientos allí surgentes .
Contra la posición ortodoxa marxista que establece que la real idad barrial
pertenece sólo a la reproducción necesaria y que es en el ámbito de la pro­
ducción que se diri men las verdaderas transformaciones sociales, estos auto­
res dirán que l os sujetos sociales que se reproducen a sí mismos, a u nque no
vendan su fuerza de trabajo a un capitalista, también ocupan un lugar en la
estructura de clases, como trabajadores : "no hay lucha de clases que n o sea
a la vez una lucha por las condiciones reproductivas de la clase obrera; por
ende, tampoco hay lucha por mejores condiciones de vida que no sea parte
de la lucha de clases" ( Evers y otros, 1982 : 7 16 - 7 1 8).
Es indudable el valor pol ítico asignado al barrio en este enfoque, si bien
quedan claras las l i mitaci ones de estos movi mientos en comparaci ón con los
130 -----------------------------.:.:.:.
El barrio en la teoría so ci o l

clásicos . Para el caso de Argentina, coincide con el fenómeno destacado po r


Luis Alberto Romero con respecto a los barrios en la década infame del ' 30 al
'40, cuando · se cerraron las posibilidades de movilización partidista y los ba­
rrios sirvieron de refugio para la militancia política contra el régimen, en las
asociaciones voluntarias vecinales y sociales a nivel barrial (Romero, 1986).
Sin embargo, una vuelta importante de tuerca durante las décadas del se­
tenta y ochenta lo da el caso del movimiento barrial en algunas de las princi­
pales ciudades de Brasil. Lucio Kowarick refleja la manera como desde los ba­
rrios, desde los intentos de reivindicación por mejores condiciones de vida ur­
bana, se organizaron -en épocas de dictadura- movimientos que confluye­
ron en parte para la creación del Partido del Trabajo (PT), que una década
después disputaría el poder a nivel nacional en Brasil y lu�go tendría acceso
a gobiernos municipales y hasta a nivel nacional (Kowarick, 1985).
Algunos investigadores han clasificado en términos de tipos de organiza­
ción o en términos de efectos políticos a los movimientos barriales, Poggiese,
para Argentina, habla de movimientos institucionalizados (las típicas asocia­
ciones de vecinos), contestatarios (de protesta) y espontáneos (de moviliza­
ción puntual y efímera) (Poggiese, 1986). El barrio resulta un escenario par­
ticular de este tipo de movilizaciones y de la problemática y alcances del po­
der local, como posibilidad de desarrollo del concepto de ciudadanía y partici­
pación (González Rosenfeld, 1986).
Un ejemplo argentino es el trabajo de María del Carmen Feijóo, en Las lu­
chas de un barrio y la memoria colectiva (s.f.), donde muestra la formación de
un barrio obrero en el conurbano bonaerense, en el contexto de la lucha por
su legalización, a partir de una estafa a los vecinos compradores iniciales, su
organización vecinal y la participación de la investigadora en ese mismo pro­
ceso. La socióloga realiza una investigación de campo cualitativa -si bien no
es sistematizada en la publicación- y utiliza tres categorías de tradición aca­
démica antropológica: cultura, identidad y memoria colectiva . No da datos de
su trabajo de campo, sólo expone sus interpretaciones generales. Habla de
"cultura barrial" para referirse a las organizaciones e instituciones barriales
participativas, "incontaminadas" de partidos políticos, definidos estos términos
de acuerdo con las asunciones de los propios vecinos. Ella, por su parte, habla
de política en el barrio en un sentido amplio, destacando el valor participativo
de la política barrial no partidista . Relaciona el concepto de cultura con el de
identidad, situando la construcción de la identidad barrial en la propia historia
del asentamiento. En principio fue una identidad de estafados, pero luego de­
rivó hacia lo que la autora llama la identidad barrial, relacionada con la cultu­
ra barrial: "La emergencia de esta nueva identidad barrial surge de un pacto
implícito entre los actores, por el cual todos los pobladores abandonan su iden­
tidad anterior, política, religiosa o sindical para definirse sobre la base de la
ocupación del espacio" ( Feijóo, s.f.: 31-32). De estafados pasaron a adquirir la
identidad de los consumos colectivos que el barrio había conseguido.
Lo importante no es considerar a los movimientos barriales fuera o dentro
de la lucha de clases, sino concebirlos desde la perspectiva de la lucha de cla-
E l b arrio a teoría social ana
de los últimos años
::..-- -según l urb
�------------------------ 1 3 1

5 es . Puede ser desde la visión de las contradicciones históricas de l a sociedad


ca p italista o desde posiciones idealistas constructoras de dualismos ahistóri ­
cos , cuyo funcionamiento termina atribuyéndose a una mera correlación de
fuerzas sin una lógica estructural que la expl ique en el fondo.
Por otro lado, resulta estéri l la atribución mecánica de los hechos acaeci ­
dos en los barrios al cu m pl i miento de las general idades teóricas. Es por eso
que durante los setenta y ochenta entra en crisis la teoría de la d ependencia,
por no bri ndar una cobertura más que general a aquellos procesos vividos en
unidades espaciales acotadas y en escenarios no tenidos en cuenta como va­
riable clásica : los barrios. · Por no abastecer en forma suficiente las i nstancias
del quehacer prácti co específica mente político, los aconteceres político-barria­
les fueron cubi ertos por la teoría d e l a participación, pri mero, y por l a de la
gestión social, hoy en día .
La teoría de la dependencia (Amin, 1988) había surgido como contraparti ­
da de los postulados de la modern izaci ón y será precisa mente desde l a pri ­
mera que se tildará a la modernización como dependiente . De ahí q u e los in­
dicadores de la dependenci a ( pobreza, marginalidad) no serán vistos co mo
inevitables, ya que se los considerará causados por una variable históricamen­
te superadora .
En el trasfondo de esta teoría estaba la utopía de la in-dependencia, y no
es casual que coincida con el auge de los movi mientos de liberación nacional
en el Tercer M u ndo. La paradoja es que se transformó en una serie de nuevos
postulados desde los cuales se pretendían deducir las realidades y los com ­
portamientos concretos de cada contexto real que, como se v e , s e daba prin­
ci pal mente en los barrios popul ares. Es así que l as explicaciones hechas ·des­
de estos niveles de abstracción se tornaron insuficientes, al no dar cuenta de
las texturas micro-soci ales, no obstante sus coincidencias en las grandes lí­
neas de determinación .
Esta teoría no daba cuenta en forma concreta de cómo l os pobres sobre­
llevaban su vida de pobreza, de cómo finalmente sobrevivían en esa situación .
De esta manera, se daba espacio para el resurgimiento de los dualismos, que
en muchos casos habían desarrollado herramientas aptas para el registro par­
ticular de situaciones microsociales, como el caso de las barriales. Entonces
se contesta desde i ntentos por superar esta resurgencia de las dicotomías
( Edel, 1988), partiendo de la constatación de la dependenci a co mo hecho in­
contrastable de la realidad urbana, pero con nuevas opci ones, lo que John
Walton llamó "la urbanización bajo e l capitalismo periférico" (Wa lton, 1984 :
10).
y se recupera, entonces, la idea de totalidad y unidad del mundo tradicio­
nal y moderno, desarrollado y subdesarrollado, central y periférico, y de sus
relaciones dialécticas de oposici ón dentro de esa unidad. Las consecuencias
de la urbanización periférica, a nivel de los barrios, serán la pauperizació n , la
segregación, la terciarizaci ón (o desempleo formal) y la consecuente expan­
sión de la i nformalización ocupacional; y, en el terreno de l o específicamente
1 32 -----------------------------..;,;_
El soci al barrio en la teoría

urbano, la abundancia de viviendas vacías en ciudades con gente viviendo en


la vía pública.
Pero esta teoría que explica la racionalidad profunda de estas emergencias,
"no debe servir para verificar en forma mecánica cada realidad concreta so bre
la base de generalizaciones puramente formales" (íd. : 1 3). Se advierte, en
consecuencia, acerca de la reificación de la teoría en lugar de comprender los
dispositivos para cambiar esa realidad desde esas situaciones. Y nada mejor
que aprender de los pobres y sus luchas barriales. Se observa que estos acto­
res se llevan más por la negociación que por el modelo de la dominación y por
la astucia más que por la frontalidad en los conflictos. "Las sociedades urba­
nas no son, como no lo son los individuos reales, meros receptores pasivos de
determinantes externos de comportamientos" (ibíd. : 18).
Y no se pueden deducir totalmente cursos de acción y conductas sociales
desde la teoría estructural. Porque en esas realidades de los barrios, la gente
se comporta de acuerdo con valores, creencias, tradiciones (en suma: cultu­
ra) que crean y recrean para sobrellevar y adaptarse a la vida de todos los
días. Walton va a llamar a este fenómeno la "nueva cultura urbana", a la que
considera "un estilo propio" de prácticas cooperativas, una economía de pe­
queña escala y una experiencia de socialización política con el Estado y con
los partidos. Entre este conjunto de respuestas creativas pueden ser incluidas
desde las estratégicas (mendicidad, cantar en el transporte público, la venta
callejera) hasta las prácticas más orgánicas (la sub-economía barrial). Otros
van a hablar de una "nueva cultura", ejemplificada por la toma de tierras (Si­
gal, 1981).
Llega Walton a considerar al clientelismo como parte del realismo popular
que incluye dentro de esta cultura, a la que evalúa como "la nueva forma de
lucha de clases más común en el Tercer Mundo" (Walton, Op. Cit . : 21). A la
realidad política de los barrios, argumenta, habría entonces que enfocarla con
categorías analíticas como organización y cultura y no preconcebir que lo po­
lítico está fuera del acaecer cotidiano barrial. La cuestión de fondo sigue sien­
do teórica, y apunta al valor que esa vida cotidiana y esa cultura tienen como
herramientas efectivas para cambiar la sociedad.

c) El barrio de la planificación y el diseño urbano


E l poder también incluye e f diseño del espacio urbano. Por eso interesa ver
acá el concepto de barrio puesto en práctica por la planificación urbana, en
relación con planes de revitalización de barrios, dentro de proyectos de reno­
vación urbana. Adquiere importancia el barrio planificado en función de cómo
es vivido socialmente, con sus problemas, a lo que mayormente se ha aplica­
do el modelo de preferencia, satisfacción, apego, y últimamente el de calidad
de vida . Se 'toman acá las políticas hacia los barrios, desde la planificación.
La obtención de un indicador preciso que reflejara el grado de participación
y/o interés de los beneficiarios de los planes de desarrollo implementados a
l ba rrio según la teoría social urbana de los últimos años
E-::----=---------------------------- 133
pa rtir del final del segundo conflicto bélico mundial, fue un problema plantea­
d o no solamente en los proyectos sobre realidades rurales o de los países de­
fi nidos como subdesarrollados, sino también en las áreas urbanas y en los paí­
s es centrales. Y en esto tuvo que ver un determinado significado de lo barrial
que, si bien no es fácil encontrarlo definido en forma sistemática, puede ser
i nferido.
A partir de la Resolución 390 D (XIII) del Consejo Económico y Social de
la Organización de las Naciones Unidas, en 1951, se impulsaron trabajos mo­
nográficos sobre la problemática urbana en numerosos países de todos los
continentes. En un documento dedicado al Desarrollo de la Comunidad de Zo­
nas Urbanas (ONU, 1963), se focaliza la atención sobre los "Centros Vecina­
les" y "Centros de Comunidad", y un capítulo es titulado en forma expresa "De
los Barrios a los Centros". El eje de la participación es referenciado en la vida
cotidiana del barrio y en las acciones de ayuda mutua de los vecinos, que con­
figurarían un sentido solidario de la comunidad, que es necesario lograr para
los fines del desarrollo social, económico y cultural.
Se centra la atención en los "barrios bajos" de las grandes ciudades y en
la actividad de los centros vecinales y sociales que actuarían en esos contex­
tos barriales. Se conceptualiza al barrio como una realidad previa a la exis­
tencia de los centros vecinales y sólo se hace referencia a los barrios bajos,
suburbanos, pobres y populares. A los centros vecinales se los considera co­
mo el producto de actitudes hacia el pueblo, cuyos antecedentes pueden re­
montarse a fines del siglo XIX. Se resalta, entonces, que "e/ centro comuni­
tario vecinal que empezó como una institución fundada para el pueblo, y que
las más de las veces ha tendido a seguir siéndolo, no es una creación de él,
pero su éxito depende de la participación popular" (ONU, 1963: 5).
De esta manera, el barrio no queda explicitado como categoría principal si­
no como referente de las categorías de comunidad, por un lado, entendida co­
mo un valor, resultado de relaciones de solidaridad y ayuda mutua de los sec­
tores populares, y de centro social, por el otro, entendido como una institu­
ción producto de la acción expresa de sectores no-populares hacia los secto­
res populares y pobres. El significado de barrio queda adherido, en conse­
cuencia, a lo popular, a lo "bajo", a lo pobre y a lo existente como receptor de
la acción comunitaria.
Una acepción similar puede encontrarse en la teoría de la planificación de
la ciudad en núcleos urbanos. Frederik Gibberd vinculaba el concepto de barrio
con el ordenamiento residencial de unidades familiares, con estrechas relacio­
nes sociales con otras unidades del mismo tipo, y donde el "espíritu de la co­
munidad", por el cual "todo el mundo se conoce mutuamente", hace que se
pueda incluso hablar de una "lealtad al lugar" de parte de la gente que vive en
él (Gibberd, 1956: 25 3). El proyectista urbano debe tener en cuenta estos ele­
mentos fundamentales de lo barrial, de modo de brindar al público un lugar
donde pueda tener la sensación de estar viviendo en forma bien equipada, pe•
ro en un Jugar distinto e identificable por él. Se define el barrio como una co-
1 34

munidad con relaciones sociales nítidas, acotada a una unidad ñsica deter mi-

El barrio en la teoría socia
l

nada, pero, apoyado en el consagrado concepto de relaciones vecinales, a b re


la posibilidad de conside rar también como "una forma de vecindario" al gr upo
callejero -donde domina el conocimiento mutuo- (íd .: 2 1 1). Y se sigue ap u n ­
tando a las relaciones primarias interpersonales y de identificación espacial .
Sin emba rgo, para Gibberd, este modelo de lo barrial no deja de ser u na
utopía -si bien no una imposibilidad- en el caso de la plani ficación urbana, y a
q ue en la misma definición de barrio s ub raya q ue "en esencia, es un agrupa­
miento social espontáneo y no puede ser creado por el proyectista" (ibíd .:
2 5 3) 1 Postu ra q ue t uvo y tiene vigencia en la teo ría de la planificación y que
sitúa el concepto de barrio dentro del juego dicotómico ent re lo consciente y lo
espontáneo, entre la p royección y la a.cción política hacia lo pop ular, por un la­
do, y lo popula r en sí, por el otro s o. El ba rrio es concebido como ámbito de la
vida no dirigida, no planificada, en la que el cotidiano acontece r no lleva el se­
llo urbanístico de la época, simbolizado en el cambio constante de las condicio­
nes de vida tradicionales en la ciudad. Tan es así q ue este significado se refle­
ja de igual f o rma en aquella corriente antiurbana llamada "intelectualista", que
tuvo s u auge en los Estados Unidos por la década del ' SO (White, 1 9 64) .
Uno de los rasgos q ue i rremediable y desgraciadamente -pa ra estos pen­
sadores- se pierden en fo rma "irresponsable" en el proceso de creciente u r­
banización es lo q ue John Dyc kman había llamado "el sentido del lugar", esto
es : la identificación del hombre con el contexto ñsico en el q ue vive, en el se­
no de una puja ent re la vida en los ba rrios f rente al fenómeno de la "ni vela ­
ción de la cultura urbana", la masificación, la v ulga ridad de los "gustos popu­
lares", la "oleada de a/fabetismo" [sic] ( Dyc kman, 1 9 64 : 1 7 0), la "espantosa
absorción de lo nue vo" (íd.: 18 1), la unifo rmización y el deterioro de la varie­
dad ambiental, la contaminación, la "alienación urbana", la "cultura de los ne­
gocios" (Jouvenel, Goodman y otros, 1 9 7 1) y la "prosperidad material" en
desmedro de de la "riqueza espiritual".
La salida a esta situación estaría constituida p recisamente por el sentido
de lo barrial como lo viejo, lo arraigado o lo s uperviviente, aquella parte de la
ciudad que se hace necesario conservar (las llamadas partes históricas de ca­
si todas las ciudades) o conve rti r en m useo viviente y q ue explicaría muchas
de las "resistencias al cambio" q ue s uf rirían los planes urbanísticos, cuando lo
q ue la gente intenta es volve r a la vida "en pequeño", espontánea y anti urba­
na (Chermayeff y Alexander, 1 9 6 8). El proceso de u rbanización -en cuyas an­
típodas se sitúa la vida ba rrial- conllevaría esencialmente al "desdibujamien­
to del lugar ", aunq ue -como bien señala Asa Briggs- este debate tenía co­
mo eje la relación de identidad referenciada en determinados luga res de la
ciudad : "hubo momentos históricos en los cuales para la mayoría de los habi-

so Cu a n d o Petro n i y Ken igsberg d efi n ía n barrio en su Diccionario d e Urbanismo, t a m b ién h a b la ba n


d e " a g r u p a miento social espontá n eo q u e ocupa u n sector d eterm i n a d o de la ciudad" (Petro n i y
Ken igsberg, 1 9 6 6 : 20) . Y lo d isti n g u ía n de la u n i d a d veci n a l , porq u e ésta es " u n conj u n to resi·
d er;cial que respo n d e a u n p l a n prev io" (íd . ) .
E l barrio
- según la teoría social urbana de los últimos años
--�-------------------------- 13 5
ta ntes el sentimiento de su ciudad ha parecido tener más fuerza que el sen ­
timiento de clase" ( Briggs, 19 7 1 : 8 6 ) .
Esta confrontación con la categoría de clase no surge en forma gratuita, ya
q ue en el fondo se halla la cuestión ideológica de la definición de lo barrial co ­
mo fenómeno inherente a determinadas clases sociales. También señala Briggs
l a necesidad de hacer la distinción entre contextos simbólicos (incluso mitoló­
gicos y artísticos) en los que la identificación con los lugares se ha planteado
en la filosoña y la crítica literaria ( Hoggart, 195 7 ) , y las manifestaciones de la
experiencia común de la gente en su vida cotidiana. La planificación urbanísti ­
ca resultaría ser un agente de inducción del proceso de cambio irremediable de
la civilización occidental, que debería ser orientado hacia un desarrollo comu­
nitario de los lugares sobre la base de las especificaciones de cada realidad em ­
pírica en particular. Lo que se critica de la plani ficación es su contenido, ya que
se estima que el desdibujamiento del lugar es producido tanto por las políticas
estatales cuanto por la presión de las fuerzas del mercado inmobilario : "este
poder [de la planificación centralizada] a menudo se ha expresado burocráti­
camente en la fijación de patrones, generalmente con la ayuda de fórmulas
cuantitativas, y el patrón se convirtió en norma. Poca atención se prestó al 'lu­
gar' ... [como por ejemplo] la construcción estandarizada de grandes bloques
idénticos de feos departamentos" ( Briggs, Op. Cit. : 88 ) .
De acuerdo con estas plataformas ideológicas, en la oposición dicotómica
entre las condiciones más deseables de desarrollo de las potencialidades hu ­
manas y el destino gris metálico de la vida en la gran ciudad (la "jaula de hie ­
rro" nuevamente), el g énero humano dejaría jirones de su propia esenciali­
dad, en aras del progreso "material". La ciudad simbolizaría este polo contra ­
rio a la vida natural , mientras el barrio viejo y comunitario iría a jugar el pa­
pel de antídoto espiritual y humano.
Y todo esto ocurriría a causa, a pesar o por omisión de los buenos oficios
de la planificación urbana. Así lo explicaba Ed ward Hall : "las ciudades nortea ­
mericanas han sido bombardeadas por la renovación urbana de un modo tan
devastador -y tan eficaz- como podrían haberlo sido por un enemigo exte ­
rior. La diferencia consiste en que, si nos hubiese bombardeado un enemigo,
habríamos reconocido la crisis y adoptado algunas medidas. Tal como están
las cosas, carecemos de un programa coherente aplicable a nuestras ciuda ­
des. La gente se desplaza, se destruyen barrios enteros, se desorganizan los
grupos sociales viables y se desintegra la trama de la vida . . . todo ello en
nombre del progreso" ( Hall, 197 1 : 1 66 - 1 6 7 ) .
El barrio y la vida barrial son, para Hall, lo opuesto 'a lo que él critica. Por eso
se opone también a los complejos habitacionales. Volvemos al paradigma co­
munitario, a la idealidad del barrio. Lo distinto en Hall es que llama la atención
sobre la diversidad cultural y social presente en las ciudades, que tendría que
ser tenida en cuenta por los planes de urbanización, que no se detienen en las
particularidades étnicas ni en las diferencias culturales, y ni siquiera se inquie­
tan por conocer las apetencias de la gente que supuestamente debe ser bene-
El barrio en la teoría so cia
136 ------------------------------l
ficiaria de dichos planes. En realidad, ya desde la década del sesenta se postu­
laba la necesidad de tener en cuenta los valores compartidos de los habitantes
de las ciudades para el planeamiento ( Dyckman, 1964), y toda la corriente del
modelo de preferencias y satisfacciones -que hemos visto- es un ejemplo.
El problema se agravaba cuando entre los factores de agrado o no agrado
se colocaba la presencia en un barrio de una familia de "negros de clase ba ­
ja", que cuando se los quiere retirar del barrio (porque se les atribuye ser la
causa de los problemas de intolerancia de la población blanca), resulta que
"exhiben una tolerancia al desplazamiento muy inferior a la que hallamos en
las personas de clase media", debido, según Hall, a su poca educación (Hall,
1971: 170).
Queda al desnudo no sólo el carácter preventivo del control social, sino
también el carácter netamente represivo del planeamiento urbano, ya que se
naturalizan incluso los procesos de desplazamiento forzado de población. Co­
mo señala Harvey (1979: 219), las alternativas respecto de los barrios con­
flictivos no dejan de ser tres: a) cooptación de la población, (''tolerante", di­
ría Hall), b) integración, que muchas veces implica trasladar los problemas o
encubrirlos, y c) represión, que en gran medida queda subsumida en las ac­
ciones respecto a la criminología cotidiana de los barrios.
Una voz disonante respecto del modelo del barrio comunitario como ideal
para la revitalización urbana fue la de Jane Jacobs (1961), quien se pregun­
taba si los barrios podían tener una significación mayor que las ciudades mis­
mas, y se respondía que no, en una posición similar a la de Lefebvre. En cam­
bio, toda la sociología urbana hegemónica, funcionalista, como la de Keller,
parecería basarse sobre la teoría o el supuesto de la "preferencia revelada" en
lugar de una visión dialéctica como la de Harvey en su asunción marxista,
cuando establece la unidad entre valor de uso y valor de cambio con relación
al espacio urbano.)\sí, analizan cómo se comporta la gente pero no superan
esa constatación y quedan los efectos puestos como causas.
El modelo de la satisfacción, vital para los planes de revitalización, descan­
sa sobre la distinción de Chombart de Lauwe entre espacio conocido , concep­
tual y preferencial (De la Jara, 1989: 97-98). Este último es el que la gente
valora y gusta y hacia donde deben apuntar las metas de la planificación. To­
dos acuerdan, en realidad, que la satisfacción de la gente es importante para
mantener un barrio y una ciudad en las mejores condiciones. El problema es
quién decide qué gente debe estar mejor satisfecha cuando las insatisfaccio­
nes aparecen como producidas por "otras" gentes en el mismo barrio o en la
misma ciudad. El mundo de las representaciones y los significados adquiere
una importancia crucial: lo que se siente y se dice es tan importante como las
condiciones materiales de vida urbana.
Existe un� producción que intenta ver por debajo de la superficie de las po­
líticas urbanas y el planeamiento y que mayormente llega a las mismas con­
clusiones: el Estado de Bienestar está en contradicción con el modelo econó­
mico impuesto bajo el estandarte de la economía de mercado, y sus dificulta-
E l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---� ------------------------- 1 3 7

des no se deben a defectos del modelo sino a la ejecución de los propios prin­
cipios de éste. Las segregaciones, exclusiones y consecuencias de la planifi­
cación para los residentes de determinados barrios encuentran explicación en
esos mecanismos de fondos 1 .
Entre tanto, otra producción ronda lo específico cuando se trata de definir
los detal l es de las realidades barriales en los procesos de renovación urbana,
utilizando categorías más operativas, desde el marco teórico del desarrollo ur­
bano, como estabilidad, cambio, crecimiento, deterioro, calidad de vida, reha­
bilitación funcional , inversiones y patrones de conducta espacial , realizando
mayormente enfoques cuantitativos de indicadores estándars2. El barrio que­
da expuesto en su referencialidad espacial como escenario de aconteceres so­
ciales, pero como un escenario-laboratorio, al que llega la racionalidad de la
planificación. Se lo concibe con actores incluidos en él, pero a los que no se
atribuye más que la racionalidad de la satisfacción o no, de la aceptación o no
de lo que se planifica no con ellos, sino para ellos.
Y en esta visión hegemónica subyace una idea de orden, de la que el barrio
se concibe como ajeno en la fuente al menos, si bien cercano como mero des­
tinatario receptor. Porque el barrio aparece como fuera de la lógica del sistema
capitalista dentro de la ciudad, como recipiente de los efectos sin lógica.

Los arquitectos y los barrios


El concepto de barrio de la Arquitectura, en su relación con el diseño y re­
diseño del espacio barrial implica necesariamente hablar de las corrientes de
pensamiento que se ocupan del cambio, tanto en términos específicos (refor­
ma urbana, remodelación del espacio) como generales (reforma social). La
postura de raíz transformadora, reformadora y crítica, se viene manteniendo
desde su auge durante los sesenta, si bien muchas veces en estado latente,
y critica -en términos de la dialéctica del poder- la ideología hegemónica del
planeamiento urbanístico y las copias que se hacen de ella de parte de los di­
señadores de países dominados. El argentino Roberto Segre señalaba hace
más de treinta años que no de casualidad este pensamiento provenía del mo­
delo de urbanismo de los países capitalistas desarrol lados, al que se intenta­
ba copiar en nuestras latitudes, sin percatarse de que "las condiciones de de­
sarrollo de algunos países se basaban justamente en las condiciones de sub­
desarrollo de otros" (Segre, 1970: 4).
También critica el idealismo modernista, aun el progresista, diseñador de
no pocos barrios sobre la base del racionalismo abstracto de un Le Corbusier,
por ejemplo, que pensaba ingenuamente que las posibilidades de reforma y
cambio en las condiciones de la ciudad dependían de los habitantes y no de
los que detentaban el poder (Segre, 1964: 6).

51 Sleeman, 1984; Molotoch, 1988; Susser y Kreniske, 1988; Miller, 198 8; Higgins, Deakin, Edwards
y Wicks, 1983.
5 2 Downs, 198 1; Laska, Seaman y Me Seveney, 1982; O'Brien y Clough, 1982; Stover, 1992.
E l barrio en l a teoría soci al
138

Y fi nalmente rescata la u nidad de relació n entre las esferas o niveles eco­


nómico -productivo y socio -cultural, pri ncipalmente a nivel de la conciencia so­
cial, en contra de la urba nística puramente estadística y fisicista, y -a la ve z­
critica el diseño urbano idealista que despojó al concepto de espacio urbano
de su concretidad y especificidad espacial s 3 .
La visión humanista de arquitectos, urbanistas y geógrafos ocupados en lo
barrial como ámbito de construcció n de identidades y significados culturales e
ideológicos ha colocado al espacio barrial vivido por la gente como el objeto
central de sus análisis y observaciones, si bien u na visión marxista ortodoxa lo
ha impedido e n ocasiones . Un i ndicador de esta aseveració n es la repetició n de
postulados en abstracto y el resultado muchas veces co ntradictorio de las pla­
ni ficaciones en los países socialistas, por no tener en cuenta los significados so­
ciales de sus destinatarios . El entrecruce ideológico es inevitable, ya que im­
plica supo ne r, pre-ver (tener una visió n previa) y trabajar por el futuro del es­
pacio urbano y barrial. Y esto implica aceptar o problematizar el orden urbano
establecido y pronunciarse por su destino .
No es casual que la ideología liberal primige nia considerara la planif icación
misma como un obstáculo para el "libre" desarrollo de las fuerzas del merca ­
do. Pla nificar implica pronu nciarse contra u n estado previo que se desea me­
jorar. Sin embargo, la herencia liberal reaparece en el llamado urbanismo ob­
jetivo, prete ndidamente no político, que mejora en nombre de una racionali­
dad neutral y "por el bie n de todos", que critican los autores marxistas . Para
los objetivistas, el espacio urbano no posee historia sino naturaleza, es u n da­
to tan objetivo como -en última i nstancia- dif icil de modificar e n su estruc­
tura profunda, y sólo cabe la realización de reformas superficiales que, en la
mayoría de los casos, termina n focalizando las soluciones e n los actores so­
ciales ví ctimas de diversas situaciones de privación urbana.
Ahora veamos co n qué concepto de barrio produce n una ruptura con la
asunció n meramente ñsica del espacio urba no algunos estudiosos que si n ser
marxistas en su totalidad (y mucho me nos ortodoxos) permiten u na articula­
ció n dialéctica e ntre las esferas material y simbólica . Esta confluencia está por
construirse, y hoy no podemos af irmar que esté resuelta. Sólo alistemos la se­
rie de conceptos que nos parecen útiles para nuestro objetivo de a nalizar los
signi ficados de lo barrial e n la producción teórica socio -urbana.

53 Así opina el español Daniel Zarza : "Frente a las abstractas visiones pseudocientíficas mu ltidimen·
sionales del sociologismo y economicismo de felices agr upaciones de barrios obreros, propias del
socialismo utópico, del fu ncionalismo ingenuo o del taylorismo reduccionista, aparece un urbanis·
mo que estudia la ciudad como fenómeno puramente físico, delimitando la disciplina desde la vi·
sión morfotipológica, investigando soluciones tangibles, verificando las innovaciones sin negar la
raíz utópica, revolucionaria, transformadora, del proyecto moderno. [ . . . ] Entender la ciudad como
sitio, valorando su lu gar como espacio enriquecido y complejo en transformación constante a par ·
tir de las permanencias estructurales. El entendimiento del lugar como Antropología, espacio de
los mitos históricos, como expresión y manifestación artística total y colectiva" (Zarza, 1989: 29) .
Este paradójico juego de asunciones teórico-metodológicas, dadas por la postura del diseño con­
creto y físico, despojado de ilusiones pero no de las representaciones que acerca del espacio se
hac\!n las sociedades, las clases, los grupos, viene teniendo ade¡,tos en número creciente.
El barrio según l a teoría social urbana de l os ú l timos años
---�------------------------ 1 3 9
Estos autores critican la asunción espacialista de la Arquitectura e intentan
recuperar la dimensión significativa, vivida o simbólica del espacio, al que tra­
tan como un objeto de observación, análisis e intervención. Critican el exce­
so de abstracción en la concepción del espacio sin actores de arquitectos y di­
señadores. Hablan de "espacio vivido" como concepto central, que tiene mu ­
cho que ver con la noción de barrio.
Cuando David Harvey define la "imaginación geográ fica" o "conciencia es­
pacial", o capacidad humana que "permite al individuo comprender el papel
que tienen el espacio y el lugar en su propia biografía, relacionarse con los
espacios que ve a su alrededor y darse cuenta de la medida en que las tran ­
sacciones entre los individuos y organizaciones son afectadas por el espacio
que los separa", la ejemplifica como la relación que existe con el barrio, su
zona o, utilizando el lenguaje de las bandas callejeras, el territorio (Harvey,
19 77 : 1 7 ) .
Esta línea teórico-metodológica ha sido desarrollada por especialistas de
diversas disciplinass4 • Básicamente se plantea aquí la cuestión del orden. La
ruptura principal que realizan estos autores se sintetiza con la frase de Amos
Rapoport: en la ciudad no hay un orden sino órdenes . Para esto es crucial el
concepto antropológico de cultura, como sistema de significados, en una vi­
sión necesariamente relativista, para la cual las 'Ciudades y los barrios apare­
cerán como "mundos sociales" propios, microcósmicos, todos igualmente ra­
cionales en sus propios términos, a los cuales se debe tener en cuenta a la
hora de diseñarlos.
Leonardo Benévolo considera que los arquitectos se han especializado de­
masiado en el tema de la vivienda y han subordinado la importancia del ba­
rrio como unidad contextual donde adquieren significados sociales los aconte­
cimientos ocurridos en las viviendas. A la hora de definir, sin embargo, no
trasciende la noción funcional, ya que acota el barrio a la "asociación prima ­
ria que comprende un cierto número de viviendas con sus servicios colecti­
vos" (Benévolo, 19 7 8 : 1 7 0 ) .
Para Rapoport, el barrio es tanto agrupación social como enclave urbano
intermedio entre la familia y los grupos más amplios y heterogéneos de la ciu ­
dad. El barrio sirve y ha servido como referencia para clasificaciones cultura­
les, étnicas, religiosas. La frase "cada uno en su barrio" implica el sentido se­
gregacionista de lo barrial como su carácter de herramienta para ubicarse so­
cial, cultural y espacialmente. Por eso en el barrio es donde se ponen en jue­
go primordialmente los esquemas cognitivos que hacen posible el posiciona­
miento simbólico en la ciudad.
En función de esto, adquiere importancia la homogeneidad de valores,
creencias e identidades; en suma: homogeneidad cultural más que social.

54 Berman, 1988; García Canclini, 1990; Goffman, 1989; Hall, 1990; Hannerz, 1989; Harvey, 1989;
Herrá n, 1986 y 1988; Kowarick, 199 1; Liernur, 1966; Lynch, 1966; Martín-Barbero, 198 8; Rapo­
i,ort, 1984; Silva, 1992.
El barrio en la teoría social
14 0 ------------------------------

Asociación entre lo cultural y lo barrial del espacio urbano que es tratada con
detalle por Rapoport, cuando pondera la importancia de los símbolos ( Rapo­
port, 1 9 78 : 2 3 2) . Compartir una misma imagen de estilo de vida, una religión
o una cultura constituyen los elementos que más se deben tener en cuenta a
la hora de prever las satisfacciones y el nivel de preferencias de los habita n ­
tes de los barrios . Lo avala -para Rapoport- el estudio antropológico e his ­
tórico de los barrios en los distintos tipos de ciudades y en los distintos tipos
de culturas y épocas .
Es tal la incidencia que para él tiene el proceso in herente de lo que lla ma
"agrupación homogénea", que, a la hora de las decisiones de diseño, no tener
en cuenta esta relación entre lo espacial y lo social, este mosaico de procesos
comunicativos que conforman los barrios, es crucial . Y resalta lo que denomi­
na el "papel mediador del barrio", entre esas decisiones de diseño y el mun ­
do de los actores a quienes van destinados los diseños . El ejemplo más sin­
tomático de la importancia soslayada de los factores simbólicos está dado por
la planificación de barrios en la U RSS (años sesenta), donde -cuenta Rapo­
port- el Estado pretendió que no se crearan agrupaciones informales por el
criterio de homogeneidad cultural o social en los barrios, que escaparan a su
control, pero fue imposible, ya que las redes de relaciones de grupos prima ­
rios se formaron en forma espontánea .
El autor más citado dentro de los diseñadores es el f rancés Michel-Jean
Bertrand . En diversos trabajos, pero principalmente en su libro La ciudad co­
tidiana ( 1 98 4), habla de tres dimensiones del concepto de barrio :
l . el barrio espacial, donde se verifica la diversidad de la noción de barrio,
su ambigüedad, su falta de fijeza en sus límites precisamente espacia­
les, su carácter de ser parte de la ciudad como un todo, pero una par ­
te más informal que formal o normativa de espacio urbano;
2 . el barrio sociológico, dado su carácter de porción de la ciudad donde
prevalecen la proximidad y la vecindad, donde se congregan los encla ­
ves étnicos e históricos, donde se referencian las diferencias sociales y
donde se aglutina -como barrio- un microcosmos donde todo resulta
familar, tranquilizado r, seguro, distinguiéndolo de la unidad de vecindad
funcional y ad ministrativa, aunque reconoce que el barrio es un siste­
ma funcional co mo unidad de consumo y de se rvicios (y esto es funda­
mental para el diseño de las ciudades, pensando en el destinatario);
3 . el barrio vivido, el que a uno le pertenece, el conocido y apropiado, el
que forma parte de un espacio íntimo; Bertrand titula un capítulo " Vivir
su barrio", y describe en forma ponderativa cómo el barrio es construi­
do a través de los signi ficados sociales y a la vez sirve para producir
sentidos compartidos, cuando, por ejemplo, se valora al barrio "a pesar
de los defectos".
No obstante que es el modelo de la satisfacción el que tiene más vigencia,
y con mucho mayor ímpetu para los enfoques cuantitativos, es posible desta ­
car estudios donde lo que se focaliza no es el mero discurso directo de los ve -
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�-------------------------- 14 1
cinos. Se le suma el análisis de los "mapas mentales" con que se concibe al
barrio (Gould y White, 1979), la experiencia visual y ubicaciones espaciales
de los residentes barriales (Rieser y otros, 1992), las formas en que los veci­
nos perciben, por ejemplo, el crimen y el desorden y su relación con el mie­
do en determinados barrios. Esto también se hace mediante métodos cuanti­
tativos, ponderados por su "objetividad" (Perkins, Meeks y Taylor, 1992), y lo
que se da en llamar la "imagen congruente en los barrios residenciales [que]
promueve el apego al lugar", mediante encuestas de preferencia, análisis de
discurso y tabulaciones cuantitativas, donde se distinguen dimensiones de la
percepción que van desde la "relación con lo natural", hasta el "aislamiento",
la "rusticidad", la "tranq uilidad" y el "estilo de vida rural", definidos desde los
actores (Hull, 1992).
Tres arquitectos argentinos se han ocupado de reflexionar sobre lo barrial
a partir de la constatación de la crisis urbana de nuestras ciudades. José Bar­
baga!lo plantea la necesidad de tener en cuenta al barrio en el diseño urbano
·yío -define como el "sector urbano de límites variables y como módulo social
elemental, primer escalón de la conciencia social-espacial urbana [;] el barrio
se demuestra como una unidad definible por encima de lo individual, clara ­
mente plurifuncional" (Barbagallo, 1983: 6). Acordando con Bertrand, desta­
ca la necesidad de ver el espacio vivido en su diversidad y la importancia de
la identidad, el modo de vida, la historia y la acción de los interesados en to­
do proceso de mejora. Fundamenta que el 75 por ciento de la población de
nuestras ciudades realiza sus desplazamientos cotidianos en el área de su re­
sidencia, en su barrio, aunque plantea una oposición ciertamente discutible,
cuando dice que "no existe barrio en el lugar de trabajo", naturalizando quizá
el concepto de trabajo al del oficinista del centro.
Marcos Winograd ubica al barrio como dimensión urbana de un nivel ope­
rativo menor que el de la ciudad, en relación con la conciencia social en la vi­
da cotidiana. Trata de demostrar cómo se construyen identidades sociales cu­
yo referente espacial es el barrio, al que define como "una dimensión particu­
lar del ámbito urbano" (Winograd, 1982 : 50). Critica a la ideología hegemó­
nica de la planificación, porque "no toma en cuenta la significación de la apro­
piación social del espacio, y la acción transformadora, por ende proyectual,
que el uso social pueda engendrar sobre las formulaciones y proposiciones
elaboradas en el plano de la teoría..." (íd. : 5 1) y enfatiza la necesidad de te­
ner en cuenta el uso y apropiación social del espacio en acotamientos parcia­
les, como el barrio.
El diseñador no sólo debe observar las necesidades sino también crear con­
cíencia acerca de ellas y registrar la conciencia real de los habitantes respec­
to de las necesidades. Y así entiende que debe ser planteado el tema de la ca­
lidad de vida, en articulación entre la conciencia y las necesidades sociales. La
conciencia social supone que se manifiesta en las organizaciones de barrio y
su participación, y no es posible la rehabilitación urbana sin tenerlas en cuen­
ta. Su concepto de fondo de lo barrial lo acerca al tópico de la comunidad pre­
urbana.
El barrio en la teoría soc i al
1 4 2 ----------------------------_;;_

La urbanización acelerada, afirma, rompió el nexo entre espaci o-socieda d


y ámbito-comunidad . La ciudad industrial rompió con ci ertos modos peatona­
les y coti dianos y redujo finalmente l a v ital idad de los tejidos residenci al es
preexistentes, los barrios (ibíd : 5 5 ) , pedazos de ciudad, unidades d e vida ur­
bana "anteriores a la ciudad misma". Cuando lo define, toma la i magen de Le­
drut: "el barrio es lo que es accesible a pie" ( i bíd : 58) .
Adhiere a una naturalización de sentido común, que sentencia que "antes
vivíamos en barrios, ahora en ciudades". En esas unidades, en los barrios, ha­
bía apropiación consciente y transformación del espaci o social en el contexto
de una co munidad social mente activa . Y esto es lo que él va a recuperar, ya
que explicita que "todavía" hay en Buenos Aires y el conurbano lugares en
donde, por la proximidad del trabajo, se genera esa relación soci al cotidiana
con el espacio capaz de generar la movilización social : "las acciones en la es­
cala barrial proporcionan posibilidades reales e inmediatas en la medida en
que la exigencia social ya se ha hecho presente" ( i bíd. : 5 9 ) .
Cuando Winograd escribía esto pensaba, si n duda , en l a s movi lizaciones de
Cuartel Noveno y Solano, en el conurbano bonaerense. Para la planificación,
rescata al barrio como ámbito funda mental, al menos en los térmi nos hacia
donde él ori entaba su acción, que era la movilización popular. Al final de su
artículo, se publica el comentario de Mario Robirosa , quien le criti ca que sólo
para determi nados sectores sociales el barrio es i mportante : niños, amas de
casa, ancianos, en tanto el adulto y el joven sólo lo usan para dormir, y para
ellos la unidad para la gestión de ca mbi os es la ci udad . Entonces, termina el
comentarista, el mejora miento de la cali dad de vida no debe reduci rse espa­
cial mente al barrio sino a la ci udad .
Quedaba para Winograd, sin embargo, el derecho a reivi ndicar l a instancia
barrial como legíti ma y eficazmente movilizadora de los intentos de mejora y
transformación, en la medida en que él no reducía la mirada de la planifica­
ción al barrio sino que ponderaba su acotamiento y especifi cidad, sin entrar
en el reduccionismo de restringir a varones adultos y jóvenes su relación si m­
bólica e identitaria con el barrio.
Rubén Gazzoli , por su parte, se pregunta por qué el barrio se manifiesta
como una "visión nostálgica e idea/izante", y responde que los individuos en
general pierden la noción de los cambios acontecidos en ellos mismos y los
atri buyen exlusiva mente a su entorno . El barrio aparecería, entonces, como
un sueño de eterno retorno, melancólico recuerdo constructor de "algo así co­
mo la mitología del barrio" (Gazzoli , s . f. : 7 1 ) . Esto representaría, en su opi­
nión, una puesta en duda del proyecto moderno en el ca mbio de la Arquitec­
tura y el Urbanismo, ya que no ha dado l ugar a la revaloración del pasado que
se proponía .
Critica Gazzoli la confusión entre forma ñsica y contenido social, que pro­
duce muchas veces la reivi ndicación literal de un entorno en pos de valoracio­
nes que no dejan de conformar -según él- un cierto l lamado mágico a la
perduración soci al . Sitúa el barrio en un n ivel histórico caracterizado por la es-
�------------------------- 1 43
E l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---
casa movilidad espacial, con predominio de la escala de relaciones primarias,
en suma, a nivel de las relaciones de vecindad (incluso cita a Keller), que im­
ponían una vida valorizadora de la rectitud y la austeridad moral.
El antídoto frente a este exceso de control social queda ejemplificado por la
ida al centro de los jóvenes del típico barrio obrero. Sitúa esto en el pasado.
Habla, entonces, de una "situación actual", caracterizada por "profundas trans­
formaciones", traducidas, entre otras cosas, por el consumismo, las villa mise­
ria, la hiper-circulación de vehículos por el otrora escenario de la vecindad. En
síntesis: hoy "la vida cotidiana se desliza más fuera del barrio que en él" (íd. :
75). Solamente el barrio perdura en la periferia de la ciudad y en ciertos in­
tersticios. Es un error, recalca, "pensar que preservando los ámbitos físicos se
mantienen los contenidos sociales" (ibíd.: 76), y plantea la participación veci­
nal como canal idóneo de un mejoramiento de la calidad de vida barrial.
En forma articulada con enfoques cualitativos de la antropología y los es­
tudios culturales, últimamente se han desarrollado trabajos de arquitectos e
historiadores de lo urbano, que mayormente han tomado el barrio como refe­
rente desde las fuentes de la cultura letrada, principalmente los de Liliana Ba­
rela, Mario Sabugo, Rafael Iglesia, Miguel Guerin y Rodolfo Giunta (Barela y
Sabugo, 2004).
Se tornan evidentes aquí, como nunca hasta ahora, las variables más blan­
das asociadas con el barrio, principalmente la imaginalidad y la simbolicidad,
que componen la dimensión cultural del espacio urbano. Por eso daremos pa­
so a una revisión de la producción de especialistas en procesos culturales.

d) Los barrios de la Antropología : la dimensión cultu ral


En efecto, lcon qué concepto de barrio s e opera en l a producción teórico­
práctica de los antropólogos? Básicamente con el concepto de segregación ur­
bana, proceso que desemboca en la existencia de barrios con valores distin­
tivos respecto del conjunto ciudad (barrio étnico, barrio identificado por una
cultura, barrio bajo, pobre, marginal, etc. ). Las categorías que se pondrán en
juego dentro de esta confluencia hacia los procesos de segregación serán: et­
nicidad, cultura e identidad.
Recién se hacía referencia al valor de lo barrial. Y si hay una disciplina de-
dicada al tema de los valores es la antropología. Sistematizados en el concep­
to de cultura, han adquirido una importancia específica cuando se ha tratado
de reconstruir las diferentes formas que los pueblos tienen de organizarlos y
manifestarlos. La ciudad no podía ser ajena a esa mostración de la heteroge­
neidad de escalas de creencias, símbolos y prácticas ponderados por los dis­
tintos actores. Sin embargo, la paradoja de la disciplina es que pretendiendo
y proclamándose la más universal de todas las perspectivas acerca del hom­
bre (recuérdese el sentido de totalidad de la humanidad de Lévi-Strauss,
1968), tardó bastante en ocuparse de una parte cada vez más importante de
esa humanidad: la que vive en ciudades (Gravano, 1995).
El barrio en la teoría soci al
144 ----------------------------.::.::.'
Cuando una ciencia se empecina en producir (en forma contradictoria, po r
lo demás) huecos en su objeto, esto se termina satisfaciendo con llenos ex ­
tradisciplinarios, y es por eso que nosotros hemos debido apelar a la apertu­
ra de nuestra consideración de la producción teórica social general (principal­
mente de la sociología y de la micro-sociología en particular) para abordar lo
barrial, ante la carencia de tradición propia sobre este material. Pero nos de­
tendremos, finalmente, en lo hecho por los antropólogos respecto de los ba ­
rrios, o, por lo menos, a lo que hemos tenido acceso en nuestra búsqueda.
La intención no da derechos, así que bueno es reconocer que el tema de
la dimensión simbólica no es patrimonio exclusivo de los antropólogos, pero
todas las disciplinas sociales reconocen cierta paternidad de la antropología
acerca del enfoque procesual cultural de fenómenos de la política, la comuni­
cación, la sociedad, la historia . Lo urbano, como objeto particular de una se­
rie de disciplinas, no fue una excepción, y si bien puede tratarse de una pos­
tura no hegemónica ni mayoritaria es posible hablar -como hemos visto en
el capítulo anterior- de numerosos enfoques ponderativos de la dimensión
cultural con referencia a la realidad urbana.
Hemos llamado a esta variable imaginalidad. Se define según la diferencia
u oposición epistémica entre el espacio físico y las diferentes formas de repre­
sentarlo en lo que los diversos autores llaman autoconciencia, esquemas cog­
nitivos, representaciones simbólicas, imaginario urbano, y que para buscarle
un denominador afín (no sinónimo), podríamos englobar en el concepto an­
tropológico de cultura con referente en el espacio o, si se prefiere, en el con­
cepto antropológico de espacio. Situarse en términos de cultura y conciencia
implica romper de hecho con un supuesto estado de naturalidad y pura espa­
cialidad del mundo urbano, e impugna los contenidos y las identidades pre­
concebidas de los sujetos sociales. Resulta fundamental para constatar las di­
ferencias barriales dentro del gran marco de la ciudad.
El reconocimiento de la dimensión cultural se ha manifestado a partir de
enfoques desde idealistas hasta marxistas, con diversos matices. Por ejemplo,
Peter Hall había publicado en 1968 un trabajo donde anunciaba que una nue­
va cultura, la suburbana, reinaba en EEUU. La describía como diferente del ur­
banismo hasta ese momento existente (y clásicamente tipificado por Wirth).
Analizando el mismo fenómeno en la década del '80, verifica que esa tenden­
cia ha continuado y propone seguir caracterizando en términos de cultura ur­
bana y cultura suburbana esas realidades que reflejan una nueva apariencia
bajo un viejo rol ( Hall, 1984).
Recordamos aquí la crítica a la noción de cultura urbana; aunque el pro­
nunciamiento lapidario de Manuel Castells nos resulta un tanto paradójico, y a
que él mismo, al efectuarlo, no dejó de situar su propio enfoque en términos
de posición ante los significados con que la ideología urbana ha tratado el te­
ma del urbanismo. Incluso al hacerlo no dejó de mencionar un valor implícito
de lo barrial. Al preguntarse si la ciudad es "fuente alternativa de creación o
de decaden cia", parodió el significado dominante de lo urbano, que asigna que
.:.-
E l barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---=----------------------- ---- 145

"la gran ciudad es el reino del anonimato, [mientras] el barrio produce solida ­
ridad . . ." (Castells, 1979: 111). Todo, como vemos, en el terreno de los valo­
res y las representaciones.
Ya hemos dicho que en realidad Castells está criticando más propiamente
al culturalismo que, vestido de relativismo, encubre el más rancio etnocentris­
mo y sociocentrismo de clase (por ej., Bergel, 1959). Posiciones más eclécti­
cas como la de Marcel Roncayolo, cuando incluye dentro de la investigación o
teoría urbana la importancia de la ciudad misma -y por ende, también sus
partes barriales- como representación o conjunto de representaciones sim­
bólicas (Roncayolo, 1988: 119), resultan, entonces, menos descalificadoras
de una corriente que hoy se abre camino por necesidad de una ruptura con
esas naturalizaciones que Castells también impugna.
La dimensión barrial, sin embargo, se extraña en antropología. En una de
las primeras obras en español de antropología urbana, el libro de Rodolfo
Quintero Antropología de las ciudades, publicado en Caracas en 1964, se po­
ne el acento en el aspecto humano de las ciudades y los procesos de urbani­
zación. Pero no se detiene a considerar la realidad barrial en su tratamiento
específico. Cuatro décadas después se enuncia en forma explícita la carencia
de trabajos sobre lo barrial como sistema de símbolos. Jacques Gutwirth, ha­
ce más de quince años, señalaba a la nQción de barrio como abarcadora de
"ideología, realidad y vivencia" (Gutwirth, 1987 : 4 5).

Etnicidad barrial
En forma confluyente, identidad y cultura han sido vistas como un único
proceso en el fenómeno m.ás clásicamente objeto del trabajo antropológico :
la etnicidad, en este caso urbana, o sea, tal como se constituye cuando se to­
ma como referente el espacio urbano. Dentro de esta problemática, adquirie­
ron estatuto importante los dispositivos ideológicos o de representación sim­
bólica mediante los cuales los distintos grupos sociales constituyen estos fe­
nómenos de la identidad y la cultura, o etnicidad, y cómo viven y se repre­
sentan el macro-fenómeno de la segregación urbana. Son trabajos que se si­
túan en la dimensión de lo que podríamos llamar construcción del consenso
urbano para la segregación, que redunda en identidades y diferencias indica­
tivas de la heterogeneidad del espacio social urbano.
A partir de esta plataforma común, se abre una diversidad de enfoques que
van desde los más mecanicistas, idealistas (en términos filosóficos, en oposi­
ción al materialismo histórico) y funcionalistas, hasta los (en un sentido am- ·
plio) marxistas, que dan cuenta de los procesos estructurales de de tigualdad
en la apropiación del espacio, construcción de la subalternidad y la hegemo­
nía en las formas de representar simbólicamente la ciudad y sus partes.
De esta manera, se pueden encontrar los clásicos estudios sobre segrega­
ción residencial, a la manera de Tauber (1979), que describen en realidad los
procesos de exclusión urbana bajo el ropaje de la problemática racial y don-
la teoría s o ci. El b arrio en
146 --------------------------� � oI

de se critica la teoría de que la pobreza sería la causa de la segregación, 0 1


crítica al neo-marxismo por no presentar "pruebas" de la lucha de clases e �
el proceso de discriminación barrial (Rex, 1984), hasta las extrapolacione s d e
un Edward Hall cuando naturaliza -en nombre del relativismo cultural- la se ­
gregación racial en EEUU de acuerdo con argumentos etológicos y ecológico s
(Hall, 1985). Pero también aparecen estudios sobre procesos de expulsión d el
espacio público de los sectores potencialmente subversivos en ciudades, P o r
ejemplo, de Colombia (Viviescas, 1985), y las luchas desatadas por la apro ­
piación cultural del espacio (Friedman, 1988), donde el tema de la segrega ­
ción se aparta de la visión puramente residencial y barrial.
Lo más recurrente en los estudios sobre etnicidad ha sido describir las vi­
das e interacciones de los habitantes de determinadas partes distintivas de la
ciudad. Todos ven la cultura y la identidad relacionadas entre sí y también se
pronuncian ante la relación entre el uso interpretativo de la etnicidad y el pro­
ceso estructural de clase, de corte marxista. Lo barrial queda embretado en­
tre estas relaciones y dilemas.
El trabajo de Melvin Williams Las calles donde viví (1985), es una investi ­
gación etnográfica sobre un barrio pobre y negro de la ciudad de Pittsburgh,
presentado como estudio de caso de antropología cultural. Se plantea en el
contexto histórico del abandono de la población negra en el centro de las ciu­
dades y los procesos de gentrificación ("ennoblecimiento'') y suburbanización
por parte de la clase media blanca. Le interesa aportar a la reversión de este
proceso, destacando dimensiones y variables a tener en cuenta al nivel micro ­
social en el que se realizó la investigación, si bien se parte de una visión pesi ­
mista del futuro, en medio de la violencia racial desatada en las calles de al ­
gunas ciudades norteamericanas. Describe varios "estilos de vida" dentro del
barrio en la forma más clásica, con detalles de cada categoría cultural (el mun­
do del trabajo, la religión, la infancia, los funerales, los símbolos), mostrando
el punto de vista de los actores, los personajes con nombres y apellidos, entre
ellos el típico hombre de la esquina . La dimensión barrial emerge cuando se
muestra de qué manera los residentes se identifican con el barrio, por su sen­
tido de pertenencia, por cómo se diferencian respecto de las demás porciones
de la ciudad, principalmente de la parte de los blancos de clase media.
James Diego Vigil, al estudiar la pandilla juvenil de los chicano, la define
como "una respuesta a la adaptación urbana mexicana en el Area de Los An­
geles" (Vigil, 1988). La categoriza como una subcultura, constituida por la
identidad de los inmigrantes que la forman. Describe los cambios constantes
de los miembros de estos grupos y su conflicto principal como netamente cul­
tural : "la subcultura gang emerge como un tipo de adaptación a la margina­
lidad originada del contraste y el conflicto entre las culturas mexicana y an­
glo" (Vigil, 1988: 67-68). En forma explícita, va a establecer que no es sufi­
ciente el enfoque de clase para comprender la realidad de la subcultura de la
barra barrial de los chicano de Los Angeles, y apela, entonces, a su descrip­
ción etnográfica y microsociológica. Un trabajo similar en términos metodoló-
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
___...,.__________________________ 147
g icos es el de Horowitz ( 1986), ta mbién sobre una comunidad de chicanos y
su "cultura del honor", constituida alrededo r del valor del machismo.
Por su parte, Gordon Darrogh, de Taranta, y Wilfred Marston, de M ichigan,
estudian las formas de l a etnicidad urbana para realidades .de Canadá y E EUU,
con el objetivo de formular un modelo que dé cuenta de la relación entre las
pautas residenciales en barrios étnicos con los procesos históricos totales . Cri ­
tican el modelo de la integración o asi mil ación, que estaría en la base de la
mayoría de las formulaciones acerca de la plura l i dad de etnias en las ciuda­
des industriales. En realidad, lo que se da es una persistencia y u n renaci ­
miento de la etn icidad, pero también critican el modelo de la conti nuidad his­
tórico-cultural de l os g rupos de migrantes . Destaca n la paradoja d e que se
continúe concibiendo teóricamente la etnicidad u rbana como u n fenómeno
tradicional o pri mitivo, a superar por la sociedad moderna, y a la vez se la
muestre como algo casi i nherente y cada vez más fuerte dentro de l a ci udad
de las sociedades avanzadas.
Rechazan el concepto de etnicidad como sinóni mo de características pri ­
mordiales e in mutables (que reforzaría l a perspectiva asimilacionista) , h i stó­
ricamente contrario a la pretendida tendencia universal a l raciona lismo. Se i n ­
cl inan p o r l a etnicidad como u n a i dentidad social mente construida en respues­
ta a circunsta ncias sociales y económicas más que como una adscripción a un
legado cultura l . Y distinguen luego entre las dimensiones estructural y cultu­
ral, estableciendo que hay grupos que puede_n estar muy fuertemente diferen­
ciados, cultura l mente hablando, pero asi m i l ados en términos estructurales a
las instancias formales e institucionales de la sociedad .
Critican l a elaboración clásica del índice d e segregación barrial, dado por
el grado de homogeneidad de la población de u n á rea barrial en su diferen­
ciación con otras. Esto, afirman, no posibilita la distinción sobre el modo en
que se produce la segregación, que puede ser concentrado o disperso . Y aquí
introducen la necesidad de definir las di mensiones de las unidades de análisis
( mayores o menores) dentro del escenario urbano. Si se toma, por eje mplo,
la di mensión ciudad, las unidades de análisis menores serán los barrios; por
consiguiente, el índice de segregación deberá tomar como parámetro la can ­
tidad d e grupos étnicos que se considere para determi nar dentro de u n a es­
cala que vaya de la concentración a la dispersión dentro de un barri o . Si, en
ca mbio, se toma como di mensión de análisis el barrio, la unidad menor será
la cuadra , y entonces el índice variará según se definan previamente los pa­
rámetros de cuántos grupos étnicos sign i fi ca n dispersión o concentración den­
tro de esa unidad . Empero, agregan, estos índices -por demás abstractos­
no nos di rán cuáles son las relaciones sociales en el interior de esas unidades
espaciales urbanas .
Proponen, entonces, que se tome la etnicidad como una variable dentro del
universo de esas relaciones y no como una serie de atributos o un atributo es­
tático de los individuos. Esta concepción de lo étnico como un proceso social,
diná mico e histórico, permite detectar fenó menos de etnicidad "esparcida" en
El barrio en la teor ía soci
1 4 8 ---------------------------.; � al

varios barrios, sin que se reduzca el trabajo antropológico a la descr ipción de


los barrios como acotamientos cerrados . Y, además, permite ver cómo la et­
nicidad misma no es más que un valor que varía dentro de contextos que ha ­
cen a los distintos roles, etapas y situaciones de los sujetos sociales. La se­
gregación barrial, en consecuencia, debe ser vista -para ellos- en esta pers ­
pectiva multidimensional en cuanto a situaciones sociales, a momentos histó­
ricos sociales e individuales y a acotamientos espaciales (ciudad-barrio -cua­
dra) ( Darrogh y Marston, 1 9 84).
Vemos que se puede ir enriqueciendo el conocimiento de las i dentida des
des de el meramente descriptivo que acota y cierra la relación entre un aden �
tro y un afuera barrial o grupal (en términos de cultura o sub -cultura), has­
ta esta perspectiva más amplia, que permite un mayor alcance de indagación
hacia relaciones que trascienden el recorte espacio-social. En forma coinci­
dente, Greg Guldin, en su trabajo Midiendo la etnicidad urbana, distingue, en
principio, el conceptf> de barrio étnico y comunidad étnica: " [ Utilizo ] barrio
étnico para referir a aquella área de la ciudad donde un grupo étnico parti­
cular experimenta no solamente un acotamiento de sus relaciones primarias
sino de sus secundarias también" (Guldin, 1985 : 72). En la "comunidad ét­
nica", por el contrario, no hay aglomeración residencial ni relaciones secun­
darias, ya que se refiere a los lazos interpersonales (primarios) que pueden
localizarse en diferentes barrios de la ciudad. De esta manera, pue de que de­
saparezca el barrio étnico, pero no deja obligadamente de persistir la comu­
nidad étnica ss.
Mohammed AI - Haddad da un paso más en la sistematización de la etnici­
dad urbana (concebida como sinónimo de grupos minoritarios) , al diferenciar ­
la de la etnicidad en general, que incluye principalmente el sentido de diferen­
cia, descendencia, i dentificación, poder diferencial y conciencia grupal (AI­
Hadda d, 1985). Y Gwendolyn Mic kell reivindica la clase social como instru ­
mento i dóneo para estudiar el lugar desde donde se intersectan las distintas
dimensiones de la vida social. En áreas urbanas, afirma, son las clases socia ­
les subordinadas las que instrumentan la etnicidad como una estrategia polí­
tica en situaciones de dificultad económica (Mic kell, 1988).

Culturas e identidades en y de barrios


Sin dejar de señalar el componente étnico o de identi dad, hay trabajos que
ponen el acento en determinadas reali dades barriales como una manifestación
de cultura, y algunos vinculan este concepto con el de ideología y, en alguna
medida, atribuyen la construcción de identidad de determinados barrios dis ­
tintivos a procesos de hegemonía ideológica.

55 Como el caso de Hong Kong, donde sucesivas oleadas de chinos que hablan formado barrios dis­
tintivos entre ambas guerras, los vieron desaparecer debido a la superposición de estratos bur·
gueses huidos del triunfo comunista de China Popular, pero mantuvierQn su identidad en forma
espacialmente discontinua.
El barrio según la teoría social urb ana de los últimos años
- ---------------------------- 149
Gary McDonogh estudia al barrio chino de Barcelona. En tanto la literatu­
ra y el periodismo lo han tomado como un "símbolo de maldad", quienes han
constituido el barrio y viven en él y quienes tienen una visión crítica respecto
de él -porque conocen sus problemas y trabajan en sus reformas potencia­
les- tienen una imagen distinta. Para los periodistas, los novelistas y los re­
formadores, el barrio chino es una zona de violencia, pobreza, drogas, pros­
titución y deterioro social y moral. Pero se ignoran las aspiraciones y los va­
lores de quienes viven en el barrio, o sus adaptaciones creativas a la margi­
nación dentro de la ciudad capitalista, dice McDonogh. Se trata -propone­
de escuchar las voces de quienes viven dentro del barrio, y lo toma como una
"producción ideológica".
Por un lado, describe la historia del barrio en su relación de subordinación
urbana e ideológica respecto de la opinión pública dominante, y cómo el ba­
rrio llega a los titulares de los diarios por ser problema . Y, por el otro, estu­
dia el estilo de vida de sus habitantes, su cultura como un todo, y la forma
en que los historiadores locales lo sitúan como fenómeno del pasado. La con­
clusión es que la estructura de subordinación ideológica que hace que el ba­
rrio no pueda superar su imagen de maldad generalizada prevalece porque
esa ideología no tiene en cuenta la relación de causalidad entre la realidad
concreta del barrio en su subordinación urbana (como sector marginal de la
ciudad) y las voces del barrio mismo, que él se ocupó de registrar (McDo­
nogh, 1987).
En un trabajo posterior, vuelve a construir como objeto de estudio la cons­
titución de la cultura urbana en términos de conflicto y manipulación de imá­
genes sobre la relación entre el espacio barrial y la moralidad de clases socia­
les y géneros. Toma los bares del barrio chino y estudia la relación entre los
sistemas de interpretación cultural y la organización social, en el í™smo ba­
rrio. Define la cultura de las ciudades como caracterizada por tensiones con­
tinuas en medio de sistemas simbólicos, que configuran el espacio social y de­
limitan las categorías y los grupos sociales.
Las categorías urbanas significantes toman forma dentro de conflictos tan­
to ideológicos como de poder político. Los sistemas de clasificación social de
los grupos dominantes se imponen en el sentido común del promedio de los
ciudadanos. De este modo, el problema de la cultura urbana no se reduce a
sus categorías específicas, sino que hay que verlo en relación con el proceso
histórico y la formación social de esas categorías, como elementos constituti­
vos de la vida urbana. Dentro de ese esquema de lucha ideológica, se erigen
modelos alternativos y resistencias manifiestas en la cultura cotidiana, en los
contextos de los bares públicos del barrio ( McDonogh, 1992).
Parte McDonogh del dato de que cada día el número de bares crece enor­
memente. Llega a haber calles en las que edificio de por medio hay un bar.
Analiza la interpretación de los bares como signi ficados, en situaciones de
conflicto con otros sistemas de categorización de la cultura urbana, como ser
el género y el poder. El género, el poder y el espacio ''se juntan en el bar'' pa-
El barrio en la teoría social
15 0 ----------------------------
ra definir, en térmi nos de hegemonía, lo que es modelo de virtud o su contra ­
rio , para el sentido común, y también para generar culturas y estilos de resis­
tencia a esa misma hegemonía .
Trabaja esos significados en sus relaci ones metafóricas y metonímicas, p e­
ro no expone esto en detalle. Establece un valor generador d e lo barrial de es­
te tipo de cultura t1e los bares, ya que podría constituirse en un factor defini­
dor de la i dentidad de barrios particulares, o de un grupo social . Además, le
asigna un carácter universal a esta instancia de i maginación pública de la cul ­
tura urbana, y a q u e este proceso e s s i m i l a r a l o s casos de Harlem en N ueva
York, Montmartre en París, Wai Chai en Hong Kong, o todos aquellos bares
que pueden convertirse en marcas para la definición de las zonas de la inmo­
ralidad de la ciudad.
La i nterpretación de los bares también i mplica estudiar cómo se cruzan las
lógicas dominantes y los sentidos profundos que cumplen . M cDonogh sugiere
que las ubicaciones en el espacio que se generan con la atri bución de un sen­
tido mora l disti nto y vicioso, sirve para produci r una segmentación de la po­
blación urbana, esto es : para reforzar la segregación mediante la cultura y sus
significados. Él la llama "geografía simbólica urbana". Un i ndicador preciso de
la i deología dominante respecto del barrio segregado -con sus metáforas do­
m i na ntes acerca del barrio de la maldad- está dado por la propuesta efec­
tuada desde los planificadores urbanos, que propusieron que el barrio chico
de Barcelona fuera directamente "eliminado" antes de los Juegos Olímpicos de
1992.
A pesar de esto, para McDonogh, los bares del barrio si mbol izan la i denti­
dad española y catal ana y son un reflejo de l a estructura social, de la vida
económica y de los valores culturales de las comunidades en las que se si­
túa n . Las relaciones complejas de redes que se tejen en los bares sirven pa­
ra definir a los grupos por clase, por barrio, por género, intereses, razas, pro­
fesión y modos de cultura . El mito de los bares del barrio chino forma un es­
tereotipo que confirma la marginalización económica, social y política del ba­
rrio y de sus habitantes, a l mismo tiempo que evita indagar sobre las causas
profu ndas de su realidad i nterior, porque dentro de su contenido el barrio chi­
n o mismo aparece como causa de su propia marginalida d .
Desde e l concepto de cultura, pero esta vez relaci onado c o n el de clase
social, Phi l i ppe Bourgois hace el estudio antropológico d e la parte hispana de
u n barrio típico de la ciudad interior de Nueva York, el Harlem, colocando el
eje en l a práctica transaccional alrededor del crack (droga de pés i ma "cali­
dad" -alta toxicidad- y bajo precio) 56 • El autor considera esta prád¡ica como
una "muestra de la lucha por la supervivencia y los significados de la gente
que está bajo la extraordinaria perturbación del crimen y la violencia de la ciu­
dad i nterior en los EEUU" ( Bourgois, 1989 : 6), en un intento por circunscribir
a l área espacial cierta particularidad, en su relación con l a realidad global de
la sociedad naciona l .
_;5 Versión degradada y más barata de la cocaína, con efectos más nocivos.
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
--- �------------------------- 1 5 1
Toma,como punto de partida un tópico de los estudios barriales: el imagi­
nario de los medios de comunicación, que sigue viendo esa realidad desde el
concepto de cultura de la pobreza, porque en opinión de Bourgeois, no ha si­
do adecuadamente refutado. Las interpretaciones más comunes atribuyen los
comportamientos de los pobres de la calle de la ciudad interior a causas es­
tructurales eq>nómicas, por las cuales la reconversión del sector productivo,
las migraciones y la discriminación étnica los producen. Asignan a esta gente
una pasividad que no es real, ya que olvidan la relación dialéctica entre el pro­
ceso material y el ideológico, o la relación entre clase y cultura. La situación
de desesperación, pobreza y marginación de esta gente produce su tendencia
hacia la autodestrucción personal y la pérdida de la perspectiva real de que
esa misma situación en la que están envueltos tiene causas económicas.
lQué valor adquiere esta realidad barrial particular? Cita autores contem­
poráneos que toman de la teoría de la reproducción de la cultura el hecho que
algunos miembros de este barrio de portorriqueños reivindican las identidades
étnicas "africanas" para oponerlas a la cultura institucional norteamericana. Pa­
ra algunos, la violencia y el crimen de la calle de la ciudad interior son una
muestra de esta reivindicación: una "cultura de la resistencia". Pero, en reali­
dad, dice Bourgeois, esta cultura de la resistencia representa una opresión ma­
yor y un proceso de autodestrucción, ya que traslada al interior de esa comu­
nidad el racismo, el crimen y la violencia que se les asigna desde afuera (íd. :
7). En efecto, con la excepción de la brutalidad policial y de los organismos de
asistencia estatal, la mayor violencia y terror se genera entre los mismos ha­
bitantes. El distanciamiento de Bourgeois del culturalismo clásico se marca
cuando él afirma que esta cultura del crack no tiene otros valores que los de
la sociedad en general. No es tampoco irracional ni patológica, sino que inclu­
so "responde a la misma lógica del sueño americano ". Porque los jóvenes de la
economía clandestina del barrio persiguen el propósito de tener su parte en la
distribución económica general, son individualistas y están por la propiedad
privada y la empresa privada. Sólo que desean estar ellos en ese lugar. La cul­
tura del terror y la economía clandestina de la ciudad interior responden con
realismo a la misma lógica del sistema. Es importante tener en cuenta que
Bourgeois no comenta que haya un sentido de identidad barrial dentro de la
ciudad interior. Habla de cultura de la ciudad interior en el nivel de la calle, o
lo que él llama cultura del terror, y lo sitúa como un fenómeno ideológico.
Son sintomáticos dos trabajos que tratan sobre barrios ni pobres ni margi­
nales, donde se recurre a la categoría de identidad y se opera con el modelo
cultural típicamente antropológico. James y Nancy Duncan estudian un barrio
residencial de lo que llaman la "élite anglófila " de EEUU. Utilizan la categoría
"paisaje" y la analizan de acuerdo con el modelo de análisis cultural. El paisa­
je, afirman, tiene una carga simbólica y sentimental que establece relaciones
de identidad. El status de la residencia, la importancia de la cultura (toman el
concepto de Geertz), la integridad y la identidad de los grupos se ponen en jue­
go en la cuestión de la residencia. Estudian las élites de nuevos ricos, para
quienes el paisaje residencial tiene una importancia simbólica mayor que para
1 52 ----------------------------.::.:.
El barrio en la teoría s oc i Q I

los ricos tradicionales. La ironía final que señalan es que los nuevos ricos n o
aceptan que se copien sus residencias, como modo de preservar la identida d
del paisaje barrial en sus exclusivas manos (Duncan y Duncan, 1984).
En otro de los escasos trabajos sobre clases altas, Benjamín Miller descri­
be el club de polo de un nuevo suburbio y contrasta la inmovilidad de los po­
bres del centro de la ciudad con la movilidad de los ricos del suburbio. Se des­
criben las estrategias de exclusión en el suburbio, por un lado, en nombre de
la preservación de la identidad barrial, el abandono público y el deterioro tísi­
co del centro, por el otro, respondiendo ambos fenómenos a la misma lógica
(Miller, 1988).

Rehabilitación barrial desde el conflicto


En el libro de Gerald Althabe y otros Urbanisme et Réhabilisation Symbo­
lique, de 1984, se tratan procesos de equipamiento, relocalización y rehabili­
tación de áreas urbanas como centros históricos, barrios y restauración de vi­
viendas, en los que cobra importancia la promoción entre los actores destina­
tarios. Para esto se toman como objeto los sistemas de representación sim­
bólica que se referencian en el espacio urbano. En particular se profundizan
las rupturas de los modos de acción y representación domésticos y sociales
durante procesos de realojamiento de población y los problemas dentro de los
nuevos alojamientos, como las diferencias entre expectativas y realidades y
entre pre-disposiciones interpersonales e individuales de los distintos grupos
nacionales y étnicos. Para ello se estudia cómo los habitantes visualizan su
propio barrio, en muchos casos estigmatizado como "enfermo" y desvaloriza­
do por su imagen de violencia, alcoholismo, inseguridad, miseria y una cultu­
ra particular. Se trata de ver cómo se construyen estas imágenes entre los re­
sidentes, los asistentes sociales y los agentes municipales. Principalmente có­
mo la acción asistencial refuerza la estigmatización (Althabe, 1984 : 53).
En el trabajo de Bernard Lege se reivindica la necesidad de realizar estos
procesos de rehabilitación de áreas degradadas y barrios populares sobre la
base de la investigación social previa (Lege, 1984 : 88). En su trabajo toma en
cuenta la historia de las calles, los recuerdos personales de los actores y la
historia del barrio en la época moderna, tratando de situar contradicciones
dentro de ese espacio social segregado y del sistema de poder generado den­
tro del barrio. En Urbanisation et Enjeux Quotidiens (1985) se reúnen cinco
trabajos de "etnología de la Francia actual" recuperando el enfoque metodo­
lógico de los estudios etnológicos para aplicarlos a realidades urbanas y mo­
dernas. Asumen, además, que las investigaciones se sitúan en un cuadro de
nociones "blandas", tales como modo de vida o cotidianeidad, pero forzando
un señalamiento anti-totalizador : "la irrupción -reflexionan- de estos temas
de investigación es un síntoma de la crisis que atraviesan las explicaciones
globalizantes de la sociedad, crisis donde se reflejan las transformaciones so­
ciales esenciales" (Althabe, 1985: 9).
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
- --"""'------------------------- 1 53
El enfoque antropológico vendría a resultar una herramienta apta para la
descripción empírica, proceso que implica tomar como objeto de investigación
lo micro-social, su coherencia interna, las relaciones que lo componen y su ar­
ticulación con el nivel global, mediante el enfoque comparativo y principal­
mente con la entrevista de campo, la presencia prolongada del etnólogo y un
análisis reflexivo de las condiciones de producción de los datos de campo en
relación con la interacción del observador y sus actores. Esto nos llevaría a
deducir que las realidades barriales caerían de perillas dentro de este diag­
nóstico de caída en desgracia de las "explicaciones globalizantes de la socie­
dad", "donde se reflejan las transformaciones sociales esenciales", actuando
quizá en su reemplazo. lO podríamos suponer que el nivel micro puede ac­
tuar como revelador de esas transformaciones esenciales? Lo cierto es que,
puestos a detectar cuáles son los significados del concepto de barrio con que
trabajan estos investigadores, nos encontramos con el siguiente cuadro:
El barrio aparece como un lugar intermedio entre la casa y la empresa,
donde se revelan los lazos complejos que existen entre la vida fuera del tra­
bajo y en el seno de la empresa. Cada viernes el paisaje barrial se transfor­
ma radicalmente, restituyendo la calle a los peatones con colores abigarrados,
librada a los ruidos, los gritos y los olores. Este hecho, insólito y rep_etitivo a
la vez, quiebra los ritmos diarios, al introducir "un tiempo vivido socialmente "
(Michelle de La Pradelle, 1985 : 5 ) en la monotonía de la vida de cada día, y
escinde la semana, al ritualizar el tiempo. Todo esto se produce por el bloqueo
en el ascenso social que afrontan los trabajadores.
En otro trabajo se revela la relación entre el barrio, el fútbol y la clase so­
cial : en el club de fútbol del barrio Sevrin, bastión local de miseria, los jóvenes
excluidos del trabajo reivindican al barrio en su conjunto en el terreno simbó­
lico del fútbol. Hacen de su club -como representante del barrio- un espacio
de enfrentamiento imaginario y a su vez de relación con la sociedad global. Lle­
van a cabo una guerra de clases mítica (Selim, 1985 ) . El pasado del barrio, an­
tiguamente industrial, se actualiza en esa lucha ilusoria contra el oprobio que
los golpea localmente y, en consecuencia, se trata de volver a verlo ganar, de
obtener las victorias tal como lo hicieron sus padres. Este sentido de revancha
y de identidad muestra una configuración social límite en la coyuntura contem­
poránea, donde la residencia, en ausencia del trabajo asalariado que le otor­
gaba sentido e identidad en otra época, adquiere estatuto significativo.
El barrio se ha convertido en un asilo de una franja permanente de las cla­
ses dominadas, encerradas en la miseria y la estigmatización. La exclusión so­
cial se legitima como consecuencia "natural" de una explotación obrera fijada
en un espacio que fue bastión legendario. El barrio se constituye en pilar de­
cisivo en esas representaciones, ya que su nombre había dado motivo para
las luchas simbólicas entre los viejos del barrio y una generación obrera acti­
va que valoraba en la gloria de su club de fútbol, sus diferentes concursos de
pesca y otras actividades culturales, como una revancha social. Ese nombre
del barrio es ahora el instrumento decisivo de una reivindicación en la que se
pone en juego en forma repetitiva el enfrentamiento imaginario.
El barrio en la teoría socia
1 54 ----------------------------l
En otros capítulos el barrio aparece como un ámbito de poder comuni­
cativo interpersonal que establece lazos en donde se elaboran las identida­
des individuales y una relación comunicacional donde la "cohabitación p lu ­
riétnica" (Selim, 1 985a) implica en forma simultánea la oposición entre
grupos y la asociación ante problemas comunes. Y las relaciones de tipo
clientelar con la asistencia estatal conducen a posibilidades o no de ejercer
la lucha contra la represión cuando se endurece el conflicto étnico. Algo si­
milar a lo que revela el trabajo de Christian Marcadet, en cuanto a la rela­
ción de la oficina de Seguridad Social para el caso de un barrio estigmati­
zado. Las oficinas de asistencia revelan su papel, así, de entes reguladores
de la población "distinta", habitante de los barrios que requieren también
atención distinta.
Finalmente, en su trabajo La residencia puesta en juego, Althabe también
revela la intervención de los agentes de seguridad, que estigmatizan a las fa­
milias asistidas, brindando a los habitantes una negatividad en vista de la cual
intentan definirse a sí mismos como asistentes. En el ámbito de una "Zona a
Urbanizar", los sujetos se ven envueltos en situaciones oscilantes entre su as­
piración a acceder a una posición superior y la caída en la condición inferior
de familias asistidas. Los elementos de la realidad social -dice Althabe- se
utilizan para elaborar operaciones simbólicas que conforman el paisaje social
de esta zona. El ocultamiento de los límites de ascenso autorizado a las fami­
lias de clase media inferior permite poner en escena una armonía residencial
ficticia, en la cual se intenta excluir todo elemento disonante encarnado por
las familias de clase social inferior. La situación profesional de los sujetos es
borrada en beneficio de relaciones barriales en las que la pertenencia a la cla­
se social superior se ofrece como espectáculo.
El trabajo tomó como materia de análisis micro-local la experiencia de dos
unidades residenciales "a urbanizar", donde vivían 100 familias. Un grupo de
doce trabajadores sociales (animadores y educadores de la calle) tomaron la
iniciativa de re-agrupar a los habitantes del barrio. En el marco de los gran­
des conjuntos, los observadores señalan la ausencia de relaciones sociales en
los espacios de cohabitación; describen un verdadero desierto, un lugar de va­
cío social, donde las relaciones sociales que se han podido detectar son de su­
pervivencia, insignificantes. La constatación de esta ausencia social se mani­
fiesta en la representación que los habitantes dan de su barrio: todos seña­
lan la falta de sociabilidad, el repliegue en el departamento y las relaciones
hacia el interior de la familia.
A partir de aquí, el trabajo se focaliza en las "situaciones de pelea" entre
los distintos grupos de residentes y familias, sobre la base de un relevamien­
to etnográfico. Las conversaciones con los sujetos han mostrado su tendencia
a la pelea, en la que el antropólogo era considerado muchas veces como ár­
bitro, portador autorizado de las normas. Una dimensión donde lo barrial ad­
quiere significación se da en la división que, entre los dominios masculino y
femenino, se presenta en la cotidianeidad del barrio. Los hombres viven en
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
- --�-�-�-------------------- 1 5 5
una situación bipolar: o bien e n la pasividad dentro del departamento (las ho­
ras pasadas frente a la TV), o bien en los intentos de introducir actividades
manuales (talleres instalados en sótanos, garages o departamentos). lPor
qué razón se da esto?
Althabe interpreta que esas actividades manuales son la traducción en
la cotidianeidad de la relación entre hombres y empresa en el trabajo asa­
lariado: los hombres que desean intervenir en una acción militante de mo­
vtlización pública, por ejemplo, tienen tendencia a hacerla a través de la
especialización adquirida en su trabajo asalariado. Esa inserción de activi­
dades manuales localizadas en el barrio es un esfuerzo por estar fuera del
departamento, es decir, del espacio doméstico que es considerado propie­
dad de la mujer. Pero aquí se muestra una paradoja que se plasma en el
mismo trabajo de campo: "cuando se encontraba el hombre solo, nos ha­
cía volver cuando estuviera su mujer en la casa; en la entrevista, la mujer
es la que habla, el hombre se queda silencioso o agrega algo sobre lo que
la mujer ha hablado . . . los hombres afirman que lo que pasa en el barrio les
es indiferente . . . el barrio de la problemática pertenece al dominio femeni­
no" (íd. ).
Tal situación tiene efectos sobre la posibilidad de rehabilitación barrial. El
local barrial donde se concentran los militantes está ubicado espacial y sim­
bólicamente como una "casa de barrio". Y en la medida en que el local está
preso dentro de esta división simbólica de géneros y el barrio es aprehendido
como dominio femenino, la transformación es imposible, ya que el local se
vuelve un lugar en el cual los chicos serán puestos bajo la tutela de agentes
de autoridad externa, que sustituyen a los padres y a la madre en particular.
Generalmente los mismos vecinos afirman como inevitable el fracaso de la uti­
lización del local como "casa de barrio", que tendrá por razón, dicen ellos, su
ubicación jerárquica . Afirman no querer participar en una actividad colectiva
que no está enteramente controlada por los agentes de autoridad externa, pa­
ra evitar encontrarse cara a cara con gente que, al instalarse en una posición
superior, los va a remitir a una posición inferior.
En forma inversa, los hombres insisten en el contra-argumento, sobre la
base del eco de lo que ocupa un lugar importante en la cotidianeidad: las acu­
saciones recíprocas de querer introducir una relación jerárquica, es decir, de
instalarse en una posición superior por medio de la cual se reenvía a los otros
a una posición inferior. El debate alrededor del local permite dar cuerpo a la
relación de dominio: es la construcción de la pertenencia a la clase social su­
perior. La denuncia consiste en mostrar la ilegitimidad de esa pretensión en la
medida en que se encuentra en contradicción con el nivel escolar o el lugar en
la división del trabajo de los actores. Esto se ejemplifica en la frase : "Si esta­
mos [aquí, en un complejo donde abundan los obreros], es que somos obre­
ros, no tenemos instrucción". Y, ya que en el nivel del barrio no pueden os­
tentarlo, será el arreglo del departamento una de las prácticas importantes
por medio de las cuales intentarán construir su pertenencia a la clase social
El barrio en la teoría soci a l
156 ---------------------------..:.::.
superior. De esa manera buscan imponer una compensación respecto de l a
posición superior (Althabe, 1985).

Tratamiento barrial desde la identidad y la cultura


Hasta hace pocos años, los antropólogos argentinos se habían ocupado en
los barrios más que de los barrios. Habían venido realizando -con los avata­
res propios que esta disciplina sufrió, como parte del sector científico y como
parte de la intelectualidad ligada a lo social- más investigaciones sobre fenó­
menos sociales acontecidos en los barrios de las ciudades que sobre el fenó­
meno barrial en síS7. Sin duda los trabajos sobre villas miseria no pueden de­
jar de ser citados, pero resulta difícil detectar un tratamiento específico de lo
barrial. Desde la publicación pionera de Hugo Ratier hasta los trabajos del
grupo de Ester Hermitte o Carlos Herrán, para terminar con los últimos apor­
tes de Estela Grassi, Liliana Raggio, Susana Hintze y María R. Neufeld, no hay
referencia al barrio más que como unidad espacio-social no marginal o reivin­
dicada por los pobladores de las villas5 8 • En particular, hemos revisado la to­
talidad de la producción de Rosana Guber, quien se ocupó del tema villa mi­
seria, y no hemos encontrado otro significado de lo barrial más que ese. In­
cluso en el trabajo del libro Barrio sí, villa también, que publicamos en con­
junto, no es posible encontrar referencia expresa al barrio más que como ám­
bito urbano opuesto a la precariedad y asistematicidad urbana de la villa. Por
boca de un informante sí aparece el barrio, cuando Guber muestra que un vi­
llero se inquietaba porque sus hijos anduvieran "solos por el barrio" refirién­
dose a la villa (Guber, 1991 : 42).
Es Mónica Lacarrieu quien toma al barrio con mayor especificidad, den­
tro del propósito de estudiarlo en un proceso de remodelación urbana, de
acuerdo con el impacto de esa remodelación en la trama social del barrio,
tomado como "sistema ideológico". Lo distingue, en principio, del asenta­
miento "villa miseria". Sin embargo, el marco teórico principal del que par­
te es el de los asentamientos de tipo marginal . Trabaja sobre un barrio dis­
tintivo y nítidamente identificado dentro del paisaje urbano de la ciudad de
Buenos Aires: La Boca. Lo va a caracterizar como de condiciones de vida si­
milares a las villas miseria. Efectivamente, los conventillos de chapa y ma­
dera conforman el diseño más típico y tradicional de La Boca, y su proble­
ma principal es la precariedad de las construcciones y las condiciones extor­
sivas en que viven los inquilinos que los habitan, a lo que se suma la ame­
naza constante del desalojo.
57 Aun sin mostrar investigación empírica, nos encontramos con la excepción de Ricardo Santillán
G ílemes, que siguiendo los lineamientos del filósofo cultural Rodolfo Kusch f'sentido del pa'mí") ,
se refiere al barrio como un "espacio cultural", "microcosmos . . . espacio integrativo cotidiano", he·
terogéneo, en cambio constante, complejo y con un sentido cultural constituido por ser la "pro·
longación de la casa" ("sentido de familiaridad" que destaca Juan Tangari) (Santillán Gílemes,
198 5 : 8 5-93) .
58 Casabona y Guber, 1985; Neufeld y Campanini, 1990; Grassi, Hintze y Neufeld, 1994; Herrán Y
Medrano, 1996.
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�-------------------------- 1 57
Advierte Lacarrieu sobre la identidad del barrio como "atribuida a la zona
desde el discurso popular, que habla de La Boca italiana, de Caminito turís­
tico, del Carnaval y sus comparsas, etc. y que pretende congelarla en el si­
glo pasado" ( Lacarrieu, 199 0 : 1 ) . M uestra en sus trabajos que el barrio ha
ca mbiado, en efecto, desde la época en que "pretende congelar/a" el imagi­
nario popular. Pero la di mensión en la que se sitúa el trata miento d e l a iden­
tidad, no permite constatar la manera co mo se construye esa identidad con ­
gelada o cómo se construye otro tipo de i dentidad respecto del barri o . Laca­
rrieu critica a l i magi nario, no lo estudi a . Su visión se focal iza en las redes po­
líticas, tomadas co mo estrategias adaptativas de "articulación social". Se to­
ma un tanto acrítica mente este concepto, inaugurado en la l iteratura antro­
pológica urbana argenti na por Leopoldo Bartolomé, quien j u nto a Ester H er­
mitte en la década del ochenta promueve una serie de estudios que parece­
rían pretender apartarse de los enfoques nítida mente marxistas, para llenar
el hueco de l a perspectiva del actor, a l a que l a antropología se ve convoca­
da en forma específica ( Bartolomé y Hermitte, 1985 ) , aunque en l a mayoría
de los casos se publican trabajos donde se da más cabida a la teoría que a
los actores .
El concepto de articulación parecería establecer a priori una carga más ten­
diente a un modelo i ntegracionista que de conflicto, aunque en los hechos lo
que constatan los antropólogos son conflictos . Nos ani ma mos a recorda r que
en gran medida la producción de la misma escuela de Chi cago, com o ta mbién
sus epígonos, trataron estos problemas tomando los conflictos como temas
(aunque el eje fuera la i ntegración), si bien no partían de puntos de vista mar­
xistas . En real idad, la a rticulación i ntenta mostrar las interrelaciones, para
contrarrestar los dualismos .
Como material de análisis uti liza Lacarrieu los medios masivos . Cita aquí
cómo se ve al barrio desde "un valor fundamental: 'la nostalgia barrial'"
( Lacarrieu, Op. Cit. : 1 14) y otros val ores co mo l o fa miliar y la solidaridad,
desde una "imagen romántica". En esta i magen cabe la i dea del barrio más
barrio, coi ncidente con "La Boca for export" (cuya marca sería el microbus con
los turistas extra njeros que lo visitan ) , abonado por la propia historia barrial,
que congela el barrio de los años '50, como u n museo viviente de l o exótico.
Se refiere al eje del "no barrio / barrio" y al "valor" del "tiempo", cuando apa­
rece la idea de la inseguridad y los robos. Trabaja con categorías como vida
cotidiana (Achilli), reproducción de i mágenes y estereoti po ( Perrot), todo re­
ferenciado con recortes de diarios sobre el barrio. En el capítulo de su tesis
De identidades sociales a identidades urbanas, de identidades urbanas a iden­
tidades barriales, Lacarrieu usa las categorías poder si m bólico (Geertz, Bour­
dieu, entre otros) , espacio social , habitus, sistemas de clasi ficación, represen­
tación e identidad social . Parecería a magar tra bajar el concepto de identidad
barrial pero no lo desarrolla más que en el párrafo donde dice : "las identida­
des barriales se constituyen en una forma particular de las urbanas y de las
sociales generales. . . fa barrial se construye en función de procesos que hacen
tanto al reconocimiento social que proviene de la sociedad en su conjunto (al-
El barrio en la leo ríQ so ci
1 58 -------------------------.:...::::::'.' QI

ter-atribución), como a la auto-atribución, o sea el reconocimiento que el b o ­


quense hace de sí mismo como tal" ( Lacarrieu, Op. Cit. : 174)5 9 .
En la línea de esta investigadora ha continuado María Carman, profun di­
zando en las categorías de identidad y cultura desde la construcción del ba­
rrio como objeto antropológico ( Carman, 1998). En los últimos tiempos h an
aparecido algunos trabajos sobre realidades barriales60 • Es posible distin guir
dos grupos de enfoques: por un lado, aquellos que podríamos denominar en
el barrio, o que toman al barrio en una dimensión de unidad local, tanto sea
sobre estrategias de supervivencia (Gutiérrez, 1995), como de organiza cion es
vecinales (Sabarots y Sarlingo, 1995), de prácticas organizacionales (Ametra­
no, Ceirano, Clavijo, Mallo y Trincheri, 1995), o de representación de sucesos
en el barrio (Suárez y Jerez, 1995). Por otro lado, han surgido trabajos que
tratan directamente el tema de la identidad barrial (Odetto, 1994; Romero
Gorski, 1995; Acevedo, 1995) y la cultura urbana.

Hacia la significación de lo barrial


El grupo orientado por Michel de Certeau, ocupado en el análisis de la co­
tidaneidad como matriz de la construcción de sentidos simbólicos, enfocó el
barrio como parte significativa de sus intereses. Pierre Mayol teoriza sobre el
barrio desde la premisa de Certeau de considerar la actividad creadora huma­
na en contextos ordinarios, a partir de lo que el barrio emerge como una ma­
nera de h acer cosas, como una práctica. Por tal razón, adquieren importancia
las relaciones entre objetos y el vínculo entre lo privado y lo público, que con­
fluyen en una definición de barrio como un espacio de compromiso y conve­
niencia, como una "puesta" en escena y co-existencia de los sujetos acompa­
ñada por su mutuo reconocimiento esto es: el barrio como una práctica cul­
tural. El barrio posee, así, "usuarios" de un ámbito, de itinerarios, de marcas,
de valores aprendidos y apropiados, "un dispositivo práctico cuya función es
asegurar una solución de continuidad entre lo más íntimo (el espacio privado
de la vivienda) y lo más desconocido (el conjunto de la ciudad o hasta, por
extensión, el mundo) . . . el barrio es el término medio de una dialéctica exis­
tencial (en el nivel personal) y social (en el nivel de grupo de usuarios) entre
el dentro y el fuera" (Mayol, 1999: 10).

59 Sobre la base de una h istoria de vida (que reconstruye fragmentariamente), muestra el proceso
y relaciones sociales entre los a ctor e s . Lo relaciona con hechos h istóricos desde fuentes secunda·
rias sobre el origen del barr io. Refiere a la categoría de estigma. Sobre la base del relato de una
inmigrante interna (de Salta) al barrio y otros testimonios describe el inquilinato por dentro, se·
gún Goffman. Luego referencia a nivel macro la pobreza urbana (Jaume, Lewis, Lomnitz, Ben·
noldt-Thomsen, Sigal, Castells, Llovet, Romero) y la del conventillo en part icular en el barrio. Ana·
liza la realidad de los inquilinatos desde la categoría de estrategias de reproducción (sentido prác·
t ico y juego).
60 Rosalía Winocur publica en 1996 un detallado trabajo sobre las políticas culturales en los bar rios
que asume las posturas de García Canclini respecto de los procesos culturales. Nos resulta difícil
excluirlo del capítulo sobre trabajos antropológicos, si bien podría ser ubicado en el acápite sobre
políticas sobre los barrios (Winocur, 1596) .
El barrio según la teoría social urbana de los------------
---�-------- últimos años
---- 1 5 9

La práctica del barri o, para estos a utores , desp l i ega la acción cu ltural y el
proceso de soci a l i zación por antono masia, dentro de una dial écti ca entre la l i ­
bertad ( i n dicada empírica m ente p o r el d ea m bu l a r u rba no) y e l i nterés ( l a
"conveniencia") ca paz de m a rcar al propio barrio c o m o u n juego de "tácticas "
pu esto al servicio del conta cto con el "otro ". L a con fi g u ración p ú b l i c a del es­
pacio ba rrial i m pulsa el proceso de colectivizaci ó n donde cierto tipo d e rela ­
ci ones tejen encuentros y coexistencias cuyo soporte es el cuerpo y se m a n i ­
fi esta en l a adhesión a u n sistema de valores y a l a contenci ón dentro d e l a
máscara s i m bólica c o n l a cual c a d a uno representa u n p a p e l en esa escen i fi ­
cación con "contrato i mplícito " que e s el barri o . Y e l hacer barrio fi na l m ente
se ritua liza, en la búsqueda de un punto m ed i o , de reconoci m iento convenien­
te para el sosteni miento de l a vida soci a l y cultura l .
Desarrollados a partir d e l os setenta, pero reconoci dos e n los noventa, es­
tos trabajos pueden citarse co mo más pro m etedores por l o que trasu ntan y
provocan que por l o q u e han verifi cado em píri ca mente en particular, y res u l ­
t a difi cu ltoso col ocarlos co mo netamente etnográfi co -antropológicos ( al g o que
los autores se proponen en parte) o co m o pura mente soci ológicos o políticos,
o d entro d e los posteri ormente recu rrentes " estu d i os cultura les", d e los que
Certea u es considerado inspirador. La nota co m ú n es, sin dudas, l a búsqueda
de l a signifi cación si mból ica del ba rrio, más allá de l a veri fi cación fáctica .
Al guien que ha reivind icado el sentido si mból ico profundo de l o barri a l , a u n
s i n a poyatu ra en i nvestigaciones em píri cas, es J e s ú s M a rtín- Barbero . Ya l o h e ­
m o s citado a propósito de s u postu ra de considerar a l ba rrio co mo á mb ito es­
pecífi co d e u n tipo d e soci a l i dad . Lo i ncl u i m os dentro d e l a a ntropología por­
que él plantea la cooperación de esta disci p l i n a con los enfoques culturales y
co municacionales. La co m u n icaci ón debe ser enfocada -en su o p i n i ó n - por
l a antropología , pues l a concibe co mo obj eto asociado a l a cultura cotidiana
de las mayorías, a la p rofundidad de una memori a colectiva con i magi narios
fra g mentadores y d esh istorizadores y l a real i da d de una acelerada desterrito­
ria l ización e h i bri dación de identi dades soci ales, cuyo signo más evid ente es
l a acci ón de l os medios masivos y l a industria cu ltura l , por la cual las masas
latinoa meri canas se estarían incorporando a l a modern i d ad no s i g u iendo el
proyecto i l u strado del l i bro, sino de l a mano de los medios a udiovisua l es .
Si n em bargo, a lerta Martín- Ba rbero, las masas s e apropi a n d e l a modern i ­
dad sin dej a r d e l a d o s u cultu ra ora l . Sól o que l o hacen con l a "gra mática" de
l a industria cultura l , constituyendo una "oralidad secu ndari a ". Esta sería l a
tra m a social de s u conoci do recl a mo p o r analizar estos procesos co m o u n i n ­
terca mbio e h i bri dación e ntre lo masivo y l o popular. Constata , entonces, u n a
"desestructuración de las comunidades", a l a p a r que una fragmentación y
ca mbio de la experiencia popular, u n a verdadera "mezcolanza de tradiciones".
Es más : defi ne lo que l la ma la especificidad histórica de lo popu l a r en Améri ­
ca Latina como "el ser espacio denso de interacciones, de intercambios y rea ­
propiaciones, el movimiento del mestizaje" ( M a rtín- Barbero, 1 9 9 1 : 3 ) .
Desde aquí conci be a l barrio dentro d e esta visión d e las cu lturas y las
identidades l ati noamericana s : Resalta l a ca paci dad h istórica de resi stencia y
El barrio en la teoría soci al
1 6 0 ---------------------------:.:::.

"el sentido del desarrollo de esas culturas" (íd . : 4) indígenas y populares , y a


que -afirma- no debe considerárselas como agotadas en su posibilidad de
oposición , ni fuera de las relaciones capitalistas , ni como marginales al proce ­
s o histórico, con una existencia mitificada o congelada e n el pasado. Pero
tampoco debe concebírselas como exclusivo resultado de la lógica capitalista,
de la que no podrían salirse.
Esas culturas "re constituyen día a día sus modos de a firmación", a pesar
-óigase bien- del "vacío de raíces que sufre el hombre de la ciudad" (ibíd.) .
Porque "a firmar la presencia de lo popular en el espacio urbano -dice- nos
enfrenta al mito que tenazmente identifica aún lo popular con lo campesino"
(ibíd.: 5 ) . En cambio, con la ciudad se forman las masas urbanas , mediante
"una profunda hibridación cultural" y la "aparición de un nuevo modo de exis ­
tencia de lo popular", mediante "la inserción de las clases populares en las
condiciones de existencia de una sociedad de masas". Lo popular urbano
emerge dentro de estas profusas hibridaciones y mestizajes.
Y en este contexto de conceptualización de lo popular y lo masivo es que
brinda su valoración de lo barrial. "El espacio social donde mejor se expresa
el sentido de la dinámica que, desde lo popular, da forma a nuevos movimien­
tos urbanos es el barrial. .." ( Martín- Barbero , 1 99 1 : 7 ) . Nos habla el español
del barrio como resistencia, como creatividad , no sólo como reproducción , co­
mo espacio de constitución de identidades , como mediador entre lo privado y
lo público y como posibilitador de una "socia/idad más ancha". Pero cabe ex­
plicitar que nos está hablando de los barrios populares , porque enseguida es­
tablece una diferencia entre los "barrios residenciales de clases altas, donde
las relaciones se establecen en base a lazos profesionales más que de paren­
tesco o vecindad; pertenecer a un barrio [sic ] significa, para las clases popu­
lares, la inserción en un ámbito donde se es reconocido en cualquier circuns­
tancia" (íd.: 7-8).
Critica la secundarización, de pa rte de los estudios mayoritarios y de las
acciones políticas de la izquierda , de la cotidianeidad que no tuviera que ver
en forma directa con la estructura productiva y , por ende de la desconfianza
hacia los movimientos sociales originados en los barrios. En el barr io, afirma ,
se da la "construcción de una nueva identidad cultural, de una cultura urba ­
na popular: modo de aglutinación de creencias y comportamientos, modo de
resentir [sic] /os problemas cole ctivos. Toma forma en el barrio una cultura
cívica que incluye particulares modos de lealtad a los líderes, de respeto a la
autoridad y de desconfianza hacia los de afuera. Una cultura fuertemente
marcada y moldeada por las mujeres, ya que ellas hacen el barrio con sus ma ­
nos e n muchos casos, y con su sentimiento, con s u peculiar forma d e sentido
propio .. . Emerge ahí una experiencia nueva, que junta a la percepción de di­
mensiones inéditas de la opresión una interpenetración no reductiva de la tra ­
ma social y la vida afectiva" (ibíd.: 8).
En esta condensación quizá haya más de expectativas que de verificacio­
nes , de modo que resulta para la antropología más un desafío de líneas de in -
El barrio según la teoría social urbana de los últimos años
---�------------------------- 1 6 1
vestigación que una teoría acabada de lo barrial. Las categorías que más se
han desarrollado son la identidad y la cultura, con visiones o puntos de parti­
da distintos respecto de sus sentidos profundos en función de tener o no en
cuenta las relaciones contextuales, históricas, de contradicción económica,
política y social con la estructura urbana. También se ha visto cómo se trata
de neutralizar el auto-contenidismo, estableciendo diferencias en los niveles
de análisis y las unidades de observación, de manera que la relación de tota­
lidad también se pueda hacer presente a la hora de establecer conclusiones
generales sobre estas realidades parciales de la ciudad moderna.
Un descubrimiento de los antropólogos ha sido el considerar la vida social
como una trama de significados en dinámica permanente (aunque en no to­
dos los casos con una perspectiva dialéctica de esa dinámica). Pero nuestro
señalamiento de lo que llamamos la paradoja de los antropólogos respecto de
lo barrial está avalado por el hecho de que la problemática de los imaginarios
no es lo que más han desarrollado, y les han dejado el campo a los analistas
de la cultura y la comunicación (críticos de arte, filósofos, historiadores, se­
miólogos, comunicólogos), a pesar de que los antropólogos son los especia­
listas expertos en sistemas de representación simbólica colectivos y cotidia­
nos y a pesar de que esos otros estudiosos reivindican el enfoque antropoló­
gico& 1 .

6 1 Ma rtln- Barbero, Ga rcla C a n clini, S ilva, M on sivá is, Ford, E ntel, p a ra cita r sólo a J n o s pocos.

Haberes y deberes teóricos sobre el barrio

Observando en conjunto los capítulos i ncluidos en esta reseña de formula­


ciones sistemáticas e i mplícitas acerca de l a noción de barrio y sus efectos
connotativos, nos resulta difícil encontrar una polémica frontal y di recta entre
distintas concepciones en el plano específi co de lo barri a l . Las confrontaciones
teóricas se sitúan más en una di mensión acerca del fenó meno urbano y social
en general, sólo como consecuencia nosotros hemos inferido su i m portanci a
respecto de nuestro objeto.
En el fondo, nos encontra mos ante una visión mecanicista ahistóri ca y otra
dialéctica e históri ca , que tienen efectos en el trata mi ento de los fenómenos
asociados a lo barrial . La pri mera hunde sus raíces en el idealismo de los uto­
pistas comunitaristas del siglo XIX y se desarrolla en plenitud en el tipologis­
mo weberiano de l a escuela de Chicago y dualismos diversos del pensaroien­
to social actual, princi palmente amparados en l a ideología de la integración­
adaptación homeostática funcional-desarrollista . La segunda no constituye un
corpus ordenado ni armado, sino un conjunto de ofertas y contraofertas teó­
ricas que tienen al marxismo como telón de fondo y emergencias notorias co­
mo la teoría de la dependencia y la teoría del conflicto .
Ambas posi ciones conforman una unidad de opuestos que pueden comple­
mentarse, a parti r de la paradoja inicial ya señalada : desde el marxismo -y
su basamento en los procesos histórico-estructurales y las contradicciones so­
ciales- se edificó una visión inicial del fenómeno urbano, pero la lectura lite­
ral del argumento de la ciudad como variable dependiente del proceso social
general tuvo como efecto un i nterregno teórico, fundado en l a asunción de es­
perar que los problemas urbanos hallara n sol uciones definitivas en la revolu­
ción social, lo que dio co mo resultado un relativo estancamiento de los apor-
tes teóricos específicos sobre el urbanismo .
Del otro lado, los teóricos e ideólogos funcionalistas e idealistas construye­
ron un conjunto de formulaciones específicas acerca de lo urbano, al conside­
rarlo variable independiente de las grandes determinaciones, y sin tener en
cuenta l as condici ones rtiateriales de clase que formaban su marco .
Colocados en el plano de balancear uno y otro aportes, vemos que hubi­
mos de entrar y salir permanentemente de a mbas tendencias como si éstas,
más que repelerse, se necesitara n : unas por totalistas pero no específicas y
El barrio en la teoría soc ial
1 6 4 ------------------------- -�

otras por específicas pero no totalistas. Y así como nos resulta difícil aceptar
el ahistoricismo urbanista sin criticarlo desde el materialismo histórico, el de­
ductivismo y la hipertrofia de posturas totalistas nos aparecen insuficientes al
momento de dar cuenta de procesos concretos.

El paradigma compuesto por la oposición entre lo moderno y lo tradicional


sitúa lo urbano dentro del primer término y la comunidad aldeana pre-urba­
na en el polo opuesto. Esta relación fue actualizada primero ideológicamente
por las utopías y luego teóricamente por las tipologías. El utopismo decimo­
nónico planteó soluciones ahistóricas a las problemáticas urbanas modernas,
sobre la base ilusoria de que el ordenamiento urbano y el sistema social eran
lo mismo y que la naturaleza humana resultaba opuesta de por sí a la com­
plejidad de la ciudad industrial. Tradujeron su oposición al sistema y sus re­
clamos de reforma social en términos de reordenamiento espacial-urbano, so­
bre la base de la noción de comunidad. El idealismo filosófico que les imbuía
no les hizo ver la inserción inevitable dentro del sistema capitalista industrial
de las realidades que intentaban inventar. No cuestionaron, así, el sistema de
clases y reemplazaron la actividad política contra él por el voluntarismo sal­
vacionista. Sustancializaron la concentración urbana capitalista alrededor de
la industria y no fueron más allá de los síntomas que deseaban eliminar, cu­
yos indicadores principales eran colocados en los barrios obreros. Oponían, en
consecuencia, comunidad a barrio, concentrando en éste la carga negativa de
los centros industriales modernos.
La misma oposición sirvió de base para los enfoques tipológicos. Al dilema
sobre las posibilidades de vida humana comunitaria en el seno de las "jaulas
de hierro" se lo despojó de las intenciones reformistas, para integrarlo en la
construcción de modelos empíricamente constatables que partirían de los da­
tos de la ciudad real del industrialismo. Una paradoja de base enmarca la
emergencia del dilema, al preconcebirla como un obstáculo natural e inevita­
ble para el desarrollo pleno de la vida comunitaria, representada, a su vez,
por las relaciones de vecindad en la ciudad misma, lo que denominamos idea­
lidad de lo barrial-comunitario.
Estas tipificaciones han sufrido diversos vaivenes, al ritmo del eje del or­
den y desorden urbano. Precisamente la teoría de la desorganización o del
desvío, señala que lo que se aparta de la imagen de la clase media constitu­
ye el foco de la urbanística (los problemas urbanos) y de la ciencia social en
general (los grupos desviados). Más que la ciudad como laboratorio (como
enunciara Park), fueron los barrios distintos respecto de esa media los que se
constituyeron en tubos de ensayo de la emergente ciencia de los fenómenos
urbanos.
Se articulan aquí las distintas atribuciones del barrio bajo como realidad
caótica o desordenada de por sí o respondiendo a un orden típico y particular,
cuya causa podía situarse en la cultura originaria de sus pobladores, en su
continuidad tradicional, o en_ el surgimiento de situaciones inéditas que encon-
Haberes y deberes teóricos sobre el barrio
- --------------------------- 1 6 5
traban en la cultura la forma de posicionarse estratégicamente en los contex­
tos de conflicto social entre grupos migrantes y la sociedad mayor ( cuya i ma ­
g e n no era otra que la de la clase media ) .
Esta relación de causalidad mecánica entre fenómenos social es emergen­
tes no dejó de estar presente en la producción sobre el urbanismo central y
sobre la urbanización subalterna, si bien hubo quienes pretendieron asu m i r
una crítica q u e ( sa lvo desde el marxismo) m u y pocas veces t o m ó un carácter
antagónico. El planteo de fondo, en efecto, partía de una concepción.. de las
clases sociales no como el resultado de intereses y contradicciones si no como
conglomerado mecánico y yuxtapuesto, basado idea l m ente sobre l a i ntegra ­
ción homeostática .
Es lo que se refleja tanto en la teoría del s/um, de la comunidad, de la ve­
ci ndad y de la marginalidad (desde la modernización), en l as que permanen­
temente subyace la dicotomía entre un polo dinámico y otro esenci a l mente
estático . Los datos más notorios de los barrios que sirven para corroborar es­
tas formulaciones, la pobreza y la problemática social, son explicadas por la
polaridad en sí y sus causas son, en el fondo, atri buidas a ellos mismos . El
dualismo de fondo se ha transformado hoy en una serie de dicotomías reno­
vables que fl uyen y adquieren estatuto de objetos, al compás d e las modas
académicas.
La teoría del barrio bajo mantiene a l a integración social ( a l mundo de la
clase media típica) como pará metro básico y universal del paradigma, mani ­
festando así su soci ocentrismo, y cuando se plantea en términos culturales,
aparece con nitidez el etnocentrismo de estas formulaciones. Los barrios que
constituyen sus objetos, en tanto, quedan subsu midos en sus explicaciones
inherenci ales. Hemos llegado a ver, incluso, cómo estas visiones ocultan la se­
gregación, cuando no la justifican, en aras de la neutral ización de los conflic­
tos sociales.
El confl i cto social es considerado, dentro de estos planteas, un obstáculo,
no un motor de la dinámica social . Por eso ocupa un papel i m portante la no­
ción de pérdida : la comunidad, con relación a la vida urbana moderna, apa­
rece siempre como algo que se pierde. Las relaciones de veci ndad, respecto
del creci miento del urbanismo, se pierden . Sería algo así com o la preconcep­
ci ón de una puja donde hay marcados de antemano ganadores y fracasados
(lo urbano venciendo a l barrio) . Por eso se reivindican algunas de estas pér­
didas en el senti miento de localidad (barrial) y otras i mágenes.
El modelo de la sociología funcional e idealista , principa l mente n orteame­
ricana, "cierra" en su balance ideológico y empírico pues está soldado a su ba­
se dualística y tipológica, sostenido por su concepción mecanicista de las cla­
ses sociales, y a mparado por un positivismo metodológico que l e hace ver en
la real idad i ndicadores que en su mayoría obedecen a l os contenidos de las
representaciones de las capas medias .
De ahí su amplia aceptación y su vigencia actual como parte d e l a ideolo­
gía con la que se opera respecto de las políticas y acciones urbano-barr�ales.
El barrio en la teoría socia
166 ---------------------------:.:.l
Coincide, además, con las tipificaciones más recurrentes en el sentido com ú n
para las cuales en gran medida ha servido de sustento teórico. La considera:
ción de ciertos barrios tipificados de la ciudad concebida como variable inde­
pendiente, capaz de condicionar comportamientos sociales e individuales, se
transforma en usina de muchas de las asunciones sobre lo barrial.
Metodológicamente hablando, no trasciende la superficialidad de los dis­
cursos que esta misma formulación induce a analizar. Son los problemas ur­
banos entendidos como sinónimos de desorden en las partes distintas los que
producen, de p�rte de los sectores no-distintos, la necesidad, en el mejor de
los casos, de apoyar acciones de adaptación, que se realizarán sobre la base
de una lectura literal de los significados expresados en encuestas clásicas. En
ellas, el dato estandarizado se corresponderá con un modelo estructural-fun­
cionalista de la vida social, para el que la satisfacción y la preferencia indivi­
duales equivalen a la función, a nivel de las estructuras formales. No habrá,
entonces, lectura profunda hacia las densidades de los significados construi­
dos social e históricamente, pues no habrá, para este modelo, necesidad de
contradecir esos sentidos mediante el análisis.
En principio, se plantea la necesidad de recuperar la idea de la totalidad y
unidad del mundo tradicional y moderno, desarrollado y subdesarrollado, cen­
tral y periférico, y de sus relaciones dialécticas de oposición dentro de esa uni­
dad. El barrio, en el marco de estas relaciones, pasa a ser una parte de un to­
do interrelacionado y en interrelación con él, no una comunidad cerrada. Den­
tro de esa relación de totalidad, es necesario ponderar el papel estructurante
e histórico (generador de contradicciones) de la lucha de clases. En ella el ba­
rrio ocupa el lugar de indicador de los procesos de segregación urbana. Los
contrastes de clase (de la que los barrios son marcas físicas) se dan por la
apropiación del excedente urbano dentro de la propia unidad ciudad, enten­
diendo por urbano el valor de uso de la ciudad como insumo necesario para
la reproducción material y social.
El valor socializado y socializante de la ciudad moderna (en ejercicio de los
derechos universales ciudadanos) sirve de parámetro para identificar el pro­
ceso mismo de segregación estructural, de acuerdo con la contradicción entre
su carácter público y universal y las formas privadas e individuales de apro­
piación, dentro de la ciudad del capitalismo.
La segregacionalidad, entonces, aparece como una condición necesaria para
poder hablar siquiera de barrio. A ella se subordina la espacialidad y emerge de
ella la relación con el todo ciudad, del que el barrio forma parte. La discusión
con la visión ahistórica se dirime dentro de la variable que nosotros hemos ba�­
ti?ado inclusividad (el barrio incluido en un todo -Gravano. 2003: 58 y 64-).
A ella se subordinan en importancia la institucionalidad del barrio, que emergió
dentro de lo que llamamos funcionalidad barrial. La espacialidad tiene Importan­
cia para la determinación de la escala y la unidad de observación de la investi­
gación barrial y también para establecer la relación entre el espacio física y las
imágenes que produce en los actores que lo viven (imaginalidad).
Haberes y deberes teóricos sobre el barrio
-- --'--------------------------- 1 6 7
La visión dialéctica de este proceso de constitución de lo urbano y lo ba­
rrial desbarata la posibilidad del dicotomismo esencialista, pero la relación de
totalidad que genera no es suficiente si no da cuenta de los procesos concre­
tos situados a nivel de la vida diaria de los a�ores sociales sujetos a esta de­
terminación histórica y estructural.
· • · Esta c�isis · de la hipertrofia deductivista de la totalidad es subsanada me­
diante los enfoques que tratan de proyectar la misma mirada dialéctica en el
interior de los procesos y no se conforman con las grandes líneas externas a
esos procesos. Por eso reafirmamos que lo importante no es considerar las
realidades barriales fuera o dentro de la lucha de clases, sino concebirlas des­
de la perspectiva de la lucha de clases. Como establecimos, resulta indispen­
sable, en nuestro medio, la teoría de la dependencia, proyectada desde la vi­
sión de la independencia, que dé cuenta de las relaciones de subordinación y
poder en los barrios, hacia los barrios y desde los barrios, en términos de de­
safío interpretativo más que hiperdeducción abstracta.
Los aportes reseñados, tanto en contextos de urbanismo central como pe­
riférico, hacen posible reafirmar las explicaciones dialécticas en términos de
expropiación de excedente del uso de la ciudad. Los defectos de la ciudad mo­
derna (segregación, exclusión, marginación) son, además, partes constituti­
vas del sistema. Pero, repetimos, con eso no basta.
Ante la interrogación sobre qué nos serviría y qué faltaría de la totalidad
de la producción teórica que hemos visto, y además de haber distinguido la
visión ahistórica y la dialéctica, vamos a atravesar cada una de las variables
de nuestra aproximación al concepto de barrio.
La constatación de una elemental dimensión espacial dentro de la noción
de barrio la sitúa en un plano de universalidad que nadie discute, ni aun los
autores más interpretativistas, que focalizan la atención en el valor social del
espacio urbano. En última instancia, el barrio es una porción de espacio ma­
terialmente construido, parte de la totalidad urbana. Y en esta dimensión,
puede ser tanto lo que rodea al centro de la ciudad como el mismo núcleo de
ella. Se define mediante marcas que pueden o no coincidir con regulaciones
formales e institucionales.
Dentro de la espacialidad, la cuestión de la escala sirve para distinguir en­
tre el barrio como mundo del peatón y de relaciones preponderantemente pri­
marias -el barrio inmediato-, y el barrio como unidad mayor, el barrio ex­
tenso, capaz de incluir en su seno diversos núcleos de sociabilidad (lo que
otros denominan vecindarios). Y se distinguen -coincidiendo o no con el ve­
cindario y el barrio- la comunidad local y la comunidad étnica. Fuera de es­
to, además, en cada barrio se pueden señalar fronteras entre secciones o seg­
mentos. Lo importante es la relación estrecha entre lo elementalmente físico
y lo social, como constructor del espacio barrial.
De acuerdo con la escenificidad, el barrio es el ámbito donde ocurren al­
gunos de los problemas urbanos y que fue el origen del valor negativo que
desde sus primeros usos conceptuales tuvo el concepto, identificado como el
El barrio en la
1 6 8 --------------------------..:.::::-
teoría saci al

lugar de residencia de la clase obrera en la ciudad moderna. Este carácter de


escenario no significa, empero, concebirlo como neutral dentro de la tra ma de
contrastes de la era industrial, ya que a nivel micro-social adquiere el valor d e
muestrario denunciante de las desigualdades de fondo. La escenificidad mis­
ma ha quedado subordinada de hecho a las valorizaciones, desde las funcio­
nales hasta las simbólicas y culturales.
La funcionalidad se manifiesta en el posicionamiento intermedio asignado
al barrio entre la unidad doméstica y las instituciones y el espacio público pa­
ra todos los barrios en general y el mundo de la producción para el caso de
los barrios i ndustriales. Además de la clásica relación entre el mundo de la po­
lítica mayor mediado por el barrio como escuela, hay quien señaló cómo lo
que pasa dentro de la vivienda también depende de lo que pasa en el barrio
y cómo se establece la relación entre la familia y los grupos secundarios de
los barrios, o la unidades domésticas como productoras de una economía que
se comercializa en el barrio.
Proyectándolo en forma inversa, resulta di fícil aceptar la generalización de
que no existe barrio en el lugar de trabajo, cuando de hecho hay trabajos que
son propiamente barriales, hasta constituir toda una sub-economía. Esa fun­
ción de mediación es clave para situar al barrio dentro del mundo de las ins­
tituciones. Nos referimos no sólo a los aparatos y organizaciones específica­
mente barriales, sino también a la incidencia dentro de los barrios de las ins­
tituciones generales, tanto estatales cuanto civiles en general. Destacábamos
acá el enfoque historicista de Max Weber, quien estableció el vínculo evoluti­
vo de las relaciones vecinales constituidas en organizaciones de los barrios de
castas y clanes, proyectadas a las instituciones comunales de los barrios de
las ciudades occidentales, como el ayuntamiento. Y esto tiene que ver con los
fundamentos de la misma modernidad europea. Al sentido mágico de los ba­
rrios de castas atribuye Weber que no se hayan desarrollado mayormente las
ciudades de Asia.
La otra dimensión -sincrónica- donde emerge la institucionalidad de lo
barrial es ante los centros expresamente vecinales y el grado de integración
de los vecinos de los barrios en ellos. Se vio cómo el concepto central de es­
ta visión es el grado de participación, dado por el indicador del frecuentamien­
to personal de los espacios institucionales. Vimos cómo por acá también ron­
daba el fantasma de la idealidad comunal homogénea. Desechamos, enton­
ces, los planteas subyacentes a la concepción participacionista al estilo de la
sociología clásica, cuando encubría las relaciones profundas de confrontación
y poder de clase, sobre la base del modelo de la tipicidad media. Y lugar apar­
te adquirió en la consideración de la funcionalidad barrial el desarrollo de los
movimientos barriales que devinieron en instituciones más organizadas en
función de reivindicaciones en la esfera de la reproducción.
La segregacionalidad hace que el espacio urbano, como escenario social
y funcional, aparezca o tome la forma de barrios. Y una atribuida funciona­
lidad de los barrios en algunos casos hasta parte de naturalizaciones de la
-
Haberes y deberes teóricos sobre el barrio
-�---------------------------'- 1 6 9
segregación, que los autores marxistas se han encargado de criticar desde el
des-cubrimiento de la lógica del urbanismo en el capitalismo {Topalov, Cas­
tells, Harvey, Lojkine, Singer), para lo cual la síntesis hecha por Engels había
resultado condensadora : es el barrio rico el que explica la existencia del ba­
rrio pobre, y es desde éste que se produce el excedente para que el barrio ri­
co sea una realidad .
De la misma manera, esto se traslada a los enfoques sobre la urbanización
subalterna, en el paradigma de la marginalidad entendido desde la teoría de
la dependencia. Como epígonos específicos de esta concepción se sitúan quie­
nes hablan de la multidimensionalidad de la segregación, generada desde la
estructura de clases y con emergencias instrumentadas como estrategias por
los mismos actores sociales en sus imaginarios.
Lo que llamamos intersticialidad apunta a la relación abarcadora y a la vez
intermedia de lo barrial entre lo público y lo privado, entre lo doméstico y lo
institucional, pero centralmente asociado a lo popular, que hasta el momento
de situar el barrio en la Historia y el imaginario público surge como un ingre­
diente conceptual y simbólico. En unos casos porque el barrio-escenario al­
bergaba a las clases más bajas de la pirámide social, como sede de la repro­
ducción de la fuerza de trabajo productora de la monumentalidad central de
las ciudades. En otros casos porque el barrio era utilizado como parte de la
simbología de lo popular, lo auténtico, la base social.
En la producción teórica reseñada, esta variable parecería quedar más va­
cante que las del primer conjunto. Salvo la ya señalada referencia tangencial
de Weber sobre la "ética popular'' de los pobres y los criterios prospectivos
proclamados por De Certeau y Martín-Barbero, lo popular es menos usado co­
mo categoría interpretativa que como suelo referencial dado y adherido se­
mánticamente a los estratos sociales bajos.
Mayormente no se constata un uso gramsciano de lo popular, sino más
bien el mecanicista de la sociología clásica. Se apartarían de esta generalidad
algunas perspectivas chicaguenses y otras más recientes que hacen hincapié
en los intersticios del barrio como constructor de poder, cultura y economías
no formales.
El otro uso de lo popular más recurrente es el propio de los teóricos de los
movimientos, para los que lo barrial-popular es un valor que oscila entre ca­
lificaciones como resistencia, realismo popular del clientelismo, participación,
recepción de políticas y generador de movilizaciones. En algunos casos ( Le­
wis, Walton, desde posturas opuestas) se lo asocia a la cultura popular. En
otros casos, como el de Keller, se excluye a lo barrial-popular-pobre, en be­
neficio de lo vecinal-medio.
En los teóricos de la articuladón social, por su parte, lo popular-barrial es
el punto de flexión de la construcción de hegemonía. En suma, éste es el ba­
rrio de lo relacional, que lo coloca como zona de pasaje y giro entre opues­
tos. Por eso es necesario asociar esta variable a la inclusividad, que pone al
barrio en relación con totalidades que lo incluyen no sólo en la dimensión es-
El barrio en la teo ría soci al
17 0 ------------------------------
pacial, sino principalmente en valoraciones respecto de la determinación d e
los contenidos particulares que el mismo barrio encierra .
Pensar al barrio como parte de, implica establecer una relación con una to­
talidad . Y esto puede darse tanto dentro de la visión a histórica autoconteni ­
dista como de la dialéctica e histórica. Plantear la idea de Historia tendría co­
mo premisa la noción de totalidad construida, no dada ; totalidad compuesta
por significados . Se habla de proceso de formación de los barrios y de éstos
como un resultado histórico, pero resulta difícil encontrar enfoques que pro ­
fundicen en las formas mediante las cuales lo histórico se mete en la realidad
de los barrios o, dicho de otra manera, cómo lo barrial se construye histórica -
. mente en términos de significados compartidos socialmente. Esto constituiría
uno de los debe más importantes.
Encontramos incluso asunciones del tipo de antes vivíamos en barrios,
ahora en ciudades, que parecerían históricas, pero resultan poco eficaces pa ­
ra explicar procesos reales, debido al grado de generalidad que encierran.
La inclusividad contradictoria de lo barrial asume diversos niveles de ma ­
nifestación. Por un lado respecto de la ciudad y la "sociedad mayor", dadas
como sinónimos, de las que el barrio forma parte. Y, en este caso, lo m ás re­
currente es la oposición no con cualquier tipo de barrios sino específicamen­
te con el barrio bajo, propio de la teoría del slum . El barrio oscila entre ser un
valor (cuando se le atribuye un orden propio) o depositario de los anti -valo­
res (o desorden). La ciudad, en el polo opuesto, representaría la normalidad,
en la misma medida en que el barrio bajo se apartaría de ella.
Los críticos del dicotomismo atacan precisamente la preconcepción de las
dos lógicas (una de la totalidad de la sociedad mayor y otra propia del barrio
bajo). Se redunda en que los actores residentes en este tipo de barrios sean
o no considerados distintos incluidos dentro del marco general de la ciudad
como totalidad.
Pero también es parte de las valorizaciones la relación entre el barrio y la
totalidad ciudad, entendida como ámbito conceptual, simbólico y real de las
determinaciones sociales. Es cuando se toma pa rtido acerca de lo local (aso­
ciado a lo barrial) y lo universal, lo comunitario y lo general , donde lo que se
plantea es precisamente el dilema moderno del eje de la determinación. Dos
de las tomas de partido más salientes son de Jacobs y Lefebvre, de distinta
manera: para ambos, empero, el barrio forma pa rte de lo secundario respecto
de esas determinaciones y decisiones históricas. Posición afín asumen Castells
y otros cuando califican (lo descalifican?) las explicaciones sobre lo barrial y lo
urbano como "pura ideología ", por no estar en la esfera de la producción.
Rescatamos en el haber los intentos de ruptura con los dualismos integra­
cionistas y el modelo de la continuidad de cie rtos valores culturales. La secun­
darización, criticada por algunos de los estudiosos de los nuevos movimientos
sociales, por Martín - Barbero y por nosotros, tiene como efecto la no pondera ...
ción de ciertos perfiles del barrio como significado y no como mero referente.
Parecería que la identid.id, en combinación con la simbolicidad, tuvier�n que
Haberes y deberes teóricos sobre el barrio
- ---'--------------------------- 1 7 1
ser colocados un tanto más en el debe de las formulaciones sistemáticas acer­
ca de lo barrial, que las explicaciones estructurales (espacialidad, segregacio­
nalidad) y rel acionales (incl usivi dad ) .
Aunque el concepto d e identidad es de gran recurrencia, apunta más a los
grupos poblacionales de los barrios en cuestión (sobre todo étn icos y social­
mente típicos) que a estos mismos contextos como identidades propiamente
barriales. Hay estudiosos que dan más i mportancia a la identidad que se re­
ferencia en el barrio extenso que aquella que lo hace en el veci ndario, ya que
es en l a di mensión extensa donde los actores se representan el mapa mental
de su ba rrio, más allá de las estipul aciones oficiales y administrativas. Es el
barrio que viven los actores respecto del espacio segregado. Y las relaciones
pri marias quedarían , de esta manera , relativizadas en el proceso de construc­
ción de un vínculo de identidad .
Crenson es quien reafirma que los barrios adquieren identidad menos por
la frecuencia de contactos y el conoci miento de sus integrantes que por la cer­
teza de que ellos son los que conforman el espacio y, de esta manera, son di­
ferentes a otros barrios. Se pl antea la cuestión de la bidimensionalidad de la
identidad como construcción de significación interna y externa : a utoatribuida
por los actores residentes en el barrio o por qui enes lo ven de afuera .
Por otro lado, estarán las indicaciones de identidad eri gidas sobre la base
de marcas físicas e identi ficadas co mo el nom bre, los límites, las característi ­
cas, que -como aclarara Ledrut- son mucho más recurrentes para los ba­
rrios que para los vecindarios . Este plano de la episteme de registro de las re­
laciones de identidad se plantea ta mbién cuando, para el caso de l a etnicidad,
están quienes describen las relaciones en términos de representación e inte­
racción, y quienes establecen la identidad en térmi nos de las relaciones socia­
les i mpl icadas y el proceso estructural (de clase) que subyace a la manipula­
ción -por medio de los actores- de la etnicidad misma .
Además de la identidad barrial entendida co mo conjunto de atri butos, se
apuntaría aquí al proceso mismo de atribución y sus efectos en el sistema de
representaciones simbólicas que apuntal a los procesos de segregación. Es
desde esta ópti ca que se critica específicamente que la etnicidad barrial sea
concebida como un residuo tradicional pre-urbano, señalando la paradoja de
su vigencia creciente en las mismas grandes ci udades donde debería estar de­
sapareciendo, por tradicional .
De la misma manera, se critica la vari able de la homogeneidad co mo cla­
ve para entender los procesos de segregación etnico-barrial, por su rol refor­
zador de las políticas e ideologías asi m ilacionistas . Se recordará que a parti r
de esta concepción de la identidad étnica referenciada en el barrio como pro­
ceso soci al, dinámico e histórico, se pudieron abordar los fenó menos de "et ­
nicidad esparcida" en varios barrios, sin reduci r el trabajo antropológico a la
descri pción de los barrios como acotamientos cerrados . La etnicidad, en estos
térmi nos, no sería más que una variable entre tantas y no un atributo estáti ­
co individual .
El barrio en la teoría soci al
17 2 ----------------------------..;;;.
El aporte de estos autores nos permite tomar distancia de la asimila ci ón
previa o teórica entre identidad social o cultural y aquella que se referen ci a
en el espacio. En todo caso, será la verificación empírica la que deberá dar
cuenta de esta eventual coincidencia. Es a lo que se refiere Lacarrieu cuan do
previene contra la cosalización de las atribuciones de identidad y propone con­
siderar a las identidades barriales como una forma particular de las urbanas .
Pero ya que esa particularidad barrial de las identidades urbanas no ha sido
el tópico más tratado por la mayoría de los autores, que parecen situarla en
el terreno de lo dado de sus objetos, la ubicación de las identidades barriales
dentro de la generalidad de las sociales y urbanas podría hacernos perder de
vista la especificidad que lógicamente deben tener dentro de esos procesos
generales. Una especificidad que resulta necesariamente indagable por la mis­
ma razón y en la misma proporción que se habla de esas identidades como
barriales y no como generales a secas.
La crítica a una apriorística idea de homogeneidad barrial confundida con
la identidad es importante para prevenirnos a la vez de la posibilidad de aten­
der a la segmentalidad como ingrediente real y necesario de lo barrial, sin que
resulte un obstáculo para la misma atribución de identidad. Se inscribe aquí
la obligada distinción entre actores sociales dentro de cada unidad de obser­
vación, tanto sea por las variables de base -sexo, edad, residencia, ocupa­
ción, con sus correspondientes modalidades internas (por ejemplo, tiempo de
residencia)-, como variables que vinculen a la distinción entre actores y el
espacio mismo, principalmente la territorialidad, o la pertenencia étnica. Por
lógica se abre acá el mismo abanico de perspectivas ahistóricas o dialécticas.
De los antropólogos franceses podemos aprender a relacionar las atribu­
ciones de identidad autoestigmatizada con las relaciones de clase sobre la ba­
se de una producción simbólica que encuentra en el barrio su referente. Esto
es : que la tipicidad barrial, dada por el estigma mismo, no es obstáculo para
encuadrarla como construcción de identidad dentro de relaciones sociales glo­
bales (de clase).
La relación entre la identidad y la producción de significados sociales com­
partidos, que se podrían ubicar en el plano de la ideología (en un sentido am­
plio) o de la cultura, se da con distintas ponderaciones, como cuando se es­
tablece que el barrio es productor, desde su construcción de identidad, de una
cultura y un poder propios, que lo insertan dentro de relaciones totales (Cren­
son); o, como establece Lacarrieu, cuando califica de "nostalgiosa" la ideolo­
gía de quienes construyen la identidad barrial sobre la base de lo que el ba­
rrio fue en el pasado y no es en la actualidad.
Es apropiado recordar la solicitud de García Canclini acerca de la necesi­
dad de concentrarse en lo que subsiste y cambia en las prácticas culturales y
la explicación de su papel en la historia presente, más allá de lo que se pier­
de. Es útil, entonces, la visión crítica de Lacarrieu hacia cierta producción de
los actores. Pero creemos que también es preciso apuntar a los procesos in­
ternos de introducción de las relaciones históricas en y por las construccione s
- -�-------------------------- 173
Haberes y deberes teóricos sobre el barrio

de identidad, de representación ideológica (incluidos los discursos públicos y


de sentido común) y de valores compartidos (cultura), con referencia a los ba­
rrios.
En otras palabras, encontramos vacante el desarrollo de una línea de inda­
gación sobre los porqué de esas visiones nostalgiosas y sobre los modos co­
mo esas representaciones interactúan en el presente y construyen el presen ­
te, aunque se refieran o amparen en el pasado que, por otra parte, no deja
de ser una representación construida en el presente. Esto nos apura hacia
nuestra afirmación de que el conjunto de variables de lo barrial como ideolo­
gías y simbologías se constituye en el menos desarrollado.
La imaginalidad es el resultado de concebir el barrio como un espacio con
actores, lo que plantea el tema de la racionalidad y la asignación de sentido
de ese mismo espacio. El nivel más ostensivo de emergencia de esta dimen­
sión está dado por la planificación urbana, que coloca al barrio como destina­
tario de acciones de reforma. La cuestión de los actores provoca desde ya una
ruptura con las asunciones fisicistas del espacio urbano, tal como denuncia­
ran numerosos autores, desde Harvey en adelante. El eje es la recuperación
de la dimensión significativa, representativa, subjetiva, vivida, simbólica o
,.
cultural del espacio; en suma: el barrio con gente que vive el barrio y no só­
lo el barrio con gente que vive en el barrio.
Este mismo dimensionamiento del barrio vivido estuvo presente desde el
contexto de necesidad, cuando ésta connota la carga negativa de la ciudad
industrial, a la que se opone el concepto de comunidad, pero que, en térmi­
nos de morfología urbana, luego la teoría identificara con el barrio como es­
pacio. La imaginalidad de lo espacial, tomada desde la perspectiva antropo­
lógica, implica ponderar la imagen construida en y por los actores y, de es­
ta manera, romper con el preconcepto de la mismidad entre las representa­
ciones de los que usan y de los que piensan la ciudad y los barrios desde el
deber ser.
Y en esta empresa de imaginar el barrio, también se articulan las críticas
al racionalismo abstracto en el diseño y construcción de ciudades y barrios y
la crítica a la dependencia de los mandatos dominantes, o sea : el barrio de
quiénes y el barrio para quiénes . Para ello es fundamental tener en cuenta
las necesidades de los involucrados o destinatarios. Winograd agregaba a es­
ta conjunción ideológica que el diseñador no sólo debía observar las necesi­
dades sino también crear conciencia hacia un mejoramiento de la calidad de
vida barrial.
La advertencia de Gazzoli acerca de no confundir la forma tísica y el con­
tenido o valores sociales, en el sentido que uno no garantiza de por sí la ge­
neración de los otros, se inscribe dentro de la relación entre el barrio ñsico y
el representado, sólo que invirtiendo el flujo de la determinación de aquél co­
mo variable independiente. Y las imágenes de los barrios no pueden quedar
al margen de constituirse en valoraciones para las cuales el barrio mismo ac­
tuaría como una especie de pre-texto para querer decir "otras cosas", que es
El barrio en la teoría social
174 ----------------------------_:;_
la variable de la simbolicidad. La principal de esas imágenes generadas a par­
tir o en contra de la noción de barrio dentro de las teorías reseñadas es la
idealidad, o el barrio convertido en ideal de vida comunitariamente digna den­
tro de la ciudad moderna.
Lá recurrencia del paradigma comunitario no es universal y se han señala­
do las posturas que no lo idealizan (etnólogos franceses y análisis de las prác­
ticas organizacionales de Ametrano y otros, 1995). Coinciden con el pronun­
ciamiento de definir las relaciones vecinales empíricas desde los actores
(Useem, Useem y Gibson), en la misma proporción que el vecindario no es al­
go dado, mientras al barrio se lo puede definir por marcas externas. La visión
crítica hacia la idealidad no debe ocultarnos la necesidad de tomarla como una
construcción dentro de una dialéctica que incluye la generación de una sim­
bología o conjunto de significados o valores acerca de lo barrial, y en donde
el barrio ideal cumpliría una función ideológica y práctica.
Los acercamientos que reivindica el carácter simbólico del barrio adquie­
ren consenso entre muchos de los autores vistos, pero muy pocos se introdu­
cen en el interior de los mecanismos mediante los cuales se produce esta sim­
bología. En la mayoría de los casos no pasa de ser un mero reconocimiento
de lo que el barrio representa para los actores. En términos de simbología pro­
funda, metafórica e histórica, podríamos afirmar que este nivel es el de má­
xima vacancia en los estudios barriales, aun con las consabidas excepciones.
Incluso cuando se habla de "mitología barrial", es necesario puntualizar si se
está apuntando a una profundización que implique romper con la literalidad
del mundo social ligado al barrio, o el barrio como referente espacial, tal co­
mo piden Gazzoli, Winograd, Althabe o Herrán.
Para seguir a este último, podemos parafrasear que una de las mayores
carencias de los estudios antropológicos es la comprensión del barrio como
ideología. Esta sería una constatación más de la solicitud de Martín-Barbero,
otro para quien el barrio es algo más que una marca urbana. Como ya se se­
ñaló, si bien algunos de estos trabajos toman como objeto el barrio como sis­
tema ideológico o la ideología de la producción social en contextos de vida co­
tidiana, no se sabía todavía qué es el barrio como ideología, en sus limitacio­
nes respecto del fenómeno ideológico general y en su especificidad como rea­
lidad urbana.
Ex-profeso estamos aquí utilizando ideología y simbología en un sentido la­
xo, que no nos cierre o embrete en discusiones sobre "falsedades" o "conte­
nidos", sino que nos facilite el camino hacia los mecanismos de generación,
organización y dinámica interna del barrio como conjunto de ideas, imágenes
y representaciones. Similar a la tercera variante del término ideología que
plantea Raymond Williams : "el proceso general de la producción de significa­
dos e ideas" (Williams, 1980 : 71). A nuestro entender, sería ésta la única di­
mensión donde podríamos plantear con mayor fertilidad interpretativa la pre­
gunta sobre si lo barrial puede adquirir el valor de una variable independien­
te o no.
Haberes
--'-y -------------------------
deberes teóricos sobre el barrio
-- - 175
Una concepción como la que busca mos -al menos en sus postulados- es
la de McDonogh, cuando habla del barrio representando una producción ideo­
lógica 6 2 . Se nos ocurre el planteo más abierto a l a indagaci ón . Cabe reiterar
la paradoja de los antropólogos respecto de la falta notori a de estudios sobre
el i magi nario de los barrios, tarea provista -ante tanta vacancia- por histo­
riadores, arquitectos, escritores, peri odistas y anal istas de la cultura .
E l eje principal d e tratamiento d e l a cultura barrial e s e l que plantea por
un lado la continuidad histórica de las tradiciones de los grupos poblaciona les
de los barri os bajos (pre-urbanos) y sus consecuencias en los comporta mien­
tos distintivos y, por el otro, l a concepción de los mismos co mo resultado de
la obligada generación de recursos adaptativos neta mente urbanos y depen­
dientes de los procesos sociales concretos que les toca vivir a esos actores.
Se ponía en crisis, de esta manera , l a satisfacción plena de las "explicaciones
globalizantes", a las que refería Althabe, y se revalidaba la i m portanci a (se­
gún él ) y uti lidad del enfoque antropológico.
Esto, a l a vez, suscita la inquietud por no caer en el culturalismo n i en el
microsociologismo ahistórico . Por eso, l os autores que manejan el concepto de
cultura se apuran por no preconcebi r a sus sujetos de estudio como respon­
diendo a lógicas fuera del sistema global, a pesar de de.s cribi r e i nterpretar la
manera en que l os comporta mientos generados en los barrios actua rían como
"cultura de la resistencia" ( Rapp), "del terror" ( Bourgeoi s), o "cultura política"
(Crenson ) , cuando no de una "nueva cultura urbana" (Walton, Sigal ) .
E n e l fondo s e encuentra l a necesidad también d e refutar a l a clásica teo­
ría del slum que consideraba de por sí a las realidades barri ales bajas como
herederas de un desorden prototípico del que no se podía emerger, a la ma­
nera de l a teoría ( posterior) de la "cultura d e l a pobreza", de Lewis. La apli­
cación a l a vida urbana del concepto de cultura sirvió, asi mismo, para refutar
la lógica dominante de l a planificación "si n sujetos", engañosa forma de pro­
yectar l a mirada etnocéntrica y sociocéntrica desde la clase medi a . Con esto
se pudo revalorizar el concepto mismo de clase social , subyacente a la noción
de barrio.
Por eso, cuando se plantea la disyuntiva de concebir o no l os movimientos
y las diná micas barriales dentro de la lucha de clases o fuera de ella, el con ­
cepto de cultura (parejo al de i dentidad) adquiere i mportanci a estratégica . Y
lo mismo se real iza desde los estudios sobre las políticas en los barrios enten­
didas como cultura y sobre las organizaciones barriales no forma les, recha ­
zando e l a utocontenidismo y aprovechando l a utilidad de lo cultura l como pro­
ceso contradictorio entre representaciones y prácticas. Tomando como base
esta relativa vacancia de enfoques específica mente si mbólicos de la vida en
los barrios fue que nos propusi mos diseñar un modelo de comprensión en dis-

62 L a rotulación "producción ideológ ica# l a usamos e n nuestro trabajo redactado e n 1985 y publica­
do en 198 8 ("La identidad barrial como producción ideológ ica #, México, IPGH) y 199 1 (Buenos Ai­
res) , antes de conocer la obra de McDonogh (publicada en 1987) . Aun así, aquí lo citamos antes
de exponer nuestra formulación.
El barrio en la teoría soci al
17 6 ----------------------------
ti ntas dimensiones, que hemos expuesto en Antropología de lo barrial, estu -.
dios sobre la producción simbólica de la vida urbana.
Esta vez, como una pretendida complementación de aquellos trabajos, sin
la ostensividad de los datos de investigación, pero sugiriendo los mismos ejes
de <lebate, revisa mos algo de la producción teóri ca acerca del barrio, inten­
tando dotar de mayor amplitud y profundidad esos debates, que tienen en el
lector a un legíti mo y bien ganado (si hasta acá llegó) "autor" últi mo, o al me­
nos poseedor de l a últi ma y silenciosa palabra, l a �el balance de lo que se di­
jo de él.
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Ind ice

P rólogo 7

Introd ucción 9

Contexto de necesidad del conce pto de ba rrio 11

Form ulación d e l co n ce p to : las uto p ía s del siglo XIX y e l ba rrio 15


E l barrio d e la excl usión-explotación : Federico Engels . . . • • • . . . . . . . 19
I lusi o n es a nti u rbanas y a m bigüedad d e las pa rtes barria l es . • . . . • • . • 23

E l ba rrio c o m o co m u n idad urba na en l a s teorías clá sica s 27


Com u n i d a d y vecindad, ciudad y barrio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . 27
E l di coto mismo clásico en l a u n idad vecin a l ,
a l a sombra de la sociedad folk . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Los ba rrios y la natura l ización del espacio . . . • . . . . • . . . . . • • • . . . . 32
Eco l o gía a ctuada : los verdaderos vecinos
y la co m u n i d a d desorg a n izada . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
El urbanismo como modo de vida y las rupturas
del modern ismo . . . . . . • . . . . • . . • . . . . • • • . . • . . • • . • . . . . • • . 37

E s pacio, cultura y g r u p os en los ba rrios del u rba nismo central 41


Crisis d e la u n i d a d veci n a l . . . . . . . . . . . . • . . . • • . . . • . . . . . . . . . . 41
Cultura l ismo : p ro p o rci o n a r, segregar y ca m balachear vecinos . . . • . . . . 44
El micro m u ndo de la ba rra barri a l . . . . . . . . . . • . . . • . . . . . . . . . . . . 50
El orden mora l d e l ba rrio y la segmentación territoria l • . . . . . . . . . • • . 53
Los a l deanos urbanos del barrio étnico . . . . . . . . • • . . . . . . . . . . . • . 57
El h o mbre de la esq u i n a . . . . • . . . • . . . . . • • . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
Cóctel barri a l d e l urbanismo centra l . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . , , , , 61

El barrio de la urban ización suba lterna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71


D u a l i smo y cu lturalismo para el Tercer M u n d o . . . • • . . • • . . . . . . . . . . 71
La co m u n i d a d perdida y e l barrio . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
La antro po lo g ía de l a u rbanización . . . . . . . . • • . . . . . . . . . • . . . . . . 76
Antropolog ía "en" y "de" l a ciudad, y su u n i d a d de estudio . . . . . . . . . . 80
Las b a rriadas d e la cultura de la pobreza y el barri o revol ucionario . . . . 83
Los ba rrios de la margi n a l i d a d . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • · 85
M o d ernización o dependen cia . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . , • · · · · · · 89
Recu pera ciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • • · · · · · · · · · 95
El barrio en la teoría social
2 00 --------------------------- -
El ba rrio seg ú n la teo ría social u rbana de los ú ltimos a ños . . . . . . . . 97
a) El barrio de la Sociología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Los mapas barria les y el mundo del peatón , . . . . . . . . . . . . . . . . 97
El barrio d e las encuestas y la ideal ización . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
L a búsqueda d e l buen veci no . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 04
El valor y la satisfacción por la com u n i dad veci nal . . . . . . . . . . . . . 1 08
Los ba rrios - p roblema : ,culpables o víctimas? . . . . . . . . . . . . . . . . 112
b ) E l barri o d e l a política . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
E l ba rrio como supervivencia retrógrada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
La sub-eco n o m ía d e barrio o e l barrio como resistencia . . . . . . . . . 119
D i syu ntivas sobre e l poder barrial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
Movimientos barriales : crisis d e l deductivismo . . . . . . . . . . . . . . . . 1 26
c) El ba rrio de la plan ificación y el diseño urbano . . . . . . . . . . . . . . . . 132
Los arquitectos y l o s barrios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 37
d) Los barrios . d e la Antropología : l a d i mensión cu ltural . . . . . . . . . . . . 143
Etn icidad ba rri a l . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
Cultu ras e identidades en y de barrio s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Re h a b i l itación barri a l desde el confl i cto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
Trata miento barri a l desde la identidad y la cultura . . . . . . . . . . . . 1 56
Hacia la s i g n ificación de lo barri a l . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 58

Ha beres y deberes teóricos sobre el barrio 163

Bibliog ra fía 177

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